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No debiera resultar fácil para nadie aceptar que Chile, alguna vez modelo a ser imitado por varios países del mundo en virtud de su sólida tradición republicana y la vida animada que la vía al socialismo implicaba, ostente hoy el triste rango de ser una de las diez naciones con la distribución más desigual del planeta. Esta desigualdad es efecto, como todos sabemos, de un largo y doloroso proceso que a partir del golpe de 1973 conjugó el terrorismo de estado, la suspen- sión de los derechos más elementales y la persecución y el crimen político, con la instalación de un modelo de acumulación neoliberal que en América Latina muestra hoy una de sus caras más crueles. Es muy poco lo que hasta ahora hemos podido hacer para rectificar esto. La prepotencia y la violencia indiscriminada ejercida durante diecisi- ete años de dictadura, la timidez posterior de una Concertación que, mezclando la negociación y el miedo, se dedicó durante veinte años a subsumir la dignidad de la política en la administración de un modelo económico que excluyó a las mayorías y la actual ofen- siva de un gobierno moralmente conservador, que hoy calcula con impunidad los beneficios que acaba de reportarle el rescate de 33 mineros enterrados por el modelo que ellos mismos implementa- ron y actualmente fomentan, blanquean las páginas atribuladas RAPIDO Y CAIDO galende, cuevas, castillo, avelar, jacoby, lattanzi, cuneo, lihn, cerda, cottet, morales, menard, lópez, machuca, abalo, correa, guerrero, galaz, díaz, schopf, bustos, babarovic, urrutia, pinto, garcía, abrigo, hamilton, urquiza Noticias del mundo sindical/ Palabras para Kirchner y Rousseff/ El affaire jacoby /Mujeres y politica en America Latina / Lihn inedito/ Imaginarios culturales para la izquierda / Waldo rojas y encuentro de escritores / los discursos indexados CONTI_ NUA Carta abierta nº1 _nov 2010 $500

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No debiera resultar fácil para nadie aceptar que Chile, alguna vez modelo a ser imitado por varios países del mundo en virtud de su sólida tradición republicana y la vida animada que la vía al socialismo implicaba, ostente hoy el triste rango de ser una de las diez naciones con la distribución más desigual del planeta. Esta desigualdad es efecto, como todos sabemos, de un largo y doloroso proceso que a partir del golpe de 1973 conjugó el terrorismo de estado, la suspen-sión de los derechos más elementales y la persecución y el crimen político, con la instalación de un modelo de acumulación neoliberal que en América Latina muestra hoy una de sus caras más crueles. Es

muy poco lo que hasta ahora hemos podido hacer para rectificar esto. La prepotencia y la violencia indiscriminada ejercida durante diecisi-ete años de dictadura, la timidez posterior de una Concertación que, mezclando la negociación y el miedo, se dedicó durante veinte años a subsumir la dignidad de la política en la administración de un modelo económico que excluyó a las mayorías y la actual ofen-siva de un gobierno moralmente conservador, que hoy calcula con impunidad los beneficios que acaba de reportarle el rescate de 33 mineros enterrados por el modelo que ellos mismos implementa-ron y actualmente fomentan, blanquean las páginas atribuladas

RAPIDO Y CAIDO

galende, cuevas, castillo, avelar, jacoby, lattanzi, cuneo, lihn, cerda, cottet, morales, menard, lópez, machuca, abalo, correa, guerrero, galaz, díaz, schopf, bustos, babarovic, urrutia, pinto, garcía, abrigo, hamilton, urquiza

Noticias del mundo sindical/

Palabras para Kirchner y Rousseff/

El affaire jacoby /Mujeres y politica

en America Latina / Lihn inedito/

Imaginarios culturales para la

izquierda / Waldo rojas y encuentro

de escritores / los discursos indexados

CONTI_ NUA

Carta abierta

nº1 _nov 2010 $500

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de una historia de la que no podemos sentirnos orgullosos. Esto se torna más dramático en circunstancias en las que en el resto de la región se viven cambios profundos, cambios que nos ubican decisivamente a la derecha del panorama latinoamericano. Mientras en Brasil, nada menos que la oc-tava economía del mundo, casi sesenta millones de personas celebran por estos días el mayor triunfo en la historia de una coalición de partidos conducidos por una fuerza de izquierda, y en Argentina otros tantos despiden a un ex presidente que en poco tiempo sacó a un país devastado adelante, ratificando la Convención Internacional sobre la imprescriptibilidad de los crímenes de guerra, conjugando el crecimiento económico con un fortalecimiento del Estado y retirando de la casa de gobierno el retrato del dictador Videla, aquí los medios, todos oficialistas y todos propiedad de los mismos sectores que controlan la salud, la educación, el papel prensa, la banca, etc., no cesan de quejarse indignados por la reciente negativa de un país vecino para conceder la extradición de Galvarino Apablaza. Probablemente esos medios prefieren desconocer, sumidos como están en bombardearnos todo el día con temas de farándula o de fútbol o de policías valientes que tiran casas completas abajo para detener a un pequeño narcotraficante, las complejidades que en términos políticos, simbólicos y económicos conforman el mapa de la región. Una de las úl-timas veces que a Chile se le concedió una extradición fue la de Augusto Pinochet, un asesino acerca de cuyos crímenes sí hay consenso internacional (porque no podemos esperar que el planeta entero se informe a través de El Mercurio o La Tercera o nuestros canales abiertos) y al que, sin embargo, dolorosa y escandalosamente para todos nosotros, no se llegó a juzgar de cara a las víctimas o sus familiares, de cara a la sociedad chilena en su conjunto, pese a las promesas realiza-das ante el mundo y ante la Corte Interamericana, la misma con la que hoy estamos en falta por seguir aplicando a los mapuches una ley abusiva que permite encarcelarlos durante 44 años por incendiar un bus o atentar contra la propiedad.

No es muy distinto lo que ocurre en materia de salud o de educación. Mientras el Presidente Lugo importa hoy a Para-guay el método de alfabetización de los cubanos, el mismo que a Evo Morales le permitió alfabetizar a casi un millón de personas en tres años y afirmar ante el mundo que “cuando cada latinoamericano pueda escribir de puño y letra la historia de su futuro ya nadie podrá robarle la esperanza” y mientras José Mujica, asumido el año pasado en Uruguay, en lugar de hablar de “gestión” llama a los intelectuales a “distribuir el inconformismo y a defender las escuelas públicas de ti-empo completo, las facultades en el interior y la enseñanza terciaria masificada”, en el 60 % de los hogares chilenos se vive con un salario menor al que se necesita para pagar un mes de educación en cualquiera de nuestras universidades. Pero nada de esto es obstáculo para que el Presidente Piñera se pasee por el mundo promoviendo una fórmula que él mismo inventó, do it the Chilean way (proferida, por cierto, en inglés), una que a nadie parece importarle mucho y que la mayoría de los europeos, interceptados por periodistas de nuestros medios, glosaron irónicamente o se excusaron de comentar. A su otra fórmula maestra, ¡Alemania sobre todo!, no le fue mejor. Y es que tal vez este Presidente entusiasta debiera en-tender que, si buena parte de los habitantes del mundo no comulgan con sus fórmulas, es porque en Chile casi un 20 % de la población vive bajo la línea de la pobreza y la mitad de esos pobres son niños y jóvenes que ven todos los días dilapi-darse sus proyectos. A esto hay que agregar que tenemos una calidad de empleo absolutamente deficiente, remuneraciones bajísimas, dificultades enormes para acceder a la salud pública, un sistema educativo elitista que sólo funciona para sectores que pueden pagar matrículas altísimas en colegios privados a los que no tiene acceso la mayoría de la población, condi-ciones precarias de vivienda que el terremoto acaba de agravar y una tremenda marginalidad urbana y rural que el gobierno y los medios llaman todos los días, sin excepción, a tratar con “mano dura” para acabar con el “karma de la delincuencia”.

foto_luis lattanzi

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Esto último es especialmente curioso, porque justamente si hay algo en lo que nuestro país no anda tan mal es en el tema de la seguridad ciudadana y en el bajo índice de crímenes cometidos por año. Chile es junto a Costa Rica uno de los países con menos homicidios del continente, apenas un promedio de 4 por cada 100 mil habitantes, en circunstancias en las que el promedio general de América Latina es de 28. No es sin em-bargo la sensación que tenemos cuando escuchamos todos los días hablar al gobierno de este “mal que nos asedia” o cuando vemos en televisión cómo los noticieros dedican sistemática-mente sus primeros bloques al tema de la inseguridad en las calles o el crimen a mano armada o el asalto a la propiedad. En casi todos los canales, la cosa sigue después con realities que nos muestran a la policía armada desbaratando “nidos de ratas” en los que habitan los “antisociales”. Pero en el mundo mueren 25 mil personas de hambre por día, de las que casi 20 mil, según datos de Naciones Unidas para la Agricultura y la Ali-mentación, son niños menores de cinco años que no tienen qué comer y sobre los que nuestros medios no dicen una palabra.Además de ser un tremendo problema social, la pobreza constituye una degradación cultural porque conduce violen-tamente a la uniformación de las voces, a las frases hechas, a la miseria de los lenguajes, a la precarización de los recur-sos para organizarse, a la reproducción vacía de palabras e imágenes que los medios concentrados y el monopolio de la

información alientan con desparpajo. Por eso requerimos un Estado que intervenga, que promueva la participación colec-tiva, que dé refugio y protección a los ciudadanos en lugar de albergar políticas de marketing que sólo sirven para lim-piar “a la rápida” la imagen contingente de quienes gobier-nan. Un Estado que se sume con urgencia al trabajo de una América Latina decidida a cambiar su historia de acatamiento.Extremoccidente es una red abierta, plural y colectiva, que busca incidir por medio del debate participativo en los modos en que construimos el país y pensamos la política. Creemos que hoy resulta indispensable dar una nueva dignidad a la política y reponer un cruce entre las diversas prácticas de la información, el arte, la ciencia, las reivindicaciones de género, la educación, la crítica, los derechos humanos, la literatura, los movimientos laborales y las redes sociales. Tenemos la ventaja de no sentirnos animados por otra cosa que no sea el disenso y la progresiva recuperación de un escenario social hoy en día desmovilizado por la alianza entre los medios de comunicación, que continúan aplicando la desinformación sistemática, y una derecha ideológi-ca que aplica medidas sumamente regresivas a un pueblo ya suficientemente castigado. Intentamos abrir la palabra a una discusión en la que participen los diversos sectores de nuestra sociedad, una discusión activa que dé lugar a los conflictos que atraviesan nuestro país y a la posibilidad de pensarnos en el complejo contexto de las transformaciones latinoamericanas.

Willy Thayer / Nelly Richard / Daniela Alvarado / Miguel Valderrama / Carlos Durán / André Menard / Alejandra Castillo / Guillermo Riedemann / David Bustos / Miguel Ruiz Stull / Miguel Vicuña / Jorge Arrate / Paloma Castillo / Enrique Winter /

Carlos Ossa / Macarena García / Federico Galende / Laura Lattanzi / Paz López / Alejandra Sánchez / Gonzalo Díaz / Gaspar Galaz / Paloma Berríos / Elizabeth Collingwood-Selby / Sergio Parra / Paula Barría / Bruno Cuneo / Gonzalo Abrigo /

Marisol Vera / Gonzalo Arqueros / Rodrigo Zúñiga / María Elena Muñoz / Claudio Guerrero / Rodrigo Karmy / Francisca Lange / Nury González / Carlos Casanova / Marcela Rivera / Carolina Urrutia / Víctor Hugo Robles / Virginia Errázuriz /

Enrique Morales / Nicolás Vergara / Demian Schopf / Sara Granados / Constanza Acuña / Rodrigo Hidalgo / Ana María Risco /Eugenia Prado / Víctor Díaz / Juan Pablo Abalo / Pablo Oyarzún / Patrick Hamilton / Claudio Correa / Javier Zoro /

Enrique Mathey / Guido Arroyo / Álvaro García / Pablo Cottet / César Vargas / Guillermo Machuca / Oscar Barrientos / David Bustos / Iván Pinto / Javier Campos / Pablo Brugnoli / Jaime Donoso /

Fresia Barrientos / Francisca Pérez.

Federico Galende, Paz López, Macarena García y María Laura Lattanzi trabajaron en la edición y producción general de este número.

Alejandra Sánchez trabajó en diseño de portada y diagramación.

La imagen de la portada pertenece a Gonzalo Díaz, Política de la perspectiva (detalle del tríptico con fuera de cuadro), 2010. Impresión digital sobre papel de algodón. 110 x 61 cm. c/panel. Construcción de archivo digital: Antonia Sabatini.

Patrick Hamilton, Demian Schopf, Claudio Correa, Luis y María Laura Lattanzi, Roberto Jacoby, Pablo Rivera y Antonia Sabatini colaboraron con diseño, fotografías e imágenes de archivo de sus obras.

A todos ellos nuestro enorme agradecimiento.

Extremoccidente.

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Federico Galende: Esto es una conversación, así que podemos partir por cualquier punto, porque las conversaciones son así, parten, empiezan. Podemos partir por hacerlo “a la chilena”, qué les parece. Cristian Cuevas: A mí me parece que es una frase más o menos floja para el bronce, una con la que los medios buscan hoy influir en un imaginario que no es parte de la realidad de los trabajadores y que no tiene mayor consistencia, porque esa frase debiera partir por considerar a los trabajadores de Farmacias Ahumada, que vienen de una huelga que no apareció en ningún medio de prensa, o a los trabajadores de la Mina San José, con quienes todavía no se produce la desvinculación formal que reclaman, o el drama que viven miles de trabajadores en la cuenca del carbón en Concepción, que está ligado a estos programas de empleo de emergencia que la gente se resiste a abandonar porque ya no tienen dónde de-sarrollar sus relaciones laborales. Sumemos a todo esto el caos de las salmoneras, donde más de 20.000 personas viven en

Conversacion con

Cristian Cuevas,

Presidente de la

Confederacion de los

Trabajadores del Cobre y

Encargado de Negociacion

Colectiva de la CUT, y

con Javier Castillo,

Director Nacional de la

Confederacion Minera

de Chile

condiciones sumamente precarias porque les depredaron el sistema productivo. Javier Castillo: Es un problema cultural, porque lo que en Chile no existe es una cultura preventiva. A nosotros por ejemplo nos preguntaban si las empresas mineras cumplían con darnos los implementos de aseo y de seguridad, si nos daban cascos, ropas y todo ese tipo de cuestiones. Y claro, en la mayoría de las minas te lo dan. FG: Claro, me imagino que un casco sí. JC: Sí, te lo dan, porque cómo no te lo van a dar, pero el problema no es ese, el problema es qué es lo que se está haciendo para ge-nerar menos polvo, para reducir la silicosis o en qué tipo de cosas se ha avanzado para que no se te caigan los cerros encima de la cabeza. Eso no le importa a nadie. Porque lo que le importa al Presidente es salir a pasearse por el mundo con esa frase que acabas de mencionar, una frase con la que se da a entender que aquí hacemos trabajo de excelencia. Pero si somos tan excelentes y hacemos tanto trabajo de excelencia ¿cómo es que llegamos a esta situación?,¿cómo es que 33 trabajadores quedan enterrados durante más de dos meses? Bueno, que-daron enterrados porque son víctimas de un sistema que colapsa. Y por supuesto que no colapsa porque sí, sino porque permite que los que mandan y acumulan se enriquezcan sin que les importe una raja la vida humana. La vida no importa, mucho menos si es la de un trabajador humilde, al que ahora se convierte en héroe para tapar y ocultar las condiciones precarias en las que nos desem-peñamos todos los días. Si tanto le importa a este gobierno la vida y la seguridad de los

mineros, ¿por qué no ratifican el convenio 176 de la OIT, un convenio que tiene que ver estrictamente con el reglamento de seguridad en las minas? FG: Siendo Chile el principal productor de cobre del mundo. CC: Lo que en el fondo ha dado margen para que nos movamos más a la derecha de donde estábamos, porque mientras en América Latina, con la excepción de Colombia y Perú, todos los países le han buscado una salida a la crisis girando hacia políticas progresistas, nosotros hemos reac-cionado al revés. Y esto es porque tenemos cobre y el cobre produce excedentes y esos excedentes sirven para paliar las necesidades inmediatas. Yo creo que este es el motivo por el cual la convulsión social por la que atravesaron otros países aquí no terminó de darse. FG: Porque hay recursos. CC: Porque hay recursos que el modelo ha ocupado para seguir subsidiando y mante-niendo una especie de malestar silenciado. Por eso es tan difícil construir algo más sólido en este país, porque esos subsidios y manejos han desorientado por un lado a la izquierda, que sigue sin capacidad de articularse, supeditada más a los vaivenes de la coyuntura que a la cimentación de un proyecto político serio; y le han permitido por otro lado a la derecha apropiarse de ciertos espacios y territorios de un modo populista. Miren lo que hace la UDI, son leninistas.

FG: ¿Qué piensas tú, Javier?

Federico Galende

los trabajos y los días

foto _pablo rivera

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JC: Que todo esto es cierto pero que además, si estamos hablando de América Latina, hay que considerar que la dictadura militar que hubo en Chile debe haber sido una de las más crueles del continente, la más cruel quizá. Allí se exterminaron todos los cuadros políticos vinculados al movimiento sindical, se hizo un trabajo de joyería, porque el neoliberalismo no se instaló así no más, se instaló de la mano de una Constitución Política que lo trabó todo y que dificulta mucho las modificaciones que tendríamos que hacer. Nosotros hemos planteado muchas veces la tesis de que la libertad de contratación se debe acompañar, sí o sí, de un resguardo de la libertad sindical. FG: ¿En qué consiste ese resguardo? JC: En que todo trabajador debe quedar obligado por ley a ingresar al sindicato en el momento de ser contratado. Si después quiere desvincularse, puede hacerlo, pero debe ingresar cuando es contratado porque de este modo se eliminan una gran cantidad de presiones. Porque hoy se supone que todo el mundo es libre de sindicalizarse, pero eso no ocurre porque a los trabajadores se les imponen una gran cantidad de trabas y temores internos. Si fuera al revés, entonces todos esos problemas se evitarían. Eso es dar garantías. Y esto es así porque estamos seguros que ahí donde existan sindicatos fuertes, van a existir minas seguras. CC: Eso en Chile fue así hasta el año 73, donde en realidad no necesitábamos de ningún convenio internacional porque los derechos de los trabajadores eran mucho más amplios que lo que se planteaba en los convenios tripartitos de la OIT. Los convenios tripartitos de la OIT estuvieron siempre dirigidos a países en los que la desprotección laboral es más visible, más notoria, donde la institucionalidad del Estado no funciona a favor de los trabaja-dores. No era nuestro problema en los años de la UP, años en los que teníamos todo garantizado y en los que nuestro modelo era un ejemplo. Pero esto, como dice Javier, se acabó con el golpe, que por supuesto puso los derechos que habíamos ganado a la cola del continente. Porque en Argentina, por muchas objeciones que se tengan con-tra esos liderazgos medio matonescos, los movimientos de los trabajadores influyen en la política, así como en Brasil tenemos hoy un PT que nace del mundo sindical y que tiene en sus manos la conducción de la octava economía del mundo. Ésa es la dirección en la que hay que avanzar, por muy lento que sea, porque no se puede hacer todo. FG: Es lo que pasa en Bolivia. CC: Es lo que pasa en Bolivia con Evo Morales, exacto. Evo seguramente quisiera ir veinte pasos más adelante, pero no se puede, tiene que avanzar con paciencia, porque de lo contrario se arma un caos que no le va a permitir la sobrevivencia de su proyecto. Lo cierto es que en casi todos los países que nos rodean los derechos de los trabajadores están mucho más garantiza-

dos: hay libertad sindical, hay derecho a asociarse, hay derecho a negociación. Y es increíble cómo a partir de eso los trabajadores participan, discuten e influyen en política. Se trata de una composición y de una diversidad social de la que estamos muy lejos. JC: Y que tiene mucho que ver con los medios, con un monopolio del capital que es acompañado por la estandarización de las noticias. Aquí hay cinco canales abiertos en los que cada cual repite exactamente lo que aparece en el otro: son las mismas noticias, el mismo trato a la información, las mismas voces. Esto es lo que nos pone a la cola del resto de los procesos latinoamericanos. Tenemos un Ministro de Minería que tiene un 91% de adhesión. ¡Un 91%! Esta es la canallada que instalan los medios, porque no es que la gente sea tonta; está cansada, llega a la casa, se duerme mirando programas en los que le mienten. Arman un espectáculo, pasean a los mineros como héroes por el mundo, pero si estamos a la cola de todos los procesos es porque Chile es sencillamente el único país del planeta en el que no se cobra royalty a las mineras. Ni en Canadá ni en Estados Unidos ni incluso en los países más neoliberales se dan ese lujo, nadie se da ese lujo, nadie salvo nosotros, que podríamos invertir todos esos beneficios que genera el cobre en dar garantía a los hijos de los trabajadores y en dar acceso a la educación y en dar acceso a la salud. Sabemos que el cobre da para eso y para mucho más, pero a los señores no se les cobra royalty, y entonces nosotros golpeamos las puertas de las casas y le preguntamos a la gente humilde “Mira, ¿cuánto ganas tú? ¿te alcanza para tus hijos? ¿te alcanza para protegerlos de sus enfermedades? ¿te alcanza para educarlos? ¿para darles de comer? Bueno, mira, esto es lo que estamos produciendo con el cobre, todo este dinero es el que un país más justo podría generar si es que tuviera un mínimo de visión social”. La gente lo entiende, pero es un trabajo de hormiga, porque nosotros andamos golpeando una puerta detrás de otra mientras el Ministro de Minería le sonríe a todo el mundo en la tele.

