Reflexión - IBN TUFAYL, El Filósofo Autodidacto
Transcript of Reflexión - IBN TUFAYL, El Filósofo Autodidacto
1
PRÁCTICA: IBN T UFAYL, El filósofo autodidacto
Como reza el título de la obra, Ibn Tufayl cree en la posibilidad de un hombre que se
hace a sí mismo, capaz de aprender y llegar a conclusiones absorbiendo todo tipo de
conocimientos por sí solo y llegando a conclusiones mediante su capacidad racional.
Este tipo de persona será el protagonista de la narración de Ibn Tufayl y mediante el
cual éste expresa su pensamiento que mucho tiene de parecido con los sufíes y Avicena.
El filósofo autodidacta o Ḥayy ibn Yaqẓān es un personaje alegórico del que Ibn Tufayl
predica que creció solo en una isla sin contacto con ningún otro ser humano. Hay dos
versiones sobre su nacimiento: una que afirma que su madre lo metió en una caja que
echó al mar y paró en aquella isla por obra divina; otra, afirmando que surgió de la
propia isla en el ecuador donde existe el perfecto equilibrio entre calor, frío, humedad y
sequedad, y de este equilibrio el espíritu que a su vez proviene de Dios. Es curioso
como en esta segunda explicación se nombran los órganos y sistemas del cuerpo
humano, lo que muestra los conocimientos médicos del autor.
Como vemos, en ambas versiones se recurre a la divinidad como causa de la emanación
de la vida del filósofo autodidacta, lo cual conjuntamente con las numerosas referencias
coránicas que podemos encontrar en esta narración deja claro que para Ibn Tufayl hay
una importancia crucial de Dios, de la profecía, es una filosofía altamente espiritual y de
ahí que nombráramos su familiaridad con Avicena y el sufismo.
Partiendo de la generación Ḥayy ibn Yaqẓān, se narra cómo en esta isla es capaz de
sobrevivir gracias a la ayuda de una gacela que lo alimenta, lo protege y de la que
aprende su modo de vida. Sin embargo, cuando Ḥayy ibn Yaqẓān se da cuenta de sus
limitaciones respecto al resto de animales que tienen apéndices duros con los que
defenderse, se siente inferior hasta que a los 7 años de edad es capaz de superarles
usando herramientas y revistiéndose con los materiales que encontraba. Todos los
animales respetaban a Ḥayy ibn Yaqẓān, y solo la gacela que se lo cuidó de pequeño se
le acercaba. En este momento se narra cómo la gacela enferma y muere en su vejez,
apareciendo las primeras valoraciones sobre la muerte en la obra.
La tristeza y la curiosidad llevan a Ḥayy ibn Yaqẓān a investigar sobre este fenómeno
que se le presentó por primera vez, que es el fin de la existencia. Descubre que al igual
que cada sentido se ve limitado cuando ante él se antepone un obstáculo (por ejemplo:
ponerse las manos en los ojos), llega a la conclusión de que hay algún obstáculo que
impide a la gacela moverse, y al no encontrarlo en el exterior la abre con piedras y
busca su corazón, el cual según su experiencia propia en la lucha con los demás
animales debía estar en el pecho. Como vemos Ḥayy ibn Yaqẓān se basa continuamente
en la experiencia para fundamentar sus deducciones, con las que pretende extraer la
causa de las cosas, así encontró el corazón y sus dos ventrículos, uno de ellos lleno de
sangre coagulada que podía encontrarse en cualquier otra parte del cuerpo y no le llamó
la atención, y otra vacía. De la vacía dedujo que algo perfecto había dentro que habría
escapado y ello era la causa de la inmovilidad de su madre adoptiva, y comprendió la
imposibilidad de que habiéndose marchado aquello que habitaba el corazón este
volviese al cuerpo, pues el cuerpo no tiene un valor como para que algo tan perfecto
quisiese volver a él.
A partir de aquí, el filósofo autodidacta comprende que su madre ya no está y que ella
no es el cadáver que ha quedado, que ya no existe. Entonces se pregunta por qué esa
2
perfección salió del cuerpo, cómo y por dónde. A imitación del texto del Corán en el
que Caín entierra a Abel tras matarlo, Ḥayy ibn Yaqẓān entierra a su madre, por lo que
se deduce que el propio Ibn Tufayl veía este rito como bueno y necesario.
En busca de un semejante, el filósofo autodidacto recorre la isla observando animales,
plantas y el mar que lo rodea (cree además que el mundo se reduce a este lugar por no
poder salir de él).
Cuando descubre el fuego, este elemento le fascina y se pregunta si será una sustancia
parecida a la que hacía que la gacela tuviese movimiento. Él mismo sentía calor en su
pecho, como un fuego ardiente y tras diseccionar animales vivos para examinar su
corazón antes de que este elemento se esfumase, comprueba que efectivamente hay un
calor vaporoso dentro de cada corazón.
