REINOS OLVIDADOS 1

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    REINOS OLVIDADOS

    ELMINSTER EN MYTH DRANNOR

    Saga de Elmisnter, vol.2Ed Greenwood

    1997, Elminster in Myth Drannor

    Prlogo

    Fue una poca de crecientes discusiones en el hermoso reino deCormanthor, en que seores y damas de las casas ms antiguas y

    arrogantes vieron amenazado su rutilante orgullo. Una amenaza propiciada por el mismo trono que los gobernaba y surgida de sus mstenebrosas pesadillas de juventud; la Bestia Hedionda que Aparece deNoche, el Acechador Velludo que aguarda la mejor ocasin paraasesinar, robar, violar y saquear; el monstruo cuyas garras se apoderande ms reinos cada da: el horror llamado Hombre.

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    Shalheira Talandren, gran bardo elfo de la Estrella EstivalEspadas de plata y noches estivales:

    una historia extraoficial pero verdica de Cormanthor

    Ao del Arpa

    --En efecto promet algo al prncipe a cambio de la corona -dijo elrey, alzndose en toda su estatura y aspirando hasta que el pecho seestremeci. Se ajust con cierta afectacin la reluciente corona depiedras preciosas y agujas de oro que adornaba su frente, sonrisatisfecho de su propia astucia al haberse proporcionado tan teatralpausa, y aadi, bajando la voz para recalcar la nobleza de suspalabras-: Le hice la promesa de concederle su mayor deseo.

    Los all reunidos emitieron ahogadas exclamaciones de asombro enuna especie de coro que resultaba burlonamente sonoro.

    El obeso monarca no les prest atencin, sino que por el contrariose volvi con un exagerado revuelo de prendas doradas, y adopt unamajestuosa postura triunfal, con un pie sobre un crneo de dragn atodas luces falso. La luz de las flotantes esferas blancopurpreas que loacompaaban reluci en el harto visible alambre, all donde ste searrollaba hacia lo alto desde el crneo hecho de retazos para sujetar la

    espada que supuestamente haba horadado el hueso con un poderoso ymortfero golpe.

    Como un viejo gobernante sabio, el monarca contempl unosmomentos con ojos centelleantes la remota lejana, observando cosasque slo l poda ver. Luego, casi con timidez, mir por encima delhombro al sirviente arrodillado.

    --Y dime, por favor -ronrone-, qu es lo que l ms desea?

    El criado se arroj cuan largo era sobre la alfombra, golpendose lacabeza contra las losas del suelo al hacerlo. Puso los ojos en blanco y seretorci brevemente de dolor -lo que provoc innumerables risitasdisimuladas entre los presentes- antes de atreverse a alzar la miradapor primera vez.

    --Mi seor -contest al fin con evidente perplejidad-, desea morirrico.

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    El rey gir de nuevo y avanz a grandes zancadas. El sirviente sealz veloz hincando una rodilla en tierra y se encogi sobre s mismoante el resuelto monarca... para quedar acto seguido petrificado deasombro, al contemplar la jubilosa sonrisa que brillaba en el regiorostro.

    El soberano se inclin para tomarle la mano y lo hizo alzarse de laalfombra, depositando al mismo tiempo algo tintineante en la mano delsenescal.

    El hombre baj la mirada. Era una bolsa repleta de monedas. Volvia contemplar al monarca con incredulidad, y trag saliva.

    --Morir rico? -La regia sonrisa se ensanch-. Pues as ser...Deposita esto en sus manos y luego traspsalo con tu espada. Varias

    veces es lo que se lleva ahora, segn tengo entendido.Las risitas del pblico se convirtieron en carcajadas y silbidos de

    regocijo, una algaraba que no tard en dar paso a los aplausos cuandolos hechizos de vestuario que envolvan a los actores se desvanecieronen medio de las tradicionales nubes de humo rojo, indicando el final dela escena.

    Los presentes se pusieron en movimiento al instante y se alejaron atoda prisa. Algunos de los juerguistas de ms edad se dispersaron con

    ms calma, pero los jvenes salieron disparados en medio de la nochecomo peces enfurecidos que se persiguieran entre s para devorarse... oser devorados. Se abrieron paso por entre corrillos de lnguidaschismosas y danzaron en el aire, centelleando en los lmites delperfumado campo hechizado. Slo unos pocos se quedaron parapresenciar la siguiente escena grosera de El digno final del rey humanoHalthor , tales parodias de las vulgares y codiciosas costumbres de losVelludos resultaban divertidas al principio, pero muy repetitivas, y, porencima de todo, los elfos de Cormanthor detestaban aburrirse... o, porlo menos, admitir que se aburran.

    No poda decirse tampoco que aqulla no fuera una gran fiesta. LosErladden no haban escatimado gastos a la hora de tejer los hechizos defondo. Una constante coleccin de sonidos, olores e imgenesconjurados se arremolinaba y flotaba sobre los festejadores, y el poderdel campo mgico permita que todos pudieran volar, avanzando por elaire hasta cualquier punto al que dirigieran la mirada y al que desearan

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    llegar. La mayora de los presentes flotaba en aquellos momentos, y slodescendan de vez en cuando en busca de refrescos.

    Aquella noche, los muros normalmente desnudos del jardnaparecan cubiertos de esculturas de unicornios, pegasos, danzarinas

    elfas y ciervos encabritados. Cuando uno de los invitados tocaba unaestatua, sta se abra por la mitad, mostrando jarras en forma delgrima repletas de chispeante vino de luna o de cualquiera de unadocena de cosechas Erladden de color de rub. Entre las jarras habadelgadas agujas de cristal finsimo rematadas por figurillas esculpidas enquesos selectos, nueces tostadas o estrellas de azcar.

    En medio de las luces multicolores que circundaban a los jubilososelfos fluan vapores que hacan que cualquiera con pureza de sangre sesintiera alegre, inquieto y lleno de vida. Algunos cormytas juerguistas yrisueos maniobraban por el aire de nube en nube, con los ojosdemasiado brillantes para poder ver el mundo que los rodeaba. Mediocentenar de risitas resonaban por entre las ramas de los imponentesrboles que se alzaban sobre el lugar, mientras titilantes estrellasmgicas se deslizaban y parpadeaban aqu y all entre sus hojas.Cuando la luna sali para eclipsar tan tenues resplandores, alumbr unpanorama de frentica y jubilosa celebracin. Medio Cormanthordanzaba aquella noche.

    --Sorprendentemente, todava recuerdo las palabras que solantraerme aqu.

    La voz surgi de la noche sin previo aviso. Su tono alegre loimpuls a recordar tiempos pasados.

    Haba estado esperando su llegada, y ni siquiera se sorprendi alescuchar la voz queda y melodiosa que surga de las sombras en laparte ms espesa del cenador, donde se encontraba el lecho.

    Una cama que le segua resultando muy cmoda, incluso ahora quela edad empezaba a filtrarse en sus huesos. El Ungido de todoCormanthor gir la cabeza a la luz de la luna, apartando la mirada de lastersas aguas que rodeaban su isla jardn, y, con una sonrisa queconsigui reflejar ms felicidad de la que su corazn senta, dijo:

    --Sed bienvenida, gran seora de los Starym.

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    Rein el silencio entre las sombras unos instantes antes de que lavoz se dejara escuchar otra vez.

    --En otros tiempos fui ms que eso -musit casi con melancola.

    Eltargrim se levant y tendi la mano hacia donde su autnticavisin le deca que ella se encontraba.

    --Venid hasta m, amiga ma. -Tendi la otra mano, casiimplorante-. Mi Lyntra.

    Las sombras se movieron, e Ildilyntra Starym sali a la luz de laluna. Sus ojos eran aquellos mismos pozos oscuros llenos de promesasque recordaba con tanta nitidez en sus sueos, sueos que lo habanvisitado durante todos los largos aos transcurridos hasta esta noche.Sueos basados en recuerdos que todava conseguan perturbarlo...

    El Ungido not de improviso la boca seca, y la lengua espesa ytorpe.

    --Queris...? -farfull entre dientes, sealando en direccin alAsiento Viviente.

    Los Starym se consideraban la familia ms antigua y pura de todaslas familias del Reino Verdadero, y, desde luego, era la ms orgullosa.Su matriarca se desliz hacia l sin apartar los oscuros ojos de los del

    monarca.Eltargrim no tena que mirar para saber que los aos no haban

    hecho mella en su impecable piel blanca ni en su figura, tan perfectaque segua dejndolo sin habla. Las trenzas eran de un azul que parecanegro, como siempre, e Ildilyntra segua llevndolas sueltas, cayendo asus pies hasta el suelo. Iba descalza, y los hechizos de su cinturnmantenan tanto pies como cabellos a pocos centmetros por encima delpolvo del suelo. Luca la vestimenta oficial de la familia, los dosdragones que descendan del escudo de armas de los Starym dibujados

    con relucientes gemas sobre su estmago, las alas esculpidasenvolviendo sus senos con un dentado reborde de oro.

    Los muslos, que las aberturas de su tnica desde la cintura a lospies dejaban a la vista, estaban rodeados por las espirales negras ydoradas de un manto de honor. Los extremos del manto se unan parasostener la trabajada vaina de diente de dragn de su espada de honor,

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    que se balanceaba como un pequeo farol, envuelta en el profundoresplandor rojo de su poder despertado. El Anillo del Wyvern Vigilantereluca en su mano. A todas luces, aquello no era una visita extraoficial.

    La luna era perfecta para una charla entre amigos, pero ninguna

    matriarca se presenta irradiando todo su poder para tal menester. ElUngido sinti un gran pesar, pues era consciente de lo que se avecinaba.

    Y, naturalmente, ella lo sorprendi. Ildilyntra se detuvo ante l,como el monarca ya saba que hara. Se apart el vestido y apoy lasmanos en las caderas, para dejarle ver la luz de todo el poderconcentrado en su espada de honor. Tambin esto lo esperaba, al igualque la profunda y estremecida inhalacin que sigui.

    Ahora se desatara la tormenta, las speras palabras llenas de fro o

    ardiente sarcasmo, el mordaz veneno por el cual era famosa en todoCormanthor. Las retorcidas palabras que conjuraban hechizos dainosrondaran entre ellos, y l tendra que...

    En medio de un plcido silencio, la matriarca de los Starym searrodill ante l, sin que sus ojos se apartaran ni un segundo de lossuyos.

    Eltargrim volvi a tragar saliva, y baj la mirada a las rodillas de lamujer, blancas con un suave matiz azulado, all donde se hundan en el

    crculo de musgo situado a sus pies.--Ildilyntra -musit-. Seora, yo...

    A los oscuros ojos de la mujer siempre haban aflorado motasdoradas cuando sta experimentaba una emocin intensa, y destellosdorados refulgan ahora en ellos.

    --No estoy acostumbrada a suplicar. -La melodiosa voz se dej orotra vez, y despert en el monarca un torrente de recuerdos, de otrasnoches ms tiernas iluminadas por la luz de la luna en ese mismo

    cenador-, y sin embargo he venido aqu a suplicaros, eminente seor.Reconsiderad esta apertura de la que hablis. Que ningn ser que nosea un puro de sangre del Pueblo entre en Cormanthor sin nuestropermiso. Y que ese permiso no sea concedido casi nunca, para quenuestro Pueblo perdure!

