Ray, Jean Cuentos

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Jean Ray Los 25 mejores relatos negros y fantásticos Contenido La Mano de goetz von Berlichingen ..............................2 El Salterio de Maguncia ...................................................12 ¡Yo he matado a Alfred Heavenrock!.............................38 El Gran Nocturno .............................................................50

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Cuento

Transcript of Ray, Jean Cuentos

  • Jean Ray

    Los 25 mejores relatos negros y fantsticos Contenido La Mano de goetz von Berlichingen ..............................2

    El Salterio de Maguncia ...................................................12

    Yo he matado a Alfred Heavenrock!.............................38

    El Gran Nocturno .............................................................50

  • 2

    LA MANO DE GOETZ VON BERLICHINGEN HABITBAMOS en Gante, en el Ham, una casa grande y antigua, tan grande que yo

    estaba convencido de poder extraviarme en ella en el transcurso de mis desobedientes

    incursiones a los pisos superiores.

    Hoy existe an; pero sobre ella pesan el silencio y el polvo del olvido, ya que no

    hay nadie que quiera habitarla con cario.

    Dos generaciones de marinos y de viajantes vivieron en ella, y, como el puerto

    est cerca, la llamada de las sirenas armoniza bien con las inmensas resonancias de

    los stanos y los ecos empobrecidos de la calle sin alegra que es el Ham.

    Elodie, nuestra anciana criada, que estableci para su uso particular un calendario

    de santos propicios a las fiestas y a los gapes familiares, haba canonizado, en

    cierto modo, a algunos de nuestros amigos y visitantes, y, entre ellos, el ms aureolado

    de gloria fue sin duda mi to Frans-Pieter Kwansuys.

    Este hombre de bien y de alma grande no era to mo, sino, todo lo ms, primo

    lejano de mi madre. Sin embargo, su gloria, de darle ese nombre tan ntimo, recaa

    sobre nosotros.

    Los das en que Elodie haca pato asado o doraba a fuego lento los panecillos de

    melaza, l tomaba parte en el festn, porque era de buen paladar y discurra

    agradablemente

    a propsito de manjares, salsas y especias.

    Frans-Pieter Kwansuys haba vivido doce aos en Alemania, se haba casado all

    y all haba enterrado, despus de diez aos de gran cario, a su mujer y a su felicidad.

    Se haba trado, aparte de sus queridos recuerdos cuyo secreto guardaba celosamente,

    el amor a los libros y a la sabidura: un discurso de Goethe; una excelente

    traduccin de la Jobsiade, ese poema heroico-cmico de Zacharie, tan agradable que

    parece digno, por su humor y su inspiracin, de Holberg; algunas pginas sueltas

    de la extraa novela picaresca de Christian Reuter, Schelmuffski's Abenteuer; un fragmento

    de un tratado de espagrica, de Kurt Auerbach, y algunas empalagosas imitaciones

    del Tagebuch eines Beobachters seines selbst, de Lovater.

    Hoy, toda esa literatura polvorienta es ma, porque me la leg mi to Kwansuys,

    3 con la esperanza de que, un da, pudiese sacarle algn provecho.

    Ay! No he respondido a esta ltima esperanza y solamente el grito desesperado

    de Goetz von Belichingen, aquel formidable hroe de un siglo atormentado que el discurso de mi querido to sobre Goethe sac a luz de forma tan curiosa, queda vivo en mi memoria:

    Escribir! Eso no es ms que un ocio atareado Por cinco veces, sirvindose de lpices de colores diferentes, mi to subray esta

    frase.

    Silencio y polvo!.. Qu difcil es animar todo esto!.. Y si lo hago, es por culpa

    de la seal que recibo desde el fondo de las tinieblas.

    * * *

    El to Kwansuys viva en una casa vecina a la nuestra, en ese largo y desagradable

    Ham, sempiternamente crepuscular.

    Era menos grande que la nuestra, pero ms oscura an y ms sonora durante los

  • das de vendaval y lluvia.

    Sin embargo, habase sustrado al ambiente taciturno, a la frialdad de las cocinas

    bodegas y a la oscuridad de los pasillos, una habitacin alta y clara, tapizada

    de amarillo, calentada por una esplndida estufa Marlbach e iluminada por una lmpara

    de doble mecha que bajaba de la moldura central del techo con ayuda de un

    triple cable dorado.

    Durante el da, la masiva mesa ovalada desapareca bajo los libros y las carpetas

    repletas de lminas; pero por la noche, a la hora de la cena, se cubra con un

    mantel blanco bordado en azul y naranja, y se cargaba de hermosa porcelana de

    Tournai y de cristal de Bohemia.

    Se coman cosas exquisitas en aquellos platos y se beban, en altas copas, vinos

    del Rin y del Bordelais.

    Alrededor de esta mesa, el to Kwansuys reuna amigos que le eran queridos por

    la atencin y la gran admiracin que prestaban a sus discursos. An los veo, felices

    de atracarse de pierna de cordero asada al ajillo, de pollo salado, de raya adobada y

    de pastel de oca; pero tambin satisfechos, al parecer, de escuchar las doctas palabras

    de su anfitrin.

    Eran cuatro: monsieur van Piperzele, que era doctor en algo, aunque no en medicina;

    el dulce y tmido Finjaer; el grueso y plcido Binus Compernolle, y el capitn

    Coppejans.

    Coppejans era ya tan capitn como Frans Kwansuys to mo. Haba navegado y

    posea el ttulo de capitn de barco de cabotaje. Elodie le consideraba como buen

    consejero y hombre de gran talento, lo cual continu creyendo, sin sombra de pruebas.

    Una noche en que monsieur van Piperzele cortaba la tarta de macarrones y el

    4 capitn Coppejans escanciaba el ron, el kummel y el chartreuse verde en las copas, el

    to continu su discurso sobre Goethe en el punto en que lo interrumpiera la antevspera,

    es decir, el da en que comieron la cabeza de ternera con salsa de tortuga.

    Continu con la obra maestra de Goethe, el admirable Goetz von Berlichingen.

    Fue, pues, durante uno de los valerosos ataques de este hombre de honor contra el

    obispo de Bamberg, los mercaderes de Nuremberg o los burgueses de Colonia cuando

    Goetz perdi la mano derecha.

    Un hbil artesano en metales le hizo una mano de quntuples resortes con la cual

    poda seguir manejando la espada.

    En este punto, el dulce Finjaer intervino:

    Una obra maestra de la mecnica, dirase. Recuerdo dijo el capitn Coppejans que a mi timonel, Petrus D'hont, se le qued aprisionado el puo entre el cabrestante y el cable de hierro, y la mano qued

    cortada totalmente. Luego, llevaba un gancho de hierro; lo cual quiere decir que

    en nuestra poca no se sabe hacer manos parecidas a la de Goetz.

    El to Kwansuys inclin la cabeza en seal de condescendencia a esas vanas palabras.

    Recordad, amigos mos dijo, estas palabras dignas de la eternidad del bronce, con que acaba el drama de Goethe: Hombre noble! Hombre generoso!

    Maldito sea el siglo que te ha rechazado!

    Al decir esto, mi to se quit las gafas y gui los ojos. El doctor van Piperzele,

    servil como de costumbre, le imit, como si participase algn secreto con l.

  • Este hermoso final, ay!, no est de acuerdo con la verdad, y lo deploro continu el orador. Goetz von Berlichingen, considerado como rebelde, fue encerrado en la crcel de Augsburgo, en donde permaneci dos aos. El emperador le concedi

    inmediatamente la libertad de retirarse a sus tierras y de vivir en el castillo de

    Juxthausen, a cambio de su palabra de caballero de no salir jams de sus dominios

    ni de volver a tomar las armas en provecho del partido que fuese.

    Quince aos ms tarde, Carlos Quinto le relev de su promesa, y Goetz, ebrio

    de felicidad, sigui al emperador a Francia, Espaa y los Pases Bajos. Tras la abdicacin

    del soberano en Yuste, Goetz retorn a Alemania, donde muri siete aos

    despus.

    Ahora bien Nuevo guio, imitado por monsieur van Piperzele.

    Despus de su estancia en los Pases Bajos, Goetz no llevaba ya su mano de hierro!

    Se encuentra comenz a decir Finjaer en el museo de Mi to Kwansuys le impuso silencio:

    De Nurenberg, de Viena o de Constantinopla Qu importa? Puesto que slo es un guantelete sin vida colocado dentro de una urna de cristal. Esta mano, la verdadera,

    que permita a Goetz sostener la espada y hasta la pluma de ave, se perdi

    5 o la robaron en Alz la mano y sus ojos arrojaron llamas.

    en Gantes, la ciudad maravillosa de Carlos Quinto, donde Goetz von Berlichingen permaneci al lado del emperador. Es all donde se encuentra an y es all,

    por tanto, donde yo ir a buscarla.

    * * *

    No se puede negar a Frans-Pieter Kwansuys, a falta de una verdadera erudicin, el

    espritu testarudo de la bsqueda o investigacin benedictina. Los papeles que yo

    he examinado despus de su muerte me lo demuestran. Pero sus investigaciones me

    parecieron bastante intiles, sin un fin determinado, hechas al azar de los hallazgos

    de biblioteca.

    Transcribi una parte de los tres volmenes del valiente escritor flamenco Degrave,

    quien trat de demostrar, de la forma ms seria del mundo, que Homero y Hesiodo

    eran originarios de Flandes, y quien tradujo del latn, con textos originales a

    la vista, la disertacin del doctor flamenco Paschasius Justus sobre los juegos de azar

    y la enfermedad de jugarse el dinero.

    Paschasius Paschasius le he odo murmurar alguna vez, ese espritu curioso del siglo diecisis, nos hubiese dejado numerosos escritos si el miedo a la hoguera

    no hubiese obsesionado sus das y sus noches. Adopt ese nombre por admiracin

    hacia Paschase Radbert, cura de Corbie en el siglo noveno, autor de muy

    hermosas pginas de Teologa. Ah, mi dulce Paschasius!.. Oh, mi viejo amigo, perdido

    en los siglos huidos!.. Aydame, socrreme!..

    No puedo decir de qu forma la sombra evocada del doctor magnfico acudi en

    ayuda de mi to durante la fatal bsqueda de la mano de hierro. Pero es seguro que

    tuvo que jugar en ello un papel importante.

    En el transcurso de la semana que sigui a la memorable noche del discurso, el

  • to Kwansuys convirti una parte de las cocinas-bodegas en laboratorio. Slo se

    le permita la entrada en ella al tmido Finjaer, porque no cuento mi propia presencia

    en esos lugares misteriosos, considerada sin duda sin importancia.

    Es cierto que me haca til accionando un pequeo fuelle de forja que haca elevarse

    llamitas azules sobre el lecho de brasas de un hornillo.

    Haca fro en aquel antro de dudosa ciencia, y los vapores que exhalaban las probetas

    de grueso cristal olan mal; pero el rostro de mi to era grave y las sonrosadas

    mejillas de monsieur Finjaer brillaban de sudor con frecuencia, a pesar de la baja

    temperatura. Un da, al cabo de cuatro horas, una bola de cristal ola mal; pero el

    rostro de mi to, de un hermoso color verde dorado, se elev hasta el techo.

    Monsieur Finjaer lanz un grito de terror.

    Mire Oh, mire Yo vea mal porque estaba sentado a contraluz, al lado de mi fuelle, pero me pa-

    6 reca que el humo verde haba tomado una forma precisa.

