Relatos con ánimo de mundo (100% emoción) - Colegio San José - Espinardo - Murcia

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1 con ánimo de mundo (100% emoción) Relatos

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Libro de diez cuentos escritos por alumnos de Educación Primaria del Colegio San José (Espinardo - Murcia).

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con ánimo de mundo (100% emoción)

Relatos

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Relatos con ánimo de mundo (100% emoción)

Colegio San José Espinardo (Murcia)

Curso 2015/2016

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Relatos con ánimo de mundo

(100% emoción) Junio, 2016

Colegio San José

Espinardo (Murcia)

Edición: José Eduardo Morales Moreno

Ilustración de portada: Alberto Sevilla

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ÍNDICE

Prólogo ................................................................ 7

I. El don de Christian .......................................... 11

II. Buscando el corazón del sabio ....................... 15

III. Chloe y su yegua Leyla .................................. 33

IV. El color del sonido ........................................ 37

V. Otra aventura de Tico ................................... 41

VI. Una lección inolvidable................................. 47

VII. La vida de un acosador ................................ 55

VIII. Educalandia................................................ 61

IX. Un perro afortunado .................................... 67

X. Una hermanita para Lucas ............................ 71

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Prólogo

Te damos, lector, la bienvenida a estos Rela-tos con ánimo de mundo (100% emoción), una colección de diez cuentos escritos por alumnos de Educación Primaria del Colegio San José, los ganadores del XXVIII Concurso Literario de Relato Breve.

Estas narraciones revelan la capacidad de re-lación y de invención que tienen los niños, a lo que ha de añadirse el esfuerzo y el trabajo que realizan para lograr una buena escritura, que no es sino el vehículo a través del cual pueden dar expresión a los mundos que inventan, unos mun-dos que están llenos de emociones: tanto las ge-neradas por la amistad, la inteligencia, la supera-ción o el amor, como las generadas por las aven-turas llenas de misterios y sorpresas.

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El primer cuento, El don de Christian, de Vi-cente Ortiz Serrano (premio al mejor relato de primer ciclo), muestra cómo un niño, gracias a su afán por salir de su rutina, vive una aventura fan-tástica en la que estrecha lazos con sus amigos y ayuda a los animales.

El segundo, Buscando el corazón del sabio, de Francisco Lax Valverde (premio al mejor relato de segundo ciclo), sumerge al lector en el miste-rioso mundo del pasado de la mano de un niño y sus amigos, quienes, empujados por su afán de descubrir, recurriendo a los libros y a la experien-cia de los mayores, resuelven un misterio históri-co.

En el siguiente cuento, Chloe y su yegua Ley-la, de Marina Fernández Ruiz (premio al mejor relato de 3º), la protagonista descubre con sus vivencias que el amor, el trabajo y la constancia son unas cualidades con las que se puede alcan-zar cualquier meta que uno se proponga.

En el cuarto, El color del sonido, de Alejan-dro Castro Guerrero (premio al mejor relato de 4º), el niño protagonista asiste atónito a un he-cho provocado por él mismo al tocar su armóni-ca, y el lector deberá cumplir su función para sa-ber cuál fue ese hecho y qué consecuencias des-encadenó…

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El quinto, Otra aventura de Tico, de Francis-co Castro Parra (premio al mejor relato de 5º), es un cuento muy animado y protagonizado por Ti-co, la famosa locomotora de Tren Town que vive unas aventuras… faraónicas.

El sexto y el séptimo cuento han compartido el premio al mejor relato de 6º de Primaria: por un lado, Una lección inolvidable, de Eugenia Bo-rrás Fernández, que narra la aventura de una ni-ña durante una noche de Halloween en la que aprenderá, en unas visiones fantasmagóricas, una lección… inolvidable; por otro lado, La vida de un acosador, de Jaime Molina García, que plantea el tema del acoso escolar a través de un “matón” que un día descubre que una de sus víctimas po-dría ser su mejor amigo.

A continuación, tres relatos galardonados con un accésit cierran este libro. Educalandia, de Daniel Morales Herrera (4º curso), es la historia de una competición entre las asignaturas cuyo jurado son los niños de Primaria, que deben ele-gir desde la más importante hasta la más… liante.

Un perro afortunado, de Candela López Mar-tínez (6º curso), narra la aventura del perro Kiko, que tras perderse conoce a un personaje que cambiará su vida de una forma extraordinaria.

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Por último, Una hermanita para Lucas, de Mª Dolores Muñoz Hernández (6º curso), que aborda el tema de los celos entre hermanos y muestra cómo el amor fraternal y familiar puede más que esas malas emociones que a veces asal-tan al ser humano.

Pero el ser humano, recuerde el lector, aunque viva gobernado por las emociones, tiene capacidad para controlar y gestionar esas que son malas y que le perjudican, como nos recuer-dan William James o Daniel Goleman; y es que, como decía un famoso pintor, las pequeñas emo-ciones son los grandes capitanes de nuestras vi-das y las obedecemos sin darnos cuenta…

José Eduardo Morales Moreno Profesor de Lengua y Literatura

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I. El don de Christian

VICENTE ORTIZ SERRANO

Hacía mucho que Christian estaba harto de

hacer siempre las mismas cosas. Todos los días iba al colegio en bici, hacía las

tareas y ayudaba a su mamá en casa, siempre era

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lo mismo. Encima, era el hermano mediano, su hermano mayor tenía quince años y estaba en lo que se suele decir la edad del pavo, y su hermano pequeño tenía cuatro años y era el mimado de la familia y siempre le echaban las culpas por sus gamberradas.

En el colegio las cosas no iban mucho mejor. Christian era lo que todos suelen llamar un friki, le gustaba coleccionar cromos de animales y re-vistas de insectos. También le encantaban los fó-siles y los minerales. Por esto los niños de su cla-se a veces se reían de él. Sus amigos de verdad eran dos: Paco y Antonio. Paco era grande y fuer-te y en ocasiones le defendía de los otros niños, y Antonio era un dibujante estupendo, todo un ar-tista que podía dibujar todo lo que se propusiera.

En definitiva, Christian era un niño bastante normal que quería ser alguien importante y pen-saba que nada se le daba bien, aunque él aún no sabía que algo asombroso estaba a punto de su-cederle...

Era el día antes de su cumple, cumplía nueve años. Se fue a dormir temprano. Entonces tuvo un sueño muy real. Era como una pesadilla: esta-ba en el bosque, todo estaba oscuro y los anima-les del bosque hablaban con él. Él no sabía qué hacer, todos hablaban a la vez y no podía enten-

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der nada. Entonces apareció El Gran Búho, el rey del bosque, todos los animales se callaron y le preguntó a Christian:

—¿Es mañana tu cumpleaños? —Dijo con voz seria.

Christian dijo que sí con la cabeza y El Gran Búho siguió hablando:

—Pues mañana recibirás mi regalo de cum-pleaños, tendrás que averiguarlo y utilizarlo para hacer el bien.

Christian se despertó muy nervioso. Aparte de su cumple tenía una excursión al zoo más grande de la ciudad. De camino al zoo les contó el sueño a sus amigos y se rieron de él.

Durante la excursión se perdió y fue a parar a la jaula de los monos. De pronto todos los mo-nos empezaron a hablar a la vez, entonces el mono más viejo se acercó a Christian y le dijo:

—Hola, Christian, llevamos mucho tiempo esperando que cumplas los nueve años, solo tú puedes ayudarnos. La leyenda cuenta que ven-dría un niño con nueve años y nos ayudaría a es-capar. El zoo no es tan bonito como parece. Unos hombres son buenos pero otros hacen experi-mentos con nosotros y nos causan heridas. Debes detener a esos hombres, utiliza tu cámara y haz fotos del laboratorio.

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Christian se quedó asombrado y buscó a sus amigos Paco y Antonio, que, aunque no termina-ban de creerse la historia, le ayudaron.

Fueron al laboratorio y allí encontraron mo-nos enjaulados a los que les faltaban pelo y uñas. Los niños hicieron fotos de todo con mucha prisa para que nadie los viera. Al terminar volvieron con el grupo para no levantar sospechas.

