Relatos 2004

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1 RELATOS Tercer Certamen Literario 2004

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Concurso de relatos del año 2004 en Educación de las Personas Adultas de la Comunidad de Calatayud

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RELATOS

Tercer Certamen

Literario

2004

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EDUCACIÓN DE PERSONAS ADULTAS Comunidad de Calatayud

RELATOS Certamen Literario del año 2004

Centro Público de Educación de Personas Adultas

MARCO VALERIO MARCIAL

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Aulas de Educación de Personas Adultas

de la Comunidad de Calatayud

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Prólogo: José Ramón Olalla Edita: CPEPA Marco Valerio Marcial. 2005 (Centro educativo Manuel Giménez Abad) C/ Ramón y Cajal, 1 50300 Calatayud

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Reúne este volumen los relatos presentados en la tercera convocatoria del Certamen Literario, en el año 2004.

La participación, extensiva al ámbito de actuación del Centro “Marco Valerio Marcial” a través de sus aulas de Educación de Personas Adultas en la Comunidad de Calatayud, ha sido aceptable: treinta y ocho relatos, destacando en número Morata de Jiloca un año más, con diecisiete relatos presentados, por lo que su aula ha recibido una mención especial.

La valoración de los relatos ha estado a cargo de tres personas vinculadas con la docencia y el campo literario: José Ramón Olalla, profesor de Adultos, actualmente asesor del Centro de Profesores y Recursos, María Jesús Gaceo y Blanca Langa, profesoras del Instituto de Educación Secundaria “Miguel Primo de Rivera” ambas.

Debe leerse esta recopilación con ojos limpios, como lo que es: producto de la valentía de personas que asisten a diferentes aulas de Educación de Adultos que, con cautela, cariño y miedo, se han atrevido a

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afrontar la virginidad del papel construyendo –desnuda el alma a veces– pequeñas historias capaces de despertar emociones en lectores sensibles. Y aquí está el resultado.

No podemos dejar de insistir en el proceso de animación a la lectura y en el deseable subsiguiente de animación a la escritura. Por ello, es necesario aplaudir a quienes han participado venciendo pudores temáticos o estilísticos, e incitar a quienes se han quedado en el camino o no se han atrevido a iniciarlo, a que lo hagan. Es un sano ejercicio de creatividad que nos enriquece a todos.

Este volumen ve la luz durante el vigésimo curso de Educación de Personas Adultas en Calatayud, alguno menos en otras localidades de la comarca. ¿Cuántos relatos podrían escribirse inspirados en estos años?

Ana Isabel Pétriz

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Prólogo

“Que veinte años no es nada...” cuando Gardel y Le Pera escribieron “Volver” sabían qué se decían: era ayer y en la tele ponían “Mariana Pineda”, ese verano se habían celebrado los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, acababa de morir el escritor Truman Capote –en febrero se había ido Cortázar–, estaban a punto de asesinar a Indira Gandhi y el comienzo del otoño, que se anunciaba caliente esta vez por la OTAN, iba a traer a Calatayud un nuevo modelo de educación para las personas adultas. Era ayer y han pasado ya veinte cursos (por una deformación profesional a los maestros el tiempo nos mide en cursos) desde aquel octubre del 84 que me trajo a Calatayud para enseñar sin saber muy bien a quién, qué, cómo... ni siquiera hasta cuándo.

Como a todas las últimas preguntas, a la mía (¿hasta cuándo?) sigue respondiendo el tiempo –pese a todas las vacilaciones administrativas, ahí sigue la escuela de adultas (y lo escribo en un femenino intencionadamente genérico)–. A mis

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restantes dudas respondió la gente, la misma que ha dado vida a las páginas de esta publicación; gente con otros nombres, con otras caras o con las mismas, pero veinte años más sabias.

¿A quién? A hombres y mujeres, sobre todo mujeres, que querían aprender a leer, a escribir, matemáticas, geografía, a mirar la vida de otra manera y a que la vida les mirara mejor... y que, a la vez, fueron comprendiendo lo que ya sabían: que su experiencia vital les había enseñado mucho más de lo que podían hacerlo las materias de clase y que la única forma de subirse en marcha a este mundo cambiante es aprender a aprender. Eso lo supe con ellas, me enseñaron a enseñar, y también con ellas aprendí a aprender.

Desde hace unos años me regalan el privilegio de leer sus historias y, a cambio, me imponen la tasa de elegir unas pocas para distinguirlas. Nunca me ha gustado la palabra calificar –prefiero cualificar aunque ambas signifiquen lo mismo– ni he entendido nunca que un texto pueda tener una nota de 7’65 –así, con números decimales–, ya sé

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que eso no es propio de un maestro, qué le vamos a hacer. Por eso siempre he leído sus relatos con la única intención de leer y por eso siempre se me hace complicado elegir. Sé –y ellas también lo saben porque son sabias de vivir – que, premiadas o no, todas tienen su recompensa: dan lo que tienen cuando escriben y eso satisface sus esfuerzos, a la vez que alegra los ratos que gano leyéndolas y enmienda mis decisiones.

Este año, el de los veinte que no son nada más y nada menos que la experiencia de haberlos vivido, me han dado también la ocasión de prologar sus relatos: gracias, ahora soy yo quien se siente premiado.

José Ramón Olalla

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Relatos premiados

Primer premio ................................................................ 13 La culpa la tuvo el tren Manuela Beltrán Lallana Morata de Jiloca

Segundo premio ............................................................. 19 Khalil Pilar Gómez Martínez Calatayud

Tercer premio................................................................. 24 Aquel pueblo María Luisa Serrano Galindo Calatayud

Cuarto premio ................................................................ 30 Descubrí que me engañaban María Teresa Temprado Nuño Morata de Jiloca

Quinto premio................................................................ 34 Después de una guerra Milagros Mínguez Gutiérrez Calatayud

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Otros relatos

Alhama de Aragón “Ausencia”, María Pilar Vivas Soriano .............................39

Ariza “A mi madre: el día de su cumpleaños”, Jesús Rupérez Mendoza .........................................................47

Calatayud

Ilusiones rotas, María Teresa Rodríguez Miguel .................50 Acordes en el tiempo, José Martín Franco Hernández ......56 Pablo, María Teresa Rodríguez Miguel ................................65 En busca de la felicidad, Rosa Marín Gil.........................71 Un niño especial, María Teresa Rodríguez Miguel .............77

Cetina El dolor de un error, Mónica Alvárez Sánchez..................82

Morata de Jiloca

Lagarto, lagarto mío, Felicidad Castellano Lallana ............90 Una experiencia inolvidable, Manuela Beltrán Lallana....93 La lotería, Pilar Algárate Herrero........................................97 Amor y tristeza, Laura Gracia Fuentes ............................101 La vida en el campo, Fulgencia Pelegrín Narvión .............105 El Cristo de los zapatos, María Pelegrín García .............108 Vivir o morir, Manuela Beltrán Lallana...........................111 El fin de una ilusión, Isabel García Marco.......................119 Bello amanecer, Pilar Bendicho Pascual............................125

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Sólo una historia, Amparo Palacián Ferrando..................129 Vida y muerte de un tocino contada por él mismo después de muerto, Asunción Algárate Palacios ..............136 Mi amiga Rosario, Maribel Temprado Cortés ...................139 Once de marzo, María Pelegrín García............................142 Micky, Manchas y unas amiguitas, Isabel García Marco............................................................146 Lucía, una mujer realista, Isabel García Marco................150 Al salir al campo anoté mis pensamientos, Felicidad Castellano Lallana ...............................................154

Moros Una mujer de los años 30, Asunción González Gallego ................................................157 El sueño, Mandi Lacal García..........................................163

Velilla de Jiloca Mi abuela Agustina, Rosario Pablo López........................171 Recuerdos de otros tiempos, Emilia de Jesús Lázaro ....177 Ricos sin dinero, Candelaria Ibáñez Moya .......................180 La vida de mis abuelos paternos, Manuela Catalán Serrano ...................................................184 Para toda la vida, María José Guillamón Molina ..............188 Historias verdaderas que parecen mentira, Avelina García Montesinos .................................................191 María, María José Guillamón Molina .................................195

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La culpa la tuvo el tren

Hacia una tarde de invierno de esas en que no apetece salir ni hacer nada, solo estar sentada alrededor de la mesa camilla al calor del brasero y tomarte un café con leche bien caliente.

La abuela, así la llamaba todo el mundo cariñosamente, esa tarde se encontraba sola y algo nostálgica, el abuelo se había marchado como de costumbre al café a echar la partida de guiñote con los amigos y no había regresado todavía. Como no podía estar sin hacer nada, ya que era una mujer muy activa a pesar de su edad, se dirigió a su dormitorio y en concreto a su vieja cómoda donde siempre decía que guardaba sus tesoros mas queridos, entre otras cosas allí estaba la labor empezada, las cartillas de escolaridad de sus cinco hijos con las notas, los recordatorios de la primera comunión... no se si por azar o por la melancolía que sentía esa tarde, encontró el álbum de fotografías familiares, lo apoyó contra su pecho y a su mente acudieron a través de las viejas fotografías amarillentas y algo estropeadas

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por el paso del tiempo, recuerdos de su boda, y de sus hijos cuando eran pequeños, para ella en ese momento se detuvo el tiempo y retrocedió, volvió a ser de nuevo la joven que vivía en un pueblo de la ribera del Jiloca. No era un pueblo grande pero tenía todos los servicios que se necesitaban para vivir bien, escuela, médico, ferretería y tiendas de comestibles.

La abuela recuerda con especial cariño la estación de ferrocarril, era la línea “Calatayud-Valencia” en aquellos tiempos los pueblos por los que pasaba el tren se consideraban más ricos que el resto, solían decir; “un pueblo que tiene río y pasa el tren es un pueblo rico”.

Recuerda con detalle la estación, era de una sola plantea y de techos excepcionalmente altos, tenía una sala de espera y contigua a ella una vivienda para el jefe de estación y su familia, fuera había un jardín con unos árboles muy grandes, centenarios y un aljibe que llenaban de la acequia, en su cara se dibuja una tierna sonrisa cuando piensa en el enorme reloj que presidía la sala ¡qué bonito era!

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A pesar de estar la estación alejada del pueblo se tenía por costumbre salir a ver pasar el tren, en verano se iba a las 11 de la noche a recibir al Correo, para la chiquillería y la gente joven esto suponía una auténtica diversión.

La abuela se acomoda en su sillón y continua con sus recueros, en las casas no había agua corriente, tenían que ir con cántaros a buscarla a la “Fuente del Batán” y a la “Fuente de los Garbanzos” como solían hacerlo al atardecer, los mozos las esperaban y así se cortejaban, luego entraban al corral y vaciaban los cántaros porque las tinajas las tenían llenas y de nuevo volvían a por otro viaje. Dando un gran suspiro, la abuela recuerda la jotica que le cantaba el abuelo antes de ser novios: “te pasas el día entero / yendo a por agua a la fuente / no se si es porque te vea / o por el agua que bebes”. Ahora la sonrisa de la abuela se transforma en una sonora carcajada y no puede evitar pensar en su primer viaje en tren, tendría unos 17 años.

En toda la ribera del Jiloca se tenía por costumbre bajar a las fiestas de San Roque de Calatayud y en concreto a las vaquillas

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que eran el día 16 de agosto, realmente era un premio ya que por esas fechas ya se había recogido toda la cosecha de cereal, todos habían trabajado mucho, los hombres segando y acarreando la mies en las caballerías del campo a las eras y la mujeres y los chicos en las eras trillando y aventando.

Salían del pueblo al amanecer en el primer tren que bajaba a Calatayud, en la estación ya empezaba la juerga y el alboroto, de repente alguien gritaba: “ya viene, ya viene” las mujeres recogían precipitadamente los canastos donde llevaban la comida y los hombres no se olvidaban de la bota de vino que colgaban en su hombro. El tren disminuía la marcha y por fin paraba en la estación pero ya bajaba lleno de los pueblos de arriba, a los chicos pequeños los aupaban y los metían por las ventanillas, una vez dentro les daban las cestas de la comida y los mayores entraban como podían. Lo primero que hacían, una vez dentro, era saludar al resto de los viajeros de su vagón ya que la mayoría eran conocidos, luego intentaban buscar algún asiento libre. Los asientos eran de madera y auque normalmente se podían

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sentar seis personas, ese día se sentaban diez y cada uno con un chico encima y la cesta de la comida, a los pies.

A los jóvenes no les gustaba sentarse, preferían recorrer todo el tren para saludar a los jóvenes de otros pueblos y ver de que pueblo eran las mozas más guapas, a los chicos pequeños lo que mas les gustaba era mirar por la ventanilla, en su inocencia, pensaban que eran los árboles los que se movían al paso del tren.

Una vez en Calatayud, lo primero que se hacía era comprar unas sandías cuanto más gordas mejor, luego iban paseando y cantando hasta “la fuente de los ocho caños” a orillas del río jalón hasta la hora de comer. Allí extendían los manteles y se empezaba a comer, se bebía y se contaban jotas, en el café se acababan juntando los de todos los pueblos, aquello era una gran juerga.

Después de comer se iba a las tradicionales vaquillas, en el descanso se sacaban de nuevo las fiambreras y a merendar y a comer por fin la sandía. ¡Que tiempos aquellos! suspira la abuela, en ese viaje, se hizo novia del que después sería su

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marido, ¡vaya! ¿será tonta? después de tantos años y ¿todavía se pone colorada cuando piensa en ello?. El abuelo ya la cortejaba pero aún no eran considerados novios. Al salir de las vaquillas solían ir paseando de regreso a la estación del tren que estaba bastante alejada del pueblo. La abuela recuerda que aquel día el abuelo no paraba de mirarla pero no le decía nada así que fue ella la que tomó la iniciativa y le dijo que si la convidaba a un merengue, él que era bastante fanfarrón le preguntó si se atrevía a volver otra vez al pueblo y ella ni corta ni perezosa le dijo: - Vamos. Se hicieron los remolones para que nadie los echara en falta y pensaron que entre lo que faltaba para que llegase el tren y el retraso que siempre solía traer, tendrían tiempo de sobra de ir y volver, sin embargo cuando llegaron a la estación, el tren ya se había marchado y no había otro hasta la mañana siguiente, se quedaron de piedra, así que cogieron un camino vecinal que el abuelo dijo que era más corto que la carretera y así andamos 13 km. Cuando llegaron al pueblo no se había acostado nadie, estaban todos esperándoles a la entrada, serían las 12 o la 1 de la madrugada. Lo recuerda tan claro

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que casi puede oír al abuelo diciéndole a su padre que él iba con buenas intenciones porque la quería pero su futuro suegro no entraba a razones, lo tenía cogido por la solapa y no lo soltaba pero desde aquel día fueron novios formales.

La abuela sonríe llena de felicidad porque ella cuando alguien todavía recuerda aquel incidente suele decir que la culpa la tuvo el tren pero el abuelo con sorna suele contestar: – Si, si...el tren...el tren.

Manuela Beltrán Lallana Morata de Jiloca Primer premio

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Khalil

“¡Más deprisa!. Este trabajo tiene que estar terminado hoy. ¡Más deprisa! ¡Holgazanes!”.

Lo único que había escuchado desde que salió de su país habían sido insultos y frases que esperaban que diese más y más de su trabajo, por un miserable jornal.

Los primeros días, en su nuevo país, fueron de un vivir ausente de la realidad, concentrado en sí mismo y en esa nueva manera de entender la vida; en un mundo, que trastocaba todos los valores, y donde lo superfluo pasa a convertirse en esencial, mientras lo esencial quedaba siempre en segundo plano.

Khalil era un hombre joven de veintiocho años, y piel oscura, algo que hacía que todos que no fuesen como él le despreciaran y le dedicasen los peores trabajos. Él era fuerte y siempre estaba alegre, y no dejaría por el camino su moral, su capacidad de resistencia, ni sus ansias de sobrevivir.

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Nunca se quejó de tener que trabajar tan duro ni de su bajo salario; nunca pidió a Dios que le librara de las calamidades, sólo que le librara de la desesperación.

Por la noche después de acabar la jornada y a pesar de su agotamiento y el dolor que sentía en todo su cuerpo, gustaba contar historias sobre su África natal que escuchaban gustosamente los demás trabajadores negros. Cuando el sueño hacía presencia, ellos se despedían con un “hasta mañana”, pero Khalil aún tenía unos instantes para pensar, porque no existe jabón, por costoso que sea, que pueda lavar los recuerdos, y supongo que todos podemos sacar del saco del alma, recuerdos escondidos en los repliegues de la memoria; y él, pensaba en su gente, en su familia, en su mujer, en sus hijos... A ella la recordaba hermosa, pero muy delgada, por falta de alimentos y agotada por el duro trabajo, a sus hijos los recordaba llorosos, tristes, sin un futuro más seguro que la muerte por falta de alimentos.

Por eso decidió viajar al nuevo continente a trabajar, porque esos hombres blancos le ofrecían todo aquello que

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siempre quiso darles a su familia, aunque tuviera que alejarse él.

Muchas noches pensaba en Gabón y en la pobreza de su tribu los “Bakala”, donde el sol y el silencio son los dueños y la muerte su invitada, donde él vivía pobremente cultivando tapioca, que intercambiaba por unos míseros cachivaches inservibles.

El cambio siempre era bueno para los blancos y malo para los “Bakala” y con el tiempo, la pobreza y los cachivaches inservibles crecían.

Por eso Khalil decidió irse junto con la mayoría de los jóvenes de su tribu a trabajar al nuevo continente, pero él buscó un bello y próspero rancho, no quiso la ciudad, mejor dicho, no le interesaba para sus proyectos; y junto a sus compañeros negros dormía de manera inhumana; hacinados, uno junto a otro sin apenas espacio para estirar las piernas.

Khalil comía de la comida que se hacía en el rancho para los de su raza, pero de su mísero jornal, no gastaba un centavo, él sabía que si flaqueaba y no era capaz de

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mantenerse firme en sus decisiones, sus remotas posibilidades de conseguir la victoria acabaría por diluirse como sal en el agua.

Aquella noche Khalil durmió mejor que nunca, por fin después de aquellos años de esfuerzos, volvía con su familia, no soportaba ni un día más la separación.

Intentó imaginarse a su familia, cómo estarían sus hijos, el rostro de su amada mujer.. y se quedó pensando cosas maravillosas.

Tan maravillosas, como que el pasaje del barco lo pagaba trabajando en las máquinas del barco que hacía el trayecto de vuelta, otro trabajo explotado por su dureza; pero él era feliz porque iba camino al hogar.

Parte de la suma de sus jornales lo había gastado en comprar diversas herramientas y utensilios, que le serían necesarios para sus proyectos en Gabón; su amado y mal explotado país.

Él soñaba con todo esto, y era como si transitase por los estrellas; pero de repente,

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algo le tiraba de sus zapatos hacia abajo para traerle al mundo real.

Cuando al fin llegó a Gabón y se vio rodeado de su familia, la emoción fue inimaginable; Khalil recordó lo que su madre solía decirle: “hijo, ten confianza, cuando Dios te suelta de una mano te recoge con la otra”.

Khalil no se cansaba de mirar a su mujer e hijos que cambiados ya por el tiempo, habían dejado su niñez y estaban en plena adolescencia. Pensó en lo pobres que eran, pero no pobres de bienes materiales, que eso era algo a lo que estaban acostumbrados desde siempre; sino pobres de conocimientos, lo cual se convertía en un nuevo motivo de amargura.

“No tener es malo” -musitó para sus adentros- “...pero no saber es peor”.

Buscando alivio, Khalil se encamino al descarnado monte; a ese rincón, donde desde niño gustaba estar, y donde siempre desnudaba su alma, sus angustias, sus alegrías. Ese rincón le ayudaría a organizar de nuevo su vida en Gabón; porque quien

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va por el mundo a tientas, lleva rumbos perdidos.

No tardó mucho en ver claro. Sus ahorros irían a darles la mayor cultura posible a sus hijos. Por lo demás, él sabía que tendría que trabajar duro, pasar más o menos penurias; pero contaba con el apoyo y el amor de los suyos, y a eso no renunciaría por nada.

Suspirando, se puso en pie; escudriñó ávidamente la lontananza y visiblemente turbado, mirando a su tierra dijo con voz trémula; “Te amo, con un amor nuevo y distinto, y no dejaré que me nuble nada la alegría”

Pilar Gómez Martínez Calatayud Segundo premio

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Aquel Pueblo

Era una noche ideal; las estrellas brillaban sobre los viejos tejados, y el pueblo estaba sumido en el más completo silencio. Dormía. El único signo de vida era la luz que salía de una ventana. Me acerqué, y a través del cristal pude observar lo que había dentro. Se trataba de la cocina de una casa, donde además de la luz que daba una bombilla que colgaba del techo, el resplandor de un fuego espléndido que ardía en el hogar, iluminaba la estancia.

Cerca del fuego, un gato se desperezaba al amor del calorcillo, a su lado, un anciano de mirada triste lo acariciaba, y por su mirada ausente, pude imaginar que aquel anciano sufría.

Pensé: “He de averiguar cual es la causa de esa tristeza”. Y me retiré de aquella ventana un poco avergonzada por haber espiado sin su consentimiento aquella casa y aquella vida, que al parecer iba consumiéndose en medio de aquella soledad.

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Yo había llegado a aquel pueblo como médico. A pesar de no tener nada en contra de los pueblos, la verdad, no me hacia muy feliz vivir en uno de ellos, pero había sido mi decisión ser médico, mi destino era ese pueblo y no había mas remedio que acudir al trabajo.

Busque la única fonda que había en él y los dueños me pusieron al corriente de los enfermos que había en aquellos días. Tenía que visitarlos una vez al día hasta que fueran mejorando, y esas visitas diarias servían para conocer a las familias y saber de sus problemas. No me iba a faltar trabajo, porque a pesar de ser un pueblo pequeño, había muchos “mayores” y éstos eran presa fácil de las enfermedades sobre todo en los inviernos.

Aquel primer día estuve viendo a tres pequeños que tenían sarampión y a dos niños con bronquitis, nada grave, pero los crios lloraban al ver a una desconocida. ¿Por qué? Si los médicos solo queremos sanar y poner alegría en las familias.

Tuve que ver también a un señor de mediana edad, un hombre recio de cuerpo

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y de genio. En su juventud había bebido mucho y seguía bebiendo; así que su hígado estaba cirrótico. Me dijo que se llamaba Joaquín, pero todo el mundo lo llama “el tío gordico”. Le prohibí tajantemente el alcohol y me dio palabra que no bebería. En la fonda me dijeron que no haría caso y así fue.

Vi también ese primer día a dos señoras que estaban esperando bebe y ambas se pusieron contentas porque hubiera llegado por fin un médico. También yo estaba feliz, porque de las cosas bonitas de mi profesión, la de ayudar a traer al mundo un bebe era lo mas bonito y emocionante, y ver la alegría de los padres al escuchar ese primer llanto de su hijo, lo mas gratificante.

Estos fueron mis primeros pacientes, y como tenia tiempo libre me dedique a conocer el pueblo y sus habitantes.

En la fonda conocí al secretario (un tipo genial) alegre, simpático y dicharachero. Se llamaba Delfín (su apodo “garza”). Se volcó conmigo, quizá porque le parecí demasiado joven (me dijo) y él que llevaba bastantes años en aquel pueblo, me

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fue contando la historia de sus habitantes y por supuesto la del anciano de mirada triste. Su nombre era Manuel y su vida era triste ¡claro! ¡Como no iba a serlo! Perdió a su hijo en la guerra, y quedo con su esposa solos, intentando superar esa terrible desgracia. Nunca lo consiguieron. Adoraban a su hijo que además era único. En él habían puesto todas ilusiones, todas esperanzas y sus mejores años habían sido una lucha para que su hijo fuera el mejor y lo habían matado en la guerra. Fueron años duros los que vivieron tras su desaparición, pero habían pasado ya muchos, y como estaban muy unidos iban “soportando la vida”.

Un día y sin pensar, encontró a su amada esposa muerta, y esto fue la gota que colmo el vaso. Desde ese día el Sr. Manuel no levanto cabeza y su mirada estaba siempre ausente.

El secretario “garza” me fue contando y más que nada “presentando” a la gente y del Sr. Manuel sólo hablamos aquel día, porque luego se dedicó a contarme anécdotas de jóvenes y viejos.

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Del “Tío gordico” bueno, bueno lo que me contó. La de “melopeas“ que cogía y lo gracioso que se ponía cuando iba “colocao”

- Yo le cortaré esas “melopeas”- le dije.

Un día lo encontré por la calle, él me saludo y yo le abordé: ¿Sabe “tío gordico” que me han dicho que sigue Ud. bebiendo y mucho?

¡¡Quiá!! –me dijo- no haga Ud caso ¿Qué es un litro vino pa un hombre trabajado?

Me quede sin saber que decirle, pero le aseguré que si no cortaba, su vida seria corta. No se inmutó y siguió con su vida que “era su vida” y me dijo que prefería vivir cuatro años a gusto que diez sin “animarse”. Y no conseguí apartarlo de sus “melopeas”.