Llega aquí a la conclusión de la existencia separada del cuerpo y del alma, siendo el
alma aquello que gobierna al cuerpo en su totalidad. Las influencias platónicas
comienzan a ser patentes, aunque ya vimos un atisbo de filosofía griega en la segunda
explicación del nacimiento de Ḥayy ibn Yaqẓān.
Tras esto, Ibn Tufayl llama al mundo de Ḥayy ibn Yaqẓān “mundo de la generación y
de la corrupción”. ¿Es que existe otro mundo? Ibn Tufayl explicará más adelante con
este relato como Platón la diferencia entre el mundo sensible (el que hemos nombrado)
y el inteligible (en el cual se encuentra el alma y será el de mayor interés del autor y su
personaje).
Ḥayy ibn Yaqẓān se interesa entonces por todos los seres de su mundo, y descubre en
los animales, las plantas y minerales que a pesar de haber una pluralidad de ellos, el
alma es una y está en todos ellos vertido como si sirviéramos de un recipiente enorme
vasos con su líquido contenido, aunque cada tipo de ser tiene sus características que lo
hacen ser diferente, siendo el alma su única esencia común e inmortal, frente a la finitud
del movimiento, de la vida, etc.
Por estas características que ve en unos y no en otros hace su clasificación: según el
movimiento (hacia arriba o hacia abajo) y según su pesadez o ligereza: son los atributos
de la corporeidad, la forma, aquello que dota de realidad a los cuerpos. Todos los
objetos terrestres tienen una forma que los hace caer cuando no hay nada que lo impida,
a los animales y plantas se les añade la forma que causa la nutrición y el crecimiento, y
a los animales además, el movimiento. Luego, aplica esta teoría de la corporeidad y la
forma a las partes más simples de la tierra, es decir, los cuatro elementos básicos.
También reconoce la extensión (longitud, latitud y profundidad) como cualidad y se
pregunta si la tendrá lo corpóreo, llegando a una conclusión afirmativa, ya que son
cualidades de las figuras geométricas y estas formas se podían dar a un material como la
arcilla modificándola a placer.
En este punto introduce Ibn Tufayl la teoría hilemórfica de Aristóteles, según la cual
explica los cuerpos mediante una dualidad en la que se encuentran la cosa misma, su
existencia, como materia o hylé, ausente de cualidades, y la forma, que es la otra
cualidad de la que está dotado el cuerpo. Se necesitan la una a la otra para existir.
Por vez primera nombra aquí Ibn Tufayl la dicotomía entre el mundo sensible y el
inteligible y dirige la mirada de Ḥayy ibn Yaqẓān hacia éste último, que supone un
3
grado de intelección y abstracción superior al de los sentidos para ser comprendido y a
cual se accede mediante la razón. Aquí se encuentra según las pistas que le da la pérdida
de la forma del agua al aplicarle calor, el agente productor de estas formas. Pues éstas
no se producen solas, sino que como vimos antes según el pensamiento del autor, para
todo debe de haber una causa, y estaríamos hablando en este caso del primer motor
aristotélico, pero en el sentido teológico que aplicó de igual manera Tomás de Aquino
(recordemos la espiritualidad como característica de la filosofía de Ibn Tufayl).
De este modo aplicó Ḥayy ibn Yaqẓān el caso particular del agua a todas las demás
cosas. Incluyó posteriormente a las esferas celestes en la categoría de cuerpos, también
finitos como finito es el cosmos, que dedujo que era esférico por el movimiento de
traslación que realizaban estos cuerpos celestes: he aquí la cosmovisión de Ibn Tufayl,
en la que se encuentran el mundo celeste por una parte, el sublunar de otra.
La dimensión teológica del pensamiento de Ibn Tufayl se hace especialmente patente
cuando se pregunta a través del filósofo autodidacto sobre la existencia de un Dios que
produzca todas las cosas sensibles. Arguye éste que todo lo producido necesita de un
productor como ya dijo antes, y que este productor no ha de ser cuerpo, pues del cuerpo
no se puede generar otro cuerpo, de este otro y así de manera infinita hasta obtener
todos los cuerpos que existen. Así el productor al no ser cuerpo no es producido y, por
tanto, puede producir y carece de cualquier cualidad corpórea.
