Relatos vampíricos

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Relatos de vampiros Proyecto Lecturas Viajeras IES Pedro Mercedes

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Relatos sobre temas de vampiros hechos por los alumnos del iES Pedro Mercedes qeu participan en el programa "Lecturas Viajeras"

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Proyecto Lecturas ViajerasIES Pedro Mercedes

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ÍNDICE

Palabras rotasPaula Almonacid....................................... 3

Al final, apareció BlancanievesPaula González......................................... 6

MiéntemeKataixa Torres.......................................... 8

Sin títuloSilvia Herraiz.......................................... 14

La lengua de CristoDiego Seligrat......................................... 16

Sin títuloErika Soria............................................. 26

Sin títuloErika Soria............................................. 28

Relato vampíricoPatricia García........................................ 30

Sin títuloNoelia de las Heras................................ 31

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Palabras rotas

Paula Almonacid

Las aficiones de la señorita Fliman eran acostarse al amanecer, dibujarcaras en un cuaderno cuando iba en metro y beber Coca-Cola.

A la señorita Fliman no le gustaba que los hombres del barrio la mirarancon deseo ni que el frutero todos los martes le dijera: "¿que quiere hoy mipequeña florecilla?". ¡Oh! La señorita Fliman detestaba a los hombres, sobretodo a aquellos que olían a pescado y a tabaco. Por suerte para ella, no queda-ban ya muchos como esos porque comenzaron a desaparecer cuando el mun-do cambio. Los pobres seguían siendo pobres y los ricos eran más ricos todavia,pero esos hombres iban muriendo junto con el recuerdo de una sociedad quepensaba cambiar y abarcar las injusticias de sus ciudadanos.

Aún así, a la señorita Fliman le gustaba un poco aquella época en la quelas muchachas apestaban a leche rancia y a carne putrefacta, los niños ibancubiertos de moscas y heridas o... morían por la falta de higiene y la desnutricion.Esos eran buenos tiempos para la señorita Fliman, la verdad .

¡Oh!, cómo deseaba volver, ahora que al recordar todo esto la nostalgiatocaba su frío corazón. Pero ya era tarde, ella sabia que jamás podría volver aaquellas casas el las que reinaba el caos, la mugre y las ratas. No podría volvera oler el hedor a vinagre y a descomposición de las calles y de las personas.

La señorita Fliman nació en aquella epoca en la que las mujeres no va-lían nada, eran inútiles animales de carga, que según el padre de la señorita soloservían para quejarse y dar vástagos inútiles como ella.

- ¡Yo quiero un varón digno de llevar mi apellido! - repetía una y otra vez,mientras le pegaba en la cara y le daba patadas a la altura del costado. Laseñorita Fliman nunca se quejó, ni sus ojos vertieron jamás una lágrima por ello.Pero ahora no tenía tiempo que perder, el sol estaba a punto de salir y ella teníaque ir a un lugar seguro.

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Nunca supo por qué siempre tenía esa extraña sensación, aunque sabíaera como saciarla.

Sangre... , esto era lo unico reconfortante de todo esto.Deambulaba por las calles apagadas, recorría callejones y escondites,

agujeros y esquinas, huecos y salientes... Así es como llego a esta época, ahorasu época. Con las modernidades los humanos se hacían más estúpidos, pensa-ba diariamente, pero le era indiferente, ella vivia en un modesto apartamento, aalas afueras de la ciudad, sin televisor, pero con un nevera repleta de coca -colas.

Cada noche la señorita Fliman salía a la calle con su mejor arma: labelleza. Los hombres caían rendidos a sus pies, y ella con su gracia y sutilezales hacía sufrir hasta conseguir lo que quería. Primero los enloquecía con suslargas piernas y sus curvas de ficción, después les sacaba el dinero con susfinas manos y para acabar les exprimía hasta la última gota de sangre de suscuellos, con sus perfectos colmillos.

Pero un dia todo cambió...Alguien se dio cuenta de esto. «¿Pero quién?», pensaba ella. Desde

hacía algunos meses recibía cartas en las que se decía:

Se quién eres y lo que haces, pero esto se va a acabar , el diaseñalado, tú y yo nos veremos las caras y entonces....Con cariño de un admirador.

La señorita Fliman no quería morir. Ella sentía que lo que hacía estababien, vengaba a las mujeres que hubieran sido objeto de aquellos hombres solopor el mero hecho de ser hombres. Si ella los mataba ninguna mujer sufriría.

Sabía que arrebatar una vida por otra estaba mal pero era un vampiro ynecesitaba esas muertes. «Mejor la de un malnacido que la de una muchacha»,se repetía constantemente.

El día señalado llegó, Ahí estaban frente a frente, cuerpo a cuerpo,...¿Quién daría el primer paso? El tiempo corría, solo quedaban un par de horaspara el amanecer. Una voz dulce sonaba en mitad de aquella oscuridad , era él,su amor secreto... Pero...¿qué hacía él aquí?, ¡Tendría que estar muerto! Eratal como lo recordaba: ojos verdes, pelo oscuro... Pero ahora era un hombre, suhombre.

Él la observaba con la mirada fija, le había costado mucho llegar hastaella. Se lo teníaa que decir.

La srt. Fliman recordaba esos ojos, siempre soñaba con ellos y con una

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palabra que salía de sus labios -ven- pero que nunca llegó a escuchar. Ella noestaba segura de que le amara, por eso nunca le dijo nada y llevó su pasión porél en secreto. Creía que algún día él abriría ese secreto y un beso saldría de suslabios pero también sabía que ese momento se iba cada vez más lejos hasta queun día simplemente ya no lo vio.

Mientras la observaba, también pensaba todas las cosas que le pudodecir y que sus labios nunca pronunciaron, todos los abrazos y caricias que lepudo dar y que sus manos nunca hicieron. "Estúpido", se decía continuamente.

Se querían, pero el temor nunca dejó que el amor hiciese mella en ellos.Ahora eran amantes de los sueños olvidados.

-Te...te...te amo -dijo él, titubeando.-¡No! -gritó ella con voz ahogada.Un rayo de luz comenzaba a salir de entre los edificios. La señorita

Fliman se ahogaba, no sabia qué hacer...La canción comenzó a sonar en el móvil. Era el despertador. Se levantó

aturdida y un sudor frio recorría su espalda.."Todo ha sido una pesadilla", se decia.Era domingo, tenía que darse prisa. La misa estaba a punto de comenzar,

no podía llegar tarde.Dos palabras resonaban en su cabeza. "Te amo".Estaba decidida. El lunes se lo diria.

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En el final, apareció Blancanieves

Paula González

Estaba demasiado cansada, no podía correr más, pero me seguíapersiguiendo ¿Por qué me perseguía? No le había hecho nada, solo empecé aleer unas leyendas, nada más. Cada vez estaba más cerca, podía notar el olorde la sangre flotando a su alrededor, era nauseabundo. Gire a la derecha, luegoa la izquierda, y todo recto. Otra vez a la derecha… ¡Un callejón sin salida! Nome podía estar pasando esto, ¡yo no quería esto! Me di la vuelta lentamente,allí estaba él, un ser pálido y alto se alzaba frente a mis ojos. Tenía el cabellonegro como el azabache formado por unos grandes rizos rojos y brillantes. Suslabios eran rojos como la sangre… parecía que se hubiera reencarnadoBlancanieves delante de mí. Estando un poco menos atacada, hubiera estalladoen carcajadas como una posesa. Mientras yo me hacía un ovillo en el suelo, elhombre se acerco a mí poco a poco. Tenía un extraño brillo en los ojos, parecía...¿emocionado?

