Reflexiones de Nuestra America-mario Magallón Anaya

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diversas reflexiones filosóficas acerca del tema nuestroamericano

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    La lmpara de Digenes, revista de filosofa, nmeros 12 y 13, 2006; pp. 189207.

    Reflexiones filosficas sobre nuestra Amrica

    Mario Magalln Anaya

    Historia y utopa en Latinoamrica Si recorremos el camino de la historia de Amrica Latina y del Caribe, se en-cuentra que, desde los albores de las luchas independentistas, iniciadas por vez primera con la rebelin de los esclavos negros del Hait en 1804, puede observarse que a partir de sa fecha hasta la actualidad, histricamente, ha estado jalonada por los acontecimientos y las Reflexiones filosficas sobre nuestra Amrica. Trans-formaciones estructurales que van caracterizando el desarrollo del capitalismo dependiente de la regin, el cual tuvo su correspondencia, tanto en el plano de las ideas, como de las acciones y de las prcticas de lucha en la conformacin de las nacionalidades.

    En el transcurso del siglo XIX pueden encontrarse en la historia de Amrica Latina y el Caribe los antecedentes de las ideas liberadoras socialistas, mezcladas con concepciones tomistas, nominalistas, liberales, socialistas, anarquistas, todas ellas con un marcado carcter utpico. Se busca trascender la historia inmediata y proponer un mundo ms esperanzador, igualitario y justo.

    Destacan autores latinoamericanos con sus escritos y sus prcticas, como Si-mn Rodrguez, Simn Bolvar, Francisco de Miranda, Fray Servando Teresa de Mier, Miguel Hidalgo, Jos Mara Morelos, Esteban Echevarra, Jos Victoriano Lastarria, Francisco Bilbao, Juan Montalvo, Jos Mart, Gonzlez Prada y Tejera, Jos Inge-nieros, Ricardo Flores Magn, Otilio Montao, por sealar apenas algunos. Durante el siglo XIX e inicios del XX, paralelamente se encuentran las ideas del liberalismo francs, del positivismo y del espiritualismo, del pantesmo, el neotomismo y el intuicionismo, las cuales reconfiguran ideologas para las nuevas batallas teolgi-cas, filosficas y metafsicas.

    Dentro de este sinnmero de hechos histricos, se dan levantamientos arma-dos y movimientos sociales de campesinos, obreros, indgenas, de mujeres, de organizaciones polticas urbanas, rurales, sociales, culturales, etctera, los cuales plantearn la necesidad de alternativas socioeconmicas y polticas, que han mar-cado nuestra historia al adquirir caractersticas muy particulares y con diversos matices, propios de la realidad sociohistrica de cada nacin latinoamericana, los que han conformado la realidad nuestroamericana, de la Patria Grande de Simn Bolvar, desde la diversidad plural, resultado de la situacin, no siempre acorde, con las historias nacionales, regionales y mundial globalizada. Por ello, hoy ms que nunca, es urgente buscar la superacin de la dominacin del nuevo orden neocolonial.

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    Las reflexiones recientes desde la realidad sociohistrica latinoamericana so-bre la modernidad y lo utpico estn conformadas por el anlisis metodolgico disciplinario, inter y transdisciplinarios de gran fecundidad, ampliando los hori-zontes posibles para su realizacin. Estn presentes en esta reflexin la filosofa, la antropologa, la historia, la literatura, el derecho, la sociologa, la economa, la teologa, la semitica, donde la columna vertebral la constituye la historia de las ideas filosficas de nuestra Amrica y del Caribe.

    La concepcin utpica de la modernidad mltiple, plural y alternativa en nues-tra Amrica ha tenido histricamente gran riqueza, a pesar de que se ha decla-rado su fenecimiento por las filosofas posmodernas y poscoloniales. Empero, es necesario decir que esto no ha sucedido, porque la utopa est arraigada en la historicidad de la regin en un presente injusto, antidemocrtico y antisolidario con nosotros y los otros, es decir, con la humanidad entera.

    Destacan de forma especial, la articulacin de niveles de lenguaje, de epis-temologa, de ontologa y de procedimientos metodolgicos desde donde se tra-ducen y transfieren conceptualizacin y resemantizacin desde los precedentes estudios de caso, del trabajo de campo, de teoras ontolgicas y epistemolgicas, as como tambin, los enfoques holsticos1. Es la reconstruccin de los saberes filosficos y utpicos fundados en el optimismo y la esperanza, de la bsqueda de un futuro promisorio en la tierra.

    En este contexto, el dilogo abierto y horizontal, los cambios tericos enri-quecen el valor y la significacin de los intercambios de experiencias desde las diversas disciplinas humanas y sociales, lo cual, en la actualidad, ha abierto espa-cios innovadores en la reflexin de la modernidad utpica latinoamericana. Todo ello realizado desde un horizonte histrico donde se busca construir una gramtica utpica y una taxonoma ticoaxiolgica de la utopa transida por el proyecto existencial humano en situacin.

    Empero, es necesario definir qu se entiende por gramtica en general desde la perspectiva tericoepistemolgica de George Steiner, el cual apunta al res-pecto lo siguiente:

    Entiendo por gramtica la organizacin articulada de la percepcin, la re-flexin y la experiencia; la estructura nerviosa de la conciencia cuando se comunica consigo misma y con los otros []. La esperanza y el temor son supremas ficciones potenciadas por la sintaxis. Son tan inseparables la una de la otra como lo son de la gramtica. La esperanza encierra el temor al no cumplimiento; el miedo tiene en s un granito de esperanza, el presentimiento de su superacin. Es precisamente el estatus de esperanza lo que hoy resulta problemtico. En todo nivel, excepto en lo trivial o en lo momentneo, la esperanza es una inferencia trascendental. El sentido estricto de esta palabra se apoya en presuposiciones teolgicometafsi-cas, que connotan una inversin posiblemente injustificada, una compra de futuros, como dira un agente de bolsa. Tener esperanza es un acto de habla, una forma de comunicacin, interior o exterior, que presupone un oyente, ya sea ste o el propio yo.2

    Es, en esta diversidad de horizontes utpicos, filosficos, sociales y polticos de la historia de Amrica Latina del siglo XIX y de inicios del XX, que se plantean utopas

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    esperanzadoras de cambio y transformacin de la realidad opresiva y excluyente. Para ello se dan mltiples estrategias, por las cuales se busca, por un lado, des-embarazarse de la tradicin hispnica y por el otro, de la tendencia imitativa de la europeizacin. Esto, sin embargo, no impide mirarla analtica y crticamente, como, a la vez, observar que durante casi dos centurias, se promueve desde el poder, en todo el territorio hispanoamericano, el genocidio de los pueblos origi-narios, de los campesinos, de los obreros, de las mujeres y los nios. Ya, desde entonces, encontramos en todo el continente, que se plantea una propuesta pro-tosocialista, claramente antiimperialista, especialmente, aquella que brota de la pluma de pensadores y luchadores sociales anarcosocialistas, socialistas, libe-rales, tesofos, neotomistas y romnticos, como Juan Montalvo, Jos Mart y una plyade de autores del siglo XIX y de principios del XX, los cuales buscan superar la marginacin, la alienacin, la explotacin y la miseria de los latinoamericanos, a travs de la lucha por la libertad, la justicia y la equidad solidaria entre nosotros y con los otros.

