REVISTA DE DERECHO MERCANTIL. ERA DIGITAL

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Fundada en 1986. Caracas - Maracaibo, Venezuela

Números 2 y 3 mayo - diciembre 2021

Diseño digital: Grafilosodesing

Madrid, España

Puerto La Cruz, Venezuela

[email protected]

Foto portada: María José Govea

© María José Govea

LA, USA

Editada por:

Revista de Derecho Mercantil, C.A.

Calle Mohedano, Centro Gerencial Mohedano,

Piso 2, oficina 2D

Caracas- Venezuela

[email protected]

www.revistaderechomercantildigital.com

@revistaderechomercantildigital

Depósito legal: 86-0295

ISBN: 980-01-6963-3

© DERECHOS RESERVADOS

Los contenidos de los artículos son de la responsabilidad de sus autores.

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REVISTA DE DERECHO MERCANTIL. ERA DIGITAL

Fundada en 1986. Caracas - Maracaibo, Venezuela

Números 2 y 3 mayo-diciembre 2021

FUNDADORES

LUIS CORSI OLIVIERI †

LUIS GUILLERMO GOVEA U.

NICOLÁS VEGA ROLANDO †

DIRECTORES

MARIANELLA CORSI GUARDIA

LUIS GUILLERMO GOVEA U.

RAFAEL MARTÍN PONTE

COLABORADORES DE LA SEGUNDA EDICIÓN DIGITAL

Números 2 y 3, mayo-diciembre 2021

IGNACIO ARROYO MARTÍNEZ

ALLAN R. BREWER-CARÍAS

HONORIO CASTEJÓN SANDOVAL†

Con presentación de

ALFREDO CASTEJÓN MÉNDEZ

LUIS GUILLERMO GOVEA URDANETA

RAFAEL JIMÉNEZ DÍAZ

GABRIEL RUÁN SANTOS

SALVADOR R. YANNUZZI RODRÍGUEZ

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SUMARIO

AL LECTOR ..................................................................................................................................... 5

Ignacio Arroyo Martínez REFLEXIONES DE UN ÁRBITRO ESPAÑOL E

INTERNACIONAL ........................................................................................................................ 9

Allan R. Brewer-Carías UN POCO DE HISTORIA: LA CREACIÓN DE

PETRÓLEOS DE VENEZUELA S.A. COMO SOCIEDAD MERCANTIL

DE ÚNICO ACCIONISTA CON EL ÚNICO OBJETO DE GERENCIAR

EL NEGOCIO PETROLERO .................................................................................................. 22

Honorio Castejón Sandoval † DE LA ACCIÓN DE DISOLUCIÓN ANTICIPADA

DE LA SOCIEDAD Y DEL DERECHO DE SEPARACIÓN EN LAS

SOCIEDADES CIVILES Y MERCANTILES

Presentado por Alfredo Castejón Méndez ............................................................................ 36

Luis Guillermo Govea U. MITOS Y REALIDADES DEL BUEN GOBIERNO

CORPORATIVO DE LAS SOCIEDADES DE CAPITAL ABIERTO EN

VENEZUELA. ............................................................................................................................... 55

Rafael Jiménez Díaz LA IMPORTANCIA DE LA CIBERSEGURIDAD EN LA

EMPRESA DEL SIGLO XXI. REFLEXIONES JURÍDICAS ............................................ 62

Grabiel Ruán Santos ALGUNAS NOTAS SOBRE LAS CUENTAS EN

PARTICIPACIÓN ......................................................................................................................... 71

Salvador R. Yannuzy Rodríguez ¿PUEDE EL COMISARIO DE UNA SOCIEDAD

DE COMERCIO COMPROBAR LA SUBSISTENCIA DE LA GARANTIA QUE

DEBEN PRESTAR LOS ADMINISTRADORES PARA ASEGURAR LA

RESPONSABILIDAD QUE PUDIERA DERIVARSE DEL DESEMPENO

DE SUS CARGOS? ....................................................................................................................... 81

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AL LECTOR

A Luis Corsi, in memoriam

A iniciativa del Dr. Luis Corsi Olivieri, o simplemente Luis Corsi como le gustaba le

llamasen, junto a los profesores Nicolás Vegas Rolando y Luis Guillermo Govea Urdaneta,

dieron a la publicidad la REVISTA DE DERECHO MERCANTIL, una revista

especializada en las disciplinas del Derecho Mercantil, nacida en Caracas y Maracaibo en el

año 1986, alimentada por las plumas más acreditadas del país que contribuyeron y siguen

contribuyendo a enaltecer esta rama del Derecho privado, cuya cabeza ha sido Roberto

Goldschmidt, el más afamado jusmercantilista nacional de todos los tiempos bajo las

enseñanzas de su preclara y maestra obra, “Curso de Derecho Mercantil”, U.C.V, revista en

cuyo Consejo Asesor, Consejo Técnico y Consejo de Redacción han estado profesores,

académicos y juristas como José Luis Aguilar-Gorrondona, Allan Brewer-Carías, Josefina

Calcaño de Temeltas, José Ramón Duque Sánchez, Gert Kummerow, José Muci-Abraham,

Gonzalo Parra Aranguren,Tomás Polanco Alcántara, Pedro Alid Zoppi, Aníbal Rueda,

Ricardo Antequera Parilli, María Auxiliadora Pisani Ricci, Hector Grisanti Luciani, Santos

Michelena, Enrique Urdaneta Fontiveros, Luciano Lupini Bianchi, Enrique Lagrange,

Ignacio Arroyo Martínez, Victor Pulido Méndez, James Otis-Rodner, Josė Román Duque

Corredor, Eugenio Hernández-Breton, Ramón Escovar León, León Enrique Cottin, Oscar

Ochoa, Omar Estacio, Pedro Pablo Benedetti, Mario Pesci-Feltri, Leopoldo Borjas, Jesùs

Vásquez Mancera, entre otros, algunos ya fallecidos.

El Dr. Luis Corsi nos ha dejado físicamente en esta ciudad de Caracas, cuando en

junio pasado (2021) ocurrió su sensible fallecimiento, por lo que la Revista de Derecho

Mercantil.Era Digital, le rinde sentido y cálido homenaje iniciando con una semblanza de

su vida y obra jurídica.

Luis Corsi nació en Río Caribe, Estado Sucre, el 7 de abril de 1938, de padre francés,

Ernest Francois Roch Corsi Lucchesi, oriundo de Córcega y de madre venezolana, María

D. Olivieri B., por lo que con razón repetía que era corso y siempre admiró a su

“coterráneo” Napoleón Bonaparte. Luis Corsi “sentía” el ser corso, orgulloso de su origen

y de la dura lucha por la vida de sus ancestros, esa dureza que le dio formas a su afán de

perfección en la escritura, en sus virtudes, honradez y en la amistad.

Se casó con Blanca Guardia y de su unión nacieron 3 hijos: Luis, Héctor y Marianella

a esta última a quien dedicara su libro “La Responsabilidad Decenal” con ternura y

sensibilidad: “A mi pequeña Marianella, “Rose frail and fair- yet frailest…My blueveined

child”. Su inesperada partida no le permitió culminar el libro que dedicaría a sus nietos:

Luis Alejandro, Patricia, Flavio Luis, Vanessa Catherine y David.

Hizo sus estudios entre el Colegio José S. González en su ciudad natal, en el Colegio

“La Salle” y en el Colegio “Mariano Martí”, en Barquisimeto, graduándose de Bachiller en

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AL LECTOR – A Luis Corsi, in memoriam

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Filosofía y Letras en 1957. Cursó luego estudios de derecho en nuestra Universidad

Central, donde obtuvo el título de Abogado en 1962 integrando la promoción “Rafael

Pizani” y donde posteriormente obtendría el título de Doctor en Ciencias Políticas.

Antes de graduarse de abogado ya se observaba su inclinación a ser parte de la

judicatura ya que para 1958 pisaba el Palacio de Justicia como escribiente, carrera en la

magistratura que culminó como Juez Superior Sexto en lo Civil, Mercantil y del Tránsito de

la Circunscripción Judicial del Área Metropolitana de Caracas.

Dentro de su carrera profesional, también se desempeñó como consultor jurídico de

la Universidad Simón Bolívar, del Colegio de Ingenieros de Venezuela y Director de

Estudios Jurídicos Especiales de la Procuraduría General de la República.

Para Luis Corsi escribir el derecho era un ejercicio virtuoso y apasionado. Cada

oración solía escribirla muchas veces y, como García Márquez, consumía “toneladas” de

papel. Llamar a sus amigos para leerles un párrafo o pedirles opinión acerca de las

pinceladas que daba a sus trabajos era su sana diversión. Lo caracterizó la humildad a la

hora de referirse a su producción bibliográfica, por lo que nos permitiremos citar a tres

juristas, dos que prologaron su obra y uno cofundador y codirector de la Revista:

Extracto del prólogo del Dr. José Mélich-Orsini: “Desde que conocí a Luis Corsi

presentí que él estaba llamado a ocupar un lugar distinguido en la colaboración de la

doctrina jusprivatista venezolana. Su clara inteligencia, su curiosidad científica, su pasión

por la justicia y su constante voluntad de conservar la mayor objetividad en el análisis de las

realidades sociales, han hecho de él a lo largo de estos años no solo un respetado docente y

un acucioso investigador de nuestro derecho positivo, sino simultáneamente uno de

nuestros jueces más caracterizados por su ilustración, honestidad y equilibrio.Me

enorgullece por eso haber tenido esta oportunidad de presentar y de recomendar el estudio

de esta última obra suya.”

Extracto del prólogo del Dr. Pedro Alid Zoppi: ”Conocemos al Doctor Luis Corsi,

hemos seguido su trayectoria a través de las sentencias y trabajos publicados, es un inquieto

por todo cuanto se relaciona con el derecho; goza de muy buena fama y ha acumulado

merecimientos y honores, por todo lo cual damos la bienvenida, con viva emoción y

aliento, a esta nueva obra suya que tenemos el orgullo de prologar, obra que, por su

contenido y alcance, servirá de mucho para entender el “Procedimiento por Intimación”

del Código de 1986. No terminamos sin antes augurar a Corsi fecunda labor profesional y

que sus éxitos crezcan con el paso del tiempo.”

Extracto de la invitación al sepelio del Dr. Luis Guillermo Govea: “Escribir bien es

pensar con brillantez y Luis fue un hombre de refinada ilustración intelectual con una prosa

en sus obras de especial claridad, era una fina maquinaria de reloj de exacta precisión y así

lo certifican sus joyas jurídico literarias…”

Entre casi un centenar de artículos, trabajos de divulgación e investigación

publicados destacamos: “La Responsabilidad Decenal”, Mención Honorifica Premio “Luis

Sanojo” 1979-1980; “El Pagaré a la Orden” Premio “Luis Sanojo” 1983-1984;

“Aproximación Histórica al Estatuto Cambiario Venezolano” Premio “Academia de

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Ciencias Políticas y Sociales” 1986; y “Apuntamientos sobre el Procedimiento por

Intimación” Premio “Fundación Procuraduría General de la República” 1987.

La honestidad de Luis Corsi se insinuaba en el detestar la mediocridad, la

incompetencia y la pobreza mental y se lamentaba del ascenso de la incultura y la

imbecilidad que hoy amplifica internet. Solía repetir el adjetivo “indignado”, al igual que la

ya frase famosa de Manuel Vicente Romerogarcía: ”Venezuela es el país de las nulidades

engreídas y las reputaciones consagradas.”

Su hija Marianella Corsi Guardia ha dedicado ya largas horas a reordenar el

armonioso desorden de la biblioteca viviente de Luis, de esas bibliotecas que se conoce su

actividad por el apilamiento y desubicación de los libros, pues nada tiene más movimiento

que los libros cuando se es un intelectual honrado como Luis que inquietamente vivió

largas horas de meditación y dudas e intelectualmente abierto a los cielos.

A Luis lo acompañó una hermosa virtud, hoy escasa: devolvía los libros que recibía

en préstamo de sus colegas y amigos. Por ello y “a todo evento”, cuando el académico

Luciano Lupini Bianchi adquiere un libro, de inmediato le estampa un sello húmedo con la

nota: “Si usted tiene este libro, lo hurtó de la biblioteca de Luciano Lupini”.

Luis Corsi fue un lector asiduo de textos jurídicos y obras generales en los idiomas de

italiano y francés y desde luego, español, quien acariciaba los lomos de los libros con interés

y provecho devorando sus contenidos. En la biblioteca de Luis Corsi no había libros de

páginas amarillas, de ese amarillo marrón que da la oxidación de la “lignina”; es el desuso, la

oxidación lo que convierte las páginas de los libros en esa opacidad que parecen

convocarnos a su consulta.

Hay fallecidos que ejercen más influencia en su descanso eterno que cientos de seres

vivos porque Luis Corsi sembró honestidad, especialmente, científica en cada obra, en cada

artículo, en cada reseña de libros que escribió, en cada fatigosa y dedicada investigación, en

las clases que impartió como docente de pregrado y postgrado en la Universidad Central de

Venezuela, la Universidad Católica Andrés Bello y en la Universidad José Maria Vargas; y

cada sentencia que dictó era un manual de claridad y certidumbre jurídicas.

Una de las obras “capolavoro” de Luis Corsi fue la monografía de 253 páginas, “El

pagaré a la orden”. Plantea con exquisita razón jurídica que no es jurídicamente admisible el

pagar "por cuotas”, es decir, permitir al deudor el fraccionar en único pagaré pagos

parciales y anotar extra pagaré los varios abonos, llevando un saldo de lo adeudado. La

banca no quiere aún comprender esto y ya ha tenido sus reveses judiciales.

Luis nos dejó la preocupación y estupor que le causó el abierto e insólito plagio del

que ha sido objeto esta Revista de Derecho Mercantil al darse a la publicidad una edición

nacional homónima con la portentosa “originalidad” del añadido de ser “venezolana”,

como si esta Revista hubiese nacido en Moscú. ¿Qué duda cabe? Los derechos de autor del

nombre de esta Revista de Derecho Mercantil son de su única y reservada propiedad

amparados por la Leyes nacionales, nombre debidamente registrado y que ahora tiene un

añadido: Era digital.

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AL LECTOR – A Luis Corsi, in memoriam

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Agradecemos por acompañarnos en la edición de este número-homenaje al Dr. Luis

Corsi Olivieri, a los profesores Ignacio Arroyo Martínez, Allan Brewer-Carías, Salvador R.

Yannuzzi Rodríguez, Rafael Jiménez Díaz, Gabriel Ruán Santos, Luis Guillermo Govea

Urdaneta y el Dr. Honorio Castejón Sandoval† con nota de presentación de su hijo el Dr.

Alfredo Castejón Méndez.

Honremos su obra, Dr. Luis Corsi, que es el legado imperecedero de su ser corso y

venezolano, de esa sangre guerrera del intelecto que predica que “los grandes

acontecimientos ocurren en el cerebro” (Oscar Wilde).

Luis Corsi, por siempre en tu alma. Paz.

”Solo son bellas las playas del destierro cuando se les dice adiós” (José Martí).

La editora,

Casa Editorial Revista de Derecho Mercantil, c.a.

Caracas, noviembre 2021

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REFLEXIONES DE UN ÁRBITRO ESPAÑOL E

INTERNACIONAL

Homenaje póstumo a la memoria del Profesor Corsi Olivieri

Ignacio Arroyo Martínez

Abogado

Catedrático de Derecho Mercantil de la UAB

Árbitro nacional e internacional

Doctor honoris causa Universitat Jaume I,

Castellón de La Plana Valencia. España

SUMARIO: I. Planteamiento: La cultura arbitral. II. Independencia. III. Imparcialidad, IV. Prejuicios.

V. La figura del árbitro Presidente. VI. Textos normativos. VII. La reforma del arbitraje. VIII.

Conclusión.

Planteamiento: La Cultura Arbitral

Desde mi experiencia arbitral quisiera aportar algunas consideraciones que ayuden

a comprender mejor no solo la ley sino el sentido último del arbitraje.

Adelanto que mi conocimiento en este campo se ha nutrido de tres aspectos

complementarios. Como estudioso, como abogado y como árbitro. Me falta la experiencia

de pertenecer a una institución administradora de arbitrajes, aunque la circunstancia de

haber sido nombrado árbitro por instituciones arbitrales me ha ayudado a comprender

cómo se ve el arbitraje desde la propia institución arbitral. Naturalmente, no tengo la

perspectiva judicial porque no he sido juez al que han sometido la anulación de un laudo,

aunque si he formulado recursos de anulación ante los tribunales de justicia y, desde la

posición de parte procesal en un proceso judicial he podido conocer mejor la comprensión

que los jueces tienen del proceso arbitral.

Empiezo por mi experiencia como estudioso del derecho arbitral. Los trabajos sobre

arbitraje no han sido capaces de consolidar aún una adecuada cultura arbitral. Coincido con

no pocos que falta una verdadera cultura arbitral. Y como sucede con casi todas las

lagunas o defectos de funcionamiento de los sistemas, la causa suele estar en el propio

sistema educativo. Como no se enseña, o no se hace con la insistencia ni calidad debidas, es

lógico que el resultado sea un producto defectuoso.

Cultura arbitral significa respeto por el arbitraje, es decir, aceptar que el árbitro es un

juez; o sea, la persona con la legitimidad de hacer justicia en un Estado de Derecho. No es

un negociador, ni componedor, ni mediador, ni asesor, ni mucho menos amigo, ni

enemigo. Por supuesto, no es un abogado que defiende posiciones interesadas del cliente.

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Ignacio Arroyo Martínez

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El árbitro es una persona que tiene una doble legitimidad para administrar justicia.

Digo doble, y en eso aventaja al juez, porque, por un lado, ha sido nombrado

voluntariamente por los litigantes, directa o indirectamente a través de la institución

previamente elegida por las partes; y por otro lado, su nombramiento como el del juez es

reconocido por la ley. Precisamente porque la Ley de arbitraje, legalizando y regulando el

arbitraje, equipara la función arbitral a la jurisdiccional en el efecto de juzgar, no así en el de

ejecutar lo juzgado. El árbitro tiene únicamente una función declarativa: el laudo declara de

que lado está el derecho o la equidad, que no son exactamente lo mismo; es decir, a quien

de los litigantes le asiste la razón jurídica, sea el fallo conforme a derecho o a equidad. En

cambio, el monopolio legítimo de la fuerza es exclusivo de los tribunales de justicia. Por

eso la CE define la función jurisdiccional con la doble prerrogativa de juzgar y de hacer

cumplir o ejecutar lo juzgado. Con razón la jurisprudencia del Tribunal Constitucional ha

reconocido al arbitraje la condición de “equivalente jurisdiccional” (SSTC 43/1988 y

62/1999).

Aceptado pues que la función arbitral es equiparable a la del juez ordinario, la cultura

arbitral no se puede entender más que desde el respeto más absoluto de la independencia e

imparcialidad del árbitro. A las que se añade la obligación de resolver. Ya lo hemos dicho,

se equivocan los que entienden el arbitraje como una institución que media o reparte, que

intenta equilibrios equidistantes, que busca contentar a ambos litigantes, que puede no

resolver o dictar un laudo de empate (por ejemplo, desestimando ambas pretensiones,

como lamentablemente he podido comprobar en alguna ocasión).

Pero la piedra de toque de todo el sistema descansa en la independencia e

imparcialidad del árbitro, y sobre estas delicadas cuestiones me quiero detener.

II. Independencia

Independencia significa que el árbitro no tenga ningún vínculo con las partes.

Naturalmente la palabra vínculo es muy elástica y la solución depende de los criterios

exigidos para satisfacer esa exigencia. Lo ilustro con dos ejemplos extremos extraídos de mi

experiencia arbitral.

i) En un caso el árbitro nombrado por la institución había aceptado el nombramiento

y en el acto de misión, o primera comparecencia con las partes para fijar el calendario de

actuaciones, en mi condición de abogado de la instada pregunté al árbitro si tenía alguna

circunstancia que manifestar en relación a su independencia con las partes. Me contestó no.

Le repregunté si no era más cierto que su cónyuge era hermana de la esposa de uno de los

socios principales del bufete que representaba a la parte instante. Me contestó que no, pero

que su hijo había trabajado como director de relaciones humanas en dicho bufete, mas no

consideraba una circunstancia inhabilitante porque no era presente sino pasada y, además,

la extinción de la relación laboral fue dirimida ante los tribunales de justicia. Tras la

aclaración, a mi juicio no convincente, le repregunté si el mismo no había prestado

servicios de asesoramiento jurídico, concretamente emitido dictamen sobre una cuestión de

derecho civil foral. Me contestó que no recordaba, pero en ningún caso podía ser causa de

recusación o abstención pues versando la consulta sobre una cuestión tan concreta eran

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pocos los especialistas y no podía limitar tanto su campo de actuación profesional. El

árbitro mantuvo su posición y siguió el arbitraje hasta su conclusión. En todas las

actuaciones alegué, preliminarmente, la improcedencia de la aceptación y en todo caso la

conveniencia de nombrar otro árbitro considerando que no era aceptado por una de las

partes, y, además la institución podía designar otro pues la cuestión principal debatida

versaba sobre derecho civil general y, por tanto, era muy sencillo encontrar otro árbitro

absolutamente independiente. El laudo fue contrario a los intereses de mi mandante. Y el

laudo está pendiente del recurso de anulación por violar la Ley de arbitraje en relación a la

independencia del árbitro. Debo añadir que el motivo principal de la anulación alega que la

institución designó al árbitro cuyo nombre estaba incluido en una lista de tres propuestos

por la instante, no siendo coincidente con ninguno de los otros tres nombres propuestos

por la parte instada. Esa preferencia, sin ser común a ambos litigantes, invalida, a mi juicio,

la imparcialidad en la designación del nombramiento, quebrando el principio de igualdad. A

mayor abundamiento está la cuestión de la ex relación laboral de un consanguíneo en

primer grado con el socio principal del bufete donde presta sus servicios el letrado de la

instante. Y, naturalmente, la circunstancia no confesada de un anterior dictamen del propio

árbitro, aunque versara sobre otra cuestión, especial y ajena a este arbitraje.

ii) La segunda experiencia ilustra una situación parecida, pero con un desenlace

distinto de la anterior. El árbitro también fue nombrado por una institución. Era el

presidente de un colegio formado por tres árbitros. Tras el nombramiento el árbitro aceptó,

pero reveló en la preceptiva declaración de independencia la circunstancia de haber

asesorado previamente, exactamente 7 años atrás, a uno de los litigantes. Asesoramiento

dado por uno de sus abogados colaboradores, residente en Ciudad del Cabo, donde se

encontraba una de las oficinas secundarias del presidente nombrado. Añado que el

nombrado es un reputado profesor de la Universidad de la Sorbona, y naturalmente tiene

su residencia y domicilio profesional en París.

En el acto de inicio una de las partes agradeció al árbitro haber revelado por

adelantado una circunstancia de difícil o imposible conocimiento para ella, no obstante,

consideraba atacada la imparcialidad, y solicitó que el árbitro fuera sustituido. La institución

no tuvo oportunidad de pronunciarse pues el Presidente nombrado presentó la dimisión

irrevocable. Los otros dos árbitros, un profesor italiano y yo mismo español, enriquecimos

nuestra cultura arbitral sobre lo que debe ser la independencia del árbitro.

III. Imparcialidad

Íntimamente unida a la independencia es la referencia a la imparcialidad. Son

cuestiones complementarias pero distintas. Se puede ser independiente y parcial. Y

viceversa. Dependiente e imparcial. La dependencia hace referencia a causas objetivas y

externas. La imparcialidad es interior, pertenece a la actitud y comportamiento del árbitro

durante el proceso o en el momento cumbre de redactar el laudo.

Las leyes suelen establecer causas de recusación, que son motivos o circunstancias

que presumen tanto la dependencia (sic. no independencia) como la parcialidad (sic. no

imparcialidad) del juzgador porque “formalmente” así lo parece y, por tanto, ponen en tela

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Ignacio Arroyo Martínez

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de juicio algo tan esencial al proceso como la independencia e imparcialidad del juzgador: el

parentesco, la amistad o enemistad manifiesta, las incompatibilidades legales, etc. Y para

evitar un fallo parcial (rectius, antijurídico), el legislador se anticipa abortando esa posibilidad

(pues estamos en el terreno de las presunciones) reconociendo al litigante la facultad

recusatoria. Dicho en otras palabras, las causas de recusación mezclan, a mi juicio, los

motivos de parcialidad y dependencia.

Pero en rigor, la parcialidad, pertenece al terreno interior, al campo de lo subjetivo.

Es la conducta que adopta el jugador durante el proceso. Un árbitro con vínculos de

dependencia, por ejemplo, relación laboral con una de las partes, puede ser verdaderamente

imparcial y dictar un laudo impecable desde el punto de vista jurídico, ético y social. Mas,

como dijimos, la ley evita esa posibilidad, aunque deja libertad a la parte para plantear o no

la recusación. Precisamente en el arbitraje, la propia ley permite que las partes puedan elegir

árbitro a una persona incursa en causas o motivos de recusación.

iii) Legalmente he asistido a un cliente que enfrentado a su hermana por motivos

hereditarios la cuestión quedó zanjada en un arbitraje decidido por personada nombrada de

común acuerdo y que era la madre de ambos. Ciertamente el laudo podía anularse si

prosperara alguna causa de anulación que, en definitiva, no son sino pruebas objetivas y

legalmente tipificadas de parcialidad, distintas a los motivos de recusación situados en otro

plano.

iv) Cito un caso de parcialidad para ilustrar mejor la idea con el ejemplo, aunque este

no es propio sino referido. El árbitro admitió todas las pruebas solicitadas por una de las

partes y negó las propuestas por el otro defendido. La anulación prosperó porque el laudo

infringió las normas básicas del proceso. Repárese que, si bien la anulación está fundada en

la infracción de las normas esenciales al proceso, en rigor, el desequilibrio probatorio

denunciado en la anulación prueba la parcialidad del árbitro a la hora de dirigir el proceso.

Aceptar todas las pruebas propuestas por una parte y denegar todas las propuestas por el

adversario es una conducta arbitral que debe ser tachada de parcial pues claramente

favorece a una parte, rompiendo el principio de igualdad entre las partes (rectius,

imparcialidad arbitral).

IV. Los Prejuicios

Cuestión más compleja de valorar es la existencia de prejuicios, y sus efectos en la

independencia e imparcialidad. ¿Pueden estos comprometer la independencia e

imparcialidad exigidas en el nombramiento? Evidentemente que sí.

Piénsese, por ejemplo, en determinados prejuicios del árbitro, acreditados mediante

ciertas declaraciones y opiniones anteriores. Posiciones predeterminadas, que revelando una

inequívoca orientación, pueden inclinar el fallo en una determinada dirección.

Naturalmente no me refiero a las opiniones jurídicas, académicas o científicas manifestadas

de forma genérica o teórica en escritos o conferencias de esa naturaleza. Me refiero

concretamente a la conveniencia y necesidad de evitar designaciones de árbitros cuando

existan o se revelen prejuicios que afecten a la imparcialidad. También aquí puedo ilustrarlo

con varios ejemplos. Citaré dos, siempre extraídos de mi experiencia profesional.

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REVISTA DE DERECHO MERCANTIL. ERA DIGITAL

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v) En el primero se discutía la validez de la resolución contractual de un contrato de

distribución de productos farmacéuticos en exclusiva. La multinacional farmacéutica

alegaba incumplimiento porque el modesto distribuidor, ciertamente lo era, no había

satisfecho el umbral mínimo de ventas. La discusión era justificada pues, a pesar de la

claridad del contrato en cuanto a las cifras mínimas de ventas, ambos imputaban al

adversario la causa del fracaso comercial. Concretamente, nosotros alegamos que la

multinacional no había cumplido con las pactadas inversiones en publicidad, causa

exculpatoria de nuestro teórico incumplimiento.

El árbitro falló a favor de la farmacéutica, privando por tanto a mi mandante de la

jugosa indemnización convenida para el caso de incumplimiento.

A mi juicio, el prejuicio del árbitro influyó sensiblemente en la decisión. El árbitro

designado era un reputado abogado, especialista en derecho de patentes y marcas, que

asesora y defiende habitualmente a empresas farmacéuticas. Evidentemente la parte

demandada no fue nunca su cliente, pues habría incurrido obviamente en causa de

recusación, pero me parece no menos evidente que su orientación y experiencia profesional

acreditan la existencia de prejuicios en favor de una de las partes. El árbitro debería haber

manifestado esa circunstancia, y si hubiera sido contestado, debería haber ofrecido su

dimisión. Y desde luego, la institución arbitral que lo nombró debería haber reservado su

nombre para mejor ocasión. En esa ocasión se equivocó. No puedo ofrecer el resultado de

la anulación porque ni siquiera lo he intentado, sabedor del criterio restrictivo de la

jurisprudencia menor que, equivocadamente, exige la vulneración de derechos

constitucionales.

vi) El segundo caso ilustrativo de perjuicios es análogo al anterior. El litigio versaba

sobre la indemnización exigida al asegurador a consecuencia del hundimiento de un buque

pesquero. La compañía rechazó el siniestro alegando fraude del asegurado pues el buque se

hundió por un incendio provocado por el patrón. Yo defendía al armador, y las pruebas

eran harto complejas pues la certeza del incendio y posterior hundimiento del pesquero a

gran profundidad hacían imposible la recuperación del pecio y, por tanto, el examen de las

causas del siniestro. Técnicamente argumenté en favor de mi defendido que la especialidad

del seguro marítimo, frente al terrestre, sigue el principio de universalidad del riesgo; es

decir, que si el accidente se produce en el mar se presume por causa de un riesgo marítimo.

En definitiva, una inversión de la carga de la prueba a favor del asegurado y en contra

del asegurador. Considerando la imposibilidad de la prueba (rectius inviabilidad económica),

daba por seguro que el fallo nos sería favorable pues se trataba de un riesgo cubierto. Pues

no. El árbitro falló en favor de la compañía de seguros y negó, por tanto, la indemnización.

Ahora no me interesa discutir el razonamiento, tan solo destacar que el árbitro nombrado

era un abogado inglés retirado, especialista en shipping Law, porque toda su carrera

profesional la hizo exclusivamente en una importante compañía inglesa de seguros

marítimos. Y todavía me sigo preguntado ¿Cómo es posible que su fallo no fuera

condicionado por sus prejuicios en favor del Asegurador?

