Relatos 2006

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1 RELATOS Quinto Certamen Literario 2006

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Concurso de relatos del año 2006 en Edcación de las Personas Adultas en la Comunidad de Calatayud

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RELATOS

Quinto Certamen

Literario

2006

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EDUCACIÓN DE PERSONAS ADULTAS Comunidad de Calatayud

RELATOS Certamen Literario del año 2006

Centro Público de Educación de Personas Adultas

MARCO VALERIO MARCIAL

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Aulas de Educación de Personas Adultas

de la Comunidad de Calatayud

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Edita: CPEPA Marco Valerio Marcial. 2007 (Centro educativo Manuel Giménez Abad) C/ Ramón y Cajal, 1 50300 Calatayud

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El centro agradece a Blanca Langa, María Jesús Gaceo y José Ramón Olalla su dedicación a la lectura y valoración de estos relatos.

Al Ayuntamiento de Calatayud, a la Comunidad de Calatayud y al Centro de Estudios Bilbilitanos los libros donados para los participantes y el jurado.

A la Caja de Ahorros de la Inmaculada su aportación económica para la edición de este libro.

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Ofrece este volumen la recopilación de los

relatos presentados en 2006 a la quinta convocatoria

del Certamen Literario, desde donde el Centro de

Educación de Personas Adultas invita a participar al

alumnado asistente a la Aulas de Adultos existentes en

la comarca Comunidad de Calatayud.

Se publican 55 relatos individuales y 9

colectivos, de ellos, 21 pertenecen al Aula de Morata

de Jiloca, que, una vez más, ha recibido la Mención

Especial a la Participación.

Los integrantes del jurado, Blanca Langa,

María Jesús Gaceo y José Ramón Olalla, grandes

promotores de la lectura en el ámbito docente, tienen,

desde la consciencia de la ingratitud que supone

valorar, clasificar y seleccionar para premiar, un año

más, el agradecimiento del Centro.

Agradecimiento que se hace extensivo a los

participantes en esta convocatoria. Con sus escritos

remueven sentimientos, provocan sonrisas, divierten o

hacen reflexionar.

Se presentan estos ejercicios literarios en los

que el alumnado ha decidido intentar penetrar en el

mundo mágico de la creación. Desde su particular

taller de escritura, en su casa, bajo la luz de una

lámpara, ante el papel en blanco han dejado hablar a

la imaginación, describiendo paisajes naturales y del

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alma, creando personajes creíbles e imposibles,

recreando situaciones curiosas, a veces cómicas,

otras dramáticas, manejando hechos reales e

inventados, siempre plasmando sentimientos

universales desde su personal punto de vista.

Más complicada resulta la elaboración de

relatos colectivos, donde las individualidades deben

confluir en una unidad coherente para que el

resultado final sea aceptable. Su dificultad conlleva

un menor número de trabajos presentados.

Desde estas páginas se ofrecen todos ellos al

resto de la comunidad educativa con el fin de

disfrutar leyendo.

Ana Isabel Pétriz Aso

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Relatos individuales

Primer premio ¡Ay señor, qué vida! ....................................................... 13 María Teresa Rodríguez Miguel Calatayud

Segundo premio Arco Iris de sensaciones y sentimientos de mi niñez ...................................................................... 19 Nieves Latorre Echevarría Fuentes de Jiloca

Tercer premio Encerrado en el cajero .................................................. 27 Manuela Beltrán Lallana Morata de Jiloca

Cuarto premio A toda velocidad ............................................................. 31 Yolanda Sarmiento Hernández Calatayud

Quinto premio La trilla .............................................................................. 37 Consuelo Pardillos Julián Fuentes de Jiloca

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Calatayud

Estrella, María Luisa Serrano Galindo................................. 43 Las alas rotas, Angelines Fuentes Lapoulide ......................... 48 Dos amigas, dos caminos, Pilar Gómez Martínez ............. 54 Un paseo por el Castillo Mayor, Pilar Gómez Martínez ... 58 Cuidado con los niños, Pilar Gómez Martínez .................. 62 Ese ángel, Pilar Gómez Martínez ........................................ 66 Un sueño de altura, Angelines Fuentes Lapoulide ............... 69 La excursión, Rosa Marín Gil............................................. 73 La boda de Alejandro, Rosa Collado Martínez................... 79 Historia de un verano, Mª Carmen Aguaviva Serrano........ 83 “De brujas a diablos”, Carmen Marín Gil ......................... 87 Comentarios, Yolanda Sarmiento Hernández ...................... 90 Un callejón sin salida, Jesús Ángel Jiménez Garrido............ 94 Imaginad a Buffi, Isabel Lario Ruíz ................................... 98

Fuentes de Jiloca

Ilusiones, María Llanos Pardos Morales ............................104 Una mujer maravillosa, Mercedes Bureta Pascual..............109 Bodas de ayer, Angelines Ruiz Guerrero............................114 Juegos de infancia, Angelines Ruiz Guerrero ....................119 Mujeres con valor, Lidia Yagüe Lorente ...........................122 Libertad, Esther Perruna García ........................................125 Personas que hacen historia, Angelines Ruiz Guerrero....131

Morata de Jiloca El cariño de los hijos, Teresa Ruiz Urgel .........................135 Mi abuelo Miguel, Pilar Bendicho Pascual.........................137 Una apuesta a San Fabián, Pilar Algárate Herrero ..........141 La noche de reyes, Maribel Temprado Cortés....................144 El coraje de Miguel, Pilar Bendicho Pascual......................149

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La flor del almendro, Manuela Beltrán Lallana ...............155 La época en que nací, Isabel García Marco ......................159 Toda la vida juntos, Laura Gracia Fuentes.......................163 El osito enamorado, Felicidad Castellano Lallana...........167 Las fiestas de San Martín, Fulgencia Pelegrín Narvión .....172 Un rosal y una mujer, Felicidad Castellano Lallana .........176 Una historia de primavera, Asunción Algárate Palacios...179 Ven conmigo un ratito, Felicidad Castellano Lallana ......182 50 años, Amparo Palacián Ferrando...................................185 Ángeles, Amparo Palacián Ferrando ..................................191 Tarde de primavera, Isabel García Marco.........................200 La golondrinita y el golondrinito, Manuela Beltrán........204 Luchar para poder ser feliz, Mª Teresa Temprado Nuño .210 La estación de mi pueblo, Mª Teresa Narvión Tomás .....213

Munébrega

Una noche sin día, Conchita Gormedino Hernández .........215 El chequeo del alma, Ana María Mateo Gil....................220 Yo nací en primavera, Ana María Mateo Gil..................223 El amor de la lumbre, Teresa Langa Lorcas .....................226

Paracuellos de la Ribera “Recuerdos”, Ana María Cardier Arias...........................229

Sabiñán

La villa durmiente, María Jesús Nonay.............................231 Soñar y ser feliz, Pilar Nonay Villalba .............................233

Velilla de Jiloca

Gigolo, Cande Ibáñez Moya ...............................................237 Alicia, Alicia Molina Narvión ............................................240 La boda de mi hermano, Rosario Pablo López ................244

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Relatos colectivos

Relato premiado Un susto de muerte ......................................................248 Morata de Jiloca

Ariza Recuerdos del pasado ......................................................260

Calatayud Viajeros… al tren, Taller de expresión..............................265 Una gran ilusión, Taller de expresión.................................273

Cetina La niñez de Lola, Curso de Consolidación..........................280

Fuentes de Jiloca

La escuela de ayer, Taller de ortografía ..............................282

Munébrega Juguetes rotos, Taller de memoria y razonamiento ..............288

Paracuellos de Jiloca

Reflexiones en el tiempo, Taller de activación memoria ....293

Sabiñán Los colores de la vida ......................................................297

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¡Ay señor, que vida!

-¡Ay Señor, que vida más perra! ¡diez días llevo sin poder pegar ojo! ¡diez!. Y lo peor es que lo mío no tiene pinta de arreglarse.

-Vamos a ver Jacinta ¿qué es lo que té pasa?.

-¿Qué me pasa?, ¡mi Carlos!, ¡mi gran amor se ha marchado de casa, después de treinta y cinco años me ha abandonado!.

-No es para tanto, a nuestra amiga Piluca le ha ocurrido lo mismo y no ha organizado ningún escándalo, ella continúa con su vida de siempre.

-Pero... ¿qué vas a comparar? ¡lo mío es diferente!.

-Jacinta, no es diferente, a ella le ha pasado lo mismo que a ti y...

-¡Calla calla!, - le cortó Jacinta- ¡no digas tonterías! ¿cómo va a ser lo mismo? Piluca está tan tranquila porque su Juan no es como mi Carlos, vamos..., ¡que no es igual!.

-Mira Jacinta, cuando te pones así no se puede razonar contigo, además, yo creo que Carlos ha hecho bien marchándose de casa.

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¿Y tú te llamas amiga mía?, ¡vaya porquería de amiga que tengo!; con amigas así ¿para qué quiero enemigas?.

Carmela se marchó, sabía que cuando su amiga se ponía cabezota no atendía a razones; ella no había estado muy acertada al decirle que le parecía bien la marcha de Carlos, pero es que estaba poniéndose demasiado pesada y no era para tanto.

Jacinta, mientras tanto, seguía sumida en sus pensamientos. “¿Cómo es posible que después de como yo lo he cuidado estos treinta y cinco años haya recogido sus cosas y...? ¡ahí te quedas!. Bueno... no ha sido exactamente así, es verdad que me lo venía diciendo desde hacía unos meses, pero ¡quién iba a pensar que de verdad se marcharía!.

He estado siempre pendiente de sus menores caprichos; cuando íbamos de vacaciones, era él el que elegía el itinerario y, la ropa... ¿cómo ha ido siempre mi Carlos? ¡como un pincel! Y, si es con las comidas..., ¿acaso no le preguntaba cada día qué le apetecía?.

Ahora que pienso, a él le gustan mucho las rosquillas, lo voy a llamar por teléfono para ver si quiere que le haga unas pocas, además así desayunará en condiciones que ¡vete a

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saber qué plan lleva con su alimentación ahora que no está conmigo!”

-¿Está Carlos?

-No, él no está, ¿de parte de quién?

-¿Cómo que de parte de quién?, ¿quién eres tú?

-Soy Eva.

Jacinta colgó el teléfono como si le quemara. “¿Será posible? Mi Carlos me ha dejado para irse con una pelandusca y... encima se llama Eva. Claro, ¡cómo no iba a llamarse así!, ¡si lo lleva el nombre!. Ya ves, la primera Eva tentó a Adán y... aquí estamos en lugar de en el Paraíso ¡es que los hombres son la leche!, ¡mira que dejar todo por una manzana!

Cómo se ve que no sabía el cuento de Blancanieves porque... vamos ¡esa manzana bien envenenada que iba! ¿O no?, si por lo menos lo hubiese tentado diciéndole que le iba a regalar un “mercedes” o mejor, que le iba a pagar la hipoteca de su casa..., claro, que si estaban solos en el Paraíso, ¿para que quería un coche? y, no digamos una hipoteca ¡si no había casas!. ¡Dichoso Adán y dichosa Eva! ¡Vaya par de tontorrones!, si no hubiera sido por

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ellos ahora estaríamos tan ricamente todos y mi Carlos no se hubiese ido con ninguna pendeja”.

Jacinta se sentó en el sofá y cerró los ojos; una sonrisa apareció en sus labios. Por un momento se vio en medio de una espesa vegetación, sobre una alfombra de verde hierba salpicada de florecillas de diversos colores; sobre ellas, las gotas de rocío parecían perlas y eso las hacía parecer mucho más hermosas de lo que ya eran; pero lo que la hizo sonreír fue verse a sí misma en medio de tanta belleza, sólo que ella ¡de bella nada!, puesto que se veía desnuda y ya no tenía edad para el destape.

¡No sabía cómo taparse!. Si ponía las manos arriba, la parte de abajo quedaba desprotegida, y, las hojitas de parra daban para poco, ya que igualmente necesitaba sus manos para sujetarlas. Estaba claro que ella no encajaba en ese lugar.

Empezó a creer que quizá habría que estar agradecidos a Eva por tentar a Adán, pues ¡vamos a ver!; si no los hubiesen arrojado del Paraíso, ¿qué hubiera pasado?, ¿cómo nos alimentaríamos?, puesto que no se trabajaba ¿quién sembraría la tierra?, ¿quién pescaría?.

Cuando se quisiera tener un hijo, como no estaría permitido “encargarlo” cada pareja por

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su cuenta, les dirían, poco más o menos: “Id al peral 24 de la calle 40 y allí encontraréis a vuestro bebé”. Y, ¿quién nos enseñaría a contar o a leer para saber donde teníamos que ir a recoger a nuestro hipotético hijo?”

“Adán y Eva, -seguía pensando Jacinta- fueron los precursores del nudismo, después les entró la manía de colocarse las hojitas de parra, y, si llegamos a estar en el mismo lugar, entre los millones de personas que somos y toda la fauna, hubiéramos terminado con todas las hojas, y ¡vaya birria de Paraíso con los árboles pelados!”

El sonido del teléfono sacó a Jacinta de sus meditaciones.

-¿Sí, quién es?.

-Soy Carlos.

-Hola, mi amor ¿cómo estás?

-Estoy bien, no te preocupes. Me gustaría hablar contigo.

-Cariño, ven a casa cuando quieras y hablamos.

-No, en casa no, quedamos en el Café Candilejas a las cuatro de la tarde.

Jacinta colgó el auricular sonriendo, seguro que su adorado Carlos lo que quería era

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volver a casa y ella, por supuesto, lo acogería con los brazos abiertos.

Habían quedado en el Café Candilejas; ¡qué recuerdos tan agradables le traía ese establecimiento! Allí conoció a su marido.

Poco antes de las cuatro, Jacinta entró en el café con paso firme; apenas había dado unos pasos cuando oyó:

-¡Mamá!

Se volvió sonriendo, allí estaba su amado hijo Carlos. ¡Qué guapo y elegante era! No había nadie como él. La sonrisa se le heló en los labios al ver a la joven que tenía al lado; esa es la pelandusca, –pensó- la que me lo ha quitado y... ¡qué guapa es la condenada!.

-Quiero que conozcas a Eva y que la quieras como a mí, ya que voy a casarme con ella.

-¡Pero Carlos, si todavía eres un niño!.

-Mamá ¡tengo treinta y cinco años!.

-¡Ay Señor, que vida ésta! Pero... ¿por qué tienen que crecer los hijos?.

Rafael, el marido de Jacinta, que en ese momento llegaba hasta ellos, le contestó:

-Si no crecieran los hijos, ¿cómo íbamos a tener nietos?.

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Los ojos de Jacinta se iluminaron y una sonrisa apareció en sus labios. Carlos había dejado de ser niño, pero... ella ya se imaginaba a sus nietecillos correteando por su casa.

María Teresa Rodríguez Miguel Calatayud Primer premio

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Arco Iris de sensaciones y sentimientos de mi niñez

Me detengo en el recorrido del camino de mi vida, y por unos minutos deseo rebobinar y comienzo a recordar vivencias ocurridas durante mi niñez, muchas de ellas han aguantado el paso de los años y vienen a mi memoria, como si el tiempo se hubiese detenido, es un remolino de colores, sabores, olores y sonidos que están muy bien guardados en el libro primero de mi infancia.

El sonido del agua tan común en mi pueblo, Fuentes; agua cristalina que nace en diferentes puntos y que se desliza mansa unas veces y otras se precipita por los barrancos. En el de las Alóndigas ¡qué meriendas al frescor del agua! en especial para el verano, en la tarde de San Roque, acudíamos en grupo a merendar la mayoría de las familias, se comía pollo de corral, jamón, una buena ensalada y de postre, el melón y la sandía que metían en el agua para que se refrescaran.

El sonido del agua en la fuente, cantarina cuando caía dentro de los botijos donde la recogíamos para llevarla a casa ¡qué alegría y que descanso! cuando por fin la tuvimos en la puerta pues nos pusieron una fuente en el

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barrio. En nuestra calle, cuando era niña, pasaba una pequeña canal de riego que entonces no estaba cubierta por la acera como ahora, en ella, cuando caía poco agua, nos gustaba jugar a hacer pozas, poníamos piedras, algunas hierbas y esperábamos a ver quien la hacía más grande, siempre nos ganaba mi hermana, siendo de las más pequeñas era fuerte y muy decidida, se metía dentro del agua sin temor a mojarse, cogía la piedra más grande, se quitaba las bragas, las ponía de tapón y en un momento se formaba, no una poza, sino una balsa impresionante, pero más de una vez echaban el agua de la parte de arriba para regar los huertos de abajo y ¡adiós bragas, piedras y hierba! todo se lo llevaba el “jarve” por delante y a empezar otra vez.

El color rosa y lila vienen a mi mente al recordar una chaqueta con pompones que me hizo mi tía, la estrené, siendo muy niña, la primera vez que fui en el pueblo a la boda de un familiar, recuerdo cuando fui a la casa de la novia, allí estaba ella ya arreglada con su vestido y su tocado en la cabeza, todo de color negro, estaba apoyada en la puerta de la habitación con un pañuelo entre las manos con el que no dejaba de limpiarse las lágrimas pues no cesaba de llorar, yo, toda sorprendida, la

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miraba y no llegaba a comprender como siendo la novia lloraba sin consuelo y no reía en ese día tan especial, sin embargo del novio, lo que me llamó más la atención, fue la bufanda blanca que llevaba encima del traje negro, me pareció que le sentaba muy bien.

Al cabo de unos cuantos años, en la segunda boda a la que asistí, la novia, vestía de blanco, estaba radiante y con una gran sonrisa repetía sin cesar “¡no quiero llorar, este día es muy especial para mí, tengo que estar alegre y dichosa, no hay motivos para llorar!” pero las lágrimas también asomaban en sus ojos.

Un Viernes Santo, al anochecer, nos marchábamos toda la familia a la procesión cuando al cerrar la puerta vino a buscar a mi madre una vecina que estaba embarazada, se encontraba mal, mi madre se marchó para ayudarle y a mis hermanos y a mi nos mandó a la procesión, yo, en la oscuridad de la noche, quedé impresionada al ver pasar las imágenes de “Jesús en el huerto de los olivos” “San Pedro”, “Jesús entre los júdios y ante Pilatos”, nazarenos… uno con la cruz a cuestas, otro sin ella, otro sentado con una caña entre las manos atadas con una cuerda, una dolorosa con su hijo entre sus brazos y una cruz sola, vacia, la cama con Jesús ya muerto, la Virgen de la Soledad detrás del hijo con San Juan y la

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Magdalena, faroles y velas encendidas, recogimiento, dolor, silencio en la noche, por Jesús que perdió la vida. Al terminar la procesión acudimos a casa para cenar pero descubrimos con sorpresa que la puerta estaba cerrada y no había nadie en casa, fuimos donde la vecina a preguntar por mi madre y toda la casa estaba muy iluminada, se oían voces que reían, se notaba que estaban contentos, nos invitaron a pasar y nos dejaron subir hasta el dormitorio y allí, en la cama, estaba la feliz madre con su hija recién nacido en los brazos y que en ese Viernes Santo resplandecían de felicidad. En una misma noche y con la inocencia de mi edad, se descubrió ante mi la oscuridad de la muerte y el resplandor del comienzo de una nueva vida, que muchas veces se entremezclan sin ser casualidad.

En la cocina de mi abuela, en una pequeña repisa, recuerdo una imagen de San Antonio al que ella le tenía mucha devoción pues siempre que se le perdía algo y era importante encontrar, le rezaba unas oraciones al santo que casi siempre surtían efecto pues lo perdido aparecía sin dificultad, sus vecinas, cuando algo no encontraban, acudían a ella para que le rezar al santo pero ella les decía “ la oración que le rezo, yo te la digo pero eres tú

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quien se la tienes que rezar”, pero ellas le contestaban “¡no, no, pídeselo tu que a ti te hace más caso“. Y también la recuerdo así, con unas viejas gafas de alambre escribiendo una carta que alguna vecina le había encargado ya que poca gente sabía leer ni escribir, sobretodo eran cartas para algún hijo que estaba en la mili o trabajando lejos, mi abuela les preguntaba qué querían que escribiera, a lo que ellas le contestaban “di que estamos bien, que nos alegramos de recibir noticias suyas y lo demás que sigue ¡lo que tu quieras! que sabes hacerlo mejor que nosotras”, al finalizar la carta, mi abuela se la leía, le daban las gracias y muy satisfechas siempre le decían “¿lo ves lo bien que lo has hecho?”.

No solamente son estos recuerdos los que tengo de mi abuela, pensar en ella es volver a saborear y paladear esas comidas tan ricas y sabrosas: aquel arroz con torreznos, esas simples patatas cocidas, el mostillo… y yo, que en aquella época era muy mala comedora, me lo comía casi sin respirar, me parecían los mejores manjares del mundo. Me estremezco al recordar la tibieza de la cama antes de meterme en ella y por la que mi abuela ya había pasado repetidas veces el calentador que había llenado con las últimas brasas del hogar. El sonido de las monedas de la propina

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que nos repartía a los nietos todos los domingos… dulces recuerdos.

A finales de enero, ciertas festividades, se celebraban con hogueras, en mi barrio la que más se celebraba era para San Valero, los chicos mayores cortaban los zarzales, recogían leña y una gran fogata lo iluminaba todo, se comían manzanas y Valero, nuestro vecino, por eso de llamarse igual que el santo, compraba cacahuetes y vino dulce, todos nos reuníamos alrededor de la hoguera y no cesaban los vivas al santo, al final, se saltaba la hoguera y tanto los pequeños como los grandes, disfrutábamos mucho.

En invierno por la noche, nos gustaba mucho leer cuentos infantiles, al principio era mi madre o mi hermano quien lo hacía en voz alta y mi hermana y yo escuchábamos, mas tarde me aficioné tanto a la lectura que leía todo lo que caía en mis manos, leía con verdadero deleite los tebeos de mi hermano: “El Capitán Trueno”, “El Jabato” o “Crispin”. Una vez mi amiga Carmina, me regaló un montón de cuentos de hadas, princesas que siempre se casaban con príncipes en reinos lejanos pero muy ricos donde todos vivían felices comiendo perdices, ella no quería desprenderse de ellos pero su madre la obligó pues la consideraba mayor para esos cuentos infantiles, mientras me

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los entregaba no cesaba de preguntarme “¿los leerás? ¡Y ya lo creo que lo hice! durante muchísimo tiempo fueron un gran tesoro que cuidaba como tal.

Después empecé a ir al cine que había en el pueblo, no dejaba ni un domingo de acudir y me gustaban casi todas las películas, me entusiasmaban las historias en las que se veían inmersos los protagonistas y no me perdía detalle de nada. Mi hermana, sin embargo, era todo lo contrario, entraba mientras estaba encendida la luz, se compraba golosinas, y no paraba quieta yendo de un

Lado para otro, pero inmediatamente después de que apagasen la luz y la oscuridad fuese total, salía disparada hacia la plaza a jugar.

Recuerdo una cartera de madera de color verde, con niños jugando pintados en la tapa, la estrené el primer día que fui a la escuela, estaba tan nerviosa que dos o tres veces subí hasta la misma puerta por si era la hora de entrar. Mi primera profesora se llamaba Avelina, y con ella aprendí a leer, juntando primero las vocales con las consonantes, en un libro grande llamado “Catón” que teníamos para todas las niñas, de una en una nos lo pasábamos para dar la lección. Unos años más tarde y en otra clase, aprendí las tablas de

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multiplicar, sólo yo sé el empeño que tuve que poner para memorizarlas y ganar algún premio con el que reconocían nuestro esfuerzo, las tardes las dedicábamos a hacer labores, pero un día hubo un cambio de maestras y la nueva que vino, cambió de método y solamente una tarde a la semana la dedicábamos a coser y si alguien tenía algo pendiente de la mañana, lo tenía que terminar, yo me apuntaba casi siempre a las clases de escribir, pintar o repasar, pues estaba de acuerdo con la maestra en que a la escuela no se iba a coser sino a aprender y a estudiar.

Lo que menos me gustaba de la escuela era la leche en polvo que nos daban en el recreo, era todo un sufrimiento para mi el tomármela, prefería estar en el grupo de las chicas que la preparaban y repartían y así me libraba de ese mal rato. En los primeros años de ir a la escuela, alguna vez, también nos dieron un trozo de queso amarillo que venía en unas latas del mismo color, pero al contrario que la leche, sí que estaba muy bueno pero la maestra nos recordaba que sólo podía pasar a por el queso quién hubiese bebido leche por lo que casi siempre me quedaba sin probarlo.

Algunos años, al terminar el curso, el señor Faustino que tenía muchas colmenas, nos ofrecía miel a todos niños y niñas, nosotros

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poníamos el pan y la miel sí que nos gustaba a todos, nos alegraba y endulzaba el paladar aunque era muy pringosa.

Con el verano llegaban las vacaciones, tiempo para jugar, nos gustaba subirnos a una higuera enorme que había en el huerto de mi casa e imaginábamos que era nuestra casa, comíamos sus deliciosos higos grandes, negros y jugosos que nos ofrecía junto a las uvas de la parra. Tres rosales de distintos colores adornaban el jardín junto con las lilas, las azucenas y los jacintos, el perfume que despedían nos acompañaban en nuestras correrías infantiles. Recuerdo también el olor a tomillo y flores silvestres pues todos los niños en el verano, tempranito por la mañana, salíamos de excursión hasta la fuente del Chopo a beber agua fresca y comer torta y chocolate después subíamos a las rocas y recogíamos el té y aunque lo repetíamos todos los años, siempre lo hacíamos con la misma alegría e ilusión.

Estos recuerdos de olores, sabores, sensaciones y colores son piezas pequeñas pero importantes que forman parte del puzzle de mi vida y en particular el de mi niñez.

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Nieves Latorre Echevarría Fuentes de Jiloca Segundo Premio

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Encerrado en el cajero

El abuelo, como cada tarde, se disponía a ir a buscar a su nieto Jorge a la salida del colegio, se aseguró que no se le olvidara nada, la merienda, un botellín de agua y sobretodo el balón, una rutina que hacía todos los días pero con muchísimo gusto.

Bajó en el ascensor y al salir a la calle tuvo que ponerse la mano a modo de visera porque el sol le cegaba, pensó con satisfacción que por fin se podía decir que había llegado la primavera, se notaba cómo alargaba la tarde y la gente tenía ganas de pasear por la calle después del recogimiento del largo invierno.

Cuando el niño salió de la escuela se alegró mucho de ver que su abuelo le estaba esperando y tras besarle con cariño le pidió el bocadillo, estaba hambriento. Juntos se dirigieron a un campo de fútbol que había al lado del colegio para jugar un rato antes de volver a casa.

Allí el abuelo se encontraba con varias personas que a puro de verse todos los días a la entrada y la salida del colegio habían comenzado a trabar cierta amistad.

Hablaban tanto de política como de fútbol, del tiempo o de sus respectivos pueblos

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pues casi todos habían emigrado hacía años a la ciudad, además los niños eran compañeros de clase y eso les daba cierto respiro pues al estar jugando entre ellos, no tenían que estar tan pendientes de entretenerlos.

Pronto se hicieron las seis y media de la tarde, había que empezar a pensar en irse a casa, los niños refunfuñaron un poco pero nada más.

El abuelo cogió de la mano a Jorge y se encaminaron hacía la urbanización donde vivían, una zona muy tranquila con edificios de sólo cuatro plantas y abundantes zonas ajardinadas que especialmente ahora, en primavera, invitaban a ser contempladas y a oler sus diversos aromas.

Toda la zona era peatonal por lo que se podía pasear por todas las calles y plazas sin apenas peligro o sentarse en sus numerosos bancos. Esta urbanización ofrecía diversos servicios: peluquería, panadería y charcutería, farmacia, bar, librería y prensa y justo a la entrada estaban el estanco y una sucursal de una caja de ahorros.

Cuando ya estaban llegando a la urbanización, Jorge, como todos los días, subió corriendo la rampa que llevaba hasta la entrada de la caja de ahorros y la bajo

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corriendo, el abuelo le esperaba con los brazos abiertos, Jorge se lanzaba contra el abuelo y ambos se fundían en un fuerte abrazo.

Le pidió al abuelo repetir y a éste no le importó complacerle, pero quiso la casualidad o el diablo, que una persona salía del cajero en ese momento y Jorge al ver la puerta abierta sintió curiosidad, se metió dentro y cerró la puerta, el abuelo reaccionó de inmediato, pero ya era tarde. Jorge empezó a llorar al ver que no podía salir de allí y el abuelo sudaba “tinta china” pensando qué podía hacer.

Miró hacia el estanco, era el establecimiento más cercano que había y pensó ir allí a pedir ayuda pero por otro lado no podía dejar al niño allí solo llorando, y lo que era peor, alguien podía entrar en ese instante a sacar dinero, ¿y si se lo llevaba?.

Con gran pena entreabrió la puerta del estanco y sin parar de mirar en dirección al cajero, le contó al estanquero lo sucedido, éste, cerró la tienda y ambos se dirigieron al cajero de nuevo, el niño seguía llorando sin parar y el abuelo estaba cada vez más nervioso.

El estanquero intentó tranquilizarle y le dijo que se fuese en busca del padre del niño pues quizás él supiese mejor qué hacer y que no se preocupase, que él intentaría calmar al niño y

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por supuesto cuidaría de que nadie se lo llevase. Como no tenía más alternativa el abuelo así lo hizo, pero sobre todo le recalcó al estanquero: “¡que no se lo lleve nadie!”.

En ese corto intervalo de tiempo llegó un muchacho joven a sacar dinero en el cajero y se quedó de piedra al ver al niño dentro llorando a moco tendido y fuera al estanquero intentando calmarle, por un instante pensó que se trataba de alguna broma de esas de cámara oculta pero viendo el disgusto del niño pensó que no podía ser una broma, así que, con un tono muy dulce le pidió al niño que no llorase. Éste, hipando, movió afirmativamente la cabeza, entonces le explicó mediante gestos, que girase la ruleta que había en la puerta hacia la izquierda, Jorge así lo hizo, entonces él introdujo su tarjeta y la puerta se abrió.

El niño empezó a buscar al abuelo y al no verlo, comenzó a llorar de nuevo, el muchacho joven y el estanquero con palabras muy cariñosas intentaron calmarle diciéndole que el abuelo había ido a buscar a papá y así fue, el padre acudió corriendo y el abuelo también aunque un poco más retrasado pero se tranquilizaron enseguida al ver con la dulzura con que aquellos hombres estaban tratando de que se le pasase el susto al niño, que llevaba la camiseta totalmente empapada en sudor.

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Algunas veces, cuando Jorge pasa con el abuelo por el cajero, señala la puerta y le dice: “abuelo, ¿subo a encerrarme? y el abuelo le invita: “sube, sube” pero el niño contesta: “no, no, que dentro hace mucho miedo”.

Manuela Beltrán Lallana Morata de Jiloca

Tercer Premio

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A toda velocidad

Amanece en el Valle, la sintonía musical de la emisora de radio despierta poco a poco a los moradores del pequeño pueblo de Ozú, de cincuenta habitantes.

El locutor hace una pausa, interrumpe la suave melodía y comienza a dar los buenos días a través de las ondas, luego, lee el parte meteorológico para hoy y sigue a continuación con las noticias del resto del mundo.

En la emisora, acaban de entregar al locutor una carta, y para dar mas énfasis a lo que tiene que comunicar, comienza así:

- Atención, queridos oyentes del pueblo de Ozú, tengo en mis manos una carta firmada por el alcalde del pueblo de Solymar en nombre de todos sus habitantes, y dice así:

El pueblo de Solymar saluda a todos los Ozueños, y se complace en comunicar que han ganado el primer premio, que, a nivel nacional, se otorga a aquellos municipios, pueblos o localidades que respetan el entorno y cuidan la naturaleza en general.

El premio consiste en una estancia de quince días en el complejo hotelero Las

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Caracolas que tenemos junto al mar, con todos los gastos pagados.

Por ello, rogamos nos confirmen su decisión, así como la fecha, que hemos propuesto entre todos, del 15 al 30 de Julio.

Atentamente.

Fdo. El Alcalde

Menudo impacto causa la noticia; en un abrir y cerrar de ojos, comienza la Plaza Mayor a llenarse de gente con caras perplejas, unos en pijama, otros a medio afeitar, las mujeres dejan a medias los preparativos del desayuno familiar y corren en bata y zapatillas a la plaza.

Quieren una explicación, no saben donde está el pueblo Solymar, ni porqué le conceden el premio, ya que no han visto en mucho tiempo a nadie extraño observando su pueblo, y menos sus cosechas. Aunque bien es verdad que tanto las calles como las casas están limpias y relucientes y los cultivos bien cuidados y en abundancia.

- Silencio – Se oye una voz. Es el Sr. Alcalde quien toma la palabra:

- En primer lugar, enhorabuena a todos. Ozú fué elegida por medio de una foto que hizo el satélite espacial Hispasat; llamó mucho la atención lo hermoso y bien cuidado que está

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nuestro pueblo. Solymar, que patrocina este premio, nos felicita a todos y nos invita a pasar quince días con ellos. Sólo les advierto que faltan siete días para el 15 de Julio y tienen que decidirlo ahora mismo.

En la plaza Mayor, todos reunidos y al unísono, aceptan con un Sí rotundo. Tranquilos e ilusionados vuelven a sus casas.

Juan y Candela, el matrimonio de más edad en el pueblo, mientras caminan, comentan la suerte que tienen de poder ver el mar por primera vez. Candela imagina la ropa que lucirá en sus paseos marítimos, y Juan, con la mente puesta en que debe ir corriendo a la farmacia a comprar todas sus medicinas para que no le falten.

Diana y Alberto, el matrimonio más joven, tienen un hijo, que es el terror del pueblo por lo travieso que es, se llama Jaimito y tiene diez años.

También se alegran ellos de poder disfrutar unas vacaciones que “han caído del cielo”, nunca mejor dicho.

Llega la mañana del día 14 y la emisora local transmite un comunicado urgente para los habitantes de Ozú. Dice así:

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- Amigos Ozuenses, nos comunican que el tren AVE, tiene una avería muy seria y no creen que mañana pueda partir; no obstante, nos proporcionan un tren de vapor antiguo que circula a 50 km. por hora. Así que esta misma noche parte desde la vieja estación, ya que Solymar está a 600 km. de distancia.

Todos los Ozuenses se dan prisa para no olvidar los últimos detalles, y por la noche suben apresurados con todos los bártulos. Como pueden, se sientan en los bancos desvencijados del tren y acto seguido comienza el traqueteo del viejo tren. Los viajeros van animados y hablan entre ellos, pero aún no ha recorrido el viejo vapor 300 km, cuando de repente se detiene.

El conductor de “Gaviota” que así se llama el tren, comunica que no tiene carbón para la caldera y que hay que echar en ella lo que nos sobre, todo aquello de lo que podamos prescindir.

Al comprobar que aún están a medio camino, no tienen inconveniente en arrojar al fuego todo aquello que no les hace gran falta; quieren llegar por la mañana como sea. El cansancio ya hace efecto y sobre la marcha se organiza una hilera de hombres que arrojan enseres a la caldera, desde pantalones a cajas que llevan alimentos, desde las propias maletas

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vacías hasta la faja de Candela que con gran dolor dona para la causa.

El tren avanza de nuevo lentamente, y otra vez se detiene cuando lleva otros 100 km. más.

-Ya no hay nada que tirar al fuego, dice Alberto.

De repente, ve caminar por el pasillo un gran bulto negro que de inmediato se arroja a la gran caldera, produciendo una densa humareda que envuelve a todos los viajeros. Al rato, sale Jaimito con tizne por todos lados, muy contento.

- Pero Jaimito, ¿Qué es esa cosa negra, que de repente aparece y se arroja al fuego? ¿Pero tú que haces ahí?

- Verás papá; no te enfades. – dice Jaimito – Ya sabes que no sé nadar, y como vi en la tele que un salvavidas te puede ayudar, yo, para salvar a todo el pueblo en caso necesario, he apañado todas las cámaras de los tractores y eso es lo que has visto.

Si no llega a ser por el abuelo Juan que esconde a Jaimito, ¡se lo comen! ¡mira que dejar a todo el pueblo con los tractores sin ruedas!

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Pero aún no termina esta odisea, mientras el abuelo acurruca al pobre Jaimito por la amenaza de todos, en un movimiento brusco se le cae una caja de madera. Su esposa Candela se da cuenta, la recoge, la abre y observa que son las pastillas del tratamiento de Juan. De repente se le ilumina la mente y cree que si echa al fuego las píldoras, el tren podría recuperar la marcha; piensa que al ser regeneradoras para el cuerpo, también lo sean para el tren.

El pobre Juan se da cuenta de las cavilaciones de su mujer y corre a quitarle la cajita.

¡Demasiado tarde¡ Candela coge un paquete de píldoras, y lee: “ésta es para el azúcar”, al fuego; “éstas son para la tensión”, ¡hala, al fuego!; “éstas son para la circulación”, tú también, que en Solymar nos llevarán en coche; “éstas para la artrosis”; y así hasta encontrar una caja de píldoras color azul que dice “Visagra”, o algo así, pues la letra está borrosa. Candela cree que son para las articulaciones de las rodillas, y acaba tirándola al fuego también.

En cuanto la caldera del “ Gaviota” recibe el último envío de píldoras color azul, se estremece el tren, y como una exhalación, arranca a toda velocidad por las viejas vías,

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¡por lo menos a 500 km. por hora! Los viajeros se agarran a sus asientos como pueden, con gran asombro y sin comprender lo que sucede. Si no llega a ser por el conductor del tren que frena a tiempo, se pasan del pueblo.

No hace falta decir que todos, cansados y maltrechos, llegan por fin a media mañana.

Todo el pueblo de Solymar estaba esperando la llegada del pueblo ganador, y con fiestas, verbenas, y agasajos pasan los quince días.

“Seguro que durante su vida, no olvidarán que el viejo vapor Gaviota “ casi bate el record de velocidad.”

Yolanda Sarmiento Hernández Calatayud Cuarto Premio

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La trilla

En mi casa, un día antes de comenzar a trillar, había que llevar en un carro todo lo necesario para pasar, casi un mes, en la era que teníamos en el campo, porque allí nos quedábamos mis padres, dos peones, mis dos hermanos más pequeños y yo a comer y dormir pues el pueblo estaba a dos horas de camino.

En el campo teníamos el pajar, la paridera y la era de trillar, y mientras duraba la faena, mi madre convertía la paridera en el mejor apartamento del mundo.

Por la mañana, mientras los hombres acarreaban el cereal, mi madre preparaba el almuerzo para todos nosotros y nunca estábamos solos pues como el ganado podía pastar por lo ya segado, un pastor se quedaba con nosotros sin bajar apenas al pueblo, comía y dormía con nosotros y nos ayudaba en todo.

La mies, o sea el trigo, se segaba a partir del mes de julio y una vez terminada la siega, los fajos se acarreaban con el carro y las caballerías hasta la era. Una vez la mies en la era, los hombres la extendían con las horcas y la igualaban con el fin de que el trillo lo encontrara más llano, y los animales tuviesen menos dificultad a la hora de dar vueltas a la

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parva para hacer las pajas de la mies cada vez más pequeñas.

Después del almuerzo, comenzaba la trilla, los animales empezaban a dar vueltas a la parva, ya que en eso consistía una parte de la trilla, en dar vueltas y más vueltas durante horas y horas, las caballerías arrastrando el trillo sobre la mies y donde los pequeños estábamos deseando subir.

Cada media hora los hombres con las horcas le daban vuelta a la mies y cuando llegaba la hora de comer mi madre ya tenía todo dispuesto. Como hacía tanto calor nos refrescaba la paridera echando agua por el suelo, y todo lo que cocinaba nos sabía a gloria. Se comía rápido y se volvía a la faena; pero por la tarde, se descansaba un poco y se aprovechaba para merendar temprano, después los que allí estaban, recogían la parva con los “barrastros”, la amontonaban a un lado y si el cielo no amenazaba lluvia no se barría la era y al día siguiente se extendía la mies para volver a trillar, pero si había tormenta había que coger las escobas y ponerse a barrer para que no se mojase ni el trigo ni la paja.

Cenábamos también temprano porque no teníamos luz eléctrica aunque tampoco la necesitábamos ya que como el día había sido

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agotador, descansar a la luz de la luna se agradecía.

Después de la cena, solían acercarse otras familias que estaban en la misma situación que nosotros para pasar la trasnochada y los hombres podían estar horas y horas hablando y si la conversación se alargaba más de la cuenta, nunca les faltaban ni las pastas ni el vino; mientras, mis hermanos y yo disfrutábamos de lo lindo buscando gusanitos de luz pues por la noche y en pleno campo había muchísimos. Ya entrada la noche, los hombres dormían en el pajar sobre unas mantas o cobertores en los que no se pegaba la paja y la puerta no se cerraba del todo para que los pastores acudiesen a dormir, sin embargo, mi madre y yo dormíamos en la paridera, en una cama con sábanas como si estuviésemos en casa.

Al día siguiente la misma faena, otra vez a acarrear la mies, a trillar y mi madre a preparar la comida para todos. No echábamos de menos ninguna comida pues en el corral del pueblo sólo habían quedado los cerdos al cargo de mi abuela, todos los pollos y gallinas habían venido con nosotros en el carro metidos en cajas de la fruta para que no nos faltasen ni los huevos ni la carne. En el carro también habían traído una “carnera” grande para que las moscas y demás insectos no se posasen

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sobre el jamón y las vueltas de chorizo y salchichón que cabían allí; y en un arcón grande se había metido todo lo que no se estropeaba: bebida, arroz, latas de conserva, etc.

En sacos blancos de tela y colgados en las vigas, para que no entrasen hormigas, se guardaba el chocolate, el pan y las magdalenas que dos días antes de nuestra partida, habían hecho mi madre y mi abuela en el horno del pueblo y antes de que se nos terminasen mi abuela ya nos mandaba otras pues el trabajo de los hombres era muy duro y tenían que comer muy bien y abundante.

Mientras duraba la trilla mi madre y mis hermanos no bajábamos al pueblo, era mi padre el que lo hacía pues tenía que ir a regar a la vega, así que cada dos días nos traía el pan, la carne, verduras, hortalizas y ropa limpia para todos nosotros que mi abuela ya le tenía preparada, para nosotros, los niños. Mi abuela nos mandaba caramelos y nos poníamos muy contentos por ello.

Ya trillada la parva, había que separar el trigo de la paja que es lo que se conocía como aventar. Los hombres con las horcas echaban una y otra vez lo trillado al aire y como el trigo pesa más que la paja, el grano quedaba en un montón y la paja en otro. Después el trigo se

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cribaba, se metía en sacos y desde la misma era se llevaba con el carro y las mulas al SENPA, que era el Servicio Nacional de Productos Agrarios que había en Daroca, a unos 10 kilómetros por carretera y ya de regreso mi padre aprovechaba el viaje y compraba melones y sandías para el postre.

La paja también había que recogerla pues junto con la cebada serviría de alimento para los cerdos y las caballerías en invierno, teniendo paja y cebada, ya no había que preocuparse en todo el año por la comida de los animales.

Casi todos los días teníamos visita, mi padre tenía muy buen carácter y muchos amigos, algunos días venían los funcionarios que vivían en el pueblo, en Manchones, pero como no tenían coche, se daban una buena caminata.

El secretario tenía hijos de nuestra edad y todos juntos nos íbamos a buscar bichos, descubrimos que si a las cigarras les tocábamos la tripa se volvían locas de cantar, también cogíamos preciosas mariposas de vivos colores que metíamos en frascos de cristal, pero donde mejor nos lo pasábamos era en el “navajo” una especie de charca que se hacía aprovechando la pendiente natural del terrero, en tierra arcillosa pero que no fuera porosa, y

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así se recogía el agua de la lluvia para que bebiese el ganado y las caballerías y como estaba cerca de la era y nos podían vigilar nos pasábamos horas y horas haciendo juguetes de barro: platos, tazas, monigotes…

Mientras se nos secaban los juguetes, cogíamos renacuajos o “cucharones” que es como nosotros le llamábamos y que había en gran cantidad en el agua del navajo. Cuando empezábamos a aburrirnos, nos lavábamos las manos, nos acercábamos a la carretera que iba de Calatayud a Daroca y moviendo la mano, les decíamos adiós a todos los coches que pasaban, muchos de ellos nos devolvían el saludo ya que entonces no corrían tanto como ahora y podía pasar un cuarto de hora largo sin que pasase ninguno. En nuestro pueblo entonces nadie tenía coche por eso verlos nos hacía tanta ilusión.

