Resumenes Prácticos Historia Moderna

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Punto 1.5 El absolutismo francés Beik, absolutismo y sociedad en el siglo XVII francés. Beik, parte de un análisis crítico de las actuales aproximaciones al problema del estado moderno (la historiografía institucional, la escuela de los Annales, la historiografía marxista) para terminar proponiendo un nuevo análisis de clase que incorpore muchos de los aportes realizados por las escuelas historiográficas clásicas. Los fundamentos analíticos: clases y órdenes. Un examen de la sociedad del siglo XVII no puede evitar referirse al gran debate en torno a la estratificación social temprano-moderna. ¿Tenemos que enfrentarnos con una sociedad de grupos de intereses tradicionales, fundados en la categoría de estatus o estamos en presencia de una sociedad conformada por clases en pugna por controlar los recursos y los procesos productivos? El concepto de sociedad de órdenes (o estamos) desarrollado por Mousnier, es una variante de un tipo de análisis sociológico que aparece cada vez con más frecuencia como el marco implícito de los estudios históricos. El argumento puede resumirse de la siguiente manera: en una sociedad de órdenes los grupos sociales están distribuidos jerárquicamente en una escala descendente de status y privilegio. El principio organizador es la estima social acordad a las funciones míticas o reales de cada grupo.

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Punto 1.5 El absolutismo francés

Beik, absolutismo y sociedad en el siglo XVII francés.

Beik, parte de un análisis crítico de las actuales aproximaciones al problema del estado

moderno (la historiografía institucional, la escuela de los Annales, la historiografía

marxista) para terminar proponiendo un nuevo análisis de clase que incorpore muchos de

los aportes realizados por las escuelas historiográficas clásicas.

Los fundamentos analíticos: clases y órdenes.

Un examen de la sociedad del siglo XVII no puede evitar referirse al gran debate en torno a

la estratificación social temprano-moderna. ¿Tenemos que enfrentarnos con una sociedad

de grupos de intereses tradicionales, fundados en la categoría de estatus o estamos en

presencia de una sociedad conformada por clases en pugna por controlar los recursos y los

procesos productivos?

El concepto de sociedad de órdenes (o estamos) desarrollado por Mousnier, es una variante

de un tipo de análisis sociológico que aparece cada vez con más frecuencia como el marco

implícito de los estudios históricos. El argumento puede resumirse de la siguiente manera:

en una sociedad de órdenes los grupos sociales están distribuidos jerárquicamente en una

escala descendente de status y privilegio. El principio organizador es la estima social

acordad a las funciones míticas o reales de cada grupo.

En una sociedad de clases la riqueza es el factor central que determina la posición social. El

análisis de clase supone las existencia de conflictos fundamentales en una sociedad,

descartando la posibilidad de una solidaridad social absoluta o de un panorama social

uniforme. Resulta indudable, según Beik, que en la Francia temprano moderna existían

grupos que se relacionaban con la producción de manera desigual y netamente antagónica.

La premisa de Beik, es que el estado absolutista puede entenderse mejor si si observan los

intereses de clase a los que servía y las funciones sociales que cumplía (estas sociedades

estaban organizadas en torno a la producción y a la distribución de bienes esenciales o

suntuarios; lo que provoca la irrupción de clases que establecen entre sí relaciones

antagónicas).

Las instituciones en la sociedad

La escuela institucionalista tradicionalmente abordó el problema de la sorprendente

efectividad del régimen de Luis XIV en el contexto del surgimiento del estado moderno.

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Para intelectuales como Cheruel, Depping y Lavisse, que se desempeñaban como

funcionarios esenciales del Segundo Imperio y de la Tercera República, el estado era

concebido como el portador central del progreso.

Para Lavisse, la monarquía puede no haber estado preparada para asumir el “nuevo

proyecto” propuesto por Colbert “organizarse para el trabajo, enriquecerse por medio del

trabajo, dominar el mundo gracias al poder de esta riqueza” pero al menos podía continuar

el antiguo proyecto que consistió simplemente en “reducir a la obediencia” a quienes se

habían comportado sistemáticamente como rebeldes, por medio de una lucha continua

contra toda forma de autonomía. Lavisse describe victoria tras victoria del rey, sin

preguntarse por qué los otrora poderosos súbditos de un reino tan vasto, permitían que su

poder fuera abruptamente expropiado.

Los historiadores institucionalistas más recientes han modificado esta visión tradicional.

Matizaron los supuestos tradicionales y elaboraron una visión menos triunfalista de la

historia. De esta forma, mientras que la antigua historia institucional mostraba un estado

qye incrementaba de manera firme su poder, promoviendo sus fuentes de poder (ciudades,

comercio, provincias autónomas), la nueva versión institucionalista descubre dos

antagonistas valiosos, el estado y la sociedad, y la existencia de una larga lucha entre ellos,

incluso durante el siglo XVII).

La visión de Lavisse, o los estudios de Pillorget o Bercé sobre las revueltas populares dejan

algunas cuestiones de lado. Ya sea que los líderes de la sociedad francesa, hayan reducido a

la obediencia, que los sectores populares se hayan quedado sin líderes o hayan sido

domesticados mediante el uso sistemátco del terror, en todos casos las categorías empleadas

son las mismas: el estado versus la sociedad, la monarquía contra las provincias, lo

moderno contra lo antiguo, es decir, una dicotomía de fuerzas. En tanto que los

institucionalistas persistan en pensar el estado como una realidad “por encima” de la

sociedad, actuando como una entidad autónoma que persigue metas y programas

independientes, la actividad del estado deberá ser siempre conceptualizada, en términos de

represión: de manera progresiva un gobierno impone uniformidad, aplasta rivales. Este

modelo represivo, deja afuera toda noción de interacción entre el estado y las varias clases

sociales que existen en la sociedad, haciendo imposible la detección de intereses comunes y

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alianzas de clase. Si las autoridades se sublevan ello se debía a la represión y al miedo; o

habrían recibido algo a cambio.

De todas maneras, los nuevos historiadores institucionalistas han posibilitado una

reevaluación importante de la naturaleza del estado temprano-moderno; y han descubierto

múltiples vías por las cuales este estado estaba infiltrando por la sociedad:

a. La venta de cargos: gran parte de los estudios de los historiadores institucionalistas

se basaban en la venalidad de los cargos, la práctica de vender de por vida

posiciones en el estado, complementada luego por el derecho de transferir la

posición a los herederos contra el pago de una paulette anual. La venalidad ataba al

absolutismo a su pasado feudal, consagrando una nueva forma de posesión privada

de la autoridad pública que permitía a los súbditos ricos e influyentes (nobles o

burgueses) compartir los beneficios y el prestigio del estado. La autoridad real

continuaba siendo absoluta, dado que el rey reclamaba a los detentadores de cargos

venales una dependencia legal directa que no podía exigir a los titulares de los

señoríos.

Esta multiplicación de cargos creó una forma nueva de discurso político: el rey

amenazaba y acosaba a sus funcionarios, multiplicaba su número, les inventaba

rivales, les imponía gravámenes o se aprovechaba de sus inversiones; los

funcionarios respondían apelando y rechazando la legislación real.

Beik realiza determinadas preguntas: ¿Hasta que punto los funcionarios eran

instrumentos de la centralización burocrática y hasta qué grado eran infiltrados

provenientes del mundo de las exigencias particulares y de los intereses de clase?

¿Conformaba una clase de burócratas? ¿De quién se sentían más cerca, de la corona

centralizadora o de sus restantes colegas de sus provincias, de su clase? Beik,

intentará dar respuestas a esto a partir de su estudio de Languedoc.

b. Los intendentes: en tanto agentes del poder real efectivo, los intendentes han

jugado un papel clave en la visión clásica del absolutismo. Anque tradicionalmente

asociados con el régimen de Luis XIV, hoy su origen se sabe debe ubicarse en

tiempos de Richelieu. En un influyente artículo, Mousnier relacionó la

intensificación del recurso a los intendentes a partir de 1642, con la necesidad de

arrebatar a los funcionarios venales el control de la maquinaria fiscal. Los estudios

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recientes no han modificado la visión tradicional de los comisionados como

propagadores activos del poder real efectivo y de la ideología de la razón de estado,

pero los intendentes no pueden seguir siendo vistos como los triunfantes dictadores

de la centralización estatal. En los estudios regionales, es más frecuente toparse con

intendentes que aparecen como portadores aislados de edictos impopulares,

amenazados por insurrección campesina, el pillaje y la denigración. Más importante

aún, la delgada línea que separa a los funcionarios de toga (venales) de los

comisarios reales (cargos no comprados) se vuelve cada vez más tenue. De esta

forma, quienes servían al rey de manera más diligente, eran socialmente

indistinguible de quienes lo enfrentaban.

c. Clientelismo: Otro importante aporte de la investigación reciente es el de las

relaciones personales. Abunda la evidencia que demuestra que todas las

instituciones políticas estaban dominadas por redes de clientes. Mousnier ha llevado

el análisis de las clientelas un paso más allá, calificando al mundo del siglo XVII

como una “sociedad de fidelidades”: “desde la cima hasta la base de la sociedad los

hombres se relacionan entre sía partir de lazos de fidelidad”. Para Mousnier, este era

el principio de solidaridad social que liogaba entre sí a personas de provincias y

grupo de edad diversos. Sin embargo, la idea de un sistema de fidelidades no deja

de plantear preguntas importantes. Como siempre, Mousnier idealiza los lazos

sociales, “el seguidor se entrega por completo a su amo. Desposa todos sus

pensamientos, sus inclinaciones, sus intereses. Aunque lealtades como estas

existían, los lazos clientelares eran con frecuencia arreglos más pragmáticos. Los

sistemas clientelares se medraban y declinaban; las alianzas oscilaban y los lazos se

rompían.

d. Finanzas estatales: Otra re-evaluación mayor ocurrió en el área de las finanzas

estatales. En los últimos años se centró toda la atención en el período de la Guerra

de los Treinta Años, concebido como un quiebre fiscal que alteró de manera

profunda, las relaciones entre el estado y la sociedad. La talla se duplicó y triplicó y

las medidas fiscales extraordinarias aumentaron. Comenzó a darse una

interdependencia creciente entre la monarquía y los financistas. Los financistas

adelantaban dinero a cambio de contratos que les otorgaban autoridad para

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organizar la recolección de impuestos o exigir participación en ciertas fuentes de

ingresos particulares. Dado que los fondos disponibles estaban dispersos por todo el

país, el arrendamiento de impuestos, debió descentralizar sus estructuras. Para

complicar aún más las cosas, los mismos financistas, eran a menudo funcionarios

reales. Lejos de ser un puñado de extraños reclutados en tiempos de emergencia, los

financistas funcionaban en el corazón mismo del sistema.

Por todo lo anterior, los historiadores han dejado de ver al estado moderno como el

triunfante organizador de la sociedad, para pasar a verlo como un frágil organismo que

luchaba contra una sociedad vasta y turbulenta. La pregunta sobre la efectividad de Luis

XIV, nos lleva, pues, directamente hacia el segundo interrogante: la naturaleza de las

relaciones entre el estado y la sociedad temprano-modernos.

Sociedad y absolutismo

Tanto los historiadores sociales como los historiadores marxistas han proporcionado

interpretaciones de la sociedad moderna que abren posibilidades interesantes.

La fascinación de la escuela de los annales con la tierra tuvo el efecto de enfatizar los

aspectos tradicionales de aquella sociedad. La producción era llevada a cabo por una

masa de pequeños tenentes campesinos subordinados a la pequeña elite de poderosos

propietarios. Era rara la inversión productiva en la tierra. Una profunda desigualdad

reinaba en todos los sectores sociales.

Los annalistas delinearon así, una sociedad moderna autoregulada, con sus

características propias y ciclos de desarrollo identificables, pero no fueron demasiado

lejos en el análisis de la dinámica que producía las desigualdades, ni ayudaron a otorgar

sentido a la fuerza de las instituciones políticas que los institucionalistas discutían.

El absolutismo ha presentado a los marxistas, tanto dificultades interpretativas como las

que tuvieron que afrontar los institucionalistas. Marx y Engels sólo hicieron referencia

aislada a la cuestión. Para ellos, el absolutismo, representaba uno de esos períodos de la

historia en los que, debido al equilibrio entre dos clases (nobleza y burguesía) el estado

deviene una fuerza más o menos autónoma. Esta noción presenta dos problemas:

requiere de una burguesía más o menos poderosa para explicar el surgimiento del

absolutismo; no puede demostrar los intereses burgueses capaces de equilibrar el poder

de la nobleza.

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Por su parte, Anderson, se remonta a la crisis del siglo XIV, cuando la solución a la

crisis de ingresos de la nobleza residía en la posibilidad de instalar una estructura

política más centralizada. La respuesta fue el absolutismo. El absolutismo fue,

esencialmente eso, un aparato rediseñado y potenciado de dominación feudal,

designado para mantener a las masas campesinas en su tradicional posición social de

dependencia. Anderson, no se una confrontación entre la burguesía ascendente y una

nobleza decadente. En síntesis, existía un “espacio” de compatibilidad entre el

programa de un estado absolutista que funcionaba fundamentalmente como un aparato

de protección de la propiedad aristocráticos, pero que simultáneamente aseguraba los

intereses básicos de las nacientes clases mercantil y manufacturera.

El absolutismo en Languedoc

La monarquía absoluta defendió un orden social tradicional dominado por una clase de

terratenientes privilegiados, pero en la modernidad temprana y especialmente durante el

siglo XVII, nuevas condiciones hicieron cada vez más necesaria una centralización

mayor de poder y de la autoridad. Esta fue una lección que costó mucho aprender. Los

régimenes de Richelieu y Mazarino, dieron una serie de pasos que socavaron los

intereses de los aristócratas provinciales y provocaron una dislocación social y política.

Estos esfuerzos fracasaron porque amenazaban los intereses de la clase dominante de

manera profunda. El gran “contagio de obediencia” de Luis XIV no fue el resultado de

la represión sino de una defensa más exitosa de los intereses de la clase gobernante, por

medio de la colaboración y de un liderazgo mejorado.

En aquella sociedad, los personajes más importantes poseían una porción del poder

público; que la sociedad se basaba en un sistema de privilegios que representaban

diferentes grados de propiedad y diferentes derechos sobre la riqueza producida por la

masa campesina (reflejo de la coerción extra económica). En una sociedad como esta, el

estado debía cumplir funciones acordes con las necesidad y aspiraciones de la clases a

la que representaba. En el sistema político de Languedoc debía reflejar, reforzar y

perpetuar esta sociedad “feudal” nunca socavarla.

Punto 1.6 La sociedad cortesana.

Norbert Elías, La sociedad cortesana

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A partir de la nobleza dispersa por todo el país, se desarrolló la nobleza cortesana situada

alrededor del rey, transformándose así los caballeros en señores y grandes señores

cortesanos.

La posición de Enrique IV, frente a la nobleza, fue mucho menor que la de Luis XIV.

Luis XIV, aunque viviendo entre la sociedad cortesana, se había convertido en su centro

singular, como no lo había logrado ninguno de sus predesores ninguno de sus predecesores.

Entre él y la nobleza se estableció una distancia forzosa.

En la conducta de Luis XIV, frente a la nobleza cortesana están siempre implicadas dos

tendencias: la tendencia a asegurar frente a todas las reivindaciones de la alta nobleza, el

poder ilimitado del rey; la tendencia a mantener a la aristocracia como un estamento

dependiente del rey, aunque claramente distinguida de las demas capas.

Desde hacía ya mucho tiempo se libraba en Francia una lucha entre la nobleza y monarquía.

Pero en el siglo XVII, esta lucha se decidió a partir de la monarquía. El hecho que la

posición de poder de los reyes frente a la nobleza haya cambiado, fue la consecuencia de

cambios sociales que estaban fuera del ámbito de poder de los reyes.

La afluencia de metales preciosos provenientes de ultramar, y el correspondiente aumento

de moneda circulante, influyó en todos los países de occidente más tarde o más temprano.

El primer efecto del aumento del dinero, fue la devaluación del mismo. El poder adquisitivo

del dinero se hundió y en consecuencia aumentaron los precios. Esto implicó una profunda

sacudida a los ingresos de la nobleza francesa, la cual recibía de sus bienes raíces rentas

fijas. Puesto que los precios subían, ya no les alcanzaba lo que recibían de sus contratos. La

mayor parte de la propiedad rural cambió de propietario, y al menos, una parte de la

nobleza deposeída de sus propiedades rústicas, llegó a la corte para darse allí una nueva

existencia.

Considerando al rey dentro de la nobleza, puede decirse que fue el único que su base

económica, posición de poder y distancia social, no se vieron limitados por este proceso,

sino mejorados.

Originalmente, los ingresos del rey de las posesiones rurales, al igual que los nobles, eran el

porcentaje mayor de su capital. Esto había cambiado, ya que los ingresos del rey, los

tributos y similares percepciones que este sacaba de los haberes de sus súbditos, había

adquirido cada vez mayor importancia. Por lo tanto, la monarquía cortesana, considerada

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desde un punto de vista económico, recibía sus ingresos de manera monetaria. Y mientras

la nobleza a finales del siglo XVI y XVII vive de sus bienes raíces, y participa apenas en

los movimientos comerciales de su época, empobrecida a causa de la devaluación de su

época, las entradas del rey pueden fluir más abundantemente a partir de muchos canales,

por concepto de tributo o venta de cargos.

Mientras el rey ascendía, se hundía el resto de la nobleza. Y la distancia social que mantuvo

Luis XIV, entre sí y la arisctocracia, había sido creada por él, no únicamente de una

manera personal, sino en virtud de todo el desarrollo social que brindó poderosas

oportunidades a la sociedad regia.

No menos significativa para el destino de los nobles, fue la transformacion de la estrategia

de guerra. El peso relativamente grande de la aristocracia medieval en el equilibrio de

tensiones entre ella y el señor central radicaba en el alto grado de dependencia del señor

central respecto de ella en todas las empresas bélicas.

En el curso del siglo XVI, se hicieron sentir numerosos cambios en la estrategia de guerra.

La creciente afluencia de medios monetarios, permitió a los señores centrales alquilar

mercenarios o soldados y ser menos dependiente de la nobleza feudal.

Asimismo, el tipo de dependencia a la que forzaba, por un lado la donación de rentas en

especie, y por otro, la entrega de honorarios, pensiones y regalos en dinero, era diferente.

En efecto, fuera cual fuera su feudo, el noble era un rey en pequeño; una vez concedido el

feudo en posesión, el vasallo se asentaba con bastante solidez.

El favor de los reyes (manifestado en pensiones monetarias) extrañaba para los que de ellas

dependían un riesgo mucho mayor; tal favor era la causa de ascensos o descensos en la

sociedad y, en consecuencia, creaba conductas y carácteres humanos más dóciles.

Pero, ¿qué es lo que quedaba en pie para que la nobleza fuese necesaria para el rey? Para

responder esto, Elías propone dirigirse hacia la corte.

Elías destaca una evolución continua de las cortes. Mientras que antes los grandes vasallos,

tenían como el rey sus cortes, fue convirtiéndose en estos siglos, en virtud del poder real,

cada vez más en el más prominente centro del país. Vista desde la perspectiva de la

nobleza, esta evolución, significaba una transformación de la aristocracia de su forma

feudal de economía natural en una aristocracia cortesana.

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Una de las características de la corte en la época de transición era el hecho de que los

hombres allí congregados vivían en una constante dependencia más directa que antes, pero

que seguían aún siendo caballeros y guerreros y a diferencia de lo que sucederá más tarde

no eran cortesanos que eventualmente iban a la guerra.

En ese contexto, hasta el siglo XVII, la corte no estaba muy firmemente vinculada a ningún

lugar. Es cierto que París era la ciudad capital del rey, pero había otras ciudades que

competían con ella en importancia. La corte real, emigraba de ciudad en ciudad, de castillo

en castillo.

Con el resultado de las guerras de religión, el combate entre la monarquía y la nobleza

quedó decidido y se abrió la brecha para la monarquía absoluta. Pero asimismo, estas

guerras de religión, ponen de manifiesto un aspecto de la constelación social que dio a la

función real un papel preponderante sobre los representantes de todas las demas funciones.

Lo que puede encontrarse en las luchas de las centurias XVI y XVII son, por una parte

“corporaciones burguesas” que ya se han hecho numerosas, ricas y en consecuencia,

poderosas, para oponer la más viva resistencia a las pretensiones de dominio y poder de la

nobleza, aunque con todo no son lo suficientemente fuertes para reivindicar su poder. Por

otra parte, se encuentra, una nobleza que todavía posee la suficiente fuerza para

obstaculizar a las capas burguesas y de afirmarse frentre a ellas, aunque ya es demasiado

débil, sobre todo en el aspecto económico para dirigir su poder contra tales capas. Es un

dato determinane que, ya para esta época, han escapado de manos de la nobleza, las

funciones de jurisprudencia y administración y que, en virtud de tales funciones, se han

constituido ricas y, por conseguiente poderosas corporaciones burguesas. Así pues, la

nobleza necesitaba de los reyes, a causa de su precaria base financiera, para mantenerse

como tal frente a la presión de las capas burguesas y su creciente, y a las corporaciones

burguesas les era necesario el rey como guardián y protector frente a las amenazas,

arrogancias y privilegios de la aristocracia caballeresca. Una configuración con tal

equilibrio de tensiones, en la cual las dos agrupaciones mantenían más o menos el

equilibrio, otorgaba al rey, en apariencia distante de todos los grupos concretos, la

oportunidad de presentarse como pacificador. Tal función fue, la que en efecto ejerció

Enrique IV.

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Lo que se expuso acerca del grupo central del rey absolutista, de su campo de acción

primario (la corte), vale, por lo tanto, a su más amplio ámbito de poder.

Cada una de estas capas, necesitaba la fuerza y el poder de los reyes legítimos para proteger

y mantener su propia posición frente a las múltiples amenazas. Así, por ejemplo, muchos

grupos de nobles, se aliaban con los parlamentos frente a los representantes del poder regio;

tal es el caso de la época de la Fronda. Pero sólo caminban juntos por un corto trecho, pues

muy pronto temían más que el poder del rey el creciente de sus aliados del momento y

pactaban de nuevo de alguna otra forma con aquel.

La posicion de la nobleza, de la burguesía políticamente activa y de la nobleza de robe

respecto del rey, eran tan ambivalentes como las relaciones entre la nobleza y la burguesía

misma. Pero no es menos ambivalente, la posición de los reyes mismos frente a las capas

sociales, especialmente frente a la nobleza. A saber, precisamente porque la aristocracia

ocupaba una posición cercana frente a los reyes, y porque el rey era un hombre de la

nobleza, su distanciamento de esta, era particularmente difícil e importante y la nobleza,

constituía asimismo un especial peligro para el rey; cuanto más próximo se encontraba un

grupo del rey, tanto más peligroso era para éste.

Si por una parte, los reyes pertenecían a la nobleza, se sentían y actuaban como aristócratas

y además necesitaban a la nobleza como un elemento integrante de su poder, la existencia

de esta implicaba, una amenaza latente para su poderío de la que debían defenderse.

El rey tenía necesidad de la nobleza como contrapeso frente a las demás capas de su reino.

La anulación de la aristocracia, la supresión de la distancia que separaba a esta de la

burguesía, el aburguesamiento de la nobleza, habría importado un cambio en el centro de

gravedad, un incremento de poder de las capas burguesas y una dependencia de los reyes

respecto de éstas.