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Ignacio Arroyo Martínez

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V. El Árbitro Presidente

En este breve recorrido de experiencias arbitrales no puedo soslayar algunas referidas

a la figura del árbitro presidente. Selecciono dos porque ilustran dos aspectos que

conforman una realidad más rica de lo que indican algunos tópicos preconcebidos.

Es moneda de uso común en la cultura arbitral, donde los árbitros son nombrados

uno por cada parte y el tercero por ambos o por la institución administradora del arbitraje,

presumir que el presidente tiene siempre la llave de la decisión. Lamentablemente la

experiencia demuestra que frecuentemente, el laudo se vota por mayoría, manteniendo cada

árbitro de parte (rectius, nombrado por la parte) la posición de quien le nombró

(naturalmente descarto el caso del árbitro nombrado de común acuerdo).

Ahora no me interesa denunciar el dato de tanta coincidencia, que a mi juicio justifica

revisar seriamente el sistema de nombramiento. Entre otras razones porque algo contamina

el procedimiento y porque la parte no necesita nombrar un árbitro de parte pues ya cuenta

con la defensa de su abogado. ¿Qué añaden los árbitros de parte?

En este momento me ocupa la cuestión del perfil del tercero, llamado correctamente

impar (unpair) que obviamente ejerce de presidente. Retomo dos experiencias para ilustrar

lo que he vivido profesionalmente sobre este punto.

vii) Una importante compañía aérea de bandera recurrió al arbitraje para resolver el

gravísimo conflicto laboral que las discrepancias en la negociación del convenio colectivo

de los pilotos, y tras ellos los más de 10.000 empleados de tierra, amenazaba con bancarrota

la supervivencia de la sociedad. Los abogados de la empresa, por un lado, y los del

sindicato de pilotos, por otro, eligieron sus respectivos árbitros, quienes de común acuerdo

encontraron en el mercado internacional al tercer árbitro presidente.

Con buen criterio, el nombramiento recayó en un árbitro de nacionalidad ajena a los

litigantes. Entre los elegibles desecharon a un ex juez inglés que acababa de jubilarse de la

Cámara de los Lores; pesó el hecho de no dominar suficientemente el portugués. La misma

suerte corrió un conocido árbitro francés y empleado de “Air France” pues había indicios

de vínculos entre las compañías y así despejaron toda duda de parcialidad por razón de

posibles prejuicios favorables a uno de los litigantes. Tampoco se aceptó la candidatura de

un árbitro suizo porque, si bien reunía todos los requisitos incluido el conocimiento del

idioma del arbitraje, su agenda presentaba en aquel momento demasiadas ocupaciones y

compromisos profesionales para presumir la obligada dedicación, absoluta e intensa, que

necesitaba el procedimiento.

El nombramiento recayó en un profesor y abogado español, experto en derecho

aéreo, con formación económica, conocedor del idioma, experiencia probada como árbitro

internacional, cercano a la cultura y mentalidad lusitanas y disponibilidad suficiente. Eso me

explicaron tras el nombramiento.

El arbitraje duró seis meses durante los cuales se pactó la paz social, resolvimos 84

cuestiones litigiosas, todas por unanimidad menos cuatro decididas por votación y con

votos particulares discrepantes. Pero lo importante es destacar que a penas tuve necesidad

de recurrir al voto dirimente como presidente pues los dos árbitros propuestos por las

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- 15 -

partes consensuaban la decisión. Alcanzada así la mayoría poco importaba el voto

dirimente.

Moraleja, no siempre el presidente decide la votación. Es más, cuanto menos dirima

mejor.

viii) La otra experiencia va unida a la capacidad del presidente para aunar voluntades,

cuando las posiciones de los co-árbitros están enfrentadas. Esa dote especial para suscitar

consenso debe presidir la labor arbitral, al menos en un sistema donde las partes eligen a

uno de los árbitros. Lo digo porque al margen de las cuestiones tratadas de independencia,

imparcialidad y ausencia de prejuicios, cuando la ley permite que el colegio arbitral no sea

predeterminado sino elegido ad hoc y uno al menos por cada uno de los litigantes, nos está

indicando que las razones de ambos litigantes deben tener su parte en el contenido del

laudo. Lo que parece obvio, porque nadie actúa contra sus propios intereses. De ahí que los

litigantes nombren un árbitro afín a sus peticiones. Pero una vez nombrado, el árbitro debe

olvidar el origen de su nombramiento y actuar, única y exclusivamente, según su conciencia

jurídica. Pero la realidad muestra que es muy frecuente, y digo muy, apoyado en

experiencias propias y ajenas, aunque faltan estudios estadísticos para corroborarlo, que los

árbitros de parte acomodan su razonamiento y decisión a los intereses legítimos de quien

les nombra. ¡Que fatal coincidencia!

Desde esa realidad, y salvo que cambie el sistema, entiendo que la delicada misión del

presidente es precisamente suscitar el consenso para que el laudo se dicte por unanimidad.

Ofrecer reflexiones acerca de cómo se gestiona el consenso desborda los límites de

estas consideraciones, pero referiré otro supuesto, a mi juicio, suficientemente ilustrativo.

ix) La discusión giraba en torno al empate aritmético en un consejo de

administración a la hora de adjudicar el contrato para la construcción de un transformador

de gran potencia, elemento esencial para la construcción posterior de una central eléctrica.

En la mesa de los administradores se presentaron dos ofertas semejantes, una patrocinada

por una empresa italiana y otra por una sociedad francesa. Como la sociedad era mixta,

joint venture o sociedad conjunta, el consejo lo formaban cuatro miembros, dos italianos y

dos franceses, y el presidente no tenía voto dirimente. El retraso en la decisión suponía, a

su vez, una demora en la ejecución del proyecto final de la central eléctrica, retraso

penalizado con una importante indemnización.

Afortunadamente los estatutos contenían una cláusula de sumisión al arbitraje, al que

fue sometida la decisión. Tratándose de un colegio tripartito, los dos árbitros nombrados

por cada parte mantuvieron la misma posición de quien le nombró: el francés la francesa y

el italiano la italiana, con lo que la decisión estaba en manos del tercer árbitro decisor.

El laudo fue adoptado por unanimidad, siendo mérito del presidente el acercamiento

de posturas en principio irreconciliables. ¿Cuál fue la decisión? Se pactó la redacción de un

contrato de joint venture para la construcción del transformador en la que cada parte

aportaba lo mejor de su tecnología. Añado que, para salvar la incongruencia del laudo, pues

no era posible un fallo extravagante a las solicitudes de las partes, formalmente se firmó el

contrato y las partes desistieron del arbitraje.

VI. Los Textos Legales

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Ignacio Arroyo Martínez

- 16 -

La presente edición ofrece los textos normativos más utilizados en nuestro

ordenamiento. Concretamente la Ley 60/2003, de 23 de diciembre, de Arbitraje,

debidamente actualizada en virtud de las modificaciones introducidas por la Ley 11/2011,

de 20 de mayo, de Arbitraje y de regulación del arbitraje institucional en la Administración

General del Estado y por la Ley orgánica 5/2011, de 20 de mayo, complementaria a la Ley

11/2011, que modifica la Ley Orgánica 6/1985, de 1 de julio, del Poder Judicial.

Por otra parte se reproducen, bajo el epígrafe Normativa complementaria, los tres

instrumentos jurídicos internacionales más relevantes sobre la materia: a) el Convenio sobre

reconocimiento y ejecución de sentencias arbitrales extranjeras, hecho en Nueva York el 10

de junio de 1958; b) el Convenio Europeo sobre Arbitraje Comercial Internacional,

firmado en Ginebra el 21 de abril de 1961; y c) el Convenio sobre arreglo de diferencias

relativas a inversiones entre Estados y nacionales de otros Estados, hecho en Washington

el 18 de marzo de 1965. Todos ellos incorporados a nuestro ordenamiento jurídico tras la

correspondiente publicación en el BOE.

También se incluye la Ley Modelo de la Comisión de las Naciones Unidas para el

Derecho Mercantil Internacional (CNUDMI) sobre arbitraje comercial internacional, de 21

de junio de 1985, por su elevado interés como referente. Aunque no se trata de una norma

jurídica de obligado cumplimiento, es bien conocido que nuestra Ley de arbitraje ha

seguido la mayoría de los criterios consagrados en esa ley modelo, y, por tanto, resulta de

gran ayuda para interpretar su alcance y significación.

VII. La Reforma del Arbitraje

Por lo que se refiere al sentido de la reforma conviene advertir que no modifica nada

fundamental. Las nuevas disposiciones inciden en aspectos secundarios, despejan algunas

dudas interpretativas, facilitan la arbitrabilidad, consolidan la apuesta por el fomento del

arbitraje internacional y potencian, esta es la mayor novedad, el arbitraje en el ámbito de la

Administración del Estado.

a) En materia societaria expresamente se reconoce la validez de la sumisión al

arbitraje, si bien reducida a cuestiones de derecho societario. La afirmación parece

tautológica pero no lo es pues el doble lenguaje del legislador plantea dudas sobre el

alcance de las materias arbitrables en las sociedades de capital.

En efecto, expresamente la ley dice que “Las sociedades de capital podrán someter a

arbitraje los conflictos que en ella se planteen”. Y también afirma que se podrán someter a

arbitraje las cuestiones referidas a impugnación de acuerdos sociales planteadas por socios

o administradores. Es decir que, por un lado, parece que todas las cuestiones societarias

son materias arbitrales, y otro lado, las reduce a las acciones de impugnación de los de los

acuerdos sociales.

La respuesta no es clara porque cuestiones de derecho societario es criterio más

amplio que impugnación de acuerdos sociales.

Como se recordará, algunos autores y tras ellos colegios arbitrales y juzgados

inferiores, vienen rechazado la posibilidad de dirimir en arbitraje la responsabilidad de los

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REVISTA DE DERECHO MERCANTIL. ERA DIGITAL

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administradores por tratarse, según esa doctrina, de normas de orden público. Con la

reforma esa discusión no se zanja definitivamente. Ciertamente la acción de responsabilidad

contra los administradores es una cuestión de derecho societario, y estadísticamente la más

frecuente, pero no es una cuestión que pueda calificarse como la impugnación de un

acuerdo adoptado por la junta de socios.

A mayor abundamiento, tampoco resulta pacífico si, por ejemplo, los conflictos

derivados de negocios jurídicos sobre acciones o participaciones sociales pueden ser

dirimidos o no en sede arbitral. ¿La compraventa, el usufructo, la donación o la revocación

de la donación de acciones es materia societaria sometible al arbitraje? La respuesta no está

clara tras la reforma.

Si parece claro, en cambio, que el arbitraje institucional es el único que se admite para

dirimir conflictos referidos a impugnación de acuerdos sociales. Dicho de otro modo, no es

válido el arbitraje ad hoc donde el colegio arbitral es nombrado por los litigantes. Los

estatutos deben recoger la cláusula arbitral en referencia a una institución que nombra los

árbitros y administra el arbitraje.

Por otro lado, la ley exige ahora la mayoría reforzada de al menos dos tercios para

introducir en los estatutos el arbitraje como procedimiento de resolución de conflictos

societarios. Esa mayoría reforzada indica que el legislador sigue mirando con cierto recelo

el procedimiento arbitral, como si la jurisdicción ordinaria protegiera más a los socios

minoritarios.

b) En el punto relativo a las condiciones para ser árbitro se ha reforzado el

protagonismo de los profesionales de derecho, al ser obligatoria la presencia mínima de

uno cuando el colegio esté formado por tres o más árbitros. Esta circunstancia no era

exigible anteriormente en los arbitrajes de equidad pero si en los de derecho.

Si se trata de árbitro único, con independencia de que sea de derecho o de equidad y

existe acuerdo de las partes, el nombrado no tiene que ser necesariamente un profesional

del derecho. La disposición me parece criticable, no por razones corporativas, sino por la

naturaleza del arbitraje donde el procedimiento es la esencia de las garantías del justiciable y

conducir un proceso legal exige, indiscutiblemente, no solo sentido común sino

conocimientos técnico jurídicos.

x) En este apartado la experiencia me ha proporcionado situaciones aleccionadoras,

algunas rayanas en hilaridad, que ratifican la necesidad de aplicar conocimientos jurídicos

para proteger el laudo frente a posibles recursos de nulidad. Mencionaré aquella, ya lejana,

donde el árbitro único y de equidad, reputado veterinario y especialista cualificado en

farmacia y aditivos avícolas, confundió la cosa juzgada con la muerte de las aves, cuya causa

y eventual responsabilidad era objeto del arbitraje. La cosa juzgada, alegada oportunamente

por el letrado de la adversa, significaba que la cuestión había sido ventilada anteriormente

por el juez ordinario y, por tanto, el árbitro debía desestimar la demanda aplicando la

excepción procesal.

Los árbitros de equidad no juristas tampoco suelen entender las diferencias entre

prescripción y caducidad, ni entre responsabilidad objetiva y culposa con inversión de la

carga de la prueba, ni las reglas sobre el “onus probandi”, ni la eficacia de un negocio jurídico

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Ignacio Arroyo Martínez

- 18 -

unilateral recepticio, por citar tropiezos gruesos que he denunciado en diversos arbitrajes

fallados en equidad.

Pero como el fallo es por definición bonus et equo, además de irrecurrible, se nos dirá

que de poco o nada sirven los conocimientos jurídicos mencionados. Sin embargo, ese

argumento no puede ni debe prosperar porque las técnicas jurídicas están al servicio de la

justicia, no solo formal sino material.

Por otra parte, con la reforma y siguiendo una práctica internacional consolidada, se

ha dado entrada a otras profesiones en la formación de los colegios arbitrales. Y se

prohíbe al mediador actuar como árbitro en el mismo conflicto, salvo pacto expreso de los

litigantes.

A las instituciones administradoras del arbitraje se les exige ahora legalmente la

contratación de seguros de responsabilidad civil, para cubrir eventuales indemnizaciones

que deban hacer frente por actuaciones dañosamente negligentes. Se trata de una garantía

más del justiciable.

Una vez introducida la obligatoriedad legal en los arbitrajes institucionales no

entiendo porqué no se exige el mismo seguro de responsabilidad civil al árbitro ad hoc,

como requisito para aceptar el cargo. La responsabilidad por daños causados a la parte a

consecuencia de una mala práctica arbitral es ajena al tipo o clase de arbitraje.

Las cuestiones procesales ocupan buena parte de la reforma.

Concretamente se reconoce la competencia de los juzgados de primera instancia

para la ejecución de los laudos. Y a favor de las Salas de lo Civil y Penal de los Tribunales

Superiores de Justicia de las Comunidades Autónomas se ha reconducido la competencia

para el conocimiento de la anulación del laudo, el nombramiento y remoción de árbitros, y

el procedimiento de exequátur de laudos extranjeros. Los juzgados de lo mercantil quedan

así liberados de esas competencias, que ya eran extrañas a su especialidad, en beneficio de

tribunales de mayor rango.

No queda claro si contra la resolución de los Tribunales Superiores cabe recurso de

casación. Lo cual sería no solo conveniente sino necesario para evitar disfunciones

interpretativas, que dan al traste con la creación de una jurisprudencia única y uniforme.

La competencia territorial de los Juzgados y Tribunales Superiores se fija en función

del domicilio o lugar de residencia del ejecutado o de la persona sobre la que recaen los

efectos de lo solicitado.

El convenio arbitral significa la incompetencia del juez ordinario para entender de las

materias sujetas a la cláusula arbitral, y la declinatoria de jurisdicción deberá plantearse

dentro del plazo de diez días de la contestación.

Particular importancia reviste el plazo para dictar el laudo. Se mantienen los seis

meses pero se cuentan desde la contestación a la demanda. Se concede a los árbitros la

facultad de prorrogar el plazo dos meses más mediante resolución motivada. Y novedad

importante es que el laudo dictado fuera de plazo no pierde su eficacia, sin perjuicio de la

responsabilidad en que puedan incurrir los árbitros. Todo ello supeditado a la voluntad

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REVISTA DE DERECHO MERCANTIL. ERA DIGITAL

- 19 -

soberana de las partes que pueden convenir lo contrario; es decir, improrrogabilidad del

plazo de seis meses para laudar y nulidad del laudo dictado fuera de plazo.

xii) Tiene sentido la reforma desplazando el término inicial del cómputo del plazo,

fijado ahora desde la contestación. Como árbitro viví la angustia de la primera regulación

que contaba los seis meses desde que el árbitro aceptaba el nombramiento. Aquel arbitraje

presentaba tres circunstancias que hacían prácticamente imposible concluir las actuaciones

en los seis meses improrrogables, sancionados además bajo pena de nulidad.

Su marcado carácter internacional exigía practicar pruebas harto complejas. Los

testigos residían en países lejanos y su actividad profesional no facilitaba en absoluto las

notificaciones. Trascurrían los días y las semanas y los esfuerzos arbitrales por practicarlas

chocaban con la frustrante realidad.

Alguno de los idiomas de los declarantes no encontraba traductor español adecuado,

lo que dilató y complicó más el procedimiento.

La tercera circunstancia pudo ser evitable pero no funcionó. El abogado de la

instada, contrario al arbitraje, practicó todo tipo de filibusterismo con maniobras torticeras

que prefiero no recordar. Citaré solo que los certificados médicos justificando

aplazamientos inundaron el expediente.

A esas circunstancias se sumó el pecado de mi inexperiencia, agravado por la rigidez

legal. Fue mi segundo arbitraje y había sido designado por el juez, lo que explica mi

celeridad en aceptar el nombramiento, sin percatarme de la grave responsabilidad en que

podía incurrir laudando transcurridos seis meses desde aquel momento. Metido en el

procedimiento, necesitaba pruebas suficientes, las declaraciones en algunos dialectos

orientales eran intraducibles y el abogado de la instada rechazaba mis propuestas de

prórroga, en este caso con razón pues sostenía la nulidad de la cláusula compromisoria.

Pero lo más grave no fueron esas dificultades, sino que se manifestaron cuando solo

faltaban tres meses para dictar el laudo. Justamente los que trascurrieron desde mi

aceptación hasta que por fin tuve conocimiento de la contestación a la demanda.

En descargo de mi “negligencia” puedo decir ahora que me faltó la experiencia de

saber que para medir bien los tiempos hay que conocer la posición de las dos partes

litigantes. Ahora la solución está en la ley que liquida el plazo a partir de la contestación y

antes solo cabía la prudencia de no aceptar el cargo hasta la consumación de ese momento.

Debo añadir que salí del trance por los pelos, laudando el último día del plazo, con la

ayuda de un notario amigo pues era día festivo y mi decisión de prescindir de muchas

pruebas inacabadas, y afinando al máximo los pocos elementos probatorios disponibles en

aquel momento.

En caso de concursos se fijan las atribuciones del juez del procedimiento y se

mantiene la validez del procedimiento arbitral para el ejercicio de acciones civiles que

afectan al patrimonio del concursado, concretamente las referidas a la existencia, validez y

cuantía del crédito, entre otras. Sin embargo, se reconoce al juez del concurso la facultad de

rechazar la validez de pactos arbitrales anteriores si entiende que perjudican al concurso. La

modificación es importante pues con la ley anterior se paralizaban los procedimientos

arbitrales una vez iniciado el concurso, situación que ahora no sucede pues continúan hasta

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su conclusión, salvo que el juez resuelva que perjudican al concurso. Habrá que esperar que

criterio sigue la jurisprudencia en aquellos arbitrajes que reconozcan una deuda contra la

masa pues por definición toda obligación es perjudicial a la masa. Mas no sería justa una

interpretación semejante pues rompería la unidad de criterio respecto a la validez objetiva

del arbitraje, haciendo malos los que reconozcan deudas frente a la masa y buenos los

contrarios que reconocen créditos a su favor.

Se da un impulso a la petición de medidas cautelares que pueden solicitarse por

quien acredite ser parte en un convenio arbitral, con anterioridad incluso al inicio de las

actuaciones arbitrales.

Se facilita el uso de los idiomas reconociendo las declaraciones de las partes, peritos

y testigos en su propio idioma, aunque no sea el del arbitraje. Podrán servirse de

traductores, siendo suficiente el juramento o promesa de conocer suficientemente los

idiomas del arbitraje y del declarante.

Flexibilidad, a mi juicio, altamente criticable pues la comunicación y perfecta

comprensión de las declaraciones es clave para hacer justicia. La traducción debe estar en

manos exclusivas de personas cualificadas, poseedoras de un título oficial, reforzada con

una experiencia acreditada. La ley se ha quedado corta al exigir únicamente como garantía

de conocimiento la simple promesa del traductor. El árbitro como el Juez, cuando no

conoce el idioma, solo recibe lo que dice el traductor, con la evidente trascendencia que eso

puede tener en el desenlace del proceso. Naturalmente, la exigencia de la titulación oficial y

experiencia probada pueden exonerarse si las partes lo aceptan expresamente.

Cuando el convenio o las partes no hayan acordado la lengua del arbitraje se seguirá

en cualquiera de las oficiales del lugar donde se desarrolle el procedimiento.

xi) En este apartado la casuística es variada. La cuestión idiomática se presta a un

sinfín de situaciones que lejos de ser anecdóticas pueden comprometer seriamente la

decisión. El idioma no es una mera expresión formal, sino que despliega todos sus efectos

en el fondo del asunto. El traductor tiene una alta responsabilidad pues ocupa una posición

clave en el desempeño de su función.

Recuerdo las versiones cambiadas y sensiblemente mejoradas vertidas por un

traductor, poco escrupuloso, pero muy hábil en el terreno no tanto de la traducción como

de la interpretación.

Gracias a mi conocimiento del idioma traducido he podido solicitar en alguna

ocasión el cotejo del interrogatorio del legal representante o de los testigos con la

traducción ofrecida por el traductor.

En cierta ocasión, el árbitro pudo comprobar que el legal representante declaró haber

recibido tempestivamente la carta de reclamación del crédito, salvando así la excepción de

prescripción de la acción. La traducción, en cambio, se limitó a decir que hubo un aviso de

correos, pero omitió la palabra tempestiva, clave para apreciar la inexistencia de la

prescripción.

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- 21 -

xii) Compruebo con satisfacción que la reforma ha venido a corroborar mi posición,

infructuosamente mantenida, contra la de aquel árbitro que me denegó la declaración en la

lengua vernácula de mi representado.

La cláusula arbitral no señalaba la lengua del arbitraje. El árbitro aplicó el reglamento

y decidió que además del inglés, por ser el idioma en que se redactó el documento principal

objeto del litigio, añadió el castellano y el catalán, por ser los idiomas oficiales del lugar

donde se celebraba el procedimiento. Mi cliente era griego y el adversario una empresa

española domiciliada en Cataluña. Protesté la decisión solicitando que mi mandante

declarara en griego por ser su idioma natural, y, además, se respetaba así el principio de

igualdad de partes en punto al idioma del arbitraje. No necesito decir que mi mandante

debió usar y pagar la traducción del griego al español, sin poder recuperar esos gastos

porque no se aceptó la posibilidad de hacerlo en su propio idioma. Con la reforma se

permite esa posibilidad y mi cliente hubiera recuperado los gastos negados por el árbitro.

El laudo deberá ser siempre motivado y firmado por los árbitros, quienes deberán

manifestar su voto a favor o en contra y podrán redactar su opinión particular. Sin

embargo, bastará la firma del presidente si se motivaran las razones de las firmas ausentes.

Repárese que todos los árbitros deben emitir su voto pero no es obligatoria la firma, si se

justifica por el presidente. Tampoco es obligatorio que el minoritario, o el discrepante con

los fundamentos de la mayoría, redacte los motivos de su voto particular.

En cuanto a la acción de anulación, la reforma exige que se tramite por el cauce del

juicio verbal, señalando con cierto detalle los términos y plazos del procedimiento.

Por último, la reforma aborda el arbitraje institucional en la Administración pública.

Las controversias jurídicas entre la Administración General del Estado y sus organismos

públicos se canalizan por el procedimiento arbitral, que se potencia en la reforma al tiempo

que se regulan las materias arbitrales y las especialidades del procedimiento.

VIII. Conclusión

Mi intención no era redactar un escrito tan extenso pero vista la oportunidad me ha

parecido adecuado romper los moldes al uso y trasladar alguna de mis experiencias en el

mundo de los arbitrajes a modo de conclusión. Y digo arbitrajes porque, como hemos

visto, no es lo mismo ser parte, abogado de parte, árbitro de parte, árbitro único o árbitro

presidente. En todas esas facetas se perciben realidades no siempre coincidentes.

En todas ellas, sin embargo, he podido aprender que el arbitraje no prosperará si los

árbitros no son verdaderamente independientes, altamente cualificados y generosos en la

dedicación.

Barcelona. España

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REVISTA DE DERECHO MERCANTIL. ERA DIGITAL

22

UN POCO DE HISTORIA: LA CREACIÓN DE PETRÓLEOS DE

VENEZUELA S.A. COMO SOCIEDAD MERCANTIL DE ÚNICO

ACCIONISTA CON EL ÚNICO OBJETO DE GERENCIAR EL

NEGOCIO PETROLERO

A la memoria de mi recordado amigo LUIS CORSI,

compañero de Curso en la Facultad de Derecho

de la Universidad Central de Venezuela

Allan R. Brewer-Carías

Profesor Emérito, Universidad Central de Venezuela

SUMARIO: I. Principios del régimen de creación de sociedades mercantiles y el tema de las sociedades con

único accionista. II. La intención de legislador de crear una sociedad mercantil de único accionista para

manejar la industria [petrolera nacionalizada. III. El sentido del Decreto de creación de Petróleos de

Venezuela s.a. de 1975, y la forma jurídica de las empresas operadoras. IV. Algunos principios del

régimen jurídico inicial de Petróleos de Venezuela, s. a. V. PDVSA como instrumentalidad del Estado

con un fin único: la gerencia del negocio petrolero.

La sociedad mercantil Petróleos de Venezuela S.A. PDVSA fue creada como

consecuencia de la sanción de la Ley Orgánica que Reserva al Estado la Industria y el

Comercio de los Hidrocarburos, del 29 de agosto de 1975,1 mediante la cual se transformó

la propiedad privada de las empresas petroleras en propiedad pública, procediendo el

Estado a adquirir los bienes que habían sido propiedad de las antiguas empresas

concesionarias, reestructurándose así la economía nacional.

Y efectivamente, al día siguiente de la promulgación de dicha Ley, el Presidente de la

República dictó el decreto Nº 1.123, del 30 de agosto de 1975,2 creando a Petróleos de

Venezuela S.A. como “una empresa estatal, bajo la forma de Sociedad Anónima” con el

objeto de cumplir y ejecutar “la política que dicte en materia de hidrocarburos el Ejecutivo

Nacional, por órgano del Ministerio de Minas e Hidrocarburos, en las actividades que le

sean encomendadas.”

La motivación central de la creación de dicha empresa fue la consideración de que era “de

prioritaria necesidad proceder a la constitución e integración de las empresas estatales que

tendrán a su cargo la continuación y desarrollo de la actividad petrolera reservada al

1 Véase en Caceta Oficial Nº 1.769, Extr. de 29 de agosto de 1975.

2 Véase la Gaceta Oficial Nº 1.770, Extr. de 30 de agosto de 1975. El decreto de creación de la empresa ha sido modificado

por Decreto Nº 250, del 23-8-1979, en Gaceta Oficial Nº 31.810, del 30-8-1979.

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Allan R. Brewer-Carías

- 23 -

Estado” (Considerando tercero), siendo un dato esencial el destara que sen el caso de la

creación de Petróleos de Venezuela S.A. en 1975, se trató de la creación de la primera

sociedad mercantil que se constituyó en el país, ab initio, con un único accionista.

I. Principios del régimen de creación de sociedades mercantiles y el tema de las

sociedades con único accionista

En efecto, en 1975, conforme a la legislación mercantil de la época, no era posible la

creación de sociedades unipersonales, lo que incluso había sido analizado por la doctrina,3

particularmente si se partía de la idea general de que la sociedad es un contrato “por el cual

dos o más personas convienen en contribuir, cada una con la propiedad o el uso de las

cosas, o con su propia industria, a la realización de un fin económico común” —siguiendo

la definición del Código Civil venezolano, que fue tomada del Proyecto franco-italiano de

las Obligaciones y recogida asimismo por el Código Civil italiano. 4

Con base en esta definición, por tanto, tratándose de un contrato, el acto constitutivo

de la sociedad debía tener una base colectiva inicial. Esa era la tendencia general además en

el derecho comparado, siendo una excepción, el régimen de Suecia donde se permitía

expresamente la creación de sociedades con un único accionista,5

En materia mercantil, sin embargo, la doctrina admitía sin dificultad la existencia de

la sociedad unipersonal sobrevenida, la cual presuponía que habiéndose constituido

regularmente con pluralidad de fundadores, las acciones se concentraban posteriormente

en una sola mano. 6 Esta, puede decirse, era la posición general respecto a la admisibilidad

de sociedades en las cuales el Estado era único accionista. 7 Por ello, en Alemania, Vogel

admitía que el requisito de la participación de varios accionistas para conformar empresas

del Estado, se podía eludir haciendo que empleados o funcionarios del organismo público

correspondiente actuasen como particulares en la constitución de la sociedad y más tarde

transfieran sus acciones al organismo público.8

3 Véase. Roberto Goldschmidt, "La Sociedad de una sola persona con especial referencia al Derecho Venezolano", en Ponencias

Venezolanas al VII Congreso Internacional de Derecho Comparado (Upsala, 1966), Caracas, 1966, págs. 9 a 27.

4 Véase artículo 1649 del Código Civil Venezolano; artículo 531 del Proyecto Franco-Italiano de las Obligaciones; artículo

521 del Código Civil Italiano.

5 Véase Carl Hemström, "The One-Man Company in Swedish Law", en Swedish National Reports to the Vllth. International

Congress of Comparative Law, Upsala 1966, Estocolmo, 1966, pág. 43.

6 Véase. Manuel Broseta Pont, “La Société Anonyme Publique Unipersonnelle comme Instrument de l'activité

économique de l'Etat,” en Ponencias Españolas, VII Congreso Internacional de Derecho Comparado, Barcelona, 1966, pág.503.