Una de las veces que nos visitó el cura del pueblo, no se le ocurrió otra cosa al “agostero” o jornalero que teníamos, y que era muy gracioso, que cortar en un plato magdalenas en rodajas muy finas, y haciendo él mismo de sacerdote nos hizo a todos pasar a tomar la comunión, incluido el mismísimo cura, cuando se lo contamos a mi madre que se había marchado a por agua no se lo creía y el mismo cura riéndose a carcajadas le contó lo ocurrido.

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Conforme fueron pasando los años el campo cambió, vinieron primero las aventadoras, luego las trilladoras y más tarde las cosechadoras y ahora se puede recoger la mies en menos tiempo y sin tanto trabajo como entonces e incluso el nivel de vida no se puede comparar con el de mi niñez. Se suele decir que ahora vivimos muchísimo mejor; pero yo, toda mi vida recordaré lo inmensamente feliz que fui de niña en aquella era, donde no había máquinas, sólo caballerías, la mano del hombre y mucha ilusión por recoger la cosecha de todo un año.

Consuelo Pardillos Julián Fuentes de Jiloca

Quinto Premio

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Estrella

Anochecía en la sierra de Vicor.

Jorge y Chema habían salido de acampada ese fin de semana, y mientras esperaban la hora de cenar a la puerta de su tienda, Chema se fijó en un medallón que la luz de la luna hacía brillar en el cuello de Jorge.

-¡Qué bonito es!, ¿Es fosforescente?

-No, -dijo Jorge- sólo brilla a la luz de los astros.

-¿Es de oro?

-No.

-¿De plata?

-Tampoco, nadie lo sabe...

Chema lo cogió y leyó una grabación: “ESTRELLA”

-¿Qué significa?-preguntó Chema.

-Es el nombre de la perra de caza que tuvo mi abuelo.

-¿Dónde lo has conseguido? –preguntó Chema.

-Me la regaló mi abuelo el día que cumplí siete años. Es una historia que nunca he contado a nadie.

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-¿Y ahora? ¿ Me vas a dejar con la miel en los labios?

-Al contrario, hoy tengo ganas de contártela, pero te pido que nunca la cuentes a nadie, ¿me das tu palabra?

Chema levantó la mano y dijo: “Te doy mi palabra de verdadero amigo”.

Se acurrucaron cada uno en una manta y Jorge comenzó su relato.

-Me encontraba pasando las vacaciones de Navidad en el pueblo de mi abuelo. Al anochecer, sentado junto a él, en un banco al lado del hogar donde ardía un espléndido fuego, me dispuse a escuchar las historias que todos los años me contaba y que nunca me aburrían.

-Abuelo –dije- ¿otra vez me vas a contar lo de la serpiente?

-No, esta vez te voy a revelar un secreto.

Mi abuela que había terminado de fregar los cacharros de la cena, se sentó en el banco frente a nosotros y al amor del fuego empezó a tejer un jersey para mí.

Mi abuelo comenzó su historia. Hace muchos años, estaba segando bajo un sol abrasador. A la sombra esperaba mi asno con la carga y junto a él, mi hermosa perra Estrella. De repente se apoderó de mí un sueño

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irresistible, no recuerdo cómo llegué hasta el árbol, pero fue junto a su tronco donde aparecí al despertarme. Me froté los ojos; mi asno estaba nervioso y resoplaba sin cesar. De pronto advertí que la perra no estaba. Primero la llamé suavemente, luego con todas mis fuerzas, pero mis esfuerzos fueron vanos.

Mi abuelo hizo una pausa.

-¡Ya sé abuelo! ¡La perra se fue tras algún conejo!.

-No –me dijo triste mi abuelo- la perra ¡pobrecilla! estaba a punto de parir, y se venía conmigo, porque no sabía vivir mas que a mi lado. Solo algún envidioso me la había robado.

La busqué por todos los campos, fui a los pueblos vecinos, pero nada. Aún ahora sueño muchas noches que aparece a lo lejos trotando y moviendo el rabo como cuando traía alguna pieza.

-¿Y nunca pillaste al ladrón?-pregunté a mi abuelo.

-No, nunca.

Chema no acababa de entender qué tan importante misterio encerraba esa historia para hacerla tan secreta.

-Mi abuelo -siguió Jorge- me contó, que al cabo de cinco años y con el mismo sol abrasador, volvió a sentir el sueño irresistible y al

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despertarse otra vez bajo el olivo, instintivamente llamó a su perra pero Estrella no estaba ahí, lo que había era una caja de cristal opaco. La cogió y se la llevó a casa.

-¿Qué hiciste con la caja? -le pregunté. Mi abuelo me contestó que como a la abuela le pareció bonita, la colocó encima de una cómoda, hasta que se cansó de verla y la echaron al desván.

Yo le pedí que me la enseñara, ya que me hubiera sido imposible dormir sin tenerla en mis manos.

Cubierta de polvo en un rincón del desván estaba la caja misteriosa. Cuando vi de qué se trataba estallé de alegría.¡Era un televisor!.

Mis abuelos nunca habían oído hablar de la televisión. A los pueblos tan pequeños, les faltaban muchos años aún para que pudieran verla.

Me costó trabajo conseguir que me dejaran enchufarla pero al fin lo conseguí y conecté el televisor. La pantalla se iluminó y apareció un señor de rasgos extraños que comenzó a hablar en nuestro idioma. Dijo: “Querido Ramón -era el nombre de mi abuelo- soy del planeta Marte. Cuando veas esta filmación habrán pasado cinco años desde que te arrebatamos a tu perra Estrella, sabemos el

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daño que hemos podido hacerte”. Continuó el señor. “En nuestra fauna no existía un animal tan noble y bello; ahora gracias a tu sacrificio lo extenderemos por todo el planeta”.

El extraterrestre desapareció de la pantalla y solo quedó su voz para contarnos las imágenes que sucedieron, vimos a mi abuelo joven y fuerte. Estaba segando el trigo. Después vimos cómo lo durmieron y recostaron bajo el olivo. Allí conocí a Estrella, ¡pobre!, estaba temblando de miedo. Todo fue muy rápido, vimos el parto de la perra. Tuvo cuatro cachorros ¡preciosos!.

Mis abuelos lloraban silenciosamente, y a mí también me saltaron las lágrimas, porque en esos momentos éramos tres personas felices.

El relato de Jorge hizo que los dos tuvieran un escalofrio.

-¡Es fantástica!- dijo Chema- deberías contarla al mundo entero.

-¡No! Nadie la creería.

-Pero el televisor puede ser una prueba.

Aquel aparato no era un televisor, era más sencillo. La película estaba ya dentro esperando que enchufáramos la clavija.

¡Lástima que mis abuelos no lo hubieran sabido antes! Se hubieran ahorrado algún mal rato.

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-Sí -dijo Chema- lo entiendo, pero se podía repetir la filmación tantas veces como quieras.

-No -dijo Jorge. Después de ver jugar a los cachorros con su madre, el extraterrestre le dijo unas palabras de consuelo a mi abuelo y seguidamente el aparato empezó a cuartearse cada vez en partes más pequeñas hasta quedar reducido a cenizas, luego , cuando mi abuela fue a retirarlas, encontró en ellas este medallón que ahora resplandece.

Chema lo miró con asombro. Relucía como el sol. Después siguió mirando el cielo y pensó: Por ahí anda Estrella alegrando con sus cachorros los verdes parques de Marte.

Mª Luisa Serrano Galindo Calatayud

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Las alas rotas

Esta historia es ficticia, pero con algo de realidad, un poco cambiada para que los personajes no se sientan identificados en ningún momento con ella.

La historia se desarrolla en un pequeño pueblo de Galicia, lugar de meigas y espíritus, que vagan por el bosque de noche, según cuentan las leyendas antiguas.

Empezaré describiendo la casa, grande y espaciosa rodeada de grandes pinares y un hermoso jardín, lleno de toda clase de flores, ya que el clima es especial, para las plantas como las hortensias que crecen en cualquier camino como si fueran flores silvestres que salen en cualquier lado. La casa tenía grandes balconadas llenas de flores todo el año, desde la segunda planta se divisaba el mar, sus acantilados una visión preciosa, la rodeaba una gran tapia de piedra bastante alta para evitar la mirada de los curiosos.

Luis y Carmen, eran un feliz matrimonio hasta la venida de su primer hijo, un varón, que nació enfermo y lo tenía postrado en la cama, tenía una gran lesión cerebral que le proporcionó también una ceguera total.

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Por lo que los padres no tenían más que una pena terrible por no poder hacer nada por Javier, que así se llamaba el niño, le vieron los mejores médicos pero no obtuvieron ninguna solución, pero eran personas de gran fe y aceptaron su sino.

A los tres años Carmen se quedo embarazada con gran temor, por lo que podía pasar, pero el embarazo lo llevó bien, y el parto fue normal. Dios los premió, con una niña preciosa sanísima, a la que pusieron de nombre Eva y colmo su corazón de alegría, pero esta no era completa, su pena seguía latente, al hacer comparaciones entre sus dos hijos, tan distintos uno de otro.

Pasados tres años, nuestra familia vivía en otra casona cercana a la de Luis y Carmen, con los que les unía una gran amistad. Eva y yo éramos de la misma edad, por lo que empezamos a ir al colegio juntas, pues desde que nacimos además de vecinas éramos amigas inseparables, yo no tenía hermanos, y ella no podía jugar con el suyo, a pesar de que nos entendía, pues nos poníamos a sus pies a jugar y siempre le decíamos cosas, pero a pesar de nuestra alegría como niñas, yo nunca vi a su familia sonreír jamás, tenían a Javier, de la cama a la silla de ruedas, y viceversa.

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Ni tan siquiera se celebraban los cumpleaños de los niños. Eva no tuvo jamás ni un regalo de su familia sólo los que le daba yo. Para eso era mi ”gran amiga,” y a su hermano Javier le regalaba algún peluche que cogía con sus manos y lo abrazaba contra él, claro esto me lo compraba mi madre y yo se lo daba a ellos... Sus padres nunca dijeron nada de estos regalos; estaban encerrados en su “mundo” que era su gran dolor y de ahí no los sacaba nadie.

El niño estaba en su sillita de ruedas, y nosotras jugábamos a las muñecas o al parchís en el suelo a su lado y eso era todo hasta el día del “ Milagro.”

Era una tarde de otoño, cuando las hojas de los árboles ya cambian a ese tono dorado, señal de que el invierno está al venir, y las hojas caen para renacer de nuevo en primavera. Javier estaba en su silla de ruedas al lado del ventanal que estaba abierto, pues el tiempo estaba bueno, y había que aprovechar los días de sol para tomarlo, Eva y yo estábamos en el suelo jugando a las canicas, cuando oímos un ruido seco, algo había caído en la gran jardinera del ventanal, pensamos que sería una piedra, pero allí no podían llegar ya que la tapia estaba retirada.

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Con miedo nos asomamos al ventanal y cual no sería nuestra sorpresa, lo que había era un pajarillo precioso, lo cogimos con todo el cariño y se acurruco en nuestra mano, no podía volar tenía las ”alas rotas” el pobre animal estaba asustado. Llamamos a Luis, el padre de Eva, que era veterinario y él se encargó de mirarle y trató de ponerle lo necesario para que pudiese volver a volar, como así sería pasados bastantes días; le pusimos de nombre Celeste, pues para nosotros había caído del cielo. Pero Eva y yo que éramos dos crías sin conocimiento, ¿qué hicimos? le pusimos a Javier el pajarillo en las manos, y cual no sería nuestra sorpresa cuando le vimos que al contacto con el ave y tocarlo el niño sonreía como jamás lo había hecho desde que nació, nosotras llorábamos de alegría como dos tontas.

Llamamos a sus padres, no se lo podían creer lo feliz que era su hijo, con un simple animal vivo, y tan desamparado como él, y para nuestro asombro, no sabíamos lo que pasaba por su cabecita, al contacto con las plumas del animalito y para nuestra sorpresa, Luis nos dijo que era un “ruiseñor”.

Cuando las alas curaron pensamos que se iría, pero no, estaba libre, pero no se fue, estaba en el jardín, y en la casa, cuando el niño salía de la cama al salón del ventanal en su sillita de

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ruedas, entraba e iba a las manos de Javier y su canto hacia reír a quien nunca lo había hecho.

Las cosas cambiaron en la casa ya no había caras serías, eran felices un pobre pajarillo herido, les había traído la felicidad, pensaron que se iría al ser pájaros que no quieren estar enjaulados, mas no se fue, estaba en el jardín cantando, con ese canto maravilloso que tienen los ruiseñores, y cuando a Javier le sacaban de casa al jardín o a la ventana el animalito estaba siempre a su lado, y se ponía en sus manos, que el niño acariciaba con cariño, nunca se sabría lo que sentía por el animal, ni este por él, pero parecían tan indefensos los dos, que era como si se compenetraran mutuamente, algo los unía, ¿algo invisible?, maravilloso he incomprensible.

En la casa cambio todo, los padres al ver a su hijo feliz aceptaban mejor su enfermedad llevaban mejor su pena.

Eva y yo seguíamos con nuestros estudios según fuimos creciendo y siempre juntas éramos como dos hermanas, y siempre al lado de Javier. ¿le queríamos tanto? que decíamos que no sabríamos vivir sin su compañía, que ingenuidad la de los niños piensas que todo es eterno, que nada podía pasarle a Javier.

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Hasta el fatal desenlace. Fue otra tarde de otoño pero esa tarde el cielo estaba de un gris plomizo, como si se presintiera la tragedia. Javier estaba en su silla, al lado de la ventana como siempre y ¡ Celeste! a su lado como siempre pero callado, el pajarillo no cantaba cosa rara en él. Nosotras estábamos haciendo los deberes del colegio, cuando vimos ha Javier dar un suspiro y inclinar la cabecita hacia adelante y ¡Celeste! que estaba en sus manos, lanzo su último canto.

El mas bello “canto” que se pueda escuchar jamás, y se fue con él a otro mundo mejor, eran dos almas gemelas, si como creemos que hay “alma “estas no podían vivir la una, sin la otra, aunque una fuese un “niño”, y la otra un simple “ ruiseñor.“

Por aquellas tierras de creencias en “almas errantes y espíritus,” dijeron que ¡sus alas ya eran libres de volar!, donde no existen penas, habían volado juntos hasta el cielo, donde les esperaba la verdadera felicidad que ningún mortal puede tener en la tierra, ellos tenían las puertas abiertas de par en par.

Para todos fue un duro golpe que no esperaba nadie, sobre todo los padres y para “nosotras” pensando que estaban ya con quien los creó, y luego unió para ser felices. Sus alas ya

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no estaban rotas y Dios los habrá recibido con sus brazos abiertos.

Angelines Fuentes Lapoulide Calatayud

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Dos amigas, dos caminos

Divina y Paz eran vecinas y amigas desde la niñez, el tiempo hizo que esta amistad fuese estrechándose con los años y parecían hermanas, entre ellas no existía ningún secreto. Iban y venían juntas al colegio y más tarde al instituto.

Todos días camino del instituto pasaban por una gran cafetería llamada “Pavón” ya desaparecida, pero por aquel entonces muy conocida y concurrida por los bilbilitanos y pueblos vecinos, pues no sólo se iba a tomar café, sino que era también donde se hacían multitud de tratos y negocios.

Cuando Divina y Paz iban a las tres de la tarde a clase, (por aquellos años se daba clase por las tardes) en dicha cafetería, actuaban unas señoritas que cantaban y bailaban, que se les conocían con el nombre de “animadoras” y a esta hora la cafetería se llenaba hasta los topes.

Divina y Paz como muchas personas, hombres, mujeres, chicos y chicas, pegaban los ojos a las rendijas de los cortinones, a ver si podían captar algo de lo que acaecía adentro, pues a pesar de que dicha cafetería gozaba de unos hermosos ventanales por donde entraba el

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sol a raudales, a esa hora, corrían unos enormes cortinones que no dejaban entrever nada en absoluto.

De vez en cuando se abría la puerta para dar acceso a alguna persona que entraba o salía, por lo general siempre hombres, y salía un aire caliente y viciado con un fuerte olor a café y tabaco, y se oían algunas notas musicales y la voz de la “animadora” de turno que cantaba “mi perrita pequinesa me esperaba en el portal ¡ay!, ¡ay!, !ay!...”

El tiempo para ellas pasaba rápido, y cuando se daban cuenta de la hora tenían que correr para no llegar tarde a clase.

Para Divina este rato era como si estuviera en el séptimo cielo, decía:

- Cuando sea mayor quiero ser “animadora”, dicen que ganan mucho dinero, les hacen muchos obsequios y llevan vestidos muy lujosos.

Ella sabía todo sobre las “animadoras”, y su sueño era poder llegar a serlo algún día. Le gustaba hasta el horrible olor a tabaco y café, le parecía el mejor aroma del mundo. Paz pensaba que ella en ese ambiente se ahogaría.

Divina apuntaba ser una bella mujer, no cantaba nada mal y bailaba con mucha

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gracia. Y como la vida nos lleva por inevitables mundos separados, esto es lo que pasó con Divina y Paz.

Divina marchó a Barcelona a trabajar y Paz quedó en su ciudad. El tiempo transcurrió deprisa, cinco, seis años, no serían más, cuando un buen día, Divina llamó a la puerta de Paz, y, ¡qué alegría y qué emoción sintieron las dos amigas en aquel abrazo interminable!; se veían, se palpaban y no se creían que otra vez estuvieran juntas.

Divina hacía honor a su nombre, estaba divina, un espectacular cambio personal y un esmerado arreglo, la hacía ser una mujer de gran elegancia y atractivo.

Las dos querían saber la una de la otra, cuando se serenaron, se contaron lo ocurrido en esos años que no se habían visto, pues Paz sólo había recibido de tarde en tarde alguna escueta postal de Divina.

Divina como era la que tenía más que contar, fue la primera en hablar. Su sueño se había hecho realidad, iba de vedette en una compañía de revista.

No creas Paz, no es tan bonita, ni tan fácil esta profesión como parece, ni mucho menos como yo me creía, al contrario, es muy difícil y dura. En este mundillo siempre estamos entre

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manos de ladrones y dientes de lobos feroces y tienes que decir; aquí llegarás y no pasarás. Demasiada soledad, pero de grandes crisis vienen grandes victorias, y yo he triunfado, que no todas llegan a lo que yo he llegado. Luego también tiene su lado bueno, he recorrido en las tour con las compañías que he trabajado numerosas ciudades y he conocido cosas muy bellas, pero como te digo, siempre enseñando las uñas. Me he diplomado en hipocresía y egoísmo. Pero no he conocido un amor verdadero.

Paz se sentía a su lado como algo insignificante, vestía su asidua bata “buatine” y sus cómodas zapatillas de estar en casa, mientras Divina llevaba unos altísimos zapatos de tacón y un traje de chaqueta sencillo pero de gran calidad.. Sus aterciopeladas y bien cuidadas manos, su cara ligeramente maquillada donde destacaban sus bellos y rasgados ojos verdes.

-¿ Y tú, cuéntame tu vida, qué además de haberte casado y tener este precioso hijo, algo me tendrás qué contar?-

- Yo como ves, mi vida es sencilla, me casé, tuve a mi hijo, soy feliz, muy feliz, mi vida es para ellos, no me reservo nada para mí, es mi marido el que me cuida a mí, yo a él, y los dos a nuestro hijo. No conozco ese mundo que me

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hablas de hipocresía y egoísmo, al contrario que tú, he conocido el verdadero amor.

Pilar Gómez Martínez Calatayud

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Un paseo por el Castillo Mayor

¡Lo que pudimos sufrir hasta llegar al Castillo Mayor, sólo lo sabemos nosotras!. Yo creo que llegamos hasta a gatear, pero el esfuerzo mereció la pena.

Lo primero que hicimos fue recobrar la respiración, y seguidamente admiramos el bello panorama que se divisa desde allí: Calatayud a nuestros pies, su maravillosa vega, los pinos de Armantes, el río Jalón que serpentea y reverdece su amplio valle. Nos llamaron la atención, las bellas y esbeltas torres mudéjares, el conjunto fortificado, el Castillo de Dª Martina, el Reloj Tonto...

Más tarde, fuimos descubriendo edificios emblemáticos de nuestra ciudad, el ayuntamiento, la plaza de toros...

Después de admirar el paisaje fue el Castillo Mayor el que atrajo nuestra atención. Sus dimensiones, su redondez, sus mermados muros descarnados, el rastro insinuante de sus pasados departamentos, el tan nombrado Pozo de la Sangre. Todas pensamos que el tiempo también había dejado su implacable huella en el castillo, pues creo que fue construido en el siglo VIII y son muchos años soportando la dura climatología de nuestra zona.

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Los comentarios y las explicaciones eran muy instructivos e interesantes, pero como los años no perdonan, buscamos un lugar que aunque tenía escaso acomodo, pudiésemos descansar un poco, yo me senté carasol, y deje que este me acariciase el cuerpo, pues era marzo, y soplaba un ligero cierzo.

Me sentí confortable, cerré los ojos, y no sé cómo, apareció Julia, compañera de excursión, vestida de musulmana.

-¿Qué sorpresa Julia?. ¿Qué bien te has caracterizado, pareces una autentica musulmana?.

Con cara de asombro me dijo:

-No soy Julia, soy Nadia. ¿Quién eres tú? ¿Qué hace aquí?-

- Hemos subido de excursión. ¿De veras no eres Julia?-

No contestó, sino que me dijo:

-Ven, ven que te oculte a la guardia.

No dio lugar, un grupo de seis hombres jóvenes se dirigían hacía nosotras, el que habló me era muy familiar, alto, fuerte, moreno y de pelo ensortijado. Su lengua no era la mía, pero como la de Nadia, me era comprensible.

-¿ Qué hace aquí?- preguntó.

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- He venido de excursión.- respondí.

- ¿Cómo de incursión?

- No, no de incursión, he dicho de excursión con mis amigas.

Él no me debió de entender a mí, pues nos tomaron del brazo y nos llevaron por todo el castillo hacia las dependencias del rey musulmán.

-¡Qué sorpresa la mía! Mientras cruzábamos los distintos departamentos, el ruinoso castillo actual se transformaba en el espléndido castillo- fortaleza de antaño. Sus sólidos muros, sus altas y erguidas almenas, sus altivas torres vigías, sus aspilleras bien delimitadas. Fue maravilloso poderlo ver con vida y en pleno apogeo y esplendor. Por doquier aparecían armas y municiones. Sus vasallos, en un sin parar de ir y venir, sus gentes de armas, unos con sus escudos, orgullosos de sus blasones, otros montaban briosos y bellos caballos. Y allí estamos Nadia y yo, nos llevaban a no sé dónde, aunque no tardé mucho en saberlo, a presencia del señor del castillo. Era de piel cetrina, alto, fuerte, de pelo ensortijado y lucía una poblada barba y bigote. Me alegré de verlo, y vi en él, el fin de mi penosa situación, más fue un error, él no me reconoció. Me interrogó con voz ronca y autoritaria.

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-¿ Cuál es el motivo de su instancia aquí?

Yo volví a responder lo mismo.- He venido de excursión con mis amigas- él dio un respingo y con voz todavía más autoritaria y severa ordeno:

-¡Ponedles los grilletes y encerrarles en las mazmorras!

Mi cuerpo tembló de los pies a la cabeza de una manera alarmante. De repente, me sentí vapuleada, abrí los ojos y vi a Julia que me decía:

-Te has quedado traspuesta, pero como la cama no es muy confortable, no parabas de moverte de un lado a otro.-

-¿Ya nos vamos? pregunté

Sí, nos vamos, ya hemos visto el castillo, hemos merendado y hemos descansado.

Mientras bajábamos pensé que quizá cuando alguien desea algo con vehemencia, es capaz de vivir ese deseo, aunque fuese como yo, en sueño.

Pero la verdad es que disfruté del Cat`al Ayyud cuando existía vida y se encontraba en toda grandeza, apogeo y esplendor.

Hoy, está en ruinas, pero los bilbilitanos estamos orgullosos de él. Una manera de cómo

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refleja su belleza pasada, es en la noche, donde su magnifica iluminación nos nuestra, aún, un bello castillo- fortificado coronando la ciudad que nació a sus pies, y cuya silueta es su enseña.

Pilar Gómez Martínez Calatayud

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Cuidado con los niños

Tendría cuatro o cinco años, no recuerdo con precisión, pero no más edad. Vivía en un pueblo cercano a Calatayud, pueblo de mil a mil cien habitantes, un pueblo bonito del cual todos habitantes estábamos orgullosos.

Las celebraciones eran casi todas en familia, pues de alguna manera, más lejana o más intima todos éramos familiares.

En aquella época, algo que se celebraba era la entrada de los mozos en quintas, cada año el lateral del frontón se pintaba para borrar el “VIVA LOS QUINTOS” del año anterior para pintar el “VIVA LOS QUINTOS” del presente año.

Este año, sorteaba un primo hermano mío y la fiesta me llegaba más de cerca. Mi tía unas veces se la veía muy ufana y feliz, pero otras un poco nostálgica.

La fecha se acercaba, había que bajar a Calatayud donde se celebraba el sorteo, éste, oí decir que tenía lugar en la “Caja de Reclutas”, yo me quedé atónita, ¿cómo puede haber una caja tan enorme donde cojan todos los mozos?, no me cabía en la cabeza, pregunté a mí madre cuando se fueron mis tíos, ¿mamá de qué es la caja, de cartón o madera? no tuve respuesta, mi madre estaba

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sorda, o tampoco lo sabía. Yo aquella noche pensé mucho sobre cómo podría ser aquella caja, si tendría ventanas, porque puerta si que tendría, pues tenían que meter a los quintos por algún sitio.

Al día siguiente, lo comenté con mis amigas, ellas tampoco habían oído nada sobre esa caja y todas nos pusimos a deliberar e imaginar a dicha caja sin llegar a ninguna conclusión.

Pero eso no fue todo, en el salón del baile del pueblo tuvo lugar una reunión, para ver de qué manera iban a celebrar la entrada en quintas de los mozos.

-Este año hay que celebrarlo a lo grande, tengo el presentimiento que alguien del pueblo saldrá excedente de cupo, y el resto a España.- Era el tío Anselmo, la persona más optimista del pueblo.

-Tú eres siempre muy optimista- respondía Alejandro, que era más realista- y aunque se libren de ir a África, España es muy grande, y Dios quiera que no tengan que ir a Jaca, ni a Huesca.

La señora Ángela que ya había tenido tres hijos en la “mili” decía:

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-El tiempo corre que vuela, y aun no te das cuenta y ya están en casa hechos unos hombres de verdad, además sólo el hecho que sorteen es bueno, señal que tienen salud, mira el hijo de José, no sortea por su mala salud, ¿no es peor eso?.-

-Bueno, bueno- corto mi tío- aquí a lo que vamos, este salón hay que acondicionarlo, y para eso, nadie mejor que las mozas, como siempre, que lo hacen muy bien, y dicho esto, a lo importante, aquí jamón, chorizo, queso, magdalenas, tortas, mantecados, que no falte de nada, y el vino que sea bueno y que corra abundante, también...

La señora Andrea le cortó y dijo: -Este año traeremos hasta brazos de gitano... ¡qué oí¡ brazos de gitano, ¿ a quién se los iban a cortar?. ¡Dios mío, la señora Andrea estaba mal de la cabeza!. Cuantas vueltas pude dar. ¿A quién le cortarían los brazos?. ¿Cómo los cocinarían?. ¿Quién se podría comer los brazos? Cada vez que me encontraba con algún gitano me preguntaba ¿le cortarán a este los brazos?. Yo desde luego no los probaría, de ninguna manera, quién diría que la señora Andrea era capaz de cortar brazos a los gitanos, y que nadie se opusiera, sino que acogieron la idea con gran entusiasmo. Yo avisaría a los gitanos que conocía, pero ¿si se enfadaban y se los

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cortaban a la señora Andrea? ¡vaya dilema!, ¡qué crueles eran en mi pueblo!

Por fin, el día del sorteo llegó, hacía un frío horrible, yo bien pronto me fui a casa de mi tía, mi tío, mi primo y todos los mozos del pueblo que sorteaban, con sus respectivos padres, habían bajado a Calatayud, a meter los mozos en la caja, yo no sabía más, ni para que entraban, ni para que salían, ya se me había olvidado lo de la caja, ahora lo importante era lo de los brazos de gitano.

Nada más irse mi tío y mi primo, mi tía y yo nos fuimos a reunir con las demás familias de los mozos que sorteaban al salón del baile para ultimar la fiesta, yo no pensaba nada más que en los brazos de gitanos; pues mi tía me dijo que estaban muy buenos.

Cuando la señora Andrea llegó al salón con sus hijas y grandes bandejas, yo temblaba, quería ver, y no quería ver, aquellos brazos de gitano... pero sí, sí, como mujer, aunque entonces niña, mi curiosidad me llevó a primera fila a ver los brazos de gitano, desde luego a Manuel no se los habían cortado, aquella misma mañana lo vi con los dos brazos. ¡Y cual fue mi sorpresa! destaparon las bandejas que contenían los brazos de gitano, y no habían cortado los brazos a nadie. Eran unos dulces alargados y tenían un aspecto excelente.

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Respire hondo, pero casi decepcionada y enfadada con las personas adultas ¿por qué nos ponen en tan difíciles trances a los niños? Porque yo estoy segura, que a estas personas mayores les habrá ocurrido, no digo a todas, pero a lo mejor a alguna lo mismo que me ocurrió a mí, yo por si acaso, cuando me tengo que referir al exquisito brazo de gitano, y hay algún niño delante, siempre aclaro en que consiste el excelente y dulce manjar.

Pilar Gómez Martínez Calatayud

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Ese ángel

Hacía una semana que David era esperado con gran ilusión e impaciencia, David Santiago, debía ser su nombre, y además del nombre tenía muchas cosas más, un dormitorio alegre y decorado con todo amor del mundo, cunita, trona, cochecito y montones de juguetes.

Aunque el médico pronosticó su nacimiento para últimos del mes de agosto, estábamos a diez de septiembre y David no había dado ningún síntoma de querer nacer. Ante tal situación el médico había previsto un nacimiento forzado para el día once.

La noche de transición del diez al once de septiembre, David tenía grandes incógnitas, y por eso su rebeldía y su tardanza a conocer este mundo llamado Tierra.

De pronto escuchó una voz que le dijo:

- David, ¿ por qué temes tanto en encontrarte en la Tierra?-

- Pues he oído decir que mañana me sacarán y tengo mucho miedo porque no sé cómo viviré allá.

- No temas David, tu destino es la Tierra, donde vivirás tú vida, como cada humano, y la

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vivirás y la disfrutarás, aunque no te engañare, también sufrirás, pero así es la vida, no temas, entre muchos ángeles escogí uno que te espera.-

- Pero, aquí no hago más que cantar y sonreír, y con eso basta para mi felicidad.-

- David, yo te daré un ángel que te canté y te sonría todos los días, y te sentirás feliz con sus canciones y sonrisas.-

- ¿Y cómo entenderé cuando me hable si no conozco el extraño idioma que hablan los hombres? ¿Quién me alimentará? pues ahora, no tengo ningún problema de alimentación, todo es rico y sabroso, pero luego...

- No tengas ningún temor, este ángel te alimentará con lo mejor que pueda, y te lo dará con el mayor amor del mundo, crecerás, e irás aprendiendo a comer tú solito, te dará a probar montones de manjares, que luego tú decidirás cuáles son los de tu preferencia, aprenderás a hablar y comunicarte con los hombres sin dificultad alguna, tu ángel se alegrará al oírte decir los primeros balbuceos, y luego hablarás poco a poco correctamente.

- Yo me siento incapaz de por mí mismo trasladarme de un lugar a otro.-

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- No te importe, este ángel tan especial cuando vea que tú te sientes con fuerzas te ayudará a dar los primeros pasitos, primero vacilantes, más tarde, serán firmes y seguros, y te relacionarás con los niños de los hombres y jugarás con ellos.

- He oído que en la Tierra hay hombres malos, ¿quién me defenderá?-

- Ese ángel te defenderá, aunque le cueste la vida.-

- Pero estaré triste porque no te veré y sin verte me sentiré solo-

- Él te hablara siempre de mí, y te mostrará el camino para volver a mi presencia y cuando quieras hablar conmigo el ángel juntará tus manitas y te enseñará una oración.

- En ese mismo instante a David le invadió una gran paz, y seguidamente empezó a oír voces terrestres cercanas a él.

- El niño repetía suave pero insistentemente: dime su nombre, dime el nombre de ese ángel.

- Y le contestó:- A ese ángel le llamarás ¡MAMÁ!

Pilar Gómez Martínez Calatayud

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Un sueño de altura

Era domingo y para Gloría, nuestra protagonista, el día se presentaba espléndido para bajar a la playa, por lo que decidió preparar sus cosas, la toalla y la tumbona, cogió un libro y se fue tan feliz a darse un baño y tomar el sol, se decía para si, me siento como un vaso leche, entre los de café, o así se sentía ella, su oficio de peluquera no la dejaba tiempo para ir a la playa, así que aprovechaba los Domingos que salía el tiempo bueno para ir a bañarse en las aguas cálidas del mar, ya en la playa plantó su sombrilla, desplegó su hamaca, y se tumbo al sol: No bien hubo cerrado los ojos, se sintió transportada como si tuviera alas.

Y se vio volando entre unos animales que ella conocía, eran águilas, buitres, quebrantahuesos, y gavilanes, etc.. ya en las alturas le dijeron.

Hola Gloria, te conocemos y sabemos de tu amor por los animales y todo lo relacionado con la naturaleza, su fauna y su flora, por eso hoy vas a descubrir ese mundo desde las alturas, veras que diferente a como lo veis en tierra firme.

Ella preguntó: ¿como es que os entiendo? Si las aves no habláis.

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Le respondió el águila, aquí arriba todo es diferente, yo también te entiendo a ti, mira abajo ves las montañas nevadas son los Pirineos con sus cumbres llenas de nieve, ella era de la costa, por lo que no conocía la nieve, esta la deslumbro con su blancura no podía mirar le hacían daño los ojos, vio los lagos en las cumbres llamados ibones, que maravilla de espectáculo, aquí vienen las familias a esquiar con sus hijos y gentes de todas las edades, y respiran aire puro, en invierno esto se llena. Los telesillas no dan abasto a subir a los esquiadores a la cumbre, para que se puedan deslizar ladera abajo.

Siguieron su vuelo, le enseñaron los grandes bosques de pinos altísimos, esto es el pulmón de estas tierras, era una maravilla ver todo tan verde, también vio otros bosques quemados, eso, lo ha hecho la mano del hombre, le dijeron pasaran más de cien años para estar otra vez como antes, ella dijo me parece horrible tanta maldad, pues la hay le contestaron todos a coro.

Gloria vio unos desfiladeros donde por abajo corría un río de aguas bravas y majestuosas, que venían de unas cascadas, era el deshielo de las nieves, en su caída parecían presumir de su pureza.

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Este agua es la vida, allí por donde pasa, va dejando lo más elemental para el hombre, la tierra, y los animales, sin agua, no habría vida en el mundo, todo llega al mar que tu conoces tan bien; y que abastece de toda clase de pescados para alimentar ha la humanidad.

Fueron pasando por pueblos, unos grandes otros mas pequeños, de todos sobresalía la torre de sus Iglesias con sus campanarios.

Ves aquellas montañas en lo alto hacemos nuestros nido lejos de la mano del hombre, si pudiesen llegar no dejarían nacer a nuestros hijos.

Pasaron por un pueblo muy pequeño, ahora esta casi vació, le dijo el quebrantahuesos, sus gentes se fueron a la ciudad en busca de una vida mejor, pero no olvidan sus raíces, y los fines de semana vienen a sus casas que se han arreglado a descansar, abandonan la “Gran urbe,”donde no son felices, todos piensan en la jubilación, para venirse la pueblo definitivamente, tener sus animales y pasear tranquilos y sin prisas.

Siguieron su vuelo ahora llegaron encima de unas nubes negras, le dijeron debajo de esto que ves, hay una gran ciudad pero no la puedes ver, eso tan negro son los humos y

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deshechos de los coches que por ella circulan, de sus fabricas, que lanzan sus humos al cielo.

Nosotros no nos podemos acercar allí o pronto moriríamos, como ves ahí es donde todos quieren estar para vivir mejor, y hoy todos querrían volver de nuevo y no pueden, en los pueblos no quedan más que personas mayores que viven muy felices.

Prosiguieron su vuelo y llegaron a su playa, vio la gente amontonada, pegados unos a otros tomando el sol, parecían hormigas que un gigante podía pisar y aplastar con su pie y barrer la playa de un soplo, vio la fragilidad del ser humano, y nos creemos tan importantes y fuertes,¿ que gran mentira pensó.?

Gloría, le dijo el buitre, has comprendido todo lo que has visto, si le contesto; creo que bastante bien amigos míos, la naturaleza es sabía, pero no la sabemos comprender, solo pensamos en nosotros mismos.

Abrió los ojos estaba en su playa quemada y roja como un cangrejo, se embadurno de crema, pensó a sido un sueño precioso, por que en las playas y puertos solo hay gaviotas, se levanto de la tumbona y miro al cielo, y vio como se alejaban una manada de aves tierra adentro.

¿Sueño ó verdad? Nunca lo sabría

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Lo que sí cambió su sueño, fue su forma de ver la vida, y su forma de pensar, si siempre le había gustado la naturaleza ahora la comprendía mejor: se dijo las próximas vacaciones se iría a la montaña a descansar.

Su sueño, ¿era una incógnita para ella? (el mensaje había sido recibido) (ELLA ASI LO ENTENDÍA)

Angelines Fuentes Lapoulide Calatayud

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La excursión

Cuando Alicia ayudada por Ricardo ha conseguido que todos los chicos se encuentren sentados en sus respectivos asientos, da la orden al chofer, de que ya pueden ponerse en marcha.

El trayecto no es muy largo, la capital está cerca y tienen prevista la entrada al Museo a las 10 horas. Recorrer toda la exposición de arte del Renacimiento instalada en el Museo de Bellas Artes que ha logrado reunir de diversos lugares de Europa, les llevará toda la mañana.

Cuando termine la visita comerán en el propio restaurante del Museo un local precioso de diseño que regenta un famoso cocinero de la tele.

Alicia y Ricardo pensaron que sería bueno que comieran otros platos diferentes y más elaborados, en un ambiente más selecto para notar la diferencia con la clásica hamburguesería en que acostumbraban a comer en otras excursiones, claro que tenían que comportarse como era debido.

Alicia ya les había dado unas cuantas lecciones no quería quedar mal, gracias a varias negociaciones consiguió muy buen

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precio, estaba convencida de que todo saldría bien, tenia que darles un grado de confianza a los chicos.

Después por la tarde tienen prevista pasarla en el parque de atracciones para que los chicos disfruten al aire libre, al final de la tarde de nuevo al autobús y vuelta a casa.

Los chicos parecen tranquilos, el chofer les ha puesto una película para que no alboroten, nada hace presagiar que la jornada cultural y lúdica que con tanto mimo han preparado no resultara de la forma prevista.

Llevan bastante tiempo preparando este día, saben que el arte no es un gran atractivo para chicos de 14/15 años que a esa edad tienen otras cosas en la cabeza, y precisamente por eso piensan que deben enseñarles a conocer que existen otros mundos diferentes a los que están acostumbrados, porque al conocerlo se aprecia el valor del arte que perdura a través de los tiempos.

Alicia es la tutora de la clase e imparte inglés en el instituto, es una persona muy culta, debido a su afán por perfeccionar el idioma en sus vacaciones de verano a viajado por diferentes países y conoce otras formas de vida y otras culturas, gracias a eso se ha dado

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cuenta de que ningún pueblo y ninguna religión están en posesión de la verdad absoluta.

Decide sentarse junto a Ricardo su compañero en el instituto, él es alto atlético y muy guapo, acompaña a la clase B, es el profesor de Educación Física y está como un queso claro que él lo sabe y le saca mucho partido a su físico, varias de sus alumnas están un poquito enamoradas de él.

Entre los 35 chicos que componen la excursión hay alguno de distinta raza y nacionalidad, los profesores dan los últimos consejos para que nadie se despiste.

Ya han llegado, la guía del Museo les espera en la puerta para acompañarles durante todo el recorrido y explica que antes de entrar deberán apagar los teléfonos móviles no se pueden hacer fotos y tampoco se puede comer el bocadillo dentro.

-Son obras de arte muy valiosas tanto pintura como escultura cedidas para la ocasión por los más importantes museos de Europa, también la arquitectura esta presente en diversas representaciones de catedrales y palacios de los siglos XV al XVI.

Mientras chicos y profesores siguen las explicaciones de la guía por las distintas salas y

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galerías, aquí el arte en Italia, allí en Francia, los Países Bajos, España etc., etc.

Hay alguien que sigue el recorrido a su aire como si estuviera pensando en las musarañas y ese alguien es Oscar.

Oscar es un chico pelirrojo que repite curso, tiene un cierto aire de despiste parece como si lo que pasa a su alrededor a él no le interesara, es un chico solitario no se relaciona mucho con los chicos de su edad, sus padres no le dejan salir porque dicen que la calle es muy peligrosa para los adolescentes y se ha acostumbrado a quedarse en casa jugando en el ordenador, leyendo y viendo películas, es muy inteligente pero sus compañeros de clase le llaman “el empanao”

De repente hay algo que ha llamado su atención y no es un cuadro precisamente.

Una viejecita pasa por su lado, lleva el pelo recogido en un moño y un sombrero de paja con una flor, un vestido también de flores, un bastón con el que se apoya en su cansino andar y unas zapatillas deportivas amarillas, todo ello acompañado de unas enormes gafas. Le sonríe al pasar y el no sabe por que decide seguirla, al lado escucha a la guía explicar algo sobre la pintura de Miguel Ángel, Rafael y Donatello.

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La verdad es que la viejecita parece sacada de un cuadro, claro que las zapatillas no le pegan mucho son unas NIKE último modelo, entonces se da cuenta que también lleva una mochila a la espalda como la que él lleva al Instituto.

Espera un tiempo prudencial para ver hacia donde se dirige y disimuladamente va tras ella por un gran pasillo bastante solitario, la viejecita cuando nadie la ve parece que anda más ligera.

De pronto se para ante una puerta cerrada y Oscar se esconde detrás de una columna, la viejecita mira a ambos lados saca algo de la mochila e intenta abrir la puerta le cuesta un poco pero lo consigue al instante desaparece detrás de la puerta.

Oscar esta indeciso no sabe que hacer, pero ahora que ha llegado hasta aquí la curiosidad le dice que debe seguir, esta señora la verdad es que resulta muy sospechosa, se parece a un personaje de película.

Se acerca hasta la puerta y empuja suavemente la puerta se abre con sigilo, asoma la cabeza para ver temiendo ser descubierto, delante de la puerta solo puede ver una gran cortina verde, busca una abertura para expiar y entonces puede ver que la viejecita esta

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parada delante de unas tallas, aquello es como un gran almacén, tiene la mochila en el suelo y se ha quitado las gafas.

- ¡Que cara más rara tiene si parece un tío!

Rápidamente coge una de aquellas figuras no demasiado grande y la mete en la mochila, a Oscar le parece que es una Virgen como las que hay en las Iglesias, pero más pequeña.

- ¡No puedo perder mas tiempo! Esto es un robo en toda regla. Tengo que salir de aquí. Si me descubre estoy perdido y seguro que la “viejecita” va armada. Sale a toda velocidad hacia el pasillo, esperando y deseando que ni sus compañeros ni los profesores se hayan dado cuenta de su ausencia, no tiene noción de cuanto tiempo a transcurrido, echa a correr y casi patina por el brillante suelo de mármol, entonces se da cuenta que no puede dejar que la “vieja” se vaya con el fruto de su delito.

Ya se oye al fondo el murmullo de las voces de sus compañeros y las explicaciones de la guía, todo parace en calma.

Antes de unirse al grupo se decide.