    El utopista revolucionario del siglo XIX y del XX, desde la diversa orientacin filosficopoltica e ideolgica, siempre, o en la mayora de los casos, se ha con-siderado el autoelegido e intrprete de la realidad, hasta llegar a creerse, o con-vertirse en el viga e idelogo de la nueva sacralidad que divide al mundo en las antinomias: Bien y Mal, Izquierda y Derecha, Revolucin y Reaccin, todos estos principios concebidos como valores que aspiran a alcanzar la condicin universal humana, fundada en cosmovisiones, desde las cuales el idelogo utopista se sien-te protegido. Este vocabulario antinmico no deja de invocar la racionalidad con fundamento, aunque en realidad es una visin autoritaria que implica exclusin y marginacin.

    As, pues, los profetas de la utopa en Amrica Latina se convierten en la verdad del orculo, no transigen, no escuchan, salvo en casos excepcionales, slo dialogan consigo mismos, no buscan el consejo ni la asesora de los que saben, slo les gusta escucharse a s mismo. Empero, mirar en la direccin utpica conlleva una mirada analtica y crtica, es conducir con los ojos puestos en el tiempo, ms all del espacio del objeto que se avizora. Ello implica enraizar en el horizon-te histrico, por ello, cualquier pretensin proyectiva de carcter utpico tiene como referente material la realidad sociohistrica.

    Esto es enfrentarse con la realidad latinoamericana, la cual, al deslizarse den-tro del espaciotemporal, va definiendo los proyectos utpicos, los sueos, los ideales. Sin embargo, es por eso que a la vez se da el enfrentamiento con el deve-nir histrico y la construccin utpica.

    Por ello, colocarse en un espacio, es situarse en la temporalidad, lo cual per-mite introducirse en los meandros conceptuales de la definicin del discurso ut-pico y del dilogo, desde la dialctica concebida como proceso discursivo sobre la realidad. Esto requiere enfrentarse permanentemente con el pasado desde el presente, para proyectar un porvenir esperanzador, en libertad, justicia, equidad, solidaridad y democracia radical.

    Es decir, la dialctica de la historia se expresa a travs del texto, de los discur-sos, de las diversas expresiones significativas, simblicas, semnticas, ontolgicas y epistemolgicas. El texto como expresin explicativa e interpretativa, narra el principio que da orden gramatical al relato de la creacin y configura en su interior los virtuales destinatarios, ya que el ejercicio de narrar es organizar las ideas,

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    los conceptos y, a la vez, le confiere una idea estructural a lo narrado, pero, de ningn modo, es un discurso neutro ni tampoco inocente, sino asumido tica y responsablemente.

    Leer es reconocerse, pero tambin conocerse. En consecuencia, todo cono-cimiento implica una transformacin tanto del sujeto como del objeto que se conoce, es un proceso dialctico que implica una reflexin abierta a la diversidad de sentidos ejercida desde un horizonte tericoepistemolgico.

    Lo utpico en nuestra Amrica, desde el siglo XIX al XX, se encuentra en la conciencia de los intelectuales, en los discursos, en los textos, en los documentos y los monumentos. Sin embargo, al analizar los programas polticos y culturales de los intelectuales se observa que stos intentan preverlo todo, desde cuyo mar-co ontoepistemolgico multiplican proyectos, planes, programas, utopas histo-rizadas y, en la mayora de los casos, forjan modelos utpicos identificados con el Estado. Es el esfuerzo por mirar lo utpico, desde el lmite, desde la frontera de la racionalidad, cual requiere tomar conciencia de la finitud del ente, como ser situado en la historia y la temporalidad, pero tambin es ir ms all de lo inmediato.

    La historia debe ser entendida como aquello a travs de lo cual se expresa el ser humano y produce sus condiciones de vida y existencia en el mundo, todo ello concebido, como algo congelado, inestable.

    La historia es la conciencia expresa del sentido de lo humano como ines-table. Sin esta conciencia, imposible, inconcebible el intento de alcanzar la estabilidad de lo humano por la va precisamente de la conciencia, del saber de los principios. La historia es, pues, en este preciso sentido la condicin de la filosofa. Historia y filosofa son dos manifestaciones cons-cientes, expresas, correlativas de la constitucin de la naturaleza humana tendiente a extravasar de s misma: inestable e insegura, movimiento en el tiempo, tendiente a la seguridad, la estabilidad, el reposo en lo eterno.3

    La historia y la conciencia histrica salvan al ser humano en el tiempo. Esto es el ejercicio de memorar y exponer, es rememoracin, conmemoracin y fama. Podra decirse, hasta cierto punto, que son las intenciones de la historia, porque es aque-llo que en ella consiste, el accionar y el actuar del ser humano en el mundo.

    La historia es indagacin, visin, utopizacin, bsqueda del mirar, del andar y del ver. La historia es viajar, pero no es todo viajar, sino el viajar histrico concebido como forma del viajar posterior a otros. Es reconstruccin y recreacin de la historia en un horizonte de sentido utpico.

    En esta proyeccin, lo utpico trabaja con la actualidad histrica, propician-do proyecciones y conquista del poder, por la accin directa o la lucha armada, insurreccional o revolucionaria. Las propuestas utpicas se articulan en un discur-so en el cual la Revolucin es el paradigma del cambio real, en cuya perspectiva la nica forma de realizar la utopa pasada, slo ha sido posible por la toma del poder revolucionario.

    As pues, desde la perspectiva histrica, lo utpico trabaja por conquistar el poder a travs de la accin directa.

    El intelectual uruguayo Fernando Ainsa seala al respecto:

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    En esta proyeccin, lo utpico trabaj con la actualidad histrica, pro-piciando proyecciones de conquista del poder por la accin directa o la lucha armada, insurreccional o revolucionaria. Las propuestas utpicas se articulan en un discurso en el que la Revolucin era el paradigma del cam-bio real, en cuya perspectiva la nica forma de realizar la utopa pasada por la toma del poder revolucionario.4

    Movimientos sociales en nuestra Amrica Es necesario sealar que los movimientos sociales, como otras corrientes utopis-tas, filosficas y polticas buscarn la transformacin de la sociedad, pero de dis-tinta manera de las formas ideolgicopolticas del liberalismo y del capitalismo del siglo XIX, por lo mismo, se plantean con objetivos diferentes.

    As, por ejemplo, a finales del siglo XIX el anarquismo latinoamericano, el liberalismo, el positivismo, adquieren caractersticas utpicas propias. En el anar-quismo latinoamericano encontramos que muchos de sus antecedentes ideolgicos se encuentran en las tradiciones rurales indgenas, campesinas y obreras, estn atravesados por el igualitarismo y el comunitarismo, aunque stos, no, necesa-riamente, son democrticos. Otros anarquismos son importados en los finales del siglo XIX, como sera el caso del anarquismo argentino y uruguayo, que vienen desde Europa a Amrica del Sur, con los migrantes obreros, con los campesinos y los educadores.

    Empero, el anarquismo estar presente en unos pases ms que en otros, espe-cialmente, en aquellos con una amplia poblacin indgena y negra. Para inicios del siglo XX, el anarquismo tendr un gran despegue y reconocimiento en la educacin con la Escuela Moderna Racionalista.5

    El anarquismo es de larga data en la historia filosficopoltica de nuestra Amrica. Es desde el horizonte terico anarcosocialista que los anarquistas lati-noamericanos reflexionan y analizan la realidad social y buscan cambiarla. Es la expresin de un socialismo libertario y combativo que viene desde el siglo XIX; se reposiciona y se hace presente en el XX y se ampla al inicio del XXI.

