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Revista de Historia Económica Añoin. Otoño 1985 N.° 3 COMÍN: Informática, Estadística e Historia económica - BUSTELO; La nueva cara de la Historia económica - YUN: Aristocracia, se- ñorío y crecimiento económico en Castilla - BARBIER y KLEIN: El gasto público bajo Carlos Ilí - RODRÍGUEZ BRAUN: Beniham, ante España y sus colonias NOTAS: BARCIEM - DEBATES Y CONTROVERSIAS - RECEN- SIONES Centro de Estudios Constitucionales

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Revista de Historia Económica

Añoin . Otoño 1985 N.° 3

COMÍN: Informática, Estadística e Historia económica - BUSTELO;

La nueva cara de la Historia económica - YUN: Aristocracia, se­ñorío y crecimiento económico en Castilla - BARBIER y

KLEIN: El gasto público bajo Carlos Ilí - RODRÍGUEZ

BRAUN: Beniham, ante España y sus colonias

NOTAS: BARCIEM - DEBATES Y CONTROVERSIAS - RECEN­SIONES

Centro de Estudios Constitucionales

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Revista de Historia Económica Año III Otoño 1985 N.° 3

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7. Los cuadros, gráficos y mapas incluidos en el trabajo deberán ir nume­rados correlativamente y deberán ser originales, evitando reproducir in­formación que sea fácilmente accesible o publicada en obras recientes. Cada cuadro, gráfico o mapa deberá tener im breve título que lo identi­fique y deberá indicar claramente sus fuentes. Los gráficos y mapas de­berán ir en papel vegetal.

8. La Secretaría de Redacción de la Revista de Historia Económica acu­sará recibo de los originales en el plazo de quince días hábiles desde su recepción, y el Consejo de Redacción resolverá sobre su publicación en un plazo no superior a cinco meses. Esta resolución podrá venir con­dicionada a la introducción de modificaciones en el texto original.

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1. Se enviarán dos copias de cada recensión a Revista de Historia Económica, c/ Serrano, 23, 28001 Madrid. Al final de la recensión, los autores incluirán su nombre y dirección completos, teléfono y número del D.N.I.

2. Las recensiones se remitirán mecanografiadas a doble espacio y no lle­varán notas a pie de página. Cuando se incluyan referencias bibliográ­ficas, éstas irán entre paréntesis en el texto de la recensión.

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4. La Secretaría de Redacción de la Revista de Historia Económica acusará recibo de la recensión y resolverá sobre su publicación a vuelta de correo.

5. En los demás extremos, se observarán las normas que rigen para el envío de artículos originales.

COLABORAN EN ESTE NUMERO

JACQUES BARBIER. ES catedrático de Historia en la Universidad de Ottawa. Ha publi­cado numerosos trabajos sobre Hacienda y Administración en Hispanoamérica y España, especialmente en el siglo xviii, como Reform and Politics in Bourbon Chile y The North American Role is the Spanish Imperial Economy (coeditor).

CARLOS BARCIELA LÓPEZ. Doctor en Ciencias Económicas por la Universidad Complu­tense de Madrid. Profesor titular y director del Departamento de Historia Econó­mica de la Universidad de Alicante. Autor de diversos trabajos sobre la agricul­tura española entre 1936 y 1980, entre los que destacan: La agricultura cerealista en la España contemporánea y El mercado triguero y el Servicio Nacional de! Trigo.

FRANCISCO BUSTELO GARCÍA DEL REAL. Catedrático y director del Departamento de His­toria Económica de la Universidad Complutense de Madrid. Autor de varios tra­bajos sobre la población española del siglo xviii, entre ellos los capítulos sobre demografía del tomo 28 (en prensa) de la Historia de España editada por Espasa-Calpe. Últimamente está estudiando la población de los siglos xix y xx, sobre la que ya ha publicado algún articulo. Está acabando de escribir una obra titulada Teoría e Historia de la Población. Ha sido rector de su Universidad, diputado y senador.

FRANCISCO COMÍN COMÍN. ES profesor de Historia Económica en la Universidad de Alcalá de Henares. Ha publicado varios artículos sobre Historia de la Hacienda Pública en España y sobre la economía española del período de entreguerras, y una monografía titulada Fuentes cuantitativas para el estudio det Sector Público en España (1800-1981), Madrid, Instituto de Estudios Fiscales, 1985.

HERBERT KLEIN. Es catedrático de Historia en la Columbia University de Nueva York. Ha publicado numerosos trabajos sobre América colonial e Hispanoamérica, en­tre los cuales se cuentan A History of Bolivia y The Middle Passage. Su libro La Esclavitud Africana en América Latina y el Caribe aparecerá pronto en España.

CARLOS RODRÍGUEZ BRAUN. Licencúido en Ciencias Económicas (Universidad Católica Argentina, 1972). Doctor en Ciencias Económicas (Universidad Complutense de Madrid, 1984). En 1972-1974 ha sido profesor en la Universidad Católica de Argen­tina y en la Universidad de Buenos Aires. Desde 1978 es profesor ayudante de Historia de las Doctrinas Económicas, Facultad de Ciencias Económicas y Em­presariales, Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado en Información Comercial Española, Moneda y Crédito, Investigaciones Económicas, etc.

BARTOLOMÉ YUN CASALILLA. Profesor de Historia Económica de la Universidad de Valladolid y doctor en Historia. Ha publicado artículos sobre temas relacionados con la historia económica y social de Andalucía y Castilla la Vieja en la Edad Moderna, y un libro sobre Crisis de subsistencia y conflictividad social en Córdo­ba a principios del siglo XVI, Córdoba, 1980. El título de su tesis es Economía y Sociedad en la Tierra de Campos (1500-1830).

S U M A R I O

PANORAMAS D E HISTORIA ECONÓMICA

FRANCISCO COMIN: Informática, Estadística e Historia económica en España: un balance 393

FRANCISCO BUSTELO: La nueva cara de la Historia Económica de España (I). 419

ARTÍCULOS

BARTOLOMÉ YUN CASALILLA: Aristocracia, señorío y crecimiento económico en Castilla: algunas reflexiones a partir de los Pimentel y los Enríqttez (si­glos XVI y XVII) 443

JACQUES A. BARBIER y HERBERT S. KLEIN: Las prioridades de un monarca ilustrado: el gasto público bajo el reinado de Carlos III 473

CARLOS RODRÍGUEZ BRAUN: «Libraos de Ultramar». Bentham frente a Es­paña y sus colonias 497

NOTAS

CARLOS BARCIELA LÓPEZ: Las investigaciones sobre el mercado negro de pro­ductos agrarios en la postguerra: situación actual y perspectivas 513

DEBATES Y CONTROVERSIAS

MIRIAM HALPERN PEREIRA: Respuesta a Gabriel Tortella 521

RECENSIONES

A. BARRIOS GARCÍA: Estructuras agrarias y de poder en Castilla. El ejemplo de Avila (1085-1320) Por Miguel Santamaría 527

R. GARCÍA CÁRCEL y M. V. MARTÍNEZ RUIZ:

Población, jurisdicción y propiedad en el ^ , ^ . „ „ obispado de Gerona. Siglos XIV-XVII. Por Antonio Domínguez Ortiz 530

GREGORIO SÁNCHEZ MECO: El Escorial y la orden Jerónimo. Análisis económico-social de una comunidad religiosa Por Enrique Llopis 532

389

JUAN HELGUERA QUIJADA: La industria meta­lúrgica experimental en el siglo XVIII: las Reales Fábricas de San }uan de Alcaraz, 1772-1800 ... Por

VICENTE ABAD GARCÍA: Historia de la naran­ja (1781-1939) Por

ÁNGEL GARCÍA SANZ y RAMÓN GARRABOU (eds.): Historia agraria de la España con­temporánea, tomo I: Cambio social y nue­vas formas de propiedad (1800-1850). Por

FERNANDO PASCUAL CEVALLOS: Luchas agrarias en Sevilla durante la II República. Por

MIRIAM HALPERN PEREIRA: Política y econo­mía. Portugal en los siglos XIX y XX. Por

JOSÉ ANTONIO OCAMPO: Colombia y la econo­mía mundial, 1830-1910 Por

NELSON PAREDES HUGGINS: Vialidad y comer­cio en el Occidente venezolano. Principios del siglo XX ... Por

PETER TEMIN (ed.): La Nueva Historia Econó­mica. Lecturas seleccionadas Por

ANUNCIOS DE LA SECRETARIA DE REDACCIÓN

Agustín González Enciso

José I. Jiménez Blanco

536

539

James Simpson

Aurora Bosch

Gabriel Tortella

Miquel Izard

Manuel Lucena Salmoral

Pablo Martín Aceña

(ACCIÓN

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... 563

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PANORAMAS DE HISTORIA ECONÓMICA

INFORMÁTICA, ESTADÍSTICA E HISTORIA ECONÓMICA EN ESPAÑA: UN BALANCE*

FRANCISCO COMIN Universidad de Alcalá de Henares

I. INTRODUCCIÓN

La difusión del ordenador como artefacto manejado por los historiadores económicos es patente, y queda reflejada en las sesiones que los últimos con­gresos internacionales de Historia económica han dedicado a los métodos cuan­titativos y en la abundante bibliografía disponible sobre estudios históricos realizados mediante el cálculo automático de la información cuantitativa pro­porcionada por las fuentes históricas. En España son cada vez más frecuentes los artículos que denotan la huella de la informática, al tiempo que aumentan los historiadores que demandan unos conocimientos de estadística y programa­ción que, lamentablemente, no reciben en sus Facultades. Por eso puede tener interés la recopilación de trabajos de Historia económica informatizados y su examen desde el punto de vista de las técnicas estadísticas utilizadas. La pre­tensión de este balance no va más allá de ofrecer una muestra representativa (aunque claramente sesgada hacia las preferencias del autor, que son los si­glos XIX y XX, en lo temporal, y los análisis dinámicos, en la perspectiva) de lo que se ha hecho en esa dirección en España (cuya presentación puede verse en la sección II) y de señalar las contingencias con que se puede encontrar el his­toriador de la economía que se precipite a consumir los servicios informáticos sin el imprescindible conocimiento de las herramientas estadísticas que el orde­nador le calcula (esos riesgos son glosados en la sección III) . Las ineludibles

* Este texto es un resumen de la parte menos técnica de las lecciones impartidas en la sección «Aplicaciones de la Informática a la Historia Económica», del curso Aplicación de la Informática a la Investigación en la Historia, desarrollado en tres ocasiones bajo el patrocinio del CREÍ (Centro Regional para la Enseñanza de la Informática) y del Institu­to de Historia Jerónimo Zurita. Agradezco a M. T. Molina y F. Fernández Izquierdo, or­ganizadores de esos cursos, la invitación a participar en ellos. Esta versión se ha benefi­ciado de los comentarios realizados por S. Almenar, C. Cabrera, J. J. Dolado, A. Maravall, P. Martín Aceña, J. Palafox, V. Poveda, L. Prados de la Escosura, P. Tedde, G. Tortella, L! Villanueva y E. Uriel. Además de dar las gracias a todos ellos, les exonero de cualquier responsabilidad sobre las inexactitudes que aún subsistan.

Revista de Historia Económica 3 9 5 Año III. N.» 3 - 1985

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conclusiones (sección IV) y la bibliografía que ha servido de base al trabajo (sección V) completan este artículo.

II . APLICACIONES DE LA INFORMÁTICA EN LOS ESTUDIOS DE HISTORIA ECONÓMICA EN ESPAÑA

Los trabajos de Historia económica española que han recurrido a la infor­mática van a ser agrupados según cuál haya sido la técnica estadística utiliza­da, y no según la variable económica a la que se ha aplicado el tratamiento in­formático. Para el historiador de la economía es importante que una va­riable represente un precio, una producción, un renglón de la balanza de pagos, un impuesto o un gasto público, o cualquier agregación de esas categorías económicas, pero al ordenador le es exactamente lo mismo: a todas ellas apli­cará las técnicas estadísticas que le indique el programa con que se le alimente. Por lo tanto, los trabajos de Historia económica española que han utilizado or­denador se comentarán en función de que hayan computado: 1) Medidas esta­dísticas descriptivas; 2) Análisis de la regresión; 3) Series temporales, y 4) Aná­lisis multivariante.

El criterio de presentación adoptado no separa, como sería deseable, con­juntos disjuntos, por el hecho de que algunas técnicas pueden caer en áreas distintas de la Teoría estadística. Por ejemplo, el análisis de la asociación entre dos, o más, variables a través del coeficiente de correlación puede consi­derarse en el primer grupo de las medidas descriptivas, o en el segundo, co­rrespondiente al análisis de la regresión. Otro tanto ocurre con el análisis mul­tivariante: tiene unas partes de estadística descriptiva y otras claramente del análisis de la regresión. Lo mismo puede decirse del análisis de las series tem­porales: puede catalogarse de estadística descriptiva, en una parte, y de análi­sis de regresión, en otra; al tiempo que las series temporales pueden ser anali­zadas univariante o multivariantemente.

1. Estadística descriptiva

Cuando se trabaja con muchos datos es difícil observar cuáles son sus ca­racterísticas de conjunto. Por ello, es conveniente agrupar y resumir la infor­mación, de forma que con pocas medidas se singularicen los prícipales rasgos de las variables analizadas. Normalmente, los datos en Historia económica son cardinales (aunque no son raros los nominales y los ordinales), por lo que de las medidas estadísticas de tendencia central o agrupación sólo suele uti­lizarse la media. De las medidas de dispersión se recurre a la desviación tí-

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INFORMÁTICA, ESTADÍSTICA E HISTORIA ECONÓMICA EN ESPAÑA: UN BALANCE

pica (y a veces al recorrido), y de las de asociación entre variables se emplea la matriz de covarianzas y de correlación (y rara vez la matriz de momentos). Obviamente, computar esos estadísticos (y otros como números índice simples o complejos, tablas de contingencia, curvas de Lorenz o índices de Gini, moda, mediana, cualquier tipo de cuantil, con sus distancias intercuantiles, o los coe­ficientes de asimetría y curtosis) con el ordenador no plantea el mínimo pro­blema.

De los estudios que han utilizado el ordenador para obtener las medidas de concentración y dispersión de datos históricos se pueden citar: Grupo de Estudios de Historia Rural (GEHR) (1980, 1981 a, 1981 b), E. Frax (1981), N. Sánchez-Albornoz (1975, 1979) y N. Sánchez-Albornoz y T. Carnero (1981). Los trabajos de GEHR y N. Sánchez-Albornoz proporcionan, conjun­tamente, un análisis de la evolución de los precios del trigo, cebada, vino y aceite entre 1856 y 1907.

En N. Sánchez-Albornoz (1975) se analizan dos variables (el precio del trigo y de la cebada), en 48 provincias, durante treinta y cinco años (1856-1890), con datos de periodicidad mensual. Si no hubiese huecos o blancos, los datos disponibles serían 20.160 por variable. Manejar ese volumen de infor­mación manualmente, dentro de un plazo razonable, hubiese desbordado las capacidades humanas. Sin embargo, con la ayuda del ordenador, N. Sánchez-Albornoz computó los (teóricamente) 1.680 valores de las medias anuales por provincias con sus respectivas desviaciones estándar, y los correspondientes coe­ficientes de variación, los 420 valores de los promedios nacionales mensuales, y las medidas de dispersión asociadas, y, finalmente, los 35 promedios anuales y nacionales. También se calculan en ese trabajo las medidas de asociación en­tre los precios provinciales, mensual y anualmente, a través de los coeficientes de correlación.

En el caso del Grupo de Estudios de Historia Rural (1980), la recogida de datos de las fuentes fue ardua, ya que, para introducir en el ordenador el precio mensual de cada provincia, tuvieron que hallar la media de seis precios por semana y provincia (lo que supone unos 27 datos como media): para los doscientos cuatro meses del período 1891-1907 tuvieron que manejar 250.000 datos para cada serie del trigo y la cebada. Probablemente hubiese resultado menos laborioso introducir directamente los datos semanales y locales en el" ordenador, para que éste hubiese calculado la media provincial y mensual. Ese proceder, además, hubiese suministrado más información y detalle al análisis de los precios. Con todo, la labor realizada por el ordenador para el GEHR no fue pequeña: hubo de procesar 9.588 datos para el trigo y otros tantos para la cebada. Con el cálculo de la media por provincias o regiones, los miembros del GEHR pueden analizar los distintos niveles del precio; con el coeficiente de variación pueden conocer las distintas representatividades de las medias regio-

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nales o nacional: si ese coeficiente disminuye con el tiempo, como ocurrió en los años que analizan, puede estar indicando que cada vez existe una mayor integración del mercado.

Con todos estos datos, el Grupo de Estudios de Historia Rural y N. Sán­chez-Albornoz practican análisis más complicados, pero serán comentados al tratar los análisis multivariantes y de series temporales. Sin embargo, antes de abandonar esas medidas tan sencillas como la media, el coeficiente de variación y la matriz de correlaciones, hay que decir que su estudio es muy útil para realizar una crítica estadística de los datos; N. Sánchez-Albornoz (1979) y GEHR (1981 b) han llegado, independientemente, a la conclusión de que los precios mensuales del vino, recogidos en la Gaceta de Madrid, no son fiables para obtener la media nacional, tras analizar los niveles (medias) y la disper­sión geográfica (varianza o coeficiente de variación) y la correlación entre los distintos precios provinciales. Por último, en N. Sánchez-Albornoz (1979) pue­de comprobarse la utilidad del ordenador para la confección de gráficos y cua­dros, y las aprovechables conclusiones que pueden extraerse de una matriz de correlación.

La obtención de números índice también ha sido motivo para que los his­toriadores económicos den trabajo a los ordenadores. Sirvan de ejemplos ilus­trativos los trabajos de Carreras (1984, 1985), Martínez Méndez (1983) y Pra­dos de la Escosura (1982, 1985). Martínez Méndez realiza un ejercicio intere­sante consistente en hallar el inverso del tipo de cambio de la peseta con respecto al franco, la libra y el dólar, entre 1900 y 1936, con valores mensua­les; luego calcula los números índice de esos valores de la peseta con respecto a las tres divisas individualmente, así como un índice del valor medio ponde­rado de la peseta frente a las tres divisas. A. Carreras (1984, 1985) ha podido construir gracias al ordenador unos índices de Producción Industrial y de Gasto Nacional Bruto para períodos dilatados (1850-1980) y con un conside­rable número de subsectores. F. Comín (1984), por su parte, ha calculado un índice Divisia de la producción agrícola entre 1891 y 1981.

En Prados (1982) puede comprobarse la utilidad del ordenador en el estu­dio del comercio exterior: se han construido índices de importaciones, expor­taciones, comercio total y de las relaciones reales de intercambio de España entre 1826 y 1913. En ese libro se pone de manifiesto cómo el ordenador puede ser utilizado para calcular fórmulas aritméticas de todo tipo: índices de concentración de importaciones y exportaciones, tanto geográfica como por productos; porcentajes con respecto a un total o, sencillamente, transformacio­nes de una variable en su logaritmo, en su tasa de crecimiento, o convertir va­lores nominales en valores reales (deflactando por el índice de precios), o cons­truir una variable en términos per cápita (dividiendo por la población).

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INFORMÁTICA, ESTADÍSTICA E HISTORIA ECONÓMICA EN ESPAÑA: UN BALANCE

2. Análisis de la regresión

Estimar ecuaciones de regresión manualmente es una tarea imposible, pues­to que es preciso invertir matrices, aun cuando se trate de modelos uniecua-cionales lineales y del método de los mínimos cuadrados ordinarios. Otros mo­delos y métodos de ajuste estaban también vedados al cálculo manual, puesto que algunos son iterativos: la estimación por máxima verosimilitud, la utiliza­ción de métodos que corrijan la autocorrelación de los residuos, o el recurso a los mínimos cuadrados instrumentales o generalizados. La mayor accesibili­dad a las facilidades informáticas ha hecho que la estimación de ecuaciones de regresión haya proliferado en los estudios de Historia económica española más que ninguna otra técnica.

El problema de la regresión puede enfocarse desde distintos ángulos. En primer lugar, los ajustes de ecuaciones forman parte de la estadística descrip­tiva. Las medidas de concentración, dispersión y asociación descritas anterior­mente sitúan el fenómeno a partir de unos valores, pero no dicen nada de su estructura o forma: si se trata de una sola variable temporal, es conveniente conocer cómo se relaciona funcionalmente con el tiempo; si se trata de dos o más variables, es provechoso enterarse de la manera en que se relacionan entre sí ajustando una función. Para ello hay que discernir la forma que tiene la fun­ción que las relaciona (mediante el diagrama de dispersión se adopta la hipó­tesis, discrecional, de que la función es de un determinado tipo: una recta, una parábola de determinado grado, o una función exponencial) y luego se cal­culan los parámetros que la caracterizan.

Una vez ajustada la función queda descrita la forma que adopta la asocia­ción entre dos conjuntos de datos: en el caso de dos variables y de ajuste li­neal, los parámetros estimados indican la ordenada en el origen y la pendiente, que relaciona el cambio que se produce en la variable del eje de ordenadas con el cambio unitario en la variable del eje de abscisas. Ese ajuste puede ser­vir, además, para analizar el grado de la asociación existente entre las varia­bles. Hay una cercanía entre los problemas de regresión y la correlación: con la regresión se obtiene la forma en que las variables se hallan relacionadas, y se puede analizar el comportamiento de una variable en función de la evolu­ción de la otra; con la correlación se trata de determinar el grado de asocia­ción existente entre dos variables, es decir, la cuantía de causas comunes que ambas comparten. En la regresión, se trata de ver el comportamiento de una variable condicionada al valor que toma otra; se define el concepto de regre­sión como «el valor medio de una de las variables condicionado a la otra». Según ambas variables estén más o menos relacionadas, será mayor o me­nor la representatividad del ajuste o de la recta de regresión; para indicar la representatividad de la estimación se utilizan algunas medidas de dispersión:

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el más común es el coeficiente de determinación (R ) (que es el coeficiente de correlación al cuadrado), que mide la proporción de la variación total de la variable dependiente explicada por la regresión. Cuando las variables estén incorrelacionadas, la recta de regresión no tendrá ninguna representatividad: el coeficiente de correlación será nulo, toda la varianza será residual, y la regresión no explicará nada.

Obsérvese que si se ha estimado una recta de regresión, luego pueden es­timarse valores de la variable dependiente a través de los valores correspon­dientes de la independiente; en esa posibilidad se basan las técnicas de inter­polación y de extrapolación de valores desconocidos de una variable en fun­ción de los que adquiera otra. Más tarde se comprobará que existen técnicas univariantes para hacer lo mismo: se puede predecir en función de los propios valores previos de una sola variable.

El análisis de la regresión puede refinarse acudiendo a la inferencia esta­dística. Para inducir resultados generales de una muestra es preciso respaldar con alguna teoría o hipótesis las argumentaciones. Las dos formas generales de proceder en este terreno estadístico son: a) Estimación de los parámetros de un modelo: la Teoría económica indica, por ejemplo, que la demanda de dinero depende de la renta, la inflación y algunos tipos de interés de activos alternativos; pues bien, a partir de datos reales se pueden estimar los valores de los parámetros que relacionan esas variables con la demanda de dinero. b) Gjntraste de hipótesis: a partir de razonamientos teóricos se pueden lanzar hipótesis o conjeturas sobre la ocurrencia de un suceso, o sobre el valor de un determinado parámetro o estadístico. Por ejemplo, la teoría de la Hacienda sugiere que la demanda de gasto público tiene una elasticidad renta superior a la unidad; pues bien, la inferencia estadística propone los tests adecuados para la aceptación o rechazo de esa hipótesis, con un determinado nivel de sig­nificación.

Tratándose de modelos uniecuacionales, la teoría aconseja que, cumplién­dose determinados supuestos sobre los residuos (media cero, varianza constan­te, independencia entre sí y con las variables independientes, y distribución normal), los mejores estimadores son los minicuadráticos. El método de los mínimos cuadrados ordinarios ha sido, sin duda, el más utilizado por los his­toriadores españoles (o extranjeros que han publicado en revistas españolas) de la economía que han recurrido al ordenador, por no decir el único. Las es­timaciones de funciones se han generado para casi todas las finalidades esta­dísticas que se acaban de mencionar. Como muestra, valgan los siguientes trabajos. Moreno Fraginals et al. (1983) han ajustado precios de esclavos (varones, hembras, criollos y africanos) con sus respectivas edades mediante un polinomio de sexto grado. Aunque en la publicación no se reproduz­can los valores de los coeficientes, ni los estadísticos imprescindibles, pa-

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INFORMÁTICA, ESTADÍSTICA E HISTORIA ECONÓMICA EN ESPAÑA: UN BALANCE

rece que la estimación se ajusta bastante bien al diagrama de dispersión. Her­nández Andreu (1976) ha acudido al análisis de la regresión para estudiar la posible existencia de algún grado de correlación entre algunas variables econó­micas españolas y sus homologas mundiales, con la finalidad de comprobar si la economía española se vio afectada o no por la crisis de 1929. Además, J. Hernández Andreu trata de explicar la evolución de algunas de ellas, colo­cándolas como variables dependientes en un modelo de regresión múltiple, donde las del lado derecho de la ecuación son otras variables económicas es­pañolas y mundiales.

La regresión lineal ha servido para que historiadores económicos españo­les calculen tasas de crecimiento, o crecimientos absolutos. Si se ajusta una recta de regresión de, pongamos por caso, la superficie cultivada o la produc­ción de un producto agrario con respecto al tiempo, la pendiente de la recta estimada indicará el aumento medio anual ajustado. Ese ha sido el método utilizado por García Lombardero (1985) en su análisis sobre si el arancel de 1891 ocasionó una extensión de la superficie cultivada de trigo superior a la de otros aprovechamientos agrarios. Si la función anterior se estima en forma logarítmica, la pendiente estimada proporcionará la tasa de crecimiento. A. Gar­cía Sanz (1981) ha utilizado rectas ajustadas para calcular la tasa de crecimien­to medio anual de las importaciones y exportaciones españolas entre 1850 y 1914. Prados (1982) recurre al ajuste potencial para obtener tasas de creci­miento de las variables del comercio exterior español entre 1826 y 1913. Lo mismo hacen González y Del Hoyo (1983) para los precios de Hamilton.

También ha recurrido la Historia económica española a la regresión para generar valores desconocidos de una variable en función de los valores que toma otra. Por ejemplo, L. Prados (1982) ha generado una serie de población anual española mediante una interpolación lineal de los datos censales. Un in­teresante análisis de extrapolación en base a la regresión es el realizado por P. Schwartz (1977) para estimar indirectamente el PIB de España entre 1940 y 1960. Se extrapolaron hacia atrás los valores añadidos de los distintos sec­tores, proporcionados por las cifras de Contabilidad Nacional del lEF para el decenio 1954-1964. Para ello se escogieron unos indicadores de actividad que representasen a cada uno de los sectores, tras ajustar regresiones de sus valores añadidos sobre los posibles indicadores. Una vez elegidos el in­dicador y la curva de regresión que mejor se acoplaba a los datos de 1954 a 1964, se utilizó el ajuste para extrapolar hacia atrás, hasta 1940. La serie sobre la que se estimó era muy corta para que los resultados estadísticos fue­sen buenos; muchos tests no eran significativos. Por otro lado, estas proyec­ciones condicionadas exigen que la estructura funcional no varíe. Esos son riesgos que se admiten en P. Schwartz (1977). Aplicaciones de esa utilización de la regresión para extrapolar pueden verse en G. Tortella (1983), para

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estimar la renta nacional a partir de la oferta monetaria, y en GEHR (1983), para estimar superficies y producciones agrarias.

El análisis de regresión a través del ordenador se ha utilizado para estimar los parámetros de distintas funciones, básicamente de demanda, en Historia económica. Se pretendía, sobre todo, medir la elasticidad de la demanda de determinados productos frente a variaciones de su precio o de la renta. Se puede citar el trabajo de P. Fraile (1985), quien, tras especificar una función de demanda de acero, estima los parámetros para España e Italia entre 1900 y 1950, con el poco esperable resultado de que la elasticidad renta de la de­manda de acero, en los treinta primeros años del siglo, fue más elevada en España que en Italia. Por el contrario, la elasticidad de la oferta de acero fue comparativamente más baja. En Prados (1982) puede encontrarse una estimación de una función de demanda de las exportaciones de productos españoles en el período 1850-1913: computando la transformación logarít­mica, el coeficiente estimado suministra una elasticidad precio de las ex­portaciones españolas muy baja; mientras que la elasticidad renta (mundial) es prácticamente la unidad. La baja elasticidad precio de las exportaciones es­pañolas permite sugerir a Prados que la depreciación de la peseta a finales del siglo pasado no debió de incrementar ostensiblemente las exportaciones es­pañolas.

M. Lagares (1975) ha estimado un modelo de comportamiento del gasto público español entre 1900 y 1972: entre las variables explicativas se incluyen variables ficticias, lo que constituye una novedad en los análisis de regresión en Historia económica de España, En Comín (1985) puede encontrarse una estimación de la elasticidad renta del gasto del Estado entre 1901 y 1972 y, para solucionar algunos problemas de insuficiente bondad de ajuste o de si­multaneidad, la aplicación de algunos métodos como el de los mínimos cua­drados instrumentales, o de variables desfasadas. Por su parte, P. Martín Aceña (1984) ha estimado diversas funciones de demanda de dinero en Es­paña entre 1900 y 1935, así como funciones de ajuste de la tasa de crecimien­to de los precios sobre las tasas de crecimiento de la renta per cápita y la oferta monetaria. S. Coll (1985) ha utilizado el análisis de la regresión para obtener estimaciones de los parámetros de funciones de oferta y demanda de carbón, en base a los que luego ha determinado el coste social de la protección arancelaria a ese sector minero.

Por último, el análisis de regresión se ha usado por la Historia econó­mica española para contrastar hipótesis sobre la relación entre variables, sobre el valor de determinados parámetros, o los efectos de algunos acon­tecimientos históricos. P. Martín (1983) realizó un contraste de la teoría de la paridad del poder adquisitivo como explicación de la evolución del tipo de cambio de la peseta entre 1920 y 1929; estableció la hipótesis de que la elas-

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ticidad del tipo de cambio con respecto a la relación entre precios interiores y exteriores es igual a la unidad, y el contraste la rechazó. R. Anes (1978 ¿) realizó un contraste de causalidad en la definición de Granger: cuando regre­saba la oferta monetaria sobre las toneladas/kilómetro transportadas por ferro­carril comprobó que los coeficientes de las variables adelantadas no eran sig­nificativos, por lo cual no podía rechazarse la hipótesis de que el nivel de ac­tividad fuese causa de la creación de dinero; por el contrario, cuando la dependiente era la variable toneladas/kilómetro transportadas, los coeficientes de las variables adelantadas eran significativos, lo que obligó a rechazar la hi­pótesis de que la creación de dinero fuese causa de las fluctuaciones en el ni­vel de actividad.

P. Tedde (1981) ha realizado una contrastación de la ley de Wagner sobre la evolución del gasto público entre 1901 y 1923. M. Lagares (1975) también contrastó la ley de Wagner, pero para un período más amplio: 1901-1972; en el mismo trabajo realizó una contrastación del efecto desplazamiento de Peacock y Wiseman mediante el recurso a las variables ficticias. F. Comín (1984) ha contrastado la ley de Wagner y el efecto desplazamiento; para la primera se establecía la hipótesis de que la elasticidad renta de la demanda de gasto público es superior a la unidad; el efecto desplazamiento se contrastaba utilizando varios tests: el creado por Gupta, el que recurre a las variables fic­ticias y el que se basa en la F de Chow.

3. Series temporales

Una serie temporal, cronológica o histórica, es una colección de observa­ciones generadas secuencialmente en el tiempo. Se trata, pues, de una variable observada en diferentes momentos del tiempo. Eso hace que, normalmente, las observaciones sucesivas de una variable histórica no sean independientes. Además, el análisis de las series temporales debe tener presente el orden tem­poral en que se presentan las observaciones. Esas características conducen a que los datos temporales requieran un tratamiento diferenciado, porque con ellos se presentan problemas sistemáticos: en las regresiones con series histó­ricas los residuos tienden a estar correlacionados, como a veces sugiere el es­tadístico Durbin-Watson, lo que hace que los estimadores minimocuadráticos dejen de ser los mejores lineales e insesgados. La otra cara de la cuestión es que los valores futuros de una serie temporal pueden ser predichos a partir de las observaciones pasadas.

Algunos de los procedimientos del análisis de las series temporales coinci­den con los mencionados en las secciones precedentes, pero hay otros especí­ficos. Las técnicas utilizadas pueden ir desde las medidas estadísticas simples para la descripción de la tendencia y de las fluctuaciones estacionales o cícli-

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cas, a los modelos de regresión múltiple cuando se trata de explicar unas va­riables en función de otras series temporales, y hasta el ajuste de modelos pro-babilísticos a la serie temporal para la predicción. En el último caso, el prin­cipal instrumento de diagnóstico es la función de autocorrelación, que ayuda a describir la evolución de un proceso estocástico en el tiempo, y a partir de la cual se pueden hacer inferepcias en el campo temporal. También puede re-currirse al análisis en el dominio de las frecuencias, donde las inferencias se realizan sobre la función de densidad espectral, que describe cómo la variación de una serie temporal puede ser explicada por componentes cíclicos de dife­rentes frecuencias y, por tanto, de distinto período.

Los métodos tradicionales de la descripción de series temporales parten del supuesto de que pueden ser descompuestas en varios componentes: tendencia, movimientos cíclicos, variaciones estacionales y otras fluctuaciones irregulares. Lo aconsejable cuando uno se enfrenta a una serie temporal es pintar los da­tos y obtener las medidas estadísticas simples, en primer lugar; luego puede recurrirse a técnicas más complejas. En el gráfico pueden verse las principa­les características de la serie: la tendencia, los posibles movimientos cíclicos y estacionales, los puntos críticos y los valores alejados, o salvajes, de la va­riable que no parecen coherentes con el resto de los datos. Asimismo, el grá­fico de la serie mostrará la conveniencia de transformar los valores de la va­riable observada; puede ser que la varianza de la serie aumente con la ten­dencia, por lo que será conveniente realizar una transformación logarítmica; también puede resultar interesante convertir en aditivos los efectos estacio­nales por el mismo procedimiento.

El análisis de la tendencia depende de si se quiere estimar o sustraer para convertir la serie en estacionaria. Al historiador de la economía le interesa en primer lugar estimar la tendencia, para lo que existen diversos métodos. Uno de ellos consiste en ajustar una función sencilla de la variable con respecto al tiempo. La función ajustada proporciona una medida de la tendencia; y los residuos (las diferencias entre las observaciones y los valores ajustados) ofrecen una estimación de las fluctuaciones cíclicas. Otra forma de estimar la tendencia consiste en aplicar un filtro a la serie original que la convierte en otra. El filtro suele ser lineal, y el más común es el de las medias móviles. En el caso de que éstas sean ponderadas, los pesos suman la unidad, y conceden menor importancia a los valores a medida que se alejan del período de tiempo que se está estimando. Frecuentemente, la media móvil es simétrica, ya que se toman el mismo número de observaciones antes y después del período es­timado.

A veces, el historiador económico puede estar interesado en quitar la ten­dencia a una serie temporal, para convertirla en estacionaria; condición de las series que pretendan ser tratadas con determinados procedimientos, como los

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modelos ARMA (Autorregresivo y de Medias móviles). Para ello es útil hallar las diferencias de la serie temporal hasta que se convierta en estacionaria. Una vez diferenciada la serie e identificado el modelo probabilístico (a través del correlograma, que es un gráfico donde se representan los coeficientes de auto-correlación frente a la distancia que separa a las observaciones), se estiman los parámetros, que luego se utilizan para predecir de forma univariante.

Con los procedimientos mencionados se han analizado series temporales en la Historia económica española. R. Anes ( 1 9 7 8 Í Í y 1980) utilizó las des­viaciones con respecto a la tendencia para analizar las fluctuaciones cíclicas del transporte por ferrocarril entre 1865 y 1935; también construyó las medias móviles de esos residuos con respecto a la tendencia. Esas fluctuaciones cícli­cas le permitieron fechar el comienzo de la depresión económica de los años treinta en 1926-28. Estimando las desviaciones con respecto a la tendencia déla renta nacional, comprobó que existe un desfase de dos años con respecto al indicador ferroviario. J. Rodríguez (1977) intentó determinar el ciclo de la economía española ajustando funciones de tendencia al PIB, entre 1940 y 1975, y calculando luego las desviaciones con respecto a la tendencia. El me­jor ajuste que obtuvo fue un polinomio de segundo grado con respecto al tiempo; sus residuos le sirvieron para fijar los principales ciclos económicos en España entre las fechas mencionadas, aunque también se apoyó en otros indi­cadores económicos. P. Tedde (1981) utilizó las desviaciones con respecto a la tendencia para analizar las características de la evolución del gasto público entre 1850 y 1912.

Un ejercicio práctico de la utilización del ordenador para el análisis de se­ries temporales, según el método de descomposición de las mismas en sus componentes (tendencia, movimientos cíclicos y movimientos estacionales), puede encontrarse en GEHR (1980 y 1981 a). En el caso del análisis de los precios del aceite, por ejemplo, los miembros del GEHR recurrieron al proce­dimiento más aconsejable para estimar la tendencia, que es el de las medias móviles; aunque parece que utilizaron medias móviles simples y no pondera­das. Buscando una representación todavía más lisa de la tendencia, ajustaron rectas y parábolas por tramos, según fuese lo más adecuado a los datos; de esa forma obtuvieron un gráfico sincrético del movimiento tendencial del precio del aceite entre 1861 y 1916. Computando las diferencias entre el precio efectivo y las medias móviles, despejaron los residuos, en base a los que estudiaron los ciclos del precio del aceite, calculando la duración de los mismos, y la altura o amplitud de la variación entre el máximo y el mínimo de cada ciclo. Por último, el Grupo de Estudios de Historia Rural estimó los componentes estacionales del precio del aceite de oliva; para ello utilizó un programa preparado, que proporciona directamente los factores estacionales.

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Un análisis similar fue realizado por el grupo GEHR (1980) para los precios del trigo y la cebada.

Los modelos ARIMA también han llegado al campo de la Historia econó­mica en España, debido precisamente a la facilidad con que el ordenador per­mite identificar, primero, y estimar, después, modelos probabilísticos univa-riantes. Sin embargo, los modelos Box-Jenkins no han sido utilizados en His­toria económica para el fin con que fueron creados: la predicción de valores futuros o, por qué no, pasados. Solamente conozco dos casos en los que se hayan estimado modelos ARIMA: N. Sánchez-Albornoz y D. Peña (1983) y M. J. González y J. del Hoyo (1983).

En González y Del Hoyo (1983) se intenta confirmar la tesis de Hamil-ton (que relaciona dos variables: llegada de metales preciosos a Sevilla y un índice de precios peninsular) a través de un modelo univariante: el aplicado a la serie de precios de Hamilton. El modelo probabilístico que les rastrea la función de autocorrelación es el denominado paseo aleatorio. González y Del Hoyo únicamente han demostrado, por lo tanto, que el valor del índice de precios de Hamilton en un año es igual al valor del año anterior más una cuantía cualquiera impredecible. Eso, sin embargo, no prueba la tesis de Ha­milton, como ellos pretenden. Nicolás Sánchez-Albornoz y D. Peña (1983), por su parte, utilizan modelos ARIMA para estudiar tres series de precios del trigo (los de Valladolid, Zaragoza y La Coruña) entre 1857 y 1890. Las conclusiones del trabajo no son novedosas (que el mercado del trigo en Valladolid es un mercado productor, y el de La Coruña consumidor; que las series del trigo no evidencian estacionalidad; que el precio de Valladolid influía sobre los de Za­ragoza y La Coruña, pero no se constata la dependencia inversa) y tampoco parecen derivarse directamente de los modelos probabilísticos autorregresivos y de medias móviles identificados a partir del correlograma.

4. Análisis multivariante

Los datos multivariantes consisten en observaciones de variables distintas para un conjunto de individuos, objetos o períodos de tiempo (en cuyo caso, además de ser multivariantes, los datos son temporales). El análisis multiva­riante trata de encontrar relaciones entre las variables y entre los individuos, intentando simplificar o resumir las características de un amplio acervo de datos por medio de un reducido número de parámetros. La mayor parte de las técnicas específicamente multivariantes son exploratorias, en el sentido de que intentan generar hipótesis antes que contrastarlas. Por lo que se refiere a las variables, el análisis multivariante puede estar encaminado a estudiar la interdependencia entre las mismas; para ello se supone que las variables se generan en pie de igualdad. En el análisis de la dependencia multivariante,

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por el contrario, se supone que unas variables están explicadas por otras; en la regresión multivariante hay más de una variable dependiente, no sólo una como en la regresión múltiple. El análisis multivariante también puede diri­girse a los individuos, para ver si forman grupos o si se hallan distribuidos de forma más o menos dispersa o aleatoria; se trata del cluster analysis, o aná­lisis del agrupamiento.

La mayor parte de las técnicas que se usan en el análisis multivariante son idénticas a las descritas para el tratamiento de una sola variable. Es acon­sejable comenzar el análisis multivariante calculando la media y la desviación estándar para cada variable, y el coeficiente de correlación para cada par de ellas. El análisis de la matriz de correlaciones da una idea clara de la asocia­ción entre variables. Cuando las variables son muchas, surgen técnicas especí­ficas del análisis multivariante, como pueden ser el Análisis de los componen­tes principales (ACP) y el Análisis factorial (AF): ambos tratan de reemplazar las variables originales por un número menor de variables subyacentes. Aun­que, con alguna forma especial de cómputo (como ocurre con el método del factor principal), el Análisis factorial se reduce al Análisis de los componentes principales, esos métodos son conceptualmente diferentes.

Los componentes principales son combinaciones lineales (independientes entre sí) de las variables originales, y son obtenidos (a partir de los vectores característicos de la matriz de cóvarianzas muéstrales) en orden decreciente de importancia: el primer componente principal explica la mayor parte posible de la variación de los datos originales, y así sucesivamente con los restantes componentes. Si las variables están correlacionadas, pocos componentes expli­carán la mayor parte de sus variaciones, ya que están indicando lo mismo; eso permite que muchas variables pueden ser sustituidas por pocas en cálculos subsiguientes, con lo que el análisis se simplifica. Si las correlaciones entre las variables originales son pequeñas, no vale la pena aplicar el Análisis de los componentes principales. Obtener los componentes principales con el ordena­dor es sencillo, pero su interpretación es complicada. Si el ACP se utiliza úni­camente para agrupar las variables correlacionadas, es más directo y seguro hacerlo mediante una inspección visual a la matriz de correlaciones, ya que la identificación de los componentes principales es arbitraria. La mayor utilidad del ACP consiste en ser un paso intermedio para la regresión múltiple: si las variables independientes están altamente correlacionadas, un enfoque fructí­fero consiste en sustituirlas en la ecuación que se estima por los componentes principales.

A diferencia del Análisis de los componentes principales, el Análisis fac­torial está basado en un modelo estadístico propio, y se halla más preocupado en la explicación de la estructura de la covarianza que en la de las varianzas de las variables originales. El Análisis factorial requiere algunos supuestos:

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por ejemplo, que hay un número determinado de factores subyacentes, y que cada variable observada es una función lineal de esos factores y de un re­siduo. Los coeficientes de esas funciones lineales son los denominados pesos o ponderaciones factoriales. La parte de la varianza de una variable explica­da por los factores comunes es denominada comunalidad; del resto da cuenta el factor específico. Los factores se suelen estimar por máxima verosimilitud, y no son fáciles de interpretar, por lo que se rotan para encontrar otros que sean más sencillos de descifrar: el método varimax intenta que las pondera­ciones sean grandes o pequeñas, de tal manera que todas las variables tengan un peso alto en uno o dos factores.

£1 Análisis factorial está de moda en Historia económica, más por influjo de otras ciencias sociales que de la economía. Eso hace que también esté en boga el Análisis de los componentes principales, ya que muchas veces son iden­tificados. Además de que ACP y AF operan sobre variables que surgen en pie de igualdad, y de que ambos tratan de encontrar entidades no observables y di­fícilmente identificables, esos procedimientos se parecen en que ambos son totalmente inútiles si las variables originales están muy incorrelacionadas: el AF porque no podrá revelar la existencia de factores comunes, y el ACP por­que revelará componentes similares a las variables originales.

Con todo, el AF tiene desventajas con respecto al ACP, que Chatfield y Collins (1980) resumen así: i) los supuestos en que se basa el AF no son realistas; ii) los factores no existen; iü) no es automático ni fácil elegir el número de factores, y su configuración (y el valor de las ponderaciones) cam­bia completamente al hacerlo su número; iv) aun con un mismo número de factores, sus valores no son únicos, ya que dependen del método de rotación utilizado; v) no es fácil interpretar los factores estimados, y su función inver­sa no es muy clara, por lo que hay gran dificultad en utilizarlos en análisis posteriores; vi) el Análisis factorial es una complicada técnica no muy útil, ya que normalmente no conduce a un mejor conocimiento de los datos, y cuan­do los factores tienen una clara interpretación, las relaciones entre las varia­bles pueden advertirse analizando la matriz de correlaciones. En definitiva, Chatfield y Collins desaconsejan utilizar el Análisis factorial. Por el contrario, son partidarios de utilizar el ACP, pero no como un fin en sí mismo (ya que la agrupación entre variables puede obtenerse directamente de la matriz de correlaciones), sino como una forma de reducir la dimensión del análisis ulte­rior cuando hay muchas variables relacionadas entre sí.

Esos inconvenientes del Análisis factorial se constatan en los estudios de Historia económica española que han utilizado el ordenador para estimar fac­tores subyacentes. La disposición de programas preparados permite que el historiador obtenga, sin apenas trabajo, unas estimaciones rápidas de los fac­tores subyacentes a una multitud de variables. La interpretación de esos fac-

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tores no arroja, la mayor parte de las veces, nada nuevo al análisis que no se conociese ya por la matriz de correlaciones, como reconocen, por ejemplo, Sánchez-Albornoz y Carnero (1981, 46). Si acaso, confirma las conclusiones obtenidas con aquélla, aunque con menor precisión.

Hay estudios de Historia económica española que utilizan el Análisis facto­rial. F. Dopico (1982) establece una regionalización agraria de Galicia en el si­glo XIX. Cordero, Dopico y Rodríguez (1981, 13) utilizan el Análisis factorial para estudiar la distribución espacial del ganado en Galicia, con los datos del Catastro del marqués de la Ensenada; entre sus resultados destaca lo que se ha dicho antes: un simple mapa arroja las mismas conclusiones que el AF, «el primer factor, el de mayor poder explicativo desde el punto de vista de la variabilidad de las variables, confirma algo que se podía entrever desde el análisis cartográfico y las matrices de correlaciones». N. Sánchez-Albornoz (1974, 1975, 1977, 1979) y N. Sánchez-Albornoz y T. Carnero (1981) tam­bién han utilizado el ordenador con la finalidad de aplicar el Análisis factorial a series provinciales de precios del trigo, la cebada, el vino y el aceite, para singularizar las regiones económicas españolas según el grado de asociación, mostrado por los factores estimados, entre las variaciones de los precios pro­vinciales desde mediados a finales del siglo xix.

Por último, hay que decir que los cálculos y argumentaciones realizados en base a medias, desviaciones típicas, coeficientes de autocorrelación o com­paraciones de tendencia, movimientos cíclicos y estacionales entre distintas provincias o regiones realizados por N. Sánchez-Albornoz y por GEHR (co­mentados anteriormente) también constituyen un análisis multivariante. Una muestra de que el Análisis factorial no cuenta con mucho predicamento entre los economistas se encuentra en el hecho de que no aparezca en el índice de los manuales de econometría más usados en la actualidad.

IH. LOS PELIGROS DE LA INFORMÁTICA PARA LA HISTORIA ECONÓMICA

Cuando desaparece una barrera de entrada, el consumo de un bien puede aumentar aun cuando su utilidad marginal sea negativa. Esto puede ocurrir con el consumo de los servicios de la informática en Historia económica, ya que la utilización del ordenador cuesta poco al investigador. El tiempo que hay que perder en programar es breve, por la existencia de programas ya preparados. El esfuerzo que se emplea en interpretar los resultados proporcionados por la máquina no es grande. Dada esta situación, hay que reconocer que es difícil escapar a la tentación de estimar cualquier modelo, aplicar el análisis factorial, o contrastar modelos ARIMA.

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G)mo ha señalado R. Floud (1974, 4), ese uso precipitado del ordenador y la escasa importancia que se concede al análisis estadístico ocasionan algunas de las deficiencias que pueden encontrarse en los trabajos de Historia econó­mica que han hecho uso de la informática. Los peligros del ordenador radican, precisamente, en que lo hace todo excesivamente fácil. Esas máquinas permi­ten recurrir a técnicas de tratamiento de los datos muy complejas con sólo apretar un botón, pot así decirlo. Sin embargo, debido a que muchas veces el usuario no controla lo que está haciendo, la utilización de esos métodos se convierte en un fin por sí mismo. Sin dominar la técnica, el análisis puede es­capar de las manos del historiador, lo que acaba manifestándose en la defec­tuosa utilización y presentación que hace de los resultados suministrados por el ordenador.

Suele ser frecuente que la información proporcionada al lector en algunos trabajos sobre Historia económica española sea ineficiente, tanto por exceso como por defecto; siendo más grave, naturalmente, esta última modalidad. Como no cuesta nada, el historiador suele pedir al ordenador que calcule e imprima la media, la desviación típica y el coeficiente de variación, y tal cual como salen, son presentados los datos al lector. Realmente, con la media y una de esas medidas de dispersión es suficiente; la otra puede obtenerse in­mediatamente de esas dos medidas y, por tanto, su información es redundante. Es preferible utilizar el coeficiente de variación, para poder comparar la dis­persión de series con distintas unidades.

Con la presentación de los resultados de las regresiones o los ajustes sur­gen más complicaciones. En algunos casos se presenta el gráfico del ajuste, pero no se reproducen ni los coeficientes estimados ni la significación de los mismos a través de los tests pertinentes. En otras ocasiones no se contrasta la bondad del ajuste, o no se menciona siquiera el método de ajuste utilizado. Otras veces se reproducen únicamente los estadísticos que interesan al autor, sin tener presente que esos valores tendrán distintos significados según sean los de otros parámetros que el lector se queda sin conocer. Por ejemplo, un coeficiente de determinación elevado indica que ambas variables evolucionan más o menos en común, pero sin conocer la propensión marginal nada puede decirse sobre la cuantía de la relación, y sin saber cuál es la relación funcional tampoco se puede afirmar nada sobre la manera en que ambas están conecta­das. Cuando se estima una recta de regresión es preciso dar a conocer los pará­metros estimados y alguna medida de su significación (su desviación estándar), algún estadístico que muestre la bondad del ajuste (que puede ser la suma de los residuos al cuadrado, la varianza residual, el R^ o el estadístico F) y algún test o análisis sobre los residuos del ajuste. No está de más indicar el número de observaciones sobre las que se ha realizado el ajuste.