Cuando terminó la excursión, Christian fue corriendo a casa y les contó a sus padres lo que había visto. Todos fueron a comisaría a denunciar lo que pasaba en aquel zoo. Esa misma tarde la policía fue al zoo y detuvo a todos los que habían tenido algo que ver.

Desde entonces Christian ayuda a todos los animales y visita a sus amigos los monos cada vez que puede. Sus padres están orgullosos de él por haber descubierto lo del zoo, aunque el don de Christian es un secreto que solo él sabe..

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II. Buscando el corazón del sabio

FRANCISCO LAX VALVERDE

Érase una vez, en un pueblo llamado Mon-teagudo en el siglo XX, un niño llamado Fran. Era alto, rápido, guapo, responsable, ágil, rubio... Y tenía once años cuando pasó esta historia.

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20 de marzo de 1929

Esa mañana era soleada, despejada, tranqui-la y el amanecer era precioso. Fran se levantó temprano porque esa mañana tenía colegio. Se levantó con ojeras. Cansado y con ganas de ir al colegio. Fue a su cocina y allí se preparó el desa-yuno. Normalmente desayunaba leche con galle-tas o con cereales en su taza decorada por él mismo, con estos colores: blanco, azul, amarillo y rojo, pintando el escudo del Real Madrid. ¡Su equipo favorito!

Se vistió muy rápido, con su camiseta verde, su jersey con el escudo de su colegio, unos panta-lones vaqueros azules claros, y cogió su mochila (se la regaló su abuelo), que era de estilo militar, pero con los años parecía más una pocilga que una mochila.

El colegio estaba a un kilómetro de su casa y siempre iba andando con sus amigos Adrián, Rafa y Carlos. Adrián era listo, astuto, rápido, respon-sable, moreno, su pelo era castaño... Rafa era lis-to, alto, responsable..., y Carlos era casi igual que Rafa, porque eran hermanos.

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En el colegio el profesor mandó hacer un trabajo y leer un libro sobre su pueblo. Por la tarde fue a la bi-blioteca para buscar un libro sobre Monteagu-do. Y al fin, después de tanto buscar, encontró un libro que era perfec-to aunque un poco vie-jo, se llamaba Montea-gudo, sus castillos y sus monumentos. Fran le echó un ojo y lo que más le llamó la atención fue-ron dos cosas:

1. Las letras estaban un poco borradas, un poco rotas, y…

2. En la página 59 vio que de título ponía: Túneles, galerías y pasadizos secretos.

Al leerlo no se creyó lo que ponía. Entonces se le ocurrió una brillante idea: hacer una excur-sión al Cristo de Monteagudo. Tras cuatro minu-tos pensando esa idea decidió proponérsela a sus amigos Adri, Carlos y Rafa. Los tres le dijeron que sí y quedaron para el día siguiente, sábado, a las 10:00 a.m., delante de la puerta de la iglesia.

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21 de marzo de 1929

Esa mañana Fran se levantó con mucha ilu-sión por la excursión y cogió una mochila y echó todas las cosas que les hacían falta: una linterna, muchas pilas de repuesto, cuerdas, una tienda de campaña, un mapa, mucha comida y un móvil. Tal y como lo habían previsto estuvieron allí los cuatro a las 10:00 a.m. Adrián se llevó casi lo mismo que Frank. Rafa se llevó unas cuerdas, una tienda de campaña, unas linternas con pilas de repuesto, mucha comida, cerillas y un móvil. Car-los se llevó lo mismo que Rafa.

Se despidieron de sus padres y empezaron a caminar por un sendero que estaba a la espalda de la montaña. Por el camino se encontraron a muchos animales de casi todas las especies: cier-vos, pájaros, conejos, ovejas... La cima estaba muy alta y empinada, a los cuatro les costaba subir la cuesta que había.

Al fin llegaron a la cima. Y comprobaron que esa hora subiendo por la montaña no había sido en vano, pues los cuatro descubrieron paisajes que antes no habían visto, ni se pensaban que les podrían gustar tanto esas vistas de Murcia, desde esa gran altura. Se podía ver toda Murcia capital, sus alrededores, su magnífica huerta y sus sie-

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rras. Allí arriba empezaron a investigar dónde es-taba la entrada a la cueva secreta. Pasaron horas y horas y los cuatro seguían buscando, hasta que Fran, de repente, se acordó de que tenía el libro de Monteagudo en su mochila, lo sacó y se le ocurrió ver las vistas de fondo de las imágenes de la entrada secreta.

Buscaron esas vistas, pero al principio no las localizaron porque la vegetación había cambiado mucho. Se dio cuenta de que no se tenía que fijar en la situación de la montaña sino en el fondo de la imagen. Así en poco tiempo descubrieron por dónde podía estar la entrada secreta, ahora te-nían que localizar el sitio exacto. Los cuatro deci-dieron que tenían que buscar por separado para que la búsqueda fuera más rápida. Carlos y Rafa fueron por la parte de arriba, mientras que Fran y Adrián decidieron buscar un poco más abajo de la montaña. Transcurrida una hora, ninguno de los cuatro encontró nada y decidieron tomarse un descanso. Rafa le pidió el libro a Fran para echar-le un vistazo.

Se dio cuenta de que en la foto aparecía una sombra en el lado izquierdo, una sombra que po-dría ser sin duda el Cristo de Monteagudo. Esto le hizo pensar que podría ser en otro lugar pero muy cerca de allí. Los demás se quedaron un po-

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co pensativos con lo que dijo Rafa. Carlos dijo que el monumento que estaba más cerca del Cristo y por la anchura de la foto era El Castillejo, de quién había sido y para qué lo utilizaron.

Carlos comentó que se llamaba Qsar Ibn Sad, pero más conocido como El Castillejo. Había sido la residencia del primer rey musulmán de Murcia, en la época de Ibn Mardanis, más cono-cido como el Rey Lobo. Más adelante, por el año 1243, con la incorporación del reino a la Corona de Castilla, Alfonso X el Sabio situó su residencia en El Castillejo.

Los cuatro ami-gos recordaron que haciendo un trabajo de clase les tocó es-cribir sobre Alfonso X el Sabio, y se acorda-ron de que su cuerpo estaba enterrado en la Catedral de Sevilla y su corazón en la Catedral de Murcia. Todo empezó a encajar y pensaron en la entrada a los túneles de El Castillejo, que fue la residencia de Alfonso X el Sabio.

Se estaba haciendo tarde y decidieron sacar sus bocadillos para empezar a comer y dejar la búsqueda para la tarde. El bocadillo de Fran era

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de tortilla de patatas con kétchup, el de Adri era de salchichón, el de Carlos, de tomate, lechuga y carne, y el de Rafa, de jamón. Se los comieron en un abrir y cerrar de ojos, todos decían:

—¡Qué bueno está mi bocadillo! —Dijo Frank.

—¡Mi bocadillo está riquísimo! —Añadió Adri.

—¡Esto se merece un diez seguro! —Dijo Carlos.

—¡Si es que está de muerte! —Indicó Rafa. Montaron las tiendas de campaña para

echarse una siesta y recuperar las fuerzas. Todas las tiendas puestas parecían un camping de ve-rano. Al cabo de cinco minutos todos estaban durmiendo como las tortugas en plena hiberna-ción. Pasadas dos horas se despertaron con un montón de energía en el cuerpo y con ganas de buscar la cueva en El Castillejo.

Recogieron todo lo que había montado, ti-rado…, y se pusieron en marcha. Bajaron por otra ladera que había por la montaña y les llamó la atención un árbol que tenía muchos matorrales por detrás. Se acercaron y vieron como ladrillos, quitaron los matorrales y descubrieron que había una puerta de rejas de hierro, con un candado oxidado. Intentaron quitar todos los matorrales

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que había enredados en la reja, y uno de ellos cogió una piedra e intentó abrir el candado con un golpe, pero no le dio lo suficientemente fuerte para conseguirlo... Después lo intentó Carlos y consiguió abrirlo... Era un pasadizo secreto, deci-dieron entrar, estaba muy oscuro, así que encen-dieron sus linternas y vieron que había como una estrella, la estrella de David. Entonces Fran dijo que esa estrella hacía referencia a una de las an-tiguas religiones que había y que significaba el paraíso.

