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Capítulo 3

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El Cónsul, Aladios Dante, era el líder absoluto de la Gran Ciudad. Un hombre de una avanzada

edad pero de una gran inteligencia y memoria. Recordaba los nombres de cada uno de sus

ciudadanos, así como el distrito de donde procedían.1El día de hoy llevaba puesto un traje azul

marino muy holgado y con el sello distintivo del Nuevo Orden a la altura del corazón: el Búho

Blanco. Se encontraba revisando unos libros en uno de las salas exclusivas de la biblioteca

central de la Gran Ciudad. Esta grandiosa e increíblemente organizada Biblioteca se

encontraba en el distrito tres; un sector dedicado a la cultura y al aprendizaje.

La opulenta sala contaba con varios pasillos de estanterías de libros que parecían no tener fin y

en donde un enorme búho de mármol blanco decoraba el centro de esta. Aladios leía un libro

que parecía haber llamado mucho su atención. Sin el interés de conseguir una silla y una mesa

donde poder apreciar mejor su lectura, se mantenía de pie dando saltos a las páginas como si

buscara algo. Segundos más tarde, un hombre ingresó al lugar y le comenzó a hablar:

-  Señor Cónsul, el representante del distrito cuatro desea verlo.

Aladios al escuchar lo que su fiel sirviente le dijo, cerró el libro con tranquilidad y le respondió:

-  Dile que ingrese.

-  Sí señor Cónsul.

Mientras el hombre se retiraba, Aladios tomó asiento en una de las mesas de la Biblioteca y

esperó el ingreso de su visita.

Luego, a la exclusiva sala, ingresó un hombre maduro, de unos 40 años, de complexión robusta

y de tez canela, una espesa barba negra le cubría gran parte de su largo y ancho rostro. Este

llevaba unos pantalones color negro y una camisa blanca como la nieve, desabrochada en elcuello y ya algo descolorida. Se acercó al Cónsul y con gran respeto extendió su mano para

saludarlo.

-  Señor Cónsul, buenos días -dijo el hombre-.

-  Buenos días Adriel, siéntate. ¿En qué te puedo ayudar?

Adriel se sentó de frente a su máxima autoridad y comenzó a hablar:

-  Señor, solicité esta reunión para decirle… para pedirle que los trabajos de expansión

de la gran ciudad continúen; todos mis compañeros en el distrito cuatro están listos

para empezar.

El distrito 4 era el distrito en donde todos los obreros de la gran Ciudad Vivian. Estos eran la

mano de obra, un sector fundamental y muy escuchado del Nuevo Orden.

-  Los trabajos de expansión quedaron suspendidos hasta nuevo aviso Adriel.

-  Pero señor, nuestra misión en la vida es asegurarnos que la Gran Ciudad continúe

creciendo; hace varios años que ya no construimos un nuevo barrio o municipio.

-  Adriel, expandirnos bajo tierra ya no será necesario -contestó pasivamente Aladios-.

-  No lo entiendo señor.

1 Aclarar el momento de la narración. En este caso

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-  Tal vez pronto podamos salir.

Adriel al escuchar las palabras de su líder comenzó a dibujar una sonrisa en su boca.

-  Salir… ¿Salir de nuevo a la superficie?

-  Así es, nuestros estudios nos sugieren que lo peor en nuestra atmosfera ya pasó. Es

cuestión de semanas para que nos den el visto bueno para poder salir y construir

afuera una nueva y mejorada ciudad.

-  Es una gran noticia Señor -dijo Adriel con entusiasmo-.

-  Claro que es una gran noticia, querido Adriel. Ahora te sugiero que vuelvas a tus bases

y mantengas esta noticia en secreto. Los estudios aún no confirmaron nada, así que no

queremos que se desate una histeria colectiva en la población.

-  Claro que no señor. ¿Pero que les diré? -preguntó Adriel.

-  Diles a tus compañeros y a tu familia que sean pacientes. Algo muy bueno esta por

ocurrir.

-  Está bien señor. Es sólo que muchos consideran que la nueva tarea que se nos

encomendó no tiene sentido. Sólo cortamos grandes trozos de metal y unimos cables

sin mucho sentido. No poseemos mapas ni planos de nada.