El análisis de los residuos es particularmente importante, aunque en His-

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toria económica apenas se le haya concedido importancia hasta ahora. A lo más que se ha llegado es a estimar el estadístico Durbin-Watson, que está destina­do a verificar si los residuos siguen un modelo autorregresivo de orden 1. Si se obtenía un valor próximo a 2, no había ningún problema, ya que eso indi­caba que no había correlación serial de primer orden y, por tanto, los mínimos cuadrados ordinarios eran consistentes; por el contrario, si se obtenía un valor de DW alejado de 2, se decía que había correlación serial, pero no se hacía nada por remediarla. En otras ocasiones, cuando el DW era inadecuado, los historiadores de la economía procedían a utilizar un método que corrigiese el problema, normalmente el procedimiento Cochrane-Orcutt, que es un pro­cedimiento iterativo utilizable gracias a los ordenadores. Las estimaciones rea­lizadas con el procedimiento Cochrane-Orcutt han sido consideradas general­mente como buenas. Y eso no tiene por qué ser necesariamente correcto, si se considera que el estadístico DW puede evidenciar también otros problemas como la ausencia de variables significativas en la regresión o una especifica­ción inadecuada de la relación funcional.

El estadístico DW puede confundir si se acepta que sólo revela autoco-rrelación de residuos; para evitar el equívoco es preciso analizar los residuos con vistas a localizar de dónde procede el problema. Ese análisis puede reve­lar, según Maddala (1977), si hay valores alejados, si existen variables omiti­das, si la relación es no lineal, si los residuos están correlacionados, si la va-rianza de los residuos no es constante y si los residuos no están normalmente distribuidos. En el caso de que exista alguno de esos problemas distinto del ARl en los errores, la estimación por Cochrane-Orcutt no solucionará abso­lutamente nada; más bien ocurrirá lo contrario.

Para resolver esos otros problemas hay que recurrir a métodos como mi­nimizar la suma de los errores absolutos, en el caso de los valores alejados; utilizar más variables (incluso variables sustitutas y variables ficticias), usar funciones no lineales y estimar transformaciones logarítmicas, o ajustar poli­nomios de orden superior a 1, en el caso de que se hayan omitido variables o la forma funcional no sea la lineal; transformar la función deflactándola por la variable independiente, en el caso de que el problema radique en la hete-rocedasticidad. Solamente cuando el problema estriba en la autocorrelación, el método Cochrane-Orcutt será el adecuado para solucionar el problema pues­to de manifiesto por un DW inadecuado. Se dan casos, por ejemplo, en que se estiman parámetros con valores relativamente anormales y el historiador económico los acepta con resignación. Cuando, en muchas ocasiones, lo que ocurre es que no se ha especificado bien la función o no se ha introducido una variable clave para explicar la dependiente.

Precisamente añadir variables es un recurso muy utilizado por los histo­riadores económicos, cuando el coeficiente de determinación no es todo lo

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elevado que se desearía. Obviamente, añadiendo más variables explicativas la variaiKa residual disminuye y aumenta el R^. En un gremio aquejado del «sín­drome del R^», como diría Maddala, ese descubrimiento ha conducido a mu­chos historiadores a ajustar ecuaciones con largas listas de variables explica­tivas, con lo que mejora el coeficiente de determinación. Cuando uno reestima adecuadamente esas ecuaciones observa, en casi todos los casos, que realmente la mayor parte de las variables introducidas son espurias, en el sentido de que no ayudan a explicar mejor las variaciones de la variable dependiente; ese hecho q^ieda manifestado porque la introducción de las nuevas variables hace caer el R^ (o coeficiente de determinación ajustado por los grados de libertad), que es el significativo en la regresión múltiple.

También el análisis de series temporales en Historia económica puede en­contrarse con inconvenientes. Es frecuente, por ejemplo, que quienes se sir­ven de las desviaciones con respecto a la tendencia para descubrir los movi­mientos cíclicos de la economía no mencionen cómo han despejado la tenden­cia: si a través de medias móviles, si ajustando una recta o un polinomio de distinto grado, o si a través de las diferencias. Lógicamente, las desviaciones con respecto a la tendencia dependerán, y los ciclos singularizados también, de qué método se haya utilizado para analizar la tendencia.

Por otro lado, cuando se aplica un filtro a una serie se obtiene otra dis­tinta, aunque, obviamente, relacionada con la original. Eso no es desdeñable porque algunas de las características de la serie primaria se pierden y otras se transforman. Con los movimientos cíclicos, como indica J. Rodríguez (1977), ocurre que los máximos y los mínimos de las desviaciones con respecto a la tendencia no tienen por qué coincidir con los máximos y mínimos de la serie original, sobre todo si las observaciones no son muchas. Por eso es recomen­dable analizar con tiento las desviaciones de las series económicas con respecto a la tendencia. Está también demostrado que determinados filtros tienden a generar movimientos periódicos en las series transformadas, que no existían en la serie original.

Parece poco convincente, por otra parte, buscar movimientos cíclicos siste­máticos en series estacionarias sobre las que se aplican modelos ARMA. Ra­ramente se pueden encontrar movimientos estacionales en una serie de pre­cios transformada en estacionaria. Un método con claras ventajas para singu­larizar ciclos económicos es el análisis espectral, pero, que yo sepa, aún no ha sido utilizado por los historiadores económicos de este país.

Chatfield (1975) aconseja a quienes se enfrentan a series temporales que deben de estar preparados para utilizar el sentido común, y comenta que todo aquel que no comience pintando la serie se está creando problemas. Si algunos ecorromistas hubiesen procedido de esa manera, hubiesen comprobado que sus series originales se caracterizaban por un dominio de los componentes sistemá­

balo

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ticos: tendencia y movimientos cíclicos y estacionales. Cuando una serie es de esas características, la efectividad de los ARIMA está determinada por las operaciones de diferenciación iniciales, y no por el subsiguiente ajuste de un ARMA. Para el análisis histórico de esas series parecen más adecuados los modelos simples que descomponen la serie original en tendencia, movimiento cíclico y movimiento estacional.

Con esos antecedentes, no es de extrañar que los casos en que los modelos ARIMA han sido utilizados en Historia económica no se caractericen por unas conclusiones operativas. Esos trabajos muestran pocas cosas, y los resultados que obtienen proceden, normalmente, de razonamientos al margen de la téc­nica utilizada. Con los modelos ARIMA no se pueden explicar algunos hechos; confirmar la tesis de Hamilton requiere poner en relación al menos dos varia­bles, y no analizar univariantemente una de ellas. La consecuencia de la apli­cación de un ARIMA para probar las tesis de Hamilton es nítida: una vuelta a la polémica de las tasas de crecimiento comparativas de la llegada de metales y el índice de precios. Concluir que las primeras diferencias, o las enésimas, de una serie, o de su logaritmo, han sido generadas por un modelo probabi-lístico autorregresivo de orden 1, o por un paseo aleatorio, no tiene más re­levancia histórica que la que uno quiera darle. Que los mercados del siglo xvi fuesen o no eficientes es una conclusión que quizá pueda derivarse de la auto-estructura de la serie de precios de Hamilton, según la función de autocorre-lación. Pero ésta no prueba ni refuta la teoría de Hamilton. El análisis de la regresión y los tests de causalidad serían técnicas más adecuadas. No resisto a la tentación de reproducir un párrafo de un experto refiriéndose a los mo­delos ARIMA: «una metodología que simplemente "deja hablar a los datos" tiene el problema de que los datos poco pueden decir si no se les proporciona un lenguaje. Este lenguaje debe ser un marco teórico que permita su interpre­tación» (Maravall, 1985, 192).

Con respecto a las técnicas propias del análisis multivariante, también se han cometido pequeños despropósitos en Historia económica. Lo fundamental del análisis multivariante son las medias y la matriz de covarianzas muéstra­les. Lo que ocurre es que, según Chatfield y CoUins (1980, 34), «con los pro­gramas de ordenador preparados, ha surgido recientemente una tendencia deplorable en los investigadores de determinadas áreas a precipitarse en el uso de técnicas multivariantes complicadas, como el Análisis factorial, sin ha­ber dedicado una mirada cuidadosa a los datos». Tanto el Análisis factorial como el Análisis de los componentes principales tienen carácter exploratorio (singularizar regiones económicas, por ejemplo). Muchos historiadores, a pe­sar de reconocerlo así, se obstinan en buscar causas en los factores: identifi­carlos con causas plausibles parece ser el fin principal de quienes utilizan esas técnicas. Pero los entendidos advierten que es peligroso buscar, o creer que

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se ha encontrado, algún significado a los componentes o factores; su identifi­cación es arbitraria. Estadísticos razonables opinan que el Análisis factorial no debería ser tomado demasiado en serio, y que no vale el tiempo necesario de entenderlo y aplicarlo. Si el Análisis factorial ha tenido tanta difusión ha sido porque «permite al investigador imponer sus ideas preconcebidas en los datos primarios» (Chatfield y CoUins, 1980, 89).

IV. CONCLUSIONES

En definitiva, la conjunción del ordenador y la estadística constituye una gran ayuda para la Historia económica, como se ha puesto de manifiesto an­teriormente en el panorama de los trabajos ya realizados por esa vía en Es­paña. No obstante, es preciso usar esas técnicas sabiendo lo que uno se trae entre manos; sólo así puede evitarse que el sentido común, el razonamiento y el dato histórico se vean avasallados por la inadecuada utilización de algunas técnicas estadísticas fácilmente aplicables con los ordenadores. Esa facilidad ha llevado a historiadores de la economía a computar complicados procedi­mientos de análisis de series temporales univariantes y multivariantes, con unos resultados cuya utilidad puede ser puesta en entredicho. Como advirtiera hace algún tiempo P. Vilar (1969, 11), «el peligro de una técnica refinada estriba en la pasión exclusiva que termina sintiendo el técnico por su instru­mento. Enseguida confunde el medio con el fin». Obviamente, los métodos más refinados suelen ser más atractivos, pero las técnicas descriptivas tradi­cionales siguen siendo muy útiles. Además, las técnicas estadísticas sencillas tienden a crear menos problemas de interpretación y de adecuación con los paquetes de programas del ordenador.

Las salidas de los ordenadores requieren, por otro lado, ser interpretadas de forma razonable, ya que nunca suelen ser unívocas, y deben situarse en el modelo explicativo adoptado. Hay que tener cuidado con la interpretación de los estadísticos estimados, y no atribuir capacidades explicativas que algunas veces no poseen. Por ejemplo, un coeficiente de determinación elevado no quiere decir que la variable dependiente sea explicada muy bien por la inde­pendiente; simplemente señala que ambas variables evolucionan de forma muy parecida. Otro ejemplo: si dos variables son independientes su coeficiente de correlación es cero, pero la proposición inversa no es cierta necesariamente. Un último ejemplo que ya se ha mencionado: el ordenador facilita la intro­ducción de nuevas variables explicativas en las regresiones múltiples. El coefi­ciente de determinación mejora por el simple hecho de que hay más variables, pero sí se observa el coeficiente de determinación ajustado por los grados de libertad, se comprueba que las nuevas variables no siempre añaden precisión

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al ajuste, sino todo lo contrario en la mayor parte de los casos en que las va­riables del lado derecho son añadidas al albur.

La interpretación queda, pues, en manos del historiador, y esa tarea exi­ge un conocimiento de los resultados que ofrece el ordenador. Esas salidas dependerán, por otro lado, de lo que se haya pedido a la máquina: el histo­riador de la economía debe saber qué pretende obtener del ordenador y debe plantearle las preguntas adecuadas. En muchos casos no vale con introducir los datos y aplicar un programa estándar. Todo ello exige partir de una teoría económica e histórica y verificar si es refutada por los datos, tratados con los programas disponibles o construidos ad hoc. Los cálculos y estimaciones reali­zados automáticamente incitarán al historiador a mantener o rechazar su teo­ría, pero ésta es una decisión comprometida que el ordenador todavía no puede tomar. Las dos fases fundamentales del proceso de investigación de la Historia económica no pueden ser solventadas por la informática, cuya uti­lidad es, por ahora, instrumental, lo que ya es bastante. Sin los medios pro­porcionados por la informática sería imposible o excesivamente costoso, en tér­minos de tiempo y trabajo, plantear la contrastación de algunas teorías o rea­lizar los cálculos que pueden servir de base para edificar interpretaciones económicas con datos históricos numerosos y abultados.

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LA NUEVA CARA DE LA HISTORIA ECONÓMICA DE ESPAÑA (I)

FRANCISCO BUSTELO Universidad Gimplutense

El propósito de estas líneas es hacer una reseña, o más bien dar noticia, de tres publicaciones que han visto la luz recientemente y que suponen una aportación notable a la historia económica de los siglos xix y xx.

Se trata, por orden de aparición y, a mi juicio, también por orden de im­portancia, del número 20 de Papeles de Economía Española, la excelente revis­ta de la Confederación Española de Cajas de Ahorro (Fundación Fondo para la Investigación Económica y Social), que está dedicado a «La nueva cara de la historia económica de España»; de un libro compilado por Nicolás Sánchez-Albornoz y que con el título La modernización económica de España 1830-^930 ha editado Alianza Universidad (reúne las exposiciones presentadas en un seminario que sobre ese tema se celebró en la Universidad Internacional, en Santander, en agosto de 1983); y del número 623 de Información Comercial Española, la veterana revista del Ministerio de Economía y Hacienda, y que es casi monográfico sobre el «Fracaso de la Revolución Industrial» (reco­ge ponencias presentadas en un seminario que sobre el libro de Nadal que Ueva ese título celebró el Centro Ortega y Gasset, de Madrid, en la primavera de 1985). Aunque cada una justificaría con creces un comentario por separa­do, aquí se engloban las tres publicaciones por la unidad que ofrece su con­tenido.

De los 45 anículos que figuran en ellas, la historia económica del si­glo XIX es la que se lleva la parte del león, con 27 trabajos. Además, de los 14 artículos sobre temas regionales, salvo uno que trata del Madrid de los si­glos XVII y xviii, todos los demás se refieren al siglo xix, casi siempre junta­mente con la primera parte del siglo xx. Sobre esta última centuria hay cuatro trabajos específicos, y cierran la lista dos colaboraciones sobre teoría de la historia económica y dos sobre Latinoamérica, las cuatro en Papeles. También en esta revista, como capítulo aparte, figuran las semblanzas de tres maestros ae la historia económica (Carande, Garda de Valdeavellano y Vicens Vives) y un atractivo apartado sobre «Corrientes actuales de investigación», con opi­niones de seis ilustres profesores.

Afto l l l . N.° 3 - 1985 ^^^

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El comentario a todos esos trabajos se ha dividido, por razones de espacio, en dos partes. La primera, que ve la luz hoy, se ocupa de los 27 artículos sec­toriales o globales sobre el siglo xix y los dos relativos a América Latina. (Su relación puede verse al final de estas notas.) La segunda, que se publicará en el próximo número de la RHE, reseñará los demás.

Insisto en que la elevada calidad de este material aconsejaría referencias más pormenorizadas de lo que aquí hago, donde por querer ofrecer un pano­rama general me limitaré a un análisis somero por grandes capítulos temáticos, indicando lo que reviste mayor interés para saber cuál es el «estado de la cuestión», por así decirlo, de la historia económica de las épocas estudiadas, tal como se desprende de este valioso conjunto de investigaciones.

Agricultura

Los seis trabajos dedicados a este tema se desglosan en una visión muy general del sector agrícola en la España moderna por Gonzalo Anes, dos ar­tículos de Tortella sobre el período 1830-1930 (en realidad, uno es ampliación del otro) y sendos trabajos sobre desamortización de Simón Segura, Rueda y Donézar.

En la agricultura española se ponen muy de manifiesto los problemas, mu­chos todavía sin resolver, que suscita el subdesarrollo decimonónico en nues­tro país. En Papeles («La agricultura de la economía de la España contempo­ránea: 1830-1930»), Tortella explica sucintamente y con claridad los requisi­tos que ha de cumplir una agricultura para impulsar la revolución industrial (en este y otros trabajos se echan de menos, sin embargo, más referencias a la teoría económica agraria; por ejemplo, a los trabajos de Theodore Schultz, el Premio Nobel de Economía, que ha escrito páginas muy interesantes para el historiador sobre agricultura tradicional y agricultura moderna) y cómo el sector primario español no contribuyó, o lo hizo en escasa medida, al desarro­llo de la economía hispana. Además, en su colaboración al libro sobre La mo­dernización («Producción y productividad agraria, 1830-1930»), Tortella aña­de un muy interesante epígrafe sobre los problemas con que se tropieza para estimar la producción agraria del siglo xix, verdadero escollo que nos impide tener una visión más cabal de la historia agraria de la época y, por ende, de todo el fallido proceso de industrialización. Entre los aspectos que por su in­terés llaman la atención figura el consumo de trigo por habitante y año, que a mediados del xix sería de algo menos de 90 Kg., de 144 en 1891-1900 y de más de 170 en 1901-1910, para luego disminuir otra vez (hoy es inferior a 100). Los cereales en general resultan ser así un bien superior, con elastici­dad demanda-renta mayor que uno, en situaciones de subdesarrollo o predesa-

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rroUo, para luego, a partir de cierto nivel, considerarse un bien inferior, con elasticidad negativa. (En España, el trigo ha pasado de suponer, hasta hace treinta años, el 40 por 100 de la dieta al 15 ó 20 por 100 actual, con una evolución que se ajusta sorprendentemente bien a la que registran todos los países estudiados por la PAO, en El estado mundial de la agricultura y la alimentación, 1954.)

En el artículo de Tortella de Papeles hay un encuadre de dos páginas del Grupo de Estudios de Historia Rural sobre el uso del suelo y la producción agraria en España en 1891-1931, donde se demuestra con los datos actual­mente conocidos, y sin duda susceptibles de perfeccionamiento, que hubo pro­gresos sustanciales en la productividad del factor tierra (58 por 100 de me­jora en ese período) y del trabajo (en porcentaje que no se indica y que sería probablemente algo menor). De la rentabilidad del capital, nada sabemos.

Gonzalo Anes («El sector agrario en la España moderna». Papeles), con sus muchos conocimientos sobre los siglos xvi a xviii y su capacidad de sín­tesis y exposición, pasa revista al sector agrario de la España ^odema, cuando todavía la agricultura prácticamente no registraba cambios, al igual de lo que sucedía «en cualquier otro país del mundo». Entre las contadas modificaciones, señala Anes, con un curioso análisis costo-beneficio, la sustitución de bueyes por muías, las variaciones en las complejas relaciones entre agricultura, gana­dería y bosque, la introducción del maíz y poco más. Este autor, como es sabido, se basa para su modelo general, obviamente «antiboserupiano», de la agricultura y la economía del Antiguo Régimen en los cambios de la población •—considerada como variable independiente— para explicar los altibajos se­culares de la producción agrícola, dentro de un marco casi invariable. Los in­crementos de la oferta para responder a una mayor demanda, derivada del mayor número de bocas que alimentar, se lograban por una extensión de las tierras cultivadas, en el siglo xvi rompiendo pastos y en el xviii haciendo probablemente lo mismo, además de rozar monte bajo, con las consiguientes dificultades que aquello suscitaba en las relaciones con la Mesta.

Conclusiones importantes son la ausencia de elementos que expliquen por sus raíces históricas el retraso relativo del sector agrario en el siglo xix. Tanto más cuanto que ya en el siglo xviii empiezan los cambios jurídicos que resultan obligados para poder desarrollar las fuerzas productivas. Aunque no hubiera, claro está, un cambio radical como el que acarreara la Revolución Francesa en el país vecino, sí que iban sentándose las bases para posibles mo­dificaciones ulteriores de mayor enjundia. El que éstas no se materializaran plenamente, ¿cómo podría explicarse?

Lo que sí parece evidente, en la desamortización, por ejemplo, es que más tranquilidad, menos agobios fiscales y cierta perspectiva (ya que en agricultu­ra, tal vez más que en otros sectores, hay que actuar a medio plazo) hubieran

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arrojado mejores resultados. Porque en España no hubo revolución en la agri­cultura, pero sí intentos continuados de modificar aspectos esenciales de la tenencia de la tierra. La desamortización, con sus muchas dimensiones — ju­rídica, social, económica, fiscal, municipal y religiosa—, es el hecho más im­portante, o al menos el más visible, de lo que sucedió en el sector primario. Gracias a los trabajos de Simón Segura, iniciados hace ya tiempo («La des­amortización española en el siglo xix», Papeles), y de otros más recientes, entre los que se cuentan los de Rueda («La desamortización de Mendizábal y Espartero», ICE) y Donézar («Los bienes de los pueblos y la desamortiza­ción», ICE), que figuran en las publicaciones que comentamos, se conoce me­jor ese proceso tan dilatado, a veces confuso, crucial sin duda, y que, sin embargo, no propició el paso a una agricultura moderna. Los problemas que suscita son muchos y no cabe aquí ni siquiera enumerarlos. Con todo, hay que señalar que trabajos como los señalados parecen confirmar que el grado de concentración de la propiedad de la tierra se agravó con el proceso desamorti-zador «en proporción al grado ya existente», en palabras de Rueda (que sigue así a Richard Herr), y que braceros y vecinos pobres de los pueblos, éstos al perderse los bienes de propios y los comunes, vieron empeorar su situación. Las salvaguardias, mejores o peores, que brindaba la organización socioeconó­mica del Antiguo Régimen desaparecieron, sin ser sustituidas por una agricul­tura moderna y capitalista que coadyuvase a una industrialización suministra­dora de empleos y agente eficaz para acabar elevando el nivel de vida de la población necesitada. (Aquí se halla, como es sabido, una de las claves para comprender la abigarrada historia política de la España contemporánea y el arraigo, por ejemplo, del carlismo o del anarquismo.)

Es discutible, sin embargo, lo que señala Donézar (en contra de una idea muy extendida de que la desamortización absorbió fondos que no se dedicaron a fines industriales) de que, en realidad, «las compras de tierras sirvieron para ayudar a la industrialización» vía el Estado. Este no aprovechó precisamente esos fondos, tampoco excesivos, para ayudar a la industria, sino más bien para taponar agujeros fiscales o, como mucho, para subvencionar los ferrocarriles, construidos y explotados en buena parte por extranjeros.

A Simón Segura me atrevería a pedirle que sortease un obstáculo que ofre­ce el análisis de la desamortización, cual es el de perderse en el estudio inter­minable de las compraventas y demás rasgos del proceso. Puesto que conoce bien el tema, sin perjuicio de seguir adentrándose en el necesario desbroce regional o monográfico, podría intentar un balance general acerca de qué fue, en suma, lo que cambió en la agricultura por causa de la desamortización, tras aquel tejemaneje de tierras y propietarios que durante decenios afectó a toda la geografía hispana.

De todos estos trabajos no se infiere, en definitiva, con claridad por qué

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no progresó más el campo español, ya que hubo intentos y estímulos. Es di­fícil decir que éstos fueran menores que en otros países, donde sí hubo cam­bio. Habría que descender a un plano microeconómico para estudiar, si cabe, lo que aconteció en las explotaciones desamortizadas y la razón de que en ellas no se alcanzara una nueva función de producción —la de la agricultura moderna— que mediante una mejor combinación de los medios productivos acreciese el excedente. Si se modificó positivamente la organización social, eco­nómica y jurídica y se incentivó el beneficio mediante una mayor demanda, ¿por qué no avanzó más la agricultura en el siglo xix? ¿Cuestión de mentali­dad? ¿Falta de economías externas? ¿Influencia negativa de otros sectores?

Población

Cinco son los trabajos consagrados a este capítulo. Nicolás Sánchez-Albor­noz habla, en Papeles, de población y economía en Iberoamérica en los si­glos XIX y XX; Vicente Pérez Moreda escribe nada menos que tres artículos, uno en cada una de las tres publicaciones reseñadas, sobre la población de los siglos XIX y XX (y los tres distintos, para mayor mérito), y, por último, yo mismo publico un trabajo sobre la demografía decimonónica en ICE.

El territorio de la actual América de habla española tenía cuando desem­barcó Colón entre 15 y 60 millones de habitantes. Cuando la emancipación, a principios del siglo xix (es a partir de entonces de lo que habla Sánchez-Albornoz en su trabajo), se contaban de 15 a 20 millones. En 1930 había un poco más de los 100 millones, y en 1980, 360 millones (para el año de gracia de 2025 se estiman 845 millones). Hay que reconocer que el simple enuncia­do de cifras tan dispares, con su explosión final, indica que el tema es a todas luces digno de estudio. Dejando de lado las convulsiones de la Independencia, con la consiguiente expulsión, entre otras cosas, de españoles, los países recién emancipados tenían en el siglo xix un factor limitativo: la escasa mano de obra. De ahí la política inmigratoria que, con mejor o peor fortuna, siguieron todos ellos, al igual que lograron unos u otros resultados con su concatenación con los mercados internacionales, tras abandonar de buen grado el corsé que imponía la metrópoli. Mayor población significaba entonces mayor desarrollo, lo contrario de lo que sucede hoy. España, claro es, tuvo mucha relación con todo aquel proceso, salvo en las últimas etapas. Un latinoamericano o un es­pañol —en realidad, todo estudioso de la historia de la economía y de la po­blación— ha de sentirse atraído por los elementos de reflexión que propone Nicolás Sánchez-Albornoz.

Vicente Pérez Moreda, en sus tres trabajos citados, confirma su talla, ya demostrada, de demógrafo histórico o historiador de la población, lo que, por cierto, según algunos, no sería lo mismo, cosa que cabe poner en duda.

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El arcaísmo demográfico de la España del xix queda bien de manifiesto con la tardía transición demográfica, de la que sólo hay tímidos balbuceos en aquella centuria y que comienza, en realidad, ya iniciado el siglo xx, con un lento desarrollo y una culminación muy reciente. Trasunto fiel todo ello, huelga decirlo, del fracaso de la revolución industrial. No se produjo ésta y no hubo tampoco revolución demográfica. Todo siguió igual y hubo, sí, un crecimiento cuantitativo apreciable, sobre todo si se considera en la perspectiva de nuestra modesta historia de la población, aunque el aumento resulte irrisorio desde una óptica mundial. En cualquier caso, en 1900 prácticamente se nacía y se moría en España igual que en 1800, cuando en gran parte de Europa occiden­tal y septentrional se había producido ya el salto radical que separa en natali­dad y mortalidad, y con ello en esperanza de vida y distribución de la población por edades, las sociedades preindustriales de las avanzadas.

De estos artículos de Pérez Moreda, además de los muchos datos y de las comparaciones internacionales siempre convenientes (y en población imprescin­dibles), destacaría la información sobre movimientos migratorios —donde queda, sin embargo, mucho por hacer— y sobre las variables regionales del crecimiento demográfico. España fue en población, como en otros aspectos, un país plural, y aunque, lógicamente, Cataluña se pusiera a la cabeza en la transición, por su mayor desarrollo económico y tal vez por la influencia fran­cesa en materia de control de nacimientos, hubo diferencias apreciables en las demás regiones y territorios. Tales diferencias se prestan a estudios, ya regio­nales, ya globales, sobre el diferente inicio del descenso de la mortalidad, por un lado, y de la baja de natalidad, por el otro.

Lo primero, si se conociera bien, permitiría averiguar la influencia relativa y cronológica de las dos causas que lo motivan, es decir, la mayor alimentación y la menor enfermedad, y la segunda plantea el problema, fundamental para el Tercer Mundo actual, de cuándo, cómo y por qué aparece el control de na­cimientos.

Da datos, además, Pérez Moreda sobre dos variables fundamentales en demografía: la edad media de la mujer al contraer matrimonio (podríamos llamarla EMAM, a imitación del anglosajón SMAM, Single Mean Age at Mar-riage) y la proporción de célibes definitivos.

Sólo le pondría a este autor una pequeña «pega». Se trata de la tesis de que la población española creció más en la primera mitad del siglo xix que en la segunda (1800-1860 arrojaría, según Pérez Moreda, una tasa de crecimiento anual acumulativo de 0,59 por 100, y 1860-1900, de 0,43 por 100). Puesto que el período 1794 a 1815 fue de guerras y de crisis de subsistencias —que el propio Pérez Moreda ha estudiado en su excelente trabajo sobre las crisis de mortalidad—, tal cosa obliga a aceptar crecimientos muy grandes, casi im-

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posibles para la época, en 1815-1821 (0,98 por 100) y 1815-1860 (0,79 por 100), ya que en 1794-1815 hubo estancamiento o retroceso.

Esos altibajos tan grandes, difíciles de aceptar, desaparecen, en cambio, si se toma para 1800 una población de 11,5 millones en lugar de los 10,5 habi­tuales, o incluso de los 11 por los que parece inclinarse Pérez Moreda. No sólo así la diferencia entre ambas mitades del siglo se reduce mucho, sino que la pequeña disminución del incremento demográfico desde 1860 se explicaría sólo por la emigración. Con los 316.000 emigrantes que Pérez Moreda en­cuentra para el período 1858-1900, el crecimiento de 1860-1900 es de 0,47 por 100, casi igual al 0,51 por 100 que resulta en 1800-1860, cuando se toma como número de habitantes en la primera de esas fechas los 11,5 millones in­dicados. Si investigaciones posteriores sobre la emigración, que, entre otros, está realizando el propio Pérez Moreda, arrojasen finalmente cifras superiores, lo que es perfectamente posible, resultaría que ambas mitades de siglo tuvie­ron igual crecimiento vegetativo de la población, lo que resultaría más lógico que lo contrario.

Por último, no me resisto a reproducir una cita que recoge nuestro autor de César Silió y Cortés, quien en su obra Los que nacen y los que mueren, publicada en Valladolid en 1897, hace una definición perfecta de lo que ocurre en población antes y después de la transición demográfica: «Francia es hoy en Europa el país de la esterilidad voluntaria, y España es en Europa el país de la mortalidad indisculpable. En la nación vecina, la población no crece ape­nas, porque nacen muy pocos. En la nuestra tampoco crece apenas, porque mueren muchos.»

Del breve trabajo que publico en ICE, me gustaría destacar el hecho de que las curvas de supervivencia de la población española de 1800, 1900 y 1975 muestran fehacientemente que en el siglo xix nada cambia en la demo­grafía de nuestro país y que el gran salto cualitativo tiene lugar en el xx, así como la necesidad de que en el estudio de la población se tengan en cuen­ta no sólo las variaciones cuantitativas, sino también el análisis cualitativo del comportamiento demográfico. Otra cosa induce a error, como lo hizo, y grave­mente, en el caso del gran maestro de la historia económica Vicens Vives. Equivocación grande la suya al considerar que hubo en España en el siglo xix una revolución demográfica que «hunde las estructuras hasta entonces vi­gentes y precipita los cambios económicos y políticos...». El que fuera otrora su discípulo, Jordi Nadal, corrigió adecuadamente tan injustificadas afirma­ciones en El fracaso, en un capítulo, sin embargo, que al titularse «La pobla­ción, ¿una falsa pista?» tiene un encabezamiento, como dice Pérez Moreda, poco afortunado, ya que la población, crezca o no crezca, registre muchos o pocos cambios cualitativos, siempre es una pista para saber qué es lo que su­cede en la economía y en la sociedad.

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Comercio exterior

Como parte de sus investigaciones sobre el comercio exterior español des­de 1715 a 1935, Leandro Prados de la Escosura publica dos trabajos muy completos, uno en Papeles («La evolución del comercio exterior, 1790-1929») y otro en La modernización («El comercio exterior y la economía española durante el siglo xix»), que ofrecen no sólo muchos datos sobre exportaciones e importaciones durante el siglo xix y primer tercio del XX, con constantes y encomiables comparaciones europeas e incluso mundiales, sino que, además, no olvidan en ningún momento el polémico asunto de las ventajas e inconve­nientes que entrañaron las relaciones exteriores en la historia económica de nuestro país.

En teoría del desarrollo, como es sabido, la cuestión es importante y con­trovertida, pues frente a la obvia ampliación de mercados, mejor asignación de recursos y atracción de capitales que brindan las relaciones económicas y comerciales con otros países, se contraponen las relaciones de dependencia, los enclaves que muchas veces monta el capital extranjero en un país, los monocul­tivos o monoindustrias de exportación y el endeudamiento exterior, como ele­mentos negativos.

España, como confirma Prados en sus dos trabajos, tuvo un comercio ex­terior que, en porcentaje de las exportaciones respecto de la renta nacional, supuso en el siglo xix unas proporciones que, sin llegar a las europeas en su conjunto, fueron, sin embargo, más que apreciables y tuvieron un peso grande en la economía española.

Además, como es sabido, la composición de ese comercio se modificó por causa de la pérdida de los mercados coloniales cautivos y de las propias va­riaciones de la demanda europea. Demostraron así los sectores de exportación bastante flexibilidad, y, además, tal como señala Prados, la relación real de intercambio fue favorable para España al menos hasta 1880, lo cual, claro es, lleva a preguntarse por qué el comercio exterior no surtió efectos más decisi­vos en el desarrollo económico español del siglo pasado.

Prados parece inclinarse, con Kravis, por la primacía de los factores inter­nos, dejando a la demanda exterior un papel simplemente adicional. A mi jui­cio, esto resulta sólo a medias convincente, ya que en un plano económico más general no hay razones para trazar un corte radical entre demanda exterior y demanda interior y, por lo tanto, para primar una sobre otra. Más lógico sería remitirse a la afirmación obvia de que en el desarrollo no hay nada esencial por sí solo, todo es «adicional», muchos cambios son necesarios pero no suficientes, y la revolución industrial se produce cuando en un espacio de tiempo relativamente corto confluyen muchos factores a la vez: demanda ex­terior, demanda interior, capitales nacionales y foráneos, cambios en la agri-

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cultura, revolución en los transportes, transición demográfica, mayor educación y algunas cosas más.

Para saber más del tema habrá que esperar a la publicación del gran tra­bajo que tiene Leandro Prados en curso de realización, y que, pese a estar todavía inédito, se autocita muchas veces como fuente. Cuando se publique, podrán aquilatarse mejor las fuentes de datos, ya que tener información fide­digna del comercio exterior no es fácil, por razones sabidas que no cabe repe­tir aquí. De lo que no hay duda es que se trata de un sector importante y sin él será imposible hacer un balance cabal del acontecer económico del siglo xix.

Ferrocarriles

En este sector, tan polémico o más que el anterior, los muchos avances lo­grados, gracias a las aportaciones en los últimos años de Rafael Anes, Artola, Gómez Mendoza y Tedde, permiten completar y corregir las hipótesis lanzadas por los estudios —pioneros en esta y en otras materias— de Tortella y Nadal. En aquellos primeros trabajos a los ferrocarriles les correspondía, si no el pa­pel de malo de la película, un «rol» que tampoco era el de galán, ya que, como es sabido, Tortella afirmaba que la construcción de los ferrocarriles, tal como se hizo, cerró la posibilidad de una política económica diferente y más positi­va, con mayor hincapié en la industrialización propiamente dicha, mientras que para Nadal el sistema ferroviario, si hubiera sido distinto del que se cons­truyó, habría impulsado mucho más la economía hispana.

Hoy, lo más convincente, a la luz de las investigaciones de los últimos diez años, figura en sendas afirmaciones que, como conclusión, cierran dos de los trabajos que aquí comentamos —el de Gómez Mendoza en Papeles («Los efectos del ferrocarril sobre la economía española, 1855-1913») y el de Rafael Anes en ICE («El ferrocarril en la economía española»)—, y que vienen a decir, la primera, que no cabe inculpar al ferrocarril del fracaso de la revolución industrial en España (Gómez Mendoza) y, la segunda, que no se puede negar el papel que desempeñó en la modernización de la economía de nuestro país (Anes).

Es verdad que levantar la red ferroviaria española fue, por los propios ras­gos fisiográficos del país y por el relativo marasmo de su economía, un em­peño de primer orden, que movilizó grandes recursos y tuvo consecuencias duraderas. La absorción de capitales que supuso, su carácter, no se sabe bien si prematuro o tardío (diríase más bien lo primero, pese a la opinión contraria de Rafael Anes), la red radial o arborescente y no reticular, la primacía que apoyada por el Estado se otorgó a los intereses extranjeros, la ausencia de la industria nacional en su construcción, el ancho de vía, etc., son motivos que

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se han aducido para afirmar, explícita o implícitamente, que si las cosas se hubiesen hecho de otro modo entonces sí que el ferrocarril hubiera aportado una contribución sustancial, o incluso decisiva, a la industrialización de España.

Las investigaciones rigurosas que se vienen haciendo, y de las que se hace balance en estos artículos, demuestran bastante convincentemente que no sólo hubiera sido difícil o imposible construir de otra manera el ferrocarril, sino también que la red de caminos de hierro suponía yugular importantes estran-gulamientos en el transporte —que tarde o temprano había que vencer—, y que si no dio a la economía entera el tirón que ésta necesitaba fue, una vez más, porque fallaba el conjunto de todos los demás sectores de la economía, con la agricultura a la cabeza.

Quizá las técnicas que intentan aquilatar el «ahorro social» que reportaron a la economía los ferrocarriles sean discutibles y no susciten el entusiasmo unánime de los estudiosos en España ni en otras partes, pero aunque no se acepten esas conclusiones como definitivas es obvio que revisten gran interés los datos que ofrece Gómez Mendoza en un encuadre dentro de su artículo donde explica, brevemente, el método del ahorro social en materia ferroviaria y lo que supuso ese ahorro para varios países.

También hay que señalar el trabajo del mismo autor que, con el título «Transportes y crecimiento económico (1830-1930)», figura en La moderni­zación, con una interesante introducción sobre los efectos hacia atrás y hacia delante (backward y forward linkages) de los nuevos medios de comunicación, así como unos apartados sobre los transportes en España a comienzos del si­glo XIX y la política en esa esfera a mediados de centuria. En 1856, Francia disponía de una red caminera ocho veces más extensa que la española, además de 11.000 Km. de vías de navegación interior, lo que indica el retraso de nuestro país. Interesante resulta también la referencia a la posibilidad, en teoría, de invertir en capital fijo social (CFS) o en actividades directamente productivas (ADP). El dilema se resolvió en España a favor de la primera op­ción, con la construcción del ferrocarril, y cabe preguntarse si no hubiera sido mejor lo segundo. Quede aquí expuesta mi opinión de que, al margen de los argumentos teóricos que siempre existen en pro de una u otra postura, la ex­periencia histórica, con contadas salvedades, parece demostrar que implantar en un país en las etapas iniciales la infraestructura o el CFS resulta una vía más difícil, o al menos más larga, hacia el desarrollo. Sería, por cierto, la que han elegido históricamente los países comunistas.

Banca y sector financiero

A decir verdad, de los tres trabajos que incluyo bajo este epígrafe —dos de Pedro Tedde, publicados en Papeles («Banca privada y crecimiento econó-

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mico en España, 1874-1913») e ICE («El sector financiero y el fracaso de la Revolución Industrial, 1814-1913»), y uno de Pablo Martín Aceña en La mo­dernización («Desarrollo y modernización del sistema financiero, 1844-1935»)—, el primero de Tedde está dedicado en su tercera parte a hablar del sistema fiscal, por lo que pudiera figurar igualmente en el apartado si­guiente. Tanto más cuanto que son las únicas páginas de las tres publica­ciones aquí reseñadas donde se examinan, aunque sea brevemente, los pro­blemas generales de la Hacienda pública del siglo xix (pues, como veremos, el único trabajo que habla de las grandes dificultades fiscales de la centuria pasada se refiere sólo a la política tributaria del sexenio liberal). ¿Por qué esta renuencia de los historiadores de la economía a abordar capítulo tan fun­damental?

Tedde, en su artículo de Papeles, para explicar el papel que desempeñó el sector financiero en el fracaso de la revolución industrial, ha de referirse, claro es, a la debilidad e insuficiencia del sistema impositivo, constantes du­rante todo el siglo pasado, pese a las notables mejoras que acarrearon las re­formas de Mon-Santillán de 1845 y de Fernández Villaverde de 1899-1900. El remedio fue el recurso al Banco de España y el endeudamiento público, sin que los capitales así allegados se canalizaran casi nunca hacia inversiones productivas. Esta omisión quita toda justificación económica a esos procedi­mientos, aunque sí hubiera motivaciones políticas de peso, pues se trataba de evitar como fuera la quiebra o el colapso del Estado.

Con ese trasfondo, Tedde responde en el artículo de ICE a la pregunta de si el escaso o nulo papel del Banco de España como banco de bancos fue determinante del fracaso de la revolución industrial. Su respuesta, matizada por sectores y regiones, muestra que más que falta de ahorro había escasez de buenos intermediarios financieros, puesto que cuando existían, como en el caso de la Banca extranjera interesada en obtener fondos nacionales para los ferro­carriles, los conseguían. También es verdad que, entre 1874 y 1900, los in­termediarios no sabían, al parecer, qué hacer con los recursos propios y ajenos de que disponían...

Con todo, la Banca fue mejorando gradualmente, dando un gran paso ha­cia adelante desde 1900, aunque hasta 1913 no pudiera decirse que empezaba a ponerse a la altura de la de los países avanzados.

Ese período crítico de 1874-1913 lo estudia con mayor detalle Tedde en su articulo de Papeles, para explicar, entre otras cosas, el desafortunado —por sus negativas consecuencias para Cataluña, y pienso también que para España en su conjunto— declive de la Banca catalana. Las características de la indus­tria textil (con sus escasas necesidades de capital fijo y su fragmentación), la competencia del Banco de España y de las agencias de los grandes bancos ma­drileños y vizcaínos, podrían explicar hecho tan peculiar en una región que,

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FRANCISCO BUSTELO

por figurar a la cabeza del desarrollo, ofrecía una capacidad de ahorro lógica­mente importante.

Pablo Martín Aceña hace una excelente síntesis del sistema financiero entre 1844 y 1935. En pocas páginas, se ofrece aquí algo que será muy útil a todos los que enseñamos historia económica de ese período: una exposición resumida pero completa y documentada de una esfera compleja y difícil de captar en su globalidad.

El paso de moneda metálica a fiduciaria y de dinero legal a bancario son jalones fundamentales de la historia financiera, cuyas etapas, con un análisis cuantitativo de la evolución de los activos financieros por sectores, con com­paraciones con Europa, las variaciones de oferta monetaria y disponibilidades líquidas, etc., son los principales aspectos tratados en una labor muy meritoria desde el punto de vista investigador y didáctico.

Hacienda pública y sistema fiscal

Antón Costas Comesaña, en «Política tributaria y desarrollo económico du­rante el sexenio liberal». Papeles, se pregunta por qué los cambios políticos revolucionarios que trajo la Gloriosa de 1868 arrojaron tan exiguos logros económicos y hacendísticos. ¿Exceso de doctrinarismo? ¿Traición a los prin­cipios? ¿Incapacidad de políticos y economistas? Por lo pronto, tal y como ha acontecido siempre sin excepción en la historia de España, la llegada al po­der de la izquierda de entonces se produjo dentro de una crisis económica, iniciada ya en 1864 y que, a juicio del autor, consistía en la primera crisis moderna que redoblaba los efectos de una crisis de tipo tradicional.

Había dos estrategias posibles, la visión económica consistente en nivelar gradualmente el presupuesto, tal como querían Figuerola y Echegaray, y la visión fiscal de la nivelación rápida, que preconizaba Ardanaz y que fue la que triunfó, tras una primera fase. El cambio, con la dimisión de Figuerola, se explicaba porque la estrategia gradual obligaba, claro está, a una política de endeudamiento que sólo podía hacerse en condiciones leoninas y porque «la realidad de los hechos tributarios no respondió a las mínimas previsiones re­caudatorias ... especialmente en aquellos tributos que, como la contribución industrial, mejor caracterizaban el sentido de la reforma, es decir, captar a través de los rendimientos de la actividad mercantil e industrial lo que ante­riormente se captaba sobre la circulación de los productos».

La inestabilidad política que acompañó a la revolución, la mala gestión y organización tributarias (pese a los esfuerzos desplegados por el propio Figue­rola), la «crisis industrial, crisis monetaria, crisis de los ferrocarriles, crisis fi­nanciera, crisis presupuestaria y crisis comercial», visibles desde 1866, amén

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LA NUEVA CARA DE LA HISTORIA ECONÓMICA DE ESPAÑA ( l )

de la crisis de subsistencias de tipo tradicional de 1867-68, ofrecían un pano­rama muy poco halagüeño para conseguir resultados inmediatos, sobre todo para una política tributaria liberal que se proponía impulsar el desarrollo in­dustrial.

Un buen trabajo, en suma, que cobrará todo su valor cuando se publique la tesis doctoral de que forma parte (Política Económica y Reforma Liberal, 1868-1874), ya que el artículo deja cabos sueltos y no responde a su título, pues no se habla para nada del desarrollo industrial.

También en Papeles figura un trabajo de Herbert S. Klein sobre las «Ul­timas tendencias en el estudio de la Hacienda colonial hispanoamericana», cuyas conclusiones generales señalan que esa Hacienda era más racional que la de la metrópoli, donde reinaba mucha mayor confusión, al solaparse, por ejemplo, las cajas recaudatorias, cuando en los territorios americanos se ade­cuaban a los distritos geográficos. (Tal cosa facilita su estudio y, por su con­ducto, el de la economía.) De este trabajo se desprende que la economía colo­nial fue viva y floreciente, con mucho en común con la de la Europa occiden­tal, pero también con notorias peculiaridades, como, por ejemplo, el que mu­chas zonas escaparan a la crisis del siglo xvii.

Indust, rta

En un sucinto pero denso trabajo («El fracaso de la Revolución Industrial en España: un modelo cerrado de industrialización») publicado en ICE, Pedro Fraile pone en tela de juicio la hipótesis «a la Nurkse» (papel exclusivo del mercado interno en el desarrollo) que defiende Nadal en El fracaso de la Re­volución Industrial. Lo hace no sólo con el argumento —avalado por la teoría y la historia— de que en el desarrollo económico no cabe sólo fijarse en la demanda nacional y prescindir de la demanda externa y de la oferta, sino tam­bién con datos comparados sobre producción y renta en la España y la Europa periférica del siglo xix. Datos, o más bien estimaciones, que indican que Es­paña no era un país tan atrasado y que el PNB per cápita era en el siglo pa­sado entre el 10 y el 40 por 100 más alto que la media de Austria-Hungría, Bulgaria, Finlandia, Grecia, Italia, Portugal, Rumania, Rusia, Servia y Suecia.

Todo esto, claro está, plantea la cuestión de qué es lo que falló entonces en España, puesto que había una demanda interna que podía hacerse solvente y una demanda exterior potencialmente muy fuerte. La respuesta por la que pare­ce inclinarse Fraile apuntaría más hacia la oferta, y más concretamente, por lo que dice este autor en las últimas líneas de su trabajo, al empresariado. Res­puesta que sólo entreabre puertas o esboza soluciones, pero de modo suge-rentc y en un trabajo de gran altura.

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FRANCISCO BUSTELU

En realidad, García Delgado, Chastagnaret, Tedde y Tortella habían ya puesto objeciones a la interpretación nadaliana o nurkseriana. Lo recuerda Albert Carreras en su artículo, también en ICE, sobre «Las industrias de bienes de consumo en el siglo xix». Polémica que hoy tal vez se avive, pero que fue menor que la investigación realizada en el último decenio en la in­dustria ligera de los siglos xix y primera parte del xx, esfera en la que brilla con luz particular el propio Carreras. Este autor, siguiendo precisamente los consejos de Nadal, ha roto la limitación sectorial y regional del planteamiento que se hace del sector manufacturero en El fracaso de la Revolución Industrial —sólo el algodón, sólo Cataluña— para hacer investigaciones en campos más extensos. Más extensos y más comparativos, puesto que la tesis de Carreras, todavía inédita, versa sobre la producción española e italiana desde mediados del siglo pasado.

Una relación de lo que se está haciendo y con qué fuentes en Cataluña (por Nadal, Carreras y otros) y en otras partes indica, en efecto, que se está avanzando mucho en el conocimiento histórico de todo el sector textil y demás industrias de bienes de consumo. Las conclusiones que avanza Carreras son ya apreciables y las investigaciones en curso prometen mayor cosecha. Reviste interés su hipótesis de que para 1830-1860 pudiera ser válido el aserto de Nadal de que la insuficiente demanda interna ralentizó el crecimiento de la industria algodonera y que, en cambio, en 1870-1910 fue la rigidez de una oferta amparada en el proteccionismo la que hizo perder pulso al sector.

Aunque queden pendientes todavía, como no podía por menos, las res­puestas acerca de las verdaderas causas del éxito y el fracaso de las industrias de bienes de consumo y su papel en el fracaso de la revolución industrial, el material que se va aportando es de primera calidad.

Minería

«El sector minero» se titula el trabajo de Sebastián Coll Martín que se recoge en ICE, y que es el único sobre este sector que figura en las tres publi­caciones aquí reseñadas.

El carbón es el primer apartado donde, a la vista de las investigaciones efectuadas en los diez últimos años, entre ellas las del propio Coll, éste con­cluye que: 1) la desventaja de precio de los carbones españoles se explica sobre todo por las malas condiciones naturales en que se obtiene este mineral en nuestro país; 2) tal desventaja no se compensaba con protección arancelaria, erigida con el argumento de la industria incipiente (lo que da razón a lo que venían diciendo Tortella y otros), y 3) que ese carbón más caro no influyó mayormente en el desarrollo.

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LA NUEVA CARA DE LA HISTORIA ECONÓMICA DE ESPAÑA ( l )

Por lo que hace a los minerales metálicos, segundo apartado del artículo, hace CoU un muy interesante «contrafactual», basado en la hipótesis teórica de que las minas hubieran sido explotadas sin capital foráneo. Aquí la conclu­sión del autor —que, salvo mejor opinión, parece convincente— es que si bien no está demostrado que la inversión extranjera acelerara el crecimiento eco­nómico del país, lo que sí cabe afirmar es que tal inversión no fue una mala opción. Las últimas frases del artículo, por cierto, donde se señala eso están mal redactadas o se ha deslizado en ellas una errata, pues parecen afirmar lo contrario de lo que quieren decir.

La economía del siglo XIX en su conjunto

Gabriel Tortella, en el artículo que abre el número de ICE, levanta bas­tantes liebres en relación con «El éxito de El fracaso...; o Jordi Nadal y diez más ante la economía española del xix».

Además de elogiar como se merece la obra de Nadal, recuerda Tortella la conveniencia o necesidad de abordar otros temas como la población en tanto que factor de producción, el papel del Estado, el comercio exterior y el sector financiero. Nadal soslaya, además, dos cuestiones fundamentales: ¿cuáles fue­ron las causas del atraso agrícola?; ¿no hubiera podido la industria española buscar en los mercados exteriores una compensación a la exigüedad del mer­cado nacional?