FG: Bueno, a veces también llora.

JC: (risas) A veces también llora, es cierto, pero como sea es el eslabón de un modelo cruel que reprueba y rechaza los sindicatos y que reprueba y rechaza la intervención del Estado y que reprueba y rechaza el gasto social. Eso por un lado… FG: ¿Y por el otro? JC: Por el otro tenemos a los pirquineros que con precios buenos o malos o regulares saben trabajar una mina, saben mantenerla segura, no se accidentan. Esos viejos no se accidentan, porque son mineros, tienen una práctica. Esos son los que saben. Pero aquí nadie los consulta porque no conviene y porque cualquier tipo con plata contrata tres o cuatro personas y las pone a trabajar bajo la tierra. Esa es la verdadera causa de los accidentes. ¿Por qué? Porque un comerciante no tiene idea de cómo cuidar una mina y lo único que le importa es extraer riqueza. Te diría que ese es el mundo del que proviene el Ministro que tenemos, un señor al que lo que realmente le importa es crear condiciones de empleo muy básicas para que los empresarios inviertan en Chile a costa de lo que sea. FG: ¿O sea que a nivel laboral se notan cambios en el tránsito de la Concertación a este gobierno? CC: Yo creo que lo que esta derecha está haciendo es apropiarse ilegítimamente de un discurso que los trabajadores tenían y que la izquierda también tenía, pero que la Concertación no implementó. Mandaron a la gente para su casa y eso produjo mucho descontento. Y entonces la derecha ve aho-ra una oportunidad para tomar el tema de las reformas laborales, de la precarización, de la falta de fiscalización y ponerlo en agenda. Eso lo van a poner en agenda, van a buscar un efecto, aprovechando que lo que la Concertación hizo fue acomodarse al modelo y bailar el baile de la derecha. Por eso ahora quienes estaban en el aparato estatal andan angustiados y vienen a ofrecernos asesoría comunicacional. Están pidiendo eso a los mismos trabajadores a los que tuvieron abandonados durante veinte años. Es muy injusto, porque si bien es cierto que fueron prisioneros de ciertos

grupos económicos que los presionaban, son responsables de lo que no hicieron. Todo habría sido muy distinto si esta democracia recuperada hubiera mantenido activo el movimiento de los trabajadores, pero decidieron mandarlos para la casa, desarmarlos. Hay que pensar que recién en el año 2000 el movimiento empezó a tomar lentamente ciertos espacios, ciertos lugares. Son lugares mínimos, como este mismo en el que estamos conversando, porque no hay que olvidar que de una fuerza laboral que está por sobre los cuatro millones de traba-jadores sólo un 13% está sindicalizado, está organizado. Esto quiere decir básicamente que el pueblo se quedó afuera. FG: Y también los movimientos colectivos y los trabajadores. JC: Así es que seguimos iguales. Porque este es un pueblo que votó por el socialismo, por el mismo socialismo de Allende, pero resulta que a estos nuevos socialistas se les olvidó explicar que ellos ya no eran socialistas en ese sentido sino en otro. O sea, se les olvidó explicar algo bastante importante: que ellos como socialistas iban a asumir el neoliberalismo como parte de la práctica política. Por supuesto que ahora, como dice Cristian, están volviendo a tomar algunas posiciones de izquierda. Dicen que esto o aquello no funciona, que la derecha no sé qué, pero el problema que realmente tienen es que ya no cuentan con más gente en esta causa, porque el movimiento sindical se puso a disposición de ellos para derrocar la dictadura militar y eso costó mucho esfuerzo y resulta que después de todo ese esfuerzo la Concertación termina haciendo tratos políticos con la derecha para dar viabilidad a un modelo que nos hizo mucho daño. Nosotros, los trabajadores, ya vimos ese error. FG: ¿Qué dices, Cristian? CC: Bueno, que hay que volver a hacerlo todo de nuevo, que hay que regresar al origen de lo que era el movimiento sindi-cal y a su vieja relación con el pueblo, que la única manera de deconstruir todo esto que se ha venido armando pasa por lograr una articulación abierta

foto _pablo rivera

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que permita poner en relación la lucha sindical con la lucha política y con la lucha social. Volcarse al territorio y lograr articular una fuerza que permita el día de mañana que los trabajadores tengamos de una vez por todas nuestra propia voz. Esa voz no es la voz de los sin voz y todas esas cosas que se repiten; cada quien tiene una voz propia, su voz, su identidad, y hay que entrecruzar esas voces con el fin de ampliar nuestros derechos e influir progresivamente en la política. ¿Y cómo influimos en la política? Poniendo nuestros propios actores a la cabeza de un proyecto transformador, movilizador, organizado. Es la única forma de combatir el modelo económico que se ha implantado. No queda otra; tenemos que buscar aquello que nos une. Y para unirnos podemos juntarnos con gente distinta a nosotros. Para poder avanzar nosotros tenemos que juntarnos con aquellos que no somos nosotros, que son distintos a nosotros, porque a partir de esos otros podemos mirarnos, pensarnos, revisar cosas.

FG: Y cambiar también la propia vida cotidiana, la vida diaria.

JC: Eso que dices tú es cierto, porque piensa que las famosas 8 horas de trabajo, que el mundo laboral celebra cada 1° de Mayo, estaban pensadas en relación a otras dos partes de la vida diaria, de la vida cotidiana, de la vida en la que el trabajador se dedica a sus cosas. Eran 8 horas de trabajo, 8 horas de descanso y 8 horas de recreación. Uno trabajaba la tercera parte del día y el resto lo dedicaba a conversar con sus amigos, a las cosas que le gustaban y a dormir y a descansar. En cambio ¿qué tenemos ahora? Tenemos un trabajador minero que permanece 12 horas en la mina, siendo que ese trabajador minero necesita en la mayoría de los casos una hora para viajar hacia el trabajo y otra hora para regresar a su casa. O sea que estaríamos hablando de 14 horas. En las 10 restantes, después de 14 de trabajo, lo único que ese viejo quiere es dormir o, a lo mucho, tirarse a ver cualquier programa en la tele mientras empieza a bostezar. Esto, cuando puede dormir. Porque el modelo del que estamos hablando consiste en hacer que el traba-jador no se sienta tranquilo, no se sienta seguro, puesto que así va a trabajar más

La noche de los proletarios es el título de un libro fabuloso que el filósofo Jacques Rancière escribió en París a principios de los años 80 y que Emilio Bernini y Enrique Biondini acaban de tener la amabilidad de traducir al castellano. Se trata de un libro curioso e inhabitual en el que el autor, en lugar de sumar una teoría más a las muchas que ya se han escrito sobre el trabajo, recorre una serie de cartas, discursos, notas y otros materiales de archivo dejados por los obreros sansimonianos del siglo XIX. Lo que de esto resulta es un cruce marcado por la entrada progresiva de los obreros a un mundo generalmente custodiado por letrados y académicos, el mundo de la escritura, y la huída del autor de esas custodias, que entrega su pluma a los vaivenes, detenciones y aceleraciones que le va impo-niendo la vida secreta del material. Si ese material es secreto, es porque en él los proletarios vierten sus sueños privados, sus gracias y desdichas, su amor por lo inútil. La noche de los proletarios es un libro sobre las aficiones gratuitas de hombres a los que se suele asociar sólo al cansancio o al empleo. Son testificaciones, bitácoras, apuntes o eslabones sueltos de una cadena conceptual o productiva a los que nadie presta mucha atención. Esto es lo que parece perseguir Rancière: no ya la voz, como lo dice aquí Cristian Cuevas, de los que no tienen voz, sino todas esas voces que se traban unas a otras mientras discurren a un costado de la explotación que las estandariza.

Ese costado es la noche, aunque en realidad podríamos hablar de varias noches o de muchas. Noches largas de humo y digresiones en las que los proletarios intercambian sus inventos y ocurrencias suspendiendo, de un modo abrupto, el tránsito que va de la vida de infancia a la vida productiva. Estos momentos de suspenso componen pequeñas orlas de igualdad, momentos sagrados e infantiles. La igualdad no es para Rancière ni el principio postergado por una dominación que se reproduce al infinito ni la meta hacia la que hay que conducir la horda proletaria; no es ni lo que nunca llegó ni lo que llegará un día. Es la interrupción de todas las estrategias, una diferencia entre hombres que desdeñan los rangos y participan de un mismo saber sobre el cielo. Es la manera que tienen jornaleros y asalariados de vivir una vida solapada, de revés, descansando por igual de una con-ciencia obligada a cambiar el mundo y de un cuerpo sometido a ponerlo en marcha en la fábrica. A diferencia de las conjeturas de metafísicos y teóricos, es probable que no sea el conocimiento de la explotación lo que al obrero le falta sino, como sugiere el autor, ese conocimiento de sí que en sueños le revela que también es un ser destinado a algo distinto que la explotación como tal. Entonces cuando por la mañana esos obreros salen apurados en procura del dinero con el que alimentar a sus hijos, suman otra práctica a sus labores oníricas, una que conocen tan bien como sus propios sueños y sobre las que nadie tampoco los consulta. Es lo que en esta entrevista dice Javier Castillo sobre el oficio del pirquinero, que sabe moverse bajo la tierra y resguardarse del peligro. “Esos viejos no se accidentan”, exclama, aludiendo a todos esos hombres que de tanto vender su cuerpo al trabajo algo más sabrán sobre el asunto que los gobernantes que provienen del mundo de los negocios. Esto porque no es improbable que “los problemas metafísicos que se dicen buenos para los obispos que encuentran su cena completamente servida, sean mucho más esenciales para quienes parten

y va a cuidar más el trabajo. A esto hay que sumar la otra estrategia fundamental del modelo. FG: ¿Cómo es esa otra estrategia? JC: Que nadie se quede en un lugar fijo. Los trabajadores de Atacama son muy malos en Atacama, pero sirven en Antofagasta, así como los de Antofagasta sirven en Iquique y los de Iquique en otra parte. Nadie sirve en su lugar. Así te sacan de la iglesia, te sacan de la cancha, te sacan del fútbol, te sacan del teatro y te sacan del bar con los amigos y te anulan socialmente. Y anulándote socialmente, te anulan como ser humano. FG: Marx decía que como trabajador terminas alimentando el cuerpo que acaba sirviéndote para trabajar. JC: Eso que decía Marx, sí. Y agrégale que quedaste solo, vas caminando por la calle, cansado, y entonces se te acercan y te preguntan si tienes la tarjeta de Falabella o de Ripley o de la tienda que sea y te la ofrecen con tu firma y tu Rut. Y quedas endeudado para siempre: sin fútbol, sin

cada mañana en busca del trabajo del que esa cena depende”.

Un pasaje notable del libro, tomado de los apuntes del obrero Pierre Vincard, ahonda en esto y sirve a la vez como preámbulo involuntario de lo que acaba de ocurrir en Chile. Contra la insoportable proliferación de imágenes que retratan al trabajador como un hombre sin luces pero robusto, fuerte o meramente masculino, anota Vincard: “La pose severa del cerrajero humilde da lugar a admi-rables estudios; las escuelas flamencas y holandesa demuestran el partido que sacaron de ella los Rembrandt y los Van Ostade. Pero no podemos olvidar que los obreros que sirven de modelo para esos admirables cuadros pierden el uso de sus ojos a una edad poco avanzada y eso destruye una parte del placer que sentimos contemplando las obras de esos grandes maestros”.

El artificio del pintor, como las cámaras que un mes atrás retrataban la virilidad del minero, nos conduce inmediatamente de la soberanía de los que fabrican el espectáculo de los sueños a la de quienes los habitan de manera discreta, con la reserva propia del que se permite arrebatar un pedazo de sí a la imagen de la corpulencia o el casco. Esas porciones de vida volteadas sobre sí mismas son retahílas de autodidaxia que animan al autor de este libro a olvidar la exposición filosófica y perderse en las palabras de los otros. Los nombres con los que estereotipábamos al trabajador se convierten así en orejas que los escuchan. Es “la oreja de los nombres”, una palabra que se dobla ante las pasiones recónditas que creía tener como objeto. Las noches proletarias cobran entre nosotros la forma de una conversación ignota bajo la tierra, un modo que hoy rompe con la dominación y convive con ésta a la vez. Un modo que escapa a todos los modos y abre piscas de luz en la pobreza, porque “la pobreza no se define por una relación a la pereza sino por la imposibilidad de escoger en qué fatigarse”. La expectativa de esa elección es acaso lo que estas páginas reclaman, la casa, una cuadra, el amigo y ocho horas para pensar y acordarse de uno y sus cosas, así como en otra cuadra y en otro tiempo cuenta Rancière que el forzudo Ledruille se apartó un rato de la jornada y dejó ir su pluma: “Te haré bosques que no existen, letras que no se podrían leer, imágenes cuyos modelos jamás existieron, siempre en el aire como los pájaros”.

amigos, sin tu cuadra. Y con tu tarjeta. Endeudado para siempre. Y cuando llega el momento de movilizarte, de reivindicar un derecho, incluso el más básico de todos, te encuentras con que vas a perder el trabajo y, si pierdes el trabajo, la deuda que tenías por el refri o la tele hace que te rematen la casa. FG: Y te quedas sin tele y sin trabajo y sin casa. JC: Y con una tarjeta.

LA NOCHE DE LOS PROLETARIOS

Jacques RancièreTinta Limon, 2010

“Y esto es porque tenemos cobre y el cobre produce excedentes y esos excedentes sirven para paliar las necesidades inmediatas”.

Federico Galende

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Era un día especial, feriado, el país estaba en las casas esperando a ser contado por el censo. Un poco antes los días eran agitados en la política argentina: el líder de la CGT, Hugo Moyano, mostraba sus fuerzas en el reacomodo preelectoral, el Gobernador Scioli dejaba que se deslizaran rumores acerca de su partida hacia el peronismo de oposición y un trabajador ferroviario moría asesi-nado en una protesta. Por supuesto que como siempre la Unión Industrial mostraba los dientes ante el proyecto de distribución del 10% de las ganancias entre los trabajadores, la iglesia metía aire en sus pulmones y los medios hegemónicos divulgaban el miedo a abrir la puerta a los censistas. Sonaba lógico. Cronológico. Más o menos. Cada ocho o diez años las corporaciones hacen esto. Apuestan al gobierno que sea, hacen sus negocios y después boicot. Así habían engordado antes: manejando un supuesto aparato de relaciones complejas, haciendo llamaditas, organizando cenas fastuosas, dando créditos a la rápida, reportajes, titulares y negocios. Pero murió Kirchner y la manifestación popular por esa muerte los obliga ahora al menos al sigilo y la sutileza, destrezas que no manejan. Desde allí tendrán que armarse.

¿Qué pasa Clarín que estás tan nervioso?, preguntó abierta-mente Kirchner en uno de sus momentos menos favorables, casi desde el suelo, resoplando la “s”, acumulando saliva, sonriente, divertido. Intuía las posibilidades que encerraba esa pequeña diatriba contra un medio que concentra el enojo de los sectores ricos que se sienten afectados, promovía a políticos “acorda-dos” y reproducía un país al borde del abismo. Y sin embargo se había roto algo, se había roto la lógica de siempre, la tradición del tome y daca, el dispositivo. Kirchner hizo público el apretón y el negocio, ventiló lo que le pidieron, contó por qué dijo no. No es no. Fue la ruptura.

Estaba pasando todo eso y a la vez estábamos esperando al censista. Había 650.000 desparramados por todo el territorio que irrumpían en la intimidad de las casas para preguntar por los baños, el trabajo, los gastos o el estado de los pisos. Un momento evidentemente incómodo. La familia está sentada a la mesa y tiene ante sus ojos a un extraño que pregunta y anota con desapego sobre las miserias y bondades de la vida. Es un acto cívico. Se expone todo para que lo vea el todo. Y así recibimos la noticia. Con estupor. Y entonces a los pobres censistas les tocó ver familias completas llorando frente al televisor o mirándolo con indiferencia o también celebrando. La noticia se metabolizó y tuvo un procedimiento doméstico.

No faltaron los apresurados que pensaron que sin Kirchner no hay kirchnerismo y que muerto el perro se acaba la rabia. Pero la rabia era de ellos. Y se quedaron sin perro. Y se quedaron aturdidos por varios días. Ahora tantean un nuevo eje de oposición. Por armador, por la fuerza contagiada, por el apoyo incondicional a todo aquel que aporte a la discusión del Estado contra las corporaciones, daría la impresión de que Kirchner deja un gran vacío. Pero nada es tan simple, porque ese vacío ya lo llenan hoy sus históricos laderos políticos, su hijo Máximo, que abre la canilla a la participación de los jóvenes, y los viejos ministros como el Jefe de Gabinete Aníbal Fernández. Lo conseguido con tanto esfuerzo se distribuye.

Néstor Kirchner fue despedido como un militante, un jefe caído que irradia la fuerza que su cuerpo ya no tiene. Fueron cientos o miles o millones los que desfilaron frente al féretro mientras otros tantos acompañaban a la Presidenta. Había silencio, hermetismo en el lugar. Un silencio que sólo rompían las frases de la gente, meditadas en la fila infinita, soltadas como ráfagas, cortando el aire mientras se lloraba y se aplaudía y se cantaba la “marchita” peronista y se cantaba el himno y hasta la victoria siempre y gracias Néstor y fuerza Presidenta. Los agradecimientos eran puntuales. Gracias por la jubilación, gracias porque estoy levantando mi casa, gracias por los milicos presos, gracias porque

mis pibes van al colegio, gracias por el club que quedó lindo.

En siete años Kirchner reinstaló la política y la puso al servicio de transformaciones concretas. Fue una política que nos hizo muy bien y que operó a favor de las mayorías necesitadas. Una verdad que buena parte de los argentinos estamos dispuestos a sostener porque desde entonces se prendieron las luces y se vieron los piolines, los andrajos, el grito indignado de tanta gente cansada.Vimos a casi todos los presidentes latinoameri-canos abrazar con cariño a CFK y vemos un progreso sincero hacia la justicia que nunca había tenido lugar en la Argentina y que forma parte también de la región. De todos los que acercaron su abrazo. Reapareció un Estado fuerte que la crisis del 2001 y el “váyanse todos” pudieron haber liquidado para siempre. No fue así, no está siendo así. Un panorama que desola a cualquier derecha.

Carta Abierta a Dilma Rousseff Idelber Avelar, Profesor de literatura de la Universidad de Tulane.