- ¡Voy a hacer saltar la alarma y todas las salidas quedaran bloqueadas!

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Rosa Marín Gil Calatayud

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La boda de Alejandro

Este relato, ocurrió hace cincuenta o sesenta años, a Paca y Antonio, matrimonio feliz y bien avenido, desde treinta años.

Tenían dos hijos, Alejandro y Tomás, que eran lo que mas querían en el mundo.

Alejandro terminados los estudios, se fue a trabajar a Barcelona, ante la alegría y el pesar de tenerse que separar de sus padres.

Al cabo de dos años, Tomás se fue también a Barcelona a trabajar con su hermano.

Los padres con relativa frecuencia, viajaban a Barcelona, solían hacer el viaje de ida y vuelta de noche, y pasaban el día con los hijos, los veían y de paso les llevaban suministro, para una mejor alimentación, pues estaban en una pensión y la comida a los ojos de Paca, no era muy abundante.

Un día Alejandro les notifico a los padres que se casaba, la alegría fue grande para esos padres, y se pusieron a prepararse para tal evento.

Ellos aunque de pueblo, querían estar a la altura de los de la capital, y no querían que se escatimara nada, aunque por aquellos años, la

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bodas de los trabajadores no eran tan celebradas como en estos años.

En vísperas de la boda, el matrimonio viajo a Barcelona llevando a la cuñada como única invitada, pues la familia de Alejandro vivía en el pueblo, y por aquel entonces, el desplazarse a la capital no era lo más conveniente, pues suponía muchos gastos, además los novios, visitarían en viaje de novios el pueblo, y podrían conocer a la novia y darle los regalos.

Como os cuento, Paca, Antonio y Josefa la cuñada se dispusieron a hacer el viaje en tren, iba lleno de equipajes, ropa para el día de los esponsales, un abundante suministro en bolsas con comida, para ellos, pues esta vez viajaban de día y suponía tener que comer en el tren.

Antonio llevaba el dinero que pudieran gastar en sacar los billetes y poco mas, Paca como ecónomo de la familia, era la responsable de guardar el dinero que llevaba para sufragar los gastos de la boda, y para eso, habían hecho un revoltijo con el dinero. Se lo había metido al sujetador, con un imperdible.

Durante el viaje, Paca tuvo necesidad de ir al servicio, salió del departamento y se fue por el pasillo hasta dar con aseos.

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Al poco rato, Antonio cansado de estar tanto tiempo sentado y escuchando la conversación de las mujeres sobre la boda, se levantó y salió al pasillo, no estaba solo había también otros pasajeros de pie cercanos a la puerta, esperando la parada que el tren tenía prevista para el próximo pueblo.

Antonio vio en el suelo un revuelto de dinero, y puso el pie encima, para que no lo pudiera ver nadie más, y así estuvo hasta que los viajeros, descendieran en la esperada llegada a dicho pueblo, entonces levantó el pie y lo recogió con cuidado para que no lo viese nadie, pues así no tenia que compartirlo.

Entró en el departamento donde se habían quedado solos, y con mucho misterio explicó a Paca y Josefa lo ocurrido, y cerrando bien la puerta, y bajando la persianas miraron aquel envoltorio de dinero, era una cantidad bastante suculenta. Se pusieron a pensar lo que podrían hacer con aquel dinero.

Lo primero que les vino a la cabeza fue que se alojarían en un hotel, pues ninguno había estado nunca en uno, y así lo hicieron, fueron a un buen hotel se registraron, se asearon y se dispusieron a salir a cenar a un buen restaurante y luego irían a ver un espectáculo, pues tenían que celebrar la suerte de Antonio, al hallar aquella cantidad de

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dinero, era como si les hubiera tocado la lotería, y estaban felices, y contentos como pocas veces se está en la vida.

Durante el transcurso de la noche, Josefa que dormía en la habitación contigua, a sus cuñados, oía hablar sin parar, unas veces en susurros, y otras un poco mas fuerte, pero ella no entendía nada de la conversación, no dejándola dormir, pues estaba intrigada con lo que pudiera ocurrir en la habitación de sus cuñados.

A la mañana siguiente, cuando se vieron Josefa supo por sus caras que algo grave sucedía, y se apresuró a preguntar.

-¿Sucede algo? ¿Estáis enfermos? Paca y Antonio negaban con la cabeza, Josefa nerviosa les dijo: ¿Algo sucede, no, sino por que esas caras?.

Cuando el matrimonio le contó que el dinero que había encontrado Antonio, era el que Paca llevaba en el sujetador para los gastos de la boda, esta palideció, y no se cayó al suelo por que la sujetaban Paca y Antonio.

Rosa Collado Martínez Calatayud

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Historia de un verano

Era el verano de 1953. en un pueblecito que esta al pie de la Sierra Vicor, había una casa situada al borde de la carretera nacional doscientos treinta y dos.

Esta casa, cuando llegaba el mes de junio se llenaba de familias que iban a pasar el verano. Había cuatro pisos y se llenaban los cuatro, una familia era de Zaragoza, dos que llegaban de Barcelona y la ultima que era de Calatayud, la casa se llenaba de algarabía pues todas las familias tenían hijos sumando un total de nueve, cinco chicas y cuatro chicos, estos jóvenes eran muy traviesos, como entonces no había apenas coches circulando por las calles el peligro no existía, así que se pasaban el día recorriendo el pueblo y haciendo travesuras.

Por la mañana cuando se reunían todos se iban a los huertos a coger mariposas y cigarras, corrían por el campo, sin darse cuenta estropeaban los sembrados, cuando veían llegar al dueño gritando y con la garrota en alto echaban a correr entre risas y carcajadas.

Ya por la tarde, se acercaban a la plaza del pueblo, allí había una fuente con cinco caños de la que brotaba un agua fresca y

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cristalina y en las que las mozas iban a llenar sus cántaros todos los días al atardecer.

En la pandilla de veraneantes, una de las chicas no tenía miedo a nada, en el monte cuando jugaba cogió un ratón al que tenía atado con un cordel fino, cuando las mozas estaban de tertulia alrededor de la fuente, llegaba ella con disimulo y soltaba el ratón, las mozas gritaban y corrían y mas de un cántaro se rompía así una y otra tarde hasta que se entero el padre de la chica.

Este al enterarse de lo que estaba haciendo su hija la castigó y con ella a todos sus hermanos y cogiendo el ratón que lo tenía en una caja debajo de la cama se lo quitó y lo mató.

Otras mañanas corrían por el barranco buscando minerales, a la vez que cogían juncos y moras, ya por las tardes se acercaban a una charca cercana al pueblo allí se divertían cogiendo ranas para llevárselas a sus padres.

Corría entonces un comentario por los pueblos de que a los niños que eran malos venían los sacamantecas y se lo llevaban metidos en un saco y ya no veían mas a sus padres, así que los chicos y chicas empezaron a estar un poco asustados.

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Un día llegaron al pueblo unas familias de gitanos cíngaros, con sus carromatos llenos de quincallas, fue un acontecimiento, las mujeres iban ataviadas con faldas largas de colores vivos, corpiños negros adornados con muchos collares y pañuelos en la cabeza, los hombres pantalón negro, camisas blancas, puñal al cinto y botas negras hasta las rodillas, los chiquillos iban descalzos.

Acamparon en las eras del pueblo y allí encendieron las hogueras, cuando llego la noche se sentaron alrededor del fuego del que colgaba el caldero de la comida, después de cenar las mujeres bailaban alrededor de las hogueras mientras los hombres tocaban el violín y el acordeón.

El día antes de llegar estas familias de cíngaros al pueblo, se había muerto un tocino y los dueños lo habían enterrado en las afueras, no se sabe como se enteraron los cíngaros pero desenterraron el tocino y por la noche hicieron un festín y con gran algarabía se lo comieron.

La pandilla de muchachos se escaparon de sus casas esa noche y se fueron a escondidas a ver aquella fiesta.

El espectáculo se les quedó grabado en su pensamiento pues aquellas gentes tan raras podían ser los sacamantecas que se llevaban a

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los niños así que después de observar un rato les entro miedo y echando a correr volvieron a sus casas, pero aquella noche ninguno de ellos pudo conciliar el sueño.

A la mañana siguiente cuando la pandilla se volvió a reunir lo primero que hicieron fue volver al campamento de los cíngaros, pues con la luz del día las cosas se veían de otra manera y ya no tenían tanto miedo, pero su sorpresa fue grande ya que comprobaron que los carromatos ya no estaban, y no quedaba ni rastro de los gitanos, habían aprovechado el amanecer para escapar ya que se llevaron de los corrales de las casas todos los animales y bienes que pudieron.

La pandilla pronto se olvidó del acontecimiento y volvieron a sus juegos y travesuras, así fueron pasando los días, llegó septiembre y con él se acabó el verano los chicos y chicas se despidieron con tristeza y confiaron en que al año siguiente pudieran volver a reunirse e iniciar otra vez sus correrías juntos.

María del Carmen Aguaviva Serrano Calatayud

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“De brujas a diablos”

Voy a narrar una historia que me contaron hace ya algunos años, de una pedida de mano cuando eran así; hoy ya son otra cosa.

Mónica había nacido en Bélgica cuando sus padres emigraron allá por los años 60, buscando una vida mejor. Entonces en algunos países europeos había trabajo y en los pueblos de Aragón la ganadería y la agricultura iban a menos.

Fidel y Pilar, que así se llamaban los padres de Mónica, lo tenían muy claro, estarían allí unos años y regresarían a su pueblo de Aragón y volverían a trabajar las pequeñas parcelas que les habían dejado a familiares.

Mónica iba al colegio y sus padres a la fábrica, creo que de chocolates. Fueron pasando los años, Mónica ya estudiaba en la Universidad y allí fue proyectando su futuro y sus ilusiones. También fue cuando conoció a Alber. En realidad, la relación nacía mucho antes; empezaron yendo juntos a clase pues eran vecinos, vivían en la misma escalera. Alber era belga. Poco a poco la amistad fue a más, eran inseparables y entre ellos surgió el amor.

Mientras, los padres de Mónica tuvieron que venir a España por motivos personales y

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fueron mirando a qué se podrían dedicar en su pueblo, siguiendo siempre con ese pensamiento tan profundo y fuerte de volver. Vieron que en el pueblo vendría bien poner un bar ¡se iban a dedicar a servir cafés, refrescos y copas!.

Regresaron a Bélgica, pero ya pensaban pedir el despido en la fábrica de chocolates. La decisión estaba tomada, y los ahorros de años de trabajo y sacrificio, los emplearían en el bar que iban a instalar en Cetina.

Mónica sentía que Brujas era su ciudad. Había nacido allí, se había criado y tenía novio belga. Sin embargo, le parecía bien venir a España. Siempre había estado en el pensamiento de sus padres regresar a su pueblo aragonés. Se casaría con Alber y después decidirían si vivir en España o Bélgica.

Ya estaban aquí, y con el negocio en funcionamiento, decidieron que la pedida de mano se celebraría en el mes de mayo. Para ello irían los padres de Alber desde Brujas a Cetina.

En Mayo, en Cetina se celebra una de las representaciones más singulares que se puedan encontrar en España, en el que el diablo y la muerte son los protagonistas. Es la Contradanza, donde ocho de los participantes (cuatro de blanco y cuatro de negro) llevan en sus vestidos

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unos adornos que les dan la apariencia de esqueletos con el rostro tapado. El noveno representa el diablo con el traje rojo y la cara descubierta y pintada. Todos llevan además adornos florales. Una hora antes de la medianoche y con grandes antorchas en las manos, los contradanceros comienzan en una serie de treinta pasos o mudanzas dirigidas por el diablo. Viene mucha gente de fuera, no sólo de Aragón, y el pueblo se llena.

En el bar de Fidel y Pilar había mucho público y casi la pedida de Alber a Mónica pasó a un segundo plano. No podían atenderles y allí estaban ellos, el pueblo a oscuras y con el olor a antorchas.

Carmen Marín Gil Calatayud

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Comentarios

Somos dos amigas; en este momento nos encontramos en el salón de una casa señorial en pleno centro de la ciudad.

Nos sentamos en el sofá, de cuero de color azul turquesa, muy cómodo.

Tiene una mesita de caoba con adornos y detalles comprados en París, también hay un mueble de madera, enorme, que ocupa el salón de esquina a esquina, con puertas de cristal biselada, y en el interior, un juego de copas de cristal de Boheme, que se utilizan para las grandes ocasiones, como Navidad, cumpleaños, visitas importantes, en fin, que sólo está para ese menester, el resto del año duermen en la vitrina, esperando ser lucida para tales ocasiones.

La mesa del comedor, muy grande, también de caoba, pueden sentarse a la misma 8 comensales; encima lleva un mantel bordado con rosas y geranios, confeccionado por las hábiles manos de las Lagarteranas, y en el centro un gran frutero repleto de frutas exóticas. Alrededor, sus ocho sillas tapizadas con tela brocada del extremo Oriente, de color turquesa, haciendo juego con el sofá.

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Cortinas y visillos de ensueño, colocadas en los grandes ventanales; frente a nosotras, una gran pantalla de TV. descomunal, que en ese momento nos pone al día de todos los chismes y escándalos de los famosos que han sucedido a lo largo de la semana, - cosa que odiamos, pues no nos gusta criticar.

Por todos lados nos rodean mesas-camilla con una interminable colección de portarretratos con fotos familiares, ceniceros y trastos inservibles, eso sí, comprados en los lugares más insospechados que te puedas imaginar, cuanto más raros, mejor.

- ¿ Sabes lo último que ha pasado? – comenta la más avispada.

- Que Matilde, esa que vive en el tercero – tanto presumir de que tiene una cocina de película y regodearse de que en su casa tiene de lo mejor – pues mira, esta mañana fui a visitarla y cuando abrió la nevera, veo con asombro, que sólo tiene dentro un paquete de leche y una tarrina de mantequilla.

- Eso para que veas que no es oro todo lo que reluce.

-También te cuento que, Juan.- el marido de “la” Susana – lo han visto de manos con una explosiva mujer en el pueblo de al lado; iba muy cariñoso con ella. ¡ Ay si se entera “la “

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Susana, con el carácter que tiene!. - lo pone de patitas en la calle.

- ¡Calla, calla! Que lo que te voy a revelar – dice la otra amiga – no tiene desperdicio.

- Hace un rato, antes de venir aquí, era muy temprano y estaba yo sentada en el banco del parque, cuando veo a Maria, la que llaman la “Vedette” . Sí mujer, la tienes que conocer, es la mujer de Fulgencio, el que trabaja de albañil en la obra del nuevo colegio. ¡ya! Pues ésa, que presume de vestirse de lo más “in” y no para de contar que todas las modas que desfilan en las grandes pasarelas de los más famosos modistos, ella se los compra, la vi corriendo hacia los mercadillos que ponen por la mañana, y antes de tener los vendedores toda la mercancía colocada, María estaba revolviendo los cajones de la ropa para comprarse todo lo que le gustaba.

- ¡Menuda tonta! - se cree que no lo sabe todo el pueblo.

- Chisst ¡Que viene Margarita a ponernos la mesa para comer!

- Fíjate, de entrantes ha puesto un cóctel de gambas con un paraguas clavado, que se compran en los chinos. – ¡será cursi ! ; Luego una sopa de mariscos, con tantos langostinos que parece que se van a salir del plato; le

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habrá costado un pastón, y de segundo un besugo al horno, con patatas, cebollas y guarnición.

- Tiene buena pinta.

- Pero lo que más me gusta es el postre; es una gran copa repleta de fresas con nata.

- ¡Vamos a comer!

En esto que ya estamos colocadas y dispuestas para disfrutar del banquete, sentimos un ¡ Zas ¡ y acabó con nuestras vidas.

- Somos moscas, - perdón, éramos moscas.

FANTASÍA

Tendría cabida este final:

En esto, que ya estamos bien colocadas y dispuestas para disfrutar del banquete, sentimos sobre nosotras un ¡Zas!

- Menos mal, que tenemos los reflejos preparados para tales acometidas, y antes de caer abatidas por el manotazo de Margarita, salimos volando.

O este otro:

En esto, que ya estamos bien colocadas y dispuestas para disfrutar del banquete, sentimos sobre nosotras un ¡Zas!

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- Menos mal que disponemos de ojos grandes ocelados y antes de caer abatidas por el manotazo de Margarita, desplegamos las alas y salimos volando.

Yolanda Sarmiento Hernández Calatayud

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Un callejón sin salida

Que duro es pensar que una amiga te va a dejar y se va a marchar a un lugar de donde nunca volverá.

La droga es algo que te quita la vida y si te metes ya no hay salida, intentas evadirte de la sociedad, olvidar tus problemas y demás pero lo único que haces es destruirte la vida sin darte cuenta y sin encontrar una salida.

Cuando ves a esta gente por fuera te preguntas ¿Por qué lo harán? Pero cuando están dentro es muy difícil pensar en los demás y lo haces sin darte cuenta.

Si tienes un problema piensas que con la droga lo vas a solucionar pero no te das cuenta que no es verdad, crees que vas a evadirte, que los problemas se marcharán pero no es cierto ya que al día siguiente los problemas te seguirán.

Hace más de dos años conocí a una chica, pensé que era mi chica ideal, que de ella me iba a enamorar, pero el amor es ciego ya que yo no veía donde estaba metida.

Ella tenía un problema, yo le intentaba ayudar pero ella pensaba que cuando quisiera la podía dejar.

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Un día me dijo que me quería que yo era lo mejor que le había pasado en la vida que la droga la iba a intentar dejar pero si yo la dejaba se iba a derrumbar. Aquel día me sentí feliz; le dije que la iba a ayudar y que pasara lo que pasara nunca la iba a dejar. Esa misma noche paseamos por la playa como dos niños enamorados sin hablar una palabra y cogidos de la mano. Nos besamos, nos acariciamos y ella me prometió que siempre estaría a mi lado. El tiempo se me hacía eterno en sus brazos yo me sentía bien me sentía seguro junto a ella.

Los primeros días la notaba distante de mí pero eso era normal y yo todo mi apoyo le tenía que dar. Ella sólo me tenía a mí no tenía a nadie más, su familia no la quería ayudar, pero yo la quería de verdad.

Nunca me había enamorado pero me sentía muy bien a su lado, tenía miedo de la gente, de lo que pudieran decir pero eso no era ningún problema, porque yo era feliz.

Todo iba bien entre nosotros, hasta que de repente apareció esa mujer blanca y fría que poco a poco le quitaba la vida, esa mujer que yo tanto odiaba y que nuestro amor separaba. Volvió a caer en sus manos, parecía una tentación pero no supo decir que no. De nuevo llegaron momentos difíciles para los dos, intenté ayudarla pero de nuevo cayó. Es un camino del

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que es muy difícil salir, piensas que tú no estás enganchado, que cuando quieras la dejarás pero ya es demasiado tarde para volver atrás. Nunca la había visto llorar, era muy fuerte pero yo no podía aguantar. Otra vez me prometió que la dejaría y yo como tonto la creí. Por la noche habíamos quedado, mi corazón me decía que algo había pasado pero no le hacía caso. Por un instante pensé que había vuelto a caer, pero yo confiaba en ella. Le demostré lo que yo sentía, le dije que la quería y entonces se puso a llorar sus lágrimas me hicieron pensar en lo mucho que me podía amar.

Tenía miedo, ella me adoraba y yo la besaba pero algo raro pasaba entre los dos.

Esa tarde yo me tenía que marchar, ella se despidió y su mirada me decía algo más. Mi corazón latía y pensé que nunca más la vería, me dijo adiós y me pidió perdón. Al día siguiente no supe nada de ella y me preocupé, recibí una carta e inmediatamente la abrí y por un instante deseé morir.

Ella no podía aguantar más, la droga pudo con ella y ahora se ha marchado y solo me he quedado. En su carta me decía lo que me quería.

“Por ti lo hago, no puedo encontrar la salida. Piensa que he hecho lo mejor para ti, te

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estaba haciendo sufrir y no aguantaba mucho tiempo así. Recuerdo los momentos que juntos hemos estado pero no puedo olvidar el dolor que te he causado.

Quiero que me recuerdes toda la vida y que nunca olvides lo mucho que te quería. En este momento dejaré de escribir porque al otro mundo tengo que ir. Te quiero de verdad, pero este mundo tengo que abandonar.”

Destrozado me quedé, mi corazón latía y desde ese día no tenía sentido mi vida. Me hice mil preguntas que nunca pude contestar porque sólo quería llorar.

Es muy duro pensar que la persona más querida no volverá, que se ha quitado la vida por no encontrar una salida. Mi vida no tiene sentido si no está ella, éramos felices y la he tenido que perder.

Aún recuerdo cuando en la orilla del mar me dijo que me amaba de verdad, que por mí la iba a dejar y no pensé que me podía engañar.

Muchas veces sueño con volverla a ver. Con estar junto a ella y con poderle decir que me hizo muy feliz.

No me importa que se haya marchado, yo quisiera tenerla a mi lado pero me siento bien

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porque la felicidad ha encontrado. Ahora me toca luchar y fácilmente no me voy a derrumbar, por ella lucharé y aunque se haya ido siempre la esperaré. Sé que se ha ido a un lugar mejor y que yo estoy en su corazón, pero la distancia no me importa porque allá donde esté estarán unidos nuestros corazones.

Jesús Ángel Jiménez Garrido Calatayud

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Imaginad a Buffi

¡Hola amigos lectores!

Permitirme que me presente, por si alguno no me conocéis. Me llamo Imaginación y soy una cualidad que existo en todo ser humano. También estoy en vosotros, aunque no me veáis ni me sintáis.

Mi trabajo es muy gratificante, ya que permito que podáis ver aquellas cosas que no están al alcance de vuestros ojos. Eso os permite un sinfín de posibilidades, ya que cuando leáis un libro, un cuento o cualquier otra lectura que sea de vuestro agrado, cada uno de vosotros le va a poder dar la forma que desee, ponerle los colores que más os agraden y la música que más os divierta.

Para que podáis probar cómo funciono, me gustaría contaros un cuento. Y si lo leéis entre varios amiguitos, cuando terminéis podéis conversar sobre cómo os lo habéis imaginado cada uno.

Me gustaría hablaros de Buffi. ¿Qué quien es Buffi? Eso lo dejo a vuestra elección. Puede ser un niño, un ratón, un perrito o incluso pudiera ser un oso. Ahora es el momento en que podéis empezar a utilizarme y ver el trabajo que efectúo.

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A Buffi le gustaba mucho hacer reír a los demás. Pero Buffi tenía un problema, y es que era muy tímido y le daba mucha vergüenza hacer cosas delante de otros. Así que eso hacía que Buffi estuviera muy triste. ¿Cómo te imaginas en estos momentos a Buffi? Pensativo, serio, lloroso… ¿Cómo te sientes tú cuando estás triste? Pues en estos momentos Buffi se siente igual.

El papá de Buffi, que lo estaba observando, se dio cuenta que algo le preocupaba a su hijo. Así que decidió hablar con él. ¿A que tu papá también se preocupa por ti cuando te ve triste? Seguro que como el papá de Buffi se acerca a hablar contigo para que le cuentes lo que te tiene preocupado.

El papá de Buffi se acercó a él y le preguntó: “Oye, Buffi, hace días que te vengo observando y he notado que estás triste. ¿Te ocurre algo? ¿Puedo ayudarte?”

Buffi le dijo que tenía un problema y que no sabía cómo resolverlo.

“Bueno, quizás si me lo cuentas, podamos entre los dos hallar una solución” dijo su papá. ¿A que tu papá también te ayuda a resolver tus problemas? Así que Buffi le explicó a su papa lo que le pasaba, pensando que aunque su papá era muy sabio, seguro que no podría encontrar una solución para su problema.

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El papá de Buffi se puso a pensar cómo podría resolver el problema de su hijo. Buffi estaba muy pendiente del rostro de su papá para ver si por su expresión podía determinar que ya tenía la solución. Por fin, su cara se iluminó y le dijo a Buffi:”Creo que ya se como resolver tu problema. Deberías de vestirte de payaso.”

“Pero, papá, ¿Tú crees que vistiéndome de payaso solucionaré mi problema?”, dijo Buffi.

“Verás hijo, yo creo que se puede solucionar porque al vestirte de payaso es como si estuvieras escondido y nadie sabrá que eres tú. Así no te dará vergüenza y podrás hacer todas las cosas que tanto hacen reír a los demás. Y podrás hacerlos felices cuando te vean hacerlas.”

Buffi se quedó un rato pensando en lo que acababa de decirle su papá. Y al final estuvo de acuerdo con su papá en que era una buena idea vestirse de payaso. Sólo que ahora tenía que pensar cómo sería su traje de payaso. Así que volvió a pedirle ayuda a su papá.

Su papá volvió a pensar y al final le dijo a Buffi:”Mira Buffi, estoy pensando que como hay muchos amiguitos que están leyendo esta historia, podemos pedirles que nos ayuden a diseñar tu traje. En una página al final, pueden ir dibujando las diferentes partes del traje a

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medida que se los vayamos nombrando y pueden hacerlo del tamaño y el color que más les guste.”

¿Estáis de acuerdo amiguitos? Pues manos a la obra. Podemos empezar por los pantalones. ¿Qué color les ponemos? Rojo, verde, azul o también pueden ser de ese color que tanto os gusta. Y además podéis ponerles cuadros, flores, mariposas o estrellas. ¿Con qué creéis que quedarán más bonitos? Pensad un poco y a trabajar, que a continuación nos pondremos a dibujar la chaqueta.

¿Ya habéis pensado de qué color será? También tenemos que escoger el modelo. Puede ser larga, corta, cruzada, con solapa o podéis ponerle una forma más divertida. Podéis pedirles ayuda a vuestros papás.

Una vez que ya tenéis la chaqueta, vamos a pensar en los zapatos. ¿Qué color os gusta más? Negro, blanco, marrón, rojo… También pueden ser de charol, sí, de esos que brillan tanto. Y el tamaño también es muy importante. ¿Os habéis fijado cuando vuestros papás os llevan al circo en los zapatos de los payasos? Algunos los llevan muy grandes. Así que venga, a dibujarlos.

¿Ya los has escogido? Oye, me gustan mucho. Ahora vamos a pensar en qué clase de sombrero le pondremos. Es muy importante que

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lo escojamos bien porque aunque hay muchas clases de sombreros, éste tiene que ir de acuerdo con la personalidad del que lo lleva. Así que piénsalo bien y colócaselo a Buffi.

Ahora ya casi tenemos el traje. Pero falta algo muy importante en un payaso. ¿Qué crees que falta? ¿Qué no lo sabes? Pues te voy a ayudar un poquito. Ponte delante de un espejo y mírate. ¿Qué ves? ¿Ves la cara de un payaso? ¿No, verdad? Pues ahora ya sabes lo que le falta al traje de Buffi. Claro, ¡pintarle la cara! Eso es algo muy característico de un payaso y aunque pudiera parecer fácil, no lo es tanto.

¿Sabes porqué puede ser complicado pintarle la cara a Buffi? Porque ningún payaso se pinta la cara igual que otro payaso. Cada uno lo hace de forma distinta y así se les puede reconocer. Pero que eso no te detenga, que hasta ahora lo has hecho muy bien y nos estás ayudando mucho. Así que ponle imaginación y piensa en cómo podemos pintarle la cara a Buffi.

¿Ya la tienes pintada? Eso está muy bien. ¿Qué te parece si como punto central de la cara le ponemos de nariz una bolita? Pensar en que color le podéis poner.

Y como toque final podemos ponerle una flor en la solapa. ¿Cuál os gusta más? Una rosa, una margarita, un clavel… o cualquiera que os

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guste más a vosotros. Pero eso sí, que sea grandota.

“Oye Buffi”, le dijo su papá, “me estoy dando cuenta que tienes muchos amiguitos. Fíjate que en cuanto les hemos pedido ayuda para diseñar tu traje de payaso, enseguida se han puesto a dibujarlo. Y ¡mira cuántos te han hecho! Ahora el problema va a ser que no vas a saber cuál elegir entre todos. Porque además, son todos muy bonitos”.

“Sabes papá, creo que eso en vez de ser un problema va a ser una solución. Porque al tener tantos trajes, me puedo poner uno cada día. Un día el de Alberto, otro el de Marta o el de Luís, y así mis amiguitos estarán muy contentos porque voy a utilizar todos los trajes que me han hecho. Y además, así nadie me podrá reconocer. Sólo quien me ha hecho el traje que lleve ese día.”

Seguro que os gustaría saber qué ocurrió cuando Buffi se puso el primero de vuestros trajes.

El primer traje que se puso fue el tuyo, sí, ese que le hiciste tan bonito. Vuelve a mirarlo para que veas lo lindo que es. Era día de fiesta. Había mucha gente. Así que Buffi empezó a contarles cosas, a cantar canciones y explicarles cuentos. Y ¿sabéis lo que ocurrió?

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Pues que como Buffi iba vestido de payaso ya no tenía vergüenza.

Y Buffi ya nunca más estuvo triste. Porque a partir de entonces, pudo hacer reír a los demás, que es lo que a él le gustaba hacer.

Bueno, amiguitos, hasta aquí la historia de Buffi. Espero que hayáis disfrutado imaginando a Buffi y su traje de payaso.

Y sobre todo, me alegraría que hubierais aprendido como me podéis utilizar y en cuántas facetas de vuestra vida.

Que sigáis leyendo otros cuentos y me utilicéis para imaginar otras aventuras.

¡Hasta otra ocasión! Seguiré contándoos más historias de Buffi, el payaso que le gustaba hacer reír a los demás.

Isabel Lario Ruíz Calatayud

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Ilusiones

La historia que os voy a contar es la de una niña, ya mujer, que pudo vivir en cualquier pueblo de nuestra Comarca.

Esto sucedió en un pueblo pequeño, trascurrían los años 60 y Alicia estaba en edad escolar, le gustaba mucho ir al colegio y era una niña muy aplicada, sus asignaturas favoritas eran lengua, geografía e historia aunque las matemáticas se le atragantaban un poco por lo que dos días a la semana la maestra, al terminar las clases, se quedaba con ella para repasar y reforzar la asignatura.

Su padre era agricultor y su madre tenía que ir con él para ayudarle por lo que los días que no tenía repaso en la escuela, tenía que cuidar de su hermana menor y aunque Alicia lo hacía con agrado, le fastidiaba mucho no poder jugar con sus amigos, se tenía que quedar allí, en el barrio y se aburría como una ostra jugando al corro, a las casitas, a la pelota o a saltar a la comba, necesitaba estar con sus amigos por lo que algunas veces le hacían compañía.

En aquellos años se les tenía mucho respeto a los profesores y en los pueblos había tantos niños en edad escolar que se tenían que

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repartir en la escuela de niños y la escuela de niñas y salvo contadas excepciones no se compartían las clases ni los juegos, siempre estaban separados aunque en el recreo, ocasionalmente, los profesores les pedían que se juntasen ambos para jugar a ciertos juegos como balón-tiro, fútbol, a correr y pillar… etc. Y siempre que jugaban chicos contra chicas, ganaban ellos.

Como entonces los maestros se quedaban a vivir en el pueblo, los sábados por la mañana, si hacía buen tiempo, se hacían excursiones al campo, llegaban hasta la ermita de San Roque, allí, había una chopera bastante grande con una fuente de agua bien fresquita, se llevaban un bocadillo para almorzar y tras jugar un buen rato se volvían para casa pero si llovía o hacía demasiado frío para estar a la intemperie se quedaban en la escuela y jugaban a la baraja.

Fue pasando el tiempo y Alicia se hizo mayor, llegó al último curso y se tuvo que plantear la posibilidad de seguir estudiando o quedarse en el pueblo haciendo “sus labores”, la maestra le animaba a que no dejara los estudios, que se marchase a Zaragoza, ella podía ayudarle a solicitar una beca, Alicia tenía muchas dudas, sus padres cultivaban cereal pero apenas ganaban dinero, eran tiempos muy difíciles.

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Un día habló con sus padres, les planteó la situación y como su madre tenía una hermana que vivía en Zaragoza, decidieron que se fuese a vivir con ella y así poder seguir estudiando.

El día de su partida Alicia sintió una pena infinita, no sólo por alejarse de su familia sino también por sus amigos de toda la vida a los que tenía que dejar y especialmente a aquel muchacho… era el hijo del boticario y aunque no habían cruzado ni una palabra, las miradas que él le lanzaba no le dejaban lugar a dudas de lo que sentía por ella. Como realmente no había nada entre ellos, Alicia pensó que él pronto la olvidaría y que ella haría lo mismo.

Con ayuda de su tía buscó una academia pues ya había decidido estudiar Secretariado, sus padres con mucho sacrificio le mandaban algo de dinero semanalmente pero no era suficiente por lo que Alicia decidió buscarse un empleo por las mañanas ya que las tenía libres. Tras mucho buscar, su tía le proporcionó la dirección de una familia que necesitaba una chica para las faenas domésticas y ella aceptó.

Alicia cada día echaba más de menos a los suyos, los añoraba tanto que no podía pasar sin ir algún fin de semana que otro al pueblo. Todos los domingos por la tarde había baile en el casino y Alicia lo esperaba con verdadera ansiedad porque allí se encontraba con aquel

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chico que cada vez le gustaba más, todavía no habían hablado pero ella intuía que acabarían haciéndose novios.

Ese año, en las fiestas patronales por fin la sacó a bailar, Alicia estaba tan feliz que empezó a imaginarse el futuro con él, ya no le apetecía volver a Zaragoza, quería quedarse allí, con él. A partir de entonces Alicia empezó a añorar el pueblo con tanta intensidad que creía no poder aguantar ni un solo día más en Zaragoza, la situación se le volvió tan irresistible que un día, hizo la maleta, le dejó una nota a su tía y cogió el primer tren en dirección a su pueblo. Al poco tiempo de llegar se dio cuenta de que se había precipitado pues el chico en cuanto vio que ella quería formalizar la relación, le entró miedo y rompió con ella.

Alicia tuvo la mayor decepción de su vida y además tenía que aguantar los reproches de su familia y amigos así que fue un alivio abandonar de nuevo el pueblo y volver a casa de su tía para continuar sus estudios. Al año siguiente los terminó con unas notas muy altas por lo que no le fue difícil encontrar trabajo en una oficina del centro.

En ésta oficina trabajaba también un chico que aunque no era muy guapo enseguida llamó la atención de Alicia por lo trabajador y atento que era con todo el mundo

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pero como estaba tan escarmentada de su experiencia anterior, no le prestó mayor atención. Enseguida se hicieron amigos aunque ella se empeñaba en mantener una cierta distancia pero él siempre estaba pendiente de ella ¿y si se equivocaba de nuevo?, pero el destino a veces es irremediable

Un día al salir de la oficina llovía a cántaros, ella siempre llevaba un paraguas plegable en el bolso, lo abrió y se disponía a marcharse cuando lo vio, estaba allí con las solapas del traje subidas mirando al cielo esperando a que cesase la lluvia.

Alicia sintió un impulso, le llamó y le hizo una señal para que se acercase, él le propuso ir a una cafetería que había en la esquina a tomar un café bien caliente y esperar así a que parase la lluvia, ella aceptó, el le cogió suavemente el paraguas y le tendió su brazo para que se agarrase y fue ese contacto tan cálido a pesar de la humedad el que le hizo estremecerse y sintió una sensación a la vez maravillosa y desconocida.

Se hicieron novios rápidamente y a los seis meses se casaron, tuvieron tres hijos y Alicia dejó de trabajar pero nunca olvidó a aquella maestra que tanto había marcado su vida. Se quedaron a vivir en Zaragoza y empezaron a ir de visita al pueblo, primero en vacaciones pero

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luego todos los fines de semana por lo que acabaron arreglándose una casa allí.

Alicia nuca consiguió olvidar a aquel amor de juventud no correspondido pero a su manera, fue feliz.

María Llanos Pardos Morales Fuentes de Jiloca

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Una mujer maravillosa

La mujer de la que quiero hablar nació en Fuentes de Jiloca el año 1911, en una familia humilde compuesta por los padres y cinco hermanos: cuatro chicas y un chico. Al nacer la menor le pusieron por nombre Juana pero la madre quedó muy delicada tras el parto y cuando la niña tenía tan solo catorce meses murió, quedando la pequeña muy desamparada.

Eran unos años muy difíciles para todos pero para ellos más porque tuvieron que crecer sin el cariño y el amor de una madre y eran tan pequeños…

El padre tenía que trabajar mucho y cuando llegaba la campaña de la remolacha se tenía que marchar fuera del pueblo, a Santa Eulalia y otras a Francia, cualquiera puede imaginar las amarguras que pasaron.

Dos de las chicas, se fueron a trabajar de niñeras para dos familias aunque el único pago que obtenían era la comida, el chico ayudaba al padre en todo lo que podía y la otra se quedó para cuidar de la casa y de Juana, ¿cómo se le podía pedir tanta responsabilidad si sólo tenía 12 años?, para que no le diera mal y le dejara hacer las faenas de la casa, metía a

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su hermana menor en un cuévano, una especie de cesto grande que se utilizaba para acarrear o transportar las uvas y la tapaba con una cesta.

¡Qué desgraciada fue su niñez! Pues cuando su padre no estaba en el pueblo, se quedaban solas, algunas noches la única cena de Juana era un trozo de pan que le metía una tía por la gatera de la puerta a escondidas para que no se enterase su marido, pues también andaban muy justos, y en la cama se lo comía no desperdiciando ni una migaja y quedándose al poco dormida.

Pasaron unos años de calamidades y un día el padre se “amigó” con otra mujer que era de Zaragoza y se fue con ella llevándose a Juana pero al contrario de lo que se pudiese pensar, aumentó su desgracia pues la mujer tenía una hija a la que cuidaba y daba todo su cariño y no sólo dejaba de lado a Juana sino que ésta era víctima de toda clase de desprecios, tantos que incluso su hija dormía en una cama y a Juana le ponía dos sillas juntas y era allí donde tenía que dormir, sobre aquellas dos sillas. La pobre Juana, ¡cuánta tristeza y amargura tuvo que pasar en aquella casa! ¡Cuánto echaba de menos el cariño de una madre!.

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Pasaban los días y como Juana no se quejaba por nada, aquella mujer y su hija, cada vez se portaban peor con ella pero un día llegó su padre a cenar y se la encontró llorando tan amarga y desconsoladamente que dijo: ¡se acabó!, cogió a su hija y la llevó al convento llamado las Oblatas en Zaragoza acostumbradas a recibir niños que eran ofrecidos por sus padres a Dios y confiados a su monasterio. Y él se volvió al pueblo.

Juana empezó por fin a ser feliz, estaba muy contenta en ese convento pues había muchas niñas huérfanas como ella y allí encontró el cariño que tanto le hacía falta; allí aprendió a leer, a escribir y a hacer muchas labores como: mundillo, ganchillo, a bordar, a zurcir, aprendió además muchas oraciones y canciones religiosas, en el convento permaneció mucho tiempo.

Cumplió diecisiete años y era realmente feliz su mayor ilusión era meterse monja y no salir de aquel lugar nunca. Su hermano que vivía en Zaragoza le iba a visitar a menudo y Juana siempre le decía lo mismo: que su mayor ilusión sería meterse monja y quedarse en el convento para siempre, un día su hermano fue al pueblo para hablar con sus hermanas y les contó que iban a perder a su hermana para siempre porque Juana no quería salir del convento, así

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que fueron a por ella, la engañaron diciéndole que su padre se estaba muriendo y que quería verla por última vez, muy apenada se puso en camino y cuando llegó, ya no le dejaron irse.

Como tenía que trabajar se puso a servir para una familia del pueblo, pronto hizo amigas y de nuevo volvía a estar contenta y cuando ya llevaba dos años en el pueblo, se enamoró de un chico del mismo barrio, pronto se hicieron novios formales y con intención de casarse pero como en el pueblo Juana ganaba poco y se tenía que preparar el ajuar, al no tener a nadie que le ayudara, se fue a Calatayud con unas amigas que le habían buscado una casa para servir pero solo estuvo dos día en esa casa, la primera noche le dieron media cabeza de besugo frita para cenar y la otra media se la guardaron para la noche siguiente, así que por la mañana, se levantó, cogió su maleta e hizo “sanpedro” como decían entonces cuando se despedían de la casa que estaban sirviendo, desde allí se fue a otra casa donde trabajaba muchísimo pues mientras les servía la comida a los señores en el comedor, ella en la cocina comía y fregaba, todo al mismo tiempo pero era muy trabajadora y limpia y no le importaba nada el trabajo, los señores la apreciaban y ella estaba contenta, en esa casa estuvo mucho tiempo.

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Los domingos el novio bajaba en bicicleta a Calatayud a verla y en las fiestas del pueblo era ella la que subía, era muy divertida y le gustaba mucho bailar, él era un buen chico y se llevaban muy bien pero en unas fiestas ella estrenó un vestido de manga corta pero él no quería que se lo pusiera, ella le dijo: “cuanto más malo te sepa más me lo pondré” y así lo hizo, cada vez que se lo ponía el refunfuñaba pero ella no le hacía caso, acabaron tomándoselo los dos a broma, pasó un tiempo y se casaron y todo fue felicidad.

Mi querida madre, he escrito tu historia porque mis nietos, hijos de tus nietos que tanto querías y los que te adoraban, me preguntan por mi madre, quieren saber cómo eras, yo les digo que eras la madre más buena y maravillosa que nadie puede tener y les digo que estás en el Cielo porque tenías un corazón de oro, ningún pobre que llamaba a tu puerta se iba sin un buen bocadillo. En el invierno, cuando hacía mucho frío, mirando por la ventana nos decías: “¡Pobrecicos, Dios mío los que no tengan un techo en estas noches de frío y tengan que dormir al raso! por eso, como se que estarás en el Cielo, sólo deseo que recibas la misma bondad que tu supiste dar en la Tierra.

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Mercedes Bureta Pascual Fuentes de Jiloca

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Bodas de ayer

Ahora que mi nieta está con los preparativos de su boda, no puedo evitar pensar en lo distintas que eran antes, no se celebraban apenas, no había tanta ilusión, eran tan diferentes…

En mi época y antes también, las mujeres preparábamos el ajuar, es decir, los muebles, la vajilla y las ropas para la casa, todo se guardaba en un baúl viejo o en un sitio donde nadie lo tocase. Como ropa de casa, teníamos que preparar: 2 toallas, media docena de servilletas para tapar el cesto cuando íbamos a llevar la comida al marido pues por lo general, seguían trabajando para el padre, en el campo, sin sueldo; dos juegos de cama eran suficientes, quita y pon, porque duraban muchísimo tiempo pues cuando se rompían se apedazaba, se les iban añadiendo un pedazo detrás de otro.

La vajilla la preparaban las madres poco a poco, cada plato, tazón, olla… eran cambiados por huevos, algún conejo o pollo a los vendedores ambulantes que venían al pueblo pues el dinero escaseaba mucho.

Para comprar los muebles había muchas familias que pedían dinero prestado y los

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padres que tenían 3 y 4 hijos o más, vivían para siempre entrampados.

Yo a los 13 años empecé a trabajar en un almacén de fruta para poder comprarme yo misma los muebles, iba a estriar la fruta y a preparar las cajas que salían para la plaza de Madrid, Valencia o Soria, mi madre me guardaba el dinero que ganaba en casa, así cuando me llegó la hora de casarme me pude comprar en Calatayud el dormitorio compuesto por la cama, sólo una mesilla, un lavabo, un armario con luna y un aparato de luz pequeño, todo de lo más barato porque tenía que alcanzar para el comedor, compré una mesa con 6 sillas y 2 sillones de mimbre que como no me cabían en la habitación destinada para el comedor, los tuve que bajar a un patio grande que había en la casa, la casa era ya de mi marido.

Los hombres todos se casaban con un traje azul marino y las mujeres con vestidos de diferentes tonos azules y verdes. Yo aquel día estrené dos, el propio de novia y otro que se llamaba de “tornaboda” para después de la ceremonia. El primero fue de color azul oscuro y el segundo verde azulado, ambos los compré en un comercio de Calatayud llamado “La Sala”.