Insiste Tortella en su conocida posición de que hubiera sido beneficioso un mayor ensamblaje de la economía hispana con el exterior. Recuerda que «el sistema monetario y el aduanero actuaban como poderosos amortiguadores que aislaban la economía, la mantenían anquilosada, e impedían el cambio y el crecimiento». Por último, en dos páginas de lectura muy recomendable hace un rápido inventario de los puntos fundamentales que quedan por despejar en la historia económica del siglo xix. Labor que se está haciendo o que queda pendiente, pero que contribuirá, como dice Tortella con razón, al avance de 'a teoría del crecimiento económico. Por haberse desarrollado a cámara lenta, España ofrece un campo de estudio privilegiado. La nueva cara de la historia económica no sólo está permitiendo conocer mejor nuestro pasado, sino que puede aportar granos de arena al estudio de problemas fundamentales para el pasado y presente de la economía mundial. ¿Cuál es el papel de la inversión exterior? ¿Cuándo y por qué una agricultura da el gran salto cualitativo hacia adelante? ¿Cómo puede hacerse una reforma agraria eficaz que no arruine a los campesinos pobres? ¿Cómo cabe asignar un capital escaso de la mejor ma­nera? ¿Cómo un país con buenos recursos naturales —como era el caso de los minerales metálicos en la España del xix— puede sacarles el mejor pro-

43^

FRANCISCO BUSTELO

vecho? ¿Cómo allegar capitales extranjeros sin endeudarse demasiado o de­pender en exceso del extranjero? ¿Hay que proteger a la industria nacional? ¿Cuánto y hasta cuándo? Las preguntas que suscita Tortella no son baladíes, ni intentar dar respuesta es tarea mostrenca.

José Luis García Delgado escribe, también en ICE, sobre «El fracaso, a diez años vista».- Recuerda que la obra de Nadal constituye un estimulante punto de partida, pero también es culminación de muchos trabajos anteriores de otros autores, a los que García Delgado rinde justicia citándolos.

Según este autor, entre las virtudes de El fracaso figurarían la base docu­mental y el alejamiento de toda interpretación especulativa. Nada sustituye, bueno es recordarlo ahora y siempre, a la investigación. Señalar el peso del endeudamiento del Estado, el incumplimiento por el Banco de España de su papel como vector de la política monetaria, la competencia que hizo el Estado a quienes querían obtener capitales, las compensaciones directas e indirectas que el endeudamiento obligó a facilitar a la inversión extranjera, son, entre otros, los logros más notables, a juicio de García Delgado, de esa obra.

Aspectos más discutibles serían el tomar como referencia el modelo inglés y no buscar contrastes en países de la periferia o del área mediterránea (con sus modelos de crecimiento lento más semejantes al español), la visión nacio­nalista y negativa del papel del capital exterior o la discriminación a favor del empresariado textil, cuyos problemas los achaca Nadal a la insuficiente deman­da y no, en cambio, a los costes, como hace con el carbón y la siderurgia.

Con su peculiar estilo, sus muchos conocimientos y su fuerte personalidad, Jordi Nadal escribe en Papeles un artículo que titula «El fracaso de la Revo­lución Industrial. Un balance historiográfico», y que es más bien una mezcla de tesis anteriores, de nuevos e interesantes matices en unos cuantos puntos y de una referencia escasa a la historiografía sobre el tema (que, como demues­tran, entre otras, las publicaciones aquí comentadas, es muy abundante).

Recuerda Nadal de entrada que España en materia de industrialización no ha sido un late joiner, sino un first comer fracasado, y que tal fracaso tiende a veces a explicarse por factores sólo endógenos (Tortella) o únicamente exó-genos (J. Acosta), lo que merece una dura reprobación del historiador catalán. Justa en el segundo caso, no lo es en el primero, pues ni Tortella busca ex­plicaciones unilaterales (lo que dice es que no hay que echar la culpa del fra­caso a los factores externos, que no es lo mismo) ni la frase de Nadal de que «esta clase de juicios, tan rotundos, se sustenta más en una pobreza de cono­cimientos alarmante que en un nivel de investigación avanzado» puede apli­carse en absoluto a Tortella. Quizá todo sea una defectuosa redacción, pero lo que se nos dice resulta desafortunado.

Al pasar revista a los principales sectores o capítulos, Nadal divide el acon­tecer económico en factores de producción, factores de consumo, papel del

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LA NUEVA CARA DE LA HISTORIA ECONÓMICA DE ESPAÑA ( l )

Estado y sectores industriales. Tal desglose es discutible, pues le lleva a incluir a la agricultura entre los factores de producción y a dedicar, en cambio, un apartado específico a la industria. Bajo el primer epígrafe habla muy rápida­mente de agricultura, recursos mineros, fuentes de energía, capitales y pobla­ción. (En el penúltimo de estos apartados, para explicar el subdesarroUo ban-cario catalán desde finales del siglo xix, recurre nuestro autor no sólo a los rasgos propios de la industria algodonera, lo que, como hemos visto, puede ser convincente, sino también a la «falta de capacidad adquisitiva del consumidor peninsular», lo que sorprende, pues tal cosa, sin duda cierta, no impidió la expansión de la Banca vasca y madrileña.)

Entre los factores de consumo, se aborda en una curiosa yuxtaposición la evolución demográfica, donde sigue insistiendo nuestro autor en la singularidad de la población española —que yo no creo que exista—, la pérdida de las co­lonias, la formación del mercado interior y el ferrocarril.

En el papel del Estado, tal vez por las prisas de tan apretada síntesis, des­pacha Nadal en tres párrafos nada menos que la existencia de una supuesta vía española de transición del feudalismo al capitalismo, con algunas afirmaciones que parecen tomadas de las tesis de Fontana que examinamos más adelante. Menos polémicos resultan los apartados siguientes de este epígrafe sobre el papel subordinado de la burguesía industrial, el endoso de la carga fiscal (aun­que no está claro a quién se endosa) o la deuda pública.

En el último epígrafe sobre los sectores industriales, donde se desenvuelve como pez en el agua, Nadal nos recuerda la utilidad de las fuentes fiscales, se corrige a sí mismo al decir que en industria no hay que hablar sólo de algo­dón y siderurgia, sostiene —en contraposición flagrante con las conclusiones de Pedro Fraile que ya hemos comentado— que habida cuenta del nivel de rentas de la población española sorprende la capacidad de los algodoneros catalanes para consolidar su negocio y extender el mercado, se defiende con habilidad de las tesis contrarias a su posición de que la franquicia aduanera en la cons­trucción del ferrocarril influyó negativamente en la siderurgia y acaba con unas breves palabras sobre la industria química.

En conclusión, un trabajo sugestivo, polémico, como todos los de Nadal, y que tienen siempre el gran mérito de estar basados en una sólida documen­tación y en muchas horas de investigación, con esa mezcla tan característica ^el gran historiador catalán que le lleva a darnos el dato pormenorizado (y per-rectamente documentado) en un párrafo y a esbozar en el siguiente, con cierta rotundidad, una teoría de la transición al capitalismo o de la industrialización.

En el siglo xix, como en cualquier otra época, además de economía hay política, sociedad y muchas cosas más. A economistas e historiadores de la economía se nos olvida esto a veces, y por eso siempre es una sorpresa y

para muchos, entre los que me cuento— una satisfacción tropezar con Josep

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FRANCISCO BUSTELO

Fontana y sus intentos de historia global, de una historia económica que ten­ga en cuenta no solo lo estrictamente económico, sino que se «repolitice^ como el mismo dice. «Incluso si nos limitamos al terreno estricto del cambio eco-^ t X T ^ ' ! ? Fon tana- está claro que cualquier explicación medianamente satisfactoria de la crisis [del Antiguo Régimen] ha de tomar en cuenta la quiebra fiscal de- la monarquía absoluta, la ruptura de los equilibrios econó­micos internacionales que significó la pérdida de las colonias continentales americanas, las diversas soluciones postuladas para remediar tal situación y las actuaciones políticas que derivaron de estas propuestas »

Como sobre lo que escribe este autor (en Papeles) es sobre «La crisis del Antiguo Régimen en España», lo que nos viene a decir es que las relaciones sociales de producción, que se habían mantenido bastante estables - p e r o no inmóviles- durante casi siglos, se modificaron por entero en menos de trein­ta anos. ¿Cómo fue posible tanto cambio? ¿Por qué no tuvo más efectos en el crecimiento económico? «c^iu» en

La primera pregunta parece responderla Fontana basándose en la idea de que la nobleza se alio con la burguesía contra los campesinos para hacer la re-forma libera , con el consiguiente perjuicio para estos últimos a corto plazo y también a la larga al no promover aquellas modificaciones una revolución in dustria completa. La consolidación de la propiedad feudal en p ropkdd bur­guesa lo expresa muy gráficamente Fontana cuando dice que en el siglo xTx hubo otra reconquista de la tierra, esta vez no a expensas de los mLultanes sino de los campesinos. y^ouiumna.

No hubo crecimiento económico porque la vía del cambio agrícola era la adecuada para asentar el beneficio capitalista, pero no para propLar el c r « Í miento del producto agrario. Las nuevas reglas del juego favorecL a los grín-des propietarios y, por la propia dinámica que entrañó, con el aumento de la PKKlucción de cereales, el cultivo de tierras marginales, la desaparicirde 1 relaciones entre ganadería y agricultura propias de la agricultura tradidonal no sólo expulsó de la tierra, y hasta del país, a grandes masas de S m ^ n o s armiñados, sino que dejó a sector primario indefenso para afronta T e a m bios sobrevenidos en las relaciones económicas internacionales

No cabe duda de que estas hipótesis son sugerentes y atractivas sobre todo al estar expuestas con rigor y al amparo de una base d L m e n t a U b blio gráfica que resultaría prodigiosa si no nos tuviera Fontana ya a c o l m b 1 " a eUo. Las reflexiones, dudas o preguntas que suscita todo esto son dema Ldo numerosas para exponerlas aquí. Sólo indicaré dos. ¿Cómo hubo e n t o n a tan

t T e n d ^ n " " " " ' ^ " ^ " ^ ' ' " ° ^°^° ^ ' P " ' ^ d^ campes ino"Lm¡-tiendo que los intereses de los grupos sociales son siempre a cono plazo ¿7or

en España, para los propietarios y también, a la postre, para los campesinos?

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LA NUEVA CARA DE LA HISTORIA ECONÓMICA DE ESPAÑA ( l )

A esto segundo, Fontana respondería probablemente que fue la relación de fuerzas entre las diferentes clases lo que obligó a hacer las cosas de otro modo en distintas latitudes. Pero está claro que esa conjunción de fuerzas sociales, históricas y económicas, tan difíciles de precisar y, sobre todo, de cuantificar, tuvieron una resultante negativa en unos casos y positiva en otros, y a España nos correspondió, para nuestra desgracia, figurar entre los primeros.

Acostumbrados como estábamos a ver en la resistencia de las clases hege-mónicas del Antiguo Régimen uno de los motivos del fracaso de la revolución industrial, tendríamos que revisar ahora nuestras ideas para aceptar que aque­llos nobles y propietarios se pasaron al liberalismo para así defender mejor sus intereses. Pero como las consecuencias fueron igualmente nocivas para el país en su conjunto, me pregunto si al fin y al cabo no queda todo igual, pues fueron unos grupos sociales miopes y egoístas los que, fieles o no a sus orí­genes de clase, impidieron que la burguesía desempeñara en nuestra historia el papel revolucionario de que habla el Marx del Manifiesto.

En la introducción a La modernización hace Nicolás Sánchez-Albornoz un repaso al tema a que está dedicado el libro: la economía española entre 1830 y 1930, período en el que, «a la postre, los cambios ocurridos incidieron sobre la vida de los habitantes del país más que la adquisición de un vasto y rico imperio ultramarino en el siglo xvi».

España, situada en la periferia inmediata de un «centro» primeramente in­dustrializado, se benefició, sin duda, de su situación relativamente privilegia­da. Absorbió tecnología, recibió capitales y comerció con el exterior, aunque 'as ventajas de los dos últimos aspectos hayan sido y sigan siendo discutidas.

Pero el crecimiento y la modernización fueron equívocos, como ambigua era la posición de España, con la paradoja, además, de que, junto con Portu­gal, iniciara nuestro país la era de los descubrimientos que sentó las bases del esplendor europeo y del consiguiente desarrollo económico, en el que la Penín­sula Ibérica se quedó claramente a la zaga.

Crecimiento desequilibrado, además, el español, con dos etapas: una pri-i^era, hasta fin de siglo, «de recalentamiento, de cambios irregulares e insufi­cientes, pero preparatorios»; la segunda, en el primer tercio del siglo xx, «de transformaciones ya significativas, por más que sus marcas queden aún por detrás —con un retraso algunas de casi medio siglo— con respecto de las de otros países europeos». La modernización llega tarde, dice Sánchez-Albornoz, y en 1930, donde el libro sobre La modernización deja el tema, no había concluido.

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A P É N D I C E

Artículos citados, clasificados por materias y en el orden en que figuran reseñados

ABREVIATURAS: Papeles = Papeles de Economía Española, núm. 20, Fundación Fondo para Ja Investigación Económica y Social, de la Confederación Española de Cajas de Ahorro, Madrid, sin fecha (publicado en 1985).

La modernización = La modernización económica de España 1830-1930, compilación de Nicolás Sánchez-Albornoz, Alianza Universidad, Ma­drid, 1985.

ICE = Información Comercial Española, núm. 623, Ministerio de Econo­mía y Hacienda, Madrid, julio 1985.

Agricultura

Gabriel TORTELLA: «La agricultura en la economía de la España contemporánea: 1830-1930», Papeles.

— «Producción y productividad agraria, 1830-1930», La modernización. Gonzalo ANES: «El sector agrario en la España moderna». Papeles. Francisco SIMÓN SEGURA: «La desamortización española del siglo xix», Papeles. Germán RUEDA: «La desamortización de Mendizábal y Espartero», ICE. Javier M. DONÉZAR: «LOS bienes de los pueblos y la desamortización», ICE.

Población

Nicolás SANCHEZ-ALBORNOZ: «Población y economía en Iberoamérica en los siglos xix y XX», Papeles.

Vicente PÉREZ MOREDA: «Evolución de la población española desde finales del Antiguo Régimen», Papeles.

— «La modernización demográfica, 1830-1930. Sus limitaciones y cronología», La mo­dernización.

— «La población española del siglo xix y primer tercio del siglo xx», ICE. Francisco BUSTELO: «La población española del siglo xix: un crecimiento preindustrial»,

ICE.

Comercio exterior

Leandro PRADOS DE LA ESCOSURA: «La evolución del comercio exterior, 1790-1929», Pa­peles.

— «El comercio exterior y la economía española durante el siglo xix». La modernización.

Ferrocarriles

Antonio GÓMEZ MENDOZA: «Los efectos del ferrocarril sobre la economía española, 1855-1913», Papeles.

— «Transportes y crecimiento económico, 1830-1930», La modernización. Rafael ANES: «El ferrocarril en la economía española», ICE.

Banca y sector financiero

Pedro TEDDE: «Banca privada y crecimiento económico en España, 1874-1913», Papeles. — «El sector financiero y el fracaso de la Revolución Industrial, 1814-1913», ICE. Pablo MARTÍN ACEÑA: «Desarrollo y modernización del sistema financiero, 1844-1935»,

La modernización.

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LA NUEVA CARA DE LA HISTORIA ECONÓMICA DE ESPAÑA ( l )

Hacienda pública y sistema fiscal

Antón COSTAS COMESAÑA: «Política tributaria y desarrollo económico industrial durante el sexenio liberal». Papeles.

Herbert S. KLEIN: «Ultimas tendencias en el estudio de la Hacienda colonial hispanoame­ricana», Papeles.

Industria

Pedro FRAILE: «El fracaso de la Revolución Industrial en España: un modelo cerrado de industrialización», ÍCE.

Albert CARRERAS: «Industrias de bienes de consumo», ¡CE.

Minería

Sebastián COLL MARTÍN: «El sector minero», ICE.

Sobre el siglo XIX en general

Gabriel TORTELLA: «El éxito de El fracaso...; o Jordi Nadal y diez más ante la econo­mía española del xix», ¡CE.

José Luis GARCÍA DELGADO: «Sobre El fracaso de la Revolución Industrial en España, diez años después», ICE.

.lordi NADAL: «El fracaso de la Revolución Industrial en España. Un balance historio-gráfico», Papeles.

Josep FONTANA: «La crisis del Antiguo Régimen en España», Papeles. Nicolás SÁNCHEZ-ALBORNOZ: «La modernización económica», La modernización.

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ARTÍCULOS

ARISTOCRACIA, SEÑORÍO Y CRECIMIENTO ECONÓMICO EN CASTILLA: ALGUNAS REFLEXIONES A PARTIR DE LOS PIMENTEL Y LOS ENRIQUEZ (SIGLOS XVI y XVII).

BARTOLOMÉ YUN CASALILLA Universidad de Valladolid

Aristocracia y señorío son conceptos claves para comprender la evolución económica castellana en los siglos xvi y xvii. En la actualidad tenemos ya, para lo que al reino de Castilla se refiere, conocimientos sólidamente fundados al respecto: contamos con buenos trabajos jurídicos sobre el señorío y con precisas descripciones sociológicas de la aristocracia; disponemos también de obras que, dedicadas al estudio de algunas zonas concretas, han aportado va­liosas consideraciones sobre las rentas señoriales, su peso y el papel que desem­peñan en ciertas parcelas de la economía; se ha avanzado en el concepto de la llamada «crisis de la aristocracia» '. Sin embargo, y al contrario de lo que ocurre en otros países, e incluso en otros ámbitos peninsulares, los análisis se han planteado desde ópticas que, aunque enriquecedoras, no siempre han arro­jado toda la luz que sería de desear sobre los nexos con los procesos económi­cos a largo plazo y las transformaciones sociales en el tránsito de la sociedad feudal al capitalismo. Problemas como el del crecimiento económico, la tran­sición o el cambio de las estructuras económicas, sociales y políticas han estado con demasiada frecuencia ausentes de estudios que muchas veces estaban obli­gados a planteárselos; a menudo incluso por imposición de sus propias hipó­tesis de partida.

Nuestra pretensión en este trabajo no es llenar ninguna laguna. Se trata más bien de retomar dichos conocimientos para, a partir de dos casas aristo­cráticas de indudable relevancia, reflexionar sobre el papel económico del se­ñorío y la aristocracia en ese proceso. Y ello teniendo presente una línea de razonamiento que nos parece ineludible en la actualidad y muy fructífera para el futuro: que en las interacciones señorío-aristocracia/economía están conti­nuamente presentes el equilibrio de poder entre señores y vasallos (con fre­cuencia también no vasallos) y las relaciones concretas que en cada momento se dan entre la aristocracia y el poder, tendente a la centralización, del monarca.

' Los autores y las obras son lo suficientemente conocidos —y reconocidos— como para hacer innecesaria una cadena de citas que serían, por imperativos de brevedad, in­completas.

Ktvisla de Historia Eionúmiva AAJ Ano IH. N." 3 - 1985 ^^-^

BARTOLOMÉ YUN CASALILLA

Conviene, por otra parte, hacer algunas precisiones que son útiles para valorar —y criticar— en su justa medida lo que sigue: a) La evolución econó­mica y social castellana no se debe explicar sólo desde el estudio del señorío laico, y ni siquiera desde el señorío en general; en lo que se refiere a la parti­cipación en el producto agrario y al funcionamiento de la sociedad rural, el clero acapara una parte muy superior a la obtenida por los señores laicos en no pocas villas castellanas, y quienes ejercían el mayor poder económico no eran los encumbrados señores, sino los grandes monasterios y sedes catedra­licias . h) A lo largo de la Edad Moderna, y en particular desde el siglo xvii, la realidad del señorío y los Estados señoriales sólo se podrá explicar conside­rando las casas aristocráticas en su conjunto, porque la política endogámica propia de la alta nobleza llevó a tal dispersión en los patrimonios de cada una de las casas que originaba o aconsejaba políticas de gestión distintas (y a me­nudo complementarias) en los distintos Estados dependientes de una misma familia; éstas se amoldaban a los rasgos institucionales de cada uno de esos Estados y, paradójicamente, podían ir encaminadas a un mismo fin: la supe­ración de una crisis financiera de la familia, la satisfacción de aspiraciones económicas o políticas o la adaptación a condiciones históricas nuevas, entre otras, c) Aunque las reflexiones que siguen tienen una pretensión generaliza-dora, se ha de partir de lo que, hoy por hoy, es una de las conclusiones más sólidas del estudio de los señoríos: que, «a pesar de algunas similitudes, había poco en común entre el régimen señorial» de distintas zonas de la Península, y que incluso «entre poblaciones vecinas existían profundas diferencias»'; por ello, la extensión de algunas de nuestras conclusiones a otros señoríos y casas señoriales se habrá de hacer de manera prudente; pese a todo, nos pa­rece aconsejable adoptar aquí un criterio generalizador para motivar algunas reflexiones importantes sobre el papel del señorío en la transición y el creci­miento económico que de otro modo no podrían realizarse.

^ Según los datos del Catastro de Ensenada, referentes a una muestra de más de cien localidades de la Tierra de Campos, comarca donde se asentaba lo más nutrido de los Estados señoriales a que estamos aludiendo, los eclesiásticos acaparaban alrededor del 30 por 100 de la tierra; estas propiedades cedidas a renta debían suponer, a mediados del siglo xvill, entre el 10 y el 15 por 100 del producto agrario total. Si a esto se añade el 10 por 100 que montaba el diezmo, e incluso lo que reportaban algunos otros derechos, llegaremos a la conclusión de que el clero regular y secular tenía acceso abierto y directo a cerca de un 25 por 100 del producto bruto agrícola, en torno a un 20 por 100 del producto total. En contraste, hemos podido comprobar —B. Yun Casalilla (1982)— que los mgresos de los Almirantes de Castilla en las villas de su señorío raramente superaban el 5 por 100. Y no se trata de una comparación desigual (conjunto de eclesiásticos con un solo señor), ya que algunos grandes monasterios como San Benito de Sahagún, San Zoilo de Carrión o Nuestra Señora de La Espina, en Valladolid, y otros, superaban con mucho ese porcentaje que iba a pasar a manos del señor.

' A. Domínguez Ortiz (1976), p. 430.

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ARISTOCRACIA, SEÑORÍO Y CRECIMIENTO ECONÓMICO EN CASTILLA

Dominios señoriales de los Pimentel (condes de Benavente) y Enríquez (Almirantes de Castilla). Siglo XVI

Enriquez

Pimentel

FUENTES: P . Martínez Sopeña (1977); Osuna, leg. 3911, s. f., AHN.

1. Estructura de la renta señorial

El planteamiento de este trabajo, en tanto que referido al aspecto econó­mico del señorío y la aristocracia, obliga al análisis de las formas de apropia­ción y distribución del producto o, en otras palabras, de la estructura y com­ponentes de la renta señorial. En este sentido, los casos específicos que nos ocupan arrojan resultados muy similares a los de otras grandes casas castella­nas. De ahí que, en líneas generales, podamos definir la composición de la renta señorial por medio de una serie de características que, sin dificultad, podrían generalizarse al menos a los grandes señoríos de la meseta. Son las siguientes: a) Predominio de los ingresos procedentes de las rentas enajenadas sobre los derechos señoriales propiamente dichos y sobre los derivados de la propiedad de la tierra, sea cual sea su variante jurídica y pese a su condición,

445

BARTOLOMÉ YUN CASALILLA

muy generalizada de grandes propietarios de bienes raíces, b) Una gran Darte aunque variable, de este último tipo de ingresos se defv n i i ^ j J plena de la tierra, sino al mero con'rol del dombio e m t n " I X T ^ ' ^ ^

en la forma de explotación de los bienes inmuebles, T a cesión a rí^t K^'

merst:^^^ -' ^ -- ^ "- ^^:^fz Alcabalas y tercias suponían alrededor del 83 por 100 de los in^re que los procedentes del «se.orío jurisdicción! s e ^ i t l r e f r í ' p ^ T o O del total; en cuanto a los ingresos derivados de la tierra o oroniedld ^ K nes mmuebles. representaban un 16 por 100, d is t r ibuí : p s 1^^^ tre os que teman como origen las tierras en plena propiedad y os que se debían a «foros, de villas y lugares y otros bienes en enfíteusis'

Por lo que se refiere a los Pimentel, condes de Benavente ofr. A. I des casas que pasaron a primera fila en el conjunto d e T n o b í T ' desde la formación de grandes patrimonios s ^ ^ f í X : ^ T y Z se encontraba en una situación parecida \ Según un inform. AT-,^1 I 7' 45.100 ducados que percibían al año, 32.183 (el 70 Í Z ^ ' K ' ' ' " concepto de rentas enajenadas'. Si, para un conocimi^ ' ' ' " ' ' " ' " deramos las cifras de alguno de los p l a q u e n T g ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ - - " del Duero, obtendremos la misma impresión Véase I V e l , " ° " ' dro 1 la com^sición de los ingresos b'rutos J Z i r é ^ ^ M t Z : ^ ^ ganda mitad del siglo xvi. ^^yorga en la se-

Posiblemente, estos rasgos no se cumplían para otro tipo de «señores de vasallos., sobre todo para la aristocracia de segundo orden a u e J Í K 7 generando durante los siglos xvi y xvn por la%omp« de l ^ ^ i í s ^ ón 1 : vil as donde previamente tenían amplias propiedades' No obst nte os d" ^ nos parecen concluyentes y representativos de la estructura de ¡ng^s^ de lo Grand^^ te l l anos , y ello es tanto más claro cuanto que. c o m o T h " d t ^ o !

' B. Yun Casalilla (1982). Contamos con dos estudios esclarecedores sohr». «.I ^ri»-» r

los siguientes partidos: Benavente Torremomoión r , « L ' u "'''^."'° ^ ^ '^'^'d"" en

446

ARISTOCRACIA, SEÑORÍO Y CRECIMIENTO ECONÓMICO EN CASTILLA

CUADRO 1

Composición de los ingresos de los condes de Benavente en el partido y mayordomía de Mayorga de Campos. Año 1566

Total en maravedís %

Rentas enajenadas (alcabalas y tercias) 1.043.275 74 Derechos de «señorío jurisdiccional» 154.587,5 11 Ingresos derivados de propiedades ':

— Del señorío o dominio eminentemente de la tierra ... 21.828,2 1,5 — De tierras y montes en propiedad plena cedidas en

arrendamiento 191.781,6 13,6

1.411.472,3 100

FUENTE: Osuna, leg. 483, exp. 2, AHN.

los estudios que se han realizado para otras familias y espacios geográficos corroboran estos resultados*.

De esta primera constatación se derivan algunas consideraciones de interés para la justa interpretación de la historia castellana de los siglos xv a xvm y, en particular, para el mejor conocimiento de las relaciones de la aristocracia con la Corona y sus repercusiones económicas. Es evidente que el señorío laico y la aristocracia que lo controlaba vivían en gran medida a expensas de las rentas del Estado y gracias a formas de obtención del producto basadas predominantemente en mecanismos de tipo fiscal y de índole jurídico-política. Dicha composición del ingreso aristocrático es, además, una prueba de lo que algunos autores han llamado «feudalismo de Estado», utilizando una expresión que, acuñada a la vista de connivencias políticas y sociales, queda patente en esa estructura de la renta '". Aquí radica en buena medida el interés común de

Es difícil distinguir entre lo que son ingresos derivados del señorío jurisdiccional y los del simple dominio eminente sobre la tierra; ésta es la razón por la que hemos sepa­rado, en el apartado de ingresos procedentes de la propiedad, los que se derivan de su «señorío o dominio eminente» de los que se tienen en propiedad plena y particular. Es posible que bajo la rúbrica «ingresos procedentes del señorío jurisdiccional», que se com­pone básicamente de ingresos por martiniegas, yantar, pedidos, [lenas de cámara, etc., se incluya también alguno procedente del dominio eminente. La frontera entre ambos no es "luy clara; pero la valoración cuantitativa, se haga conjuntamente o por separado, no cambia de forma decisiva las conclusiones. Moo ^^a°se, por ejemplo, A. García Sanz (1973), p. 25, y (1977), pp. 315-319, o Ch. Jago

« I ' ' J- Amalric (1984). La expresión ha sido utilizada en nuestro país por J. Valdeón (1976), p. 15, y res­

ponde a una visión retomada con vigor por P. Anderson (1979).

447

BARTOLOMÉ YUN CASALILLA

Monarquía y aristocracia por el mantenimiento del armazón político e insti­tucional del Antiguo Régimen y, también, una de las claves de las frecuentes fricciones que entre ambos se produjeron durante el siglo xviii y comienzos del XIX ".

2. Renta y poder señorial entre los siglos XV y XVI: remoras de antaño y condiciones para la crisis

Dicha estructura de los ingresos señoriales tiene su origen en los inicios mismos de estas casas y, con frecuencia, se potencia y ratifica en la evolución posterior. Tanto en el caso de los Enríquez como en el de los Pimentel, la apropiación de tercias y alcabalas se produce desde comienzos del siglo xv y perdura a lo largo de toda la centuria ". A finales de dicho siglo está práctica­mente consumada, como demuestran las cuentas de los Benavente. Para ello recurrieron a su adquisición por compra a la Corona, pero también a su usur­pación, que era fácil y casi inmediata tras un período más o menos largo de administración en nombre del rey. Asimismo, fueron frecuentes las concesio­nes en forma de merced, como corresponde a una época de inquietud bélica y al interés por parte de los distintos aspirantes al trono por atraerse partidarios entre la alta nobleza ".

El golpe de cincel que termina de modelar la composición de la renta se­ñorial fue la crisis económica que se vive en Castilla durante la primera mitad o los dos primeros tercios del siglo xv. La depresión demográfica y la escasez de vasallos para el combate, precisamente en el momento en que éstos se re-valorizaban, llevó a formas de cesión de la tierra que favorecieron a las co­munidades de aldea y promocionaron el aumento de sus habitantes. Dichas formas consistieron, básicamente, en la concesión de tierras a los municipios a cambio de un canon anual estable y en especie, el llamado «fuero» o «foro», en algunas villas, y «pedido» o «situado», en otras. Así, por ejemplo, los Almirantes de Castilla ceden en Melgar de Arriba, en Moral de la Reina, en Villabrágima, terrenos de extensión variable (2.000 fanegas, 2.097 y 3.250 yu­gadas, respectivamente), de las que obtienen rentas fijas que se mueven en

" El período más temprano y significativo es el de la política incorporacionista de la G>rona, que, en lo que se refiere a las alcabalas, conocemos gracias a los estudios de S. de Moxó (1959).

" P. Martínez Sopeña (1977), pp. 149-153, e I. Beceiro Pita (1980), pp. 641 y ss. Este último estudio demuestra también que la importancia del diezmo es antigua, cuando procede del derecho de patronato sobre las iglesias.

" La ampliación del patrimonio señorial de los Pimentel se produce, sobre todo, gra­cias a las donaciones y mercedes reales obtenidas en la guerra civil de 1465-68, y es de destacar la frecuencia con que, entre las nuevas villas incorporadas al señorío, se incluyen las tercias reales. I. Beceiro (1980), pp. 366-367 y 415 y ss.

448

ARISTOCRACIA, SEÑORÍO Y CRECIMIENTO ECONÓMICO EN CASTILLA

torno al 5 por 100 del producto anual de ellas. Este canon, bajo por lo gene­ral, y las buenas condiciones en que se cedía el suelo facilitaron la inmigración de pobladores. Además, dado que la comunidad en su conjunto era quien re­cibía el derecho de uso y quien se encargaba de repartir los «quiñones» entre los vecinos, esta práctica dotó a las villas de mayor fuerza política y reforzó la función que desempeñaban como organizadoras del territorio y como me­diadoras en la relación de vasallos con señores. En cuanto a éstos, los benefi­cios que obtenían iban más allá de ese 5 por 100, ya que con estas medidas se aseguraban el asentamiento de la población y, con él, aumentaban los in­gresos percibidos de tercias y alcabalas que afectaban al conjunto del término y de las actividades de intercambio realizadas en su interior **. Dicha conducta, que fue habitual igualmente entre los grandes monasterios y señores eclesiás­ticos, vino favorecida por la confusión existente en el terreno práctico entre el señorío jurisdiccional y el dominio eminente sobre la tierra. Gracias a esa indefinición, los señores cedieron a los concejos tierras, montes y pastos de status jurídico poco claro y de dudosa titularidad ". Semejante costumbre continuó también a veces a título individual, durante todo el siglo xv y par­te del XVI '*.

De esta manera, rentas enajenadas e ingresos procedentes del dominio eminente o señorío territorial se convirtieron en las partidas más voluminosas que percibía la aristocracia. Tal configuración de la renta es trascendental para comprender el crecimiento económico subsiguiente. La cesión de tierras a «foro» y la comodidad con que se accedía a ellas, junto con una ecuación po­blación/tierra cultivaba favorable a ésta, favorecieron ostensiblemente el cre­cimiento demográfico y de la producción. Ello es comprensible sobre todo en las villas de la Tierra de Campos, donde se situaba lo más florido de estos grandes señoríos (véase mapa) y donde la comodidad para el cultivo de la llanura castellana coadyuvaba a la atracción de pobladores de la comisa can­tábrica.

Como era de esperar, el crecimiento poblacional y agrícola vino acompa­ñado de un renacer de la economía urbana y las actividades secundarias y ter-

Nos hemos ocupado del tema en nuestra tesis doctoral. B. Yun Gisalilla (1985), PP. 107 y ss.

'_La confusión —quizá a veces interesada— que en el terreno práctico se da entre el señorío jurisdiccional y territorial ha sido tocada ya por historiadores del Derecho, ?omo A. Guilarte (1962), o de la sociedad y economía, como J. L. Martín (1978), pp. 86-' ' ; J. Amalric (1979) y, más recientemente, por D. Vassberg (1984), pp. 96-97 y 99. ^ Conocemos una significativa serie de casos concretos, como la cesión al C!oncejo de Manganeses de una escritura de fuero en 1506 (Osuna, leg. 3851, exp. 3, núm. 10, AHN), ja constitución de fuero perpetuo sobre el término de Velilla a favor del Concejo y hom-?^^^°uenos del lugar de Santa Cristina (ibidem, núm. 70), o la cesión a «foro» que en i ^ ^ se hace a Juan de Briones del Prado de Retuerta (Osuna, leg. 454, exp. 5, fol. 1, "^IN). Todas ellas protagonizadas por los condes de Bcnavente.

449

BARTOLOMÉ YUN CASALILLA

ciarías, de efectos muy beneficiosos en algunas villas de señorío, que se con­virtieron en centros feriales de primer orden. El fenómeno se materializó en núcleos como Villalón (condes de Benavente) y Medina de Rioseco (Almirantes de Castilla). A su auge contribuyeron la expansión agraria y su envidiable situación para el comercio con el Norte; pero el elemento decisivo fue el apoyo prestado por los señores, encaminado a potenciar una actividad ferial que vitalizaba todo el señorío y de la que obtenían importantes ingresos deri­vados de tasas señoriales o municipales o de la misma alcabala, cuyo cobro en la mayor parte del año reportaba pingües beneficios ".

Todo ello, así como otros factores que se dan de forma similar en mu­chas regiones del reino,, explica la coyuntura alcista que se inició en las plani­cies al norte del DUCPÓ en la segunda mitad del xv y se prolongó hasta fines del siglo XVI. No obstante, dicho proceso tuvo repercusiones muy negativas para el avance de las relaciones de producción capitalistas en Castilla, en gene­ral, y en la zona a que nos referimos en particular. Ello porque se había con­solidado el pequeño propietario o usufructuario campesino, así como la fun­ción social y económica de las comunidades de aldea, lo que, junto a la forma particular de cesión de la tierra, limitaba la existencia del «arrendatario capi­talista», precisamente cuando en otros países, como Inglaterra, se asistía a su nacimiento y a la progresiva desaparición del campesino usufructuario y de las relaciones feudales de producción en el campo ". De este modo, el creci­miento del siglo XVI no se debió a profundas transformaciones jurídicas en la propiedad de la tierra y en las formas de control del producto, sino a una adaptación de la economía señorial que conservaba y apuntalaba los rasgos básicos preexistentes: el ingreso a través del dominio eminente del suelo y las rentas enajenadas.

Pero esa composición de la renta se convirtió en una remora a medida que se prolongó la fase inflacionista del siglo xvi, cuya influencia está en la base de la futura «crisis de la aristocracia».

El cuadro 2 y gráfico 1 son muy expresivos al respecto. A la vista de ellos

" Este es el caso de algunos impuestos, a menudo cobrados por las autoridades mu­nicipales, aunque propiedad de los señores, que gravaban los productos intercambiados fuera de los días de feria, pero qu^ se beneficiaban del efecto multiplicador de ésta sobre el conjunto de la economía; era también el de ciertas alcabalas cobradas durante los días no feriales o el de otras que persistían durante todo el año, como la del vino de las ta­bernas. Ademis, la expansión del mercado urbano y la formación de centros «colectores» de productos agrícolas del campo circundante no sólo afianzaba aún más la población, sino que hacían crecer los ingresos derivados de las tercias.

" Véase una exposición reciente de estas cuestiones, que hace especial incidencia en las contradicciones entre «capitalismo agrario» y «Estado absoluto», en J. E. Martín (1983). Igualmente es interesante constatar cómo incluso quienes han puesto en entredicho el papel de otro elemento de dicha cadena fie cambios, cual es el de las «enclosures», no niegan, sino que apoyan, la importancia del «arrendatario capitalista» desde finales del siglo xv. Véase H. J. Habakkuk (1965), pp. 650^52.

450

ARISTOCRACIA, SEÑORÍO Y CRECIMIENTO ECONÓMICO EN CASTILLA

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BARTOLOMÉ YUN CASALILLA

MILES DE

REALES 1.000

500

100

GRÁFICO 1

Ingresos y réditos de censos pagados por los condes de Benavente

Réditos de censos impuestos con facultad real sobre bienes de mayorazgo Réditos de censos sin facultad real sobre bienes libres Tota) de réditos de censos Ingresos totales de la casa (valores nominales) Ingresos totales de la casa (valores reales a precios de 1571-1580)

AÑOS 1.500 1.600 1.700

se puede comprobar que el siglo xvi fue una etapa de crecimiento en el valor nominal de los ingresos de ambas casas. Tal conclusión se obtiene tanto si se analiza la evolución por partidos como si se estudian en conjunto ". La impresión es particularmente optimista al considerar el valor nominal del total de ingresos de los Pimentel entre 1493 y 1572. Las razones de este au­mento residen en el crecimiento económico general, que incide en una estruc­tura de la renta señorial como la descrita: la creciente demanda de tierras impulsó el producto percibido de aquellas que estaban sujetas a renta revisa-ble y cuya paga se efectuaba en especie; el auge comercial y la expansión agrícola dieron un claro impulso a alcabalas y tercias, al tiempo que los pre­cios en alza del cereal hacían crecer los ingresos obtenidos de su venta.

Sin embargo, este alza de los ingresos nominales no se corresponde total­mente con la realidad. De hecho, los valores reales de la renta se sitúan en el máximo hacia 1530, para descender a continuación a lo largo del siglo. Tal fenómeno tiene su explicación. Por un lado, las entradas por alcabalas —el 60 ó 70 por 100 del total— se depreciaban rápidamente debido a su percep­ción en metálico y a que, desde 1530, en que se generaliza la práctica de su encabezamiento, el aumento de su valor real es más lento que el del índice de precios. Por otro lado, la segunda gran partida de ingresos, la cobrada en concepto de «foros» o rentas fijas en especie, sólo aumentaba en la medida en que lo hacía el precio del trigo; es decir, lo mismo que el índice de infla-

" Hemos de advertir que ello no siempre es fácil, porque con frecuencia se producen cambios en la distribución y reparto de competencias entre las distintas mayordomías y porque las cuentas de tipo general suelen adolecer de lagunas importantes.

452

ARISTOCRACIA, SEÑORÍO Y CRECIMIENTO ECONÓMICO EN CASTILLA

ción aplicado. Únicamente los beneficios del arrendamiento de tierras aumen­taban de forma real y efectiva, pero no pesaban mucho en el conjunto y, en algunas zonas, ni siquiera lo hicieron al ritmo de los precios que socavaban el poder adquisitivo de los señores. Cuando desde 1560-70 se procedió en algunas casas —más adelante nos referiremos a los Enríquez— a la revisión de los encabezamientos de alcabalas, la posibilidad de saldar la diferencia ne­gativa generada durante treinta años era ya bastante remota.

Mas la auténtica raíz del mal no está sólo en la composición de los in­gresos y en la inflación. Sabemos, por el contrario, que alguna de estas casas atravesaba dificultades financieras ya en el siglo xv, antes de que el aumento de los precios incidiera en la renta *. Lo que cambió en el siglo xvi, particu­larmente desde 1525-30, fue la capacidad de actuación de los señores y del régimen señorial en su conjunto, que, ya no económica, sino social y políti­camente, no era la misma que durante la Edad Media.

Hay que tener en cuenta el carácter «extensivo» que tiene el señorío como organismo en el que se lleva a cabo la apropiación del producto. En su seno, el aumento de la renta se había de basar en la expansión de los derechos del señor (incluidos, claro está, alcabalas y tercias) o de la tierra bajo su con­trol. Esa expansión se había debido en la época medieval a la fuerza y el poder efectivo (militar) que garantizaba a la aristocracia las mercedes del rey o su indiferencia hacia determinados abusos, y que servía para aumentar las villas bajo su jurisdicción, así como las prestaciones de las que ya lo estaban. Es más, gracias a ese poder se podían practicar otras formas de ampliación de dominio como la compra de tierras o rentas.

Estas pautas de comportamiento están presentes en los Estados señoriales que venimos analizando al menos hasta 1525-30. Y parece claro que se había recurrido a ellas de modo sistemático desde finales del siglo xv, así como en el período de crisis política que se abre en 1504 y no se cierra definitivamente hasta el término de la guerra de las Comunidades '•. Lo que intentan estos grandes señores es aprovechar la formación de bandos y la inestabilidad po­lítica para, utilizando la coacción, aumentar sus ingresos en el momento en que empezaban a ser minados por la coyuntura de precios ^ y se hacían insu­ficientes para sufragar los gastos y las deudas en que se habían embarcado durante el siglo xv. Aunque se podrían citar más datos concretos que lo co­rroboran para las casas que estudiamos, valga simplemente una referencia al

" I. Beceiro Pita (1980), pp. 591 y ss. " El fenómeno es general. Más que un relato pormenorizado de hechos, preferimos

Uamar la atención sobre obras, como la de J. 1. Gutiérrez Nieto (1963) u otras más cer­canas a los señoríos que estudiamos, como la de L. Fernández Martín (1979), que se han ocupado del tema.

" Véase, para conocer cuál era la situación de las casas que aquí estudiamos, J- R. L. Highfield (1972).

433

BARTOLOMÉ YUN CASALILLA

«Libro de Agravios» del conde don Rodrigo Pimentel ^ o al pleito seguido en la Chancillería de Valladolid entre el Almirante de Castilla y su villa de Medina de Rioseco, donde se discuten algunos derechos y se rememoran los abusos de sus antepasados a finales del siglo xv y en los años posteriores a 1 5 0 4 ^

Pero esta vía de superación de las dificultades estaba ya obsoleta a la al­tura de los años treinta. Gracias a las concesiones recibidas y al crecimiento económico, las villas más ricas e importantes eran ahora residencia y reducto de poder de una oligarquía urbana, mercantil y agraria, capaz de hacer frente al señor; esto es particularmente importante en villas «feriales» como Medina de Rioseco o Villalón. Además, hacia esas fechas la capacidad de maniobra de los señores era más limitada. El perfeccionamiento del sistema judicial cas­tellano, gracias a las Chancillerías, y la posibilidad de los vasallos de recabar recursos para costear los gravosos procedimientos judiciales, hicieron que los asuntos no se resolvieran siempre por la fuerza de las armas, sino por la de la ley y el pleito, normalmente largo y costoso también para los señores. Mas hay que tener en cuenta que detrás de ese aparato jurídico había una Monar­quía valedora del orden establecido, en cuya cúspide estaban los señores, pero también garante de la estabilidad política, que reducía sus posibilidades de medrar en banderías y luchas intestinas. Gjn la guerra de las Gímunidades se apuntaló a la aristocracia y al sistema económico que la sostenía, pero también se terminó con la posibilidad de ejercer la fuerza y la coacción física y militar.

Quizá a todo ello contribuyó la coyuntura económica positiva y sus efectos sobre los ingresos nominales de los señores. Pero si en algún momento fueron víctimas de la «ilusión óptica» que esto podía suponer, es evidente que les duró poco; a medida que sus gastos se fueron acercando, e incluso superando, a sus rentas, se vieron obligados a endeudarse. La expresión más clara <le la deuda aristocrática son los censos consigna tivos; éstos se imponían sobre las rentas vinculadas y el mayorazgo con el permiso del rey, y sobre los «bienes libres» sin necesidad de tal requisito. Ahora bien, los censos no son el pro­blema, sino el intento de salir de una situación más difícil creada por los prés­tamos de banqueros castellanos y extranjeros ^; se trataba, con frecuencia, de

" Osuna, leg. 418, exp. 4, AHN. El libro constituye una relación pormenorizada que los vasallos realizan a su muerte y por encargo del difunto, cuyas pretensiones son que sus sucesores remedien las faltas y pecados cometidos en vida.

" Aunque las referencias documentales son abundantes, preferimos citar la más acce­sible para el lector, que es la de A. Guilarte (1962), Apéndice núm. 22, pp. 419424.

" Desde 1534 hay en total cuatro ocasiones en que los condes de Benavente alegan que los censos se imponen para paliar los dispendios inherentes al dinero tomado «a cam­bio» de importantes banqueros italianos y burgaleses, como los Grimaldi, o Juan de Santo Domingo y Juan de Lantadilla (vecinos de Burgos), o Felipe de Empolle y Ruquelay, etc. Informe de Don Sebastián Antonio de Medina..., p. 13, AHN (se trata de un memorial sobre la evolución de los censos suscritos por esta casa y otras vicisitudes hasta 1703, que

454

ARISTOCRACIA, SEÑORÍO Y CRECIMIENTO ECONÓMICO EN CASTILLA

eliminar una deuda flotante de altos intereses creando otra basada en el prés­tamo hipotecario sobre los bienes de la familia.

En unos casos, la causa inmediata de los empréstitos residía, como con frecuencia se ha dicho, en la necesidad de pagar los dispendios inherentes a la vida cortesana y a la ostentación; en otros, al menos al principio, en la de sufragar los gastos provenientes del acostamiento y mantenimiento de criados y aparato militar *. Otras veces, el motivo eran los desembolsos derivados de las labores de representación social y del papel de delegados políticos y mili­tares del rey que se les había asignado en la nueva Monarquía ^. Pero se suele olvidar que, en no menor grado, el endeudamiento aristocrático es una con­secuencia del intento de superar la propia crisis mediante expedientes que, a la larga, no hacían sino agravarla. Es preciso preguntarse si ellos no aceptaban de buen grado esas funciones políticas y diplomáticas porque, como en el caso de los almirantes en Módica o los condes de Benavente en Valencia, traían recompensas al facilitar la ampliación del propio señorío o garantizar el favor del rey. Se ha de pensar que las elevadas sumas empleadas en dotar a los hijos —otro de los motivos de endeudamiento— eran una imposición del sis­tema hereditario del mayorazgo, pero conviene decir también que constituían una forma de ampliación del patrimonio ^, ciertamente muy sometida al azar, pero que, en algunos casos, dio fructíferas consecuencias cuando el tiempo y los avatares de herencias y sucesiones se aliaron al respecto. Más claro aún es que la otra causa de la deuda, la adquisición de tierras y rentas durante el siglo XVI, era una de las pocas tácticas posibles para aumentar los ingresos; las deudas que va a generar este sistema ^ demuestran que, más que una so-

sc encuentra, como libro impreso y sin catalogar, en la sección Osuna de dicho Archivo, y que desde ahora citaremos como lo acabamos de hacer en esta nota).

" Hacia los años veinte, las dificultades económicas de los Pimentel procedían de la obligación de reparar los abusos cometidos por don Rodrigo y de los elevados gastos de acostamiento y mantenimiento de criados, administradores y aparato militar. A ellos se vinieron a añadir en esta época las sumas empleadas en la construcción de su palacio de Valladolid, manifestación discutida de las pretensiones de estos señores sobre la ciudad del Pisuerga. F. Ruiz Martín (1978).

" Este era el motivo —¿o quizá el pretexto?— más frecuente. Informe de Don Sebas­tián Antonio de Medina..., AHN.

" Entre 1531 y 1574 se utiliza este argumento por lo menos en cuatro ocasiones. De creer en la sinceridad de sus declaraciones, los condes aumentaron sus deudas por la dote de sus hijas casaderas en más de dos millones de reales.

" La compra de tierras, e incluso de jurisdicciones y rentas reales, habría sido un tnétodo de ampliación del dominio durante la etapa medieval. La dificultad radica ahora en que se ha convertido, si no totalmente, sí prácticamente, en el único medio; ello obli­gaba a fuertes desembolsos, como el que se realiza por los condes de Benavente en la década de 1530-40, al intentar adquirir cuatro dehesas en Extremadura (Loriana, Nava Re­donda, Santa María de la Rivera y Aldea del G)nde); y decimos intento porque la ope­ración, que dio lugar a fuertes deudas, no se culminó con total éxito, ya que poco des­pués se vieron obligados a vender las dos primeras. Osuna, leg. 3907, s. f., AHN. Además, a lo largo de los siglos xvi y xvii estos señores realizaron algunas adquisiciones, cuya enu-

455

BARTOLO M€ YUN CASALILLA

CUADRO 3

Censos impuestos por los condes de Benavente sobre su patrimonio

(En millones de maravedís)

Años

1531 1534 1535 1535 1536 1539 1543 1544 1546 1550 1556 1558 1560 1560 1561 1561 1565 1567 1568 1570 1571 1572 1573 1574 1580 1580 1586 1589 1591 1591 1591 1593 1597 1598 1599 1599

1602 1615

CON FACULTAD REAL RENTAS

Capital

14 9,19 11,28 5,62 5,62 5,62 5,62 3,4 3,75 22,5 11,25 3,37 11,25 16,87 9,75 2,47 8,72 4,49 10,24 18 4,5 3 3 5,25 4,5 6,75 15,75 4,5 12 17,44 6,63 12,75 4,5 3 7,5 3,7

7,5 18,7

SOBRE DEL MAYORAZGO

Réditos

0,7 0,6 0,75 0,37 0,37 0,37 0,37 0,22 0,24 1,48 0,74 0,22 0,76 1,91 0,64 0,16 0,59 0,28 0,7 1,12 0,3 0,19 0,2 0,32 0,29 0,43 1,23 0,29 0,78 1,13 0,43 0,82 0,29 0,19 0,48 0,24

0,48 1,22

Interés

5 6,5/5,25/5,8 6,6/6,25 6,6 6,6 6,6 6,6 6,6 6,6 6,6 6,6 6,6

7,1/6,5 6,6 6,6 6,6

7,1/6,6 6,6/6,25 7,1/6,6 6,25 6,6 6,6 7,1 6,25

7,1/6,6/5,8 6,5 6,5 6,5 6,5 6,5 6,5 6,5 6,5 6,5 6,5 6,5

6,5 6,5

Años

1533 1540 1551 1551 1551 1551 1551 1551 1551 1552 1552 1552 1552 1552 1552 1552 1552 1552 1552 1552 1552 1555 1555 1555 1555 1555 1555 1559 1561 1561 1562 1572 1573

SIN FACULTAD REAL SOBRE BIENES LIBRES

Capital

0,96 0,93 0,9 0,07 0,15 0,56 0,037 0.15 0,37 0,17 0,12 0,36 1,83 0,6 0,15 0,56 0,11 0,11 0,45 0,11 5,62 0,37 0,24 0,37 0,37 0,18 0,22 0,48 0,1 0,7 2,2 0,37 0,37

Réditos

0,048 0,061 0,045 0,003 0,007 0,028 0,001 0,007 0,018 0.008 0,006 0,018 0,091 0,03 0,007 0,028 0,005 0,005 0,022 0,005 0,375 0,024 0,016 0,024 0,024 0,011 0,014 0,032 0,006 0,046 0,148 0,024 0,024

Interés

5 6,60 5 5 5 5 5 5 5 5 5 5 5 5 5 5 5 5 5 5 6,5 6,5 6,5 6,5 6,5 6,5 6.5 6,5 6,5 6,5 6,5 6.5 6,5

FUENTE: Informe de Don Sebastián Antonio de Medina..., sin cat., AHN.