Qué historia, Dilma. Tan parecida a la de Lula en ciertos puntos, tan distinta en otros. Cuando todavía en la secundaria optaste por la resistencia a la dictadura, no estaba claro que la derrota sería tan amarga. Ahora ya no importa tanto lo que digan los profetas arrepentidos. Como una buena chica de clase media, tenías todas las condiciones para pasar aquellos años duros escuchando tu Dom e Ravel, tus Beatles, tu Caetano o incluso las canciones más jugadas de Buarque o Geraldo Vandré. La cultura consumida ya no dice mucho acerca de la ética o la política de quien la consume. Y tú tenías las condiciones para acomodarte, para pasarla bien. Pero elegiste la lucha, una que ya no cambiaría, por mucho que cambiaran sus estrategias, como siempre corresponde hacerlo.

Sobre aquella lucha sobraron las autocríticas fáciles y autocomplacientes. ¿No fue así? ¿Sabías que el escritor ar-gentino Ricardo Piglia creó un personaje

El día que murió Néstor Kirchner

de kirchner a rousseff: un adiós y una bienvenida

Luciano Galende Conductor del Programa 6,7,8. Canal 7, Argentina.

foto _laura lattanzi

CONTI_ NUA

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perfecto para definir a esa patota de arrepentidos, esa patota del confort? Está en un libro que se llama La ciudad ausente. La chica se llama Julia Gandini, y es víctima de una lobotomía virtual que termina por imponerle un discurso automortificante, un discurso lleno de certezas acerca de lo equivocada que las certezas estaban cuando formaban parte de otro tiempo. Julia repite como loro la lección de la chica arrepentida, causa desconcierto, desorienta a las generaciones que siguen, fabrica simetrías entre víctimas y verdugos. Y por supuesto que cualquier coincidencia con el discurso de los Verdes como Fernando Gabeira, no es mera coincidencia.

Pero tú, Dilma, no te prestaste a este juego, no buscaste los frutos tan rápido. Nunca renegaste de aquel pasado de lucha, por mucho que hayas vuelto a él de manera crítica. Y esto es hermoso, más aun en un país donde los medios lanzan barro todos los días contra los insurgentes de aquellos años. Cuando te encarcelaron, cuando te encerraron, cuando te maltrataron, muchos de los miembros de la VAR-Palmares, tu organización, aun creían en el camino de la lucha armada. Tú no, tú ya le veías un límite a ese camino, y sin embargo mira cómo te portaste. Fuiste impecable, Dilma, y eso hay que decirlo.

A propósito de un librito que escribí hace algunos años sobre literatura y postdictadura, me dediqué un tiempo a conversar con una buena cantidad de ex torturados y a leer varios testimonios. Aprendí mucho de ellos y por eso tengo una idea de las enormes barreras que superaste cuando estabas presa: conseguiste mantener silencio ante el verdugo, un silencio que rompiste después, reanudando la memo-ria y contando la historia en libertad. Es parte de esa técnica abominable fabricar la lengua para después silenciarla: el juego es que delates para que la vergüenza te calle. Pero en esa batalla inmensamente desigual tú invertiste el juego: hoy hablas con la frente en alto sobre una experiencia que desmoronó a tantos otros. Ahí está el episodio del Senado, ese episodio en que le diste una paliza verbal al hijito de la dictadura, Agripino Maia, el mismo sinvergüenza que apoyando la tiranía tuvo el descaro de cuestionar tu sufrimiento y tu dolor. Te aseguro que ese episodio, querida Dilma, será uno de los momentos más inolvidables en la historia de la República.

Si el viejo Leonel Brizola te estuviera viendo, si te escuchara, si te viera ahora. Estaría tan orgulloso el viejo. Después de todo no deja de ser significa-tivo que hayas sido tú la candidata que siguió al segundo mandato de Lula, un mandato que retomó la memoria del laborismo. Recordarás que en los años 80 nosotros, los que construíamos el PT, no queríamos ni oír hablar de la tradición populista. Era natural. Trabajábamos delimitando un espacio, y el parricidio tenía que venir. Pero la historia nos obliga a reconocer que, así como algunas rectificaciones a los sueños se impusieron cuando llegamos al gobierno, así también tenemos que revalorar ahora el legado del laborismo populista. Es necesario hacerlo. Y tú eres el puente entre aquella tradición y nosotros, el puente que va de Leonel Brizola a Olivio Dutra.

Brizola le dio a Lula el apodo de “Sapo Barbudo”. Según parece pasó con este apodo genial lo mismo que con el “Puerco”, que se ocupó inicialmente para insultar a los hinchas del Palmeiras, o con el “Buitre”, que se ocupó para insultar a los del Flamengo. Me refiero a que muchos lulistas empezamos a adoptar este apodo, en parte porque no había ninguna expresión que tradujera mejor la relación de los medios y las elites con el gobierno de Lula. Se decía que “había que tragarse a un Sapo Barbudo”. Ironías del destino, porque ahora

nuestro viejo machismo tendrá que tragarse a una mujer en la Presidencia de la República. Y no a una mujer cualquiera: a una mujer que ante esta derecha pequeña pero rabiosa trabaja para reducir la desigualdad y pone la redistribución del ingreso como prioridad. Una mujer que, para horror de estos conglomerados mafiomediáticos, proviene nada menos que de la patota del “Sapo Barbudo”.

Es por eso, Dilma, que las intentaron todas. Folha de São Paulo difundió sobre ti una ficha policial hechiza que recibieron como spam y cuya inau-tenticidad tuvieron que confesar después, una vez desenmascarados, “no se puede comprobar ¡pero tampoco negar!”. Jornal Nacional, el telediario de Globo, dedicó casi diez minutos de programación a transformar un bollo de papel en un proyectil en ese día infame en que Serra simuló una contusión. Estado de São Paulo disparó contra María Rita Kehl, la psicoanalista más conocida de Brasil, por el mero hecho de haber sentado en el diván a la elite para recordarle que los votos de los pobres y los de ellos valen lo mismo. Revista Veja intentó producir varios escándalos presentando en portada varios pulpos de diferentes colores, pero finalmente ninguno de esos pulpitos logró competir con el 85% de popularidad de su pariente fallecido: el molusco Paul.

En la oscuridad quedó sumida también la historia de tu oponente, que apeló a métodos que hasta ese momento eran impensables en nuestro país. Sabíamos que, frente al éxito del gobierno de Lula, no le quedaba otra que hacer una campaña de derecha. Eso está bien, es parte del juego. Pero lo que no imaginábamos ni casi nadie esperaba fueron esas campañas masivas de tele-marketing repletas de difamaciones que te acusaban de “asesinar niños” por tu legítima posición respecto del aborto. Esto para no darle más vueltas a todos esos panfletos apócrifos conteniendo calumnias o a la manipulación del odio religioso o a la colec-ción de infamias sexistas o incluso a la atribución de satanismo. Tu adversario se dio el lujo de simular una agresión que jamás existió, error fatal en un país que ama el fútbol y no perdona las faltas fingidas. El tal Serra ya pasó a la historia y quedará marcado para siempre por esta campaña.

Ahora mastican rabia los sexistas que apostaban a tu incapacidad para caminar con tus propias piernas. Esperaban con ansiedad los debates, Dilma, se creían que por ser mujer tu oponente te iba a triturar. Parece que estaban equivocados. Fuiste la candidata que a más debates asistió en toda la historia de Brasil, diez debates, y en cada uno de ellos te impusiste con la sutileza que te conocemos. Entonces el periodismo a sueldo de las cuatro familias corrió por primera vez a abrir un diccionario para enrostrarte que la palabra “Presidenta” existía, una observación estúpida que resulta bastante curiosa en gente que jamás movió un dedo en la lucha contra el verdadero machismo.

A esta altura no hay dudas de que te tocó en-frentar la campaña más sucia de la historia de la República, pero no importa porque ya te preparas, como dijo Luiz Antonio Simas, para enfrentar el momento más mágico de todo este proceso: los jefes de las Fuerzas Armadas se alinearán frente a ti y tendrán que saludarte. Tendrán que saludar a esta Presidenta despojada pese a todo de rencores y resentimientos y odios, pero bien acompañada de la fuerza de una verdad pretérita. Además de contar con la fuerza de este pasado abierto que ahora camina contigo, serás la primera Presidente hincha del Atlético Mineiro, el club del pueblo. Fe-licidades, Dilma, y buena suerte. Cuenta conmigo, cuenta con nosotros.

para sumarse a la red EO escriba a [email protected]

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Alejandra Castillo

Pensar la relación “mujeres y política”: nada parece más a la orden del día, nada más requerido y reclamado; nada más evidente ahora que a los nombres de Michelle Bachelet y Cristina Fernández se suma el de Dilma Rousseff. Los gobiernos de las dos primeras y la elección de Rousseff plantean cuestiones no del todo resueltas a la hora de pensar la relación entre política y mujeres. Una de aquellas cuestiones es si la relación entre ‘mujer y política’ debiera todavía seguir conduciendo aquella dicotomía que sentenciaba que la política de mujeres se bifurcaba entre: los universales intereses del ‘Estado’ o los particulares intereses de las ‘mujeres’.

Desde esta perspectiva doble, se ha llegado a afirmar que uno de los elementos constitutivos de la política de mujeres ha sido precisamente la disyunción entre lo universal y lo particular. Cabe recordar que esta disyunción —repetida en los pares de hombre/mujer, abstracción/concreción, igualdad/diferencia, esencia/contexto, ética deontológica/ética del cuidado, entre otros— es la que ha estado presente desde las primeras peticiones por extender a la mujer los derechos considerados naturales del “hombre”. Momento doble de la política de mujeres que, sin ambages, será admitida por Michelle Bachelet, quien optará por una política de la diferencia cuyas palabras claves serán la cercanía, la protección y el cuidado. Cristina Fernández, más que rechazar el momento dilemático de la política de mujeres, instalará su gobierno en la propia confusión de lo universal y lo particular: lo universal de los intereses de un programa político y lo particular de sus vínculos personales y afectivos. Está aun por verse el lugar que tomará

Dilma Rousseff en el dilema de la política de mujeres. Sabemos, sin embargo, que ha insistido en enmarcar su práctica política en continuidad con la del Gobierno de Lula, enfatizando un encuadre económico social aunque reconociendo, a su vez, que intentará honrar a todas las mujeres para que el hecho inédito de una mujer presidenta en Brasil se “multiplique”. Por ahora sólo sabemos que viene, y aquí coincide con Bachelet y Fernández, a reforzar cierta idea de democracia vinculada a la ‘presencia’. He aquí una segunda cuestión no resuelta de la relación entre política y mujeres. Se ha dicho con insistencia que las mujeres aun están subrepre-sentadas en el campo de lo político-parlamentario. Este escenario no es muy distinto ni siquiera en aquellos países en los que un número significativo de partidos políticos han incorporado medidas como la discriminación positiva, las cuotas o cupos para elevar la proporción de mujeres electas. Se ha llegado a afirmar que la subrepresentación de las mujeres en las asambleas parlamentarias es una hecho probado: la tendencia es similar en Europa y en América Latina aunque, sin duda, más acentuada en esta última región. Incluso se ha llegado a dudar de la eficacia de dichas políticas afirmativas puesto que de algún modo las mujeres electas a través de dichos procedimientos tenderían a representar igualmente a una minoría dominante. A pesar de la imperfección de dichas medidas, es todavía válida la hipótesis que señala que una justa representación pasa por la participación proporcional de los diferentes grupos sociales, de ahí la necesaria implementación de diferentes mecanismos encaminados a posibilitar políticas de la

presencia. Sin embargo, esta política por la presencia ha terminado por circunscribir la discusión sobre la democracia sólo a demandas de ‘presencia’: demandas de igual representación de las mujeres y los hombres; demandas de una representación más ecuánime de los diferentes grupos que componen cada sociedad; demandas de inclusión política de grupos que han llegado a considerarse marginados o silenciados o excluidos. No obstante, una política de la presencia no sólo tendría que ver, en principio, con la justa representación de los distintos grupos en el espacio público, sino que también con los modos de organización de ellos y sus reivindicaciones económicos/sociales.

Ha llamado la atención que dicha política de la presencia, para el caso de la acción política de las mujeres, más que generar mayor participación ha generado, por el contrario, la paradójica situación de liderazgos femeninos que sin base política de mujeres -esto es, sin fuertes movimientos de mujeres- han logrado una visibilidad antes inédita: tal es el caso de Michelle Bachelet en Chile. Déficit paradójico de política que ha tendido a ser obviado asumiendo como ganancia sólo la posibilidad modélica de la reiteración; esto es, mujeres exitosas en política abrirían la posibilidad a que otras mujeres se interesaran en participar en política. Pobre ganancia ésta del modelo exitoso. Todavía está en deuda la política de mujeres en América Latina con el paso de la presencia (un modo pictórico de representación) hacia una política de transformación no sólo de los pactos de clase sino que también del propio dilema que determina a las mujeres a actuar, una y otra vez, escindidas entre lo público (universal) y lo privado (particular).

Bachelet, Fernández y Rousseff

Políticas de la

La industria farmacéutica chilena: un síntoma

Alicia Urquiza

Que el proceso de concentración del mercado de las farmacias haya comenzado hace 30 años no es casualidad. El problema de los medicamentos en Chile viene desde fines de los años 70, cuando el Ministerio de Salud dejó de ser el actor dominante del sector y lo cedió al Ministerio de Economía, que entonces se dedicó a varias de las aberraciones que hoy conocemos.

Cuando en 1974 la dictadura comienza a implementar el modelo neoliberal, se decretaron en el sector farmacéutico una serie de medidas que privilegiaron las lógicas comerciales y monopólicas frente al bienestar de los consumidores, suprimiendo con ello una serie de protecciones que el Estado anterior había asegurado. Lo primero que se eliminó fue la ley que establecía que no podían instalarse dos farmacias a menos de 400 metros de distancia; se decretó después la libertad de precios y horarios y, bajo la declaración de que las farmacias debían ponerse al servicio del “consumidor”, se terminó finalmente por hacer de los medicamentos mercancías para quienes podían pagarlos.

Lo anterior pasó a llevar derechamente la prerrogativa de que los medica-mentos son sustancias químicas que como tales no pueden ser administradas a hombres, mujeres o niños, por vía oral, nasal, retinal, cutánea, subcutánea, rectal o vaginal, sin estar totalmente libre de riesgos. Para lo único que estas medidas sirvieron fue para lo que conocemos hoy en el país: el uso indis-criminado de analgésicos y ansiolíticos como parches para que la gente no se interrogue acerca de sus padecimientos y el contexto en que se producen.

Treinta años después de aquello vemos cómo todo llevó a que hoy en Chile el 93% del mercado de las farmacias esté manejado por tres cadenas farmacéuticas cuyas ganancias, absolutamente escandalosas, sólo resultan comparables a las del narcotráfico. Se supone que son estos los beneficios de la libre competencia: desde la dictadura hasta nuestros días 1500 farmacias independientes han tenido que cerrar sus puertas, unas puertas que hacía falta que se cerraran para que todos fuéramos testigos de la colusión de precios que quedó al descubierto el año 2008. No olvidemos ese fraude que la “delincuencia corporativa” lava con publicidades y apariciones en las páginas sociales en revistas de papel couché. En tiempos en los que yo misma trabajaba en una de esas cadenas farma-céuticas, recuerdo que la norma era que ningún cliente debía salir del local sin llevarse al menos cinco medicamentos. Para ello se contrataba al “cliente incógnito”, que era quien verificaba si se ofrecían o no los productos que la gerencia ordenaba. Tiempo después pasé a trabajar en el sistema público y pude constatar con asombro que el mismo analgésico cuyo precio de venta por “oferta de la semana” asciende en estas farmacias a $ 900, le cuesta a los hospitales $ 168.

La salud constituye, junto a la educación y la alimentación, el derecho básico de cualquier ser humano, uno que este modelo ha pasado a llevar impunemente. Llegada la democracia, no fuimos pocos los que tuvimos la esperanza de que el Estado retomara por fin su rol e hiciera de los medica-mentos lo que siempre debieron ser: un bien social al alcance de quienes los necesitan. No fue lo que sucedió. Estamos en presencia de un Estado que se niega sistemáticamente a intervenir y regular el mercado en beneficio de la sociedad, resguardando hasta el día de hoy los intereses de la clase empresarial.

presencia

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Laura Lattanzi

El 21 de Septiembre pasado se inauguró la 29ª Bienal de San Pablo cuyo eje giraba en torno al lema “arte y política”. Entre las obras se contaba la de Roberto Jacoby, el único artista argentino invitado simultáneamente a la sección histórica y a la contemporánea. La obra que el artista propuso consistía en un colectivo de artistas e intelectuales reunidos con el nombre “Brigada Internacional Argentina de Apoyo a Dilma Rousseff”, configurando una campaña electoral en el corazón de la ciudad paulista, pero, por sobretodo, en el centro de la institución artística. La obra de Jacoby, denominada “El alma nunca piensa sin imagen”, comenzó con el viaje de artistas e intelectuales a San Pablo para instalar un espacio de discusión y difusión con motivo de las elecciones presidenciales que se realizaron el tres de octubre. Sin embargo, la Fundación Bienal decidió censurar su obra, argumentando que se violaban los derechos electorales al promover una candidatura en el espacio público a pocos días de la elección. Situación que resulta paradójica si tenemos en cuenta el lema que ese año la Bienal había propuesto. Pero más sospechoso se torna si se considera que los curadores de la Bienal (Moacir Dos Anjos y Agnaldo Farias) habían auto-rizado la obra previamente a través de su catálogo, y que incluso fueron también las mismas autoridades de la Bienal quienes denunciaron este hecho.

Sobre esta situación y los debates que desde aquí se generaron charlamos con Roberto Jacoby. Artista y sociólogo

Un

argentino, formó parte de la llamada generación Di Tella y fue uno de los impul-sores y ejecutores del proyecto “Tucumán Arde”. Investigó conflictos sociales y temas de epistemología. Gran parte de su producción se centra en acciones pensadas para intervenir en el circuito de la comunicación, como su precursor proyecto de microsociedad virtual “Venus”, la red virtual “Bola de Nieve” y la revista de artes visuales “Ramona”.

Laura Lattanzi: ¿Cuáles fueron los motivos que lo llevaron a proponer una obra donde se socializaba el espacio para que sea gestionado por la “Brigada Argentina por Dilma Rousseff”?

Roberto Jacoby: Me interesó explorar el tema propuesto por los curadores desde el punto de vista de la mayor actualidad posible: utilizar al espacio simbólico y concreto de la bienal como escenario del debate político que se estaba desarrollando en ese momento en la sociedad brasilera. Y dado que se estaba desarrollando un combate de tipo electoral, me pareció oportuno intervenir en esa coyuntura.

LL: ¿Cuáles fueron los criterios estéticos y/o políticos?

RJ: Como en toda actividad artística que merezca ese título, se trata de plantear un problema formal. En este caso el problema era la cuestión de la representación en su doble acepción. Por una parte la imagen y su referente, el símil o la mímesis, y por otra, el sentido de la ciudadanía que es “representada” políticamente por una figura o personaje. De ahí que la estructura

formal de la pieza fuera la dualidad y que su título fuera la frase de Aristóteles “El alma nunca piensa sin imagen”. Las dos imágenes dominantes en el espacio eran las gigantografías de Dilma y de Serra, puestas una al lado de la otra. Cada imagen refiriendo a un “alma”, o sea: dos imágenes y su par de respectivas “almas”. En este plano lo importante es la conjunción “Y”. Yo podría haber manejado la ambigüedad, dejando el espacio vacío, con apenas esas dos imágenes sin otro comentario que el título. Me pregunto si en ese caso habría operado también la ley electoral. Pero, en otro sentido, el planteo era la disyunción: Dilma o Serra, donde lo relevante era la “O”.

LL: ¿Y allí es donde se revelaba el carácter más comprometido de la obra en cuanto decisión política?