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Me casé un 29 de diciembre y hacía mucho frío, no es que nevase mucho pero no dejaron de caer pequeños copos de nieve durante todo el día, yo que iba “a cuerpo”, es decir, sólo llevaba el vestido, pasé mucho frío y al salir de la iglesia fui corriendo a por un abrigo que ya no era nuevo pues lo había estrenado el año anterior. Sí, llevé velo pero no fue largo y blanco sino corto y negro pues tan sólo me cubría la cabeza, los zapatos eran de ante negro, los compré en la “Casa del Cojo” pues así era como conocíamos a aquella zapatería de Calatayud y eran de medio tacón pues en Fuentes las calles siempre han sido muy “costeras”. No llevé ningún ramo de flores pues entonces no se estilaba.

La ceremonia fue a las 10 de la mañana y como ya he dicho que hacía mucho frío al terminar nos fuimos a la que sería nuestra casa todos los invitados, unas 30 personas, allí estuvimos conversando hasta que las mujeres de la familia empezaron a preparar la comida y poner las mesas.

De primero comimos arroz y después la familia de mi marido asó un cordero y nosotros llevamos 8 ó 10 pollos capones de unos 4 ó 5 kilos ya guisados que habían sido criados especialmente para esta fecha. No hubo tarta que cortar, ni siquiera recuerdo que hubiese

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fruta de postre, lo único que no faltaba era el hambre.

Y eso que nosotros nos podíamos considerar afortunados pues se contaba de generaciones anteriores que algunas bodas se celebraban con chocolate que se comía con mucho pan y alguna caja de galletas surtidas que se compraban para los convidados, luego cada familia comía por separado, se solía comer judías de ayuno y guisado de conejo o pollo y con sus salsas se arreglaban las judías y se acordaban de aquellas comidas durante años, iban con tanta hambre a comer que se hartaban de judías, ¡tan ricas como les sabían! y luego no podían comer la carne guisada, algunos incluso lloraban pues no había nada peor que estar viendo la comida y tener que dejarla sin probar, otros se metían las tajadas que podían en los bolsillos y el traje se quedaba hecho un asco, ya no se podía limpiar bien y a veces no se podía volver a usar pero ¡había tanta hambre!.

Otras bodas terminaban el día con los novios enfadados y separados ya el mismo día de la boda por los gastos que se originaban.

Después hubo un tiempo en que las bodas se celebraban de madrugada, a las 6 de la mañana y a los invitados se les ofrecían unas pastas y un refresco o una copa de anís y cada

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uno a su casa, los novios a Zaragoza o a casa de algún familiar a pasar dos o tres días y a casa de vuelta. Yo ni siquiera pude ir de viaje de novios.

Al casarnos yo me quedé al cuidado de la casa y mi marido llevaba unas tierras a renta pero yo le ayudaba en todo lo que podía, a plantar patatas y a arrancarlas, después a sembrar judías y a recogerlas, a la era a sacudirlas , a meterlas en sacos, a desgranarlas para venderlas, a hacer las gavillas para atar la mies, se usaba una paja especial de centeno porque era la más larga, se mojaba para que fuera más flexible y se ataba para darle mayor longitud… vamos, que no me faltaba faena.

Enseguida llegaron los hijos, primero Mario, después Juan Francisco y por último Joaquín, tres motivos de orgullo para mi.

Como no teníamos tierra propia para que pudieran trabajar en el campo, pedí consejo a mi padre quien me asesoró que les diese una buena educación pues así se podrían colocar sin problemas y así fue, no tienen carrera pero sí trabajo especializado, los tres son muy educados y respetuosos con las mujeres y con sus padres, son buenas personas y creo que en la vida, eso es lo más importante.

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Angelines Ruiz Guerrero Fuentes de Jiloca

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Juegos de infancia

En la actualidad tengo 82 años, el mismo número de niñas que íbamos a la escuela hace ya tanto tiempo…

Mi padre siempre había trabajado en la RENFE en Valencia; pero por circunstancias de la vida, se tuvo que venir al pueblo y como no conocía nada de las faenas del campo se tuvo que dedicar a la cría de cerdos.

Yo era muy llorona y asustaba a las cerdas, por eso mi madre, cuando yo tenía cuatro años, habló con la maestra y le preguntó si podía ir. Por supuesto dijo que sí, a cambio de una peseta de plata al mes.

Recuerdo que se entraba por la mañana a las 9 y se salía a las 12 y por la tarde íbamos de 2 a 4 aprovechando la hora solar.

Salíamos con mucha hambre y nos íbamos corriendo a casa a ver qué tocaba ese día, unas veces nos daban pan sólo; otras, pan con una hoja de col o pan con cebolla y un pellizco de sal para que mojásemos la cebolla en ella; pan con vino, a veces una sardina rancia, y mi preferida: ¡chocolate! Una porción para dos porque las porciones eran muy grandes, “de teja” les llamábamos y es que el chocolate era lo que más me gustaba, me gusta y me gustará

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siempre, otra cosa no había, pero hambre… malos tiempos aquellos que espero no vuelvan nunca.

Después de merendar, nos quedaba un buen rato para jugar antes de la hora de la cena, me imagino que por entonces ya existirían juguetes pero no los conocíamos.

Nos hacíamos nosotras mismas las muñecas con trozos de ropa vieja que tenían las madres para otros usos. Hacíamos como un saco y lo llenábamos de recorte, los brazos eran una tira larga bastante gruesa que cruzábamos a la altura de los hombros; pero lo más difícil era la cabeza, hacíamos un redondel con bastantes dobles y lo pegábamos al tronco pero se desmayaba por todas partes, lo cosíamos muy fuerte y ya teníamos la muñeca que nos duraba bastante tiempo.

Otros juguetes para nosotras eran trozos de vajillas rotos; los buscábamos en las basuras, aunque basura había poca porque por entonces se reciclaba todo, los restos comestibles para los animales, y lo demás: zapatillas, papeles, plásticos, todo se quemaba en el fuego para dar calor, éramos felices a nuestra manera.

Otras veces íbamos a la vega a coger hierbas y nos inventábamos un mercado entre

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nosotras. Una era la carnicera, otra la verdulera, otra la tendera… ¡qué recuerdo de mis amigas Práxedes, Fabiola, Florencia, María, Irene…!

Las chicas no podíamos alejarnos mucho de la puerta de nuestra casa porque la madre nos podía llamar en cualquier momento para ayudarle en la casa o cuidar de los hermanos más pequeños, sin embargo los chicos eran más libres y jugaban a otros juegos bastante más agresivos, por ejemplo jugaban a la “Dola” corriendo por las calles del pueblo armando gran alboroto a pillarse; y al “Esconde correas”, se quitaban las correas que eran los cinturones que sujetaban los pantalones, las arrollaban, las escondían en los agujeros de las paredes y los que las encontraban corrían detrás de los chicos y les pegaban correazos fuertes. Algunos lloraban, pero ninguno dejaba de correr intentando salvarse. Al llegar a la plaza y tocar la pared, se salvaban.

El “Marro” era el juego peor porque rompían mucha ropa, algunos llegaban a casa con la chaqueta sin mangas o el pantalón en la mano, se deshacían la ropa al sujetarse y agarrarse unos a otros fuertemente; a mí me parecía como si fuese una guerra donde los dos bandos, uno en cada extremo de la plaza, se dedicaban unos a hacer prisioneros a los otros;

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y estos a defenderse con uñas y dientes, pero también se divertían, no había otra cosa.

Y así fuimos pasando la niñez, entre risas, llantos, peleas… pero todo entraba en el juego pues al día siguiente todo estaba perdonado.

Angelines Ruiz Guerrero Fuentes de Jiloca

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Mujeres con valor

A veces contamos historias que decimos que son “reales” pero ¿cómo sabemos lo que realmente tienen de “verdad” y lo que tienen de fantasía? Yo quisiera contar un hecho histórico que ocurrió en mi pueblo, Fuentes de Jiloca, hacia el año 1362 pues aunque hoy en día el castillo está en ruinas, hace muchos años no era así.

Esto ocurrió en la Edad Media durante la llamada “Guerra de los Pedros” que enfrentó a Pedro de Aragón con Pedro de Castilla, quizás por sus numerosas fuentes, o por considerarlo como un lugar estratégico.

Fuentes de Jiloca era uno de los lugares más importantes de la Comunidad por lo que no es extraño que el rey de Castilla quisiese conquistarlo a toda costa y lo intentó con todos los medios que se le ocurrieron, pero viendo que ni con halagos ni con amenazas conseguía rendir el lugar, persuadió a dos personas de otro pueblo vecino a que en su nombre, advirtieran de los peligros a que se exponían los habitantes de Fuentes si no se rendían pues entablaría dura batalla contra el pueblo, destruiría sus haciendas, quemaría sus casas.

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Amenazaron incluso con despeñar a los habitantes desde las murallas y las peñas más altas del castillo. A pesar de todas estas amenazas, no consiguieron que el pueblo se rindiese y no tuvieron más remedio que dar marcha atrás de momento.

El pueblo quedó muy contento y satisfecho de no haber cedido al chantaje y creyó encontrarse por fin a salvo; pero lo que no se imaginaban era que el rey de Castilla lejos de darse convencido había urdido un plan terrible: había decidido enviar numerosos soldados con bandera falsa con la intención de que al llegar a la puerta principal de la muralla fueran acogidos con agrado por las gentes del lugar pensando que venían a defenderles de su enemigo, sin percatarse de que ellos eran el enemigo.

Aquel día, los habitantes de Fuentes estaban totalmente descuidados, unos en las faenas del campo pues los campesinos habían salido de las murallas al amanecer, estaban preparando la tierra para el cultivo del trigo y la cebada y se habían llevado el almuerzo aunque luego las mujeres irían a llevarles la comida para que comiesen caliente, casi siempre solía ser un buen plato de legumbre porque así comían menos “segundo” y los de la casa podían comer con el resto.

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Otros se encontraban en la iglesia pues al ser la techumbre de madera, ésta se había quemado, dos meses antes, al caer sobre ella un rayo, una noche de fuerte tormenta y la estaban reconstruyendo, por eso, los varones de las casas tenían que ir “a zofra” es decir, cada uno cogía las herramientas que tenía: un burro, una mula, un pico, una azada, un simple palo… el que no tenía nada ponía sus manos y su esfuerzo.

Los soldados lograron entrar en el pueblo y poner las banderas del rey de Castilla en las torres del castillo y se apoderaron de él; pero las mujeres no estaban dispuestas a rendirse tan fácilmente y ofrecieron resistencia.

Como en todas casas solía estar la lumbre siempre encendida, sólo tuvieron que avivarla y en grandes sartenes pusieron a hervir agua o bien aceite, dependiendo de las posibilidades de cada casa, con gran cuidado subieron el agua hasta una de las ventanas de la casa que daba a la calle y al grito de ¡viva Aragón! la volcaron sobre las tropas castellanas. Los gritos de dolor fueron tan intensos que los hombres enseguida se percataron de lo que pasaba y armados con palos, rompieron las puertas del castillo que habían sido cerradas y pelearon tan valerosamente contra los soldados castellanos que lograron vencerles.

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Debido a esta realidad histórica hace unos años se hizo un homenaje a todas las mujeres de Fuentes en memoria de aquellas heroínas que supieron defender el lugar y se puso una placa conmemorativa en al Plaza para que nadie olvidara el valor de las mujeres y su valentía.

Lidia Yagüe Lorente Fuentes de Jiloca

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Libertad

Era un pueblo pequeñito, de unos 300 habitantes aproximadamente. Las casas habitadas estaban muy cuidadas y pintadas de blanco pero había muchas otras en las que se apreciaba el paso de los años y el abandono por parte de sus propietarios. Muchos de ellos habían emigrado a la ciudad, los que eran mayores buscando la cercanía de sus hijos, los más jóvenes intentando encontrar un futuro más prometedor. Las calles eran muy estrechas y empinadas, tanto que no podían pasar dos coches a la vez por lo que la mayoría de los habitantes habían optado por ir andando.

Aquí vivía una familia compuesta por el padre, la madre, dos hijos y una hija. El mayor se llamaba Juan, tenía veinte años y se dedicaba a la agricultura, ayudaba a su padre pues ya desde pequeño se había sentido atraído por la naturaleza, apenas sabía andar cuando su abuelo lo montaba en la caballería y lo llevaba hasta el huerto, y allí descubrió lo que el abuelo llamaba “la fuente de la vida” como de una simple semilla nacía una planta y de ella sabrosos frutos. Juan le escuchaba sin entender pero aquella tarde de septiembre le comprendió por fin; fueron a arrancar patatas, Juan pensaba que nacían de la mata como los

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tomates pero su sorpresa fue inmensa al ver que cavando un poco la tierra… Le pareció que había descubierto un tesoro y aquella tarde de septiembre decidió a lo que se quería dedicar cuando fuese mayor. El segundo hijo se llamaba Carlos, tenía dieciocho años y con ayuda de su padre había comprado un pequeño rebaño que pensaba aumentar poco a poco, se sentía libre como el viento cuando le llevaba a pastar. Tener por techo el cielo le parecía un lujo, tumbarse sobre la hierba y ver pasar las nubes, correr cuando en verano, y sin previo aviso, empezaba a caer una lluvia torrencial que le calaba hasta los huesos… no le importaba porque después salía el arco iris y eso no tenía precio, pensaba que pese a los sacrificios que le suponía este trabajo no lo cambiaría por nada del mundo, ¿había algo mejor que la libertad?.

La tercera hija se llamaba Carmen, tenía dieciséis años y ese año terminaba la escuela, su madre le atontaba diciendo que por ser la pequeña y además niña siempre había estado muy consentida y eso era malo, la verdad es que Carmen no tenía nada claro, nada le gustaba y no sabía qué hacer cuando terminase los estudios; estudiar le aburría, pero pensar en trabajar… ¡qué horror! y además, ¿en qué?... nada en lo que hubiese que levantarse

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antes de las 9, que ya le parecía que era madrugar, ni hablar de aguantar ningún jefe echándole broncas, no aguantaba que le gritase ni su padre, bueno, quizás si encontrase “algo” que le pagasen mucho dinero y en el que no tuviese que dar palo al agua… ¿por qué tenía que decidir? pensaba que lo mejor sería seguir estudiando, sus padres podían pagarle sin problemas los estudios en Zaragoza, allí sería libre, nadie se enteraría si estudiaba o no, además, había falsificado tantas veces la firma de su padre… sí, podía vivir libremente, sin tener que dar explicaciones a nadie ni aguantar reproches de su madre, sí, sería lo mejor.

Pasaron dos años y Carmen ya llevaba uno instalada en Zaragoza, uno de los escasos fines de semana que se dignaba en visitar a sus padres en el pueblo, su hermano Juan se brindó para llevarle de vuelta, tenía que hacer unos encargos de semillas en un vivero de las afueras y como estaba abierto a pesar de ser domingo, podía aprovechar el viaje. Llegaron a la dirección donde su hermana vivía, era un piso pequeño pero muy céntrico que compartía con otras dos chicas, Carmen se había olvidado las llaves así que llamaron a la puerta, les abrió una muchacha… rubia despampanante enseñando un escote muy provocativo, Carmen los

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presentó, se llamaba Raquel, ella le dio dos sonoros besos y agarrándole del brazo le invitó a sentarse con ella en el sofá que había en la habitación, era tan distinta a las chicas que había conocido… le hablaba en un tono dulce, meloso, se reía con los comentarios que él hacía… Carmen había quedado así que los dejó solos. Juan no estaba acostumbrado a tratar con chicas, las del pueblo, la que no era familia, tenía ya novio por lo que aquella tarde se sintió… le era difícil explicar sus sensaciones.

Volvió al pueblo como trastornado día y noche no dejaba de pensar en Raquel, aquella diosa rubia con la que no dejaba de soñar. Empezó a buscar excusas para viajar a Zaragoza pero ella no se conformaba, le pedía más, le insinuaba que podían viajar, los dos solos sin tener que esconderse de las miradas de nadie, quizás al extranjero varias semanas… le convenció de que trabajar y ganar dinero sólo servía para gastarlo y disfrutarlo, Juan le decía que había que pensar en el día de mañana pero Raquel se echaba a reír y decía que el mañana para ella no existía. María, otra de las compañeras de piso de Carmen intentó avisarle, no era la primera vez que Raquel actuaba así, sabía que usaba a los hombres a su antojo, a ella le daba rabia, tanto como algunas mujeres luchaban por ser respetadas

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como personas y Raquel de un plumazo se cargaba todo, defendía que un hombre ante una mujer atractiva no conocía ni a su padre y a veces María dudaba si no tendría razón pues Juan ni siquiera la escuchó y le pidió que no se metiera donde nadie la llamaba y así lo hizo. Tanto como Juan había defendido siempre la libertad y ahora se había convertido en un esclavo de Raquel, hablaba por su boca, veía por sus ojos... poco a poco fue perdiendo su identidad. Un día decidió dejar el pueblo y marcharse también a Zaragoza, el campo le pesaba como una pesada losa, Raquel le había enseñado a vivir y le recordaba sin cesar el tiempo que había perdido encerrado en aquel pueblucho. Comenzaron días de vivir de noche y dormir de día, los ahorros de Juan pronto empezaron a menguar, Raquel le dijo que no le contara sus problemas, que ella era libre y si él no tenía dinero, ella sabía dónde encontrarlo lo que a Juan ponía furioso. Una noche Raquel no regresó a la casa, todos pensaron que estaría en una de sus famosas juergas sin fin, pero al día siguiente tampoco apareció, ni al otro, ni al otro… avisaron a la policía pero siguieron pasando los días y Raquel no aparecía ¿dónde estaría? a Juan le atormentaba más, ¿con quién?. Habían pasado dos semanas cuando una llamada telefónica de la comisaría de policía les anunció que había aparecido el

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cuerpo sin vida de una joven que correspondía con la descripción que tenían de Raquel y efectivamente así era. El impacto que sufrió Juan fue tan brutal que necesitó asistencia médica, estuvo ingresado dos días y el médico le dio el alta bajo palabra de que seguiría con el tratamiento que le había dado durante varios meses más. Raquel, esa fatídica noche se había tomado una sobredosis en un piso abandonado junto a varios amigos, según ella la droga le hacía sentirse libre, Juan siempre le decía, cuando le ofrecía, que él solo quería ser esclavo de ella y de nada más pero su mente le torturaba una y otra vez ¿podía él haberlo evitado? Cualquiera que conocía a Raquel sabía que la respuesta era no y Juan se sumió en una profunda tristeza. María acababa de terminar la carrera de psicología y pensó que esta vez sí podría ayudarle, pasaban largas horas hablando un poco de todo, del pasado y del futuro. Un día Juan decidió volver al pueblo, quizás allí donde tantas veces se había sentido libre pudiese encontrar la paz interior que tanto buscaba. Pasaron varios meses y Juan empezó a sentir que despertaba de una pesadilla, cada vez le parecía todo lo sucedido más lejano… pero echaba de menos las conversaciones de María, hablaban a menudo por teléfono pero no era lo mismo, si no fuese por ella… Llegaron las fiestas del pueblo y Carmen avisó que

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llegaría el viernes al mediodía que le fuese alguno de sus hermanos a recoger Juan al autobús, pero a media mañana varias ovejas de su hermano se pusieron de parto y Juan tuvo que ir a buscar al veterinario. Al atardecer por fin llegó Juan a casa, estaba muy cansado, su hermana salió a su encuentro y le dijo que tenía una sorpresa para él, le agarró de la mano y le condujo a la cocina, allí, sentada frente a la chimenea había una mujer… no, no era una mujer, era su María… ella se giró y le sonrió dulcemente, se acercó y se fundieron en un calido abrazo, se miraron a los ojos y no les hizo falta palabras para comprender… María le señaló las tres maletas que había traído de equipaje y Juan, acertadamente, pensó que eran demasiadas para un solo fin de semana, María había venido para quedarse con él, quería compartir su preciada libertad.

Esther Perruna García Fuentes de Jiloca

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Personas que hacen historia

Las palabras vuelan, desaparecen, pero lo escrito queda permanentemente. La vida es Historia. Si cada persona escribiera la suya, ¡qué libro se haría!, cuántas alegrías y cuántas tristezas, nacimientos, muertes; cada día es diferente, cuántas necesidades. Nada se olvida y en ocasiones hay que recordar…

Yo me acuerdo de “la churrera” y tengo que llamarla así porque nunca conocí su nombre, subía muy temprano al pueblo los domingos por la mañana, a las 7 de la mañana en el tren que salía a las 6 de Calatayud, siempre había alguien dispuesto a ayudarla a bajar, ella se atusaba el moño, se ajustaba el delantal y unos manguitos blancos que llevaba y con una cestilla alargada colgada en el brazo, recorría el pueblo voceando: ¡la churrera”…¡churros!... tenía una voz tan fuerte, que enseguida la oíamos. Los churros costaban cada uno 5 céntimos y los que podían comprar salían a la calle, los niños salían todos pero no siempre conseguían que se les comprase un churro, muchas veces lo que conseguían era un buen “moquete” y se quedaban llorando y es que unos días se podía comprar uno para cada uno pero todos los días no, pues el dinero escaseaba mucho. Yo tenía entonces 17 años,

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de más niña los churros no se conocían, solamente el pan.

También recuerdo al heladero y su “garrapiñera”, venía para el verano o bien los sábados o bien los domingos, pues esos días no trabajaba y así ganaba algo de dinero extra que siempre hacía falta. Venía hasta el pueblo en bicicleta pero la tenía que dejar aparcada en la entrada del pueblo pues como en Fuentes las calles son tan empinadas, no podía subir montado en ella, entonces cogía la “garrapiñera” y se la colgaba en la espalda a modo de mochila, pesaría unos 20 ó 30 kilos. A las horas que él venía casi siempre nos encontrábamos en la siesta pero en cuanto oíamos “¡helado rico!” otra vez los niños pedían a la madre que les compraran uno y alguno lo conseguía pero otros no pues si eran muchos en la casa, para todos no podía ser pues como ya he dicho, el dinero escaseaba mucho, algunas veces se compraba un helado para dos. El heladero dejaba la garrapiñera en el suelo y sacaba varias cucharillas de diferentes tamaños pues cada uno compraba el helado según el dinero de que disponía; dos reales costaba el grande pero también había de perra, de perra grande… Cogía una oblea, ponía el helado encima, lo extendía, y lo cubría con otra oblea y hala, ¡a chupar! El helado era siempre de

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vainilla, no había de diferentes sabores y el único defecto que le encontrábamos era que sabía a poco.

También recuerdo a otro señor que venía a vender “quincalla” al pueblo, llevaba de todo: hilos, peines, espejos, calcetines, medias, agujones, tijeras… Le conocíamos como el “tio gomancha” aunque su nombre era Antonio, subía en bicicleta desde Calatayud y la gente decía que era de Portugal, en cuanto llegaba al pueblo se empezaba a correr la voz:

¡Que viene el “tio gomancha”!

¡Voy! que tengo que comprarme dos agujones de cabeza negra para sujetarme la mantilla…

No tenía día fijo para venir pero solía tardar unos 8 días y yo siempre le recordaré con su cesta bajo el brazo gritando: “¡goma ancha y estrecha, agujones de cabeza negra, trenzadera blanca y negra, imperdibles, agujas saqueras, calcetines para niños, medias para señoras, hilos de todos los colores, peines largos, peines cortos…!”

¿Y aquel trapero que venía de Morata? Compraba trapos viejos y alpargatas de cáñamo a tres perras el kilo pero casi siempre nos daba a cambio alguna pieza de vajilla, un tazón de culo ancho, un plato…le llevábamos

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las “rodillas” de fregar cuando ya nos cansábamos de usarlas y a veces le intentábamos engañar metiéndole alguna zapatilla de suela de goma pero él enseguida se daba cuenta y nos decía: “¡no, no!”. Yo siempre tuve una gran curiosidad por saber lo que hacía con aquellos trapos tan viejos así que un día le pregunté a mi padre, él me dijo que lo cocían todo en unas calderas muy grandes y luego lo “escullaban” o volcaban para que se enfriase en unos tablones y cuando se enfriaba lo cortaban con unas cuchillas enormes y se usaban más tarde como papel, nunca supe si aquello era cierto o no, pero cuando me lo contaba mi padre me parecía que así debía de ser.

Todo esto sucedía sobre el año 1934, historias y hechos de personas anónimas que me alegro haber podido contar porque una vez que yo ya no las recuerde, estando escrito, otros los recordarán.

Angelines Ruiz Guerrero Fuentes de Jiloca

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El cariño de los hijos

Quiero contar una historia que sucede con frecuencia, que nos convencen los hijos para entregar nuestra hacienda. Yo era feliz en mi pueblo y mis tierras, trabajaba y tuve que abandonarlas cuando murió mi Ana. Al encontrarme tan solo mis hijos me reclamaban ¡vente papá a la ciudad! verás que bien te lo pasas. Decidí vender mi hacienda, mi tractor, también mis vacas y se lo repartí todo, que era lo que deseaban.

Ya una vez en la ciudad, aquello me agobiaba, ruidos por todas partes y nadie me saludaba. Yo empecé a añorar mi pueblo y ver lo que me faltaba, amigos que allí dejé y el cariño de mi Ana.

Mis hijos ¿si que me querían? es lo que a mí me insinuaban, pero besos y caricias eso nunca me llegaba. Cuando me dejaban solo que de fiesta se marchaban, lo hacían muy a menudo y a mi nunca me llevaban. Del dinero que les di compraron pisos y coches y el que todo esto pagó solo recibió reproches.

Te quitan la libertad, sólo te dan una cama y la tele, poca cosa puedes ver, algún programa.

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Después de desayunar les cuento lo que me pasa me y dicen: “salte a la calle, que voy a limpiar la casa”. Pues salí deambulando buscando calor humano y encontré lo que buscaba en un hogar para ancianos. Allí encontré buena gente, hice amigos enseguida ellos me ayudaron mucho para rehacer mi vida. Pues hacemos excursiones, echamos la partidita, tenemos prensa diaria y también, de vez en cuando, hay alguna fiestecita.

Pero cuando vuelvo a casa me produce escalofríos pensando que allí me falta el cariño de los míos. Y a pesar de que me esfuerce y por mucho que yo diga, ya no existen soluciones para cambiar esta vida. Que a los que somos mayores eso es lo que espera al perder las facultades, ya no hay nadie que nos quiera.

Por eso os aconsejo si perdéis a vuestra pareja nunca entreguéis vuestros bienes ni a los hijos ni a las nueras. Que por mucho que te ofrezcan solo ven sus intereses y te acaban repartiendo en sus casas y por meses.

Yo os deseo amigas mías que esto nunca os suceda pues es triste y lamentable lo que narra este poema.

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Teresa Ruiz Urgel Morata de Jiloca

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Mi abuelo Miguel

Siempre he oído decir que mi abuelo, para los que no le conocían, daba la impresión de ser un hombre serio y muy respetuoso, pero le gustaba la juerga como al que más y era muy bromista y divertido. Tenía dos amigos de los que era inseparable, uno era el tío Paulino Pinto y el otro el tío Pepe.

Paulino era ganadero, se dedicaba a comprar y vender ganado por lo que viajaba mucho por los pueblos de alrededor pero los raticos que tenía libres le gustaba mucho ir de caza con mi abuelo.

Entonces había mucha caza: conejos, liebres, perdices… lo que cazaban lo guisaban entre mi abuela y la tía Manolica, que era la mujer del tio Palino, y se los comían ellos en la bodega del tío Pepe. A estas meriendas también invitaban al señor cura Don Timoteo.

Mi abuelo abría la puerta de la casa y se iba directamente a la cocina, aspiraba fuertemente y relamiéndose por el olor tan rico que desprendía el guiso le decía a mi abuela: “Cuando esté la merienda lista, que nos la suban las chicas a la bodega”.

Las “chicas” eran Elvira, la hija de Paulino y Matilde, mi madre. Y era ella, mi madre quien

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me contaba que cuando llegaban a la bodega, el señor cura decía mirando a mi abuelo y a los demás: “las chicas que cojan lo que más les guste y que se marchen porque aquí solo oirán palabrotas y a vosotros os digo, y no os lo repito, que no me importa que os caguéis en el copón y en la hostia, esas son mis herramientas de trabajo como las vuestras son el pico y la legona, pero a Dios y a la Virgen, por favor, ¡dejármelos quietecicos!”.

A la tía Elvira yo le quería muchísimo, como si hubiese sido mi tía pues mi madre y ella se trataban como hermanas, a ella siempre le hubiese gustado tener una niña pero no pudo ser y tuvo cuatro niños, por eso conmigo estaba entusiasmada y yo como sólo en ella encontraba cariño y además éramos vecinas, pasaba mucho tiempo en su casa y también porque yo no tenía hermanos y en mi casa me aburría.

De los cuatro hijos que tenía, uno de ellos era de mi misma edad, se llamaba Florentín y apenas me veía entrar por la puerta decía en tono despectivo: “ya está aquí la mierdosa esta otra vez” y yo no lo entendía porque era muy buen chico pero a mí me tenía una manía… Un día le pregunté a la tía Elvira que por qué me trataba así y ella dándome un cariñoso beso en la mejilla me dijo al oído: “no le hagas caso,

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galán, es que te tiene algo de envidia, me dice que te quiero más a ti”. Ahora en cambio, cuando nos vemos los dos nos alegramos mucho y nos queremos como si fuésemos familia.

Por aquel entonces no existía la radio ni la televisión y en las noches de invierno sobretodo, los vecinos se juntaban en una casa por la noche porque así se hacían éstas un poco más cortas y se contaban historias o se jugaba a algún juego.

Una noche a mi abuela se le fue “el santo al cielo” y llevaba la cena un poco tardía por lo que cuando llegaron los vecinos aún no la tenía terminada, estaba preparando una tortilla de patata y cuando llegó la hora de darle la vuelta, mi abuelo cogió la sartén y se dispuso a darle la vuelta a la tortilla como acostumbraba a hacer si se encontraba en casa en ese preciso momento, agarró fuerte la sartén pero una vecina mirándole incrédula le dijo a mi abuelo:

- Tío Miguel, ¿usted le va a dar la vuelta a la tortilla?

A lo que mi abuelo le contestó:

- Sí, lo hago siempre, pero mira, hoy me vas a ayudar tú.

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Ella bastante sorprendida le preguntó:

- Pero, ¿qué quiere que haga?

- Coge un plato del armario y salte a la calle, ponte en la cuesta cerca de la chimenea y apara el plato para que la cojas, que yo la echaré al alto con tal fuerza que saldrá por la chimenea.

Ella así lo hizo y es que desde la misma puerta de la casa empezaba la cuesta para subir a la calle de arriba y la chimenea no quedaba muy alta, por eso a ella le pareció que podía ser así, salió con el plato a la calle y se puso cerca de la chimenea, cuando mi abuelo estaba a punto de darle la vuelta a la tortilla oyeron a la vecina que decía:

- Tío Miguel, ¡hala!, échela cuando quiera que ya estoy preparada.

Fue tanta la risa que les entró a todos que la tortilla en vez de caer en la sartén fue a caer en medio del fuego. Mi abuela algo enfadada le dijo a mi abuelo:

- ¡Ya has hecho la gracia!, ahora que, ¿eh?

- No te preocupes mujer, ahora en vez de tortilla, cenamos un huevo frito, una morcilla de la conserva y ya está, y es más, saca para todos que yo voy a llenar la jarrilla de vino, pero

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anda, dile a la moza que entre de la calle que va a coger un pasmo.

Y así era mi abuelo Miguel, a veces me pregunto si desde el más allá verá como vivimos ahora, si es así, ¿que pensará mi abuelo?

Pilar Bendicho Pascual Morata de Jiloca

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Una apuesta a San Fabián

Todos los años nos reunimos toda la familia el día 15 de agosto, que es el día de la Virgen, porque vienen todas mis cuñadas de vacaciones, nos juntamos y hacemos la comida todas juntas, hacemos unas buenas paellas. Pero un día, uno de mis cuñados que es muy formal, no sé lo que le pasó que nos hizo una apuesta, subir a San Fabián, nos dijo que quien no subiese, perdería 5.000 pesetas de entonces, 30 euros ahora.

Yo por seguir la broma y porque perder no me va, dije:

- Yo, la primera que subo.

Pero claro, yo pensé que subir a San Fabián era como ir a Fuentes o a Velilla, que era una carretera llana.

Nos reunimos cuatro cuñadas y una amiga, pero una de las cuñadas dijo:

- Yo no, yo no subo a San Fabián andando.

Creo que ella ya sabía donde estaba San Fabián. Las demás, nos pusimos en camino e iniciamos la marcha, hacía un calor horroroso a las tres y media de la tarde y si las demás lo llegamos a saber, tampoco subimos. Cuando llevábamos ya un rato cuesta arriba,

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llevábamos una sofocación… unas pulsaciones en la cabeza… de pronto vimos una sombrica y mira si iríamos acaloradas que nos tumbamos con la cabeza sobre las aliagas y no notamos ni los pinchazos, yo dije a una de mis cuñadas que es un poco mayor que yo, no mucho:

-Teresa, está subiendo el coche de mi marido.

Y ella dijo:

- Bien chica, que van a venir.

Pero sí, si, a los 5 minutos estaban allí mi marido y los demás con los coches, mi cuñada, como persona juiciosa, se metió en el coche, pero mi otra cuñada, mi amiga y yo, bien cabezonas dijimos:

- No, no, nosotras subimos a San Fabián andando.

Mi cuñado también subió andando pero el iba delante de nosotras y no le veíamos aunque nos iba dejando muestritas, que si un palico, que si una chorradica que si otra cosica… Nosotras seguíamos la marcha y encontramos un ribazo en el que había un poco de sombra y nos echamos a descansar, pero ese día decían que se habían escapado dos enfermas del psiquiátrico de Calatayud, nosotras estábamos allí tan tranquilicas cuando vimos un coche, ellos que nos vieron, apretaron a correr hacia nosotras imagino que creyendo

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que éramos las locas que se habían escapado, así que nos levantamos rápidamente y seguimos por un camino por el que había unas cañas, mira si haría calor que yo cogí una perdiz andando, ni volar podían de tanto calor.

Mi cuñada que era muy graciosa, llevaba una falda ancha y se la echó por encima de la cabeza pero yo, como no nos veía nadie, aquellos que venían en el coche se habían marchado, y si nos hubiesen visto después, aún hubiesen huido más rápido, así que yo cogí, me quité la falda y el jersey y me quedé en braga y sujetador. Mi amiga que ve a mi cuñada más roja que un tomate y vuelve la cabeza y me ve a mi mas blanca que la leche, me pegó un empujón que casi me tira toda la cuesta abajo que había, pero nosotras, bien cabezonas, allá que íbamos.

Los que iban en el coche, llegaron por lo menos tres cuartos de hora antes que nosotros y se sentaron en una olma que había a la sombra, nosotras llegamos tan sofocadas que mi amiga empezó a beber y beber agua de un manantial estaba tan fresquita… no se como no le pasó nada. Seguimos la broma que si, que no, que nos tendrás que pagar la apuesta, mi cuñado dijo que de pagar nada que él en ningún momento había dicho que iba a pagar

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nada, “yo he dicho que quien no subiera a San Fabián andando, perdía 5.000 pesetas”.

Así que él tenía razón, él no se las apostó, nosotras éramos las que nos las habíamos apostado porque si no subíamos las teníamos que pagar pero si subíamos él no nos las pagaba así que cuando hagáis una apuesta, fijaos bien como la hacéis porque de decirlo de una manera a decirlo de otra…

Pilar Algárate Herrero Morata de Jiloca

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La noche de Reyes

Petra y Andrés eran un matrimonio joven y muy humilde, Andrés trabajaba como jornalero pero apenas había faena en el campo, eran malos tiempos. Vivían en el pueblo donde habían nacido y tenía 3 hijas, la mayor tenía 6 años y tan solo se llevaban dos años de la una a la otra.

Un día Andrés se cayó mientras podaba los árboles, se dio un golpe muy fuerte en el brazo y aunque en un principio pensó que no sería nada, que ya se le pasaría, no fue así y se le quedó prácticamente inútil, apenas podía moverlo y según que trabajos no los podía hacer por lo que ganaba muy poco dinero.

Petra atendía la casa y cuidaba a sus hijas pero los ratos que tenía libres iba a otras casas a lavar y a planchar la ropa pero por lo que más se le buscaba era por su gran habilidad haciendo remiendos, los rotos en la ropa, los arreglaba de tal manera que hacía falta mirar muy de cerca la prenda para darse cuenta de que antes había estado roto, decían que tenía unas manos “divinas”.

En las casas no le pagaban dinero, le daban a cambio de su trabajo un canasto de patatas o manzanas, una bolsa de judías,

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huevos o un trozo de tocino...Y así Petra con el poco dinero que ganaba su marido y lo que le daban a ella, les daba de comer a sus hijas.

La víspera de Reyes por la tarde, mientras Petra estaba arreglando la ropa de sus hijas pensó que se les estaba quedando pequeña demasiado rápido, las niñas jugaban en la calle con otras amiguitas, hacía mucho frío pero a ellas no les importaba, se lo estaban pasando muy bien, estaban todas muy contentas y alegres pues esa noche venían los reyes Magos.

Cristina que era la hija mayor de Petra cuando llegó a casa estaba muy emocionada, entre saltos de alegría les pidió a sus padres que les sacara sus zapatos y los de sus hermanas al balcón para que los Reyes les pusiesen los regalos allí como era la costumbre. Sus padres, a los que a duras penas les llegaba el dinero para poderles dar de comer, se miraron a los ojos y no pudieron evitar unas lágrimas de tristeza pues bien sabían que no tenían juguetes para sus hijas. Petra se calló y no dijo nada, con la cabeza baja se fue hacia el “hogar” a prepararles la cena, apenas tenía unas pocas patatas por lo que avivó el fuego y puso el puchero con agua a calentar.

Las niñas estaban muy alborotadas, terminaron rápidamente de cenar y pidieron a sus padres que las acostaran, Petra y Andrés les

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dieron un beso de buenas noches, las arroparon y en silencio salieron de la habitación.

Petra estaba muy pensativa, mientras recogía los cacharros no podía evitar pensar en la desilusión de las niñas cuando al levantarse al día siguiente vieran que no tenían ningún regalo. Estaba recogiendo la ropita de las niñas cuando al meterla en el armario vio un vestidito de flores muy alegres que era de la más pequeña, lo cogió y pensó que al verano siguiente ya no le valdría ¡había crecido tanto! y de repente se le ocurrió. Cogió unas tijeras, hizo unos pequeños patrones de papel, los puso sobre la tela y empezó a cortar, ¡les iba a hacer unas preciosas muñecas de trapo!. Petra estaba entusiasmada, se acercó la vela bien cerca y empezó a coser, lo primero el cuerpo que rellenó con otras telas, lo unió a los brazos y las piernas, luego la cabeza, con hilo les bordó los ojitos y la boca y por último el pelo que hizo con unas lanas de colores que tenía. Cuando terminó observó asombrada que aquellas muñecas se parecían enormemente a sus hijas.

Cuando se despertaron las niñas por la mañana, fueron corriendo al balcón, lo abrieron y no pudieron evitar un grito de sorpresa y admiración al ver esas muñecas tan bonitas. La niña pequeña fue corriendo al dormitorio de sus

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padres a enseñarles la muñeca que había encontrado en los zapatos.

Sus padres estaban aun en la cama pues habían estado toda la noche levantados haciéndoles las muñecas y se les saltaron las lágrimas de emoción al ver a sus hijas tan felices. Se levantaron de la cama, abrazaron fuertemente a sus hijas y les dieron un beso, Petra las aseó, les dio el desayuno y las niñas se fueron a la calle, tenían mucha curiosidad de ver lo que les habían puesto a sus amigas y enseñarles sus muñecas.

A sus amiguitas les habían puesto muchas más cosas, no eran tan pobres como ellas, pero al ver esas muñecas les gustaron más que sus juguetes. Las niñas estaban tan ignorantes de que los Reyes Magos ponían los juguetes que decían que otro año, ellas les iban a pedir una muñeca de aquellas.

Las muñecas llamaron la atención no solo a las niñas sino también a las madres, tenían unos ojos tan vivos y una boca tan sonriente que parecían reales. Algunas fueron a casa de Petra a llevarle unos trozos de tela que tenían ellas y a pedirle que les hicieran unas muñecas como aquellas para sus nietas o hijas, le aseguraron que se las pagarían bien. A Petra eso no era lo que más le importaba, nunca

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había tenido mucho dinero pero tampoco lo echaba demasiado en falta.

Se corrieron las voces por el pueblo y le encargaron muchas más muñecas, con el dinero que iba ganando y con un burrico y un carro que tenía Andrés, iba a un taller de corte y confección que había a las afueras y que tenían unas telas muy bonitas y los retales que les sobraban, se los vendían por muy poco dinero, así Petra iba haciendo todas las muñecas que le iban encargando. Se fueron enterando los pueblos vecinos de que Petra hacía unas muñecas muy bonitas que parecían reales y no le faltaban encargos.

Petra se compró una máquina de coser y en el patio de su casa, puso una pequeña tienda con una estantería donde colocaba las muñecas según las hacía y quedaban preciosas porque no hacía nunca dos iguales, cosa que a todo el mundo llamaba la atención, y también empezó a hacer unos muñecos de guiñol con calcetines que ella misma tejía y como también tenían muy buena venta, con el dinero que fueron ganando pudieron sacar a sus hijas adelante sin tantos apuros.

Desde entonces, Petra, la víspera de los Reyes, siempre hacía unos cuantos muñecos y muñecas de más para dárselos a los Reyes

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Magos y que se los dejaran en el balcón a los niños y niñas que había más necesitados.

Maribel Temprado Cortés Morata de Jiloca

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El coraje de Miguel

Miguel era mi abuelo, yo no le conocí porque murió poco antes de casarse mi madre, pero aunque no llegue a conocerle se muchas cosas de él y a través de este relato quiero contar parte de su historia.

Era de familia humilde, su padre había sido jornalero toda su vida y el seguía los mismos pasos que su padre, desde muy pequeño, todos los días tenía que ir a pacentar la cabra o el burro que tenían, por la tarde cuando regresaba a casa cargaba en el burro un saco de hierba que él mismo había segado por los ribazos para echársela al burro por la noche en el pesebre.

Con tan solo trece años y como era un chico fuerte y muy desarrollado, empezó a trabajar en el campo para el señor Tomás. Miguel se sentía feliz de poder trabajar y aportar el dinero que ganaba para aliviar la economía familiar, particularmente cuando le entregaba el sueldo de la semana a su madre.

Pasaron los años y se casó con Francisca ahora tenía una casa y una mujer que mantener por lo que seguía siendo un hombre fuerte, trabajador y sobre todo muy buena persona. Seguía trabajando para el señor

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Tomás. Francisca, su mujer, todos los días iba a comprar lo que necesitaba a la única tienda que había en el pueblo que también era del señor Tomás, se llevaba todo cuanto necesitaba pero sin dinero, en una libreta le apuntaban el coste de lo que ella se llevaba y cuando Miguel, su marido, cobraba los fines de semana, le descontaban todo el gasto que ella había hecho.

Pero un día se dijo a sí mismo, “yo no puedo estar toda mi vida en estas condiciones ¿qué porvenir van a tener mis hijos si es que los tengo?”. Desde ese momento, cada día si le hacía más costosos tener que ir todos los días a casa de su amo a ver que faena tenia que hacer, así un día y otro y así todos los días del año. Ya llevaban tres años de casados y todavía no tenían hijos, pues Miguel no quería ver a sus hijos como la inmensa mayoría de los chicos del pueblo que iban con los pantalones llenos de pedazos y las alpargatas rotas, él pensaba que con el sueldo que ganaba, no daba para más. Esto lo comentaba muchas veces con su mujer la cual siempre le daba la misma respuesta:

- Miguel, pero entonces ¿qué vamos a hacer? yo estoy deseando tener hijos, aunque nada más sea uno, llevamos tres años de casados y en todo este tiempo nada ha

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cambiado nuestra situación, que quieres, ¿qué cuando queramos tenerlos sea demasiado tarde?.

Él le respondía:

- Pues que sea lo que Dios quiera, prefiero no tenerlos a tenerlos y no poder mantenerlos.

Así se iban pasando el tiempo y Miguel no hacía mas que pensar qué podía hacer para arreglar la situación, pero como el decía “sin dinero se dispone mal”. Un día, cuando Miguel se fue a trabajar el señor Tomás le dijo:

- Hoy Miguel, vamos a ir a Valdecaba a plantar unos árboles, coge la legona y dos calderos para que una vez plantados podamos regarlos con el agua de la acequia -dijo el señor Tomás poniéndose el periódico debajo del brazo y ambos se fueron a la vega.