Se agachó junto a mí y me dijo que se llamaba Rafael. Entonces penséen las tortugas ninja… Pensareis que estoy loca, cualquier otro ser humanosobre la faz de la Tierra estaría muerto de miedo, pero yo era diferente. Ya mehabía hecho a la idea de que iba a morir, así que haría que todo fuera másameno.

Entonces ocurrió algo que yo no me esperaba, me levantó del suelo conmucho cuidado y me dijo que ya estaba a salvo. Al principio no entendí nadapero entonces comenzó a hablar

-No te preocupes, se qué ahora no entiendes nada, pero esto ya hapasado otras veces, así que no te asustes. No eres la persona que crees ser, túeres un vampiro, igual que yo. Empezaste a leer leyendas sobre lo que somosporque habías tenido una serie de sueños relacionados con nuestra condición;pero no eran sueños, eran recuerdos. Cuando luchamos con otro clan enemigo,

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uno de ellos te inyectó un veneno que te provoca amnesia, y tu subconscienteha creado otra personalidad. Pero esta no eres tú, tú eres como yo... Eres mimadre… por favor, créeme…

Entonces aquel muchacho, tan fuerte como yo lo creía, rompió a sollozary yo lo recordé, como tantas otras veces había recordado.

Estaba furiosa, siempre que pasaba esto me prometía no volver a olvidar,pero me estaba dando cuenta que no estaba en mi mano. Cada vez la amnesiavolvía más pronto, ¿qué podía hacer?Entonces lo vi claro, no quería seguir así, ya había vivido suficiente. Mil doscientosaños no pasan en balde y había llegado el momento. Lo peor de todo es que aun vampiro no le resulta fácil suicidarse, por no decir imposible. Lo tendría quehacer él, Rafael.

Al principio se negó rotundamente, pero vista al situación, no veía otrasalida. Con todo el sufrimiento del mundo, agarró mi cuello y de repente ya noestaba allí, sino volando por el cielo. Cuando rozó el suelo se convirtió en ceniza.Polvo eres, y en polvo te convertirás, nunca pensé que esa frase me vendríacomo anillo al dedo.

Cuando todo acabo, solo pensé en Rafael, y sonreí, por el gran parecidoque tenía con Blancanieves.

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Miénteme

Kataixa Torres

Llegaba tarde de nuevo. El timbre había sonado hacía cinco minutos y yoaún estaba peleando con la escalera. No sabía por qué, exactamente, debíahaber tantísimas escaleras en ese maldito instituto. ¿Era una sutil forma deaumentar la tortura ya vivida? ¿Una razón más para odiar ese centro lleno deindividuos patéticos que no mostraban la menor idea de cómo comportarseadecuadamente? No, no lo sabía. No sabía, tampoco, cómo pude llegar a serprofesora si no aguantaba a los niños. Supongo que lo vi una manera fácil ysencilla de ganarme la vida. Con veinticinco años no sabía ni dónde estabaparada.

Intentaba transmitir a los alumnos algo de conocimiento. No estaría mal,pensé, que supiesen un poco más de trigonometría o álgebra en vez de preocu-parse por cómo le quedaría la traba en el pelo o si la falda era demasiado larga.

Cuando crucé la puerta de la clase había un alboroto mayor que el detodas las tardes en ese programa tan entretenido de Sálvame, otra razón máspara avergonzarse. «Así va el país», pensaba cada vez que mi madre encendíala tele y maldecía a quien hiciese el mínimo ruido. No me explicaba cómo nopodía ver que el ruido lo hacía la Belén Esteban cada vez que gritaba como unaretrasada mental y repetía el famoso: ¿me entiendes?

Creo que a ella le quedaban muchas más cosas por entender que a cual-quier otra persona del planeta.

Intenté calmar el bullicio que se había formado por mi habitualimpuntualidad. Opté por la mejor solución: taponazo en la pizarra con un borra-dor, desgarrarme la garganta (ésa que no estaba en perfectas condiciones porel vicio del tabaco) y mandar a tomar por saco a aquel o aquella que siguiesecon el juego de tocarme la moral.

Cuando pude poner la clase en marcha me senté en esa silla que de

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cómoda tenía lo que yo de monja y mandé unos cuantos ejercicios para que, almenos, fingiesen estar concentrados. Suspiré. Pensar en que me quedaban aúncuatro clases por delante era un castigo insoportable.

- Profesora, no entiendo el ejercicio tres.Ahí estaba el típico preguntón. No es que no entendiese las cosas, no.

Era que cuando explicaba cualquier cosa estaba más ocupado en bromear conel de atrás que en atenderme a mí.

Me levanté de la silla, estiré mi falda de cuero y caminé hacía el alumnocon déficit de atención.

- ¿Qué no entiendes, Raúl?Aunque no me gustasen los críos, debía ser competente en mi trabajo e

intentar ayudarles lo máximo posible. Como si la siguiente generación fuese acambiar el país.

Después de explicarle, por séptima vez, cómo se medía un triángulo,sonó el timbre del recreo. Salí del aula una vez que todos los alumnos cogiesensus bocadillos y cerré la puerta.

El pasillo estaba vacío. El sonido de mis tacones hacía eco en las pare-des detestables, como si la estructura, ya antigua, temblase en cada articula-ción de mi pierna. Para evadirme, me dediqué a pensar en lo que haría ese finde semana y por eso me asusté más de la cuenta cuando choqué con un chicode los mayores, de los de diecisiete o dieciocho años.

- Perdone -se excusó.Un escalofrío recorrió toda mi espalda. Me sonaba endemoniadamente

familiar. Demasiado familiar. Me giré para mirarlo y un estremecimiento sacu-dió mi cuerpo.

Eran los mis ojos, el mismo pelo, los mismos rasgos, la misma com-plexión, la misma sonrisa arrogante...

Me quedé paralizada, no sabía si lo que estaba viendo era un espejismo ouna broma de mal gusto. No podía ser, no era posible que él se encontrase ahí.Me estaba volviendo loca, me había vuelto una completa desquiciada.

Cuando quise articular palabra alguna el chico me había dado la espaldacontinuaba su camino. Sentí que iba a desplomarme, que el corazón me iba aestallar, que...

A duras penas me senté en el suelo y reogí mis piernas en un abrazo.«No puede ser», me repetía, «no puede ser, no puede ser…»

Pero era. Y mi mente empezó a hilar una serie de recuerdos que teníaenterrados en lo más oscuro de mi mente.

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- Anda, no seas tonta, por Dios, si sabes que no será nada del otromundo.

La chica lo miraba con un arrobamiento mayor que el de cualquierfan a su cantante favorito.

- Pero, Roberto, no quiero cargármela con mis padres, imagínatequé pasaría si mi madre se entera de que nos lo hemos estado montandoen el bar. ¿Quieres que me mate o algo por el estilo? No quiero que… -laarmoniosa voz se vio interrumpida por una descarada caricia sobre sumuslo, cualquier intento de discrepar sobre el asunto se había ido lejos,muy lejos.

- Mira que eres pelma -La sensual voz que salió de su garganta fuerespondida con un apasionado beso que se prolongó durante muchashoras.

...- ¿Dónde está Roberto? ¡Por Dios, María, dime dónde está!La desesperación se había apoderado del ambiente. La cara de los

jóvenes mostraba era de un horror tan enorme que parecía que iban asalir corriendo en cualquier momento.