RJ: Claro. Allí se trataba de tomar partido e ingresar en lo propiamente político que es la confrontación. Así lo hice según mis convicciones respecto del momento crucial que enfrentan las naciones de América Latina: o bien la unidad o bien la subordi-nación a las fuerzas hegemónicas. Tal como lo han demostrado los diversos intentos de interrumpir el curso democrático e independiente en Honduras o Bolivia, Brasil desempeña un papel decisivo en esta disyuntiva: si Brasil cae, el resto de los países retornará a la situación donde la representación democrática es suplantada por estados de excepción. De ahí que se tornara actual la situación de la guerra civil española, cuando bajo la consigna “Si España cae...” se formaron Brigadas Internacionales en auxilio de la República

frente a la Dictadura Falangista. De todas partes del mundo acudieron intelectuales, artistas y militantes enrolados en la causa republicana. Esta referencia a la realidad del año 1936 es, por supuesto, también un símil: Brasil como España. Esta idea de compararse con las Brigadas Internacionales surgió en una reunión que convoqué para formar un grupo de intervención de 25 artistas e intelectuales. De las reuniones surgieron casi todos los talleres de campaña y actividades que se desarrollaron allí (pueden verse en http://brigadainternacional.blogspot.com)

LL: ¿Cuáles cree que son los criterios de un curador cuando propone una Bienal que apele a las relaciones entre arte y política para luego censurar una obra por “delito electoral”?

RJ: Nosotros no conocíamos las leyes electorales brasileras, que son muy estrictas. Por ejemplo, a diferencia de la Argentina, están prohibidas las pintadas callejeras, los afiches en la vía pública y en general es ilegal toda actividad pro-pagandística que no sea en la televisión y la radio. Para soslayar esta legislación, los partidos emplean a personas que llevan los carteles de los candidatos en una especie de mochila y caminan con ellos. O extienden telas propagandísticas en los semáforos cuando éstos están en rojo. Al contrario de lo que alegan los curadores y funcionarios de la Bienal, nunca tratamos de “engañarlos”, como lo prueba el propio catálogo de la muestra, donde aparecen impresas las mismas imágenes de Dilma y Serra así como los materiales de que estaría constituida

En la ultima Bienal de

San Pablo se ordeno

cubrir con papeles de

embalar la obra de

Roberto Jacoby “El

alma nunca piensa sin

imagen”, dos imponentes

gigantografias con

el rostro amistoso de

Dilma Rousseff frente

al gesto agrio de

Serra. Sobre esto, las

demarcaciones del arte

y los alcances de

la censura

conversamos aqui

no muerecolgado en la pared

guerrillero

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la pieza (carteles, botones, pasacalles, televisor, micrófono, escenario, etc.) que envié con suficiente anticipación. Es prob-able que estos curadores y funcionarios nunca hayan supervisado las imágenes de su catálogo, pero eso no es respons-abilidad mía. Los curadores alegan que pensaron que mi propuesta era ficcional y que fueron “defraudados” por mí. La clasificación de “real” o “ficcional” en un espacio de arte está sujeto a profundos debates, tales como los que surgieron a raíz de esta pieza. Pero, sin duda, las imá-genes de Dilma y Serra que ellos mismos publicaron en el catálogo no son Dilma y Serra sino ficciones: imágenes connotadas por una situación específica. Del mismo modo, las actividades de la Brigada podrían haber sido consideradas una performance. Quizás podría pensarse que los artistas e intelectuales participantes eran actores contratados para simular una campaña. ¿Cómo saberlo? Por otra parte, una bienal es precisamente el espacio por excelencia para ensayar los límites de la autonomía artística, que teóricamente un curador debe defender del mismo modo que un médico debe defender su juramento hipocrático.

LL: Entonces usted considera que las autoridades de la Bienal no se jugaron por defender su obra…

RJ: Por definición profesional, las obras como las vidas deben ser defendidas, no importa cuáles sean las leyes vigentes en determinado momento. Por el contrario, la evidencia documental muestra que fueron los funcionarios de la Bienal quienes acudieron ante la justicia electoral para

denunciar la pieza que ellos mismos habían seleccionado con anticipación. Qué razones o qué influencias los llevaron a esta conducta es algo que ignoro, pero si sé que la pieza fue presentada en la inauguración de prensa sin censura y que ésta se produjo la noche anterior a la inauguración especial para empresas patrocinantes de la Bienal.

LL: ¿Cree que en la actualidad el binomio arte y política se transformó en un slogan vacío, absorbido por las modas que impone la industria del mercado del arte?

RJ: No estaría tan seguro. En este caso considero que la apuesta política de los curadores se abría al riesgo político, del mismo modo que si hubieran planteado “Arte y Fuego” habrían calculado el peligro de incendio. No creo que el tema “arte y política” sea necesariamente un slogan vacío, sino que éste puede o no ser vaciado. En su declaración los curadores sostienen que podrían haber ido presos por violar la ley electoral. Puede ser verdad, pero un periodista de la “Folha de Sao Paulo” sostuvo que precisamente al proponer aquel tema debieron haber asumido su papel hasta el final en lugar de convertirse en denunciantes. Es allí donde su convocatoria se habría llenado de sentido.

LL: ¿Considera que el “arte crítico” en América Latina no debe ser necesariamente “anti institucionalista”?

RJ: En cuanto a las instituciones, considero que son lo que se hace con ellas, se las crea, se les da vida, se las pone en crisis y también se reemplazan o extinguen.

LL: Si consideramos esta obra como una experiencia donde artistas e intelectuales se reunieron para visibilizar una causa política, podemos vincular esta obra con lo realizado en la experiencia de “Tucumán Arde”. Sin embargo, en esta ocasión hay un posicionamiento a favor de un determinado proyecto político-insti-tucional y ya no una crítica y/o denuncia de las políticas institucionales. ¿Cuáles son los cambios que observa en el contexto político latinoamericano que lo hacen ahora posicionarse a favor de un proyecto político institucional?

RJ: Sí. Esa asociación con “Tucumán Arde” es muy oportuna. El espacio de “El alma nunca piensa sin imagen” estaba exactamente enfrentado al que exhibía la documentación de “Tucumán Arde” hasta el día anterior a la primera inauguración, aunque a último momento fue movido al piso inferior. Era muy interesante ver en la pared destinada a “Tucumán Arde” un afiche que diseñé a fines de los sesenta. Allí se veía un afiche con la imagen del Che Guevara sobre un texto que decía “un guerrillero no muere para que se lo cuelgue en la pared”. Por un azar increíble, ese texto adquiría un nuevo sentido cuando se lo leía en relación con Dilma, quien estuvo presa durante varios años, acusada de participar de la guerrilla en los años setenta. Ella sería entonces esa guerri-

llera que “no murió” para que su imagen estuviera colgada en una pared. Y aquí otra vez apareció una cuestión formal, involuntaria, donde un desplazamiento de sentido creaba un nuevo sentido.

gentileza _roberto jacoby

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Gaspar Galaz

s posible entender la producción del artista sin el mercado? Desde que los holandeses en el siglo XVII inventaron el libre mercado para la producción artística, el negocio del arte no ha hecho más que ir en aumento. Por eso entender la producción artística alejándola del mercado, del coleccionismo y, más aún, de la permanencia física de las obras, resulta bastante intangible. Porque ¿cómo podría sobrevivir

el arte, bajo las formas en que hoy lo conocemos, desligado de la sociedad capi-talista? Las valiosas posturas anti-mercado o anti-permanencia es evidente que no alcanzan ya a explicar la multiplicidad de aspectos que se han desarrollado en estos últimos decenios entre la producción artística, el mercado, las fundaciones, el coleccionismo o los museos, que al parecer siguen siendo los canales más eficientes de comunicación con el público.

Arte / mercado, arte / consumo, arte-estilo y consumo componen en la actualidad binomios que inciden directamente en la función, sentido y producción de arte. El cómo y el para qué del arte, ligados intrínsecamente con las presiones del negocio, con las imposiciones de un público de elite que ha terminado influenciando en las últimas décadas la propia producción artística, parecen ir desvaneciendo lentamente el sentido testimonial y reflexivo del arte mismo sobre la propia condición humana. Para esto basta considerar que, al menos desde los años 80 en adelante, la expansión del arte postmoderno generó un complejo binomio mercantil-comunicativo de alcance internacional provisto de una agresiva estrategia de promoción.

Ya antigua, acaso tristemente perimida, la pregunta por la aceptación o el rechazo del mercado o la pregunta por la relación entre arte y negocio nos inducen a reflexionar, para dar sólo un ejemplo, sobre la herencia de M. Duchamp, cuyo provocativo esfuerzo por incluir un urinario en la salas de exposición, a modo de corte o ruptura con las diversas canonizaciones del arte, se traduce hoy en un mecanismo repetido que copa las galerías, los pasillos, las bienales, los stands y las mismas ferias de arte como Cha.co. En el fondo, como es fácil intuir, se trata de una progresiva alianza entre mercadotecnia y neovanguardia que lleva a reducir la producción artística a una serie delgada de nombres y reputaciones fabricadas por la oferta y demanda del mercado, una producción cuya existencia resulta tan fugaz como el último diseño de una juguera.

Los sueños de la modernidad habían dado lugar a una vanguardia que, ligada a un contexto histórico y político específico, hacía de la resistencia o el misterio de la práctica artística el recomienzo permanente de la reflexión y la crítica. Eso tenía un sentido. Uno que daría hoy la impresión de haber quedado alterado para siempre por una letal estética del vacío, que suscita una desilusión, con-sistente en que el arte ha dejado de ser el epicentro de los discursos libres para convertirse en una sucesión interminable de trabajos convencionales que nos hunden, de manera ya irreversible, en el aburrimiento. Frente a este panorama, la única pregunta que cabe hacerse es entonces la siguiente: ¿Cómo es que los avisos del mercado del arte no han sobrepasado todavía las revistas especializa-das para acceder por fin a publicitar nombres de artistas y ferias en la mismísima televisión abierta? ¿Qué es lo que ocurre que las obras de arte no comparten todavía su dignidad en spots que promueven perfumes, calzados o alimento para mascotas? Es lo que sigue; creo que para eso faltan apenas pocos años.

Víctor Díaz Sarret

ace tiempo ya que el arte dejó de ser la virgen inmaculada que no ha de ser mancillada por la suciedad del dinero, como si con aquella transacción se viese prostituida. Ni la virginidad del arte es tal, ni la prostitución debiese ser un adjetivo peyorativo. Entender el arte como una encarnación material de un halo energético metasensible es, escuetamente, afiliarlo con un ritual trascendente que finalmente es pura fe y superstición. Esto significa que la elaboración de objetos

artísticos que puedan ser transados resulta, en el contexto actual, una fatalidad necesaria y una necesidad fatal, al menos para aquellos que desean proseguir sus investigaciones visuales y, a la vez, “echarle algo a la olla”, considerando que aquella fatalidad parece estar ligada a que nada podría escapar al capitalismo mientas éste exista como régimen. Es por esto mismo que la realización de una feria de arte puede ser una instancia fructífera para la circulación y promoción de las obras y sus artistas, generando con ello relaciones de mercado que, en otras circunstancias, se dificultan sobremanera.

El problema surge cuando presenciamos y padecemos la contradicción de lo artístico, pues junto a la exclusividad cultural aparece la exclusión monetaria, no solamente por lo privativo de los precios del objeto ofertado (cuestión inevitable cuando hablamos de cosas de difícil realización, que han requerido de un trabajo arduo pero que suman a ello el hecho de que su valor también radicaría en nociones ideológicas como originalidad, autenticidad y que, por lo tanto, se asumen como únicos), sino que además porque el propio lugar que acoge a tal objeto ha administrado violentas estrategias de exclusión y privación: altos precios para la entrada al recinto, altos precios para el consumo de bebidas y alimentos, ubicación en una zona de la ciudad caracterizada por su status económico y social, distinción territorial entre público general y público e invitados “muy importantes” (V.I.P), esto en caso de que existan personas más importantes que otras.

Podemos deducir fácilmente que todo esto se debe, en principio, a una estrategia de mercado, pues el “Target” (como diría un publicista) está territorialmente ubicado en esa zona de la ciudad, posee el dinero suficiente como para pagar la entrada y los productos de consumo ofrecidos al interior del recinto y, por lo tanto, tiene la capacidad adquisitiva para hacerse de una de las obras exhibidas en el lugar. Asimismo, aquella frontera monetaria elaborada por los costos y el lugar, impediría, por medio de un proceso de selección natural algo darwinista y bastante conserva-dor, el arribo de cualquier persona ajena al contexto que pudiese ocasionalmente enturbiar la “pureza” del lugar e incomodar a los asistentes.

Personalmente, esta paradoja no deja de incomodarme. Pues si asumimos que el Arte no es inmaculado y puede transarse —dialogarse, acordarse, intercam-biarse—, generar un sinnúmero de estrategias que infundan a los objetos artísticos una artificial higiene —en este caso económica—, entonces acabará por determi-nar relaciones de velada violencia con la disciplina en su estadio contemporáneo y, sintomáticamente, supurará exclusión y privación, fundamentales para el negocio pero complejas para el ocio. Igualmente, mientras aún en el arte no logramos desembarazarnos del todo de los maquillajes que pretenden instituir el discurso de una obra mítica y mística, solventada por las limpias ideas del fetiche mágico —es decir, aquel objeto que posee inmanentes propiedades para vehicular al hombre con lo trascendente y divino—, resurgen cada día los designios del mercado que vuelcan en fetiche/mercancía, a través de nuevos maquillajes adjuntados a los anteriores, a los objetos del arte, generando una fantasmagórica fe redoblada. El problema no está en la transacción, sino en su brutal y tácita violencia.

ArteC

ha.C

oMercado

E H

Patrick Hamilton. Carteles, 2008, fotografía blanco y negro, papel contact, 40 x 56 cm. cada una. Cortesía del artista.

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Mitómana

José Luis Sepúlveda y Carolina Adriazola100 min.Chile, 2010

Mitómana reconquista la figura del margen que ya había sido transitada por Sepúlveda en El Pejesapo, del 2008. El manejo de las imágenes se inclina una vez más hacia los límites y confines de Santiago desde una mirada familiar y cotidiana, una mirada que suele permanecer inexplorada por los cineas-tas chilenos. Pero si El Pejesapo apostaba a componer una visión poética a partir de una tensión entre lo feo y lo ambiguo abogando por una especie de belleza rabiosa, Mitómana captura esa estética y la transfiere a un relato en el que el tiempo se detiene y también el espacio. Los lugares transitados son ellos mismos sitios de paso: la carretera, calles de tierra por donde pasan también las vacas, paseos peatonales. Todo acompañado de vacío y polvo y disparos que provienen a lo lejos, de otra parte.

La actriz Paula Lattus se viste de personaje (se pone una bata blanca y un pantalón celeste), marcha a trabajar en un consultorio y visita casas insistiendo en ayudar a gente que no lo necesita. El juego consiste en una trama que avanza mintiendo, cuestionando los límites entre lo real y lo ficticio. Que las locaciones existan en sí mismas o que la pobreza que exhibe resulte innegable, no implica ninguna realidad ni tampoco opera como una actualización más de tipo neorrealista. Hay un Chile que podría ser actual, pero no queda claro que ese Chile a la vez exista. Mitómana nombra así el título del film y el modo en que el film procede a la vez: un film contra el cine, que le grita con imágenes al espectador en la cara.

Este imaginario real pero ficticio, no retratado en ninguna parte, nos lleva a ese lugar vaciado que entrevemos rápidamente desde una carretera por donde avanzamos en otro cine chileno, uno que claramente los directores desechan. El cine, entendido como vehículo de exploración de lo real, desarticula aquí todos los códigos y da cuenta de un dispositivo que resulta insuficiente para mostrar la complejidad del presente, aunque paralelamente resulte intransferible a éste. Sobre el final, una niña pequeña emprende un nuevo recorrido llevando a cuesta otro personaje, uno que desanda el camino que la trama había hecho. Mientras la niña camina (lo hace avanzando hacia un retén en el que no hay policías, emblema de una población sin ley), su recorrido se convierte entonces en un comentario sobre el cine como tal.

Lo que así se configura es una poética de la ruina por medio de la cual nos convertimos no ya en espectadores de un film, sino de varios que se superponen y comparecen a una interrogación de la imagen. Eso nos traslada por cierto a otras épocas, a otras guerras, a otros ideales registrados en otras claves y otras poé-ticas. “Lo he visto todo en Hiroshima”, dice el personaje de Hiroshima mon amour, de Resnais, a lo que su amante responde de un modo similar a como ahora lo hace la niña de Mitómana: No has visto nada. Nada.

Iván Pinto

Dos estrenos recientes dan cuenta de la subsistencia de ciertas poéticas modernas en el cine. En el marco de una cartelera cooptada por estrenos de las grandes majors, los estrenos de Vincere (2008) de Marco Bellocchio y Hierbas salvajes (2009) de Alan Resnais, son una brisa de aire fresco para espectadores que buscan experiencias menos conducidas y programadas, y más cercanas a las potencias expresivas del cine. Dan cuenta, a su vez, que los debates modernos en torno al cine y la crítica generalizada a “la cuarta pared” cinematográfica, siguen dividiendo al cine no sólo entre “poéticas autorales” y “cines industriales”, sino, sobre todo, entre filmes que muestran sus condiciones de producción y aquellos que la ocultan, entre cines de transparencia enunciativa y cines que la sabotean.

Resnais, octagenario resistente de la Rive Gauche y compañero de ruta de Agnès Varda, Chris Marker, Marguerite Duras y Alain Robbe Grillet, entre otros, fue parte de la voz poética de un cine

documental que durante la década de los cincuenta abogaba por un montaje en contrapunto. De esa época: Guernica (1950), con un montaje que recurría al collage para abordar la obra de Picasso, y la ineludible Noche y Niebla (1955), que marcó un antes y un después en un cine de posguerra cada vez más pesimista con respecto al rumbo del mundo y al que el crítico Serge Daney había caracterizado como un cine de “escritura del desastre”, un cine europeo que tomaba conciencia de la destrucción. Desde Hiroshima mon amour (1959) hasta filmes como Providence (1977) o Muerte al amor (1984), Resnais sos-tiene una intensa reflexión sobre la muerte otorgando siempre al montaje y a esa “voz mental” particular un lugar fundamental, lo que le valió la etiqueta de cine “cerebral”. Sin embargo -y en una curiosa simetría con otros compañeros de época como Eric Rohmer o Claude Chabrol- acercándose la década del dos mil, Resnais habría tenido una nueva vida. On connait la Chanson (1997) marca un giro de levedad en su obra, integrando cierto guiño chic a la cultura francesa y al género musical ¿Comedia romántica? Las Hierbas salvajes (2009) reafirma el guiño y el retrato a la cultura francesa, con un personaje narcisista, obsesionado con una dentista, ambos llenos de soledad. Con absoluta libertad, la pulsión de muerte -otra recurrencia- es reafirmada en los personajes por vía de montaje, voz en off mental, que se sitúa como interrupciones o retardos -ralentis y

tópicos insistentes, repetitivos- a la “intriga de predestinación” propia del género argumental. Resnais juega con las expectati-vas del espectador, complejizando las entradas y los universos mentales de los personajes. Con un final que radicaliza el gesto artístico, deja claro el absoluto control sobre su obra, y el telón de fondo -muerte, catástrofe- de su trama argumental permite verla como una negra, negrísima comedia de absurdo.

El caso de Bellocchio es distinto, pero comparte con Resnais un cierto espíritu de libertad, ironía y provocación. Procedente de la izquierda más radicalizada, alguno de sus filmes han sido financiados por el comunismo italiano. El suyo ha sido un cine que ha sometido a revisión la historia política de Italia desde una perspectiva anti-estalinista y psicoanalítica. Bellocchio es compañero de rutas de Pasolini, Visconti y el debate marxista de los sesenta, un cine de convicciones poéticas y políticas. Pasolini pagará con su muerte -en un caso que aún no cierra- su provocación al poder en Saló o los 120 días de Sodoma (1975) y muchos han querido ver con esa muerte el fin de una época del cine. Estas poéticas radicales, políticas, no

aceptan fácilmente el mandato de un cine como herramienta de cambio o realismo social: sus poéticas necesitan violentar el cine, violentar al espectador, provocar su rechazo, hacerlo pensar. Desde ahí que la actitud neorrealista de sus predecesores -De Sica, Rossellini- sea superada para dar pie a un cine teatral, sanguinario, erótico, violento. Con Vincere de Bellocchio, nos encontramos frente a un cine operático, pero sarcástico, que parte de un rechazo al “realismo” insípido e institucional. Desde la primera secuencia el relato de la amante de Mussolini Ida Elser y su hijo Benito, Bellocchio utilizará la música y el montaje para exacerbar cierto sentimiento trágico y pasional. Pero ahí donde Musolini

comienza siendo su protagonista -al principio pensamos que estamos frente al morbo del género biopic como La caída- el filme se concentrará después en la vida de Ida y su recorrido por distintos centros hospitalarios y psiquiátricos. Pero junto al “drama” trágico-histórico, Bellocchio construye una revisión iconográfica del fascismo, revisando los archivos, riéndose de sus muecas, mostrando su poder seductor. A su vez, establece relaciones y críticas a la política personalista de izquierda, a las confusas relaciones entra vanguardia y fascismo (el Futurismo), y las alianzas entre nacionalismo de derechas y comunismo nacionalista en sus orígenes. Sobre el futurismo, Bellochio toma parte de su estética desaforada, épica, constructiva que hace del montaje el conductor del drama lírico, operático, excesivo.

