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Res Diachronicae Virtual. Vol 4, 2005 ISSN: 1887-3553 ÍNDICE El Contacto de Lenguas Ana RODRÍGUEZ BARREIRO y Ana GARCÍA LENZA (eds.) Presentación............................................................................................................................. 1-3 PRIMERA PARTE: CONFERENCIAS Folgar Fariña, Carlos: «Lenguas en contacto en la Castilla medieval: la apócope extrema y la influencia de los francos»................................................................................ 5-22 Veiga Rodríguez, Alexandre: «Falsos castellanismos en gallego. Anotaciones críticas desde la lingüística diacrónica».............................................................................................. 23-50 SEGUNDA PARTE: CONTACTOS ENTRE VARIEDADES DIALECTALES Ramírez Luengo, José L.: «Introducción»............................................................................ 51-54 Gómez Seibane, Sara: «Grafías coa-, quoa-, goa- en documentos medievales guipuzcoanos (Arrasate-Mondragón)»................................................................................. 55-63 García Gil, Héctor: «Asturiano y castellano en el concejo de Aller. Notas sobre interferencias en el sistema fonológico desde una perspectiva diacrónica».................... 65-72 Marcet Rodríguez, Vicente José: «Cruce de tradiciones escriturarias en el leonés medieval»................................................................................................................................... 73-85 TERCERA PARTE: CONTACTOS ENTRE EL ESPAÑOL Y LAS OTRAS LENGUAS PENINSULARES Rodríguez Barreiro, Ana: «Introducción»...................................................................... 87-91 Andión Fontela, M.ª José: «Consideraciones sobre la convivencia castellano-gallego: tratamiento del fenómeno por parte de la prensa del siglo XX»...................................... 93-104 Teijeiro Suárez, Eva M.ª: «El humor gráfico gallego y el contacto de lenguas: tendencias y evolución a lo largo del siglo XX»................................................................... 105-113 Ramírez Luengo, José L.: «Contacto hispano-portugués en la Romania Nova: aproximación a la influencia portuguesa en el español uruguayo del siglo XIX»............ 115-132

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Res Diachronicae Virtual. Vol 4, 2005

ISSN: 1887-3553

ÍNDICE

El Contacto de Lenguas

Ana RODRÍGUEZ BARREIRO y Ana GARCÍA LENZA (eds.)

Presentación............................................................................................................................. 1-3

PRIMERA PARTE: CONFERENCIAS

Folgar Fariña, Carlos: «Lenguas en contacto en la Castilla medieval: la apócope extrema y la influencia de los francos»................................................................................

5-22

Veiga Rodríguez, Alexandre: «Falsos castellanismos en gallego. Anotaciones críticas desde la lingüística diacrónica»..............................................................................................

23-50

SEGUNDA PARTE: CONTACTOS ENTRE VARIEDADES DIALECTALES

Ramírez Luengo, José L.: «Introducción»............................................................................ 51-54

Gómez Seibane, Sara: «Grafías coa-, quoa-, goa- en documentos medievales guipuzcoanos (Arrasate-Mondragón)».................................................................................

55-63

García Gil, Héctor: «Asturiano y castellano en el concejo de Aller. Notas sobre interferencias en el sistema fonológico desde una perspectiva diacrónica»....................

65-72

Marcet Rodríguez, Vicente José: «Cruce de tradiciones escriturarias en el leonés medieval»...................................................................................................................................

73-85

TERCERA PARTE: CONTACTOS ENTRE EL ESPAÑOL Y LAS OTRAS LENGUAS

PENINSULARES

Rodríguez Barreiro, Ana: «Introducción»...................................................................... 87-91

Andión Fontela, M.ª José: «Consideraciones sobre la convivencia castellano-gallego: tratamiento del fenómeno por parte de la prensa del siglo XX»......................................

93-104

Teijeiro Suárez, Eva M.ª: «El humor gráfico gallego y el contacto de lenguas: tendencias y evolución a lo largo del siglo XX»...................................................................

105-113

Ramírez Luengo, José L.: «Contacto hispano-portugués en la Romania Nova: aproximación a la influencia portuguesa en el español uruguayo del siglo XIX»............

115-132

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CUARTA PARTE: LEXICOGRAFÍA Y CONTACTO LINGÜÍSTICO

García Lenza, Ana: «Introducción»...................................................................................... 133-135

Salas Quesada, Pilar: «La marca Hisp. en los diccionarios plurilingües. En busca de los inicios de la lexicografía hispano-portuguesa»..............................................................

137-153

Redondo Rodríguez, M.ª Jesús: «Variantes gráficas en diccionarios bilingües y multilingües de los siglos XVI, XVII y XVIII: ¿certezas o intuiciones fallidas?»................

155-165

QUINTA PARTE: CONTACTOS ESPAÑOL / LATÍN Y OTRAS LENGUAS NO PENINSULARES

Gómez Seibane, Sara: «Introducción».................................................................................. 167-169

Merma Molina, Gladys: «Antecedentes históricos del contacto entre el español y las lenguas indígenas americanas: los intérpretes indígenas, la iglesia y los españoles que se incorporaron a la vida indígena».......................................................................................

171-183

Polo Cano, Nuria: «Algunos indigenismos léxicos en el español de Guatemala del siglo XVIII»................................................................................................................................

185-202

Rodríguez Yáñez, Yago: «Breve estudio histórico-comparativo de las frases hechas en francés y en español».........................................................................................................

203-216

Veiga Díaz, Manuel: «La traducción de términos gramaticales hebreos al latín en el siglo XVI»...................................................................................................................................

217-225

Asociación de Jóvenes Investigadores

de Historiografía e Historia de la Lengua Española

www.ajihle.com

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SEGUNDAS JORNADAS MONOGRÁFICAS DE LA AJIHLE:

EL CONTACTO DE LENGUAS

PRESENTACIÓN

Siguiendo el camino abierto en 2002 por los organizadores de las I Jornadas

Monográficas de la AJIHLE, celebradas en Valencia y dedicadas a estudios sobre el siglo

XVIII, los días 12 y 13 de diciembre de 2003 tuvieron lugar en la Facultade de

Humanidades de Lugo las II Jornadas Monográficas de la AJIHLE, centradas en esta

oportunidad en el contacto de lenguas, asunto que, si bien se ha abordado en numerosas

ocasiones desde una perspectiva sincrónica, muy posiblemente esté necesitado todavía

de exploraciones y/o revisiones en su vertiente diacrónica. Mas no era éste el único

objetivo que nos movía a poner en marcha las Jornadas a que nos referimos. Con ellas

perseguíamos, al menos, dos metas más, ambas de índole personal y académica a la vez,

lo que las convertía, en cierto sentido, en piedras angulares de nuestra andadura vital:

cumplir, por una parte, una promesa hecha tiempo atrás a la AJIHLE, asociación en la que

hemos visto aunarse la ilusión de los jóvenes, el rigor de los profesionales y el afecto de

los mejores amigos, y propiciar, por otra, un foro en el que exponer datos y contrastar

opiniones acerca de las causas, las consecuencias y las circunstancias en que

históricamente se han producido fenómenos de interacción entre lenguas, cuestión que,

por diversos motivos —y no es el menor nuestra pertenencia a una comunidad

poseedora de dos códigos lingüísticos—, con frecuencia nos ha ocupado y aun

preocupado.

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Res Diachronicae Virtual 4 (2005): El Contacto de Lenguas

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La respuesta de los socios y de los investigadores del tema en general resultó

amplia y entusiasta —dentro, claro está, de los límites impuestos por la propia

estructura del evento—, de modo que la variedad de matices que se vislumbraba en los

textos aconsejó agrupar éstos en cuatro secciones o mesas de trabajo, a saber:

— Mesa 1: Contactos entre variedades dialectales.

— Mesa 2: Contactos entre el español y las otras lenguas peninsulares.

— Mesa 3: Lexicografía y contacto lingüístico.

— Mesa 4: Contactos español / latín y otras lenguas no peninsulares.

Las sesiones se desarrollaron en un ambiente distendido aunque no por ello

exento de cuidado y precisión científicos, y, así, al lado de ponencias, comunicaciones y

debates, en los que sin duda se realizaron importantes aportaciones y se colocaron los

cimientos sobre los que levantar futuras empresas, hubo tiempo para aperitivos de

confraternidad, visitas guiadas a la ciudad de Lugo y hasta espectáculos de magia. El

Comité Organizador tiene la impresión de que se trató de dos días aprovechados al

máximo. Si estamos en lo cierto, si merecimos, siquiera mínimamente, las felicitaciones

recibidas, nuestro esfuerzo se sabrá holgadamente recompensado.

Pero poco se consigue en solitario. No quisiéramos poner fin a estas líneas, pues,

sin antes haber dado las gracias a todas cuantas personas y entidades colaboraron en la

consecución de aquel proyecto.

Gracias, en primer lugar, a la Facultade de Humanidades, el Concello de Lugo,

la Deputación Provincial y el Banco Santander Central Hispano, que pusieron los

medios físicos, técnicos y, en algún caso, económicos, que hicieron realidad el

encuentro.

Gracias a los profesores de la Universidade de Santiago de Compostela Carlos

Folgar Fariña y Alexandre Veiga Rodríguez, que tan gustosamente aceptaron

pronunciar las conferencias inaugural y de clausura.

Gracias asimismo a la Junta Directiva de la AJIHLE, por confiar en nosotras y por

brindarnos en todo momento su apoyo y su adhesión sinceros. Vaya, en concreto, un

agradecimiento muy especial para Mara Fuertes Gutiérrez y M. José García Folgado, sin

cuya ayuda y ejemplo muchas gestiones simplemente no habrían podido llevarse a cabo.

Gracias a nuestros colaboradores, Jaime Álvarez Vilariño, Marta Fernández

Carreira, Sonia Mon Enríquez y Susana Quintela Díaz, por su eficiencia, su prontitud y

su voluntariedad. Gracias también, ahora y siempre, por su amistad.

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Presentación

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Y gracias a los participantes, tanto a los comunicantes como a los asistentes,

cuyas expectativas esperamos no haber defraudado y sin quienes nada de esto habría

tenido sentido. A todos ellos los invitamos a seguir investigando o interesándose por el

contacto de lenguas como una forma peculiar —y complementaria de otras posibles—

de defender la diversidad lingüística y cultural que define a la humanidad. Porque, como

dijo el poeta gallego Manuel María, «[...] se deixamos morrer unha palabra/ o universo

enteiro/ dóese de orfandade e desamparo». Qué no hará si desaparece una lengua.

Ana Rodríguez Barreiro, Presidenta del Comité Organizador

Ana García Lenza, Secretaria del Comité Organizador

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© FOLGAR FARIÑA, Carlos. 2005. «Lenguas en contacto en la Castilla medieval: la apócope extrema y la influencia de los francos». Res Diachronicae Virtual 4: El Contacto de Lenguas. Número monográfico coord. por Ana Rodríguez Barreiro y Ana García Lenza. 5-22.

LENGUAS EN CONTACTO EN LA CASTILLA MEDIEVAL: LA APÓCOPE EXTREMA Y LA INFLUENCIA DE LOS FRANCOS*

CARLOS FOLGAR Universidade de Santiago de Compostela

Campus de Lugo

Con sumo gusto, y pareja preocupación por la responsabilidad que ello me

supone, he aceptado la gentil invitación de la profesora Ana Rodríguez Barreiro para

que desarrolle hoy ante ustedes un tema referido al contacto de lenguas desde una

perspectiva histórica. En concreto, trataré de la apócope extrema, fenómeno que por

resultar bien conocido no necesita ahora mayor presentación, y, más específicamente, de

la posible influencia lingüística ejercida por los francos en el devenir de tan peculiar

proceso fonético. Nos interesa, pues, centrarnos no en la descripción intrínseca de la

apócope extrema sino en su consideración a la luz de la situación de contacto de lenguas

(castellano/variedades galorrománicas) que parece haberse producido en los siglos XI,

XII y XIII en Castilla.

La opinión mayoritaria, aunque no unánime, es la que presenta la apócope

extrema medieval como un fenómeno autóctono de la fonología castellana. En efecto, se

acepta generalmente la explicación propuesta ya por Lapesa (1951), a saber, que la

apócope vocálica extrema es un reflejo, en la posición final absoluta de palabra, de las

nuevas condiciones fonotácticas consistentes en la aparición de determinadas

consonantes en el margen implosivo de sílaba interior, a raíz de la caída de las vocales * Esta ponencia se enmarca en las líneas de trabajo del grupo de investigación Lingüística diacrónica española (LINDIES), al cual pertenezco, junto con Mar Campos Souto, María Victorina Crego y Mercedes Suárez, todas ellas profesoras numerarias, de la Facultad de Humanidades (Campus Universitario de Lugo). En su estado actual, la ponencia es una versión inicial —y todavía incompleta— de un capítulo de un tema de investigación más amplio, acerca de la apócope extrema. Agradezco especialmente a mi

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Res Diachronicae Virtual 4 (2005): El Contacto de Lenguas

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intertónicas latinas; así, por ejemplo, la nueva ubicación implosiva de /t/ en SEPTIMANA

> setmana se reproduce en la posición implosiva final absoluta de palabra en SEPTEM >

siet (o, de manera semejante, la /b/ de cobdo < CUBITU en relación con la /b/ del

imperativo sub < SUBI). Sin ánimo ahora de profundizar en esta explicación, lo cual

excedería, sin ninguna duda, los límites de tiempo concedidos a esta ponencia, nos

interesa tan solo señalar que el carácter autóctono castellano de la apócope extrema

medieval no excluye radicalmente la actuación de factores de procedencia foránea, si no

en su génesis, sí al menos en su desarrollo. Este es precisamente el punto donde más

controversia se ha levantado, pues la influencia galorrománica no es considerada de

igual manera por todos los investigadores del tema, e incluso quienes se muestran

defensores de ese influjo extranjero no concuerdan a la hora de valorarlo y explicarlo.

La idea de que la apócope extrema del castellano medieval tenía algo que ver

con las variedades lingüísticas galorrománicas, esbozada, pero no desarrollada

explícitamente, hace ya mucho tiempo por Baist (1904-6 [= 2.ª ed. de Baist 1888]: 890)

en la 2.ª edición del tomo I del Grundriss der romanischen Philologie1, fue recuperada

por Menéndez Pidal en la sección de «adiciones» incluida en la 2.ª edición (1946) de su

magna obra sobre el Cantar de Mio Cid (Menéndez Pidal 1908-11: III, 1178-1183).

Quien de una forma más clara y exhaustiva desarrolló esta idea fue Lapesa (1951), que

admite plenamente que la apócope extrema es un fenómeno espontáneo y autóctono en

la evolución fonética del idioma castellano pero, con todo, observa ciertas rarezas que

no se explican adecuadamente a no ser que hagamos intervenir factores ajenos a las

consideraciones meramente intralingüísticas. En concreto, lo que más chocante le

parece a este autor son los tres hechos siguientes:

1) la notable virulencia que muestra en el siglo XII y primera mitad del XIII;

2) el contraste que durante la época alfonsí ofrecen textos coincidentes en

fecha, pero contrarios en preferencias respecto a los finales de palabra, y 3)

la rápida exclusión de la apócope extrema después de Alfonso X. Todo ello

me obligó a sostener que el fenómeno originariamente autóctono se vio

favorecido por factores de acción transitoria (Lapesa 1975: § 1).

esposa A. Margarita Turrión de Castro la ayuda que me ha brindado, en particular en lo referente a los datos de historia medieval. 1 En la 1.ª edición del tomo I de ese compendio de romanística, publicada en 1888, Baist no hacía ninguna referencia a la apócope extrema.

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Carlos FOLGAR FARIÑA: Las lenguas en contacto en la Castilla medieval: la apócope extrema...

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La coincidencia temporal entre el desarrollo de la apócope extrema y la llegada a

la Península Ibérica de un gran contingente de inmigrantes ultrapirenaicos —los

llamados francos—, así como la constatación de que el francés y el provenzal —al igual

que el catalán— tienden a perder la vocal final excepto /a/2 hicieron pensar a Lapesa que

la tendencia castellana a la apócope extrema resultó fortalecida por los hábitos

lingüísticos de los francos. Así, pues, para Lapesa la influencia ultrapirenaica no es

causa del surgimiento de este fenómeno fonético, sino simplemente causa de la gran

difusión que alcanzó en un amplio período de la Edad Media.

Para demostrar su tesis Lapesa (1951: § 3)3 menciona diversos hechos sociales y

culturales que nos permiten calibrar cuán decisiva resultó la influencia de los

inmigrantes francos en la vida cotidiana de los siglos XI, XII y XIII. En la exposición que

sigue trataremos de resumir esos hechos, aportando las informaciones históricas que los

hagan cabalmente comprensibles a la luz de la temática lingüística a que se dedica esta

ponencia.

Hay que remontarse a la intervención de Sancho III el Mayor, rey de Navarra

(1004-1035), quien, en el marco de actuaciones tendentes al fortalecimiento de la

monarquía y al establecimiento de contactos culturales y religiosos con los territorios

ultrapirenaicos, impulsó una ruta alternativa para las peregrinaciones a Santiago de

Compostela, reemplazando el viejo e incómodo itinerario —que recorría las zonas

montañosas de Álava, Cantabria y Asturias, para evitar el tránsito por la franja

fronteriza con el territorio dominado por los árabes— por otro más accesible, que

discurría por las tierras llanas del interior: en la localidad navarra de Puente la Reina se

unía la vía que entraba por el puerto de Somport y pasaba por Jaca con la que atravesaba

el puerto de Roncesvalles y seguía por Pamplona, y desde Puente la Reina el peregrino

iba por Estella, Logroño, Nájera, Santo Domingo de la Calzada, Burgos, Carrión de los

Condes, Sahagún, León, Astorga, Ponferrada, Villafranca del Bierzo y de ahí, ya por

tierras gallegas, a Santiago.

El resultado de todo ello fue un aumento del flujo de peregrinos a la catedral

compostelana —punto de destino para millares de romeros provenientes de todas las

regiones de Europa— y, además, el asentamiento de importantes núcleos de francos en

diversas ciudades situadas en la ruta jacobea, las más destacadas de las cuales fueron

Jaca, Pamplona, Estella, Burgos (convertida desde ese momento en centro del comercio

2 Cfr. Bourciez (1910: § 268), Lausberg (1956-62: I, §§ 272-291) y Allières (2001: § 2.1.2.5). 3 Cfr. asimismo Lapesa (1942: § 42).

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exterior de Castilla con Inglaterra y Flandes), León y, por supuesto, la propia Santiago

de Compostela. En estas entidades urbanas, al producirse la convergencia de los

inmigrantes extranjeros y de las gentes procedentes del mundo rural, comienza el

desarrollo de actividades mercantiles y artesanales, estimuladas por los propios reyes.

Este es el mecanismo más relevante de creación de nuevas ciudades en la España

septentrional, que conduce a la consolidación de un espíritu urbano basado en la

existencia de una colectividad integrada por individuos que desempeñan actividades

funcionales y económicas diferentes y basado asimismo en una autonomía municipal

manifestada en las libertades urbanas. Todo esto nos habla de la gran relevancia que los

nuevos pobladores francos alcanzaron, ya desde el siglo XI, en las más destacadas

ciudades del norte peninsular4.

Continuando con los datos históricos aducidos por Lapesa, retornamos al

mencionado Sancho el Mayor, el cual, con la colaboración de su amigo Oliba —abad de

Ripoll y obispo de Vic—, es también responsable de la introducción en los monasterios

navarros, aragoneses y castellanos de la regla de San Benito (resumida en el lema ora et

labora), que ya se seguía en los monasterios de Cataluña desde el siglo IX y que

constituye uno de los pilares de la ideología de la orden de Cluny5.

Comienza así el proceso de implantación cluniacense en la España cristiana, que

continuó durante el reinado de Fernando I el Magno de León (1037-1065) y alcanzó su

momento culminante en el reinado de Alfonso VI de Castilla y León (1072-1109). Este

monarca se mostraba disconforme con la aspiración del papa Gregorio VII de convertirse

en señor temporal del territorio castellanoleonés, puesto que, en definitiva, las

ambiciones territoriales del papa implicaban que el rey se reconociese vasallo del

pontífice. Alfonso VI intensificó las relaciones con la abadía de Cluny tratando de

recabar el apoyo de esta orden religiosa para resolver su disputa con el papado. El

acuerdo que se alcanzó satisfizo a Alfonso VI, que mantuvo su soberanía al renunciar el

pontífice a sus pretensiones, pero supuso como contrapartida la sustitución de la vieja

liturgia hispánica, llamada visigótica o mozárabe, por la general en la cristiandad

occidental, o sea, la llamada liturgia romana, tal como quedó dictaminado en el concilio 4 Sobre la presencia de los francos en La Rioja, cfr. Alvar (1969: §§ 13-16); sobre su presencia en Aragón remitimos a otra destacada investigación de Alvar (1968), en la que se amplían los datos que este mismo filólogo había aportado en un trabajo ligeramente anterior (1963: 221-225). 5 La abadía de Cluny había sido fundada en esa localidad francesa, situada en la Borgoña, en el año 910 por el duque Guillermo de Aquitania. Este decidió desligar la abadía de toda autoridad eclesiástica o civil, para que dependiese directamente del papado. Desde el momento mismo de su fundación, la abadía se

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Carlos FOLGAR FARIÑA: Las lenguas en contacto en la Castilla medieval: la apócope extrema...

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de Burgos (1080)6. Dado que la liturgia romana implicaba que los actos religiosos se

celebrasen en latín, con la nueva pronunciación «letra a letra» del latín escrito, se hacía

necesaria la intervención de clérigos procedentes de Francia, nación donde esa liturgia

ya había sido instaurada en el año 787 en el marco de las reformas culturales y sociales

emprendidas por Carlomagno7. Así fue que los religiosos ultrapirenaicos renovaron los

estudios de la gramática y el conocimiento del latín, y además ocuparon puestos

relevantes en diversos monasterios —siendo la villa leonesa de Sahagún la receptora

más importante de monjes franceses— y catedrales (Toledo, Palencia, Burgo de Osma,

Segovia, Sigüenza, pero también Coimbra, Santiago de Compostela o Valencia)8.

Por fin, junto al aporte eclesiástico, Lapesa se refiere también a la llegada de

príncipes y caballeros ultramontanos, que ofrecen una importante ayuda en las tareas de

reconquista del territorio andalusí. En efecto, la participación de mercenarios

extranjeros, no necesariamente franceses, resultó muy relevante en el transcurso de la

reconquista. Bástenos citar, como simple muestra de ello, el episodio protagonizado por

un grupo de cruzados —entre los que figuraban vasallos del duque de Montpellier—

que, en el marco de las operaciones de la Segunda Cruzada a Tierra Santa, entraron en

la Península Ibérica y tomaron parte en la conquista de Almería (1147); la ciudad

andaluza fue entregada a la Corona de Castilla, en cuyo poder se mantuvo durante diez

años, para ser definitivamente reconquistada en 1489. Esos mismos cruzados, en el viaje

de regreso, aprovecharon la ocasión para apoderarse de Tortosa (1148), que quedó

integrada en la Corona de Aragón.

Todos estos hechos históricos que hemos reseñado, cargados de trascendencia

social y política, contribuyen a dotar de un innegable prestigio sociocultural a la

población franca, que probablemente era bien acogida por los nativos hispanos. Dado

que las variedades románicas habladas por estos inmigrantes tendían a la desaparición

del vocalismo final, excepto /a/, a Lapesa le parece lógico que este grupo de hablantes

rigió por la regla de San Benito, que había sido redactada por San Benito de Nursia en el año 537, durante su estancia en el monasterio de Monte Cassino. 6 En Aragón la introducción de la liturgia romana había sido ligeramente anterior: había comenzado en 1071, consumándose en 1074. En Navarra el rito romano fue adoptado en 1076. Una vez que Toledo pasó en 1085 a poder de Alfonso VI, se produjo también la adopción de la liturgia romana en las iglesias de la ciudad castellana y de sus aledaños. Se sabe que, a la hora de decidir y llevar a cabo ese cambio de liturgia en Toledo, ejerció una influencia decisiva la reina doña Constanza, que era hija del duque Roberto de Borgoña y que mostraba una especial inclinación hacia la orden cluniacense; el deseo de la reina era, lógicamente, apoyado por Bernardo, un monje cluniacense que ya había intervenido en las decisiones adoptadas en el concilio de Burgos y que ocuparía la silla arzobispal toledana en 1086. 7 Sobre estos hechos históricos y su trascendencia lingüística seguimos a Wright (1982: caps. 3-5). 8 «Sin excepción conocida, a finales del siglo XI todas las sedes españolas estuvieron ocupadas por un obispo de origen cluniacense, preferentemente francés» (Ubieto et al. 1963: 147).

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Res Diachronicae Virtual 4 (2005): El Contacto de Lenguas

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foráneos, en su aprendizaje de la lengua castellana, se inclinase por las formas

apocopadas: por ejemplo, entre las variantes muerte y muert, que en ese período

alternaban en castellano, estos hablantes preferirían la segunda variante, por ser más

acorde con los hábitos fonotácticos de su lengua nativa.

La influencia franca favorecedora de los finales consonánticos duros dejó de

actuar en las primeras décadas del siglo XIII. Lapesa (1951: §§ 7-8) aduce algunos

hechos históricos que lo prueban. En primer lugar, conviene tener presente que la ayuda

militar prestada por los caballeros francos en la reconquista del sur peninsular ya no

resultaba tan necesaria y en consecuencia fue disminuyendo progresivamente desde la

segunda mitad del siglo XII; los ejércitos hispánicos disponían ya de la suficiente pericia

para luchar en condiciones de superioridad contra el enemigo musulmán y, de hecho, en

la célebre batalla de las Navas de Tolosa (1212), al pie del desfiladero de

Despeñaperros, una coalición formada por los ejércitos de Castilla, Aragón y Navarra,

cada uno de ellos bajo el mando de su propio rey (Alfonso VIII, Pedro II y Sancho VII el

Fuerte respectivamente), obtuvo sin apenas colaboración extranjera una resonante

victoria contra los almohades, victoria que provocó la descomposición del imperio

almohade y que, en definitiva, abrió el camino al espectacular avance que la reconquista

experimentó en los años siguientes. Es más, un poco antes de tan decisivo combate los

caballeros francos llegados como refuerzo de los soldados hispánicos, debido a roces y

discrepancias con estos, optaron por abandonar la campaña, justamente cuando las

tropas de la alianza estaban a punto de entrar en Sierra Morena. Estas disputas y

rivalidades entre francos y nativos indican que las relaciones entre ambos sectores ya no

eran tan cordiales como hacía un siglo. Como es obvio, la retirada antes de una batalla

de tanta trascendencia tuvo que provocar que el prestigio de los francos en España

sufriese una brusca caída.

En otro orden de cosas, el número de religiosos llegados a España desde Francia

disminuyó ostensiblemente durante el reinado de Fernando III (1217-1252). Como es

lógico, esto se explica por el hecho de que, a comienzos del siglo XIII, el clero hispánico

ya disponía de la preparación técnica suficiente como para cumplir adecuadamente las

exigencias del rito romano y de la organización de la vida monacal.

Por fin, si la primera generación de inmigrantes francos tuvo que moverse

necesariamente en un ambiente bilingüe, con coexistencia de su variedad galorrománica

y la variedad vernácula hispánica, sus hijos y aún más sus nietos debían de estar ya

plenamente integrados en el ambiente lingüístico castellano, de modo que quedaba

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Carlos FOLGAR FARIÑA: Las lenguas en contacto en la Castilla medieval: la apócope extrema...

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entonces consumada la asimilación lingüística de los francos. Todas estas circunstancias

coinciden, de forma que Lapesa estima muy significativa, con el aminoramiento de la

intensidad de la apócope extrema.

Hasta aquí la exposición de D. Rafael Lapesa en lo que atañe directamente al

tema que hoy nos ocupa. Por nuestra parte, a la vista de los muchos y precisos datos

históricos que nos ofrece el maestro valenciano sobre el influjo cultural franco en la

España medieval, y considerando asimismo la casi perfecta coincidencia entre

influencia franca y apogeo de la apócope —y entre disminución de esa influencia y

retroceso del fenómeno fonético—, entendemos que negar la conexión entre los dos

tipos de hechos sería pecar de imprudentes o incluso no querer ver una evidencia. La

verdad es que hasta el autor más crítico con Rafael Lapesa, que es Diego Catalán, ha

tenido que admitir que «los “francos”, cuya influencia cultural y política sobre la

España del s. XII y principios del s. XIII es incuestionable, contribuirían, sin duda, a

difundir la apócope de la vocal final» (Catalán 1971: 78, n. 4). Parece claro, pues, que a

este respecto hay consenso entre los autores. Ahora bien, no creemos que se pueda

zanjar aquí la discusión, porque consideramos que en la exposición de Lapesa hay al

menos dos aspectos que conviene precisar para que cobren su auténtico sentido:

¿quiénes eran realmente los francos y qué lengua(s) hablaban?, ¿cómo debemos

entender, en el aspecto estrictamente lingüístico, el influjo de esa población franca? Las

páginas que siguen pretenden dar nuestra respuesta personal a esas dos cuestiones.

En primer lugar, podrá parecer sorprendente la pregunta de quiénes eran los

francos. Sin embargo, muy probablemente resulta oportuno hacer aquí una aclaración

semántica a propósito de la palabra franco. Los documentos medievales no son

demasiado explícitos a este respecto, pero sí podemos indicar que algunos de ellos nos

dan a entender, aunque sea de manera indirecta, que este adjetivo no era utilizado con

un valor estrictamente gentilicio, es decir, en el sentido de ‘oriundo de Francia’, sino

más bien como un término genérico, equivalente por tanto a ‘poblador foráneo de

procedencia ultrapirenaica (no necesariamente francesa)’. Es sintomático de ello un

texto escrito por un monje de Sahagún, que nos señala de forma bastante explícita que,

en respuesta a la convocatoria del rey Alfonso VI para establecer un asentamiento de

población en torno al monasterio de esa localidad leonesa,

ayuntáronse de todas las partes del universo burgueses de muchos e diversos oficios, combiene a saber, herreros, carpinteros, sastres, pelliteros, zapateros, escutarios e omes enseñados en muchas e diversas artes e oficios; e otrosí personas de diversas e

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extrañas provincias e reinos, combiene a saber, gascones, bretones, alemanes, ingleses, borgoñones, normandos, tolosanos, provenzales, lombardos, e otros muchos negociadores de diversas naciones e estrañas lenguas (apud Ubieto et al. 1963: 134).

Según se puede apreciar, en esa relación aparecen gentes oriundas de nuestro

país vecino, junto a personas de otras nacionalidades. Al amparo de informaciones

como las del monje de Sahagún, los historiadores parecen estar conformes en considerar

que «a despecho de su denominación, que parece indicar una sola procedencia, los

“francos” eran en realidad gentes ultrapirenaicas de origen muy diverso» (Salrach

Marés 1989: 304). Desde este punto de vista, se hace preciso admitir que el término

franco venía a significar en la Edad Media algo así como ‘extranjero de procedencia

europea, no hispánico’, de modo que surgen de inmediato serias dudas sobre la

pertinencia de atribuir a ese heterogéneo grupo humano algún influjo sobre el desarrollo

de la apócope extrema castellana. ¿Cómo habría podido producirse esa influencia, si

resulta que dentro del grupo de pobladores llamados francos había individuos de

procedencia italorrománica, cuyas variedades lingüísticas no propenden a los finales

consonánticos, e incluso gentes que ni siquiera hablaban lenguas neolatinas? La verdad

es que, vistas las cosas así, la explicación de Lapesa, por mucho que los datos históricos

sean correctos —que sin duda lo son—, parece tambalearse.

Sin embargo, admitir el valor genérico de la palabra franco en la España

medieval no nos obliga automáticamente a anular la identificación que hemos venido

haciendo en nuestra exposición entre francos y franceses y provenzales. La diversidad

de origen de los francos, que en ningún caso negamos, no nos debe hacer olvidar que

una proporción muy importante —y, con toda probabilidad, mayoritaria— de ellos

provenía del territorio galorrománico: los datos históricos que, siguiendo a Lapesa,

hemos ofrecido en el texto, no parecen dejar lugar a dudas sobre la procedencia

geográfica de la mayor parte de estos inmigrantes. A ello habría que sumar el hecho de

que los inmigrantes no franceses que llegasen a España por vía terrestre habrían

necesariamente de atravesar el territorio de Francia, lo cual les daba ya, como es natural,

la oportunidad de establecer un primer contacto, por elemental y superficial que fuese,

con las variedades lingüísticas galorromances. Nos adherimos, por tanto, a la postura

que adopta el polígrafo gallego Fernández del Riego en una amena obra de divulgación

sobre las peregrinaciones a Santiago de Compostela; él reconoce que la denominación

común francos que recibían estas gentes no implica «que tivesen, de exclusivo, unha

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Carlos FOLGAR FARIÑA: Las lenguas en contacto en la Castilla medieval: la apócope extrema...

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orixe francesa» (1984: 137), pero también afirma con claridad que «foron moitos os

habitantes orixinarios de terras foráneas, principalmente franceses, os que nos séculos

XII e XIII se instalaron nos lugares que atravesaba o camiño xacobeo» (1984: 135;

cursiva nuestra). Opinamos, en conclusión, que la consideración tradicional de los

francos como inmigrantes venidos de Francia y usuarios de variedades lingüísticas

galorrománicas sigue siendo válida y operativa, a condición de que no sea entendida de

modo tajante y exclusivo.

Es esperable que en esta aclaración sobre la verdadera naturaleza de los francos

nos ayuden la morfología y la semántica de la propia palabra franco. Resulta evidente

que este término presenta la misma raíz léxica que el topónimo Francia, y de ahí

procede, claro está, la identificación tradicional a que antes nos referíamos. Aceptando y

dando definitivamente por sentado el carácter heterogéneo de ese grupo de población

foránea, ¿qué motivo habrá llevado a los castellanos del medievo a llamarles

precisamente francos9? A nuestro juicio, la solución a esta pregunta es la siguiente.

Suponemos que la palabra medieval franco tenía un significado inicial acorde con su

raíz léxica, es decir, ‘extranjero oriundo de Francia’, y creemos que esta palabra

experimentó una extensión semántica, consistente en que del significado inicial se pasó

al valor más amplio ‘extranjero de procedencia ultrapirenaica’. Este proceso de

ampliación semántica se debe al hecho, ya mencionado, de que los extranjeros que

llegaban a España de allende los Pirineos eran en su mayoría de nacionalidad francesa,

de modo que la modificación de significado consiste en que el vocablo empleado para

designar al elemento más numeroso dentro de un conjunto pasa a referirse a la totalidad

de ese conjunto.

Para anticiparnos a la posible objeción de que la argumentación semántica que

acabamos de hacer sea una solución ad hoc, aducida para resolver un simple problema

concreto, nos permitimos citar aquí otros casos similares de cambio semántico, que han

afectado igualmente a gentilicios en la lengua castellana, y que creemos que avalan

nuestra explicación. Un primer ejemplo es el proceso que ha experimentado, en el

español hablado en Argentina, el gentilicio gallego, que de su valor semántico original

—el mismo que tiene en España— ha adquirido en esa república el valor de ‘inmigrante

español (aunque no provenga realmente de ninguna de las cuatro provincias de

Galicia)’, debido al hecho bien conocido de que la mayor parte de los españoles que se

trasladaban a la Argentina procedían justamente de la verde esquina del noroeste

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peninsular10. Otro ejemplo de esta índole, tomado del español coloquial de finales del

siglo XX, es el uso del femenino sueca con el valor de ‘veraneante llegada a las playas

españolas procedente del norte o centro de Europa (no necesariamente de Suecia)’; en

este segundo caso la ampliación de significado no parece deberse a un supuesto

predominio numérico de las turistas suecas con respecto a las de otros países, sino más

bien, si nuestras informaciones son correctas, al hecho de que eran precisamente las

suecas las veraneantes más llamativas y destacadas por su frecuente uso del bikini,

prenda que resultaba a todas luces revolucionaria a una sociedad tan extremadamente

conservadora como era la España franquista en los años que siguieron a la dura

posguerra.

El cambio semántico ocurrido en todos esos vocablos tiene como justificación

última el hecho de que a los hablantes no les resulta imprescindible mantener la

precisión geográfica sobre el origen de unas u otras gentes. Así, a los

castellanohablantes del medievo poco o nada les importaba que los extranjeros que por

aquella época llegaban a España atravesando los Pirineos procediesen en realidad de

tierras inglesas, francesas o italianas, de la misma manera que al ciudadano español de

ahora suele serle totalmente indiferente que las veraneantes rubias y estilizadas sean de

Suecia, de Alemania o de los Países Bajos. En todos estos ejemplos se ha producido

cambio semántico por sinécdoque del tipo pars pro toto: la parte más relevante de un

conjunto pasa a designar a todo el conjunto11. Esperamos que estos datos garanticen que

nuestra explicación de la voz franco es razonable.

Admitida, por tanto, la composición demográfica del grupo de los francos,

formado por gentes diversas que convergen en el territorio hispánico, es fácil concluir

que cada subgrupo hablaría su lengua materna, resultando mayoritaria en cualquier caso

la utilización de hablas galorrománicas. Resuelto este porblema, se nos plantea de

inmediato otro, que podría concretarse en el siguiente interrogante: ¿qué hablaban los

francos en la España medieval? Formulado así, esto puede parecer redundante, y hasta

absurdo, pero realmente creemos que plantear tal incógnita sí tiene sentido a la vista de

las objeciones expresadas por Torreblanca & Blake (2002) contra la teoría de Lapesa

acerca de la influencia de los francos en el desarrollo de la apócope extrema. En efecto,

Torreblanca & Blake (2002) opinan que la pérdida de /-e/ final absoluta (y su posterior

9 En los textos escritos en latín por los cultos de aquella época se les llama Franci o Francigeni. 10 Cfr. Kany (1960: 227-229), que recoge otros ejemplos semejantes en el uso hispanoamericano. 11 Se trata de una subclase de cambio semántico bien documentada en la historia de la lengua española, cfr. Penny (1991: § 5.2.2), que da otros casos, ya no pertenecientes al ámbito de los gentilicios.

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Carlos FOLGAR FARIÑA: Las lenguas en contacto en la Castilla medieval: la apócope extrema...

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reposición en ciertos contextos fonotácticos) en el castellano de la Edad Media puede

explicarse exclusivamente por razones fonéticas y morfológicas, de modo que, a juicio

de esos investigadores, no sólo no hay necesidad alguna de recurrir al influjo franco en

la explicación del fenómeno lingüístico, sino que incluso resulta inadecuado e

insatisfactorio postular tal influjo. Como es obvio, dados los límites de extensión de esta

ponencia, no nos es posible detenernos a examinar la teoría defendida por los dos

investigadores citados, y habremos de limitarnos a lo que se refiere específicamente a la

actuación de los francos en el tema que nos ocupa.

En relación con las lenguas de que hacían uso los francos, Torreblanca & Blake

se expresan así:

La teoría de Lapesa implica que los dialectos románicos de los francos (francés,

provenzal, gascón y catalán) se mantuvieron en Castilla durante un largo tiempo (s. XII y la mayor parte del XIII), como lenguas de gran prestigio cultural. No tenemos evidencia alguna de ello. En Castilla, los inmigrantes francos aprendieron la lengua de los castellanos, y no viceversa (2002: 433, n. 2).

Comenzando con la última frase de esa cita, entendemos necesario puntualizar

que, al menos en lo que nosotros sabemos, ningún filólogo ha defendido nunca que los

castellanos del medievo aprendiesen la lengua de los francos. El sentido común y un

mínimo conocimiento de los hechos lingüísticos nos dicen con claridad que la población

autóctona no cambió de lengua por el mero hecho de que entrase en Castilla un elevado

contingente de gente alófona; lo evidente es que los castellanos siguieron hablando

castellano y los extranjeros, en mayor o menor medida y al cabo de más o menos

tiempo, aprendieron la lengua de Castilla. Dado que los francos se dedicaban, por lo

general, a actividades que implicaban contacto directo con los nativos hispanos (a saber,

comercio, artesanía, notarías, organización de la vida religiosa, enseñanza, etc.), lógico

es suponer que desde el principio sentirían la clara necesidad de aprender la lengua

vernácula de su nuevo lugar de residencia. De esto no hay duda, de manera que no

merece la pena insistir más en este punto concreto. Ahora bien, lo anterior no implica

automáticamente que este elemento poblacional foráneo no haya podido ejercer alguna

influencia lingüística, y ahí es donde, a nuestro entender, se equivocan Torreblanca &

Blake.

El error de estos investigadores procede precisamente de no haber tenido en la

debida consideración los hechos históricos aducidos por Lapesa y repasados en esta

ponencia. Las peregrinaciones jacobeas, el asentamiento de los francos en las ciudades y

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villas del Camino de Santiago, el predominio cluniacense en la vida eclesiástica y la

intervención de caballeros y soldados franceses en las operaciones de reconquista son

hechos históricos, perfectamente conocidos y documentados, que hablan por sí mismos

e indican, a todas luces, el influjo que tales gentes ejercieron en la España cristiana

medieval. Pero incluso podríamos decir que esos datos, así expuestos, no resultan tan

relevantes como la constatación de que los movimientos de población a que dan origen

tales hechos se produjeron a lo largo de un amplísimo lapso temporal: siglo XI, siglo XII

y buena parte del XIII. En efecto, la llegada de población franca a la región castellana es

constante en todo ese período de tiempo. Incluso en el siglo XIII ocurre algún otro hecho

histórico, al que Lapesa no llegó a prestar atención, que se sitúa en la misma dirección.

Nos referimos al éxodo de algunos de los cátaros hacia el norte de España. Con la

brevedad debida, procedemos a narrar este acontecimiento.

En los inicios del siglo XIII la herejía de los cátaros o albigenses, que negaba

valor a toda autoridad eclesiástica y propugnaba un riguroso ascetismo para que el ser

humano se liberase de la esclavitud de la carne y de lo material, había alcanzado una

considerable extensión en el sur de Francia, especialmente en el triángulo formado por

las ciudades de Toulouse, Carcassonne y Albi12. El papa Inocencio III, muy preocupado

por el gran seguimiento de que gozaba la disidencia religiosa y convencido de que no le

sería viable resolver el conflicto por las buenas, optó finalmente por la vía militar:

declaró la cruzada contra los albigenses en 1209 y encomendó la dirección de las

operaciones bélicas a Simón, conde de Montfort. Los cruzados atacaron los territorios

del conde de Toulouse, Raimundo VI, y esta circunstancia provocó que el rey de

Aragón, Pedro II, que era cuñado del conde Raimundo VI, acudiese en auxilio de este.

No le fueron bien las cosas, sino todo lo contrario, a Pedro II: en la desgraciada batalla

de Muret (1213), muy cerca de Toulouse, encontró la muerte el monarca

catalanoaragonés y la misma suerte corrió la inmensa mayoría de sus tropas. La victoria

militar de Simón de Montfort acarreó tres consecuencias fundamentales: el final del

dominio catalán en el mediodía de Francia, la incorporación de esa amplia región a la

corona francesa y, por último, la durísima represión a que fueron sometidos los

cátaros13. Quienes lograron escapar al cruel castigo represor buscaron refugio en otras

12 Del nombre de esta localidad se deriva el que se llame albigense a este movimiento herético. 13 La guerra contra los cátaros —y, por extensión, contra los gobernantes de las regiones meridionales de las antiguas Galias— fue larga y en su desarrollo hubo diversas alternativas. Así, por ejemplo, Simón de Montfort falleció en 1218 cuando intentaba recuperar la ciudad de Toulouse, que había vuelto a poder del conde Raimundo VI. La intervención directa del rey Luis VIII de Francia acelera los acontecimientos y en

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Carlos FOLGAR FARIÑA: Las lenguas en contacto en la Castilla medieval: la apócope extrema...

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tierras, y así los reinos del norte de España dieron acogida a un cierto número de herejes

cátaros. No es este un hecho anecdótico, pues se sabe que entre los huidos a territorios

hispánicos estaban algunos trovadores provenzales (Riquer & Valverde 1957-59: I, 296-

299). Estos datos vienen a confirmarnos, pues, que incluso en una fecha relativamente

tardía como las primeras décadas del siglo XIII continúa la incorporación a los diferentes

reinos hispánicos de individuos ultrapirenaicos: si en 1212 vienen los caballeros

francos, que finalmente no tomarían parte en la batalla de las Navas de Tolosa, a partir

del año siguiente serán los cátaros quienes encaminen sus pasos hacia la Península

Ibérica14.

En el aspecto lingüístico, que es el que más nos interesa, las consecuencias de

esta oleada de inmigrantes ultrapirenaicos son fáciles de imaginar. Es lógico pensar que

la primera generación de francos, que en términos generales podemos situar un poco

antes del año 1050, seguiría expresándose en su(s) lengua(s) materna(s), aunque fuesen

aprendiendo, tal vez todavía rudimentariamente, el romance hispánico de la región en

que se asentasen, y es lógico asimismo suponer que los descendientes de esos

inmigrantes de primera generación tendrían ya el romance hispánico correspondiente

como lengua de uso común, aun moviéndose todavía, con toda probabilidad, en un

ambiente bilingüe. Ahora bien, al tiempo que se desarrolla la asimilación lingüística de

esa segunda generación, llega a España otro contingente de inmigrantes francos, con los

el año 1229 se da por concluida la cruzada contra los albigenses. No obstante, continúan activos algunos focos de herejía, que pierden casi definitivamente su importancia con la toma en 1244 del castillo de Montségur, el último bastión de la disidencia albigense. Además, para combatir la heterodoxia la Iglesia puso en marcha por esas fechas un tribunal sumamente poderoso: durante el pontificado de Inocencio III se crea la Inquisición episcopal (1215) y unos años después, en 1231, Gregorio IX instituye la Inquisición papal. En definitiva, tan cruel y sanguinaria fue la represión de la herejía cátara, que constituye uno de los más lamentables episodios de la historia de nuestro país vecino. 14 Morala Rodríguez (1997) cree haber identificado como perteneciente a este grupo religioso a un escribano que trabaja en tierras leonesas a mediados del siglo XIII. De todas maneras, sería inexacto deducir que los cátaros huyeron en masa de Occitania; antes al contrario: el pueblo y sus dirigentes, tanto religiosos (los llamados perfectos) como laicos, afrontaron con serenidad y templanza el contundente ataque del bando formado por eclesiásticos fieles al romano pontífice y por los señores del norte de Francia. Roquebert lo expresa así: «Ceux qui n'avaient pas la vocation d'être parfaits ou parfaites furent toute leur vie, pour la plupart, croyants cathares, épousèrent des filles ou des fils de parfaites, et, sur leur lit de mort, demandèrent le consolament. La croisade et la persécution n'enrayèrent pas ce phénomène; au contraire, traquée, proscrite, la noblesse cathare semble resserrer ses liens, et la génération des années 1220 finira par constituer [...] un vaste réseau de cousins et de beaux-frères qui sera l'âme d'une double résistance: à la conquête royale et à l'ordre romain» (1983: 274-275). No obstante, Labal (1983: 184) nos informa que, a medida que la situación se iba haciendo crítica o insostenible para la población occitana, algunos cátaros no vieron otra salida que el exilio hacia el norte de la Península Ibérica y, especialmente, hacia el norte de Italia, zona esta última en la que la autoridad papal también estaba puesta en entredicho en la primera mitad del siglo XIII. En el caso de los cátaros que atravesaban los Pirineos, la infraestructura viaria del Camino de Santiago les ofrecía un medio relativamente cómodo de alcanzar tierras más seguras para ellos en el reino de Castilla. Precisamente en virtud de su procedencia galorrománica, los cátaros podían pasar inadvertidos con mayor facilidad en las localidades de la ruta jacobea.

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Res Diachronicae Virtual 4 (2005): El Contacto de Lenguas

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que lógicamente se repetirá la situación que acabamos de describir: los hijos de estos se

instalarán en el iberorromance, pero simultáneamente se produce la llegada de nuevos

extranjeros, y así sucesivamente. Esta sucesión más o menos ininterrumpida de francos

que se incorporan a los reinos hispánicos septentrionales no nos autoriza, desde luego, a

suponer que los castellanos de aquella época estimasen necesario o aconsejable

aprender la lengua de los francos, pero sí nos sitúa en la firme creencia de que los

hábitos lingüísticos de la población foránea pudieron muy bien ejercer —y, sin duda,

realmente ejercieron— algún influjo sobre la lengua castellana a lo largo de este

prolongado período de contacto de lenguas.

Con esta argumentación pensamos que quedan rebatidas las objeciones

presentadas por Torreblanca & Blake (2002) en la cita antes transcrita. Ahora bien, el

tipo concreto de influjo ejercido por los francos sobre la apócope extrema medieval está

todavía pendiente de aclaración. A ello dedicaremos las últimas páginas de nuestra

ponencia.

Con respecto a la segunda cuestión que antes planteábamos, se trataba de

determinar cómo hay que entender, desde un punto de vista estrictamente lingüístico, el

influjo de la población franca; dicho de otra manera, nos estamos ahora preguntando

cuál fue la concreta repercusión lingüística que el prestigio acumulado por la población

franca causó en la lengua castellana medieval. Resulta perfectamente plausible que, al

ser las gentes ultrapirenaicas un grupo social prestigiado, sus hábitos lingüísticos fuesen

considerados modelo digno de imitación por la población nativa: al tener que elegir

entre formas plenas y formas apocopadas (por ejemplo, muert y muerte

respectivamente), ya en coexistencia en la lengua de los castellanos de la segunda mitad

del siglo XI, los francos optarían por las variantes apocopadas, más acordes con la

fonotáctica de sus dialectos nativos, de suerte que esta elección fácilmente pudo traer

consigo la preferencia de los hablantes castellanos de los siglos XII y XIII por las formas

con apócope. No creemos que esto pueda negarse, pero sí nos parece pertinente hacer

una aclaración: de los varios artículos que Rafael Lapesa ha dedicado al tema de la

apócope extrema se desprende con cierta claridad que él entiende que estamos ante un

caso de influencia francesa y provenzal en el componente fonológico del castellano

medieval. No nos parece tan seguro que sea así, al menos por dos razones: la primera es

que, de acuerdo con lo que sabemos acerca de la actuación del superestrato, la

influencia de la lengua superpuesta sobre la otra se concentra en el sector léxico, es

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Carlos FOLGAR FARIÑA: Las lenguas en contacto en la Castilla medieval: la apócope extrema...

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menor en el plano gramatical y resulta mínima en el nivel fónico15, y lo cierto es que la

propuesta de Lapesa es contraria a lo que la teoría lingüística nos enseña; en segundo

lugar, la influencia franca sobre el vocalismo final castellano sería el único testimonio

de superestrato fónico ultrapirenaico en nuestra lengua medieval según los datos que

presenta el propio Lapesa (1942: § 42, § 51), que, aparte de la apócope extrema,

únicamente hace referencia a galicismos medievales en el terreno léxico16, lo cual sí es

concorde con lo que la teoría lingüística permite prever en situaciones de superestrato.

Todo esto hace que nos resulte difícil interpretar como influencia fonética el asunto que

nos ocupa.

Pensamos que hay otra explicación mejor, consistente en enfocar la influencia

superestratística que ahora nos interesa desde el punto de vista léxico. A nuestro

entender, la clave está en centrar la atención en el elevado número de préstamos léxicos

galorrománicos que se introdujeron en castellano durante la época de mayor afluencia

de inmigrantes ultrapirenaicos. Muchos de estos préstamos, como es natural, terminaban

en finales consonánticos duros. Del inventario de galicismos, occitanismos y

catalanismos que ofrece Lapesa (1975: § 5), seleccionamos aquí como simple muestra

arciprest, ardiment ‘atrevimiento’, argent ‘plata’, aveniment ‘suceso’, barnax ‘proeza’,

convent, convit, cosiment ‘gracia, merced, misericordia, compasión’, deleit, duc, flum

‘río’, franc, gambax ‘jubón acolchado para amortiguar los golpes’, guarniment, mast

‘mástil’, pleit, ribalt ‘pícaro, bellaco’, sacerdot, tost ‘en seguida’..., dejando ya aparte

antropónimos como Armengot, Bernald, Felip, Guillem, Guiralt, Leonart, Remont,

Vicent y tantos otros17. Creemos que fueron precisamente estos galicismos y

occitanismos los que sirvieron de trampolín que dio impulso a la apócope extrema

15 Esta es la idea tradicional de la lingüística general y de la romanística, cfr. por ejemplo Deroy (1956: 67-93) y Tagliavini (1952: § 52), a pesar de las reticencias de Weinreich (1953: § 2.53). Así ha ocurrido claramente con la influencia superestratística germánica y árabe en castellano, como el propio Lapesa (1942: caps. 4-5) hace ver. 16 Nos estamos refiriendo exclusivamente a rasgos lingüísticos franceses o provenzales que fueron de alcance más o menos general en el castellano medieval. Cfr. sobre este asunto Lapesa (1967) y Fernández González (1991). Descartamos, pues, aquellos otros galicismos y provenzalismos (no sólo léxicos, sino también fonéticos y morfológicos) que aparecen en documentos medievales de claro hibridismo lingüístico, escritos por gentes ultrapirenaicas que no habían alcanzado un dominio preciso de la lengua castellana (o de la leonesa) en un momento en que todavía no se había superado el bilingüismo a que dio lugar la inmigración procedente de Francia. 17 Por supuesto, no todos los préstamos léxicos galorrománicos pasados al castellano en aquella época presentaban final consonántico duro (cfr. deán, follía ‘locura’, fonta ‘deshonor’, mensaje, mesón, roseñor ‘ruiseñor’, trobar ‘encontrar’, vergel, vianda, etc.), pero lo cierto es que un porcentaje importante de ellos sí tenía esa característica.

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autóctona del castellano medieval18. Tiene razón, por consiguiente, Catalán cuando

manifiesta que «los francos pudieron reforzar el uso literario de la apócope (sobre todo

refrenando la acomodación fonética de los galicismos, occitanismos y catalanismos)»

(1974: 198, n. 541). Dicho con otras palabras, la apócope extrema se vio reforzada e

incrementada en el uso no por un préstamo fonético sino por una acumulación de

extranjerismos léxicos cuyas terminaciones eran coincidentes con las de las palabras

castellanas que sufrían pérdida extrema de /-e/ u /-o/. En este sentido, nos parece que

estaba en lo cierto el insigne filólogo Dámaso Alonso cuando, después de afirmar su

creencia en una tendencia autóctona castellana a la caída de la vocal final, advertía que

«el influjo galo [= galorrománico] sería de léxico, y fomentaría las tendencias nativas a

la apócope» (Alonso 1962: 95).

Esperamos que con esta formulación quede más claro que la influencia

ultrapirenaica sobre la tendencia castellana a la apócope es una cuestión de léxico, lo

cual permite al mismo tiempo comprender por qué ese influjo foráneo se plasmó en las

terminaciones consonánticas duras y no en otras características fonéticas presentes en

las variedades galorrománicas y ausentes en castellano —como, por ejemplo, la

conservación de los grupos consonánticos /pl-/, /kl-/, /fl-/ (PLANU > fr. plain, prov. pla;

CLAVE > fr. clef, prov. clau) o la ausencia de diptongación en sílaba trabada (FESTA > fr.

fête, al contrario que PEDE > fr. pied)19—. Asimismo, podremos entender mejor por qué

la influencia galorrománica no actuó cuando la vocal átona no era final absoluta, de

modo que, por ejemplo, en plurales como naves (sustantivo), cantades (presente de

indicativo) o dixiestes (pretérito perfecto simple) nunca hubo apócope en castellano

medieval. Si enfocamos esa influencia desde el punto de vista fonético, sería

inexplicable por qué no hubo apócope en esos casos, dado que en francés y provenzal la

pérdida de la vocal es regular aunque no sea final absoluta. Ahora bien, si planteamos la

cuestión desde el punto de vista léxico, se resuelve ese enigma: no ha habido influencia

fonética, pues ninguna tendencia fónica galorrománica contraria a la fonética histórica

castellana y a los hábitos fonotácticos del castellano medieval ha triunfado. Se

entenderá ahora mejor la afirmación de Lapesa de que «esta influencia lingüística de los

“francos” vigorizó pasajeramente una tendencia nativa, pero no originó tendencias

18 El mismo efecto tenía el amplio número de arabismos terminados en lo que para los castellanos de aquella época eran finales consonánticos duros. Del listado que ofrece Lapesa (1975: § 5) mencionamos a título de ejemplo açrob ‘plomo’, albot ‘crisol’, algib, azeit, xac ‘jaque’, etc. 19 Esta segunda característica solamente es aplicable al francés, pues en provenzal la diptongación no ocurre ni en sílaba libre (PEDE > pe) ni en sílaba trabada (FESTA > festa).

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Carlos FOLGAR FARIÑA: Las lenguas en contacto en la Castilla medieval: la apócope extrema...

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nuevas» (1951: 196). Difícilmente un superestrato de orden léxico podría originar

modificaciones fonológicas o fonotácticas.

Como conclusión de nuestra exposición, podemos señalar que las ideas aquí

presentadas confirman en líneas generales, si bien con importantes rectificaciones y

matizaciones, la visión de Rafael Lapesa sobre la apócope extrema del castellano

medieval. Pensamos que se trata de un fenómeno fonético espontáneo del castellano,

cuyo surgimiento en el siglo XI se debe a la reproducción, en la posición implosiva final

absoluta, de la situación originada cuando la desaparición de la vocal intertónica dejó en

el margen implosivo interior de palabra diversas consonantes que antes no conocían esa

distribución fonotáctica. El fenómeno fonético se vio claramente fortalecido con la

llegada a España desde fines del siglo XI y durante todo el XII de un importante

contingente de población procedente de Francia, cuyo influjo tendente a aumentar el uso

de las formas con apócope extrema se manifiesta en una doble dirección:

Por una parte, los francos, habituados a los finales consonánticos en su lengua materna, prefirieron la variante apocopada en detrimento de la plena; mientras que, por otra, la penetración de galicismos y occitanismos con terminación consonántica dura sirvió igualmente de apoyo para la consolidación de las variantes léxicas con apócope extrema (Montero Cartelle 1998: 18-19).

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FALSOS CASTELLANISMOS EN GALLEGO. ANOTACIONES A LA LUZ DE LA LINGÜÍSTICA DIACRÓNICA

ALEXANDRE VEIGA Universidade de Santiago de Compostela

Campus de Lugo

PRESENTACIÓN

Una de las consecuencias más negativas que para el estudio lingüístico del

gallego ha comportado su condición de «lengua B» con respecto al castellano en la

relación de desigualdad diglósica que ambas lenguas han venido manteniendo en

Galicia a lo largo de los últimos siglos ha sido la de proporcionar una demasiado fácil

explicación a priori para toda posible solución lingüística en que el gallego coincidiese

(o pareciese coincidir) con el castellano pero no con el portugués: la de que dicha

solución se debiese pura y simplemente a influencia de la «lengua A».

De esta manera, a lo largo de la historia de la lingüística gallega, una serie de

resultados, ya en el ámbito del componente fónico de la lengua, ya en el del gramatical,

ya en otros, han sido explicados, cuando no simplemente asumidos, como puros y

simples castellanismos, sin que en muchos casos quienes así los han considerado

llegasen a plantearse la posibilidad de una explicación en el seno de la propia evolución

del sistema lingüístico gallego —contentándose con achacar la condición de

castellanismo a aquello que externamente tuviese el aspecto de tal— o bien para

conducir a defensas, en ocasiones «a ultranza», de la presión castellana como

responsable de alguno de ellos frente a la formulación de explicaciones alternativas

desde las propias estructuras de la lengua en que se produjeron, cuando la posibilidad de

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explicaciones verosímiles teniendo en cuenta dichas estructuras debiera hacer

innecesario el recurso a fuerzas exteriores para explicar los cambios en cuestión.

En las líneas que siguen revisaremos algunos hechos lingüísticos concretos del

gallego moderno que alguna vez han sido interpretados como castellanismos cuando, a

nuestro modo de ver, su adecuado análisis desde el estudio diacrónico de la fonética, la

fonología o la morfosintaxis del gallego puede proporcionar explicaciones satisfactorias

para ellos que vuelvan superfluas —cuando no invaliden— las hipótesis que los

vinculen directamente a paralelos (a veces no tan paralelos) hechos lingüísticos del

castellano.

1. RESULTADOS MONOPTONGALES DE DIPTONGOS DECRECIENTES

Es notoria desde un primer vistazo la abundancia en gallego de vocablos con los

diptongos decrecientes ei y ou frente a su escasez en castellano. En efecto, en esta

última lengua el segundo de estos diptongos no existe en vocablos patrimoniales (el

diccionario académico recoge, sí, el término bou, pero anotando su origen catalán, cfr.

R.A.E. 2001: s. v. bou), mientras que el primero aparece en posición final en unas pocas

palabras (p. ej., rey, ley, buey, grey) y en posición no final en no muchas (p. ej., peine,

reina, aceite, deleite, afeitar, veinte), en las que nunca se ha formado, notemos, a partir

de ningún diptongo decreciente bajolatino. En el caso del gallego, en cambio, son

numerosísimos los términos que ofrecen uno de ambos diptongos como resultado

procedente de la evolución de los diptongos bajolatinos [ai9], [au9], que en castellano

avanzaron su evolución hasta llegar a la monoptongación, respectivamente en [e] y [o];

de ahí dobletes como gal. primeiro / cast. primero, eira / era, queixo / queso, veira /

vera, ouro / oro, touro / toro, souto / soto, outeiro / otero y un largo etc.

La conservación mayoritaria de los citados resultados diptongales decrecientes

en gallego no ha impedido, en realidad, la presencia en la misma lengua de resultados

monoptongales, algunos de los cuales, dada la similitud con las correspondientes

evoluciones castellanas, han recibido, ya explícita, ya irreflexivamente, la consideración

de castellanismos, cuando, como vamos a exponer, no lo eran en realidad y es posible

detectar en la fonética histórica del gallego condicionantes de evoluciones

monoptongales cuyo reconocimiento no tendría por qué resultar difícil a condición de

haber tomado precauciones contra la tan fácil tentación de la explicación castellanista.

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1.1. No nos estamos refiriendo a algún caso concreto en que el monoptongo

remonta al propio latín. Orella, cuyo antecedente latinovulgar, oricla, está atestiguado

en el Appendix Probi (auris non oricla) no vio nunca, que sepamos, puesta en duda la

originalidad de su monoptongo, pues, a fin de cuentas, la forma del sufijo le

proporcionaba suficiente seña de identidad galaica pese a lo inhabitual de su resultado si

consideramos la correspondiente forma latina clásica, auricula, con au. Tampoco

podían resultar sospechosos de castellanismo resultados toponímicos como Cobo,

Cobelo / Covelo, etc. (l. c. caluu, caluellu), en que la monoptongación se debió para

Veiga Arias (1983: § 8.20) a un proceso asimilatorio del sonido semivocal al sonido

labial inmediatamente siguiente, ni tampoco en el similar caso de lobio (< suevo

*laubjo), por no tener enfrente, al menos en la lengua viva, dobletes castellanos con [o];

por lo que respecta a bobo < balbu, la paralela monoptongación ante labial operada en

portugués proporcionaba al término gallego el debido «salvoconducto». Por otra parte,

topónimos como Vilamor (< uilla Mauri), Vilasol (< uilla Sauli), Pol (< Pauli) o

Morgade (< Mauregati) llevaban de entrada como garantía de galleguidad, pese a sus

resultados monoptongales para el diptongo decreciente etimológico, el mismo

condicionamiento fonotáctico que llevó en ellos a la monoptongación de dicho

diptongo, condicionamiento identificado por Veiga Arias (1983: § 8.14) como debido a

la estructura del margen silábico posnuclear, pues el gallego no admite la presencia de

un diptongo decreciente seguido de otro elemento implosivo que no sea una unidad de

realización fricativa (cfr. dous, pais, reis, Fouz, Fraiz, pero *Mour, *Poul).

No obstante, otro resultado monoptongal que requiere exactamente la misma

explicación, y nos referimos a col (< caule), pagó su similitud con el correspondiente

doblete castellano siendo silenciado por la filóloga alemana S. Buschmann en su tesis

doctoral concebida como contribución a un diccionario etimológico gallego

(Buschmann 1965), en la que sí admitió los resultados meridionales couve (solución del

portugués) y couva y supuso coleiro como posible derivado del castellano col (cfr.

Veiga 1982: § 2.5); fue igualmente silenciado el término gallego por algunos

lexicógrafos como Rodríguez (1863), Carré Alvarellos (1972[1928]), Ibáñez Fernández

(1950) o Franco Grande (1972[1968]), quien no tuvo reparos en recoger, en cambio, la

forma portuguesa couve, de aparición muy escasa en Galicia, junto a la antedicha

variante gallega meridional couva y a otras variantes con monoptongo (coleiro, coeiro,

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coia, coio, coella), cuyos sufijos o ausencia de [l] intervocálico salvaban de toda

sospecha de castellanismo (cfr. Veiga 1982: §§ 3ss.).

