Hungaría Realizo: Alba Música: Rapsodia Húngara-Franz Liszt 06/06/2010.
Rapsodia por el camino
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Los Cuadernos de mediología, Nº 2: “¿Qué es una ruta?” pp. 1-10.
Régis Debray Rapsodia por el camino
¿Qué es una carretera? A primera vista tenemos una pregunta que no se plantea.
Interrogar lo que se tiene todos los días bajo los pies o las ruedas, daría incluso ganas
de reír. Y sin embargo, cuando François Dagognet nos propuso reflexionar de
concierto sobre ello, nos pusimos en movimiento en el entusiasmo, con y tras él.
Corriendo el riesgo de vagabundear, diré nerviosamente y en desorden lo que nos
movilizó.
Estudiando el vasto dominio de las transmisiones de sentido, o si se lo prefiere: los
modos de transporte de los mensajes y de los hombres a través del espacio y del
tiempo, la mediología no podía dejar de rendir homenaje al medio desconocido que es
el camino. En nuestro campo de investigación, no somos del género de los quedesdeñan lo prosaico. Sin desterrar evidentemente las rutas marítimas, aéreas e
informáticas, este número de los Cuadernos de mediología parte del camino en su mássimple expresión: la traza tangible inscrita materialmente en el suelo. El itinerario en
lo abstracto es arquetipo, símbolo, ritual, obsesión, ensoñación, emblema… De este
prodigioso depósito de metáforas, no nos preocuparemos. Pero confesémoslo de
entrada: dándole la espalda a la Idea, hemos querido considerar el hecho. Pobres
poetas que somos, nos hemos dedicado a los caminos sin mayúscula, con calzada,
laterales y números, las que se construyen y se cartografían, las que se arruinan, se
reparan, se toman, se abandonan, e incluso, para nuestro placer más grande, sefotografían.
El camino pues en sentido estricto: la acera de las vías de circulación extra-urbana,que no es del mismo orden que la pista, la estay, sendero de monte, senda tortuosa,
camino forestal e incluso vecinal. Sin perder de vista el sentido amplio: toda línea deitinerario repetible y reversible, cualquiera sea el medio físico. En suma la gran
vialidad humana.
*
Existe desvergüenza al querer develar la extrañeza de las rutas. ¿Acaso no se ocultan
estas al desenvolverse a cielo abierto? “El lugar más oscuro está siempre bajo la
lámpara”. El mensaje oculta el canal, como los artefactos los sistemas, como los
flujos dejan en la sombra las redes. Entre más prestaciones tengan estas, más saben
desvanecerse. ¿Será esta una razón suficiente para desdeñar el asfalto?
Aparentemente sí. Se trata del eterno handicap de todo lo que yace abajo. El
upokeimenon de los griegos, con el que se designaban el sustrato y el principio.
Cuando la vialidad es buena no se hace de notar. Prestigio del vehículo, humildad del
vector. Para un homo velox que rasga el aire, ¿no habrán sido necesarios sin embargo
millares de canteros, de picapedreros, de ingenieros, para acarrear, delimitar,
escombrar, revestir, mantener? Sin el genio que ha hecho la ruta, no existiría la
agudeza de ingenio… ¿Qué hombre de ideas no tiene algo que decir sobre la
velocidad? Pero ¿dónde está la filosofía oficialmente habilitada que considera losPuentes y Calzadas, nuestros corredores aéreos o el mantenimiento del suelo? De esta
represión, de este escamoteo inveterado de lo que está en un nivel inferior, de ellohemos hecho una alta cultura. Leed nuestra mejor literatura, de Nerval a Morand, y
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veréis como el faetón mira por encima del hombro al adoquinado, el Orient-Express al balasto, y el Hispano-Suiza de los concursos de elegancia, al asfalto. El hombre
apurado no paga sus deudas con las infraestructuras. El propio Proust sueña con el
“vagón mágico” que lo conducirá a Florencia, no con el riel que conducirá el vagón.