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    --Ildilyntra, alzaos, por favor -pidi Eltargrim con firmeza, al tiempoque retroceda-. Y dadme algunos motivos por los que deba aceptarvuestra splica. -Su boca se curv en un amago de sonrisa-.Seguramente sabris que ya he odo esas palabras con anterioridad.

    La gran seora de los Starym permaneci de rodillas, cubierta porsus cabellos, y lo mir a los ojos.

    --S, Lyntra, eso an ejerce efecto en m -dijo el Ungido, y esta vezsonri abiertamente-. Pero dadme razones que pueda sopesar yconsiderar... o hablad de cosas ms intrascendentes.

    La ira hizo su aparicin entonces en aquellos ojos oscuros.

    --Cosas ms intrascendentes? Como esa juerga casquivana conque se regalan esos necios en las Torres Erladden? -Se alz entonces,con la celeridad de una serpiente enroscada, y se abri el vestido. Latersura blancoazulada de su cuerpo desnudo resultaba tan desafiantecomo su mirada. Aadi con frialdad-: O acaso pensasteis que habavenido a flirtear, seor? Me cresteis incapaz de pasar otra nochealejada de los encantos de nuestro soberano, de aquel joven ardiente yfuerte que conoca, convertido ahora por la edad en un hombre de gransabidura?

    Eltargrim dej que sus palabras se perdieran en el silencio, as

    como las dagas que yerran el blanco giran en el vaco.--Esta furia rugiente es la gran seora de Starym que conozco

    desde hace tantos siglos -repuso con calma, poniendo fin al silencio-.Admiro vuestro gusto en lo que a ropa interior se refiere, pero habaesperado que aqu dejarais de lado un poco de lo que vuestrosparientes ms jvenes denominan vuestra arrogancia cortante. Sloestamos nosotros dos en la isla, de modo que hablemos con franqueza,como corresponde a dos cormytas de edad. Nos ahorraremos tanta...cortesa intil.

    --Muy bien -dijo Ildilyntra; su boca se tens, y plant las manos enlas caderas de un modo que l recordaba muy bien-. Odme entonces,seor Eltargrim: yo, mis parientes de ms edad, y muchas otras familiasy gentes de Cormanthor (puedo citar a los principales, si lo deseis,seor, pero tened por seguro que ni son pocos ni se los puededesacreditar con la misma facilidad que a los jvenes o a los chiflados)

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    consideramos que esta idea de la apertura del reino nos condenar atodos, si es que alguna vez se hace realidad.

    Hizo una pausa, los ojos clavados en los de l y echando chispas,pero el Ungido la inst en silencio a que prosiguiese, cosa que ella hizo.

    --Si persists en ese sueo absurdo vuestro de reformar la ley deCormanthor para que todos los no elfos puedan entrar en el reino,nuestra larga amistad deber terminar.

    --Con la prdida de mi vida? -inquiri l con calma.

    De nuevo volvi a hacerse el silencio, mientras Ildilyntra tomabaaliento, abra la boca y volva a cerrarla. Se alej a grandes zancadaspor las losas y el musgo baados por la luna antes de girar en redondopara mirarlo a la cara una vez ms.

    --Toda la Casa Starym -anunci con firmeza- se ver obligada atomar las armas contra un soberano de mente y corazn tan retorcidos,de una estirpe lfica tan corrompida, como para presidir, mejor dicho,abrazar ansiosamente la destruccin del buen reino de Cormanthor.

    Sus miradas se encontraron en silencio, pero el paciente y risueoEltargrim pareca tallado en mrmol. Ildilyntra Starym respir hondo ysigui hablando, su voz ahora tan imperiosa como la de cualquier reinagobernante.

    --Que quede bien claro, seor: vuestra apertura, si llega aproducirse, destruir este poderoso reino del Pueblo.

    Recorri el jardn con paso majestuoso e impaciente, sealando losrboles, los arbustos y los esculpidos arriates de flores.

    --Aqu donde hemos vivido, amado y crecido, las cosas hermosasde los bosques que hemos cuidado, conocern las brutales botas y elsucio y descuidado contacto de los humanos. -La matriarca Starym sevolvi y avanz hacia el monarca, bufando casi de rabia al tiempo queimprima ms velocidad a cada paso-. Y de los halflings. -Lleg ante l,el rostro congestionado-. Y de los gnomos. -La voz perdi intensidad,iracunda, y se estremeci en un ronco murmullo al pronunciar en unaexclamacin ahogada el agravio definitivo-: Incluso... enanos !

    El soberano abri la boca para hablar cuando ella adelant el rostrohasta casi tocar el suyo, pero enseguida la mujer volvi a girar,

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    chasqueando los dedos, y se dio la vuelta otra vez con un remolino decabellos para mirarlo a la cara.

    --Todo aquello por lo que hemos luchado, por cuya conservacinhemos combatido a los hombres-bestia, a los orcos y a los grandes

    wyrms, quedar diluido, mejor dicho, contaminado y, al final, suprimido.Nuestra gloria ahogada en las apremiantes ambiciones, la superioridadnumrica y las astutas maquinaciones de los peludos humanos!

    Aquella ltima palabra se elev en un estruendoso grito que hizotintinear las campanillas de cristal de los rboles que circundaban ellejano Estanque del Corazn.

    Mientras el tenue campanilleo flotaba por encima del AsientoViviente, Ildilyntra se qued mirando al rey en silencio, el pecho agitado

    por la emocin, los ojos inflamados. Un repentino haz de luz de lunasurgi de la noche para iluminar los hombros de la mujer y baarla enuna fra luz blanca como si de un vengativo estandarte se tratara.

    Eltargrim inclin la cabeza un instante, como en deferencia a supasin, y dio un lento paso hacia ella.

    --Tambin yo pronunci palabras similares en otros tiempos -dijo-,y llegu a concebir pensamientos an ms sombros. No obstante, hellegado a percibir en nuestras razas hermanas, en los humanos en

    especial, la vida, el entusiasmo y la energa que nos faltan a nosotros.En una ocasin posemos nimo y empuje, pero ahora slo loscontemplamos en las momentneas visiones de tiempos pasados quenos envan nuestros antepasados. Incluso la orgullosa Casa Starym, sisus lenguas dijeran la verdad desnuda, se vera obligada a reconocerque hemos perdido algo... algo en nuestro interior, no simplementevidas, riquezas y territorios forestales entregados a la crecienteambicin de otros.

    El Ungido inici un agitado paseo al igual que Ildilyntra haba

    hecho, y la blanca tnica se arremolin al volverse hacia ella bajo la luzde la luna para aadir casi suplicante:

    --ste podra ser un modo de reconquistar lo que hemos perdido.Un medio all donde hasta ahora no ha habido ms que poses afectadas,rechazo y un lento declive. Creo que la autntica gloria puede volver aser nuestra, no tan slo el arrogante cascarn dorado de afectada

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    grandeza al que nos aferramos en el presente. Ms que eso: el sueode la paz entre hombres, elfos y enanos puede hacerse realidad por fin!El sueo de Maeral, cumplido finalmente!

    La dama de cabellos negroazulados y oscuros ojos llameantes

    abandon su inmovilidad como una bestia azuzada y pas ante l conandar decidido como un gato monts rodea a un enemigo al que todavateme... al menos de momento. Su voz, cuando habl, haba dejado deser melodiosa, y ahora era cortante como una cuchilla blandida conenerga.

    --Como todos aquellos que caen en las garras de la senectud,Eltargrim -rugi-, empezis a desear que el mundo sea como vosqueris, y no como es en realidad. El sueo de Maeral no es ms queeso... un sueo! Slo a los necios se les ocurrira pensar que pudieraconvertirse en real, en este Faerun salvaje que nos rodea. Con cadaao que pasa, los humanos se vuelven ms diestros en el arte de lamagia: una magia brutal, codiciosa y destructora de reinos! Y t estsdispuesto a invitar a estas... estas serpientes a que penetren en nuestroseno, que atraviesen nuestras defensas... para introducirse en nuestroshogares !

    La tristeza nubl levemente los ojos del monarca al advertir en quse haba convertido ella, como su clera pona de manifiesto; algo muy,

    muy distinto de la gentil doncella elfa que l haba acariciado yconsolado en el pasado, durante los tmidos llantos de juventud.

    Se interpuso en el camino de sus colricas zancadas e inquiri consuavidad:

    --Y no es mejor invitarlos a entrar, obtener su amistad y medianteella algo de influencia para guiar, en lugar de combatirlos, serderrotados y tener que soportar cmo penetran en nuestras casas comoconquistadores que todo lo aplastan y pisotean, avanzando por entre losros de sangre de nuestra gente? Qu glora hay en ello? Qu es loque os empeis en mantener sagrado, si para ello debe perecer todonuestro pueblo? Retorcidas leyendas en las mentes de humanos y denuestros medio hermanos? De un pueblo curioso y decadente de orejaspuntiagudas y narices respingonas, cuyo ciego orgullo fue su perdicin?

    Ildilyntra se haba visto forzada a detenerse, pues de proseguir consu iracundo avance hubiese chocado con l. Permaneci escuchando la

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    salva de preguntas con la nariz casi pegada a la del monarca, los puoscrispados sobre las caderas.

    --Seris vos quien permita que esas... esas razas animalesaccedan a nuestros lugares secretos y al corazn mismo de nuestro

    poder? -inquiri a su vez, la voz repentinamente spera-. Queris serrecordado con odio por los pocos miembros de nuestro Pueblo quesobrevivan, como el traidor que condujo a los ciudadanos a los que jurservir... a nuestra raza... a la ruina?

    --No tengo otra eleccin -respondi Eltargrim, sacudiendo lacabeza-; veo la apertura como el nico modo de que nuestro Pueblopueda tener un futuro. Todas las otras vas que he considerado, y por lasque incluso he hecho andar a este reino durante un tiempo, conducen...y a toda velocidad, en las prximas estaciones... al derramamiento desangre. A una guerra que slo acarrear la derrota del bello Cormanthor,ya que todas las razas a excepcin de enanos y gnomos nos superannumricamente en una proporcin de veinte a uno y ms. Lasuperioridad de los humanos y orcos sobre nosotros es de cientos porcada uno de los nuestros. Si el orgullo nos empuja a la guerra, tambinnos empujar a la tumba... y sa es una eleccin que no tengo derechoa hacer, por el bien de nuestros hijos, cuyas vidas destrozara antes deque tuvieran la posibilidad de defenderse y elegir por s mismos.

    --Ese argumento del miedo puede esgrimirse eternamente hasta elfin de los tiempos -escupi ella-. Siempre habr criaturas demasiado jvenes para elegir por s mismas! -Volvi a moverse, dando la vuelta asu alrededor, pero girando el rostro al hacerlo de modo que siempre lomirara a la cara mientras andaba, y aadi casi como sin darleimportancia-: Hay una vieja cancin que dice que no existe modo derazonar con un Ungido resuelto... y ahora me doy cuenta de que tienemucha razn. Nada puedo decir para convenceros.

    El rostro de Eltargrim pareci viejo y muy cansado mientras susojos se clavaban en los de su antagonista.

    --No tengo miedo, Ildilyntra, querida y respetada Ildilyntra-respondi-. Un Ungido debe hacer lo que es correcto, por muy alto quesea el precio.

    La mujer emiti un exasperado bufido, y l aadi:

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    --Eso es lo que significa ser el Ungido, no la pompa, ni las galasreales, ni las reverencias.