1.2. Dicha sospecha es también la verosímil causa del rechazo reiterado por parte

de los lexicógrafos, como de tantos usuarios del gallego escrito, de ciertos vocablos en

que la monoptongación ou > o se produjo en contacto con sonido vocal. Resultados

como oír (< audire) o loar (< laudare), perfectamente atestiguados ya en gallego

medieval, como ilustra el segundo verso del siguiente fragmento,

Come vós. E, mia senhor, preguntei por donas muitas, que oi loar de parecer nas terras u andei (Joan Airas de Santiago, V, 13-151),

y acordes con la que ha sido la evolución mayoritaria en la geografía lingüística gallega

del diptongo bajolatino [au9] cuando, por síncopa de algún sonido consonántico, su

segundo elemento quedó directamente seguido de vocal, unían a su similitud con los

correspondientes resultados castellanos su disparidad evolutiva frente a las soluciones

portuguesas ouvir, louvar, con una epéntesis de consonante labial que en territorio

gallego únicamente ha llegado a registrarse en latitudes muy meridionales. La fácil

sospecha de castellanismo condicionó que, en concreto, Huber (1986[1933]) aceptase

esta explicación para las soluciones monoptongales de estos vocablos2 y que los

lexicógrafos silenciasen reiteradamente voces como oír o loar, tal como pusimos de

relieve en nuestro citado trabajo de 1982.

No obstante, idéntico resultado monoptongal au > o ofrece un vocablo tan poco

sospechoso de castellanismo como es choer (< lat. claudere), en cuya evolución

fonética el resultado africado palatal alcanzado por el grupo inicial latino [kl] no deja

lugar a dudas acerca de su galleguidad. No se vio, por tal motivo, este vocablo sujeto a

la sospecha de castellanismo, pues, para más, ni siquiera existe en castellano el

correspondiente doblete, que habría de ser *lloer, y solo en un cierto territorio

peninsular septentrional se conserva el descendiente del participio correspondiente,

llosa (< clausa), «Terreno labrantío cercado, mucho menos extenso que el de las

1 Citamos por la ed. de J. L. Rodríguez: El cancionero de Joan Airas de Santiago. Santiago de Compostela: Universidade de Santiago de Compostela, 1980. 2 «Há boas razões para considerar espanholas formas como loar em vez de louvar, oír em vez de ouvir; cf. esp. ant. loar, oir» (Huber 1933: § 44, 6).

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mieses, agros o erías, y por lo común próximo a la casa o barriada a que pertenece»

(R.A.E. 2001: s. v. llosa), cuyo doblete gallego es chousa.

1.3. La inverosimilitud de toda hipótesis de influencia castellana en el caso de la

evolución claudere > choer y la documentación medieval de resultados como oír <

audire, loar < laudare o goír < gaudere y a la presencia de monoptongo en genuinos

derivados gallegos como coeiro (< caulariu), coíña (< caulina) o coella (< caulicula; no

confundir con el homónimo resultado de cunicula) ponen en evidencia la necesaria

explicación como evolución fonética propia del gallego para el resultado monoptongal

presente en estos vocablos y, de hecho, nos llevaron ya en 1982 a postular un argumento

de base fonotáctica en forma de ley fonética que entonces enunciamos estrictamente en

el sentido de que el diptongo ou se reduce a o en gallego siempre que vaya seguido de

cualquier sonido vocálico (Veiga 1982: § 4.5) y que cuatro años más tarde

complementamos con el estudio de paralela reducción monoptongal a partir del

diptongo [ai 9] (> ei > e) en el arabismo, también documentado en el gallego medieval,

aldea (< ár. ألضية [addai 9≥a]; el port. aldeia supone un caso más de «yod antihiática») y

con la observación de una serie de testimonios medievales de monoptongación de

diptongos decrecientes al final de ciertas formas verbales ante forma pronominal átona

de comienzo vocálico (cfr. Veiga 1986).

Mencionemos que precisamente en 1982 se publicaban por primera vez las

Normas ortográficas e morfolóxicas do idioma galego, resultado de la colaboración

entre el Instituto da Lingua Galega y la Real Academia Galega, y que en ellas se

defendía explícitamente la galleguidad de ciertos resultados monoptongales ante vocal,

mencionando los mismos cuatro vocablos con o procedente de au que recibieron

tratamiento central en el que fue nuestro primer trabajo de investigación publicado

(Veiga 1982), lo que nos permite sospechar que su versión mecanográfica original fue

aprovechada en la redacción del correspondiente párrafo de las Normas, aun cuando,

dada la índole e intenciones de dicho opúsculo, no hubiese cita explícita alguna y, por

otro lado, todo intento de explicación se quedase allí en lo puramente fonético. A partir

de este momento voces como oír o loar han comenzado a ser recogidas en diccionarios

gallegos (p. ex., Xerais 1986, Nicolás Rodríguez 1993). Si aquel trabajo, a que nos

referimos con la nostalgia que su evocación nos produce al devolvernos a días juveniles

y al primer albor de nuestra vida investigadora, sirvió para librar del sambenito de

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castellanismos a una serie de vocablos genuinamente gallegos, mostremos nuestra

satisfacción por haber conseguido hacer algo útil.

2. DECADENCIA DE LOS «FUTUROS DE SUBJUNTIVO»

Abandonando ahora el terreno de la fonética y la fonología para pasar al de la

morfosintaxis verbal, observaremos que, de entrada, el sistema verbal gallego posee una

peculiar estructuración temporal, conservación de un estado de cosas que en un

determinado período histórico hubo de ser común a otros sistemas verbales románicos

(cfr. Veiga 1986[1984], 1991[1986], 1993[1989]), cuya característica externa más

notable, tanto frente al castellano como frente al portugués moderno, es la inexistencia

de formas verbales compuestas, ni con haber como las castellanas ni con ter como las

portuguesas, de tal manera que ciertas formas simples del verbo gallego deben ocuparse

de la expresión de las relaciones temporales de anterioridad que en otros sistemas

verbales románicos se hallan representadas por formas compuestas.

Frente a esta característica estructural que singulariza al sistema verbal gallego

frente a, ya sin ir más lejos, otros sistemas iberorromances, y frente a su admisión de un

infinitivo con flexión personal, el conocido «infinitivo conjugado»3, que comparte con

el portugués frente al sistema verbal castellano y a otros sistemas románicos, en dos

aspectos muy concretos directamente relacionados con el modo subjuntivo la realidad

actual del sistema gallego lo aproxima a la del verbo castellano y lo aleja del sistema

portugués. Nos referimos a, por un lado, el desuso en que cayeron las formas de «futuro

de subjuntivo» y, por otro, el proceso de «subjuntivización» experimentado por la forma

(simple) en -ra a expensas de la forma en -se.

Como era inevitable que sucediese, ambas coincidencias con el verbo español

han despertado la sospecha de que pudiera tratarse de castellanismos morfosintácticos.

Vayamos primeramente con el caso del «futuro de subjuntivo».

2.1. A la diacronía de esta forma verbal en español dedicamos en 1989 un

extenso artículo (Veiga 1989) en el que no dejamos de aludir a su desuso en gallego

moderno frente a su conservación en portugués. Sintetizando lo allí expuesto al

respecto, la decadencia de los «futuros de subjuntivo» en gallego tuvo que producirse

3 Al que Gondar (1978) dedicó una conocida monografía.

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durante los llamados séculos escuros (ss. XVI-XVIII), período durante el cual el gallego,

salvo mínimas excepciones, perdió su cultivo escrito, lo que nos imposibilita un

seguimiento de la trayectoria histórica de esta forma a través de textos comparable al

que Gilles Luquet pudo efectuar sobre la decadencia de las correspondientes formas

castellanas. Tras el Rexurdimento literario del XIX, se documentan apariciones

residuales de estas formas verbales, en ocasiones artificiosa o incorrectamente

utilizadas, y no faltan testimonios, siquiera minoritarios, de su uso por parte de autores

modernos. Su recuperación ha sido defendida en el caso del gallego administrativo y

tampoco ha faltado algún vehemente defensor de que se recupere al menos en la lengua

escrita en general.

Esta es la postura que ha mantenido Xosé Ramón Freixeiro Mato en un trabajo en

el que subraya abiertamente la idea de que el desuso del futuro de subjuntivo en el

gallego vivo tiene que considerarse por principio, dada la realidad diglósica de Galicia,

resultado de la interferencia de la lengua dominante (cfr. Freixeiro Mato 1999: 407).

Esta afirmación nos sitúa ante una manifestación perfectamente consciente de los

resultados del prejuicio cuya consideración por nuestra parte ha dado origen a este

trabajo: que cualquier rasgo lingüístico en que el gallego se aproxime al castellano y se

aparte del portugués se deba a influencia de la «lengua A». Destaquemos en la anterior

referencia a X. R. Freixeiro las palabras por principio y subrayemos igualmente que el

autor citado reconocerá más adelante obrar «partindo da consideración de que o FS [=

futuro de subxuntivo, A.V.] é unha característica tamén do galego que por presión do

español está en decadencia e que é necesario preservarmos» (Freixeiro Mato 1999:

410). Freixeiro, efectivamente, ha partido de la idea de que el desuso de estas formas se

debe a presión castellana y, en un trabajo a lo largo de cuyas páginas deja

constantemente patente una intencionalidad de diferencialismo del gallego frente al

español y en el que ha reclamado ya de entrada la consideración del portugués como

«modelo orientador» y «proba do nove que nos ha confirmar en moitos casos o que é ou

non é galego» (1999: 390), acabará, como anticipábamos, mostrándose a favor de su

recuperación en gallego «por de pronto na escrita, aínda que só sexa como fórmula de

reafirmación da nosa identidade lingüística e de diferenciación co español» (Freixeiro

Mato 1999: 412); elocuente manifestación de una previa toma de postura.

2.2. Para apoyar su defensa del uso moderno del futuro de subjuntivo en gallego,

Freixeiro echa mano de argumentos y supuestos testimonios en ocasiones reutilizados

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muy ad hoc. Difícilmente se puede aceptar, por ejemplo, como prueba de una

pretendida conservación coetánea el hecho de que esta forma aparezca recogida en

gramáticas y estudios de los siglos XIX y XX como las obras de Mirás (1978[1864]),

Saco y Arce (1868), Valladares (1970 [1892]), García de Diego (1984[1909]), Santiago

y Gómez (1918: 202), Alvariño (= Biblioteca Galeguista 1919), Lugrís Freire

(1931[1922]), Carré Alvarellos (1967) o Carballo Calero (1979[1966]), en su mayoría

acientíficas y bien ilustrativas del hecho señalado por A. Santamarina (1974: 195) de

que los gramáticos gallegos no describieron en realidad el gallego como es, sino como

cada uno estimaba que debería ser, sin contar con que, también en su mayoría4, estos

autores se limitaron a incluir los futuros de subjuntivo junto con las restantes formas del

paradigma verbal gallego, lo que nada tiene de extraño si consideramos, para empezar,

que lo mismo han hecho hasta nuestros días los autores de gramáticas del español —que

proporcionaron un evidente modelo desde el principio a los de gramáticas del gallego—

sin que ello quiera decir, como resulta meridianamente claro, que las formas verbales en

-re hayan estado vivas en castellano a lo largo de las dos centurias pasadas (conclusión

a que podría llegar, por ejemplo, cualquier investigador extranjero que pretendiera

indagar la realidad del sistema verbal español moderno atendiendo únicamente a lo que

se contiene en ciertas gramáticas). Por ello, nada en concreto se puede deducir del hecho

explicitado por Freixeiro, acerca de los trabajos arriba citados, de que en ellos «En

ningún caso se sinalan restricións de uso nin se alude á súa baixa ou nula

productividade» (Freixeiro Mato 1999: 403). Tampoco puede invocarse sin más como

testimonio de pervivencia en el gallego hablado la documentación de futuros de

subjuntivo en textos literarios, ni entre las dispersas muestras singulares de gallego

escrito durante los séculos escuros ni mucho menos entre los autores del XIX. De nuevo

tenemos que tener muy en cuenta que los modelos literarios y en general de lengua

«formal» para todos estos autores eran, en primer término, modelos castellanos —

notemos que Freixeiro, que tanto hincapié hace en la realidad diglósica de Galicia,

silencia esta consecuencia histórica de dicha realidad— y que estas formas verbales,

más allá de su efectiva supervivencia en castellano hablado, se mantuvieron durante

mucho tiempo en la pluma de los escritores (el propio Andrés Bello, ya en el s. XIX, las

recogió y estudió sin aludir a su desuso por desear explicar «los varios empleos de las

4 Extraña excepción la constituyó Saco y Arce (1868), quien, sin mencionar ejemplos, precisar ámbitos ni aclarar a qué contextos se estaba refiriendo, afirmó sorprendentemente que esta forma se usa «con predilección» en gallego en oraciones en que el castellano prefiere el presente de subjuntivo (1868: 177).

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Alexandre VEIGA RODRÍGUEZ: Falsos castellanismos en gallego. Anotaciones críticas...

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inflexiones verbales según la práctica de los buenos hablistas», 1972[1841]: III), cuando

todo apunta a que en castellano hablado dejaron de usarse ya en el siglo XVI y en el

escrito sufrieron una «caída brutal» hacia finales del primer tercio del XVII o poco

después (cfr. Luquet 1988: § VIII.2). Tampoco ha querido recoger Freixeiro entre los

ejemplos literarios que aporta en (1999: § 7) estos versos de Cantares gallegos que

nosotros sí comentamos en nuestro artículo de 1989,

—Miña santiña, mal me quixere quen me aconsella que tal fixere (Rosalía de Castro: Cantares Gallegos, 55),

en que aparecen dos futuros de subjuntivo, con recuperación de una -e final que los

textos medievales ya no conservaban, en contextos sintácticos en que ni el gallego

medieval ni el portugués actual admiten el uso de estas formas, lo que solamente resulta

interpretable en el sentido de que Rosalía de Castro no poseía en su competencia

lingüística nada que la pudiese conducir al uso de futuros de subjuntivo, pues, de ser así,

no hubiera podido incurrir en errores de agramaticalidad como los que estos versos

ofrecen.

Mencionemos, además, el hecho de que en buena parte de las obras gramaticales

de los siglos XIX y XX que situaron el «futuro de subjuntivo» entre las formas de la

conjugación gallega, dicha forma aparezca con -e final en las personas primera y tercera

de singular, como en los citados versos de Rosalía, frente a la apócope ya generalizada

en gallego medieval y acorde con los resultados del portugués actual. Mirás

(1978[1864]: 28), en concreto, llega a mencionar nada menos que la forma compuesta al

lado de la simple, «eu amare e houbere amado» (cfr. Freixeiro Mato 1999: 403), y no

sería el único: lo mismo haría, por ejemplo, Lugrís Freire (1931[1922]: §§ 117-141),

evidenciando pedestre traducción al gallego de las correspondientes formas castellanas

sin posible apoyo en la realidad lingüística gallega.

2.3. Es, con todo, cierto que la solución gramatical común a gallego y español

modernos en cuanto al abandono de los futuros de subjuntivo, frente a su conservación

en portugués, no puede hacernos desconsiderar todas las posibilidades explicativas, pero

tenemos que subrayar que de la coincidencia de resultados, aun en una situación de 5 Citamos por la ed. de B. Varela Jácome: Rosalía de Castro: Poesía completa en galego. Vigo: Edicións Xerais de Galicia, 1994 [5ª ed.], 88.

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bilingüismo diglósico, no puede seguirse a priori que no exista otra explicación para los

cambios acaecidos en la «lengua B» que la presión ejercida por la lengua dominante.

Debemos, antes de nada, considerar cuáles han sido las causas de la decadencia en

el propio castellano y verificar si las mismas causas pueden explicar una solución

similar en el caso del gallego. A este respecto, en nuestro citado trabajo (Veiga 1989)

establecimos que en castellano medieval la forma cantare no poseía un valor gramatical

que le fuese exclusivo, sino que expresaba el mismo contenido, temporalmente

presente-futuro y modalmente subjuntivo no irreal, que con mayor libertad sintáctica

expresaba el tradicional «presente de subjuntivo», la forma cante, con la cual establecía,

desde el punto de vista sintáctico, una relación, en líneas generales, de distribución

complementaria (cfr. Veiga 1989: § 2.3). Vemos, pues, estas formas como, básicamente,

alomorfos de reparto distribucional sintácticamente condicionado que representaban por

igual un mismo contenido funcional modo-temporal. Y, mutatis mutandis, digamos lo

mismo acerca de las correspondientes formas compuestas, hubiere cantado y haya

cantado.

Nada de extraño debe tener, por tanto, que una de ambas formas, precisamente la

de distribución sintáctica más restringida y menos libre, cayese en desuso, eliminando

así una dualidad formal innecesaria. Y esta explicación, por supuesto, es igualmente

aplicable al sistema verbal español y al sistema verbal gallego, pues el valor y los

condicionamientos sintácticos de los «futuros de subjuntivo» han sido siempre

esencialmente los mismos en castellano, gallego o portugués.

Ahora bien, que se den las circunstancias propicias para que un determinado

cambio lingüístico tenga lugar no implica, ni mucho menos, que dicho cambio tenga

que ponerse forzosamente en marcha. Todas las lenguas conocen el fenómeno de la

redundancia y las expresiones redundantes pueden tanto ser eliminadas, digamos que en

aras de economía expresiva, como conservarse durante más o menos tiempo. El

portugués, por ejemplo, ha mantenido hasta hoy la dualidad formal «presente» /

«futuro» de subjuntivo, que el gallego o el castellano han abandonado.

Existiendo una posible explicación común al cambio operado en castellano y

gallego, pierde claramente verosimilitud la hipótesis castellanista para el caso de la

segunda lengua, si bien, por supuesto, la situación lingüística de la Galicia moderna

hace que dicha hipótesis sea una verdadera tentación. Prudentemente estamos

dispuestos a admitir que el desuso de los futuros de subjuntivo en castellano pueda

haber coadyuvado, o, más propiamente, pueda haber eliminado toda fuerza a él

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Alexandre VEIGA RODRÍGUEZ: Falsos castellanismos en gallego. Anotaciones críticas...

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contraria, al paralelo desuso de la correspondiente forma gallega, pero no existen

evidencias ni argumentos mínimamente sólidos en el sentido de que la verdadera causa

del desuso en la segunda lengua haya de buscarse en lo sucedido en la primera. Antes

bien, toda pretensión de explicar un cambio acaecido en el sistema verbal gallego como

reflejo de un cambio acaecido en el sistema castellano tropieza, de entrada, con una

realidad tan palpable como la de que las estructuras gramaticales de la lengua vernácula

se han impuesto en el caso del sistema verbal a la lengua de origen foráneo hasta el

punto de que en el castellano hablado en Galicia las formas compuestas se usan poco y

problemáticamente, a no ser por parte de los hablantes más concienciados en este punto

de la verdadera estructuración gramatical del verbo español. Los conocidísimos casos

del reiterado empleo de canté por he cantado o del de cantara por había cantado en

boca de gallegos cuando se expresan en castellano (p. ej., «aún no llegaron» por «aún no

han llegado» o «de aquella yo aún no naciera» por «entonces yo aún no había nacido»,

cfr. Rojo & Veiga 1999: § 44.5.2) son algo más que elocuentes botones de muestra.

Por otro lado, si la simple inexistencia de un elemento verbal en castellano debiera

considerarse factor condicionante de su desuso en gallego, esperaríamos que, antes que

los futuros de subjuntivo —que, a fin de cuentas, se mantuvieron más o menos en el uso

culto del español hasta fechas relativamente recientes—, hubiera desaparecido del

gallego el infinitivo conjugado, que nunca ha existido en castellano, pero la realidad es

que la conjugación del infinitivo ha llegado viva al gallego de nuestros días.

Por todo lo aquí expuesto, no podemos aceptar la hipótesis de la presión

castellana como causa del desuso del «futuro de subjuntivo» en gallego.

3. VALOR SUBJUNTIVO DE LA FORMA VERBAL EN -RA

Por lo que respecta a los usos subjuntivos de la forma verbal cantara, la

sospecha de castellanismo se ha manifestado sobre todo en el hecho de que dichos usos

hayan sido silenciados en tantos estudios gramaticales y de que tantas veces hayamos

encontrado presentaciones del esquema de la conjugación gallega sin otro «imperfecto

de subjuntivo» que la forma en -se, cuando resulta que, paradójicamente, esta última

forma no está viva en algunas zonas de Galicia donde cantara la ha sustituido por

completo6.

6 P. ej., en el área ferrolana, estudiada por Porto Dapena (1972). De acuerdo con Xove (1982: § 4), la forma en -se parece resistir algo mejor en las áreas orientales del gallego que en las occidentales. Alonso

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En el caso de los usos subjuntivos de cantara, a la coincidencia en este punto

con el castellano y a la divergencia —ni mucho menos total, como veremos— con el

portugués se ha unido un tercer factor de importancia nada desdeñable: el hecho de que

la misma forma verbal gallega haya conservado perfectamente hasta nuestros días su

empleo etimológico como «pluscuamperfecto de indicativo», empleo que, como hemos

señalado más arriba, es habitual en boca de gallegos a la hora de expresarse en

castellano (hasta tal punto que el autor de estas líneas no fue consciente hasta la edad de

once años, cuando estudiaba el segundo curso del bachillerato «antiguo», de que dicho

uso, para él tan «normal», fuese una incorrección en castellano).

3.1. Parece que la actitud mayoritaria hacia la forma en -ra por parte de los

autores de estudios gramaticales y textos didácticos sobre el gallego ha reposado en la

aceptación implícita de que dicha forma solamente pudiera funcionar como subjuntiva

allí donde haya dejado de hacerlo como «pluscuamperfecto de indicativo». Ello debiera

implicar, considerando la perspectiva diacrónica, que la sustitución de cantara por

había cantado en la historia del castellano hubiera sido el factor determinante de la

«subjuntivización» de las formas verbales en -ra, hipótesis que ha tenido sus

defensores7.

No obstante, y tal como ya expusimos cuando nos enfrentamos a la diacronía de

la forma verbal española cantara (cfr. Veiga, 1991a: § 3.5, 1996: § 1.4), la evidencia

textual no apoya esta hipótesis. Las primeras documentaciones fiables de -ra por -se en

textos castellanos remontan al siglo XIII (en realidad al período alfonsí, no a la lengua

del Mester de clerecía, pese a que en tantas ocasiones hayamos visto citado cierto verso

del Libro de Alexandre o mencionado un conjunto de testimonios en el Poema de

Fernán González como supuestas pruebas de que el cambio ya se registra hacia

mediados del siglo: no hay tal cosa desde el momento en que todos estos testimonios se

documentan estrictamente en copias más o menos tardías donde hay razones para

suponer que las formas en -ra son modernizaciones gramaticales; cfr. Veiga 1999),

mientras que el empleo etimológico de cantara como forma de «pasado» en indicativo

se encuentra todavía suficientemente representado en la lengua del Arcipreste de

(1972: 499-501) recogió en sus ejemplos formas en -se en la comarca gallegohablante de Oscos (Occidente de Asturias). 7 P. ej., Marcos Marín (1980: 405), Lathrop (1980: § 199b), Lleal (1990: 91) o Alarcos Llorach (1992[1990]: 37). Esta teoría ofrece una amplia zona común con la hipótesis pragmática de Klein-Andreu (1991), que hemos sometido a crítica en Veiga (1996: § 1.4).

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Talavera (1438) y la integración de las formas compuestas como expresión de ciertos

contenidos temporales en que interviene una perspectiva de anterioridad se refleja

todavía en los textos del s. XIII como muy minoritaria. Tal y como ya expusimos en otra

ocasión, no es fácil admitir que un fenómeno incipiente y cuya culminación aún habría

de esperar dos siglos fuese la causa de un reajuste modal de tal magnitud como la

migración de cantara del indicativo al subjuntivo (Veiga 1996: § 1.4).

3.2. Por otro lado, el señalado proceso de «subjuntivización» halla explicación

coherente si se pone en relación con toda una serie de sustituciones históricas de formas

subjuntivas por formas indicativas que se han registrado en diversos sistemas romances

en contextos sintácticos —o a partir de contextos sintácticos— en que no es funcional la

oposición modal plasmada formalmente en indicativo / subjuntivo. En el caso concreto

de las prótasis condicionales con si, donde únicamente funciona una oposición modal

que formulamos como irreal / no irreal (abreviadamente ±irreal, cfr. Veiga 1991b: §

V.3.1), con independencia de la adscripción indicativa o subjuntiva de las formas que en

tal contexto pueden aparecer, hemos asistido a la sustitución de si tuviere por si tengo o,

dialectalmente, por si tendré, y de si tuviese por si tuviera o, dialectalmente, por si

tendría8 o si tenía, sin olvidar la paralela expansión del «imperfecto de indicativo» en

detrimento del «de subjuntivo» operada en francés, lengua en que tampoco es

desconocida la solución dialectal que llevó a las formas de «condicional» —en rigor,

formas de indicativo— a poder expresar irrealidad en las prótasis con si. Aceptar que la

extensión del uso de cantara a empleos y contextos previamente privativos de cantase

se deba a la gramaticalización de un nuevo «pluscuamperfecto» compuesto supone, a la

luz de lo que acabamos de sintetizar, una explicación claramente ad hoc, acorde con la

tradicional idea de que dicha sustitución hubiese sido un fenómeno característico y

privativo del castellano, cuando, como hemos visto, no fue sino uno más de entre una

amplia serie de cambios con un denominador común: la tendencia a la sustitución de

formas subjuntivas por indicativas a partir de contextos donde su carácter indicativo o

subjuntivo no poseía valor funcional (cfr. Veiga 1991a: § 5, 1996: cap. 8).

Este mismo cambio, por otra parte, se registra en textos gallegos medievales (cfr.

Xove 1982: 321, Monteagudo Romero 1982: 103ss.), lo que pone muy difícil admitir

8 Sin duda esta ha sido la sustitución «dialectal» de formas verbales a que más atención se ha prestado. El reciente estudio de Pato (2003) ha proporcionado nuevos datos relativos al desarrollo histórico-geográfico y sintáctico de dicha sustitución.

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posible influencia castellana en el sentido de la que una lengua «superior» puede ejercer

sobre la «inferior» en una sociedad diglósica, como no era el caso de la Galicia

medieval. Y en portugués no son tampoco desconocidos los usos subjuntivos de

cantara. Así, Cunha & Cintra (1984: 456), por ejemplo, mencionaron construcciones

registrables en la lengua hablada, como

quem me dera! prouvera a Deus! pudera! tomara (que)!,

y, por otro lado, ejemplos literarios como

Quem te adorara, se adorar pudera! (A. de Guimaraens), Assistimos à divina Tragédia, como se fôramos [...] os últimos personagens póstumos do Mestre (T. de Pascoaes).

En conclusión, no es verosímil suponer que el surgimiento en gallego de los usos

subjuntivos de la forma verbal cantara se haya debido a ninguna presión de la lengua

castellana sobre la gallega. De nuevo prudentemente, no descartaremos que su

generalización en gallego hasta los extremos de haber hecho desaparecer a la forma

etimológicamente subjuntiva cantase en alguna variedad geográfica concreta hubiera

podido verse facilitada por el paralelo triunfo de -ra sobre -se en español, pero en modo

alguno puede situarse en el verbo castellano la causa del proceso.

4. GEADA

Retornando a los fenómenos registrados en el componente fónico de la lengua,

pasamos ahora a hablar de la llamada geada.

Se conoce con este nombre un fenómeno fonético-fonológico, extendido solo

parcialmente por el mapa lingüístico gallego, consistente, desde el punto de vista

sincrónico, en la inexistencia del fonema /g/ (realizado en variación alofónica [g, γ],

como en castellano, en las variedades del gallego que sí lo incluyen en su sistema

fonológico) y la aparición en su lugar de otra unidad fonemática cuya realización

mayoritaria es una aspiración faríngea [h] (Santamarina 1980: § 1), de donde

pronunciaciones como [»hato] (gato), [do»mi ‚Nho] (domingo), [san5»ti 9aho] (Santiago), al

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lado de otras variantes entre las que destaca la aparición en una extensa zona de la costa

atlántica de [k] en lugar de [g] en posición medial de palabra y cuando precede sonido

consonante nasal: [do»mi ‚Nko] (domingo)9.

Señalemos que el término geada, basado en el nombre castellano de la letra g,

fue inicialmente aplicado por Saco y Arce, en su gramática de 1868, a la sustitución del

fonema castellano /x/ por /g/ por parte de hablantes gallegos aún inhábiles para

reproducir la fricación velar, es decir, a la misma sustitución fonemática no infrecuente

hoy día como ultracorrección de la geada y actualmente conocida por gueada, término

que Pensado (1983: 14) mencionó como neologismo debido al profesor y ensayista

gallego Xesús Alonso Montero, citando su aparición en un texto de 1979. Nos vamos a

permitir adelantar al menos diez años el uso del término por parte del mismo autor, si

bien no pudiendo documentarlo en fuente escrita alguna, sino acudiendo a nuestros

recuerdos personales, que ahora nos permiten evocar un día de nuestro primer curso de

Bachillerato, durante el año académico 1968-69, en el antiguo Instituto Nacional

Masculino de Enseñanza Media de Lugo, en que escuchamos precisamente al profesor

Alonso Montero proponer (acaso por vez primera) dicho término ante una pregunta al

respecto formulada en clase por un alumno.

4.1. La hipótesis de que el origen de la geada haya de buscarse en el intento por

parte de gallegohablantes de reproducir el fonema castellano /x/ ha sido decididamente

defendida por José Luis Pensado (1970, 1983), como también por Carmen Pensado Ruiz

(1983), lo que nos sitúa ante una atribución de posible castellanismo con la que tampoco

podemos estar de acuerdo defendida por prestigiados investigadores de sólida formación

a los que en modo alguno podríamos formular acusaciones de haber obrado a la ligera.

No obstante, tan cierto como que D. José Luis Pensado ha destacado por méritos

propios entre los mejores romanistas y los mayores eruditos que se han ocupado de

aspectos relativos a la historia del gallego es el hecho de que nunca fue fonólogo10, así

como también, y como se desprende de la insistencia con que llegaría a aludir a ello, el

de que en sus escritos sobre la geada, particularmente en su más extenso y minucioso

trabajo (Pensado 1983), late un deseo de oposición directa a quienes, a su modo de ver,

9 «Dáse esta pronuncia, con mais ou menos consistencia, en tódolos pobos da costa entre Panxón e Malpica. Cara ó interior penetra ata Santa Comba, na provincia da Coruña, e ata Mondariz, na de Pontevedra» (Santamarina 1980: § 4). 10 Plasmado ya, por ejemplo, en un detalle tan visible como que en su trabajo de 1983 transcribía sistemáticamente los alófonos entre barras como si se tratase de fonemas independientes.

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Res Diachronicae Virtual 4 (2005): El Contacto de Lenguas

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pretendían magnificar como hecho diferencial gallego, postura esta que, dada nuestra

diferencia generacional con el llorado profesor de Salamanca, no podríamos entender en

toda su significación contextual y hemos de suponer referida a la actuación o

intenciones de alguna persona concreta en algún momento concreto, pues la geada

jamás ha sido un fenómeno «prestigiado», ni mucho menos, desde que el gallego tiene

presencia regular en la vida pública, en la enseñanza y en medios audiovisuales de

comunicación; antes bien, locutores de radio y televisión, como, en general, políticos y

oradores en actos públicos, han rechazado siempre (salvo posible excepción, en actitud

deliberada) esta particularidad fónica de una parte del gallego, que, en consecuencia, ha

recibido el trato de todo rasgo considerado «dialectal» y se ha visto apartada de la

norma de pronunciación propuesta para el gallego standard (si se nos consiente el

anglicismo). En el caso de C. Pensado Ruiz (1983) nos permitimos sospechar, por

obvias razones, que su trabajo haya buscado desde el principio respaldar la hipótesis

defendida por J. L. Pensado. En todo caso, que concluya que un cambio [γ] > [x] no

puede considerarse «natural» parte de presentar el resultado de la geada como sonido

consonante fricativo velar, solución esta que se aparta del arriba mencionado resultado

general aspirado faríngeo.

4.2. Presentada de manera sintética, La hipótesis de J. L. Pensado (1970, 1983)

consiste en que, intentando reproducir las realizaciones fricativas velares del fonema

castellano /x/, los gallegohablantes, en una primera etapa, las sustituyeron por

realizaciones del fonema propio /g/, hablando, pues, el castellano con una gueada que

movía a burla; en una segunda etapa, mejor asimilada la realización del fonema fricativo

velar, sustituyeron en general las apariciones de /g/ por /x/ o /h/, y no solamente en

castellano, sino por extensión en el mismo gallego, eliminando de hecho el fonema /g/

de su sistema.

De la realidad del primer paso, esto es, de la gueada como intento fallido de

reproducción del fonema castellano /x/, no nos deben caber dudas tras todas las

evidencias aducidas por Pensado. Donde sí que no podemos aceptar su teoría es en la

defensa de que el origen de la geada gallega se deba, de hecho, a extensión de una

ultracorrección de la anterior gueada que llegase a eliminar del propio sistema

fonológico gallego un fonema de características fónicas similares a otro fonema también

existente en castellano. No es esta la ocasión de abordar una crítica debidamente

pormenorizada de la teoría del profesor Pensado (crítica que habría de requerir, dada la

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Alexandre VEIGA RODRÍGUEZ: Falsos castellanismos en gallego. Anotaciones críticas...

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cantidad de datos y la solidez de ciertos argumentos aportados por su autor, un enorme

espacio del que ahora no podemos disponer). Podemos, de todas formas, abordar una

más somera revisión, comenzando por manifestar nuestra extrañeza ante algunas de sus

actitudes o afirmaciones.

Nos sorprende, por ejemplo, que el citado autor haya concedido en más de una

ocasión crédito a la opinión «castellanista» manifestada por el Padre Sobreira en una

carta de 1794 acerca de las confusiones entre /g/ y /x/ —este último fonema «por

remedar o imitar el castellano»— en boca de ciertos gallegos, al menos de los

santiagueses, a los que en este aspecto parangona el gallego de Ribadavia, diciendo

respecto de las letras j («je») y g («gue» o «G griega») que «si las truecan es por mezcla

del castellano» (apud Pensado 1983: 29), pese a reconocer en un lugar que, para

empezar, no es seguro que Sobreira se estuviera refiriendo realmente al fenómeno de la

geada al hacer las referidas manifestaciones11 y pese al hecho de que en modo alguno

podríamos exigir conocimientos mínimamente sólidos de fonética (ya no digamos de la

a la sazón inexistente fonología), ni sincrónica ni diacrónica, a un religioso del siglo

XVIII, cuya impresión sobre las posibles causas de una determinada pronunciación no

puede en absoluto aceptarse como fuente de autoridad. Nos sorprende también que

Pensado (1983: 81) haya insistido en negar la existencia de las soluciones con [Nk] a la

altura de 1864 esgrimiendo que no se documentan —excepción hecha de un abranquer

(por abranguer) a que el profesor de Salamanca no prestará mucha atención— en la

gramática de F. Mirás, autor que, como todos los bienintencionados gramáticos gallegos

de su época y aún los de bastante tiempo más tarde, no podía poseer una información

mínimamente detallada sobre la realidad dialectal de las hablas gallegas (pensemos que

habría que esperar a la década de los setenta del siglo siguiente para que en la

Universidad de Santiago de Compostela se iniciase un trabajo planificado de recogida

de materiales para la elaboración del Atlas Lingüístico Galego), por lo que la ausencia

(no total, insistamos) de testimonios de un determinado fenómeno en la obra citada no

puede interpretarse como prueba de que dicho fenómeno no existiese ya a la sazón en

11 En efecto, el autor se referirá al correspondiente pasaje de la carta de Sobreira a Gómez de Ortega (1794) como «la primera, y aun no muy segura noticia de existencia de la geada en gallego», añadiendo más abajo que «ese «trocarlo todo haciendo Gue de la Je y Je de la Gue» no queda claro si se realiza al hablar gallego, al hablar castellano o en ambas lenguas, que es lo más probable, sin que esto excluya una mezcla de ambas formando lo que hoy conocemos con el nombre de “castrapo”» (Pensado 1983: 45, cursivas y comillas suyas). Pero al mismo tiempo afirma tajantemente que «Al nacer mismo de la geada ya tenemos señalada su causa: “es por remedar e imitar al castellano”, nos dice Sobreira» (ibid., cursivas y comillas suyas).

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Res Diachronicae Virtual 4 (2005): El Contacto de Lenguas

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este o aquel punto del mapa lingüístico de Galicia12. Y nos sorprende su crítica a

Schroten (1980) en el sentido de que al afirmar el autor holandés que «El orden velar

del gallego es menos coherente, más débil, que el dental y el labial» (Schroten 1980: §

2), no está teniendo en cuenta la existencia en gallego del fonema /S/ (Pensado loc. cit.),

pues, siendo palatal y no velar su articulación, no es esperable que quien maneje el

concepto martinetiano de los «órdenes de articulación» (cfr. Martinet 1972[1960]: §

3.15, 1971[1962]: cap. III) vaya a incluir tal fonema en el «orden velar».

También debiera sorprendernos (y si no lo hace es porque, al cabo, es una

realidad que no apoya su hipótesis) la poca importancia que el profesor de Salamanca

concedió al hecho de que la geada sea un fenómeno con delimitación geográfica dentro

del propio mapa de Galicia, digamos, un rasgo con su isoglosa, exactamente igual que

cualquier otro fenómeno que suponga diferenciación dialectal en el habitual sentido

geolingüístico del término. A la «izquierda» de la frontera de la geada los

gallegohablantes nativos la poseen en su gallego no solo con independencia de su grado

de castellanización, sino señaladamente enraizada en el habla de los individuos menos

instruidos en la lengua castellana; en los territorios de geada, obviamente, tanto los

vecinos de las aldeas más alejadas de los centros urbanos como los hablantes menos

«letrados» de cualquier lugar manejan un gallego donde este rasgo ocupa su lugar con la

misma firmeza que otra característica cualquiera del sistema fonológico. Si realmente la

presencia de la geada se debiese a interferencia con la lengua A, esperaríamos que el

fenómeno se diera principalmente en el gallego hablado en las zonas urbanas y

periurbanas y estuviese ausente de las comarcas más rurales, pero la realidad es muy

otra, y ya Santamarina (1980: § 2, n. 6) puntualizó el hecho de que la geada aparezca en

zonas compactas y no esparcida irregularmente como argumento en contra de la

hipótesis de posible origen foráneo. Pensado (1983: 48) reprodujo y utilizó como apoyo

las palabras de Cuveiro Piñol (1999[1868]: 2 [sin n.º de pág.]) en el sentido de que la

geada —como también, añadamos, el seseo— aparece «en los pueblos de la costa, en

las ciudades y poblaciones de importancia», citando ahora a Cuveiro como supuesta

fuente de autoridad, lo que implicaría que este autor conociese con seguridad la realidad

12 Dadas, además, las características de esta gramática, que «no es más que una breve morfología, comprendida en 27 páginas de pequeño formato» (Santamarina 1974: 191), que propone un gallego santiagués no sin vacilaciones —como, precisamente, diferentes resultados de ng: «así: abranquer, eslangrear y xirinjar, que muestran las tres soluciones contradictorias que se pueden dar al nexo -ng-» (Santamarina loc. cit.), resulta bastante obvio que difícilmente puede ser invocada como apoyo firme para ninguna afirmación o negación.

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dialectal y sociolingüística de Galicia, que difícilmente podía conocer cuando ni él ni

nadie había procedido todavía a su estudio sistemático y planificado; pero el caso es

que, por ejemplo, tanto la capital lucense como la orensana, y como más de una de las

principales villas de la comarca septentrional de A Mariña, se hallan fuera de las zonas

de geada (y tanto, que el lucense autor de estas líneas, que aprendió su gallego

principalmente en una localidad del tramo oriental costero de la provincia, no tuvo la

menor idea de la existencia de este fenómeno hasta que a la edad de diez años,

estudiando el primer curso de aquel Bachillerato que seguía el plan de estudios de 1967,

topó por primera vez con un compañero de instituto oriundo de una localidad donde sí

existe geada13), y, por otra parte, de las zonas de seseo, mientras que las comarcas

montañosas que delimitan por el Este y el Sureste la provincia de Pontevedra, limitando

con las de Lugo y Ourense, sí se encuentran en territorio donde la geada es general, y es

bien difícil suponer, conociendo las circunstancias de la vida rural gallega hasta tiempos

aún muy recientes, a campesinos de las más apartadas aldeas en las zonas montañosas

de la Galicia centro-occidental, por ejemplo, y que hubiesen nacido todavía en tiempos

de elevado grado de analfabetismo, más en contacto con el castellano o más

preocupados por su pronunciación correcta que a tantos gallegohablantes afincados en

Lugo capital, en Ourense capital, o a vecinos de la también episcopal Mondoñedo o de

poblaciones portuarias como Ribadeo o Foz, pongamos por caso, sin olvidar la

existencia de zonas de geada en un ambiente humano secularmente aislado de todo lo

que supusiese cultura urbana como fue la tan montañosa comarca de Ancares, donde

tantas construcciones de origen prerromano (las pallozas / pallazas) se conservan aún

hoy día y donde, precisamente con respecto al fenómeno que nos ocupa, expuso

Fernández González (1981: 64) que «hasta fechas más o menos próximas tampoco

parece que los ancareses se hayan visto presionados por una situación de bilingüismo

gallego-castellano», siendo además, como también ha verificado este autor, más rara la

geada precisamente en los lugares donde existe mayor presión del castellano (Fernández

González 1981: 65).

No es, por tanto, exacto, en absoluto, que la zona más castellanizada sea la «que

coincide extrañamente con la de la geada actual» (Pensado 1983: 92). Los procesos

diglósicos que el citado autor consideraba inevitables en los gallegos a la hora de

13 No faltan en Lugo capital, eso sí, vecinos con este rasgo lingüístico, dada la proximidad de la ciudad a la frontera de la geada y su condición de centro provincial y polo de atracción de la población de una amplia zona, pero no puede pretenderse sin más que la geada sea propia del entorno de la capital.

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adquirir el dominio del fonematismo castellano no parecen haber jugado ningún papel

en una amplia región de Galicia donde también existían ciudades o villas,

administración, iglesia, jurisprudencia, comercio y escolarización en castellano.

La existencia de una frontera geográfica entre el gallego de geada y el que no la

posee —y la existencia de algún islote no invalida nuestras conclusiones ante el mapa

dialectal— es argumento que por sí solo impide, a nuestro juicio, ver en el fenómeno el

reflejo del conflicto entre lenguas A y B, que siempre se ha dado a ambos lados de la

isoglosa y no solo al oeste de dicha frontera.

4.3. Por otro lado, es bien llamativo el hecho de que las palabras que en los

correspondientes dialectos gallegos poseen «geada» no se correspondan precisamente

con palabras que en castellano poseen /x/. El castellano dice gato, domingo, Santiago,

etc. con fonema /g/, mientras que los términos que en castellano poseen la unidad

fonemática de realización fricativa velar son en su inmensa mayoría dobletes de

vocablos que en gallego poseen bien /S/ o /IS/ (p. ej., jamón / xamón, rojo / roxo, caja /

caixa), bien /¥/ (p. ej., aguja / agulla, coger / coller, mejor / mellor). La hipótesis de

Pensado, pese a su coherencia interna, supone una reacción que implica que los

gallegohablantes, una vez adquirida siquiera con aproximación la pronunciación de la

fricación velar castellana, hubieran ido a «colocarla» precisamente en las palabras que

en castellano no la poseen, sustituyendo, pues, una pronunciación incorrecta que movía

a burla por otra no menos incorrecta y no menos sujeta, por tanto, a estigmatización;

muy difícilmente podríamos aceptar que la sustitución de una pronunciación por otra, si

efectivamente quisiéramos ver en la segunda la adopción de un fonema castellano,

pudiera haber supuesto un «progreso» en el dominio de dicha lengua por parte de

gallegohablantes. Por otra parte, esta hipótesis implica defender el triunfo del

superestrato en el terreno fónico por encima de su propia actuación en el terreno léxico

(¿cómo admitir una transformación por castellanismo de gato, castellano y gallego

común [»gato], en [»hato] si un castellanismo con [x] como conejo se adaptó como

conexo frente al vernáculo coello, por ejemplo?), y las palabras del Dr. Folgar ayer

mismo y aquí mismo acerca de la actuación del superestrato en los diferentes niveles

lingüísticos nos ahorran mayor detenimiento en el tema.

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4.4. Desde un enfoque histórico puramente fonético, la creación de un sonido

fricativo o aspirado de articulación retrasada a partir de una articulación velar relajada

como la de [γ] es algo que no tiene por qué causar mayor extrañeza, y todo apunta a que

la aparición de la geada comenzó por los contextos en que el fonema /g/ se realizaba por

medio de su alófono débil (pensemos que la más occidental sustitución de /g/ por /k/ se

ha dado precisamente allí donde únicamente podía realizarse el alófono fuerte [g]: en

posición medial precedida de nasal, pues en posición inicial de palabra siempre cabía la

actuación de la fonética sintáctica (de ahí la inexistencia de *[»kato] por gato, por

ejemplo). Que una articulación tienda a relajarse en ciertos contextos que ya de entrada

condicionan la aparición de un sonido relajado (como es [γ] frente a [g]) es algo que

responde a tendencias de economía de articulación que han originado procesos de

asimilación, lenición y otros fenómenos tendentes a la reducción de movimientos

articulatorios sobradamente representados en la historia de numerosas lenguas. Ya

Veiga Arias (1976: § 7.2) presentó el origen de la geada como, de hecho, un caso de

lenición acompañada de fricativización, y Santamarina (1980: § 6) como efecto de un

mecanismo normal de asimilación, de tal manera que en la articulación del sonido entre

vocales no se interrumpiría en nada la corriente espiratoria y la retrotracción de la zona

de articulación sería automática, pues, al no reducirse a cero la articulación de este

sonido, el punto más estrecho que encuentra la corriente de aire deja de encontrarse

entre la lengua y el paladar para situarse antes.

Estos dos autores, por otro lado, sitúan el origen del fenómeno en fecha

excesivamente temprana. Santamarina (1980: § 6) apuntó que la aspiración a partir de

[γ] habría tenido lugar probablemente entre los siglos XVI y XVII, mientras Veiga Arias

(1976: § 6.4) relacionó el fenómeno con los cambios fónicos que, tanto en gallego como

en castellano, afectaron a tantas unidades fonemáticas de realización fricativa o africada

en torno al siglo XVI. Estas propuestas de datación no se ven corroboradas por las

noticias que, directa o indirectamente, han llevado a Pensado a situar el nacimiento de

esta pronunciación no antes del siglo XVIII. Pero este es otro problema. En cualquier

caso, y teniendo precisamente en cuenta la fecha tardía de aparición de la geada,

podemos explicarnos que en parte del gallego, pero en modo alguno en castellano, el

sonido [γ] hubiera podido permitirse evolucionar a una realización fricativa o

«aspirada» articulada en las regiones más retrasadas del aparato fonador: en gallego no

existía previamente ningún fonema con cuyas realizaciones el nuevo sonido que

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suponemos procedente de la fricativización de [γ] pudiera entrar en conflicto. No

sucedía lo mismo en castellano, donde la previa existencia de un fonema /x/, de

realizaciones fricativas entre prevelares y uvulares, por no mencionar soluciones

dialectales aspiradas aún más retrasadas14, suponía un obstáculo para la formación de

toda unidad fonemática de realización continua, ya velar, ya próxima a esta realización.

Y, por supuesto, en ambas lenguas la existencia de /f/ y de /θ/ o bien /s5/ (en los dialectos

gallegos de seseo) supone un freno a posibles fricativizaciones a partir de [β] y [δ] —

sonidos que, subrayemos, no son ni fricativos, como los calificó Navarro Tomás

(1990[1918]), ni tampoco aproximantes, como los describen Martínez Celdrán (1984) y

sus seguidores15. Con esto no pretendemos otra cosa que explicar que la «asimétrica»

evolución que creemos dio origen al fenómeno de la geada era una posibilidad que se

abría al fonetismo del gallego, como al de otras variedades romances peninsulares

(empezando por el portugués y el catalán, por supuesto), pero no, en cambio, al del

castellano. Y, recordemos e insistamos, una posibilidad puede hacerse realidad o no: los

cambios fonéticos nacen cuando nacen y donde nacen, y las fronteras dialectales surgen

precisamente cuando en medio de un territorio lingüístico donde se daban las

circunstancias propicias para el desarrollo de un determinado cambio este solamente

llega a extenderse por una parte del territorio, como ha sucedido siempre con los

cambios lingüísticos que originan isoglosas.

4.5. Pero pasemos ya a enfocar el fenómeno desde la perspectiva de la fonología

diacrónica. Considerando los conocidos conceptos jakobsonianos de fonologización,

desfonologización y refonologización (cfr. Jakobson 1931), básicos a la hora de explicar

la reestructuración de un sistema fonológico, la geada parece a primera vista un ejemplo

de «refonologización» o «revalorización fonológica», definida por el citado autor como

«la transformation d’une différence phonologique hétérogène qui se trouve vis-à-vis du

système phonologique dans un autre rapport que la première» (Jakobson 1931: 324), si

consideramos que la propiedad diferencial de la oposición primitiva /k/-/g/ es diferente

de la que se pueda señalar en parejas como /k/-/x/ o, ya no digamos, /k/-h/, pues en este

14 Ya Navarro Tomás (1918: § 131) había descrito una variación alofónica de /x/ —por supuesto, sin poder expresarse en estos términos— desde una articulación «contra el postpaladar» (regimiento, dirigir, ejemplos suyos) hasta otra «propiamente uvular» que señaló «en algunos casos, seguida de las vocales u, o, a», añadiendo referencia a su conversión en «una simple aspiración [...] en algunas regiones españolas y en los países hispanoamericanos». 15 Sobre esta cuestión en cuanto al castellano, cfr. Veiga (2001: § 1.1); para el caso del gallego, cfr. Veiga (2003).

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último caso, para empezar, el segundo miembro de la pareja opositiva habría de recibir,

de acuerdo con los postulados jakobsonianos, la consideración no de una unidad

consonante, sino de una unidad «glide», de realización faríngea, y sin poseer, por tanto,

ni rasgo vocálico, ni rasgo consonántico. En cualquier caso, el paralelismo con las

oposiciones concretas /p/-/b/ y /t/-/d/, actuaciones en el sistema de la correlación tenso /

flojo (con sordo y sonoro como propiedades redundantes) se ha roto y no hay base para

postular una relación de oposición directa entre /k/ y el nuevo fonema. La subclase

consonante no continua oral del gallego16, pasa de una estructuración del tipo

SUBCONJUNTO /p, t, k, b, d, g/ I. denso/difuso

difusos (= labiales + dentales)

II. grave/agudo

agudos (= dentales)

graves (= labiales)

densos (= velares)

III. tenso/flojo

flojo (= sonoro)

tenso (= sordo)

flojo (= sonoro)

tenso (= sordo)

flojo (= sonoro)

tenso (= sordo)

/d/ /t/ /b/ /p/ /g/ /k/ a otra del tipo SUBCONJUNTO /p, t, k, b, d/ I. denso/difuso difusos (= labiales + dentales) denso

(= velar) II. grave/agudo agudos

(= dentales) graves (= labiales)

III. tenso/flojo flojo (= sonoro)

tenso (= sordo)

flojo (= sonoro)

tenso (= sordo)

/d/ /t/ /b/ /p/ /k/

4.6. Esto nos lleva a reflexionar sobre el a nuestro juicio necesario

replanteamiento de la noción de refonologización, que, de hecho, supone la

combinación entre una desfonologización operada en algún punto del sistema (en este 16 Consideramos funcionalmente no continuos fonemas como /b, d, g/, tanto en gallego como en castellano, pese a que a sus realizaciones plenamente oclusivas [b, d, g] añaden las relajadas [β, δ, γ]; en todo caso, la actuación en ambas lenguas de la oposición para cuya designación no renunciamos a una formulación privativa en términos de continuo / no continuo configura en su término marcado exclusivamente unidades que se realizan en sonidos fricativos (entre consonantes) o laterales (entre líquidos), quedando en el no marcado unidades no todas las cuales se realizan en sonidos fonéticamente interruptos. El carácter relativo, opositivo, de los rasgos fonológicos queda especialmente patente en el funcionamiento de esta oposición en las señaladas lenguas y la terminología no debe suponer un obstáculo para la adecuada comprensión de los hechos fonológicos. Hemos insistido en ello reiteradamente (cfr., para el castellano, Veiga [2002a]1985: § 3, [2002b]1992: 118-20, [2002c]2000: § 4.2, [2002d]2001: § 1.1; para el gallego cfr. 2003), pero quienes se obstinan en identificar sin más propiedades fonéticas con rasgos funcionales, sin atender al carácter opositivo de todo valor funcional, y partiendo de las limitaciones de una terminología que de la fonética ha sido reimplantada en los estudios fonológicos, no pueden siquiera comprender un hecho tan elemental.

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caso, la de la oposición /k/-/g/) y una fonologización operada en algún otro punto (en

este caso la de la oposición que el nuevo fonema contraiga, interpretemos como

interpretemos su contenido fonológico, con la unidad o subclase fonemática más

próxima a él en la estructura del sistema). Como estamos viendo, en la subclase

consonante no continua oral la geada ha provocado la desfonologización de la oposición

/k/-/g/ por la vía de la eliminación del fonema /g/. En los dialectos gallegos de geada, la

evolución fonética de la realización o realizaciones correspondientes puede haber

conducido a una realización continua, mayoritariamente aspirada faríngea [h], o bien a

una realización interrupta [k] en determinados casos, pero, como fuese, el resultado

común a estas variedades lingüísticas ha sido la eliminación del fonema /g/. Ello supone

que el proceso de fricativización del sonido relajado [γ] hubo de ser el primer paso para

una reestructuración fonológica que exigió la eliminación del sonido oclusivo flojo y

sonoro [g], bien por la vía de su reemplazo por el mismo resultado a que conducía la

evolución fonética del alófono relajado [γ], bien por otro camino distinto como fue su

transformación en [k], esto es, en el representante fonético del fonema que hasta ese

momento entraba en relación de oposición directa con el fonema desaparecido.

La estructura del sistema fonológico demostró aquí su capacidad como

condicionante de procesos de reajuste fonético. Desde un punto de vista puramente

fonético, la evolución del relajado [γ] no hubiera tenido por qué comportar evolución

del oclusivo [g]; fue su condición de alófonos de un mismo fonema lo que hizo que la

desaparición del primer sonido, transformado en una realidad fonética netamente

diferenciada, acabase comportando la del primero (e, insistamos, no siempre para que se

identificase con aquel). La misma estructura fonológica explica también que los

resultados de la transformación de [γ] en sonido fricativo o aspirado hayan sido sordos y

no sonoros: los representantes canónicos, esto es, las realizaciones prototípicas, las

registrables en circunstancias de influencia contextual nula, de todas las unidades

fonemáticas consonantes funcionalmente continuas del gallego son siempre sonidos

sordos, quedando la sonoridad restringida, como en castellano, a las variantes

combinatorias que en posición implosiva se registran exclusivamente ante otro sonido

sonoro. El nuevo fonema surgido mediante el fenómeno conocido por geada amoldó su

realización a este mismo principio.

Concluimos que el fenómeno conocido como geada ha supuesto en la estructura

del sistema fonológico de los dialectos gallegos en que ha tenido lugar, la

desfonologización de la oposición /k/-/g/. La geada no constituye tanto el «deseo», si

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fuera lícito así expresarse, de adopción de un nuevo fonema —en ciertos casos ha

conducido a la aparición de realizaciones de un fonema previamente existente, /k/—

como la desaparición de otro hasta ese momento existente en los correspondientes

dialectos, /g/, compensada ya por la vía de la creación de un nuevo fonema /h/, ya por la

extensión de /k/ a vocablos que previamente poseían /g/. Que por deseo de dominar la

pronunciación correcta del castellano una buena parte del gallego haya eliminado un

fonema de características similares a otro igualmente existente en castellano es una

hipótesis realmente muy difícil de sostener. Calificar, como ha llegado a hacer Pensado

(1983: 92), de «desprestigiado» al fonema /g/, a un fonema tan perteneciente a la lengua

de prestigio en la realidad diglósica gallega como otro fonema castellano cualquiera, es

algo que solamente puede tener sentido como una pieza más en la construcción de su

propia teoría castellanista, pero ninguno al margen de ella.

5. ÚLTIMAS PALABRAS

Nos gustaría seguir, pero ya hemos hablado bastante. Otros falsos castellanismos

hubieran podido añadirse a la lista de los que aquí hemos tratado y, especialmente,

quiero referirme, siquiera ya inevitablemente de pasada, al hecho de que en más de una

ocasión se haya presentado también como supuesto castellanismo fonético-fonológico el

proceso de interdentalización que desembocó en el surgimiento del sonido fricativo [θ]

en buena parte del gallego (el seseo es, en Galicia, fenómeno propio de los dialectos

más occidentales), hipótesis a que, de entrada, y frente a una afirmación tan tajante

como la de Otero (1976: 182) al declarar que en su opinión «no tiene vuelta de hoja»,

hemos de formular, como a la teoría castellanista sobre la geada, la objeción de que

interdentalización y seseo son resultados separados por sus correspondientes isoglosas

(con la mínima complicación que supone la existencia de dialectos donde el seseo se ha

producido solamente en posición implosiva), sin que se pueda hablar de mayor grado de

castellanización en la región —en este caso no precisamente coincidente con el área de

geada— donde se ha impuesto el sonido [θ], que, por supuesto, aparece en voces

comunes inexistentes en castellano o suficientemente alejadas de sus posibles

correspondencias castellanas (p. ej., angazo, al lado de la variante con geada y seseo

[a ‚N»haso] ‘rastrillo’, enciño / ensiño, sinónimo del término anterior, arroaz / arroás

‘delfín’ zuncho / suncho ‘cierta pieza del carro’) o en nombres propios que, dada la

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divergencia evolutiva, difícilmente pudieran deber su pronunciación a influencia

castellana y que en el conjunto de Galicia atestiguan las dos soluciones,

interdentalizante y seseante, que pueden desembocar en dobletes gráficos (p. ej., Eiriz /

Eirís, Maceda / Maseda...). Con la debida precaución ante todo prejuicio o tentación de

explicación fácil, comprendemos sin mayores problemas que la interdentalización se ha

extendido por una zona compacta centro-septentrional de la Península, dejando a

Occidente los dialectos gallegos atlánticos y el portugués (con la necesaria atención a

las hablas nororientales y dialectos leoneses próximos que conservan dos «tipos de s»;

esto es, territorios ni alcanzados por la interdentalización ni por el avance del «seseo»),

a Oriente el dominio lingüístico catalán y al Sur la amplia extensión del seseo no

exclusivamente andaluz. Gallego y castellano, por tanto, comparten su condición de

lenguas en que isoglosas relacionadas con la interdentalización que condujo a [θ] y con

la desfonologización que condujo al «seseo» atraviesan su territorio lingüístico

señalando los frentes donde se detuvo el avance de dos fenómenos igualmente

innovadores. Pero este es un tema en cuyo debido tratamiento no hemos podido

detenernos en esta ocasión.

En cualquier caso, con más o menos ejemplos y mayor o menor profundidad en

el estudio, esperamos haber dejado suficientemente claro que, aun habiendo sido el

gallego en los últimos siglos una lengua en desventajosa situación de diglosia frente al

castellano, se hace necesario el debido respeto a la investigación de los hechos

diacrónicos considerando todos los factores intralingüísticos que han podido intervenir

en el nacimiento y expansión de ciertos fenómenos que no por comunes a ambas

lenguas han de exigir forzosamente la admisión de que su existencia en la «lengua B» se

deba a presión de la «lengua A». Muy al contrario, en la desconfianza a la aceptación

inicial generalizada de este tipo de influencia interlingüística puede radicar la clave del

éxito en el establecimiento del origen y progresión de una serie de cambios.

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© RAMÍREZ LUENGO, José Luis. 2005. «Contactos entre variedades dialectales. Introducción». Res Diachronicae Virtual 4: El Contacto de Lenguas. Número monográfico coord. por Ana Rodríguez Barreiro y Ana García Lenza. 51-54.

CONTACTOS ENTRE VARIEDADES DIALECTALES

INTRODUCCIÓN

JOSÉ LUIS RAMÍREZ LUENGO Universidad Nacional de Mar del Plata (Rep. Argentina)

En el marco de unas Jornadas dedicadas de manera monográfica al contacto

lingüístico, resulta muy destacable el que una de las mesas de trabajo estuviera dedicada

a una situación de convivencia entre sistemas lingüísticos que, pese a su indudable

importancia, suele tener un tratamiento muy escaso en los foros dedicados a este tema,

constituyendo, por lo tanto, un campo de investigación en cierto modo marginado: en

efecto, no es demasiada la relevancia que se ha concedido tradicionalmente al contacto

interdialectal, por más que la importancia de éste resulte de primera magnitud para

comprender muchos fenómenos de la lengua española, algunos de trascendencia

indudable, como puede ser el caso del español de América.

Así pues, los estudios que componían esta primera sesión de trabajo fueron los

siguientes: «Grafías coa-, quoa-, goa- en documentos medievales guipuzcoanos

(Arrasate-Mondragón)» (S. Gómez Seibane); «Asturiano y castellano en el concejo de

Aller. Notas sobre interferencias en el sistema fonológico desde una perspectiva

diacrónica» (H. García Gil); y «Cruce de tradiciones escriturarias en el leonés

medieval» (V. Marcet Rodríguez); se tocaba, por lo tanto, el contacto interdialectal en

varios puntos de la península donde éste se produce, centrado, además, en unos niveles

de análisis muy concretos -la grafemática y la fonología- y en los que resulta

relativamente sencillo atestiguar la situación de contacto entre sistemas lingüísticos.

Con respecto a la primera de las aportaciones (S. Gómez Seibane: «Grafías coa-,

quoa-, goa- en documentos medievales guipuzcoanos (Arrasate-Mondragón)»), se

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proponía en ella el análisis de las secuencias gráficas coa-, quoa-, goa- en un corpus de

documentación medieval guipuzcoana, en concreto de la villa de Mondragón; como es

sabido, en numerosas ocasiones se ha señalado tal peculiaridad gráfica como propia de

la zona navarra e incluso de la scripta occitana, por más que estudios sobre la

documentación de Vizcaya la localizan también en este territorio. Así pues, Gómez

Seibane estudia la presencia de este rasgo supuestamente propio del área oriental en una

zona perteneciente al conjunto dialectal castellano, lo que pone de manifiesto la mezcla

de tradiciones escriturarias en un área -el País Vasco en su conjunto- que en otras

ocasiones se ha caracterizado precisamente por su importante contacto interdialectal.

Con todo, el detallado análisis de Gómez Seibane hace hincapié en la

distribución no aleatoria de las grafías en cuestión, que aparecen de manera preferente

en determinadas unidades léxicas y en determinados escribanos, lo que pone de

manifiesto, por un lado, cierto grado de lexicalización -o preferencia léxica- de este

rasgo en términos como legoa o goardar, en coincidencia con la situación descrita para

Vizcaya o Navarra; por otro, también se descubre cómo ciertos escribanos son más

proclives a utilizar tales grafías, lo que pone de manifiesto la necesidad de llevar a cabo,

en este asunto, un minucioso estudio que parta de cada uno de los escribientes de forma

individual y no del conjunto de todos ellos, en lo que constituye un ejemplo claro de

variación -o preferencia- individual en el romance de la Edad Media.

A partir de las conclusiones extraídas del estudio, fueron varias las cuestiones y

sugerencias que surgieron en el debate: así, se preguntó por la presencia de otros rasgos

escriturales del occitano en la documentación analizada -que parecen no existir-, y se

señaló con cierta insistencia la necesidad, una vez más, de llevar a cabo los análisis

lingüísticos sobre la documentación original, habida cuenta las modificaciones gráficas

que en numerosas ocasiones se producen en las transcripciones utilizadas por los

historiadores.

Centrado en otro ámbito geográfico, el segundo trabajo (H. García Gil:

«Asturiano y castellano en el concejo de Aller. Notas sobre interferencias en el sistema

fonológico desde una perspectiva diacrónica») analiza otra situación de contacto

interdialectal en la península -la de un valle de Asturias, con la convivencia del

asturiano y del castellano- que conlleva, además, un complejo proceso de sustitución

lingüística, en el cual el sistema lingüístico tradicional está siendo suplantado -en el

momento actual, pero ya desde finales del siglo XVIII- por un castellano más o menos

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asturianizado, lo que resulta especialmente visible en el sistema fonológico, y más en

concreto en la pérdida de un rasgo tan propio del bable de la región como es la ch-

vaqueira.

Así pues, el trabajo analiza las interferencias del castellano en el sistema

fonológico del dialecto local, y apunta los pasos que van determinando su sustitución:

así -y tomando de nuevo como referencia la ch- vaqueira-, se analiza cómo la

castellanización conlleva la pérdida de funcionalidad de esta unidad fonológica, lo que

se descubre, por ejemplo, en el hecho de que los nuevos préstamos no la presenten o, en

última instancia, en que se sustituya incluso en términos patrimoniales por el fonema

palatal africado -esto es, la ch- castellana- como realización más cercana y claro

ejemplo de la castellanización total del bable de la zona.