Un día me fue a ver al Sr. Manuel. Al principio me acogió con frialdad; no quería dejar que nadie intentara animarle. Poco a poco me fue teniendo confianza y me hablo sinceramente: “No quiero vivir”. He perdido mis dos amores, mi hijo y mi mujer, y la vida me pesa como una losa. Mi mujer fue

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siempre el pilar de mi casa y sin ella y sin mi hijo ¿Qué hago yo aquí?

Le pedí permiso antes de marcharme de su casa para seguir visitándole y lo hice muy a menudo (como era mi obligación) porque el Sr. Manuel era un anciano con el alma triste y eso era peor que cualquier enfermedad.

No fueron aburridos los muchos años que estuve en aquel pueblo. Fui conociendo a todos sus habitantes y queriéndoles porque eran buenas gentes, sin doblez y muy agradecidos.

El Sr. Manuel, que su tragedia me llego al alma, poco a poco se fue encariñando conmigo y yo con él, teniendo largas conversaciones y un respeto mutuo.

Aquellos años fueron felices para mí, ayude cuanto supe y pude con mis conocimientos y mi buena voluntad a pequeños y mayores. Cuando me marche sentí dolor, pero nunca olvidare el cariño y la amistad con que fui tratada en aquel pueblo.

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Mª Luisa Serrano Galindo. Calatayud Tercer premio

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Descubrí que me engañaban

Me casé enamorada, para mí era el chico mas guapo que había visto, éramos un matrimonio feliz o al menos eso era lo que yo creía pues nunca teníamos una pelea. Tuvimos dos hijos que nunca nos dieron un problema, yo me dedicaba a las faenas de la casa y a cuidar de todos ellos. Mi marido trabajaba en una empresa, fue ascendiendo poco a poco y llegamos a tener una buena posición económica, trabajaba muchas horas y yo estaba muy preocupada pues no tenía nunca fiesta, apenas podíamos disfrutar de su compañía algún fin de semana. Cuando yo me quejaba, él me decía que tuviera paciencia, que ya tendríamos tiempo cuando se jubilara, entre mimos y carantoñas, siempre me prometía que cuando fuésemos viejecitos, me dedicaría todo su tiempo, que no se apartaría de mi lado ni un solo instante, que me tendría como a una reina.

Los chicos fueron creciendo, mi hija encontró un buen empleo y se independizó, el chico se marchó fuera a estudiar y nos

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quedamos solos, ahora más que nunca mi atención era para él, me arreglaba pensando en él, para que el poco tiempo que pasábamos juntos, me viese guapa.

Yo cada vez estaba más sola y por eso quedaba con bastante frecuencia a tomar café con mis amigas de toda la vida, así pasábamos un buen rato hablando de nuestras cosas. En una de esas reuniones Ana, mi mejor amiga, me comentó que se separaba de su marido, que su vida era monótona, aburrida e insoportable, a mí me pareció una locura, era mi amiga de siempre, todos los años pasábamos las vacaciones juntas,¿qué iba a ser de ella ahora? Le pedí que recapacitase, debía pensárselo mejor, ¿qué iba a hacer si se quedaba sola? Ella ya sabía que mi matrimonio no era precisamente un ejemplo a seguir, le conté que a mí también me faltaban cosas, ella me dijo que yo no tenía de qué preocuparme, que lo mío era diferente, según ella me estaba volviendo muy quisquillosa con le edad.

Un fin de semana mi marido me dijo que tenia que salir de viaje por motivos de trabajo y yo no se por qué me quede

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pensativa. Carmen otra de mis amigas al enterarse de que estaba sola vino a verme, cuando le abrí la puerta vi que su cara estaba triste y le pregunté que le pasaba, bastante nerviosa intentó cambiar de conversación pero al final no puedo aguantar más y me dijo lo que yo creo que hacia tiempo que intuía, mi marido me estaba engañando con otra mujer. Por un instante perdí el conocimiento, Carmen se asustó, en parte se sentía culpable pero no podía soportar que mi marido se siguiese burlando de mí. Cuando reaccioné un poco le pregunte:

- ¿Quién es ella? ¿la conozco?

Carmen me dijo que tenía una foto que probaba lo que acababa de decirme, como loca le arrebaté el bolso y allí estaba mi marido abrazado a otra mujer, la foto estaba tomada de lejos pero aquella mujer me era familiar. Carmen insistió en que observase la foto con atención porque aquella mujer era Ana, mi mejor amiga, en ese momento toda mi rabia desapareció, no supe que decir, me quede helada, sin palabras.

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Tres horas mas tarde me senté, en el sillón favorito de mi marido, a esperarle. Tenía que pensar, imaginé que el entraba por la puerta, yo entre gritos y lágrimas le diría que lo sabía todo, le enseñaría la foto, él que desde luego era muy listo seguramente tendría alguna excusa preparada, me diría que Ana estaba liada con alguno de sus compañeros de la empresa, se asombraría de que yo pudiese pensar que él era capaz de hacer algo así, se sentiría ofendido, ahora sería él el que empezaría a gritar y yo... seguro que acababa perdonándole, fingiendo que me lo había creído todo, e incluso le pediría perdón, imaginaba que sucedería así porque cuando una ha vivido tantos años como yo viví con mi marido, conoces sus reacciones, pero en este caso no fue así pues fueron pasando las horas y la puerta no se abría, fueron pasando los días y la puerta no se abría, fueron pasando los meses, los años y la puerta no se abría... Ahora sabía que jamás se abriría porque de tanto mirar aquella foto descubrí que aquella mujer que mi marido abrazaba no era Ana sino Carmen.

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Mª Teresa Temprado Nuño Morata de Jiloca Cuarto premio

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Después de una guerra

Yo tenía cinco años, y hacía dos que había terminado la Guerra Civil. Eran tiempos difíciles. Se carecía de muchas cosas, incluso de las más necesarias. Éramos tres hermanos: Miguel, Ángel y yo, la más pequeña. Mi padre trabajaba en la RENFE, era factor de circulación. Mi madre, como las demás amas de casa, tenía que hacer casi milagros para poder llegar a fin de mes. Para conseguir algún ingreso extra, por las noches, después de cenar, hacía jabón para luego venderlo entre las vecinas y conocidas.

Tengo un vivo recuerdo de cómo en un balde de zinc echaba, entre otras cosas, trozos de sebo y unas escamas de sosa que compraba en la droguería y que no nos dejaba tocar porque, decía, quemaba mucho. Se pasaba mucho tiempo dando vueltas y vueltas con un palo de madera. Era un trabajo muy pesado y mi padre también le ayudaba algún rato. Cuando la mezcla estaba lista, la echaba en una caja de madera y esperaba a que se endureciera. Después, volcaba la caja en

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una mesa y, con una cuerda fina, cortaba los trozos casi del mismo tamaño. Yo seguía el proceso con mucha atención y me gustaba ver los pedazos tan blancos y finos. Lo vendía enseguida, antes incluso de que estuviera lo suficientemente duro. Y vuelta a empezar.

Por otro lado, mi padre aprovechaba los desplazamientos en tren, que no tenía que pagar al ser ferroviario, para comprar aceite. Era el llamado estraperlo. Mi padre compraba unos pocos litros y con mucho miedo, ya que no era una persona muy decidida y valiente para hacer eso. Nos contaba que dejaba el paquete a veces debajo del asiento, otras donde se ponía el equipaje. En ocasiones salía bien y llegaba a casa con su aceite. Pero otras veces inspeccionaban el tren los de la Fiscalía y preguntaban: “¿De quién es este paquete?” No sólo él había comprado aceite y lo llevaba en el vagón, pero allí no aparecía ningún dueño. Entonces se lo llevaban todo y mi padre llegaba a casa con la cara larga. Mi madre tenía que consolarle. Pero cuando conseguía traer la latilla de aceite, mi madre se encargaba de venderlo.

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Venían a casa las mujeres con sus botellas y, según sus posibilidades, compraban medio litro o un cuarto. Lo que siempre hacía ella era, después de medido el aceite, echar la “chorretá”. Total, que las ganancias se esfumaban con la propina. Mi madre era así. Por lo menos no nos faltaba aceite para echar al pan, que con un poco de azúcar, teníamos para merendar. Nos estaba tan bueno cuando salíamos del colegio y nos íbamos a jugar...

También recuerdo que en uno de sus viajes fue a un comercio a comprar aceite, le sirvieron lo que pidió y cuando fue a pagarlo, para su sorpresa, le dijeron que era un regalo y aún le obsequiaron con unas pastas “para sus hijos”. ¿Qué había pasado? A mi padre, que era bien parecido e iba bien arreglado siempre por su trabajo, le habían confundido con uno de la Fiscalía y por miedo se lo regalaban. Entonces mi padre se dio cuenta y les dijo: “No tengan miedo, yo sólo soy un ferroviario y vengo a por aceite para ayudar un poco a la economía de la casa”. Se lo agradecieron tanto y se empeñaron en regalarle las pastas, que nos estuvieron riquísimas a todos.

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Entre el sueldo de mi padre y las ventas de jabón y aceite, hambre no pasamos pero los alimentos eran justos. Con frecuencia, mi padre, dándome parte de su comida, me decía: “Toma, cómete esto que yo no tengo más gana”.

Cuando lo recordaba unos años después me daba cuenta de que no era cierto, nos daba su comida para que tocáramos a más.

Yo estudiaba en el colegio de monjas de las Hijas de la Caridad. Mi clase era bastante grande y en invierno teníamos una enorme estufa de serrín. Me gustaba ver cómo la encendían. Ponían un palo redondo en el centro, echaban serrín, y con otro palo lo golpeaban hasta dejarlo muy apretado. Luego quitaban el palo del centro y la encendían con papeles. Se iba quemando poco a poco y daba bastante calor.

Era buena estudiante pero también un poco traviesa. Recuerdo una tarde, cuando cosíamos o bordábamos. Estábamos sentadas mi compañera y yo junto al balcón, al fondo de la clase. Empezó el habitual rezo del rosario y nosotras no

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parábamos de hablar. Entonces dijo la monja: “¡Silencio! La que no quiera rezar, que salga fuera, al pasillo”. Ni corta ni perezosa, cogí mi labor, salí de la clase y me senté junto a la escalera. Al momento, vino la monja y me dijo: “¿Qué pasa, por qué te has ido de la clase?” Yo le respondí: “Porque usted ha dicho que la que no quisiera rezar el rosario, se podía marchar”. Entonces la monja, sin poder contener la risa, ya que yo era muy pequeña, me cogió de la mano, entramos en clase y comentó: “Esta niña es muy obediente”. Toda la clase se rió, pero ella no volvió a decir nunca más esa frase, creo que por miedo a que le cogieran otra vez la palabra.

En otra ocasión, mi compañera y yo les cosimos a las chicas de delante un trozo de sus uniformes. Cuando íbamos a salir al recreo, y cada una intentó avanzar, los dos trozos del uniforme se rompieron. Se armó una buena. Ellas, llorando, y nosotras, castigadas a la clase de los chicos y con las manos en la cabeza. Pasamos tanta vergüenza que tardamos mucho tiempo en olvidarlo.

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En una ocasión, no pude ir al colegio porque tenía paperas. Mis padres me compraron un cuento de hadas. ¡Qué contenta me puse! ¡Cuántas veces lo tuve en mis manos! Lo leía y lo releía cien veces, al final me lo sabía de memoria. Para mí era un tesoro. Creo que desde entonces me aficioné a leer. Un tiempo después, me gustaba leer los tebeos que compraban mis hermanos, como “El guerrero del antifaz”, donde salían las cristianas tan guapas y también las moras con unos trajes tan bonitos, o “Roberto Alcázar y Pedrín”... Son algunos de los recuerdos de mi niñez, los más gratos, porque la posguerra nos dejó también vivencias más desagradables. Pero mejor dejarlas para otro momento.

Milagros Mínguez Gutiérrez Calatayud Quinto premio

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“Ausencia”

El amanecer, hacia tanto tiempo de aquello, apenas si podía ver el horizonte las lagrimas llenaron sus ojos y a su cabeza acudieron recuerdos desde los mas recientes hasta los mas remotos que pudiese recordar.

Había llegado al pueblo justo al anochecer, la casa que heredara cuando murió la abuela necesitaba algunos arreglos pero era el único lugar en el que deseaba ocultarse del mundo..

Cansada de conducir tantas horas solo pensó en acostarse ni siquiera había deshecho las maletas pero no importaba tenia todo el tiempo del mundo por delante y rendida se durmió.

Abrió los ojos como si alguien la llamase, totalmente relajada no sabia la hora que era ni tampoco se había quitado la ropa miro por la ventana y una sonrisa ilumino su cara estaba a punto de amanecer y no quería perderse ese momento corrió por la ladera hacia el acantilado como hizo durante años.

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Y allí estaba sola, pero llena de paz esa paz que no se podía describir y que ahora no quería compartir con nadie.

El sol había salido y sus rayos se reflejaban en el inmenso océano tanto que hubo que apartar la vista, al girar la cabeza divisó la playa ahora desierta

A su mente acudieron recuerdos de cuando ella llego a este lugar con su familia, su padre era arquitecto y allí lo había enviado la empresa encargada de un gran hotel.

A mis padres les encantaba el mar, el clima era perfecto y decidimos quedarnos.

Por entonces contaba yo con dieciséis años andaba con un grupo de amigos y un par de aventuras ya había tenido pero mi corazón seguía libre.

En aquel fatal mes de mayo ,la abuela me dio la peor noticia de mi vida papa y mama habían perdido la vida en un accidente cuando regresaban de un viaje de negocios, fue muy duro superar aquello, pero el tiempo lo cura todo y la abuela y yo tuvimos que seguir adelante, yo empecé a frecuentar el acantilado sobre todo al

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amanecer , allí en la soledad encontraba la paz que tanto necesitaba y que me daba fuerzas para afrontar un nuevo día .

La abuela había comprado un local en el cual había abierto una tienda de regalos que gracias al turismo funcionaba muy bien y yo le ayudaba cuando terminaba las clase.

Recuerdo a Pablo, la ultima vez que le vi fue en el funeral de la abuela, de eso hacia ya seis años y en su mirada pude ver que seguía enamorado de mi, no se había casado ni tampoco se le conocía relación alguna, siempre fuimos muy buenos amigos, la verdad es que era un chico especial, todos decían que acabaríamos juntos y salimos durante algunos meses pero tuvo que marcharse a estudiar fuera del pueblo y decidimos dejarlo.

No se si llegue a enamorarme de él, pero para él no existía una persona tan especial como yo.

Pablo estudio la carrera de medicina y logro quedarse en el pueblo, la gente estaba muy contenta con el y

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decían que era un buen medico. A su regreso yo trabajaba de relaciones publicas en un hotel, mis compañeras decían que tenia un don especial para tratar con la gente.

Un día mientras trataba de explicarles a una pareja con su perro que en el hotel no se admitían mascotas, vi llegar un lujoso coche del que salió un joven que tras coger su equipaje se encamino hacia donde yo me encontraba, quizás porque me vio con el uniforme me saludo muy amablemente.

Casualidades de la vida siempre me solía encontrar con Andrés que así se llamaba aquel joven que lleno un capitulo muy importante de mi vida.. había pasado una semana desde que Andrés llegara al hotel que una noche me invito a salir.

Andrés era arquitecto como mi padre y estaba allí para hacer un proyecto de una gran urbanización, nuestras salidas se repitieron todos los días y a los dos nos encantaba la playa y pasear por la arena, le enseñe mi

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lugar secreto en el que yo me sentía viva “ el acantilado “.

Pero como todo llego el día que tuvo que marcharse y me pidió que me marchase con el. “ Dios mío” había deseado tanto ese momento, pero tendría que dejar mi trabajo, mis amigos y sobre todo a la abuela que deseaba terminar sus días allí.

Andrés y yo decidimos darnos un tiempo pero Andrés regreso en navidad me dijo lo mucho que me quería, que no había podido olvidarme y que esperaría hasta que yo estuviese segura de ir con él, dejaba tantos recuerdos para empezar una nueva vida, pero la abuela insistió, sabia que al lado de Andrés no me faltaría nada y además estaba locamente enamorada.

Me case con Andrés en el pueblo, fue una ceremonia sencilla, ambos lo quisimos así, a la mañana siguiente nos levantamos temprano teníamos que marcharnos y yo quería ir al acantilado para ver el primer amanecer de mi nueva vida, sabia que pasaría mucho tiempo para poder verlo de nuevo.

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Emprendimos el viaje y yo no pude evitar mirar hacia tras pensando en todo lo que dejaba, las lagrimas empañaron mis ojos.

Un día recibimos un telegrama con la noticia de la enfermedad de la abuela decidí ponerme en camino pero cuando llegue ya había fallecido, sus amigos la cuidaron muy bien y por ello les di las gracias, después de ocuparme de todo el papeleo llego el funeral, fue precioso y al ver tanta gente supe lo mucho que la querían.

Me hubiera gustado pasar las ultimas horas con la abuela tenia tantas cosas que me quedaron por contarle, solamente me quede unos días para dejar todo arreglado, alquile la tienda y alguien me ofreció un buen dinero por la casa pero no la vendí algo en mi corazón me dijo que no lo hiciese.

Habían pasado cinco años desde la muerte de la abuela y no había un solo día junto a mis padres que no la recordara, faltaban unos días para navidad había empezado a nevar y aquello prometía, me gustaba la navidad

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que tantos recuerdos traía de mi niñez, los villancicos, los regalos y toda la familia junta adornábamos la casa.

Decidimos colocar un gran árbol y sacamos todos los adornos, Andrés quiso colocar la estrella en lo mas alto y de pronto cayo desplomado al suelo con un fuerte dolor en el pecho, fueron días luchando por su vida pero Andrés no lo supero y falleció el día de navidad de un infarto, la misma navidad que un día lo trajo a mi lado ahora me lo quitaba,

Llore por Andrés hasta que no me quedaron lagrimas, sentí que mi vida no tenia sentido sin el, ni siquiera habíamos tenido un hijo, algo suyo que me lo recordase siempre, ahora si estaba sola ni siquiera su familia ni amigos se interesaron por mi.

Tarde varios meses en recuperarme y no fue nada fácil tomar una decisión pero esta vez solo seguí a mi corazón, busque un buen abogado que me ayudara con todo lo que tenia, vendí la casa, propiedades y el coche de Andrés guarde parte de sus cosas y todo lo que me recordaba a el, todavía

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quedaban algunas cosas por solucionar cuando decidí marcharme por lo que le di al abogado una dirección para que me localizase.

Después de echar una ultima mirada a lo que habían sido los últimos años de mi vida subí al coche y salí a la carretera esta vez no llore y sabia muy bien hacia donde me dirigía, en ese lugar encontraría la paz y alo mejor la felicidad que tantas veces había perdido.

Y allí seguía sola sentada en el bode del acantilado, tenia que regresar había tantas cosas que hacer, arreglar la casa y el jardín, abrir de nuevo la tienda, visitar a los amigos, aunque muchos ya se habrían enterado al ver el coche en la puerta.

Me daba miedo enfrentarme a todo eso rehacer una vida no es fácil, pero una cosa tenia segura no volvería a irme jamás, quería que mis días acabaran allí y que mis cenizas fuesen arrojadas por el acantilado, creo que es la manera más bonita de sellar mi vida.

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Los ladridos de un perro le hicieron girar la cabeza, miro el reloj apenas había pasado una hora pero tiempo suficiente para recordar toda una vida.

La figura de un hombre distorsionada por la luz apareció tras el perro, por un momento pensó que era Andrés, hasta ahora no se había dado cuenta de cuanto se parecían, Pablo llego a su lado y con un abrazo le susurro “ BIENVENIDA A CASA”.

Mª Pilar Vivas Soriano Alhama de Aragón

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“A mi madre: el día de su cumpleaños”

Madre : cumplir un año más de vida es todo un acontecimiento de llegar a cumplir 93 años, porque a medida que vivimos aprendemos a amar con más intensidad, todo lo que nos rodea que esta fecha tan especial este llena de Felicidad.

Felicidades madre, fuiste niña, fuiste mujer, fuiste madre, abuela, bisabuela. Hoy celebramos su cumpleaños 93 años al lado de toda descendencia, que llevamos el apellido Mendoza, nuestra madre.

Que dios te de muchos años más de vida para estar cerca de todos la admiramos como madre, y como perfecta abuela para los niños de casa, familiares, amistades y vecinas.

Hoy todos juntos brindemos por la Reina Madre, más que reina, madre ha sido y es una santa.

Reina para los suyos nos ha guiado por el camino de la verdad y la honradez a su lado y al lado de nuestro padre Jesús. Nos hemos hecho hombres, que en la sociedad somos respetados por la humanidad y

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respeto hacia los demás, nuestro padre: Jesús Ruperez, su marido, que nos dejo hace 34 años, es mucho tiempo, tenia muchas cosas buenas, la honradez de su persona, el apellido Ruperez. Se nota en nuestro pueblo; el abuelo Eusebio, por su calidad de persona, al revisar su historia, encontré lo bien que lo hizo para los pobres de nuestro pueblo su pueblo. Eusebio Ruperez: padre de mi padre Jesús.

Por el apellido de usted madre Mendoza, Ilustre con la noble de Sisamon y la nobleza de Aragón.

Que lindas son las estrellas, que lindo es el sol, que lindo son tus ojos, cuando te miro Yo.

Que lindas que están estas mujeres y hombres, cuando han rebasado los 92 y 93 años.

Que lindo que es Dios, para recibir de su mano esta bendición. Esta bendición venerada, que a los cien llegareis de vuestros hijos acompañados.

Ya no tenéis miedo y tampoco odio, porque siempre Dios, me sigue donde quiera que estéis. Todos mis recuerdos se me

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aposan en la noche, los buenos se me pasan, y los malos reproches, con el tiempo nuestras vidas son cultivadas. Y con el tiempo por las colinas, somos perdidos y olvidados.

Con asombro de mirarles con admiración de oírles, ni se que puedo decirles, ni que puedo preguntarles, solo diré que a esta parte. Hoy el cielo les ha guiado para recibir este homenaje consolado y con todo consuelo, desde que son desdichados y desdichadas, de llegar a contar estos años.

Solamente hoy sol que nos ve, solamente un Dios que nos guía, solamente hay una luna que nos alumbra, solamente en tierra se camina y en el cielo las personas unidas.

Y así en nombre de nuestro pueblo, hijos, familiares y de amigos, Excelentísimo Ayuntamiento, orgulloso esta el pueblo de tener dichas personas que cuentan con todos estos años. Saludos a estas personas, salud para todos.

“Maria tu hijo te adora, de tu cuerpo al mundo vine y la vida me diste y de tus

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pechos leche me diste aliento y agua a beber. Madre estoy con usted”.

Jesús Rupérez Mendoza Ariza

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Ilusiones rotas

El día amaneció nublado, el cielo era de un color plomizo y una ligera niebla empañaba el paisaje.

Sara miró por la ventana. Aquella noche apenas había dormido. Su mente se empeñó en recordarle las decepciones que había sufrido en su relación con su esposo. Intentó en vano llevar el pensamiento por otros derroteros pero fue imposible conseguirlo.

Se preparó el desayuno, limpió la casa, hizo la comida, salió a comprar... Todo en vano, su mente iba una y otra vez a machacarla con el mismo tema.

Cogió la labor que tenía empezada; estaba tejiendo unos visillos para la ventana de la cocina. Era una verdadera artista con el ganchillo. Lo dejó con rabia al ver que no podía concentrarse.

Puso música para relajarse y se sentó en su sillón preferido, no es que tuviese nada especial, pero su madre siempre que iba a su casa se sentaba en él. ¡Cuánto la echaba

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de menos!, desde que murió parte de su vida se marchó con ella.

Al pensamiento no hay quien lo detenga y ella lo dejó libre.

Recordó su niñez, feliz con sus padres y su hermano Arturo. Los hermanos se querían mucho, pero ahora ¡estaban tan lejos el uno del otro!. Arturo vivía en Alemania ¡demasiada distancia para poder verse!, se hablaban por teléfono, pero no era lo mismo.

A Sara -de niña- le encantaba subirse a los árboles, jugar a las canicas o al “Churro mediamanga mangotero ¡ di lo qué es!”

Eso no lo hace una señorita -le decía su padre.

Desde muy pequeña le gustó leer; leía todo lo que caía en sus manos. Como Arturo era mayor que ella, sus primeras lecturas fueron “El guerrero del antifaz”, “Roberto Alcázar y Pedrín” y un poco más adelante los “Cuentos de Calleja”.

Un día leyó un cuento de hadas. Le encantó; eran historias de príncipes que se

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enamoraban de plebeyas y terminaban viviendo felices en países llenos de fantasía.

En su adolescencia, Sara -como todas las niñas de su edad- comenzó a pensar en su “Príncipe Azul”. Sería moreno, con ojos verdes, alto, cariñoso, educado, inteligente... en fin, igual al último cuento que había leído, bueno ¡por supuesto que no sería príncipe!.

Con poco más de quince años conoció al que hoy era su marido. Al principio le pareció un chico normal, pero poco a poco su simpatía la fue ganando y se enamoró perdidamente de él. Había encontrado a su “Príncipe Azul”.

Por David -su esposo- lo dejó todo. Se fue lejos de su familia y empezó una nueva vida al lado del que había elegido por compañero para siempre. Con él hubiera ido al fin del mundo. Le entregó todo su cariño.