Cuando llegaron al tajo, el señor Tomás, sentado en el ribazo dispuesto a leer el periódico, dijo:

- Venga Miguel, entre los dos pondremos lo árboles, mientras yo me leeré el periódico.

- A Miguel aquello que dijo le dio tal coraje que sin pensárselo dos veces le contestó:

- - Mire señor Tomás, usted a mi ya no me toca más los co…….y con los suyos, que debe

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tenerlos bien gordos de estar todo el día sentado se ponga los árboles donde quiera y como quiera que yo no trabajo más para nadie.

Y cogiendo la chaqueta que ya se la había quitado, se fue para su casa dejando al señor Tomás con los árboles y todas las herramientas tiradas en el suelo.

El señor Tomás no cesaba de gritarle:

- Miguel, por favor, que solo era una broma, vuelve por favor.

Pero Miguel no le escuchó. Cuando llegó a casa al verlo su mujer se asusto pensando que se había puesto enfermo pero Miguel le dijo:

- No te asustes mujer que no pasa nada, es mas, en mi vida me he sentido mejor, me he despedido del trabajo.

Su mujer lejos de alegrarse se enfadó bastante pues ¿qué iban a hacer ahora, dónde iba a poder comprar sin dinero?. Miguel le contestó que donde lo había hecho siempre, Francisca le preguntó si se había vuelto loco, ¿cómo comprendía que podía volver a aquella tienda después de haber dejado plantado al Señor Tomás?¿acaso pensaba que le iban a

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dar todo lo que necesitase de aquella tienda por su cara bonita?. Miguel le dijo:

- Pues si, tu cuando tengas que ir vas, verás como no pasa nada y lo que pidas te darán, ya verás.

- Y si me preguntan si vas a volver a trabajar, ¿yo que digo?.

- Que no, que ya nunca más voy a ir a trabajar ni para él, ni para nadie.

- ¿No? Pues tú ya me dirás que vamos a hacer si no tenemos un duro.

Francisca aguantó todo lo que pudo sin ir a la tienda, agotó lo que tenía pues le daba tanto apuro… pero al final no le quedó más remedio que ir, cuando llegó a la tienda quiso pedir disculpas por el comportamiento de su marido, pero el señor Tomás no dejo que dijese nada, el le dijo:

- Tienes un marido como pocos, nunca he conocido a nadie tan trabajador pero también es un cabezota, mira, cuando vayas a casa le dices que le espero mañana para ir a trabajar que no ha pasado nada.

Francisca le respondió:

- Me parece que eso no va a ser posible, dice mi marido, que nunca más va a ir a trabajar para nadie.

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- Entonces –continuó el señor Tomás- le dices que si puedo ayudarle en algo lo haré con mucho gusto.

Francisca se fue a casa y le contó a Miguel lo que el señor Tomás le había dicho. Éste no dudo en ir a hablar con él y pedirle por favor que le dejara 1000 reales para comprar lo que él necesitaba para empezar a trabajar, el señor Tomás le dejó el dinero sin hacerle ninguna pregunta ni reproche.

Al día siguiente bajó a Calatayud, compró una burra, una pala, un pico y una sereta para la burra y con todo esto y un permiso del ayuntamiento, empezó a trabajar en el campo exactamente en el Recuento. Comenzó allanando la tierra, haciendo tablas, sacando las piedras en la sereta de la burra y así estuvo durante muchos días, hasta tener la tierra en condiciones para poder sembrar trigo.

Ya el primer año tuvo suerte porque fue un año lluvioso y la cosecha fue muy abundante, tanto que cuando llegó el tiempo de la siega no pudo hacerla él solo y como por aquel entonces iban cuadrillas de alicantinos segadores en busca de trabajo, Miguel contrató a tres de ellos hicieron la siega y así cada año fue a más. A veces pienso qué diría mi abuelo si viera de la forma en que se trabaja ahora.

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Pilar Bendicho Pascual Morata de Jiloca

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La flor del almendro

La flor del almendro ha marcado casi todas las etapas de mi vida, una sensación de plenitud me invade cada primavera cuando descubro admirada que ha vuelto a nacer y siempre acude a mí el mismo pensamiento: “un año más que he podido ver y disfrutar su presencia”.

En casa, siempre hemos tenido almendros y cuando pienso en mi niñez casi me parece escuchar las voces de mis queridos padres en la cocina de nuestra antigua casa diciendo frases como: “este año hay muchas almendras”…”este año se han helado las almendras”…”este año sacaremos algunas perras de las almendras”. Según las palabras que se anteponían a la palabra almendro, ya sabíamos si el año iba a ser “bueno” o “malo”.

De niña me gustaba comparar a mi padre con este árbol, ambos para mí eran fuertes, luchadores, resistentes ante los avatares de la vida o la adversidad del tiempo, su tronco es poderoso, firme; sus ramas resistentes pues no se quiebran ante cualquier ventolera y hay que tener mucha fuerza para tumbar un almendro. Sin embargo mi madre me parecía dulce y tierna como su flor, la primera flor que aparece en primavera tan frágil, blanca y ligeramente

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sonrosada, expuesta a que una helada tardía acabase con ella en un momento.

Tal vez sea esa fuerza lo que siempre me ha atraído a contemplarlo y admirarlo y lo identifico con personas que no tiemblan ante la primera adversidad sino que luchan y se aferran a sus creencias o convicciones y se mantienen firmes en sus decisiones como el almendro se aferra con sus raíces a las entrañas de la tierra, no se conforma, si tiene sed, busca con sus raíces hasta lo más profundo, esa gota de agua que necesita para sobrevivir, por algo su flor es la primera del año.

Además su cuidado no implica excesivo trabajo y su fruto no es perecedero, se recoge sin limitación de tiempo. Y de nuevo el recuerdo de mis padres vareando el fruto para que cayese al suelo y así poderlo recoger y meterlos en sacos que después había que extender, ya en casa, para que no se estropeasen si estaban aún un poco humedecidas y una vez secas, se juntaban por la noche las familias y al calor de la lumbre ¡a esbarar todos las almendras! o lo que es lo mismo, a quitarles la capa medio verde ya seca para dejar la almendra en si, totalmente limpia, estas reuniones se aprovechaban para contar historias, chascarrillos y pasar la trasnochada pues solían

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ser los meses de octubre y noviembre y las noches eran muy largas.

Unos días antes de navidad se volvían a juntar de nuevo las familias, los hombres cascaban sin cesar almendras con las que más tarde las mujeres hacían unos exquisitos turrones y mazapanes, costumbre que hoy en día todavía se conserva en algunas casas, en la mía particularmente es mi marido quien como si de un ritual se tratase, en el mes de noviembre y a raticos por las tardes va cascando las almendras, luego las escalda y las pone a secar, una vez bien secas, las tuesta ligeramente, pone en un cazo azúcar y cuando ésta se transforma en caramelo, añade las almendras, la mezcla la extiende sobre una superficie de mármol y así obtiene un extraordinario guirlache muy elogiado por todos los que lo prueban.

El almendro… es un árbol en el que se han inspirado poetas, escritores… aun recuerdo mi sorpresa cuando descubrí el libro de

Enrique Jardiel Poncela: “Eloisa está debajo de un almendro”, o la canción cuyo autor desconozco: “Aunque tengas mas amores / que flores tiene un almendro / no te ha de querer ninguno / como yo te estoy queriendo. Quien no se ha enamorado o llorado con el

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anuncio de turrones El Almendro con su eslogan: “Vuelve a casa por Navidad”.

¿Y en verano? Cuando nos daban las vacaciones me encantaba subir al monte donde teníamos los almendros y allí, sentada en el suelo con la espalda apoyada en uno abría un libro y me ponía a leer, a veces dejaba caer el libro suavemente sobre mi regazo y dejaba vagar libremente mi imaginación, qué paz, qué silencio, qué tranquilidad. Subía al monte sola pero sentía que mi padre no estaba lejos trabajando, tenía la seguridad de que estaba allí cerca aunque no le veía, él siempre me decía que desde el primer momento en que yo pisaba el campo él ya sabía que yo estaba allí, “el monte, si no lo conoces, te parece que no ves a nadie pero quien por su trabajo lo conoce, enseguida capta los movimientos y ruidos que no son habituales” me decía.

En estos momentos estoy escribiendo en el corral de mi casa dejando que el tibio sol de primavera me acaricie dulcemente, un sol que me enamora el alma, miro al monte lejano lleno de almendros floridos, llenos de flores blancas que parece como si se hubiese extendido una gran sábana blanca sobre ellos. El monte me parece igual de hermoso pero ya no subo a verlo porque no tengo la seguridad que me

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daba mi padre pues aunque él estuviera lejos yo sabía que no estaba sola.

La flor del almendro es el comienzo de muchas cosas, variedad de colores, alegría en el alma aunque me entristece pensar que llegará un año en que no lo veré.

Manuela Beltrán Lallana Morata de Jiloca

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La época en qué nací

Nací en medio de la trágica posguerra en un pueblo pequeño que entonces tenía poco más de mil habitantes, y aunque en mi casa no pasamos grandes penalidades, en muchas casas tuvieron graves problemas de hambre y escasez.

Como en todos los pueblos, después de la guerra, nacimos muchos niños, en las plazas y calles siempre había chicas y chicos jugando, riendo, gritando… en mi calle no había chicas, todo eran chicos y eso era bueno y malo; malo, porque cuando jugaba en la calle con ellos siempre perdía y bueno, porque fuera de ella siempre me ayudaban y si me metía en algún lío, me defendían.

Estoy escribiendo estas páginas, cargadas de recuerdo, sentada sobre la ventana del granero de mi casa, esta casa en la que primero vivieron mis abuelos y como la mía era mas pequeña, ésta siempre me parecía que era la mejor del pueblo, ya entonces me gustaba asomarme a sus ventanas.

No dejo de mirar el horizonte, los montes que tengo enfrente y busco la “Bola del Tromazal” y la “fuente del Campo” de las que tantas veces he oído hablar pero que nunca he

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visto. A veces en las trasnochadas de invierno nos juntábamos con mis tíos y primos, mi tío que tenia fincas por ese paraje nos contaba la historia de una liebre que iba a beber agua a la fuente del Campo y era tan lista que siempre lograba escapar de los perros y cazadores; mi padre nos contaba el cuento de “La zorra y el caracol”, el caracol era muy grande y su concha era de color blanco, vivía cerca de la fuente y la zorra debajo de la bola del Tromazal, un día en que la zorra fue a beber agua, coincidió con el caracol, se hicieron amigos e iniciaron juntos el viaje a Zaragoza.

Mi infancia y juventud la pasé bien, no se si puede llamarse feliz, pues mis padres siempre estaban temerosos de que me ocurriese algo, “no hagas esto”, “ten mucho cuidado”, “que no te toquen” y los curas… todo era pecado, misterio, ¡cuánto miedo nos metían con la confesión y el infierno!, ideas absurdas que todavía rondan por mi cabeza y no se atreven a marcharse del todo, por si acaso. Poco a poco me fui volviendo menos expresiva y más observadora, mi mente buscaba explicaciones que nunca encontraba, a veces no conseguía centrarme en nada, mi cabeza siempre estaba pensando en lo que tenía que haber dicho… pero ya era tarde y la rabia, a veces, me consumía.

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Si dirijo la vista hacia la derecha veo la torre de la iglesia y el ciprés que hay en huerto de enfrente, ¡que grandeza y majestuosidad la de ambos presidiendo el pueblo! No puedo ver la magnifica iglesia pero si cierro los ojos casi puedo contar las hileras de ladrillos que forman la portada; ¡mudéjar!, que palabra tan ligada a nuestro pueblo, evocación de reminiscencias árabes, vidas pasadas como será la mía, la nuestra, algún día.

Escucho y no oigo nada, cierro los ojos de nuevo y me parece oír, lejano, el alboroto que formábamos los niños y las niñas, en las plazas, nos daba igual que hiciera frío o calor; en invierno, tirándonos bolas de nieve o haciendo muñecos, patinando en el río helado hasta que nos mojábamos y empapados y tiritando nos teníamos que marchar a casa, en verano, a la sombra, tirada en el suelo jugando a las tabas, a los hoyos, a la cruceta, a la comba, a la pelota, a los tres navíos… etc.

Miro mi calle e imagino a todas vecinas sentadas en sus sillas bajas, a su lado hay una cestilla de mimbre blanco que llamaban “de la labor”, en ella siempre había una bobina de hilo blanco, otra de negro e incluso un ovillo de color marrón para zurcir las medias, calcetines y pantalones que no faltaban nunca en la cestilla; las abuelas solían hacer “pedugos” o

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tenían en sus brazos a los niños más pequeñicos y los más mayorcicos, corríamos entre ellas hasta que las hartábamos y para que nos estuviéramos un rato quietos nos contaba algún cuento de personajes bien raros “El fraile Motrilon”, “La Delgadina”…y nos quedábamos quietos más bien por el miedo que nos provocaban, siempre me he preguntado por qué los cuentos que nos contaban a los niños entonces todos eran de ogros, brujas y episodios tristes.

Escucha, es el repique de unas campanas volteadas al viento, “¡vivan los novios!”… me casé con un chico de mi misma calle y actualmente vivimos en ella, en la casa de mis abuelos que a mi, de niña, me gustaba tanto, somos los únicos que quedamos en esta calle, aunque las casas no están deshabitadas del todo y en verano vienen los que emigraron y siguen recordado con nostalgia sus raíces, su infancia, los olores y sabores perdidos “¿dónde están?”, “¿a dónde habrán ido?”, afortunadamente aún nos queda el recuerdo.

Isabel García Marco Morata de Jiloca

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Toda la vida juntos

Cuando llegue el próximo 15 de diciembre voy a volver a casarme pero no me vestiré de blanco, tampoco lo hice la primera vez, aunque, por supuesto, será el mismo día ya que es una fecha imborrable en mi vida.

Nos llegó el amor siendo los dos muy jóvenes, teníamos 25 años, bueno, él 26, y para ambos era el primer amor por lo que siempre lo hemos vivido intensamente, juntos hemos realizado tantas ilusiones, tantos deseos, tantos sueños que se hicieron realidad...

Se llamaba Lamberto, era del mismo grupo de chicos y chicos con el que nos solíamos reunir los domingos, pues era costumbre pasear por la carretera, yo ya había notado que él me miraba de un modo diferente al resto de las chicas y yo a él también le prestaba más atención, hasta que llegó un día de primavera del mes de abril, los árboles estaban llenos de flores y llenaban el ambiente de un aroma muy especial... como tantos otros domingos, nos sentamos por parejas y por fin me pidió ser mi novio. Estuvimos festejando dos años y llenos de ilusión preparamos nuestra boda, yo bajé a Calatayud a comprarme el traje de novia, fue en la tienda de “José María de la Fuente” y era un traje chaqueta de color

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azul marino con un sombrerito adornado con unas graciosas plumas que rompían con la sobriedad del traje. Por fin llegó el día soñado, el día de nuestra boda, Lamberto estaba guapísimo, llevaba un traje azul marino también pero al ser él tan rubio, ciertamente le sentaba muy bien. Nos casamos por la mañana, a las once y media y tras la ceremonia bajamos a Calatayud en coche, la comida fue en el hotel “Fornos” y todavía recuerdo con claridad el menú: de primero entremeses, después lomo con pimiento y guarnición, ternasco asado con acompañamiento de lechuga y por último la tarta nupcial, pasamos un día maravilloso rodeados de toda nuestra familia.

Tras la sobremesa, nos fuimos el que ya era mi marido y yo para la estación del tren pues nos íbamos de “luna de miel” a Valencia, cogimos el rápido a las 5 de la tarde y llegamos sobre la 1 de la madrugada a Valencia, en la estación nos esperaba un amigo de mi marido que ya nos había reservado una habitación y nos acompañó al hotel.

Nunca antes habíamos visto el mar, ¿cómo explicar la sensación que tuvimos cuando ante nosotros apareció esa inmensidad azul, con esa calma, con esa brisa que nos acariciaba las mejillas...? y esos atardeceres cálidos a la orilla del mar...¡qué maravilla!,

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imposible de olvidar. En Valencia estuvimos una semana y tuvimos que regresar pues llegaban las navidades y había que pasarlas con la familia.

De vuelta a la normalidad mi marido siguió trabajando en el campo y yo puse una tienda de ultramarinos en la que se vendía de todo incluido calzado o perfume, teníamos mucha ilusión pues ambos deseábamos tener un hogar digno cuando llegaran los hijos a los que deseábamos muchísimo. Y quiso Dios que llegase ese momento y nació nuestro primer hijo, la alegría que sentimos no se puede explicar hasta que se es padre, fue tan grande la ilusión que nos creíamos los padres más felices del mundo. Después nos fuimos sosegando y más tarde nacieron nuestros otros dos hijos, tan deseados y queridos como el primero aunque la experiencia ya se nos notaba y actuábamos con más calma y tranquilidad, la dicha fue completa ya que siempre deseamos tener dos niños y una niña y por fin, aquí estaban.

Pasaron los años, los hijos crecieron y pronto empezaron a vivir su vida, sabíamos que era inevitable pero nos daba tanto miedo...

Un día nos pidieron permiso para marcharse a Calatayud recuerdo que no dejábamos de preguntarnos “¿y si les pasa

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algo?” pero tras mucho dialogar vimos que no podíamos hacer otra cosa sino ceder pues era lo natural.

Siguieron creciendo y también se enamoraron, compartimos con ellos las mismas ilusiones que tuvimos nosotros, se casaron y hoy son tan felices como nosotros lo fuimos, ya que los tres tienen su pareja perfecta y para nosotros son como nuestros hijos.

Yo creí que ya no se podía ser más feliz pero cuando llegaron nuestros nietos, ¡esa sí que fue nuestra mayor dicha!, tampoco nos faltaron las preocupaciones, ¿cómo no? pero siempre nos apoyamos el uno en el otro y logramos salir adelante con optimismo. Una vida de rosas que un aciago día nos demostró que también tiene dolorosas espinas y una de esas espinas se clavó en nuestro corazones, desapareció un capullito de nuestro rosal que todavía tenía que florecer, no sabía que podía existir tanto dolor, para nosotros la vida cambió radicalmente, como siempre intentamos consolarnos el uno con el otro pero ya nada ha sido lo mismo, gracias a nuestra fe en Dios y a nuestro cariño seguimos andando el camino, compartiendo el amor que tenemos con nuestros hijos y el resto de nuestros nietos.

Han pasado 50 años, nos volvemos a casar, el mismo día por supuesto, ya he dicho

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que no podía ser de otra manera, de nuevo como aquella primera vez no sabemos lo que en el futuro nos espera pero seguiremos como siempre, sacando adelante nuestro matrimonio con mucho amor, cariño y respeto el uno por el otro, tratando de hacer felices a los demás ya que para nosotros eso ha sido siempre la felicidad, dar todo el cariño que uno tiene sin pedir nada a cambio.

Querido Lamberto: este relato esta dedicado a ti, con todo el cariño y el amor que siento por ti, nunca olvides que te adoro, que eres, has sido y serás, todo para mi.

Laura Gracia Fuentes Morata de Jiloca

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El osito enamorado

Laurita era una niña a la que le gustaba salir a pasear especialmente a una pradera cerca de su casa, un día salió, como solía hacer todas las tardes de primavera a tomar el sol, sus papás siempre le estaban advirtiendo de que no saliese sola a pasear porque había muchos peligros que acechaban en el prado pero Laurita sólo veía las vacas y los terneros pastando, había muchos rebaños, a los pastores Antonio y Pepe, a los hombres que estaban al frente de las vacas Juan y Andrés, los borregueros… jamás se había encontrado con ningún lobo como le advertían sus papas pero lo que ellos no sabían es que el osito Coqui siempre la estaba observando.

Todos los que la conocían la querían mucho porque era una niña muy cariñosa y encantadora, en cuanto la veían la llamaban y ella les ayudaba en todo lo que podía, sobre todo en tiempo de invierno cuando apenas salía el sol, le gustaba meterse al cobertizo o paridera donde allí con las nieves del invierno recogían al rebaño, a los animales enfermos y a las ovejas mamás que parían a su hijitos, a los papás de los corderitos que cogían frío y tenían que pincharles para que se pusiesen bien…

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Si alguna vez os habéis fijado, habréis observado que muchos animales llevan en una oreja como un parche pues eso quiere decir que están vacunados y controlados por los veterinarios como vosotros lo estáis por vuestro pediatra que anota en una cartilla todas las vacunas que os han puesto para que no cojáis ninguna enfermedad peligrosa de las que se suelen pasar de pequeños y hasta a veces de mayores. Bueno, como os decía, a los papás de Laurita no les gustaba que saliese a pasear por el prado porque les parecía peligroso.

Un día papá oso Coqui se la quiso comer pero tenía una razón para hacerlo, Laurita había salido a pasear como de costumbre, era un día de primavera con espléndido sol y de repente salieron unos nubarrones se ocultó el sol y empezó a llover, Laurita empezó a caminar muy deprisa intentando llegar cuanto antes al refugio de los pastores que estaba muy cerca de allí, se estaba empapando totalmente con el agua de la lluvia por eso no vio aquel tronco, tropezó y se cayó al suelo pero al levantarse vio con sorpresa que frente a ella había un osito que la miraba angustiado como pidiéndole ayuda, observó que se metía hacia un agujero tipo madriguera, volvía a salir una y ora vez sin parar de mirarla, la niña sospechó que algo le ocurría así que le siguió y descubrió que

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efectivamente el osito le estaba pidiendo ayuda pues allí, había un charco de agua enorme y una especie de riachuelo no paraba de aumentar su volumen y profundidad, dentro había dos ositos más, estaban acurrucados y tiritando de frío junto a su madre mamá osa que parecía estar muy enferma, la niña al verlos no pensó en el peligro que corría porque papá oso estaba detrás de unos arbustos vigilando a sus ositos esperando que la lluvia cesase, lo que no sabía papá oso es que mamá osa estaba enferma por el constipado prolongado que tenía al permanecer tanto tiempo mojada en aquel enorme charco, por la forma de respirar se podía adivinar que estaba muy malita. Laurita no se lo pensó dos veces y cogiendo entre sus pequeñas manos a un osito, salió corriendo para intentar buscar ayuda sin saber que papá oso la vigilaba.

Los pastores junto con el rebaño se disponían a merendar, las ovejas estaban tranquilas, la tormenta había amainado y el queso recién hecho, así que Antonio, Juan, Pepe y Esteban estaban deseando hincarle el diente y disfrutar tranquilamente del pequeño rato de ocio, de los pocos que tenían porque había mucho trabajo pero los perros en la paridera no estaban tranquilos, se movían mucho, se notaba que estaban inquietos,

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olfateaban sin parar lo que alertó a las personas que allí estaban y se decidieron a salir y echar una ojeada a ver qué es lo que sucedía, les pareció que todo estaba en orden, las reses estaban tranquilas, así que volvieron a entrar y hambrientos empezaron a merendar pero no les dio tiempo ni a sentarse porque los perros aprovechando que no habían cerrado la puerta del todo echaron a correr ladrando con furia, los pastores salieron tras ellos y se encontraron con Laurita que sudorosa y asustada corría casi sin fuerzas con un osito en brazos. El papá oso que la había ido siguiendo oculto entre la maleza, huyó al ver que los perros se dirigían hacia donde él se encontraba y se adentró en el bosque. La niña con la voz entrecortada por el cansancio les contó lo sucedido y los pastores alarmados le pidieron que les enseñara el lugar donde se encontraba mamá osa y el resto de los oseznos. Empujando entre todos intentaron que mamá osa se pusiese en pie, pesaba demasiado para cargar con ella, lo intentó pero sus patas le temblaban mucho, dio unos pasos tambaleantes y se desplomó sobre el suelo, no pudo resistir el frío y el miedo. A los ositos les arroparon e intentaron darles calor para que aguantasen hasta llegar a la ciudad y a la clínica veterinaria, los ositos se curaron, tuvieron más suerte que su mamá y cuando se encontraron fuertes y restablecidos

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los recogieron y los llevaron de nuevo a la pradera. Papá oso en todo este tiempo no se había rendido y por fin llegó el día en que, a distancia, volvió a ver a sus hijitos, pensó la forma en que podría rescatarlos y los empezó a observar todos los días y así descubrió que Laurita los cuidaba con mucho amor, que los alimentaba y los cuidaba como si de su propia madre se tratase. Todas las noches, papá oso iba a tumbarse sobre la tumba de la que había sido su compañera, le daba igual que hiciese frío o calor pero en cuanto amanecía huía al bosque cercano a la pradera para observar de nuevo a sus hijos y a Laurita que muy alegres y riendo sin cesar jugaban y corrían felizmente por la pradera y así fue como papá oso se enamoró de aquella niña que con el paso de los años se había convertido en una jovencita preciosa de una belleza exquisita, pensaba que debía ser un ángel de esos de los que había oído hablar a los humanos, la seguía observando en silencio pero ahora era no era para asustarla, sino para protegerla junto a sus hijos de los peligros que se les pudiesen presentar y renunció definitivamente a sus hijos porque los veía tan felices y quería ya tanto a Laurita… que decidió escribirle una carta en la que le decía:

Querida Laurita:

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Perdóname porque un día quise hacerte daño por haberme robado a mis hijos, hoy viéndolos a tu lado tan felices renuncio por amor a ellos y a ti porque te quiero como a nadie jamás he querido y nunca en la vida te olvidaré, te llevaré en mi corazón junto a mamá osa. Recibe el besito dulce y tierno que nunca pude darte y que siempre desee con toda mi alma por lo que te admiro. Dales la felicidad que yo no pude o no supe darle a mis hijos junto con un abrazo muy fuerte para todos.

Tu osito Coqui.

Felicidad Castellano Lallana Morata de Jiloca

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Las fiestas de San Martín

Entre los años 1940 y 1942 las fiestas eran muy diferentes a como son ahora. Esperábamos estos días con mucha ilusión porque San Martín era el Patrón de nuestro pueblo y no había ninguna fiesta como esa, aunque todos los domingos del año había baile en el “Salón” pero era particular y sólo pagaban los hombres, las mujeres no, estaba siempre muy concurrido pues bajaba mucha gente de los pueblos de alrededor, era en el único pueblo en el que había baile.

Las fiestas empezaban el día 10, al medio día dos hombres volteaban las campanas anunciando la fiesta, subían a la torre y les daba la vuelta completa con las manos, por la tarde, sobre las 8, venía a tocar en La Plaza, la banda de Maluenda tocaba y bailaba todo el mundo pequeños y grandes, no es como ahora que en nuestras fiestas a la juventud no se le ve el pelo más que por la noche, las fiestas eran más unidas. Por la noche había otra vez baile en La Plaza y a las 12 había de nuevo orquesta en el Salón hasta las dos o las tres de la mañana.

Todos los balcones se engalanaban con banderas o colchas pero siempre las mejores que cada uno tenía.

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El día 11 de noviembre, a las 6 de la mañana, había el Rosario de la Aurora y se daba la vuelta al pueblo rezando el rosario, con cada misterio se cantaba una canción diferente. Un poco antes de las 11 de la mañana, se sacaba a San Martín de procesión y se daba la vuelta al pueblo se pasaba por la calle Mayor, la calle Benita y a caer a la calle las Olmas y de nuevo a La Plaza, siempre acompañados con la banda de música y a las 11 todo el mundo a misa, las autoridades se ponían en el medio de la iglesia en dos bancos uno enfrente del otro, los demás donde podían. Celebraban la misa 3 curas, dos vivían de continuo en el pueblo pero para esa fecha además venía un predicador y predicaba en el púlpito sobre la vida del Patrón del pueblo, San Martín. La misa era cantada por un coro de cantores muy bueno, recuerdo sobretodo a Joselito que tenía una voz… que parecía que estaba cantando un ángel. Al salir de misa, las autoridades e invitados, se iban al ayuntamiento a tomar un refresco y después subían a La Plaza para escuchar el concierto de la Banda del Hospicio de Zaragoza, lo escuchábamos de pie, pues por lo general y en esas fechas hacia mucho frío. Al Santo, la gente le regalaba muchas cosas que luego se subastaban. Un año, mi abuelo Romualdo ofreció al Santo un regalo, dentro nadie sabía lo

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que había pero por fuera estaba adornada tan bonita que la gente empezó a pujar por ella y ofrecían mucho dinero, pensaban que siendo así de lujoso el envoltorio el regalo debía ser espectacular pero cual sería su sorpresa cuando abrieron la caja y de allí salió solamente un gorrión, desde entonces mi abuelo se quedó con ese mote: “el gorrión”.

Después nos íbamos a comer a casa pues venían mis primos de Velilla y de Atea, guardábamos los pollos y conejos que criábamos durante todo el año para comérnoslo ese día, así como el jamón de los cerdos que matábamos, y de postre siempre pasteles que los vendían en los bares, muchas veces no queríamos bailar con los chicos si no nos compraban antes un pastel y ¡vaya si nos lo compraban!.

Había mucho ambiente en la plaza, ponían atracciones como “las barcas”, “coches de choque”, “la noria”, y nos montábamos en todo, ¡cuánto nos podíamos reír!, esos días no nos faltaba el dinero aunque luego no tuviésemos en todo el año, íbamos guardando el dinero que ganábamos con la fruta, etc. También estrenábamos traje y era el único que nos comprábamos en todo el año, y también zapatos nuevos, vamos que ese día íbamos al completo.

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Por la tarde después de comer había la famosa “carrera de pollos” los participantes salían del Peirón y tenían que llegar hasta el mojón de Velilla, ida y vuelta, al que llegaba primero, le daban 3 pollos, al segundo 2 y al tercero 1, antes de entregarlos los paseaban colgados en un palo por el pueblo, a veces ganaban personas del pueblo y otras los forasteros, se corría en calzoncillos y camiseta porque no había otra cosa.

Después de la “carrera de pollos” había carrera de burros en una finca al lado del molino, lo gracioso es que corrían al revés, es decir, agarrados al rabo, y como es de imaginar se caían muy a menudo pero se levantaban rápidamente y se volvían a subir encima del burro ¡cuánto nos podíamos reír!.

Después a bailar a la Plaza todo el mundo, y cuando terminaba íbamos al Salón de nuevo, en la Plaza el baile era gratis pero allí cobraban, a nosotras no nos dejaban entrar porque éramos aun pequeñas pero nosotras sentíamos mucha curiosidad por ver lo que había allí adentro por eso nos quedábamos en la puerta y cuando entraba alguna pareja nos colábamos gateando, nos escondíamos pero siempre había alguien que nos veía y nos sacaba a la calle agarrándonos de los pelos.

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El día 12 era el día de La Cruz, por la mañana a las 11 se iba a misa en la ermita de la Vera Cruz, se subía en romería y se bajaba la Cruz a la iglesia hasta el 3 de mayo en que se subía de nuevo. Por la tarde había juego de pelota en la Plaza que es donde estaba el frontón venían de fuera a jugar a la pelota y era a mano, cuando terminaba reparto de premios había otra vez baile en la Plaza, después de nuevo al Salón.

El día 13 pagaban la fiesta los casados, pagaban la orquesta en el Salón, ese día era gratis y podían entrar los chicos y chicas por la noche otra vez baile y a las 12 se quemaba la traca que ponía fin a las fiestas y a esperar las del año siguiente no sin antes gritar: ¡Viva San Martín!.

Fulgencia Pelegrín Narvión Morata de Jiloca

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Un rosal y una mujer

La mujer es como un rosal y si se cuida da unas flores preciosas, al principio son capullos muy bonitos como un niño recién nacido, esos capullos con el frescor de la noche si no se cortan se van abriendo y se hacen unas rosas muy hermosas que se van marchitando poco a poco, lentamente, pero aún medio secas, conservan ese aroma y ese perfume tan especial. O como un árbol que el agricultor cuida día a día hasta conseguir esas frutas tan sanas, frescas y jugosas que van tomando color poco a poco hasta que alcanzan su madurez y se dejan caer suave, dulcemente en las manos expertas del agricultor. Pero también hay algunas rosas que tienen espinas y con un simple roce pinchan y hace daño a quien las toca, igualmente hay algunas mujeres que tienen espinas y no sólo para defenderse de los extraños que quieren cortarlas sino para sus propios hijos, madres que los golpean, los abandona, cuidadoras que maltratan a los niños que cuidan, ¿cómo pueden hacerlo? ¿no se dan cuenta que un niño es lo más hermoso y sincero que tenemos a nuestro alrededor? Un niño, si te ve triste, se apena contigo; un día estaba yo muy triste, por circunstancias de la vida, casi se me saltaban las lágrimas, no podía

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ocultar mi desconsuelo pero ¡que listos son los niños! pronto se dio cuenta, aun no tenía dos años y casi no sabía hablar pero ella pobrecita me miraba y me sonreía, yo intentaba devolverle la sonrisa pero no podía así que ella cambió su expresión, se sentía culpable pensando que se había portado mal y por eso yo estaba triste e inclinando la cabecita hacia su hombro izquierdo, me pidió perdón, “¿me perdonas?”, esas palabras me hicieron reaccionar, había tanto cariño en ellas… el cariño de un niño no se te olvida nunca, por eso hay que jugar con ellos mucho y cantar, y reír, y bailar, y veréis que niños más sanos son cuando sean mayores para que no tengan espinas ni las madres ni los niños, y por supuesto aquí también tienen mucha parte los padres, darles mucho cariño y amor para que de ese rosal salgan capullos y se hagan rosas preciosas con un intenso y agradable perfume. Recuerdo un día a la niña que yo cuidaba, estábamos jugando y bailando las dos y de repente fue a buscar a su padre para que bailase con nosotras a mi me entró una vergüenza enorme y a él le pasó lo mismo, allí me di cuenta de que los niños cuando son pequeños, no tienen malicia, así que tuvimos que seguir bailando los tres hasta que el padre se pudo escapar, han pasado muchos años y hoy, cada vez que me acuerdo, me río mucho. Es necesario para los niños

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enseñarles a querer, a ser amables y hay que hablar mucho con ellos. Yo a esta niña la quise y la quiero muchísimo, hoy ya es una mujercita pero en mi corazón siempre tendrá un rinconcito pues jamás podré olvidar el día de su primera comunión, ya no tenía a una de sus abuelas por lo que yo me sentí un poquito su abuela, y su madre se sintió un poquito mi hija y pude notar en su corazón el dolor que le causaba la ausencia de su madre y como la echaba de menos en ese día tan especial, no quise ir a comer pues me sentía contenta pero al mismo tiempo demasiado triste y no me gusta verme así, por eso me marche al hotel, entré en mi habitación, la habitación tenía una terraza preciosa y allí me quedé sentada en un sillón y mirando al horizonte me quede dormida.

Felicidad Castellano Lallana Morata de Jiloca

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Una historia de primavera

Como todas las tardes de aquella primavera, la familia de mirlos volaba muy juntita, hacia arriba y hacia abajo, parecían jugar a un “corre que te pillo” interminable. Hacía poco que el pequeño mirlo había aprendido a volar y sus padres le daban los últimos consejos.

Es difícil explicar que es la felicidad, hacían falta muchas palabras, sin embargo, viéndoles jugar, reír y cantar, podríamos decir que en aquellos corazoncitos no cabía ni una gota de esa sustancia que llamamos felicidad.

De repente, un escalofrío recorrió a papá mirlo, distraído como estaba no había advertido la presencia de un “dos patas” que sigilosamente se había situado casi debajo de ellos.

- ¡Un “dos patas”! ¡Un “dos patas”! Gritaba atemorizado. Cuantas veces había advertido a su hijo de la maldad de esos seres que dejaban un rastro de suciedad y dolor allá por donde pasaban.

- ¡Cariño, car…!

Un ruido ensordecedor ahogó sus palabras, de la escopeta del “dos patas” salía

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un hilillo de humo y frente a sus ojos el pequeño mirlo caía como las hojas de los árboles, sus patitas, sus alitas, todo ello era un juguete roto que caía del cielo hasta quedar enganchado en unos cables de alta tensión que cruzaba aquella zona. Mamá mirlo herida de un ala a duras penas conseguía sostenerse en vuelo. En vano intentaron acercarse a su hijito.

El “dos patas” no cesaba de disparar y a buen seguro que hubieran muertos todos, los dos mirlos volaron para huir de aquel malvado “dos patas”. Cuando las fuerzas ya comenzaban a fallarle a mamá mirlo, divisaron una hermosa viña y una casa blanca junto a ella. Descendieron y se protegieron en una de las cepas. Papá mirlo intentaba consolar a su pareja pero esta no dejaba de llorar y repetía continuamente:

- Nunca hemos hecho daño a nadie, ¿por qué hemos sido castigados de esta manera? ¿cuándo se darán cuenta los “dos patas” de que todos los seres somos necesarios?

Y así es queridos amigos, todo es necesario, nada estorba en esta vida. Es necesaria la lluvia de la primavera para que crezcan los trigos de verano, es necesario que los árboles se despojen de sus hojas en otoño y descansen en invierno para sorprendernos de

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nuevo cada primavera con una explosión de color y vida.

En esta historia se encontraban los mirlos cuando vieron acercarse hacia ellos a una niña que los había visto bajar desde el cielo para refugiarse cerca de su casa. La pareja de mirlos veía cerca su fin, la mirla no tenía fuerzas para huir y animaba al mirlo para que se fuera y salvara al mismo tiempo su vida.

El mirlo decía con dulzura:

- ¿Qué sería yo sin ti, mi amor? He vivido junto a ti y contigo moriré.

La niña cogió con mucho cuidado a nuestros protagonistas y les tranquilizó con palabras dulces, les ofreció agua y miguitas de pan, con los cuidados y mimos la mirla recupero las fuerzas y sanó sus heridas. Tanto es así que llegaron a construir un nido y sacaron adelante cuatro hermosos pajaritos, o bien por la contagiosa alegría que podrecían los trinos de los mirlos, el caso es que la niña se curó. Dicen en el pueblo que cuando el doctor dijo:

- ¡Por fin se ha curado la niña!

Su padre derramó unas gruesas lágrimas y después de romper la escopeta abrazó intensamente a su hija diciéndole:

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- ¡He aprendido una gran lección, la lección de la vida!

La autora de esta historia solo pretende que se respete la naturaleza y no se mate a los pájaros.

Asun Algárate Palacios Morata de Jiloca

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Ven conmigo un ratito

Hay un ratón esperando tu mano, no dejes de dársela, y también un teclado, ¡se valiente y decídete!, te enseñará a escribir mirando de frente.

Yo me acerqué a ti con bastante curiosidad pero al rozar mi mano la tuya te fuiste tan deprisa que me asusté, tanto que tarde un año en decidirme a volver a verte.

Esta vez fue distinto yo apoyé mi mano suave pero firmemente en la tuya, tu estabas muy tranquilo, te roce, te gire y note que tu me guiabas, pues yo era novata pero intuí que tú con tu experiencia me ibas a enseñar muchas cosas, me habían hablado tanto de tu inteligencia que cada vez que me sentaba contigo un ratito me quedaba mas enganchada de ti.

Al principio te cogí miedo y hasta pánico me daba acercarme a ti, los dedos de mis manos me temblaban y cuando te rozaba donde tú no querías que te acariciara, bruscamente me decías ¡no, así no! e intentabas guiarme, me aconsejabas como poner mis dedos y como debía mirarte: “¡pon tu mano derecha sobre mí y mírame de frente, a la cara, no mires tus manos, lo harás mejor

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mirándome directamente a los ojos, así descubrirás los míos!”.

Y busqué tus ojos pero no los encontraba, “¿dónde estás?” sólo notaba mi mano sobre la tuya, pero nada más “mueve tu mano despacito, sin prisa, si no me perderás” y tenías razón. Primero encontré un ojito tuyo y con él me ayudaste a buscar secretos desconocimos para mí, pero no era suficiente, me animaste a encontrar tu boca pero no la tenías en medio sino en una orilla, a la izquierda y cuando la descubrí me asombré de las cosas tan maravillosas que gracias a ti he llegado a aprender.

Ahora ya no tengo miedo a tocarte ni a rozarte con mis dedos y cuando me siento a tu lado lo hago de frente, mirándote a la cara, buscando tus ojos y eres tan inteligente que me quedo encantada de ti, incluso cuando hago las cosas mal, me avisas suavemente, te aprieto un poquito a la derecha de tu mano y tu me das diferentes opciones para elegir es que no tengo palabras para elogiarte tanto como yo quisiera.

También te agradezco que me guardes todas las cosas que te mando y se que cuando me apetece las puedo ir a buscar pues con toda seguridad que allí estarán, y cuando estoy

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aburrida si te lo pido, en un minuto te pones a jugar conmigo y no te cansas jamás.

Eres un amigo incondicional siempre que te busco ahí estás, sin preguntas ni reproches por eso a veces pienso que es una lástima no ser más joven y poder aprender tantas cosas contigo pues ahora lo que aprendo hoy, mañana se me olvida y me canso enseguida de estar contigo, si hubieses nacido unos años antes, cuando yo era joven, te habría buscado y de agradecimiento por haberme enseñado tantas cosas hasta te habría besado.

De todos modos, gracias, ahora ya te miro a la cara y no a mis manos, gracias por enseñarme. Gracias, querido ordenador, con todo mi cariño.

Felicidad Castellano Lallana Morata de Jilloca

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50 años

Estoy sentada en el sofá sola y no sé por qué, me he puesto a pensar en como te conocí, tu ibas vestido de militar pues estabas cumpliendo el servicio militar y nos encontramos en el paseo, vosotros erais dos y yo iba con una amiga, os acercasteis a nosotras, tu amigo era andaluz y nos hacia reír sin parar, tú, más serio, me preguntaste que hora era y yo te contesté que en la plaza de España había un hermoso reloj. Luego quisiste saber como me llamaba y yo te dije que “Nati” pero como se os hizo la hora de iros al cuartel, os despedisteis y os fuisteis. ¡De qué iba yo a imaginar que nos volveríamos a ver! pero un sábado, cuando yo regresaba a mi casa, al entrar en el patio, tú bajabas por las escaleras corriendo y me saludaste con un “hola” y yo me quede parada, estaba tan sorprendida que no supe que contestar, tampoco me diste tiempo porque enseguida me preguntaste: ¿a qué hora sales mañana? rápidamente y sin pensar te dije que a las cinco. Cuando subí a casa le pregunte a mi madre que si había estado allí un chico y me dijo que sí, que habías preguntado por mi, así que ella, pensando que eras alguien conocido, te había invitado a entrar, estuvisteis charlando bastante tiempo y justo cuando

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estabais en la puerta despidiéndoos me oíste hablar en el patio y te echaste a correr escaleras abajo. Al día siguiente decidí marcharme a las cuatro y media para no encontrarme contigo porque me pareció muy atrevido lo que habías hecho pero al salir del portal, me cogiste de un brazo y me dijiste: “¿adonde ibas mentirosilla?” te puse tal cara de asombro que continuaste diciéndome: “ me imaginaba que ibas a hacer algo así, por eso estoy aquí desde las cuatro. Yo entonces te pregunte que cómo habías conseguido mi dirección y te habías atrevido a presentarse en mi casa. Me dijiste que habías estado en tu pueblo un fin de semana y unos amigos que habían estado cogiendo fruta en el mío te enseñaron unas fotos que se habían hecho en las fiestas bailando con unas mozas y en una estaba yo. Tú les dijiste que me conocías, que me llamaba Nati, pero ellos te dijeron que de eso nada, que me llamaba Carmen y al verte interesado te dieron mi dirección. A partir de ese día salimos todos los domingos, un día viniste muy contento diciendo: “¡estoy lili…!””¡estoy lili...!” o sea, “licenciado”, y ese mismo día nos despedimos porque me dijiste que te marchabas a tu pueblo porque te gustaba más que la capital y así lo hiciste. Me empezaste a escribir dos o tres veces por semana y yo no se por qué te contestaba pues

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tenía muy claro que a tu pueblo no iría a vivir. Estaríamos tres meses escribiéndonos y de repente un día dejaste de escribir, yo pensé: “¡mira el que se las daba de educado!, por lo menos podía haber dicho que no me iba a escribir más”. Un día vino mi primo y me dijo: “Oye ¿y Juan? ¿qué sabes de él?” Yo le dije que nada, que habías dejado de escribir y no sabía nada de ti y el me dijo: “pues creo que está aquí, coge el tranvía en la plaza España y lo deja en San José, pero como él no me ha dicho nada, yo tampoco le he hablado pero casi seguro que era él”.