Una vez más, la comunicación dio lugar a preguntas y comentarios, algunos de

los cuales se centraron en el origen mismo del proceso castellanizador, al preguntar

cómo se sabe que tal proceso comienza a finales del siglo XVIII, así como cuáles son sus

causas: respecto a lo primero, se indicó que las primeras gramáticas del asturiano, de

hacia 1840, se refieren ya a la pérdida de la variedad regional y lo fechan en la época

arriba indicada, lo que sirve de argumento a favor de la cronología propuesta, habida

cuenta la dificultad -prácticamente, imposibilidad- de datar tal fenómeno de otro modo;

en cuanto a las razones que explican esta sustitución lingüística, se explicó que los

cambios de población del siglo XIX, caracterizados por la llegada de gentes foráneas y

por un proceso de cierta industrialización del concejo, favorecieron el progresivo

desuso del bable a favor del castellano, en un proceso aún en marcha.

Por último, sin abandonar el ámbito occidental de la Península Ibérica, y en

estrecha relación con el primero de los trabajos, la última aportación (V. Marcet

Rodríguez: «Cruce de tradiciones escriturarias en el leonés medieval») analiza las

diferentes grafías que en leonés medieval -y más en concreto, en la documentación de la

misma catedral de León- se utilizan a la hora de representar los fonemas palatales; así,

en dicha documentación aparecen cuatro grafías distintas correspondientes a cuatro

tradiciones de escritura que se pueden denominar latina -con el uso de <li>-,

gallegoportuguesa -grafía <lh>-, castellana -con el dígrafo <ll>- y propiamente

leonesa, caracterizada por utilizar el grafema <y>.

A partir de tal estado de cosas, en el estudio se analiza con detenimiento el

empleo de una u otra grafía de acuerdo con criterios de tipo cronológico, a lo que se

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añaden otros elementos de interés como pueden ser el origen del escribano, el carácter

más o menos conservador de su registro escrito, el propio contenido del documento en

cuestión, o el prestigio de las diferentes tradiciones escriturarias, que en muchos de los

casos determinan el uso de una grafía concreta. Todo lo anterior, por lo tanto, dibuja

una situación de variación en el leonés del siglo XIII en cuanto a la representación

gráfica de los fonemas palatales que, si bien en algunos casos podría deberse a variación

también en la realización fónica, en muchos de ellos se ha de entender como mera

alternancia gráfica resultado de la convivencia de sistemas escriturarios distintos.

Evidentemente, en el debate se incidió en el papel que el prestigio de

determinada tradición gráfica puede ejercer en ámbitos geográficos donde no resulta

propia, lo que sirvió para enlazar la situación leonesa con la que el primer trabajo había

extraído de la documentación guipuzcoana, donde se registraban grafías propias de la

scripta navarra; así, se indicó que tal vez sea este prestigio de ciertas grafías lo que

explica el uso de coa-, goa- en Guipúzcoa, por más que, como apuntó Gómez Seibane,

aún nos falte por explicar -si tal interpretación es cierta- por qué las grafías navarras

resultan más prestigiosas que las correspondientes castellanas.

Así pues, la presente mesa de trabajo puso de manifiesto, según se ha indicado

anteriormente, la importancia que el análisis del contacto interdialectal tiene en los

estudios históricos de la lengua española: no sólo se hizo hincapié en la relevancia de

esta perspectiva a la hora de explicar de manera más profunda y certera algunos

fenómenos de la diacronía del idioma, sino que también -y es especialmente reseñable-

se señalaron nuevos aspectos que, partiendo de este enfoque, pueden aportar luz a

posteriores análisis, muy especialmente en el ámbito de la grafemática.

Quedan presentados en estas páginas, por lo tanto, tales aportes para futuras

investigaciones, pero, tal y como se pretendía, por medio de estos casos analizados

queda también asentada -en el debate, y también en esta presentación- la necesidad de

desarrollar aún más los estudios sobre el contacto interdialectal en español desde una

perspectiva histórica, lo que ha de redundar sin ninguna duda en un mayor

conocimiento -y en un conocimiento más profundo- de la diacronía de nuestro idioma.

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© GÓMEZ SEIBANE, Sara. 2005. «Grafías coa-, quoa-, goa- en documentos medievales guipuzcoanos (Arrasate-Mondragón)». Res Diachronicae Virtual 4: El Contacto de Lenguas. Número monográfico coord. por Ana Rodríguez Barreiro y Ana García Lenza. 55-63.

GRAFÍAS COA-, QUOA-, GOA- EN DOCUMENTOS MEDIEVALES GUIPUZCOANOS (ARRASATE-MONDRAGÓN)*

SARA GÓMEZ SEIBANE Universidad de Deusto

Gracias a las aportaciones de Cierbide, González Ollé, Líbano o Saralegui, por

todos es conocido ya que la unidad lingüística del navarro y del aragonés no puede

proponerse sin matizaciones, entre otras causas por el contacto de la variante románica

navarra con el euskera y el occitano –esta última especialmente en Pamplona y Estella-,

mientras que el aragonés se mantuvo más próximo al catalán y al gascón (Cierbide

1998)1. Es más, el proceso evolutivo del dialecto navarro hace que se aleje

progresivamente del aragonés para llegar a las mismas soluciones a las que había

llegado el castellano, proceso que parece casi cumplido a principios del siglo XV2.

Entre los rasgos propios del romance navarro se encuentra, como puede

atestiguarse en la scripta notarial desde época medieval, el uso de las grafías de velar

seguidas de oa, como representantes, en principio, de /kwa/ y /gwa/. Varias han sido las

* Este trabajo ha sido posible gracias a la ayuda del Gobierno Vasco, por medio de una Beca Predoctoral de Formación de Investigadores. 1 Al parecer, existen diferencias en el territorio de Navarra. Cierbide (1990) establece que los textos de la zona occidental navarra presentan una progresiva similitud con el castellano, frente a los de la oriental, más próximos al aragonés de la scripta medieval, conclusión a la que llega también Pérez-Salazar (1996), con algunas matizaciones. 2 Dicho proceso sería una evolución del romance navarro propia y en menor medida se debería a una influencia exterior o castellanización: «hay una evolución interna, independiente del castellano, si bien la coincidencia con éste, siempre influyente, la favoreció» (González Ollé 1983: 180). En este sentido, Pérez Salazar (1995: 290) observa en documentos reales de la primera mitad del siglo XIV la ausencia de algunos rasgos fonéticos dialectales presentes en documentos contemporáneos y del siglo XV aragoneses, si bien en lo morfosintáctico continúa presente una serie de características navarras, lo que le lleva a concluir igualmente que no se trata de castellanización pues, de lo contrario, la morfología y la sintaxis también se castellanizarían. No obstante, Cierbide (1998: 38) no parece decantarse por ninguna de las alternativas: «a partir del siglo XIV muestran una progresiva afinidad con el castellano, bien debido a una evolución similar, bien a una castellanización».

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hipótesis sobre el origen de tales grafías. Por un lado, Ynduráin (1945) consideró una

posible filiación vasca, dada la frecuencia en esa lengua del grupo vocálico /oa/ y su

presencia también en bearnés, hipótesis que fue rechazada por M. Alvar (1973), debido

a la ausencia de testimonios escritos medievales en euskera3. Su propuesta era la

consideración de tales grafías como fórmulas de compromiso entre quo + co y qua + ca,

de forma que quoa- podría ser un cruce de quo y ca, y goa-, una imitación de qoa. Por

otro lado, Saralegui (1977: 55) pensó que esta peculiaridad era una imitación de la

scripta occitana por parte de escribas asentados en Navarra, aunque reconocía que no

había una explicación convincente para tales grafías en los estudios de occitano

medieval. En este sentido, Cierbide (1988) ha planteado la posibilidad de que la

presencia de grafías con oa en occitano se deba a la influencia del romance navarro o

del gascón pirenaico. Igualmente, Echenique (1989) rechaza la filiación occitana de

tales representaciones, pues en un trabajo sobre grafías de la primera manifestación

escrita en lengua vasca –siglo XVI- descubre hábitos gráficos comunes con la scripta

navarra, entre ellos quoa, goa, y la ausencia de otros occitanos.

Algunos de los aspectos considerados navarros están presentes en documentos

vizcaínos de fines de época medieval, como ha demostrado C. Isasi (2002)4. No

obstante, la manifestación de estos fenómenos en la documentación vizcaína no implica

contradicción alguna con la atribución de los mismos al romance navarro. En efecto,

como bien señala esta autora, los rasgos propios del navarro «no lo son tanto por su

exclusividad como por la significativa acumulación de testimonios», por lo que estos

datos aportan «nuevos materiales para el mejor conocimientos de la diversificación –o

la continuidad- del espacio romance en el área hispánica nororiental» (Isasi 2002:

1.542). En lo que respecta a las representaciones gráficas de /kwa/ /gwa/, C. Isasi (1993,

1997a, 1997b, 2002) ha comprobado que el recurso a la secuencia oa o bien uoa alterna

3 Cierbide (1975: 150) planteó nuevamente la idea de la filiación vasca, «máxime si pensamos en los abundantes topónimos medievales que de forma insistente lo llevan», y cita Barassoayn, Orissoayn y Aezcoa. 4 Parece ser que algunos aspectos del castellano de los documentos notariales vizcaínos coinciden con los del área occidental –asturiana, leonesa o cántabra- y otros, sin embargo, con la oriental –navarra y riojana-. Así, las coincidencias con el navarro se observan en la presencia de grafías de velar seguidas de oa, el uso del futuro de indicativo en suboraciones de acción futura o contingente –cfr. Isasi (2000) y Ramírez Luengo (en prensa)-, gerundios construidos sobre tema de perfecto, vacilaciones en el género de los sustantivos en -or –aunque no se ha comprobado una preferencia por el femenino tan marcada como en el navarro (Gómez Seibane 2002a)-, empleo de cada sin el consecuente uno con valor distributivo y presencia de elementos léxicos comunes con el romance navarro de desarrollo restringido, al parecer, en el ámbito castellano.

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Sara GÓMEZ SEIBANE: Grafías coa-, quoa-, goa- en documentos medievales guipuzcoanos

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con ua en fondos documentales distintos, como Bilbao, Ondárroa, Ermua, Plencia, etc.,

especialmente en ciertos elementos léxicos –como goardar o legoa-.

En otros ámbitos geográficos muy próximos también al navarro, como el

guipuzcoano o el alavés, cuya historia lingüística está más desatendida que la vizcaína5,

la presencia de estas grafías no es inusual, en palabras de Cierbide (1998). En el caso de

la scripta medieval guipuzcoana, Álvarez (1992: 14) registró en un traslado de 1599 de

Fuenterrabía la grafía qua mayoritariamente para /kwa/ y goa, para /gwa/. Por su parte,

Osés (1993) señala el uso de la grafía quoa como excepcional frente a qua y la

presencia alternante de goa y gua6. Entrado ya el siglo XVI, Frago (1999: 118) recoge

tales grafías en la carta de un tolosano administrador de las minas de Potosí, que,

aunque no manifiesta ninguna de las características atribuidas a los vascos –seseo o

sintaxis desordenada-, «presenta el sello inconfundible de la formación escolar vasco-

navarra»7. Es de destacar, además, la presencia de dichas grafías en otra carta personal

de 1761 (Gómez Seibane y Ramírez Luengo 2002: 329).

Este conocimiento fragmentario obliga, por tanto, a emprender un análisis

exhaustivo de los textos medievales guipuzcoanos, en este caso, los documentos

municipales del siglo XV de Arrasate-Mondragón, discriminando abreviaturas de formas

plenas para valorar más certeramente la frecuencia de uso de esta peculiaridad gráfica

atribuida a la scripta navarra y contribuir, así, al conocimiento de su distribución

geográfica. Abordaremos, por tanto, una de las cuestiones referidas a la tradición de la

cultura escrita, y más concretamente, a un posible contacto entre sistemas escriturarios o

difusión de usos gráficos, pues es sabido que, en este caso, la correspondencia entre

grafía y pronunciación está aún por establecer8.

La Guipúzcoa medieval constituía un área de 2.200 kilómetros cuadrados de

tierra de realengo rodeada de otros reinos y señoríos, como el reino francés y el navarro

por el Este; por el Sur, el señorío de Oñate; por el Oeste, el señorío de Vizcaya y por el

Norte, el mar. A unos 50 kilómetros de Bilbao y de Vitoria, se encontraba el núcleo de

5 Hasta el momento, contamos con trabajos sobre documentación medieval alavesa (Santiago Lacuesta 1977) y guipuzcoana (Álvarez 1992, 1993; Osés 1993), y sobre el siglo XVIII, una primera aproximación al español de Guipúzcoa (Gómez Seibane y Ramírez Luengo 2002) y al sistema pronominal átono de tercera persona (Gómez Seibane, en prensa). 6 No obstante, no se explicita claramente el uso de abreviaturas y el de formas plenas. 7 Estos rasgos escriturarios, según Frago de honda raigambre en el romance navarro del siglo XVI, están presentes también en una carta de un vizcaíno en el siglo XVI y en la de un navarro, del siglo XVII. 8 Cfr. Isasi (2002).

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Arrasate, que fue fundado como villa con el nombre de Mondragón9 el 15 de mayo de

1260 por Alfonso X. Esta villa, sometida al Fuero de Vitoria y perteneciente al reino de

Castilla10, supuso una de las vías de conexión de Vitoria con el mar (Vitoria-

Mondragón-Bergara-Deba-Zumaya-Getaria). No obstante, no se fundó exclusivamente

por su interés económico, sino como iniciativa de los antiguos pobladores para lograr

más seguridad dentro de un recinto urbano, ya que los señores de Vizcaya y Oñate

ambicionaban la riqueza y enclave de estos terrenos (Arizaga Aramburu 1978).

En la documentación manejada puede rastrearse la vida local de Mondragón,

entre otras cuestiones: relaciones mercantiles con Vitoria y Logroño, caminos y vías de

comunicación que sustentan el comercio, ferrerías e industria carbonera11, el interés por

continuar en el realengo y evitar repetidamente ser traspasada a jurisdicción señorial12,

las constantes disputas con la tierra de Leniz y el señorío de Oñate con objeto de

salvaguardar –y extender- su jurisdicción sobre pastos, seles y montes, y, por último,

desde 1334, la presencia de los bandos que arrasaron la villa en el 144813.

En concreto, hemos seleccionado 37 documentos originales correspondientes al

período comprendido entre los años de 1396 y 1491, que están en el Archivo Municipal

de Arrasate-Mondragón y que han sido editados en la colección de Fuentes

9 Precisamente, para este cambio existen algunas explicaciones. Ateniéndonos a una leyenda medieval (Letona Arrieta 1970), la villa tomaría su nombre por el dragón que vivía en uno de los montes que circundan la villa y que tenía atemorizados a sus habitantes. Otra explicación es la que ofrece Vélez de Mendizabal (2001). Al parecer, para cuando se fundó la villa, el comendador D. Guillén de Mont-dragón era un personaje muy importante cuya familia había realizado grandes servicios al rey castellano. Quizá para premiar la lealtad de esta familia Mont-dragón, el rey puso el nombre de ésta a la nueva villa asentada en una vieja aldea llamada Arressate. 10 Desde 1076 –salvo brevísimos intervalos a fines del siglo XII- y de manera definitiva desde 1200, Álava, Guipúzcoa y Vizcaya pertenecen a la corona castellana. Pero no siempre ha sido así. En efecto, durante el reinado de Sancho III el Mayor, pertenecieron al Reino de Navarra y antes del 1020, la adscripción política de estos territorios estaba diversificada. Así, Álava tenía una orientación astur-leonesa, Guipúzcoa, navarra y se ignora la de Vizcaya (cfr. García de Cortázar 1979). 11 Industrias presentes desde época medieval pero cuyo despegue económico se produce, sobre todo, a partir del siglo XVI (Letona Arrieta 1970). 12 Los Trastámaras inician en 1369 un proceso de reseñorialización de las villas en pago de la ayuda recibida para instalarse en el trono de Castilla. Así se explica la concesión de señorío sobre la villa de Balmaseda –en Vizcaya- o los intentos sobre Mondragón. Para defenderse, el mundo no hidalgo –labradores, artesanos y comerciantes- construye nuevas pueblas o forma hermandades garantes de la tranquilidad necesaria para el desarrollo mercantil (cfr. García de Cortázar 1979). 13 Durante los siglos XIV y XV se producen los enfrentamientos entre oñacinos y gamboínos, que la historia tradicional ha simplificado como luchas de bandos y que son tres tipos de enfrentamiento: nobleza rural contra sus propios labradores –sobre los que agudizan la presión señorial para superar las dificultades de la crisis-, nobleza rural contra los burgueses y nobles rurales entre sí. Dentro de la villa, crecía el odio entre oñacinos (familia Guraya) y gamboínos (familia Bañez). A instancias de los primeros, acudió González de Butrón para tomar el mando de la villa. Los Bañez avisaron al señor de Oñate, uno de los personajes más influyentes del bando gamboíno, pero, para cuando éste llegó, Gonzalez de Butrón estaba dentro de las murallas. Tras doce días de sitio y sin muestras de debilidad, los gamboínos, pese a ser parte del concejo, resolvieron prender fuego a la villa, que se consumió en dos horas (Letona Arrieta 1970; Vélez de Mendizabal 2001).

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Documentales Medievales del País Vasco14. Inicialmente, seguimos la lectura que los

editores realizaron para localizar las grafías ua y oa, que posteriormente revisamos en

los originales. No hace falta señalar la necesidad de que todos los trabajos sobre grafía

se basen en el examen directo de los testimonios manuscritos, particularmente aquéllos

que fundamentan su análisis en los fondos documentales. Así, ya ha sido señalado por

Sánchez-Prieto (1998c: 37-38) que, al ser objeto de estudio de varias disciplinas, este

tipo de fondos han sufrido diversidad de enfoques en su edición. Basta poner como

ejemplos de heterogeneidad de criterios el mantenimiento de u-v e i-j-y según los usos

de los manuscritos frente al desarrollo de abreviaturas sin dejar constancia15.

En efecto, tras la observación de los originales es de destacar, en primer lugar, el

uso de la abreviatura, muy habitual para /kwa/ y /gwa/ en sílaba inicial. Tales

abreviaturas son parte de términos como qualquier, qual, quanto, quando, quatro,

quarto, guardar y alguasil. Mayoritariamente estas formas abreviadas –que se

presentan, en ocasiones, de forma ilegible16- son reconstruidas por los editores con

grafías ua. Sólo en uno de los documentos (123, lin. 16 y 17) desarrollan las

abreviaturas como goardare y algoasiles, para transcribir un elemento circular que no

llega a cerrar en el primer caso y, en el segundo, una especie de 6 semi-invertido en

representación de las dos vocales. Sin embargo, resuelven como ua dos formas

abreviadas de «guardar», pese a que tienen el mismo trazado que el correspondiente al

transcrito como goardare17. Por tanto, salvo estas excepciones, en general, en el caso de

las abreviaturas es muy difícil encontrar formas claras bien de oa, bien de uoa, como ha

señalado para el área vizcaína C. Isasi (2002: 1.543).

14 M. Ángel Crespo, J. Ramón Cruz, J. Manuel Gómez, J. Ángel Lema (1992-1996). Los siguientes números de documentos corresponden a los originales consultados: (t. I) 49, (t. II) 57, 59, 63, 64, 70, 71, 73, 75, 76, 77, 82, 95, 104, 105, 106, 107, 108, 111, 116, 120, 122, 123, 125, (t. III) 128, 132, 135, 138, 164, 183, 203, 212, (t. IV) 221, 233, 243, 250, 267. 15 Los testimonios se citarán con el número del documento correspondiente a la edición de M. Ángel Crespo, J. Ramón Cruz, J. Manuel Gómez, J. Ángel Lema (1992-1996) y el folio manuscrito o, si se trata de una carta, el número de línea. 16 La documentación presenta el tipo de letra cortesana –sólo en el documento 212 aparece el tipo procesal-, que se caracteriza por ser apretada, menuda, con rasgos iniciales y finales prolongados de forma curva, que encierran cada palabra. Desde 1450 la escritura se redondea y añade aún más trazos superfluos y enlaces, al igual que las abreviaturas, lo que dificulta mucho la lectura. A este respecto, Sánchez-Prieto (1998: 92) apunta que en la escritura cortesana y procesal se hicieron frecuentes estos trazos expletivos, favorecidos por la cursividad y propiciados por el predominio de la imagen visual sobre la acústica. 17 He consultado con A. Romero Andonegui, del Archivo Histórico Eclesiástico de Derio, dichas abreviaturas (123, lin. 14 y 29) y me ha indicado que la resolución sería en oa. Igualmente, en el documento 243 (1 rº) hay una abreviatura resuelta como quales que presenta un trazado de uo sobre la q, de ahí que A. Romero Andonegui opte por la solución quoales, que aparece como forma plena en el documento en varias ocasiones.

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Con respecto a las formas plenas, encontramos los siguientes testimonios de

velar seguida de ua, quarenta, quanto (3), qual (3), algualsiles (3), Mendibecua,

guardar (4), qualquier, menguar, quasi, quales, Quadra, ygualamientos, ygualamos,

yguala (2), aguas. Y de velar + oa, Pascoal (3), Guipuscoa (23), goardar (2), algoasiles

(2), Goategui, quoarenta18, goarde, goarda (2), goarden19, tregoas, quoales (2),

quoalesquier, quoalquier, quoal. Considerados en general, estos casos coinciden con las

observaciones que C. Isasi ha venido realizando sobre la scripta vizcaína ( Isasi 1993,

1997a, 1997b, 2002), pues, efectivamente, hay un uso alternante de oa y ua a lo largo de

todo el siglo XV.

Con todo, cabe señalar, a excepción de los documentos que sólo cuentan con

abreviaturas (véanse los originales de los números 105, 123, 125, 164, 203 y 250), la

acumulación de grafías oa en algunos manuscritos, al menos en los escribanos que

firman más de un documento, en oposición a otros que sólo la utilizan en el topónimo

Guipuscoa o prescinden totalmente de la misma.

Así, Guipuscoa se registra en la mayor parte de los textos de Juan Martines de

Salinas20 al lado de Quadra (95, 2vº); Martin Ochoa también lo utiliza21 junto a yguala

(2) (135, lin. 18 y 32) como Fernand Peres, ygualamientos e ygualamos (128, 2 vº, 3 rº).

Sin embargo, en otros amanuenses, como Pero Yvannes, Pero Garçia de Çilaurren o

Juan Peres, el uso de la secuencia de velar + oa no se limita a la aparición de dicho

topónimo. Es más, todas las formas plenas registradas se concentran en sus documentos.

Por ejemplo, en algunos de ellos se atestigua el uso de oa como forma única, junto a las

abreviaturas –goarde, goarda, goarden y Guipuscoa (77, 19 vº y 20 rº Yvannes) o

algoasiles (233, 1 vº Garçia de Çilaurren)-.

No obstante, la presencia de estas grafías no impide que estos mismos escribanos

recurran a ua, ya sea en el mismo documento, como es el caso del 76 (13 rº, 13 vº, 14 rº,

15 rº, 15 vº, 17 rº) –Yvannes escribe quasi, quales (2), quanto, qual y quoarenta,

goardar (2), algoasiles, Goategui,Guipuscoa- y del 243 (1 rº, 1 vº, 2 rº) –Garçia de

Çilaurren escribe aguas, alguasiles y quoales, quoalquier, quoal, quoalesquier,

Pascoal-, ya sea en documentos distintos, como el 75 (11 rº, 12 rº) y el 108 (lin. 21) –

18 Se trata de una errata de transcripción de los editores, pues se lee perfectamente la secuencia uoa (cfr. 76, 13 rº). 19 Igualmente, consideramos que se trata de una errata de transcripción, ya que también se lee las vocales uoa (77, 19 vº). 20 Cfr. 95, 1 rº; 106, 4 rº; 107, 4 vº; 122, 2 rº 21 Cfr. 104, 1 rº; 116, lin. 46; 120, lin. 39; 135, lin. 45.

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Peres de Otalora tiene el primero quarenta, quanto (2), qual y guardar y el segundo

presenta todas las secuencias abreviadas, salvo goarda-.

Todo esto nos lleva a proponer que no se trata de un uso alternante en todos los

textos ni de una manifestación esporádica en los mismos, sino que los casos se

concentran en los documentos de dos escribanos. Esta acumulación de testimonios en

dos amanuenses permitiría considerar, en principio, tales grafías como reflejo fonético

de un fenómeno de neutralización de timbres o confusión articulatoria de las vocales u /

o en contacto con -a22. Los escribanos tendrían, así, conciencia fonética a la manera

señalada por Fernández López (1996)23.

A favor de la consideración de este uso gráfico como representación articulatoria

se encuentra el hecho de que la cursividad en la escritura facilita la aparición de las

tendencias personales del escriba. Ahora bien, hay que tener en cuenta que grafía y

fonética no siempre guardan una correspondencia biunívoca24, ni en todas las épocas

esta relación fue igual. A este respecto, cabe recordar que la escritura tardomedieval –

cortesana y procesal- otorga mayor importancia a la imagen visual que a la justificación

fonética, por lo que este apartamiento de la imagen fónica debe tenerse en cuenta a la

hora de deducir la pronunciación de tales grafías25.

Por otro lado, hay que tener presente que estas grafías responden a una tradición

escrituraria pero, hasta el momento, considerada de origen navarro –al menos, los

resultados hasta ahora obtenidos así lo señalan, pues este uso gráfico resulta mayoritario

22 No se descarta que tal neutralización se deba a la existencia de una atracción analógica de -koa o a la presencia de préstamos léxicos como legoa o goardar, como ya ha indicado C. Isasi (1997b: 745-746). Por otro lado, desconocemos el perfil lingüístico de los informantes, esto es, su condición de hablantes bilingües o monolingües, dato que permitiría extraer conclusiones con mayor seguridad. Sobre inventario y articulación de secuencias vocálicas en dialectos del euskera, M. Etxebarria, A. Iríbar, I. Túrrez y H. Urrutia (1998). 23 Afirma que desde el siglo XIV muchos documentos distinguen entre una i «larga» prolongada hacia abajo y una i «alta» prolongada hacia arriba, la primera empleada sólo con valor vocálico, mientras que la segunda corresponde a la sibilante prepalatal sonora. 24 Así, a una forma gráfica puede corresponderle más de un valor fonético en la lengua, «de acuerdo con el carácter más estable y discreto del signo gráfico frente a la multiplicidad de soluciones coexistentes en un mismo estado de habla» (Sánchez-Prieto 1998b: 455). Además, convendría superar el binomio escritura / valor fonético por la tríada escritura / valor fonético en la lectura / valor fonético en el uso conversacional (1998b: 456). 25 Según Sánchez-Prieto (1998b: 461-463), la sustitución progresiva de la lectura de los textos en voz alta realizada en la Edad Media Románica por una lectura silenciosa de los mismos, probablemente cumplida en Castilla durante la Baja Edad Media, tendría su reflejo en los hábitos de escritura. Así, los enlaces entre letras que deforman el trazado de éstas o la proliferación de abreviaturas irreductibles a las letras de las que se suponen formadas parecen responder a esta nueva actitud cultural en la que la adecuación a la fonética dejó de ser un condicionante primario en la escritura.

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en la scripta navarra, mientras que en Vizcaya y Guipúzcoa alterna con ua26-, pero

debilitada, al parecer, en las áreas vizcaína y guipuzcoana. Para esta ultima,

desconocemos el factor que determina que dicha tradición escrituraria esté presente en

unos escribanos y ausente en otros.

Nuevamente se demuestra la necesidad, señalada reiteradamente por quienes

trabajan con fondos documentales, de trazar una historia de la cultura escrita que

permita contrastar los testimonios gráficos con objeto de poder valorar la desviación

individual o, en general, los rasgos de una determinada zona. Es por eso que son

urgentes nuevos análisis sobre los fondos tanto de la zona vasca –los de la zona vizcaína

ya se están realizando27- como de otros ámbitos.

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26 Isasi (2002): ocasionalmente en documentos de otras áreas castellanas se registran estas grafías, sin que, en principio, tengan una presencia significativa. 27 En las tesis en preparación de A. Romero Andonegui y M. Gancedo Negrete.

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Sara GÓMEZ SEIBANE: Grafías coa-, quoa-, goa- en documentos medievales guipuzcoanos

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© GARCÍA GIL, Héctor. 2005. «Asturiano y castellano en el concejo de Aller. Notas sobre interferencias en el sistema fonológico desde una perspectiva diacrónica». Res Diachronicae Virtual 4: El Contacto de Lenguas. Número monográfico coord. por Ana Rodríguez Barreiro y Ana García Lenza. 65-72.

ASTURIANO Y CASTELLANO EN EL CONCEJO DE ALLER. NOTAS SOBRE INTERFERENCIAS EN EL SISTEMA FONOLÓGICO DESDE UNA

PERSPECTIVA DIACRÓNICA

HÉCTOR GARCÍA GIL Universidad de León

INTRODUCCIÓN

La presente comunicación tiene como objeto la descripción, a través de unas

notas iniciales que plantean la cuestión y marcan las líneas futuras de estudio, de las

pautas del proceso de modificación y sustitución lingüística que opera en el sistema

fonológico del dialecto allerano.

Esta modificación se debe al contacto histórico entre asturiano y castellano en el

concejo. Este proceso de presencia de interferencias lingüísticas y sustitución

fonológica conlleva la modificación parcial del sistema fonológico tradicional y la

inserción en su lugar de elementos fónicos procedentes del castellano y/o del asturiano

central en menor medida. Es éste como se verá un proceso histórico que se lleva a cabo

en el valle a partir del siglo XVIII y que se acelera en el siglo XX a partir de dos

momentos históricos concretos: un primer momento lo ofrece la industrialización –

minería– de los valles alleranos a partir de finales del siglo XIX; un segundo momento,

mucho más cercano a nosotros, lo conforma los años posteriores a la Guerra Civil. Es

este periodo percibido por los hablantes de asturiano como un momento fundamental de

cambio en lo que se refiere a aspectos cualitativos y cuantitativos del habla tradicional

empleada. Así podríamos decir que si bien nuestro estudio busca aspectos diacrónicos

de esto, no cabe duda de que es un proceso vivo y operativo actualmente, por lo que la

observación sincrónica del momento actual puede permitirnos entender la evolución de

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Res Diachronicae Virtual 4 (2005): El Contacto de Lenguas

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ese proceso a lo largo de estos dos últimos siglos y darnos las pistas de un posible

estatus en el futuro.

Dada la extensión y lo ambicioso de lo planteado, hemos limitado en este trabajo

el análisis a un único segmento consonántico, que sin embargo constituye un elemento

significativo del sistema dialectal y sobre el que operaron y operan diversos factores

sociolingüísticos derivados del contacto lingüístico.

Para ello se parte de la consideración inicial de un sistema fonológico del

asturiano altoallerano sin interferencias del castellano que se supone una idealización de

lo existente en el concejo en los siglos previos (siglos XVII-XX) a la luz de los datos

posteriores. Junto a esto se utilizó un material recogido básicamente en el siglo XX, en

tres momentos distintos y de fuentes distintas. La primer fuente de datos procede de lo

recogido en el Atlas Lingüístico de la Península Ibérica (Felechosa, 1947) por Lorenzo

Rodríguez-Castellano. Con posterioridad este autor elaborará su trabajo La variedad

dialectal del Alto Aller. Por último se añaden los datos propios, recogidos en la zona en

los últimos años (1998-2003) y utilizados en algún momento dentro de trabajos de

fonología experimental.

El área sobre la que se desarrolla el estudio, el concejo de Aller, se encuentra en

la zona central de Asturias, en su parte sureña y meridional, ya en plena Cordillera

Cantábrica y limítrofe con la provincia de León, a la que se accede por los puertos de

Piedrafita, Vegarada y San Isidro. Dentro de este concejo se ubica la población de

Felechosa, lugar del que se poseen la mayoría de los datos y observaciones.

Dialectalmente este concejo se ubica dentro del asturiano central, más

concretamente del dialecto centro sureño o meridional, que se caracterizará por los

siguientes rasgos consonánticos:

f- pl-, kl-, fl- l-, -ll- n-, -nn- -l’j-, -k’l- -k’t-, -ult-

Aller f- ts n t

1. EL FONEMA /ts/: DESCRIPCIÓN FÓNEMICA Y CUESTIONES DIACRÓNICAS

Como hemos dicho anteriormente se limita el estudio de las interferencias y

sustitución dentro del sistema fonológico del asturiano allerano a un único fonema. Es

éste un fonema consonántico caracterizador de esta habla y de gran parte del asturiano

occidental, tanto al norte como al sur de la Cordillera Cantábrica.

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Héctor GARCÍA GIL: Asturiano y castellano en el concejo de Aller

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1.1. Descripción fónica

El fonema sobre el que trata el trabajo presenta una realización general como

africada ápico-palatal sorda /ts/; no obstante, como se verá posteriormente, presenta

diversas realizaciones según las zonas. Este fonema se extiende por gran parte del

asturiano occidental y zona sur del central a un lado y otro de la Cordillera Cantábrica.

1.2. Cuestiones diacrónicas

Desde el punto de vista diacrónico el origen de este fonema está en el

tratamiento de la l- y -ll- latinas que en castellano y asturiano central y oriental dio //.

Sería producto de un proceso que, partiendo de una realización cacuminal sonora,

evoluciona hacia una serie de resultados ápico-palatales que se ensordecerían a partir

del siglo XVI en un proceso paralelo al ensordecimiento de las sibilantes, [] > [dz] >

[ts]: así tendríamos [‘una] > [‘dzuna] > [‘tsuna].

Para Alarcos (1981: 267-276) ésta no sería más que una variante diacrónica de

las soluciones de la Romania Occidental para conservar la distinción entre -l- simple y -

ll- geminada. En su estudio tiene en cuenta las «otras magnitudes fónicas que

funcionaban en el sistema y con las cuales estaba en relación» (1981: 269), es decir con

los grupos latinos pl-, cl-, -lj-, -j- y grupos afines.

Igualmente autores como Menéndez Pidal (1954: 7-44) o Diego Catalán (1989:

100-130) ponen en relación estas realizaciones con resultados similares existentes en la

Romania: zonas del sardo y del siciliano y zonas pirenaicas del gascón y del

altoaragonés. Suele acudirse para su explicación a conceptos de sustrato. Se alude a un

sustrato prerromano o a una colonización suditálica para explicar el origen de este

fonema, pero esto presenta lagunas debido fundamentalmente a los datos escasos que

hay sobre esos sustratos.

La primera alusión a este fonema la encontramos en la en Ortopeia Universal

(1785) de J. A. González Valdés, quien tras hablar de la /t/ castellana añade «quando se

hiere con la extremidad de la lengua más retirada hacia el cielo de la boca, significa una

articulación particular de los ingleses y de algunas partes de Asturias y entonces la

llaman “t” bleda (pág. 128)» (Catalán 1989: 126).

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Res Diachronicae Virtual 4 (2005): El Contacto de Lenguas

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Ya a principios del siglo xx Ramón Menéndez Pidal (1906) apunta sobre la

extensión del fonema por el territorio, y anota alguna de las variantes básicas de

pronunciación.

Lorenzo Rodríguez-Castellano publica en 1952 un estudio sobre el dialecto del

Alto Aller circunscrito a las localidades de Felechosa, Casomera y Villar. En este

trabajo analiza el fonema que nos ocupa como una africada semicacuminal sorda,

aunque afirma que el sonido le produce la impresión de ser «casi siempre» sordo. En

otra publicación de 1953 define la realización más extendida de este fonema como más

o menos africada, postalveolar o prepalatal, apical y sorda, además, destaca tres

cuestiones:

a) La oclusión y la fricción tienen un tiempo similar y la fricción es sibilante y

no chicheante.

b) Se realiza en el zona prepalatal y a veces en la postalveolar.

c) Se articula con el ápice más una pequeña parte de la cara inferior de la lengua.

Uno de los autores que más luz ha arrojado sobre el tema es Diego Catalán

(1954), que sistematiza las diversas realizaciones del fonema /ts/ a partir de los datos de

los que disponía de otros trabajos de campo y artículos. De esta manera se refleja en

esta tabla las principales variantes articulatorias del fonema africado ápico-palatal sordo

y nos ubica en la realización concreta del concejo de Aller.

variante africada variante semioclusiva variante oclusiva

reparto geográfico

casi toda el área de distribución. Aller, Morcín y Lena Parroquia de Sisterna

(Ibias, Degaña)

africada africada muy oclusiva o casi oclusiva

oclusiva (la parte fricativa es, en todo caso,

mínima)

palatal palatal algo más retrasada

palatal notoriamente retrasada

apical apical apical semicacuminal mayor cacuminalidad plenamente cacuminal

definición

sorda sorda (quizá alguna vez

con un poco de sonoridad)

sonora / sorda

2. INTERFERENCIAS EN EL SISTEMA FONOLÓGICO

La coexistencia, el contacto de dos lenguas en un mismo territorio lleva a la

aparición de interferencias y de procesos de sustitución lingüística. En el territorio

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Héctor GARCÍA GIL: Asturiano y castellano en el concejo de Aller

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objeto de estudio así se ha producido y se produce. Frente al asturiano tradicional de

Aller se observa la incorporación del castellano al habla de la zona en un proceso

gradual y paulatino desde el siglo XIX. En un primer momento esta sustitución

lingüística se da en determinados sectores de la población, generalizándose

posteriormente a partir de la segunda mitad del siglo XX, siendo prácticamente hoy

imposible encontrar personas que no sepan expresarse en castellano además de en su

dialecto.

Estas interferencias generales entre castellano y asturiano presentan una serie de

características que se manifiestan a lo largo del tiempo:

a) Son recíprocas: hay interferencias entre ambas lenguas, conformando un flujo

bidireccional.

b) Son asimétricas, debido al desequilibrio de oportunidades de empleo social y

prestigio entre ambas lenguas. Es este un bilingüismo desequilibrado o diglósico por lo

que no es esperable una simetría en la circulación de interferencias. No obstante, desde

una perspectiva sincrónica parece claro que son más las interferencias del castellano al

asturiano que al revés.

c) Son progresivas: desde el punto de vista diacrónico las interferencias en

sentido castellano > asturiano tienden a acumularse sin límite, mientras que en sentido

contrario son limitadas en número y estancadas en un repertorio prácticamente cerrado.

Dentro del sistema fonológico que caracteriza el dialecto del asturiano que nos

ocupa es, posiblemente, este fonema el elemento más marcadamente dialectal, y así lo

perciben sus hablantes frente al castellano. Así podríamos presentar en resumen el

sistema fonológico consonántico, entendido como realización histórica y sin

interferencia alguna del castellano como situación idealizada en la siguiente tabla:

labiales dentales alveolares palatales velares

oclusivas sordas /p/ /t/ /ts/ /t/ /k/ sonoras /b/ /d/

/j/ /g/

fricativas /f/ // /s/ // nasales /m/ /n/ // (/x/)

laterales /l/ (//) rótiques

// /r/

Posiblemente la primera interferencia que produce el castellano en su contacto

con el dialecto allerano y que primero se detecta en el tiempo es aquella que afecta a la

productividad de la lengua. En el caso del inventario fonológico se manifiesta en la no

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Res Diachronicae Virtual 4 (2005): El Contacto de Lenguas

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utilización ni adaptación mediante los fonemas patrimoniales de las palabras nuevas que

entran en el repertorio léxico de la comunidad. Si desde una perspectiva diacrónica no

es posible la existencia de /l-/ o de /-ll-/ esta se manifiesta ya a finales del siglo XIX y a

lo largo del siglo XX, con palabras como lotería, lata, Leonor u otras que expresan ya

esa improductividad y la interferencia del castellano. Vemos también como en posición

medial /-ll-/ aparece ya el fonema //: bocadillo, bombilla, silla, etc., formas estas con el

fonema lateral palatal no existente en el repertorio fonémico del dialecto allerano y que

sin embargo es adaptado sin yeísmo, lo que evidencia la antigüedad relativa de estas

palabras. Modernamente es muy frecuente entre la población más joven del concejo la

pronunciación yeísta de los mismos. Esta interferencia, si bien tiene expresión fónica,

hay que ponerla en relación con un proceso más amplio de sustitución lingüística en el

que se ve afectado aspectos semánticos de productividad y creatividad de la lengua.

Un segundo elemento que manifiesta la interferencia del castellano con el

asturiano del Alto Aller es la desfonologización de este fonema /ts/. Dado que en

castellano y en gran parte del asturiano no existe fonema tal, se busca la adaptación de

su pronunciación o realización a través del segmento consonántico más cercano en su

articulación, en este caso /t/. Este fenómeno conocido como cheísmo, correlato del

yeísmo para la realización de //, no es sin embargo una interferencia consolidada ni

arraigada en el tiempo sino que se origina en las últimas décadas del siglo xx. Esto se

expresa en la coexistencia actual de hablantes que mantienen la pronunciación original

junto a un segmento de la población, mayoritariamente joven, con pronunciación

cheísta. Es éste un fenómeno que se observa ya a principios del siglo XX y se manifiesta

a lo largo de todo ese siglo. Una cuestión que es necesario destacar es la escasa

presencia por escrito del dialecto allerano y menor aún la representación escrita de este

sonido –en muchos lugares de Asturias «la letra que no se escribe»–. Si aparece en

alguna ocasión escrita a primeros o mediados del siglo xx va a ser siempre a través de

<ch>. Esto no quiere decir sin embargo que nos encontráramos ante la

desfonologización de /ts/, sino que sería consecuencia de esas dificultades para

representarlo, por lo que esa <ch> en muchas ocasiones no es sino una grafía para este

sonido.

Por último, la fase final en este proceso de sustitución lingüística es la

desaparición total del fonema. En ésta los hablantes eliminan de su repertorio el fonema

objeto de estudio y lo sustituyen por las formas más prestigiadas del castellano de

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Héctor GARCÍA GIL: Asturiano y castellano en el concejo de Aller

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Asturias y en mucha menor medida por las formas del asturiano central. No obstante, y

aunque esto se produce en determinados grupos de hablantes, quedan fosilizadas

determinadas piezas léxicas portadoras de nuestro fonema y, si bien su realización es

cheísta, manifiestan una mínima interferencia en sentido asturiano > castellano.

Frente a este proceso de sustitución lingüística, operan sin embargo otros

factores que ralentizaron y ralentizan este proceso: si bien se considera el castellano y

en muchísima menor medida el asturiano central estricto como lengua de prestigio, los

habitantes del concejo de Aller incluyen dentro de su repertorio identitario la

conservación del dialecto tradicional y de la realización fonémica correspondiente.

3. CONCLUSIONES

Vemos a modo de conclusión cómo la variedad del asturiano hablada en el

concejo de Aller entra en contacto con el castellano a partir de finales del siglo XVIII y

este contacto se intensifica a lo largo del siglo XX, debido a factores económicos –

industrialización- y sociales -escolarización, medios de comunicación-.

Este contacto de lenguas se da en una situación de bilingüismo desequilibrado y

donde las interferencias y la sustitución lingüística son en sentido castellano > asturiano.

No obstante, el proceso de sustitución lingüística no es completo y en la actualidad

todavía el asturiano allerano es una lengua de uso cotidiano si bien cada vez más

restringida en su ámbito y con interferencias crecientes del castellano.

Una de estas interferencias en el plano fonológico afecta al fonema /ts/ y más

concretamente a su realización. A lo largo de este último siglo se ha iniciado un proceso

de desfonologización y desaparición de este fonema a través de sucesivos pasos de

reorganización del sistema fonológico consonántico en una convergencia con un sistema

fonémico más cercano al castellano de Asturias y asturiano central estricto. Es este sin

embargo un proceso inconcluso.

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CATALÁN, Diego, 1954[1989], «Resultados ápico-palatales y dorso-palatales de -LL-, -NN- y de L-, N-». Las lenguas circunvecinas del castellano. Cuestiones de dialectología hispano-románica. Madrid: Paraninfo, 100-130 [Artículo original en Revista de Filología Española XXXVIII, 1-44].

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MENÉNDEZ PIDAL, Ramón, 1906, «El Dialecto Leonés». Revista Archivos, Bibliotecas y Museos 14. MENÉNDEZ PIDAL, Ramón, 1954, «Pasiegos y vaqueiros (dos cuestiones de geografía lingüística)».

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facsimilar].

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© MARCET RODRÍGUEZ, Vicente J. 2005. «Cruce de tradiciones escriturarias en el leonés medieval». Res Diachronicae Virtual 4: El Contacto de Lenguas. Número monográfico coord. por Ana Rodríguez Barreiro y Ana García Lenza. 73-85.

CRUCE DE TRADICIONES GRÁFICAS EN EL LEONÉS MEDIEVAL

VICENTE J. MARCET RODRÍGUEZ Universidad de Salamanca

1. En su condición de dialecto ubicado entre dos lenguas -el castellano al oriente

y el gallego-portugués al occidente-, el leonés medieval, en lo que se refiere a su

representación gráfica en los escritos que podríamos denominar oficiales, recibe el

influjo tanto de una como de otra, al igual que también sucumbe ante el todavía muy

prestigioso latín, cuya presencia se deja sentir de forma muy latente en diversos ámbitos

del saber, la cultura y la administración a lo largo de toda la Edad Media. En estas

distintas influencias buscará, muy posiblemente, el leonés un mayor prestigio. Nuestro

estudio se centra en las relaciones que se establecen en el plano gráfico (y puede que

también fonético, en algunos casos), esto es, en las grafías que los copistas leoneses,

apartándose del principio de adecuación fonética que suele predominar en sus escritos,

usan al modo en el que lo hacen las lenguas vecinas, así como el latín, para representar

evoluciones fonéticas propias.

En los últimos años, J. R. Morala (1993 y 2003) ha llevado a cabo un interesante

estudio sobre los posibles errores en los que se puede incurrir al considerar a los

escribas medievales como dialectólogos actuales que tratan de reflejar en sus escritos las

características de la lengua hablada. «Nada más lejos de la realidad», dice el profesor

Morala. «El escriba, como nosotros hoy, escribe intentando reflejar no la lengua hablada

sino la variedad normativa que tiene por costumbre utilizar en la escritura» (1993:

520)1. Y, a tenor de los distintos ejemplos que nos ofrece, podemos comprobar que,

especialmente, aunque no de forma exclusiva, en las zonas periféricas del reino de León

1 La misma idea se repite en Morala (2003: 92, 203 y 204).

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(donde algunas particularidades fonéticas se diferenciaban de los usos lingüísticos de la

capital), en la «elaboración» de esta norma gráfica el principal componente no es, en

muchos casos, el principio de adecuación fonética, sino el prestigio que puedan aportar

las grafías2 escogidas en cada caso. Así pues, en la documentación notarial leonesa del

siglo XIII redactada en romance3 conviven cuatro tradiciones escriturarias: la leonesa

(que es, lógicamente, la imperante), la gallega, la castellana y la latina.

2. La alternancia de distintas grafías4 para la representación, supuestamente, de

un mismo sonido se aplica en la documentación leonesa, entre otros, a los siguientes:

los diptongos procedentes de /e*/ y /o*/ breves tónicas latinas, los diptongos

decrecientes /ei/, /ou/, el fonema prepalatal sordo /š/ procedente de los grupos PL-, KL-,

FL-, y el fonema mediopalatal sonoro /y/ procedente de los grupos -LY-, -K’L-, -G’L- y

-T’L-. Repasemos muy brevemente cuál es el panorama que ofrece la representación en

la escritura de estos sonidos.

Mucho se ha discutido sobre el retraso con el que el leonés (frente a otros

romances peninsulares como el castellano y el aragonés) diptonga las vocales breves

tónicas latinas /e*/ y /o*/5, por un lado, y monoptonga los diptongos decrecientes /ei/,

/ou/, por otro. Sin embargo, como han señalado algunos autores tras observar la

frecuencia con la que alternan las formas diptongadas y las adiptongadas en un mismo

texto6, es muy probable que este retraso se hubiera producido únicamente en la

escritura, pero no en la lengua hablada, donde la presencia de /ié/ < /e*/ y de /ué/ < /o*/

(así como de /e/ < /ei/, /o/ < /ou/) podría ser en leonés tan antigua como lo es en

aragonés y en castellano. Según algunos autores, entre las causas que pudieron

favorecer esta ausencia de diptongación en la lengua escrita se encuentran el prestigio

de la literatura gallego-portuguesa, donde no hay diptongación de /e*/ y /o*/, y la

2 Que no han de ir ligadas, necesariamente, al sonido que podríamos atribuirles en la actualidad. 3 Pues todavía son bastante numerosos los documentos que se redactan enteramente en latín (con mayor o menor corrección). 4 Que reflejan los distintos resultados que los grupos o sonidos latinos han tenido en las diversas lenguas peninsulares. 5 Cfr. Staaff (1907: 189-193, 202-205). Este autor considera que la diptongación en leonés podría ser un fenómeno importado del castellano. 6 En la aparición en los textos leoneses de las formas diptongadas pudo haber influido, según D. Catalán y A. Galmés, el castellano, pero «no como introductor del diptongo en el habla, sino para dar un ejemplo de escritura más fiel a la fonética, contraria a la moda arcaica, sostenida entonces en León por influencia del latín, por el predominio cultural y político de Galicia, por la inhabilidad de los escribas y por la imperceptibilidad del diptongo en su época originaria» (1954: 99). El castellano, pues, habría actuado como introductor no de la diptongación de /e*/ y /o*/ en leonés, sino de su representación en la escritura.

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Vicente J. MARCET RODRÍGUEZ: Cruce de tradiciones escriturarias en leonés medieval

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influencia de la tradición latina, que hace que las formas sin diptongo sean preferidas

como más cultas por los escribas7.

En cuanto a los diptongos decrecientes /ei/, /ou/, observa J. R. Morala (1993:

522-525) que la relativa abundancia de grafías ei, ou (junto a las grafías e, o) en

documentos redactados en zonas (León y Sahagún) donde en la actualidad estos

diptongos presentan las formas monoptongadas /e/, /o/, puede deberse, no a su

pervivencia durante largo tiempo en la lengua hablada de estos territorios orientales,

sino al prestigio que, en este aspecto concreto, gozarían las variantes occidentales con

mantenimiento del diptongo, las cuales coincidirían con el gallego-portugués,

«indudablemente la variante romance más prestigiosa en el León del siglo X o del XI»

(1993: 523).

Para la representación del resultado de los grupos PL-, KL-, FL- el leonés

medieval emplea de forma más frecuente la grafía x, la cual debería remitir a una

pronunciación prepalatal sorda /š/. Menos frecuentes son las grafías ch y ll, que alternan

con x al oriente y al occidente respectivamente, coincidiendo con los resultados que

estos grupos han desarrollado en castellano, /H/, por un lado, y en gallego-portugués,

/ĉ/, por otro. Sin embargo, al observar la toponimia actual de la provincia de León,

donde conviven los tres resultados, observa J. R. Morala (1988 y 1993: 526) que la

solución /š/ debió darse como forma patrimonial y autónoma en una zona más reducida,

menor que aquélla cuya documentación se decanta mayoritariamente por el empleo de

la grafía x. En el empleo de esta grafía en zonas donde el resultado patrimonial debió de

ser /ĉ/ o /H/ pudo influir el hecho de que la pronunciación /š/ fuera la propia de la

capital, León, «en la que, sin duda, se genera la norma más prestigiosa de la zona a la

hora de escribir en romance» (1993: 526)8.

El último ejemplo se refiere a los resultados leoneses de -LY-, -K’L-, -G’L-, -

T’L-, grupos que en la actualidad presentan mayoritariamente en la parte de la provincia

de León donde todavía pervive el dialecto leonés la solución mediopalatal /y/. En la

documentación leonesa del siglo XIII también es mayoritario el empleo de la grafía y,

7 Cfr. Catalán y Galmés (1954: 94-99), Díez Duárez (1992: 104-106), Lapesa (1948: 18-19), Pidal (1926: 130-131, § 24.5), Orazi (1997: 292-294), éste último con abundante bibliografía. Se opone a esta teoría L. López Santos (1960: 293-295). 8 Y sigue diciendo el profesor Morala: «nos encontramos ante una mayor variedad de resultados /ĉ, š, H/ de los que, curiosamente, el que se daría en una zona menor, /š/, es el que parece tender a imponerse como variante más prestigiosa en la escritura mientras que los otros dos, más extendidos geográficamente, pese a contar con el apoyo de ser los resultados normativos en gallego y castellano, durante un tiempo debieron ser considerados como formas más vulgares por lo que tienden a ser desplazados en la escritura por la variante /š/» (1993: 526).

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que alterna con las grafías ll, l, por un lado, y g, j, i, por otro, «más frecuentes

respectivamente a principios y finales del siglo XIII» (Morala 1993: 526-527), y que son

las grafías empleadas en Galicia y en Castilla para representar la evolución que estos

grupos han tenido en gallego-portugués, /H/9, y en castellano, /ž/. Nuevamente la

toponimia parece demostrar que el área de extensión de la solución /y/ fue menor de lo

que pudiera hacernos pensar el empleo de la grafía y en la documentación leonesa; así,

el resultado mediopalatal sería el propio de una zona que se extendería al norte de una

isoglosa que uniría las poblaciones de Astorga, León y Sahagún, mientras que al sur de

esta isoglosa, el resultado de -LY- y grupos similares sería la prepalatal /ž/10. El hecho

de que la grafía y fuera la mayoritaria se explica por ser la solución mediopalatal /y/ la

propia de la capital, por lo que pasaría por ser la pronunciación más prestigiosa (Morala

1993: 527-528).

3. En el presente estudio nos centraremos en este último aspecto, en el empleo

que hacen los escribas leoneses de las distintas tradiciones gráficas existentes en el

noroeste peninsular para la representación del resultado de -LY-11. La documentación

manejada procede en su mayoría de notarías ubicadas en el primitivo concejo de León,

zona en la que el resultado característico de -LY- era la mediopalatal /y/. Ya hemos

visto como al sur de la ciudad de León el prestigio de la capital hace que se imponga la

grafía y para reflejar el resultado de -LY-, en detrimento de otras grafías más apropiadas

para representar los resultados dialectales periféricos. Ahora bien, es también frecuente

que, en las scriptae más próximas a la capital, se recurra al empleo de otras tradiciones

escriturarias que emplean para la representación de -LY- una grafía distinta a y. ¿Cuál

puede ser el motivo de que en la antigua capital del reino convivan otros usos gráficos

junto con la norma leonesa? Evidentemente, el prestigio de las lenguas cuyas

tradiciones gráficas adopta el leonés, prestigio disminuyente, en el caso del gallego, y

creciente, en el del castellano.

En nuestro estudio, nos centraremos en aquellos casos en los cuales los copistas,

apartándose de la norma gráfica autóctona (representada en este caso por la grafía y)

recurren al empleo de otras tradiciones escriturarias. Asimismo, trataremos de averiguar 9 Esta es también la solución primitiva que el leonés da al grupo -LY-. Posteriormente, la palatalización de la geminada latina -LL- en /H/ origina que, para diferenciarse, la /H/ procedente de -LY- se deslateralice, dando lugar a un resultado /y/ (o /ž/). 10 Cfr. Morala (1992, 1994). Para otras hipótesis sobre el resultado de -LY- en leonés, cfr. Cabrera (1991), Carrasco (1987: 191-195), Pascual (1990), Pidal (1926: 276-278, § 50.3).

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Vicente J. MARCET RODRÍGUEZ: Cruce de tradiciones escriturarias en leonés medieval

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en qué casos pudo haberse adoptado, junto con las grafías, también la pronunciación

foránea.

El panorama que, en líneas generales, a lo largo del siglo XIII (siglo en el que se

abandona el latín en beneficio de las lenguas romances) ofrece la representación gráfica

del resultado de -LY- en la documentación notarial lo resume muy bien J. R. Morala:

Cuando en el primer tercio del siglo XIII comienza a ser general el uso del

romance en la documentación notarial, la importancia en León del gallego como lengua de cultura haría que la grafía más frecuente fuera «ll». Por su parte, a finales del siglo el peso de la normalización lingüística impulsada por la corte alfonsí hace que el castellano comience a penetrar en el área leonesa, lo que explicaría la presencia de «g» o «j». Entre la influencia de una y otra norma foránea, el uso de «y» respondería a la creación de una norma gráfica leonesa, más acorde con la realización fónica que la gallega, a la que va sustituyendo progresivamente, y que, a su vez, será sustituida por la del castellano. (1992: 211-212)

Observamos que en la elección de una u otra tradición gráfica influye

determinantemente la cronología del documento, así como su procedencia y la del

escriba (que puede decantarse por el mantenimiento de los usos gráficos aprendidos en

su lugar de origen). Pero, y he aquí lo llamativo de la cuestión, según nuestros

documentos, en el empleo de una grafía distinta a la leonesa ejerce también una

influencia determinante el término en cuestión, pues, como veremos, hay ciertas voces

que muestran un fuerte apego por los usos gráficos tradicionales (y en especial por la

grafía etimológica li); también hay unos pocos vocablos que en un primer momento se

acogen al empleo de la tradición castellana.

El objeto de nuestro estudio está constituido por noventa y cinco documentos

notariales procedentes del archivo de la Catedral de León12, fechados entre 123413 y

1260, esto es, período en el que, a tenor de lo anteriormente indicado, debería

predominar (y de hecho así sucede) el empleo de la grafía y, máxime cuando se trata de

documentos procedentes de notarías próximas a la antigua capital del reino. Las grafías

tomadas de tradiciones escriturarias foráneas tienen, en general, una aparición bastante

reducida, algunas por anticuadas (la latina y las gallegas) y otras por innovadoras (las

castellanas).

11 A partir de ahora, al hablar de -LY-, nos referimos también a los grupos -K’L-, -G’L- y -T’L-. 12 Editados por Ruiz Asencio (1993). 13 Fecha del primer documento escrito en romance con posterioridad a la unificación definitiva de los reinos de León y Castilla bajo la corona de Fernando III, en 1230, año que pretendía ser el punto de partida de nuestra investigación. No se han tenido en cuenta los documentos redactados en su totalidad en latín o procedentes de la Cancillería real; tampoco las copias efectuadas en años posteriores.

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En nuestro corpus predomina la tradición leonesa y su grafía y, con un mayoritario

75’05 %; le sigue la tradición latina, encarnada por la grafía etimológica li, cuya

frecuencia de aparición es del 15’36 %; a continuación figura la tradición gallega, con

un 5’94 %, representada en nuestros documentos por las grafías ll, l, lh; y finalmente

aparece la tradición castellana, con un reducido 3’65 %, que emplea las grafías i, j, gi.

3.1. La tradición latina

El empleo de la grafía li constituye el intento más cultista de representar el

resultado de -LY-. A pesar de tener una presencia bastante destacada (con una

frecuencia del 15’36 %), resulta llamativo que todas sus apariciones se concentren en

sólo tres términos: alienar, filio y mulier. La frecuencia con la cual se aplica la grafía li

a estas tres voces es considerablemente distinta: del 100 % en alienar (con tres

ejemplos), del 42’45 % en mulier (con cincuenta y nueve ejemplos), y del 13 % en filio

(con veintinueve ejemplos).

La voz alienar aparece tres veces en nuestro corpus, y, como hemos visto,

siempre escrita con li, al tiempo que sus derivados (ayenado, enayenado) aparecen

siempre grafiados con la y leonesa, por lo que podemos suponer que nos encontramos

ante un cultismo gráfico. Una posible explicación del conservadurismo gráfico de

alienar podría ser el hecho de que esta voz se presente siempre como componente de

una fórmula frecuente en los documentos de compraventa, la cual podría ser copiada de

unos documentos a otros sin que el escriba prestara atención a las innovaciones gráficas

o fonéticas.

Encontramos un uso similar de la grafía li en mulier, voz que también muestra

una cierta tendencia al conservadurismo gráfico, y nuevamente se presenta como

posible causa su inserción en fórmulas legales muy frecuentes en los documentos

notariales14. Sin embargo -y como también observó C. Cabrera (1992)-, el hecho de que

14 Esta solución ya la planteaba C. Cabrera: «Se trata de un ejemplo no significativo, en la medida que la norma gráfica es diferente al comportamiento general de las palabras de uso común. Acaso puede explicarse el uso arcaico de (ll) por su aparición como miembro de una fórmula repetida en documentos de compraventa. No olvidemos que éstos se caracterizan por su carácter más arcaico. Sin embargo, otras palabras dentro de ese tipo de documentos aparecen con otras grafías, fundamentalmente (y)» (1991: 58). Esta última circunstancia induce a Cabrera a desconfiar de los formulismos notariales como causa única del conservadurismo gráfico de mulier y a considerar que es el propio término el responsable de su peculiar tratamiento gráfico: «La palabra muller se engloba dentro de ese conjunto de palabras, cuya grafía no es especialmente significativa por inercia al cambio, tal como ocurre con omne, que sigue escribiéndose así hasta épocas muy tardías. En cualquier caso, la opinión de Morala, que trata de explicar

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en nuestros documentos encontremos unas veces escrito mulier y otras muyer en

formulismos prácticamente idénticos, nos induce a suponer que, junto con el contexto,

también debe tenerse muy en cuenta la peculiar situación del término mulier dentro del

léxico notarial medieval. Se trata de una voz que (junto con otros términos, como por

ejemplo alienar, omne y, en menor medida, filio) recibe un especial tratamiento gráfico,

basado en el arcaísmo, por parte de los escribas, sin que este conservadurismo gráfico

deba interpretarse también necesariamente como conservadurismo fonético. En

cualquier caso, parece claro que la profusión con la que aparece la grafía li en el término

mulier se debe, más que a su inserción en un formulismo notarial o al tono latinizante

del documento (motivos que tampoco pueden ser descartados), a la propia palabra en

cuestión.

Ahora bien, si nos fijamos en los distintos documentos en los que aparecen

mulier y muyer, y, concretamente, en las notarías en las cuales estos documentos fueron

redactados, observamos que el empleo de la grafía li corre a cargo de unas determinadas

notarías, y lo mismo puede decirse de la grafía y. Salvo muy contadas excepciones

(tres), no coincide en una misma notaría el uso de la grafía latina y la grafía leonesa para

la voz mulier / muyer, de lo que se deduce que la conservación de la grafía etimológica

en el término mulier no puede considerarse extendida a la totalidad de las scriptae

leonesas. En tanto que algunas (hablar aquí de mitades sería simplificar demasiado la

cuestión) han abandonado casi totalmente el uso de la primitiva grafía latina para la

representación del resultado de -LY- y han adoptado una grafía (en este caso la y) que

pueda reflejar de forma más adecuada la nueva pronunciación romance, otras notarías,

por el contrario, se han decantado por el mantenimiento de la grafía etimológica.

No hallamos motivos aparentes que justifiquen el empleo de li o de y en los

distintos documentos por parte de una serie de notarías. En un contexto idéntico, unos

copistas se decantan por el empleo de la grafía latina, mientras que otros la romancean a

la manera leonesa. Curiosamente, este conservadurismo gráfico queda reservado

únicamente a la voz mulier (y podríamos incluir también alienar, pero la escasez de

ejemplos de este término nos obliga a ser prudentes), pues tanto los copistas que

escriben muyer como los que recurren a la forma mulier, emplean la grafía y para

la presencia de (ll) sobre (y) por la aparición de la forma en formulismos notariales debe ser matizada» (1991: 58).

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reflejar el resultado de -LY- en las restantes voces (sin que encontremos en el contexto

razones que expliquen el porqué de esta alternancia gráfica)15.

La voz filio, por su parte, únicamente recibe la grafía etimológica li en seis

documentos. Tres de ellos (los n.º 2102, 2103 y 2104) parecen haber sido escritos por

un copista foráneo del reino de León (probablemente gallego o provenzal, esto es,

regiones en las que el resultado de -LY- ha conservado su realización /H/16), con lo cual

el empleo de la grafía li sí que podría encubrir aquí una realización lateral palatal. El

documento n.º 2064, exceptuando unas pocas palabras en romance, está redactado en

latín; mientras que el documento n.º 2099, en el que también encontramos filius, pese a

no estar escrito en latín, presenta una evidente resistencia al romanceamiento de ciertos

términos (como es el caso, por ejemplo, de fecto, prenominata, post, isto, mense,

dimisit, pectauerunt, ualet, dedit).

Su aparición en el documento n.º 2100 es más extraña, ya que aparece junto a la

variante leonesa (fiyo) y a la castellana (fiios), sin que podamos encontrar justificación

aparente para el empleo de la grafía latina. En los cinco documentos restantes el uso de

la grafía etimológica li estaría justificado bien por tratarse de documentos fuertemente

latinizantes, bien por haber sido redactados por un copista originario de una zona en

donde el resultado de -LY- se había mantenido en la lateral /H/.

Tanto en fiyo como, especialmente, en muyer, no parece haber en el contexto

razones que expliquen la alternancia de las dos representaciones gráficas, la latina y la

romance, en un mismo documento; la elección de una determinada grafía parece ser

meramente arbitraria. En vista de ello, habremos de considerar entonces que tanto li

como y son dos grafías perfectamente válidas (a la vez que intercambiables, si bien

puede pensarse en un mayor prestigio de la grafía latina) para representar el resultado de

-LY-, pero, y esto es precisamente lo curioso del tema, sólo en la voz muyer (y, en

mucha menor medida, en fiyo), y no en todos los documentos.

