Relojeria para Principiantes

9
Relojería para principiantes Javier Velasco

description

Version revisada del cuento de ficcion de Javier Velasco

Transcript of Relojeria para Principiantes

Page 1: Relojeria para Principiantes

Relojería para principiantes

Javier Velasco

Page 2: Relojeria para Principiantes

Lucio es un joven estudiante de veterinaria de una de esas universidades privadas de escasa reputación que aparecen como pústulas en los confines del casco antiguo de Santiago de Chile. Este verano, consiguió un trabajo como dependiente de una relojería en la calle san Antonio. Pero no se dejen engañar; no se trata de un ruinoso y místico recinto a media luz, repleto de relojes antiguos y atendido malamente por un añoso dueño que repara de oído infinitos y minúsculos punteros dorados. No. Se trata apenas de una tienda miserable con olor a gato mojado, escasamente iluminada por tubos fluorescentes y repleta de pilas de reloj. Esto último es más precisamente su rubro. Pilas de reloj y chucherías varias. Entre los muchos productos unitarios que la importadora le envía al dueño (don Marcos) están un control remoto de super nintendo, un plumero, unos pésimos parlantes para computador y una réplica económica del abscultor. La tienda se encuentra en un rincón de una desierta galería inserta en la base de un edificio lleno de consultas de dentista, sala cunas, peluquerías y despachos de dudosa reputación, y su forma recuerda a la de un pésimo laberinto. En el centro dispone de una cocinería grasienta que inunda de olores insalubres cada pasillo, impregnando cada árbol de pascua y piscina de pedestal de los que se ofrecen a un precio módico. Décadas atrás, una máquina como esta pudo haber competido en eficiencia con un caracol de Providencia.

Quiero advertir que nada impide que esta historia parta de otro modo, o en otro lugar; por ejemplo, podría dar comienzo en una peluquería a la sombra de una copa de agua en Lo Prado; o en una heladería solitaria en Carrascal; o incluso, en una feria del norte de nuestra capital, entre pantis, poleras de Ska-p y dvds piratas. La galería, las vitrinas, Lucio mismo y la época que nos tocó vivir dan absolutamente lo mismo. Lo único que no puede cambiar, y que en cualquier versión posible de este relato está presente de algún modo, es lo que ocurrió a mediados de un febrero caluroso, alrededor de las once de la mañana, mientras unos niños chillaban afuera de una tienda de video juegos y los murmullos de unas viejas se llenaban de risas solapadas. Repentinamente a la tienda entra ella, con unos veintitantos años y el cabello pajoso y castaño acomodado a medias por la casualidad y el clima, vistiendo una polera blanca con un estampado borroso de Benito, el esbirro de don Gato, y unos jeans gastados en la fábrica de jeans. Cargaba además, como accesorio, un gato gordo bajo el brazo. Miró a Lucio fija y lánguidamente con sus enormes ojos pardos, de ese pardo que se negó a ser verde, y le preguntó si vendían tazas temáticas de las que dicen “Para la mejor mamá del mundo” o “Recupérate, en casa te echamos de menos”.

Page 3: Relojeria para Principiantes

Ella continuaría ejemplificando con “Mamita, no se tire del techo”, pero Lucio la interrumpió diciéndole que no había tazas temáticas, que ahí se vendían exclusivamente relojes. “Pero no hay relojes, no veo ninguno” responde ella. “Pilas para relojes… y otras cosas” respondió Lucio. “Y entre esas cosas, no tienen…” “No, no tenemos, lo siento”.

A las cuatro de la tarde con treinta y dos minutos, Lucio pasaba los ojos distraídamente sobre las páginas de un libro de Bárbara Wood. Era emocionante y africano, pero sobre todo africano. Lucio no sabía nada de literatura, ya que como dijimos, era apenas un deslavado estudiante de ingeniería comercial de una poco decorosa universidad no certificada por los estándares estatales, y nunca rozó ni con el rabillo del ojo las líneas de algún libro comúnmente reconocido como bueno, del tipo “Rayuela” o “Ensayo sobre la ceguera”, que le aseguran al lector un espacio en la mesa de la gente cool. Repentinamente entra ella de nuevo, sin el gato en brazos (porque venía caminando a su lado en esta ocasión) y con un libro pequeño, apretado en la mano izquierda. Era un librito de color celeste y aspecto desgastado. Lucio instintivamente escondió las pasiones africanas de su best seller bajo el mesón, puesto que a pesar de saber muy poco de literatura, sabía cosas esenciales, como que los libros viejos y chicos son siempre más interesantes que los grandotes con portadas brillantes, y que en una contienda de libros, el que pierde queda muy mal parado.