    Se trata de personajes como Plotino Rodakanaty, Ricardo Flores Magn, el cubano E. Roig de San Martn, el peruano Manuel Gonzlez Prada; el hispanoargentino Diego Abad de Santilln y el brasileiro Jos Oiticica o el colectivo de evidente raz popular, como la Federacin de Obreros Regional Argentina y el Par-tido Liberal Mexicano.6

    La tradicin anarcosocialista en Amrica Latina tiene algunos de sus ante-cedentes en las comunidades tnicas indgenas, las cuales en la forma de organi-zacin social no tienen en su imaginario social al Estado, pero s las prcticas de la autoridad comunitaria, socializada y, en la mayora de los casos, ejercidas de forma horizontal libre e igualitario.

    La historia de nuestra Amrica muestra que despus del proceso de domina-cin ibrica resurge el liberalismo cristiano que se extiende desde la conquista hasta las independencias latinoamericanas, para posteriormente mezclarse con el liberalismo francs e ingls; aparece el liberalpositivismo y resurgen tradiciones neoescolsticas; se trasladan las doctrinas espiritualistas y pantestas, como el krausismo, la diversidad de teosofas y filosofas en boga.

    As, el anarcosindicalismo como movimiento social y el pensamiento crata como referencia cultural, alcanzaron innegable relevancia en Latinoamrica y el

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    Caribe. Desde una multiplicidad de expresiones y vnculos que apenas, reciente-mente, estn siendo conocidos por las nuevas generaciones latinoamericanistas que hoy buscan impulsar el renacimiento libertario, el cual abarca, por cierto no poca cosa, del Ro Grande hasta la Tierra del Fuego.

    Por lo tanto, es tarea irremplazable la recuperacin de esa basta e inexplorada herencia. Empero, he de advertir, que no en el plan del sentimentalismo nostlgi-co, menos an, se debe buscar y consagrar otra mitologa histrica, para afrontar dogmas liberales o marxistas; sino ms bien, de rescatar el significado vivo que ese pasado anarquista tiene para el presente y el futuro de las luchas y movimientos sociales en nuestra Amrica.

    De tal manera, el anarquismo tiene en Amrica Latina y el Caribe una amplia historia, rica en luchas pacficas, pero tambin violentas, como tambin manifes-taciones de herosmo individual y colectivo, de esfuerzos organizativos, de pro-paganda oral, escrita y prctica de lucha poltica, de obras literarias, de experi-mentos teatrales, pedaggicos, cooperativos comunitarios. Algunos historiadores que escriben la historia social, poltica, cultural, literaria y filosfica del sub-continente suelen pasar por alto o minimizan la importancia de los movimientos anarquistas. Otros desconocen los hechos histricos y consideran al anarquismo como una ideologa marginal absolutamente minoritaria y desdeable, pero, lo ms importante, irrealizable.

    Empero, otros por el contrario saben lo que el anarquismo significa en la his-toria de las ideas socialistas en Latinoamrica y comprenden la actitud frente al marxismo, precisamente, por esto se esfuerzan por olvidar al anarquismo, o devaluarlo, y por esto mismo lo consideran fruto de inmadurez revolucionaria, utopismo abstracto, rebelda artesanal de obreros, campesinos, de grupos tnicos de raz indgena o de la pequea burguesa.

    Como resultado de todo ello, el filsofo venezolano ngel Mara Cappeletti, seala al respecto:

    Pero el anarquismo no fue slo la ideologa de las masas obreras y campe-sinas pauprrimas que arribadas al nuevo continente, se sintieron defrau-dados en su esperanza de una vida mejor y vieron cambiar la opresin de las antiguas monarquas por la no menos pesada de las nuevas oligarquas republicanas. Fue muy pronto el modo de ver el mundo y la sociedad que adoptaron tambin masas autctonas y an indgenas, desde Mxico (con Zalacosta en Chalco) hasta Argentina (con Facon Grande en la Patagonia). Muy pocas veces se ha hecho notar que la doctrina anarquista del colecti-vismo autogestionario, aplicada a la cuestin agraria, coincida de hecho con el antiguo modo de organizacin y de vida de los indgenas de Mxico y Per, anterior no slo al imperialismo espaol sino tambin al imperia-lismo de los aztecas y de los incas. En la medida de que los anarquistas lograron llegar hasta los indgenas, no tuvieron que inculcarles ideologas exticas, sino slo tornar conscientes las ideologas campesinas del cal-pulli y del ayullu.7

    As, en la historia de nuestra Amrica se muestran riquezas y perspectivas de un pensamiento analticocrtico con orientaciones anarquistas, de izquierda, de de-recha, hasta alcanzar posiciones extremistas de izquierda y de derecha, transidas

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    de intolerancia y que van a trascender ms all de la primera mitad del siglo XX, para retomar presencia y vitalidad en tiempos cercanos al final de la centuria en el pensamiento social, poltico, filosfico y cultural en todos los rumbos de Lati-noamrica y del Caribe.

    Sin embargo, desde el punto de vista terico, los movimientos sociales latinoa-mericanos no han contribuido con aportes fundamentales al pensamiento filosfico anarquista. Puede decirse que desde el punto de vista de la organizacin y de la praxis anarquista, s produjo formas desconocidas en Europa. Ello no es casual, porque los movimientos sociales de muy diversos carcter y orientacin ideolgi-ca, como la historia misma, son una respuesta a la realidad en la cual se incuba.

    Por otro lado, es necesario sealar que el anarquismo presenta algunos rasgos diferenciales, en los heterogneos pases de Amrica Latina y del Caribe a fina-les del siglo XIX e inicios del XX. Por ejemplo, en Argentina con la Organizacin Obrera Regional Argentina (FORA) es ms radical, a tal punto, de ser considerado extremista por la Coordinadora Nacional de Trabajadores argentinos de inicios del siglo XX.

    En cambio en el Uruguay, ha sido ms pacfico, tal vez porque hubo menos perseguidos. En Mxico ha tenido significacin en el gobierno, no slo por la par-ticipacin del magonismo en la lucha revolucionaria contra Porfirio Daz, sino, tambin, por la Casa del Obrero Mundial, la cual brinda a Venustiano Carranza los batallones rojos en la lucha contra Francisco Villa y Emiliano Zapata. Adems, porque los presidentes de la Coordinadora General de Trabajadores (CGT) pole-mizaron con el propio presidente lvaro Obregn. Por el contrario, en Brasil los movimientos cratas, estuvieron siempre al margen de cualquier instancia estatal. Ms an, la repblica militar oligrquica brasileira nunca lo tom en cuenta, salvo en los casos de persecucin, destierro o asesinato de sus militantes.

    Entre 1918 y 1923 se da un fenmeno tpico de algunos pases latinoamerica-nos, como es el anarco bolcheviquismo. En Argentina, Uruguay, Brasil y Mxico, sobre todo, al producirse en Rusia la Revolucin Bolchevique 1918, muchos anar-quistas se declararon partidarios de Lenin y anunciaron su incondicional apoyo al gobierno sovitico, pero no por eso dejaron de considerarse anarquistas. Empero, esta corriente desapareci con la muerte de Lenin y aquellos decidieron adherirse a Stalin, pero ya no se atrevan a llamarse anarquistas.

    En todos los pases de Amrica Latina y el Caribe, el anarquismo produjo, adems de una vasta propaganda periodstica y de copiosa bibliografa ideolgica, muchos poetas y escritores, los cuales, con frecuencia fueron figuras de primera lnea en las respectivas literaturas nacionales. Sin embargo, cabe advertir que stos no en todas partes fueron numerosos y significativos. En Uruguay y Argentina puede decirse que la mayora de los escritores que publicaron entre 1890 y 1920 fueron de origen anarquista. En Chile y Brasil, hubo durante este perodo, no po-cos literatos cratas, aunque no tantos como en el Ro de la Plata, o en Colombia, Venezuela y Puerto Rico.