    Ildilyntra se alej de l por el musgo, hasta donde un desnivelelevado de roca le cortaba el paso y daba cobijo a un conjunto de

    enredaderas de espliego. Cruz los brazos con indmita elegancia, ydirigi la mirada al sur, a las serenas aguas, convertidas ahora en unaplcida sbana blanca bajo la luz de la luna. El silencio que dej a suespalda se torn profundo y ensordecedor.

    El soberano la observ, aguardando paciente. En ese reino deorgullos belicosos y oscuros recuerdos, jams olvidados, gran parte desu tarea consista en aguardar con paciencia. Los elfos ms jvenesnunca se daban cuenta de ello.

    La gran seora de los Starym escrut la noche durante lo quepareci una eternidad, en tanto que sus brazos temblaban ligeramente.Cuando volvi a hablar, su voz son alta y suave como una brisarepentina.

    --En ese caso, ya s lo que debo hacer.

    Eltargrim alz la mano para lanzar su poder y obstaculizar sulibertad de accin; el peor insulto que poda hacerse al lder de una Casalfica.

    Aun as era ya demasiado tarde. Un fuego sbito floreci en lanoche, una serie de chispas all donde su poder choc con el de ella y sedebati el tiempo suficiente para que la mujer se volviera. Tena laespada de honor en la mano cuando sus miradas se encontraron.

    --Y yo que te am en una ocasin -dijo Ildilyntra-. Por los Starym!Por Cormanthor!

    El resplandor de la luna centelle una vez sobre la afilada hoja delarma mientras la elfa la hincaba hasta la empuadura en su propio

    pecho, y con la otra mano introduca la vaina de diente de dragn en elbrillante manantial rojo. El colmillo tallado pareci parpadear uninstante, y luego, lentamente, se desvaneci en el sanguinolento ro. Desu cuerpo brotaba ms sangre de la que aquel cuerpo curvilneo hubieradebido contener en realidad.

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    --Eltar... -jade entonces, suplicante casi, los ojos enturbindose altiempo que se tambaleaba.

    El Ungido dio un veloz paso al frente y levant las manos, en cuyosdedos chisporrote la magia curativa; pero, al verla, la mujer se arranc

    la reluciente espada y se la hundi profundamente en la garganta.Eltargrim cruz corriendo el exiguo espacio que los separaba,

    mientras ella tosa, se desplomaba... y alzaba una vez ms el brazoempapado en sangre para clavar el arma en su ojo derecho.

    Se derrumb en los brazos del monarca, y los exanges labiosintentaron pronunciar su nombre otra vez. El Ungido la deposit consuavidad sobre el musgo, a pesar del creciente rugido de la magia quepasaba veloz junto a l y se llevaba en el cielo nocturno como humo

    sangriento desde el punto en el que haba estado el diente de dragn.Magia que, como bien saba, intentara arrebatarle la vida.

    --Oh, Lyntra -murmur-. Acaso una disputa mereca tu muertedefinitiva? -Se incorpor entonces, contemplando la sangre que relucaen sus manos, e hizo acopio de toda su fuerza de voluntad.

    La sangre coagulada de la mujer era un punto dbil, una ruta que lamagia acumulada en lo alto poda tomar para superar su propio poder sil tardaba demasiado en eliminarla.

    Mientras observaba sus manos extendidas, la oscura humedaddesapareci de ellas, hasta que relucieron con un mgico tonoblancoazulado que recorra su piel como fuego. Alz la vista a lo altoentonces, hacia la sbita oscuridad que acababa de aparecer sobre supersona... y se encontr cara a cara con las mandbulas abiertas ybabeantes de un dragn de sangre.

    Se trataba del hechizo ms mortfero de las Casas ancestrales, unamagia vengativa que se cobraba la vida de su conjurador. El Sino de losPuros de Sangre, lo llamaban algunos. El dragn se alz sobre l,oscuro, hmedo y terrible en la noche, tan silencioso como una brisa ytan letal como una lluvia de veneno hechizado. Toda carne viviente sefundira ante l, retorcindose, ajndose y reducindose a unaputrefacta maraa gris de huesos y tendones.

    El soberano de todo Cormanthor se irgui arropado en su propiopoder, y observ cmo la criatura atacaba.

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    Se precipit con gran estrpito sobre l, en una arremetida quesacudi toda la isla, hizo susurrar las hojas y quebr la quietud del lagoen un centenar de olas frenticas. Las rocas rodaron y el musgo quedreducido a cenizas humeantes. Frustrado en su intentona por la cpulade aire erigida por el poder del rey, el ser gir sobre s mismo y rugi,describiendo un vido crculo alrededor del gobernante elfo.

    Eltargrim permaneci inmvil, indemne dentro del cerco de supoder, y contemplo cmo la criatura se desvaneca en la nada. Una vezms, el ser alz la cabeza para amenazarlo, pero ya no era ms que unaplida sombra de su antigua forma. El monarca se mantuvo firme en supuesto, y el dragn desapareci convertido en humo errante frente alfuego blancoazulado del soberano.

    Cuando hubo desaparecido del todo, el anciano elfo se pas unamano temblorosa por los blancos cabellos y volvi a arrodillarse junto ala dama cada.

    --Lyntra -musit con tristeza, inclinndose para besar unos labiosde los que an brotaba oscura sangre-. Oh, Lyntra.

    La sangre, tocada por el poder del soberano, se transform enhumo en la garganta de la mujer, del mismo modo que haba sucedidocon el hechizo mortfero que ella haba conjurado. Nuevas columnas dehumo se elevaron mientras l derramaba desconsoladas lgrimas

    Luch por reprimirlas, al tiempo que las campanillas de cristaltintineaban otra vez y la fluctuacin de sus hechizos protectores dejabapenetrar un estallido de distantes risas y msica estruendosaprocedente del festejo de los Erladden. Hizo un esfuerzo porque l era elUngido de Cormanthor, y su deber le exiga hacer una cosa ms antesde que la sangre dejara de fluir y el cuerpo de la elfa se enfriara.

    Eltargrim ech hacia atrs la cabeza para volver a mirar a la luna,ahog un sollozo y, mirando el ojo abierto que le quedaba al cadver,

    dijo con voz ronca:--Sers recordada con honor.

    Y si, despus de esto, el dolor acab por embargarlo, mientrasacunaba el cuerpo de la que todava era su amada, no haba nadie msen la isla que pudiera orlo.

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    Primera parte

    Humano

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    1Senderos salvajes y cetros

    Nada consta sobre el viaje de Elminster desde su nativa Athalantar a travs de medio mundo de bosques desolados hasta el fabuloso reinoelfo de Cormanthor, y de ello slo puede deducirse que transcurri sincontratiempos.

    Antarn el Sabio

    Historia de los grandes archimagos de Faerun,

    publicado aproximadamente el Ao del Bculo

    El joven estaba atareado meditando las ltimas palabras que unadiosa le haba dicho, y por eso la flecha que surgi de entre los rboleslo pill completamente desprevenido.

    Pas silbando ante su nariz, dejando un reguero de hojas, yElminster la sigui con la mirada, parpadeando sorprendido. Cuando sefij de nuevo en el camino frente a l, vio que unos hombres cubiertoscon sucios andrajos de cuero descendan atropelladamente hasta stepara cerrarle el paso, empuando dagas y espadas. Eran seis o ms, yninguno pareca albergar buenas intenciones.

    --Descabalga o morirs -orden uno de ellos, en tono casi afable.

    El ech una fugaz mirada a derecha e izquierda, comprob quenadie lo atacaba por la espalda, y murmur una rpida palabra.

    Cuando chasque los dedos, al cabo de un instante, tres de losbandoleros que tena delante salieron despedidos hacia atrs como si el

    mismo aire les hubiera asestado un poderoso golpe. Las armas salieronvolando, y los sorprendidos y jadeantes hombres fueron a estrellarsecontra unas zarzas y rodaron por el suelo mientras proferanmaldiciones.

    --Tengo entendido que un saludo ms tradicional es el debienvenido -dijo Elminster al hombre que haba hablado, aadiendouna irnica sonrisa a su enftico comentario.

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    El jefe de los bandoleros palideci y sali corriendo en direccin alos rboles.

    --Algan! -bram-. Drace! Al rescate!

    Como respuesta, ms flechas salieron silbando de las verdesentraas del bosque como avispas furiosas.

    El salt de su silla un momento antes de que dos de ellas fueran aclavarse en la cabeza de su montura. El fiel tordo emiti un ahogadorelincho de incredulidad, alz las patas delanteras como si desafiara aun enemigo invisible, y luego se desplom de costado.

    Estuvo en un tris de aplastar a su jinete, que rod lejos tan deprisacomo pudo, maldiciendo para sus adentros en tanto intentaba pensarcul de sus conjuros convena ms a un hombre solo que gateaba porentre helechos y zarzas, rodeado de bandidos ocultos entre los rbolescon los arcos listos para disparar.

    Adems, tampoco deseaba dejar abandonada su alforja. Jadeandoen su frentico apresuramiento, El logr guarecerse tras un viejo yrobusto rbol. Observ de paso que sus hojas empezaban a cambiar decolor, teidas de tonos dorados y marrones por culpa de las tempranasheladas del Ao de los Elegidos, y, clavando los dedos en la musgosacorteza, se incorpor sin resuello para atisbar por entre los rboles.

    El crujido de las hojas pisoteadas sealaba las rutas tomadas porlos presurosos forajidos que lo perseguan. Elminster suspir y,recostndose en su rbol, murmur un conjuro que haba mantenido enreserva por si tena que enfrentarse a bestias hambrientas mientraspasaba alguna noche al raso. Tal noche jams llegara, ahora, si no dabaal hechizo un uso ms inmediato. Acab el conjuro, sonri al primerbandido que asom cauteloso desde un rbol cercano... y se introdujoen el oscuro tronco contra el que se apoyaba.

    El sobresaltado juramento del bandolero qued bruscamenteahogado cuando El se fundi con el ancestral y paciente gigante delbosque, y proyect sus pensamientos a lo largo de las extendidas raceshacia el prximo rbol que fuera lo bastante grande. Haba un rbol desombra en aquella direccin. Bueno, tendra que servir.

    Hizo fluir su indefinido cuerpo por la raz principal, al tiempo queintentaba no sentirse sofocado o atrapado. La opresiva sensacin de

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    encierro volva locos a algunos magos cuando ponan en prctica aquelhechizo... pero Myrjala lo haba considerado una de las principales cosasque deba llegar a dominar.

    Acaso haba previsto lo que iba a suceder ese da, tantos aos

    despus?La idea provoc un escalofro en el prncipe de Athalantar mientras

    ascenda por el interior del rbol. Sera voluntad de Mystra todo lo quele estaba acaeciendo?

    Y, si as era, qu sucedera cuando la voluntad de la diosa entraraen conflicto con la de otro dios que guiase a otra persona?

    Al fin y al cabo, habra sobrevolado el bosque bajo la apariencia deun halcn, si ella no le hubiera ordenado que cabalgara hasta elfabuloso reino elfo de Cormanthor. Un ave de presa habra voladodemasiado alto para que la alcanzasen las flechas de estos bandidos,por muy dispuestos que hubieran estado a malgastar sus proyectiles.