Tuvo que adaptarse a una vida muy diferente a la que estaba acostumbrada, al lado de una familia que no era la suya.

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Tenía poco más de veinte años cuando se casó y se encontró sola.

David era buena persona, pero...no era “su David”, no era aquel muchacho del que ella se enamoró; desapareció su simpatía, su ternura, su delicadeza, en fin era como si al salir de la iglesia se lo hubiesen cambiado.

En ese momento le hubiese gustado que David estuviese a su lado para preguntarle si le decepcionó su inexperiencia ¡en tantas cosas!.

Sara -al principio de su matrimonio- pensó que ella había fallado en algo y procuró esforzarse por ser la mejor esposa del mundo, pero todo continuó igual.

¡Cuántas lágrimas le costó el genio de David!, y recordó cuando de niña su madre la consolaba diciendo: “Si lloras porque has perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas”.

En la vida de Sara apareció “su estrella”, Isabel -su hija. La vida se volvió maravillosa.

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Cuando su marido venía de mal humor, ella se refugiaba en Isabel que con sus manitas se abrazaba a ella y le sonreía. La niña le hacía olvidar su desilusión.

El tiempo pasa, los niños crecen y su hija ya era una joven emancipada que vivía lejos del hogar.

Cuando David se enfadaba, Sara por no discutir callaba y pasaba días sin hablar, pero él nunca le preguntó por qué de su silencio y jamás le pidió perdón.

Intentó varias veces hablar con él y explicarle como se sentía; él la oía, pero ¿la escuchaba? ¿pensaba realmente sobre lo que Sara quería comunicarle? ¿se daba cuenta que le estaba pidiendo ayuda para seguir viviendo?. Incluso llegó a pensar en que quizá sería mejor desaparecer, total nadie es inmortal, ¿acaso importa marcharse antes?, además ya nadie la necesitaba y menos que nadie, David.

Sara compró -para el día del padre- a su esposo un pequeño detalle. Su hija estaba lejos y creyó que él se sentiría bien al ver que en “su día” tenía un recuerdo. David

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-sin abrir el regalo- se puso como una fiera y muy ofendido por semejante afrenta, ¿por qué?.

Aquello colmó el aguante de Sara y se quedó vacía. Algo murió dentro de ella.

Al pensar en todo esto reaccionó. ¿Qué estaba haciendo con su vida?. Tenía cincuenta años, todavía le quedaba mucho por vivir y ¡quería ser feliz!.

En ese momento se abrió la puerta y entró David. Sara le hizo sentarse a su lado y tuvieron una larga conversación. Ella le dio de plazo un año para cambiar, si volvía a ser “su David” serían un matrimonio feliz, si continuaba siendo como hasta ahora su relación acabaría.

David por primera vez le pidió perdón y reconoció que tenía un carácter “fuerte”, pero se reformaría. La quería demasiado para perderla.

Ha pasado un año. David y Sara cogidos del brazo, charlan animadamente camino del teatro. En los ojos de ambos se refleja la felicidad.

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Sara ha recuperado a su “Príncipe Azul”.

María Teresa Rodríguez Miguel Calatayud

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Acordes en el tiempo

La comida transcurrió con una charla amena comentando, que temporalmente el ayuntamiento tenía la casa de los maestros vacía ya que era verano, y ellos la ocuparían, hasta que terminaran de preparar la casa que habían adquirido, también comentaron lo rica que estaba la comida de productos recién recogidos del huerto en esa fértil vega "maña", y el buen vino elaborado artesanalmente de las viñas centenarias del alcalde, que este explicó, las había comprado hacía 5 años, a la misma familia que ellos acababan de comprar la casa.

Por otro lado los niños enseguida se hicieron amigos, el hijo del alcalde le contó al niño nuevo, que él había entrado por un agujero a la casa esa, un día jugando, el otro niño respondió que él también quería ir a jugar allí, mientras… la hermana, les afirmó a los dos: - yo también quiero ir. Si no me dejáis ir con vosotros me chivaré a los papás. - Así que decidieron ir en cuanto terminara la comida.

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El alcalde y el forestal comentaron, que bajaban al bar del pueblo para tomar un café. La mujer del alcalde explicó a su nueva amiga que ella haría un café mejor que el del bar para ellas dos, a lo que la amiga respondió: - mientras yo recogeré la mesa. Al poco estaban las dos contándose como era la vida allí, y la otra como había sido la suya hasta entonces.

Los niños dijeron que no querían echar la siesta y que se llevaban a José para que viera el pueblo, sus dos madres respondieron que hacía mucha calor en la calle, pero la alcaldesa rectificó - déjales que ellos ya son mayorcitos, y que se portarían bien, así nosotras estaremos un rato tranquilas charlando de nuestras cosas-.

El trío de niños saltó la tapia de los corrales de la antigua casa, a pesar de que tenía 2m. de altura no supuso dificultad, ya que se apoyaron en los resquicios de las piedras con la que estaba construida. Cruzaron los corrales corriendo, y entre las yedras y enredaderas que cubrían la pared de la casa que daba a los corrales, que estas a su vez, trepaban hasta los balcones, del piso de encima, tapando la casi la

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totalidad de un lilero. Pedro les enseñó un pasadizo entre las enredaderas, así, que, retirando con las manos la salvaje espesura de estas plantas y agachados, pasaron los 4m. de espesor, que tenía las enredaderas, para llegar a un desprendimiento de la pared, por el que acceder al interior. A pesar de estar toda la casa cerrada, se veía perfectamente y estaba totalmente ventilada por los múltiples agujeros en las paredes, techos y ventanas casi todas ellas rotas. En el piso de abajo no había gran cosa, excepto una puerta, por la cual bajaban unas escaleras a unos subterráneos o bodegas, totalmente oscuros, fríos y con mucha humedad, así que descartaron el piso ese, subieron al siguiente. En el que encontraron un gran salón, con una chimenea grandísima, en la cual había dos bancos laterales y todos los accesorios para atizar el fuego, en el otro extremo del salón, pasando entre la gran mesa y las múltiples sillas y sillones, una gruesa manta ocultaba algo que destaparon inmediatamente, allí estaba un piano de cola, el chico del forestal dijo que había estudiado ese instrumento, pero que no había visto uno tan antiguo, tenía labrados multitud de adornos

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en la magnifica madera, y ambos lados del soporte para las partituras, se desplegaban dos candelabros con sitio para 5 velas en cada candelabro, El hijo del forestal, abrió el piano, empezó a tocar una canción que sabía de memoria, que había tocado multitud de veces. Los hijos del alcalde se quedaron perplejos de ver como el piano en vez de sonar parecía que hablaba, al poco rato sin dejar terminar al joven músico, su amigo dijo: -vamos arriba a ver lo que hay. Su hermana, que estaba con la boca abierta, mientras que, su corazón se aceleraba, y... entusiasmada admirando el sorprendente chico, y la fantástica canción que salía de sus ágiles manos, no se retiraba del lado de este, pero el joven músico, al ver que su amigo Pedro se marchaba, al piso de arriba. Cerró el piano, fue detrás de él, a lo cual ella, bajó de la nube, mientras su corazón se ralentizaba, subieron las anchas escaleras.

Entraron en una habitación tres veces el salón, allí había de todo, desde herramientas de labranza en un extremo, seguidas de tinajas, terrizos, cazuelas todas ellas de barro, también vieron maquinas

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para la matanza, incluso un telar, devanaderas, y cosas relacionadas con la costura, que ellos desconocían, en el otro extremo, descubrieron 3 baúles. Abrieron el primero, éste contenía unas ropas antiquísimas, decidieron disfrazarse, poniéndose cada uno lo que cogía primero, calzas chalecos, camisas de fino lino con grandes mangas, mientras cada uno se reía, viendo el aspecto que tenían los otros. Abrieron otro baúl, en éste quedaron más sorprendidos, estaba lleno todo de metales, que al desenvolverlos de las telas que los protegían, encontraron dos corazas, para pecho y espalda, una de ella toda llena de bollos, la otra totalmente brillante, en la cual aún se leían las iniciales del herrero que las forjó, también había dos cascos, uno perfecto y el otro también con algunas abolladuras, mas abajo había dos escudos, ya en el fondo 4 espadas, metidas en sus vainas de acero, con las mismas iniciales del herrero, gravadas en el acero a lado de multitud de dibujos, adornando toda ella magníficamente. Cada uno cogió una espada, las de Pedro y José eran más grandes que la de Pili, aún quedaba otra en el fondo. Ninguno de los tres, podía

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desenvainar su espada, - Parece que están atascadas - decía José - Pedro tira de la vaina y yo tiro de la empuñadura, - seguían sin poder desenvainar, hasta que Pili golpeó con su espada envainada entre los dos justo en medio, ésta vibró del golpe, y con un chirrido metálico, casi como un silbido, salió la espada a la luz trastabillando los dos niños, los tres quedaron asombrados, tanto por el sonido al desenvainar, como por la luminosidad de esta arma, repitieron la operación con las 3 espadas, y estuvieron jugando hasta que se corto José en una pierna, -Perdona a sido sin querer, ¿te hace daño? - Dijo Pili asustada, dejando caer la espada al suelo y corriendo a ver la herida, de su amigo José. - No es nada, no te preocupes, pero yo ya no juego a las espadas - decía José apretando los dientes. Así abrieron el tercer y ultimo de los baúles, estaba todo lleno de carpetas, atadas con lazos, todas ellas eran de cuero unas mas oscuras y otras en tono mas claro, abrieron una al azar, de cuero oscuro, sacaron un papel, que les gustó mas por los dibujos que tenía en la parte superior, de los cuales no comprendían, ya que estos eran sellos insignias y membretes muy antiguos. Empezó

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a leer en voz alta el hijo del forestal. - no entiendo casi nada de lo que dice, pero mira lo que pone aquí abajo...

A la atención de Vuecencia:

La corona de España, ordena al comandante Atilano Bermúdez, emprenda viaje sin demora, teniendo que presentarse en el puerto de Cartagena, para ponerse a las órdenes del almirante Francisco Pérez De Urtalza. Incorporándose, como comandante de tripulación, a la nave de su majestad, llamada, "Rosa Negra". En la que partirá, haciendo escala en Canarias, dirección a las Indias. Si por algún motivo, Vuecencia no pudiera cumplir esta orden, remita la presente, con los justificantes y pliegos que se lo impida a:

La Corona De España

Toledo 5 de Marzo de 1499

Pili rompió el silencio en el que estaban los tres chicos - no esperaba encontrar tantas cosas y tan antiguas aquí ¿hace cuanto descubriste este sitio Pedro? - su hermano le respondió - Hace unos pocos días, pero no había pasado de la primera planta, me daba miedo investigar, yo solo,

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lo descubrí persiguiendo al gato de los vecinos. Tenemos que irnos, ya casi no se ve

Al mes y medio de terminar los albañiles, después de toda una semana, limpiando, solamente la entrada y el piso de encima, donde estaban, cocina, baño, 8 habitaciones y el gran salón. Llevaron todas las ropas y maletas de la casa de los maestros, a la casa que deseaban entrar a vivir, lo antes posible, poco a poco irían adecentando el resto de la casa. La primera noche que dormían allí, despertó a Maria Jesús los acordes del antiguo piano, se levantó, entró en el salón. Estuvo varios minutos escuchando, unas canciones muy hermosas, que jamás había tocado su hijo, ya que conocía todo el repertorio del muchacho, no quería molestarlo, es mas, estaba orgullosa, de lo que había mejorado su hijo, desde que practicaba a ratos con ese piano. Al poco tiempo sintió el abrazo de su marido, éste, le susurró al oído - sino viera que es el niño, no me lo creería, suena de otra manera que cuando lo toca por el día, se pusieron ambos lados del niño, y se sorprendieron, que ni siquiera los miró, al poco, se dieron cuenta que estaba con los

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ojos cerrados. El niño estaba liberando del piano unos acordes que hacía muchos, muchos, muchos, años que no salían de esa caja de resonancia, los acordes y esa bella melodía, la cual punteaba su mano derecha, y a esta la izquierda respondía, subiendo y bajando, en un contrapunto en el tiempo, unas veces muy suave subiendo, y a saltos acentuando las notas dominantes cuando descendía. No querían despertarlo, ya creían que se había curado del sonambulismo, esperarían a que terminara, para, tranquilamente, con mucha suavidad, le dirían que regresara a la cama. Los acordes reverberaban en todo el salón, alcanzaban la libertad por el amplio balcón, abrazando a la luna llena y acariciando la noche, transportados de una época a otra, por las manos del inocente niño. El niño sentía la música muy lejana. Él veía la luna llena, pero no a través del balcón, sino lejos en el horizonte, donde acariciaba el mar al cielo, aspiraba el olor a salitre, que transportaba la humedad de la brisa marina, sentía bajo sus pies el pasar de las olas por el casco de la fastuosa nave, "Rosa Negra”. Cuando cesó de tocar, le dijeron -Pedro, vamos a la cama que es demasiado tarde -

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Sin abrir los ojos se dejó llevar por sus padres y estos lo acostaron.

Todas las noches, de luna llena, los dos primeros meses, y después todas las noches, sin tener relación con la luna, se levantaba el joven sin darse cuenta y tocaba y tocaba cada noche más y más tiempo y cada vez sonaba mejor el antiguo piano.

La luna y las estrellas no dejaban de mirar desde el firmamento a la nave "Rosa Negra" cada noche estaba más cerca de las Indias, dejaba una larga y brillante estela tras la popa. José le contaba estos sueños a Pili, en el escondite secreto que descubrieron, y esta, en el primer sueño un escalofrió recorrió todo su cuerpo, se abrazó a él suspirando, maravillada por lo que le hacía sentir en el corazón su amigo. Éste le dijo: - cuando sea mayor me casaré contigo iremos en barco siguiendo la ruta que hizo la nave "Rosa Negra" tocare el piano para ti todas las noches del viaje, mis acordes unirán el cielo con el mar, disfrutaremos del paraíso que veo en mis sueños, mientras nuestros corazones y cuerpos se funden en uno solo.

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José Martín Franco Hernández Calatayud

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Pablo

Recostado en un nogal, Pablo estaba recortando -con una pequeña navaja- una caña para hacerse con ella una flauta.

No tardó mucho en terminarla. La miró complacido, le había quedado muy bien; los agujeros eran perfectos y la parte de la boquilla la cortó con sumo cuidado.

Se la llevó a los labios para probar su sonido. Los dedos los movía con gran destreza y tocó con ella una preciosa balada que había aprendido de su abuelo.

Estaba tan contento que reía y saltaba de gozo.

Su perro “Rudy” ladraba y movía el rabo alborozado mirando a su amo. Al cabo de un rato los dos terminaron rodando por la hierba y jugueteando como dos chiquillos.

María desde la ventana de la cocina miraba embelesada a su nieto. Un velo de tristeza pasó por su rostro, ¡qué feliz sería su abuelo si pudiera verlo!, pero Samuel había muerto hacía dos años. Movió la cabeza desechando la tristeza, ella tenía que darle

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gracias a Dios -aunque seguía añorando a su esposo-, tenía a su hija y nieto que eran la alegría de su vida.

Su hija Laura llegó en ese momento al lado de Pablo; éste al verla, se levantó del suelo y la abrazó. El perrillo izó sus patitas y Laura lo acarició sonriendo.

Madre hijo entraron en casa bromeando. María les salió al encuentro. Pablo la abrazó y le enseñó la flauta que se había hecho con la caña.

- ¿Te gusta, abuela?

- ¿Cómo no me va a gustar? ¡es la flauta más bonita que he visto nunca!

Pablo interpretó el estribillo de una conocida canción y ambas mujeres le aplaudieron entre risas.

Después de comer, el joven subió a su habitación a estudiar y mientras Laura recogía la cocina, María se acomodó en el sofá y cerró los ojos.

Se sentía feliz, ¡qué lejos quedaban aquellos tiempos en los que lo pasaron tan mal. ¡Cuántas lágrimas derramadas!.

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Recordó a su hija; una joven sencilla y discreta llena de encanto, a la que tanto ella como su esposo adoraban. Vivían en un pueblecito no demasiado grande, allí todos se conocían. Laura -como todos los niños del pueblo- iba al colegio a una ciudad cercana. Un autobús los recogía por la mañana y cuando terminaban las clases los llevaba de regreso al pueblo.

Cuando Laura tenía quince años conoció a un joven. Se hicieron grandes amigos y poco a poco esa amistad se convirtió en amor.

Laura cumplió diecisiete años y lo celebró con sus amigos y amigas.

Pasados unos días María veía a su hija muy callada, algo que en ella no era normal, pues era una joven alegre y cariñosa.

- ¿Qué te ocurre, hija?- le preguntó María.

Laura se echó a llorar y le contó a la madre que el día de su cumpleaños se dejó convencer por Daniel y... creía que estaba embarazada.

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María y Samuel -su esposo- pasaron la peor noche de su vida; sentados en la cama hablaron y hablaron durante horas pensando en cómo afrontar el problema.

Por la mañana fueron con Laura a la ciudad para hacerse la prueba del embarazo. Salió positiva.

Laura habló con Daniel y cual no sería su sorpresa cuando éste se desentendió de su responsabilidad. La única explicación que le dio fue que él tenía veintidós años y no estaba dispuesto a tener ninguna atadura.

Llegó a casa y entre sollozos les contó a sus padres lo ocurrido.

En el pueblo no faltaron los comentarios y las críticas a Laura por quedarse embarazada, pero María y Samuel iban con la cabeza “muy alta” y siempre defendieron a su hija.

Llegado el momento acogieron al niño con todo el amor del mundo, así que Pablo nunca echó en falta la figura paterna.

Laura intentó hablar en varias ocasiones con su hijo para explicarle quién era su padre, pero él no quería escucharla.

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Era un joven bueno y obediente pero siempre que su madre o abuela intentaban contarle lo ocurrido se desentendía. Las abrazaba y les decía que para él “su papá” siempre sería su abuelo Samuel. ¿Para qué quería otro si había tenido el mejor del mundo?.

Pasado algún tiempo Laura se sentó con su hijo para explicarle todo lo concerniente a su nacimiento.

Pablo le contó por qué nunca quería hablar del asunto. Cuando él tenía ocho años, un amiguito del colegio le dijo que su padre era Daniel.

Pablo lo esperó a la puerta de su casa y cuando salió le preguntó:

- Señor, ¿es usted mi papá?

- ¿Quién te ha dicho eso, mocoso? ¡yo no soy padre de nadie!- contestó Daniel.

A partir de ese momento para él sólo contaba su abuelo Samuel.

Pablo estudió Medicina y se especializó en Cardiología.

Aunque por su trabajo vive en la ciudad, siempre que puede va al pueblo,

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donde siguen viviendo su abuela y su madre; allí es muy querido por todos pues siempre ha sido un joven muy cariñoso y respetuoso con todo el mundo.

A Daniel lo llevaron al hospital con un problema importante de corazón. Su estado era crítico.

Pablo al reconocer a su padre se emocionó. ¡Tenía que salvarlo!, y gracias a su rápida intervención quirúrgica consiguió arrancarlo de las “garras” de la muerte.

Daniel, cuando estuvo consciente y supo a quien le debía la vida, bajó la cabeza avergonzado.

¿Sería demasiado tarde para recuperar a un hijo al que nunca quiso reconocer como suyo?.

María Teresa Rodríguez Miguel Calatayud

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En busca de la felicidad

La habitación del hotel Waldort Astória estaba en penumbra la gran diva Laura Francés dormía, la representación la noche anterior de la ópera “Tosca” en el Metropólitan de Nueva York había terminado muy tarde, como siempre Laura había triunfado, al final de la representación saliendo a saludar durante más de quince minutos, el público, su público, no paraba de aplaudirle y vitorearle.

Cuando hacía tres años atrás estando de gira por Europa, acababa de estrenar “La Traviata” de Verdi en París, con mucho éxito de crítica y público, se suspendió la función porque la protagonista no se encontraba bien, hacía tiempo que arrastraba una gran depresión que iba salvando gracias a las pastillas.

En su vida personal se sentía muy frustrada, ahora se daba cuenta que no era feliz, su matrimonio no era tan brillante como su carrera en el bel canto.

Se casó muy enamorada con Renato Salvatori, se habían conocido en un

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concierto de Wagner que Alfredo Kraus daba en el Conver Garden de Londres, un amigo común y luego su representante los había presentado.

Fue un flechazo, Renato era muy guapo y persuasivo, y ella, Laura, nunca se había enamorado, no tenía tiempo, su carrera era para ella lo primero, así que no lo pensó mas, se casaron en Roma, fue un gran acontecimiento social, las fotos salieron en todos los periódicos.

Al principio de su vida en común todo fue maravilloso, el hecho de que los dos pertenecían al mundo del bel canto les permitió compartir viajes, conciertos e incluso alguna vez fueron pareja en alguna ópera, que era la envidia en el mundo del espectáculo.

Varios años después, el matrimonio se fue distanciando y Laura se fue sintiendo cada vez peor, y acudiendo a las pastillas para todo, para dormir, para estar más alegre en la vida social que le tocaba representar y sobre todo acudía a ellas para poder brillar cada noche en cada función teatral, lo curioso del caso era que su voz no

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se resintiera, al contrario pareció que cada día cantaba mejor.

Renato por el contrario, estaba sufriendo un bajón en su carrera, la crítica lo estaba castigando y el público también se mostraba frío con él, lo que hizo que se fuera distanciando cada vez más de Laura, entre otras cosas empezaba a sentir celos profesionales de su propia mujer, poco a poco fue haciendo su vida fuera del matrimonio.

Fue entonces cuando Laura decidió dejarlo todo aunque fuera por un tiempo, no quería que su publico se diera cuenta de que ella no estaba bien, no podía defraudarles, cada noche en cada función le demostraban que estaban con ella, por eso se entregaba aunque por dentro algo se hubiera roto.

Por mediación de una amiga que le conocía bien, le aconsejo que cambiara de aires, que se fuera a un país en el que nadie la conociera y pudiera encontrar la paz que ahora tanto necesitaba.

Encontró un hotelito en una pequeña aldea al norte de Benarés, en la ribera del

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Ganges, no se lo pensó dos veces, sin decirle nada a nadie, cogió una pequeña maleta y el primer vuelo a la India.

Al llegar a Calcuta ya era noche cerrada, tenía reservada habitación en un hotel cercano al aeropuerto, para el día siguiente emprender camino hacia su destino.

Los primeros días que Laura pasó en aquel lugar no se atrevió ni a salir de la habitación, se lo pasó durmiendo y pensando que es lo que le había llevado a vivir esta situación.

Se dio cuenta que ni siquiera había llamado a Renato, pero qué le iba a decir ¿Qué se había ido a un lugar recóndito de la India para pensar? Seguramente creería que se había vuelto loca.

Cuando por fin se decidió a salir a la calle con un sombrero y unas gafas para protegerse del sol abrasador, lo que vio la deslumbró, el enorme colorido de las ropas de las gentes, de la tierra, de las calles y más allá un gran río lleno de vida, por todas partes multitud de niños, muchos niños y entonces mirando aquellas caritas, de

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mirada profunda, sintió que lo que ella necesitaba para ser feliz era ser madre. Lo había conseguido todo en la vida, fama, dinero, prestigio, pero no tenia hijos, ahora se daba cuenta de que todo su sufrimiento tenía una razón de ser.

Pasó toda la noche sin poder dormir, dándole vueltas en la cabeza a una idea que le rondaba desde que viera todos aquellos niños solos deambulando por las calles sin rumbo fijo.

Pero ahora sentía que había llegado el momento de hacer algo que diera sentido a su vida.

Se puso en contacto con el consulado de su país, en Calcuta, no creía que le fuera difícil, pues se consideraba ciudadana del mundo y así era reconocida. Gracias a su fama consiguió una cita con el cónsul directamente y tras exponerle su caso, éste la acompañó personalmente a un orfanato solventando la burocracia necesaria en estos casos.

Aquel lugar estaba regentado por religiosas, estaba muy limpio y trataba de ser

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lo mas alegre posible, pero aun así, los niños tenían los ojos tristes.

Se fijó en una niña de color azabache de mirada perdida, yacía en la cama, tendría unos cuatro años y le habían recogido en la calle desnutrida y deshidratada, nadie le había reclamado ni creían que fueran a hacerlo, cada día recogían niños en las calles sin que nadie fuera a por ellos.

Le planteó al cónsul la posibilidad de que ella adoptara esa niña, con ella iba a tener todo el amor del mundo. Quedaron que en unos días le darían la contestación, mientras preparaban todo el papeleo.

Los días que siguieron, fueron para Laura un sin vivir, haciendo planes para el futuro con su hija, ya la llamaba a sí. Llamó a su representante y a Renato, diciéndoles que pronto volvería con una sorpresa, que cambiaría su vida.

La reacción de Renato cuando regresó con la niña, no fue la que ella esperaba, se mostró un tanto frío, sobretodo porque en algo tan importante para su vida como adoptar un hijo, no le hubiera consultado, a

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él no le gustaban los niños, le parecían un incordio, cuando la vio sintió una especie de rechazo, ¿no podía haber elegido una niña rubia y de ojos azules, como él?,claro que en la India eso era imposible.