Los sesenta parecen haber sido para el cine un sismo en cuanto a sus estéticas y políticas. Aún hoy, gran parte de las poéticas más interesantes parecen alimentarse de esa década y sus revoluciones estéticas, las del llamado “cine moderno”. Sus vías, minoritarias hoy, parecen seguir dando fuerza al cine contemporáneo, brindando cierto sentimiento de urgencia a las agendas y programas de la crítica, a la revisión permanente del destino contemporáneo de las imágenes, las vías inconclusas, las disidencias y fracturas de un tipo de cine que posiblemente ya esté dejando de existir.

El retorno de la potencia expresiva del

cine de los sesentaA propósito de los estrenos “Vincere” de Bellocchio y “Hierbas Salvajes” de Resnais

Los sesenta parecen haber sido para el cine un sismo en cuanto a sus estéticas y políticas. Aún hoy, gran parte de las poéticas más interesantes parecen alimentarse de esa década y sus revoluciones estéticas, las del llamado “cine moderno”.

Carolina Urrutia

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s curioso cómo aparecen ciertas cosas. Lo que sigue, por ejemplo, es la transcripción de una casete que quedó tirada sobre el piso, luego de que la pequeña maleta de metal en que se encontraba se me viniera encima, dejándome medio aturdido por un rato. La maleta no era mía sino de un amigo, el poeta Virgilio Rodríguez, que la había dejado olvidada en

el closet de un departamento que antes de ser el mío había sido el suyo. La escuché y reconocí con sorpresa ciertas voces. Virgilio me explicaría tiempo después que se trataba del registro de las intervenciones realizadas en 1983 por varios escritores -Teillier, Zurita, Arenas, Lihn, entre ellos – en el marco de un ciclo titulado Diez escritores y sus fantasmas, organizado por él mismo y Ernesto Rodríguez en la Universidad Católica de Chile. Algo se haría después con las grabaciones, un libro tal vez, pero el asunto al parecer se quedó en eso, en el beckettiano recinto de la espera absoluta. 1983, Pontificia Universidad Católica de Chile, Diez escritores y sus fantasmas. Es probable que se trate de uno de los primeros encuen-tros de este tipo en una institución como ésa en un período como

ése. Si multiplico los circunloquios es para mejor introducir las pa-labras de Lihn, que hace un uso reiterado de ese tropo. Habla, por ejemplo, del lenguaje como motivo de tortura, de las censuras que debe vencer, de apariciones y desapariciones que estarían sucediendo en la realidad y que lo motivarían a reaparecer cada cierto tiempo. Habría que imaginarse la escena, el cuadro de época: jóvenes en cantidad a punto de soltar una pregunta inconveniente, escritores y profesores a punto de contestarla, ocasionales lentes Ray Ban entre el público. De hecho, lo que me animó a recuperar la interven-ción de Lihn en este coloquio, fue el deseo de acercar a un público mayor que mis amigos una muestra de la palabra viva de un poeta en tiempos duros. También porque Lihn dice algunas cosas importantes sobre sus intereses en ese momento. También porque lo presenta el excelente Martín Cerda. Mi amiga Cecilia Bettoni me ayudó con la transcripción de la cinta. De la edición, que en algunos momentos fue invasiva para lograr la fluidez escrita, soy el único responsable.

MARTÍN CERDA

El hombre privado pertenece al ámbito privado y no po-demos ser intrusos y andar escarmenando en ese ámbito las motivaciones de sus textos. El hombre social, eso que llamamos el autor, y en esto no hago más que glosar a Valéry, es por el contrario una posibilidad del texto. El autor produce el texto pero a su vez es producido por el texto. ¿Quién es Neruda? El autor de ciertos textos. ¿Quién es Lihn? El autor de otros textos. Por lo tanto, a Lihn-autor lo vamos a despachar mediante una referencia estadística: catorce libros de poesía, incluyendo El Paseo Ahumada, publicado recientemente en forma de fascículo; un libro de cuentos, Agua de Arroz, publicado el año 1964; tres novelas: Batman en Chile, 1973, que circuló muy poco en Chile, La orquesta de cristal, 1975, y El arte de la Palabra, 1980. Es autor además de innumerables ensayos distribuidos en distintas revistas del país y el extran-jero. Finalmente, es autor de un panfleto que por estos días se ha convertido en una especie de best-seller de las murmu-raciones, de las encuestas y de las entrevistas. Me refiero a Sobre el antiestructuralismo de José Miguel Ibáñez Langlois, 1983, que responde a un libro publicado por las ediciones de esta Universidad que se llama Sobre el Estructuralismo, pero que en verdad debería llamarse Contra el Estructuralismo.

Lihn - poeta, cuentista, novelista, ensayista y ahora pan-fletista, traducido al inglés, francés, italiano, griego y rumano, entre otras lenguas-, es sin duda alguna una de las figuras claves de la literatura chilena de la segunda mitad del siglo

veinte. Lihn y Parra, escribía el norteamericano Charles Guen-ther, “son los escritores chilenos más importantes después de la generación de Gabriela Mistral, Vicente Huidobro y Pablo Neruda”. Error del americano, porque la Mistral no pertenecía a la misma generación de Neruda y de Huidobro.

Anti-proposición: “Nadie es profeta en su tierra”. Basta con contrastar la cantidad de textos que se han publicado sobre Lihn fuera de Chile con los que se han publicado en Chile, por lo menos durante estos últimos años. Y no se trata sólo de un contraste estadístico, el contraste es también cualitativo. Descontado el texto de Carmen Foxley y uno de Adriana Valdés, es difícil encontrar entre los autores chilenos que residen en Chile y que se han ocupado de Lihn un texto comparable, por ejemplo, al de Libertella, por nombrar un escritor de lengua española.

Hay claramente un desajuste entre la atención que se presta a Lihn afuera con la desatención, con el “ninguneo”, como dice el propio Enrique, del que es objeto en Chile. Pero como Enrique es un polemista no se queda en eso y se defiende desde hace dos años con un texto que circuló en forma privada y que se llama Derechos de autor, 1981.

Se trata de una recopilación, hecha por el sistema de reproducción fotocopia, de textos, entrevistas y grafías, que tienen relación con su persona. Componer un texto así no es una explosión de egolatría, como quieren creer algunos. Es sencillamente el “derecho del autor” a invertir las cartas

del juego y decir: “Bueno señores, ustedes me sacan de circulación, pero yo estoy circulando de esta otra manera”.

La característica de Enrique Lihn dentro de ese cuerpo colectivo impreciso de sujetos que se llamó y que todavía llamamos la Generación del 50, es que era el más infractor de todos. El más infractor en el sentido de que fue el más radical, porque las infracciones de Lihn no estaban a un nivel temático; no consistían, por ejemplo, en sacar de los secretos de alcoba familiares - de los conflictos de papá y mama, del hecho de que unos tenían una abuela fuerte o un abuelo alcohólico, etcétera - el tema para hacer una novela o un cuento. Eso habría sido más bien una trasgresión al código moral o ético por el que se regían las temáticas literarias de entonces. La trasgresión de Lihn fue desde un comienzo una trasgresión con el lenguaje y es muy notoria en sus primeros textos. Es por eso que un crítico como Raúl Silva Castro, en nombre del lenguaje instituido, socializado, doxologizado, topizado, del que era un exponente, podía decirle: “Usted está incurriendo en una flagrante trasgresión al buen gusto”.

Ahora bien, ¿por qué esta trasgresión? Porque hay escritores que nacen para transgredir, porque no se sienten satisfechos con la distribución del lenguaje con que se encuentran ni con el lenguaje anquilosado o repetitivo. Lihn comenzó por transgredir y para ello tenía muy asumida la obra de Huidobro y de Neruda, el de Residencia en la Tierra, que a mí me sigue pareciendo el mejor Neruda, y el de sus experimentos paralelos a los del surrealismo europeo.

La marginalidad no es dominio de nadie

E

Palabras de Enrique Lihn en un coloquio de 1983

Bruno Cuneo

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ENRIQUE LIHNQuizás podría agregar algo a lo que dijo Martín Cerda, en el sentido de que efectivamente yo pienso que me he ganado una situación de marginalidad, que a ratos se hace difícil, de la que en general no me arrepiento y de la que estoy tratando también de salir de alguna manera postulando esa marginalidad en una forma colectiva. O sea, me siento parte de un sujeto colectivo no bien determinado, que se sumerge cada cierto tiempo y desaparece por completo de la faz de la tierra, o por lo menos de las revistas literarias o de las páginas de Artes y Letras, pero que de pronto se siente motivado a reaparecer. Y esas oscilaciones, esas apariciones y desapariciones, tienen mucho que ver con algo que está ocurriendo en la realidad.

La marginalidad no es dominio de nadieCreo que en este momento está ocurriendo algo que a mí me motiva a reaparecer.

Me interesa mucho la mala conciencia del lenguaje, el lenguaje como factor de encubrimiento, de ocul-tamiento, la cháchara o la palabra vacía de la que habla Lacan, la palabra que ha llegado a ocultar de tal manera lo que tendría que decir que no dice absolutamente nada. Me interesa el movimiento por el cual el lenguaje no dice nada.

Me parece que es el lenguaje tal como lo usamos habitualmente, el lenguaje con el que se escriben la mayor parte de los textos que se leen en los diarios, el lenguaje como forma de encubrimiento, como señal de status, como forma de terrorismo: hablar bien es quitarle la palabra al otro, es como vestirse bien o como cualquier otro de los signos de status, que no siempre van juntos, porque generalmente las personas que tienen poder económico son menesterosos desde el punto de vista lingüístico; no tienen mucha necesidad de lucir por ese lado.

Está por una parte esta cosa de la palabra como

signo de status, como forma de encubrimiento, pero está también la posibilidad inversa, contraria: la palabra como búsqueda de la verdad, que sería una búsqueda desesperada por decir lo que se debe decir y lo que generalmente no se puede decir. La lucha por vencer esa censura proviene del sólo hecho de utilizar el lenguaje.

El lenguaje es una camisa de fuerza, es un artefacto preconstituido en el cual uno tiene que meterse, aceptar que se maneja de tal o cual manera y que para ser comprensible hay que utilizar determinados recursos y no otros. El lenguaje es una armadura que se le va poniendo al recién nacido, que se le va incor-porando, una especie de coraza o de esqueleto exte-rior que se va endureciendo a la par que los huesos o el esqueleto interno, y que muchas veces termina por ser una verdadera coraza, una verdadera camisa de

fuerza. A veces le queda a uno terriblemente chico; no coincide con los movimientos que uno quisiera hacer, o no contempla esos movimientos, y por lo tanto es torturante. El lenguaje en realidad es una tortura. Uno lo siente, por ejemplo, cuando habla de una manera continua… es un esfuerzo espantoso.

El lenguaje, en fin, es un depósito de todas nuestras incongruencias y de todas nuestras incoherencias, pero es al mismo tiempo una manera de pulirlas, de limarlas, de hacerlas desaparecer, de escamotearlas, de burlar-las. Así como hay un lenguaje que se abre camino con dificultad hacia lo que quiere decir, hay un lenguaje que huye desconsiderada y desaforadamente de lo que podría decir, y ése es para mí el lenguaje inmoral. Si se puede enfrentar la cosa en términos éticos, se podría decir que una palabra vacía, que no es la que se dice en la relación paciente-analista sino la que se dice bajo el signo de la coherencia, en la editorial de un diario por ejemplo, es una palabra inmoral.

Por el contrario, la palabra que lucha por decir evitando o eludiendo la censura, la palabra que es torturada por la censura intrínseca al lenguaje pero

que adquiere a pesar de todo dimensión individual y dimensión social, esa palabra tiene para mí, de alguna manera, un signo ético positivo.

PÚBLICO

¿A qué atribuiría usted la tensión de los escritos ac-tuales?, ¿a que el espacio del lenguaje, por ejemplo, se siente amenazado?

Lihn: Me parece que en este período existe quizás una posibilidad de reconstitución del lenguaje y que la tensión estaría en la necesidad de responder a ese desafío. Es un lenguaje que sigue estando amenazado pero que al mismo tiempo puede luchar contra esa amenaza.

¿Qué sentido tienen las palabras para los real-

mente marginales?, ¿puede un intelectual hablar de esa marginalidad?

Lihn: ¿Por qué no? ¿Por qué se le niega tanto todo al intelectual? La marginalidad no es dominio de nadie. Es verdad que existe, por ejemplo, la marginalidad poblacional, la marginalidad de los individuos forzados a la delincuencia, pero también existe la marginalidad del intelectual. Ahora bien, yo no creo que el intelectual pueda hablar desde la marginalidad de los otros. Puede hablar desde su propia marginalidad y en ese sentido lo que dice, o su modo de hablar, es representativo de la marginalidad en general, en la que se pueden inscribir las otras marginalidades. El tipo que pretende darle voz a los oprimidos, hablar por lo oprimidos, de seguro mete la pata porque usa un lenguaje que ellos no usarían. Pero el individuo que habla desde distintas formas de marginalidad, la marginalidad de orden político, pero también la marginalidad de las creencias, de las costumbres, las marginalidades corporales, ese sujeto en cierto modo está representando a la marginalidad, una marginalidad, como decía, donde se pueden inscribir las otras marginalidades. Sin hablar por ellas, está hablando en favor de ellas.

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“La gestión sin gesta no tiene ningún valor” habría dicho, se comenta, un viejo profesor de arquitectura. Gestión y gesta, palabras tan semejantes y distantes, parecen resumir dos programas divergentes al interior del espacio universitario. Por un lado, una actividad orientada por la administración de los negocios académicos; por otro, la concepción heroica y romántica de un lugar que debe expresar la aventura del espíritu. Sin embargo, la frase no separa las cosas en una irreconciabilidad absoluta, sino que entiende la necesidad de subordinar las acciones administrativas a un encargo previo, a una obra que le da sentido a esas acciones.

Pensemos, por ejemplo, en el cometido que se hace a Ulises de ir a espiar durante la noche los movimientos troyanos; o aquél que él mismo da a sus compañeros de viaje al ir a explorar la isla de los lotófagos; o en el de montar una exposición o escribir un libro. En toda gesta o hazaña, hay gestiones que llevar a cabo. Pero en la misma frase también aparece una cierta sospecha de que el gestor ha venido a invertir las cosas, a subordinar la gesta a las acciones de la gestión. Un romántico alemán advertía que la modernidad se había tornado un conjunto de acciones para alcanzar el progreso de la humanidad y que ahora esas acciones tomaban el protagonismo por sobre ella misma. El encargado ha olvidado pues para qué lleva a cabo la acción y quién se la ha encomendado. La gesta ahora es el olvido de la tarea.

Proponiendo que la declinación de la utopía en el mundo contemporáneo se debía en parte a la victoria de la con-gruencia, Karl Manheim a comienzos del siglo XX afirmaba que el último sector de la sociedad que tendría aspiraciones insatisfechas eran los intelectuales. Si esta afirmación hoy nos hace reír, lo es en la medida que los intelectuales se encuentran cada vez más ahítos en sus proyectos artísticos y gestiones personales con tal de figurar en congresos o publicar en revistas académicas que les permitan aumentar sus magros sueldos en una universidad. La autogestión, que antes se veía como un modo posible de resistencia al modelo, hoy es justamente la demanda del modelo: gestiónate, gestiónate por sobre todo. Hoy las universidades y las instituciones estatales asignan puntos (y, por lo mismo, dinero) a cada actividad desarrollada, profundizando, más que la gestión general de una tarea, la competencia del to-dos contra todos. Ahora más que un sujeto con aspiraciones insatisfechas el intelectual es, respecto del otro, su enemigo, su competidor por los puntos que ese par podría arrebatarle para conseguir el suculento bono.

Sin querer levantar altares, quizá sea esta una figura a tener en cuenta: la semana pasada murió un ex presidente al que desde Chile se le calificó como incoherente con las políticas y recetas que debía seguir la nación argentina para dejar atrás la catástrofe en que estaba sumida. Contra todas las predicciones catastrofistas de los “expertos” y los clichés económicos, con las cegueras y satisfacciones propias del poder, Kirchner logró un éxito económico incuestionable, sustentado en una gestión incongruente con el realismo neoliberal y social demócrata, im-poniéndole su propio realismo. Fue una gesta que se amparó en el recuerdo de la insatisfacción que lo ponía en el cargo.

Pablo Cottet

Quienes publican opiniones y resultados de investiga-ciones referidas a la Educación Superior, coinciden en varios “pendientes” por afrontar. No obstante, no he podido leer alguna opinión o resultado de investigación que piense la creciente y silenciosa colonización tecno-burocrática del trabajo académico. Se trata de lo que todos quienes trabajamos dando clases sabemos: se debe demostrar “productividad académica” mediante unidades de información verificables.

No estoy en desacuerdo con asegurar la magnitud y calidad del rendimiento de cada académica/o en sus labores de docencia, investigación y comunicación pública. Me parece que es un requisito para mejorar la transmisión de saberes en los diversos campos de formación propios a la educación superior. Con lo que no estoy de acuerdo es con el imperio inopinado de unos criterios y procedimientos fetichizados en unos “indica-dores de productividad académica”. Considero urgente promover la creación de una corriente de opinión que proponga criterios y procedimientos que aseguren el mejor trabajo académico, por tanto, que discuta punto a punto el “imperio de los indicadores”.

El doctor Andrés Bernasconi, investigador del Programa ANILLO de Investigación en Políticas de Educación Superior, ha comunicado en una presentación reciente algunos resultados de investigación que dan cuenta del contexto de la transformación del trabajo académico en los últimos 20 años. Señala:

“La profesionalización de la academia en Chile se ha verificado en torno al perfil del profesor investigador: doctorado, producción científica medible y capacidad de levantar recursos para la investigación. Aunque los académicos investigadores son una minoría en las universidades chilenas, han desplazado a los profesores docentes en el control de las instituciones, tanto en el plano de las ideas, el discurso y los símbolos, como en lo político. En consecuencia: las políticas y regulaciones del trabajo académico tienden a reforzar el perfil del profesor investigador”.

“Académico investigador” es una figura para nominar un conjunto de actividades, tales como: trabajar en investigaciones financiadas por fondos públicos y/o privados, publicar en revistas indexadas, participar de comunicaciones públicas nacionales e internacionales, ejercer la enseñanza asociada a los procesos de investi-gación de los que participa (especialmente en el nivel de postgrados). Estas son las actividades de la “producción científica medible” de los/as “académicos/as investi-gadores/as”, quienes deben tener el grado de doctor y preferiblemente haber realizado un postdoctorado.

Estas actividades y atributos son escasos en el campo académico nacional. Solamente en la P. Universidad Católica de Santiago y la Universidad de Talca se logra contar con un tercio de profesores jornada completa que cumplan los requisitos mencionados. Sin embargo, “el perfil de profesor investigador” ha desplazado todo otro estatuto de académico universitario, no sola-mente el de “profesor docente”. Una minoría impone su perfil a todos quienes trabajamos académicamente.

¿No es ésta una modalidad del “imperialismo”?

Me permito realizar algunas observaciones y propuestas rápidas. En primer lugar, tal perfil corresponde a investigadoras/es de las disciplinas científicas físicas (biología, química, física, astronomía, entre las princi-pales). Es absolutamente impertinente e improcedente esperar que académicas/os de los campos de las artes y las humanidades cumplan con tal perfil y se les mida “productividad académica” según indicadores propios al trabajo de las ciencias físicas.