    En otros pases latinoamericanos, sin bien no floreci una literatura propia-mente anarquista, la influencia de la ideologa libertaria se dio entre literatos y poetas, ms que en los movimientos obreros. Sin embargo, es importante des-tacar que, no obstante de que all, donde la literatura y el anarquismo casi eran sinnimos, como en el Ro de la Plata, los intelectuales anarquistas nunca desem-pearon un papel de lite o de vanguardia revolucionaria, ms an, no tuvieron

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    que ver con la universidad y la cultura oficial. En esto el anarquismo en la regin latinoamericana se diferencia del socialismo y del marxismo.

    Ya avanzada la segunda mitad del siglo XX se hacen presentes diversas ten-dencias ideolgicas y polticas. En esta relacin dual y ambigua, entre izquierda y derecha, destacan por ejemplo, el escritor y poltico peruanoespaol Mario Vargas Llosa, pero, sobre todo, por la profundidad de su obra, el literato, poeta y escritor mexicano Octavio Paz.

    Empero, ambos realizan en su momento relaciones de induccin y compromiso articulados y al servicio de los grandes centros del poder econmico y financiero mundial y sus poderosos aparatos de propaganda y comunicacin colectiva, donde se mueven entre crticas y alienaciones, a veces serviles e incondicionales, con el liberalismo y el capitalismo imperial. Puede decirse que se convirtieron en los mejores voceros de las posiciones conservadoras y neoconservadoras a travs de las formas escritas y de los mass media, a travs de los cuales, intencionalmente, favorecen la cada de las tradiciones anarcosocialistas, socialistas y marxistas. Es decir, las tradiciones latinoamericanas, en general.

    Modernidad en Amrica Latina: entre la globalizacin y la democraciaDesde este horizonte puede observarse que tanto Octavio Paz como Mario Vargas Llosa se convirtieron, como en su momento lo fue Jos Vasconcelos, en los ms grandes defensores de la derecha, precisamente, cuando nuestras naciones eran asoladas por el experimento del neoliberalismo y la implantacin de la nueva glo-balizacin, agresiva, racista y excluyente. Su popularidad fue cubierta con un halo de excelencia, aquella que la derecha siempre ha reservado histricamente hasta la actualidad, a los renegados, es decir, a los antiguos izquierdistas, a los cratas, a los liberales, a los demcratas, que arrepentidos de sus pecados de juventud, buscan por todos los medios a su alcance, en los de madurez, para multiplicar y corregir los errores ideolgicos del pasado. Para ello, como lderes intelectuales y culturales de reconocido prestigio, buscan los medios de persuasin para enca-minar a los jvenes, y, puede decirse, que al mundo en general, en la direccin correcta, desde la perspectiva del inters econmico de capitalismo, para con-vertirlos en mediaciones, es decir, en mera inmediatez.

    El anarquismo en Amrica Latina y el Caribe comparte con la tradicin socialis-taliberal, el compromiso tico poltico y la lucha por la libertad, la liberacin y la dignidad humana. Lo cual implica la satisfaccin de las necesidades espirituales y materiales en equilibrio y armona con la Totalidad de la realidad sociohistrica. Esto le confiere al anarquismo un rango tico y poltico que puede servirle al ser humano para alcanzar su felicidad y al desarrollo de sus potencialidades y capa-cidades humanas.

    Empero, estos principios ticos colectivistas y comunitarios tienen sus antece-dentes, adems de los ya sealados, en la antigedad griega, en la edad media, el renacimiento y la modernidad, donde se hacen presentes el racionalismo, el empirismo, el criticismo, el utilitarismo, el evolucionismo, el positivismo, el pan-tesmo, el neotomismo y algunas corrientes de pensamiento tico, aunque, como puede observarse, no son, necesariamente, socialista o anarcosocialista, sino, ms bien, liberaldemocrtica.

    La modernidad en nuestra Amrica y el mundo, ha sido acompaada por dos actitudes de raz democrtica ilustrada: la tolerancia y pluralismo. El pluralismo

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    es una faceta del pluralismo ideolgico: es bueno que coexistan distintas convic-ciones ticas.8 De esta manera, en la racionalidad moderna, las actitudes uni-formizadores, excluyentes, dictatoriales, fascistas y totalitarias no caben en la modernidad mltiple de nuestra Amrica Latina.

    Porque es el espacio temporal e histrico donde la tolerancia no significa indeferencia, sino responsabilidad y compromiso solidario con el Otro. Porque realmente somos tolerantes si las diferencias que mantenemos con los otros nos importan, de otra manera, slo habr indeferencia, desconocimiento y negacin del otro. El filsofo franfurtiano, Herbert Marcuse ha sealado, con buen tino, que la finalidad de la tolerancia es la verdad. Por esto mismo, puede decirse que la tolerancia ha sido un gran aporte a la modernidad y a la humanidad.9

    As, pues, como puede observarse, ya desde antes del siglo XIX se introducen en la regin las ideas de la democracia, el liberalismo, el marxismo, el anar-quismo, el comunitarismo las cuales propiciaron nuevas alternativas tericas e ideolgicas, las que no siempre pudieron llevarse a la prctica en la mayora de los pases latinoamericanos, porque las condiciones histricas y sociales no eran apropiadas. Sin embargo, a partir de ellas se efectuaron anlisis crticos sobre la situacin social, econmica y poltica en la regin.

    Las posiciones de izquierda utilizaron el mtodo materialista y la dialctica, para los anlisis crticos de la realidad opresiva y asfixiante, pero muy pocas fue-ron partcipes en la lucha poltica contra las formas opresivas y marginantes de los gobiernos en turno.

    Antiimperialismo: anarquismo y socialismoDentro de los estudiosos y representantes del socialismo no precisamente del marxismo de la era temprana del siglo XX, destacan Juan B. Justo, Ricabarren, Manuel Ugarte, Jos Ingenieros, Anbal Ponce, Balio, la mayora de ellos ms que hacer aportaciones tericas a la doctrina, se dedicaron a vaticinar sobre cmo debera ser el modelo de sociedad socialista; otros, como Jos Carlos Maritegui, Mella, Farabundo Mart se ocuparon de estudiar sus respectivas regiones, con el propsito de conocer las condiciones concretas, con el fin de encontrar las vas especficas ms adecuadas para la transformacin de la realidad sociohistrica10.

    Todos ellos se oponen al expansionismo de los pases europeos y al imperialis-mo norteamericano, que ya desde Mart y, desde antes de l, se vena planteando. Encarna este antimperialismo el argentino Manuel Ugarte y el costarricense Vicen-te Senz quien publica en su pas, durante cuatro dcadas, el Repertorio America-no, esplndida tribuna antimperialista. En l colaboraron grandes plumas como el norteamericano Waldo Frank, el francs Henri Barbusse. Pero, sobre todo, autores de nuestra Amrica, como la chilena Gabriela Mistral y su apasionada defensa de Augusto Csar Sandino; de El Salvador Farabundo Mart; de Mxico Jos Gaos, Leopoldo Zea, Germn List Arzubide; de Venezuela, Carlos Aponte, etctera.11

    El pensamiento liberal, anarquista, socialista y comunista latinoamericano siempre ha cado en la tentacin de copiar o utilizar de forma esquemtica y mecanicista los textos europeos, busca repetir las experiencias filosficas, polti-cas y econmicas externas y de otras latitudes, las cuales son consideradas como las vas ms adecuadas para alcanzar el cambio y la transformacin de la realidad latinoamericana. Empero, no se puede hacer trabajo intelectual, manual y artsti-co de espalda a la propia realidad, porque sta exige respuestas y soluciones a los

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    problemas ms apremiantes de la existencia humana.De este modo, puede decirse que fueron las teoras liberales francesas, in-

    glesas, norteamericanas, marxistasleninistas del modelo sovitico, las que se aplicaron al anlisis crtico de las sociedades subdesarrolladas latinoamericanas, las cuales, al intentar adaptarlas a la regin resultaron inadecuadas y poco per-tinentes para la transformacin de la situacin histrica y social dependiente. Es decir, siempre el referente fundamental en las teoras filosficas, polticas, econmicas, sociales y culturales debe ser la realidad sociohistrica, en relacin dialctica entre la prctica y la teora.