—¡Esa estrella también está en cada una de las torres salientes de El Castillejo! —Dijo Fran enseñándoles a sus tres amigos el mapa de El Castillejo en el libro de historia.

Siguieron andando hasta ver unas escaleras. Empezaron a subirlas, parecía que había muchos escalones porque los cuatro amigos estaban can-sados, hasta que vieron una luz a lo lejos y empe-zaron a subir corriendo. Llegaron a la superficie y se dieron cuenta de que estaban justo debajo de El Castillejo, y esa luz se veía porque El Castillejo se había roto un poco, haciéndose una grieta en la pared, dejando entrar la luz por donde estaba la salida de ese pasadizo.

Aunque llegaron hasta el final del pasadizo, se encontraron con una valla de hierro que im-

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pedía la salida. Por muchos intentos no consi-guieron desplazar la valla, pues era muy pesada.

—¿A lo mejor es por esto por lo que los poli-cías no dejan el paso? —Preguntó Rafa.

—Sí, seguramente —respondió Adri. Decidieron volver por donde habían entrado

y por el camino decidieron que sería mejor regre-sar a casa y quedar a la mañana siguiente más temprano, esta vez fue a las 8:00 a.m.

22 de marzo de 1929

Esta vez los cuatro amigos decidieron que en sus mochilas solamente llevarían lo imprescindi-ble para no llevar mucho peso. Lo que se llevaron en sus mochilas fueron linternas, cuerdas, una brújula, un pico de mano y unos buenos bocatas para cuando les entrase hambre.

Esta vez volvieron a entrar en el pasadizo y decidieron dar los mismos pasos que el día ante-rior, hasta que uno de ellos se resbaló y su linter-na alumbró lo que parecía ser un trozo de made-ra tallada... Se levantó e intentó coger el trozo de madera pero eso no era simplemente una tabla, era algo más profundo. Con ayuda de un pico de mano y mucho cuidado sacaron la caja que esta-ba metida en la pared... Los cuatro la miraban

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asombrados y decidieron salir a la luz para verla mejor.

La caja estaba toda tallada en la tapa, lleva-ba un dibujo de un castillo y un esqueleto. Abrie-ron la caja con cuidado y encontraron en su inte-rior un pergamino con un lazo rojo alrededor, con un sello de un anillo incrustado en cera roja.

Decidieron guardar la caja en una de las mo-chilas y se fueron a casa de Rafa y Carlos y deci-dieron dibujar en grande el sello... Entonces fue-ron a la biblioteca a buscar información sobre ese sello. Y como no sabían por dónde empezar a buscar le pidieron ayuda al bibliotecario. Él les dijo que ese sello lo utilizaba Alfonso X el Sabio para escribir cartas, pergaminos...

Regresaron a casa de Rafa y de Carlos, con mucho cuidado quitaron el lazo del pergamino y se imaginaron que habría un mapa dentro de él, pero no, había más símbolos. Rafa se acordó de que tenía en su casa un diccionario antiguo que pertenecía a su abuelo. Él se acordó de que cuando era pequeño su abuelo le contaba histo-rias relacionadas con unos dibujos que a él le gus-taban mucho. Se pusieron a buscar los símbolos que se encontraban en el pergamino, tras un rato de búsqueda encontraron uno perteneciente a la familia real de Castilla.

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Los cuatro decidieron pedir ayuda al abuelo de Rafa y de Carlos, Fran y Adri preguntaron:

—¿Dónde está la casa de vuestro abuelo? —Preguntó Fran.

—¿Está lejos? —Preguntó Adri. —¿Está a la vuelta de la esquina pasando

dos calles —dijo Carlos. —Está muy cerca —dijo Rafa. Fueron corriendo a casa del abuelo de Rafa y

de Carlos, su abuelo se llamaba Antonio. Menuda la suerte que tenían, porque en ese momento Antonio se encontraba en su casa.

Antonio se puso muy contento de ver de nuevo a sus dos nietos:

—¡Abuelo, necesitamos que nos ayudes! —Dijo Carlos.

—Vale, ¿en qué puedo ayudaros? —Dijo su abuelo.

—Aquí —dijo Rafa mientras sacaba el per-gamino— hemos encontrado estos símbolos, tú me contabas historias sobre ellos de pequeño, ¿no?

—Sí, ya veo que te acuerdas —dijo Antonio, su abuelo—, tan verdaderas y...

—Espere —interrumpió Fran—, ¿ha dicho verdaderas?

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—Sí, verdaderas y al mismo tiempo falsas —dijo Antonio sonriendo.

—Entonces... ¿Son verdaderas o falsas? —Preguntó Adri.

—Las dos cosas, jovenzuelo —respondió el abuelo.

—¿Pero cómo es posible eso? —Se pregun-taron todos. Entonces Antonio se puso a reírse.

—¿Es que no lo pilláis? —Preguntó riéndose Antonio.

—No —respondió Carlos. —¿Qué sucede? ¿Cómo que no lo pillamos?

—Preguntó Fran. —¡Que hay partes verdaderas y otras falsas!

—Respondió Antonio mientras seguía riéndose. —¿Y cómo vamos a poder diferenciar lo

verdadero y lo falso? —Preguntó Fran. —No sé —dijo Adri. —Bueno, abuelo, ¿nos puedes ayudar con el

pergamino? —Preguntó Rafa. —Sí, claro, por qué no —dijo su abuelo—.

Este símbolo corresponde a la familia real de Al-fonso X, la historia cuenta que fue un rey que vi-vió en Murcia y cuando hacía buen tiempo se trasladaba a su castillo para pasar los meses ve-raniegos... Ese castillo es El Castillejo... Según cuenta la leyenda, este rey realizó unos túneles

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conectados con la Catedral de Murcia y a otros lugares... Pero, bueno, ¿dónde habéis encontrado este pergamino? Parece de la época.

—Lo encontramos cerca de El Castillejo —dijeron todos a la vez.

—¡Lo habéis encontrado! ¿Dónde? ¡No pue-de ser! —Dijo el abuelo.

—Sí —dijeron los cuatro a la vez. —¡Chicos! Coged vuestras cosas, que nos

vamos a hacer una visita al lugar donde estaba, ya que antiguamente se enterraban estos perga-minos junto a otras pertenencias de reyes y go-bernadores...

Los cinco emprendieron el camino hacia el lugar donde encontraron el pergamino. Cuando llegaron todo estaba igual como lo dejaron, en-traron con las linternas y señalaron el lugar exac-to donde lo encontraron.

El abuelo cogió una linterna y sin decir nada se puso a mirar con detalle alrededor. Los cuatro niños dieron un paso atrás para dejar al abuelo que mirara todas las figuras que se encontraban en las paredes. Los niños miraban con asombro al abuelo, pues no paraba de susurrar palabras muy raras para los niños... Parecía que el abuelo se había vuelto loco...

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El abuelo les pidió a los niños un folio y un lápiz... Y empezó a dibujar los símbolos que se encontraban en las paredes... Tras realizar tres dibujos en hojas diferentes, el abuelo empezó a darles vueltas y ponerlos en posiciones diferen-tes, hasta que Carlos le dijo al abuelo que eso pa-recía un trozo de laberinto. El abuelo unió los tres dibujos y se formó como un mapa. Siguieron las instrucciones hasta un punto en el que ponía que era todo recto, pero había una pared por medio. Entonces el abuelo dijo:

—Coged los picos, tenemos que derribar una pared.

—Sí, señor —dijeron todos a la vez. Tras una hora los niños consiguieron abrir

un hueco en la pared lo suficientemente grande para que pudieran entrar ellos. Cuando estaban todos dentro, encontraron una habitación muy pequeña con una caja. La caja era de madera ta-llada donde se podía ver el escudo real.

El abuelo les pidió a los niños que sacaran la caja con mucho cuidado, ya que él no se atrevía a salir con ella para no tropezarse y estropearla...

Cuando llegaron a la entrada se sentaron para contemplar cómo el abuelo abría la caja y sacaba de ella unas cartas.