456

ARISTOCRACIA, SEÑORÍO Y CRECIMIENTO ECONÓMICO EN CASTILLA

lución efectiva, era una forma de agravar el problema, pero tales compras venían impuestas por la necesidad de continuar con esa dinámica extensiva propia del sistema que los sustentaba.

Las cifras de suscripción de censos y la evolución de los réditos pagados son bien explícitas de la situación; de confirmarse para otras casas, como de hecho parece que ocurre para las estudiadas por Casey *, habría que someter a revisión la cronología comúnmente aceptada para esa «crisis de la aristocra­cia» y adelantarla a la segunda mitad del siglo xvi, precisamente cuando es­tán surtiendo efecto los cambios políticos aludidos. En el caso de los Pimentel (gráfico 2 y cuadro 3), es notorio que no estamos ante un endeudamiento es­porádico, motivado por necesidades perentorias de liquidez, sino ante una deu­da consolidada permanente y creciente. Y el aumento de la deuda aristocrática es todavía más llamativo si se considera que, partiendo de un índice de 100 en el año 1536 tanto para ingresos como para réditos de censos, el de aquéllos era, en 1572, de 125,3 (un 0,7 por 100 de incremento medio anual, por detrás del de los precios) y el de éstos de 506,1 (es decir, un 11,2 por 100 de incre­mento al año). No es nada extraño, pero muy importante, que a fines del si­glo XVI los réditos de los censos superen a los ingresos.

Por último, en este período se da otro fenómeno significativo ligado al endeudamiento y a su menor capacidad de actuación. Los datos que poseemos apuntan en el sentido de que la debilidad de estos señores, en contraste con el fortalecimiento de alguna de sus villas, garantizó la independencia de éstas e incluso dio lugar a una dependencia financiera del señor con respecto a ellas. El hecho se circunscribe a las más importantes económicamente, pero debió tener una gran trascendencia, porque de ellas se obtenían los ingresos más sa­neados.

El ejemplo más indicativo lo tenemos en Medina de Rioseco. Hacia los años cuarenta del siglo xvi se recrudeció el pleito contra los Almirantes para zafarse de ciertos derechos. Se discutía la obligación de alojar al séquito del señor y el derecho de éste a tomar muías y carretas. Se reivindicaban como bienes de propios algunos impuestos hasta entonces pertenecientes a los Enrí-quez, como la renta de la «cuchar» o la de la «harinería». Y, por último, la villa intentaba eximirse del pago de alcabalas, los ingresos más sustanciosos que sus señores tenían en toda la Tierra de Campos". Los vecinos de Medina

meración sería demasiado prolija, y que entre 1550 y 1700 no importaroii más de 20.900 ducados, ni las dos terceras partes de los ingresos anuales del Estado a principios del xvi. Por eso es evidente que las compras no supusieron un cambio profundo en la estructura de los ingresos y de la renta. El caso no difiere mucho de lo que conocemos para familias de otras regiones. Véase, por ejemplo, R. Mata Olmo (1984).

M . Casey (1981), p. 151. • , i u j A j " Los testimonios son muy numerosos. Véanse, por ejemplo, Libros de Acuerdos,

leg. 17, 2 de agosto de 1540, 28 de agosto de 1543 y 12 de septietnbre de 1544, A(rchivo) HUstórico) M(unicipal) de M(edina) de R(ioseco).

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BARTOLOMÉ YUN CASALILLA

GRÁFICO 2

Capitales de los censos impuestos por los condes de Benavente sobre su patrimonio

Millones de

maravedís

35

30

20

10

u AAos 1530 1550

: = Sobre rentas del mayorazgo

• • S o b r e bienes libres

1800

4^8

ARISTOCRACIA, SEÑORÍO Y CRECIMIENTO ECONÓMICO EN CASTILLA

de Rioseco consiguieron una sentencia favorable de la Chancillería en lo que se refiere a las obligaciones citadas en primer término; después de ordenar negociaciones con sus señores, lograron que se les diera la razón sobre la «cuchar» y «heredades»; y en cuanto a las alcabalas, consiguieron que se pa­saran a un régimen de encabezamiento, siempre más cómodo y susceptible de manejo por parte de la oligarquía mercantil ^. Lo llamativo no son estos lo­gros, que representan auténticas conquistas de los vasallos frente al señor, sino que de dichas negociaciones salió el compromiso de la villa de actuar de fiadora en los censos tomados por los Almirantes, llegando a hipotecar sus rentas de propios ". Evidentemente, se había producido una transacción.

Por lo que se refiere a los Benavente, la cosa no es tan evidente, pero cabe sospechar de un proceso semejante. En todo caso, es sintomático que las con­cesiones que se otorgaron a algunas villas, como Villalón ^, den paso, al cabo de unos años, a un nuevo sistema de imposición de censos en que no se es­pecifica que éstos recaigan sobre el patrimonio señorial, sino que se alude, de forma expresa, a que quien ha de responder ante los acreedores de forma directa son los propios de determinadas villas''.

3. Las manifestaciones de la «crisis de la aristocracia» y sus reacciones

A finales del siglo xvi, los censos habían adquirido una magnitud real­mente peligrosa en relación a los ingresos. Ello coincidía con el momento en que los precios eran más altos, las actividades comerciales y agrícolas se ra-lentizaban (y, en consecuencia, también los ingresos derivados de alcabalas y tercias) y, desde 1600, comenzaba a descender la renta de la tierra. Fue en­tonces cuando empezó a manifestarse lo que antes era una crisis camuflada. Se inició la segunda encrucijada histórica de la aristocracia y una de las épocas clave para explicar los rasgos económicos del Antiguo Régimen en Castilla y el proceso histórico que recorrería hasta su resquebrajamiento.

Es preciso recordar que durante el siglo xvii se va a iniciar una evolución

" Así aparecen desde 1551 (ihidem, 11 de mayo de 1551). El sistema favorecía a los mercaderes que gobernaban la villa. En primer lugar, porque la cantidad a pagar se suje­taba a una negociación bilateral, que podía ser favorable si conseguían mantenerla estable durante varios años o si la subida escalonada iba por detrás de la inflación, y, en segundo lugar, porque la villa organizaba su cobro por un sistema de «igualas» siempre fácilmente manejable según los intereses de los munícipes.

" Después de largas conversaciones y concesiones sobre los temas anteriores, el alcalde mayor, como representante del Almirante, solicita de la villa que comprometa sus propios y busque la imposición sobre ellos de un censo de 20 ó 30.000 ducados (ibidem, 5 de diciembre de 1550).

" Libros de Acuerdos, año 1553, A(rchivo) H{istórico) M(unicipal) de V(illalón). " Informe de Don Sebastián Antonio de Medina..., AHN.

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BARTOLOMÉ YUN CASALILLA

divergente en los distintos países europeos. Ello dependió de muchos factores, pero entre ellos tuvo indudable importancia la menor o mayor capacidad de reacción de la aristocracia de cara a superar la situación, bien mediante su adaptación a un cambio renovador y radical, bien volviendo a fórmulas anti­guas y más o menos periclitadas. Y, como se ha escrito en múltiples ocasiones, la adopción de una u otra fórmula dependió en gran medida de las relaciones que dicha clase mantenía con la Monarquía y su papel en el engranaje político del Estado.

Partamos de la constatación de la crisis para pasar luego al análisis de las soluciones.

En el caso de los condes de Benavente, sabemos que los censos suscritos a partir de 1567 no tienen ya «cabimiento» en las rentas de su patrimonio. Por si fuera poco expresivo el gráfico adjunto, es el mismo conde quien, en misiva dirigida al rey en 1595, confiesa que no puede atender a su obligación de redimir sus deudas:

«respecto de [que por] las necesidades de los tiempos [...] es­taban sus vasallos muy pobres, muy alcanzados, de forma que mu­chos de ellos habían desamparado sus casas y haciendas pues; a cuya causa habían venido las rentas en mucha quiebra y disminu­ción y de lo que de ellas le quedaba para el sustento de su casa no solamente se cobraba mal, pero con ello era forzoso ir entre­teniendo y socorriendo a los vasallos para que de todo junto no se acabaran de perder» ^.

Para los Almirantes, la crisis financiera se puede fechar también por esos años. Según el administrador del Estado de Medina de Rioseco, los ingresos ascendían en 1597 a 7,5 millones de maravedís, mientras que los gastos se situaban en 12,4 ^. La situación debía ser insostenible, ya que en 1597 se inició pleito de acreedores ante la incapacidad de los titulares para afrontar los pagos ^.

Ambas casas, como otras familias de la grandeza castellana, buscaron por todos los medios la forma de salir de su crisis particular. La vía más inmediata era la de aumentar sus ingresos a costa de sus vasallos, haciendo crecer las cargas o habilitando formas más rentables de acceso al producto. Los Enrí-quez endurecieron las negociaciones de encabezamiento de las alcabalas e in­tentaron percibirlas mediante fórmulas más remuneradoras". Los Pimentel

« Ibidem, pp. 319 y 320. " Consejos, leg. 7019, s. i., AHN. " Ibidem, leg. 7187, exp. 79. " De este aspecto nos hemos ocupado ya en B. Yun Gisalilla (1984).

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ARISTOCRACIA, SEÑORÍO Y CRECIMIENTO ECONÓMICO EN CASTILLA

resucitaron posturas drásticas para hacer crecer los «foros» pagados por al­gunas comunidades como Torremormojón o Villagrá. También quisieron co­brar mayores cantidades por alcabala y reclamaron privilegios de explotación de montes y pastos *. Estos intentos, que se iniciaron a finales del xvi, debie­ron tener más o menos éxito según la capacidad de reacción de las distintas villas. El problema con frecuencia residía en que no se las habían con indivi­duos aislados, sino con comunidades enteras y unidas que respondían al uní­sono. El equilibrio nacido en los siglos bajomedievales, ahora desfavorable a los señores, era difícil de romper.

Más importancia tuvo otra línea de actuación, también enmarcable dentro del concepto de «reacción señorial», que consistió en promover el despobla­miento definitivo de lugares con escaso número de vecinos; fue un sistema más efectivo. Los casos de Villalogán y otras aldeas de los condes de Bena-vente son buena muestra *': una vez conseguido el abandono de sus moradores y previa asimilación del dominio eminente a la propiedad plena, las tierras se dedicaban a pastos para el ganado ovino. Este fenómeno, que estuvo facilitado por la despoblación incipiente ocasionada por la crisis demográfica, merece una matización.

Es cierta la afirmación, sólidamente asentada, de que la despoblación de muchos núcleos de señorío se debió a la actuación en este sentido de la aris­tocracia; pero también es evidente que, dada la estructura de la renta señorial, el despoblamiento sólo les debía resultar rentable en aquellas villas que repor­taban escasos ingresos en concepto de tercias y alcabalas, es decir, las de re­ducido tamaño y de dedicación exclusivamente agrícola * Contando también, claro está, con que en ellas se pudiera obtener la propiedad plena de la tierra una vez emigrados los vecinos. Por eso, las acciones del conde de Benavente en lugares como Villalogán son compatibles con declaraciones del estilo de las citadas anteriormente acerca de sus desvelos por evitar la despoblación; como lo son también con las declaraciones que en 1732 hacía un sucesor suyo al explicar que la disminución del número de vasallos se había producido a pesar de sus intentos de evitarla, reduciendo las contribuciones de granos ^.

* Osuna, leg. 3851, exp. 3, AHN. " El 8 de marzo de 1684, el licenciado Marcos Cencexo levantó escritura acreditativa

de que el término de Villalogán había quedado despoblado y «para su excelencia con to­dos sus pastos, término y territorio». Poco después, el 21 de marzo de 1685, se levanta testimonio de la posesión que de dicho lugar despoblado tomó el conde. Ibidem, fols. 45 y 76.

" No es raro ver cómo los condes ayudan a alguna de sus villas más importantes a su­perar los momentos difíciles. En 1678, después de una serie de malas cosechas, la viuda de don Antonio Alfonso de Pimentel, que tampoco atravesaba un momento muy boyante, presta a su villa de Benavente 63.000 reales de vellón para facilitar su abastecimiento. Libros del Pósito, leg. 27, s. f., A(rchivo) H(istórico) M(unicipal) de B(enavente). Casi un siglo después, en 1590, los condes se habían embarcado en un pleito contra la villa de

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BARTOLOMÉ YUN CASALILLA

Y es que la despoblación, de que tanto se ha culpado a los grandes seño­res, sólo les era rentable (y sólo la promocionaron) en determinado tipo de lugares. En otros, que a menudo eran también los que más encarnizada defen­sa podían ofrecer, era preferible una población pujante y cierta solidez de la economía agrícola y el comercio. No tiene nada de extraño, pues, que el proceso de aparición de los despoblados, a causa de la presión señorial, tu­viera especial incidencia en provincias, como Salamanca, donde se partía de pequeñas villas de reducida extensión, cuyo término tenía una más alta ren­tabilidad para pastos y dehesas **.

Las dos vías de superación de la crisis, mediante el aumento de los dere­chos señoriales o mediante el acceso a la propiedad plena, previa destrucción de las comunidades de aldea o la separación del pequeño campesinado con respecto a la tierra, planteaban evidentes dificultades o no se hacían aconse­jables, al menos llevadas a sus últimas consecuencias. Estuvieron presentes y formaron parte de una radicalización entre señores y vasallos de la que tene­mos abundantes noticias *^. Su mayor o menor efectividad debió ser diferente según las zonas y las condiciones económicas, de poblamiento y de régimen jurídico de la propiedad **. Pero todo parece indicar que, en los casos que analizamos, esta «reacción señorial» no supuso un cambio generalizado en la composición de los ingresos de la alta aristocracia y que no fueron la solución definitiva, ni la más efectiva, para sus problemas económicos.

Por eso queremos llamar la atención sobre otra vía de superación de la crisis, no incompatible con la anterior, y que en ciertas casas castellanas debió tener mayor importancia. Se trata del apoyo que la Corona prestó a muchas de ellas para la solución del endeudamiento; apoyo que, en cierto modo, re­vela la estrecha afinidad entre Monarquía y aristocracia y delata la capacidad de ésta para influir en los centros de decisión política durante el siglo xvii. El tema fue apuntado en su día por Domínguez Ortiz y ha sido estudiado

AHMMK. La decadencia de Benavente o ViUalón no interesaba al señor " A. Domínguez Ortiz (1973), p. 348. " E. García Zarza (1978), pp. 52 y 67. « El estudio de la conflictividad antiseñorial durante el siglo xvii está aún por hacer-

sin embargo, los datos no suelen faltar en casi todos los trabajos sobre el período * La idea, máxime si se tiene en cuenta que las dificultades de la aristocracia se re­

montan ya a las últimas décadas del siglo xvi, se presta a varias consideraciones Es po­sible pensar que este aumento de la presión señorial pudiera haber actuado como uno de los factores desencadenantes de la crisis del siglo xvii, es una idea a constatar con mayor exactitud. Sea como fuere, se habrá de tener también muy en cuenta otro tipo de presión a la postre muy similar para los sectores productivos de la sociedad, cual es el fisco esta­tal. También conviene tener en cuenta que ese peso del Estado sobre la masa de «pe­cheros» es, por un lado, una consecuencia del proceso secular de enajenación de rentas reales a favor de la nobleza y los sectores en vías de ennoblecimiento, y se ha de conside­rar también la facilidad de las oligarquías urbanas para desviar la presión fiscal hacia los sectores más indefensos de la sociedad. Véase F. Ruiz Martín (1979), pp. 43 y 44.

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recientemente con inteligencia por Ch. Jago *'. Tiene su arranque en los per­misos para hipotecar las rentas de los mayorazgos, pero, sobre todo, en la baja de los tipos de intereses de los censos y en la concesión de mercedes e ingresos extraordinarios.

Las casas que nos ocupan son un buen ejemplo. Como todos los señores que habían suscrito censos durante los siglos precedentes, éstos se van a be­neficiar de la reducción general de los tipos de interés llevada a cabo en 1607. Dicha medida, al afectar también a los juros, incidió negativamente en los in­gresos; pero, dado que las rentas por este concepto eran menores que las deudas por censos, el balance fue, en general, positivo para la antigua aristocra­cia. Los efectos positivos se pueden cuantificar. Para hacerse una idea puede ser útil considerar que esta medida, por sí sola, supuso para los Pimentel un ahorro aproximado de más de 150.000 reales, es decir, el 24 por 100 del total de los réditos que venían pagando hasta entonces *.

El favor del rey tuvo también un carácter particularizado que alcanzó a casi todos los Grandes uno por uno. La ayuda prestada a los Almirantes es similar a la de otras casas. Consistió primero en la administración de sus Estados por funcionarios reales, a partir de 1610 "*. Esto, más que un favor, era también un «correctivo», ya que de los ingresos totales sólo una parte se asignaba al titular, mientras el resto de los beneficios servían para pagar a los acreedores. Pero las concesiones especiales de parte de los fondos que obtu­vieron son la prueba de que contaban con medios para seguir manteniendo su tren de vida, muchas veces a costa de sus acreedores *. De cualquier forma, el caso de los Enríquez es suficientemente conocido, gracias a Domínguez Or-tiz, como para relatarlo aquí de nuevo".

" Ch. Jago (1973); puede ser útil también H. Kamen (1981). Por su parte, J. Casey (1981), pp. 147-176, ha recordado que dicho apoyo de la Monarquía a la nobleza es simi­lar al de otros ámbitos mediterráneos como el siciliano; para el caso catalán contamos, aparte de con el estudio concreto de E. Serra i Puig (1975), con la visión que en su día dio J. H. EUiott (1967). El tema había sido tratado ya antes de forma general por A. Do­mínguez Ortiz (1964), pp. 229 y ss.

* Hueva Recopilación, libro V, título XV, ley 12. En dicha normativa se reduce el tipo de interés de todos los censos al quitar a 20.(X)0 el millar, es decir, el 5 por 100; pero, además, en 1621 se añade que dicha ley «se extiende a los que hasta entonces esta­ban fundados a menores precios y que, desde el día de la promulgación de ésta, para los réditos, que adelante corrieren queda hecha reducción y baja de la renta de todos a dicha razón de veinte mil el millar lo que montare el principal de cada uno, y a este res­pecto se cuenten y paguen adelante y no a más». Ibidem. ley 13.

" Consejos, legs. 7024 y 7187, s. f., AHN. " El Almirante obtuvo, entre 1633 y 1675, 243.054 ducados en concepto de ayuda de

Corte y aparte de su asignación normal; dicha cifra suponía el valor de, por lo menos, siete ejercicios anuales. LA petición se fundamentaba en los efectos negativos que la re­vuelta de Mesina estaba provocando en sus Estados de Módica; a ello se añadió que se necesitaba dinero para traslados, matrimonio de hijos e incluso cierta cantidad «para com­poner sus celdas» a las hijas que profesaron en convento. Consejos, leg. 7187, s. f., AHN.

" A. Domínguez Ortiz (1964), pp. 237-239.

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BARTOLOMÉ YUN CASALILLA

Todavía más importantes son las «atenciones» de la Qjrona para con los condes de Benavente. También sus Estados estuvieron regentados por funcio­narios reales " , e incluso, a instancias de sus acreedores, se llegaron a «secues­trar» y se gestionaron por los ministros del Consejo de Hacienda entre 1624 y 1650 ^. Como decimos, estas medidas pueden ser interpretadas de forma ambigua, pero hay otras que no lo son en absoluto. Así, por ejemplo, en 1613 consiguieron una orden de Felipe III por la que se les permite bajar los tipos de interés de los censos que pesan sobre el mayorazgo desde el 7 y 5 por 100 (la mayoría de ellos debían estar ya en esta última cifra, según el decreto de 1607) al 4,5 por 100; esto suponía —si no nos fallan los cálculos ^— una reducción global de 50.000 reales al año, el 10 por 100 de lo que se pagaba por esas fechas. No obstante, para evitar que los beneficios en esta operación sirvieran para seguir alimentando el derroche, se estipuló que la diferencia se dedicaría a ir redimiendo los capitales hasta liberar el mayorazgo de estas car­gas ^. Los mayores éxitos los lograron, sin embargo, en 1650. En ese año, el titular, don Juan Francisco Alfonso de Pimentel, consiguió que se le devol­viera de nuevo la administración. Las condiciones para ello se estipularon como contrato privado entre el conde y sus acreedores en la «Concordia» fir­mada en Valladolid el 22 de enero de dicho año. Se explica por las prisas de éstos por cobrar los atrasos derivados de la guerra con Portugal, que había mermado las rentas de Extremadura, Sanabria y Benavente. Aprovechándose de ello, don Juan Francisco consiguió el apoyo de los censualistas para solici­tar que la administración de sus Estados volviera a su persona. El contraía algunos compromisos a cambio de dicho apoyo: aportaría anualmente una can­tidad fija para el pago de «situados» (21.939 reales, parte en metálico y parte en trigo y cebada) y reconocía de nuevo todos los censos impuestos sobre ren­tas del mayorazgo con facultad real suscritos antes de 1566 y todos los que gravaban a bienes libres que se hubieran tomado antes de 1551; con estos censualistas, y sólo con éstos, se comprometía a pagar atrasos y a habilitar un sistema para garantizar los pagos futuros *, obligándose incluso a ceder una parte del dinero que se asignaba a su persona " . Sin embargo, en la última cláusula de la «Concordia» se precisaba que, aparte de esas obligaciones, no

" Informe de Don Sebastián Antonio de Medina..., pp. 309 y ss., AHN. " Osuna, leg. 441, exp. 5, AHN. " Para ser más precisos se habrían de considerar las cantidades redimidas por los ad­

ministradores reales desde 1593, fecha en que se le impuso la obligación de redimir cen­sos por valor de 4.000 ducados al año; nos consta que dicho compromiso no se cumplió, pero desconocemos en qué medida.

" Cámara de Castilla, libro 316, fol. 221, A(rchivo) G(eneral) de S(imancas). " Protocolos, libro 1786, fols. 4-9, A(rchivo) H(istórico) P(rovincial) y U(niversitario)

de V(aUadolid). " Esta última condición se recoge con frecuencia en documentos posteriores. Así, Osu­

na, leg. 441, exp. 5, AHN, donde, además, se especifica que en dicha administración con­tinuaron sus sucesores hasta 1740.

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ARISTOCRACIA, SEÑORÍO Y CRECIMIENTO ECONÓMICO EN CASTILLA

estaba obligado a reconocer ninguna otra: no se le podía forzar a pagar al resto de sus acreedores —cuyos derechos él discutía por la situación de falta de «cabimiento» en que se habían suscrito los préstamos y por carecer para algunos de permiso real— ni se le desposeería de la administración de sus Estados mientras cumpliese los compromisos antes citados.

Este acuerdo no hubiera tenido más validez que la de un simple contrato privado de no haber sido ratificado por el rey. Pero una vez que, por Real Provisión de 30 de junio de 1651, el monarca la aprobó, dicha «Concordia» se convirtió en un arma de indudable valor para los titulares de la casa. A partir de ahora, los titulares de censos suscritos después de esta fecha con­tra los condes (en total ascendían a 363.608,6 reales de réditos anuales, es decir, el 53,3 por 100 de todos los réditos generados entre 1531 y 1615) quedaban totalmente inermes: el retraso en los pagos, e incluso su suspensión, eran recursos muy fáciles y prácticamente inocuos para dichos señores " . Sin embargo, los más perjudicados fueron los titulares de censos contra los bienes libres, incluso los comprendidos en fechas anteriores a 1551; ello porque los condes dieron en considerarlos nulos, alegando que todas las posesiones de la casa habían formado siempre parte del mayorazgo y que tales bienes libres eran una ficción jurídica " .

Sin embargo, ninguna de estas casas había conseguido salir del todo de dificultades a comienzos del siglo xviii. En 1703, el último titular de los En-rfquez había añadido a sus deudas las de sus esposas y, a pesar de las que había conseguido levantar", todavía debía 275.658 ducados". En 1710, los Pimentel seguían desembolsando más de 23.000 ducados (el 66,8 por 100 de sus ingresos líquidos anuales) en pago de réditos de censos (véase gráfico 2) * ; en 1762, fecha posterior a nuevas reducciones del tipo de interés de los cen­sos " y a su enlace con la casa de Gandía, había vuelto a pedir licencia para imponer 200.000 ducados de principal a un 2,5 por 100 de interés sobre los

" Merece la pena, a pesar de su extensión, una transcripción de la citada cláusula; decía que, una vez satisfecho el pago de los censualistas comprendidos en la «G)ncordia», «no se le ha de poder quitar a dicha administración... ni se le ha de poder obligar a pa­gar más cantidad de la contenida y declarada en esta escriptura a ningún otro acreedor por cualquier título que sea y le pertenezca el derecho y acción de pedirlo o le sobrevenga o no después de este contrato, por quanto ha de quedar por cuenta de su ex* por si y como administrador de dicho estado el pagar otra cosa ninguna de nuevas cargas y obli­gaciones que se le acrediten, ni de las antiguas, sino es la que, como está referido, debe pagar». Ibidem, fol. 6.

" Osuna, leg. 3907, s. f., AHN. " Según un escrito del titular de la casa en 1651, desde 1610, en que se le desposeyó

de la percepción de las rentas, se habían pagado más de 300 millones de maravedís, de los 370 en que estaba endeudado. Consejos, leg. 7204, exp. 79, AHN.

" Ibidem, leg. 7019. " Osuna, leg. 3911, s. f., AHN. " Novísima Recopilación, libro X, título XV, leg. 6. Se reducen del 5 al 3 por 100

de interés.

46^

BARTOLOMÉ YUN CASALItLA

Estados de Gandía y Oliva, y confesaba que 55.000 eran para pagar a sus acreedores personales, a quienes asignaba todos los años 200.000 reales, mien­tras que el resto se dedicaría a redimir «zensos de los antiguos que oy se pagan al tres por ciento» **.

Todas estas medidas sirvieron para superar (o posponer al menos) la lla­mada «crisis de la aristocracia» hasta la crisis definitiva del sistema político y social del Antiguo Régimen. En el trasfondo, y como explicación última de la capacidad de maniobra mostrada por los señores castellanos, no estaba tanto el ejercicio directo de la presión sobre los vasallos cuanto la obtención de apoyo por parte del monarca. Es lo que bien podríamos bautizar aquí como la vía «político-financiera» de superación de la crisis. Financiera, porque atacó el problema por el lado de la deuda señorial, y política, porque fue su in­fluencia en la Corte, en el ejercicio del poder a través de los canales del Es­tado, lo que constituyó su pilar decisivo. Para lograr tal influencia, los señores habían conseguido, como muy bien ha escrito Tomás y Valiente, que, «des­pués de un proceso de transformación sociopolítica» que arranca del siglo xv, se uniera a su condición de clase dominante la de ser «una parte destacada de la clase dirigente» *". Esta capacidad de influir en la G>rte se reforzó du­rante el siglo XVII a medida que fue creciendo la necesidad que la Corona tenía de los grandes señores en el ejército y en otras esferas de gobierno; esa necesidad conllevaba la prestación de servicios a veces costosos, pero también la consecución de favores que podían establecerse en cantidades en metálico o revertir en forma de mercedes de cualquier tipo, cuyo estudio pormenori­zado no realizamos aquí, pero que fueron el complemento de las ayudas que la Corona les prestó en el terreno financiero "*. Así, aunque algunos gobernan­tes intentaron poner freno a esta situación, es evidente que desde finales del reinado de Felipe II la aristocracia inició una ofensiva política en la Corte que, al tiempo que una adaptación a la centralización del poder absoluto, era el medio más eficaz para solucionar los problemas planteados por la crisis del feudalismo medieval.

4. A modo de conclusión: algunas reflexiones sobre la transición y el desarrollo económico

Este proceso tiene una trascendencia histórica que constituye la empresa de estudios f uuros y que es difícil de evaluar aún. Dicha forma de superar la crisis es decisiva para la justa comprensión del siglo xvii castellano, así como para la permanencia de las estructuras señoriales.

" Osuna, leg. 3911, s.f., AHN. " F. Tomás y Valiente (1982), p. 56. " I. A. A. Thompson (1981), pp. 181-197, y A. Domínguez Ortiz (1984), pp. 99-129.

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ARISTOCRACIA, SEÑORÍO V CRECIMIENTO ECONÓMICO EN CASTILLA

Desde el punto de vista de las relaciones nobleza-Monarquía, ya se ha sub­rayado que se creaba una dependencia mutua*', no reñida, por otra parte, con ciertas veleidades en defensa de sus intereses presentes en algunos levan­tamientos de mediados de siglo *'. Quizá fuera fructífero plantearse el fenó­meno del valimiento y las luchas cortesanas entre facciones a la luz de esta particular relación y en el contexto de una crisis financiera que incitaba a los distintos bandos al control de un poder no ya simplemente útil, sino vittü para ellos **.

Pero, sobre todo, nos interesa plantear aquí algunas hipótesis de trabajo en tomo a las repercusiones que este modo de superar la crisis tuvo en la transición y el desarrollo económico, dos aspectos no identificables pero de evidentes interconexiones.

Es claro que la aristocracia castellana no precisó de un cambio radical en las formas de obtención del producto para esquivar las dificultades financie­ras. En concreto, no les fue imprescindible el acceso generalizado a la propie­dad plena de la tierra por la vía de la destrucción de las comunidades campe­sinas. Aparte de tener otra vía, éste era un expediente rentable en pocos ca­sos, posible en menos y costoso en pleitos en todos. Sea como fuere, es difícil que cualquier casa, por ejemplo, los condes de Benavente, pudiera lograr un beneficio neto de 50.000 reales al año, como el obtenido cuando el rey redujo al 4,5 por 100 el interés de sus censos ™.

En consecuencia, las medidas encaminadas a aumentar los ingresos se si­guieron orientando con preferencia hacia el perfeccionamiento de los canales impositivos (es decir, hacía la mejora en la recaudación de tercias y alcabalas) y en ningún modo hacia un aumento de la productividad que activara el de­sarrollo agrario.

Estíi última vía chocaba, además, con dificultades. Así, la introducción de mejoras que lo hicieran posible era inviable para los señores en las tierras ce­didas a «foro» a las comunidades, las mejor situadas y que conformaban una unidad, con las ventajas que ello suponía. Otras, las que mantenían en pro­piedad plena, solían estar dispersas en un sinfín de parcelas, con lo que lo más positivo era darlas en arrendamiento de forma fragmentada. Cuando no era así, componían grandes extensiones de monte o dehesas, cuyo uso más renta­ble durante el siglo xvii era el del aprovechamiento extensivo para pastos,

" a . Jago (1983). " A. Domínguez Ortiz (1973). " Algunas insinuaciones, pero no un desarrollo del tema, en J. Cascy (1981). " Piénsese que la dehesa de Arroyo del Horno, cuya adquisición había costado a los

condes años atrás 10.000 ducados (110.294 reales), se arrendaba en 1567 por 1.470 reales, es decir, el 2 por 100 de su valor (Informe de Don Sebastián Antonio de Medina..., P- 293, AHN). Si esto ocurría en la segunda mitad del siglo xvi, (¡cuántas dehesas de este tipo se habían de tener y por qué precio, aunque fuera por la fuerza, para llegar con una renta mucho más baja a cantidades como la citada en el texto?

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BARTOLOMÉ YUN CASALILLA

bien para la propia cabana lanar, bien para ciarlos en arrendamiento". A ello ayudaba la existencia de vías tradicionales de comercialización de la lana cas­tellana.

Por todo ello, era poco factible la existencia de grandes explotaciones se­ñoriales en régimen de cultivo directo que pudiera generar reinversiones pro­ductivas suficientes para favorecer una mejora en las estructuras agrícolas en general. A ello contribuyó, durante buena parte del xvii, lo elevado de los sa­larios agrícolas y las dificultades de comercialización de unos excedentes en especie que, de otro lado, ya estaban garantizados por el cobro de las tercias reales enajenadas. Además, esta forma de gestión de los bienes raíces era có­moda y segura, y, si se considera que los ingresos derivados de la tierra venían a redondear un conjunto más voluminoso procedente de las rentas enajenadas, se comprenderá que también era el sistema más acorde con la infraestructura organizativa del señorío, recaudatoria y rentista por naturaleza.

El resultado fue que una clase social que controlaba gran parte del pro­ducto agrario se encontraba incentivada en pequeña medida, y en algunos as­pectos imposibilitada, para llevar a cabo una reinversión en mejoras dentro del sector. Aunque el interés por la tierra y el fomento de la riqueza estuvo presente en algunos nobles castellanos del siglo xviii, existían graves inconve­nientes para el desarrollo agrario y, por ende, para el crecimiento económico.

Es incuestionable que las mejoras agrícolas no dependían sólo de las de­cisiones de la aristocracia. Su actitud al respecto, más que imposibilitar, difi­cultaba y retrasaba un aumento de la productividad. Ahora bien, decir que por parte de los señores no se generaron las condiciones para una transformación agraria que impulsara el crecimiento económico no equivale a afirmar que no se estuviera gestando la transición. Por el contrario, esta estructura de la ren­ta condicionó profundamente las características de este proceso e influyó de­cisivamente en la crisis del Antiguo Régimen.

En efecto, desde el momento en que no se favorecía una mejora en las estructuras agrarias, se estaban acentuando algunas de las contradicciones que serían básicas y decisivas a finales del siglo xviii y que, implícita o explícita­mente, estuvieron presentes en los escritos de los ilustrados. Tales eran, por ejemplo, la existente entre recursos que decrecen en términos marginales y el aumento de la población, o la que se daba entre los intereses de una burguesía de asentamiento preferentemente periférico y la carencia de un mercado inte­rior mínimamente desarrollado...''. Pero, sobre todo, la estructura de los ingresos señoriales tenía unos efectos negativos en el plano fiscal. Era la ga-

" Del hecho tenemos referencias bien conocidas en G. Anes Alvarez (1970), pp. 117 y 118. Hay también algún estudio concreto próximo al ámbito que estudiamos, como el de J. Alvarez Vázquez (1984).

" J. Fontana (1973).

469

ARISTOCRACIA, SEÑORÍO Y CRECIMIENTO ECONÓMICO EN CASTILLA

rantía del apoyo aristocrático al sistema político que sustentaba el absolutis­mo, pero acarreaba también importantes problemas. Ello porque, con inde­pendencia de la presión fiscal real, el problema hacendístico estaría siempre presente y progresivamente agravado, debido a que una parte voluminosa de la masa fiscal no iba a parar a las arcas reales, sino a particulares. Dada esa alianza, los intentos de la Corona de rescatar las rentas enajenadas quedaron siempre en procesos frustrados y no surgieron de forma más o menos decidida hasta el período de reformismo borbónico. Por ello, los ingresos de la Ha­cienda tendieron a crecer durante la Edad Moderna, y en particular durante el siglo XVII, por la creación de nuevas cargas fiscales. Así, indirectamente, el régimen señorial se convertía en un mecanismo de empobrecimiento de la población pechera y productora, que no sólo no ayudaba, sino que dificultaba el desarrollo de las actividades productivas. Es más, durante el siglo xviii, en la medida en que persistieron las rentas enajenadas y las exenciones fisca­les, se acentuó la debilidad hacendística de un Estado cada vez más necesitado de fondos para ejercer las funciones que en el plano nacional e internacional se había ido arrogando". Todo ello, junto con otros problemas que surgen del conjunto social de fines del xviii, terminará por dar al traste con las es­tructuras económicas y sociales del Antiguo Régimen.

Cuando esto fuera así, la amenaza no sólo afectaría a la Monarquía, sino también a la aristocracia que vivía de ella. Será entonces cuando esta clase comience la batalla que no había librado más que tímidamente durante la cri­sis del XVII: la de la búsqueda de un cambio radical en las formas de obten­ción del producto. Dicha batalla, que se dio ya en un marco legal nuevo, se materializó en la lucha por la tierra (manifiesta en el intento de acceder a la propiedad plena de los terrenos cedidos a foro o de simple señorío'*) y en la pretensión de hacer valer las rentas enajenadas " para la adquisición de bienes desamortizados. Al fin y al cabo, era la única manera de sustituir unos dere­chos que periclitaban con el armazón fiscal e institucional del Antiguo Régi­men por lo único válido a partir de ese momento: la propiedad absoluta de los medios de producción.

Para que se produjera este cambio en la actitud de la aristocracia fue in­dispensable que otras fuerzas sociales ayudaran al resquebrajamiento de un sistema que era ya inviable. Pero la evolución de los siglos xviii y xix iJrefe-rimos dejarla para otra ocasión.

" J. Fontana (1974). '* Para el caso andaluz, véase A. M. Berna! (1979), y para el castellano, R. Roble­

do (1984). " R. Robledo (1982).

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BARTOLOMÉ YUN CASALILLA

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LAS PRIORIDADES DE UN MONARCA ILUSTRADO: EL GASTO PUBLICO BAJO EL REINADO DE CARLOS III

JACQUES A. BARBIER y HERBERT S. KLEIN * Universidad de Ottawa (Guiada) y Columbia University (USA)

Carlos III ha gozado tradicionalmente de gran estima entre los historiado­res. Richard Herr expresaba el sentir de la mayoría de éstos cuando le des­cribió como el rey que «... hizo por España más que ningún otro monarca desde la reina Isabel la Católica», y al afirmar que «entre los déspotas ilus­trados de su época, no hubo otro que alcanzara mayor éxito»'. Su fama se extiende incluso a las finanzas públicas, ruina de muchas regias reputaciones . Sin embargo, tan favorable interpretación debiera motivar cierta inquietud, particularmente en lo que concierne a los asuntos fiscales. Ciertos trabajos recientes se han mostrado más escépticos con respecto a su reputación en ge­neral, y cabe la posibilidad de que dicha estima se deba más a los conocidos objetivos modernizadores de este reinado que a sus realizaciones'.

Pues bien, ¿cuáles fueron las metas del gobierno de Carlos III? A pesar de que ciertas medidas no exigen gastos, se considera casi siempre que el pre­supuesto de un Gobierno moderno es un indicador primordial de sus objeti­vos. Lo mismo podría aplicarse a la España del Antiguo Régimen. En este caso, sin embargo, nadie ha intentado una valoración presupuestaria adecua­da. Por el contrario, no obstante su opinión paradójicamente favorable sobre la cuestión, los historiadores no tienen una idea clara sobre las reales finanzas del reinado de Carlos III .

Puede que esta pesimista consideración sobre el estado de conocimiento de esta cuestión parezca exagerada. El especialista señalará de inmediato a la obra del siglo xix que, en varios volúmenes, escribió José de Canga Arguelles, un autor con seguridad bien informado, habiendo trabajado en el Ministerio

* Los datos para este artículo fueron reunidos por el profesor Barbier con fondos de investigación del Canadá Council y del Socid Sciences and Humanities Research Council of Canadá. El trabajo de análisis y elaboración se realizó con una beca (International Collaborative Research Grant) de esta segunda institución.

' Richard Herr (1958), p. 235. ' Para un ejemplo de dicha opinión, véase Herr (1958), p. 380. ' Este escepticismo en aumento puede verificarse fácilmente. Véanse, por ejemplo,

David Ringrose (1973) y Barbara H. y Stanley J. Stein (1973).

¡ievista de Historia Económica A7 7 Año m. N,° 3 - 1985 ^'-'

JACQUES A. BARBIER Y HERBERT S. KLEIN

de Hacienda y la Tesorería General durante los últimos años del Antiguo Régimen *. Dicha obra es, no obstante, una defectuosa herramienta de valora­ción, ya que no proporciona sistemáticamente los datos ordenados en serie que exige una relación cuantitativa, si ha de ser significativa. Además, su in­suficiente aclaración de las prácticas de contabilidad de la época supone una difícil interpretación de la información que ofrece. Por lo que respecta a las obras de historiadores actuales sobre la Hacienda, nadie ha hecho para el reinado de Carlos HI lo que Josep Fontana ha realizado para el de Fernan­do VH; también hay que mencionar el estudio de J. P. Merino para el reina­do de Carlos I V ' . El resultado es que nuestras opiniones carecen de fun­damento sólido. Didier Ozanam describió la situación, con toda la ecuani­midad posible, no hace mucho tiempo; aunque ésta algo ha cambiado recien­temente:

«Or nous savons assez peu de choses sur les finances publiques de l'État espagnol du xviii ' siécle. Les rares chiffres du budget que nous possédons sont [...] tires de Canga Arguelles ou de quelques économistes contemporaines (Ustáriz par example). Nous n'avons pas davantage une idee precise du systéme fiscal espa­gnol, depuis les reformes d'Orry au debut du régne de Philippe V: les exposés historiques généraux, ceux de Desdevises du Dézert, de Mounier ou de Vicens Vives, par example, son passablement confus et toujours puisés au mémes traites. Non que ceux-ci, du á de bons spécialistes soient dépovours de valeur: mais ils restent á la fois incomplets et d'un maniement difficile, ce qui ne leur permet pas de repondré parfaitement aux exigences de notre mo-derne curiosité» *.

Una respuesta adecuada a la curiosidad de nuestros días está, sin duda, fuera del alcance de un examen tan breve como el que sigue. Pero es tal la complejidad de las finanzas del Antiguo Régimen que dilucidarla ha de ser fruto de una indagación sistemática, de la cual éste sería un análisis parcial y preliminar, que acompaña a otros ya realizados en los últimos años',

Este artículo está dedicado a la aclaración de una sola de las característi­cas de la política fiscal: la pauta seguida por el gasto desde 1760 hasta 1788. El análisis de dicho gasto proporciona un índice razonable de las intenciones

' José de Canga ArgüeUes (1826-27). ' Josep Fontana Lázaro (1973 y 1974). El autor trata brevemente el siglo xvín en

las pp. 13-42, pero sólo en lo relativo a las rentas públicas y a su recaudación. J. P. Me­rino (1981).

' Didier Ozanam (1966), p. 206. ' Pueden citarse, como ejemplo, M. Artola (1982), Jacques A. Barbier y Herbert S.

Klein (1981), J. Cuenca (1981) y las comunicaciones recogidas en Artola y Bilbao (1984).

474

LAS PRIORIDADES DE UN MONARCA ILUSTRADO

y los fines de la Corona, reflejados en la distribución de fondos entre las di­versas áreas de la vida nacional. Además, dadas las prioridades así reveladas, el nivel general de fondos puestos a disposición de la acción estatal debe su­ministrar un cierto sentido de lo factible, una cierta comprensión del grado en que las restricciones financieras permitían una acción efectiva, en cuanto a los planes de cambio y desarrollo del reformador.

I

Este análisis del gasto del Gobierno español se fundamenta en la contabili­dad de la Tesorería General, una institución en gran medida responsable de los desembolsos que cubrían las operaciones europeas de la Corona. Dicha contabilidad contiene la de la Tesorería Mayor de Madrid, así como las de diversas tesorerías regionales. Incluye también los gastos realizados en nom­bre del tesorero general por parte de toda una multitud de entidades de re­caudación de rentas públicas. Pero no abarca la totalidad de estos casos. Entre otras excepciones, existía una Pagaduría de Juros independiente para ciertas porciones de la deuda pública, una Marina y una Casa Real administradas con criterios algo especiales, y corporaciones de la Corona semiautónomas. Pero, incluso en estos casos, los fondos tendían a pasar por la Tesorería General de camino a su destino final. No obstante las exclusiones, una mayoría abruma­dora de los gastos corrientes están registrados en la documentación antes ci­tada. Dicha contabilidad proporciona un vehículo aceptable para la reconstruc­ción de los gastos públicos en la España de fines del siglo xviii *.

Los legajos de las cuentas manuscritas del cajero principal de la Tesorería Mayor van acompañados de un «líbrete», que ofrece un útil resumen de los débitos («data») del año. En estos «libretes», los débitos están clasificados según los diversos «ramos» —las categorías de gasto ordenadas por la ins­trucción impresa de 1753, con mínimas alteraciones—. Además, cada uno de los ramos está a su vez dividido, enumerando en cada caso la suma gastada por las diferentes secciones del Tesoro y, sobre todo, por otros organismos'.

Sea cual fuere su utilidad, hay que manejar estos «libretes» con precau-

' Para la ordenación con arreglo a la cual enumeraba y declaraba la Tesorería General prácticamente todo tipo de gastos, véase Instrucción para los thesoreros de exército, y provincia, y depositarios y pagadores cuyas cuentas están mandadas comprehender en la del thesorero general, y sobre la forma, y modo en que deben presentarlas (Madrid, 1753), del cual se conserva un ejemplar en Archivo General de Indias, Arribadas, leg. 524. En el texto se hace referencia a dicha ordenación como Instrucciones de 1753.

' Las tesorerías incluidas son: la Tesorería Mayor (Madrid); la Depositaría de Indias (Cádiz, en dos respectos: Indias y Rentas); los Tesoreros de Ejército de Andalucía, Ara­gón, Castilla, Cataluña, Extremadura, Galicia, Mallorca y Valencia, y las Pagadurías de Oran, Ceuta y los Tres Presidios Menores (Málaga).

475

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ción. No todos los débitos representan gastos en sentido estricto. En el aná­lisis que sigue se han excluido todas las transferencias de fondos de una parte de la Tesorería General a otra, para evitar contabilizarlas por duplicado. En efecto, era práctica española registrar semejantes sumas como débitos de la oficina que las transfería y volver a registrarlas cuando la oficina receptora, a su vez, las desembolsaba. De modo similar, las sumas registradas como saldo remanente para el año siguiente han sido eliminadas por no representar ni adquisición de bienes y servicios ni pagos de obligaciones.

Estas senciUas precauciones tienen la finalidad de garantizar que los datos de base no contengan elementos extraños. Pero el análisis exige un paso más, pues los 37 ramos de débito son excesivamente numerosos como para per­mitir un examen cómodo. Con este fin, han sido integrados en ocho grupos de gasto, conforme a su carácter individual. Son éstos: Casa Real, Adminis­tración Peninsular, Servicio Exterior, Ejército, Marina, Extraordinario, Débi­tos Excluidos y Deudas y Atrasos. En el apéndice 1 se ofrece una enumera­ción de los diversos grupos y los ramos que los componen, junto a una ex­plicación de las secciones menos claras.

Por último, España experimentó a fines del siglo xviii otro de sus perió­dicos brotes de inflación. El impacto de este fenómeno habría sido el de im­pulsar hacia arriba el gasto en términos corrientes, aun dándose niveles está­ticos en los servicios. Para extirpar dicho factor se ha utilizado uno de los trabajos clásicos de Hamilton sobre la historia de los precios, para obtener los gastos deflactados '".

Una vez realizadas estas operaciones, existe una base firme para el examen del gasto público bajo Carlos III . Sólo se tratan los gastos, claro está. A pesar de lo cual, y dentro de sus límites, este ejercicio ofrece un panorama más nítido de las prioridades de su reinado que el conocido hasta ahora.

I I

El rasgo más sobresaliente que revela el análisis del gasto total en térmi­nos constantes es que hubo una extraordinaria estabilidad en el gasto guber­namental desde 1760 a 1788. En efecto, las únicas desviaciones dentro de este cuadro relativamente estático ocurrieron al inicio y al fin del reinado; los años 1760-1763 y 1780-1783 muestran, en ambos casos, niveles de gasto muy superiores a la tendencia general. La primera de estas breves elevaciones se debió, evidentemente, al desembolso de los fondos acumulados en el reinado anterior, dado que había la considerable suma de 270 millones de reales de vellón acumulados por Fernando VI, y fue parcialmente producto de las ne-

'° Véase cuadro 1, nota a, para el modo en que se deflactó.

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LAS PRIORIDADES DE UN MONARCA ILUSTRADO

cesidades originadas por la renovación del Pacto de Familia y la breve parti­cipación de España en la Guerra de los Siete Años. El segundo fue el período de participación española en la Guerra de Independencia norteamericana, un conflicto que obligó al régimen a aceptar niveles de gasto peligrosamente elevados. Después de cada uno de estos puntos máximos de gasto, los débitos volvieron a dimensiones más normales: una tendencia descendente, irregular pero prolongada, tras el Tratado de París (1763), vio la caída del gasto total en términos reales, hasta su punto más bajo en 1774; inmediatamente después del Tratado de Versalles (1783), se realizaron denodados esfuerzos que devol­vieron los gastos al nivel de la tendencia general que habían tenido antes de la guerra (véase gráfico 1).

Dos hechos se destacan. En términos de poder adquisitivo, la afortunada intervención de España en la Guerra de Independencia norteamericana costó un tercio más al año de lo que se estaba gastando en el primer quinquenio del reinado, que, a su vez, se había caracterizado por fuertes gastos iniciales de la Corte, envíos de sumas considerables a Ñapóles y la desastrosa partici­pación en la Guerra de los Siete Años. Teniendo en consideración el extraor­dinario nivel de actividad militar del país (con las operaciones de Menorca y Gibraltar, el despliegue naval en el Atlántico, las campañas de Florida y las Bahamas y la expedición Guarico), puede que este dato parezca moderado. Pero aun si se adoptara semejante punto de vista, lo que no puede parecer «moderado» es el aumento en términos monetarios, que supuso casi dos ter­cios ". En efecto, mientras la Corona tenía que adquirir mercancías y servi­cios en un mercado relativamente abierto, sin protección —salvo en lo rela­tivo a aspectos tales como los salarios— contra las presiones inflacionarias, sus ingresos provenían de impuestos que eran escasamente sensibles a seme­jantes factores.

En segundo lugar, como ya se ha señalado, en los años posteriores a 1783 el gasto descendió. El expendio real se redujo a un valor medio ajustado de 534.738.000 reales de vellón —un 7,0 por 100 superior al de 1760-1764 y sólo un 5,3 por 100 superior al de 1775-1779—. Este hecho nos permite llegar a una serie de conclusiones. Queda claro que la guerra no produjo un aumento permanente significativo en los gastos de la Hacienda en términos reales. Por el contrario, los desembolsos del gobierno no se elevaron mucho en términos ajustados con el índice de precios. Pero, sin embargo, la cantidad de efectivo que se necesitó se incrementó ligeramente por encima de una quinta parte con relación a los niveles anteriores a la guerra, y algo por deba­jo de dos quintos en relación con los primeros años del reinado ". Como ya

" El aumento es del 63,3 por 100. " Los aumentos son del 21,8 por 100, en comparación con 1775-1779, y del 38,5

por 100, en comparación con 1760-1764.