    El desconocimiento de la historia y de sus implicaciones ha trado grandes conflictos y retrocesos a los intelectuales y los polticos para entender su sentido, importancia y capacidad explicativa. Pero, lo ms grave, es que se da entre ellos y en la mayora de los latinoamericanos y caribeos, un sonambulismo que los lleva a caer en el error de repetir doctrinas extraas y a asumir una actitud au-tocolonial.

    Lo anterior har decir al maestro y filsofo mexicano Leopoldo Zea lo siguiente:

    El desconocimiento de la propia historia, tanto como el desconocimiento de las propias fuerzas y la admiracin irracional de historias y fuerzas ex-traas han podido conducir a algunos latinoamericanos a desear una sub-ordinacin para salir de otra. De all la necesidad de conocer y asumir la propia historia; de conocer y asumir la propia realidad: Saber de las propias fuerzas y utilizarlas ha de ser la ms segura forma de regeneracin de la realidad de esta Amrica. Espaoles, indios, mestizos y negros, son parte de esta realidad, parte de la historia de sta nuestra Amrica. Para superarla habr que partir de ella misma.12

    Por ejemplo, la sovietizacin del pensamiento latinoamericano afect a lderes polticos de raz socialista como, por ejemplo, al abogado mexicano Lombardo Toledano y al brasileo Luiz Carlos Prestes, los cuales asumen una posicin reduc-cionista del estalinismo excluyente, totalitario y personalista.

    En general, puede decirse que esa doctrina polticoideolgica de origen so-vitico, incidi en los partidos comunistas y socialistas en la regin, prolongndo-se, particularmente, la influencia del culto a la personalidad autoritaria estalinia-na, como las actitudes revisionistas de la Tercera Internacional hasta alcanzar ya la dcada de los ochenta del siglo XX.

    Los gulags de los aos setenta y la cada del Muro de Berln en 1989, pon-drn al descubierto las prcticas de corrupcin, las formas opresivas y violentas del socialismo sovitico, y su cauda de experiencias colonialista en Europa y el mundo. Por esto mismo, son necesarias las crticas a las ciencias sociales y a las humanidades, actuales, lo cual implica reflexionar sobre la estructura de los sabe-res los dominantes, sobre los propios. Empero, stas no debern ubicarse slo en las aproximaciones sucesivas desde la historia lejana del capitalismo hacia el ms vivo presente, sino ms bien, atravesar de forma transversal los supuestos asumi-dos desde la propia construccin terico filosfica, con la intencin de mostrar los lmites epistemolgicos y la edificacin de las nuevas ciencias sociales, filosficas y humansticas, radicalmente nuevas y profundamente disciplinarias, interdiscipli-narias y transdisciplinarias.

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    Es importante elaborar un eje articulador histricocrtico, para realizar una historia global del sistemamundo capitalista. Se requiere de crear un nuevo mo-delo terico para la caracterizacin global, como la explicacin comprensiva, ana-ltica y crtica, el ese itinerario de la historia capitalista de los ltimos cinco o seis siglos del capitalismo. Esto permite plantear nuevos horizontes sociales, polticos y econmicos ms justos y humanos.

    Fin del socialismo real en el mundo globalizadoAs, de esta forma, se daba la cada estrepitosa del llamado socialismo real y se configura un nuevo sistemamundo de un capitalismo globalizado y neoliberal unitario excluyente, el cual ahora se enseorea mundialmente a travs del pen-samiento nico, conformado por formas fragmentarias y diluyentes, ejercidas a travs de la economa globalizada, donde la globalidad da sentido de unidad integradora. Empero, la economa globalizada est fundada en mayor injusticia, marginacin, pobreza hacia las naciones del hemisferio sur.

    Surge el neoimperialismo irracional y se liquidan los sujetos de la historia y se establecen las ticas indoloras y el pensamiento dbil los cuales impactan de diversa manera a los sujetos sociales en el sistemamundo globalizado.

    El esfuerzo de algunos marxistas por caracterizar a travs de los conceptos tericos y metodolgicos fundamentales del materialismo histrico, el socialismo real, los lleva a interrogarse y reflexionar sobre el supuesto socialismo sovitico, hasta llegar a la conclusin, sobre la cuestin y la situacin de fondo, respecto a ste, para concluir que no es realmente socialismo terico idealizado, sino ms bien, es socialismo histrico, o lo que se ha dado en llamar: socialismo real.

    Adolfo Snchez Vzquez seala al respecto:

    La mayor parte de los crticos marxista del socialismo real de aquel momento coinciden en afirmar que: 1) la propiedad sobre los medios de produccin es directamente estatal; 2) quien posee, controla y dirige los medios de produccin es la burocracia; 3) el Estado no pertenece ni representa a los trabajadores sino a la burocracia; 4) son precisamente los miembros de ella quienes ocupan los puestos clave en la economa, el Estado y el partido; 5) los trabajadores no participan ni en las empresas ni a nivel estatal en toma y control de la decisiones, y 6) el Estado con su reforzamiento creciente congela la creacin de condiciones para la trans-formacin de su administracin en autogestin social.13

    Todo lo cual traera como consecuencia la cada del socialismo real ante el in-tento desesperado de algunos socialistas por detenerla. De esta forma, se daba el desplome del Estado obrero degenerado, ya sin la fuerza ni el apoyo de los trabajadores.

    En ejercicio de este poder, la burocracia suple a la clase obrera. Desde la burocracia que no es una clase sino un cncer parasitario en el cuerpo del proletariado ejerce el poder, lo que existe realmente es un Estado obrero degenerado que atasca o congela el proceso de transicin del capi-talismo al socialismo. Se trata de un fenmeno histricamente transitorio que durar hasta que la clase obrera con una revolucin poltica que no

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    afectara el sistema de propiedad ni la naturaleza obrera del Estado pon-ga fin al dominio de la burocracia y libere al Estado y la sociedad de sus de-generaciones burocrticas. Los crticos de esta posicin objetan sobre todo la apreciacin legalista, jurdica y no real del sistema de propiedad estatal por parte de Mandel, rechazan sus argumentos sobre el carcter obrero del estado sovitico y sus tesis de la burocracia como suplente provisional de una clase obrera dominante.14

    El socialismo real, con la Cada del Muro de Berln (1989) y La Perestroika sovitica (1992) confirman los viejos vicios, las exclusiones y la marginacin de un Estado realmente obrero. Los obreros como clase dominante, pasaron a ser mediacin ideolgicopoltica, pero no el centro del Estado socialcomunista. El Estado se haba convertido en propietario del poder econmico y del poltico.

    De acuerdo con esto, los tericos del socialismo llegaron a la conclusin que el supuesto socialismo real no es realmente socialista, pero tampoco puede carac-terizarse como sociedad capitalista peculiar. Ms bien, se trata de una formacin social especfica surgida de las condiciones histricas concretas en la cual se ha desarrollado el proceso de transicin, no al comunismo, como haba previsto Marx, sino al socialismo.