Esta alternancia podría tener su origen en la elevada frecuencia de aparición de

estos términos en la documentación notarial, lo que favorecería que en la memoria del 15 Algo similar ocurre, según comprueba J. R. Morala (2003), con los derivados de HODIE, que aparece siempre en el mismo formulismo, pero que algunos notarios transcriben con diptongación de la /ǒ/ tónica (uoi, uoy, uue, uuey, vuey) y otros con inflexión de esa misma vocal a causa de la yod (hoy, hoy, oi, oy). Para el profesor Morala, esta dualidad de formas, que reside «más en el ámbito de la grafía que en el la fonología», ha de interpretarse «como el fruto del aprendizaje del los mecanismos de la lengua escrita que cada notaría llevaría a cabo en los distintos scriptoria que en ese momento existieran en el área leonesa» (2003: 203).

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escriba quedaran fijadas las distintas grafías empleadas para la representación de /y/,

especialmente la grafía latina, tan alejada ya del resultado romance de -LY-. El escriba

tendría a su alcance dos grafías (que, con el curso de los años y la penetración del

castellano, pasarían a ser más) para la representación de un mismo sonido, pero, debido

a la frecuencia de uso, este poligrafismo habría quedado restringido a unas escasas

palabras.

En la elección de una u otra grafía para la representación del resultado de -LY-

en estos dos términos no encontramos más causa aparente que la predilección personal

de los distintos escribas17. Pensamos que el valor de la grafía li (salvo en los

documentos n.º 2102, 2103 y 2104) es siempre central mediopalatal, /y/. Estaríamos,

por lo tanto, ante un caso de poligrafismo: un único sonido /y/, para cuya representación

existen varias grafías (y, li, y también ll, l, y puede que las grafías castellanizantes),

entre las cuales li pasaría por ser la más culta, por lo que funcionaría como un cultismo

gráfico.

3.2. La tradición gallega

La tradición gallega está representada en nuestro corpus por las grafías ll, l, lh,

de las cuales es ll la más abundante. Se concentran únicamente en cuatro documentos,

tres de los cuales (los n.º 2102, 2103 y 2104) presentan la peculiaridad de que nunca

emplean la grafía leonesa y para la representación del resultado de -LY-. El tipo de

escritura (según indican los editores) es el mismo en los tres documentos, lo que unido a

otras particularidades gráficas y a su idéntica temática, nos induce a pensar que los tres

son obra de un mismo copista. El empleo de la grafía lh en uno de ellos parece indicar,

como ya hemos dicho, que nos encontramos ante un escriba gallego o provenzal, con lo

cual el empleo de estas grafías vendría determinado por la procedencia geográfica del

escriba, en cuya lengua materna la evolución de -LY- habría dado un resultado /H/.

El otro documento en el que encontramos una grafía de la tradición gallega es el

n.º 2026, donde aparece tan sólo una vez la grafía ll, en fillo; sin embargo, las restantes

ocasiones (cuatro) en las que en este documento aparece esta palabra lo hace grafiada

con y, lo que nos induce a suponer que este fillo podría tratarse de un resto aislado de la

16 Como parece delatar el empleo de la grafía lh en uno de los documentos. Se trata de una grafía muy poco usada por las distintas lenguas peninsulares, con la excepción del gallego-portugués, que la toma del provenzal. Cfr. Pidal (1926: 55) y Morala (1996: 80). 17 Cfr. también Morala (2003).

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antigua tradición galleguizante que durante las primeras décadas del siglo XIII dominó

en las scriptae leonesas.

Sobre el valor de las grafías de la tradición gallega que aparecen en la

documentación leonesa, nos parece que, en los primeros tres documentos, por haber

sido redactados presumiblemente por un copista procedente de Galicia o del sur de

Francia (lugares donde el resultado de -LY- se ha mantenido en la lateral /H/) es

efectivamente lateral palatal. En cambio, en el documento n.º 2026, donde ll convive de

forma minoritaria con la grafía leonesa y, pensamos que, al igual que esta última,

encubre también una pronunciación central mediopalatal /y/.

3.3. La tradición castellana

Las grafías i, j y gi aparecen un total de diecinueve veces repartidas en seis

términos distintos, que se distribuyen a su vez en un total de seis documentos (los n.º

2004, 2025, 2062, 2063, 2100 y 2160). Estas palabras son: conceio, conseio,

encruzeiada, fijo / affijada, meior y mugier. Todas ellas son palabras con un índice de

aparición en nuestro corpus bastante elevado, con la excepción de conseio (que aparece

un total de ocho ocasiones) y encruzeiada (que aparece tan sólo una vez). Las grafías

castellanas más frecuentes -dentro de su escasa aparición-, son i y j, con nueve ejemplos

cada una de ellas; la grafía gi sólo aparece en una ocasión. No se registra en nuestros

documentos la grafía g.

En estos casos parece lógico suponer que el empleo de estas grafías se debe al

creciente prestigio que está alcanzando el castellano, cuya influencia se manifiesta de

forma más acusada a medida que nos acercamos al siglo XIV. Ahora bien, dado que

nuestros documentos están fechados en el período comprendido entre 1234 y 1260, este

influjo es todavía bastante modesto, pues son tan sólo seis los documentos que recurren

al uso de la tradición castellana. De estos seis, sólo dos (los n.º 2063 y 2160) emplean

exclusivamente la tradición castellana, mientras que en los restantes cuatro la

representación del resultado de -LY- se reparte entre distintas tradiciones, fenómeno que

(con la excepción del documento n.º 2062) tiene lugar incluso en un mismo término.

¿Cómo podemos interpretar estas grafías i, j, gi que aparecen en nuestros

documentos? ¿Tienen un valor /ž/, como en castellano, o conservan la pronunciación

original leonesa /y/? En el primer caso, junto con las grafías, se habría importado

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también la pronunciación prepalatal castellana, mientras que en el segundo, estaríamos

asistiendo a una nuevo fenómeno de poligrafismo.

En un principio, no hay nada que debiera hacernos dudar del valor prepalatal de

las grafías i, j, gi en aquellos documentos en los que únicamente se recurre a la tradición

castellana para reflejar el resultado de -LY-. Lo mismo podría decirse en las ocasiones

en las que estas grafías son aplicadas a un mismo término en todas sus apariciones a lo

largo del documento, aunque comparta espacio con otras palabras derivadas de -LY-

grafiadas a su vez sistemáticamente con y (como ocurre en el documento n.º 2062). El

problema se presenta cuando en un mismo documento, y en un mismo término, se

alterna la presencia de las grafías castellanas con la leonesa (documento n.º 2025 y n.º

2100; también debemos incluir aquí el documento n.º 2004, donde la convivencia se

produce entre la grafía latinizante li y la castellana j).

Con relación a esta cuestión hay un hecho que merece tenerse en cuenta, y es

que las grafías castellanas, dentro de su escasa representación, no se aplican

indistintamente a cualquier término sino que, cuando aparecen, lo hacen, por lo general,

en un grupo relativamente reducido de palabras, las de aparición mas frecuente. El

profesor C. Cabrera (1991), tras analizar un corpus integrado por mas de cuatrocientos

documentos fechados en su mayoría entre 1230 y 1300 y procedentes del Monasterio de

Carrizo, observa que «sólo las palabras más usuales, las de uso más general, son las que

se han visto sometidas a una influencia gráfica castellana» (1991: 57). Esta misma

circunstancia se produce en otros textos y colecciones documentales: el Fuero de

Zamora (Carrasco 1986: 185-186 y 192), el Fuero Juzgo (Orazi 1997: 343), el Fuero de

Salamanca (Alvar 1968: 57 y 117), el Fuero de Ledesma (1968: 133), los documentos

del leonés central analizados por E. Staaff (Staaff 1907: 230), y los documentos

salmantinos estudiados por F. De Onís (Pascual 1996-1997: 96). En éstos, la

castellanización ha alcanzado «especialmente a las palabras de uso más extendido y

frecuente» (Cabrera 1991: 62).

Creemos que el hecho de que la castellanización no alcance a todos los términos

por igual puede indicar que este proceso se llevó a cabo de forma gradual, afectando en

primer lugar a un grupo reducido de términos. No se trataría de un fenómeno rápido,

consistente en la sustitución a nivel general del sonido /y/ leonés por el sonido /ž/

castellano, sino que este reemplazo se produciría de forma lenta y progresiva,

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alcanzando en primer lugar a unos pocos términos18, los más frecuentes, como parece

demostrar el hecho de que sean siempre los mismos términos los que en textos de tan

variada procedencia geográfica aparezcan grafiados a la manera castellana.

Así pues, si se admite la teoría de que la castellanización del resultado de -LY-

se produjo en sus comienzos afectando «a palabras sueltas» (López Santos 1960: 292),

y no a todo el conjunto de voces con -LY- en su étimo, se acepta fácilmente que bajo las

distintas grafías se esconda también una distinta articulación (prepalatal en la grafía j, y

mediopalatal en la y). En el caso concreto del documento n.º 2062, la castellanización

habría alcanzado a fijo, pero no a coneya y vieya, precisamente, quizás, por ser éstas

voces de escasa frecuencia. Pudiera ser que el copista tuviera conocimiento de que la

voz leonesa fiyo, que él pronuncia /fíyo/, en Castilla se escribe fijo y/o se pronuncia

/fížo/, pero, al mismo tiempo, ese conocimiento no se extendería a las voces coneya y

vieya, de escasa representatividad en los textos legales, con lo cual castellaniza la

primera pero, prudentemente, mantiene la redacción tradicional leonesa de las segundas.

La alternancia de tradiciones gráficas en un mismo término puede indicar la

coexistencia armónica de normas, la leonesa y la castellana, coexistencia que puede

darse únicamente en el plano gráfico o también en el plano fonético. En el primer

supuesto, nos encontraríamos ante un caso de poligrafismo: las grafías i e y con un

mismo valor, ya fuera /y/ o /ž/19; en el segundo, la alternancia no sería exclusivamente

gráfica, sino también fonética: en la pronunciación común de los leoneses, podrían

coexistir para la evolución de -LY- una solución mediopalatal autóctona y otra

prepalatal importada, de mayor o menor (o puede que simplemente igual) prestigio,

pudiéndose usar las dos, tanto en el habla como en la escritura, de manera indistinta.

Ahora bien, en un primer estadio de la castellanización, esta coexistencia de soluciones

no se daría a nivel general, es decir, no alcanzaría a toda la articulación de -LY-, sino

que estaría reservada a unas pocas voces, las de aparición más frecuente.

18 Aunque referidas a la propagación en la escritura de los diptongos en el leonés medieval, pensamos que pueden ser igualmente válidas para el tema del reemplazo de la /y/ leonesa por la /ž/ castellana las siguientes palabras de Luis López Santos (1960: 292): «desde un ángulo lingüístico, un proceso de invasión extraña nunca ataca a toda una articulación, sino a palabras sueltas». 19 De igual forma que la grafía latina esconde en la mayoría de las ocasiones una pronunciación mediopalatal, no puede descartarse que en algunos casos, también bajo las grafías castellanas

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1269). León: Centro de Estudios e Investigación San Isidoro; Caja España de Inversiones; Caja de Ahorros y Monte de Piedad de León; Archivo Histórico Diocesano.

STAAFF, Erik, 1907, Étude sur l’ancien dialecte léonais d’après des chartes du XIIIe siècle. Upsala: Almqvist & Wiksell.

(especialmente cuando comparten espacio con la leonesa) subyazca la solución /y/ característica del leonés. Cfr. Morala (1992: 209).

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© RODRÍGUEZ BARREIRO, Ana. 2005. «Contactos entre el español y las otras lenguas peninsulares. Introducción». Res Diachronicae Virtual 4: El Contacto de Lenguas. Número monográfico coord. por Ana Rodríguez Barreiro y Ana García Lenza. 87-91.

CONTACTOS ENTRE EL ESPAÑOL Y LAS OTRAS LENGUAS PENINSULARES

INTRODUCCIÓN

ANA RODRÍGUEZ BARREIRO Universidade de Santiago de Compostela

Campus de Lugo

La primera de las tres contribuciones de esta mesa1 («Consideraciones sobre la

convivencia castellano-gallego: tratamiento del fenómeno por parte de la prensa del s.

XX»), a cargo de M. J. Andión Fontela, se centra en los contactos gallego-castellano y,

más concretamente, en el papel que la prensa publicada en Galicia ha concedido a

ambos códigos a lo largo del s. XX. La parte inicial del trabajo está dedicada a repasar la

presencia del gallego, desde un punto de vista tanto cuantitativo como cualitativo, en los

diarios y semanarios del pasado siglo. Así, se constatan, grosso modo, las siguientes

tendencias:

a) Hasta 1950, la lengua propia de Galicia se emplea en la prensa prácticamente

sólo para las composiciones poéticas, situación que se agrava tras el estallido de la

Guerra Civil, que provoca que en adelante el uso del gallego quede restringido a las

publicaciones promovidas desde el exilio.

b) La segunda mitad del s. XX supone un resurgir de la cultura y la lengua

gallegas. Se crean algunos periódicos bilingües e incluso cierto número de

publicaciones que utilizan en exclusiva el gallego. No obstante, el proceso

normalizador, que, a partir de las últimas décadas del siglo, parece querer consolidarse

1 En el transcurso de las II Jornadas Monográficas de la AJIHLE, se dio también lectura dentro de esta mesa de trabajo a la comunicación de M. J. García Folgado «Los Rudimentos de Gramática Castellana de Salvador Puig (1770) y la enseñanza del castellano en Cataluña». Como quiera que no contamos con dicho texto para su publicación en el presente medio, prescindimos asimismo de las ideas en él expuestas a la hora de redactar este prefacio.

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en distintos sectores, continúa sin acabar de cuajar en el mundo de la prensa: resultan

aisladas las publicaciones monolingües en gallego y las restantes únicamente usan esa

lengua en secciones concretas (cultura, ocio, política local o autonómica).

¿A qué se debe el mantenimiento de este estado de cosas hasta la actualidad?

Tres son los factores que, a juicio de la autora, han influido en el empleo meramente

representativo del gallego por parte de la prensa del s. XX, a saber: la formación

básicamente en castellano de los profesionales del periodismo; la ideología de cada

medio, pues es evidente que determinadas publicaciones imponen la lengua a sus

redactores; y la actitud lingüística del público lector, que, aunque favorable según las

encuestas, quizá no halle correlato en las prácticas de consumo.

Pero los problemas no acaban aquí. Incluso cuando un periodista o un medio se

deciden a escribir en gallego, este idioma no consigue librarse del influjo de la variedad

prestigiada, de modo que no resulta extraño encontrar en la prensa ejemplos de

castellanismos en todos los niveles lingüísticos. La autora señala, entre otros, los

siguientes: confusiones b/v a favor de la grafía castellana, ausencia de tilde en

secuencias vocálicas que en español no la llevan, uso de la preposición a en las

perífrasis de futuro y en los CDs, cambios en el género de algunos vocablos, etc.

La comunicación de Andión Fontela se clausura con una sección en la que se

destacan algunas opiniones a favor y en contra de otorgar un mayor espacio al gallego

en la prensa. Pese a que desde el s. XIX hasta nuestros días se han venido levantando en

diversas publicaciones voces que reclamaban y reclaman la equiparación gallego-

castellano, inquieta que todavía hoy haya quienes vean en la lengua propia de Galicia

una amenaza para el idioma común del Estado, miedo, según nuestra autora, claramente

injustificado, habida cuenta de que la presencia del gallego en la vida pública siempre

ha sido muy inferior a la del castellano.

Se trata, en definitiva, de una colaboración que abre las puerta a la reflexión del

oyente / lector. ¿Está normalizada una lengua que presenta, en su uso en los medios de

comunicación, las peculiaridades aquí apuntadas? ¿Hacia dónde camina una comunidad

que no encuentra en su idioma un elemento de identificación suficiente como para

elevarlo a vehículo de expresión habitual en todos los ámbitos? Mas seamos optimistas:

las últimas generaciones de escolares son las mejores formadas en gallego; a ellas

corresponderá romper definitivamente, en un futuro no muy lejano, con los prejuicios

que hasta ahora han hecho de ese código una lengua B.

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Ana RODRÍGUEZ: Contactos entre el español y las otras lenguas peninsulares. Introducción

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En la segunda de las comunicaciones de esta mesa («El humor gráfico gallego y

el contacto entre lenguas: tendencias y evolución a lo largo del s. XX»), E. M. Teijeiro

Suárez esboza una historia de la viñeta humorística en Galicia a través del tratamiento

que en ella se ha hecho de un asunto siempre actual: la convivencia castellano-gallego y

las repercusiones lingüísticas y sociales que ésta conlleva.

Comienza la investigadora de la Universidade de Santiago de Compostela

trazando un panorama general del humor gráfico gallego durante el s. XX. Propone

Teijeiro Suárez, en este sentido, reconocer las siguientes etapas y características:

a) Entre 1900 y 1936 no puede hablarse de la existencia de humoristas

propiamente dichos, sino de la de dibujantes o pintores que cultivan el humor de manera

ocasional o aislada. Destacan, en este grupo, autores como Maside, Seoane, Laxeiro,

Prieto Nespereira o Castelao, el más sobresaliente de su época y al que se consagra el

segundo gran epígrafe del trabajo.

b) Durante la Guerra Civil y la inmediata posguerra la actividad de estos

creadores, si bien no desaparece, sí se ve gravemente condicionada por circunstancias

como el exilio, la represión o la censura. Con todo, una nómina de los humoristas de

esta etapa debe incluir, entre otros, a Quesada, Siro, Xaquín Marín o Forxán.

c) Con la decadencia de la dictadura y la llegada de la democracia se produce un

resurgimiento del humor gráfico y una especialización y profesionalización crecientes

de sus cultivadores.

A continuación se adentra Teijeiro Suárez en la figura insigne de Castelao

(1886-1950), referente y modelo para muchos de los humoristas posteriores. Desde el

punto de vista del contenido, las viñetas de Castelao otorgan un lugar preferente a la

cuestión de las relaciones gallego-castellano. Ya figure el texto del pie redactado en

gallego, en castellano o parte en un idioma y parte en el otro, la postura del polígrafo de

Rianxo es clara y constante: los dos códigos lingüísticos que coexisten en Galicia no

comparten ni ámbitos de uso ni consideración social (diglosia), y en ese reparto resulta

ser invariablemente el gallego la variedad desprestigiada y relegada a su utilización

dentro del perímetro de lo familiar y/o coloquial. Pero Castelao, que no oculta su

compromiso con la lengua propia de Galicia, invierte sistemáticamente esta distribución

de papeles, vinculando, de una manera un tanto maniqueísta, hablantes de gallego con

valores moralmente elogiables y hablantes de castellano con conductas reprobables.

Se cierra el núcleo de la colaboración con un apartado centrado en los

humoristas gráficos gallegos actuales, entre los que se cuentan, junto a algunos otros

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que ya habían despuntado en la posguerra, Xosé Lois, Kiko da Silva o Reimundo

Patiño. El contacto lingüístico sigue estando presente como tema en las viñetas de

nuestros días, generalmente acompañado por una toma de partido a favor de la variedad

minorizada; así, se critican aspectos como la política lingüística de la Xunta de Galicia,

la hipocresía de la Administración y las instituciones públicas, los usos lingüísticos de

la prensa, etc.

El trabajo de Teijeiro Suárez ofrece particularidades que lo singularizan en el

conjunto de estas Jornadas: ahonda en una manifestación artística, el humor gráfico,

apenas afrontada desde la lingüística, tanto sincrónica como diacrónica, y lo hace con

plasticidad —en el transcurso de la exposición se proyectaron numerosas viñetas

ejemplificadoras de las distintas tendencias— y amenidad ostensibles; la sonrisa última

del público no es sino el efecto natural —por pretendido— de los materiales estudiados.

J. L. Ramírez Luengo («Contacto hispano-portugués en la Romania Nova:

aproximación a la influencia portuguesa en el español uruguayo del s. XIX»2) analiza, a

partir de la correspondencia intercambiada por el general Fructuoso Rivera y su esposa

Bernardina Fragoso de Rivera en el segundo cuarto del s. XIX, el influjo ejercido por el

portugués sobre el español hablado en ese momento en la parte meridional de la

República del Uruguay.

Si bien, para algunos de los ejemplos ofrecidos por el autor, la presencia del

portugués como lengua de adstrato sólo puede ser considerada una co-causa en la

preferencia por determinadas variantes ya propiamente castellanas, aunque

características de una sincronía, sintopía o sinstratía particular —tal sería el caso de

formas como pior o escrevir—, lo cierto es que en otras ocasiones el empleo de

elementos concretos en las cartas debe ser explicado atendiendo fundamentalmente a la

intervención del idioma del Brasil. Para estudiar las diversas ocurrencias detectadas en

el corpus, el autor opta por clasificarlas en virtud del nivel lingüístico al que se

adscriben, contribuyendo de este modo a una mayor claridad y sistematicidad en la

exposición.

Dentro del plano fónico, observa Ramírez Luengo dos fenómenos cuya aparición

en el español uruguayo responde muy probablemente a la influencia lusa: la confusión

2 Téngase en cuenta que, si esta comunicación se halla incluida en una mesa titulada «Contactos entre el español y las otras lenguas peninsulares», es porque se entiende lenguas peninsulares en sentido amplio, es decir, como todas aquéllas originadas en la Península Ibérica, aunque después hayan podido ser exportadas a otras latitudes; en concreto, Ramírez Luengo estudia el contacto español-portugués del Brasil.

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Ana RODRÍGUEZ: Contactos entre el español y las otras lenguas peninsulares. Introducción

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gráfica de consonantes oclusivas sordas y sonoras, en vocablos como ynportunios, pogo

o segundando, y la utilización del término posisón, en el que se ha modificado el final

castellano -ción en -ón por analogía con los frecuentes pares de palabras en los que se

verifica la equivalencia «portugués -ão - castellano -ón».

Más abundantes resultan, sin embargo, los lusismos en el campo de la

morfosintaxis. Algunos es posible interpretarlos como resultado de diferentes factores

(así, el uso de vía —veía— o esto —estoy—, potenciales arcaísmos afianzados por la

existencia de formas similares en portugués; la elección de cantase frente a cantara en

su valor de imperfecto de subjuntivo; o la utilización de formas en -ra con su contenido

etimológico de antepretérito indicativo), mientras que otros parecen surgir

inequívocamente del contacto hispano-luso (veio, temos o ha con significación

existencial).

Pero el nivel lingüístico donde de manera más clara se puede rastrear el influjo

de la lengua del Brasil es el léxico-semántico. También aquí, con todo, distingue el

autor dos grupos de unidades. Al primero, integrado por expresiones comunes a español

y portugués pero que gozan de una vitalidad especial en el Uruguay de la época,

pertenecerían voces del tipo de seca (‘sequía’), zonzo (‘tonto, aturdido’), saraza (‘grano

que está en su sazón intermedia’), cuasi (por casi) o acordar (‘caer en la cuenta’), a la

vez que en el segundo se incluirían elementos cuyo manejo deriva claramente del

contagio luso: crime, fariña, teste (‘testigo’), fogaje (‘erupción en la piel’),

descangallado (‘desarreglado’), mellado (‘delgado, débil’), banda (‘zona, lado’), suceso

(‘éxito’), luego (‘ya, inmediatamente’), etc.

Concluye Ramírez Luengo subrayando, una vez más, que el contacto histórico

con el Brasil ha ido dejando huellas, de mayor o menor calado, en el español uruguayo,

por más que en muchos casos tal influencia únicamente pueda ser entendida como

indirecta, esto es, como co-causa o factor que sirve de refuerzo de una tendencia ya

vigente en la lengua castellana. Sea como fuere, la comunicación de nuestro profesor,

apoyada en un útil ejemplario y defendida con suasoria argumentación, sienta las bases

para posteriores acercamientos al portuguesismo lingüístico propio de la subvariedad

oriental del español rioplatense.

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© ANDIÓN FONTELA, M.ª José. 2005. «Consideraciones sobre la convivencia castellano-gallego: tratamiento del fenómeno por parte de la prensa del siglo XX». Res Diachronicae Virtual 4: El Contacto de Lenguas. Número monográfico coord. por Ana Rodríguez Barreiro y Ana García Lenza. 93-104.

CONSIDERACIONES SOBRE LA CONVIVENCIA CASTELLANO-GALLEGO: TRATAMIENTO DEL FENÓMENO POR PARTE DE LA PRENSA DEL S. XX

M. JOSÉ ANDIÓN FONTELA Universidade de Santiago de Compostela

INTRODUCCIÓN

La convivencia gallego-castellano, como sabemos, siempre se ha caracterizado

por el desmesurado influjo del segundo sobre el primero, tanto en lo fónico como en lo

morfosintáctico o en el léxico. Esta situación se extiende desde el gallego coloquial

hasta el gallego oficial de la administración, la enseñanza o los medios de

comunicación. Estos últimos, por su gran difusión y por llegar a numerosos hogares de

todas las clases sociales, juegan un relevante papel en la promoción de cualquier lengua.

Por ello, el tratamiento que le dispensan es clave para que la sociedad se conciencie de

la función de identificación de la lengua dentro de la colectividad. Entre ellos destaca la

prensa escrita que, precisamente, por su carácter, contribuye en gran medida a la

fijación del idioma. Se supone que, al igual que los textos administrativos de carácter

oficial, las noticias de las distintas secciones de un periódico deben presentar una lengua

cuidada, clara y fiel a la norma.

En los periódicos publicados en las cuatro provincias gallegas solemos

encontrar, día a día, una abrumadora presencia del castellano en sus páginas frente a un

mínimo empleo del gallego. No es extraña esta situación para quienes convivimos con

ella pero, al mismo tiempo, somos conscientes del daño que se le está haciendo al

idioma, a la cultura y a la sociedad gallega en general.

Desde los primeros periódicos que cuentan con el gallego como su lengua de

expresión, desde O Tío Marcos d´a Portela (Ourense, 1878) o A Monteira (Lugo,

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1889), el gallego y el castellano han sido los protagonistas de una constante lucha en las

páginas de la prensa publicada en Galicia, nunca ajena a la situación política que se

respiraba en cada momento. Estos dos fueron los primeros intentos para la inclusión del

gallego en la prensa escrita. Claro está que, como consecuencia de la falta de una norma

y de la situación de desprestigio y anonimato a la que había sido relegado el gallego

durante los siglos precedentes, se trataba de una lengua basada en el habla coloquial.

A partir de este momento los intentos no cesaron durante todo el s. XX hasta que

por fin se llegó a diarios íntegramente en gallego, como es hoy en día Galicia Hoxe

(2003). Excepto en casos como este, el castellano ha sido y es la lengua mayoritaria de

la prensa escrita, hecho en el que intervienen por un lado la labor de los profesionales

del periodismo y por otro la actitud de los lectores, además de la ideología del medio en

cuestión.

1. LA PRENSA ESCRITA DE LA PRIMERA MITAD DEL S. XX

Consultando la Historia de la prensa gallega de Santos Gayoso (1990, 1995),

podemos comprobar cómo hasta 1930, en medio de un gran número de periódicos,

diarios o semanarios etiquetados de católicos, conservadores o republicanos, se erigen

algunos que nos hacen ver la verdadera situación del gallego. Tanto en periódicos

semanales como Nuevo Támega (Verín, 1902), Noticiero de Avia (Ribadavia, 1910), El

Heraldo de Verín (Verín, 1911), El Eco Antelano (Xinzo de Limia, 1911), como en el

diario Galicia (Ourense, 1930), el autor señala que el gallego era empleado tan sólo en

los poemas. Curiosamente, todos salen a la luz en la provincia de Ourense y se trata de

publicaciones que informan, comentan y analizan la realidad del lugar, principalmente

la situación del campesinado.

En los demás la lengua que utilizan o bien no se especifica o bien se trata del

castellano por lo que es fácil deducir que cuando no se explicita se trata también de este

último. Así, pues, esta era la lengua preferente de las 1169 publicaciones periódicas que

contabiliza el autor entre 1901 y 1950 por mucho que se centrasen en Galicia, en sus

provincias, en sus localidades y en los problemas que las amenazaban.

En este mismo tramo de tiempo nace el periódico A Nosa Terra de tendencia

nacionalista durante veinte años (1916-1936) y de gran importancia desde el punto de

vista lingüístico ya que, aún siendo bilingüe, contaba con una considerable presencia del

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M.ª José ANDIÓN FONTELA: Consideraciones sobre la convivencia castellano-gallego

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gallego gracias a la labor de intelectuales como Manuel Murguía en su defensa de la

lengua gallega.

A partir de 1936 la situación de la cultura gallega está tan degenerada que hasta

1950 la prensa escrita tiene su continuidad no en Galicia sino en Hispanoamérica. Son

los exiliados y los emigrantes los que promueven la publicación de periódicos cuyo

tema es Galicia sin olvidarse de su lengua.

2. LA PRENSA ESCRITA DE LA SEGUNDA MITAD DEL S. XX

El año 1950 marca un punto y aparte en el resurgir de la cultura gallega al

crearse la Editorial Galaxia fruto de las grandes inquietudes del momento por

desenmascarar los encantos gallegos a los jóvenes que sólo habían vivido la Galicia

oscura de la posguerra. En Santos Gayoso (1990, 1995) podemos comprobar cómo el

gallego empieza a despertar de su aletargamiento y ya no encontramos las simples

menciones al gallego en los poemas publicados en los periódicos. Ahora la realidad es

otra, se trata de periódicos «bilingües» y siempre con la matización que podemos hacer

extensiva a la prensa más actual, «con escasa presencia del gallego». Participan de estas

características, bilingües con escasa presencia del gallego, El Artylugio (A Coruña,

1986), Galicia. Raíz y Horizonte (A Coruña, 1987), Porta Nova (Ferrol, 1987) o

Demarcación Cameral (Vilagarcía de Arousa, 1990), entre otros.

Por otra parte, un nutrido grupo de periódicos emplea exclusivamente el gallego

como es el caso de A Peneira (Ponteareas-Pontevedra, 1984), Terra (Santiago de

Compostela, 1983), Concellos 12 (Ourense, 1989), Fene Socialista (Fene- A Coruña,

1988), A Quinta Columna (Marín-Pontevedra, 1988) o A Bengala (Cangas de Morrazo-

Pontevedra, 1991), siempre frente a una amplia mayoría en castellano a pesar de que en

su subtítulo lleven la denominación de «periódico gallego».

La evolución de una época a otra es, sin duda, muy favorable para el gallego sin

obviar que se trata de periódicos con una ideología nacionalista o con una especial

preocupación por la clase obrera y por la defensa de sus intereses, de ahí que recurran a

la lengua propia. A esto se suma la lucha por la normalización lingüística iniciada en los

años 60 a la que no se llegó a pesar de los intentos materializados en el Estatuto de

Autonomía de 1981, en la creación de la Mesa pola Normalización Lingüística en 1986

o dos años antes al nacer la Radio-Televisión de Galicia. Se priva al castellano de

ciertos espacios que quizás nunca se pensaran asignados al gallego pero la prensa escrita

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es el campo que más se resiste y sólo se cubre el espacio imprescindible para la

correspondiente subvención del Gobierno autonómico o de otras instituciones por

contribuir al fomento de la lengua y cultura gallegas.

3. ¿POR QUÉ SE PROLONGA DURANTE TANTO TIEMPO EL EMPLEO MERAMENTE

REPRESENTATIVO DEL GALLEGO EN LA PRENSA ESCRITA PUBLICADA EN GALICIA?

A pesar de llegar, como dijimos, a espacios para algunos impensables como

ciertas noticias de las secciones de Cultura, Ocio o Sociedad, incluso noticias de otra

temática relacionadas con alguna comarca, alguna provincia o también con la propia

autonomía, el uso del gallego en la prensa escrita se deja a la libre elección y

preferencia del periodista. Estamos, sin duda, ante profesionales formados básicamente

en castellano desde la enseñanza primaria hasta la universitaria cuya seguridad está

obviamente en esta lengua adoptándola desde sus inicios periodísticos como su

herramienta de trabajo en la redacción diaria de sus noticias. Pero el problema no sólo

está en los profesionales y en su formación sino también en el desinterés que muestran

por el uso correcto de la lengua y por supuesto en la respuesta de la sociedad gallega

lectora y en su actitud lingüística.

Goyanes Vilar (1996) obtiene datos relevantes respecto a unos y otros en los

primeros años de la década de los 90. Además de llegar a la conclusión de que en

aquellos años no hay ningún diario de los publicados en Galicia que supere el 10% de

su información total en gallego, los datos resultantes de la encuesta contemplan una

muy favorable actitud por parte de la sociedad hacia esta lengua en la prensa a pesar de

reconocer en porcentajes considerables que tienen dificultades en las aspectos básicos

como la comprensión y la lectura. Pero aún así un 70% estaría dispuesto a leer un

periódico escrito en su totalidad en gallego.

El problema, por tanto, no parece estar en los lectores. Pero debemos hacernos la

pregunta de si las respuestas coinciden con la verdadera actitud que tienen en su día a

día. Este porcentaje tan alto, ¿compraría realmente el periódico escrito en gallego y

dejaría las decenas de periódicos en castellano en el quiosco? Personalmente

permítanme dudar de ello.

En el Mapa Sociolingüístico de Galicia las encuestas nos sitúan ante una

realidad preocupante, un 84% de los encuestados percibe que entre su gallego y el de los

medios de comunicación hay una gran distancia que provoca la elección del castellano

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M.ª José ANDIÓN FONTELA: Consideraciones sobre la convivencia castellano-gallego

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para informarse, les resulta un gallego artificial que les cuesta comprender. Esto reclama

urgentemente una respuesta por parte de las instituciones lingüísticas, se necesita cuanto

antes una norma estable y lo más cercana posible al gallego de la población que lo

emplea habitualmente.

Por su parte, los periodistas nos aportan datos más realistas. En Goyanes Vilar

(1996) un 65% reconoce que su formación fue en castellano y un 54% opina que los

textos en gallego se leen menos que los textos en castellano, mientras que la mayoría

cree que un periódico en gallego no tendría éxito. La mitad de los entrevistados decide

por sí misma la lengua de redacción y al resto se le impone desde el propio periódico al

que pertenecen.

Es evidente, pues, que estos profesionales de la información no son los más

favorables a la utilización del gallego y que no están dispuestos a cambiar de opinión

por lo menos por el momento.

De todos modos, el hecho de que en la enseñanza se vaya implantando cada vez

más el gallego por parte del profesorado (aunque también quede mucho por hacer) hace

que la gente más joven sea la que en un futuro pueda tener un mayor dominio del

gallego, sobre todo escrito. De ahí que en los últimos años del s. XX y en los primeros

años del XXI encontremos un mayor número de noticias en gallego, aunque continúen

siendo noticias de unas determinadas secciones y con un perfil muy específico.

4. LA GRAN AMENAZA QUE SUPONE EL CASTELLANO PARA EL GALLEGO DE LA PRENSA

ESCRITA FRENTE A LA MÍNIMA AMENAZA QUE SUPONE EL GALLEGO PARA EL CASTELLANO

Carme Hermida (1998) hace un análisis léxico y morfosintáctico de ciertos

periódicos en determinados días de 1994. Observa la amenaza del castellano en varios

aspectos en los que se insiste desde siempre en la enseñanza del gallego pero que se

olvidan al escribir las noticias debido quizás al hecho de que no se ponen en práctica

oralmente fuera del ámbito del trabajo: el cambio de género, ciertos cambios en las

conjugaciones verbales, el erróneo uso de algunas perífrasis, la posición del pronombre

átono o la aparición de la preposición a en los complementos directos de persona e

incluso en los no personales.

A pesar de las reiteradas llamadas de atención sobre estos aspectos que tanto

dañan el poco gallego que se utiliza en la prensa diaria es constante todavía hoy en día

la incidencia o incursión en ellos. Como no se reduzca la cantidad de intromisiones que

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el castellano hace en nuestra lengua escrita nunca tendremos ni la independencia ni la

pureza lingüísticas que una lengua necesita al estar ya provista de una gramática y de

unas reglas ortográficas.

Veamos algunos errores de los más graves que se ven en la prensa de los últimos

años del s. XX puesto que en los periódicos de la primera mitad del siglo eran

muchísimos los castellanismos, se escribía tal y como se hablaba al no haber un modelo

de lengua a seguir. Hoy, esta continua falta de gramaticalidad no se debería permitir:

- Se incurre en cambios de género de algunos vocablos como «unha intensa

labor de recollida de datos» (La Voz de Galicia 13-VII-03: 51), «as torrentes» (El

Progreso 29-XI-03: 15) o «novidosos longametraxes e mediatraxes de animación»

(Faro de Vigo 4-XII-03: 75).

- La conjugación de ciertos verbos sigue siendo la asignatura pendiente de

muchos periodistas y lo hacen como si del español se tratase: «decía neste xornal o

intelectual pontevedrés» (La Voz de Galicia 3-VI-01: 34), «como ocurriu» (La Voz de

Galicia 12-IX-02: 48), «polo que dixo o conselleiro que ten que se convertir tamén nun

instrumento de promoción do idioma galego» (El Progreso 27-XI-03: 32), cuyas formas

correctas serían dicía, ocorreu y converter.

- Continúa el uso incorrecto de la preposición a en la perífrasis de futuro ir +

infinitivo: «A Consellería de Política Territorial vai a seguir co compromiso de diálogo»

(Faro de Vigo 5-XII-03: 48), cuando lo normativo en gallego sería vai seguir.

- La lucha por la correcta colocación de los pronombres átonos parece perdida.

Es inmensa la lista de ejemplos que podríamos dar, entre ellos los que citamos a

continuación en los que se mantiene la posición del castellano: «O libro de López e

Otero se presenta como un interesante punto de partida [...]» (El Correo Gallego 6-X-

01: 77), «Nela se salientará a biografía referida a este sector» (La Voz de Galicia 6-IV-

03: 45), «O prazo para solicitar algunha destas casas abriuse o pasado día 5, e se

prolongará ata o 5 de xaneiro do próximo ano» (El Progreso, 27-XI-03: 14), «No caso

de exercita-la opción de compra, as cantidades pagadas en arrendamento se descontarán

do prezo de venda» (El Progreso 27-XI-03: 14), «Con Bailadela da morte ditosa se

pode dicir que comeza o profesionalismo para o teatro galego» (La Voz de Galicia 12-

IX-02: 48).

- La preposición a en los complementos directos la encontramos con una gran

frecuencia y no sólo con los de persona. Así se presentan las inversiones igual que se

presenta a una persona en castellano: «Núñez Feijoo presenta ás (a preposición + as

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artículo) inversións que se recollen no Plan Galicia» (El Progreso 25-XI-03: 25), entre

otros muchos ejemplos: «O colectivo que agrupa aos (a + os) operadores de gando

estudiará pór en marcha medidas de protesta» (El Progreso 29-XI-03: 13), «[...] onde se

poden ver ás máximas figuras do galeguismo durante o franquismo e ós promotores do

nacemento de Galaxia» (La Voz de Galicia 7-XII-03: L13).

Estos son algunos aspectos en los que comprobamos que resulta difícil derribar

los hábitos morfosintácticos del castellano pero no son los únicos. Hay otros que, a

nuestro parecer, son tan importantes como los anteriores entre los que se encuentran

problemas ortográficos y léxicos además de otros morfosintácticos:

- Se hacen plurales análogos a los del castellano, por ejemplo «roncones» (El

Correo Gallego 12-IX-01: 67) en vez del plural correcto roncóns.

- Encontramos el sufijo –ano en palabras populares que deberían adoptar la

forma gallega –án, «máis pegados ó cotidiano» (La Voz de Galicia 12-IX-02: 48).

- Se mantiene la grafía x en palabras que en gallego son con s, «rexeita o

extendido mal costume» (El Correo Gallego 11-XII-01: 67). Asimismo se conservan

grupos cultos como pt que el gallego reduce eliminando el primer sonido oclusivo

bilabial sordo y nos encontramos con «séptima edición» (El Correo Gallego, 11-XII-01:

67) o «que chega á súa décimo séptima convocatoria» (El Progreso 11-XI-03: 85) en

lugar del vocablo que recoge el DRAG, sétima.

- No se tiene en cuenta que u e i tónicas precedidas o seguidas de una vocal

átona forman hiato y no diptongo, por lo que deberían llevar tilde palabras como

«gratuito» (El Progreso 23-XI-03: 43) o «incluindo» (Faro de Vigo 5-XII-03: 48).

- En numerosas ocasiones constatamos que se tiende a acentuar el adverbio

ademais como su correspondiente forma castellana además, «ademáis» (Faro de Vigo

5-XII-03: 48; El Progreso 25-XI-03: 25; El Progreso 27-XI-03: 14).

- En el léxico persisten formas castellanas como las que encontramos en los

siguientes ejemplos: «tocará o vindeiro xoves, día 10, [...], donde a formación [...]» (El

Progreso 7-I-02: 67) cuya forma correcta sería onde, «[...] qué mellor que disfrutar dun

sabroso zumo [...] repartido entre os xóvenes deportistas [...]» (El Progreso 26-XI -03: 4

Suplemento), castellanismos continuados por las voces gallegas gozar, saboroso, zume

y mozos o rapaces, «día no que se cumplían trescentos anos do nacemento» (La Voz de

Galicia 3-VI-01: 34) en lugar de cumprían o en «o contido do botiquín caseiro» (El

Correo Gallego 2-XII-03: 15) por la forma gallega botica de primeiros auxilios o en

todo caso caixa de urxencias como aparece en la misma noticia en el diario Galicia

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Hoxe íntegro en gallego (2-XII-03: 61). Incluso se llega a escribir avó con la b de la

palabra castellana abuelo, «[...] o obradoiro familiar donde tres xeracións de fabricantes

de gaitas, o seu abó, seu pai e seu tío [...]» (El Correo Gallego 12-IX-01: 67).

Como podemos deducir, el gallego de la prensa escrita está repleto de huellas del

castellano, probablemente la lengua habitual o en la que se formaron los redactores.

Pero a veces el profesional parece tener en la mente el gallego y al escribir en castellano

la noticia deja entrever rasgos de la lengua que realmente está amenazada. Es raro pero

se llega a utilizar una forma verbal cercana a la gallega por la correspondiente

castellana, «Formaban parte del tribunal que xuzgó la tesis [...]» (El Progreso 8-V-01:

6). La palabra del castellano ayuntamiento es la gran perdedora en la prensa gallega, en

su lugar suele utilizarse el vocablo del gallego concello, así «El Colegio Oficial de

Enfermería, [...], presentará en los concellos de Lugo [...]» (El Progreso 26-XI-03: 15),

«[...], que junto a otras referencias documentales deben remitirse a los concellos» (El

Progreso 27-XI-03: 32). Pero está claro que no son más que testimonios anecdóticos

frente a los abundantes del castellano sobre el gallego.

5. ACTITUDES ANTE LA SITUACIÓN DE DOMINIO DEL CASTELLANO FRENTE AL

INSIGNIFICANTE ESPACIO OTORGADO AL GALLEGO EN LA PRENSA

Las actitudes hacia un mayor empleo del gallego y hacia el gallego mismo,

independientemente del mayor o menor espacio que se le ceda, no cambian en un

amplio sector de la sociedad. A los que hacían los primeros periódicos en gallego, los ya

mencionados O Tío Marcos d´a Portela y A Monteira, no les pasaba desapercibido el

sentimiento de rechazo y desprestigio que se respiraba en torno a su lengua, en torno a

la lengua que ellos estaban impulsando aún siendo conscientes de que eran una minoría

sin ayuda alguna.

En O Tío Marcos ya se era consciente de la marginalidad del gallego por parte

de la sociedad gallega del momento: «Galicia es un pueblo que desprecia su forma

ancestral de comunicación, de entendimiento, y O Tío Marcos se erige en defensor de la

lengua nativa» (Fernández Pulpeiro 1981:131)

En la misma línea, en A Monteira, antes de su desaparición, se reconoce que

«témola vanidá […] de que quitamos a algúns o noxo que todo’o o gallego lles daba”»,

terminando con un «“VIVA GALICIA! VIVA O REXIONALISMO!» (Ledo Andión

1982: 57).

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M.ª José ANDIÓN FONTELA: Consideraciones sobre la convivencia castellano-gallego

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Si en los mismos periódicos se reconoce la situación tan desfavorable por la que

atraviesa la lengua gallega es obvio que su futuro distaba mucho de ser prometedor,

circunstancia que no cambiaría en la primera mitad del s. XX y a la que contribuyen las

legislaciones que van saliendo a la luz. Como dice García Negro, en los ss. XVIII y XIX

Proliferan as leis, decretos e ordes específicamente prescritivas do uso do

español, que ia ampliando a sua imposición ao ritmo da burocratización dun Estado a cada paso máis centralizado e dirixista. No século XX, prosegue a lexislación punitiva para o direito de uso das línguas nacionais, por activa (imposición directa do español) ou por pasiva (regulación de usos tolerados a aquelas). Estamos, por tanto, ante un direito secularmente negado, na sua acepción colectiva, social, que é a única dimensión a ter en contra en matéria lingüística (García Negro 1991: 307).

No obstante, y a pesar de tantas dificultades, a principios del s. XX A Nosa Terra

consigue hacerse un hueco importante en la sociedad gallega centrándose sobre todo en

temas políticos y culturales, alertando de que «si o idioma, cousa natural, o produto

mais outo das razas, se ten por despreciable (referese o texto ao traballador que renega

del) o noso auto-desprezo é evidente. E xa voluntariamente sentimonos dinos de sere

colonizados» (Ledo Andión 1982: 148). Los impulsores y creadores de este periódico

seguro que no se sentían «voluntariamente» así, por ello intentaban llevar el gallego a la

prensa escrita con el fin de hacer ver a la población la funcionalidad de su lengua, al

margen del castellano.

El cambio que se produce a partir de los años 50 para el gallego es, sin duda

alguna, un aliciente para su resurgir pero es triste tener que pensar que quizás este

cambio no se deba tanto a un sentimiento real por parte de la sociedad de percibirlo

como su lengua, algo que la une y la individualiza al mismo tiempo, motivo de orgullo,

sino que se deba a un sentimento de obligación, hay que usar el gallego por imposición

en la enseñanza, en la administración o en otras áreas. Esto se refleja en la prensa que lo

tiene como su forma de expresión, en el caso del diario Galicia Hoxe, frente al resto de

prensa publicada en Galicia, El Progreso, El Correo Gallego, La Voz de Galicia, Faro

de Vigo... Mientras que el primero se caracteriza por un gallego cuidado, el poco que se

registra en los demás cae no sólo en las garras del castellano sino que además es víctima

de errores que no son atribuibles a la lengua A, simplemente fruto de la pésima

formación en nuestra lengua.

Así hacemos eco de lo que Alonso Montero sostiene refiriéndose al gallego de la

televisión autonómica y a sus profesionales: «[...] como profesionais da palabra, teñen a

obriga de seren esixentes co idioma do Medio, un idioma que teñen que empregar con

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rigor e con fruición, dúas condicións estrictamente indispensables nun profesional

público da palabra» (Alonso Montero 1991: 57).

Para conseguir este objetivo sería fundamental no ver el gallego como la lengua

que se emplea en una determinada noticia por obligación sino que se percibiese como

dice el mismo autor «como lingua de instalación. Esa non instalación, admisible

noutros oficios, é intolerable nun profesional da palabra». Nosotros lo hacemos

extensivo a los profesionales de la prensa escrita puesto que es esencial que, como dice

Alonso Montero, «estean á altura do seu oficio, é dicir, que, ó usaren o galego, fágano

desde a autencidade (ou desde unha certa autencidade) e cos recursos lingüísticos que

aconsella un sensato criterio filolóxico» (Alonso Montero 1991: 62).

Aún siendo esta la verdadera realidad, hay quienes manifiestan en artículos

periodísticos su temor a que el castellano se vea dañado por la gran presencia que está

teniendo en los últimos años el gallego en la enseñanza, en los medios de comunicación

y en otros campos, según su opinión. Creemos que merecen ser citadas algunas

opiniones alarmantes sobre la supuesta amenaza que el gallego supone para el castellano

publicadas en periódicos gallegos. Nos encontramos con que «[...] Pero ahora que la

escuela pública ha impuesto el gallego y la universidad procede a hacerlo, creo que ha

llegado el momento de defender un poco el español antes de que sea tarde [...]. Se

abandonó la defensa de nuestro idioma común porque lo consideramos muy fuerte y no

se mimó como se debiera» (Pardo Gómez 1997).

Más recientemente otro columnista apuntaba el uso forzado del gallego como la

causa del rechazo que los jóvenes de entre 14 y 20 años manifiestan hacia el empleo de

dicha lengua:

[...] ¿no será que todavía subsiste una imposición más o menos velada (otra cosa es promocionarlo, defenderlo, mimarlo...) que se hace de él en detrimento de otras opciones, por conductos tan diferentes como la toponimia forzada, la televisión inflexible u otros conductos mediáticos? [...] (López Castro 2003)

Desde luego, si hay una televisión autonómica lo más normal es que emplee la

lengua propia, la prensa escrita ya no lo hace (sólo en un número muy reducido de

noticias relacionadas con aspectos muy concretos de la cultura gallega, alguna

información política principalmente relacionada con los partidos nacionalistas y alguna

otra local o provincial, en raras ocasiones) y en la enseñanza el profesorado casi siempre

elige (no es, por tanto, necesario especificar cuál es la lengua más empleada). Si esto es

imponer y si esto resulta una amenaza para el castellano se debería reflexionar y ver la

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M.ª José ANDIÓN FONTELA: Consideraciones sobre la convivencia castellano-gallego

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verdadera magnitud de lo contrario, de la amenaza que el castellano representa para la

vida del gallego puesto que ni siquiera aquellos que deciden escribir una noticia en

gallego son capaces de desprenderse de su influjo.

No hace mucho la Real Academia Galega pedía políticas de defensa del gallego

precisamente en los medios, además de en la enseñanza y en las empresas, basándose en

datos reales de uso del gallego que no lo favorecen en absoluto. Se sabía por aquel

entonces que la presencia del gallego en los periódicos disminuyó desde 1990 con un

4.23% a 1998 con un 3.29%. Es más, no parece probable que los profesionales del

futuro vayan a mejorar la situación ya que en una encuesta realizada por la Mesa pola

Normalización Lingüística se concluía que los jóvenes gallegos de entre 10 y 19 años

sufren en un alto grado de analfabetismo funcional en gallego. Entre 10 y 14 años

reconocen que saben escribir gallego pero no hablarlo, mientras que entre 15 y 19 años

sus mayores problemas están relacionados con la lectura y la escritura llegando a

reconocer que no son capaces de leer en gallego.

Entonces, ¿es consciente la sociedad gallega de lo que está haciendo con algo

tan suyo como es el idioma?. Y, ¿son conscientes los profesionales de la prensa escrita

de lo que podrían hacer por el gallego con su trabajo diario publicando semejantes datos

alarmantes para su lengua?

CONCLUSIONES

Creemos, pues, que la solución al problema no está en conceder más o menos

ayudas para que en los periódicos aparezcan más páginas en gallego. Es necesario, ante

todo, que el profesional sienta la lengua como algo suyo, que la respete y que sea fiel a

la norma culta. Nadie concede una subvención para que se utilice el castellano.

Entonces, algo falla y el origen hay que buscarlo en la sociedad en la que los

profesionales se educan y se forman. Quizás todavía sigue siendo cierto lo que Castelao

pretendía hacer ver con su humor cuando una señora le decía a otra que cierto

muchacho era muy listo, a lo que la otra respondía con un pero: «Sí, pero tiene un

acento tan gallego...» (Castelao 1999: 87). Los periodistas parecen tener la misma

objeción, un periódico con demasiadas noticias en un «acento tan gallego» no atraen la

atención de los lectores. Así, en el s. XXI no quedarían desfasadas las palabras que

mencionábamos publicadas en los primeros periódicos defensores de nuestra lengua del

s. XIX y principios del XX con el fin de evitar que hoy nos encontrásemos ante la misma

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o muy similar situación en la prensa de la comunidad (aunque superficialmente se

intente aparentar un muy buen momento para el gallego en todos los ámbitos).

Esperamos que, con la nueva reforma ortográfica, morfológica y léxica aprobada hace

pocos meses, la prensa escrita vea un nuevo camino para una redacción en un gallego

correcto, ampliando su campo de aparición a secciones hasta hoy exclusivas del

castellano.

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Publicaciones de la Diputación Provincial de Lugo.

1 Los ejemplos que hemos extraído de periódicos publicados en Galicia (El Progreso, Faro de Vigo, El Correo Gallego...) ya se acompañan en el propio texto de la fecha de publicación y de la página en que aparecen, por lo que ya no se citan en la bibliografía.

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© TEIJEIRO SUÁREZ, Eva. 2005. «El humor gráfico gallego y el contacto de lenguas: tendencias y evolución a lo largo del siglo XX». Res Diachronicae Virtual 4: El Contacto de Lenguas. Número monográfico coord. por Ana Rodríguez Barreiro y Ana García Lenza. 105-113.

EL HUMOR GRÁFICO GALLEGO Y EL CONTACTO ENTRE LENGUAS: TENDENCIAS Y EVOLUCIÓN A LO LARGO DEL S. XX

EVA MARÍA TEIJEIRO SUÁREZ Universidade de Santiago de Compostela

INTRODUCCIÓN

El humor es un elemento presente en todas las culturas. En el caso concreto de la

cultura gallega, la tradición humorística puede documentarse ya en los primeros textos

escritos, en la Edad Media: las cantigas gallego-portuguesas, que incluían un género

denominado de escarnio o maldicir, cuya característica más sobresaliente era la sátira.

El carácter burlesco de estas composiciones hace que sean susceptibles de entrar por

pleno derecho en el género del humor.

Este género cancioneril no es más que la constancia escrita de una vena

humorística oral de raíz popular existente en el gallego, que mantiene en la actualidad

una gran vitalidad.

El humor literario en gallego o de gallegos es bien conocido y tiene una gran

importancia en la obra de autores como Vicente Risco (O porco de pé), Valentín Lamas

Carvajal (O catecismo do labrego), Wenceslao Fernández Flórez, Álvaro Cunqueiro,

Valle-Inclán y muchos otros1.

1 Incluso Rosalía de Castro, más reconocida como poeta melancólica, tiene una profunda huella humorística, que se puede ejemplificar con algunos cuentos de intenciones satíricas y en su ensayo «Las literatas». Algunos autores como Lalo Vázquez Gil y Marina Mayoral han realizado estudios sobre este aspecto menos conocido de la obra rosaliana. El capítulo «Alegría y humor» de La poesía de Rosalía de Castro, obra de Marina Mayoral (Madrid: Gredos, 1974), es un claro ejemplo de esta línea de investigación.

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Con el desarrollo y posterior auge de los medios de comunicación escrita, toma

forma una nueva rama híbrida dentro del género humorístico: el denominado humor

gráfico, representado a través de una única viñeta o un pequeño grupo de ellas.

Este nuevo género se caracteriza por combinar, en muchas ocasiones de forma

maestra, la imagen y el texto, para transmitir la sonrisa al lector.

Aunque el género no fue creado en el siglo XX, fue en el siglo pasado cuando

alcanzó mayor popularidad y difusión, surgiendo creadores muy destacados, que han

sido considerados como clásicos2.

En el siglo y medio de vida de la prensa gallega, se encuentran abundantes

ejemplos de publicaciones humorísticas, quizás dos casos paradigmáticos sean O tío

Marcos da Portela (que se imprimió por primera vez en 1876 y fue el medio en que vio

la luz O Catecismo do Labrego) y Can sen dono (que inició su andadura impresa en

1983). También la revista Vida Gallega (de 1909) tenía un importante componente

humorístico y contaba en su primera página con una sección denominada «Primera

plana de humor», aunque no era monográfica. En lo que se refiere a las publicaciones

gallegas, hay que tener en cuenta que en contados casos se trataba de ediciones

monolingües en gallego3, sino que lo más frecuente era que fuesen bilingües, o que

estuviesen escritas mayoritariamente en castellano.

El humor gráfico presenta una temática diversa, pero quizás su característica

más destacada sea su inmediatez: cada viñeta está fuertemente unida al momento y al

contexto en el que es creada, está condicionada por la contemporaneidad y el localismo.

Podríamos decir que el humor gráfico está inducido por la situación, y pierde frescura

con el paso del tiempo, volviéndose incluso añejo o incomprensible cuando el

espectador a quien va dirigido no comparte la misma competencia lingüística y

situacional que el creador, porque los parámetros histórico-sociales que permitieron su

creación han cambiado con el tiempo o el lugar. Sin embargo, ciertas obras del

humorismo gráfico mantienen su vigencia y su universalidad, convirtiéndose en

atemporales y universales, bien por la importancia del tema tratado, bien porque las

circunstancias que condicionaron su creación no han cambiado de forma significativa.

Cuando eso ocurre, podemos decir que nos encontramos ante la obra de verdaderos

genios.

2 Es el caso de Castelao dentro del contexto gallego. 3 Sobre todo antes de la Guerra Civil.

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Eva TEIJEIRO SUÁREZ: El humor gráfico gallego y el contacto de lenguas

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Dentro de la variada temática que aborda el humor gráfico gallego en sus

múltiples formas, aparece de forma recurrente a lo largo de todo el s. XX, la situación

lingüística que se produce en Galicia, de contacto entre el gallego y el castellano. La

preocupación de la mayoría de los humoristas gráficos por este aspecto queda reflejada

en un gran número de viñetas, que han servido de base para la elaboración de este breve

trabajo de investigación lingüística.

1. EL S. XX EN EL HUMOR GRÁFICO GALLEGO

A principios del s. XX, durante los años comprendidos hasta la II República y

ésta incluida, la producción de un gran número de revistas y publicaciones periódicas

favoreció el florecimiento del humor gráfico gallego. Sin embargo, en el contexto

gallego del primer cuarto del s. XX, no existían humoristas propiamente dichos, sino que

se trata de dibujantes, e incluso pintores, muy afamados en algunos casos, que hacen

humor de forma esporádica o periódica. La técnica de estos autores consiste en el

empleo de unos textos muy sintéticos, cargados de ironía, y un dibujo caracterizado por

su sobriedad de líneas, frecuentemente una caricatura. Entre los autores de esta etapa

podemos citar a Maside, Torres, Seoane, Laxeiro, Julio Prieto Nespereira, Vidales

Tomé, Álvaro Cebreiro, Cándido Fernández Maza o Xaime Prada. Sin duda, el autor

que destacó de forma más ostensible en esta etapa fue Castelao, del que hablaremos más

adelante.

Con la llegada de la Guerra Civil la actividad de los humoristas no desapareció,

pues siguieron realizando viñetas que eran editadas por publicaciones promovidas por

uno u otro bando, pero se vio gravemente alterada por el conflicto: muchos de ellos

tuvieron que marcharse del país, otros perdieron la vida y fueron numerosos los que

abandonaron su faceta de humorismo gráfico en esa etapa o durante la posguerra. Las

peculiares condiciones de la inmediata posguerra y la dictadura perjudicaron de forma

importante la existencia continuada de medios de comunicación escritos y

condicionaron de forma determinante, a través de la censura y la represión, la libertad

de los creadores. Los humoristas gráficos gallegos no fueron una excepción y, en su

caso, además se encontraron con la hostilidad del régimen hacia las lenguas vernáculas.

Este género pervivió en ocasiones de forma clandestina o intentó lidiar con los censores

y la burocracia franquista en ciertas publicaciones, moderando en ocasiones su crítica.

Estas circunstancias potenciaron que el humor gráfico se refugiara en unas pocas

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publicaciones a nivel nacional (como La Codorniz y Hermano Lobo), en las que se

pueden rastrear colaboraciones más o menos asiduas de autores gallegos, en lengua

castellana, por supuesto. Dentro de lo que podemos denominar la «generación de la

posguerra», se encuentran autores como Atomé, Lalo, Quesada, Siro, Xaquín Marín o

Saavedra Pita. Desde la emigración y el exilio, crearon una obra gráfica humorística,

entre otros, José María Cao, Álvaro Caruncho, Cebrián o Forxán.

Los años finales de la dictadura y la transición supusieron un respiro y el humor

gráfico resurgió con nuevos ímpetus, siendo utilizado como arma política con mucha

frecuencia. Además, a partir de la transición cambió el estatus del humorista gráfico,

que ahora puede utilizar sus viñetas como único medio de vida. Aunque seguirá

habiendo dibujantes y pintores que ocasionalmente realicen humor gráfico, se tiende a

la especialización de los autores, frente a lo que había ocurrido hasta ese momento.

El estado del bienestar y de las autonomías, marco de los años finales del siglo

pasado, fue un caldo de cultivo especialmente fructífero para el género del humor, que

recuperó su libertad de expresión, aunque condicionada por la ley de la oferta y la

demanda del mercado editorial. Un ejemplo de este resurgir puede ser la edición de

antologías de viñetas de distintos creadores de humor gráfico gallego, en las que

recogen su producción, solucionando así el problema de la dispersión de sus viñetas

publicadas en diversos medios periodísticos.

2. CASTELAO

Si bien Castelao no fue el iniciador del humor gráfico gallego, ni mucho menos,

podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que, debido a la calidad, magnitud y

repercusión de su obra gráfica, incluso a nivel popular, es considerado el padre de esta

manifestación artística en Galicia y la gran parte de los humoristas gráficos posteriores

han recibido influencias suyas, en mayor o menor medida, y lo han tomado como

referente para realizar sus viñetas.

Dentro del numeroso grupo de los dibujos de Castelao que aborda, de manera

más o menos directa, el contacto lingüístico entre el gallego y el castellano, se puede

establecer una pequeña diferenciación o clasificación:

— Los que presentan el texto del pie de la viñeta escrito en lengua gallega.

— Los que presentan el texto del pie escrito en lengua castellana.

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— Los que presentan el texto del pie parte en lengua castellana, parte en lengua

gallega; en este caso la elección del autor ya refleja la realidad del contacto de lenguas.

En cualquiera de los tres casos, la perspectiva de Castelao es clara: el fenómeno

de contacto entre el castellano y el gallego que se aprecia en Galicia es diglosia, no

bilingüismo. El autor de Rianxo muestra en sus dibujos cómo el uso de uno u otro

idioma supone la diferencia de clase, de nivel cultural y de comportamiento de los

personajes. La identificación lingüística realizada por Castelao es la siguiente: hablan

gallego los personajes que son caracterizados positivamente, bien el labrador pobre y

honrado (símbolo de la Galicia rural), bien el intelectual galleguista. El castellano lo

hablan los caciques, en muchos casos de forma incorrecta, por su bajo nivel cultural, las

clases altas que no mantienen ninguna relación afectiva con el territorio gallego y los

que quieren aparentar más de lo que son: es decir, aquellos personajes que él caracteriza

de forma negativa. Castelao, por lo tanto, invierte la situación de valoración del uso de

estas dos lenguas: mientras que socialmente el gallego está mal visto y se considera

lengua de pobres, incultos y analfabetos, Castelao le da en sus dibujos el prestigio de las

cualidades morales de aquellos personajes que lo emplean. Sin embargo, el castellano,

que socialmente es la lengua de cultura en Galicia en esa época, aparece utilizado

constantemente en los dibujos de Castelao por unos personajes que lo desprestigian,

porque no lo conocen o porque con su comportamiento desvirtúan cualquier idioma que

usen.

Castelao pretende ridiculizar a aquellos que hablan castellano, ensalzando a

quienes mantienen vivo el uso del gallego, haciendo un uso maniqueísta de ambas

lenguas en su obra: los personajes gallegos resultan simpáticos y son moralmente

buenos, mientras que los que hablan castellano son desagradables y moralmente

censurables por su conducta.

El estilo de Castelao es inconfundible y sus características fundamentales son: la

condensación textual, el dibujo concebido como unas líneas esquemáticas

suficientemente caracterizadoras del personaje, la ausencia de perspectiva o profundidad

de planos, la ausencia de color (que parece aumentar el dramatismo de las escenas

representadas) y la presencia del lirismo y la ternura. Esta última característica es la que

mueve al espectador que contempla el dibujo a una leve sonrisa, nunca a la risa abierta,

porque el contexto y las situaciones representadas incitan, en la mayoría de los casos, a

tener lástima de los personajes representados. En este sentido podemos considerar que

Castelao reproduce la idea de Mark Twain de que debajo del humorismo hay siempre

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un gran dolor, y por eso es necesario abordar el humor con una profunda ternura hacia

el ser humano que lo protagoniza.

3. HUMORISTAS GRÁFICOS GALLEGOS ACTUALES

La huella de Castelao, como ya se ha dicho anteriormente, está latente o patente

en casi todos ellos, aunque cada uno busque su propio camino artístico. La influencia

del político de Rianxo puede servir como explicación de la orientación nacionalista de

la mayoría de los humoristas gráficos gallegos (X. Lois o Xaquín Marín, por ejemplo, lo

reconocen abiertamente). Dibujar viñetas en Galicia, utilizando como lengua base el

gallego ya de por sí resulta una toma de partido lingüística y en muchos casos política,

si tenemos en cuenta que el gallego es una lengua que tiene una presencia minoritaria en

todos lo medios de comunicación de la comunidad actualmente.

En general, los humoristas gráficos gallegos se encuentran con una importante

limitación a la hora de producir su obra: cuentan con pocos espacios para publicar sus

viñetas en prensa. Los periódicos de la comunidad aportan dos o tres tiras cómicas

diarias, pero en ellas publican los autores consagrados y son pocas las publicaciones

periódicas impresas en gallego que destinan espacio a las viñetas4.