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El abuelo cogió la primera carta y le pasó la mano. Le quitó todo el polvo que llevaba... Los niños observaron al abuelo, que estaba muy emocionado. Antonio abrió el sobre y sacó una hoja con un escrito. Empezó a leerlo pero los ni-ños no entendieron muchas de las palabras que decía el abuelo. Este les dijo que era castellano antiguo y que parecía la correspondencia real de Alfonso X. En la primera carta, el abuelo les dijo a los niños que era de la familia de Alfonso, que se alegraba de saber que él estaba bien y que les encantó que les hablase tan bien de Murcia. Que era una ciudad maravillosa y que sería un sueño el poder vivir hasta el final de sus días en esta hermosa tierra en la que tantos buenos momen-tos había vivido.

Antonio les dijo a sus nietos y a los amigos de estos que cogieran sus cosas, que se tenían que ir corriendo a un sitio... Pero no les dijo dón-de... Cuando llegaron a la puerta de la biblioteca, esta estaba cerrada, pero Antonio llamó con mu-cha insistencia a la puerta... Al rato una voz sonó desde dentro y Antonio dijo:

—Abre la puerta, Aurelio, soy Antonio. Se escuchó el sonido de un pasador y el chi-

rrido de la puerta al abrirse. Antonio entró sin apenas Aurelio abrir del todo la puerta...

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—¿Qué pasa, Antonio? ¿Por qué estas pri-sas? ¿Qué llevas ahí? —Le dijo Aurelio al abuelo.

—¡Estos son mis nietos y unos amigos y mi-ra, mira lo que te traigo! —Dijo Antonio.

Aurelio no podía creer lo que Antonio le mostraba... Cogió sus gafas y empezó a mirar y leer con detenimiento... Su cara mostraba asom-bro... Y en varias ocasiones dijo: “No puede ser, no puede ser”.

—¿Dónde habéis encontrado estos docu-mentos? —Preguntó Aurelio.

—Los han encontrado mis nietos y sus ami-gos cerca de El Castillejo —dijo Antonio.

—Me los tienes que dejar, pues si no me equivoco es la correspondencia del rey Alfonso X. Son las cartas que su familia creía perdidas y en las que decía dónde quería ser enterrado.

—¿Entonces? ¿Qué hacemos? —Dijo Anto-nio.

—Mañana iremos a entregarlas a las autori-dades, que nos dirán si efectivamente son las au-ténticas —dijo Aurelio.

Mientras tanto los niños se encontraban en medio de esta conversación sin dar crédito a lo que estaban escuchando.

Unos días después los niños fueron con An-tonio a visitar la Catedral de Murcia, donde el

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abuelo les enseñó la capilla en la que se encuen-tra la urna de Alfonso X. Y el abuelo les mostró algunos de los secretos que guarda la catedral.

Y unas semanas después los niños junto con el abuelo fueron llamados a un acto en el cual se presentaron los documentos y, como un premio, los nombraron hijos predilectos de la ciudad de Murcia. Les entregaron unos diplomas y unas medallas.

Los cuatro miraron al abuelo y le dijeron que les tenía que contar más historias de la Catedral de Murcia... Pues tenían ganas de otra aventura como esta...

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III. Chloe y su yegua Leyla

MARINA FERNÁNDEZ RUIZ

Érase una vez una niña guapa, alta y delga-

da. Tenía el pelo de color rubio y una melena cor-ta. Se llamaba Chloe. A Chloe le gustaban mucho

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los caballos y lo que más le gustaba era ir a verlos a una escuela de equitación que había cerca de su casa.

Un día que no tenía colegio se acercó a ver a los caballos y encontró a una pobre yegua lesio-nada que se llamaba Leyla. La dueña contó que tenían que sacrificarla, porque no podía correr. Chloe le suplicó que no lo hicieran, que ella la cuidaría, y Carmen, que era la dueña, aceptó.

La niña cuidó y amó con todas sus fuerzas a Leyla y unos meses después sus cuidados dieron resultado.

Chloe y Leyla regresaron a la escuela de equitación. Cuando llegaron dijo: “Mirad quién está aquí”. “¡Leyla!”, gritó Carmen, “Lo has con-seguido”, le dijo a Chloe.

Una semana después se apuntaron a una ca-rrera, Chloe creía que ya estaban listas pero que-daron las últimas. Chloe se fue decepcionada y llorando a su casa.

Al día siguiente, cuando llegó a la escuela, todos le aplaudieron, ella dijo: “¿Por qué me aplaudís?”, con una cara triste. Carmen le contes-tó: “Porque lo has intentado, yo cuando era pe-queña también quedé última, pero seguí inten-tándolo y al final gané”.

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Así pasó el tiempo y al año siguiente Chloe y Leila se volvieron a presentar y quedaron terce-ras. A la siguiente carrera, segundas, y a la si-guiente ganaron. Chloe se puso muy contenta y sabía que Leyla también. “¡Hurra!”, gritó Carmen, “Lo has conseguido”.

Chloe en esa carrera decidió que de mayor sería profesora de equitación, ya que los caballos le hacían muy feliz.

El esfuerzo, el amor y la constancia son la moraleja de este cuento.

Y colorín colorado

este cuento

se ha acabado.

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IV. El color del sonido

ALEJANDRO CASTRO GUERRERO

A Daniel le gustaba asomarse por la ventana de su habitación los días de lluvia. Miraba al cielo en todas direcciones buscando un poco de clari-

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dad que hiciera aparecer el arco iris. ¡Era lo que más le gustaba en este mundo! Mucho más que la tortilla de patatas que hacía su madre. Tenía la habitación llena de posters y fotos, y sus colores preferidos eran los del arco iris. Esa mañana la nieve estaba triste, llevaba días sin ver el arco iris. Mientras miraba al cielo pensativo a través de su ventana, con sus labios tocaba la nota DO de su armónica, cuando de repente... en el cielo nubla-do empezó a dibujarse el color rojo del arco iris.

Daniel, asombrado, saltó rápidamente de la cama para asomarse a la ventana y ver mejor el arco iris, pero en cuanto se asomó el color desa-pareció.

—¡Un momento! ¿Puede ser que...?

Rápidamente volvió a la cama, cogió su pe-queña armónica y tocó la nota MI.

Enseguida en el cielo se dibujó el color ama-rillo, y así sucesivamente: con cada nota que to-caba en la pequeña armónica, aparecía un color del arco iris. Pero... algo fallaba, cada vez que Daniel dejaba de tocar, el color desaparecía.

Tenía que hacer algo rápidamente, el mundo no podía vivir sin arco iris.

A la mañana siguiente, muy temprano, antes de que sus padres se levantaran, se preparó para ir a la búsqueda del arco iris. Se puso sus botas

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camperas, cogió su brújula, su armónica, galletas de chocolate y unos calcetines.

Para que sus padres no lo oyeran salir, salió por la ventana. Se cogió a la tubería del agua y poco a poco fue bajando. Una vez en la calle, se colocó estratégicamente detrás de unos matorra-les, para que nadie lo viese. De su mochila sacó la brújula y su pequeña armónica. Tocó una nota musical y en el cielo empezó a dibujarse el color naranja. Rápidamente cogió la brújula y la orien-tó hacia donde nacía el color.

—Rumbo 3° Este. Y ahí empezó su aventura: saltó vallas, esca-

pó de perros peligrosos con sus dueños enfada-dos, hasta se enfrentó a una pandilla de matones. Por suerte fue campeón de atletismo en el cole-gio. Pero lo mejor de todo fue la cantidad de amigos que hizo en su viaje. Conoció a Pedro, un viejo vagabundo recogecartones. Él le enseñó el valor de la amistad y de la generosidad, cuando con sus cartones le hizo una cueva para poder resguardarse de la lluvia. De vez en cuando saca-ba su armónica y comprobaba con la brújula que no se había desviado del rumbo.

Después de casi todo el día caminando, llegó al final del camino. Ya no podía seguir, había lle-gado hasta el mar. Se sentó en una piedra y sacó

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de la mochila su pequeña armónica. Cuando lle-vaba un rato tocando, levantó la cabeza y vio que estaba rodeado de niños y niñas de todas las edades. Todos tenían una sonrisa en la cara que les llegaba de oreja a oreja. Uno de ellos se acer-có a él y, cogiéndole del hombro, le dijo:

—Por favor, no pares, en nuestro colegio y casa no podemos escuchar música porque no te-nemos instrumentos.