Aladios al escuchar esto comenzó a molestarse:

-  Ustedes no los necesitan. ¿Acaso desconfía del distrito que se encarga de los planos:

Ciencia y Tecnología?

-  No señor -respondió Adriel bajando la cabeza rápidamente-.

En ese momento Aladios se levantó y se acercó lentamente a su súbdito. Luego con una mano

levantó la mirada de Adriel.

-  Calma hijo, te aseguro: el Nuevo Orden siempre decidirá lo que es mejor para todos

nosotros. En especial de las manos que supieron construirlo.

Las palabras de Aladios parecieron tranquilizar a Adriel, quien, levantándose contestó:

-  Así lo creo señor Cónsul.

Luego Adriel salió de la sala dejando a solas a Aladios.

Mientras el Cónsul volvió a los pasillos de la organizada sala en busca de libros que lograran2 

captar su atención. Un hombre, que parecía ser su mensajero, volvió a entrar a la sala pero

esta vez con mayor rapidez e inquietud.

2 Tiempo condicional, no subjuntivo.

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-  Señor: tenemos un problema…

La Gran Ciudad del Sur estaba constituida bajo una gran cúpula cientos de metros bajo tierra, y

dividida en siete grandes distritos. Cada uno de ellos se encargaba de una tarea en particular.

El distrito más importante y la cabeza de todos los demás era irónicamente el más pequeño

tanto en tamaño como en población. El distrito VII, llamado por todos los habitantes de la

ciudad como el Distrito del Orden.

En este distrito se encontraban todos los asesores y gente importante del Cónsul. Ellos se

encargaban de velar por los ciudadanos y su futuro. Poseían comunicación constante con la

superficie y se encargaban de seleccionar y recibir a nuevos ciudadanos. Este sector se

encontraba ubicado en el corazón de la Gran Ciudad, era el sector más protegido debido a que

en este vivía Aladios y su familia. Sólo pocos elegidos podían ingresar.

Aladios, quien se encontraba en la habitación principal de conferencias del distrito del Orden,terminaba de escuchar las grabaciones de alerta que la aldea de Quilquemia había dejado

momentos antes de su invasión. En este momento se encontraba junto a sus asesores y el

secretario de defensa mientras el pequeño aparato de grabación se apagaba sobre una gran

mesa de piedra caliza.

-  Eso fue todo -dijo el Secretario de Defensa-.

-  Como puede ver, las hordas han ganado en población y convicción, ahora comienzan a

ganar terreno, y como lo temíamos, están comenzando a avanzar a través de nuestros

territorios -agregó uno de los asesores-.

Aladios se sentó en una de las sillas del salón y comenzó a pensar llevándose una de sus manos

a la cabeza.

-  Entiendo… ¿Cuántos fueron? -preguntó el Cónsul-.

-  La grabación indicó que más de cien mil salvajes. Pero creemos que podrían ser

muchos más.

-  ¿Más?

-  Sí señor, creemos que por los años que han podido sobrevivir tras las serranías, estos

pudieron reproducirse en un área protegida…

-  ¡Basta! -interrumpió Aladios dándole un duro golpe a la mesa del lujoso salón al

tiempo que se levantó con gran vehemencia-.

Mientras el salón de conferencias permanecía en silencio, el cónsul comenzó a caminar

dándole vueltas a la mesa.

-  ¿Qué tecnología poseen? -preguntó Aladios-.

-  Por ahora sólo armas de fuego convencionales, pero creemos que, tal vez, puedan

tener algo más avanzado -contestó uno de los asesores-.

Pero eso no lo confirmamos -replicó el Secretario de Defensa-.

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-  Más de cien mil salvajes… eso es más que todos nuestros soldados combinados fuera

de la Gran Ciudad -comentó el Cónsul en voz alta-. Esto podría arruinar todos los

planes del Canciller.

El Secretario de Defensa, quien era un hombre muy serio y calmo, intentó bajar la intensidad

de la noticia.

-  Señor, nuestros soldados son superiores, poseen armas y tácticas para acabar con

estos salvajes; su número no debe intimidarnos.

En ese momento Aladios observó fijamente al Secretario indicándole con la mirada que se

callara.

-  Salgan todos. Quiero quedarme a solas con el Secretario de defensa -dijo Aladios-.