- Hola – Dijo ella, poniéndose el cabello tras la oreja izquierda en ese gesto dramático que debe parecer sencillo.

- No hay tazas – Dijo Lucio mecanizado y tratando de parecer fuerte y sólido desde su silla.

Ella lo mira recelosa, aprieta los labios y mira su entorno; se apoya con los codos en el mostrador, acercándose y moviendo la cabeza como buscando las palabras. “Me gustaría darle un regalo a mi tía, le diagnosticaron bocio, y está sumamente afectada”. “¿Bocio?” respondió confundido Lucio, que si bien no estudiaba medicina, sino prevención de riesgos, manejaba el lenguaje médico gracias a una mezcla de hipocondría y google. “Si… es raro, es un tipo de bocio senil, mi tía es viejita, y a esa edad todo empieza a fallar” “¿Qué tan viejita?” “93… cumple 94 en junio”

Lucio la miró con detención un momento, como se mira un banco de plaza, un cortauñas o una juguera. Con el correr histérico de los segundos, empezó a verla cada vez más interesante, y hermosa.

Page 4: Relojeria para Principiantes

Era la universitaria chilena promedio que va a Bellavista pero prefiere Lastarria, que visita ferias de diseño y no compra nada, que sabe de todo un poco y evita los carbohidratos salvo cuando se enamora. Lucio se sintió repentinamente intimidado, como podría haberse sentido intimidado frente a la juguera o el cortaúñas, o especialmente frente al banco de plaza, si es que cualquiera de ellos le pareciese especial a pesar de ser igual a todos los de su género. Ese error de la percepción siempre indica algo, creo yo. Decidió llevar la discusión hacia un terreno en el que se manejara mejor que en la medicina.

- ¿Qué tipo de regalo quisiera darle a su tía?

- Tía abuela – rectificó ella.

- Bueno…

- Un tazón que diga “Estoy contigo” o “Mejórate” o…

- ¿Es curable el bocio senil?

- ¿Ah? ¿Cómo?

- Nada, no importa, tengo interés en los asuntos médicos…

- La cosa es que si no hay tazas, podría ser un jockey, o una polera.

- No tengo esas cosas…

- O una billetera, que tenga bordado…

- Tampoco

- Hmmm… bueno… ¿Tienes pilas triple A?

- No, trabajamos las pilas de reloj nomás.

- Bueno.

Se incorporó tratando de dejar patente su cansancio; el gato parecía angustiado. Emprendió la retirada con una sonrisa de cortesía. Lucio evaluó que al menos debía ser de Ñuñoa para tener sonrisas de cortesía tan bellas y bien trabajadas. Él, por su parte, hizo lo que pudo con su sonrisa de Cerrillos.

Cuando dejó el local, desatando aquel sonido insoportable provocado por el pito que anunciaba la entrada o salida por la puerta de la relojería, Lucio, aquel pésimo vendedor del que por pura convención se trata esta historia, supo que no podría volver a dormir

Page 5: Relojeria para Principiantes

en paz hasta tenerla entre sus brazos y escuchar sus más íntimos, terribles y sensuales secretos. Pasaron frente a sus ojos los taxis que los sacarían de los pubs en plena madrugada, y la lista de canciones que le dedicaría antes de fin de año; comenzó desde ya a sentir una rabia tremenda hacia todos los malditos neo-hippies-escritores-de-cuentos-cortos y hipsters-de-lentes-enormes-y-pantalones-de-colores que se había acostado con ella antes que él, y ensayó un par de frases para encantar a los padres recelosos y tradicionales que lo mirarían con el ceño fruncido cuando ella lo llevara a conocerlos, y que luego, al corroborar que era el primer buen hombre en cruzar esa puerta, lo acogerían como a un hijo. Pensó en ponerse de pie, pero no podía dejar el local; tenía responsabilidades y era un barrio duro. Se asomó sobre el mesón, pero no sirvió de nada, y solo pudo ver a unas madres con sus niños pobres mirando vitrinas polvorientas. Era un desierto de vitrinas polvorientas y regalos que nadie querría jamás. Lucio se sintió miserable, y las sombras de la tarde lo poblaron todo y el sonido del reloj se estiraba como aquel viaje eterno desde el asiento de la bicicleta hasta el concreto insaciable en un accidente absurdo de verano.