Se han cantado tanto las glorias y los placeres aerodinámicos, cinéticos,
estroboscópicos, etc., la epopeya de los motores, la belleza de los fuselajes y de loscromos, que la historia concreta de los “portadores” ha quedado relegada a los
márgenes. ¿Cuántos saben que McAdam es un nombre propio? ¿Qué cantor de los
intercambios y de las Luces paga su deuda a Perronnet, el inventor del empedramiento
afirmado de las carreteras (1742), a Trésaguet, a Trudaine y a Cassini que han
conectado al hombre con el hombre y desenclavado el pensamiento? La ebriedad
circulatoria supone lo inerte, las instalaciones sin brillo. “El hombre comienza por los
pies”, decía Leroi-Gourhan, y el mediólogo lo recuerda; comienza siempre por mirar a
tierra, preámbulo obligado para toda antropología seria. Sufre la denegación de
soporte como una denegación de justicia. Se niega a hacer suya la ingratitud delindividuo que piensa, o que cree, con respecto a las pistas de decolaje que algunos
técnicos le vienen a deslizar bajo sus suelas, las ruedas, la mano o la mirada para permitirle decolar. Esas modestísimas superficies de inscripción, de proyección o de
locomoción que son, por ejemplo, el papel, la pantalla, la ruta, no son sensación, perola permiten. Invisibles y omnipresentes sine qua non, que nunca adquirirán la gloria
del mito cultural o filosófico pues lo que sostiene el despliegue de los mitos se sustraemaliciosamente a la glorificación. La mediología se propone ni más ni menos que
hacer de ellos objetos de pensamientos completos. Que se nos permita incluso, por un
lirismo reequilibrado, exaltar aquí y allá lo inferior, lo inmóvil, lo anónimo y lo
trivial. No es descuidar los efectos perversos de la efracción de caminos y carreteras
del mundo: accidentes, daños, violencia. Los muertos y los heridos. La carretera ha
de inspirar la misma ambivalencia de sentimientos que la lengua le inspiraba a Esopo.
Aún sería preciso devolverle a ese vector demasiado oculto el sitio que le corresponde
y que no tiene. Ríos, mares y estrechos retienen al geógrafo; los puentes, viaductos,
presas y exclusas promueven en un vistazo un instintivo reconocimiento.
Acueductos, oleo- y gasoductos, exaltan la imaginación científica. Sólo es tiempo de
salir lo más elemental de los media, la ruta, del sueño dogmático en el que se han
hundido a la vez el recorte de las disciplinas recibidas en la Escuela, y la presunción
idealista en cada uno de nosotros.
*
Dios, el viajero sin camino, el que llega a donde quiere sin tener que tomar la
carretera. No tiene necesidad de esta negociación fina con el medio natural.Equipresente a todos los puntos de la Creación, sin plazos ni montañas interpuestas, la
mediación vial le es superflua. Qué aburridora debe ser la ubicuidad. ¿Será quenuestras telepresencias digitales van a dejarnos sentir el más entristecedor de los
atributos del Ens perfectissimum? Signo de finitud, el camino es ante todo un límiteimpuesto a la creatura por el espacio físico. Esta humillación debería reconfortarnos.
*
Amojonamiento, circunscripción, enraizamiento; arrancamiento, trashumancia,
emancipación; las dos pulsiones de sentido contrario que ritman la relación del
viviente humano con su medio, como sístole y diástole, tienen en la ruta una Musa
común. Con ella, me escapo como regreso; la promesa de huida es también la de losencuentros (por lo que “el camino de la vida” es una mentira puesto que él no se
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regresa). Ella tiene su código, sus vallas, bordes, flechas y placas. Conecta el aquícon el allende. Lo real con el fantasma. El umbral con el horizonte. Mi hogar
civilizado con mis confines de barbarie. Hombre libre, siempre le tendrás mucho
afecto al camino. Dinamiza la “planta humana”, y canaliza nuestra manía de
movernos. Previene la anquilosis tanto como la errancia gratuita. Incita a irse a
perder lejos impidiendo perderse en los alrededores. Aventura y nostalgia,contradicción infinitamente alegre, intermediario entre el hombre interior y la
naturaleza exterior, la fiesta dialéctica que es todo ruta da al espacio su profundidad
de tiempo y al tiempo una extensión palpable. Enchufa el sentido íntimo en la res
extensa, via itinerario; y lastra el tiempo que se evapora, via el trazado que dura (los
caminos sobreviven a los caminantes). La mediación vial opera la soldadura física
entre mi nicho y los grandes perímetros. Eje material de un empuje espiritual: Homo
viator . Se inscribe aquí nuestra oscilación de peregrinos, entre el deseo del vínculo y
las ganas de desligarse, el anclaje y la fuga. ¿Quiero la conchita y el vasto mundo?