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JACQUES A. BARBIER Y HERBERT S. KLEIN

CUADRO 1

Débitos de la Tesorería General (En miles de reales de vellón)

Años

1760 1761 1762 1763 1764 1765 1766 1767 1768 1769 1770 1771 1772 1773 1774

Total b

.. 438.087 ... 432.775 .. 507.607 ... 424.358 .. 430.282 .. 510.907 ,.. 468.137 .. 491.022 ,.. 480.405 .. 435.970 .. 474.808 .. 445.888 .. 430.987 .. 416.163 .. 416.911

Deflac-tado»

509.997 520.788 593.692 454.345 434.190 481.988 448.407 492.006 480.885 439.043 484.993 449.031 435.781 429.034 418.585

Años Total b

1775 468.894 1776 514.817 1777 501.800 1778 537.972 1779 516.186 1780 799.367 1781 694.579 1782 757.440 1783 666.306 1784 609.508 1785 636.070 1786 557.447 1787 641.169 1788 647.934

Deflac-tado '

477.976 523.720 504.322 530.544 502.126 755.545 628.578 674.479 613.541 544.690 551.665 476.450 552.256 548.632

FUENTE: Véase apéndice 2.

NOTAS:

* Se ha deflactado empleando los números índice para Madrid proporcionados por Earl J. HAMILTON en War and Prices in Spain, 1651-1800 (Cambridge, Mass., 1947), p. 155. Estos son los siguientes:

1760 .. 1761 .. 1762 .. 1763 .. 1764 .. 1765 .. 1766 .. 1767 .. 1768 .. 1769 ..

85,9 83,1 85,5 93,4 99,1

. 106,0

. 104,4 99,8 99,9

. 99,3

1770 .. 1771 .. 1772 .. 1773 .. 1774 .. 1775 .. 1776 .. 1777 .. 1778 .. 1779 ..

97,9 99,3 98,9 97.0 99,6 98,1

. 98,3 99,5

. 101,4

. 102,8

1780 1781 1782 1783 1784 1785 1786 1787 1788

.. 105,8

.. 110,5

.. 112,3

.. 108,6

.. 111,9

.. 115,3

.. 117,0

.. 116,1

.. 118,1

b En 1765-1769 se cargaron unos 270 millones de reales de vellón procedentes de ios ahorros del llamado Red Depósito. Dicha suma se colocó allí en 1761-1764, iniciándose con una transferencia de 200 millones de reales de vellón sacados de la Depositaría de Indias como Extraordinario de Hacienda en 1761. Así, pues, parece que el dinero se cargó dos veces a cuenta. Para rectificar esta situación, las sumas enumeradas bajo Ex­traordinario de Hacienda, para 1761-1764, han sido reducidas en 270 millones de reales de vellón y se ha insertado la media para los cuatro años en lugar de las cantidades anuales.

478

LAS PRIORIDADES DE UN MONARCA ILUSTRADO

GRÁFICO 1

Gastos totales ajustados íDesviaciones con respecto a una tendencia logarítmica)

• 20

•loH

o

- 1 0 H

-20

FUENTE: Véase cuadro 1.

se ha dicho, el sistema tributario español, como el de otros Estados del An­tiguo Régimen, tendía a responder con lentitud a la inflación, y el problema no se solucionaba, por consiguiente, automáticamente. Desde la perspectiva regia, el aumento de los ingresos era la solución más deseable al problema. Ello implicaba una recaudación más eficiente, ingresos más elevados debido a una mayor actividad económica o un más alto nivel impositivo, o intensificar la repatriación de fondos coloniales. Con respecto a esto último existe una sólida evidencia ". Pero no parece haber sido suficiente y, en cuanto a las res­tantes posibilidades, el éxito debió ser modesto, pues el gobierno español llevó a cabo un severo plan de austeridad en los años finales del reinado '*.

Al observar los niveles generales del gasto y su interrelación, a lo largo del tiempo y a través de las distintas guerras coloniales, se hace evidente que los hábitos de gasto de la Corona estaban muy íntimamente correlacionados con las amenazas externas al Estado, y escasamente relacionados con cambios a largo plazo en la economía política de la nación. Pero esta última afirmación sólo puede quedar plenamente apoyada con un análisis detallado de los com­ponentes de los gastos regios durante el reinado de Carlos III. Así, pues, la siguiente sección se propone determinar qué costes influyeron más en los cambios registrados en el gasto total del gobierno, así como fijar las opciones

" Véase Jacques A. Barbier (1981). " Véase Jacques A. Barbier (1977).

475»

JACQÜES A. BARBIER Y H ERBERT S. KLEIN

posibles para el gobierno a la hora de gastar en planes no tradicionales, espe­cialmente aquellos relacionados con sus programas de reforma.

I I I

Se hace evidente de inmediato que el volumen mayor de los gastos de la Tesorería General se prodigó, desde el principio, sobre el área militar. Como puede comprobarse en el cuadro 2, en el curso de este reinado, casi tres quin­tas partes de todos los gastos se dedicaron al mantenimiento del Ejército y la Marina. Esta proporción preponderante hizo de la estructura de defensa en su totalidad un aumento de crucial importancia a la hora de determinar las dimensiones generales del presupuesto, pero los gastos navales, por sí solos, fueron los máximos responsables de las alteraciones producidas en la salida de fondos con el paso del tiempo ".

CUADRO 2

Porcentajes de los gastos totales por tipos y por quin<¡uenios

Quinquenios Ejér- Casa Adm. Déb. Serv. cito Marina Extra. Real Deudas Fen. Exc. Ext.

1760-64 34,9 1765-69 36,6 1770-74 44,4 1775-79 40,2 1780-84 31,8 1785-88» 32,8 Media 1760-88 36,3 Crecimiento anual'' ... 0,14

20,8 11,3 11,7 7,7 7,4 4,7 1,4 17,0 21,0 26,9 29,3 24,6 23,8

1,10

19,3 3,8 5,0

11,1 6,9 9,7

— 0,86

10,1 9,8 8,9 6,2 8,0 8,8

— 0,53

3,3 5.6 4,2

10,2 12,4 7,4 1,50

8,7 7,8 7,5 5,2 6,5 7,0

— 0,60

5,2 6,1 6.1 5,2 7,6 5,8

— 0,96

1.3 1,4 1.3 1.1 1.3 1.3 0,04

NOTAS:

' Sólo cuatto años. •» Tasas de crecimiento anuales en porcentajes.

" El coeficiente de correlación del gasto de Marina con el general es de 0,78, y el único otro factor con un coeficiente que alcanza al 0,50 con relación al total es el de Deudas y Atrasos. Obsérvese que todos los coeficientes de correlación citados en este ar­tículo se obtuvieron empleando valores deflaclados.

480

LAS PRIORIDADES DE UN MONARCA ILUSTRADO

GRÁFICO 2

Gastos totales del Ejército y de la Marina ajustados (Desviaciones con respecto a una tendencia logarítmica)

— Gaatot Totale*

Ejército Marina

FUENTE: Véase apéndice 2.

En efecto, hay que subrayar la importancia de los gastos de la Marina. El gráfico 2, que aparece más adelante, muestra el alto nivel de coincidencia existente entre los desembolsos de este ramo y el gasto total, así como la pre­visible relación entre períodos de contienda y elevados costes de la flota. Así, pues, los gastos de la Marina se encuentran muy por encima de la línea de tendencia sólo durante la Guerra de los Siete Años y la Guerra de Indepen­dencia norteamericana y a fines de la década de 1770, durante las hostilidades no declaradas en el Río de la Plata. Dado que las guerras coloniales ocasiona­ban un fuerte gasto naval, y este tipo de débito fue, con el tiempo, el factor más importante en modelar la configuración de los gastos totales, es fácilmen­te comprensible que las finanzas públicas españolas estuvieran sometidas a los sucesos americanos. Era ésta, no obstante, una situación apropiada para los reformadores borbónicos, los cuales habían abrigado durante mucho tiempo la esperanza de que los mercados y las minas de las Indias volvieran a hacer poderosa a la Monarquía e hicieran vibrar la economía peninsular **. Bajo esta perspectiva, los gastos navales representaban una inversión.

Puede sorprender que los gastos del Ejército estén tan sólo ligeramente

" Para un examen de la contradicción última entre estos componentes políticos y eco­nómicos de la política colonial, véase Jacques A. Barbier (1980).

481

JACQUES A. BAKBIER Y HERBERT S. KLEIN

correlacionados con los gastos totales. Su débil, pero negativa, correlación con ramos como Casa Real y gastos Extraordinarios puede acaso proporcionar una mínima parte de la respuesta a este enigmático fenómeno, dado que cier­tos gastos podían desplazarse fácilmente desde éstos al Ejército, y viceversa ". En medida mucho mayor, por supuesto, es sencillamente un testimonio de la estabilidad del compromiso de la Corona con las fuerzas de tierra, pues aun­que la tasa de crecimiento anual fue un simple 0,14 por 100, el Ejército, no obstante, recibió una media del 36,5 por 100 de los gastos anuales de la Hacienda a lo largo de todo el período. En todo caso, nada debe oscurecer el hecho de que el Ejército fue el gasto más importante de la Monarquía en todos los años del reinado, a excepción de uno (en 1784, el gasto naval fue superior), y sirvió, en consecuencia, como base amplia y de suave elevación para el resto del presupuesto. Esta sencilla cronología de los gastos del Ejér­cito refleja esta función. Tras un máximo moderado en el gasto ajustado con precios, en 1762, los gastos tendieron a elevarse de forma relativamente re­gular desde mediados de la década de 1760 en adelante, hasta alcanzar otro techo en 1782. Hacia 1770, la Corona gastaba más en el Ejército de lo que había hecho en la Guerra de los Siete Años y, dado que dichos gastos permanecieron en gran medida por encima de la línea de tendencia en los años siguientes, cabe concluir que su escasa correlación con el gasto total se debe, simplemente, al hecho de que llegó a su nivel de la Guerra de Independencia norteamericana de modo más gradual que otros ramos del gasto. Efectivamen­te, el único rasgo destacable en la cronología de los gastos del Ejército es la súbita reducción que caracteriza los años 1784-1786. Para entender los orí­genes de esta economía presupuestaria, sin embargo, hay que dirigirse a otras dos categorías del gasto de la Hacienda.

Aparte de la Marina, los elementos que mejor explican las variaciones a lo largo del tiempo de los débitos totales son los de Deudas y Atrasos y gastos Extraordinarios". Estos últimos alcanzaron niveles elevados en la década de 1760 y, nuevamente, en 1780. AI parecer, la animación del primer quin­quenio y de la década final del reinado fueron reflejo o resultado de la Guerra de los Siete Años y la Guerra de Independencia norteamericana. El motivo de la actividad en los gastos Extraordinarios de 1765-1769, sin embargo, es poco claro, y dilucidar esta cuestión exigiría una indagación que sobrepasaría con mucho la información proporcionada por los «libretes». En todo caso, es seguro que se estaban realizando importantes acciones financieras bajo esta rúbrica en los años 1760 y 1780, pero que los años 1770 fueron muy tran­quilos.

" Los coeficientes de correlación son 0,32 para el Ejército con el total, —0,30 para Ejército con Gisa Real y —0,30 para Ejército con gastos Extraordinarios.

" Los coeficientes de correlación son 0,58 para Deudas y Atrasos con el total y 0,46 para Extraordinarios con el total.

482

LAS PRIORIDADES DE UN MONARCA ILUmUBO

G}n respecto a Deudas y Atrasos, dicho grupo se caracterizó por unos ni­veles en descenso hasta mediada la década de 1770, si bien se produjo una gran elevación en 1770-1772, que es tan inexplicable como la registrada en los gastos Extraordinarios a fines de los años 1760 (véase gráfico 3, más adelan­te). A partir de aquel punto tendió al alza, presentando la década de 1780 niveles muy superiores. Así, pues, la media con precios ajustados de 1760-1769 fue de 27.102.012 reales de vellón; la de 1770-1779, de 23.055.400 rea­les de vellón; mientras que la media de 1780-1788 fue de 65.390.654 reales de vellón. La conclusión obvia es que el coste de financiación de los déficit del Tesoro, cuya importancia cayó hasta aproximadamente 1775, se había elevado otra vez hasta niveles considerables hacia los años 1780.

Parece claro que el impacto de la guerra tuvo efectos que superaron con mucho los límites de los gastos de la Marina y el Ejército. El gasto deficitario mientras perduraron las hostilidades suponía que había que contraer deudas. El interés y el principal de estas últimas habían de ser, inevitablemente, pa­gados en años subsiguientes. Del mismo modo, las hostilidades originaron gastos extraordinarios que, si bien relacionados con el esfuerzo bélico, no siempre encajaban en los definidos ramos de gasto adscritos al sector militar. Y, de modo similar, después o durante el conflicto, pudieron presentarse obli­gaciones a la Corona que los funcionarios del Tesoro decidieran incluir bajo la rúbrica de gastos Extraordinarios en lugar de bajo Deuda. El resultado fue que la guerra vio un incremento de los gastos totales muy superior al que podría explicarse por un aumento de los gastos puramente militares, y que los efectos del impacto que tuvo la contienda siguieron sintiéndose en los años que siguieron.

¿Significa el hecho de que la guerra absorbiera una parte tan considerable de los ingresos que no se realizaron verdaderas reformas? Existen al menos dos indicadores de signo posiblemente contrarío: un ahorro apredable en la Administración civil y una interesante pauta de gasto en los Débitos Exclui­dos. En cuanto al primero, los gastos de la Casa Real, Administración Peninsu­lar y Servicio Exterior eran los menos importantes dentro del presupuesto dd Estado; muestran la menor correlación con los gastos generales, se encuentran entre los cuatro que se correlacionan más débilmente con el paso del tiempo y, por último, su proporción conjunta dentro de los gastos generales descendió sostenidamente hasta después de la Guerra de Independencia norteamerica­na ". Parecería que la Corona logró reducir la burocracia y, para un Estado

" Véase cuadro 2. Los coeficientes de correlación con el total ton: —0,16 pata CaM Real, — 0,05 para Administración Peninsular y 0,26 para Servicio Exterior; mientras que con el tiempo son — 0,67 para Casa Real, — 0,20 para Administración Peninsular y 0,07 para Servido Exterior.

48}

JACQUES A. BARBIER Y HERBERT S. KLEIN

GRÁFICO 3

Servido de la Deuda y Gastos Excluidos ajustados (Desviaciones con respecto a una tendencia logarítmica)

Servicio de la Deuda

• • • • Excluidos a Ajustados

FUENTE; Véase apéndice ¿

del Antiguo Régimen, esto representaba verdaderamente una reforma. Sin embargo, fue un logro esencialmente negativo.

La segunda zona clave que ha de examinarse con respecto a la capacidad reformista del régimen es su actividad en la promoción de obras, manufacturas y otras infraestructuras en pro del crecimiento económico. A pesar de que el ramo de Débitos Excluidos es complejo, pues está formado por numerosos negociados autónomos y contabilidades especiales, que no siempre represen­taban una inversión estatal directa en la economía, es, no obstante, el mejor indicador de dicha acción, puesto que, cualquiera que fuera la inversión, ésta provenía de estos negociados. La mayor dificultad, claro está, reside en que esta clase de gasto no estaba en modo alguno limitado a dichas cuestiones, e incluía anticipos a los tesoreros y pagadores mayores encargados del manteni­miento y la construcción de los diversos palacios del rey. Pero esto es, en sí

484

LAS PRIORIDADES DE UN MONARCA ILUSTRADO

mismo, un dato bastante significativo, pues, como es bien sabido, muchas de las fábricas reales, en especial las de tapices y arañas de cristal, orientaban su actividad hacia los mercados de la Corte. En todo caso, los Débitos Excluidos no pueden resolverse en datos más significativos sin buscar un tipo de infor­mación que no está recogida en los «libretes».

Dejando por el momento a un lado el problema inherente a los datos, ¿qué revela el análisis? En el aspecto negativo, este ramo está sólo levemente correlacionado con los gastos totales y, dado que supone un 5,8 por 100 de la suma general, alcanza un simple séptimo lugar dentro de las ocho varia­bles. Por último, como revela el gráfico 3, los Débitos Excluidos variaron, en realidad, escasamente sobre su línea tendencial con el paso del tiempo. Así, pues, a excepción de una ligera elevación en 1768-1770 y un descenso aún más reducido inmediatamente antes, la pauta general es de una creciente re­gularidad ^. Esto podría llevarnos a concluir que los gastos reales dentro de este ramo no respondían a los posibles cambios de prioridad del Gobierno. En el aspecto positivo, sin embargo, tuvo la tasa mayor de crecimiento, des­pués de Deudas y Atrasos y gastos de Marina, y la correlación máxima con el paso del tiempo''. En pocas palabras, aunque su importancia no fue gran­de, los Débitos Excluidos, efectivamente, aumentaron y, mientras que los gas­tos tendieron a ser relativamente uniformes, dicha regularidad fue de direc­ción progresiva.

¿Revelan los Débitos Excluidos de la Gjrona un compromiso con la re­forma ilustrada? Tomando en consideración la incertidumbre que rodea la relación entre esta clase de gasto y la inversión gubernamental, así como el ambiguo resultado del análisis, se siente la tentación de ofrecer un veredicto de «no demostrado». Sea como fuere, su escasa participación en el presu­puesto nos obliga a concluir que, por reformista que fuera la administración de Carlos III, la predisposición real a gastar con el fin de realizar cambios fue limitada.

En un artículo publicado en el Journal of European Econontic History, sus autores concluían que en la esfera económica «[...] la actividad pública parece haber tenido numerosos fallos que tendieron a oscurecer sus modestos éxitos», hasta tal punto que «entre el crecimiento económico general y las empresas del Estado [... ] existía una relación inversa» °. A pesar de todo, los autores de esta excelente contribución creyeron necesario incluir una con­cesión (presumiblemente ritual) a la opinión tradicional, al repetir la idea

" Véase cuadro 1. El coeficiente de correlación de Débitos Excluidos con el total es 0,28.

" Véase cuadro 2. El coeficiente de correlación de Débitos Excluidos con el tiempo es 0,79.

" Agustín González Enciso y José Patricio Merino (1979), p. 590.

48^

JACQUES A. BARBIER Y HERBERT S. KLEIN

ortodoxa de que «el fomento de la industria fue, desde el comienzo mismo, casi una obsesión para los gobiernos ilustrados» ^. Sin embargo, nuestro aná­lisis del presupuesto de Carlos III, mientras que proporciona nuevos argu­mentos para creer en los fallos, no revela huella alguna de la obsesión.

Es cierto que una gran proporción del gasto militar debió dirigirse hacía obras y adquisiciones que iban en apoyo directo de la industria nacional. El ritmo y la oportunidad de estos gastos, sin embargo, no guardaban relación con consideraciones reformistas, sino que respondían, por el contrario, a preocu­paciones de tipo internacional. Así, la construcción de una moderna Marina Real, importante para la industria naviera y numerosas industrias relacionadas, se realizó debido a una política originada por ciertas empresas coloniales antes que como respuesta racional a necesidades económicas nacionales. En líneas generales, la situación es paradójica. Empleando criterios de la época, incluso la modesta rectificación de la dirección del gasto gubernamental que se puede inferir pudo considerarse un importante indicador de «reformas» logradas. Utilizando criterios más modernos, el gobierno de Carlos III no dejó en sus presupuestos un espacio de importancia para inversiones en el desarrollo eco­nómico. Puesto que no tenía claras objeciones filosóficas a este tipo de inter­vención estatal, dicha laguna puede entenderse como una clara indicación de sus prioridades.

IV

Nuestra línea de argumentación hasta el momento se ha fundamentado en los movimientos generales del gasto de la Hacienda Real a lo largo del tiempo. Sería inútil examinar dichas tendencias a la luz de los cambios ministeriales y las carreras de las principales figuras políticas, para comprobar si sus diversas medidas tuvieron algún impacto sobre la estructura del gasto. Este problema tiene dos dimensiones: la cartera de Hacienda, por un lado; la posición ex­traoficial del ministro «principal», por otro. Y ha de examinarse tanto en tér­minos de las desviaciones del gasto total con respecto a la tendencia general, como aparece en el gráfico 1, como atendiendo debidamente la evolución de los débitos en términos reales ajustados con precios, véase gráfico 4, que aparece más adelante ". Con respecto a los ministros de Hacienda, tras el alza de co­mienzos del reinado, el período del marqués de Esquilache (1760-1766) es­tuvo caracterizado por un sostenido descenso en relación a la línea ten-dencial, pero sin un patrón perceptible en los gastos reales. La transición

" Ibid.. p. 566. " Para fines analíticos, se consideró que los periodos comenzaban el 1 de enero si­

guiente a su verdadero inicio y terminaban el 31 de diciembre siguiente a su verdadero fin.

486

LAS PRIORIDADES DE UN MONARCA ILUSTRADO

desde la caída de Esquilache al conde de Gaussa (Múzquiz, 1767-1785) sí ex­perimenta un breve aumento en Débitos Excluidos, pero es, por lo demás, insignificante. La periodización interna de este largo ministerio respondió al flujo y reflujo de las crisis externas, bajo la colérica batuta de Gaussa hasta su muerte. El conde de Lerena (1786-1788) empezó a prestar sus servicios a fines del reinado, y la serie estadística es excesivamente breve para ofrecer una información significativa. El incremento en los gastos de 1787-1788 pue­de atribuirse en gran medida a que aumentaron los gastos del Ejército. Ello

GRÁFICO 4

Gastos totales (En millones de reales de vellón)

800

700

600

500

2 400

I UJ z o

300

2Q0

100

I T T T T Í T I T B S S S É S ¿ ¿ (d 4 1 ^ 0 0 OO

Gasto Total

Oaato a|u«tado.

FUENTE: Véase cuadro 1.

487

JACQUES A. BARBIER Y HERBERT S. KLEIN

fue, a su vez, casi totalmente resultado de mayores desembolsos para las «reales provisiones» del Ejército en estos años " .

Tampoco puede deducirse gran cosa de los períodos de los ministros «prin­cipales». El período de Ricardo Wall (1760-1762) es en exceso breve, y de­masiado peculiar por ser en el comienzo del reinado, para poder analizarlo, y la sucesión del' marqués de Grimaldi (1763-1776) por parte del conde de Floridablanca (Moñino, 1777-1788) no representa una línea divisoria en las finanzas. Ni es tampoco significativo el efímero mandato del conde de Aranda como presidente del Consejo de Castilla. Tan sólo queda suponer que los alti­bajos de las carreras políticas no tenían gran relación con las ordenadas alte­raciones en las prioridades de gasto de la Corona.

Pero, sin embargo, dichas alteraciones eran significativas. La interpreta­ción del período 1760-1764 se hace, sin duda, más difícil e insegura por la falta de información precisa sobre el Real Depósito ^. La contabilidad es mu­cho más clara a partir de 1765. Empleando medias móviles trienales para el período 1766-1787, se descubre una pauta relativamente sencilla de descenso continuo hasta 1774, un aumento sostenido hasta 1781 (salvo en 1778) y una vuelta al descenso a partir de esta fecha (nuevamente, con la excepción de 1786)". La curva de desviaciones de los gastos registrados del gráfico 1 re­velan la misma tendencia.

Se podría considerar de modo provisional que en la década de 1760 preocuparon los legados fiscales del reinado de Fernando VI en Madrid y del gobierno de Carlos III en Ñapóles (como Carlos VII), y el impacto de la Guerra de los Siete Años. Así, los gastos Extraordinarios de la primera dé­cada del mandato de Carlos I I I fueron probablemente resultado de prácticas conocidas, tales como el envío de dinero a Ñapóles y el pago de las deudas de Fernando VI (pues aquel monarca dejó impagados a sus acreedores, y a los de su padre, a pesar de lo que atesoró). En todo caso, como ya se ha señalado, el período estuvo caracterizado por un declinar en los débitos, qiie se continuó a lo largo de los primeros años de la década de 1770, mientras se resolvían los problemas iniciales del reinado.

" Obsérvese que se encargaba este servicio al Banco Nacional de San Carlos. Véase Orden de 27 noviembre 1786, en A. Matilla Tascón (1950), núm. 3791.

" Véase cuadro 1, nota b. " Las cifras son (en miles de reales de vellón):

1766 474.134 1774 441.865 1781 686.201 1767 473.763 1775 473.427 1782 638.886 1768 470.645 1776 502.006 1783 610.886 1769 468.307 1777 519.529 1784 569.965 1770 457.689 1778 512.331 1785 524.268 1771 456.602 1779 596.072 1786 526.790 1772 437.949 1780 628.750 1787 525.779 1773 427.800

488

LAS PRIORIDADES DE UN MONARCA ILUSTRADO

El período de 1775-1779 fue de rearme militar. En este caso, el elemento decisivo, como se muestra en el cuadro 2, no fue tanto el gasto en el Ejército mismo como el rápido incremento en los débitos de la Marina. Estos años se destacan también, claro está, por las expediciones a Argel y Río de la Plata.

En 1780-1783, España participó en la Guerra de la Independencia nor­teamericana. Gjmo cumple a una contienda en gran medida colonial, el gasto de la Marina se aproximó mucho al del Ejército —al cual superaría en 1784 (véase apéndice 2)—. Es también digno de mención que se incluyeran fuertes desembolsos bajo gastos Extraordinarios, particularmente en 1780. También aquí es necesaria más investigación, pues está claramente implicada una gran operación conocida como la «real negociación extraordinaria». Este complejo plan abarcaba elementos tan diversos como la plata americana, anticipos a las autoridades coloniales francesas, negociación de letras de cambio y varios préstamos (entre ellos, la primera emisión de vales reales)^'.

Los últimos cinco años del reinado, 1784-1788, exhibieron un intento de volver a niveles de gasto más normales. Pero, a causa de la inflación, fue im­posible reducir los débitos reales a su volumen anterior a la guerra. Por otra parte, los débitos ajustados sí decayeron hasta un punto tan sólo modera­damente superior a los de los años 1770. El gasto naval siguió representando una pesada carga, permaneciendo un 15,8 por 100 por encima del último quinquenio anterior a la guerra. Ello puede acaso explicar el creciente interés del Gobierno español en hacer que las colonias costearan la flota. El elemento más significativo dentro de los gastos de esta última fase del reinado, sin em­bargo, puede muy bien ser el de los costes en aumento de Deudas y Atrasos, que fueron más elevados que nunca tanto en términos porcentuales como de cifras absolutas.

Sea como fuere, es claro que las prioridades en el gasto no se debieron a los cambios ministeriales, y que dichos cambios no alteraron la dirección es­tablecida por la Corona. El rumbo tomado por España en la vida internacio­nal, y en consecuencia adoptado en las finanzas, era a un tiempo decisión del Rey mismo y cuestión de consenso entre sus principales consejeros. Y ese rumbo estuvo más caracterizado por un deseo de seguridad del Estado y del régimen que por la inclinación a sacrificar dicho interés a una reforma de corte ilustrado.

Para ampliar sobre este asunto en particular, véase James A. Lewis (1980).

489

JACQUES A. BARBIER Y HERBERT S. KtEIN

En conclusión, se puede argumentar que el reinado de Carlos III estuvo caracterizado por un sincero anhelo de responder a lo que se consideraba como la responsabilidad de España como potencia colonial. Gsn este fin, al parecer, se superaron gradualmente dos graves problemas —las confusas finanzas del reinado anterior y el coste de una guerra prematura— en los primeros años de su gobierno. Hacia 1775, el Rey pudo incrementar de modo importante sus gastos navales y, durante el estallido de la guerra de 1779, acelerar intensa­mente los preparativos. Pero la guerra fue mucho más costosa de lo que po­dría pensarse examinando simplemente los débitos del Ejército y la Marina. Dejó tras de sí una fuerte deuda cuya carga malamente podía soportar el Go­bierno. Finalmente, esta dificultad se vio acentuada por la inflación y, en úl­tima instancia, quedó agravada por la tendencia de la Administración a resol­ver sus problemas con una creciente dependencia de las entidades semioficiales de crédito (Banco Nacional de San Carlos, Cinco Gremios Mayores de Ma­drid, etc.), que acabó por arrastrar consigo a la ruina.

Sería falso afirmar que Carlos III hundió a España en el mismo abismo al que Luis XVI llevó a Francia. Pero no se puede negar, sin embargo, que el «déspota ilustrado» llegó muy cerca del borde por el que se despeñaría Car­los IV, y el motivo de este empeoramiento de la situación, si hemos de juz­gar por las pautas seguidas por el gasto de su Hacienda, fue que sus priori­dades tenían relación con la guerra y, ante todo, con la guerra imperial.

Lo que demuestra nuestro análisis de esta contabilidad es la necesidad de que el historiador revise seriainente su concepción del potencial reformador de la Monarquía más ilustrada del Antiguo Régimen. En España, las enormes sumas gastadas en las fuerzas armadas, y las cantidades necesitadas para pa­gar guerras anteriores, limitaron, evidentemente, la capacidad de la Corona para dirigir fondos hacia nuevas empresas, y aunque las colonias aportaron, sin duda, ingresos a la economía metropolitana, es posible que no fueran tan importantes como podría haber requerido una inversión pública bien adminis­trada (o una aligeración de la carga fiscal).

Es bien sabido de los historiadores que la Corona fomentó la iniciativa privada. Incapaz de invertir con cierta garantía en desarrollo, no podía hacer menos. También coadyuvó a crear una estructura legal de apoyo y a propor­cionar un clima propicio para la inversión privada. Pero no estuvo en sí mis­ma interesada en aumentar su propia inversión directa en dicha economía, ni en reorientar su actividad tradicional hacia una intensificación del desarrollo económico de la nación. En efecto, respondió más a sus intereses internacio­nales como potencia de primera magnitud y altura imperial, papel más bien

490

LAS PRIORIDADES DE UN MONARCA ILUSTRADO

tradicional de la Monarquía castellana a partir del siglo xvi. "Así, pues, no sólo estuvo limitada su capacidad para dirigir fondos hacia las obras públicas no militares por su dedicación al sistema de defensa, sino que dicho sistema y sus necesidades parecieron también dictar decisiones políticas a largo plazo, al menos en lo que respecta a los gastos regios.

491

JACQUES A. BARBIER Y HERBERT S. KLEIN

APÉNDICE 1 Grupos de gasto y ramos de débito que los constituyen

A. Casa Real" Casas y Caballerizas Reales Amas

B. Administración- Peninsular •> Secretarías del Despacho y Tesorería

Mayor Ministros y Tribunales Pensiones de Hacienda Ministros de Hacienda y Guerra Pensiones de Guerra Montepío Militar y del Ministerio

C. Servicio Exterior Ministros en Cortes Extrangeras

D. Ejército *> Menages y Vestuarios Provisiones y Víveres Guardias de Corps y Alabarderos Guardias Españolas y Walonas Infantería, Inválidos, y Milicias Regimiento Real de Artillería Estados Mayores de Artillería Caballería y Dragones Estados Mayores de Plazas Oficiales Generales Diferentes que no Sirven en Cuerpos

G.

H.

Ingenieros Viudas de Seis Mil Doblones Viudas de Dos Pagas y Limosnas Familias de Oran y Moros de Paz Sueldos y Gastos de Hospitales Fortificaciones y Artillería Extraordinario de Guerra Marina < Sueldos y Gastos de Marina Tesoreros de Marina y Pagadores de

Guerra Gastos Extraordinarios '^ Extraordinario de Hacienda Incongruos Débitos Excluidos' Tesoreros y Pagadores de Hacienda Deudas y Atrasos 5 % de Real Empréstito, 4 % de Va­

les Reales y Extinción 3 % de Juros y Censos y Recompensas Cartas de Pago de Tesorería General

Antecedente Créditos de Testamentaría 3 %, 7 % y 8 % Sobre la Renta de

Tabaco

" Algunos de estos gastos se esconden bajo «Extraordinario de Hacienda» (manufac­turas de joyas reales, alimentación de los reales jabalíes de El Pardo, etc.), «Tesoreros y Pagadores de Hacienda» (fondos adjudicados a diversos pagadores ordinarios y extraordi­narios de los reales sitios) y «Menages y Vestuarios» (pagos a ciertos proveedores de los reales sitios).

*> Incluye diversos tipos de pensiones a ex funcionarios, sus viudas, etc. Cualquiera de aquéllas con alguna vinculación a lo civil, aun si parcialmente relacionada con lo militar, se situaba bajo «Administración Peninsular». Las pensiones exclusivamente militares se enumeraban bajo «Fuerzas Militares», pero hay que señalar que la ayuda a los colonos de Oran se consideraba un asunto perteneciente al Ejército.

•= El ramo titulado «Tesoreros de Marina y Pagadores de Guerra» reagrupa en gran medida los débitos a los tres tesoreros navales de El Ferrol, Cádiz y Cartagena. Cuando consta que el débito tenía como destinatario a otro funcionario (pagador de Mahón, de la costa de Granada, de Outa o de una expedición), esto queda registrado.

'' Incluye toda una variedad de gastos; entre ellos, algunos que guardan, realmente, relación con «Casa Real», «Administración Peninsular» (por ejemplo, el coste de las letras de cambio, transporte de moneda, impresión), «Débitos Excluidos» (por ejemplo, adquisi­ción de servicios para las reales fábricas) y «Deudas y Atrasos», así como gastos auténti­camente extraordinarios y secretos.

' Incluye los pagos hechos a los pagadores cuya contabilidad no se hallaba resumida en la de la Tesorería General, entre ellos los de varias reales fábricas y reales sitios. Tam­bién incluye los débitos destinados al pagador de Minas de Almadén, pagador del Soto de Roma, comisario de Empaque de Azogues en Sevilla y depositario de los Reales Derechos y Caudales de Indias en Cádiz. Dado que todos estos pagadores podían también contar con ciertas sumas dentro de los ramos normales, puede considerarse este tipo de gasto como una especie de miscelánea.

492

LAS PRIORIDADES DE UN MONARCA ILUSTRADO

APÉNDICE 2

Débitos de la Tesorería General por grupos de gasto (En miles de reales de vellón)

Años

1760 1761

1763 1764 1765 1766 1767 1768 1769 1770 1771 1772 1773 1774 1775 1776

1778 1779 1780 1781 1782 1783 1784 1785 1786 1787 1788

1760 1761 1762 1763 1764 1765 1766 1767 1768 1769 1770

Casa Real

75.860 41.420

47.887 49.539 50.199 54.981 45.690 46.015 43.955 46.330 41.571 42.665 42.117 41.556 41.023 42.105 46.545 49.371 45.838 42.688 43.272 43.238 43.707 44.268 49.489 49.002 48.057 51.514

Marina

66.079 93.873

. , 153.439 84.182 68.007 73.674 78.718 83.081 88.509 80.958" 97.163"=

Administración Peninsular

30.124 31.544 34.064 33.631 34.887 36.277 35.341 34.069 34.460 33.391 34.104 32.763 34.575 34.958 34.249 34.532 39.237 36.916 37.498 42.052 35.908 37.210 35.082 36.395 39.691 37.713 40.260 40.498 42.119

Gastos Extraordinarios

45.013

52.049 »

146.869 92.620

107.664 79.336 34.336 12.237

Servicio Exterior

7.165 6.811 5.717 5.894 6.456 6.274 6.156 6.343 7.151 5.882 7.093 5.772 4.146 7.651 5.595 7.484 4.588 6.395 7.306 7.366 6.914 7.594 6.575 8.592 8.590 7.665 8.034 8.150 8.150

Débitos Excluidos

19.083 22.544 16.522 20.695 26.688 19.397 17.375 21.488 33.340 33.255 39.068

Ejército

147.854 143.235 169.762 152.067 166.391 162.843 165.004 177.120 176.811 191.597 210.688 186.232 184.120 196.505 192.099 218.479 204.011 204.327 188.457 205.283 237.856 235.046 260.568 213.936 173.469 182.889 160.461 255.757 216.208

Deudas y Atrasos

46.909 41.299 30.364 27.951 26.265 15.374 17.942 15.567 14.783 12.596 28.125

493

JACQUES A. BARBIER Y H ERBERT S. KLEIN

APÉNDICE 2 (Continuación)

Débitos de la Tesorería General por grupos de gasto (En miles de reales de vellón)

Años

\11\ 1772 1773 ... 1774 1775 1776 1777 1778 1779 1780 1781 1782

1784 1785 1786 1787 1788

Marina

102.203'" 90.168'= 81.585 87.5851

109.757 s 152.876 128.033 153.925 h 137.378 i 231.231 180.710 i 247.857 ^ 194.224' 177.709™ 164.041 " 145.017" 144.299" 158.522"

Gastos Extraordinarios

13.876 17.152 20.159 20.550 20.135 29.343 24.358 29.795 23.934

179.854 29.380 68.811 77.653 37.276 60.851 39.214 27.371 42.908

Débitos Excluidos

21.023 23.362 27.685 23.548 28.147 28.636 33.952 32.517 30.983 33.874 40.989 33.368 33.750 40.676 47.044 49,367 48.910 42.235

Deudas y Atrasos

42.448 34.799 5.503

11.729 9.337

14.021 21.274 39.103 23.352 31.042

120.378 61.941 58.049 87.824 86.370 66.092 68.127 86.278

FUENTE: Archivo General de Simancas, Dirección General del Tesoro, Inventario 16 Guión 3, Legs. 1-12.

NOTAS: ° Véase cuadro 1, nota b. Las cifras originales, antes de suprimir los 270 millones de

reales de vellón, eran: 1761, 240.724.523; 1762, 33.492.494- 1763 77 644 95í « 1764, 126.331.232. ' ' '•'^'"'^' ^

*' De los que 3 millones de reales de vellón eran para Ceuta. ' De los que 57.760 reales de vellón eran para la costa de Granada <> Délos que 248.682 reales de vellón eran para la costa de Granada. •= De los que 108.090 reales de vellón eran para la costa de Granada! ' De los que 220.000 reales de vellón eran para la costa de Granada. « De los que 149.600 reales de vellón eran para la costa de Granada, y otros 1.512.605

para una expedición. •> Este incluye como gasto naval aparte la suma de 118.068 reales de vellón que fue­

ron enviados a la fábrica de Liérganes. ' De los que 127.800 reales de vellón eran para la costa de Granada. j De los que 15.000 reales dé vellón eran para la costa de Granada, y otros 9 754 770

para Menorca o Mahón. ^ De los que 9.000 reales de vellón eran para la costa de Granada, y otros 11 014 718

para Menorca. ' De los que 3.741.788 reales de vellón eran para Menorca. •" De los que 2.168.470 reales de vellón eran para Menorca. n De los que 3.436.041 reales de vellón eran para Menorca. ° De los que 3.783.097 reales de vellón eran para Menorca. P De los que 3.261.958 reales de vellón eran para Menorca. 1 De los que 2.734.516 reales de vellón eran para Menorca.

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LAS PRIORIDADES DE UN MONARCA ILUSTRADO

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495

«LIBRAOS DE ULTRAMAR». BENTHAM FRENTE A ESPAÑA Y SUS COLONIAS'

CARLOS R O D R Í G U E Z B R A U N Universidad Complutense

No tengo el honor de ser español. Tengo el deshonor de ser inglés.

Jeremy BENTHAM

I. INTRODUCCIÓN

Sabido es que el filósofo inglés Jeremy Bentham (1748-1832), a quien se asocia en economía con la teoría de la utilidad, mantuvo intensas relaciones, en diversos momentos de su vida, con España, los españoles y los hispanoame­ricanos. El presente artículo analiza con detalle la obra de Bentham «Libraos de Ultramar», un manuscrito que ha permanecido inédito hasta hoy, y es muy poco conocido '. Rid Yourselves of Ultramaria, tal su título original, fue re­dactado entre 1820 y 1822 y, aunque su mensaje manifiesto es insistir a los españoles sobre la conveniencia de la emancipación de sus colonias, tiene un objetivo último bastante diferente; el septuagenario Bentham pretendía lla­mar la atención sobre ciertos peligros que se cernían sobre el régimen liberal en España, derivados especialmente de las deficiencias que, según el inglés, aquejaban a la Constitución de Cádiz de 1812.

El artículo está dividido en dos partes: en la primera se analiza la historia y el mensaje de «Libraos de Ultramar», y en la segunda se da cuenta del con­tenido de la obra.

' Este artículo se basa en el capítulo VI y el apéndice de mi tesis doctoral; cfr. C. Ro­dríguez Braun (1984). Aprovecho para agradecer los comentarios de los miembros del Tri­bunal Gonzalo Anes y Jesús González; de su presidente, Luis Ángel Rojo, y la gran ayuda prestada por mi tutor de tesis, Pedro Schwartz.

" En castellano, la única referencia que conozco sobre esta obra de Bentham es P Schwartz (1983). En otros idiomas puede citarse a M. Williford (1980), autora que entra con alguna amplitud en la exposición de «Libraos». Una edición provisional de L-ste trabajo de Bentham ha sido incluida como apéndice en mi tesis doctoral.

Revista de HíMoria Económica A07 A ñ o III. N." 3 - 1985 ^ • ^ '

CARLOS RODRÍGUEZ BRAUN

II . HISTORIA Y MENSAJE DE «LIBRAOS DE ULTRAMAR»

La influencia de Bentham en España —donde llegó a ser, en expresión de Halévy, «una especie de semidiós»'— fue muy considerable, tal como lo han puesto de manifiesto los especialistas en diversas oportunidades y lo revelan tanto las obras que Bentham escribió dirigidas a (o suscitadas por) España * como la edición provisional de su Correspondencia Ibérica'. La extensión del benthamismo en Portugal e Iberoamérica fue también significativa *.

Los primeros benthamistas españoles tomaron contacto con las ideas del maestro a través de sus obras editadas en Francia, que penetraron en la Península con Napoleón. Fue un consuelo irónico para Bentham: los milita­res herederos de la Revolución ayudaron a pasar la doctrina del filósofo a España y.Portugal y, desde allí, a América'.

Dos obras benthamianas dirigidas a Francia tuvieron facetas españolas, aunque más prometedoras que efectivas. En primer lugar, la Táctica de las Asambleas Políticas, que escribió en 1789 para los Estados Generales galos. En 1810, bajo la inspiración de José Blanco White, lord HoUand, el ex vi­cepresidente norteamericano Aaron Burr y E. Dumont, decide Bentham pu­blicar la Táctica en español, como manual de orden parlamentario; el libro apareció por fin en francés en 1816'. En segundo lugar, Bentham pensó adap­tar su panfleto antiimperialista Emancípate your coloníes!, de 1793, para uso de españoles e iberoamericanos. Este intento tendría menos suerte que el an­terior, pero su resultado final nunca llegaría a hacerse público'.

Empieza Bentham a trabajar en el manuscrito anticolonialista para Es­paña a mediados de 1820, y lo titula provisionalmente «Emancipación Espa­ñola», Emancipation Spanish. A los pocos meses, sin haber avanzado mucho, lo cambia de nombre a «Libraos de Ultramar», Rid Yourselves of Ultramaria, un ensayo con forma epistolar.

Hay varios testimonios de esta obra en la correspondencia de Bentham; éste había participado del interés que suscitaban entonces las colonias espa-

' E. Halévy (1901-1904), vol. II, p. 276. ' Algunas de las cuales fueron publicadas en español en aquella época, como Consejos

que dirige á las Cortes y al pueblo español Jeremías Bentham, en 1820, y Cartas de jeremías Bentham, al Señor Conde de Toreno, sobre el Proyecto de Código Penal, en 1822, ambas traducidas por el activo José Joaquín de Mora.

' J. Bentham (1979). El análisis más completo del impacto de Bentham en España es P. Schwartz (1976).

' Se ha sostenido que la influencia de Bentham fue más profunda en Iberoamérica que en la propia España; cfr. G. W. Keeton y G. Scharzenberger (1970), p. 216, y O. C. Stoetzer (1966), vol. II, pp. 115 y ss.

' J. H. Burns (1966), p. 114. ' Con el título Táctica de las Asambleas Legislativas. ' P. Schwartz y C. Rodríguez Braun (1983), pp. 59-60.

498

«LIBRAOS DE ULTRAMAR». BENTHAM FRENTE A ESPAÑA Y SUS COLONIAS

ñolas'" y tuvo bastante relación con importantes figuras iberoamericanas, en­tre las que se contaba Bernardino Rivadavia, un argentino que iba a ser pre­sidente de su país y que había venido a Europa en busca de un rey para el Río de la Plata. Antes de comenzar «Emancipación Española», en la prima­vera de 1820, Bentham escribe a Rivadavia y le envía una copia de su Eman­cípate your colonies!, comentándole que siempre ha sido hostil con respecto a los imperios:

... todas las colonias y dependencias lejanas son, sin excepción, esencialmente perjudiciales ... para la gran mayoría de los pue­blos de ambas partes ".

Apunta Bentham al argentino que lo único que habría que agregar al pan­fleto es alguna reflexión sobre la «influencia corruptiva» que el patronazgo sobre las colonias ejerce en los representantes del pueblo en la metrópoli. Piensa que no se encuentra en condiciones de realizar la aplicación práctica de la obra al caso español e invita a Rivadavia a que lleve adelante la tarea, traduciendo Emancípate al español. A la postre, empero, será el propio Bentham el que se encargue del trabajo.

Hay una mención al «folleto sobre la emancipación» en dos cartas que escribe a José Joaquín de Mora, en septiembre de 1820; Mora había propues­to traducir el capítulo sobre las colonias de Teoría de las Penas y las Recom­pensas ^, capítulo que Dumont había compuesto con materiales del «Instituto de Economía Política» y de Emancípate your colonies! En cartas a Mora de noviembre del mismo año, el folleto es mencionado con su nuevo y definitivo nombre: Ríd Yourselves of Ultramaria ". El 24 de diciembre, Bentham es­cribe a otro iberoamericano eminente, Simón Bolívar:

Desde hace algún tiempo he estado trabajando, a más no poder, al servicio conjunto de Ud. y su —hasta recientemente— inhu­mano enemigo. Digo al servicio conjunto pues el título de mi obra es «Libraos de Ultramar». Le falta poco para estar completa ".

•° Véanse, por ejemplo, J. Alberich (1980) y V. Llorens (1979). " J. Bentham (1979), vol. I, p. 138. Las colonias, sin embargo, son beneficiosas para

los gobernantes, por lo que éstos se resisten a abandonarlas. Escribe Bentham a E. Bla-quiére, en junio de 1820: «Actualmente estoy trabajando intensamente en un proyecto casi sin esperanzas: convencer a los que mandan en España, quieoesquiera que sean, para que emancipen a toda América Española.» Ibidem, p. 145.

" Ibidem, pp. 246, 256 y 266. " Ibidem, pp. 296, 309 y 315. " Ibidem, p. 398.

499

CARLOS RODRÍGUEZ BRAUN

Sin embargo, «Libraos» no estaba casi completo. Bentham trabajó en el ensayo hasta agosto de 1821 y, después, en marzo y abril de 1822. La obra quedó inconclusa y no fue publicada, por fin, en idioma alguno.

Una sección de «Libraos de Ultramar», no obstante, iba a ser publicada en vida de Bentham, pero no apareció como parte de dicha obra, sino como trabajo independiente. En 1821, John Bowring, el amigo y albacea de Bentham, iba a publicar las Observaciones sobre el sistema comercial restrictivo y prohi­bitivo ' , en donde Bentham criticaba un decreto proteccionista de las Cortes españolas. Este texto, que debía haber sido un apéndice de «Libraos», fue así lo único de la misma que vio la luz finalmente. Tiene mucho de economía, y es bastante interesante, puesto que Bentham expone sutiles argumentos con­tra la protección —incluso la que ampara a las industrias nacientes o a lo que modernamente se llamaría reconversión industrial '*— y en favor del li­bre comercio. Pero las Observaciones no contienen reflexiones sobre la cues­tión colonial ni sobre España: ello quizá explique por qué Bentham optó por autorizar su publicación por separado ".

Aún más que en otras circunstancias, en «Libraos» piensa Bentham en términos jurídicos y políticos, en la formación de una nueva burocracia —transparente y controlable, pero burocracia al fin— que prefigura el mo­derno Estado de bienestar '*. España y sus colonias son uno de los puntos de partida del análisis que Bentham iba a culminar en su Código Constitu­cional ".

En términos económicos, la baja rentabilidad de las colonias está fuera de toda cuestión, y así lo aclara Bentham en una carta a Mora en la que le comenta el nuevo título de su obra:

El título propuesto es Riel Yourselves of Ultramaria. Cuando en inglés empleamos la palabra Riel queremos decir que aquello de lo que hablamos es una carga... ".

'' Ohservations on the Restriclwe and Prohibilory Commercial System; obra no tra­ducida al español, fue incluida por W. Stark en el vol. III de J. Bentham (1952), sin vin­cularla con «Libraos». Cfr., también, C. M. Atkinson (1969), p. 195.

" C. Rodríguez Braun (1984), pp. 568 y ss. " En una carta que escribió, pero no envió, a Chile en 1821, se refiere Bentham a

ambas obras, Rid Yourselves y las Ohservations, sin establecer relación entre ellas. Esta carta, junto con la cual pensó Bentham enviar los títulos de las cartas que componían «Libraos» y un ejemplar de las Ohservations, ha sido traducida al español y publicada en Chile; cfr. M. Estelle (1977). Al parecer, el destinatario de la carta iba a ser Bernardo O'Higgins.

'* L. J. Hume (1970 y 1981) y D. Roberts (1959). " L. J. Hume (1981), p. 237; C. W. Everett (1966). Los aspectos económicos son

poco importantes en este análisis; cfr. L. J. Hume (1967), p. 362. " .1. Bentham (1979), vol. I, p. 315.

500

«LIBRAOS DE ULTRAMAR». BENTHAM FRENTE A ESPAÑA Y SUS COLONIAS

En cuanto a los fundamentos teóricos, es de destacar la ausencia del prin­cipio de no more trade than capital: la actividad económica está limitada por el capital existente^'. Este principio, que Bentham toma de Adam Smith, había sido muy usado en sus primeras obras económicas anticoloniales, en el liltimo cuarto del siglo xvin. Cierto es que Bentham argumenta a veces en «Libraos» que la emancipación colonial traerá la prosperidad:

Veréis al dinero fluir hacia vosotros en ríos infinitos... ~;

pero el mensaje económico que desea transmitir a los españoles es que las colonias cuestan mucho y no proporcionan beneficio alguno a la «mayoría oprimida». Muchas páginas consume el filósofo para demostrar que no hay forma de obtener más impuestos de Ultramaria, expresión que inventa a par­tir del «Ultramar» que lee en la Constitución española de 1812. Bentham sostendrá que lo único que podrá esperar el pueblo de España de sus domi­nios americanos es un aumento de los impuestos... pagados en la madre patria.