Pero si los reyes, necesitaban a la nobleza, y por ello la mantenían, debían al mismo tiempo

conservarla de tal modo que su peligrosidad para el poder real fuera ampliamente

neutralizada. En primer lugar, los reyes con la ayuda de una burocracia burguesa de la

monarquía, expulsaron a la nobleza de casi todas las funciones de la suprema judicatura y la

administración. De esta manera, se originó la poderosa capa de la Toga, que se igualaba a la

aristocracia en poder efectivo, aunque no en prestigio social. Así, la mayoría de la nobleza

quedo arrinconada como caballeros y terratenientes. Con la lenta expansión de la economía

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monetaria y las convulsiones que tal forma de economía trajo consigo, sobre todo en el

valor del dinero y en la constitución del ejército, esta base se vio sacudida de manera más

violenta. Tal sacudida fue la principal causante de que una buena parte de la aristocracia se

precipitara a la corte y se ligara al rey de una manera nueva.

El órgano esencial que encarnaba las dos funciones de dependencia y de distanciamiento

era la corte. Mediante la corte y desde ella, una buena parte de la nobleza fue despojada

desde entonces de toda independencia por el rey que la mantuvo en constante dependencia

y atendió a sus necesidades.

Si los nobles se hubiesen decido a vivir de los productos naturales y a renunciar al dinero y

a todo lo que sólo se pude adquirir con éste, si se hubiesen contentado con convertirse en

una especie de campesinos mejores, podrían entonces al menos vivir muy bien.

Pero precisamente, como muchos nobles no querían esto, porque luchaban por conservar su

existencia como nobles, se precipitaban a la corte, se entregaban a la dependencia del rey.

Los nobles se emprobrecen porque, en virtud de cierta tradición estatamentaria y de la

correspondiente opinión social, les es exigido vivir de rentas y no ejercer ningún trabajo

profesional para conservar su existencia social y su prestigio; en consecuencia no pueden

en el proceso de devaluación del dinero, adaptarse a las exigencias del tren de vida de las

capas burguesas;los nobles o la mayoría de ellos, están ante la alternativa de llevar un estilo

de vida similar al de los campesinos o de trasladarse a la prisión de la corte y con ello

conservar su prestigio social.

Con el creciente desarrollo de la corte real francesa en una social formación elitista de

contornos acusados, creció una cultura peculiar de sociedad cortesana.

Luis XIV, atendió a las necesidades de la nobleza, pero también la dominó. Reservó para

ella cargos cortesanos y los distribuyó personalmente según su grandiosa voluntad y, dado

que representaba como todos los demás cargos, una propiedad, debían por supuesto ser

pagados al pasar de una familia a otra.

La venta de cargos significa para el rey una importante fuente de ingresos. Pero además la

legitimación fue emprendida para arrebatar a la nobleza de un modo definitivo todo influjo

en la ocupación de cargos y para imposibilitar toda clase de patronazgo feudal de los

mismos.

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Hubiera sido absurdo y contrario a todas las exigencias de la política regia el introducir a la

nobleza en esta institución de los cargos venales, que acababa de legitimar Enrique IV.

Todo intento de dar marcha atrás en la venalidad de los cargos, fracasó durante todo el

antiguo régimen.

Lo que siguió siendo la base para la manutención de la nobleza, aparte de los feudos,

pensiones y regalos del rey, fueron en primer término los cargos cortesanos, así como los

cortesanos-diplomáticos y militares.

Cuando Luis XIV, fue adulto y asumió el poder, la suerte de la nobleza ya estaba decidida.

La desigualdad de las oportunidades que, en este campo, correspondieron a la monarquía,

por un lado, y a la nobleza, por otro, había permitido que la energía y la importancia de los

representantes reales, lograran arrojar a la nobleza de todas las autónomas posiciones de

poder.

Pese a la debilidad de la posición de la nobleza, Luis XIV estuvo dominado por completo

por el sentimiento, de que la noblezam y mas en concreto, la alta, constituía una amenaza

para él.

En Versalles, todos los hombres de rango se encontraban inmediatamente en su campo de

observación.

Dentro de la corte, existía un peculiar estado de tensiones principalmente entre los grupos y

personas que el rey había promovido, y los que se distinguían por sí mismos en virtud de

sus títulos nobiliarios heredados.

Apoyado en la crecientre posición de poder de las capas burguesasm el rey se distanciaba

cada vez más del resto de la aristocracia, y viceversa: el rey promovía asimismo el avance

de las existencias burguesas; les habría oportunidades tanto económicas como de cargos y

prestigio de la mas diversa índole, al mismo tiempo que los mantenía e jaque. La burguesía

y los reyes se elevaban mutuamente, en tanto que la nobleza se hundía. Pero cuando las

formaciones burguesas avanzaban más de lo que quería el rey, éste les marcaba el alto de

una manera inflexible.

Era condición del poder real la existencia de una nobleza como contrapeso a las capas

burguesas, y requería asimismo la existencia de unas fuertes capas burguesas como

contrapeso a la aristocracia. Y esta función para el poder real da en alto grado su carácer a

la nobleza cortesana.

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Duindam, Viena y Versalles

El ceremonial, no se limitaba a las cortes ni era forzosamente poder dinástico lo que

representaba.

Podría llamarse “ceremonia doméstica” a los actos públicos de la dinastía celebrados en la

corte. La ceremonia doméstica, amplía rutinas familiares a toda la casa real. Las ordenanzas

contienen reglas relativas al ceremonial de cámara, mesa, caballerizas y capilla; no incluye

descripciones de la conducta a seguir en las coronaciones, ni tampoco de rangos y

posiciones en la asamblea. Estas grandes ceremonias de dinastía y comunidad ofrecen un

continuo que parte de las ceremonias relacionadas con la “demografía” dinástica,

bautismos, matrimonios o funerales, pasa por aquellas que restauran lazos de un nuevo

soberano con el reino vía coronación, y llega hasta otras ceremonias que redefinen lazos

entre casa reinante y diversas corporaciones representativas de la comunidad.

Todas estas formas de ceremonia, servían para representar dignidad y rango supremo del

soberano reinante. Su preeminencia en la corte o en cualquier parte se hace visible

mediante la presencia respetuosa de otros miembros de la dinastía y vástagos de las

mayores casas nobles del reino.

El grado supremo de la pirámide jerárquica hacía patente a todos los espectadores el orden

del reino dispuesto por Dios. De pares de Francia o electores imperiales para abajo, todos

los grandes participantes guardaban celosamente su rango en el conjunto. Aún la más leve

alteración en el delicado equilibrio de derechos entre los diversos dignatarios y servidores

podía suscitar querellas, por cuanto los concernidos podían entenderla como ataque a su

posición en la jerarquía.

Una corte ordenada dependía así de una escala de rangos comunmente aceptada.

Armonioso ideal, que se antajo poco menos que inalcanzable; una jerarquía fundada en el

linaje nunca podía cristalizar en un sistema estático, porque a menudo habría de haber sitio

a extranjeros, privados y ambiciosos.

Desde el intento del papa Julio II en 1504 de elaborar una “escala de soberanos”, hasta la

aparición de codificaciones internas de rangos en cortes de Europa central, septentrional y

oriental en el siglo XVIII, se ve un permanente empeño de parte de los soberanos en

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aminorar cuanto fuera posible los trastornos derivados de aquellas querellas, aunque de vez

en cuando las aprovecharan para favorecer sus propios intereses.

Surgimiento del aparato ceremonial

Fueran cuales fueran los motivos de los soberanos, está claro que trataban de mantener

orden en sus cortes, en particular durante las grandes ceremonias públicas que respaldaban

su papel. Así en el transcurso de los siglos XVI y XVII, surgió un nuevo cargo: maestra de

ceremionias, que supervisaba la estricta ejecución de un ceremonial ahora conservado por

escrito y trataba de prevenir conflictos de prelación. (se citan diversos ejemplos de

soberanos y sus maestros ver en el texto).

En tiempos de Enrique III, se añadió a comienzos del siglo XVII un maestro de ceremonias

delegado: así el orden era, gran maestro, el maestro de ceremonias, el ayuda y dos

introducteurs.

El hecho de que los grandes maestres de ceremonia siguieran carreras militares conllevaba

prolondagas ausencias. De ahí que su sustituto, el maestro de ceremonias, estuviera a

menudo activo.

Ceremonial de corte

La corte vienesa, con fama de ser una de las más ceremoniosas en la Europa de comienzos

de la Edad Moderna, nunca contó con un oficial mayor responsable exclusivamente del

ceremonial, como tampoco produjo ningún código impreso de reglas ceremoniales.

Obras más simples, en especial las impresas por príncipes alemanes que pugnaban por

hacerse sitio entre los soberanos europeos reconocidos, ofrecen catálogos de rango.

Los príncipes alemanes no podían ser recibidos en pie de igualdad por soberanos reinantes,

pero en la práctica obraban como soberanos territoriales. En particular, los príncipes

electores hicieron todo lo posible por ser reconocidos como iguales a los soberanos regios.

De ahí que en Viena ceremonial “dinástico” y “diplomático” se amalgamaran en las

ceremonias imperiales, y que los príncipes cuasisoberanos del imperio fueran actores clave

tanto en éstas como en las diplomáticas.

En Francia, sin embargo, el desarrollo e intensificación de similares ceremonias dinásticas

de Estado en el siglo XVI contrasta notablemente con su aparente declive en el siglo XVII.

Luis XIII y su hijo, es obvio, fueron bautizados, casados y enterrados; pero tras la gran

parada parisina en 1660 de Luis XIV, no se enredó en ninguna entrada triunfal. Los

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especialistas en este campo han entendido la corte del Rey Sol como una nueva fase en el

desarrollo del ceremonial. Un “guión” que coordina las rutinas diarias de la corte reemplaza

entonces, a la solemne restauración de vínculos entre soberano y reino que tan destacada

había sido en siglos precedentes.

Es indudable que en Versalles como en Viena había un “guión” de la vida cortesana, serie

de convenciones que estructuraban la rutina diaria del soberano. ¿Ecp de predentes

generaciones, o innovación concebida por el soberano y sus consejeros?

La corte de Luis XIV siguió costumbres representativas de la temprana corte moderna en

conjunto, incluyendo el servicio por parte de la alta nobleza, la salva y la presentación de

aguamanil y servilleta, tan sólo de la combinación de esos precedentes en el uso de

humedecer la servilleta está documentado que sea añadido de Luis XIV, y en cuanto

innovación, es una que mira más a la utilidad práctica que a la dignidad solemne. Se

encuentra en Viena formas equiparables de comida en público, y la entrada a los aposentos

reales estaba en teoría asociada más estrictamente al rango. Tan sólo en el ceremonial de la

alcoba real desarrolló la corte francesa un estilo que difiere de la mayoría de las otras

cortes, si bien a partir del siglo XVII se imitaba en todas.

Si las formas de la mayoría de ceremonias domésticas no era nuevas, ¿en que se implantó

mayor rigor? La cantidad y el detalle de la documentación relativa a ceremonial transmiten

la imagen de un mundo gobernado por el “punto de honor” donde las formas debidas son

ley, y en que los oficilaes encargados del ceremonial semejan sumos sacerdotes de un orden

ritualizado. La pericia en esa materia se solicitaba con mayor rigor cuando amenazaba

conflicto: los documentos dan incontables detalles de ceremonias, pero la selección de los

ejemplos puede haber estado determinada por el deseo de prevenir y resolver querellas

ceremioniales, dejando a un lado reglas que no se ponían en cuestión. No se pretendía

describir hábitos diarios sino atajar algún desorden en la corte. Al hacerlo así hasta el tedio

ofrecen la imagen de una corte caótica y quejosa.

Observaciones finales

La realidad de la vida de un soberano tal como lo reflejan las ordenanzas y los decretos,

permite vislumbras otro mundo: posiblemente tan deplorable como lo sugiere la imagen

negativa de la corte, con certeza no tan sofisticado como lo sugiere la imagen positiva y

sobre todo, más humano, más tornadizo y más vivo. Los soberanos estaban interesados en

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mantener su reputación, y trataban de realzarla exigiendo lealtad, aunque nunca tuvieron

demasiado éxito.

Las prácticas ceremoniales eran sólo el núcleo permanente y relativamente modesto de una

“fabricación”, una versión depurada y embellecida de la corte y sus ceremonias, se difundía

a una audiencia ignorante de un original que distaba mucho de ser perfecto.

VER DETALLES DEL TEXTO SI O SI-PREGUNTAR DUDAS A PROFESORA

Leroy Ladurie, La corte que rodea al rey: Luis XIV, la princesa palatina y Saint

Simon.

El problema de los rasgos de la Corte de Luis XIV, es bien conocido, sobre todo gracias a

las memorias de Saint Simon. Sin embargo, las cartas de la Princesa Palatina, de seudónimo

Madame, tienen las ventajas, en comparación con las memorias de estar más condensadas,

de decir más cosas con menos palabras (la Palatina, es la cuñada de Luis XIV, esposa de

Monsieur, hermano menor del rey).

FRAGMENTO: Se trata de un texto riquísimo ya que, en primer lugar, ofrece escalas de

categorías (hijos e hijas de Francia, nietos de Francia, príncipes de sangre y, por fin,

bastardos reales). Este texto también indica los signos materiales o simbólicos que señalan

estas gradaciones: comer o no con el Rey, pasar más o menos tiempo con él, tener ciertos

servidores que atienden o no atienden a su señor en presencia del monarca; tener una

carroza con la cubierta clavada o no, etc. Al mismo tiempo se deja constancia de las

intrigas, según las cuales no es posible que esta jerarquía fundamental, sea trastocada, sino

matizada en beneficio de tal o cual categoría: los bastardos consiguieron así un cierto

ascenso. En todo caso, el ascenso de los ilegítimos no es algo que preocupe demasiado a

madame, ya que de todas maneras siguen estando muy por detrás de los príncipes de

sangre, que a su vez son precedidos por los príncipes de la palatina.

Madame.

Del mismo modo que Saint Simon, pero a veces con mayor claridad, Madame, se centra en

los problemas de los asientos (sillones, sillas con respaldo), que reflejan jerarquías

descendentes: sillón para los electores (deciden quien ostentará la dignidad imperial), una

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simple silla con respaldo para el Duque de Lorraine (que querría algo más), en presencia de

Luis sólo la reina tiene derechos a una silla con brazos.

No se trata sólo de una simple diferencia entre dos grupos sociales, sino de una concepción

de conjunto, articulada, “holista”, de las relaciones entre los hombres y entre los grupos.

Situada en la cumbre de la sociedad, Madame contempla de una sola mirada los rasgos

decrecientes de los hijos de Francia, los nietos de Francia, los príncipes de sangre, los

bastardos legitimados, los duques y pares, etc.

Cada una de las categorías propuestas por Madame, puede reducirse posiblemente a una

persona, en ciertos casos, sin incluir al Rey; esto impide que se las compare o más bien se

las gradue según la precedencia, en relación a grupos más amplios y situadas más abajo de

la escala.itu

Otro texto, de Saint Simon, expone la jerarquía de rasgos de acuerdo a la eucaristía:

FRAGMENTO.

Todo se encuentra en este texto: el predominio de lo sagrado con respecto a lo que es real,

principesco o ducal (los capellanes tienen precedencia sobre príncipes y duques; el Rey se

pone de rodillas frente a la hostia). La escala laica ante el cuerpo de Cristo va desde el Rey

a los hijos de Francia, luego a los nietos de Francia, después a los príncipes de sangre y a

continuación a los duques y pares.

Respecto a la Orden del Espíritu Santom reservada a la nobleza, ilustra una devoción

especial por la tercera persona de la Trinidad y un agudo sentido de la jerarquía

descendente; cada miembro de la orden figura en un orden especial en las procesiones.

Saint Simon y otros han escrito páginas al respecto.

La jerarquía de la Corte se relaciona en sus puntos culminantes en los eslabones que la

constituyen con las gradaciones de origen celeste. La oposición de los sagrado (como valor

supremo) y de lo profano no implica la intolerancia religiosa. Saint Simon y la Palatina, se

mostraban abiertos al pluralismo religioso (hay dosis muy pequeñas de antisemitismo).

La jerarquía es atraída por lo sagrado como las limaduras de hierro por un imán y, al

contrario, siente horror por lo impuro. La oposición sagrado/profano se ve, pues, duplicada

por el contraste puro/impuro.

La obsesión por la pureza, se refiere a las anomalías en el nacimiento y, de manera más

general, a las aberraciones sexuales.

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Se impone, en primer lugar, el problema de los bastardos reales. Estos introducen la

máxima impureza (la bastardía) en el corazón mismo de lo que debería ser el reducto de la

pureza última del sistema (el Rey y la familia real). Estos hijos ilegítimos constituyen, en

efecto, una especie de escándalo absoluto. Resulta normal que Saint-Simon los ataque con

una extraordinaria fuerza. Saint Simon, emplea términos muy fuertes con respecto a los

bastardos reales, masculinos y femeninos, a los que Luis XIV hizo casarse, “sin verguenza”

alguna con príncipes y princesas de sangre, e incluso con nieto de Francia.

Si la bastardía es el producto de una aberración de la procreación, la sodomía (penetración

anal), implica, según las ideas de esta época, una desviación de la sexualidad. En el registro

de lo impuro los dos autores referidos, asocian la sodomia una y otra vez a la ilegitimidad,

como si la homosexualidad fuera una circunstancia agravante e impurificadora en grado

máximo.

Otra impureza mayor que se refiere a la sexualidad, es la de la enfermedad venérea, la

sifilis. Bastardía, sodomía y sífilis, se suman para volver oscula la personalidad de

Vendome, nieto bastardo de Enrique IV. Es sodomita y enfermo de sífilis, al punto de

perder la nariz.

En Saint Simon y en menor grado en Madame, encontramos una geografía de lo impuro y

de lo puro. En cuanto a la sodomía: el vicio griego e italiano. En cuanto bastardía: España.

En cambio, los polos de la pureza en lo que respecta a los rasgos y a la cuna se sitúan más

al norte, en el área germánica e inglesa.

Dejando a un lado, lo sagrado y lo impuro, la noción de jerarquía que va a determinar la

visión de los autores de los conflictos en la Corte, puede llevar a varios criterios de

clasificación.

a. La pareja real, hijos de Francia, nietos de Francia (estas posiciones definen la

cumbre de la jerarquía).

b. La familia real, versus, los príncipes de sangre.

c. Hijos legítimos versus, bastardos.

La primera escala (A) refire al padre, Luis XIV y a su mujer, Maintenon; el hijo, el Gran

Delfín y su amante o esposa clandestina, Chouin, y por fin, el nieto, el Duque de

Page 19: Resumenes Prácticos Historia Moderna

Bourgogne (Luis XIV, no era viejo, para 1686, necesitaba encontrase otra jerarquía, no

estaba preocupado por su sucesión).

En 1686, emplea otra escala: la segunda escala (B) refiere a la familia real estrecha versus

nietas de Francia y príncipes y princesas de sangre. En este caso, se entiende por familia

real estrecha a Luis y su mujer; las nietas de Francia son las hijas Gastón dÓrleans,

hermano de Luis XIII. En cuanto a los príncipes y las princesas de sangre, se trata de los

Conti y de los Conde-Bourbon.

En la última escala (C), Madame, utilizará en lo sucesivo la oposición puro/impuro, es decir

legítimio/ilegítimo, para descifrar los conflictos de poder.

La Corte constituye la última etapa de la sociedad de rangos, antes de la ola de

igualitarismo que comenzará en la etapa de la Ilustración. Con Saint Simon, Madame y

algunos más, la Corte alcanza una conciencia clara o al menos una perfecta expresión de la

ideología (confinada a los límites de un gran palacio) hace que las gradaciones sean aún

más evidentes, las jerarquías más completas y los comportamientos más simbólicos.

En cuanto a la hipergamia femenina, es una forma de ascender superando la barrera de los

rangos; también es un truco para superar la barrera de los rangos. Pero el hecho de que las

mujeres nacidas en una categoría elevada no puedan ascender sin dificultad conduce a la

saturación de mujeres en los niveles superiores de la sociedad. Esto se aprecia fácilmente

en el porcentaje de mujeres que ingresan a conventos.

Punto 1.7. La simbólica de poder.

Burke, La fabricación de Luis XIV

Había enojosas discrepancias entre la imagen oficial del rey y la realidad cotidiana tal como

la percibían incluso contemporáneos bien dispuestos por el monarca.

Por ejemplo, Luis no era un hombre alto. Sólo medía alrededor de un metro sesenta. La

diferencia entre su altura real y lo que podría llamarse su altura social tenía que camuflarse

de alguna forma. Su hijo, el Gran Delfín, era más alto, pero en pinturas y grabados

habitualmente se le situaba de alguna manera que no resultaba llamativo. La peluca y los

tacones altos contribuían a hacer más impresionante a Luis. La peluca disimulaba también

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el hecho el hecho de que el rey había perdido buena parte de su cabello como consecuencia

de una enfermedad padecida en 1659.

También había que analizar otras discrepancias. En algunos casos, ya señalados, se ponían

de manifiesto contradicciones evidentes entre las relaciones oficiales de los hechos del rey

y la información procedente de otras fuentes. El mito del héroe invencible era incompatible

con las derrotas francesas.

También es posible encontrar celebraciones de acontecimientos que no habían sucedido.

Por ejemplo, en 1670 un grabado representaba a Luis visitando la academia de ciencias,

cuando esa visita no había tenido lugar.

Estos ejemplos ponen de manifiesto lo que podrían llamarse problemas “recurrentes” de la

representación oficial de los gobernantes. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XVII,

se planteó otro conjunto de problemas: la decadencia de la antiguedad y la decadencia de

las equivalencias.

La decadencia de la antiguedad como modelo cultural en Francia en el siglo XVII, se

estudia en el contexto del conflicto entre los antiguos y los modernos. El debate alcanzó su

punto culminante a finales del decenio de 1680. El principal tema de debate era si los

antiguos, en particular los escritos de Virgilio y Horacio, eran superiores a sus equivalentes

modernos. También se discutió si era adecuado escoger héroes postclásicos (como

Clodoveo o Carlomagno) como protagonistas de poemas y obras de teatro, utilizar un

idioma moderno para las inscripciones en los monumentos.

El debate no era una cuestión meramente literaria. Los participantes eran conscientes de sus

repercusiones políticas.

A primera vista, la victoria de los modernos fue una victoria de Luis XIV. Después de todo,

los principales defensores del movimiento eran clientes de Colbert.

El segundo problema es el de decadencia de las equivalencias y de lo que se ha denominado

“analogía orgánica” en una era en que los intelectuales comenzaban a percibir el mundo

como una gigantesca máquina.

Los mitos de los gobernantes medievales y renacentistas dependían en gran medidad de una

mentalidad o concepción del mundo tradicional. La representación de un dirigente en ese

período como (por ejemplo) Hércules era mucho más que una forma metafórica de decir

que era fuerte, o incluso que resolvería los problemas de su reinado con la misma facilidad

Page 21: Resumenes Prácticos Historia Moderna

con que Hércules realizó sus diversos trabajos. El gobernante se identificaba, en todo el

significado del término, con Hércules, como si se le hubiera pegado el aura del semidios.

Las analogías se trataban no como creaciones humanas, sino como paralelismos objetivos.

La idea del matrimonio mítico entre el rey y el reino es tal vez un buen ejemplo de la

manifestación de esa mentalidad.

En el curso del siglo XVII, tuvo lugar una revolución intelectual entre determinadas elites

de algunas partes de Europa occidental que socavó los postulados de esta mentalidad

mística. Esta revolución se asocia a Descartes y a Galileo, Locke y Newton.

