Ramón del Valle-Inclán V - Elejandria

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Tirano Banderas Ramón del Valle-Inclán https://TheVirtualLibrary.org

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Tirano Banderas

V -Ramón del Valle-Inclán

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Prólogo

I

Filomeno Cuevas, criollo ranchero, habíadispuesto para aquella noche armar a suspeonadas con los fusiles ocultos en unmanigual, y las glebas de indios, en difusaslíneas, avanzaban por los esteros de Ticomaipú.Luna clara, nocturnos horizontes profundos desusurros y ecos.

II

Saliendo a Jarote Quemado con una tropillade mayorales, arrendó su montura el patrón, yala luz de una linterna pasó lista:

—Manuel Romero.—¡Presente!—Acércate. No más que recomendarte

precaución con ponerte briago. La primeracampanada de las doce será la señal. Llevassobre ti la responsabilidad de muchas vidas, y

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no te digo más. Dame la mano.—Mi jefesito, en estas bolucas somos

baqueanos.El patrón repasó el listín:—Benito San Juan.—¡Presente!—¿Chino Viejo te habrá puesto al tanto de

tu consigna?—Chino Viejo no más me ha significado

meterme con alguna caballada por los rumbosde la feria y tirarlo todo patas al aire. Soltaralgún balazo y no dejar títere sano. La consignano aparenta mayores dificultades.

—¡A las doce!—Con la primera campanada. Me

acantonaré bajo el reloj de Catedral.—Hay que proceder de matute y hasta lo

último aparentar ser pacíficos feriantes.—Eso seremos.—A cumplir bien. Dame la mano.Y puesto el papel en el cono luminoso de la

linterna, aplicó los ojos el patrón:

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—Atilio Palmieri.—¡Presente!Atilio Palmieri era primo de la niña

ranchera: Rubio, chaparro, petulante. Elranchero se tiraba de las barbas caprinas:

—Atilio, tengo para ti una misión muycomprometida.

—Te lo agradezco, pariente.—Estudia el mejor modo de meter fuego en

un convento de monjas, y a toda la comunidad,en camisa, ponerla en la calle escandalizando.Ésa es tu misión. Si hallas alguna monja de tugusto, cierra los ojos. A la gente, que no se tomede la bebida. Hay que operar violento, con lacabeza despejada. ¡Atilio, buena suerte! Procuradesenvolver tu actuación sobre los límites demedianoche.

—Conformo, Filomeno, que saldré avante.—Así lo espero: Zacarías San José.—¡Presente!—Para ti ninguna misión especial. A tus

luces dejo lo que más convenga. ¿Qué

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bolichada harías tú esta noche metiéndote, conalgunos hombres, por Santa Fe? ¿Cuál sería tubolichada?

—Con solamente otro compañerodispuesto, revoluciono la feria: Vuelco labarraca de las fieras y abro las jaulas. ¿Qué diceel patrón? ¿No se armaría buena? Con cincovalientes pongo fuego a todos los abarrotes degachupines. Con veinticinco copo la guardia delos Mostenses.

—¿No más que eso prometes?—Y muy confiado de darle una sangría a

Tirano Banderas. Mi jefesito, en este alforjínque cargo en el arzón van los restos de michamaco. ¡Me lo han devorado los chanchos enla ciénaga! No más cargando estos restos, ganéen los albures para feriar guaco, y tiré a ungachupín la mangana y escapé ileso de labalasera de los gendarmes. Esta noche saldrébien en todos los empeños.

—Cruzado, toma la gente que precises yrealiza ese lindo programa. Nos vemos. Dame

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la mano. Y pasada esta noche sepulta esosrestos. En la guerra el ánimo y la inventiva sonlos mejores amuletos. Dame la mano.

—¡Mi jefesito, estas ferias van a serseñaladas!

—Eso espero: Crisanto Roa.—¡Presente!Era el último de la lista y sopló la linterna

el patrón. Las peonadas habían renovado sumarcha bajo la luna.

III

El Coronelito de la Gándara, desertado delas milicias federales, discutía con chicanas yburlas los aprestos militares del ranchero:

—¡Filomeno, no seas chivatón, y te pongasa saltar un tajo cuando te faltan las zancas! Esuna grave responsabilidad en la que incurresllevando tus peonadas al sacrificio. ¡Teimprovisas general y no puedes entender unplano de batallas! Yo soy un científico, undiplomado en la Escuela Militar. ¿La razón no

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te dice quién debe asumir el mando? ¿Puedeser tan ciego tu orgullo? ¿Tan atrevida tuignorancia?

—Domiciano, la guerra no se estudia en loslibros. Todo reside en haber nacido para ello.

—¿Y tú te juzgas un predestinado paraNapoleón?

—¡Acaso!—¡Filomeno, no macanees!—Domiciano, convénceme con un plan de

campaña que aventaje al discurrido por mí, y tecedo el mando. ¿Qué harías tú con doscientosfusiles?

—Aumentarlos hasta formar un ejército.—¿Cómo se logra eso?—Levantando levas por los poblados de la

Sierra. En Tierra Caliente cuenta con pocosamigos la revolución.

—¿Ése sería tu plan?—En líneas generales. El tablero de la

campaña debe ser la Sierra. Los llanos son paralas grandes masas militares, pero las guerrillas

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y demás tropas móviles hallan su mejoraliado en la topografía montañera. Eso es locientífico, y desde que hay guerras, laestructura del terreno impone la maniobra.Doscientos fusiles, en la llanura, estánsiempre copados.

—¿Fu consejo es remontarnos a laSierra?

—Ya lo he dicho. Buscar una fortalezanatural, que supla la exigüidad de loscombatientes.

—¡Muy bueno! ¡Eso es lo científico, ladoctrina de los tratadistas, la enseñanza delas Escuelas!... Muy conforme. Pero yo nosoy científico, ni tratadista, ni pasé por laAcademia de Cadetes. Tu plan de campañano me satisface, Domiciano. Yo, como hasvisto, intento para esta noche un golpe sobreSanta Fe. De tiempo atrás vengomeditándolo, y casualmente en la ría,atracado al muelle, hay un pailebote endescarga. Trasbordo mi gente, y la

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desembarco en la playa de Punta Serpientes.Sorprendo a la guardia del castillo, armo a lospresos, sublevo a las tropas de la Ciudadela. Yaestán ganados los sargentos. Ése es mi plan,Domiciano.

—¡Y te lo juegas todo en una baza! No eresun émulo de Fabio Máximo. ¿Qué retirada hasestudiado? Olvidas que el buen militar nuncase inmola imprudentemente y ataca con elprevio conocimiento de sus líneas de retirada.Esa es la más elemental táctica fabiana: Ennuestras pampas, el que lucha cediendoterreno, si es ágil en la maniobra y sabe manejarla tea petrolera, vence a los Aníbales yNapoleones. Filomeno, la guerra de partidasque hacen los revolucionarios no puede seguirotra táctica que la del romano frente alcartaginés. ¡He dicho!

—¡Muy elocuente!—Eres un irresponsable que conduce un

pifio de hombres al matadero.—Audacia y Fortuna ganan las campañas,

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y no las matemáticas de las Academias. ¿Cómoactuaron los héroes de nuestra Independencia?

—Como apóstoles. Mitos populares, nograndes estrategas. Simón Bolívar, el primerode todos, fue un general pésimo. La guerra esuna técnica científica y tú la conviertes enbolada de ruleta.

—Así es.—Pues discurres como un insensato.—¡Posiblemente! No soy un científico, y

estoy obligado a no guiarme por otra normaque la corazonada. ¡Voy a Santa Fe, por lacabeza del Generalito Banderas!

—Más seguro que pierdas la tuya.—Allá lo veremos. Testigo el tiempo.—Intentas una operación sin refrendo

táctico, una mera escaramuza de bandolerismo,contraria a toda la teoría militar. Tu obligaciónes la obediencia al Cuartel General del EjércitoRevolucionario: Ser merito grano de arena en lamontaña, y te manifiestas con un acto deindisciplina al operar independiente. Eres

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ambicioso y soberbio. No me escuches. Haz loque te parezca. Sacrifica a tus peonadas.Después del sudor, les pides la sangre. ¡Muybueno!

—De todo tengo hecho mérito en laconciencia, y con tantas responsabilidades ytantos cargos no cedo en mi idea. Es más fuertela corazonada.

—La ambición de señalarte.—Domiciano, tú no puedes

comprenderme. Yo quiero apagar la guerra conun soplo, como quien apaga una vela.

—Y si fracasas, difundir el desaliento en lasfilas de tus amigos, ser un mal ejemplo!

—O una emulación.—Después de cien años, para los niños de

las Escuelas Nacionales. El presente, todavía noes la Historia, y tiene caminos más realistas. Enfin, tanto hablar seca la boca. Pásame tucantimplora.

Tras del trago, batió la yesca y encendió elchicote apagado, esparciéndose la ceniza por el

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vientre rotundo de ídolo tibetano.IV

El patrón, con sólo cincuenta hombres,caminó por marismas y manglares hasta darvista a un pailebote abordado para la descargaen el muelle de un aserradero. Filomenoordenó al piloto que pusiese velas al vientopara recalar en Punta Serpientes. El sarilloluminoso de un faro giraba en el horizonte.Embarcada la gente, zarpó el pailebote consilenciosa maniobra. Navegó la luna sobre laobra muerta de babor, bella la mar, el barcomarinero.. Levantaba la proa surtidores deplata y en la sombra del foque un negro juntabarueda de oyentes: Declamaba versos con líricoentusiasmo, fluente de ceceles. Repartidos enranchos los hombres de la partida, tiraban delnaipe: Aceitosos farolillos discernían losrumbos de juguetas por escotillones y sollados.Y en la sombra del foque abría su líricofloripondio de ceceles el negro catedrático:

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Navega velelo mío,sin temol,

que ni enemigo navío,ni tolmenta, ni bonanza,a tolcel tu lumbo alcanza,

ni a sujetal tu valol.

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SINFONÍA DEL TRÓPICOPRIMERA PARTE

Icono del TiranoLibro Primero

I

Santa Fe de Tierra Firme —arenales, pitas,manglares, chumberas— en las cartas antiguas,Punta de las Serpientes.

II

Sobre una loma, entre granados y palmas,mirando al vasto mar y al sol poniente,encendía los azulejos de sus redondas cúpulascoloniales San Martín de los Mostenses. En elcampanario sin campanas levantaba el brillo desu bayoneta un centinela. San Martín de losMostenses, aquel desmantelado convento dedonde una lejana revolución había expulsado alos frailes, era, por mudanzas del tiempo,Cuartel del Presidente Don Santos Banderas. —

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Tirano Banderas—.III

El Generalito acababa de llegar con algunosbatallones de indios, después de haber fusiladoa los insurrectos de Zamalpoa: Inmóvil ytaciturno, agaritado de perfil en una remotaventana, atento al relevo de guardias en lacampa barcina del convento, parece unacalavera con antiparras negras y corbatín declérigo. En el Perú había hecho la guerra a losespañoles, y de aquellas campañas veníale lacostumbre de rumiar la coca, por donde en lascomisuras de los labios tenía siempre unasalivilla de verde veneno. Desde la remotaventana, agaritado en una inmovilidad decorneja sagrada, está mirando las escuadras deindios, soturnos en la cruel indiferencia deldolor y de la muerte. A lo largo de la formaciónchinitas y soldaderas haldeaban corretonas,huroneando entre las medallas y las migas delfaltriquero, la pitada de tabaco y los cobres

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para el coime. Un globo de colores se quemabaen la turquesa celeste, sobre la campa invadidapor la sombra morada del convento. Algunossoldados, indios comaltes de la selva,levantaban los ojos. Santa Fe celebraba susfamosas ferias de Santos y Difuntos. TiranoBanderas, en la remota ventana, era siempre elgarabato de un lechuzo.

IV

Venía por el vasto zagúan frailero unaescolta de soldados con la bayoneta armada enlos negros fusiles, y entre las filas un rotogreñudo, con la cara dando sangre. Al frente,sobre el flanco derecho, fulminaba el charrascodel Mayor Abilio del Valle. El retinto garabatodel bigote dábale fiero resalte al arregañolobatón de los dientes que sujetan el fiador delpavero con toquilla de plata:

—¡Alto!Mirando a las ventanas del convento,

formó la escuadra. Destacáronse dos caporales,

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que, a modo de pretinas, llevaban cruzadassobre el pecho sendas pencas con argollones, ydespojaron al reo del fementido sabanil que lecubría las carnes. Sumiso y adoctrinado, con laespalda corita al sol, entróse el cobrizo a unhoyo profundo de tres pies, como disponen lasOrdenanzas de Castigos Militares. Los doscaporales apisonaron echando tierra, y quedósoterrado hasta los estremecidos ijares. El torsodesnudo, la greña, las manos con fierros, saltanfuera del hoyo colmados de negra expresióndramática: Metía el chivón de la barba en elpecho, con furbo atisbo a los caporales que sedesceñían las pencas. Señaló el tambor uncompás alterno y dio principio el castigo delchicote, clásico en los cuarteles:

—¡Uno! ¡Dos! ¡Tres!El greñudo, sin un gemido, se arqueaba

sobre las manos esposadas, ocultos los hierrosen la cavación del pecho. Le saltaban de loscostados ramos de sangre, y sujetándose alritmo del tambor, solfeaban los dos caporales:

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—¡Siete! ¡Ocho! ¡Nueve!V

Niño Santos se retiró de la ventana pararecibir a una endomingada diputación de laColonia Española: El abarrotero, el empeñista,el chulo del braguetazo, el patriota jactancioso,el doctor sin reválida, el periodista hampón, elrico mal afamado, se inclinaban en hilera antela momia taciturna con la verde salivilla en elcanto de los labios. Don Celestino Galindo,orondo, redondo, pedante, tomó la palabra, ycon aduladoras hipérboles saludó al gloriosopacificador de Zamalpoa:

—La Colonia Española eleva sus homenajesal benemérito patricio, raro ejemplo de virtud yenergía, que ha sabido restablecer el imperiodel orden, imponiendo un castigo ejemplar a lademagogia revolucionaria. ¡La ColoniaEspañola, siempre noble y generosa, tiene unaoración y una lágrima para las víctimas de unailusión funesta, de un virus perturbador! Pero

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la Colonia Española no puede menos dereconocer que en el inflexible cumplimiento delas leyes está la única salvaguardia del orden yel florecimiento de la República.

La fila de gachupines asintió conmurmullos: Unos eran toscos, encendidos yfuertes: Otros tenían la expresión cavilosa yhepática de los tenderos viejos: Otros,enjoyados y panzudos, exudaban zurdapedancia. A todos ponía un acento de familia elembarazo de las manos con guantes. TiranoBanderas masculló estudiadas cláusulas dedómine:

—Me congratula ver cómo los hermanos deraza aquí radicados, afirmando su feinquebrantable en los ideales de orden yprogreso, responden a la tradición de la MadrePatria. Me congratula mucho este apoyo moralde la Colonia Hispana. Santos Banderas notiene la ambición de mando que le critican susadversarios: Santos Banderas les garanta que eldía más feliz de su vida será cuando pueda

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retirarse y sumirse en la oscuridad a labrar supredio, como Cincinato. Crean, amigos, quepara un viejo son fardel muy pesado lasobligaciones de la Presidencia. El gobernante,muchas veces precisa ahogar los sentimientosde su corazón, porque el cumplimiento de laley es la garantía de los ciudadanostrabajadores y honrados: El gobernante, llegadoel trance de firmar una sentencia de penacapital, puede tener lágrimas en los ojos, pero asu mano no le está permitido temblar. Estatragedia del gobernante, como les platicabarecién, es superior a las fuerzas de un viejo.Entre amigos tan leales, puedo declarar miflaqueza, y les garanto que el corazón se medesgarraba al firmar los fusilamientos deZamalpoa. ¡Tres noches he pasado en vela!

—¡Atiza!Se descompuso la ringla de gachupines.

Los charolados pies juanetudos cambiaron deloseta. Las manos, enguantadas y torponas, seremovieron indecisas, sin saber dónde posarse.

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En un tácito acuerdo, los gachupines jugaroncon las brasileñas leontinas de sus relojes.Acentuó la momia:

—¡Tres días con sus noches en ayuno y envela!

—¡Arrea!Era el que tan castizo apostillaba un

vinatero montañés, chaparro y negrote, con elpelo en erizo, y el cuello de toro desbordantesobre la tirilla de celuloide: La voz fachendosatenía la brutalidad intempestiva de una claquede teatro. Tirano Banderas sacó la petaca yofreció a todos su picadura de Virginia:

—Pues, como les platicaba, el corazón sedestroza, y las responsabilidades de lagobernación llegan a constituir una cargademasiado pesada. Busquen al hombre quesostenga las finanzas, al hombre que encaucelas fuerzas vitales del país. La República, sinduda, tiene personalidades que podrán regirlacon más acierto que este viejo valetudinario.Pónganse de acuerdo todos los elementos

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representativos, así nacionales comoextranjeros...

Hablaba meciendo la cabeza de pergamino:La mirada, un misterio tras las verdosasantiparras. Y la ringla de gachupinesbalanceaba un murmullo, señalando suaduladora disidencia. Cacareó Don Celestino:

—¡Los hombres providenciales no puedenser reemplazados sino por hombresprovidenciales!

La fila aplaudió, removiéndose en laslosetas, como ganado inquieto por la mosca.Tirano Banderas, con un gesto cuáquero,estrechó la mano del pomposo gachupín:

—Quédese, Don Celes, y echaremos unpartido de ranita.

—¡Muy complacido!Tirano Banderas, trasmudándose sobre su

última palabra, hacía a los otros gachupines unsaludo frío y parco:

—A ustedes, amigos, no quiero distraerlesde sus ocupaciones. Me dejan mandado.

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VI

Una mulata entrecana, descalza, temblonade pechos, aportó con el refresco de limonada ychocolate, dilecto de frailes y corregidores,cuando el virreinato. Con tintín de plata ycristales en las manos prietas, miró la mucamaal patroncito, dudosa, interrogante. NiñoSantos, con una mueca de la calavera, le indicóla mesilla de campamento que, en el vano deun arco, abría sus compases de araña. Lamulata obedeció haldeando. Sumisa, húmeda,lúbrica, se encogía y deslizaba. Mojó los labiosen la limonada Niño Santos:

—Consecutivamente, desde hace cincuentaaños, tomo este refresco, y me prueba muymedicinal... Se lo recomiendo, Don Celes.

Don Celes infló la botarga:—¡Cabal, es mi propio refresco! Tenemos

los gustos parejos, y me siento orgulloso.¡Cómo no!

Tirano Banderas, con gesto huraño, esquivó

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el humo de la adulación, las volutas enfáticas.Manchados de verde los cantos de la boca, seencogía en su gesto soturno:

—Amigo Don Celes, las revoluciones, paraacabarlas de raíz, precisan balas de plata.

Reforzó campanudo el gachupín:—¡Balas que no llevan pólvora ni hacen

estruendo!—La momia acogió con una mueca

enigmática:—Ésas, amigo, que van calladas, son las

mejores. En toda revolución hay siempre dosmomentos críticos: El de las ejecucionesfulminantes, y el segundo momento, cuandoconvienen las balas de plata. Amigo Don Celes,recién esas balas, nos ganarían las mejoresbatallas. Ahora la política es atraerse a losrevolucionarios. Yo hago honor a misenemigos, y no se me oculta que cuentan conmuchos elementos simpatizantes en las vecinasRepúblicas. Entre los revolucionarios, haycientíficos que pueden con sus luces laborar en

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provecho de la Patria. La inteligencia merecerespeto. ¿No le parece, Don Celes?

Don Celes asentía con el grasiento arrebolde una sonrisa:

—Es un todo de acuerdo. ¡Cómo no!—Pues para esos científicos quiero yo las

balas de plata: Hay entre ellos muy buenascabezas que lucirían en cotejo con laseminencias del Extranjero. En Europa, esoshombres pueden hacer estudios que aquí nosorienten. Su puesto está en la Diplomacia... Enlos Congresos Científicos... En las Comisionesque se crean para el Extranjero.

Ponderó el ricacho:—¡Eso es hacer política sabia!Y susurró confidencial Generalito

Banderas:—Don Celes, para esa política preciso un

gordo amunicionamiento de plata. ¿Qué dice elamigo? Séame leal, y que no salga de los dosninguna cosa de lo hablado. Le tomo porconsejero, reconociendo lo mucho que vale.

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Don Celes soplábase los bigotesescarchados de brillantina y aspiraba, deleite desibarita, las auras barberiles que derramaba ensu ámbito. Resplandecía, como búdico vientre,el cebollón de su calva, y esfumaba supensamiento un sueño de orientales mirajes: Lacontrata de vituallas para el Ejército Libertador.Cortó el encanto Tirano Banderas:

—Mucho lo medita, y hace bien, que elasunto tiene coda la importancia.

Declamó el gachupín, con la mano sobre labotarga:

—Mi fortuna, muy escasa siempre, y estostiempos harto quebrantada, en su corta medidaestá al servicio del Gobierno. Pobre es miayuda, pero ella representa el fruto del trabajohonrado en esta tierra generosa, a la cual amocomo a una patria de elección.

Generalito Banderas interrumpió con elademán impaciente de apartarse un tábano:

—¿La Colonia Española no cubriría unempréstito?

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—La Colonia ha sufrido mucho estostiempos. Sin embargo, teniendo en cuenta susvinculaciones con la República...

El Generalito plegó la boca, reconcentradoen un pensamiento:

—¿La Colonia Española comprende hastadónde peligran sus intereses con el ideario dela Revolución? Si lo comprende, trabájela usteden el sentido indicado. El Gobierno sólo cuentacon ella para el triunfo del orden: El país estáanarquizado por las malas propagandas.

Inflóse Don Celes:—El indio dueño de la tierra es una utopía

de universitarios.—Conformes. Por eso le decía que a los

científicos hay que darles puestos fuera delpaís, adonde su talento no sea perjudicial parala República. Don Celestino, es indispensableun amunicionamiento de plata, y usted quedacomisionado para todo lo referente. Véase conel Secretario de Finanzas. No lo dilate. ElLicenciadito tiene estudiado el asunto y le

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pondrá al corriente: Discutan las garantías yresuelvan violento, pues es de la mayorurgencia balear con plata a los revolucionarios.¡El extranjero acoge las calumnias que propalanlas Agencias! Hemos protestado por la víadiplomática para que sea coaccionada lacampaña de difamación, pero no basta. AmigoDon Celes, a su bien tajada péñola lecorresponde redactar un documento que, conlas firmas de los españoles preeminentes, sirvapara ilustrar al Gobierno de la Madre Patria. LaColonia debe señalar una orientación, hacerlessaber a los estadistas distraídos que el ideariorevolucionario es el peligro amarillo enAmérica. La Revolución representa la ruina delos estancieros españoles. Que lo sepan allá,que se capaciten. ¡Es muy grave el momento,Don Celestino! Por rumores que me llegaron,tengo noticia de cierta actuación que proyectael Cuerpo Diplomático. Los rumores son deuna protesta por las ejecuciones de Zamalpoa.¿Sabe usted si esa protesta piensa suscribirla el

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Ministro de España?Al rico gachupín se le enrojeció la calva:—¡Sería una bofetada a la Colonia!—¿Y el Ministro de España, considera

usted que sea sujeto para esas bofetadas?—Es hombre apático... Hace lo que le

cuesta menos trabajo. Hombre poco claro.—¿No hace negocios?—Hace deudas, que no paga. ¿Quiere usted

mayor negocio? Mira como un destierro suradicación en la República.

—Qué se teme usted ¿una pendejada?—Me la temo.—Pues hay que evitarla.El gachupín simuló una inspiración

repentina, con palmada en la frente panzona:—La Colonia puede actuar sobre el

Ministro.Dos Santos rasgó con una sonrisa su verde

máscara indiana:—Eso se llama meter el tejo por la boca de

la ranita. Conviene actuar violento. Los

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españoles aquí radicados tienen interesescontrarios a las utopías de la Diplomacia. Todasesas lucubraciones del protocolo suponen undesconocimiento de las realidades americanas.La Humanidad, para la política de estos países,es una entelequia con tres cabezas: El criollo, elindio y el negro. Tres Humanidades. Otrapolítica para estos climas es pura macana.

El gachupín, barroco y pomposo, le tendióla mano:

—¡Mi admiración crece escuchándole!—No se dilate, Don Celes. Quiere decirse

que se remite para mañana la invitación que lehice. ¿A usted no le complace el juego de laranita? Es mi medicina para esparcir el ánimo,mi juego desde chamaco, y lo practico todas lastardes. Muy saludable, no arruina como otrosjuegos.

El ricacho se arrebolada:—¡Asombroso cómo somos de gustos

parejos!—Don Celes, hasta lueguito.

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Interrogó el gachupín:—¿Lueguito será mañana?Movió la cabeza Don Santos:—Si antes puede ser, antes. Yo no duermo.Encomió Don Celes:—¡Profesor de energía, como dicen en

nuestro Diario!El Tirano le despidió, ceremonioso,

desbaratada la voz en una cucaña de gallos.VII

Tirano Banderas, sumido en el hueco de laventana, tenía siempre el prestigio de un pájaronocharniego. Desde aquella altura fisgaba lacampa donde seguían maniobrando algunospelotones de indios, armados con fusilesantiguos. La ciudad se encendía de reflejossobre la marina esmeralda. La brisa erafragante, plena de azahares y tamarindos. En elcielo, remoto y desierto, subían globos deverbena, con cauda de luces. Santa Fe celebrabasus ferias otoñales, tradición que venía del

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tiempo de los virreyes españoles. Por la congadel convento, saltarín y liviano, conmorisquetas de lechuguino, rodaba el quitrí deDon Celes. La ciudad, pueril ajedrezado deblancas y rosadas azoteas, tenía una luminosapalpitación, acastillada en la curva del Puerto.La marina era llena de cabrilleos, y en ladesolación azul, toda azul, de la tarde,encendían su roja llamarada las cornetas de loscuarteles. El quitrí del gachupín saltaba comouna araña negra, en el final solanero de CuestaMostenses.

VIII

Tirano Banderas, agaritado en la ventana,inmóvil y distante, acrecentaba su prestigio depájaro sagrado. Cuesta Mostenses flotaba en laluminosidad del marino poniente, y un ciegocribado de viruelas rasgaba el guitarrillo al piede los nopales, que proyectaban sus brazoscomo candelabros de Jerusalén. La voz delciego desgarraba el calino silencio:

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—Era Diego Pedernales de noblegeneración, pero las obligaciones de su sangreno siguió.

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El Ministro de EspañaLibro Segundo

I

La Legación de España se albergó muchosaños en un caserón con portada de azulejos ysalomónicos miradores de madera, vecino alrecoleto estanque francés llamado por unagalante tradición Espejillo de la Virreina. ElBarón de Benicarlés, Ministro Plenipotenciariode Su Majestad Católica, también proyectabaun misterio galante y malsano, como aquellavirreina que se miraba en el espejo de su jardín,con un ensueño de lujuria en la frente. ElExcelentísimo Señor Don Mariano IsabelCristino Queralt y Roca de Togores, Barón deBenicarlés y Maestrante de Ronda, tenía la vozde cotorrona y el pisar de bailarín. Lucio,grandote, abobalicado, muy propicio alcuchicheo y al chismorreo, rezumaba falsasmelosidades: Le hacían rollas las manos y el

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papo: Hablaba con nasales francesas y mecíabajo sus carnosos párpados un frío ensueño deliteratura perversa: Era un desvaído figurón,snob literario, gustador de los cenáculosdecadentes, con rito y santoral de métricafrancesa. La sombra de la ardiente virreina,refugiada en el fondo del jardín, mirando lafiesta de amor sin mujeres, lloró muchas veces,incomprensiva, celosa, tapándose la cara.

II

Santos y Difuntos. En este tiempo, eraluminosa y vibrante de tabanquillos ytenderetes la Calzada de la Virreina. El quitrídel gachupín, que rodaba haciendomorisquetas de petimetre, se detuvo ante laLegación Española. Un chino encorvado, laespalda partida por la coleta, regaba el zaguán.Don Celes subió la ancha escalera y cruzó unagalería con cuadros en penumbra, tallas,dorados y sedas: El gachupín experimentabaun sofoco ampuloso, una sensación enfática de

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orgullo y reverencia: Como collerones leresonaban en el pecho fanfarrias de históricosnombres sonoros, y se mareaba igual que en undesfile de cañones y banderas. Su jactancia,ilusa y patriótica, se revertía en los escandidoscompases de una música brillante y ramplona:Se detuvo en el fondo de la galería. La puertaluminosa, silenciosa, franca sobre el granestrado desierto, amortiguó extrañamente albarroco gachupín, y sus pensamientos sedesbandaron en fuga, potros cerriles rebotandolas ancas. Se apagaron de repente todas lasbengalas, y el ricacho se advirtió pesaroso deverse en aquel trámite: Desasistido de emoción,árido, tímido como si no tuviese dinero,penetró en el estrado vacío, turbando la doradasimetría de espejos y consolas.

III

El Barón de Benicarlés, con quimono demandarín, en el fondo de otra cámara, sobre uncanapé, espulgaba meticulosamente a su

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faldero. Don Celes llegó, mal recobrado el gestode fachenda entre la calva panzona y laspatillas color de canela: Parecía que se lehubiese aflojado la botarga:

—Señor Ministro, si interrumpo, me retiro.—Pase usted, ilustre Don Celestino.El faldero dio un ladrido, y el carcamal

diplomático, rasgando la boca, le tiró de unaoreja:

—¡Calla, Merlín! Don Celes, tan contadasson sus visitas, que ya le desconoce el PrimerSecretario.

El carcamal diplomático esparcía sobre lafatigada crasitud de sus labios una sonrisa lentay maligna, abobada y amable. Pero Don Celesmiraba a Merlín, y Merlín le enseñaba losdientes a Don Celes. El Ministro de Su MajestadCatólica, distraído, evanescente, ambiguo,prolongaba la sonrisa con una elasticidadinverosímil, como las diplomacias neutrales enaño de guerras. Don Celes experimentaba unaangustia pueril entre la mueca del carcamal y el

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hocico aguzado del faldero: Con su gestoadulador y pedante, lleno de pomposo afecto,se inclinó hacia Merlín:

—¿No quieres que seamos amigos?El faldero, con un ladrido, se recogió en las

rodillas de su amo, que adormilaba los ojoshuevones, casi blancos, apenas desvanecidos deazul, indiferentes como dos globos de cristal,consonantes con la sonrisa sin término, de unadeferencia maquillada y protocolaria. La manogorja y llena de hoyos, mano de odalisca,halagaba las sedas del faldero:

—¡Merlín, ten formalidad!—¡Me ha declarado la guerra!El Barón de Benicarlés, diluyendo el gesto

de fatiga por toda su figura crasa y fondona, sedejaba besuquear del faldero. Don Celes,rubicundo entre las patillas de canela, poco apoco, iba inflando la botarga, pero con unasombra de recelo, una íntima y remotacobardía de cómico silbado. Bajo el besuqueodel falderillo, habló, confuso y nasal, el figurón

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diplomático:—,Por dónde se peregrina, Don Celeste?

¿Qué luminosa opinión me trae usted de laColonia Hispana? ¿No viene usted comoEmbajador?... Ya tiene usted despejado elcamino, ilustre Don Celes.

Don Celes se arrugó con gesto amistoso,aquiescente, fatalista: La frente panzona, lapapada apoplética, la botarga retumbante,apenas disimulaban la perplejidad delgachupín. Rió falsamente:

—La tan mentada sagacidad diplomática seha confirmado una vez más, querido Barón.

Ladró Merlín, y el carcamal le amenazólevantando un dedo:

—No interrumpas, Merlín. Perdone ustedla incorrección y continúe, ilustre Don Celes.

Don Celes, por levantarse los ánimos, hacíaoración mental, recapacitando los pagarés quetenía del Barón: Luchaba desesperado por nodesinflarse: Cerró los ojos:

—La Colonia, por sus vinculaciones, no

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puede ser ajena a la política del país: Aquíradica su colaboración y el fruto de susesfuerzos. Yo, por mis sentimientos pacifistas,por mis convicciones de liberalismo bajo lagerencia de gobernantes serios, me hallo e nuna situación ambigua, entre el ideariorevolucionario y los procedimientossumarísimos del General Banderas. Pero casime convence la colectividad española, encuanto a su actuación, porque la más sólidagarantía del orden es, todavía, Don SantosBanderas. ¡El triunfo revolucionario traería elcaos!

—Las revoluciones, cuando triunfan, sehacen muy prudentes.

—Pero hay un momento de crisiscomercial: Los negocios: se resienten, oscilanlas finanzas, el bandolerismo renace en loscampos. Subrayó el Ministro:

—No más que ahora, con la guerra civil.—¡La guerra civil! Los radicados de

muchos años en el país; ya la miramos como un

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mal endémico. Pero el ideario revolucionario esalgo más grave, porque altera los fundamentossagrados de la propiedad. El indio, dueño de latierra, es una aberración demagógica, que nopuede prevalecer en cerebros bien organizados.La Colonia profesa unánime este sentimiento:Yo quizá lo acoja con algunas reservas, pero,hombre de realidades, entiendo que laactuación del capital español es antagónica conel espíritu revolucionario.

El Ministro de Su Majestad Católica serecostó en el canapé, escondiendo en el hombroel hocico del faldero:

—Don Celes, ¿y es oficial ese ultimátum dela Colonia?

—Señor Ministro, no es ultimátum. LaColonia pide solamente una orientación.

—¿La pide o la impone?—No habré sabido explicarme. Yo, como

hombre de negocios, soy poco dueño de losmatices oratorios, y si he vertido algúnconcepto por donde haya podido entenderse

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que ostento una representación oficiosa, tengoespecial interés en dejar rectificada plenamenteesa suspicacia del Señor Ministro.

El Barón de Benicarlés, con una punta deironía en el azul desvaído de los ojos, y lasmanos de odalisca entre las sedas del faldero,diluía un gesto displicente sobre la bocabelfona, untada de fatiga viciosa:

—Ilustre Don Celestino, usted es una de laspersonalidades financieras, intelectuales ysociales más remarcables de la Colonia... Susopiniones, muy estimables... Sin embargo,usted no es todavía el Ministro de España. ¡Unaverdadera desgracia! Pero hay un medio paraque usted lo sea, y es solicitar por cable mitraslado a Europa. Yo apoyaré la petición, y levenderé a usted mis muebles en almoneda.

El ricacho se infló de vanidad ingeniosa:—¿Incluido Merlín para consejero?El figurón diplomático acogió la agudeza

con un gesto frío y lacio, que la borró:—Don Celes, aconseje usted a nuestros

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españoles que se abstengan de actuar en lapolítica del país, que se mantengan en unaestricta neutralidad, que no quebranten con susintemperancias la actuación del CuerpoDiplomático. Perdone, ilustre amigo, que no leacoja más tiempo, pues necesito vestirme paraasistir a un cambio de impresiones en laLegación Inglesa.

Y el desvaído carcamal, en la luz declinantede la cámara, desenterraba un gesto chafado,de sangre orgullosa.

IV

Don Celes, al cruzar el estrado, donde laalfombra apagaba el rumor de los pasos, sintiómás que nunca el terror de desinflarse. En elzaguán, el chino rancio y coletudo, en unaabstracción pueril y maniática, seguía regandolas baldosas. Don Celes experimentó todo eldesprecio del blanco por el amarillo:

—¡Deja paso, y mira, no me manches elcharol de las botas, gran chingado!

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Andando en la punta de los pies, conmecimiento de doble suspensión la botarga,llegó a la puerta y llamó al moreno del quitrí,que con otros morenos y rotos refrescaba bajolos laureles de un bochinche: Juego de bolos ypiano automático con platillos:

—¡Vamos, vivo, pendejo!V

Calzada de la Virreina tenía un luminosobullicio de pregones, guitarros, faroles ygallardetes. Santa Fe se regocijaba con unvértigo encendido, con una calentura de luz ytinieblas: El aguardiente y el facón del indio, labaraja y el baile lleno de lujurias, encadenabanuna sucesión de imágenes violentas ytumultuosas. Sentíase la oscura y desoladapalpitación de la vida sobre la fosa abierta.Santa Fe, con una furia trágica y devoradoradel tiempo, escapaba del terrorífico soporcotidiano, con el grito de sus ferias, tumultuosocomo un grito bélico. En la lumbrada del ocaso,

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sobre la loma de granados y palmas, encendíalos azulejos de sus redondas cúpulas colonialesSan Martín de los Mostenses.

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El juego de la ranitaLibro Tercero

I

Tirano Banderas, terminado el despacho,salió por la arcada del claustro bajo al Jardín delos Frailes. Le seguían compadritos y edecanes:

—¡Se acabó la obligación! ¡Ahora, si lesparece bien, mis amigos, vamos a divertirhonestamente este rabo de tarde, en el jueguitode la rana!

Rancio y cumplimentero, invitaba para latrinca, sin perder el rostro sus vinagres, y sepasaba por la calavera el pañuelo de hierbas,propio de dómine o donado.

II

El Jardín de los Frailes, geométrica ruina decactus y laureles, gozaba la vista del mar: Porlas mornas tapias corrían amarillos lagartos: Enaquel paraje estaba el juego de la rana, ya

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crepuscular, recién pintado de verde. El Tirano,todas las tardes esparcía su tedio en estedivertimiento: Pausado y prolijo, rumiando lacoca, hacía sus tiradas, y en los yerros, su bocarasgábase toda verde, con una mueca: Semostraba muy codicioso y atento a los lancesdel juego, sin ser parte a distraerle las descargasde fusilería que levantaban cirrus de humo a lolejos, por la banda de la marina. Las sentenciasde muerte se cumplimentaban al ponerse el sol,y cada tarde era pasada por las armas algunacuerda de revolucionarios. Tirano Banderas,ajeno a la fusilería, cruel y vesánico, afinaba elpunto apretando la boca. Los cirrus de humovolaban sobre el mar.

—¡Rana!El Tirano, siempre austero, vuelto a la

trinca de compadres, desplegaba el pañuelo dedómine, enjugándose el cráneo pelado:

—¡Aprendan, y no se distraigan del juegocon macanas!

Un vaho pesado, calor y catinga, anunciaba

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la proximidad de la manigua, donde elcrepúsculo enciende, con las estrellas, los ojosde los jaguares.

III

Aquella india vieja, acurrucada en lasombra de un toldillo, con el bochinche delimonada y aguardiente, se ha hispido,remilgada y corretona bajo la seña del Tirano:

—¡Horita, mi jefe!Doña Lupita cruza las manos enanas y

orientales, apretándose al pecho los cabos delrebocillo, tirado de priesa sobre la greña: Teníaesclava la sonrisa y los ojos oblicuos deserpiente sabia: Los pies descalzos, pulidoscomo las manos: Engañosa de mieles y lisonjasla plática:

—¡Mándeme, no más, mi Generalito!Generalito Banderas doblaba el pañuelo,

muy escrupuloso y espetado:—Se gana plata, Doña Lupita?—¡Mi jefecito, paciencia se gana! ¡Paciencia

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y trabajos, que es ganar la Gloria Bendita!Viernes pasado compré un mecate para meajorcar, y un ángel se puso de por medio. ¡Mijefecito, no di con una escarpia!

Tirano Banderas, parsimonioso, rumiaba lacoca, tembladera la quijada y saltante la nuez:

—¿Diga, mi vieja, y qué le sucedió almecatito?

—A la Santa de Lima amarrado se lo tengo,mi jefecito.

—Qué le solicita, vieja?—Niño Santos, pues que su merced

disfrute mil años de soberanía.—¡No me haga pendejo, Doña Lupita! ¿De

qué año son las enchiladas?—¡Merito acaban de enfriarse, patroncito!—Qué otra cosa tiene en la mesilla?—Coquitos de agua. ¡La chicha muy

superior, mi jefecito! Aguardiente para elgauchaje.

—Pregúntele, vieja, el gusto a loscircunstantes, y sirva la convidada.

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Doña Lupita, torciendo la punta delrebocillo, interrogó al concurso que acampabaen torno de la rana, adulador y medroso ante lamomia del Tirano:

—¿Con qué gustan mis jefecitos derefrescarse? Les antepongo que solamente trescopas tengo. Denantes, pasó un coronelitobriago, que todo me lo hizo cachizas,caminándose sin pagar el gasto.