¿No puedo tener los dos juntos? La gran vialidad los hará alternar y por esto el júbilode las carreteras. Como dice Montaigne: triscándome rompa mi conchita. Y tras el
horizonte, haré resaltar a todo lo largo la Princesa lejana, antes que decida regresar acasa, rumbo a la manzanilla.
*
El paso humano dispuso el terruño; el caballo la nación; el auto el continente; el avión
el planeta Tierra; el cohete espacial el cosmos. La construcción vehicular del espacionos recuerda que nuestro dato es siempre un artefacto. Lo reconfortante es que cada
nuevo vehículo, en vez de borrar el territorio precedente, tiende a revalorizarlo. Loque este último pierde en valor funcional lo reencuentra pronto en sabores afectivos.
La pequeña escala de la que nos desposee la economía, la cultura se apodera de ella
para erigirla en referencia y fundamento. Hoy, puesto que ya fuimos a la luna,
reaprendemos lo terreno. Y no es el menor de los encantos de este extremo al otro delos espacios encajados en los que nos movemos, más o menos enredados, esta virtud
que tiene el progreso técnico de desbaratar socarronamente, en cada revolución
locomotora, las catástrofes esperadas. Conectado al ecosistema terrestre, cada quien
se arrebuja en su nido.
*
Se sueña con una dietética y, por qué no, con un Arte del camino como lo hay de la
fuga; y esto actuaría como una moral aproximativa y tierna, un espacio-tiempo bien
temperado. Entre dos extremos. Si no hay suficiente circulación, uno se desliza. Si
hay demasiada, uno se vacía. Si hay exceso de rusticidad, hay exceso de frivolidad;
embarrados o voluble; el columpio vale para las épocas como para los
contemporáneos. Esta disciplina locomotora, de uso privado, se impone tanto más
cuanto que la costumbre del peregrinaje cristiano desapareció. Se encuentran tantosinfortunios que se tiene ganas de quejarse por no haber verdaderamente “hecho
camino”. De hecho, todos podemos pillarnos en flagrante delito de exceso develocidad, nosotros, los tragadores de espacio que el tiempo traga. Salir del hábito
inveterado, extirparse de las pequeñas vecindades rurales, era excelente; y regresarallí seis de los doce meses, no perjudicaría la salud. Un poco más de terreno
pantanoso, de lodo y de encenegamiento lastraría felizmente al “yuppie” que amenaza
en todo hombre apresurado. Entre más acelera un automóvil, más se reduce la
superficie de contacto del neumático con la calzada; la atención que presta un espíritua lo real también decrece como la adherencia al suelo, en razón de su velocidad. A
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toda velocidad, el pensador se vuelve visionario, como el automóvil, acuaplano. Poresto los accidentes. La autopista permite ganar tiempo, y tal vez seguridad; se puede
querer su estética, su audacia, sin descuidar lo que desenseña la lisa cinta de cuatro
vías: la tenacidad en el esfuerzo, el don de ensoñar, una cierta apropiación sensible del
espacio, el olor y el acecho de la mirada, todos ellos aprendizajes del caminantes.
*
Lentitud y longevidad ¿irían de la mano? De dónde vendría la necesidad de
reeducarse periódicamente en la proximidad, a pequeños pasos. Abandonando la
autopista. Desde que uno se echa el morral al hombro y que los zapatos tropiezan con
las guijarros, el espíritu se desinteresa de las últimas noticias. Cuando hago treinta
kilómetros por día, a pie, calculo mi tiempo en años; cuando hago tres mil, en avión,
calculo mi vida en horas. Hacer el vagabundeo, escaparse de las redes, es también
sustraerse de la “actualidad” (modalidad temporal de una viabilidad fácil). Dime tu
radio de acción y te diré tu unidad de tiempo útil. La extraordinaria duración de las
grandes religiones tiene mucho que ver con que sus fundadores iban a pie. El alma
peatona acrecienta sus posibilidades de supervivencia, como si todo lo que un hombre perdiera en espacio vivido, el tiempo se lo retribuyera con interés. Incubación hoy¿resurrección mañana? Se requeriría pensar juntos el siglo de la aceleración (Morand:
“la velocidad tiene cien años”) y la volatilidad creciente de las vanguardias. Remedio para toda “nueva filosofía”, y todo arte conceptual y postmoderno: los senderos de
gran caminata. La cuestión no es saber si el alma puede avanzar sin los pies, sino si larueda, envuelta y guiada como lo está, le permite aún proyectarse lejos. A todos nos
gustan las bellas ensoñaciones ferroviarias, comprendido el TGV. Pero recordemoslas trepadas de Nietzsche, las escapadas ambulatorias de un Rimbaud: cinco
kilómetros por hora, con las suelas rotas.