Todos los asesores comenzaron a abandonar el elegante salón dejando a solas al Secretario y

al Cónsul.

Tras esto Aladios comenzó a expresarse en una lengua que sólo la practicaban los altos

mandatarios de la civilización.

-  Me tent adest nar ecalare Cændre Tæris -dijo Aladios con mucha convicción en el

rostro-.

Al oír esto, Zígor Almédito, el Secretario de Defensa de la gran ciudad, cambió su expresión y

claramente no se sintió a gusto con lo expresado por el Cónsul:

No será necesario llamarlos -expresó Zígor-.

-  Ellos son la mano derecha del Canciller y además son los mejores guerreros que el

mundo haya conocido -contestó Aladios-. Ellos se ocuparon de otros levantamientos

en otros continentes.

-  No como éste. Ellos querrán salir a atacarlos con todo lo que tenemos poniendo en un

verdadero peligro nuestra ciudad. Lo mejor será…

-  ¡Suficiente! -interrumpió el Cónsul con gran fastidio-. Ya esperé mucho para que tus

tácticas den resultado. ¡Ahora perdimos una aldea y quizá mañana perdamos una

ciudad! Dentro de unos meses los tendremos en nuestras puertas y entonces será

demasiado tarde. Ródox, el Gran General, ysu Cohorte pondrán rápido a esos salvajes

de rodillas y acabarán con cada uno de ellos.

-  Pero señor, la Cohorte es imposible de…

-  ¡Eso es lo que haré y no se discuta más! Llámalos -ordenó Aladios-.

Luego, sin nada más que agregar, abandonó con rapidez el salón.

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El descomunal tamaño de la Gran Ciudad enterrada equivalía fácilmente a 50 estadios de

fútbol. Era tan grande como una ciudad antigua pero su aspecto era moderno y muy

organizado. El gigantesco domo que la cobijaba bajo tierra, en ese momento, encendía los

millones de bulbos de luz simulando un sol radiante y un cielo despejado. Los ciudadanos

despertaban simultáneamente bajo un techo azul y un clima que se asemejaba al de un buen

día de primavera.

Adriel Radone y su familia despertaban acostumbrados a una estricta rutina de continuo

acondicionamiento. Dicha rutina consistía de tres simples pasos: meditación energética en un

ambiente silencioso, desayuno balanceado y ejercicios físicos. Dicha rutina era muy respetada

en el Nuevo Orden ya que elevaba drásticamente los niveles de eficiencia en sus ciudadanos.

Mientras los integrantes de la familia de Adriel terminaban de meditar individualmente en sus

respetivos dormitorios, un enorme aparato de televisión ubicado en el salón central delpequeño departamento, que a la vez fungía de cocina y comedor, se encendía

automáticamente a una hora establecida. La única función posible de dicho aparato era el de

suministrar información constante y periódica de los diversos acontecimientos que sucedían

en la Gran Ciudad.

En la sala, Anabel, la esposa, preparaba el desayuno para su familia al tiempo que veía el

estado ambiental de la superficie. Este se encontraba en caracteres diminutos olvidado en una

esquina de la gran pantalla. Mientras ella mezclaba algunos ingredientes poco tradicionales en

un bol platinado, observó algo en esos datos que llamó su atención.

Es el cuarto mes consecutivo que el clima en la superficie se mantiene igual -comentó

Anabel a su esposo-. El clima en la superficie parece estabilizarse.

Adriel terminaba de colocarse su desteñida camisa blanca para luego replicar:

-  Creo que se vienen cambios para bien, amor.

Adriel se acercó a su esposa y le dio un beso en la boca al tiempo que disimuladamente metía

el dedo índice en el bol platinado para probar el desayuno.

-  Te dije que no hicieras eso -dijo Anabel algo enojada-, los chicos también comen de

ahí.

-  Lo siento, será la última vez -contestó Adriel mientras se sentó en la mesa-.

-  Siempre lo dices -replico la esposa moviendo la cabeza-.

Segundos después ingresaron al pequeño comedor, los dos únicos hijos de la pareja: Argos y

Anette.