7 Véase Gerhardt Plöchl, (Austria), Die Öffentliche Hand als Unternehmer (El Poder Público como Empresario), Ponencia

(Auistria), al VII Congreso Internacional de Derecho Comparado, pág. 8; R. DRAGO, Le Régime des Activités Commerciales et

Industrielles des Pouvoirs Publics, en Etudes de Droit Contemporain (Nouvelle Serie). Contributions Françaises au VII Congrès

International de Droit Comparé (Upsala, 1966), Paris, 1966, pág. 453; K. Katzarov, Teoría de la Nacionalización (El Estado

y la Propiedad), Ed. española, México, 1963, pág. 309; Pella Lenoudia, "La Empresa Pública en Grecia", "La Empresa

Pública en Grecia, ICE, marzo, Madri 1964, pág. 153.

8 Véase. Klaus Vogel, Die Wirtschraftliche Betätigung Öffentlicher Verwaltungsträger in Handel und Industrie und ihre Rechtliche

Regelung. Ponencia (Alemania) al VII Congreso Internacional de Derecho Comparado (dactilografiada), cit. pág. 4.

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REVISTA DE DERECHO MERCANTIL. ERA DIGITAL

- 24 -

Ante esta situación general, en aquél momento, el derecho español mostraba una

excepción con la Ley sobre Sociedades Anónimas que contenía una norma realmente

excepcional respecto al derecho universal de sociedades, en el que no existía precepto

análogo, en el cual, después de ordenar que el número de fundadores de una sociedad

anónima no podía ser inferior a tres, agregaba que “se exceptúa de lo establecido en el

parágrafo anterior las sociedades constituidas por organismos estatales, provinciales o

municipales, en aplicación de las disposiciones vigentes”.9

Es decir, se trataba de una excepción expresamente establecida para la constitución

de empresas del Estado, con único accionista.

Y eso fue lo que ocurrió en Venezuela, con la creación de Petróleos de Venezuela

S.A., pero en virtud de una Ley especial como fue la Ley de Nacionalización de 1975, que a

tales efectos se aplicó con preferencia a las normas del Código de Comercio.

II. La intención de legislador de crear una sociedad mercantil de único accionista

para manejar la industria [petrolera nacionalizada

1. La intención de los proyectistas de 1974

En el Informe de la Comisión Presidencial de la Reversión Petrolera de 1974 que dio

origen al proceso jurídico organizativo de la nacionalización petrolera de 1975, se puede

apreciar claramente que la intención de los proyectistas de la misma, fue la creación de lo

que se llamó entonces la “Administración Petrolera Nacional” (APN) como entidad de

carácter estatal, que formaba parte de la Administración descentralizada y que, por tanto, se

proyectaba como separada y distinta de la Administración Central.

En dicho Informe, en efecto, se indicó que:

“no obstante que la APN representará una entidad independiente distinta de la

Administración Pública, eso no la hará ajena al Estado venezolano, de quien recibirá

las directrices contenidas en los Planes de la Nación, a quien rendirá cuenta de sus

resultados y para quien habrá de trabajar. Lo que se desea es mantener a la APN al

margen de normas y prácticas burocráticas concebidas fundamentalmente para

organismos públicos y no para entidades modernas y complejas dedicadas a la

producción en gran escala con destino a transacciones cuantiosas y frecuentes.”10

Conforme a ello se concibió a la APN “como una organización integrada

verticalmente, multiempresarial y dirigida por una Casa Matriz”11 de propiedad exclusiva y

única del Estado; 12 debiendo ser las empresas de la APN, también “de la propiedad

exclusiva del Estado” y “constituirse como sociedades aptas para actuar con entera

eficiencia en el campo mercantil.”13

9 Véase Manuel Broseta Pont, " La Société Anonyme Publique Unipersonnelle..." loc. cit., pág. 497.

10 Véase Comisión Presidencial de la Reversión Petrolera, Informe, p. 51. Caracas, 1974.

11 Idem, p. 50.

12 Ibidem, p. 51.

13 Ibidem, p. 50.

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- 25 -

Cada una de dichas empresas debía “tener personalidad jurídica y patrimonio propio

y distinto del Fisco Nacional.”14

Tomadas en conjunto, se señalaba en el Informe, todas esas:

“empresas de la APN deberán caracterizarse por disponer de autonomía

administrativa, autosuficiencia económica y capacidad para la renovación de sus

cuadros gerenciales. Siendo así la APN representará una entidad dependiente y

distinta de la Administración Pública venezolana, de allí la designación que ha

recibido: Administración Petrolera Nacional.”15

Lo sustancial del Informe sobre el Aspecto Operativo fue recogido en el Informe

Central de la Comisión Comisión Presidencial de la Reversión Petrolera,16 donde se

insistió, por ejemplo, en la “independencia” y “autonomía administrativa”17 de la APN, la

“propiedad exclusiva del Estado” sobre las empresas de la APN,18 y el “régimen propio de

administración de personal independiente de la Administración Pública” de la APN.19

En todo caso, tal como se indicó en el Apéndice A del Informe sobre “Pautas para

ser consideradas en la elaboración de los Estatutos de las Empresas de la APN”, ésta

constituiría el “aparato administrativo del Estado”20 o en otros términos, “la organización

empresarial del Estado venezolano” para “manejar la industria petrolera del país una vez

nacionalizada dicha industria.”21 Se insistía, sin embargo, que las empresas de la APN

debían “tener la forma de sociedades aptas para actuar con entera eficiencia en el campo

mercantil.”22

En definitiva, la intención del Informe de la Comisión Presidencial de la Reversión

Petrolera fue la de estructurar la Administración Petrolera Nacional, como una

organización administrativa del Estado separada de la Administración Central, con

autonomía e independencia administrativa, y por tanto, formando parte de la

administración descentralizada, pero sujeta a sus propias normas, inclusive en materia de

personal; se trataba, en todo caso, de estructurar personas jurídicas estatales pero con

forma de sociedades anónimas, es decir, con forma de derecho privado. Las empresas de la

APN y la Casa Matriz debían ser, entonces, personas estatales con forma jurídica de

derecho privado.

2. El criterio de la Ley Orgánica de Reserva de 1975

14 Ibidem, p. 50.

15 Ibidem, pp. V-50 y V-51.

16 Ibidem, pp. 1-38 y ss.

17 Ibidem, pp. 1-38 y 1-40.

18 Ibidem, p. l-3ª.

19 Ibidem, p. 13.

20 Ibidem, p. V-107.

21 Ibidem, p. V-108.

22 Ibidem, pp. V-109 y V-110.

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- 26 -

El criterio de los proyectistas de 1974 puede decirse que se siguió en el Proyecto de

Ley que reserva al Estado la Industria y el Comercio de los Hidrocarburos y en la ley

promulgada el 29 de agosto de 1975.

En efecto, la Ley dispuso expresamente que “el Estado debía ejercer las actividades

reservadas, directamente por el Ejecutivo Nacional o por medio de entes de su

propiedad”,23 con lo cual teóricamente el legislador dejó a la decisión del Ejecutivo

Nacional el atender la industria nacionalizada a través de la propia Administración Central

(“directamente por el Ejecutivo Nacional”, dice el artículo 5º) o a través de la

Administración descentralizada del Estado (“por medio de entes de su propiedad” agrega el

mismo artículo 5º).

Sin embargo, a pesar de esta aparente libertad, en realidad la Ley dio directamente la

pauta al Ejecutivo Nacional para la administración de la industria petrolera a través de

formas descentralizadas.

El artículo 6º de la ley, en efecto, precisó que a los fines de ejercer las actividades

nacionalizadas, “el Ejecutivo Nacional organizará la administración y gestión de las

actividades reservadas” en la siguiente forma:

“Creará, con las formas jurídicas que considere conveniente, las empresas que juzgue

necesario para el desarrollo regular y eficiente de tales actividades, pudiendo

atribuirles el ejercicio de una o más de éstas, modificar su objeto, fusionarlas o

asociarlas, extinguirlas o liquidarlas y aportar su capital a otra u otras de esas mismas

empresas. Estas empresas serán de la propiedad del Estado, sin perjuicio de lo dispuesto

en la base segunda de este artículo, y en caso de revestir la forma de sociedades

anónimas, podrán ser constituidas con un solo socio.”

El artículo 7º de la Ley agregó, que “las empresas a que se refiere el artículo anterior

se regirán por la presente ley y sus reglamentos, por sus propios estatutos, por las

disposiciones que dicte el Ejecutivo Nacional y por las del derecho común que les fueren

aplicables.”

El artículo 8º de la Ley también dispuso que “los directivos, administradores,

empleados y obreros de las empresas a que se refiere el artículo 6º de la presente ley,

inclusive los de la Corporación Venezolana del Petróleo una vez convertida en sociedad

mercantil, no serán considerados funcionarios o empleados públicos.” Sin embargo, “a los

directivos o administradores se les aplicarán las disposiciones de los artículos 123 y 124 de

la Constitución.”

De acuerdo a estas normas, no hay duda por tanto que la intención del legislador fue

estructurar la Administración Petrolera Nacional a través de empresas del Estado (entes o

personas estatales) con forma de sociedad mercantil, con único accionista y, por tanto, con

un régimen mixto de derecho púbico y de derecho privado, aun cuando podría decirse que

preponderantemente de derecho privado.

23 Artículo 5º.

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- 27 -

La aparente posibilidad de que el Estado pudiera ejercer las actividades reservadas

“directamente por el Ejecutivo Nacional”24 en cuanto se refiere a las actividades que se

venían realizando por empresas privadas de capital extranjero y que se nacionalizaban, en

realidad quedó desvirtuada en la propia ley,25 al “sugerir” la constitución de empresas (entes

de propiedad del Estado, como lo señala el artículo 5º) con forma de sociedad mercantil.

III. El sentido del Decreto de creación de Petróleos de Venezuela s.a. de 1975, y la

forma jurídica de las empresas operadoras

Conforme a la orientación señalada, el Ejecutivo Nacional, mediante el ya

mencionado decreto Nº 1.123, de 30 de agosto de 1975,26 dispuso la creación de la empresa

Petróleos de Venezuela S.A. bajo la forma de sociedad anónima, registrándose dicho

decreto que contenía los Estatutos de la misma, en el Registro Mercantil de la

Circunscripción Judicial del Distrito Federal y Estado Miranda bajo el Nº 23, tomo 99-A,

con fecha 15 de septiembre de 1975.27 La empresa se constituyó con un capital de dos mil

quinientos millones de bolívares (Bs. 2.500.000.000,00), representado en cien (100)

acciones de la exclusiva propiedad de la República de Venezuela, como única accionista.28

Se creó así, una sociedad mercantil en ejecución de una Ley especial, sin que existiera

“contrato” alguno de sociedad entre determinados socios conforme a las previsiones del

Código de Comercio. La sociedad mercantil, al contrario tendría un único accionista, que

era el Estado. Desde el punto de vista del derecho administrativo se trató de una persona

jurídica estatal con forma jurídica de derecho privado, es decir, una “empresa estatal” o

empresa del Estado, de propiedad íntegra del mismo y que debía responder a las políticas

que aquél dictase. Como tal, estaba integrada dentro de la organización general de la

Administración del Estado, como ente de la administración descentralizada, pero con

forma jurídica de sociedad anónima, es decir, de persona de derecho privado.

En cuanto a las empresas operadoras, resultó también clara la intención del legislador

de crearlas con forma de sociedades anónimas, cuyas acciones debían ser tenidas en

propiedad por la empresa matriz Petróleos de Venezuela, como única accionista. La propia

Ley Orgánica de Reserva, en su base tercera había dispuesto la conversión del Instituto

Autónomo Corporación Venezolana del Petróleo en sociedad anónima, lo cual se cumplió

en diciembre de 1975. En ese mismo mes, y conforme a la base cuarta, se constituyeron las

restantes trece empresas operadoras, también con forma societaria.

De esta manera, tanto Petróleos de Venezuela S. A., como las catorce operadoras

iniciales se constituyeron conforme al ordenamiento jurídico venezolano como personas

24 Artículo 5º.

25 Artículos 6º 7º y 8º.

26 Véase en Gaceta Oficial Nº 1.770, Extr., de 30-8-1976. Como se dijo, el decreto de creación fue modificado mediante

decreto Nº 250, del 23-8-1979, en Gaceta Oficial Nº 31.810, del 30-8-1979.

27 Véase en Gaceta Municipal del Distrito Federal Nº 413, Extr., de 25-9-1975.

28 Cláusulas 4º, 5º y 6º. El capital, íntegramente suscrito, se pagó en un 40 por ciento al constituirse la empresa,

habiéndose pagado el 60 por ciento restante el 2-1-1976. Véase Petróleos de Venezuela, Informe Anual 1977, p. 38.

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jurídicas estatales con forma de derecho privado (sociedades anónimas); y en el ámbito

económico, como empresas públicas o, más propiamente, como empresas del Estado.

IV. Algunos principios del régimen jurídico inicial de Petróleos de Venezuela, s. a.

La identificación de la naturaleza jurídica de Petróleos de Venezuela S. A. como

persona estatal con forma jurídica de derecho privado (sociedad anónima), planteaba, sin

duda, como consecuencia, que el régimen jurídico aplicable a la misma fuera un régimen

preponderantemente de derecho privado. Preponderantemente, debido a su forma, pero no

exclusivamente, pues por su carácter estatal estaba sometida a un régimen, también, de

derecho público.

En efecto, de acuerdo con la Ley Orgánica de nacionalización, y a los antecedentes e

intenciones de los proyectistas, Petróleos de Venezuela S A., como sociedad anónima debía

tener la flexibilidad e independencia necesarias para su administración sometida a todo el

régimen de derecho privado de las sociedades anónimas. Sin embargo, de acuerdo con la

propia Ley Orgánica, conforme a su artículo 7º, las empresas del Estado que se constituían

conforme a ella, entre los cuales estaba Petróleos de Venezuela, S. A., se debían regir “por la

presente ley y sus reglamentos, por sus propios estatutos, por las disposiciones que dicte el Ejecutivo

Nacional y por las del derecho común que les fueren aplicables.”

Además, la Cláusula Tercera de los Estatutos de la empresa, expresamente lo

ratificaba al disponer que:

“La sociedad se regirá por la Ley Orgánica que Reserva al Estado la Industria y el Comercio de

los Hidrocarburos, por los reglamentos de ella, por estos Estatutos, por las disposiciones que dicte

el Ejecutivo Nacional y por las del derecho común que le fueren aplicables.”

Por otra parte, Petróleos de Venezuela S. A., conforme al artículo 7 de la Ley estaba

también sometida, en cuanto le fueran aplicables, a las normas respecto a las concesiones

de hidrocarburos contenidas en “las leyes, reglamentos, decretos, resoluciones, ordenanzas

y circulares” dictados por las autoridades públicas competentes.

Conforme a todas estas disposiciones, ciertamente, Petróleos de Venezuela S. A.

tenía “un régimen legal que permite diferenciarlas claramente, no sólo de la Administración

Pública centralizada y de los institutos autónomos, sino también de otras empresas del

Estado”;29 pues en realidad, muy pocas empresas del Estado estaban sometidas,

irrestrictamente, a “las disposiciones que dicte el Ejecutivo Nacional” como estaba

Petróleos de Venezuela S. A., lo cual abría un amplio margen a la aplicación de normas de

derecho público a la empresa, por vía de actos administrativos unilaterales, sin necesidad de

acudir a las fórmulas societarias, como la Asamblea, por ejemplo.

29 Véase Andrés Aguilar M.: “Régimen Legal de la Industria y el Comercio de los Hidrocarburos”, loc. cit., p. 18.

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Cláusulas de esa naturaleza también se podían encontrar en los Estatutos de la

empresa CVG Ferrominera del Orinoco C. A., creada con motivo de la nacionalización de

la industria de la explotación del mineral de hierro.30

Por tanto, sin lugar a dudas, la empresa Petróleos de Venezuela S. A. al constituirse

estaba sometida a un régimen jurídico mixto, de derecho privado, como sociedad mercantil

(sus Estatutos y las disposiciones del derecho común que le sean aplicables) y de derecho

público (la Ley Orgánica, sus reglamentos y las disposiciones que dicte el Ejecutivo

Nacional).

1. La personalidad jurídica propia

El primer elemento del régimen jurídico de derecho privado de la empresa Petróleos

de Venezuela S. A. era su personalidad propia, de derecho privado, surgida del acto de

registro en el Registro Mercantil de los Estatutos de la misma, dictados por el citado

decreto Nº 1.123, de 30 de agosto de 1975, acto de registro efectuado el 15 de septiembre

de 1975; y no emanada directamente de la ley.

En esto, como se dijo, la Ley Orgánica varió el sentido de la normativa del Proyecto

de Ley de la Comisión Presidencial de Reversión Petrolera. Esta había propuesto que los

entes que se constituyeran para operar la industria nacionalizada fueran “creados mediante

leyes especiales”,31 con lo cual, la sola creación de la personalidad jurídica de los entes

directamente por ley hubiera abierto una presunción en favor de la personalidad de derecho

público de los mismos y eventualmente, de la preponderancia del régimen de derecho

público.

La Ley Orgánica, sin embargo, varió esta norma, y como se ha visto, atribuyó al

Ejecutivo Nacional la facultad de elegir la forma jurídica que juzgara conveniente para la

personalidad de las empresas, “sugiriendo,” en todo caso, que se escogiera la forma

mercantil de derecho privado, la sociedad anónima, tal como se hizo posteriormente.

Ahora bien, el hecho de que la empresa Petróleos de Venezuela S. A. tuviera una

personalidad jurídica propia y distinta de la República y de los otros entes territoriales, la

convertía en un centro autónomo de imputación de intereses, lo que daba origen a un

régimen jurídico propio desde el punto de vista patrimonial, de la responsabilidad de orden

tributario, de carácter contractual, etc., distinto del de la República. Como consecuencia, y

en general, no se aplicaban a Petróleos de Venezuela S. A., por ejemplo, las normas de la

Ley Orgánica de la Hacienda Pública Nacional que regían entonces la Administración del

patrimonio de la República.

2. El patrimonio propio

30 Véase las cláusulas 2ª, 18, 34 y 35 de los Estatutos, en el diario El Bolivarense, Ciudad Bolívar, pp. 13 y ss. Ciudad

Bolívar, 27-12-1975.

31 Artículo 5º del Proyecto.

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La empresa Petróleos de Venezuela S A., por otra parte, se constituyó con su propio

patrimonio, distinto del patrimonio de la República. Las acciones de la empresa, en todo

caso, son de la exclusiva propiedad del Estado venezolano, como único accionista;32

agregándose en los Estatutos de la empresa que “sus acciones no podrán ser enajenadas ni

gravadas en forma alguna.”33 Recordemos que esta norma estatutaria, a partir de 1991,

adquirió rango constitucional al disponerse en la Constitución que “el Estado conservará la

totalidad de las acciones de Petróleos de Venezuela S.A.”(art. 303).

El capital originalmente suscrito de Bs. 2.500.000.000,00 fue pagado en un 40 por

ciento, quedando al Ejecutivo Nacional determinar “la forma y oportunidad del pago de la

parte de capital no enterado en caja”, lo cual se hizo el 2 de enero de 1976.34

En la gestión financiera y patrimonial, la empresa tenía expresamente atribuidas

facultades para “adquirir, vender, enajenar y traspasar, por cuenta propia o de terceros,

bienes muebles e inmuebles; emitir obligaciones, promover, como accionista o no, otras

sociedades civiles o mercantiles y asociarse con personas naturales o jurídicas, todo

conforme a la ley; fusionar, reestructurar o liquidar empresas de su propiedad; otorgar

créditos, financiamiento, fianzas, avales o garantías de cualquier tipo, y, en general, realizar

todas aquellas operaciones, contratos y actos comerciales que sean necesarios o

convenientes para el cumplimiento del mencionado objeto.35

Sin embargo, para realizar esa gestión patrimonial, la empresa estaba sometida, como

se dijo, a las “disposiciones que dicte el Ejecutivo Nacional”, y entre ellas, era el Ejecutivo

Nacional quien debía fijar el monto del fondo de reserva de la empresa.36

Por su actividad patrimonial, en todo caso, Petróleos de Venezuela estaba sujeta “al

pago de los impuestos y contribuciones nacionales establecidos para las concesiones de

hidrocarburos,” pero no estaba sujeta “a ninguna clase de impuestos estadales ni

municipales” (art. 7. Ley).

3. Los objetivos propios

De acuerdo con la Ley Orgánica, la empresa matriz de la industria petrolera

nacionalizada, Petróleos de Venezuela S. A., tenía por objeto fundamental la “coordinación,

supervisión y control de las actividades de las demás empresas” (Artículo 6º, base Segunda

de la Ley Orgánica), y tal como lo precisó la Cláusula Segunda de sus Estatutos.

“la sociedad tendrá por objeto planificar, coordinar y supervisar la acción de las

sociedades de su propiedad, así como controlar que estas últimas en sus actividades

de exploración, explotación, transporte, manufactura, refinación, almacenamiento,

32 Artículo 6º, base Primera de la Ley Orgánica.

33 Cláusula Sexta de los Estatutos.

34 Cláusula Cuarta.

35 Cláusula Segunda.

36 Cláusula Cuadragésima Quinta, numeral 1º.

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comercialización o cualquiera otra de su competencia en materia de petróleo y demás

hidrocarburos, ejecuten sus operaciones de manera regular y eficiente.”

En la realización de dicho objeto, en todo caso, la empresa estaba sometida a “las

disposiciones que dicte el Ejecutivo Nacional” como se dijo, además de toda la otra

normativa que le es aplicable.

No hay que olvidar, en todo caso, que Petróleos de Venezuela se constituyó como

una empresa del Estado, que realizaba esos objetivos por cuenta del Estado, que fue el que

se reservó la industria y el comercio de los hidrocarburos. Por ello, el propio decreto de

creación de la empresa, modificado, considerando que ella tenía a su cargo “la continuación

y desarrollo de la actividad petrolera reservada al Estado”, precisó que ésta “cumplirá y

ejecutará la política que dicte en materia de hidrocarburos el Ejecutivo Nacional, por

órgano del Ministro de Energía y Minas en las actividades que le sean encomendadas.”37

4. La organización propia

Petróleos de Venezuela S. A. fue concebida como una empresa matriz de toda la

industria petrolera nacionalizada, y como tal se la dotó de la organización propia de una

sociedad anónima, la cual, sin embargo, estuvo condicionada por la intervención de

órganos estatales extraños, formalmente, a los órganos societarios.

La Asamblea, por ejemplo, no existía propiamente en cuanto a tal. En efecto, en

toda sociedad mercantil pública unipersonal falta, realmente, la Asamblea General

entendida como órgano deliberante, puesto que el único accionista no puede deliberar

consigo mismo. Por ello, siendo la República la única accionista, la Asamblea podía ser una

sola persona: el Ministro de Energía y Minas, órgano que en realidad, cuando ejercía los

derechos accionarios de la República podía manifestarlos como voluntad unilateral de ésta,

a través de actos administrativos. Los estatutos de Petróleos de Venezuela, sin embargo,

abrieron la posibilidad de que los derechos accionarios de la República en la Asamblea

estuviesen representados por varios Ministros designados por el Presidente de la República,

en cuyo caso, la Asamblea siempre estaría presidida por el Ministro de Energía y Minas.38

La decisión conjunta de estos Ministros, aun cuando no revistiera la forma de Resolución,

también se podía considerar como un acto administrativo individual.

Por otra parte, tal Asamblea se debía reunir ordinariamente mediante convocatoria

que debía formular el Directorio de la empresa con 15 días de anticipación mediante aviso

publicado en la prensa de Caracas.39 Sin duda, esta era una de las cláusulas sin mayor

sentido de los Estatutos, pues no parecía razonable que se convocase al Ministro de

Energía y Minas, por ejemplo, y a los otros Ministros que pudieran representar las acciones

de la República en la Asamblea, por la prensa. En todo caso, esta situación se correría en el

caso de las Asambleas Extraordinarias, las cuales se podían reunir por iniciativa del

Ejecutivo Nacional, mediante oficio dirigido por el Ministro de Energía y Minas al

37 Artículo 2º del decreto Nº 1.123, del 30 de Agosto de 1975.

38 Cláusula Undécima de los Estatutos.

39 Cláusula Novena de los Estatutos.

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Directorio, o por convocatoria escrita de éste dirigida al Ejecutivo Nacional por órgano del

Ministro de Energía y Minas.40

Por otra parte, al contrario de lo que normalmente sucede en las sociedades

anónimas, la Asamblea como tal, no designaba a los miembros del Directorio de Petróleos

de Venezuela; éste estaba integrado por once miembros “designados mediante decreto por el

Presidente de la República” junto con sus suplentes;41 correspondiendo al Presidente en el

mismo decreto de nombramiento, el señalamiento de los Directores que debía dedicarse en

forma exclusiva a sus funciones dentro de la sociedad.42 En estos supuestos se confirmaba

que el accionista único, la República, ejercía sus derechos accionarios unilateralmente, a

través de actos administrativos (decretos) individuales dictados por el Presidente de la

República que están sometidos al derecho público y no al derecho privado.43

Por otra parte, en cuanto al personal de Petróleos de Venezuela S. A., la Ley

Orgánica fue precisa: los directivos, administradores, empleados y obreros de las empresas

nacionales, no eran considerados como funcionarios o empleados públicos;44 por tanto, no

estaban sometidos a la Ley de Carrera Administrativa ni al sistema de administración de

personal vigente en el sector público centralizado y descentralizado constituido a través de

formas de derecho público (institutos autónomos). Sin embargo, aclaró la Ley Orgánica, a

los directivos o administradores se les aplicaban las incompatibilidades previstas en los

artículos 123 y 124 de la Constitución de 1961 (equivalentes a los artículos 148 y 145 de la

Constitución de 1999): el no desempeño, a la vez, de un destino público remunerado; y la

no contratación con la República, los Estados, los Municipios y las demás personas

jurídicas de derecho público. Además de estas incompatibilidades, por supuesto, a dichos

directivos o administradores se les aplicaban las incompatibilidades electorales previstas en

la Constitución: no podían ser elegidos senadores o diputados en los términos del artículo

140, ordinal 3º de la Constitución de 1961, que se referían a los funcionarios y empleados

de “empresas en las cuales el Estado tenga participación decisiva.”

En relación a la incompatibilidad prevista en el artículo 124 de la Constitución 1961,

era necesario hacer la siguiente precisión: dicho artículo establecía que “nadie que esté al

servicio de la República, de los Estados, de los Municipios y demás personas jurídicas de derecho

público podrá celebrar contrato alguno con ellos, ni por sí ni por interpuesta persona ni en

representación de otro, salvo las excepciones que establezcan las leyes.” Esta norma, por

tanto, no era directamente aplicable a Petróleos de Venezuela S. A., pues, tal como se

señaló, no se trataba de una persona jurídica de derecho público, sino de una persona

jurídica de derecho privado.

Fue necesario prever expresamente en la Ley Orgánica, la aplicabilidad de dicha

incompatibilidad, para que procediera respecto de los directores o administradores de

40 Cláusula Novena de los Estatutos.

41 Cláusula Decimoséptima.

42 Cláusula Vigésima.

43 Cfr. Manuel Broseta Pont, "La Sociedad Anónima Pública...", loc. cit., pág. 502; Gerhardt Plöchl, Die Öffentliche..., cit.,

págs. 16 y 17.

44 Artículo 8º.

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Petróleos de Venezuela, tal como lo sugirió el Contralor General de la República.45 La

norma constitucional, en todo caso, se reformó en 1999, para referirse a “las personas

jurídicas de derecho público o de derecho privado estatales”(art. 145).

Por último, debe señalarse que los “administradores” de Petróleos de Venezuela, es

decir, los miembros de la Junta Directiva, a los solos efectos de la entonces vigente Ley

contra el Enriquecimiento Ilícito de funcionarios o empleados públicos, de 31 de marzo de

1964,46 “se consideraban funcionarios o empleados públicos”, por lo que regía, para ellos, la

obligación de presentar declaraciones juradas de bienes (Artículos 2º ordinal 3º, y artículo

3º de la Ley).

V. PDVSA como instrumentalidad del Estado con un fin único: la gerencia del

negocio petrolero

Como se ha dicho, el hecho de haberse creado a Petróleos de Venezuela, S.A. como

persona estatal con forma jurídica de derecho privado implica que la misma, como tal y por

la flexibilidad e independencia que debe tener su administración, está sometida al régimen

de derecho privado de las sociedades anónima; pero ello, por supuesto, por su carácter de

instrumentalidad del Estado, no excluye que la misma también está sometida al derecho

público, por ejemplo en materia de control accionario y otros relativos al funcionamiento

del sector público, al cual pertenece. Su régimen, por ello, como se indicó al inicio, es de

carácter mixto.

Pero ello, por supuesto, no debía afectar el objeto de la empresa ni su gestión

financiera y patrimonial, la cual desde el inicio estuvo enmarcada en las facultades que le

fueron conferidas para realizar “todas aquellas operaciones, contratos y actos comerciales

que sean necesarios o convenientes para el cumplimiento” de su objeto (Cláusula Segunda

de los Estatutos); que es “planificar, coordinar y supervisar la acción de las sociedades de su

propiedad, así como controlar que estas últimas en sus actividades de exploración,

explotación, transporte, manufactura, refinación, almacenamiento, comercialización o

cualquier otra de su competencia en materia de petróleo y demás hidrocarburos, ejecuten

sus operaciones de manera regular y eficiente” (Cláusula Segunda de sus Estatutos; y art. 6º,

Base Segunda de la Ley Orgánica).

Es cierto que conforme al artículo 7 de la Ley Orgánica que reserva al Estado la

Industria y el Comercio de los Hidrocarburos, Petróleos de Venezuela S.A., para cumplir su

objeto, se debía regir además de por sus respectivos estatutos “y por las del derecho común

que les fueren aplicables,” por las disposiciones de la ley y de sus reglamentos, y además,

“por las disposiciones que dicte el Ejecutivo Nacional.” Ello, por lo demás, se ratificó en la

Cláusula Tercera de los Estatutos de la empresa cal disponerse que: “La sociedad se regirá

por la Ley Orgánica que Reserva al Estado la Industria y el Comercio de los Hidrocarburos,

45 Véase la opinión del Contralor General de la República sobre el articulado del Proyecto de Ley Orgánica que Reserva

al Estado la Industria y el Comercio de los Hidrocarburos, en Revista Control Fiscal, Nº 77, p. 46. Caracas, 1975.