Otro medio de difusión de la obra de estos autores ya desconocidos es la

publicación de antologías monográficas con sus viñetas ya publicadas5. Este sistema,

que tiene como precedente las Cousas de Castelao, ha permitido a autores como

Quesada, Cebreiro, Xaquín Marín, Siro, Lalo o Xosé Lois, ver recopilada en volúmenes

una gran parte de su obra, que de otra manera se encontraría totalmente dispersa en las

distintas publicaciones periódicas para las que han trabajado.

Sin embargo, para un humorista gráfico que está comenzando su carrera, hacer

llegar su trabajo al público es difícil, porque los periódicos de la comunidad ya cuentan

con sus autores fijos, e imprimir una antología propia no está a su alcance. Como único

recurso pueden publicar ocasionalmente en publicaciones menores, de escasa tirada y

con frecuencia sin periodicidad concreta, o en alguna antología de varios autores

promocionada por algún tipo de institución. Estas iniciativas, aunque interesantes, no

son demasiado seguidas por el público, de modo que difícilmente un humorista gráfico

4 Una excepción es A Nosa Terra, que aparece en las librerías cada quince días y mantiene varios espacios de humor gráfico. 5 Para conocer algunas de estas publicaciones, consultar la bibliografía utilizada en este trabajo.

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Eva TEIJEIRO SUÁREZ: El humor gráfico gallego y el contacto de lenguas

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puede aspirar a lograr el reconocimiento y la fama a través de ellas, y más teniendo en

cuenta que el verdadero impacto del chiste gráfico se muestra en la calle, mediante la

prensa diaria.

Para revisar todo el material producido dentro del humor gráfico gallego

reciente, es útil establecer una clasificación similar a la utilizada con los dibujos de

Castelao: algunas viñetas reflejan la existencia del contacto entre el gallego y el

castellano mediante la utilización de las dos lenguas en los pies de viñeta o en los

bocadillos de los personajes, pero otras tratan el tema empleando como única lengua el

gallego. El uso del castellano como lengua única en este tipo de humor gráfico tiende a

desaparecer en la actualidad, y resulta difícil encontrar ejemplos.

Algunos de los autores más destacables de humor gráfico gallego de los últimos

años del s. XX que continúan realizando su aportación en los medios de comunicación

escritos son: Xosé Lois (padre del «carrabouxo»), Xaquín Marín, Quesada, Siro, Gogue,

Kiko da Silva...

La nómina de autores de humor gráfico en gallego que están intentando hacerse

un hueco en el mercado es inmensa, y sólo citaremos a algunos de ellos, como

Reimundo Patiño, Fragoso, Tokyo, Ignacio Hortas, Bofill, Xosé Guillermo, Bernar,

Calros Silvar, Nachortas, Hermo, Paz López Losada, Tizón, Alfredo López Fernández...

Muchos de estos autores citados con anterioridad, reconocidos o aún no, siguen

utilizando como tema de algunas de sus obras el contacto lingüístico del gallego y del

castellano en Galicia.

4. CONCLUSIONES

En líneas generales, se puede decir que la tendencia en el humor gráfico gallego

a lo largo del s. XX ha sido continuista. Seguramente este continuismo esté relacionado

con la utilización de una misma temática, pero también con el hecho de que muchos de

los aspectos que las viñetas de principios de siglo denunciaban, no han cambiado

sustancialmente.

En cuanto a la forma, técnicamente se han producido cambios, uno de los más

significativos es el abandono de los pies de viñeta para los textos y la preferencia por

uso de los bocadillos para manifestar las conversaciones entre los personajes. Esta

modificación parece corresponderse con la progresiva evolución desde el dibujo con

texto hasta la viñeta propiamente dicha, fenómeno que se ha producido durante el s. XX.

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Además, los dibujos han abandonado en parte el esquematismo heredado de Castelao,

aunque la concisión se mantiene como norma general en el texto que se introduce en la

viñeta. Las escenas representadas por los humoristas gráficos tienen mayor complejidad

paulatinamente: se emplean colores, se intenta darles profundidad, se utilizan nuevas

técnicas y recursos artísticos... En cualquier caso se mantiene, por supuesto, la

indisolubilidad del vínculo entre el dibujo o viñeta y el texto que incorpora y que resulta

necesario para la comprensión del significado.

Temáticamente, el humor gráfico contemporáneo en gallego ha conservado la

intencionalidad de denunciar la existencia de diferencias lingüísticas entre el gallego y

el castellano (situación diglósica) y reivindicar su equiparación en todos los aspectos

(situación de bilingüismo real) o, algunos autores, defender el monolingüismo gallego.

Si la temática y la reivindicación del gallego se han mantenido, lo que ha aportado la

obra de los humoristas gráficos en gallego más recientes son nuevos aspectos y

perspectivas.

Algunos de estos temas novedosos son: el tratamiento de desigualdad que los

medios de comunicación dan a ambas lenguas, el fenómeno politizado del «Día de las

letras», la política lingüística de la Xunta, el comportamiento hipócrita con respecto a la

lengua gallega de la administración y las instituciones, las reflexiones metalingüísticas

de los gallegohablantes...

En lo que se refiere a las nuevas perspectivas, nos encontramos con temas de

siempre que son revisados por los creadores de humor gráfico más recientes, que de este

modo establecen un diálogo con autores anteriores a ellos que han tratado los mismos

motivos con anterioridad. Aparecen cada vez con mayor frecuencia los contextos

urbanos y los ambientes de movida, la influencia del contexto político nacional e

internacional sobre la situación gallega, la figura del Rey de España y muchos políticos

contemporáneos (en este caso el más presente es Manuel Fraga Iribarne, Presidente de

la Xunta de Galicia), las interferencias lingüísticas entre el gallego y el castellano, que

inducen a cometer numerosos errores gramaticales (sobre todo a los que hablan en

castellano)...

Por último, hay que mencionar que la progresiva revalorización de esta

disciplina humorística ha potenciado que cada vez menos sea considerada como un

género artístico menor. En Galicia, numerosos creadores gráficos han desarrollado un

proyecto que pretende dotar a los humoristas gráficos de un ámbito artístico de

publicación específico en lengua gallega (la revista de humor juvenil Golfiño). Su

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Eva TEIJEIRO SUÁREZ: El humor gráfico gallego y el contacto de lenguas

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objetivo es conquistar nuevos espacios de cultura para esta lengua menospreciada

socialmente y, más recientemente, potenciada desde ámbitos institucionales de forma un

tanto artificial.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS ESTÉVEZ, A., 1999, «Golfiño, da vida mariña á pizzería». A Nosa Terra 23 de decembro, 40. FORNEIRO PÉREZ, José Luis, 1999, «O bilingüismo da literatura popular galega». A Nosa Terra 22 de

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© RAMÍREZ LUENGO, José Luis. 2005. «Contacto hispano-portugués en la Romania Nova: aproximación a la influencia portuguesa en el español uruguayo del siglo XIX». Res Diachronicae Virtual 4: El Contacto de Lenguas. Número monográfico coord. por Ana Rodríguez Barreiro y Ana García Lenza. 115-132.

CONTACTO HISPANO-PORTUGUÉS EN LA ROMANIA NOVA: APROXIMACIÓN A LA INFLUENCIA PORTUGUESA EN EL ESPAÑOL URUGUAYO DEL SIGLO

XIX

JOSÉ LUIS RAMÍREZ LUENGO Universidad Nacional de Mar del Plata (Rep. Argentina)

1. Es de sobra conocida la peculiar situación lingüística que ofrece en la

actualidad la República Oriental del Uruguay, donde se puede establecer de forma

sencilla una división que, tomando por eje el Río Negro —en el centro del país—,

determina una parte norte, caracterizada lingüísticamente por una marcada influencia

portuguesa, frente a otra que engloba todo el sur del país y que carece, en contraste con

la anterior, de tal influjo luso, según se pone de manifiesto en la siguiente descripción

de Elizaincín (1992b: 760-761):

Una de las causas más notorias de la regionalización N-S es la presencia del

portugués en la zona NE del país. Según la a esta altura ya abundante bibliografía al respecto, existen en Uruguay variedades lingüísticas lusitanas [...] tan antiguas como el mismo poblamiento del territorio. Estos dialectos conviven en la zona norte (en parte E) con variedades urbanas o rurales del español.

Ahora bien, tal situación no resulta privativa de la época actual, sino que tiene

sus raíces en los mismos orígenes del proceso de poblamiento del país, que, de nuevo

según Elizaincín (1992b: 761), parte de dos fuentes diferentes: una de ellas, de base

hispánica y con un claro predominio canario, se asienta en el sur y posteriormente se

expande hacia el norte del país, mientras que la otra, de origen lusitano, «con

modalidades de asentamientos muy distintas ya que, en general, no se trató de

establecimientos definitivos y duraderos, sino esporádicos, a veces fugaces, ingresa al

territorio por la zona N-NE» (Elizaincín 1992b: 761).

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Res Diachronicae Virtual 4 (2005): El Contacto de Lenguas

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Así pues, durante los siglos XVIII y XIX se puede describir la situación lingüística

de la República como un núcleo hispánico establecido en torno a la ciudad de

Montevideo y las orillas del Plata1, rodeado a su vez de una zona rural de habla

portuguesa que se funde sin cortes bruscos con los territorios luso-hablantes de lo que

hoy constituye Rio Grande do Sul. A este respecto, Elizaincín (1992: 98) indica que en

el siglo XIX no existe una frontera como tal, y que «hubo que esperar la constitución de

un estado independiente (1825) para que se empezara a ejercer cierto control. De todos

modos, tanto en el siglo XVIII como en el XIX los controles estaban dirigidos a la

vigilancia del contrabando de ganado. El establecimiento pacífico de portugueses en la

zona no era en absoluto impedido» (Elizaincín 1992: 98).

A esta fuerte presencia lusitana existente en el siglo XVIII y primera mitad del

siglo XIX se ha de sumar, como recuerda Rona (1965: 8), la invasión portuguesa que,

tras la primera declaración de independencia, domina el Uruguay por diez años, lo que

trae consigo no sólo un «notable incremento de la colonización portuguesa hasta los

últimos confines meridionales, en las orillas del Río de la Plata» (Rona 1965: 8), sino

también que el norte del actual territorio uruguayo se termine por poblar con habitantes

de este origen, de modo que en 1861 una amplia franja del norte y noreste del país se

encuentra «ocupada casi exclusivamente por brasileños y pertenece, por lo tanto,

lingüísticamente al portugués riograndense» (Rona 1965: 11).

Esta importante presencia lusa a que se ha hecho mención —que, a la postre, va

a dar lugar a la creación de unos dialectos mixtos hispano-portugueses conocidos con el

nombre de fronterizo, o Dialectos Portugueses del Uruguay (DPU)2— se trasluce

también en el hecho de que a mediados del siglo XIX haya alrededor de 40.000

brasileños viviendo en el territorio de la República —de un total de 100.000 habitantes

que en ese momento tiene el país—, muy especialmente en la zona norte, lo que lleva a 1 Téngase en cuenta que la fundación de Montevideo en 1724 no es más que la respuesta hispánica al afán expansionista de Portugal, que, pretendiendo alcanzar en sus territorios brasileños las «fronteras naturales» del Plata, funda en 1680, en la Banda Oriental, la Colonia do Sacramento, frente a la ciudad de Buenos Aires. 2 La bibliografía existente sobre estos dialectos es numerosa: además del clásico trabajo de Rona (1965), resultan imprescindibles los estudios de Elizaincín (1973, 1976, 1979, 1987, 1992) y otros como Hensey (1972, 1982, 1982b). En cuanto al porqué del nacimiento de estos dialectos mixtos —si es que son dialectos mixtos y no simples variedades del dialecto portugués de Rio Grande do Sul, opción por la que se inclinan estudiosos como Behares—, Lipski indica que «las razones para la formación de un dialecto fronterizo, y no únicamente de un simple biblingüismo con cambio de código y una leve capa de préstamos [...], tiene sus raíces en un complejo conjunto de circunstancias sociohistóricas, debido a las cuales los habitantes rurales de una zona aislada y marginada se vieron atraídos en dos direcciones

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José Luis RAMÍREZ LUENGO: Contacto hispano-portugués en la Romania Nova

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José Pedro Varela a decir que «en la hora actual, el Brasil [...] domina con sus súbditos,

que son propietarios del suelo, casi todo el Norte de la República: en toda esta zona,

hasta el idioma nacional se ha perdido ya, puesto que es el portugués el que se habla con

más generalidad» (Elizaincín 1992: 99). Estas opiniones, como indica Elizaincín (1992:

100), permiten afirmar que, por lo menos desde la segunda mitad del siglo XIX, este

idioma constituye la lengua más hablada en la zona norte del país, donde el español

presenta un uso minoritario o claramente marginal3.

Así pues, resulta ya indiscutible la necesidad de tener en cuenta la presencia del

portugués a la hora de trazar la descripción lingüística —diacrónica o sincrónica— de

los territorios que hoy constituyen el Uruguay4, y es precisamente esta presencia

importante y continuada lo que permite suponer la existencia de influencias de esta

lengua sobre el español propio de la parte sur del país5: a este respecto, indica

Elizaincín (1992b: 762) que

la fortuna del español en Uruguay está inevitablemente unida a la del portugués [...], lengua del Brasil, país-continente de inevitable gravitación en el desarrollo de la vida independiente del Uruguay y, en forma muy especial, en el momento de las luchas constitutivas del país como entidad autónoma en las primeras décadas del siglo pasado.

2. En relación con lo anterior, el presente trabajo intenta señalar algunos

elementos del español uruguayo de la primera mitad del siglo XIX —el momento de

lingüísticas distintas, pero esa atracción no fue lo bastante fuerte para fundirse completamente en una lengua con una única base» (Lipski 1996: 375). 3 A este respecto, Behares (s.d.) va incluso más lejos, al definir la población existente en la región fronteriza —tanto a un lado como al otro del límite político— como «una sociedad ‘criolla’, preponderantemente rural y ágrafa, hablante de un portugués aprendido inicialmente sobre bases guaraníes y con cierta presencia no determinante del español», situación de monolingüismo portugués que se extiende hasta las primeras décadas del siglo XX. Véase este trabajo para todo lo que tiene que ver con la introducción del español en la región, así como con las diferentes realidades sociolingüísticas que tal proceso conlleva. 4 A este respecto, se debe mencionar el proyecto Historia del Portugués del Uruguay, que en estos momentos —y bajo la dirección de A. Elizaincín y M. Coll— se está llevando a cabo en la Facultad de Humanidades de la Universidad de la República (Montevideo, Uruguay), y en el cual no sólo se trata de ahondar en la historia de esta lengua en tierras uruguayas, sino también —y en la línea del presente trabajo— en las consecuencias que el contacto de ésta con el español tiene en la conformación de la variedad española hablada hoy en el Uruguay. Una primera presentación de los resultados a los que se está llegando se encuentra en Bertolotti, Caviglia y Coll (s.d.). 5 No son sólo factores de tipo diatópico los que determinan la presencia de influencia portuguesa en el español rioplatense, sino también otros de tipo diastrático: así, el habla del gaucho ofrecerá, por ejemplo, un número de portuguesismos más elevado que el de otros estratos sociales, más relacionados con la ciudad. Con todo, y dentro ya del habla rural, el Uruguay ofrece —como era de esperar— más términos de origen luso que la zona bonaerense, según indica Gallardo (2000: 242). Véase este trabajo para todo lo que tiene que ver con las influencias del portugués en el español del gaucho, así como para las de esta lengua en el habla caipira del sur del Brasil.

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«inevitable gravitación» de Brasil sobre la vida del Uruguay independiente señalado por

Elizaincín (1992b: 762)— cuya presencia se puede deber a la influencia que el sistema

lingüístico portugués ejerce sobre el español hablado en esta época en la parte sur de la

República.

A este respecto, resulta importante indicar que el material analizado corresponde

en su totalidad a informantes originarios de esta parte más meridional del país, es decir,

de aquélla que se ha definido como de base hispánica, y, por lo tanto, se ha

caracterizado por el menor influjo lusitano. No se trata, pues, de estudiar la historia de

los dialectos fronterizos del norte, sino de intentar establecer algunas características de

los distintos niveles lingüísticos cuya presencia en la subvariedad uruguaya del español

rioplatense puede achacarse a la peculiar situación lingüística del Uruguay del siglo XIX,

con un adstrato portugués —según se indicó anteriormente— de gran importancia6.

Se ha llevado a cabo, por lo tanto, el análisis de un conjunto de 180 cartas

familiares intercambiadas entre 1825 y 1846 por Fructuoso Rivera y su esposa

Bernardina Fragoso de Rivera7, ambos criollos y nacidos en la zona sur del país a

finales del siglo XVIII8; ambos presentan, además, características de lo que se ha

denominado en algunas ocasiones una mano inhábil9, esto es, un informante que por su

escasa instrucción trasluce de forma más nítida las peculiaridades de la lengua de la

época, lo que, evidentemente, añade atractivo al análisis de su producción escrita10.

Si a este primer factor se añade el hecho de la cercana relación que une a ambos

informantes, parece posible mantener el indudable interés que la presente

documentación ofrece como manera de acercarse —en la medida de lo posible— al

6 Ténganse en cuenta, a este respecto, hechos como la ya mencionada invasión portuguesa de la República —con su conversión en Provincia Cisplatina, dependiente del Brasil— entre 1821 y 1828, o el hecho de que el portugués fuera, de acuerdo con diversos viajeros (Bertolotti, Caviglia y Coll, s.d.), una lengua habitual en el Montevideo de esta primera mitad del siglo XIX, todo lo cual abona la idea de que existan influencias de esta lengua en el español propio del sur. 7 De estas 180 cartas, hay 21 que no tienen fecha, si bien los editores las consideran de las décadas de 1830 y 1840; por otro lado, son las cartas de Rivera las que predominan: en total, se trata de 149 cartas de F. Rivera, frente a 31 de B. Fragoso. 8 En concreto, Rivera nace en el interior del país —probablemente en el Departamento de Florida— entre 1784 y 1788 (Fernández Saldaña 1945: 1089), mientras que Bernardina Fragoso nace en Montevideo el 20 de mayo de 1796, si bien desde muy joven vive en San José (Fernández Saldaña 1945: 1087); ambos, por lo tanto, nacen lejos de la zona de influencia lusitana señalada anteriormente. 9 Para todo lo que tiene ver que con este concepto, véase Marquilhas (2000: 234-241), así como la bibliografía citada en este trabajo. 10 A este respecto, véase el trabajo de Elizaincín (1993), en el que señala la idoneidad de Rivera como informante para los estudios de la historia del español del Uruguay.

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José Luis RAMÍREZ LUENGO: Contacto hispano-portugués en la Romania Nova

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español más coloquial de la época, en el que los influjos del portugués, sin el freno que

puede suponer la norma culta, aparezcan de forma más nítida y espontánea11.

3. Así pues, y de acuerdo con todo lo anterior, parece sencillo suponer que la

influencia portuguesa ha de ser importante y de cierta abundancia en el español

uruguayo de esta época, afirmación que, sin embargo, no se corresponde con los datos

que el corpus ofrece; en otras palabras, resulta fácil, de acuerdo con los datos históricos,

postular la presencia lusa en el español del Uruguay decimonónico, pero ofrece una

dificultad mucho mayor encontrar muestras de ese portuguesismo lingüístico en la

documentación uruguaya del periodo analizado.

Por lo tanto, si bien es verdad que los textos ofrecen algunas muestras de lo que

de forma indudable se ha de considerar influjo de la lengua del Brasil sobre el español

propio de la zona sur del país, lo cierto es que en la gran mayoría de los casos se debe

postular la influencia del portugués como co-causa que ayuda a mantener algunas

características en el español de la zona precisamente por su coincidencia con la solución

portuguesa: así, el uso por parte de Rivera de una forma como pior (nuestro Luna esta

pior, 28412) se ha de poner en relación con el empleo de tal variante por parte de los

grupos populares de prácticamente todo el mundo hispánico, así como con la tendencia

—muy presente en las clases populares del Uruguay de la época— a la diptongación de

los hiatos castellanos, pero tal vez se deba relacionar también con la existencia del

adstrato portugués mencionado, que, al presentar tal forma como habitual o estándar,

actúa como causa de reafirmación de tal variante.

Algo semejante se puede decir sobre el uso de escrevir, que Rivera utiliza con -e

átona de forma prácticamente exclusiva (escrebire, 6; escrebirte, 116; escrebi, 169, 191,

260, 299, 327): en este caso se puede pensar en un arcaísmo mantenido en el Uruguay

decimonónico, habida cuenta la presencia de esta forma en la Edad Media, si bien el

hecho de que Frago (1999: 41, 114, 116) tache ya de «arcaico» y «anticuado» este uso

con -e en pleno siglo XVI lleva a pensar que un empleo tan tardío en la zona estudiada se

11 Sobre la importancia de la correspondencia privada para los estudios de lingüística histórica, véase Elizaincín y Groppi (1991). 12 Todos los ejemplos están tomados de Correspondencia del General Fructuoso Rivera y de su esposa Bernardina Fragoso de Rivera (1825-1851). Montevideo, Archivo General de la Nación, 1939. Se presenta, por lo tanto, junto a la cita textual la página en que el ejemplo aparece, teniendo en cuenta que en todos los casos remite al volumen señalado.

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puede deber, entre otros motivos13, a la existencia del portugués escrever que, una vez

más, actúa favoreciendo una forma en detrimento de otra.

Resulta, por lo tanto, extremadamente dificultoso determinar en qué medida

influye el portugués en el español uruguayo de esta época debido a las múltiples razones

que pueden explicar algunas de las características de esta variedad en el periodo

analizado, si bien es cierto que en algunas ocasiones resulta muy probable que la lengua

portuguesa sirviera para favorecer el empleo de ciertas formas propiamente castellanas,

pero coincidentes con las de este idioma.

Sin embargo —y según se ha señalado ya—, el corpus ofrece otro tipo de

elementos donde las explicaciones que atienden a posibles arcaísmos o dialectalismos

del castellano resultan inadecuadas, de modo que el portugués aparece como causa muy

probable de su empleo: dentro de lo fonético se trata, por un lado, de la confusión de

consonantes oclusivas sordas y sonoras; por otro, de la presencia de una forma —

probablemente lexicalizada— como posisón, fenómenos ambos registrados en las cartas

de Rivera.

Con respecto al primero de ellos, Rivera ofrece en varias ocasiones formas en las

que se descubren confusiones gráficas entre las oclusivas sordas y sonoras, tales como

ynportunios (p. 11), pogo (p. 57) o segundando (p. 309), fenómeno que resulta de difícil

explicación atendiendo de forma exclusiva al español; sin embargo, Rona (1965: 31-32)

señala que tales confusiones aparecen de forma muy frecuente en la zona norte del país

—especialmente en la subvariedad tacuaremboense del fronterizo— como resultado,

precisamente, del contacto entre el portugués y el español en esa zona (Rona 1965:

28)14 y, si bien este fenómeno resulta especialmente abundante en esa parte del país, la

pérdida de pertinencia de la correlación de sonoridad se registra también en otros puntos

13 No se olvida tampoco, por supuesto, el posible arcaísmo de una zona marginal como el área del Río de la Plata en los siglos XVII y XVIII —a este respecto, nada dice Fontanella de Weinberg sobre el uso de escrevir en el Buenos Aires de esta época (Fontanella de Weinberg 1987)—, lo que se incrementa aún más en un área periférica —a lo largo de prácticamente toda la historia colonial— de esta misma zona rioplatense como es la Banda Oriental. 14 En tal subvariedad, se ha producido un proceso de transformación en las oclusivas y fricativas, de tal manera que mantiene en estas dos clases «grupos triangulares como el castellano, aunque su composición y sus correlaciones pertinentes son otras» (Rona 1965: 28); en cuanto al porqué del fenómeno, Rona explica que «las tres series están suficientemente caracterizadas por el órgano (o lugar) y el modo de articulación. Por consiguiente, la correlación de sonoridad pierde pertinencia y se hace accesoria [...]. Las realizaciones que corresponderían a los casilleros vacíos (/b/ /d/ y /g/), es decir, las oclusivas sonoras, serían interpretadas como alofones sonoros de los fonemas oclusivos /p/ /t/ /k/, no como alofones oclusivos de los fonemas sonoros /b/ /d/ /g/» (Rona 1965: 31).

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José Luis RAMÍREZ LUENGO: Contacto hispano-portugués en la Romania Nova

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aislados de la República como el Departamento de Florida (Rona 1965: 29), lugar de

nacimiento —muy probablemente— de Rivera.

Así pues, y teniendo en cuenta que el origen de tal fenómeno está en el contacto

hispano-portugués, no es difícil pensar que estas confusiones, esporádicas en la

sincronía actual, resultasen más habituales en la zona sur en la primera mitad del siglo

XIX, debido a la fuerte presencia que el adstrato luso representa en ese momento.

Por otro lado, la presencia de la forma posisón (Nuestro Ex.to atomado una

pocison, 127; eso no me es permitido en mi pocicon, 286) resulta también de fácil

explicación a partir del portugués: habida cuenta la tendencia existente a la «igualación

del morfema portugués -ão con el morfema castellano -ón» (Rona 1965: 43) en el

fronterizo como resultado del contacto de ambas lenguas, en este caso la unificación se

produce también entre ambos términos cognados, posição y posición, pero esto conlleva

la modificación del elemento castellano -ción para adecuarlo a lo que suele ser el

término castellano de la pareja, -ón, proceso que da como resultado la aparición de este

término posisón ajeno al español.

Frente a esta escasez de influencias en lo fónico, curiosamente parece ser la

morfosintaxis —muy especialmente la morfología— un campo más abonado para la

búsqueda de lusismos en el español uruguayo del siglo XIX; así, sin ser el portuguesismo

en este campo extremadamente habitual, resulta, sin embargo, algo más abundante15.

Con todo, y al igual que sucedía anteriormente, es necesario diferenciar los elementos

que se pueden explicar por otras causas que no sean el contacto lingüístico de aquéllos

cuyo origen parece residir en la situación de bilingüismo hispano-portugués que vive la

República del Uruguay en el siglo XIX.

Así pues, formas verbales como vía, «veía» (me parecia qe lo via ocupado en sus

giros y travesuras, 189), o esto, «estoy» (esto á ciendo repasar unos potros p.a llebar

asta lo de Aedo, 22), podrían considerarse como arcaísmos conservados en la región16,

si bien lo tardío de su aparición (1840 y 1828 respectivamente) obliga a tener en cuenta,

15 Hay que tener en cuenta, de todas formas, que algunos lusismos fónicos pueden no dejar huella en lo escrito; además, usos como el seseo o la distinción entre la palatal lateral y la mediopalatal —esto es, la ausencia de yeísmo—, sin dejar de ser, por supuesto, fenómenos hispánicos propios, pueden ser favorecidos, así mismo, por las soluciones portuguesas, coincidentes en ambos puntos con el español. 16 A este respecto, se debe indicar que ni Kany (1969) ni Fontanella de Weinberg indican nada sobre vía o estó, mientras que Tiscornia (1930: 188) registra vía en la lengua gauchesca, y señala que tal forma resulta propia de las clases bajas actualmente; con respecto a estó, Alvar y Pottier (1983: 225, n. 35) señalan que Herrera «todavía usaba estó», lo que parece poner de manifiesto su carácter ya arcaico en el siglo XVI. Téngase en cuenta, además, que tal uso se encuentra en un verso, por lo que puede estar determinado por las necesidades propias de la poesía.

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Res Diachronicae Virtual 4 (2005): El Contacto de Lenguas

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una vez más, la presencia de la lengua portuguesa, que, al contar con formas similares,

puede ser el origen de estos usos en el español uruguayo o, en caso de considerarlos

arcaísmos, puede servir de apoyo para su vigencia en el área y el periodo analizado.

Ahora bien, junto a éstas, se encuentra otro conjunto de formas verbales

morfológicamente inequívocas, esto es, que mantienen la morfología portuguesa y que,

por lo tanto, sólo se pueden entender como préstamos de esta lengua: así, ésta parece ser

la explicación de formas como veio (Nuestro Santiago asen 2 dias que esta con la

Brigada ael otro lado aci es qe no le veio asen tres dias, 241) o temos (no aviendo

venido el Go.r de Corrientes no temos con quien entende [roto], 259), semejantes tanto

en el significante como en el significado a las portuguesas vejo o temos, por lo que

parece indudable considerar el portugués como causa determinante en el uso de estos

elementos.

Algo semejante ocurre con la forma ha, del verbo haber, que se registra en

varias ocasiones a lo largo del corpus: en efecto, resulta más o menos habitual su

empleo de tipo temporal (atanto tienpo estoy preparado p.a rrecivir ese golpe, 222), en

un uso compartido por el portugués y el español a lo largo de su historia17, pero es

posible encontrar esta forma en el Uruguay decimonónico con un valor que se puede

denominar existencial (ha qui en daria cual es quier cosa porberlo for mado, 134), es

decir, el que presenta el español hay y que en portugués es expresado también por há;

aparece en el corpus analizado, por lo tanto, una situación divergente con el español en

cuanto a la expresión de la temporalidad y de la mera existencia que coincide, por otro

lado, con la que se da en el portugués, por lo que no resulta imposible pensar, a este

respecto, en el influjo de esta lengua sobre la variedad de español aquí analizado18.

Saliendo ya de lo estrictamente morfológico, también en la morfosintaxis la

presencia del portugués se puede postular como co-causa favorecedora de ciertas

tendencias que, si bien propias del español de la época, aparecen de forma más

acentuada en la variedad hablada en la región: a manera de ejemplo —y sin ánimos de

17 Si bien presenta diferencias en ambos idiomas, en tanto en cuanto en el español actual resulta una construcción arcaica, muy generalmente lexicalizada, mientras que en portugués se mantiene con toda vitalidad. En el caso concreto del español rioplatense, Fontanella de Weinberg (1987: 70) señala la presencia abundante de oraciones impersonales de valor temporal con haber hasta finales del siglo XVIII. 18 No se quiere decir con esto que la situación en el español uruguayo del siglo XIX se aparte a este respecto de lo que constituye la lengua general para coincidir de forma total con el portugués, sino que se quiere hacer hincapié en el hecho de que, junto a la expresión típica del español, parece existir también, en variación, la posibilidad de utilizar las estructuras portuguesas; se da, por tanto, la coexistencia de los modos de ambas lenguas, con preponderancia —al menos escrita— de los propios del español, pero con presencia también de los de la lengua del Brasil.

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José Luis RAMÍREZ LUENGO: Contacto hispano-portugués en la Romania Nova

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exhaustividad—, es evidente que usos como la preferencia por cantase frente a cantara

en su valor de imperfecto de subjuntivo, o el empleo de la forma en -ra con su

significación etimológica de antepretérito indicativo son fenómenos que no resultan

desconocidos en el español decimonónico, pero el hecho de que coincidan con

estructuras propias de la lengua portuguesa puede actuar como refuerzo para su uso más

abundante en una variedad lingüística, el español uruguayo, sometido a un fuerte

adstrato luso.

Respecto al primero de los fenómenos, resulta de sobra conocido cómo ya para

el siglo XVIII cantara y cantase han convergido en un único valor común a ambas

formas, el de pretérito de subjuntivo, debido al proceso de migración modo-temporal de

la forma en -ra, lo que da como resultado la existencia, a partir de ese momento, de dos

alomorfos en competencia para un único contenido19; ahora bien, si a lo largo del siglo

XVIII aparece de manera muy clara la preferencia por cantase en las diversas variedades

y registros de la lengua para este papel de pretérito de subjuntivo, el siglo XIX supone un

cambio a este respecto, al darse en esta centuria el proceso de cambio que va a culminar

en el actual —y prácticamente general— uso mayoritario de cantara en tal función.

El proceso inmediatamente descrito no sucede, sin embargo, de igual manera en

toda Hispanoamérica, y así a comienzos del siglo XIX en México cantara se registra en

el 86 % de las ocasiones, mientras que cantase sólo aparece en el 14 % restante

(Donnell 1950: 70-71); al mismo tiempo, en Venezuela los porcentajes ofrecen un uso

mayoritario de la forma en -se, con el 71’17 % de las apariciones, frente al 28’82 % del

alomorfo en -ra (Ramírez Luengo, en prensa). Junto a estos datos, el español del

Uruguay se muestra aún más conservador, al ofrecer un 77’77 % de empleo de cantase

(Ramírez Luengo 2001: 179), porcentaje aún más acentuado en el caso de Rivera, que

registra este alomorfo en el 84’62 % de las ocasiones.

Así pues, estos datos hacen pensar en que tal vez parte de la tendencia muy

marcada a utilizar la forma en -se en detrimento de cantara —un 13 % y un 70 % más

en Uruguay que en Venezuela y México— se deba poner en relación con el contacto

lingüístico español-portugués que se da en la República Oriental del Uruguay en esta

primera mitad del siglo XIX; evidentemente, una vez más se debe hablar de la influencia

lusa en términos de co-causa —se trata, no se olvide, de un fenómeno que se da también

19 La bibliografía acerca de tal proceso de convergencia resulta ingente, pero véase como trabajo fundamental el de Veiga (1996), así como la bibliografía allí citada.

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en otras variedades—, esto es, de factor que sirve de refuerzo de una tendencia existente

ya en el sistema lingüístico del español.

En cuanto al uso de cantara con su valor etimológico de antepretérito indicativo,

también es un uso que aparece en el español del siglo XIX, muy especialmente —y por

afán culto— en los registros más altos de la lengua escrita, por lo que resulta cuanto

menos llamativo su empleo por parte de unos informantes, los aquí estudiados, de bajo

nivel social y con un grado de formación muy rudimentario (apenas tubimos esplicacio

nes y me digiese ella que te abian engañado, se me quito el enojo, 61; va en conpaña

delos carretilleros qe trajeran la Inf.a, 141).

Si se comparan, además, los datos del Uruguay (Ramírez Luengo 2001) y de

Venezuela (Ramírez Luengo, en prensa) del mismo período, se puede apreciar

claramente cierta preferencia por este uso en el primero de los países citados: así, si en

Venezuela se registra un solo caso del total de 80 apariciones de cantara/se con valores

diferentes al del pretérito subjuntivo —un 1’25 % del total de usos no sinónimos—, en

el Uruguay son cuatro las apariciones sobre 17 ejemplos, lo que equivale al 23’52 % de

las ocurrencias. Una vez más, parece posible poner en relación esta diferencia en el

porcentaje de empleo con la presencia en el área rioplatense de una lengua, el

portugués, que aún mantiene vivo el valor de antepretérito indicativo de cantara y que,

de nuevo, puede actuar como factor que favorece un empleo presente también en otras

regiones hispánicas, pero de manera mucho más restringida.

Así pues, de todo lo anterior parece deducirse el influjo de la lengua portuguesa

en la morfosintaxis del español de la región, si bien lo resbaladizo que resulta ponderar

tal influencia en un campo como el morfosintáctico obliga a tener cierta cautela: a la

espera de análisis más profundos, se debe apuntar, por el momento, que el portugués

parece ser un elemento de mayor o menor peso que favorece la presencia —o el uso

más abundante— de fenómenos que no resultan desconocidos en otras diatopías o

diacronías, pero cuya aparición en el Uruguay decimonónico resulta llamativa, bien por

su abundante presencia o bien por lo tardío de su empleo.

Más fácil resulta, frente a lo anterior, hablar del peso de lo portugués en lo que

tiene que ver con el nivel léxico: como es sabido, este nivel constituye la parte menos

sistemática de una lengua, por lo que los préstamos por contacto resultan muy

frecuentes, y a este respecto —y en relación con el tema aquí analizado— indica Frago

(1999: 151) que «el contacto entre pueblos, sea pacífico o bélico, inevitablemente

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favorece el intercambio lingüístico, de manera muy especial fijado en el préstamo

léxico, y en la extensísima área del Río de la Plata esa doble relación entre portugueses

y españoles fue constante». Así pues, no resulta sorprendente que el corpus estudiado

ofrezca una serie de términos que, por diversas razones, se pueden denominar lusismos

léxicos20.

Con todo, también dentro del léxico es posible distinguir diferentes tipos de

influencia del portugués sobre el español, de manera que las unidades de este origen se

pueden dividir, al igual que en el caso de la morfosintaxis, en un grupo cuya presencia

es el resultado directo del contacto con el portugués y otro en el que la lengua

portuguesa es simplemente un factor añadido que ayuda a explicar su uso en el Uruguay

del siglo XIX21.

Dentro de este último se encuentran aquellas palabras que existen tanto en el

español como en el portugués, es decir, un conjunto de términos de significante común

cuya existencia con un significado total o parcialmente semejante en ambas lenguas

puede explicar el que se mantengan en la región analizada mientras quedan relegados en

otras, en un proceso de refuerzo semejante al que se ha señalado para algunos de los

fenómenos morfosintácticos arriba indicados; en este caso —y al igual que en otros

niveles lingüísticos— el portugués no es sino una co-causa que explica la pervivencia

de términos que resultan desconocidos en otras variedades del español del siglo XIX.

Tal parece ser, por tanto, la explicación que se puede dar a términos como seca

(su friendo la ce p.r q.e la Seca es espantosa, 380), que el DCECH señala como popular

en partes de la Argentina con la acepción de ‘sequía’ que registra el corpus, y que los

diferentes diccionarios portugueses (DPE, DLPO) ofrecen con el mismo valor; o zonzo,

habitual en España en el siglo XVIII y de uso muy vivo en América actualmente con el

valor de ‘tonto’ según el DCECH, mientras que en portugués brasileño adopta el de

‘aturdido’, acepciones ambas que encajan en el contexto que se recoge en el corpus (no

equerido salir fugado como lo deceavan algunos sonsos y otros pi caros, 361), así como

la forma saraza (promuevas entre las SS de Monte.o [...] uns suscricion que nocea

plata, pero ci una vara de liencillo sarasas ordinarias arros fariña vayetas &.a, 387), 20 No ha sido posible, desafortunadamente, consultar para este trabajo el diccionario de Machado (1967), que sin duda habría aportado datos de notable importancia para una mayor profundidad en el estudio del portuguesismo léxico. 21 Téngase en cuenta, además, que algunos de los portuguesismos que se presentan a continuación no son exclusivos del Uruguay, sino que se pueden localizar en numerosas partes de América como resultado de

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que el DCECH define en América como ‘grano que está en su sazón intermedia’ y para el

que no aporta ninguna cita rioplatense22, si bien se relaciona con usos semejantes de

Andalucía o el Alentejo portugués.

Del mismo modo, el empleo abundante del adverbio cuasi frente a casi (en estos

3 dias e despachado cuasi todo, 71; ayer cuasi me dio otro golpe el Cavallo, 407), si

bien resulta habitual actualmente «en el lenguaje vulgar de España y de América»

(DCECH) —tampoco es desconocido en la lengua gauchesca (Tiscornia 1930: 13)—, lo

cierto es que constituye también la forma estándar del portugués, por lo que, según se

indicó ya, tal vez se pueda postular la presencia de esta lengua como factor favorecedor

de su uso frente a casi.

Algo en parte semejante ocurre también con el verbo acordar (no eparado desde

aquel mom.to pues cuando urquisa a cordo yo mele puse a distancia a 3 leguas, 378),

que en el contexto citado parece corresponder a la acepción de ‘caer en la cuenta’ que el

DRAE considera propia de León y de la Argentina, y que el DCECH tacha de anticuada al

igual que la de ‘despertar’, significado que resulta ser el habitual del término en

portugués (DPE, DLPO); resultaría, por tanto, esta lengua un factor que favorece el

empleo del verbo con esta significación, arcaica pero —lo que es más significativo—

propia del occidente peninsular23.

Frente a todo lo anterior, el corpus ofrece también una serie de términos cuya

presencia en la variedad de español analizada es claramente atribuible a la lengua

portuguesa, bien porque éste es el origen de la palabra en cuestión, o bien porque su

significación es la propia de este idioma, en lo que resulta ser la muestra más visible —

más indiscutible— del contacto lingüístico entre las dos lenguas iberorromances.

Así, dentro de las primeras se registran términos que ni siquiera existen en

español como crime24 (no puedo ni devo en mi pocecion dejar ynpunes tales crimes,

372) u otros que, tomados del portugués, han entrado en la lengua española: fariña (una

múltiples razones de tipo histórico —emigración portuguesa, pero también canaria; presencia de léxico marinero de este origen, etc.— que expone Frago (1999: 135-161). 22 De hecho, el DCECH localiza el término en México, Cuba, Venezuela y Ecuador, sin que su uso llegue al Perú, por lo que su localización en el Uruguay, si no se piensa en un préstamo del portugués del Brasil —y eso en caso de que el término alentejano exista en el portugués brasileño—, resulta cuando menos llamativo. 23 A este respecto, y según el DRAG, acordar tiene también el valor de ‘darse cuenta’, ‘caer en la cuenta’, en gallego, por lo que no resulta ilógico pensar que tal significado exista también dialectalmente en portugués. 24 Este término aparece también entre los portuguesismos que Cristóbal Colón utiliza en sus escritos, según indica Nogueira (1950: 93)

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vara de liencillo sarasas ordinarias arros fariña vayetas &.a, 387), que el DCECH

localiza en la Argentina con el significado de ‘harina de mandioca’; petizo, con el valor

de ‘caballo enano’ (no estraño que se te aya olbidado mandarme [...] el peticito de la

niña que ofresistes y que Bernardo ubiera traydo con los caballos, 33-4), de nuevo en

relación con un portugués petiz, ‘menino ou criança’ en Brasil según DCECH; o picote,

‘tela áspera y basta’ (yo no tenia ni una vara de picote para darles, 314), que

Corominas localiza en castellano en 1214, pero el DRAE considera portuguesismo

tomado de picoto/picote, con el mismo significado25.

También se puede considerar lusismo un término como teste (an llegado por el

correo porcion de cartas todas con testes en qe trascriven una noticia yn portante, 264),

que si bien se registra en castellano con el significado de ‘testigo’, el DCECH no sólo lo

tacha de «raro», sino que, además, aporta únicamente dos ejemplos de la Edad Media;

parece más probable, por tanto, que se trate de un préstamo del portugués, donde el

término teste, con el mismo valor de ‘testigo’, resulta habitual hasta la sincronía actual

(DPE, DLPO)26. Por otro lado, aparece también en las cartas la palabra fogaje (hasta

Pablito lo tengo con un fogaje en todo el cuerpo, 77), que el DRAE define como

‘erupción en la piel’ y tilda de canarismo, si bien tal presencia en Canarias se debe

poner en relación con la existencia de un portugués fogagem del mismo significado

según el DCECH, el DPE y el DLPO, lo que obliga en este caso a interrogarse sobre su

fuente de entrada en el español uruguayo, que puede ser la canaria —recuérdese que,

según indican Elizaincín et alii (1997: 12), son familias de este origen el primer núcleo

poblacional de la región— o, por el contrario, el portugués del norte del país27.

Por último, resulta también de interés el término descangallado (yo me pondre

formal y nadie ade rre pararme qe an do des cangallado como ce dice vulgarm.te, 256),

25 Asimismo, dentro de este grupo cabe señalar también el término tocano (te mando un pico formidavle, de tocano p.a tu muceo de la quinta, 245), ‘ave trepadora do Brasil’, término de origen guaraní (DLPO) que Corominas localiza hacia 1800 en Félix de Azara: como es sabido, la forma castellana habitual es tucán; mientras que la aparecida en el corpus corresponde con la portuguesa tucano —presente en este lengua desde 1587—, lo que ayuda a pensar que tal vez la variante registrada se pueda considerar préstamo de este idioma en el español de Fructuoso Rivera. 26 Por lo que toca a este término, la profesora Bertolotti me indica que tal vez no se trate de testes, sino que se debe entender mejor como contestes, que, según sus propias palabras, se puede traducir por ‘coincidentes’, significado que encaja perfectamente en el contexto señalado y que constituye, por lo tanto, un lusismo puro. Le agradezco a la profesora Bertolotti tal puntualización, que aclara notablemente el término analizado. 27 A este respecto, ya Granda (1968) señalaba que se debe considerar el español canario la fuente de entrada de muchos de los lusismos que hoy se extienden de forma amplia por el español de América, idea que repetía posteriormente Frago (1999: 160). Este hecho resulta aún más probable, evidentemente, para un caso como el del Uruguay, cuya primera base poblacional fue en gran medida de este origen.

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que el DRAE considera de origen gallego o portugués —en ambas lenguas existe

actualmente, en Brasil en el caso de la segunda—, y que en esta ocasión presenta el

significado luso de ‘desarreglado’, frente a las distintas significaciones que el término

ha adoptado en gallego; asimismo, la valoración que de tal término ofrece el ejemplo

(como ce dice vulgarm.te) parece mostrar la apreciación sociolingüística que, al menos,

de algunos portuguesismos se tiene en la época: la consideración vulgar de los términos

portugueses se podría relacionar con el hecho de que ésta sea la lengua popular, del

interior rural, frente al español, que se conforma como la lengua de la capital y, con

ello, la lengua de cultura y de prestigio, en un marco diglósico no muy diferente al que

actualmente existe en el norte bilingüe del país (Behares s.d.).

En cuanto al portuguesismo semántico, se presentan en este grupo una serie de

términos que existen también en español, pero que en este caso no ofrecen el

significado —o el significado más habitual— de esta lengua, sino otro coincidente con

el que tal unidad léxica registra habitualmente en portugués. Tal es, por ejemplo, el caso

de mellado (ya estoy mui melladito para sufrir los frios, 98), que en español tiene la

acepción de ‘falto de un diente’ o ‘que presenta un golpe en el borde’, todo relacionado

con la idea de ‘hueco, defecto, imperfección’ (DCECH), mientras que en portugués

presenta, entre otras, la de ‘delgado, enclenque’ (DPE), o ‘débil, flaco, frágil’ (DLPO),

que parece corresponder con la significación del ejemplo arriba indicado.

Del mismo modo, también términos como banda en su acepción de ‘zona, parte

o lado’ (tienen en la Banda oriental una familia llena de afliciones, 30) resulta ser un

portuguesismo semántico de acuerdo con Frago (1999: 142, n. 19; 156, n. 58), y

también así se puede considerar el uso de suceso con la acepción de ‘éxito’ (reuna todas

las cualidades vastantes para poder llevar la en presa con onor y ven suceso, 12-3;

provablemente avran grandes sucesos, al menos yo lo creo haci, 304; ciempre con

vatiendo unas veces con susesos propios, otras al versos, 340), que ciertamente se

registra en el español clásico —Corominas aporta una cita de Alonso de Palencia—,

pero que resulta ser el significado habitual en portugués (DPE, DLPO), por lo que no se

puede obviar la presencia de esta lengua para explicar su habitual empleo en el Uruguay

decimonónico28.

Algo semejante ocurre con el uso de luego, que frente a su habitual valor

español de posterioridad —sinónimo de ‘después’—, en el corpus analizado ofrece con

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notable frecuencia la acepción de inmediatez, esto es, el significado de ‘ya’,

‘inmediatamente’ (oespere á que nuestro Ex.to los vusque lo q.e efetuara tan luego q.e se

rreuna el Cor.l Freire, 127; muy luego ce formo nuestro Ex.to y el enemigo volvio

arrepasar el rrio, 145; pienso marchar dentro de 4 dias. q.e sera tan luego q.e llegue

una Ynf.a q.e es pero de Belen, 393). Tal uso, de acuerdo con Corominas, resulta el

primitivo para el término, y permanece hasta el siglo XVI en el español29, y es,

asimismo, el valor que el cognado portugués del término, logo, ofrece en las variantes

brasileñas de esta lengua hasta el día de hoy (DLPO)30; una vez más, por tanto, se puede

pensar en un arcaísmo semántico mantenido en el Uruguay decimonónico, pero resulta

también lógico pensar que la influencia del portugués brasileño ha podido contribuir a

configurar el estado de cosas que ofrece el material analizado.

Así pues —y sin haber llevado a cabo una búsqueda exhaustiva del

portuguesismo léxico31—, los datos reunidos permiten hablar de influencia de la lengua

portuguesa en el léxico del español uruguayo del siglo XIX, por más que este primera

cala no puede sino apuntar la presencia de tales elementos; serán necesarios, por tanto,

posteriores estudios que deberán, con mayor acopio de datos, determinar su nivel de

integración en la variedad lingüística aquí analizada, así como —muy especialmente—

establecer el grado de especificidad de estas unidades léxicas del español uruguayo

dentro del área rioplatense al que esta subvariedad pertenece.

4. A partir de todo lo anterior, parece posible sostener que el español uruguayo

del siglo XIX presenta de forma clara la influencia del adstrato portugués, que, como

lengua de uso habitual en la región, ejerce un influjo de cierta importancia en todos los

niveles lingüísticos, no sólo en la parte norte del país —donde, en realidad, el portugués

es el idioma habitual y casi único—, sino también en la parte sur, de base hispánica,

28 A este respecto, tal significación, sigue siendo muy frecuente tanto en el portugués del Brasil como en el español hablado hoy en día en el Uruguay. 29 De hecho, y según el DCECH, aún resulta habitual en Chile y en otros puntos, que no especifica. 30 Debo la información sobre el distinto uso de logo en el portugués europeo y brasileño (‘después’ en el primero; ‘ya, inmediatamente’ en el último) al Profesor Ivo Castro, a quien agradezco esta información. 31 Así, Frago (1999: 160) considera también gavia como un portuguesismo en el español americano, por más que las acepciones del DRAE, Corominas y los diferentes diccionarios portugueses utilizados en este trabajo no encajen en el contexto en que tal término se registra en el corpus: ayer cuasi me dio otro golpe el Cavallo es cape por las gavias, 407. Nótese, con todo, que el texto incita a considerar este ejemplo como una frase hecha, probablemente de uso muy coloquial, y de ahí su no aparición en estos diccionarios.

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pero en la que la lengua del Brasil, por una serie de circunstancias históricas, está muy

presente.

Evidentemente, en numerosas ocasiones tal influencia no se puede considerar

directa, sino más bien un factor que ayuda al desarrollo —o al mantenimiento— de

tendencias existentes ya de por sí en el español, si bien otras veces este influjo es mucho

más patente, encarnado en los préstamos —léxicos, morfológicos— que el español del

Uruguay decimonónico ha tomado de la lengua del norte.

Con todo, el hecho de que estas páginas se hayan planteado como una primera

aproximación al tema deja abierto el campo para futuras búsquedas que, con un corpus

más extenso, delimiten de forma más precisa no sólo las influencias existentes en cada

nivel lingüístico, sino también —y de manera especial— los factores diatópicos y

diastráticos que determinan la presencia del portuguesismo lingüístico en el Uruguay de

la época, todo lo cual ha de servir, sin lugar a dudas, para establecer la especificidad de

la subvariedad oriental dentro del español rioplatense, así como para comprender y

valorar de manera más profunda una peculiaridad de la zona —el contacto histórico con

el Brasil— que ha modulado, de forma sutil pero efectiva, el español hablado en la

región.

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© GARCÍA LENZA, Ana. 2005. «Lexicografía y contacto lingüístico. Introducción». Res Diachronicae Virtual 4: El Contacto de Lenguas. Número monográfico coord. por Ana Rodríguez Barreiro y Ana García Lenza. 133-135.

LEXICOGRAFÍA Y CONTACTO LINGÜÍSTICO

INTRODUCCIÓN

ANA GARCÍA LENZA Universidade de Santiago de Compostela

A la hora de planificar las posibles mesas de trabajo en que podrían estructurarse

unas jornadas monográficas sobre el contacto de lenguas desde una perspectiva histórica

o historiográfica, seguramente nadie pensaría en una que llevase por título Lexicografía

y contacto lingüístico. Sin embargo, en las II Jornadas Monográficas de la AJIHLE el

número de comunicaciones sobre tal tema obligó al comité organizador a reservarle un

espacio propio, aunque ello implicase dar una cierta impresión de heterogeneidad de

criterios en el programa, puesto que el resto de las mesas respondía más bien a una

ordenación geográfica de los contactos lingüísticos.

Por desgracia, dos de las cuatro comunicaciones presentadas en su día no han

podido ser publicadas aquí. Se trata de «Niceto Alcalá-Zamora ante los galicismos de

los diccionarios de la Academia» de Félix Córdoba Rodríguez, de la Universidade da

Coruña, y «El Dicionario castellano, francés y catalán (1642) de Pere Lacavalleria:

indicios de una política lingüística en el Siglo de Oro» de Daniel M. Sáez Rivera, de la

Universidad Complutense de Madrid. La primera de estas aportaciones se refería al

fenómeno del préstamo lingüístico, tema clásico dentro del ámbito de estudio de las

lenguas en contacto, mientras que la segunda se refería ya a la lexicografía plurilingüe,

al igual que las otras dos comunicaciones que sí se publican aquí: «Variantes gráficas en

diccionarios bilingües y multilingües de los siglos XVI, XVII y XVIII: ¿certezas o

intuiciones fallidas?» de M. J. Redondo Rodríguez y «La marca Hisp. en los

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diccionarios plurilingües. En busca de los inicios de la lexicografía hispano-portuguesa»

de P. Salas Quesada.

M. J. Redondo Rodríguez, en su comunicación, se plantea cuestiones de índole

general con respecto a la lexicografía histórica. Constata el resultado lógico de la

ausencia de una norma lingüística reguladora antes del establecimiento de la Real

Academia de la Lengua en 1713: en las obras lexicográficas proliferaban las variantes

gráficas, fonéticas y morfológicas para una misma unidad léxica, de un modo a veces

caótico, favorecido por la disparidad de criterios en la presentación de los materiales,

sobre todo en la lematización. Así, se introdujeron y se propagaron como significantes

posibles lo que no son más que malas lecturas de una forma determinada, errores o

meras invenciones; esto ocurrió en mayor medida por parte de los lexicógrafos

extranjeros que elaboraban obras bilingües. Algunos de estos desatinos se mantuvieron,

incluso, en los diccionarios en los siglos siguientes, cuando ya se deberían haber

utilizado los conocimientos proporcionados por la historia de la lengua para depurar las

auténticas variantes y desechar las que nunca deberían haber tenido cabida en una labor

lexicográfica rigurosa.

En el debate que siguió a las exposiciones se incidió sobre todo en la pertinencia

del camino señalado por M. J. Redondo, respondiendo a las preguntas con las que había

concluido su intervención. Se llegó incluso a sugerir posibles interpretaciones para

explicar alguno de sus ejemplos de malas lecturas propagadas por la tradición

lexicográfica, como en el caso de la forma celestre, que podría haberse originado por un

cruce del adjetivo correcto, celeste, con su antónimo, terrestre.

Por su parte, el trabajo de P. Salas Quesada («La marca Hisp. en los diccionarios

plurilingües. En busca de los inicios de la lexicografía hispano-portuguesa») confirma el

hecho de que la lexicografía histórica, y en concreto el estudio de los diccionarios

plurilingües desde esta perspectiva, constituye un ámbito de creciente interés. En

concreto esta autora rastrea los primeros testimonios en que puede registrarse una

distinción entre español y portugués como lenguas diferenciadas por los lexicógrafos,

antes de la publicación del primer diccionario bilingüe propiamente dicho. Se trata de

catálogos zoológicos y botánicos, manuales agrícolas, nomenclaturas, vocabularios,

gramáticas, etc. del siglo XVI y primer tercio del XVII, en los que se presentan los

equivalentes de ciertos nombres para una serie de lenguas. El hecho de tratarse de

lenguas próximas genética y geográficamente, las típicas enemistades entre vecinos o la

consideración del portugués como un dialecto del español (en una época en que todavía

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Ana GARCÍA LENZA: Lexicografía y contacto lingüístico. Introducción

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se está consolidando la conciencia de las fronteras lingüísticas dentro de la Península)

constituyen posibles factores explicativos de que el inicio de la lexicografía hispano-

lusa se retrasase hasta el siglo XVIII y de que en los repertorios plurilingües anteriores

las voces españolas y portuguesas soliesen considerarse conjuntamente bajo la etiqueta

de «hispánicas». No obstante, a partir del siglo XVI se empieza ya en ocasiones a

distinguir el portugués como lengua diferenciada, especialmente en las obras de autores

peninsulares, que lógicamente tenían un mayor conocimiento de la realidad lingüística

hispánica.

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© SALAS QUESADA, Pilar. 2005. «La marca Hisp. en los diccionarios plurilingües. En busca de los inicios de la lexicografía hispano-portuguesa». Res Diachronicae Virtual 4: El Contacto de Lenguas. Número monográfico coord. por Ana Rodríguez Barreiro y Ana García Lenza. 137-153.

LA MARCA HISP. EN LOS DICCIONARIOS PLURILINGÜES. EN BUSCA DE LOS INICIOS DE LA LEXICOGRAFÍA HISPANO-PORTUGUESA*

PILAR SALAS QUESADA Universidad Complutense de Madrid

El español y el portugués son dos lenguas cercanas geográfica y lingüísticamente

pero que han vivido mucho tiempo de espaldas la una a la otra y, en el campo concreto

de la lexicografía, no han sido nunca estudiadas en profundidad. Corrobora este

desinterés histórico el dato de que el primer diccionario bilingüe con estas dos lenguas

no aparezca hasta 1721, de manos del teatino Raphael Bluteau, comienzo muy tardío

con respecto a la lexicografía bilingüe del español con el resto de lenguas europeas.

Encontramos un caso paralelo entre el alemán y el neerlandés, que han sufrido la misma

indiferencia por ser lenguas tan próximas.

Conocido es de todos que la lexicografía bilingüe comenzó con el latín como

lengua de partida, una lengua de cultura que comenzaba a perder adeptos que preferían

comunicarse en sus lenguas vernáculas. Con el paso del tiempo las lenguas modernas se

abrirán paso en la lexicografía comenzando una etapa nueva en la diccionarística. Una

de las causas más apremiantes de este cambio fue la necesidad de comunicación entre

los comerciantes y viajeros de todo el mundo que se daban cita en las ciudades y puertos

más transitados de toda Europa. En palabras de Collison (1982:61):

Moreover, the growth of European commerce required merchants willing to acquire at least a beginner’s knowledge of the languages of the countries with which they were trading -a need which travellers also experienced. So far the vocabularies remained simple lists and hardly more than a single equivalent for each word was provided.

* Este trabajo se encuadra dentro de los llevados a cabo para el proyecto «Nuevo Tesoro Lexicográfico del Español (s. XIV-1726)» que goza de una ayuda del Ministerio de Ciencia y Tecnología (BFF2001-0263).

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En esta ocasión queremos centrar la atención en la dificultad que supone rastrear

los inicios de esta lexicografía hispano-lusa puesto que en las obras multilingües del

siglo XVI y XVII, anteriores al primer diccionario propiamente bilingüe que ya hemos

mencionado, se observa la dificultad de muchos autores a la hora distinguir las voces

españolas y portuguesas, complicado además por la idea errónea que imperaba de que el

portugués era simplemente una variante más del español. Lo que proponemos en esta

intervención, pues, es hacer un repaso somero por la lexicografía plurilingüe de estos

siglos, mostrando ejemplos de obras que incorporan voces españolas y portuguesas

englobadas bajo una única marca hispánica y otras obras que, sin embargo, logran

diferenciar bien ambas lenguas y sientan el precedente de su lexicografía posterior.

Hemos encontrado repertorios de mediados del siglo XVI en los que ya

coincidieron el español y el portugués. Esto es un indicio de que en Europa se podía ser

consciente de las diferentes lenguas que se hablaban en la Península, dejando aparte la

creencia ya mencionada de que el portugués es una mera variedad regional castellana.

La primera vez que se distinguen palabras españolas y portuguesas en una obra

lexicográfica es en la Historia Animalium de Conrad Gesner1 editada entre 1551 y 1587

en Zurich. Es importante recordar que un año antes de la aparición del primer volumen

de esta obra, Gesner publicó otro libro, el Mithridates2 en el que ofrece la oración del

Padrenuestro traducido a multitud de lenguas. Nuestro interés en esta obrita reside en

que entre todas estas lenguas aparece el español, pero no el portugués. En este libro se

hace un repaso, continente por continente, de las lenguas principales del mundo, y

cuando se detiene a explicar el origen y evolución del español menciona la lengua

portuguesa como una variante de la lengua española. Reproducimos literalmente lo que

dice sobre la lengua hispánica:

HISPANORVM linguae uetus que fuerit, non habeo quod dicam. uerisimile est autem in oris ad mediterraneum mare, praesertim occasum uersus remotis, Libycae uel Mauritanicae linguae olim usum extitisse. nam & Mauri in illis regionibus imperarunt: & multa Maurorum uocabula adhuc habent relicta, praesertim Lusitani, ut audio. Inter dialectos, quibus hodie utuntur, Castellana praefertur. Affinis est Italicae & ad Latinam linguam propius quam Gallica accedere mihi uidetur, minus tamen quam Italica. Habent & Gothica quaedam uocabula cum alia, tum propria, praesertim uirorum. nam Gothi multo tempore Hispanias obtinuerunt: & per illorum grassationes ac Imperia, Latinam linguam in Italia primum, deinde etiam Galij et Hispanijs que corruptam arbitrior, & nouas illas, quibus nuncloquuntur, inductas.

1 Remitimos a Alvar Ezquerra (en prensa), que trata colateralmente el portugués. 2 Mithridates de differentiis lingvarvm tvm vetervm tum qae hodie apud diuersas nationes in toto orbe terrarum in usu sunt. Tiguri: Froschovervs, 1555.

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Opinum enim uulgus Gallorum quoque & Hispanorum imperantibus Romanis Latinae aliquandiu relicta paulatim ueteri lingua locutum. quod in Germania non contigit. neque enim Romani totam occupare Germaniam potuerunt, neque diu illas quas occupauerant partes retinere. Vide infra in Sardonum lingua.

A pesar de estas palabras del autor suizo, en su Historia Animalium la lengua

portuguesa sí que adquiere identidad propia, y aparece ya diferenciada del español. Esta

obra se divide en cinco volúmenes y cada uno de ellos está dedicado a una especie

animal, el primero a los cuadrúpedos vivíparos, el siguiente a los cuadrúpedos ovíparos,

el tercero a las aves, a continuación el de los peces y, por último, el destinado a los

animales acuáticos y las serpientes. Esta historia natural ofrece una descripción de cada

uno de los animales en latín, pero recoge también los nombres que reciben los animales

en distintas lenguas, pues, como explica Annamaria Gallina (1959: 50): «Gesner non si

propose di fare nomenclature plurilingui come opera lessicale, ma le sue vaste

cognizioni linguistiche gli suggerirono l’idea di aggiungere, in alcune delle sue opere

scientifiche, i nomi degli animali in molte lingue moderne». Todos estos tomos van

introducidos por unas tablas de los nombres recogidos en sus páginas y traducidos a los

diversos idiomas. Como señala Alvar Ezquerra (en prensa) no son frecuentes las

traducciones al español, por lo que las tablas que dan cuenta de las designaciones

españolas suelen ser muy breves. En estas tablas vamos a encontrar bajo un mismo

epígrafe, titulado Hispanica, las voces españolas y portuguesas. La mayoría son voces

españolas pero no son pocas las palabras portuguesas que recoge, y que, la mayoría de

las veces, van distinguidas dentro de esa columna común por otra marca Lusit. antes de

indicar el número de la página en que se encuentran. Este es el caso de términos como

aruela, bufo, melroa, morcego, tintilaum (I tomo), cagado, gagado, tartaruga (II tomo),

andorinha, verderlha, gazola (III tomo), aranha, bodian, huga, picque, salema, talparie

(IV tomo) y cabra (V tomo) etc., que son distinguidas de las demás por esa marca. En

total, podemos señalar que la obra de Gesner recoge más de cincuenta voces

portuguesas.

En 1554, vio la luz la obra de un importante médico portugués, Joaõ Rodrigues

de Castelo Branco, más conocido como Amato Lusitano, que ofreció por primera vez en

el país luso la traducción del Dioscórides3. Ya en 1518, el padre de la lexicografía

española, Antonio de Nebrija, ofreció una versión de la De medicinali materia [...], que

conocerá una versión posterior y más completa de manos del Doctor Laguna en el año

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15704. Amato Lusitano fue un científico dedicado sobre todo a las propiedades

medicinales de las plantas y también a la anatomía humana, pero su vida estuvo

marcada por su condición de judío lo que le obligó a emigrar de Portugal a Amberes,

perseguido por la Inquisición. Fue en Bélgica donde desarrolló su actividad como

médico y donde se granjeó una fama internacional, por lo que posteriormente fue

invitado por el Duque de Ferrara para ser profesor de anatomía en la importante

universidad ferraresa, uno de los centros de la cultura italiana del Renacimiento. De

todos modos persistía la persecución religiosa y hacia 1547 tuvo que trasladarse a

Ancona, donde siguió practicando la medicina, atendiendo a pacientes destacados como

el Papa Julio III, Cosimo de Médicis o Mendoza, embajador de Carlos V. Sus últimos

años los pasó en Salónica, profesando abiertamente su judaísmo, y allí murió en 1559.

Seguramente Amato Lusitano, en sus múltiples viajes europeos tuvo a su alcance la obra

nebrisense, lo que le sirvió como apoyo para su traducción y, además, para aprovechar e

incluir algunas voces españolas en el conjunto de la obra. Lusitano describe las plantas

y los animales comenzando con el nombre latino y a continuación ofrece la traducción

del nombre en portugués y otras lenguas, entre ellas, aunque en esporádicas ocasiones,

el español. Conrad Gesner se declara deudor del médico portugués, y, en muchos casos,

lo cita como fuente de las voces portuguesas que incluye en sus descripciones.