La Constitución de Cádiz: tal el objetivo central de «Libraos de Ultra­mar». Los comentarios económicos resultan insignificantes junto al tema cons­titucional: no hay prácticamente carta que no toque este asunto, y en muchas de ellas la Constitución liberal es el único objeto de análisis.

En la cuestión colonial, por tanto, Bentham gira hacia la legislación, cam­po en el que tenía puestas todas sus —en verdad excesivas •'— esperanzas. Más que por los problemas económicos relativos al Imperio, Bentham está preocupado por algo de lo que no tenía conciencia cuando escribió Emancípate your colonies!, en 1793:

el interés siniestro, la auténtica raíz del desgobierno ^

Bentham abundará en la cuestión de los sinister interests en varias de las cartas que componen «Libraos», en especial en segunda carta de la primera parte, que incluye un análisis exhaustivo de las clases y grupos sociales afec­tados por la emancipación de Ultramar. Quizá sean estas páginas las más in­teresantes desde la óptica económica, puesto que remiten al moderno enfoque de la decisión pública''.

Todo ello plantea sugerentes problemas políticos —por ejemplo, ¿por qué la «mayoría oprimida» no se rebela?—, pero tiene poco que ver con la cues­tión colonial. La minoría opresora seguiría oprimiendo aunque no hubiese

"' En contra de lo que se sostiene en P. Schwartz (1983), p. 150. -" C. Rodríguez Braun (1984), p. 501. " R. A. Posner (1976), p. 601. -' C. Rodríguez Braun (1984), p. 355. •' P. Schwartz (1983), p. 153.

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Imperio. Parece, en efecto, que las colonias españolas son utilizadas por Bentham como trampolín para llegar a lo que verdaderamente le inquieta con respecto a España: la estabilidad del régimen liberal, que ya una vez había sido derrotado. Esto permite resolver la siguiente cuestión: ¿por qué se ocu­pa Bentham de las colonias españolas cuando parecía que muchas de ellas se estaban independizando? ^. La respuesta podría ser: porque no estaba escri­biendo sobre colonias, sino sobre la situación de España. Al mismo tiempo, se estaba carteando con iberoamericanos, ofreciéndose como legislador. En «Li­braos» ofrece también sus servicios, y se declara candorosamente exento de toda corruptibilidad ". Las colonias podrían desaparecer, pero la Constitución de 1812 no, y Bentham veía en ella —la estudió minuciosamente— múltiples defectos. La mayor parte de los males, desde lo breve del período de sesiones de las Q)rtes hasta la dificultad para la reforma del texto constitucional y el incontrolable poder de patronazgo del rey, resultan independientes en gran medida de Ultramar: seguirían existiendo aunque las colonias se desvane­ciesen.

Parece como si Bentham hubiese empezado por la cuestión colonial y, al percibir la importancia del problema constitucional, hubiese desviado su aten­ción hacia éste, del que había mucho que decir. Por eso repite, aquí como en otros trabajos suyos, que la obra está «casi» completa. En el verano de 1820 escribe a un discípulo suyo que al libro sobre la emancipación americana «le falta poco para estar terminado, pero sin duda le falta algo». Ha descubierto Bentham que las colonias y la Constitución son incompatibles:

Ello me ha conducido a la necesidad de revelar los defectos que tiene la Constitución, defectos tan graves que, de no ser remedia­dos, todo acabará en una ruina completa, o el despotismo tomará el lugar de la libertad ^.

Bentham envió informes sobre Rid Yourselves of Ultramaria y partes de la obra a España —por ejemplo, a Toribio Núñez y a Mora, que inició su traducción *—, a México * y a Portugal ". Pero fue perdiendo su optimismo con respecto a España; en mayo de 1822 escribe a un amigo, que combatía junto a Bolívar:

" M. Williford (1980), p. 45; cfr., también, J. Bentham (1979) vol 1 p 154 " C. Rodríguez Braun (1984), pp. 472-476. ' " J. Bentham (1979), vol. I, p. 182. " Ibidem, vol. II, pp. 695, 707, 727 y 861-862. » Ibidem, ; 761. " Ibidem, pp. 706-709 y 719-720.

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«LIBRAOS DE ULTRAMAR». BENTHAM FRENTE A ESPAÑA Y SUS COLONIAS

En las mentes de los gobernantes españoles, incluso de la España regenerada, la imbecilidad es completamente infantil. Toda Ultra­mar: eso es lo que quieren tener y, para cuando Ud. reciba esta carta, más valdría decir reconquistar. Cuando hayan conquistado la luna y la hayan depositado en El Escorial, entonces será el tiempo de iniciar la reconquista de Ultramar'^.

Un mes después admite, en cartas a los argentinos José de San Martín y Bernardino Rivadavia, que «Libraos de Ultramar» no está aún terminado ' . Y un año después, en junio de 1823, le dice a Bolívar que probablemente «Libraos» no se publique jamás ^. España continuaba en posesión, al menos formal, de su Imperio. Pero lo que ya no tenía era el régimen liberal.

i n . CONTENIDO DE «LIBRAOS DE ULTRAMAR»

«Libraos de Ultramar», con el subtítulo «Consejos que Jeremy Bentham da al pueblo de España, en una serie de cartas», no llegó a ser un libro. Tras iniciarla dos veces, Bentham abandonó la empresa en una situación tal que el trabajo no puede ser calificado más que de borrador. El University College de Londres efectuó una transcripción mecanográfica de los manuscritos, y so­bre este material realicé una traducción española y edición provisional, incluida como apéndice en mi tesis doctoral. Pese a que, entonces, la edición definitiva de «Libraos» está aún pendiente, el trabajo realizado puede servir para dar cuenta de esta importante y virtualmente desconocida obra de un gran pen­sador y gran amigo de España.

«Libraos de Ultramar», cuya edición provisional ocupa unos 250 folios a doble espacio, está dividido en dos partes cuyos títulos son «Daño a España por las pretensiones expresadas en su nombre sobre las provincias ultrama­rinas españolas» y «Daño al Ultramar español por las pretensiones de dominio en nombre de España».

Primera parte

Los tres cuartos de «Libraos» que se conservan corresponden a su prime­ra parte, Bentham proyectó escribir diecinueve cartas, pero sólo dejó material para once; más de la mitad de dicho material se concentra en las tres primeras.

La carta 1 presenta el plan de la obra, en el que Bentham adelanta su

" Ibidem. p. 727. " Ibidem, pp. 747 y 761. " Ibidem, p. 850.

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opinión sobre las colonias españolas: benefician tan sólo a la «minoría diri­gente», ruling few, y perjudican a las mayorías sometidas, subject many, tanto en la Península como en Ultramar. Lo que conviene a los pueblos a ambos lados del Atlántico es, para Bentham, indudable: la separación ', Empieza aquí Bentham a destacar los problemas constitucionales de la colonización, verdadero leit motif de «Libraos»: la relación entre las colonias y la Consti­tución de Cádiz de 1812, que Riego había restablecido en 1821.

En la extensa e importante carta 2, ya mencionada, «Distinciones Preli­minares. Intereses Afectados», Bentham entra con muchísimo detalle en los diversos sectores y grupos sociales favorecidos por la preservación del status colonial. Su punto de partida es que el interés de la mayoría, el general, se enfrenta a intereses que le son adversos: los siniestros. La única forma de impedir que la minoría consume el «sacrificio siniestro» —el logro de su in­terés a expensas del de la mayoría— estriba en la democracia representativa, que garantiza que los representantes puedan ser removidos antes de que se corrompan —la vinculación estrecha entre colonias y corrupción, tradicional argumento antiimperialista, aparece en numerosas oportunidades en «Li­braos»—. Ejemplo insigne de dicha democracia son los Estados Unidos, a los que Bentham cubre de elogios en varias ocasiones ^. Pese a las excesivas ilu­siones que se hacía Bentham con respecto a ese país, es de destacar en prin­cipio su idea de la gran capacidad que tiene la democracia para fomentar la felicidad de la mayoría.

Sin embargo, en su análisis de los conflictos de intereses, Bentham elude en general toda consideración al mutuo interés, y a los tratos o negocios vo­luntarios, lo que es una limitación de su enfoque; difícil resultaría argüir que la felicidad depende básicamente de la obediencia a una mayoría y no de acuerdos voluntarios. Por otro lado, parece que la teoría del Estado de Bentham es defectuosa, por muchos elementos de public chotee que contenga: no sólo en un régimen democrático hay (plena) coincidencia entre los intereses de la mayoría gobernada y la minoría gobernante; se ha sostenido que la exis­tencia de unidad de acción ha sido tan beneficiosa para la raza humana que ésta tiene genéticamente impreso el sentimiento de obediencia a la autoridad. Y un buen antídoto para el exceso de poder serían, precisamente, esos acuer­dos voluntarios que Bentham olvida.

Pero los choques de intereses son, para Bentham, mucho más relevantes que los tratos voluntarios. El argumento central de esta carta es que las co­lonias, al requerir un incremento en los impuestos o un desvío del gasto pú­blico hacia el mantenimiento del Imperio ultramarino, podrían introducir una contradicción en el seno de la minoría dirigente, una cuña entre los ruling

" C. Rodríguez Braun (1984), p. 364. " Ihidem, pp. 362, 403. 435, 453-454.

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«LIBRAOS DE ULTRAMAR». BENTHAM FRENTE A ESPAÑA V SUS COLONIAS

few. Al resistirse a ver reducidos sus privilegios económicos, algunos miem­bros de dicha minoría se opondrán al mantenimiento de las colonias y se co­locarán objetivamente junto al interés general, por más que actúen movidos exclusivamente por un sentimiento egoísta. Bentham aconseja:

Ahora es por tanto el momento de que todos los amigos del in­terés común se esfuercen para aprovechar al máximo el apoyo de estos aliados temporales ".

A partir de la carta 3, «Ultramar sometido: ningún beneficio», Bentham plantea la idea de que España no podrá mantener su Imperio y la Constitu­ción de 1812 a la vez: ese Código conspira contra la preservación de Ultramar, especialmente por el principio de la igualdad de derechos entre todos los es­pañoles, sea que habiten en la metrópoli o en las colonias. En esta carta y las dos siguientes («Bajo la Constitución: ningún beneficio» y «Sumisión de Ul­tramar: por qué es imposible») puede verse hasta qué punto cree Bentham que el marco jurídico-constitucional es todo en la vida de una comunidad. Será simplemente por la lectura de la Constitución que los criollos decidirán no pagar más impuestos... '*.

Desde este punto puede verse que una buena proporción de «Libraos» nunca llegó a ser escrita: es el caso de las cartas 6, 7, 12, 14, 16-19 de la pri­mera parte y las 2-4, 8, 12 y 13 de la segunda. Puede comprobarse también que varias de las epístolas que sí escribió Bentham están apenas esbozadas.

En la carta 8, «Influencia corruptiva: aumentada», arremete una vez más Bentham sobre la Constitución y pronostica un incremento en la corrupción, dado que el gobierno español es todavía «mixto», pues tiene elementos mo­nárquicos y democráticos, y esa mixtura es para Bentham deletérea:

Las únicas formas de gobierno que, salvo accidentes, son capaces de preservar su existencia permanentemente son la monarquía pura y la democracia representativa pura: la monarquía, si es ca­paz de excluir las luces del progreso, y la democracia en virtud, precisamente, de dichas luces ^.

Otra vez, Bentham no concibe que puedan existir mecanismos autocorrec-tores y equilibradores en la sociedad —ni en el hombre—. Por eso detesta los sistemas mixtos y no contempla la posibilidad de que tengan lugar coali­ciones, tratos o contratos de beneficio general. Este beneficio sólo se alcanza,

" ibidem, p. 417. " Ibidem, pp. 424 y ss. " Ibidem, p. 466.

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según Bentham, cuando una parte hace coincidir el interés de otra exacta­mente con el suyo, cuando la mayoría sometida obliga a la minoría dirigente a ponerse totalmente a su servicio y condiciona el pago de emolumentos a una servidumbre total. Por eso ataca Bentham al sistema bicameral —no le preocupan los frenos y contrapesos— y aboga por una transparencia absoluta en la vida pública. Bentham no comprende los beneficios de la descentraliza­ción y se aferra a una noción de la democracia que equivale a una pirámide de soberanía responsable.

En las cartas 9, 10 y 11 («Malos diputados: inamovibles durante más tiempo», «Tiempo de las Cortes: desperdiciado» y «Despotismo secretamente establecido») prosigue Bentham detallando los males que el Imperio añade a las ya deficientes instituciones metropolitanas, como la inmovilidad de los diputados o el escaso tiempo de sesiones de las Cortes, y concluye que la con­servación de Ultramar requerirá la implantación allí de un régimen despótico, mucho más perjudicial que los mayores costes económicos, puesto que el des­potismo de Ultramar contagiaría a la Península:

El gasto en dinero, no obstante, no es el más grave de los males. Lo peor es el despotismo. Así, la Constitución, que pretendió suprimir el despotismo en ambos hemisferios, podría reestable-cerlo en América y, por eso mismo, también en Europa*".

Tras la carta 13, «El abandono es rentable», donde Bentham recuerda que el comercio anglo-norteamericano no disminuyó con el nacimiento de los Es­tados Unidos, la última carta de esta primera parte que se conserva es la 15, «Mancha del tráfico de esclavos: borrada», donde es de destacar que Bentham establece una diferencia entre la trata de esclavos, que desaprueba, y la escla­vitud misma, que se resiste a condenar taxativamente: la emancipación de todos los esclavos, en efecto, no garantiza ni su subsistencia ni la seguridad general; por ello, en el estricto utilitarismo de Bentham, dicha emancipación no puede proponerse irreflexivamente*'.

Segunda parte

Para la sej cuentemente apenas

Para la segunda parte, Bentham alcanzó a redactar manuscritos —pero fre-<.uEntemente apenas esbozos— de siete de las trece cartas originalmente pla­neadas. En términos generales resulta significativo, a tenor de lo ya indicado sobre las preocupaciones del autor al escribir esta obra, el que Bentham base

* Ibidem. p. 495. " Ibidem. p. 508.

m

«LIBRAOS DE ULTRAMAR». BENTHAM FRENTE A ESPAÑA Y SUS COLONIAS

muchos de sus argumentos en los males que las colonias producen en la Península.

La carta 1, «Causas de la aversión de Ultramar», se abre con un exagerado diagnóstico sobre la calidad de la administración imperial española, y con una interesante pregunta política:

Ultramar se sometió a todos los males bajo el peor gobierno que jamás haya existido. Entonces, alguien podrá preguntar, ¿por qué no se someterá a un gobierno mejor? *^.

En síntesis, su respuesta estriba en que el Antiguo Régimen era represivo, pero que las «luces» y la libertad presentes en la Constitución española ani­marán el sentimiento independentista, a partir de las restricciones impuestas a Ultramar, que, ahora sí, hará sentir su repulsa en la práctica. Bentham co­menta dichas restricciones en el plano legislativo en la carta 5, «Nula legis­lación en Ultramar», y representativo-constitucional en las cartas 6 y 7, «Re­presentación en las Cortes: inútil» y «Diputados de Ultramar: ninguno». En el aspecto constitucional, el título de la carta 9 expresa una de las grandes objeciones de Bentham al régimen liberal español: «La Constitución no es reformable».

El texto constitucional no podía ser cambiado antes de que hubiesen pa­sado ocho años desde su puesta en vigor. Bentham opina que es

un ejemplo memorable de hasta qué extremo la autosuficiencia y la ineptitud pueden devanarse en el corazón humano*'.

Podría argumentarse aquí, contra Bentham, que no es necesariamente be­neficioso el que no exista mayor dificultad para modificar leyes fundamentales. Como en oportunidades anteriores, Bentham no admite la noción de jerarquía de normas como método de autocontrol de los mandatarios. Para él, la ley es la manifestación de la voluntad del pueblo, que no puede obrar contra su propio interés, y, por consiguiente, no hay necesidad de limitaciones ni de diferencias de rango normativo. Este concepto, extremadamente positivista de la ley tira por la ventana lo que hay de bueno en el iusnaturalismo: la concep­ción de la ley como una barrera frente a los caprichos del soberano, porque es anterior a su voluntad.

Las últimas cartas que se han preservado de esta segunda parte son curio­sas. La carta 10 lleva por título «Es mejor que Ultramar gobierne España», que en realidad no es una opinión de Bentham, sino una posibilidad: dado

" Ibidem, p. 512. " Ibidem, p. 544.

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que la Constitución determina que el objetivo del gobierno debe ser la feli­cidad de la mayoría, una eventual superioridad demográfica de Ultramar obli­garía a trasladar el ejercicio del poder al otro lado del Atlántico. La carta 11 también tiene un encabezamiento equívoco; «Es preferible conquistar la Ber­bería»; no se trata, en verdad, de un consejo de Bentham, sino de una com­paración: el coste de una aventura colonial en el norte de África resultaría menor que el del mantenimiento del Imperio ultramarino **. En esta breve carta es destacable una noción de «pérdidas y ganancias» para la evaluación de proyectos —al estilo del moderno análisis de coste/beneficio— que exige comparación interpersonal de utilidades.

IV. RESUMEN Y CONCLUSIONES

El anciano Jeremy Bentham, que se había convertido a partir de la pri­mera década del siglo xix en el líder intelectual de los «radicales filosóficos», aconsejó a los españoles «Libraos de Ultramar», mensaje en el que la atención a la situación de la España del trienio liberal es mayor a la dispensada al —por otra parte tambaleante— Imperio. El manuscrito Rid Yourselves of Ultramaría, que ha permanecido inédito hasta la fecha, fue redactado por Bentham entre 1820 y 1822. Aunque trata del Imperio español, parece claro que el objetivo de Bentham era más bien alertar a los españoles sobre las deficiencias de su sistema político en la metrópoli, determinado por el resta­blecimiento de la Constitución de 1812. Bentham abandona la obra a medio terminar en 1823, cuando España, aún en posesión formal de su Imperio, pierde su régimen liberal. El mensaje de Bentham es, sin duda, anticolonial, pero lo que sostiene es que las dependencias ultramarinas añaden perjuicios al ya de por sí defectuoso marco institucional español.

Si las colonias son mantenidas, afirma Bentham, ello sólo beneficiará a la «minoría dirigente» en contra de la «mayoría sometida», que, en ambos lados del Atlántico, se vería favorecida por una amistosa separación. En el estilo de la reciente teoría de la elección colectiva, Bentham diseca a las clases y grupos de presión de la sociedad española, y descubre que la preservación del Imperio puede llegar a atentar contra los intereses de algunos de estos grupos, por lo que la acción popular debería encaminarse a aprovechar políticamente estas contradicciones en el seno de las clases dominantes.

En estas cartas —«Libraos» tiene forma epistolar—, Bentham se ocupa

" Uno de los argumentos básicos es la lejanía de las colonias españolas —problema sobre el que ya había reflexionado Montesquieu a mediados del siglo anterior—. En «Li­braos de Ultramar», Bentham señala en varias oportunidades a los españoles que la dis­tancia que separa a sus colonias de la metrópoli está en la base de la inviabilidad de cual­quier proyecto imperial de España en América.

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mucho más de los conflictos de intereses que de los acuerdos voluntarios a que las personas pueden arribar en beneficio mutuo. Con una visión extre­madamente positivista de la ley, Bentham no admite mecanismos autocorrec-tores sociales, sino sólo la democracia plena, entendida ésta como una pirámi­de burocrática donde los gobernantes son permanentemente controlados (y destituidos) por el pueblo, cuya acción fuerza la coincidencia de los intereses minoritarios con los mayoritarios. Y el interés del pueblo español con relación a las colonias estaba claro: la independencia.

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NOTAS

LAS INVESTIGACIONES SOBRE EL MERCADO NEGRO DE PRODUCTOS AGRARIOS EN LA POSTGUERRA: SITUACIÓN ACTUAL Y PERSPECTIVAS*

CARLOS BARCIELA LÓPEZ Universidad de Alicante

El presente trabajo pretende, por una parte, destacar la extraordinaria importancia que alcanzó el mercado negro de productos agrarios en la post­guerra y sus repercusiones sobre los distintos grupos sociales. Por otra, se intenta resaltar la labor de ocultación y manipulación realizada por los res­ponsables de las estadísticas agrarias, así como la insuficiencia de las investiga­ciones llevadas a cabo para subsanar estos problemas. Finalmente, se intenta mostrar cuáles son actualmente las tareas más urgentes a realizar y las posibles vías para desarrollarlas.

El mercado negro de productos agrarios en la postguerra, 1939-1953

En España, a partir de 1939, y como es sobradamente conocido, se desa­rrolló un amplio mercado negro que afectó a todo tipo de materias primas y productos básicos. Especial importancia alcanzó el mercado negro de produc­tos alimenticios, que perduró mientras se mantuvo el régimen de racionamien­to y el sistema de intervención en la agricultura, cuyo principal instrumento fue la requisa de productos a los campesinos a precios de tasa.

A pesar de la extraordinaria importancia del mercado negro de productos agrarios y de la gravedad de sus consecuencias, no son muchas las investiga­ciones que se han realizado sobre el tema. La presente nota intenta mostrar cuál es el estado actual de nuestros conocimientos sobre el fenómeno del «es-traperlo» de productos agrarios en los años cuarenta, sobre las consecuencias del mismo y sobre las necesidades y limitaciones de posibles futuras investi­gaciones. En mi opinión, tras la aportación —pionera, aunque limitada en lo relativo a los resultados— realizada por Francisco Alburquerque en su tesis

* Una primera versión de este trabajo fue expuesta en el Salón de Actos de la Fa­cultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Valencia, el día 10 de noviembre de 1984, en el marco del Coloquio España ba/o el franquismo. Quiero agradecer a José Manuel Naredo sus importantes sugerencias y comentarios que han per­mitido mejorar aquella primera versión.

Revista de Historia Económica e 1 í Año III. N.» 3 - 1985 ''^•'

CARLOS BARCIELA LÓPEZ

doctoral, las investigaciones más relevantes realizadas sobre el tema han sido las de José Manuel Naredo, Carmen Gutiérrez del Castillo, Aurelio García González y Carlos Barciela López. La monografía de J. M. Naredo enfoca el problema con carácter general, no perdiendo de vista ninguno de los aspectos relevantes del mercado negro, estudiando tanto las cantidades como los pre­cios de los diversos productos agrícolas «estraperlados» en las grandes fincas del sur de España, En cuanto a las fuentes de información, J. M. Naredo uti­lizó fuentes de carácter privado, concretamente las propias contabilidades de las fincas objeto de estudio. El planteamiento teórico del trabajo de Naredo constituye un modelo que debería ser utilizado para emprender nuevas inves­tigaciones. El trabajo de Carmen Gutiérrez tiene como objeto el estudio del «estraperlo» de aceite de oliva en el período 1940-1944. Carmen Gutiérrez ha utilizado en su investigación esencialmente fuentes de carácter oficial, es­pecialmente de la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes. Fi­nalmente, los trabajos de Carlos Barciela y Aurelio García González están centrados en torno al principal producto objeto de «estraperlo», el trigo, du­rante el período 1939-1953. Las fuentes utilizadas han sido, en este último caso, también fundamentalmente oficiales, del Servicio Nacional del Trigo y, especialmente, del Banco de España.

Los resultados de este grupo de investigaciones podrían sintetizarse de la forma siguiente:

a) En relación a las cantidades «estraperladas» destaca, en todos los tra­bajos, la extraordinaria importancia que alcanzaron, hasta el punto de que el mercado negro superó —caso del trigo— o estuvo muy cercano —caso del aceite— al propio mercado oficial.

b) Los precios a los que se vendieron los productos «estraperlados» su­peraron, por término medio, entre 2 y 3 veces los precios oficiales de tasa '.

c) La calidad de los productos «estraperlados», dado el carácter ilegal del mercado y la multitud de demandantes, se deterioró notablemente. Los consumidores adquirieron, en general, productos de mala calidad, sin ninguna garantía y a precios muy elevados.

d) El ocultamiento de parte de la cosecha para su posterior comerciali­zación en el mercado negro se tradujo en una infravaloración, por parte del Ministerio de Agricultura, de los volúmenes de producción agraria. Posterior­mente, ya en los años cincuenta, se procedió, en algunos casos, por parte de la Sección de Estadística del Ministerio de Agricultura, a una revisión al alza dé las producciones de trigo, avena, cebada y centeno, aunque no se hizo lo

' Un análisis teórico del mercado negro puede verse en C. Barciela (1983¿).

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LAS INVESTIGACIONES SOBRE EL MERCADO DE PRODUCTOS AGRARIOS EN LA POSTGUERRA

mismo para otros productos agrarios que fueron también objeto de «estra-perlo» .

e) Puede hablarse, pues, de un fracaso del sistema de intervención en la agricultura practicado por el «Nuevo Estado». Los agricultores rechazaron los cauces oficiales y, a pesar del riesgo (que, dicho sea de paso, no afectaba a to­dos los «estraperlistas» por igual) que implicaba la participación en el mercado negro, éste se vio más concurrido que el propio mercado oficial. Los organis­mos interventores, Servicio Nacional del Trigo y Comisaría General de Abas­tecimientos y Transportes, no comercializaron los productos y las cantidades que debían, teóricamente, comercializar y los precios oficiales de tasa fueron sistemáticamente vulnerados.

f) Debe destacarse que el sistema de intervención, a pesar de su apa­rente objetividad, no afectó ni a todos los productos ni a todos los agriculto­res por igual. Respecto a los productos, cabe advertir que el mayor control ejercido sobre el trigo hizo que sus porcentajes de ocultación fueran menores que los de otros productos en los que la Administración ofrecía mayor permi­sividad (por ejemplo, leguminosas, otros cereales, etc.), aunque en términos absolutos el trigo fuera el producto rey del «estraperlo». En lo que concierne a los agricultores, las entregas obligatorias a bajos precios de tasa fueron, normalmente, mejor satisfechas por los pequeños campesinos, indefensos ante los funcionarios de los organismos de intervención. Sin embargo, los agricul­tores grandes y medianos contaron con todo lo necesario para poder partici­par en el mercado negro: excedentes, lugares para ocultar parte o toda la cosecha, medios de transporte (o, en su defecto, capacidad financiera para alquilarlos), conocimiento del mercado (fabricantes, intermediarios urbanos) y, lo más importante, la impunidad política que les proporcionaba el formar parte del bando victorioso en la contienda civil. No obstante, la amplia ca­suística que caracteriza el fenómeno del «estraperto» dificulta enormemente cualquier intento de generalización por zonas y tamaño de las explotaciones agrarias.

g) La intervención proporcionó dos mecanismos de acumulación. Por una parte, se logró proporcionar un nivel mínimo de racionamiento a bajos pre­cios a los obreros industriales, lo que hizo soportable la pérdida de poder adquisitivo de los salarios experimentada en los años cuarenta, con cargo al sector agrario. Por otra parte, la intervención estatal tuvo un efecto muy distinto entre aquellos agricultores que acumularon importantes beneficios, gracias a su participación en el mercado negro o a las concesiones de abonos y

' Puede verse un análisis crítico de las revisiones de estadísticas agrarias hechas por la Sección de Estadística del Ministerio de Agricultura en C. Bárdela, «Las estadísticas agrarias en España 1936-1980» (en curso de publicación en obra colectiva dirigida por el profesor A. Carreras.

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maquinaria, y aquellos otros que no lo hicieron o lo hicieron más moderada­mente. Esto se tradujo, en muchas ocasiones, en reajustes de la propiedad de la tierra, apareciendo en aquella época nuevos apellidos en el grupo de los grandes propietarios, fruto de fortunas acumuladas en los años cuarenta (hay que recordar que el «estraperto» de una cosecha, en condiciones favorables, arrojaba un beneficio por hectárea similar al precio de la tierra).

h) En otro orden de cosas, podemos considerar como una consecuencia más del mercado negro la mala calidad de las estadísticas agrarias oficiales relativas a los años 1939-1953. En realidad, siendo más precisos, no debería­mos achacar esta falta de calidad a la existencia de un mercado negro; debe­mos, más bien, responsabilizar de ello a las autoridades, que intentaron negar oficialmente el fenómeno del «estraperlo»... a base de no reconocerlo estadís­ticamente. Se puede afirmar que, como consecuencia de esta actitud, las esta­dísticas oficiales de precios de los productos agrarios, de valores de las pro­ducciones, de renta agraria y, como consecuencia, de la renta nacional están notablemente infravaloradas. La importancia del fenómeno es indudable y sorprende cómo todavía hoy el Ministerio de Agricultura sigue publicando unas series (que muchos investigadores siguen utilizando) de cantidades, pre­cios y valoraciones que tienen muy poco que ver con la realidad. La única revisión que se ha llevado a cabo en este sentido, si no estoy equivocado, ha sido la realizada por Aurelio García y Carlos Barciela (1983) para los precios y valores de la producción triguera.

La última de las cuestiones que quería comentar en esta breve nota es la relativa a las lagunas existentes en la investigación y las posibilidades de su­perarlas. Los aspectos no estudiados hasta el momento son muchos. Excepto sobre el trigo y sobre el aceite, y para este último producto sólo en el subpe-ríodo 1940-1944, no se han realizado investigaciones monográficas sobre el mercado negro de ningún otro producto agrario. Como mínimo, para poder tener una visión general del problema que venimos tratando, sería necesario: completar el estudio del aceite, investigar algún cereal más (centeno, cebada, arroz o maíz) y analizar lo que aconteció con el comercio de las principales le­guminosas. Simultáneamente sería necesario investigar lo que sucedió con los productos ganaderos y forestales.

Las posibilidades de realizar estas investigaciones no aparecen, lamenta­blemente, muy claras, principalmente por la falta de documentación. Confor­me al resultado de mis averiguaciones, el SENPA (heredero del antiguo SNT) no dispone de información sobre el «estraperlo» de otros productos distintos del trigo. Resulta muy extraña esta carencia, dado que el SNT intervino no sólo el trigo, sino la totalidad de los cereales y leguminosas. Oficialmente, sin embargo, no existe información. En mi opinión, no obstante, mientras el ar-

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LAS INVESTIGACIONES SOBRE EL MERCADO DE PRODUCTOS AGRARIOS EN LA POSTGUERRA

chivo del SENPA permanezca cerrado a los investigadores, no podemos tener certeza sobre la existencia o no de documentación sobre este tema. Sería tam­bién posible que la documentación hubiera sido destruida, práctica habitual en el SENPA.

En relación con la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes (organismo que intervino una amplia variedad de productos agrícolas y gana­deros), hay que señalar la implacable destrucción de todo documento que pu­diera proporcionar información de su gestión durante el período franquista. Es posible, dada la particular eficacia demostrada por la CGAT en la destruc­ción de documentos, que nunca se pueda llegar a realizar un estudio completo de la actividad de este organismo de amargo recuerdo para muchos españoles.

Las dificultades no son, a pesar de todo, insalvables, y el investigador ha de poner en juego su ingenio. José Manuel Naredo, mediante el estudio de contabilidades privadas, y Aurelio García y Carlos Barciela, mediante el es­tudio de contabilidades de fabricantes de harinas, han mostrado dos caminos, alternativos a las fuentes oficiales, muy fructíferos para el estudio del pro­blema.

Finalmente, quiero señalar que en la actualidad se están llevando a cabo nuevas investigaciones sobre el fenómeno del «estraperlo». Carmen Gutiérrez prosigue con sus trabajos sobre el aceite; Daniel Criach, dirigido por José Fontana, ha comenzado recientemente un estudio sobre el «estraperlo» de productos agrarios en Cataluña, y José Pujol tiene, prácticamente, concluido un excelente trabajo sobre el mercado negro en base al estudio de contabili­dades de fincas privadas.

BIBLIOGRAFÍA

ALBURQUERQUE, Francisco: Investigación acerca del marco institucional en el que se con­figuró el sistema de racionamiento de alimentos a partir 'de la^ última guerra civil en España, tesis doctoral leída en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Complutense de Madrid.

BARCIELA, Carlos (1981): «El "estraperlo" de trigo en la postguerra», Moneda y Crédito, 151, pp. 17-37.

— (1983 a): «Producción y política cerealista durante la guerra civil española, 1936-1939», en G. Anes, L. A. Rojo y P. Tedde (eds.): Historia Económica y Pensamiento Social, Madrid, Alianza Universidad-Banco de España.

— (1983 ¿): «Intervencionismo y crecimiento agrario en España, 1939-1971» (ponencia presentada en el Seminario de Historia Económica Cuantitativa, celebrado en la Fun­dación Ortega y Gasset).

BARCIELA, Carlos, y GARCÍA GONZÁLEZ, Aurelio (1983): «Un análisis crítico de las series estadísticas de los precios del trigo entre 1937 y 1980», Agricultura y Sociedad, 29, pp. 69-151.

GUTIÉRREZ, Carmen (1983): «Una estimación del mercado negro de aceite de oliva en la postguerra española», Agricultura y Sociedad, 29, pp. 153-173.

NAREDO, José Manuel (1981): «La incidencia del "estraperlo" en la economía de las gran­des fincas del sur de España», Agricultura y Sociedad, 19, pp. 81-128.

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DEBATES Y

CONTROVERSIAS

RESPUESTA DE MIRIAM HALPERN PEREIRA A LA RESEÑA DE SU LIBRO POR GABRIEL TORTELLA

Gabriel Tortella tuvo la cortesía de solicitar mi respuesta a su recensión crítica. Tuve que huir de la tentación de dejar que los lectores compararan la recensión con el propio libro y me dispuse a redactar estas breves aclaracio­nes. Me estimula a responder la consideración que me merecen los trabajos de Gabriel Tortella, en especial Los orígenes del capitalismo en España, libro que destaca en relación con otros por su perspectiva global de la España de la se­gunda mitad del siglo xix y que cuando se publicó constituyó un paso pionero en el planteamiento de un problema fundamental; la función de los ferroca­rriles en el desarrollo económico de ese país. Pero hay otra razón que también me incita a responder a Tortella, y ésa es el debate ideológico en que se in­serta su apreciación crítica.

En el prefacio a la segunda edición de su libro, que es, por cierto, la única que conseguí comprar en Lisboa (la presencia de la historiografía española en las librerías portuguesas se intensificó un poco en los últimos tres o cuatro años), Tortella se sitúa a sí mismo entre los historiadores que privilegian el papel de las «causas intrínsecas» (factores geográficos, demográficos e institu­cionales), en detrimento de la función de las «causas extrínsecas» (relaciones de poder internacional, colonialismo, imperialismo), para explicar el origen de las desigualdades internacionales, siguiendo una visión dicotómica de la histo­riografía que se dice inspirada en Cameron. El debate sobre los orígenes del subdesarrollo, introducido en la historiografía europea a través de las obras de varios economistas, sobre todo, de cultura angloamericana (Gerschenkron, Brenner, Wallerstein, entre otros), gira parcialmente en torno a la pondera­ción relativa de los diferentes factores y su secuencia en la lógica histórica del desarrollo económico, su valoración y su articulación como estructuras sociales.

De hecho, la cuestión puede no reducirse a ponderar solamente, por ejem­plo, la intervención de los factores llamados «extrínsecos», sino también su función, que puede ser de tipo muy divergente. Y, en realidad, lo que Tor­tella rechaza no es propiamente la intervención de factores «extrínsecos» en el proceso de desarrollo, por otra parte magistralmente analizados en su libro, sino su ponderación en cuanto posibles factores de un estrangulamiento eco-

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MIRIAM HALPERN PEREIRA

nómico. En cuanto a su valoración positiva, no tiene él ninguna duda. Y le irrita que yo no comparta esta concepción lineal. Eso le conduce a omitir mi análisis de la función polifacética de las relaciones internacionales y su articu­lación con la estructura social en el proceso de desarrollo económico: véase el estudio de la disparidad de las consecuencias de la competencia extranjera en dos épocas distintas, protoindustrial y postrevolución industrial, que pone en evidencia el papel que desempeña el cambio de sistema económico-social (cap. IV); o mi análisis del papel decisivo del mercado externo en el creci­miento agrícola ochocentista, pero también de sus límites, determinados por la estructura agraria y por la asimetría del desarrollo económico (cap. III). En realidad, Tortella se ve conducido a simplificar mis ideas para tratar de encajarme en su visión dicotómica de la historiografía.

En la realidad histórica existe una tal articulación entre los llamados fac­tores intrínsecos y extrínsecos que esta terminología resulta muy insuficiente. El clasificar al colonialismo o al imperialismo como factores «extrínsecos» es un ejemplo perfecto de esto: en Portugal fue necesaria una revolución política para poner término al colonialismo en 1974. También para poner término a la ocupación inglesa fue necesaria una revolución en 1820, por cuanto esa ocupación se hizo con la aquiescencia de gran parte de la clase dirigente por­tuguesa, que la consideró inicialmente útil a sus intereses. Naturalmente que la dependencia externa es una resultante de la conjugación de los intereses de unos grupos sociales en cada uno de los países implicados: los tratados de 1810 o de 1842 entre Portugal e Inglaterra se firmaron por conveniencia recíproca de determinados sectores económicos de ambos países, que tenían influencia poderosa sobre los respectivos gobiernos, venciendo así la resisten­cia ofrecida por gran parte de la burguesía industrial, que contaba con el apoyo activo de parte de los círculos agrarios y comerciales. Es una dura lucha in­terna que está atravesada por un juego de alianzas externas, y en la cual el problema del mercado interno y externo desempeña un papel fundamental. El resultado de ese enfrentamiento, plasmado en tratados internacionales, va a tener consecuencias indelebles en la configuración del mercado interno y del mercado colonial, que en el caso portugués fue decisivo para la industria. Con el tratado de 1810, por ejemplo, las mercancías inglesas no sólo pagaban de­rechos inferiores a los que pagaban los productos portugueses para su entrada en Brasil, sino que esa diferencia se acentuaba, además, en el mercado interno portugués, pues estaban exentas de los elevadísimos impuestos de consumo en los dos principales mercados urbanos (Lisboa y Porto). Incluso los libre­cambistas portugueses criticaron vivamente esta colosal distorsión, que se prolongó hasta 1836.

Es que el mercado no es un dato natural ni fijo; es una resultante de un conjunto de vectores políticos, sociales y económicos, en que la dimensión

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RESPUESTA A GABRIEL TORTELLA

histórica modela la dimensión geográfica. Es lo que Tortella olvida en su concepción estática del mercado como factor de desarrollo económico, deri­vada de la propia función que él atribuye a los factores geográficos (Tortella, Los orígenes, prefacio a la 2.^ ed.). Las enseñanzas de un Orlando Ribeiro, geógrafo en cuya obra siempre está presente el tiempo histórico, fueron pre­ciosas para la elaboración de mi primer libro, Livre cambio e desenvolvimento económico. La invocación sobrevalorada de los factores geográficos en los países mediterráneos es, sin embargo, algo muy diferente, y representa no sólo un retorno a las antiguas teorías de fines del siglo xix y primera mitad del XX —asociada entonces al racismo Norte-Sur, etc.—, sino, sobre todo, una solución fácil y simplista a una cuestión difícil y compleja.

La moda del «contrafactual» ha conducido a algunos historiadores actua­les, Tortella entre ellos, a querer transformar una técnica eventualmente útil en una especie de «atestado de cientificidad» o de prueba de rigor de una in­vestigación científica. Así, para Tortella, los efectos negativos del librecambio necesitan ser demostrados por la viabilidad de una industrialización ochocen­tista proporcionada por un proteccionismo imaginario. Desde un punto de vista lógico, el ejercicio carecería de significado, porque se aislaría una varia­ble de su necesaria integración en la realidad histórica: la práctica de una política proteccionista presupondría una correlación de fuerzas sociales en que la burguesía industrial tuviese un papel bastante fuerte, una situación en que el paso de una protoindustria a una mecanización del trabajo industrial se hubiese desarrollado sin las discontinuidades del proceso portugués, sin las catástrofes que representaron la pérdida del mercado colonial y la disgrega­ción del Estado nacional a comienzos de siglo. ¡Sería preciso que la Historia hubiese sido otra! En fin, creo que la Historia de las sociedades humanas no es compatible con estas transposiciones mecánicas de métodos de prospectiva económica, cuyo escaso resultado en ese terreno mismo debiera inspirar mayor prudencia en los historiadores.

Entre tanto, como entretenimiento intelectual, podría ser curioso buscar una racionalidad a la política exterior inglesa a la luz de la hipótesis «contra los hechos» de Tortella, según la cual el «pequeño mercado portugués y el atraso del país» (¡qué confusión, el fenómeno analizado se convierte en propio factor explicativo!) impidieron el desarrollo industrial. ¡Qué pena que Ingla­terra no se hubiera dado cuenta de esto y se hubiera evitado el incendio de fábricas, las amenazas de muerte a los maestros artesanos en el siglo xviii por los ingleses (J. Borges de Macedo) y las represalias que caracterizaron la lucha tenaz de Inglaterra contra las pautas proteccionistas de 1837 (que, por otra parte, no impedían a Inglaterra mantener una política firmemente pro­teccionista en relación con su propio mercado interno y colonial, hasta la prohibición de exportar máquinas industriales...)!

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A. BARRIOS GARCÍA: Estructuras agrarias y de poder en Castilla. El ejemplo de Avila (1085-1320), Salamanca, 1983-84, 2 vols.

El libro de A. Barrios analiza el proceso de implantación y desarrollo de una formación feudal en las tie­rras del obispado de Avila desde la instalación de los primeros núcleos de población a fines del xi hasta el año 1320, momento en que se hacen evidentes las contradicciones que de­sembocarán en la crisis bajomedieval.

El primer volumen se inicia con el estudio del proceso de ocupación del espacio mediante un minucioso análisis de la toponimia, que contie­ne novedades importantes respecto a la utilización tradicional de esta téc­nica. El autor ha podido determinar la procedencia de los repobladores y fechar la instalación de los diferentes grupos. Entre 1087 y 1089 se pro­dujeron los primeros asentamientos de gentes procedentes de Lara, Co-valeda y las tierras del primitivo con­dado de Castilla. Entre 1090 y 1092 se instalaron grupos de vasco-navarros y, a comienzos del xii, las tierras abulenses recibieron pobladores fran­cos. El poblamiento se completó a mediados del xii, con la llegada de mozárabes y judíos procedentes del Sur.

Paralelamente a la ocupación del espacio se produjo un rápido proceso de estratificación social. Al frente del movimiento repoblador aparece una élite militar que encontró en la gue­rra y el botín su medio de reproduc­ción material y que pronto acaparó las magistraturas concejiles. £1 predo­minio de este grupo social encontró una cierta oposición, que se manifes­tó durante la guerra civil entre Al­fonso I y Urraca, a comienzos del xii. Resuelto el conflicto en favor de los «guerreros», en torno a 1135 se ini­ció un proceso que los transformó en «guerreros-propietarios de ganados». Pronto la defensa de sus intereses co­mo ganaderos, en relación con el con­trol de los pastos del término concejil, originó la formación del Asocio de Ganaderos.

A fines del siglo xii, las treguas suscritas con los almorávides introdu­jeron un cambio importante en el sis­tema de reproducción social del grupo social predominante al privarle del botín. Desde 1170 comienzan a ob­servarse síntomas de crisis en la es­tructura social. Los diferentes «blo­ques sociales» perdieron su carácter

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homogéneo y se fragmentaron en va­rios subgrupos.

Al concluir el análisis del estable­cimiento de la formación feudal, el autor pasa a estudiar «el desarrollo de una instancia local de poder: los capitulares». Se pasa revista a la or­ganización del obispado, la primera estructura del Cabildo y el proceso de formación del patrimonio eclesiás­tico.

En el segundo volumen se estudia, en primer lugar, el desarrollo del po-blamiento —crecimiento y tipología— durante el xiii y primeras décadas del XIV. El tratamiento dado a un tipo documental, ignorado hasta la fecha, generado por el reparto de ren­tas entre obispo y Cabildo a media­dos del XIII, en orden al estudio de las cuestiones señaladas, constituye una de las principales aportaciones de esta obra. A partir de un inventario de rentas decimales en el que se in­dica el valor de la tercera parte del diezmo de cada uno de los lugares del obispado, se ha podido determinar la estructura del poblamiento. A media­dos del XIII, las tierras de Avila se hallaban cubiertas por una tupida trama de asentamientos —474—, los cua]*s aparecen concentrados princi­palmente en la zona norte; asimismo, han podido determinarse algunos de los principios de jerarquizadón de la red de núcleos de población. Final­mente, el autor propone una técnica de estimación del número de habitan­tes que le permite establecer en unos 68.000 habitantes la población del obispado hacia 1250. La población de­

bió continuar aumentando hasta co­mienzos del XIV, ya que ha podido documentar la aparición de unas 160 aldeas nuevas entre 1250 y 1320.

La carencia de fuentes ha impedi­do medir el crecimiento económico del XIII. Tan sólo han podido anali­zarse algunos indicadores como la mo­dificación del paisaje urbano y el in­cremento de las referencias a oficios artesanales, que indican una fuerte di­visión del trabajo. Respecto a la pro­ducción agraria, tan sólo han podido analizarse algunos de sus aspectos co­mo la organización del paisaje agra­rio, los tipos de cultivos practicados, el sistema de rotación, el grado de fragmentación de la propiedad y el equipamiento de las explotaciones ca­pitulares, siendo los resultados obte­nidos muy semejantes a los logrados a partir de una fuente similar perte­neciente al Cabildo de Segovia por A. García Sanz y V. Pérez Moreda {Propiedades del Cabildo segoviano, Salamanca, 1981).

El incremento de la población y el crecimiento económico del xiii cons­tituyen el marco en que se produjo una importante transformación del sistema de reproducción material de los «guerreros-propietarios de gana­dos». El definitivo alejamiento de la frontera obligó a este grupo social a buscar una nueva base desde la que realizar su reproducción como grupo privilegiado. El autor señala la estre­cha correlación existente entre la pér­dida de importancia de la actividad militar del grupo y la concesión de privilegios reales a los poseedores de

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caballos. Privilegios que configuraron su control sobre las magistraturas concejiles y su condición de exentos fiscales. Los guerreros propietarios de ganado se transformaron en caballe­ros propietarios de tierras. Desde la plataforma que les proporcionaba el control del aparato concejil modifica­ron su sistema de reproducción. Di­cho control les proporcionaba de jac­to la propiedad eminente del Concejo sobre su término; asimismo, adminis­traron en su favor los espacios comu­nales, reservándose zonas exclusivas de pastos; finalmente, se convierten en una pieza clave del sistema fiscal del monarca al pasar por sus manos la recaudación de los diferentes tribu­tos. En definitiva, instrumentan el aparato concejil transformándolo en señorío colectivo. En esta transfor­mación radica principalmente la espe­cificidad de la formación feudal de la Extremadura castellana. Pero el do­minio de los caballeros no se ejerció sobre un grupo social homogéneo. La oposición vecino de la ciudad/vecino de las aldeas; las clientelas urbanas de los caballeros; la polarización de la sociedad rural entre un grupo de campesinos acomodados —aproxima­damente el 8 por 100— frente al res­to de la población rural, y la presencia de minorías religiosas, como los ju­díos, configuran los factores de hete­rogeneidad y jerarquización de la ma­yoría dominada.

El libro concluye con el estudio de un «ejemplo de dominación social y acumulación feudal: la clerecía privi­legiada y el dominio catedralicio».

Resulta muy interesante el paralelis­mo que se establece entre la evolución de los capitulares como grupo privi­legiado dentro de la clerecía y los ca­balleros como grupo privilegiado den­tro del Concejo. Ambos grupos obtie-nen coetáneamente los privilegios que configuran su situación (1256). En este apartado se abordan los diferen­tes cauces de detracción de renta de que disponían los capitulares. El co­bro de diezmos derivado del control de un aparato ideológico de coerción constituía el principal cauce de in­gresos. A mediados del xiii, dicho aparato muestra los primeros sínto­mas de ineficacia por el incremento de la resistencia al pago; en adelante, la percepción de diezmos quedará condicionada al apoyo que el aparato de coerción de la Monarquía dispen­sará a la Iglesia; de dicho apoyo sur­ge el principio de participación de la Corona en el diezmo. El segundo cau­ce de ingresos lo constituían los pro­cedentes de los señoríos eclesiásticos, cuyo número no cesó de incrementar­se a lo largo del xiii. Para la exposi­ción analítica del contenido de los tri­butos-renta, el autor recurre a la dis­tinción entre rentas de la tierra, rentas jurisdiccionales y monopolios señoriales. Finalmente, el autor ana­liza los ingresos procedentes del «do­minio capitular». Para ello se estudia el crecimiento del patrimonio, los pro­cedimientos de anexión, la estructura de dicho dominio —inmuebles urba­nos, tierras de cereal, importantes ex­plotaciones vitivinícolas— y, final­mente, la evolución del sistema de

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explotación. El mismo se caracterizó desde fines del xii por una gestión individualizada e indirecta. Los capi­tulares explotaban las heredades arren-dadas al Cabildo mediante el sistema de yuvería. El subarriendo aparecería más tarde. En la segunda mitad del XIII aparecen contratos de arrenda­miento suscritos con laicos influyen­tes; dichos contratos ocultan un tipo de concesión feudal, ya que, a cambio de una renta simbólica, el laico ob­tenía el derecho a detraer renta de las explotaciones capitulares y el Ca­

bildo obtenía la protección de dicho personaje.

Hasta aquí hemos procedido a una exposición necesariamente superficial del contenido del libro. Me ha pare­cido oportuno dedicar más espacio a la difusión de las aportaciones de la obra que a las observaciones o mati-zaciones que pueden realizarse. Tam­bién, y en aras de la síntesis, se ha suprimido todo párrafo laudatorio, pues el libro habla por sí mismo.

Miguel SANTAMARÍA UNED

Ricardo GARCÍA CÁRCEL y María Vicenta MARTÍNEZ RUIZ: Población, juris­dicción y propiedad del obispado de Gerona. Siglos XIV-XVII, Colegio Universitario de Gerona, 1976, 110 pp.

He aquí un librito corto en exten­sión, pero rico en datos y enseñanzas, que merece una difusión mayor de la que ha tenido. El resumen que sigue, aunque muy escueto, espero sirva pa­ra darlo a conocer a círculos más am­plios. Consta de una Introducción y tres partes, dedicadas a la Demogra­fía, la Jurisdicción y la Propiedad en los pueblos del obispado de Gerona, entonces «el más extenso y rico de Cataluña» (p. 14).

En la Introducción se sintetizan las lagunas que subsisten en nuestro conocimiento sobre la demografía del Principado y se propone la utilización de una nueva fuente: las listas con­cernientes a la recaudación de los im­

puestos de maridatge y coronatge per­cibidos con motivo de matrimonio de infantas o coronación de personas reales. Estaban exentos los fuegos o vecinos de señorío, por lo que no es una fuente completa, pero sirve para determinar las proporciones y ten­dencias, suplir los fallos de los archi­vos parroquiales y rellenar los enor­mes huecos de los fogatges, en parti­cular el «inmenso vacío» que existe entre el censo de 1378 y el de 1497. En la nota 14, los autores nos pro­porcionan la lista de todos los censos catalanes, inéditos y publicados. La comparación de las cantidades recau­dadas por los mencionados conceptos en todos los obispados de Cataluña

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evoca una imagen sintética de la evo­lución económica del Principado: «De la crisis del siglo xv se pasa a la ex­pansión del siglo XVI, con su más ele­vada cota en 1558, para descender de nuevo en la segunda mitad del siglo XVI y en el xvii, llegando a su máxima depresión en 1622, y, por úl­timo, comienzo de una recuperación en 1680.»