*Efecto intelectual de la abreviación de los trayectos; ya en la actualidad no es
admisible cualquier “discurso del método”, esa marcha de acercamiento a los
conceptos donde nuestra videoesfera sólo ve preliminares tardígrados y ociosos. El
gradualismo de las hipótesis, lo diferentemente de la conclusión, el desvío calculado,
todo este aparataje de la racionalidad crítica, podría ponerse de acuerdo con la infinita
paciencia del caminante, o con la resistencia del caballero. De aquí en adelante nos
damos por llegados tan pronto partimos. Se adivinan ciertas conexiones entre
progreso del ocultismo y ganas de velocidad. Entre la liviandad de los pensamientos
y la impaciencia de los transportes.
* No deja de ser significativo que en la era de los grandes transportes, y del turismo de
masa, que se ha vuelto la primera industria mundial, el relato de viaje se haya
convertido en el último de la clase literaria (Tristes Trópicos data de 1955, justo antes
de que todo basculara). Desde que el sitio se desprende de sus vías de acceso, que la
curiosidad *** (vale la pena hacer el viaje) o ** (merece que se desvíe) puede en ellímite descubrirse sin que haya que haya que estar presenta así así, el espacio pierde
en gravedad simbólica y el franqueo de las distancias, su viejo valor iniciático. Fin dela gran Vuelta, de la “peregrinación a las fuentes”, del Viaje a Italia, a Grecia o al
Oriente como rito de paso o experiencia romántica (que había que consignar en unalibreta, un libro de memorias o en un Itinerario). Ya sea para el psicoanálisis o la
espiritualidad, el viaje ve cómo desaparece su enigmática crucialidad; Roma ya no
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tiene nada con qué fascinar a Freud, ni la Acrópolis a Renán. Quedan la India, esverdad, y Katmandú. ¿Hasta cuando? Facilidades de acceso y tures turísticos
arriesgan con dar cuenta pronto de las tierras prometidas de nuestra cultura.
*
Saint-Exupéry anota en Tierra de hombres que el avión “nos ha hecho descubrir elverdadero rostro de la tierra” y que “nuestra vista se aguzó” mientras que “las
carreteras nos engañaron durante siglos”. Además de que con ello desprecia la
relatividad de las mediaesferas (cada régimen de velocidad, cada modo de transporte
produce un espacio propio con sus coordenadas de “verdad”), la anotación deja un
poco escéptico, a recorrer los escritos de dos fuetes personalidades visuales, el uno
caminante el otro planeador. Malraux, que aprecia al primer vistazo sin poner pie en
tierra, mira el mundo desde el avión, se zambulle; Gracq, a nivel del hombre, entrando
en la pantalla, al ritmo de la savia y de los zapatos claveteados. En perspectiva aérea,
ya no hay lugares singulares; flores y árboles, a cuatrocientos por hora, se funden en
el negro. La meticulosidad descriptiva, el goce del término exacto, la agrimensura
paisajística, exigen ir despacio y dejarse infundir. A pesar del ambiente tan veloz, nome sorprendería que los estudios sobre el tema resistan a los más o menos oraculares.La percepción fina a las brusquedades del sobrevuelo. El plano cercano, en el gran
ángulo del hombre.La sugestiva intensidad de lo devuelto ¿estaría en razón inversa de las distancias
recorridas? Tenemos aquí lo que justificaría un elogio de los horizontes limitados, atal punto el cierre del campo de visión puede aguzar la agudeza sensorial y verbal.