46 Gaceta Oficial Nº 902, Extr., de 31 de marzo de 1964.

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por los reglamentos de ella, por estos Estatutos, por las disposiciones que dicte el Ejecutivo

Nacional y por las del derecho común que le fueren aplicables.” 47

En esta forma, tanto la Ley Orgánica como los Estatutos, abrieron desde el inicio un

amplio margen a la aplicación de normas de derecho público a la empresa, por vía de actos

administrativos unilaterales, sin necesidad de acudir a las fórmulas societarias, como la

Asamblea, por ejemplo; así como a la posibilidad de que el Ejecutivo Nacional le impartiese

las instrucciones necesarias.

Todo ello, por supuesto, siempre que se tratase de instrucciones destinadas a cumplir

“la política que [dictase] en materia de hidrocarburos el Ejecutivo Nacional” (artículo 1º del

Decreto Nº 1.123, de 30 de agosto de 1975); es decir, que tuvieran por objeto “la

continuación y desarrollo de la actividad petrolera reservada al Estado,” que constituía la

actividad que le fue encomendadas (art. 2).

En todo caso, para garantizar el cumplimiento del objeto de la empresa en el negocio

petrolero, en sus Estatutos se dispuso la necesaria separación de los miembros de su Junta

Directiva respecto de la Administración Central del Estado, a cuyo efecto se dispuso por

una parte, que los miembros de la Junta Directiva de la compañía, aun cuando fueran

designados por el Presidente de la República, debían desempeñar sus funciones a tiempo

completo (Artículo 20), sin tener la condición de empleados públicos, por lo que estarían

sujetos a la Ley del Trabajo.

Y por la otra, se dispuso expresamente que ningún Ministro, miembro del Ejecutivo

Nacional, ni ningún otro funcionario público podía ser designado como miembro de la

Junta Directiva de PDVSA. Por el contrario, el Ministro de Energía y Petróleo solo sería un

miembro de la Asamblea de Accionistas de la compañía (Artículos 7 y 11), sin tener

ninguna participación directa en la administración de la compañía, y mucho menos algún

control en las operaciones diarias de la empresa. En particular, el Artículo 29 de los

Estatutos de PDVSA dispuso lo siguiente:

“Cláusula Vigésima Novena. No podrán ser miembros de la Junta Directiva de la

sociedad durante el ejercicio de sus cargos, los Ministros del Despacho, los miembros

del Tribunal Supremo de Justicia, el Procurador General de la República y los

Gobernadores de los Estados y del Distrito Federal. Tampoco podrán ser miembros

de la Junta Directiva de la sociedad las personas que tengan con el Presidente de la

República o con el Ministro de Energía y Minas parentesco hasta el cuarto grado de

consanguinidad o segundo de afinidad.”48

Con base en estas normas, desde su creación hasta comienzos del Siglo XXI, la

empresa Petróleos de Venezuela S.A. fue gerenciada como tal empresa mercantil pública

unipersonal, teniendo como único accionista a la República, para manejar el negocio

petrolero con la independencia necesaria de la Administración Central, respecto de la cual

47 Reformados por el Decreto Nº 250 de 23 de agosto de 1979, Gaceta Oficial Nº 31.810 de 30-8-79.

48 Ver, por ejemplo, los Estatutos de PDVSA del 2002, modificados por el Decreto N° 2.184 del 10 de diciembre de

2002, en la Gaceta Oficial N° 37.588 del 10 de diciembre de 2002.

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Allan R. Brewer-Carías

- 35 -

solo estaba sometida a las instrucciones que recibiera del Ejecutivo Nacional referidas a

políticas dictadas exclusivamente en materia de hidrocarburos.

Por ello, al poco tiempo de crearse, Petróleos de Venezuela S. A. no sólo llegó a ser

la empresa más grande de Venezuela, sino de toda la América Latina, y ocupaba la posición

Nº 12 en el índice de las quinientas corporaciones industriales más grandes del mundo. Era

la segunda de las empresas de las naciones en vías de desarrollo y sólo era entonces

superada por la Compañía Nacional de Petróleos de Irán.49

New York, Octubre 2021

49 Véase las informaciones de la Revista Fortune en El Nacional. Caracas, 15 de agosto de 1978, p. D-11.

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REVISTA DE DERECHO MERCANTIL. ERA DIGITAL

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DE LA ACCIÓN DE DISOLUCIÓN ANTICIPADA DE LA

SOCIEDAD Y DEL DERECHO DE SEPARACIÓN EN LAS

SOCIEDADES CIVILES Y MERCANTILES

Honorio Castejón Sandoval †

Presentación

Alfredo Castejón Méndez

Abogado LUZ

Director de Castejón & Castejón S.C

Despacho de Abogados

Firma fundada en 1966

La Revista de Derecho Mercantil. Era Digital me solicitó colaboración para su segunda edición en

homenaje a uno de sus fundadores Dr. Luis Corsi Olivieri y he considerado que el mejor aporte que puedo

hacer a la comunidad jurídica era proponer la publicación de una de las monografías resultado de nuestro

ejercicio profesional, plasmado brillantemente por mi padre, cuyo contenido es de gran valía para el foro ya

que por primera vez se resuelve con acierto, el camino a seguir por los accionistas minoritarios, ante el abuso

de derecho de los accionistas mayoritarios en las sociedades civiles y mercantiles.

Es un aporte hecho con humildad en el que se invirtió mucho tiempo y conocimientos, todo honrando

las ideas de un hombre de extracción muy humilde, pero de una condición intelectual elevada, reflejo de lo

que fue y representó siempre Honorio de Jesús Castejón Sandoval.

Honorio Castejón Sandoval

(Q.e.p.d.)

Enluta igualmente a esta Revista la muerte de un amigo y afamado abogado zuliano,

Honorio Castejón Sandoval.

Los que a su lado compartimos vida profesional y el día a día social sabemos quién

se nos ha ido.

Honorio no sabía decir NO. Pero con autenticidad y empeño se daba a su palabra

comprometida.

Honorio fue un hombre a quien los amigos podían sobrarle. Pero era difícil ser su

amigo porque sabía de las travesuras de muchos a él acercándose con fines non sanctos…

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Honorio Castejón Sandoval †

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Jorge Enrique Núñez, Mery Rhode de Alcalá, Arcadio Delgado Rosales, Fernando

Parra Aranguren, Carlos y José Manuel Delgado Ocando, fueron alma y aliento de Honorio

y en largas jornadas disputaban los saberes de tal o cual ley, libro, sentencia o suceso del

día.

Honorio fue un extraordinario asesor de empresas y sus consejos eran siempre

influyentes porque tenía la virtud de saber escuchar. Hablaba al final y lo hacía breve y

directo, con expresiones cargadas de latinismos y zulianismos o castellano maracucho:

“Redomado”, “farfullo”, “lambucio”, “enfurruñarse”, “curucutear”.

Honorio nació el 15 de septiembre de 1943 en Mapararí, tierra de bailes de las turas

aborígenes ayamanes, al este de Churuguara, pintoresco pueblo del estado Falcón,

Venezuela. De ahí trajo su vena de hombre confiado, seguro, siempre amable,

determinante, sincero y romántico.

Honorio es el padre fundador de la firma Castejón & Castejón, S. C, que junto a 3

de sus 5 hijos, Alfredo, Arlet y Aira han dado competencia y seriedad al ejercicio de la

profesión de la abogacía en el Zulia.

Alfredo Castejón Méndez, su hijo, honra nuestra Revista al dar a la publicidad con

nota de presentación de un trabajo de su padre que la muerte dejó inconcluso. Versa sobre

la acción de disolución anticipada y del derecho de separación en las sociedades

mercantiles. Esta Casa Editorial agradece el darnos el privilegio de su cabida y publicidad.

Las luces de Mapararí que ya no brillan en la geografía de Google Maps, vuelven a

brillar con la desaparición de este hombre de bien merced a la fuerza, la nobleza, el

recuerdo y el amor de sus cinco hijos, togados con alma, y de todos sus amigos quienes con

pasión y dolor decimos, hasta luego, querido Honorio. La muerte es solo un paso

adelante.-

Los editores,

Revista de Derecho Mercantil. Era digital.

Caracas, noviembre de 2021

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REVISTA DE DERECHO MERCANTIL. ERA DIGITAL

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DE LA ACCIÓN DE DISOLUCIÓN ANTICIPADA DE LA

SOCIEDAD Y DEL DERECHO DE SEPARACIÓN EN LAS

SOCIEDADES CIVILES Y MERCANTILES

Honorio Castejón Sandoval †

SUMARIO: Resumen. Planteamiento del problema. I. De la acción de disolución anticipada de la

sociedad. II. Del derecho de separación en las sociedades civiles y mercantiles. III. Conclusiones. IV. Base

legal bibliográfica. V. Bibliografía

Resumen

Entre los diversos modos de extinción de la sociedad civil establecidos en el artículo

1.673 del Código Civil, se incluye “…la consumación del negocio o la imposibilidad de

realizarlo”. En ese mismo sentido el artículo 340 del Código de Comercio reputa como

causa de disolución de la sociedad mercantil “…la falta o cesación del objeto de la sociedad

o por la imposibilidad de conseguirlo”. El planteamiento teórico de los autores así en el

derecho patrio como en el derecho comparado ha sido muy profuso respecto de esta causal

de disolución, al punto de subsumir en ella la existencia de “justos motivos” en uno o

varios socios (graves desavenencias entre los asociados, paralización de los órganos

sociales, prácticas de administración desleal y motivos semejantes) capaces de resentir el

animus societatis que justifica la existencia del ente social, impidiendo a la sociedad alcanzar

su objeto, reconociendo la Ley en tales casos al socio o socios afectados el ejercicio de una

acción específica destinada a obtener en vía jurisdiccional, ex Artículo 1.679 del Código

Civil, la declaratoria de disolución anticipada de la compañía antes del vencimiento del

tiempo convenido estatutariamente.

El presente trabajo monográfico, fruto de nuestra meditación teórica y de nuestra

práctica forense, pretende arribar a la conclusión de que la pretensión de disolución de la

sociedad por justos motivos solo es susceptible de ser atendida por el órgano jurisdiccional

siempre que la misma se proponga en vía principal acumulada a una pretensión subsidiaria

de separación del socio o socios interesados, pues, la proposición autónoma de la acción de

disolución de la sociedad corre el riesgo de ser desestimada en razón del menoscabo al

derecho fundamental de asociación que corresponde a los socios de parecer contrario

interesados en continuar la vida de la compañía, excepción que de no ser invocada por los

demandados coloca al juez en la obligación de suplirla por motivo de inconstitucionalidad,

dejando al socio o socios en cuyo interés concurran justos motivos en la más injusta

indefensión.

Pero más allá de la “improponibilidad objetiva de la pretensión” que se entiende

materializada en cuanto la disolución violenta el derecho de asociación de las personas

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Honorio Castejón Sandoval †

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contra quienes obra la acción - en desmedro de la protección que la Constitución de la

República Bolivariana de Venezuela (1999) brinda a los derechos fundamentales inherentes

a la persona humana, dada la primacía que su texto tiene sobre el ordenamiento jurídico y

en función del deber del juez de interpretar las instituciones jurídicas atendiendo al

concepto más amplio del denominado “Estado Social de Derecho y de Justicia”- nos

proponemos proclamar que la pretensión procesal adecuada al interés del socio o socios

interesados en resolver el agravio que injustamente sufre en sus derechos no es otra que la

pretensión de separación de la sociedad con el consiguiente reembolso de la

correspondiente participación accionaria.

Abordaremos por tanto el tema del derecho de separación de los socios en el

régimen de las sociedades civiles y mercantiles como acción autónoma dirigida a obtener la

resolución del vínculo particular y concreto que une a aquellos con la sociedad, en

presencia de los justos motivos a que alude el Artículo 1.679 del Código Civil.

Nos anima poder contribuir modestamente a una recta inteligencia y manejo de los

problemas que sobrevienen en la vida de la sociedad derivados casi siempre de la posición

de dominio y del abuso de los socios mayoritarios sobre la minoría pasiva quienes

normalmente no encuentran más salida que tolerar pacientemente la fuerza avasallante de

los primeros.

Palabras Claves: Derecho de disolución, derecho de separación, improponibilidad

objetiva de la pretensión, positivismo jurídico, constitucionalismo venezolano, resolución

contractual.

Planteamiento del Problema

I. De la acción de disolución anticipada de la sociedad

El tratamiento sistemático de la pretensión de disolución de la sociedad por justos

motivos, prevista en el artículo 1.679 del Código Civil, requiere del análisis de dos

cuestiones fundamentales:

1.- Posición de la doctrina clásica sobre la disolución de la sociedad por justos

motivos; y

2.- Ejercicio adecuado por el actor del derecho de acceso a la justicia y a la tutela

judicial efectiva frente al derecho fundamental de los demás socios de permanecer

asociados.

Fijar el exacto sentido de estas cuestiones fundamentales precisa tener presente que la

entrada en vigencia de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (1.999)

significó, ciertamente, un cambio de paradigma en el sistema de administración de justicia

prevaleciente al punto de que el denominado Estado de Derecho vigente para aquel

momento fue sustituido por un Estado Social de Derecho y de Justicia que vinculó tanto a

los órganos del Poder Público como a los particulares a los principios constitucionales,

asignándole al Poder Judicial un rol distinto en cuanto tutor y garante de los derechos

fundamentales del ser humano, que obliga al juez a buscar la verdad y resolver los

conflictos de manera idónea, imparcial, transparente y expedita sin formalismos ni

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REVISTA DE DERECHO MERCANTIL. ERA DIGITAL

- 40 -

reposiciones inútiles. Se trata en verdad de un modelo donde los Principios

Constitucionales y los Derechos Humanos ocupan la principal atención del juzgador y

donde la interpretación y aplicación de las leyes que integran el ordenamiento legal ha de

hacerse desde la Constitución.

La preeminencia del principio del Estado Social de Derecho y de Justicia propugnado

en el Artículo 2 y el principio de la Supremacía Constitucional que propugna el artículo 7

del texto constitucional, han venido siendo consolidados por el desarrollo jurisprudencial

de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia marcando distancia del

positivismo jurídico para dar cabida al constitucionalismo adoptado.

Con relación al constitucionalismo venezolano ha dicho con acierto René Molina

Galicia50: “…los cambios suscitados a raíz de la entrada en vigencia de la nueva

Constitución, y las actuaciones de la Sala Constitucional a través de sus sentencias, han

generado un nuevo modo de concebir el Estado de Derecho que pasa a ser Estado de

Derechos; lo cual implica una nueva manera de entender el Derecho, que ya no puede ser

asumido bajo el método positivista. ¿Cuáles son las consecuencias de este cambio? La

primera, es que los derechos hoy, valen independientemente de la Ley y la segunda es que

para hacer valer los derechos, e interpretar y aplicar el Derecho es indispensable ir más allá

de lo que la ley y la doctrina pueden decir o dejar de decir, es preciso acudir a la

jurisprudencia constitucional como mecanismo capaz de adaptar o adecuar la norma a la

realidad del caso concreto y de utilizar la justicia para buscar la solución normativa a través

del principio de proporcionalidad y equidad”.

Gracias al constitucionalismo emergente del Derecho venezolano, la teoría del

“abuso de derecho” ha cobrado mayor vida en el contrato de sociedad en general y en las

asambleas generales de socios en particular, debido a la interpretación más amplia que se ha

hecho del principio de buena fe que el artículo 1.160 del Código Civil exige en todo

contrato y del principio que califica de hecho ilícito la acción u omisión de todo sujeto de

derecho que no obre en sus relaciones jurídicas dentro de los límites fijados por la buena fe

o por el objeto en cuya virtud le ha sido conferido el respectivo derecho según el artículo

1.185 del Código Civil, penetrada quizás la interpretación progresiva de la Sala

Constitucional por el sentido de las palabras del maestro Treillard51 ante las Cámaras

Legislativas francesas cuando dijo: “El contrato de sociedad debe sobre todo reposar sobre

la buena fe: decididamente ella es necesaria en todos los contratos, pero ella es más

expresamente requerida en los contratos de sociedad; ella debería ser excesiva, si es

permitido así decirlo y si pudieran haber excesos en la buena fe …(omissis)… que debe regir

las relaciones entre los asociados, es la que permite invocar la teoría del abuso de derecho

cuando los accionistas mayoritarios disponen a su antojo de la minoría de palo en las

asambleas, tomando decisiones contrarias al interés social y en detrimento de la minoría.”

50 Reflexiones sobre Una Visión Constitucional del Proceso y su Tendencia Jurisprudencial. René Molina Galicia.

Editorial Paredes Libros Jurídicos C.A. 2002, pág. 33-34

51 La Disolución de la Compañía por Paralización de los Órganos Sociales. Guillermo Senen de la Fuente. Sociedad de

Estudios y Publicaciones. Año 1.965. Ograma (Oficina Gráfica Madrileña) p. 419

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Honorio Castejón Sandoval †

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Ciertamente, en el ámbito del contrato de sociedad la cuestión del abuso de derecho

surge con mayor impacto debido a que la voluntad plural de asociarse (ius fraternitatis) de

los distintos sujetos que en él participan no supone la oposición de intereses que son de la

esencia de los contratos bilaterales – el comprador frente al vendedor, el arrendatario frente

al arrendador, el acreedor frente al deudor - sino que supone un “interés económico

común” que los interesados se comprometen cumplir con sujeción a la definición misma

que hace el artículo 1.649 del Código Civil del contrato de sociedad, considerado como

aquél “…por el cual dos o más personas convienen en contribuir, cada una con la

propiedad o uso de las cosas, o con su propia industria, a la realización de un fin

económico común”. Ocurre sin embargo que este aspecto cardinal del fin económico

común que vincula a las partes en el contrato de sociedad - presente en la etapa de

conformación del ente social - resulta muchas veces quebrantado por circunstancias

sobrevenidas en el devenir de los negocios sociales propiciadas casi siempre por los socios

mayoritarios en uso desmedido de la posición de dominio accionario, colocando a la

sociedad en la imposibilidad de conseguir o realizar su objeto y, a los socios minoritarios,

en manifiesta minusvalía e irrespeto de sus derechos sociales, siendo las causas más

frecuentes la falta de buena fe entre los asociados, las serias desavenencias entre ellos, la

falta de deliberación en el órgano de administración y en la asamblea general de accionistas

resistentes a expresar las razones por las cuales el asunto debatido favorece el interés

común de los socios y no la imposición arbitraria; la paralización absoluta de los órganos

sociales (junta directiva y asamblea) como mecanismo de exclusión de los socios

minoritarios y, en fin, las prácticas desleales contrarias a la gestión de un buen padre de

familia. Se habla en estos casos de circunstancias lesivas a la Ley y a los estatutos sociales

cuya anomalía el Artículo 1.679 del Código Civil sanciona con la disolución al disponer:

“La disolución de la sociedad contraída por un tiempo limitado, no puede pedirse por uno

de los socios antes de la expiración del tiempo convenido, a menos que haya justos

motivos...”, siendo que igual sanción prevé el legislador para las sociedades mercantiles al

disponer el ordinal 2º del Artículo 340 del Código de Comercio que las compañías se

disuelven por “falta o cesación del objeto de la sociedad o por imposibilidad de

conseguirlo”.

El efecto disolutivo de las personas jurídicas a causa de los denominados justos

motivos y del funcionamiento anormal de los órganos sociales ha sido sostenido por la

más autorizada doctrina. Así, en opinión del destacado mercantilista español Guillermo

Senen de la Fuente52, en su obra “La Disolución de la Compañía por Paralización de los

Órganos Sociales”, prologada por el Dr. Joaquín Garrigues, se afirma:

“...es evidente que en los casos de paralización absoluta e insalvable de los órganos

sociales, la sociedad afectada se verá impedida de alcanzar el fin social. Basta a este

respecto recordar cuanto se dice antes sobre el carácter esencial de los órganos

sociales para la actuación en el tráfico de las personas jurídicas, y las funciones y

facultades, también esenciales, que a la Junta General y al Consejo de Administración

52 La Disolución de la Compañía por Paralización de los Órganos Sociales. Sociedad de Estudios y Publicaciones. 1965.

Ograma (Oficina Gráfica Madrileña).

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REVISTA DE DERECHO MERCANTIL. ERA DIGITAL

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atribuyen todas las leyes del mundo, para comprender en seguida en un caso claro de

imposibilidad manifiesta de alcanzar el fin social es cabalmente el que se produce

cuando la Junta General y el Consejo de Administración de una sociedad anónima no

pueden funcionar normalmente. La sociedad anónima, como toda persona jurídica,

no puede actuar en el tráfico sino es por medio de la persona física; entre otras

razones, porque solo a través de la suma de las voluntades individuales de esas

personas físicas podrá formarse la voluntad social. Y como la colaboración con la

sociedad de estas personas físicas se ha de producir, necesariamente en el seno de los

órganos sociales, no parece discutible que al quedar inertes estos órganos se paraliza

también la actividad de las personas físicas y se producirá, en suma, el colapso de la

Compañía. Repitiendo ideas expuestas con anterioridad, hemos de insistir una vez

más, en que una sociedad anónima no podrá conseguir el objeto para el que se

constituyó si la Junta General no aprueba anualmente el balance del ejercicio anterior,

ni acuerda el reparto de los bienes, con lo que desaparecerá la causa que movió a los

socios a entrar en sociedad, a saber, la obtención de una ganancia. Y lo mismo cabe

decir si por la paralización de la Junta General, la sociedad no puede utilizar los

distintos procedimientos que la Ley le ofrece para acopiar nuevos recursos (aumentos

de capital, emisión de obligaciones, etc.), o para adaptar sus estatutos a las nuevas

necesidades que la evolución del mundo de los negocios pueda imponer con carácter

necesario. Por la misma razón, si la paralización de la Junta General y, en suma, las

graves diferencias entre los socios trascienden al Consejo de Administración y éste

deja también de funcionar, se verá si cabe, todavía más clara la imposibilidad de que

la Compañía alcance el fin para el que se constituyó, ya que, al verse privada de su

órgano de representación, no podrá entrar en relación con los terceros ni realizará,

por tanto, actuación alguna en el tráfico. Estos argumentos demuestran que, al igual

que se disuelve una sociedad anónima por el cumplimiento del objeto para el que se

constituyó, por ejemplo, el fin de una concesión administrativa explotada por la

compañía, la construcción de un edificio, etc., debe también iniciarse el proceso de

extinción de la compañía cuando, sin haber concluido la empresa que constituye el

objeto social, la consecución de éste se hace prácticamente imposible por las razones

que sean. Y creemos haber demostrado que una paralización total y permanente de

los órganos sociales se produce inexorablemente en una real imposibilidad de

alcanzar el fin para el que se constituyó la sociedad” ... “De esto se deduce que, aún

en el caso de que el ordenamiento positivo no incluya entre sus causas legales de

disolución, no ya la paralización de los órganos sociales, sino tan siquiera la

imposibilidad manifiesta de alcanzar el fin social, la inactividad permanente e

insalvable de la Junta General y del Consejo de Administración, seguirá, no obstante,

la calificación de verdadera causa de disolución de la sociedad anónima”...”Pero

existe todavía otro argumento, por desgracia olvidado con frecuencia por la doctrina,

que justifica también la conclusión que venimos manteniendo favorable a la

calificación de la paralización de los órganos sociales como causa de disolución de la

sociedad anónima. Una primera idea sobre este argumento quedó ya apuntado en el

apartado anterior. Nos referimos, en concreto a la pérdida de la affectio societatis,

que se descubre de un modo patente en todos los casos de paralización de los

órganos sociales”.

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Honorio Castejón Sandoval †

- 43 -

En igual sentido se ha pronunciado George Ripert53 en el ámbito de la sociedad

mercantil en cuanto expresa:

“Al no haber excluido el Código de Comercio la aplicación de las reglas generales

sobre la disolución del contrato de sociedad, la jurisprudencia las aplica a las

sociedades anónimas”. Entre estas reglas generales de disolución se encuentra - según

enseñan Ripert y Boulanger54 - la disolución de la sociedad por justos motivos, al

expresar: “En las sociedades cuya duración ha sido fijada por la convención, la Ley

(Art. 1.871 - refiérese al Código Civil Francés - permite a los Tribunales pronunciar

su disolución por justos motivos, cuya legitimidad y gravedad quedan libradas al

arbitrio de los jueces”. Esta causal de disolución es de tanta trascendencia, que los

notables juristas sostienen que: “El derecho a exigir la disolución no puede ser

obstaculizado por una disposición de los estatutos”, y a tal efecto, citan

jurisprudencia de la Casación Francesa, que ha admitido como causa de disolución

por justos motivos, entre otros casos semejantes, el “... de hostilidad entre los

administradores de una sociedad anónima”.

Sobre el tema de la causal de disolución de la sociedad por justos motivos la

jurisprudencia nacional55 ha dicho con base a un importante material doctrinario, lo

siguiente:

“...En este sentido, a criterio de esta Alzada, y entendido el objeto de la compañía

como el complejo de operaciones sociales necesarias para lograr el fin al cual debe la

sociedad su razón de ser, es indudable que la Empresa XXX no ha cumplido con su

objeto”... “Por otra parte, no se observa que en un futuro próximo ese objeto pueda

lograrse, debido a que los dos socios propietarios por partes iguales del capital social

de la compañía, mantienen posiciones irreconciliables”. Todo lo anterior lleva a esta

Alzada a concluir que la situación en que se encuentra la Empresa XXX se subsume

en la causal de disolución invocada por la parte actora, es decir, el Ordinal 2do. del

Artículo 340 del Código de Comercio. Según esta norma legal, es causal de disolución

de la Compañía, la falta o cesación del objeto de la sociedad o por la imposibilidad de

conseguirlo. Al respecto, el Dr. José Loreto Arismendi en la obra citada antes, nos

dice: “Así, pues, es causa de disolución de la sociedad, cuando falte el objeto o deje

de existir, o por imposibilidad de conseguirlo o cuando se ha cumplido. El objeto es

una de las condiciones o requisitos esenciales para la existencia misma del contrato

de sociedad. Por ello, si falta ese objeto o cesa, o hay una imposibilidad de

conseguirlo, es lógico que la sociedad no tiene ya más razón de ser…” (Dr. José

Loreto Arismendi. Ob. Cit. página 459). Cuando surge una causal de disolución de

una compañía se presenta lo que “.... se llama estado de disolución, es decir, la

situación de la sociedad que pierde su capacidad jurídica para el cumplimiento del fin

para el que se creó y que solo subsiste para la resolución de los vínculos establecidos

53 Tratado Elemental del Derecho Comercial. Buenos Aires. Editora Tipográfica Argentina. 1954, Tomo II. p. 532

54 Tratado de Derecho Civil. Buenos Aires. La Ley. 1965. Tomo VIII. Páginas 488 y 489

55 Jurisprudencia de los Tribunales Última Instancia. Oscar Pierre Tapia. Tomo 8, Dic. 1990. p 83-84

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REVISTA DE DERECHO MERCANTIL. ERA DIGITAL

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para con la sociedad con terceros, por aquella con los socios y por éstos entre sí,

según la docta definición del profesor Rodríguez Rodríguez.” (Dr. Joaquín

Rodríguez. R. Ob. Cit. página 197)”.

Empero, si bien lo dispuesto por el artículo 1.679 del Código Civil indica que toda

circunstancia capaz de configurar un “justo motivo” faculta a quien lo tiene para pedir la

disolución anticipada de la sociedad, sin embargo ha de tenerse presente que dicho

contenido normativo - de rancio positivismo ya superado - no resulta aplicable en tiempo

del constitucionalismo venezolano a partir del momento en que el artículo 7 Constitucional

dispuso: “La Constitución es la norma suprema y el fundamento del ordenamiento jurídico.

Todas las personas y órganos que ejercen el Poder Público están sujetos a esta

Constitución”, en concordancia con el Artículo 22 que pautó: “La enunciación de los

derechos y garantías contenidos en esta Constitución y en los instrumentos internacionales

sobre derechos humanos no debe entenderse como negación de otros que, siendo

inherentes a la persona, no figuran expresamente en ella. La falta de ley reglamentaria de

estos derechos no menoscaba el ejercicio de los mismos”.

De hecho, las normas del Código Civil y del Código de Comercio que consagran el

derecho del socio a pedir la disolución anticipada de la sociedad por justos motivos,

aparecen promulgadas con significativa anterioridad a la entrada en vigencia de la

Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, lo cual plantea que muchas de sus

instituciones no estén adecuadas o se hallen en evidente contradicción con sus principios,

entre las cuales se encuentra la pretensión de disolución anticipada de la sociedad a que

aluden los precitados textos legales, pues es obvio que la cuestión atinente al derecho

subjetivo del actor tendente a la disolución de la sociedad enerva de manera directa el

derecho de asociación que vincula a los socios mayoritarios contra quienes obra la

demanda, derecho de asociación que siendo inherente a la persona humana goza de

protección constitucional haciendo devenir la causa en manifiesta inconstitucionalidad, más

todavía cuando la improponibilidad que de ello deriva no requiere ser invocada por el

sujeto pasivo de la relación procesal, pues, necesariamente ha de ser declarada

oficiosamente por el juzgador obligado a reconocer la supremacía de la Constitución sobre

todo el ordenamiento jurídico, la aplicación directa de la Constitución como norma

decisoria en el proceso y la interpretación de la Ley desde la Constitución.

En esta línea de pensamiento no resulta aventurado afirmar que la acción de

disolución de la sociedad por justos motivos, a la cual alude el artículo 1.679 del Código

Civil, y reconoce el Código de Comercio, se halla en evidente colisión con el derecho

fundamental de toda persona a asociarse con fines lícitos previsto en el artículo 52

Constitucional, impidiendo su proposición autónoma, siendo únicamente atendible por el

órgano jurisdiccional cuando se deduzca como acción principal acumulada a una acción de

separación destinada a tutelar exclusivamente la situación jurídica infringida al actor para el

caso eventual de que los socios mayoritarios no convengan en la disolución de la sociedad

e insistan en permanecer asociados.