    Una araa No, un cangrejo que corre por el techo exclam con horror. Cllate, pequeo imbcil! rugi el to Kwansuys. La forma se fundi rpidamente y no fue ms que un humo en el techo, pero yo

    vi que el to y monsieur Finjaer sudaban la gota gorda.

    Cuando yo se lo deca, Finjaer!.. Los escritos de estos sabios antiguos no mienten jams!

    Ha desaparecido murmur el bonachn de Finjaer. No era ms que su sombra, pero ahora sabemos No dijo lo que saba ni Finjaer le hizo ninguna pregunta.

    Al da siguiente se cerr el laboratorio y yo recib el fuelle de forja, regalo que no

    debi gustarme nada, porque lo vend por ocho pesetas a un estaador.

    El to Kwansuys me quera mucho; acaso apreciaba los pequeos servicios que

    yo le prestaba, exagerando su importancia.

    Como no andaba bien, sufra de debilidad en una pierna, la izquierda, y ms adelante me enter de que padeca de una enfermedad que se llama planofobia, le acompaaba durante sus breves y raras salidas. Se apoyaba pesadamente en mi

    hombro y, al cruzar las calles y las plazas, siempre con la mirada fija obstinadamente

    en el suelo, se dejaba conducir como un ciego. Mientras andbamos, me largaba

    discursos sobre temas doctos y aprovechables sin duda, de los que lamento mucho

    haber perdido su recuerdo.

    Poco tiempo despus del cierre de la bodega-laboratorio y de la venta del fuelle

    de forja, me rog que le acompaara a la ciudad. Acept de buen grado, porque ese

    servicio me dispensaba de media jornada de clase; los ruegos del to Kwansuys, eran,

    adems, rdenes para los mos, excelentes personas que vivan con la esperanza de

    futuras herencias.

    Mi antigua y huraa ciudad se arropaba, aquel da, en un manto de bruma y de

    llovizna. El agua del cielo haca un ruido atareado de ratn sobre la bveda de algodn

    verde del inmenso paraguas que yo sostena con el brazo extendido por encima

    de nuestras cabezas.

    Seguamos por calles lgubres, atravesando lvidas praderas de lavaderos, provistas

    de arroyuelos de agua jabonosa y opalina.

  • Y decir que este pavimento que pisoteamos ha sonado bajo las pisadas de los caballos de Carlos Quinto y de su fiel Goetz von Berlichingen!.. exclam mi to . Ah!.. Donde las torres se desplomaron envueltas en ceniza y polvo, los adoquines

    quedaron. Acepta la leccin de ello, pequeo mo, pensando que todo lo que se mantiene

    cerca del suelo tiene la vida larga y dura, y lo que afronta la gloria del cielo est

    prximo a la muerte y al olvido.

    Cerca de la Grauwpoorte, se detuvo para respirar, ponindose a examinar atentamente

    las fachadas decrpitas de las casas.

    La casa de las seoras Chouts? pregunt, parndose junto a un portador

    7 de pan.

    El hombre dej de silbar una picaresca meloda que haca ms llevadero su triste

    recorrido.

    All, aquella casa con las tres feas cabezas sobre la puerta. Y es cierto que las que estn detrs son ms feas todava.

    A nuestro campanillazo, la puerta se entreabri y una nariz roja apareci en la

    abertura.

    Deseo hablar con las seoras Chouts dijo mi to, quitndose corts el sombrero. A las tres? pregunt la nariz roja. Claro que s. Nos hicieron pasar a un vestbulo amplio como una calle y negro como una forja,

    que se llen inmediatamente de tres sombras ms negras an.

    Si es para vender algo clamaron en coro voces agudas. Por el contrario, yo deseo comprar algo que perteneci al difunto escudero Chouts, de grata memoria respondi amablemente mi to. Tres sucias cabezas de lechuza surgieron de la oscuridad.

    Podra tratarse repuso el coro, aunque no estamos dispuestas a vender nada.

    Yo estaba inmvil al lado de la puerta, con nusea en los labios, porque un espantoso

    olor a bazofia y encebollado invada el pasillo. Y es as como las palabras que el

    to pronunci a continuacin en tono muy bajo y muy rpido se perdieron para m.

    Entre acept el coro. El joven esperar en el locutorio. Pas una hora interminable en una habitacin minscula de alta ventana de

    medio punto, cuyos cristales estaban oscurecidos por un adorno brbaro, acompaado

    de un silln de rotn, una rueca de madera negra y de una chimenea roja de

    moho hmedo.

    Aplast siete cucarachas que marchaban en fila india sobre el pavimento azul,

    pero no pude alcanzar a las que caminaban alrededor de un espejo brillante que luca

    en la penumbra como agua ftida de pantano.

    Cuando el to Kwansuys regres, su cara estaba roja como si hubiese estado sentado

    al lado de un horno al rojo vivo. Las tres cabezas de lechuza le escoltaban maullando

    cortesas dislocadas.

    Ya en la calle, el to se volvi hacia la fachada de las tres mscaras y su rostro tom

    una expresin de desprecio y rencor.

    Necias Brujas del diablo gru. Me alarg un paquete envuelto en duro papel gris.

  • Llvalo con cuidado, pequeo. Es un poco pesado. Era muy pesado y, a todo lo largo del camino, la cuerda que rodeaba el paquete

    me haca dao en los dedos.

    Mi to me acompa a nuestra casa, porque segn Elodie, era un da santo y se

    8 festejaba comiendo barquillos con mantequilla y bebiendo chocolate en anchas tazas

    de color azul y rosa.

    El to Kwansuys, en contra de sus costumbres, estaba triste y taciturno. Y coma

    sin ganas. No obstante, un fulgor de alegra danzaba en sus ojos.

    Elodie engrasaba el molde caliente y verta en l la pasta de crema, de donde

    surgan los grandes barquillos cuadrados. De repente, movi la cabeza, rabiosa.

    Ya hay otra vez ratas en la casa gru. Escuchen a las asquerosas bestias! Dej mi cuchara con terror al or un repentino ruido de papel estrujado y roto.

    No s de dnde puede venir eso continu Elodie, dejando errar su mirada por la cocina. Ese espantoso ruido. El ruido proceda de un trinchero, que serva para poner todos los objetos que,

    de momento, no se usaban. Pero aquel da estaba vaco. Slo el paquete envuelto en

    papel gris se encontraba all.

    Yo iba a hablar cuando los ojos de mi to se fijaron sobre m: eran extraamente

    elocuentes y le en ellos una intensa splica.

    Me call y Elodie no insisti.

    Pero yo saba que el ruido proceda del paquete y hasta vi Algo viva en la prisin de papel y de cuerdas, algo que buscaba la forma de

    evadirse a fuerza de lentas dentelladas y araazos.

    * * *

    A partir de aquel da, mi to y sus amigos se reunieron todas las noches, pero yo no

    asist siempre, porque no me admitan a esas conferencias, que eran muy serias y sin

    gran alegra epicrea.

    Lleg la noche de Saint-Eloi, que es tambin la de Sainte-Philarte.

    Philarte haba recibido de Dios y de la Naturaleza todo cuanto puede hacer agradable y hermosa la vida deca mi to. Y hay que amar a Saint-Eloi por la alegra que nos proporcion el buen rey Dagoberto. Sera injusto, pues, no celebrar

    como es debido una doble fiesta semejante.

    Se comi pastel de anchoas, faisanes rellenos de tocino fino, pava trufada, jamn

    de Mayence con gelatina, y los cinco amigos bebieron grandes cantidades de vino

    extrados de honorables botellas selladas con lacre de diferentes colores.

    A los postres, compuestos de pasteles de crema, mermelada, mazapn y pan de

    higo, el capitn Coppejans reclam un ponche.

    Este hume en las copas de cristal y los espritus se llenaron de brumas. Binus

    Compernolle se escurri de su silla y se dej conducir al sof, donde se durmi

    inmediatamente,

    y el bonachn de Finjaer quiso cantar un aria de pera antigua.

    Se trata de la Vestal de Spontini, que quiero sacar del olvido declam. Es preciso que repare esta injusticia!

    No cant. Pero un instante despus se puso en pie, gritando:

    9

  • Quiero verla! Me oye usted, Kwansuys? Quiero verla! Tengo derecho a verla! Le he ayudado a encontrarla!

    Cllese, Finjaer! grit, colrico, mi to. Est usted borracho! Pero el buen Finjaer no le escuchaba apenas y abandon bruscamente la habitacin.

    Detnganle! Va a cometer una tontera! grit mi to. S. Detnganle, porque lo har! aprob el doctor von Piperzele, con la boca pastosa y los ojos extraviados.

    Se oyeron los pasos de Finjaer perderse por el piso, y mi to se lanz en su persecucin,

    arrastrando, muy a disgusto, segn me pareci, al servil van Piperzele en

    su marcha.

    El capitn Coppejans se encogi de hombros, vaci su copa de ponche, la llen

    de nuevo y atasc la pipa.

    Tonteras!.. murmur. Entonces se oy un grito de terror y sufrimiento, seguido de clamores y del ruido

    de cada.

    O gritar a Finjaer:

    Me ha picado Me ha cortado el dedo Oooh! Y al to gemir:

    Se ha ido Cmo encontrarla de nuevo, Dios mo! Coppejans sacudi la ceniza de su pipa, se puso en pie y, abandonando el comedor,

    subi trabajosamente la escalera de caracol que conduca al hermoso piso. Le

    segu, curioso y ansioso a la vez, al interior de una habitacin que me fue desconocida

    hasta aquel da.

    Estaba casi desprovista de muebles, y vi a mi to, al doctor Piperzele y a monsieur

    Finjaer agrupados en torno a una gran mesa central.

    Finjaer estaba blanco como un sudario y su boca se retorca de dolor. Su mano

    derecha colgaba, roja de sangre.

    La abri usted! deca mi to con voz aterrada. Quera mirarla ms de cerca llorique el bondadoso Finjaer. Oh, mi mano!.. Oh, cmo me duele!

    Entonces vi, colocada sobre la mesa, una cajita de metal, que me pareci pesada

    y slida. La tapa estaba levantada y la cajita vaca.

    * * *

    El da de San Ambrosio yo estaba enfermo, como todos los nios golosos, porque el

    da anterior, por ser San Nicols, se atiborran de dulces, pasteles y otras chucheras.

    Tuve que levantarme por la noche, con la boca amarga, el vientre descompuesto

    y grandes ganas de vomitar. Pasado el malestar, mir por la ventana hacia la calle

    oscura y llena de viento, invadida por el silencio.

    10 La casa de mi to Kwansuys estaba casi enfrente de la nuestra y me qued asombrado

    al ver, a aquella hora avanzada, los estores de su dormitorio manchados de

    luz amarilla.

    "Est enfermo como yo", me dije, recordando con gran amargura la gran cantidad

    de pan de higo que haba recibido entre mis regalos de San Nicols.

    Y de pronto me ech hacia atrs, ahogando un grito de espanto.

    Una pequea sombra veloz corra sobre el estor, la sombra odiosa de una araa

  • gigantesca.

    Suba, bajaba, corra de ac para all en crculo, y, de pronto, dio un salto, desapareciendo

    de mi campo visual.

    Al otro lado de la calle se elevaron entonces voces de auxilio, aterrorizadas, que,

    sacudiendo el inmenso sueo del Ham, hicieron que se abrieran las ventanas de las

    casas y despus las puertas.

    Esa fue la noche que encontraron a mi to Frans-Pieter Kwansuys degollado en

    su cama.

    Segn me contaron despus, tena la garganta destrozada y la cara araada espantosamente.