Qué pensaría su familia?, él pertenecía a una familia de la aristocracia italiana a la que no le gustaba alguien que no formase parte de su mundo.

Pasaron los años, parecía que su vida se había estabilizado y volvió a cantar.

Ya era media tarde, cuando la doncella de la suite del Waldort Astória, entró a despertar a Laura, la llamó, pero no contesto, cuando se acercó y la tocó, estaba fría, encima de la mesita, encontró numerosos envases de pastillas, todos vacíos.

Rosa Marín Gil Calatayud

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Un niño especial

Miguel y Claudia estaban entusiasmados con el nacimiento de su hija; ya tenían dos hijos varones y la niña les hizo sentirse mucho más felices de lo que ya eran, sobre todo la madre, pues en aquellos tiempos una hija vivía con sus padres durante toda su vida, o sus padres con ella, que para el caso era lo mismo.

Sandra desde que nació fue la preferida de su abuelo José, y no es que no quisiera a sus otros nietos, Domingo y Agustín, les adoraba, pero desde el primer momento fue como si entre abuelo y nieta hubiera algo especial; la niña, desde muy pequeña, cuando le ocurría algo, fuera bueno o malo, acudía a su abuelo, su confidente.

Sandra y sus hermanos crecieron sanos y fuertes. Los padres eran agricultores y tenían más que suficiente para vivir holgadamente, algo que en aquella época no era frecuente.

En el colegio Sandra destacó desde el principio por la facilidad que tenía para

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asimilar todo lo que le enseñaban. Lo que más le gustaba era leer y escribir. Cuando tenía tan sólo siete años escribió un cuento que tituló “Viaje con Pepo”. La maestra al leerlo llamó a su madre creyendo que lo había copiado. Se sorprendió al saber que todo el relato fue inventado por la niña y que “Pepo” era su muñeco preferido.

Lo escrito por Sandra reflejaba además de mucha fantasía, una gran imaginación; dejaba entrever a una niña con gran decisión y sabiendo lo que quería, cosa inusual en su corta edad. Los padres de Sandra querían que ésta hubiera estudiado “Cultura General” - como la mayoría de las niñas-, pero ella tenía muy claro que quería ser como su “señorita Juliana”, o sea, maestra. Para la niña, “su Seño” -como ella la llamaba- era algo especial. Años más tarde todavía la recordaba con cariño, sobre todo en las ocasiones en que algún alumno “difícil” le hacía perder su paciencia, era entonces cuando el recuerdo de su maestra le hacía reaccionar y solucionaba el problema con cariño y comprensión.

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Sandra era feliz. Había elegido la profesión que más le gustaba, la Enseñanza. Le encantaban los niños pero también daba clases a adultos; ella sabía que para que un país prospere tiene que estar informado, por lo tanto, nadie tenía que quedarse sin saber -como mínimo- leer y escribir. Su abuelo siempre le había dicho que una de las cosas más importantes de la vida era la cultura.

A la felicidad de Sandra contribuía en gran manera su esposo Adrián, un joven al que conoció en su época de estudiante. Él estaba terminando Magisterio cuando ella empezó el primer curso de la carrera. Cuando Sandra acabó los estudios se casaron.

Su mayor ilusión era la de ser padres, pero no lo tuvieron fácil. Ya estaban pensando en adoptar un niño cuando -por fin- se quedó embarazada.

Sergio nació con el Síndrome de Down. A Sandra se le partió el corazón al ver la minusvalía de su hijo, pero se prometió a sí misma que sería un niño feliz.

El abuelo José hablando con su nieta le decía:

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- La vida es dura, y no todo es justo, pero... ¿Quiénes somos nosotros para juzgar?.Dicen que “Dios escribe recto con renglones torcidos”. Seguramente será este hijo el que más satisfacciones te de, así que ¡ánimo y siempre adelante!

Tanto Adrián como Sandra se volcaron en ayudar y cuidar a Sergio. Al mes de nacer tuvieron que operarlo de corazón, superó bien la intervención y no tuvo ningún problema importante.

Desde muy pequeño, sus padres estimulaban al niño con juegos. Sergio hacía grandes progresos.

Sandra se especializó en la enseñanza de “Niños Especiales” -como ella los llamaba-. Estudió todas las formas posibles para poder ayudar no sólo a su hijo, sino a todos los niños con el mismo problema. Bien es verdad que no todos tenían el mismo grado de minusvalía, pero había que sacar lo mejor de cada uno.

Sandra les explicaba a los familiares de los niños las lágrimas que a ella le costó el ver los apuros de su hijo para aprender a atarse los cordones de los zapatos;

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recordaba como la miraba pidiéndole ayuda. Sandra le explicó con cariño una y otra vez lo que tenía que hacer. El día que Sergio lo consiguió valió la pena ver su cara de felicidad, y el niño se sintió héroe.

Era muy importante que los padres no les solucionaran los problemas; por el bien de sus hijos, con cariño pero con decisión, tenían que “obligarles” a valerse por sí mismos.

Desafortunadamente no todos tienen la misma capacidad para aprender, pero...¿acaso nosotros podemos hacerlo todo?. Tenemos nuestras limitaciones y debemos aprender a vivir con ellas.

Muchas madres le comentaban que daban gracias a Dios por tener su niño -o niña- con ellas, pues llenaban sus vidas de amor.

Sandra tuvo dos hijos más, Israel y Raquel.

Han pasado los años. Sergio estudia Informática, Juan Auxiliar Administrativo, María trabaja en un laboratorio, Joaquín en Jardinería, Marta...

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Estos niños y muchos más van saliendo adelante; bien es verdad que han tenido que esforzarse, pero lo han conseguido.

El abuelo de Sandra no se equivocó cuando le dijo que Sergio sería el hijo que más satisfacciones le daría.- Para ella y su esposo Adrián fue siempre la alegría de su vida.

María Teresa Rodríguez Miguel Calatayud

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El dolor de un error

Nunca olvidare sus ultimas palabras, su rostro denotaba tanta paz, la que en treinta y cinco años nunca vi.

Era una muerte anunciada, todos sabíamos el problema pero nadie hacia nada, nos poníamos la mano en el pecho y comentábamos que no nos dimos cuenta, “que sarta de mentiras”.

Lucas era guapo, muy guapo y él lo sabia. Era el sueño de cualquier chica y eso a él le encantaba, lo tenía todo, era alegre, atento, trabajador, en una palabra perfecto.

Entraba y salía de casa a su antojo. Mis padres tenían un bar, allí trabajaba Lucas igual que todos los hermanos, pero con él mis padres eran diferentes. Lucas era el ojito derecho de mi madre, con dos achuchones y un par de besos la tenía comiendo de su mano, mi padre le daba todos los caprichos que mi hermano quería, una moto estupenda, dinero bajo mano y babeaba cuando por el negocio desfilaban tantos chicos y chicas.

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Yo le admiraba aunque sinceramente creo que le envidiaba. Cuando íbamos de fiesta siempre era el rey, nunca se agotaba, después de noches enteras de juerga el día siguiente estaba fresco como una lechuga detrás de la barra. Todos pensábamos que era la vitalidad de sus veinticinco años, incluso mi padre lo justificaba con una frase tajante y categórica: “ si no lo hace a su edad, ¿ cuando lo va a hacer?

Los años pasaron y todos los hermanos fuimos encauzando nuestras vidas, unos en el negocio familiar y otros no. Todos nos casamos, algunos tuvimos hijos, (yo por ejemplo dos), otros tuvieron perros, gatos, casas, coches e incluso algún apartamento en la playa, lo normal para la mayoría de las personas según pasan los años.

Lucas, sin embargo, seguía exactamente igual. Aunque para decir la verdad estaba más demacrado, sus ausencias cada vez eran más largas, incluso hasta desaparecía hasta cuatro días seguidos. El dinero bajo mano era cada vez mayor y si no se lo daba lo robaba de la caja, su moto nadie sabía como ni porqué desapareció un día pero en su lugar no

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había ni un coche, ni un apartamento, in siquiera un perro, no había “nada”.

El desfile de personajes extraños por el bar era continuo. Mi madre se pasaba largas horas llorando y mi padre ya no sabía lo que hacer con él. Cuando nos pedían ayuda o simplemente intentaban desahogarse con nosotros, solo oían un sin fin de reproches y una larga lista de errores cometidos, por lo que las relaciones familiares también se vieron deterioradas a la vez que mi hermano lo hacía.

Hoy pienso que también nosotros éramos culpables, o por lo menos yo lo siento así, nunca intenté evitar lo que estaba pasando, sabía que Lucas no era un superhombre.

Todos los hermanos queríamos reunirnos para organizarle la vida, queríamos tristemente ayudarle ya que intuíamos que se acercaba el final.

Recuerdo un día no muy lejano que entre en su habitación, dormía profundamente, parecía tranquilo y feliz hacía tiempo que no estaba físicamente tan cerca de él, pero me sentí tan lejos; miré sus

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tobillos ¡ Dios mio que horror! Estaban amoratados, hasta los dedos del pie era la señal inequívoca de su error. Como siempre y silenciosamente, salí de la habitación para dar la espalda una vez más al problema cuando oí su voz:

- Carlos no te vayas, ven.- Cuando volví a entrar le vi llorando, parecía tan poca cosa, tan desvalido, ¡Dios mío! Pensé que poco queda del hermano envidiado.

Comenzamos una conversación larga y sería de las pocas que en treinta y dos años mantuve con él.

- ¿Qué quieres Lucas?

- No te vayas, por favor, tengo que sincerarme con alguien de vosotros, yo solo ya no puedo más.

- ¿Qué te ocurre?.- Contesté como quien no se daba por enterado de nada.

- Es que no lo ves, las drogas me están matando, ya no sé lo que hacer.

- Lo dijo tan triste, tan crudo y a la vez tan entero que yo también comencé a llorar.

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- No llores, yo no te pido lástima, te pido ayuda.

- Cuéntamelo todo, quiero entender cómo llegaste a esto, quien te empujó, porqué no has intentado curarte, y lo más importante, qué es lo quieres que yo haga.

- ¿Quién? Por favor Carlos, todos y nadie o mejor dicho yo solo. No quería defraudaros, quería seguir siendo el Lucas de siempre. Pero mi cuerpo era tan normal como el de todos vosotros, empecé a tomar sustancias para poder aguantar más, pocas al principio, pero al llegar un momento en que ya no me hacían efecto empecé a subir las dosis e incluso a tomar cosas más fuertes, hasta llegar a inyectarme heroína. He intentado dejar esta mierda tantas veces como he vuelto a caer.

- ¿Por qué no me pediste ayuda? Yo siempre fui tu camarada, hasta que me apartaste de tu lado.

- Carlos de verdad quieres hacerme creer que no sabías nada, que no te dabas cuenta al igual que los demás de algo de que algo en mi no funcionaba bien. Además no solo soy drogadicto, también soy gay.

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Cuando me dijo esto me miró de frente y a los ojos intentando ver en los míos mi reacción. Que esperaba que hiciera en ese momento, cual esperaba que iba a ser mi reacción, y lo que es peor esta reacción marcaría el resto de nuestra relación. No sabía lo que hacer, abrazarle o rechazarle, ni siquiera yo sabía como digerir esta confesión. Me parecía muy raro, siempre rodeado de chicas estupendas, por eso jamás le había durado mucho tiempo una relación.

- ¿Por qué no lo aclaraste con ninguno de nosotros? Tienes seis hermanos, ¿es qué ninguno era tan bueno como para decirnos la verdad? .- Pero en mí no había rencor, esa envidia fraguada durante tantos años no me dejaba ver la verdad.

- Al principio fue por orgullo, esto no iba a poder conmigo, luego fue miedo o llámalo cobardía a que me rechazarais y luego....- su pausa fue tan larga que pensé que había dado la conversación por terminada, como si mis piernas soportaran todo el peso de dolor e indignación que sentía, pero Lucas prosiguió:

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- ..... todos teníais vuestras vidas resueltas, hermosas familias, estupendos hijos, no me sentía nadie como para interrumpirla con mis desgracias, nadie para romper ese maravilloso equilibrio porque de seis uno no fuera perfecto, no era tan grave, dicen que por un garbanzo no se estropea el cocido.

- Ya, pero ¿por qué hoy sí? Ahora somos felices o como ¿es esto?

- No lo entiendes aun, Carlos, tengo miedo, mucho miedo, no quiero sufrir, me asusta el dolor y no quiero morir solo.

- ¿Morir?¿Solo? de qué estas hablando, no te hagas el protagonista otra vez, te vas a curar, hay muchas clínicas, en alguna lo lograremos.

- Aún no lo comprendes, esto es el final, solo te pido ayuda para morir, no para vivir.

¡Dios! Entonces me desperté, que desesperación, que impotencia e incluso que ataque de culpabilidad. Me sentí tan decepcionado pero curiosamente no con

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mi hermano sino con todos y cada uno de nosotros. Lucas tenia razón, crecimos pensando que era tan fuerte que no necesitaba a nadie, que la vida le había dado demasiadas cosas y le privamos de lo más importante, del derecho a equivocarse, a fallar, a caer y volver a levantarse.

Cuando su vida comenzó a convertirse en un continuo fracaso, los cinco hermanos nos hicimos una piña en la que no cabía nadie más, en el fondo del alma, ahí donde a veces nos da tanto pavor mirar, nos alegrábamos todo esos fracasos.

La conversación aún me acarreo más sorpresas:

- Escucha, esto va a durar poco, tengo SIDA, ya no hay remedio, todo terminó.

Los seis meses siguientes fueron horribles, nos convertimos en lo que siempre tuvimos que ser, mi padre, mi madre y seis hermanos. Echamos un pulso al tiempo, una guerra sin cuartel, había que superar tantas cosas.

Lucas se fue tranquilo y sonriendo, nunca olvidaré sus últimas palabras. Su rostro

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denotaba paz, la que nunca en treinta y cinco años le vi. Nos miró a todos y nos dijo con una dulce sonrisa en sus labios:

- me despido con la palabra más hermosa que siempre dije pero nunca sentí, “ hasta la vista hermanos”.

Quizás nunca encontremos la paz que halló al final, aunque estoy seguro que esta dura experiencia nos ayudará a darnos cuenta de que tras las banalidades de la vida hay algo más importante, el darnos cuenta de que todos necesitamos a todos, que la perfección no existe y que un error es solo eso, un error.

Lucas fue al final ese gran hermano fuerte y digno de admiración que todos envidiamos durante toda su vida.

Yo también ahora digo sin rencor y sin resentimiento, “hasta la vista hermano”.

Mónica Álvarez Sánchez Cetina

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Lagarto, lagarto mío

Lagarto mío, ¿dónde estás? que te busco y no te puedo encontrar. Un día en mi casa entraste y al mirarte, tus ojos brillantes se quedaron clavados en los míos, se fundieron de tal forma que leí en ellos que eras tú que venías a visitarme y yo esperándote estaba, nos miramos con la misma intensidad y sin palabras nos dijimos muchas cosas, pero tú te marchaste y ya no te he vuelto a ver, a lo mejor es que no te dejan, tal vez te han hecho prisionero o quizás, la otra tarde a quien vi fue a un compañero tuyo , iba tan deprisa que no me dio tiempo a preguntarle por ti, porque tú no eras, te conozco bien, tu eres mas grande y más fuerte, el era delgado y fino y ni siquiera me miró, simplemente se marchó, por eso, no me dio tiempo de preguntarle por ti.

Quizás después mandaste a alguien a visitarme eso solo tú lo puedes saber pero al verlo allí, mirándome tan fijamente, me dio tanto miedo que le mande matar, la pena es que todavía no sé por dónde pudo entrar. Si eres tú quien viene a visitarme, ven

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de día y con mucha luz porque la noche da mucho respeto y es muy triste, me podría asustar- Si estas prisionero y no te dejan volver, yo con mi espada te rescataré y volveremos a unirnos como se unen los ríos en el mar, y con una barca nos iremos a pescar, la llenaremos de peces, sardinas, calamares... hasta los delfines nos vendrán a saludar y con sus saltos la barca a pique irá; como no sé nadar, cogida de tu mano me llevarás y saldremos a la orilla y allí en mi lagarto tú te convertirás y todo el monte conmigo a cuestas me llevarás y por fin, al final del espacio nos quedaremos a descansar, será un lecho lleno de musgo verás que blandito se está y todos parientes en lagartos se convertirán y con esos ojitos tan bellos muchas cosas me dirán. ¿Y los lagartos dónde están? No, no quiero con ellos emparentar porque sería demasiado que también ellos me vinieran a visitar.

Las tardes de tormenta escondidos están y en cuanto ven el sol salen a juguetear, corren muy deprisa, no se les puede alcanzar y de vez en cuando en los agujeros quieticos están, se meten a jugar con otros lagartos y yo no quiero que tu allí

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estés no sea que alguna lagarta contigo, mi lagarto, se quiera quedar. Y si algún día con alguna lagarta tú te quieres quedar te pido por favor que no vuelvas a verme más, porque sería el colmo que tuvieras lagartijos o lagartijas y también ellos me vinieran a visitar. No, no lo podría soportar pero si estas solo, te espero en verano que es cuando sueles salir a pasear. Daremos muchos paseos juntos porque es muy bueno andar.

Felicidad Castellano Lallana Morata de Jiloca

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Una experiencia inolvidable

Como todos los años unos días antes de empezar las fiestas del Pilar mi hermana, mi prima, unas amigas y yo nos reunimos para decidir que vamos a hacer y a que hora vamos a quedar para asistir a la Ofrenda de Flores, Ofrenda de Frutos, Rosario de Cristal... también nos sirve de excusa para pasar una tarde juntas y hablar de nuestras cosas, los maridos no nos acompañan así que tenemos rienda suelta para ver tiendas y tomarnos un café.

En Zaragoza las fiestas son muy bonitas, hay muchos actos a los que se puede acudir, se puede ir a espectáculos de pago pero también los hay gratuitos. En las calles principales se organizan los conciertos, jotas... y por la noche en cada barrio hay fuegos artificiales. La ofrenda de flores es el acto en el que mas personal participa, a mi particularmente no es el que más me gusta pero por tradición, siempre paso.

Mi prima por mediación de su amiga me apuntó a la Ofrenda de Frutos pues para poder participar en este acto tienes que pertenecer a un grupo no se puede pasar

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por libre. La Ofrenda de Frutos para mi es bonita de verdad, como no esta tan masificada se luce mas y puedes disfrutar del recorrido, se celebra el día 15 de octubre a las 12 h.

La noche anterior me prepare una canastilla que adorne con papel de celofán y unas cintas y como fruta puse unas manzanas de ni pueblo. Yo estaba algo nerviosa porque a esta ofrenda no había ido nunca y no por falta de ganas sino porque no conocía a nadie que perteneciera a un grupo y de todas las fiestas quizá sea lo que mas ilusión me había hecho siempre.

Me levante por la mañana temprano para no ir con prisas porque vestirte lleva su tiempo, es importante colocarte todas las prendas bien y que te queden en su sitio y a tu gusto a la primera, es algo difícil. Mi vestido es un traje de gala, me lo hicieron a medida en una casa de trajes regionales, es un modelo de novia antigua que a mi me gusta mucho porque me encuentro favorecida, así que no me canso de llevarlo, he de decir que es mi vestido de novia, así

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es como me case y quizá por ese motivo le tengo tanto cariño.

Con mi prima había quedado a las 11 h. en la plaza de Santa Engracia, que es desde donde salimos. Mi prima y su amiga llevaban unos trajes preciosos cada una en su estilo, estaban muy guapas. Esperamos un poco y al rato el responsable del grupo paso lista, digo esto para que se vea la buena organización que había. Nos formaron en fila de cuatro personas a dos metros de distancia unos de otros. Yo no me cansaba de mirar a todos lados porque en esta ofrenda se ven trajes preciosos igual de hombres que de mujeres. Iniciamos el recorrido por el paseo Independencia, calle Alfonso y plaza del Pilar, hicimos varias paradas porque había grupos que bailaban y cantaban. Cuando llegamos a la puerta del Pilar fuimos entrando y se oía la Salve que estaban cantando pero a mí me pareció que cuando yo llegaba al manto habían empezado a cantarla, no podría explicarlo mejor solo que sentí un escalofrío por todo el cuerpo y a la vez me sentí muy feliz.

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Seguimos andando y llegamos al Camarín de la Virgen y allí a cada lado, sentados haciendo pasillo, estaban las autoridades civiles y militares junto a las autoridades eclesiásticas ya que ese día se celebra la Misa Mayor y la Procesión.

Por fin llegamos delante de la Virgen, hicimos una pequeña reverencia con los frutos en las manos y para mi esos momentos fueron muy emotivos, quizá porque era la primera vez, no lo se, pero sentí una gran emoción y se me arrasaron los ojos. En ese momento di gracias por muchas cosas y pedí por otras la principal por mi nuevo nieto para que nazca sano y bien, entonces no sabíamos que iba a ser pero ahora si sabemos que es un chico y se va a llamar Adrián.

Después de todo esto seguimos hasta la puerta de atrás que da al Ebro y allí había un camión, unos voluntarios nos recogieron nuestros presentes y los colocaron en el camión, ya sabíamos que todo lo que se ofrenda ese día se reparte entre gente necesitada, por asilos, residencias... bueno siempre para causas justas.

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Así acabamos la Ofrenda quizás para mí fue tan emocionante por la ilusión que me hacia, desde luego guardo un gran recuerdo y creo que este día no lo olvidaré. Le doy las gracias a mi prima y a su amiga por contar conmigo.

Al terminar nos esperaban nuestros maridos y nos fuimos con ellos a tomar un vermú que duro hasta media tarde y ahora a esperar la Ofrenda del año 2004.

Manuela Beltrán Lallana Morata de Jiloca

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La lotería

Mi amiga Rosa y yo éramos tan buenas amigas que durante diecisiete años estuvimos siempre jugando la misma lotería para el sorteo de Navidad pero llegó un año que yo le dije:

- Mira Rosa, este año no voy a coger ningún número de lotería que lleve recargo porque no veas el dinero que nos gastamos el años pasado y total, para nada

Y así lo hice. A mi amiga le gustaba jugar a la lotería porque su mayor ilusión era viajar a Italia y en concreto a Venecia para poder montar en góndola, siempre me decía:

- Ay Pilar, si algún día me toca la lotería lo primero que pienso hacer es irme de viaje a Venecia.

Un día en mi trabajo, casualidades de la vida, mis compañeros organizaron un viaje a Italia, cada uno podía llevar a un acompañante así que enseguida yo pensé en mi amiga Rosa, le dije

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- Rosa, ¡imagínate! Los del trabajo están organizando un viaje a Venecia ¿nos apuntamos?

A mi amiga por un momento se le iluminaron los ojos pero me contestó:

- Ya sabes que no tengo dinero.

- No te preocupes, yo te pago el viaje y luego cuando tu puedas me lo devuelves.

- No, eso si que no. Ahora, si me tocase la lotería, íbamos seguro.

Ese año como habíamos acordado cogimos lotería cada una por nuestro lado aunque eso sí, sin recargo. Llegó el 22 de diciembre y cual no sería mi sorpresa cuando me llama mi amiga y me dice:

- Oye, que vamos de viaje

- ¿Qué? - pregunté yo muy sorprendida

- ¡Que vamos de viaje!

- ¿Que nos ha tocado la lotería?

- A ti no, pero a mi si

Yo sinceramente, me puse tan contenta como si me hubiese tocado a mi misma, aunque ¡qué casualidad! Ese año

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que decidimos no coger lotería con recargo, y así lo hicimos las dos, la compró su marido, así que en lugar de pagarle yo el viaje a ella, me lo pagó ella a mí.

Disfrutamos como nadie sobretodo mi amiga que por fin vio cumplido su sueño.

¿Y el mío? Yo me casé el día de San Valentín y todos los años salíamos a cenar fuera, aquel año habían inaugurado un restaurante y yo llamé para reservar mesa, nunca hubiese podido imaginarme yo que ese día se iba a cumplir mi mayor ilusión ¿cuál? pues que tocasen para mí la marcha nupcial que no sonó el día que me casé. Y así fue, la orquesta empezó a tocar la marcha nupcial y el dueño del restaurante se acercó hasta nuestra mesa para invitarnos a salir a la pista a baila porque sabía que hacía 25 años que nos habíamos casado.

¡Qué alegría! Salimos a la pista, la música sonaba suave, melodiosa y allí me estaban esperando con un ramo de rosas divino.

También nos preguntaron a dónde habíamos ido de viaje de novios,

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contestamos que a ningún sitio porque nosotros no tuvimos viaje de novios, así que una nueva sorpresa, nos regalaron un viaje a Canarias, 8 días, ¡que maravilla! y a la vez ¡que miedo! porque nosotros no habíamos viajado nunca en avión. Realmente se cumplieron nuestros sueños.

Como veis, ese año mi amiga y yo, vimos cumplidos dos de nuestros mayores sueños, ella ver Venecia y pasear en góndola y yo por fin tuve mi viaje de novios.

Hoy en día, seguimos jugando a la lotería pero que a mí nunca me toca, dos veces la he tenido en la mano, pero nada. Como decimos todos el 22 de diciembre ¡salud que no nos falte!