Seguramente, tan célebre precursor le animó a situar a la lengua portuguesa en el puesto

que se merece.

Salvo contadas excepciones las obras plurilingües que circularon por Europa

durante los siglos XVI y XVII no fueron escritas ni impresas por españoles (sólo podemos

exceptuar al Padre Guadix y a Miguel Agustín). Sin embargo en Portugal hubo más

actividad. En este país destacó el taller de la familia de Pedro Craesbeeck, tipógrafo

original de Amberes que se instaló en Lisboa en 1597 huyendo de las luchas religiosas

en los Países Bajos. Craesbeeck fundó su taller tipográfico en Lisboa con material

importado de Flandes, prosperó su empresa y pasó de generación en generación,

sobreviviendo más de cien años e imprimiendo multitud de ediciones. Pedro Craesbeeck

además aprendió el oficio con grandes maestros como Christophe Plantin y Balthasar

Moretus.

3 In Dioscoridis Anazarbei de medica materia libros quinque Amati Lusitani, doctoris medici ac philosophi celeberrimi, enarrationes eruditissimae [...]. Argentorari: Wendelius Ribelius, 1554. 4 Esta obra contiene también voces portuguesas que recogen D. Messner y A. Schönberger (1993). Las voces españolas incluidas tanto en la versión del Dioscórides de Nebrija como en la de Laguna han sido estudiadas en sendos artículos de Manuel Alvar Ezquerra y Lidio Nieto Jiménez (v. bibliografía).

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Pilar SALAS QUESADA: La marca Hisp. en los diccionarios plurilingües

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Tras la obra de Gesner sabemos entonces que en 1551 se podía distinguir entre

el español y el portugués, pero, tal vez debido al desconocimiento de la realidad social y

lingüística de la península y al bilingüismo que practicaban los portugueses, se prefería

destacar sólo la lengua española en las obras plurilingües que circularon por el

continente.

Confirma esta opinión la ausencia del portugués en la obra del holandés

Adriaans de Jonghe o Hadrianus Junius, Nomenclator Omniam Rerum5, donde tenemos

más de tres mil voces en latín traducidas al griego, al alemán, al flamenco, al francés, al

italiano, al español y al inglés (respetando este orden de aparición). No todas las voces

son traducidas en todas las lenguas. Es el inglés la lengua con menos presencia y es

reseñable que se incluyen vocablos en diferentes dialectos italianos y, raramente, la

traducción en portugués6. Isabel Acero Durántez (1992) nos brinda datos biográficos de

este autor, holandés que cursó medicina en París y que posteriormente se trasladó a

Bolonia, realizando además numerosos viajes por Alemania, Inglaterra y Dinamarca,

labrándose una fama internacional por su dedicación a la medicina y adquiriendo el

conocimiento de multitud de lenguas, lo que le ayudó para la redacción de su

vocabulario plurilingüe. Dado que es coetáneo de Gesner, resulta extraño creer que este

y otros autores, cultos y políglotas, no supieran de la existencia del portugués como

lengua independiente. Esto nos hace sospechar que bajo la marca lexicográfica Hisp.

que acompaña a las voces presuntamente españolas, no se esconde sino una idea

genérica de las posibles lenguas peninsulares englobadas bajo un mismo título. Acero

Durántez (1992: 112) nos ofrece ejemplos de entradas latinas que tras ofrecer su

equivalente en latín presentan también una forma que se declara explícitamente

portuguesa:

noctua [...] H. lechuza, mocho Lusitanis. upupa [...] H. abubilla, Lusitanis popa. nymphaea [...] H. nenúfar, escudette de rio, golfano, gelphano Lusitanis.

Además se encuentran formas portuguesas que se brindan como españolas, sin

especificar su verdadero origen lusitano:

anchusa [...] H. soagem

5 Nomenclator Omniam Rerum propria nomina variis linguis explicata indicans. Parisia: C. Platinus, 1577. 6 Tomadas estas palabras de Gallina (1959: 138), en el capítulo dedicado a Junius, donde aporta, además, un ejemplo de lusismo: Apologus [...] H. Habla, Lusitanis fabla [...].

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prus minor [...] H. milheiro. malum Cydonium [...] H. membrillo, marmello. Satureia [...] H. segurelha, axedea.

Esta obra, aún declarándose deudora de grandes trabajos lexicográficos

anteriores como las obras de Nebrija y alguna edición del Calepino, nos demuestra el

esfuerzo en su redacción, y, según explica Acero Durántez (1992:116), «su sólida

cultura clásica y lingüística le permite ser original al elaborar su nomenclator».

También es determinante la presencia del portugués en las Etimologías

españolas atribuidas al M. Francisco Sánchez de las Brozas7 de 1580. Son casi treinta

voces de las que se menciona su equivalente portugués. Ofrecemos los siguientes

ejemplos:

albarrada, llama el portugués a la jarra, arab. barrada, por el vaso. arrabel, por libra, el portugués, arab. ratal, artal. azebuche, arab. zambuja, zambuc, lusit. azambuja. borracha llama el portugués a la bota de uino, arab. bornacha. colación por consolación, lusit. consoada. dátil, tamaras dize el portugués por dátiles, arab. támra, tamár. escriuano, tabaliam dize el portug. por el escriuano, grae. [signo griego],

scr[i]ua. espeto, por el assador, lus., ital. spedo. fuerca [fuerça], arab. força, vnde lus. força. golondrina, lus. andurinha, gall. arondelle, ital. rondine, corrupt. ab

hirundine. hablar, olim fablar, lusit. fallar, a lat. fabulari, ital. fabellare. hombre, olim ome, lus. home, gall. home, lat. homo. horca, lat. furca, arab. forca, sic lusit. mástil de naue, ang. mast, lus. masto, lat. malus. mostaza porque se haze la muy buena de mosto, lusit. mostarda, [...].. oýr, lusit. ouuir, gall. oüyr, ital. odíre, lat. audire. picota, pelorinho llama el portogués a la picota, gall. pelory. pillar, pillar dize el portugués, gall. piller. plaça, gall. et angl. place, teut. platz, goth. placz, lat. platea, lusit. praça. plomo, gall. plomb, ital. piombo, lat. plumbum, lusit. chombo. real, por exército, arab. ráhal, arhál, hatos, lusit. arrayal. renta, lusit. renda, á reddendo, redditus, gall. rante, angl. rentes, fland.

renten. sayo, pelote el portugués por el sayo, arab. pollot. tajar, heb. taján, moler, ital. tagliar, lusit. talhar. toronja, zamboa, lusit., es toronja, arab. zomboa, zamboat. ventaja, gall. auantage, lusit. auentagem.

7 ...adiccionadas por el M. Alexo Venegas. Copiáronse de un m.s. antiguo que se conserva en la Biblioteca alta del Escorial, en el año de 1792.

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Y también tenemos por estas fechas la Recopilación de algunos nombre

arábigos del Padre Guadix, manuscrito fechado en 1593. De entre todas las voces que

recoge encontramos veintiséis palabras que atribuye a la lengua portuguesa, como por

ejemplo:

agasajar dizen en la parte d’España a que llaman Portogal para significar

aposentar o ospedar a alguna persona. [...] Y corrompido dizen agasajar, en menor corrupçión dixera aharachar.

albahaca llaman en España a çierta yerva ortense, odorífera y vistosa. [...] Y corrompido dizen albahaca. Y en otras partes d’España, combiene a saber, en el reyno de Murçia, lo corrompen más, porque dizen alhábega. En el reyno de Portugal la llaman magiricas [...].

alfaças llaman en España, combiene a saber, en el reyno de Portogal, a una yerva o hortaliza a que –en Castilla– llaman lechugas. [...] Y corrompiéndolo, lo forman y dizen a la castellana en este plural alfaças. Es muy ordinario a los portogueses mudar la h en f, como lo hazen en frillo, fanega, fidalgo, etcétera [...].

alisese llaman en Portogal a lo que –en Castilla–, cimento o fundamento de edificio. [...] Y corrompido dizen alisese.

almotli llaman en algunas partes d’España, combiene a saber, en el reyno de Portogal, a un vaso pequeño para azeyte, a que en Castilla llaman alcuza y azeytera.

ataca llaman en España, combiene a saber, en el reyno de Portogal, a lo que en Castilla cinta o agujeta. [...] Y corrompido dizen ataca. [...] D’este mesmo verbo atacar, usan en Italia para significar asir, coser, pegar o atar, aunque en mayor corrupción, porque dizen atacare y atacato.

atafar llaman en algunas partes d’España, combiene a saber, en el reyno de Portogal a lo que en Castilla grupa o ataharre. [...] Y corrompido dizen atafar.

azivieryro llaman en la parte d’España a que dizen reyno de Portogal, a el hombre astuto y mofador a que en Castilla llaman trasechero. [...] Y sacan y deducen esta corrupción zibieyro, que en menor corrupción dixeran çubiero o zubianero que significará mançebero o mocero. [...], y corrompido dizen azibieyro.

bujío llaman en Portogal a el animalejo a que en Castilla mona. Es la mesma algarabía y significa lo mesmo que acabo de dezir, combiene a saber, mentira. [...] Y en esta significación me paresce que se toma en Portogal para nombrar el dicho animalejo, cuyas obras, sentidos y astucias, en alguna manera, parecen de animal racional, y todo es mentira, porque al fin a qu’este animalejo es una bestia [...].

carabaça llaman en algunas partes d’España, combiene a saber, en Catalunia y Portogal a lo que –en Castilla- calabaça.

dodo llaman en la parte d’España a que llaman Portogal, a el mal abisado.

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majaricao llaman en la parte d’España qu’es reyno de Portogal a una mantilla o yerva hortense y odorífera, a que en Castilla llaman albahaca, y en Italia vasilico.

Además de estas voces hay treinta nombres geográficos de Portugal (Cabo de

Comare, Lula, Maraqueta o Rábita) de los que el autor explica: «Es en España pueblo

del reyno de Portogal».

Otra nomenclatura importante es la Sylvae Vocabulorum de Henricus

Decimator8, otro holandés, sacerdote de Magdeburgo, poeta y teólogo cuyas obras

versaron sobre diferentes temáticas. Su obra más emblemática es esta Sylva. La primera

parte es un vocabulario alfabético alemán traducido al latín y al griego, tras sucesivas

ediciones se gestarán una segunda y una tercera parte, y será en esta última, salida en

1596, cuando se incluye el español, junto con muchas otras lenguas, en una

nomenclatura que parte de voces latinas. En el capítulo CLVI dedicado a De praecipivs

omnium fere regionum ciuitatibus, cuando el epígrafe se titula Hispaniae escribe el

autor: «Olyssipum; οδνωπποµ; Lusitania vrbs; Enslaben». Y además enumera otras

ciudades españolas como Hispalis, Corduba, Numantia, Saguntus, Valentia, Toletum,

Ilerda, Salamantica, Tarracon, Pompeiopolis y Barcinon, todas ellas con su

denominación latina y su nombre vulgar, como indica el propio autor. El que aparezca

Lisboa dentro del capitulito dedicado a Hispaniae vuelve a demostrar la concepción

global de la Península como unidad.

En esta obra se suscitan muchas dudas cuando nos fijamos en la marca Hisp. y

su contenido. Ciertamente, entre las más de cuatro mil quinientas voces muchas de ellas

parecen contagiadas del resto de las lenguas románicas que hacen su aparición en esta

obra. Gráficamente no aparece nunca la eñe sino la doble ene (terrunno, canno,

cigonnal, etc.), igual que la elle es sustituida la mayoría de veces por el grupo

consonántico <lh> (galha, tomilho, coalho, etc.), lo mismo sucede con la jota, que no

aparece tampoco (arteio, oio, cegaiés, cerroio, manoio, etc.). En un plano meramente

léxico destacamos voces que no reconocemos como españolas:

bulla [...], Hisp. barbuia o ampolla canabis, siue cannabis [...], Hisp. cánhamo. coagulam [...], Hisp. cuaio, coalho. chalybs [...], Hisp. acciel, azerro galla [...], Hisp. galha.

8 Tertia Pars Syluae Vocabulorum et Phrasium sive Nomenclator [...]. Lipsiae: Giff Hornensi, 1596.

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lanuginosus [...], Hisp. cosa llena de flucas o vellos. malum cydoneum, cotoneum, siue lanatum [...], Hisp. membrillo,

marmello. marrubium [...], Hisp. marruio. rhamnus [...], Hisp. cambren. saluia [...], Hisp. saluay, saluia. scoria, plin, retrimentum, vel recrementum cuius uis metalli [...], Hisp.

escuna, hez de metal serpyllum [...], Hisp. serpollio, serpam. thymus, vel thymum [...], Hisp. tomilho. tormentum, iaculatorium [...], Hisp. el engenno para combatir.

De nuevo Acero Durántez (1993) nos ofrece algunos ejemplos de voces glosadas

como españolas pero que no son sino formas portuguesas, como:

rumes sativus [...], Hisp. labaça. anchusa [...], Hisp. soagem. atiplex [...], Hisp. armoles.

Y encontramos cinco casos inconfundibles en los que Decimator indica cuál es

el equivalente portugués:

Rubecula [...], Lusitanis pitiroxo [...]. Vpupa [...], Hisp. abubilla, Lusitanis popa. Houette [...], Hisp. leguza, locho Lusitanis. Vlula [...], Hisp. antilla, gorusa Lusitanis. Iecus [...], Hisp. el hígado, fegado Lusit. Apologus [...], Hisp. habla, Lusit. fabla.

Como apunta Gallina (1959: 204), la originalidad de Decimator frente a la de

Junius es mínima: «L’imitatore fece un’opera più estesa, più completa, ma non sdegnò

di servirsi del suo antecessore, quando la cosa gli fece comodo e, in molti casi, lo copiò

addirittura, senza nemmeno darsi la pena di citarlo». Pero ello no desacredita su

esfuerzo lexicográfico y su voluntad de continuar una labor diccionarística que nos sirve

de mucha ayuda en el estudio del peregrinar de la lengua española, y la portuguesa, por

la lexicografía europea de los siglos XVI y XVII.

No es menos cierto que por causa de la similitud de estas dos lenguas es difícil

discernir cuando una palabra de igual forma en español y en portugués se debe atribuir a

una u otra lengua. Aunque no debemos exagerar en nuestras hipótesis, porque si la

lexicografía española es tan rica se debe a lo importante que fue esta lengua en Europa

durante los Siglos de Oro, por lo que la ausencia del portugués no debe desmerecer la

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presencia del español en las obras plurilingües más importantes de esta época9. Lo que

sí es importante destacar es que el portugués se convirtió en la lengua que importaba

voces nuevas del lejano Oriente que acabaron engrosando los acervos léxicos de todas

las lenguas europeas. Lo explica A. Gonçalves Rodrigues (1951: 48) de este modo:

O encontro do mundo ocidental com o mundo oriental teve o seu efeito nas línguas europeias, e enriqueceu-lhes o vocabulário de neologismos para designar objectos novos, elementos da nova flora e fauna, as própias formas de vida ou fenómenos da natureza desconhecidos no Ocidente. O português foi o primeiro a registrar, a absorver ou a adaptar ao seu idioma esta avalanche de vocábulos novos, provenientes dos mais diversos dialectos dinígenas. E através as línguas peninsulares, pela via literária das traduções, pela via oral directa dos mercadores e marinheiros que os encontravam já fixados na língua franca do Oriente, o português, ou por intermédio do holandês, e do francês, eles foram-se introduzindo lentamente no inglês, consagrados ou postos de parte com o tempo.

En 1598 aparece por primera vez el portugués en la ya conocida obra Colloquia

et Dictionariolum, atribuida a Noël de Berlaimont, que se presenta como

Octolinguarum (Latinae, Gallicae, Belgicae, Teutonicae, Hispanicae, Italiacae,

Anglicae & Portugallicae): en esta ocasión el portugués aparece como una lengua

independiente, con su propia columna y alejada incluso de la española. Lo que sí es

cierto es que el contenido portugués lo constituye una traducción que parte del español,

como señala Gallina (1959: 85-91). Siguiendo la línea de las obras anteriores podemos

considerar que el español y el portugués no mantienen una relación directa. Por un lado

porque el español es la tercera lengua más presente en las diferentes ediciones del

Colloquia et Dictionariolum, y por otro lado porque la inclusión del portugués se hace

necesaria a la vista de la importante emigración de judíos portugueses a Holanda. Al

incluir esta última lengua en su diccionario no cambia apenas nada en los preliminares

de la obra. Debido a su multitud de ediciones los prólogos se repiten insaciablemente,

incluso sin cambiar la fecha de redacción, dando lugar en ocasiones a errores de

datación. Como en sus inicios se trataba únicamente de un diccionario flamenco-

francés, se ha seguido manteniendo el orden a partir de la lengua flamenca, que ocupa la

tercera columna por la izquierda, lo cual enrarece algo la presentación de las palabras.

La única pauta en el orden es que cuando se cambia de ámbito léxico la voz flamenca de

partida se destaca dentro de las columnas. Los capítulos son iguales que en el resto de

ediciones. Confirma la similitud Gallina (1959: 81): «Nel vocabolario vero e proprio, le

varie edizioni non differiscono molto l’una dell’altra. Le differenze sono datte

9 Para profundizar en este tema remitimos al artículo de Ayala Castro (1992).

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soprattutto dal variare delle lingue, dal loro numero e da qualche mutamento ortografico

che si rende necessario nel corso di quasi due secoli». Centrando nuestra atención en las

lenguas española y portuguesa, observamos ciertas diferencias. Recordemos que Alda

Bart Rossebastiano (1975: 39-40) argumentaba que la parte portuguesa se había

redactado traduciendo el texto en español, pues encontraban coincidencias irrefutables.

A pesar de esos ejemplos, también debemos destacar la originalidad del contenido en

portugués, que se demuestra mucho más rico en equivalentes que la lengua española.

Por ejemplo:

[hisp.] alguno / [port.] algum ou alguem. [hisp.] añudar / [port.] annodar, dar no. [hisp.] arar / [port.] arar ou laurar. [hisp.] arribar / [port.] achegar ou arribar. [hisp.] bañar / [port.] malhar ou lauar. [hisp.] bellota / [port.] bellota ou belleta. [hisp.] colgar / [port.] enforcar [enforçar], pendurar. [hisp.] dar gracias / [port.] agradecer, dar gracas [graças]. [hisp.] echar / [port.] uerter ou deitar. [hisp.] emprender / [port.] emprender ou acometer. [hisp.] hechura / [port.] feitura, feicaõ [feiçaõ]. [hisp.] llamar / [port.] chamar, nomear. [hisp.] mantillo / [port.] manteo ou ues. [hisp.] motejar / [port.] moteiar, zombar. [hisp.] pleitear / [port.] andar em demanda ou litigar. [hisp.] precioso / [port.] precioso, caro. [hisp.] quitar / [port.] tirar ou depor. [hisp.] retener / [port.] reseruar ou reter. [hisp.] roble / [port.] roure ou asinho. [hisp.] rodar / [port.] virar, andar à roda. [hisp.] tener cuidado / [port.] sollicitar oiu ter cuydade. [hisp.] traer / [port.] leuar ou trazer.

Posteriormente destaca, en este recorrido de repertorios multilingües, el Ductor

in Linguas de John Minsheu10, primera obra lexicográfica que se publica en Inglaterra y

que incluye el portugués. Así lo confirma Gonçalves Rodrigues (1951: 48):

A língua portuguesa só comença a figurar em dicionários políglotas a partir de 1617 em The Guide into Tongues de John Minsheu, que nele lhe dá lugar ao lado de outras dez. Reeditado várias vezes, modificado de várias formas, o português permanecia sempre, mesmo quando o número de línguas minguava. Mas não se vá supor que nessas tentativas toscas se encontra já um dicinário completo e sistematizado. As palavras portuguesas só raras vezes aparecem e sob fisionomia difícilmente reconhecível, torcidas e retorcidas à vontade do lexicógrafo londrino.

10 Ductor in Linguas [...] In undecim linguis [...]. London: John Brown y John Minsheu, 1617.

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Son veinticinco voces de las que Minsheu señala concretamente su origen

portugués, algunas cercanas al español y otras más diferentes. Algunas de ellas

contienen una marca hisp. ut port. que indica que las lexías son comunes para las dos

lenguas. Éstos son algunos ejemplos:

alcofa, vocabulum est portugallicum et arabicum et significat lat. sportam;

angl. a basket [...]. angélica, gal. angelique; it. port., lat. angelica herba; angl. the hearbe

angelica [...]. faca, port.; vt hisp. cuchillo, q. falcatus culter. Item vt haca. ginjas, port.; vt hisp. guindas vel açofeifo balboa, verbum portugallicum, idem quod hisp. balbuena.

Será también John Minsheu quien en su A Spanish Grammar de 159911 otorgue

autonomía de lengua al portugués, declarando que las diferencias tanto de léxico como

de pronunciación bien puede justificar la consideración de lenguas autónomas,

parangonando la relación entre las lenguas peninsulares con la cercanía también entre el

inglés y el escocés. La misma comparación defiende Howell en el pequeño tratadito

sobre el portugués que se encuentra a partir de la página 83 de su A New English

Grammar: Of the Portugues Language or Sub-Dialect, etc.; comienza diciendo: «As

Scotland is to England, ⌠o Portugall may ⌠ayerd to be in relation to Spain, in point of

Speech […]». Howell estudia esta lengua como dialecto del español y, por tanto,

comparándolas.

Para desgracia de nuestros vecinos los portugueses, no fueron sino razones de

tipo histórico las que propiciaron que el portugués se empezara a estudiar en otros

países: ya hemos señalado que en Holanda la emigración de judíos portugueses significó

la necesidad de comunicarse con ellos y de ahí su inclusión en diccionarios como los de

Berlaimont, y ahora, en la próxima Inglaterra, se deberá básicamente al matrimonio

entre Catalina de Braganza con Carlos II.

La consecuencia primera de la unión de las monarquías inglesa y portuguesa fue

la necesidad de aprender bien inglés por parte del séquito de doña Catalina y de conocer

también la lengua portuguesa por parte de los ingleses. Fue James Howell el que

inauguró el ámbito de las gramáticas inglesas para uso de extranjeros con su A New

English Grammar12 dedicada a la reina portuguesa. El manual viene acompañado de

11 A Spanish Grammar, first published and collected by Richard Percivale, Gent. Now augmented, etc. London, 1599. 12 London: T. Williams, H. Browe y H. Marsh, 1662.

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una gramática castellana, con «algumas observações gerais sobre o dialecto português»

y de una guía turística dialogada para viajantes en la Península.

James Howell fue ensayista, poeta, diplomático, viajero y ruidoso panfletario

político, como lo define Amado Alonso (1955: 218), un hombre inquieto que estuvo en

España y Portugal (y también en Francia e Italia), primero en viajes comerciales y luego

en misiones diplomáticas, siendo escritor de los más variados textos (cartas, ensayos,

alegorías, panfletos, versos, obras históricas y de controversia, diccionarios y varios

tratados filológicos) y que se convirtió, al final de su vida, en Historiographer Royal

hasta su muerte en 1666. Fue uno de los gramáticos ingleses del siglo XVII que más se

esforzó en demostrar la belleza y el noble origen de la lengua inglesa, y que con mayor

afán trabajó para sacarla de su aislamiento insular y facilitar su estudio a los extranjeros.

Junto a la gramática inglesa publicó un pequeño diccionario titulado A Short

dictionary or Catalog of such Portuges Words That have no Affinity with the Spanish13,

que contiene cerca de unas doscientas voces, ordenadas alfabéticamente a partir del

portugués, y traducidas al español e inglés. Como se desprende del título, son voces que

aparentemente no están relacionadas formalmente en español y en portugués, por lo que

podemos pensar que se trata de un vocabulario que pretendía servir de ayuda para que

los españoles pudieran interpretar palabras portuguesas alejadas en sus formas de las

españolas. La finalidad es, pues, eminentemente práctica, dando por sentado el parecido

entre ambas lenguas, tanto que es por eso por lo que considera al portugués como

dialecto del español. El léxico contenido, pese a su brevedad, es muy variado y son

voces muy generales, pues no tiene sentido poner vocabulario muy específico, aunque

llama la atención un grupo de palabras de ámbito agrícola-ganadero (garrotar, colmena,

puerca, yugo, cosecha, muladar, salvado, hanega, polastra, segur, harnero) y una serie

de adjetivos de contenido peyorativo (rústico, ruýn, tonto, bobo, mugeril, putaniero,

pícaro, vellaco, mentecato, necio).

A pesar de conocer bien la lengua española y parece que también la portuguesa,

sigue volcando en sus escritos la opinión de que el portugués es un subdialecto del

español: «Embora a língua castelhana e lusitana derivem ambas do latim, a primeira

mediatamente através do castelhano, do qual forma un dialecto, sendo, portanto, um

sub-dialecto do latim; todavia conta várias palavras que a nenhuma delas deve, nem ao

Mourisco, e das quais me apreceu valer a pena dar uma lista especial»14.

13 Remitimos al artículo de Salas Quesada «El Pequeño Diccionario de James Howell» (en prensa). 14 La cita no está tomada directamente de la obra de Howell sino de Gonçalves Rodrigues (1951: 54).

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Luís Cardim (1931: 14) considera que es la primera, y única durante mucho

tiempo, gramática inglesa para españoles, debido a que éstos se servían, casi

exclusivamente, de gramáticas franco-inglesas para aprender inglés. Los manuales para

estudiar español hechos para ingleses tampoco se publicaron hasta después de la

expedición de la Armada, y sin embargo desde ese momento no dejaron de aparecer.

Así después vinieron las más importantes gramáticas como la Spanish Grammer de

Antonio del Corro en 1590 y un año más tarde la Bibliotheca Hispanica de Richard

Percyvall15.

Hemos observado en este breve recorrido cronológico cómo fluctúa la aparición

del portugués en las obras lexicográficas que recorrían Europa. Constatamos la poca

presencia que tuvo el portugués como lengua autónoma en los diccionarios del

momento, casi siempre dependiente del español, pero es innegable que todos los autores

conocían de su existencia, aunque sólo fuera como subdialecto del castellano. Por

fortuna, factores sociohistóricos propiciaron la inclusión del portugués en los

diccionarios y así comenzó su tardía pero significativa lexicografía con las lenguas

modernas. El aspecto negativo que entorpece nuestro estudio de la lexicografía con el

español y el portugués es la profunda animadversión que sufre el pueblo luso hacia los

españoles, lo que provocó que, estando tan cerca como estamos, nos dieran la espalda y

jamás demostraran interés más que el indispensable por nuestra lengua y nuestra

cultura.

El portugués empezará a tener una presencia constante e importante en

diferentes obras a partir de la segunda mitad del siglo XVII. Entre ellas, destacamos la

obra de Amaro de Roboredo, Porta de linguas ou modo muito accomodado para as

entender16, cuya finalidad era facilitar el aprendizaje tanto de la lengua latina por parte

de los portugueses, como acercar la lengua lusa a los españoles. El gran filólogo José

Vicente Gomes de Moura (1823: 100-101) dice de Roboredo:

Este distincto grammatico mostra-se nas suas obras superior ás idéas do seu tempo: reconhecey a necessidade da reunião do ensino das linguas latina e materna em um mesmo compendio, e concebeu a idéa dos principios geraes da grammatica, e da

15 Citados por Bourland (1933: 286): Antonio del Corro, The Spanish Grammer. With certeine Rules teaching both the Spanish and French tongues [...] With a Dictionarie [...] por Iohn Thorius, Iohn Wolfe, Londres: 1590, y Richard Percyvall, Bibliotheca Hispanica. Containing a Grammar, with a Dictionarie in Spanish, English, and Latine, gathered of diuers good Authors: very profitable for the studious of the Spanish toong, Iohn Iackson, 1591. 16 Ianua linguarum sive modus maxime accommodatus ad eas intelligendas. Primum in lucem editus cum versione hispana, & Lusitana interpositis numeris quibus harum linguarum ignarus eas fine magistro possit addiscere. Lisboa: Pedro Craesbeeck, 1623.

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grammatica comparada; bem como a necessidade de reformar o methodo por que então se ensinava a lingua latina.

También merece mención la obra de Miguel Agustín, Libro de los secretos de la

agricultura de casa, campo y pastoril17. En el «Prólogo Al Lector» confiesa:

Y assí, por las razones arriba dichas, la Agricultura debe ser loada, y los Agricultores deben ser preferidos a los demás Artífices. Por esso, y por hallarme inclinado a dicha professión, y tener algunas experiencias de ella, me ha parecido emplear algunas vigilias, y ratos de tiempo, particularmente estando desocupado de los negocios de mi Iglesia, en tomar trabajo de recopilar en lengua Castellana el libro, que saqué a la luz en Lenguas Catalana el año de mil seiscientos y diez y siete; y aora va añadido en esta impressión el Quinto Libro, y algunas otras curiosidades, y vn Bocabulario en seis Lenguas, de los nombres castellanos de los árboles, frutas, yervas, y otras cosas nombradas en dicho libro, para que mejor las otras Lenguas se puedan valer dél.

De este modo, tras los cinco libros, que abarcan 484 páginas, da final a la obra y

presenta, en la página 485, el Bocabulario de seis lenguas en que se declaran los

nombres de los árboles, yervas, frutas, y otras cosas, contenidas en el presente libro de

los Secretos de la Agricultura, y continúa:

En la primera página ay tres columnas, y en la segunda ay otras tres; en la primera columna están los nombres castellanos por abecedarío, en la segunda los nombres catalanes y en la tercera los nombres latinos. En la primera columna de la segunda página están los nombres portugueses, en la segunda columna los nombres italianos y en la tercera los nombres franceses.

Todos los nombres están numerados y se reinicia a numerar por el uno cuando se

cambia de letra del alfabeto (salvo la Q, que al contener sólo la voz Queso se incluye en

la lista de la R). Todos son equivalentes únicos, excepto en español cerezas y guindas

(también en francés cherui y giroles) y coles, verzas. Sí abundan más los ejemplos de

voces pluriverbales, que se repite en casi todas las lenguas. El español, como lengua de

partida que es, no presenta falta de ningún equivalente, que son en total 272 voces.

Mientras, el portugués tiene algunas lagunas: en total son quince voces castellanas que

no tienen equivalente portugués y el francés y el italiano se ausentan en tres

equivalentes. Las voces españolas que no tienen traducción en portugués son:

cañaheja, cat. canyaferla; lat. ferula; port. [blanco]; ital. ferola; fr.

baguete.

17 Perpignan: Louis Roure, 1626. Comparando este ejemplar con otras ediciones posteriores observamos que el número de entradas es el mismo y que todas las lenguas se comportan igual. Los únicos cambios reseñables son de índole gráfica, como la sustitución de cedillas por zetas y alguna variación vocálica en algunas voces.

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cardo de comer, cat. cart; lat. carduus; port. [blanco]; ital. [blanco]; fr. chardon.

chereuía, cat. xereuilla; lat. sifer; port. [blanco]; ital. sisaro; fr. cherui y giroles.

fárfara, cat. vngla cauallina; lat. tussislago; port. [blanco]; ital. vngia di cauallo; fr. pas de asne.

iacintho, yerua, cat. iacinto; lat. hiacinthus; port. [blanco]; ital. cibolla canina; fr. iacinthe.

isopo, cat. isop; lat. hysopus; port. [blanco]; ital. hissopo; fr. hissoppe. lirio amarillo, cat. lliri groc; lat. lilium siluestre; port. [blanco]; ital. giglio

siluestre; fr. lelis sauuage. melenrama, cat. millefolium; lat. stratiotes millefolium; port. [blanco]; ital.

millefolio; fr. mille fueille. nabo redondo, cat. naps redons; lat. rapum; port. [blanco]; ital. rape; fr.

raue. persicaria maculata, cat. percicaria; lat. grataeogonum; port. [blanco]; ital.

[blanco]; fr. curaige maculee. saxíphrago [saxíphrago], cat. salsufragia; lat. saxifragum; port. [blanco];

ital. salsifragia; fr. sauluevie. sello de N. Señora, cat. sagell de salamo; lat. polygonatum; port. [blanco];

ital. frassinella; fr. signet de Salamon. taragoncia, cat. serpentaria; lat. dracunculus; port. [blanco]; ital.

serpentina; fr. serpentaire. vedegambre, cat. baladre; lat. elebotus; port. [blanco]; ital. eleborus; fr.

eleboro. vexiga de perro, cat. alicacabi; lat. solanu alicacabum; port. [blanco]; ital.

halicacabo; fr. coquerets. El último repertorio que contemplamos en este panorama de lexicografía previa

al primer diccionario bilingüe español-portugués es la Prosodia in Vocabularium

Trilingue de Bento Pereira18 que presenta el mayor elenco de voces españolas en un

diccionario propiamente latino-portugués y que consideramos el preludio del

Diccionario castellano y portugués de Raphael Bluteau19.

Pero estos diccionarios ya están fuera de nuestro objetivo actual pues se trata de

importantes obras lexicográficas que deben ser estudiadas exhaustivamente y que no

suscitan controversias en cuanto al tema que planteábamos hoy.

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Hadrianus Junus». Voces 3, 109-116. –––––, 1993, «La Sylva Vocabulorum de Heinrich Decimator». Actas del III Congreso Internacional de

Historia de la Lengua Española. Madrid: Arco-Libros, 1125-1135.

18 Évora: Manuel Carvalho, 1634. 19 Sobre estos dos diccionarios he esbozado su descripción y análisis en dos artículos en prensa (v. bibliografía).

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© REDONDO RODRÍGUEZ, M.ª Jesús. 2005. «Variantes gráficas en diccionarios bilingües y multilingües de los siglos XVI, XVII y XVIII: ¿certezas o intuiciones fallidas?». Res Diachronicae Virtual 4: El Contacto de Lenguas. Número monográfico coord. por Ana Rodríguez Barreiro y Ana García Lenza. 155-165.

VARIANTES GRÁFICAS EN DICCIONARIOS BILINGÜES Y MULTILINGÜES DE LOS SIGLOS XVI, XVII Y XVIII: ¿CERTEZAS O INTUICIONES FALLIDAS?*

M. JESÚS REDONDO RODRÍGUEZ CSIC

Para rastrear la historia evolutiva del español como lengua comunicativa, como

vehículo transmisor de significados, hay que bucear en el desarrollo de sus soportes

lingüísticos, en esa cadena de fonemas que constituyen los significantes. Soy consciente

de que quien se dispone a leer estas letras ha estudiado las distintas reformas

fonológicas y ortográficas que han intentando fijar, en cierta medida, una lengua que no

poseía, en sus primeros siglos de vida, una norma que unificara tendencias y fijara

criterios que armonizaran las distintas variantes de lengua, casi diría que de habla, que

se daban a lo largo de nuestra accidentada geografía. Desde la controversial reforma

alfonsí hasta las llevadas a cabo por la Academia, el español ha sufrido los vaivenes de

una lengua que forcejeaba con las distintas variedades de habla de una España

históricamente convulsa y fragmentada de la que resultarían diferentes y parcelarias

idiosincrasias vitales y culturales.

La evolución lingüística producida entre los siglos XII y XVIII ha sido

extensamente estudiada por nuestros maestros, y a ellos me remito1. Quisiera centrarme

en las centurias que vieron nacer los primeros testigos lexicográficos, y más

exactamente en las que aparecieron los diccionarios bilingües y multilingües que

contenían el español como lengua de cultura.

* Este trabajo se encuadra dentro de los llevados a cabo para el proyecto de investigación Nuevo Tesoro Lexicográfico Español (s. XIV-1726) (BFF 2001-0263-C02-01). 1 Véase, al menos, a Emilio Alarcos Llorach, Amado Alonso y Rafael Lapesa.

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Rafael Lapesa dice que el español era un idioma de evolución muy activa

durante la segunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII, momento en el que se

produce el paso del sistema fonológico medieval al moderno. Sabemos que este sistema

no empezó a asentarse hasta que nació, allá por el año 1713, la Real Academia

Española. Como dice el maestro «la actitud razonadora de los hombres cultos reclama la

eliminación de casos dudosos. Sobre la estética gravita la idea de corrección gramatical

y se acelera el proceso de estabilización emprendido por la lengua literaria desde

Alfonso X el Sabio» (Lapesa 1981: 419). Esta preocupación por la regularidad de la

lengua llegó hasta la ortografía, donde las oposiciones gráficas mantenidas desde la

Edad Media ya no se correspondían con la lengua hablada en los albores del Siglo de las

Luces. Con todo, el sistema ortográfico español no quedó fijado en su totalidad hasta un

siglo más tarde, justamente en 1815; a partir de entonces, las reformas acaecidas han

sido mínimas, limitadas a particularidades muy específicas, como es el caso de la

acentuación.

Pero los inicios de la ciencia del lenguaje, en lo que a nuestro idioma se refiere,

están ligados al Renacimiento español, gracias a la figura de Nebrija, que emprendió la

tarea de fijar y codificar el español en el primer tratado gramatical sistemático de una

lengua vulgar; él es el cauce por el que penetran en España dos corrientes paralelas que

se desarrollarán a lo largo de los siglos XVI y XVII, el humanismo clásico y el

humanismo vulgar (Martínez Gavilán 1994: 421-436), tendencias que, de un modo u

otro, y siempre desde el corpus doctrinal acuñado por los autores de la Antigüedad,

intentarán sistematizar esta lengua vernácula que también empezaba a ser divulgada

fuera de nuestras fronteras.

Estamos en una época en la que España, con Carlos V, sale de sus fronteras

peninsulares y se convierte en el imperio más poderoso de Europa, pasando a ser

potencia hegemónica y motor comercial europeo. «Su influencia política y presencia

física llegan hasta Alemania por el Norte, pasando por Francia, y hasta Italia por el Este;

los Países Bajos caen bajo su área de influencia, y sirven también de puente hacia

Inglaterra» (Sánchez Pérez 1992: 79). Fuera de España germina un interés no sólo hacia

nuestro país, sino también hacia nuestra lengua; surgen diferentes estudiosos que

empiezan a teorizar sobre ella, aunque el rigor científico sea mínimo. En cambio, en

nuestro territorio, el interés por los idiomas vecinos era mucho menor, con lo que es

escaso el número de autores españoles que componen vocabularios con el español y

otras lenguas romances.

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En el ocaso del s. XV vieron la luz algunos diccionarios latino-españoles, entre

los que se encuentra el de Nebrija, quien también redactó el primer diccionario en el que

el español era lengua de entrada, repertorio que sería la base de los grandes diccionarios

monolingües y plurilingües de los siglos posteriores. A partir del s. XVI también se

editarán manuales destinados a la enseñanza del español a extranjeros que tienen una

clara finalidad didáctica, ya que están dirigidos a personas que desconocen esta lengua,

por lo que su base teórica es bastante rudimentaria, reduciéndose sus enseñanzas

gramaticales a unas cuantas reglas sobre pronunciación y a una enumeración de

observaciones morfológicas. Estas elementales reglas solían venir acompañadas de

materiales complementarios, a modo de apéndices, para que el estudiante de español

practicara sus conocimientos, estos son los diálogos, los vocabularios bilingües y las

nomenclaturas, donde aparecían reseñados aspectos de la vida cotidiana y algunos

refranes y proverbios populares2. Estos accesorios de las gramáticas escritas allende

nuestras fronteras se convierten en verdaderos ejercicios de traducción donde se pueden

encontrar principios lexicográficos que influirán en el modo de entender la técnica

diccionarística. De este modo, «los gramáticos extranjeros desempeñan un papel muy

importante en la formación y desarrollo de la teoría gramatical española, porque ponen

sobre la mesa de la reflexión muchos temas que hubieran pasado inadvertidos para los

gramáticos españoles» (Satorre Grau 2001: 875-883). Gramática, lexicografía y

traducción pasarán a ser, a partir del siglo XVI, disciplinas que se complementan e

infieren, ya que las tres tienen como objetivo el perfecto conocimiento de la lengua

española.

Los Siglos de Oro ven nacer repertorios léxicos y diccionarios realizados en

Europa que incluyen el español en su nómina idiomática, en los que se pueden encontrar

distintas soluciones gráficas para denominar y/o definir las mismas realidades

semánticas. La inexistencia de una única estricta norma reguladora propicia una

confusión entre criterios semánticos, grafemáticos, fonológicos y fonéticos. En los

diccionarios más serios, elaborados por gramáticos españoles, también se pueden

encontrar distintas palabras lematizadas por diferentes formas gráficas pero que se

refieren a la misma entidad léxica. Que una palabra aparezca escrita con ç, con c o con

z, dependerá, en muchos casos, de la tradición humanista a la que se adscriba el

2 Como bien dice Martínez Gavilán, la vía de transmisión que siguieron los autores de estas obras fueron las Osservationi della lingua castigliana, de J. Miranda, obra publicada en Venecia en 1566, aunque algunos de ellos pudieron conocerla a través de César Oudin, quien en 1597 publicó en París su Grammaire et observations de la Langue Espagnolle, realizada sobre la base de Miranda.

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lexicógrafo, de su origen geográfico, o de su variedad dialectal. En muchas ocasiones el

autor ofrece remisiones internas desde otras variantes gráficas distintas a la de la entrada

del artículo. En esos años, que una palabra se escribiera con una u otra grafía dependía

de cómo era escuchada por el que transcribía el corpus. Aquellos autores que creaban

sus obras desde sus propios supuestos teóricos corrían un menor riesgo de que toda

variante fonética se convirtiera en variante grafemática, a no ser que no controlaran la

impresión de sus obras o de que estas fueran dictadas a escribas poco avezados un

distinciones ortográficas. Pero aquellos lexicógrafos que, aunque hablaran español, no

conocían a fondo las disquisiciones internas de la lengua, como es el caso de muchos de

esos autores extranjeros que compusieron diálogos, coloquios, nomenclaturas, e incluso

diccionarios, eran más proclives no sólo a igualar letra y sonido, sino a fabular sobre

equivalencias acústicas peregrinas en castellano, y creer que enriquecían el léxico de

una lengua ofreciendo todas las variantes fonotácticas posibles de las voces registradas.

Esta práctica nada ortodoxa era una de las más utilizadas por los recopiladores léxicos

de estas centurias, que se basaban, cuando no plagiaban, a autores anteriores; uno de

ellos, por poner un ejemplo, fue el inglés John Minsheu, que aumentó el diccionario de

Richard Percyvall, en lo referente a la macroestructura, incluyendo variantes

ortográficas de una palabra y de todos los derivados de la misma, añadiendo además las

formas irregulares de los verbos como entradas independientes (Azorín Fernández 2000:

68-69). De este modo podemos hallar, si investigamos la historia léxica de una palabra a

partir de su tradición lexicográfica, rarezas, confusiones y errores quizá tolerables en

aquellos siglos, pero no años después, cuando la técnica lexicográfica fuera depurada

por una institución que sentará las bases de nuestra lengua3.

El siglo XVIII está marcado por la creación de la Real Academia Española, que

dio a luz, entre 1726 y 1739, al Diccionario de Autoridades, que será el primer

diccionario oficial y el referente del resto de obras lexicográficas, académicas o no

académicas, que se realicen en años venideros. Otros hitos académicos fueron las

publicaciones de la Orthographía, en 1741, y de la Gramática, en 1771, obras que,

desde ese momento, se convertirán en verdaderos paradigmas de cara al establecimiento

de lo que es correcto y de lo que es la norma. Estas publicaciones van a afectar en gran 3 Apúntese simplemente que, durante ese siglo XVIII, las erráticas interpretaciones contaminaban todas las manifestaciones escritas. Uno de los testimonios que nos ha llegado que lo demuestra es la sátira Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, del jesuita José Francisco de Isla, quien escribió, en el libro IV, capítulo VIII, «los malos, los perversos, los ridículos, los extravagantes o los

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medida a la técnica lexicográfica. Hasta entonces, la disparidad de criterios y de

soluciones en la presentación de los materiales se comprende, como decía, debido a la

inexistencia de ese patrón regulador, pero ahora el espíritu crítico de los académicos

debe dilucidar lo que es válido y lo que es un error propagado. Malas interpretaciones

acústicas transcritas como variantes gráficas de una unidad léxica debieran ser purgadas

de los vocabularios, sobre todo académicos, pudiendo, si acaso, formar parte de un

listado de posibles variantes publicadas a lo largo de la historia, dentro de las cuales

habría que distinguir entre las que, por criterios etimológicos o de distinción fonética

demostrable, han podido existir en un corte sincrónico de nuestra lengua y aquellas que

no son más que yerros cometidos por lexicógrafos imprudentes.

Veamos un pequeño muestrario en el que se ejemplifica lo hasta aquí expuesto.

En primer lugar, un par de casos que muestran la evolución gráfica de algunas

consonantes que quedaron fijadas en la edad moderna: las sibilantes. Los vocablos

cazador y casador aparecen en los repertorios lexicográficos anteriores al XVIII con ç y

ss respectivamente, adoptando las grafías actuales, y desapareciendo las de herencia

medieval, a mediados de este siglo. Lo mismo puede verse en el ejemplo çabila, escrito

con ç o z; encontramos también algunos casos con c, ya sea por error de lectura,

transcripción o imprenta, y que abandonan la historiografía en el siglo XVIII, ayudados

quizá por el rescate diccionarístico de un homónimo que a partir de entonces adoptará

este fonema de realización oclusiva.

Aparentes errores que se corrigen a lo largo de la edad moderna acontecen en

voces que forman parte de lo que podría denominarse léxicos específicos, o de aquel

grupo de vocablos que entran en España por la vía del préstamo. Así podemos ver,

como ejemplo del primer caso, la palabra musole, que aparece en diccionarios de

autores ingleses del siglo XVIII, no hallándose en otros repertorios, a excepción quizá

algún vocabulario específico, hasta finales del siglo XX, escrita entonces con un mayor

respeto a la etimología, musola. Para ilustrar el segundo caso, he rescatado la palabra

pérgolo, que es repetida en diccionarios plurilingües escritos por autores foráneos hasta

1721; será también en el siglo XX cuando esa voz se acomode a la etimología y vuelva a

aparecer en los diccionarios, bajo la forma hoy conocida y utilizada, pérgola. Pero

siempre aparece algún caso que no se ajusta a estas posibles motivaciones, y como

muestra señalo aquí la palabra ólea que, como posible errata, aparece en esos léxicos de

idiotas traductores son los que principalísimamente nos han echado a perder la lengua, corrompiéndonos las voces tanto como el alma».

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autores ingleses (Minsheu y Stevens) llevando la contraria al resto de sus

contemporáneos, que escriben óleo u olio.

Pero a lo que no se halla explicación lingüística es a las variantes gráficas que

nacen en los Siglos de Oro y que se extienden hasta el s. XIX, e incluso al XX. Casos

como ciguñal, incorrecta evolución fonética del étimo cigoñal (que ya apareciera en

Nebrija), y que la Academia, en 1780, dice ser voz anticuada, siendo esta la primera

manifestación lexicográfica existente; casi un siglo después, Gaspar y Roig la ofrecerá

como remisión interna a cigoñal. Celestre llega al siglo XIX como arcaísmo o remisión a

celeste, lo cual no se explica muy bien ni desde la evolución etimológica ni desde la

corrupción fonética. Un último ejemplo, en el que se puede pensar que las sibilantes

pueden haber vuelto a traicionar a algunos autores poco avispados, es la voz cazaca, que

se ofrece en diccionarios del XX también como voz anticuada; esta voz convivió en los

léxicos de autores extranjeros con la de la variante s y, a causa de una tendencia, en este

caso errada, a la confusión de los sonidos fricativos correspondientes a los grafemas s, ç

y z, se originó una aparente malinterpretación de esta voz de origen incierto que

propagaron unas lenguas (el francés y el italiano) en donde la realización del fonema s

era alveolar; que un error fonético, nada apoyado por la etimología, aparezca en fechas

tan tardías y sea considerado arcaísmo, no deja de sorprender y hacer dudar de los

criterios académicos.

Vemos como son los lexicógrafos foráneos, sobre todo los ingleses, los que

contaminaron nuestra lengua; es posible que sus extravíos procedan del origen no latino

de su idioma. Estos autores se vieron muy influidos, a la hora de componer sus

diccionarios, por los vocabularios menores y nomenclaturas que en años pretéritos

habían nacido con vocación pedagógica. Es muy posible que aquí se encuentre el mayor

causante de erratas y disparates de los siglos XVI y XVII.

A la vista de lo expuesto cabe preguntarse, una vez más, cuál es la misión de un

diccionario. Según Porto Dapena, «en términos generales, podría decirse que un

diccionario, en sentido estricto, es una descripción del léxico concebida a modo de

fichero, en que cada ficha viene a ser un artículo donde se estudia una determinada

palabra» (2002: 35). Este acercamiento definitorio podría ajustarse tanto a las obras que

aborden un estudio sincrónico como diacrónico del léxico, pero la historia de una

palabra no se encuentra, como todos sabemos, en un estudio sectorial, sino en un

seguimiento evolutivo de la misma desde su estado embrionario; para ello, hay que

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recurrir a una definición más concreta, la que pueda ofrecer la funcionalidad de un

tesoro o diccionario histórico.

Manuel Seco expuso hace más de veinte años que «un diccionario histórico

(entendiéndose en su sentido más estricto) ha de poseer dos características

fundamentales: por una parte será un diccionario de lengua, entendiendo por tal el que

versa sobre la totalidad del léxico y se propone dar una explicación de los contenidos

del mismo, y, por otra, estará hecho siguiendo un método histórico» (1992: 94). Seco

dice que estos repertorios «son tesoros o diccionarios totales, esto es, estudian el léxico

de una lengua sin restricción alguna tanto en su perspectiva espacial y social como sobre

todo temporal: se refieren al léxico de todos los tiempos, el que la lengua –entendida

como lengua histórica- tiene y ha tenido» (1992: 52-53).

Menéndez Pidal denomina diccionario total a este tipo de diccionarios, el cual

debe de atender también al movimiento que el idioma muestra, y acoger tanto los

probables neologismos que emergen como las voces que ven espaciado su empleo y que

se verán abocadas a ser arcaísmos lingüísticos; del mismo modo, todas las variantes

posibles deben ser consideradas, esas «alteraciones fonéticas y morfológicas que

estamos presenciando sin darnos de ellas cuenta» (1961: 108). Ya lo vio el maestro hace

casi medio siglo, cada palabra puede dar la impresión de tener una propia y específica

historia fonética, ajena a leyes generales que la rijan, «pero la protohistoria lingüística,

observando el curso de varios siglos, nos dice claramente que cada palabra es un mero

episodio en la historia general de cada uno de los elementos fónicos que la

integran»(Menéndez Pidal 1961: 14). De ahí la importancia de conocer la verdadera

historia de una lengua a la hora de valorar de modo certero la solidez de las supuestas

evoluciones fonético-grafemáticas que puedan devenir en ella.

Vuelvo así al comienzo de esta exposición, cuando remitía a los clásicos de la

ciencia lingüística para entender esta duda epistemológica a propósito de la doctrina

lexicográfica: historia de la lengua e historia del léxico, ¿ramas que deben cruzarse en la

descripción de la ciencia del significado y de las técnicas que lo exponen y explican al

mundo? ¿Debe un lexicón que muestra la evolución del significado de una voz perder

de vista el registro gráfico de su significante? Y, si concluimos que todo ello es

necesario, ¿debe analizar el lexicógrafo las huellas léxicas y tamizarlas por el filtro

evolutivo de la diacronía lingüística?

Julio Casares opina que

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Para el filólogo no hay un sólo fenómeno lingüístico que no sea digno de ser anotado. Las falsas interpretaciones, los vicios de pronunciación, las infracciones de la sintaxis, las deformaciones individuales, las derivaciones contrarias a la índole del idioma, las aberraciones más absurdas del vulgo... Todo tiene significación e importancia para el filólogo, y hasta se ha sostenido que la gramática de las faltas puede ser más interesante que la otra para estudiar los factores psicológicos y sociales que influyen en la evolución del lenguaje. El lexicógrafo, en cambio, está cohibido por un sentimiento de responsabilidad si es que pretende presentar un panorama general de la lengua y se preocupa de no falsearlo con la exhibición de anomalías esporádicas que, en realidad, no forman parte del patrimonio expresivo de la comunidad, ni siquiera de una parte considerable de ella [...]. El diccionario integral [...] no debe ser un simple vertedero, y así lo han entendido, sin excepción, todos los grandes léxicos del s. XX. (Casares 1992: 263-264)

Creo que no es difícil coincidir con Casares y pensar que hay que ser permeable

a todo lo que caiga en la probeta de la lengua, pero que no podemos permitir que todas

las gotas traspasen los límites experimentales del habla; habrá que destilar las

informaciones y depositarlas en los pertinentes tubos de ensayo de la dialectología, la

geografía lingüística, o de la lexicografía.

La geografía lingüística, en el estudio sincrónico del léxico, recoge todas las

variantes fonéticas, desde el punto de visto diatópico, de las variables léxicas

analizadas. Siguiendo su ejemplo, ahora sería un buen momento para que nacieran

glosarios de voces que, desde un punto de vista diacrónico, recopilaran todas las

variantes gráficas, aparecidas en textos de todas las épocas, con las que se ha

denominado a las diferentes realidades léxicas, y dilucidar cuáles son auténticas

representaciones grafemáticas y cuáles no son más que meras opciones fonotácticas que

nunca debieron haberse llegado a escribir cuando el español moderno ya tenía una base

gramatical de respaldo sólido, o al menos académico.

¿Por qué dar valor sémico a errores o variables de dicción? ¿Deberían entrar hoy

en los diccionarios, como distintas unidades léxicas, todas las posibles combinaciones

de letras con las que transcribiríamos la misma palabra pronunciada por individuos de

distintas regiones o etnias? ¿No obstaculizaría la búsqueda, cuando lo que se persigue es

encontrar los testigos históricos de una realidad semántica, una desmembración de su

historia léxica en inicuos hitos gráficos? Creo que la sucesión cronológica pesa sobre las

palabras dejando tras ellas un manto de vestigios que testimonian su evolución

semántico-morfológico-ortográfica, y no debemos obviarla cuando se intenta compilar

los anales que han determinado su rumbo, pero atesorar todo lo escrito sin cierta lógica

lingüística no hace más que desvirtuar la realidad y enmarañar los senderos que nos

llevan a su reconstrucción histórica.

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Si hacemos una búsqueda en el reciente tesoro lexicográfico de la Academia nos

daremos cuenta de cómo se puede poner trabas al trabajo del lexicógrafo. Si se hubieran

tenido en cuenta todos estos matices que aquí se están esbozando, este utilísimo y

necesario instrumento de trabajo hubiera colmado nuestras necesidades y hubiese

reconstruido con acierto la evolución léxica de las palabras desde su vertiente

diccionarística. El mismo método de trabajo, el de unificar los testigos lexicográficos

bajo las diferentes variantes gráficas, olvidando conectarlas entre sí con la inestimable

ayuda de las remisiones cruzadas, se puede encontrar en el Tesoro Lexicográfico de Gili

Gaya. En cambio, el Diccionario Histórico utiliza otra metodología en la organización

de los materiales y la redacción de los mismos; éste, al igual que el Diccionario

Etimológico de Corominas y Pascual, lematiza las voces por la forma actual

(entendiendo por actual la del momento de su redacción, siendo el de ambas el s. XX),

recogiendo dentro del artículo todas las variantes gráficas posibles halladas en los textos

que les sirvieron de fuente. También son muy útiles los índices o tablas que aparecen al

final del Corominas, elementos que habría que tener en cuenta si algún día se decide

continuar y culminar el Diccionario Histórico de la Academia.

Hoy existen otros proyectos lexicográficos4 que toman partido y engloban las

diferentes presentaciones gráficas de una voz bajo la misma unidad léxica, representada

por el significante actual, sin olvidar respetar las variantes originales en el interior de los

artículos. Las remisiones internas desde las formas antiguas a las actuales, corrigiendo o

eliminando aquellas que no sean más que errores, y la creación de un campo u apartado

donde se destaquen todas las voces contempladas5 se conciben como un refuerzo que

ayude al usuario a no perderse en el mare mágnum informativo y sacar injustas

conclusiones acerca de la metodología. Confiemos en que a esta línea de trabajo le

nazcan no pocos seguidores.

Podría resumir todo lo dicho en que, en épocas preacadémicas, la lengua

española poseía tal pluralidad fonética que llegó incluso a plasmarse en la grafía, y de

allí su huella en documentos y repertorios lexicográficos. Al no existir ningún canon

genérico, es lógico que las obras con visos científicos escritas hasta entonces fluctuaran

4 Como ejemplos cabe mencionar el aún no publicado Nuevo Tesoro Lexicográfico Español (s. XIV-1726), proyecto de gran envergadura dirigido por Lidio Nieto Jiménez y Manuel Alvar Ezquerra, en el cual participo y que se haya en la recta final; otro proyecto en fase de elaboración se ubica en la Universidad Autónoma de Barcelona, en un equipo de investigación en el que participa Emilia Anglada Arboix, que lleva por título Diccionario general y etimológico del castellano del s. XV en la Corona de Aragón, completa base de datos que está siendo posible gracias a los avances tecnológicos de la informática. 5 Es el mismo criterio que ya utilizara el Diccionario Histórico.

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entre la exactitud, la vacilación y la multiplicidad, y así recogieran todas las posibles

variantes gráficas que correspondieran a unos específicos contextos semánticos,

frecuentemente coincidentes. Más tarde, con la promulgación de los preceptos

ortográficos, los titubeos entre fonema y grafema fueron atenuándose y derivando hacia

una única elección gráfica que englobaría tantas realizaciones fónicas como opciones

geográfico-estrato-culturales existían. En algunos casos, para romper la ambigüedad de

los vocablos homónimos, se recurrió al uso de variables gráficas, fueran estas apoyadas

o no por su origen etimológico. Que en siglos postacadémicos, inmersos ya en normas y

reglas lingüísticas, sigan apareciendo en diccionarios extrañas voces, malas lecturas o

puras invenciones, consideradas como realidades léxicas, no deja de sorprender. Los

repertorios de los dos últimos siglos debieran haber utilizado todas las herramientas que

aporta la Historia de la Lengua para que las variaciones formales no interfirieran en la

información semántica y lexicológica. ¿Qué opinan? ¿Los diccionarios y tesoros

lexicográficos deben dedicarse a repetir bulos y perpetuar dislates, o a enderezar

entuertos y regular la selváticas manifestaciones gráficas?

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© GÓMEZ SEIBANE, Sara. 2005. «Contactos español / latín y otras lenguas no peninsulares. Introducción». Res Diachronicae Virtual 4: El Contacto de Lenguas. Número monográfico coord. por Ana Rodríguez Barreiro y Ana García Lenza. 167-169.

CONTACTOS ESPAÑOL / LATÍN Y OTRAS LENGUAS NO PENINSULARES

INTRODUCCIÓN

SARA GÓMEZ SEIBANE Universidad de Deusto

El contacto entre lenguas puede darse en una gama de situaciones que no se

agotan en el uso de dos lenguas distintas en un mismo territorio. Así, el contacto puede

producirse en la misma área, mediante la convivencia de poblaciones en un periodo

variable o a través del mestizaje —contacto directo— o en zonas diferentes por

relaciones culturales, económicas y políticas —contacto indirecto—. En el primer caso,

es muy probable que la situación desemboque en una etapa de bilingüismo y que

aparezcan desviaciones de la norma en ambas lenguas mientras que, en el segundo, el

contacto es más superficial y afectará primeramente a los niveles cultos escritos, sobre

todo en el léxico y la sintaxis.

Por añadidura, las situaciones de contacto pueden realizarse en ámbitos orales y

escritos, sin que pueda establecerse un paralelismo con respecto a las anteriores.

Efectivamente, pese a que normalmente el contacto directo es oral y el indirecto es

escrito, existen situaciones contrarias, es decir, puede producirse contacto directo por

vía escrita y es posible la introducción de léxico por vía oral en el caso de contacto

indirecto.

No obstante, situaciones idénticas de contacto de lenguas pueden llevar a

resultados diferentes ya que existen factores extralingüísticos y factores lingüísticos

determinantes, en la medida en que estimulan o retardan el contacto entre lenguas.

Veamos, pues, algunas de las situaciones enunciadas en cuatro aportaciones

centradas en el contacto entre distintas lenguas desde diferentes perspectivas. Así, por

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un lado, se presenta a los protagonistas del contacto lingüístico del español con las

lenguas amerindias y se expone la situación histórica en la que se desarrolló dicho

contacto, desde el descubrimiento del continente americano hasta el siglo XVIII. Por otro

lado, se dan a conocer los términos indígenas introducidos en una obra escrita en

español del siglo XVIII y se aborda comparativamente la paremiología francesa y

española. Finalmente, desde una perspectiva metalingüística, se observarán las

influencias del latín en la terminología gramatical del hebreo.

En primer lugar, en «Antecedentes históricos del contacto entre el español y las

lenguas indígenas americanas», G. Merma Molina expone el papel de la corona

española, la iglesia, los conquistadores y colonos y los indios americanos en el contacto

lingüístico del español con las lenguas indígenas. Por una parte, desde la llegada de

Colón, la necesidad de entenderse con los nativos obligó a tomar intérpretes a los que se

enseñó español. Por otra parte, la política lingüística de la corona española fomentaba

esta castellanización para lograr sus dos objetivos, a saber: el interés político de la

corona y la cristianización y evangelización de los indígenas que le había adjudicado la

iglesia. Sin embargo, los misioneros, que fueron los primeros en aprender las lenguas

amerindias y actuaron de intermediarios entre los representantes civiles y los indios, se

mostraban reacios a tal castellanización, pues, por un lado, no había un número

suficiente de misioneros para enseñar castellano y, por otro, se consideraba peligrosa la

lectura de los textos sagrados sin una adecuada preparación. De ahí que, desde

principios del siglo XVI, se escriban vocabularios y artes para el aprendizaje de las

lenguas indígenas, entre otras, maya, tupí-guaraní, quechua o aymara.

En segundo lugar, «Algunos indigenismos léxicos en el español de Guatemala

del siglo XVIII» de N. Polo Cano constituye una contribución a la historia de los

préstamos léxicos de las lenguas amerindias al español. Así, se presenta la relación de

indigenismos aparecidos en la Historia de la provincia de San Vicente de Chiapa y

Guatemala de la orden de predicadores que Fray Francisco Ximénez escribió en

Guatemala a principios del siglo XVIII y se analizan, entre otras cuestiones, su categoría

léxica, los campos semánticos a los que pertenecen y el origen de las voces.

En tercer lugar, Y. Rodríguez Yáñez, en «Breve estudio histórico-comparativo

de las frases hechas en francés y en español», analiza algunas de las frases hechas del

español y francés, entendiendo por tales locuciones, refranes, proverbios, sentencias y

máximas. Tras definir y acotar los límites de cada una de ellas en ambas lenguas, aborda

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Sara GÓMEZ SEIBANE: Contactos español / latín y otras lenguas no peninsulares. Introducción

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cuestiones referentes a sus características gramaticales, vigencia a lo largo del tiempo,

simbología y presencia en obras literarias desde una perspectiva comparativa e histórica.

Finalmente, M. Veiga Díaz, en «La traducción de términos gramaticales hebreos

al latín en el siglo XVI», analiza los procesos de adaptación terminológica de la

gramática de la lengua hebrea realizados en dos lenguas de cultura, el árabe en el siglo X

y el latín durante el Renacimiento, y llevados a cabo por distintos autores.

Tras las exposiciones se inició el debate, cuyas principales aportaciones se

centraron en destacar la importancia de la labor de los misioneros y en la necesidad de

nuevos trabajos sobre el contacto lingüístico del español con las lenguas amerindias. Por

un lado, con respecto a los misioneros, se apuntó que tanto los vocabularios que dejaban

en las misiones con anotaciones sobre la pronunciación y el léxico como los informes

sobre las lenguas de América que enviaban a Roma, constituyen un material de gran

valor para la investigación de las lenguas indígenas. Por otro lado, se denunció la

escasez de estudios dedicados a la investigación de las interferencias del español sobre

el quechua y la desatención por parte de los investigadores de la documentación y la

diacronía. Por su parte, G. Merma anunció un próximo trabajo sobre las influencias del

quechua sobre el español.

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© MERMA MOLINA, Gladys. 2005. «Antecedentes históricos del contacto entre el español y las lenguas indígenas americanas: los intérpretes indígenas, la iglesia y los españoles que se incorporaron a la vida indígena». Res Diachronicae Virtual 4: El Contacto de Lenguas. Número monográfico coord. por Ana Rodríguez Barreiro y Ana García Lenza. 171-183.

ANTECEDENTES HISTÓRICOS DEL CONTACTO ENTRE EL ESPAÑOL Y LAS LENGUAS INDÍGENAS AMERICANAS: LOS INTÉRPRETES INDÍGENAS, LA

IGLESIA Y LOS ESPAÑOLES QUE SE INCORPORARON A LA VIDA INDÍGENA.

GLADYS MERMA MOLINA Universitat d’Alacant

El proceso de contacto a través de la penetración de los indigenismos

americanos en el léxico español comienza, como se sabe, con la llegada de Colón a

América el 12 de octubre de 14921 y hasta la actualidad sigue siendo constante2.