Julien Gracq nunca dejó Francia, la que recorrió en un 2 Caballos, y caminando,cuidadosamente. Nada fácil le quedó a Malraux hacer la parte entre el visionario y el
présbita. Lo fulgurante y lo expeditivo. Ningún propósito de intimidación por el
contrario en Gracq, donde nada es de vaguedad prestada; este cartógrafo tan cortés
con las cosas se revela paradójicamente menos “adornador” que el reporterotelegráfico que aseguraba haber “descubierto” por la vía aérea la capital de la reina de
Saba, en el Yemen, enamorado como estaba de las cockpits <galleras> y de las
visiones desenvueltas. ¿Quién halla más secretos, el peatón geógrafo de la región
natesa, o el aviador de las brumas milenarias?
*
A cada media-esfera sus bólidos. Hay que recordar que en 1894, en plena grafo-sfera,
el velociclista es visto como un peligro público y odiosamente democrático (un pobre
en bici podría duplicar a un duque, desafiando las jerarquías sociales de la velocidad).
El biciclo era el aparato más rápido en tierra afirmada. Para los ciclófobos,
numerosos entre las gentes de letras, el velocípedo, forma acabada del “velociférico”
de Goethe, era el fin del mundo. Cada época tiene el suyo.
*
François Michelin, a quien encontré en Clermont-Ferrand y a quién le pregunté cuál
de las dos había “hecho” a la otra, si la rueda o la ruta, el huevo o la gallina, merespondió: al comienzo, en 1900, fue la calle la que hizo al neumático. ¿Por qué?
Porque la carretera de tierra era mala y porque la única manera de superar el obstáculoera el budín de aire protegido. Con la rueda maciza que equipaba los Simones y los
vehículos hipomóviles, ninguna mecánica, ningún motor, habría resistido, si tenemosen cuenta el estado de los caminos. El neumático lanzó pues la industria del
automóvil, cuyo propio empuje obligó a alquitranar las vías (contra el polvo, entre
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otras cosas). El embreado de los caminos permitió de rebote acrecentar la potencia delos motores y mejorar la comodidad de los vehículos, cuyo perfeccionamiento técnico
hizo necesaria la autopista, es decir la vía exclusiva sin peatones ni bicicletas. Pero es
la necesidad de ganar tiempo la que, poco después de 1700, había suscitado los
grandes caminos reales, alineados, normalizados, nivelados, reglamentados. Así
como los primeros vehículos ligeros: diligencias suspendidas, turgotines y coches decorreo. A las que les sobrevivieron las calesas, cabriolés y tílburis del siglo
antepasado. La velocidad hace la ruta que produce el neumático que exige la
autopista, etc. El diálogo sin cesar relanzado de la suela y del suelo ilustra
excelentemente la causalidad médium-medio; siempre en bucle sistémico, nunca en
determinismo de una sola vía.
*
No es empujar a la rueda de la melancolía el hacer la siguiente observación: la malla
vial de la corteza terrestre, que decuplica nuestra facultad de descubrimiento,
disminuye otro tanto nuestras ganas de descubrir. Domesticado, el territorio pierde en
valores emotivos. Si ya no da miedo, tampoco permite soñar. Mapas y guíasdebilitan el aura de las lejanías; la rueda de repuesto, los garajes y el auto-radiodesdramatizan el ponerse en camino. Las técnicas automovilísticas han domesticado
los lobos y los bandidos que frecuentaban las noches del peregrino. Pasado un ciertoumbral cartográfico, la emoción recae. Ya no hay alegría subiéndose a un vehículo o
a un avión, solamente pavores particulares. Lo azaroso le cede el puesto a lacatástrofe. Hemos pasado de la ruta-aventura a la ruta-accidente. De una poética del
encuentro a una estadística de los riesgos. Tal sería, para nuestro sistema nerviosooccidental, el contra-efecto de la “contracción telúrica” del siglo XX: el definitivo
encogimiento del viaje en transporte, o el amargo paso del temblor al bostezo.