Las chicas lloraban. Unas consolaban a otras. Los chicos dabanvueltas como locos, sin saber qué hacer. Y Sonia no paraba de gritar quele dijesen dónde estaba su novio.

- Sonia, tranquilízate, seguramente no estará muy lejos -trataba detranquilizarla uno de los jóvenes que se le había acercado.

- ¿Cómo quieres que me tranquilice, Iván, si no ha aparecido enuna hora? Mira que te dije que era una gilipollez eso de hacer un malditojuego en el bosque por la noche. Pero ni puto caso, es que ni puto caso._

Las lágrimas se habían vuelto incontrolables a esas alturas. La an-gustia se había adueñado de la cabaña.

- Ya aparecerá, ya aparecerá -Iván continuó tratando de tranquili-zarla aunque no estaba seguro de lo que le prometía .

Joven de diecisiete años desaparecido en la SierraLa policía sigue buscando el paradero del joven que des-apareció la nochedel pasado sábado cuando estaba acompañado por unosamigos.

No pude controlar mi sollozo, demasiados recuerdos amontonados en uninstante. Con una sola presencia. Aún no entendía cómo la ese chico había

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causado esos estragos en mi ánimo. Me dispuse a levantarme cuando oí la vozde la señora de la limpieza:

- Señorita Martín, ¿necesita algo? ¿Está bien?- Sí, no se preocupe. Gracias -dije, pero estaba lejos de encontrarme

bien.A lo largo de toda la mañana no volví a cruzarme con el chaval que me

había descolocado tanto. Intenté medios saber más de él, pero no obtuve grancosa. Sólo sabía que se llamaba Sergio y que cursaba segundo de bachillerato.

Estuve toda la tarde buscando más cosas sobre el accidente. Fui a labiblioteca local a ver si encontraba algo de aquellos años, pero tampoco tuvesuerte.

Cuando terminé por darme cuenta de que no iría a ninguna parte con esapsicosis, salí del edificio y me encaminé hacía mi coche. Era ya de noche. Lassiete y media y no había nadie por los alrededores. Eso confirmaba mi teoría deque éste país iba de mal en peor, ya nadie se interesaba por los libros.

Dejé las cosas en el asiento trasero. Iba a subirme al coche decidida apedir al dia siguiente una cita a mi psicólogo cuando, de repente, ocurrió algo.

Un grito salió de algún lugar de la oscuridad. Era un grito desgarradorque hizo que mis piernas pareciesen gelatina. Comprendí pronto que era el gritode una mujer y que salía de ese estrecho callejón que nada tenía de hospitalario.

No sabía si la mujer gritaba porque la estaban agrediendo, porque sehabia partido una pierna o porque quería llamar la atención no me podía imagi-nar por qué. Si se trataba de una agresión, ¿qué podía hacer yo? Desde luego,nada si era un hombre. Si se lamentabapor un accidente sí podría ayudarle y sisolo gritaba por molestar la dejaría con su locura.

Cuando oí otro grito, más fuerte, más desgarrador y más claro, supe queno se trataba de ningún dolor. No hubo lugar para el miedo y esa parte solidariay humana que mis padres habían comseguido mantener a flote en mi contradic-toria personalidad, salió a relucir.

Corrí hacía el callejón mientras sacaba el móvil de mi bolsillo. Me asomécon disimulo al callejón y vi dos figuras arropadas por las sombras. Una másalta y corpulenta, encorvada hacía la otra figura, notoriamente más pequeña.

De pronto, se oyó un golpe sordo. La segunda figura había caído al suelodesplomada. La otra, la que parecía en aquellos momentos la más peligrosa, sehabía enderezado de tal forma que le caracterizaba una altura considerable. Denuevo, no sabía qué hacer.

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Al intentar moverme tropecé sin querer con una teja que se había caídodel techo de las antiguas casas del callejón. Me quedé sin aliento cuando unosojos más rojos que el propio infierno se fijaron en mi cuerpo, estremeciéndolopor completo. Quise correr, quise gritar, quise hacer algo. Pero no pude. Nopodía mover ningún músculo de anatomía.

Ya está. Pensé. Te vas a morir o te van a matar. ¡Hala!, a tomar porsaco.

Mientras rezaba un padre nuestro y tenía preparado un ave maría, lafigura corpulenta se acercaba a mí. Creí que cada paso hacía mi cuerpo eracomo un latigazo en la espalda. Era como la muerte anunciándose, y yo nopodía hacer nada.

Cuando la escasa luminosidad logró darme una visión más clara del ros-tro del que iba a ser mi Caronte, llevándome con él por unas lagunas que noquería ver, creí que esa vez el corazón sí iba a salírseme del pecho.

¡Era él! ¡El chico de esta mañana, el que tanto quebradero de cabeza mehabía dado! No me lo podía creer. El que tanto se parecía al que años atráshabía sido mi novio, Roberto, el que desapareció una noche en ese bosque.

- Veo que no has cambiado en absoluto, cariño.Era la La misma voz que yo recordaba.- Supuse que te había dejado... descolocada después de nuestro

reencuentro de esta mañana.Ahí estaba. La misma arrogancia de siempre.- No me equivocaba, eres tan predecible como hace años.La misma manera de hacerme sentir imbécil, inútil, un trapo.No sé cuándo empecé a llorar. Empecé a sentir que vomitaba. La cabe-

za me daba vueltas. Pero le seguía mirando, observando, analizando; ¿cómo esposible que…?

Cuando quise decir algo, me vi empotrada contra la pared más cercana.Me aprisionaba con sus fuertes brazos. Solté un gemido de dolor. Oculté mimirada. No estaba preparada, pero él no lo comprendía. Me tomó del mentóncon brusquedad y me levantó el rostro.

- Mírame -ordenóLo hice, le miré, y me perdí en ese rojo carmesí que no auguraba nada

bueno, ni seguro, para mí. De pronto, una extraña sed se apoderó de mí enaquellos instantes. Me pegué a él. Creo que me restregué todo cuanto pude ensu cuerpo, abrí las piernas, arañé su espalda. Cuando por fin encontré su boca,me mordió levemente en el labio inferior y abrió un pequeño hilo de sangre.Succionó, mordió y acarició mis labios con los suyos.

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Y yo cerré los ojos cuanto pude, cuanto supe, tratando de no perder elcontrol, para no lanzarme sobre él y caer en un infierno que no parecía aburri-do. No quería caer en un vicio. No quería que él fuese un vicio.

Hizo un movimiento rápido, tenía la respiración regular y le sudaban lasmanos, giró mi cabeza hacía un lado y me besó la vena que palpitaba furiosa enel cuello. Ahora fui yo la que me mordí el labio. Sabía lo que estaba a punto devenir, pero no forcejé, no opuse resistencia. Soltó una bocanada de aire y ente-rró en mi cuellos dos dagas que absorbían aquello que me mantenía viva. Aque-llo que ponía mi etiqueta de humano. Mi cuerpo convulsionó, me agarraré a suespalda con una fuerza y un dolor desesperado. Mi piel estaba sudando, podíasentir cómo mi corazón se paralizaba. Los oídos me pitaban, los ojos los sentíahinchados, la boca seca, y no paraba de sufrir ataques.

- Te he echado de menos, princesaY fue lo último que oí de aquel mundo, para entrar en un delicioso infier-

no.

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Sin título

Silvia Herraiz

Antes de comenzar con el relato, permitidme que me presente: me llamoHelen, tengo… unos cuantos años, aunque -todo hay que decirlo- cuando mesucedió lo que os voy a relatar era mucho más joven y guapa.