    * * *

    Hered del to Kwansuys, pero, naturalmente, era demasiado joven para entrar en

    posesin de los bienes bastante estimables que me dejaba.

    Sin embargo, por deferencia hacia mi ttulo de futuro propietario, me dejaron

    vagar por la casa el da que los abogados hicieron all el inventario.

    Encontr el laboratorio fro, negro y ya cubierto de polvo, y me dije que cualquier

    da quiz encontrara placer en continuar el juego misterioso de las probetas y de los

    hornillos del pobre espagirista.

    De repente se me cort la respiracin, los ojos fijos en un objeto agazapado entre

    dos matraces de cristal, en un rincn.

    Era un grueso guante de hierro oscuro, que me pareca untado de grasa.

    Entonces de la bruma de mis recuerdos surgi un pensamiento claro, venido de

    no s dnde: la mano de hierro de Goetz von Berlichingen.

    Sobre la mesa se encontraba una de esas gruesas pinzas que sirven para agarrar

    las retortas calientes.

    Me apoder de l y levant el guantelete. Era tan pesado que mi mano se curv

    hacia el suelo.

    La ventana de la cueva, que se abra a ras del suelo de la calle, daba a un canal

    de aguas profundas que iba a desembocar ms lejos, en el Pas de la Lavandera.

    Con el brazo extendido llev all mi siniestro encuentro. Pero entonces tuve que

    hacer grandes esfuerzos para no gritar de terror abominable. La mano de hierro se

    puso a retorcerse con furia, mordiendo las pinzas de madera, cuyas astillas saltaron,

    11 y tratando de agarrarme los dedos. Se convulsion horrorosamente en un gesto de

    amenaza cuando yo la mantuve encima del agua.

    Cay en ella con un ruido enorme, y durante largos minutos, gruesos borbotones

    agitaron la onda tranquila, como si una respiracin monstruosa terminara all en

    medio de la desesperacin y el sufrimiento.

    * * *

    No me queda mucho ms que aadir a la extraa y terrible historia de mi querido

    to Kwansuys, que contino llorando con toda mi alma.

    No volv a ver ms al capitn Coppejans, que volvi al mar y cuyo barco se fue

    a pique, una noche de tempestad, en los Wadden de la Frise.

    La herida del bondadoso monsieur Finjaer se gangren. Hubo que amputar la

    mano y luego el brazo, lo que no le salv, porque al poco tiempo mora despus de

    enormes sufrimientos.

    Binus Compernolle, convertido en valetudinario muy rpidamente, no abandon

  • ya su lejana mansin del Muide, donde no reciba a nadie, tan triste y sucio estaba. En

    cuanto al doctor van Piperzele, al que vi algunas veces, afect no conocerme ya.

    Diez aos ms tarde se hicieron trabajos en el canal de Pas y dos obreros perdieron

    all la vida de una forma que an contina siendo inexplicable.

    Hacia la misma poca, tres crmenes, que quedaron impunes, ensangrentaron la

    calle Terre-Neuve, prxima al Ham. Se haba construido all una hermosa casa nueva

    por cuenta de tres hermanas, que la habitaron en cuanto se marcharon los constructores.

    A las tres se las encontraron estranguladas en su cama.

    Eran las ancianas seoras de Chouts, cuyo conocimiento hice en poca lejana.

    Abandon la casa del Ham, donde la muerte haba entrado y de donde haba

    huido toda alegra. All dej todo lo que me quedaba de la herencia de mi to: un

    busto de yeso de un guerrero romano con cota de malla. Pero me llev sus escritos,

    que an hojeo buscando algo; pero qu?

    12

    El Salterio de Maguncia LAS personas que van a morir dan, en general, poca forma a sus ltimas palabras.

    Presurosas de resumir toda su vida, someten sus frases a una concisin rigurosa.

    Sin embargo, en la cabina del radiotelegrafista de la trainera Nord-Caper, de Grimsby,

    Ballister iba a morir.

    En vano habase tratado de cegar las vas rojas por donde su vida se escapaba.

    No tena fiebre. Su forma de hablar era igual y rpida. No pareca ver los trapos ni

    la cubeta ensangrentados: su mirada segua imgenes lejanas y horribles.

    Reines, el radiotelegrafista, tomaba notas.

    Reines ocupa sus menores minutos de ocio en escribir cuentos y ensayos para

    efmeras revistas literarias; tan pronto como una de ellas nace en Paternster Raw,

    tngase por seguro que se leer el nombre de Archibald Reines entre sus colaboradores.

    No se asombren, pues, del sesgo un poco especial dado a este monlogo final de

    un marinero herido de muerte. La culpa de ello la tuvo Reines, literato sin gloria, que

    lo ha transcrito. Pero lo que yo certifico es que los hechos que aqu se narran son tales

    como Ballister los declar ante cuatro miembros de la tripulacin del Nord-Caper: el

    patrn, Benjamn Cormon; John Coperland, segundo de a bordo y maestro de pesca,

    servidor de ustedes; Ephrain Rose, mecnico, y Archibal Reines, ya nombrado.

    Ballister habl as:

    Fue en la taberna del Coeur Joyeux donde me reun con el maestro de escuela, donde se debati el caso y donde l me dio las rdenes.

    El Coeur Joyeux es una posada de barqueros ms que de marineros. Su miserable

    fachada se refleja en un puerto trasero de Liverpool, donde se amarran las pinazas

    de las aguas interiores.

    Yo miraba el plano perfectamente dibujado de una pequea goleta.

    Es casi un yate dije preparado para navegar mucho. Y esta popa bastante ancha, para los vientos de cara, nos permitir maniobrar bien.

    Adems, tiene un motor auxiliar dijo. Hice una mueca, porque siempre me ha gustado la navegacin a vela por deporte

    y por mi inmenso amor al mar.

    Astilleros Halett y Halett, Glasgow dije, ao de construccin mil novecientos nueve. Un conjunto admirable. Con seis hombres, sesenta toneladas se mantendrn

  • en el mar mejor que un paquebote.

    Puso cara de satisfaccin y pidi bebidas escogidas.

    Por qu le ha quitado el nombre de Hen-Parrot? le pregunt. Es un nombre simptico. Un voltil y un pjaro que siempre me han agradado mucho( 1).

    Pues, es un asunto de corazn, de gratitud, si lo prefiere mejor me respondi. As, pues, el barco se llamar El salterio de Maguncia. Muy extrao Pero, en

    13 el fondo, es original.

    El alcohol le hizo un poco ms locuaz:

    No se trata de eso dijo. Hace un ao, un to abuelo mo muri y me dej de herencia una maleta llena de libros viejos.

    Bah! Escuche! Los revolv sin gran entusiasmo. De pronto, uno de ellos atrajo mi atencin: era un incunable Cmo dice? Un incunable repiti. Se trata continu, con un poco de superioridad de un libro que data de los primeros aos de la imprenta. Y cul no sera mi estupor

    cuando reconoc la marca casi herldica de Fust y de Schaeffer! Estos nombres

    no le dirn nada a usted, sin duda. Fueron los socios de Gutenberg, el inventor de

    la imprenta, y el libro que yo tena entre las manos no era otro que un ejemplar rarsimo

    y esplndido del famoso Psautier de Mayence (El salterio de Maguncia), impreso

    hacia finales del siglo quince.

    Prest una corts atencin, dando a mi cara una expresin de falsa comprensin.

    Lo que le impresionar ms, Ballister continu, es que tal libro vala una fortuna.

    Oh, oh! exclam, interesado de pronto. S, un buen paquete de libras esterlinas, lo bastante grueso para adquirir el antiguo Hen-Parrot y pagar esplndidamente una tripulacin de seis hombres para

    que hagan la travesa que yo quiero realizar. Comprende usted ahora por qu quiero

    dar un nombre tan poco marinero a nuestra embarcacin?

    Le comprenda perfectamente y le felicit por su grandeza de alma.

    Sin embargo objet, encontrara ms lgico que le hubiese dado el nombre de ese querido to de la herencia.

    Estall en una carcajada desagradable, y me call, desconcertado por tal inconveniencia,

    procedente de un hombre instruido y educado.

    Partir usted de Glasgow dijo y conducir el barco por el North-Minch, hasta el cabo de Wrath.

    Malos parajes dije. Los he elegido porque usted los conoce, Ballister. Decir de un marino que l conoce ese horrible pasillo de agua que es el estrecho

    de North-Minch es la mejor alabanza que se le puede hacer. Mi corazn se estremeci

    de gozoso orgullo.

    Eso es verdad respond. Una vez estuve a punto de dejar la piel entre el Chicken y el Tiumpan Head.

    Hay al sur del Whath continu una pequea baha, muy resguardada, que slo conocen algunos arriesgados compaeros bajo un nombre que no figura en ningn

  • mapa: Big Toe.

    Le ech una mirada de admiracin y de asombro.

    14 Conoce usted eso? pregunt. Diablo!.. He aqu algo que le valdra gran consideracin entre los aduaneros y, probablemente, pualadas de ciertos mozos de

    la costa.

    Tuvo un gesto de indiferencia para mis palabras.

    Me incorporar a bordo en Big Toe. Y desde all..? Me indic una direccin Oeste exacta.

    Hum! exclam. Un rincn feo, un verdadero desierto de agua sembrado de pitones rocosos. No veremos mucho humo en su horizonte.

    Eso es lo que pretendo dijo. Gui un ojo, creyendo comprender.

    A m sus asuntos no me interesan dije desde el momento en que va a pagarme como ha dicho.

    Creo que est usted un poco equivocado respecto a mis asuntos, Ballister. Tienen un carcter digamos ms bien cientfico; pero son de tal categora que no quiero que los presencie ni me los robe ningn envidioso. Poco importa lo dems.

    Pago como he dicho: esplndidamente.

    Bebimos durante algunos minutos.

    Me senta un poco herido en mi dignidad de hombre de mar al tener que reconocer

    que una tabernucha de chapoteadores de agua dulce, como era el Coeur Joyeux,

    sirviera bebidas tan confortables.

    Despus, cuando abordamos la cuestin de la tripulacin, nuestra charla deriv

    por caminos extraos.

    Yo no soy marino dijo, con brusquedad. No cuente, pues, conmigo para ninguna maniobra. Pero llevar el mando. Soy maestro de escuela.

    Respeto mucho el saber dije, pero yo tampoco carezco de l en absoluto. Maestro de escuela? Perfecto, perfecto!..

    S, en el Yorkshire. Tuve un rasgo de buen humor.

    Eso me recuerda a Squeers dije, el maestro de escuela de Greta-Bridge, en el Yorkshire, de la novela de Dickens Nicholas Nickleby. Usted no tiene el tipo de ese

    mal hombre, sino ms bien Veamos! Djeme pensar un momento Mir largo rato su carita huesuda y obstinada, su hermosa y abundante cabellera,

    sus ojos de mono, su traje rado, pero limpio Ya caigo! exclam: Headstone, de L'ami commun. Al diablo! gru, un poco molesto. No estoy aqu para orle decir cosas desagradables de mi persona. Gurdese sus recuerdos literarios para s, monsieur

    Ballister. Necesito un marino, no una biblioteca. Para los libros, acudo siempre a una.

    Perdn respond, vejado, porque, por lo general, mis lecturas me colocan en el medio en que yo vivo. Yo no soy un bruto y usted no es el nico que ha recibido instruccin. Tengo mi ttulo de capitn de barco de cabotaje.

    15 Admirable dijo, como si se burlara.

  • Si no fuera por aquella estpida historia de robo de cables y sebo, que comet por bien poca cosa, no estara aqu discutiendo el sueldo de patrn de un sucio barcucho

    de sesenta toneladas.