En segundo lugar, para el caso de académicas/os de las “ciencias sociales” se hace necesaria una discusión sobre el pluralismo epistemológico del trabajo aca-démico realizado en este campo ¿Por qué el trabajo de académicas/os en éste campo debiera ser única y exclusivamente considerado “científico”? ¿Acaso no son las “humanidades” y las “artes” campos de los que se nutren los oficios de académicos en el campo de las “ciencias” sociales?

En tercer lugar, se hace necesaria una discusión sobre el oficio de investigar, es decir, sobre la actividad de producción de nuevos conocimientos sistemáticos en las diversas áreas del trabajo académico. El estatuto de la investigación no puede quedar reducido al seguimiento de algoritmos legitimados por la retórica del “método científico”. Periodistas, filósofas/os, trabajadoras/es sociales, juristas -entre otros oficios- realizan investigación sobre realidades sociales y no tienen por qué aspirar a ser “científicos”, menos aún identificando este estatuto con la aplicación de “metodologías y técnicas” estandarizadas por el discurso metodológico. Los y las sociólogas/os, antropólogas/os, economistas debiéramos discutir y legitimar un pluralismo epistemológico que incorpore diversas lógicas y prácticas de investigación social.

En cuarto lugar, debiéramos realizar una discusión y elaborar propuestas para definir conceptual y opera-cionalmente la “productividad académica”. Me parece que los ejes de tal concepto son: producción de nuevos conocimientos sistemáticos, transmisión de tales saberes en contextos de enseñanza-aprendizajes, participación de los debates y decisiones de carácter público con los nuevos conocimientos sistemáticos producidos. Es per-fectamente factible operacionalizar indicadores de mayor potencia y amplitud que midan esta, u otra, concepción de la productividad académica.

En quinto lugar, dos áreas sensibles de verificación de la calidad académica deben ser discutidas y reemplazadas por criterios distintos. Una es la necesaria elaboración de mecanismos de equivalencia a la formación doctoral y postdoctoral, que reconozca la trayectoria y obra de académicas/os. Otra es la urgente ampliación del mercado de las publicaciones indexadas, monopolio de elites que bien podría ser desbancado, como ocurrió con el copyright cuando surgieron redes para liberar derechos de autor bajo modalidades de copyleft (véase el caso de creative commons).

Estos pendientes son urgentes de abordar por quienes dedicamos la vida a formar trabajadores del conocimiento.

Gestión por sobre todo

¡Sí! reina el Tiempo; ha recobrado su dictadura brutal… “Arre, pues! ¡Borrico! ¡Suda, pues, esclavo! ¡Vive, pues, condenado!”

Ch. Baudelaire

Enrique Morales

Contra el imperialismo de los indicadores de “productividad académica”

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La huelga de hambre y la instalación del debate en torno a la aplicación de la ley antiterrorista puede entenderse como un capítulo más de una política archi-reduccional, una política que va más allá de la reducción en su sentido restringido (de terreno asignado a un grupo mapuche tras su conquista militar por el Estado chileno) pues plantea una forma de administrar la vida y los conflictos en general. Lo que el gobierno busca es instalar una política y una economía de los reductos que intenta despolitizar a los sujetos histórico-políticos que cuestionan la legitimidad del ordenamiento soberano. Y esta despolitización reduccional se hace siguiendo dos direcciones: o bien transformándo-los en símbolos de una identidad nacional, o bien transformándolos en meras encarnaciones de la pura vulnerabilidad de un cuerpo y una vida, es decir, en objetos de compasión y cuidado. En ambos casos, la fórmula persigue anularlos como adversarios políticos con quienes se pacta o se negocia.

La huelga de hambre, de un modo inverso, juega y es jugada por las ambivalencias del reducto. Por una parte se instaló en el mes del Bicentenario a la manera de un recordatorio sobre la dimensión bélica que precede a la génesis del sujeto nacional como sujeto mestizo y de raigambre ercillano. De hecho es a la “continuidad de la guerra”, bajo el disfraz de la paz soberana, a lo que se refería Héctor Llaitul en una entrevista dada hace poco al semanario The Clinic. Allí decía que aquí “solo opera la asimilación y el colonialismo permanentes. Pero lo cierto es que somos un pueblo oprimido, con un territorio invadido. Y este despojo ha sido avalado por todas las legisla-ciones e instituciones del Estado”. Por otra parte notamos cómo en esa misma entrevista (y más allá de las diferencias que distinguen la posición de la Coordinadora Arauco-Malleco frente al Estado en comparación con la adoptada por las diversas organizaciones mapuches a lo largo del siglo XX) reaparece el posicionamiento político de un espíritu que podemos rastrear en todos los intentos por articular políticas desde el reducto o en torno al reducto. “Espiritual-mente –respondía Llaitul a la pregunta por el estado de ánimo de los huelguistas- nos sentimos fuertes, esta es una dimensión que nos caracteriza mucho como mapuche, nos sentimos conectados con los valores y la cultura de nuestro pueblo, ello nos hace sentir que este sacrificio tiene sentido”.

Cuando a Llaitul se le consultó por las razones para considerarse preso político, inmediatamente se refirió a “la formación política e ideológica que abrazamos, la que por supuesto se enmarca en nuestra condición de mapuche. Reivindicamos un pensamiento propio (rakizuam), que se nutre de nuestra sabiduría ancestral (kimvn)…”. Por último, y tras refutar sus supuestas vinculaciones con las FARC, explicaba que “cada pueblo tiene derecho a luchar como quiera hacerlo y nosotros lo hacemos basados en principios y en la historia que heredamos de nuestros antepasados, en el

legado de Lautaro, que no es menor”. Lo que en cierta forma corresponde nuevamente a una inscripción de esta lucha en los códigos del reducto ercillano, es decir, del reducto como potencia que funda la ideología mestiza del Estado chileno. Pero algo ha ocurrido. Porque esta vez el espíritu es desviado respecto de su rendimiento soberano y retorna a la puesta en evidencia de la guerra como hito originario, a la guerra como negociación del mismo origen y, por lo mismo, al desmoronamiento de la identidad que este origen aseguraría.

Esto significa que la huelga no es sólo la protesta contra la reducción de una posición histórico-política al rango de terrorismo (esto es, a una categoría actual del inhumano extrapolítico); es tam-bién la lucha y la protesta contra la reducción de la misma huelga

a la categoría de mero problema biológico, de atentado contra una vida chilena en abstracto. Mal que mal, no hay que olvidar que es la defensa de esta vida en abstracto, supuestamente amenazada en la Araucanía, la que ha justificado la aplicación de la ley antiterrorista y el consiguiente despliegue de una violencia soberana que ha llevado a la muerte de varios mapuches. Así, de la demanda de equivalencia entre los adversarios que impone el enunciado de la guerra, se pasa a una criminalización de las deman-das. Se instala así la verticalidad de una separación irremediable entre lo propiamente político y la intratable animalidad del “terror”.

Lo importante es que cuando Llaitul dice “nuestro cuerpo es lo único que nos queda para protestar”, la idea del cuerpo reaparece como reducto, pero no ya como reducto espiritual sino, por el contrario, como vehículo de una dimensión política irreductible, y de la política como vehículo de una guerra irreductible. De esta forma Llaitul y los huelguistas no sólo luchaban por demandas jurídicas y políticas básicas; estaban

también reinstalando esta irreductibilidad de la política en el espacio de la vida, el mismo espacio que el gobierno y los medios de comunicación han intentado reducir al plano post-político de las necesidades biológicas de un cuerpo y del registro de empatías pornográficas que su puesta en espectáculo permite rentabilizar económica e ideológicamente.

Resulta evidente que desde la fundación de la Sociedad Caupolicán en 1910 hasta la huelga de hambre en el 2010, la política mapuche ha lidiado con el reducto y su ambivalencia, sirviéndose de él a veces y poniéndose, otras, a su servicio. Lo notable es que, tras la doble imagen del reducto como energía y vitalidad o como vulnerabilidad de una vida, reaparece una y otra vez esta irreductibilidad política. Y esta irreductibilidad política es el carácter propiamente irreduct-ible del reducto. Es precisamente allí donde pese a los enunciados des-historizantes y des-politizantes, asoma la irreductibilidad de una historia como impacificable persistencia de la guerra.

Huelga de hambre y políticas del reducto

André Menard

Patrick Hamilton. Democracia (de la serie paisajes perforados), 2009, postal, 15 x 10 cm. Cortesía del artista.

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Juan Pablo Abalo

En su conferencia -a la que atinadísimamente llamó Poética Musi-cal- dada en la Universidad de Harvard, más precisamente durante el año escolar de 1939 y 1940 del Harvard College, el compositor ruso Igor Stravinski apuntó a varios problemas de la estética musical y lo hizo, en el mayor de los casos, con una claridad envidiable. La tipología de su propia música, su fisonomía como compositor o el extraño arte de saber descartar, eliminar para seleccionar los materiales precisos que configurarán una obra determinada, son parte de esta lúcida conferencia. No es casualidad, en vistas a que se trata de un asunto tan importante como lo es la práctica que da o quita vida al arte de los sonidos, que el ruso se haya reservado para el final el capítulo sobre la interpretación y la ejecución musical. Muy al modo de Michel de Montaigne en sus ensayos, Stravinski tituló a este capítulo “de la ejecución” y es sin duda uno de los más atractivos. En él, el músico separa aguas entre ambas prácticas, por lo general referidas de manera frecuente y confusa para aludir al mismo fenómeno. Para el compositor, una diferencia importante entre estos dos momentos radica en que la primera (la interpretación) contiene a la segunda (la ejecución), regla que no corre en sentido inverso. Es decir, todo intérprete “es al mismo tiempo y necesariamente un ejecutante”, no así el ejecutante, al que la interpretación podría no dársele en absoluto. Pero aún más fundamental es para Stravinski la diferencia de orden ético “y que plantea un caso de conciencia”, lo que marca una kilométrica distancia entre la interpretación y la ejecución musical. Al ejecutante no podemos exigirle más que la “traducción material de su parte”, dice Stravinski, en cambio al intérprete debemos exigirle, además, “una complacencia amorosa” con la obra, una traducción de esos aspectos más misteriosos que hacen de la música un arte abstracto como ningún otro; debemos en definitiva exigirle jugarse su propio pellejo. Ahora bien, cuando quien ejecuta o interpreta una música no es ni lo uno ni lo otro, es decir, no es un intérprete ni tampoco un ejecutante, sino que se dedica a otras actividades como la ingeniería, los negocios, la presidencia de un país o las dos últimas a la vez, no hay por dónde exigirle que cuando ejerce su derecho a expresarse musicalmente como todo el mundo lo haga de este u otro modo. Pues bien, es exactamente el conflicto en el que sin querer queriendo nos puso el presidente de Chile cuando en plena facultad de sus libertades, no así de su prudencia, menos de su tino, y para nada de la sensatez, decidió canturrear esa extraordinaria canción de Patricio Manns llamada Arriba en la Cordillera (mezcla curiosísima entre el folklor sudamericano y un acompañamiento vocal del tipo contrapuntístico tan propio de la antigua música norteamericana). Es entonces como calculadamente alrededor de una fogata y antes de que se diera inicio al rescate-show de los mineros del norte, el presidente de Chile junto al ministro de minería -a cargo del mando de una infructuosa guitarra- gritoneaba la extraordinaria canción de Manns. Si este fue un acto interpretativo, no lo fue en terrenos musicales. La interpretación se jugó más bien en la capacidad del presidente de leer y sacar provecho de los misterios de un momento y un lugar que terminaron por transformarse en escenario de un programa de televisión de alta sintonía al que faltaron las modelos en bikini y los humoristas que se rieran de los mineros y sus amantes para un rating de carácter planetario. Si, en cambio, el del presidente fue un acto de ejecución musical (me inclino más por esta opción), ni el ministro tenía demasiado dominio del material guitarrís-tico ni el presidente del material melódico, menos de la letra que, dicho sea de paso, parecía hablarle directamente a él, sólo a él y a nadie más que a él en ese preciso instante: “¿qué sabes de cordilleras / si tu na-ciste tan lejos? / hay que conocer la piedra / hay que recorrer callando / los atajos del silencio / mi padre anduvo su vida / por entre piedras y cerros”. Como sea que fuere, el presidente, un falso aficionado de Manns y de su club Colo Colo, hizo su pequeño e incontinente (como todo en él) espectáculo musical en medio del rescate-show, ejecutando mala o buenamente, depende de cómo asumamos la palabra ejecución acá, la extraordinaria canción de Manns. Las palabras de Stravinski en su conferencia de Harvard respecto de la vanidad y la música resonaron en la mina cuando el presidente canturreaba la extraordinaria canción de Manns: “cara a los espíritus superficiales, siempre ávidos y siempre satisfechos de un éxito inmediato y fácil que lisonjee la vanidad de quien lo obtiene, pervirtiendo el gusto de quienes lo aplauden”.

DE LA EJECUCIÓN

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El empresario educacional Jorge Segovia, madrileño, fundador de la primera Universidad del conglomerado SEK, a la sazón Presidente de la Unión Española y recientemente elegido mandatario de la ANFP, debe ser por estos días una de las figuras más odiadas por la masa o hinchada futbolera del país. Razones no faltan (aunque también Mayne-Nicholls y Bielsa han aportado lo suyo en esta comedia de egos).

Historiador del Arte, el nuevo presidente de la ANFP confiesa ser hincha simultáneo del Real Madrid y del Barcelona. Le gustan, al parecer, las cosas importantes, las cosas que triunfan. Algo por lo demás muy estético: una indefinición de carácter conceptual semejante a las paradojas y humores presentes en los ready-mades de Duchamp (ejemplo que a todas luces no calza con su gusto artístico). Una “contradicción vital”, similar a la manifestada a comienzos de su campaña presidencial en 1989 por el candidato de la derecha Hernán Bucci, a la postre perdedor en las urnas frente a un roble de los principios y convenciones morales como lo era y sigue siendo el cuasi centenario Patricio Alwyn (tanto que era acérrimo defensor de “una justicia en la medida de lo posible”).

Pero también -dentro de esta conveniente confusión de gustos, intereses y afinidades- habría que enfatizar la amplitud de corazón del Presidente Piñera, atormentado por la duda y la contradicción existencial-lucro-popular: la de ser hincha confeso de la Universidad Católica y a la vez accionista privilegiado del popular Colo Colo. Todo por amor al pueblo, el mejor negocio de todos; todo por amor a las instituciones conservadoras desde el punto de vista religioso, el mejor negocio de todos. ¡Síntesis magistral!

El pije y el roto; el cuico y el marginal; el beato chucheta y el malandra carretero; el abajista y el flayte; Cristo y el indio de la clásica camiseta del cacique. Todo junto. Símbolo evidente del término de la transición.

No se podía pedir mayor simbiosis, mejor mixtura religioso-popular ¿Y nuestro nuevo Presidente de la ANFP? Sabemos que se trata de una persona de buen gusto, refinado, culto. Amante de la buena mesa y la ópera; pero también del Arte religioso. Lo opuesto al malhumorado y hosco nortino Harold Mayne-Nicholls, quien, entre otras afinidades, gusta de jugar fútbol los fines de semana, juntar estampillas y que ha confesado -sin tapujos- que colecciona camisetas de sus ídolos futboleros, donde su preferida sería la regalada por Kaká. También le gusta la fotografía (no sabemos si aquellas registradas de los monumentos religiosos), y las novelas de Osvaldo Soriano. Todo lo contrario a la sofisticada cultura artística y moral de Segovia: hijo ideal (a pesar de la demanda judicial hecha a su padre por motivos monetarios), yerno ideal, hermano de sangre del candoroso Ministro de educación Joaquín Lavín, a quién se ha ligado con el actual escándalo susci-tado por la bajada de cama a Mayne-Nicholls.

Personas educadas, incapaces de cualquier golpe bajo o jugada artera. Personas, al fin y al cabo, formadas bajo las severas leyes de la buena crianza. Un ejemplo del gusto estético de Segovia: su refinamiento le impidió volver con regularidad al estadio Santa Laura. Tuvo oportunidad de conocerlo a comienzos de los años 90. Lo encontró deprimente, abandonado, indigno de un equipo como el de sus amores de la madre patria: el Santiago Bernabéu o el Camp Nou. Se sabe que sólo hizo dos visitas al estadio de la plaza

Juntos venceremos:

Guillermo Machuca

Chacabuco, antes de irse en 1998 a vivir a Boca de Ratón en la “elegante” Florida de los Estados Unidos, donde tuvo la ocasión de expandir su imperio universitario. De vuelta logró lo imposible: modernizar el añoso recinto de Santa Laura.

A esto se refiere cuando se habla de eficiencia. Se trata, a la larga, de un asunto estético. Todo lo contrario a la precaria residencia del monacal Bielsa en Pinto Durán y su glotonería culinaria, consistente en un surtido impresionante de pastas italianas, de dulces diabéticos y altas dosis obsesivas de videos de sus rivales. Pero sobre todo de su aspereza social, refrendada en sus modales parcos, forzados, tan poco protocolares. A veces, no dar bien la mano puede terminar gatillando hechos históricos de magnitud colosal (los egos son implacables y mortíferos al momento de batirse en duelo). Los malos modales necesitan ser castigados, sobre todo si dichos gestos son acompañados por un ropaje caracterizado por un buzo deportivo y unos anteojos colgantes de tía solterona.

En cambio, Segovia y Lavín frente a tanta pasta y profesionalismo audiovisual, frente a tanto trabajo bien hecho, prefieren lo siguiente: el primero, la música culta; el segundo, los ritmos populares. Incluido las añejas canciones de protesta (donde el Presi-dente Piñera ha demostrado su jerarquía vo-cal, interpretando a Patricio Manns). Todo de manera protocolar. Aquí se conjuga el triunfo final del populismo, en el sentido transversal del término: la ópera (Segovia es Director del Teatro Municipal de Santiago) combinada con toda la variedad musical administrada por los medios televisivos, irradiados de poder empresarial y de gusto huachuchero.

Observemos detenidamente a Segovia y Lavín; el primero, respingadamente altanero, con pinta de empresario carente de principios; el segundo, más tierno, con cara de chico mateo nerd; uno sonriente, de expresión facial tímida e infantil; el otro culto, vehemente, siempre dispuesto a triunfar sin importar las consecuencias. Juntando ambas personalidades, exclu-yendo los lentes, ¿qué encontramos? Ya sabemos la respuesta: un perfecto Piñera.

un perfecto Piñera

foto _Luis Lattanzi

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Paz López

Son las diez de la noche de un día domingo. Enciendo el televisor. Hace unos meses, en un país vecino, tuve la oportunidad de pre-senciar las agitadas discusiones que un pro-grama oficialista despertaba en la oposición y entre quienes representaban a buena parte del periodismo progresista. Que lo que ahí hacen es propaganda política y no periodismo, decía un periodista; que no son más que sacerdotes del periodismo, replicaba un escritor. ¡Traidores, gorilas, oli-garcas, reaccionarios, empleados del mes!, objetaban por otro lado quienes veían en esas declaraciones la consumación de un pacto con los poderes monopólicos de los medios de comunicación en ese país. Recordaba esto mientras un domingo a las diez de la noche encendía el televisor y veía en pantalla a Fernando Villegas responder a quienes lo acusaban de ignorante, homofóbico, misógino y facho: “La izquierda me toma por conservador y los conservadores por alguien de izqui-erda. Yo les digo que nunca me he sumado a trincheras de ninguna clase”.

Entre dimes y diretes, lo que insinúan estas frases breves pero infames, como les hubiera llamado Foucault, es el comienzo de una guerra de posiciones pasajeras donde es la complejidad de la reflexión política lo que queda afuera. De aquí, de allá o de ningún lugar, lo que se expone inquietantemente

en esta especie de breviario de nuestra época histórica es una coyuntura que, como ya se ha escrito, está marcada por el tema del fin o la relativización de las viejas distinciones entre derechas e izquierdas. En realidad la caída de esta distinción no es tan grave como los abusos a los que empieza a prestarse. En Argentina Martín Caparrós, que hace apenas unos años publicó una monumental obra en tres volúmenes sobre la militancia revolucionaria de los 60 y los 70, aparece hoy en los medios apoyando el agotamiento de las políticas de la memoria; el periodista Jorge Lanata, que tanto luchó por esclarecer las aberraciones perpetradas por el terrorismo de estado, vocifera ahora que ya está harto de que le hablen de la Dictadura. Y nuestro sociólogo Fernando Villegas, que no podía ser menos y que décadas atrás formó parte de las Juventudes Comunistas, defiende por estos días el uso de la fuerza policial para reponer con urgencia el “orden público”.