Nuevamente tiene que haber algo que cause, en este caso el movimiento, un motor
primero que inició la cadena eterna de movimiento que reina en el universo, y este
productor/motor existe, es incorpóreo, no separado ni unido al cuerpo. Junto a estas
cualidades, llega a través de la razón Ḥayy ibn Yaqẓān a otras tantas como su perfección
absoluta, nombra su providencia, sabiduría, presentes además en todas las cosas que
había creado. Es el Dios sin imperfecciones, y para conocerlo hay que adentrarse de
lleno en el mundo inteligible. Para Ibn Tufayl, mientras que los sentidos o la
imaginación solo llegan a los cuerpos terrestres y celestes respectivamente. El filósofo
andalusí dirá en esta narración que Ḥayy ibn Yaqẓān alcanza a conocer a la divinidad
por la esencia de este Dios, que está contenida en su propia alma (la de Ḥayy). Dos
cualidades encuentra en el alma: a saber que es incorpórea, por tanto incorruptible (y
ello nos lleva a una tercera afirmación: que es inmortal), el cuerpo es un mero
instrumento del que se sirve el alma hasta que lo abandona.
Ibn Tufayl toma de Aristóteles las categorías de potencia y acto, siguiendo en su línea
general respecto a sus influencias, y se sirve de ellas y de su mística para manifestar las
diversas situaciones del alma en cuanto a si no vislumbró al Ser necesario (Dios)
durante la vida (animales racionales), si lo vio pero se apartó de él por seguir sus
pasiones (que veremos cómo son el principal obstáculo para la contemplación divina), o
si llegó a conocer a Dios y murió mientras lo contemplaba, alcanzando una felicidad.
Así, Ḥayy ibn Yaqẓān tratará de convertirse en este último tipo de hombre mediante
una ascética estricta que le permitiese visionar cuanto tiempo le fuera posible a este Ser
necesario, tratando de que no le distrajeran los objetos sensibles ni la imaginación.
En este punto descubre Ḥayy ibn Yaqẓān que los animales y plantas no conocen a Dios,
pero sí puede que lo conozcan los objetos celestes, aludiendo a su incorruptibilidad, y
que por ello se asemejaban a él mismo. Este hombre, como vemos, va descubriendo
poco a poco cada vez más diferencias respecto a los demás animales a los que al
comienzo de su vida había visto como sus iguales e, incluso, sus superiores.
4
El autor recurre de nuevo al hilemorfismo para proclamar la imperfección de la
materia, pues no tiene forma. Ḥayy ibn Yaqẓān ha observado que los seres son más
perfectos cuantas más formas tienen y por tanto de cuantos más movimientos estén
dotados y menos contrarios tengan, pues los contrarios son los que hacen que la forma
se modifique. Hará después una clasificación de los diferentes compuestos (formados
por los opuestos en mayor o menor grado) la siguiente manera de menor a mayor
perfección: elementos, plantas, animales. Lo que superaría a estos tres serían los
cuerpos celestes, a los cuales trata de imitar el filósofo autodidacto por su parecido con
ellos, así como también se parece al Ser necesario. Las similaridades con el resto de
compuestos solo las verá en su parte corpórea, llamada vil en numerosas ocasiones, lo
cual es una declaración de guerra al mundo de los sentidos a pesar de que dirá que son
necesarios para la conservación de la vida animal.
Sobre esta vida animal que hemos dicho y su asimilación se refiere a las necesidades de
supervivencia: resguardarse de las inclemencias meteorológicas y procurarse alimento
de forma que pierda el menor tiempo posible en estas tareas para mantenerse meditando
todo el tiempo que pueda.
Hay una idea muy importante del Islam que Ibn Tufayl saca a relucir comparando la
sumisión y humillación de los cuerpos celestes a los designios de Dios, que Ḥayy ibn
Yaqẓān debe imitar para ser gobernado por este ser y demostrarle su amor,
consiguiendo así asimilarlo de igual manera que asimila el movimiento circular de los
entes celestiales. También para parecerse a las esferas celestes y asimilarlos en su
espíritu cuida de minerales, plantas y animales.
El movimiento de rotación y traslación eran movimientos perfectos según la física
aristotélica, imitados por Ḥayy ibn Yaqẓān como una especie de ritual para entrar en un
trance similar al que los sufíes accedían por estos medios. Queda aquí más patente que
nunca la importancia de la mística en Ibn Tufayl, que pensaba que mediante el ejercicio
de esta práctica, mediante el hábito, cada vez sería más fácil acceder a este estado.
Este trance del que hablamos no tiene otro objetivo que captar la esencia de ese Dios,
que era a la vez precisamente conocerle. Llega Ḥayy a la conclusión de que a este Ser
necesario no se le puede atribuir ningún atributo de lo corporal, y que tiene que eliminar
esos mismos atributos de su propia esencia para conseguir parecerse a él mediante la
meditación mística en un lugar apartado donde no le entretuviera ningún ruido ni objeto
sensible en general. De esta manera conseguiría Ḥayy ibn Yaqẓān llegar a la visión
intuitiva del Ser eterno, que es sinónimo de Verdad, Unidad, sin necesidad alguna de los
sentidos, viendo lo que el ojo no ve.