Anette, al ser mayor que su pequeño hermano, recibía antes el platillo del desayuno, mientras

que Argos, por ser el menor de la familia, era el último en hacerlo. Este acto ponía de mal

humor a Argos cada día, que con tan sólo 8 años de edad, lucía como todo un rebelde.

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-  Yo quiero recibir primero -exclamó el pequeño intentando clavar sus cubiertos en la

mesa-.

-  Basta, no hagas eso -respondió la madre con calma-.

Ella siempre es primero en todo -replicó Argos bajando la cabeza y cruzando los brazos

en señal de rechazo-.

-  Siempre será así Argos, ella nació primero -respondió Adriel con un tono conciliador-.

Tras lo dicho por su padre, la pequeña Anette dibujó una sonrisa en su rostro para luego

sacarle disimuladamente la lengua a su hermano.

-  ¿¡Viste!? -gritó Argos al tiempo que recibió su plato-. Ella siempre se aprovecha de

ello.

¿Qué hizo ahora? -preguntó consternada la madre- ¿Qué hiciste Annette?

Anabel observó a su hija por unos segundos para sacar la verdad pero no recibió respuesta

alguna.

-  ¡Me sacó la lengua! -respondió Argos con tono sentencioso-.

La madre volvió a mirar a su hijo. En ese momento la pequeña aprovechó la desatención de la

madre para volverle a sacar su diminuta y rojiza lengua.

-  ¡Lo hizo de nuevo! -gritó nuevamente Argos enfurecido-.

¡Basta! -gritó la madre intentando poner orden-.

A todo esto, Adriel ni se inmutaba de la discusión que sucedía en la mesa, ya que se

encontraba mirando atentamente la televisión, observaba con atención distintos tipos de

información que iban saltando en la pantalla.

-  ¿No dirás nada? -preguntó Anabel con enfado a su esposo evitando que este se

volviera a llevar un pedazo de comida a la boca-.

-  ¿Qué?... digo: ¡Basta chicos! Terminen de comer y comiencen con su rutina de

ejercicios que llegarán tarde para las clases vocacionales.

La mesa en ese momento pareció entrar en una pequeña tregua. Ambos niños continuaron el

intercambio de miradas desafiantes mientras sus padres volvieron a relajarse y disfrutar del

alimento más importante del día.

De repente, en la gran pantalla anunciaron que en segundos se presentaría el Cónsul, y este se

dirigiría en un comunicado de última hora a todos sus ciudadanos.

-  Esto es algo nuevo -comentó Anabel-.

Adriel sonrió sintiendo de qué podía tratar el comunicado de su líder.

Quizá son muy buenas noticias -respondió Adriel-.

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Después, el primer mandatario de la Gran Ciudad apareció en todo lo largo y ancho de la

televisión. Se encontraba sentado detrás de un fino escritorio de roble de frente a la cámara

que lo filmaba:

-  ¨Queridos ciudadanos. Este comunicado decido emitirlo de forma personal, ya que es

un asunto muy importante que les concierne a todos ustedes…¨

Toda la sala de los Radone se puso en silencio en ese momento.

-  ¨…En los últimos meses, hemos realizados estudios en la superficie de la tierra. La

contaminación que produjo la caída de los dos meteoros y el deterioro de nuestra

atmosfera parece haber retrocedido. Nuestros últimos informes nos señalan que el

clima vuelve a ser estable…¨

Anabel y Adriel se miraron con gran felicidad para luego posar sus ojos en sus dos pequeños

hijos.

-  “…He decidido, junto con todos los asesores y altas esferas de los distritos, la

inevitable apertura de nuestras puertas¨.

-  ¡No puedo creerlo! -gritó Anabel con gran felicidad en el rostro-.

Al tiempo que los esposos se abrazaban manifestando el júbilo que los envolvía, el Cónsul

continuó hablando.

-  ¨…Sin embargo los salvajes han vuelto a atacar nuestras aldeas matando a cientos de

compatriotas. Mostrándonos su odio y constante acoso se van acercando hacia

nosotros con el único fin de algún día poder destruirnos. Son una amenazapermanente para nuestra civilización y nuestra especie…¨

En ese mismo instante Adriel y Anabel dejaron de abrazarse y comenzaron a ponerse más

serios.