La nueva mentalidad concebía al mundo más como una máquina que como un organismo o

“animal”.

Igualmente importante en esta nueva mentalidad fue el cambio en la naturaleza de la

analogía: la transición de la equivalencia objetiva a la metáfora subjetiva. El simbolismo se

hizo más consciente. Esta transición extrañó a su vez una devaluación de lo que con

frecuencia cada vez mayor se llamaban metáforas, símbolos y rituales. Resulta por ello

tentador dar a esta revolución intelectual el nombre de “nacimiento de la mentalidad

literal”, aunque tal vez fuera más exacto hablar de una creciente consciencia de la

diferencia entre el significado literal y simbólico. Es entonces cuando Hércules se ve

reducido a una expresión de la fuerza, el león a una expresión de coraje, etc., como su

espectadores y lectores se sintieran más cómodos con cualidades abstractas que con mitos.

A estos cambios acompañó el nacimiento de la fe en la razón y de lo que resulta cómodo

llamar “relativismo cultural”, es decir, la idea de que las situaciones sociales y culturales

particulares no son necesarias o impuestas por Dios sino contingentes.

¿Qué hacer con estas circunstancias? Una posibilidad, desde luego, era obrar como si no

ocurriera nada. Bossuet siguió refiriéndose a la monarquía como a algo sagrado y paternal,

y Luis siguió tocando enfermos (más de 2000 el sábado santo de 1697).

Sin embargo, hubo otras respuestas a la crisis de las representaciones. En tiempos de Luis

se observó una modificación de la fórmula pronunciada cuando el rey tocaba a los

enfermos. Sus predecesores supuestamente decían (el rey toca, Dios te cura). La nueva

fórmula más prudente era “que Dios te cure”.

Podría argumentarse que el gran esfuerzo desplegado por el gobierno francés para

representar a Luis XIV, el mero número de medallas, estatuas, tapices, fue una respuesta a

Page 22: Resumenes Prácticos Historia Moderna

una crisis, o más exáctamente a una serie de crisis (crisis general, revueltas europeas de

1648, problemas financieros).

La recepción de la imagen de Luis XIV.

¿Quién era el público al que se dirigía esa imagen del rey?

Sería desde luego, un error ver en el público un grupo monolítico. De hecho, los publicistas

de la época trataban de llegar a tres públicos distintos: la porteridad, las clases altas

francesas (tanto en París como en provincias) y los extranjeros, especialmente las cortes

extranjeras.

La posteridad: los reyes trataban de dar cuenta de sus acciones a todos los tiempos. La

pintura y la escultura, se describen como artes, que en opinión del rey, debían contribuir a

la transmisión de su nombre a la posteridad.

La mejor prueba del interés del gobierno por la posteridad es sin duda el esfuerzo

desplegado por encontrar escritores capaces de narrar la historia oficial del reinado.

Las clases altas: la imagen del rey se proyectaba también para el consumo de sus súbditos

“los pueblos sobre los que reinamos”. En primer lugar, para los cortesanos, en especial la

alta nobleza, cuya presencia en la corte era prácticamente obligatoria. Los cortesanos,

varones y hembras, constituían la parte principal del público cotidiana de las obras de

teatro, ballets y operas y otras representaciones celebradas en la corte.

La corte solía mirar por encima del hombro a la ciudad, que consideraba burguesa,

expresión que empezaba a utilizarse en los años setenta como referencia a abogados y

plebeyos.

También hay pruebas de un aumento del interés oficial por el público provincial. Entre

1669 y 1695 se fundaron seis academias provinciales, se fundaron academias científicas.

Estas instituciones, como sus modelos parisinos se ocupaban de promover la gloria del rey.

Luis hizo también algunas visitas oficiales a ciudades francesas, dando así a sus habitantes

la oportunidad de verlo en persona.

El gobierno esperaba que los acontecimientos venturosos, como las victorias o los

nacimientos de nuevos miembros de la familia real, se celebraran en París y en otras

provincias.

La recepción en el extranjero: el público extranjero, no se consideraba menos importante

que el público nacional.

Page 23: Resumenes Prácticos Historia Moderna

El cardenal Mazarino describió al joven Luis como “el rey más grande del mundo”. La

frase puede parecer hipérbole, además de puro etnocentrismo, pero fue repetida y

amplificada por los panegiristas. En una medalla acuñada para conmemorar el tratado de

Nimega se representaba a Luis como el “pacificador universal”.

A fin de impresionar a los representantes de los “despotismos orientales”, Luis recibió a los

embajadores otomanos y persas

El rey tenía buenas razones prácticas para cultivar la amistad del sultán otomano: la

hostilidad al Sacro Imperio Romano generaba intereses comunes.

Luis XIV, tenía al menos un punto de apoyo en las Américas. La ciudad de Quebec fue

fundada en 1608 por colonos franceses y en 1663 se convirtió en la capital de la

provinciade Nueva Francia.

La muerte de Luis XIV, se conmemoró incluso en la América española, dado que se trataba

del abuelo del monarca reinante, FelipeV.

Los contactos con el Lejano Oriente se remontaban a 1661, año en el que Luis ofreció su

amistad a “los reyes de Cochinchina, Tonkin y China”. Estos contactos obedecían a fines

religiosos, económicos y políticos.

Mucho más se hizo, sin embargo, para impresionar a las cortes europeas con la grandeza de

Luis XIV. El rey dedicaba buena parte de su cuerpo al ritual diplomático, incluidas las

relaciones con estados muy pequeños.

Los embajadores eran parte sustancial del público asistente a los festivales, obras de teatro

y óperas de la corte.

Los textos en que se glorifica a Luis en idiomas extranjeros demuestra la importancia que

se atribuía a los lectores extranjeros. Las inscripciones en monumentos y medallas se

redactaban en latín.

El idioma de la corte del Sacro Emperador Romano, otro de los principales rivales de Luis

en el escenario europeo, era el alemán, por lo que no es sorprendente encontrar

traducciones en ese idioma.

Las traducciones al italiano de la alanbanzas del rey sugiere un deseo de impresionar al

Papa y quizá a las cortes de Turín, Módena y otros lugares.

Algunas cortes extranjeras le hicieron a Luis el cumplido de imitar su estilo de

autorrepresentación. Versalles especialmente se tomó como modelo.

Page 24: Resumenes Prácticos Historia Moderna

El caso más claro de imitación fue la corte de España bajo el nieto de Luis, Felipe V. El

retrato de estado de Felipe, coincide con el de Luis. La corte española se formó de acuerdo

al modelo francés y el rey se hizo más visible y accesible.

La corte de Viena, siguió aún más de cerca el modelo francés. El emperador Leopoldo I,

que reinó en 1658 a 1705, no era sólo rival de Luis XIV, sino también su cuñado. También

Leopoldo era aficionado a la música y el ballet y la ópera florecieron en su corte.

La presentación oficial del primogénito y sucesor de Leopoldo, José I, que reinó de 1705 a

1711, fue aún más parecida a la de Luis XIV. La elección de José como Rey de Romanos

en 1690 se celebró con una entrada triunfal en Viena. Se le aclamó como un “nuevo sol”.

Su sarcófago se decoró con relieves conmemorativos de cuatro victorias sobre los

franceses. Hasta en la tumba siguió compitiendo con Luis.

Punto 2 La revolución inglesa

Tenenti, Alberto. De las Revueltas a las revoluciones.

La Inglaterra de los primeros Estuardo, 1600-1640.

La fase propiamente revolucionaria de la historia inglesa puede decirse que comienza

aproximadamente hacia 1640. Sin embargo, sería incorrecto no citar el conjunto de

elementos con los que desde comienzos del siglo XVII se dibujaron las premisas de la

posterior subversión.

Isabel, la reina Tudor, era la más claramente comprometida en las luchas del continente en

este período. Durante su reinado, se encabezaron diversas iniciativas y campañas militares.

La lucha contra España, fue en gran parte la causante de la primera reorganización de las

fuerzas navales. El siglo puede considerarse sin duda como el siglo en que se creó la marina

inglesa, especialmente por la institución en 1558 del Navy Board. Al enfrentamiento

armado con Felipe II le siguió una campaña interna de endurecimiento de las penas

pecuniarias impuestas a los católicos no conformistas, al tiempo que se dictaban penas de

destierro, prisión o muerte para los jesuitas que hubieran sido aprisionados.

Page 25: Resumenes Prácticos Historia Moderna

La lucha por el dominio del mar se convirtió a partir de entonces en unos de los leitmotiv

del crecimiento de la nación inglesa y en uno de los principales factores de referencia de la

historia europea.

Al analizar la historia inglesa del siglo XVI nos encontramos con una continua intersección

de los factores religiosos con los políticos y los socioeconómicos internos, y con una

ampliación discontinua y más bien parcial en los asuntos internacionales. A la activa

presencia europea y atlántica del período isabelino le siguieron intervenciones más aisladas

en la época de los primeros Estuardo (Jacobo I y Carlos I), durante las que, por otra parte,

se registró una notable expansión marítima y comercial.

En el plano político-religioso el punto de partida representado por la instauración de la

Iglesia anglicana por parte de Enrique VIII resultó decisivo y sus consecuencias durarían

muchos siglos. La alianza entre la Iglesia y la monarquía se rompió durante algunos años,

pero no tardó en ser restablecida, con notables divergencias respecto a cuanto había

sucedido en las Provincias Unidas.

La situación política y social

Durante el reinado de Maria I Tudor se aprobó una ley que condenaba por alta traición al

que negara al Parlamento el derecho de establecer o modificar la sucesión real.

A la muerte de Isabel, no estaba muy claro donde residía en última instancia el fundamento

de la soberanía. Según la teoría monárquica inglesa del siglo XVI, el rey tenía un poder

absoluto, no limitado por la autoridad de las leyes positivas sino solamente por las leyes

naturales y divinas. Se estaba dibujando una tendencia hacia el absolutismo de tipo

continental, opuesta a la que consideraba que la soberanía residía en la unión rey-

Parlamento.

En los 44 años de reinado de Isabel I las sesiones parlamentarias apenas tuvieron una

duración de tres años. Las más altas instituciones reales eran en Consejo privado y la

Cámara estrellada, además de las Cortes de justicia y los jueces de paz. Hasta 1640 la

Cámara de los Comunes mantuvo una escasa representatividad y de ahí que a partir de esta

fecha la exigencia de ampliación del sufragio constituya una de las cuestiones más

debatidas. Sin duda alguna el papel de los Comunes fue ampliándose progresivamente a

partir de la segunda mitad del siglo XVI, y se acentuó la aspiración de los miembros de la

gentry a formar parte de dicha Cámara. De esta forma, no sólo satisfacían el deseo de

Page 26: Resumenes Prácticos Historia Moderna

aproximarse a la corte y de ascender en su posición social, sino también de influir en la

actividad legislativa.

Los intereses del soberano eran prácticamente inseparables de los intereses de los

terratenientes (gentry). Esta clase se había enriquecido considerablemente gracias a la venta

de las posesiones eclesiásticas promovidas por la Corona tras la adopción de la Reforma y

la constitución de la iglesia Anglicana. El gobierno central los necesitaba como miembros

de los Comunes para imponer tasas, como jueces de paz (remunerados con el prestigio del

cargo) y como lugartenientes para mantener el orden. Esta clase de gentilhombres, esta

pequeña nobleza rural de barones y caballeros dominó la evolución interna inglesa durante

todo el período examinado. A ellos y los otros propietarios rurales que supieron destacar e

imponerse se les añadieron otros gentilhombres procedentes del comercio, de la industria.

A pesar de que entre burgueses y nobles existían ciertas divergencias, les unía un común

afán de poseer tierras, como medio de ascender en la escala social. Las clases estaban

organizadas jerárquicamente pero de manera gradual. Así, los yeomen y los freeholders se

diferenciaban de los miembros de la gentry, por ser cultivadores directos, pero su estrato

inmediatamente superior se aproximaba mucho al de los gentilhombres. A su vez, los

propietarios (husbandmen) alcanzaban en muchos casos la condición superior de los

yeomen. Por debajo de ellos, estaban los copyholders es decir, los que poseían un lote de

terreno del castillo por voluntad del señor.

En el siglo XVI, las cercas perjudicaban a una población agrícola creciente, para la que los

terrenos comunales eran especialmente valiosos. En el siglo XVII los cercados, supusieron

sobre todo una explotación más intensa de la tierra, en la que ya no se cultivaba solamente

cereales, sino también trébol, colza, nabos. Esto aumentaba la dependencia de los

habitantes de la villa del gentilhombre propietario, quien muchas veces eran también el que

les proporcionaba el trabajo.

Desde el siglo XVI muchos jóvenes nobles ingleses habían optado por dedicarse al

comercio, generalmente en la filas de los mercaderes (titulares de los derechos exclusivos

de exportación de productos textiles). Se ha observado que en los 100 años anteriores a

1640 el comercio, la industria y la agricultura florecieron gracias también a la incidencia

baja de los impuestos. Tampoco hay que olvidar que desde 1530 llegaron a Inglaterra,

impulsados sobre todo por motivos religiosos, muchis artesanos franceses, alemanes,

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flamencos. Se fueron creando compañias comerciales, hasta llegar a la creación de la

Compañía Inglesa de las Indias Orientales, fundada en septiembre de 1599.

Inglaterra constituía pues, un país en pleno florecimiento económico, acompañado de un

cambio social. Entre 1570 y 1640 se convirtió en el principal productor de carbón de

Europa, a mucha distancia de los demás. Gracias al carbón pudieron introducirse muchas

innovaciones técnicas en actividades tradicionales (como la fabricación de ladrillos y

vidrios, la fermentación de cerveza). Hasta los tres primeros decenios del siglo XVII la

produción inglesa de estaño fue también la primera de Europa.

El Puritanismo

Isabel I convirtió la religión anglicana en un instrumento de gobierno. La gente se

acostumbró a la idea de que la Iglesia y el Estado dependieran de la misma autoridad y al

uso de la lengua nacional en la liturgia. Sin embargo, con el paso del tiempo, la

interpretación predominantemente política del protestantismo promovida por Isabel I

provocó reacciones inspiradas en la convicción de la autonomía del creyente.

Las estructuras eclesiásticas impuestas por Enrique VIII habían resultado ser muy poco

satisfactorias para quienes pretendían inspirarse seriamente en el calvinismo. Aunque en sí

misma no era una doctrina revolucionaria, el calvinismo se proponía sin embargo, abarcar

todos los aspectos de la vida del hombre a través de un sentimiento de responsabilidad

personal. En la práctica, el vocabulario religioso calvinista pudo utilizarse para expresar

abiertamente el rechazo de los aspectos injustos, y opresivos, que también existían en la

sociedad inglesa.

De los gérmenes separatistas nacieron en el período isabelino el congregacionalismo y,

durante el reinado de Jacobo I, el baptismo. Browne, auténtico fundador del

congregacionalismo, fundó en 1581 la primera congregación completamente separada de la

Iglesia de Inglaterra. Browne defendía la libertad de púlpito, y la elección de los

predicadores por parte de la comunidad, la igualdad entre sus miembros y la

interdependencia de la Iglesia respecto del Estado. En cuanto a los baptistas, propugnaban

el bautismo de los creyentes y se mantenían fieles al principio arminiano del valor universal

del sacrificio de Cristo.

El calvinismo lo introdujeron sobre todo los ingleses que emigraron al otro lado del canal

de la Mancha y que fueron seducidos en el modelo de Ginebra. Precisamente en los últimos

Page 28: Resumenes Prácticos Historia Moderna

veinte años del reinado de Isabel I un número cada vez mayor de no católico se alejó del

anglicanismo. Debido a la exigencia de pureza de la Iglesia que reivindicaban, estos no

conformistas fueron llamados “puritanos”, pero el término incluyó a un conjunto

heterogéneo de personas que tenían en común el rechazo a la forma como era gobernada la

iglesia anglicana. Para los puritanos ingleses la sociedad ideal era aquella en la que los

hombres glorificaban a Dios con la oración y con el trabajo.

El puritanismo se difundió entre todos los sectores sociales y también en el campo inglés,

defendido sobre todo en los centros mercantiles y por una parte de la gentry. Aunque la

reina combatió enérgicamente el puritanismo, lo abrazaron las clases medias, a cuyos

miembros ayudaba a afirmar su independencia y a adquirir conciencia de su estatus propio.

Los puritanos, todavía creían que podían purificar la Iglesia actuando en su seno, en el

mismo sentido que el calvinismo. Pero más que crear, tendieron a suprimir lo que les

separaba. Esta postura les unió cuando se trataba de combatir a sus adversarios, pero les

dividió a la hora de construir algo nuevo.

Los sectores ingleses más proclives al puritanismo fueron la burguesía media y los

comerciantes, porque consideraban que el tipo de moralidad que predicaban centraba en el

valor del trabajo y de la vida sobria.

El movimiento puritano inglés había llegado ya prácticamente a su apogeo en el decenio

1630-1640. Desde 1630 hubo varios centros de contrabando de libro puritano, difundidos

muchas veces por los escoceses. Las perspectiva puritana de las relaciones entre el saber y

religión llevó a afirmar que el estado de inocencia y el dominio del hombre sobre lo creado

podían al menos en parte ser recuperados, el uno por medio de la fe y el otro por medio de

las artes y de las ciencias.

Los Primeros Estuardo

Jacobo I, hijo de María Estuardo y rey de Escocia desde 1567, subió al trono de Inglaterra

en 1603 gracias a los consejeros de la difunta Isabel I. A pesar de no ser mal recibido de

entrada, el nuevo rey no tuvo entre los ingleses el fuerte carisma que, por ejemplo, tuvo

entre los franceses, su nuevo príncipe, Enrique IV.

Jacobo I adoptó una postura de tendencia claramente absolutista. Según él, el rey estaba por

encima de las leyes y podía superarlas o invalidarlas sin tener que dar cuentas a nadie. Los

teóricos isabelinos habían llegado tan sólo a reconocer a la reina, en circunstancias

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especiales establecidas por los estatutos y por la tradición, la facultad de situarse al margen

de la ley o de ser dispensada de su cumplimiento. Jacobo I, se apropió de la teoría del

derecho divino de la realeza. Según los teóricos que lo apoyaban, tenía el derecho de

imponer tributos al margen del Parlamento, de dirigir la política exterior y de disponer

libremente de las uniones dinásticas y de los asuntos del gobierno.

La postura de los Estuardo chocaba pues directamente con las prerrogativas de que el

Parlamento ambiocionaba que se le reconocieran. Por una parte, se sostenía que la

soberanía residía en el rey-solo, por otra parte se afirmaba que el poder de legislar se

atribuía solamente al rey-en-el-Parlamento. En otras palabras, según la teoría parlamentaria

inglesa de comienzos del siglo XVII, el rey-en-el-Parlamento controlaba y gobernaba la

actuación del rey-solo. El poder de legislar y de imponer tributos, de legitimar y de juzgar

sin apelación sólo podía corresponder al rey-en-el-Parlamento.

Los primeros decenios del siglo XVII constituyeron pues una fase de tensión constitucional

y política en sentido amplio. No se trataba solamente de divergencias teóricas o jurídicas.

Los enfrentamientos constitucionales se enredaban con los religiosos y con sus

repercusiones sociales y económicas. Lo que se discutía no era ni la existencia ni la

autoridad del rey, sino los límites y modos de actuación. Las distintas oleadas de

reivindicaciones parlamentarias chocaron básicamente contra una realeza tanto menos

proclive a admitir condicionamientos en cuanto que la tendencia general de los estados

occidentales era concentrar el poder de forma vertical en manos de un aparato centralizador

a cuya cabeza se encontraba el monarca.

El drama de los Estuardo consistió en no disponer de los medios ni de las oportunidades

para instaurar un régimen de perfil absolutista y al mismo tiempo negarse a aceptar el

compromiso con el Parlamento. Ni Jacobo I ni Carlos I, pueden ser considerados tiranos, ni

se comportaron de una forma mucho más arbitraria que los príncipes que les habían

precedido. Autoritarios por temperamento y desconfiados frente al Parlamento, no

consiguieron llegar a un acuerdo con los elementos más activos de la vida política y social

inglesa de su época.

Entre luces y sombras transcurrió también la primera fase del reinado de Carlos I, quien

sucedió a su padre en 1625. Convencido asimismo de que su autoridad emanaba del

derecho divino, soñó con la grandeza de Inglaterra cuyas fuerzas navales potenció

Page 30: Resumenes Prácticos Historia Moderna

considerablemente a base de conceder premios a los constructores de barcos que superaran

a las 2OO toneladas. Extendió el proceso de deforestación y cercamientos. Prácticamente

privado de recursos por la oposición del Parlamento, el monarca pactó la paz con Francia, a

la que ingenuamente había atacado y le cedió el Canadá en 1629. Entre esta fecha y 1640,

Carlos que había decidido no volver a reunir el Parlemento, ejerció su gobierno de manera

personal. Estableció un impuesto marítimo, que, aunque sirvió para dotar a Inglaterra de

importantes unidades navales, despertó irritación por no haber sido aprobado por los

Comunes.

Hacia la crisis

La fidelidad y adhesión a la monarquía eran todavía muy fuertes en la época de Carlos I,

incluso entre los perseguidos por no conformismo. A comienzos de los años treinta del

siglo XVII, sin embargo, casi nada hacía presagiar que Inglaterra se encaminaba hacia una

guerra civil y hacia una revolución institucional.

Los gobiernos de los dos primeros Estuardo habían defendido por todos los medios los

privilegios de las oligarquías locales frente a la expansión de las iniciativas mercantiles

londinenses en los condados. Aunque no de forma generalizada, fueron los ambientes

económicos de la capital los que proporcionaron después al Parlamento rebelde el apoyo

financiero e incluso militar indispensable. Además, los dos soberanos, y sobre todo Carlos

I, fueron especialmente torpes a la hora de manejar los asuntos religiosos, por lo que

suscitaron reacciones y resentimientos cada vez más vivos y amplios. También en este

caso, la única institución capaz de aglutinar el descontento y utilizarlo resultó ser el

Parlamento.

El Parlamento constituía una instancia política bastante fluida, cuya fuerza era difícil de

medir. Sin duda, Jacobo I, cometió el error de despreciar a los squires y a los burgueses que

se sentaban en las cámaras, del mismo modo que estos últimos no siempre pusieron los

intereses del país por encima de sus propias reivindicaciones de casta política y económica.

Muy pronto se instauró una dialéctica frustrante entre el monarca y los Comunes: el

primero disolvía con demasiada facilidad la Asamblea cuando sus reivindicaciones le

parecían excesivas, pero de las nuevas elecciones salían grupos políticos cada vez menos

dóciles.

Page 31: Resumenes Prácticos Historia Moderna

Tras haber disuelto un segundo parlamento en agosto de 1625, Carlos I se encontró

enfrentado al que eligió en 1628. Militaban entre las filas de los opositores en primer lugar

teólogos puritanos y ricos comerciantes, además de personalidades de la gentry del campo.

Durante el reinado de Carlos I la oposición parlamentaria fue planteando numerosas

exigencias: disminuir los gastos de la corte, aboliar la venta de títulos y cargos, reformas la

administración, ampliar la representación en la vida políitica, limitar la autoridad de los

obispos y hasta purificar la doctrina y el ceremonial anglicanos. Aunque era cuestionado

por el rey, el Parlamento se atribuía el derecho de presentar propuestas de ley en forma de

petición al soberano. A este procedimiento recurrieron los Comunes y la Cámara de los

Lores en la primavera de 1628. Esta petition of right condenaba cualquier imposición de

tributo que no hubiera sido adoptada por el Parlamento o los arrestos arbitrarios. Aunque

Carlos acepto esta petition, apenas tuvo efectos inmediatos, porque el rey siguió

encarcelado algunos miembros de los Comunes y embargando las mercancías de quienes no

pagaban los tributos impuestos por él. Al no aprobar la propuesta rel de posponer las

sesiones, el Parlamento fue disuelto por el monarca en marzo de 1629 y no fue convocado

de nuevo hasta 11 años más tarde. No había ley que fijara la periodización de las sesiones

parlamentarias.