Pilar Algárate Herrero Morata de Jiloca

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Amor y tristeza

Belén tuvo una vida llena de amor y tristeza. Se enamoró muy joven que es el amor mas bonito, con sus 15 años llenos de ilusiones y proyectos. Conoció a Paco, era un joven muy simpático, enseguida prendió en ellos la chispa del amor, fueron unos días pletóricos de ilusión y como los dos eran muy comunicativos entre risas nos contaban a los amigos lo bien que lo estaban pasando, para ellos todo eran rosas, pero como no hay rosas sin espinas, llegó el día en que Paco tuvo que marcharse a hacer el servicio militar y para mas pena de Belén se tuvo que marchar a Melilla. Desde ese día todo cambió par ella, la alegría desapareció de su cara, todas las amigas la animábamos a salir pero ella decía que no tenía humor, solo estaba contenta el día que el cartero le entregaba carta de “su” Paco.

Ese día corría a mi casa para leerme la carta de amor que él le escribía, eran cartas preciosas todas llenas de un amor inmenso, hasta que un día llego la buena noticia de que paco volvía a casa, ese día mi amiga me abrazó tan fuerte que pensé que me

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ahogaba, nada más ver a Paco, volvió a ser la misma.

Pasaron los días y decidieron casarse, prepararon llenos de ilusión la boda y por fin llegó el gran día. Mi amiga estaba preciosa con su traje blanco y lo mismo Paco, todas los amigos los acompañamos y como algunos amigos pertenecían a una tuna quisieron darles una sorpresa, ambos estaban muy emocionados al oír las bonitas canciones que les dedicaron, fue un día para recordar.

Pasaron los meses y fue el colmo de su felicidad ya que mi amiga esperaba un hijo, esa alegría duró nueve meses pues todos los días nos contaba como iba evolucionando su estado, llegó el niño y ese matrimonio se dedicaron a él en cuerpo y alma.

Pasó el tiempo y todo era hermoso, el niño hizo su primera comunión, fue un día lindo para mis amigos y su hijo Julio, ya que con ese nombre lo bautizaron. Mi amiga Belén algunas veces me confesaba que le daba miedo ser los tres tan felices pero como era tan alegre, con su risa pronto se olvidaba de esos pensamientos.

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Un verano se marcharon de vacaciones y ese fue el peor de su vida, tuvieron un accidente y su marido y su hijo murieron en el.

A mí me avisaron y cuándo llegué encontré a una mujer desconocida, su cara estaba totalmente desencajada por el dolor y psíquicamente estaba hundida, no podía hablarme ni siquiera a mi, a su mejor amiga, todo en ella era sollozos, no había consuelo para ella. Desde aquel terrible accidente, todos los días me decía lo mismo, que no podía con tanto dolor, de nada le servía nuestro apoyo no reaccionaba. Así pasaron los meses, los años hasta que un día me dijo.

- Mi corazón nunca cerrará esa herida pero estoy dispuesta a dar todo el cariño y amor que aún me queda en mi corazón. Me marcho a una ONG para cuidar a niños necesitados, niños que no tienen un hogar y que como yo, han perdido a su familia, sería egoísta por mi parte no darles ese cariño a ellos que tanta falta les hace

Y así lo hizo, se marchó a un pueblo pequeñito de América del Sur, un día recibí una carta suya en la que me contaba que había llegado un niño nuevo, que era un

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niño muy pequeñito y rubito que le recordaba a Julio y que sus compañeros, como conocían su historia, habían decidido bautizarlo con el nombre de su hijo.

En él volcó todo el cariño y el amor que desbordaba su corazón, ese niño tanto la quería a mi amiga que la llamaba mamá. De esa forma esta mujer valiente que nada esperaba de la vida cambió, llegó a querer a ese niño como habría querido al suyo propio y gracias a su valentía y generosidad volvió a ser feliz dentro de lo posible porque jamás, ni un solo instante pudo olvidar a su marido ni a su hijo perdido, pero con amor y valentía todo se supera.

Laura Gracia Fuentes Morata de Jiloca

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La vida en el campo

Ahora que estoy jubilada y tengo mucho tiempo libre me gusta recordar lo que ha sido mi vida, la admiración que siempre he tenido por las personas que trabajan en el campo, porque un agricultor empieza las tareas de los frutales, sobretodo de la pera de agua, en noviembre. Se empieza por la poda del árbol que como está sin hojas parece que está muerto. la poda es quitar las ramas que le sobran a un árbol para que crezca mas fuerte. Los podadores pasan mucho frío porque trabajar en el campo es muy duro, siempre están trabajando de día y de noche porque a veces les toca regar los árboles también por la noche. También tienen que cuidarlos mucho todo el año y labrar la tierra para que la cosecha sea buena. Cuando llega la primavera, ya van brotando las hojas, después las flores y por último el fruto pero como en ese tiempo haga frío, adiós cosecha.

Siempre están mirando al cielo por si vienen las heladas. Cuando la fruta aún es pequeña les quitan ramas y frutos para que

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los que queden se hagan mas grandes. Para que el fruto sea bueno y para que esté en buenas condiciones tienen que sulfatarlos varias veces durante todo el año, eso les cuesta mucho dinero. Y por fin llega la recogida para últimos de agosto, se cogen los frutos con escaleras de hierro o de madera y hay que estar bajando y subiendo con un cubo que cuelgan en las ramas, cuando el cubo esta lleno tienen que bajar a vaciarlo en los pales y otra vez a subir al árbol para llenar el cubo, si donde han puesto la escalera hay frutos, tienen que cambiar la escalera de sitio, así hasta que terminan. La fruta es transportada por un agricultor que con el tractor va llevando la fruta recogida a los almacenes porque la tienen que pesar, pero deben descargarla ellos mismos, las pesan en la báscula, apuntan el peso en un papel para no equivocarse ninguno y si todo está bien meten la fruta en cámaras frigoríficas, claro que como no les ponen precio, se las pagan como quieren y cuando quieren, como pronto al año siguiente, casi cuando van a coser la próxima cosecha.

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Cuando tienen buenas cosechas se ponen muy contentos y siempre están hablando de sus frutos, pero el pueblo baja mucho, la juventud se marcha a buscar trabajo en una fábrica o en otros sitios porque llega el mes y cobran un sueldo.

Como he dicho ya antes yo soy una jubilada que vive en el pueblo pero la jubilación no es del campo, es del Estado por eso me da tanta pena que los agricultores trabajen tanto para nada pues cuando se jubilan cobran una jubilación muy pequeña, por eso yo siempre digo con todos las palabras que el que más trabaja merece más jubilación para pasar mejor vejez pero mi opinión no cuenta, siempre harán lo que sea conveniente para todos pero sobretodo que sea para los jubilados del campo. esa es mi opinión de siempre y quisiera que se cumpliera para que ellos estuvieran más contentos y sus hijos se quedaran en el pueblo haciendo lo que a ellos les ha costado tanto sacrificio pues es muy triste que después lo vean todo sin trabajar y eso que todos comemos de las cosechas de la tierra pero los apoyan tan poco que no compensa que trabajen tanto

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en la juventud para que después se tengan que ir con los hijos fuera del pueblo o a parar a una residencia porque los hijos no tienen una habitación para recoger a los padres, dicen que los pisos son muy pequeños ¡pues que se vengan al pueblo! aquí las casas son tan grandes que cabrían todos.

Fulgencia Pelegrín Narvión Morata de Jiloca

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El Cristo de los zapatos

En un museo de arte sacro de una catedral, entre otras muchas reliquias, ofrendas y objetos religiosos se encuentran unos zapatos de plata que según consta en la inscripción pertenecieron a la sagrada imagen de Cristo Crucificado y cuya imagen aún se venera en una capilla de la misma catedral, al culto de sus muchos fieles y que en otros tiempos aparecía vestida y calzada con unos zapatos de plata.

Un día, entre los fieles que acudieron a pedir favores, estaba Maria, una pobre viuda madre de cuatro hijos que no tenía trabajo y por lo tanto nada con que alimentarlos.

Desesperada y con el estómago vacío le rogó a Cristo con mas fervor y necesidad, si cabe, que nunca:

- Señor, ¡socórreme!.

Enseguida ve que la imagen alarga un pie y deja caer en sus manos uno de sus zapatos de plata. Loca de alegría coge el zapato y sale hacia su casa gritando:

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- ¡Milagro, milagro!

Pero nadie creyó que así fuera. Enterada la policía fue detenida y juzgada. Unos le tomaron por ladrona y caradura y otros por sacrílega. Al preguntarle el juez el por qué tenía en su poder el sagrado zapato explicó su historia, historia que nadie creyó ya que como único testigo presentó al propio Cristo.

La detenida suplicó angustiada al rey, autoridades civiles, militares y eclesiásticas. Hubo consultas con teólogos y jesuitas que motivaron muchas discusiones y ante el temor a que el reo fuese condenado a muerte por un robo sacrílego accedieron.

Acudieron a la catedral: la detenida, el juez, el fiscal, las autoridades eclesiásticas, muchos curiosos y desocupados y como único testigo, la sagrada imagen.

Todas la miradas estaban fijas en el Cristo y no por piedad, sino más bien con curiosidad morbosa.

De pronto, se hizo un silencio al ver que la imagen parecía moverse. En efecto estaba moviendo el pie que aún

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conservaba calzado y del cual, dejó caer su zapato ante el asombro de todos los allí presentes.

María fue indultada por el Papa y siguió acercándose a la capilla no a pedir sino a dar gracias por el segundo milagro que le había salvado.

María Pelegrín García Morata de Jiloca

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Vivir o morir

Luisa vive en una ciudad que no es en la que ella nació pero por circunstancias de la vida ha terminado allí, lejos de su familia, de sus raíces, acompañada por su única hija quien afortunadamente, hoy es una mujer felizmente casada y madre de dos chicos maravillosos.

Ahora que hace un repaso de su vida se da cuenta de que realmente aquí ha sido feliz al lado de unas personas que en un principio le resultaban extrañas pero que acabaron convirtiéndose en su verdadera familia, su apoyo en esos momentos tan dolorosos que para su desgracia, le tocó vivir.

Es la hora de la sobremesa, Luisa todos los días cumple el mismo ritual después de comer, se sienta en su sillón favorito, al lado del florido balcón de su cuarto de estar, baja ligeramente la persiana, lo justo para que los rayos de sol que penetran por ella no le impidan conciliar una siesta ligera. Hoy además ha tenido una jornada de trabajo agotadora, y precisamente por eso, por lo cansada que está no puede ni cerrar los

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ojos así que decide poner la televisión, es la hora en la que en todos los canales sólo hay noticias, se recuesta de nuevo en el sillón pero... una de las noticias de ese día le obliga a recordar, a recordar un pasado que trata con todas sus fuerzas de olvidar... “una nueva víctima... es la muerte de otra mujer... a manos de su marido... compañero sentimental...”

A Luisa le cuesta entender cómo es posible que todo siga igual o incluso peor que cuando le tocó a ella, ¿dónde estaba la evolución de la sociedad? Ella siempre pensó que con los años las cosas mejorarían para las mujeres pero cada vez que oye una noticia como esta no puede por menos que recordar…

Revivir esos recuerdos lejanos en el tiempo, pero cercanos en su memoria. El pensar en la indefensión de las mujeres en manos de sus maltratadotes hace que su agitación vaya en aumento, respira hondo tratando de sosegarse y de nuevo escucha atenta la noticia. Ahora siente un odio intenso, tan intenso que golpea su interior con una fuerza casi brutal y la misma impotencia que la martiriza a pesar de los

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años transcurridos le hace saber que sus recuerdos nunca la abandonaran. Luisa aunque sabe que está sola en la casa y nadie puede escudarla, hace una reflexión en voz alta:

- ¡Qué solas e indefensas estamos las mujeres en nuestra propia casa, que contrasentido que el ser que aparentemente más nos ha querido en nuestra vida de repente, o no tan de repente, se convierta en nuestro peor enemigo¡ ¡Qué poco se hace por solucionar este problema!

Su problema, afortunadamente ella puede hablar en pasado, se llamó Juan. Luisa no puede evitar sonreír amargamente, ella desde bien jovencita siempre soñaba con tener un novio que la quisiera toda la vida, su mayor ilusión era formar una familia y ser feliz, desde jovencita... a veces, se siente tan envejecida que le cuesta creer que algún día fue joven.

El día que conoció a Juan, sus ojos se le iluminaron y el corazón comenzó a latirle tan deprisa que más de una vez tuvo que apretar la mano contra su pecho para evitar que se saliese de él. Juan le parecía un

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hombre maravilloso, el hombre que siempre había soñado, al principio le costó que él se fijara en ella así que cuando por fin un día él le pidió salir, pensó que aquello era como tocar el cielo con sus manos. Transcurrido un año de relación, Luisa se lo presentó a sus padres, y estos no pusieron ningún impedimento, al contrario, estaban realmente contentos ya que Juan poseía una buena posición económica, estaba muy bien situado en su empresa.

Por fin llegó el gran día y se cumplió el sueño de Luisa, se casó con Juan. Ya antes de casarse, muy sutilmente Juan le obligó a dejar su trabajo en la fábrica, ahora su mujer solo trabajaba en su casa. Luisa se sintió halagada pensando que lo hacía por amor ¿Cómo distinguir la barrera que separa el amor de la posesión, el deseo de la imposición, el respeto de la tiranía?.

Escasamente llevaban un año de casados cuando empezaron los problemas, Juan ya no era tan amable ni tan cariñoso como al principio, incluso cuando Luisa se quedó embarazada y tuvo algún problema de salud él lejos de ayudarla y comprenderla, se quejaba por todo, si ella le

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decía alguna palabra cariñosa, él le contestaba que se dejara de ñoñerias que ya era una mujer casada, que su única obligación era cuidar de él que no le pedía mucho, sólo tener la comida hecha a su hora, la ropa limpia y planchada…pues para eso la mantenía. Sí, en eso se había convertido, en una mantenida, como si el trabajar en casa no fuera un trabajo.

Cuando nació su preciosa hija pensó que todo cambiaría y así fue pero para peor. Cada día Juan llegaba más tarde a casa, es verdad que trabajaba mucho pero también encontraba tiempo para estar con los amigos y otras compañías.

Una noche se armó de valor y esperó despierta a que llegase, Luisa pensó que era el mejor momento, su hija estaba dormida así que podrían hablar tranquilamente, que ella con su amor le haría recapacitar y Juan cambiaría de actitud, por ella y por su hijita. Por fin escuchó el sonido de la llave en la puerta, se levantó de un salto y corrió para darle un beso a Juan, como respuesta recibió su primera bofetada. Por no armar un escándalo ante los vecinos y por no

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despertar a la niña, se calló y ahogó sola su pena. Ante su reacción él se envalentonó y ella se acobardó ante los gritos y las bofetadas que cada vez eran más frecuentes.

Luisa perdió la alegría, se convirtió en una mujer asustadiza, todos le decían que la notaban rara, estaba como distante, ausente mas bien. Entonces Juan con un cinismo exacerbado comentaba que efectivamente, Luisa había cambiado mucho, que nuca tenia ganas de hacer nada, la casa la tenía en pésimas condiciones, y que tampoco cumplía con sus deberes de esposa. Al oír esto la familia lo compadecía y le pedían que tuviera paciencia e intentase comprenderla.

Un día ya no pudo aguantar más su tortura silenciosa y desesperada decidió hablar con sus padres, les contó todo lo que estaba pasando en su casa, su sufrimiento pero sus padres no la creyeron, ¿cómo un hombre de la posición social de Juan iba a ser un maltratador? Le aconsejaron por su bien que no le contase esto a nadie, que aguantara porque ¿donde iba a ser de ella sin un marido?, y además ¡vaya vergüenza

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para la familia!. Además en el supuesto caso de que fuese verdad, su obligación era aguantar ya se lo había dicho el cura el día de su boda “en lo bueno y en lo malo” Luisa no podía dar crédito a lo que estaba oyendo y totalmente hundida regresó a su casa, ahora sí que estaba sola, jamás podría acabar con esta pesadilla.

Juan no se como pero se enteró de la conversación que había mantenido con sus padres, cuando llegó a casa le dio tal paliza que la dejó tirada en el suelo, inconsciente. Con una frialdad absoluta se puso su chaqueta y salió de nuevo a la calle, Luisa piensa que creyó que la había matado.

Pasaron las horas y Luisa fue recuperando poco a poco la conciencia pero se notaba el cuerpo pesado y la garganta muy inflamada, apenas podía tragar la saliva. Desesperada se puso a llorar sin fuerzas para levantarse del frío suelo, pero de pronto escuchó el llanto de su hijita, como puedo fue a su cunita, la cogió y apretándola contra su pecho pensó: “vivir o morir” y decidió vivir, desde ese momento se hizo una mujer fuerte tenía que luchar, salir de ese infierno en el que se encontraba.

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Llamó a Marina, una amiga casual que conoció en el parque un día en que no pudo o no quiso tapar los efectos de la violencia de su marido contra ella, Marina le había dado su teléfono pues ella también había sido una mujer maltratada y le dijo:

- Si algún día te decides a empezar de nuevo, llámame e intentaré ayudarte.

No hizo faltar explicar nada, Marina acudió rápidamente a su casa y así sin más equipaje que un bolso de mano, para no levantar sospechas en los vecinos, Luisa acabó con su tormento.

Marina la acompañó a otra ciudad bastante alejada de la suya donde ella tenía unos parientes, una pareja ya mayor que se encontraba bastante sola. Ellos le dieron el cariño y el amor que sus padres le negaron y Luisa se recuperó no sólo físicamente sino también curó las heridas del alma que son las que más duelen. No volvió a ver a sus padres ni a su familia, en su corazón no había sitio para ellos.

Cuando en 1981 aprobaron la Ley del Divorcio, por mediación de un abogado lo solicitó, por fin pudo cortar todos los vínculos

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que la unían a un pasado tan duro y tormentoso.

En momentos como este en los que sus recuerdos intentar minar su tranquilidad piensa en una frase de Benjamín Franklin que para ella resume su vida: “Un camino de mil millas comienza con un paso”

Manuela Beltrán Lallana Morata de Jiloca

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El fin de una ilusión

¡Tenemos que hacer la cena! ese fue el primer saludo de mi amiga Aurora cuando me la encontré comprando el pan como todas las mañanas.

- ¿Que cena? - pregunte yo.

Aurora casi me fulmino con la mirada

- ¡La cena! - me respondió con un tono de voz que tenia una mezcla de nerviosismo y de enfado.

Yo seguía sin entender nada pero notando la excitación de ella creí mas oportuno contestar:

- ¡Ah si, la cena!

Aurora por fin respiro aliviada y yo también aunque seguía sin saber de que me estaba hablando.

- Tenemos que reunirnos y pensar entre todas el menú, hacer la lista de la compra, buscar el lugar adecuado ¡fíjate para mas de 50 personas!...

“Vaya, -pensé para mi- sigo sin entender nada”, pero mi amiga que no

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podía parar de hablar enseguida me lo aclaró todo.

- Tenemos que quedar bien, ya sabes que de esta cena depende nuestro ingreso en Asociación, ¡ tanto tiempo esperando una respuesta y por fin nos han contestado!

- Bueno, ya se había resuelto el misterio, pero ahora la que empezaba a ponerse nerviosa era yo.

- ¿Hemos sido admitidas todas?

- Si las cinco que lo solicitamos.

- Que mezcla de alegría y de miedo sentí en ese momento, si la cena era un fracaso... no, teníamos que hacer todo lo posible para que fuera un éxito, si seria un éxito.

Una semana antes de la fecha nos reunimos en casa de Aurora, confeccionamos el menú, la lista de la compra y nos dividimos las tareas aunque sabíamos teníamos que estar muy bien coordinadas. El primer problema surgió:

- ¿Dónde hacemos la compra en la tienda de nuestro pueblo o en un supermercado en la capital?

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Tras una breve reflexión nos decidimos por la tienda del pueblo, aunque costase un poco más caro como la cena era “a escote” tampoco podía suponer mucho y si nos quedásemos sin tienda en el pueblo... entonces si que nos íbamos a quejar.

Siempre contentas e ilusionadas seguimos adelante con los preparativos, que no eran pocos, nos juntábamos, tomábamos algún café y gastábamos bromas sobre cómo nos iba a salir.

Un día antes del esperado acontecimiento, limpiamos el comedor, montamos las mesas, elegimos la música ya que después de la cena a la gente sabíamos que le gustaba bailar. Y ¡por fin llegó el gran día! No es que estuviésemos nerviosas, no, estábamos al borde de la histeria. Afortunadamente poco a poco, nos fuimos calmando.

A primera hora de la tarde comenzó a llegar la gente, ya que era tradición de esa Asociación jugar a juegos tradicionales antes de cenar.

- ¿No se nos habrán olvidado los premios para los ganadores de los juegos?

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- Pero ¿no te encargabas tú de ello?- me pregunto mi amiga Aurora.

Debí poner tal cara de susto que casi se atragantó al responderme.

- Tranquilízate, están en la habitación del fondo, separados del resto de los premios que sorteamos al finalizar la cena.

Así entre bromas, risas y juegos llegaron las nueve de la noche, el comedor estaba precioso, las mesas, elegantemente adornadas. Los comensales se fueron sentando mientras charlaban animadamente.

Pasó un rato y la gente comenzó a mirarse a los relojes. ¿Qué pasaba? ¿Por qué no se servia la cena?. De nuevo el nerviosismo se apoderó de nosotras.

- ¿Qué hacemos? Faltan tres personas ¿esperamos a que lleguen o empezamos a servir?

La gente se estaba impacientando y la cena enfriando.

- Presiento que esto va ser un desastre – dijo Aurora

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- No seas agorera –le respondimos nosotras aunque en el fondo todas estabamos pensando lo mismo.

Por fin, a las diez menos cuarto llegaron las que faltaban y pudimos empezar, parecía que el ambiente era muy agradable, hubo quien contó algún chiste, se hicieron brindis... vaya que la noche se iba animando.

Terminada la cena empezó el baile, disfrutamos como nunca lo habíamos hecho, se entregaron los premios a los ganadores de los juegos, se sortearon los regalos que teníamos preparados con gran jolgorio por parte de los asistentes, todos parecían muy satisfechos, bueno, no todos, ya que siempre hay alguno que tiene que dar la nota.

A altas horas de la noche, terminó la fiesta no sin antes ser felicitadas con gran entusiasmo por parte de todos los asistentes.

Las cinco amigas estábamos muy cansadas pero contentas, habíamos cometido algunos fallos pero parecía que la gente no les daba mayor importancia, creíamos que era el merecido premio a tan

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gran esfuerzo. Muy satisfechas nos fuimos a descansar... pero ¡oh sorpresa!

Al día siguiente ¡qué desilusión, rabia, impotencia...! al enterarnos de que muchas de las personas que nos habían felicitado efusivamente, a nuestras espaldas nos iban criticando, despreciando nuestro esfuerzo, nuestro trabajo, incluso y creo fue lo más doloroso, dudaron de lo que nos habían costado las cosas. ¿Qué nos estaban llamando? Era humillante.

De nuevo la rabia y la impotencia se apoderó de nosotras, nos sentimos tan tristes, tan abatidas, toda la ilusión y la alegría de la noche anterior se había convertido en tristeza y desencanto.

Habíamos sido admitidas en la Asociación pero lejos de alegrarnos nos sentimos verdaderamente tristes. ¡Cuanta hipocresía!.

Isabel García Marco Morata de Jiloca

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Bello amanecer

Estas fueron las palabras que mi padre pronunció un día al levantarse por la mañana.

Yo nací en el año 39 justo al terminar la guerra civil española, me contaron que cuando yo nací, mi padre estaba en el frente, que vino con permiso para conocerme y justo en esos breves días acabó la guerra por lo que ya solo tuvo que volver para entregar la ropa. Al día siguiente de dar la noticia de que la guerra había acabado, mi padre, al levantarse por la mañana fue a la ventana, la abrió de par en par y dijo estas palabras:

- Bello amanecer, gracias a Dios que ya se acaba la pesadilla de la guerra.

Después fueron unos años muy difíciles para todos los españoles pero la verdad es que yo recuerdo mi niñez con mucho amor y mucho cariño.

Como en aquellos tiempos escaseaba el dinero mi madre me hizo una muñeca de trapo, ¡era preciosa! pues aunque después tuve otras muñecas compradas ninguna me

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gustaba tanto como aquella, su pelo estaba recogido en unas trenzas amarillas, de seda la boca, la nariz y los ojos bordados e incluso me hizo mi madre varios vestidos, yo me sentía feliz, también tenía un canastillo lleno de juguetes de arcilla que me habían traído de Villafeliche.

Recuerdo la primera vez que me llevaron a la feria de Calatayud, bajé con mis padres y se vino con nosotros una de mis amigas. ¡Íbamos tan contentas!

El viaje fue un poco pesado ya que bajamos en el carro del tió Blas “el romo” y como íbamos muchos chicos a ratos teníamos que ir andando. La inmensa mayoría de la gente bajaba andando por no gastar una peseta y cincuenta céntimos que costaba el billete de tren. Yo como varios meses antes de llegar estas fechas mis padres ya me habían prometido que ese año me bajarían a la Feria empecé a guardarme los 10 céntimos que mi abuela me daba todos los domingos para poder montarme más viajes en los caballitos. Recuerdo que íbamos todo el camino con una ilusión tremenda y deseando llegar, por fin ¡llegamos a Calatayud!