Sobre el mostrador, bajo los ojos de Lucio, estaba el libro que ella traía consigo. Lo miró detenidamente toda la tarde, como si se tratara de un amuleto siniestro o un mensaje cuidadoso y lleno de esperanzas. Esperó sin tocarlo, para no parecer un inescrupuloso o un voyeur si es que ella volvía a entrar por esa puerta y lo encontraba a él con la nariz dentro de sus páginas gastadas y amarillentas. La portada decía “La dama del perrito” y abajo del título, “Anton Chejov”. Cuando dieron las seis y comenzó lenta y ritualmente a cerrar todo para marchar a casa, se aventuró a tomar el librito envejecido por los sucesivos préstamos y consecutivos robos, para guardarlo en su mochila de mezclilla con parches de bandas metal. Durante los siguientes tres días, lo cargó y puso sobre el mostrador en el mismo sitio, sin mirarlo más de lo necesario, esperando que Casandra volviera. No es que se llamara de ese modo –este cuento se esfuerza en hablar de gente decente- tan sólo es el nombre que Lucio le puso para tener una forma más concreta de imaginarla. Como dijimos, Lucio era tan sólo era un estudiante de ingeniería forestal en una universidad de poco prestigio en la calle Vergara, y estaba severamente limitado en lo que a cultura literaria, arte o snobismo respecta. Por eso le puso un nombre tan inadecuado. Eso se vio corregido, de todos modos, cuando al cuarto día decidió abrir el libro. Comenzó por la última página, y en ella, por esas cosas de la vida, estaba escrito repetidas veces, el nombre de una mujer, junto a otros datos menores; una dirección escrita con una caligrafía dura y varonil,

Page 6: Relojeria para Principiantes

unos versos que parecían escritos por una anciana, y un corazón con glitter. Si estaba en lo correcto, ella se llamaba Clara. Era perfecto “¿Cómo no me di cuenta antes que debía tener un nombre de ese tipo?” Se preguntó Lucio, riendo. Leyó luego un par de cuentos; uno acerca de un contrabajo, que consideró fome, y otro referido a unos hombres solos de vacaciones con sus señoras que no los pescaban. “Este weón era el típico viudo de verano” Pensó no muy iluminadamente Lucio, a quien, como ya saben, la cultura pop del joven universitario e resultaba impropia.

Era ya la tercera semana de febrero, y como todos sabemos muy bien, febrero es cortísimo y acentúa esa sensación de que las vacaciones son evidentemente más cortas de lo necesario. Enamorado y decidido, Lucio se aprestó para perseguir el amor como siempre debió hacerlo. Las fuerzas del universo se pusieron de su parte en ese miércoles en que se decidió a leer el cuento de unos enfermos en una sala de hospital. El cuento lo deprimió bastante, al punto de considerar que el relato de los viudos de verano era muy superior. Cuando llevaba unas cuántas páginas leídas, y nombres como Schmecov le sonaban casi como español, tropezó con un marcador de páginas, que tenía estampado un calendario y el dibujo de una mujer desnuda con un cántaro derramándose, que remataba en la palabra “Acuario”. Lucio se sintió iluminado por una certeza superior y sobrecogedora, y se levantó del asiento para correr a levantar el diario gratuito que le entregaran a la entrada del metro esa mañana.

“Acuario: La mañana ayudará a aclarar las ideas. Apóyese en la familia para sanar aquello que hasta hace poco no sabía que guardaba en su corazón”

Lucio se sintió asfixiado y casi lagrimea un poco sobre el papel. Imaginó a los severos padres atormentados por esta nueva revelación, mientras ella se descargaba sobre los hombros sabios de su madre que alguna vez pasó por algo similar. El perro hace sonidos de tristeza junto a la chimenea encendida y él entra corriendo por la puerta gracias a la llave que su suegro le entregara días antes. Abrazo grupal. Ella se voltea y sonríe. “Ahora tú eres mi familia también, y apoyándome en ti podré sanar aquello que hasta hace poco no sabía que guardaba mi corazón”.