-  ¨…Por esta razón, los salvajes deben ser contrarrestados y repelidos por nuestro

sofisticado ejército. He solicitado a nuestro Secretario de Defensa que convoque,

cuanto antes, a la Cændre Tæris. Para que estos guerreros de élite vengan a nuestra

gran ciudad y lideren a nuestras tropas hacia la victoria. Esta medida debe ser

cumplida si es que queremos volver a abrir nuestras grandes puertas. Estoy seguro que

contaré con todo su apoyo para que juntos volvamos a poblar nuestro hermoso y

golpeado planeta. Muchas gracias.¨

En ese momento la transmisión se detuvo y dejó la pantalla de la televisión en blanco para

posteriormente continuar con la programación habitual. El pequeño comedor de la familia

Radone volvió a quedar en silencio.

-  ¿Sucede algo malo? -comentó la pequeña Anette viendo el rostro de preocupación

que reflejaba su madre-.

Ambos padres mantuvieron el silencio mientras se miraban uno al otro.

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-  ¿Ya terminaron de comer? -preguntó la madre a sus dos hijos intentando cambiar de

tema-.

-  Sí -respondieron ambos-.

-  Entonces comiencen con sus ejercicios físicos. No quiero que se atrasen.

Ambos niños se levantaron de la mesa en dirección a la habitación de gimnasia. La madre

posteriormente recogió los platos observando en silencio a Adriel.

-  Es… es una buena noticia -dijo Adriel mientras se levantaba de la mesa y ayudaba a

lavar los platos a su esposa- ¿No lo crees?

-  No. Sabemos que la Cohorte del Terror no obtuvo su nombre por dedicarse al amor y a

la salvación. A esos seres sólo les interesa…

-  Basta -interrumpió pasivamente Adriel-, las paredes te escuchan mujer.

Está bien. Pero jamás tuvimos que llamarlos y ahora los tendremos en esta misma

ciudad. Eso no creo que sea algo bueno Adriel; admítelo.

-  Amor, los salvajes son…

-  Seres humanos. Seres humanos que intentan sobrevivir al igual que nosotros -

interrumpió esta vez Anabel-. Ahora estos hombres y mujeres serán masacrados por la

más violenta y despiadada élite militar que ha existido.

-  No lo pongas así Anabel. Serán repelidos, alejados de nosotros para que así podamos

salir -contestó Adriel con esperanza en el rostro-.

-  Sabes que no será así. Son radicales y educados con las doctrinas oscuras del Nuevo

Orden. Te lo digo Adriel, si es que algún día podemos volver a poner un pie en la

superficie, los pondremos sobre un mar de sangre, llanto y destrucción, eso te lo

aseguro.

Anabel se retira tristemente del pequeño comedor en dirección al cuarto de gimnasia.

Esa misma tarde, Adriel se encontraba reunido junto con los otros 6 representantes distritales.

Todos ellos se encontraban en un salón muy elegante situado en el Palacete Consular. Este

salón se encontraba muy bien decorado; poseía sillones y mesas que parecían listas para ser

estrenadas mientras que unas lámparas señoriales iluminaban cada rincón del mismo. Era

claramente uno de los salones en donde se esperaría recibir a personas muy importantes o de

muy alta categoría.

Adriel nunca había sido llamado para una reunión de esta naturaleza, mucho menos

convocado a esta clase de salones por lo que se sentía algo marginado viendo como los otros

representantes hablaban entre ellos.

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La representante del Distrito VI: Mercados y Economía, intercambiaba palabras en medio de

risas con el representante de Telecomunicaciones mientras que a su vez el representante del

docto Distrito II: encargado de las Ciencias y Tecnología de la Gran Ciudad, mantenía una seria

conversación con el representante del Distrito III y el Secretario de Defensa: representante de

las fuerzas armadas.

Adriel observaba en silencio los diferentes cuadros que se exponían en el opulento salón.

Rápidamente un cuadro grande situado en medio de una de las paredes llamó su atención.

Este cuadro contenía el dibujo de una gran multitud de personas que sostenían velas al pie de

un cadalso. Todas ellas eran testigos de cómo un hombre era acompañado de sus verdugos

hacia la horca. En sus manos sostenía un objeto que se asemejaba mucho a una bombilla

eléctrica. La escena, junto con el matiz sombrío de la pintura, representaba una tétrica

condena.