    Con este pensamiento, Elminster volvi a emerger al luminosomundo exterior. Surgi de la oscura y clida madera a la brillante luzsolar para fundirse con la carretera de Skuldask, una especie de cintafangosa, a la izquierda. A menos de dos pasos a su derecha distingui elpolvoriento vestido de cuero de un forajido, y Elminster no pudo

    resistirse a hacer algo que haba practicado con deleite, aos atrs, enlas calles de Hastarl: extrajo de su funda la daga que el hombre llevabaal cinto, con tal suavidad y destreza que ste ni se enter. En laempuadura haba grabada la silueta de una serpiente, alzada paraatacar.

    Luego permaneci totalmente inmvil, sin atreverse a dar un pasopor temor a pisar las hojas secas a sus pies, y que el crujido delatara supresencia. Se qued tan quieto como una roca en tanto que el hombrese alejaba con cautela en direccin al punto por el que haba huido el

    joven mago.Podra recuperar la alforja y huir sin ser visto? Por ms que ellos

    tuvieran flechas y una cierta habilidad para dispararlas, l no deseabadesperdiciar hechizos en un puado de hombres desesperados, all en elcorazn de Skuldaskar. Haba visto osos y enormes gatos monteses yaraas del sueo durante el viaje, y odo relatos sobre bestias mucho

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    ms temibles que acechaban a los hombres en este camino. Incluso sehaba tropezado con los huesos rodos y las carretas volcadas y podridasde una caravana que haba hallado la muerte en esta carretera, tiempoatrs... y no deseaba convertirse en otra espeluznante seal deadvertencia ms.

    Mientras segua all plantado, indeciso, otro bandolero sali dedetrs del rbol, la cabeza gacha y el paso veloz, y choc contra l.

    Cayeron juntos sobre el manto de hojas, pero el joven athalanteempuaba ya una daga, y la utiliz.

    La hoja era afilada, y la cuchillada abri la frente del hombre de unsolo tajo; El se incorpor veloz y sali corriendo, no sin antesasegurarse de pisotear el arco que el otro haba dejado caer. Se parti

    con un chasquido bajo sus botas, y l se dirigi raudo hacia la carretera,seguido por una serie de gritos sorprendidos.

    El hombre que haba herido quedara cegado por el chorro desangre hasta que alguien lo ayudara, y eso significaba un bandidomenos que saldra en persecucin de Elminster de Athalantar. Losrpidos de Berdusk se encontraban an a unos das de camino -o ms,ahora que se vea obligado a andar-, y regresar a Elturel significaba unviaje ms largo incluso. No le entusiasmaba la idea de ir en una u otradireccin con una banda de asesinos acosndolo da y noche.

    Regres apresuradamente a la carretera, y lleg junto a su caballo;usando la daga prestada, solt la alforja y la corrella que sujetaba lafunda de su espada. Tras agarrar ambas cosas, se alej a la carrera porel sendero, con la esperanza de alejarse lo ms posible antes de quetuviera que poner en prctica otro truco.

    Otra flecha pas silbando junto a su hombro, y se desvibruscamente hacia el interior del bosque situado al otro lado del camino.Al diablo con su brillante tctica.

    Tendra que plantarles cara y pelear. A menos que...

    Solt la carga atropelladamente y extrajo la espada, las dagas deambas botas, y el cuchillo enfundado a su espalda, cuya empuaduraquedaba oculta por los cabellos a la altura de la nuca, todo lo cual fue aunirse sobre un terrn de musgo con la daga que haba tomado

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    prestada. Aadi al tintineante montn el ennegrecido tenedor de cocinay un cuchillo de despellejar de hoja ancha al tiempo, e inici el cntico.

    Los hombres saltaban y corran por entre los rboles,aproximndose veloces, mientras Elminster prosegua con el conjuro

    entre murmullos, tomando cada una de las armas e infligindose concuidado pequeos cortes para que cayeran gotas de su sangre sobre elacero. Roz cada hoja con la maraa de plumas y hebras de telaraaque haba sacado de una de las bolsitas de su tahal -agradeciendo aMystra que le hubiera susurrado que marcara cada bolsita para as saberqu contenan con tan slo echarles un vistazo- y luego dio unapalmada.

    El hechizo estaba consumado. Levant la alforja para usarla comoescudo contra cualquier flecha veloz dirigida contra l, y se acurruc trasella mientras las siete armas que haba encantado se alzabannerviosamente en el aire y rechinaban unas contra otras un instantemientras flotaban en el aire como olfateando la presa, para salir luegodisparadas al frente, las afiladas puntas por delante a travs del bosque.

    El primer bandolero aull al cabo de un momento, y El vio cmo elhombre giraba, aferrndose un ojo, y caa por el terrapln hasta lacarretera. Un segundo hombre profiri una maldicin y blandi la espadacon desesperacin; se escuch el entrechocar del acero con el acero, y

    luego el hombre se bambole y cay, con un chorro de sangre manandode su garganta desgarrada.

    Otro hombre gru y se llev la mano al costado para arrancarse eltenedor y arrojarlo al suelo con un gemido. Acto seguido, se uni a lafrentica retirada, aunque qued algo rezagado ante algunos de suscamaradas que corran a toda velocidad en un desesperado intento demantenerse por delante de los cuchillos que se abalanzaban vidossobre ellos.

    Cada vez que una hoja de acero derramaba sangre, el hechizo del joven mago desapareca. Elminster solt la alforja y se adelant concautela para ir recuperando sus armas de los hombres que haban cado.Habra resultado fcil escabullirse en ese momento, pero, si lo haca,

    jams sabra cuntos haban sobrevivido para seguir sus pasos... nirecobrara las armas.

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    Los dos que El haba visto caer estaban muertos, y un copiosorastro de sangre le indic que un tercero no correra mucho ms allantes de que los dioses se hicieran cargo de l. Un cuarto bandoleroconsigui llegar hasta el caballo de Elminster antes de que la espada del

    joven athalante se hundiera en su espalda; y el bandido se desplom debruces y qued inmvil.

    El joven mago recuper todas sus armas excepto la daga que habatomado prestada y uno de los cuchillos de su cinto, y, tras encontrar aotros dos cadveres, dio por finalizada la siniestra tarea y reanud suviaje. Ambos cadveres llevaban armas en las que haba grabado eltosco smbolo de una serpiente. El se rasc la mandbula, donde labarba de varios das empezaba a picarle, y luego se encogi dehombros. Deba seguir adelante; qu importaba qu banda o

    hermandad reclamase esos bosques como suyos? Tuvo buen cuidado derecoger todos los arcos que vio, que luego arroj al interior de un troncohueco algo ms all, lo cual sobresalt a un conejo joven que salidisparado por el otro extremo para perderse entre los rboles dandosaltos.

    Baj la mirada hacia el puado de armas ensangrentadas de sumano y mene la cabeza con pesar. Jams le haba gustado matar, pormuy necesario que fuera. Limpi las hojas en el primer trozo de musgoespeso que encontr y sigui adelante, hacia el sureste, a travs delcada vez ms oscuro bosque.

    El cielo no tard en volverse gris, y se levant una brisa helada,aunque la lluvia que se ola cercana nunca lleg, y Elminster prosigui lapenosa caminata con la alforja al hombro.

    Justo antes del anochecer lleg a una pequea hondonada y divisaliviado el humo de una chimenea, una empalizada y unos campos quese extendan a lo lejos.

    Encima del poste situado en una esquina de lo que pareca uncorral, aunque ahora slo contena barro y hierba pisoteada, haba unletrero que rezaba: Bienvenidos a El Cuerno del Heraldo. Debajofiguraba una mala representacin de una trompeta plateada casicircular. Elminster sonri al verlo y avanz junto a la empalizada; trasdejar atrs varios edificios de piedra que apestaban a lpulo, traspas

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    una verja sobre la que penda una muy mala rplica del curvado cuernodel heraldo.

    Aquello tena todas las trazas de ser el lugar en el que iba a pasarla noche. Atraves a grandes zancadas el patio enfangado hasta llegar a

    una puerta ante la que un muchacho de aspecto aburrido mondaba ytroceaba rbanos y pimientos, que luego arrojaba en baldes llenos deagua, al tiempo que vigilaba la llegada de posibles huspedes.

    El rostro del muchacho demostr cierto inters al inspeccionar aElminster, pero no hizo ademn de tocar el gongo situado junto a sucodo, limitndose a dedicar un inexpresivo gesto de asentimiento alfatigado joven de nariz aguilea. Elminster devolvi el saludo y penetren el interior.

    El lugar ola a cedro, y haba una chimenea ms adelante a laizquierda y tambin se oan voces. El joven mago ech un vistazo enderredor, haciendo oscilar la alforja colgada del hombro, y descubri quese encontraba en medio de otro bosque; ste, un atestado laberinto depilares hechos con troncos de rbol, dependencias oscuras, y losascubiertas de serrn por las que correteaban los escarabajos. Muchos delos tablones mostraban las cicatrices de antiguos incendios que habansido extinguidos a tiempo, en pocas ya lejanas.

    Y, por el olor, aquel sitio sin duda era un lugar donde se fabricabacerveza. No tan slo las pequeas cantidades de cerveza amarga quetodo el mundo preparaba, sino brebaje suficiente para llenar el pequeomontn de barriles que El pudo distinguir a travs de una ventana cuyosporticones estaban abiertos hacia afuera para dejar entrar un poco deluz y aire... y por la que se asom un rostro que lo mir con fijeza,frunciendo las pobladas cejas, antes de gruir:

    --Solo? A pie? Quieres comida y cama?

    Elminster asinti en silencio y fue recompensado con una hosca

    coletilla:--Entonces, considrate en tu casa. Dos piezas de plata por una

    cama, dos ms por la comida, a pieza de cobre por cada bock extra, ylos baos aparte. El bar est all a la izquierda; puedes entrar con labolsa, pero te lo advierto: echo fuera a todo el que desenvaine un arma

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    en mi casa... y sin miramientos, no me importa si es en plena noche, yadems sin las armas. Queda claro?

    --Entendido -respondi El con cierta dignidad.

    --Tienes nombre? -exigi el fornido propietario del rostro,apoyando un brazo rechoncho y peludo sobre el alfizar.

    Por un instante, El se sinti tentado de responder con un simples, pero la prudencia le hizo contestar:

    --El, vengo de Athalantar y me dirijo a los rpidos.

    --Yo me llamo Deldren. -El rostro se balance en seal deasentimiento-. Yo mismo constru este lugar. Hay pan, salsa y queso enla repisa de la chimenea. Srvete un bock de cerveza y di a Rose qu te

    apetece. Ya tiene la sopa lista.El rostro desapareci, y Elminster procedi a seguir las

    instrucciones recibidas mientras por la ventana penetraba el chirrido ygolpeteo de barriles transportados de un lugar a otro.

    Una multitud de rostros cansados alzaron la mirada cuando entren el bar, y observaron con mudo inters cmo el joven sazonaba suqueso con mostaza y se instalaba con su jarra en una mesa situada enun rincn. El dedic a la estancia en general un educado saludo con la

    cabeza y a Rose otro ms entusiasta, y se dedic a llenar elquejumbroso estmago y a contemplar a los parroquianos que loobservaban.

    En un rincn del fondo haba una docena de mujeres y hombresfornidos y sudorosos que llevaban blusones y grandes botasdeformadas, y mostraban mucha mugre y expresiones cansadas.Granjeros locales que haban acudido a comer antes de retirarse adormir.