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La primera parada fue en la Fuente de los Ocho Caños que estaba al lado del puente del río junto al matadero, todos los chicos echamos a correr empujándonos unos a otros y bajamos las escaleras que había para llegar a la fuente, todos queríamos beber agua ¡salía tan fresca! y allí mi madre nos lavó la cara y las manos para quitarnos el polvo del camino, después nos cogieron de la mano y fuimos a la “Confitería de Micheto” pues todos los años por esas fechas mi padre iba a pagarles el rento de unas tierras que ellos tenían aquí en el pueblo y que mi padre administraba, cuando ya nos íbamos a mi amiga y a mi nos abrieron la vitrina de los pasteles y nos invitaron a que cogiéramos uno, había tantos que no sabíamos por cual decidirnos, yo cogí un pastel y mi amiga cogió una breva porque le parecía mas grande. Allí nos guardaron el capazo que mi madre llevaba con la comida, después nos llevó mi padre al ferial, para nosotras aquello era impresionante ver tantas caballerías juntas pero pasamos un rato muy entretenidas.

A medio día recogimos el capazo de la comida y nos fuimos a comer a una

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chopera a la orilla del río, allí había muchos grupos de gente comiendo que igual que nosotros eran de los pueblos y habían acudido a las ferias.

Por la tarde nos llevaron a montarnos en las barcas y los caballitos pues eran las únicas atracciones que había, después fuimos al circo, nunca habíamos sido tan felices.

Finalmente fuimos a reunirnos con nuestros compañeros de viaje para volver a nuestro pueblo, la verdad es que cuando llegamos a casa ya de noche, estábamos muy cansadas pero felices, lo habíamos pasado muy bien y estábamos dispuestas a repetir al años siguiente.

Pilar Bendicho Pascual Morata de Jiloca

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Sólo una historia

María nació en un pueblo cerca de Tarazona, era la pequeña y la única chica entre cuatro hermanos por eso fue una niña muy mimada y en su casa era como una princesita. Su familia era de las llamadas acomodadas y ni en la posguerra tuvo que pasar fatigas porque nunca le faltó de nada, también eran muy religiosos y como a casi todas las chicas de entonces, la educaron para tener y cuidar de una familia.

Se casó y tuvo tres hijos dos niñas y en medio un niño, cuando fueron creciendo estaban todos muy unidos y compartían todas las cosas. Ella trataba de enseñar a sus hijos lo mismo que ella había aprendido, a tratar a las personas con cariño y mucho respeto tanto dentro como fuera de casa, María era completamente feliz en su trabajo de ama de su casa, siempre pendiente de su marido y sus hijos. No tenían mucho dinero pero tampoco les faltaba y eso para ella, era más que suficiente, estaba contenta y daba gracias a Dios.

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Pero un mal día su hija mayor tuvo un fatal accidente y murió, a partir de esta desgracia todo cambió y tuvo que reunir fuerzas de donde no tenía para que no se hundiese el resto de la familia. Pero no fue suficiente, su marido no pudo soportar tanto dolor y cayó en una gran depresión Por si fuera poco, su hija pequeña un buen día desapareció sin dar ninguna explicación, para su marido fue otro golpe terrible y se puso peor, ella lloraba y rezaba para que Dios le diera fuerza para poder consolar al marido y al hijo que le quedaba porque ella estaba segura de que su hija, un día u otro, volvería de nuevo a casa. María nunca se quejó por su hija muerta decía que cuando Dios se la había llevado El sabría los motivos. Por la otra, rezaba y lloraba, esperaba que un día llamara a la puerta arrepentida y así su marido al verla, se recuperaría y volvería a ser el marido y el padre de siempre. Ella contemplaba a su hijo y sabía que sufría mucho, sobre todo por la desaparición de su hermana pequeña, aunque él nunca se quejó de nada, al contrario, delante de sus padres procuraba estar contento y darles ánimos, pero ella sabía que lo hacía por ellos. Un día un amigo le dijo que había visto

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a su hermana, le preguntó qué donde estaba, que quería ir a buscarla. Su amigo le dijo que no era tan fácil decírselo. El pensó que algo raro pasaba, pero que fuese lo que fuese lo importante era ir a por ella y después sus padres ya la cuidarían. El amigo le dijo que no estaba enferma, que quizás, para sus padres fuese mejor así, no saber donde se encontraba. El muchacho no comprendía nada pero insistió para que hablase de una vez. Su amigo al fin le dijo donde estaba su hermana, estaba trabajando en una “casa de citas”. El, incrédulo, dijo que era imposible, que de donde se había sacado una idea así, que seguro que se estaba equivocando. Su amigo muy preocupado por su reacción le contestó que a lo mejor la había confundido con otra persona. Pero por la cara de su amigo supo que en verdad era su hermana. Le pidió que le llevara hasta donde la había visto para poder hablar con ella, necesitaba saber que le había pasado e intentar ayudarla, pues seguramente el problema que tenia, los dos juntos podrían resolverlo mejor. Su hijo nunca se imaginó que aquella visita sería su ruina, cuando llegó a aquella casa, y vio a su hermana con aquellas pintas

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se quedó helado, le preguntó que es lo le había pasado para llegar a estar como estaba. Ella en lugar de sentirse avergonzada o arrepentida se echó a reír y a decirle a su hermano que de qué le había servido a su hermana ser tan buena y educada, que a ella no quería que le pasara lo mismo y quería disfrutar de la vida, que allí tenía dinero para todos los caprichos que quería. Entonces su hermano le preguntó si no le daba pena lo que sufrían sus padres al no saber nada de ella durante tanto tiempo. Pero ella se volvió a reír diciendo que no le importaba nada ni nadie, que lo único que quería era vivir su vida. El muchacho furioso le dio un par de bofetadas y le dijo que ojala nunca la hubiese encontrado, o mejor aún, que estuviera muerta, que así, por lo menos, el guardaría un hermoso recuerdo como de su otra hermana y así sólo sentía asco, que por el se podía quemar en los infiernos. Cuantas más cosas decía su hermano, ella más se reía, cosa que enfurecía más y más al chico que se olvidó de las buenas intenciones que tenía y sin pensar lo que decía le dijo a su hermana que para él estaba muerta. Entonces ella, llena de odio, le contestó que

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para demostrárselo que se acostara con ella, le contestó que si estaba loca, que eso jamás. Pero ella se volvió reír de tal manera que al final él, loco de rabia y odio hacia su hermana, lo hizo.

A partir de ese día, el chico cada día estaba peor de pensar en lo despreciable que había sido, se sentía más sucio y podrido que ella. Tanto lo sintió que tuvo que ser ingresado en un psiquiátrico, su amigo sospechó que algo había pasado el día que fue a ver a su hermana, pero el jamás le contó nada. Para poder averiguar lo que había pasado, su amigo fue en busca de la chica, pero le dijeron que hacía mucho tiempo que se había marchado de allí y nadie sabía su paradero.

El padre no pudo soportar tanto dolor y murió, María se sintió morir con él, pero pensó que su hijo le necesitaba más que nunca y que por él debía seguir luchando.

Con su amigo iba todos domingos al psiquiátrico para verlo y darle fuerzas para salir de allí, su amigo seguía pensado que algo pasó entre los dos hermanos, pero no podía imaginar el motivo. Este amigo nunca lo abandonó y tampoco le preguntó nada

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de su hermana, pues tenía miedo de su reacción.

Un día su amigo por casualidad se la encontró en la calle y ella se acercó a preguntarle por sus padres y su hermano. Le dijo que su padre había muerto y que su hermano a partir del día que la había visitado se puso enfermo y estaba ingresado en un psiquiátrico. Ella se puso a llorar amargamente y le dijo que al día siguiente tenía el día libre, que la esperase para ir a visitar a su hermano y pedirle perdón por el daño que le había causado. Su amigo pensó que el perdón era por la vida que había llevado.

Cuando al día siguiente vio a su hermano en las condiciones que se encontraba se puso de rodillas llorando y suplicando perdón. Pasaron la tarde juntos, se contaron muchas cosas, ella le dijo que a partir de la tarde aquella se marchó de allí y había emprendido otra vida, la vida que siempre les habían enseñado sus padres. Desde ese día, su hermano volvió a tener ganas de vivir y de luchar para curarse. Hubiera querido decirle a su madre que su hermana había vuelto, pero ella le dijo que

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esperase a estar bien, que ella sola no se atrevía a presentarse delante de su madre, que sabía que la perdonaría, pero sola era demasiado difícil, que cuando el estuviera bien irían para quedarse siempre juntos.

Pasaron tres meses y una tarde cuando fue María a ver a su hijo le dieron una gran alegría, le iban a dar el alta y se marchaba a casa. Ella pensó en su marido, y su hijo empezó a hablarle de su hermana. Esto le extrañó muchísimo, pues el había dejado de hablar de ella hacía mucho tiempo, por eso le preguntó que si sabía algo que se lo dijera, que no podía ser peor que estar sin saber nada de ella. El entonces se dio cuenta de que no hacían falta muchas explicaciones, llamó a su hermana y le dijo que no esperase más y que el domingo fuese a comer a casa, ella estaba muy asustada, no sabía como pedirle perdón a su madre, no sabía que no le hacía falta, que los sentimientos dicen más que mil palabras. Cuando estuvo frente a su madre no pudo contenerse y se echó a llorar, su madre le abrazó muy fuerte llorando también.

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Paso el tiempo y la hija se casó con el amigo de su hermano, le contaron lo sucedido y el dijo que no le importaba, que bastante habían sufrido y que el la quería desde que eran niños.

La boda fue muy bonita, y aunque María echó mucho de menos a su marido y a su otra hija, no dijo nada para no entristecerles ese día tan hermoso.

Luego tuvo tres nietos y eso la hizo olvidar sus últimos años de sufrimientos, pensaba que su marido y su hija los cuidaban desde el cielo, así que a ella ya no le importaba morir y una tarde del mes de mayo tranquila y apaciblemente se marchó. Sus hijos y nietos la extrañaron mucho, y también todos los que la conocían porque fue una mujer muy buena y cariñosa con todos.

María era mi vecina, la quise y la aprecié mucho, ahora a pesar de haber pasado muchos años, siempre tengo un recuerdo y una oración para ella.

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Amparo Palacián Ferrando Morata de Jiloca

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Vida y muerte de un tocino, contada por él mismo después de muerto

Atención pido señores, a lo que voy a relatar: lo que voy a contar, es lo que me contó un tocino, que volvió a resucitar. Es una curiosa historia y además muy verdadera que: “nadie puede fiarse de la camisa que lleva”.

La tocina de mi madre, tuvo el gusto de parir, en casa de unos pelones, que me vendieron a mí. Cuando tenía dos meses, a la plaza me sacaron, y por fortuna pegué, en casa de un hortelano.

Una mañana muy fría, un franchute capador, con la navaja en la mano, los dos pitos me cortó. Yo me quedé atolondrado, como es cosa natural, porque me dejó la bolsa, y el se llevó el capital. Mis pitos se los comieron, los chicos para almorzar, y a mí me daban patatas, a menudo sin pelar.

Hasta que estuve curado, de aquella gran capadura, todos los días me daban, y repito, patatas en la pastura.

Me sacaban de paseo, los días que hacía sol, y me bañaba en el río, cuando

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tenía calor. Y si por casualidad, en la tripa me arrascaban, yo me tumbaba en el suelo, del gustico que me daba.

Llegamos al mes de octubre, y mi amo preparó, un montón de remolacha y panizo, para que engordara yo. Me comí la remolacha y el panizo con pasión, y como era tan nutritivo, señores, así me engordé yo.

Llegamos a San Martín, y llegó mi desventura, pues empezaron a tratar, de hacerme la sepultura. Entonces yo me quedé, sin saber lo que pasaba, y las ganas de comer, por momentos se alejaban.

La víspera de mi muerte, me dejaron sin comer, aquí viene la justicia, y no me puedo defender.

En la puerta dieron golpes, luego bajaron a abrir, y era que había llegado, el cruel del matachín. Detrás de él entraba otro, con un gran banco, que pusieron boca abajo, para ocultar la traición. En un capazo llevaba, un gancho fenomenal, varios cuchillos, y los cazoletes de pelar.

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Cuando vi tantos instrumentos, a temblar me puse yo, perdón les pedía, pero para mí, no hubo perdón. Yo les dije: ¡criminales! ¿qué es lo que vais a hacer? Sabéis que soy inocente, y me venís a matar.

Agacharon la cabeza, sin darme contestación, y entretanto preparaban los trastos, y el banco ejecutor.

El cruel del matachín, clavó el cuchillo en mi cuello, y entonces pobre de mí, derramé toda la sangre, que yo en mi cuerpo tenía, y en menos de dos minutos, allí entregué mi vida.

Mi sangre la recogía una mujer mondonguera, con el brazo remangado, en una enorme terriza. Después de haber terminado, se la subió a la cocina, para preparar la pasta, de bolas y de morcillas. Empezaron a pelarme, como lobos carniceros, y los pelos los guardaron, para coser los zapatos. Dos o tres horas estuve, en la misma posición, a la vista de la gente, como si fuera un ladrón.

Aquel día, fue un día feliz para toda la familia, con la sartén preparada, y sin parar en la cocina.

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Aquí se termina la historia de este martir tocinico que, sin comerlo ni beberlo, se vio convertido, en jamones y choricicos.

Asunción Algarate Palacios Morata de Jiloca

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Mi amiga Rosario

Cuando yo iba a la fiestas del pueblo de mi madre y a pasar unos días siempre iba a casa de mis tíos porque a mis abuelos no los llegué a conocer. Al lado de la casa de mis tíos vivía una niña que se llamaba Rosario y nos hicimos muy amigas. Un día estando jugando con ella me di cuenta de que con quien ella vivía no era su madre sino que era su abuela. Yo le pregunté:

- ¿Cómo es que vives con tu abuela?

Y ella me contestó:

- Es que mis padres están separados y vivo con mi padre y mis abuelos, mi madre es valenciana y vive en Valencia.

Esto se quedó así y seguimos jugando con otras niñas que había en el barrio, a la semana siguiente yo regresé a mi pueblo y cuando volví de nuevo por fiestas pregunté por Rosario y me dijeron que se había muerto su padre pero que ella seguía viviendo con sus abuelos.

Pasaron unos años y Rosario se enamoró de un chico, se hicieron novios

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pero sus abuelos no le dejaban festejar porque era muy joven pero ellos, siempre que podían se veían a escondidas. Sabíamos que a su abuela le gustaba salir a buscarla así que las amigas cuando veíamos a su abuela corríamos a avisar a Rosario y el chico tenía que esconderse para que no le regañaran y así estuvieron un tiempo durante el cual murió su abuelo. Al quedarse solas las dos, su abuela como ya era mayor decidió irse con otro hijo que tenia y Rosario se marchó con su madre a Valencia y fue la mayor alegría y felicidad que pudo recibir su madre al ver a su hija a su lado.

Rosario le contó a su madre muchas cosas que ella desconocía de su vida, sobretodo que tenia un novio en el pueblo que se llamaba Pedro, su madre le dijo:

- Hija, creo que eres muy joven pero si estas enamorada de él no lo dejes, cuando le escribas puedes decirle que se venga a Valencia que aquí tiene trabajo en el puesto de frutas que tiene el abuelo en el mercado.

Y así lo hizo Rosario. Cuando recibió la carta su novio se puso muy contento porque echaba mucho de menos a Rosario. Pedro

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les dijo a sus padres que Rosario le había buscado un trabajo en Valencia y se quería ir con ella, sus padres le dijeron:

- Hijo, si va a ser vuestra felicidad cuando quieras te puedes ir con Rosario.

Pedro preparó su maleta y se marchó a Valencia con Rosario. Pasó el tiempo y se casaron, a lo dos años de estar casados tuvieron dos preciosas niñas gemelas.

Rosario siempre que iba al pueblo a visitar a su familia les daba recuerdos a mis tíos para que ellos me los dieran a mi, yo también le mandaba recuerdos siempre que tenia ocasión porque nunca coincidíamos cuando íbamos al pueblo. Hace unos años nos vimos y a las dos nos dio mucha alegría me dijo que tenía dos nietos muy mozos y que era muy feliz de lo cual yo me alegré mucho.

Maribel Temprado Cortés Morata de Jiloca

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Once de marzo

- Mamá, tranquila, estoy bien.

Con estas palabras terminaba mi pesadilla al llamarme mi hijo por teléfono el 11 de marzo de 2004. Ese fatídico día, como cada mañana, al levantarme puse la televisión porque a la vez que desayunábamos mi marido y yo, nos gustaba ver y escuchar las noticias que cada día sucedían en el mundo y que ese fatídico día se puede decir que más que despertarnos nos sobresaltaron.

La televisión nos ofrecía unas imágenes duras, desgarradoras y nos relataba como tras varios intentos de atentados fallidos en la capital de España, esta vez nadie había podido evitar el dolor y la barbarie.

Yo sinceramente antes de poder digerir esas escalofriantes imágenes y egoístamente, sin pensar que Madrid es muy grande, solo pude pensar que en esa ciudad vive nuestro hijo y que podía ser uno de las víctimas impuestas por la barbarie terrorista y aunque la razón me decía que mi hijo nunca coge los trenes de cercanías

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para ir al trabajo, que él nunca se mueve por esa zona, mi corazón no atendía a razones y mi alarma interior iba en aumento al no poder comunicarme con él por teléfono, ya que era la única forma de que disponemos de localizarlo y que debido a la saturación o avería de líneas, no había forma de lograr mantener contacto. Por fin fue él quien lo consiguió.

- Mamá, tranquila, estoy bien.

Después de tranquilizarme realmente se extrañó de cómo estando él más cerca se había enterado más tarde que nosotros de los sucedido, nos contó que aquel día había salido un poco antes de casa y que tuvo conciencia de lo sucedido mientras iba al trabajo en el metro que es el transporte que normalmente utiliza para desplazarse por Madrid y que en esta ocasión, afortunadamente para nosotros y desafortunadamente para tantos otros, había sido mas seguro que los fatídicos trenes.

No era la primera vez que un atentado me alarmaba y sobrecogía pues el de la Plaza Callado si que sucedió cerca de donde mi hijo vive pero en esa ocasión fue

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él que me dio la noticia, con lo cual pese al sentimiento brutal de repulsa que me recorrió todo mi cuerpo, en el fondo me sentí aliviada y casi feliz.

Desde mi experiencia, aunque no se puede comparar con la que sufren las familias de las victimas de estos dramáticos sucesos que jamás deberían ocurrir, comprendo muy bien a todas esas madres, padres y familiares que angustiados y como locos, buscaban a sus seres queridos, deseando que se encontrasen en los hospitales, heridos pero al menos vivos, mientras hay vida siempre hay esperanza. Sin embargo muchos no aparecían ¿dónde estaban?, desesperación, angustia y llanto, llanto rabioso, llanto difícil de sosegar, llanto amargo y doloroso.

- - ¿Quién ha sido?

Me da lo mismo el quién, lo que yo me preguntaba entonces y me sigo preguntando es:

- ¿Por qué, por qué España, por que Madrid, por qué a un montón de trabajadores y estudiantes que el único mal que han cometido ha sido cumplir con sus

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obligaciones cotidianas? Y el resto de las victimas de otros atentados, ¿alguna vez tuvieron culpa, tenemos culpa de haber nacido en un lugar determinado, de vivir en un lugar determinado? ¿Quién decide la vida o la muerte de una persona? Yo siempre había pensado, porque así me lo enseñaron, que esa capacidad solo la tenía Dios, él nos daba la vida y llegada nuestra hora, la muerte, pero ahora...

Tantos sentimientos se agolpan en mi mente y oprimen mi pecho que necesito dejar constancia de ello, palabras duras afloran en mi boca... “sin entrañas... cobardes... cobardes”

- ¿Quién es el culpable o culpables de tanto horror?

Si hay algún culpable, desde luego no es ninguno de los que han perdido la vida ni de los que han perdido su estabilidad corporal y emocional. Es una pregunta que hoy en día no tiene respuesta y aunque algún día la tenga, seguro que no consolará a ninguna de las víctimas. No se si estos.... no sé como llamarlos, sentirán algún arrepentimiento al ver tantas familias rotas, tanto dolor y sufrimiento, y sobre todo al ver

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a esos niños a los que les han robado brutalmente a sus padres para toda la vida y tantas y tantas personas que arrastrarán secuelas para siempre.

¿Serán ellos padres?

María Pelegrín García Morata de Jiloca

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Micky, Manchas y unas amiguitas

Tras varios días de lluvia intensa salió un día espléndido con un sol tan radiante que invitaba a pasear.

Micky y Manchas, que eran dos perros muy alegres y juguetones, por fin pudieron salir a la calle, ¡llevaban tres días encerrados en sus respectivas casas! Así que decidieron irse al monte mas cercano a estirar un poco las patas. Al pasar por la plaza del pueblo se encontraron con Pilar, Marta y Mª Pilar, tres amiguitas que siempre jugaban juntas y que también estaban disfrutando de este maravilloso y soleado día.

Mª Pilar era muy amiga de Manchas y Pilar de Micky, a Marta le daba igual, los dos le gustaban mucho. Se pusieron a jugar los cinco juntos, sus risas podían escucharse desde cualquier parte del pueblo. Cuando ya se cansaron, Micky y Manchas invitaron a las tres niñas a que los acompañaran a dar un paseo.

- Iremos hasta el río - dijeron los perros.

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Las tres niñas dudaron si ir o no ir, el río les daba bastante miedo.

- ¿No será peligroso?

Los perros respondieron:

- No temáis, nosotros cuidaremos de vosotras

- ¡Ya veréis cuantos animales y flores hay! – les animó Micky.

Las niñas no se lo pensaron mas y decidieron ir con los dos perros al río, por el camino se encontraron con otra niña que se llamaba Alba y que era muy amiga de Pilar, después de saludarla, le invitaron a acompañarles. Alba que era muy decidida, les contestó:

- ¡Ya era hora de que hiciésemos algo realmente divertido!.

Y así entre canciones, risas y bromas, los seis llegaron al río. Se quedaron con la boca abierta al contemplar la cantidad de agua que llevaba.

- ¡Cuanta agua! ¿y si nos caemos? –dijo Pilar

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- No seas miedosa -le dijo Micky- ya verás que bien lo vamos a pasar, ¿os habéis fijado en lo bonito que es todo esto?

- Pero tenéis que ir siempre por el camino – les advirtieron de nuevo los perros -¡no os acerquéis a la orilla!.

- ¡Mirad, mirad! – gritó de repente Manchas - ¿no veis peces en aquel remanso?

- ¡Sí, si! - gritaron las cuatro niñas casi a la vez.

Pilar, que era muy observadora, chilló entusiasmada:

- ¡Acabo de ver salir un cangrejo de ese agujero!.

- ¡No lo toquéis! –les avisó Micky– los cangrejos tienen unas pinzas que hacen mucho daño.

Volvieron a pasear, a Mª Pilar y Alba, como eran mayores que las demás, les gustaba ir siempre iban delante, pero ¡que susto se llevaron!, de repente, les salió un bicho que les hizo gritar:

- ¡Una rata, una rata!

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Manchas les tranquilizó:

- No es una rata, es nuestro amigo el topo, es muy simpático y creo que también quiere ser vuestro amigo.

- ¡Mirad, ¿veis aquel otro animal que está durmiendo? – les susurró Micky para no despertarlo -es nuestra amiga la nutria.

Siguieron caminando hasta que Pilar y Marta descubrieron un prado pequeñito que tenía una hierba tan verde, fresca, y llena de flores que parecía una alfombra de vivos colores.

Las niñas recogieron muchas flores, violetas, lilas margaritas y otras que no sabían como se llamaban.

- ¡Mmmmm... que bien huelen! –dijo Mª Pilar.

- ¡Mira Marta! -gritó Pilar- ¡aquí hay un caracol!

- Y aquí una oruga y acabo de oír croar una rana– le respondió Marta.

- ¡Oh, que mariposa tan bonita! –dijeron las dos niñas a la vez

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Y así siguieron disfrutando de ese día tan especial.

- ¿Por qué no nos sentamos a descansar un poco en este prado tan bonito? – preguntó Alba

Así lo hicieron y sin darse cuenta las cuatro niñas se fueron quedando poco a poco dormidas pero tan placidamente que Micky y Manchas también se tumbaron junto a ellas hasta que Pilar, Marta Mª Pilar y Alba se despertaran y de nuevo volvieron todos juntos al pueblo, era la hora de la merienda.

Isabel García Marco Morata de Jiloca

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Lucia, una mujer realista

Lucía no se consideraba una mujer feminista, a ella le gustaba denominarse “realista”, pertenecía a un grupo cuyo único interés era luchar por los derechos de la mujer. A veces recuerda con cierta nostalgia la primera conferencia que tuvo que dar en un pequeño pueblo de la ribera del Jiloca, por supuesto, el tema no podía ser otro: “La discriminación y falta de oportunidades de la mujer rural”, casi puede recordarla palabra por palabra: “La desigualdad de oportunidades entre el hombre y la mujer sobretodo en el ámbito rural ha sido patente desde siempre y cuanto mas echamos la vista atrás vemos como la desigualdad aumenta”.