Todos desmejoramos con la edad- O, mejor dicho, todo menos uno. Y deeso va la historia que os voy a contar.

Todo comenzó una mañana fría de enero. Yo acababa de salir de launiversidad cuando me encontré a un chico joven, más o menos de mi edad,sentado sobre la parte delantera de su coche. No me percaté mucho de suexistencia. Sinceramente iba con unas amigas y en aquellos años lo único queme importaba era terminar la carrera cuanto antes. Mi ruta era siempre lamisma: de la universidad a mi apartamento y del apartamento a la universidad.De vez en cuando quedaba con alguna amiga, pero pocas veces. El caso esque ese mismo chico a la mañana siguiente volvió a estar en el mismo lugar ycon el mismo coche, y así sucesivamente hasta que una mañana se paró ahablar conmigo.

Me dijo amablemente que llevaba mucho tiempo observándome y yo,claro, como tonta, afirmaba no haberme dado nunca cuenta. El caso es que meinvitó a un café en el bar que está a la vuelta de la manzana de la universidad.Yo acepté encantada pero algo me olía muy mal. Claro. que en ningún momentopensé que eso podría llegar a cambiar mi vida para siempre.

Bueno, al grano... Hablamos durante un gran tiempo pero de cosas pocointeresantes, o por lo menos para mí. A la hora del regreso a casa, el chico seofreció muy amablemente a llevarme hasta mi apartamento y yo me neguéporque no iba a permitir que un auténtico desconocido sepa dónde vivo. En elmomento en el que me negué se puso violento, comenzó a gritar y a decirbarbaridades como que si no me iba con él me mataba. Yo no sabía qué hacer

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pero sí me di cuenta en esos pocos segundos que el resto de la gente hablabay trabajaba como si nosotros no existiéramos y no estuviésemos allí. Conozcodesde hace muchos años al dueño del bar y pondría la mano en el fuego que ental caso me defendería.

Decidí salir corriendo del bar sin saber bien a lo que me enfrentaba,corrí y corrí, sin saber a dónde ir, sin ninguna dirección, sin un destino fijo. Mellegué a meter por callejones que no sabía de su existencia. Cuando llevaba yaunas cuantos horas desesperada y corriendo, llegué a la conclusión de que lohabía perdido. Ese fue uno de lo mayores errores que he cometido en mi vida.Llegó hasta donde estaba yo una especie de…¿Pero qué era eso?

Parecía una especie de vampiro de estos que salen en las películas oseries de televisión. Me agarró, me pegó. En ese momento me di cuenta queno tenía escapatoria. Así que me dejé llevar. Me debí de desmayar porque a lamañana siguiente aparecí en la cama de un hospital y muy débil. Según contaronlos médicos y enfermeras, llamó una persona anónima a comunicar que estabaenferma y que quizá necesitaría ayuda.

Me recuperé al cabo del tiempo e intenté olvidar lo que viví aquel día,pero sin resultado. La misma idea me rondaba en mi cabeza día y noche, hastaque en un momento de mi vida decidí ponerme a investigar sobre vampiros yconseguí contactar con una persona que le había ocurrido lo mismo que a mí.Esa persona resultó ser el mismo chico que conocí en aquel restaurante.

Me dijo que corría serio peligro ya que si arriesgaba mucho, perdería mivida y no por él sino por una especie de superiores o vampiros jefes o algo porel estilo. Me explicó que cuando un vampiro quiere atacar a un ser humanonormal el tiempo se para salvo para los dos personas, tanto el atacante como laatacada. Él decidió no atacarme a mí porque comprendió y recordó lo mal quelo pasó cuando un vampiro le mordió. Aseguraba tener los mismos años queaparentaba pero que sin embargo había pasado unos treinta años desde quefue atacado.

En ese momento comprendí muchas cosas y decidí seguir con mi vidacotidiana.

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La lengua de Cristo

Diego Seligrat

La calle Townson permanecía como cada día en su peculiar atmósferade abandono. Se situaba al sur de la ciudad, entre el barrio periférico y la tierravirgen. Las viviendas se jerarquizaban muy pegadas, de tres plantas y estrechasla mayoría, compitiendo con velocidad por ser la más arruinada. Hacía añosque la gente había marchado de aquella zona que calificaban de sin sabor, unlugar áspero y sin alma, una calle, nada más, alejada de la ciudad.

Ahora un recoveco de espectros, fantasmas del tiempo, que allí en silencioyacen.

* * *

El polvo le había enranciado la tez, sus ojos claros como la luz, cabellossucios, ropas que más bien eran trapos cosidos y zapatos con ventilación.

Bajo sus pies, eterno parecía un camino casi quebrantado. A su derechadecenas de naves industriales ocultas en una nube negra. Hacia la izquierdamiles de kilómetros hasta llegar a un horizonte aún huérfano de sol.

Su andar consecutivo, con su mirada perdida. Caminaba ligero con lasmanos en los bolsillos, y arrastrando las suelas de sus zapatos en la grava.Cargaba una mochila. Dejaba atrás el valle de naves humeantes y se internabaen una alternación de pequeñas colinas de trigo y praderas secas de nada.

A menos de dos kilómetros ya podía distinguir la ciudad. Seguíacaminando. Su primera sensación a falta de medio kilómetro para entrar enaquella olla a presión cocinando con malos ingredientes lo que por sus airespulula, fue sin más que una repugnante arcada y darse la vuelta. Pero solo fueuna sensación.

Arrabales contagiados de un gen de pobreza social, insospechadasavenidas empapadas de gentío y aceras asediadas de suelas de zapatosburgueses y culos de mendigos al borde del coma etílico. Malolientes tipos tecruzabas, damas de alquiler regocijadas en los rincones, comercios de augefatal que mataban de indigestión a cualquiera con esas hortalizas, callejonessin luz y olor a mierda que para algunos resultaba el lugar más seguro. Seinternó entre aquello.

Esquivó rápido el bullicio de todo y tomó una pequeña calle retirada.Había llegado más pronto de lo que se le había marcado, el sol todavía no

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coronaba las cabezas, faltarían una o dos horas. Camufló el tiempo que faltabapara su cita entre paseos en calles a la deriva. Se sintió naufragado en aquelescenario metropolitano.Un largo callejón se abría, paró a su comienzo. Levantó la vista, porque hastaahora sus pies moviéndose habían sido su único objetivo. Y como si de unaráfaga de olores oxidados se tratase, la forma de un cuerpo se adivinaba alborde de un portal. Se mantuvo allí al menos un minuto intentando averiguar siél también le miraba.

-Tiene mal aspecto, ¿algún problema con el viaje?Desde luego sabía quien era el viajero y éste se negó a contestar sin ver

su rostro. -Está usted perdido, no se conoce la ciudad, ni siquiera sabe ir al lugar

acordado.Esperaba que fuese un tipo más profesional.El hombre se paró a menos de diez pasos del portal, se dio la vuelta y

quedó de nuevo mirando a aquella sombra parlante.Y de entre la lobreguez de aquel pórtico surgió la figura de un cura. Su

aspecto era enclenque, de mirada pasiva y nariz arqueada. Sus brazos caídossobre la altura del estómago y las manos recogidas en posición de orar. Sedirigió al viajero señalándole que caminase delante de él.

-Sigue el callejón hasta la última puerta -dijo bajo un susurro casi sordoel sacerdote.