—¡Ahora lo entiendo todo! —Dijo, levan-tándose de un salto—. Eso era lo que quería el arco iris. Pero para hacer música nos hace falta comprar instrumentos musicales —les dijo.

Entonces se pusieron a buscar cajas, botes, etc. Y con todo lo que encontraron fabricaron sus instrumentos.

Un par de botes de pintura les sirvió para una batería. Con un cartón de leche, un palo e hilo de pescar, una guitarra, y así con un montón de trastos viejos. Sin darse cuenta, mientras que unos se fabricaban sus instrumentos y otros los afinaban, detrás de ellos, entre nubes y claros, se dibujaba un precioso color del arco iris.

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V. Otra aventura de Tico

FRANCISCO CASTRO PARRA

Prólogo

¿Os acordáis de Tico?

Tico es nuestra amiga, la locomotora de va-por que se fabricó en 1930 y que siempre se me-tía en líos.

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Han pasado dos años desde su últi-ma aventura con sus amigos de Tren Town.

Tico sigue viviendo en esa maravillo-sa ciudad, plagada de vías, raíles, túneles y estaciones, en compañía de su familia y amigos.

Su última aventura fue “El tren de las profundidades”, donde pasó mucho mie-do.

¿Qué os parece si vamos a ver lo que está haciendo Tico? Seguro que vamos a correr una gran aventura y no olvidéis cargar vuestros ténderes con muchísimos kilos de carbón para que no nos falte energía.

¡Adelante!

Tico el tren en: La búsqueda de la tumba de Tutanvapor

Una noche más en las cocheras, Tico estaba durmiendo cuando se oyó un rui-do a través de la puerta. Abrió la puerta y dio la casualidad de que era su abuelo. El día anterior su padre le dijo que el abuelo se fue hacía veinte años a investigar a

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Egipto con un grupo de arqueólogos y ha vuelto a Tren Town para decirle a Tico una noticia:

—¡Hola, Tico! —¡Abuelo! —Exclamó Tico. —He venido a decirte que ¡te vienes a Egip-

to conmigo!

—¿¡En serio!? —Respondió sorprendido Ti-co.

—Sí —afirmó su abuelo, con una voz dulce y profunda.

Temprano, a la mañana siguiente, fueron a decírselo a sus padres, que contestaron:

—¡Claro que sí, vamos a Egipto! ¡Nosotros también vamos!

Y entonces se fueron todos a Egipto. Ya en Egipto, el abuelo les habló de su histo-

ria.

—Bienvenidos a El Cairo, tierra de reyes y dioses: Cleopatra, Nefertari, Ramsés I… Haced turismo, descansad del viaje y mañana nos ve-mos.

—¡Vale! —Dijo la familia. Al día siguiente pusieron rumbo a las pirá-

mides de Gizeh, a cincuenta kilómetros de allí.

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Una vez allí, estuvieron charlando sobre la historia de ese lugar:

—Este sitio lo construyó un faraón egipcio hace tres mil años.

—¿Queréis ver la tumba de aquel faraón?

—¡Sí! —Exclamaron todos. Entraron en la pirámide y el abuelo leyó los

jeroglíficos de la pared y les dijo que antes de lle-gar a la cámara funeraria había un laberinto con muchas trampas y un templo sub-terráneo.

Todos grita-ron por lo que se les venía encima. Entraron al labe-rinto y comenzó la historia...

Continuará…

Hemos vuelto y continuamos. Entraron y nada más pasar ¡se encontraron con un escor-pión! Se asustaron y salieron corriendo en una dirección y resultó que iban por buen camino, ¡uff! Tenían suerte de estar vivos y, ¡sí!, seguirían el camino, costara lo que costara. Unos metros después se encontraron con un acertijo que de-

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cía: “Si quieres saber quién soy, arriba estoy!”. Encima de ellos había un águila. Pulsaron el ladri-llo con el águila y se les abrió una trampilla secre-ta delante de ellos. Cruzaron la trampilla y se les cerró la puerta de golpe, se quedaron atrapados y a ciegas, entonces el abuelo encendió una an-torcha con dos palos y una rama. Nada más en-cender la antorcha se encontraron con un pasillo largo que acababa en unas escaleras que bajaban veinte metros. Al bajar se encontraron con la cá-mara funeraria del faraón Tutanvapor. Estaba llena de riquezas: oro, diamantes, mil monedas de plata y cuarenta rubíes; pero antes de coger las reliquias, una voz se escuchó desde el fondo de la cámara funeraria:

—¡Se acabó, me tenéis harto, habéis supe-rado mis trampas, lo pagaréis con vuestra vida, decid adiós!

Entonces apareció de golpe la momia del fa-raón y su ejército.

—¡Al ataque! —Exclamó el faraón. Se pusieron a luchar, fue bastante fácil: co-

mo el ejército estaba hecho de huesos, pues los desmontaron rápidamente.

Vencieron y le clavaron (como a los vampi-ros) una estaca en el corazón al faraón. Una vez derrotado, no tuvo más remedio que abrir la

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puerta trasera y dejar salir a nuestros héroes. Co-gieron las riquezas y las transportaron a Tren Town. Una vez allí, cada uno se llevó su parte. Tico y su familia se la donaron al INCER:

Instituto

Nacional Contra

Enfermedades

Raras

Y el abuelo la donó a más de veinte orfana-tos con doscientos niños cada uno. ¡Y vivieron felices para siempre!

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VI. Una lección inolvidable

EUGENIA BORRÁS FERNÁNDEZ

Era un día nublado y de viento, en el que las

hojas se te ponían en la cara con fuerza sin que-rer despegarse. Yo, Samanta, vivo en una calle

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larga y recta de Murcia en la cual viven mis dos amigas más cercanas, Macarena y Yaiza. Nosotras somos las mejores amigas del mundo mundial desde pequeñas, pero últimamente nos estamos distanciando. Aunque eso no es tan importante como la fiesta de Halloween que nos estaba es-perando en unos días.

Por fin llegó el gran día y las tres nos íbamos a disfrazar de esqueletos, pero ellas decidieron cambiar jun-tas su vestimenta por una calabaza.

Todos los niños estaban pidiendo caramelos en la calle y nosotras decidimos ir a la casa prohi-bida, y así era, ya que daba más miedo que cual-quier otra. Conforme nos acercábamos hacía más frío, como si estuviéramos en el Polo Norte y to-da la gente hubiera desaparecido, pero en ese momento solo pensábamos en entrar.

A mí me tocó llamar al timbre lleno de polvo y telarañas. Entonces la puerta se abrió despacito y con un ruido chirriante a la vez que terrorífico. Todas entramos a la vez por un estrecho pasillo en el que había tres cuadros: el primero tenía un monstruo tan feroz y grande como nunca pude

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imaginarme; en el segundo solo aparecía una escultura con tres interrogaciones; y en el tercero había un papel en blanco cubierto por sombras de colores muy in-tensos como el negro aza-bache. Lo que no sabíamos era si había alguien que pudiese explicarnos qué significaban esos hermosos cuadros.

Terminamos el pasillo y se encendieron co-mo relámpagos tres luces sin nadie que lo ejecu-tara, las cuales nos mostraban tres puertas. Des-pués de hablarlo decidimos que sería buena idea ir cada una por una de ellas. Yo pasé por la iz-quierda, Macarena por la central y Yaiza por la entrada de la derecha. Pese a que teníamos la idea de comunicarnos con nuestros teléfonos móviles, no nos sorprendió demasiado saber que no había cobertura en esa enorme mansión.

Al entrar en la habitación que me tocó, no vi nada, todo estaba oscuro, cuando de repente apareció un ser prácticamente transparente que me dijo:

—Estate tranquila, chiquilla, deberás realizar tres pruebas y tras ellas verás una realidad en la que, estoy seguro, nunca te habías fijado. Pero

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no pongas esa cara, que no te voy a dar ninguna pista. Ahora empecemos.

—¡Espere, no estoy preparada!

—Sé que lo estás —dijo con un cierto eco al alejarse poco a poco.