Por supuesto que lo que diga o no Villegas importa bastante menos que el modo en que sus palabras sintomatizan un tránsito hacia cierto estado pre-crítico de la política. Porque en caso de tratarse de un fin o un agotamiento de los modos clásicos de entender la política, esto debería llevarnos a reinventar de la manera más justa posible, como decía Derrida, otro concepto de lo político, uno que esté a la altura de las demandas que impone la constitución

epistemológica del presente. Ello no implica en absoluto habitar indistintamente el ethos de la izquierda o de la derecha según la ocasión, como quien elije cada mañana con qué prenda de vestir enfrentará el día. Nombrar como política el modo en que cada quien escupe frases caprichosas al viento para llamar la atención y distinguirse del resto, parece bastante pobre.

Cuando decimos que el fin de la política es el agotamiento de un relato que volvía discernibles una serie de conceptos antagónicos, no estamos hablando del fin de la izquierda o el fin de la derecha. Hay todavía una fidelidad comprometida en esta opción, una fidelidad que navega en la batahola del oportunismo. Esa fidelidad es una memoria persistente de todo aquello que la historia, como Menard lo sugiere en este número a propósito del caso Mapuche, trata siempre de ocultar: que mientras se habla del fin de todo, algunos aprovechan de reinstalar las fronteras, la sangre y el suelo; la ley del mercado y el disfraz del derecho. “La imagen del carabinero poniendo una pistola en el cuello de uno de los miserables -decía Villegas- es una notable excepción, una valiente excepción”. Ser de izquierda supone partir por entender que jamás la historia se dará el lujo de contar con excepciones policiales “valientes”, supone trocar la guerra de posiciones soberanas por un pensamiento que fabrique un tejido que logre abolir la jerarquía de los discursos.

Las chaquetas de Villegas

Demian Schopf.

“Asiel Timor Dei”, Impresión Lambda, 125 x 150 cm., 2001Cortesía del artista

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A pesar de la advertencia de Heráclito, Gonzalo Díaz in-siste en hacer hablar a los que, de alguna manera, yacen en esa falsa liquidez de la fotografía impresa. Todas las imágenes, y especialmente las que se pueden ver en esta exposición, fueron alguna vez algo líquido, fijado, secado o quemado por alguna luz. Pero en el olvido, pierden sus características históricas, cronológicas y materiales, quedan a la deriva y se mezclan y confunden con todo lo otro que flota en el inconciente.

Es posible imaginar, incluso con cierta exactitud, que las escenas que dieron origen a la foto de Lonquén, o de los cadáveres del río Mapocho, por ejemplo, fueron ejecuta-

El archivo de Gonzalo Díazacerca de índice, galería D21, 2010

Gonzalo Díaz,

La Termodinámica de Quintiliano,2010 _Grabado digital sobre papel

de algodón (61 x 110 cm.) Construcción de archivo digital: Antonia Sabatini.

no se ha de (no se debe) obrar y hablar como (estando) dormidos (yacientes), pues también entonces creemos obrar y hablar.

Heráclito: frag. 73

das tal vez de noche, por agentes que actúan cuando los demás duermen, al amparo de la oscuridad. Oscuridad, vacío interestelar o nada metafísca, que está figurada en esta muestra de varias maneras. Entre otras, como el fuera de cuadro infinito del computador, indicado con el ángel enrollando el cielo de Giotto.

En la circulación de las imágenes del archivo de Gonzalo Díaz, confluyen ya unidos entrañablemente por los líquidos de la memoria y por el uso, algunos fragmentos de la escritura de Heráclito el Oscuro, junto a las efímeras fotografías de un diario de Santiago. Los cadáveres en el río, el perro que nunca falta en el escenario de un drama y que es el guardián de la puerta, cadáveres sepultados en hornos de cal, cenizas, ruinas. Además de eso, una reproducción de la serigrafía básica de la cordillera de los Andes en la caja de fósforos, versión antigua, la cual me imagino, es vista por el cadáver que flota en el río: una forma borrosa y sin embargo, inequívoca.

La perfección cerrada de la impresión de estas imágenes y del papel, no permite ver las distintas cualidades superficiales de los originales, como el papel de diario amarillento, el grosor de la tinta serigráfica, de la pintura o de las tramas. Contribuye a dar la sensación de unos líquidos maravillosos congelados y uniformes bajo el vidrio. Crea otro abismo cualitativo como un espejo, otro fuera de cuadro hacia otro más allá.

Díaz falsifica, como si fuera la filigrana de un billete, la trama serigráfica de la cuatricromía. Reproduce una mancha aguachenta, como barro en los cuatro cuadros que componen la serie de Heráclito, y que le da unidad y vehículo a todos los objetos que aparecen en la obra. Me parece a mí como si en todo este ordenamiento de su archivo, dividido en mundos de distintos órdenes, Díaz hubiera encontrado extrañas piezas de armamento, o inventos futuristas que son las botellas de Riemann y Klein, para unir dos cosas imposibles, para hacer contínuos el adentro y el afuera, o para intersectar un instante pretérito.

Natalia Babarovic

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n Registro de existencia, último documental del realizador Guillermo González que cuenta con guión de Bruno Cuneo, ciertas tomas naturalis-tas se contraponen a una cámara que husmea en las cosas desechadas como si fuese la nariz de un perro inquieto mientras pequeños desen-

foques deliberados transmiten la sensación de una imagen llana que titubea. Los primeros planos de dos hombres sencillos que le hablan al espectador parecen comportarse del mismo modo frente a los planos contrapicados del desenlace, que sirven para exponer de un modo satírico los alardes de un Santiago fetichista y monumentalizado. Es el Antonioni de los espacios desérticos contra el teledirigido de Riefensthal hacia el cielo de los líderes. La cámara de González está pensando ese asunto que el guión de Cuneo conduce al contrapunto entre dos vidas que se rozan sin encontrarse: la de un artista viñamarino que desde hace años colecta objetos inútiles en un sitio eriazo de Valparaíso y la de un viejo obrero calificado que arreglaba radios que ya no existen. Lo interesante –lo increíble, tal vez- es que este es un documental en el que la intriga hace que las imágenes hablen sobre lo que las palabras esbozan en cuadros o láminas, como si el compartimento de las existen-cias retratadas contuviera al mismo tiempo dos formas de tratar el registro en el cine: el de la cita, el de la técnica.

En virtud del juego que comienza por confeccionarse entre el sitio eriazo y el taller, no será difícil notar para el espectador que el artista es alguien que opera con la cita. Buena parte de su vida habita en esa misión sinuosa, consistente en crear, a través del ensamble delirante de objetos descartados, una sintaxis o jeroglífico que procura eludir la maldición de la técnica. La técnica aparece allí como la película pegajosa contra la que G. Colón lucha cada día en su sorprendente taller de inventos. Se trata de cosas que, reunidas de cierto modo, sacuden desde adentro el formato cotidiano que las envuelve y asfixia. Esto es lo que se palpa en la primera parte del documental, porque la

segunda está dedicada a exhibir un curioso descubrimiento. G. Colón se encuentra en el año 2002 con un conjunto de objetos que parecen pertenecer a una misma persona y que han sido arrojados allí, a ese basural, no se sabe por quién ni tampoco por qué. Esos objetos están ahí, son testigos atontados del desapego de otra vida: tubos de radios descatalogados, placas para circuitos electrónicos, una colección de manuales de principio de siglo que pertenecen a una colección llamada “El taller del radio reparador”, unas hojas amarillentas con dibujos conteniendo mapas o líneas de circuitos internos de radio, una libreta de calificaciones del Liceo, varias cartas personales, una serie infinita de fotografías, una pesa oxidada, un reloj desperta-dor, contratos en papel máquina, un par de maletas llenas de bobinas de cobre.

Lo cierto es que este hallazgo de objetos técnicos obsole-tos da ocasión al artista para realizar una exposición. La fórmula resulta similar a aquella que en otro tiempo animó las páginas de una notable novela de Saer, “Glosa”, donde tres amigos caminan veintiún cuadras comentando una fiesta a la que ninguno de los tres asistió. Aquí es una vida desconocida la que se exhibe, una vida hacia la que conducen esos objetos inanimados y que parece haber pertenecido a otro régimen u otras condiciones de producción. Quien aparentemente habría pertenecido a ese régimen es un tal Hugo Cortés, nombre de cuya existencia nos enteramos por los papeles encontrados. El montaje se traslada entonces a esa exposición en la que los enseres de Cortés son expuestos como si se tratara de los restos cotidianos de una vida que ya no existe. Pensamos que ya no existe y, poco a poco, nos vamos quedando con la imagen de que Cortés debió ser un hombre muy solitario, un hombre sin hijos, un hombre sin parientes ni amigos ni nadie que quisiera hacerse cargo de su pobre botín, de aquellas pocas cosas que atesoraba. Debió ser un hombre inexistente, un hombre mínimo, casi impersonal, abocado sólo a la tarea de reparar radios rotas, de leer manuales de

procedencia americana para realizar correctamente su obra. Pero sobre el final de la exposición alguien se acerca al artista para pasarle un papel en el que hay una dirección: Pasaje del Mar 318. Allí, en ese pasaje, podría el artista encontrar a quien está transitando de ser su objeto a ser su alter-ego: el tal Cortés. Entonces sucede que el artista, cuya vida ha estado siempre abocada a hacer de las cosas útiles cosas inútiles con el fin de eludir la técnica, se enfrenta a este otro hombre cuya vida habría consistido en lo contrario: hacer de las cosas inservibles algo provechoso o eficiente. Claro, si era un técnico, un obrero calificado, un reparador de radios rotas. El contraste entre cita y técnica en la imagen se prosigue así en la contraposición entre las dos vidas que registra: la del artista que hace de lo que era útil algo inservible y la del técnico que hace de lo que era inservible algo útil. En un rapto de entusiasmo, diríamos que este documental cesa y continúa en lo que podríamos llamar un ready-made de vidas, vidas con las que ninguno de los dos testigos cuenta y que por eso busca cada una en la otra, como las imágenes de este documental, que se llaman mutuamente para proseguirse en lo que a cada una le falta y añora. Por eso podríamos decir que, despojado de toda auto-complacencia, este documental formidable se comenta a sí mismo en el cierre, cuando el trabajador cansado –el técnico- y el “cansador intrabajable” –el artista- se reúnen a conversar. Y entonces ante el hombre de oficio, el artista no dejará de sentir la felicidad perdida de no haber poseído las cosas cuando todavía eran útiles, mientas que ante el artista recolector no dejará de sentir el hombre de oficio una remota devoción por la posibilidad de tenerlas como inservibles. ¿No será este un documental que hace del arte y de la técnica la imposibilidad de contar en la vida con el más mínimo vestigio de existencia? Registro de existencia es una teoría del cine que hace de la imagen la conti-nuación de la vida por otros medios. Nada menos que eso.

Registro de existencia, un documental de Guillermo González y Bruno Cuneo

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Macarena García M.

Un poeta amigo me comentó que a fines de octubre estuvo en Valparaíso participando de las mesas de poesía que se organizaron en el marco del tercer o cuarto Foro de las Culturas, evento internacional que ocupó esta vez la sede patrimonial local. Haciéndome la lesa, porque algo de lo ocurrido me habían comen-tado ya –entre otras cosas, de la furtiva aparición de Pohlhammer y de la performance del fanclub de Lemebel en un recital, día sábado, en la Piedra Feliz-, le pregunto qué tal anduvo la cosa, no queriendo por cierto oír más que otra de esas tantas historias de viejos y no tan viejos poetas chilenos que, aunque repetidas, pueden todavía ser graciosas. Me habla entonces de lo que le pareció “lo más rescatable” del evento: la presencia de Waldo Rojas. ¡Notable! Me cuenta además que para él fue in-creíble porque juraba que estaba muerto, o que era una especie de fantasma, de esos que deambulan por Casa de Campo, alegoría de los Tres Tristes Tigres que se guar-daron para siempre el espíritu de los sesenta en Chile.

“Gran época esa” me diría el mismo Rojas unos días después. Porque como también yo pude comprobarlo, este escritor no sólo no estaba fuera de las pistas sino que llevaba circulando por Santiago algo más de dos meses: venía a dar un seminario sobre el surrealismo. ¿Se puede transformar la vida en un lugar tan muerto?, le pregunté, con el perdón de los fantasmas del bicen-tenario. Y es que lo contacté rápidamente queriendo conocerlo, me hice de un par de excusas no del todo ficticias, lo telefoneé y horas más tarde me recibió muy amable en su departamento en calle Mosqueto acom-pañado de su señora. “Gran época lo que fue Chile en ese entonces, una intensidad cultural que tal vez no vuelva a repetirse”, me dijo moviendo las manos en un gesto de entusiasmo, sin nostalgia –esa la sentía yo, en la boca, una especie de nostalgia por lo no vivido-, buscando las palabras adecuadas para describir eso que fue: “carretes, poesía, películas, música, todo re-vuelto… unos años impresionantemente activos”. Cla-ro, si Waldo Rojas tenía apenas 29 años cuando debió partir al exilio el año 74, poco después de terminar la filmación de La sombra del sol, una película que escribió y que fue dirigida por Silvio Caiozzi y que antes de ser terminada fue prohibida en Chile, por la dictadura, pro-hibida ella y prohibidos también sus creadores. Aunque unos alcanzaron a salir y otros no. Müller, por ejemplo, él no alcanzó a salir. “La realización de esa película da para otra película. Todo eso fue asqueroso”, me cuenta, recordando las cosas que tuvo que oír cuando la pro-ducción de la cinta los obligó a interactuar con los mili-tares a cargo de ese pueblo nortino donde es recreado para la película el juicio popular a dos errantes abusa-dores. Caso real la una, caso real sería también la otra.

Pero de esa realidad parece Waldo Rojas no tener resistencia alguna a hablar, y siendo en todo caso que no iba yo precisamente a hablar de eso. Apareció solo: la historia de su partida, la de su exilio, que no fue fácil, para nada: él y Raúl Ruiz junto a sus esposas, los cuatro viviendo en un departamento de veintinueve metros cuadrados, la misma historia de tantos más. Lo que se extendió para otros y no para él, según me contó, fue la incertidumbre: “estuve dos años sin saber lo que ocurriría y entonces se acabó. Decidí quedarme en París, decidí armar mi vida allí”. Hablamos también de su venida, de sus últimas venidas, cada dos años, más o menos. Que ve otro Chile, que la gente se ve aburrida, que incluso los profesores de la universidad tienen la misma cara, que es muy triste lo ocurrido con la Concertación porque haya sido lo que haya sido era una especie de muro de contención para la arremetida de la vio-lencia soterrada en el país. Que no imagina lo que ocurrirá, pero que piensa que nuevas generaciones pueden hacer algo, “habrá que ver”, y yo que en parte pertenezco a una de esas preferí callar. Que na-die habla de lo ocurrido me dijo además. Que pocos recuerdan, que pocos han pensado bien la manera de escribir la dictadura. Entre quienes lo han hecho celebra la obra de Germán Marín y de Hernán Valdés.

Sea como sea, lo cierto es que el colorido manto de olvido que usamos en Chile para protegernos del frío, del viento gélido, irónico de la actualidad, para este poeta chileno radicado y nacionalizado en Francia no tiene ninguna utilidad. Y no porque no pase frío. Sim-plemente las imágenes acuden a la conversación, son parte del modo en que se narra: hola, soy Waldo Rojas, vivo en Francia, estoy de paso en Chile, país donde nací.

He pensado varias veces que lo que hace contrapeso al olvido es la humildad, que quizá sea esa la única y última condición del recuerdo. La de Rojas es la de sorprenderse, en este caso, porque yo conocía de sobra su trabajo; la de reconocer su parte fantasma por nunca haberse “sacado la foto”; la de compartir desinteresa-damente algunas historias del Chile de su época sin eludir, para terminar, la palabra “humillación”; la de reconocer que pese a todo guarda una deuda con este país. Porque eso me dijo: “yo le debo mucho a este país, a la educación que este país me dio, una educación gratuita”. De ahí que no entienda la cara dura de estos parkas rojas y los de antes, gente que se educó gratis y que hoy no hace nada por revertir las cosas, por devolver el ojo de la cara al chileno que nació deudor. “¡Porque este es un país pobre! ¡Este siempre fue un país pobre! Esa es la realidad y eso es lo que se quiere olvidar”.

Rosas rojas para Waldo

Crónica de una visita

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legitimen el quehacer de los escritores de provincia, además de entregar mayor apoyo legal a las editoriales pequeñas para que éstas puedan constituirse como sujetos legales; consignamos la necesidad de recopilar y estudiar los documentos y propuestas ya elaborados y consensuados como política oficial por los distintos agentes del mundo del libro; y exigimos la regeneración de la Sociedad de Escritores de Chile.

El último Encuentro Nacional de estas características se había efectuado al comienzo de la democracia, o sea hace casi 20 años atrás. Un aire de nostálgia se colaba entre los que participamos y como pasa en ocasiones como esas, Quimantú salió a relucir como iniciativa editorial a seguir; un sentimiento de pérdida evocador, que para los que no vivimos esa época y nos encontramos a veces en librerías con aquellos libros, nos hace adquirirlos y guardarlos como valiosas piezas de museo.¿Pero qué se puede decir de todo esto? La primera cuestión es ¿por qué no se invitó a más escritores jóvenes, sabiendo que la literatura hoy pasa por la socia-lización de editoriales independientes, así como los ciclos de lecturas y revistas? El segundo punto es ¿por qué no se preparó más el debate y a los expositores? Asuntos cómo de qué va la ley del libro y cuáles son las políticas del Consejo Nacional del Libro y el Ministerio de Educación. Por ejemplo se discutió sobre la dignificación del profesorado, pero no había ningún representante del gremio que pudiese exponer acerca del trabajo gremial de los profesores en la actualidad. En cambio, del área editorial, Marisol Vera aportó generosamente al debate, pues su exposición nos informó sobre las políticas editoriales de forma bastante aclarato-ria. Pablo Brodsky, en tanto, leyó un ensayo sobre Juan Emar y Baldomero Lillo en la mesa que trataba Función y reconocimiento social del escritor, ensayo que no tenía por dónde bajarlo a una realidad concreta; resulta extraño que Brodsky, que tiene un puesto dentro del Consejo Nacional del Libro y que está preparado para debatir más abiertamente sobre políticas del libro y el funcionamiento institucio-nal, rescatara un ensayo de sus años de universidad.

El tercer punto, y quizás lo más preocupante, es por qué sacar una declaración de los escritores teniendo escasos antecedentes concretos respecto a la norma-tiva vigente y las eventuales impugnaciones que corresponden. Podemos deba-tir acerca de la dignidad del escritor y cómo el neoliberalismo lo ha destruido ideológicamente como sujeto crítico; pero más allá de esas consideraciones, en las que podemos concordar sin grandes esfuerzos, lo interesante es detectar los lugares a intervenir que abran el debate y que modifiquen ciertas conductas institucionales. ¿Quién será el interlocutor válido para recoger estas necesarias inquietudes y a dónde van a ir a parar estas nobles prerrogativas?

Después de este “esfuerzo de Valparaíso”, uno se va con una sensación incierta, porque las características de estas declaraciones la mayoría de las veces cumplen con una función catártica más que programática, son estructuras comunicaciona-les demodé, filiaciones que ocurren cada veinte años y coinciden con el cambio de un gobierno (de los años sesenta en adelante hay un seguidilla de estos encuentros, donde despierta el espíritu crítico). Entonces entramos en el terreno de los actos simbólicos y sus diversas configuraciones, un espacio que tiende a girar sobre sí, una estructura aislada de los lugares de decisión que validen en términos sociales las demandas y preocupaciones de un sector de la cultura. Por eso es urgente el compromiso de todos para crear una plataforma autorizada por parte de la institucionalidad y los diversos sectores de la sociedad civil, que se abra hacia una participación que logre profundizar las contradicciones mediante una disputa territorial, legal y crítica con la autoridad y el mundo de la cultura.