Al domingo siguiente al salir de casa, estabas en el portal y me dijiste: “¡sorpresa!” yo te pregunte aparentando indiferencia: “¿qué haces aquí?”, tú me dijiste que habías venido porque si yo quería formalizábamos nuestra relación, pero yo te dije que si estabas en tu pueblo lo que hacíamos era cortar para siempre, que ya te había dicho lo que pensaba. Te echaste a reír y me dijiste que como ya lo sabías y me querías, que llevabas una semana trabajando en Zaragoza, te dije: “¡Traidor!, ¿Por qué no me lo has dicho?” y me dijiste que eso era para decirlo de palabra no por carta. Como estabas de patrona y no muy bien, enseguida decidimos casarnos aunque mi madre me dijo que lo pensáramos que éramos

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muy jóvenes, pero nosotros seguimos adelante sólo sabíamos que nos queríamos y que queríamos estar siempre juntos, no pensábamos en los problemas que podríamos tener. La boda fue muy bonita, yo iba de blanco como debía ser y nos fuimos de viaje de novios unos días a Barcelona, otros a mi pueblo después al tuyo.

Con tu trabajo salimos adelante ya que a ti nunca te ha gustado que yo trabajara fuera de casa preferías trabajar hasta los domingos si hacía falta, pero gracias a Dios siempre hemos andado bastante bien, hemos tenido dos hijos y dos hijas que no nos han dado problemas, son trabajadores y bastante responsables, tres están casados y uno soltero, también tenemos cinco nietos y una biznieta que es nuestra alegría, la cuidamos junto con su abuela pues sus padres trabajan los dos.

No diré que todo ha sido bueno, pues también hemos tenido problemas pero como no eran muy gordos con el cariño que nos teníamos y que todavía perdura, los solucionamos bastante bien y siempre seguimos adelante juntos.

El trece de Junio que íbamos a celebrar las bodas de oro teníamos pensado celebrarlo de un modo sencillo, con una comida familiar. Un día vino Ana, nuestra hija mayor, a buscarme

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pues quería acompañarme a comprar un traje que necesitaba para una boda que teníamos próximamente, le dije que era pronto, que todavía faltaba mucho tiempo, pero ella me convenció de que era mejor elegirlo con tiempo, me extrañó que ningún traje le parecía bien, al fin nos decidimos por uno aunque yo pensé que era demasiado elegante que con uno un poco más sencillo me serviría pero ella se puso cabezona y preferí ceder pues me insistió en que me quedaba muy bien. Después yo quería comprarte una camisa y una corbata nueva para ti pero dijo que con lo que tenías podías pasar. Eso me extrañó aún más, la verdad, pero así se quedo la cosa. Llegó el día trece y fui a la peluquería, allí estaba mi hija, me dijo que no protestara y que me dejara hacer, me iban a dejar muy guapa así que me peinaron y me maquillaron tan bien que me encontré realmente guapa. Cuando volvimos a casa tu estabas esperando como un novio, ¡que elegante estabas con tu traje nuevo!, luego Ana me ayudo a ponerme el traje y dijo: “ahora a esperar a que os venga a buscar Javier” que es su hijo mayor. Yo ya estaba demasiado extrañada con todo aquel misterio, cuando vino Javi nos subimos al coche y nos llevó a la iglesia de San Antonio y allí estaban los otros hijos de Ana, todos guapísimos, Miriam cogió a su abuelo del brazo y Andrés me cogió

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a mi, cuando entramos en la Iglesia en los primeros bancos estaban Juan, Silvia, Carlos y Ana que acababa de llegar corriendo para no perderse nada, estaban con sus parejas, sus hijos y su nieta. Allí renovamos nuestros votos de matrimonio y al volver la vista hacia atrás y ver allí a toda nuestra familia y algunos amigos tan emocionados como nosotros no pudimos evitar que nos cayeran algunas lágrimas. Todos colaboraron en la ceremonia, leyeron dos de nuestros nietos, el mayor y el pequeño ya que los otros eran los padrinos y la chiquitina trajo nuestros anillos. Creo que fue más emotiva incluso que nuestra primera boda. Al salir nos llevaron a la basílica del Pilar, momento que aprovecharon nuestros nietos par irse al hotel donde íbamos a comer, cuando llegamos, la sorpresa fue mayúscula pues habían hecho un montaje con las fotos ampliadas de nuestras “dos” bodas con las que habían adornado la cabecera de la mesa.

La comida fue estupenda, todos disfrutamos mucho sobretodo nosotros, viendo a todos nuestros hijos tan felices, charlando y riendo. Cuando sacaron la tarta nos emocionamos de nuevo porque nos hacía mucha ilusión y entonces vino Patricia “la peque” con un sobre, lo abrimos y aparecieron dos billetes para un viaje a Venecia, regalo de

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todos porque sabían la ilusión que nos hacía, de repente empezó a sonar un vals, el que no sonó en nuestra boda y nos pusimos a bailar, fuimos cambiando de pareja hasta que de tanta emoción no pudimos dar ni un paso.

Realmente fue un día inesperado, lleno de sorpresas y emociones, solo espero que los años que nos queden por vivir, estemos juntos y podamos disfrutar de la familia tan hermosa que tenemos.

Cuando me quede sola sentada en mi sofá de nuevo, recordaré este día y volveré a llorar y me sentiré la mujer más feliz del mundo.

Gracias familia por tantos y tantos momentos de felicidad que me habéis proporcionado y que no podría, aunque quisiera, olvidar nunca.

Amparo Palacián Ferrando Morata de Jiloca

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Ángeles

Ángeles es el nombre de mi madre y si por algo ha destacado siempre y yo la he admirado, ha sido por su extraordinaria capacidad para el trabajo que quiero compartir con quién desee leerlo.

Nació en un pueblo muy pequeño de la provincia de Teruel, era la quinta de 7 hermanos y sus padres, como casi todos de aquella época, tenían que trabajar de sol a sol para poder dar de comer a su numerosa familia, su padre en el campo y su madre en el horno, era la hornera, un trabajo quizás para algunos poco corriente; el horno pertenecía al pueblo y a cada vecino le tocaba llevar una semana la leña, a la hornera le pagaban en especie, es decir, de cada 30 panes amasados, uno se lo quedaba ella, ese era su único pago, y a cambio tenía que limpiar el horno, encenderlo, meter la masa y sacar el pan cocido, por eso, los padres de Ángeles no podían estar pendientes de si su hija iba a la escuela o no.

A ella no es que no le gustase la escuela, todo lo contrario pero lo que no podía soportar era la burla cruel y continua de sus compañeros de clase porque no pronunciaba la “s”. Especialmente recuerda siempre aquel día que llegó tarde a la escuela y todo sofocada le dijo

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a la maestra: “ha venido un hombre con una caballería que llevaba un perón lleno de cazuela”, creo que será mejor que lo traduzca, lo que ella quiso decir fue: “ha venido un hombre con una caballería que lleva un serón lleno de cazuelas”.

Los chicos y chicas empezaron a reírse a carcajadas y Ángeles sintió tanto dolor en su interior que después de aquel día decidió no ir más a la escuela, prefería irse a cuidar niños, a cambio le daban caramelos o galletas pero no era este el motivo por el que lo hacía sino porque así no estaba por la calle sin saber qué hacer.

Creció y se convirtió en una muchacha muy guapetona y coqueta, era alta, con un precioso pelo rizado, delgada y con unas piernas divinas que aún hoy, a pesar de su edad, conserva. No se quiso ir de casa como sus hermanas a trabajar a la capital porque no quería dejar a sus padres solos así que trabajaba yendo a 2 casas 3 días a la semana, una a hacerle la colada, otra a amasar y otra a limpiar la casa, a ella no le importaba, ya he dicho que era muy trabajadora, aunque también le gustaba mucho bailar y divertirse, tanto que cuando había orquesta en la plaza y le tocaba ir a trabajar, lo primero que hacía era coger los cantaros para ir a por agua a la

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fuente, llegaba con ellos a la plaza y se echaba un baile, se iba a la fuente, llenaba los cántaros y al llegar a la plaza se echaba otro baile, rápidamente se iba a dejar los cántaros a la casa, los vaciaba y de nuevo a llenarlos, así hasta que terminaba la faena y ya bailaba tranquila y sin prisas.

Su hermano que era el que tocaba la guitarra, y como ya la conocía, tocaba una pieza y como era costumbre, descansaban, pero cuando la veía con los cántaros sabía que tenía que hacer el descanso más largo para darle tiempo a ir y volver pues si no se enfadaba con él el, como sería su afición por el baile que incluso alguna vez se fue a bailar con un zapato y una alpargata para no perder tiempo.

Era muy feliz hasta que un buen día la fatalidad se cebó en ella, tenía que llevar el almuerzo a los que trabajaban en el campo y como iba muy cansada se echó en el carro a descansar pero se quedó dormida con la cabeza apoyada sobre un “fascal” mojado, un fascal era un puñado de espigas de centeno que se mojaban para poder unirlas mediante un nudo y obtener la longitud necesaria para atar los fajos de la mies, cuando despertó todo su cuerpo temblaba de frío estuvo varios días en cama con fiebre muy alta y a consecuencia de esto se le empezó a caer el pelo poco a poco

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hasta que se quedó sin nada, la llevaron al médico pero fue peor el remedio que la enfermedad pues le dieron una pomada tan fuerte que le quemaron la raíz del pelo y ya fue irreversible, jamás le volvió a crecer, para ella la vida dejo de tener sentido acostumbrada como estaba a disfrutar de las fiestas y también al ser una mujer muy coqueta, poco a poco se fue sumiendo en una profunda tristeza.

Toda la familia intentó ayudarle animándola a continuar su vida como siempre, los amigos le insistían para que saliera de nuevo con ellos y por fin un día se decidió a ir de nuevo al baile, se había comprado una peluca que le había costado mucho dinero pues las hacían a mano, pero a ella no le importaba, deseaba tanto verse guapa de nuevo…

Llegaron a la plaza y al poco tiempo un chico la sacó a bailar, Ángeles estaba realmente emocionada, seguía gustando a los chicos a pesar de todo, pero de pronto este muchacho le preguntó por una chica muy guapa llamada Ángeles, quería saber si se había ido del pueblo pues hacia mucho que no la veía por el baile, ella no le pudo contentar pues los ojos se le llenaron de lágrimas y se fue corriendo a su casa a llorar, aquel chico no la había reconocido ¿tan desfigurada estaba?.

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De nuevo se volvió a encerrar en casa y cuando por fin se encontraba lo suficientemente fuerte como para enfrentarse al mundo, estalló la Guerra Civil, sus hermanos se tuvieron que marchar al frente y a su padre, junto con otros vecinos, también se lo llevaron, Ángeles aprendió lo que realmente significaba tener miedo, se oían tantas cosas tan horribles, había una falta tan grande de información real… pero los campos se habían quedado sembrados y si no se recogía la mies, no tendrían nada que comer así que Ángeles cogió la segadora y las mulas y recogió su cosecha, la de sus vecinos e incluso la de algún pobre que al tener los hijos en el frente no hubiese tenido sino que comer ya que sólo habían quedado en el pueblo mujeres y niños.

Por fin terminó la guerra y volvieron todos sanos y salvos a Laguerela, hecho que llenó a Ángeles de felicidad y un buen día conoció a Pascual en un baile, estaba de “agostero” o temporero en una de las casas en las que trabajaba y se casaron rápidamente, ella tenía ya 29 años, ¿para que esperar?.

No tenían casi para comer mas que un pan que partían en 4 trozos y así almorzaban, comían, merendaban y cenaban, trabajaban en el campo y antes de salir el sol ya marchaban a cumplir con su trabajo, se

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establecieron en el pueblo y como el dinero no les alcanzaba, Pascual iba a hacer leña y cualquier trabajo del que se enteraba pero siempre estaban cantando y bailando, vivían al lado de la abuela y ésta les decía que se compraran una pandereta y se fueran por los pueblos como los comediante que seguro que sacarían más que trabajando.

Al año nací yo y según me cuentan, los llené de alegría porque a mi padre le gustaba mucho jugar conmigo tanto que se enfadaba porque dormía mucho y sólo podía jugar conmigo un ratico.

Su hermana y su padre murieron en el mismo año y pocos meses después nació mi hermano, ese año cogieron una cosecha muy abundante y todos nos pusimos muy contentos porque por fin íbamos a poder comer todo el pan que quisiéramos, pero de nuevo la mala suerte acudió a visitarnos.

Un día mi padre vino a casa diciendo que le dolía bastante la garganta, fueron al practicante y ¡como lo vería! que les dijo que fueran al médico inmediatamente, el médico los mandó al hospital de Teruel, pero mi madre le preguntó si no podían ir al de Zaragoza, porque tenía un niño de pecho y como en Zaragoza vivía una hermana suya lo podría alimentar.

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Le contestó que no aunque le preguntó si tenía algún familiar en Zaragoza que tuviese aproximadamente la edad de mi padre para que mi padre se hiciese pasar por él, mi madre recordó que tenía un sobrino llamado Agustín y se puso en contacto con un cura para el que ella había trabajado en el pueblo y que ahora estaba de capellán en el hospital de Zaragoza, éste le dijo que no había ningún problema y que al ingresar ya estaría él pendiente y cambiaría el nombre de Pascual por el de Agustín y así lo hizo.

Ángeles no abandonaba a su marido ni un minuto, su hermana le bajaba por la mañana, al medio día y por la noche al niño para que le diera de mamar.

Mi padre seguía teniendo mucho ardor en la garganta tanto que mi madre tenía que darle pequeñísimos trozos de hielo que partía pinchándolos con un agujón, pero un día al subir de darle el pecho al niño, vio que su marido estaba estrujando las sábanas fuertemente y le dijo:

- “maño, no hagas eso que vas a romper la sábana y aquí nos tratan muy bien”

Él le contestó que si se rompían que se rompieran que más valía él y se iba a la tierra, ella le dijo que callase o que nos llevara a todos

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con él, ¿que iba a hacer ella sin él y con dos niños pequeños?.

Mi padre le pidió que nos cuidase, mi madre salió desesperada a buscar al médico, éste le dijo que había malas noticias, había que sacar a mi padre inmediatamente de allí porque si moría el que realmente lo hacía era su sobrino.

Mi madre no tenía dinero pero de momento no le importaba, preguntó que necesitaba, el médico le dijo que una ambulancia y un practicante para que le pusiese unas inyecciones y no se muriese en el camino, Ángeles le pidió las 18.000 pesetas, de las de hace 57 años, que necesitaba a uno de los señores para los que había trabajado y consiguió llegar con su marido al pueblo pero al día siguiere murió.

Para sacarnos adelante, puso una carnicería y como no sabía de números hacía las cuentas con garbanzos y judías (nunca me ha contado el método pero le funcionaba muy bien). Era la época del estraperlo, los alimentos escaseaban y un día alguien le dijo que si se atrevía a bajar carne y huevos a Zaragoza, ella que no le tenía miedo al trabajo, sin pensar en las consecuencias dijo que si, pues podría ganar más dinero y saldar antes su deuda.

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2 ó 3 veces por semana cogía entre 10 y 12 kg de carne que ella preparaba en paquetes de kilo, medio y un cuarto, los ponía en un cesto junto con dos docenas de huevos, y encima la ropica para su hijo de 8 meses, necesitaba una caballería para bajar a coger el tren a Ferreruela, tenía que andar 5 km tanto si hacía frío o calor, tanto si llovía o nevaba y con mi hermano a cuestas. Cuando llegaba a Zaragoza la estaba esperando el contacto que tenía, hacían el reparto y se volvía a casa, esta vez el camino de regreso a Lagueruela era sin caballería, tanto si era de día como si era de noche para ahorrarse el dinero.

Un día le avisaron que se casaba un primo suyo que vivía en un pueblo de al lado y Ángeles pensó qué le podría regalar pues no teníamos casi de nada y se le ocurrió regalarle la tarta de arra o de boda pues huevos no nos faltaban, tenía que ser una tarta original y fue espectacular, cortó en primer lugar un cartón cuadrado grande y una tira de 4 dedos de anchura para el borde que cosimos con hilo y puntadas muy finas, y luego otros tres cada uno un poco más pequeño, los untó con manteca, les echó la masa para el bizcocho y los metió al horno, cuando se enfriaron los puso uno encima de otro y los adornó con clara de huevo montada a punto de nieve y chocolate, la puso

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sobre una cesta de mimbre y así caminó con ella 14 kilómetros, la tarta llamó tanto la atención que cuando se casaba alguien de los pueblos de alrededor, si tenían perricas, venían a encargarle la tarta de arra a mi madre.

Pasaron los años y conoció a un hombre de un pueblo vecino pero que estaba en el pueblo trabajando, ella tenía mucho trato con su madre, un día yo quería ir a ver las comedias pues habían venido los comediantes al pueblo, mi madre no me podía llevar porque estaba de luto y él se ofreció a llevarme, otro día nos compró y nos trajo a casa una carga de leña porque no teníamos con qué encender el fuego, y un buen día él le pidió casarse, mi madre, aunque había rechazado a otros pretendientes, pensó que éste sería un buen padre para sus hijos y le dijo que sí, y no se equivocó porque en verdad ha sido un excelente marido, padre y abuelo, sobretodo abuelo.

Amparo Palacián Ferrando Morata de Jiloca

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Tarde de primavera

Era una tarde de primavera, hacia un sol espléndido e Isabel salió a pasear con sus nietos, como a los niños les gustaba tirar piedras al rió los llevo al puente que hay sobre él. Llevaban un rato allí jugando cuando uno de los niños le pregunto.

- Oye abuela, ¿de dónde sale el agua del río? –preguntó Javier

- Todos los ríos -dijo la abuela- se forman a partir de manantiales, es agua que sale de la tierra y también ayuda la nieve que cae sobre las montañas cuando se derrite y la propia lluvia.

- ¿Este río tiene nombre? –volvió a preguntar Javier

- Claro, todos los ríos tienen nombre.

- Éste se llama Jiloca ¿verdad abuela? –intervino Pilar.

- Sí pero ¿a que no sabes dónde tiene su manantial?

- ¡Si que lo se! –respondió Pilar rápidamente- este río nace al pie de la sierra de Albarracín, es un sitio muy bonito, en un pueblo de la provincia de Teruel que se llama Cella.

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- Efectivamente –asintió Isabel- y a ese pozo, donde nace, se le llama La Fuente de Cella, de allí sale el agua que empieza a formar el río. En su primer tramo hay trozos que se esconde hasta que llega a Monreal, allí hay unos manantiales llamados Los Ojos de Monreal y es precisamente ahí donde el río toma su forma, sigue su curso y nuevos manantiales van dando agua a su cauce y regando huertos, cereales, choperas etc..

- ¿Y es muy largo? preguntaron los niños a coro.

- Tiene unos 127 Km. de longitud y ¿sabéis? pasa por Daroca, ¿os acordáis que estuvimos allí hace unas semanas? Recuerdo que os emocionó la historia sobre sus murallas y mirasteis embobados las puertas de entrada y salida de la ciudad que aún se conservan; esto no lo sabéis y por eso os lo cuento, son famosas sus fiestas de los Santos Corporales y antiguamente era muy conocida por sus ferias ganaderas.

- No vemos peces ¿no hay en este río? –preguntaron los niños.

- Ahora no, pero ¡si lo hubieseis visto hace unos años…! os voy a contar como era el río cuando yo era niña a su paso por este mismo lugar: sus aguas eran muy limpias, casi cristalinas

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y solo se ensuciaban cuando había tormentas y bajaban los barrancos, como no había fabricas, alcantarillas ni la tierra no se abonaba con productos contaminante, podíamos beber el agua directamente del río, recordad que ahora no se puede –les advirtió Isabel a sus nietos.

- Antes, el mismo río se hacia su cauce, hoces y pozos según las tormentas que había a lo largo del año y el arrastre que provocaban, sobre todo en verano, el río era el dueño de las fincas cercanas a la orilla, su cauce no tenia profundidad casi trascurría a su mismo nivel. Esas fincas que estaban junto a él siempre estaban encharcadas y en ellas crecían toda clase de plantas típicas de los humedales, les llamábamos prados, eran muy bonitas, había muchas flores de vivos colores.

- ¿Cuáles eran tus preferidas abuela?

- A mi, las que mas me gustaban, eran los lirios, en el mes de mayo los cogíamos hacíamos unos ramos y se los llevábamos a la Virgen, también había juncos, junquillos, aneas y muchas mas plantas, las aneas las segaban y cuando estaban secas servían para hacer los asientos de las sillas. También había muchos animales: sapos, ranas, sanguijuelas, topos, alguna nutria, patos y pollas de agua que ponían los huevos y los encubaban en nidos que hacían en los juncales.

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En los atardeceres del verano daba gozo pasear por aquí pues era un festival de sonidos, colores y olores aunque también había muchos mosquitos. En las márgenes del río también había más plantas que ahora, chopos muy grandes, sargas y zarzales. Dentro del río había pozos y entre los matorrales hacía el agua remansos y en ellos igual que en los pozos había muchos peces, barbos, madrillas, cangrejos y truchas cuando en verano bajaba el caudal del agua se podían coger.

- Abuela, ¿por qué ahora no están los prados y los peces? –preguntaron de nuevo los niños.

- Porque como el río inundaba las fincas y no se cogían cosechas lo ahondaron quitaron los chopos, sargas y se secaron los prados. Las orillas se han ido repoblando y vuelven a haber pajarillos anidando en los arbustos que van creciendo, peces y cangrejos no hay; aunque el cauce es muy profundo y en invierno baja mucha agua, en verano se seca.

- ¿Nunca veremos peces?¡ Nosotros queremos que haya! –gritaron los niños.

- ¡Quizá los volvamos a ver! -les contesto la abuela- están haciendo un pantano para que nunca le falte agua y así se pueda repoblar

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de todos o de casi de todos esos peces, animales y plantas.

- ¿Dónde acaba este río abuela? –preguntó uno de los niños.

- En el río Jalón, cuando estéis en Calatayud y vayáis a ver los patos al puente, recordad que un poquito de esa agua, ha pasado antes por aquí, por el pueblo de vuestra abuela

Isabel García Marco Morata de Jiloca

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La golondrinita y el golondrinito

Había una vez una golondrinita y un golondrinito que todos los veranos, ágiles e incansables recorrían miles de kilómetros hasta llegar a un pequeño pueblo de la ribera del Jiloca, allí con gran esfuerzo habían construido su nido en el alero de una gran casa, según iban creciendo ellos mismo se sorprendían por la velocidad y resistencia de vuelo que iban adquiriendo.

Como era una pareja joven e inquieta, les gustaba marchar volando en busca de nuevos lugares y en busca de sustento, realizando una verdadera danza aérea, variada, ágil y elegante.

En uno de estos vuelos llegaron a Villafeliche, sobrevolaron el pueblo y admiraron la iglesia, les pareció por su estructura ideal para construir nidos,

- Eso mismo pienso yo -les contestó un golondrinito que no había podido evitar escuchar sus comentarios- mi pareja y yo venimos todos los años y construimos nuestro nido en el mismo lugar.

- ¡Vaya, igual que nosotros!. Oye, ¿por qué no nos acompañáis y recorremos el pueblo?, seguro que tiene unas vistas preciosas.

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Y efectivamente, todos juntos marcharon volaron y admiraron los “molinos de pólvora”, a las afueras del pueblo, a orilla del río Jiloca, los golondrinitos locales les contaron que bastantes años atrás los molinos daban de comer a muchas familias y el pueblo tenía mucha vida.

- Ahora, los que quedan solo se conservan como recuerdo de aquellos años de prosperidad. Bueno, y que decir de los campos de cerezas que cuando están en flor...no se puede explicar con palabras, será mejor que este año los veáis con vuestros propios ojos, es una imagen que no olvidareis en vuestra vida

Como no paraban de hablar, tuvieron que parar a beber agua en una fuente que hay al lado de la estación del ferrocarril, hoy fuera de servicio,

- Esta fuente mana de una gran cantera, el agua es muy buena dicen que para el riñón –les contó otro de los golondrinitos.

Efectivamente, estaba tan limpia y cristalina que casi invitaba a darse en ella un buen chapuzón. Miraron al cielo y unos grandes nubarrones amenazantes, les obligaron a despedirse de sus nuevos amigos con el compromiso de que otro día serían ellos los que les devolverían la visita.

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El día siguiente amaneció claro y luminoso así que animados por la visita del día anterior decidieron seguir el curso del río y así llegaron a Daroca. Visitaron la Colegiata, y los Santos Corporales, y al final la Muralla lo cual les impresionó mucho, no entendían cómo se podía encerrar a toda una población.

Reanudaron el vuelo y llegaron a La Laguna de Gallocanta donde quedaron extasiados observando las inmensas extensiones de cereal y la variedad de colores de sus campos. Aquí, en la laguna, observaron el agua y como el aire la movía provocando unas pequeñas olas, la vista se perdía en la lejanía.

Pero no había nadie más por allí, ¿dónde estaban las grullas? ¡Vaya!, recordaron que las grullas regresan al atardecer y que es un verdadero espectáculo, así que los golondrinitos, como no tenían ninguna prisa, se pusieron a picotear lo que por allí encontraron y se acomodaron en los alambres de la luz a esperar. La espera se hizo corta, las grullas regresaron en cuadrillas y de unas a otras pasó un buen rato. Para ellos fue un gran descubrimiento, no se podían imaginar que las grullas en el suelo fueran tan grandes, ellos hasta entonces, solo las habían visto volar.

En menos de una semana nuestros amiguitos conocían muy bien toda ribera del

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Bajo Jiloca, observaban las distintas costumbres y formas de vida y recogían lo mejor del lugar para poder dejar un legado para los golondrinitos venideros.

Un día, cambiaron el rumbo y llegaron a un pueblo que no conocían y pasaron la mañana recorriendo sus lugares más emblemáticos, como el lugar les pareció muy tranquilo y apacible, volvieron a realizar el mismo recorrido varios días seguidos, y así conocieron a los pajaritos de este lugar, se presentaron, les dijeron de dónde procedían y cambiaron impresiones; que si el barro era bueno para hacer los nidos, que si allí no se los apedreaban los chicos... y cosas así. Al poco tiempo estos nuevos amigos les invitaron a una fiesta, los golondrinitos se pusieron muy contentos por la invitación, ese día se cepillaron con más esmero su corto y liso plumaje con reflejos metálicos y acudieron muy ilusionados, lo pasaron bien.

Un día los otros golondrinitos les explicaron que ellos eran una comunidad muy demócrata y que todas cosas importantes se decidían en asamblea; tenían muchos proyectos para su comunidad, a los golondrinitos les sorprendió mucho esta manera de entender la vida, porque unían ocio con trabajo y el resultado era realmente beneficioso para toda la

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sociedad. A estas reuniones, cada vez acudían más golondrinitos y entre todos hacían que un día de trabajo y esfuerzo, se convirtiera en un día de fiesta.

Una noche que había una gran tormenta, les invitaron a quedarse a dormir en un nido que había libre y así al poco tiempo se encontraron instalados en su nueva localidad de tal modo que en algunos momentos hasta se olvidaban de su procedencia.

Así pasaron los días, los meses, y los años, todos se iban haciendo mayores y en una asamblea se decidió construir una residencia, un lugar común donde agrupar y cuidar a todos los golondrinitos mayores.

Esta idea fue recibida con mucha alegría por parte de todos, se trabajó mucho para conseguir fondos, se hicieron festivales, concursos de trinos, y la juventud de la comunidad convocó un desfile de moda que sorprendió a propios y forasteros, los golondrinitos tiñeron sus plumas de colores formando trajes de pantalón de raya diplomática y las golondrinitas con su ingenio pintaron su plumaje de vistosos cuadros y flores multicolores, quedaron unos vestidos muy bonitos, incluso los pies y las uñas se las pintaron del mismo color.

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Todos estaban satisfechos de los resultados obtenidos, habían trabajado mucho para conseguir un lugar tan bonito y acogedor, ¡el sueño de toda una vida!, llegar a mayores y tener un lugar cálido y acogedor donde descansar, reunirse con los amigos de juventud y todos juntos disfrutar de la vida y la amistad, porque eso era lo que valoraban más nuestros golondrinitos, la amistad.

Por fin llegó el ansiado día, todo estaba acabado y listo para que cada uno de los golondrinitos ocupara su aposento. La comisión encargada del reparto de los mismo, llamó a nuestros golondrinitos a parte y sin más preámbulos ni delicadeza les dijeron:

- Como hemos recibido muchas solicitudes de golondrinitos que viven fuera pero son nacidos en esta comunidad y vosotros sois forasteros, no podéis ser admitidos en la residencia.

Los golondrinitos no podían dar crédito a lo que estaban oyendo, la comunidad les habían tratado siempre como a uno más de ellos, les habían hecho sentirse parte de su familia, les habían demostrado siempre su amistad... Su decepción fue tan grande que sin pedir más explicaciones, levantaron el vuelo y se marcharon muy tristes ya que con su actitud

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les habían demostrado lo que siempre habían significado para ellos.

Manuela Beltrán Lallana Morata de Jiloca

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Luchar para poder ser feliz

Me llamo Rosa y no me avergüenzo de nada de lo que voy a contar. Nada más nacer empezaron mis días de dolor, no para mi, sino para mis padres, tenían que buscar algún remedio para mi enfermedad. Yo nací con cataratas, les dijeron que seguramente perdería la vista, les dieron esa noticia cuando acababa de nacer y eso para unos padres, con la ilusión que ellos tenían de tener una hija, es muy duro, pero ellos no se quedaron quietos, removieron cielo y tierra para que me operaran en una clínica privada que había en la ciudad en que nosotros vivíamos.

Mis padres eran muy trabajadores, hacían más horas que un reloj para sacar el dinero que necesitaban para la operación, nunca sabré como pagarle a mi madre los días de encierro en aquella habitación sin luz y las lágrimas que en silencio derramó por mi enfermedad. Me hice mayor y empecé a ir al colegio, era un suplicio para mi, los profesores me tratan con condescendencia, me ayudaban en todo, yo no me daba cuenta pero de lo que si era consciente era de las faenas de mis compañeros, yo era el blanco de todas sus bromas, mis gafas de culo de vaso y las manchas de mis ojos me convirtieron en un

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bicho raro. Yo lloraba, mi madre me decía que intentara no hacerles caso y seguir adelante, a ella le debo que me enseñara a luchar y a seguir adelante.

Cuando acabé de ir al colegio no quise seguir estudiando pues me costaba aguantar muchos insultos y entonces empezaron mis días felices, me puse a trabajar de canguro y empecé a salir como cualquier joven, iba con mi amiga Natalia y me lo pasaba en grande, tuve alguna aventurilla y eso me subió la moral, yo creía que los chicos no se fijarían en mi, en mi físico, era muy difícil, pero no perdía las esperanzas de encontrar a mi príncipe azul, tenía 17 años. Tuve carios dilemas sobre mi futuro, trabajar de canguro estaba bien para la edad que tenía pero no me iba a pasar toda la vida así, yo no quería depender de mis padres, cobraba una pequeña pensión y empecé a trabajar en la ONCE, los comienzos fueron duros pero con el tiempo me hice bastante clientela y salía con un buen sueldo. Yo era feliz, no tenía que depender de nadie, incluso mi madre tuvo problemas con la espalda y tuvo que dejar de trabajar, yo le podía ayudar a ella, mi madre había luchado mucho por mi y yo estaba muy orgullosa de poder devolverle parte de todo el bien que ella me hizo. Ya tenía 20 años, una noche mi amiga Natalia y yo habíamos

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quedado con unos amigos de ella, eran guapos, cuando empecé a hablar con él descubrí que su conversación era muy agradable pero no quería hacerme ilusiones, ¡como se iba a fijar en mi!, pero me equivoqué y a partir de esa noche mi vida se llenó de felicidad, vivía en una nube, era la experiencia mas bonita que había sentido, todo me iba bien en mi discapacidad, tenía mucho trabajo, un acompañante maravilloso, ¡que mas podía pedir!.

Supongo que no se puede tener todo, algo malo debía ocurrirme, al tiempo empecé a tener ataques de ansiedad, fui descubriendo lo que me ocurría, mi relación con mi hermana mayor siempre había sido intensa, somos como la noche y el día, a veces me ofendía por algunas actitudes suyas, llegué a comentarlo con mis padres pero ellos para quitarle importancia me decían que eran tonterías mías así que fui callando y poco a poco me aparté de mi familia aunque tenía el gran amor de ellos que siempre habían estado a mi lado, al final las crisis de ansiedad se hicieron más severas, no podía salir a la calle, era incapaz de caminar. Llame a mi amiga y ella me habló, me hizo llorar, consiguió que reconociera que echaba en falta a mi familia, me animó a que llamara a mis padres por teléfono e hicimos las paces, al

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día siguiente llamé a mi hermana, acabamos llorando y dándonos cuenta de que nos queríamos mucho.

A partir de ese momento empecé a salir de un pozo oscuro porque volvía a tener a mi familia, eso me daba fuerza, mis sufrimientos habían acabado. Ahora solo quiero olvidar y seguir adelante, sino hubiera sido por el cariño de mis padres que por fin recuperé y por el amor de mi marido, no creo que hubiera podido soportar tanta angustia, por suerte hoy todo marcha mucho mejor.

María Teresa Temprado Nuño Morata de Jiloca

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La estación de mi pueblo

¡Qué años más bonitos aquellos en que pasaba el ferrocarril por Morata de Jiloca!.

A las seis de la mañana subía el tren llamado “El Correo” y alas 8 bajaba el de viajeros que paraba en todas las estaciones, ¡cuántos recuerdos!.

En la estación de mi pueblo estaban las oficinas del jefe de estación y del factor; también estaba la sala de espera donde los viajeros aguardábamos la llegada del tren cuando se iba acercando a Morata, el guardagujas y guardabarrera ponían las cadenas en el paso nivel. Entonces, el silbato del tren inundaba de alegría a todos los viajeros y su eco se extendía por el pueblo: “¡ya baja el tren de las 8!” anunciaban los vecinos.

El jefe de la estación esperaba con un banderín rojo y los viajeros, que habían pagado ya el billete, se subían a los vagones y... ¡tan contentos a Calatayud!.

Junto a la puerta de la oficina había un reloj precioso y sobre él una campana dorada que tocaba el jefe. El regreso era a las dos y media y a las 8 de la tarde. Este último era el que utilizábamos para volver después de toda una tarde de compras.

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Siempre había gente en la estación y era un lugar de encuentro, pues ahí acudían lugareños de otros pueblos de la sierra. Los niños esperábamos impacientes la llegada de nuestros familiares, pues seguro que nos traían caramelos y algún merengue.

Era muy bonito bajar de compras a Calatayud, allí nos deslumbraban los escaparates, las tiendas de ropa tan grandes, las zapaterías, los ultramarinos.

Recuerdo una anécdota muy graciosa que me ocurrió en el tren cuando tenía cinco añitos. Se casaba una prima de mi madre que tenía la Posada de San Antón, lo que hoy es el Mesón “La Dolores”. Toda mi familia, tíos y primos, estábamos invitados a la boda y uno de mis tíos se encargó de sacar los billetes para todos, al subir al tren se dio cuenta de que faltaba un billete de niño, “no pasa nada”-dijo mi tío- “te esconderemos entre las gabardinas pero tú no digas nada, ¿eh?”.

Como los niños son tan inocentes, cuando vino el revisor yo dije: “¡Hola señor revisor, yo no tengo billete!”, entonces toda la familia estalló en una gran carcajada y el revisor no pudo evitar reírse también.

Sin duda muchos recuerdos de nuestra vida están ligados al tren y me produce mucha

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nostalgia pasar cerca de la estación, porque echamos de menos todo aquello.

No había automóviles, pero estábamos muy bien comunicados. Espero que algún día se recupere y vuelva a escuchar todos aquellos sonidos del tren.

María Teresa Narvión Tomás Morata de Jiloca

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Una noche sin día

Así empieza mi abuela la historia que os quiero narrar. Ella me la contó una calida noche de invierno al amor de la lumbre.

Yo era una jovencita que le acompañaba por las noches en su casa, para que no se sintiera sola y ella me entretenía y divertía con sus bonitas historias siempre verídicas.

Con esta en especial ella se emocionaba, ya que uno de los protagonistas fue su novio. Sucedió en el mes de julio y ella decía que sería por el año 1915. En aquella época vivían en el pueblo más de mil personas y los niños llenaban las calles con sus juegos y algarabías. Los mozos se reunían en determinadas esquinas para ver a las mozas cuando iban por agua a la fuente.

Por la calle siempre se veían animales, como caballos, burros y mulas que eran imprescindibles para los trabajos del campo. Durante los meses de julio y agosto las tareas del campo eran extremadamente duras ya que todos se afanaban en recoger las cosechas y guardarlas para todo el año, pues era vital para la supervivencia de personas y animales. Era en las eras donde se trabajaba acarreando la mies, otros trillando, otros aventando, aquí trabajaba toda la familia incluidos los niños.

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Toda esta actividad cesaba el día diez de julio, día de San Cristóbal.

La fiesta de San Cristóbal es muy bonita y muy nuestra, pasa de generación en generación conservando su encanto y sus tradiciones más importantes, como son; su religiosidad, su baile y en especial su música, que es lo que caracteriza ese día. Esa composición musical tan bonita y antiquísima, que nos emociona a todos, porque sólo la escuchamos aquí, sólo este día y en ocasiones muy especiales. Y al son de ella es como bailamos al Santo todo el día. Para nosotros es como nuestro Himno, el llamado Ton de San Cristóbal.

En aquellos tiempos la fiesta tenía un defecto, era muy corta, empezaba a las seis de la mañana y terminaba a las siete de la tarde. Ya que al día siguiente había que continuar con la dura tarea. Durante aquél verano, los jóvenes del pueblo Federico y Juan trabajaban de “agosteros” para un tío suyo. Esto consistía en hacer todos los trabajos de la recogida del cereal.

Estos dos chicos eran primos y su tío los contrató hasta finalizar las tareas en la era. Los dos eran voluntariosos y trabajadores.

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El día que nos ocupa Juan y Federico recogían la “parva” que trillaron el día anterior. Un grupo de mujeres les ayudaban a barrer la paja y el trigo ya que querían, (si era posible) aventar aquella misma tarde, ya que al día siguiente era San Cristóbal y estaban contentos e ilusionados haciendo planes para la fiesta.

El trabajo en las eras era especialmente fatigoso. A las doce del medio día, el sol abrasador, el “tamo”, la paja y el esfuerzo que podía llegar a ser insoportable, se aguantaba sólo con el sólo alivio de un viejo botijo.

Todo el grupo que barría hacía planes para el día del Santo, “Subiremos al cerro…”Allí se encontramos la ermita, no tiene cosas de valor ni obras de arte, pero el paisaje que contemplamos es preciosos. Desde allí vemos las riberas de tres ríos; Jalón, Jiloca y Manubles, y los pueblos de sus orillas y algún otro de las sierras colindantes.

Ilusionados con la fiesta Juan y Federico tenían preparadas las aparejadas de sus mulas, para subir y sorprender a sus novias que ya les esperaban en el cerro.

Todos estos planes los hacían según desarrollaban el duro trabajo, y les servía de aliciente. De pronto escucharon el volteo de campanas, (como siempre en víspera de fiesta)

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y al oír el fuerte repique, todos tiraron las escobas y bailaron de alegría. Cuando paró el volteo volvieron a la cruda realidad, los dos chicos tenían mucho interés en aventar la “parva” esa misma tarde, pero eso no dependía de ellos, hacía falta que hiciese aire. Hubo suerte y a las cuatro de la tarde se movió un buen aire “solano”, dos hombres más se unieron a los dos jóvenes y con sus “palas” y sus “horcas”, en unas cuantas horas separaron el trigo de la paja y empezaron a recoger el trigo en “talegas”, después lo llevaron con las caballerías a los graneros.

Casi sin parar comieron algo para reponer fuerzas, y luego se pusieron a amontonar la paja. Estando en ello se dieron cuenta que ya empezaba a anochecer.

Durante un escaso cuarto de hora, Juan y Federico descansaron sentados en una olma mientras decidían que hacer. Allí estaba el enorme montón de paja y los dos hombres que les habían ayudado ya se habían marchado, así que ellos pensaron para sí, “esto es cosa nuestra”.

Sobre la subida al cerro todo estaba planeado con las novias, que eran amigas entre sí. Estarían en misa, luego en la bendición de loa campos, después en el desayuno y seguidamente bajarían bailando al santo hasta

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el pueblo. Una vez allí llevarían alguna ofrenda para participar en la subasta que se ofrece al Santo, bien un fajo de trigo o cualquier otro presente. Aunque para ellos ahora lo realmente importante, era el montón de paja.

Los dos chicos descansaron un poco y de pronto uno de ellos dijo, ¡la era tiene que quedar limpia!. Pusieron en marcha toda su energía, fueron a buscar las caballerías con sus correspondientes “algadillas” y dos buenos “horcones”, que era todo lo necesario para llevar la paja al pajar. La luna se alió con ellos facilitándoles el trabajo, y estuvieron recogiendo la paja hasta las tres de la madrugada en que la era quedó totalmente limpia.

Entonces pensaron que ya era San Cristóbal y muy pronto empezaba la fiesta. Por nada del mundo querían perdérsela, y además sus novias estaban esperándoles en el cerro para la misa. Como el día había sido muy duro y estaban cansados, decidieron echarse unas horas para después madrugar y no perderse nada de la fiesta. En unos minutos estaban durmiendo como benditos, agotados del durísimo día de trabajo.

Las novias les echaron de menos en el cerro, pero en aquella época no estaba bien visto ir a buscarlos. Por otro lado sus madres

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pensaron que estaban en casa de su tío, así que al final los buenos de Federico y Juan durmieron tan profundamente que despertaron a las siete de la tarde del día de San Cristóbal, cuando ya la fiesta había terminado.

FUE UNA NOCHE SIN DÍA

Conchita Gormedino Hernández Munébrega

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El chequeo del alma

Fui a hacerme una revisión al médico, me sentía enferma y yo con angustia me preguntaba; ¿Qué es esto que me está pasando y que no acabo de entender?.

Me recibió el médico con mucho amor y me atendió sin prisas y con primor, al hacerme un chequeo tan a fondo yo misma me dije, ¡algo malo me pasa! Y así era. En primer lugar me tomó la temperatura y vio que estaba baja de ternura, luego pasamos a hacerme un electrocardiograma, era lo que más miedo me daba al tratar un órgano tan delicado como el corazón, y así fue, necesitaba un by-pass ya que las venas bloqueadas por la indiferencia no abastecían magnanimidad y perdón a mi dolorido corazón.

En traumatología se descubrió una fractura, de ahí el dolor tan intenso que sentía al haberse roto la amistad con una de mis mejores amigas. La rotura se había producido por mi vanidad y orgullo que me impedía tener en cuenta al prójimo.

Una inmensa y progresiva sordera hacía que, aunque algo podía oír, realmente no

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escuchaba el sufrimiento, las quejas y las peticiones de ayuda de los demás.

También me encontró miopía, me era imposible distinguir nada, ni de lejos ni de cerca, la realidad era que no podía ver más allá de las apariencias.

El médico sonriente y comprensivo me habló muy claramente durante largo tiempo y me hizo ver y ser consciente del mal generalizado que padecía en relación con todo lo que me había examinado hasta ese momento.

A continuación me extendió el tratamiento. Me pidió que fuese fiel y perseverante al seguir la receta y me hablo así:

Cada día una inyección fortificante de amor, comprensión, caridad y solidaridad, además de una copa de humildad; “por desgracia es cierto que los seres humanos en muchas ocasiones no sabemos, ni nos paramos a intentar comprender a los demás”. Muy importante, la copa de humildad tres veces al día.

Tomarás también un comprimido de paciencia, la mayoría de las veces este don brilla por su ausencia.

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Al acostarte dos cápsulas de conciencia tranquila. “¡Ah! La conciencia, ¿de veras que siempre la tenemos tranquila?.