Mientras las largas vacaciones parlamentarias hacían que disminuyera el consenso al

gobierno civil real, poco después se produjeron otros acontecimientos que debilitaron la

adhesión a su actuación en materia eclesiástica. Aunque a Jacobo I le repugnaba la

persecución religiosa y era partidario de una tolerancia bastante amplia, consideraba

indispensable ostentar la primacía episcopal e intervenir en materia de fe y religión. A pesar

de ser rey de Escocia, se las ingenió para que el presbiteranismo de aquel país no llegara a

Inglaterra. Nombrados por la Corona, cuya supremacía admitían, los jefes de la Iglesia

anglicana podían decretar excomuniones que comportaban la pena de prisión, la pérdida de

derechos políticos e importantes multas. Esto suscitó la preocupación de los puritanos,

porque además Jacobo I prohibió a sus predicadores tratar cuestiones religiosas

controvertidas.

Con el reinado de Carlos I se desarrolló la tendencia a alejar aún más claramente el

anglicanismo de su originaria inspiración calvinista. En 1628 fue nombrado obispo de

Londres William Laud, para quien la solemnidad del culto servía para inspirar a los fieles el

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respeto a la divinidad y una vida moral. Laud favoreció la intervención de la Iglesia

anglicana en la jurisdicción civil y adoptó medidas para resaltar el papel de los ministros

del culto.

Algunos aspectos concretos de la actuación del primado suscitaron una fuerte reacción en

contra. Laud no dudó en extremar cada vez más el rigor de la censura y en controlar a los

predicadores, sancionando con penas cada vez más graves a los transgresores. Además,

indujo a Carlos I a imponer la uniformidad religiosa en Escocia y a someter a la Iglesia

presbiteriana al control de la Corona. Escocia, que era profundamente diferente de

Inglaterra y tenía muchos prejuicios antiingleses, había adoptado desde hacía tiempo el

calvinismo, que en aquel país había acabado con la jerarquía y el centralismo. Laud dirigió

su actuación hacia dicho país, el canon eclesiástico anglicano acabó siendo aplicado en

1637 a los escoceses, que se vieron obligados a someterse al New Prayer Book inglés.

Sin embargo, la fuerte reacción local ya estaba concretando en el Scottish National

Covenant, credo político religioso de la Iglesia escocesa y a la vez declaración de la

separación de la Iglesia anglicana. El Convenant, proclamaba el rechazo de todas las leyes

que pretendieran menoscabar la autoridad religiosa de los predicadores y ministros

calvinistas. Ante el juramento colectivo de los escoceses de luchar contra cualquier

innovación eclesiástica de sello anglicano, Carlos I, cedió y abolió el Prayer Book. Pero

cuando el representante real disolvió la asamblea escocesa, esta rechazó la disolución y se

proclamó la guerra. El ejército escocés derrotó con facilidad a las tropas reales, Carlos I

tuvo que aceptar el tratado de Ripon (21 de octubre de 1640) que le obligaba a pagar el

salario al ejército escocés.

Estando así las cosas, el rey Estuardo se vio obligado a convocar de nuevo un Parlamento

que acabaría por imprimir un inesperado giro revolucionario a la historia inglesa. Frente a

los miembros de los Comunes, los pares que defendían aún al monarca habían

experimentado una perdida de prestigio y de influencia. Con los Estuardo, el gobierno real

se había vinculado mucho más a una aristocracia más bien parasitaria, cada vez más

obligada a compartir el poder real con la gentry, mientras que las clases de los yeomen, los

comerciantes y los artesanos estaban en ascenso. Las familias de la burguesía rica

disputaban ya con éxito los mandatos parlamentarios a los linajes de la antigua nobleza, y la

gentry, había conseguido quer fueran elegidos sus propios candidatos frente a los de la

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Corona o la nobleza. La composición de los Comunes dio como resultado una mayoría de

gentilhombres del campo,que comprendieron que sus intereses eran afines a los de los

comerciantes. Los trabajadores de los distritos industriales, también se aprestaron a militar

bajo la bandera del Parlamento, con lo que la Cámara resultó ser mucho más fuerte que

antes frentre al soberano.

5-La revolución civil y Cromwell

El Parlamento Largo

Antes de verse obligado a firmar con los escoceses el tratado de Ripon, acuciado por las

exigencias bélicas, Carlos había convocado al Parlamento pero, irritado una vez más por las

reivindicaciones y las simpatías filopuritanas de sus miembros, el soberano lo disolvió al

cabo de un mes (3 de mayo de 1640). Trágico destino el de la monarquía Estuardo, quien,

además de escocés (y como tal menos aceptable para los ingleses), era considerado

filofrancés por su matrimonio. La situación presentaba varios aspectos contradictorios

porque, aunque la mayoría de los súbditos era partidarios de la monarquía, consideraban

que Carlos I estaba sometido al poder extranjero. Asimismo, varios factores impedían al rey

gobernar como monarca absoluto: desde el rechazo de la gentry, que controlaba el poder

local hasta la falta de una sólida burocracia estatal y de un ejército permanente.

Tras más de un decenio de malentendidos entre el soberano y el país, la situación cargada

de tensión estaba madura para estallar en un conflicto en términos globales. Los miembros

del Parlamento no podían dejar de sentirse irritados por el hecho de que los Estuardo

siguiendo los pasos de Isabel I, les denegaran incluso el derecho a la palabra durante las

sesiones. Pero había todavía mas. Los parlamentarios defendían la soberanía de su

asamblea como representante del país. Los puritanos,que se les habían unido, se mostraban

contrarios a la instrumentación de la Iglesia anglicana para tener bajo control la vida civil.

El Short Parliament de la primavera de 1640 se había negado a votar las asignaciones

necesarias para pagar el ejército que debía enfrentarse a los escoceses. El 3 de noviembre

Carlos convocó de nuevo a la asamblea que, debido a la posterior duración de su actividad,

recibirá el nombre de Long Parliament. Aunque el número de pares que constituía la

asamblea había aumentado a 244, el sistema electoral había dado entrada en los Comunes a

una mayoría de gentilhombres, acompañados de grupo de hombres de leyes y unos pocos

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comerciantes acaudalados. Los pares no sólo representaban el pasado feudal sino también

la propiedad inmobiliaria. La nueva mayoria era bastante puritana, hostil a Laud.

Londres, donde se concentraba casi la octava parte de la población de todo el reino,

constituía el centro de la oposición parlamentaria.

Aunque Carlos intentó dividir a sus adversarios, pocas semanas después de haber sido

convocado, el Parlamento comenzó a adoptar una serie de disposiciones mal vistas por el

rey. El 15 de febrero de 1641 se dispuso que el Parlamento se reuniera al menos cada tres

años y que durante los primeros cincuenta días su actividad no pudiese ser suspendida ni

aplazada. La ley del 10 de mayo, privó a la Corona del derecho de disolver las Cámaras.

Finalmente, el 22 de novimebre fue anulada la prerrogativa real, hasta entonces

indiscutible, de elegit a sus propios ministros y consejeros: en adelante el monarca sólo

podía nombrar a los ministros aprobados por el Parlamento destituirlos únicamente a

petición de las Cámaras.

El Parlamento pretendía acabar de una vez por todas con las arbitrariedades reales y con un

régimen concebido como emanación directa de una autoridad impuesta por gracia divina.

Pero este primer edificio, equilibrado entre Lores, Comunes y el rey, entra en crisis a raíz

de la ejecución de Carlos I y la abolición de la Cámara alta.

En Enero de 1642, el rey ordenó el arresto de cinco miembros de la oposición

parlamentaria. Como Londres se sublevó en defensa de los acusados, Carlos decidió

abandonar la capital para ponerse a la cabeza de sus fuerzas que estaban en provincias.

Tal vez una de las causas de la posterior derrota del monarca fue la escasa preparación

militar de la aristocracia. En el verano de 1642, tanto Carlos I como el Parlamento llamaron

a la población a las armas mientras los prohombres locales se mostraban dudosos y

divididos. Los soldados del rey Estuardo comenzaron a atacar y saquear las viviendas de

los puritanos, mientras las tropas parlamentarias asaltaban y saqueaban las de los papistas.

Anque la monarquía tuvo muchos defensores entre la alta y la pequeña nobleza, los

gentilhombres y propietarios se alinearon en el bando del Parlamento, que encontró su

mejor apoyo en las ciudades y en las zonas rurales industriales.

El movimiento radical

Aunque el Parlamento Largo continuó sus actividades mucho más allá de 1643, a partir de

1644 ya no fue el único protagonista de los acontecimientos. Si bien en su seno

Page 35: Resumenes Prácticos Historia Moderna

predominaban los enemigos de la voluntad real, todos ellos (nobles rurales y grandes

burgueses) aspiraban llegar a un compromiso. Hacia 1643, las cuestiones constitucionales

fueron quedando relegadas y pasaron a primer plano las agitaciones sociales, el radicalismo

religioso y las exigencias del nuevo ejército puritano.

Desde 1640, ni el presbiterianismo ni el congregacionalismo conseguían suscitar un

consenso general, ya que estaban divididos en cuestiones doctrinales, aunque ambas

confesiones se declaraban puritanas. Los presbiterianos deseaban en la práctica la

organización calvinista, basada en la rígida estructura de una Iglesia que ya no era

episcopal sino fundada en ministros y ancianos colocados al frente de cada parroquia. Los

congregacionalisas defendían la adhesiónn voluntaria a la congregación de los fieles y la

necesidad de no imponer una doctrina religiosa y una disciplina eclesiástica uniformes,

puesto que consideraban que se podía participar eficazmente de la Iglesia de Dios mediante

una profunda convicción interior.

Aunque los principales jefes de la oposición parlamentaria en 1640 no parecían mostrarse

favorables a un cambio en la forma de gobierno de la Iglesia, en diciembre de aquel año se

presentó a la Cámara una petición dirigida a abolir el episcopado, que fue aceptada pero no

fue ratificada. Entre el 10 y el 11 de marzo de 1641 se presentó la propuesta de excluir a los

eclesiásticos de los cargos civiles, y de apartar a los obispos de la Cámara de los Lores: de

este modo los ministros anglicanos perderían la facultad de actuar como jueces y de formar

parte del Consejo privado. La auténtica persecución contra los ministros anglicanos

comenzó a principios de 1643, con comités de depuración en cada condado e inquisidores

fanáticos. Unos 3000 eclesiásticos perdieron sus beneficios y sus cargos, muchos otros se

vieron reducidos a la miseria y sus bienes fueron confiscados. Sin embargo, las presiones

de los escoceses para que Inglaterra también adoptase el sistema presbiteriano no eran bien

acogidas por la mayoría parlamentaria.

Si las fricciones y los enfrentamientos religiosos resultaban ser tan agudos como los

político-constitucionales, no tardaron en aparecer también problemas que además afectaban

al orden social. En el clima de libertad y de anarquía religiosa que se había creado

florecieron muchas sectas, extremadamente variadas en sus matices ideológicas y en la

audacia de su actuación. Las más extremistas desarrollaron su actividad entre 1643 y 1647,

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generalmente se inspiraron en los principios puritanos, aunque a veces mostraban un talante

más bien radical.

Las teorías revolucionarias y los proyectos de cambio radical de los grupos extremistas

provocaron la desconfianza y la oposición instintiva entre las filas de los propios puritanos.

Pero aquella especie de suspensión del orden tradicional que se había creado dejó al campo

libre a las tendencias minoritarias que presentaban programas subversivos.

Sobre todo entre 1643 y 1647 hubo una especie de estallido de libertad de conciencia y de

asociación, se pretendió transferir la ética del plano individual al comunitario y en

ocasiones se llevó al igualitarismo hasta las últimas consecuencias, hasta la abolición de

toda diferencia social.

Uno de los grupos de inspiración milenarista fue el de los “quinto monarquistas”, entre sus

representantes se encontraba Thomas Harrison. Aspiraban a la destrucción completa del

viejo orden y a la asunción de todos los poderes por parte de los “santos”, que imponían la

máxima justicia sobre la tierra.

Algunos radicales, consideraban el conflicto como una guerra entre Cristo y el Anticristo.

Los “separatistas” consideraban que los verdaderos fieles debían separarse de los demás u

constituir una iglesia formada solamente por “santos”. Aproximadamente en torno a 1641,

y con gran escándalo por parte de muchos parlamentarios, algunos comenzaron a sostener

que el Parlamento debía obedecer los mandatos del pueblo. Poco despues aparecieron los

“levellers”, inspirados en las ideas de Lilburne, en cuyas obras defendía el derecho a la

igualdad entre todos los hombres. Según ellos, la igualdad se basaba en una ley natural, que

ninguna consideración podía anular, y se alcanzaría un futuro mejor cuando triunfaran el

derecho natural y la ley de la razón.

De hecho, los niveladores se convirtieron en teóricos del rechazo a la opresión, la pobreza y

la falta de libertad de las clases inferiores. Para los niveladores el poder emanaba sólo del

pueblo, que legítimamente podía transmitirlo y delegarlo. La igualdad civil, exigía, según

ellos, el sufragio universal y el abandono del criterio censual.

La mayor parte de los cabecillas niveladores, desde Liburne, Overton, Prince o Wildman,

gozaban de una buena posición económica y social. Sin embargo, sus reivindicaciones eran

radicales y no se limitaban a la extensión del derecho de voto sino que llegaban hasta la

abolición de la Cámara de los Lores y de la propia monarquía. En el terreno económico,

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propugnaban la disminución de los impuestos t el aumento de los salarios, además de la

abolición de los monopolios en nombre de la libertad de comercio. No exigían la

equiparación de las condiciones económicas ni la abolición de la propiedad privada, ni

mucho menos las comunidad de bienes. Como representantes sobre todo de las clases

urbanas medio-bajas llegaron a tener influencia notable entre los suboficiales y soldados del

ejército puritano organizado por Cromwell.

Posturas claramente extremistas adoptaron también los cavadores (diggers), para quienes la

igualdad originaria de cada uno implicaba el derecho a la propiedad para todost justificaba

la repartición de bienes. Presentaron en abril de 1649, un proyecto de explotación colectiva

de las tierras no cultivadas y de las incautadas a la Corona. Su representante Winstanley, se

atrevió a denunciar que la religión era un engaño y la doctrina del castigo eterno un

embuste, cuya finalidad era mantener la desigualdad radical sobre la tierra. Creía en una

religiosidad interior.

Las sucesivas y a veces pasajeras conquistas políticas, tras haber sido impulsadas por el

Parlamento, se vieron sobrepasadas no tanto por las reivindicaciones de los sectarios como

por el radicalismo puritano, que halló su fuerza y su instrumento en el ejército

cromwelliano.

El Regicidio

En la primera fase de la guerra civil, entre 1643 y 1644, el partido real y el parlamentario,

buscaban todavía un compromiso, ya que la ruptura no les parecía inevitable. Al principio,

los jefes del movimiento en contra de los Estuardo, incluidos los militares, no tenían la

intención de continuar la lucha hasta alcanzar una victoria completa. Además Carlos tuvo la

posibilidad de crear en 1642 una especie de contraparlamento, la mitad de cuyos miembros

serían los Lores y una tercera parte los Comunes que se habían pasado espontáneamente a

su bando. Fue el nuevo ejército, constituido a partir de 1644 el que incubó ideas y tensiones

radicales, que la moderación calvinista y el realismo de sus dirigentes apenas pudo frenar.

De este modo, el régimen parlamentario se orientó a su pesar hacia un gobierno más

autoritario y hacia una especie de dictadura puritana. La necesidad de construir un frente

común contra los partidarios de Carlos I se transformó en la exigencia de organizar un

ejército formado por auténticos puritanos.

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El hombre que mejor supo expresar sus tendencias y que supo organizarlos militarmente

fue Oliver Cromwell. Elegido por primera vez al Parlamento en 1628, cuando abrazó el

puritanismo, regresó a la Cámara en 1640, y defendió inmediatamente la necesidad de

organizar fuerzas armadas parlamentarias.

La verdadera ascensión de Cromwell se inició en el posterior enfrentamiento de Newbury

(27 de octubre de 1644), en el que las tropas reales fueron de nuevo derrotadas, aunque no

de manera rotunda. Carlos I confiaba sobre todo en el apoyo de los grandes terratenientes,

en su poder y en sus medios: de ahí que sus tropas estuvieran formadas por aristócratas t

caballeros, reclutados entre sus parientes, amigos y vecinos, y además por sus criados,

campesinos y siervos. A este ejército, Cromwell supo oponerle tropas aguerridas y

compactas.

Cromwell reorganizó el ejército a partir del invierno de 1644-1645; su New Model Army

fue presentada a los Comunes el 9 de enero de 1645 y se le concedió autoridad para

designar a los máximos responsables. Sus tropas fueron excelentemente equipadas y

recibieron una paga regular. Entre estos dominaban los puritanos, ya sea independientes o

sectarios.

Aunque la mayoría parlamentaria, preocupada por conservar el apoyo de las clases

hacendadas, quiso licencias las tropas, el New Model Army intuyó que se había convertido

en un factor político decisivo y no vio con buenos ojos los intentos de movilización.

Además entre sus filas, se habían ido abriendo ideas radicales, y el puritanismo se había

revestido de propósitos revolucionarios y había organizado su propia representación a partir

del Consejo general.

Con el pretexto de convertirse en portavoz de los militares, ese Consejo comenzó a debatir

cuestiones políticas y sociales, mientras en 1647, el Parlamento se decantaba por el uso de

la fuerza contra este organismo. En respuesta, el 15 de junio de aquel mismo año el ejército

afirmó en una declaración su derecho de hablar en nombre del pueblo y reclamó la

depuración de las cámaras y la disolución del Parlamento. Como los londinenses se

rebelaron, el ejército entró en la capital y la ocupó, proponiendo una radical reforma

política con la constitución de un Consejo de Estado.

La situación se complicó aún más con la huida del rey, quien llegó a un acuerdo con los

escoceses e intentó pactar con el Parlamento en contra del new model army. Cromwell se

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lanzó contra los escoceses, los derrotó en Preston e instauró un régimen durísimo en

Edimburgo.

El rey fue capturado y se estableció un Alto Tribunal de Justicia compuesto por 150

miembros. El 27 de enero de 1649 el tribunal decidió que por todas sus traiciones y sus

crímenes, Carlos Estuardo fuese decapitado.

Cromwell

Una vez consumado el acto cruento, Inglaterra buscó en vano un cauce diferente para la

revolución. El 6 de febrero de 1649 se suprimió la Cámara de los Lores y el 19 de mayo se

proclamó una Commonwealth. Se prohibió designar sucesor de Carlos I y el Parlamento se

atribuyó, en nombre del bien común, la plena y suprema autoridad. La oposición de los

niveladores contra el gobierno oligárquico.puritano fue desarticulada en mayo, pero el

nuevo régimen resultaba minoritario e inseguro.

Todos los adultos mayores de 18 años fueron obligados a jurar fidelidad al nuevo régimen,

mientras que los católicos y los partidarios del rey fueron perseguidos con confiscaciones y

detenciones.

Inmediatamente después del regicidio, Cromwell tuvo que ocuparse en primer lugar de los

asuntos de Escocia y de Irlanda. Los escoceses no sólo no aceptaron la condena de Carlos I

ni la autoridad de un parlamento debilitado, sino que se apresuraron a proclamar rey al hijo

del monarca Estuardo, Carlos II. En su expedición contra Escocia, Cromwell se enfrentó a

Leslie, a quien derrotó con dificultades en Dunbar y más tard venció claramente en

Worchester, aunque el nuevo rey consiguió huir. Tampoco fue fácil la campaña de

Cromwell en Irlanda, caracterizada por crueles masacres y por la expropiación de las tierras

de los católicos.

Estos éxitos militares aumentaron la adhesión al régimen republicano, cuyo principal punto

de referencia era Cromwell. El caudillo puritano, siguiendo las huellas de Isabel I, decidió

constituir una gran alianza protestante europea dirigida contra la católica España. Esto

favoreció la confluencia de grupos sociales muy dinámicos en apoyo del nuevo régimen

que se estaba configurando. La idea de Cromwell fue crear una república comercialmente

activa., que desempeñara en el escenario internacional una función religiosa e imperial a la

vez.

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Su Parlamento estuvo formado por 460 miembros, 30 escoceses y 30 irlandesesm cuyas

cualidades morales eran supervisadas por el Consejo de Estado y en la designación de sus

miembros eran favorecidos los terratenientes ricos y miembros de la gentry. Se privó de los

derechos civiles a los católicos y a cuantos se habían opuesto a la causa parlamentaria de

1641 o habían estado comprometidos en la rebelión irlandesa.

Como el protector y su Consejo consideraron que la colaboración del Parlamento no había

sido satisfactoria, lo disolvieron el 22 de enero de 1655, sin agotar el plazo de tres años

previamente fijado.

Luego se convocó a un nuevon Parlamento, que se convirtió en un dócil instrumento del

lord protector, ya que más de un centenar de los elegidos fueron rechazados por el Consejo

de Estado por motivos políticos y varias decenas ni siquiera se presentaron a la asamblea.

Así reducida la asamblea, declaro hereditario el protectorado. Un año después Cromwell

disolvió nuevamente el Parlamento, porque le pareció hostil tras la llegada a los Comunes

de los miembros que no habían querido entrar en un primer momento.

A la muerte de Cromwell, su hijo Richard se convirtió en jefe de estado, quien dimitió en

1659.

6- La gloriosa revolución.

El restablecimiento del hijo del Estuardo decapitado fue la materialización de una claro

reflujo antirrevolucionario, aunque no se tradujo en una reacción propiamente dicha. Carlos

II fue proclamado rey justo al día siguiente de la muerte violenta de su padre. A comienzos

de 1660 un núcleo importante del ejército, capitaneado en Escocia se pronunció a favor de

su retorno al trono inglés. Carlos II, supo orientar los acontecimientos a favor suyo. El

monarca prometía una amplia amnistía, la tolerancia religiosa, y el pago de los atrasos del

ejército. El 1 de mayo, los Lores ya reconocieron la necesidad de la monarquía y la

legitimidad de Carlos II, y poco después lo hicieron los Comunes.

De esta forma, el monarca Estuardo puso regresar al trono sin condiciones, heredando todos

los poderes que tenía su padre excepto los que habían sido abolidos por el Parlamento

Largo. La aceptación de la prerrogativa real de violar la ley en aquellas ocaciones en que el

monarca adujera razones de necesidad política podía sin duda reavivar la doctrina del poder

absoluto del soberano. Este punto seguía siendo la manzana de discordia entre la Corona y

el Parlamento. La corriente tory, que no tardaría en constituirse, admitiría que Carlos II

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pudiese usar sus propios poderes libremente, a condición de no entrar en conflicto con los

derechos de los propietarios. La corriente whig, en cambio, consideraba que el monarca

debía usar sus prerrogativas en defensa de los intereses reales del a pueblo a través del

Parlamentp, es decir, en la práctica sobre todo de acuerdo con los intereses de la clase

dominante.

La alianza que se estableció en 1660 entre Carlos II y la corriente anglicana y tory,

proporcionó a la Corona apoyo y defensa de sus prerrogativas.