Lo expuesto en este último término responde al principio de “eventualidad procesal”

que los principios de la ciencia y de la técnica del proceso asignan exclusivamente al actor

interesado en mover la jurisdicción, colocando sobre sus hombros la carga de armonizar los

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Honorio Castejón Sandoval †

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principios y normas procesales con los principios y normas constitucionales, a objeto de

superar las eventuales contradicciones entre unas y otras normas para que la pretensión se

perfile con fundados visos de obtener una sentencia favorable. En este orden pensamos

que la acción dirigida a obtener la disolución de la sociedad requiere del actor no solo el

cumplimiento del extremo de señalar con precisión los hechos constitutivos (justos

motivos) de la demanda y los fundamentos en que se apoya, sino que venga acompañada

de una pretensión subsidiaria tendente a que se declare el derecho de separación del socio

o socios interesados, con el consiguiente reembolso de su correspondiente participación

económica en el patrimonio de la sociedad, pues, solo de esa manera el rechazo de la

pretensión de disolución por razones de la inconstitucionalidad señalada, dejaría subsistente

el derecho del actor a discutir el derecho subjetivo que tiene a separarse de la sociedad con

base a los mismos justos motivos, derecho de separación que goza igualmente de

protección constitucional y que el juez está en el deber de declarar y tutelar de manera

efectiva según se explica de seguidas.

II. Del derecho de separación en las sociedades civiles y mercantiles.

El segundo tema que nos ocupa en la presente versión monográfica está referido al

derecho de separación de los socios en el régimen de las sociedades civiles y mercantiles.

Resulta de mayor trascendencia a los efectos didácticos en cuanto tiene que ver con la

visión que se tiene de las instituciones jurídicas desde el punto de vista del positivismo

jurídico y desde el constitucionalismo procesal vigente, cuyo distinto fundamento obliga a

que el análisis comprenda ambas vertientes, teniendo presente que el derecho de separación

objeto de examen constituye, a nuestro juicio, un derecho inalienable del socio en cuya

persona existan justos motivos tanto en uno como en otro sistema.

Siguiendo un simple orden cronológico, el enfoque del tema del derecho de

separación desde el positivismo jurídico presenta la particularidad de que tanto la política

legislativa como la doctrina nacional y extranjera, no han sido lo suficientemente

exhaustivas y profundas para reconocer la existencia del derecho de separación societaria

en presencia de los justos motivos que en igualdad de circunstancias autorizan al socio para

pedir la disolución de la sociedad, al punto que muchas legislaciones (España, Perú, Chile,

Venezuela, entre otros) lo han admitido de manera expresa solo en los casos específicos de

negativa al aumento del capital social, al cambio del objeto social y a la fusión con otra

sociedad, causales a las cuales algunas de dichas legislaciones, entre ellas España, han

agregado posteriormente la negativa a distribuir dividendos como hecho determinante del

ejercicio del derecho de separación.

La legislación venezolana ha seguido la misma tendencia sobre el derecho de

separación en el ámbito de las Compañías de comercio, previéndolo de manera expresa en

los casos de aumento de capital (Art. 282 CC); en los casos de revocatoria del

administrador (Art. 240 CC); en caso de cambio de las bases sociales (Art. 257 CC),

circunstancia que ha llevado a muchos a pensar que la Ley ha querido darle carácter

taxativo a dichas causales no consintiendo el ejercicio del derecho de separación para

situaciones no previstas en la Ley por muy justos que sean los motivos que se tengan. A

nuestro modo de ver una postura semejante nos parece carente de fundamento aun desde

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REVISTA DE DERECHO MERCANTIL. ERA DIGITAL

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la óptica del positivismo jurídico, pues, no explica razonablemente como la Ley en

presencia de justos motivos ha podido autorizar a los socios para pedir la disolución

anticipada de la sociedad, vista como un todo y, sin embargo no permita en esas mismas

condiciones disolver el vínculo particular y concreto que conecta al socio con la misma

sociedad en franco menosprecio al aforismo de que: “Quien puede lo más puede lo

menos”, más todavía cuando la recta hermenéutica de las disposiciones sustantivas y

adjetivas que informan la Teoría General del Contrato y la Teoría General de las

Obligaciones concluye en una verdad compartida por todas las legislaciones del mundo,

cual es, que el incumplimiento por cualquiera de las partes de las obligaciones esenciales del

contrato confiere a la parte incumplida el derecho de resolución del respectivo vinculo

jurídico obligacional como lo establece en nuestro derecho el artículo 1.167 del Código

Civil. Los términos claros y precisos de la aludida norma no dejan lugar a dudas de que el

derecho de separación del socio en cuya persona concurren justos motivos se halla

implícito en el derecho de resolución que pertenece a todo sujeto en el ámbito del contrato

a causa del incumplimiento de una de las partes, incumplimiento que en el caso del

contrato de sociedad se materializa cuando el ente social no cumple con sus obligaciones

estatutarias y legales (justos motivos), sin que pueda alegarse en beneficio de la tesis

contraria que la resolución prevista en el Artículo 1.167 del Código Civil constituye un

mecanismo jurídico propio de los contratos bilaterales, inaplicable por tanto a los contratos

con pluralidad de partes ya que dentro de los diversos vínculos a que da lugar el contrato de

sociedad el nexo entre el socio y la sociedad es una relación simplemente bilateral.

En efecto, la creación de la persona jurídica, admitida solo por ficción como sujeto

de derechos y obligaciones, da lugar a una multiplicidad de vínculos que ha llevado al

derecho de sociedades a calificar la Sociedad como “contrato plurilateral” y, a la vez, como

“contrato complejo”, atendiendo en el primer caso al número de personas que en él

intervienen y, en el segundo caso, a la diversidad de vínculos que el contrato engendra, a

saber: 1) Un vínculo entre los socios y entre éstos con la sociedad determinado por el

“animus societatis” o “ius fraternitatis” resultante de la voluntad consciente, querida y

libremente manifestada por cada participante de estar y permanecer asociado, la cual

antecede al contrato y se presenta como un derecho fundamental de carácter colectivo en

cuya virtud toda persona se halla facultada para asociarse con fines lícitos; 2) Un “vínculo

particular y concreto” de cada socio frente a la sociedad, determinado por la respectiva

participación económica que cada quien adquiere por efecto de la suscripción del capital

social y se presenta como un derecho propio y separado del nexo que en igual sentido

corresponde a los demás socios, susceptible de ser afirmado por el socio frente a la

sociedad; y 3) Un “vínculo entre la sociedad y los terceros”, determinado por las relaciones

cumplidas por el ente social en su condición de sujeto dotado de capacidad jurídica de

obrar en el marco de las actividades que constituyen su objeto. Este tercer vínculo viene a

constituir el elemento distintivo del contrato de sociedad de los demás contratos

nominados e innominados, en cuanto en él va implícita la derogatoria del principio común

de que el contrato solo surte efecto entre las partes y no beneficia ni perjudica a terceros.

Lo expuesto precedentemente respecto a la pluralidad de vínculos que genera el

contrato de sociedad no hace difícil comprender que el nexo particular y concreto que

adquiere cada uno de los socios por virtud de su correspondiente participación económica

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Honorio Castejón Sandoval †

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en la sociedad, constituye un nexo de efectos exclusivos entre el ente social y el respectivo

socio, del cual deriva su indiscutible carácter de relación bilateral y, por consiguiente, le son

aplicables las normas atinentes a la resolución de los contratos previstas en el artículo 1.167

del Código Civil, conforme al cual, “…en el contrato bilateral, si una de las partes no

ejecuta su obligación, la otra puede a su elección reclamar judicialmente la ejecución del

contrato o la resolución del mismo, con los daños y perjuicios si fuere el caso”.

Visto el derecho de separación societaria desde el vínculo particular y concreto de

cada socio frente a la sociedad es obvio que constituye un derecho que opera con toda su

eficacia en el régimen de las sociedades civiles y mercantiles como consecuencia inmediata

de la resolución contractual en caso de incumplimiento, según ha advertido con acierto por

EMILIO BETTI56, ilustre catedrático de la Universidad de Roma y uno de los más

connotados juristas europeos del siglo XX. Dice el autor:

“Otra modificación de la obligación parcialmente resolutoria, propia de los contratos

plurilaterales (art. 1.420), es la exclusión. Disuelve no sólo el vínculo contractual, sino

la participación de un miembro, y opera en sentido contrario a la rescisión: en aquella

quien toma la iniciativa de la rescisión se sitúa fuera del vínculo; quien por el

contrario toma la iniciativa de exclusión atiende a poner fuera del vínculo a otro

participante. Como los hechos que legitiman la rescisión, incluso los que justifican la

exclusión, no implican necesariamente un juicio de reprobación moral o jurídica, sino

solo un juicio de idoneidad en la ulterior colaboración social …(omissis)…

confiriendo así a la exclusión la función a que normalmente viene destinada la

resolución …(sic)… el interés en la marcha de la empresa social tiene en la exclusión

una legítima arma de defensa contra el socio que, en la gestión social, descuide los

negocios convenientes a la empresa o anteponga el propio interés individual en

conflicto con el de la sociedad; cuando, por ejemplo, se sirva en provecho propio de

los bienes sociales, o sustraiga clientela a la sociedad con una concurrencia desleal…”

En los pocos procesos sobre el derecho de separación cuyo seguimiento nos ha

correspondido en nuestra práctica forense ante los órganos jurisdiccionales llama la

atención la alegación del demandado de que la acción de separación societaria por justos

motivos no tiene asidero en el ordenamiento jurídico de la Republica y, por tanto, se le ha

querido ubicar dentro de la denominada “improponibilidad objetiva de la pretensión”. Para

comprender el fenómeno de la improponibilidad objetiva de la pretensión, de reciente

creación en el derecho procesal contemporáneo, ha dicho con absoluta precisión científica

Osvaldo A. Gozaini57 en el derecho argentino: “La meditación que impone el contenido de

la improponibilidad objetiva de una pretensión atiende a la ausencia absoluta de basamento,

a aquél interés que jurídicamente no es digno de protección y que le impone al juez un

examen anticipado de la atendibilidad sustancial, puesto que si lo deriva a la sentencia de

mérito, corre el serio riesgo de provocar un dispendio jurisdiccional por haber tramitado un

pleito carente de la mínima fundamentación sustantiva”.

56 Teoría General de las Obligaciones. Editorial Revista de Derecho Privado. Madrid. 1970, pág. 341-344

57 La Conducta en el Proceso. Librería Editorial Platense S.R.L. La Plata. 1988, p. 141

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Sin embargo, la postura que pretende ver en la acción de separación societaria por

justos motivos una pretensión improponible por el hecho de no estar consagrada de

manera expresa en la Ley, se halla anclada, a nuestro juicio, en el positivismo procesal

previo a la promulgación de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela

(1.999), en razón de que las leyes que versan sobre el derecho de separación societaria son

anteriores al texto constitucional y, es comprensible por tanto que se presenten en

evidente contradicción con su texto cuyo articulado postula un modelo garantista de los

derechos fundamentales de la persona con la finalidad de asegurar la plenitud y vigencia de

la tutela judicial efectiva de los mismos. Lamentablemente el foro no parece haberse

percatado de ese cambio de paradigma y por eso no pecamos en repetir todo cuanto hemos

expuesto con anterioridad con relación a que el nuevo texto constitucional atemperó el

rigorismo del denominado “estado de derecho” sustituyéndolo por un “estado social de

derecho y de justicia” cuyos postulados vinculan a la Constitución a los poderes del Estado,

a la Ley y a los particulares y, desde entonces, la Constitución pasó a ser fuente inmediata y

directa no solo de derecho positivo, sino también de derecho procesal de rango

constitucional que constriñe a todos los jueces a aplicar e interpretar el ordenamiento

jurídico en plena conformidad con la Constitución. En efecto, el artículo 7 Constitucional

al establecer la sujeción de los órganos del Estado y de todos los ciudadanos a sus

disposiciones, consagró la “supremacía constitucional” como principio rector de todo el

ordenamiento jurídico provocando que la interpretación y aplicación del derecho tengan

como punto de partida la Constitución situada en el vértice de la pirámide jurídica; más

todavía cuando su artículo 22 consagró un estatuto completo de derechos en favor de los

justiciables, válidos por sí mismos, los cuales no requieren para su operatividad estar

denominados expresamente como tales derechos, ni requieren tampoco de ningún

complemento legal, al disponer: “La enunciación de los derechos y garantías contenidos en

esta Constitución y en los instrumentos internacionales sobre derechos humanos no debe

entenderse como negación de otros que, siendo inherentes a la persona, no figuran

expresamente en ellos. La falta de ley reglamentaria de estos derechos no menoscaba el

ejercicio de los mismos”.

A propósito de esto un interesante fallo del Tribunal Supremo de Justicia

pronunciado el 19 de enero de 1999, ha dicho:

“La rigidez constitucional coloca el Texto fundamental en el tope de la jerarquía

normativa del país, de manera que su acatamiento está por encima de las leyes

ordinarias, mientras su carácter flexible significaría que se sitúa al mismo nivel de las

normas comunes. De allí deriva el principio de la Supremacía Constitucional.

…omissis…En efecto, esta norma prescribe que: “la enunciación de los derechos y las

garantías contenidas en esta Constitución, no debe entenderse como negación de

otros que, siendo inherentes a la persona humana, no figuren expresamente en ella.

La falta de ley reglamentaria de estos derechos no menoscaba el ejercicio de los

mismos. ...omissis…La Sala entiende que el llamado problema de las lagunas nace del

dogma positivista de identificar derecho y ley, y de lo exorbitante del espíritu de la

codificación, que aspira a dotar el derecho positivo de un sentido pleno y hermético

por razones de certeza jurídica….omissis…Tampoco debe dejarse de todo el criterio

dinámico de interpretación acogido por la jurisprudencia. Ello supone aplicar los

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juicios estimativos de cada época, para dar cabida a las soluciones requeridas por los

problemas e ideas contemporáneas.”

Con todo, debemos enfatizar que entre todos los principios y valores que inspiraron

la Constitución vigente quizás el de mayor trascendencia consista en la vigencia de los

derechos y garantías como pretensiones subjetivas absolutas, válidas con independencia de

Ley, del mismo modo que los amplios poderes que se han conferido al juez para tutelarlos.

De ahí que la negación del acceso a la justicia por el hecho de que la acción deducida no

esté reconocida de manera expresa en la Ley resulta impertinente y absurdo en el estado

actual del derecho venezolano.

A lo expuesto sobre la denominada “improponibilidad objetiva de la pretensión”,

mediante la cual se ha pretendido negar tutela a la acción societaria de separación por justos

motivos, en razón de no hallarse contemplada de manera expresa en la Ley, falta agregar

que la imposibilidad jurídica de admitir la acción cuando se sabe ab initio que la misma no

goza de tutela jurídica, lo ha sido únicamente para aquellos casos en que la acción se halla

expresamente prohibida por la Ley, (como ocurre, por ejemplo, en las acciones

provenientes de los juegos de envite y azar); o cuando la ley expresamente exige

determinadas causales para su ejercicio y éstas no se alegan; o cuando la acción no cumple

con los requisitos de existencia o validez que la ley o los principios generales del derecho

procesal le exigen; circunstancias impeditivas que no se dan en el ejercicio de la pretensión

societaria bajo análisis, dada su invariable condición de derecho inherente a la persona

humana, digno de protección de acuerdo a los principios incardinados en el texto

constitucional y cuya proposición no está prohibida por texto legal alguno, ni está sujeta

por la ley a determinadas causales, ni tampoco se halla sometida a determinados requisitos

de existencia o validez. De ahí que nada importa si el derecho subjetivo que se demanda

carece o no de norma expresa, pues basta el “…interés procesal en el accionante que pueda

afectar su situación jurídica, razón por la cual acude a la justicia, y, además, que el

demandado pueda causar tal afectación”, según ha sido postulado por la Sala

Constitucional en sentencia No. 776, de fecha 18 de Mayo de 2.001.

De todo cuanto hemos dicho surge que la tutela judicial efectiva nace del interés del

actor en no ser afectado por una determinada situación jurídica, circunstancia que en

palabras de René Molina Galicia58 en uno de los párrafos de su obra “Reflexiones Sobre la

Visión Constitucional del Proceso y su Tendencia Jurisprudencial ”, ha pasado a ser el

desiderátum y fin último del proceso tal, al afirmar: “Si la tutela jurisdiccional se entiende

en una perspectiva de justicia total, y de acuerdo con una concepción abierta y creativa de

la jurisdicción, se concluirá que la misma debe valer tantas veces como un sujeto se

encuentre en una situación necesitada de tutela. Ya no es la preexistencia de un derecho

sustancial determinado lo que abre la vía de acceso a la jurisdicción, sino la existencia de

una situación en la que un interés relevante merece ser tutelado en sede judicial…”.

Ahora bien, siendo que el acceso a la justicia y a la tutela judicial efectiva solo

requiere la existencia de un interés que merece ser tutelado, es indiscutible que cuando en el

58 Ob. Cit. p. 34

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devenir de la sociedad surgen circunstancias sobrevenidas que colocan a ésta en situación

de incumplimiento deliberado de las obligaciones que le asignan la ley y los estatutos ante

los socios, o cuando el objeto de la sociedad no pueda ser cumplido por cualquier causa, es

obvio que tales situaciones atentan contra el fin económico común que según la ley

justifica la existencia de la persona jurídica, en cuyos casos el derecho de los socios a

obtener la resolución judicial del vínculo particular y concreto que les une individualmente

con aquella surge inevitable en conformidad con lo previsto en los artículos 1.167 y 1.679

del Código Civil y 282 y 340 del Código de Comercio, respectivamente.

Esta visión del derecho de separación del socio en las sociedades civiles y

mercantiles, en su invariable condición de derecho fundamental inherente a la persona

humana, constituye ciertamente una cuestión novedosa que a pesar de hallarse presente

desde antes de la promulgación del texto constitucional vigente en el Artículo 1.167 del

Código Civil y, no obstante que su fundamentación jurídica se ha hecho más clara todavía a

partir del constitucionalismo creado por ella, sin embargo no ha sido objeto de tratamiento

adecuado en la doctrina y la jurisprudencia. Apenas contamos con un antecedente judicial

cuyo desarrollo hemos seguido con detenimiento en el cual el actor afirma el derecho de

separación frente a un grupo de empresas, alegando como justo motivo la no convocación

de las distintas asambleas generales ordinarias de accionistas destinadas a aprobar las

cuentas de los respectivos ejercicios económicos y decretar los dividendos entre los

accionistas. Dicho juicio fue declarado con lugar en la primera y segunda instancia,

ordenando ambas sentencias el reembolso de la participación económica del actor en el

capital social de las empresas agrupadas determinada mediante una experticia

complementaria del fallo. La sentencia definitiva fue dictada por el Juzgado Superior

Segundo en lo Civil y Mercantil de la Circunscripción Judicial del estado Zulia, en fecha 14

de agosto de 2018, en el juicio seguido por EFO contra IF C A. y otros, la cual fue

recurrida por la parte demandada ante la Sala Civil del Tribunal Supremo de Justicia. De la

sentencia recurrida importa a los fines de la presente monografía el párrafo siguiente:

“En este orden, es propicio indicar, que la acción de separación societaria deducida

en la presente causa por el actor XX no puede reputarse como una acción

improponible, ya que el interés procesal en el accionante de autos surge del hecho de

“…estar realmente afectado en su situación jurídica, razón por la cual acude a la

justicia, y, además, que el demandado pueda causar tal afectación”. Tal interés en el

actor surge evidente desde el momento en que el derecho de separación societaria

cuya tutela persigue se basa en la violación por parte de la demandada a través de sus

administradores, del deber que tiende aprobar el balance anual de varios ejercicios

económicos que le impiden participar en los dividendos generados por la actividad

social. Dicha afectación alegada por el demandante ha de presumirse en todo caso, ya

que la no aprobación del balance por la sociedad imposibilita a los accionistas y a los

terceros conocer la capacidad financiera de la empresa para honrar sus compromisos

y asegurar el fin económico del contrato social, atentando contra la existencia misma

de la sociedad. De ello deriva que la pretensión de separación societaria ejercida en la

presente causa ha de ser vista desde la tutela judicial efectiva de un interés legítimo

del actor en obtener los dividendos que corresponden a su participación accionaria,

que se ubica dentro del contexto de los derechos no previstos de manera expresa en

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la Constitución pero inherentes a la persona humana, cuya admisibilidad no está

prohibida por la ley ni está sometida a determinadas condiciones para su ejercicio de

acuerdo con el Código de Comercio. Por tanto, la expectativa del actor de obtener

una sentencia favorable, que deriva del derecho fundamental de acceso a la justicia,

subsiste en el proceso hasta tanto no sea desechada por la sentencia de mérito, lo cual

hace que la acción ejercida en la presente causa se perfile como una acción

jurídicamente proponible. ASI SE DECLARA. ”

III. Conclusiones

• La pretensión de disolución por justos motivos que consagra el Artículo 1.679 del

Código Civil, implícita en el Artículo 340 del Código de Comercio, no es susceptible de ser

propuesta en forma autónoma, sino en vía principal acumulada a una pretensión subsidiaria

de separación, pues promovida de manera individual permite al demandado excepcionarse

con base al menoscabo que la demanda conlleva para el ejercicio del derecho de toda

persona a asociarse con fines lícitos previsto en el Artículo 52 Constitucional, más cuando

se trata de una excepción que puede ser suplida por el juez por tratarse de la protección de

un derecho fundamental inherente a la persona humana.

• La acción de disolución a que alude el artículo 1.679 del Código Civil, y reconoce el

Código de Comercio, se halla en evidente colisión con el derecho fundamental de toda

persona a asociarse con fines lícitos previsto en el artículo 52 Constitucional.

• Todo socio asistido de justos motivos a quien la Ley facultada para pedir la disolución

anticipada de la Sociedad, se halla legitimado para ejercer autónomamente la acción de

separación societaria.

• El derecho de separación societaria por justos motivos constituye un derecho inalienable

del socio derivado del derecho de resolución contractual que prevé el Artículo 1.167 del

Código Civil, en el cual está implícito el reembolso de la correspondiente participación

económica.

• Resulta inaceptable el argumento de que la resolución prevista en el Artículo 1.167 del

Código Civil constituye un instituto propio de los contratos bilaterales, inaplicable a los

contratos con pluralidad de partes, ya que dentro de los diversos vínculos a que da lugar el

contrato de sociedad, la vinculación entre el socio y la sociedad es un nexo de carácter

bilateral de efectos exclusivos entre las dos partes.

• El derecho de separación societaria opera con toda su eficacia en el régimen de las

sociedades civiles y mercantiles en cuanto es resultante de la vulneración por la sociedad al

vínculo particular y concreto entre el socio y la sociedad.

• El derecho de separación societaria, como derecho inherente a la persona humana, forma

parte de las pretensiones subjetivas absolutas, válidas con independencia de Ley, de allí que

la negación del acceso a la justicia por el hecho de que la acción deducida no esté

reconocida de manera expresa en la Ley resulta impertinente y absurdo en el estado actual

del constitucionalismo venezolano.

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• El reconocimiento al derecho de separación en el régimen de las sociedades civiles y

mercantiles constituye un mecanismo procesal adecuado para garantizar al socio

minoritario poder excluirse anticipadamente de la sociedad y precaverse del agravio a sus

derechos e intereses por parte de los socios mayoritarios, a la vez que garantiza a los socios

de parecer contrario el respeto a sus respectivos derechos de asociación.

IV. Base Legal Bibliográfica

Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.

Artículo 2.- Venezuela se constituye en un Estado democrático y social de Derecho y de

Justicia, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico y de su

actuación, la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la

responsabilidad social y en general, la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el

pluralismo político.

Artículo 7. (En el texto)

Artículo 22. (En el texto)

Artículo 52.- Toda persona tiene derecho de asociarse con fines lícitos, de conformidad

con la ley. El Estado estará obligado a facilitar el ejercicio de este derecho.

Código Civil.

Artículo 1.160.- Los contratos deben ejecutarse de buena fe y obligan no solamente a

cumplir lo expresado en ellos, sino a todas las consecuencias que se derivan de los mismos

contratos, según la equidad, el uso o la Ley.

Artículo 1.167. (En el texto)

Artículo 1.185.- El que con intención, o por negligencia o por imprudencia, ha causado un

daño a otro, está obligado a repararlo. Debe igualmente reparación quien haya causado un

daño a otro, excediendo, en el ejercicio de su derecho, los límites fijados por la buena fe o

por el objeto en vista del cual le ha sido conferido ese derecho.

Artículo 1.673.- La sociedad se extingue:

1º.- Por la expiración del plazo por el cual se ha constituido.

2º.- Por la consumación del negocio o la imposibilidad de realizarlo.

3º.- Por la muerte de uno de los socios.

4º.- Por la interdicción, insolvencia o quiebra de uno de los socios.

5º.- Por la voluntad expresa de uno o varios socios de no querer continuar la sociedad.

Artículo 1.679. (En el texto)

Código de Comercio.

Artículo 282.- Los socios que no convengan en el reintegro o en el aumento del capital, o

en el cambio del objeto de la compañía, tienen derecho a separarse de ella, obteniendo el

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reembolso de sus acciones, en proporción del activo social, según el último balance

aprobado.

La sociedad puede exigir un plazo hasta de tres meses para el reintegro, dando garantía

suficiente.

Si el aumento de capital se hiciere por la emisión de nuevas acciones, no hay derecho a la

separación de que habla este artículo.

Los que hayan concurrido a algunas de las asambleas en que se ha tomado la decisión,

deben manifestar, dentro de las veinticuatro horas de la resolución definitiva, que desean el

reembolso. Los que no hayan concurrido a la asamblea, deben manifestarlo dentro de

quince días de la publicación de lo resuelto.

Artículo 340.- Las compañías de comercio se disuelven:

1º Por la expiración del término establecido para su duración.

2º Por la falta o cesación del objeto de la sociedad o por la imposibilidad de conseguirlo.

3º Por el cumplimiento de ese objeto.

4º Por la quiebra de la sociedad aunque se celebre convenio.

Bibliografía

BETTI, EMILIO. Teoría General de las Obligaciones. Editorial Revista de Derecho

Privado. Madrid. 1.970.

GOZAINI, OSVALDO A. La Conducta en el Proceso. Librería Editorial Platense S.R.L.

La Plata. 1.988.

MOLINA GALICIA, RENÉ. Reflexiones Sobre una Visión Constitucional del Proceso y

su Tendencia Jurisprudencial. Editorial Paredes Libros Jurídicos C.A. 2.002.

RIPERT, GEORGE. Tratado Elemental del Derecho Comercial. Buenos Aires. Editora

Tipográfica Argentina. 1.954, Tomo II.

RIPERT y BOULANGER. Tratado de Derecho Civil. Buenos Aires. La Ley. 1.965. Tomo

VIII.

SENEN DE LA FUENTE, GUILLERMO. La Disolución de la Compañía por

Paralización de los Órganos Sociales. Sociedad de Estudios y Publicaciones. 1.965. Ograma

(Oficina Gráfica Madrileña).

TAPIA, OSCAR PIERRE. “Jurisprudencia de los Tribunales Última Instancia. Tomo 8,

Dic. 1.990. p. 83-84).

TRIBUNAL SUPREMO DE JUSTICIA (DECISIONES)

http://www.tsj.gob.ve/decisiones

Maracaibo, octubre de 2021

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REVISTA DE DERECHO MERCANTIL. ERA DIGITAL

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MITOS Y REALIDADES DEL BUEN GOBIERNO CORPORATIVO

DE LAS SOCIEDADES DE CAPITAL ABIERTO EN VENEZUELA.

In memoriam de LUIS CORSI, amigo, lúcido, generoso, ocurrente, instruido, culto,

cofundador y director de la Revista de Derecho Mercantil, profesor universitario, juez de

comercio y autor de obras jurídicas de envidiable claridad y precisión, a ti dedico.

Luis Guillermo Govea Urdaneta

Abogado y Doctor en Derecho.

Miembro de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales de Venezuela.

Profesor titular de Derecho Mercantil de L.U.Z

y profesor de los cursos de post grado de la U.C.V.

Cofundador y Director de la Revista de Derecho Mercantil (Caracas-Maracaibo).

SUMARIO: I. Generalidades. II. Lineamientos de la Normativa del Buen Gobierno Corporativo. III.

¿En qué consiste realmente el gobierno corporativo? IV. Confianza, transparencia y rendición de cuentas.

Sobre estos tres polos ha de gravitar el buen gobierno corporativo. V. Obligatoriedad de la aplicación de los

principios del buen gobierno corporativo VI. Bibliografía.

I. Generalidades

Gobernar es rectificar. Así ha sido dicho por el sabio Confucio. Pero en las

sociedades sometidas al control de la autoridad del mercado de valores que cuenta con

protocolos, instructivos y manuales de “buen gobierno”, no es así. Gobernar es controlar.

Toda organización de empresa que ponga en ejecución su actividad y desea hacerla

rentable, sostener y acrecentar su éxito debe controlar todas las fases y áreas de su

actividad. Sin controles hay manchas y sombras, algunas irreversibles.

La novísima normativa que ha puesto en vigencia la autoridad de vigilancia del

mercado de valores, SUNAVAL desarrollados en 43 artículos (G.O. nro. 42.171 de 19 de

julio de 2021) viene a colmar un vacío, imitativo de otras legislaciones que normaron esta

materia a modo de “recomendaciones” desde hace ya largos años y que hoy la práctica

acredita que ha tenido resultados nada alentadores

Las puesta en práctica de las normas, principios o recomendaciones de gobierno

corporativo aspiran a dar realce a las sociedades ante los inversores; mas cada país presenta

economías diferenciadas que las llamadas reglas de la tan manoseada “transparencia” se

quiebran ante la inutilidad o ineficacia de unos controles que se visten de burocracia para

concluir en una permisibilidad de actos pretendidamente “vigilados” que en la realidad son

fácilmente alterados merced justamente a los “manuales” y sanas prácticas. No sugerimos

que estos manuales no tengan eficacia, lo que deseamos significar es que sin controles

reales, sustentables, veraces y eficaces no habrá buen gobierno ni éxito empresario.