Siguiendo sus instrucciones, el hombre dirigió sus pasos hasta la últimapuerta del callejón. Una vez estaban los dos delante de la puerta el cura sacóuna llave de un bolsillo que estaba perdido en alguna parte de aquella, su incómodatúnica negra. Introdujo la llave en la cerradura y abrieron la puerta. Cruzaronel umbral. El olor a humedad y el sentimiento de olvido de las paredesresquebrajaron las narices del cura, que arrugó su complexión facial.

Se trataba de una casa muy lejos de cualquier adorno. Y por decir adornonos referimos a inmobiliario o a cualquier cosa de volumen y masa que anduviesepor allí. Solo nada.

-Sígueme -dijo el cura.Se internaron en aquel espacio a régimen de luminosidad. Recorrieron

la casa sin saber bien por que parte andaban hasta llegar a una puerta, que elhombre supuso que era la trasera. El cura la abrió. Salieron y lo que pisabanera hierba. Se encontraban entre dos paredes de unos tres metros de altura yno más de dos de ancho. El estrecho corredor se extendía, empezaron acaminarlo. Mientras lo andaban el hombre vio que las casas sobresalían a los

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lados, aquel pasillo de hierba y piedra cruzaba las calles y patios interiores delas viviendas. Se trataría de un acceso privado, de un atajo secreto incrustadoentre las calles de la cuidad, sorteándolas mientras pasaba desapercibido.

-¿Dónde va a parar esto? -A la Catedral.El hombre asintió como quien recibe una orden y no le queda otra más

que cumplirla.-Me ha seguido ¿verdad?-Desde que entró en la ciudad.Poco después de las últimas palabras del sacerdote se descorrió en el

cielo un telón de guirnaldas humeantes, vapores repugnantes que vagaban elaire para dejar ver aquella silueta que se alzaba gigante y monstruosa, consumidaen un silencio eterno bajo aquellas gárgolas de Dios, la Catedral.

Anduvieron un poco más, hasta los límites de aquel camino oculto.Desembocaba éste en un pequeño jardín. Atravesaron el vergel y se internaronen la Catedral, cuyo aspecto sombrío y tétrico era como el de una gran arcaabandonada a las orillas de un continente desierto. Penetraron en su interior. Elfrío y la soledad carcomía las capillas y el altar, los bancos aguardaban algúncasual sentar.

Recorridos perdidos por escaleras y salas que nadie conoce más que lossiervos de Dios. Llegaron frente a una puerta franqueada por dos pequeñosángeles en cuyas manos sostenían con fuerza un diente del tamaño de suscuerpos. La puerta murmuró un crujir y se les abrió al instante. En su interiorla presencia de siete sacerdotes sentados en sus respectivos «tronos». El viajeroenseguida dio a recordar a su mente la imagen de uno de ellos, el ObispoCrepus.

- Bienvenido, Ulises, ya tardabas amigo -dijo Crepus.- Buenas tengan sus Señorías -respondió con respeto el viajero.Los siete sacerdotes asintieron con agradecimiento. El cura, el que le

había acompañado se marchaba del encuentro. La puerta se cerró.- Bien, señores, aquí tenemos al tipo del que les he hablado durante todo

este pasado mes -mencionó el Obispo.De arriba abajo escudriñaron con sus miradas los seis sacerdotes los

atavíos incorrectos del viajero.- No le juzguen por apariencia, sino por lo que seguro que está dispuesto

a hacer por la Sociedad.Ulises, el viajero, extrañó.- De acuerdo, suelte lo que tenga que decir señor Obispo.

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- Bien. Debido al incidente ocasionado en una de las redadas de estaorden, cuyo fin ya usted sabe, a un domicilio sospechoso de guardar entre susparedes herejes e hijos de Satán en la que usted estaba presente, y yo también,quiero tratar o llegar a firmar con usted cierto acuerdo de agradecimiento porsu labor. Sé que quizás fue pura casualidad pero usted, señor Ulises, salvó mivida de entre las manos de aquel inconsciente hereje y yo perdoné la suyadejándole escapar aun a sabiendas de su origen carnal. Es decir, en nuestrosarchivos, usted, Ulises Crowlin Sarved, aparece registrado como Vampiro opersona bajo la influencia del canibalismo y por lo tanto se le juzga por ello. Asíque, si no quiere morir aquí mismo, yo le ofrezco la participación con nosotros.Esta participación se verá dedicada a la búsqueda de semejantes a usted paradarles muerte o caza. Así, de este modo será usted una pieza clave a la horadel trabajo de esta orden. A cambio por sus servicios, recibirá una vivienda ysustentación de cualquier clase incluyendo, claro está, la de su propia vida. Esfácil pues la decisión. Acepte, o asuma que tras la negación le quedarán menosde treinta segundos de vida.

El silencio tomó la palabra tras las proposiciones del Obispo. Unzigzagueante escalofrío debió recorrer todo el cuerpo del viajero.

- Está bien, acepto.Instantáneamente aquellos ancianos con más poder que el de la muerte

que les acechaba tras la espalda de la edad, se levantaron de sus asientos ydejaron al viajero solo en la estancia.

- Ahora vendrán por ti. Dijo uno de los sacerdotes.Voces cabalgaron por la estancia, pero solo el viajero permanecía allí. Y

de un momento a otro, de entre unas cortinas gruesas surgieron las figurascorpulentas de varios hombres ataviados de un paisano no demasiado pudiente.Los hombres le rodearon en círculo y le observaron unos segundos.

-¿Eres tu el nuevo perro? -dijo sin mirar al viajero y escupiendo en elsuelo de la estancia el que parecía el cabecilla.

- Ulises, me llamo Ulises.- Bueno sí, supongo que serás tú. Acompáñanos.Salieron de la habitación por detrás de las cortinas y fueron a parar a

una especie de pasillo constituido por puertas cada cinco metros.- En realidad eres uno de ellos ¿verdad? -preguntó uno de los hombres.- Sí -respondió secamente el viajero.Tras la respuesta los cinco hombres se miraron.-Y ustedes, ¿quiénes son?Uno de ellos rió a carcajadas.

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- Pues no somos nada, nos dedicamos a cazar a aquellos que no van amisa.

Y volvieron a reírse los cazadores.-Ya veo. Perros ¿verdad?- Así nos llaman los pocos que nos conocen, «los perros de cristo». Pero

de este apodo más bien se han encargado los curas, a nosotros nos da igual.-Y yo soy ahora uno de esos perros.-Tú más bien eres un lobo… (rieron de nuevo), una mezcla entre perro

y chupasangre. Pero sí, uno de los nuestro al fin y al cabo.- Síguenos.Salieron de la catedral por las puertas principales. Llegaron a la plaza

del mercado que se apreciaba ajetreada entre comerciantes y mujeres querecorrían con prisa los puestos. No cruzaron la plaza, se desviaron por otracalle menos transitada.

-¿Dónde nos dirigimos? -interrogó Ulises.- A descansar, por supuesto. Sobre todo tú, mañana te espera un día de

lo más ajetreado.

* * *

Era una habitación bastante desarreglada, solo un pequeño candil dabaluz escasa donde los cinco hombres pasaban sus días. Armas, papeles y libros,eso era lo único a parte de lo doméstico imprescindible que se podía encontraren el cuarto.

Una pequeña mesa en el centro de las camas, Ulises y los cinco hombresalrededor suya.