Carlos II 1660-1665

Una de las herencias que el monarca hubiera querido asumir del régimen cromwelliano era

el mantenimiento de un ejército permanente. Si no lo consiguió, fue sobre todo porque su

regreso al trono precisamente se había visto favorecido por la general hostilidad contra el

ejército y contra su molesta presencia política. Sólo se aceptó una guardia real compuesta

por miles de hombres.

Una vez más, las iniciativas y el comportamiento del rey, contribuyeron a alterar las

relaciones que se había creado, y el Parlamento, por su parte, no dudó en ponerles freno.

Sus miembros, y en especial la corriente whig, se oponían al clientelismo que se había

creado, a la corrupción ministerial y a la inserción de funcionarios gubernativos entre sus

filas. Muy significativa resultó la controversia que estalló hacia 1670 acerca de los orígenes

de los Comunes. Los tory se inclinaron por la tesis de que el rey sólo debía conservar la

facultad de la iniciativa legislativa, mientras que para los whig la autoridad emanaba del

Parlamento y por lo tanto la ley estaba por encima del soberano.

Los años 1681-1685 se caracterizaron por una reacción conservadora. Carlos II no sólo dejó

de convocar el Parlamento sino que dio muestras de autoritarismo en el control de las

autonomías locales, y pareció qye se producía un cierto deslizamiento hacia una primacía

monárquica. A su muerte, ocurrida el 6 de febrero de 1685, recibió los sacramentos de la

Iglesia de Roma e inmediatamente lo sucedió su hermano Jacobo II.

La lucha política religiosa

La Iglesia Anglicana sobre todo, después de la restauración de los Estuardo, no se libraba

de ciertas inclinaciones absolutistas al equiparar el derecho divino del rey con el de los

obispos. Por otra parte, apenas recuperado su carácter oficial, a partir de 1660 sus dirigentes

quisieron hacer pagar a los presbiterianos y a los independientes los abusos cometidos

Page 42: Resumenes Prácticos Historia Moderna

anteriormente a costa de los anglicanos. Les fueron restituidas entonces todas las

posesiones arrebatas a la Iglesia del Estado y a la Corona. Sin embargo, el intento de

reimplantar una uniformidad anglicana fracasó y los obispos regresaron, pero sin su antiguo

poder. En definitiva, el monopolio anglicano disminuyó tras la restauración y el Parlamento

afirmó enérgicamente su propia supremacía sobre la jerarquía episcopal.

Estaba tácitamente reconicida la existencia de comunidades protestantes separadas.Desde el

inicio de la Restauración los disidentes, bastantes perseguidos, se orientaron hacia el

quietismo, las sectas abandonaron la escena política y muchos antiguos contestatarios

emigraron.

Hobbes sostenía que los súbditos quedaban libres de cualquier obligación ante un soberano

que no fuese capaz de garantizarles protección (no existiendo ningún límite al derecho

natural de cada uno a protegerse a sí mismo).

En un contexto parecido se insertaron las posturas de John Locke. Para Locke, las leyes

naturales y las leyes científicas eran comparables a las leyes de Dios. De ello, derivaba que

el Estado natural tuviera un valor normativo para el presente y permitía creer en la libertad

del individuo, propia de cada uno, en la que el Estado no podía interferir. Para Locke,

existía un contrato social que era un compromiso constante entre las partes que lo habían

firmado, renovable cuando los gobernantes traicionaran la confianza que en ellos habían

depositado.

Estas soluciones, no sólo permitieron a Inglaterra dotarse de un nuevo y duradero sistema,

sino además en los ámbitos duraderos más avanzados. Hobbes y Locke constituyen los dos

polos de un fecundo enfrentamiento del mismo modo que el gobierno y el ambiente de los

Estuardo por un lado, y las exigencias del Parlamento y de la gentry por otro, fueron los dos

focos del campo en el que maduró el proceso político creativo que desembocó en la

Gloriosa revolución.

La Gloriosa revolución

Jacobo II sucesor de Carlos II, decidió continuar por la vía del absolutismo en la que se

había inspirado su predecesor, sobre todo a partir de 1680. El hecho de haber constraído un

segundo matrimonio con María de Módena y de haberse rodeado de un círculo filorromano

no podía dejar de chocar con la mayoría protestante.

Page 43: Resumenes Prácticos Historia Moderna

La tensión aumentó más en la primavera de 1688, cuando Jacobo II tuvo un hijo de su

matrimonio con María de Módena: Jacobo Francisco Estuardo. El riesgo de que el trono

pudiera permanecer en manos católicas se hizo pronto e inesperadamente mucho mayor, y

la reacción fue enérgica e inmediata. Así, cuatro representantes de los whis y tres tory

pidieron a Guillermo de Orange que interviniera en Inglaterra en defensa de los derechos

dinásticos (en realidad, sobre todo religiosos) de su esposa María Estuardo, primogénita del

rey.

La mayoría de los whig, sostenían que Jacobo había perdido el derecho a la lealtad de sus

súbditos por haber pretendido subvertir la constitución. Sin embargo, consideraron entonces

inoportuno admitir con Locke, que la violación de la ley por parte del soberano y su

consiguiente pérdida del derecho de poder comportase la total disolución del gobierno y la

apelación al pueblo. Los tory, también se alinearon con esta postura cuando Jacobo se dio a

la fuga, como si la huida fuera una abdicación y, por lo tanto, se produjera simplemente un

vacío dinástico.

El recién nacido hijo varón del monarca fue ignorado y el trono permaneció vacante. Entre

el 11 de diciembre de 1688 y el 22 de enero siguiente las dos cámaras reunidas en forma de

Convention se atribuyeron el derecho de regencia como si no hubiera un monarca legítimo.

Hubo dos etapas constitucionales fundamentales: la de la Declaration of rights en febrero

de 1689, y la de Bill of Rights en el otoño siguiente. En la primera se creó una monarquía

de poderes limitados y se ofreció la Corona a María y a Guillermo de Orange en calidad de

consorte. En la segunda se declaró la ilegalidad de mantener un ejército permanente en

tiempos de paz sin la autorización del Parlamento. Se dio paso a una monarquía

constitucional, adoptando la teoría del contrato de John Locke. Se sancionó el derecho de

libertad de expresión para los miembros del Parlamento. La antigua rivalidad entre la

Corona y los otros dos estates dio paso a la colaboración entre los poderes, reservando al

Parlamento el papel dirigente.

Gloover. Los debats de Putney

Wildman, estaba profundamente interesado en la política republicana. Su conocimiento de

la teoría política republicana ya estaba presente en sus obras en tiempos de Los debates de

Page 44: Resumenes Prácticos Historia Moderna

Putney, como puede verse en varios textos, con o sin su firma, de este período. En enero de

1648 publicó los Putney Projects, que constituían su análisis de los acontecimientos en el

seno del Consejo General del Ejército a finales de 1647, incluyendo los debates de Putney.

Este panfleto ataca a los nobles por tramar la concesión del control y gobierno de la milicia

a Carlos y a un consejo de Estado; los acusaba también de conspirar para reestablecer el

veto real sobre la promulgación de leyes, y permitir a delicuentes detentar un cargo público

al cabo de cinco años, si así lo deseaba el consejo de Estado. El argumento central de los

Putney Projects, cargado de retórica y alusiones clásicas, era similar a la teoría neo-romana

de la libertad puesta de relieve por Skinner (que el pueblo a través de sus representantes

electos, era soberano y que el mantenimiento de la perniciosa figura del rey, convertiría a

los hombres en esclavos). Todo poder declaró Wildman está originalment en el Pueblo, ya

sea directamente, por consenso o acuerdo de sus miembros, o indirectamente, por mutuo

acuerdo entre aquellos que son elegidos por el pueblo para que lo representen.

Wildman también demostró en Putney Projects que consideraba el New Model como un

ejército de milicianos. En Putney escribió, los nobles habían convencido al ejército para

actuar sólo dentro de su ámbito propio, como soldados; y no entrometerce en los asuntos

del Estado, convirtiendo a esos ingleses heroicos y galantes en unos mercenarios.

Hay folletos que pueden demuestrar que Wildman estaba pensando en términos

republicanos ya antes de Putney. Para ello, es preciso determinar la probable autoría de

algunos panfletos levellers anteriores a Putney: England´s Miserie and Remedie, Vox

Plebis, London´s Liberty in Chains Discovered, y The Charters of London.

England´s Miserie and Remedie apareció el 14 de septiembre de 1645. Fue una de las

primeras publicaciones de los años cruciales (1645-9) de la historia de los Levellers, que

dio comienzo con la campaña para liberar y reivindicar a Lilburne tras su encarcelamiento

en Newgate, por ataques publicados contra la Cámara de los Lores. El panfleto contenía

una serie de argumentos que fueron siempre recurrentes en las obras posteriores de los

Levellers. Afirmaba que los miembros del parlamento eran agentes del pueblo, pero, por el

trato ilegal y arbitrario que habían dispensando a Lilburne, habían ido en contra de la

voluntad popular y habían degenerado en una tiranía.

En England´s Miserie and Remedie, el poder de la Cámara de los Comunes fue definido de

un modo sorprendentemente republicano. La Cámara de los Comunes estaba al servicio del

Page 45: Resumenes Prácticos Historia Moderna

pueblo, elegida por este para ocuparse de su libertad y bienestar, contra cualquier tiranía

surgida dentro del país. El panfleto defendía, basándose en el ejemplo de la república

romana, que el pueblo tenía el derecho de derrocar un gobierno injusto, puesto que era

soberano. Por consiguiente, para recobrar su libertad Lilburne tenía derecho a apelar al

pueblo por encima del parlamento.

En novimebre de 1646, los levellers publicaron Vox Plebis, que casi con certeza fue escrito

por el mismo autor que England´s Miserie and Remedie. Éste fue uno de una larga serie de

panfletos en defensa de la liberación de Lilburne y Overton de las prisiones de Newgate y

de la Torre, respectivamente. Vox Plebis, afirmaba que el pueblo era soberano y que

Lilburne tenía derecho de apelar al pueblo por encima de la Cámara de los Lores y la de los

Comunes para recuperar sus derechos basados en la ley común. Al encarcelar a Lilburne en

contra de la ley el Parlamento había degenerado en una tiranía. Lo más notable de Vox

Plebis es que sus secciones claves consisten en una colección de máximas y ejemplos

tomados, a veces textualmente, de la traducción inglesa de 1636 de los Discorsi de

Maquiavelo. El autor utilizaba los argumentos de este último para justificar la soberanía

popular. También trazó un paralelismo explícito y directo entre la Cámara de los Comunes

y los tribunos de la plebe romanos. Esto es una prueba concluyente de la influencia del

republicanismo en la formación del pensamiento Leveller y de la presencia de las ideas

republicanas de Maquiavelo en el discurso político inglés anterior a 1649.

Uno de los objetivos prácticos de Vox Plebis era presionar a los Comunes para llevar ante

los tribunales la acusación de traición hecha por Lilburne contra el coronel King (las

acusaciones de Lilburne contra King habían sido uno de los motivos de su

encarcelamiento). Una vez más, los argumentos fueron tomados de una serie de citas de

Maquiavelo en los Discorsi en las que había expuesto que “los Estados más sabios y mejor

gobernador del mundo nunca hasta ahora perdonan a ningún hombre por un crimen notorio

cometido contra la mancomunidad, no importa los buenos servicios que antes le hubiera

prestado.

Vox Plebis, tenía otro objetivo (denunciar a los comites comarcales como opresivos y

contraproducentes para la causa del Parlamento).

El autor de Vox Plebis, creía que Inglaterra, a menos que aprendiera la lección de la caída

de la República romana (que había provenido de la avaricia y el despotismo de sus

Page 46: Resumenes Prácticos Historia Moderna

gobernantes) acabaría también derivando en una tiranía. La solución que se daba a los

parlamentarios era incrementar el número de súbditos libres, y convertirlos en sus socios, y

no en sus vasallos, y, como en England´s miserie, enseñar a la multitud a comprender y

emplear su poder sobre él mismo y sobre el resto de senadores para reformar sus abusos. La

obtención de una mayor libertad, suponía un incremento de la soberanía popular.

A finales de 1646, Lilburne publicó dos panfletos, Londons Liberty in Chains Discovered,

y su segunda parte The Charters of London. Allí se hacía defensa de una drástica

ampliación del derecho de voto en las elecciones al Consejo de los Comunes de Londres,

controlado por los presbiterianos.

Algunos argumentos procedentes de Maquiavelo que habrían de encontrarse más tarde en

Putney se encuentran en estos cuatro folletos: que el pueblo, incluyendo a los más pobres

era soberano, que era la fuente de justicia y de virtud política y que debería tener derecho a

voto; que todos, no importa los poderes que fueran, debían ser igualmente responsables

ante el pueblo y ante la ley, y que los cargos debían estar sujetos a una rotación a través de

una elección anual y de la destitución en caso de mala conducta. Es significativo que las

pruebas de la autoría de esos cuatro panfletos apunten a Wildman, el principal portavoz de

los Agitadores de Putney

El primero, England´s miserie llevó la anónima firma de un “abogado auténtico” y adoptó

la forma de una opinión legal sobre su muy amigo Lilburne. El segundo, Vox Plebis,

también era anónimo. No obstante, el autor fue identificado por Lilburne en septiembre de

1647 como un “abogado confeso, juicioso e instruido”. Todo ello apunta a Wildman a

quien le gustaba definirse como la autoridad legal de los levellers. Su rol en Putney también

pareció ser el de abogado. Su primera intervención en los debates fue para anunciar que

diversos caballeros y soldados del país, habían querido que hablara por boca de ellos y que

en su nombre, expresara su mensaje.

En cuanto a London´s Liberty in Chains, las pruebas y argumentos empleados en este

ensayo son identicos a los usados por Wildman en un debatre sobre la constitución de

Londres en 1650.

Por lo tanto, ¿cómo hemos de interpretar los Debates de Putney, dado el conocimiento por

parte de los Levellers del humanismo cívico florentino? Lo que salta a la vista es que los

Page 47: Resumenes Prácticos Historia Moderna

argumentos de los Levellers y los Agitadores, eran considerablemente más laicos y

republicanos que los de los representates de los altos cargos gubernamentales. De hecho, en

oposición a Pocock, fueron los nobles y no los Levellers, quienes veían el New Model

Army como un grupo de “santos en armas” y quienes querían presentar a los debates como

un intento de conocer la voluntad de Dios. El primer día de los Debates, Cromwell afirmó

con toda claridad que su objetivo era presentar esto como el fundamento de todos los actos

y hacer lo qur fuere voluntad de Dios.

En cambio, Wildman, tenía intereses más laicos y despreciaba cualquier intento de llegar a

una postura unificada con referencia a la palabra de Dios. Declaró su reverencia por todo

cuanto llevara sobre sí la imagen de Dios, pero afirmó que era imposible demostrar que

cualquier argumento que se pretendiera resultante de una experiencia espiritual tuviera

realmente un origen divino. Incluso en las cuestiones puramente espirituales, afirmó, la

autoría divina era difícilmente determinable por referencia a las Escrituras, ya que no se

podía demostrar que las propias Escrituras fueran palabra de Dios.

Quizá la forma más sucinta para describir la dinámica de los Debates de Putney sea

centrarse en la dicotomía entre los diferentes modelos constitucionales o variantes

republicanas propuestos por los dos bandos.

Los documentos rivales debatidos en Putney fueron: Head of Proposals de Ireton y

Agreement of the People de Wildman.

Las propuestas de Ireton, habían creado, durante un período de al menos diez años en la que

la mayoría de los poderes fueron investidos en el consejo de Estado, una república

oligárquica, con un rey débil, un poderoso Consejo de Estado, una Cámara de Lores y una

Cámara de los Comunes elegidos por un sufragio sin reformar, según el cual podían votar

quienes arrendaban tierras.

Los Agreement of People, se orientan hacia la teoría republicana, de la cual se autor era

conocedor. Así, los requisitos para tener derecho al voto se pueden entender como un

intento de afianzar el poder político del pueblo llano en una legislatura unicameral y

virtualmente desprovista de restricciones.

El objetivo general se vio complementado por una serie de propuestas republicanas

adicionales diseñadas para evitar la corrupción del poder del Estado por partre de los

“Grandes”, tal y como había propuesto Maquiavelo en sus Discorsi. La primera de estas

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propuestas en la insistencia en la limitación de los mandatos de los cargos públicos. Se

proponía limitar el mandato parlamentario a dos años. Estas disposiciones se hicieron

también extensivos a los cargos del gobierno local. Esto es, claro está, un sistema

republicano clásico de rotación administrativa, que incorporaba elecciones anuales, como

en el modelo romano, tal y como Wildman había propuesto en los otros escritos.

Otra importante característica de las propuestas constitucionales de los Levellers fue su

insistencia en el derecho del gobierno a deponer detentadores de cargos ejecutivos que

hubieran traicionado su confianza. De nuevo, éste fue un rasgo importante del pensamiento

político republicano, basado en los modelos republicanos romanos y en el ostracismo

ateniense.

Cuando el Agreement fue leído en Putney, Ireton atacó inmediatamente las propuestas de

los Levellers sobre la cuestión del sufragio. Su argumento principal era que dar el voto a

quienes no tenían propiedades en última instancia conduciría a la negación de toda

propiedad.

La reacción de los Levellers y los Agitadores a esta línea de debate adoptó dos formas. La

primera, fue negar que pretendieran la abolición de la propiedad privada., si bien se

reafirmaron en sus propuestas de que todos, o potencialmente todos, los hombres deberían

tener el derecho de voto. Rainsborough defendió que, al margen de cual fuera el sistema

electoral, todos los hombres tenían el derecho de respetar la propiedad por mandato divino:

“no robarás”. Petty, sostuvo que puesto que el gobierno fue prumeramente elegido por

hombres para preservar la propiedad de todos, el dar a todos el derecho de elegir supondría

una protección aún mayor de la propiedad. Wildman cambió la dirección del debate,

centrándose no en las posibles consecuencias futuras de la reforma propuesta, sino en los

derechos de ésta: “un inglés cualquiera tiene el mismo derecho que el inglés más poderoso

a elegir a su representante”. Y agregó que era una máxima irrebatible “que todo gobierno

reside en el libre consenso del pueblo”.

El segundo alegato de los Levellers y de los Agitadores en favor del sufragio popular fue el

del miliciano radical: que incluso los más plebeyos entre los soldados habían luchado por

obtener sus derechos como ciudadanos. No habían combatido únicamente para defender la

propiedad de los ricos, Rainsborough fue quien abrió esta vía de debate: si los soldados

rasos no iban a poder votar, “me gustaría saber por qué hemos luchado”.

Page 49: Resumenes Prácticos Historia Moderna

Estas posturas demuestran que se empleó en Putney una retórica republicana subyacente

justamente con otra retórica puritana más de conquista y de derechos comunes. Respaldan

el concepto central de la idea neo-romana de libertad, que un hombre no puede ser libre al

menos que pueda participar en el gobierno de su estado. En Putney los Levellers y los

Agitadores habrían de ir más lejos que los eruditos maquiavélicos posteriores, al incluir a

todos los hombres, incluyendo a los más pobres, en la definción de quien debería ejercer

esta libertad.

Hay, por tanto, una dimensión añadida a la interpretación de los Debates de Putney. Entre

otras cosas, Putney fue una discusión en torno a versiones alternativas de republicanismo

(una oligárquica y exclusivista), y el otro popular y democrática. La influencia del

republicanismo radical sobre las propuestas constitucionales de los Levellers fue

claramente identificada.

Los Levellers, reconocieron que no había nada de igualitario o democrático inherente al

republicanismo. De hecho, el republicanismo a menudo está asociado a una cultura política

aristocrática y elitista. Los Levellers sabían de las motivaciones de sus aliados

republicanos, particularmente Ireton y Cromwell. Wildman,echó mano de sy formación

humanística, especialmente de la lectura de Maquiavelo, y redescubrieron un lenguaje

solapado de republicanismo popular que había sido originalmente articulado por el pueblo

llano de la civilización clásica. Su modelo era el de una mancomunidad rudimentaria.

Posteriormente, para no enemistarse con las clases propietarias, que identificaban

democracia con el desgobierno de la chusma y con el comunismo, lo compensaron

garantizando la titularidad de propiedad privada. De este modo,orientaron a las clases bajas

hacia la política parlamentaria y las alejaron de los alzamientos ingenuos y condenados al

fracaso, que habían caracterizado la política de las clases bajas hasta ese momento.

Inventaron así, el moderno concepto de democracia liberal y auténticamente representativa

(para los varones al menos).

Morgan, La invención del Pueblo.

El derecho divino de los reyes

Page 50: Resumenes Prácticos Historia Moderna

La monarquía siempre ha necesitado estrechos lazos con la divinidad y, el mundo

occidental por lo menos, la política se ha mezclado con la teología.

Y en Inglaterra, las ficciones jurídicas que acompañaron las funciones cotidianas del

gobierno del rey lo dotaron con los atributos de la divinidad. Él era, por lo tanto, perfecto,

inmortal. De modo que, al ser perfecto, no se podía cometer ninguna injusticia, ni lanzarse

ninguna acción legal contra él.

Así, la ficción fue mantenida en Inglaterra como un instrumento que daba a la mayoría un

cierto control sobre el hombre, al que la ficción para someterlos de manera absoluta.

En Inglaterra de la primera mitad del siglo XVII, la doctrina del derecho divino de los

reyes, tal como fue expuesta por Jacobo I e interpretada por su hijo Carlos I, llegó a su

punto más alto.

Jacobo, que reinó en Inglaterra entre 1603 y 1625, se había mostrado como el campeón del

protestantismo al demostrar, para satisfacción de los ingleses por lo menos, que Dios no

tenía trato alguno con el papa. Dios confería la autoridad directamente a los gobernantes

legítimos, incluyendo a Jacobo I. Como era el lugarteniente de Dios, no podía hacer el mal,

y dentro de su reino, el derecho que se le había conferido y la autoridad que iba con él no

podían ser cuestionados. Podía pedir consejo e información a sus súbditos en el

Parlamento, pero la suya era una autoridad concedida por Dios.

El gobierno era su gobierno, el pueblo incluyendo a los miembros del Parlamento eran sus

súbditos. Los miembros de la Cámara de los Lores, aunque ocupaban esos sitios por

derecho propio, eran súbditos. Los Comunes, que representaban al resto del pueblo, eran

súbditos tanto de manera individual, como en su calidad de representantes. Pero los

súbditos tenían derechos. Era acerca de estos derechos, que el rey y los Comunes a veces

discutían.

Pero si ni Jacobo, ni Carlos parecían estar cerca de la imagen de Dios o de actuar como tal,

tampoco los Comunes se mostraron o actuaron como meros súbditos, a pesar de la

repetición ritual de la alegación de no ser más que eso. Sería erróneo, aceptar, en sentido

literal la identificación de la Cámara de los Comunes con los súbditos. Pero sería

igualmente equivocaso descartarla como carente de sentido. Los miembros de la Cámara de

los Comunes, no ocupaban su lugar por derecho propio, como lo hacían los miembros de la

Cámara de los Lores. Los Comunes, eran representantes, y alegaban representar a todos los

Page 51: Resumenes Prácticos Historia Moderna

súbditos. La representación es en sí misma una ficción, y al igual que otras ficciones, podía

restringir las acciones de aquellos que adhirieran a ella. Porque afirmaban representar a

todos los súbditos, los caballeros que ocupaban las bancas, tenían que actuar no

simplemente para su clase, sino para todos los demás.