En ese momento apareció una silueta que se acercaba sin control poniéndome muy nerviosa. A cada paso que daba me iba dando cuenta de sus rasgos tan peculiares, como su cola de ratón, su cresta de gallo (y sí, aunque resulte más gra-cioso que amenazador, estaba mordiéndome las uñas). Rugía como un león pero daba la sensación de que escupía pequeñas chispas de fuego, cosa que no me tranquilizaba demasiado. No sabía qué hacer, tenía varias opciones: salir corriendo (no podía, pues no veía salida), quedarme quieta y esperar a que me consumiera con su fuego, o la que estaba dispuesta a hacer, que era ir a hacerle cosquillas. Y aun siendo un poco ridículo, debéis saber que funcionó.

Al segundo de hacerlo volvió a aparecer esta especie de fantasma y me dio la enhorabuena por elegir la opción más correcta dentro de lo que tenía. Había superado la prueba de valentía.

Sin dudarlo me dio la bienvenida a la si-guiente prueba, donde me encontré exactamente lo mismo que vi en aquel cuadro tan misterioso

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del pasillo, el de las interrogaciones. Todo enca-jaba, pero ¿qué significaría? Volvió este ser a darme la información respecto a lo que me en-frentaba: “Aquí solo vale la inteligencia y la im-portancia que les des a los detalles de estas tres adivinanzas que debes responder, una descono-cida pero en las otras dos deberás tener cuidado, ya que es poco probable que las sepas resolver. Esta es la primera: “Hojas tengo y no soy árbol, lomo tengo y no soy caballo”.

Después de escucharlo pensé que si tuviera algún libro en ese instante podría investigarlo y entonces lo vi claro como el agua, la respuesta era lo dicho: un libro. Él me escuchó y me comu-nicó que era correcta y directamente me dijo el segundo acertijo sin añadir nada más: “Blanca por dentro, verde por fuera. Si quieres que te lo diga, espera”.

Ya veo que esta es la conoci-da, pues mi abuela me la ha dicho tantas veces como niños hay en el mundo y por lo tanto no me costó mucho decir “pera”.

La última me dijo que era fá-cil según por donde lo mirara, y aquí vino: “El cie-lo y la tierra se van a juntar, la ola y la nube se

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van a enredar. Vayas donde vayas siempre lo ve-rás, por mucho que andes nunca llegarás”.

Tras mucho darle vueltas pensé que si el mar y las nubes se enredaran estaría viendo el horizonte, al que por mucho que lo intentase nunca podría llegar.

—Bueno, ya veo que eres muy astuta —me dijo.

—La verdad es que eran fáciles, señor. —Perfecto, acabas de superar la prueba de

sabiduría y ahora te toca un examen de concien-cia, ya no te diré más.

Me adentré en el supuesto “examen de con-ciencia” y vi a mis dos amigas Macarena y Yaiza dentro de un círculo muy raro, pero por más que les gritaba "¡Salid de ahí!", no se movían, pare-cían una foto.

—¿Qué es esto? —Le pregunté. —Aquí las preguntas las hago yo, después lo

entenderás. Y bien, dime, aquí solo pueden sal-varse dos personas, una de tus amigas y tú. ¿Quién es la afortunada?

Fue una de esas situaciones en las que no sabes qué hacer, por eso se me hizo eterna y na-da más que meditaba cómo arreglar aquello.

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Para mí había pasado toda una vida hasta que me vino un pensamiento que lo cambiaría todo:

—Quiero que tú elijas a una de ellas y que la otra se intercambie por mí —le dije sin meditarlo dos veces.

—¿Estás segura de lo que dices? —Me pre-guntó.

Aunque no lo tenía muy claro, porque indu-dablemente eso solo pasa en las pelis y cuentos, mi respuesta fue un “¡Sí!” rotundo.

—Vale —me contestó. Y cuando fui a darme cuenta todo había

desaparecido. Pero... ¿Que había pasado?

—Sí, era una farsa. Pero aunque sé que tie-nes millones de preguntas, déjalas para el final, que yo pienso que será mejor que veas esto.

Inesperadamente apareció una pantalla en la que el fantasma estaba en la tercera ronda preguntándoles lo mismo a mis amigas y, para mi gran sorpresa, se eligieron mutuamente.

La tristeza me inundó en una impotencia de no saber qué hacer y finalmente me decidí a ha-cerle una pregunta al fantasma, que era: “¿Por qué me has enseñado este vídeo?”.

—Mi respuesta es sencilla: quería que aprendieras una lección para toda la vida. Las

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verdaderas amigas se cuentan con los dedos de la mano, y de aquellas de las que, nada más verlas, piensas “¿Por qué están solas?”, si no vas a pre-guntárselo nunca lo sabrás, y puede que esas personas sean las más adecuadas para ti.

Al momento lo entendí, sabía lo que tenía que hacer. Por eso me despedí y me fui de aque-lla oscura habitación.

Al salir me di cuenta de que ellas estaban fuera esperándome, pero yo decidí tomar el ca-mino contrario.

Ahora tengo una amiga llamada Ana que es genial.

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VII. La vida de un acosador

JAIME MOLINA GARCÍA

Mi nombre es Bill, vivo en Los Ángeles, Cali-

fornia, y esta es mi historia.

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Nací un 3 de abril, a las 13:00, mi madre deseaba tener una niña, pero no tuvo suerte.

En mi niñez no me trataban lo que es muy bien, siempre había una excusa para que no es-tuvieran en casa: que si me voy de compras, me llamaron para trabajar, etc.

Mi vida era un asco, resumiéndolo. Iba al colegio Woodlands, a unas manzanas

de mi casa, siempre iba en bicicleta, yo era el tí-pico matón, el que pega por diversión e insulta a toda clase de chicos: empollones, flacuchos, gor-ditos, gafotas, a todos, ese tipo de matón, o más bien conocido como “acosador”.

Un día de vuelta a casa me crucé con un chi-co, algo flacucho, tenía los libros en el suelo, pasé delante de él, sin hacerle caso, pero me lo pensé dos veces y me giré a ayudarlo. Me sentí extraño, nunca había ayudado a un empollón, no sé por qué lo hice, pero aun así no le dirigí la palabra, el chico extrañado y asustado me preguntó:

—¿Por qué haces esto?

No le dirigí la palabra, me levanté y me fui, él corrió intentando alcanzarme mientras decía:

—¡Hey, espera! Pero no pudo alcanzarme. Al día siguiente, me lo encontré en el cole-

gio, intenté no resaltar a la vista caminando entre

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la multitud, pero él me vio, cuando estaba a pun-to de abrir mi taquilla me detuvo y me preguntó:

—¿Por qué lo hiciste?

—… —Silencio con cara refunfuñona. —Contesta —dijo él con ansia. —¿No tienes miedo de que un abusón te

parta la cara?

—No —afirmó muy seguro. —Pues eres muy valiente —reconocí. Llegaron mis amigos, me miraron y, para no

levantar sospecha, le empujé. Pero no le empujé como todas las veces a

los demás, no sé qué me estaba pasando. Enton-ces me fui corriendo.

Una hora más tarde me lo volví a encontrar, parecía enfadado, pero algo dentro de mí hizo que me acercara.

—Lo siento —le dije sin saber por qué. —No pasa nada —aceptó las disculpas. Empezamos a hablar, en esos diez minutos

fue cuando encontré a mi verdadero amigo, se llamaba Kyle, le gustaban las mismas cosas que a mí, los mismos videojuegos, la misma comida, bueno, nada más que eso, pero nos llevábamos muy bien, mi vida dio un giro de ciento ochenta grados, ya no me sentía como antes, me sentía en paz con el mundo por primera vez.

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Tres meses pasaron de nuestra amistad se-creta, éramos inseparables. Un día le llevé a tirar piedras al agua, por aburrimiento, pero tuvimos la mala suerte de encontrarnos con mis antiguos “amigos”.

—¿Qué haces con ese pringado, Bill? –Dijo Trevor, que era el jefe—. No me digas que te has hecho amigo de él, ¿verdad?

—Sí , ¿y qué? Ya no quiero ser un abusón —contesté.

—Bill, vámonos... —dijo Kyle. —Tú te callas, imbécil —dijo Maxwell, otro

miembro. —¡No le insultes, retrasado! —Grité. —¿¡Cómo me has llamado!? —Gritó Max-

well. —¡¡Démosle a este par de tortolitos una va-

liosa lección, que nadie nos insulta!! —Gritó Tre-vor.

—¡¡Corre, Kyle, huye!!