    Se dulcific un poco.

    No he querido humillarle dijo, amable. Ser capitn de barco de cabotaje es algo.

    En efecto: matemticas, geografa, hidrografa de las costas, astronoma No puedo evitar el repetir una frase de Dickens: Todo en Ballister! Esta vez, se ech a rer alegremente.

    No le he pagado lo que usted vale, Ballister. Repite del whisky? Era mi punto flaco.

    Sonre a mi vez.

    Colocaron una nueva botella sobre la mesa y la desarmona desapareci como por

    encanto.

    Volvamos al asunto de la tripulacin dije. Escuche: est Turnip. Es un apellido extrao, pero quien lo lleva es un buen muchacho y mejor marinero. En su pasado, hum, hay un caso de muerte muy prxima. Es un inconveniente? En absoluto. Perfecto, entonces. Lo contratar por un sueldo razonable, sobre todo si embarca usted un poco de ron. Oh! Ron barato, l no mira la calidad siempre que la

    cantidad sea abundante. Est tambin Steevens, el flamenco. No habla nunca, pero

    a l le gusta tanto romper una cadena de amarre como a usted morder un trozo de

    tubo de una pipa de Holanda.

    Tambin una ridcula historia de muerte, verdad? Pues no Pero no sera improbable algo equivalente. Vaya por Cmo dice que se llama? Steevens. Steevens Caro? En absoluto. Se le convence con tocino salado y galletas. Y el jamn curado, si lo compra usted para las provisiones de a bordo.

    Media tonelada, si quiere usted. Ser su esclavo. Ahora podra proponerle Walker, pero es muy feo. Es usted un humorista. Ballister! Es que su cara, donde falta la mitad de la nariz, un poco de barbilla y una oreja entera, no es muy agradable de mirar para quien no est acostumbrado al museo de

    horrores de madame Tussaud. Sobre todo que esa operacin fue hecha un poco a la

    ligera, por marineros italianos que estaban con mucha prisa.

    Y adems de ese, mi querido amigo? Dos excelentes muchachos tambin: Jellewyn y Friar Tuck. Walter Scott despus de Dickens!

    16 No quera decirlo, pero puesto que usted lo ha indicado Pues bien, Friar Tuck. No le conozco ms que ese nombre. Es un poco cocinero, una especie de Matre

    Jacques del mar.

    Es magnfico dijo. Monsieur Ballister, no puedo felicitarme bastante de haber encontrado un hombre tan inteligente y culto como usted.

  • Jellewyn y Friar Tuck no se separan jams. Quien ve al uno, ve al otro; quien contrata al uno, contrata al otro al mismo tiempo. Son seres complementarios.

    Me inclin hacia l como para hacerle una confidencia.

    Individuos un poco misteriosos. Se dice que Jellewyn tiene sangre real en sus venas y que Friar Tuck sera, por tanto, un mayordomo leal que le sigue por todas

    partes en la desgracia.

    El sueldo estar en proporcin a ese misterio, no? Exactamente. Hay razones para creer que ese prncipe destronado ha conducido su automvil en su tiempo. Es, pues, el ms a propsito para ocuparse de su

    motor auxiliar.

    Fue en ese momento cuando ocurri un pequeo intermedio bastante incoherente

    en cuanto a la marcha de las cosas de este relato, pero que recuerdo con cierto malestar.

    Un pobre diablo acababa de entrar en la taberna, empujado por el viento nocturno.

    Era una especie de payaso enflaquecido, empapado por la lluvia; un verdadero

    desecho humano, lavado y desteido por todas las miserias del mar y de los puertos.

    Pidi una copa de ginebra y se la llev a los labios con ansiedad. De pronto, o

    un ruido de cristales rotos y vi al payaso, con las manos en el aire, mirar a mi compaero

    con un terror indecible. Luego, de un salto, gan la borrasca exterior sin recoger

    el cambio de la media corona que haba depositado sobre el mostrador. Yo no

    creo que el maestro de escuela se diese cuenta del incidente; por lo menos, no lo

    demostr. Pero yo me pregunto an qu razn formidable empuj a aquel pobre

    entre los pobres a perder su dinero, a regar el suelo con su ginebra y a huir a la calle

    glacial, cuando en el bar haca una temperatura ideal.

    * * *

    A los primeros das de una primavera extremadamente agradable, el estrecho de

    North-Minch se abri ante nosotros como un fraternal abrazo.

    Algunas corrientes rabiosas se desplegaban an solapadamente, pero se las detectaba

    en sus olas verdes, ondulosas como troncos de reptiles mutilados.

    Una de esas curiosas brisas del Sudeste, que no soplan ms que desde un ngulo,

    nos trajo, desde doscientas millas ms all, el perfume de las primeras florescencias

    y de las lilas precoces de Irlanda y ayudaron al motor auxiliar a empujarnos hacia

    el Big Toe.

    All, claro est, el modo y la cancin cambiaron.

    17 Los remolinos se hundan en el agua, silbando como sirenas de vapor. Nosotros

    los evitbamos con gran trabajo. Un derelickt, verde como un banco de csped, arrancado

    de lo ms profundo del Atlntico, surgi casi de debajo de la sobarba de nuestro

    navo, y fue a estrellarse, en un sombro sol de podredumbre, contra una muralla

    de rocas.

    Veinte veces estuvimos a punto de ver El salterio de Maguncia desmantelado como

    si una navaja gigantesca le hubiese pasado por encima. Afortunadamente, se trataba

    de un magnfico velero. Capeaba el temporal con una elegancia propia de un verdadero

    gentleman del ocano. Una calma de algunas horas nos permiti poner el

    motor auxiliar a toda marcha y franquear el minsculo paso del Big Toe, en el preciso

    momento en que una nueva clera de la marea acuda en nuestra estela, en un

    polvo verde de agua flagelada.

  • Nos encontramos aqu en mar poco hospitalario haba confiado a mis hombres . Si los guardias de la costa nos encuentran, tendremos que dar explicaciones, y, como antes de haber comprendido, tratarn de que nos marchemos, ser preciso

    que nos ayudemos con armas convenientes.

    En efecto, los guardias de la costa hicieron su aparicin, pero fue para desgracia

    suya, aunque aquello nos pareci tan turbador como incomprensible.

    * * *

    Haca ocho das que habamos anclado en aquella pequea baha, ms tranquila que

    un estanque de patos.

    La vida nos era agradable.

    El aprovisionamiento del barco en comestibles y en bebidas era digno de un yate

    de fama.

    En doce brazadas a nado o en siete remazos de barca se abordaba una playita de

    arena rojiza donde manaba un arroyuelo de agua dulce, helado como un verdadero

    Schweppes.

    Turnick se dedicaba a la pesca; Steevens se adentraba en el hinterland, formado

    de landas salvajes y desiertas. A veces, siguiendo los caprichos del viento, se oan los

    latigazos de su escopeta.

    Traa perdices, gallos silvestres, a veces una liebre de potentes patas y siempre

    deliciosos conejos de los matorrales, de carne perfumada.

    El maestro de escuela no apareci.

    Nos preocupamos poco de eso. Nos haban entregado de antemano una paga de

    seis semanas en buenos billetes de una libra y de seis chelines. Y Turnick afirmaba

    que l no desaparecera ms que con la ltima gota del ron de a bordo.

    Una maana las cosas se echaron a perder.

    Steevens acababa de llenar un tonel de agua fresca, cuando un sonido agudo vibr

    por encima de su cabeza y, a unos centmetros de su cara, un trozo de roca salt

    18 hecho aicos. Steevens era un hombre flemtico. Sin darse prisa, entr en la ensenada,

    observ un hilillo de humo azul que se elevaba de una fisura de la roca, desde

    los disparos agresivos que golpeaban la superficie del agua a sus costados y alcanz

    tranquilamente a nado el navo. Entr en la cabina donde la tripulacin se

    hallaba medio dormida y dijo:

    Estn disparando contra nosotros. Dos, tres golpes secos contra los flancos de nuestro barco corroboraron su frase.

    Yo descolgu un mosquetn del armero y sub al puente.

    Hice un saludo instintivo a la bala que pasaba. Un segundo ms tarde, un puado

    de astillas de madera salt en el aire y el rodillo de bronce del palo de cangreja

    son cuando se aplast contra l un lingote de plomo.

    Alc mi escopeta hacia la fisura de la roca que Steevens me indicaba y de donde

    salan las copiosas humaredas de una anticuada plvora negra, cuando el tiroteo ces

    repentinamente y fue reemplazado por vociferaciones y gritos de pavor.

    Un golpe sordo son lgubremente en la playa rojiza.

    Me tambale horrorizado: un hombre acababa de aplastarse all, al caer de una

    altura de noventa metros, desde el acantilado en pico. Su cuerpo destrozado se hundi

    casi por completo en la arena. Reconoc en l el basto traje de cuero de los piratas

  • provocadores de naufragios del cabo Wrath.

    Mis ojos se apartaron apenas de la masa inmvil y manchada cuando Steevens

    me toc en el hombro.

    Una segunda persona viene dijo. Una forma dislocada y ridcula caa desde lo alto del cielo al suelo. Aquello se

    asemejaba a la cada desarticulada y precipitada de los enormes pjaros que el plomo

    ha herido a gran altura, los cuales, vencidos por el peso y traicionados por el aire,

    se derrumban sin prestigio.

    Por segunda vez la arena son con ruido atroz y pesado. Esta vez, una figura

    patibularia se estremeci durante algunos segundos entre grandes remolinos prpuras,

    cara al sol.

    Steevens levant lentamente la mano hacia la cresta del acantilado.

    Otro ms dijo, con voz ligeramente alterada. Aullidos salvajes resonaron en lo alto de las rocas. Inmediatamente vimos el busto

    de un hombre dibujarse en el cielo, debatirse contra algo invisible, hacer un gesto

    desesperado y luego volar por los aires como lanzado por una catapulta. Su cuerpo

    se estrell al lado de los otros dos cuando su grito an sonaba en el ambiente, descendiendo

    hacia nosotros en un lento eco de desesperacin.

    Permanecimos inmviles.

    Es lo mismo dijo Jellewyn. Ellos queran nuestra piel; sin embargo, me gustara vengar a esos pobres diablos. Quiere prestarme su mosquetn, monsieur

    Ballister?.. Friar Tuck, ven aqu.

    La cabeza rapada del interpelado emergi de las profundidades del navo.

    19 Friar Tuck vale lo que un perro de caza explic Jellewyn, con un poco de condescendencia. O, mejor dicho, vale como diez. Huele la caza desde muy lejos. Es un fenmeno. Qu piensas t de esta caza, viejo?

    Friar Tuck despleg su redondeada y masiva figura y rod ms que march hacia

    el barandal del puente.

    Su mirada aguda escrut los aplastados cadveres, dio un profundo suspiro de

    asombro y un tinte terroso invadi su cara.

    Friar dijo Jellewyn con sonrisa nerviosa, t has visto muchos otros; sin embargo, has palidecido como una jovenzuela.

    Eh?.. No respondi sordamente el marinero. No es eso Hay algo feo all. Hay De repente, grit:

    Tire sobre el boquete, monseor All, all!.. Rpido! Jellewyn se volvi furioso:

    Tuck, te he prohibido que me des ese condenado apelativo. El hombre reprendido no respondi. Movi la cabeza.