    Haba una mesa ocupada por hombres pertrechados de corazas decuero, y armas sujetas con correas. Todos lucan insignias con unaespada escarlata dispuesta sobre un escudo blanco; uno de ellos vio queElminster estudiaba la suya y gru:

    --Somos la Compaa de la Espada Roja. Nos dirigimos haciaCalishar para ofrecer nuestros servicios como escoltas de caravanas.

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    El joven dio su nombre y destino como respuesta, tom un trago desu jarra, y luego permaneci silencioso hasta que los presentesperdieron todo inters en l.

    La conversacin que se haba desarrollado de un modo inconexo

    antes de su entrada volvi a reanudarse. Pareca una especie de piqueentre los dos ltimos huspedes: hombres barbudos y escandalososcubiertos con ropas harapientas, que llevaban enormes espadasdesgastadas y pequeos arsenales de copas tintineantes, cuchillos,mazos y otras pequeas herramientas.

    Uno de ellos, Karlmuth Hauntokh, era ms peludo, gordo yarrogante que el otro. Mientras el joven prncipe de Athalantarescuchaba, se torn elocuente sobre las oportunidades que bullen justoen estos momentos... s, bullen, os lo aseguro... para exploradorescomo yo mesmo... y mi amigo Surgath aqu presente.

    Se inclin al frente para contemplar a los Espadas Rojas con ojosviejos y sapientes, y aadi en un ronco susurro confidencial que sinduda se escuch hasta en los establos:

    --Es a causa de los elfos, sabis? Se estn marchando... Nadiesabe adnde, pero se van. Abandonaron lo que llamaban Elanvae, queson los bosques que atraviesan el ro Tortuoso situados al nordeste deaqu, el pasado invierno. Ahora todo ese territorio est a nuestradisposicin. No hace ni diez das que encontr una chuchera all, conincrustaciones de oro y brillantes, en una casa desplomada!

    --S -intervino uno de los granjeros en tono escptico-, y de qutamao era, Hauntokh? Ms grande que mi cabeza, esta vez?

    El explorador hizo una mueca, y sus negras cejas se juntaron paraformar una feroz lnea.

    --No seas insolente, Naglarn -refunfu-. Cuando estoy all fuera,blandiendo la espada contra los lobos, pocas veces te veo adentrartevalientemente en los bosques!

    --Algunos de nosotros -replic el aludido en un tono que rezumabadesdn-, tenemos un trabajo honrado que hacer, Hauntokh. Pero, claro,t ignoras lo que es eso, verdad?

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    Muchos de los granjeros rieron por lo bajo o esbozaron sonrisas ensilencio.

    --Dejar pasar ese comentario, granjero -repuso l con frialdad-,puesto que me gusta mucho el Cuerno, y pienso seguir bebiendo aqu

    mucho despus de que utilicen tu propio arado para enterrarte en algnpunto de esos terrenos tuyos llenos de hierbajos. Pero te ensear a nomofarte de quienes se atreven a ir all donde t no osas hacerlo.

    Hauntokh introdujo una mano peluda en la abierta pechera de lacamisa con la celeridad de una serpiente, y de entre el vello canosoextrajo una bolsa de tela del tamao de un puo. Sus fuertes yachaparrados dedos desataron los cordones que la cerraban, y pusierona la vista su contenido: una esfera de reluciente oro, incrustada derefulgentes gemas. Un involuntario suspiro de asombro surgi de todaslas gargantas de la sala cuando el hombre la alz orgulloso.

    Era un objeto precioso, tan antiguo y exquisito como todas la obraselfas que Elminster haba tenido ocasin de contemplar. Sin duda vala lomismo que una docena de Cuernos del Heraldo, o ms. Mucho ms, siaquel resplandor era indicativo de capacidades mgicas que servan paraalgo ms que simple adorno. El observ cmo su luz interna se reflejabaen el anillo que llevaba el explorador; un anillo que luca la imagengarabateada de una serpiente alzndose para atacar.

    --Habais visto algo semejante? -se jact Hauntokh-. Eh,Naglarn? -Gir la cabeza y pase la mirada por los aventureros de laEspada Roja que estaban inclinados al frente tan llenos de avidez ysorpresa que parecan a punto de caer de sus sillas, y contempl a sucamarada explorador-. Y t, Surgath? -le inst-. Has trado algo lamitad de valioso que esto?

    --Bueno, en realidad... -dijo el otro hombre barbudo y curtido por elsol, mientras se rascaba la cabeza. Se removi en su asiento, y colocun pie embutido en una bota sobre la mesa, en tanto que KarlmuthHauntokh rea por lo bajo, disfrutando de aquel instante de clarasuperioridad.

    Y entonces el harapiento explorador extrajo de la bota alzada algolargo y fino, y esboz una mueca burlona que rivalizaba con la de sucompaero. El pudo observar que no le quedaban demasiados dientes.

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    --No era mi intencin humillarte, Hauntokh -dijo en tonodesenvuelto-. No, sa no es la forma de actuar de Surgath Ilder.Discrecin y seguridad, se es mi lema... -Alz el largo y delgadocilindro, y pos la mano sobre el arrugado pao de seda que loenvolva-. Tambin yo he estado en Elanvae -sigui con voz cansina-,para ver si encontraba pieles... o tesoros. Ahora bien: hace aos,probablemente antes de que t nacieras, Hauntokh, no me cabe lamenor duda...

    El explorador ms corpulento emiti un gruido, pero sus ojossiguieron fijos en el objeto envuelto en seda.

    -... aprend que, cuando uno tiene prisa y est en un bosque elfo,generalmente puede tropezar con un botn como ste en un sitio: unatumba.

    Si la estancia haba estado en silencio antes, aquella ltima palabrahizo que el silencio resultara sepulcral.

    --Es el nico lugar que los elfos cazadores tienden a dejar en paz,sabes? -continu Surgath-. De modo que, si a uno no le importa lucharpor su vida alguna que otra vez, es posible... slo es posible... tener lasuerte de encontrar algo como esto . -Retir de un tirn el pao de seda.

    Se escuch un murmullo, y luego volvi a hacerse el silencio. El

    hombre sostena una vara de plata cincelada y adornada con estras.Uno de los extremos apareca rematado por una lengua oscilante comouna estilizada llama, y el otro estaba coronado por una gema azul tangrande como la boca desencajada por la sorpresa del Espada Rojasituado ms cerca. Entre ambas puntas, un esbelto dragn, que casipareca vivo, se enroscaba en torno al mango del cetro con dosrelucientes piedras preciosas por ojos. Una era verde y la otra colormbar, y en la punta de la enroscada cola apareca otra gema ms, stade un tono marrn dorado.

    Elminster se qued contemplndolo durante unos segundos antesde acordarse de alzar su bock para ocultar la ansiedad reflejada en surostro. Un objeto como aqul podra resultar muy til, en el caso de quetuviera que enfrentarse a guardas elfos... Era obra de elfos, sin duda, a

    juzgar por su elegancia y belleza. Qu poderes poseera?

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    --Este cetro que veis -sigui Surgath, agitndolo; en ese instantese escuch una exclamacin y un estrpito, cuando Rose penetr en lasala con una bandeja de pastelillos calientes, y la dej caer sobre suspropios pies, llena de asombro- fue sepultado junto con un seor de loselfos har unos dos mil veranos o ms, segn creo. A ese personaje legustaba impresionar a la gente... como sucede con ciertos exploradoresperezosos y lenguaraces sobre los que puedo posar los ojos en estosmomentos! De modo que haca que esta vara realizara cosas. Observad.

    Su atnito pblico contempl cmo tocaba uno de los ojos deldragn a la vez que haca lo propio con la enorme gema situada en elextremo del cetro. Una luz intensa relampague cuando apunt con l aKarlmuth Hauntokh, que lanz un gemido y se arroj al suelo temblandode miedo.

    --No temas, Hauntokh -dijo Surgath entre risotadas-. Deja dearrastrarte por el suelo. Eso es todo lo que hace, ves?: emitir esa luz.

    Elminster mene la cabeza ligeramente, pues saba que el objetodeba de hacer ms que eso, pero slo un par de ojos en toda laestancia repararon en la reaccin del joven que luca una barba devarios das.

    En cuanto el explorador rival volvi a aparecer a la vista de todos,con una expresin colrica, Surgath aadi en tono grandilocuente:

    --Ah, pero todava hay ms.

    Oprimi el otro ojo del dragn y la gran gema a la vez, y un rayo deluz atraves el bar y alcanz el bock de Elminster, que sali despedidodando vueltas. El joven observ cmo rebotaba contra la pared,humeante, y entrecerr los ojos.

    --Todava no hemos acabado -anunci el hombre alegremente,mientras el rayo se apagaba y la jarra rodaba fuera de la estancia-. Anqueda esto!

    Esta vez palp la joya de la cola y la gema, y obtuvo una esfera queemita un zumbido y un resplandor azul en cuyo interior danzaban ygiraban diminutas chispas.

    El rostro del joven mago se tens, y sus dedos se agitaron detrsdel queso. Baj los ojos, como si buscara su jarra, para que los dems

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    no pudieran ver que murmuraba algo; tena que sofocar la ltimamanifestacin del cetro, antes de que provocase nefastas consecuencias.

    El hechizo se realiz, aparentemente sin que se dieran cuenta losdems ocupantes del bar, y Elminster se recost en su asiento aliviado,

    con las sienes perladas de sudor. No haba terminado todava; quedabapendiente el pequeo detalle de cmo arrebatarle el cetro al anciano.Tena que hacerse forzosamente con el cetro.

    --Pues bien -canturre Surgath-, en mi opinin este juguetito nodesentonara en el puo de un rey, y en estos momentos intento decidira cul ofrecrselo. Tengo que llegar all, hacer el trato, y volver a salirsin que me maten o me arrojen a una mazmorra. En primer lugar tengoque elegir al rey adecuado, comprendis? Porque ha de ser alguien quepueda pagarme al menos cincuenta rubes, y todos ellos han de serms grandes que mi pulgar!

    El explorador mir en derredor con aire de suficiencia, y aadi:

    --Ah, y una advertencia: tambin encontr una magia muy til quese ocupar de cualquiera que intente robarme esto. Se ocupar deforma permanente, no s si me entendis.

    --Cincuenta rubes -repiti uno de los aventureros, con incrduloasombro.

    --Lo dices en serio? -terci Elminster, y algo en su voz hizo quetodos los ojos se volvieran hacia l-. Lo venderas ahora mismo, porcincuenta rubes?

    --Bueno, pues... -farfull Surgath, y entorn los ojos-. Por qu,chico? Acaso esta alforja tuya est llena de rubes?

    --Tal vez -respondi l, mordisqueando con tanto nerviosismo unpedazo de queso que a punto estuvo de arrancarse de paso las puntasde los dedos-. Vuelvo a preguntrtelo: tu oferta va en serio?

    --Bueno, puede que haya hablado con cierta precipitacin -repusoel explorador despacio-. Ms bien tena en mente, cien rubes.

    --Claro que s -replic Elminster con sorna-. Lo he notado con todaclaridad desde aqu. Muy bien, Surgath Ilder. Te comprar ese cetro,aqu y ahora, por cien rubes... y todos ellos ms grandes que tu pulgar.

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    --Ja! -El explorador se recost en su silla-. De dnde sacara unmozo como t cien rubes?