*Antídoto para la observación precedente: entre más avanza la domesticación del
espacio de afuera, a lo Julio Verne, más uno se gira hacia el reconocimiento de los
“espacios de adentro”, a lo Michaux. El planeta bien sangrado, adicto a la
transparencia, el país cuadriculado por la topoguías (Francia es el país más
cartografiado del mundo), la espoliación en otra parte no se da ya, de suerte que la
fascinación inquieta de lo vago se reporta a las últimas comarcas salvajes que nos
quedan: las terra ignota del inconsciente, de la memoria, de los tropismos y de las
pulsiones. Los misterios se han deslizado hacia el interior, el desencantamiento
geográfico reencanta la historia de los pueblos y de las intimidades. Es preciso
felicitar a los pioneros de la brea y del riel, los poseedores de cables y de balizas; y
ahora a los promotores del GPS (global positioning system) por satélite, de esto
también: la transición que ha conocido nuestra cultura, de la que testimonian casi
demasiado abundantemente nuestra literatura y nuestras ciencias humanas, de unaanatomía del espacio a una fisiología del tiempo. Como uno no puede ya perderse en
ninguna parte, y que la necesidad de perderse permanece, se ha pasado de uninventario de tres a uno de cuatro dimensiones. Los trazos rectilíneos en superficie
han reportado a la verticalidad los laberintos más importantes (así como la obligaciónmoral de des-laberintar lo psíquico mismo). McAdam pasó el relé exploratorio a
Sigmund Freud. Los guardaajugas del cielo a Nathalie Sarraute. ¿Quién va a
quejarse por esto?
*
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Quizás el aficionado a las novelas picarescas. No son solamente Don Quijote (con eltándem que cojea un poco del caballo y del asno) y la novela de caballería los que se
han resentido. Una cierta conexión con los lugares ha desaparecido con el
estupefactivo paso del caballo-cagajones al caballo-vapor, de la caballeriza a la
estación de servicio, del cochero al chofer. El traqueteo de la carroza o de la
diligencia, la barranca, el eje que se rompe y el precipicio, el albergue de etapa y elrelevo de posta que escoltaban, bajo el pintoresco “por montes y colinas”, un cierto
ritmo narrativo, también un cierto tono, criticón y espontáneo; esta fantasía
conversadora y gandul, esas bifurcaciones y esas digresiones, ese arte de callejear que
va con el renqueando de las vías enmarañadas y mal empedradas, los almocárabes
fluctuantes de los caminos carreteables, las coces del rocín derrengado. Poned a
Jacques el fatalista en un TGV, o a Tristram Shandy sentado en un avión de largo
vuelo ¿qué quedará de la libertad de invención y de la ridiculez del tono?
*
“Un espejo que camina a lo largo del camino”, era la definición de novela de
Stendhal. A fuerza de disertar sobre el espejo (deformador, realista, más o menos fiel,etc.), las ciencias literarias (y humanas en general) han olvidado el camino. Una vezmás, lo material pierde, como si el soporte físico no tuviese ningún envite moral. La
novela clásica es el espíritu del camino, en el sentido en que se dice espíritu-del-vino:la destilación en palabras de un paseo. Por esto la cronología del género. Comienza a
mediados del siglo XVIII –principio de la gran mutación de los caminos en Inglaterray en Francia– y se desenvuelve al mismo tiempo que el siglo épico de los Puentes y
Calzadas, el XIX (Balzac, cuyas mejores novelas se reducen a un “¿a dónde llevan losmalos caminos?”, conocía todo de esta administración). La novela partió ligada al
suelo secado y empedrado, el mojón y la encrucijada. No con el sendero ni el camino
de mulas; la ruta carreteable, el “empedrado del rey”, y el caballo de media-sangre (el
que trota sin galopar, que puede a la vez portar y arrastrar). El ataque de La Cartuja nos hace latir el corazón, como si montáramos en silla para franquear el San
Bernardo. El brío stendhaliano, es el trote atrevido de un excelente jinete, lo que era
Henri Beyle que atravesó a caballo toda Europa, como la mayor parte de sus pares.
No más que Alejandro Dumas. Es la novela misma la que es sinónimo de
tribulaciones, peligros, malos pasos, suertes, intemperies, toda esa riqueza de estilo un
poco canalla y desgarbada del viaje al paso de ambladura del cuadrúpedo, que
activaba tan fuertemente el jarrete, el antebrazo y las neuronas. La bravura, la virtud
novelesca, era la del obstáculo superado, el otro nombre del encaminamiento.
Entonces ¿nada de gallinero, casis y lomo de asno, nada de suspenso ni de peripecias?