    Demasiado tarde dijo. Ha pasado. Qu? pregunt. Pues lo que espiaba dentro del boquete dijo, tontamente. Qu era? Friar, Tuck me ech una mirada solapada.

    No lo s. Adems, ha pasado.

  • No pude continuar con mi interrogatorio. Dos silbidos estridentes resonaron en

    lo alto de las rocas. Luego, una sombra se agit en el umbral del boquete.

    Jellewyn alz el arma. Yo lo apart.

    Ponga ms atencin, qu diablo! De lo alto del boquete, por una especie de sendero que no habamos visto, el

    maestro de escuela descenda hacia la playa.

    * * *

    Se haba reservado al maestro de escuela un hermoso camarote a popa, y yo haba

    transformado el saln contiguo en una confortable habitacin con dos literas.

    Desde su llegada a bordo, se encerr en su camarote, pasando el tiempo en

    consultar un montn de libros. Una o dos veces por da suba al puente, haca que

    le llevaran el sextante y minuciosamente haca una observacin.

    Marchbamos hacia el Noroeste.

    Hemos puesto rumbo a Irlanda dije a Jellewyn. Mir atentamente una carta marina y garabate una indicacin y una cifra.

    No lo creo. Ms bien hacia Groenlandia. Bah! gru. Tanto da lo uno como lo otro

    20 Y l lo aprob con la misma indiferencia.

    Habamos abandonado la baha de Big Toe con tiempo esplndido, dejando, detrs

    de nosotros, que los montes de Ross se calentasen sus jorobas al sol saliente.

    Nos cruzamos aquel da con un barco de las Hbridas, tripulado por caras aplastadas(

    1) que nosotros injuriamos copiosamente. Por la tarde, un velero, con todas las

    velas desplegadas, se perfil en el horizonte.

    Al da siguiente el mar se enfureci. Vimos a estribor un vapor dans que, en

    medio del viento, luchaba contra las olas. Iba rodeado de tal cantidad de humo que

    no pudimos leer su nombre.

    Este fue el ltimo barco que vimos.

    Es verdad que, al despuntar la aurora del tercer da, observamos dos humaredas

    hacia el Sur, pero Walker dijo que era un aviso de la marina britnica, y eso fue todo.

    El mismo da vimos resoplar a lo lejos un orkue, y su grave contrabajo son hasta

    nosotros. Esa fue la ltima manifestacin de vida alrededor de nuestro barco.

    El maestro de escuela me invitaba por las noches a tomar una copa en su camarote.

    l no beba. Ya no era el locuaz compaero de la taberna del Coeur Joyeux, pero

    continuaba siendo un hombre correcto y bien educado, porque nunca dejaba mi copa

    vaca y, mientras yo beba, tena la mirada fija en sus libros.

    Debo confesar que de estas jornadas conservo pocos recuerdos.

    La vida era montona; sin embargo, la tripulacin me pareci inquieta, tal vez

    debido a un intermedio un poco brusco que hubo una tarde.

    Fuimos atacados, al mismo tiempo pudiera decirse, por violentas nuseas, y Turnip

    grit que habamos sido envenenados.

    Le orden severamente que se callara.

    Es preciso decir que ese malestar pas pronto. Un repentino huracn nos oblig

    a hacer una ruda maniobra que nos hizo olvidarlo todo.

    La aurora se levant sobre el octavo da de viaje.

    * * *

  • Encontr caras preocupadas y duras.

    Conoca esas caras. En el mar, no dicen nada que valga la pena.

    Denotan un sentimiento de inquietud, gregario y hostil, que agrupa a los hombres,

    los hace fundirse juntos en un mismo miedo o en un mismo odio; una fuerza

    maligna les sirve de ambiente y envenena la atmsfera del navo.

    Fue Jellewyn quien tom la palabra.

    Monsieur Ballister dijo, queremos hablarle y, sobre todo, queremos hablar al amigo, al gran camarada que es usted para todos nosotros, ms que al capitn.

    Magnfico prembulo dije, un poco burln. Es precisamente porque es usted un amigo por lo que prescindimos de los for-

    21 mulismos gru Walker, y su espantosa cara se torci. Hablen dije escuetamente. Hay algo que no marcha bien a nuestro alrededor continu Jellewyn, y lo peor es que ninguno de nosotros puede explicar lo que es.

    Ech una mirada sombra a mi alrededor y, bruscamente, les alargu la mano.

    Es cierto, Jellewyn; lo siento como ustedes. Las caras se serenaron. Los hombres encontraban un aliado en su jefe.

    Mire el mar, monsieur Ballister. Lo he observado como ustedes dije, bajando la voz. Oh, s! Desde haca dos das yo vea El mar haba adquirido un aspecto inslito que, a pesar de mis veinte aos de

    navegacin, no recordaba haber visto en ninguna latitud.

    Lo atravesaban estras ligeramente coloreadas; a veces lo agitaban remolinos repentinos

    y ruidosos; ruidos desconocidos, parecidos a risas, surgan de pronto de una

    marejada que cesaba bruscamente, haciendo volverse a los hombres con movimientos

    de terror.

    Adems, ya no nos sigue ningn pjaro murmur Friar Tuck. Era cierto.

    Ayer noche dijo, con su voz grave y pausada, un grupito de ratones que anidaban en el paol de los vveres, subieron corriendo al puente y luego, en bloque,

    se arrojaron al agua. Jams haba visto cosa parecida.

    Jams! dijeron todos los marineros, como un eco lgubre. Yo he hecho la ruta por estos parajes ms de una vez dijo Walker y hacia la misma poca. Esto debera estar negro de negretas, y manadas de marsoplas deberan

    seguirnos desde la maana a la noche. Las ven ustedes?

    Observ usted el cielo ayer noche, monsieur Ballister? me pregunt Jellewyn en voz baja.

    No confes, y deb de enrojecer un poco. Haba bebido enormemente en la compaa silenciosa del maestro de escuela y

    no me hallaba en condiciones de subir al puente, abatido por una borrachera tremenda

    que me atenazaba an las sienes con un resto de dolor de cabeza.

    Adnde diablos nos lleva ese hombre? pregunt Turnip. Adnde diablos, s? afirm Steevens, el taciturno. Todos haban dado su opinin.

    Yo tom una resolucin repentina.

  • Jellewyn dije, esccheme: yo soy aqu el patrn, es cierto; pero no tengo vergenza en confesar delante de todos que usted es el ms inteligente de a bordo

    y s tambin que es usted un marino poco corriente.

    Tuvo una sonrisa afligida.

    Sea dijo. Creo que usted sabe de esto ms que nosotros.

    22 No respondi con franqueza. Pero Friar Tuck es un fenmeno bastante curioso. Como ya les he dicho, presiento algunas cosas sin poder explicarlas. Tiene,

    como dira yo, un sentido ms que nosotros: el sentido del peligro. Friar Tuck, habla.

    S poco respondi la voz grave, casi nada, aparte de que algo est a nuestro alrededor, algo peor que todo, peor que la muerte.

    Nos miramos con terror.

    El maestro de escuela continu Friar Tuck, pareciendo buscar con todo cuidado sus palabras, no es extrao a eso. Jellewyn grit, yo no tengo valor para ello; pero vaya usted a decrselo. De acuerdo dijo. Baj. Le omos llamar a la puerta del camarote del maestro de escuela, llamar una

    y otra vez. Luego, abrir la puerta.

    Transcurrieron unos minutos de silencio.

    Jellewyn subi. Estaba plido.

    No est all dijo. Busquemos por todo el barco. Aqu no hay escondrijo que pueda ocultar por mucho tiempo a un hombre.

    Buscamos, pues, uno a uno; volvimos a subir al puente y nos contemplamos

    mutuamente con aprensin.

    El maestro de escuela haba desaparecido.

    * * *

    Al caer la noche, Jellewyn me hizo seas de que fuera a cubierta y me mostr la flecha

    del mstil mayor.

    Creo que ca de rodillas.

    Un cielo extrao se abovedaba sobre el mar rugiente; las constelaciones familiares

    haban desaparecido; astros desconocidos, en agrupaciones geomtricas nuevas,

    brillaban dbilmente en un abismo sideral de un negro escalofriante.

    Jess! exclam. Dios! Dnde estamos? Espesas nubes invadan el cielo.

    Esto va mejor dijo Jellewyn tranquilamente. Los dems pudieran haberse dado cuenta y volverse locos. Dnde estamos?.. Lo s acaso?.. Demos marcha

    atrs, monsieur Ballister, aunque, segn mi opinin, sea intil.

    Me cog la cabeza entre las manos.

    Desde hace dos das la brjula est inerte murmur. Ya lo saba respondi Jellewyn. Dnde estamos?.. Dnde estamos? Tenga calma, monsieur Ballister dijo, un poco irnico. Usted es el capitn, no lo olvide. Yo no s dnde estamos. Podra emitir una hiptesis. Es una palabra

    sabia que cubre una imaginacin a veces demasiado audaz.

    Qu importa respond. Prefiero or relatos de brujas y de diablos antes que

  • 23 ese desmoralizador "no s nada".

    Probablemente estamos en otro plano de la existencia. Usted tiene conocimientos de matemticas; ellas le ayudarn a comprender. El mundo tridimensional que

    es el nuestro est perdido seguramente para nosotros y yo definira este como el

    mundo de la ensima dimensin, lo cual es muy vago. En efecto, estaramos transportados,

    por efecto de una inconcebible magia o de una monstruosa ciencia, sobre

    Marte, o sobre Jpiter, o hasta sobre Aldebarn, lo cual no nos impedira ver, en ciertas

    regiones del cielo, alumbrarse las constelaciones que percibimos desde la tierra.

    Pero y el sol? aventur. Una similitud, una coincidencia del infinito, una especie de astro equivalente tal vez respondi. Adems, esas no son ms que suposiciones, palabras, cosas huecas, y puesto que nos ser permitido, creo, morir en este mundo extrao lo mismo

    que en el nuestro, estimo que podemos conservar la calma.

    Morir, morir exclam. Defender mi pellejo! Contra quin? pregunt socarrn. Es verdad aadi que Friar Tuck hablaba de cosas peores que la muerte, si existen consejos u opiniones que no hay

    que desdear en el peligro, esas son las suyas.

    Volv a lo que l llamaba su teora.

    La ensima dimensin? Por amor de Dios respondi, nervioso no d a mi pensamiento una importancia tan real. Nada prueba que la creacin sea posible fuera de nuestras tres vulgares

    dimensiones. Lo mismo que no descubrimos seres idealmente planos, que se

    alzan del mundo de las superficies, o lineales de una sola dimensin, tampoco somos

    discernibles a las entidades, si las hay, que poseen ms que nosotros. No me

    encuentro con nimos en estos momentos, monsieur Ballister, de darle un curso de

    hipergeometra; pero lo que s es cierto para m es que un espacio, diferente del nuestro

    propio, existe. Por ejemplo, el que nuestros sueos nos hacen discernir y que

    presenta, en un plano nico, el pasado, el presente y, quiz, el futuro; el mundo mismo

    de los tomos y de los electrones, con astros turbulentos; los espacios relativos

    e inmensos de las vidas vertiginosas y misteriosas Hizo un gran gesto de hasto.

    Cul fue el fin de este enigmtico maestro de escuela al conducirnos a estos parajes del diablo?.. Cmo y, sobre todo, por qu desapareci?

    De pronto, me di un golpazo en la frente. Acababa de recordar al mismo tiempo

    la expresin de terror de Friar Tuck y la del desgraciado payaso en la taberna del

    Coeur Joyeux.

    Se lo cont a Jellewyn.

    Movi lentamente la cabeza.

