"Recuerdos que marcan una vida"

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Barcelona, 5 de febrero de 1990. Solo tenía cinco años cuando me dijeron que mi madre no volvería conmigo. Me quedé sola en medio de la ciudad, con el perro sentado a mi lado observando el tránsito y el movimiento de los ciudadanos en vez de continuar andando camino hacia casa, después de un día muy divertido en el parque con los compañeros del colegio. “Mónica levántate de una vez o llegaremos tarde al colegio como todas las mañanas... Vamos que te he preparado tu desayuno preferido y te lo pasarás en grande con las amigas en el patio, ya verás!”- dijo mamá. Después de un gran desayuno, aún recuerdo los buñuelos de crema con chocolate caliente para acompañar, fuimos andando hacia el colegio que estaba a dos esquinas de nuestra casa. Fue un día como cualquier otro. Todos los niños del parvulario disfrutábamos con los juguetes del patio y pasábamos los ratos dibujando los familiares y las cosas que nos rodeaban. Más tarde, íbamos a comer junto los mayores que nos acompañaban durante el trayecto del colegio al comedor y viceversa. Era de las pocas niñas que disfrutaba con la comida, me gustaba casi todo pero sobre todo deseaba que llegara la hora de la siesta. A las cinco de la tarde cuando salía veía a mi madre al otro lado de la verja y corría y corría hasta llegar a sus brazos; luego íbamos al parque a jugar un rato mientras ella paseaba al perrito Peludo.

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Institut Manuel de Montsuar - Lleida - Castellano 2º Bachillerato. Curs 2010-11

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Barcelona, 5 de febrero de 1990.

Solo tenía cinco años cuando me dijeron que mi madre no volvería conmigo. Me quedé sola en medio de la ciudad, con el perro sentado a mi lado observando el tránsito y el movimiento de los ciudadanos en vez de continuar andando camino hacia casa, después de un día muy divertido en el parque con los compañeros del colegio.

“Mónica levántate de una vez o llegaremos tarde al colegio como todas las mañanas... Vamos que te he preparado tu desayuno preferido y te lo pasarás en grande con las amigas en el patio, ya verás!”- dijo mamá.

Después de un gran desayuno, aún recuerdo los buñuelos de crema con chocolate caliente para acompañar, fuimos andando hacia el colegio que estaba a dos esquinas de nuestra casa. Fue un día como cualquier otro. Todos los niños del parvulario disfrutábamos con los juguetes del patio y pasábamos los ratos dibujando los familiares y las cosas que nos rodeaban. Más tarde, íbamos a comer junto los mayores que nos acompañaban durante el trayecto del colegio al comedor y viceversa. Era de las pocas niñas que disfrutaba con la comida, me gustaba casi todo pero sobre todo deseaba que llegara la hora de la siesta.

A las cinco de la tarde cuando salía veía a mi madre al otro lado de la verja y corría y corría hasta llegar a sus brazos; luego íbamos al parque a jugar un rato mientras ella paseaba al perrito Peludo.

Esa tarde fue especial y nunca la olvidaré. Volvíamos hacia casa paseando por la calle principal cuando de repente cruzó un coche contra dirección y arrolló a mi madre. No me di cuenta de nada. Simplemente me soltó la mano suavemente para que no me sucediese nada, fue un acto muy rápido pero crucial y destructor para mi vida. Me vi ahí, sentada en la acera al lado de una mujer encantadora que me cuidaría el resto mis días. Aún así, nunca volví a ser la misma, dejé de ser la niña más risueña y simpática del colegio para crecer con fuerza y recordar cada día a mi estimada madre.

Mariona Jardí