El Tirano formuló lacónico:—Denúncielo en forma y se hará justicia.Doña Lupita jugó el rebocillo como una

dama de teatro:—¡Mi Generalito, el memorialista no moja

la pluma sin tocar por delante su estipendio!Marcó un temblor la barbilla del Tirano:—Tampoco es razón. A mi sala de

audiencias puede llegar el último cholo de laRepública. Licenciado Sóstenes Carrillo, quedaa su cargo instruir el proceso en averiguacióndel supuesto fregado...

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IV

Doña Lupita, corretona y haldeando, fue asacar los cocos puestos bajo una cobertera depalmitos en la tierra regada. El Tirano, sentadoen el poyo miradero de los frailes, esparcía elánimo cargado de cuidados: Sobre el bastóncon borlas doctorales y puño de oro, cruzaba lacera de las manos: En la barbilla, un temblor; enla boca verdosa, un gesto ambiguo de risa,mofa y vinagre:

—Tiene mucha letra la guaina, SeñorLicenciado.

—Patroncito, ha visto la chuela.—Muy ocurrente en las leperadas. ¡Puta

madre! Va para el medio siglo que la conozco,de cuando fui abanderado en el SéptimoLigero: Era nuestra rabona.

Doña Lupita amusgaba la oreja, haldeandopor el jacalito. El Licenciado recayó conapremio chuflero:

—¡No se suma, mi vieja!

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—En boca cerrada no entran moscas,valedorcito.

—No hay sello para una vuelta demancuerda.

—¡Santísimo Juez!Qué jefe militar le arrugó el tenderete, mi

vieja?—¡Me aprieta, niño, y me expone a una

venganza!—No se atore y suelte el gallo.—No me sea mala reata, Señor Licenciado.El Señor Licenciado era feliz, rejoneando a

la vieja por divertir la hipocondría del Tirano.Doña Lupita, falsa y apenujada, trajo laspalmas con el fruto enracimado, y un tranchetepara rebanarlo. El Mayor Abilio del Valle, quese preciaba de haber cortado muchas cabezas,pidió la gracia de meter el facón a los coquitosde agua: Lo hizo con destreza mambís: Bélico ytriunfador, ofrendó como el cráneo de uncacique enemigo, el primer coquito al Tirano.La momia amarilla desplegó las manos y tomó

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una mitad pulcramente:—Mayorcito, el concho que resta, esa vieja

maulona que se lo beba. Si hay ponzoña, quelos dos reventemos.

Doña Lupita, avizorada, tomó el concho,saludando y bebiendo:

—Mi Generalito, no hay más que un firmeacatamiento en esta cuera vieja: ¡El Señor SanPedro y toda la celeste cofradía me seantestigos!

Tirano Banderas, taciturno, recogido en elpoyo, bajo la sombra de los ramajes, era unnegro garabato de lechuzo. Raro prestigiocobró de pronto aquella sombra, y aquella vozde caña hueca, raro imperio:

—Doña Lupita, si como dice me aprecia,declare el nombre del pendejo briago que entan poco se tiene. Luego luego, vos veréis, vieja,que también la aprecia Santos Banderas. Damela mano, vieja...

—Taitita, dejá sos la bese.Tirano Banderas oyó, sin moverse, el

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nombre que temblando le secreteó la vieja. Loscompadritos, en torno de la rana, callaban

amusgados, y a hurto se hacían algunaseña. La momia indiana:

—¡Chac, chac!V

Tirano Banderas, con paso de rata fisgona,seguido por los compadritos, abandonó eljuego de la rana: Al cruzar el claustro, un grupode uniformes que choteaba en el fondo, guardórepentino silencio. Al pasar, la momia escrutóel grupo, y con un movimiento de cabeza,llamó al Coronel-Licenciado López deSalamanca, Jefe de Policía:

—¿A qué hora está anunciado el acto de lasJuventudes Democráticas?

—A las diez.—¿En el Circo Harris?—Eso rezan los carteles.—¿Quién ha solicitado el permiso para el

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mitin?—Don Roque Cepeda.—¿No se le han puesto obstáculos?—Ninguno.—¿Se han cumplimentado fielmente mis

instrucciones?—Tal creo...—La propaganda de ideales políticos,

siempre que se realice dentro de las leyes, es underecho ciudadano y merece todos los respetosdel Gobierno.

El Tirano torcía la boca con gesto maligno.El Jefe de Policía, Coronel-Licenciado López deSalamanca, atendía con burlón desenfado:

—Mi General, en caso de mitote, ¿habráque suspender el acto?

—El Reglamento de Orden Público leevacuará cumplidamente cualquier duda.

El Coronel-Licenciado asintió con zumbagazmoña:

—Señor Presidente, la recta aplicación delas leyes será la norma de mi conducta.

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—Y en todo caso, si usted procediese conexceso de celo, cosa siempre laudable, no lecostará gran sacrificio presentar la renuncia delcargo. Sus servicios —al aceptarla— sin dudaque los tendría en consideración el Gobierno.

Recalcó el Coronel-Licenciado:—¿El Señor Presidente no tiene otra cosa

que mandarme?—¿Ha proseguido las averiguaciones

referentes al relajo y viciosas costumbres delHonorable Cuerpo Diplomático?

—Y hemos hecho algún descubrimientosensacional.

—En el despacho de esta noche tendrá abien enterarme. El Coronel-Licenciado saludó:

—¡A la orden, mi General!La momia indiana todavía le detuvo,

exprimiendo su verde mueca:—Mi política es el respeto a la ley. Que los

gendarmes garantan el orden en Circo Harris.¡Chac! ¡Chac! Las Juventudes Democráticasejemplarizan esta noche practicando un

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ejercicio ciudadano.Chanceó el jefe de Policía:—Ciudadano y acrobático.El Tirano, ambiguo y solapado, plegó la

boca con su mueca verde:—¡Pues, y quién sabe!... ¡Chac! ¡Chac!

VI

Tirano Banderas caminó taciturno. Loscompadres, callados como en un entierro,formaban la escolta detrás. Se detuvo en lasombra del convento, bajo el alerta del guaita,que en el campanario sin campanas clavaba laluna con la bayoneta. Tirano Banderas estúvosemirando el cielo de estrellas: Amaba la noche ylos astros: El arcano de bellos enigmas recogíael dolor de su alma tétrica: Sabía numerar eltiempo por las constelaciones: Con lamatemática luminosa de las estrellas semaravillaba: La eternidad de las leyes sideralesabría una coma religiosa en su estoica crueldadindiana. Atravesó la puerta del convento bajo el

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grito nocturno del guaita en la torre, y el retén,abriendo filas, presentó armas. TiranoBanderas, receloso, al pasar, escudriñaba elrostro oscuro de los soldados.

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BOLUCA Y MITOTESEGUNDA PARTE

Cuarzos ibéricosLibro Primero

I

Amarillos y rojos mal entonados, colgabanlos balcones del Casino Español. En el filoluminoso de la terraza, petulante y tilingo, erael quitrí de Don Celes.

II

—¡Mueran los gachupines!—¡Mueran!...El Circo Harris, en el fondo del parque,

perfilaba la cúpula diáfana de sus lonas bajo elcielo verde de luceros. Apretábase la plebevocinglera frente a las puertas, en el guiño delos arcos voltaicos. Parejas de caballería estabande cantón en las bocacalles, y mezclados entrelos grupos, huroneaban los espías del Tirano.

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Aplausos y vítores acogieron la aparición de losoradores: Venían en grupo, rodeados deestudiantes con banderas: Saludaban agitandolos sombreros pálidos, teatrales, heroicos. Lamarejada tumultuaria del gentío bajo la porralegisladora de los gendarmes, abría calle antelas pertas del Circo. Las luces del interior dabana la cúpula de lona diafanidad morena.Sucesivos grupos con banderas y bengalas,aplausos y amotinados clamores, a modo dereto, gritaban frente al Casino Español:

—¡Viva Don Roque Cepeda!—¡Viva el libertador del indio!—¡Vivaaa!...—¡Muera la tiranía!—¡Mueraaa!...—¡Mueran los gachupines!—¡Mueran!...

III

El Casino Español —floripondios, doradaslámparas, rimbombantes moldurones—

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estallaba rubicundo y bronco, resonante debravatas. La Junta Directiva clausuraba unabreve sesión, sin acta, con acuerdos verbales ysecretos. Por los salones, al sesgo de la farravalentona, comenzaban solapados murmullos.Pronto corrió, sin recato, el complot para saliren falange y deshacer el mitin a estacazos. Lacharanga gachupina resoplaba un bramidopatriota: Los calvos tresillistas dejaban en elplatillo las puestas: Los cerriles del dominógolpeaban con las fichas y los boliches degaseosas: Los del billar salían a los balconesblandiendo los tacos. Algunas voces tartufas deempeñistas y abarroteros, reclamabanprudencia y una escolta de gendarmes paragarantía del orden. Luces y voces ponían unapalpitación chula y politiquera en aquellossalones decorados con la emulación ramplonade los despachos ministeriales en la MadrePatria: De pronto la falange gachupina acudióen tumulto a los balcones. Gritos y aplausos:

—¡Viva España!

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—¡Viva el General Banderas!—¡Viva la raza latina!—¡Viva el General Presidente!—¡Viva Don Pelayo!—¡Viva el Pilar de Zaragoza!—¡Viva Don Isaac Peral!—¡Viva el comercio honrado!—¡Viva el Héroe de Zamalpoa!En la calle, una tropa de caballos

acuchillaba a la plebe ensabanada y negruzca,que huía sin sacar el facón del pecho.

IV

Bajo la protección de los gendarmes, lagachupia balandrona se repartió por las mesasde la terraza. Desafíos, jactancias, palmas. DonCeles tascaba un largo veguero entre dospersonajes de su prosapia: Míster Contum,aventurero yanqui con negocios de minería, yun estanciero español, señalado por su muchariqueza, hombre de cortas luces, alavés duro yfanático, con una supersticiosa devoción por el

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principio de autoridad que aterroriza ysobresalta. Don Teodosio del Araco, ibéricogranítico, perpetuaba la tradición colonial delencomendero. Don Celes peroraba con vacuaegolatría de ricacho, puesto el hito de suelocuencia en deslumbrar al mucamo que leservía el café. La calle se abullangaba. Lapelazón de indios hacía rueda en torno de lasfarolas y retretas que anunciaban el mitin. DonTeodosio, con vinagre de inquisidor, sentenciólacónico:

—¡Vean no más, qué mojiganga!Se arreboló de suficiencia Don Celes:—El Gobierno del General Banderas, con la

autorización de esta propaganda, atestigua surespeto por todas las opiniones políticas. ¡Es unacto que acrecienta su prestigio! El GeneralBanderas no teme la discusión, autoriza eldebate. Sus palabras, al conceder el permisopara el mitin de esta noche, merecenrecordarse: «En la ley encontrarán losciudadanos el camino seguro para ejercitar

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pacíficamente sus derechos.» ¡Convengamosque así sólo habla un gran gobernante! Yo creoque se harán históricas las palabras delPresidente.

Apostilló lacónico Don Teodosio del Araco:—¡Lo merecen!Míster Contum consultó su reloj:—Estar mucho interesante oír los discursos.

Así mañana estar bien enterado mí. Nadie locontar mí. Oírlo de las orejas.

Don Celes arqueaba la figura con vacuasuficiencia.

—¡No vale la pena de soportar el sofoco deesa atmósfera viciada!

—Mí interesarse por oír a Don RoqueCepeda.

Y Don Teodosio acentuaba su rictus bilioso:—¡Un loco! ¡Un insensato! Parece mentira

que hombre de su situación financiera se juntecon los rotos de la revolución, gente singarantías.

Don Celes insinuaba con irónica lástima:

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—Roque Cepeda es un idealista.—Pues que lo encierren.—Al contrario: Dejarle libre la propaganda.

¡Ya fracasará!Don Teodosio movía la cabeza, recomido

de suspicacias:—Ustedes no controlan la inquietud que

han llevado al indio del campo laspredicaciones de esos perturbados. El indio esnaturalmente ruin, jamás agradece losbeneficios del patrón, aparenta humildad y estáafilando el cuchillo: Sólo anda derecho con elrebenque: Es más flojo, trabaja menos y seemborracha más que el negro antillano. Yo hetenido negros, y les garanto la superioridad delmoreno sobre el indio de estas Repúblicas delMar Pacífico.

Dictaminó Míster Contum, con humorismofúnebre:

—Si el indio no ser tan flojo, no vivirmucho demasiado seguros los cueros blancosen este Paraíso de Punta de Serpientes.

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Abanicándose con el jipi, asentía Don Celes:¡Indudable! Pero en ese postulado se

contiene que el indio no es apto para lasfunciones políticas.

Don Teodosio se apasionaba:—Flojo y alcoholizado, necesita el fustazo

del blanco que le haga trabajar y servir a losfines de la sociedad.

Tornó el yanqui de los negocios mineros:—Míster Araco, si puede estar una

preocupación el peligro amarillo, ser en estasRepúblicas.

Don Celes infló la botarga patriótica,haciendo sonar todos los dijes de la grancadena que, tendida de bolsillo a bolsillo, leceñía la panza:

—Estas Repúblicas, para no desviarse de laruta civilizadora, volverán los ojos a la MadrePatria. ¡Allí refulgen los históricos destinos deveinte naciones!

Mister Contum alargó, con un gestodesdeñoso, su magro perfil de loro rubio:

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—Si el criollaje perdura como dirigente, lodeberá a los barcos y a los cañones deNorteamérica.

El yanqui entornaba un ojo, mirándose lacurva de la nariz. Y la pelazón de indios seguíagritando en torno de las farolas que anunciabanel mitin:

—¡Muera el Tío Sam!—¡Mueran los gachupines!—¡Muera el gringo chingado!

V

El Director de El Criterio Español, es unvelador inmediato, sorbía el refresco de piña,soda y kirsch que hizo famoso al cantinero delMetropol Room. Don Celes, redondo ypedante, abanicándose con el jipi, salió a losmedios de la acera:

—¡Mi felicitación por el editorial! En todoconforme con su tesis.

El Director-Propietario de El CriterioEspañol tenía una pluma hiperbólica, patriotera

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y ramplona, con fervientes devotos en lagachupina de empeñistas y abarroteros. DonNicolás Díaz del Rivero, personaje cauteloso ybronco, disfrazaba su falsía con el rudo acentodel Ebro: En España hablase titulado carlista,hasta que estafó la caja del 7.° de Navarra: EnUltramar exaltaba la causa de la MonarquíaRestaurada: Tenía dos grandes cruces, un títuloflamante de conde, un Banco sobre prendas yninguna de hombre honesto. Don Celes seacercó confidencial, el jipi sobre la botarga,apartándose el veguero de la boca y tendiendoel brazo con ademán aparatoso:

—¿Y qué me dice de la representación deesta noche? ¿Leeremos la reseña mañana?

—Lo que permita el lápiz rojo. Pero,siéntese usted, Don Celes. Tengo destacadosmis sabuesos, y no dejará de llegar alguno connoticias. ¡Ojalá no tengamos que lamentar estanoche alguna grave alteración del orden! Enestas propagandas revolucionarias las pasionesse desbordan...

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Don Celes arrastró una mecedora, y seapoltronó, siempre abanicándose con elpanameño:

—Si ocurriese algún desbordamiento de laplebe, yo haría responsable a Don RoqueCepeda. ¿Ha visto usted ese loco lindo? No levendría mal una temporada en Santa Mónica.

El Director de El Criterio Español se inclinó,confidencial, apagando la procelosa voz,cubriéndola con un gran gesto arcano:

—Pudiera ser que ya le tuviesen armada laratonera. ¿Qué impresiones ha sacado usted desu visita al General?

—Al General le inquieta la actitud delCuerpo Diplomático. Tiene la preocupación deno salirse de la legalidad, y eso a mi verjustifica la autorización para el mitin. O quizáslo que usted indicaba recién. ¡Una ratonera!...

—¿Y no le parece que sería un golpe demaestro? Pero acaso la preocupación que ustedha observado en el Presidente... Aquí tenemosal Vate Larrañaga. Acérquese, Vate...

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El Vate Larrañaga era un joven flaco,lampiño, macilento, guedeja romántica, chalinaflotante, anillos en las manos enlutadas: Unaexpresión dulce y novicia de alma apasionada:Se acercó con tímido saludo:

—Mero, mero, inició los discursos elLicenciado Sánchez Ocaña. Cortó el Director:

—¿Tiene usted las notas? Hágame el favor.Yo las veré y las mandaré a la imprenta. ¿Quéimpresión en el público?

—En la masa, un gran efecto. Algunaprotesta en la cazuela, pero se han impuesto losaplausos. El público es suyo.

Don Celes contemplaba las estrellas,humeando el veguero:

—Real y verdaderamente es un oradorelocuente el Licenciado Sánchez Ocaña? En lopoco que le tengo tratado, me ha parecido unamedianía.

El Vate sonrió tímidamente, esquivando suopinión. Don Nicolás Díaz del Rivero pasaba elfulgor de sus quevedos sobre las cuartillas. El

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Vate Larrañaga, encogido y silencioso,esperaba. El Director levantó la cabeza:

—Le falta a usted intención política.Nosotros no podemos decir que el públicopremió con una ovación la presencia delLicenciado Sánchez Ocaña. Puede ustedescribir: Los aplausos oficiosos de algunosamigos no lograron ocultar el fracaso de tandifusa pieza oratoria, que tuvo de todo, menosde ciceroniana. Es una redacción de elementalformulario. ¡Cada día es usted menosperiodista!

El Vate Larrañaga sonrió tímidamente:—¡Y temía haberme excedido en la censura!El Director repasaba las cuartillas:—Tuvo lugar, es un galicismo.Rectificó complaciente el Vate:—Tuvo verificativo.—No lo admite la Academia.Traía el viento un apagado oleaje de

clamores y aplausos. Lamentó Don Celes conhueca sonoridad:

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—La plebe en todas partes se alucina conmetáforas.

El Director-Propietario miró con gesto dereproche al sumiso noticiero:

—Pero esos aplausos? ¿Sabe usted quiénestá en el uso de la palabra?

—Posiblemente seguirá el Licenciado.—¡Y usted qué hace aquí? Vuélvase y

ayude al compañero. Vatecito, oiga: Una ideaque, si acertase a desenvolverla, le supondríaun éxito periodístico: Haga la reseña como si setratase de una función de circo, con lorosamaestrados. Acentúe la soflama. Comiencecon la más cumplida felicitación a la Empresade los Hermanos Harris.

Se infló Don Celes:—¡Ya apareció el periodista de raza!El Director declinó el elogio con arcano

fruncimiento de cejas y labio: Continuódirigiéndose al macilento Vatecito:

—¿Quién tiene de compañero?—Fray Mocho.

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—¡Que no se tome de bebida ese ganado!El Vate Larrañaga se encogió, inhibiéndose

con su apagada sonrisa:—Hasta lueguito.Tornaba el vuelo de los aplausos.

VII

Sobre el resplandor de las aceras, gritos devendedores ambulantes: Zigzag de nubioslimpiabotas: Bandejas tintineantes, que portanen alto los mozos de los bares americanos:Vistosa ondulación de niñas mulatas, con lavieja de rebocillo al flanco. Formas, sombras,luces se multiplican trenzándose, promoviendola caliginosa y alucinante vibración oriental queresumen el opio y la marihuana.

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El Circo HarrisLibro Segundo

I

El Circo Harris, entre ramajes y focosvoltaicos, abría su parasol de lona morena ydiáfana. Parejas de gendarmes decoraban conrítmicos paseos las iluminadas puertas, y loslacios bigotes, y las mandíbulas encuadradaspor las carrilleras, tenían el espavento decarátulas chinas. Grupos populares seestacionaban con rumorosa impaciencia por lasavenidas del Parque: Allí el mayoral de ponchoy machete, con el criollo del jarano platero, y elpelado de sabanil y el indio serrano. En elfondo, el diáfano parasol triangulaba suscandiles sobre el cielo verde de luceros.

II

El Vate Larrañaga, con revuelo de zopilote,negro y lacio, cruzó las aceradas filas de

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gendarmes y penetró bajo la cúpula de lona,estremecida por las salvas de aplausos. Aúncantaba su aria de tenor el Licenciado SánchezOcaña. El Vatecito, enjugándose la frente,deshecho el lazo de la china, tomó asiento, a lavera de su colega Fray Mocho: Un viejales conmugre de chupatintas, picado de viruelas ygran nariz colgante, que acogió al compañerocon una bocanada vinosa:

—¡Es una pieza oratoria!—¿Tomaste vos notas?—¡Qué va! Es torrencial.—¡Y no acaba!—La tomó de muy largo.

III

El orador desleía el boladillo en el vaso deagua: Cataba un sorbo: Hacía engalle: Se tirabade los almidonados puños:

—Las antiguas colonias españolas, paravolver a la ruta de su destino histórico, habránde escuchar las voces de las civilizaciones

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originarias de América. Sólo así dejaremosalgún día de ser una colonia espiritual del ViejoContinente. El Catolicismo y las corruptelasjurídicas cimentan toda la obra civilizadora dela latinidad en nuestra América. El Catolicismoy las corruptelas jurídicas son grilletes que nosmediatizan a una civilización en descrédito,egoísta y mendaz. Pero si renegamos de estaabyección jurídico religiosa, sea para forjar unnuevo vínculo, donde revivan nuestrastradiciones de comunismo milenario, en unfuturo pleno de solidaridad humana, el futuroque estremece con pánicos temblores decataclismo el vientre del mundo.

Apostilló una voz:—¡De tu madre!Se produjo súbito tumulto: Marejadas,

repelones, gritos y brazos por alto. Losgendarmes, sacaban a un cholo con la cabezaabierta de un garrotazo. El Licenciado SánchezOcaña, un poco pálido, con afectación teatral,sonreía removiendo la cucharilla en el vaso del

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agua. El Vatecito murmuró palpitante,inclinándose al oído de Fray Mocho:

—¡Quién tuviera una plumaindependiente! El patrón quiere una críticadespiadada...

Fray Mocho sacó del pecho un botellín y seagachó besando el gollete:

—¡Muy elocuente!—Es un oprobio tener vendida la

conciencia.—¡Qué va! Vos no vendés la conciencia.

Vendés la pluma, que no es lo mismo.—¡Por cochinos treinta pesos!—Son los fríjoles. No hay que ser poeta.

¿Querés vos soplar?—¿Qué es ello?—¡Chicha!—No me apetece.

IV

El orador sacaba los puños, lucía lasmancuernas, se acercaba a las luces del

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proscenio. Le acogió una salva de aplausos:Con saludo de tenor remontóse en su aria:

—El criollaje conserva todos los privilegios,todas las premáticas de las antiguas leyescoloniales. Los libertadores de la primera horano han podido destruirlas, y la raza indígena,como en los peores días del virreinato, sufre laesclavitud de la Encomienda. Nuestra Américase ha independizado de la tutela hispánica,pero no de sus prejuicios, que sellan con pactode fariseos, Derecho y Catolicismo. No se haintentado la redención de indio que,escarnecido, indefenso, trabaja en loslatifundios y en las minas, bajo el látigo delcapataz. Y esa obligación redentora debe sernuestra fe revolucionaria, ideal de justicia másfuerte que el sentimiento patriótico, porque esanhelo de solidaridad humana. El OcéanoPacífico, el mar de nuestros destinos raciales, ensus más apartados parajes, congrega lasmismas voces de fraternidad y de protesta. Lospueblos amarillos se despiertan, no para vengar

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agravios, sino para destruir la tiranía jurídicadel capitalismo, piedra angular de los caducosEstados Europeos. El Océano Pacíficoacompaña el ritmo de sus mareas con las vocesunánimes de las razas asiáticas y americanas,que en angustioso sueño de siglos, han gestadoel ideal de una nueva conciencia, heñida contales obligaciones, con tales sacrificios, con tanarduo y místico combate, que forzosamente seaparecerá delirio de brahamanes a la sórdidacivilización europea, mancillada con todas lasconcupiscencias y los egoísmos de la propiedadindividual. Los Estados Europeos, nacidos deguerras y dolos, no sienten la vergüenza de suhistoria, no silencian sus crímenes, norepugnan sus rapiñas sangrientas. Los EstadosEuropeos llevan la deshonestidad hasta elalarde orgulloso de sus felonías, hasta lajactancia de su cínica inmoralidad a través delos siglos. Y esta degradación se la muestrancomo timbre de gloria a los coros juveniles desus escuelas. Frente a nuestros ideales, la crítica

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de esos pueblos es la crítica del romano frente ala doctrina del Justo. Aquel obeso patricio,encorvado sobre el vomitorio, razonaba con lasmismas bascas. Dueño de esclavos, defendía supropiedad: Manchado con las heces de la gula ydel hartazgo, estructuraba la vida social y elgoce de sus riquezas sobre el postulado de laservidumbre: Cuadrillas de esclavos hacían lasiega de la mies: Cuadrillas de esclavos bajabanal fondo de la mina: Cuadrillas de esclavosremaban en el trirreme. La agricultura, laexplotación de los metales, el comercio del mar,no podrían existir sin el esclavo, razonaba elpatriciado de la antigua Roma. Y el hierro delamo en la carne del esclavo se convertía en unprecepto ético, inherente al bien público y a lasalud del Imperio. Nosotros, más querevolucionarios políticos, más que hombres deuna patria limitada y tangible, somoscatecúmenos de un credo religioso. Iluminadospor la luz de una nueva conciencia, nosreunirnos en la estrechez de este recinto, como

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los esclavos de las catacumbas, para crear unaPatria Universal. Queremos convertir elpeñasco del mundo en ara sidérea donde secelebre el culto de todas las cosas ordenadaspor el amor. El culto de la eterna armonía, quesólo puede alcanzarse por la igualdad entre loshombres. Demos a nuestras vidas el sentidofatal y desinteresado de las vidas estelares;liguémonos a un fin único de fraternidad,limpias las almas del egoísmo que engendra eltuyo y el mío, superados los círculos de laavaricia y del robo.

V

Nuevo tumulto. Una tropa de gachupines,jaquetona y cerril, gritaba en la pista:

—¡Atorrante!—¡Guarango!—¡Pelado!—¡Carente de plata!—¡Divorciado de la Ley!—¡Muera la turba revolucionaria!

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La gachupia enarbolaba gritos y garrotes alamparo de los gendarmes. En conciertoclandestino, alborotaban por la gradería losdisfrazados esbirros del Tirano. Arreciaba laescaramuza de mutuos dicterios:

—¡Atorrantes!—¡Muera la tiranía!—¡Macaneadores!—¡Pelados!—¡Carentes de plata!—¡Divorciados de la Ley!—¡Macaneadores!—¡Anárquicos!—¡Viva Generalito Banderas!—¡Muera la turba revolucionaria!Las graderías de indios ensabanados se

movían en oleadas:—¡Viva Don Roquito!—¡Viva el apóstol!—¡Muera la tiranía!—¡Muera el extranjero!Los gendarmes comenzaban a repartir

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sablazos. Cachizas de faroles, gritos, manos enalto, caras ensangrentadas. Convulsión de lucesapagándose. Rotura de la pista en ángulos.Visión cubista del Circo Harris.

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La oreja del zorroLibro Tercero

I

Tirano Banderas, con olisca de rata fisgona,abandonó la rueda de lisonjeros compadres yatravesó el claustro: Al Inspector de Policía,Coronel-Licenciado López de Salamanca,acabado de llegar, hizo seña con la mano, paraque le siguiese. Por el locutorio, adondeentraron todos, cruzó la momia siemprefisgando, y pasó a la celda donde solía tratarcon sus agentes secretos. En la puerta saludócon una cortesía de viejo cuáquero:

—Ilustre Don Celes, dispénseme no más uninstante. Señor Inspector, pase a recibirórdenes.

II

El Señor Inspector atravesó la estanciacambiando con unos y otros guiños, mamolas y

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leperadas en voz baja. El General Banderashabía entrado en la recámara, estaba entrando,se hallaba de espaldas, podía volverse, y todosse advertían presos en la acción de unaguiñolada dramática. El Coronel-LicenciadoLópez de Salamanca, Inspector de Policía,pasaba poco de los treinta años: Era hombreagudo, con letras universitarias y jocosoplaticar: Nieto de encomenderos españoles,arrastraba una herencia sentimental y absurdade orgullo y premáticas de casta. De esteheredado desprecio por el indio se nutre elmestizo criollaje dueño de la tierra, cuerpo denobleza llamado en aquellas RepúblicasPatriciado. El Coronel Inspector entró,recobrado en su máscara de personaje:

—A la orden, mi General.Tirano Banderas con un gesto le ordenó

que dejase abierta la puerta. Luego quedó ensilencio. Luego habló con escandido temoso decada palabra:

—Diga no más. ¿Se ha celebrado el mitote

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de las Juventudes? ¿Qué loros hablaron?—Abrió los discursos el Licenciado

Sánchez Ocaña. Muy revolucionario.—¿Con qué tópicos? Abrevie.—Redención del Indio. Comunismo

precolombiano. Marsellesa del mar Pacífico.Fraternidad de las razas amarillas. ¡Macanas!

—¿Qué otros loros?—No hubo espacio para más. Sobrevino la

consecuente boluca de gachupines y nacionales,dando lugar a la intervención de losgendarmes.

—¿Se han hecho arrestos?—A Don Roque, y algún otro, los he

mandado conducir a mi despacho, paratenerlos asegurados de las iras populares.

—Muy conveniente. Aun cuandoantagonistas en ideas, son sujetos ameritados yvidas que deben salvaguardarse. Si arreciase laira popular, déles alojamiento en Santa Mónica.No tema excederse. Mañana, si conviniese,pasaría yo en persona a sacarlos de la prisión y

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a satisfacerles con excusas personales yoficiales. Repito que no tema excederse. ¿Y quétenemos del Honorable Cuerpo Diplomático?¿Rememora el asunto que le tengo platicado,referente al Señor Ministro de España? Muyconviene que nos aseguremos con prendas.

—Esta misma tarde se ha realizado algúntrabajo.

—Obró diligente y le felicito. Expóngame lasituación.

—Se le ha dado luneta de sombra alguarango andaluz, entre buja y torero, al quedicen Currito Mi-Alma.

—Qué filiación tiene ese personaje?—Es el niño bonito que entra y sale como

perro faldero en la Legación de España. LaPrensa tiene hablado con cierto choteo.

El Tirano se recogió con un gesto austero:—Esas murmuraciones no me son plato

favorecido. Adelante.—Pues no más que a ese niño torero lo han

detenido esta tarde por hallarle culpado de

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escándalo público. Ofrecieron alguna duda susmanifestaciones, y se procedió a un registrodomiciliario.

—Sobreentendido. Adelante. ¿Resultadodel registro?

—Tengo hecho inventario en esta hoja.—Acérquese al candil y lea.El Coronel-Licenciado comenzó a leer un

poco gangoso, iniciando someramente el tonode las viejas beatas:

—Un paquete de cartas. Dos retratos condedicatoria. Un bastón con puño de oro ycifras. Una cigarrera con cifras y corona. Uncollar, dos brazaletes. Una peluca con rizosrubios, otra morena. Una caja de lunares. Dostrajes de señora. Alguna ropa interior de seda,con lazadas.

Tirano Banderas, recogido en un gestocuáquero, fulminó su excomunión:

—¡Aberraciones repugnantes!

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III

La ventana enrejada y abierta daba sobreun fondo de arcadas lunarias. Las sombras delos murciélagos agitaban con su triángulonegro la blancura nocturna de la ruina. ElCoronel-Licenciado, lentamente, con esaseriedad jovial que matiza los juegos de manos,se sacaba de los diversos bolsillos joyas,retratos y cartas, poniéndolo todo en hilera,sobre la mesa, a canto del Tirano:

—Las cartas son especialmenteinteresantes. Un caso patológico.

—Una sinvergüenzada. Señor Coronel,todo eso se archiva. La Madre Patria merece mimayor predilección, y por ese motivo tengo uninterés especial en que no se difame al Barón deBenicarlés: Usted va a proceder diligente paraque recobre su libertad el guarango. El SeñorMinistro de España, muy conveniente queconozca la ocurrencia. Pudiera suceder que consólo eso cayese en la cuenta del ridículo que

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hace tocando un pífano en la mojiganga delMinistro Inglés. ¿Qué noticias tiene ustedreferentes a la reunión del CuerpoDiplomático?

—Que ha sido aplazada.—Sentiría que se comprometiese

demasiado el Señor Ministro de España.—Ya rectificará, cuando el pollo le ponga al

corriente.Tirano Banderas movió la cabeza,

asintiendo: Tenía un reflejo de la lámpara sobreel marfil de la calavera y en los vidriosredondos de las antiparras: Miró su reloj, unacebolla de plata, y le dio cuerda con dos llaves:

—Don Celes nos iluminará en lo referente ala actitud del Señor Ministro. ¿Sabe usted si hapodido entrevistarle?

—Merito me platicaba del caso.—Señor Coronel, si no tiene cosa de mayor

urgencia que comunicarme, aplazaremos eldespacho. Será bien conocer el particular de loque nos trae Don Celestino Galindo. Así tenga

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a bien decirle que pase, y usted permanezca.IV

Don Celes Galindo, el ilustre gachupín,jugaba con el bastón y el sombrero mirando a lapuerta de la recámara: Su redondez pavona, enel fondo mal alumbrado del vasto locutorio,tenía esa actitud petulante y preocupada delcómico que entre bastidores espera su salida aescena. Al Coronel-Licenciado, que asomaba ytendía la mirada, hizo reclamo, agitando bastóny sombrero. Presentía su hora, y latrascendencia del papelón le rebosaba. ElCoronel-Licenciado levantó la voz, parando unojo burlón y compadre sobre los otrosasistentes:

—Mi señor Don Celeste, si tiene elbeneplácito.

Entró Don Celeste y le acogió con su ranciaceremonia el Tirano:

—Lamento la espera y le ruego muyencarecido que acepte mis justificaciones. No

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me atribuya indiferencia por saber susnovedades: ¿Entrevistó al Ministro?¿Platicaron?

Don Celes hizo un amplio gesto decontrariedad:

—He visto a Benicarlés: Hemosconferenciado sobre la política que debe seguiren estas Repúblicas la Madre Patria: Hemosquedado definitivamente distanciados.

Comentó ceremoniosa la momia:—Siento el contratiempo, y mucho más si

alguna culpa me afecta. Don Celes plegó ellabio y entornó el párpado, significando que elsuceso carecía de importancia:

—Para corroborar mis puntos de vista, hecambiado impresiones con algunaspersonalidades relevantes de la Colonia.

—Hábleme de su Excelencia el SeñorMinistro de España. ¿Cuáles son suscompromisos diplomáticos? ¿Por qué suactuación contraría a los intereses españolesaquí radicados? ¿No comprende que la

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capacitación del indígena es la ruina delestanciero? El estanciero se verá aquí con losmismos problemas agrarios que dejaplanteados en el propio país, y que susestadistas no saben resolver.

Don Celeste tuvo un gran gesto adulador yenfático:

—Benicarlés no es hombre para presentarsecon esa claridad y esa trascendencia lascuestiones.

—¿En qué argumentación sostiene sucriterio? Eso estimaría saber. —No argumenta.

—¿Cómo sustenta su opinión?—No la sustenta.—¿Algo dirá?—Su criterio es no desviarse en su

actuación de las vistas que adopte el CuerpoDiplomático. Le hice toda suerte de objeciones,llegué a significarle que se exponía a un serioconflicto con la Colonia. Que acaso se jugaba lacarrera. ¡Inútil! ¡Mis palabras han resbaladosobre su indiferencia! ¡Jugaba con el faldero!

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¡Me ha indignado!Tirano Banderas interrumpió con su falso y

escandido hablar ceremonioso:—Don Celes, venciendo su repugnancia,

aún tendrá usted que entrevistarse con el SeñorMinistro de España: Será conveniente queusted insista sobre los mismos tópicos, conalgunas indicaciones muy especializadas.Acaso logre apartarle de la perniciosainfluencia del Representante Británico. El SeñorInspector de Policía tiene noticia de quenuestras actuales dificultades obedecen a uncomplot de la Sociedad Evangélica de Londres.¿No es así, Señor Inspector?

—¡Indudablemente! La Humanidad queinvocan las milicias puritanas es un ente derazón, una logomaquia. El laborantismo inglés,para influenciar sobre los negocios de minas yfinanzas, comienza introduciendo la Biblia.

Meció la cabeza Don Celes:—Ya estoy al cabo.La momia se inclinó con rígida mesura,

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sesgando la plática:—Un español ameritado, no puede sustraer

su actuación cuando se trata de las buenasrelaciones entre la República y la PatriaEspañola. Hay a más un feo enredo policiaco.El Señor Inspector tiene la palabra.

El Señor Inspector, con aquel gesto de burlafúnebre, paró un ojo sobre Don Celes:

—Los principios humanitarios que invocanla Diplomacia, acaso tengan que supeditarse alas exigencias de la realidad palpitante. Rumióla momia:

—Y en última instancia, los intereses de losespañoles aquí radicados están en contra de laHumanidad. ¡No hay que fregarla! Losespañoles aquí radicados representan interesescontrarios. ¡Que lo entienda ese Señor Ministro!¡Que se capacite! Si le ve muy renuente,manifiéstele que obra en los archivos policiacosun atestado por verdaderas orgías romanas,donde un invertido simula el parto. Tiene lapalabra el Señor Inspector.

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Se consternó Don Celes. Y puso su rejón elCoronel-Licenciado:

—En ese simulacro, parece haber sidocomadrón el Señor Ministro de España.

Gemía Don Celes:—¡Estoy consternado!Tirano Banderas rasgó la boca con mueca

desdeñosa:—Por veces nos llegan puros atorrantes

representando a la Madre Patria.Suspiró Don Celes:—Veré al Barón.—Véale, y hágale entender que tenemos su

crédito en las manos. El Señor Ministrorecapacitará lo que hace. Hágale presente unsaludo muy fino de Santos Banderas.

El Tirano se inclinó, con aquel ademánmesurado y rígido de la figura de palo:

—La Diplomacia gusta de losaplazamientos, y de esa primera reunión nosaldrá nada. En fin, veremos lo que nos trae eldía de mañana. La República puede perecer en

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una guerra, pero jamás se rendirá ante unaimposición de las Potencias Extranjeras.

V

Tirano Banderas salió al claustro, yencorvado sobre una mesilla de campaña, sinsentarse, firmó, con rápido rasgueo, los edictosy sentencias que sacaba de un cartapacio elSecretario de Tribunales, Licenciado Carrillo.Sobre la cal de los muros, daban sus espantosmalas pinturas de martirios, purgatorios,catafalcos y demonios verdes. El Tirano,rubricado el último pliego, habló despacio, lamueca dolorosa y verde en la rasgada bocaindiana:

—¡Chac-chac! Señor Licenciadito, estamosen deuda con la vieja rabona del 7.° Ligero.Para rendirle justicia debidamente, se precisachicotear a un jefe del Ejército. ¡Punirlo como aun roto! ¡Y es un amigo de los más estimados!¡El macaneador de mi compadre Dominicanode la Gándara! ¡Ese bucanero, que dentro de un

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rato me llamará déspota, con el ojo torcido alcampo insurrecto! Chicotear a mi compadre, esponerle a caballo. Desamparar a la cholarabona, falsificar el designio que formulé aldarle la mano, se llama sumirse, fregarse.Licenciado, ¿cuál es su consejo?

—Patroncito, es un nudo gordiano.Tirano Banderas, rasgada la boca por la

verde mueca, se volvió al coro de comparsas:—Ustedes, amigos, no se destierren:

Arriéndense para dar su fallo. ¿Han entendidolo que platicaba con el Señor Licenciado? Bienconocen a mi compadre. ¡Muy buena reata ytodos le estimamos! Darle chicote como a unroto, es enfurecerle y ponerle en el rancho delos revolucionarios. ¿Se le pune, y deja libre yrencoroso? ¿Tirano Banderas —como dice elpueblo cabrón— debe ser prudente omagnánimo? Piénsenlo, amigos, que su dictadome interesa. Constitúyanse en tribunal, yresuelvan el caso con arreglo a conciencia.

Desplegando un catalejo de tres cuerpos

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reclinóse en la arcada que se abría sobre elborroso diseño del jardín, y se absorbió en lacontemplación del cielo.