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Luís Guillermo Govea U

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Si pensamos que en Venezuela los Comisarios como órganos de control de las

sociedades tienen a su cargo la vigilancia interna de la sociedad, incluyendo sus operaciones

que ya es bastante, podemos obtener las primeras conclusiones acerca del mito del “buen

gobierno” en el país. Los Comisarios en sus distintas categorías profesionales (licenciados

en contaduría pública, administradores comerciales y economistas) en la mayoría de los

casos, todos pagados por la sociedad controlada, son encubridores y/o vectores de los

virus que atacan (o “ignoran”) el desempeño adecuado de las sociedades.

Es así un gran mito el aspirar que con normas nada genuinas como las dictadas por la

autoridad de control de las sociedades de capital abierto, la SUNAVAL, se pueda

uniformar, como se quiere, la gestión de las pocas sociedades nacionales de capital abierto

que acuden al ahorro público, gestión o prácticas comunes del buen gobierno que

promueven el que las mismas se inserten “armoniosamente” en el modelo económico

nacional (¿socialista?); sin pasar por alto que en Venezuela no existe una sola sociedad

PÚBLICA de capital abierto. Y las sociedades mixtas que participan en conjunción de

capital estatal y de otras compañías extranjeras privadas o de otros Estados, son capitales

de candado, cerradas, en cuyo interés solo la República conoce de sus actividades y

resultados.

Si la maltrecha y populista sociedad Petróleos de Venezuela, S.A. hubiese sido abierto

su capital al mercado de valores, al ahorro público, tal vez no tuviésemos hoy la historia

que contar de sus quebrantos y fraudes a la que ha sido sometida ya que la masa de sus

ahorristas habría actuado como efectivos controladores del gobierno corporativo a ese

“control social” que de tan buen agrado auspicia la autoridad de gobierno. En cambio, su

capital cerrado estatal, el de PDVSA, ejecutó sus actividades y manejos bajo el mayor

misterio y en donde su expediente en el Registro Mercantil es documentación “reservada”,

de imposible consulta pública, tal y como es la finalidad de toda Oficina de Registro

Público. Es esta la realidad.

II. Lineamientos de los principios del buen gobierno corporativo y la realidad

venezolana.

Es un mito que hay que decirlo: La normativa del gobierno corporativo que ha sido

dictada en el país por Sunaval en nada se adapta a la realidad del país. El hecho del carácter

internacional de las normas y principios del buen gobierno corporativo, particularmente las

elaboradas por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE)

y el G20, no encuentran asidero en la economía nacional penetrada por un estatismo hostil,

desenfrenado, asfixiante y absurdo. Dicha normativa calza en otras economías con primacía

de un Estado de Derecho concreto y real que da cabida a la flexibilidad de los principios

que inspiran y cuyas particulares adaptaciones quedan libradas a los buenos criterios de los

cuarteles generales del accionariado y de la dirección empresarial.

Pero hay una importante observación que no ha de escapar en este trabajo: No sería

equilibrado predicar la razón de esta desadaptación económica atribuible al exclusivo

modo de ejercicio del gobierno político central actual, o de ayer. Es atribuible en buena

parte a la conducta del empresario privado nacional que en muchas formas impide, solapa

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REVISTA DE DERECHO MERCANTIL. ERA DIGITAL

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o restringe las capacidades de expansión de los capitales suprimiendo la fuerza que su

amplia utilización supone y tenga el prodigioso efecto de drenar, permear y haga fluir

hacia las más amplias capas de la economía en sentido amplio la riqueza, proyectándola

socialmente y haga que retorne la prosperidad al torrente de nuevas inversiones y de nuevo

lucro y ganancias. Este goteo del empresario nacional ralentiza, disminuye, niega o apoca la

capacidad de apertura que se ejecuta en la gestión administradora de recursos sin que ello

comporte, desde luego, un sentido de despilfarro o laxitud en el manejo de los recursos

destinados para el cumplimiento del objeto social.

También hay que decirlo: la liquidación o dificultades del vivir de muchas empresas y

empresarios privados a la sombra de las fuentes de riqueza del Estado ya hoy agotadas, ha

sido tal vez un clamoroso suceso que ha hecho posible los saldos rojos de aquellos y que

no han podido por propia iniciativa y coraje crear los carruajes y la invectiva de cómo

generar recursos propios. Y los economistas y Comisarios callan, y omiten el destacar en

sus informes esta opacidad y ánimo pusilánime de una fuerza empresaria negada a asumir

retos de honda significación.

Sí, cierto es que la inseguridad jurídica aleja las inversiones, pero debemos mensurar

un equilibrio entre sus potenciales efectos adversos y la auténtica capacidad y fuerza de

emprender con la fe del panadero de la esquina. Y no sabemos por qué los panaderos

portugueses y dueños de supermercados no se sienten afligidos o amenazados por aquella

inseguridad. Este fenómeno sociocultural es digno de la mayor reflexión que no parece

interesar a los expertos en los debates sobre las precariedades y quebrantos económicos del

país, regocijándose en mostrar cifras que como tales siempre ocultan la voluntad real de

servir y emprender asumiendo riesgos.

Que se sepa: los principios que recogen las normas sobre buen gobierno corporativo

tienen por fuente las experiencias de las quiebras financieras y comerciales, de la cotidiana

experiencia en los modos irregulares de gerencia, en los excesos y extravagancias de la

remuneración de los administradores y en especial en los fraudes, muchos de los cuales

agotaron las arcas de los fondos de jubilación y pensiones de empresas públicas en su

mayoría, cuya impunidad de sus autores solo ha traído desesperanzas, ruina moral y

económica para sumir en la mayor de las tinieblas y desgracias a familia enteras

convertidos hoy en inmigrantes desolados de rostros irreconocibles

Así las cosas, los lineamientos fundamentales del “buen gobierno corporativo” que

exponemos ha de tener la óptica que nosotros apreciamos y trazamos en el párrafo anterior

por considerar que bajo dicha visión es la única manera de obtener alguna utilidad de sus

preceptos y dar ambiente “doméstico” a principios sembrados en otras latitudes, la mayoría

de ellos sin ser atendidos por nuestras gerencias apartadas del ritmo de las fuentes que

inspiraron dichos principios, gerencias muchas de ellas operadas en un ambiente de

misterio y a espaldas de sus accionistas y otros interesados. Sí hemos de destacar la labor de

SUNAVAL en las exigencias de cumplimiento de su profusa normativa y de cierta

jurisprudencia que intenta hacer mejor las cosas, lo que no cambia el espíritu de

emprendimiento y de iniciativas a que arriba nos hemos referido que se extrema en las

llamadas sociedades familiares que constituyen el 99,99% de las sociedades de capital del

país (*)

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Luís Guillermo Govea U

- 58 -

(*) No sería objetivo si no se hiciera mención expresa de sucesos exitosos de empresas familiares nacionales tales como Empresas

Polar, Ron Santa Teresa, Banco Mercantil, Banco Nacional de Crédito, Banco Provincial, empresas ferreteras y otras de

servicios. Con seguridad estas empresas tienen un largo recorrido de cadena de controles en sus operaciones que les aseguran

permanencia y larga vida en el mercado nacional e internacional.

III. ¿En qué consiste realmente el gobierno corporativo?

Según las normas nacionales (art. 1, 4.1) por gobierno corporativo se comprende al

“conjunto de principios y normas que regulan los órganos de gobierno corporativo,

basados en los principios de trato equitativo, transparencia, control, responsabilidad y

valores”.

Como sabido es los órganos de gobierno corporativo de las sociedades de capitales lo

constituyen básicamente la asamblea de accionistas y la junta directiva o consejo de

administración.

Los Comisarios si bien es un órgano social, es un órgano de control que la

experiencia acredita no controla absolutamente nada ni en nada interfiere o interviene en

las operaciones de la sociedad ni tiene sobre ellas vigilancia alguna, ni nada inspecciona. Es

un clamoroso fracaso el sistema nacional de control de las operaciones y cuentas sociales

del llamado sistema monista (de uno), de control societario, ejemplo abierto de lo que no

debe hacerse en esta materia

Las normas del “buen gobierno corporativo” nacionales se limitan a repetir los

dictados del Código de Comercio sobre sus atribuciones (arts. 309, 310, 305, 291, 287) sin

siquiera mencionar que los Comisarios constituyen el órgano primario de defensa de los

accionistas quienes tienen en ellos su agente de recepción de los reclamos planteados por

los accionistas.

Pero los Comisarios en el ejercicio de sus funciones no han encontrado en las

normas de buen gobierno nuevas atribuciones, enérgicas, para un desempeño objetivo,

deslastrados sus informes (suerte de copias que se repiten año tras año) de los efectos de las

asignaciones o remuneración que las sociedades controladas les dispensan y que por tanto,

en principio, este hecho ha de generar un natural y explicable conflicto de intereses que a

nadie parece interesar.

Y así las cosas: El órgano más importante de una compañía anónima es el de los

Comisario pero el más ignorado, insulso, anodino y el menos regulado. Es esto definitivo.

IV. Confianza, transparencia y rendición de cuentas. Sobre estos tres polos ha de

gravitar el buen gobierno corporativo.

A) La confianza viene determinada por la divulgación de información oportuna y precisa.

El ejercicio de la actividad empresarial supone una progresiva cultura de la confianza

que se obtiene con manifestaciones objetivas de comunicación entre todos los interesados.

Obvio es que esta información tiene sus cautelas y no se alienta el aprovechamiento

de información privilegiada para generar conflictos de intereses, o lucrar a expensas de

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REVISTA DE DERECHO MERCANTIL. ERA DIGITAL

- 59 -

dicha información. Pero no hay información privilegiada de sí mismo. Los conocimiento de

los comandos gerenciales o personalidades individuales pertenecen a su solo y privativo

patrimonio ético.

Y si el antónimo de la confianza es la desconfianza, como la opacidad u oscuridad lo

es a la transparencia, no se podrá crear nueva riqueza, no habrá valor agregado que le asista

prestancia a la empresa.

Las llamadas “partes interesadas” de toda sociedad mercantil: accionistas,

administradores, empleados, proveedores, clientela son agentes amplificadores de las buena

prácticas de la empresa. En particular los usuario, empleados, proveedores, consumidores,

clientela en general constituyen hoy no solo la base de la pirámide, sino que abstractamente

se colocan en su vértice pues son ellos quienes con sus expresiones, actos y hechos dan a

conocer al exterior lo que ocurre en el interior de la empresa e “intercomunican” sus

experiencias y todo ello sin que sus accionistas o propietarios o gerentes lo conozcan. Este

es un valor intangible que tanto prestigio, o desprestigio, da, o quita a las empresa.

B) La “transparencia” que tanta resonancia ha alcanzado en distintas disciplinas en realidad

es un mito.

Nada define mejor la “transparencia” que sus antónimos: turbiedad, opacidad, humo,

embrollo, embuste, reticencia, rodeo, subterfugio, sombra.

Basta imaginar el desarrollo de una empresa social bajo semejantes antónimos de

transparencia para apreciar la real entidad de lo que significa el ejercicio del buen gobierno

corporativo. Una cualquiera de las acepciones de dichos antónimos arrastran la empresa a

su desconfianza y a su seguro mal desempeño, probablemente, eso sí, alimentando

egoístamente los caudales propios.

No hay transparencia posible sin el ejercicio de una administración general y

gerencias sectoriales sanas y fiables. Por tal entendemos no solo el receptar las materias o

asuntos por debatir en junta atinadamente y en su justa oportunidad, sino la integridad y

apertura en su exposición y comunicación. Las reticencias fungen como un arma letal que

esconde en la mayoría de las veces un conflicto de intereses inconfesable contrario al

interés social.

C) La rendición de cuentas.

Este polo cardinal del buen gobierno corporativo tiene una significación

extraordinaria que empieza por preguntarnos, ¿quién pide la rendición de cuentas y cuáles

son sus alcances y consecuencias?

Los principios de la OCDE dicen algo útil al referirse a controlar la eficacia de las

prácticas de gobierno.

Y así lo expresa:

“El control de la gobernanza que lleva a cabo el Consejo (o Junta Directiva)

comprende, el examen continuo de la estructura interna de la empresa para

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Luís Guillermo Govea U

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GARANTIZAR que existe una cadena clara de responsabilidades de gestión a través de

toda la organización. Además de obligar a supervisar y difundir periódicamente estas

prácticas, muchos países han comenzado a recomendar e incluso imponer una

autoevaluación por parte del Consejo (o Junta Directiva) de su desempeño, así como una

revisión del mismo sobre el desempeño individual de los consejeros, el Presidente y el

Gerente General” (Ocde, p. 54).

En nuestro sentir la rendición de cuentas no es el conocer en dónde están los

recursos o sus frutos(**), como si se tratase del reparto de un botín. Rendir cuentas es

conocer o mejor, hacer conocer a los interesados los criterios e información de datos bajo

los cuales se dispuso o administró el dinero y si ese manejo se hallaba en consonancia o en

línea directa con los hechos y antecedentes de las operaciones que dieron lugar al manejo,

entrada o ingreso de los fondos o caudales y su posible desviación.

(**) Instruir a un Gerente para que adquiera tecnología de punta que sirva a un empaque rápido de productos no es adquirir

una máquina de tecnología de vetusta generación bajo el pretexto del ahorro que podría comportar el menor precio de la máquina.

Ese “ahorro” escode un criterio inconexo que no salda a satisfacción las cuentas por lo que “esa” cuenta así rendida pone al

descubierto una actuación comprometida que mueve a sombras sobre la buena fe y la honradez del señor Gerente.

V. Obligatoriedad de los principios del buen gobierno corporativo.

El artículo 42 de la providencia administrativa que dictó las normas del buen

gobierno corporativo, expresa:

“Las prácticas y principios de buen gobierno corporativo especificadas en estas

normas tendrán carácter obligatorio en tanto se encuentren definidas y sean exigibles

en el Código de Comercio, leyes y normativa del mercado de valores, leyes y

regulaciones a las que pertenezcan las sociedades, así como otras leyes, normas y

códigos y no sean contrarias a los principios consagrados en la Constitución de la

República Bolivariana de Venezuela.”

En realidad, no existe un solo “principio” que no encuentre su fundamento legal de

carácter imperativo o supletorio en los Estatutos sociales de las sociedades mercantiles, ni

las de capital abierto ni las familiares o cerradas. La redacción del precepto legal incita a su

aplicación aun cuando en su artículo 43 refiere que se trataría de la aplicación de principios

“altamente sugeridos”, lo que ciertamente bajo dicha dicción no tendría eficacia jurídica

con alcances coercitivos.

Con todo afirmamos que supletoriamente dichos principios sí tienen carácter

obligatorio en ausencia de normas expresas por mandato de artículo 4 del Código Civil,

texto aplicable en ausencia de precepto legal especial en el Código de Comercio (Com. Art.

200).

Y este carácter supletorio puede, incluso, hacer necesario la modificación parcial de

los estatutos sociales de aquellas sociedades mercantiles de capital abierto que directa o

indirectamente sean contrarias a los principios del buen gobierno corporativo del mercado

de valores.

Caracas, noviembre de 2021

Nota importante:

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REVISTA DE DERECHO MERCANTIL. ERA DIGITAL

- 61 -

La profusa literatura sobre el tema genera desinformación, por lo que hemos optado por dar realce a

material fundamental o básico, evitando confusiones y exhibiendo una erudición de citas bibliográficas en

la que no tenemos interés alguno en referir “Los Principios de Gobierno Corporativo de la OCDE y del

G29” fungen como la auténtica Carta Magna sobre la materia, al menos en sus primeras lecciones y

conocimientos primarios, tal y como ha sido nuestra intención.

VI. Bibliografía

La confección de este trabajo ha contado como materia prima BÁSICA las obras

siguientes:

- Principios de Gobierno Corporativo de la OCDE y del G20 Ediciones OCDE, París

http://DX.DOI. ORG/10.1787/9789264259171ES.

- Velásquez Jaramillo, Romina Elizabeth. “El gobierno corporativo en las sociedades

anónimas abiertas. Casos emblemáticos”. Memoria para optar al grado de Licenciado en

Ciencias Jurídicas y Sociales. Santiago, Chile, 2019.

- Galgano, Francesco. Diritto Commerciale. Le societá, Diciottesima edizione, 2013.

Zanichelli, Bologna.

- Campobasso, Gian Franco. Manuale di Diritto Commerciale, Terza edizione a cura di

Mario Capobasso, 2004,Utet, Torino.

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REVISTA DE DERECHO MERCANTIL. ERA DIGITAL

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LA IMPORTANCIA DE LA CIBERSEGURIDAD EN LA EMPRESA

DEL SIGLO XXI. REFLEXIONES JURÍDICAS

Rafael Jiménez Díaz

Socio Director Fernández-Palacios Abogados

Socio Director Vigylia Ciberseguridad

Sevilla. España

SUMARIO: I. Una historia de película digna de ser contada: Nuestra experiencia con el ciberdelincuente.

II. La importancia de la ciberseguridad para las grandes empresas. III. La importancia de la

ciberseguridad para las pequeñas empresas. IV. La brechas de seguridad: Cómo gestionarlas

I. Una historia de película digna de ser contada: nuestra experiencia con el

ciberdelincuente.

El siglo XXI y la popularización de internet desde finales de los noventa ha

revolucionado el mundo en el que vivimos. Los negocios se han digitalizado, gran parte de

nuestro ocio tiene relación con las tecnologías y, como no podía ser menos, la delincuencia

ha evolucionado para adaptarse igualmente a esta nueva realidad y beneficiarse de la misma.

De un tiempo atrás ha nacido una figura capital en la ciberseguridad cual es la del

ciberdelincuente. Es éste un criminal que se aprovecha de las funcionalidades de internet y

las redes sociales para cometer delitos de forma cada vez más anónima, sofisticada y

compleja.

La protección frente a las ciber amenazas y el fomento de la seguridad se erigen

como factores fundamentales para el desarrollo de la economía de Internet y evitar el

ataque de estos nuevos delincuentes.

Pero esto no es nuevo, sino que empezó dos décadas atrás. De hecho, se nos antoja

más que interesante contar algo de nuestra experiencia en materia de ciberseguridad para

poder situar el nacimiento de la figura del ciberdelincuente.

La Firma que dirijo desde hace años, tiene el dudoso honor de haber sido el primer

Despacho profesional en España en haber sido ciberatacado o al menos no nos consta que

con anterioridad a 2009 una entidad de nuestro sector hubiere sido conscientemente

ciberatacada. Nuestro Despacho, FERNANDEZ-PALACIOS ABOGADOS, se destaca

desde hace mucho tiempo por ser una de las Firmas de Letrados líderes en cuestiones

marcarias. Para ello, es absolutamente fundamental que contemos con una base de datos de

garantías en la que aparezcan todos los historiales de cada una de las marcas de nuestros

clientes que gestionamos, que son casi 10000.

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Rafael Jiménez Díaz

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Una mañana de 2009 nos desayunamos con el hecho de que ninguno de nuestros

profesionales puede acceder a la base de datos y, cuando por fin lo logramos, resulta que

todos los datos se encuentran en un lenguaje parecido al cirílico y en consecuencia,

ilegibles. Ello supone que no tenemos acceso a los datos de renovación de los signos, lo

que tiene lugar cada diez años, y que desconocemos cuando procede esa renovación

decenal, con lo que se pueden perder activos marcarios de enorme valor, que entrarían en

el dominio público y podrían ser utilizados por cualquier tercero..

En esa misma mañana recibo como CEO de la Firma, una llamada telefónica con la

voz distorsionada, que me indica que en bitcoins -figura que nace ese mismo año 2009 y

cuya existencia desconocía-, debía pagar un rescate de unos 5000 € si quería acceder al

antídoto que nos permitiera volver a convertir en legibles los archivos y documentos de

nuestra base de datos.

Hablamos con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado que nos indicaron que

a pesar de encontrarnos ante un claro caso de chantaje profesional, nos aconsejaban como

solución más rápida y económica, acceder al pago de ese rescate, so pena de vernos

absolutamente superados por unas circunstancias que supondrían miles de horas de trabajo

de recuperación de datos. Me vi forzado a acudir a un banco, sacar una clave en bitcoins e

introducirla en el ordenador, con lo que se producía inmediatamente la transferencia de

nuestra cuenta a un monedero de bitcoins, que presumiblemente pertenecía a los

ciberdelicuentes. Al menos y no es lo que siempre pasa ahora desgraciadamente, nos dieron

el antídoto correcto.

De todo se ha de aprender en la vida y ello nos llevó a valorar el hecho de que si se

había atacado a una Firma de Abogados de 20 profesionales, qué no podrían hacer estos

criminales con una gran empresa o con entidades más pequeñas, pero con información

ciertamente relevante.

De ahí, una vez que nos hicimos con un Equipo de profesionales técnicos de primer

orden decidimos acometer un nuevo proyecto de protección integral en ciberseguridad, a

niveles técnico, jurídico, económico y formativo-educativo: nació el proyecto:

VIGYLIA CIBESEGURIDAD.

El objetivo principal de este artículo es pues no sólo contar nuestra experiencia sino

trasladarles a las empresas, la importancia de que ciberaseguren sus activos frente a los

ataques de los ciberdelincuentes, puesto que como hemos expuesto, un ciberataque no sólo

puede causar un daño económico relevante, sino que como nos habría pasado de no

solucionarlo, se podía haber llevado por delante a nuestra empresa con sus 20

profesionales.

Pero adentrémonos en esta reflexión.

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II. La importancia de la ciberseguridad para las grandes empresas

Aquellas organizaciones que reposan sus cansadas extremidades sobre asideros

analógicos observan cómo son adelantadas velozmente por competidores que utilizan más

avanzados vehículos tecnológicos. Cuando se utilizan herramientas ineficientes es plausible

que el rendimiento no sea el óptimo.

El progreso, que permite alcanzar cotas elevadas de productividad, es arreciado con

una fuerza impasible por la digitalización de los recursos empresariales. Nuevas técnicas

nacen sin cesar de canales tan fecundos como son la investigación y la ciencia.

Al mismo tiempo que el fluir de la innovación conforma nuevas vías de

comunicación abiertas para quienes deseen beneficiarse de sus mercedes, las organizaciones

son impelidas a una constante adaptación. Los rezagados en la ruta sentirán la incapacidad

de alcanzar a sus contrincantes, sin darse cuenta de que los utensilios que suponen una

verdadera ventaja competitiva están a su mismo alcance.

Las empresas son conscientes de la necesidad de guardar la información de forma

digitalizada e invierten su capital en maquinaria automatizada, pesajes y controles de

calidad. De igual modo, incluyen sensores en busca de monitorizar todos los parámetros

que intervienen en la producción de bienes o en la prestación de sus servicios, pudiendo

hacerlo hasta a tiempo real si fuera necesario.

Estos cambios impuestos en los modelos de negocios dotan de una destacada

importancia a los datos que permiten tomar decisiones eficientes a lo largo de todo

el proceso organizativo y productivo.

Todas las flores que ofrecen estos avances vienen acompañadas de espinas o de peligros

que las sociedades deben contemplar y atajar. Estos peligros consisten en numerosas

amenazas de ciberseguridad que ponen en peligro el funcionamiento de los sistemas de

información de las empresas y su reputación en el mercado.

Análogamente al conductor joven que no ha sufrido ningún accidente, el empresario

puede circular a través del tráfico económico sin sufrir ningún daño de ciberseguridad. Sin

embargo, aunque no sea consciente, la materialización del daño no está bajo su control

porque ha renunciado a actuar. En cualquier momento, tras la interacción de un tercero,

cualquier empresa puede padecer un golpe severo a su reputación en forma de ciberataque.

Los muros, los candados y las cadenas que protegen sus instalaciones físicas dan paso a

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Rafael Jiménez Díaz

- 65 -

espacios abiertos que dan la bienvenida a la entrada telemática de cibercriminales en sus

instalaciones.

¿Qué ocurriría con una organización, por ejemplo, si un tercero se adentrara en el

sistema de control de una instalación de alimentos congelados? Podría subir la temperatura,

descongelar la comida y, posteriormente, volver a congelarla.

Los efectos derivados de la insalubridad del producto podrían no ser advertidos hasta

que fuera demasiado tarde, a saber: hasta que los alimentos hubieran llegado a los

consumidores.

Es conocido que los datos cobran cada vez una mayor importancia en el desarrollo

futuro de la industria y son la base no sólo para la optimización de los procesos a lo largo

de toda la cadena de valor, sino también para el desarrollo de nuevos modelos de negocio y

la adquisición de ventajas competitivas.

Esto necesitará de marcos garantistas de seguridad que proporcionen, por un lado,

confiabilidad en los datos con los que se está trabajando y, por otro lado, control sobre los

mismos.

Convertir los dominios de la empresa en un terreno más seguro para los recursos

tecnológicos es tanto una responsabilidad del directivo, como un elemento crucial que

determinará el desempeño futuro de la organización. La toma de conciencia es el primer

paso, más debe venir seguida de la debida actuación protectora y para eso nada mejor que

estar bien asesorados en todos los planos de la ciberseguridad.

A día de hoy, los estudios de los expertos nos llevan a concluir en que el 1% de la

facturación de una gran empresa será destinada en los próximos años al concepto de la

ciberseguridad. Para ello hay que implicar a los directores generales, los CEO o los

profesionales que han de tomar la decisión de invertir en ciberseguridad, porque desde el

punto y hora en que una empresa puede ser arrollada por un ciberataque no nos

encontramos ante una cuestión meramente técnica, sino estratégica que por lo tanto ha de

formar parte de las decisiones de los jerarcas de una entidad y no tanto de los técnicos en

ciberseguridad o los expertos en transformación digital internos.

Pero ese asesoramiento no puede ser solamente técnico, sino que precisa de un

equipo de abogados, para que las medidas adoptadas sean del todo punto licitas; de un

seguro complementario en la materia, así como de píldoras formativas, puesto que el 50%

de los ataques en ciberseguridad no vienen de fuera sino de descuidos internos de los

profesionales.

Sin embargo, en EEUU el FBI sí que registra informes especiales sobre el “timo del

CEO”, registrando su primera alerta sobre él en 2017. Entonces se cuantificaba en 5.000

millones de dólares el dinero estafado a las empresas con este método. En 2018 se revisó la

situación, estimando las pérdidas en 12.000 millones. La última actualización fue en

septiembre de 2019, aproximándose a los 26.000 millones. La conclusión es clara: la

progresión en ataque y daños económicos es geométrica.

Ello hace que, invertir en concienciación y formación en ciberseguridad sea la forma

más económica y eficiente de prevenir las pérdidas de información y mantener la integridad

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REVISTA DE DERECHO MERCANTIL. ERA DIGITAL

- 66 -

e imagen de la empresa seguras. Las grandes empresas deben dar ejemplo al resto de la

sociedad.

III. La importancia de la ciberseguridad para las pequeñas empresas

Nos solemos encontrar con pequeñas empresas que piensan que la ciberseguridad no

es algo útil para ellos. Con esta errónea concepción de la realidad, dejan sus activos digitales

desprotegidos, confiando en que no les pasará nada. Sin embargo, la ciberseguridad es un

elemento vital para cualquier organización, con independencia de su tamaño.

Para los atacantes es mucho más sencillo adentrarse o probar sus habilidades en los

sistemas de pequeñas y medianas empresas que carecen de las más básicas medidas de

protección. Los pequeños negocios, que no toman en cuenta este aspecto, se convierten en

blancos o presas fáciles.

El estudio de Keeper Security y el Instituto Ponemon enseña que la cantidad de

pequeñas y medianas empresas que sufren brechas de seguridad aumentó un 54% en 2017,

un 58% en 2018 y un 63% en 2019. Según el Informe de Verizon sobre brechas de

seguridad de 2019, el 43% de ellas ocurren en pequeñas empresas.

Estas organizaciones tienen mucha de la información que buscan los cibercriminales

(tarjetas de crédito, datos personales de clientes o información comercial…) y sin embargo

no disponen de la infraestructura de seguridad que en teoría caracteriza a las empresas

grandes.

Al mismo tiempo, estos negocios son mucho más frágiles; pagar un rescate

económico puede suponer el fin a medio plazo de una pequeña empresa, mientras que a las

grandes no les afectaría en principio tanto una pérdida económica.

Inyecciones SQL, phishing, malware o ransomware son algunas de las formas en las

que pueden realizar estos ataques. Estas amenazas pueden golpear tanto a un cliente como

a su competencia.

Ante el continuo crecimiento de los ciberdelincuentes, se suele concluir que la

pregunta no es tanto si se va a sufrir o no un ataque, sino cuándo y cómo se va a actuar en

respuesta al mismo que de seguro tendrá lugar, sobre todo en esta época de teletrabajo,

protocolo de actuación absolutamente implantado y que abre un nuevo canal de ataque

para el ciberdelincuente.

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Rafael Jiménez Díaz

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Para estar preparados es necesario entrenar a los trabajadores en principios de seguridad,

proteger la información, los dispositivos y las redes de ciberataques, crear un plan de

acción, controlar el acceso físico a los equipos, tener una política de contraseñas seguras,

asegurar las conexiones wifi, limitar el acceso a datos de los empleados, gestionar las copias

de seguridad, instalar firewalls y utilizar buenas prácticas en las plataformas de pago. Todo

ello, solo por mencionar los mecanismos de defensa más comunes, pero siempre se

deberán estudiar las particularidades de cada negocio.

La mayor parte de las empresas, por mucho que extrañe a algunos, necesitan apoyo

en materia de ciberseguridad y los riesgos tanto económicos como jurídicos se presentan en

todo tipo de empresas.

Resulta chocante como ya decimos, que la mayor parte de las veces, las fugas de

información se produzcan accidentalmente por los propios trabajadores de la compañía,

siendo evitables. En España, el 47% de los ciberataques en las empresas, son causadas

u originadas por empleados o exempleados. Y una proporción algo menor -del 40,7%-,

por proveedores. En cuanto a aquellos de origen externo, el 28,2% son realizados por

competidores y el 25,4% por organizaciones criminales.