Segundos después Zigor, el Secretario de Defensa, interrumpió la concentración de Adriel:

-  Buenas tardes Adriel, ¿interrumpo algo?.

-  No, nada, solamente observaba esta interesante pintura.

-  Esta pintura tiene su historia… Algún día con más calma te la contaré; ahora quiero

presentarte…

Zigor introdujo a la conversación al representante del Distrito II.

-  … al representante del distrito de Ciencias y Tecnología: el Señor Niklas Cómuno.

-  Mucho gusto -dijo Niklas presentándose con mucha cortesía-.

Adriel se presentó al mismo tiempo que observó los peculiares rasgos de su pálido colega.Usaba unos lentes gruesos que mostraban con claridad sus ojos castaños. Una nariz larga y

delgada parecía ser tan frágil como el cristal y la cabeza de este estaba completamente

afeitada; aunque era un sujeto que lucía de manera muy curiosa y hasta graciosa, era el

hombre más inteligente de la Gran Ciudad.

-  Es un placer poder conocerlo Señor Niklas -expresó Adriel con gran respeto-.

-  Lo mismo digo -contestó de igual modo el representante del Distrito de Ciencias y

Tecnología-.

-  Bueno, basta de protocolos -dijo el Secretario de Defensa-. Ahora que se conocen es

necesario que nosotros nos reunamos más tarde en mi despacho y comencemos a

hablar de un gran proyecto.

La curiosidad invadía a Adriel. Nunca antes un miembro de tal jerarquía en el Nuevo Orden se

había acercado a él, mucho menos a hablar sobre un proyecto.

-  ¿Qué clase de proyecto? -preguntó Adriel con entusiasmo-.

-  De eso en este momento no podemos hablar -contestó Zigor-. Lo que necesito que

hagan después de esta reunión que solicitó el Cónsul, es ir a mi oficina. Ahí podremos

conversar a gusto.

Claro que sí -contestó rápidamente Niklas-.

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Niklas parecía estar mejor informado que Adriel. Sin embardo el representante de los obreros

del Nuevo Orden no se iba a quedar atrás por ello:

-  Sí… claro que sí.

-  Bien, ahora me retiro -dijo Zigor-.

Un momento por favor -replicó Adriel- ¿Para qué nos reuniremos en este lugar?

Zigor se detuvo y mirando a ambos representantes dijo:

-  En minutos llegará la Cohorte. El Cónsul los recibirá en el hangar y vendrá junto con

ellos para la respectiva presentación en el salón ceremonial.

En ese momento Adriel empezó a sentir una sensación fría que bajaba por su espalda: nunca

se imaginó que conocería a los guerreros más temibles y terribles del Nuevo Orden. Ahora

estaba a minutos de conocerlos en persona.

¿La Cohorte?... ¿Acá? -preguntó Adriel-.-  Así es. Ellos mismos solicitaron conocer a cada representante en persona -contestó el

Secretario de Defensa-. Ahora si me disculpan, tengo que recibir al Cónsul.

Zigor se retiró de la gran sala con un rostro que expresaba preocupación y ansiedad. Dejó a

Niklas y Adriel bajo el enorme cuadro.

-  Es tu primera vez, ¿verdad? -dijo Niklas mientras se sacaba sus gruesas gafas para

limpiarlas-.

-  Sí, jamás había estado en una de estas convenciones. Me siento un intruso con gente

tan importante.-  No te preocupes, todos nos sentimos como intrusos alguna vez: hace siete años me

tocó a mí, el año pasado le tocó al representante de Telecomunicaciones y ahora te

tocó a ti.

-  Así es. El antiguo representante de mi distrito murió hace pocas semanas.

Niklas observó el cuadro por unos segundos para luego alejarse de este en busca de un sillón

donde sentarse. Adriel había decidido mantenerse cerca de su colega al haber encontrado

alguien con quien conversar.

-  ¿Todos saben que recibiremos a la Cohorte? -preguntó Adriel-.

Así es. Me sorprendió que tú no lo supieras.

-  A nosotros nos dan información a medias. La invitación solo decía que era necesario

presentarse en este lugar.

Niklas llegó a uno de los cómodos sillones y se sentó con gran calma.