Cuando te levantes un vaso de tranquilidad y agradecimiento, ya que muchas veces no solemos corresponder adecuadamente y lo peor es que ni siquiera nos paramos a pensarlo.

El resumen del médico fue muy claro, me recomendó ver el prospecto, examinarlo y cumplirlo al pie de la letra, pués en el se encontraban todos los remedios naturales.

¡Sí!, creo que de vez en cuando deberíamos hacernos un chequeo, una pequeña revisión a nosotros mismos, para de esta forma distinguir si realmente somos como queremos ser, o simplemente producto de la sociedad en la que nos ha tocado vivir.

En muchas ocasiones por cubrir las apariencias, hacemos cosas que realmente no nos gustan, es como si no tuviéramos personalidad y nos dejásemos llevar por la corriente.

¡Pues no! Contra esto debemos luchar, cada persona debe demostrar lo que vale, forjar de una manera fuerte, su carácter y personalidad. Y una cosa está clara, si sigue la

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receta del “médico”, seguro que el resultado final será el de una gran persona.

Por cierto, se me olvidaba, la consulta fue gratuita.

Ana Maria Mateo Gil Munébrega

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Yo nací en primavera

Esta mañana al despertar, he oído cantos desde mi balcón. Innumerables trinos de distintos pájaros; gorriones, cañameruelos, verderones, urracas, estorninos y como no, las adorables golondrinas. A mi me han parecido cánticos celestiales y al ver las golondrinas me he puesto a pensar: “Hoy han venido las golondrinas, ya estamos en primavera”.

Y me he dicho: “Haber cual de las cuatro estaciones del año es más bonita; primavera, verano, otoño e invierno”.

Sin dudarlo dos veces me he dicho “Primavera”. Sin menospreciar para nada las otras tres, ya que cada una tiene su encanto. El invierno con sus fríos, el verano sus colores y el caer de las hojas en otoño.

Pero tú, primavera, eres una explosión de vida, de colores, de luz y de cánticos. Los árboles empiezan a brotar y sus ramas que desnudas, por el paso del invierno están, se llenan de hojas, de flores, se visten de un lujoso traje y nos dan frutas de mil y una clases.

Los arbustos se llenan de un frondoso follaje, crecen las malvas sin que nadie las siembre, los pinares se ven con más vida, hasta

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las punzantes zarzas te ofrecen sus maravillosas moras.

La única orden que han tenido para salir y cubrirse de hojas, de pinchos, y de frutos ha sido la llegada de la primavera.

Los pájaros empiezan a construir sus nidos, verdaderas obras de arte de muchos estilos, cada especie los hace a su manera. Sin prisa pero sin pausa, van y vienen revoloteando, cogiendo aquí una hierba, allá una rama, y al final tiene su obra maestra. Allí depositaran y fecundarán sus huevos, para que de esta manera se produzca el milagro del nacimiento de cientos de pájaros de todas las clases y especies.

Pájaros que al abandonar sus nidos, nos deleitaran con sus distintos trinos. Y así es como parece oírse en el aire una maravillosa orquesta que parece de origen celestial

Los pájaros…

Cantan en la primavera Porque la sangre altera

Cantan en verano Porque comen trigo en el llano

Cantan en otoño Porque ya tienen retoños

Y en invierno también cantan

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Y aunque tienen frío se aguantan.

Pero Tú, primavera también haces que los animales que se encuentran aletargados por el frío del invierno, despierten a la vida y a la luz que tu eres.

Vayas por donde vayas y andes por donde andes, si es primavera lo vas notando a cada paso, su olor es inconfundible con sus innumerables fragancias.

El olor de los almendros en flor es inimitable, la visión de los cerezos en flor inconfundible, el verdor de las espigas que más tarde serán doradas, cosechadas, molidas y después hechas pan… Todo eso es producto de la primavera.

Sí, soy una persona que está realmente enamorada de la primavera al encontrar en ella tanta maravilla junta en tan poco tiempo, y también tengo que añadir que yo soy producto de ella, ya que yo nací en primavera.

Ana María Mateo Gil Munébrega

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Al amor de la lumbre

Lo que voy a contar parece un cuento, pero es un hecho real.

Cuando yo era una niña, vivíamos tan distinto ahora… Mi casa era normal y corriente, tenía una cocina, una habitación con dos alcobas donde dormíamos mis padres, mis dos hermanos y yo.

En la cocina un hogar con sus dos bancos, donde se hacia lumbre. Allí se hacía la comida, se calentaba el agua para el aseo personal, se reunían y comentaban las cosas que nos ocurrían a todos, (las buenas y las malas) donde nos esperábamos unos a otros hasta que estábamos todos para empezar a comer o cenar. Allí también jugábamos a las cartas, era el lugar donde la madre cosía, los más pequeños hacían los deberes, etc., en una palabra, era nuestro cuarto de estar, allí nos calentábamos de los fríos tan fuertes que traían aquellos inviernos tan largos, púes nevaba muchísimo, la lumbre era nuestra calefacción.

También recuerdo a mi madre, que nos reunía a todos después de cenar y allí rezábamos el rosario en familia.

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Éramos, yo creo más felices que los jóvenes de ahora, a los que no les falta de nada y aún así están contentos.

Tienen una televisión en cada habitación para no molestarse unos a otros, ahora tienen muy poca comunicación.

Cuando les cuento todo esto a mis nietos, me preguntan;

Abuela, ¿Y los días de fiesta que hacíais?

Pues mirar, venía un señor de un pueblo cercano con una mula y traía películas de cine. Solía alquilar una cochera para ver la película, cada uno teníamos que llevar nuestra silla, todo esto si los padres nos dejaban y si teníamos dinero para pagarlo. Si no teníamos nos íbamos a jugar a civiles y ladrones, que consistía en escondernos por todos los patios del pueblo, por aquellos tiempos estaban todas las puertas abiertas, y algunas veces al oír ruidos los dueños, salían y nos gritaban. Recuerdo una vez que nos metimos en un corral con una cuadra que dentro tenía cabras, allí las cabras nos tofaron y al salir de allí teníamos un susto morrocotudo.

También venía un señor a vender caramelos y hacer rifas, ponía un paquete de caramelos y nos vendía las cartas de una baraja que nosotros comprábamos, después

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con otra baraja sacaba una carta y él que tenía esa carta ganaba los caramelos. Al que le tocaba el paquete de caramelos se ponía tan contento y al que no le tocaba se quedaba sin caramelos y sin dinero.

Estos eran nuestros días de fiesta y pasando a otro tema también quiero contar que tengo cuatro nietos, tres niñas y un niño, y que son mi vida.

Si de pequeña digo que me calentaba al amor de la lumbre, de mayor me caliento al amor de mis nietos, pues sin ellos no podría vivir.

Teresa Langa Lorcas Munébrega

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“Recuerdos”

No tenía sueño, pero se hacía tarde y tenia que dormir, así que cerré los ojos, pero el sueño no llegaba, solo venían los recuerdos, las tardes de verano, corriendo de una lado para otro por los huertos de mi pueblo, también me parecía oír los chillidos que como niños dábamos cuando alguno de nosotros se escondía para poder dar un buen susto, cuando los conseguíamos todos nos reíamos. ¡Que recuerdos mas bonitos! ahora , todos ya adultos, con prisas, con malas caras por cualquier motivo, no sabemos mantener esa amistad de niños, esas ilusiones o esos sueños que aun no hemos hecho realidad.

Pero no todo queda en el olvido, porque yo si que recuerdo y aun creo en las hadas, que eso siempre era motivo de discusión ,unos reían y otros no y los que las defendíamos decíamos que siempre estaban ahí ,sin importarnos que se rieran de nosotros.

Aún recuerdo el día que en el desván de la vieja casona en plena oscuridad vimos una luz plateada (que bonita) recorría toda la habitación, todos la seguíamos con la mirada y con la boca abierta del asombro.

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Que bonita sensación cuando nos dimos cuenta de lo que era, la alegría se apoderó de nosotros y todos chillábamos de alegría los que creían y los que no. En ese momento todos estábamos seguros de lo que habíamos visto era una luz de Hada.

Pero los años han pasado, hemos crecido y en adultos incrédulos nos hemos convertido.Ya no las vemos ni despiertos, ni dormidos.

Entonces años atrás deseábamos tocarlas e incluso volar con ellas.

Cuando por el monte oíamos ruidos los que creíamos que eran hadas decíamos que venían a jugar con nosotros y los que el, ellas no creían nos decían a gritos ¡es el calor que seca la leña y chisporretea! Todo esto riendo a carcajadas.

Todo queda en el recuerdo, como decir en voz alta ¡creo en las hadas!. Con esto se salva un hada de lo contrario moría una de ellas por no creer.

Yo junto con mis recuerdos no quiero olvidar todas estas cosas de mi niñez y por eso todas las mañanas cuando me despierto me siento en mi cama, cierro los ojos y vuelvo a tener diez años y en voz alta digo: ¡ Yo si , creo en las hadas!

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No me cuesta nada y con eso me viene el recuerdo de mi niñez y todas las mañanas me levanto con una sonrisa en la boca y mucha felicidad:

¡He salvado un hada!

Ana María Cardiel Arias Paracuellos de la Ribera

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La villa durmiente

Hace mucho tiempo a orillas del río Jalón, río de la provincia de Zaragoza había una villa llamada Saviñán. En ella habitaban gentes sencillas, emprendedoras, trabajadoras y solidarias, capaces en su día, lo mismo de colaborar con su trabajo altruista en pavimentar sus calles que en bajar el agua del manantial de la Sierra y llegar a poner la fuente.

Su palabra “iba a Misa” sus tratos los cerraban con un apretón de manos.

De esta pequeña VILLA salían las mejores cuadrillas de podadores e injertadores por toda la península. Sus frutales eran famosos y sus VIVEROS se vendían en toda España y parte de Europa.

La gran cantidad de niños que había en la escuela jugaban tranquilos y sin ningún peligro en la calle. En verano sus gentes pasaban sus noches calurosas en “la fresca” en ella se contaban historias unas veces de risa y otras de miedo. En los días de tormenta los vecinos se reunían en algún patio; entre rezo y rezo a Santa Barbara se colaba algún relámpago con el correspondiente grito.

El tiempo pasó y a la pequeña “Villa” fueron llegaron una serie de “Brujas” que

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repartían sus manzanas envenenadas entre la gente del lugar. Las manzanas de la individualidad, insolidaridad, egoísmo, orgullo, vanidad....

Poco a poco estas personas fueron cayendo en un profundo sueño y el pueblo se fue empobreciendo y haciéndose más pequeño. Se secó la fuente sus calles envejecieron, los proyectos no se terminaron...

Así veo y siento a mi pueblo, un pueblo que muere poco a poco.

¡Y todos seguimos dormidos!

¿Cuándo llegara ese príncipe que con su beso nos despierte del gran y largo letargo?

Es hora de enlazar nuestros brazos, aunar nuestras fuerzas y sacar adelante nuestro PUEBLO

María Jesús Nonay Sabiñán

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Soñar y ser feliz

A lo largo de nuestra vida, todas las personas soñamos alguna vez, que nos ilusionamos, nos gusta soñar porque en el fondo de nuestro ser necesitamos ser felices.

Una noche tuve un sueño un tanto distinto, diferente…..

- Soñé con un mundo donde no había guerras y los hombres podían vivir en paz.

- Soñé con un mundo donde los niños podían crecer y no morir de hambre.

- Soñé con un mundo donde los jóvenes trabajaban con la ilusión e iniciativa y donde podían vivir sin drogas.

- Soñé con un mundo donde los ancianos tenían un hogar donde ser cuidados y atendidos

- Soñé con un mundo donde los pobres no existían y todas las personas tenían lo necesario para vivir.

Al despertar supe que había tenido un sueño inalcanzable. En el mundo había guerras, niños que cada día morían de hambre, jóvenes machacados por las drogas, ancianos abandonados y pobres sin un techo donde vivir.

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Entonces una pregunta vino a mi mente: ¿Se puede ser feliz en un mundo así?

Es verdad que resulta difícil pero el dolor y el sufrimiento forma parte de nuestra existencia, “existen derrotas pero nadie está a salvo de ellas, por eso es mejor perder algunos combates en la lucha por nuestros sueños que ser derrotados sin siquiera saber por qué se está luchando”.

A veces las personas buscamos la felicidad en cosas absurdas y nunca llegamos a alcanzarla. Nos parece que con tener dinero y vivir bien es suficiente, pero nos damos cuenta que no es así, necesitamos algo más, “necesitamos encontrar el momento mágico en el que es posible cambiar todo lo que nos hace infelices, e ir en busca de nuestros sueños.”

Vamos a sufrir, a vivir momentos difíciles y también desilusiones, pero todo es pasajero y en el futuro podemos mirar hacia atrás con orgullo y esperanza.

La felicidad es a veces una bendición pero por lo general es una conquista.

Como soy una persona creyente, en mis manos cayó algo que al leerlo me impactó y a la vez me hizo reflexionar.

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El texto está firmado por una persona anónima y se titula: “Receta para ser feliz”

Fui a una clínica un tanto especial para hacerme una revisión rutinaria y constaté que estaba enfermo.

- Cuando me tomaron la tensión vi que estaba bajo en ternura.

- Al medirme la temperatura el termómetro registro 40º de egoísmo.

- Me hizo un electrocardiograma y necesitaba varios by-pass de amor porque mis venas estaban bloqueadas de soledad y no abastecían mi corazón vacío.

- Pasé a una ortopedia, ya no poda caminar al lado de mi hermano y tampoco podía abrazarlo porque me había fracturado una pierna y un brazo al tropezar con mi vanidad y orgullo.

- También me encontraron miopía sólo podía ver las cosas negativas de mi prójimo.

- Cuando me quejé de sordera me diagnosticaron que había dejado de escuchar a Dios.

Al salir de esta clínica me decidí a tomar los medicamentos que allí me dieron.

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- Al levantarme tomaré un vaso de agradecimiento a Dios por el regalo de un nuevo día.

- Al llegar al trabajo una cucharada sopera de Paz.

- Cada hora un comprimido de paciencia y una copa de humildad.

- Al volver a casa diariamente me pondré una inyección de amor.

- Al acostarme dos cápsulas de conciencia tranquila para dormir bien.

Gracias Señor por hacer de mí una persona feliz

Espero que con esta bonita receta, seamos muchas las personas que la pongamos en práctica, trabajemos por conseguir nuestros sueños e ilusiones y así podamos alcanzar la felicidad que todas las personas en el fondo de nuestro ser soñamos y deseamos.

Pilar Nonay Villalba Sabiñán

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Gigolo

Cuando oigo en la televisión o en la radio alguna noticia sobre una agresión hacia una mujer, escucho atentamente y pienso en ti, algo por dentro me dice que algún día puedo escuchar tu nombre, tu historia, que la víctima puedes ser tú.

Han pasado tantos años… aún vivíamos en Barcelona, en el mismo barrio; yo me presenté a las elecciones para formar la Asociación de Vecinos y como saqué mayoría me dieron el apartado de Asuntos Sociales. Un día estando en una Junta, te acercaste a hablar conmigo, ya nos conocíamos por ser nuestros maridos compañeros de trabajo pero mi sorpresa fue cuando me empezaste a contar tus problemas, para mi erais una pareja feliz, teníais 3 hijos preciosos y la verdad, puesta a pensar, nunca te había visto con tu marido, había comentarios de todo tipo hacia vosotros especialmente porque, al tener el mismo trabajo todos los del barrio, sabían lo que ganaba tu marido y les extrañaba que con el mismo sueldo a vosotros os diese para un coche deportivo, ropa cara… bueno, la verdad es que aparentemente solo lo disfrutaba tu marido que era el que iba siempre de punta en blanco, porque tú y tus hijos…

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Aquella tarde en que viniste a verme, estabas muy nerviosa debido a lo que me querías contar, querías hablar conmigo a solas así que nos fuimos a una granja, para aquellos que no lo sepan, una granja es un bar que abren sólo por las tardes entre las 5 y las 8 y donde solo sirven café, te, infusiones, refrescos y bollería. Me empezaste a contar… yo estaba muy sorprendida, creo que nadie llegaba a imaginar aquello, me dijiste que no te llevabas bien con tu marido, que había cambiado muchísimo, que solo vivía por él y para él y te maltrataba, al principio eran sólo insultos, empujones, alguna bofetada, pero ahora eran auténticas palizas, de la noche a la mañana te había aborrecido de tal forma que te trataba con mucho desprecio. Temías la noche y que él llegase porque no solo bebía sino que también se drogaba, ese vicio te lo confesó un día, también te dijo que con el dinero que ganaba no le alcanzaba así que necesitaba dinero extra que obtenía de las mujeres, ellas le daban dinero y él placer, tu marido era un gigoló.

Tu estabas como loca, tenías 3 hijos y el mayor, que ya tenía 12 años, era el que más te insistía en que os fueseis de casa, ya se daba cuenta de cosas y no lo podía soportar.

Yo te escuche, intenté que te calmaras aunque mis nervios estaban a cien, no podía

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aconsejarte, lo único que te dije fue que lo pensases bien pero que si estabas decidida, la Asociación te podría ayudar, y así fue.

Nos pusimos en contacto con personas especializadas, estuviste varios meses con tratamiento psicológico, acudías a terapia, intentabas salvar tu matrimonio pero al final todos vieron que era imposible, acabaron temiendo por tu vida y te aconsejaron que lo dejaras definitivamente. Lo denunciaste a la empresa, lo controlaban, le ofrecieron ayuda para poderse curar pero no se dejó, lo despidieron y fue su ruina, una vez me contaron que lo habían visto mendigando, no sé si estará vivo o muerto y sinceramente tampoco me importa pero a ti sí que te recuerdo.

Desapareciste y ya no supe nunca más de ti aunque no te he olvidado jamás y como ya te he dicho cada vez que oigo las noticias pienso ¿a ver si va a ser ella?

Cande Ibáñez Moya Velilla de Jiloca

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Alicia

Me llamo Alicia y soy ama de casa, me gusta mucho el campo y los animales ya que siempre he tenido de todas clases y por eso he tenido que trabajar tanto y no he tenido nunca tiempo de ir a ningún sitio.

Cuando tenía 11 años me quedé sin madre y tuve que cuidar de mis hermanos más pequeños y de mi padre. Cuando me levantaba, hacía el almuerzo para mi padre y mis hermanos y se lo llevaba a la vega, casi siempre eran patatas cocidas y algo de adobo, se lo llevaba sobre las 8 de la mañana, ellos ya se habían ido a las 5 de la mañana en verano y algo más tarde en invierno, cuando hacía mucho frio, almorzaban en casa, pasados unos años, compraron una cabra y ya empezamos a desayunar leche, pero a los míos les seguían gustando más las patatas que yo les guisaba, les echaba unos trozicos de congrio que compraba mi padre cuando bajaba a Calatayud, cuando ganaba un poco de dinerico. Para llegar al tajo tenía que andar, con todo el peso, una media hora y otras veces hasta una. Luego volvía a casa y empezaba a aviar a los animales, primero a los cerdos, les echaba para comer hojas de remolacha cortada con “tercerilla” que es lo que sale de la

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molienda del trigo y cebada molida, tenía que hacerles una gamellada grande porque teníamos dos cerdos. A las gallinas les preparaba otra gamellada con “tercerilla” y “granzas” que es lo que queda al criba el trigo y remolacha para picar, la verdad es que me ponían muchos huevos. Luego a los conejos les preparaba un bolo duro de patatas con pastura, hierba y remolacha, los conejos no podían estar sueltos porque les picaban los gallos y las gallinas, así que yo misma les hacía las conejeras con tablas de cajas de sardinas que me daba Avelino cuando vendía el pescado. A los mulos les bajaba del pajar cebada, alfalfe y paja, unas veces llevaba el fajo al hombro y otras en carretillo. A ninguno les faltaba el alimento porque mi padre sembraba de todo para casa.

También teníamos una yegua que paría todos años una cría que nos quitaban de las manos, recuerdo que la yegua era de color negro sin embargo los potricos eras muy majicos y todos royos, con ellos sacábamos mucho dinero comparado con lo poco que se ganaba con las cosechas.

Con nosotros vivía también una tía pero siempre estaba enferma, cuanto más fiesta había, más mala se ponía ella y así no podía irme con las amigas. También tenía que atender

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a mis abuelos, a mi abuelo le dio un paralís en medio cuerpo y estuvo 13 años sentado en una silla, a mi abuela se le fue un poco la cabeza y a veces hacía cosas un poco “raras”, mi hermana estaba con ellos y mi hermano David se dormía en casa de mi abuela pero cuando veía que se dormía se levantaba, cogía el candil, lo encendía y se venía a mi casa a pedirme dinero pero yo no tenía, comida toda la que quisiera pero dinero nada. Cuando murió mi abuela encontramos alguna perrica detrás de cada cacharrito de la cocina, le dio por esconderlas dentro de cada pucherico, pocas porque yo siempre que podía le daba algo, pero podía pocas veces.

Cuando llegaba la hora de la comida, mi padre y mis hermanos, unas veces venían a comer a casa y otras me tocaba de nuevo llevarles la comida: judias, garbanzos...y carne que nunca faltaba ya que mi padre, además de todos los animales que teníamos en casa, también era cazador, después se solían echar una siesta. Yo también les ayudaba en todo lo que podía, a arrancar remolacha, escular... con hielo y nieve en la vega, a esclarecer la remolacha, arrancar las judías, o iba a sembrarlas no sólo para mi casa sino también para la familia, me ponía detrás del aladro y las iba echando en el surco “a chorrillo” decían

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que tenía buena mano pues no era nada fácil. También iba a plantar patatas, con una yema o grillón valía, se cortaban a trocicos, se echaban en la tierra y se envolvían, cuando nacían, las pequeñas las guardábamos para sembrar y para los animales, las gordas para comer nosotros.

A mi padre y hermanos, también les hacía los “pedugos” que eran los calcetines de algodón, los hacía con 3 agujas, pero se rompían mucho con las albarcas y como eran 3 hombres… me gustaba mucho hacer punto: jerséis para ir a trabjar, chaquetas, toquillas… También cosía mucho y todo a mano, camisas, faldas, blusas, batas… mi cuñada trabajaba en Barcelona en una tienda de ropa y me traía sacos para que aprovechase lo que pudiese, después mi padre me compró una maquina de coser que aún conservo, vino al pueblo un vendedor ambulante con un catálogo y una vecina que cosía muy bien se compró una y animó a mi padre para que me comprara una a mi, la compró a plazos.

¡Cuánta miseria se pasaba entonces y cuánto hambre! Yo siempre tenía que estar amasando porque mi padre hacía la molinada de trigo y había que dar muchos cachos de pan porque muchos no tenían que comer, cuando les daba la merienda a mis hermanos

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venían con ellos otros chicos y les daba un pedazo de pan porque ellos no tenían, sacaba la bota de vino y les hacía una “sopeta” con azúcar y se iban tan contentos a comérselo, también venían otros pobres a pedir, yo a todos les daba pan y si había quedado alguna tajada de la comida, se las ponía entre el pan, nunca les cerraba la puerta aunque yo veía que otros vecinos si lo hacían. Con mi padre venían todas noches unos amigos y cenaban en mi casa porque no tenían nada que comer y cuando se marchaban les dábamos medio pan a cada uno para el día siguiente, por eso yo tenía que amasar tanto. Gracias a Dios que a nosotros no nos faltó de comer porque mi padre además era un gran cazador, como me acuerdo de aquel sabor y de aquel olor a tomillo y a monte.

Alicia Molina Narvión Velilla de Jiloca

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La boda de mi hermano

Hace 52 años, los inviernos eran realmente fríos, había fuertes heladas por la noche y una niebla espesa que no dejaba ver el sol en varios días y mi hermano, tampoco sé muy bien por qué, eligió uno de esos días, concretamente el 17 de diciembre para casarse. En mi casa, los preparativos empezaron unas semanas antes, hicimos grandes masadas de magdalenas y galletas con que agasajar a los invitados, pues como era la costumbre, vendrían a dar la enhorabuena, el domingo que se les daba la tercera amonestación en la iglesia y que solía ser una semana antes de la ceremonia. Como la novia era de Orera, toda la familia se fue para allá el día de antes, todos menos yo, que aunque tenía sólo 11 años y como era la única niña, me tuve que quedar para cuidar la casa y tener a punto todos los preparativos necesarios para la celebración del día siguiente, me ayudó una tía y tuvimos que guisar los 12 conejos que habíamos matado el día de antes, todavía recuerdo el vapor permanente en la cocina y el olor de la canela. Al día siguiente me levanté temprano, había que tener todo limpio y recogido y todos los ingredientes preparados par hacer la comida, que como también era costumbre, era paella, calculamos para unas 30

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personas, la tarta nos dio un respiro pues estaba encargada en Calatayud, creo que en la confitería “Micheto”, y quedamos en que nos la trajesen hacia el medio día.

Como ya he dicho, la fiesta religiosa se celebró en Orera, el padre de la novia no acudió a la iglesia, fueron los padrinos mi hermano Nicanor y mi prima Margarita, el motivo nunca lo llegué a saber, lo que si sabía era que mientras eran novios, el padre quería mucho a mi hermano pero en cuanto dijeron que se casaban les negó hasta el saludo, ese día se fue a otra casa que tenían para no ver a nadie.

En cuanto acabó la misa, mis padres se vinieron andando por los caminos para llegar antes que los novios y los invitados, vinieron con mucho frío porque había aquel día una rosada tan grande que contaban que se les marcaban sus huellas como si hubiese nevado. Los novios y el resto de la familia, llegaron a Velilla en autobús, yo salí a esperarlos a la carretera, al lado de la acequia, con mi ropica nueva y aquellos zapatos... ¡mis primeros zapatos de tacón!, yo estaba muy contenta y a la vez nerviosa porque como sólo tenía hermanos me hacía mucha ilusión tener una cuñada, lo que recuerdo que más me sorprendió al verlos fue que la novia iba vestida de negro pues se le

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habían muerto 3 hermanas de una enfermedad de corazón y un hermano. Subimos para nuestra casa, tomamos unos aperitivos y después a comer, ¡menos mal que había un primo hermano que sabía cantar muy bien las jotas y alegró un poco la fiesta!, ya he contado que estaban de luto.

Se quedaron 15 días con nosotros, en casa de mis padres pues tampoco salieron de viaje, hasta que se marcharon de nuevo a Orera donde tenían casa, mis padres les compraron el dormitorio, cosas para la cocina y un mulo. Como mi hermano era muy mañoso empezó a trabajar en el campo pero también aprendió el oficio de albañil y más tarde se metió a cartero, llevaba los pueblos de Ruesca, Orera y Mara, y también se pusieron una tienda pequeña de comestibles que atendía mi cuñada. De ella, tengo un recuerdo que no se me borra jamás, como ya he dicho, estuvieron viviendo con nosotros quince días y uno de esos días en que ella estaba planchando, yo como niña y sin ninguna malicia, me senté en la silla donde estaba la ropa recién planchada, ella sin mediar palabra me miró fríamente, levantó la mano y me atizó un bofetón... menos mal que el tiempo todo lo pasa y lo cura.

Se me olvidaba contar de ese día la noche de bodas, ¡con la algarabía que se

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montó!... En el pueblo había un mozo viejo que se llamaba Francisco y tenía la costumbre de mirar por las ventanas de la gente a ver que veía, sobre todo si había recién casados; la habitación de mi hermano daba a la calle de atrás y efectivamente, en cuanto Francisco vio que había luz, sin importarle el frío que hacía, allí que se plantó, mi hermano Nicanor, como ya lo conocía, se subió al granero y empezó a tirarle piedrectas desde la ventana, una detrás de otra, Francisco, bastante enfadado, gritó:

¡Si alguno tiene “narices” que baje aquí!

Y vaya que si bajo mi hermano y gracias a que salimos todos, incluidos los vecinos de nuestro barrio que sino le da pero bien, que risa me dio verlos a todos en ropa interior, las mujeres con sus chales por encima del camisón y los hombres en calzoncillos largos pues entonces no se estilaba dormir con pijamas.

Y así de una manera tan ruidosa acabó una boda que había sido especialmente tranquila.

Rosario Pablo López Velilla de Jiloca

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Un susto de muerte

En mi casa teníamos una maestra de pupila que era valenciana. Un día se murió un vecino llamado Paco y la maestra le preguntó a mi madre que era lo que se acostumbraba a hacer en el pueblo, mi madre le dijo que al tener el difunto nietos en el colegio, la maestra solía ir a rezar una parte del rosario en el velatorio, así que allí nos fuimos las dos, la maestra y yo, nos pusimos una a cada lado de la cabecera del muerto, había muchas mujeres, una de ellas pidió silencio y empezamos a rezar muy concentradas, todos menos un grupo de chiquillos a los que no paraban de arrodillarse para tocarle la suela de las alpargatas al tío Paco, eran de esparto y como estaban nuevas tenían un color tan blanco que contrastaba enormemente con el color negro del traje que llevaba, las tocaban, se santiguaban y se echaban a correr. Bueno, nosotras seguíamos con la monotonía de los rezos cuando de pronto vimos que el muerto se estremecía violentamente, la maestra y yo nos miramos, nos pusimos la mano en la boca para reprimir un grito de terror y sin articular palabra echamos a correr hacia nuestra casa, todas las mujeres que había en el velatorio vinieron detrás… entre el susto y el ejercicio llegamos a casa sin aliento,

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mi madre se asustó al vernos llegar en ese estado y muy alarmada nos preguntó que había ocurrido yo decía:

- ¡Ay mamá, ay mamaaaa!…

La maestra:

- ¡Ay señora Ángeles, señora Ángeleeees....!

Mi madre me volvió a mirar y mientras me zarandeaba, me seguía preguntando qué había ocurrido pero yo solo podía decir:

- ¡Ay mamá, ay mamaaaa!…

Y la maestra con el miedo que tenía en el cuerpo:

- ¡Ay señora Ángeles, señora Ángeleeees....!

Mi madre empezó a ponerse muy nerviosa pero afortunadamente vinieron las mujeres que habían estado con nosotras en el velatorio y ellas sí que pudieron contarle a mi madre lo sucedido, aunque como nadie encontraba una explicación razonable cada una decía lo primero que se le pasaba por la cabeza.

- A ver –gritó mi madre- ¿queréis dejar de hablar todas a la vez que parecéis gallinas cluecas?

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- A propósito de gallinas –dijo Manuela- ahora mismo me acabo de encontrar a la tía María, muy acalorada, sentada en el poyato de su casa, dice que una estampida de mujeres muy alborotadas le han tirado a tomar… viento todos los huevos que llevaba en el alda del delantal y que acababa de recoger en el gallinero, no deja de repetir, “p´a verme matao”, “p´a verme matao”…

- Lagarto, lagarto –contestó Pilar- ya vale de hablar de muertos, se me pone la piel de gallina sólo de escucharlo.

- Hablando de gallinas, ¿os habéis enterado de lo que le ha pasado a la tía María? –preguntó Laura que acababa de entrar en ese preciso instante.

- Y dale que te pego, no, si no hay manera… a ver, repito de nuevo, ¿alguien medianamente cuerdo me puede contar lo que a sucedido en el velatorio? –preguntó mi madre ya casi fuera de si.

- Sí, señora Ángeles –contestó rápidamente Ascensión- verá usted, es que el muerto… no estaba bien muerto.

- ¡Virgen santísima! ¿qué majadería es esa de que el muerto, no estaba muerto? –volvió a preguntar mi madre echándose las manos a la cabeza.

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- Yo no he visto nada –dijo Tere- al oíros gritar y salir corriendo, yo sólo os he seguido.

- ¿Cómo que no? –gritó Isabel- todas lo hemos visto.

- ¿Qué hemos visto qué? –preguntó con los brazos en jarra Fulgencia.

- Pues eso, que el muerto se ha movido –dijo Isabel con voz titubeante.

- Igual no estaba muerto del todo y le quedaba un poco de vida aún -dijo Milagros.

- ¡Qué tontería! -le increpó Fulgencia- o se tiene o no se tiene.

- A lo mejor -dijo Teresa- el Paco, oyó algo que le hizo reaccionar, yo siempre he oído que el oído, es lo último que se pierde.

- El oído no sé, -dijo Laura- pero el corazón … mira lo que le pasó al tío Bonifacio, ya lo habían dado por muerto, aún me parece verlo allí con sus manicas entrelazadas...

Mi madre no le dejó terminar y hecha un basilisco gritó:

- Pero, ¿acaso os habéis vuelto todas locas de repente?

- No interrumpa Sra. Ángeles –le replicó Laura un poco molesta - ¿por dónde iba? ¡ah si!, de repente empezó a moverse y la familia a

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gritar: ¡milagro, milagro! pero el médico que todavía estaba allí, muy sereno les contesto: “déjense de milagros que no existen” y entonces les explicó que una de las venas que alimentan al corazón podría estar un poco obstruida y la sangre pasaba tan lentamente que no le dejaba llegar al corazón correctamente.

- ¿Revivió? - preguntó Teresa

- Si no había muerto, aún duró toda la noche y parte del día siguiente...

Yo ya no aguantaba más, con lo miedosa que era, aquellas historias me estaban poniendo los pelos de punta así que para acabar con la conversación le dije a mi madre:

- El muerto se ha movido mama –le repetí a mi madre con una voz frágil y temblorosa.

- Es verdad señora Ángeles, yo también lo he visto –corroboró la maestra.

De repente se hizo un silencio sepulcral, pues el que yo dijera que el muerto se había movido, era una estupidez, pero el que también lo afirmara la maestra… a ella si se le podía creer, es más se le debía creer.

Isabel comenzó a elaborar una hipótesis:

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- A lo mejor –dijo - las tablas del piso estaban blandas y al estar el muerto en el suelo…

- O quizás un ratón se le ha metido por la pernera del pantalón –le dijo en un susurro Milagros a Teresa, con bastante ironía, pero ésta le contestó

- ¿Y cómo lo iba a sentir si estaba muerto?

No le pudo contestar porque Manuela hizo una pregunta muy simple:

- Pero, ¿el muerto sigue allí?.

- Dónde quieres que vaya ¿a pasear? – contestó bastante irritada Fulgencia.

- A lo mejor se le habían dormido las piernas y sólo quería estirarlas un poco –dijo Maribel con sorna.

- ¿Qué tonterías dices? –le gritó de nuevo Fulgencia que no había captado el tono irónico de Maribel.

- A ver si ha pasado como aquel que fue a ver a su amigo muerto, las hijas lo habían colocado, ya amortajado, en el piso de arriba, él subió a verle y pidió si era posible quedarse a solas con el finado, las hijas así lo hicieron y estando el amigo rezándole una oración oyó al muerto que decía: “mal, mal”.

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- ¿Estaba vivo? –se apresuró a preguntar Tere

- Calla, que pierdo el hilo –dijo Pilarín y siguió con la historia- el amigo, bajó rápidamente las escaleras y les dijo a las hijas: “aquí no hace falta más que valor, queridas, vuestro padre no está muerto, poner a calentar unos “caloríferos” y acostarlo en la cama que en el suelo si que se está muriendo pero de frío.

- ¿Qué son “caloríferos” -pregunté.

- Pues, unas botellas de barro con un asa y un tapón de corcho en las que, antiguamente, se metía agua caliente para dar calor –contestó Maribel.

- ¿Y vivió? –preguntó Milagros.

- ¡Vaya que si! –contestó Pilarín- por lo menos varios años.

- También contaba mi madre –continuó muy animada Pilarin- que había una niña de corta edad que acostumbraba a llevarle a su abuela un vaso de leche todas las noches antes de acostarse, un día la abuela murió, con el disgusto, nadie le explico a la niña lo sucedido, la niña entró a la habitación de la abuela y al verla tan demacrada pensó que un vaso de leche templada le reanimaría, fue a la cocina, cogió el vaso…

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- Pues a mí la leche, desde hace varios meses, no me sienta bien–interrumpió Fulgencia.

- ¿Quieres callar un poco y atender a la historia? –le increpó Manuela.

- ¿Sigo o me callo? –preguntó Pilarin.

- Sigue, sigue –repliqué pues aunque estaba muerta de miedo, no podía evitar sentir una gran curiosidad.

- Pues bien –continuó Pilarín- la niña le llevó el vaso de leche a la abuela, le pasó el brazo por debajo de la cabeza para incorporarla un poco y la abuela abrió los ojos.

- ¿Resucitó? –preguntó Manuela

- Efectivamente, y vivió 12 años o más.

- La tía Saturna –continuó Milagros- que era una cuñada de mi abuela, murió, llamaron a la familia que acudió enseguida y con bastante prisa por enterrarla, pero ¡mire usted por donde!, ¡que tampoco estaba muerta!.

- Mira que si la entierran viva... ¿es que no se dieron cuenta? –preguntó Maribel.

- Pues no sé, debe ser que como era vieja, estaban deseando...

- Pues el marido de una amiga de mi madre –le interrumpió Maribel- nos contaba que el cura de Bolea...

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- Que no era cura, era un labrador o así al menos lo contaba mi tío Alfonso –replicó Pilarín.

- Anda, cuéntalo tú que parece que te lo sabes mejor –dijo Maribel.

- Mi tío –continuó Pilarín- contaba que en Bolea los curas no duraban nada.

- Pues ahora que lo dices, creo que tienes razón, sigue, sigue –le animó Maribel.

- Sigo, el obispo fue a ver que pasaba con los curas de allí, iba andando por un camino pedregoso cuando se encontró con un carretero.

- Yo no creo que los curas fuesen por esos caminos tan malos, irían... –interrumpió la historia Teresa.

- Pero que mas da si el camino era bueno o malo –gritó Pilarín- el obispo le preguntó si lo podía llevar y habían andado un buen trozo cuando la carreta se atascó, el carretero comenzó a decir: “¡arre, mula! pero las mulas no se movían, el hombre no se atrevía a gritarles porque iba el señor obispo pero viendo que pasaba el rato y de allí no salían le dijo: “Mire, señor obispo, si no echo dos juramentos de aquí no salimos” a lo que el obispo le contestó: “échelos, échelos” así lo hizo

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y el carro arrancó inmediatamente. Asombrado por esto el obispo pensó: “este señor que es tan bruto me vale para cura, será capaz de llevar a los fieles bien firmes”. Así que cuado llegaron al pueblo lo presentó como el nuevo cura pero el pobre hombre no sabía nada de tal menester y cuando tuvo que oficiar el primer entierro, no sabía qué debía hacer así que pidió que entraran el ataúd, cerró la puerta y le dijo a la gente que esperaran fuera, así una y otra vez, la gente no entendía esta nueva moda de hacer los entierros así que un día uno decidió hacerse el muerto a ver que ocurría cuando el cura se quedaba a solas con el finado, la gente estaba un tanto nerviosa, ¡por fin se iban a enterar de lo que pasaba! pero salió el cura y les dijo: “cuando me traigáis un muerto, traérmelo bien muerto que a este lo he tenido que rematar yo.

- O sea que se quedaron sin saber lo que pasaba –sentenció Fulgencia.

- Hay que explicarlo todo ¿no? –respondió Pilarín - pues no te he dicho que lo hizo cura el señor obispo en el camino hacia Bolea, pues el pobre hombre no tenía ni idea de cómo celebrar un entierro, por eso pedía quedarse a solas con el muerto, para que no descubrieran que no sabía...

- Vale, vale –dijo a modo de disculpa Fulgencia

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Cuando Pilarín acabó la historia me volví a mirar a mi madre pero la pobre estaba sentada en una silla con la cabeza oculta entre sus manos, en ese preciso momento entró en mi casa la hija del tío Paco que como tenía artrosis, no podía correr muy ligera, se plantó en medio de la habitación y todavía jadeante preguntó:

- Pero, ¿os habéis vuelto todas locas o qué? ¿a que viene eso de dejar los rezos y echar a correr de esta manera?

- ¿Tu padre está vivo o muerto? –le preguntó mi madre que ya no se andaba con contemplaciones.

- Señora Ángeles, ¿a qué viene esa tontería? –preguntó bastante extrañada la hija del difunto.

- Es que Amparito y la maestra dicen que le han visto moverse

- ¡Pues claro! –contestó la hija del finado como si tal cosa.

- ¡Claro!, ¡claro!... pues no está tan claro, por favor hija, ¿quieres explicarte? –le dijo mi madre que ya no podía más.

- A ver, estando rezando la maestra, me he dado cuenta de que mi padre llevaba la pernera del pantalón retorcida, no podía apartar la vista de allí y me estaba empezando

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a poner muy nerviosa así que sin apenas hacer ruido me he acercado por detrás y se la he intentado poner recta, pero la tela se había enganchado en algún sitio y he tenido que tirar con bastante fuerza, pensaba que nadie lo había notado pero al ver que todas salíais chillando me he imaginado lo que habíais pensado pero habéis echado a correr sin darme tiempo a poder explicaros lo sucedido y eso ha sido todo.

“Eso ha sido todo”, pensé para mi, por un lado estaba contenta de que tuviese una explicación tan lógica, pero por otro, estaba totalmente desilusionada, lo que sí me duró varios años fue la obsesión por el tío Paco, si mi madre me mandaba al granero a por fruta, allí que veía yo al tío Paco, que abría un armario, allí estaba el tío Paco, me metía a la cama, cerraba los ojos y allí aparecía el tío Paco, tal era mi obsesión que rechacé un pretendiente que me gustaba mucho sólo por llamarse Paco.

Pasaron los años, y me curé de mi obsesión, me casé y a mi primer hijo le puse de nombre… Valentín como su padre.

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Premio en la modalidad de Texto Colectivo

Amparo Palacián Ferrando Manuela Beltrán Lallana Maria Pelegrín García Isabel García Marco Tere Temprado Nuño

Maribel Temprado Cortés

Pilarin Bendicho Pascual

Teresa Ruiz Urgel Máxima Mainar Otal

Felicidad Castellano Lallana Milagros Donoso del Amo Laura Gracia Fuentes Pilar Algarate Herrero

Fulgencia Pelegrín Narvión Morata de Jiloca

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Recuerdos del pasado

Una tarde gris de invierno, Jaime estaba sentado en su sillón, cuando por la puerta entro su nieta Natalia y le comunico que Pilar, su amor de juventud, había fallecido.

Jaime se quedó triste, recordando su vida pasada y sacó de la cartera aquella foto que Pilar le entregó dedicada.

Natalia salió de la habitación donde se encontraba su abuelo, lo dejo solo con sus pensamientos y se dirigió a su dormitorio, cogió papel y boli y comenzó a escribir lo que su abuelo le había contado hacia tiempo.

En un pueblo del Alto Jalón, vivió una mujer guapa, morena, alta para su época.

Su inteligencia y personalidad sobresalía por encima de las demás chicas del pueblo.

Vivía con sus padres, cuando tenia dieciséis años los invitaron a la boda de un familiar en un pueblo cercano al suyo.

La boda era a las doce de la mañana. Pilar se puso el traje que había estrenado en las fiestas de su pueblo, un broche en la solapa que le había regalado su madrina, y unos zapatos de charol negro con tacón fino.

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Aquel día estaba más guapa que de costumbre, una vez pasada la ceremonia fueron al banquete. La comida la había hecho la familia y la celebraron al aire libre, el menú fue paella de pollo de corral y vino de la tierra, de postre la tarta nupcial y dulces hechos por las jóvenes del pueblo.

Seguidamente hubo un gran baile con una gramola.

Pilar estaba sentada con unas amigas charlando amistosamente, cuando delante de ella apareció Jaime. Era alto, moreno, apuesto y guapo; hubo un cruce de miradas, se acerco hasta ella y la sacó a bailar.

Pilar y Jaime bailaron unas piezas y cada uno volvió a su grupo. A Pilar la sacaron varios chicos más, pero ella no vio ni encontró en ellos lo que vio en Jaime.

Pasaron unas cuantas piezas, y cuando tocaron un pasodoble, titulado "España Cañi", Jaime la volvió a sacar a bailar. Se pasaron toda la tarde bailando y al final se despidieron, pues ella tenía que volver a su pueblo en mula, y el camino era muy largo; pero Jaime le había prometido que volverían a verse en las fiestas de su pueblo, que él iría a verla.

Pilar cuando llegó a su pueblo, lo primero que hizo fue buscar en su álbum de fotos una

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foto que se había hecho recientemente; el fin era regalársela a Jaime cuando lo viera.