    Sin embargo, es preciso que no exageremos este poder ms o menos aprensivo de mi amigo. Desde el primer da, Friar Tuck me dijo, al ver al pasajero: "Este

    hombre me produce el efecto de un muro infranqueable detrs del cual debe de pa-

    24 sar algo inmenso y terrible". No le pregunt ms. Era intil. l no saba ms. Su oculta

    percepcin se traduce por una imagen y, sin duda, se impone as en su cerebro. l

    no podra analizarla absolutamente. Esta aprensin de Friar Tuck data de ms lejos.

  • Desde que supo el nombre de nuestro velero, se mostr preocupado, diciendo que

    haba mucho sarcasmo bajo eso. Y como pienso en ello ahora, le recordar que en

    astrologa los nombres de los seres y de las cosas tienen un papel de anteplano. Ahora

    bien: la astrologa es una ciencia de la cuarta dimensin, y sabios como Nordmann

    y Lewis comienzan a darse cuenta con pavor de que los arcanos de esta sabidura

    milenaria y los de la ciencia moderna de las radioactividades, as como los del hiperespacio,

    completamente nueva, son hermanas trigemelas.

    Me daba cuenta de que Jellewyn discurra as para intentar tranquilizarse l mismo,

    como si quisiera explicar el mundo que nos rodeaba, su razn, su esencia natural,

    creyendo vencer de esta forma el terror que vena hacia nosotros desde el fondo

    del horizonte de palastro negro.

    Cmo marcharemos? pregunt, despojndome de casi toda autoridad. Hacemos ruta estribo amura dijo. La brisa me parece muy igual. Nos resguardaremos en lugar seguro? Para qu? Sigamos nuestro camino. Es preferible que corramos algunos riesgos. Pongamos el parche antes que nos salga el grano.

    Walker, para comenzar, tomar el timn dije. Tendr que procurar apartarse de las espumas.

    Si tropezamos con un pitn escondido bajo el agua, nos hundiremos.

    Bah! exclam Jellewyn. Quiz esa fuese la mejor solucin para todos nosotros. No crea que lo dijera de verdad.

    Si el peligro inminente y salvado afirma la autoridad de un jefe, el ignorado lo

    pone al nivel de sus hombres.

    Aquella noche todo el mundo se instal en el exiguo saln que me serva de camarote.

    Jellewyn nos regal, aparte de su propia reserva, dos damajuanas que contenan

    un ron esplndido, que sirvi para hacer un ponche monstruo.

    Turnip se puso de un humor estupendo y empez a contar una historia interminable

    de dos gatos, de una muchacha y de una villa en Ipwich, historia en la que l

    haba interpretado un papel importante.

    Steevens se haba confeccionado unos sandwiches fantsticos con bizcochos y carne

    de lata.

    Un espeso humo de cigarrillos amontonaba una densa niebla alrededor de la lmpara

    de petrleo, suspendida inmvil del cuadrante.

    La atmsfera era agradable y familiar. A causa del ponche, iba muy pronto a rerme

    de los cuentos azules que Jellewyn me haba servido antes.

    Walker se llev su parte de ponche caliente en un termo y, cogiendo una linter-

    25 na encendida, nos dese buenas noches y subi a ocupar su puesto.

    Mi reloj dio lentamente las nueve.

    Un movimiento acentuado del navo nos hizo comprender que el mar estaba ms

    picado.

    Tenemos poca tela fuera dijo Jellewyn. Aprob silenciosamente con la cabeza.

    La voz de Turnip ronroneaba montona, dirigindose a Steevens, que escuchaba

    triturando bizcochos entre las muelas esplndidas de su dentadura.

    Vaci mi vaso y se lo present a Friar Tuck para que me lo volviera a llenar, cuando

  • vi la expresin huraa de su fisonoma. Su mano apretaba la de Jellewyn, y ambos

    parecan estar escuchando algo.

    Qu..? empec a preguntar. Pero en ese momento una ruidosa imprecacin estall por encima de nuestras

    cabezas, seguida de una carrera precipitada de pies desnudos hacia el puente. Luego,

    un grito estremecedor.

    Nos miramos aterrorizados.

    Una llamada estridente, una especie de tirolesa, se oy a lo lejos, en el mar.

    Ya, como un solo hombre, habamos corrido al puente, atropellndonos en la

    oscuridad.

    Sin embargo, todo estaba tranquilo. El velamen ronroneaba gozoso; junto a la

    barra del timn, la linterna luca con hermosa llama, iluminando la forma rechoncha

    del termo abandonado.

    Pero no haba nadie en el timn!

    Walker!.. Walker!.. Walker!.. gritamos hasta ahogarnos. Muy lejos, hacia el horizonte guateado por las brumas nocturnas, nos respondi

    la misteriosa tirolesa.

    La inmensa noche silenciosa se haba tragado, para siempre, a nuestro pobre

    Walker.

    * * *

    Una aurora siniestra, violcea, como la rpida noche de las sabanas tropicales, sigui

    a aquella noche fnebre.

    Los hombres, abrumados por un insomnio angustioso, miraban el fuerte mar de

    fondo. El navo baqueteaba frenticamente entre la espuma de las erizadas olas.

    Un ancho agujero practicado en una de nuestras velas cuadradas, hizo que Steevens

    abriese el paol de las velas para sustituirla.

    Friar Tuck sac su aguja y se dispuso a hacer un concienzudo remiendo.

    Todos los movimientos eran instintivos, mecnicos y morosos. De cuando en

    cuando, yo daba un golpe al timn, murmurando:

    Y para qu?.. Despus de todo, para qu?

    26 Turnip, sin haber recibido ninguna orden, subi al palo mayor. Le segu maquinalmente

    con los ojos hasta la verga ms alta. Luego, el velamen lo ocult a mis ojos.

    De pronto le omos gritar salvajemente:

    De prisa! Suban! Hay alguien en el palo mayor! Hubo un ruido fantstico de lucha area; luego, un aullido de agona y, al mismo

    tiempo, igual que habamos visto caer los cuerpos de los piratas del Wrath desde

    la cima del acantilado, una forma rpida piruete alto, en el aire, y cay lejos, en

    las olas.

    Maldicin! rugi Jellewyn, subiendo a la arboladura seguido de Friar Tuck. Stevens y yo habamos dado un salto en direccin a la nica barca de salvamente.

    Ya los musculosos brazos del flamenco la deslizaba hacia el agua, cuando nos

    quedamos clavados de estupor y de espanto. Algo gris, brillante e indistinto como

    cristal rode de pronto el bote, las cadenas saltaron, una fuerza desconocida hizo que

    el velero se inclinara hacia babor, una ola terrible invadi y cubri el puente y se

    meti en el paol de las velas an abierto.

  • No qued rastro alguno del bote de salvamento, aspirado por el abismo.

    Jellewyn y Friar Tuck descendieron del palo mayor.

    No haban visto a nadie.

    Jellewyn cogi un trapo y se limpi las manos, temblando. Haba encontrado la

    verga y las jarcias salpicadas de sangre tibia.

    Con voz desgarrada, recit las plegarias de los muertos, entremezclando a las

    santas palabras maldiciones en direccin al Ocano y al misterio.

    * * *

    Muy tarde subimos al puente.

    Jellewyn y yo, decididos a pasar la noche juntos en el timn.

    Creo que, en cierto momento, me ech a llorar y mi compaero me golpe cariosamente

    la espalda. Luego renaci un poco de calma, y encend la pipa.

    No tenamos nada que decirnos. Jellewyn pareca dormido en el timn; yo tena

    la mirada perdida en las tinieblas.

    De pronto, me qued helado por un espectculo inaudito. Acababa de inclinarme

    sobre la barandilla de babor y me alc, lanzando una exclamacin ahogada.

    Ha visto usted, Jellewyn, o es que estoy ofuscado? No, seor respondi, muy bajo. Ha visto usted perfectamente; pero, por amor de Dios, no diga nada a los otros. Sus cerebros estn ya muy cerca de la locura.

    Me fue preciso hacer un gran esfuerzo para volver al empalletado.

    Jellewyn se puso a mi lado.

    El fondo del mar acababa de ser abrazado por un amplio fulgor que se extenda

    por debajo del navo. La claridad se deslizaba bajo la quilla e iluminaba por debajo

    las velas y el cordelaje.

    27 Tenamos aspecto de estar en un barco de teatro, iluminado por unas candilejas

    invisibles, construidas por llamas movedizas de bengala.

    Fosforescencia? aventur. Mire me sopl Jellewyn. El agua se haba vuelto transparente como una bola de cristal.

    A enorme profundidad vimos grandes macizos oscuros de formas irreales. Eran

    casas solariegas de torres inmensas, cpulas gigantescas, calles terriblemente rectas,

    bordeadas de edificios frenticos.

    Pareca que estbamos sobrevolando, a una altura fantstica, una ciudad espantosamente

    industrial.

    Dirase que se nota movimiento murmur, angustiado. S me sopl mi compaero. Porque aquello hormigueaba de una masa amorfa, de seres de contornos mal

    definidos que se dedicaban a yo no s qu tarea febril e infernal.

    Atrs! aull de pronto Jellewyn, tirndome brutalmente del cinturn. Del fondo del abismo acababa de surgir uno de esos seres a una velocidad increble

    y, en menos de un segundo, su sombra inmensa nos ocult la ciudad submarina.

    Era como una mancha de tinta expandindose instantneamente a nuestro alrededor.

    La quilla recibi un golpe tremendo. En la claridad escarlata vimos tres enormes

    tentculos, de una altura de tres mstiles superpuestos, golpear furiosamente el espacio

    y una formidable cara de sombra, agujereada de dos ojos de mbar lquido, se

  • iz a la altura de la muralla de babor y nos ech una mirada aterrorizadora.

    Aquello dur menos de un par de segundos. Una brusca marejada atac de travs.

    Pronto! grit Jellewyn. La barra de estribor! Era tiempo: rotos los amantillos, el palo de cangreja cort el aire como una hacha,

    y el palo mayor cruji a punto de partirse. Las drizas saltaron con sonido claro

    de cuerdas de arpa.

    La formidable visin habase evaporado y el agua ruga, jabonosa.

    A estribor, bajo el viento, el fulgor corra como una franja ardiente bajo las galopantes

    olas. Luego, desapareci.

    Pobre Walker, pobre Turnip! murmur Jellewyn, ahogando un sollozo. La campana son en el puesto de mando: el cuarto de hora de guardia de medianoche

    empezaba.

    * * *

    Sigui una maana sin acontecimientos.

    El cielo permaneci cubierto de una nube espesa, inmvil, de un sucio tinte ocre.

    Haca un fro relativo.

    Hacia medioda me pareci ver, tras la alta bruma, una mancha luminosa que

    28 hubiera podido tomarse por el sol. Resolv determinar esta posicin, aunque, segn

    Jellewyn, aquello no significaba nada.

    La mar estaba fuerte. Yo trataba de retener el horizonte, pero olas cada vez ms

    frecuentes corran dentro de mi campo visual, y el horizonte se confunda con el cielo.

    Sin embargo, llegu a conseguirlo. Pero buscaba en el espejo del sextante la mancha

    luminosa cuando vi que, delante de ella, palpitaba a gran altura una especie de

    banderilla lechosa.

    Del fondo de las profundidades nacaradas del hielo algo salt hacia m. El sextante

    salt en el aire; yo recib un violento golpe en la cabeza Luego o gritos, ruido de lucha, gritos otra vez * * *

    Yo no estaba, propiamente hablando, desvanecido. Estaba tirado en el puente y un

    interminable voltear de campanas taan en mis odos. Hasta cre escuchar la grave

    sonoridad del Big Ben en las noches sobre el Tmesis.