El riesgo de dejar de invertir en ciberseguridad conlleva cuantiosas pérdidas, tanto a

nivel económico como reputacional. La tendencia a invertir en ciberseguridad parece cada

vez mayor. No obstante, según PWC, casi la mitad de los empresarios dejarán,

paradójicamente, de invertir en ella este año, a pesar de que han aumentado los ciber

ataques.

Así pues, debemos obviar la idea de que las empresas pequeñas no necesitan de

protección en materia de ciberseguridad: los ciberdelicuentes pueden vivir de grandes peces

o de un conjunto de pequeños y variados, incuestionablemente mucho más fáciles de

“pescar”.

IV. Las brechas de seguridad: Cómo gestionarlas

En esta difícil pandemia las empresas han hecho un esfuerzo en facilitar el teletrabajo

a sus empleados. Si bien el beneficio que supone su uso es incuestionable, el carácter

sobrevenido de la situación ha obligado a muchas empresas a la adopción de instrumentos

necesarios para trabajar desde casa de una manera muy acelerada. Esto provoca una mayor

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REVISTA DE DERECHO MERCANTIL. ERA DIGITAL

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afección frente a problemas de seguridad adicionales, cebos perfectos para cibercriminales,

que pueden socavar la reputación de los negocios en un momento tan frágil.

Una brecha de seguridad así en la red informática puede ser provocadas por

innumerables causas, muchas de ellas inevitables para los operadores no curtidos en

materia de ciberseguridad. Ellas van desde no actualizar un software hasta que un

trabajador descuidado caiga víctima de un ataque de ingeniería social. Semejantes pequeñas

incidencias pueden ocasionar que los valiosos datos personales de los clientes o de los

proveedores queden publicados, sean vendidos en la red o incluso que un competidor

acceda a toda la información confidencial de la sociedad damnificada.

Cuando estos problemas de seguridad afectan a los datos personales de nuestros

usuarios, nos topamos con que tanto el reconocimiento de nuestro buen hacer como la

intimidad de nuestros clientes pueden verse en jaque.

Tenemos en principio dos obligaciones de notificación si sufrimos un ataque.

En primer lugar, toda violación de seguridad que pueda suponer un riesgo no

improbable de afección a los derechos y libertades de las personas físicas, deberá ser

notificada a la autoridad competente.

En segundo lugar y de forma complementaria, se deberá notificar sin dilación

indebida a las personas afectadas que sufran un alto riesgo en relación con sus derechos y

libertades. Esto quiere decir que en ocasiones deberemos informar acerca de la brecha de

seguridad padecida a todos los clientes afectados, o hacer una comunicación pública, con

los daños reputacionales que ello conlleva.

Toda brecha de seguridad tiene un antecedente lógico, una respuesta idónea y un

régimen de actuación determinado.

Una vez se produce una quiebra de seguridad, hay que seguir las políticas, normas y

protocolos establecidos por el responsable en la materia nombrado a tal fin. Cuando se

materializa una brecha de seguridad, que implica riesgos para datos personales,

inmediatamente se ha de implementar:

1. Procesos para la contención del incidente.

2. Erradicación o solución de los efectos producidos.

3. Recuperación del funcionamiento habitual.

Imaginemos que estamos en nuestro domicilio con nuestro ordenador portátil

atendiendo nuestras tareas cuando nuestro sistema se ve comprometido. En tal supuesto,

tendremos que aplicar todas las medidas de contención necesarias. Esto nos otorgará

tiempo para poder valorar el impacto de la amenaza y aplicar las medidas técnicas idóneas

para solucionarlo. Normalmente son equipos especializados o técnicos los encargados de

implementar la contención, pero el teletrabajo ha impuesto unas circunstancias que

dificultan la inmediatez de respuesta, dejando las acciones inmediatas en manos de los

propios empleados. Por ello es imprescindible contar con un protocolo de actuación bien

definido y estructurado.

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Rafael Jiménez Díaz

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En cuanto a la recuperación simplemente se trata de verificar paulatinamente la

vuelta a la normalidad del funcionamiento del equipo.

Ilustremos estos supuestos con ejemplos prácticos, en 2014 se produjo uno de los

peores ciberataques conocidos y que sufrió Sony Pictures. El grupo autodenominado

“Guardians of Peace” provocó una brecha en la seguridad que se saldó con el acceso no

autorizado a más de 100 terabytes de datos, entre los que podemos mencionar: números de

identificación fiscal, salarios, informes médicos y correos electrónicos bastante

comprometidos.

Es, pues, una realidad ineludible que todas las empresas, sobre todo las

pertenecientes al sector tecnológico sufren ataques prácticamente a diario y ello no trae

consigo un peligro para los datos que almacenan.

Por ello cobra suma importancia la aplicación de los principios de la seguridad desde

el diseño y por defecto, lo que, junto a la proactiva vigilancia del responsable y el diseño de

protocolos eficientes, protegerá a profesionales (sean persona física o jurídica) de brechas

con consecuencias tan devastadoras como las sufridas por Sony en el año 2014.

Otro ejemplo es el ataque sufrido por la Agencia Europea del Medicamento. La

EMA (European Medicines Agency) lanzó un comunicado anunciando la apertura de una

investigación sobre un ciberataque cuyas consecuencias a priori se desconocen, pero Pfizer

y BioNTech han informado que dicho ataque ha logrado acceder a documentos relativos a

su vacuna, almacenados en los sistemas de la EMA. A pesar de ello han detallado que por

el momento no tienen "conocimiento" de que "se haya identificado a ningún participante

del estudio a través de los datos a los que se ha accedido".

Las Autoridades Europeas imponen sanciones a las empresas cuyas brechas de

seguridad afectan a los datos personales de sus clientes. La mayor multa impuesta por el

momento la ha sufrido British Airways tras sufrir una brecha que afectó a unos 500.000

clientes. Al quedar desprotegida información sobre tarjetas de crédito (códigos de seguridad

o fechas de expiración), e información de vuelos y reservas, la autoridad inglesa (ICO)

impuso una sanción de 204 millones de euros.

Podemos afirmar que las brechas de seguridad que afectan a datos personales pueden

generar consecuencias de proporciones titánicas para los responsables del tratamiento de

esos datos. Por ello es crucial tomar acción antes, durante y después de la producción de

dichas brechas para tratar de minimizar el impacto.

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REVISTA DE DERECHO MERCANTIL. ERA DIGITAL

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Con lo que hemos expuesto, podemos hacernos una idea de la importancia que tiene

la gestión adecuada de brechas de seguridad, sobre todo en esta era del Covid19.

Hemos destacado la importancia que tiene la ciberseguridad para las empresas

actuales, es decir, para los negocios del siglo XXI, y hemos expuesto una serie de ejemplos

que consideramos curiosos e interesantes de incidentes de seguridad en el ámbito

empresarial que han sido ocasionados por cibercriminales, quienes buscan continuamente

vulnerabilidades en nuestros sistemas de información.

En conclusión, la ciberseguridad es un factor que cada año consigue más recursos y

más atención del gran público. Este año no ha sido ni será menos y va a continuar esta

tendencia creciente. Ante el aumento de riesgos que se vislumbran, las empresas deberán

capear el temporal de la mejor manera posible, pero sólo acompañadas de buenos

profesionales podrán sortearlos sin ninguna duda.

Sevilla, octubre 2021

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REVISTA DE DERECHO MERCANTIL. ERA DIGITAL

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ALGUNAS NOTAS SOBRE LAS CUENTAS EN PARTICIPACIÓN

Gabriel Ruán Santos

Ha sido profesor de Derecho Administrativo y Derecho Tributario

Universidad Central de Venezuela,

Universidad Católica Andrés Bello y

Universidad Metropolitana de Caracas.

Miembro honorario y ex presidente de la

Asociación Venezolana de Derecho Tributario.

Individuo de Número

de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales

y ex presidente de esa corporación.

SUMARIO: Introducción. I. Noción y características de las cuentas en participación. II. Las asociaciones

de cuentas en participación y el impuesto sobre la renta.

Introducción

El tema de las asociaciones de cuentas en participación siempre ha sido controversial

en nuestro país, no tanto por la figura en sí misma, que es muy sencilla, como por el uso

impropio que algunos han pretendido darles para perseguir fines distintos a los que son

propios de la figura contractual en el derecho mercantil, especialmente en lo que concierne

a las relaciones laborales y al ámbito de los tributos, bien sea por desconocimiento de su

naturaleza jurídica o más precisamente, con el propósito desviante de evitar la recta

aplicación de las legislaciones de esas materias. Esto último explica que una figura

contractual de origen tan antiguo, que sirvió de rudimentario seguro de inversión, o que

permitió a los nobles encubrir actividades comerciales reñidas con su estamento social, o

que se usaba como pacto accesorio a otros contratos, adquirió mucha actualidad en el siglo

XX y pasó del olvido a ser utilizada frecuentemente en la moderna economía.

A muchos años de distancia de un detenido estudio realizado por mí sobre el tema,

con ocasión de la elaboración de una ponencia de decisión de un tribunal contencioso

tributario constituido con jueces asociados (año 2000) vuelvo a reflexionar sobre ese

contrato, pero esta vez con enfoque limitado sobre su noción y características en el derecho

mercantil.

En el marco de esta reflexión, me propongo comentar breve y específicamente la

naturaleza jurídica y objeto propio de las asociaciones de cuentas en participación, y las

discusiones surgidas en la doctrina sobre diversos aspectos de la figura, los cuales resumí en

un trabajo anterior cuyo propósito principal fue comentar el uso de este contrato para

encubrir la relación laboral, la consistencia de la autonomía de la ley tributaria frente a la

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figura mercantil, su tratamiento normativo en la legislación del impuesto sobre la renta y la

cuestión de los aspectos gravables con el impuesto al valor agregado relativos a las cuentas

en participación.59

I. Noción y características de las cuentas en participación.

El artículo 359 del Código de Comercio de Venezuela (C.Com), cuyo texto proviene

del Código de Comercio Italiano de 1882, define la cuenta en participación así: “La

asociación en participación es aquella en que un comerciante o una compañía mercantil da

a una o más personas participación en las utilidades o pérdidas de una o más operaciones o

de todas las de su comercio. Puede tener también lugar en operaciones comerciales hechas

por no comerciantes”. Esta disposición pertenece a la Sección XII, Cuentas en

Participación, del Título VII de ese mismo Código, denominado De las Compañías de

Comercio y de las Cuentas en Participación. Se observa que el Código de Comercio regula

las cuentas en participación dentro de un título común con las sociedades mercantiles, pero

las distingue de ellas en el mismo encabezamiento del título, y además las califica como

asociaciones y no como sociedades, a más de identificarlas sólo como cuentas en

participación. Esta diversidad de nombres es reflejo de la discusión doctrinal acerca de la

naturaleza jurídica de ellas, de la cual hacen comentarios todos los autores, ya que para

algunos son sociedades, para otros asociaciones, para otros un contrato autónomo, y hasta

una figura atípica producida por el hibridismo de varias figuras, lo cual ha hecho pensar que

no son sociedades sino contratos asociativos o de colaboración afines a las sociedades por

perseguir un fin común, pero carentes de los atributos y formalidades de éstas,

configuradas por la autonomía contractual de los comerciantes; sin que hayan faltado

opiniones que sostienen que las diferencias son mayores que las semejanzas, razón por la

cual omiten su calificación para llamarlas “participaciones”, a secas, sin compromiso con

alguna catalogación contractual anterior.

El conocido autor italiano Cesare Vivante, uno de los principales comentaristas de

Código de Comercio Italiano de 1882, antecedente del Código de Comercio Venezolano,

señala que “la Asociación de cuentas en participación es un contrato análogo al de sociedad

y se diferencia de ésta porque no trata de crear una persona jurídica distinta de los

contratantes, sino que agota su finalidad en las recíprocas relaciones entre éstos. La falta de

personalidad jurídica, elemento esencial de toda sociedad mercantil, debería proscribir de

este libro, que trata de las personas, a la Asociación. Sin embargo, la comunidad de

orígenes, la analogía del nombre, de la función económica y de la disciplina jurídica, la

tienen aún ligada como un instituto accesorio al de las sociedades”.60 Vivante resalta que

“la Asociación es un contrato por el cual una persona concede parte a otra en las ganancias

y pérdidas de sus operaciones mercantiles”. A lo cual añade: “Llamaremos asociante al que

dirige la operación y asociado al que sigue su suerte participando en los resultados”.61 Se

59 Ver: Gabriel Ruan Santos; Aspectos Tributarios y Laborales de las Cuentas en Participación; Boletín de la Academia de

Ciencias Políticas y Sociales, Número 154, Enero-diciembre de 2015, páginas 391 a 436.

60 Cfr: Cesare Vivante; Tratado de Derecho Mercantil; Editorial Reus, Madrid 1932, Volumen II, página 575. Traducción al

español de Ricardo Espejo de Hinojosa.

61 Ibid. Página 576. Resaltados del texto.

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observa claramente entonces que la figura implica una parte activa y una parte pasiva en la

dinámica de la operación, similar a la que ocurre en las sociedades en comandita, sin la

personalidad jurídica y patrimonio de estas últimas.

El autor nacional José Muci-Abraham, en su conocida obra “Asociaciones en

Participación”, comenta que esta figura, a pesar de ser un contrato de vieja estirpe histórica

se encontraba en el olvido, como otras figuras jurídicas, tal como el pacto de anticresis, que

en el siglo XX venezolano fue rescatada por la práctica de las empresas y comerciantes

frente al surgimiento de nuevas realidades: “Casi arrasadas por el extraordinario desarrollo

del derecho societario, de un tiempo a esta parte se ha puesto en boga, con ímpetu

creciente. La sencillez y brevedad de las normas que gobiernan estas asociaciones, el ancho

margen operativo concedido por la ley al arbitrio de los contratantes, la ausencia de

formalidades para la celebración del pacto asociativo y su carácter no visible u oculto, las

múltiples exigencias de la vida mercantil que ellas vienen a colmar, sus considerables

ventajas de orden fiscal, y su elasticidad para adaptarse a las actividades más diversas son,

entre otras, causas explicativas del progresivo favor que hoy en día se les dispensa…

hagamos constar que las asociaciones en participación, añade Muci-Abraham, en todo

tiempo han sido conocidas y usadas en el comercio: nacidas con la ocasión, cesando con

ella, tan cómodas para formarse como para disolverse (accidentales) son uno de los más

útiles y adecuados medios para favorecer la especulación”.62

Las ventajas antes mencionadas de las cuentas en participación derivan ciertamente

de la sencillez de la figura, ya que ella se origina en un contrato bilateral, oneroso,

consensual, aleatorio, de colaboración entre las partes, con forma escrita necesaria de

carácter probatorio, en el cual un sujeto llamado asociante o gestor concede participación a

otro -u otros- sujeto denominado asociado o participante, en los resultados de un negocio

o varios negocios de su propiedad, o en todos los de su giro comercial, con lo cual ambos

hacen fin común la actividad desempeñada por el asociante y consiguientemente,

comparten las utilidades o pérdidas que arrojare la misma, sin que los terceros tengan

información sobre la existencia de la asociación, pues ésta es invisible para ellos, ni tengan

derechos ni obligaciones frente al asociado, sino únicamente frente al asociante o dueño del

negocio. Se impone aquí el carácter relativo del contrato que no daña ni aprovecha a los

terceros, con excepción del supuesto de quiebra del asociante (art. 362 del C.Com).

Aunque es usual que el asociado o asociados hagan un aporte en bienes, derechos o

servicios al asociante para el fin común de la asociación, según la normativa del C.Com

venezolano esto no es indispensable, a juicio de Muci-Abraham, siempre que el asociado

ofrezca compartir en la cantidad convenida las pérdidas, a cambio de una parte de la

utilidad del negocio o negocios, pues a través de la asociación “se procura – esencialmente-

la distribución de un riesgo inherente a una o varias operaciones mercantiles”. En esta

última modalidad, la participación se remontaría a su origen más remoto y cumpliría una

función sucedánea de un seguro de riesgo por inversión. Aunque la regla es que el asociante

o gestor, como dueño del negocio y parte activa, pueda actuar sin conceder intervención en

62 Ver: José Muci-Abraham, Asociaciones en Participación, en Contratos Mercantiles, Ediciones Schnell C.A., Caracas 1985,

página 206. Resaltado nuestro.

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la gestión al asociado, éste tendrá derecho siempre a recibir una rendición de cuentas, por el

mismo fin común de la relación y la administración de interés parcialmente ajeno efectuada

por el asociante. En todo caso, la asociación no genera un nuevo sujeto de derecho ni tiene

personalidad jurídica, no está dotada de patrimonio, carece de razón o denominación social,

y no da lugar a una organización diferente de la que ya tiene el asociante para su actividad.

Se discute si la asociación da lugar o no a la formación de un “fondo común” asignado a

sus fines, aunque el mismo se contabilizaría dentro del patrimonio del asociante.63

Según Roberto Goldscmidt: “En la hipótesis de las cuentas en participación, no

existe un fondo común ya que el aporte del participante pasa al patrimonio del comerciante

individual o de la compañía mercantil que da una participación determinada. En ese

sentido, el artículo 361 dispone que los participantes no tienen derecho de propiedad sobre

las cosas objeto de la asociación, aunque hayan sido aportadas por ellos. Sus derechos están

limitados a obtener cuenta de los fondos que han aportado y de las pérdidas o ganancias

habidas; pero podrán estipular en sus relaciones con los asociantes que éstos les restituyan

las cosas aportadas por ellos, y en su defecto, les indemnicen los daños y perjuicios…En

resumen, si el concepto de la sociedad requiere un fondo común, no se trataría en este caso

de una sociedad y esto explica la denominación de asociación en participación.”64

De la somera descripción anterior se infieren importantes diferencias entre sociedad

mercantil y asociación en participación, que la doctrina ha destacado. Muci-Abraham señala

que el legislador simplemente tuvo el propósito de denotar que las cuentas en participación

no son sociedades mercantiles al utilizar el término de asociación, derivado de la legislación

italiana, pues en nuestro derecho positivo el vocablo es usado por el Código Civil (art. 19)

para identificar entidades dotadas de personalidad jurídica, nacidas del acuerdo de sus

miembros y carentes de fin de lucro.65

Por ello, dada la procedencia de la norma comentada, es conveniente traer a este

escrito la útil descripción de las semejanzas y diferencias anotadas entre los conceptos

mencionados por un autor italiano, especialista del derecho mercantil, como el profesor

Giuseppe Ferri. Expresa este autor: “La cooperación económica de dos o más personas en

el ejercicio de la empresa puede realizarse, además de mediante la constitución de una

sociedad, mediante una asociación en participación. Aun respondiendo a una misma

exigencia práctica, la de realizar una colaboración patrimonial para obtener un lucro a

través del ejercicio de una actividad económica, sociedad y asociación en participación se

diferencian netamente, en consideración de las diversas bases jurídicas en que se funda

63 Vivante es categórico al afirmar: “La Asociación no tiene fondo social, ni domicilio, ni nombre propio. Aún cuando

tenga por objeto el ejercicio de toda una hacienda, por ejemplo de una tienda, este fondo no se haya reconocido

jurídicamente como fondo de la Asociación…Las cosas suministradas por el asociado pasan al dominio del asociante,

quien de esta forma, según la finalidad del contrato acrece su crédito y amplía la esfera de sus negocios…Sin embargo,

es lícito que el asociado se pueda reservar la propiedad y este pacto surtirá efectos incluso para terceros, cuando resulte

de los registros públicos”. A esto, Vivante añade que, según el Código de Comercio Italiano de 1882: “Los partícipes no

tienen condominio alguno sobre la cosa cuyas utilidades concurren a percibir”. Lo cual proviene de los trabajos

preparatorios de ese Código. Ver: obra citada, página 577.

64 Cfr: Roberto Goldschmidt; Curso de Derecho Mercantil, actualizado por María Auxiliadora Pisani Ricci; Universidad

Católica Andrés Bello-Fundación Roberto Goldschmidt, Caracas 2013, páginas 288 y 289.

65 Ibid: página 237.

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dicha colaboración patrimonial. En las sociedades, a la comunión de resultados

corresponde una comunión de medios y de poderes que se realiza a través de la creación de

una organización jurídica, en la cual todos los participantes se encuentran cualitativamente,

aunque no cuantitativamente, en una misma posición. El fondo social se autonomiza

sensiblemente del patrimonio singular de los socios; la gestión del mismo en función de los

propósitos sociales de la sociedad creada corresponde a todos los socios, y sobre ese fondo

todos los socios tienen cualitativamente los mismos derechos. En la asociación en

participación, por el contrario, a la comunión de los resultados no corresponde una

comunión de los poderes. La cooperación económica se actúa mediante la transferencia de

determinados bienes o sumas del asociado al asociante, el cual adquiere la propiedad y la

disponibilidad; la gestión de la empresa es de pertinencia exclusiva del asociante y el

asociado no puede en ningún modo interferir la actividad inherente a esa gestión, debiendo

aceptar lo que decida el asociante hacer, y pudiendo solamente reservarse un control o

tutela de la participación que le ha sido reconocida. Del contrato no surge ninguna

organización jurídica, todo se reduce a una relación contractual. El aporte del asociado

entra a formar parte del patrimonio del asociante y constituye conjuntamente con los

demás bienes de éste la garantía de todos los acreedores… Las relaciones con los terceros

conciernen sólo al asociante, el cual sólo adquiere derechos y asume obligaciones frente a

ellos… La empresa es común solamente en el sentido de que los resultados de ella van en

beneficio o a cargo común: la asociación efectivamente corre las áleas desfavorables de la

gestión no menos que aquellas favorables…”.66

Muci-Abraham, a pesar de afirmar con seguridad que las cuentas en participación no

son sociedades, sino formas rudimentarias de carácter asociativo, dice que no son

insalvables las distancias entre ellas, porque “las asociaciones en participación son formas

de tránsito entre las compañías mercantiles y las relaciones puramente contractuales… son

contratos de tipo asociativo caracterizados por la convergencia o coincidencia y no por la

contraposición de intereses”, razón por la cual algunas de las disposiciones de las

sociedades podrían ser aplicadas supletoriamente a las relaciones internas de los

contratantes, pero no a las relaciones con los terceros. Muci-Abraham destaca, con

fundamento en la doctrina italiana –seguida por la jurisprudencia nacional-que “el concepto

de participación supone que el asociado o los asociados participen tanto en las utilidades

como en las pérdidas de las negociaciones que constituyan materia del contrato; por

consiguiente, no existirá un contrato de participación allí donde el asociante o los asociados

participen únicamente en las ganancias o únicamente en las pérdidas de las operaciones que

constituyan materia del pacto asociativo”. 67

Vivante opinó en su momento: “El contrato de Asociación de cuentas en

participación tiene la más estrecha analogía con el contrato de sociedad, porque al igual que

66 Ver: Giuseppe Ferri, Manuale di Diritto Commerciale; UTET, Torino, Italia, 1970, páginas 387 y 388. Traducción libre.

Cabe advertir, con respecto al aporte del asociado, que el artículo 2549 del Código Civil italiano de 1942, a diferencia del

Código de Comercio italiano de 1882, fuente directa del venezolano, hace indispensable el aporte suyo, como

correspectivo de su participación en las utilidades, lo cual explica la diferente relevancia de este concepto en la cita de

Ferri. Como hecho anecdótico, señalo que el doctor Luis Guillermo Govea y yo asistimos a las lecciones de Ferri, en la

Facultad de Jurisprudencia de la Universidad de Roma, durante los años 1971 y 1972.

67 Ver: José Muci-Abraham, obra citada, páginas 240, 243 y 249.

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éste tiene por fin la división de las utilidades y de las pérdidas que dimanan del negocio

efectuado en interés común. Por esto se aplican a las relaciones recíprocas de los socios las

reglas consignadas en el Código de Comercio para el contrato de sociedad”. Sin embargo,

también puntualizaba Vivante que no todas las reglas de la sociedad eran aplicables a la

asociación, sobre todo “aquéllas que presuponen la existencia de un fondo social, y

consiguientemente de un ente social, ni las que constituyen sanciones especiales”.68 Por

ejemplo, las referentes a la entrega coercitiva de la cuota social, a la consideración del

aporte como integrante de la prenda común de los acreedores sociales, a las formalidades

de publicidad de los actos de las sociedades, a las concernientes al domicilio social, a la

exclusión de socios, a las prohibiciones especiales que pesan sobre los socios de las

sociedades, etcétera. Esto es así, porque las relaciones entre asociante y asociado son las de

partes de un contrato y no las de un socio frente a la organización. Si las partes, asociante y

asociado, no respetan los pactos asociativos podrán ejercer la acción de resolución del

contrato y exigir la indemnización correspondiente, y los terceros exigir la responsabilidad

contractual al dueño del negocio o asociante exclusivamente, a menos que el asociado haya

cometido un hecho ilícito que les perjudique, caso en el cual funcionaría la responsabilidad

extracontractual.

Dada la plasticidad de la figura, Vivante reconoce que “el asociado puede aportar su

trabajo participando de las utilidades en remuneración del mismo”. Pero igualmente señala

que podría confundirse con el “arrendamiento de servicios” (relación de trabajo en la

actualidad) si hubiera “subordinación del asociado con el principal” y no estuviera expuesto

a las pérdidas del negocio.69 Esta subordinación es la que ha dado origen

contemporáneamente al llamado “test de laboralidad” para dar aplicación preferente a la ley

laboral frente a la ley mercantil.

El Código de Comercio Venezolano confiere amplio espacio a la autonomía de la

voluntad de los contratantes para regular el objeto y contenido de las asociaciones en

participación. Sin embargo, el mismo legislador señala cuáles son las normas esenciales para

la existencia del contrato, en el artículo 363 de dicho Código: “Salvo lo dispuesto en los

artículos anteriores, la sociedad accidental se rige por las convenciones de las partes”. Esto

es, las normas de los artículos 359 (estructura y objeto del contrato) 360 (posición jurídica

de los terceros frente al asociante y frente a los asociados, carencia de patrimonio y de

personalidad jurídica, relación interna u oculta) 361 (derechos de los participantes frente al

asociante) 362 (derechos de los participantes en caso de quiebra del asociante) y el artículo

364, relativo a la forma escrita, ha sido calificado siempre como necesario por la

jurisprudencia. Nótese que el artículo 363 hace referencia a la sociedad accidental,

probablemente para señalar a un tiempo la proximidad y la diferencia con las sociedades

mercantiles, lo cual ha sido entendido más bien como una inconsistencia de lenguaje del

legislador en lo que respecta al término sociedad, pero sin que ello altere el uso

prevaleciente del término asociación en la Sección XII del C.Com para calificar el contrato.

68 Cfr: Vivante, obra citada, página 580 y siguientes.

69 Cfr: Vivante, obra citada, página 584.

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En relación con la naturaleza jurídica de las cuentas en participación, el doctor

Alfredo Morles señala el cambio observado por Brunetti en el Código Civil italiano de

1942, el cual viene a complicar el tema discutido. Dice Morles: “El problema de la

naturaleza jurídica de las cuentas en participación se ha replanteado en Italia, después del

Código Civil de 1942. Para Brunetti, el argumento decisivo está constituido por la causa

negocial: la sociedad pertenece a la categoría de los contratos de organización, mientras las

cuentas en participación pertenecen a los contratos de intercambio. La participación en los

beneficios sería la contraprestación del participante, por lo que el beneficio no es el

producto de la colaboración, sino un modo de retribución del que financia. No existiendo

entre el partícipe y el asociado (rectius: el asociante) una comunidad patrimonial, tampoco

podría hablarse de una comunidad de resultados”.70 Aunque reconocemos la seriedad de

esta reflexión y los problemas que encierra, la doctrina italiana califica mayoritariamente

como contrato de colaboración o de cooperación a las asociaciones de cuentas en participación y

resalta su afinidad con las sociedades mercantiles, aún después de la promulgación del

Código Civil Italiano de 1942, hasta el punto que admite la aplicación subsidiaria o

supletoria – en la relación entre las partes- de los principios y normas de las sociedades

mercantiles y del contrato de sociedad con respecto a las lagunas jurídicas que pudieran

surgir en la regulación de las cuentas en participación. De manera que la opinión de

Brunetti, aparentemente seguida por Morles, es una opinión aislada sin apoyo mayoritario

en doctrina, pero nos plantea la sutil diferencia en la categorización de la figura, a partir de

las relaciones contractuales bilaterales entre las partes.

Es importante no confundir las asociaciones en participación con las sociedades

irregulares o con las sociedades de hecho (Art.7, ordinal c y parágrafo segundo de la

LISLR). En cuanto a las sociedades irregulares, se advierte que aunque ellas no hayan

completado su proceso regular de constitución tienen una organización y una gestión

común por parte de sus socios, así como también las sociedades de hecho, porque ellas

tienen una organización y una gestión comunes, a pesar de que funcionen en modo oculto

o desconocido con respecto a los terceros. Por ello, ha dicho Messineo: “… aun cuando la

sociedad sea irregular, la misma no puede confundirse con la asociación en participación,

en cuanto, aún en su irregularidad, la sociedad no deja de presentar el ejercicio de una

actividad económica en común y una gestión que se manifiesta a los terceros como gestión

colectiva y no individual”.71 Sin embargo, advierte Messineo, que el asociado en caso de

concurso en la realización del negocio o en su gestión, o se manifieste externamente un

vínculo, podría ser considerado como socio de hecho del asociante, y comprendido en el

riesgo económico asumido ilimitadamente por este último frente a los terceros. También la

jurisprudencia tributaria en Venezuela ha señalado la diferencia y ha considerado que la

participación conjunta de asociante y asociado en la ejecución de una obra da lugar a una

sociedad de hecho, con las consecuencias derivadas de ello en materia fiscal.72

70 Ver: Alfredo Morles Hernández, Curso de Derecho Mercantil, UCAB, Caracas 2004, Tomo II, página 776. Resaltado del

texto.

71 Ver: Francesco Messineo, Derecho Civil y Comercial. Traducción de Santiago Sentís Melendo, Ediciones EJEA,

Buenos Aires, 1971, Tomo VI, número 10, página 10.