El día de la fiesta grande del pueblo de Pilar, apareció Jaime por allí con sus mejores galas. Se miraron con ojos enternecedores y bailaron una pieza. Pilar le entregó la fotografía dedicada.

Cuando llevaban un rato bailando, Jaime se dio cuenta, de que había un grupo de mozos mirándole, y el se imaginó, que le iban a sorprender en cualquier momento.

Jaime puso una excusa para que Pilar no se enterara y la dejó con sus amigas.

Él salió por la puerta trasera y se dirigió hacia el camino de la vía del tren para poder llegar a su pueblo. Llovían piedras de los mozos del pueblo. Cuando llegó a su pueblo ya se vio a salvo y se lo contó a sus amigos; y estos se lo contaron a su padre.

Estalló la guerra. Pasaron los años. Pilar se casó con un mozo de su pueblo y echaron raíces en Barcelona y tuvieron un hijo. Jaime por su parte se casó con una moza de su pueblo y se quedó a vivir allí y tuvieron un hijo.

Jaime llevó una vida muy normal en su pueblo, se dedicó a la agricultura y fue feliz. Sin embargo Pilar en Barcelona pasó dificultades,

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su marido se echó a la vida del alcohol y mujeres junto a un amigo.

Una mañana de invierno el amigo del marido de Pilar apareció muerto en un suburbio de Barcelona. A causa de este acontecimiento el marido de Pilar se dio cuenta de su mala vida y recapacitó. Al cabo del tiempo volvieron al pueblo a pasar sus últimos días.

El marido de Pilar murió en su pueblo. Pilar volvió a Barcelona con su hijo; pero ella anhelaba su pueblo y decidió volver a sus raíces; su decisión, como ya era mayor, era venirse a una residencia de ancianos cerca de su pueblo ya que cuando su hijo la visitara podrían visitar su pueblo y pasar una temporada en su casa.

Hacía unos sesenta y cinco años que Jaime había perdido la pista de Pilar, se había olvidado de aquella época. Él era feliz con su familia y ya estaba viudo. Pilar estaba viviendo en una residencia.

Una tarde de verano Pilar estaba en el parque de la residencia leyendo un libro de Resalía de Castro, por detrás llegó Jaime, le puso la mano en la espalda; impresionada, no se lo podía creer: era Jaime, el amor de su juventud.

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Entablaron conversación y empezaron a recordar viejos tiempos. Jaime todas las tardes iba a verla a la residencia.

Pilar le contó a su hijo lo ocurrido y su hijo la vio feliz, e incluso le llegó a preguntar: “¿Madre, veo Boda?”, “no hijo, a mi edad sólo necesito compañía y recordar”.

Un día Pilar cayó gravemente enferma, la llevaron al hospital, allí estuvo bastantes días en compañía de su hijo. Jaime también cayó enfermo y estuvo los mismos días en el hospital, no se llegaron a ver, pero el destino los junto allí.

Pasaron unos días y a Pilar le dieron el alta y volvió a la residencia, a los pocos días murió.

A Jaime también le dieron el alta y volvió a su casa con su familia. Aquella tarde, Natalia le dio la noticia de la muerte de Pilar, fue la segunda tarde más triste de su vida, la primera fue cuando murió su esposa, con la que había sido tan feliz, la segunda, la tarde que murió su "Primer Amor".

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José Antonio Martínez Moreno Emilio Santacruz Gutiérrez Miguel Sierra Marruedo Jesús Rúperez Mendoza

Ariza

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Viajeros al… tren

Una mañana desapacible de otoño, en una pequeña estación de ferrocarril, esperaban algunos viajeros. El tren llegaría con un poco de retraso y parte de ellos decidieron recorrer las instalaciones.

Había poco que ver. El muelle de carga y descarga; ya que el andén estaba en obras, las cuales nunca terminaban. La sala de espera era muy reducida, unos cuarenta metros cuadrados; tenía forma de ele. Junto a la pared, y todo alrededor había unos bancos de madera muy deteriorados, los cuales necesitaban una mano de pintura. El suelo de cemento tenía algunos descorchados debido al paso del tiempo y a los transeúntes.

Las dos puertas que había estaban uno enfrente de otro, y aquella mañana corría un relente que no cesaban los molestos portazos. La calefacción no funcionaba, ni poco ni mucho, ya que carecían de ella. Sólo en algunos departamentos había una estufa de leña a la que no tenían acceso a ella.

En este recinto se encontraba la taquilla, en la cual en vivo y en directo informaban con exactitud de la demora del tren.

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El tren llegaba a la estación con su característica altanería envuelto en humo, tocando el silbato como pidiendo excusas a los sufridos viajeros.

El jefe de estación lo recibía y le daba la salida con el acostumbrado toque de campanilla.

Los viajeros presurosos se dirigían a la ventanilla para sacar billetes:

- ¿Señora me puede sacar un billete a Barcelona?

Era un joven con un aspecto bastante sospechoso, tenía las manos tatuadas y unas gafas oscuras muy grandes que le cubrían casi el rostro.

La señora le miró y le contesto:

- No señor, pues llevo kilométrico, y este librito sólo lo podemos usar las personas que estamos apuntadas; y además, yo no llevo dinero.

El joven la miró y se fue.

A la señora, en la ventanilla le sellaron la ida a Barcelona, cogió a su hijo y se fue al andén.

Se dirigió al tren, y subió por un extremo del vagón. Los viajeros se empujaban unos a

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otros y las maletas dificultaban el avance. Cuando ya estaban arriba, caminaron por el pasillo; un interventor, con gorra azul y un abundante bigote que le tapaba prácticamente la boca, le indicó, cuando pudo dejar caer el billete en su mano, el lugar donde debían sentar.

Una acristalada y corrediza puerta con cristales en cada lateral y previstas de persianas enrollables de hule aislaba el departamento del resto del vagón, al fondo, una gran ventana con persiana similar a las de las puertas. Los asientos eran de color verdosos, de un intranspirable hule, el cual se pegaba a las ropas y hacían sudar desagradablemente. Encima de los asientos y en ambos lados había sendos espejos. Los maleteros iban de un extremo a otro, y lo formaban una maraña de cordeles que salían de la pared y las recogía una barra metálica, en donde se amontonaban maletas de madera y otros equipajes.

Una profunda voz anunció la partida del tren. Se oyó un silbido, y empezó a salir humo, el tren se puso en marcha. ¡Menudo chirrido el de la ruedas! calan hasta los dientes, luego se quedó en un ligero vaivén.

Al iniciar la marcha era extraño comprobar la sensación de que el que se

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mueve permanece quieto y es lo que está al lado del tren lo que se va.

La máquina seguía resoplando, echando humo y vapor por todos lados, como tomando fuerzas para llegar a su destino.

La señora se acomodó en un departamento donde había un matrimonio con dos hijos que se dirigían a la vendimia. El padre era de construcción corpulenta. En su rostro se reflejaba su cara curtida por el sol y el aire; sus manos eran grandes, por su aspecto se veía que su oficio era la agricultura. La madre iba muy discreta vestida y su cabello lo llevaba recogido en una coleta. El hijo mayor era un niño muy hermoso, aparentaba tener siete años, no se movía para nada se entretenía leyendo un cuento que de vez en cuando se reía de lo que le gustaba. La niña tendría unos tres años, era rubia con ojos azules parecía una muñeca pero todo lo que tenia de guapa lo tenia de movida, no sabia parar. Primero le pidió a su madre ir al servicio cuando había pasado un rato pidió su bocadillo que su madre le guardaba. Como no sabia que hacer se puso enfrente de una pareja de chicos, y como no paraban de hacerse carantoñas la niña creía que estaba viendo algo extraño su madre con mucha prudencia la retiraba pero ella aun se ponía mas cerca. En ese momento apareció el

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revisor y la pareja le preguntaron si podían cambiarse de sitio a lo cual el revisor les contestó que lo sentía pero el tren iba completo

Entre los viajeros que ocupaban el departamento del vagón iba también un matrimonio. La señora preguntó a su esposo:

- ¿Tienes hambre? -a lo que él respondió:

- Saca algo que algo comeremos.

La mujer llevaba un cesto de mimbre con asa y dos tapas, de ella saco una fiambrera de aluminio y dos tenedores. Le dio al marido una hogaza de pan y le pidió partiese la tortilla a cuadritos para pincharla mejor.

Preguntaron a sus compañeros de viaje, si querían compartir su comida con ellos y respondieron.

- No gracias.

Menos el joven que no contestó. Solo dio un salto cuando el marido sacó una gran navaja.

- No se asuste es para cortar el chorizo y el pan, saco la bota de vino se echó un trago y se pusieron morados de comer mientras los demás los miraban con envidia. y el joven de reojo y con recelo.

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El tren paró en seco, lo que hizo que los pasajeros se golpearan contra los asientos, algunos; los mas inestables casi caen. La gente no chillo, pero sus miradas, querían decir ¿que pasa aquí?.

Un joven, entonces se levanto de su asiento, y dijo en voz alta:

- Es el colmo, primero sale el tren con retraso y ahora de repente para.

La verdad hacía unos minutos ya que el tren estaba parado, a la entrada del túnel.

- ¿No podía haberse parado en otro lugar?. Protesto otro señor detrás.

El joven se dirigió hacía el pasillo, para intentar hablar con alguien, pero no había nadie. Busco al revisor, pero allí no aparecía nadie.

Anduvo un poco mas y encontró a un señor, al que dijo con enfado:

- ¿Qué ocurre aquí? ¿Es que nadie puede dar explicaciones?. ¿Qué es lo que pasa?.

El hombre le contesto que no sabía nada, que el tren había parado, pero el no sabía el porqué.

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Otro señor llegó y gritando dijo: ¡ Yo aquí me muero, no aguanto los espacios cerrados. ¿Si al menos dejaran abrir una ventana?.

El revisor le acompañó a su vagón y abrió una de las ventanas, pero el tren seguía parado.

El tren que iba atestado de gente, por fin prosiguió la marcha, pero como era de esos que paran en todas las estaciones, a todos se les hacía interminable, pero en particular a los niños que no dejaban de entrar y salir continuamente.

La niña, que era, una charlatana, enseguida entabló conversación animada con el joven que iba en el pasillo.

De pronto la vieron sus padres cogiendo la mano del desconocido, y les decía gritando: ¡papá, papá, me voy a tomarme un refresco con este señor¡. El padre un poco violento y molesto, le dijo a su hija que desistiera, pero la niña, un tanto desobediente. repetía: que si, ¡ que ahora vengo¡ ¡que yo quiero un refresco¡. Entonces el padre se levantó furioso, y se encaró con el joven: ¡Suelte a mi hija inmediatamente¡

- Señor, le dijo el desconocido: Comprendo que no se fíe de mí, pero su hija me

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ha caído bien, y puede creer que mi intención era buena.

La niña regresó con sus padres, y por supuesto llevó una buena reprimenda.

El susodicho personaje desapareció de inmediato.

Al poco, se corrió la voz, que un preso se había escapado de una cárcel.

El matrimonio se miró asustado, y los dos tuvieron un mismo presentimiento.

En verdad que estaba siendo un viaje accidentado, pero, aún no habían terminado los misterios y sobresaltos, pues cuando el tren ya llegaba a Barcelona y los viajeros cansados de tantas horas de viaje, se preparaban con sus equipajes, de pronto el tren dio un nuevo frenazo y se paró antes de entrar en la estación, que casi les hizo caer. Y ahora, ¿qué pasa? Se preguntaron. El joven hizo intención de levantarse para salir, pero el señor que había subido al tren en Zaragoza se le puso delante ordenándole ¡quieto!.Por el pasillo pasaban gente corriendo y dando voces, la señora al borde del desmayo, se abrazó a su hijo,¡tranquilos! dijo el señor. En ese momento apareció otro con una pistola en su mano y cogiendo al joven cada uno de un brazo se lo

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llevaron. Todo quedó en silencio pero con muchos nervios.

Al poco el tren se puso en marcha y, ¡por fin! llegaron a la gran estación; conforme se apeaban los viajeros, a todos se les veía con caras desencajadas, y se comentaba, de que habían cogido al preso que se había escapado de la cárcel de Daroca.

A la señora, junto a su hijo, para siempre le quedará el recuerdo de su viaje que, emocionada y nerviosa, había hecho para conocer a su primer nieto...

Pensar, que habían estado sentados durante horas teniendo al lado, a un delincuente.

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Pilar Gómez Martínez Ángeles Fuentes Lapoulide

María Luisa Pérez Arantegui María Flor Alcalde Mínguez

Laura Rubio Pellejer Dori García Merodio

Tomasa Benito Teresa Martín Blanco Taller de Expresión

Calatayud

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Una gran ilusión

Es una mañana del mes de julio. Hace mucho calor. María es una chica de 16 años, alta, de piel morena, ojos verdes y pelo castaño, es una chica moderna, está muy ilusionada pues ha quedado en reunirse con todas sus amigas; van a hablar de sus planes, de lo que van hacer en su primer año como peñistas. María piensa que va a pasarlo muy bien ya que va a poder estar toda la noche fuera con todos sus amigos, y que por fin va a sentirse responsable de la libertad que le han dado sus padres, pues la han premiado por las buenas notas sacadas durante todo el curso; es tan grande la ilusión que tiene que los días se le hacen eternos.

María y sus amigas después de hablar un rato sobre sus planes, quedan para el día siguiente para salir a buscar un local donde puedan reunirse, ya que tienen la idea de formar una peña, el nombre no lo tienen todavía, piensan llamarse: Las Marchosas, Mogollón o Las Desmadradas.

A la mañana siguiente suena el despertador, María se levanta rápido, va a reunirse con sus amigas, al levantar la persiana pensando que hacía un día espléndido, se sorprendió; la mañana era muy oscura, no

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había sol y un gran manto de niebla cubría toda la ciudad. No correspondía a esta época del año, había un silencio total, se palpaba en el ambiente que algo sucedía, si se prestaba atención se daba uno cuenta que no se oía ni el trinar de los pájaros.

La gente que iba al trabajo comentaba con sus compañeros que algo se presentía como si algo fuese a pasar.

De repente al llegar las doce de la mañana, la niebla se disipó rápidamente y un sol brillante iluminó toda la ciudad de Calatayud, sin que nadie supiera por qué las campanas de la Virgen de la Peña empezaron a tocar. Los bilbilitanos se miraban entre sí sin saber a qué se debía y miraban hacia la ermita, la sorpresa de todos fue descubrir que a la Virgen de la Peña no le pasaba nada pero observaron que en el cerro de San Roque la ermita había desaparecido.

María y sus amigas se echaron a la calle como todos los bilbilitanos. Todos estaban aturdidos. Como no sabían lo que pasaba se dirigieron hacia el Ayuntamiento para ver si alguien les daba una respuesta al fenómeno, pero nadie supo dar una explicación de lo que podía haber pasado.

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Conforme pasaba el tiempo más gente se reunía, entonces todos decidieron subir hacia el cerro de San Roque para ver lo que ocurría. Al llegar a lo alto la gente se miraba entre sí pero nadie se explicaba nada, pues allí no había ni una señal de que la ermita de San Roque hubiera existido.

La histeria era colectiva, las personas mayores lloraban, estaban asustados; María y sus amigas, como toda la gente joven, estaban desesperadas, pensaban que si no aparecía el Santo y la ermita, las fiestas no se podrían celebrar, y todas las ilusiones que tenían puestas en esos días de convivencia se venían abajo.

El acontecimiento corrió como la pólvora, todos los medios de comunicación se hicieron eco de la noticia.

No habían transcurrido ni dos horas, cuando llegaron expertos geólogos de Zaragoza con todos los aparatos de medición, pero ninguno de ellos podía dar una explicación de lo que allí había sucedido.

El alcalde convocó a los peñistas para ver lo que se podía hacer, todos acordaron que había que suspender los actos programados para las fiestas de San Roque, la subida a San Roque para cantar los gozos, los encierros, las

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corridas de toros, las vaquillas, las charangas. Iban a ser unos días muy tristes.

Los padres de María, estaban preocupados. ¿Que pasará si no se celebran las fiestas de San Roque?

La vida en la ciudad de Calatayud en esos días se vio inmersa en una vitalidad y en un bullicio que a todos, aunque muchos no lo quieran reconocer, les llenaba de orgullo; ellos también habían sido peñistas y llevaban la fiesta muy dentro, por eso pensaban con alegría que su hija disfrutara como ellos habían disfrutado.

En una peña de un San Roque ya lejano se conocieron y se hicieron novios y piensan: “¡Cuántas parejas habrán salido de las fiestas de San Roque! ¿Qué horror? Lo que esta pasando no puede ser verdad, alguien esta jugando sucio con los bilbilitanos. ¿Esto es un gran misterio que habrá que resolver”. Ellos, al igual que María, tenían puestas muchas ilusiones en estas fiestas, su pequeño hotelito que con tanto esfuerzo habían conseguido levantar tenía ya varias reservas hechas, pero estaba por ver qué pasaría.

Lo mismo pensaba todo el gremio de la hostelería y el comercio y los peñistas; estaban todos que no se podían creer lo que estaba pasando, lo tenían todo preparado para esos

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días, y que todo se fuera al garete no les hacía ninguna gracia, porque las pérdidas eran muchas y las ilusiones que no se podían realizar si las fiestas no se celebraban, serian inmensas.

Y no digamos María y sus amigas. Ya es mala suerte, para ser el primer año que se estrenaba en las fiestas, les pasa este extraño fenómeno.

La voz ya se había corrido, San Roque se había esfumado, y la juventud que venía de diversos lugares aunque fueran lejanos, a disfrutar y a bailar con las charangas, porque la fiesta engancha, el que viene una vez, vuelve al año siguiente, no vendrían, toda la ciudad se quedaría muy triste.

María fue a ver a sus abuelos para ver qué le cuentan. Ellos han nacido, viven y según dicen quieren morir a los pies del Santo y al amparo de la Virgen, en el barrio que lleva su nombre, el barrio de San Roque, que cada año en la madrugada del día 16 de agosto se llena de colorido, algarabía y fervor de gente joven y no tan joven que suben la cuesta camino de la ermita.

María le preguntó a su abuela Pilar.

- Abuela ¿tú qué crees que ha podido pasar?. Pilar poniéndose muy seria contesta:

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- Puede que hayan sido los extraterrestres, porque haya llegado hasta su galaxia el ruido de los bombos y no están acostumbrados a semejante jolgorio.

Entonces intervino su abuelo.

- Tú no te preocupes que San Roque aparecerá, y podrás disfrutar de las fiestas como tu abuela y yo disfrutamos cuando éramos jóvenes, faltaría más, como que me llamo Paco.

Cuando María llegó a su casa no sabía qué pensar, estaba confusa. ¡Eran tantos los comentarios que había escuchado a lo largo de aquel triste día!

Todas sus ilusiones se iban a quedar en eso en ilusiones, porque jamás se podrían realizar, ella no podría contar a sus hijos y a sus nietos sus experiencias como una de las fundadoras de una nueva peña sanroquera. Se sentía cansada y a la vez enfadada con el mundo y con todos, alguien, no sabía quién, le había robado la ilusión que tenía puesta en las fiestas de San Roque. Decidió irse a la cama sin cenar dispuesta a sumirse en un profundo sueño del que no quería despertar.

La madre de María extrañada, entra en la habitación y la encuentra dormida y a la vez inquieta.

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- ¡Maria! ¿Qué pasa que no te levantas? Hace un día precioso, ayer dijiste que madrugarías para terminar el diseño de la camisa de la peña.

A María le cuesta abrir los ojos, está como aletargada, parece como si no se diera cuenta de donde está, maquinalmente se sienta en la cama y busca instintivamente el despertador.

- ¿Ya son las nueve? ¿Mama, ya ha aparecido?

- Maria... ¿De qué me estas hablando?

- De la ermita de San Roque, he soñado que ha desaparecido.

- Que tonterías son esas, ¿cómo va a desaparecer?

- Yo la he conocido siempre en el mismo sitio, es una ermita sencilla y modesta, como corresponde a un barrio humilde, quizás por eso toda la ciudad le tiene tanto cariño.

María se desperezó y aunque no estaba bien despierta, saltó de la cama dispuesta a comprobar si su fatídico sueño se había cumplido.

Subió la persiana de su habitación, y allí frente a ella un lo alto del cerro estaba la ermita como siempre desde que ella recordara, cerro los ojos y volvió a abrirlos, ahora no estaba

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soñando, por fin podría realizar todas sus ilusiones.

Salió de la habitación dispuesta a llamar a sus amigas para contarles el horrible sueño que había tenido y concretar todo lo relativo a la peña con más ilusión y ganas que antes.

Por fin ya ha llegado el gran día, faltan dos horas para que suene desde el balcón el cohete que anuncia el comienzo de las Fiestas.

María sale de su casa toda compuesta y resplandeciente con su atuendo reglamentario, la camisa la conforman caras de chicos y chicas de diversos países y razas, la suya es la primera peña intercultural.

Yolanda Sarmiento Hernández Carmen Aguaviva Serrano

Rosa Marín Gil Mª Ángeles Diez Arraz

Marianela Artal Julia Chaves Chaparro

Taller de Expresión Calatayud

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La niñez de Lola

Eran las ocho de la mañana y como cada día Lola se levantaba temprano para ayudar a hacer las tareas de casa, antes de ir a la escuela. Cogía los cantaros del hueco de la escalera, para ir a la fuente que estaba en la plaza, a por agua. De paso pasaba por la panadería del tío Pepe para coger el pan. Esa mañana Lola ayudó a su madre a preparar el almuerzo y la comida que su padre y sus hermanos iban a llevarse al campo. Era la menor y la única chica de cuatro hermanos, y eran tiempos muy difíciles y de mucho trabajo.

Le gustaba mucho ir a la escuela aunque algunos días no podía ir porque tenía que ayudar en casa. La clase que más le gustaba era la de la señorita Pili, aprendía a hacer labores.

A la salida esperaba a su hermano Juanito, que salía del pabellón de los chicos y se iban juntos a casa a comer. Allí los esperaba su madre con una fuente de judías, en la que comían todos juntos.

Luego Lola ayudaba a su madre a fregar los cacharros en la acequia del matadero.

Las tres de la tarde se hacían enseguida y debían volver a la escuela hasta las cinco.

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Cuando volvía a casa su madre le estaba esperando con la merienda, una rebanada de pan con vino y azúcar.

Luego se sentaba con su madre y las vecinas en la puerta de casa a hacer labores y cuando acababa se iba a jugar con las chicas del barrio al corro o a las tabas, hasta el anochecer.

Se hacía la hora de cenar y los hombres de la casa llegaban del campo. Lola y su madre les estaban esperando con la cena hecha para después reunirse en casa de los vecinos a pasar la trasnochada.

Hoy en día Lola tiene ochenta años. En muchas ocasiones nos cuenta como vivía cuando era niña, y se da cuenta de que todo ha cambiado mucho. Ella de niña al tener que ayudar en casa pasaba mucho tiempo con la familia, estaban más unidos. Ahora, la televisión, los videojuegos, los ordenadores nos quitan tiempo para pasar momentos y disfrutar con nuestra familia.

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Josefa Solanas González Carmen Escolano Martín Barbara Solanas González

Alumnas del curso de Consolidación Cetina

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La escuela de ayer

Siempre que me pongo a recordar, mi mente evoca las vivencias de mi infancia y en especial las ocurridas en la escuela porque en ella viví unos años muy felices, entrañables e inolvidables.

Cuando me llamaban a las 9 de la mañana para ira la escuela ¡que pereza tenía!, pero una vez que llegaba, saludaba a la maestra, cogía el cuaderno de la escritura que siempre estaba en su mesa, miraba qué lecciones tocaban para ese día, pues siempre estaban escritas en un cartón que había en la pared, cada día 3 asignaturas diferentes y ¡a estudiar!, nos llamaban de uno en uno para dar las lecciones, unas veces me las sabia y la maestra me felicitaba pero otras no y tenía que escribirlas 10 veces, hoy son las que mejor recuerdo.

Recuerdo con total nitidez a mi primera profesora, se llamaba María Asunción y la tratábamos con mucho respeto, cuando entrábamos por la mañana a la escuela todas las chicas nos acercábamos a ella para decirle: “Doña Maria Asunción, ¿ha descansado usted bien?” y por la tarde, tras la comida: “¿Ha comido usted con gusto?. Era una buena

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maestra y vivía sola con la única compañía de un perro llamado “veintisiete” recuerdo que cuando murió el perro fuimos todos los niños de la escuela en procesión a enterarlo en el pinar, iba el animal metido en una caja de madera que le hizo el carpintero del pueblo y nuestra desconsolada maestra estuvo todo el tiempo con unas gafas oscuras para ocultar sus lagrimas.

Además de las lecciones, en la escuela nos daban también leche en polvo por las mañanas, las propias alumnas teníamos que prepararla y a mí me resultaba muy divertido pues solíamos encargarnos dos niñas de edades diferentes, una mayor y una pequeña, en primer lugar teníamos que ir hasta la fuente y llenar una cacerola grande que poníamos a calentar en la estufa de leña y allí disolvíamos la leche sin parar de removerla, algunas veces nos despistábamos un poco, la leche hervía y se salía por toda la estufa y lo malo no era el olor tan desagradable que desprendía sino que teníamos que frotar la estufa hasta dejarla completamente limpia, y lo peor de todo era el momento en que nos la teníamos que beber porque tenía un sabor muy raro que intentábamos disimular con cacao o café.

Los inviernos eran muy fríos y para calentarnos teníamos una estufa de carbón

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para toda la clase y las más mayores nos hacíamos cargo de encenderla con leña menuda que llevábamos todas las niñas de nuestras casas, una vez encendida le echábamos carbón, eso ya nos daba más miedo porque lo dejaban en el calabozo del pueblo. Un día que le toco a la más traviesa que había en la escuela y después de coger el carbón, ella y otra niña llamada Miguela se fueron a lavar las manos a la fuente. Miguela no sabia la intención de su compañera cuando le mojó el vestido por detrás pero cuando llegaron de nuevo a la clase le dijo a la señorita que Miguela se había hecho pis en la carbonera, la señorita se acercó y vio que efectivamente, Miguela llevaba el vestido mojado y sin mediar palabra le propinó un sonoro bofetón, en aquellos años los maestros primero actuaban y luego preguntaban, o a veces ni eso.

Un año se nos estropeó la estufa y en una caja de metal llamada “rejilla” nos metían unas brasas y poníamos los pies encima para calentarnos.

También recuerdo que la maestra llevaba casi siempre las medias rotas, era una prenda escasa y cara, nosotras con bastante ironía le decíamos: “Doña María Asunción, tiene un punto en la media” a lo que ella contestaba: “¿sólo un punto?... ¡punto y coma!”.

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A los niños y las niñas se nos daba una educación bastante diferente, a las niñas en particular, lo que más nos enseñaban por las tardes era a hacer labores, a mi me gustaba hacer bordados en cortinas, colchas y fundas para recoger el camisón de dormir que todavía conservo y donde pone “buenas noches”.

Cerca de la escuela había una era que servía para todo, tanto para jugar como para hacer “pipí”, pues no teníamos las comodidades de que se dispone ahora.

En el mes de mayo se hacia las “Flores a la Virgen” en filas de dos en dos salíamos de la escuela y llegábamos a la iglesia donde rezábamos y cantábamos las “Flores a María” y recitábamos poesías, yo aún me sé una:

“Es la pureza la flor que mas agrada a Maria / por eso yo con amor te la ofrezco madre mía / porque siendo tu tan pura / ¿cómo no te ha de agradar / que la inmensa criatura / pureza sepa guardar? / El que guarda pureza con grande celo / casi tiene seguro llegar al cielo. / Porque Maria al que su pureza guarda / le ampara y guía./”

En aquellos años la religión estaba muy metida en nuestras vidas, los curas tenían mucha autoridad y todos los respetábamos. Los chicos cuando los veíamos pasar íbamos a

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besarles la mano y a darles los buenos días o las buenas tardes. El sacerdote que estaba en el pueblo se llamaba Don Miguel pero le decíamos “el tío caña” porque nos pegaba con una caña cuando nos portábamos mal o no nos sabíamos el catecismo. Las misas eran muy aburridas porque leían en latín y no entendíamos nada pero teníamos que estar atentos sobre todo en el sermón, ya que en la escuela, la maestra nos preguntaba de que había hablado y si no lo sabíamos el castigo era seguro y a veces exagerado, nos ponían de rodillas con los brazos en cruz. Un día, Isabel, una de las chicas mayores, se puso un trozo de teja en la cabeza debajo del velo y cuando llegó Don Miguel y le pegó con la caña, sonó fuerte la teja y nos reímos tanto y tanto rato que acabamos castigados todos.

Cómo cambió la escuela en pocos años, mis nietos ya no han vivido nada de todo esto, quizás con ellos pecamos de exceso porque por ejemplo recuerdo la primera excursión que hizo mi nieta con el colegio al Monasterio de Piedra, la niña se dejó el dinero en casa, cuando me di cuenta mandé a mi hijo, su padre, a que alcanzase al autobús, lo hizo en los semáforos de Calatayud, se lo dio a la profesora para que se lo entregase a la niña, no quería que pasase las mismas calamidades que pasé yo. Por eso

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otro motivo de sufrimiento para mi fue cuando a los once años mi nieta tuvo que ir a estudiar a un colegio en Calatayud, me daba miedo de que no se acostumbrase pues en ese colegio no era como en el pueblo, allí había muchos niños, tenía que madrugar bastante para coger el autobús, salían todos los días a las 9 de la mañana y no regresaban hasta las cinco y media, se tenía que quedar a comer en el colegio y yo sufría mucho porque sabía que no le gustaba la comida que le daban, sobre todo las lentejas, decía que le sabían a socarradas, aún ahora cuando se las pongo para comer me dice que le recuerdan las del colegio.

Mercedes Bureta Pascual Nieves Latorre Echevarría Consuelo Pardillos Julián

María Llanos Pardos Morales

Esther Perruna García Angelines Ruiz Guerrero

Lidia Yagüe Lorente Taller de Ortografía. Fuentes de Jiloca

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Juguetes Rotos

Buenas tardes, que frió hace, dice Ana Mari al entrar en clase. Aquí se está bien le contesta Rosario y alguna otra comenta, es verdad, ya nos hubiese gustado estar tan calentitas cuando de niñas veníamos a la escuela, en esta misma clase. Por aquel entonces estábamos ateridas de frió y soportando el humo de la vieja estufa que no funcionaba bien, porque el aire que siempre hace por el castillo no le dejaba tirar y la apagaba.

Desde entonces, para alguna de nosotras han pasado más de cincuenta años y para otras unos pocos menos, pero todas peinamos canas, aunque para el resto de la gente seamos “las casi jóvenes”

Hoy miramos desde nuestras mesas, por las mismas ventanas que teníamos cuando éramos niñas. Todo parece igual, pero cuantas cosas han cambiado, que distinto es todo o casi todo. Son muchas las cosas que han pasado en nuestro pueblo, en el mundo, en nuestras vidas.

Hoy como cada miércoles “nuestra profe” nos hace volver a la realidad, con una fuerte palmada.

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¡Empieza la clase! Hoy queremos dedicarla a hacer un relato para el Concurso literario, dudamos sobre el tema, no nos decidimos, ninguno nos parece suficientemente interesante, pero de pronto Pilar dice, os parece bien que tratemos el tema de la violencia de género. Al principio nos parece un tema demasiado manido y tratado por todos, esta a la orden del día y es raro el día que no oímos alguna noticia que no la tenga como protagonista, pero después de discutir un poco llegamos a la conclusión de que es uno de los temas más importantes de la actualidad y muy a tener en cuenta.

El sentimiento de que éste es una buena tema a tratar se extiende entre todas y pasamos de repente de tener un ambiente distendido a ponernos mucho más serias cuando comenzamos a hablar de los malos tratos, ya que como bien dice mi vecina, somos “juguetitos de los hombres”.

Después de un rato de estar pensativas, Tere rompe el silencio y nos comienza a contar una historia. Cuenta que tenía una vecina a la que por sistema le pegaba su marido y que no había día que no acabara con las manos de su marido marcadas en el cuerpo, esta mujer acudía habitualmente al Juez de Paz para

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enseñarle los moratones que le producían los golpes y un día que el juez habló con su marido, le dijo que la próxima vez que le pegase lo hiciese en el culo, porque de esta forma (debido al pudor) no iría a enseñarseló.

El comentario general es que no debería haberse llamado Juez de Paz, oyéndose un montón de adjetivos diferentes para definirlo. Lo realmente cierto es que antes lo que se tenía era mucho temor y miedo.

Inocencia en relación con el miedo, nos cuenta que la madre de una amiga suya cuando su marido venía del campo, tenía que salir y preguntarle si quería que le quitase o no la alforja a la mula, porque en otras ocasiones cuando la mujer sin preguntar se la quitaba le parecía mal y sino se la quitaba también, así que tomo la determinación de preguntarle primero, y cundo sentía su llegada se asomaba a la escalera y le preguntaba,

- Maño… ¿te quito la alforja o no?

Aunque pensándolo bien, estamos todos de acuerdo en que la historia continua, por desgracia cada día vemos como mujeres mueren a manos de los hombres, y si antes morían menos era porque al no tener tanto

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acceso a la formación ni al trabajo fuera de casa, las mujeres aguantaban más y se quedaban en casa ya que no tenían otro lugar donde ir y en cierta manera era su obligación, ya que para eso se habían casado.

Julia al hilo de esta conversación, nos dice que eran los hombres los que traían el pan a casa y que la ley del divorcio tampoco estaba al alcance de todo el mundo, además era impensable el separarte de tu marido, ya que eso era “hacerle de menos” y eso no se podía consentir.

Siempre era lo mismo “MUJER AGUANTA”, eso se lo decía su madre; “MUJER AGUANTA” eso se lo decía su padre y por si fuera poco hasta su mismísima suegra Tú no haces de menos a mi hijo y tienes que seguir con él sino no haberte casado con él, así que “AGUANTA”.

Después de esta intercambiando opiniones durante mucho tiempo e ir apuntando aquello que nos parecía más importante, hemos llegado a la conclusión de que los malos tratos, sean físicos o psíquicos no se pueden consentir, ya que nadie tiene derecho a imponer su fuerza sobre otra persona. Lo importante y lo que siempre debe imperar es el dialogo entre las personas, porque para ello estamos dotados de el habla y la

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razón que es lo que nos diferencia del resto de los animales.

Julia Aldea Bueno Rosario Gormedino Bueno Pilar Gormedino Bueno

Conchita Gormedino Hérnández Ana María Mateo Gil

Rosario Gracia Monteagudo Inocencia Juana Ramón

Teresa Langa Lorcas Martina Pablo Pablo Pilar Juana Revuelto

Taller de Memoria y Razonamiento Munébrega

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Reflexiones en el tiempo

Mi vida, tu vida, los recuerdos se quedan impregnados en la piel, a veces sientes tanto el amor, la ternura, el dolor, la angustia, el miedo, la incertidumbre, el sacrificio que la memoria pierde su valor, y otras veces si no fuera por esos recuerdos sería imposible vivir.

“Los recuerdos buenos y malos son los que condicionan nuestras vidas. En la vejez nos resultan más gratificantes los recuerdos buenos. Me gusta recordar los momentos alegres, pero si quiero pensar en el pasado sin amargura, recuerdo cuando los niños eran pequeños todos se llevaban bien, los dos chicos se llevaban poco tiempo, parecían gemelos, eran preciosos todos; pasan los años y tiene que pasar de todo, los que se fueron lo hicieron para no volver, vives de los recuerdos.

Recuerdo mis años de niña, fueron muy felices, salíamos del colegio, cogíamos la merienda y a jugar por todo el pueblo, fueron años muy bonitos; en la escuela aprendí a leer y a escribir y a saber convivir con los demás, también a hacer buenas amigas.

La maestra que más recuerdo es Doña Amparo, era muy buena, yo la quería mucho, todo lo aprendí con ella, aritmética, gramática,

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dibujo, a cantar, a coser (todavía tengo un costurero con todas las cosas que había que aprender a coser y bordar: ojales, piezas con distintos puntos), a recitar poesías,... los sábados íbamos de paseo, hacíamos gimnasia y lo pasábamos muy bien.

En casa jugábamos con los juguetes de nuestros hermanos, qué alegría nos daba cuando nos los dejaban, yo tenía un muñeco que se llamaba Pepón, pero un año para Reyes nos regalaron una muñeca de cartón, mi hermana cogió la mía y la metió en un cubo de agua y se rompió. También jugábamos a hacer vestidos a las muñecas y con puchericos y cazuelicas para a hacer comiditas.

Cuando éramos jóvenes se bailaba en las fiestas hasta el amanecer con unas nevadas tremendas, los músicos tocaban y luego se acababa la fiesta en las cuevas, las botas llenas de buen vino y no había prisa por ir a casa, era Diciembre pero aunque hacía frío no lo teníamos, podíamos con todo, no teníamos miedo a salir y nos olvidábamos del frío. El frío también lo recuerdo en mis manos, cuando íbamos a lavar la ropa al río, teníamos que romper el hielo para llenar los cántaros, nos llevábamos un pozal con agua caliente y para poder lavar metíamos las manos en el agua para poder aguantar.

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El amor lo conocí cuando era jovencita, mi padre y mis hermanos me querían mucho por ser la más pequeña; luego el amor de mi marido, el amor es bonito cuando una pareja se mira, el amor es todo delicadeza, sin amor no se puede vivir, amar es vivir. Del amor nacen los hijos y es lo que más quieres; el amor se comparte en la familia y crece también si esa familia se lleva bien.

Cuando tienes un niño en los brazos la ternura se refleja en el rostro del que nos mira, pero que felicidad y que ternura da la compañía de tus hijos y nietos, qué hermosa es la ternura, con ternura es más agradable la vida. Se es feliz con muy poco: “el gato miraba al niño como comía la merienda, se le cayó al suelo y el gato la quiso coger, el niño lloró y el gato se acercó al niño y lo miró, dejó la merienda y gato y niño se fueron juntos a jugar” La contemplación de escenas como estas deja un poso de ternura y felicidad en las entrañas.”

El miedo, la muerte, la soledad, el silencio, todo acaba por constituir nuestro tiempo, tiempo para amar, tiempo apara recordar tiempo para vivir, tiempo para morir.

“Sabemos cuando nacemos pero no cuando vamos a morir. La muerte nos sorprende cuando menos lo esperamos. Cuando una persona está muy enferma a veces deseamos

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su muerte para que no sufra demasiado; pero la muerte es caprichosa no viene cuando queremos nosotros, se presenta sin llamar y entra sin esperar, por eso la ponen tan larga y fea y sin querer se lleva lo mejor.

Me encanta el silencio de las iglesias vacías, me recuerda el campo al atardecer cuando los pájaros buscan su hueco en el árbol para dormir acurrucados uno junto al otro, el silencio es bonito si es para soñar y pensar, entornas los ojos y si estas contenta sueñas cosas maravillosas; el silencio puede expresar muchas cosas, un silencio puede afirmar, pude indicar un momento de felicidad, pero también el silencio pude indicar algo negativo cuando se oculta en el silencio la injusticia y la verdad. Me gusta el silencio porque en realidad se aprende más en silencio que hablando, las noches de verano son muy bonitas porque puedes contemplar el cielo en silencio y dejarte llevar por los recuerdos”

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Ascensión Herrero Basilisa Simón Pérez

Matilde Durán de Francia Andrea Urbano Borqué

Gloria Cebrián Carmen Durán

Taller de Activación de la memoria Paracuellos de Jiloca

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Los colores de la vida

Suena el despertador y Marta se incorpora bruscamente de la cama. Por la ventana abierta comienzan a entrar las primeras luces de la mañana. La noche ha sido larga y calurosa, su sueño entrecortado. En el reloj de la plaza del pueblo las campanadas de las seis de la mañana.

Mira a su alrededor y ve su equipaje preparado con sus maletas cerradas. Mientras termina de asearse piensa que por fin llegó el gran día para ella. Su sueño comenzaba a hacerse realidad.

No quería despedidas, así se lo había dicho a su familia. Cogió sus maletas y salió hacia el apeadero, allí mientras esperaba el tren pasaron por su mente, como si de una película se tratara, toda su infancia y adolescencia, una etapa de su vida llena de felicidad.

El silbido del tren le hizo reaccionar, ese tren que le llevaría a la gran ciudad, en la que su vida iba a dar un gran giro. Subió al tren, al mirar por la ventanilla sus ojos se llenaron de lágrimas, atrás dejaba a su familia, a sus amigos, a su pueblo... La tristeza se apoderó de ella, sentía miedo a lo desconocido.

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El tren se puso en marcha, tomó asiento y enseguida se acordó de su prima Irene, ¿cómo estaría? Había pasado mucho tiempo, tenía ganas de verla y un sentimiento de añoranza se apodero de ella.

Durante el viaje recordó aquellos veranos que juntas pasaban en el pueblo eran muy jóvenes y compartían proyectos e ilusiones. Recordó a su abuela y las historias que les contaba junto al fuego de la chimenea, los baños en el río y los juegos en la plaza del pueblo. Casi sin darse cuenta el tren estaba llegando a Valencia, en el andén su prima esperaba y al encontrarse se fundieron en un abrazo.

Fuera de la estación, esperaba el novio de Irene con su descapotable rojo recién comprado, para presumir de coche. Después de las presentaciones las chicas decidieron que en el coche solo iba el equipaje, iban dando un paseo para ver el paisaje. Pasaron por un parque muy largo y se fijaron en un pino muy grande, que estaba en el centro del parque, en una de las ramas había un loro verde y alrededor del tronco diez niños jugaban al corro.

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Una vez atravesado el parque llegaron a casa. Marta se sorprendió al ver dentro a una niña. ¡Su prima Irene había sido madre! La niña se llamaba Sara y estaba muy contenta de ver a su tía, minutos más tarde, Marta deshizo las maletas y seguidamente se fue a dormir, puesto que el viaje le había dejado agotada.

Al día siguiente todavía le aguardaban miles de sorpresas y entre estas sorpresas, estaba la boda de su prima Irene, que se casaba dentro de un mes con el chico del descapotable rojo. La boda llegó, y gracias a ésta Marta conoció el amor. El afortunado chico que la enamoro resultó ser un amigo de la infancia, que apenas recordaba su nombre; era Roberto que aparentaba ser un chico muy educado, formal y trabajador; cuando llegó a la ciudad le costó bastante adaptarse porque no encontraba trabajo y añoraba mucho su pueblo y su gente aunque poco a poco se fue adaptando y encontró un buen trabajo además de hacer buenos amigos.

Marta se encontraba feliz ya que Roberto le enseñó la ciudad e incluso hicieron planes juntos. Marta encontró trabajo en el comedor de un colegio, estaba contenta, ya que le gustaban mucho los niños y siempre había soñado trabajar con ellos.

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Roberto y Marta decidieron buscar piso e irse a vivir juntos ya que todo les iba muy bien. Encontraron uno muy céntrico cerca de su trabajo. La vida les había cambiado ya que conocían mucha gente y empezaron a ser felices.

Pero al tiempo, Marta, decidió volver al pueblo, todo había cambiado, sus queridos padres estaban enfermos, al poco de llegar su padre murió. Fue un duro golpe, pero Marta se rehizo y regresó con su madre a la ciudad.

Estaban a gusto en Valencia ya que la ciudad les gustaba mucho. Pero de nuevo otro contratiempo en forma de enfermedad entró en sus vidas, ésta hizo que Marta pasara momentos difíciles, pero gracias a los adelantos en medicina, su energía, el apoyo de Roberto y su familia, Marta pudo recuperarse.

Pasó el tiempo y su amor estaba cada vez más consolidado y con mucha ilusión prepararon su boda con la ayuda de ambas familias.

La boda se celebró con mucha alegría por parte de las dos familias y al poco tiempo la alegría fue completa con la llegada del primer hijo haciendo olvidar los difíciles momentos de

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su enfermedad. Así Marta con el tiempo culminó su sueño más importante, ser feliz.

Pili Cuenca becerril Pilar Vela Lorente

Mª Pilar Nonay Villalba Mª Jesús Nonay Raga Olga Genzor de Luis

Manuela Cuenca Medarde Esmeralda Golollón Gascón

Gloria Lafuente Joven Sabiñán

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Departamento de Educación, Cultura y Deporte

Fondo Social Europeo