- Bien chupasangre, tu primer encargo ha llegado esta mañana desdelas manos de los curas, ¿Conoces la calle Townson? Imagino que no. En todocaso te explico. Con ese nombre se le llama coloquialmente al barrio de queestá a unos dos kilómetros de la ciudad, se construyó hace unos treinta años eiba destinado a familias ricas que querían evadirse del mal olor de la ciudad yvivir un poco mejor sin esta mierda que nos rodea cada día. El caso es que allílas familias no duraron mucho tiempo, cayeron como chinches a lo largo deltiempo. Los Townson, una de las últimas familias que se mudaron allí advirtierona las autoridades judiciales y a la iglesia que aquel lugar no era sitio parahumanos, que las noches se volvían demasiado frías y los niños cogíanenfermedades mas a menudo que en la ciudad. Debido a estos fenómenos lagente comenzó a abandonar el barrio e incluso la ciudad, mudándose al sur.

Ahora el barrio lleva unos diez años deshabitado aunque mendigos quesuelen pasar las noches en sus casas, cuando regresan a la ciudad pregonan

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por las calles que aquel lugar está maldito y se consume bajo la presencia deldiablo. Los toman por locos, pero nosotros llevamos diez años investigando ysabemos que no. Así que, amigo Ulises, estamos seguros de que entre losescombros polvorientos de ese lugar algo se esconde. Y por todos los ángelesde allí arriba te aseguro yo que ese algo tiene pies y cabeza. Da con él.

Dejando atrás la cocción de ingredientes inmundos de la ciudad, el viajerocaminaba con otros dos hombres hacia la calle Townson a plena luz del día.

Pasarían la noche allí. Pasarían las noches que hicieran falta.El camino era casi inexistente. Andaban por la hierba. A los diez minutos

las primeras casas surgían a lo lejos diezmando el paisaje.- Allí está -dijo uno de los cazadores.-Es bastante desolador -afirmó Ulises.- Es terrible, da lástima, miedo -apuntó otro.Era un ambiente insólito. Un susurro de abandono cruzaba todo aquel

cementerio de incertidumbre. La sensación de que te observaban internó delleno en los cuerpos de los tres hombres.

Aun a pesar del raso cielo, el sol no penetraba de la misma forma allídentro. Aquello si que extrañó bastante a los hombres.

- Bien señores, este es el lugar.- Acogedor -dijo, irónico, Ulises.El resto de perros lo miraron con desprecio.- Pasaremos la noche en aquella casa.- Al menos tendrá suelo ¿no? -bromeó uno de los cazadores.

* * *

La luz de la hoguera solo alumbraba sus rostros. Uno de los perros yadormía. Ulises y Adam, el otro perro, se miraban mutuamente las botas.

- Son falsas las historias.- ¿Qué?- Sí, eso, la historias sobre ustedes, los mitos.- Ni idea, ¿a qué se refiere?- Los libros cuentan que son hijos de Lucifer, que el sol les pudre la piel

y los crucifijos queman vuestros ojos y así innumerables historietas relatadassobre ustedes.

- Es mentira, todo es mentira. Ni siquiera para mí Lucifer existe. Es todoobra del delirio de la iglesia. Cientos de siglos tras seres malignos, descendientesde Satán que injurian contra el dogma católico. Es mentira. Ya pasó con lainquisición y aun así, como vosotros, sigue habiendo pequeñas sociedades de laiglesia para este fin. Es mentira.

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- Tal vez sea mentira y estemos perdiendo el tiempo.- ¿Por qué lo hace entonces? Preguntó Ulises.-¿Por qué lo hace usted?- Para salvar mi vida.Adam sonrió, agachó la cabeza y acostó su cuerpo.- Recuerda, aunque sepamos que es mentira, le tendremos que atravesar

el estómago para que los curas vean su cuerpo muerto y sus conciencias quedentranquilas -dijo Adam antes de cerrar lo ojos.

Ulises quedó pensativo.Los primeros rayos de sol arrastraban la niebla al nivel de sus tobillos.

Los tres perros ya se habían dispuesto a rastrear aquel vertedero de silencios.- Aquí nos separamos. Tú, Adam, inspeccionarás las viviendas del sur

de la calle; tu, Ulises, te encargarás de los almacenes de textil que están pasandoestas casas y yo permaneceré en esta zona. Id con Dios.

- Ve con Dios -dijo Adam.Ulises ya había empezado a caminar.Desde luego que Ulises no era un Vampiro ni sabía, como decían los

curas, detectar mejor que nadie a los engendros de Satán. Así que anduvotranquilo por el sitio indicado.

Rodeó el almacén textil. Era una gran nave de piedra con el cartel deabandonado sobresaliendo en su puerta. Ulises se acercó lento a sus enormespuertas de metal oxidado. No estaban del todo cerradas. Observó la penumbraque correteaba por su interior. Las puertas eran pesadas y no pudo moverlasdemasiado, si acaso un palmo si lo consiguió. Entró. El interior era frío y unleve olor a humedad lo cubría todo.

El interior estaba vacío, ni un simple objeto, nada. Aunque algo llamó deinmediato la atención perezosa del viajero, un pequeño rinconcito de luzdescansaba en una esquina. Era imposible aparentemente que la luz entrasepor algún lado, es más, no se veía el aro de luz. Se acercó poco a poco alrincón, sin demasiada prisa. Un candil prendido. Sospechó enormemente, ¿Porqué un candil encendido en medio de aquello? ¿Habría alguien? El viajero seformuló estas preguntas en su, ahora, desconcertada mente.

Se agachó y lo cogió. Alumbró un poco más su alrededor. Como antes,nada.

El viajero empezó a ponerse nervioso, ¿Qué esperaba aquel hombre queencontrase en un lugar dónde no hay nada? No lo entendía. Dio un pequeñorodeo a todo el almacén con la esperanza de tropezarse al menos con algunacosa que no fuera aire húmedo.

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Un sonido se extendió por todo el almacén. El viajero movió su cabezaen todas direcciones cuando sin pesarlo de pronto la detuvo. Recostada en elrincón donde antes estaba el candil, una figura humana, o eso aparentaba.Aguzó la mirada. Se fue aproximando lentamente hacia la posición de la siniestraimagen sombría. Pero aquello se levantó. Ulises se tanteó el miedo en laspiernas. Y de pronto aquella figura echó a correr. Ulises la siguió. Aquellasilueta se coló por una pequeña trampilla inexistente hace tres segundos entrela oscuridad. Ulises, de nuevo, la persiguió.

Se quedó paralizado y pensó en volver. Aquello era un cenagal de tinieblas.No se veía absolutamente nada. Aún así, despacio, fue dando pequeños pasosmientras examinaba su alrededor con las manos y el oído.

Solo tuvo que andar un poco más para que diminutas motas de luz sedejasen caer en aquel lugar. De nuevo aquella figura lúgubre mirándola. Echó,de pronto, a correr detrás de ella.

Embadurnado de angustia entre laberintos mudos de ventilación corría apasos ligeros persiguiendo algo ineludiblemente invisible. Solo su bello olor dejabaverse como un fantasma que retorna a su inmolación. Era como un almacorreteando sin cansarse, agotando y a la vez haciendo más infinito aquelcorredor de aires putrefactos.