Lucio se detuvo. No podía dejar que su mente lo alejara del camino correcto; era hora de salir a encontrarla, el mundo se confabulaba con él y se la entregaba, primero en alma, luego en todo lo demás. Cerró el local, y en el interior, siendo las tres y quince

Page 7: Relojeria para Principiantes

minutos, sonó el teléfono. Don Marcos se preocupó bastante al no recibir respuesta a su llamada, encontrando así una excusa para volver a Santiago dejando por fin a su familia lo más lejos posible. A la mañana siguiente, el propietario de la tienda estaba enojado, pero se le pasó al tiro. En el fondo, tenía ese local solamente para lavar dinero. La cadena de oro que colgaba del grueso cuello peludo hipnotizó un poco a Lucio, que a los pocos minutos desmintió la historia de la enfermedad bronquial de su madre, para decir la verdad acerca de su desaparición del día anterior. Don Marcos se emocionó, y a los ojos de Lucio, parecía incluso olisquear el aire en busca del perfume borroso de Casandra, cuyo verdadero nombre Lucio se cuidó de no revelar. “Sal a buscar a la minita, yo me quedo en la tarde, tengo invitada a la peruana del local de antenas” Le dijo.

La tarde anterior Lucio había salido sin destino ni rumbo a dar vueltas; cruzó unas cuantas veces la plaza de armas, comió empanadas de una tienda de pollos asados, un algodón de dulce y un maní tostado. Era la ansiedad, se dijo. Se paseó por el mall, vio a los mimos, uno de los cuales se burló de él, imitando su caminar encorvado. Aprendió así -como todos lo hacemos un día- a odiar a los mimos. A las ocho de la noche, cuando la policía hacía huir a los vendedores ilegales de libros, discos, películas y otros accesorios, decidió partir. La segunda tarde, Lucio no encontró nada tampoco; ni en los mismos lugares, ni en otros nuevos. Persiguió sus sueños hasta toparse con un centro comercial de productos orientales, así como con las agradables calles del otro lado de la carretera, hasta Cumming con catedral; y luego la estación Cal y Canto. No estaba ni lejos ni cerca de ella, lo cual es impreciso en apariencia, pero es lo más exacto que podemos afirmar. Quizás algo lo guiaba, en su inmenso y nuevo amor, hacia donde estaban los lugares comunes de una mujer desconocida. En un local de papas fritas, nuestro protagonista compró un cucurucho barato y aceitoso con el cual se quemó las manos, pero que no soltó. A ella le hubiese parecido el hombre más maravilloso del mundo en esos momentos, si hubiese estado ahí.

Don Marcos instaló un computador en el local, y se colgó al internet de su amigo, Don Lalo, del local de objetos innecesarios de plástico duro de al lado. Don Lalo manejaba las vasijas, cántaros y baldes con pala más baratos del sector. La forma de colgarse fue muy moderna; a Lucio le habló del “roster” un aparato maravilloso con el cual “le metían el deo’ en el poto a los empresarios”. Ambos vieron juntos las páginas de unos diarios dedicados a la farándula, y luego don Marcos se fue a google a escribir “Actrices Hollywood desnudas”. Lucio le corrigió poniendo “Celebritis nuders” y google corrigió a su

Page 8: Relojeria para Principiantes

vez, escribiendo “Celebrities nudes”. La mañana se fue volando. A las tres, don Marco le dijo que saliera a buscar a la “minita”, pero Lucio estaba derrotado y decepcionado. Don Marcos tomó desinteresadamente el diario y le dijo que no fuera aweonao y que era un cabro joven todavía. Lucio le quitó el diario repentinamente, entendiendo el mensaje del destino, y procedió a leer el vaticinio;

“Acuario: No deje cerrada esa ventana para el amor, la persona que usted espera puede estar a la vuelta de la esquina”