VI

Los compadritos hacen rueda en el otrocabo, y apuntan distingos justipreciando aquelescrúpulo de conciencia, que como un hueso alos perros les arrojaba Tirano Banderas. ElLicenciado Carrillo se insinúa con la mueca dezorro propia del buen curial:

—¿Cuál será la idea del patrón?El Licenciado Nacho Veguillas, sesga la

boca y saca los ojos remedando el canto de larana:

—¡Cuá! ¡Cuá!Y le desprecia con un gesto, tirándose del

pirulo chivón de la barba, el Mayor Abilio delValle:

—¡No está el guitarrón para ser punteado!—¡Mayorcito del Valle, hay que fregarse!El Licenciado Carrillo no salía de su tema:

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—Preciso es adivinarle la idea al patrón, ydictaminar de acuerdo.

Nacho Veguillas hacía el tontomojiganguero:

—¡Cuá! ¡Cuá! Yo me guío por sus luces,Licenciadito.

Murmuró el Mayor del Valle:—Para acertarla, cada uno se ponga en el

caso.—¿Y puesto en el caso vos, Mayorcito?...—¿Entre qué términos, Licenciado?—Desmentirse con la vieja o chicotear

como a un roto al Coronelito de la Gándara.El Mayor Abilio del Valle, siempre a tirarse

del pirulo chivón, retrucó soflamero:—Tronar a Domiciano y después

chicotearle, es mi consejo.El Licenciado Nacho Veguillas sufrió un

acceso sentimental de pobre diablo:—El patroncito acaso mire la relación de

compadres, y pudiera la vinculación espiritualaplacar su rigorismo.

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El Licenciado Carrillo tendía la colapetulante:

—Mayorcito, de este nudo gordiano vosestate el Alejandro. Veguillas angustió la cara:

—¡Un escacho de botillería, no puede tenerpena de muerte! Yo salvo mi responsabilidad.No quiero que se me aparezca el espectro deDomiciano. ¿Vos conocés la obra querepresentó anoche Pepe Valero? Fernando elEmplazado. ¡Ché! Es un caso de la historia deEspaña.

—Ya no pasan esos casos.—Todos los días, Mayorcito.—No los conozco.—Permanecen inéditos, porque los

emplazados no son testas coronadas.—¿El mal de ojo? No creo en ello.—Yo he conocido a un sujeto que perdía

siempre en el juego si no tenía en la mano elcigarro apagado.

El Licenciado Carrillo aguzaba la sonrisa:—Me permito llamarles al asunto.

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Sospecho que hay otra acusación contra elCoronel de la Gándara. Siempre ha sido pocode fiar ese amigo y andaba estos tiempos muybruja, y acaso buscó remediarse de plata en lamontonera revolucionaria.

Se confundieron las voces en un susurro:—No es un secreto que conspiraba.—Pues le debe cuanto es al patroncito.—Como todos nosotros.—Soy el primero en reconocer esa deuda

sagrada.—Con menos que la vida, yo no le pago a

Don Santos.—Domiciano le ha correspondido con la

más negra ingratitud.Puestos de acuerdo, ofreció la petaca el

Mayor del Valle.VII

El Tirano corría por el cielo el campo de sucatalejo: Tenía blanca de luna la calavera:

—Cinco fechas para que sea visible el

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cometa que anuncian los astrónomos europeos.Acontecimiento celeste, del que no tendríamosnoticia, a no ser por los sabios de fuera.Posiblemente, en los espacios sidéreos tampocosaben nada de nuestras revoluciones. Estamosparejos. Sin embargo, nuestro atraso científicoes manifiesto. Licenciadito Veguillas, redactaráusted un decreto para dotar con un buentelescopio a la Escuela Náutica y Astronómica.

El Licenciadito Nacho Veguillas,finchándose en el pando compás de las zancas,sacó el pecho y tendió el brazo en arenga:

—¡Mirar por la cultura es hacer patria!El Tirano pagó la cordialidad avinada del

pobre diablo con un gesto de calaverahumorística, mientras volvía a recorrer con suanteojo el cielo nocturno. Y los cocuyosencendían su danza de luces en la borrosa ylunaria geometría del jardín.

VIII

Torva, esquiva, aguzados los ojos como

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montés alimaña, penetró, dando gritos, unamujer encamisada y pelona. Por la sala pasó unsilencio, los coloquios quedaron en el aire.Tirano Banderas, tras una espantada, se recobróbatiendo el pie con ira y denuesto. Temerososdel castigo, se arrestaron en la puerta larecamarera y el mucamo, que acudían a lacaptura de la encamisada. Fulminó el Tirano:

—¡Chingada, guarda tenés de la niña! ¡Hide tal, la tenés bien guardada!

Las dos figuras parejas se recogían,susurrantes en el umbral de la puerta. Eran,sobre el hueco profundo de sombra, oscurosbultos de borroso realce. Tirano Banderas seacercó a la encamisada, que con el gestoobstinado de los locos, hundía las uñas en lagreña y se agazapaba en un rincón, aullando:

—Manolita, vos serés bien mandada.Andate no más para la recámara.

Aquella pelona encamisada era la hija deTirano Banderas: Joven, lozana, de pulidobronce, casi una niña, con la expresión inmóvil,

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sellaba un enigma cruel su máscara de ídolo:Huidiza y doblada, se recogió al amparo de larecamarera y el mucamo, arrestados en lapuerta. Se la llevaron con amonestaciones, y enla oscuridad se perdieron. Tirano Banderas, conun monólogo tartajoso, comenzó a dar paseos:Al cabo, resolviéndose, hizo una cortesía deestantigua, y comenzó a subir la escalera:

—Al macaneador de mi compadre, seráprudente arrestarlo esta noche, Mayor delValle.

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NOCHE DE FARRATERCERA PARTELa Recámara Verde

Libro Primero

I

¡Famosas aquellas ferias de Santos yDifuntos! La Plaza de Armas, Monotombo,Arquillo de Madres, eran zoco de boliches ypulperías, ruletas y naipes. Corre la chusma alos anuncios de toro candil en los portalitos dePenitentes: Corren las rondas de burlonesapagando las luminarias, al procuro de hacermás vistoso el candil del bulto toreado. Quiebrael oscuro en el vasto cielo, la luna chocarrera ycacareante: Ahúman las candilejas de petróleopor las embocaduras de tutilimundis, tingladosy barracas: Los ciegos de guitarrón cantan enlos corros de pelados. El criollaje ranchero —poncho, facón, jarano— se estaciona al ruedode las mesas con tableros de azares y suertes

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fulleras. Circula en racimos la plebe cobriza,greñuda, descalza, y por las escalerillas de lasiglesias, indios alfareros venden esquilones debarro con círculos y palotes de pinturasestentóreas y dramáticas. Beatas y chamacosmercan los fúnebres barros, de tañido tan tristeque recuerdan la tena y el caso del fraileperuano. A cada vuelta saltan risas y bravatas.En los portalitos, por las pulperías de cholos ylepes, la guitarra rasguea los corridos demilagros y ladrones:

Era DiegoPedernales,de buenageneración.

II

El Congal de Cucarachita encendíafarolillos de colores en el azoguejo, y luces dedifuntos en la Recámara Verde. Son consorciosque aparejan las ferias. Lupita la Romántica,

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con bata de lazos y el moño colgante, suspirabacaída en el sueño magnético, bajo la mirada ylos pases del Doctor Polaco: Alentaba rendida yvencida, con suspiros de erótico tránsito:

—¡Ay!—Responda la Señorita Médium.—¡Ay! Alumbrándose sube por una

escalera muy grande... No puedo. Ya no está...Se me ha desvanecido.

—Siga usted hasta encontrarle, Señorita.—Entra por una puerta donde hay un

centinela.¿Habla con él?—Sí. Ahora no puedo verle. No puedo...

¡Ay!—Procure situarse, Señorita Médium.—No puedo.—Yo lo mando.—¡Ay!—Sitúese. ¿Qué ve en torno suyo?—¡Ay! Las estrellas grandes como lunas

pasan corriendo por el cielo.

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—¿Ha dejado el plano terrestre?—No sé.—Sí, lo sabe. Responda. ¿Dónde se sitúa?—¡Estoy muerta!—Voy a resucitarla, Señorita Médium.El farandul le puso en la frente la piedra de

un anillo. Después fueron los pases de manos yel soplar sobre los párpados de la daifadurmiente:

—Señorita Médium, va usted a despertarsecontenta y sin dolor de cabeza. Muy despejada,y contenta, sin ninguna impresión dolorosa.

Hablaba de rutina, con el murmulloapacible del clérigo que reza su misa diaria.Gritaba en el corredor la Madrota, y en elazoguejo, donde era el mitote de danza,aguardiente y parcheo, metía bulla delCoronelito Domiciano de la Gándara.

III

El Coronelito Domiciano de la Gándaratempla el guitarrón: Camisa y calzones, por

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aberturas coincidentes, muestran el vientrerotundo y risueño de dios tibetano: En los piesdesnudos arrastra chancletas, y se toca con unjaranillo mambís, que al revirón descubre elrojo de un pañuelo y la oreja con arete: El ojoguiñate, la mano en los trastes, platica leperóncon las manflotas en cabellos y bata escotada:Era negrote, membrudo, rizoso, vestido consudada guayabera y calzones mamelucos,sujetos por un cincho con gran broche de plata:Los torpes conceptos venustos, celebra con risasaturnal y vinaria. Niño Domiciano nuncaestaba sin cuatro candiles, y como arrastraba suvida por bochinches y congales, era propenso alas tremolinas y escandaloso al final de lasfarras. Las niñas del pecado, desmadejadas ydesdeñosas, recogían el bulle-bulle en el vaivénde las mecedoras: El rojo de los cigarros lasseñalaba en sus lugares. El Coronelito, dando elúltimo tiento a los trastes, escupe y rasgueacantando por burlas el corrido que rueda estostiempos, de Diego Pedernales. La sombra de la

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mano, con el reflejo de las tumbagas, ponerasgueo de luces en el rasgueo de la guitarra:

Preso le llevan losguardias,sobre caballo pelón,que en los Ranchosde Valdiviale tomaron atraición.Celos de niñarancherahicieron la delación.

IV

Tecleaba un piano hipocondríaco, en la salaque nombraban Sala de la Recámara Verde.Como el mitote era en el patio, la salaagrandábase alumbrada y vacía, con las rejasabiertas sobre el azoguejo y el viento en lasmuselinas de los vidrios. El Ciego Velones,nombre de burlas, arañaba lívidas escalas,acompañando el canto a una chicuela

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consumida, tristeza, desgarbo, fealdad dehospiciana. En el arrimo de la reja, hacíanduelo, por la contraria suerte en los albures,dos peponas amulatadas: El barro melado desus facciones se depuraba con una dulzura delíneas y tintas en el ébano de las cabezaspimpantes de peines y moñetes, un dramaoriental de lacres y verdes. El Ciego Velonestecleaba el piano sin luces, un piano lechuzoque se pasaba los días enfundado de bayetanegra. Cantaba la chicuela, tirantes las cuerdasdel triste descote, inmóvil la cara de niñamuerta, el fúnebre resplandor de la bandejilladel petitorio sobre el pecho:

—¡No me matestraidora ilusión!¡Es tu imagen en mipensamientouna hoguera decasta pasión!

La voz lívida, en la lívida iluminación de la

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sala desierta, se desgarraba en una alturainverosímil:

—¡Una hoguera decasta pasión!

Algunas parejas bailaban en el azoguejo,mecidas por el ritmo del danzón: Perezosas ylánguidas, pasaban con las mejillas juntas pordelante de las rejas. El Coronelito, más brujaque un roto, acompañaba con una cuerda en elguitarrón la voz en un trémolo:

—¡No me mates,traidora ilusión!

V

La cortina abomba su raso verde en el arcode la recámara: Brilla en el fondo, sobre elespejo, la pomposa cama del trato y por vecestodo se tambalea en un guiño del altarete.Suspiraba Lupita:

—¡Animas del Purgatorio! ¡No más, y quésueño se me ha puesto! ¡La cabeza se me parte!

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La tranquilizó el farandul:—Eso se pasa pronto.—¡Cuando yo vuelva a consentir que usted

me enajene, van a tener pelos las tortugas!El Doctor Polaco, desviando la plática,

felicitó a la daifa con ceremonia de farandul:—Es usted un caso muy interesante de

metempsicosis. Yo no tendría inconveniente enasegurarle a usted contrata para un teatro deBerlín. Usted podría ser un caso de los máscélebres. ¡Esta experiencia ha sido muyinteresante!

La daifa se oprimía las sienes, metiendo losdedos con luces de pedrería por los bandósendrinos del peinado:

—¡Para toda la noche tengo ya jaqueca!—Una taza de café será lo bastante...

Disuelve usted en la taza una perla de éter, y sehallará prontamente tonificada, para poderintentar otra experiencia.

—¡Una y no más!—¿No se animaría usted a presentarse en

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público? Sometida a una dirección inteligente,pronto tendría usted renombre para actuar enun teatro de Nueva York. Yo le garanto a ustedun tanto por ciento. Usted, antes de un año,puede presentarse con diplomas de las másacreditadas Academias de Europa. ElCoronelito me ha tenido conversación de sucaso, pero muy lejano, que ofreciese tantointerés para la ciencia. ¡Muy lejano! Usted sedebe al estudio de los iniciados en los misteriosdel magnetismo.

—¡Con una cartera llena de papel, aun nocegaba! ¡A pique de quedar muerta en unaexperiencia!

—Ese riesgo no existe cuando se procedecientíficamente.

—La rubia que a usted acompañabapasados tiempos, se corrió que había muerto enun teatro.

—¿Y que yo estaba preso? Esa calumnia espatente. Yo no estoy preso.

—Habrá usted limado las rejas de la cárcel.

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—¿Me cree usted con poder para tanto?—¿No es usted brujo?—El estudio de los fenómenos magnéticos

no puede ser calificado de brujería. ¿Usted seencuentra libre ya del malestar cefálico?

—Sí, parece que se me pasa.Gritaba en el corredor la Madrota:—Lupita, que te solicitan.—¿Quién es?—Un amigo. ¡No pasmes!—¡Voy! De hallarme menos carente, esta

noche la guardaba por devoción de lasBenditas.

—Lupita, puede usted obtener un sucesopúblico en un escenario.

—¡Me da mucho miedo!Salió de la recámara con bulle-bulle de

faldas, seguida del Doctor Polaco. Aquel tunonigromante, con una barraca en la feria, eramuy admirado en el Congal de Cucarachita.

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Luces de ánimasLibro Segundo

I

—En borrico de justiciale sacan con un pregón,hizo mamola al verdugoal revestirle el jopón,y al Cristo que le presentan,una seña de masón.

En la Recámara Verde, iluminada conaltarete de luces aceiteras y cerillos, atendía,apagando una cuchicheo, la pareja encueradadel pecado. Llegaba el romance prendido alson de la guitarra. En el altarete, lasmariposas de aceite cuchicheaban y losamantes en el cabezal. La daifa:

—¡Era bien ruin!El coime:—¡Ateo!

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—En la noche de hoy, ese canto deverdugos y ajusticiados, parece más negro queun catafalco.

—¡Vida alegre, muerte triste!—¡Abrenuncio! ¡Qué voz de corneja

sacaste! Veguillas, tú, vista la hora final,¿confesarías como cristiano?

—¡Yo no niego la vida del alma!—¡Nachito, somos espíritu y materia!

¡Donde me ves con estas carnes, pues unaromántica! De no haber estado tan bruja,hubiera guardado este día. ¡Pero es mucho elempeño con el ama! Nachito, ¿tú sabes depersona viviente que no tenga sus muertos?Los hospicianos, y aun ésos porque no lesconocen. Este aniversario merecía ser de losmás guardados: ¡Trae muchos recuerdos! Tú, sifueses propiamente romántico, ahora tenías unescrúpulo: Me pagabas el estipendio y tecaminabas.

—¿Y caminarme sin aflojar la plata?—También. ¡Yo soy muy romántica! Yo te

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digo que de no hallarme tan en deuda con laMadrota...

—¿Quieres que yo te cancele el crédito?—Pon eso claro.—¿Si quieres que yo te pague la deuda?—No me veas chuela, Nachito.—¿Debes mucho?—¡Treinta Manfredos! ¡Me niega quince

que le entregué por las Flores de Mayo! ¡Comotú te hicieses cargo de la deuda y me pusiesesen un pupilaje, ibas a ver una fiel esclava!

—¡Siento no ser negrero!La daifa quedóse abstraída mirando las

luces de sus falsos anillos. Hacía memoria. Porla boca pintada corría un rezo:

Esta conversación pasó otra vez de lamisma manera: ¿Te acuerdas, Veguillas? Pasócon iguales palabras y prosopopeyas.

La moza del pecado, entrándose en símisma, quedó abismada, siempre los ojos en laspiedras de sus anillos.

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II

Percibíase embullangado el guitarro, elcanto y la zarabanda de risas, chapines ypalmas con que jaleaban las del trato. Gritos,carrerillas y cierre de puertas. Acezo y pisadasen el corredor. Los artejos y la voz de laTaracena:

—¡El cerrojo! Horita vos va con una coplaDomiciano. El cerrojo, si no lo tenéis corrido,que ya le entró la tema de escandalizar por lasrecámaras.

Siempre abismada en la fábula de susmanos, suspiró la romántica:

—¡Domiciano toma la vida como la vida semerece!

—¿Y el despertar?—¡Ave María! ¿Esta misma plática no la

tuvimos hace un instante? Veguillas, ¿cuándofueron aquellos pronósticos tuyos, del mal finque tendría el Coronelito de la Gándara?

Gritó Veguillas:

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—¡Ese secreto jamás ha salido de mislabios!

—¡Ya me haces dudar! ¡Patillas tomó tufigura en aquel momento, Nachito!

—Lupita, no seas visionaria.Venía por el corredor, acreciéndose, la

bulla de copla y guitarra, soflamas y palmas.Cantaba el valedor un aire de los llaneros:

—LicenciaditoVeguillas,saca del brazo a tudama parabeber una copaa la salud de lasAnimas.

—¡Santísimo Dios! ¡Esta misma letra se hacantado otra vez estando como ahora,acostados en la cama!

Nacho Veguillas, entre humorístico yasustadizo, azotó las nalgas de la moza, congran estallo:

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—¡Lupita, que te pasas de romántica!—¡No me pongas en confusión, Veguillas!—Si me estás viendo chuela toda la noche.Tornaba la copla y el rasgueo, a la puerta

de la recámara. Oscilaba el altarete de luces ycruces. Susurró la del trato:

—Nacho Veguillas, ¿llevas buena relacióncon el Coronel Gandarita?

—¡Amigos entrañables!—¿Por qué no le das aviso para que se

ponga en salvo?—¿Pues qué sabes tú?—¿No hablamos antes?—¡No!—¿Lo juras, Nachito?—¡Jurado!—¿Qué nada hablamos? ¡Pues lo habrás

tenido en el pensamiento!Nacho Veguillas, sacando los ojos a flor de

la cara, saltó en el alfombrín con las dos manossobre las vergüenzas:

—¡Lupita, tú tienes comercio con los

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espíritus!—¡Calla!—¡Responde!—¡Me confundes! ¿Dices que nada hemos

hablado del fin que le espera al Coronel de laGándara?

Batían en la puerta, y otra vez renovábasela bulla, con el tema de copla y guitarro:

—Levántate,valedor, yvístete los calzones,parajugarnos la plata enlosalbures pelones.

Abrióse la puerta de un puntapié, yrascando el guitarrillo que apoya en el vientrerotundo, apareció el Coronelito. NachoVeguillas, con alegre transporte de botarate,saltó de cucas, remedando el cantar de la rana:

—¡Cuá! ¡Cuá!

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III

El Congal, con luminarias de verbena,juntaba en el patio mitote de naipe, aguardientey buñuelo. Tenía el naipe al salir un interésfatigado: Menguaban las puestas, se encogíansobre el tapete, bajo el reflejo amarillo delcandil, al aire contrario del naipe. Viendo eldinero tan receloso, para darle ánimo, trajoaguardiente de caña y chicha la Taracena.Nacho Veguillas, muy festejado, a medio vestir,suelto el chaleco, un tirante por rabo, saltabamimando el dúo del sapo y la rana. La músicaclásica, que, cuando esparcía su ánimo sombrío,gustaba de oír Tirano Banderas. Nachito, conuna lágrima de artista ambulante, recibía lasfelicitaciones, estrechaba las manos, setambaleaba en épicos abrazos. El DoctorPolaco, celoso de aquellos triunfos, en un corrode niñas, disertaba, accionando con el libro delos naipes abierto en abanico. Atentas lasmanflotas, cerraban un círculo de ojeras y lazos,

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con meloso cuchicheo tropical. La chamacafúnebre pasaba la bandejilla del petitorio,estirando el triste descote, mustia y resignada,horrible en su corpiño de muselinas azules,lívidos lujos de hambre. Nachito la perseguíaen cuclillas con gran algazara:

—¡Cuá! ¡Cuá!IV

Con las luces del alba la mustia pareja delciego lechuzo y la chica amortajada, escurríasepor el Arquillo de las Madres Portuguesas. Seapagaban las luminarias. En los Portalitosquedaba un rezago de ferias: El tiovivo daba suúltima vuelta en una gran boqueada decandilejas. El ciego lechuzo y la chicaamortajada llevan fosco rosmar, claveteadoentre las cuatro pisadas:

—¡Tiempos más fregados no los heconocido!

Habló la chica sin mudar el gesto deultratumba:

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—¡Donde otras ferias!Sacudió la cabeza el lechuzo:—Cucarachita no renueva el mujerío, y así

no se sostiene un negocio. ¿Qué tal mujer laPanameña? ¿Tiene partido?

—Poco partido tiene para ser nueva. ¡Estámochales!

—¿Qué viene a ser eso?—¡Modo que tiene una chica que llaman la

Malagueña! Con ello significa los trastornos.—No tomes el hablar de esas mujeres.La amortajada puso los tristes ojos en una

estrella:—¿Se me notaba que estuviese ronca?—No más que al atacar las primeras notas.

La pasión de esta noche es de una verdaderaartista. Sin cariño de padre, creo que hubiesestenido un triunfo en una sala de conciertos: Nome mates, traidora ilusión. ¡Ahí has rayado muyalto! Hija mía, es preciso que cantes pronto enun teatro, y me redimas de esta situaciónprecaria. Yo puedo dirigir una orquesta.

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—¿Ciego?—¡Operándome las cataratas!—¡Ay mi viejo, cómo soñamos!—¿No saldremos, alguna vez de esta

pesadumbre?—¡Quién sabe!—¿Dudas?—No digo nada.—Tú no conoces otra vida, y te conformas.—¡Vos tampoco la conocés, taitita!—La he visto en otros, y comprendo lo que

sea.—Yo, puesta a envidiar, no envidiaría

riquezas.—Pues ¿qué envidiarías?—¡Ser pájaro! Cantar en una rama.—No sabes lo que hablas.—Ya hemos llegado.En el portal dormía el indio con su india,

cubiertos los dos por una frazada. La chicafúnebre y el ciego lechuzo pasaronperfilándose. El esquilón de las monjas doblaba

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por las Ánimas.V

Nacho Veguillas también tenía el vinosentimental de boca babosa y ojos tiernos.Ahora, con la cabeza sobre el regazo de la daifa,canta su aria en la Recámara Verde:

—¡Dame tu amor, lirio caído en el fango!Ensoñó la manflota:—¡Canela! ¡Y decís vos que no sos

romántico!—¡Ángel puro de amor, que amor inspira!

¡Yo te sacaré del abismo y redimiré tu almavirginal! ¡Taracena! ¡Taracena!

—¡No armés escándalo, Nachito! Dejá vosal ama, que no está para tus fregados.

Y le ponía los anillos sobre la boca vinaria.Nachito se incorporó:

—¡Taracena! ¡Yo pago el débito de estaazucena, caída en el barro vil de tu comercio!

—¡Calla! ¡No faltés!Nachito, llorona la alcuza de la nariz, se

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volvía a la niña del trato:—¡Calma mi sed de ideal, ángel que tienes

rotas las alas! ¡Posa tu mano en mi frente, queen un mar de lava ardiente mi cerebro sientoarder!

—¿Cuándo fue que oí esas mismasmúsicas? ¡Nachito, aquí se dijeron esas mismaspalabras!

Nachito se sintió celoso:—¡Algún cabrón!—O no se habrán dicho... Esta noche se me

figura que ya pasó todo cuanto pasa. ¡Son lasBenditas!... ¡Es ilusión ésta de que todo pasóantes de pasar!

—¡Yo te llamaba en mis solitarios sueños!¡El imán de tu mirada penetra en mí! ¡Bésame,mujer!

—Nachito, no seás sonso y déjame rezareste toque de Ánimas.

—¡Bésame, Jarifa! ¡Bésame, impúdica,inocente! ¡Dame un ósculo casto y virginal!¡Caminaba solo por el desierto de la vida, y se

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me aparece un oasis de amor, donde reposar lafrente!

Nachito sollozaba, y la del trato, paraconsolarle, le dio un beso de folletín romántico,apretándole a la boa el corazón de su bocapintada:

—¡Eres sonso!VI

Tembló el altarete de Ánimas: El aleteo deun reflejo desquicié los muros de la RecámaraVerde: Se abrió la puerta y entró sin ceremoniael Coronelito de la Gándara. Veguillas volvió lanariz de alcuza y puso el ojo de carnero:

—¡Domiciano, no profanes el idilio de dosalmas!

—Licenciadito, te recomiendo el amoniaco.Mírame a mí, limpio de vapores. Guadalupe,¿qué haces sin darle el agua bendita?

El Coronelito de la Gándara, al pisar,infundía un temblor en la luminaria de Animas:La fanfarria irreverente de sus espuelas plateras

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ponía al guiño del altarete un sinfónico fondoherético: Advertíase señalada mudanza en lapersona y arreo del Coronelito: Traía el calzónrecogido en botas jinetas, el cinto ajustado y elmachete al flanco, viva aún la rasura de labarba, y el mechón endrino de la frente peinadoy brillante:

—Veguillas, hermano, préstame veintesoles, que bien te pintó el juego. Mañana teserán reintegrados.

—¡Mañana!Nachito, tras la palabra que se desvanece

en la verdosa penumbra, queda suspenso sincerrar la boca. Oíase el doble de una remotacampana. Las luces del altarete tenían unescalofrío aterrorizado. La manflora en camisarosa —morena prieta— se santiguaba entre lascortinas. Y era siempre sobre su tema elCoronelito de la Gándara:

—Mañana. ¡Y si no, cuando me entierren!Nachito estalló en un sollozo:—Siempre va con nosotros la muerte.

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Domiciano, recobra el juicio; la plata, de nadate remedia.

Por entre cortinas salía la daifa,abrochándose el corsé, los dos pechos fuera,tirantes las medias, altas las ligas rosadas:

—¡Domiciano, ponte en salvo! Este pendejono te lo dice, pero él sabe que estás en las listasde Tirano Banderas.

El Coronelito aseguró los ojos sobreVeguillas. Y Veguillas, con los brazos abiertos,gritó consternado:

—¡Ángel funesto! ¡Sierpe biomagnética!Con tus besos embriagadores me sorbiste elpensamiento.

El Coronelito, de un salto estaba en lapuerta, atento a mirar y escuchar: Cerró, ycorrida la aldaba, abierto el compás de laspiernas, tiró de machete:

Trae la palangana, Lupita. Vamos a ponerleuna sangría a este doctorcito de guagua.

Se interpuso la daifa en corsé:—Ten juicio, Domiciano. Antes que con él

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toques, a mí me traspasas. ¿Qué pretendes?¿Qué haces ya aquí sofregado? ¿Corres peligro?¡Pues ponte en salvo!

Se tiró de los bigotes con sorna elCoronelito de la Gándara:

—¿Quién me vende, Veguillas? ¿Qué meamenaza? Si horita mismo no lo declaras, tedoy pasaporte con las Benditas. ¡Luego, luego,ponlo todo de manifiesto!

Veguillas, arrimado a la pared, se metía loscalzones, torcido y compungido. Le temblabanlas manos. Gimió turulato:

—Hermano, te delata la vieja rabona quetiene su mesilla en el jueguecito de la rana. ¡Ésate delata!

—¡Puta madre!—Te ha perdido la mala costumbre de

hacer cachizas, apenas te pones trompeto.—¡Me ha de servir para un tambor esa

cuera vieja!—Niño Santos le ha dado la mano con

promesa de chicotearte.

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Apremiaba la daifa:—¡No pierdas tiempo, Domiciano!—¡Calla, Lupita! Este amigo entrañable,

luego, luego, me va a decir por qué tribunalestoy sentenciado.

Gimió Veguillas:—¡Domiciano, no la chingues, que no eres

súbdito extranjero!VII

El Coronelito relampagueaba el machetesobre las cabezas: La daifa, en camisa rosa,apretaba los ojos y aspaba los brazos: Veguillasera todo un temblor arrimado a la pared, enfaldetas y con los calzones en la mano: ElCoronelito se los arrancó:

¡Me chingo en las bragas! ¿Cuál es misentencia?

Nachito se encogía con la nariz de alcuzaen el ombligo:

¡Hermano, no más me preguntes! Cadapalabra es una bala... ¡Me estoy suicidando! La

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sentencia que tú no cumplas vendrá sobre micabeza.

—¿Cuál es mi sentencia? ¿Quién la hadictado?

Desesperábase la manflota, de rodillas antelas luces de Ánimas:

—¡Ponte en salvo! ¡Si no lo haces, aquímismo te prende el Mayorcito del Valle!

Nachito acabó de empavorizarse:—¡Mujer infausta!Se ovillaba cubriéndose hasta los pies con

las faldas de la camisa. El Coronelito lesuspendió por los pelos: Veguillas, con lacamisa sobre el ombligo, agitaba los brazos.Rugía el Coronelito:

—¿El Mayor del Valle tiene la orden dearrestarme? Responde. Veguillas sacó lalengua:

—¡Me he suicidado!

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Guiñol dramáticoLibro Tercero

I

¡Fue como truco de melodrama! ElCoronelito, en el instante de pisar la calle, havisto los fusiles de una patrulla por el Arquillode las Portuguesas. El Mayor del Valle viene aprenderle. El peligro le da un alerta violento enel pecho: Pronto y advertido, se aplasta entierra y a gatas cruza la calle: Por la puerta queentreabre un indio medio desnudo, lleno elpecho de escapularios, ya se mete. Veguillas lesigue arrastrado en un círculo de fatalidadesabsurdas: El Coronelito, acarrerado escaleraarriba, se curva como el jinete sobre la montura.Nachito, que hocica sobre los escalones, recibeen la frente el resplandor de las espuelas. Bajola claraboya del sotabanco, en la primerapuerta, está pulsando el Coronelito. Abre unamucama que tiene la escoba: En un traspiés,espantada y aspada, ve a los dos fugitivos

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meterse por el corredor: Prorrumpe en gritos,pero las luces de un puñal que ciega los ojos, lalengua le enfrenan.

Al final del corredor está la recámara de unestudiante. El joven, pálido de lecturas, quemedita sobre los libros abiertos, de codos en lamesa. Humea la lámpara. La ventana estáabierta sobre la última estrella. El Coronelito, alentrar, pregunta y señala:

—¿Adónde cae?El estudiante vuelve a la ventana su perfil

lívido de sorpresa dramática. El Coronelito, sinesperar otra respuesta, salta sobre el alféizar, ygrita con humor travieso:

—¡Ándele, pendejo!Nachito se consterna:—¡Su madre!

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—¡Jip!El Coronelito, con una brama, echa el

cuerpo fuera. Va por el aire. Cae en un tejadillo.Quiebra muchas tejas. Escapa gateando. ANachito, que asoma timorato la alcuza llorona,se le arruga completamente la cara:

—¡Hay que ser gato!III

Y por las recámaras del Congal fulgura sucharrasco el Mayor del Valle: Seguido dealgunos soldados entra y sale, sonando lascharras espuelas: A su vera, jaleando elnalgario, con ahogo y ponderaciones, zapatobajo y una flor en la oreja, la Madrota:

—¡Patroncito, soy gaditana y no miento!¡Mi palabra es la del Rey de España! ¡ElCoronel Gandarita no hace un bostezo que dijo:"¡Me voy!" ¡Visto y no visto! ¡Horitita! ¡Si no setropezaron fue milagro! ¡Apenas llevaría trespasos, cuando ya estaban en la puerta lossoldados!

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—¿No dijo adónde se caminaba?—¡Iba muy trueno! Si algún bochinche no

le tienta, buscará la cama.El Mayor miró de través a la tía cherinola y

llamó al sargento:Vas a registrar la casa. Cucarachita, si te

descubro el contrabando te caen cien palos.—Niño, no me encontrarás nada.La Madrota sonaba las llaves. El Mayor,

contrariado, se mesaba la barba chivona, y en laespera, haciendo piernas entróse por la Sala dela Recámara Verde. El susto y el grito, la carrerafurtiva, un rosario de léperos textos,concertaban toda la vida del Congal, en la luzcenicienta del alba. Lupita, taconeando, surgióen el arco de la verde recámara, un lunar nuevoen la mejilla: Por el pintado corazón de la bocavertía el humo del cigarro:

—¡Abilio, estás de mi gusto!—Me mandé mudar.—Oye, ¿y tú piensas que se oculta aquí

Domiciano? ¡Poco faltó para que le armases la

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ratonera! ¡Ahora, échale perros!IV

Y Nachito Veguillas aún exprime su gestoturulato frente a la ventana del estudiante. Eltiempo parece haber prolongado todas lasacciones, suspensas absurdamente en el ápicede un instante, estupefactas, cristalizadas,nítidas, inverosímiles como sucede bajo lainfluencia de la marihuana. El estudiante, entresus libros, tras de la mesa, despeinado,insomne, mira atónito: A Nachito tiene delante,abierta la boca y las manos en las orejas:

—¡Me he suicidado!El estudiante cada vez parece más muerto:—¿Usted es un fugado de Santa Mónica?Nachito se frota los ojos:—Viene a ser como un viceversa... Yo,

amigo, de nadie escapo. Aquí me estoy.Míreme usted, amigo. Yo no escapo... Escapa elculpado. No soy más que un acompañante... Sime pregunta usted por qué tengo entrado aquí,

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me será difícil responderle. ¿Acaso sé dóndeme encuentro? Subí por impulso ciego, en elarrebato de ese otro que usted ha visto. Mipalabra le doy. Un caso que yo mismo nocomprendo. ¡Biomagnetismo!

El estudiante le mira perplejo sin descifrarel enredo de pesadilla donde fulgura el rostrode aquel que escapó por la lívida ventana,abierta toda la noche con la perseverancia delas cosas inertes, en espera de que se cumplaaquella contingencia de melodrama. Nachitosolloza, efusivo y cobarde:

—Aquí estoy, noble joven. Solamente pidopara serenarme un trago de agua. Todo es unsueño.

En este registro, se le atora el gallo. Llegadel corredor estrépito de voces y armas.Empuñando el revólver, cubre la puerta lafigura del Mayor Abilio del Valle. Detrás,soldados con fusiles:

—¡Manos arriba!

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V

Por otra puerta una gigantona descalza, enenaguas y pañoleta: La greña aleonada, ojos ycejas de tan intensos negros que, con ser muymorena la cara, parecen en ella tiznes ylumbres: Una poderosa figura de vieja bíblica:Sus brazos de acusados tendones, tenían unpathos barroco y estatuario. Doña RositaPintado entró en una ráfaga de voces airadas,gesto y ademán en trastorno

—¿Qué buscan en mi casa? ¿Es que piensanllevarse al chamaco' ¿Quién lo manda? ¡Mellevan a mí! ¿Éstas son leyes?

Habló el Mayor del Valle:—No me vea chuela, Doña Rosita. El retoño

tiene que venirse merito a prestar declaración.Yo le garanto que cumplida esa diligencia,como se halle sin culpa, acá vuelve elmuchacho. No tema ninguna ojeriza. Esto lodimanan las circunstancias. El muchachovuelve, si está sin culpa, yo se lo garanto.

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Miró a su madre el mozalbete, y con ariscoceño, le recomendó silencio. La gigantona,estremecida, corrió para abrazarle, en desoladoademán los brazos. La arrestó el hijo con gestofirme:

—Mi vieja, cállese y no la friegue. Conbulla nada se alcanza. Clamó la madre:

—¡Tú me matas, negro de Guinea!—¡Nada malo puede venirme!La gigantona se debatió, asombrada en una

oscuridad de dudas y alarmas:—¡Mayorcito del Valle, dígame usted lo

que pasa!Interrumpió el mozuelo:—Uno que entró perseguido y se fugó por

la ventana.—¿Tú qué le has dicho?—Ni tiempo tuve de verle la cara.Intervino el Mayor del Valle:—Con hacer esta declaración donde

corresponde, todo queda terminado.Plegó los brazos la gigantona:

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—¿Y el que escapaba, se sabe quién era?Nachito sacó la voz entre nieblas

alcohólicas:—¡El Coronel de la Gándara!Nachito, luciente de lágrimas, encogido

entre dos soldados, resoplaba con la alcuzallorona pingando la moca. Aturdida, endesconcierto, le miró Doña Rosita:

—¡Valedor! ¿También usted llora?—¡Me he suicidado!El Mayor del Valle levanta el charrasco y la

escuadra se apronta, sacando entre filas alestudiante y a Nachito.

VI

Despeinadas y ojerosas atisbaban tras de lareja las niñas de Taracena. Se afanan pordescubrir a los prisioneros, sombras taciturnasentre la gris retícula de las bayonetas. Elsacristán de las monjas sacaba la cabeza por elarquillo del esquilón. Tocaban diana lascornetas de fuertes y cuarteles. Tenía el mar

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caminos de sol. Los indios, trajinantesnocturnos, entraban en la ciudad guiandorecuas de llamas cargadas de mercaderías yfrutos de los ranchos serranos: El bravío delganado recalentaba la neblina del alba.Despertábase el Puerto con un son ambulatoriode esquilas, y la patrulla de fusilesdesaparecían con los dos prisioneros, por elArquillo de las Portuguesas. En el Congal, laMadrota daba voces ordenando que las pupilasse recogiesen a la perrera del sotabanco, y elcoime, con una flor en el pelo, trajinabaremudando la ropa de las camas del trato.Lupita la Románica, en camisa rosa, rezaba anteel retablo de Luces en la Recámara Verde.Murmuró el coime con un alfiler en los labios,al mismo tiempo que estudiaba los recogidosde la colcha:

—¡Aún no se me fue el sobresalto!

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AMULETO NIGROMANTECUARTA PARTE

La fugaLibro Primero

I

El Coronelito Domiciano de la Gándara, enaquel trance, se u cardó de un indio a quientenía obligado con antiguos favores. PorArquillo de Madres, retardando el paso para nomover sospecha, salió al Campo del Perulero.

II

Zacarías San José, a causa de un chirlo quele rajaba la cara, era más conocido por Zacaríasel Cruzado: Tenía el chozo en un vasto charcalde juncos y médanos, allí donde dicen Campodel Perulero: En los bordes cenagosospicoteaban grandes cuervos, auras en los llanosandinos y zopilotes en el Seno de México.Algunos caballos mordían la hierba a lo largo

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de las acequias. Zacarías trabajaba el barro,estilizando las fúnebres bichas de chiromayos ychiromecas. La vastedad de juncos y médanosflotaba en nieblas de amanecida. Hozaban losmarranos en el cenagal, a espaldas del chozo, yel alfarero, sentado, sobre los talones, lachupalla en la cabeza, por todo vestido uncamisote, decoraba con prolijas pinturas jícarasy güejas. Taciturno bajo una nube de moscas,miraba de largo en largo al bejucal donde habíaun caballo muerto. El Cruzado no estaba librede recelos: Aquel zopilote que se había metidoen el techado, azotándole ron negro aleteo, eraun mal presagio. Otro signo funesto, laspinturas vertidas: El amarillo, que presuponehieles, y el negro, que es cárcel, cuando nollama muerte, juntaban sus regueros. Y recordósúbitamente que la chinita, la noche pasada, alapagar la lumbre, tenía descubierta unasalamandra bajo el metate de las tortillas... Elalfarero movía los pinceles con lenta minucia,cautivo en un dual contradictorio de acciones y

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pensamientos.III

La chinita, en el fondo del jacal, se mete lateta en el hipil, desapartando de su lado al críoque berrea y se revuelca en tierra. Acude alevantarle con una azotaina, y suspenso de unaoreja le pone fuera del techado. Se queda lachinita al canto del marido, atenta a los trazosdel pincel, que decora el barro de una güeja:

—¡Zacarías, mucho callas!—Di no más.—No tengo un centavito.—Hoy coceré los barros.—¿Y en el entanto?Zacarías repuso con una sonrisa

atravesada:—¡No me friegues! Estas cuaresmas el

ayunar está muy recomendado.Y quedó con el pincelillo suspenso en el

aire, porque era sobre la puerta del jacal elCoronelito Domiciano de la Gándara: Un dedo

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en los labios.IV

El cholo, con leve carrerilla de piesdescalzos, se junta al Coronelito: Platican,alertados, en la vera de un maguey culebrón:

—Zacarías, ¿quieres ayudarme a salir de unmal paso?