Ibn Tufayl dirá que es imposible describir algo a otra persona que no se puede percibir
por los sentidos y continúa esta historia del solitario filósofo autodidacta contando cómo
Ḥayy ibn Yaqẓān llega a una especie de iluminación en la que él cree que es uno con la
divinidad, que tiene la esencia de Dios olvidándose de su propia esencia y las demás.
En este estado de éxtasis, Ḥayy ibn Yaqẓān tiene una confusión entre lo uno y lo
múltiple, puesto que ha descubierto que hay varias esencias separadas. Dirá Ibn Tufayl
que hay unas esencias que son las conocidas por los “hombres razonadores”, que operan
con la lógica y que se limitan a estudiar los entes sensibles, mientras que las esencias
que se conocen en la otra vida solamente son percibidas por el método místico que
5
predicará, es el verdadero para conocer todo sobre ambos mundos y estas esencias
tendrán unidad per se.
Ḥayy visiona todo tipo de esencias en esta especie de plano alternativo de la realidad,
incluidas algunas horribles que se identifican con el caos, que se formaban y disipaban
de forma continua. Tras esto, Ḥayy despierta y llega a una conclusión sobre el mundo
inteligible y el sensible, a saber, que hay que elegir satisfacer a uno y que cuando se
toma esta decisión el otro responde con irritación. Ḥayy ibn Yaqẓān se ocupará de
visionar el mundo inteligible siempre que pueda mediante la práctica del trance, que
cuanto más la cultivaba, más rápido le salían las visiones.
Para acabar la narración, Ibn Tufayl habla de otra isla en la que dice, se ha introducido
una de las religiones verdaderas a través de uno de los profetas. Imagino que se referirá
a las religiones judía, musulmana y cristiana, que tienen un tronco común, un profeta y
son monoteístas. En esta isla se encuentran Absal y Salaman, los cuales obedecían la le
religiosa, estudiaban la religión y eran virtuosos, pero Salaman al contrario de Absal
tiraba más hacia la lógica, lo literal para explicar el mundo y hacia la vida social según
las máximas de su religión mientras que Absal era más parecido a Ḥayy, pues gustaba
del esoterismo, de la interpretación especulativa (una mística propia de shiíes,
mutazilíes, sufíes y filósofos) y seguía las máximas de la religión que trataban sobre el
retiro espiritual. De ahí que se separaran y al oír hablar Absal de Ḥayy ibn Yaqẓān,
alguien que había llegado al más alto grado de perfección mediante la razón natural
quiso vivir con él en su isla.
Tras un tiempo sin encontrarse (pues Ḥayy permanecía oculto y en trance la mayor
parte del tiempo), Absal lo encuentra pero teme perturbar su meditación ascética, pero
Ḥayy aunque al principio huya, acaba siguiéndolo por curiosidad, pues nunca había
visto a nadie de su misma especie antes. En este tiempo, Ḥayy ibn Yaqẓān aprende de
manera rapidísima la lengua de Absal y recibe de éste formación religiosa, aunque se
extraña de que los religiosos se preocupasen de cosas materiales. Esto último hace que
Ḥayy ibn Yaqẓān piense que hay que revelar la verdad que él había alcanzado a todos
los demás hombres, pues (y esta puede ser una idea polémica), la religión no es
suficiente, hace falta también la razón y la filosofía para alcanzarla o al menos para
eliminar la parte mundana de la religión. Así, Absal se lo lleva a su isla y tratan de
enseñar a un grupo de hombres, filósofos en potencia, lo que Ḥayy había visto mediante
la razón. Pero no tendrá éxito, estos hombres no comprenden a Ḥayy y lo repudian, y ve
que es así en la mayoría de la gente, que son como bestias irracionales a las que les está
vedada la verdad, son el vulgo, por lo que rechazan instruirle finalmente en la mística.
Así finalmente, Ibn Tufayl cuenta como los dos personajes vuelven a la isla de Ḥayy
para retirarse, a la que llegan por gracia de Dios. Se describe esta isla como la morada
espiritual de Ḥayy a la que solo podía acceder también Absal, pues había alcanzado casi
su mismo nivel espiritual y permanecieron alabando a Dios hasta que ambos fallecieron.
Finalmente afirmará el autor, Ibn Tufayl, que solo gente como Ḥayy ibn Yaqẓān y
Absal alcanzan a comprender su obra, su ciencia oculta, y reprende a los que son débiles
(el vulgo) y rechazan las opiniones de los filósofos. Acaba diciendo que éstos no
merecerán en absoluto tal conocimiento y que esta obra tiene como objetivo animar a
entrar en el camino correcto al que quiera el saber rompiendo con la ortodoxia religiosa.
Álvaro R.R.