David Bustos

El último fin de semana de octubre se realizó el Primer Encuentro Nacional de Escritores Valparaíso 2010, organizado por la SECH, filial de esta misma ciudad, como una iniciativa desarrollada al interior del “Forum de las Culturas”.

El objetivo principal: discutir en una mesa cuatro temas que los orga-nizadores prefijaron: Desafíos de la literatura para una nueva educación; Ética, política y literatura hoy; Función y reconocimiento social del escritor y Contingencia de los nuevos medios editoriales. Todo para que, finalizado el encuentro, se hiciera una declaración donde los escritores sacaran algunas conclusiones.

El inicio fue frío. Haciendo uso de una oratoria de profesores universitarios algunos poetas se extendieron sobre temas como la ética, la crisis del libro versus el mundo digital, la relación del escritor y el editor, etc. Los más coloquiales relataron pormenorizadas experiencias personales sobre los años de dictadura, y por ahí un despistado poeta de Valparaíso repetía, cada vez que le tocaba intervenir, que leía a Hegel en alemán. Otros, conscientes de la valiosa oportunidad, emitieron opiniones interesantes acerca de la situación del escritor y su relación con el medio. De las sorpresas se destaca el caso de Andrés Morales, realmente comprometido con sacar temas adelante, siempre con un espíritu pragmático y teniendo claridad en los planteamientos. Por otra parte, un par de poetas reparaba en la degradación del lenguaje. Pepe Cuevas, por ejemplo, enfatizaba lo importante que era volver a ocupar la palabra Pueblo. Alejandro Lavquen retomaba el tema gremial y el entuerto de la SECH Santiago: “Aquí hay muchos que no pueden hablar de ética”, decía mirando inquisidoramente, como si antes de hablar todos tuviésemos que hacernos el test del pelo o una radiografía al espíritu para ver las metástasis del capitalismo en nuestros ser. Nain Noméz, reflexivo, acotaba agudamente entre otras cosas que había que estudiar la relación histórica del escritor y el estado; y Eduardo Llanos proponía antologías, de esas que pueden ser “terriblemente útiles” para una lectura de la poesía o la narrativa de manera instructiva. El destacado poeta Jaime Huenún hizo contundentes intervenciones acerca del tema mapuche y la violencia a la que es sometido su pueblo hoy. En mi intervención, hablé como editor independiente y poeta, advirtiendo el vacío de participantes menores de 40 años.

Reproduzco algunas de las conclusiones: Los escritores proponemos un mayor acercamiento con los pueblos originarios para la legitimación de una educación pluricultural; pedimos crear instancias de encuentro entre escritores, estudiantes y profesores de forma sistemática, que propicien un acercamiento a la literatura y fortalezcan el pensamiento crítico; exigimos una rearticulación de los planes y programas del ministerio de educación con el fin de extender las lecturas de literatura chilena; abogamos por una recuperación y dignificación del profesorado y de su condición funcionaria conjuntamente con la inserción de literaturas originarias en los planes y programas de educación; exigimos una normativa que reconozca la entidad del escritor en sus dimensiones legales y sociales y como un ente social activo; reclamamos por la reconstitución de espacios de sociabilidad literaria; reiteramos la urgente necesidad de crear una editora nacional que cobije de modo plural a la totalidad de los escritores de Chile; proponemos la creación de un catastro de todas las editoriales independientes del país; recomendamos establecer una modalidad de premios regionales que

Aclarar la garganta

Primer Encuentro Nacional de Escritores, Valparaíso 201O

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Claudio Guerrero U.

Convocado por el Grupo Iberoamericano de Editores y organizado por la Cámara Chilena del Libro, en los días previos a la inauguración de la Feria del Libro se realizó en los salones del Club de la Unión de Santiago el 8° Congreso Iberoamericano de Editores. Se trató de un encuentro gremial, cuyos principales interlocutores fueron los presidentes de las asociaciones nacionales de editores y gerentes o directores de editoriales, los que discutieron acerca del presente y futuro del libro. Y de entre todos los interesantes tópicos que se tocaron, rescato tres dogmas que se repetían entre los asistentes y una utopía o, al menos, la necesidad de una.

“El mundo va a lo digital”. En esta frase el mundo del libro reúne todo el realismo del que se cree capaz, a la vez que cifra en ella sus más inconfe-sables miedos y esperanzas. Nada es más evidente, nada es más seguro: el futuro del libro es digital. Y es muy probable que así lo sea. Pero con el estoico augurio que abandona el porvenir del libro en lo digital parecemos estar clausurando cualquier otro acento o énfasis con el cual pensarlo. Es curioso: lo que a la indus-tria le parece un preocupante desafío (¿cómo y qué venderemos? ¿cómo cobraremos?), se transforma en un tran-quilizador bálsamo que nos quita la responsa-bilidad de

pensar el futuro que queremos para el libro (¡para qué pensarlo, ya sabemos cómo será!). Amén.

Derecho de autor, panóptico ad infinítum. Parece que la industria del libro está dispuesta a imaginar los más inverosímiles dispositivos tecnológicos, pero no puede pensarse sin el derecho de autor. Es comprensible; esta industria existe, en buena medida, gracias a este sistema de explotación. Pero el resto de los ciudadanos tenemos todo el derecho a pensar la verdadera perti-nencia de una convención legal que está activando en el mundo entero mecanismos complejísimos para vigilar y castigar (eventualmente) el modo en que utilizamos los bienes culturales. Así como vamos, si hay que profetizar,

vaticino futuros encuen-tros de editores

en que los temas centrales serán los requisitos locales para cortar el internet de un usuario o el mejor formato para vigilar la

cantidad de veces que prestamos un

libro electrónico.

Estado editor, no por favor. En algunas mesas del congreso surgió espontáneamente —pues no estaba en el programa— la discusión sobre el llamado “estado editor”, es decir, la participación activa del Estado como un agente editorial. Con las excepciones habituales (rescatar libros valiosos pero difícilmente comercia-lizables), el consenso era casi absoluto: nada es más sano ni más conveniente que dejar la edición de libros a cargo de quienes “deben hacerla”, las editoriales privadas. Independiente de lo que piense la industria del libro, la idea de un “estado editor” es discutible, y su conveniencia debe pensarse de acuerdo a los objetivos que cada sociedad se plantee y a las condiciones que existan para lograrlos.

¿Una utopía para el libro? Actualmente abundan las películas que profetizan enormes desastres para el futuro de la humanidad. Hay quien dice que preferimos pensar, hoy por hoy, en la destrucción del mundo antes que en su transfor-mación. Cuando escucho las profecías —las “apocalípticas” y las “integradas”— sobre el futuro del libro, me da una impresión similar. ¿Acaso no podemos pensar que el futuro del libro es algo que estamos construyendo en nuestra práctica cotidiana? Si hacemos el esfuerzo de imaginar un futuro po-sible y deseable para el libro, tal vez podamos guiar nuestros actos en pos de este objetivo. A estos esfuerzos conjuntos de la imaginación y la voluntad se les solía llamar utopías; y aunque muchas no se cumplieron y han pasado de moda, gracias a ellas el mundo no siempre ha seguido siendo lo que acostumbraba a ser, o lo que él mismo nos permitía pensar.

Tres dogmas y una utopía en un encuentro de editores

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“El tiempo presente y el tiempo pasado/tal vez en el tiempo futuro estén ambos presentes,/y el tiempo pasado contenga el futuro”. Así arranca Burnt Norton, primera parte del Cuatro Cuartetos de T.S. Eliot. O así traduce J.R.Wilcock en su versión del año 1956 publicada por Raigal: primera noticia que tuve de Wilcock, cuando conseguí el ejemplar en una feria de usados, a 10 pesos argentinos, al costado de un parque en Caballito. Pero en verdad la primera noticia me debió llegar antes, cuando como a los catorce leí Los subterráneos de Kerouac. Quién a esa edad se fija en quién traduce. La tarea absolutista de traducirse a sí mismo acapara, y todavía no asoma la mala conciencia de que resulta imposible.

La más emblemática obra de Wilcock, La sinagoga de los iconoclastas, nuevamente reluce en mesones de librerías. Tercera edición que Anagrama hace de este carnaval de ficción publicado en 1972 por Adelphi, y cuya primera edición al castellano (1981) encontré tirada en otra feria (a luca y media), esta vez en Pudahuel hace tres años. Partí en la micro de vuelta al centro de Santiago y no cesé su lectura hasta el final de cada uno de esos retratos no imagi-narios sino verdaderamente trastornados que iban desfilando. El ejercicio no era nuevo, ya se sabe, la hebra que apuntala de Borges a Alfonso Reyes y

de ahí a Marcel Schwob. Sin embargo esto gozaba como de un acelerador de partículas, que dejaba muy en evidencia todo lo que podía haber en Borges de regusto místico y metafísica trascenden-tal. Además, lo que hacía Wilcock explicaba mejor o disimulaba mucho menos el remache que había hecho Bolaño en La literatura nazi en América, quien a su vez se había bañado con maestría de nuevo en el mismo río.

Aquí el lema tendría que ser: el sueño obstinado de la razón excreta monstruos. Buena parte del arca de La sinagoga termina zozobrada tras el fracaso de sus respectivas empresas filosóficas, científicas o mágico-religiosas. Por exceso o por inviabilidad. Alfred William Lawson, por ejemplo, es autor de la Peor Novela del Mundo. Llorenc Riber, dramaturgo catalán, osa poner en escena las Investigaciones Filosóficas de Wittgenstein. El utopista Rosenblum decide retornar a la humanidad a su época más feliz: la Inglaterra isabelina. Theodore Gheorghescu, pastor evangélico, buscó el bien conservando cadáveres de negros. O Klaus Nachtknecht, profesor de alemán en la Universidad de Santiago, quien junto al chileno Sebastián Pons abre una cadena de hoteles volcánicos. Cada vez que se cite, sagradamente habrá que

preguntarse: ¿quién fue Wilcock, traductor y escritor alucinado? Nacido en Argentina, publicó media docena de libros de poemas escritos en castellano, sin embargo La sinagoga estaba escrita en italiano. Un caso de escritor extraterritorial a lo Nabokov, a lo Beckett (también lo tradujo), que un día decide irse del país porque ya no aguanta a Perón o porque está convencido, como dicen que dijo, de que el castellano ya no tiene más pila, no da para más. Su incomodidad lo hace abandonar Buenos Aires (también abandonar sus libros de poemas y algunos buenos amigos como Bioy Casares y Silvina Ocampo) para establecerse en Roma, continuar con el oficio de traductor y vincularse a escritores como Moravia, Pasolini o Roberto Calasso.

De los sistemas se ríe Wilcock, de los ideales obcecados y sus representantes, con humor corrosivo que también es su propia ternura y celebración para con aquello que está condenado de antemano y que sin embargo se aventura con febril convicción: todo. Su tarjeta de visita rezó: INVENTOR DE AUTORES BAJO DEMANDA. Practicante del mal genio pero jamás de la melancolía, murió solo y de un síncope en 1978. Vida -literatura- anotada como estampa final a su galería de ilusos disidentes de la cultura.

INVENTOR DE AUTORES BAJO DEMANDA

Un claro retroceso en materia de derechos humanos y memoria introduce el Proyecto de Ley de Presupuesto, presentado por el ejecutivo, para el año 2011. En dicho proyecto se suprime el financiamiento otorgado a instituciones vinculadas a la defensa de los derechos humanos y al rescate de la memoria, reemplazán-dose por un fondo concursable abierto a todo tipo de proyectos.

Desde el colectivo Extremoccidente repudiamos esta nueva distribución del presupuesto que excusándose en una lógica de “libre competencia” no aboga por una política que debe discriminar entre los procesos de memoria histórica que en Chile siguen aún abiertos.

Gonzalo Abrigo

A propósito de la “La sinagoga de los iconoclastas” de J. R. Wilcock.

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A ésta altura, me cuesta mucho sacar éste texto de aquí... será mucho problema para Claudio??????
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Considero que la apreciación general sobre la Concertación no se hace cargo, obviamente, de la extrema complejidad del pro-ceso vivido en nuestro país bajo los gobiernos de la Concertación; además se ejerce desde un lugar de-masiado distante, que no considera las tareas y compromisos que los mismos intelectuales, artistas, etc., realizaron y/o no realizaron durante esos años. Saludos, Sergio Rojas

Lo único en su contenido que sí me generó sus-picacias es la referencia a las “universidades mediocres” que no aparecen en los “ranking” internacionales. Éstos últimos sabemos, igno-ran realidades locales y se basan en índices que han formado una maquinaria académica que muchas veces sirve, justamente, para esconder la mediocridad. Soy consciente de que nunca habrá un ranking “justo”, pero por lo mismo no sé si sea lo más adecuado dejar en ellos la posibilidad de juzgar la medio-cridad. Saludos cordiales, Claudio Guerrero

Como saben me sumo entusiasta al proyecto de EO, como diría al-gún viejo comunista (o una vieja comunista, ¿por qué siempre suena mal cuando se vuelve femenina la expresión?): aplaudo y saludo el proyecto compañeros/as y como hasta ahora seguiré participando en él hasta que las velas ya no ar-dan. Pero saben que el tono de la declaración me parece insuflado por un viejo, y quizás añejo, sentir humanista. Todo el entusiasmo y el disenso, pero sin humanismo. Un abrazo, Alejandra Castillo

Estimados, también adscribo entusiasta al proyecto, in-cluso a la carta y sobre todo a la observación de la compañera Castillo... En es-pecial me perturba el tono medio pastoral de asumir la defensa de “este pueblo que ha sufrido tanto…” Saludos, André Menard

Estimados y estimadas, saludo las intervenciones del compañero Menard y la compañera Castillo. Y, por mi parte, sugeriría, retirar de la declaración eso “de nueva dignidad a la política”. En tanto historiador les digo, eso no se ve bien. Suena a ibañismo, a políti-cos con escoba, a derechas... En fin, la dignidad en Chile nunca ha sido una cosa de izquierda. Un abrazo, Miguel Valderrama

Me pasó algo parecido a lo de Alejandra con lo de la dignidad: porque no es que falte dignidad a la política hoy por hoy, me parece, lo que falta es política sin más, y la política siempre es digna, diría, es la responsabilidad por la dignidad de cada cual (y ya no sé si diría eso). En fin, menos que humanista (ese siem-pre es un problema que discutir) me pareció un poco izquierdosa en ese mismo sentido un poco revenido; pero qué se le va a hacer, una retórica sin memoria (sin que lleve las huellas y los estigmas de los viejos modos de hablar y denunciar) puede ser muy sospecho-sa. Me tomé la libertad de hacerle unas mar-quitas a la carta... Abrazos, Pablo Oyarzún

¡Querido Federico! Amigas y amigos. Estoy encantado de colaborar en EO y agradezco la invitación. Si es preciso agregar mi firma a la carta propuesta, lo hago de todo corazón, pues concuerdo plenamente con el diagnóstico formulado (aunque pue-da resultar monocorde; aunque tal vez no se formule en la música que yo preferiría). Miguel Vicuña Navarro

Estimadas y estimados, encontré tres errores, por si aún están a tiempo de corregirlos. Ahí van:1ª pág., 1er párrafo, 8ª línea. DICE: (...) que en latino-americana muestra hoy (...) y DEBE DECIR: (...) que en latinoamerica muestra hoy (...). 3ª pág., 1er pá-rrafo, 1ª línea. La palabra realities debe ir en cur-siva por ser un anglicismo. 3ª pág., 1er párrafo, 3ª línea DICE: (...) Pero en el mundo mueren 25 mil per-sonas por día de hambre, de las que casi 20 mil (...) y DEBE DECIR: (...) Pero en el mundo mueren de hambre 25 mil personas por día, de las que casi 20 mil (...) ¡Sa-ludos!, Miguel Ángel Viejo

Me imagino que ese debate abierto sobre el “tono preciso” de la declaración es lo que “precisamente” debe marcar el “tono permanente”, hoy y en el futuro, de este proyecto. Carlos Durán

Pablo, pensé que acordarías conmigo en que la dignidad es una cosa que ya no va más. Dignidad es el nombre de una política de gran señor, de una política que apela a un orden de significación que de algún modo se sustrae a todas las interpelaciones, a todas las morales. Miguel Valderrama

Me sumo a las observaciones de Alejandra, Pablo y otros. Y qui-siera agregar una más: ¿”tercera vía”? En realidad quien patentó el nombre fue Blair, apoyado por Giddens. Allende consideró la suya la “segunda”, siendo la primera la de la revolución violenta. Tomás Moulian ironizó hace algunos años con su libro “la quinta vía”. Jorge Arrate

Estimados todos: Desde lu-ego los tonos van a encontrar siempre una correspondientedesafinación (sea por culpa de la oreja o por las propias cuerdasvocales), prefiero celebrar la inici-ativa y que tonos y desafinacionesfinalmente se reúnan en la “dignidad” del disenso. Un abrazo. Diego Fernández

Querido Federico, me sumo encan-tado al proyecto, pero me parece fundamental el debate que se ha creado en torno al “tono” o a lo que alguien llamó la “música”. Ese tono o esa música, dijo alguien más, decidirá el tono de lo que viene, es la carta de presentación, es importante. Creo que unos de los desafíos fundamentales de esta revista, aparte de recuperar la inteligencia crítica para un sec-tor que, como dijo Pablo Oyarzún, “anda con permiso administrativo”, es dejar atrás el tono plañidero, renovar la retorica y cuidarse de no incurrir en la fraseología: en las mismas palabras de siempre, pero también en los mismos gustos, enfoques y lecturas. Bruno Cuneo

Estimados, celebro con entusiasmo el proyecto, me sumo a la carta, concordandocon las observaciones de Alejan-dra y los demás, que reflejan lo quepienso. Agregaría que si bien el sistema es elitista (siempre lo ha sido), tampoco está funcionando para los que acceden a colegios privados de matrículas altísi-mas. Es el enfoque “funcional” al sistema de la educación -que no se resuelve conLiceos de excelencia u otros par-ches- lo que está mal. Me sumo fe-liz y gracias por la invitación. Marisol Vera

Me parece estupendo que una revista, o un grupo humano, legitime e incorpore su auto-crítica: viejas lógicas se desvanecen con ello de un plumazo. Es un gesto del comité edito-rial que no puedo sino saludar y corresponder con mi firma. Un abrazo a todos, Bruno Cuneo

No hay para qué ponerse tan solemnes. Despedazar la carta. Interpelarla. Remodelarla. Rebatirla. Y toda la afinación en Re que sea necesaria: ésa ya es la discusión. Saludos a los conocidos & desconocidos de siempre, Gonzalo Abrigo

Tras leer todos estos correos, creo que debemos con-cordar en que esto es solo el inicio, tal como señalan bien Rodrigo y Gonzalo. Doy mi apoyo a EO y mi con-fianza para seguir discutiendo, con tiempo, los de-talles, tonos, matices, etc. Abrazo a todos, Miguel Ruiz

Aquí estamos nuevamente, apoyándo(nos). La carta es buena y los comentarios son buenos. Nury González

Hola. Lo que pretende EO, lo que pretende en tanto red abierta, plural, colectiva, son los matices y tonos que se construyen por medio del debate participativo. Saludos, Virginia Errázuriz

Suscribo con toda confianza la carta. De todos modos, creo que las precisiones en el lenguaje y los tonos (provocadores antes que dignos y, sobre todo, cáusticos como el del mejor Moro o Erasmo, a propósito de humanismos) hablan de qué terreno estamos pisando o como dijo Gonzalo Díaz: ¿dónde queda nuestra cocina? Enrique Morales

Querida(o)s toda(o)s. Yo firmo la carta tal como se envió origi-nalmente, sin ninguna modificación –no porque no concuerde con las modificaciones: la que comparto en plenitud es la de Jorge Arrate-, sino porque, si andamos en esa onda, jamás es-taremos de acuerdo. Compañero, firmaré la carta que quede, y esto es un voto de confianza. Abrazos a todo(a)s, Rodrigo Zúñiga

Yo no sé dónde queda la cocina, Gonzalo Díaz