Expresaban sus derechos de manera universal. En la Petición de Derechos de 1628,

afirmaron los derechos de todos los súbditos del rey a no tener que pagar impuestos ni a ser

encerrados sin “el consentimiento común por ley del Parlamento” y el “debido proceso

legal”.

La ficción de su propio status como representantes y la ficción del status del rey como

lugarteniente de Dios exigían que ellos hablaran en términos universales si es que iban a

hablar. Incluso, cuando reclamaban su privilegio de no ser arrestado durante la sesiones, los

Comunes tenían el cuidado de declararlo esencial para los derechos de todos los súbditos.

No es, quizá, sorprendente que la Cámara de los Comunes, al interpretar el papel elegido,

se haya sentido obligado a exigir derechos para todos los súbditos. Lo que es más

extraordinario es que ellos hayan podido convertir el sometimiento de los súbditos y la

exaltación del rey en un medio para limitar la autoridad de éste.

Al poner la rectitud, la sabiduría y la autoridad del rey en el plano de la divinidad, la

Cámara de los Comunes negaba la posibilidad de que cualquier otro mortal compartiera

estos atributos reales; en particular, negaba la posibilidad de que el rey los transfiriera a

cualquier súbdito.

Esto no significa que el rey no pudiera delegar autoridad para hacer cumplir sus leyes, el

rey podía estar presente en los tribunales de justicia a través de sus jueces. Lo que el rey no

podía transferir era su participación con Dios, que lo dotaba de un poder absoluto.

En el nivel más simple se puede ver como funciona lo dicho anteriormente, en ocasion de la

indignación de los Comunes en 1628 por una elección parlamentaria en Cornualles, en la

que un grupo de magnates locales trató de impedir la elección de dos ex miembros, Eliot y

Coryton. Ambos se habían negado a pagar el préstamo forzoso de 1626, que el rey había

exigido a los principales ciudadanos después de que el Parlamento le hubiera negado los

fondos que necesitaba. Eliot y Coryton, habían sido encarcelados, hasta que el rey,

habiendo convocado a un nuevo Parlamento, los liberó de mala gana. En época de la

elección Cornualles, estaba pidiendo al rey la concesión de algunos privilegios, y varios de

Page 52: Resumenes Prácticos Historia Moderna

los señores del condado se mostraban deseosos de dar una señal de paz no eligiendo a los

dos hombres para Westminster.

Lo significativo del caso, no es que los Comunes castigaran un intento de influir en las

elecciones, sino los fundamentos sobre los que lo hicieron. Robert Phelips, quizá el

miembro más astuto de la Cámara de los Comunes en cada enfrentamiento con el rey,

explicó la necesidad de proceder con particular severidad contra los poderosos de

Cornualles: “Si la razón no me falla”, dijo en el primer discurso después del conocido

asunto de Cornualles, “debemos ser precisos ante esta injuria para que ningún súbdito se

atreva a arrogarse el juicio de su Majestad”.

Los magnates de Cornualles fueron derrotados fácilmente, ya que no pudieron alegar

autorización del rey para lo que habían hecho.

En tanto los Comunes castigaban el atrevimiento de los otros súbditos, se habían trepado

ellos mismos al corazón del rey. No se dijeron a sí mismos “El rey es sabio y bueno. Por lo

tanto hagamos lo que él quiere”, sino que dijeron. “El rey es sabio y bueno. Por lo tanto

debe querer lo que queremos”.

El rey con su cuerpo político, deseaba siempre lo mejor para sus súbditos, para todos ellos y

seguramente ningún súbdito estaba más capacitado para saber lo que era mejor para todos

que los representantes de todos los súbditos del rey reunidos.

Los miembros del Parlamento, indudablemente, eran también súbditos, pero habían sido

investidos con la responsabilidad de representar a sus iguales, los demás súbditos y de

informar al rey de cualquier abuso cometido para quienes pretendían actuar siguiendo sus

órdenes. Estaba bien que ellos, pero sólo ellos, subieran hasta el corazón del rey y

expresaras las verdades colocadas allí por Dios, aún cuando el mismo rey no se hubiera

dado cuenta de ellas.

Al mismo tiempo,y de manera más significativa, correspondía al Parlamento, en su calidad

de más alto tribunak del país, castigar a quienes engañaban al rey, despojándolos de los

privilegios especiales obtenidos del rey. Los súbditos más temibles eran los propios

ministros y favoritos del rey que lo rodeaban en su corte. Se necesitaba mucho coraje para

atacar a los hombres a quienes el rey aprobaba tan directamente, y la Cámara de los

Comunes no podría haberse atrevido a hacerlo sin el estímulo de rivales dentro de la misma

corte del rey.

Page 53: Resumenes Prácticos Historia Moderna

Desafortunadamente para Carlos, pensó que podía ganar la partida dándola por terminada.

Después de 1629, se las arregló sin convocar al Parlamento durante once años, durante los

cuales algunos de los miembros debieron de haber reflexionado acerca de las consecuencias

posibles de exaltar al rey, especialmente a un rey que parecía estar llevando a la Iglesia

inglesa cada vez más cerca de Roma. Pero cuando Carlos, que necesitaba desesperadamente

fondos, convocó lo que dio a llamarse el Parlamento Largo, en noviembre de 1640 la

Cámara de los Comunes volvió de inmediato a la tarea de derribar a aquellos que habían

subido por encima del lugar adecuado de los súbditos. Los culpables incluían a casi todos

los que estaban cerca del rey, el conde de Strafford, el arzobispo Laud, el presidente de

justicia Finch, los jueces del tribunal del rey, la mayoría de los obispos. Y otra vez las

acusaciones eran las mismas: “Strafford, había trepado al trono y había asumido para sí el

poder del soberano”, “Laud había llegado al punto de colocarse por encima del rey”.

Pero si los Comunes parecieron retomar la política parlamentaria donde la habían dejado en

1629, ya no se podía seguir manteniendo la farsa. Las ficciones del derecho divino y del

sometimiento de los súbditos habían sido forzadas demasiado, no sólo por parte del rey,

sino también por parte de los Comunes mismos. En sus esfuerzos iniciales de poner a los

otros súbditos en su lugar los Comunes mismos habían comenzado a elevarse a una altura

que no correspondía a un súbdito. Después de haberse subido al corazón del rey, los

Comunes estaban pensando en su trono.

El derecho divino de los reyes nunca había sido más que una ficción, y usado como lo

hicieron los Comunes, condujo a la ficción que lo reemplazó, la soberanía del pueblo. Al

aceptar el derecho divino del rey, al insistir en que su autoridad es pura e indivisible, la

Cámara de los Comunes había avanzado un gran trecho haciendo que la autoridad fuera

inviable, salvo en las condiciones que ella dictaba. Al elevar al rey, prepararon su

destrucciónm y al humillar a los súbditos poderosos, hicieron lugar para el ascenso de los

humildes; hicieron lugar, las nuevas ficciones, en efecto, a un mundo donde todos los

hombres son creados iguales y los gobiernos obtienen sus poderes de aquellos a quienes

gobiernan.

El enigma de la representación

Page 54: Resumenes Prácticos Historia Moderna

La ficción que reemplazó al derecho divino de los reyes es nuestra ficción. Solamente un

cínico entre nosotros se burlará de la dedicación de Lincold “al gobierno del pueblo, por el

pueblo y para el pueblo”.

El pueblo está conformado por los gobernados, y los gobernantes también son, por lo

menos en esta ficción, a la vez súbditos y gobernantes.

En los siglos XVIII y XIX, la ficción de la representación fue en ocasiones explicada y

defendida como un medio por el cual todos los diferentes “intereses” económicos y sociales

en un país tenían una voz en su gobierno.

La representación comenzó como una obligación impuesta desde arriba, y con el paso de

los años en el siglo XVI, el rey o la reina ampliaron la obligación asignando representantes

a nuevos municipios, no porque los residentes lo exigieran, sino más bien porque caballeros

rurales con poderosas relaciones, persuadieron al monarca para que concediera el voto a

municipios donde podían estar seguros de controlar las elecciones. El resultado fue que

muchas comunidades pudieron extender la representación, mientras que otras más grandes

fueron ignoradas.

Pero ni el rey ni los Comunes trataron de hacer que la base legal de la representación fuera

otra que la geográfica. Los miembros podían, en efecto, ser elegidos dentro de un estrato

social estrecho, pero seguían siendo representantes de condados y de municipios.

Para el siglo XVII la definición geográfica local de la representación se había convertido en

un ingrediente esencial del gobierno inglés. En la Cámara de los Comunes inglesa, podría

decirse que el único interés, aparte del geográfica en el siglo XVII era, el interés del la

gentry de Inglaterra, hombres cuyo nacimiento y cuya riqueza no eran suficientes para

brindarles un sitio en la Cámara de los Lores, pero sí para hacer que fuera deseable para

ellos, para el rey y para algunos de sus súbditos que tuviera un lugar en el gobierno. Sin

embargo, no veían sólo como caballeros o como representantes de caballeros. Fuera cuales

fueses sus poderes, en el país o en el exterior, estabana en Westminister como

representantes, no de su clase, sino de sus localidades.

Tan pronto como los representantes empezaron a hacer leyes y políticas para una sociedad

más amplia que aquella a la que sus comunidades pertenecían, no dejaron de ser súbditos,

pero sí meros súbditos. De la misma manera, aunque no dejaron de ser agentes de las

diferentes localidades, sí dejaron de ser meramente eso. Las leyes que dictaban no sólo

Page 55: Resumenes Prácticos Historia Moderna

obligaban a sus propias comunidades, sino a todo el reino, a todo el país, a toda la sociedad.

Al hacer política para un cuerpo más grande, tuvieron que pensar en otros términos

diferentes de los deseos y necesidades de sus comunidades.

Cuando los ingleses dieron ese paso en la década de 1640, no afirmaron la soberanía

de cada condado o municipio. Estaban reemplazando la autoridad del rey, y el rey

había sido el rey de toda Inglaterra. No era cuestión de que los condados o municipios

declararan de manera individual su independencia del rey. El pueblo cuya soberanía

se reclamaba, era el pueblo de todo el país.

Lo que ocurrió fue que los representantes elegidos por ciudades y condados individuales

asumieron los poderes de gobierno sobre todo un país y alegaron que sus poderes provenía,

no de la ciudad o del condado que los eligieron, sino del pueblo soberano como un todo. Y

si bien, habría sido lógicamente posible que una elección nacional otorgara poderes de

gobierno a un cierto número de hombres, tal procedimiento difícilmente les hubiera

covenido a los miembros del Parlamento en su lucha contra el rey.

Quizá no sería exagerado decir que los representantes inventaron la soberanía del pueblo.

La soberanía del pueblo, fue un instrumento por el cual los representantes se elevaron ellos

mismos a la distancia máxima por encima del grupo de personas que lo habían elegido. Fue

en nombre del pueblo que se convirtieron en todopoderosos.

Cuando la autoridad del rey fue removida, el conflicto de los intereses locales con la

soberanía del pueblo se hizo mucho más aguda. En un Parlamento, donde los representantes

elegidos por un puñado de votantes tenían autoridad total sobre comunidades que no podían

votar en absoluto, hubo exigencias más inmediatas de una manera más racional y equitativa

de la reciente soberanía popular. De hecho, en Inglaterra del período de la República, se

adoptó un plan racional de representación parlamentaria, sólo para ser abandonado durante

casi otros dos siglos, después de la restauración del monarca en 1660.

La invención del pueblo soberano

Cuando el Parlamento empezó a contarle historias al Pueblo en la Grand Remostrance de

1641, los miembros no tenían ninguna intención de derrocar a su rey. Se necesitaron siete

años y las sucesivas purgas de disidentes antes de que se decidieran a deshacerse del

monarca y la monarquía.

Page 56: Resumenes Prácticos Historia Moderna

Así, se necesitaba una nueva ideología, una nueva razón fundamental, un nuevo conjunto

de ficciones para justificar un gobierno en el que la autoridad de los reyes estaba por debajo

de la del pueblo o sus representantes.

La ideología de la soberanía popular, tal como era expuesta por los partidarios del

Parlamento en década de 1640 le debía mucho a las luchas contra los reyes, así como

también le debía algo a la doctrina del derecho divino que vino a reemplazar, pero el

cambio de énfasis era crucial: el deber hacia Dios cedió el paso a los derechos de los

hombres.

Sin embargo, la vieja ideología del derecho divino no había excluido en general al pueblo

de un papel nominal en la creación de los reyes. No era necesario entonces, que los

partidarios del Parlamento contra Carlos I inventaran una nueva base popular para el

gobierno, sino que tenían que ampliar y hacer más explícito el supuesto papel del pueblo

como origen y definición del gobienro. La definición, tendría que conferir al Parlamento

poderes de gobierno independientes de los que el pueblo pudiera haber conferido al rey, y

preferiblemente superiores. El objetivo inmediato de las ficciones era ampliar el poder no

del pueblo mismo, sino de los representantes del pueblo. En consecuencia, las primeras

formulaciones de soberanía popular en Inglaterra, de las que nunca escapó del todo,

otorgaron al pueblo el poder supremo de elevar a sus representantes elegidos.

El portavoz más elocuente de la nueva ideología fue Henry Parker, secretario del ejército

del Parlamento. Según su opinión, el pueblo de la nación, haciendo uso de sus poderes

otorgados por Dios, decidió ser gobernado por reyes de sucesión hereditaria. Al hacer la

elección, pusieron límites a los poderes del rey en leyes fundamentales y previeron posibles

limitaciones subsiguientes para ser impuestas por sus representantes en el Parlamento. Si el

rey, infringiera la confianza puesta en él, el pueblo a través de sus representantes podía

resistirse con todo derecho y en última instancia deponerlo. Dado que por este

razonamiento, el Parlamento había efectivamente creado al rey y le había puesto límites,

resultaba obvio que el Parlamento era el mejor juez de esos límites. Esta formulación, tenía

la gran ventaja de dotar al Parlamento no sólo de una parte de los poderes de gobierno, sino

también del poder inherente al pueblo, el poder de dar comienzo, cambiar y dar por

terminados los gobiernos. Aunque era una minoría de la población la que votaba, sólo se

Page 57: Resumenes Prácticos Historia Moderna

necesitaba un esfuerzo de la imaginación para ver a las elecciones parlamentarias como el

acto por el que “el pueblo” confería al Parlamento su poder soberano.

Que la acción directa del supuesto pueblo debía seguir siendo ficticia, aparte del elemento

de realidad de las elecciones parlamentarias, era algo que estaba totalmente de acuerdo con

las necesidades y los deseos del Parlamento en la disputa con el rey. El Parlamento

necesitaba el apoyo popular, necesitaba hombres que lucharan contra los ejércitos del rey y

necesitaba dinero para pagarles, pero no quería que ningún cuerpo popular fuera del

Parlamento metiera manos en el asunto. Aunque la nueva ideología podía alentar sin

peligro un mayor grado de participación popular en el gobierno que la antigua, su propósito

seguía siendo el mismo; persuadir a las mayorías para hacer que se sometieran al gobierno

de las minorías.

Los monárquicos comenzaron a cuestionar las bases de esta nueva ficción. El Parlamento,

que afirmaba representar a una entidad cambiante (el pueblo), en realidad, sólo

representaban a una pequeña fracción. Mujeres, niños, e incluso la mayoría de los adultos

varones poco o nada tenían que ver con la elección de los representantes. Y mientras

algunos municipios y ciudades del país tenían asignados representates, algunos de los más

grandes no los tenían.

Los autores monárquicos llegaron incluso a sugerir que el pueblo podía retirar todo el poder

de la Cámara de los Comunes y colocarlo en el rey solo. Si el pueblo era soberano, podía

poner el poder donde quisiera. A medida que la disputa continuó, aunque el ejército

parlamentario llevaba la ventaja, sus voceros en la prensa estaban dispuestos a reconocer

que “el partido más grande es el del rey”.

En la medida que los monárquicos rechazaban en general la soberanía popular, estaban

discutiendo una causa perdida. Pero al desafiar la afirmación del Parlamento de ser el único

depositario de esa soberanía, ampliaron las dimensiones de la ficción y colaboraron en su

futuro éxito como base del gobierno moderno.

Al dotar al pueblo con la autoridad suprema, pues, el Parlamento pensó solamente en

dotarse a sí mismo. Esta intención dominó su respuesta a la presión popular, incluso en la

forma tradicional de las peticiones. Cuando “los más importantes habitantes de la ciudad de

Londres” hicieron una petición de una menor intransigencia en las negociaciones

parlamentarias con el rey, el Parlamento respondió que su condición de depositaria de los

Page 58: Resumenes Prácticos Historia Moderna

derechos de todo el reino no le permitiría satisfacer a una parte del reino, y en estallido de

franqueza admitió “no queremos que el pueblo nos solicite nada en absoluto”.

El Parlamento que asumió esta arrogante posición es apropiadamente el Parlamento Largo.

Votado en 1640, siguió siendo el cuerpo gobernante del reino en 1653. Durante ese tiempo

la mayoría de sus miembros partieron para unirse al rey o murieron,o fueron expulsados y

la mayoría no fue reemplazada en nuevas elecciones. Fue esta minoría, siempre en

disminución, la mayoría de ellos elegidos en 1640, la que decidió expresar hasta 1653 la

voluntad del pueblo.

Gracias a sus ejércitos, el Parlamento sobrevivió al desafío monárquico en el campo

de batalla. Pero la debilidad misma de su afirmación de representar al pueblo,

combinada con su larga duración y la creciente lejanía de sus electores, invitaba a

desafíos que iban más allá del creado por los monárquicos.

Para el verano de 1645, mientras las fuerzas del rey, trastabillaban hacia la rendición,

voces desde dentro de las filas comenzaron a exponer las deficiencias de la pretensión

parlamentaria y a solicitar reformas que achicaran la brecha que separaba la ficción

de los hechos.

Las voces venían de muchas direcciones. Un grupo, creyendo que la Quinta Monarquía

anunciada en el Apocalipsis estaba cerca, solicitó el establecimiento de inmediato de un

gobierno teocrático en manos de santos. Otro grupo, que llegó a ser conocido como los

cavadores (diggers), decidió abandonar casi todas las relaciones y las instituciones que los

habían ligado a otros hombres hasta ese momento. Armados solamente con azadas y

visiones místicas, empezaron a cavar en los terrenos comunes y solicitaban poner fin a la

propiedad privada y a las diferencias sociales. Pero otro grupo, etiquetado por su

adversarios como niveladores (levellers), aunque no logró conseguir la mayoría de sus

objetivos, estuvo mucho más cerca.

Que los levellers, llegaran a estar tan cerca del éxito como lo estuvieron en su propio

tiempo se debió a la influencia que ejercieron sobre otro grupo que también estaba

insatisfecho con el Parlamento, concretamente el ejército que libraba las batalles de éste.

Tanto el ejército, como los levellers, dentro y fuera del Parlamento, estaban comprometidos

con la supremacía del Parlamento sobre el rey. Pero al igual que los monárquicos, con los

que en algún punto casi unieron fuerzas, se fueron sintiendo cada vez más descontentos con

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el Parlamento, tal como existía. Y su descontento, los impuso a pensar más seriamente el

significado de la soberanía popular, de lo que lo habían hecho los miembros del

Parlamento.

Lo que inicialmente provocó la insatisfacción de los levellers y del ejército, e incluso de

otros grupos, no fue tanto lo que el Parlamento era o no era, sino lo que hacía o dejaba de

hacer. Los miembros del Parlamento se fueron inclinando cada vez más a favor de una

Iglesia presbiteriana nacional, y fueron empujados en esta dirección por la necesidad de

ayuda militar de Escocia, donde los prebiterianos tenían el control. Hacía 1645 parecía que

el Parlamento, dado su curso, iba a imponer el prebiterianismo a todos. Pero, tal como

estaban las cosas, los hombres que componían el ejército se inclinaban cada vez más a

apoyar la Independencia, es decir, la libertad religiosa y la independencia de las diferentes

congregaciones. Oliver Cromwell en particular, que condujo a la caballería en victorias

espectaculares sobre las fuerzas del rey, apoyaba la libertad religiosa, al igual que John

Lilburne, un teniente coronel tan intrépido con la pluma y la tinta como la era de Cromwell.

Las propuestas de los levellers, desmentían el nombre que sus adversarios les habían

puesto. La palabra “levellers” (nivelador) implicaba un deseo de nivelar las diferencias

sociales y económicas. Sin embargo, los mismos levellers, se quejaban muy poco acerca de

la composición social de la Cámara de los Comunes. Ellos expresamente negaban tener

alguna intención de nivelar los patrimonios, y querían que la Cámara también los negara.

Sus propuestas para reformar la Cámara estaban dirigidas, no tanto contra el hechode que

estaba dominada por una elite social como contra la desigual descripción geográfica de las

bancas y su larga duración. Querían elecciones anuales y una asignación de escaños entre

los condados de Inglaterra proporcional a su población. Hablían ampliado el derecho al

sufragio, excluyendo sólo a las mujeres, a los niños, a los criminales, a los sirvientes, a los

indigentes.

La extensión del sufragio y de la representación podría muy bien haber dado como

resultado una cierta ampliación en la composición de la Cámara de los Comunes para que

incluyera a hombres de menor rango, pero si ése fue el objetivo de los levellers, no lo

expresaron. A pesar del propósito de la eliminación de la Cámara de los Lores, los levellers

no propusieron la abolición de la nobleza.

Page 60: Resumenes Prácticos Historia Moderna

Aunque la reforma de la Cámara de los Comunes propuesta por los levellers apuntaba a

permitirle hablar más sinceramente de lo que ellos consideraban la voluntad del pueblo,

nunca reclamaron como hizo Henry Parker, que el Parlamento fuera “el pueblo” mismo.

Y a medida que se fueron sintiendo más y más desilucionados con el Parlamento existente,

fueron pensando cada vez más en términos no meramente de reformarlos, sino de encontrar

maneras adicionales, alternativas, más directas, de expresar la voluntad popular, y con ello

controlar a cualquier parlamento futuro que escapara al control popular, como lo habría

hecho éste.

Los levellers, efectivamente, habían identificado el problema principal de la soberanía

popular, el asunto de poner límites a un gobienro que hacía derivar su autoridad de un

pueblo por quien sólo él, según aseguraba, tenía el derecho de hablar.

Richard Overton, reiteró la idea el siguiente año al decir a los miembros del Parlamento: “ni

ustedes, ni nadie más puede tener poder alguno para involucrar al Pueblo en los temas que

conciernen a la adoración de Dios”. Una vez que se admitió que había poderes que el

pueblo no podía conferir a su gobierno, era natural extender la limitación acerca de lo que

el pueblo podía otorgar, así como limitar la amplitud de los poderes que otorgaba o había

otorgado. Overton proporcionó una base teórica para la primera clase de limitación

proporcionando un poder igual a todos los hombres sobre sus propios cuerpos.

Lo que los levellers, proponían era un “Acuerdo del Pueblo”1 que debía ser firmado por

todos los ingleses que estuvieran de acuerdo con transferir a sus representantes los poderes

allí especificados.