    --Ya sabes -contest l, encogindose de hombros-, de tumbasajenas y sitios como se.

    --A nadie lo entierran con cien rubes -se mof Surgath-. Cuntameotra, chico.

    --Bueno, soy el nico prncipe vivo de un reino muy rico... -empezel joven mago.

    Hauntokh entrecerr los ojos, pero Surgath ri burln. Elminster selevant e introdujo la mano en su alforja. Cuando la sac, sostena unacapa arrollada, para ocultar el hecho de que su mano estaba vaca ypara disimular el gesto que liberara el hechizo en ciernes.

    Mientras los aventureros se inclinaban al frente para observarlo conatencin, el joven desenroll la tela con un grcil movimiento... y unmontn de gemas de un rojo brillante, en las que se reflejaban lasllamas de la chimenea, qued esparcido por la mesa ante l.

    --Escoge una, Surgath -indic en tono afable-. Comprueba por timismo que es real.

    Sin habla, el hombre as lo hizo, y sostuvo la gema en alto hacia la

    luz rotante del cetro. Las manos empezaron a temblarle. KarlmuthHauntokh agarr tambin una de las piedras, y la estudi con ojosentornados.

    Luego, muy despacio, volvi a depositarla sobre la mesa frente almuchacho de nariz aguilea, y se gir para pasear la mirada por el bar.

    El baj los ojos hacia las manos peludas del hombre. S, el smbolodel anillo era idntico al que llevaban los bandoleros.

    --Son autnticas -declar Hauntokh con voz ronca-. Ms autnticas

    que eso. -Seal el cetro con el pulgar, contempl su propia chucheradorada, y mene la cabeza despacio.

    --Muchacho -dijo Surgath-, si lo dices en serio... el cetro es tuyo.

    Todos los hombres y mujeres de la sala estaban ahora en pie,contemplando con ojos desorbitados la mesa repleta de gemas

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    centelleantes. Uno de los Espadas Rojas se adelant a grandes zancadashasta situarse detrs de Elminster.

    --Me pregunto de dnde ha sacado un jovenzuelo semejantefortuna -dijo en tono bajo y amenazador-. Posees ms chucheras

    semejantes, que te permitan subsistir durante el peligroso viaje hastalos rpidos?

    El joven sonri despacio, e introdujo algo en la mano del guerrero.

    El hombre baj la vista hacia ella. Una moneda resplandeca en lapalma, una enorme y antigua moneda de platino puro.

    Elminster tom el cetro, que giraba lentamente en el aire, e hizo ungesto invitador con la otra mano en direccin a la mesa llena de gemas.Surgath se abalanz sobre ellas.

    El muchacho observ cmo el otro las recoga febrilmente y seinclin al frente para decir al aventurero en un susurro que se escuchen todos los rincones de la sala:

    --Slo hay que tener cuidado con una cosa, mi buen seor... y esvenir en busca de ms.

    --Ah, s? -inquiri el Espada Roja, tan amenazador como antes.

    Elminster seal la moneda, y de improviso sta se agit, y unaserpiente enfurecida se alz en la mano del hombre. Con un juramento,ste la arroj lejos. La moneda choc contra una pared con un sonidometlico, cay al suelo, y rod lejos, convertida otra vez en unamoneda.

    --Estn malditas, como podis ver -explic Elminster con dulzura-.Todas ellas. Fueron robadas de una tumba, y eso activ la maldicin. Ysin mi magia para mantenerla bajo control...

    --Aguarda un momento -rezong Surgath, el rostro sombro-.

    Cmo s que estos rubes son reales, eh?--No puedes saberlo -respondi l-. Pero lo son, y seguirn siendo

    rubes por la maana, y todas las maanas de los das siguientes. Siquieres recuperar el cetro... estar en la habitacin que Rose me hapreparado.

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    Dedic a los presentes una amable sonrisa y abandon la estancia,preguntndose cuntas personas, llevaran o no un anillo con el smbolode una serpiente, intentaran asesinar la imagen mgica que sera lonico que dormira en su cama aquella noche, o revolveran de arribaabajo la habitacin en busca de un cetro que no estaba all. El tejado detejas y turba del Cuerno del Heraldo bastara para el reposo del ltimoprncipe de Athalantar.

    De todos los ojos del bar que observaron con perplejidad la marchadel joven procedente de Athalantar, en un par, en el rincn msapartado, ardan sombros designios de muerte; y no pertenecanprecisamente al hombre que llevaba el anillo con la serpiente dibujada.

    --Cien rubes -exclam Surgath con voz ronca, vertiendo unapequea lluvia roja de relucientes gemas de una mano a la otra-. Ytodos autnticos.

    Ech una ojeada a lo alto para contemplar el tranquilizadorresplandor de los hechizos protectores, sonri, y volvi a remover elcuenco lleno de rubes. Haba pagado una cantidad equivalente al valorde dos de aquellas joyas para comprar la gema protectora, aos atrs...pero el servicio que le prestaba esa noche lo compensaba por cada unade las piezas de cobre gastadas.

    Sonriente an, no vio cmo la gema relampagueaba una vez,

    cuando un silencioso hechizo volvi sus abrasadoras defensas contra sudueo.

    Se escuch un ahogado rugido, y acto seguido el calcinado cuerpodel explorador se desplom de costado sobre el lecho. Surgath Ildersonreira para siempre ahora.

    Unos cuantos rubes, fundidos por el calor, tintinearon hasta elsuelo en ennegrecidos fragmentos. Los ojos que los observaron caertraslucieron una cierta satisfaccin, pero en ellos segua ardiendo el

    ansia asesina. En ocasiones la venganza poda surgir de la tumba.Al cabo de un momento, el propietario de aquellos ojos sonri y

    teji el hechizo que llevara hasta l un puado de aquellos rubes.

    Todos debemos morir algn da, as que por qu no morir ricos?

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    2Muerte y gemas

    El fallecimiento del Mago de las Muchas Gemas podra haber condenado a la Casa de Alastrarra, de no haber sido por el sacrificio deun humano que pasaba por all. Muchos elfos del reino no tardaron endesear que el hombre en cuestin lo hubiera sacrificado todo en sulugar. Otros sealan que, en ms de un sentido, as lo hizo.

    Shalheira Talandren, gran bardo elfo de la Estrella EstivalEspadas de plata y noches estivales:

    una historia extraoficial pero verdica de Cormanthor Ao del Arpa

    Conforme avanzaba por el interminable bosque, el terreno comenza elevarse otra vez, salpicado de riscos y enormes salientes de rocamusgosa que se alzaban en medio de los omnipresentes rboles. Noexista un sendero que seguir; pero, ahora que Elminster haba dejadoatrs la cordillera montaosa que sealaba el lmite oriental del reinohumano de Cormyr, la direccin correcta para llegar a Cormanthorquedara indicada por el punto situado al sureste donde los rbolesfueran ms altos. El joven de nariz aguilea con la alforja al hombrocamin sin pausa en direccin a aquel destino invisible, sabiendo quedeba de estar cerca ya. Los rboles eran ms viejos y grandes,cubiertos de enredaderas y musgos. Haca ya tiempo que haba dejadoatrs cualquier vestigio de las hachas de los leadores.

    Llevaba andando das -meses- pero en cierto modo se alegraba deque las flechas de unos bandoleros lo hubieran dejado sin montura.Incluso en las tierras reclamadas por los hombres de Cormyr, ahora a suespalda, las colinas eran tan agrestes y arboladas que hubiera tenidoque soltar a su caballo, incumpliendo as, voluntariamente, la voluntadde Mystra.

    Mucho antes de que el terreno lo hubiera obligado a incurrir en taldesobediencia, se habra quedado tambin sin monedas comprando

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    heno para alimentar al animal, y agotado de tanto cortar ramas derboles para abrir un sendero lo bastante ancho para permitir el pasodel caballo; suponiendo, claro est, que el caballo hubiera estadodispuesto a penetrar en bosques demasiado densos para avanzar porellos. Bosques por los que, al caer la noche, deambulaban criaturas quegruan y aullaban, y que provocaban que muchas otras criaturasinvisibles chillaran y gimieran entre estertores de muerte.

    Elminster esperaba no correr su misma suerte antes de tiempo.

    Mantena algunos conjuros a mano en todo momento, que lepermitan inmovilizar conejos y a veces ciervos all donde seencontraban; de ese modo poda acercarse para usar el cuchillo, aunqueempezaba a cansarse de las aparatosas carniceras subsiguientes, delconstante susurrar de hojas y gruidos que indicaban que loobservaban, de la soledad y de la sensacin de estar perdido. Enocasiones se senta ms bien como una flecha disparada sin tiento quese diriga rauda hacia ninguna parte, en lugar de un poderoso y ungidoElegido de Mystra. De vez en cuando daba con alguna pista, pero casisiempre -a pesar de la aparente sencillez y claridad de la situacin-acababa incurriendo en un error tras otro. Con razn los Elegidos erancriaturas excepcionales.

    Sin duda habra animales ms excepcionales aun acechando en

    esos momentos entre los rboles, dndole caza. Por qu no le habrafacilitado Mystra un conjuro que lo transportase directamente a lascalles de la ciudad elfa? El mar de la Luna se encontraba en algn lugarms adelante y a su izquierda, poniendo fin a aquellos rboles que eranterritorio elfo; y, si recordaba correctamente los comentarios escuchadosa los mercaderes y los mapas entrevistos en Hastarl, estaba unido porun ro a un brazo del inmenso y extenso mar de las Estrellas Fugaces,que constitua el lmite oriental del reino elfo que buscaba. Lasmontaas a su espalda formaban el borde occidental de Cormanthor, de

    modo que, si segua andando y giraba a la derecha cuando topase conun ro, se mantendra dentro de territorio elfo. Aun as, que hallara o nola fabulosa ciudad situada en su centro era otra cuestin. Suspir; nohaba visto resplandores de antorchas ni nada parecido por la noche queindicara la presencia a lo lejos de una ciudad; y no haba visto a un elfodesde que haba abandonado Athalantar, ni mucho menos se habaencontrado con ninguno despus de cruzar la cordillera. Algo tan sencillo

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    como una cada por culpa de una raz de rbol poda acabar con l, sinque nadie excepto los lobos y los buitres se apercibieran. Si Mystra dabatanta importancia al hecho de que llegara a la ciudad, no podra tal vezguiarlo de alguna forma? El invierno poda sorprenderlo errando todavapor ah... o muerto, sus huesos partidos y olvidados por algn oso-bho,peryton o araa gigante!

    Elminster suspir y sigui adelante. Los pies empezaban a dolerletanto -un dolor agudo en los huesos que lo haca sentirse enfermo- quedicho malestar eclipsaba el omnipresente aguijonazo de las ampollasreventadas y la piel en carne viva. Sus botas tampoco estaban enbuenas condiciones. En los relatos, los hroes llegaban all donde tenalugar la accin sin retrasos ni apuros; y, si l era un Elegido de Mystra,sin duda cumpla todos los requisitos para ser un hroe!

    Por qu todo esto no poda resultar ms sencillo? Exhal un nuevosuspiro. A medida que el bosque se espesaba a su alrededor, un pasotras otro fatigoso paso, las races cubiertas de hongos emergan delsuelo por doquier a modo de paredes retorcidas, y la luz del solresultaba ms escasa. Los ciervos empezaban a dejarse ver conregularidad ahora y alzaban la cabeza para observarlo con desconfianzadesde la distancia; al mismo tiempo, el susurro de las hojas y el batir dealas entre las sempiternas sombras a su alrededor le indicaron que otrosanimales comenzaban a abundar tambin por all.