Me pegaron en la entrepierna y me rompie-ron la mandíbula, aprovecharon y me pegaron otro puñetazo, me dejaron la nariz rota y sangra-da, dos de ellos se fueron detrás de Kyle, no pude detenerlos, me tenían sujeto.

—¡Vas a desear no haber nacido! —Exclamó Maxwell.

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Me iba a pegar otro puñetazo en la cara, pe-ro lo paré, lo cogí de los pies y lo tiré al río.

Tuve tiempo para liberarme de ellos y esca-par e ir a por Kyle, pero cuando llegué ya era de-masiado tarde: lo habían dejado inconsciente y lo tiraron al agua.

Me tiré a por él y me escondí junto a él en unos matorrales.

Tenía la cara sangrienta, con la nariz rota, le hice el boca a boca, pero no funcionó, era dema-siado tarde, se ahogó por completo. Me puse a llorar desconsoladamente, gritando: “¡Era el úni-co que me entendía!”.

Oí sonido entre los matorrales, pensé que era Trevor, pero era un policía haciendo guardia, le conté todo lo sucedido. Ellos se reían y se reían; cuando salió el policía de los arbustos se callaron e intentaron huir, el policía los persiguió y, mientras, pedía refuerzos. Al final los atrapa-ron, y como tenían dieciséis, como yo, los metie-ron en un centro de menores.

Fue el peor momento de mi vida, y le juré a Kyle, donde quiera que estuviese, que no volvería a meterme con nadie.

Una semana después asistí a su entierro y dije estas palabras:

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—Kyle era mi mejor y verdadero amigo, y siempre que ayude a cualquier persona lo veré reflejado en ella.

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VIII. Educalandia

DANIEL MORALES HERRERA

Había una vez un colegio llamado Educalan-dia. En él vivían todas las asignaturas juntas: Do-ña Lengua, Doña Matemáticas, Don Inglés, Doña

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Sociales y muchas más. Formaban una gran fami-lia pero un día se enfadaron porque todas que-rían ser la más importante y así llegar a ocupar la Dirección del colegio.

Decidieron hacer un concurso y participar todas para ver quién salía ganadora, con la condi-ción de que solo votarían los niños de Primaria.

Así pues, cada una se puso a preparar un discurso para convencer a los niños de por qué era la asignatura más importante del colegio.

Llegó el día de la lectura de los discursos, se había preparado un bonito escenario y se había decorado el patio del colegio para la ocasión.

La primera en hablar fue Doña Lengua Cas-tellana, empezó su discurso con todas sus ganas, diciendo por qué se presentaba candidata a la Dirección del colegio. Decía que ella era la madre de la enseñanza, pues si un niño no entraba en el mundo de Abecelandia y aprendía las vocales y consonantes nunca aprendería a leer y a escribir y, por consiguiente, no podría llegar a conocer el contenido de otras asignaturas.

A continuación intervino Doña Matemáticas, diciendo que ella no tenía nada que ver con sus amigas las gramáticas pero que también era muy importante, pues sin el conocimiento de los nú-meros lo primero de todo es que los niños no

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aprenderían a contar, no se podrían formar ci-fras, hacer operaciones y así conocer el mundo de Sumalandia, Restilandia... Y Geometrilandia, y los niños nunca conocerían a Don Cuadrado, Don Círculo, Don Triángulo y muchos paralelogramos más.

Llegó el turno de Doña Sociales, había pre-parado un discurso con muy buenos modales, en él afirmaba que sin ella los niños no entrarían en el mundo de Geografilandia, conociendo a Don Río, Doña Montaña, etc. También Mundolandia, conociendo sus continentes, países, capitales y la historia de cada uno de ellos.

A continuación habló Don Inglés, diciendo que era muy importante, pues podrías dar la vuelta al mundo con él. Les dijo a los niños que era la primera lengua extranjera y era fundamen-tal para comunicarse en cualquier lugar, empe-zando por conocer los famosos numbers one, two, three, y continuando por los verbos to be y to have y muchas cosas más.

Seguidamente leyó su discurso Doña Scien-ce, diciendo que ella también era importante porque sin su materia los niños no entrarían en el mundo de Naturilandia, donde los niños conocen a los seres vivos y sus sistemas: respiratorio, cir-culatorio, reproductor, etc. Y también las funcio-

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nes vitales, los órganos y características de cada ser vivo.

Le llegó el turno a Doña Religión y Don Valo-res, comenzaron su discurso diciendo que con su asignatura intentaban ayudar a los niños a ser buenas personas, a tener buenas conductas, a ser educados, comprensivos y a ayudar a los demás, por eso dicen que son muy importantes, porque gracias a ellas los niños conocen el mundo de Humanilandia.

A continuación llegó Doña Physical Educa-tion, apareció con un discurso que a los niños en-cantó, pues decía que no ganaba el que más co-rría, ni mejor chutaba o canastaba, que ganaba el que más participaba. El mundo de Deportilandia se caracteriza porque los juegos se practican en grupo y no es individualista. Consideraba su asig-natura muy importante para la salud y el bienes-tar del cuerpo.

La siguiente en hablar fue Doña Música, apareció cantando y bailando para hacer su dis-curso más sonado. Decía que Musicalandia era un mundo donde se aprendían las notas musicales, conocemos los instrumentos, los tipos de música y de bailes. Consideraba su asignatura muy im-portante porque con ella aprendemos relajación y se estimula la audición.

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Le llegó el turno a Doña Arts and Crafts, em-pezó su discurso diciendo que el mundo de Dibu-jilandia es muy divertido para los niños. Decía que su asignatura es importante porque desarro-lla la creatividad y suele gustar a los niños.

Por último le llegó el turno a Doña Informá-tica, empezó diciendo que su asignatura era muy tecnológica, la más mecanizada, muy divertida para los niños. Se pueden hacer juegos a la vez que te enseñan herramientas para saber usar el ordenador y buscar información para futuros tra-bajos escolares. Por estos motivos la considera una asignatura importante.

Llegó el momento de las votaciones y los ni-ños decidieron lo siguiente:

Lengua Castellana: la más importante. Inglés: la más dominante. Matemáticas: la más liante. Ciencias Sociales: la más interesante. Science: la más estresante. Religión o Valores: la más practicante. Physical Education: la más deportiva y divertida. Arts and Crafts: la más dibujante. Música: la más relajante. Informática: la más imaginativa.

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Con lo cual resultó ganadora Lengua Caste-llana, que ocupará el cargo de Directora del cole-gio.

Pero los niños sorprendieron diciendo que, aunque resultó ganadora Doña Lengua, eso no significaba que las otras asignaturas no fueran importantes, que todas eran necesarias para educar a los niños y que eligieron a Doña Lengua porque consideraban que ella era la base para poder sacar adelante el resto de materias, iguales de importantes que ella.

Por último, los niños propusieron una asig-natura nueva llamada Felicidad, aunque fuese una hora a la semana, y así enseñar a los niños a conocer las emociones, a convivir con las cosas buenas y malas, a saber aprender de los errores y a ser muy felices, aunque a veces estén agobia-dos por los estudios o por otros temas.

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IX. Un perro afortunado

CANDELA LÓPEZ MARTÍNEZ

Érase una vez un perro que se llamaba Kiko, y vivía con una familia en España. Un día salió con

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sus dueños por la montaña a dar un paseo, pero vio una ardilla que corría por allí y decidió perse-guirla; la persiguió durante una hora. Para cuan-do se quiso dar cuenta, se había perdido, se había alejado mucho de sus dueños y ya no sabía vol-ver.

Cuando ya pensaba que no podía hacer na-da, de entre los matorrales apareció un chico; ese chico nació con un hechizo raro, así que podía adivinar los pensamientos y deseos de todos los seres vivos, y pudo descubrir el mayor secreto de Kiko, que nadie podía saber porque él no se lo había podido decir a nadie, puesto que era un perro.

Entonces el chico le dijo: “Me llamo Daniel, ¿te has perdido?”. Sacó de su bolsillo una camise-ta de color azul y le dijo: “Esta camiseta es de mi amiga Marta; si la encuentras te llevaré al bosque sagrado y buscaremos tu hoja de los deseos, pero solo podrás pedir un deseo”.