La discriminación en el mundo laboral era debida a la dureza del trabajo, sin embargo la mujer siempre ha participado y colaborado con ellos, además de realizar los trabajos domésticos que resultaban muy duros: lavar y fregar en ríos, en acequias y llevar el agua a casa para uso domestico y de animales.

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La discriminación empezaba ya en el entorno familiar casi ninguna mujer sabia leer ni escribir, el nivel de analfabetismo era muy alto, a los hombres se les obligaba a ir mas tiempo a la escuela , ellos tenían que saber leer y las cuatro reglas para poder sacar las cuentas de la economía de la casa, ellas solo eran educadas para fregar y lavar y estar a su disposición siempre que lo requerían llenaldolas de hijos, pese a su falta de estudios la mayoría eran las administradoras de los pocos recursos que tenían y así conseguían sacar todo adelante.

Los trabajos que podían hacer eran de lo más variados: ayudar en el campo, trabajar la fruta en el almacén o el servicio domestico en casa de los ricos y algún funcionario

Esta situación laboral dio lugar a que muchas jóvenes emigraran a las grandes ciudades en busca de trabajo, la mayoría de ellas por su escasa formación trabajaban en el servio domestico aunque alguna de ellas con gran sacrificio a pesar de la falta de oportunidades lograron prepararse, mejorar su formación y acceder

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a otros puestos de trabajo. Otras estudiaron una carrera o hicieron oposiciones para bancos y funcionariado, todas abandonaron los pueblos y ninguna de ellas volvió para quedarse, solo lo hacían en época de vacaciones.

Así los pueblos se despoblaron de mujeres quedando hombres solteros y pueblos medios vacíos

Conforme ha evolucionado y mejorado la vida en las ciudades, también en las zonas rurales se vive mejor, aunque eso no significa que las pocas mujeres jóvenes que hay quieran quedarse en ellas. Por el sistema de enseñanza que existe y los padres que desean que mejoren su formación y calidad de vida casi les estamos obligando a marcharse y ninguna o casi ninguna quiere volver ya que no existen puestos de trabajo donde puedan desarrollar los conocimientos adquiridos. En lo único que la mujer ha conseguido algo, es que puede acceder a formar parte de las listas electorales, tener asociaciones y participar mas directamente en la vida cultural y social de su localidad.

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El sistema de sanidad y calidad de vida ha mejorado mucho, siempre dependiendo un poco de donde se este situado; mas o menos cerca de donde se tengan los centros y servicios.

No hace muchos años el medico vivía en el pueblo, con muy pocos recursos; hoy en día tenemos los Centros de Salud desde donde se puede acceder a los especialistas .

La calidad de vida se nota en cuanto a que los medios de comunicación llegan a todos los rincones: TV, radio, prensa, teléfono e informática, lo cual permiten que las poblaciones pequeñas no estén tan apartadas y se pueda acceder a otras culturas y formas de vida. Los medios de transporte y mejoras en las carreteras también han mejorado y mucho la calidad de vida.

Todo esto ha permitido que se vayan eliminando las diferencias no sólo entre mujeres y hombres sino entre mujeres rurales y mujeres urbanas”.

Lucia recuerda que así terminaba su charla y jamás podrá olvidar como la

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aplaudieron, no sólo por los aplausos sino por lo que significaban.

Isabel García Marco Morata de Jiloca

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Al salir al campo anoté mis pensamientos

Cariño, esta mañana he salido al campo a coger flores y fresas y al ir por el camino, no sé como explicarlo, me he sentido libre y sin penas y al mirar las montañas, los árboles y el campo, al pisar y sentir la hierba bajo mis pies, he pensado en ti, en como me gustaba que me contaras historias de tu infancia, de cuando ibas a apacentar las caballerías con tu abuelo cuando eras niño, y los cuentos y chascarrillos que te contaba, fíjate ahora ¡que sacos de hierba podrías segar! Con lo grande que está, a tus animales bien podrías alimentar.

He tenido la misma sensación que tuve el día de la romería de San Isidro en la procesión cuando la hermana Sor María le cantaba y bailaba a nuestra Virgen de Alcarraz abriendo sus brazos como si fueran las alas de un ángel y hasta el cielo, en su alma, sentía llegar.

Así, un poco como ella, es como me he sentido yo después de dejar a mis hermanos;

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el uno en silencio, sin poder silbar y el otro tan frágil y tan delicado de salud que tengo la misma sensación que cuando tienes algo en tus manos que quieres mucho y sientes que se te va a caer y se te va a romper sin poderlo remediar por eso, cundo he salido a la huerta a coger las flores y las fresas, al ver la maravillosa naturaleza, he tenido la sensación de que podía volar como la hermana María, no como un ángel aunque también he abierto mis brazos y me he sentido libre, libre como un pájaro que con las alas bien extendidas cree que al cielo puede llegar.

Tú estarías esperándome en la puerta porque adentro no me iban a dejar pasar, me quedaría un ratito contigo, te daría un beso muy suave, un abrazo muy fuerte y me volvería otra vez hacia atrás.

Una vez de regreso de este viaje imaginario, en la huerta he recogido las flores y las fresas y hasta unos caracoles pues tras la tormenta, al brillar el sol de nuevo, salieron a pasear.

Las fresas y las rosas se las guardaré a mis nietos, el sábado cerca está y a verme

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vendrán, y al ver las fresas y las rosas ¡verás que ojitos y que carita de alegría pondrán!; los caracoles para mi Beatriz, que le gustan una barbaridad, y si no se los guardo seguro que se me enfadará. Y a mi otro nieto ¿qué le podría yo dar? Sí, le guardaré una rosa roja para que a su chica se la pueda regalar.

Y así, tú en el cielo y yo en la tierra, contentos y felices, con lo nuestro nos tenemos que conformar.

Felicidad Castellano Lallana Morata de Jiloca

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Una mujer de los años 30

En el año mil novecientos trece, nacía en un pueblo de Castilla una niña a la que pondrían por nombre Rosa. Era la segunda hija del matrimonio, pues ya tenían un varón de dos años. Cuando la niña contaba con pocos meses, sus padres decidieron trasladarse a un pueblo de Aragón. Hicieron las mudanzas como antiguamente se hacían, pidiendo a un amigo un viejo carro y una mula para llevar los pocos muebles y enseres que tenían. La mujer y los hijos iban en una borrica para no tener que hacer todo el camino andando.

La niña empezó a crecer rodeada del cariño de sus padres y hermanos. Cada dos años o quizás menos, nacería otro hermano, hasta contabilizar un total de nueve. A los seis o siete años empezó a ir a la escuela. Cuando aprendió las vocales, o poco más, su madre le diría que la necesitaba para ayudarla. Con tan poca edad se encargaba de dar de comer a las gallinas y conejos, porque de los cerdos y demás animales se encargaba su madre, que era una mujer trabajadora y muy buena madre.

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No quedaba otro remedio que colaborar en los quehaceres diarios porque se juntaban muchas bocas y había que alimentarlas a todas.

Ya de niña, Rosa demostraba ser muy inteligente, ya que ella sola aprendió a leer En la cocina había una pared donde se ponían los pocos pucheros y ollas que tenían, y para que quedase más bonito se rellenaba el trozo de pared con recortes de papel con dibujos o letras. Ella, como siempre, llevando en brazos al hermano pequeño se hacía la idea de que se hallaba en la escuela; juntando una letra con otra descubrió que se formaban palabras y luego frases. Cuando ya entendió la simbología de las letras encontró un libro, y empezó a dibujar letras uniendo unas con otras, pasando muchas fatigas por no tener a su lado a nadie que le enseñara. Poco a poco empezó a escribir y se dio cuenta de que sabía leer. Esto sería después, a lo largo de su vida, una de las cosas que más le divertiría.

Así fueron pasando los años y cuando Rosa contaba con quince se enamoró

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locamente de un muchacho del pueblo unos años mayor que ella. Entonces empezó para ella un amargo sufrimiento que duraría toda su vida. Desde el mismo día en que sus padres y hermanos se enteraron, no lo aceptaron. El mozo se llamaba Juan, tenía muy buen corazón pero le gustaba mucho el sabor del vino y otras bebidas. Esta mala costumbre le llevaría a hacer infeliz a su mujer. Como el amor es así, cuanto más le separaban de él, ella más y más le quería. Así que, con el dolor de corazón de toda su familia, a los diecinueve años se casó. Ella como toda mujer enamorada se casó, con el único hombre que había querido y siempre quiso. La boda se celebró un sábado de madrugada, como la mayoría lo hacía entonces. No hubo banquete, tan sólo un chocolate caliente, unas mantecadas y tortas que su madre había preparado. No tuvieron luna de miel ni tampoco regalos.

El lunes siguiente, como de costumbre, Juan se fue a ganar el jornal para tener algo con lo que empezar una nueva vida. Para Rosa todo cambió; se iba dando cuenta que su marido estaba más apegado a la

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bebida, y los celos hacia ella cada día iban creciendo. Era suya y a él le pertenecía. Ella, siempre reservada, nunca hablaba con nadie de su vida, pero ésta no era de color de rosa. Era maltratada física y psicológicamente aunque ella nunca pensó que era así. En los años treinta casi todos los hombres actuaban de esta manera con sus mujeres y ellas creían que esa vida era normal.

Al poco tiempo quedó embarazada y tuvo un precioso hijo con ojos grandes y un pelo lleno de rizos. A los dos años tuvo el segundo, su matrimonio no iba bien pero su felicidad la tenía al dedicarse por completo a sus dos hijos.

El día se hacía corto para realizar todas las tareas del hogar. En el pueblo no había agua corriente ni ninguna fuente. La más cercana quedaba a medio kilómetro de distancia. Para lavar la ropa y fregar los cacharros tenían que ir al río. Rosa confeccionaba la ropa para todos, aprovechando la noche cuando todo estaba tranquilo. Al día siguiente era la primera en levantarse de la cama para

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empezar un nuevo día. Su vida se convertiría en una rutina día tras día, pero ella vivía feliz en su resignación.

En el año 1936 su vida volvió a dar un vuelco, empezó la guerra civil. Durante unos meses Juan permaneció en el hogar hasta que fue llamado a filas. En mundo volvió a caer encima de Rosa al ver como partía su marido a luchar en la desdichada guerra. Esto significaría que no tendrían ningún jornal con el que alimentarse ella y sus hijos. Sus padres la ayudaban proporcionándole los pocos alimentos de que ellos disponían.

Cada noche, cuando acostaba a sus hijos, les contaba un bonito cuento para que ellos no se dieran cuenta de lo que estaba pasando. Después de dormirse los pequeños pasaba largas horas pensando siempre en su marido, si estaría vivo o muerto.

Tras seis largos meses de angustia y desesperación llegó Juan del frente. Pero su alegría duraría poco tiempo porque éste le dijo que tenían que irse del pueblo. Como su opinión nunca fue tomada en cuenta al mes siguiente abandonarían el pueblo. Para Rosa fue muy duro tener que dejar a sus

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padres, hermanos y amistades de toda una vida y tener que ir a otro lugar desconocido sin tener el cobijo de su familia.

La integración en el nuevo hogar fue difícil, pero lo consiguió cuando sus vecinos fueron viendo sus cualidades. En pocos años la familia fue aumentando hasta un total cinco hijos. Fue una madre ejemplar, siempre pendiente de sus hijos, trabajando para ellos y para todas las personas que la necesitaban. Donde se la necesitaba allí estaba ella colaborando.

Rosa nunca pensó en el divorcio porque para ella lo primero era que sus hijos tuvieran un padre, y lo segundo su gran amor hacia Juan, pues seguía estando locamente enamorada como el primer día.

Fue una mujer trabajadora, amable, buena, cariñosa, sonriente, optimista, religiosa, feliz con muy poco y todo lo bueno que pueda decirse de una persona.

Este relato lo dedico primeramente con mucho amor a Rosa; y después, a todas las mujeres que sufren en silencio y de las que nunca se sabrá lo que tienen que hacer

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para que nadie sospeche lo que sufrieron y siguen sufriendo.

Asunción González Gallego Moros

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El sueño

Era un día soleado y luminoso de noviembre, una niña se encontraba sentada con su espalda reposada en el tronco de un viejo platanero, que estaba perdiendo sus grandes hojas como todos los otoños, dejando a sus pies una mullida alfombra de colores amarillos y ocres.

Le gustaba subir a esta pequeña colina, situada muy cerca de donde vivía a pesar de su corta edad, su madre se lo permitía, pensaba que no entrañaba ningún peligro.

Sentada al lado del árbol, disfrutaba de la vista de una ciudad grande y vistosa, detrás de ella veía grandes montañas, verdes y pobladas de grandes bosques, las cimas de estas estaban cubiertas de un espeso manto blanco, algunas veces pensaba, lo bonito que seria jugar con la nieve, pero esta tarde había subido a la colina para cerrar los ojos como tantas veces hacía y soñar.

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Le gustaba soñar despierta, mientras el sol calentaba su carita y su cuerpo, no muy bien vestido, sus padres no disponían de mucho dinero para ropa, y para lujos.

Lo bueno de soñar despierta, se decía, es que siempre sueñas lo que quieres, sin límites aunque sea lo más imposible del mundo.

Algo turbó sus pensamientos, abrió los ojos, miro en rededor y vio un pajarillo chapoteando en un charco junto a sus pies, los dos se miraron por unos instantes y el animalillo levantó el vuelo.

Este suceso lo devolvió a la realidad y se dio cuenta de lo tarde que era, y que tenía que volver a casa.

De regreso al poblado donde vivía, vio que de su chabola salía humo, del tubo que servia de chimenea, lo cual quería decir que su madre había regresado de recoger cartones. Por las tardes después de comer, su madre salía de chabola, le daba un beso y se despedía de ella para ir a recoger los cartones que luego vendía y con lo que sacaba de dicha venta tenían para comer.

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Cuando su madre llegaba al final de la calle y tenia que girar la esquina, siempre se volvía para decirle adiós con la mano, la niña ni se movía de la puerta hasta que su madre desaparecía.

Bajaba corriendo por la calle, cuando pasó por la chabola mas cercana a la suya, salió a la puerta Pepito, un pecatoso y harapiento niño se seis años, dos más pequeño que ella, que como todos los días cuando la oía acercarse, le salía al paso para insultarla y mofarse de su prominente cojera.

A ella con sus ocho años ya no le dolían sus insultos, pues a pesar de su corta edad, sabía perfectamente lo crueles que podían ser algunos niños algo maliciosos. Cuando era más pequeña y llegaba llorando a su casa, su madre siempre la consolaba, le cantaba una canción y le decía una y mil veces lo bonita que era su cojita favorita. Desde muy pequeña asociaba su cojera con las mayores y más bonitas carantoñas de su madre, por eso ahora no le importaba ser coja, lo tenía muy asumido. “Además esta cojera, solo me impide correr un poco más despacio que a

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los demás niños de mi edad, pero tampoco tanto” se decía.

Ella era feliz con esa vida, no conocía otra, sus padres habían caído en la indigencia por problemas económicos y de trabajo, cuando ella era tan solo un bebe.

A pesar se vivir en ese apestoso poblado, en el cual hacia mucho frío en invierno, teniendo que dormir los tres juntos para no congelarse, y demasiado calor para el verano en el que era insoportable el hedor y las moscas. Ella era feliz, con el cariño y el amor que sus padres le prodigaban, los besos y las carantoñas suplían todas las comodidades y posesiones que tenían otros niños más pudientes.

Lo único que echaba a faltar era lo que siempre soñaba, soñaba en la colina, en su casa, en la calle, en cualquier sitio, con los ojos abiertos ó cerrados, y siempre soñaba lo mismo, por soñar lo hacia incluso cuando dormía . Era su gran deseo, su gran sueño.

Aquel día cuando entró en lo que era su casa y tras dar las buenas tardes, su

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madre se limpio las manos en el delantal y corrió a cogerla por de bajo de sus brazos y tras darle unas cuantas vueltas en el aire, lo apretó contra su pecho y le dio un sin fin de besos por toda la cara, haciéndole cosquillas y arrumacos. Terminando con las carantoñas, se puso a hacer la cena que esa noche consistía en una sopa y pan pues la venta de cartón había sido floja.

Estando en este menester se abrió la puerta de la chabola y apareció su padre con unos churros atados en un mimbre en la mano. Hubo dos reacciones muy distintas entre las dos personas que había dentro de la habitación.

La niña se puso contentísima por ver a su padre y a los churros, pensaba que era un día especial, su madre en cambio, regaño a su esposo por haber gastado dinero en un capricho, cuando podía haber comprado unas sardinas o algo parecido y mas nutritivo ya que esta noche solo tenían la sopa y cualquier cosa les hubiera llenado mas el estomago que los churros.

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El padre callo a su mujer poniéndole un dedo en la boca, en señal de silencio, dándole seguidamente un beso en la frente.

Tras dejar los churros en cima de la mesa, sujeto el respaldo de una silla e hizo sentar a su mujer, para luego hacerle lo propio a su hija, se quito la gorra, y haciendo una reverencia ante las dos como si fueran dos princesas, tomo asiento el también al otro lado de la mesa y empezó a explicarles lo que había acontecido durante el día, llegando al final, les dijo que por mediación de los servicios sociales, lo habían propuesto trabajo en una portería, de una finca de sesenta vecinos con dos escaleras.

Tendrían derecho a vivir en un pequeño apartamento en el ático de la finca, tendrían que limpiar las escaleras, sacar la basura, cuidar la caldera, lo propio de una portería.

Les habían dicho que tendrían derecho a un mes de vacaciones, algo que sabia que existía pero que ellos no habían tenido nunca, y lo mas impresionante era que a demás le adelantaban la mitad del sueldo de un mes, para que pudieran comprar un

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poco de ropa y comida, esto querría decir que los dos primeros meses se tendrían que apañar con la mitad del sueldo, pero acostumbrados como a pasar privaciones no se les hará muy cuesta arriba.

De nuevo en la chavola hubo dos reacciones otra vez muy distintas.

La madre que había escuchado en silencio estaba llorando de alegría, sin saber que decir, pues en el breve espacio de tiempo que había durado el relato de su marido veía que su vida por fin iba a cambiar y por su puesto para mejor.

La niña absorta en sus pensamientos, miraba a su padre con los ojos y la boca muy abierta paralizada sin decir nada.

De pronto preguntó:

- ¿Podré realizar mi sueño?

Su madre, esta vez con cara de preocupación ya que no sabia cual podía ser el sueño de su hijita, y sabiendo que alguno de estos eran inalcanzables, cogió la mano de su marido y dijo.

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- Cariño, no siempre se pueden realizar los sueños pero cuéntanos el tuyo y nosotros intentaremos ayudarte para que puedas conseguirlo.

Entonces la niña les dijo que su sueño era querer saber lo que decían las pequeñas hormigas negras que había de bajo de los dibujos de aquel cuento que su madre se había encontrado buscando cartón.

Un suspiro de su madre dejo entrever la sorpresa mayúscula que había recibido y el gran alivio, por que ese sueño podía hacerlo realidad.

Llorando de alegría por este ultimo motivo, le prometió que aprendería a leer, que iría al colegio como tantos y tantos niños.

También tuvo que recordarle, lo de su cojera y lo “malos” que eran algunos niños y el daño que le podían hacer, que tendría que ser fuerte.

A ella no le importaba lo que pasara, solo le importaba aprender a leer, para saber lo que decían las hormigas negras.

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En aquella pequeña chabola aquel día de otoño fue fiesta, los tres se fundieron en un fuerte abrazo, pensando que sus vidas habían de cambiar y por fin tendrían la felicidad que merecían.

Las próximas Navidades prometían ser las mejores de toda su vida.

Y el sueño de la niña, que ella pensaba un tanto inalcanzable, lo iba ha hacer realidad. Su madre se lo había prometido.

Mandi Lacal González Moros

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Mi abuela Agustina

Mi padre era de un pueblo muy pequeño de la Vicora y todos los años antes de llegar el verano íbamos hasta allí a visitar a mi abuela. Solíamos salir temprano porque había cuatro horas de distancia y el camino era estrecho y malo, apenas una pequeña senda entre pinares, todo cuesta arriba y no se veía el pueblo hasta que no estábamos encima, además, hace 50 años, nuestro medio de transporte era una caballería, bueno, para no mentir, era un burro con un serón.

Aquel año, tendría yo unos 6 años y mi hermano cuatro más, empezamos el camino como de costumbre: andando, pero cuando ya llevábamos un buen trecho recorrido empezamos a cansarnos y mi padre, harto de oírnos, nos metió a cada uno en un serón y así encogiditos pero descansados, continuamos el camino. Todo era tranquilidad hasta que llegamos al único pueblo que había en todo nuestro recorrido, Belmonte, yo notaba que a nuestro paso la gente nos miraba y se reía, nos señalaban y venga a reírse, yo no entendía nada, miraba

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a mi padre que iba tan serio con su cigarro en la boca y a mi madre, con su pañuelo bien atado en la cabeza, a mi hermano que ni siquiera llevaba la cara sucia...¿a que venían esas risas?. Por fin un par de mozuelos que estaban sentados en el poyo de su casa nos señalaron con el dedo y dijeron:

- ¡Ay va, un serón con dos cabezas, de chico y de chica!.

Que vergüenza pase yo entonces, sin embargo mi hermano se atrevió a contestarles:

- Ya os gustaría a vosotros tener un transporte tan bueno como este.

Y desde luego, tenía razón, era mucho mejor ir dentro de un serón que ir andando. Pasado por fin el pueblo volvimos de nuevo a atravesar el monte, ¡cuantas carrascas, cuantos pinos! y mi madre guisando con aligas, tomillos y con paja que ponía detrás del puchero para que guardara el calor por eso le dije a mi padre que podíamos cogerle algo de leña para mi abuela, para que no tuviera que guisar como mi madre, pero mi padre me contestó que en el pueblo de la

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abuela no faltaba la leña, pues ¡que suerte! -pensé yo.

Ya habríamos recorrido la mitad del camino cuando mi padre, que fumaba mucho, se puso un cigarro de los suyos en la boca, era como siempre, grueso como el dedo gordo, yo creo que se los hacía tan grandes para que le durasen más; se echó mano para buscar las cerillas pero no las llevaba, las había perdido por el camino ¡madre que genio se le puso y que palos le daba al burro! ¡que palabruchos salían de su boca!, mi madre le gritaba que se callase... ¡madre mía!, no se que hubiese dado yo en aquel momento por una cerilla!, cerré los ojos y creo que lo desee con tanta fuerza que cuando los abrí de nuevo, allí al borde del camino vi una caja de cerillas. Muy bajito, para que mi padre no me oyese no cosa estuviese vacía. se lo dije a mi madre:

- Madre, allí junto a aquella piedra blanca acabo de ver una caja de cerillas, ¿porque no mira a ver si tiene alguna?.

Mi madre apenas me hizo caso y me contestó:

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- Como va a tener, si la han tirado será porque está vacía.

- Puede que la hayan perdido como padre, usted mire por si acaso

Miró y efectivamente la caja estaba llena, se la llevó a mi padre y ¡qué alegría se dio!, parecía que había visto a Nuestro Señor.

Por fin llegamos al pueblo, a mi me daba mucha alegría ver a mi abuela, mi abuela se llamaba Agustina, a mi abuelo no lo conocí. Esa noche como no tenía mas que dos camas limpias me llevaron a casa de mi tía Matilde, a mi de momento no me importó, hasta me hizo gracia, pero cuando ya llevaba un rato con mis tíos empecé a echar de menos a mi madre y me puse a llorar de tal manera que tuvieron que llevarme de nuevo a casa de mi abuela y es que yo nunca me había separado de mi madre aunque pronto me iba a acostumbrar porque aquel año me dejaron todo el verano con mi abuela. Al principio lo pase muy mal porque echaba de menos a los míos, pero una vez que me acostumbré, tan contenta.

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Mi abuela no es que fuese pobre pero tenía pocos medios y comía de lo que cultivaba ella en el huerto así que todos los días me ponía lo mismo para comer: judías verdes. A mi al principio no me parecía mal pero según pasaban los días acabe por decirle:

- Abuela, todos los días no.

Pero como no me hacía caso yo me escapaba a casa de mi tía Cristina que tenía vacas y hacía muchos quesos que ponía en conserva con aceite y me daba cada trozo que me sabía a gloria, esto no quita para que yo a mi abuela la quisiera muchísimo, me gustaba estar con ella. También venían a su casa, a dormir, dos primas hermanas, decían que era para hacerle compañía. Venían por la noche, abrían con su llave y por la mañana, antes de levantarnos nosotras ya se habían ido.

Como he dicho antes mi abuela no andaba muy sobrada pero en casa no le faltaba el pan, el queso y los huevos. Un día cuando nos levantamos las dos, mis primas como de costumbre ya se habían ido, mi abuela me dijo que llevaba varias semanas notando que le faltaba el pan y otras cosas

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y que creía que era alguna de mis primas pero no sabía cual así que un día bastante harta les preguntó a ellas pero las dos lo negaron, mi abuela que si algo no soportaba era la mentira, pensó en como podía descubrir cual de las dos era.