72 Ver Sentencia N° 78 del Tribunal de Apelaciones de Impuesto Sobre la Renta del 26 de noviembre de 1959.

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Precisa, en forma negativa, este autor italiano: “La ausencia de una operación de

poner bienes en común (o servicios) y de la consiguiente pertenencia de los mismos a un

ens tertium (que no se identifique con ninguno de los interesados y esté por encima de ellos)

y la ausencia de una gestión por cuenta de una colectividad, son factores que deponen a

favor de la presencia de una asociación en participación y nunca de una sociedad, ni aún

oculta siquiera”.73 En modo contrario, queda claro entonces que la existencia de una

organización y de una gestión comunes a asociante y asociados partes de la asociación,

alteran su naturaleza y conducen a la probable existencia de una sociedad mercantil

irregular, de hecho, o de carácter personal, lo cual excluiría la aplicación de la normativa de

las cuentas en participación y daría lugar a la existencia de un sujeto jurídico diferente de los

socios.

Por esto último, Vivante concluyó -muchos años antes- que “la Asociación no

constituye un ente colectivo, sino simplemente un contrato que no extiende su propia

eficacia más allá de las relaciones de los contratantes. No da origen ni a una razón ni a una

hacienda social, aún cuando por motivos de hecho, la Asociación haya separado lo que se

refiere a las operaciones comunes del resto de su patrimonio. El asociante no actúa como

administrador ni como representante de los otros asociados, sino como un comerciante

que administra sus asuntos propios y puede disponer en los mismos como le plazca. Él

solo contrae vínculos jurídicos con terceros y él solo es acreedor y deudor de éstos”. (Cfr:

Vivante, obra citada, página 586.)

A pesar de estas afirmaciones de Vivante, válidas para el derecho mercantil, el

derecho tributario ha exigido a las cuentas en participación el cumplimiento de algunos

requisitos de control para asegurar los derechos del fisco como parte de la relación

tributaria, relativos al deber de llevanza de una contabilidad separada para las operaciones

de la cuenta y la declaración separada de las rentas de las partes, a los fines de determinar la

capacidad de contribución de cada una de ellas. Lo cual, ciertamente impone una disciplina

exterior a las cuentas en participación que amerita alguna referencia a su existencia y rigor.

II. Las asociaciones de cuentas en participación y el impuesto sobre la renta.

Es importante destacar que la normativa que rige el impuesto sobre la renta ha

contribuido mucho a delimitar la noción y características de las cuentas en participación,

como se puede observar en las disposiciones de la ley y reglamento general de ese

impuesto, razón por la cual conviene mencionarlas en este escrito, aunque este último se

limite a la regulación mercantil de la figura. Lo dicho se refiere no sólo a la cuestión de la

gravabilidad con el impuesto sobre la renta de los enriquecimientos obtenidos por las

partes de las asociaciones de cuentas en participación sino también en cuanto a la forma de

declararlos y a la responsabilidad formal del asociante.

Expresa la norma del Parágrafo segundo del Artículo 7 de la Ley de Impuesto Sobre

la Renta (LISLR) lo siguiente:

73 Ibid. Página 10.

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“En los caso de contratos de cuentas en participación, el asociante y los asociados

estarán sometidos al régimen establecido en el presente artículo; en consecuencia, a los

efectos del gravamen, tales contribuyentes deberán computar dentro de sus respectivos

ejercicios anuales la parte que les corresponda en los resultados periódicos de las

operaciones de la cuenta” (Resaltado nuestro).

Por su parte, el artículo 35 del Reglamento de la ley de Impuesto Sobre la Renta

(RLISLR) agrega:

“Las participaciones en los enriquecimientos y pérdidas netas provenientes de las

operaciones de cuentas en participación, o de las actividades de los consorcios, sociedades

de personas y comunidades, deberán ser incluidas por los respectivos asociantes, asociados,

consorcios, socios o comuneros, a los fines de la determinación del correspondiente

ingreso bruto global”.

Añade también la norma del artículo 143 del Reglamento:

“En los casos de contratos de cuentas en participación, el asociante y los asociados

deberán incluir en las declaraciones de sus respectivos ejercicios anuales, la parte del

enriquecimiento o pérdida que les haya correspondido en los resultados periódicos de las

operaciones realizadas por la cuenta”.

La norma es clara acerca de la distribución de la renta gravable entre las partes del

contrato y sobre el deber formal de su declaración por separado, sin que ello deba ser

objeto de una declaración de la asociación, pues la figura contractual carece de subjetividad

jurídico tributaria, como sería el supuesto de los consorcios y comunidades.

De acuerdo con las disposiciones antes reproducidas, las asociaciones de cuentas en

participación no son entidades transparentes como son los consorcios, las sociedades de

personas y las comunidades para este impuesto, los cuales no tienen la cualidad de

contribuyentes sino de medios de control de la renta de sus integrantes, debiendo incidir

directamente el gravamen en cabeza de estos últimos, quienes están obligados a incluir en

sus respectivos ingresos el monto de sus participaciones en cada período y a tributar según

la tarifa respectiva (personas naturales, personas jurídicas y rentas especiales) teniendo

igualmente el derecho de traspasar las pérdidas derivadas de las operaciones de estas figuras

a sus tres ejercicios siguientes, cuando no pudieren ser compensadas con sus

enriquecimientos de otro origen, según lo confirma el artículo 129 del Reglamento. No

obstante, la similitud de efectos prácticos entre estas figuras subjetivas y las cuentas en

participación, debe quedar claro que el responsable por la gestión y llevanza de las cuentas

de estas últimas es el asociante, quien aparece como dueño o gestor del negocio frente a los

terceros.

Algunas disposiciones, como el artículo 10 de la LISLR, establecen ciertos deberes

formales en relación con las hipótesis de los consorcios y las comunidades, con respecto a

los cuales se exige la designación de un representante a los efectos fiscales, a quien

corresponderá llevar la contabilidad y determinar los enriquecimientos y pérdidas del

consorcio o comunidad, así como el reparto de los mismos. Aunque no existe actualmente

en la LISLR una norma similar para los “contratos de cuentas en participación”, como los

llama esa ley, precisamente porque no los reconoce como una entidad autónoma, las

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normas son claras al establecer que asociante y asociados deberán hacer sus respectivas

declaraciones e incluir en ellas el monto de sus participaciones respectivas; y a los efectos

del artículo 90 de la LISLR, la contabilidad de las operaciones de la cuenta en participación

deberá llevarla el asociante, habida consideración de la estructura del contrato, según el cual

el dueño o gestor del negocio es el asociante, y así lo han indicado la doctrina fiscal y la

jurisprudencia, que han sido rigurosas al exigir la llevanza de cuentas separadas a las

operaciones de dicha asociación a la persona del asociante, a los fines de su efectivo

control, el cual no sería posible si se confundieran las operaciones de la cuenta con el resto

de las cuentas del asociante. Por consiguiente, toda investigación sobre las operaciones de

la cuenta en participación tendría que ser efectuada en la contabilidad del asociante.

Caracas, noviembre de 2021.

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¿PUEDE EL COMISARIO DE UNA SOCIEDAD DE COMERCIO

COMPROBAR LA SUBSISTENCIA DE LA GARANTIA QUE

DEBEN PRESTAR LOS ADMINISTRADORES PARA ASEGURAR

LA RESPONSABILIDAD QUE PUDIERA DERIVARSE DEL

DESEMPENO DE SUS CARGOS?

Salvador R. Yannuzzi Rodríguez

Abogado. Profesor emérito de la UCAB - UCV.

Ex Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica Andrés Bello.

Individuo de Número de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales.

SUMARIO: Introducción. I. ¿Qué es el comisario? II. Funciones del comisario. III. Garantía que deben

prestar los administradores. IV. ¿Puede el comisario verificar la subsistencia de la garantía que deben

prestar los administradores? V. Conclusión. 6. Bibliografía.

Introducción

En la segunda mitad del pasado siglo, en Venezuela, el Derecho Mercantil tuvo un

gran impulso porque surgieron destacados doctrinarios que contribuyeron de manera

formidable a promocionar el estudio de esta rama del derecho, lo quedó plasmado en una

apreciable publicación de libros, monografías y artículos relativos a diversos aspectos del

Derecho Mercantil. Así mismo, se crearon Revistas para impulsar su estudio y recoger el

pensamiento de aquellos que querían plasmar sus inquietudes académicas, una de ellas fue

LA REVISTA DE DERECHO MERCANTIL DIGITAL, entre cuyos fundadores y

promotores destacó el doctor Luis Corsi Olivieri, quien falleció en Caracas el 23 de junio

de 2021, fecha en que conmemoramos el día del abogado.

El doctor Luis Corsi fue un estudioso del Derecho Mercantil, y nos ha legado una

importante obra, que ha servido de referencia para los aplicados a esa disciplina, por el

rigor científico que les imprimió a todos los trabajos que realizó.

Conocí al doctor Luis Corsi cuando tomó posesión del cargo de juez de primera

instancia en lo mercantil en la ciudad de Caracas, tribunal al que fueron distribuidos varios

casos que estaban bajo mi patrocinio, por lo que tuve que relacionarme con él en su

condición de magistrado y pude constatar su calidad humana, su honestidad y su sapiencia

reflejada en los fallos que dictó. Posteriormente, cuando concluyó su carrera judicial tuve la

oportunidad de continuar una relación amistosa y de soporte casual a su actividad

académica.

Considero que la iniciativa de LA REVISTA DE DERECHO MERCANTIL

DIGITAL de rendir un homenaje póstumo al doctor Luis Corsi Olivieri, al dedicar la

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Salvador R. Yannuzzi Rodríguez

- 82 -

edición de la revista número dos al autor de referencia, es un acto de justicia, lo que aprecio

en su extensión, por lo que este breve artículo lo dedico a su memoria.

I. ¿Qué es el comisario?

Ni el Código de Comercio venezolano ni ninguna otra ley de la Republica definen a

la figura del comisario de las sociedades de comercio. El aludido Código, solamente indica

la oportunidad de su nombramiento,74 el órgano que debe designarlo75 y las atribuciones o

responsabilidades que se derivan de la función que debe cumplir en ejercicio del cargo para

el que fue designado.76

Habida cuenta que la normativa del Código de Comercio establece las diversas

responsabilidades que se derivan del desempeño de las funciones de comisario, así como

las atribuciones que la ley le otorga, a las que nos referiremos infra, pensamos que

necesariamente dicho cargo debe ser ocupado por una persona natural y no por una

persona jurídica y, además, estimamos que el cargo es intuito personae, por lo que las

facultades no son delegables o sustituibles en alguna otra persona, aunque puede tener

asistentes que lo ayuden en la realización del compromiso asumido, si el giro comercial de

la sociedad fuere muy complejo. Somos del criterio que para desempeñar el cargo de

comisario no pudiera considerarse a las personas morales, porque estas actúan por el

órgano previsto estatutariamente, cuyos ocupantes son cambiables, razón por la que

pudiera existir alguna incapacidad para el ejercicio de las funciones que competen al

comisario, para el individuo que esté encarnando el órgano de dicha persona jurídica.

Adicionalmente, como veremos seguidamente, el comisario de una sociedad debe poseer

un título profesional relativo a materia económica o contable, lo que no pudiera tener una

persona moral y esta circunstancia también la descalificaría para ejercer las funciones de

comisario.

Si bien el Código de Comercio no contiene disposición alguna que exija que el

comisario deba poseer alguna condición específica para poder ejercer el cargo, tales como

una profesión determinada o experiencia en materia económica o financiera, por la índole

de las funciones siempre fue deseable que la ocupación de la persona que se eligiera como

comisario, además de tener un título relativo a materia económica o contable, como

veremos de seguidas, contara con experiencia en el desempeño de actividades relacionadas

con dicha área. Dicho aspecto se clarifica con la promulgación en 1982 de la Ley de

Ejercicio de la Profesión de Licenciado en Administración y, con fundamento a su

dispositivo, los Registros de Comercio han exigido que las personas que se designen para

ocupar la posición de comisario de una sociedad deben tener la profesión de administrador

74 Ver artículos 247, 253, 275 del Código de Comercio.

75 Ver artículo 287 del Código de Comercio.

76 Ver artículos 309, 310 y 311 del Código de Comercio.

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comercial, contador público o economista,77 por lo que actualmente es un requisito sine

qua non para optar a dicho cargo.

El Código de Comercio tampoco contiene disposición alguna que establezca

restricciones para que alguna persona sea elegida para el cargo de comisario, pero leyes

especiales, como es el caso de la Ley de Mercado de Valores, la que prevé ciertas

inhabilidades relacionadas con el parentesco o vinculación con accionistas, en lo que se

refiere a la elección de los comisarios;78 es decir, si la persona propuesta para el cargo de

comisario, estuviera incursa en alguna de las limitaciones legales, ello impediría su

nombramiento. Dichas limitaciones también estaban contenidas en la derogada Ley de

Mercado de Capitales y la citada Ley de Mercado de Valores las mantuvo. Estimamos que

estas previsiones, analógicamente, deben aplicarse al comisario regulado por el Código de

Comercio, porque sería absurdo que un pariente cercano al administrador o su cónyuge sea

quien deba inspeccionar la gestión de este al frente de una sociedad y la relación parental o

conyugal impediría la objetividad de la vigilancia.

No obstante lo anterior, y como quiera que el ejercicio del comercio se ha ido

complejizando, lo natural es que el comisario, además de poseer el título de alguna de las

profesiones indicadas supra, deba tener conocimientos y experiencia de los negocios a los

que se dedica la sociedad de acuerdo a su objeto social, porque semestralmente debe recibir

un sumario de la situación activa y pasiva de la sociedad,79 y ello permitiría que el comisario

entendiera cabalmente el contenido del informe; además, también debe recibir el informe

anual, previo a la asamblea ordinaria,80 para que el comisario presente -a los accionistas- un

informe explicativo de los resultados del examen del balance y de la administración,81 en el

cual expresará su opinión sobre la manera en que se ha administrado la sociedad, los

aciertos, los errores, la corrección en llevar los libros exigidos por el Código de Comercio,

los beneficios o pérdidas correspondientes al periodo respectivo; informe que debe estar a

77 El artículo 8 de la Ley de la Ley de Ejercicio de la Profesión de Licenciado en Administración, dispone lo siguiente:

“Los servicios profesionales de Licenciado en Administración serán requeridos en todos aquellos casos en que leyes

especiales lo exijan y en los que se indican a continuación: … N) Para actuar como comisario de todas las personas

jurídicas, estén o no obligadas a la presentación de declaración de rentas ante la administración general de impuesto

sobre la renta, sin perjuicio de que este cargo pueda ser ejercido por los profesionales de la economía y de la contaduría

Pública”. Tomado de la página web https://actualidadlaboral.com.ve/admini/wp-

content/uploads/Ley%20de%20Ejercicio%20de%20la%20Profesion%20de%20Licenciado%20en%20Administracion

%20-Gaceta%20Oficial%20N3004%20de%20fecha%2026%20de%20agosto%20de%201982.pdf. Consulta efectuada el

2 de septiembre de 2021.

78 Para asumir el cargo de Comisario de alguna sociedad regulada por la Ley de Mercado de Valores, de conformidad con

lo dispuesto en el artículo 40 de dicha ley, el postulado no puede ser integrante de la junta directiva, ni empleado de la

sociedad, o cónyuge de alguno de los integrantes de la administración, ni pueden tener vínculo alguno con los

administradores o accionistas, y también existe la inhabilidad para ocupar dicha posición si son parientes hasta el cuarto

grado de consanguinidad o segundo de afinidad. Tomado de la página web https://sunaval.gob.ve/wp-

content/eridu/LeyesNormas/Leyes/Ley%20Mercado%20de%20Valores2015.pdf Consulta efectuada el 2 de

septiembre de 2021.

79 Ver artículo 265 del Código de Comercio.

80 Ver artículo 304 del Código de Comercio.

81 Ver artículo 305 del Código de Comercio.

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la disposición de los accionistas conjuntamente con el balance, con quince días de

antelación a la asamblea ordinaria, hasta que esté aprobado.82

En conclusión, pensamos que el comisario debe ser una persona natural, de

profesión administrador comercial, contador público o economista,83 con conocimientos y

experiencia en la actividad económica que realiza la sociedad de comercio y no debe tener

vinculación conyugal o de parentesco84 con los administradores, cuya función -de acuerdo

con lo establecido en el Código de Comercio- es vigilar, controlar, inspeccionar y

supervisar las gestiones que realicen los administradores de una sociedad de comercio, en

conformidad con el mandato contenido en los estatutos sociales y en la ley, para certificar

que quienes dirijan la empresa lo hagan apegados a las disposiciones estatutarias y legales.

En nuestro criterio, no podría ser comisario ninguno de los administradores de la

empresa, habida cuenta -como expresamos precedentemente y veremos infra- que la

función de los comisarios es la vigilancia de la administración, y pensamos que tampoco

puede ser empleado de la sociedad, ya que estaría subordinados a los administradores, a

quienes debe vigilar, y el comisario debe gozar de absoluta independencia para desempeñar

su encargo. Por ello, en nuestra opinión, el comisario debe ser un órgano independiente

dentro de la organización de la empresa.

II. Funciones del comisario.

Como hemos afirmado, la principal función general del comisario es la de vigilar la

administración de la sociedad, para lo cual tiene la potestad de inspeccionar todas las

operaciones de la empresa; por ello, la ley le permite tener acceso -para examinar- a todos

los libros, correspondencia y documentos de la compañía; ello, desde nuestra óptica, es

equivalente a un mandato de los accionistas de la sociedad,85 para que en su nombre se

haga un seguimiento de la actividad de los administradores. El fundamento de dicha

potestad la encontramos en el artículo 287 del Código de Comercio, que dispone: “La

asamblea ordinaria nombrará uno o más comisarios, socios o no, para que informen a la

asamblea del siguiente año sobre la situación de la sociedad, sobre el balance y sobre las

cuentas que ha de presentar la administración. La deliberación sobre la aprobación del

balance y las cuentas será nula, si no ha sido precedida del informe de los comisarios. …”

82 Ver artículo 306 del Código de Comercio.

83 De acuerdo con lo contemplado en la Ley de Ejercicio de la Profesión de Administrador Comercial. Ver nota número

84 En este aspecto consideramos que debe aplicarse la restricción establecida en la Ley de Mercado de Valores, es decir,

hasta el cuarto grado de consanguinidad y segundo de afinidad.

85 No obstante que existe la institución del comisario para vigilar de manera amplia la actividad de la dirección de la

sociedad, el accionista de una empresa tiene, entre otros, el derecho a inspeccionar los libros de accionistas y de actas de

asamblea (Art. 261 del C. Comercio); tiene el derecho de recibir copia del balance general y del informe del comisario,

antes de la reunión de asamblea (Art. 306 del C. Comercio); puede solicitar se difiera una asamblea cuando no se sienta

suficientemente informado de los asuntos que se tratarán en la asamblea (corresponde este derecho a la mitad del capital

representado en la asamblea. Art. 288 C. Comercio); hacer oposición a las decisiones de las asambleas que resulten

manifiestamente contrarias a los estatutos o la Ley (Art. 290 C. Comercio); denunciar irregularidades por parte de los

administradores y por la falta de vigilancia del comisario (Art. 291 C. Comercio).

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Esta potestad no tiene restricción alguna,86 y estimamos que los administradores, ante el

requerimiento de información del comisario, no pueden invocar la reserva de las

operaciones que estén realizando o hayan ejecutado, debido a que ello se encuentra dentro

del ámbito del deber que incumbe al comisario para llevar a cabo su función.

Obviamente que, para el cumplimiento de su desempeño, tiene que existir una

coordinación entre la administración de la empresa y el comisario, porque aunque la misión

de este no es la de intervenir en la gerencia de la empresa sino la de inspeccionar la gestión

que realizan los administradores, la manera de ejecutar su cometido es mediante el examen

de los libros, la correspondencia y, en general, todos los documentos de la compañía,87 por

una parte; y, por otra parte, no puede olvidarse que la ley obliga a los administradores a

formar cada seis meses, un estado sumario de la situación activa y pasiva de la compañía la

que deben poner a disposición de los comisarios;88 así mismo, los administradores deben

presentar a los comisarios, con un mes de antelación, por lo menos, al día fijado para la

celebración de la asamblea que ha de discutirlo, el balance respectivo con los documentos

justificativos, el que obligatoriamente debe indicar diáfanamente: 1º El capital social

realmente existente; 2º Las entregas efectuadas y las demoradas; además, es necesario que el

balance demuestre con certeza y exactitud los beneficios realmente obtenidos y las pérdidas

experimentadas, fijando las partidas del acervo social por el valor que realmente tengan o se

les presuma;89 ello con la finalidad de que el comisario presente “un informe que explique los

resultados del examen del balance y de la administración, las observaciones que este les sugiera y las

proposiciones que estime convenientes, respecto a su aprobación y demás asuntos conexos”.90 Lo anterior

es sin perjuicio de ejercer las funciones atribuidas por la ley -de manera mandatoria-, que de

acuerdo al contenido del artículo 311 del Código de Comercio, son las siguientes: a) Revisar

los balances y emitir su informe; b) Asistir a las asambleas; c) Desempeñar las demás

funciones que la Ley y los estatutos les atribuyan; y, d) En general, velar por el

cumplimiento, por parte de los administradores, de los deberes que les impongan la Ley, la

escritura y los estatutos de la sociedad.

Es de observar que este informe es imprescindible para la validez de la aprobación

del balance en la asamblea de accionistas, y esa es la razón por que la ley exige que una

copia del balance quede depositada junto con el informe del comisario, en las oficinas de la

compañía durante los quince días precedentes a la reunión de la asamblea, y hasta que esté

aprobado, para que pueda ser examinado por los accionistas que lo deseen.91 Es evidente

que este informe debe estar sustentado y soportado por la documentación recabada en la

inspección que haya efectuado el comisario.

Si bien, como se ha indicado anteriormente, la principal función del comisario es la

de vigilancia e inspección, tal como se ha expuesto, la misma ley prevé dos supuestos en los

86 Ver artículo 309 del Código de Comercio.

87 Ibidem.

88 Ver artículo 265 del Código de Comercio.

89 Ver artículo 304 del Código de Comercio.

90 Ver artículo 305 del Código de Comercio.

91 Ver artículo 306 del Código de Comercio.

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que el comisario debe intervenir cumpliendo actividades diferentes a la de vigilancia e

inspección, contemplados en el artículo 310 del Código de Comercio, a saber:

1) El primero de ellos se refiere a la acción que se ejerza en contra de los

administradores por hechos que sean responsables; aunque indudablemente ello

es competencia de la asamblea de accionistas, esta la ejerce por medio del

comisario o de personas que designe especialmente para esos fines, tal como lo

indica la mencionada norma.

2) El segundo supuesto establecido en el citado artículo corresponde al derecho que

incumbe a todo accionista de denunciar al comisario los hechos de los

administradores que crea censurables; y la disposición ordena al comisario a hacer

constar que ha recibido la denuncia, en su informe a la asamblea. Sin embargo,

estipula la norma en comento que, si la denuncia la realizare un número de socios

que represente, por lo menos, la décima parte del capital social el comisario está

obligado a informar sobre los hechos denunciados.92 Si los comisarios reputan

fundado y urgente el reclamo de los accionistas que representan el décimo del

capital social, deben convocar inmediatamente a una asamblea que decidirá

siempre sobre el reclamo.

Las atribuciones contenidas en el indicado articulo 310 robustecen las facultades de

vigilancia de la gestión de los administradores conferidas a los comisarios.

III. Garantía que deben prestar los administradores

El artículo 244 del Código de Comercio dispone que los administradores deben

depositar en la caja social un número de acciones determinado por los estatutos, las que

quedan afectadas para garantizar todos los actos de su gestión, aun aquellos exclusivamente

personales. Dichas acciones serán inalienables y se marcarán con un sello especial que

indique su inalienabilidad.93 Agrega la referida disposición que, cuando la cuenta de los

administradores sea aprobada, se les pondrá una nota suscrita por la Dirección, indicando

que ya son enajenables. En el caso de que el administrador designado no sea accionista de

la sociedad, el depósito de las acciones puede hacerlo un tercero.

Indubitablemente, la señalada norma está referida a que las acciones depositadas

sirvan de garantía ante el eventual mal desempeño del administrador en el cargo para el que

ha sido designado, y al concordarla con el artículo 266 eiusdem, que estipula que los

administradores son solidariamente responsables para con los accionistas y para con los

terceros: 1º De la verdad de las entregas hechas en caja por los accionistas. 2º De la

existencia real de los dividendos pagados. 3º De la ejecución de las decisiones de la

asamblea. 4º Y en general, del exacto cumplimiento de los deberes que les imponen la ley y

92 El citado artículo 310 del Código de Comercio prescribe que para la constatación de la decima parte del capital, este se

compruebe con el depósito de las acciones por el mismo comisario u otra persona notoriamente abonada a juicio del

comisario; agrega la norma, que las acciones permanecerán depositadas hasta que se haya verificado la próxima

asamblea.

93 Si la sociedad no ha emitido títulos de las acciones, la nota se pondrá en el libro de accionistas.

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los estatutos sociales,94 se refuerza la necesidad que de alguna manera se garantice la gestión

del administrador; a lo que podría agregarse la responsabilidad que incumbe al que dirige la

sociedad por cualquier otro daño producido por dolo, abuso de facultades o culpa grave en

el ejercicio de sus funciones, habida cuenta que el administrador debe obrar con lealtad y

diligencia de un buen padre de familia.

Por ello, es necesario que se establezca y mantenga la garantía exigida por la ley, en

beneficio de los accionistas. Hay legislaciones que permiten que se preste como garantía

una fianza de fiel cumplimiento emitida por una empresa aseguradora o una entidad

bancaria, lo que podría ser más conveniente debido a que sería más extensa la caución que

ampararía la incorrecta gestión del administrador, de producirse, y permite hasta tener

mayor seguridad del resarcimiento del daño para lo cual está destinada, ya que pudiera

suceder que por la inadecuada gestión en la administración de la empresa, el valor real de la

acción pueda reducirse significativamente. Consideramos que en Venezuela podrían

combinarse ambas garantías, en el sentido de que estatutariamente se podría exigir el

depósito de unas acciones, lo que es necesario de conformidad con la exigencia legal, y

adicionalmente estipular que el administrador, antes de entrar en posesión del cargo, debe

prestar una fianza la que constituiría la verdadera caución si fuesen impropios los actos que

realice en su gestión como administrador. Con ello se establecerá una adecuada protección

a los accionistas.

IV. ¿Pueden el comisario verificar la subsistencia de la garantía que deben prestar

los administradores?

Hemos visto que en la función del comisario de vigilancia y de inspección le

corresponde evaluar el cumplimiento -por parte de los directores- del objeto social, motivo

por el cual debe considerar la gestión efectuada por el administrador, así como las

operaciones económicas y financieras de la sociedad, lo que debe plasmar en el informe que

presenta a los accionistas, por lo que le corresponde comprobar que la actuación de los

administradores se ha ajustado a las previsiones legales y estatutarias, y de existir y

evidenciarse alguna irregularidad debe proceder de conformidad con las disposiciones de

ley, como se ha indicado precedentemente, y de demostrarse algún daño causado a la

empresa y a los accionistas, ejecutar la garantía prestada por el administrador, de acuerdo a

las previsiones legales, como se ha señalado anteriormente. Por ello, es importante que

permanezca dicha garantía, como ha sido prevista en los estatutos. El Código de Comercio

no contiene previsión alguna a este respecto, es decir, no existe una disposición que

expresamente faculte al comisario a realizar dicha exigencia.

En ese contexto, y ante la omisión legal, podrían considerarse dos hipótesis, la

primera de ella es que, en los estatutos de la sociedad, se haya estipulado conferir la

potestad al comisario para verificar la subsistencia de la garantía, por lo que en caso de no

mantenerse o de haber mermado la caución prestada, el comisario debe exigir su restitución

al administrador, de acuerdo con la previsión estatutaria.

94 Como podría ser la existencia y mantenimiento de los sistemas de contabilidad, control, registro, archivo o

información de los activos y pasivos de la sociedad.

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La segunda hipótesis es que en los estatutos sociales nada se diga al respecto, y en

este supuesto ¿sería un exceso del comisario exigir la reposición de la garantía de haberse

disminuido? Consideramos que si bien -como se ha apuntado anteriormente- en la

legislación nada se dice en relación a este aspecto al referirse a las atribuciones del

comisario, y si en los estatutos de la empresa tampoco se contemplara dicha situación,

estimamos que la falta de mención o señalamiento tanto legal como estatuariamente no es

óbice para que el comisario se le impida exigir la restitución de la garantía, ya que las

funciones previstas en la ley de manera específica -creemos- son enunciativas, por lo que

no pueden interpretarse como limitativas del desempeño que debe cumplir el comisario;

por ello, estimamos que este no solo puede sino que, en ejercicio de sus funciones, en el

supuesto planteado, debe exigir la inmediata restitución de la garantía al comprobar que

esta ha disminuido por cualquier circunstancia,95 a fin de que se proteja a los accionistas.

V. Conclusión

a) El comisario debe ser una persona natural, de profesión administrador comercial,

contador público o economista, con conocimientos y experiencia en la actividad

económica que realiza la sociedad de comercio y no debe tener vinculación

conyugal o familiar con los administradores.

b) La principal función general del comisario es la de vigilar e inspeccionar la

administración de la sociedad.

c) Necesariamente, por mandato legal, los administradores deben depositar en la caja

social un número de acciones determinado por los estatutos, la que quedan

afectadas para garantizar todos los actos de su gestión. Sin embargo,

estatutariamente puede exigírsele una fianza de fiel cumplimiento, adicionalmente a

las acciones que se depositen.

d) El comisario puede exigir la reposición de la garantía que deben prestar los

administradores, de haberse esta disminuido, aunque dicha atribución no está

contemplada en la ley, y aunque tampoco lo dispongan los estatutos sociales, ya

que ello está implícito en la función de vigilancia e inspección que le corresponde,

para garantía de los accionistas.

Caracas, Octubre de 2021

VI. Bibliografía

Paginas consultadas

https://www.wipo.int/edocs/lexdocs/laws/es/ve/ve029es.pdf

95 En este aspecto se ingresa al mundo de la casuística, pero ejemplo de ello podría constituir la disminución del valor de

las acciones; la quiebra de la empresa que haya prestado la fianza, etc.