—¡Patroncito, bastantemente lo sabe!—La cabeza me huele a pólvora. Envidias

son de mi compadre Santos Banderas. ¿Túquieres ayudarme?

—¡No más que diga, y obedecerle!—¿Cómo proporcionarme un caballo?—Tres veredas hay, patroncito: Se compra,

se pide a un amigo o se le toma.—Sin plata no se compra. El amigo nos

falta. ¿Y dónde descubres tú un guaco parabolearle? Tengo sobre los pasos una punta decabrones. ¡Verás no más! La idea que traíaformada es que me subieses en canoa a PotreroNegrece.

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—Pues a no dilatarlo, mi jefe. La canoatengo en los bejucales.

—Debo decirte que te juegas la respiración,Zacarías.

—¡Para lo que dan por ella, patroncito!V

Husmea el perro en torno del magueyculebrón, y bajo la techumbre de palmasengresca el crío, que pide la teta, puesto de pie,al flanco de la madre. Zacarías aseñó a la mujerpara que se llegase:

—¡Me camino con el patrón!Apagó la voz la chinita:—¿Compromiso grande?—Esa pinta descubre.—Recuerda, si te dilatas, que no me dejas

un centavo.—¡Y qué hacerle, chinita! Llevas a colgar

alguna cosa.—¡Como no Lleve la frazada del catre!—Empeñas el relojito.

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—¡Con el vidrio partido, no dan unboliviano!

El Cruzado se descolgaba el cebollón deníquel, sujeto por una cadena oxidada. Y antesque la chinita, adelantóse a tomarlo el Coronelde la Gándara:

—¡Tan bruja estás, Zacarías!Suspiró la comadre:—¡Todo se lo lleva el naipe, mi jefecito!

¡Todo se lo Lleva la ciega ofuscación de estehombre!

—¡Sí que no vale un boliviano!El Coronelito voltea el reloj por la cadena, y

con risa jocunda lo manda al cenagal, entre losmarranos:

—¡Qué valedor!La comadre aprobaba mansamente. Había

velado el tiro con el propósito de ir luego acatearlo. El Coronelito se quitó una sortija:

—Con esto podrás remediarte.La chinita se echó por tierra, besando las

manos al valedor.

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VI

El Cruzado se metía puertas adentro, paraponerse calzones y ceñirse el cinto del pistolóny el machete. Le sigue la coima:

—¡Pendejada que resultare fullero el anillo!—¡Pendejada y media!La chinita le muestra la mano, jugando las

luces de la tumbaga:—¡Buenos brillos tiene! Puedo llegarme a

un empeñito para tener cercioro.—Si corres uno solo pudieran engañarte.—Correré varios. A ser de ley, no andará

muy distante de valer cien pesos.—Tú ve en la cuenta de que vale

quinientos, o no vale tlaco.—¿Te parés lo lleve mero mero?—¿Y si te dan cambiazo?—¡Qué esperanza!

VII

El Coronelito, sobre la puerta del jacal,

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atalayaba el Campo del Perulero.—No te dilates, manís.Ya salía el cholo, con el crío en brazos y la

chinita al flanco. Suspira, esclava, la hembra:—¿Cuándo será la vuelta?—¡Pues y quién sabe! Enciéndele una velita

a la Guadalupe.—¡Le encenderé dos!—¡Está bueno!Besó al crío, refregándole los bigotes, y lo

puso en brazos de la madre.VIII

El Coronelito y Zacarías caminaron por elborde de la gran acequia hasta el Pozo delSoldado. Zacarías echó al agua un dornajo,atracado en el légamo, y por la encubierta dealtos bejucales y floridas lianas remontaron laacequia.

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La tumbagaLibro Segundo

I

EMPEÑITOS DE QUINTÍN PEREDA. — Lachinita se detuvo ante el escaparate, luciente dearracadas, fistoles y mancuernas, guarnecido depistolas y puñales, colgado de ñandutís yzarapes: Se estuvo a mirar un buen espacio:Cargaba al crío sobre la cadera, suspenso delrebozo, como en hamaca: Con la mano barríaseel sudor de la frente: Parejo recogía y atusaba lagreña: Se metió por la puerta con humildesalmodia:

—¡Salucita, mi jefe! Pues aquí estamos, nomis, para que el patroncito se gane un buenpremio. ¡Lo merece, que es muy valedor y muycabal gente! ¡Vea qué alhajita de mérito!

Jugaba sobre el mostrador la mano prieta,sin sacarse el anillo. Quintín Pereda, el honradogachupín, declinó en las rodillas el periódico

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que estaba leyendo y se puso las antiparras enla calva:

—¿Qué se ofrece?—Su tasa. Es una tumbaga muy chulita. Mi

jefecito, vea no más los resplandores que tiene.—¡No querrás que te la precie puesta en el

dedo!—¡Pues sí que el patroncito no es

baqueano!—¡Hay que tocar el aro con el aguafuerte y

calibrar la piedra!La chinita se quitó el anillo, y, con un

mohín reverente, lo puso en las uñas delgachupín:

—Señor Peredita, usted me ordena.Agazapada al canto del mostrador, quedó

atenta a la acción del usurero, que, puesto en laluz, examinaba la sortija con una lente:

—Creo conocer esta prenda.Se avizoró la chinita:—No soy su dueña. Vengo mandada de

una familia que se ve en apuro.

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El empeñista tornaba al examen,modulando una risa de falso teclado:

—Esta alhajita estuvo aquí otras veces. Túla tienes de la uña, muy posiblemente.

—¡Mi jefecito, no me cuelgue tan malafama!

El usurero se bajaba los espejuelos de lacalva, recalcando la risa de Judas:

—Los libros dirán a qué nombre estuvootras veces pignorada.

Tomó un cartapacio del estante y se puso ahojearlo. Era un viejales maligno, que al hablarentreveraba insidias y mieles, con falsedades yreservas. Había salido motín de su tierra, y alrejo nativo juntaba las suspicacias de su arte yla dulzaina criolla de los mameyes: Levantó lacabeza y volvió a ponerse en la frente losespejuelos:

—El Coronel Gandarita pignoró estesolitario el pasado agosto... Lo retiró el 7 deoctubre. Te daré cinco soles.

Salmodió la chinita, con una mano sobre la

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boca:—¿En cuánto estuvo? Eso mismo me dará

el patroncito.—¡No te apendejes! Te daré cinco soles, por

hacerte algún beneficio. A bien ser, miobligación será llamar horita a los gendarmes.

—¡Qué chance!—Esta prenda no te pertenece. Yo,

posiblemente, perderé los cinco soles, y tendréque devolvérsela a su dueño, si formula unareclamación judicial. Puedo fregarme porhacerte un servicio que no agradeces. Te darátres soles, y con ellos tomas viento fresco.

—¡Mi jefecito, usted me ve chuela!El empeñista se apoyó en el mostrador con

sorna y recalma:—Puedo mandarte presa.La chinita se rebotó, mirándole aguda, con

el crío sobre el anca y las manos en la greña:—¡La Guadalupita me valga! Denantes le

antepuse que no es mía la prenda. Vengomandada del Coronelito.

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—Tendrás que justificarlo. Recibe los tressoles y no te metas en la galera.

—Patroncito, vuélvame el anillo.—Ni lo sueñes. Te llevas los tres soles, y si

hay engaño en mis sospechas, que venga acerrar trato el legítimo propietario. Esta alhajitase queda aquí depositada. Mi casa es muysuficientemente garante. Recoge la plata ycamínate luego luego.

—¡Señor Peredita, es un escarnio el que mehace!

—¡Si debías ir a la galera!—Señor Peredita, no me denigre, que va

equivocado. El Coronelito está en un apuro yqueda no más esperando la plata. Si recelahacer trato, vuélvame la tumbaguita. Ándele,mi jefecito, y no sea horita malo, que siempreha sido para mí muy buena reata.

—No me sitúes en el caso de cumplir con laley. Si te dilatas en recoger la moneda y ponerteen la banqueta, llamo a los gendarmes.

La chinita se revolvió amendigada y

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rebelde:—¡No desmentís el ser gachupín!—¡A mucha honra! Un gachupín no

ampara el robo.—¡Pero lo ejerce!—¡Tú te buscas algo bueno!—¡Mala casta!—¡Voy a solfearte la cochina cuera!—De mala tierra venís, para tener

conciencia.—¡No me toques a la patria, porque me

ciego!El empeñista se agacha bajo el mostrador y

se incorpora blandiendo un rebenque.II

Metíase, vergonzante, por la puerta delhonrado gachupín la pareja del ciego lechuzo yla niña mustia. La niña detuvo al ciego sobre lacortinilla roja de la mampara vidriera. Musitóel padre:

—¿Con quién es el pleito?

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—Una indita.—¡Hemos venido en mala sazón!—¡Pues y quién sabe!—Volveremos luego.—Y hallaríamos el mismo retablo.—Pues esperemos.El empeñista se adelantó, hablándoles:—Pasen ustedes. Supongo que traerán los

atrasitos del piano. Son ya tres plazos lo que meadeudan.

Murmuró el ciego:—Solita, explícale la situación y nuestros

buenos deseos al Señor Pereda.Suspiró, redicha, la mustia:—Nuestro deseo es cumplir y ponernos al

corriente.Sonrió el gachupín con hieles judaicas:—El deseo no basta, y debe ser

acompañado de los hechos. Están ustedes muyatrasados. A mí me gusta atender lascircunstancias de mis clientes, aun contrariandomis intereses: Ésa ha sido mi norma y volverá a

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serlo, pero con la revolución, todos los negociosmarchan torcidos. ¡Son muy malas lascircunstancias para poder relajar las cláusulasdel contrato! ¿Qué pensaban abonar horita?

El ciego lechuzo torcía la cabeza sobre elhombro de la niña:

—Explícale nuestras circunstancias, Solita.Procura ser elocuente.

Murmuró dolorosa la chicuela:—No hemos podido reunir la plata.

Deseábamos rogarle que esperase a la segundaquincena.

—¡Imposible, chulita!—¡Hasta la segunda quincena!—Me duele negarme. Pero hay que

defenderse, niña, hay que defenderse. Si nocumplen me veré en el dolor de retirarles elpianito. Acaso para ustedes represente unatranquilidad quitarse la carguita de los plazos.¡Todo hay que mirarlo!

El ciego se torcía sobre la chicuela.—¿Y perderíamos lo entregado?

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Encareció con mieles el empeñista:—¡Naturalmente! Y aún me cargo yo con

los transportes y el deterioro que representa eluso.

Murmuró, acobardado, el ciego:—Alargue usted el plazo a la segunda

quincena, Señor Peredita.Tornó a su encarecimiento meloso el

empeñista:—¡Imposible! ¡Me estoy arruinando con las

complacencias! ¡Ya no puede ser más! ¡Hepuesto fechos al corazón para no verme fregadoen el negocio! ¡Si no tengo nervio, entre todosme hunden en la pobreza! Hasta mañanitapuedo alargarles el plazo, más no. Vean dearreglarse. No pierdan aquí el tiempo.

Suplicó la niña:—¡Señor Peredita, dilate su plazo a la

segunda quincena!—¡Imposible, primorosita! ¡Qué mis

quisiera yo que poder complacerte!—¡No sea usted de su tierra, Señor

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Peredita!—Para mentar a mi tierra, límpiate la

lengua contra un cardo. No amolarla, hijita, quesi no andáis con plumas, se lo debéis a España.

El ciego se doblaba rencoroso, empujando ala niña para que le sacase fuera:

—España podrá valer mucho, pero lasmuestras que acá nos remite son bienchingadas.

El empeñista azotó el mostrador con elrebenque:

—Merito póngase en la banqueta. LaMadre Patria y sus naturales estamos muy porencima de los juicios que pueda emitir un rotoindocumentado.

La mustia mozuela, con acelero, llevábaseal padre por la manga:

—Taitita, no hagás una cólera.El ciego golpeaba en el umbral con el hierro

del bastón:—Este judío gachupín nos crucifica. ¡Te

priva del pianito cuando marchabas mejor en

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tus estudios!III

La otra chinita del crío al flanco, sale de unrincón de sombra, con cautela de blandaspisadas:

—¡Don Quintinito, no sea usted tan ruin!¡Devuélvame la tumbaguita!

De una mano requiere el tapado, de la otrahace señal a la mustia pareja porque atienda yno se vaya. El empeñista azota el mostradorcon el rebenque:

—¡Se me hace que vas a buscarte uncompromiso, so pendeja!

—¡Vuélvame la tumbaguita!—Tanicuanto regrese mi dependiente lo

mandaré a entrevistarse con el legítimopropietario. Ten un tantito de paciencia, hastacuando que haya sido evacuada la diligencia.Mi crédito debe serte muy suficientementegarante. En el entanto, la alhajita queda aquídepositada. Ponte, merito, en la banqueta y no

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me dejes aquí los piojos.La chinita acude al umbral y, alborotada,

reclama a la mustia pareja, que se ausenta conrezo de protestas y lástimas:

—¡Oigan no más! Atiendan al tanto decómo este hombre me despoja.

El gachupín la llamó, revolviendo en elcajón de la plata:

—No seas leperona. Toma cinco soles.—Guárdese la moneda y vuélvame la

tumbaguita.—No me friegues.—Señor Peredita, usted no mide bien lo

que hace. Usted se busca que venga conreclamaciones mi gallo. ¡Don Quintinito, sépaseusted que tiene un espolón muy afilado!

El empeñista apilaba en el mostrador loscinco soles:

—Hay leyes, hay gendarmería, haypresidios y, en últimas resultas, hay una bala:Pagaré mi multa y libertaré de un pícaro a lasociedad.

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—Patroncito, no le presuponga tan pendejoque se venga dando la cara.

—Cholita, recoge la moneda. Si merito,hechas las investigaciones que me exigen lasleyes, hubiera lugar a darte más alguna cosa, note será negada. Recoge la moneda. Si tienesalguna papeletita al vencimiento, me la traesluego luego y procuraré de alargarte el plazo.

—¡Patroncito, no me vea chuela! Usted meda la tasa. El Coronel Gandarita se ha puestoimpensadamente en viaje y deja algunasobligacioncitas. No lo piense más y ponga en elmostrador el cabal.

—¡Imposible, cholita! Te hago no más queel cincuenta por ciento de diferencia. La tasa,puedes verlo en el libro, son nueve soles.¡Recibes más del cincuenta!

—¡Señor Peredita, no se coma usted losceros!

—Vistas las circunstancias, te daré losnueve soles. ¡Y no me pudras la sangre! Si salementira tu cuento, me echo encima una

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denuncia del legítimo propietario.Durante el rezo del honrado gachupín, la

chinita arrebañaba del mostrador las nuevemonedas, hacía el recuento pasándolas de unamano a otra, se las ataba en una punta delrebozo. Encorvándose, con el chamaco sobre elflanco, se aleja, galguera:

—¡Mi jefecito, usted condenará su alma!—¡País de ingratos!El empeñista colgó el rebenque de un clavo,

pasó una escobilla por los cartapacioscomerciales y se dispuso al goce efusivo delperiodiquín que le mandaban de su villaasturiana. El Eco Avilesino colmaba todas lasternuras patrióticas del honrado gachupín. Lasnoticias de muertes, bodas y bautizos lerecordaban de los chigres con músicas deacordeón, de los velorios con ronda de anisete ycastañas. Los edictos judiciales donde lospredios rústicos son descritos con linderos ysembradura, le embelesaban, dándole unasugestión del húmedo paisaje: Arco iris, lluvias

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de invierno, sol en claras, quiebras de montes yverdes mares.

IV

Entró Melquíades, dependiente y sobrinodel gachupín. Conducía una punta dechamacos, que sonaban las pintadas esquilas defúnebres barros que se venden en la puerta delas iglesias por la fiesta de los Difuntos.Melquíades era chaparrote, con la jeta tozudadel emigrante que prospera y ahorra caudales.La tropa babieca, enfilada a canto delmostrador, repica los barros:

—¡Hijos míos! ¡Qué esperanza! ¡Idos a darlela murga a vuestra mamasita! ¡Que os vista lostrajes de diario! ¡Melquíades, no debistehaberles relajado la moral, autorizándoles estadilapidación de sus centavitos! ¡Muy suficienteuna campanita para los cuatro! Entre hermanosbien avenidos, así se hace. Vayan a su mamá,que les mude sus trajecitos.

Melquíades, recadó la tropa, metiéndola

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por la escalerilla del piso alto:—Don Celes Galindo les ha regalado los

esquilones.—¡Muy buena reata! Niños, a vuestra

mamita, que os los guarde. Representan unrecuerdo y debéis conservarlos para el año queviene y los sucesivos. ¡No sean rebeldes!

Melquíades, al pie de la escalerilla, vigilabaque el hato infantil subiese sin deterioro de lostrajes nuevos. El arrastrarse por los escalonesquedábase para el atuendo de diario.Melquíades insistió, ponderando la largueza deDon Celes:

—Son los barros de más precio. BajoArquillo de Madres puso en fila a los chamacosy les mandó elegir. Como pendejos, se fueron alos más caros. Don Celes sacó la plata y pagósin atenuante. Me ha recomendado que ustedno falte a la junta de notables en el CasinoEspañol.

—¡Los esquiloncitos! ¡Ya estoy pagando elprimer rédito! ¡Me nombrarán de alguna

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comisión, tendré que abandonar por ratos elestablecimiento, posiblemente me veré incluidopara contribuir!... De tales reuniones siempresale una lista de suscripción. El Casino estápervirtiendo su funcionamiento y el objetivo desus estatutos. De centro recreativo se ha vueltoun sacadineros.

—¡Está revolucionada la Colonia!—¡Con razón! Desmonta el solitario de esa

tumbaguita. Hay que desfigurarla.Melquíades, sentado al pie del mostrador,

buscaba en el cajón los alicates.El Criterio viene opuesto al cierre de

cantinas que tramitan las RepresentacionesExtranjeras.

—¡Como que se vejan los intereses demuchos compatriotas! Los expendios debebidas están autorizados por las leyes, ypagan muy buena matrícula. ¿Ha vertidoalguna opinión Don Celestino?

—Don Celes se guía por que todo elcomercio de españoles se haga solidario, y

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cierre en señal de protesta. Para eso es la juntade notables en el Casino.

—¡Qué esperanza! Esa opinión no puedeprevalecer. Acudiré a la junta y haré patente midisentimiento. Es una orientación nociva paralos intereses de la Colonia. El comercio cumplefunciones sociales en todos los países, y loscierres, cuando la medida no es general, sóloocasionan pérdida de clientes. El Ministro deEspaña, si llegado el caso, se conforma al cierrede los expendios de bebidas, se hará, de cierto,impopular con la Colonia. ¿Cómo respira DonCelestino?

—No mentó el tópico del Ministro.—La junta de notables debía concretarse a

fijar la actuación de ese loco de verano.Necesita orientaciones, y si se niega a recibirlas,aleccionarle, solicitando por cable ladestitución. Para un fin tan justificado yo mesuscribiría con una cuota.

—¡Y cualquiera!—¿Por qué no lo haces tú, so pendejo?

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—Ponga usted en mi cabeza el negocio, yverá si lo hago.

—¡Siempre polémico, Melquíades!¡Siempre polémico!... Pues un cable resolveríala situación tan fregada del Ministro. ¡Unsodomita, comentado en todos los círculossociales, que horita tiene al crápula en la cárcel!

—Ya le han dado suelta. A quien merito sellevaban los gendarmes es a la Cucaracha.¡Menuda revolución va armando!

—Esa gente escandalosa no debía estardocumentada por el Consulado. Cucarachita,con el trato tan inmoralísimo que sostiene,denigra el buen nombre de la Madre Patria.

—No le ha caído mal pleito a la tíaCucaracha. Parece complicada en la evasión delCoronel Gandarita.

—¿El Coronel Gandarita evadido? ¡Deja esatumbaga! ¡Vaya un compromiso! ¿Evadido deSanta Mónica?

—¡Evadido cuando iban a prenderle estamadrugada en el Congal de Cucarachita!

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—¡Fugado! ¡La gran chivona me hizopendejo! ¡Deja los alicates! ¡Fugado! El CoronelGandarita era un descalificado y tenía queverse en este trance. ¡Vaya el viajecito que mepintó la chola fregada! ¡Melquíades, esesolitario ha pertenecido al Coronel Gandarita!¡Un lazo que a última hora me tira ese briago!¡Me sacó nueve soles!

Sonreía, cazurro, Melquíades:—¡Vale quinientos!Avinagróse el honrado gachupín:—¡Un cuerno! Perderé la plata, si no quiero

verme chingado. Horita me largo a denunciarel hecho en la Delegación de Policía.Posiblemente me exigirán la presentación de latumbaguita y hacer el depósito.

Cabeceaba considerando el pocofundamento del mundo y sus prosperidades yfortunas.

V

El honrado gachupín, agachándose tras el

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mostrador, se muda las pantuflas por botasnuevas. Luego echa las llaves a los cajones, y deun clavo descuelga el jipi:

—Voy a esa diligencia.Cazurreó Melquíades:—Cállese usted la boca, y quede achantado.—¡Y nos visitan los gendarmes antes de un

rato! ¡Solamente cavilas macanas! ¡Poco valespara un consejo en caso apurado, Melquíades!La Policía andará sobreavisada, y no seríaextraño que a la cabrona mediadora ya letuvieran la mano en la espalda. Puedo vermecomplicado, si no denuncio el hecho y meatengo a las ordenanzas cíe GeneralitoBanderas. ¿Te correrías tú el compromiso de nocumplimentarlas? Nueve soles me cuestaoperar confiado en la buena fe de losmarchantes. Ahí tienes lo que produce elnegocio con todo de una práctica dilatada, porsólo no tener en el sótano la conciencia. Yo, aesa cholita, que tan fullera me ha sido, pudedarle no más tres soles, y le he puesto nueve en

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la mano. Para sacar adelante este negocio hayque vivir muy alertado y nunca obtendrásmuchas prosperidades, sobrino. ¡En Españasoñáis que, arañando, se encuentra monedaacuñada en estas Repúblicas! Para evitarmecomplicaciones tendré que desprenderme de latumbaguita y perder los nueve soles.

Melquíades adormilaba una sonrisa astutade pueblerino asturiano:

—Al formular la denuncia se puedeacompañar una alhajita de menos tasa.

El honrado gachupín se quedó mirando alsobrino. Súbita y consoladora luz iluminaba elalma del viejales:

—¡Una alhajita de menos tasa!...

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El CoronelitoLibro Tercero

I

Zacarías condujo la canoa por la encubiertade altos bejucales hasta la laguna deTicomaipú. Alegrábase la mañana con untrenzado de gozosas algarabías —metales,cohetes, bateo—. La indiada celebraba la fiestade Todos los Santos. Repicaban las campanas.Zacarías metió los remos a bordo, e hincandocon el bichero, varó el esquife en la ciénaga, alsocaire de espinosos cactus que, a modo decerca, limitaban un corral de gallinas, pavos ymarranos. Murmuró el cholo:

—Estamos en lo de Niño Filomeno.—¡Bueno va! Asómate en descubierta.—Posiblemente, el patroncito estará

divirtiéndose en la plaza.—Pues le buscas.—Y si teme comprometerse?

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—Es buena reata Filomeno.—¿Y si lo teme y manda arrestarme?—No habrá caso.—En lo pior de lo malo hay que ponerse,

mi jefecito. Yo, de mi cuenta, dispuesto mehallo para servirle, y cuanti que me pusieran enel cepo, con callar boca y aguantar mancuerda,estaba cumplido.

Choteó el Coronelito:—Tú escondes alguna idea luminosa.

Descúbrela no más, y como ella sea buena, note llamaré pendejo.

El cholo miraba por encima de la cerca:—Si Niño Filomeno está ausente, mi

parecer es tunarle los caballos y salir arreando.—¿Adónde?—Al campo insurrecto.—Necesito viático de plata.El Coronelito saltó en la riba fangosa, y a

par del indio se puso a mirar por encima delcercado. Descollaba entre palmas y cedros elcampanario de la iglesia con la bandera tricolor.

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Las tierras del rancho, cuadriculadas poracequias y setos, se dilataban con variosmatices de verde y parcelas rojizas reciénaradas. Piños vacunos pacían a lo lejos.Algunos caballos mordían la hierba, divagandopor el margen de las acequias. Una canoaremontaba el canal: Se oía el golpe de losremos: En la banca bogaba un indio de piochacanosa, gran sombrero palmito y camisote delienzo: En la popa venía sentado NiñoFilomeno. La canoa atracó al pie de unatalanquera. El Coronelito salió al encuentro delranchero:

—Mi viejo, he venido para desayunar en tucompañía. ¡Madrugas, mi viejo!

El ranchero lo acogió con expresiónsuspicaz:

—He dormido en la capital. Me habíamudado con el aliciente de oír la palabra deDon Roque Cepeda.

Se abrazan y, en buenos compadres,alternativamente se suspenden en alto.

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II

Caminando de par por una senda delimoneros y naranjos, dieron vista a la casonadel fundo: Tenía soportal de arcos encalados yun almagreño encendía las baldosas delsoladillo. Colgaban de la viguería del porchemuchas jaulas de pájaros y la hamaca delpatrón en la fresca penumbra. Los muros eravestidos de azules enredaderas. El Coronelito yFilomeno descansaron en jinocales parejos, bajola arcada, en la corriente de la puerta, porfondo una cortinilla de lilailos japoneses. —Sonlos jinocales unos asientos de bejuco y palma,obra de los indios llaneros—. Al de la piochacanosa ordenó el patrón que sacase aparejo devianda para el desayuno, y a la mucama, negramandinga, que cebase el mate. Tornó ChinoViejo con un magro tasajo de oveja, y en lenguacutumay, explicó que la niña ranchera y loschamacos estaban ausentes por haberse ido a lafiesta de iglesia. Aprobó el patrón no más que

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con el gesto, y brindó del tasajo al huésped. ElCoronelito clavó media costilla con un facónque sacó del cinto, y puesta la vianda en elplato, levantó el caneco de la chicha. Reiteró ellatigazo por tres veces, y se animóconsecutivamente:

¡Compadre, me veo en un fregado!Tú dirás.Merito se le ha puesto en la calva tronarme

al chingado Banderas. Albur pelón y naipecontrario, mi amigo, que dicen los SantosPadres. Más bruja que un roto y huyente de latiranía me tienes aquí, hermano. Filomeno, mevoy al campo insurrecto a luchar por laredención del país, y tu ayuda vengo buscando,pues tampoco eres afecto a este oprobio deSantos Banderas. ¿Quieres darme tu ayuda?

El ranchero clavaba la aguda miradaendrina en el Coronelito de la Gándara:

—¡Te ves como mereces! El oprobio queahora condenas dura quince años. ¿Qué hashecho en todo ese tiempo? La Patria nunca te

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acordó cuando estabas en la gracia de SantosBanderas. Y muy posible que tampoco teacuerde ahora y que vengas echado parasacarme una confidencia. Tirano Banderas oshace a todos espías.

Se alzó el Coronelito:—¡Filomeno, clávame un puñal, pero no

me sumas en el lodo! El más ruin tiene unahora de ser santo. Yo estoy en la mía, dispuestoa derramar la última gota de sangre enholocausto por la redención de la Patria.

—Si el pleito con que vienes es unamacana, allá tú y tu conciencia, Domiciano.Poco daño podrás hacerme, dispuesto comoestoy para meter fuego al rancho y ponerme encampaña con mis peones. Ya lo sabes. Lapasada noche estuve en el mitin, y he visto conmis ojos conducir esposado, entre caballos, aDon Roque Cepeda. ¡He visto la pasión deljusto y el escarnio de los gendarmes!

El Coronelito miraba al ranchero con ojoschispones. Inflábale los rubicundos cachetes

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una amplia sonrisa de ídolo glotón, pancista yborracho:

—¡Filomeno, la seguridad ciudadana espuro relajo! Don Roque Cepeda tarde verá elsol, si una orden le sume en Santa Mónica:Tiene las simpatías populares, peroinsuficientemente trabajados los cuarteles, ycon meros indios votantes no sacará triunfantesu candidatura para la Presidencia de laRepública. Yo hacía política revolucionaria y hesido descubierto, y, antes de ser tronado, mearranco la máscara. ¡Mi viejo, vamos a pelearlejuntos el gallo a Generalito Banderas!¡Filomeno, mi viejo, tú de milicias estás pelón, yte aprovecharán los consejos de un científico!Te nombro mi ayudante. Filomeno, manda nomás a la mucama que te cosa los galones decapitán.

Filomeno Cuevas sonreía. Era endrino yaguileño. Los dientes alobados, retinto demostacho y entrecejo: En la figura prócer,acerado y bien dispuesto:

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—Domiciano, será un fregado que mipeonada no quiera reconocerte por jefe, y seofusque y cumpla la orden de tronarte.

El Coronelito se atizó un trago y afligió lacara:

—Filomeno, abusas de tus preeminencias yme estás viendo chuela.

Replicó el otro con humor chancero.—Domiciano, reconozco tu mérito y te

nombraré corneta, si sabes solfeo.—¡No me hagas pendejo, hermano! En mi

situación, esas pullas son ofensas mortales. A tulado, en puesto inferior no me verás nunca.Digámonos adiós, Filomeno. Confío que no menegarás una montura y un guía baqueano.Tampoco estará de más algúnaprovisionamiento de plata.

Filomeno Cuevas, amistoso, pero jugandosiempre en los labios la sonrisa soflamera, posóla mano en el hombro del Coronelito:

—¡No te rajes, valedor! Aún falta quearengues a la peonada. Yo te cedo el mando si

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te aclama por jefe. Y en todo caso, haremosjuntos las primeras marchas, hasta que sepresente ocasión de zafarrancho.

El Coronelito de la Gándara inflóse,haciendo piernas, y socarroneó en el tono delranchero:

—Manís, harto me favoreces para que tedispute una bola de indios: A ti pertenececonducirlos a la matanza, pues eres el patrón ylos pagas con tu plata. No macanees yfacilítame montura, que si aquí me descubrenvamos los dos a Santa Mónica. ¡Mira que tengolos sabuesos sobre el rastro!

—Si asoman el hocico, no faltará quien nosadvierta. Sé la que me juego conspirando, y nome dejaré tomar en la cama como una liebre.

El Coronelito asintió con gesto placentero:—Eso quiere decir que se puede echar otro

trago. Poner centinelas en los pasos estratégicoses providencia de buen militar. ¡Te felicito,Filomeno!

Hablaba con el gollete de la cantimplora en

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la boca, tendido a la bartola en el jinocal,rotunda la panza de dios tibetano.

III

La casa vacía, las estancias en desiertapenumbra, se conmovieron con alborozo devoces ligeras: Timbradas risas de infanciasalegres poblaron el vano de los corredores. Laniña ranchera, aromada con los inciensos delmisacantano, entraba quitándose los alfileresdel manto, en la dispersión de una tropa dechamacos. El Coronelito de la Gándara roncabaen el jinocal, abierto de zancas, y un ritmosolemne de globo terráqueo conmovía labáquica andorga. Cambió una mirada con elmarido la niña ranchera:

—¿Y ese apóstol?—Aquí se ha venido buscando refugio. Por

lo que cuenta, cayó en desgracia y está en lalista de los impurificados.

—¿Y vos cómo lo pasastes? ¡Me habéstenido en cuidado, coda la noche esperando!...

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El ranchero calló ensombrecido, y lamirada endrina de empavonados acerosmudaba sus duras luces a una luz amable:

—¡Por ti y los chamacos no cumplo misdeberes de ciudadano, Laurita! El último choloque carga un fusil en el campo insurrectoaventaja en patriotismo a Filomeno Cuevas. ¡Yohe debido romper los lazos de la familia y nosatisfacerme con ser un mero simpatizante!Laurita, por evitaros lloros, hoy el más últimoque milita en las filas revolucionarias me hacependejo a mis propios ojos. Laurita, yocomercio y gano la plata, mientras otros sejuegan vida y hacienda por defender laslibertades públicas. Esta noche he vistoconducir entre bayonetas a Don Roquito. Siahora me rajo y no cargo un fusil, será que notengo sangre ni vergüenza. ¡He tomado miresolución y no quiero lágrimas, Laurita!

Calló el ranchero, y súbitamente los ojosendrinos recobraron sus timbres aguileños. Laniña se recogía al pie de una columna con el

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pañolito sobre las pestañas. El Coronelito abríalos brazos y bostezaba: Suspendido en nieblasalcohólicas, salía del sueño a una realidadhilarante: Reparó en la dueña y se alzó asaludarla con alarde jocundo, ciñendo laurelesde Baco y de Marte.

IV

Chino Viejo, por una talanquera, hacíale alpatrón señas con la mano. Dos caballos debrida asomaban las orejas. Cambiadas pocaspalabras, el ranchero y su mayoral montaron ysalieron a los campos con medio galope.

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El honrado gachupínLibro Cuarto

I

Sin demorarse, el honrado gachupín acudióa la Delegación de Policía: Guiado por elsesudo dictamen del sobrino, testimonió ladenuncia con un anillo de oro bajo y falsapedrería, que, apurando su tasa, no valía diezsoles. El Coronel-Licenciado López deSalamanca le felicitó por su civismo:

—Don Quintín, la colaboración tanespontánea que usted presta a la investigaciónpolicial merece todos mis plácemes. Le felicitopor su meritoria conducta, no relajándose devenir a deponer en esta oficina, .aportandoindicios muy interesantes. Va usted a tomarsela molestia de puntualizar algunos extremos.¿Conocía usted a la pueblera que se le presentócon el anillo? Cualquier indicación referente alos rumbos por donde mora podría ayudar

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mucho a la captura de la interfecta. Pareceindudable que el fugado se avistó con esamujer cuando ya conocía la orden de arresto.¿Sospecha usted que haya ido derechamente ensu busca?

—¡Posiblemente!—¿Desecha usted la conjetura de un

encuentro fortuito?—¡Pues y quién sabe!—¿El rumbo por donde mora la chinita,

usted lo conoce?El honrado gachupín quedó en falsa actitud

de hacer memoria:—Me declaro ignorante.

II

El honrado gachupín cavilaba ladino, sipodía sobrevenirle algún daño: Temía enredarla madeja y descubrir el trueque de la prenda.El Coronel-Licenciado le miraba muy atento, lasonrisa suspicaz y burlona, el gesto infalible dezahorí policial. El empeñista acobardóse y,

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entre sí, maldijo de Melquíades:—En el libro comercial se pone siempre

alguna indicación. Lo consultaré. No respondode que mi dependiente haya cumplido esadiligencia: Es un cabroncito poco práctico,recién arribado de la Madre Patria.

El Jefe de Policía se apoyó en la mesa,inclinando el busto hacia el honrado gachupín:

—Lamentaría que se le originase unmultazo por la negligencia del dependiente.

Disimuló su enojo el empeñista:—Señor Coronelito, supuesta la omisión,

no faltarán medios de operar con buenresultado a sus gentes. La chinita vive con unroto que alguna vez visitó mi establecimiento, ypor seguro que usted tiene su filiación, pues noactuó siempre como ciudadano pacífico. Es unode los plateados que se acogieron a indultotiempos atrás, cuando se pactó con los jefes,reconociéndoles grados en el Ejército. Reciéndisimula trabajando en su oficio de alfarero.

—El nombre del sujeto ¿no lo sabe usted?

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—Acaso lo recuerde más tarde.—¿Las señas personales?—Una cicatriz en la cara.—¿No será Zacarías el Cruzado?—Temo dar un falso reseñamiento, pero

me inclino sobre esa sospecha.—Señor Peredita, son muy valorizables sus

aportaciones, y le felicito nuevamente. Creoque estamos sobre los hilos. Puede ustedretirarse, Señor Pereda.

Insinuó el gachupín:—¿La tumbaguita?Hay que unirla al atestado.—¿Perderé los nueve soles?—¡Qué chance! Usted entabla recurso a la

Corte de Justicia. Es el trámite, peroindudablemente le será reconocido el derecho aser indemnizado. Entable usted recurso. ¡SeñorPeredita, nos vemos!

El Inspector de Policía tocó el timbre.Acudió un escribiente deslucido, sudoso,arrugado el almidón del cuello, la chalina

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suelta, la pluma en la oreja, salpicada de tinta laguayabera de dril con manguitos negros. ElCoronel-Licenciado garrapateó un volante, lepuso sello y alargó el papel al escribiente:

Procédase violento a la captura de esapareja, y que los agentes vayan muy sobrecautela. Elíjalos usted de moral suficiente parafajarse a balazos, e ilústrelos usted en cuanto almal rejo de Zacarías el Cruzado. Si haydisponible alguno que le conozca, déle usted lapreferencia. En el casillero de sospechososbusque la ficha del pájaro. Señor Peredita, nosvemos. ¡Muy meritoria su aportación!

Le despidió con ribeteo de soflama. Elhonrado gachupín se retiró cabizbajo, y suúltima mirada de can lastimero fue para lamesa donde la sortija naufragabairremisiblemente bajo una ola de legajos. ElInspector, puntualizadas sus instrucciones alescribiente, se asomaba a una ventana rejonaque caía sobre el patio. A poco, en formación ycon paso acelerado, salía una escuadra de

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gendarmes. El caporal, mestizo de barbahorquillada, era veterano de una partidabandoleresca años atrás capitaneada por elCoronel Irineo Castañón, Pata de Palo.

III

El caporal distribuyó su gente en parejas,sobre los aledaños del chozo, en el Campo delPerulero: Con el pistolón montado, se asomó ala puerta:

—¡Zacarías, date preso!Repuso del adentro la voz azorada de la

chinita:—¡Me ha dejado para siempre el raído!

¡Aquí no lo busqués! ¡Tiene horita otraquerencia ese ganado!

La sombra, amilanada tras la piedra delmetate, arrastra el plañida y disimula el bulto.La tropa de gendarmes se juntaba sobre lapuerta, con los pistolones apuntados al adentro.Ordenó el caporal:

—Sal tú para fuera.

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—¿Qué me querés?—Ponerte una flor en el pelo.El caporal choteaba baladrón, por divertir y

asegurar a su gente. Vino del fondo la comadre,con el crío sobre el anca, la greña tendida por elhombro, sumisa y descalza:

—Podés catear todos los rincones. Se hamudado ese atorrante, y no más dejó que unosguaraches para que los herede el chamaco.

—Comadrita, somos baqueanos yentendemos esa soflama. Usted, niña, haempeñado un tumbaguita perteneciente alCoronel de la Gándara.

—Por purita casualidad se ha visto en mimano. ¡Un hallazgo!

—Va usted a comparecer en presencia demi superior jerárquico, Coronel López deSalamanca. Deposite usted esa criatura en tierray marque el paso.

—¿La criatura ya podré llevármela?—La Dirección de Policía no es una inclusa.—¿Y al cargo de quién voy a dejar el

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chamaco?—Se hará expediente para mandarlo a la

Beneficencia.El crío, metiéndose a gatas por entre los

gendarmes, huyó al cenagal. Le gritó afanosa lamadre:

—¡Ruin, ven a mi lado!El caporal cruzó la puerta del chozo,

encañonando la oscuridad:—¡Precaución! Si hay voluntarios para el

registro, salgan al frente. ¡Precaución! Ese rotoes capaz de tiroteamos. ¿Quién nos garanta queno está oculto? ¡Date preso, Cruzado! No lachingues, que empeoras tu situación.