    Todo lo cual contribuy, en la desaparecida es ExUnin Sovitica, a crear el rgimen de Estado y de Partido, con ello, se fundan los intereses de las burocra-cias: estatal y de partido. El poder poltico de ambas burocracias, que tienen en propiedad real al Estado y al partido, corresponde un poder econmico en cuanto que posee efectivamente los medios de produccin aunque no detenta, ni indivi-dual ni colectivamente, la propiedad jurdica sobre estos medios.

    La posesin, control y direccin colectiva de la economa por la burocra-cia, fuente a su vez de los privilegios individuales de sus miembros, de-terminan las posibilidades de evolucin o involucin del socialismo real de acuerdo a intereses particulares de la nueva clase (la burocracia). La transformacin de la propiedad estatal en propiedad privada sobre los me-dios de produccin est excluida para la burocracia pues ello acarreara su autodestruccin como clase. A su vez la transformacin de la propiedad es-tatal en verdadera propiedad social y transformacin de la superestructura poltica en una direccin democrtica, pluralista, minara el status social dominante de la burocracia estatal y del partido.15

    En consecuencia, el socialismo real no se constituye hoy por hoy, por un modelo vlido para la nueva sociedad. Ello no slo para los pases capitalistas desarrolla-dos; tampoco para los llamados del Tercer Mundo. Sin embargo, si en la lucha ms prxima o ms lejana por el socialismo, se tiene presente su objetivo liberador y no simplemente la eficacia en el incremento de las fuerzas productivas, existe la esperanza utpica realizable de un socialismo con rostro humano.

    Por lo tanto, no se puede admitir la idea de un socialismo autntico, como pro-piedad estatal de formas polticas autoritarias, lo cual constituira una perspectiva para los pases del Tercer Mundo, condenados a prolongar su subdesarrollado capi-talista de hoy, con el subdesarrollo socialista de maana.

    As, la toma del Cuartel Moncada en 1953 y el desembarco del Gramna en

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    1956, sobre todo, el establecimiento del primer Estado socialista en Amrica Lati-na en 1961, marcaron el inicio de una nueva poca en la conformacin del socia-lismo y del marxismoleninismo latinoamericano. En esta poca se da una enorme variedad de luchas insurreccionales, polticas e ideolgicas, de entre las cuales destacan, las de la etapa de las Guerrillas Rurales que van de 1959 a 1965 a la de las guerrillas urbanas, que van de 1968 a 1971, y a la gran lucha del pueblo chileno por alcanzar el socialismo, a travs de la llamada va pacfica, que abarca de 1970 a 1973, la cual constituye la primera experiencia universal de la toma del poder por la va poltica pacfica de la izquierda latinoamericana.

    Desde aquella poca, iniciada en 1953 de la Cuba de Batista, empiezan a tener presencia dirigentes polticos notables, como Fidel Castro, Ernesto Che Guevara y Salvador Allende. La derrota de los movimientos sociales posteriores a la Revo-lucin Cubana y la implantacin de regmenes neofascistas, en un buen nmero de pases latinoamericanos, marcaran otro perodo del pensar y del actuar crata, socialista, del marxismoleninismo y liberal. Sin embargo, este fue un perodo de madurez creciente, pero tambin de dolor y, algunas de las veces, de desconcierto profundo, tambin de esperanza y lucha por la liberacin de las naciones de la regin.El socilogo mexicano Pablo Gonzlez Casanova ha sealado el fracaso de los mltiples intentos populistas, democrticos y revolucionarios antimperialistas anarcosocialista y socialista en la regin, ha sido consecuencia de la situacin de inmadurez de los movimientos. Entre las dcadas de los treinta a la del cincuenta, pareca alejar la posibilidad de encontrar la alternativa de la liberacin emanci-padora en los pases latinoamericanos. No es hasta que se produce la Revolucin Cubana (1959)16 que estas perspectivas polticas e ideolgicas se modifican, para abrirse horizontes filosficos y sociales nuevos. El pensamiento liberalsocialista martiano asumido por Fidel Castro y el pueblo cubano cambiar el rumbo de la historia de Cuba y de nuestra Amrica.

    As lo expresa Pablo Gonzlez Casanova al sealar:

    El pensamiento socialista en Cuba es cuantitativo y cualitativamente dis-tinto al de la historia anterior. Ya no slo es el pensamiento de un grupo, de una organizacin o una clase, ni slo es el pensamiento ideal sobre un objeto an inexistente, en el que las palabras no hallan la corresponden-cia de lo real. En Cuba se ha organizado, como dira el utopista chileno Francisco Bilbao, la autocracia de la palabra. El pas cumple la palabra con extrao rigor, tiene fe en la palabra. Realiza los postulados de Mart y los interpreta con las categoras del marxismoleninismo que forjaron los revolucionarios cubanos, al calor de la revolucin, antes y ahora17.

    El dominio de la palabra de compromiso tico y de dilogo comprometido por el cambio del estado de cosas existentes de pobreza, marginacin y explotacin. Es la bsqueda por superar los vicios del nacionalliberalismo burocrtico excluyen-te, sin responsabilidad ni compromiso con los latinoamericanos. A la vez que lucha contra el imperialismo, de muy diverso carcter, de derecha y de izquierda.

    En esta experiencia histrica se trata, desde la perspectiva de las ideas filo-sficas, de un cambio de marcha en filosofa y una reorientacin de la historia de las ideas filosficas en nuestra Amrica. Es algo semejante a dar testimonio, del paso que va, de una aproximacin estrictamente terica de la filosofa a una

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    perspectiva prctica a la conformacin de una filosofa de la praxis, de una filoso-fa revolucionaria y transformadora tericoconceptual y de la prctica poltica, social y tica.

    Es decir, la construccin de una filosofa de la historia explicativa, interpre-tativa y crtica del capitalismo, es una teora de la interpretacin moderna reali-zada desde una unidad de anlisis dentro del sistemamundo considerado como Totalidad. Es decir, concebida con dimensin geogrfica planetaria, lo cual implica la reorganizacin necesaria del estudio de los sucesos y los procesos evocados, dinmicas supranacionales que derivan del conocimiento del capitalista global de finales del siglo XVIII, el XIX y el XX, las cuales se combinan e imbrican con los procesos protonacionales y locales de cada una de las zonas de este vasto con-tinente americano.

    El historiador brudeliano Carlos Aguirre Rojas considera que las:

    Agudas diferencias entre centro y periferia, dbilmente atenidas en las zonas de la semiperiferia, que se reflejan a nivel social, poltico y hasta cultural, ubicando a los Estados fuertes e imperialista en el centro, a los Estados medios en la semiperiferia, y a los Estados dbiles, o coloniales, o dependientes, o subordinados en la periferia []. Estructura desigual y jerrquica de las tres zonas geogrficas del sistema mundial capitalista, que adems, lejos de tender a cerrarse y a borrarse se ido ensanchando y profundizando durante cinco siglos de la vida histrica capitalista. Porque si el pequeo ncleo central del sistema es cada vez ms escandalosamen-te rico, lujoso, dilapidador y ofensivamente ostentoso, eso slo es gracias a que la inmensa periferia es cada da ms pobre, asctica, restringida y recatada en su consumo y en uso de los escasos recursos que no les son expropiados por dicho centro. Ya que la riqueza de ese centro, hoy como desde hace quinientos aos, es fruto directo de la explotacin, el saqueo, el robo, la expropiacin y el empobrecimiento sistemticos de esas vast-simas periferias.18+

    Eugene Gogol, al hacer un balance histrico, filosfico y social de nuestra Amrica, de finales del siglo XX, confirma lo sealado, cuando apunta:

    Las derrotas y las ulteriores despedidas de la revolucin ha producido algu-nas barreras interconectadas, fsicas e ideolgicas: (1) Lo que permanece en pie, aunque desafiado, es el terreno econmicosocial del capital en Amrica Latina. (2) Ha habido una crisis en la exaltacin del concepto de revolucin, y de la idea de la liberacin. El horizonte, no slo del pre-sente, sino del futuro, parece estar confinado al capitalismo vigente y a las formas ideolgicas de la noemancipacin. Las experiencias de Chile, Centroamrica y particularmente el derrumbamiento de la revolucin en Nicaragua, as como la situacin actual de Cuba, pesan en las mentes de los activistas latinoamericanos y en parte de los movimientos de masas. Gran parte de la izquierda latinoamericana, mientras contina siendo ac-tiva a nivel local, ha fracasado al exponer un punto de vista conceptual sobre las transformaciones sociales, y en dar una visin abarcadora de la necesidad de un nuevo comienzo necesario que podra servir como polo de

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    atraccin para las masas de Amrica Latina. (3) Esto se relaciona con la casi desaparicin de concepto de subjetividad revolucionaria, de un sujeto humano viviente, los desposedos, los humillados, los acusados.19

    Esta larga cita muestra que las filosofas posmodernas y el poscolonialismo en la actualidad, descartan los principios filosficopolticos de la modernidad mltiple de nuestra Amrica, donde se asume el papel del sujeto social como parte del proceso de lucha revolucionaria emancipadora.

    En esta primera dcada del siglo XXI, puede observarse la vuelta a la filosofa, a la ontologa, a la filosofa de la historia, a la tica, a la filosofa poltica. Sobre todo, cuando la realidad histrica de la regin una vez ms confirma que la subje-tividad colectivizada se ha convertido en una fuerza poltica de lucha que empieza resurgir en todos los horizontes; al lado de posiciones conservadoras y reacciona-rias que se oponen al cambio y a la lucha por un mundo mejor y ms humano para todos, en libertad, justicia, igualdad, equidad, solidaridad y democracia.

    Desde la perspectiva de las izquierdas en nuestra Amrica se busca, en defi-nitiva, construir una nueva sociedad mundial ya no estructurada por las leyes del capital que da primaca al dinamismo del trabajo deshumanizador, sino ms bien, es la reconfiguracin de la sociedad, de modo radicalmente distinto del ac-tual, que supere los atavismos ideolgicos y los miedos al cambio y transformacin de la realidad sociohistrica.

    Al respecto, el filsofo ellacuriano salvadoreo Hctor Samour, considera que:

    Esto supone un nuevo orden poltico ms all de la democracia liberal y de los modelos colectivistas conocidos, y un nuevo orden cultural desligado de los modelos occidentales. Esto debe conllevar a su vez la recuperacin de la secular riqueza cultural de la humanidad, que hoy est siendo avasallada y uniformizada por los modelos tecnolgicos y consumistas.20

    Se trata de la unificacin fctica de la humanidad desde perspectivas y horizontes nuevos ms humanos y ticamente solidarios con nosotros y los otros, constituyen-tes de lo humano, hasta desembocar en la universalidad histrica humana del pre-sente, en la cual los individuos, los sujetos sociales puedan ser coetneos de todos los seres humanos del mundo, desde el ejercicio solidario con el gnero humano.

    Donde la libertad en este horizonte histrico se convierta en la concrecin espaciotemporal de las implicaciones ticas y polticas mundiales, desde un mundo dignamente habitable. Es decir, esta nueva civilizacin debe recuperar el proyecto global que garantice la universalidad de lo profundamente humano, all donde haya posibilidades de supervivencia y de humanizacin y derechos univer-sales para todos. Una humanizacin incluyente de las mayoras populares y de los pueblos oprimidos como de las minoras.

    Esto compromete o puede comprometer ticamente, a las naciones neoim-periales con las responsabilidades hacia los otros, con deberes, derechos y obli-gaciones. Segn Kant, hay deberes que derivan de derechos y otros que pueden derivarse fcilmente de derechos: hay deberes legales y deberes simplemente humanos. Sin uno tiene el derecho de ejercer la libertad poltica, social, cultural y de prensa, los dems tienen el deber de respetar ese derecho. Y uno mismo, a la vez, tiene el deber de respetar las libertades de los otros.

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    En consecuencia, se puede decir que tambin los periodistas tienen deberes que dimanan necesariamente de los derechos. Una de estas responsabilidades ra-dica en la obligacin de informar y defender la veracidad de sus principios ticos, lo cual no es un deber directamente de los otros, sino un deber, un imperativo de la humanidad con respecto de ella misma. La veracidad es realmente un deber tico que tiene su fundamento en la dignidad humana de la persona, al igual que otras virtudes como la sinceridad y la humanidad. La veracidad es un imperativo de compromiso y responsabilidad de la humanidad.

    La idea global de una tica mundial tiene muchas aristas, porque implica, necesariamente, establecer los mnimos y los mximos ticos, hasta optar por los mnimos e ir de stos a ms, a la vez que demanda un ejercicio ticopoltico de participacin y compromiso de todas los Estadosnaciones del mundo en relacin libre de justicia, igualdad y democracia.

    En esta idea global, la poltica no puede ser ms fcil, seguir siendo el arte de lo posible, del conflicto, de la negociacin. Sin embargo, para que sta pueda funcionar no debe fundarse en el frvolo pluralismo posmodernista del capricho, ms que de la razn y el compromiso con nosotros y los otros. Es decir, presupone, ms bien, consenso social reclamado desde diversos modos, como el respeto a determinados valores, derechos y deberes fundamentales.

    El filsofo y telogo Hans Kng advierte lo siguiente:

    Esto es, justamente, una tica mundial, un consenso social fundamental que puede y debe ser compartido por todos los grupos sociales y por los seguidores de las diferentes filosofas e ideologas polticas.

    Pero a fin de evitar cualquier equvoco: un sistema democrtico no pue-de forzar este consenso, sino que ha de contar con l. Tampoco se trata de un sistema tico comn (una tica ethics). Pero sin fundamento comn de valores y normas, de derechos y deberes, es decir, una actitud tica comn (ethic), una actitud tica de la humanidad. La tica mundial (global ethic) no es una nueva ideologa o superestructura, ni intenta suplantar las ticas especiales de las diversas religiones, sino que ms bien las apo-ya. Recoge los recursos religiosofilosficos comunes de la humanidad, que no han de imponerse por ley, sino interiorizarse en la conciencia.21

    Esta propuesta de una tica mundial deber estar orientada a los seres humanos o a las personas, a las instituciones y a los resultados de esta relacin tericoprctica. La tica mundial no se puede orientar slo a la responsabilidad colectiva que descarga al individuo de la propia, sino tambin deber orientarse a la respon-sabilidad de cada uno y en el lugar que ocupa en la sociedad, de modo muy parti-cular, implica la responsabilidad de los dirigentes polticos. Esto es, la vinculacin con una tica comn global que no excluya que sta se encuentre jurdicamente protegida, sino que, inclusive, incluye a las dems.

    En determinadas circunstancias, la tica jurdica y de los derechos humanos puede ser requeridas judicialmente, como sera el caso de genocidio, crmenes contra la humanidad, crmenes de guerra, prcticas de formas fascistas, de dicta-duras y la exclusin social.