El Parlamento no podía legislar sobre religión, no podía reclutar hombres para el ejército o

la marina, no podía otorgar privilegios o exenciones legales a ninguna persona individual ni

a ningún otro grupo, no podía enviar a prisión por deudas, ni imponer penas graves para

delitos triviales. Asimismo, se consideraba que “ninguna ley del Parlamento es o puede ser

inalterable, y por lo tanto, no puede constituir una seguridad suficiente para evitar daño a

alguien, por lo que otro Parlamento puede decidir, en caso de que sea corrupto; y además,

los Parlamentos deben recibir la totalidad de su poder y su confianza de aquellos que se la 1 No todos defendían la república, aunque muchos si, y la entendían más como un medio que como un fin. Su principal texto programático es el “Pacto del Pueblo”, una auténtica ley constitucional, en donde mediante el sufragio universal, se elegían unos representantes legisladores (Cámara de los comunes), siendo un poder delegado por el pueblo. También este “Pacto” tenía aspectos “contractualistas”, muy al estilo del futuro “Contrato social” de Rousseau. También es considerado como un modelo al futuro “Bill of Rights” de la independencia de los Estados Unidos

Page 61: Resumenes Prácticos Historia Moderna

otorgan, por tanto el pueblo debe declarar cuál es su poder y su confianza”. La respuesta del

Parlamento existente a la propuesta fue como podía esperarse: el Acuerdo del Pueblo,

proclamó la Cámara de los Comunes, es sedicioso, “destructor de la esencia de los

Parlamentos y del gobierno fundamental del Reino”.

Aunque los levellers continuaron insistiendo en la adopción del Acuerdo del Pueblo como

una constitución fundamental, el Consejo del Ejército, cada vez más dominado por Oliver

Cromwell, y su yerno, Henry Ireton, desvió sus esfuerzos e hizo del ejército mismo el

instrumento para el supuesto control popular del Parlamento.

Al hacerse cargo del gobierno, el ejército continuó actuando a través del Parlamento. Fue

un Parlamento que debía su existencia más a los mandatos del ejército que a la elección

directa, pero el ejército justificaba sus dictados en nombre de pueblo. Incluso mientras

continuaban debatiendo un posible Acuerdo del Pueblo, los portavoces del ejército

explicaban que aunque era reclutado por el Parlamento, en realidad era el agente apropiado

del pueblo.

Después de la ejecución del rey, que fue más allá de la deposición que los levellers

proponían, protestaron con vehemencia (los levellers) contra las “nuevas cadenas de

Inglaterra” impuestas por el ejército y por lo que quedaba del Parlamento Largo al gobernar

sin la autorización del pueblo y sin considerar los límites que habrían sido fijados por un

Acuerdo del Pueblo”. El ejército respondió, en marzo de 1649, arrestando a Lilburne,

Overton y Price. Un motín producido por sus partidarios en mayo de 1649 fue rápidamente

aplastado, y con él desapareció toda esperanza de un Acuerdo del Pueblo. En septiembre, el

infatigable Lilburne hizo público un llamamiento a la acción popular para elegir una

asamblea representativa para reemplazar y derrocar al Parlamento existente y establecer los

principios del Acuerdo. Pero para entonces la debilidad de la respuesta dejó en claro que la

causa de los niveladores estaba perdida.

Los dos cuerpos del pueblo

La desaparición de los levellers y su Acuerdo del Pueblo, dejó sin respuesta a la pregunta

de cómo las personas reales podrían ejercer la reconocida “soberanía del pueblo” sobre un

gobierno cuya afirmación de representarlo se estaba haciendo cada vez más difícil de

acreditar. La credibilidad del gobierno sin reyes sólo se hacía más dudosa por el esfuerzo de

fortalecerla a través de un “Compromiso” al que se suponía que todos los ciudadanos

Page 62: Resumenes Prácticos Historia Moderna

suscribían. El nuevo compromiso decía simplemente que los firmantes “serían leales y

fieles a la República de Inglaterra tal como está establecido ahora sin rey, ni Cámara de

Lores”. En lugar de un Acuerdo del Pueblo que ponía límites al gobierno, éste ofrecía al

Parlamento y a sus amos militares un cheque en blanco para gobernar como quisieran.

En apoyo de una apuesta por el poder tan audaz, los voceros del ejército del Parlamento

ofrecieron argumentos que entregaron la soberanía del pueblo a los batallones más fuertes

en una nueva especie de derecho divino.

Marchamont Nedham, que iba a obtener una reputación no merecida como pensador

político, proclama la superioridad del gobierno existente tanto sobre la monarquía como

sobre la clase de gobierno prevista en el Acuerdo del Pueblo.

La respuesta de los que tuvieron el valor de darla fue negar que los miembros de la Cámara

de los Comunes pudieran otorgarse a ellos mismos el valor supremo. Si el gobierno del rey,

los Lores, y los Comunes, juramentados en la Liga Solemne y el Pacto, iba a ser

modificado, debía serlo por el pueblo mismo, no por los representantes elegidos por el

ejército entre los representantes elegidos por el pueblo para formar parte de ese gobierno

que el ejército y lo que quedaba del Parlamento Largo, habían destruido.

Los adversarios del compromiso, se había aferrado a una distinción que iba a volverse

fundamental para el desarrollo posterior de las ficciones que constituyeron la soberanía del

pueblo: la diferencia entre el poder de legislar expresado en una asamblea representativa

elegida, por un lado, y lo que hoy se llamaría poder constituyente, es decir, el poder de

comenzar, terminar o cambiar el gobierno del que esa asamblea era una parte, por otro lado.

El poder constituyente tenía que ser superior al legislativo. El ejército, alegaba para sí ese

poder, alegó ser el pueblo cuando purgó la Cámara de los Comunes de aquellos miembros

que, precisamente, habían traicionado su confianza.

El ejército hizo valer su reclamo otra vez cuando Cromwell disolvió sucesivamente lo que

quedaba del Parlamento Largo y luego el Parlamento Barebones, cuyos miembros habría

nombrado él mismo. En diciembre de 1653 decretó un la nueva constitución, el

“Instrumento de Gobierno”, que le concedía la mayoría de los poderes que antes

correspondía al rey, asistido por Consejo de Estado y un Parlamento elegido. La muerte de

Cromwell fue seguida de cambios, incluyendo la destitución de los miembros

sobrevivientes del Parlamento Largo y finalmente la restauración de la monarquía en 1660.

Page 63: Resumenes Prácticos Historia Moderna

La mayoría de estos cambios fueron hechos en nombre del pueblo soberano. Aunque

muchos de los monárquicos que dieron la bienvenida al regreso del rey estaban dispuestos a

reafirmar su derecho divino, otros se daban cuenta que el derecho divino ya no era

necesario para la monarquía, ya que la soberanía del pueblo no ofrecía ningún obstáculo

para la restauración del rey.

Lo que la soberanía popular requería, por lo menos a los ojos de los que pensaban

seriamente en ello, era un medio por el que algún cuerpo o varios capaces de hacerlo

pudieran hablar de manera decisiva y auténtica en nombre del pueblo para controlar al

gobierno, fuera o no monárquico, dentro de los marcos y los límites que ese cuerpo con voz

determinara para él.

La mayoría de aquellos que se ocuparon del problema reconocieron la necesidad de

establever un conjunto de leyes fundamentales que expresaran la voluntad del pueblo de

una manera perdurable, superior a las necesidades y ambiciones de las personas que

pudieran ser asignadas para llevar a cabo las tareas cotidianas del gobierno.

Isaac Penington: sostenía que el Parlamento debía conservar la condición de súbditos. No

debían intentar administrar el gobierno, debía ser lo que el nombre de la Cámara de los

Comunes implicaba, personas comunes y corrientes, y debían regresar tan rápidamente

como fuera posible a ser simples súbditos, para sentir los efectos de las medidas que ellos

aprobaban como representantes. Al indicar cuáles debían ser esas medidas, Penington no

intentó excluir al Parlamento de hacer cambios constitucionales. Describía sus poderes

constituyentes, correctivos y modificatorios como poderes extraordinarios, “por encima del

poder común existente”, con lo cual parece haber querido referirse al poder ejecutivo o

“administrativo”. Se abstuvo de especificar de qué manera debían ser seleccionados

aquellos que iban a ejercer ese poder. Aparentemente serían elegidos de manera indirecta

por el voto popular, pero claramente debían de ser diferentes del Parlamento. Lo que se

había desviado en Inglaterra, era que el Parlamento había asumido este alto poder que

anteriormente se centraba en el rey. El correcto uso del Parlamento, sostenía, era ser un

límite a las extravagancias del poder. La solución de Penington no era crear un nuevo

cuerpo representativo, sino restaurar el Parlamento para devolverlo a su viejo

carácter.

Page 64: Resumenes Prácticos Historia Moderna

Harrington: estaba convencido de que la distribución del poder político en cualquier

gobierno estable debe depender de la distribución de la tierra. En Inglaterra, tanto la tierra

como el poder habían estado alguna vez en manos del rey y la nobleza, pero durante el siglo

precedente la tierra se había distribuido mucho más extensamente entre la gentry y la

yeomanry. Las guerras civiles, argumentaba, eran el producto del desequilibrio producido

mientras el gobierno se ajustaba al cambio. El gobierno estable, debía ser entonces,

republicano, que era en eso que se había convertido con el poder político tan extensamente

distribuido.

Harrington, no tenía las esperanzas puestas en establecer una república por la acción del

pueblo o sus representantes. En lugar de ello, tenía sus ojos puestos en un héroe

conquistador Oliver Cromwell, para poner en práctica su plan. Los representantes (elegidos

por voto popular) debían estar limitados a su carácter local de súbditos. Debían ser lo más

aproximado posible a una réplica del pueblo en general. Debían ser competentes para

comprender de qué modo una ley propuesta, diseñada por el senado republicano, los

afectaría como súbditos y por lo tanto aceptarla o rechazarla.

El plan leveller de un Acuerdo había sido descartado, pero la idea detrás de él, de un pueblo

que actúa por separado de su gobierno para crearlo y limitarlo es lo que está en el corazón

de la soberanía popular. Después de descartarlo, varias personas continuaron pensando en

el tema de dar al pueblo una voz de control fuera de la estructura del gobierno:

Henry Vane: sostenía que el ejército era lo que más acercaba a una encarnación del

pueblo. Había llegado el momento, para que el ejército usara ese poder y así alcanzara los

objetivos por los cuales había luchado contra el rey y había destituido un Parlamento

irresponsable, debía ejercer la soberanía del pueblo para establecer constituciones

fundamentales de gobienro.

La manera de llevar a cabo el establecimiento de constituciones fundamentales era a través

de un “consejo general o convención de hombres fieles, elegido para ese propósito por el

consentimiento libre de todo el cuerpo de partidarios de esta causa”. Correspondía al

general al mando del ejército encargarse de las elecciones y decidir el momento y lugar de

reunión. Tal vez, las más importantes de las recomendaciones de Vane fue de que esta

“convención no se ocupa precisamente de legislar, sino solo de debatir libremente y acordar

los detalles que, a modo de constituciones fundamentales, se establezcan y sean

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inviolablemente observadas, como condiciones sobre las cuales todo el cuerpo así

representado dé su consentimiento para incorporarlo en la organización civil y política, y

bajo la forma visible de gobierno allí decidida”. Cuando el documento estuviera

terminadao, debía ser “suscripto por cada uno de los miembros del cuerpo de manera

individual en testimonio del consentimiento particular de cada uno de todos dado por ese

mismo acto.

La acusación de sedición tanto contra Vane como contra los levellers puede recordarnos

que la soberanía popular seguía siendo, como las ficciones que la precedieron, una manera

de conciliar a las mayorías con el gobierno de las minorías.

Los gobiernos que se sucedieron desde 1642 hasta 1660 no llegaron a lograr el equilibrio

correcto.

Ninguna de las propuestas de Vane, Harrington o Penington fue considerada seriamente.

La revolución cautelosa

En 1661, las nuevas elecciones produjeron un Parlamento cuyos miembros, que

permanecerían allí durante los próximos dieciocho años, demostraron desde el principio

una deferencia hacia el rey que pareció significar la muerte definitiva de la soberanía

popular. Por una ley esopecífica, los miembros negaron cualquier autoridad legislativa

aparte de la del rey y con su aprobación restringieron las peticiones populares, dejaron sin

efecto la Ley Trienal y le restauraron a la Iglesia de Inglaterra la preeminencia.

El clero de la Iglesia restaurada respondió con gratitud con reafirmaciones del derecho

divino del rey. Durante los siguientes treinta años, con la ayuda de autores seculares de la

misma idea, hicieron lo máximo que pudieron para desmantelar todos los instrumentos de

opinión que ubicaban el origen y la justificación del gobierno en el pueblo.

De esto se seguía que las leyes diseñadas por los representantes del pueblo en el Parlamento

obtenían toda su autoridad sólo del monarca que las aprobaba. Sólo el rey poseía soberanía.

El rey no puede equivocarse y si lo hiciera, el pueblo debe soportarlo.

Ni el Parlamento Convención de 1660 ni sus sucesores bajo Carlos II votaron el dinero

suficiente para cubrir las necesidades del rey. Por cierto, si Carlos hubiera estado dispuesto

a reducir sus gastos, podría haber vivido muy bien durante bastante tiempo con lo que le

asignaron. Pero Carlos acumulaba deudas, y cuando los comunes descubrieron que él les

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mentía con regularidad acerca de para qué necesitaba el dinero, se volvieron cada vez más

precavidos respecto a concederle las sumas que él pedía sin algún tipo de garantía.

El Parlamento, promulgó leyes adicionales para castigar cualquier tipo de disenso con la

restaurada Iglesia de Inglaterra. Pero el mismo Carlos II no era de ninguna manera

intolerante y sus ambiciones políticas incluían adquirir libertad de movimiento tanto

respecto de la Iglesia como del Parlamento. Su primera prueba en aguas turbulentas fue una

Declaración de Indulgencua en 1662 por la que habría suspendido la vigencia de las leyes

contra el disenso tanto católico como protestante de la Iglesia de Inglaterra, desafiando os

estatutos parlamentarios. La ola de protestas que debió de enfrentar indicó que el momento

no era el adecuado. La Cámara de los Comunes, respondió con una resolución de “que

leyes parlamentarias penales, en temas eclesiásticos, sólo pueden ser derogados por ley del

Parlamento”.

Como poco a poco se hizo evidente que Carlos no tendría hijos legítimos, Jacobo, entonces

duque de York, se convirtió en heredero forzoso. Un rey católico era una posibilidad

alarmante. Carlos disolvió cuatro Parlamentos en poco más de dos años, en varias

ocasiones ofreció medidas que protegieran a la Iglesia y mantuvieran la administración del

gobierno en manos protestantes en caso de una sucesión papista. Pero se mantuvo firme en

su insistencia de no permitir que se alterara la sucesión. Sobre esta cuestión el

Parlamento y el país se dividieron por primera vez en whigs, que apoyaban la

exclusión, y tories, cuyo miedo a alterar la Constitución interfiriendo en la sucesión

superaba su miedo a un rey papista.

En la histeria producida contra el complot papista, los whigs temían que Jacobo o cualquier

otro soberano católico, una vez en el trono y apoyado por las fuerzas siniestras e

inescrupulosas dentro y fuera del país, eliminara todas las barreras constitucionales contra

el catolicismo y el gobierno arbitrario que iba con él.

El tipo de soberanía popular de los whigs hacía hincapié de manera consecuente, en la

adhesión a la antigua constitución de rey, Cámara de los Lores y Cámara de los Comunes.

Negaron vigorosamente la afirmación tory de que la autoridad legislativa derivaba

únicamente del rey y reafirmaron el reclamo de principios de la década de 1640 de que el

poder del Parlamento, otorgado directamente por el pueblo, estaba coordinado con el

otorgado al mismo tiempo al rey. Pero esto no significaba que el Parlamento era superior al

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rey. Aunque ratificaban el derecho del pueblo a resistir a un monarca papista, sus esfuerzos

concretos para excluir a Jacobo daban por supuesta la continuidad inalterada del gobierno

existente, que habría requerido el consentimiento del rey y de la Cámara de los Lores tanto

como el de la Cámara de los Comunes. Tanto su estrategia como la aplicación de la

soberanía del pueblo sobre la que se apoyaban requerían la cooperación de un monarca

reinante que no hubiera perdido, por lo menos hasta ese momento, su derecho al trono.

Después de la disolución de su último Parlamento en 1681, Carlos tomó medidas para

asegurar que cualquier futuro Parlamento que pudieras tener que convocar fuera más dócil

que los que habrían tratado de excluir a su hermano. Dado que la mayoría de los miembros

representaban a los municipios, dio comienzo a un ambicioso proyecto para reducir y

controlar los cuerpos ejecutivos y el electorado de los municipios “regulando” sus cartas.

Carlos obtuvo tanto éxito que cuando murió en 1685, Jacobo lo sucedió en el trono con un

mínimo de oposición organizada.

Jacobo abandonó totalmente a los tories y apostó a conseguir el apoyo de los disidentes con

dos Declaraciones de Indulgencia, comparables a aquellas con las que Carlos se había

quemado los dedos en 1662 y 1672. Algunos disidentes mordieron el anzuelo, pero el

resultado real fue el de unir a whigs y a tories en una causa común contra un rey que

parecía decidido a cumplir con todas las predicciones hechas por aquellos que habían

buscado su exclusión.

Desafortunadamente para Jacobo, el conde de Danby, un una tentativa anterior en busca de

aprobación popular, habría arreglado el matrimonio de María, la hija de Jacobo, con

Guillermo de Orange, el campeón de la causa protestante contra la católica Francia. María

no compartía el entusiasmo de su padre por Roma, y en ausencia de su hermano varón, era

la primera en la línea de sucesión al trono inglés. El 10 de junio perdió su lugar cuando

Jacobo, además de todos sus otros pecados, se convirtió en padre de otro vástago, varón.

El 10 de octubre, Guillermo, con la asistencia de un gran número de importantes políticos,

dio a conocer una declaración en la que se detallaban las muchas violaciones del rey a la

ley inglesa y al derecho constitucional, y la sospecha generalizada de que su supuesto

nuevo heredero no había sido dado a luz por la reina. Guillermo convocó a un Parlamento

libre, con los antiguos requisitos electorales.

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Este era en efecto, un ultimatum, hecho público antes del desembarco de Guillermo con un

ejército para llevarlo a cabo. El ejército no tuvo que dar un sólo golpe. Para fin de año

Jacobo había huido a Francia y una reunión de ex miembros del Parlamento le había pedido

a Guillermo que asumiera la administración temporaria del gobierno y que convocara a una

convención para hacer de todo ello una situación permanente.

La Convención, no sólo podía juzgar la actuación anterior del rey Jacobo y cancelar su

contrato, sino que también podía comprometer a la comunidad en nuevo contrato sobre las

mismas bases, u otras diferentes, con un nuevo rey o una nueva reina.

Cuando la Convención, se reunió el 22 de enero, la mayoría de sus miembros whigs y

algunos tories, estuvieron de acuerdo en una cosa: Jacobo, conservara o no el título de rey,

no se le debía permitir regresar a Inglaterra, por lo menos en el futuro inmediato. En el

primer día de sesión, sin demasiado debate, votaron una misiva de agradecimiento a

Guillermo por haberlos librado del papismo y le pidieron que continuara la administración

del gobierno “hasta que hagamos una solicitud adicional”.

Tan pronto como Guillermo estuvo en el trono, pidió dinero a la Convención. Los

miembros, por lo tanto, tuvieron que dedicir si tenían el poder de recaudar impuestos, algo

que ellos mismos habían dicho en su propia Declaración que sólo un Parlamento podía

hacer. La solución alcanzada, después de muchas cavilaciones, fue declararse Parlamento

sin tener que llamar a nuevas elecciones.

Pero la Declaración de los Derechos tuvo que ser interpretada no como una innovación,

sino como una restauración de la antigua constitución, establecida por primera vez cuando

antepasados sabios salieron de un estado de naturaleza y crearon el gobierno en el que la

Cámara de los Comunes continuaba hablando en nombre del pueblo.

Así pues, de manera cautelosa, los ingleses restablecieron la soberanía popular como la

ficción de gobierno imperante con el Parlamento sin reformar como beneficiario.

LEER ÚLTIMA PARTE EL PUEBLO EN ARMAS (capítulo 7).

Brenner, Mercaderes y revolución.

La interpretación social tradicional de la Revolución inglesa

En las décadas intermedias del siglo XX, la interpretación social tradicional dominó la

historiografía. Desde esta perspectiva, una burguesía en ascenso, compuesta por

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comerciantes e industriales en las ciudades y por terrantenoentes sin títlulo nobiliario o de

la baja nobleza (gentry) y pequeños hacendados en el campo (yeomen), crecidos en los

intersticios del antiguo orden, entraron en conflicto con una vieja aristocracia que había

sido incapaz de adaptarse a las nuevas presiones y oportunidades de la emergente economía

de mercado, y en último término derrocaron a esta aristocracia en la Revolución inglesa.

Desde este punto de vista, el ascenso del comercio más la revolución de los precios

proporcionaron el motor original del desarrollo capitalista en la Inglaterra de los Tudor.

Una nueva burguesía urbana y particularmente una burguesía rural emprendedora

compuesta por gentry y yeomen aprovecharon los nuevos mercados y los arrendamientos

ajustados para aumentar su riqueza y su poder. En contraste, buena parte de las viejas clases

terratenientes fueron incapaces de responder: mantenían una relación paternalista con los

arrendatarios (que era lo opuesto a lo que hacía falta para sacar el máximo beneficio

comercial de la tierra); se mostraban reacios o incapces de aumentar el precio de los

arrendamientos (mientras que beneficiaban a arrendatarios y a quienes estaban dispuestos a

cobrar arriendos muy elevados) y por último, las secciones de la aristocracia se vieron

afectadas por sus elevadas necesidades de consumo.

Para compensar sus dificultades económicas, la aristocracia se vio obligada a pedir ayuda a

la monarquía. Ésta proporcionó socorro mediante cargos cortesanos, y cobrando impuestos

extraparlamentarios a la economía burguesa de reciente desarrollo, limitando su

producción. Como respuesta, la monarquía, se vio obligada por su interés material, a luchar

por la libertad comercial y por las libertades parlamentarias.

Brenner sostiene que esta postura, no ha podido explicar por qué los señores, sometidos a

las presiones y a las oportunidades económicas del período no podían despojarse de sus

clientes y transformar sus heredades en tierras aprovechables y más rentables.

En cuanto a las necesidades de consumo mayores de los aristócratas cortesanos en

comparación con la gentry rural, no es fácil entender por qué éstas no podían quedar

cubiertas, o más que cubiertas, por el acceso de los aristócratas cortesanos a cargos

lucrativos y dádivas.

Brenner plantea distintas críticas. En primer lugar, ahora está bastante claro que, lejos de

sufrir una crisis económica en el período anterior a la Guerra Civil, los pares, que incluían

la mayoría aunque ni mucho menos todos los grandes terratenientes de Inglaterra,

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disfrutaron de una asombrosa prosperidad económica. Ésta fue una época de ascenso, no de

descenso, para la aristocracia y para la clase terrateniente en su conjunto. Dado el aumento

en el precio de los arriendos y de los alimentos, así como la mejora agrícola en los años

comprendidos entre 1580 y 1540, tanto nobles como gentry debían obtener buenos

resultados, siempre que hubieran dejado de mantenerse como señores militares y pudieran

asumir la posición de propietarios absolutos y de terratenientes comerciales, imponiendo a

sus arrendatarios, unos arriendos determinados por el mercado. Para 1640, había emergido

en Inglaterra una clase terrateniente, en general era capitalista, en el sentido de depender de

que los agricultores comerciales pagasen arriendos competitivos, y no una clase

terrateniente dividida entre sectores avanzados y atrasados.