Rodeado de gendarmes, se metía en elchozo, siempre apuntan do a los rinconesoscuros.

IV

Practicado el registro, el caporal tornóseafuera y puso esposas a la chinita, quesuspiraba en la puerta, recogida en burujo, con

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el fustán echado por la cabeza. La levantó aempellones. El crío, en el pecinal, llorabarodeado del gruñido de los cerdos. La madre,empujada por los gendarmes, volvía la cabezacon desgarradoras voces:

—¡Ven! ¡No te asustes! ¡Ven! ¡Corre!El niño corría un momento, y tornaba a

detenerse sobre el camino, llamando a lamadre. Un gendarme se volvió, haciéndolemiedo, y quedó suspenso, llorando yazotándose la cara. La madre le gritaba, ronca:

—¡Ven! ¡Corre!Pero el niño no se movía. Detenido sobre la

orilla de la acequia sollozaba, mirando crecer ladistancia que le separaba de la madre.

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El rancheroLibro Quinto

I

Filomeno Cuevas y Chino Viejo arriendanlos caballos en la puerta de un jacal y se metenpor el sombrizo. A poco, dispersos, vanllegando otros jinetes rancheros, platas enarneses y jaranos: Eran dueños de fundosvecinos, y secretamente adictos a la causarevolucionaria: Habíales dado el santo para lareunión Filomeno Cuevas. Aquellos compadresayudábanle en un alijo de armas paralevantarse con las peonadas: Un alijo quellevaba algunos días sepultado en PotreroNegrete. Entendía Filomeno que apurabasacarlo de aquel pago y aprovisionar de fusilesy cananas a las glebas de indios. Poco a poco,con meditados espacios, todavía fueronllegando capataces y mayorales, indiosbaqueanos y boleadores de aquellos fundos.

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Filomeno Cuevas, con recalmas y chanzas,escribía un listín de los reunidos y seproclamaba partidario de echarse al campo, sindemorarlo. Secretamente, ya tenía determinadopara aquella noche armar a sus peones con losfusiles ocultos en el manigual, pero disimulabael propósito con astuta cautela. Enzarzadapolémica, alternativamente oponían susalarmas los criollos rancheros. Vista laresolución del compadre, se avinieron enayudarle con caballos, peones y plata, pero ellohabía de ser en el mayor sigilo, para nocondenarse con Tirano Banderas. DositeoVelasco, que, por más hacendado, había sido deprimeras el menos propicio para aventurarse enaquellos azares, con el café y la chicha, acabóenardeciéndose y jurando bravatas contra elTirano:

—¡Chingado Banderitas, hemos de ponertus tajadas por los caminos de la República!

El café, la chicha y el condumio de tamales,provocaba en el coro revolucionario un humor

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parejo, y todos respiraron con las mismassoflamas: Alegres y abullangados, jugaban delvocablo: Melosos y corteses, salvaban condisculpas las leperadas: Compadritos, se hacíanmamolas de buenas amistades:

—¡Valedorcito!—¡Mi viejo!—¡Nos vemos!—¡Nos vemos!Se arengaban con el último saludo, puestos

en las sillas, revolviendo los caballos,galopando dispersos por el vasto horizontellanero.

II

El sol de la mañana inundaba las siembrasnacidas y las rojas parcelas recién aradas,espesuras de chaparros y prodigiososmaniguales, con los toros tendidos en el carrerode sombra, despidiendo vaho. La Laguna deTicomaipú era, en su cerco de tolderías, unespejo de en tendidos haces. El patrón galopa

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en su alegre tordillo, por el borde de unaacequia, y arrea detrás su cuartago el mayoralranchero. Repiques y cohetes alegran la cálidamañana. Una romería de canoa, engalanadascon flámulas, ramajes y reposteros de flores,sube por los canales, con fiesta de indios. Casizozobraba la leve flotilla con tantos triunfos demúsicas y bailes: Una tropa cimarrona —careta., de cartón, bandas, picas, rodelas—ejecuta la danza de los matachines, bajo lospalios de la canoa capitana: Un tambor y unfigle pautan los compases de piruetas ymudanzas. Aparece a los lejos la casona delfundo. Sobre el verde de los oscuros naranjalespromueven resplandores de azulejos,terradillos y azoteas. Con la querencia delpotrero, las monturas avivaban la galopada. Elpatrón, arrendado en el camino mientras elmayoral corre la talanquera, se levanta en losestribos para mirar bajo los arcos: El Coronelito,tumbado en la hamaca, rasguea la guitarra yhace bailar a los chamacos: Dos mucamas

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cobrizas, con camisotes descotados, ríen ybromean tras de la reja cocineril con geraniossardineros. Filomeno Cuevas caracolea eltordillo, avispándole el anca con la punta delrebenque: De un bote penetra en el tapiado:

—¡Bien punteada, mi amigo! Hacés túpendejo a Santos Vega.

—Tú me ganas... ¿Y qué sucedió? ¿Vas adejarme capturar, mi viejo? ¿Qué traesresuelto?

El patrón, apeado de un salto, entrábasepor la arcada, sonoras las plateras espuelas y elzarape de un hombro colgándole: El recamadoalón del sombrero revestía de sombra el rostroaguileño de caprinas barbas:

—Domiciano, voy a darte una provisión decincuenta bolívares, un guía y un caballo, paraque tomes vuelo. Enantes, con la mosca de tusmacanas, te hablé de remontarnos juntos. Mero,mero, he mudado de pensamiento. Loscincuenta bolívares te serán entregados al pisarlas líneas revolucionarias. Irás sin armas, y el

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guía lleva la orden de tronarte si le infundes lamenor sospecha. Te recomiendo, mi viejo, queno lo divulgues, porque es una orden secreta.

El Coronelito se incorporó calmoso,apagando con la mano un lamento de laguitarra:

—¡Filomeno, deja la chuela! Harto sabes,hermano, que mi dignidad no me permitesuscribir esa capitulación denigrante.¡Filomeno, no esperaba ese trato! ¡De amigo tehas vuelto cancerbero!

Filomeno Cuevas con garbosa cachaza tiróen el jinocal zarape y jarano: Luego sacó delcalzón el majo pañuelo de seda y se enjugó lafrente, encendida y blanca entre mechonesendrinos y tuestes de la cara:

—¡Domiciano, vamos a no chingarla! Tú teavienes con lo que te dan y no ponescondiciones.

El Coronelito abrió los brazos:—¡Filomeno, no late en tu pecho un

corazón magnánimo!

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Tenía el pathos chispón de cuatro candiles,la verba sentimental y heroica de los pagostropicales. El patrón, sin dejar el chanceo, fue atenderse en la hamaca, y requirió la guitarra,templando:

—¡Domiciano, voy a salvarte la vida! Aúnfijamente no estoy convencido de que la tengasen riesgo, y tomo mis precauciones: Si eres unespía, ten por seguro que la vida te cuesta.Chino Viejo te pondrá salvo en el campamentoinsurrecto, y allí verán lo que hacen de tucuera. Precisamente me urgía mandar unmensaje para aquella banda, y tú lo llevarás conChino Viejo. Pensaba que fueses corneta a misórdenes, pero las bolas han rodadocontrariamente.

El Coronelito se finchó con alarde de Marte:—Filomeno, me reconozco tu prisionero y

no me rebajo a discutir condiciones. Mi vida tepertenece; puedes tomarla si no te causamolestia. ¡Enseñas buen ejemplo dehospitalidad a estos chamacos! Niños, no se

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remonten: Vengan ustedes acá un rato yaprendan cómo se recibe al amigo que llega sinrecursos, buscando un refugio para que no lotruene el Tirano.

La tropa menuda hacía corro, los ingenuosojos asustados con atento y suspenso mirar. Depronto, la más mediana, que abría la ruedapomposa de su faldellín entre dos grandotesatónitos, se alzó con lloros, penetrando en eldrama del Coronelito. Salió acuciosa, la abuela,una vieja de sangre italiana, renegrida, blancoel moñete, los ojos carbones y el naso dantesco:

—¿Cosa c’é, amore?El Coronelito ya tenía requerido a la niña, y

refregándole las barbas, la besaba: Erguíaserotundo, levantando a la llorosa en brazos,movida la glotona figura con un escorzo tandesmesurado, que casi parodiaba la gula deSaturno. Forcejea y acendra su lloro la niña porescaparse, y la abuela se encrespa sobre elcortinillo japonés, con el rebozo mal terciado. ElCoronelito la rejonea con humor alcohólico:

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—¡No se acalore, mi viejecita, que es nocivopara el brazo!

—¡Ni me asustés vos a la bambina, maltragediante!

—Filomeno, corresponde con tu mamápolítica y explícale la ocurrencia: La lección querecibes de tus vástagos, el ejemplo de esteángel. ¡No te rajes y satisface a tu mamá! ¡Ten elvalor de tus acciones!

III

Acompasan con unánime coro los cincochamacos. El Coronelito, en medio, abierto debrazos y zancas, desconcierta con una mueca elmascarón de la cara y hornea un sollozo, losfuelles del pecho inflando y desinflando:

¡Tiernos capullos, estáis dando ejemplo decivismo a vuestros progenitores! Niños, noolvidéis esta lección fundamental, cuando oscorresponda actuar en la vida. ¡Filomeno, estostiernos vástagos te acusarán como unremordimiento, por la mala producción que has

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tenido a mí referente! ¡Domiciano de laGándara, un amigo entrañable, no hadespertado el menor eco en tu corazón!Esperaba verse acogido fraternalmente, y recibepeor trato que un prisionero de guerra. Ni se leautorizan las armas ni la palabra de honor legaranta. ¡Filomeno, te portas con tu hermanochingadamente!

El patrón, sin dejar de templar, con ungesto indicaba a la suegra que se llevase a loschamacos. La vieja italiana arrecadó el hatillo ylo metió por la puerta. Filomeno Cuevas cruzólas manos sobre los trastes, agudos los ojos, yen el morado de la boca, una sonrisa recalmada:

—Domiciano, te estás demorando nohaciéndote orador parlamentario. Cosecharíasmuchos aplausos. Yo lamento no tener bastantecabeza para apreciar tu mérito, y mantengotodas las condiciones de mi ultimátum.

Un indio ensabanado y greñudo, el rostroen la sombra alona de la chupalla, se llegó alpatrón, hablándole en voz baja. Filomeno llamó

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al Coronelito:—¡Estamos fregados! Tenemos tropas

federales por los rumbos del rancho.Escupió el Coronelito, torcida sobre el

hombro la cara:—Me entregas, y te pones a bien con

Banderitas. ¡Filomeno, te has deshonrado!—¡No me chingues! Harto sabes que nunca

me rajé para servir a un amigo. Y de misprevenciones es justificativo el favor quegozabas con el Tirano. No más, ahora, visto elchance, la cabeza me juego si no te salvo.

—Dame una provisión de pesos y uncaballo.

—Ni pensar en tomar vuelo.—Véame yo en campo abierto y bien

montado.—Estarás aquí hasta la noche.—¡No me niegues el caballo!—Te lo niego porque hago mérito de

salvarte. Hasta la noche vas a sumirte en unchiquero, donde no te descubrirá ni el diablo.

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Tiraba del Coronelito y le metía en lapenumbra del zaguán.

IV

Por la arcada deslizábase otro indio, quetraspasó el umbral de la puerta santiguándose.Llegó al patrón, sutil y cauto, con pisadasdescalzas:

—Hoy leva. Poco faltó para que melaceasen. Merito el tambor está tocando en elCampo de la Iglesia.

Sonrió el ranchero, golpeando el hombrodel compadre:

—Por sí, por no, voy a enchiquerarte.

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La manganaLibro Sexto

I

Zacarías el Cruzado, luego de atracar elesquife en una maraña de bejucos, se alzó sobrela barca, avizorando el chozo. La llanura deesteros y médanos, cruzada de acequias yaleteos de aves acuáticas, dilatábase conencendidas manchas de toros y caballadas,entre prados y cañerlas. La cúpula del cielorecogía los ecos de la vida campañera en suvasto y sonoro silencio. En la turquesa del díaorfeonaban su gruñido los marranos. Llorabaun perro muy lastimero. Zacarías, sobresaltado,le llamó con un silbido. Acudió el perrozozobrante, bebiendo los vientos, sacudido conhumana congoja: Levantado de manos sobre elpecho del indio, hociquea lastimero y le prendedel camisote, sacándole fuera del esquife. ElCruzado monta el pistolón y camina con

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sombrío recelo: Pasa ante el chozo abierto ymudo. Penetra en la ciénaga: El perro le insta,sacudidas las orejas, el hocico al viento, condesolado tumulto, estremecida la pelambre,lastimero el resuello. Zacarías le va enseguimiento. Gruñen los marranos en elcenagal. Se asustan las gallinas al amparo delmaguey culebrón. El negro vuelo de zopilotesque abate las alas sobre la pecina se remonta,asaltado del perro. Zacarías llega: Horrorizadoy torvo, levanta un despojo sangriento. ¡Eracuanto encontraba de su chamaco! Los cerdoshabían devorado la cara y las manos del niño:Los zopilotes le habían sacado el corazón delpecho. El indio se volvió al chozo: Encerró ensu saco aquellos restos, y con ellos a los pies,sentado a la puerta, se puso a cavilar. De tanquieto, las moscas le cubrían y los lagartostomaban el sol a su vera.

II

Zacarías se alzó con oscuro agüero: Fue al

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matate, volteó la piedra y descubrió un levebrillo de metales. La papeleta del empeño, encuatro dobleces, estaba debajo. Zacarías, sinmudar el gesto de su máscara indiana, contó lasnueve monedas, se guardó la plata en el cinto ydeletreó el papel: "Quintín Pereda. Préstamos.Compra-Venta." Zacarías volvió al umbral, sepuso el saco al hombro y tomó el rumbo de laciudad: A su arrimo, el perro doblaba rabo ycabeza. Zacarías, por una calle de casas chatas,con azoteas y arrequives de colorines, se metióen los ruidos y luces de la feria: Llegó a untabladillo de azares, y en el juego del pararapuntó las nueve monedas: Doblando laapuesta, ganó tres veces: Le azotó unpensamiento absurdo, otro agüero, un agüeromacabro: ¡El costal en el hombro le daba lasuerte! Se fue, seguido del perro, y entró en unbochinche: Allí se estuvo, con el saco a los pies,bebiendo aguardiente. En una mesa cercanacomía la pareja del ciego y la chicuela. Entrabay salía gente, rotos y chinitas, indios camperos,

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viejas que venían por el centavo de cominospara los cocoles. Zacarías pidió un guiso deguajolote, y en su plato hizo parte al perro:Luego tornó a beber, con la chupalla sobre lacara: Trascendía, con helada consciencia, queaquellos despojos le aseguraban de riesgo:Presumía que le buscaban para prenderle, y nole turbaba el menor recelo; una seguridad cruelle enfriaba: Se puso el costal en el hombro, ycon el pie levantó al perro:

—¡Porfirio, visitaremos al gachupín!III

Se detuvo y volvió a sentarse, avizoradopor el cuchicheo de la pareja lechuza:

—¿No alargará su plazo el Señor Peredita?—¡Poco hay que esperar, mi viejo!—Sin el enojo con la chinita hubiera estado

más contemplativo.Zacarías, con la chupalla sobre la cara y el

costal en las rodillas, amusgaba la oreja. Elciego se había sacado del bolsillo un cartapacio

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de papelotes y registraba entre ellos, como situviese vista en el luto de las uñas:

—Vuelve a leerme las condiciones delcontrato. Alguna cláusula habrá que nosfavorezca.

Alargábale a la chamaca una hoja conescrituras y sellos:

—¡Taitita, cómo soñamos!El gachupín nos tiene puesto el dogal.—Repasa el contrato.—De memoria me lo sé: ¡perdidos, mi viejo,

como no hallemos modo de ponernos alcorriente!

—¿A cuánto sube el devengo?—Siete pesos.—¡Qué tiempos tan contrarios! ¡Otras ferias

siete pesos no suponían ni tlaco! ¡Larecaudación de una noche como la de ayersuperaba esa cantidad por lo menos tres veces!

—¡Yo todos los tiempos que recuerdo soniguales!

—Tú eres muy niña.

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—Ya seré vieja.—¿No te parece que insistamos con un

ruego al Señor Peredita? ¡Acaso exponiéndolenuestros propósitos de que tú cantes lueguitoen conciertos!... ¿No te parece bien volver averle?

—¡Volvamos!—¡Lo dices sin esperanza!—Porque no la tengo.—¡Hija mía, no me das ningún consuelo!

¡El Señor Peredita también tendrá corazón!—¡Es gachupín!—Entre los gachupines hay hombres de

conciencia.—El Señor Peredita nos apretará el dogal

sin compasión. ¡Es muy ruin!—Reconoce que otras veces ha sido más

deferente... Pero estaba muy tomado de cóleracon aquella chinita, y no debía faltarle razóncuando la pusieron a la sombra.

—¡Otra que paga culpas de Domiciano!

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IV

Zacarías se movió hacia la mustia pareja. Elciego, cerciorado de que la niña no leía el papel,lo guardaba en el cartapacio de hule negro. Lacara del lechuzo tenía un gesto lacio, de cansinaresignación. La niña le alargaba su plato alperro de Zacarías. Insistió Velones:

—¡Domiciano nos ha fregado! SinDomiciano, Taracena estaría regentando sunegocio y podría habernos adelantado la plata,o salido garante.

—Si no lo rehusaba.—¡Ay hija, déjame un rayito de esperanza!

Si me lo autorizases, pediría una botella dechicha. ¡No me decepciones! La llevaremos acasa y me inspiraré para terminar el vals quededico a Generalito Banderas.

—¡Taitita, querés vos poneros trompeto!—Hija, necesito consolarme.Zacarías levantó su botella y llenó los vasos

de la niña y el ciego:

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—Jalate no más. La cabrona vida sólo así sesobrelleva. ¿Qué se pasó con la chinita? ¿Fuedenunciada?

¡Qué chance!—¿Y la denuncia la hizo el gachupín

chingado?—Para no comprometerse.—¡Está bueno! Al Señor Peredita dejátelo

vos de mi mano.Cargó el saco y se caminó con el perro a la

vera, el alón de la chupalla sobre la cara.V

El Cruzado se fue despacio, enhebrándosepor la rueda de charros y boyeros que, sinapearse de las monturas, bebían a la puerta delbochinche: Inmóvil el gesto de su máscaraverdina, huraño y entenebrecido, con taladrodoloroso en las sienes, metióse en las grescas yvoces del real, que juntaba la feria de caballos.Cedros y palmas servían de apoyo a lostabanques de jaeces, facones y chamantos. Se

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acercó a una vereda ancha y polvorienta, concarros tolderos y meriendas: Jarochos jineteslucían sus monturas en alardosas carreras,terciaban apuestas, se mentían al procuro deengañarse en los tratos. Zacarías, con los piesen el polvo, al arrimo de un cedro, calaba losojos sobre el ruano que corría un viejo jarocho.Tentándose el cinto de las ganancias, hizo señaal campero:

—¿Se vende el guaco?—Se vende.—¿En cuánto lo ponés, amigo?—Por muy bajo de su mérito.—¡Sin macanas! ¿Querés vos cincuenta

bolivianos?—Por cada herradura.Insistió Zacarías con obstinada canturia:—Cincuenta bolivianos, si querés venderlo.—¡No es pagarlo, amigo!—Me estoy en lo hablado.Zacarías no mudaba de voz ni de gesto.

Con la insistencia monótona de la gota de agua,

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reiteraba su oferta. El jarocho revolvió lamontura, haciendo lucidas corvetas:

—¡Se gobierna con un torzal! Mírale la bocay verés vos que no está cerrado.

Repitió Zacarías con su opaca canturia:—No más me conviene en cincuenta

bolivianos. Sesenta con el aparejo.El jarocho se doblaba sobre el arzón,

sosegando al caballo con palmadas en el cuello.Compadreó:

—Setenta bolivianos, amigo, y de mi cuentalas copas.

—Sesenta con la silla puesta, y me dejás lareata y las espuelas.

Animóse el campero, buscando avenencia:—¡Sesenta y cinco! ¡Y te llevas, manís, una

alhaja!Zacarías posó el saco a los pies, se desató el

cinto y, sentado en la sombra del cedro, contóla plata sobre una punta del poncho. Nubes demoscas ennegrecían el saco, manchado yviscoso de sangre. El perro, con gesto legañoso,

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husmeaba en torno del caballo. Desmontó eljarocho. Zacarías ató la plata en la punta delponcho y, demorándose para cerrar el ajuste,reconoció los corvejones y la boca del guaco:Puesto en silla cabalgó probándolo en cortascarreras, obligándole de la brida con bruscoarriende, como cuando se tira al toro lamangana. El jarocho, en la linde de lapolvorienta estrada, atendía al escaramuz,sobre las cejas de visera de la mano. Zacarías seacercó, atemperando la cabalgada:

—Me cumple.—¡Una alhaja!Zacarías desató la punta del poncho, y en la

palma del campero, moneda a moneda, contóla plata:

—¡Amigo, nos vemos!—¿No vos caminares mero mero, sin mojar

el trato?—Mero mero, amigo. Me urge no

dilatarme.—¡Vaya chance!

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—Tengo que restituirme a mi pago. Quedaen palabra que trincaremos en otra ocasión.¡Nos vemos, amigo!

—¡Nos vemos! Compadrito, cuídame vosdel ruano.

El real de la feria tenía una luminosapalpitación cromática. Por los crepuscularescaminos de tierra roja ondulaban recuas dellamas, piños vacunos, tropas de jinetes con elsol poniente en los sombreros bordados deplata. Zacarías se salió del tumulto, espoleando,y se metió por Arquillo de Madres.

VI

Zacarías el Cruzado se encubría con el alónde la chupalla: Una torva resolución leasombraba el alma; un pensamiento solitario,insistente, inseparable de aquel taladrodolorido que le hendía las sienes. Y formulabamentalmente su pensamiento, desdoblándolocon pueril paralelismo:

—¡Señor Peredita, cortés de mi cargo!

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¡Cortés de mi cargo, Señor Peredita!Cuando pasaba ante alguna iglesia se

santiguaba. Los tutilimundis encendían suscandilejas, y frente a una barraca de fierassintió estremecerse los flancos de la montura: Eltigre, con venteo de carne y de sangre, le rugíalevantado tras los barrotes de la jaula, laenfurecida cabeza asomada por los hierros, losojos en lumbre, la cola azotante: El Cruzado,advertido, puso espuelas para ganar distancia:Sobre la fúnebre carga que sostenía en el arzónhabía dejado caer el poncho. El Cruzado sealetargaba en la insistencia monótona de supensamiento, desdoblándolo con obstinaciónmareante, acompasado por el latido neurálgicode las sienes, sujeto a su ritmo de lanzadera:

—¡Señor Peredita, cortés de mi cargo!¡Corrés de mi cargo, Señor Peredita!

Las calles tenían un cromático dinamismode pregones, guitarros, faroles, gallardetes. Enel marasmo caliginoso, adormecido de músicas,acohetaban repentes de gritos, súbitas

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espantadas y tumultos. El Cruzado esquivabaaquellos parajes de mitotes y pleitos. Ondulababajo los faroles de colores la plebe cobriza,abierta en regueros, remansada frente abochinches y pulperías. Las figuras seunificaban en una síntesis expresiva ymonótona, enervadas en la crueldad cromáticade las baratijas fulleras. Los bailes, las músicas,las cuerdas de farolillos, tenían unaexasperación absurda, un enrabiamiento dequimera alucinante. Zacarías, abismado enrencorosa y taciturna tiniebla, sentía los aleteosdel pensamiento, insistente, monótono,trasmudando su pueril paralelismo:

—¡Señor Peredita, cortés de mi cargo!¡Corrés de mi cargo, Señor Peredita!

VII

Iluminaba la calle un farol con el rótulo dela tienda en los vidrios: "Empeñitos de DonQuintín". El tercer vidrio estaba rajado, y nopodía leerse. Las percalinas rojas y gualdas de

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la bandera española decoraban la puerta:"Empeñitos de Don Quintín". Dentro, unalámpara con enagüillas verdes alumbraba elmostrador. El empeñista acariciaba su gato, unmaltés vejete y rubiales, que trascendía elabsurdo de parecerse a su dueño. El gato y elempeñista miraron a la puerta, desdoblando elmismo gesto de alarma. El gato, arqueándosesobre las rodillas del gachupín, posaba elterciopelo de sus guantes en dos simétricosremiendos de tela nueva. El Señor Pereditallevaba manguitos, tenía la pluma en la oreja ysobre la misma querencia el seboso gorrete, queaños pasados la niña bordó en el colegio:

—¡Buenas noches, patrón!Zacarías el Cruzado —poncho y chupalla,

botas de potro y espuelas— encorvándosesobre el borrén, adelantaba por la puerta mediocaballo. El honrado gachupín le miró concicatera suspicacia:

Qué se ofrece?—Una palabrita.

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—Ata el guaco en la puerta.—No tiene doma, patrón.El Señor Peredita pasó fuera del mostrador:—¡Veamos qué conveniencia traes!—¡Conocernos, patrón! Es usted muy

notorio por mis pagos. ¡Conocernos! Sólo a esenegocio he acudido a la feria, Señor Peredita.

—Tú has jalado más de la cuenta, y es unasinvergüenzada venir a faltar a un hombreprovecto. Camínate no más, antes que con unavoz llame al vigilante.

—Señor Peredita, no se sobresalte. Tengoque recobrar la alhajita.

—¿Traes el comprobante?—¡Véalo no más!El Cruzado, metiendo la montura en el

portal, ponía sobre el mostrador el sacomanchado y mojado de sangre. Se espantó elgachupín:

—¡Estás briago! Jaláis más de la cuenta, yluego venís a faltar en los establecimientos.Toma el saquete y camínate, luego luego.

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El Cruzado casi tocaba en la viguería con lacabeza: Le quedaba en sombra la figura desdeel pecho a la cara, en tanto que las manos y elborrén de la silla destacaban bajo la luz delmostrador:

—Señor Peredita, ¿pues no habés pedido elcomprobante?

—¡No me friegues!—Abra usted el saco.—Camínate y déjame de tus macanas.El Cruzado fraseó con torva insistencia,

apagada la voz en un silo de cólera mansa:—Patrón, usted abre no más, y se entera.—Poco me importa. Chivo o marrano, con

tu pan te lo comas. El gachupín se encogióviendo caérsele encima la sombra del Cruzado:

—¡Señor Peredita, buscás abrir el saco conlos dientes!

—Roto, no me traigas un pleito de gauchomalo. Si deseas algún servicio de mi parte,vuelves cuando re halles más despejado.

—Patrón, mero mero liquidamos.

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¿Recordás de la chinita que dejó una tumbagaen nueve bolivianos?

El honrado gachupín se aleló, capcioso:—No recuerdo. Tendría que repasar los

libros. ¿Nueve bolivianos? No valdría más. Lastasas de mi establecimiento son las más altas.

—¡Quier decirse que aún los hay másladrones! Pero no he venido sobre ese tanto.Usted, patrón, ha presentado denuncia contrala chinita.

Gritó el gachupín con guiño perlático:—¡No puedo recordar todas las

operaciones! ¡Vete no más! ¡Vuelve cuando tehalles fresco! ¡Se verá si puede mejorarse latasa!

—Este asunto lo ultimamos luego luego.Patroncito, habés denunciado a la chinita yvamos a explicarnos.

—Vuelve cuando estés menos briago.—Patroncito, somos mortales, y a lo pior

tenés la vida menos segura que la luz de esecandil. Patroncito, ¿quién ha puesto a la chinita

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en galera? ¿No habés visto el ranchito vacío?¡Ya lo verés! ¿No habés abierto el saco?¡Ándele, Señor Peredita, y no se dilate!

—Tendrá que ser, pues eres un alcohólicoobstinado.

El honrado gachupín comenzó a desatar elsaco: Tenía el viejales un gesto indiferente. A laverdad, no le importaba que fuese chivo omarrano lo que guardase. Se transmudó conuna espantada al descubrir la yerta y mordidacabeza del niño:

—¡Un crimen! ¿Me buscas para laencubierta? ¡Vete y no me traigas mal tercio!¡Vete! ¡No diré nada! ¡So chingado, no mecomprometas! ¿Qué puedes ofrecerme? ¡Unpuñado de plata! ¡So chingado, un hombre demi posición no se compromete por un puñadode plata!

Habló Zacarías, remansada la voz enabismos de cólera:

—Ese cuerpo es el de mi chamaco. Ladenuncia cabrona le puso a la mamasita en la

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galera. ¡Me lo han dejado solo para que se locomiesen los chanchos!

—Es absurdo que me vengas a mí con esafactura de cargos. ¡Un espectáculo horrible!¡Una desgracia! Quintín Pereda es ajeno a eseresultado. Te devolveré la tumbaguita. No hagocuenta de los bolivianos. ¡Quiere decirse que tebeneficias con mi plata! Recoge esos restos.Dales sepultura. Comprendo que, bebiendo,hayas buscado consolarte. Vete. La tumbaguitapasas mañana a recogerla. Dale sepulturasagrada a esos restos.

—¡Don Quintinito cabrón, vas vosacompañarme!

VIII

El Cruzado, con súbita violencia, rebota lamontura, y el lazo de la reata cae sobre el cuellodel espantado gachupín, que se desbarataabriendo los brazos. Fue un dislocarseatorbellinado de las figuras, al revolverse delguaco: Un desgarre simultáneo. Zacarías, en

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alborotada corveta, atropella y se mete por lacalle, llevándose a rastras el cuerpo delgachupín: Lostregan las herraduras y trompicael pelele, ahorcado al extremo de la reata. Eljinete, tendido sobre el borrén, con las espuelasen los ijares del caballo, sentía en la tensa reatael tirón del cuerpo que rebota en los guijarros.Y consuela su estoica tristeza indiana Zacaríasel Cruzado.

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NigromanciaLibo Séptimo

I

Están prontos los caballos para la fuga en elrancho de Ticomaipú. El Coronelito de laGándara cena con Niño Filomeno. Sobre lostérminos de la colación, manda llamar a sushijos el ranchero. Niña Laurita, con reservadatristeza, sale a buscarlos, y acude, brincante, lamuchachada, sin atender a la madre, queasombra el gesto con un dedo en los labios. Elpatrón también sentía cubierta su fortaleza conuna nube de duelo: Tenía los ojos en losmanteles: No miraba ni a la mujer ni a los hijos:Recobrándose, levantó la frente con austeraentereza.

II

Los chamacos, en el círculo de la lámpara,repentinamente mudos, sentían el aura de una

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adivinación telepática:—Hijos, he trabajado para dejaros alguna

hacienda y quitaros de los caminos de lapobreza: Yo los he caminado, y no los quisierapara ustedes. Hasta hoy, ésta ha sido ladirectriz de mi vida, y vean cómo hoy hemudado de pensamiento. Mi padre no me dejóriqueza, pero me dejó un nombre tan honradocomo el primero, y esta herencia quiero yodejarles. Espero que ustedes la tendrán enmayor aprecio que todo el oro del mundo, y siasí no fuese, me ocasionarían un gran sonrojo.

Se oyó el gemido de la niña ranchera:—¡Siempre nos dejas, Filomeno!El patrón, con el gesto apagó la pregunta.

La rueda de sus hijos en torno de la mesa teníaun brillo emocionado en los ojos, pero nolloraba:

—A vuestra mamasita pido que tengaánimo para escuchar lo que me falta. He creídohasta hoy que podía ser un buen ciudadano,trabajando por acrecentarles la hacienda, sin

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sacrificar cosa ninguna al servicio de la Patria.Pero hoy me acusa mi conciencia, y no quieroavergonzarme mañana, ni que ustedes seavergüencen de su padre.

Sollozó la niña ranchera:—¡Desde ya te pasas a la bola

revolucionaria!—Con este compañero.El Coronelito de la Gándara se levantó,

alardoso, tendiéndole los brazos:—¡Eres un patricio espartano, y no me rajo!Suspiraba la ranchera:—¿Y si hallas la muerte, Filomeno?—Tú cuidarás de educar a los chamacos y

de recordarles que su padre murió por laPatria.

La mujer presentía imágenes tumultuosasde la revolución. Muertes, incendios, supliciosy, remota, como una divinidad implacable, lamomia del Tirano.

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III

Ante la reja nocturna, fragante dealbahacón, refrenaba su parejeño Zacarías elCruzado: Aparecióse en súbita galopada,sobresaltando la nocharniega campaña:

—¡Vuelo, vuelo, mi Coronelito! La chinitafue delatada. Ya la pagó el fregado gachupín.¡Vuelo, vuelo!

Zacarías refrenaba el caballo, y la oscuraexpresión del semblante y el sofoco de la vozmetía, afanoso, por los hierros. En la sala, todaslas figuras se movieron unánimes hacia la reja.Interrogó el Coronelito:

—¿Pues qué se pasó?—La tormentona más negra de mi vida. ¡De

estrella pendeja fueron los brillos de latumbaguita! ¡Vuelo, vuelo, que traigo perrosobre los rastros, mi Coronelito!

IV

La niña ranchera abraza al marido, en el

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fondo de la sala, y lloriquea la tropa dechamacos, encadillándose a la falda de lamadre.

Hipando su grito, irrumpe por una puertala abuela carcamana:

—¿Perché questa follia? Se il Filomenotrova fortuna nella rivoluzione potrá diventarun Garibaldi. ¡Non mi spaventar i bambini!

El Cruzado miraba por los hierros, la figuratoda en sombra. El ojo enorme del caballorecibía por veces una luz en el juego de lassiluetas que accionaban cortando el círculo delcandil. Zacarías aún terciaba sobre la silla elsaco con el niño muerto. En la sala, el grupofamiliar rodeaba al patrón. La madre, uno poruno, levantaba a los hijos, pasándoles a losbrazos del padre. Consideró Zacarías, con dejoapagado:

—¡Son pidazos del corazón!V

Chino Viejo acercó los caballos, y los ecos

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de la galopada rodaron por la nocturnacampaña. Zacarías, en el primer sofreno, almeterse por un vado, apareó su montura con ladel Coronelito:

—¡Se chinga Banderitas! Tenemos unauxiliar muy grande. ¡Aquí ya conmigo!

El Coronelito, le miró, sospechándoleborracho:

¿ —Qué dices, manís?La reliquia de mi chamaco. Una carnicería

que los chanchos me han dejado. Va en estealforjín.

El Coronel le tendió la mano:—Me ocasiona un verdadero sentimiento,

Zacarías. ¿Y cómo no has dado sepultura a esosrestos?

—A su hora.—No me parece bien.—Esta reliquia nos sirve de salvoconducto.—¡Es una creencia rutinaria!—¡Mi jefecito, que lo cuente el chingado

gachupín!

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—¿Qué has hecho?—Guindarlo. No pedía menos satisfacción

esta carnicería de mi chamaco.—Hay que darle sepultura.—Cuando estemos a salvo.—¡Y parecía muy vivo el cabroncito!—¡Cuanti menos para su padre!

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SANTA MÓNICAQUINTA PARTE

Boleto de sombraLibro Primero

I

El Fuerte de Santa Mónica, que en lasluchas revolucionarias sirvió tantas veces comoprisión de reos políticos, tenía una pavorosaleyenda de aguas emponzoñadas, mazmorrascon reptiles, cadenas, garfios y cepos detormento. Estas fábulas, que datan de ladominación española, habían ganado muchovalimiento en la tiranía del General SantosBanderas. Todas las tardes en el foso delbaluarte, cuando las cornetas tocaban fajina, erapasada por las armas alguna cuerda derevolucionarios. Se fusilaba sin otro procesoque una orden secreta del Tirano.

II

Nachito y el estudiante traspasaron lapoterna, entre la escolta de soldados. El Alcaide

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los acogió sin otro trámite que el parte verbaldepuesto por un sargento, y enviado desde lacantina por el Mayor del Valle. AI cruzar lapoterna, los dos esposados alzaron la cabezapara hundir una larga mirada en el azul remotoy luminoso del cielo. El Alcaide de SantaMónica, Coronel Irineo Castañón, aparece enlas relaciones de aquel tiempo como uno de losmás crueles sicarios de la Tiranía: Era un viejosanguinario y potroso que fumaba en cachimbay arrastraba una pata de palo. Con la braguetadesabrochada, jocoso y cruel, dio entrada a losdos prisioneros:

—¡Me felicito de recibir a una gente tanseleccionada!

Nachito acogió el sarcasmo con falsa risa dedientes, y quiso explicarse:

—Se padece una ofuscación, mi Coronelito.El Coronel Irineo Castañón vaciaba la

cachimba golpeando sobre la pata de palo:—A mí en eso ninguna cosa me va. Los

procesos, si hay lugar, los instruye el

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Licenciadito Carballeda. Ahora, como aún setrata de una simple detención, van a tener porsuyo todo el recinto murado.

Agradeció Nachito con otra sonrisacumplimentera y acabó moqueando:

—¡Es un puro sonambulismo este fregado!El Cabo de Vara, en el sombrizo de la

puerta, hacía sonar la pretina de sus llaves: Eramulato, muy escueto, con automatismo defantoche: Se cubría con un chafado quepisfrancés, llevaba pantalones colorados deuniforme, y guayabera rabona muy sudada:Los zapatos de charol, viejos y tilingos, traíapicados en los juanetes. El Alcaide le advirtiójovial:

—Don Trini, a estos dos flautistas vea desuministrarles boleto de preferencia.

—No habrá queja. Si vienen provisorios, seles dará luneta de muralla.

Don Trini, cumplida la fórmula del cacheo,condujo a los presos por un bovedizo confusiles en armario: Al final, abrió una reja y los

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soltó entre murallas:—Pueden pasearse a su gusto.Nachito, siempre cumplimentero y servil,

rasgó la boca:—Muchísimas gracias, Don Trini.Don Trini, con absoluta indiferencia, batió

la reja, haciendo rechinar cerrojos y llaves:Gritó, alejándose:

—Hay cantina, si algo desean y quierenpagarlo.

III

Nachito, suspirando, leía en el muro losgrafitos carcelarios decorados con fálicostrofeos. Tras de Nachito, el taciturno estudianteliaba el cigarro: Tenía en los ojos una chispaburlona, y en la boca prieta, color de moras, unrictus de compasión altanera. Esparcidos ysolitarios paseaban algunos presos. Se oía elhervidero de las olas, como si estuviesensocavando el cimiento. Las ortigas lozaneabanen los rincones sombríos, y en la azul

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transparencia aleteaba una bandada dezopilotes, pájaros negros. Nachito, finchándoseen el pando compás de las zancas, miró conreproche al estudiante:

—Ese mutismo es impropio para daránimos al compañero, y hasta puede ser unafalta de generosidad. ¿Cómo es su gracia,amigo?

—Marco Aurelio.—¡Marquito, qué será de nosotros!—¡Pues y quién sabe!—¡Esto impone! ¡Se oye el farollón de las

olas!... Parece que estamos en un barco.El Fuerte de Santa Mónica, castillote teatral

con defensas del tiempo de los virreyes,erguíase sobre los arrecifes de la costa, frente alvasto mar ecuatorial, caliginoso de ciclones ycalmas. En la barbacana, algunos morterosantiguos, roídos de lepra por el salitre, sealineaban moteados con las camisas de lospresos tendidas a secar: Un viejo, sentado sobreel cantil frente al mar inmenso, ponía

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remiendos a la frazada de su camastro. En elmás erguido baluarte cazaba lagartijas un gato,y pelotones de soldados hacían ejercicios enPunta Serpientes.

IV

Hilo de la muralla, la curva espumosa delas olas balanceaba una ringla de cadáveres.Vientres inflados, livideces tumefactas.Algunos prisioneros, con grito de motín,trepaban al baluarte. Las olas mecían loscadáveres ciñéndolos al costado de la muralla,y el cielo alto, llameante, cobijaba un astrosovuelo de zopilotes, en la cruel indiferencia desu turquesa. El preso que ponía remiendos enla frazada de su camastro quebró el hilo, y conla hebra en el bezo murmuró leperón ysarcástico:

—¡Los chingados tiburones ya se aburrende tanta carne revolucionaria, y todavía no sesatisface el cabrón Banderas! ¡Puta madre!