    Esto traducido al lenguaje filosficamente concebido de la actualidad, lleva a reconstruir concepciones que permitan el uso del concepto de sociedad desde

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    la perspectiva de los valores socioculturales y de acuerdo con la persona humana en relacin con lo social. Es decir, deber ser una construccin formal que supere a la sociedad carnvora, devoradora de lo ms vitalmente vlido: la justicia y la libertad.

    sta es una forma de gran complejidad, porque nuestro tiempo no admite ca-racterizaciones simples. La carga de expoliaciones, enajenaciones y catstrofes, que destaca el desarrollo actual del capitalismo transnacional, aunado al replie-gue generalizado del socialismo, parece proyectar lneas particularmente som-bras para el porvenir de la humanidad.

    Tanto ms cuanto, por su dimensin, se inscriben en una escala que com-pete a lo universal, a la matriz de lo humano como tal, al terreno de lo propiamente civilizatorio. Sin embargo, estos procesos poseen, asimismo, un rico y hondo contenido liberador del pensamiento y de la accin socia-lista en primer trmino. Las ideas y las luchas socialistas han transformado al mundo a lo largo de nuestro siglo. Han orientado el acceso a conquistas incorporadas como acervo de la civilizacin. Han alumbrado las luchas ms extensas y profundas de la humanidad contra la humillacin, la explota-cin y el oprobio, en la lnea de la realizacin de las aspiraciones humanas de justicia, libertad, solidaridad y conocimiento. Los derrumbes actuales tienen para el socialismo un inmenso sentido liberador, en cuanto hace posible descorrer la losa asfixiante que la prctica y la ideologa de los estados burocrticoautoritarios abatieron sobre su memoria, su cuerpo crtico, multvoco y creador, perspectiva de problemas y posibilidades.22

    Esto traducido al lenguaje filosfico de hoy, lleva a la necesidad de reconstruir concepciones que permitan las relaciones sociales equitativas y solidarias, ello se inscribe el la reconstruccin del concepto de la sociedad desde la perspectiva de la persona humana y en relacin con lo social.

    Desde esta perspectiva socialista, la propuesta de Marx, en los Manuscritos econmicofilosficos, adquieren una vigencia inusitada, porque todo en el hom-bre es sociocultural, aunque el valor de la individualidad de la persona es ejer-cida desde un horizonte socialcolectivo.

    La vuelta a la tradicin histrica y cultural de Amrica Latina y del Caribe, es la recuperacin del ser humano y de todo lo que nos rodea. En todo ello se realiza una praxis mltiple que ordena y da sentido al mundo. Es una semiosis que organi-za las actividades en la constitucin del sistema mundo. Por la semiosis el mundo deviene en un mundo pleno de sentido humano.

    De esta manera la semiosis se encuentra en relacin compleja, con lo cual po-dramos llamar como algo previo, porque es la natura que espera, empuja y pugna por integrar el mundo. El mundo surge por la actividad humana sobre la tierra, de lo previo y lo cual siempre est amenazado por regresar, como es la desintegra-cin y aniquilamiento de una cultura, e incluso, de la humanidad, all donde todo es una amenaza permanente y quiz puede ser el destino ltimo: el fin del fin.

    Recepcin del artculo: 29 de junio de 2007

    Aceptacin del artculo: 15 de octubre de 2007

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    Notas

    1 Un buen ejemplo de este esfuerzo interdisciplinario se puede encontrar en la compilacin del libro, Horacio Cerutti Guldberg, Oscar Agero (Coordinadores), Utopa y nuestra Amrica, Ecuador, Ediciones AbyaYala, Coleccin Biblioteca AbyaYala, 1996.2 George Steiner, Gramticas de la creacin, Espaa, Siruela, 2002. pp. 1516. 3 Jos Gaos, Orgenes de la filosofa y de su historia, Xalapa, Mxico, Universidad Veracruzana/Facultad de Filosofa y Letras, 1960. p. 21.4 Fernando Ainsa, Bases para una nueva funcin de la utopa en Amrica Latina, en Horacio Cerutti Guldberg, Oscar Agero (Coordinadores), Utopa y nuestra Amrica, Ecuador, Ediciones AbyaYala, Coleccin Biblioteca AbyaYala, 1996. p. 10.5 Cfr. Mario Magalln Anaya, De Abraham Castellanos a la educacin alternativa de hoy, en Reina Ortiz Escamilla e Ignacio Ortiz Castro, editores, uu savi. La Pa-tria Mixteca, Mxico, Universidad Tecnolgica de la Mixteca, 2006. pp. 157 201.6 Cfr. El anarquismo en Amrica Latina. (Prlogo y Cronologa de ngel J. Cappe-letti; Seleccin notas de Carlos Rama y A. J. Cappeletti), Caracas, Biblioteca Aya-cucho, 1990. Este volumen es quiz el trabajo intelectual ms agudo y exhaustivo de los escritos en y sobre el tema. El Prlogo de A. Cappeletti est conformado por ms de 200 pginas escritas con amenidad, rigor, pasin y rigor. All se en-cuentran slidas bases para la recuperacin de una historia tan diversa como y significativa tan ignorada y, en algunos de los casos, tergiversada.7 Ibid, Loc. cit. Prlogo.8 Augusto Hortal, Los cambios de la tica y la tica del cambio, en Cuadernos Fe y Secularidad, No. 8, Santander, Sal Terrea, 1979, p. 32.9 Herbert Marcuse, Crtica de la tolerancia pura, Madrid, Editora Nacional, 1969. p. 84.10 Cfr, Michel Lwy, El marxismo en Amrica Latina, Mxico, Era, 1980.11 Cfr. Roberto Fernndez Retamar, Pensamiento de nuestra Amrica. Autorre-flexiones y propuestas, Argentina, CLACSO/Libros, 2006. 12 Leopoldo Zea, El Problema cultural de Amrica, Mxico, Coordinacin de Difu-sin Cultural/Deslinde Cuadernos de Poltica Universitaria/UNAM, 1987. p. 31.13 Adolfo Snchez Vzquez, Entre la realidad y la utopa. Ensayos sobre poltica, moral y socialismo, Mxico, FFyL/UNAM/FCE, 1999. p. 172.14 Ibid, p. 173.15 Ibid, pp. 179180.16 Cfr., Pablo Gonzlez Casanova, Imperialismo y liberacin, Mxico, Siglo XXI, 1982, p. 7.17 Pablo Gonzlez Casanova, Sobre el marxismo en Amrica Latina, en Dialcti-ca, No. 20 diciembre de 1988, Escuela de Filosofa y Letras, Universidad Autnoma de Puebla, Mxico, p. 14. 18 Carlos Antonio Aguirre Rojas, Prefacio. Immanuel Wallerstein y la perspectiva crtica del anlisis de los sistemamundo, en Immanuel Wallerstein, La crisis estructural del capitalismo, Mxico, Los libros de Contrahistorias, La otra mirada de Clo, 2005. pp. 2122.19 Eugene Gogol, El concepto del otro en la liberacin latinoamericana: La fusin del pensamiento emancipador y las revueltas sociales, Estados Unidos de Norteam-rica, Writers Collective, Cranston, Rhode Island/Juan Pablos, Mxico, 2004. p. 8.

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    20 Hctor Samour, La propuesta filosfica de Ignacio Ellacura, en Pensares y Quehaceres. Revista de Polticas de la Filosofa, no. 2, noviembre 2005agosto 2006. p. 52.21 Hans Kng, Por qu una tica mundial? Religin tica en tiempos de globaliza-cin .Conversaciones con Jrgen Hoeren, Espaa, Herder, 2002. p. 171.22 Ana Mara Rivadeo, De expansiones, derrumbes y socialismo, en Auriga. Filo-sofa y cultura, Facultad de Filosofa y Letras, Universidad Autnoma de Quertaro, eneroabril de 1995. pp. 4243.