La parte primera comienza con un estudio demográfico cuantitativo, sin­tetizado en tablas que resumen incon­tables horas de trabajo. Las cifras atestiguan la intensidad del descala­bro demográfico del siglo xv, pero con un comportamiento muy hetero­géneo que debe ponernos en guardia sobre la fiabilidad de sondeos y mués­treos, pues junto a una mayoría de localidades que descienden hay otras que se mantienen e incluso prospe­ran. Tal vez se trata de los típicos desplazamientos de población en tiem­pos de guerra y turbulencias. Se re­gistró luego un aumento moderado de 1497 a 1553, un descenso hasta 1571 y, a partir de estas fechas, com­portamientos variados, con una sor­prendente estabilidad de la mayoría hasta 1680, a pesar de las epidemias y otras catástrofes.

Tras los datos cuantitativos, un breve análisis de la estructura social confirma la abundancia de clero y la escasez de población noble: 1 por 100 (1,5 por 100 en el conjunto de Cata­luña).

En la segunda parte se trata de aclarar la distinción entre señoríos solariegos y jurisdiccionales, «bien perceptible en Castilla y no tanto en Cataluña». Una serie de tablas y ma­pas nos informan sobre el reparto de lugares por jurisdicciones: eclesiásti­ca, real y señorial. Advertimos dos rasgos que para el lector no familia­rizado con las peculiaridades del se­ñorío catalán resultan oscuros: la abundancia de señoríos híbridos o mixtos y el trasvase de muchos se­ñoríos eclesiásticos a la jurisdicción real (¿por qué mecanismos?). Tam­bién se dio un parecido trasvase en el campo señorial hasta la refeudali-zación del siglo xvii, en la que, por ejemplo, el conde de Ampurias recu­peró muchos de los lugares que ha­bía perdido.

En la tercera parte se estudia el régimen de propiedad, con especial atención a los alodios, la propiedad autónoma, o sea, la plena propiedad campesina, que en Cataluña era mu­cho más rara que en Castilla. Tam­bién aquí al lector no especializado le quedan flotando algunas preguntas; por ejemplo, ¿eran aloers automática­mente todos los propietarios rústicos en lugares de realengo? Cierra el libro una selecta bibliografía. No quiero terminar sin insistir en el interés que encierran los datos y conclusiones de esta obra, que aclara aspectos muy mal conocidos de nuestro pasado.

A. DOMÍNGUEZ ORTIZ

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Gregorio SÁNCHEZ MECO: El Escorial y la orden jerónima. Análisis econó­mico-social de una comunidad religiosa, Madrid, Editorial Patrimonio Na­cional, 1985, 242 pp.

La obra constituye un intento de reconstruir la trayectoria de la econo­mía del monasterio de El Escorial desde su fundación hasta la definitiva exclaustración de los monjes Jeróni­mos en 1837.

En la primera parte del libro se analiza el propósito fundacional de El Escorial. La conclusión, bien funda­mentada, es que el monasterio se eri­gió, ante todo, como Panteón Real y que los numerosos monjes adscritos a él debían ocuparse de proporcionar servicios religiosos a las personas allí enterradas.

Sánchez Meco se ocupa a continua­ción del origen y desarrollo del patri­monio monástico. Este, según mues­tra el autor, no registró grandes va­riaciones tras las generosas dotaciones del monarca fundador, quien con ello pretendía evitar problemas económi­cos a la comunidad jerónima a fin de que ésta pudiese cumplir adecuada­mente con las obligaciones religiosas que le había impuesto.

El monasterio dispuso de extensísi­mas propiedades territoriales, de im­portantes derechos eclesiásticos y de valiosos privilegios y exenciones rea­les. La dimensión y características del patrimonio territorial rústico permi­tieron abastecer al monasterio y a sus explotaciones de casi todos los princi­pales productos agrarios que precisa­ban, granos, carne, vino, aceite, bue­

yes y muías para el laboreo de los campos y el transporte, frutales y ar­tículos de huerta, y sustentar, salvo en la época estival, un elevado nú­mero de cabezas trashumantes, cuya lana constituyó la fundamental fuente de ingresos monetarios de la comu­nidad. El monasterio se configuró, pues, como una de las mayores explo­taciones agrarias de la España moder­na. Aquél no sólo estuvo exento del pago del diezmo, sino que participó en el reparto del mismo en numerosas demarcaciones, alcanzando estos dere­chos eclesiásticos, en 1607, más de 6.000 fanegas de trigo, más de 3.000 de cebada, más de 1.000 de centeno y cerca de 100.000 reales.

Las mejores páginas de la obra, a mi juicio, están dedicadas al análisis de los cambios registrados en la asig­nación de los recursos y en los regí­menes de explotación del patrimonio territorial, aspecto que se examina en relación a la racionalidad que infor­maba la actividad económica de los monjes, a las variaciones de las nece­sidades intrínsecas del monasterio y de sus granjas y ganaderías y a las transformaciones acaecidas en las zo­nas donde operaban los Jerónimos es-curialenses. Sánchez Meco señala: «La racionalidad económica de la adminis­tración conventual es bien sencilla: la autosatisfacción de todas las nece­sidades al máximo nivel posible, para

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lo que cualquier régimen de explota­ción que lo asegure es eficaz, indepen­dientemente de cuáles sean sus ren­dimientos» (p. 103). Me parece in­admisible esta apreciación: estando obligados a financiar unos elevados gastos monetarios, ¿podían los mon­jes despreocuparse de los rendimien­tos netos de sus explotaciones? Es obvio que no, aun cuando es cierto que economías tan consuntivas como las monásticas se veían obligadas a moderar los gastos de explotación y administración, lo que imponía res­tricciones en el uso de sus patrimo­nios. Ello contribuye a explicar que la comunidad soliese emplear, siem­pre que le fue posible, el sistema de arrendamientos temporales para el aprovechamiento de sus terrenos de «pan llevar». En suma, los Jerónimos hubieron de intentar elevar los rendi­mientos de sus explotaciones y mini­mizar los gastos de gestión de su pa­trimonio, pero ello no era óbice para que simultáneamente procurasen al­canzar altos niveles de autoabasteci-miento, lo que les obligó a diversifi­car la producción y a tratar de lograr la autoprovisión de sus granjas y ga-

. naderías.

Las series de las rentas que obtuvo el monasterio de sus cotos redondos y de algunas de sus heredades, encla­vados en las provincias de Madrid, Segovia y Avila, constituyen, a mi jui­cio, una de las principales aportacio­nes de la obra. Las cifras muestran la rápida caída de la renta de la tierra desde 1580, tendencia que no se in­vertiría hasta los años finales del si­

glo XVII. Pese a que la comunidad estuvo siempre dispuesta a establecer condiciones menos onerosas a fin de mantener los arrendamientos tempo­rales en sus labrantíos, a partir de 1630 muchos renteros abandonaron las tierras del monasterio. Esta de­serción obligó a éste a explotar direc­tamente algunos de los terrenos que habían quedado sin labrar por la falta de licitadores. La poca proclividad a aceptar este reto se revela en las en­tregas que los Jerónimos, en ocasio­nes, hicieron de labrantíos a censo perpetuo en condiciones muy favora­bles para los cultivadores directos.

Resulta significativo que en ningún momento del siglo xviii la renta de la tierra recobrase el nivel que había alcanzado hacia 1580, «señal inequí­voca de que el pequeño arrendatario practicante de fórmulas comunales, propietario de herramientas, de gana­do de labor y de su propio trabajo, no volvió a hacer acto de presencia en la sociedad española, absorbido por la crisis del siglo xvii» (p. 71). Hipó­tesis muy sugerente, pero considero que la evolución de la renta de la tie­rra no puede constituir «señal inequí­voca» del hundimiento de los peque­ños arrendatarios, ya que el nivel de aquélla también dependía de la oferta de labrantíos.

Al no haber podido emplear los libros de cuentas de las distintas gran­jas y ganaderías, bien por haber sido destruidos, bien por hallarse en para­dero desconocido, Sánchez Meco, pese al enorme esfuerzo que ha realizado para paliar esta importante laguna

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documental, presenta una escasísima y fragmentaria información sobre la trayectoria y balances de las distintas explotaciones de los Jerónimos escu-rialenses. Las referencias proporcio­nadas por el autor sólo permiten se­guir, grosso modo, la evolución del tamaño de la cabana trashumante y las distintas ampliaciones de la super­ficie plantada de vides y olivos, ten­dentes, casi siempre, al logro del au-toabastecimiénto de aceite y caldos. A mi juicio, deben ser calificadas, cuando menos, de muy imprecisas las estimaciones que Sánchez Meco ofre­ce sobre los ingresos de la cabana trashumante: por un lado, no tiene en cuenta el importe de la carne del ganado de desecho; por otro, resulta inadmisible, por ejemplo, el supues­to de que los rendimientos de los ga­naderos mesteños de finales de los treinta del seiscientos «serían muy si­milares o muy parecidos a los de vein­te años después, dada la pervivencia de factores coyunturales comunes» (p. 110) —tal hipótesis queda inme­diatamente refutada si se acude a las series de precios de lana fina publica­das hasta el presente—. Si las estima­ciones sobre los ingresos son impre­cisas, las de los costes de producción resultan menos fiables aún. En con­secuencia, cabe calificar de quimérico cualquier intento de seguir los resul­tados de la cabana trashumante del monasterio a partir de los datos reco­gidos en la obra.

Sánchez Meco dedica un capítulo a la evolución general de la economía del monasterio. Dado que tampoco

ha dispuesto de los «libros del arca» —libros de cuentas generales—, no ha podido cuantificar los ingresos y los gastos, tanto en metálico como en especie. El autor presenta burdísimas estimaciones de las rentas monásticas que únicamente sirven para hacerse una vaga idea del gran potencial eco­nómico que siempre tuvo El Escorial y del crecimiento que hubieron de re­gistrar los ingresos de la comunidad durante el siglo xviii. Conclusiones, obviamente, muy pobres para una obra dedicada al «análisis económico-social de una comunidad religiosa». Proporciona algunos datos de indu­dable interés en relación a los gastos monásticos, como el número de mon­jes, novicios y servidores de la «casa», las cantidades de distintos productos empleados en la alimentación de reli­giosos y criados, los granos que la comunidad repartía anualmente entre los pobres o la cuantía de los salarios satisfechos en metálico, pero estas re­ferencias no posibilitan conocer ni la trayectoria ni la composición precisa de aquéllos.

Sánchez Meco ha tenido que basar su análisis sobre los movimientos de la economía escurialense en el segui­miento de los censos tomados por la comunidad: «El manejo de la infor­mación sobre el endeudamiento con­ventual es la prueba más contundente que poseemos sobre cuál fue el esta­do de las finanzas monásticas» (pá­gina 148). Estos datos permiten de­tectar, en el mejor de los casos, los períodos de déficit, equilibrio y su­perávit presupuestario, pero a partir

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de ellos no puede realizarse un diag­nóstico fundado sobre los factores de­terminantes de las tendencias expan­sivas o contractivas de la economía escurialense. De acuerdo con estas re­ferencias acerca de los censos, el mo­nasterio hubo de registrar importan­tes déficit presupuestarios en el si­glo XVIII, alcanzando el proceso de endeudamiento los momentos más críticos en los períodos de mayor hun­dimiento de la renta de la tierra, 1629-1648 y 1673-1694. A partir de los años finales del siglo xvii, la econo­mía de los Jerónimos experimentó una sensible mejora: en sólo treinta y cinco años se logró amortizar los empréstitos contraídos durante el seiscientos; es más, los monjes, a me­diados del siglo XVIII, invirtieron cerca de 150 millones de reales en la compra de 37 millares y medio de una dehesa, lo que revela la buena salud de la economía escurialense de entonces.

Las páginas que se dedican a los últimos treinta años de vida del mo­nasterio Jerónimo tampoco posibilitan conocer de forma precisa ni las causas de la decadencia económica ni el es­tado y viabilidad de la explotación cuando tiene lugar la definitiva ex­claustración.

En suma, pese al generoso derro­che de energías en distintos archivos y a las valiosas aportaciones en el ámbito de la historia agraria de la Castilla moderna, Sánchez Meco no ha conseguido alcanzar el principal propósito que se había trazado: ha­cernos inteligible la evolución de la

economía del monasterio de El Esco­rial. El motivo fundamental del fra­caso ha residido en la carencia de las adecuadas fuentes para lograr tal ob­jetivo: difícilmente puede reconstruir­se la historia económica de una ins­titución monástica, al menos en la Edad Moderna, si no se dispone de los correspondientes libros de cuen­tas, máxime si el objeto de análisis es una comunidad que regentaba una de las mayores cabanas trashumantes de la época y recolectaba en sus ca­seríos importantes cantidades de gra­nos, uvas, aceitunas y productos hor-tofrutícolas. Resulta paradójico que el autor afirme haber elegido el monas­terio de El Escorial, entre otras razo­nes, por la abundante documentación «de todo tipo» existente sobre el mismo. No pongo en duda que la in­formación sea abundante, pero resul­ta obvio que no es la adecuada para realizar un estudio de una economía monástica. Utilizando un tono disten­dido, cabría interpretar la afirmación de Sánchez Meco como inequívoco testimonio de ingenuidad o de maso­quismo. Ahora bien, quienes dieran «luz verde» a su proyecto de tesis doctoral también han sido en buena medida corresponsables de este gene­roso despilfarro de energías que ca­racteriza, a mi juicio, la obra de Sán­chez Meco. Ello pone de manifiesto, una vez más, la escasez de auténticos directores de tesis en las universida­des españolas.

Enrique LLOPIS

Universidad Complutense

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RECENSIONES

Juan HELGUERA QUIJADA: La industria metalúrgica experimental en el si­glo XVIII: las Reales Fábricas de San Juan de Alcaraz, 1772-1800, Va-Uadolid, Universidad. Estudios y Documentos, núm. 43, 1984, 331 pp.

Nos encontramos ante un libro no­vedoso en la historiografía sobre la economía española del siglo xviii. Tan original que es el mismo autor el que nos descubre el tema: la metalurgia experimental. No es que faltaran no­ticias sobre ella, pero sí el concepto tan delimitado. El trabajo tiene su origen en lo que fue la Memoria de Licenciatura del autor, leída en la Uni­versidad de Valladolid en 1975. El tiempo transcurrido desde entonces ha permitido hacer las matizaciones y correcciones oportunas, fruto de la experiencia y el trabajo continuado en el mismo ámbito de estudio. En el prólogo, de L. M. Enciso Recio, se destaca esa línea de investigación —la historia industrial del xviii—, que él mismo abrió en Valladolid, y la madurez investigadora de Juan Hel­guera, en un tema en el que ya es reconocido especialista.

Desde el comienzo, Helguera se si­túa en un ámbito conceptual superior al microcosmos que va a estudiar. ¿Cuál es la relación entre ciencia y tec­nología? ¿Cómo se produce, en esta línea, la renovación industrial en la España del siglo xviii? Los esfuerzos de los ilustrados por aproximar la ciencia a la industria tuvieron poco éxito; pero suponían un cambio fun­damental de actitud con respecto al conservadurismo tecnológico gremial. Este cambio de orientación va a fa­

vorecer la aplicación a la industria de las ciencias experimentales; por lo tanto, «no resulta exagerado aplicar a las industrias más receptivas con respecto a la innovación tecnológica, el calificativo de experimentales» (pá­ginas 16-17).

Para Juan Helguera hay tres tipos de industrias que responden a esta idea sustantiva: las fábricas de acero; las fábricas de laminados metalúrgi­cos, principalmente las fanderías, y las fábricas de nuevas aleaciones metalúr­gicas, sobre todo las de hojalata y latón. Las fábricas de San Juan de Alcaraz serían las primeras de latón en España y unas de las primeras de hojalata. Pero algo más caracteriza a estas industrias. Al ser ligeras, no pre­cisan de elevados costos de instala­ción; además, la producción se orien­taba, preferentemente, al mercado ci­vil. Esto las diferencia claramente de los altos hornos, o de las fundiciones de bronce, que trabajaban principal­mente para satisfacer la demanda mi­litar del Estado.

A partir de la introducción, Juan Helguera se sume en un erudito es­tudio del caso ejemplar escogido, San Juan de Alcaraz. La bibliografía, es­tupendamente seleccionada, con crite­rio restrictivo, y la riqueza de los fon­dos documentales utilizados en Si­mancas, El Viso, Histórico Nacional y Archivo Municipal de Alcaraz, en-

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tre otros (a destacar la recopilación de documentos de las fábricas, hecha por F. Fuster Ruiz), proporcionan al autor material más que suficiente pa­ra su propósito.

Se enfrenta Juan Helguera, en pri­mer lugar, con la localización indus­trial. Queda de manifiesto la impor­tancia —característica de la época— concedida a los factores que inciden en la oferta. La descripción geográfi­ca del calar del Mundo y su riqueza minera nos convencen de la adecua­ción del lugar, según el pensamiento del momento; aunque más tarde se verían las malas consecuencias de la decisión.

Después se detalla la historia ad­ministrativa de la empresa, que se ini­cia como actividad particular, con privilegios; pasa a ser empresa mixta y acaba como entidad estatal. Este detenido y necesario estudio nos re­vela varios hechos. En primer lugar, la historia de los acontecimientos in­dustriales, sobre todo cuando el Es­tado está de alguna manera por me­dio, nos ofrece una perspectiva fun­damental para valorar las auténticas posibilidades de los esfuerzos de re­novación industrial. No pocas veces quedan encorsetados en la rigidez ad­ministrativa. La influencia de un ex­cesivo proyectismo —diferencias en­tre posibilidades teóricas y logros rea­les—, la ausencia de una dirección empresarial eficaz, las dificultades de reclutamiento laboral adecuado a las necesidades técnicas y, sobre todo, los conflictos de competencias y jurisdic­ciones de las instituciones implicadas

(Consejo de Castilla, Secretaría de Hacienda, Junta de Comercio, muni­cipio de Alcaraz, iniciativa privada) se convierten en elementos determi­nantes de la marcha empresarial, que es necesario conocer.

Por otra parte, se ve con claridad el interés del Estado en la empresa, con lo que se nos muestra una inte­resante faceta de la política industrial, y sus verdaderos objetivos. Cierto que, en un inicio, la producción de las fábricas se orienta al consumo ci­vil; pero pronto se pondrá de mani­fiesto también su importancia estraté­gica. De ahí que el Estado se interese cada vez más, intente mediar en los conflictos y supla las deficiencias fi­nancieras. Especialmente, el Estado se preocuparía del abastecimiento de planchas de cobre a la Marina, para forrar barcos. Esto puso a las fábricas de Riopar en contacto con los merca­dos mundiales de cobre y con los pro­blemas bélicos de la época.

En el libro se reseñan, igualmente, los demás aspectos que componen la realidad industrial. Muchos detalles han quedado señalados en la historia administrativa, porque son insepara­bles; por ejemplo, las cuestiones tec­nológicas. Son de una importancia crucial, y se sitúan en el centro de los problemas. La presencia masiva de alemanes y suecos convierten a esta empresa en un ejemplo destacado del recurso al técnico extranjero para con­seguir la renovación industrial. De su solución adecuada dependía una parte importante del saneamiento del com­plejo fabril de Riopar.

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Los primeros momentos de la es-tatalización empresarial favorecerán la normalización de la producción, muy errática hasta entonces. En el ramo de alambres, sobre todo, se pro­ducirá una expansión; no tanto en el latón batido. Los años 1789-91 vieron alcanzar el techo productivo de la fábrica. Pero la sola indicación de las fechas nos indica los problemas que la empresa iba a tener, una vez iniciado el ciclo bélico revolucionario. Las di­ficultades de abastecimiento de co­bre, que pasan a primer plano, fueron determinantes. Una vez más, estamos ante un producto de alta importancia estratégica.

No menos sugestivas resultan las páginas sobre los problemas de co­mercialización. Si la localización fa­vorecía algunos aspectos de la oferta, condicionaba enormemente los de la demanda. Las fábricas de Riopar tu­vieron siempre a su favor, sin embar­go, las exenciones fiscales propias de una empresa privilegiada y el apoyo de una política proteccionista en ma­teria de importaciones de latón y cinc. Podemos llegar a pensar que es esta situación privilegiada la que facilitó la venta de los productos de San Juan de Alcaraz.

La desaparición, en 1796, del mo­nopolio que, de hecho, tenía en el mercado nacional de latón muestra hasta qué punto la situación era arti­ficiosa. Pero, por lo mismo, insoste­nible, y los gremios de latoneros, so­bre todo los de Barcelona, protestaron repetidas veces por sus dificultades de abastecimiento, hasta que se suprimió

el arancel proteccionista del latón. No obstante todas estas realidades, se hi­zo un importante esfuerzo en la ges­tión comercial, como lo demuestran la red de almacenes dispersos por la geografía peninsular o las campañas publicitarias.

El capítulo dedicado a las finanzas muestra la dependencia absoluta de las subvenciones estatales a lo largo de toda la vida de la empresa en el siglo xviii. Hasta 1798, dispuso del 1 por 100 de las Rentas de Propios y Arbitrios de todo el reino. Cuando el dinero faltó, porque el Estado em­pezó a ser insolvente, se pondrían de manifiesto los auténticos problemas financieros y el cdmulo de deudas. Las fábricas afrontarían el cambio de siglo en una situación financiera de­plorable, con pocos recursos y eleva­dos precios de las materias primas. La muerte, en 1801, de su promotor y director, Graubner, abriría una nue­va etapa para una empresa que ha llegado hasta nuestros días, aunque con características diferentes a las del siglo xviii.

De la panorámica laboral que se nos presenta, se deduce que la vida en las fábricas no era nada fádl. Si bien los obreros gozaban de salarios elevados, se veían obligados a vivir aislados y con un régimen de trabajo bastante duro, casi militar. De aquí derivaba una inestabilidad laboral que se reflejaba en las borracheras y pen­dencias demasiado frecuentes.

Quizá hubiera sido interesante alar­gar la historia hasta 1815, para ver cómo se afrontan los problemas en

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el momento de mayor crisis y porque en ese año se produce una reorgani­zación que, junto a la desaparición de la primera generación, dio una nueva cara a la empresa (pp. 311-313). En cualquier caso, en tomo a 1800 la empresa había dado ya todo lo que podía dar al reformismo ilustrado. Su importancia —empresarial y tec­

nológica— queda claramente de ma­nifiesto en estas páginas, que supo­nen una original e importante apor­tación a la bibliografía sobre historia industrial, en un sector aún muy poco trabajado.

Agustín GONZÁLEZ ENCISO

Universidad de Murcia

Vicente ABAD GARCÍA: Historia de la naranja (1781-1939), Valencia, Comité de Gestión de la Exportación de Frutos Cítricos, 1984, 447 pp.

Existen cultivos de los que, pese a tener un protagonismo destacado en la expansión de la agricultura es­pañola contemporánea, apenas sabe­mos nada. Quizá los dos ejemplos más significativos sean la patata y la na­ranja. Por ello, debe ser bien recibido el trabajo de Vicente Abad y la cui­dada edición del Comité de Gestión de la Exportación de Frutos Cítricos.

Una de las mayores dificultades que entraña una investigación como ésta es la falta de puntos de referen­cia, el tener que partir casi de cero. Con todo, conviene señalar que, no obstante ser escasa la información acerca de la naranja, alguna había. Ya quisiéramos disponer para todos los esquilmos agrícolas de estudios co­mo los que Liniger-Goumaz, Bellver, Font de Mora, Manuel de Torres y París Eguilaz publicaron sobre los agrios.

El objeto del libro que comentamos

es analizar las vicisitudes de la naran­ja desde que se inicia su comerciali­zación en el exterior, a finales del si­glo xviii, hasta el término de la gue­rra civil española. Aunque no se ex­prese en el título, el ámbito espacial se limita al País Valenciano. La elec­ción es perfectamente legítima, má­xime teniendo en cuenta la primacía de esta región. Mas esto no debe ha­cernos olvidar que dicha primacía no fue siempre igual de clara y que, pese a su escasa importancia relativa, el naranjo fue un cultivo vital para mu­chos campesinos de otras provincias mediterráneas.

El libro consta de seis capítulos, conclusiones y apéndices. Los capítu­los, a excepción del segundo, que se dedica al estudio de las estructuras comerciales, coinciden con las gran­des etapas del cultivo: origen y difu­sión (1781-1913); repercusiones de la primera guerra mundial (1914-1918);

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expansión de los años veinte (1920-1930), y recesión posterior, dividida en dos fases: 1931-1936 y 1936-1939.

La tesis de Vicente Abad es que, al venderse la naranja básicamente en los mercados exteriores, son los vai­venes de esa demanda los que expli­can el carácter cíclico del negocio. Esto, unido a la inexistencia de esta­dísticas de producción antes de 1923, es la causa de que se tomen las ex­portaciones como variable indicativa de la evolución de la coyuntura.

Sólo para el período 1914-1918 se considera el mercado interior como posible alternativa a la caída de las ventas en el extranjero. Sin embargo, si se comparan las cifras de produc­ción y de exportación entre 1923 y 1935, se comprueba que la media de la parte de la producción absorbida por el mercado interior es del 26,4 por 100, porcentaje no desdeñable.

Una investigación pionera como, hasta cierto punto, es ésta, necesaria­mente tenía que centrarse en alguna de las múltiples facetas del cultivo. El autor, probablemente debido a los conocimientos que le confiere su tra­bajo como inspector del SOIVRE, se inclina, con buen criterio, por aque­llas que tienen que ver con la comer­cialización y el consumo de la naran­ja. Los problemas de la producción, aunque se abordan en algunos epígra­fes, ocupan un lugar secundario.

Uno de los puntos centrales del tra­bajo de Abad García hace referencia al sistema de financiación practicado en el sector naranjero. La importan­cia deriva no sólo de su incidencia

en el desenvolvimiento de dicho sec­tor, sino también de sus repercusiones sobre el conjunto de la economía va­lenciana. El razonamiento parte de la base de que el despegue de las ex­portaciones tuvo lugar a finales del siglo XIX, coincidiendo con la fase imperialista del capitalismo, caracteri­zada por la exportación de capitales del centro a la periferia. Una de las formas que adquirió esta exportación, a juicio del autor, fueron los anticipos que los navieros e importadores ex­tranjeros concedían a los exportadores valencianos, a cuenta de las ventas del año. Este proceder era favorecido por el escaso interés de la Banca autócto­na en este tipo de operaciones. La consecuencia fue el control del nego­cio naranjero por los corredores forá­neos, con la consiguiente apropiación de la mayor parte de los beneficios y el surgimiento de una economía se-midependiente o colonial, como se di­ce en algún momento.

Ignoro si la economía valenciana del primer tercio de este siglo admite el calificativo de colonial, pero, de ser así, ello no se puede colegir de la argumentación de Vicente Abad. Para hablar de colonización de un te­rritorio o sector a finales del siglo xix y principios del xx, creo —y el pro­pio autor, implícitamente, participa de esta idea— que han de darse ne­cesariamente dos condiciones: expor­tación de capital a largo plazo (inver­sión) y control del proceso producti­vo. Pues bien, ocurre que ninguno de los dos requisitos se cumple en el negocio de agrios valenciano. Primero,

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porque equiparar los anticipos sobre las cosechas a importaciones de capi­tal es erróneo desde un punto de vista económico. Los anticipos no son más que la contraprestación, adelantada en parte, de un flujo de mercancías: la naranja exportada. Una vez reali­zada la venta y saldada la cuenta de crédito —cabe suponer que favorable­mente al vendedor, pues, de lo con­trario, no se entiende el auge soste­nido de la actividad—, con la consi­guiente nueva entrada de divisas —que de ser importaciones de capi­tal habría que computarlas también, cosa que no hace el autor—, quedará cancelada la operación, sin obligacio­nes ulteriores para ninguna de las partes. Es decir, los anticipos no ge­neran derechos más allá del ejercicio en el que se realizan, ni suponen el agravamiento de la posición deudora del país que los recibe y, por tanto, no deben considerarse como importa­ciones de capital. Se trata de un me­canismo de financiación barato —y esto quizá podría explicar el repliegue de la Banca autóctona—, favorecido por la situación de exceso de deman­da existente en el mercado naranjero británico.

Un dato sintomático, en este sen­tido, es el que su declive se inicie en los años treinta, un momento de de­bilidad del consumo y de mayor abun­dancia de oferentes. En cualquier ca­so, conviene señalar que el sistema de anticipos sólo afectó a las expor­taciones dirigidas a Gran Bretaña, por lo que, a medida que se diversificaron las ventas, su representatividad fue

menor, lo cual restaría fuerza al argu­mento, caso de ser cierto.

Pero es que tampoco el segundo re­quisito se cumple. Como Abad García reconoce, el proceso productivo nun­ca llegó a estar en manos extranjeras.

Resulta ciertamente difícil aproxi­marse a la distribución cuantitativa de los beneficios del comercio naran­jero entre las personas que intervenían en él. Con todo, algún intento se ha hecho, como el de Jordi Palafox, y en esa línea habría que seguir trabajando. De lo contrario, afirmaciones como la de que la mayor parte de la plus­valía se transfería al extranjero, ver­tida por Abad García, resultan juicios de valor difícilmente compatibles con una expansión del cultivo a largo plazo.

Ahora bien, el que, a tenor de las razones aducidas, no pueda hablarse de un sector semidependiente o colo­nizado, no significa que la renuncia a establecer redes de ventas propias, en un mercado tan importante como el inglés, no tuviera costes a medio o largo plazo. En este sentido, puede ser ilustrativo el hecho de que la cri­sis de los años treinta se dejara sen­tir con más fuerza en Gran Bretaña que, por ejemplo, en Francia, donde sí se controlaba el proceso de venta. Pero una cosa son los problemas de comercialización y otra las importa­ciones de capital.

Uno de los capítulos más consegui­dos es el dedicado a la expansión de los años veinte. Es una pena que, al final, el autor quiera ver sombras en un panorama que los naranjeros veían

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nítido. A juicio de Abad, la política monetaria de la Dictadura, orientada a la revalorización de la peseta, fue un obstáculo para el auge del sector, por el encarecimiento que suponía de nuestras exportaciones. Alega en este sentido la favorable evolución de la moneda española en relación con el dólar entre 1924 y 1927, sorprendién­dose de la tímida reacción de los na­ranjeros ante el problema. Creo que ésta es perfectamente explicable si se tiene en cuenta que a aquéllos no les debía importar demasiado lo que ocu­rriese con el dólar, porque apenas ex­portaban a Estados Unidos. Sí les importaba, y mucho, la paridad de la peseta con la libra y con el franco, ya que eran Gran Bretaña y Francia, sobre todo la primera, nuestros prin­cipales mercados. Pues bien, si en vez del dólar se tiene en cuenta la evolu­ción de las otras paridades, se com­prueba que la moneda española se depreció en relación con la libra hasta 1925, para recuperarse ligeramente en 1926 y 1927 y volver a caer en los últimos años del decenio, mante­niéndose durante la mayor parte del período una cotización inferior a la de 1915. En relación con el franco, se observa una sistemática apreciación hasta 1926, seguida de una cierta es­tabilidad. Este hecho, efectivamente, pudo suponer un obstáculo para nues­tras exportaciones al país vecino, pero no es tenido en cuenta por el autor.

Para acabar con el apartado de re­paros, quisiera hacer algunas puntua-lizaciones relativas a las fuentes. A un trabajo monográfico como éste debe

exiglrsele exhaustividad en la docu­mentación utilizada y una crítica de la desechada. Un lector no avezado podría pensar que no existen datos oficiales de producción y superficie anteriores a 1923, pues nada se dice de los de 1878, 1902, 1905-09 y 1910. Es posible que no se consideren por su escasa fiabilidad, pero, en este caso, convendría advertirlo. Sorpren­de que el autor cite repetidas veces como fuente las estadísticas del co­mercio exterior y, al mismo tiempo, afirme que «el desglose de los volú­menes exportados por regiones sólo se refleja estadísticamente a partir de la década de los sesenta del presente siglo» (p. 12), cuando cualquier per­sona que haya manejado dichas esta­dísticas sabe que los datos de expor­taciones están desglosados por adua­nas de salida desde los años sesenta del pasado siglo hasta 1920. En fin, la consulta de una bibliografía algo más amplia sobre agricultura española contemporánea hubiera evitado algu­nas inexactitudes y le habría permi­tido insertar lo ocurrido con la na­ranja en la problemática general del sector agrario durante el período.

De lo dicho podría deducirse un juicio negativo del libro, lo cual no se adecúa a la realidad. Junto a las insuficiencias señaladas, hay induda­bles aportaciones. Entre éstas, cabe destacar la contraposición de los dos modelos de comercialización de agrios. España participó de lo que el autor define como modelo latino, caracte­rizado por la abundancia de marcas y variedades, escasa preocupación por

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la calidad y exigua inversión en pu­blicidad, todo ello dentro de la más estricta libertad de comercio. Los in­convenientes de este proceder se hi­cieron patentes cuando en la década de los treinta surgieron competidores con una organización mucho más efi­caz. El modelo anglosajón, implantado en Estados Unidos, Sudáfrica y Pa­lestina, se basaba en el cooperativis­mo y en la reglamentación de todo el comercio. Fruto de ello fueron la normalización de envases, el estable­cimiento de marcas únicas, la institu­ción de severos controles de calidad y la inversión en publicidad para acre­ditar las marcas. El resultado fue la captación de cotas de mercado cada vez más amplias, en detrimento de la naranja valenciana.

Es, asimismo, novedoso y de gran interés el capítulo dedicado al perío­do de la guerra civil. Ante la igno­rancia existente en la actualidad acer­ca del funcionamiento de la economía española durante estos años, hay que valorar positivamente el esfuerzo de Vicente Abad para penetrar en la pro­blemática del sector, tanto cuando estuvo bajo control de los republica­nos como cuando pasó a manos de los rebeldes.

Nos encontramos, en suma, ante un libro que amplía los conocimien­tos acerca de la comercialización de la naranja valenciana, en especial du­rante el primer tercio del siglo xx.

José Ignacio JIMÉNEZ BLANCO

Universidad G)mplutense

Ángel GARCÍA SANZ y Ramón GARRABOU (eds.): Historia agraria de la Es­paña contemporánea, tomo I: Cambio social y nuevas formas de propie­dad (1800-1850), Barcelona, Editorial Crítica, 1985, 464 pp.

Aproximadamente una quinta parte de este libro la constituye una intro­ducción de Ángel García Sanz. El resto consta de trece artículos, de los cuales sólo cuatro han sido publicados anteriormente, aunque otros dos apa­recen en castellano por primera vez. Puesto que, en realidad, menos de la mitad del libro es nueva, es inevita­ble preguntarse a quién va dirigido. La ausencia de una bibliografía lleva­ría a pensar que no es para un lector

no especialista, y aquellos que ya se hayan interesado por el tema se darán cuenta de que una gran parte del ma­terial se repite. En último lugar, por un precio de 1.400 pesetas, yo hubie­ra preferido un libro que se pudiera leer sin que se le cayeran las páginas debido a la mala encuademación. Di­cho esto, muchos de los artículos, y por supuesto la introducción, son lec­turas necesarias para una comprensión del período.

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El objeto del libro, como señala García Sanz en su introducción, es perfilar «los aspectos fundamentales de la transición entre la agricultura y la sociedad rural del Antiguo Régimen y la consiguiente a la implantación de los principios del liberalismo eco­nómico». Pero, inevitablemente, la disponibilidad de las fuentes adecua­das y los intereses particulares de los diferentes historiadores han dado co­mo resultado que algunos de los as­pectos del tema estén considerable­mente mejor tratados que otros. Gar­cía Sanz proporciona un informe equilibrado sobre el estado de las in­vestigaciones más recientes e intenta recalcar otros aspectos de considera­ble importancia para comprender este período, sobre el cual, de momento, prácticamente no se han hecho inves­tigaciones. Debido a las limitaciones de espacio y a las dificultades que plantea hacer una recensión de un li­bro en que colaboran tantas personas, pretendo hacer una serie de comen­tarios generales y tratar con más de­talle los artículos que se publican por primera vez.

Aunque, como señala García Sanz, existe la creencia generalizada de que la producción agrícola creció más o menos a la misma velocidad que la población durante la primera mitad dd siglo XIX (lo cual implica una tasa de 0,54 por 100, aproximadamente), nuestros conocimientos sobre la rapi­dez del crecimiento en este período y la experiencia en cuanto a los dife­rentes productos agrícolas son incier­tos. Los cereales, especialmente el tri­

go, eran, con mucho, los productos agrícolas más importantes por su va­lor, y Llopis indica que, en Castilla, el incremento tuvo lugar tras la gue­rra de la Independencia. Otros escri­tores han afirmado que fue más tarde, en los años 1830 ó 1840. Otros dos artículos ya publicados anteriormente, de García Sanz («La Mesta») y To­rras («Aguardiente en Cataluña»), tratan sobre el declive de sus respec­tivos productos, pero se sabe poco sobre el tema de los animales de gran­ja en general y se cree que la produc­ción de vino ha aumentado.

Esta ausencia generalizada de da­tos sobre la producción agrícola ha marcado una separación clara entre los estudios históricos relativos al marco jurídico-institucional y los re­lativos a los problemas económicos de los agricultores. Por tanto, en su análisis, interesante por lo general, del desarrollo agrícola del País Va­lenciano al final del Antiguo Régi­men, basado en investigaciones pro­pias y de otros, Ruiz Torres apenas comenta el trasfondo económico. Su modelo comprende dos tipos de agri­cultura, «el sector tradicional» y «la agricultura mercantil», y fue este se­gundo grupo, formado por granjeros relativamente solventes, con entornos urbanos y mercantiles y con capaci­dad de acceso a un capital, los que produjeron la expansión de la agricul­tura valenciana en el siglo xviii. Ruiz Torres explica cómo, durante el si­glo siguiente, este mismo grupo logró obtener un control legal completo so­bre sus tierras y se benefició de la

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abolición de las rentas señoriales. Sin embargo, apenas menciona cómo se vio afectado este grupo por la guerra de la Independencia, la disminución de los precios al final del reinado de Fernando VII o la pérdida de las co­lonias americanas.

Uno de estos aspectos, la disminu­ción de los precios después de 1817, aparece en el libro en dos artículos ya publicados, de Fontana y de Llo-pis. Las consecuencias debieron ser grandes, puesto que, probablemente, cambió la distribución de las rentas agrícolas entre los que participaban en la economía rural y entre los di­versos sectores económicos. Fontana afirma que los bajos precios del trigo hicieron que aumentaran los impues­tos en términos reales, haciendo ne­cesario que los productores aumenta­ran los excedentes comerciables para mantener su nivel de vida. Llopis su­giere que, en Castilla, el poder adqui­sitivo de los jornaleros y criados agrí­colas probablemente aumentó más de un 60 por 100 entre 1770-1790 y 1815-1830. Dando esto por válido para el resto de España, con la au­sencia de adelantos tecnológicos hu­biera habido una disminución relativa del cultivo extensivo de cereales, ba­sado en el trabajo asalariado, a favor de unidades más pequeñas, de tipo familiar. Las pruebas de este cambio no son evidentes y las implicaciones entre los cambios de precio y las opor­tunidades de los granjeros precisan un estudio más profundo.

Para la nobleza, la caída de los pre­cios fue sólo uno de la serie de reve­

ses que sufrió en este período. La cre­ciente resistencia de los arrendatarios para pagar las rentas y diezmos, el de­clive de las explotaciones ganaderas trashumantes, junto con la imposibili­dad de vender o asegurar préstamos mediante la tierra amayorazgada, dio como resultado un alto nivel de en­deudamiento. Pero, como aclara Ro­bledo, estas dificultades de comienzos del siglo XIX se superan a mediados de siglo, sobre todo como consecuen­cia de su capacidad para usar títulos de la Deuda Pública consolidada para comprar tierras y de las compensacio­nes del gobierno por su pérdida de las rentas señoriales. Tomando como representativos los casos comentados aquí por Robledo, esté grupo apare­ce como uno de los beneficiarios de la transición.

La colaboración de Fernández de Pinedo muestra cómo el crédito agrí­cola en Elorrio (Vizcaya) pasó del censo (crédito hipotecario a plazo in­definido) a la obligación (préstamo hipotecario a plazo fijo) entre 1770-1779 y 1820-1829. Suponiendo que las cifras dadas en el artículo se re­fieran a un interés anual (no se afirma nada al respecto), el máximo al que llegó la obligación, un 6 por 100 du­rante la guerra de la Independencia, no parece excesivo. Sin embargo, la ventaja considerable que tenía el cen­so era que permitía al deudor decidir cuándo devolvería el préstamo. G>n la disminución de la riqueza eclesiás­tica y los pósitos, la cuestión de los créditos se convirtió en uno de los problemas más serios que tenían los

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pequeños y medianos agricultores du­rante el siglo XIX. En cuanto a la extensión de las repercusiones negati­vas sobre la producción, debidas a la incapacidad de los. gobiernos sucesi­vos para crear unas condiciones en que funcionara con eficacia un sistema de crédito rural, por ahora sólo se pueden hacer especulaciones.

Para terminar, en el segundo de sus artículos, Fontana llega a conclu­siones interesantes sobre la desamor­tización de Mendizábal. Estas inclu­yen, entre otras, que la desamortiza­ción no representó una apropiación indebida de recursos por parte de la Hacienda. Es cierto que las tierras en venta fueron compradas, en su ma­yoría, por los propietarios de la Deu­da Pública (4.000 millones de reales, frente a sólo 500 reales en especie). Sin embargo, no es muy probable que la tierra se vendiera a precios artifi­cialmente bajos, puesto que las ventas de tierras se hicieron en condiciones relativamente competitivas, como se puede observar en el hecho de que los precios de compra 'eran casi el triple de lo estimado. En consecuen­cia, la naturaleza competitiva de las ventas dio a los dueños de la Deuda Pública una ventaja sobre otros com­pradores, pero no representó una pér­dida para Hacienda. Todo lo contra­

rio, según Fontana, puesto que el pro­ducto de las ventas redujo considera­blemente los pagos de intereses por Deuda Pública. En cuanto a la polé­mica sobre si la desamortización des­vió un capital que se podría haber invertido en industria, dedicándolo a la compra de tierras, Fontana afirma que los títulos de la Deuda eran sim­plemente una devolución de présta­mos anteriores y que 500 millones de reales es realmente poco comparado con los 30.000 millones en que au­mentó la Deuda Pública entre el pe­ríodo de Mendizábal y la revolución de 1874. Por último. Fontana no está conforme con la interpretación de la desamortización como «una ocasión perdida para el capitalismo español», basándose en que los modelos del desarrollo capitalista están a favor de la concentración de tierra en grandes unidades. Aunque yo acepto el argu­mento de que Mendizábal no es res­ponsable del retraso de la industriali­zación en España, hay que tener en cuenta que una gran parte de la eco­nomía del desarrollo de hoy está de­dicada, precisamente, a intentar desa­rrollar una agricultura campesina con orientación mercantil, como base para el desarrollo económico.

James SIMPSON

(Trad. de Gabriela BUSTELO.)

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Fernando PASCUAL CEVALLOS: Luchas agrarias en Sevilla durante la Segunda República, Diputación Provincial de Sevilla, 1983, 141 pp., 900 ptas.

Desde que salió a la luz el libro de J. Díaz del Moral Historia de las agitaciones campesinas andaluzas, el estudio de la estructura de la propie­dad y la conflictividad campesina en Andalucía entre finales del siglo xix y primer tercio del siglo xx ha tenido diversas aproximaciones, algunas tan relevantes como las de P. Carrión, G. Brenan o, más recientemente, E. Malefakis. Sin embargo, es a par­tir de los años setenta cuando comien­zan a aparecer una serie de estudios monográficos que, con mayor preci­sión y una óptica nueva, intentan profundizar en la misma temática. En esta línea se encuentran los libros de A. M. Calero y M. Tuñón de Lara para toda Andalucía, el de T. Kaplan sobre Cádiz y el de Pérez de Yruela para la provincia de Córdoba. Y es en este último apartado donde se en­marca el estudio realizado por el in­geniero agrónomo Fernando Pascual para la provincia de Sevilla.

Así, el presente libro se propone analizar las respuestas de propietarios y jornaleros a las soluciones propues­tas durante la República para resolver la cuestión agraria, en una zona espe­cialmente conflictiva como fue la pro­vincia de Sevilla. Para ello utiliza co­mo fuentes principales el Registro de la Propiedad Expropiable y la prensa diaria sevillana.

Por lo que respecta a la reacción de los patronos frente a la legislación

republicana, lo más destacable es que, por un lado, suscitó un rechazo total y, por otro, estimuló por primera vez la unión y organización de los patro­nos en una provincia donde hasta esas fechas el sindicalismo católico había tenido una implantación muy escasa, tanto por la seguridad de los propietarios en el apoyo político que tenían para mantener un mercado in­tervenido y unos salarios bajos como por la práctica inexistencia de un campesinado de nivel medio que po­sibilitara la sindicación interclasista. Así, la organización de los propieta­rios culminaría en mayo de 1932 con la constitución de la Federación Na­cional de Asociaciones y Patronales Agrícolas y con el apoyo político a las organizaciones de derecha —con­cretamente a la CEDA, cuyos miem­bros controlaban el aparato de la FNAPA— para lograr el cambio de gobierno.

En cuanto a la respuesta de los jor­naleros, si bien en el primer bienio la protesta estuvo dirigida por la CNT, sindical mayoritaria en la pro­vincia, tras la represión posterior a la huelga de mayo de 1932 fue poco a poco sustituida por la socialista FTT. El cambio en la dirección de los conflictos supuso también un cambio en la orientación de éstos, pues a partir de entonces se trataba de hacer efectivas las mejoras elaboradas por la República en el primer bienio.

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Tras el triunfo de las derechas en noviembre de 1933, el objetivo pasó a ser enfrentarse a las modificaciones introducidas por el nuevo gobierno en la legislación agraria. En este con­texto hay que inscribir la huelga de junio de 1934, cuyo resultado, aparte del amplio eco que encontró entre el campesinado sevillano, fue sobre todo una fuerte represión que acabó por agotar a un movimiento campesino que sólo se recuperó tras el triunfo del Frente Popular, cuando la reforma agraria se convirtió en el objetivo principal de todas las fuerzas políti­cas de izquierda.

Ahora bien, sin duda, lo más in­teresante del libro, por la importancia y relativa originalidad de las tesis que sustenta, es el análisis de la frecuen­cia, intensidad y características de los distintos tipos de conflictos. Por ello se echa de menos una mayor amplitud en este apartado, que debería ser la parte nodal del libro. También es de lamentar el que el autor no haya po­dido recurrir para la reconstrucción de los conflictos a otras fuentes dis­tintas de las periodísticas.

Entre la tipología en que el autor divide a los distintos conflictos, la más interesante es la que se agrupa bajo la denominación de ataques a la propiedad (destrucción de máquinas, ocupaciones de tierras, incendios de cosechas...), ataques que no son ac­ciones aisladas, sino que están enmar­cadas dentro de los conflictos deriva­dos de negociaciones por las condicio­

nes de trabajo o problemas del paro. Así, la destrucción de máquinas no era una rebelión contra el progreso en general, pues la destrucción siem­pre se limitó a las segadoras y única­mente cuando los propietarios incum­plían los acuerdos para limitar el uso de éstas.

En cuanto a las ocupaciones de tie­rras, localizadas preferentemente en la primavera de 1936, el autor recha­za la tesis que ve en ellas el inicio de una revolución agrícola que la suble­vación militar del 18 de julio intenta­ría frenar. Así, pues, en Sevilla, a diferencia de Badajoz, las ocupacio­nes nunca tuvieron el carácter de asen­tamientos permanentes, sino que se recurrió a ellas como forma de exigir a los propietarios un mayor número de jornales de los que éstos ofrecían y, por tanto, se realizaron en épocas de malas cosechas o paro estacional.

En suma, para F. Pascual, los con­flictos campesinos no fueron fruto de una actitud insurreccional ni pue­den ser catalogados como milenaris-tas, sino que lo que predominaba en ellos eran los planteamientos sindica­listas, y si bien es cierto qUe al prin­cipio del régimen alcanzaron una ele­vada tensión, luego evolucionaron ha­cia niveles perfectamente tolerables por un sistema democrático. Nada pa­recido, pues, a una polarización po­lítica extrema, que tenía que desem­bocar inevitablemente en una guerra civil.

Aurora BOSCH Universidad de Valencia

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Miriam Halpern PEREIRA: Política y economía. Portugal en los siglos XIX y XX. Barcelona: Editorial Ariel, 1984. 199 pp., índice. 890 ptas. Trad. Basilio Losada.

La historiografía portuguesa y la española han evolucionado con un insuficiente conocimiento recí­proco, en contraste con la propia historia de ambos países [...] La historia comparada, más fácil de relatar que de hacer, pasa necesa­riamente, en el caso peninsular, por el estudio profundÍ2ado de los dos países, Portugal y España, co­mo han comprendido desde hace ya mucho tiempo los geógrafos [...] Un mejor conocimiento re­cíproco de la historiografía de los dos países peninsulares dará a la investigación una dimensión nueva, desafiando plenamente líneas de evolución anteriormente menos ní­tidas.

Son éstas frases del prefacio a la edición española del libro de Miriam Halpern Pereira con las que este re-señador no podría estar más de acuer­do. Y yo añadiría algo que la autora quizá también piense pero cortésmen-te calle: el «insuficiente conocimien­to» no se distribuye simétricamente a ambos lados de la frontera. La ig­norancia es más profunda de este la­do, como puede comprobar cualquier estudioso que visite a los colegas y las librerías de Portugal. En el país vecino se lee a los autores españoles mucho más que leemos aquí a los por­tugueses y, como consecuencia, la his­

toria de España es menos desconocida en Portugal que la portuguesa aquí.

Las razones de esta triste situación no hacen al caso y, sobre todo, son opinables. Lo que importa señalar aquí es que todo cuanto se haga por remediar esta lamentable ignorancia es muy de aplaudir, y, desde luego, el traducir libros de estudiosos portu­gueses de la distinción de Miriam Pe­reira significa un paso importante en el buen camino. Y todo esto no por razones de pura proximidad geográ­fica, de cortesía o atención científicas, o de ensanchamiento de horizontes, con ser todas ellas muy importantes, sino, como acertadamente señala nuestra autora, porque la historia comparada de dos países tan próxi­mos geográfica y culturalmente es un campo fértil para la observación científica, capaz de brindar a la inves­tigación «una dimensión nueva, desa­fiando plenamente líneas de evolu­ción anteriormente menos nítidas».