    El joven mago esquivaba la mayora de los tocones, arbustos yenredaderas, por temor a los peligros que pudieran acechar tras ellos;puesto que no deseaba ser cazado por nada hambriento y capaz derastrearlo, haca tiempo que haba lanzado un hechizo que le permitacaminar por el aire a un palmo del suelo ms o menos. Para no dejarhuellas de su paso, avanzaba siempre por donde los nudosos gigantesdel bosque asfixiaban pimpollos y matorrales de espinos, de forma queel camino quedaba relativamente despejado. Caminaba a buen ritmo, y

    cuando se fatigaba descansaba bajo la forma de una nube de bruma,suspendido de las ramas altas durante la noche. Por supuesto, algo oalguien lo segua.

    Algo demasiado cauto o astuto para dejarse ver. En una ocasin, el joven mago incluso se ocult tras un hechizo de invisibilidad y volvisobre sus pasos. Encontr las huellas de su perseguidor que sedesviaban bruscamente para morir en un arroyo. Lo que consigui

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    averiguar el ltimo prncipe de Athalantar fue que lo segua unhumano... u otra criatura semejante que llevaba botas de suela recia. Yandaba sobre dos pies.

    As pues, Elminster se haba limitado a encogerse de hombros y a

    seguir su camino, rumbo a las fabulosas Torres del Canto. Los elfos nopermitan que ningn humano contemplara su gran ciudad y conservarala vida, pero una diosa haba ordenado a El que fuera all, como primerservicio en su honor. Si los elfos no lo aprobaban, por aferrarse conferocidad a su intimidad, sera una lstima.

    Una lstima para l, si su vigilancia o sus hechizos le fallaban. Ya sehaba producido un estallido de luz azulada un anochecer, a ciertadistancia a su izquierda, cuando un hechizo trampa haba acabado con lavida de un oso-bho. Elminster confiaba en que aquella clase de magiafuera muy especfica en sus blancos... y no funcionara con humanos queutilizaran conjuros para mantenerse por encima del suelo.

    Una cosa resultaba cada vez ms evidente, ahora: ni siquiera loselfos con mayor inters por mostrarse amistosos -si es que los haba enCormanthor- se mostraran dispuestos a recibir con sonrisas a un intrusohumano si este solitario visitante portaba un cetro de poder robado deuna tumba elfa.

    La atencin que haba atrado en el Cuerno haba sido un error,cualquiera que hubiera sido el peligro planteado por la ignorancia delexplorador en cuestiones de magia. Haba perdido una noche de sueo,y tuvo que usar cuatro conjuros apresurados para escapar, cuando almenos cuatro personas con hechizos y dagas lo haban atacado porseparado en el lugar donde dorma. El ltimo se haba deslizado por eltejado, espada en mano, intentando sorprenderlo mientras l estabaatento a la lucha a muerte que se desarrollaba entre otros dos, en laoscuridad del piso inferior.

    Ahora llevaba consigo un hermoso objeto de plata labrada adornadocon piedras preciosas, sin duda muy reconocible, que cualquier elfo quelo viera podra activar desde lejos para volver sus poderes contraElminster; un cetro que bien poda contener una maldicin o lanzarmagia que perjudicara a quien la despertara; un cetro que habapertenecido a un elfo cuyos descendientes podran matar a cualquier

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    humano que osara ponerle las manos encima; un cetro que alguienpoda estar rastreando en aquellos mismos momentos.

    Cmo poda haber sido tan increblemente estpido? El volvi asuspirar. En algn punto del viaje tendra que ocultar aquel objeto, en

    un lugar donde slo l pudiera encontrarlo ms tarde y donde quedara asalvo de su misterioso perseguidor o de cualquier patrulla elfa. Y esosignificaba localizar un lugar muy especfico; un punto determinado delterreno bajo los rboles, no un rbol de ese bosque.

    A poco de amanecer, el da despus de que Elminster caminarasobre las tenebrosas aguas de su duodcimo pantano, lo encontr. Elsuelo se elevaba abruptamente en una hilera de afilados riscos, el ltimode los cuales era una pelada aguja de piedra que semejaba la proa deuna nave gigantesca lista para navegar hacia el sol.

    El mago eligi el risco prximo a la proa, un promontorio algo msbajo que los dems, rodeado de rboles. Seleccion uno que crecaaferrado al borde, y se arrodill entre las races; recogi un puado detierra y lo desmenuz entre los dedos hasta que la arenilla cay al suelodejando en su mano unas cuantas piedrecillas.

    Sac el cetro de plata de la bolsa, y le dedic una rpida ojeada altiempo que lo depositaba sobre su mano, entre los guijarros. Elminstermene la cabeza, admirado por la belleza del objeto, y musit unconjuro; acto seguido introdujo el cetro en el agujero que haba abierto,lo cubri con tierra, y arranc un pedazo de musgo cercano paracolocarlo sobre la tierra removida. Un puado de hojas y ramitascomplet el camuflaje, y luego se dirigi presuroso hacia el riscocontiguo; una vez all dej caer una de las piedras, e hizo lo mismo enotros tres promontorios cubiertos de rboles. Detenindose en el ltimo,murmur otro conjuro que lo dej debilitado y enfermo por dentro, entanto que sus miembros hormigueaban con un fuego blancoazulado.

    Respir hondo una vez y otra, antes de sentirse con suficientesfuerzas para lanzar un segundo hechizo. Slo se requera unacombinacin sencilla de gestos, una nica frase, y la disolucin de uncabello de detrs de la oreja.

    El athalante permaneci inmvil unos instantes, escuchando, yatisb a su espalda en busca de indicios de movimiento. Nada captaronsus odos y ojos, excepto el corretear de pequeas criaturas del bosque

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    que se movan en todas direcciones sin prestarle atencin, de modo quedio la vuelta y prosigui su viaje. No tena ganas de esperar durantehoras slo para averiguar quin lo segua.

    Mystra lo haba enviado a Cormanthor con una misin. Qu era lo

    que deba hacer all no se lo haba revelado todava, pero le haba dichoque lo necesitaran dentro de un tiempo. No pareca que tuviera quedarse demasiada prisa en llegar, pero El deseaba ver la legendariaciudad de los elfos. Segn relataban los juglares, era el lugar mshermoso de todo Faerun, lleno de portentos y de elfos tan bellos quecontemplarlos cortaba la respiracin; un lugar de diversiones, prodigiosmgicos y canciones, donde mansiones fabulosas elevaban suschapiteles a las estrellas, y el bosque y la ciudad crecan el unoalrededor de la otra en un vasto e interminable jardn. Un lugar donde

    mataban a todo aquel que no fuera elfo nada ms verlo.Bueno, haba una frase de una antigua balada sobre un bandolero

    estpido que se haba convertido en un dicho irnico entre losathalantes: Tendremos que quemar ese tesoro en cuanto le pongamoslas manos encima. Ese dicho tendra que servirle durante los dasvenideros, porque El sospechaba que pasara mucho tiempo flotandoalrededor de Cormanthor bajo el aspecto de una neblina vigilante yatenta.

    Mejor eso, supuso, que pasar al olvido eterno de la muerte yhundirse olvidado de todos en la tierra de algn jardn elfo, dejandoincumplido su servicio a Mystra.

    El joven se detuvo al pie de un rbol tan ancho como una casita decampo y, desperezndose como un gato, se cambi la alforja de hombroy volvi a emprender la marcha en direccin sureste, andando a buenpaso. Sus botas no producan el menor ruido mientras avanzaba por elaire. Ech un vistazo a las plcidas aguas de un pequeo estanque alpasar, y stas le devolvieron la imagen de un joven sin afeitar, de barbarebelde, agudos ojos azules, negros cabellos enmaraados, nariz afiladay figura larguirucha y desgarbada. No le faltaba atractivo, pero suaspecto tampoco inspiraba excesiva confianza. Bueno, en algnmomento tendra que impresionar a algn elfo...

    De haber vuelto la cabeza en el momento oportuno, habra vistocmo una nube de hongos apiados se levantaba del hmedo suelo del

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    bosque cuando algo invisible los perturb, y volva a posarsesuavemente mientras lo que quiera que fuese aquel algo musitaba unamaldicin y se desviaba veloz a un lado. Acaso el joven que tenadelante iba a meterse directamente en el mismo corazn custodiado deCormanthor?

    Entonces la penumbra del bosque dio paso de repente a unoscrecientes anillos de fuego, y el suelo se estremeci. S, al parecer iba ahacerlo.

    Elminster se adelant presuroso, corriendo por el aire, mientrasbalanceaba la alforja adelante y atrs a fin de tomar impulso. Aquellohaba sido un conjuro de batalla, lanzado con prisas.

    Las hojas seguan ardiendo en las oscilantes ramas que tena ante

    s, y un rbol se desplom sobre el suelo con estrpito hacia el oeste, enrespuesta a la profunda y arrolladora fuerza de la explosin que habasacudido la zona junto a l momentos antes.

    El mago esquiv una larga rama lateral, ascendi por unpromontorio y descendi hasta un pequeo valle rocoso tapizado dehelechos que se abra al otro lado. En el fondo, brotaba un manantialentre dos peascos cubiertos de moho, uno de los cuales rodaba enaquel momento, seguido de un rastro de fuego y de un revoltijo dehuesos de alguna criatura destrozada.

    Vio figuras que luchaban entre las rocas y descubri que eran elfos,que combatan contra musculosos guerreros de piel rojiza,sobresalientes colmillos y armaduras de cuero negro que blandandagas, hachas y mazas.

    Unos hobgoblins haban sorprendido a los elfos en el arroyo yasesinado a la mayora de ellos. Mientras el joven mago corra entre loshelechos, que la alforja agitaba y balanceaba a su paso, una espada elfacentelle con luz mgica al tiempo que suba y bajaba; su presa se

    desplom, rugiendo de dolor y con las manos cerradas en torno a ladestrozada garganta, justo cuando una barra de hierro empuada porotro hobgoblin cay sobre la cabeza del espadachn elfo con un fuertegolpe que reson por todo el valle.

    Con un repugnante crujido, la cabeza del elfo se hundi en mediode un surtidor sanguinolento, y su cuerpo cay entre espasmos sobre el

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    de su compaero. ste -al parecer, el ltimo superviviente de la patrullalfica- era un elfo alto que luca sobre los hombros un manto adornadocon hileras de colgantes ovales incrustados de joyas que centelleaban yrelucan conforme maniobraba. Un mago, se dijo El, al tiempo quealzaba una mano para lanzar un hechizo.

    El elfo fue ms veloz. Una de sus manos se convirti en una bola defuego que hundi en el rostro del adversario que sostena el palo. Entanto que el enemigo retroceda tambaleante, rugiendo de dolor y rabia,del fuego surgieron dos largas lenguas llameantes, como los cuernos deun toro; las llamas acuchillaron al ruukha de tez roja y consumieron laarmadura de cuero para dejar al descubierto el chamuscado pellejo gris.El bastn de hierro choc con estrpito contra las rocas mientras elhobgoblin daba media vuelta y hua entre alaridos, y el mago elfo

    trasladaba sus llameantes cuernos al rostro de otro asaltante.Demasiado tarde. El fuego chisporroteaba todava sobre el rostro

    enfurecido de un ruukha con orejas de murcilago, cuando otro se alzpor encima para clavar las oscuras y afiladas pas de un largo tridenteen el torso del mago elfo.