Camino y novela; una misma potencia de sugestión, e incluso de definición mínima;una fila de acontecimientos dramáticos. El ethos de la novela ¿podrá sobrevivir al
pathos de la ruta, y si sí, escapar a la aburrición? ¿Se podrá desdramatizar el viaje yencontrarle aún al hombre cotidiano, banalmente ambulante, un gusto de insólito?
Digamos que una vez taladrados los túneles, echado los puentes, asfaltadas lascarreteras, sin ni siquiera hablar de las autopistas de la información, una cierta
comodidad vehicular deshabitúa al inventor de palabras (subido a su cojín de aire o a
su programa de computación) de las extenuantes carreras de obstáculos que
estimulaban tantos a sus antepasados (autores y lectores de antaño). ¿Tienen nuestros
novelistas la pierna cansada? Un cierto olor a encerrado se instala en casa de nuestros
nómadas post-modernos; el ego occidental ya no abandona su carlinga. Henos pues a
todos caseros en constante desplazamiento.*
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Péguy no sabía montar a caballo. Demasiado pueblo. Tampoco fue promovido acapitán, ni a novelista. Parte como peatón para la “infantería”, pequeño lugarteniente
de reservistas, el kepis sobre el ojo, la barda en las espaldas. Parte para el Mosa con
el mismo buen par de borceguíes herrados que, diez años antes lo hizo por el bello
camino llano de Beauce. 80 kilómetros en tres días, hasta “la flecha inimitable y que
no puede fallar”. Su prosa de peregrino es una canción de camino; esa nostalgia delas caballerías ha descendido de su corcel; él ha tenido el largo aliento del caminante
demócrata. “La ruta nacional es nuestra puesta estrecha”, decía. El pequeño orleanés
nunca fue muy lejos; no salió de Francia, y en su parroquia, al sur, nunca fue más allá
de Orange. Llevó a cabo su tarea en un pañuelo, y su estela remueve aún cien años
después. Sus letanías suben del jarrete; es la cadencia encantatoria de un paso regular
y terco. No hay mucha distancia de esos borceguíes 1900 a los zuecos de madera de
haya, que llevaban dentro paja seca y que usaban los soldados del Año II. Su poesía
es la caminada hecha misterio, elevada a la potencia del rito, en el balanceo, el jadeo,
el entumecimiento de las largas jornadas. Y la moral péguysta ¿no es la carreterahecha expiación, la marcha a pie vuelta deber y virtud? “Lo que importa es el ir. Ir
siempre. Es el trayecto mismo y cómo se lo hace”. En el fondo, lo que le reprochó aDreyfus, al anochecer cuando aceptó la gracia presidencial para cortar por lo sano una
enésima prueba judicial, fue el haber descargado el morral antes de llegar. “Esmenester que –decía él– el que está investido, marche”. A través de la justa planicie,
la llanura inexorable, última colina a la vista, “apretada como una esperanza”. Ycaminó hasta su última pendiente, y antes de subir a recibir su bala en la frente, en
julio de 1914, debajo de la “Nota conjunta sobre M. Descartes y la filosofía
cartesiana”, consagró sus últimas páginas a meditar sobre la continuidad y la
discontinuidad de las rutas de Francia. A desgranar el rosario tan bien ritmado de los
postes telegráficos, rojos y blancos, de los pequeños mojones hectométricos, amarillos
y blancos. La métrica de la <carretera> departamental como leitmotiv, con sus
decasílabos, sus estrofas-etapas y sus detenciones-suspiros. El camino del de a pie, o
la extensión musicalizada.
*
Ojalá que la heterogeneidad, lo errático y lo discontinuo de estas anotaciones
demasiado personales no le resten nada a la consistencia y a la importancia de nuestro
tema. Sustituir el discurso por el recorrido, el proyecto por el trayecto, digamos la
exégesis de las idealidades por el examen de los encaminamientos, este gesto
fundamental propio del enfoque mediológico, vuelve a colocar la humilde
locomoción, con sus vasta gama de modos y medios, en el corazón de la diana. La
ruta no es una anécdota, una excursión pintoresca que habría que relegar a las naveslaterales del saber. Ella da directamente, y a pie limpio, sobre la bipedia humana en
plena acción.
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