El rostro de cordobán, burilado de arrugas,

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tenía un gesto estoico: La rasura de la barba,crecida y cenicienta, daba a su natural adustoun cierto aire funerario. Nachito y MarcoAurelio caminaron inciertos, como viajerosextraviados: Nachito, si algún preso cruzabapor su vera, apartábase solícito y abría paso conuna sonrisa amistosa. Llegaron al baluarte y seasomaron a mirar el mar alegre de lucesmañaneras, nigromántico con la fúnebre ringlabalanceándose en las verdosas espumas de laresaca. Entre los presos que coronaban elbaluarte acrecía la zaloma de motín con airadosgestos y erguir de brazos. Nachito se aleló deespanto:

—¿Son náufragos?El viejo de la frazada le miró

despreciándole:—Son los compañeros recién ultimados en

Foso-Palmitos.Interrogó el estudiante:—¿No se les enterraba?—¡Qué va! Se les tiraba al mar. Pero visto

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cómo a los tiburones ya les estomaga la carnerevolucionaria, tendrán que darnos tierra a losque estamos esperando vez.

Tenía una risa rabiosa y amarga. Nachitocerró los ojos:

—¿Es de muerte su sentencia, mi viejo?—¿Pues conoce otra penalidad más

clemente el Tigre de Zamalpoa? ¡De muerte! ¡Yno me arrugo ni me rajo! ¡Abajo el Tirano!

Los prisioneros, encaramados en elbaluarte, hundían las miradas en los disipadosverdes que formaba la resaca entre los contra-fuertes de la muralla. El grupo tenía unafrenética palpitación, una brama, un clamoreode denuestos. El Doctor Alfredo SánchezOcaña, poeta y libelista, famoso tribunorevolucionario, se encrespó con el brazotendido en arenga, bajo la mirada retinta delcentinela que paseaba en la poterna con el fusilterciado:

—¡Héroes de la libertad! ¡Mártires de lamás noble causa! ¡Vuestros nombres escritos

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con letras de oro, fulgirán en las páginas denuestra Historia! ¡Hermanos, los que van amorir os rinden un saludo y os presentanarmas!

Se arrancó el jipi con un gran gesto, y todosle imitaron. El centinela amartilló el fusil:

—¡Atrás! No hay orden para demorar en elbaluarte.

Le apostrofó el Doctor Sánchez Ocaña:—¡Vil esclavo!Una barca tripulada por carabineros de

mar, arriando vela, maniobraba para recogerlos cadáveres. Embarcó siete. Y como losprisioneros en creciente motín no desalojabanel baluarte, salió la guardia y sonaron cornetas.

V

Nachito, tomado de alferecía, se agarraba albrazo del estudiante:

—¡Nos hemos fregado!El viejo de la manta le miró despacio, el

belfo mecido por una risa de cabrío:

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—No merita tanto atributo esta vidapendeja.

Nachito ahiló la voz en el hipo de unsollozo:

—¡Muy triste morir inocente! ¡Mecondenan las apariencias!

Y el viejo, con burlona mueca de escarnio,seguía martillando:

—¿No sos revolucionario? Pues sinmerecerlo vas vos a tener el fin de los hombreshonrados.

Nachito, relajándose en una congoja, tendíalos ojos suplicantes al preso, que, con el cañofruncido y la manta tendida sobre las piernas,se había puesto a estudiar la geometría de unremiendo. Nachito intentó congraciarse lavoluntad de aquel viejo de cordobán: El azarlos reunía bajo la higuera, en un rincón delpatio:

—Nunca he sido simpatizante con elideario de la revolución, y lo deploro;comprendo que son ustedes héroes con un

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puesto en la Historia: Mártires de la Idea. ¡Sabeamigo, que habla muy lindo el Doctor SánchezOcaña!

Hízole coro el estudiante, con sombríoapasionamiento:

—En el campo revolucionario militan lasmejores cabezas de la República.

Aduló Nachito:—¡Las mejores!Y el viejo de la frazada, lentamente,

mientras enhebra, desdeñoso y ariscocomentaba:

—Pues, manifiestamente, para enterarse nohay cosa como visitar Santa Mónica. A lo que secolige, el chamaco tampoco es revolucionario.

Declaró Marco Aurelio con firmeza:—Y me arrepiento de no haberlo sido, y lo

seré, si alguna vez me veo fuera de estosmuros.

El viejo, anudando la hebra, reía con su risade cabra:

—De buenos propósitos está empedrado el

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Infierno.Marco Aurelio miró al viejo conspirador y

juzgó tan cuerdas sus palabras, que no sintió elultraje: Le sonaban como algo lógico eirremediable en aquella cárcel de reos políticosorgullosos de morir.

VI

El tumbo del mar batía la muralla, y el oboede las olas cantaba el triunfo de la muerte. Lospájaros negros hacían círculos en el remotoazul, y sobre el losado del patio se pintaba lasombra fugitiva del aleteo. Marco Aurelio sen-tía la humillación de su vivir, arremansado enla falda materna, absurdo, inconsciente comolas actitudes de esos muñecos olvidados tras delos juegos: Como un oprobio remordíale suindiferencia política. Aquellos muros, cárcel deexaltados revolucionarios, le atribulaban yacrecían el sentimiento mezquino de su vida,infantilizada entre ternuras familiares y estu-dios pedantes, con premios en las aulas. Confu-

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so atendía al viejo que entraba y sacaba la agujade lezna:

—¿Venís vos a la sombra por incidenciajustificada, o por espiar lo que se conversa? Eso,amigo, es bueno ponerlo en claro. Recorra lascuadras y vea si encuentra algún fiador. ¿Nodice que es estudiante? Pues aquí no faltanuniversitarios. Si quiere tener amigos en estamazmorra, busque modo de justificarse. Losrevolucionarios platónicos merecen pocaconfianza.

El estudiante había palidecidointensamente. Nachito, con ojos de perro,imploraba clemencia:

—A mí también me tenía horrorizadoTirano Banderas: ¡Muy por demás sanguinario!Pero no era fácil romper la cadena. Yo parabolinas no valgo, ¿y adónde iba que merecibiesen si soy inútil para ganarme losfríjoles? El Generalito me daba un hueso queroer y se divertía choteándome. En el fondoparecía apreciarme. ¿Que está mal, que soy un

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pendejo, que aquello era por demás, que tienesus fueros la dignidad humana? Corriente. Perohay que reflexionar lo que es un hombreprivado de albedrío por ley de herencia. ¡Mipapá, un alcohólico! ¡Mi mamá, con desvaríohistérico! El Generalito, a pesar de susescarnios, se divertía oyéndome decir jangadas.No me faltaban envidiosos. ¡Y ahora caer de tanalto!

Marco Aurelio y el viejo conspirador oíancallados y por veces se miraban. Concluyó elviejo:

—¡Hay sujetos más ruines que putas!Se ahogaba Nachito:—¡Todo acabó! El último escarnio supera la

raya. Nunca llegó a tanto. Divertirse fusilandoa un desgraciado huérfano, es propio de Nerón.Marquito, y usted, amigo, yo les agradeceríaque luego me ultimasen. Sufro demasiado.¡Qué me vale vivir unas horas, si todo el gustome lo mata ese chingado sobresalto! Conozcomi fin, tuve un aviso de las ánimas. Porque en

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este fregado ilusorio andan las Benditas.Marquito, dame cachete, indúltame de estesuplicio nervioso. Hago renuncia de la vida poranticipado. Vos, mi viejo, ¿qué haces que no mesangrás con esa lezna remendona? Mero mero,pasáme las entretelas. Amigos, ¿qué dicen? Sitemen complicaciones, háganme el servicio deconsolarme de alguna manera.

VII

El planto pusilánime y versátil de aquelbadulaque aparejaba un gesto ambiguo decompasión y desdén en la cara funeraria delviejo conspirador y en la insomne palidez delestudiante. La mengua de aquel bufón endesgracia tenía cierta solemnidad grotesca,como los entierros de mojiganga con que fina elantruejo. Los zopilotes abatían sus alas tiñosassobre la higuera.

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El número tresLibro Segundo

I

El calabozo número tres era una cuadra conaltas luces enrejadas, mal oliente de alcohol,sudor y tabaco. Colgaban en calle, a uno y otrolateral, las hamacas de los presos, reos políticosen su mayor cuento, sin que faltasen en aquelrancho el ladrón encanecido, ni el idiotasanguinario, ni el rufo valiente, ni el hipócritadesalmado. Por hacerles a los políticos másatribulada la cárcel, les befaba con estascompañías, el de la pata de palo, Coronel IrineoCastañón. La luz polvorienta y alta de las rejasresbalaba por la cal sucia de los muros, y laexpresión macilenta de los encarcelados hallabauna suprema valoración en aquella luz árida ydesolada. El Doctor Sánchez Ocaña,declamatorio, verboso, con el puño de la camisafuera de la manga, el brazo siempre en tribuno

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arrebato, engolaba elocuentes apóstrofes contrala tiranía:

—El funesto fénix del absolutismo colonialrenace de sus cenizas aventadas a los cuatrovientos, concitando las sombras y los manes delos augustos libertadores. Augustos, sí, y elejemplo de sus vidas debe servirnos de luminaren estas horas, que acaso son las últimas quenos resta de vivir. El mar devuelve a la tierrasus héroes, los voraces monstruos de las azulesminas se muestran más piadosos que el GeneralSantos Banderas... Nuestros ojos...

Se interrumpía. Llegaba por el corredor lapata de palo. El Alcaide cruzó fumando encachimba, y poco a poco extinguióse el alertade su paso cojitranco.

II

Un preso, que leía tendido en su hamaca,sacó a luz, de nuevo, el libro que habíaocultado. De la hamaca vecina le interrogó lasombra de Don Roque Cepeda:

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—¿Siempre con las Evasiones Célebres?—Hay que estudiar los clásicos.—¡Mucho le intriga esa lectura! ¿Sueña

usted con evadirse?—¡Pues quién sabe!—¡Ya estaría bueno podérsela jugar al

Coronelito Pata de Palo! Cerró el libro con unsuspiro el que leía:

—No hay que pensarlo. Posiblemente, austed y a mí nos fusilan esta tarde.

Denegó con ardiente convicción DonRoque:

—A usted, no sé... Pero yo estoy seguro dever el triunfo de la Revolución. Acaso mástarde me cueste la vida. Acaso. Se cumplesiempre el Destino.

—Indudablemente. ¿Pero usted conoce sudestino?

—Mi fin no está en Santa Mónica. Tengoencima el medio siglo, aún no hice nada, hesido un soñador, y forzosamente deboregenerarme actuando en la vida del pueblo, y

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moriré después de haberle regenerado.Hablaba con esa luz fervorosa de los

agonizantes, confortados por la fe de una vidafutura, cuando reciben la Eucaristía. Su cabezatostada de santo campesino erguíase sobre laalmohada como en una resurrección, y todo elbulto de su figura exprimíase bajo el sabanilcomo bajo un sudario. El otro prisionero lemiró con amistosa expresión de burla y duda:

—¡Quisiera tener su fe, Don Roque! Perome temo que nos fusilen juntos en Foso-Palmitos.

—Mi destino es otro. Y usted déjese decavilaciones lúgubres y siga soñando conevadirse.

—Somos muy opuestos. Usted,pasivamente, espera que una fuerzadesconocida le abra las rejas. Yo hago planespara fugarme y trabajo en ello sin echar de laimaginación el presentimiento de mi finpróximo. A lo más hondo esta idea me trabaja,y solamente por no capitular sigo al acecho de

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una ocasión que no espero.—El Destino se vence, si para combatirle

sabemos reunir nuestras fuerzas espirituales.En nosotros existen fuerzas latentes,potencialidades que desconocemos. Para elestado de conciencia en que usted se halla, yo lerecomendaría otra lectura más espiritual queesas Evasiones Célebres. Voy a procurarle ElSendero Teosófico: Le abrirá horizontesdesconocidos.

—Recién le platicaba que somos muyopuestos. Las complejidades de sus autores medejan frío. Será que no tengo espíritu religioso.Eso debe ser. Para mí todo acaba en Foso-Palmitos.

—Pues reconociéndose tan carente deespíritu religioso, usted será siempre unrevolucionario muy mediocre. Hay queconsiderar la vida como una simiente sagradaque se nos da para que la hagamos fructificaren beneficio de todos los hombres. Elrevolucionario es un vidente.

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—Hasta ahí llego.—¿Y de quién recibimos esta existencia que

tiene un sentido determinado? ¿Quién la sellacon esa obligación? ¿Podemos impunementetraicionarla? ¿Concibe usted que no haya unasanción?

—¿Después de la muerte?—Después de la muerte.—Esas preguntas, yo me abstengo de

resolverlas.—Acaso porque no se las formula con

bastante ahínco.—Acaso.—¿Y el enigma, tampoco le anonada?—Procuro olvidarlo.—¿Y puede?—He podido.—¿Y al presente?—La cárcel siempre es contagiosa... Y si

continúa usted platicándome como lo hace,acabará por hacerme rezar un Credo.

—Si le enoja dejaré el tema.

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—Don Roque, sus enseñanzas no puedenserme sino muy gratas. Pero entre flores tandoctas me ha puesto usted un rejón que aún meescuece. ¿Por qué juzga que mi actuaciónrevolucionaria será siempre mediocre? ¿Quérelaciones establece usted entre la concienciareligiosa y los ideales políticos?

—¡Mi viejo, son la misma cosa!—¿La misma cosa? Podrá ser. Yo no lo veo.—Hágase usted más meditativo y

comprenderá muchas verdades que sólo así leserán reveladas.

—Cada persona es un mundo, y nosotrosdos somos muy diversos. Don Roque, ustedvuela muy remontado, y yo camino por lossuelos; pero el calificativo que me ha puesto demediocre revolucionario es una ofuscación queusted padece. La religión es ajena a nuestrasluchas políticas.

—A ninguno de nuestros actos puede serajena la intuición de eternidad. Solamente loshombres que alumbran todos sus pasos con esa

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antorcha logran el culto de la Historia. Laintuición de eternidad trascendida es laconciencia religiosa: Y en nuestro ideario, lapiedra angular, la redención del indio, es unsentimiento fundamentalmente cristiano.

—Libertad, Igualdad, Fraternidad, meparece que fueron los tópicos de la RevoluciónFrancesa. Don Roque, somos muy buenosamigos, pero sin poder entendernos. ¿Nopredicó el ateísmo la Revolución Francesa?Marat, Dantón, Robespierre...

—Espíritus profundamente religiosos, auncuando lo ignorasen algunas veces.

—¡Santa ignorancia! Don Roque,concédame usted esa categoría para sacarme elrejón que me ha puesto.

—No me guarde rencor, se la concedo.Se dieron la mano, y par a par en las

hamacas, quedaron un buen espaciosilenciosos. En el fondo de la cuadra, entre ungrupo de prisioneros, seguía perorando elDoctor Sánchez Ocaña. El gárrulo fluir de

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tropos y metáforas resaltaba su fríoamaneramiento en el ambiente pesado desudor, aguardiente y tabaco del calabozonúmero tres.

III

Don Roque Cepeda convocaba en torno desu hamaca un grupo atento a las lecciones deilusionada esperanza que vertía con apagadomurmullo y clara sonrisa seráfica. Don Roqueera profundamente religioso, con una religiónforjada de intuiciones místicas y máximasindostánicas: Vivía en un pasmo ardiente, y superegrinación por los caminos del mundo se leaparecía colmada de obligaciones arcanas,ineludibles como las órbitas estelares: Adeptode las doctrinas teosóficas, buscaba en la últimahondura de su conciencia un enlace con laconciencia del Universo: La responsabilidadeterna de las acciones humanas le asombrabacon el vasto soplo de un aliento divino. ParaDon Roque, los hombres eran ángeles

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desterrados: Reos de un crimen celeste,indultaban su culpa teologal por los caminosdel tiempo, que son los caminos del mundo.Las humanas vidas con todos sus pasos, contodas sus horas, promovían resonancias eternasque sellaba la muerte con un círculo de infinitasresponsabilidades. Las almas, al despojarse dela envoltura terrenal, actuaban su pasadomundano en límpida y hermética visión deconciencias puras. Y este círculo de eternacontemplación —gozoso o doloroso— era el fininmóvil de los destinos humanos y la redencióndel ángel en destierro. La peregrinación por ellimo de las formas, sellaba un número sagrado.Cada vida, la más humilde, era creadora de unmundo, y al pasar bajo el arco de la muerte, laconciencia cíclica de esta creación seposesionaba del alma, y el alma, prisionera ensu centro, devenía contemplativa y estática.Don Roque era varón de muy varias ydesconcertantes lecturas, que por el senderoteosófico lindaban con la cábala, el ocultismo y

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la filosofía alejandrina. Andaba sobre loscincuenta años. Las cejas, muy negras, poníanun trazo de austera energía bajo la frente ancha,pulida calva de santo románico. El cuerpomostraba la firme estructura del esqueleto, lafortaleza dramática del olivo y de la vid. Supredicación revolucionaria tenía una luz desendero matinal y sagrado.

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CarcelerasLibro Tercero

I

Bajo la luz de una reja, hacían corrojugando a los naipes hasta ocho o diezprisioneros. Chucho el Roto, tiraba la carta: Eraun bigardo famoso por muchos roboscuatreros, plagios de ricos hacendados, asaltosde diligencias, crímenes, desacatos, estropicios,majezas, amores y celos sangrientos. Tirabadespacio: Tenía las manos enjutas, la mejillacon la cicatriz de un tajo y una mella de tresdientes. En el juego de albures hacían ruedapresos de muy distinta condición: Apuntabanen el mismo naipe charros y doctores,guerrilleros y rondines. Nachito Veguillasestaba presente: Aún no jugaba, pero ponía elojo en la pinta y con una mano en el bolso setanteaba la plata. Vino una sota y comentó,arrobándose:

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—¡No falla ninguna!Volvióse y tributó una sonrisa al caviloso

jugador vecino, que permaneció indiferente:Era un espectro vestido con fláccido saco dedril que le colgaba como de una escarpia.Nachito recaló su atención a la baraja: Consúbito impulso sacó la mano con un puñado desoles, y los echó sobre la pulgona frazada queen las cárceles hace las veces del tapete verde:

—Van diez soles en el pendejo monarca.Advirtió el Roto:—Ha doblado.—Mata la pinta.—¡Va!El Roto corrió la puerta y vino de patas el

rey de bastos. Nachito, ilusionado con laganancia, cobró y de lleno metióse en losalbures. Por veces se levantaba un borrascón devoces, disputando algún lance. Nachito teníasiempre el santo de cara, y viéndole ganar, elcaviloso espectro hepático le pagó la remotasonrisa dirigiéndole un gesto fláccido de mala

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fortuna. Nachito, con una mirada, le entregó suatribulado corazón:

—En nuestra lamentosa situación, ganar operder no hace diferencia. Foso-Palmitos atodos iguala.

El otro denegó con su gesto fláccido yamarillo de vejiga desinflándose:

—Mientras hay vida, la plata es un factormuy importante. ¡Hay que considerarlo así!

Nachito suspiró:—A un reo de muerte, ¿qué consuelo

puede darle la plata?—Cuando menos, éste del juego para poder

olvidarse... La plata, hasta el último momento,es un factor indispensable.

—¿Su sentencia también es de muerte,hermano?

—¡Pues y quién sabe!—¿No se fusila a todos por igual?—¡Pues y quién sabe!—Me abre usted un rayo de luz. Voy a

meter cincuenta soles en el entrés.

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Nachito ganó la puesta, y el otro arrugó lacara con su gesto fláccido:

—¿Y le sopla siempre la misma racha?—No me quejo.—¿Quiere que hagamos una fragata de

cinco soles? Usted los gobierna como le plazca.—Cinco golpes.—Como le plazca.—Vamos en la sota.—¿Le gusta esa carta?—Es el juego.—¡Quebrará!—Pues en ella vamos.El Roto tiraba lentamente, y corrida la pinta

para que todos la viesen, quedábase unmomento con la mano en alto. Vino la sota.Nachito cobró, y repartida en las dos manos lacolumna de soles, cuchicheó con el amarillocompadre:

—¿Qué le decía?—¡Parece que las ve!—Ahora nos toca en el siete.

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—¿Pues qué juego lleva?—Gusto y contragusto. Antes jugué la que

me gustaba y ahora corresponde el siete, que nome incita ni me dice nada.

—Gusto y contragusto llama usted a esejuego. ¡Lo desconocía!

—Mero mero, acabo de descubrirlo.—Ahora perdemos.—Mire el siete en puerta.—¡En los días de mi vida he visto suerte tan

continuada!—Vamos al tercer golpe en el caballo.—¿Le gusta?—Le estoy agradecido. ¡Ya hemos ganado!

Debemos repartir.—Vamos a darle los cinco golpes.—Perdemos.—O ganamos. La carta del gusto es el cinco,

nos corresponde la del contragusto.—¡Juego chocante! Reserve la mitad,

amigo.—No reservo nada. Ochenta soles lleva el

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tres.—No sale.—Alguna vez debe quebrar.—Retírese.Chucho el Roto, con un ojo en el naipe,

medía la diferencia entre las dos cartas delalbur. Silbó despectivo:

—Psss... Van igualadas.Posando la baraja sobre la manta, se enjugó

la frente con un vistoso pañuelo de seda.Percibiendo a los jugadores atentos, comenzó atirar con una mueca de sorna y la cara torcidabajo la cicatriz. Vino el tres que jugaba Nachito.Palpitó a su lado el espectro:

—¡Hemos ganado!Reclamó Nachito, batiendo con los nudillos

en la manta:—Ciento sesenta soles.Cucho el Roto, al pagarle, le clavó los ojos

con mofa procaz:—Otro menos pendejo, con esa suerte,

había desbancado. ¡Ni que un ángel se las

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soplase a la oreja!Nachito, con gesto de bonachón

asentimiento, apilaba el dinero y hacía susgracias.

—¡Cuá! ¡Cuá!Y murmuraba desabrido un titulado

Capitán Viguri:—¡Siempre la Virgen se les aparece a los

pastores!Y Nachito, al mismo tiempo, tenía en la

oreja el soplo del hepático espectro:—Debemos repartir.Denegó Nachito con un frunce triste en la

boca:—Después del quinto golpe.—Es una imprudencia.—Si perdemos, por otro lado nos vendrá la

compensación. ¿Quién sabe? ¡Hasta pudieranno fusilarnos! Si ganamos es que tenemos lacontraria en Foso-Palmitos.

—Déjese, amigo, de macanas, y no tiente lasuerte.

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—Vamos con la sota.—Es una carga fregada.—Pues moriremos en ella. Amigo tallador,

ciento sesenta soles en la sota.Respondió el Roto:—¡Van!Se almibaró Nachito:—Muchas gracias.Y repuso el tahúr, con su mueca leperona:—¡Son las que me cuelgan!Volvió la baraja, y apareció la sota en

puerta, con lo cual movióse un murmullo entrelos jugadores. Nachito estaba pálido y letemblaban las manos:

—Hubiera querido perder esta carta. ¡Ay,amigo, nos tiran la contraria en Foso-Palmitos!

Alentó el espectro con expresión mortecina:—Por ahora vamos cobrando.—Son ciento veintisiete soles por barba.—¡La puerta nos ha chingado!—Más debió chingarnos. En una situación

tan lamentosa, es de muy mal augurio ganar en

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el juego.—Pues déjele la plata al Roto.—No es precisamente la contraria.—¿Va usted a seguir jugando?—¿Hasta perder! Sólo así podré

tranquilizar mi ánimo.—Pues yo voy a tomar el aire. Muchas

gracias por su ayuda y reconózcame como unservidor: Bernardino Arias.

Se alejó. Nachito, con las manos trémulas,apilaba la plata. Le llenaba de terror angustiosoel absurdo de aquel providencialismo maléfico,que, dándole tan obstinada ventura en el juego,le tenía decretada la muerte. Sentíase bajo elpoder de fuerzas invisibles, las advertía entorno suyo, hostiles y burlonas. Cogió unpuñado de dinero y lo puso a la primera cartaque salió. Deseaba ganar y perder. Cerró losojos para abrirlos en el mismo instante. Chuchoel Roto volvía la baraja, enseñaba la puerta,corría la pinta. Nachito se afligió. Ganaba otravez. Se disculpó con una sonrisa, sintiendo la

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mirada aviesa del bandolero tahúr:—¡Posiblemente esta tarde voy a ser

ultimado!II

Al otro rumbo del calabozo, algunosprisioneros escuchaban el relato fluido de esesy eles, que hacía un soldado tuerto: Hablabamonótonamente, sentado sobre los calcañares,y contaba la derrota de las tropasrevolucionarias en Curopaitito. Echados sobreel suelo, atendían hasta cinco presos:

—Pues de aquélla, yo aún andabaincorporado a la partida de Doroteo Rojas. Unservicio perro, sin soltar el fusil, siempremojados. Y el día más negro fue el 7 de julio:Íbamos atravesando un pantano, cuandoempezó la balasera de los federales: No loshabíamos visto porque tiraban al resguardo delos huisaches que hay a una mano y otra, y nomás salimos de aquel pantano por la GraciaBendita. Desde que salimos, les contestamos

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con fuego muy duro, y nos tiroteamos un chicorato, y otra vez, jala y jala y jala, por aquellosllanos que no se les miraba fin... Y un solazoque hacía arder las arenas, y ahí vamos jala yjala y jala y jala. Escapábamos a paso de coyote,embarrándonos en la tierra, y los federales senos venían detrás. Y no más zumbaban lasbalas. Y nosotros jala y jala y jala.

La voz del indio, fluida de eses y eles seinmovilizaba sobre una sola nota. El DoctorAtle, famoso orador de la secta revolucionaria,encarcelado desde hacía muchos meses, unhombre joven, la frente pálida, la cabelleraromántica, incorporado en su hamaca,guardaba extraordinaria atención al relato. Detiempo en tiempo escribía alguna cosa en uncuaderno, y tornaba a escuchar. El indio seadormecía en su monótono sonsonete:

—Y jala y jala y jala. Todo el díacaminamos al trote, hasta que al meterse el soldivisamos un ranchito quemado, y corrimospara agazaparnos. Pero no pudo ser. También

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nos echaron, y fuimos más adelante y nosagarramos al hocico de una noria. Y ahí estáotra vez la balasera, pero fuerte y tupida comogranizo. Y aquí caía una bala, y allá caía otra, yempezó a hervir la tierra. Los federales teníanganas de acabarnos, y nos baleaban muy fuerte,y al poco rato no más se oía el esquitero, y elesquitero y el esquitero como cuando mi viejame tostaba el maíz. El compañero que estabajunto a mí, no más se hacía para un lado y paraotro: Motivado que le dije: No las atorees,manís, porque es peor. Hasta que le dieron undiablazo en la maceta, y allí se quedó mirandoa las estrellas. Y fuimos al amanecer al pie deuna sierra, donde no había ni agua ni maíz, nicosa ninguna que comer.

Calló el indio. Los presos que formaban elgrupo seguían fumando, sin hacer ningúncomentario al relato, parecía que no hubiesenescuchado. El Doctor Atle repasaba el cuadernode sus notas, y con el lápiz sobre el labiointerrogó al soldado:

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—¿Cómo te llamas?—Indalecio.—¿El apellido?—Santana.—¿De qué parte eres?—Nací en la Hacienda de Chamulpo. Allí

nací, pero todavía chamaco me trasladaron conuna reata de peones a los Llanos de Zamalpoa.Cuando estalló la bola revolucionaria,desertamos todos los peones de las minas de unjudas gachupín, y nos fuimos con Doroteo.

El Doctor Atle aún trazó algunas líneas ensu cuaderno, y luego recostóse en la hamacacon los ojos cerrados y el lápiz sobre la boca,que sellaba un gesto amargo.

III

Conforme adelantaba el día, los rayos delsol, metiéndose por las altas rejas, sesgaban ytriangulaban la cuadra del calabozo. Enaquellas horas, el vaho de tabaco y catinga erade una crasitud pegajosa. Los más de los presos

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adormecían en sus hamacas, y al rebullirsealzaban una nube de moscas, que volvía aposarse apenas el bulto quedaba inerte. Encorros silenciosos, otros prisioneros se repartíanpor los rumbos del calabozo, buscando lostriángulos sin sol. Eran raras las pláticas,tenues, con un matiz de conformidad para lasadversidades de la fortuna: Las almaspresentían el fin de su peregrinación mundana,y este torturado pensamiento de todas las horasrevestíalas de estoica serenidad. Las raraspláticas tenían un dejo de olvidada sonrisa, luzhumorística de candiles que se apagan faltos deaceite. El pensamiento de la muerte habíapuesto en aquellos ojos, vueltos al mundo sobreel recuerdo de sus vidas pasadas, una visiónindulgente y melancólica. La igualdad en eldestino determinaba un igual acento en ladiversidad de rostros y expresiones. Sentíansealejados en una orilla remota, y la luztriangulada del calabozo realzaba en unmódulo moderno y cubista la actitud macilenta

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de las figuras.

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ALFAJORES Y VENENOSSEXTA PARTELección de LoyolaLibro Primero

I

El indio triste que divierte sus penascorriendo gallos, susurra por bochinches yconventillos justicias, crueldades, poderesmágicos de Niño Santos. El Dragón del SeñorSan Miguelito le descubría el misterio de lasconjuras, le adoctrinaba. ¡Eran compadres!¡Tenían pacto! ¡Generalito Banderas seproclamaba inmune para las balas por unafirma de Satanás! Ante aquel poder tenebroso,invisible yen vela, la plebe cobriza revivía unterror teológico, una fatalidad religiosa pobladade espantos.

II

En San Martín de los Mostenses era el

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relevo de guardias, y el fámulo barberoenjabonaba la cara del Tirano. El Mayor delValle, cuadrado militarmente, inmovilizábaseen la puerta de la recámara. El Tirano, vueltode espaldas, había oído el parte sin sorpresa,aparentando hallarse noticioso:

—Nuestro Licenciadito Veguillas es unalma cándida. ¡Está bueno el fregado! Mayordel Valle, merece usted una condecoración.

Era de mal agüero aquella sorna insidiosa.El Mayor presentía el enconado rumiar de laboca: Instintivamente cambió una mirada conlos ayudantes, retirados en el fondo, doslagartijos con brillantes uniformes, cordones yplumeros. La estancia era una celda grande yfresca, solada de un rojo polvoriento, con nidosde palomas en la viguería. Tirano Banderas sevolvió con la máscara enjabonada. El Mayorpermanecía en la puerta, cuadrado, con lamano en la sien: Había querido animarse concuatro copas para rendir el parte y sentía unairrealidad angustiosa: Las figuras, cargadas de

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enajenamiento, indecisas, tenían una sensaciónembotada de irrealidad soñolienta. El Tirano lemiró en silencio, remegiendo la boca: Luego,con un gesto, indicó al fámulo que continuasehaciéndole la rasura. Don Cruz, el fámulo, eraun negro de alambre, amacacado y vejete, conel crespo vellón griseante: Nacido en laesclavitud, tenía la mirada húmeda ydeprimida de los perros castigados. Conquiebros tilingos se movía en torno del Tirano:

—¿Cómo están las navajas, mi jefecito?—Para hacer la barba a un muerto.—¡Pues son las inglesas!—Don Cruz, eso quiere decir que no están

cumplidamente vaciadas.—Mi jefecito, el solazo de estas campañas

le ha puesto la piel muy delicada.El Mayor se inmovilizaba en el saludo

militar. Niño Santos, mirando de refilón elespejillo que tenía delante, veía proyectarse lapuerta y una parte de la estancia conperspectiva desconcertada:

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—Me aflige que se haya puesto fuera de leyel Coronel de la Gándara. ¡Siento de veras lapérdida del amigo, pues se arruina por sugenio atropellado! Me hubiera sido gratoindultarle, y la ha fregado nuestro Licenciadito.Es un sentimental, que no puede ver lástimas,merecedor de otra condecoración; una cruzpensionada. Mayor del Valle, pase usted ordende comparecencia para interrogar a esa almacándida. Y el chamaco estudiante, ¿por quémotivación ha sido preso?

El Mayor del Valle, cuadrado en el umbral,procuró esclarecerlo:

—Presenta malos informes, y le complica laventana abierta.

La voz tenía una modulación maquinal,desviada del instante, una tónica opaca. TiranoBanderas remegía la boca:

—Muy buena observación, visto que ustedmás tarde había de arrugarse frente al tejado.¿De qué familia es el chamaco?

—Hijo del difunto Doctor Rosales.

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—¿Y está suficientemente dilucidada susimpatía con el utopismo revolucionario?Convendría pedir un informe al Negociado dePolicía. Cumplimente usted esa diligencia,Mayor del Valle. Teniente Morcillo, ustedencárguese de tramitar las órdenes oportunaspara la pronta captura del Coronel Domicianode la Gándara. El Comandante de la Plaza quedisponga la urgente salida de fuerzas con elobjetivo de batir toda la zona. Hay que operardiligente. Al Coronelito, si hoy no lo cazamos,mañana lo tenemos en el campo insurrecto.Teniente Valdivia, entérese si hay muchacaravana para audiencia.

Terminada la rasura de la barba, el fámulotilingo le ayudaba a revestirse el levitón declérigo. Los ayudantes, con ritmo de autómatasalemanes, habían girado, marcando la mediavuelta, y salían por lados opuestos,recogiéndose los sables, sonoras las espuelas:

—¡Chac! ¡Chac!

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El Tirano, con el sol en la calavera, fisgabapor los vidrios de la ventana. Sonaban lascornetas, y en la campa barcina, ante la puertadel convento, una escolta de dragones revolvíalos caballos en torno del arqueológico landócon atalaje de mulas, que usaba para las visitasde ceremonia Niño Santos.

III

Con su paso menudo de rata fisgona,asolapándose el levitón de clérigo, salió allocutorio de audiencias Tirano Banderas:

—¡Salutem plurimam!Doña Rosita Pintado, caído el rebozo, con

dramática escuela, se arrojó a las plantas delTirano:

—¡Generalito, no es justicia lo que se hacecon mi chamaco!

Avinagró el gesto la momia indiana:—Alce, Doña Rosita, no es un tablado de

comedia la audiencia del Primer Magistrado dela Nación. Exponga su pleito con

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comedimiento. ¿Qué le sucede al hijo dellamentado Doctor Rosales? ¡Aquel conspicuopatricio hoy nos sería un auxiliar muy valiosopara el sostenimiento del orden! ¡Doña Rosita,exponga su pleito!

—¡Generalito, esta mañana se me llevaronpreso al chamaco!

—Doña Rosita, explíqueme lascircunstancias de ese arresto.

—El Mayor del Valle venía sobre los pasosde un fugado.

—¿Usted le había dado acogimiento?—¡Ni lo menos! Por lo que entendí, era su

compadre Domiciano.—¡Mi compadre Domiciano! Doña Rosita,

¿no querrá decir el Coronel Domiciano de laGándara?

—¡Me tiraniza pidiéndome tan justagramática!

—El Primer Magistrado de un pueblo notiene compadres, Doña Rosita. ¿Y cómo en

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horas tan intempestivas la visita del Coronel dela Gándara?

—¡Un centellón, no más, mi Generalito!Entró de la calle y salió por la ventana sinexplicarse.

—¿Y a qué obedece haber elegido la casa deusted, Doña Rosita?

—Mi Generalito, ¿y a qué obedece el sinoque rige la vida?

—Acorde con esa doctrina, espere el sinodel chamaco, que nada podrá sucederle fuerade esa ley natural. Mi señora Doña Rosita, medeja muy obligado. Me ha sido de una especialcomplacencia volver a verla y memorizartiempos antiguos, cuando la festejaba ellamentado Laurencio Rosales. ¡Veo siempre enusted aquella cabalgadora del Ranchito deTalapachi! Váyase muy consolada, que contrael sino de cada cual no hay poder suficientepara modificarlo, en lo limitado de nuestrasvoluntades.

—¡Generalito, no me hablés encubierto!

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—Fíjese no más: El Coronel de la Gándara,hurtándose a la ley por una ventana, tramitatodas las incidencias de este pleito, y en modoalguno podemos ya sustraernos a la actuaciónque nos deja pendiente. Mi señora Doña Rosita,convengamos que nuestra condición en elmundo es la de niños rebeldes que caminasencon las manos atadas, bajo el rebencazo de losacontecimientos. ¿Por qué eligió la casa deusted el Coronel Domiciano de la Gándara?Doña Rosita, excúseme que no pueda dilatar laaudiencia, pero lleve mis seguridades de que seproveerá en justicia. ¡Y en últimas resultas,siempre será el sino de las criaturas quiensentencie el pleito! ¡Nos vemos!

Se apartó hecho un rígido espeto, y conaustera seña de la mano llamó al ayudantecuadrado en la puerta:

—Se dan por finalizadas las audiencias.Vamos a Santa Mónica.

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IV

La llama del sol encendía con destellos elarduo tenderete de azoteas, encastillado sobrela curva del Puerto. El vasto mar ecuatorial,caliginoso de tormentas y calmas, seinmovilizaba en llanuras de luz, desde losmuelles al confín remoto. Los muros dereductos y hornabeques destacaban su rudageometría castrense, como bulldogstrascendidos a expresión matemática. Unacharanga, brillante y ramplona, divertía alvulgo municipal en el quiosco de la Plaza deArmas. En la muda desolación del cielo,abismado en el martirio de la luz, era como unainjuria la metálica estridencia. La pelazón deindios ensabanados, arrendándose a las acerasy porches, o encumbrada por escalerillas deiglesias y conventos, saludaba con unagenuflexión el paso del Tirano. Tuvo un gestohumorístico la momia enlevitada:

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—¡Chac! ¡Chac! ¡Tan humildes en laapariencia, y son ingobernables! No está mal elrazonamiento de los científicos, cuando nosdicen que la originaria organización comunaldel indígena se ha visto fregada por elindividualismo español, raíz de nuestrocaudillaje. El caudillaje criollo, la indiferenciadel indígena, la crápula del mestizo y lateocracia colonial son los tópicos con que nosdenigran el industrialismo yanqui y las monasde la diplomacia europea. Su negocio está enhacerle la capa a los bucaneros de la revolución,par arruinar nuestros valores y alzarseconcesionarios de minas, ferrocarriles yaduanas... ¡Vamos a pelearles el gallo sacandode la prisión con todos los honores, al futuroPresidente de la República!

El Generalito rasgaba la boca con fasosteclados. Asentían con militar tiesura losayudantes. La escolta dragona, imperativa debrillos y sones marciales, rodeaba el landó.Apartábase la plebe con e temor de ser

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atropellada, y repentinos espacios desiertossilenciaban la calle. En el borde de la acera, elindio de sabanil y chupalla, greñudo ygenuflexo, saludaba con religiosas cruces. Seentusiasmaban con vítores y palmas losbillaristas asomados a la balconada del Casi noEspañol. La momia enlevitada respondía concuáquera dignidad alzándose la chistera, y conel saludo militar los ayudantes.

V

El Fuerte de Santa Mónica descollaba eldramón de su arquitectura en el luminosoribazo marino. Formaba el retén en la poterna.El Ti rano no movió una sola arruga de sumascara indiana para responde al saludo delCoronel Irineo Castañón —Pata de Palo—.Inmovilizábase en un gesto de duras aristas,como los ídolos tallados en obsidiana:

—Qué calabozo ocupa Don Roque Cepeda?—El número tres.

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—Han sido tratados con toda laconsideración que merecen tan ilustre patricio ysus compañeros? El antagonismo políticodentro de la vigencia legal, merece todos losrespetos del Poder Público. El rigor de las leyesha de ser aplicado a los insurgentes en armas.Aténgase a esta, instrucciones en lo sucesivo.Vamos a vernos con el candidato de lasoposiciones para la Presidencia de la República.Coronel Castañón rompa marcha.