La necesidad de comunicación forzó a los protagonistas, españoles e indios, a

escuchar, repetir y aprender las extrañas voces de su interlocutor y a emplear distintos

mecanismos para lograr el mutuo entendimiento. El procedimiento más importante del

que se valieron los conquistadores fue el tomar indios cautivos que les sirvieran de

intérpretes3 e intermediarios. Estos hombres, denominados también trujamanes,

farautes, nahuatatos, ladinos o lenguas, tuvieron un papel determinante en la conquista.

1 En este año sucedieron una serie de hechos históricos y culturales que marcaron un nuevo rumbo a la humanidad. Desde la perspectiva española; históricamente, se logra culminar con éxito la gran empresa de la conquista y el descubrimiento de América; culturalmente, sale a la luz la Primera Gramática Castellana de Antonio de Nebrija, y se comienza con la expansión de la lengua española fuera de España. 2 Sin embargo, es necesario señalar que el transplante de la lengua española a América no se produjo el mismo año del Descubrimiento (1492), sino a partir del siglo XVI, esto en razón de que los primeros establecimientos de pobladores españoles castellanohablantes de América pertenecen a este siglo (Lope Blanch 1999: 89). 3 En 1565 se denominan a estos personajes Nahuatatos, adaptando el aztequismo nahuatlato (intérprete que conoce la lengua Nahuatl o mexicana). Su nombre tanto en Filipinas como en América era lenguas; la legislación española los denominó intérpretes. Otros nombres menos empleados fueron ladino y lenguaraz (Quilis 1992: 26-27). En general, en la terminología de la época los intérpretes indios eran denominados trujamanes, farautes o lenguas.

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Res Diachronicae Virtual 4 (2005): El Contacto de Lenguas

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Tal como manifiestan Pottier (1983) y Rosenblat (1984), en la isla de

Guanahaní4, el 14 de octubre, Colón tomó por la fuerza siete indios con el propósito de

llevarlos a Castilla para que aprendiesen y entendiesen el español. En Cuba también

tomó prisioneros a cinco indios con el mismo objetivo e hizo capturar además —lo dice

con la terminología que caracterizaba la situación esclavista de la época— «siete

cabezas de mujeres, entre chicas e grandes, y tres niños».

Colón llevó a España alrededor de diez indios con la esperanza de que le

sirvieran luego de intérpretes, pero, como afirma el humanista italiano Pedro Mártyr de

Anglería5, la mayoría murió «por el cambio contrario de tierra, aire y comidas». Durante

el viaje de regreso huyeron casi todos los sobrevivientes; sin embargo uno ha pasado a

la historia: un muchacho de la isla de Guanahaní a quien se bautizó con el nombre de

Diego Colón (nombre del menor de los hermanos del conquistador y de su hijo

primogénito) y que sirvió de intérprete. Gracias a él, Pedro Mártyr pudo reconstruir un

elocuente discurso de alta teología indígena.

Se dice que en su segundo viaje los indios de la costa ya sabían algunas voces

españolas como jubón, camisa, almirante; estos se acercaban a los navegantes y

repetían dichas palabras mostrando que conocían esos nombres6. El indio Diego Colón

les sirvió en esa ocasión de intérprete y les acompañó en todo el viaje.

Pronto descubrió Colón que no todos los indios entendían a su joven intérprete,

y que en las islas se hablaban lenguas diversas —se sabe que cuando llegaron los

españoles al Nuevo Mundo debían de existir más de 2000 variedades dialectales que se

integraban en unas 170 familias lingüísticas— por lo cual el procedimiento de tomar

indios cautivos para que sirvieran luego de intérpretes, intermediarios o embajadores lo

continuó realizando en sus cuatro viajes7. Todas las expediciones procedieron de la

4 El 12 de octubre de 1492 Colón y su tripulación llegaron a tierras americanas descubriendo una isla llamada por los nativos Guanahaní. Colón la bautiza con el nombre de San Salvador (hoy Walting) perneciente al Archipiélago de las Bahamas. Colón tomó posesión de ella a nombre de Castilla. 5 Pedro Mártyr de Anglería, humanista italiano, cuyo verdadero nombre era Pieti-o Martire d’Anghiera, residente en España, autor de la primera historia general sobre las indias. Nació en Arona entre 1455 y 1459, se gloriaba de la estirpe de unos enigmáticos condes de Anglería, de quienes tomó su apellido. 6 Los indios se acercaban a los navegantes, les tocaban las ropas y les decían palabras como: jubón, camisa, «mostrando que sabían los nombres de aquellas cosas». Cuando llegó al puerto de la Navidad, se acercó una canoa de indios que preguntaron por él llamando: ¡Almirante, Almirante! (Pottier 1983:98). 7 En el segundo viaje envió a España gran cantidad de hombres, mujeres y niños para que se pongan en poder de personas con quienes podían aprender mejor la lengua, tal como manifiesta en su Memorial del 30 de enero de 1494. Todas las expediciones procedieron del mismo modo. En 1499 Alonso de Hojeda, Juan de la Cosa y Américo Vespucio exploraron la costa de Tierra Firme y recogieron cautivos. Vicente Yáñez Pinzón cogió indios en el Golfo de Paria y se los llevó a la Española para que pudieran servirle después como intérpretes. En 1518, Juan Grijalva llevó a Yucatán como intérpretes a dos indios cautivados el año anterior por el capitán Francisco Hernández. Las Ordenanzas Reales de 1526, sobre el

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Gladys MERMA: Antecedentes históricos del contacto entre el español y las lenguas indígenas...

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misma manera, todas recogían o capturaban indios con este fin. De esta manera, los

indios cautivos aprendían el español o los españoles aprendían la lengua indígena.

Así, a través de los intérpretes, pasaron a las páginas del diario del primer viaje

del Almirante muchas voces indígenas como canoa, nuçay (oro), hamaca, caníbal (con

sus correlatos cariba, caniba y canima), ager, cacique, nitaino, cazabi, caribe, tuob,

caona (oro), ají y guanin. Y, según refieren Pottier (1983: 105), Aleza Izquierdo y

Enguita Utrilla (2002: 22), el término canoa aparece ya en el primer vocabulario de la

lengua española de Nebrija de 1493 por haber sido la única voz americana escrita en la

carta de Colón al español Luis de Santángel8, primer relato oficial del éxito de la gran

empresa. Esto nos permite afirmar que desde el primer encuentro las lenguas indígenas

americanas se constituyeron en fuentes léxicas inevitables del español moderno.

El número de intérpretes fue creciendo a medida que se extendía la

evangelización, a esto contribuyó el hecho de que las ordenanzas Reales de 1526

autorizaran cautivar en cada descubrimiento una o dos personas para lenguas y otras

cuestiones necesarias en los viajes.

Así, al parecer en 1570 ya existían más de cien intérpretes sólo en la ciudad de

Quito (Ecuador). En esa misma época se organiza la enseñanza en las órdenes

religiosas. Los Jesuitas crean cátedras de quechua en Lima en la segunda mitad del siglo

XVI, y después en el Cuzco, en Charcas y en Quito.

Posteriormente, el repertorio colombino de voces americanas se amplía

considerablemente en las cartas y relatos contemporáneos del mismo Colón y sus

compañeros, en los documentos de los oficiales reales, en los informes de los

funcionarios y viajeros que por una razón u otra llegaban a las tierras recién

descubiertas. Al parecer, más adelante, Pedro Mártyr encuentra el modo de incluir en el

latín de sus Decades de arte Novo9, además de las palabras antes mencionadas, otras

buen tratamiento de los indios, autorizaron a cautivar en cada descubrimiento una o dos personas, y no más, «para lenguas y otras cosas necesarias en los tales viajes». 8 De origen español, miembro de una familia de origen judío-aragonés radicada en Valencia. Parece que su participación en la expedición de Colón fue fundamental, pues ya en 1486 había conocido al genovés, convenciendo a la reina Isabel de aceptar las pretenciosas condiciones impuestas por Colón. Asumió la dirección económica de la gran empresa de la conquista, asegurando la parte que correspondía aportar a la corona. 9 Pedro Mártyr escribió esta obra sobre las Indias entre 1494 y 1496. Se relatan ocho décadas en total, divididas en diez libros, cada uno de ellos dedicado a distintas personas. En él realiza constantes alusiones a los indígenas. Leyendas, datos etnográficos, toponimia y sucesos históricos se mezclan en una serie de cuadros dignos del mejor periodista de nuestra época. Es fuente de primera mano para los sucesos que relata. Se sabe que Mártyr no visitó las Indias, su posición privilegiada en la corte le dio la ocasión de conocer a sus actores y recoger de sus labios cuanto le interesaba para dar una visión periodística de incalculable valor.

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Res Diachronicae Virtual 4 (2005): El Contacto de Lenguas

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nuevas como areyto, batata, bohío, copey guazábara, guanábana, higuero, iguana,

yuca, maguey, maíz, mamey, hobos y manatí y que con excepción de la primera siguen

vigentes en el habla de América (Pottier 1983: 105).

En esta somera descripción de los antecedentes históricos no podemos dejar de

referirnos a la mujer indígena, quien tuvo un papel muy importante en el proceso de

contacto entre las lenguas indígenas y española. Podemos mencionar muchos casos del

trascendental rol femenino. Por ejemplo, cuando los conquistadores españoles se

retiraron de Cumaná y Cubagua10 ante la rebelión de los indios se llevaron como rehén a

una cacica llamada doña María y cuando en 1520 volvió el capitán Gonzalo de

Ocampo11 doña María fue mediadora de la paz. También se recuerda a Luisa, cacica de

Ocoroni12, quien acompañó al capitán Francisco de Ibarra en busca de las legendarias

Cíbola y Quivira13. Una india llamada también doña María acompañó al Padre

Bartolomé de las Casas en 1521 en su tentativa de evangelización de Cumaná; el

gobernador de Cartagena Pedro de Heredia, en 1533, tomó puerto cerca de Santa Marta

y envió a dos hombres a tierra —según cuenta Fernández de Oviedo14— «por una india

lengua, nascida e criada en Cartagena, la quela se le trujo» (Rosenblat 1984: 73); y,

sobre todo, no podemos dejar de mencionar a doña Marina, la Malinche, que desde un

principio compartió con Cortés la odisea de la conquista mexicana, ésta le fue muy útil

como intérprete, pues hablaba náhuatl, maya y español (Quilis 1992: 27-28).

10 Cumaná y Cubagua son dos islas aledañas (Venezuela). Cumaná es llamada Primogénita del continente, Ciudad donde nace el sol; posteriormente, a la llegada de los españoles, se llamó Nueva Toledo en 1521 y luego Nueva Córdoba en 1562. La isla Cubagua tiene aproximadamente 17 km². Se afirma que los primeros contactos de los conquistadores españoles con los pobladores de la isla Cubagua pueden ubicarse a fines del siglo XV, contactos realizados básicamente mediante intercambios de carácter comercial. 11 El 3 de octubre de 1520, un grupo de indígenas, liderados por el valiente cacique Maragüey se alzaron con violencia destruyendo un convento franciscano y matando a los frailes que se hallaban allí. Cuando la noticia llegó a Santo Domingo, la Real Audiencia envió a Gonzalo de Ocampo al frente de un grupo de soldados con la misión de pacificar la zona (Cumana) a como diera lugar. 12 Ocoroni es un pueblo indígena que forma parte de Sinaloa, está ubicado junto a la Baja California, al noreste de México. Sinaloa tiene una superficie territorial de 58,092 km² (el 2,9% de la población total del país) (http://students.aim-net.mx/spanish/Sinaloa/). 13 Hacia 1540 hubo una nueva agitación entre los conquistadores españoles provocada por el informe de Fray Marcos de Niza, un fraile franciscano, acerca de las ciudades de Cíbola y Quivira ubicadas en los más profundo y desconocido del septentrión novohispano. El Virrey Antonio de Mendoza organizó la expedición que fuera en su búsqueda bajo el mando de Francisco Vázquez de Coronado. Se refiere que eran 7 ciudades fabulosas y míticas. 14 Nacido en Madrid en 1478. Es considerado el más importante y apasionado de los historiadores de Indias. En 1514 marchó a las Indias con varios cargos. Tras su estancia de un año y medio volvió produciéndose un violento choque con Bartolomé de las Casas quien lo acusó de ser partícipe de una serie de tiranías que se habían realizado en Castilla del Oro. Posteriormente volvió a realizar cuatro viajes a América donde permaneció 22 años. Tras ocupar diversos cargos fue nombrado Cronista de Indias en 1532. Sus obras son: Sumario de la natural historia de las Indias (1526) e Historia General y natural de las Indias (1535).

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Gladys MERMA: Antecedentes históricos del contacto entre el español y las lenguas indígenas...

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Dos fueron los objetivos fundamentales de la conquista de América desde su

inicio: incorporar a los indígenas a la autoridad real española y convertirlos a la religión

cristiana. Por esta razón, el sistema de contacto y relación que se implantó inicialmente

con el núcleo de la población indígena fue el de realizar con ellos una tarea de

evangelización, misión ineludible que la Corona cedió a las órdenes religiosas con el fin

de que el indio fuese instruido en la fe católica.

Desde sus primeras cartas (2 y 12 de noviembre de 1492) Colón habla de la

cristianización. En el segundo viaje de Colón, los Reyes envían al padre Boyl, de toda

su confianza, para el que habían obtenido bula papal con atribuciones extraordinarias.

Le acompañaban otros religiosos, encargados de transmitir a los indios la fe católica en

español.

En todas las expediciones viajan frailes, primero franciscanos, luego dominicos.

La Instrucción Real de 1503 dispone que se agrupe a los indios en pueblos y que en

cada uno haya iglesia y capellán y que el capellán les enseñe a los niños, especialmente

a los hijos de los caciques, a hablar en castellano, a leer y escribir, a santiguarse, a

confesarse, el Padre Nuestro, el Ave María y el Credo. El castellano se convirtió

entonces en el instrumento general de catequización.

Es así que en el año 1493, el Consejo de Indias otorga el título de Orden

Misionera a los Franciscanos que llegan por aquella época a las Antillas. Lo mismo

ocurre con los Dominicos, en 1508; los Monjes de la Merced, en 1514; los Agustinos,

en 1531, y los Jesuitas en 1567 (Pottier 1983). Hacemos alusión a ellos, puesto que los

misioneros eran en realidad los únicos blancos que vivían en contacto permanente con

los indígenas y servían de intermediarios entre los representantes civiles y los indios. A

este respecto, resulta más fácil deducir que en un primer momento el conocimiento de

las lenguas indígenas se convirtió en un imperativo para los misioneros ya que la

diversidad de lenguas constituía un grave obstáculo para la labor de evangelización que

intentaban llevar a cabo en las poblaciones autóctonas.

Desde los primeros años de la conquista, los misioneros tuvieron que aprender

un número bastante elevado de lenguas como una prolongación de su apostolado

religioso. No obstante, en el Perú, ya se había desarrollado una lengua general, el

quechua. La dominación de los incas había hecho de esta lengua el instrumento de

comunicación entre pueblos de lenguas diversas, su uso se había extendido hasta las

provincias argentinas de Tucumán y Córdoba.

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Res Diachronicae Virtual 4 (2005): El Contacto de Lenguas

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Muchos misioneros lograron aprender los fundamentos de las lenguas indígenas

en la Península Ibérica gracias a Vocabularios y Artes manuscritos o editados desde

fechas muy tempranas como el Catecismo en lengua nahuatl que aparece en 1528; El

Arte para aprender la lengua mexicana que publica Andrés de Olmos en 1547, o el

Vocabulario en lengua castellana y mexicana que edita Alonso de Molina en 1571.

Pese a que los misioneros y sacerdotes desde el primer momento hablaban de

catequización, cristianización y de evangelización, paulatinamente, estos fundamentos

fueron cambiando drásticamente y se empezó a hablar de hispanización y

castellanización. Es así que en 1550, un capítulo de las Leyes de Indias insiste en la

necesidad de enseñar el castellano ante la gran variedad de los idiomas nativos. En este

sentido, en 1575, el virrey Toledo ordena que «todos hablen la lengua general del lugar

y aprendan la española y usen de ella, de manera que en dichas lenguas se les pueda

enseñar la doctrina cristiana», la enseñanza debía seguir siendo prioritaria para los hijos

de los jefes indios. De esta forma la castellanización de los indígenas se abría paso muy

lentamente, como consecuencia de la política lingüística impuesta y sobre todo como

una inevitable consecuencia del mestizaje.

Como vemos, la iglesia, históricamente, tuvo gran importancia en el contacto de

las lenguas amerindias con la española debido a su enorme peso cultural e institucional,

que hizo que se convirtiera en la institución oficial del adoctrinamiento hispánico de los

indígenas y en una entidad de administración social.

Sin embargo, cierto es también que existieron algunos intentos, propuestos por

las órdenes religiosas, de evangelizar a través de las propias lenguas indígenas como el

Primer Concilio de Lima (1551) en el que se decide que los misioneros tienen que

aprender las lenguas indígenas y redactar cartillas para la enseñanza en dichas lenguas.

Y reafirmando esta posición, en 1567, el Segundo Concilio se ve en la necesidad de

precisar nullu audiat confessionen per interpretem15.

Asimismo, para contribuir al desarrollo de los contactos directos con los indios

mediante su propio idioma se recurrió a las traducciones del teatro religioso. Numerosos

«autos sacramentales» fueron representados en lengua indígena en México desde 1553 y

a lo largo del siglo XVII en el Cuzco. Lo mismo ocurrió en el Brasil donde las

representaciones del importante teatro de los Jesuitas se efectuaron en portugués, latín, y

15 La nulidad de la confesión a través de intérpretes.

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Gladys MERMA: Antecedentes históricos del contacto entre el español y las lenguas indígenas...

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tupí16; en este último caso los actores eran los propios indios. Es de suponer que fue en

aquella época cuando se hizo una transcripción del célebre drama quechua Ollantay17 de

la tradición oral quechua a la tradición escrita española.

Por otra parte, se sabe que en 1618, Felipe III firmó un decreto muy explícito:

encargamos y mandamos que los sacerdotes, clérigos o religiosos que fueren de estos reinos a los de las Indias... y pretendieren ser presentados a las doctrinas y beneficios de los indios, no sean admitidos si no supieren la lengua general en que han de administrar y presentaren fe del catedrático que la leyere de que han cursado en la cátedra de ella un curso entero, o el tiempo que bastare para poder administrar y ser curas... (Pottier 1983: 21).

De modo que los indios debían hablar castellano y limitar el uso de su propio idioma,

mientras que los sacerdotes tenían la obligación de conocer la lengua general de la

región, esto con el fin de facilitar la comunicación y los primeros contactos con los

indios.

No obstante, la política lingüística de la corona española no fue firme ni

sistemática, ya que fue cambiando a lo largo del tiempo en dos direcciones: el interés

político de la corona que reclamaba una castellanización inmediata, y la cristianización

como un proyecto histórico que le había adjudicado la iglesia para que en las nuevas

tierras descubiertas y conquistadas obligatoriamente se cristianizara y evangelizara a los

naturales, realizando la voluntad de Dios, atribuciones que les había dado el Papa a los

Reyes de España.

Nuevamente las políticas lingüísticas iban cambiando drásticamente, notándose

un claro objetivo de erradicar las lenguas indígenas. Es así que en 1770, respecto a

México, la Corona española emite una cédula real en la que decide que «pongan en

práctica y observen los medios para que de una vez se llegue a conseguir que se

extingan los diferentes idiomas que usan los indios de México y sólo se emplee el

Castellano». Lo mismo ocurre en Brasil, donde un decreto de 1727 ordena que los

Jesuitas no utilicen más el tupí sino únicamente el portugués.

16 A pesar de su fuerza y prestigio, la lengua portuguesa no consiguió imponerse de inmediato a una de las lenguas generales de los indios, el tupí. Al parecer hasta fines del siglo XVII apenas una de tres personas hablaba portugués en Brasil. Durante la época colonial la lengua más importante en Brasil era el tupí-guaraní, que presentaba dos vertientes: el tupí antiguo y el tupinambá hablados en la región que iba desde el actual Estado de São Paolo hasta el estado de Maranhão (http://webs.uolsinectis.com.ar/tap/prod03.htm). 17 Es una obra teatral que fue escrita hacia el año 1770, su autoría es atribuida al Padre Antonio Valdés. Su argumento se refiere a los amores contrariados del general Ollantay y la princesa Cusi Coyllur, nieta del inca Túpac Yupanqui y sobrina de Huayna Cápac. Todos los hechos que se narran en la obra se desarrollan en la ciudad del Cuzco (Perú).

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Res Diachronicae Virtual 4 (2005): El Contacto de Lenguas

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Sin embargo, los misioneros, en su mayoría, se oponían a aquella hispanización

lingüística del indio por una parte debido a que no había un número suficiente de

misioneros para enseñar el castellano en un territorio tan extenso y por otra, porque,

según ellos, era muy peligroso dar a neófitos la posibilidad de leer por sí mismos los

textos sagrados sin una adecuada preparación del latín, quedando prohibida su

traducción a lenguas indígenas con excepción de las oraciones usuales y el catecismo;

sin embargo, se adoctrinaría al indio en su propio idioma.

En síntesis, la propuesta de la iglesia en general respecto a cómo debía

desarrollarse el complejo proceso de evangelización fue a través del aprendizaje de las

lenguas indígenas por convivencia constante con los indios, mediante la fundación de

escuelas, universidades y el estudio lingüístico de las lenguas indígenas que conllevó la

producción y publicación de importantes diccionarios y gramáticas como la descripición

que se hizo del Maya en el siglo XVI. Aunque muchas obras permanecen en manuscritos

o han desaparecido, se menciona, por ejemplo, un Diccionario de la lengua maya de

Luis Villalpando (1571) que toma como base el diccionario de Motul (manuscrito del s.

XVI). En 1620, aparece en México el Arte de la Lengua maya de Juan Coronel, y en

1684, el Arte de la lengua maya de Fray Gabriel de San Buenaventura.

En 1558 y 1559, respectivamente, aparecen un Arte y vocabulario del tarasco

escrito por Maturino Gilberti. También en el siglo XVI surge una descripción del otomí18

que hace Pedro de Cáceres, y otra descripción del chibcha19 que hace Bernardo de Lugo

en 1619.

En cuanto al tupí-guaraní20, hay noticias de que se tradujeron unas oraciones

hacia 1550. La primera gramática es la de Joseph de Anchieta, Arte de grammatica da

língoa mais usada na costa do Brasil (Coimbra 1595).

En lo referente al quechua, la primera descripción que se posee con fecha segura

es la de Domingo de Santo Tomás, impresa en Valladolid en 1560 tras haber

permanecido su autor treinta años en el Perú. En 1584, se publica una Doctrina

18 Es un grupo de 6 lenguas que se hablan en los Estados de Puebla, Vera Cruz, Querétaro, Hidalgo y Tlaxcala. El Pame se habla en el estado de San Luis Potosí. Las lenguas matlatzinca y Ocuilleco se hablan en el estado de México. 19 Hace aproximadamente 12000 años el pueblo ameridindio de Muisca se estableció en el territorio del alto Valle de Saquencipá, hoy provincia del Alto Ricaurte (Colombia) donde se desarrolló una importante cultura dentro del contexto amerindio. Las comunidades lingüísticas chibchas fueron numerosas, las de mayor extensión territorial y las más desarrolladas en sentido socioeconómico en la Colombia prehispánica. 20 Predomina en la literatura encontrada al respecto la denominación en lengua quechua «chiriguano-chane». Se asentaron al este del Perú, en el Alto Xingú; en Bolivia Oriental, en la zona oriental del río Guaporé; y en el centro de Matto Grosso.

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christiana y catecismo para instrucción de los indios en las dos lenguas generales de

este Reyno, quichua y aimara.

También podemos mencionar otros importantes autores que hicieron una serie

de publicaciones respecto al quechua, así:

Domingo de Santo Tomás (1560): Lexicón o vocabulario de la lengua general

del Perú, Valladolid; Confessionario para los curas de Indios en las lenguas Quichua y

Aymara (1585), Lima; La Doctrina Christiana y catecismo para la instrucción de los

Indios21 (1584-1585), Lima; Arte y vocabulario en la lengua general del Perú llamada

Quichua y en la lengua español (1586), Lima; Diego Torres Rubio (1603): Gramática y

vocabulario en lengua Qquichua, aymara y española, Roma. Diego González Holguín

(1607): Gramática y arte nueva de la lengua general de todo el Perú, llamada lengua

Qquichua o lengua del Inca, Lima; Diego Gonzáles Holguín (1608): Vocabulario de la

lengua general de todo el Perú llamada lengua quichua, o del inca, Lima; Francisco de

Ávila: Tratado y relación de los errores, falsos Dioses, y otras supersticiones y ritos

diabólicos en que vivían antiguamente los Yndios de las provincias de Huaracheri

(1608), que es un manuscrito con más de 40 folios en quechua.

Respecto al aimara, en 1603, Ludovico Bertonio edita en Roma un Arte breve de

la lengua aymara, que constaba de 32 páginas y un Arte y grammática muy copiosa de

la lengua aymara, que tenía 350 páginas.

Asimismo, en todas partes hubo españoles que se incorporaron a la vida indígena

y aprendieron la lengua de los indios, y esa simple convivencia favorecía el intercambio

de lenguas en ambos sentidos. Pedro Mártyr nos habla de un ermitaño llamado Remón o

Ramón, que no es otro que el padre Ramón Pané, llegado en el segundo viaje, que por

orden del Almirante trató a los caciques, se familiarizó con los indios. A raíz de ello

escribió un librito sobre sus ritos titulado Relación acerca de las Antigüedades de los

Indios; el primer tratado escrito en América22. El aragonés Miguel Díaz, que había

matado a un español en un incidente personal en la Española, se acogió a una tribu y

formó una familia con una indígena bautizada con el nombre de Catalina. Cristóbal

Rodríguez, a quien apodaban lengua, era un marinero español que había vivido varios

años entre los indios. Antonio Villasante, vecino de Santo Domingo, llevó 24 años en la

isla sin haber vuelto nunca a España. Gonzalo Guerrero y Jerónimo Aguilar, hombres

21 Este manual de doctrina es un texto trilingüe, en español, quechua y aimara que constituye un extraordinario documento para la historia de los contactos lingüísticos en el mundo andino y para la historia de las mencionadas lenguas.

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sin duda valiosos para la conquista de México, Enrique Montes y Luis Ramírez en el

Brasil, Francisco del Puerto en Río de la Plata y muchos otros náufragos o cautivos

durante largos periodos de tiempo vivieron formando parte de alguna tribu indígena.

En lo que concierne a la llegada e incorporación de la mujer española, se sabe

que ésta llegó tardíamente a América y en proporciones muy limitadas. La conquista fue

una actividad eminentemente masculina, como era de esperar, pero también la

colonización. En los dos primeros viajes Colón no embarcó ninguna mujer, en el tercero

al parecer vinieron dos mujeres expulsadas. En viajes posteriores fueron llegando

algunas con sus maridos, pero en 1511 estas no pasaban de treinta. Eran épocas en las

que estaba prohibida la entrada de solteras e igualmente casadas si no era en compañía

de su marido. En 1512, una Real Cédula permite que pasen a Cuba unas pocas esclavas

blancas moriscas.

En definitiva, en los primeros años de la colonización lo que abundaban eran

soldados, sacerdotes y misioneros, pero luego fue llegando gente de diversa procedencia

social: los hijos más jóvenes de la nobleza que no heredaban la fortuna de sus padres,

vástagos de familias distinguidas que habían caído en la ruina, pequeños grupos de

prisioneros a quienes se les conmutaba la pena para que se establecieran en territorios de

reciente conquista y no del todo pacificados.

Por otra parte, existieron otros personajes que, si bien es cierto que no se

incorporaron completamente a la vida indígena, sí que en sus escritos incluyeron

muchas voces indígenas. Entre ellos destaca Gonzalo Fernández de Oviedo, un

caballero cortesano, quien hacia 1525 redacta el Sumario de la natural historia de las

Indias, obra destinada a informar al monarca sobre la realidad americana. No menos de

setenta voces americanas diferentes se encuentran en estas pocas páginas. Si se tiene en

cuenta la finalidad de la obra, que el rey era el destinatario de la misma y que Oviedo no

podía dirigirse a su soberano en un lenguaje que tuviese la menor sombra de

impropiedad, hay que concluir que éste usaba los indigenismos americanos solamente

cuando los consideraba necesarios para la claridad y precisión. Además, hay que tener

en cuenta que la obra fue redactada en España, donde la presión de lo americano y las

particularidades del habla local eran sin duda inexistentes. Estas consideraciones nos

llevan a la conclusión de que serían muchas más las voces admitidas en el lenguaje

coloquial de América hacia 1525.

22 Nueva versión, con notas, mapa y apéndices por José Juan Arrom. Siglo XXI Editores, México, 1974.

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En 1535, el mismo Oviedo publica la primera parte de la General y natural

historia de la indias, obra en la que el número de indigenismos crece en proporción

considerable, alcanzando a más de medio millar las voces indias cuando en el siglo XVI

Oviedo concluye su historia (Moreno de Alba 1993: 59; Pottier 1983: 107). De estas

voces el mayor número lo constituían los nombres de animales y plantas que no podían

nombrarse con palabras del español patrimonial sin correr el riesgo de la incomprensión

o de la confusión23. Aparte de los nombres de fauna y flora, los españoles incorporaron

a su habla nombres de algunos alimentos, ceremonias, objetos de la vida material y

denominaciones respecto a la organización social que se propagaron por toda América.

Otros casos son los de Bernardino de Ribera, un leonés llegado a México en

1529, quien se entrega al aprendizaje de la lengua indígena, y el de Alonso de Molina,

quien siendo aún muy joven aprendió tan bien el náhuatl, que al poco tiempo era ya

profesor de este idioma. Fue también autor de vocabularios, catecismos y de una

gramática publicada en México en 1571.

Como hemos podido ver, estas tres entidades, intérpretes indígenas, iglesia y

españoles que de una u otra forma se incorporaron a la vida indígena, constituyeron sin

duda el soporte y el eje de lo que significó históricamente el éxito de la conquista, pero

también fueron los pilares que permitieron que prospere el contacto de las lenguas

indígenas con el español, que en la actualidad en toda Hispanoamérica continúa

adquiriendo matices y características peculiares.

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23 Oviedo pone en claro un aspecto importante del proceso de la incorpación de los indigenismos al español. Por un lado, los mismo españoles, y Oviedo entre ellos, aceptan las denominaciones indígenas por las necesidades de propiedad, y por otro se empeñan en la aplicación a las cosas americanas de nombres de las cosas españolas con las que aquéllas tenían alguna próxima o remota similitud. Así, llaman lagarto al caimán, tigre al jaguar, león al puma, pavo al guajolote, cuervo al zopilote, zorro al aguará, pimiento al ají, etc.

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© POLO CANO, Nuria. 2005. «Algunos indigenismos léxicos en el español de Guatemala del siglo XVIII». Res Diachronicae Virtual 4: El Contacto de Lenguas. Número monográfico coord. por Ana Rodríguez Barreiro y Ana García Lenza. 185-202.

ALGUNOS INDIGENISMOS LÉXICOS EN EL ESPAÑOL DE GUATEMALA DEL SIGLO XVIII

NURIA POLO CANO Universidad Nacional de Educación a Distancia

1. De todos es conocida la necesidad de una urgente ampliación de los estudios

de tipo areal que, sin dejar de lado lo que tiene que ver con las variedades habladas en la

Península, centre su atención también en aquellas que constituyen lo que se ha dado en

llamar el español de América, dado que los estudios que se han realizado por el

momento han tendido más a la descripción del español general americano o su

clasificación en zonas dialectales.

Junto a esta creciente bibliografía1, es importante también señalar la existencia

de estudios centrados en determinadas zonas americanas, pero así como a la variedad

del español hablado en México –gracias a los numerosos estudios de Lope Blanch

(1953, 1983)- o al español de la zona rioplatense se ha prestado más atención, los

análisis que tienen por objeto la zona de Centroamérica resultan prácticamente nulos.

Con todo, incluso dentro de esta zona, se pueden establecer subdivisiones en cuanto al

grado de conocimiento de sus variedades lingüísticas, y así la variedad hablada en Costa

Rica se ha estudiado con más detenimiento2 del que ha podido gozar la variedad de

Guatemala.

Así pues, y en vista de lo señalado anteriormente, se puede mantener aún la

conclusión a la que Lope Blanch llegaba en 1968: «el español de Guatemala es una de

las modalidades peor conocidas hasta ahora, y no hay indicios de que esta situación

1 Que se omitirá citar por las limitaciones de espacio, pero que se puede consultar por ejemplo en los cuadernos bibliográficos publicados por López Morales (1999). 2 Sobre el español hablado en este país destacan los trabajos de Agüero (1962, 1964), así como Quesada Pacheco (1991, 1992), entre otros.

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vaya a cambiar en un futuro próximo» (Lope Blanch 1968: 89), idea que repetía

Ramírez Luengo en un trabajo reciente:

constituye un hecho bien conocido entre los estudiosos de la dialectología hispanoamericana la situación claramente insatisfactoria en que se encuentran, en el marco de estos estudios, las variedades del español hablado en Centroamérica, cuyas peculiaridades resultan hoy poco menos que desconocidas. (Ramírez Luengo 2002)

Si bien afortunadamente se cuenta en estos momentos con la recopilación de

bibliografía de la colección Cuadernos Bibliográficos que, sobre el español de América,

ha publicado la editorial Arco/Libros, lo cierto es que el número de trabajos aportados

en el volumen sobre Centroamérica por López Morales (1999) es mucho menor que el

que se descubre en otras regiones.

Siendo tal la situación desde el punto de vista sincrónico, diacrónicamente el

estado de los estudios no es más alentador. Así lo indicaba Ramírez Luengo (2002):

«esta escasez ya indicada en lo que a la sincronía se refiere, se convierte en inexistencia

si se atiende a la diacronía de estas variedades dialectales». Por lo tanto y tal y como se

acaba de señalar, el desconocimiento es mucho mayor desde un punto de vista histórico,

a lo que sin duda hay que sumar el que existe sobre la lengua del siglo XVIII, que se ha

visto generalmente abandonada por los estudiosos3. En este sentido, resulta

absolutamente imprescindible llevar a cabo trabajos de estas características, que tengan

como objetivo profundizar en el conocimiento de la evolución diacrónica del español

hablado en lo que hoy constituye la República de Guatemala.

2. En relación con lo anterior, el presente trabajo pretende aportar un análisis que

ayude a ampliar el conocimiento de las influencias indígenas en el español de

Guatemala en el siglo XVIII, a fin de caracterizar de manera más precisa la variedad

mencionada en la diatopía y diacronía indicadas4. Tal y como sugiere Agosthino de la

Torre (1999: 39): «Prácticamente nada se ha escrito sobre los indigenismos en el siglo

XVIII». A este respecto, no hay que olvidar que Zimmermann (1995: 28) indica que:

3 Tal como indican Agosthino de la Torre (1999: 11): «Hemos optado por el siglo XVIII ya que -en comparación con los siglos XVI y XVII- se le ha dedicado pocos estudios» y Ramírez Luengo y Rubio Heras (2003): «El siglo XVIII no ha constituido en ningún caso un campo de investigación preferente en la Filología Hispánica [...] son muy escasos los estudios que analizan la evolución diacrónica de la lengua». 4 Carencia de estudios que en parte sin duda se debe al mayor desconocimiento de las lenguas indígenas, que hace que resulte más difícil la aproximación al español de estas épocas, que presenta ciertos rasgos indígenas.

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Nuria POLO CANO: Algunos indigenismos léxicos en el español de Guatemala del siglo XVIII

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«Conceptos tomados originalmente de las lenguas amerindias juegan un papel cada vez

menor en el transcurso de la historia cultural y los lexemas respectivos caen en desuso

[...]. Por lo tanto, resulta importante escribir una historia de los préstamos lingüísticos».

Ante esta idea se plantea el presente estudio.

A fin de realizar un aporte a esta «historia de los préstamos lingüísticos», y

usando como fuente la Historia de la provincia de San Vicente de Chiapa y Guatemala

de la orden de predicadores que Fray Francisco Ximénez escribió a principios del siglo

XVIII, se rastrearán los diferentes préstamos léxicos de las lenguas indígenas de la zona

en el español de la Guatemala de la época5.

Si bien la obra se compone de siete volúmenes, en este caso sólo se ha llevado a

cabo el estudio del primero de ellos, que se divide en dos partes:

- Primera parte: del capítulo I al XXXVI, donde narra las historias de los indios.

- Segunda parte: del capítulo XXXVII al XLII, que corresponde a la narración de

las primeras etapas de la fundación de la ciudad.

El hecho de que la primera parte haga referencia de manera especial a la

población indígena conlleva que el número de indigenismos sea mayor; a pesar de la no

homogeneidad de las partes, el propio contenido de cada una de ellas parece determinar

los resultados en cuanto a la aparición de indigenismos.

En cuanto a los términos analizados, sólo se ha llevado a cabo el estudio de

aquéllos cuyo origen corresponde estrictamente a alguna lengua amerindia, por lo que

se han desechado tanto términos originarios de otras lenguas -árabe, portugués- como

los mismos americanismos resultantes de cambios semánticos en el fondo patrimonial

de la lengua6, ya que por préstamos únicamente se ha atendido a la definición que aporta

Roth (1995: 43): «por el término préstamo se entiende un proceso a nivel del

significante». Del mismo modo, tampoco se tiene en cuenta en este trabajo la

onomástica -por otro lado, bastante abundante-, que se dejará para futuras

investigaciones7.

5 Según señala el editor en el prólogo (Sáenz de Santa María 1975: 24), se encarga a Fray Francisco Ximénez escribir la obra en fecha desconocida, si bien se supone que empezó en 1715; ya para 1720 estaba terminada, por ser el momento en que envía una copia de los dos primeros tomos a Córdoba. Tal año se tomará como referencia para la datación de los vocablos. 6 Se ha elegido el estudio del léxico siguiendo la afirmación de Lapesa (1985:556): «la contribución más importante y segura de las lenguas indígenas está en el léxico. Los españoles se encontraron ante aspectos desconocidos de la naturaleza, que les ofrecía plantas y animales extraños a Europa, y se pusieron en contacto con las costumbres indias, también nuevas para ellos». 7 Dada la escasa importancia que Lope Blanch concedía a este tipo de léxico en cuanto a su repercusión en el sistema lingüístico: «no tienen la misma trascendencia los préstamos en el vocabulario común que la existencia de topónimos aborígenes» (Lope Blanch 1986: 70).

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En lo que a las etimologías se refiere, se ha tratado de buscar el origen fidedigno

y la fecha más antigua de datación; en caso de no haber sido posible, se denomina a los

préstamos como indeterminados. Por lo que a las definiciones atañe, se ha colocado el

significado según los diccionarios y si no se ha registrado la definición, se presenta el

término dentro de su contexto de aparición para dar así idea del significado.

3. Así pues, el número total de indigenismos que se ha recogido es 76, de los

cuales solamente 6 aparecen en la segunda parte del libro; esto hace que el 92’10% de

los préstamos se encuentren en la primera parte, es decir en la que describe la sociedad

indígena, mientras que el 7’89% de los términos se encuentran en la segunda, cuyo tema

no es ya tanto una descripción de la vida indígena, sino la conquista de Guatemala, por

lo que el carácter del texto conlleva una situación no tan favorable para la aparición de

términos propios de las lenguas amerindias.

Asimismo, el hecho de que sólo se hayan podido contabilizar un total de 76

préstamos cuyo origen es sin lugar a dudas amerindio -o al menos la morfología del

término así puede indicarlo-, sobre un corpus de 150 páginas, hace pensar que la

presencia de tales términos no resulta excesivamente alta; precisamente tal vez sea el

carácter peninsular del informante lo que permite explicar el porqué de este escaso

número de vocablos8.

Del mismo modo, es llamativo señalar que los indigenismos registrados en el

estudio pertenecen en su mayoría a la categoría léxica sustantiva9 y, dentro de ésta, a la

subdivisión sustantiva concreta. La explicación de esta distribución parece encontrarse

en lo que Mejías indica acerca de que «las palabras concretas se pueden transferir en

forma más fácil que las que se refieren a cosas abstractas» (1980: 23).

Por lo que se refiere a la clasificación semántica, Mejías (1980: 16) señala que:

Una vez en contacto con la nueva lengua indígena, no tuvieron [los colonizadores] otra alternativa que adoptar préstamos por mera necesidad. Fue la única salida semántica que tuvieron para poder llenar un vacío frente a una nueva fauna, flora, costumbres, otros tipos de administración pública, otros modos de vestir, otros alimentos, etc.

8 Del mismo modo, hay que considerar lo que Morínigo apuntaba ya en 1959: «debemos suponer lógicamente que las voces que aparecen en la lengua escrita no son sino una parte de los indigenismos que ocurrirían espontáneamente en la lengua hablada de los colonos» (1959: 10). Y por otro lado, también se debe tener en cuenta lo que sugiere Roth (1995: 41): «¿Los numerosos indigenismos léxicos que se reúnen pertenecen al vocabulario activo de todos los hablantes de la respectiva región? ¿Es posible comprobar una gradación sociolectal en lo concerniente a la adopción de elementos nativos?». 9 Hay que señalar como única excepción la aparición de un solo verbo: achoncabar.

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Nuria POLO CANO: Algunos indigenismos léxicos en el español de Guatemala del siglo XVIII

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Considerada y aceptada por los autores (Fontanella de Weinberg 1992; Ligorred

1992; Sánchez Méndez 2003) esta primera causa de incorporación de los nuevos

términos, no es de extrañar que los préstamos aparecidos se incluyan en estos campos

semánticos, ya que, al igual que en otros textos, el corpus analizado sigue llenando por

medio de indigenismos el vacío de denominaciones presentando ante esta nueva

realidad.

Para la división por campos semánticos se seguirá en este caso la propuesta de

Mejías (1980: 22), que siguen autores como Fontanella de Weinberg (1992: 104),

Agostinho de la Torre (1999: 495) y Sánchez Méndez (2003: 399). Así pues, los

indigenismos registrados en el corpus se pueden clasificar de la siguiente manera:

1. Flora: achiote, anonas, axí, cacao, canté, ceiba, chacnoh, chay, chichicaste,

chile, chilmol, choreque, copal, ec, elote, jocote, maíz, nance, ocote, papa, pach,

pataste, tabaco, tomate, tzitte, zacate, zaquitoc, zapote, zope.

2. Fauna: cantí, chitic, chocoy, guacamaya, mico, pahuí, pizote, tacuazín,

tecolote, tzul, zopilote, zompopo.

3. Agricultura: cacahuatal, chinamital, luco, maizal, milpa, milpería, tizate,

zacatal.

4. Construcción: amac, chutamuleo, jacal, tabanco, tinamit.

5. Organización social, administrativa: cacique, calpul, cambito, mancehual,

nahual.

6. Enseres, utensilios: comal, jícara, matate, mecate, tenamaste.

7. Prendas de vestir: güipil, maxtel, tilma.

8. Piedras y monedas: chalchigüite, quetzal.

9. Objetos de guerra: macana.

10. Clima, geografía: huracán.

11. Bebidas: chicha.

12. Otros: achoncabar, hule, motz, tequio.

Así pues, y de acuerdo con los datos expuestos anteriormente, la clasificación

semántica por orden cuantitativo -de campos más representados a aquéllos que ofrecen

menos elementos– es la que se presenta a continuación:

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Campo semántico Número Porcentaje 1. Flora 29 38’15 % 2. Fauna 12 15’78 % 3. Agricultura 8 10’52 % 4. Construcción 5 6’57 % 5. Organización social 5 6’57 % 6. Enseres 5 6’57 % 7. Prendas vestir 3 3’94 % 8. Piedras, monedas 2 2’63 % 9. Objetos de guerra 1 1’31 % 10. Clima, geografía 1 1’31 % 11. Bebidas 1 1’31 % 12. Otros 4 5’26 % 13. Total 76 100 %

CLASIFICACIÓN SEMÁNTICA

137%

216%

311%

47%

57%

67%

74%

83%

91%

101%

111%

125%

Según estos datos, los campos semánticos más representados son la flora, la

fauna y la agricultura, seguidos a gran distancia de la construcción, organización social

y los enseres y utensilios, mientras que las prendas de vestir, piedras, objetos de guerra

o bebidas tienen una presencia puramente marginal.

En comparación con lo aportado por Mejías (1980: 22) en su clasificación, los

campos semánticos en el corpus aquí analizado, donde más préstamos se recogen son el

de la flora, la fauna y agricultura, mientras que este autor señala la flora, seguida de la

organización social y finalmente la fauna como los predominantes. Sin embargo, pese a

estas diferencias en cuanto al número, atendiendo no a un orden cuantitativo sino

cualitativo, es de destacar que son campos semánticos comunes en ambas ocasiones10.

En conclusión, y tal y como sugieren todos los autores citados hasta el momento,

la aparición de indigenismos que se puede constatar en la lengua de esta época se debe a

causas de tipo pragmático, desencadenadas por la necesidad de acomodación de los

10 Los campos semánticos que presenta Mejías (1980: 22) en su clasificación son los siguientes: minería, prendas de vestir, adornos personales, alimentos, bebidas, narcóticos, enseres, utensilios, mobiliarios, agricultura, ganadería, construcción, materiales, religión, hechicería, pesas y medidas, sustancias, resinas, clima, geografía, comercio, náutica, instrumentos musicales, objetos de guerra, enfermedades.

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Nuria POLO CANO: Algunos indigenismos léxicos en el español de Guatemala del siglo XVIII

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hablantes a una nueva realidad, por lo que, evidentemente, los préstamos se referirán a

las características específicas de esas sociedades nuevas para los hablantes de español11.

Así pues, y tal y como se muestra en el estudio, los términos indígenas se

refieren preferentemente a realidades propias del campo en oposición a la ciudad, por lo

que se mantiene en el léxico la dicotomía que Ramírez Luengo (2002) indica para la

Guatemala de la época: oposición ciudad / campo como oposición lingüística español /

otras lenguas, que en el nivel lingüístico que se está tratando relaciona la realidad rural

con idioma indígena y, por lo tanto, con el préstamo léxico de tal origen.

Este fenómeno, cuyo estudio se ha llevado a cabo en estas páginas centrado en el

español del siglo XVIII, no es algo propio de esta época, sino que se puede retrotraer

hasta los primeros contactos entre el español y las lenguas propias de América: la

primera experimenta, pues, una introducción de nuevos términos durante los siglos XVI

y XVII que se puede documentar igualmente en el XVIII. No es, por tanto, una tendencia

novedosa, sino más bien una continuidad de la que se descubre en siglos anteriores12.

En lo que se refiere al origen etimológico de las voces, éstas se pueden clasificar

de la siguiente manera atendiendo a las agrupaciones de familias de lenguas amerindias

realizadas por Tovar (1984):

1. Náhuatl: achiote, cacahuatal, cacao, chalchigüite, chichicaste, chile, chilmol,

chinamital, comal, copal, elote, güipil, hule, jacal, jícara, jocote, macehual, matate,

mecate, milpa, milpería, nahual, nance, ocote, pataste, pizote, quetzal, tacuazín,

tecolote, tenamaste, tequio, tilma, tizate, tomate, zacate, zacatal, zapote, zopilote.

2. Arahuaco-taíno: axí, cacique, ceiba, guacamaya, huracán, macana, maíz,

maizal.

3. Maya: Cakchiquel: canté, cantí, chay o zaquitoc, ec, motz, tinamit.

4. Caribe-cumanagoto: anonas, mico

5. Otros: cuna: chicha; quichua: papa; chibcha: tzitte.

6. Indeterminados: achoncabar, amac, calpul, cambito, chacnoh, chitic, chocoy,

choreque, chutamuleo, luco, maxtel, pach, pahuí, tabanco, tzul, zope, zompopo.

11 A este respecto Zimmermann (1995: 20) hace hincapié en que este léxico de América que para los estudiosos resulta específico para el hablante cotidiano americano, que no distingue entre vocabulario común y especializado, no sería tal, porque para cada hablante su lengua es aquélla cuyas variedades idiolectales habla él mismo. 12 Tal y como indica Agostinho de la Torre (1999: 14), el carácter abierto, innovador, creador y dinámico del léxico americano es atribuible no sólo a los siglos XVI y XVII, sino también al XVIII.

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ORIGEN DE LOS PRÉSTAMOS

149%

211%

39%

43%

54%

624%

No es de extrañar que precisamente estas lenguas y no otras hayan introducido

términos en el español de Guatemala, hecho que explica Mejías (1980: 11) debido a la

extensión geográfica de las lenguas: en primer lugar, el náhuatl cuya influencia

lingüística en la época llegaba hasta Costa Rica; el maya-quiché que se hablaba en

Yucatán, Guatemala, Honduras y El Salvador13; el taíno que se hablaba en las islas de

Santo Domingo, Puerto Rico y Cuba; el caribe que se hablaba en las Antillas; el

cumanagoto, dialecto caribe de Venezuela; y, finalmente, las lenguas chibcha y cuna

que se hablaban en gran parte de Colombia y norte de Ecuador, llegando su influencia

incluso hasta Honduras. Por tanto, debido a esta proximidad geográfica resulta lógico

que los términos que pasan al español provengan de estas lenguas y no de otras más

lejanas, y de las cuales resultaría llamativo encontrar influencias en esta determinada

zona.

Según señala Sánchez Méndez (2003: 392), no todas las lenguas con las que se

topó el español están igualmente representadas en la cesión de sus préstamos, tal y

como muestran los porcentajes obtenidos; obviamente, son las primeras lenguas con las

que el español entra en contacto las que más préstamos le dan, seguidas de las

consideradas lenguas generales y de evangelización, porque serán aquéllas con las que

el contacto perdure14.

Así pues, en primer lugar, se observa la presencia de préstamos procedentes del

taíno o del arahuaco, que son lenguas relativamente lejanas respecto a la zona estudiada,

pero que han entrado en la historia del español de América en la primera época de

contacto de lenguas y, por esa razón, se han convertido en términos generales en todo el

español de América; esta idea la mantienen autores como Mejías (1980), Lapesa (1985:

557) o Quesada Pacheco (2000: 132): 13 A este respecto, hay que añadir la subdivisión de las lenguas mayas que señala Ligorred (1992: 156): «huasteco, maya yucateco, chol, kanjobal, man, quiché y una variedad dentro de ésta sería el cakchiquel». 14 Resulta evidente afirmar que para que haya una cesión de términos, tiene que darse un paso previo de contacto de lenguas, ya sea bilingüismo, diglosia o cualquier otra forma de contacto.

Origen Número Porcentaje 1. Náhuatl 38 50 % 2. Arahuaco-taíno 8 10’52 % 3. Maya: cakchiquel 7 9’21 % 4. Caribe-cumanagoto 2 2’63 % 5. Otros 3 3’94 % 6. Indeterminados 18 23’68 % 7. Total 76 100%

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Nuria POLO CANO: Algunos indigenismos léxicos en el español de Guatemala del siglo XVIII

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Cuando los españoles dejaron las islas y pasaron a la América continental, llevaban incorporado en su español un buen número de voces tomadas de las lenguas antillanas como el caribe y el taíno, y las impusieron a medida que iban reconociendo los mismos productos en otras tierras.

Por ello, según los gráficos que resultan del presente trabajo, se puede apreciar

que tan sólo un 12% de préstamos proceden del taíno o caribe, tales como maíz o

huracán, términos que incluso han pasado las fronteras del propio continente

americano. Se trata, por tanto, de un porcentaje muy inferior al de otras lenguas, pero

indican que los términos que tomó el español en ese primer momento de la conquista

perduran en el siglo XVII, llegando hasta el XVIII, y algunos de ellos se mantienen

incluso en la actualidad.

Tras este primer contacto, los españoles llegan a tierra firme, donde pronto

descubren la gran cantidad de lenguas que existen y la imposibilidad de comunicación

con la población autóctona, dada la dificultad que supone aprenderlas. Así, usan como

vehículo de conquista y colonización una serie de ellas, consideradas lenguas francas,

por su mayor conocimiento entre las comunidades indígenas, tal y como explica

Sánchez Méndez (2003: 198):

Las principales lenguas indígenas que los castellanos encontraron supusieron un magnífico instrumento con el que conjurar la diversidad lingüística de los dominados (lenguas francas) y clave para que el religioso pudiese penetrar en el mundo del indígena (lenguas generales).

De este modo, los españoles aprovechan la situación de estas lenguas francas,

impuestas por los propios indígenas a pueblos sometidos que antes hablaban otras

(Lapesa 1985: 540-541); así, las lenguas francas se convertían en lenguas para poder

evangelizar, de modo que los religiosos las usaban para transmitir el evangelio a los

diferentes pueblos y que éste no les resultara tan ajeno. Estas lenguas de evangelización

son denominadas por los autores lenguas generales15, una de las cuales en esta época -y

en el área geográfica estudiada- es el náhuatl (Ligorred 1992: 126; Frago 2001: 43;

Ramírez Luengo 2002)16. Y, así como los préstamos de las lenguas del Caribe o las

15 Tal y como define el concepto Sánchez Méndez (2003: 393), las lenguas generales fueron las lenguas indígenas utilizadas por los misioneros como lenguas de evangelización. Una de estas lenguas fue el náhuatl, lengua del imperio mexicano, que impuso mucho de su vocabulario en el territorio del antiguo imperio y de Centroamérica. 16 Frago explica el ascenso del náhuatl a lengua general por diversas razones: «El nahua no tardó en ser considerado lengua general por la Iglesia y la Corona, debido a que también era hablado o entendido por

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Antillas traspasan sus propias fronteras, el náhuatl en esta época, en palabras de Mejías

(1980: 30), «se limita casi exclusivamente a la zona comprendida entre México y

Guatemala».

Según estos datos, es destacable que no siendo el náhuatl una lengua mayoritaria

en la época -ni en extensión, ni en el número de hablantes- sea de ella precisamente de

donde más préstamos ha recibido el español de la Guatemala de esta época: el 50% de

los vocablos recogidos, como por ejemplo milpa, tecolote o zapote. Para explicar este

porcentaje se ha aludido ya al concepto de lengua general, dado que los españoles sólo

aprendían tales lenguas, y no el resto, por lo que no se puede dar interferencia con las

otras lenguas más minoritarias cuando no ha habido un contacto previo que permita el

trasvase de términos.

La tercera lengua en número de préstamos, de acuerdo con los datos del corpus,

es el maya. Así como el náhuatl, a pesar de su menor número de hablantes, presenta un

alto grado de prestigio y esto hace que se den mayores influencias, el maya es una

lengua utilizada por un número mayor de hablantes en la zona17 y, sin embargo, frente

al 50% de los préstamos de origen náhuatl, sólo aporta un 9% de términos de acuerdo

con los datos extraídos del corpus18. Estos porcentajes se explican, en primer lugar, por

el hecho de que el náhuatl sea una lengua general y, por tanto, se dé un contacto mayor

con el español; y, en segundo lugar, por otras causas como las que Ligorred apunta: «El

náhuatl, por su parte, recibió préstamos de algunas lenguas, entre ellas, las de la familia

maya» (1992: 126): esto es, a menudo el contacto no se da entre el español y el maya,

sino entre el náhuatl y esta última lengua, por eso no es de extrañar el menor porcentaje

de préstamos registrados en este contacto español-maya19.

Sin embargo, resulta llamativo que, dentro de la gran variedad de lenguas de

origen maya, los préstamos sólo se circunscriban al ámbito cakchiquel –préstamos tales

como canté o ec-, fenómeno que se puede relacionar con el hecho de que ésta sea

también lengua general (Ramírez Luengo 2002), mientras que las demás sólo se usan en

«comunicación intergrupal»; por lo tanto, este hecho puede explicar que dentro del

gentes de muy diversas naturalezas etnolingüísticas, por haberse difundido más allá de su dominio originario merced a la acción administrativa y militar, así como por el ejercicio del comercio» (2001: 43). 17 Para los datos concretos de números de hablantes de lenguas indígenas en la Guatemala de la época, véanse los datos que aporta Ramírez Luengo (2002). 18 Los porcentajes corroboran los datos expuestos por Lipski (1994: 282): «las lenguas mayas no han hecho aportaciones al español de Guatemala en proporción a su número, pero algunos elementos léxicos de origen indígena son de uso habitual». 19 Ante este hecho se advierte la necesidad de estudios que establezcan, dentro del náhuatl, los préstamos propios del maya.

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Nuria POLO CANO: Algunos indigenismos léxicos en el español de Guatemala del siglo XVIII

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grupo maya sólo aparezcan términos provenientes del cakchiquel, ya que las otras

lenguas tuvieron mucha menor repercusión, dado su más limitado uso por parte de los

españoles20.

En definitiva, se puede señalar que, por lo que respecta al análisis del origen de

los préstamos, se corroboran las conclusiones a las que Ramírez Luengo (2002) llega en

su trabajo en cuanto a la situación de las lenguas indígenas habladas en la Guatemala

del siglo XVIII: «tres lenguas mayoritarias -español, náhuatl y cakchiquel- y diecisiete

minoritarias de diferente importancia -desde el quiché, [...] a otras como el uspanteco o

el aguacateco»; datos que efectivamente se han visto confirmados en el nivel léxico con

el presente estudio donde, en primer lugar, el mayor aporte es de la lengua náhuatl,

seguido del taíno y del maya-cakchiquel debido a las razones anteriormente aducidas.

Por otro lado, y tal y como se ha señalado al principio del trabajo, si se toma

como referencia el año 1720 para datar estos préstamos21, sólo en dos ocasiones se

puede adelantar las cronologías apuntadas por Corominas:

- Zacatal, que se fecha en 1770, aunque la palabra primitiva zacate ya está

registrada para 1575.

- Zopilote, que se sitúa, a su vez, entre 1765 y 1783.

Aunque para estos dos términos las conclusiones son claras, hay una gran

cantidad de préstamos que, o bien aparecen recogidos en los diccionarios sin datación

alguna, o bien pertenecen al grupo de palabras que no aparecen en los diccionarios

consultados:

- Préstamos que no se han registrado en los diccionarios: achoncabar, amac,

cambito, chacnoh, chitic, chocoy, choreque, chutamuleo, luco, maxtel, pach, tzul.

- Préstamos que se han registrado, pero no aparecían fechados: achiote, anonas,

canté, cantí, chalchigüite, chichicaste, chilmol, chinamital, chocoy, choreque, jocote,

matate, motz, pahuí, pizote, quetzal, tecolote, tenamaste, tinamit, tizate, tomate, tzitte,

zope, zompopo.

A este respecto, el hecho de que tales términos ya estén recogidos en los

diccionarios y repertorios indica que se tiene constancia de su existencia, si bien no se

precisa la época de su primera aparición en español. Por otro lado, el hecho de que otros 20 Mejías (1980: 13) apunta que en el siglo XVII la lengua náhuatl -entre otras- aumentará su aporte de términos al español, mientras que el maya es la única lengua que disminuye su aporte; estos datos tienen una continuidad en el siglo XVIII, tal y como se comprueba en el presente estudio. 21 Y en todo caso, la datación no puede ser posterior a 1728, porque es la fecha en la que muere el autor. Según esto, como fecha más tardía se tomaría 1728, por más que se prefiera el año de 1720, por las razones ya indicadas.

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196

préstamos del corpus no se hayan encontrado en los diccionarios consultados no

significa que no se hayan podido registrar con anterioridad. Con todo, y a la espera de

estudios posteriores, estas aportaciones pueden considerarse primeras dataciones –

1720-, conclusión que en ningún caso posee más que cierta provisionalidad.

Finalmente, se añaden a la clasificación algunos términos de origen

indeterminado o incierto, como luco o maxtel, que no se han registrado en los

diccionarios, aunque por su morfología pueden considerarse pertenecientes a alguna

lengua indígena.

Resulta interesante descubrir cómo estos términos son los que el autor explica

-préstamos indígenas que aparecen definidos en contextos españoles-, frente a otros

donde tal explicación no se da. A este respecto, se puede deducir que ofrece esa

definición del préstamo porque resulta conocido en menor medida para los

hispanohablantes, ya que tal y como señala Mejías (1980: 7) para esta época los

indigenismos no se usaban como novedad, sino que formaban, más bien, parte del habla

normal.. De ahí se deduce que el autor define aquellos términos que no forman parte de

la variedad lingüística estudiada o, en palabras de Mejías, del «habla normal»22. A

modo de ejemplo:

- Chacnoh: «chacnoh o resina de pino» (p. 45).

- Chutanuleo: «En medio de la casa y el centro o punto de en medio y llamaré a

aquel medio chutamuleo, tierra hecha de cama, y así fue llamada la mitad de la casa» (p.

36).

- Maxtel: «Si alguna mujer acusaba a algún hombre que la había forzado, no la

creían si no traía testigos o alguna cosa de aquel hombre, [...] o las bragas que ellos

llamaban maxtel [...]» (p. 106).

4. De todo lo dicho en las páginas anteriores se pueden extraer las siguientes

conclusiones:

22 A este respecto, resulta interesante el intento de Morínigo de establecer el momento de integración de los préstamos a través de observar si los términos «aparecen sin connotaciones especiales que los señale como voces exóticas o ajenas al idioma común, ni menos con significaciones intencionadas, cosa que sería inexplicable si dichas voces no estuvieran ya totalmente incorporadas al español» (1959: 17). También son de interés las dificultades que del mismo modo Mejías observa acerca de la integración léxica de los préstamos: «la integración léxica de los indigenismos al español es quizás uno de los aspectos más difíciles de estudiar. ¿Cuándo llega a ser un vocablo miembro del nuevo sistema?» (1980: 17). También se debe tener en cuenta, a este respecto, las características del receptor del texto escrito por Fr. Francisco Ximénez, dado que el grado de familiaridad con los indigenismos será diferente en peninsulares y criollos, y tal factor ha de determinar, evidentemente, no sólo la explicación de algunos préstamos léxicos, sino incluso el uso mayor o menor de tales unidades.

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Nuria POLO CANO: Algunos indigenismos léxicos en el español de Guatemala del siglo XVIII

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a) Los préstamos indígenas son una característica importante en la

diferenciación dialectal de Hispanoamérica que en este siglo se está consolidando.

b) El contenido del texto conlleva una situación favorable o no para la aparición

de términos propios de las lenguas amerindias: así, 92% de los términos se registra en la

primera parte donde se describe la realidad indígena; mientras que en la segunda,

centrada en la conquista, el porcentaje se reduce a un 8%.

c) En su mayoría, estos términos pertenecen a la categoría léxica sustantiva, y

dentro de ésta, a la subdivisión concreta.

d) Los campos semánticos donde más vocablos indígenas se recogen son la

flora, la fauna y la agricultura, dado que los préstamos se refieren a las características

específicas de esas sociedades nuevas para los hablantes de español; características que

se enclavan precisamente en estas clases indicadas.

e) Las voces de origen náhuatl son mayoritarias en el corpus analizado, seguidas

de las del taíno y del maya-cakchiquel.

f) Estas lenguas son las que han dejado términos en el español debido a varias

causas: su uso en la zona estudiada, el contacto más antiguo en el español o el carácter

de lengua general.

g) Frente a la no explicación de la mayoría de términos, el autor define otros,

que se han de entender como novedosos o de empleo muy restringido en el español del

siglo XVIII, de ahí la necesidad de una definición aclaratoria.

h) Respecto a las primeras dataciones en el español, sólo se ha podido anticipar

claramente la de dos términos: zacatal, localizado en 1770 y zopilote que se registra

entre 1765 y 1783.

Así pues, de todo lo dicho hasta ahora se puede deducir cómo el español

experimenta una introducción de unidades léxicas tomadas de las lenguas amerindias

durante los siglos XVI y XVII, que se puede documentar del mismo modo en la zona

guatemalteca en el siglo XVIII.

Con todo, resulta indudable la necesidad de llevar a cabo más estudios a este

respecto, lo que permitirá no sólo conocer la distribución diatópica –y, en la medida de

lo posible, diastrática- de los préstamos indígenas en el español americano, sino también

establecer la por hoy ignorada historia de la lengua española en Guatemala.

5. APÉNDICES Y TABLAS

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Se presenta a continuación la lista de términos indígenas registrados en el texto,

acompañados de su datación, origen y definición23, así como el contexto de aparición

junto con la página del libro donde fueron encontrados, en caso de no haber podido

registrarlos en los diccionarios consultados24.

ACHIOTE: del náhuatl achiotl, en América ‘árbol cuyas semillas se usan de condimento’. LFF.

ANONAS: del caribe anón, ‘árbol americano’. LFF, LIFF. AXÍ o AJÍ: 1493, del taíno de Santo Domingo, ‘pimiento’. DCECH, DRAE. CACAHUATAL: 1535, ‘cacahuete’, antes cacahuate, del náhuatl thalcacáuatl, ‘cacao

de la tierra’. Raíz indígena más el sufijo español -al. DCECH. CACAO: 1535, del náhuatl cacáua. DCECH, PLIE. CACIQUE: 1492, del taíno de Santo Domingo, ‘reyezuelo indio’. DCECH. CALPUL: 1635, ‘jefe de la nobleza azteca’. PLIE, DEA. CANTÉ: del cakchiquel, ‘instrumento para cazar pájaros, red’. DCE, PPTZ. CANTÍ: del cakchiquel, ‘víbora’. DCE, PPTZ. CEIBA: 1535, origen incierto aunque parece del taíno de Santo Domingo, ‘árbol propio

de los países ribereños del Caribe’. DCECH, LIFF, LFF. CHALCHIGÜITE: del náhuatl, chalchihuitl, ‘esmeralda basta’, ‘adornos de cristal de

piedra’ y, por extensión, ‘todos los dijes que en zoguillas llevan las mujeres en el pecho’. DAE, DA.