Así que el perro olfateó la camiseta y luego fue siguiendo el rastro por el suelo. Gracias a la camiseta el perro llegó olfateando hasta la orilla de un río. Allí en el agua encontraron las cintas que llevaba Marta en las muñecas cuando la rap-taron. El perro cada vez notaba más fuerte el olor de Marta, y eso significaba que cada vez estaba

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más cerca de ella. Pasaron por montañas, ríos profundos, bosques, se encontraron con muchí-simos animales, los había de todas las especies, y otros que Kiko nunca había visto, por ejemplo el águila negra.

Cada cierto tiempo iban haciendo paradas para descansar, comer algo y seguir buscando a Marta. Y, mientras andaban, Daniel le iba con-tando a Kiko cómo conoció a Marta y lo bien que se llevaban, y a Kiko sus historias le encantaban.

A ratos Daniel pensaba que Kiko era ya un humano, y no quería separarse de él; se habían hecho muy buenos amigos. Pasaron por monta-ñas con muchísimas cataratas, pero en una los dos notaron algo raro, no sabían qué, así que de-cidieron bañarse, porque llevaban muchísimo rato caminando y estaban sucios.

Daniel, mientras que se bañaban, le tiró un palo a Kiko para que fuera a por él. Kiko fue, pero el palo fue muy lejos, Kiko intentó llegar hasta él, para eso saltó a una piedra, y el palo le había da-do a una de las piedras que sobresalía y había abierto un portal secreto, así que avisó a Daniel. Cuando entraron oyeron un grito, y parecía de Marta, y fueron siguiendo el eco del grito.

Sus sospechas se confirmaron: estaba Marta y su secuestrador, que la tenía atada a un pico

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que sobresalía de la roca. El secuestrador estaba de espaldas, así que le pudieron dar un golpe en el cuello y liberar a Marta. Cuando ya habían sali-do de la cueva, fueron a un claro del bosque y allí Marta y Daniel, juntando sus manos, pronuncia-ron un hechizo y se fueron con Kiko al Bosque Encantado. Allí buscaron en el árbol de los deseos el deseo de Kiko, pronunció las palabras que ha-bía en su tarjeta y se convirtió en un humano. Desde entonces Marta, Daniel y Kiko fueron tres amigos inseparables.

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X. Una hermanita para Lucas

MARÍA DOLORES MUÑOZ HERNÁNDEZ

Había un niño llamado Lucas que tenía dos

añitos y le gustaban mucho los dinosaurios, se pensaba que él era un dinosaurio de verdad. Lu-cas tenía muchos primos con los que jugar; su

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prima Inma tenía quince años y casi nunca jugaba con él, ella era la única que no jugaba con él.

Todos los demás primos le prestaban mucha atención a Lucas, y siempre estaban dispuestos a jugar con él. Un día la madre de Lucas tenía que darles a todos una noticia. Todos estaban muy intrigados, sabían que era algo muy importante. ¿A que no adivináis la gran noticia? ¡Lucas iba a tener una hermanita! A todos les hizo muchísima ilusión menos a Lucas. Al principio no le hizo mu-cha gracia eso de compartir su casa y sus jugue-tes con otra persona, pero poco a poco fue peor. Todos estaban tan ilusionados con el nacimiento de la nueva niña que parecía que se habían olvi-dado completamente de Lucas.

Cuando se reunía toda la familia a comer los domingos, desde hacía dos años que nació Lucas, el tema principal del que hablar era él. Ahora solo hablaban de la nueva niña: que si el nombre, que si la ropa, que si su nueva habitación... Por cierto, ¡el nombre! Todavía no tenían pensado el nom-bre para la niña.

Y se puso toda la familia a pensar el supues-to nombre; unos decían que sí María, otros que Raquel podía estar bien, pero no acababa de convencerlos.

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Estaban tan preocupados pensando el nom-bre para la hermana de Lucas que no se dieron cuenta de que él estaba llamando a sus primos para que jugaran con él y sus dinosaurios, pero ninguno le hizo caso. Definitivamente se habían olvidado de Lucas.

Cuando la madre de Lucas estaba ya de seis meses embarazada de la pequeña, Lucas observó que visitaba más gente de lo habitual su casa y ¡todos los visitantes venían con regalos! Pero ninguno era para él. Todo era ropa rosa o de otros colores claros y femeninos y demasiado pequeños, por lo que Lucas ya sabía que ninguno de esos regalos podía ser para él. Todos eran pa-ra aquella niña que pronto invadiría su casa, su habitación y destrozaría sus juguetes.

Llegó el momento del parto y a Lucas lo de-jaron en casa de su tía. Él estaba sentado en el sofá viendo Bob Esponja con cara de enfado. No quería que naciera esa niña. La tía de Lucas se acercó a él y le preguntó qué le pasaba, él no quería hablar, su tía empezó a hablarle de que iba a tener una hermanita, pero Lucas no parecía entusiasmado. Ya era tarde, eran las 11:30 de la noche y la madre de Lucas se había puesto de parto a las ocho de la tarde, Lucas no quería dormir, en el fondo estaba preocupado por su

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madre y por la niña. Preguntaba cada cinco minu-tos a su tía si su mamá ya había salido del hospi-tal, pero la respuesta siempre era no. Lucas al final se quedó dormido.

A la mañana siguiente su tía lo despertó temprano para ir a ver a su madre al hospital y a su hermanita. Al principio Lucas no quería entrar a la sala en la que estaba su madre porque sabía que se iba a encontrar con los últimos nueve me-ses. Al final convenció a Lucas y entró, entonces vio a su madre en una cama con su hermana en brazos. Le preguntaron que si quería coger a su hermanita, Lucas al principio no quería pero vol-vió a ser convencido. Al tenerla en sus brazos Lu-cas la miró con cara extraña: ¿Cómo esa cosa ro-sa y arrugada podría haberle quitado tanto pro-tagonismo? Con desprecio la volvió a dejar en los brazos de su madre.

Cuando le dieron el alta a la madre de Lucas lo primero que hicieron fue reunirse otra vez en familia como todos los domingos para conocer a la nueva niña. Cuando llegó la recién nacida todo el mundo fue a verla sin ni siquiera darse cuenta de que Lucas estaba allí. Todos estaban en el pa-tio menos Lucas, que fue al salón con sus dino-saurios de juguete a jugar él solo. A los cinco mi-nutos pasó algo que seguro que nadie esperaba

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que pasara: Inma, la prima de Lucas, se acercó a jugar con él por primera vez en los dos años y medio que tenía Lucas. Se lo pasaron muy bien e Inma pasó a ser la prima favorita de Lucas, que también le hizo comprender al pequeño que la nueva niña era su hermana pequeña y él, como un buen hermano mayor, debía cuidar de ella. Inma se fue al patio con los demás, y entró la madre de Lucas con la niña en brazos. Estaba dormida, la dejó en la cuna y se fue al patio con todos, que estaban discutiendo el nombre de la niña, que todavía no estaba decidido.

Lucas se acercó a ver a su hermana, de re-pente esta se puso a llorar. Lucas recordó las pa-labras de su prima, él era el hermano mayor y debía cuidar de su hermanita. Lucas, sin perder un segundo, cogió la chupeta de su hermana y se la puso en la boca, esta dejó de llorar y volvió a dormir. La discusión de todos sus primos, tíos y de sus padres se oía donde estaba dormida la ni-ña.

Lucas pensó que podían despertarla y tenía que hacerles callar de alguna manera. Lucas salió al patio y dijo:

—Mi hermanita se llamará Elena. Elena, un nombre que a todos pareció con-

vencer y en el que no habían pensado.

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—Decidido, la niña se llamará Elena —dijo la madre de Lucas.

Toda la familia de Lucas estaba orgullosa de él, porque por fin había dejado sus celos y sabían que iba a ser un hermano mayor muy responsa-ble.

Y es que Lucas comprendió que era normal que al principio le prestasen más atención a Ele-na que a él, ya que esta era más pequeña, y que tendría una hermanita con la que jugar todos los días, no solo los domingos como hacía con sus primos.

Ahora Lucas está hecho un hermanazo ma-yor y le gusta mucho jugar con su hermana pe-queña y con sus primos, y ahora incluso Inma juega con los dos.

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