El Coronel giró con la mano en la visera, ysu remo de palo, con tieso destaque, trazó lamedia vuelta en el aire: Puesto en marcha, atilingo de las llaves en pretina, advirtió conmarciales escandidos:

—Don Trinidad, vos nos precedes.Corrió Don Trino con morisquetas

quebradas por los juanetes Rechinaron cerrojosy gonces. Abierta la ferrona cancela, renovó etrote con sones y compases del pretino llavero:Bailarín de alambre relamía gambetas sobre ellujo chafado de los charoles. El Coronel Irineo

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Castañón, al frente de la comitiva, marcaba elpaso. ¡Tac! ¡Tac! Por bovedizos y galerías,apostillaba un eco el ritmo cojitranco de la patade palo: ¡Tac! ¡Tac! El Tirano, raposo y clerical,arrugaba la boca entre sus ayudanteslagartijeros. Echó los bofes el Coronel Alcaide:

—¡Calabozo número tres!Tirano Banderas, en el umbral, saludó,

quitándose el sombrero, tendidos los ojos paradescubrir a Don Roque. Todo aquel mundocarcelario estaba vuelto a la puerta,inmovilizado en muda zozobra. El Tirano,acostumbrada la vista a la media luz delcalabozo, penetró por la doble hilera dehamacas. Extremando su rancia ceremonia,señalaba un deferente saludo al corro centradopor Don Roque Cepeda:

—Mi señor Don Roque, recién me entero desu detención en el fuerte. ¡Lo he deplorado!Hágame el honor de considerarme ajeno a esamolestia. Santos Banderas guarda todos losmiramientos a un repúblico tan ameritado, y

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nuestras diferencias ideológicas no son tanirreductibles como usted parece presuponerlo,mi Señor Don Roque. En todas lascircunstancias usted representa para mí, en elcampo político, al adversario que, consciente desus deberes ciudadanos, acude a los comicios yriñe la batalla sin salirse fuera de la CartaConstitucional. Notoriamente, he procedidocon el mayor rigor en las sumarias instruidas alos aventureros que toman las armas y secolocan fuera de las leyes. Para esos caudillosque no vacilan en provocar una intervenciónextranjera, seré siempre inexorable, pero estaactuación no excluye mi respeto y hasta micomplacencia para los que me presentan batallaamparados en el derecho que les confieren lasleyes. Don Roque, en ese terreno deseo verle austed, y comienzo por decir-le que reconozcoplenamente su patriotismo, que me congratulala generosa intención de su propaganda portonificar de estímulos ciudadanos a la razaindígena. Sobre este tópico aún hemos de

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conversar, pero horita sólo quiero expresarlemis excusas ante el lamentado error policial,originándose que la ergástula del vicio y de lacorrupción se vea enaltecida por el varón justode que nos habla el latino Horacio.

Don Roque Cepeda, en la rueda taciturnade sus amigos incrédulos, se iluminaba con unasonrisa de santo campesino, tenía un suavereflejo en las bruñidas arrugas:

—Señor General, perdóneme la franqueza.Oyéndole me parece escuchar a la Serpiente delGénesis.

Era de tan ingenua honradez la expresiónde los ojos y el reflejo de la sonrisa en lasarrugas, que excusaban como acentosbenévolos la censura de las cláusulas. TiranoBanderas inmovilizaba las aristas de su verdemueca:

—Mi Señor Don Roque, no esperaba de suparte esa fineza. De la mía propositabaofrecerle una leal amistad y estrechar su mano,

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pero visto que usted no me juzga sincero, melimito a reiterarle mis excusas.

Saludó con la castora, y, apostillado por losdos ayudantes, se di-rigió a la puerta.

VI

Entre la doble fila de hamacas saltó, lloróny grotesco, el Licenciado Veguillas:

—¡Cuá! ¡Cuá!La momia remegió la boca:—¡Macaneador!—¡Cuá! ¡Cuá!—No seas payaso.—¡Cuá! ¡Cuá!—Que no me divierte horita esa bufonada.—¡Cuá! ¡Cuá!—Tendré que apartarle con la punta de la

boca.—¡Cuá! ¡Cuá!El Licenciadito, recogida la guayabera en el

talle, terco, llorón, saltaba en cuclillas, inflada lamáscara, el ojo implorante:

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—¡Me sonroja verle! Sus delaciones no seredimen cantando la rana.

—Mi Generalito es un viceversa magnético.Tirano Banderas, con la punta de la bota, le

hizo rodar por delante del centinela, que,pegado al quicio de la puerta, presentaba elarma:

—Voy a regalarle un gorro de cascabeles.—¡Mi Generalito, para qué se molesta!—Se presentará con él a San Pedro. Ándele

no más, le subo en mi carruaje a los Mostenses.No quiero que se vaya al otro mundodescontento de Santos Banderas. Meconversará durante el día, ya que tan prontodejaremos de comunicarnos. Posiblemente lealcanza una sentencia de pena capital.Licenciadito, por qué me ha sido tan pendejo?¿Quién le inspiró la divulgación de lasresoluciones presidenciales? ¿A qué móviles haobedecido tan vituperable conducta? ¿Quécómplices tiene? Hónreme montando en micarruaje y tome luneta a mi diestra. Todavía no

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ha recaído sentencia sobre su conducta y noquiero prejuzgar su delincuencia.

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Flaquezas humanasLibro Segundo

I

Don Mariano Isabel Cristino Queralt yRoca de Togores, Ministro Plenipotenciario deSu Majestad Católica en Santa Fe de TierraFirme, Barón de Benicarlés y CaballeroMaestrante, condecorado con más lilailos queborrico cañí, era a las doce del día en la cama,con gorra de encajes y camisón de seda rosa.Merlín, el gozque faldero, le lamía el colorete yadobaba el mascarón esparciéndole el afeite conla espátula linguaria. Tenía en el hocico elfaldero arrumacos, melindres y mimos demaricuela.

II

Sin anuncio del ayuda de cámara, entró,gambetero, Currito Mi-Alma. El niño andaluzse detuvo en la puerta, marcó un redoble de las

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uñas en el alón del cordobés, y con un papirotese lo puso terciado. En el mismo compáslevantaba el veguero al modo de cañasanluqueña, entonado, ceceante, con el mejorestilo de la cátedra sevillana:

—¡Gachó! ¿Te has pintado para la Semanade Pasión? Merlín te ha puesto la propia jeta deun disciplinante.

Su Excelencia se volvió, dando la espalda alniño marchoso:

—¡Eres incorregible! Ayer, todo el día sindejarte ver el pelo.

—Formula una reclamación diplomática.Horita salgo del estaribel, que decimos losclásicos.

—Deja la guasa, Curro. Estoy sumamenteirritado.

—La veri, Isabelita.—¡Eres incorregible! Habrás dado algún

escándalo.—Ojerizas. He dormido en la delega, sobre

un petate, y esto no es lo más malo: La poli se

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ha hecho cargo de mi administración y de todala correspondencia.

El Ministro de España se incorporó en lasalmohadas, y al faldero, suspendiéndole por laslanas del cuello, espatarró en la alfombra:

—¿Qué dices?El Curro afligió la cara:—¡Isabelita, un sinapismo para puesto en el

rabo!—¿Dónde tenías mis cartas?—En una valija con siete candados

mecánicos.—¡Nos conocemos, Curro! Te vienes con

ese infundio idiota para sacarme dinero.—¡Que no es combina, Isabelita!—¡Curro, tú te pasas de sinvergüenza!—Isabelita, agradezco el requiebro, pero en

esta corrida sólo es empresa el LicenciadoLópez de Salamanca.

—¡Currito, eres un canalla!—¡Que me coja un toro y me mate!

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—¡Esas cartas se queman! ¡Debenquemarse! ¡Es lo correcto!

—Pero siempre se guardan.—¡Si anda en esto la mano del Presidente!

¡No quiero pensarlo! ¡Es una situación muydifícil y muy complicada!

——¿Me dirás que es la primera en que teves?

—¡No me exasperes! En las circunstanciasactuales puede costar-me la pérdida de lacarrera.

—¡Acude al quite!—Estoy distanciado del Gobierno.—Pues te arrimas al morlaco y lo pasas de

muleta. ¡Mi alma, que no sabes tú hacer eso!El representante de Su Majestad Católica

echó los pies fuera de la cama, agarrándose lacabeza:

—¡Si trasciende a los periódicos se me creauna situación imposible! ¡Cuando menos susilencio me cuesta un riñón y mitad del otro!

—Dale changüí a Tirano Banderas.

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El Ministro de España se levantó apretandolos puños:

—¡No sé cómo no te araño!—Una duda muy meritoria.—¡Currito, eres un canalla! Todo esto son

gaterías tuyas para sacarme dinero, y me estánatormentando.

—Isabelita, ¿ves estas cruces? Te hagojuramento por lo más sagrado.

El Barón repitió, temoso:—¡Eres un canalla!—Deja esa alicantina. Te lo juro por el

escapulario que mi madre, pobrecita, me pusoal salir de la adorada España.

El Curro se había conmovido con un ecosentimental de copla andaluza. Su Excelenciaapuntaba una llama irónica en el azulinohorizonte de sus ojos huevones:

—Bueno, sírveme de azafata.—¡Sinvergonzona!

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III

El representante de Su Majestad Católica,perfumado y acicalado, acudió al salón dondehacía espera Don Celes. Un pesimismo sensualy decadente, con lemas y apostillas literarias,retocaba, como otro afeite, el perfil psicológicodel carcamal diplomático, que en los posos desu conciencia sublimaba resabios de amor, conlaureles clásicos: Frecuentemente, en el tratosocial, traslucía sus aberrantes gustos con ellibre cinismo de un elegante en el Lacio: Teníasiempre pronta una burla de amablesepigramas para los jóvenes colegasincomprensivos, sin fantasía y sinhumanidades: Insinuante, con indiscretaconfidencia, se decía sacerdote de Hebe y deGanímedes. Bajo esta apariencia de frívolocinismo, prosperaban alarde y engaño, porquenunca pudo sacrificar a Hebe. El Barón deBenicarlés mimaba aquella postiza aficiónflirteando entre las damas, con un vacuo

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cotorreo susurrante de risas, reticencias eintimidades. Para las madamas era encantadoraquel pesimismo de casaca diplomática,aquellos giros disertantes y parabólicos de losguantes londinenses, rozados de frasesingeniosas diluidas en una sonrisa de orosodontálgicos. Aquellas agudezas eran motivode gorjeos entre las jamonas otoñales: Elmundo podía ofrecer un hospedaje másconfortable, ya que nos tomamos el trabajo denacer. Sería conveniente que hubiese menostontos, que no doliesen las muelas, que losbanqueros cancelasen sus créditos. La edad demorir debía ser una para todos, como la quintamilitar. Son reformas sin espera, y con relacióna las técnicas actuales, está anticuado el GranArquitecto. Hay industriales yanquis yalemanes que promoverían grandes mejoras enel orden del mundo si estuviesen en el Consejode Administración. El Ministro de Su MajestadCatólica tenía fama de espiritual en el corro de

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las madamas, que le tentaban en vanoponiéndole los ojos tiernos.

IV

—¡Querido Celes!Al penetrar en el salón con sonrisa belfona

recataba la congoja del ánimo, estarcido desuspicacias: ¡Don Celes! ¡Las cartas! ¡La muecadel Tirano! Un circunflejo del pensamientosellaba la tríada con intuición momentánea, y elcarcamal rememoraba su epistolario amoroso, yla dolorosa inquietud de otro disgusto lejano,en una Corte de Europa. El ilustre gachupín eraen el estrado, con el jipi y los guantes sobre larepisa de la botarga: Bombón y badulaque,tendida la mano, en el salir de la penumbradorada, se detuvo, fulmina-do por el ladridodel faldero, que arisco y mimoso, sacaba elagudo flautín entre las zancas de Su Excelencia:

—No quiere reconocerme por amigo.

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Don Celes, como en un pésame, estrechólargamente la mano del carcamal, que le animócon gesto de benévola indiferencia:

—¡Querido Celes, trae usted cara degrandes sucesos!

—Estoy, mi querido amigo,verdaderamente atribulado.

El Barón de Benicarlés le interrogó con unamueca de suripanta:

—¿Qué ocurre?—Querido Mariano, me causa una gran

mortificación dar este paso. Créamelo usted.Pero las críticas circunstancias por queatraviesan las finanzas del país me obligan arecoger numerario.

El Ministro de Su Majestad Católica, falso ydeclamatorio, estrechó las manos del ilustregachupín:

—Celes, es usted el hombre más bueno delmundo. Estoy viendo lo que usted sufre alpedirme su plata. Hoy se me ha revelado su

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gran corazón. ¿Sabe usted las últimas noticiasde España?

—¿Pero hubo paquete?—Me refiero al cable.—¿Hay cambio político?—El Posibilismo en Palacio.—¿De veras? No me sorprende. Eran mis

noticias, pero los sucesos han debidoanticiparse.

—Celes, usted será Ministro de Hacienda.Acuérdese usted de este desterrado y venga unabrazo.

—¡Querido Mariano!—¡Qué digna coronación de su vida,

Celestino!Falso y confidencial, hizo sentar en el sofá

al orondo ricacho, y, sacando la cadera,cotorrón, tomó asiento a su lado. La botarga delgachupín se inflaba complacida. Emilio lellamaría por cable. ¡La Madre Patria! Se sintiócon una conciencia difusa de nuevasobligaciones, una respetabilidad adiposa de

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personaje. Experimentaba la extraña sensaciónde que su sombra creciese desmesurada-mente,mientras el cuerpo se achicaba. Enternecíase. Lesonaban eufónicamente escandidas palabras —Sacerdocio, Ponencia, Parlamento,Holocausto—. Y adoptaba un lema: ¡Todo pormi Patria! Aquella matrona entrada en carnes,corona, rodela y estoque, le conmovía comodama de tablas que corta el verso en la tramoyade candilejas, bambalinas y telones. Don Celessentíase revestido de sagradas ínfulas ydesplegaba petulante la curva de su destino concasaca bordada, como el pavo real la fábula desu cola. Fatuas imágenes y suspicacias denegociante compendiaban sus larvadosarabescos en fugas colmadas de resonancias. Elilustre gachupín temía la mengua de sus lucros,si trocaba la explotación de cholos y morenospor el servicio de la Madre Patria. Se tocó elpecho y sacó la cartera:

—¡Querido Mariano, real yverdaderamente, en las circunstancias por que

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atraviesa este país, con la incertidumbre y pocafijeza de sus finanzas, me representa un gravequebranto la radicación en España! ¡Usted meconoce, usted sabe todo lo que me violentaapremiarle, usted, dándose cuenta de mi buenavoluntad, no me creará una situaciónembarazosa!...

El Barón de Benicarlés, con apagadasonrisa, tiraba de las orejas a Merlín:

—¡Carísimo Celestino, pero si está ustedhaciendo mi rol! Sus disculpas, todas suspalabras, las hago mías. No es a usted a quiencorresponde hablar así. ¡Carísimo Celestino, nome amenace usted con la cartera que me damás miedo que una pistola! ¡Guárdesela paraque sigamos hablando! Tengo en venta unamasía en Alicante. ¿Por qué no se decide ustedy me la compra? Sería un espléndido regalopara su amigo el elocuente tribuno. Decídaseusted, que se la doy barata.

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Don Celes Galindo entornaba los ojos,abierta una sonrisa de oráculo entre las patillasde canela.

V

El ilustre gachupín extravagaba por los másencumbrados limbos la voluta delpensamiento: Investido de conciencia histórica,pomposo, apesadumbrado, discernía como undeshonor rojo y gualda el epistolario delMinistro de Su Majestad Católica al Currito deSe-villa. ¡Aberraciones! Y subitánea, en un silode sombra taciturna, atisbó la mueca de TiranoBanderas. ¡Aberraciones! El verde mohíntrituraba las letras. Y Don Celes, con mentalesvotos de hijo predilecto, ofrecía el sonrojo de sucalva panzona en holocausto de la MadrePatria. El impulso de imponerle un parche enlas vergüenzas le inundó generoso, calde, conel latido entusiasta de la onda sanguínea en losbrindis y aniversarios nacionales. La botargadel ricacho era una boya de ecos magnánimos.

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El Barón, de media anqueta en el sofá,cristalizaba los ambiguos caramelos de unasonrisa protocolaria. Don Celestino le tendió lamano condolido, piadoso, tal corno su lienzo enel Vía-Crucis la María Verónica:

—Yo he vivido mucho. Cuando se havivido mucho, se adquiere cierta filosofía paraconsiderar las acciones humanas. Usted mecomprende, querido Mariano.

—Todavía no.El Barón de Benicarlés, limitaba el azul

horizonte de los ojos huevones, entornando lospárpados. Don Celes cambió toda la cara en ungran gesto abismado y confidencial:

—Ayer, la policía, en mi opiniónpropasándose, ha efectuado la detención de unsúbdito español y practicado un registro en suspetacas... Ya digo, en mi opinión,extralimitándose.

El carcamal diplomático asintió conmelindre displicente:

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—Acabo de enterarme. Me ha visitado conese mismo duelo Currito Mi-Alma.

El Ministro de Su Majestad Católicasonreía, y sobre la crasa rasura, el colorete,abriéndose en grietas, tenía un sarcasmo decareta chafada. Se consternó Don Celes:

—Mariano, es asunto muy grave. Precisaque, puestos de acuerdo, lo silenciemos.

—¡Carísimo Celestino, es usted una virgeninocente! Todo eso carece de importancia.

En la liviana contracción de su máscara, elcolorete seguía abriéndose, con nuevas roturas.Don Celes acentuaba su gesto confidencial:

—Querido Mariano, mi deber es prevenirle.Esas cartas están en poder del GeneralBanderas. Acaso violo un secreto político, perousted, su amistad, y la Patria... ¡QueridoMariano, no podemos, no debemos olvidarnosde la Patria! Esas cartas actúan en poder delGeneral Banderas.

—Me satisface la noticia. El SeñorPresidente es bien seguro que sabrá guardarlas.

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El Barón de Benicarlés acogíase en unaactitud sibilina de hierofante en sabiasperversidades. Insistía Don Celes, un pococaptado por aquel tono:

—Querido Mariano, ya he dicho que nojuzgo de esas cartas, pero mi deber esprevenirle.

—Y se lo agradezco. Usted, ilustre amigo,se deja arrebatar de la imaginación, Crea ustedque esas cartas no tienen la más pequeñaimportancia.

—Me alegraría que así fuese. Pero temo unescándalo, querido Mariano.

—¿Puede ser tanta la incultura de estemedio social? Sería perfectamente ridículo.

Don Celes se avino, marcando con un gestosu avenencia.

—Indudablemente; pero hay que silenciarel escándalo.

El Barón de Benicarlés entornaba los ojos,relamido de desdenes:

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—¡Un devaneo! Ese Currito, le confieso austed que me ha tenido interesado. ¿Usted leconoce? ¡Vale la pena!

Hablaba con tan amable sonrisa, con unmatiz británico de tan elegante indiferencia,que el asombrado gachupín no tuvo ánimospara sacar del fuelle los grandes gestos.Fallidos todos, murmuró jugando con losguantes:

—No, no le conozco. Mariano, mi consejoes que debe usted tener amigo al General.

—¿Cree usted que no lo sea?—Creo que debe usted verle.—Eso, sí, no dejaré de hacerlo.—Mariano, hágalo usted, se lo ruego, en

nombre de la Madre Patria. Por ella, por laColonia. Ya usted conoce sus componentes,gente inculta, sin complicaciones, sin cultura. Siel cable comunica alguna novedad política...

—Le tendré a usted al corriente, y le repitomi enhorabuena. Es usted un gran hombreplutarquiano. Adiós, querido Celes.

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—Vea usted al Presidente.—Le veré esta tarde.—Con esa promesa me retiro satisfecho.

VI

Currito Mi-Alma salió rompiendo cortinasy, por decirlo en su verba, más postinero queun ocho:

—¡Has estado pero que muy buena,Isabelita!

El Barón de Benicarlés le detuvo con áulicoaspaviento, la estampa fondona y gallota, todaconmovida:

—¡Me parece una inconveniencia eseespionaje!

—¡Mírame este ojo!—Muy seriamente.—¡No seas panoli!Los cedros y los mirtos del jardín

trascendían remansadas penumbras de verdesacuarios a los estores del salón, apenasondulados por la brisa perfumada de nardos. El

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jardín de la virreina era una galante geometríade fuentes y mirtos, estanques y ordenadossenderos: Inmóviles cláusulas de negros espejospautaban los estanques, entre columnatas decipreses. El Ministro de Su Majestad Católica,con un destello de orgullo en el azul porcelanade las pupilas, volvió la espalda al rufo, yrecluyéndose en el calmo mirador colonial, seincrustaba el monóculo bajo la ceja. Trepabandel jardín verdes de una enredadera, y eradetrás de los cristales toda la sombra verde deljardín. El Barón de Benicarlés apoyó la frente enla vidriera: Elegantona, atildada, britanizante,la figura dibujaba un gran gesto preocupado. ElCurro y Merlín, cada cual desde su esquina, lecontemplaban sumido en la luz acuaria delmirador; en la curva rotunda, labrada deolorosas maderas, con una evocación de lacasorientales y borbónicas, de minué bailado porVisorreyes y Princesas Flor de Almendro. ElCurro rompió el encanto escupiendo,marchoso, por el colmillo:

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—¡Isabelita, prenda, así te despeines, o tesubas el moño, para menda lo mismo que laBiblia del Padre Garulla! Isabelita, hay quemover los pinreles y darse la lengua con TiranoBanderas.

—¡Canalla!—¡Isabelita, evitémonos un solfeo!

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La notaLibro Tercero

I

El Excelentísimo Señor Ministro de Españahabía pedido el coche para las seis y media. ElBarón de Benicarlés, perfumado, maquillado,decorado, vestido con afeminada elegancia,dejó sobre una consola el jipi, el junco y losguantes: Haciéndose lugar en el corsé con unmovimiento de cintura, volvió sobre sus pasos,y entró en la recámara: Alzóse una pernera, conmimo de no arrugarla, y se aplicó unainyección de morfina. Estirando la zanca conleve cojera, volvió a la consola y se puso, frenteal espejo, el sombrero y los guantes. Los ojoshuevones, la boca fatigada, diseñaban enfluctuantes signos los toboganes delpensamiento. Al calzarse los guantes, veía losguantes amarillos de Don Celes. Y, de repente,otras imágenes salta-ron en su memoria, con

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abigarrada palpitación de sueltos toretes en unredondel. Entre ángulos y roturas gramaticales,algunas palabras se encadenaban con vigorepigráfico: —Desecho de tienta. Cría deGuisando. ¡Graníticos!— Sobre este trampolín,un salto mortal, y el pensamiento quedaba enuna suspensión ingrávida, gaseado: —¡DonCeles! ¡Asno divertido! ¡Magnífico!— Elpensamiento, diluyéndose en una vagaemoción jocosa, se trasmudaba en sucesivasintuiciones plásticas de un vigoroso grafismomental, y una lógica absurda de sueño. DonCeles, con albarda muy gaitera, hacía monadasen la pista de un circo. Era realmente el orondogachupín. ¡Qué toninada! Castelar le habíahecho creer que cuando gobernase lo llamaríapara Ministro de Hacienda.

El Barón se apartó de la consola, cruzó elestrado y la galería, dio una orden a su ayudade cámara, bajó la escalera. Le inundó el tu-multo luminoso del arroyo. El coche llegabarozando el azoguejo. El cochero inflaba la cara

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teniendo los caballos. El lacayo estaba a laportezuela, inmovilizado en el saludo: Lasimágenes tenían un valor aislado y extático, unrelieve lívido y cruel, bajo el celaje de cirrus,dominado por media luna verde. El Ministro deEspaña, apoyando el pie en el estribo, diseñabasu pensamiento con claras palabras mentales:—Si surge una fórmula, no puedosingularizarme, cubrir-me de ridículo porcuatro abarroteros. ¡Absurdo arrostrar elentredicho del Cuerpo Diplomático!¡Absurdo!— Rodaba el coche. El Barón,maquinalmente, se llevó la mano al sombrero.Luego pensó: —Me han saludado. ¿Quiénera?—. Con un esguince anguloso y oblicuo viola calle tumultuosa de luces y músicas.Banderas españolas decoraban sobre pulperíasy casas de empeño. Con otro esguince le acudióel recuerdo de una fiesta avinatada y cerril, enel Casino Español. Luego, por rápidostoboganes de sombra, descendía a un remansode la conciencia, donde gustaba la sensación

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refinada y te-diosa de su aislamiento. Enaquella sima, números de una gramática rota yllena de ángulos, volvían a inscribir lospoliedros del pensamiento, volvían lascláusulas acrobáticas encadenadas por ocultosnexos: —Que me destinen al Centro de África.Donde no haya Colonia Española... ¡Vaya, DonCeles! ¡Grotesco personaje!... ¡Qué idea la deCastelar!... Estuve poco humano. Casi me pesa.Una broma pesada... Pero ése no venía sin lospagarés. Estuvo bien haberle parado en seco.¡Un quiebro oportuno! Y la deuda debe desubir un pico... Es molesto. Es denigrante. Sonirrisorios los sueldos de la Carrera. Irrisorioslos viáticos.

II

El coche, bamboleando, entraba por laRinconada de Madres. Corrían gallos. Elespectáculo se proyectaba sobre un silenciotenso, cortado por ráfagas de popular algazara.El Barón alzó el monóculo para mirar a la

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plebe, y lo dejó caer. Con una proyecciónliteraria, por un nexo de contrarios, recordó suvida en las Cortes Europeas. Le acarició uncefirillo de azahares. Rozaba el coche las tapiasde un huerto de monjas. El cielo tenía una luzverde, como algunos ciclos del Veronés. LaLuna, como en todas partes, un halo de versositalianos, ingleses y franceses. Y el carcamaldiplomático, sobre la reminiscencia pesimista ysutil de su nostalgia, triangulaba difusos,confusos, plurales pensamientos. —¡Explicaciones! ¿Para qué? Cabezas deberroqueña—. Por sucesivas derivaciones, enuna teoría de imágenes y palabras cargadas designificación, como palabras cabalísticas, intuyóel ensueño de un viaje por países exóticos.Recaló en su colección de marfiles. El ídolopanzudo y risueño, que ríe con la panzadesnuda, se parece a Don Celes. Otra vez lospoliedros del pensamiento se inscriben enpalabras: —Va a dolerme dejar el país. Me llevomuchos recuerdos. Amistades muy gentiles.

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Me ha dado miel y acíbar. La vida, igual entodas partes... Los hombres valen más que lasmujeres. Sucede como en Lisboa. Entre losjóvenes hay verdaderos Apolos... Es posibleque me acompañe ya siempre la nostalgia deestos climas tropicales. ¡Hay una palpitacióndel desnudo!— El coche rodaba. Portalitos deJesús, Plaza de Armas, Monotombo, Rinconadade Madres, tenían una luminosa palpitación detalabartería, filigranas de plata, ruedas defacones, tableros de suertes, vidrios en sartales.

III

Frente a la Legación Inglesa había unguiñol de mitote y puñales. El coche llegabarozando la acera. El cochero inflaba la carareteniendo los caballos. El lacayo estaba en laportezuela, inmovilizado en un saludo. ElBarón, al apearse, distinguió vagamente a unamujer con rebocillo: Abría la negra tenaza delos brazos, acaso le requería. Se borró laimagen. Acaso la vieja luchaba por llegar al

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coche. El Barón, deteniéndose un momento enel estribo, esparcía los ojos sobre la fiesta de laRinconada. Entró en la Legación. Un momentocreyó que le llamaban, indudablemente lellamaban. Pero no pudo volver la cabeza: DosMinistros, dos oráculos del protocolo, leretenían con un saludo, levantándose al mismotiempo los sombreros: Estaban en el primerpeldaño de la escalera, bajo la araña destellantede luces, ante el espejo que proyectaba lasfiguras con una geometría oblicua ydisparatada. El Barón de Benicarlés respondíaquitándose a su vez el sombrero, distraído,alejado el pensamiento. La vieja, los brazoscomo tenazas bajo el rebocillo, iniciaba suimagen. Pasó también perdido bajo el recuerdoel eco de su propio nombre, la voz que acaso lellamaba. Maquinalmente sonrió a las dosfiguras, en su espera bajo la araña fulgurante.Cambiando cortesías y frases amables, subió laescalera entre los Ministros de Chile y del

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Brasil. Murmuró engordando las erres con unafuga de nasales amables y protocolarias:

—Creo que nosotros estamos los primeros.Se miró los pies con la vaga inquietud de

llevar recogida una pierna del pantalón. Sentíala picadura de la morfina. Se le aflojaba unaliga. ¡Catastrófico! ¡Y el Ministro del Brasil sehabía puesto los guantes amarillos de DonCeles!

IV

El Decano del Cuerpo Diplomático —SirJonnes H. Scott, Ministro de la GraciosaMajestad Británica— exprimía sus escrúpulospuritanos en un francés lacio, orquestado dehaches aspiradas. Era pequeño y tripudo, conun vientre jovial y una gran calva de patriarca:Tenía el rostro encendido de bermejo cándido,y una punta de maliciosa suspicacia en el azulde los ojos, aún matinales de juegos e infancias:

—Inglaterra ha manifestado en diferentesactuaciones el disgusto con que mira el

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incumplimiento de las más elementales Leyesde Guerra. Inglaterra no puede asistirindiferente al fusilamiento de prisioneros,hecho con violación de codas las normas yconciertos entre pueblos civilizados.

La Diplomacia Latino-Americanaconcertaba un aprobatorio murmullo,amueblando el silencio cada vez quehumedecía los labios en el refresco de brandy-soda el Honorable Sir Jonnes H. Scott. ElMinistro de España, distraído en un flirtsentimental, paraba los ojos sobre el Ministrodel Ecuador, Doctor Aníbal Roncali —un criollomuy cargados de electricidad, rizos prietos,ojos ardientes, figura gentil, con cierta emociónfina y endrina de sombra chinesca—. ElMinistro de Alemania, Von Estrug, cambiabaen voz baja alguna interminable palabratudesca con el Conde Chrispi, Ministro deAustria. El representante de Francia engallabala cabeza, con falsa atención, media cara en el

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reflejo del monóculo. Se enjugaba los labios yproseguía el Honorable Sir Jonnes:

—Un sentimiento cristiano de solidaridadhumana nos ofrece a todos el mismo cáliz paracomulgar en una acción conjunta y recabar elcumplimiento de la legislación internacional alrespecto de las vidas y canje de prisioneros. ElGobierno de la República, sin duda, no desoirálas indicaciones del Cuerpo Diplomático. ElRepresentante de Inglaterra tiene trazada sunorma de conducta, pero tiene al mismo tiempoun particular interés en oír la opinión delCuerpo Diplomático. Señores Ministros, éste esel objeto de la reunión. Les presento mismejores excusas, pero he creído un deberconvocarles, como decano.

La Diplomacia Latino-Americanaprolongaba su blando rumor de eseslaudatorias, felicitando al Representante de SuGraciosa Majestad Británica. El Ministro delBrasil, figura redonda, azabachada, expresiónasiática de mandarín o de bonzo, tomó la

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palabra, acordando sus sentimientos a los delHonorable Sir Jonnes H. Scott. Accionabalevantando los guantes en ovillejo. El Barón deBenicarlés sentía una profunda contrariedad: Elrevuelo de los guantes amarillos le estorbaba elflirteo. Dejó su asiento, y con una sonrisamundana, se acercó al Ministro Ecuatoriano:

—El colega brasileño se ha venido con unasterribles lubas de canario.

Explicó el Primer Secretario de la LegaciónFrancesa, que actuaba de Ministro:

—Son crema. El último grito en la Corte deSaint James.

El Barón de Benicarlés evocó con ciertairónica admiración el recuerdo de Don Celes. ElMinistro del Ecuador, que se había puesto enpie, agitados los rizos de ébano, hablabaverboso. El Barón de Benicarlés, granobservante del protocolo, tenía una sonrisa desufrimiento y simpatía ante aquellagesticulación y aquel raudal de metáforas. ElDoctor Aníbal Roncali proponía que los

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diplomáticos hispano-americanos celebrasenuna reunión previa bajo la presidencia delMinistro de España: Las águilas jóvenes quetendían las alas para el heroico vuelo,agrupadas en torno del águila materna. LaDiplomacia Latino-Americana manifestó suconformidad con murmullos. El Barón deBenicarlés se inclinó: Agradecía el honor ennombre de la Madre Patria. Después,estrechando la mano prieta del ecuatoriano,entre sus manos de odalisca, se explicódengoso, la cabeza sobre el hombro, un almíbarde monja la sonrisa, un derretimiento decamastrón la mirada:

—¡Querido colega, sólo acepto viniendousted a mi lado como Secretario!

El Doctor Aníbal Roncali experimentó unvivo deseo de libertase la mano queinsistentemente le retenía el Ministro deEspaña: Se inquietaba con una repugnanciaasustadiza y pueril: Recordó de vieja pintadaque le llamaba desde una esquina, cuando iba

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al Liceo. ¡Aquella vieja terrible, insistente comoun tema de gramática! Y el carcamal,reteniéndole la mano, parecía que fuese asepultarla en pecho: Hablaba ponderativo,extasiando los ojos con un cinismo turbador. ElMinistro Ecuatoriano hizo un esfuerzo y sesoltó:

—Un momento, Señor Ministro. Tengo quesaludar a Sir Scott.

El Barón de Benicarlés se enderezó,poniéndose el monóculo:

—Me debe usted una palabra, queridocolega.

El Doctor Aníbal Roncali asintió, agitandolos rizos, y se alejó con una extraña sensaciónen la espalda, como si oyese el siseo de aquellavieja pintada, cuando iba a las aulas del Liceo:Entró en el corro, donde recibía felicitaciones elevangélico Plenipotenciario de Inglaterra. ElBarón, erguido, sintiéndose el corsé, ondulandolas caderas, se acercó al Embajador deNorteamérica. Y el flujo de acciones

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extravagantes al núcleo que ofrecía incienso ala diplomacia británica, atrajo al formidableVon Estrug, Representante del ImperioAlemán. Satélite de su órbita era el azafranadoConde Chrispi, Representante del ImperioAustro-Húngaro. Habló confidencial el yanqui:

—El Honorable Sir Jonnes Scott haexpresado elocuentemente los sentimientoshumanitarios que animan al CuerpoDiplomático. Indudablemente. ¿Pero puede serjustificativo para intervenir, si-quiera seaaconsejando, en la política interior de laRepública? La República, sin duda, sufre unaprofunda conmoción revolucionaria, y larepresión ha de ser concordante. Nosotrospresenciamos las ejecuciones, sentimos el ruidode las descargas, nos tapamos los oídos,cerramos los ojos, hablamos de aconsejar...Señores, somos demasiado sentimentales. ElGobierno del General Banderas, responsable ycon elementos suficientes de juicio, estimará

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necesario todo el rigor. ¿Puede el CuerpoDiplomático aconsejar en estas circunstancias?

El Ministro de Alemania, semita de casta,enriquecido en las regiones bolivianas delcaucho, asentía con impertinencia políglota, enespañol, en inglés, en tudesco. El CondeChrispi, severo y calvo, también asentía,rozando con un francés muy puro, su bigote deazafrán. El Representante de Su MajestadCatólica fluctuaba. Los tres diplomáticos, elyanqui, el alemán, el austriaco, ensayando elterceto de su mutua discrepancia, poníanlesobre los hilos de una intriga, y experimentabaun dolor sincero, reconociendo que en aquelmundo, su mundo, todas las cábalas se hacíansin contar con el Ministro de España. ElHonorable Sir Jonnes H. Scott había vuelto atomar la palabra:

—Séame permitido rogar a mis amablescolegas de querer ocupar sus puestos.

Los discretos conciliábulos se dispersaban.Los Señores Ministros, al sentarse,

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inclinándose, hablándose en voz baja,producían un apagado murmullo babélico. SirScott, con palabra escrupulosa de concienciapuritana, volvía a ofrecer el cáliz colmado desentimientos humanitarios al HonorableCuerpo Diplomático. Tras prolija discusión seredactó una Nota. La firmaban veintisieteNaciones. Fue un acto trascendental. El suceso,troquelado con el estilo epigráfico y lacónicodel cable, rodó por los grandes periódicos delmundo: —Santa Fe de Tierra Firme. ElHonorable Cuerpo Diplomático acordó lapresentación de una Nota al Gobierno de laRepública. La Nota, a la cual se atribuye granimportancia, aconseja el cierre de los expendiosde bebidas y exige el refuerzo de guardias enlas Legaciones y Bancos Extranjeros.

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LA MUECA VERDESÉPTIMA PARTE

Recreos del TiranoLibro Primero

I

Generalito Banderas metía el tejuelo por laboca de la rana. Doña Lupita, muy peripuestade anillos y collares, presidía el juego sentadaentre el anafre del café y el metate de lastortillas, bajo un rayado parasol, en los círculosde un ruedo de colores:

—¡Rana!II

—¡Cuá! ¡Cuá!Nachito, adulón y ramplón, asistía en la

rueda de compadritos, por maligna humoradadel Tirano. La mueca verde remegía losvenenos de una befa aún soturna y larvada en

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los repliegues del ánimo: Diseñaba la vírgulade un sarcasmo hipocondriaco:

—Licenciado Veguillas, en la próximatirada va usted a ser mi socio. Procuremostrarse a la altura de su reputación, y nochingarla. ¡Ya está usted como un bejucotemblando! ¡Pero qué flojo se ha vuelto,valedor! Un vasito de limón le caerá muybueno. Licenciadito, si no serena los pulsosperderá su buena reputación. ¡No se arrugue,Licenciado! El refresquito de limón es muyprovechoso para los pasmos del ánimo.Signifíquese, no más, con la vieja rabona, ybrinde a los amigos la convidada. Despídaserumboso y le rezaremos cuando estire elzancajo.

Nachito suspiraba meciéndose sobre elpando compás de las piernas, rubicundo,inflada la carota de lágrimas:

—¡La sílfide mundana me ha suicidado!—¡No divague!

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—¡Generalito, me condena un juegoilusorio de las Ánimas Benditas! ¡Apelo de mimartirio! ¡Una esperanza! ¡Una esperanza nomás! En el médano más desamparado da susflores el rosal de la esperanza. No vive elhombre sin esperanza. El pájaro tieneesperanza, y canta aunque la rama cruja,porque sabe lo que son sus alas. El rayo de laaurora tiene esperanza. ¡Mi Generalito, todoslos seres se decoran con el verde manto de laDeidad! ¡Canta su voz en todos los seres! ¡Elrayo de su mirada se sume hasta el fondo de lascárceles! ¡Consuela al sentenciado en capilla!¡Le ofrece la promesa de ser indultado por losPoderes Públicos!

Niño Santos extraía de su levitón elpañuelo de dómine y se lo pasaba por lacalavera:

—¡Chac! ¡Chac! Una síntesis ha hecho, muyelocuente, Licenciadito. El Doctor SánchezOcaña le ha dado, sin duda, sus lecciones, enSanta Mónica. ¡Chac! ¡Chac!

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Hacían bulla los compadres, celebrando elrejo maligno del Tirano.

III

Doña Lupita, achamizada, zalamera, servíaen un rayo de sol el iris de los refrescos. NiñoSantos, alternativamente, ponía los labios en elvidrio de limón y fisgaba a la comadreja: Sartasde corales, mieles de esclava, sonrisa deOriente:

—¡Chac! ¡Chac! Doña Lupita, me estápareciendo que tenés vos la nariz de la ReinaCleopatra. Por mero la cachiza de cuatro copas,un puro trastorno habéis vos traído a laRepública. Enredáis vos más que el HonorableCuerpo Diplomático. ¿Cuántas copas os habíaquebrado el Coronel de la Gándara? ¡DoñaLupita, por menos de un boliviano me lo habéispuesto en la bola revolucionaria! No hacia másla nariz de la Reina Faraona. Doña Lupita, ladeuda de justicia que vos me habéis reclamadoha sido una madeja de circunstancias fatales: Es

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causa primordial en la actuación rebelde delCoronel de la Gándara: Ha puesto en SantaMónica al chamaco de Doña Rosa Pintado.Cucarachita la Taracena reclama contra laclausura de su lenocinio, y tenemos pendienteuna nota del Ministro de Su Majestad Católica.¡Pueden romperse las relaciones con la MadrePatria! ¡Y vos, mi vieja, ahí os estás, sin lamenor conturbación por tantas catástrofes!Finalmente, cuatro copas de vuestra mesilla, unpeso papel, menos que nada, me han puesto enel trance de renunciar a los conciertos batraciosdel Licenciadito Veguillas.

—¡Cuá! ¡Cuá!Nachito, por congraciarse, hostigaba la

befa, mimando el canto y el compás saltarín dela rana. Con cuáqueros vinagres le apostrofó elTirano:

—No haga el bufón, Señor Licenciado.Estos buenos amigos que van a juzgarle, no sedejarán influenciar por sus macanas: Espíritus

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cultivados, el que menos, ha visto funcionar losParlamentos de la vieja Europa.