Al día siguiente mientras dormíamos se levantó, puso medio queso encima de la mesa y se acostó de nuevo. Cuando se levantó la primera mi abuela salió detrás pero mi prima ya se había ido a su casa y se había llevado el medio queso; puso de nuevo mi abuela medio pan en la mesa y esperó a que se levantara la segunda que también se lo llevó, a esta no le dijo nada y esperó a que las dos volviesen. Llegó la noche, vinieron mis dos primas a la casa y mi abuela les preguntó que quien se había llevado el pan y el queso pero de nuevo las dos lo negaron, mi abuela como esta vez si que estaba segura les dijo señalándolas con el dedo::

- El medio queso te lo has llevado tú y el pan tú.

- Abuela, no diga eso –contestaron ellas todo sofocadas al darse cuenta de que mi abuela las había pillado.

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- No es por el pan ni por el queso, -dijo mi abuela- sabéis que yo me tengo que valer sola, que no tengo quien me ampare y en lugar de traerme vosotras algo a mi, os lleváis lo poco que tengo, por favor os pido que no vengáis mas por aquí.

Y así lo hicieron, al menos mientras estuve yo allí, y es que como decía mi madre: ¡qué malo es el hambre!.

Rosario Pablo López Velilla de Jiloca

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Recuerdos de otros tiempos

Uno de los recuerdos que yo conservo de cuando era niña, es cuando a nuestro pueblo vinieron los moros, era el año 36 y mira si tenía miedo que me fui a casa de mi abuela y no volví a la de mis padres hasta que no se fueron. A los moros, los repartían por las casas y el que tocó en mi casa, era el “moro Manolo” o así lo llamábamos nosotros, no sé por qué le tenía yo tanto miedo, me imagino que era por verlo tan negro.

A mí, gracias a Dios, no me tocó pasar hambre porque teníamos tienda pero si recuerdo los ranchos que hacían en el corral de las escuelas y como mucha gente iba con su puchero a recoger la ración, unos días tocaba patatas, otras legumbres, todo sabía bueno con tal de matar el hambre.

Como ya he dicho, nosotros teníamos tienda, estaba en la plaza, en la misma casa donde vivíamos, estaba abierta todo el día, incluso cuando comíamos si alguien llamaba, había que dejar la comida e ir a despachar, muchas veces eran pequeños

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olvidos o cosas de poca importancia pero había que atender.

Se vendía de todo un poco y dábamos raciones de azúcar, bacalao, café, aceite... el pan lo traía mi padre de Morata y Maluenda. Recuerdo como se cortaban y guardaban los cupones de las cartillas que se recogían en el Ayuntamiento para saber quién se llevaba la ración. Unos pagaban en el momento, otros traían cebada y trigo a mi madre a cuenta de lo que debían, y otros cuando podían o nunca Se apuntaban en un cuaderno pero luego ninguno de la familia teníamos cara para reclamar lo nuestro. En aquellos años el pueblo estaba lleno, incluso las cuevas, como sería que había dos tiendas.

Cuando faltaban cosas en la tienda había que bajar a comprar a Calatayud, allí a mi padre no le daban fiao sino que tenía que pagar lo que se llevaba, sin embargo luego en el pueblo la gente no le correspondía. Bajaban a comprar en un carro tirado por una mula y cuando llegaban aparcaban en la posada “El Pilar” o en la de “San Antón” y se iban a comprar.

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Otras veces venían a nuestro pueblo a vender, recuerdo al “tio Jesús” que venía a vender ropa y como venía a menudo, podíamos pagarle a la semana o al mes, también recuerdo a la “tía Teresica” de Maluenda y a “Marianin” que venía a vender desde Maluenda en bicicleta.

Cuando los hijos nos hicimos mayores quitamos la tienda porque a ninguno nos gustaba y mi padre y un hermano se dedicaron a comprar fruta “a ojo”, esto es, compraban la fruta en la misma finca, a peso, cuando todavía estaba en los árboles y eso era bastante arriesgado porque si un año la cosecha venía mala, lo perdían todo, pero gracias a Dios les fue muy bien.

Yo me casé y me quedé a vivir aquí donde he criado a mis hijos y he sido muy feliz..

Emilia de Jesús Lázaro Velilla de Jiloca

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Ricos sin dinero

Vaya, de nuevo me ha mandado mi madre escribir los precios en la pizarra, mira que se lo digo veces. “madre, deje usted que los ponga mi hermano que si no luego va y se enfada” pero ella ni caso, siempre me contesta lo mismo: que yo tengo mejor letra y como a mi madre es mejor no llevarle la contraria voy a coger la pizarra y la tiza. Vamos a ver: bacalao (9 ptas kilo); lentejas (1,40 ptas); azúcar (1,80 ptas); una vela (0,20 ptas); par de alpargatas (1,25 ptas); escoba (0,65 ptas).

¿Qué son esos gritos? Ah bueno, es mi madre discutiendo con la tia Benita por lo del fiao y eso, mi madre le dice que tiene que pagar lo que debe, que ya son tres meses y la cuenta va subiendo pero la tia Benita le pide por favor que tenga paciencia, que son seis bocas que llenar cada día y que no hay nada mas triste que ver a los hijos pasar hambre. Yo creo que en eso lleva razón porque como dice mi madre nosotros gracias a la tienda hambre, lo que se dice hambre, no pasamos pero también tenemos nuestras necesidades y nuestros

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agujeros que tapar. Mi madre, que en el fondo tiene un corazón de oro, aprieta los puños y gruñe entre dientes:

- No, si en este pueblo ricos no faltan pero dinero... y sin dinero no hay comida, juro que es la última vez que fío a nadie.

Pero yo sé que esto no es verdad, que mañana vendrá en nuevo la tia Benita y le volverá a fiar la compra como hace con el tio Nicolás que lleva siempre un tazón en el bolsillo, se acerca disimuladamente al saco de azúcar, carga la taza y sale de nuevo a la calle, mi madre lo sabe pero hace como que mira hacia otro lado y nunca le dice nada. Claro que lo peor que lleva mi madre, es lo de la tía Telesfora, tiene la manía de venir todos los días a comprar justo a la hora de comer, entra por el patio y al cabo de un rato llama a mi madre a grandes voces, le pide siempre alguna tontería: una bobina de hilo, una aguja... cosas que mi madre guarda en la trastienda y cuando sale de nuevo, los chorizos que tiene colgados encima del mostrador se mueven sospechosamente y la tia Telesfora apretando el bolso fuerte contra su pecho de repente se da cuenta de lo tarde que es

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y de que nos está interrumpiendo la comida, mi madre no puede acusarla de nada porque no la ha pillado nunca “con las manos en la masa” y eso, el no poder decirle “cuatro cosas” es lo que hace que mi madre se ponga, como dice mi padre, rabiosa.

Voy a seguir con lo mio, veamos, falta azúcar y aceite, vaya, eso es que este mes no han venido “las señoras” yo las llamo así porque no son del pueblo y no conozco sus nombres, al principio me tenían muy preocupado pues cuando llegaban a la tienda, eran dos señoras bastante gordas y cuando salían, ya no estaban gordas sino delgadas, le pregunté a mi madre pero ella llevándose el dedo a la boca, me dio una colleja y me dijo que jamás le contase eso a nadie. Yo estaba cada vez más intrigado así que un día, cuando ellas llegaron me quedé detrás de la puerta y entonces lo entendí todo, aquellas mujeres no estaban gordas, lo que llevaban bajo las sayas eran botas de aceite que vendían a mi madre de estraperlo por eso mi madre no podía decirme nada.

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A ver si se me va a olvidar, si tengo que comprar aceite, como viene en bidones de 50 litros, con uno será suficiente aunque ya me tiene dicho mi madre que si el aceite está caro que traiga pastillas de manteca amarilla que aunque sabe a rayos apaña muy bien las comidas. Y es que este año como ya he cumplido los catorce y soy el mayor de los cuatro hermanos, puedo ir solo a comprar a Calatayud. A mi madre no le digo nada para que no me regañe pero como tengo que levantarme de noche para llegar de día, y yo soy tan dormilón, en cuanto salgo del pueblo me recuesto en el asiento y a la que me despierto ya estoy llegando a Calatayud. Justo a la entrada, algunas veces, me echo a reír yo solo porque me acuerdo de esa historia que cuenta con tanta gracia el tío Rufino, él dice que no es una historia, que le pasó a él de verdad pero yo no se por qué creo que se la ha inventado, o que le pasó a otro, cuenta que a la entrada de Calatayud, en tiempos de guerra, había unos puestos de control del Gobierno para cobrar por todos los productos que entraban de fuera, aquel día el tio Rufino, que no sabía nada, llevaba cinco litros de vino, le dieron el alto, le

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explicaron lo que sucedía y que tenía que pagar por el vino, pero él ni corto ni perezoso les dijo que jamás iba a pagar por un vino que ya era suyo así que agarró la garrafa de vino, le quitó el corcho y allí mismo se lo bebió ante el asombro de los guardias.

A veces me gustaría ser así como el tío Rufino que siempre presume de hacer lo que quiere y de no tener miedo a nada ni a nadie, mi padre dice que eso llega con la edad así que solo tengo que esperar.

Cande Ibáñez Moya Velilla de Jiloca

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La vida de mis abuelos paternos

Se casaron en el año 1980, eran hijos de labradores de posición media pero mi abuelo prefirió ser músico, en aquellos tiempos aquí no existía ni tienda ni café, se valían del pueblo más próximo que era Maluenda o Calatayud, por eso ellos se decidieron a abrir una pequeña tienda y café a la vez porque la casa era grande, muy apropiada para las dos cosas además estaba en buen sitio.

Tuvieron cuatro hijos: Juan, Catalina, Julián y María, en la tienda vendían toda clase de alimentos, alpargatas con suela de cáñamo y otras de goma y albarcas para el campo, también vendían un pan que lo amasaba mi abuela.

El pueblo estaba completo de familias muy numerosas pero muy pobres. Los hijos de mis abuelos se llevaban poco tiempo el uno del otro. A los dos primeros, Juan y Catalina, les tocó trabajar muy jóvenes porque el padre cayó enfermo y la madre no podía con toda la faena así que a Juan y a Catalina les tocó aprender a amasar y ayudar en la tienda y en el café porque los

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que podían vivir bien eran viciosos al juego, no solo los de aquí, venían amigos de pueblos cercanos, jugaban a la banca y el día que tenían partida pasaban la noche jugando, entonces pedían cena: cabritillo asado a ala parrilla, otras veces eran embutidos asados o animales escabechados.

Todo lo que vendían en la tienda tenían que bajar a comprarlo a los almacenes de Calatayud, el transporte lo hacían en una burrica y el serón. Unas veces bajaba mi abuela y otras mandaba al chico con una lista que ella le hacía.

Pasaron los años hasta que los hijos se hicieron mayores y dos de ellos empezaron a aprender el oficio de albañiles, el padre murió y las hijas se casaron, Catalina con un herrero de Morata, eran cuatro hermanos todos herreros, todavía en Morata ejerce un sobrino. María se casó con un chico del pueblo pero tuvo mala suerte porque estaba enfermo y murió antes de nacer el hijo que ambos esperaban. Francisco, el marido de Catalina, se hirió con un clavo y murió de cangrena, tenían dos hijos uno de siete años y otro de cinco, entonces

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pensaron que la tienda y el café no daba para todos así que cerraron y los hijos siguieron con su trabajo y las hijas dejaron a sus hijos con la abuela y se marcharon a Barcelona a trabajar. Al poco tiempo María se volvió a casar tuvo un hijo y otra hija, entonces como ya podía ocuparse de ellos, se llevó al hijo y a los sobrinos que mi abuela cuidaba. Mi padre y mi tío también se casaron y tuvieron hijos. Julián vivió en Monterde y mi padre aquí, donde nació. Se casó con una chica del pueblo Leonor , ella tenía l8 años, el 30, tuvieron seis hijos, al llegar el sexto murió en el parto con 27 años. Los dos hijos primeros murieron de sarampión, quedamos cuatro y todos fuimos a parar con mi abuela así que la pobre mujer estuvo un tiempo criando 7 nietos huérfanos unos de padre y unos de madre.

Después de cuatro años mi padre se volvió a casar y nos llevó con él y su nueva esposa. Mi abuela entonces se quedó sola en casa, siempre disfrutó de buena salud. Las hijas de vez en cuando venían a verla. Pasaron los años y todos fuimos haciéndonos mayores, tanto fue así que el nieto mayor se llamaba Germán, tenía 18 años. La madre y

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el hermano vinieron a ver a la abuela y el segundo se quedó con los tíos porque trabajaba. A los dos días de estar aquí estalló la guerra civil y a todos los jóvenes que les quedaban dos quintas para ir al servicio militar se los llevaron a los frentes así que mi tía Catalina, jamás volvió a ver a su hijo mayor. Cuando terminó la guerra se vinieron a vivir a Zaragoza y mi abuela los dos últimos años de su vida, los vivió con las hijas, murió a los 90 años y está enterrada en Zaragoza. Después de tantos años, todavía guardaba los libros de cuentas de la tienda, la mayoría de las personas compraban al fiado y además en pequeñas cantidades: 3 perras de sopa, un real de chorizo, 10 céntimos de bacalao... y todo por el estilo, no había una cantidad que llegase a una peseta, había varios nombres sin tachar, seguro que esas personas murieron sin poder pagar, por lo visto los céntimos que ganaban trabajando en el campo en casas de los ricos, apenas les llegaba para vivir.

Les deseo que el Señor les conceda un feliz descanso junto con los del café y la tienda que son: Pedro y Manuela.

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Manuela Catalán Serrano Velilla de Jiloca

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Para toda la vida

Como aquel día estaba muy nerviosa, entré en la cocina para prepararme una infusión de hierbas, me senté en una silla, cerré los ojos y traté de no pensar en nada pero era imposible. Empecé a recordar y mis recuerdos me llevaron a uno de los mejores momentos que he tenido en mi vida, cuando conocí a mi segunda y actual pareja, los dos trabajábamos en la misma fábrica, yo jamás había pensado en otro hombre tras mi anterior fracaso, pero es verdad que nunca se puede decir de este agua no beberé. Para empezar él era algo mayor, aunque yo tampoco era una jovencita, tenía hijos mayores pero también es verdad que me casé muy joven, demasiado joven. Pues bien, él empezó a invitarme a ir a bailar pero yo nunca le decía ni si ni no, en el fondo me gustaba que me lo pidiera pero ¡me daba tanto miedo volver a empezar!. Mis compañeras de trabajo intentaban animarme y me decían que saliese con él, que se veía buena persona, así que entre unos y otros me decidí y un sábado, por fin, fuimos juntos a bailar.

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Empezamos una relación un tanto extraña, algo no iba bien hasta que el día de mi cumpleaños pensé que todo había terminado porque me enteré que salía con otra chica pero ese día no rompimos. Una noche me quedé esperándole hasta la una de la madrugada, había quedado en que vendría a buscarme a mi casa, mis hijos no paraban de burlarse de mi y de repetirme que me había quedado compuesta y sin novio, pero al final él apareció y como en los cuentos de hadas para mí fue “mi príncipe azul”, como ya estaba arreglada nos fuimos a bailar pero allí, mientras bailábamos, entre sollozos me contó que había intentado romper con la otra chica con la que salía pero ella le había dicho que o me dejaba a mí o se cortaba las venas y él no sabía que hacer. Como me pareció que la cosa no estaba clara le pedí que me llevase a mi casa porque no quería que se repitiese la misma historia de mi anterior relación, yo mejor que nadie sabía lo que era sentirse engañada y sola, aunque yo me quedé con cinco hijos pero aún así me sentía sola, por eso y sintiéndolo mucho, porque yo le quería de verdad, le dije que me llevase a casa porque se había terminado nuestra relación.

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El lunes cuando volvimos al trabajo , él iba de tarde y yo de noche, vino a buscarme y me dijo:

- Dime si aún me quieres, si no quieres verme más, no volveré a molestarte pero nunca te olvidaré pase lo que pase.

Aquella noche el trabajo se me hizo insoportable, no sabía que hacer, al llegar a casa intenté dormir un poco pero el sonido del teléfono me hizo saltar de la cama, era él, me dijo que esperaba que me alegrase la noticia que iba a darme ya que había vuelto a hablar con la otra moza, que había sido sincero con ella, le había dicho que quería estar conmigo toda la vida.

Desde entonces han pasado once años, tengo una nieta maravillosa, dos nietos guapísimos, un cuarto en camino y sigo con él, para lo bueno y para lo malo, para toda la vida.

Mª José Guillamón Molina Velilla de Jiloca

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Historias verdaderas que parecen mentira

Nací en la época de la guerra civil, en el año 36 y como mucha gente, viví la posguerra muy mal. En mi casa éramos siete hermanos, mi padre ganaba 15 pesetas y mi madre se volvía loca para darnos de comer. Matábamos un tocino que nos tenía que durar todo el año. Mi padre era un egoísta, poníamos en conserva todo lo de la matacía pero a mi madre no le dejaba empezar nada hasta que él lo decía, para asegurarse, colgaba los blancos y las espalderas en lo más alto de la escalera para que ella no llegase. Recuerdo que comíamos farinetas y judías con bolas y tocino, los jamones ni siquiera los probábamos ya que se vendían para pagar el tocino del año siguiente, se podía pagar durante un año.

En la época de verano se recogía la fruta para el año, como ya he contado, éramos siete hermanos y para entretener un poco el hambre mi madre llevaba una capaza de peras o de manzanas al horno del pueblo que nos duraban un suspiro.

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También teníamos una cabra que para cenar nos daba la leche que se sacaba por la noche y para almorzar la de la por la mañana, claro que para estirarla un poco, mi madre ponía a cocer dos litros de agua y uno de leche y así al menos había para todos. También teníamos unas gallinas y a veces, si lograba reunir tres huevos iba a la tienda del “tío Castejonero” y los cambiaba por unas ruedas de pan de higos que nos daba para merendar, también algunas veces, nos asaba maíz en el hogar y nos hacía palomitas.

Como mi padre trabajaba para los ricos del pueblo, que yo creo que eran más pobres que nosotros, mi madre me mandaba siempre a mí a casa de la señora Petra a pedir un trozo de pan para almorzar, pues como era muy temprano cuando mi padre almorzaba, la mayoría de las veces todavía no había salido el pan del horno del pueblo y en casa nunca quedaba de un día para otro, además con el racionamiento, si nos retrasábamos en ir a por el nos podíamos quedar sin nada. No me extraña que fuesen ricos pues por ejemplo mi madre, y otros que trabajaban para ellos iban a

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cribar el trigo a la era a cambio de una ensalada de tomate con sardineta, toda la tarde trabajando como mulas a cambio de un plato de tomate, buen trato era ese.

Así más o menos pasó la historia de mi niñez, como mi madre iba a fregar a las casas yo tuve que dejar de ir a la escuela para cuidar de mis hermanos más pequeños hasta que tuve 15 años. Con esta edad me fui a servir a Zaragoza, aquí estuve un tiempo y después me fui a Barcelona donde estuve un año, estando allí me avisaron de que mi madre estaba enferma y quería verme, cual fue mi sorpresa cuando llegué a casa y me la encontré muerta.

Mi hermana mayor se quedó al cuidado de mis hermanos pero al año se casó y entonces, a mis 18 años, tuve que hacerme cargo yo de mis cinco hermanos y mi padre. Lo intenté hacer lo mejor posible pero la verdad era difícil, aún recuerdo como temblaba cuando tenía que pedirle a mi padre perras para comprar, todo le parecía caro. Me daba 10 duros cada día, prácticamente todo lo que ganaba como jornalero pero como seguíamos siendo muchos, no me alcanzaba.

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Mis hermanos y yo sabíamos que mi padre guardaba todo el dinero en una maleta de cartón cerrada con una llave que llevaba siempre encima, así que llave que nos encontrábamos, llave que probábamos hasta que un día encontramos una llave que abría la maleta ¡que alegría nos dimos! pues a partir de ese día, siempre que necesitábamos dinero íbamos y se lo cogíamos, así no teníamos que discutir con él además, mi padre no sabía ni lo que tenía, por eso aunque le íbamos quitando, no lo echaba en falta.

Hace unos años, mi hija la encontró en el granero de casa y le hizo tanta gracia cuando le conté la historia de la maleta que la restauró y la guarda como un precioso tesoro en su casa.

Avelina García Montesinos Velilla de Jiloca

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María

Esta es la historia de María, una mujer muy inocente a la que desgraciadamente la vida le ha hecho cambiar.

Apenas había dejado de ser una niña cuando se puso a festejar, ahí empezaron sus problemas ya que su novio se fue a la mili y ella no podía escribirle ni leer sus cartas porque para su desgracia nunca tuvo oportunidad de ir a la escuela. Su madre le dijo que la única posibilidad que tenía de cartearse con su novio era aprendiendo a leer y escribir. María llena de ilusión y con gran esfuerzo fue durante un tiempo a casa de una señora que le enseñó lo básico para poder defenderse, por fin podía leer las cartas de su novio y escribirle ella sin depender de nadie

Tuvo un noviazgo maravilloso, Luis la hacía realmente feliz. Pero con el paso del tiempo, su vida fue cambiando, sus padres no aceptaban a su novio, parecía que ya sabían lo que le iba a ocurrir después.

A los 14 meses de salir con él, se marcharon a vivir a una casita que con gran

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esfuerzo iban pagando pero cuando María se quedó embarazada todo cambió, su madre no le perdonaba que se hubiese marchado de casa y no quería darle sus pertenencias, pero cosas de la vida estando embarazada de 5 meses tuvieron que irse a vivir con los padres de María porque Luis no tenía trabajo y ellos se lo ofrecieron pero aquello fue una tortura, el padre de María les preguntaba a todas horas que cuando se iban a casar, le preocupaba que naciese la criatura y no tuviese apellidos. Decidieron casarse pero cuando Luis se lo fijo a su madre ella le aconsejó que no se casase porque era demasiado joven. Se casaron y en lugar de ser un día feliz fue muy triste porque ningún familiar de Luis acudió a la boda.

Transcurridos 7 meses nació su primera hija y de nuevo ningún familiar de Luis fue a conocerla, para tener la fiesta en paz Luis iba con frecuencia a visitarles y le llevaba a la niña así, aparentemente, todo estaba bien.

A los dos años Luis, por casualidades de la vida, enfermó de cólera, María se encontró sola, nadie de su familia la quiso

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ayudar y un día desesperada cogió a su marido y a su hijita y se marchó al hospital. A Luis lo ingresaron pero la niña no se podía quedar allí, María rota de dolor no sabía que hacer y se quedó allí en el pasillo del hospital con su hija en brazos llorando hasta que una mujer y un chico joven se acercaron a consolarla, María les contó su historia, les rogó que llevasen a su hijita a casa de su madre, ella no podía dejar solo a su marido en aquel estado. El chico joven, al que no preguntó ni siquiera su nombre anotó la dirección que María le dio y se montó en un taxi, María ni siquiera tenía dinero para darle pero el muchacho le dijo que no se preocupara. Luis se puso bien y María muchas veces se acordaba de aquel joven que tan desinteresadamente le había ayudado. Casualmente un día fue a visitar la tumba de su abuela con su madre, algo la hizo girarse y dio un grito de espanto cuando vio que el chico que aquella vez la había socorrido había fallecido.

El tiempo fue pasando y a los tres años se quedó embarazada de nuevo, a los 18 meses nació su tercera hija y de nuevo tuvieron problemas con la familia de María

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porque no se ponían de acuerdo con el nombre que le iban a poner a la pequeña. Estuvieron tres meses sin dirigirse la palabra, unos meses después su hija enfermo de meningitis y estuvo al borde de la muerte. La familia de María de nuevo no se hicieron cargo de nada solo la familia de Luis estuvieron con la criatura. Pasados cuatro meses y por motivos de trabajo se trasladaron a vivir a otra localidad, poco después María tuvo a su cuarto hijo, a los siete años tuvo al quinto. María con tan solo 32 años había parido ocho hijos, le vivían cinco pero también había sufrido tres abortos. Al poco tiempo falleció su padre, su marido tuvo un accidente de coche, operaron a su segundo hijo y el cuarto tuvo un gravísimo accidente. Al año falleció su madre y todo siguió de mal en peor, su marido empezó a maltratarla pero no solo a ella, también a sus hijos y esto si que fue un verdadero calvario pues para colmo de desgracias su marido tuvo un lío con otra mujer y se cegó tanto con ella que era un sin vivir para la familia.

Un día Luis le confesó que estaba enamorado de “la otra” y se marchó con

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ella y María de la noche a la mañana se encontró sola y con cinco hijos que mantener y desde entonces vive así, ahora tiene tres nietos y un cuarto que está en camino pero ella que nunca se derrumbó ante nada sigue de madre coraje mas feliz que nunca.

Mª José Guillamón Molina Velilla de Jiloca

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El Centro agradece a Blanca Langa, María Jesús Gaceo y José Ramón Olalla su dedicación a la lectura y valoración de estos relatos.

Asimismo, agradece al Excmo. Ayuntamiento de Calatayud, a la Comunidad de Calatayud, al Centro de Estudios Bilbilitanos y a la Caja de Ahorros de la Inmaculada la colaboración prestada en este Certamen.

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AYUNTAMIENTO DE CALATAYUD

DIPUTACIÓN

DE ZARAGOZA

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