Era suficiente, la imprevisible precisión del oráculo lo decía todo; él era esa persona y debía estar a la vuelta de cada esquina de cada universo posible, a la espera de ella. De otro modo, las consecuencias podían ser funestas e inimaginables. Quien sabe cuánto idiota permanece en una esquina media vida intentando decidir hacia donde ir; un paso en falso podía poner en brazos de otro hombre a la mujer de su vida. Dado el estado de las cosas, había que replantearse todo, porque llevar la búsqueda del modo en que lo estaba haciendo, no estaban dando resultado alguno. Lleno de energía, pensó que lo lógico sería confeccionar un plan de acción. Decidió que recorrería las calles dividiendo Santiago en secciones, guiándose por las calles principales, formando finalmente 16 cuadrados, siendo cada uno un perímetro de búsqueda. Partiría en la dirección inversa a la de las manecillas del reloj, desplazándose en espiral de manera concéntrica; de tal modo, recorrería el centro de la capital al final de la búsqueda, en consideración a que llevaba dos días en ese sector buscando infructuosamente. Decidió dejar fuera tres comunas: Cerrillos, Puente Alto y La Dehesa. Así mismo, Huechuraba, Lo Barnechea, Las Condes, Maipú y la comuna que estaba donde termina Avenida Santa Rosa, las recorrería superficilamente, dado su extensión excesiva, lejanía o tasa de criminalidad, dependiendo del caso. Finalmente, parcelaría las tardes desde la cinco en adelante, de modo que antes del 26 de Febrero el pajar completo estaría revisado, y el 3 de Marzo, fecha en que entraría a clases nuevamente en la facultad de química y farmacia. Su vida estaría decidida, y afrontaría el futuro con nuevos aires, de la mano de su Dulcinea posmoderna. Miró a don Marcos, y en veloces palabras, disparadas sin ninguna contemplación, le refirió su plan maestro.

- Chiquillo, mira… eso no te va a resultar, además, el horóscopo que leíste sirve para hoy, no pa todo el mes ¿Me cachai? –Dijo sabiamente el empleador.

- ¿O sea que tengo que encontrarla hoy?

Page 9: Relojeria para Principiantes

- Obvio.

Eso bastó para animar a Lucio a echar toda su planificación a la basura y ser el último hombre de los hombres, o al menos el último con testículos en la faz de la tierra. Saliendo de la galería hecho un bólido, nuestro héroe se dirige de camino a la calle independencia. En su mente, sonaba nítido el “Obvio” de don Marcos. Tenía que hallar a esa mujer antes que por la mañana, los diarios publicaran la verdad nueva para acuario, la verdad correspondiente a un nuevo día, con nuevos vaticinios en los que quizás ya fuera tarde para él.

Desde Independencia, se dirigió a Recoleta. Y desde recoleta, se vio yendo a Pio nono, donde enfiló hacia Salvador, Pedro de Valdivia, Holanda, la plaza Golda Meir, el Apumanque. Eran las once de la noche. Subió a un bus enorme de luminosas ventanas y amplios espacios para ir de pie. Arriba iban pocas personas; dos jóvenes preciosas con rasgos aristocráticos y altaneros, riendo fuertemente; ellas descendieron pronto, en un universo de enormes edificios con luces apagadas y pasajes que prometían la tranquila vida del campo en pleno barrio comercial, con casas enterradas entre árboles centenarios y muros de ladrillo nutridos de musgo. Casi sentía el olor de la tierra mojada, mientras las mujeres hermosas cruzaban corriendo una calle sin locomoción y entraban al primero de esos pasajes. Quería llorar y no sabía por qué.

Se bajó en plaza Italia, en un mar de personas cuidadosa y ridículamente vestidas, rodeadas de un contingente policial importante. Caminó como nadando entre ellas con dirección al otro paradero. Subió a otro bus de Transantiago, se sentó en un asiento del lado de una ventana, extendiéndose y apoyando la cabeza desvalida contra el cristal. Ahí la vio. Se percató cuando sentía el frío del vidrio en la sien. Ella estaba afuera de pié, justo en frente de esa ventana. Está en el paradero que él acaba de cruzar, buscando algo en el morral roñoso de colores terracota, mientras el motor se pone en marcha y él golpea el vidrio con la mano abierta. La desesperación se tiñó de temor, de angustia. Lucio saca el libro, lo pone contra la ventana, junto a su rostro. Ella alza la vista y lo mira como atravesándolo, como si fuera parte de la suciedad que empaña el vidrio, desvirtuando su reflejo en la ventana. Él gesticula fuera de sí mientras el vehículo se pone en marcha. Ella lo mira, él parece un pez desesperado en una pecera; ella frunce el ceño y le sonríe con los labios apretados, un segundo entero.