-  Qué bueno es poder conocer a la persona que se encarga de construir mis proyectos -

comentó Niklas-.

-  Igualmente. Aunque la verdad nos gustaría conocer la totalidad de los planos -replicó

Adriel mientras tomaba asiento-.

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-  Lo sé, lo sé. Si fuera por mí lo sabrías en este momento. Pero eso le corresponde

informar al Secretario de Defensa. Aunque puedo decirte con toda seguridad que, eso,

luego de esta recepción, cambiará.

De repente, las dos grandes puertas de roble del salón se abrieron de par en par. Los primeros

en ingresar al mismo fueron la Guardia del Consulado. Estos soldados uniformados llevaban

armas y un casco color granate que ocultaba el rostro de cada uno de ellos. Los mismos se

colocaron en fila para darle el saludo al Secretario de Defensa, quien fue el segundo en

ingresar. Lucía muy molesto mientras se alejaba rumbo a una esquina.

Segundos después, ingresó a la habitación Aladios. Este llevaba su tradicional vestimenta

azulada y una gran sonrisa se le dibujaba sobre el rostro. Tras ingresar al lujoso salón, extendió

sus manos y de manera ceremonial anunció a sus invitados:

-  Damas y caballeros…: La Cohorte del Terror.

Tras lo anunciado por el líder de la Gran Ciudad, ingresaron al salón cuatro distinguidos

individuos. Cada uno de ellos era diferente al otro y eso se podía apreciar con toda claridad. En

especial por la singularidad de sus ojos y la energía que transmitían. Cada uno de ellos era un

excelente estratega militar ya que los cuatro ostentaban el título de General.

El primero en ingresar al lujoso salón fue Lucios di Mantis -llamado por muchos como ¨el

Maestro de la Demencia¨. Este hombre de complexión delgada pero de una notable estatura

vestía un traje militar de color azul oscuro. Era capaz de paralizar los sentidos de su oponente

con tan sólo la mirada, llevándolos en muchos casos al borde de la locura. Los ojos de este

sujeto eran completamente oscuros como el tinte que posee el petróleo y manifestaban una

mirada sombría y siniestra.

La segunda integrante de la Cohorte en ingresar fue Alexia Sícara: la Desalmada. Esta mujer de

larga cabellera cobriza vestía un uniforme militar parecido al de Lucios. Era capaz de controlar

a cualquier enemigo que se le atraviese en el camino. Sus ojos verdes como la roca de jade

eran el arma más nefasta con las que un individuo podía encontrarse. Nunca mostró piedad

por ninguna de sus víctimas.

El siguiente en ingresar fue Arcanos di Santis -apodado por todos los soldados como ¨el

Intocable¨-. Llevaba puesto un uniforme militar granate y poseía una barba tupida de color

azul marino, el mismo color que el de sus dos grandes y redondos ojos. Este llevaba en sus

espaldas un rifle de largo alcance, que desde su apariencia podía trasmitir la sensación de su

gran poder. Era el maestro del engaño y el camuflaje ya que todas sus víctimas morían sin

darse cuenta de algo.

El último en ingresar a la habitación fue Ródox di Natale. Este hombre era el más

experimentado y veterano de los cuatro. Poseía una figura esbelta y atlética que denotaba su

sacrificio y entrega por las artes marciales. Exhibía una cabellera blanca que hacía aún más

distinguida su figura, mientras que sus ojos de color escarlata parecían reflejar con claridad el

fuego voraz de su interior. Era el líder de la Cohorte, apodado por todos los soldados del

Nuevo Orden como ̈ Ródox, el Inmortal¨. Nunca perdió una batalla.

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La Cohorte del Terror se hacía presente frente a todos en un ambiente de absoluto silencioso.

Todos los representantes distritales se encontraban en fila según el número de su distrito.

Ródox, rápidamente comenzó a saludar a cada uno seguido de sus acompañantes.

Después de hacerlo, la Cohorte se apartó a un lado de la sala. Luego Lucios, quien era el más

alto de los cuatro, caminó en dirección a los representantes que lucían firmes y atentos. Con

una voz gruesa y rasposa comenzó a hablar.

-  Quiero que el representante de Tecnología y el representante de los Obreros den un

paso al frente.