Corría y corría. Los pulmones del viajero jadeaban sin aliento y pareciesenmorir tras una enorme explosión de ellos mismos. La luz fue debilitándose,pero sabía que aquello todavía guardaba presencia no a más de diez pasos deél. Tanteó con cuidado su alrededor envenenado de oscuridad y por un momentoquiso retirar sus manos por miedo, pero aquello era suave, cálido también. Unleve aliento fresco recorría sus labios seduciéndolos sin excusa. Pareciesenser cabellos lo que manipulaba él. Eran fríos y largos, peinados, lisos. Y denuevo ese olor atentando grave contra sus sentidos, dejándole enmudecidoante tanta belleza. Deslizó las manos para averiguar de qué se trataba, aunestando convencido de que una mujer allí entre la oscuridad se ocultaba. Susmanos rodearon sus hombros y hacia adentro después, sus pechos daban laafirmación, una mujer. Había olvidado por completo cual era el motivo de sufatiga, ya se había calmado y ahora su corazón latía a mil por otras cuestiones.Todo estaba oscuro, así que tendría que llevarla a un lugar, del laberinto,iluminado. Acarició sus brazos hasta darle las manos y echar de nuevo a correr.Anduvieron veloces cerca de treinta minutos por aquellos túneles sin planoconcreto. La luz se avistaba contigua a la próxima esquina. Sentía sus cabellosbalancearse con el andar, su propio cuerpo respirando ese aroma suyo que a lavez desprendía, sus ojos sin adivinar todavía. Les quedaban varios metros para

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llegar a la luz. Ya estaban allí. Ella quedó detrás de él. La mano de la mujer sedesató de Ulises. El viajero se giró y allí estaba ella tal y como había pensado.Vestía un desnudo atrayente, era pálida en su totalidad. Cabellos enredados,dorados y extendidos hasta las lumbares. Sus ojos por fin adivinados ibandisfrazados de marrón. Se advertía como una presencia extraña, una mujerdesnuda en medio de aquel inframundo consumido en los silencios. Daba igualde quién se tratase, de que era… ¿De verdad era aquello una bestia, un discípulode Satán? ¿De verdad era aquella hermosa chica a quien debería de matar?¿Era lo que buscaban?

Ulises se acercó hasta solo poder intercalar dos dedos entre sus labios.Era preciosa. Su rostro tan claro y delgado. Daba igual, la besó. Mimódelicadamente su espalda mientras sus lenguas recorrían cada rincón húmedode la boca contraria. La mujer siguió el guión marcado por el viajero, no sedetuvo, no dijo que no.

* * *

Aún recuerdo esos tres segundos que separaron el placer de lamonstruosa tortura física que la dama formuló para mí. Su lengua, como unaserpiente reptó dentro de mi boca con demasiada fuerza. Primero extrañéaunque seguí besándola. Pero una sensación pavorosa me recorrió todo elcuerpo hasta estremecerme. Palpé como su lengua se iba enrollando sobre símisma en el interior de mi boca. Sentí como se alargaba. En ese momento, yo,engordado de horror quise echar a correr kilómetros lejos de allí. Pero fue unafantasía deseosa que tuve. No había manera, me levantó del suelo, su lenguacrecía cada vez más en el interior de mi boca y notaba como el mi cerebro lehabría las puertas de su casa. Penetró en la vivienda.

* * *

Ahora recuerdo con cierto daño el aroma oral de aquella mujer. Ahoramiles de otros alientos ajenos se agolpan cada día en los archivos de mi memoria.

La calle Townson siguió arrastrando en sus espaldas de niebla aquelmisterio que nunca se ha resuelto. Nadie ha conseguido volver a ver nada.Solo los que realmente se internan en sus entrañas ven como el miedo lesasfixia de tal forma que sienten desvanecer su cerebro.

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Erika Soria

Esta historia comenzó hace dos años, cuando por culpa de un accidentede coche que tuvieron mis padres nos tuvimos que ir a vivir con mis tíos Careny Jack. Mi tía Caren es una mujer muy guapa, morena, alta, ojos verdes y muymuy delgada. Es sensible muy cariñosa y siempre está contenta. Sin embargo,mi tío Jack es todo lo contrario. Es más borde que mi tía, es muy gruñón nosregaña mucho.

Yo me llamo Carla, tengo quince años y tengo una hermana que tienetrece. Ella es tan revoltosa como yo aunque más estudiosa. Físicamente mihermana es rubia y con el pelo rizado, ojos negros muy muy oscuros y muydelgada.

Volviendo a la historia, en esa tarde del 22 de marzo del 2005 estabasentada en la hierba del maravilloso jardín de mi tía leyendo mi libro preferido,cuando escuche un grito. Era mi tía Caren, me adentré en el bosque para poderayudarla pero ya era demasiado tarde, estaba tumbada en el suelo con un granmordisco en el lado derecho de la tripa .

Fui corriendo al trabajo de mi tío, cuando le dije todo lo ocurrido soltótodas las herramientas que tenía en la mano y fue al bosque, cogió a mi tía y lallevó al hospital a ver qué clase de animal podía ser. La policía dijo que iba ainvestigar y lo antes posible porque podría haber más casos o más adelantepodría ha ber másvictimas.

Esa noche ninguno de los tres podíamos dormir yo como apreciaba muchoa mi tía me puse a investigar. Descubrí que hace millones de años una tribudescubrió que había una manada de lobos peligrosísimos. Así nos adentramosen el bosque y los descubrimos. A mi tío, en una pelea con todos los lobos, lemordieron y también se murió. Nos quedamos solos mi hermana y yo pero

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pronto me iba a quedar sola porque esto lo escribo desde un orfanato y a mihermana se la lleva esta misma tarde una familia.

Todo comenzó mal y todo que comienza mal termina mal .

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Erika Soria

Era un día normal como cualquiera de invierno. Estaba en casa tumbada,me suena el móvil y es mi amiga Alice. Lo descuelgo y le digo:

- Hola, Alice dime ¿qué te pasa?- Nada. Quería preguntarte si esta noche te vas a venir con el grupo a

una casa abandonada que hemos encontrado a las afueras del pueblo- Depende ¿es segura?- Sí, totalmente. Hemos ido a dar una vuelta por los alrededores y por

dentro de la casa y está muy bien- De acuerdo. Entonces, iré. Decidido. ¿A que hora es?- A las ocho y media estoy en la puerta de tu casa- Vale, adiós- AdiósEran las ocho y media cuando Alice me llama, dimos un largo viaje en

coche. Llevábamos treinta minutos y no habíamos llegado todavía. A los diezminutos llegamos y nos encontramos todos en la casa. Era segura, tenía vallasy alarma. Tenía de todo. Eran las once cuando empezamos a oír cosas extrañas,aunque no le dimos mucha importancia. Al cabo de una hora se escuchabanmás cerca que antes, y cada vez más cerca y más y más, cuando de repente seabre la puerta y ¡zas!, un hombre vino hacia nosotras. Estaba lleno de arañazos,el pelo alborotado y tenía la manos cortadas.

Nos persiguió por toda la casa y si te apuras hasta por todo el jardín. Almomento nos dimos cuenta que faltaba Maikel, y luego más tarde Jon y Cristina.Los dos a la vez. Dejamos de correr y pasamos a la casa. Nos sorprendió, perovimos a nuestros amigos. ¡Ah!, pero tenían algo raro. Estaban quietos y nodecían nada. Los tocamos, estaban pegajosos y duros. A Maikel se le cayó lacabeza al suelo cuando Alice le tocó.

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En aquellos 10 minutos que estuvimos observándolos pensamos que porqué habríamos decidido ir a esa estúpida fiesta. Nos volvimos a casa y nocontamos nada. Alice y yo nos conectamos al messenger. Esa noche fue lamás larga de nuestra vida. No dormimos y además estuvimos discutiendo sicontárselo a la policía y a nuestras madres.

Al día siguiente se lo dijimos a la policía. Le contamos la historia y fuimosa la casa donde transcurrieron los hechos. Nosotras nos quedamos sin palabras.Quedamos como mentirosas. Volvimos a casa y vimos fotos de esa casa eninternet. Había una foto en la que salía que en la parte alta de la casa, en laazotea, había una puerta. Al día siguiente fuimos a esa parte y allí estaba todoslos cuerpos.