    A esos ruidos agradables se superponan rumores ms inquietantes, pero ms

    lejanos.

    Iba a hacer un esfuerzo para ponerme en pie cuando sent que me agarraban y

    me alzaban.

    Me puse a aullar y a batallar con todas las fuerzas recobradas de pronto.

    Dios sea alabado! exclam Jellewyn. No est muerto, no. Intent levantar un prpado que pesaba como una tapadera de plomo.

    Un trozo de cielo amarillo apareci cruzado por jarcias oblicuas. Luego vi a Jellewyn

    zigzagueando como un ebrio.

    Por amor de Dios, qu ha sucedido? pregunt con voz plaidera, porque la cara del marino estaba baada en lgrimas.

    Sin responder, me condujo al camarote.

    Vi que una de las dos literas estaba ocupada por una masa inmvil.

    A la vista de eso recobr todo el conocimiento. Me llev las manos al corazn.

  • Acababa de reconocer la cabeza completamente aplastada de Steevens.

    Jellewyn me oblig a beber.

    Es el fin le o murmurar. El fin, el fin repet estpidamente, intentando comprender. Puso compresas frescas en la cara del marinero.

    Dnde est Friar Tuck? pregunt. Jellewyn estall en sollozos convulsivos:

    Como a los otros no le volveremos a ver jams! Me cont, con voz entrecortada por las lgrimas, lo poco que saba.

    Todo haba pasado con una rapidez loca, como todos los dramas sucesivos que

    formaban nuestra existencia actual.

    29 Estaba abajo ocupado en verificar el engrasador cuando oy llamadas angustiosas

    en el puente.

    Cuando lleg all, vio a Steevens debatindose con furia como en el centro de una

    burbuja de plata; luego, derrumbarse y quedar sin movimiento. La aguja y el hilo

    de Friar Tuck, que empleaba para coser la vela, estaban esparcidos alrededor del palo

    mayor. l no se hallaba ya all. La barandilla de babor estaba impregnada en sangre

    fresca. Yo me encontraba tendido sin conocimiento sobre el suelo del puente. l no

    saba nada ms.

    Cuando Steevens recobre el sentido, nos lo contar todo murmur dbilmente. Recobrar el sentido! exclam amargamente Jellewyn. Su cuerpo no es ms que un horrible saco, una amalgama de huesos rotos y de rganos hechos jirones. Su

    constitucin de gigante le permite respirar an; pero se puede decir que est muerto,

    tan muerto como los otros.

    Dejamos ir al Salterio a su albedro. Ya no llevaba ms que una arboladura reducida

    y perda tanto a la deriva que casi no andaba.

    Todo parece demostrar que el peligro est, sobre todo, en el puente dijo Jellewyn, como hablando consigo mismo.

    Cuando lleg la noche, nos encerramos en mi saln-camarote.

    La respiracin de Steevens era difcil y penosa de or. Era preciso todo nuestro

    tiempo para limpiarle la baba sanguinolenta que le corra de la boca.

    No dormir dije. Ni yo respondi Jellewyn. Habamos tapado y obturado los ojos de buey a pesar de la atmsfera agobiante.

    El barco marchaba un poco.

    De pronto, hacia las dos de la maana, un sopor invencible me embroll las ideas

    y un duermevela, cargado de pesadillas, se apoderaba ya de m. Me sobresalt.

    Jellewyn estaba muy despierto. Sus ojos miraban con terror el brillante techo de

    madera.

    Andan por el puente dijo en voz baja. Agarr el mosquetn.

    Para qu? Mantengmonos tranquilos. Oh, oh! Ya no se moleste! Un ruido de pasos rpidos haca resonar el puente. Hubirase dicho que una

    muchedumbre ajetreada se mova de un lado para otro.

    Me lo presuma aadi Jellewyn.

  • Se burl:

    Nos hemos convertido en rentistas. Trabajan para nosotros. Los ruidos se haban precisado. El timn cruja; una maniobra trabajosa se ejecutaba

    con el viento de cara.

    Estn izando las velas! Diantre!

    30 El Salterio cabece fuertemente; a continuacin tom una fuerte banda a estribor.

    Una marcha a estribor amura, bajo este viento aprob Jellewyn. Son monstruos, brutos ebrios de sangre y de crimen, pero son marineros. El mejor yachtman

    de Inglaterra, con un premio de carreras del ao pasado, no se atrevera a ceir el

    viento tan de cerca. Qu prueba eso? aadi con aire doctoral. Hice un gesto de desnimo, no comprendiendo ya nada.

    Que llevamos un destino fijo, y que desean que lleguemos a alguna parte. Reflexion y dije a mi vez:

    Y que no son ni demonios ni fantasmas, sino seres como nosotros. Oh, oh! Eso es mucho decir Me expreso mal: seres materiales, que no disponen ms que de fuerzas naturales. De eso no he dudado jams dijo Jellewyn framente. Hacia las cinco de la maana llevaron a cabo una nueva maniobra, que hizo cabecear

    otra vez fuertemente al navo. Jellewyn destap un ojo de buey: una aurora

    sucia se filtraba por las compactas nubes.

    Nos aventuramos con grandes precauciones sobre el puente.

    El barco capeaba el tiempo.

    * * *

    Transcurrieron dos das tranquilos.

    Las maniobras nocturnas no se realizaron de nuevo, pero Jellewyn objet que

    bamos arrastrados por una corriente rapidsima que nos conduca hacia lo que hubiera

    debido ser el Noroeste.

    Steevens continuaba respirando, pero ms dbilmente.

    Jellewyn haba cogido de su equipaje un pequeo botiqun porttil y, de cuando

    en cuando, pona una inyeccin al moribundo.

    Hablbamos poco.

    Hasta creo que ni pensbamos: por mi parte, estaba embrutecido por el alcohol,

    porque beba el whisky por vasos enteros.

    Una vez, en mitad de una imprecacin de borracho en la que prometa al maestro

    de escuela cortarle la cara en cien pedazos, habl de los libros que l haba embarcado

    a bordo.

    Jellewyn dio un salto y me zarande vigorosamente.

    Eh! exclam, sin fuerzas. Que yo soy el capitn! Al diablo los capitanes de su especie! jur groseramente. Qu dice usted?.. Libros?..

    S, en su camarote, una maleta entera, yo los he visto; estn en latn. Yo no conozco esa jerga de boticario.

    Pero yo s. Por qu no me ha hablado nunca de ellos?

    31

  • Qu importancia tena eso? repuse, con la boca pastosa. Y, adems, yo soy el capitn, usted debe respetarme Condenado borracho! exclam colrico, mientras se diriga al camarote del maestro de escuela, donde le o encerrarse.

    El inerte y lamentable Steevens, ms taciturno que nunca, fue mi confidente durante

    las horas de soledad que siguieron.

    Yo soy el capitn hipaba y yo me quejar a las autoridades martimas l me ha tratado de condenado borracho A bordo, yo soy el amo despus de Dios No es verdad, Steevens?.. T eres testigo l me ha insultado suciamente Yo lo tirar al mar. A continuacin me dorm un poco.

    * * *

    Cuando Jellewyn regres a tomarse un bocadillo de bizcochos y conservas, sus mejillas

    estaban ardiendo y sus ojos fulguraban.

    Monsieur Ballister me pregunt, nunca le habl el maestro de escuela de un objeto de cristal, de una caja tal vez?

    Yo no era su confidente gru, recordando an su inconveniencia. Ah! exclam. Si yo hubiera tenido esos libros antes de todo esto! Ha encontrado, pues, algo? pregunt. Vislumbres Busco, una pista se abre. Probablemente es insensato; pero, en todo caso, inaudito. Entindame: inaudito.

    Estaba terriblemente excitado. No pude sacarle ms. Corri a hundirse en el famoso

    camarote, donde yo le dej tranquilo.

    No le volv a ver hasta la noche, durante algunos minutos. Vino a llenar una lmpara

    de petrleo y no me dijo ni una palabra.

    Dorm hasta la maana siguiente. Me despert muy tarde. En cuanto me levant,

    me dirig al camarote del maestro de escuela.

    Jellewyn ya no estaba all.

    Embargado por dolorosa inquietud, llam:

    Jellewyn. No obtuve respuesta.

    Recorr el barco y, despreciando toda prudencia, el puente, gritando su nombre.

    Luego me tir al suelo de mi camarote, llorando e invocando al Cielo.

    Me hallaba solo a bordo del navo maldito, solo con Steevens moribundo.

    Solo, terriblemente solo.

    * * *

    Hacia el medioda me dirig de nuevo al camarote del maestro de escuela. Inmediatamente,

    mis ojos cayeron sobre una hoja de papel clavada con un alfiler, bien a

    la vista, en la pared de madera.

    32 Era una carta escrita por Jellewyn:

    "Monsieur Ballister, voy a subir a todo lo alto del palo mayor. Tengo que ver una

    cosa.

    "Tal vez no regrese jams. En ese caso, perdneme mi muerte, que le deja solo,

    porque Steevens, como usted sabe, es hombre perdido ya.

    "Pero, entonces, no tarde en hacer lo que yo voy a aconsejarle:

  • "Queme todos esos libros, pero hgalo en la popa del barco, lejos del palo mayor

    y sin acercarse a la borda. Creo que intentarn impedrselo. Todo me lo hace creer.

    "Pero qumelos, qumelos rpidamente, aunque arriesgue prender fuego al Salterio.

    Le salvar eso? No me atrevo a esperarlo. Acaso la Providencia le reserva una

    oportunidad? Que Dios tenga piedad de usted, monsieur Ballister, como de todos

    nosotros!

    "El duque de( 1), llamado Jellewyn." * * *

    Al entrar en el saln, completamente trastornado por este extraordinario adis y

    maldiciendo mi borrachera vergonzosa, que seguramente impidi que me despertase

    mi valiente camarada, no o ya la respiracin entrecortada de Steevens.

    Me inclin sobre su destrozada cara, que se crispaba.

    l tambin se haba marchado.

    Cog de la pequea habitacin de las mquinas dos bidones de gasolina y, movido

    por no s qu instinto providencial, puse el motor a toda marcha.

    En el puente, cerca del timn, amonton los libros y los regu de gasolina.

    Una alta llama plida se elev de ellos.

    En ese mismo instante, un grito parti del mar y o que me llamaban por mi nombre.

    Me lleg a m la vez de gritar de estupor y de espanto.

    En la estela del Salterio de Maguncia, a veinte brazas detrs, nadaba el maestro de

    escuela.

    * * *

    Las llamas crepitaban, los libros se transformaban rpidamente en cenizas.

    El infernal nadador aullaba imprecaciones y splicas.

    Ballister! Te har rico, ms rico que todos los hombres de la tierra reunidos. Te har morir, imbcil, en medio de espantosas torturas que no se conocen en tu

    maldito planeta. Te har rey, Ballister, de un reino formidable. Ah, carroa! El infierno

    te sera ms dulce que lo que yo te reservo!

    Nadaba desesperadamente, pero avanzaba poco hacia el navo lanzado a enorme

    velocidad.

    33 De repente, el barco hizo algunos movimientos inslitos. Golpes sordos lo sacudieron.

    De pronto vi la ola alzarse hacia m. Tiraba del barco hacia las profundidades del

    ocano.

    Ballister, escucha! aull el maestro de escuela. Se acercaba con velocidad. Su rostro era atrozmente impasible, pero sus ojos brillaban

    con un fulgor insostenible.