CHAY o ZAQUITOC: del cakchiquel, ‘obsidiana, piedra cortante, cuchillo’: «el ocote que allí hallaron era muy duro porque eran navajas de pedernal de una piedra muy aguda de filos que llamaban zaquitoc o chay» (p. 20). DCE, PPTZ.

CHICHA: 1521, voz de los indios cunas de Panamá, ‘bebida alcohólica usada en América y resultante de la fermentación del maíz y de otros granos y frutos, en agua azucarada’. DCECH, DEA, PLIE.

CHICHICASTE: del náhuatl tzitzicaztli, en América Central, Cuba y México ‘ortiga’. LIFF, LFF.

CHILE: 1521, del náhuatl, chilli, ‘pimienta’. DCECH, DRAE. CHILMOL: del náhuatl chilmulli,’ chilmole, salsa de ají’. A. CHINAMITAL: del náhuatl chinamitl, ‘soto o cerca de cañas’. LIFF, LFF. CHOCOY: chocoyo, América Central, ‘cotorra’. LFF. COMAL: 1625, del náhuatl comalli, América Central y México, ‘disco chato de barro

sin vidriar para cocer las tortillas de maíz o para tostar el café y el cacao’. DAE, PLIE.

23 Tras estos datos, aparecen las siglas que indican los diccionarios en que tal indigenismo se registra; en concreto, son los siguientes: VHRG: Vocabulario histórico en relatos geográficos del s. XVIII; A: Americanismos; DVA: Diccionario de voces americanas; DCECH: Diccionario crítico-etimológico castellano e hispánico; DRAE: Diccionario Real Academia Española; LIFF: Léxico indígena de flora y fauna en tratados sobre las indias occidentales de autores andaluces; TAPH: Terminología agrohidraúlica prehispánica nahua; ACV: Aquí comiença un vocabulario en la lengua castellana y mexicana; DA: Diccionario de aztequismos; DCE: Diccionario cakchiquel-español; PPTZ: Primera parte del Tesoro de Zututil, las lenguas Cakchiquel, Quiché en que dichas lenguas es traducen a la nuestra, española; LFF: Lexicón de fauna y flora; DEA: Diccionario del español de América; DH: Diccionario de hispanoamericanismos. Junto a los diccionarios se han consultado diversos vocabularios: VIA (Mejía Sánchez 1970); PLIE (Mejías 1980). 24 Son los términos que se presentan con un asterisco y aparecen al final de la lista de préstamos.

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Nuria POLO CANO: Algunos indigenismos léxicos en el español de Guatemala del siglo XVIII

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COPAL: 1610, del náhuatl copalli, en Guatemala es el tetragastris balsamifera, ‘incienso’. LIFF, LFF, PLIE.

EC: del cakchikel, ‘hierba que se cría en los árboles’. DCE, PPTZ. ELOTE: 1575, del náhuatl élotl, ‘corazón de la mazorca o mazorca de maíz tierno que

tiene ya cuajados los granos’. DCECH GUACAMAYA: 1535, del arahuaco de las pequeñas Antillas, ‘especie de papagayo

americano de gran tamaño’. DCECH, DAE. GÜIPIL: 1600, del náhuatl huipilli, ‘camiseta muy labrada’. DRAE, DAE, PLIE. HULE: 1635, del náhuatl, ulli, ‘goma, caucho’. DCECH, PLIE. HURACÁN: 1510-1515, del maya-quiché hurakán. DCECH, PLIE. JACAL: 1562, del náhuatl xacalli, ‘casa humilde, choza, rancho’. DCECH, PLIE. JÍCARA: 1535, del náhuatl xicalli, ‘vasija de calabaza’. DCECH. JOCOTE: del náhuatl xocotl, ‘fruta agria de América Central, México y Panamá’. LIFF,

FF. MACANA: 1515, del taíno, ‘cachiporra o espada de madera empleada por los indios’,

nombre tomado por los españoles en Santo Domingo y propagado por ellos a América. PLIE.

MACEHUAL o MASEGUAL: 1532, del náhuatl macehualli, ‘la plebe’. PLIE. MAÍZ: 1500, del taíno mahís, nombre que le daban los taínos a la isla de Haití. DCECH,

DRAE. MAIZAL: 1527, derivado de maíz más el sufijo español –al, ‘campo sembrado de

maíz’. DCECH, DRAE. MATATE: del náhuatl matatl, ‘nido de un tipo de pájaro’, y, por extensión, ‘red de

fibras vegetales para llevar frutas’. DAE. MECATE: 1551, del náhuatl mécatl, ‘cordel’. DCECH, PLIE. MICO: 1565, del cumanagoto o caribe de Tierra Firme, ‘mono de cola larga’. DCECH,

PLIE. MILPA: 1601, del náhuatl milli, ‘sementera de maíz’. DCECH, PLIE. MILPERÍA: 1562, derivado de milpa más el sufijo español -ía, ‘conjunto de milpas’.

PLIE. MOTZ: del cakchiquel, ‘montón’. DCE, PPTZ. NAHUAL: 1635, del náhuatl nahualli, ‘animal o pájaro protector’; por extensión,

‘brujo’ o ‘jefe’. DCECH, DAE. NANCE: 1625, del náhuatl, ‘árbol de poca altura, cuya fruta es amarilla, pequeña y muy

aromática’. LIFF, LFF, PLIE. OCOTE: 1542, del náhuatl ocotl, América Central y México, ‘tea’. LIFF, LFF. PAHUÍ o PAJUÍ: ‘faisán menor’ en América Central. A. PAPA, PATATA: 1540, híbrido entre el quichua pápa y el taíno batata. DCECH, DRAE. PATASTE: 1564, del náhuatl patlachtli, ‘variedad de cacao aplastado por la forma de la

almendra’. LIFF, LFF, DAE. PIZOTE: del náhuatl pitzotli, América Central y México, ‘zorro’. LIFF, FF. QUETZAL: del náhuatl quetzalli, en Guatemala es la moneda de oro del país, que lleva

grabada la imagen del ave con ese mismo nombre en una de sus caras. DAE. TABACO: 1535, palabra que se supone aborigen de Haití, aunque podría ser del árabe y

que llegara a América a través de los españoles. DCECH, DRAE. TABANCO: América Central, ‘desván, buhardilla’. DAE. TACUAZIN: 1625, del náhuatl tlacuatzin, América Central y México, ‘zarigüeya’. LFF,

PLIE. TECOLOTE: del náhuatl tecolotl, América Central y México, ‘búho’. DAE.

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TENAMASTE: del náhuatl, te-namaztli, término formado por ‘piedra’ y por algo que no se sabe que significa. Cada una de las tres piedras que se ponen en el clecuil o fogón, sobre las cuales se colocan las ollas, comales... TAPH.

TEQUIO: 1564, del náhuatl tequiotl, ‘tarea, trabajo que se imponía a los indios’. A. TILMA: 1625, del náhuatl tilmatli, ‘capa cuadrada de algodón o lana que usan los

campesinos pobres hoy en día’. DAE. TINAMIT: del cakchiquel, ‘pueblo grande o ciudad’; según el texto: «la cabecera o

población que los señores habitaban llamaban tinamit que quiere decir ciudad o corte». DCE, PPTZ.

TIZATE: del náhuatl, tiçatl: «y untándole a uno tizate que es una tierra blanca...» (p. 17). TAPH.

TOMATE: del náhuatl tomatl, ‘fruto de la tomatera’. DCECH, DRAE. TZITTE: voz chibcha, ‘planta’: «de palo de corcho que se llamaba tzitté fue hecha la

carne los hombres» (p. 10). LIFF, LFF. ZACATE: 1532, del náhuatl çacatl, ‘especie de gramínea’. DCECH, LIFF, LFF. ZACATAL: 1770, derivado de zacate más el sufijo español -al. DCECH. ZAPOTE: 1532, del náhuatl tzapotl, ‘fruta del zapote’. DCECH. ZAQUITOC: véase chay. DCE, PPTZ. ZOPE: América Central y Colombia, ‘arbusto común’. LIFF, LFF. ZOPILOTE: 1765-83, del náhuatl tzopilotl, formado de tzotl (‘inmundicia’) y piloa

(‘colgar’) porque estas aves se llevan por los aires las piltrafas de los animales muertos. DCECH, DA.

ZOMPOPO: América Central y México, ‘hormiga grande y negra’. LIFF, LFF. *ACHONCABAR: «La esclava que dormía con libre y dentro de su casa, achoncábanle

la cabeza con dos grandes piedras» (p. 106). *AMAC: «amac que es un pueblo pequeño extendido [...] como si dijéramos aldeas» (p.

144). *CAMBITO: «Estas tres casas y descendencias se llamaban los tres grandes cambitos:

porque cada una de las tribus se juntaban a hacer sus convites y sus fiestas» (p. 57).

*CHACNOH: «chacnoh o resina de pino» (p. 45). *CHITIC: «el baile del pahuí, de la comadreja y del armado, del tzul y del chitic» (p.

34). *CHOREQUE: en Costa Rica es ‘tostadito, árbol trepador o enredadera de bonitas

flores’. Sin embargo, según el texto: «se entretenían en jugar los choreques y a la pelota» (p. 18). Se puede apreciar, pues, según el contexto un uso distinto del término.

*CHUTAMULEO: «En medio de la casa y el centro o punto de en medio y llamaré a aquel medio chutamuleo, tierra hecha de cama, y así fue llamada la mitad de la casa» (p. 36).

*LUCO: «lucos o arboledas sagradas» (p. 45). *MAXTEL: «Si alguna mujer acusaba a algún hombre que la había forzado, no la

creían si no traía testigos o alguna cosa de aquel hombre, [...] o las bragas que ellos llamaban maxtel [...]» (p. 106).

*PACH: «de unas hojas llamadas ec le hicieron los brazos largos y los pequeños de otras hojas llamadas pach» (p. 15).

*TZUL: «el baile del pahuí, de la comadreja y del armado, del tzul y del chitic» (p. 34).

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Nuria POLO CANO: Algunos indigenismos léxicos en el español de Guatemala del siglo XVIII

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© RODRÍGUEZ YAÑEZ, Yago. 2005. «Breve estudio histórico-comparativo de las frases hechas en francés y en español». Res Diachronicae Virtual 4: El Contacto de Lenguas. Número monográfico coord. por Ana Rodríguez Barreiro y Ana García Lenza. 203-216.

BREVE ESTUDIO HISTÓRICO-COMPARATIVO DE LAS FRASES HECHAS EN FRANCÉS Y EN ESPAÑOL

YAGO RODRÍGUEZ YÁÑEZ Universidade de Santiago de Compostela

El presente trabajo no pretende ser sino un acercamiento a la utilización de las

frases hechas en francés y en español, para lo que además de basarnos en el método

comparativo hemos de tener en cuenta la perspectiva diacrónica. Partiendo de una

dimensión global, incluimos en la etiqueta del epígrafe las locuciones, refranes,

proverbios, sentencias y máximas, categorías de las que proponemos algunos ejemplos a

lo largo de este ejercicio, así como un intento de definición, aunque prestaremos más

atención a las dos primeras denominaciones. Prescindimos de la señalización de otros

tipos de frases hechas (como pudieran ser los adagios, apotegmas o preceptos), con la

finalidad de acotar el estudio, dado que en caso contrario éste nos desbordaría. Quizás

sea oportuno desbrozar mínimamente las divergencias y similitudes que pudieran

apreciarse entre las mismas, pues no debemos olvidar que hasta el siglo XV varias

fueron las denominaciones utilizadas para referirse a lo que actualmente entendemos

por refrán (Bizzarri 1995a: 12). Desde entonces comenzó a imponerse esta palabra para

atender a las formulaciones populares, desgajadas de la experiencia vital, «mientras que

proverbio se reservó para las de origen culto» (Bizzarri 1995a: 12). La sentencia

expresa una proposición moral en función de un punto de vista particular de los hechos.

En cuanto a las máximas, consisten en enunciaciones generales que ofrecen una regla de

conducta (Maloux 1980b: VI). Las locuciones son formas de hablar características (Rat

1957b: VI), cuyos componentes constituyen «une unité syntaxique et lexicologique»

(Guiraud 1980: 5).

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Los modismos responden a secuencias particulares que se apartan, cuando

menos, del uso normal de la lengua. Por ello al hallarnos ante un idioma extranjero

mostramos muy comúnmente nuestra extrañeza ante expresiones que carecen de sentido

si optamos por su traducción literal. Y es que cada lengua en particular contextualiza la

realidad con la finalidad de aludir a un concepto concreto.

No siempre es diáfana la frontera entre los tipos de frases hechas, máxime

cuando se trata de construcciones cuyas respectivas definiciones han ido modificándose

e incluso coincidiendo en el transcurso de la historia. Francisco de Espinosa (jurista de

los siglos XV y XVI) concebía los refranes como secuencias embargadas de comentarios

eruditos, con lo cual en cierto modo se difuminaba su distinción respecto a las

sentencias (Bizzarri 1995a: 7). Maurice Maloux intenta distinguir entre proverbios,

sentencias y máximas, pero en la dimensión práctica se ciñe a su enunciación, sin

apuntar a qué categoría pertenecen los ejemplos citados. Hemos de añadir una cuestión

derivada de los aspectos de la traducción: el español puede diferenciar los refranes de

los proverbios, dualidad que en francés se expresa por medio del término proverbe, que

acaba siendo trasvasado indiferentemente tanto por refrán como por proverbio, sin

reparar en su origen popular o culto. Si acudimos a un diccionario, veremos que a esta

inconsistencia inicial se le añade otro problema; parece que dicton es capaz de

transmitir la acepción de ‘refrán’, o al menos así se nos aconseja. Quizás la solución

más práctica sea traducir proverbe por ‘refrán’ y entender dicton como ‘dicho’ (del latín

dictum), que intenta caracterizar hechos circunstanciales, pero no tiene que coincidir

forzosamente con el significado de refrán. Observemos si no la expresión «Avocats se

querellent, et puis vont boire ensemble», es decir, ‘Los abogados se pelean, y luego van

a beber juntos’ (Pineaux 1979: 109). El valor fundamental del refrán reside en su

didactismo, pero entonces las fronteras con el proverbio se desestabilizan. Nos ayudará

ante esta situación la inexistencia de una diacronía que defina al proverbio; su

naturaleza se extiende desde las civilizaciones más primitivas. Para comprenderlo

fijémonos en «Suis ton cœur, pour que ton visage brille durant le temps de ta vie»

(Maloux 1960a: 91), equivalente a ‘Sigue a tu corazón, para que tu cara brille durante el

tiempo de tu vida’, contenido en la Sagesse de Ptahotep (III milenio a. C.) o en «On ne

connaît son ami qu’après avoir mangé beaucoup de sel avec lui» (‘Nadie conoce a su

amigo nada más que después de haber comido mucha sal con él, según la traducción

literal’), citado por Aristóteles en su Éthique à Nicomaque (Maloux 1960b: VII).

Observamos que los proverbios se basan en la enseñanza, como los refranes, pero

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además de ostentar un rango intemporal, su estructura carece de la sencillez e incluso de

la vulgaridad que podemos documentar en estos últimos. Ello no quiere decir que las

construcciones paremiológicas no se encuentren en autores cultos. De hecho «Qui trop

embrasse mal étreint» (‘Quien mucho abarca poco aprieta’) aparece en el Liber

consolationis et consilii (siglo XIII), de Albertano da Brescia (Maloux 1960b: VIII), y

con posterioridad en Rabelais: «trop embrassait et peu étreignait» (Pineaux 1979: 56).

Atendiendo a la mera utilidad, podríamos decir que los refranes contienen consejos

cotidianos, mientras que los proverbios designan una verdad moral, amparada,

parafraseando a John Russell, «dans l’esprit d’un seul», que es «la sagesse de tous»

(Maloux 1960b: V).

Tras el intento de clarificación del lugar que les corresponde a los refranes y a

los proverbios, debemos proponer una explicación de lo que entendemos por sentencia.

Su rasgo más notorio consiste en la expresión moral particular que se desprende de su

enunciado: «Plus le corps est faible, plus il commande; plus il est fort, plus il obéit»

(‘Cuanto más débil es el cuerpo, más ordena; cuanto más fuerte, más obedece’), decía

Rousseau en Émile ou De l’éducation (Maloux 1960b: VI). Desde este punto de vista

podríamos estar tentados a considerar la sentencia como sinónimo de proverbio o de

máxima. Así ocurre al consultar el diccionario.

No olvidemos que la sentencia goza de mayor abstracción que el proverbio. Su

función es conducir a la reflexión, no a la ejemplificación de la vida práctica (Maloux

1960b: VI), y la máxima revela una proposición general, fundada en criterios

incontestables (Maloux 1960b: VI). «Le cœur a ses raisons que la raison ne connaît

point» (‘El corazón tiene razones que la razón desconoce’), de Pascal, es una máxima,

pero si nos ubicamos ante «D’où vient ton argent, nul s’en informe, mais il faut en

avoir» (‘Nadie se informa del lugar del que procede tu dinero, pero es preciso tenerlo’),

de Juvenal (Maloux 1960b: V), diremos que es una sentencia.

Centrándonos en la literatura española, percibimos que los trabajos realizados

por el Marqués de Santillana permiten establecer «una distinción de uso estilístico entre

refrán y proverbio» (Bizzarri 1995a: 60), por lo que el manejo de esta dualidad no

parece descaminada. Aunque en la tradición es frecuente utilizar indistintamente ambos

términos, es conveniente distinguirlos, proyecto que ya se atisbaba en el siglo XV

(Bizzarri 1995a: 12), contrarrestado por la creciente confusión a comienzos del siglo

XVI entre adagio, sentencia, precepto y proverbio (Maloux 1960b: IX).

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Como segundo paso creemos oportuno atender a las divergencias manifiestas

entre lo que comúnmente conocemos con la denominación de locuciones, referidas a los

modos particulares de hablar (Rat 1957b: VI). En ciertos casos es posible extrapolar una

misma acepción coincidente en varias lenguas, con el ánimo de incidir en el empleo de

diferentes instrumentos léxicos, los cuales en el apartado que ahora nos interesa

canalizan un valor equivalente en los idiomas de que se trate, salvando ciertos matices

expresivos.

A pesar de que las imágenes y comparaciones con animales cambien de manera

poco notoria de una lengua a otra (por ejemplo, tanto los franceses como los españoles

sostienen que el lobo es el símbolo de la voracidad o el zorro de la astucia), lo cierto es

que la forma puede variar. El inglés usa la locución «blind as a bat» (‘ciego como un

murciélago’), pero el francés esto mismo lo expresa a través de la secuencia «aveugle

comme une taupe» (‘ciego como un topo’); nuevamente, el inglés opta por «dumb as an

oyster» (‘mudo como una ostra’), mientras el francés prefiere «muet comme une carpe»,

traducible por ‘mudo como una carpa’ (Guiraud 1980: 17). Quizás la expresión más

conocida sea «quand les poules auront des dents» (‘cuando las gallinas tengan dientes’),

encauzada en la noción de imposibilidad que conlleva una empresa. Para expresar esta

misma acepción (Guiraud 1980: 18) el inglés se sirve de los cerdos («when the pigs

begin to fly», que significa ‘cuando los cerdos empiecen a volar’) y el español de las

ranas: «cuando las ranas críen pelos».

En las locuciones que toman como modelo las experiencias cotidianas, parece

inevitable no observar una tendencia a la generalización por parte del francés (Guiraud

1980: 18). Para significar «matar dos pájaros de un tiro», el francés se sirve de «faire

d’une pierre deux coups», que traducido implica ‘hacer dos golpes de una piedra’. De lo

hasta aquí expuesto podemos inferir la ineficacia de traducir término por término (en la

mayor parte de los casos), sin servirnos del valor global de la secuencia, que responde a

usos gramaticales más amplios. La experiencia demuestra que el trasvase individual de

cada vocablo, tomando como referencia el idioma nativo, es la tendencia habitual a la

hora de iniciarse en una lengua extranjera.

En locuciones del estilo de «donner le change» resulta inexcusable un mínimo

conocimiento histórico para su cabal entendimiento; literalmente significaría ‘dar el

cambio’, hecho que no se ajusta en absoluto a lo que en realidad quiere decir. Más bien

habría que pensar en ‘tromper’ (‘engañar’) como el sentido correcto. En la caza sucede

que el ciervo, muy hábilmente, modifica su recorrido confundiendo sus huellas con las

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de otro animal cuando se siente perseguido. Este comportamiento provoca que los

perros se guíen erróneamente por el olor de otra pista, de ahí la acepción de ‘engañar’

(Guiraud 1980: 19). La expresión española que daría cuenta de la noción ‘equivocarse’

(justo lo que hace el cazador) sería «meter la pata», equiparable a «mettre les pieds dans

le plat» (literalmente ‘poner los pies en la fuente’).

Ahondando un poco más en esta perspectiva, constatamos que la herencia de

modismos halla un gran soporte en los campos de la iglesia, de la caza, de los juegos y

de las actividades bélicas (Guiraud 1980: 21-24). Precisamente a estas últimas se refiere

«trouver le défaut de la cuirasse», asimilable a nuestro «buscar el punto débil», o

incluso podemos pensar en el famoso «talón de Aquiles», «talon d’Achille» en francés.

El devenir de la historia nos ha legado expresiones basadas en la geografía y en

la mitología, aserción confirmada en «tomber de Charybde en Scylla» (Rat 1957a: 89),

que supone ir ‘de mal en peor’, por alusión respectivamente al remolino y a los

peñascos, de donde surge la secuencia «Estar entre Escila y Caribdis».

No todas las locuciones utilizadas antiguamente continúan teniendo vigencia en

la actualidad, en ocasiones debido a que alguno de sus elementos ha desaparecido y en

otras porque tales fórmulas son sentidas como arcaicas por los propios hablantes.

Ejemplo del problema inicial es noise, cuyo significado era ‘ruido, disputa, querella’.

Hoy solamente se conserva en «chercher noise», sinónimo de «chercher querelle»

(Guiraud 1980: 37, 39), que significa ‘buscar camorra’.

«C’est de l’iroquois» se adaptaría a aquel grupo de locuciones que han dejado de

emplearse no únicamente en la conversación cotidiana, sino también en los escritos más

conservadores y sujetos al plano académico. Para señalar nuestra extrañeza ante algo

basta con decir «C’est bizarre». Se trata de un caso de selección que ha venido

larvándose a través del continuo lingüístico. El desentrañamiento de la locución primera

requiere que el hablante asocie el iroqués con una lengua ininteligible, que llega a

comprender hasta siete u ocho dialectos, con palabras de una complejidad máxima en su

estructura (Rat 1957a: 216). Si queremos mostrar la normalidad de un acontecimiento,

recurriremos a «Ce n’est pas la mer à boire» o a «Ce n’est pas le Pérou». No podemos

esperar un trasvase literal, en especial por lo que respecta a la primera de las formas,

pues al hacerlo obtendríamos una secuencia inadmisible.

Estas expresiones que estamos citando dan lugar a un cúmulo de modos

particulares del hablar, insertados en el saber idiomático de cada usuario. Quizás el

dominio de esta clase de estructuras sea el eslabón último a la hora de estudiar una

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lengua extranjera; su utilización pertinente sólo podrá propiciarse desde la práctica, ya

que desde la postura opuesta caeríamos en el error de plasmar en la conversación

construcciones arcaicas.

Es evidente que en circunstancias normales a nadie se le ocurre decir

métropolitain (‘metropolitano’) en vez de métro o emplear la interrogación Que sais-

je?, a excepción de unos parámetros muy particulares, tal y como sucede con relación al

segundo ejemplo en una conocida colección de libros.

La forma «Había cuatro gatos» halla su homóloga francesa en «Il y avait quatre

pelés et un tondu». Podríamos recurrir al traslado de la secuencia española, pues existe

la expresión francesa «Il n’y a pas un chat» (‘No hay ni un gato’). Adentrándonos en la

comprensión de los elementos léxicos, observamos que pelés significa ‘pelados’ y que

tondu no es más que un sinónimo. El propio La Fontaine había usado el primer término

en su fábula «Les Animaux malades de la peste», jugando con los sentidos literal y

figurado de la palabra (Rat 1957a: 300).

Visualizamos cómo el español se sirve de gato para expresar la escasa afluencia

de gente, mientras que el francés (aparte de usar esta palabra) goza de otra construcción

con dos vocablos que podríamos considerar sinónimos. La locución «Il n’y a ni Gautier,

ni Garguille» (Lagane 1983: 104) se caracteriza por la utilización de dos nombres

propios para incidir en el mismo significado. Esta expresión podría hallar su correlato

en el «No hay ni Dios» español, aunque esta forma parece más vulgar que la francesa.

El modo de sugerir una misma idea es en ocasiones muy diferente. Los franceses

pueden emplear «dormir comme un sabot», cuya traducción exacta sería ‘dormir como

un zueco’, en tanto que las locuciones españolas serían «dormir como un tronco», o

«dormir como un lirón». Si por cualquier circunstancia quisiésemos decir en castellano

‘dormir como un zueco’, posiblemente nuestros interlocutores no comprenderían el

sentido de la secuencia. Sucede muchas veces con las frases hechas que cuando las

distorsionamos estamos creando un producto que puede diferir en poco con relación a la

estructura inicial, pero ello es suficiente para que alteremos el valor que se le otorgaba.

Con el paso del tiempo las locuciones primitivas dan lugar a variantes, las cuales en la

medida en que son aceptadas gozan de mayor o menor empleo y prestigio.

La demostración de la incoherencia de traducir literalmente se manifiesta con

claridad en la expresión «Ne pas se fouler la rate» (Rat 1957a: 338); si adoptamos una

lectura simplista, diríamos ‘No pisar el bazo’. Obviamente ésta no es la construcción

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equivalente en español. Más bien habría que pensar en «No rascar bola», habida cuenta

de que conserva el tono popular inherente a la secuencia francesa.

La elección del bazo como parte asociada a la pereza tiene su explicación. Desde

la Antigüedad era considerado el depositario de todas las pasiones, cualidad que

confirma Voltaire (Rat 1957a: 339). En cuanto al término bola incardinado en la

locución española, su uso desprende un matiz muy gráfico, de acuerdo con el carácter

coloquial del enunciado.

«Tomar las de Villadiego» (por alusión a las alforjas fabricadas en este lugar)

parece el referente de «Prendre la clef des champs». Esta expresión puede atestiguarse

en el Guzmán de Alfarache: «[...] tomé las de Villadiego» (Alemán 1987: 1ª parte, III,

cap. 1, 383). Incluso figura en la tradición popular francesa (Rat 1957a: 85). En este

segundo ámbito su sentido promueve que los campos son cerrados con llave por

aquéllos a los que se les impide ir, de donde se deduce el significado de ‘marcharse’,

‘huir’ (Rat 1957a: 85).

Analizando algunas de las formas resultantes del contacto entre los pueblos,

comprobamos que con frecuencia éstos y sus habitantes reciben elogios de sus vecinos,

o tal vez se achacan mutuamente algunos defectos. Así sucede cuando un francés quiere

decir que alguien habla muy mal la lengua gala. Entonces seguramente asome a sus

labios la famosísima expresión: «Parler français comme une vache espagnole». Antes de

decantarnos por una traducción correcta sería preferible intentar ofrecer una lectura

histórica de la cuestión.

No podemos dejar de señalar nuestra extrañeza ante tal locución, que

inicialmente llega a resultar ofensiva. Pero tal vez el agente causante haya sido la

corrupción del término basque, cuya forma en gascón antiguo era vace, de donde se

supone que ha surgido vache. Entonces el enunciado original habría sido «parler

français comme un Basque espagnol» (‘hablar francés como un vasco-español’), o, en

su correspondiente femenino, «parler français comme une Basque espagnole» (‘hablar

francés como una vasca-española’), pues era un tópico extendido la dificultad que

tenían estos habitantes para aprender la lengua francesa (Rat 1957a: 392).

Una argumentación diferente mantiene que vache no sería una alteración de

Basque, sino de basse, con el sentido de ‘sirvienta’ y no del actual ‘baja’. Deducimos

que la expresión diría en este caso «parler français comme une servante espagnole»

(‘hablar francés como una sirvienta española’). Pese a los datos manejados, su origen

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Res Diachronicae Virtual 4 (2005): El Contacto de Lenguas

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continúa siendo oscuro. Incluso nos parece divertido entender este enunciado

literalmente: «hablar francés como una vaca española».

No es la única fórmula dedicada a España. Si pensamos en proyectos

irrealizables, podemos recurrir a la manida locución «Hacer castillos en el aire». Para

expresar idéntica idea un francés elegirá «Faire des châteaux en Espagne», secuencia ya

utilizada por La Fontaine en «La Laitière et le pot au lait» (Rat 1957a: 90). Uno se

pregunta cuáles fueron las motivaciones que llevaron a situar en España los castillos que

nosotros creemos en el aire. Valga como curiosidad el hecho de que desde el siglo XIII

tenemos constancia de la existencia lingüística de castillos en otros lugares (Rat 1957a:

90), como demuestran «Faire des châteaux en Asie» (‘Hacer castillos en Asia’) o «Faire

des châteaux en Albanie» (‘Hacer castillos en Albania’), lo que al menos elimina la

posibilidad de considerar a España el único país de las quimeras. Redundaría quizás en

una mera arbitrariedad o casualidad el que España fuese el lugar escogido para expresar

este concepto, pero entonces la locución carecería de lógica. En realidad parece que es

imposible levantar castillos imaginarios en lugares que los poseen en escasa medida,

verdadero sentido que trata de transmitir la fórmula estudiada.

Las construcciones fijas pueden dar lugar a malentendidos. Cuando hablamos

del «mal francés» no nos referimos a una lengua incorrecta, sino que así se denomina a

la sífilis, introducida según los italianos por los franceses durante las Guerras de Italia.

Por su parte los galos creen que contrajeron la enfermedad en Nápoles, por lo que les

parece adecuado denominarla «mal napolitain», como hace Ronsard (Rat 1957a: 244).

La nómina de locuciones dedicadas al carácter español halla su punto culminante

en «Il grandira, car il est espagnol». Desde una perspectiva primeriza podríamos

sentirnos halagados ante este modismo: ‘Crecerá, porque es español’. En realidad se

trata de un verso extraído de La Périchole, ópera bufa de Meilhac y Halévy, con música

de Offenbach (Rat 1957a: 171). Dicho pensamiento fue extrapolado durante el invierno

de 1918: «La grippe grandira, car elle est espagnole» (‘La gripe aumentará, porque es

española’). Baste decir que en esa época España padeció una terrible epidemia, origen

de la utilización jocosa de la locución. Sin ánimo de venganza es justo apuntar que con

posterioridad Francia acabaría sufriendo las consecuencias de la gripe (Rat 1957a: 171).

Nos interesa ahora demostrar las visiones que dejan traslucir los idiomas citados

a través de las construcciones paremiológicas. Comenzando por los refranes que

presentan rima por repetición, entendida como la reiteración de un vocablo (Bizzarri

1995a: 25), destacamos que es posible mantener un paralelismo entre el francés y el

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español. En los Refranes que dizen las viejas tras el fuego encontramos «A ruyn, ruyn y

medio» (López de Mendoza 1995: 78, nº 24; Bizzarri 1995a: 25), que no es ni más ni

menos que el actual «A pícaro, pícaro y medio». Su traslado al francés se antoja sin

ningún problema, con la documentación del refrán «À malin, malin et demi»,

caracterizado por el recurso de la repetición antes señalado. Podemos percibir la elipsis

verbal en ambos casos, lo mismo que en «À bon entendeur salut», cuyo referente en

español es «A buen entendedor pocas palabras», recogido de nuevo por el Marqués de

Santillana (López de Mendoza 1995: 80, nº 78).

Los refranes con estructura negativa hallan una ilustración clara en «No es oro

todo lo que reluce», que ha sufrido una curiosa transformación. En principio se cree que

deriva de los textos de San Ambrosio. Remontándonos al neoplatonismo, advertimos

una defensa del brillo como símbolo de la belleza áurea. De esta opinión nacería el

refrán «Todo es oro lo que luze», incluido en el Corbacho (Bizzarri 1995b: 171).

Contrariamente La Celestina (Bizzarri 1995b: 171-172) manifiesta que «[...] ni es todo

oro cuanto amarillo reluce» (Rojas 2000: VIII, 197), germen de la expresión actual. El

francés muestra igualmente la negación en la estructura, de acuerdo con sus esquemas

sintácticos: «Tout ce qui brille n’est pas or» (Maloux 1960a: 36).

La secuencia «Una golondrina no hace verano» no es original de la lengua

francesa («Une hirondelle ne fait pas le printemps»), sino que procede de la Antigüedad

Clásica, desde donde se trasvasó al español, al inglés y al alemán (Rat 1957a: 211). Se

encuentra recogida en los Refranes que dizen las viejas tras el fuego: «Una golondrina

no faze verano» (López de Mendoza 1995: 108, nº 701). Pensamos que su carácter

inicial de proverbio fue vulgarizándose, hasta convertirse en refrán debido a la

aceptación popular.

«La codicia rompe el saco» es otra de las construcciones paremiológicas de uso

frecuente en la conversación cotidiana; presente en el Libro de Apolonio (Bizzarri

1995b: 164) a través de «[...] la mala codicia suele el saco romper» (1989: 57b, 49), es

recogida por Santillana en su «Cobdiçia mala saco rompe» (López de Mendoza 1995:

83, nº 146) y por Cervantes (Maloux 1960a: 117) en el Quijote (2000: II, XIII, 735),

aunque este refrán literalmente traspuesto no se localiza en la cultura francesa.

Observemos que ciertos refranes difieren entre sí al adoptar un punto de vista

comparativo. Ello ocurre con «La cabra tira al monte» (de bajo empleo), ejemplificado

mediante «La caque sent toujours le hareng». Si nos fijamos en los sustantivos,

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comprobaremos que caque significa ‘barril’ y que hareng se refiere al ‘arenque’,

unidades léxicas muy distintas a las utilizadas por la estructura en español.

Existen refranes que son intrínsecos a una determinada cultura, y la experiencia

que pretenden transmitir no admite la posibilidad de verterse a través de los términos

escogidos por cada lengua en particular. Tal circunstancia se desencadena en «Cria

cueruo, sacarte ha el ojo», que además de ser recogido por Santillana (López de

Mendoza 1995: 83, nº152) se encuentra en La Celestina: «[...] Crié cuervo que me

sacase el ojo [...]» (2000: XIV, 279). Pero la documentación de este refrán se remonta

incluso a la obra Romancea proverbiorum («Cría cuervo que te saque el uello») y al

Seniloquium: «Cría cuervo e sacarte ha el ojo» (Lobera et alii 2000: 279, nota 78). Su

origen proviene de los Bestiarios, en los que se alude a la predilección que estas aves

sentían por los ojos. En francés podemos remitirnos a los estudios de Levasseur

(Maloux 1960a: 337), quien anota «Nourris le corbeau, il te crèvera les yeux».

La expresión «A lo hecho, pecho» demuestra de nuevo el diferente sistema que

las lenguas ostentan para acotar la realidad; el francés en concreto dice «Quand le vin

est tiré, il faut le boire», esto es, «Cuando se ha caído el vino, hay que beberlo»,

secuencia presente en Baïf y citada al parecer por Charost a Louis XIV, si bien sin la

partícula temporal inicial (Maloux 1960a: 5).

Las dificultades de conseguir una traducción correcta se aprecian en «Más vale

pájaro en mano que ciento volando», equiparable al galo «Un tiens vaut mieux que deux

tu l’auras». Este refrán se halla en el Guzmán de Alfarache aunque bajo una forma

distinta: «[...] más valía pájaro en mano que buey volando [...]» (Alemán 1987: 2ª parte,

II, cap. 2, 180). El Corbacho (Bizzarri 1995b: 170), obra de Alfonso Martínez de

Toledo, emplea una nueva variante: «[...] e aman más páxaro de mano que bueytre

bolando, e asno que las lyeve que cavallo que las derrueque» (1970: I, cap. 18, 83). El

español dice «Muerto el perro, muerta la rabia». Sin embargo, la forma correspondiente

al francés es «Morte la bête, mort le venin». Estos enunciados corroboran la

generalización inherente a dicha lengua, aunque podemos encontrar un contraejemplo

en el refrán «Ce qui vole un œuf peut voler un bœuf», equivalente al español «El que

hace un cesto, hace un ciento».

La vertiente literaria ha contribuido a la difusión, variación y fijación de los

refranes; Cervantes en el Quijote (2000: II, LXVII, 1169) documenta «[…] ojos que no

veen, corazón que no quiebra [...]» (el actual «Ojos que no ven, corazón que no siente»),

presente en Santillana a través de «Ojos que no veen, coraçon que no quiebra» (López

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de Mendoza 1995: 100, nº 506) y traducible por «Loin des yeux, loin du cœur» (Maloux

1960a: 1). Molière incluye «Qui t’aime te fait pleurer» (Maloux 1960a: 14) en L’Avare,

que no es ni más ni menos que nuestro «Quien bien te quiere, te hará llorar».

La Fontaine emplea el refrán «Aide-toi, Dieu t’aidera» para ilustrar su fábula

«Le Chartier embourbé», con una ligera variante en el mismo: «Aide-toi, le Ciel

t’aidera» (1965: 115, v. 33).

La disposición de las construcciones francesas actuales se diferencia de la gran

libertad que mostraba el francés antiguo, lengua que entre otros rasgos relevantes

presentaba declinaciones. La normativa vigente rechaza la colocación del sujeto después

del verbo cuando la secuencia en cuestión comienza por un complemento o por un

adverbio, lo que no impide que se conserve en muchos refranes (Guiraud 1980: 46).

Precisamente ocurre en «Tant va la cruche à l’eau qu’à la fin se brise», recogido por

Molière (Pineaux 1979: 63) en su Dom Juan o por Beaumarchais (Pineaux 1979: 65) en

Le Mariage de Figaro (1988: Acto II, escena I, 401). Íñigo López de Mendoza

transcribe esta construcción: «Cantarillo que muchas vezes va a la fuente o dexa el asa o

la fruente» (1995: 83, nº 141). Incluso notamos su simplificación en el Libro del

Caballero Zifar (Bizzarri 1995b: 164): «[...] tanto va el cantaro a la fuente que dexa alla

el asa o la fuente» (1983: 379).

Los refranes llegan a consolidarse y a insistir en los diversos estadios de la vida,

como sucede en «Mala hierba nunca perece», cuyo exponente es en francés «Mauvaise

herbe croît toujours», empleado por Molière (Pineaux 1979: 63). Aunque el español

aluda a la imposibilidad de la muerte y el francés al continuo crecimiento, realmente

ambos idiomas manifiestan una acepción común. La única diferencia radica en los

matices particulares que se desprenden al escuchar esas dos expresiones, motivadas por

la idiosincrasia de cada pueblo.

Si por lo general no resulta rentable efectuar una traducción literal, lo cierto es

que en ocasiones dos lenguas tan relacionadas como el francés y el español coinciden.

Concretamente en «Il n’y a point de pires sourds que ceux qui ne veulent point

entendre», empleado en L’amour médecin, de Molière (Pineaux 1979: 63), creemos

poder llevar a la práctica dicho procedimiento si partimos del refrán francés moderno:

«Il n’y a pas pire sourd que celui qui ne veux pas entendre» (‘No hay peor sordo que el

que no quiere oír’). En idéntica situación nos encontramos ante «Mieux vaut tard que

jamais» (‘Más vale tarde que nunca’).

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Atendiendo a los proverbios, definidos en función de su extracción culta,

diremos que gozan de una gran profusión durante la Antigüedad Clásica. Plauto, en su

obra Mostellaria, afirma que «On ne peut à la fois souffler et avaler» (Maloux 1960b:

V). Es plausible extrapolarlo al campo de los refranes. En francés se dice «On ne peut

ménager la chèvre et le chou», equivalente al español «No se puede nadar y guardar la

ropa». Los elementos de la realidad escogidos muestran que para aludir a un mismo

concepto las lenguas se sirven de instrumentos muy diversos, y ello sin la necesidad de

que hagamos hincapié en los factores relativos a la gramática.

No debemos olvidarnos del lenguaje religioso, proveedor de secuencias que con

el tiempo se han convertido en auténticos proverbios (Guiraud 1980: 33). Basta con

pensar en «nul n’est prophète en son pays» (San Lucas, IV, 24), equiparable a ‘nadie es

profeta en su tierra’, o en «jeter des perles devant les pourceaux» (San Mateo 7, 6), que

significa ‘tirar perlas delante de los cerdos’.

Nos centraremos en el análisis de algunas sentencias, que, no obstante ser

expuestas por autores diferentes, lo cierto es que a veces contienen una enseñanza moral

semejante. El Quijote insistía en que «[...] yo sé que lo bien ganado se pierde, y lo malo,

ello y su dueño» (Cervantes, 2000: II, LIV, 1069). François Villon, en Le Testament,

afirma que «Jamais mal acquit ne profite» (Maloux 1960a: 67), es decir, ‘Nunca se saca

provecho de lo mal adquirido’. Esta preocupación existía desde mucho antes de los

escritores señalados. Hesíodo (siglo VII a. C.) en Les Travaux et les Jours exponía que

«Gain illégitime vaut perte» (Maloux 1960a: 66), expresión que podemos entender

como ‘Ganancia ilegítima equivale a pérdida’.

No cometamos tampoco el error de creer que únicamente en los albores de la

cultura occidental se fraguaron las sentencias; esta apreciación indicaría una palpable

estrechez de miras, perceptible en parte debido a nuestro desconocimiento del mundo

oriental. Valga como referencia que en el Livre des sentences Confucio (siglo VI a. C.)

plasmaba sus célebres pensamientos: «Être riche et honoré par de moyens iniques, c’est

comme le nuage flottant qui passe» (Maloux 1960a: 66), que significa ‘Ser rico y

honrado por medios inicuos, es como la nube que pasa indecisa’. La actitud meditativa

que se pretende transmitir coincide, independientemente de la época y de la religión en

las que nos asentemos.

Así se deja traslucir en las máximas que giran en torno al amor, con un sentido

más abstracto y complejo que el denotado por las sentencias. Eurípides (siglo V a. C.)

sostiene en el Hipólito que «L’amour est la chose la plus douce et la plus amère»

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Yago RODRÍGUEZ YAÑEZ: Breve estudio histórico-comparativo de las frases hechas...

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(Maloux 1960a: 24): ‘El amor es la cosa más dulce y más amarga’. Clément Marot

expone una reflexión análoga en sus Rondeaux (1540): «Amour a de coutume

d’entremêler ses plaisirs d’amertume» (Maloux 1960a: 26): ‘El amor tiene la costumbre

de entremezclar sus placeres con amargura’. Cervantes en el Quijote llega a manifestar

una opinión diferente al respecto, que tomamos del francés: «L’amour est un ennemi

que l’on ne peut vaincre corps à corps, mais par la fuite» (Maloux 1960a: 26), es decir,

‘El amor es un enemigo que no se puede vencer cuerpo a cuerpo, sino mediante la

huida’.

El tema pecuniario ha sido cultivado por la tradición. Surgen multitud de

máximas en torno al mismo. Su naturaleza modélica se atestigua en el siguiente juicio

emitido por el citado autor español y recogido de nuevo por Maloux (1960a: 462): «Ce

ne sont pas les richesses qui font le bonheur, c’est l’usage que l’on en fait» (‘No son las

riquezas las que hacen la felicidad, sino el uso que se hace de ellas’). Por un camino

parecido transita Stendhal en la Vie de Rossini (1824): «Ce n’est pas tant d’être riche

qui fait le bonheur, c’est de le devenir» (Maloux 1960a: 463): ‘No es tanto el ser rico lo

que hace la felicidad, sino el futuro’.

A lo largo de estas líneas hemos intentado abordar tangencialmente alguna de las

dimensiones que componen las frases hechas en francés y en español, a pesar de la

enorme confusión que opera en ellas. Las equivalencias interidiomáticas a menudo son

difíciles de establecer, no solamente debido a los particulares mecanismos gramaticales

de que se sirve cada lengua, sino también a causa de los valores intrínsecos a cada

pueblo. La comprensión de esta clase de expresiones requiere del hablante un

conocimiento de la lengua y de la cultura, las cuales aportan a nuestras conversaciones

una riqueza sin igual.

A modo de máxima final, diremos con Monseñor Romero, arzobispo de San

Salvador asesinado en 1980, que «La justicia es como las serpientes: sólo muerde a los

descalzos».

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Fuentes primarias ALEMÁN, Mateo, 1987, Guzmán de Alfarache. Madrid: Cátedra [Edición de José María Micó]. BEAUMARCHAIS, 1988, «Le Mariage de Figaro». Œuvres. Paris: Gallimard, 381-489 [Édition de Pierre

Larthomas avec la collaboration de Jacqueline Larthomas]. CERVANTES, Miguel de, 2000, Don Quijote de la Mancha. Barcelona: Círculo de Lectores [Edición de

Silvia Iriso y Gonzalo Pontón].

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Res Diachronicae Virtual 4 (2005): El Contacto de Lenguas

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LA FONTAINE, Jean de, 1965, «Fables». Œuvres complètes. Paris: Éditions du Seuil, 56-175 [Présentation et Notes de Jean Marmier].

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Barcelona: Crítica [Edición de Francisco J. Lobera et alii]. Fuentes secundarias Bizzarri, Hugo Óscar, 1995a, «Introducción». Refranes que dizen las viejas tras el fuego. Kassel:

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© VEIGA DÍAZ, Manuel. 2005. «La traducción de términos gramaticales hebreos al latín en el siglo XVI». Res Diachronicae Virtual 4: El Contacto de Lenguas. Número monográfico coord. por Ana Rodríguez Barreiro y Ana García Lenza. 217-225.

LA TRADUCCIÓN DE TÉRMINOS GRAMATICALES HEBREOS AL LATÍN EN EL SIGLO XVI∗

MANUEL VEIGA DÍAZ Instituto Teológico Lucense

Universidad Pontificia de Salamanca

Para valorar en su justa medida la labor de traducción a la que aludimos en el

título de nuestra comunicación, será preciso comenzar por exponer, aunque sea a

grandes rasgos, cuáles fueron los comienzos de la gramática hebrea.

La gramática hebrea está relacionada, desde su nacimiento, con la gramática

árabe. Las razones de esta relación son múltiples: en primer lugar, razones de orden

cronológico, pues la gramática hebrea comienza a cultivarse de una manera sistemática

a partir del siglo X, momento de esplendor de la cultura islámica; en segundo lugar,

razones de orden geográfico, pues los primeros gramáticos hebreos proceden del norte

de África y sus sucesores son naturales de Al-Ándalus, centro cultural islámico del

momento bajo el poder del califato omeya de Córdoba; por último, los hebreos, como

los árabes, buscan con su estudio de la lengua la correcta interpretación de un texto

inspirado.

Durante varios siglos, los masoretas se habían preocupado de la transmisión

exacta del texto bíblico. Después de la fijación de la pronunciación correcta del texto

bíblico, los sabios judíos se enfrentan a la nueva tarea de la fijación del significado

exacto de cada palabra, dando comienzo a la labor lexicográfica. Y la preocupación

gramatical nace precisamente de la mano de este trabajo lexicográfico, pues es preciso

* La investigación que ha dado origen a este trabajo ha sido financiada por el Ministerio Español de Ciencia y Tecnología, como parte del Proyecto BFF2000-0404, perteneciente al plan I+D+I, dentro del plan de Promoción General del Conocimiento.

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Res Diachronicae Virtual 4 (2005): El Contacto de Lenguas

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determinar el lugar que cada palabra ocupa en el conjunto de la lengua y las relaciones

que se establecen entre ellas.

En el desarrollo de esta labor lexicográfica y gramatical, los estudiosos necesitan

nuevos términos que describan los elementos de la lengua o sus formas de relacionarse.

Podemos decir que esta actividad fundacional o creacional dura aproximadamente un

siglo, y sobre esta creación se asienta la labor de todos los gramáticos medievales

posteriores, mayoritariamente sefardíes. A esta actividad nos referiremos en la primera

parte de nuestra disertación.

En la segunda parte veremos cómo, llegado el Renacimiento, cambia el contexto

en el que se produce la gramática hebrea, pues cobra importancia el estudio de la lengua

santa entre los cristianos. En esta nueva etapa, la redacción de gramáticas hebreas se

realiza principalmente en latín, siendo precisa una adaptación de los términos

empleados hasta ese momento. Comprobaremos los procedimientos utilizados por

diversos autores para esta adaptación.

1. EL NACIMIENTO DE LA GRAMÁTICA: EL PROCESO DE CREACIÓN TERMINOLÓGICA

Cuando Saadia Gaón escribe, en 902, su ´Egrón, diccionario de términos

hebreos para uso de poetas, da comienzo la historia de la gramática hebrea, aunque en

realidad la primera gramática propiamente dicha será el llamado Kitâb fasih al-`ibrânî o

Libro del hebreo correcto, del mismo autor1. El diccionario de términos hebreos

contiene un prólogo hebreo en el que se hace un recorrido histórico de la lengua hebrea

y se dan nociones esenciales de prosodia y de morfología. El Libro del hebreo correcto

se compone de doce libros que debían de contener una exposición de toda la morfología

hebrea, desgraciadamente sólo se nos han conservado ocho de los libros, en los que se

exponen cuestiones de grafía, fonética y fonología, y morfología verbal. Otros libros de

Saadia con contenido gramatical o lexicográfico son: Kitab al-sab´în lafza al-fârida,

Kitab al-tanqît, Alfâz al-Mishna, Tafsîr kitâb al-Mabâdî.

De los títulos de estos libros de Saadia podemos inferir cuáles son los

procedimientos de creación de términos gramaticales en este momento. En la mayor

parte de los casos, los libros están redactados en árabe, con lo cual no es necesario

ningún tipo de adaptación terminológica. Los gramáticos hebreos se benefician de la 1 Esta obra tiene nombres muy diversos ya desde su propia época. Otro de los títulos muy utilizados es el de Kutub al-luga o Libros de la lengua.

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Manuel VEIGA DÍAZ: La traducción de términos gramaticales hebreos al latín en el siglo XVI

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investigación lingüística árabe, que ya cuenta con más de un siglo de antigüedad, y

utilizan su paradigma adaptándolo allí donde el hebreo difiere del árabe.

En algunos casos, las obras cuentan con alguna sección en hebreo, como el

mencionado prólogo al ´Egrón, lo cual permite la aparición de términos técnicos

hebreos. En estos casos en los que sí existe una adaptación terminológica se sigue uno

de estos procedimientos:

a) Traducción al hebreo de la palabra árabe correspondiente

b) Especialización de una palabra hebrea ya existente.

Podemos observar un ejemplo del primer caso, en el que una palabra árabe se

traduce por su correspondiente hebrea en el propio título de la primera obra de Saadia

Gaón. La palabra ´Egrón es un derivado del verbo ´Agar, que significa ‘reunir, recoger,

acumular’. En aquel momento, la palabra árabe para designar un diccionario era gâmi`,

derivado del verbo gama`a ‘reunir, recoger, amontonar’ que, como vemos, tiene un

significado similar.

Por el contrario, cuando Saadia utiliza las palabras ´ajôr ‘atrás, detrás, parte

posterior’, qedem ‘delante, parte delantera’ y `attah ‘ahora, en este momento’ para

referirse a futuro, pasado y presente, lo que hace es restringir el significado de palabras

comunes de la lengua hebrea para crear términos técnicos de la nueva ciencia del

lenguaje. El hecho de encontrar los términos árabes y hebreos en la misma obra, nos

permite una identificación exacta de los procedimientos utilizados.

Desde el siglo IX, está documentada la relación existente entre las juderías

sefarditas y las academias gaónicas de Babilonia. Una relación sin duda anterior a los

documentos escritos que han llegado hasta nosotros. Aunque menos documentada y

estudiada, no se puede negar tampoco la existencia de contactos entre Sefarad y

Palestina en lo que se refiere a costumbres litúrgicas y recepción del texto bíblico

vocalizado por los masoretas tiberienses. Teniendo en cuenta esta tradición y las

facilidades de comunicación que suponía para los judíos la presencia islámica en

Sefarad, no es difícil entender que, después de los primeros pasos africanos de la

gramática hebrea, esta actividad se extendiese a la Península Ibérica.

El primero de los gramáticos sefarditas es Menahem ben Saruq, autor de un

diccionario conocido con el nombre de Majbéret. Esta obra fue criticada por Dunash

ben Labrat, contemporáneo suyo, dando lugar a una fructífera controversia entre los

discípulos de ambos. En esta controversia, además de meros insultos, fueron utilizados

algunos términos gramaticales que aún perviven mientras que otros han sido olvidados.

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Res Diachronicae Virtual 4 (2005): El Contacto de Lenguas

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Es posible que fuese el propio Menahem el primero en utilizar el nombre de

diqdûq ‘precisión, detalle, minucia’ para referirse a la gramática. En este caso estamos

ante un término ya utilizado por los masoretas; no en vano está presente en el título de

la última obra masorética: el Diqduqe hate`amim (Detalles de los acentos) de Aharón

ben Asher. No es un caso de especialización de una palabra común sino de una palabra

que ya tenía un uso técnico, lo cual es signo claro de que la labor gramatical no nace de

la nada sino que se asienta en actividades protogramaticales anteriores y de que se

concibe al gramático como la persona que se ocupa de estudiar todos los detalles de la

lengua.

Un ejemplo de la utilización de diversas palabras para referirse a un único

concepto nos lo proporciona el término referido al verbo. Menahem utiliza

indistintamente los términos lashon ‘lengua’ y millah ‘palabra’ para referirse a esta

clase de palabras. No obstante, esta especialización de los términos no tuvo éxito,

incluso el término millah acabará por designar a las partículas. Su contemporáneo y

oponente Dunash utilizaba para hablar de los verbos el término pe`alim, forma que sí

continuó utilizándose. Este término procede del verbo pa`al ‘actuar, realizar’, verbo que

se utiliza como paradigma desde finales del siglo X, y constituye otro caso en el que se

traduce una palabra árabe (fi`l) por la correspondiente hebrea (pa`al).

Podemos decir que este proceso de creación terminológica acaba con Hayyuy a

finales del siglo X, pero este autor, que al reconocer el carácter trilítero de la raíz hebrea

se convierte en el primer gramático científico hebreo, escribió solamente en árabe.

Serán los gramáticos posteriores los que traduzcan sus obras acabando de configurar el

universo terminológico de la gramática hebrea, que no puede sino depender de la

terminología árabe empleada por el maestro.

2. EL RENACIMIENTO DE LA GRAMÁTICA: EL PROCESO DE LATINIZACIÓN TERMINOLÓGICA

Esta invariabilidad terminológica deberá adaptarse a una nueva situación con la

llegada del Renacimiento. La gramática hebrea no es ya simplemente un instrumento de

las escuelas rabínicas, un saber para judíos. El Humanismo fomenta las ansias por

volver al mundo clásico, por volver a las fuentes. También desde el punto de vista

religioso se ha de mirar atrás y volver a las fuentes, revisar los escritos. Se estudia

griego, hebreo y arameo para releer la Sagrada Escritura con la esperanza de captar un

mensaje más puro, menos deslucido por el tiempo.

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Los primeros cristianos que se embarcan en esta empresa no tienen más remedio

que recurrir a la sabiduría de maestros judíos o conversos, pero a medida que avanza el

siglo XVI, el saber se va transmitiendo de cristianos a cristianos. Por supuesto, también

algunos judíos, como Abraham de Balmes o Elías Levita, publican obras gramaticales

durante el siglo XVI, pero su participación, con ser de una calidad científica importante,

no deja de ser cuantitativamente testimonial. Los estudios de hebreo en el siglo XVI en

Europa llegan a tener tal importancia que durante este siglo se publican cerca de

cuatrocientas ediciones de obras gramaticales.

Pero hablar de judíos y cristianos quizá sea recurrir a tópicos no siempre bien

entendidos. No se trata de una cuestión religiosa, sino de una cuestión de índole cultural

y de formación intelectual. La formación intelectual de los gramáticos del siglo XVI,

sean judíos o cristianos, es una formación humanística que bebe en las fuentes de la

ciencia clásica, algo que, como veremos, se reflejará en sus explicaciones gramaticales,

en la elección de los términos técnicos. Por otra parte, la redacción de las gramáticas ya

no se hará en hebreo: el público al que van dirigidas las obras utiliza el latín como

vehículo cultural.

Esta es la clave para entender el cambio terminológico en la gramática hebrea

del siglo XVI: un público formado en latín que aprende hebreo desde el latín. Se da, por

lo tanto, una situación similar a la de los inicios de la gramática hebrea, donde teníamos

un público formado en árabe que explicaba la gramática hebrea en árabe. El camino es,

en cierto modo, inverso: salir de su propia lengua para adaptarse a la extraña; pero al

mismo tiempo es un camino similar: existe una lengua cultural imperante en la que se

debe expresar la gramática hebrea. Por lo tanto, los procedimientos que utilizarán los

gramáticos renacentistas serán hasta cierto punto similares a los de los inicios:

a) Traducción de los términos hebreos al latín.

b) Utilización de términos gramaticales latinos ya existentes.

Como veremos, el procedimiento más utilizado será el segundo. Mientras que en

el proceso de creación terminológica el uso de un término hebreo ya existente

comportaba una especialización para la que no se había utilizado anteriormente, en este

proceso de adaptación terminológica lo más fácil era utilizar un término técnico latino

ya acuñado. Tanto los gramáticos como sus lectores estaban habituados a usar ese

término y entender su valor. Incluso en aquellos casos en los que la aplicación de un

término a un determinado fenómeno difería en cierto modo del latín, no resultaba difícil

transponer su significado.

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La traducción propiamente dicha de los términos hebreos al latín se da en pocas

ocasiones. Una de estas es la obra de Abraham de Balmes. Este médico y filósofo

italiano compuso al final de su vida una gramática hebrea que se publicó poco después

de su muerte, en 1523. De esta obra salieron a la calle dos ediciones simultáneamente:

una escrita sólo en hebreo y otra con la traducción latina en páginas paralelas. El propio

autor es el traductor de la mayor parte de la obra, siendo Calo Calonymos el que

completa la traducción a su muerte y revisa el conjunto de la obra para su edición. El

criterio de traducción de Balmes es principalmente la literalidad. Se esfuerza por

traducir el hebreo palabra por palabra, incluso cuando la construcción resulta forzada en

latín. Sin embargo, en nuestra opinión, tanto Calo Calonymos como el propio editor de

la obra no comparten el mismo criterio. Esta es la razón por la que para un mismo

término hebreo se dan en la obra varias soluciones latinas. Veamos algunos ejemplos.

Cuando Balmes clasifica los verbos en bôded, `ômed y yôtse´ o nôded traduce

esos términos por solitarium, inmanens y exiens o commotum. Pero esta terminología no

es la única que se utiliza en la obra. Dentro de los verbos calificados como yôtse´ se

distinguen dos tipos, que son traducidos al latín con dos expresiones distintas:

exiens ad secundum transitivum ad alterum exiens ad tertium transitivum ad reliquum

La primera de estas opciones traduce literalmente el hebreo, mientras que la

segunda utiliza terminología latina. Unos capítulos más adelante, en la parte dedicada a

la sintaxis, Balmes habla de construcciones bôded y nôded, pero el traductor sitúa en los

títulos los términos intrantitivum y transitivum. Como vemos, en estos casos ya no se

traducen los términos hebreos, sino que se utilizan los habituales en la gramática latina

de la época.

Similar a la gramática de Balmes, por estar escrita originalmente en hebreo, es la

de Elías Levita. La obra de Levita no fue traducida por él mismo sino que fue Sebastián

Münster el que se ocupó de traducirla años después de haber sido publicada. La primera

edición de Levita es anterior a 1520, mientras que Münster publica la primera edición

de su traducción en 1532. Levita distingue solamente dos tipos de verbos a los que

denomina `ômed y yôtse´. Münster traduce el primer término por neutrum y el segundo

por transitivum, ambos términos habituales en la gramática latina, aunque sí ofrece

también una traducción más literal del primer término que le ayuda a definirlo:

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Duplicia illa verba quæ in hebraismo inveniuntur, sunt `ômed pa`al verbum neutrum, et yôtse´ pa`al verbum transitivum. Neutrum, ut halak ivit, `amad stetit, yashab sedit, et alia his simila, quæ nos stantia vocamus, eo quod operatio ipsa seu significatio stet in persona agentis, nec foras extra ipsum prodeat. (Levita 1537: 3)2

Como vemos en la cita, Münster llama stantia a los verbos que acaba de

denominar neutros sólo porque traduce una definición hebrea que sería difícil de

entender sin esa palabra: se llaman stantia porque su significado stet en la persona del

agente.

Otra gramática en la que podemos observar una clasificación parecida de los

verbos es la gramática de Santi Pagnini. Es una gramática redactada originalmente en

latín, pero que ofrece también los términos hebreos, con lo que podemos observar los

procedimientos que utiliza para traducirlos. Esta gramática se publica en 1526, poco

después de la de Balmes, y distingue, al igual que esta, verbos yôtse´im, bôdedim y

`ômedim. Las traducciones que ofrece son: transitiva, solitaria y stantia, id est,

intransitiva. Presenta, al igual que Münster en su traducción de Levita, una traducción

literal de la palabra `ômed, pero a continuación da el término latino habitual.

Todas estas gramáticas pertenecen al primer tercio del siglo XVI, época de

cambio, de gran creatividad en la gramática hebrea y en la que muchos autores

pretenden decir algo nuevo. No obstante, no creemos que sea este el motivo por el que

nos encontramos con gramáticas que ofrecen varias traducciones latinas para un mismo

término hebreo. No creemos que la diversidad terminológica sea fruto de una

investigación lingüística que pretende ir creando una terminología propia para la

gramática hebrea. Aunque algunos autores sí hayan contribuido a esta tarea, su labor no

obtuvo el reconocimiento general. Por otra parte, existe un gran número de gramáticas

que emplean directamente la terminología latina sin recurrir al hebreo.

Un ejemplo de esta práctica la constituye la gramática que Alfonso de Zamora

incluyó en la Biblia Complutense. Publicada antes que todas las mencionadas, en 1515,

utiliza los términos transitivum y absolutum para referirse a los dos tipos de verbos que

Elías Levita llama transitivos y neutros. Además de no incluir ninguna referencia al

nombre hebreo, Zamora no expone explícitamente ninguna clasificación verbal donde

inscriba estos términos, ni ofrece al lector una definición formal de los términos.

Debemos asumir, por lo tanto, que Alfonso de Zamora consideraba que esos términos

2 Hemos transliterado el hebreo y resuelto algunas abreviaturas para evitar problemas tipográficos.

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pertenecían al acervo cultural común o al menos al vocabulario común de cualquier

persona que supiese leer un libro en latín.

No consideramos, pues, que en el siglo XVI se desarrolle un proceso progresivo

de creación terminológica en el que diversos autores añaden términos latinos adecuados

para describir la lengua hebrea. Creemos más bien, que se vierte la gramática hebrea en

el molde terminológico de la lengua latina que forma parte del saber común de los

estudiosos de la época. En este proceso se conservan términos hebreos imprescindibles,

como pueden ser los nombres de las formas verbales, y se acumulan términos latinos

nuevos que a veces pueden incluso resultar innecesarios, como la mención de los verbos

deponentes en hebreo. El resultado de esta operación no siempre es satisfactorio ni

congruente, dando lugar a una gran vacilación terminológica en la descripción

gramatical de la lengua hebrea, sobre todo en un campo tan diverso de la lengua latina

como es el verbo.

CONCLUSIÓN

A la vista de lo expuesto, podemos decir que en la gramática hebrea se producen

dos fases de generación terminológica. La primera de ellas en el siglo X y la segunda en

el siglo XVI. La primera fase de generación terminológica depende de la lengua árabe y

de sus investigaciones lingüísticas y sirve para conformar la descripción de la lengua

hebrea durante toda la Edad Media. La segunda fase integra la gramática hebrea en el

esquema terminológico de la lengua latina, proporcionándole un lenguaje adecuado a

ese momento científico, aun cuando no consiga, como no lo hace ninguna propuesta

terminológica, una descripción plenamente satisfactoria de la lengua hebrea.

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Manuel VEIGA DÍAZ: La traducción de términos gramaticales hebreos al latín en el siglo XVI

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PAGNINI, Santi, 1526, Hebraicas Institutiones. Lyon: A. du Ry. VALLE RODRÍGUEZ, Carlos del, 2002, Historia de la Gramática Hebrea en España. Volumen I: los

Orígenes. Madrid: Aben Ezra Ediciones. VEIGA DÍAZ, Manuel, 2003a, «El verbo en la gramática hebrea de la Biblia Complutense». Helmantica

LIV/163, 155-166. –––––, en prensa, «La transitividad verbal en Abraham de Balmes». Actas del IV Congreso de la SEHL. ZAMORA, Alfonso de, 1987 [1515], «Introductiones artis grammatice hebraice». Biblia Políglota

Complutense. Valencia: Fundación Bíblica Española, Universidad Complutense de Madrid [Ed. facsímil de la publicada en Alcalá de Henares por G. de Brocar].