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Relato vampírico

Patricia García

Joanna estaba a punto de salir de casa. Como una mañana más, sedirigía al trabajo. Cuando con el pie derecho piso la calle al bajar el últimoescalón del portal, miró al cielo, sonriendo. Intuía que iba a ser un día diferente.Abrió el paraguas y empezó a caminar hacia la oficina, segura de sí misma.Sentía cómo Viena caía rendida a sus pies. Poco después llegó a la editorial, ycon la sonrisa más caída, saco un café rancio de la máquina del pasillo y sesentó frente al ordenador.

Comenzó a mirar correos, pero hubo uno que le llamo especialmente laatención. Era un correo «fantasma «, no tenía emisor. La mayoría de laspersonas, cuando les mandan una cadena de muertes por correo electrónico, laignoran y borran el correo. Joanna no era diferente, rechazaba todo tipo decadenas, dichos y leyendas. Abrió ese correo sin pensarlo un par de veces. Elcorreo decía así :

«Sé que lo estás leyendo, sí, sé que eres tú, pensarás que esto es unatontería pero al reenviar el correo lo único que conseguirás es la muerte»El correo contenía un par de párrafos más, pero Joanna no dudó dos segundosen cerrarlo y reenviarlo a algún amigo supersticioso. Lo que no sabía era queen ese mismo momento que hizo clic en «enviar « su vida había empezado acaer en picado.

Esa misma noche, Joanna se acostó pronto, ya que, como de costumbre,al siguiente tenía que madrugar. No fue una noche cualquiera. Joanna sedespertó varias veces por culpa de las muchas veces que se le repetía la frasedel correo en la cabeza, seguida de una extraña imagen de unos cuantosvampiros.

A la mañana siguiente, Joanna tenía ganas de todo menos de ir a trabajar.Ni todo el maquillaje del mundo le tapaba las grandes ojeras que tenia. El mal

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humor iba a caracterizar su día. Repitiendo rutina, se sentó delante de lapantalla del ordenador, abrió el correo electrónico , y otra vez el mismo mensajeaparecía en su bandeja de entrada. Durante un par de minutos se quedó mirandofijamente a la pantalla, pensando en la decisión de volver o no volver a abrir elcorreo. Finalmente decidió cerrarlo y apagar el ordenador, pero no pudo hacerlo.La misma imagen que se repetía la noche anterior en su cabeza, con el mismotexto del correo, se abrió en tantas pestañas que el ordenador se quedobloqueado emitiendo sonidos y sin poder ser apagado. Joanna se asustó y decidiósalir de la oficina en busca de alguien que quisiera ayudarla. Cuando Drewapareció en la oficina de Joanna el ordenador estaba apagado, pero Joanna loseguía viendo lleno de vampiros y mensajes amenazadores, Drew le ofreció aJoanna que se fuera a dormir a su casa, pensando que las alucinaciones estabanproducidas a falta del sueño. Joanna cedió y se fue a casa a intentar coger elsueño, pero como era de imaginar, las imágenes, sonidos y mensajes se repetíanuna y otra vez en su cabeza, vampiros gritando, repitiendo una y otra vezamenazas que Joanna temía que se cumplieran.

A la mañana siguiente Joanna llamó a la editorial a decir que no estabaen condiciones adecuadas para ir a trabajar y a la hora de comer Drew fue avisitarla, a ver cómo se encontraba. La imagen que Drew recibió de ella no erani mucho menos la que esperaba. Estaba pálida, con unas ojeras que casi lecubrían toda la cara y fría como el hielo. Nada más verla, Drew desaparecióde su casa. Poco más tarde la llamo para contarle alguna excusa, para nodecirle que se había ido por su horrible aspecto, y mentalizado, Drew decidióquedar con ella para cenar aquella noche. Cuando Drew llegó a casa de Joanna,la puerta estaba entornada y las luces apagadas. Cuando abrió la puerta yencendió la luz, vio a Joanna convertida en algo que ni si quiera el tenia palabraspara describir, tumbada en el suelo con una estaca de madera clavada en elpecho.

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Sin título

Noelia de las Heras

Aunque no sabía muy bien qué era lo que debía hacer en esos momentosmi amo, vi en sus fracciones una expresión que discrepaba del bien ciudadano,puesto que, con su competente sabiduría, había dispuesto ser un señor aclamadoe interesado por el pueblo. Luchaba contra una monarquía absoluta, defendiendola separación de poderes, pero ese rasgo solidario se veía reflejado por unpropósito aún más oscuro...un propósito que tenía que ver con los vampiros.Supongo que la audacia que caracterizaba a mi amo, Maximilien Robespierre,un político francés del grupo radical de los jacobinos, era superior a la de cualquierhumano insignificante.

Él deseaba la prosperidad para su país, su nación, y ofrecía los idealesbásicos de una democracia, algo que estaba en contra de la tiranía. Lástimaque el pueblo no sabía qué iba a ser la época del Terror.

Corría el año 1793. Mi amo, Robespierre, dio un golpe de Estado ydesmanteló al grupo de los girondinos. Desgraciadamente, no era más que ungrupo gobernado por redes vampíricas y que el pueblo, ese gran ignorante,desconocía. Ahora mismo nos encontrábamos en la gran sala del Comité deSalvación Pública donde mi amo había entrado por la gravedad del acoso de laRepública. Maximilien Robespierre se iba a convertir en el principal dirigentede la nueva república, la república Jacobina.

La gran sala estaba decorada con grandísimos sillones de cuero negro,podía olerse ese arrobador aroma del tejido; las majestuosas columnas eran demármol; los muebles de la sala de un carísimo caoba y las cortinas de sedaimportada de la India. Los colores de las paredes añadían un punto de lujosobrecogedor, si se podía más, la gran sala. Eran tonos tierra mezclados congranates. Como el campo y el vino. Dos mezclas exquisitas. Ahí se encontrabanlos grandes hombres. Los representantes del Estado. Algunos eran humanos

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normales y corrientes; los más poderosos, vampiros. Eran estos los que apostabapor una forma de gobierno vampírica y los humanos, callaban y obedecían cualmeretriz de esquina. No les quedaba otra. Si hacían o decían algo, rápidamenteeran comida para ellos. Un mordisco en el cuello y era callado para siempre.

Yo no sabía dónde estar. Observaba con asombro los movimientos de miamo, que no dejaba de moverse de un sitio a otro, como una bailarina dandopequeños saltos. Mientras hablaba, esos enormes ojos negros miraban a cadaindividuo de la sala, su boca, perfectamente rasgada y fina, mostraba los colmillosen cada palabra que emitía su gutural voz. Era una delicia oírlo hablar; la noblezalo consideraba pedante pero le conmovía su pedanteria, mientras que al pueblole llenaba de ilusiones y esperanza oír palabras que para sus oídos eran opacaspero que, al sonar tan bine, creían como buenas.

Pensábamos que eso ocurría con toda la nobleza, pero no era así. Unhombre, el que se convertiría en el mayor poder de Francia semanas mástardes, descubrió algo que según él, " no olía bien". Cuando Robespierre miró alos ojos de tal hombre descubrió que no se encontraba a salvo.

Dicho hombre descubrió todos los propósitos que Robespierre tenía ymás tarde cometió un golpe de estado que le llevaría al poder. En ese momentofue cuando mandaron decapitar a mi amo y cuando a mí, por desgracia, meencerraron entre estas tres paredes y estos 24 barrotes.