    En medio de la masa de cenizas ardientes vi un pergamino retorcerse como una

    piel y brillar un objeto.

    Record las palabras de Jellewyn.

    Un libro falso ocultaba la famosa caja de cristal de la que me haba hablado.

    "La caja de cristal!", exclam para m.

    El maestro de escuela lo oy. Lanz un aullido de loco y tuve la increble visin

    de verle ponerse en pie sobre las llamas, con las manos tendidas hacia m como si

    fueran garras amenazadoras.

    Es la ciencia! La ciencia ms grande lo que t vas a destruir, condenado!

  • rugi.

    De cada punto del horizonte me llegaban ahora tirolesas estridentes.

    Las primeras llamas se corrieron por el puente.

    Salt en medio de ellas y con el taln destroc la caja de cristal.

    Entonces, tuve una sensacin de aniquilamiento, una nusea horrible.

    El agua y el cielo zozobraron en un caos fulgurante; un clamor inmenso invadi

    la atmsfera. Comenc una cada espantosa en las tinieblas Bien, ya os lo he contado todo. Me he despertado en medio de vosotros. Voy a

    morir. He soado? Eso quisiera Pero voy a morir entre los hombres, sobre mi tierra.

    Ah, qu feliz soy!

    * * *

    Briggs, el grumete del Nord-Caper, fue quien descubri al nufrago.

    El muchacho acababa de robar una manzana en la cocina y, agazapado en el centro

    de un montn de cables enrollados, se dispona a saborear el producto de su rapia

    cuando vio a Ballister nadando pesadamente a algunos metros del barco.

    Briggs se puso a gritar con todas sus fuerzas, porque vea que el nadador iba a

    ser aspirado por el remolino de la hlice. Lo pescaron. Estaba sin conocimiento y

    pareca dormido. Sus movimientos natatorios haban sido completamente automticos,

    como se observa, a veces, en los nadadores del mar que poseen exorbitante

    vigor.

    No se vea ningn navo en el horizonte ni rastro de nufrago sobre las aguas;

    pero el grumete cont que le pareca haber visto una especie de barco, transparente

    34 como el cristal, son sus propias palabras, elevarse por la parte de babor y desaparecer despus en las profundidades.

    Eso le vali un par de cachetes propinados por el capitn Cormon, para que

    aprendiera a decir cosas tan carentes de lgica.

    Se logr echar un poco de whisky en la boca del rescatado. El mecnico Rose le

    cedi su litera y se le tap para que recobrase el calor.

    Muy pronto pas, sin transicin, de su desvanecimiento a un sueo profundo y

    febril. Se esperaba con curiosidad a que se despertara, cuando se produjo el hecho

    ms espantoso.

    Este hecho lo cuenta ahora John Copeland, servidor de ustedes, segundo de a

    bordo del Nord-Caper, el cual, con el marinero Jolks, vio cara a cara el misterio y el

    espanto que salieron de la oscuridad.

    * * *

    El ltimo punto indicado en la jornada sealaba al Nord-Caper a 22 grados de longitud

    Oeste y 60 grados de latitud Norte.

    Yo mismo haba cogido el timn y me promet pasar la noche en el puerto, porque

    el da anterior habamos visto grandes tmpanos de hielo iluminarse, al horizonte

    Noroeste, a la luz de la luna.

    El marinero Jolks colg los faros, y como padeca un terrible dolor de muelas, el

    calor del puesto de mando agravaba, vino a fumarse una pipa conmigo.

    Aquello me gustaba, porque las guardias solitarias, cuando se prolongan a una

    noche entera de vigilia, son terriblemente montonas.

  • Para aclarar las ideas de ustedes, he de decirles que el Nord-Caper, a pesar de ser

    un barco slido y bueno, no es un navo del ltimo modelo, aunque lo hayan dotado

    de telegrafa sin hilos.

    El espritu de hace medio siglo pesa sobre el navo todava, dejndole un sistema

    de velas que suple a la fuerza limitada de su mquina de vapor.

    La alta cabina encristalada y antiesttica de los navos modernos, que se coloca

    como un chalet inconveniente en medio del puente, no existe en l.

    El timn est an instalado a popa, frente al mar inmenso, al viento y a las salpicaduras

    de las olas.

    Si hago esta descripcin es para decirles que habamos asistido a este incomprensible

    drama, no desde un observatorio cerrado y encristalado, sino desde el mismo

    puente. Si no hubiera dado esta explicacin, mi relato hubiera podido extraar con

    justeza a los que conocen ms o menos la topografa de los barcos de vapor.

    No haba luna. El cielo estaba cubierto de nubes. Slo un dbil fulgor y, en la cresta

    de las olas, una fosforescencia digna de una lnea de rompientes permitan ver un

    poco.

    Podan ser las diez de la noche. Todos los hombres se hallaban en el primer

    35 sueo.

    Jolks, a causa de su dolor de muelas, grua y juraba por lo bajo. La claridad de

    la lmpara de bitcora haca que su cara crispada surgiera de las sombras que nos

    rodeaban.

    De repente, vi su rictus doloroso transformarse en una expresin de estupor; luego,

    de verdadero terror.

    Se le cay la pipa de la boca, completamente abierta ahora. Aquello me pareci

    tan cmico al principio que le gast una broma.

    Por toda respuesta, me seal con el dedo el fanal de estribor.

    Mi pipa fue a reunirse con la de Jolks ante el espectculo que yo vi: a algunos

    centmetros por debajo del fanal, aferradas a la parte baja de los obenques, dos manos

    crispadas, chorreando agua, surgan de las tinieblas.

    De golpe, las manos hicieron un esfuerzo y una figura oscura y hmeda salt al

    puente.

    Jolks dio un salto de lado y la luz de la bitcora golpe la figura de lleno.

    Vimos entonces, con estupefaccin indescriptible, una especie de clrigo, con

    sotana negra, chorreando agua de mar, con una cabecita cuyos ojos eran dos brasas

    ardientes que nos miraban fijamente.

    Jolk hizo un movimiento para coger su cuchillo, pero no tuvo tiempo: la aparicin

    salt sobre l y, de un solo golpe, lo derrumb. Al mismo tiempo, la lmpara

    de la bitcora qued hecha trizas. Un segundo ms tarde, se oyeron gritos desgarrados

    procedentes de la cabina del radiotelegrafista. Quien los daba era el grumete, que

    velaba al enfermo:

    Socorro! Que lo matan! Socorro!.. Desde que tuve que reprimir algunos plantones entre los hombres de la tripulacin,

    tengo la costumbre de llevar por la noche mi revlver.

    Era un arma de grueso calibre que disparaba balas blindadas y del que me serva

    perfectamente. Lo arm.

  • Un rumor confuso invada el navo.

    Ahora bien: en algunos instantes de intervalo de esta serie de acontecimientos,

    un salto de viento que abofete el barco, desgarr la nube y una pincelada de rayo

    de luna sigui al Nord-Caper como un proyector.

    Oa elevarse ya, por encima de los gritos de Briggs, los juramentos del capitn,

    cuando percib un ruido sordo de saltos de gato a mi derecha y vi al clrigo franquear

    la borda y saltar a las olas.

    Vi su cabecita sobresalir por la lnea de remate de una ola. Framente apunt y

    dispar.

    El hombre lanz un aullido especial y la ola lo llev cerca del barco.

    A mi lado, Jolks se haba levantado, an un poco aturdido, pero llevando en la

    mano un palo con un garfio en la punta.

    El cuerpo flotaba ahora a lo largo del barco, golpendolo con golpecitos sordos.

    36 El garfio atrap la ropa, se hinc bien y subi su presa con increble facilidad.

    Jolks arroj un informe paquete mojado sobre el puente, preguntando si era una

    pluma.

    Ben Cormon sali de la cabina del radiotelegrafista balanceando un farol encendido.

    Han tratado de asesinar a nuestro nufrago! exclam. Hemos cogido al bandido dije. Sali del mar. T ests loco, Copeland! Mrele, patrn. Dispar y Nos inclinamos sobre el lamentable despojo; pero inmediatamente nos incorporamos,

    gritando como posesos.

    All haba una sotana vaca; dos manos artificiales y una cabeza de cera estaban

    atados a ella. Mi bala haba agujereado la peluca y roto la nariz.

    * * *

    Ya conocen ustedes la aventura de Ballister.

    Nos la cont al final de aquella noche infernal, cuando se despert, sencillamente,

    como si lo hiciese con felicidad.

    Le cuidamos con devocin. Tena el hombro izquierdo hundido, como si le hubiesen

    pegado dos fuertes hachazos. Sin embargo, si hubiramos podido contener la hemorragia,

    lo hubiramos salvado, ya que ningn rgano esencial estaba daado.

    Despus de haber hablado tanto, cay en una especie de sopor, del que se despert

    para preguntar cmo le haban producido aquellas heridas.

    Briggs estaba solo con l en ese momento y, contento de hacerse interesante, le

    respondi que, a mitad de la noche, l, Briggs, haba visto una forma oscura saltar

    sobre l y golpearle. Inmediatamente despus le relat la historia del disparo y le

    ense el burlesco despojo.

    A la vista de ello, el nufrago lanz gritos de espanto.

    El maestro de escuela! El maestro de escuela! Y cay en un estado febril del que no se despert hasta seis das despus, en el

    hospital martimo de Galway, para besar la imagen de Cristo y morir.

    * * *

    El trgico maniqu fue remitido al reverendo Leemans, un digno eclesistico que

    ha recorrido el mundo y sabe muchos secretos del mar y de las tierras salvajes.

  • Examin con detenimiento aquellos restos.

    Qu es lo que pudo haber tenido dentro? pregunt Archie Reines. Porque, al fin y al cabo, algo haba dentro. Eso se mova, viva.

    Eso es seguro y yo puedo atestiguarlo gru Jolks, tantendose el cuello

    37 enrojecido e hinchado.

    El reverendo Lemans olfate la cosa como si fuera un perro y, luego, la rechaz

    con disgusto.

    Ya me lo figuraba dijo. Nosotros lo olimos a nuestra vez.

    Huele a cido frmico dije. Azufre aadi Reines. Cormon reflexion un minuto; luego, sus labios temblaron un poco al decir:

    Huele a pulpo. Lemans le mir fijamente.

    El ltimo da de la creacin dijo, Dios har salir del mar la Bestia Espantosa. No adelantemos al Destino con una bsqueda impa.

    Pero comenz a decir Reines. Quin es el que oscurece mis designios por discursos sin conocimientos? Ante la palabra divina, bajamos la cabeza y renunciamos a comprender.

    38

    YO HE MATADO A ALFRED HEAVENROCK! APOY la bicicleta contra un poyo y desplegu el mapa que me haban entregado en

    la casa Calson, Mivvins y Mivvins.

    Era un mapa del condado de Kent y de una parte del de Surrey, pero la empleada

    que me lo dio afirm que el de Kent se daba mejor.

    Haba mentido, por supuesto, porque no he conocido jams gentes menos dispuestas

    que los habitantes de Kent a comprar navajillas de afeitar de Sheffield, tubos

    de pasta de jabn, frascos de lociones; en fin, todo lo necesario para que una cara est bien afeitada.

    El mapa era lo suficientemente detallado para dirigirme a St. Mary Cray, saliendo

    de Londres por Lewisham; pero, a partir de Orpington, presentaba vergonzosos

    errores y lagunas.

    As fue como busqu en vano Chelsfield, que la empleada haba marcado con