—¡Juvenal y Quevedo!El ilustre gachupín se acariciaba las patillas

de canela, rotunda la botarga, inflado el papode aduladores énfasis. Se santiguaba la viejarabona:

—¡Virgen de mi Nombre, la jugó Patillas!—¡Pues hizo saque!—¡De salir siempre tan enredada la madeja

del mundo, no se libraba ni el más santo deverse en el Infierno!

—Una buena sentencia, Doña Lupita. ¿Perosu alma no siente el sobresalto de haberconcitado el tumulto de tantas acciones, detantos vitales relámpagos?

—¡Mi jefecito, no me asombre!—Doña Lupita, ¿no temblás vos ante el

problema de nuestras eternasresponsabilidades?

—¡Entre mí estoy rezando!

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IV

Recalaba sobre el camino la mirada TiranoBanderas:

—¡Chac! ¡Chac! El que tenga de ustedesmejor vista, sírvase documentarme y decirmequé tropa es aquélla. ¿El jinete charro que vienedelante no es el ameritado Don Roque Cepeda?

Don Roque, con una escolta de cuatroindios caballerangos, se detenía al otro lado delseto, sobre el camino, al pie de la talanquera. Lafrente tostada, el áureo sombrero en la mano, elpotro cubierto de platas, daban a la figura deljinete, en las luces del ocaso, un prestigio desantoral románico. Tirano Banderas, concuáquera mesura, hacía la farsa delacogimiento:

—¡Muy feliz de verle por estos pagos! ASantos Banderas le correspondía la obligaciónde entrevistarle. Mi Señor Don Roque, por quése ha molestado? Era este servidor quien estabaen el débito de acudir a su casa y darle excusas

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con todo el Gobierno. A este propósito ha sidoel enviarle uno de mis ayudantes, suplicándoleaudiencia y usted no más, extremando lacortesía, que se molesta, cuando el obligado eraSantos Banderas.

Apeábase Don Roque, y abría los brazoscon encomio amistoso el Tirano. Largas yconfidenciales palabras tuvieron en el bancomiradero de los frailes, frente al recalmado marecuatorial, con caminos de sol sobre el vastoincendio del poniente:

—¡Chac! ¡Chac! Muy feliz de verle.—Señor Presidente, no he querido

ausentarme para la campaña sin pasar avisitarle. Al acto de cortesía se suma misentimiento de amor a la República. Herecibido la visita de su ayudante, SeñorPresidente, y recién la de mi antiguocompañero Lauro Méndez, Secretario deRelaciones. He actuado en consecuencia de laplática que tuvimos, y de la cual supongoenterado al Señor Presidente.

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—El Señor Secretario ha hecho mal si no ledijo que obedecía mis indicaciones. Me gusta lafranqueza. Amigo Don Roque, laindependencia nacional corre un momento depeligro, asaltada por todas las codiciasextranjeras. El Honorable Cuerpo Diplomático—una ladronera de intereses coloniales— noscombate de flanco con notas chicaneras quedivulga el cable. La Diplomacia tiene susagencias de difamación, y hoy las empleacontra la República de Santa Fe. El caucho, lasminas, el petróleo, despiertan las codicias delyanqui y del europeo. Preveo horas de supremaangustia para todos los espíritus patriotas.Acaso nos amenaza una intervención militar, ya fin de proponer a usted una tregua solicitabasu audiencia. ¡Chac! ¡Chac!

Repetía Don Roque:—¿Una tregua?—Una tregua hasta que se resuelva el

conflicto internacional. Fije usted suscondiciones. Yo comienzo por ofrecerle una

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amplia amnistía para todos los presos políticosque no hayan hecho armas.

Don Roque murmuró:—La amnistía es un acto de justicia que

aplaudo sin reservas. ¿Pero cuántos no han sidoacusados injustamente de conspiración?

—A todos alcanzará el indulto.—¿Y la propaganda electoral, será

verdaderamente libre? ¿No se verá coaccionadapor los agentes políticos del Gobierno?

—Libre y salvaguardada por las leyes.¿Puedo decirle más? Deseo la pacificación delpaís y le brindo con ella. Santos Banderas no esel ambicioso vulgar que motejan en los círculosdisidentes. Yo sólo amo el bien de la República.El día más feliz de mi vida será aquel en que,oscurecido, vuelva a mi predio, comoCincinato. En suma, usted, sus amigos,recobran la libertad, el pleno ejercicio de susderechos civiles: Pero usted, hombre leal,espíritu patriota, trabajará por derivar larevolución a los cauces de la legalidad.

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Entonces, si en la lucha el pueblo le otorga sussufragios, yo seré el primero en acatar lavoluntad soberana de la Nación. Don Roque,admiro su ideal humanitario y siento el acíbarde no poder compartir tan consoladoroptimismo. ¡Es mi tragedia de gobernante!Usted, criollo de la mejor prosapia, reniega delcriollismo. Yo, en cambio, indio por las cuatroramas, descreo de las virtudes y capacidades demi raza. Usted se me representa como uniluminado, su fe en los destinos de la familiaindígena me rememora al Padre Las Casas.Quiere usted aventar las sombras que hanechado sobre el alma del indio trescientos añosdel régimen colonial. ¡Admirable propósito!Que usted lo consiga es el mayor deseo deSantos Banderas. Don Roque, pasadas lasactuales circunstancias, vénzame, aniquíleme,muéstreme con una victoria —que seré elprimero en celebrar— todas las dormidaspotencialidades de mi raza. Su triunfo,apartada mi derrota ocasional, sería el triunfo

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de la gravitación permanente del indio en losdestinos de la Historia Patria. Don Roque,active su propaganda, logre el milagro, dentrode las leyes, y crea que seré el primero encelebrarlo. Don Roque, le agradezco que mehaya escuchado y le ruego que me puntualicesus objeciones con toda la franqueza. No quieroque ahora se comprometa con una palabra queacaso luego no pudiera cumplir. Consulte a losconspicuos de su facción y ofrézcales el ramode oliva en nombre de Santos Banderas.

Don Roque le miraba con honrada yapacible expresión, tan ingenua que descubríalas sospechas del ánimo:

—¡Una tregua!—Una tregua. La unión sagrada. Don

Roque, salvemos la independencia de la Patria.Tirano Banderas abría los brazos con

patético gesto. Llegaba, cortado en ráfagas, elchoteo de los compadritos, que en el fondocrepuscular de la campa se divertían con befasy chuelas al Licenciado Veguillas.

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V

Don Roque, trotando por el camino,saludaba de lejos con el pañuelo. Niño Santos,asomado a la talanquera, respondía con lacastora. Caballo y jinete ya iban ocultos por losaltos maizales, y aún sobresalía el brazo con elblanco saludo del pañuelo:

—¡Chac! ¡Chac! ¡Una paloma!La momia alargaba humorística el veneno

de su mueca y miraba a la vieja rabona, que enlos círculos del ruedo, entre el anafre del café yel metate de las tortillas, pasaba las cuentas delrosario, sobrecogida, estremecida en el terrorde una noche sagrada. Se alzó a una seña delTirano:

—Mi Generalito, los enredos del mundometen al más santo en las calderas del Infierno.

—Mi vieja, vos tendrés que amputar lanariz de Cleopatra.

—Si con ello arreglase el mundo, ñata mequedaba esta noche mesma.

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—Un zafarrancho de cuatro copas envuestra mesilla, ha sacado una baza de Lucifer.¡Vea, no más, a este filarmónico amigo endesgracia, acusado de traición! ¡Posiblemente lecaerá sentencia de muerte!

—¿Y la culpa de mi tajamar?—Ese problema se lo habrán de proponer

los futuros historiadores. Licenciado Veguillas,despídase de la vieja rabona y otórguele superdón: Manifieste su ánimo generoso:Revístase la clámide, y asombre a estos amigosque le ven chuela, con un gesto magnánimo.

—¡Juvenal y Quevedo!La momia miró al gachupín con

avinagrado sarcasmo:—Ilustre Don Celestino, usted ocasionará

que me saquen alguna chufla. Ni Quevedo niJuvenal: Santos Banderas: Una figura en elcontinente del Sur. ¡Chac! ¡Chac!

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La terraza del clubLibro Segundo

I

El Doctor Carlos Esparza, Ministro delUruguay, oía con gesto burlón y mundano lasconfidencias de su caro colega el Doctor AníbalRoncali, Ministro del Ecuador. Cenaban en elCírculo de Armas:

—Me ha creado una situación enojosa elBarón de Benicarlés. Digá vos, no más, quetengo muy brillantes ejecutorias de macho paratemer murmuraciones, pero no dejan de sermolestas esas actitudes del Ministro de España.¡Qué sonrisas! ¡Qué miradas, amigo!

—¡Ché! Una pasión.El Doctor Esparza, calvo, miope, elegante,

se incrustaba en la órbita el monóculo deconcha rubia. El Doctor Aníbal Roncali le miróentre quejoso y risueño:

—Vos estás de chirigota.

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El Ministro del Uruguay se disculpó con unaspaviento burlón:

—Aníbal, te veo próximo a dejar la capaentre las manos del Barón de Benicarlés. ¡Y esopuede aparejar un conflicto diplomático, yhasta una reclamación de la Madre Patria!

El Ministro del Ecuador hizo un gesto deimpaciencia, acentuado por el revuelo de losrizos:

—¡Sigue el choteo!—¿Qué pensás vos hacer?——No lo sé.—¿Sin duda no aceptar el puesto de

secretario para colaborar en la gran empresaque tan elocuentemente tenés vos expuesto estanoche?

—Indudablemente.—¡Por una meticulosidad!...—No jugués vos del vocablo.—Sin juego. Repito que no te asiste razón

suficiente para malograr una aproximación detan lindas esperanzas. El águila y los

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aguiluchos que abren las juveniles alas para elheroico vuelo. ¡Has estado muy feliz! ¡Eres ungran lírico!

—No me veás vos chuela, Doctorcito.—¡Lírico, sentimental, sensitivo, sensible,

exclamaba el Cisne de Nicaragua! Por eso nolográs vos separar la actuación diplomática y elflirt del Ministro de España.

—Hablemos en serio, Doctorcito. ¿Quéopinión te merece la iniciativa de Sir Jonnes?

—Es un primer avance.—¿Y qué ulteriores consecuencias le

asignás vos a la Nota?—¡Qui lo si! La Nota puede ser precursora

de otras Notas... Ello depende de la actitud queadopte el Presidente. Sir Jonnes, tan cordial, tanevangélico, sólo persigue una indemnizaciónde veinte millones para la West CompanyLimited. Una vez más, el florido ramillete delos sentimientos humanitarios esconde unáspid.

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—La Nota, indudablemente, es un sondeo.Pero ¿cómo opinás vos respecto a la actitud delGeneral? ¿Acordará el Gobierno satisfacer laindemnización?

—Nuestra América sigue siendo,desgraciadamente, una Colonia Europea... Peroel Gobierno de Santa Fe, en esta ocasión,posiblemente no se dejará coaccionar: Sabe queel ideario de los revolucionarios está en pugnacon los monopolios de las Compañías. TiranoBanderas no morirá de cornada diplomática. Seunen para sostenerlo los egoísmos del criollaje,dueño de la tierra, y las finanzas extranjeras. ElGobierno, llegado el caso, podría negar lasindemnizaciones, seguro de que losradicalismos revolucionarios en ningúnmomento merecerán el apoyo de lasCancillerías. Cierto que la emancipación delindio debemos enfocarla como un hecho fatal.No es cuerdo cerrar los ojos a esa realidad. Peroreconocer la fatalidad de un hecho, no aparejasu inminencia. Fatal es la muerte, y toda

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nuestra vida se construye en un esfuerzo paraalejarla. El Cuerpo Diplomático actúarazonablemente, defendiendo la existencia delos viejos organismos políticos que declinan.Nosotros somos las muletas de esosvaletudinarios crónicos, valetudinarios comoaquellos éticos antiguos, que no acaban demorirse.

La brisa ondulaba los estores, y el azultelón de la marina se mostraba en un lejos desombras profundas, encendido de opalinosfaros y luces de masteleros.

II

Humeando los tabacos salieron a la terrazalos Ministros del Ecuador y del Uruguay. ElMinistro del Japón, Tu-Lag-Thi, al verlos, seincorporó en su mecedora de bambú, con unsaludo falso y amable, de diplomacia oriental:Saboreaba el moka y tenía las gafas de oroabiertas sobre un periódico inglés. Se acercaronlos Ministros Latino-Americanos. Zalemas,

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sonrisas, empaque farsero, cabezadas derigodón, apretones de mano, cháchara francesa.El criado, mulato tilingo, atento a losmovimientos de la diplomacia, arrastraba dosmecedoras. El Doctor Roncali, agitando losrizos, se lanzó en un arrebato oratorio,cantando la belleza de la noche, de la luna y delmar. Tu-Lag-Thi, Ministro del Japón, atendíacon su oscura mueca premiosa, los labios comodos viras moradas recogidas sobre la albura delos dientes, los ojos oblicuos, recelosos,malignos. El Doctor Esparza insinuó, curiosode novelerías exóticas:

—¡En el Japón, las noches deben seradmirables!

—¡Oh!... ¡Ciertamente! ¡Y esta noche no estáfalta de cachet japonés!

Tu-Lag-Thi tenía la voz flaca, de pianillosdesvencijados, y una movilidad rígida demuñeco automático, un accionar esquinado deresorte, una vida interior de alambre en espiral:Sonreía con su mueca amanerada y oscura:

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—Queridos colegas, anteriormente no hepodido solicitar la opinión de ustedes. ¿Quéimportancia conceden ustedes a la Nota?

—¡Es un primer paso!...El Doctor Esparza daba intención a sus

palabras con una sonrisa ambigua, llena dereservas. Insistió el Ministro del Japón:

—Todos lo hemos entendido así.Indudablemente. Un primer paso. ¿Pero cuálesserán los pasos sucesivos? ¿No se romperá elacuerdo del Cuerpo Diplomático? ¿Adóndevamos? El Ministro inglés actúa bajo elimperativo de sus sentimientos humanitarios,pero este generoso impulso acaso se veacohibido. Las Colonias Extranjeras, sinexclusión de ninguna, representan interesespoco simpatizantes con el ideario de laRevolución. La Colonia Española, tannumerosa, tan influyente, tan vinculada con elcriollaje en sus actividades, en sus sentimientos,en su visión de los problemas sociales, esfrancamente hostil a la reforma agraria,

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contenida en el Plan de Zamalpoa. En estosmomentos —son mis informes— proyecta unacto que sintetice y afirme sus afinidades con elGobierno de la República. ¿No ocurrirá que sevea desasistido en su humanitaria actuación elHonorable Sir Scott?

Guiñaba los ojos con miopía inteligente ymaliciosa el Doctor Carlos Esparza:

—Querido colega, convengamos en que lasrelaciones diplomáticas no pueden regirse porlas claras normas del Evangelio. Tu-Lag-Thirepuso con flébiles maullidos:

—El Japón supedita intereses de susnaturales, aquí radicados, a los principios delDerecho de Gentes. Pero en el camino de lasconfidencias, y aun de las indiscreciones, no hede ocultar mis pesimismos respecto al apoyomoral que presten algunos colegas a loslaudables sentimientos del Ministro inglés.Como hombre de honor, no puedo dar crédito alas insinuaciones y malicias de ciertos rotativos,

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demasiado afectos al Gobierno de la República.¡La West Company! ¡Aberrante!

La truculenta palabra final se desgarró,transformada en un chifle de eles y efes, entrela asiática y lipuda sonrisa de Tu-Lag-Thi. ElDoctor Aníbal Roncali se acariciaba el bigote, ya flor de labio, con leve temblor, retocaba unafrase sentimental. Se lanzó con aquel ticnervioso que agitaba eréctiles, como rabos delagartijas, los rizos de su negra cabellera:

—El Doctor Banderas no puede ordenar elcierre de los expendios de bebidas. Si talhiciese, sobrevendría un motín de la plebe.¡Estas ferias son las bacanales del cholo y delroto!

III

Llegaban ecos de la verbena. Bailaban enringla las cuerdas de farolillos, a lo largo de lacalle. Al final giraba la rueda de un tiovivo. Sugrito luminoso, histérico, estridente,hipnotizaba a los gatos sobre el borde de los

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aleros. La calle tenía súbitos guiños,concertados con el rumor y los ejerciciosacrobáticos del viento en las cuerdas defarolillos. A lo lejos, sobre la bruma de estrellas,calcaba el negro perfil de su arquitectura SanMartín de los Mostenses.

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Paso de bufonesLibro Tercero

I

Tirano Banderas, en la ventana, apuntabasu catalejo sobre la ciudad de Santa Fe:

—¡Están de gusto las luminarias! ¡Pero quemuy lindas, amigos!

La rueda de compadres y valedoresrodeaba el catalejo y la escalerilla astrológicacon la mueca verde encaramada en el pináculo:

—No puede negársele al pueblo pan ycirco. ¡Están pero que muy lindas lasluminarias!

De Santa Mónica, el viento del mar traía losopacos estampidos de una fusilada:

—¡El pueblo, libre de propagandasfunestas, es bueno! ¡Y el rigor muy saludable!

La trinca de compadritos, abierta encírculo, tenía la atención pendiente del Tirano.

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II

Tirano Banderas dejó su pináculo, ymetiéndose en el círculo de valedores ycompadres, sacó de una oreja al LicenciadoVeguillas:

—Vamos a oír por última vez su conciertobatracio. ¿Cómo tiene la gola? ¿Quiere aclararsela voz con algún gargarismo?

En torno, adulando la befa, reía la trinca,asustada, complaciente y ramplona. AlelóNachito:

—Qué limpieza de notas se le puede pedira un presunto cadáver?

—Hace mal rehusando amansar con lamúsica a sus jueces. Señores, este amigoentrañable aparece como reo de traición, y deno haberse descubierto su complicidad, pudofregarles a todos ustedes. Recordarán cómo enla noche de ayer, actuando en el seno de laconfianza, les declaré el propósito justiciero enque estaba con respecto a las subversiones del

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Coronel Domiciano de la Gándara. Fuera deeste recinto han sido divulgadas las palabrasque profirió en el seno de la amistad SantosBanderas. Ustedes van a instruirme, en cuantoa la pena que corresponde a este divulgador demis secretos. Han sido citados los testigos de sudefensa, y si lo autorizan, se les harácomparecer y oirán sus descargos. Según tienemanifestado, una mundana con sonambulismole adivinó el pensamiento. Con antelación, estaniña había estado sometida a los pasesmagnéticos de un cierto Doctor Polaco.¡Estamos en un folletín de Alejandro Dumas!Ese Doctor que magnetiza y desenvuelve lavisión profética en las niñas de los congales, esun descendiente venido a menos de JoséBalsamo. ¿Se recuerdan ustedes la novela? Unfolletín muy interesante. ¡Lo estamos viviendo!¡El Licenciadito Veguillas, observen no más,émulo del genial mulato! Merito va a decirnosadónde emigraba en compañía del rebeldeCoronel Domiciano de la Gándara.

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Hipaba Nachito:—Pues no más que salíamos platicando de

un establecimiento.—¿Los dos briagos?—¡Patroncito, dimanante de las ferias, es

una pura farra toda Santa Fe! Pues no másaquel macaneador, tal como íbamos platicando,da una espantada y se mete por una puerta.Merito merito la abría un encamisado. Y en elatolondro, yo metí detrás las orejas como unguanaco.

—¿Puede manifestarnos el establecimientodonde se habían juntado para la farra?

—Mi Generalito, no me sonroje, que es unlugar muy profano para nombrarlo en esta Salade Audiencia. Ante su noble figura patricia, micara se cubre de vergüenza.

—Conteste a la pregunta. ¿En qué crápulase halló con el Coronel de la Gándara, y quéconfidencias tuvieron en este presunto lugar?Licenciadito, usted conocía la orden de arresto,

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y con alguna palabra pronunciada durante laembriaguez puso en sospecha al fugado.

—¿Mi lealtad de tantos años, no meacredita?

—Pudo ser un acto irreflexivo, pero elestado de alcoholismo no es atenuante en elTribunal de Santos Banderas. Usted es unbriago que se pasa las noches de farra en loslenocinios. Sepa que todos sus pasos los conoceSantos Banderas. Le antepongo que solamentecon la verdad podrá desenojarme. Licenciadito,quiero tenderle una mano y sacarle de laciénaga donde cornea atorado, porque el delitode traición apareja una penalidad muy severaen nuestros Códigos.

—Señor Presidente, hay enredos en la vidaque sobrecogen y hacen cavilar, enredos queson una novela. La noche de autos he visitado auna gatita que lee los pensamientos.

—¿Y una gatita con tanta ciencia está en unlenocinio para que usted la festeje?

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—Pues la pasada noche así sucedió en lo deCucarachita. Quiero declararlo todo ydesahogar mi conciencia. Estábamos los dospecando. ¡Noche de Difuntos era la de ayer,Generalito! Valedores, por mi honor lo garanto,aquella morocha tenía un cirio benditodesvelándole los misterios. ¡Leía lospensamientos!

—Licenciadito, ésas son quimerasalcohólicas, pues la pasada noche se hallabausted totalmente briago cuando entró con lachinita. Me ha sido usted traidor, divulgandomis secretos en vitando comercio con unamundana, y por primera providencia, paratemplar esa carne tan ardorosa, le está indicadoel cepo. Licenciadito, reléguese a un rincón,arrodíllese y procure elevar el pensamiento alSer Supremo. Estos amigos dilectos van ajuzgarle, y de sus deliberaciones puede salirleuna sentencia de muerte. Licenciadito, van acomparecer los testigos que ha nominado en sudefensa, y si le favorecen sus declaraciones,

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será para mí de sumo beneplácito. SeñorCoronel López de Salamanca, luego luegoejecute las diligencias para que acudan aesclarecernos la niña mundana y el DoctorPolaco.

III

El Coronel Licenciado López de Salamanca,arrestándose a un canto de la puerta, hizoentrar al Doctor Polaco. Detrás, pisando depuntas, asomó Lupita la Romántica. El DoctorPolaco, alto, patilludo, gran frente, melena desabio, vestía de fraque con dos bandas al pechoy una roseta en la solapa. Saludó con unacurvatura pomposa y escenográfica,colocándose la chistera bajo el brazo:

—Presento mis homenajes al SupremoDignatario de la República. Michaelis Lugín,Doctor por la Universidad del Cairo, iniciadoen la Ciencia Secreta de los Brahmanes deBengala.

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—¿Profesa usted las doctrinas de AllánKardec?

—Soy no más un modesto discípulo deMesmer. El espiritismo allankardiano es unacorruptela pueril de la antigua nigromancia.Las evocaciones de los muertos se hallan en lospapiros egipcios y en los ladrillos caldeos. Lapalabra con que son designados estosfenómenos se forma de dos griegas.

—¡Este Doctorcito se expresa muydoctoralmente! ¿Y ganás vos la plata con eltítulo de Profeta del Cairo?

—Señor Presidente, mi mérito, si algunotengo, no está en ganar plata y amontonarriquezas. He recibido la misión de difundir lasDoctrinas Teosóficas y preparar al pueblo parauna próxima era de milagros. El Nuevo Cristoarrastra su sombra por los caminos del Planeta.

—¿Reconoce haber dormido a esta niña conpases magnéticos?

—Reconozco haber realizado algunasexperiencias. Es un sujeto muy remarcable.

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—Puntualice cada una.—El Señor Presidente, si lo desea, puede

ver el programa de mis experiencias en losColiseos y Centros Académicos de SanPetersburgo, Viena, Nápoles, Berlín, París,Londres, Lisboa, Río Janeiro. Últimamente sehan discutido mis teorías sobre el karma y lasugestión biomagnética en la gran Prensa deChicago y Filadelfia. El Club Habanero de laEstrella Teosófica me ha conferido el título deHermano Perfecto. La Emperatriz de Austriame honra frecuentemente consultándome elsentido de sus sueños. Poseo secretos que norevelaré jamás. El Presidente de la RepúblicaFrancesa y el Rey de Prusia han queridosobornarme durante mi actuación en aquellascapitales. ¡Inútilmente! El Sendero Teosóficoenseña el menosprecio de honores y riquezas.Si se me autoriza, pondré mis álbumes defotografías y recortes a las órdenes del SeñorPresidente.

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—¿Y cómo doctorándose en tan austerasdoctrinas, y con tan alto grado en la iniciaciónteosófica, corre la farra por los lenocinios?Sírvase iluminarnos con su ciencia y justificar laaparente aberración de esa conducta.

—Permítame el Señor Presidente quesolicite el testimonio de la Señorita Médium.Señorita, venciendo el natural rubor, manifiestea los señores si ha mediado concupiscencia.Señor Presidente, el interés científico de lasexperiencias biomagnéticas, sin otrasderivaciones, ha sido norma de mi actuación.He visitado ese lugar porque me habíanhablado de esta Señorita. Deseaba conocerla y,si era posible, trascender su vida a otro círculomás perfecto. ¿Señorita, no le propuse a ustedredimirla?

—¿Pagarme la deuda? El que toda la nocheno paró con esa sonsera fue el Licenciado.

—¡Señorita Guadalupe, recuerde usted quecomo un padre la he propuesto acompañarmeen la peregrinación por el Sendero!

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—¡Sacarme en los teatros!—Mostrar a los públicos incrédulos los

ocultos poderes demiúrgicos que duermen enel barro humano. Usted me ha rechazado, y hetenido que retirarme con el dolor de mi fracaso.Señor Presidente, creo haber disipado todasospecha referente a la pureza de mis acciones.En Europa, los más relevantes hombres deciencia estudian estos casos. El Mesmerismotiene hoy su mayor desenvolvimiento en lasUniversidades de Alemania.

—Va usted a servirse repetir, punto porpunto, las experiencias que la pasada nocherealizó con esa niña.

—El Señor Presidente me tiene a susórdenes. Repito que puedo ofrecerle unprograma selecto de experiencias similares.

—Esa niña, en atención a su sexo, seráprimeramente interrogada. El LicenciadoVeguillas tiene manifestado como evidente queen determinada circunstancia le fue sustraído el

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pensamiento por los influjos magnéticos de lainterfecta.

La niña del trato bajaba los ojos a las falsaspedrerías de sus manos:

—A tener esos poderes, no me vería esclavade un débito con la Cucaracha. Licenciadito,vos lo sabés.

—Lupita, para mí has sido una serpientebiomagnética.

—¡Que así me acusés vos, con todito que osdi el amoniaco!

—Lupita, reconoce que estabas la nochepasada con un histerismo magnético. Tú meleíste el pensamiento cuando alborotaba en elbaile aquel macaneador de Domiciano. Tú lediste el santo para que se volase.

—¡Licenciado, si estaban los dos ustedespuntos briagos! Yo quise no más verlos fuerade la recámara.

—Lupita, en aquella hora tú me adivinastelo que yo pensaba. Lupita, tú tienes comercio

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con los espíritus. ¿Negarás que te has reveladomédium cuando te durmió el Doctor Polaco?

—Efectivamente, esta Señorita es un casomuy remarcable de lucidez magnética. Paraque la distinguida concurrencia pueda apreciarmejor los fenómenos, la Señorita Médiumocupará una silla en el centro, bajo ellampadario. Señorita Médium, usted me hará elhonor.

La tomó de la mano y, ceremonioso, la sacóal centro de la sala. La niña, muy honesta, conpisar de puntas y los ojos en tierra, apenasapoyaba el teclado de las uñas suspendida en elguante blanco del Doctor Polaco.

—¡Chac! ¡Chac!IV

Tenía una verde senectud la muecahumorística de la momia indiana. El DoctorPolaco sacó del fraque la vara mágica, forjadade siete metales, y con ella tocó los párpados deLupita: Finalizó con una gran cortesía,

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saludando con la vara mágica. Entre suspiros,enajenóse la daifa. Veguillas, arrodillado en unrincón, esperaba el milagro: Iba a resplandecerla luz de su inocencia: Lupita y el farandul leapasionaban en aquel momento con un encantode folletín sagrado: Oscuramente, de aquellosmisterios, esperaba volver a la gracia delTirano. Se estremeció. La mueca verde mordíala herrumbre del silencio:

—¡Chac! ¡Chac! Va usted a servirse repetir,punto por punto, como creo haberle indicado,las experiencias que la noche de ayer realizócon la niña de autos.

—Señor Presidente, tres formas adscritas altiempo adopta la visión telepática: Pasado,Actual, Futuro. Este triple fenómeno rara vez secompleta en un médium. Aparece disperso. Enla Señorita Guadalupe, la potencialidadtelepática no alcanza fuera del círculo delPresente. Pasado y Venidero son para ellapuertas selladas. ¿Y dentro del fenómeno de suvisión telepática, el ayer más próximo es un

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remoto pretérito. Esta Señorita estáimposibilitada, absolutamente, para repetir unaanterior experiencia. ¡Absolutamente! EstaSeñorita es un médium poco desenvuelto: ¡Undiamante sin lapidario! El Señor Presidente metiene a sus órdenes para ofrecerle un programaselecto de experiencias similares, en lo posible.

La acerba mueca llenaba de arrugas lamáscara del Tirano:

—Señor Doctor, no se raje para darsatisfacción al deseo que le tengo manifestado.Quiero que una por una repita todas lasexperiencias de anoche en el lenocinio.

—Señor Presidente, sólo puedo repetirexperimentos parejos. La Señorita Médium nologra la mirada retrospectiva. Es una videntemuy limitada. Puede llegar a leer elpensamiento, presenciar un suceso lejano,adivinar un número en el cual se sirva pensar elSeñor Presidente.

—¿Y con tantos méritos de perro sabio seprostituye en una casa de trato?

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—La gran neurosis histérica de la cienciamoderna podría explicarlo. Señorita, el SeñorPresidente se dignará elegir un número con elpensamiento. Va usted a tomarle la mano y adecirlo en voz alta, que todos lo oigamos. Vozalta y muy clara, Señorita Médium.

—¡Siete!—Como siete puñales. ¡Chac! ¡Chac!Gimió en su destierro Nachito:—¡Con ese juego ilusorio me adivinaste

ayer el pensamiento!Tirano Banderas se volvió, avinagrado y

humorístico:—¿Por qué visita los malos lugares, mi

viejo?—Patroncito, hasta en música está puesto

que el hombre es frágil.El Tirano, recogiéndose en su gesto

soturno, clavó los ojos con suspicaz insistenciaen la pendejuela del trato. Desmayada en lasilla, se le soltaban los peines y el moño se le

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desbarata en una cobra negra. Tirano Banderasse metió en la rueda de compadres:

—De chamacos hemos visto estos milagrospor dos reales. Tantos diplomas, tantas bandasy tan poca suficiencia. Se me está ustedantojando un impostor, y voy a dar órdenespara que le afeiten en seco la melena de sabioalemán. No tiene usted derecho a llevarla.

—Señor Presidente, soy un extranjeroacogido en su exilio bajo la bandera de estanoble República. Enseño la verdad al pueblo, yle aparto del positivismo materialista. Con miscortas experiencias, adquiere el proletariado lanoción tangible de un mundo sobrenatural. ¡Lavida del pueblo se ennoblece cuando se inclinasobre el abismo del misterio!

—¡Don Cruz! Por lo lindo que platica leharés, no más, la rasura de media cabeza.

El Tirano remegía su mueca conavinagrado humorismo, mirando al fámulorapista, que le presentaba un bodrio peludo,suspendido en el prieto racimo de los dedos:

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—¡Es peluca, patrón!V

La niña del trato se despertaba suspirante,salía a las fronteras del mundo con lívidopasmo, y en el pináculo de la escalerilla, lamomia indiana apuntaba su catalejo sobre laciudad. El guiño desorbitado de las luminariasbrizaba clamorosos tumultos de pólvoras,incendios y campanas, con apremiantes toquesde cornetas militares:

—¡Chac! ¡Chac! ¡Zafarrancho tenemos! DonCruz, andate a disponerme los arreos militares.

El guaita de la torre ha desclavado subayoneta de la luna, y dispara el fusil en laoscuridad poblada de alarmas. El reloj deCatedral difunde la rueda sonora de sus docecampanadas, y sobre la escalerilla dicta órdenesel Tirano:

—Mayor del Valle, tome usted algunoshombres, explore el campo y observe por quécuarteles se ha pronunciado el tiroteo.

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Cuando el Mayor del Valle salía por lapuerta, entraba el fámulo, que abiertos losbrazos, con pinturera morisqueta, portaba enbandeja el uniforme, cruzado con la matona desu Generalito Banderas. Se han dado de bruces,y rueda estruendosa la matona. El Tirano,chillón y colérico, encismado, batió con el pie,haciendo temblar escalerilla y catalejo:

—¡Sofregados, ninguno la mueva! ¡Vaya unaugurio! ¿Qué enigma descifra usted, SeñorDoctor Mágico?

El farandul, con nitidez estática, vio la salailuminada, el susto de los rostros, la torvasuperstición del Tirano. Saludó:

—En estas circunstancias, no me es posibleformular un oráculo.

—¿Y esta joven honesta, que otras veces hamostrado tan buena vista, no puede darnosreferencia, en cuanto al tumulto de Santa Fe?Señor Doctor, sírvase usted dormir e interrogara la Señorita Médium. Yo paso a vestirme eluniforme. ¡Que ninguno toque mi espada!

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Un levantado son de armas rodaba por losclaustros luneros, retenes de tropas acudían aredoblar las guardias. La morocha del tratosuspira bajo los pases magnéticos del pelónfarandul, vuelto el blanco de los ojos sobre elmisterio:

—¿Qué ve usted, Señorita Médium?VI

El reloj de Catedral enmudece. Aún quedanen el aire las doce campanadas, y espantan lacresta los gallos de las veletas. Se consultansobre los tejados los gatos y asoman por lasguardillas bultos en camisa. Se ha vuelto loco elesquilón de las Madres. Por el Arquillo corneauna punta de toros y los cabestros, en fuga,tolodrean la cencerra. Estampidos de pólvora.Militares toques de cornetas. Un tropel demonjas pelonas y encamisadas acude con vocesy devociones a la profanada puerta delconvento. Por remotos rumbos ráfagas detiroteos. Revueltos caballos. Tumultos con

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asustados clamores. Contrarias mareas delgentío. Los tigres, escapados de sus jaulones,rampan con encendidos ojos por los esquinalesde las casas. Por un terradillo blanco de luna,dos sombras fugitivas arrastran un pianonegro. A su espalda, la bocana del escotillónvierte borbotones de humo entre lenguas rojas.Con las ropas incendiadas, las dos sombras,cogidas de la mano, van en un correr por elbrocal del terradillo, se arrojan a la callecogidas de la mano. Y la luna, puesta la vendade una nube, juega con las estrellas a la gallinaciega, sobre la revolucionada Santa Fe de TierraFirme.

VII

Lupita la Romántica suspira en el trancemagnético, con el blanco de los ojos siemprevuelto sobre el misterio.

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EPÍLOGOI

—¡Chac! ¡Chac!El Tirano, cauto, receloso, vigila las

defensas, manda construir fajinas y parapetos,recorre baluartes y trincheras, dicta órdenes:

—¡Chac! ¡Chac!Encorajinándose con el poco ánimo que

mostraban las guerrillas, jura castigos muyseveros a los cobardes y traidores: Le contraríafallarse de su primer propósito que había sidocaer sobre la ciudad revolucionada yejemplarizarla con un castigo sangriento.Rodeado de sus ayudantes, con taciturnodespecho, se retira del frente luego de arengar alas compañías veteranas, de avanzada en elCampo de la Ranita:

—¡Chac! ¡Chac!

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II

Antes del alba se vio cercado por laspartidas revolucionarias y los batallonessublevados en los cuarteles de Santa Fe. Paraestudiar la positura y maniobra de losasaltantes subió a la torre sin campanas: Elenemigo, en difusas líneas, por los caminoscrepusculares, descubría un buen orden militar:Aún no estrechaba el cerco, proveyendo a losaproches con paralelas y trincheras. Advertidodel peligro, extremaba su mueca verde TiranoBanderas. Dos mujerucas raposas cavaban conlas manos en torno del indio soterrado hasta losijares en la campa del convento:

—¡Ya me dan por caído esas comadritas!¿Qué hacés vos, centinela pendejo?

El centinela apuntó despacio:—Están mal puestas para enfilarlas.—¡Ponle al cabrón una bala y que se

repartan la cuera!

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Disparó el centinela, y suscitóse un tiroteoen toda la línea de avanzadas. Las dosmujerucas quedaron caídas en rebujo, a losflancos del indio, entre los humos de lapólvora, en el aterrorizado silencio quesobrevino tras la ráfaga de plomo. Y el indio,con un agujero en la cabeza, agita los brazos,despidiendo a las últimas estrellas. ElGeneralito:

—¡Chac! ¡Chac!III

En la primera acometida se desertaron lossoldados de una avanzada, y desde la torre fuevisto del Tirano:

—¡Puta madre! ¡Bien sabía yo que al tiempode mayor necesidad habíais de rajaros! ¡DonCruz, tú vas a salir profeta!

Eran tales dichos porque el fámulorapabarbas le soplaba frecuentemente en laoreja cuentos de traiciones. A todo esto nodejaban de tirotearse las vanguardias, atentos

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los insurgentes a estrechar el cerco paraestorbar cualquier intento de salida por partede los sitiados. Había dispuesto cañones enbatería, pero antes de abrir el fuego, salió de lasfilas, sobre un buen caballo, el Coronelito de laGándara. Y corriendo el campo a riesgo de suvida, daba voces intimando la rendición.Injuriábale desde la torre el Tirano:

—¡Bucanero cabrón, he de hacerte fusilarpor la espalda!

Sacando la cabeza sobre los soldadosalineados al pie de la torre, les dio orden dehacer fuego. Obedecieron, pero apuntando tanalto, que se veía la intención de no causar bajas:

—¡A las estrellas tiráis, hijos de lachingada!

En esto, dando una arremetida más largade lo que cuadraba a la defensa, se pasó alcampo enemigo el Mayor del Valle. Gritó elTirano:

—¡Sólo cuervos he criado!

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Y dictando órdenes para que todas lastropas se encerrasen en el convento, dejó latorre. Pidió al rapabarbas la lista desospechosos, y mandó colgar a quince,intentando con aquel escarmiento contener lasdeserciones:

—¡Piensa Dios que cuatro pendejos van aponerme la ceniza en la frente! ¡Pues engañadoestá conmigo!

Hacía cuenta de resistir todo el día, y alamparo de la noche intentar una salida.

IV

Medida la mañana, habían iniciado el fuegode cañón las partidas rebeldes, y en pocotiempo abrieron brecha para el asalto. TiranoBanderas intentó cubrir el portillo, pero lastropas se le desertaban, y tuvo que volver aencerrarse en sus cuarteles. Entonces,juzgándose perdido, mirándose sin otracompañía que la del fámulo rapabarbas, se

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quitó el cinto de las pistolas, y salivandovenenosos verdes, se lo entregó:

—¡El Licenciadito concertista, seráoportuno que nos acompañe en el viaje a losinfiernos!

Sin alterar su paso de rata fisgona, subió ala recámara donde se recluía la hija. Al abrir lapuerta oyó las voces adementadas:

—¡Hija mía, no habés vos servido paracasada y gran señora, como pensaba estepecador que horita se ve en el trance de quitartela vida que te dio hace veinte años! ¡No es justoquedés en el mundo para que te gocen losenemigos de tu padre, y te baldonenllamándote hija del chingado Banderas!

Oyendo tal, suplicaban despavoridas lasmucamas que tenían a la loca en custodia.Tirano Banderas las golpeó en la cara:

—¡So chingadas! Si os dejo con vida, esporque habés de amortajármela como un ángel.

Sacó del pecho un puñal, tomó a la hija delos cabellos para asegurarla, y cerró los ojos. Un

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memorial de los rebeldes dice que la cosió conquince puñaladas.

V

Tirano Banderas salió a la ventana,blandiendo el puñal, y cayó acribillado. Sucabeza, befada por sentencia, estuvo tres díaspuesta sobre un cadalso con hopas amarillas,en la Plaza de Armas: El mismo auto mandabahacer cuartos el tronco y repartirlos de fronteraa frontera, de mar a mar. Zamalpoa y NuevaCartagena, Puerto Colorado y Santa Rosa delTitipay, fueron las ciudades agraciadas.