En segundo lugar, como consecuencia directa de su transformación socioeconómica, las

clases terratenientes superiores pudieron, en términos relativos, constituirse en una

aristocracia extraordinariamente homogénea. Había pocas distinciones sociales o políticas

drásticas entre los ocupantes de la capa superior de la clase terrateniente, compuesta en

gran medida, aunque no completamente, por pares, y los de capas inferiores. Como

resultado, los pares y otros grandes terratenientes sin título, que tendían a ocupar el

liderazgo político y los puestos de gobierno más elevados (en el Consejo del rey, “en la

corte”, así como en ambas cámaras del Parlamento y en los principales cargos de gobierno

de cada condado) diferían principalemte en cantildad y en calidad de los demás miembros

de la nación política inglesa. Además, entre la clase terrateniente inglesa y sus arrendatarios

agricultores capitalistas no había un abismo insuperable como el que separaba a las

aristocracias de buena parte de Europa y sus arrendatarios campesinos.

En tercer lugar, la Revolución inglesa enfrentó inicialmente a una clase de terratenientes

socioeconómicamente y políticamente unificada contra el monarca y su limitado número de

partidarios, procedentes en gran medida de los cortesanos dependientes (pregunta mía: no

eran terratenientes?), las capas superiores de la jerarquía eclesiástica, y los mercaderes y

magistrados privilegiados de Londres.

Las versiones existentes de la interpretacion social tradicional han sido incapaces de

especificar, cuál era la burguesía revolucionaria y cuál no. Han sido incapaces, por lo

tanto, de superar la propuesta de que dicha burguesía estaba constituida, al menos en

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parte, por las “clases comerciales” en general, sin definirlas adecuadamente o

distinguir entre ellas.

Las críticas revisionistas

La actual escuela revisionista fundamenta su crítica a las ortodoxias historiográficas

precisamente tomando como punto de partida el descrédito del argumento dado por la

interpretación social tradicional de que las ideas constitucionales y religiosas opuestas que

se plantearon en el transcurso de los conflictos del siglo XVII representaban armas

ideológicas, respectivamente, de una burguesía rural y urbana en ascenso y una aristocracia

feudal en decadencia. Los revisionistas, interpretan que el fracaso de la interpretación social

tradicional significa que es imposible ofrecer cualquier interpretación social.

Basándose en el rechazo a cualquier base social sistemática para los conflictos políticos del

siglo XVII, los revisionistas presentan una versión alternativa: durante las primeras décadas

del siglo XVII, las unidades políticas eran incontables facciones cortesanas atomizadas,

provincianas comunidades condales, grupos de interés económico definidos estrictamente,

y políticos ambiciosos, así como, por supuesto, monarcas y favoritos. En este marco, han

entendido el vaivén de los acontecimientos políticos en general, como resultado de las

luchas desorganizadas y a menudo mal informadas entre las dispares unidades opuestas que

pretendían garantizar sus intereses privados usualmente efímeros y alcanzar sus

ambiciones. Principal exponente, Russell. Sostiene que el Estado inglés no estaba

preparado para la guerra como consecuencia del miope provincianismo de las clases

terratenientes (la falta de interés de las comunidades condales por los asuntos exteriores, la

negativa de estas comunidades a financiar operaciones militares), y la consecuente falta de

base financiera de la Corona). En opinión de Russell, el giro del Parlamento, se debió a su

rebeldía contra las exigencias económicas del Estado. Asimismo, para Russell, la Guerra

civil sólo se situó en la agenda debido a otro acontecimiento exógeno: el estallido de la

rebelión irlandesa.

Hacia una nueva interpretación social

La fundamental objeción a primera vista a la concepción planteada por los revisionistas

sobre la política del siglo XVII como algo constituido por choques entre intereses

individuales y de grupo en esencia particularizados dentro de un contexto político general

de consenso ideológico es que puede demostrarse que los conflictos políticos análogos

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sobre cuestiones constitucionales y religiosas esencialmente similares estallan en múltiples

ocasiones durante el período anterior a la Guerra Civil y, de hecho, durante todo el siglo

XVII, y que quienes se oponían entre sí en estos enfrentamientos plantearon

constantemente su postura en función de conjuntos de principios muy similares, principios

que son incomprensibles meramente como racionalizaciones improvisadas para propiciar

intereses estrictamente personales, facciosos o locales a corto plazo. Desde este punto de

vista, ciertamente las guerras proporcionaron en muchos casos una ocasión de conflicto.

Pero no tanto porque planteasen problemas indisolubles a una monarquía escasa de recursos

y de personal enfrentada a una nación política insensible a las necesidades del Estado

contemporáneo. Se debió más en general, a que la declaración de guerra de la monarquía

tendía a hacer aflorar precisamente las cuestiones de principios constitucionales y religiosos

(referentes a las competencias parlamentarias, a las libertades individuales, y al carácter y a

la seguridad del régimen protestante) más debatidos.

De esta forma, Brenner sostiene que una de las mejores formas de devolver el conflicto de

principios sobre la constitución y la religión al lugar que le corresponde en el centro de la

interpretación política del siglo XVII es la de volver a asociar las ideas constitucionales y

religiosas con los contextos sociopolíticos y económicos de los que surgieron: las

experiencias que debían comprender, los intereses que debían perseguir y las estructuras

que defendían

Brenner afirma, por lo tanto, que los exponentes de la interpretación social tradicional no

andaban, de hecho, desencaminados en un aspecto fundamental: buscaron muy

adecuadamente las raíces de los conflictos políticos del siglo XVII en problemas

estructurales que afloraron como consecuencia de la transformación a largo plazo de la

sociedad inglesa en una dirección capitalista a partir del período medieval tardío. Los fallos

principales de su teoría derivan, por el contrario, de la posición básica de que la transición

al capitalismo se produjo en Inglaterra mediante la aparición de una sociedad burguesa en

el seno de una estructura feudal en gran medida inerte y restrictiva que abarcaba a una

parte significativa de la clase terrateniente. En contraste, el autor sostiene la idea de que el

capitalismo se desarrolló en Inglaterra desde finales del período medieval mediante la

autotransformación de la vieja estructura, específicamente la autotransformación de las

clases terratenientes.

Page 73: Resumenes Prácticos Historia Moderna

Como resultado, el ascenso del capitalismo se produjo dentro del caparazón de la propiedad

señorial y por lo tanto, a largo plazo, sin contradicciones con la aristocracia terrateniente, ni

en detrimento de ella, sino para beneficio de dicha clase. Al mismo tiempo, las “clases

comerciales”, lejos de ser uniformemente capitalistas o estas ideológicamente unificadas,

estaban divididas, y de manera crucial enfrentadas, como consecuencia de sus diversas

relaciones con la producción, la propiedad y el Estado. Este punto de vista, permite,

empezar a enteder las diferentes perspectivas políticas y religiosas de los grandes actores

sociopolíticos tratados en el libro como, en aspectos cruciales, respuesta a diferentes

intereses y experiencias arraigados en sus diferentes relaciones con el desarrollo capitalista

y las consecuencias de dicho desarrollo.

La transición del feudalismo al capitalismo en la tierra equivalió en esencia a la

transformación de la clase dominante en una clase cuyos miembros dependían

económicamente, en último término, de sus competencias jurídicas y del ejercicio directo

de la fuerza sobre un campesinado que poseía sus medios de subsistencia, en una clase

dominante cuyos miembros, que habían cedido el acceso directo a los medios de coerción,

sólo dependían económicamente de sus propiedad absoluta de la tierra y de las relaciones

contractuales con arrendatarios comerciales libres y dependientes del mercado (que cada

vez contrataban más trabajadores asalariados), defendidos por un Estado que había acabado

por monopolizar la fuerza. La dependencia que los señores feudales tenían en último

término de sus poderes extraeconómicos feudales se demostró en el período de caída de la

población, a partir de mediados del siglo XIV. En esta época, los señores se vieron

obligados a retornar a la reacción señorial y a la legislación parlamentaria para tener una

esperanza de mantener sus impuestos señoriales, pero no lograron impedir el hundimiento

de sus señoríos bajo la presión de la resistencia y la huida de los campesinos, lo cual les

hizo perder la capacidad de recibir rentas coercitivas, y de impedir que los campesinos

alcanzasen su condición de hombres libres. Acabaron, por lo tanto, dependiendo

económicamente sólo de su tierra. Como consecuencia, sufrieron un desastroso descenso de

ingresos. Los señores sí consiguieron en la época posterior garantizar la nuda propiedad de

sus fincas, en parte contra las reivindicaciones de los arrendamientos consuetudinarios, en

parte manteniendo amplias parcelas de explotación directa como herencia del período

medieval. Consiguieron así, capacidad para exigir rentas comerciales y competitivas, no

Page 74: Resumenes Prácticos Historia Moderna

sólo consuetudinarias y fijas, a sus arrendatarios, y no sólo pudieron aprovechar el aumento

de precios de los alimentos y la tierra que marcaron la mayor parte de la Edad Moderna

inicial, sin también la creciente competencia en el mercado de tierras y de productos entre

sus agricultores arrendatarios comerciales. Debido a su autotransformación, los grandes

terratenientes consiguieron, así, acumular su riqueza y su poder social directamente sobre la

base de la propiedad y el desarrollo capitalista.

Brenner, continuación resúmen fer

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Aunque la monarquía no tenía el objetivo a largo plazo de establecer un estado absolutista y

las clases parlamentarias no tenían el objetivo consciente de establecer la soberanía

parlamentaria, los dos estaban casi obligados a perseguir sus objetivos políticos y defender

su propia concepción de la monarquía mixta (las prerrogativas y los derechos allí

defendidas) de modo que podían con facilidad conducir en una u otra dirección. Es decir,

meramente para defender su propia concepción del statu quo, la monarquía estaba casi

obligada a intentar aumentar los recursos económicos y administrativos que fuese capaz de

obtener mediante el ejercicio de la prerrogativa: establacer, por así decirlo, una base

material independiente para sí misma, en especial para aumentar y mantener su clientelismo

patrimonial. Las clases parlamentarias, por su parte, tendían a intentar limitar drásticamente

la capacidad del monarca para imponer tributos sin consentimiento parlamentario y

restringirle el uso de la Iglesia, para fines políticos. No es sorprendente, por lo tanto, que

tanto la monarquía como las clases parlamentarias tendieran a formular principios

divergentes para explicar y justificar sus acciones, y que la monarquía acudiera a

justificaciones de derecho divino para su obligación de defender el bien público , y las

clases parlamentarias recurriesen a las ideas tracionales de derechos de propiedad y

parlamentarios. Tampoco asombra, que cada uno intentase asegurar su objetivo, mediante

el establecimiento de alianzas con otros elementos sociales con los que compartían

intereses sociales. La Corona, tendía a basar su grupo o alianza estableciendo alianzas con

otras fuerzas sociales, principalmente representantes superiores de la jerarquía eclesiástica,

cortesanos dependientes y mercaderes de compañías ultramarinas privilegiadas

londinenses. Las clases parlamentarias tendían a buscar aliados entre otras fuerzas sociales

Page 75: Resumenes Prácticos Historia Moderna

preocupadas por la defensa de la propiedad privada absoluta, la oposición a la exacción

arbiraria de tributos y la defensa de la causa protestante: en especial entre los arrendatarios

y los campesinos que explotaban sus propias tierras en el campo; los ministros calvinistas

y, en último término, los nuevos mercaderes, los artesanos y los pequeños comerciantes

londinenses.

La tributación extraparlamentaria

Por la idea de la monarquía mixta que siguió constituyendo el marco conceptual aceptado

para la política en la primera mitad del siglo XVII, se suponía que el monarca, en sus

asuntos ordinarios, “vivía por sí”, es decir, basándose en los recursos económicos

políticamente sancionados que le correspondía por las prerrogativas: tierra, privilegios

feudales de diversos tipos, y (más controvertido) impuestos sobre el comercio (imposition).

El Parlamento, estaba en teoría obligado a cubrir las necesidades extraordinarias de la

Corona, sobre todo los gastos militares. No obstante, debido al costoso enfrentamiento de

Isabel con España, cuando Jacobo I ascendió al trono en 1603, la Corona se encontraba en

enormes dificultades financieras que amenzaban su libertad de acción y con ella la

estructura política de doble autoridad. Aún así, Jacobo se sintió obligado a establecer

numerosas gastos de patronazgo para consolidar su dominio y, para empeorar las cosas, era

incapaz de controlar su generosidad con sus amigos. El resultado fue que la Corona, pronto

se vio metida en una deuda creciente, resultado de un gran déficit anual que se había

descontrolado.

Para solucionar su crisis financiera, la monarquía tenía tres alternativas. Podía pedir al

Parlamento que le aprobara subvenciones; podía alcanzar con el Parlamento un acuerdo que

posibilitara un aumento de las fuentes regulares de rentas extraparlamentarias para la

Corona; o podia acudir a medidas para obtener dinero mediante privilegios

extraparlamentarios. La Corona debía acudir a métodos privilegiados de financiación del

gobierno, y en este campo, los impuestos extraparlamentarios sobre el comercio parecían

especialmente prometedores.

No era accidental que la Corona intentase que el peso de sus impuestos extraparlamentarios

recayera, en su mayor parte, sobre los mercaderes de las compañías ultramarinas. Creía,

con razón, que podían contar con estos comerciantes, porque el gobierno monárquico había

demostrado ser un firma apoyo para sus intereses.

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Los mercaderes de compañías estaban más que dispuestos a cumplir su parte de este trato.

Para empezar, su capacidad de mantenerse, de obtener beneficios comerciales, dependía de

la capacidad para comprar barato y vender caro, y por consiguiente, de su capacidad, para

impedir el comercio excesivo en dichos mercados y así, en gran medida, de su capacidad

para ejercer control político en sus mercados. Los mercaderes de la compañía, no sólo

comerciaban basándose en decisiones individuales acerca de la asignación de recursos;

comerciaban en estrecha coordinación con otros miembros de sus compañías

reglamentadas. Las compañías conseguían regular el comercio porque podían, por medios

políticos, limitar la entrada en su actividad, esto sólo era posible mediante privilegios

obtenidos por carta estatal.

Los mercaderes, dependían de una propiedad privada políticamente construída y la

monarquía estaba dispuesta a creársela y mantenérsela a cambio de apoyo político y

financiero. Los mercaderes de compañía, junto a la jerarquía eclesiástica, proporcionaron la

base sociopolítica mejor y más consistente para la Corona durante las décadas anteriores a

la Guerra Civil. En los años culminantes de la crisis de 1637 y 1640, los impuestos sobre el

comercio constituyeron quizá el 40 por 100 de los ingresos anuales de la monarquía y, en

ese período crítico los mercaderes mostraban mucho menos deseo que las clases

parlamaentarias de protestar contra los gravámenes extraparlamentarios.

Las clases parlamentarias contra los gravámenes extraparlamentarios del comercio.

En claro contraste con los mercaderes de compañías ultramarinas, las clases terratenientes

parlamentarias presentaron una oposición constant, militante y de principio a los impuestos

extraparlamentarios sobre el comercio, porque éstos parecían amenazar la posición de los

grandes clases terratenientes en el Estado, y por lo tanto, la propiedad de éstas. Las clases

parlamentarias eran libres de oponerse a estos impuestos sin ambiguedad, porque su

propiedad privada ya no dependía directamente de poderes y privilegios políticos, con el

resultado de que no dependían directamente del apoyo del Estado para su supervivencia

económica. Esto los aportaba de sus homólogas en Europa, ya que su base material

dependía de la propiedad privada políticamente constituida (cargos valiosos, privilegios

concedidos por la Corona).

En 1610, la Cámara de los Comunes proclamó como organismo que las imposiciones

constituían una infracción directa de la ley fundamental o del derecho de propiedad, que el

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rey necesitaba el consentimiento parlamentario para imponer tributos y que las

imposiciones eran, por tanto, nulas de pleno derecho y carecían del efecto jurídico. De

permitir las imposiciones extraparlamentarias, concluía, se vería amenazada la autoridad

del Parlamento, y quizá su existencia misma. En 1614, cuando la Cámara de los Comunes

se movilizó de nuevo para declarar ilegales las imposiciones, sus miembros plantearon casi

con exactitud los mismos argumentos. Jacobo disolvió los parlamentos de 1610 y de 1614

en gran parte por estos conflictos sobre las imposiciones.

En 1625, cuando el conflicto político empezaba a intensificarse, los Comunes adoptaron la

medida extrema de conceder a la Corona el tonelaja (tonnage) y el impuesto por libra de

peso (poundage) sólo por un año y emitieron una advertencia implícita de que el cobro de

imposiciones extra parlamentarias por parte de la Corona sería, objeto de protesta y

resistencia.

Al final del Parlamento de 1626, la Cámara de los Comunes convirtió de nuevo las

imposiciones, así como el tonelaje y el poundage extraparlamentarios, en una cuestión de

derecho, pero la Corona siguió de todos modos recaudando estos gravámenes. Los

impuestos sobre el comercio, se convirtieron en un elemento central de los conflictos

culminantes que tuvieron lugar en las sesiones parlamentarias de 1628 y 1629. Por otra en

parte en 1626-1627, el gobierno había establecido un Préstamo Forzoso. Como resultado en

1628, las protestas de los parlamentarios por los impuestos extraparlamentarios sobre el

comercio se unieron a su oposición al Préstamo forzoso, y de manera poco sorprendente,

los argumentos fueron más o menos iguales en ambos casos.

Poco después, el Parlamento aprobó la Petition of right que reafirmaba el mismo principio,

y Carlos I acabó por aceptarla. No obstante, sólo dos semanas después al descubrir que

Carlos no había renunciado realmente al derecho de cobrar imposiciones

extraparlamentarias sobre el comercio, los parlamentarios se vieron obligados a organizar

una nueva protesta contra ellas, antes de la inminente suspensión del Parlamento por parte

del rey. Menos de un año después, el período de sesiones de 1629 concluyó en tumulto, y

los Comunes exigieron de nuevo que el país se opusiera el gobierno arbitrario negándose a

pagar impuestos sobre el comercio.

El conflicto en materia de religión y política exterior

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La intensificación del conflicto sobre el cobro de tributos extraparlamantarios durante la

tercera década del siglo XVII fue acompañada, por supuesto, por la profundización de los

conflictos sobre las cuestiones irrelacionadas de política exterior y religión. De hecho, a

finales de la década de 1620, las significativas diferencias sobre la religión y la política

exterior amenazaban con explotar precisamente porque se manifestaban en un contexto de

desacuerdo acerca de la autoridad del monarca y los derechos de los súbditos.

La Revolución Bohemia de 1618 y el posterior ataque de las tropas católicas de los

Habsburgo a la Bohemia y el Palatino protestantes, gobernado por el elector Federico,

yerno de Jacobo I, situaron la defensa de la causa protestante urgentemente en la agenda y

sacaron a relucir las diferencias implícitas de la consideración de la religión y política

exterior. Jacobo, intentó que el rey de España interviniese a favor de Federico, en conexión

con su esfuerzo más amplio de establecer una alianza anglo-española, que debía

consagrarse mediante acuerdo matrimonial. Su objetivo, por lo tanto, era el de evitar los

costos posiblemente desastrosos que supondría la guerra en un momento en que el gobierno

se encontraba ya de por sí en una profunda crisis económica, frenar la creciente

dependencia del Parlamento que seguramente provocaría una política bélica y evitar

comprometerse con los holandeses republicanos.

Por el contrario, el arzobispo Abbot y una serie de facciones cortesanas entrelazadas y

dirigidas por el conde de Pembroke intentaban inducir a la Corona a salir en defensa de

Federico estableciendo alianzas con las potencias protestantes europeas para atacar España.

A pesar del alto precio y de la incoveniencia que posiblemente la intervención militar en el

extranjero podría tener para las localidades, la Cámara de los Comunes expresó, en 1621 y

1624, su entusiasmo por una guerra contra España. En el Parlamento de 1624, pareció por

un breve momento que la Corona y las clases parlamentarias se habían unido en sus

perspectivas sobre la política exterior en general. Buckingham y Carlos habían establecido

una alianza con las facciones antiespañolas del Consejo Real y de la nobleza en general, así

como con antiguos opositores a la política real en los Comunes, en torno a una ofensiva

antiespañola.

Desde 1625-1626, secciones crecientes del Parlamento, dejaron de apoyar la política

exterior belicista de la Corona, no porque se opusiera a la guerra en general debido a su

precio, sino porque esta políticaq suponía aventuras militares muy diferentes a los que ellos

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habían aprobado en 1624. Incluso mientras que el Parlamento había completado su tarea,

Carlos y Buckingham negociaban con Francia una alianza que establecía la tolerancia a los

católicos que Jacobo había prometido no conceder.

La participación del país en la guerra supuso un aumento de la presión sobre el régimen e

intensificó el conflicto. Ocurrió, en primer lugar, porque el monarca patrimonial, inclinado

a asumir lo que él y sus colaboradores inmediatos consideraban el lugar y el poder que les

correspondía entre los monarcas de Europa, adoptó políticas exteriores específicas por

medio de una tributación extraparlamentaria, así como otras formas de gobierno arbitrario.

El rey y sus consejeros más cercanos tomaron la creciente oposición del Parlamento a la

política exterior de Carlos en 1625-1626, y más en particular la insistencia en procesar a

Buckingham, el primer ministro de Carlos, como afrentas a la dignidad real y, al menos

implícitamente, como cuestionamientos del derecho real a escoger sus propios consejeros.

Carlos respondió disolviendo el Parlamento. Más para seguir gobernando y prosiguiendo

sus objetivos sin el respaldo económico del Parlamento, se vio obligado, entre 1626 y 1628,

a confiar en los tributos arbitrarios: promulgó el Préstamo Forzoso y empezó a recaudar de

manera sistemática y forzosa imposiciones extraparlamentarias, así como tonelaje y

poundage. Al hacerlo, intentó justificar sus acciones en términos absolutistas.

En este contexto, las diferencias en materia religiosa, pasaron a ser diferencias

fundamentales sobre la naturaleza del Estado y la función que el desempeñaban los sujetos

principales. Por su parte, ante el distanciamiento de buena parte de las clases terratenientes

parlamentarias respecto a sus políticas, el gobierno de Carlos llevó a su conclusión lógica

las perspectivas sobre la religión y la Iglesia que Jacobo había empezado a aplicar en el

período de breve pero intensa polarización acerca del tratado matrimonial con España, a

comienzos de la década de 1620. Maniobró para consolidar su apoyo a miembros de la

jerarquía eclesiástica de los cuales dependía. Esto es explicable, parecería, porque los

miembros de las capas superiores de la jerarquía eclesiástica dependían de que la

monarquía los nombrara para cargos estatales efectivos, que mantenían casi como

propiedad privada. A la Corona, le interesaba, por consiguiente, fortalecer la Iglesia e

incluso estaba dispuesto a defender las pretensioes jurisdiccionales del clero para formar un

contrapeso a las clases parlamentarias.

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Por otra parte, a medida que las iniciativas políticas exteriores e interiores del gobierno,

lideradas por el duque de Buckingham, se desviaban cada vez más agudamente de lo que

los parlamentarios consideraban haber aprobado, y en especial, a medida que la Corona

acudía al gobierno extraparlamentario basándose en los impuestos extraparlamentarios

para proseguir sus iniciativas, los líderes de las clases parlamentarias se vieron obligados a

activar la resistencia extraparlamentaria en los condados. Al hacerlo, se aliaron con un

emergente movimiento de oposición londinense liderados por mercaderes ultramarinos y

acabaron por apoyar cada vez más las actividades propagandísticas, y la organización

religiosa-política de los clérigos calvinistas militantes, en especial en Londres y en East

Anglia.

Las clases parlamentarias y los mercaderes de las compañías ultramarinas