Sin vacilar, Adriel y Niklas rápidamente dieron el paso. Lucios se acercó a ellos con tranquilidad

mientras posó sus ojos negros en cada uno de ellos.

Adriel, quien nunca pensó en conocer a un miembro de la Cohorte, comenzó a temblar

ligeramente de las rodillas. Esta sensación incrementó cuando la mirada de Lucios posó los

ojos de Adriel y se quedó allí por varios segundos. El representante de los Obreros podía sentir

una descomunal energía que emanaba de los ojos color petróleo de Lucios. En esos segundos

Adriel sintió que su cuerpo era tan pesado e inamovible como un colosal pedazo de roca.

Luego, Lucios pasó su mirada a la de Niklas. Después de hacerlo dijo en voz alta:

-  Son ellos.

Ródox, inmediatamente después de oírlo, dijo:

-  Los demás pueden retirarse.

El salón comenzó a vaciarse dejando solos a Adriel y a Niklas. Zigor, quien también intentaba

retirarse, se vio forzado a detener su marcha por Aladios.

-  Zigor, tú también te quedas -dijo el cónsul mientras daba paso al último guardia que

quedaba en la habitación para luego cerrar las puertas del salón con gran fuerza.

-  Si me necesita lo haré -replicó Zigor-.

El nerviosismo de Adriel crecía con cada segundo que pasaba en esa elegante habitación. Sabía

la clase de habilidades que poseía la Cohorte y no quería ser conejillo de alguna de ellas.

Observó a Niklas que se mantenía firme mientras una gota se deslizaba por su pelada cabeza.

-  Ustedes dos -dijo Ródox en voz alta mientras se acercó a ellos-, quiero que regresen a

sus distritos y les comuniquen que los proyectos y trabajos quedan cancelados.

-  ¿Qué? -preguntó Niklas con gran asombro.

-  Necesitamos que sean paralizados de inmediato -dijo el Gran General-. necesito que

mañana nos volvamos a reunir para discutir sobre el futuro de cada distrito.

Pero General…

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-  No se diga más. Ahora pueden retirarse.

-  Sí General -contestó Niklas bajando la cabeza-.

Tanto Adriel como Niklas, quien ahora lucía triste, salieron de la habitación.

-  En cuanto a ti… -continuó Ródox, El Gran General mientras se acercó a Zigor-. Tus

labores quedan suspendidas.

-  Pero General… -intentó replicar Zigor-.

-  Tus tácticas y proyectos ilusos terminaron por desproteger nuestras fronteras. Acepto

tu renuncia como Secretario de Defensa a cambio de perdonarte la vida.

Zigor observó cómo el poder se le escapa de las manos. Jamás volvería a poseer el cargo más

prestigioso de la Armada de la Gran Ciudad.

-  Está bien General. Renuncio -dijo Zigor mientras lentamente agachaba la cabeza.

-  Quiero la espada de Zafiro colgada en mi nuevo despacho mañana a primera hora -

agregó Ródox-. Serás reasignado a una nueva unidad de infantería y tus servicios

continuarán como soldado de esta ciudad.

-  Sí General.

Bien, puedes retirarte.

Sin una sola palabra más que expresar, Zigor salió cabizbajo del salón, dejando al Cónsul a

solas con los miembros de Cohorte.

-  Bien, muy bien -comentó Aladios con una sonrisa en la boca que disimulaba cierta

perversidad-. Ahora, ¿Cuál serán las medidas a tomar?

-  Quiero que todas nuestras puertas queden selladas. Ningún nuevo ciudadano será

aceptado en la Gran Ciudad, al igual que ningún soldado podrá salir de ésta sin mi

consentimiento -dijo Ródox con gran autoridad y firmeza-.

-  Así será Gran General -contestó Aladios-.

-  Señor Cónsul, es un placer poder servirle -expresó Ródox mientras le hacía una

pequeña reverencia-. Mis hombres se encuentran listos para tomar el control del

ejército e iniciar el plan para el cual el canciller nos mandó.

-  Oh, confío plenamente en usted y en sus hombres General. Juntos nos aseguraremos

de salvar a la gran ciudad de la fatal extinción.

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En ese momento, Ródox y su Cohorte abandonaron el opulento salón, dejando a Aladios

mucho más tranquilo y contento.