    Los rayos rastreadores lanzados por Elminster seguan volando porel aire cuando el elfo ensartado consigui liberarse de lasensangrentadas pas, entre alaridos de dolor, y se desplom en el

    arroyo. Los hobgoblins surgan ahora como un enjambre de detrs delas piedras, para precipitarse sobre el mago elfo. El vio cmo su rostrode finas facciones se contraa, presa de terribles sufrimientos, mientrassusurraba algo, y el aire sobre el arroyo se inund de repente deinnumerables chispas plateadas.

    Sus adversarios se sacudieron espasmdicamente, al tiempo que elelfo se hunda en las revueltas aguas, y dejaron caer las armas. An setambaleaban cuando los rayos de Elminster los alcanzaron y losinundaron de un fuego blancoazulado.

    De las bocas y narices de los hobgoblins brotaron rugientesllamaradas mgicas, y los ojos se hincharon para acto seguido reventaren estallidos de neblina blancoazulada. Los cuerpos carbonizadosdeambularon bamboleantes y sin rumbo por entre rocas y helechospisoteados, hasta derrumbarse. Slo quedaba el elfo... y ms ruukhas

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    que se abran paso desde el otro lado del valle, con hachas, tridentes yespadas en las manos.

    Alrededor de Elminster todo eran cadveres elfos arqueados ydesmadejados, cuando lleg junto al mago. Unos ojos esmeralda

    transidos de dolor se abrieron con un parpadeo para mirarlo a travs delos enmaraados y sudorosos cabellos canosos, y se desorbitaron aldescubrir a un humano.

    --Me quedar a tu lado -indic el athalante al elfo, levantndole lacabeza del agua ensangrentada. La accin provoc la cancelacin delhechizo que le permita andar por el aire, y, en cuanto sus pies sehundieron en las fras y arremolinadas aguas, descubri que sta sefiltraba por una de sus botas.

    Tambin descubri que en realidad no tena tiempo de preocuparsepor ello, ya que los helechos se agitaron a su alrededor y aparecieronms ruukhas, que mostraban en el rostro desagradables muecas detriunfo. La patrulla elfa deba de haber acampado en medio de unrefugio hobgoblin, o tal vez haba sido rodeada mientras dorman.

    Al parecer, todo el pequeo valle estaba repleto de amenazadoresruukhas de colmillos amarillos, que alzaban escudos ante ellos a la vezque avanzaban agachados movindose con suma cautela. Daba laimpresin de que ya haban aprendido que los magos eran siemprepeligrosos... y que haban sobrevivido a aquella leccin, lo quesignificaba que haban matado magos con anterioridad.

    Elminster permaneci plantado junto al elfo, que tosa dbilmente,y ech una veloz mirada a su espalda. S, all estaban, acercndosedespacio, los rostros sonrientes ante la seguridad del xito. Deban deser setenta o ms, y los conjuros que le quedaban eran demasiadopocos para que aquello no supusiera un problema.

    El prncipe us la nica magia que poda proporcionarle tiempo para

    pensar en una salida adecuada. Abri con rpido ademn una de lassolapas de cuero de la alforja, sac las seis dagas que asomaron en undesordenado puado, y sise las palabras necesarias mientras lasarrojaba al aire y chasqueaba los dedos. Las dagas salieron disparadascomo avispas enfurecidas y describieron un crculo alrededor del jovenprncipe, mientras descargaban cuchilladas contra el rostro de un ruukhaque se encontraba demasiado cerca.

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    Aquello provoc un aullido general de rabia, y las criaturas seabalanzaron sobre el joven mago desde todas partes. Las dagas silbarony se hundieron en todos los que se introducan en su estrecho crculo,pero no eran ms que seis contra muchos ruukhas fornidos que seabran paso a empellones para llegar hasta el joven mago.

    Una lanza disparada desde lejos alcanz a El en el hombro y lo dejentumecido, y una piedra ara su nariz cuando retrocedi tambaleante.Lo malo del hechizo de las armas volantes era que el movimiento de lasdagas daba ideas a sus atacantes. Para qu adentrarse en aquellacortina de acero cuando se poda enterrar a su creador bajo una lluviade armas arrojadas desde lejos?

    Otra piedra le dio en la frente con fuerza, y Elminster dio untraspi, aturdido. Un grito exultante se elev a su alrededor, cuando losruukhas atacaron. Sacudiendo la cabeza para alejar el dolor, el joven sedesplom sobre el elfo y profiri las palabras de un conjuro que no habaesperado tener que usar todava. Confiaba haberlo hecho a tiempo.

    Unos ojos que relucan con visin de mago miraron el risco cubiertode rboles que tenan delante, y luego el siguiente. Y el siguiente. Quelos dioses maldijeran al usurpador! Haba estado en todos ellos!

    Habra dejado el cetro en el primero, y preparado los otros comoseuelos? O lo haba depositado en el segundo risco, o...?

    El indignado propietario de aquellos ojos pens que los dioses nomaldeciran al joven prncipe-mago de un modo adecuado, y acometipor s mismo la tarea de hacerlo concienzudamente.

    Una vez que dej de gruir y refunfuar, profiri un conjuro. Comoesperaba, revel una pulsante telaraa de lneas de poder queconectaba todos los riscos, pero no mostraba con claridad la posicin delcetro. Para romper la telaraa haca falta el consentimiento del jovenmago... o su muerte.

    Bueno, si lo uno era imposible, lo otro tendra que servir. Las manosvolvieron a moverse para tejer otro encantamiento. Algo se alz comoun humo espeso del suelo del bosque, algo que siseaba y susurraba entono quedo mientras adquira forma, y cuyos mismos movimientos eranuna amenaza que indicaba avidez.

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    Algo que de improviso adquiri solidez y se alz muy erguidomientras acuchillaba el aire con docenas de afiladas garras. Un asesinode magos.

    Unos ojos en los que se lea el deseo de matar observaron cmo se

    alejaba en busca del ltimo prncipe de Athalantar. Cuando se perdi devista entre los rboles, una sonrisa apareci bajo aquellos ojosvigilantes, en unos labios que no sonrean muy a menudo. Entonces laboca volvi a moverse para lanzar una nueva retahla de maldicionessobre la cabeza de Elminster. De haber estado escuchando, los dioses sehabran sentido muy satisfechos con algunos de los fragmentos msingeniosos.

    Hubo un veloz arremolinamiento de neblinas azuladas, y lasensacin de estar cayendo... y enseguida las botas de Elminsterchirriaron sobre piedras sueltas. El cuerpo inerte y lnguido de un elfodescansaba en sus brazos.

    Se encontraban en una roca plana en mitad de la ladera del valle,con helechos tronchados y aplastados a su alrededor, y gritossobresaltados a su espalda. Los ruukhas miraban de un lado a otro,

    buscndolos, o se vean acuchillados por las dagas, que de repentehaban emprendido un veloz vuelo hacia la nueva posicin del jovenpara volver a describir su anillo protector.

    Adentrarse en Cormanthor con un elfo muerto o moribundo en losbrazos no pareca ser muy buena idea, pero en aquellos momentos notena demasiada eleccin. Con un gemido, el prncipe de Athalantar secarg el liviano cuerpo al hombro y ech a andar para alejarse del valle,pisando cautelosamente por entre la vegetacin para evitar una cada enaquel terreno tan accidentado. Se escucharon ms gritos a su espalda, y

    Elminster sonri levemente y volvi la cabeza.Nuevas piedras se estrellaron y rodaron a poca distancia, y una

    lanza pas silbando muy desviada a un lado, en tanto que susperseguidores reemprendan la caza. El eligi un punto y realiz elsegundo viaje de su conjuro de cinco saltos.

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    De improviso se encontr justo en medio de los rugientes yapresurados hobgoblins, con el elfo sobre el hombro. Sin prestaratencin a los repentinos juramentos y gruidos de sorpresa, El seirgui en toda su estatura y gir sobre sus talones en busca delsiguiente punto despejado al que deba conducirlo la magia, que era...all!

    Las espadas arremetieron demasiado tarde, pues l ya haba vueltoa desaparecer.

    Esta vez, cuando las arremolinadas brumas se desvanecieron, seescucharon chillidos a su espalda. Las silbantes dagas haban abierto unsangriento camino a travs de los hobgoblins para alcanzar y rodear a Elall donde se encontraba... y ahora intentaban volver a llegar hasta l,abrindose paso a cuchilladas por entre el grupo principal de ruukhas. ElElegido de Mystra contempl cmo los seres giraban al verlo y rugancon renovada furia al tiempo que atacaban otra vez; y los esperpacientemente.

    Ninguno de los ruukhas arrojaba proyectiles ya. Haban sacadohachas y espadas, cada uno ansioso por rebanar y acuchillarpersonalmente a aquel humano exasperante. El joven cambi deposicin al mago elfo que llevaba al hombro, aguard el momentooportuno, y volvi a saltar... de vuelta a un punto situado detrs de la

    avalancha de adversarios.Se escucharon nuevos gritos cuando las dagas viraron para

    seguirlo, apualando otra vez a sus perseguidores. El vio que un pesadoguerrero, herido de muerte en la garganta, caa al suelo describiendo ungiro sin saber qu era lo que haba acabado con l, mientras intentabaacuchillar en vano y sin fuerzas a un enemigo invisible en medio de unchorro de su propia sangre. Muchos eran los que se tambaleaban ocojeaban ahora, al volverse para seguir a su escurridizo enemigo. Slole quedaba un salto, pero Elminster lo reserv, y eligi ascendertrabajosamente fuera del valle con su bamboleante carga. Tan slo unoscuantos ruukhas porfiados fueron tras l.

    El joven athalante sigui adelante, en busca de una posicinventajosa desde la que pudiera divisar un punto concreto en la lejana.Los pocos adversarios que todava lo perseguan no dejaban derezongar, asegurndose los unos a los otros que los humanos se

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    cansaban con facilidad, y que acabaran con ste antes del anochecer sies que no lo hacan antes.

    Elminster no les prest atencin, concentrado en buscar un puntodistante. Tras lo que se le antoj una penosa eternidad, encontr uno:

    un espeso bosquecillo de rboles situado en el extremo opuesto de otracaada. Realiz el ltimo salto y dej atrs a los hobgoblins, esperandoque ya no se molestaran en seguirlo.

    Las dagas no tardaran en desvanecerse y, cuando desaparecieran,no le quedara gran cosa con la que defenderse.

    Fue entonces cuando una voz atiplada y dbil junto a su odobalbuce en lengua comn:

    --Sul... tame. Por... favor, sul... tame.

    Elminster se asegur de pisar terreno firme en la penumbra queproyectaban los rboles, y deposit con cuidado al elfo sobre un lechode musgo.

    --Hablo vuestra lengua -dijo en lfico-. Me llamo Elminster deAthalantar, y me dirijo a Cormanthor.

    El asombro volvi a asomar a los verdes ojos.

    --Mi gente te matar -repuso el mago elfo con voz muy dbil-. Slohay un modo de que t...

    Su voz se apag, y el joven mago apret la mano sobre la fatigadagargan