Se me ocurre, sin embargo, que quizá hubiera sido mejor traducir, de esta misma autora, un libro más siste­mático que el que ahora comento, como su bien conocido Uvre cambio e desenvolvimento económico, que ofrece una interpretación original y coherente de la historia económica y social de Portugal en la segunda mi­tad del siglo XIX. A los efectos de introducir al lector español en estos

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temas, Política y economía tiene el inconveniente de ser una colección de ensayos publicados previamente de manera dispersa, con lo que algunos temas pueden resultar de difícil asi­milación para aquellos lectores que no estén familiarizados de antemano con la historia portuguesa. Varios de los ensayos en el libro reseñado son de tipo polémico o interpretativo, es de­cir, dan por supuesto un conocimien­to básico en el lector de los temas debatidos. Y, por su misma naturale­za, el libro no ofrece un panorama general o sintético del pasado econó­mico portugués. Es de desear, sin embargo, que sirva para despertar la curiosidad y el interés por estos temas.

El libro contiene siete ensayos or­denados de manera cronológica, en la medida en que esto es posible, ya que hay inevitables yuxtaposiciones. En primer lugar, encontramos un estudio sobre la mitad inicial del xix en torno a los problemas financieros, de Deuda Pública y de Desamortización, que muestra un área de estrecha afinidad entre las dos historias peninsulares. Viene después un breve ensayo sobre «La adecuación de los conceptos de Antiguo Régimen y capitalismo al Por­tugal del ochocientos», que me pare­ce uno de esos esfuerzos nominalistas en que a menudo incurren los histo­riadores al tratar de encajar una rea­lidad siempre rebelde en ciertas casi­llas clasificatorias previamente esta­blecidas. El tercer ensayo es una apre­tadísima síntesis interpretativa de los problemas de inserción de la econo­

mía portuguesa en la economía inter­nacional y un intento de comprender las causas del relativo subdesarrollo portugués. Sobre esta cuestión vuelve el cuarto ensayo, pero mientras el an­terior prestaba mayor atención a la agricultura, éste trata de comprender las razones de lo modestísimo del avance industrial. El quinto ensayo es un análisis de los niveles de consumo popular a partir de una serie de en­cuestas realizadas a principios de si­glo sobre el nivel de vida obrero, y a partir también de fuentes fiscales. Viene después un trabajo sobre la emigración. El libro concluye con un ensayo interpretativo sociopolítico so­bre la Primera República portuguesa (1910-1926).

Entremos ahora en la cuestión cla­ve: ¿qué valor científico atribuye el reseñador al libro comentado? Aquí es necesario establecer una distinción: el trabajo de análisis empírico de nuestra autora me parece excelente; los mejores ensayos son, a mi modo de ver, el quinto y el sexto, trabajos originales sobre niveles de vida y emi­gración, en que la autora analiza ma-gistralmente la evidencia documental. Por otra parte, el esquema general interpretativo que maneja Miriam H. Pereira me parece simplista y erró­neo. Este esquema, que estaba ya pre­sente en su anterior Livre cambio e desenvolvimento, es un trillado «de-pendentismo» que achaca los males de la economía portuguesa al libre-cambismo de los liberales decimonó­nicos. La tesis de que Portugal se hubiera desarrollado por sí mismo

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con una política arancelaría proteccio­nista o autárquica permea toda la obra de Miriam H. Pereira, aunque en nin­gún punto, que yo sepa, se detiene nuestra autora a construir el contra-factual necesario para tratar de con­vencer al que no está convencido de antemano. La proposición, sin embar­go, me parece insostenible, ya que la industria moderna que tan deseable parece a nuestra autora (y a quien es­to escribe) requiere grandes escalas de producción y, por tanto, grandes mer­cados: el mercado portugués era muy pequeño por el número de habitantes y por el atraso del país. ¿Cómo puede esperarse que un mercado tan peque­ño sirviera de base a un proceso de industrialización? Miriam Pereira es consciente de la fuerza de esta obje­ción, y trata de salirle al paso (pp. 80 y 108) afirmando que otros países pe­queños tienen niveles de consumo más altos:

[...] el consumo per cápita en Austria, Suiza, Suecia, Dinamarca o Noruega, países todos con me­nos habitantes que Portugal, es tres veces superior [...] Es, pues, el reparto de la renta nacional, y no el número de habitantes, lo que impide el crecimiento del mercado interno.

El razonamiento, sin embargo, no se sostiene. Nuestra autora omite se­ñalar que, dejando aparte Austria, cu­ya condición de país pequeño es más bien reciente, todos los demás se de­sarrollaron dependiendo fuertemente

del mercado internacional, y del in­glés por más señas, especialmente en los casos de Suecia y Dinamarca. Si Portugal, en palabras de nuestra au­tora, «es un ejemplo, entre muchos otros, de los países cuya industriali­zación se vio impedida por la Gran Bretaña» (p. 83), los otros países pe­queños que ella cita son ejemplos de exactamente todo lo contrario. A uno le gustaría saber las razones de esa diferencia, pero es inútil buscarlas en el libro reseñado. Evidentemente, los factores del desarrollo no pueden re­ducirse a una mera cuestión de libre­cambio o proteccionismo.

Es una lástima que esta tesis sim­plista desluzca el trabajo de una gran historiadora; hasta los mejores capí­tulos del libro contienen contradic­ciones innecesarias debidas al prejui­cio de Miriam Pereira contra todo lo que sean relaciones económicas inter­nacionales: así, en el trabajo sobre la emigración, ésta resulta ser beneficio­sa para los países industrializados, pero, a su vez, «es uno de los vecto­res que contribuyen a prolongar el subdesarrollo» en Portugal y en la Europa mediterránea (p. 144). Sin embargo, más adelante nos encontra­mos que: «La reducción de la emigra­ción en el período de entreguerras será uno de los principales vectores de la recesión económica de este pe­ríodo» en Portugal (p. 174). Volve­mos así a este mundo donde, sin sa­berse por qué, las mismas causas pro­ducen diferentes efectos: la emigra­ción perjudica a Portugal, pero la falta de emigración también. La emigración

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es buena en los países industrializados y no en los atrasados. ¿Por qué? ¿Y cómo encaja aquí el caso de Italia, país mediterráneo de fuerte emigra­ción y rápida industrialización a fina­les del siglo XIX y principios del xx? ¿O el caso de España en la década de 1960? Los ejemplos de inconsis­tencia podrían multiplicarse, pero no es cosa de aburrir al lector.

Señalemos, por último, que la tra­ducción es deficiente, entre otras co­sas por omisión. El traductor, por ra­zones incomprensibles, ha decidido no traducir ciertas palabras: así, el

lector tropieza con vocablos inexis­tentes en castellano, tales como «in-quérito» (por encuesta), «estagnación» (estancamiento), «alfándega» (adua­na), «populacional» (poblacional), «propiedad fundiaria» (propiedad in­mueble), «muestraje» (muestreo), «pa-riato» (?), etc. Hay, además, nume­rosas confusiones y expresiones ex­trañas que, en vista de lo anterior, deben atribuirse al autor de la traduc­ción. El libro no tiene índice alfabé­tico.

Gabriel TORTELLA

Univ. de Alcalá de Henares

José Antonio OCAMPO: Colombia y la economía mundial, 1830-1910, Bogotá, Siglo XXI Editores y Fedesarrollo, 1984, 456 pp.

Debemos agradecer al autor la pa­ciencia benedictina con la que ha si­do capaz —removiendo una cantidad abrumadora de bibliografía, todas las fuentes estadísticas de Colombia y muchas de las de potencias con las que comerciaba aquélla— de recons­truir, parcial y aproximadamente, las series de importación y exportación. Por añadidura, los capítulos monográ­ficos, dedicados a los principales pro­ductos exportados, van precedidos de una muy útil introducción con deta­lles sobre los mismos, sus peculiari­dades y su arraigo.

Paciencia y esfuerzo más de agra­decer si tenemos en cuenta que han sido muy considerables para recopilar

tanta información acerca de un aspec­to relativamente irrelevante de la so­ciedad colombiana en la época estu­diada; sobre lo que el autor insiste reiteradamente, enfatizando su bajo nivel en relación con otras repúblicas del continente, clasificando a Colom­bia dentro de lo que él denomina periferia secundaria. Sin embargo, el verdadero peso de los intercambios no queda suficientemente explicitado a lo largo de la obra; frecuentemente, el autor deplora la exigua producción de excedentes comercializables sus­ceptibles de ser exportados, a la vez que hace afirmaciones como la si­guiente: «la dinámica de la economía dependía en gran parte del desarrollo

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del sector externo» (23), frase algo críptica si no se especifica el signifi­cado de dinámica.

No quiero extenderme más en esta temática; no podría sino reiterar fe­licitaciones sin llegar a parte alguna. Me limitaré a lamentar la forma en que está presentada la bibliografía, que dificulta su utilización, y que el autor no haya insistido más en las relaciones entre comercio exterior y política interna; el trabajo produce la extraña sensación de que aquél se desarrolló dentro de una campana neumática, aislado asépticamente del territorio que ofrecía o compraba mer­cancías.

Contrariamente, discrepo de plan­teamientos ideológicos y epistemológi­cos que Ocampo evidencia nítidamen­te en la carátula, la introducción y a lo largo de toda la obra. Podrá ar-güirse que es un aspecto intrascen­dente, pero pienso que una cierta óp­tica produce investigaciones concretas sobre temas determinados. Para el au­tor, desarrollo es sólo el crecimiento material y sus consecuencias políticas y sociales; así, divide el siglo xix en dos etapas, una de estancamiento y otra de crecimiento, en la que «el sector exportador actuó como un pun­tal básico de la expansión económi­ca» (71), o califica repetidamente de bonanza cada una de las etapas de crecimiento de las exportaciones. Y el desarrollo no sólo era conveniente, imprescindible y necesario; es, ade­más, el hilo conductor del análisis, el eje sobre el cual giran sus interpre­taciones o la clave para enjuiciar el

pasado. Ya en la carátula se pregunta Ocampo: «¿qué alternativas de desa­rrollo tenía la economía colombiana en el siglo pasado?», «¿cómo respon­dió en particular a las oportunidades que brindaba el mercado mundial en expansión?»; afirma: «el mercado in­terno fragmentado y lánguido [...] no ofrecía posibilidades particular­mente atractivas en el siglo de la re­volución industrial», o habla de una «débil inserción en la economía inter­nacional». Estoy convencido de que había otras alternativas y otras opor­tunidades, además de las señaladas, diáfana o subliminalmente, por Ocam­po, que de tenerlas en cuenta no le habrían llevado a calificar de lánguido al mercado interno, viéndole otras posibilidades más atractivas, o no ha­bría tachado de débil, concretamente, la inserción de Colombia en la eco­nomía internacional.

Su fijación por esta acepción pecu­liar de desarrollo, tan peculiar como la mía, por supuesto, le hace hablar de unas «formas cada vez más avan­zadas» (21) y queda muy claro en qué dirección marchan, y es de agra­decer la sinceridad del autor al afir­mar rotundamente: «El desarrollo más importante de la segunda mitad del XIX fue, sin duda, la consolida­ción del desarrollo capitalista en Co­lombia», que se manifestó no sólo en el crecimiento material, sino también en «las reformas liberales» y «el as­censo al poder de una clase social que se identificaba claramente con el de­sarrollo capitalista colombiano» (76).

Óptica y sinceridad que se transpa-

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rentan a lo largo de todo el libro; califica de «avanzados» (81) los paí­ses centrales enriquecidos a costa del resto, o de avance y dinámico el es­tablecimiento del capitalismo, y seña­la, nítidamente, que no sólo comportó crecimiento material, mayores articu­laciones con el mercado mundial y transformaciones políticas, sino tam­bién «la expansión de la frontera nor­teamericana» y «la repartición de Asia y África a fines del siglo xix» (22).

Naturalmente, todo ello le lleva a lamentar que el «subdesarroUo de la economía mundial [... ] a pesar de su avance acelerado en el siglo xix era todavía incapaz de una verdadera in­tegración global» (22-23); a hablar de un «capitalismo supersalvaje» (388), el que regía la obtención del caucho, lo que maliciosamente debe interpretarse en el sentido de que pa­ra Ocampo hay, en el otro extremo del abanico, un capitalismo supercivi-lizado; o a congratularse, sin más, de las roturaciones de las selvas, sin aclarar si la perpetración de este aten­tado ecológico irreversible, tan propio del capitalismo, lo organizó el salvaje o el civilizado.

Otra consecuencia de los plantea­mientos de Ocampo es su lectura del pasado, desde la caracterización de la sociedad colonial a la de las socieda­des precapitalistas, del rol de la bur­guesía al del Estado.

Héctor Malavé Mata, en su Forma­ción histórica del antidesarrollo de Venezuela (La Habana, 1974, Premio Casa de las Américas, 275), llama a la sociedad colonial venezolana capi­

talista bárbara; se podría esperar que ello estuviera relacionado con el trato que los civilizados colonizadores da­ban a los salvajes, pues no la llama bárbara, e incluso irracional, porque en ella era difícil el crecimiento del mercado interno o porque una pro­ductividad, que él adjetiva de baja, no permitía la acumulación de exce­dentes. No sé si es demasiado correcto este empeño en juzgar el pasado con los parámetros de hoy. Aunque desde una perspectiva ideológica opuesta, aparentemente, los calificativos utili­zados por Ocampo son casi los mis­mos que los de Malavé, si bien aquél reconoce hacerlo «desde el punto de vista del desarrollo capitalista»; con éste, la economía colonial podía defi­nirse por tres características: «débil articulación al mercado mundial», «subdesarroUo del mercado interno», «atraso mercantil», aunque éste no empecía para que presentara «algu­nos elementos básicos del desarrollo capitalista» (25). Por otra parte, da para finales del período colonial unos valores muy bajos del comercio ex­terior de la Nueva Granada, mientras los de Jamaica erran más de 22 veces mayores y los de Haití más de 75 ve­ces; cabría preguntarse qué cantida­des de lo comercializado por la pri­mera salían- clandestinamente hacia las Antillas no españolas y figuraban en sus estadísticas, lo que debe tener alguna relación con el considerable comercio antioqueño con Jamaica en la primera mitad del xix.

Siempre girando en torno del mis­mo concepto, Ocampo encuentra nue-

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VOS calificativos para la sociedad co­lonial: «escaso desarrollo de la activi­dad manufacturera [...] y del Esta­do» y «exiguo desarrollo de los cen­tros urbanos» (32).

La productividad es otra cuestión que obsesiona a ambos economistas. Ocampo habla de «un bajo nivel de productividad, tanto de la tierra como de la mano de obra» (29); vuelve al ataque dos páginas después mencio­nando que «una abrumadora propor­ción de la población se dedicaba a las faenas agropecuarias, con lo cual se reducía enormemente el mercado de bienes manufacturados [... e] impli­caba también que el excedente econó­mico fuera muy reducido» (31-32). Además de la reiterada utilización de unos concretos adjetivos, cabría pre­guntarse varias cuestiones que en el fondo se reducen a una sola: el nivel de productividad, producción o con­sumo, ¿dependía exclusivamente de factores externos o era, en parte, una opción de gentes vinculadas a una cul­tura con metas bien concretas? Me lo pregunto, pues intuyo que un im­portante motivo de las insurgencias populares, en Europa y en las Indias, aceleradas en el siglo xviii, era preci­samente el rechazo total a la moral capitalista y a sus conceptos de traba­jo y consumo. Y lo pregunto aquí, puesto que cuando Ocampo habla de los escasos resultados de las socie­dades autárquicas (prefiero llamarlas autosuficientes) produce la impresión de estar convencido, pero sin planteár­selo, de que era el resultado de sus

limitaciones materiales (véase 389, pongo por caso).

Totalmente consecuente con lo que he venido señalando es el tratamiento que da Ocampo a la burguesía, la única clase social capaz, teóricamente, de promover un desarrollo capitalista. Recordemos los calificativos que he reproducido en el último apartado y confrontémoslos con los que dedica a la burguesía, y en especial a la an-tioqueña, que desempeñó un papel «renovador», lo que también hicieron «otros elementos renovadores de la burguesía colombiana» (39 y 40), y quizá lo hacían inconscientemente, sin saber «la función histórica» (40) que tenían encomendada. Sin embar­go, el resultado final no fue el desea­do y esperado; hubo contubernios y errores; así, la burguesía antioqueña «estuvo en muchos casos dispuesta a alianzas con sectores sociales retar­datarios» (41), y la del resto de la República perdió en la segunda mitad del XIX el «espíritu beligerantemente liberal que la caracterizó» (40), pero, a pesar de la función histórica que tenía encomendada, no la desempeñó, y Ocampo se apresura a disculparla: «El hecho que el modelo fuera ines­table, o de que encontrara serias tra­bas para su desarrollo a largo plazo, no demuestra, por lo tanto, que el comportamiento de la burguesía co­lombiana fuera irracional, sino, más bien, que dicha burguesía operaba dentro de unos límites muy estre­chos» (63).

Destacaría en este ámbito este tra­tamiento doble: ensalzar los logros y

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minimizar los fracasos; llega a decir: «En general, los grandes propietarios fueron capaces de controlar la adju­dicación de baldíos» (34), y controlar me parece un eufemismo poco afor­tunado para designar lo que este gru­po social legisló en favor propio desde el poder, que ya detentó nítidamente a partir de 1821; o parece un recurso fácil descargar en unos estrechos lí­mites, que no se especifica a qué co­rresponden, la culpa de la parquedad del crecimiento en Colombia.

Por otra parte, y en un trabajo so­bre el comercio exterior, quizá habrían podido dedicarse algunas líneas al li­beralismo, que sólo se menciona de pasada. Conjunto de medidas, el pa­quete liberal, que, a mi entender, se proponían desmantelar el entramado de las formaciones autosuficientes pa­ra facilitar el arraigo del sistema ca­pitalista, que en el caso de sociedades periféricas quiere decir dar toda clase de facilidades a los intereses foráneos.

Obviamente, este enjuiciamiento de la burguesía presupone un tratamien­to determinado de un Estado concre­

to, el que aquélla quería organizar pa­ra defender su proyecto y aniquilar a los insurgentes que se oponían al cambio. Así, Ocampo lamenta la de­bilidad del Estado en el período colo­nial o que éste «difícilmente podía servir como promotor del desarrollo económico» (36-37), o dice pensar que el «fortalecimiento del Estado-nación y el ascenso al poder de una clase social que se identificaba clara­mente con el desarrollo capitalista co­lombiano» (76) fueron algunos de los logros de Colombia en la segunda mi­tad del XIX.

A pesar de todo lo que he venido diciendo, quisiera concluir con lo que he enfatizado al principio: se trata de un impresionante esfuerzo para re­construir el comercio exterior colom­biano que nunca agradeceremos bas­tante quienes nos dedicamos al ame­ricanismo, y las objeciones al aparato conceptual se deben más a mis neuras que al planteamiento de la excelente obra de Ocampo.

Miquel IZARD Universidad de Barcelona

Nelson PAREDES HUGGINS: Vialidad y comercio en el Occidente venezolano. Principios del siglo XX, Publicaciones del Colegio Universitario Francis­co de Miranda, 1984, 206 pp.

Constituye el trabajo de ascenso del transportes en el «hinterland» mara-profesor Nelson Paredes al Colegio Universitario «Francisco de Miranda», en 1980, y se titulaba entonces las

bino de 1910, lo que resultaba mucho más apropiado que el actual, ya que en el libro no se tocan aspectos cro-

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nológicamente anteriores ni posterio­res (salvo alguna referencia esporádi­ca) al año 1910. La publicación de esta obra ha sido largamente espera­da por los contemporanistas de la his­toria de Venezuela, habida cuenta del interés que despertó a raíz de su pre­sentación, tanto por su metodología como por la temática que estudia.

El libro del profesor Paredes tiene una presentación y estructura propias de un trabajo académico, que el autor ha querido respetar: una introducción, tres grandes capítulos y unas conclu­siones, así como la típica clasificación decimal para reagrupar temas y sub-temas. Es un esquema teórico que se va rellenando sistemáticamente, aun­que a veces exista poco material para un apartado. Esto motiva una discon­tinuidad lógica en el tratamiento. La bibliografía es muy completa, los 26 cuadros intercalados en el texto tie­nen valor demostrativo (faltan quizá algunos más globales) y las cinco fi­guras son poco claras, ya que están hechas siempre sobre el mapa general de Venezuela, aunque se enfoquen aspectos parciales del mismo. Las fuentes son incompletas incluso para un solo año, como es el que se ana­liza, pues se reducen a muestras de valor significativo dudoso. Faltan los registros de aduana, que el autor de­clara no haber podido hallar, y que resultan esenciales en este tipo de trabajos. Frecuentemente están redu­cidas al periódico local El Fonógrafo y a La Estadística Mercantil y Marí­tima, del Ministerio de Hacienda.

Lo más valioso es, sin duda, el mé­

todo de análisis histórico, que respon­de a un sistema interdisciplinar poco frecuente en Venezuela. Germán Ca­rrera Damas, jurado del Tribunal de Acceso del profesor Paredes y posi­ble director material o espiritual de este trabajo, resalta ya este hecho en el prólogo como exponente valioso de un programa de formación de nuevos historiadores realizado en la Escuela de Historia de la Universidad Central de Venezuela a partir de 1964 y cuyo objetivo era formar un científico so­cial multidisciplinar. En los análisis del profesor Paredes se integran así aportaciones literarias, geográficas, es­tadísticas, económicas e históricas tra­dicionales en prosecución de la per­cepción del hecho histórico.

La introducción revela el misterio del verdadero título (nos referimos, naturalmente, al de Los transportes en el «hinterland» marabino de 1910). La selección del año 1910 se hizo, se­gún se indica, porque el 24 de junio de dicho año se dio el decreto de un Plan Nacional de Vialidad y se pre­tendía evaluar el margen de realiza­ción que tuvo dicho Plan, así como su repercusión en el esquema vial preexistente. Resulta evidente que se­mejante empeño no se logra en este libro, donde no se hace un sondeo de la situación anterior ni posterior. Se ha quedado así como un estudio puntual dentro de un proyecto mu­cho más ambicioso que quizá pueda complementarnos el autor en el fu­turo.

La elección del hinterland marabi­no está, en cambio, bien justificada,

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pues se aducen razones de metodolo­gía investigativa: la dificultad de abar­car todo el territorio venezolano y la existencia de una documentación ase­quible, que el autor califica de cuali­tativa y cuantitativamente mejor que la de otros lugares, lo que no deja de ser sorprendente (pensamos, na­turalmente, en La Guaira).

El capítulo primero, titulado «Ma-racaibo 1910: Nodo principal del Oc­cidente venezolano», está bien conce­bido. El hinterland se establece con la red vial vinculada a los puertos locales que complementan las funcio­nes del puerto regional (Maracaibo), y resulta muy interesante la confor­mación de un hinterland elástico, va­riable según la estación seca o lluviosa de la región tropical. La principal franja móvil de dicho hinterland es el Sureste. En cuanto a la importancia del puerto de Maracaibo (primero en exportaciones y tercero en importacio­nes venezolanas), echamos en falta su correlación con Colombia, dado su ca­rácter de puerto fronterizo y el hecho de que su hinterland se incrusta en el país hermano. Faltan también cuadros que totalicen el volumen y valor ne­gociados (tan sólo se nos ofrecen cua­dros de exportación e importación) y una valoración porcentual que resul­taría de enorme utilidad.

El segundo capítulo, titulado «Los transportes terrestres», analiza los ca­minos de recuas y los ferrocarriles, y los animales y vehículos que circulan por ellos, llegando a la conclusión de que los ferrocarriles tenían la función de conectar las vías fluviales con los

caminos de recuas. Estos últimos eran, en definitiva, los que alcanzaban los centros de producción o consumo de los artículos que se negociaban en el hinterland. El apartado de «nociones de distancia y de obstáculo geográfi­co en los transportes terrestres» es muy sugestivo, pero queda reducido a consideraciones de carácter cualita­tivo (topografía, capacidad de carga de las bestias, las lluvias, etc.) en lo relativo a los transportes por medio de recuas. En los realizados por ferro­carril quedan nítidamente señalados en los 20 kilómetros por hora que era la velocidad promedio de los trenes.

El tercer y último capítulo trata de «Los transportes acuáticos», y es quizá el que se diagramó con mayor ambición. No en vano estos transpor­tes, tal y como lo define su autor, constituían el eje principal de circula­ción del hinterland mirabino, ya que soportaban el peso de todo el merca­do exterior y eran a la vez el medio más importante de circulación en el hinterland. El profesor Paredes estu­dia la navegación interior, la maríti­ma, la de gran cabotaje y la de cabo­taje, pero siempre con el inconvenien­te de que los flujos de mercancías están explicitados sobre muestras muy pequeñas. En la navegación marítima, por ejemplo, las exportaciones se ti­pifican sobre lo transportado por cua­tro embarcaciones, y en las importa­ciones sobre sólo dos muestras, pro­cedentes, además, de un buque danés y otro norteamericano, lo que no per­mite concluir prácticamente nada. En

558

RECENSIONES

cuanto al apartado sobre las nociones de distancia y de obstáculo geográfico en los transportes acuáticos, está dise­ñado sobre unas consideraciones teó­ricas, pero no sobre unas isócronas que el autor reconoce que no pudo hallar: «No fue posible, sin embargo, localizar una referencia concreta que, en relación a la cobertura de una de­terminada ruta, permitiera comparar el tiempo de recorrido empleado por un vapor con el que empleaba un ve­lero. Lo único que se consiguió, en este sentido, fueron dos datos...»

£1 mayor problema de todo el ca­pítulo reside, a nuestro entender, en que su último punto (el 3.2.2, con el que acaba prácticamente el libro) de­bía ser el primero, pues se dedica al estudio de la barra de Maracaibo y nos enteramos entonces de que no permitía el paso de vapores, salvo du­rante la pleamar, y esto con una ca­pacidad de carga ociosa para «man­tener el calado recomendado para su cruce». Resulta así que todo el esfuer­zo por explicar la coexistencia de ve­leros con los vapores resulta ocioso, así como también el hecho de que los vapores tuvieran que transbordar las mercancías en Curazao a los buques de gran calado que cruzaban el Atlán­tico.

Las conclusiones son, básicamente, cuatro:

1 .* Que los ejes de circulación de Maracaibo en 1910 formaban un sis­tema regional de transporte caracteri­

zado por la intermodalidad, lo que atribuye el autor fundamentalmente al hecho de que el eje principal de circulación era acuático. La idea es válida, pero con la adeuda de que la interiorización de los centros de pro­ducción y consumo ayudaba poderosa­mente a esta multiplicidad de medios de transporte.

2." Que el nivel de eficacia del sistema vial intermodal dependía fun­damentalmente del grado de corres­pondencia existente entre la capacidad de carga de los vehículos de transpor­te y la velocidad de los mismos. En este aspecto ya indicamos que falta­ban los parámetros necesarios para demostrar la tesis, que es, sin embar­go, válida conceptualmente.

3.* Que la intermodalidad que caracteriza la vialidad del hinterland marabino a principios del siglo no era producto de una libre selección de los medios de transporte, sino de una adecuación pasiva respecto al me­dio físico. Parece bastante probado en la tesis.

4.' Que el Plan de Vialidad for­mulado en 1910 no estuvo orientado a modificar a nivel regional el carác­ter intermodal del sistema de comuni­caciones existente, sino a sustituir el transporte de recuas por carreteras en las zonas de mayor tráfico. Es un punto que ofrece algunas incógnitas, pese a ser el objetivo perseguido en el trabajo.

Manuel LUCENA SALMORAL

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RECENSIONES

Peter TEMIN (ed.): La Nueva Historia Económica. Lecturas seleccionadas, Ma­drid, Alianza, 1984, 503 pp.

Quizá deba comenzar esta reseña señalando, como lo hace el prologuis­ta del volumen, profesor Tortella Ca­sares, que a estas alturas (1985) la Nueva Historia Económica (NHE) es, más que nueva, historia económica a secas. En efecto, la NHE nació en la lejana fecha de 1957-58, cuando los profesores Conrad y Meyer publicaron una serie de artículos sobre la escla­vitud en los Estados Unidos y su in­cidencia en la economía del país. En sus trabajos, estos dos autores lleva­ban a la práctica la querida aspiración schumpeteriana de aproximar para un mismo fin las tres ramas fundamen­tales de la economía: la Historia Eco­nómica, la Teoría Económica y la Es­tadística. La combinación de estas tres ramas del conftcimiento es el pri­mer ingrediente de lo que iba a ser la NHE. El segundo ingrediente vino con el empleo de los contrafactuales, esto es, la utilización de proposicio­nes del tipo «qué hubiese ocurrido en ausencia de un determinado fenóme­no que se quiere estudiar». Así, la aplicación sistemática de la teoría eco­nómica (neoclásica) y de los métodos estadSticos y econométricos, junto con el empleo de hipótesis contrafactua­les, se convirtió en la característica más destacada de la escuela de los nuevos historiadores económicos. A ello habría que agregar su preocu­pación por el tema del crecimiento económico a largo plazo.

El desarrollo de la NHE tuvo lu­

gar durante las décadas de los años sesenta y setenta. La disciplina alcan­zó un elevado grado de refinamiento teórico y de complejidad estadística, registrando una considerable expan­sión tanto por lo que se refiere a los recursos humanos que seguían a la nueva corriente como por la amplitud de los campos de investigación. En el caso de la historia de los Estados Unidos, hacia 1980 ya era difícil en­contrar un área de estudio que no hubiese experimentado la penetración de los nuevos historiadores económi­cos. Al tiempo, la NHE había logrado generar un conjunto de manuales, síntoma inequívoco de su creciente aceptación y señal de que lo otrora novedoso se convertía paulatinamen­te en la nueva ortodoxia. Al magnífi­co libro de North The Economic Growth of the United States: 1790 to 1860 le siguió The Keinterpreta-tion of American Economic History, de Fogel y Engerman, y a estos dos se sumó An Economist's History of the United States, de Davis, Easter-lin y Parker, y también el libro edi­tado por Temin y que da pie a estos comentarios.

La NHE, además, no conoció fron­teras y fue extendiéndose a otros paí­ses donde quizá su penetración no fue tan fácil: ni los historiadores proce­dían de facultades o escuelas de eco­nomía ni la oferta de datos históricos era tan abundante como en los Esta­dos Unidos. A pesar de ello, también

560

RECENSIONES

logró establecerse. Hoy no hay histo­riador económico que desdeñe los contrafactuales o no busque apoyo en la teoría económica para dar más soli­dez a sus argumentos, o no utilice con profusión, y a veces con desco­nocimiento, las técnicas de análisis cuantitativo. En 1985 ya no tiene sen­tido ni ser acérrimo partidario de la NHE ni tampoco ser perpetuo detrac­tor. La NHE forma parte del acervo común de todos los que cultivan la disciplina.

Pero cuando llega la mayoría de edad, también llega el momento de la reflexión. Como señala Temin en el artículo que cierra el volumen, los nuevos historiadores económicos de­ben pararse a pensar y observar los cambios que se han producido a su alrededor: la historia económica de los economistas han ganado en rigor e independencia, pero ha perdido en el camino un aliado importante, los historiadores. Y esta pérdida no se ha visto compensada con una ganan­cia paralela: los economistas, excesi­vamente preocupados por los proble­mas inmediatos, a corto plazo, no tienen tiempo para reflexionar sobre el pasado; pero es que, además, los historiadores económicos han renun­ciado por su parte a ocuparse y com­partir las preocupaciones de los eco­nomistas, hoy abrumados por la cri­sis financiera internacional, el nuevo proteccionismo, etc. Por eso, Temin, teniendo en cuenta que la historia económica es un campo demasiado pequeño para «marchar solos», reco­mienda tender puentes hacia la histo­

ria económica tradicional una vez más. Por todas las razones anteriormen­

te expuestas, me parece oportuna la magnífica traducción que han realiza­do Esther Rabasco y Luis Tobaría del libro editado por Peter Temin en 1973. Debemos decir, en primer lu­gar, que la recopilación de trabajos que realizó Temin en su momento es excelente, ya que logró reunir en un volumen los mejores artículos y los más representativos de la NHE ame­ricana; en segundo lugar, porque al haber penetrado la NHE en los pro­gramas de la disciplina, conviene con­tar con un conjunto de trabajos tra­ducidos que sirvan de lecturas en los cursos de la licenciatura en Ciencias Económicas.

El contenido del volumen gira en tomo a tres temas que son fundamen­tales en la historia de los Estados Unidos. El primero, la expansión ha­cia el Oeste y su corolario, el aumen­to de la oferta de tierras disponibles para usos agrarios; este hecho reper­cutió tanto en la evolución del propio sector primario como en la industria, al verse afectada por un menor volu­men de mano de obra. Sobre este te­ma, Temin ha recopilado cuatro tra­bajos: de G. Wright («Un estudio econométrico de la producción y co­mercio de algodón, 1830-1860»), de W. N. Parker y J. L. Klein («Creci­miento en la producción de grano en Estados Unidos, 1840-60 y 1900-1910»), de R. N. Clarke y L. H. Sum-mers («Una reconsideración de la con­troversia sobre la escasez de trabajo») y del propio Temin («La escasez de

m

RECENSIONES

trabajo y el problema de la eficiencia americana»). El segundo gran tema del libro es el estudio del papel del ferrocarril en el crecimiento de los Es­tados Unidos. Aquí, Temin reúne dos trabajos de Fogel y una magnífica e irónica crítica de P. A. David («La innovación del transporte y el creci­miento económico: el profesor Fogel anda con ferrocarriles y descarrila»). Y, en tercer lugar, Temin también ha reunido una serie de artículos sobre los efectos económicos de la «peculiar institución»: la esclavitud. Para esta parte, el editor ha escogido un traba­jo pionero de Ginrad y Meyer («La teoría económica de la esclavitud en el Sur antes de la guerra civil»), otro de G. Wright («Prosperidad, progre­so y esclavitud americana») y el «Pró­logo» del libro de Fogel y Engerman Time on the Cross. Estas tres partes se completan con una primera sección sobre la medición del crecimiento.

en la que se recogen dos conocidísi­mos trabajos de R. E. Gallman («El producto nacional bruto de Estados Unidos, 1834-1909») y P. A. David («Nueva luz en una era de oscuridad estadística: el crecimiento del produc­to real de Estados Unidos antes de 1840»), y otra sobre la Banca y los ciclos económicos, que incluye un trabajo de Temin («Las consecuencias económicas de la guerra bancaria») y un segundo de Friedman y Schwartz («El pánico de 1907 y la reforma ban­caria posterior»).

Por lo demás, la versión española del libro de Temin se inicia con un interesante prólogo del profesor Tor-tella, en el que, además de glosar los principales méritos de la NHE, hace referencia a su desarrollo en España y a su grado de implantación.

Pablo MARTÍN ACEÑA

Univ. de Alcalá de Henares

562

ANUNCIOS DE LA SECRETARIA DE REDACCIÓN

El Departamento de Historia Económica de la Universidad del País Vasco orga­niza el I ENCUENTRO DE HISTORIA ECONÓMICA REGIONAL, sobre el tema El proceso de industrialización en la Cornisa Cantábrica (Estado de la Cuestión), que se celebrará en Vitoria-Gasteiz los próximos días 27, 28 y 29 de noviembre de 1985.

PROGRAMA

27 DE NOVIEMBRE

U horas FACULTAD DE FILOLOGÍA Y GEOGRAFÍA E HISTORIA (C. P. Asúa, s/n.)

SESIÓN DE APERTURA: — Presentación.

Prof. Dr. D. EMILIANO FERNÁNDEZ rm. PINEDO, catedrático de Historia e Institu­ciones Económicas de la Universidad del País Vasco/EHU.

— Conferencia inaugural. Prof. Dr. D. JORDI MALUQUER DE MOTES, catedrático de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad Autónoma de Barcelona: Factores y condicionantes del proceso de industrialización: el caso español.

16,30 horas CASA DE LA CULTURA (Paseo de La Florida)

PRIMERA SESIÓN DE TRABAJO: — Agricultura e industria en Asturias en el siglo XVIII.

Prof. Dr. D. BAUDILIO BARREIRO MALLÓN, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Oviedo.

— La no industrialización en Castilla la Vieja: el caso húrgales. Prof. Dr. D. RAMÓN OJEDA SAN MIGUEL, profesor de Historia Económica de la Universidad del País Vasco/EHU.

— De fábrica dispersa a pariente de aldea. La cuestión industrial en la Galicia con temporánea. Prof. Dr. D. JAIME GARCÍA-LOMBARDERO, catedrático de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad de Santiago. Prof. Dr. D. XOAN CARMONA, profesor titular de Historia e Instituciones Eco­nómicas de la Universidad de Santiago.

— Coloquio.

28 DE NOVIEMBRE

10 horas CASA DE LA CULTURA (Paseo de La Florida)

SEGUNDA SESIÓN DE TRABAJO: — Comunicaciones. — La industrialización asturiana.

Prof. Dr. D. RAFAEL ANES ALVAREZ, catedrático de Historia e Instituciones Eco­nómicas de la Universidad de Oviedo.

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— Minería, industria y empresa pública en Asturias. Prof. Dr. D. JESÚS GONZÁLEZ, catedrático de Historia e Instituciones Económi­cas de la Universidad Autónoma de Madrid.

— Coloquio.

16,30 horas CASA DE LA CULTURA (Paseo de La Florida)

TERCERA SESIÓN DE TRABAJO: — Demografía e industrialización en el País Vasco.

Prof. Dr. D. JOSÉ LUIS HERNÁNDEZ MARCO, profesor titular de Historia e Insti­tuciones Económicas de la Universidad del País Vasco/EHU. D. SANTIAGO PIQUERO ZARAUZ, profesor de Historia Económica de la Universidad del País Vasco/EHU.

— Crisis de la siderurgia tradicional y cambio de modelo económico en el País Vasco. Prof. Dr. D. Luis MARÍA BILBAO BILBAO, catedrático de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad Autónoma de Madrid.

— Industrialización y mercado mundial: el caso vasco. Prof. Dr. D. EMILIANO FERNANDEZ DE PINEDO, catedrático de Historia e Institu­ciones Económicas de la Universidad del País Vasco/EHU.

— Coloquio.

N DE NOVIEMBRE

10 horas

FACULTAD DE FILOLOGÍA Y GEOGRAFÍA E HISTORIA (C. P. Asúa, s/n.)

SESIÓN DE CLAUSURA:

— Mesa redonda. Participarán los profesores catedráticos que han intervenido en el Encuentro.

— Conclusiones del I Encuentro de Historia Económica Regional: «£í proceso de industrialización en la Cornisa Cantábrica (Estado de la Cuestión)». Prof. Dr. D. IMMANUEL WALLERSTEIN, director del Centro Fernand Braudel para el Estudio de Economías, Sistemas Históricos y Civilizaciones, de la Universi­dad del Estado de Nueva York en Binghamton (SUNY). (Conferencia en castellano.)

Para cualquier consulta o ampliación de información:

I ENCUENTRO DE HISTORIA ECONÓMICA REGIONAL Departamento de Historia Económica

Facultad de Filología y Geografía e Historia. UPV/EHU VITORIA-GASTEIZ (Álava)

Teléfono (945)22 44 00

^64

El Instituto de Investigación sobre la Economía Mediterránea, de Ñapóles, orga-túza un Congreso Internacional sobre Fuentes Estadísticas y Economía de ios Países Mediterráneos, que se desarrollará en Ñapóles los días 5, 6 y 7 de diciembre de 1985. Mayor información puede pedirse a:

Segretaria del Congresso Internazionale LE FONTI STATISTICHE E L'ECONOMIA DEI PAESI DEL MEDITERRÁNEO

Istituto di Recerche suU'Economía Mediterránea - CNR Viale A. Gramsci, 5

80122 NAPOLI (Italia) Tel. 081/68 15 30

El programa del Congreso es el siguiente:

THURSDAY, DECEMBER 5

h. 9.30 Wetcome Speeches.

h. 10.00 A. MoKADDEM. Directeur General, Office National des Statistiques, Ministére de la Planification et de l'Aménagement du Territoire (ALGERIA): — Statistical Sources and Economy of Algeria.

h. 11.00 A. KAMOUN. Directeur, Institut National de la Statistique, Ministére du Plan (TUNISIA): — Statistical Sources and Economy of Tunisia.

h. 12.00 M. TADILI FARISS. Directeur de la Statistique, Ministére du Plan (MAROCCO): — Statistical Sources and Economy of Morocco. Discussion.

h. 16.00 M. LAMANDE. Chef du Service des Etudes, Direction Régionale de Marseille, Institute National de la Statistique et des Etudes Economiques (FRANCE): — The Development of the Statistical Information in the French Medite-

rranean Área.

h. 17.00 L. RUIZ-MAYA. Director General, Instituto Nacional de Estadística (SPAIN): — Statistical Sources and Spanish Economy.

h. 18.00 J. F. GRACA COSTA. Presidente Conselho de Dire^ao, Instituto Nacional de Estatistica, Ministerio do Plano e Coordenacáo Económica (or other repre-sentative) (PORTUGAL): — Statistical Sources and Portuguese Economy. Discussion.

FRIDAY. DECEMBER 6

h. 9.00 G. GAETANI D'ARÁCONA. Professore ordinario di Politica Económica e Finan-ziaria nell'Universitá di Napoli (ITALIA): — EEC and Mediterranean Countries: Trades and Transports.

h. 9.30 A. MALEK AL-AKHRAS. General Director, Central Bureau of Statistics, Office of the Prime Minister (SYRIA): — Statistical Sources and Economy of Syria.

h. 10.30 J. SALAH. (A.) General Director, Department of Statistics (JORDÁN): — Statistical Sources and Jordanian Economy.

h. 11.30 E. I. DEMETRIADES. Director, Department of Statistics and Research, Ministry of Finance (or other representative) (CYPRUS): — Statistical Sources and Economy of Cyprus. Discussion.

^65

h. 16.00 M. jAKic. Chef División Internationale, Office Federal de la Statistique (or other representativa) (YUGOSLAVIA): — Stalisticat Sotirces and Yugoslav Economy.

h. 17.00 E. HADJIPANACHIOTOU. Directeur de la Méthodologie, Office National de Sta­tistique (or other representative) (GREECE): — Statistical Sources and Greek Economy.

h. 18.00 R. CAMILLERI. Director, Central Office of Statistics (MALTA): — Statistical Sources and Maltese Economy. Discussion.

SATURDAY, DECEMBER 7

h. 8.00 Excursión.

h. 16.00 M. SiCRON. Central Bureau of Statistics, Prime Minister's Office (ISRAEL): — Statistical Sources and Economy of Israel.

h. 17.00 L. PiERACCiONi. Consigliere dell'Unione Italiana delle Camere di Commercio (ITALY): — The Chambers of Commerce and the Economy of the Mediterranean

Countries.

h. 17.30 S. RoNCHETTi. Direttore Genérale, Servizi Statistici CEE (LUXEMBURG): — The Statistics and the EEC Politics in the Developping Mediterranean

Countries.

h. 18.00 Discussion. Conclusions.

El Ayuntamiento de Valencia organiza un Congreso bajo el titulo de Valencia, Capital de la RepiXblica, 50 anys (1936-1986), que tendrá lugar en la segunda quincena del mes de abril de 1986.

El programa es el siguiente:

1. CONGRESO

— La crisis de la Segunda República Española. Ponente y moderador: JOSEP FONTANA (Universidad Autónoma de Barcelona).

— La Guerra Civil. Ponente y moderador: ÁNGEL VIÑAS (Universidad Complutense). En esta sección se celebrará una sesión especifica dedicada a la Guerra Civil en el País Valenciano.

— Las consecuencias de la destrucción de la democracia. Ponente y moderador: JUAN PABLO FUSI (Universidad de Santander).

2. CICLO DE CONFERENCIAS

— Prof. PiERRE VILAR: La Guerra Civil en la historia de España. — Prof. MANUEL TUÑÓN DE LARA: La crisis de la Segunda Reptiblica. — Prof. RONALD FRASER: Historia oral y Guerra Civil. — Prof. GABRIEL JACKSON: La República de 1931. Un esfuerzo constructivo y mal

comprendido.

566

Revista de Estudios Políticos (NUEVA ÉPOCA)

PRESIDENTE DEL CONSEJO ASESOR: D. Carlos OLLERO GÚMEZ

COMITÉ DE DIRECCIÓN: Manuel ARAGÓN REYES, Carlos ALBA TERCEDOR, Carlos OLLERO GÓMEZ, Manuel RAMÍREZ JIMÉNEZ, Miguel MARTÍNEZ CUADRADO, José María

MARAVALL, Carlos de CABO MARTÍN, JULIAN SANTAMARÍA OSSORIO

DIRECTOR: Pedro de VEGA GARCÍA. SECRETARIO: Juan J. SOLOZABAL

Sumario del número 46-47 (julio-octubre 1985)

MONOGRÁFICO SOBRE EL SISTEMA POLÍTICO VASCO

PRESENTACIÓN

I. SUPUESTOS HISTÓRICOS Y DOCTRINALES Colaboran: Juan J. Solozábal, José Manuel Castells Arteche, Javier Corcuera

Atienza, Bartolomé Clavero Arévalo, Alberto López Basaguren.

II. PARLAMENTO Y GOBIERNO Colaboran: Alejandro Saiz Arnáiz, F. Javier García Roca, Pablo Lucas Murillo,

Paloma Biglino Campos, Miguel Ángel García Herrera, Eduardo Virgala Foruria.

n i . SISTEMA DE COMPETENCIAS Y GARANTÍAS Colaboran: José Luis Cascajo Castro, Pablo Santolaya Machetti, Manuel Terol

Becerra, Gurutz Jáuregui Bereciartu, Rafael Jiménez Asensio.

IV. ELECCIONES Y PARTIDOS Colaboran: Francisco J. Llera Ramo, Eduardo Mancisidor Artaraz.

V. NOTAS Colaboran: Jesús Eguiguren Imaz, Iñaki Lasagabaster Herrarte, Gonzalo Maes­

tro Buelga, Ángel Zurita Laguna, Eduardo Cobreros Mendazona, Alvaro Frutos Rosado.

PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN ANUAL

España 2.800 ptas. Extranjero 29 $ Número suelto: España 600 ptas. Número suelto: Extranjero 8 % El precio de este número será de 1.200 ptas.

CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES Plaza de la Marina Española, 9 - 28013 MADRID (España)

REVISTA E S P A R O U DE DERECHO CONSTITUCIONAL Presidente: Luis SANCHEZ AGESTA

COMITÉ DE DIRECCIÓN

Manuel ARAGÓN REYES, Carlos ALBA TERCEDOR, Eduardo GARCÍA DE ENTERRÍA, Pedro de VEGA GARCÍA, Ignacio OTTO PARDO

Director: Francisco RUBIO LLÓRENTE Secretario: Javier JIMÉNEZ CAMPO

SUMARIO DEL AÑO 5, NUM. 15 (septiembre-diciembre 1985)

ESTUDIOS:

Luis DÍEZ PICAZO: Constitución, Ley, Juez. Joaquín TOMÁS VILLARROYA: Proceso aulonóntico y observancia de la Constitución. Alvaro RODRÍGUEZ BEREUO: Una reflexión sobre el sistema general de ¡a financia­

ción de las Comunidades Autónomas. Juan José SOLOZÁBAL ECHAVARRÍA: La calificación del Senado como Cámara de re­

presentación territorial y el alcance jurídico de las cláusulas definitorias cons­titucionales.

Enrique ARGULLOL I MURGADAS: La administración de las Comunidades Autónomas.

fURISPRUDENCIA:

Estudios y comentarios:

Tomás S. VIVES ANTÓN: Valoraciones ético-sociales y jurisprudencia constitucional: el problema del aborto consentido.

Juan Alfonso SANTAMARÍA PASTOR: Sobre derecho a la intimidad, secretos y otras cuestiones innombrables.

Antonio EMBID IRUJO: La jurisprudencia del Tribunal Constitucional sobre la en­señanza.

José Manuel BRETAL VÁZQUEZ: Notas sobre la inmunidad parlamentaria.

CRÓNICA PARLAMENTARIA.

CRITICA DE LIBROS.

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA.

PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN (1985):

España 2.100 ptas. Extranjero 25 $ Número suelto: España 800 ptas. Número suelto: Extranjero 9 \

REVISTA ESPAÑOLA DE DERECHO CONSTITUCIONAL Plaza de la Marina Española, 9 - 28013 MADRID (España)

Revista de Administración Púbiica (CUATRIMESTRAL)

CONSEJO DE REDACCIÓN

Presidente: Luis JORDANA DE POZAS (t)

Manuel ALONSO OLEA, José María BOQUERA OLIVER, Antonio CARRO MARTÍNEZ, Ma­nuel F. CLAVERO ARÉVALO, Rafael ENTRENA CUESTA, Tomás R. FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, Fernando GARRIDO FALLA, Jesús GONZÁLEZ PÉREZ, Ramón MARTÍN MATEO, Lorenzo MARTÍN-RETORTILLO BAOUER, Sebastián MARTÍN-RETORTILLO BAOUER, Alejandro NIETO, José Ramón PARADA VAZQUEZ, Manuel PÉREZ OLEA, Femando SAINZ DE BUJANDA, Juan

A. SANTAMARÍA PASTOR, José Luis VILLAR PALASÍ

Secretario: Eduardo GARCÍA DE ENTERRÍA

Secretario Adjunto: Fernando SAINZ MORENO

SUMARIO DEL NUM. 107 (mayo-agosto 1985)

ESTUDIOS.

Roberto PAREJO GÁMIR: Transmisión y gravamen de concesiones administrativas.

Lorenzo MARTÍN-RETORTILLO BAOUER: El control por el Tribunal Constitucional de la actividad no legislativa del Parlamento.

Ernesto GARCÍA-TREVIJANO GARNICA: Cambio de afectación de bienes expropiados.

JURISPRUDENCIA:

I. Comentarios monográficos: Emilio Ruiz JARABO: LAS prestaciones económicas de la Seguridad Social.

II. Notas: A) En general (J. TORNOS MAS y T. PONT Y LLOVET).

B) Personal (R. ENTRENA CUESTA).

CRÓNICA ADMINISTRATIVA.

DOCUMENTOS Y DICTÁMENES.

BIBLIOGRAFÍA.

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España 2.3(K) ptas. Extranjero 29 $ Número suelto; España 950 ptas. Número suelto: Extranjero 11 $

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Revista de Estudios internacionales (TRIMESTRAL)

CONSEJO DE REDACCIÓN

Director: Manuel MEDINA Secretario: Julio COLA ALBERICH

Mariano AGUILAR, Eiñilio BELAOIEZ, Eduardo BLANCO, Juan Antonio CARRILLO, Félix FERNXNDEZ-SHAW, Julio GONZALEZ, José M." JOVER, Luis MARINAS, Roberto MESA, To­más MESTRE, José M." MORO, Fernando MURILLO, José Antonio PASTOR, Román PER PINA, Leandro RUBIO, Javier RUPÉREZ, Fernando de SALAS, José Luis SAMPEDRO, An

tonio TRUYOL, José Antonio VÁRELA, Ángel VIÑAS

SUMARIO DEL VOL. 6, NUM. 4 (octubre-diciembre 1985)

ESTUDIOS:

Jorge FUENTES: El desarme y España. Ismael SAZ CAMPOS: La política exterior de la II República en el primer bienio

(1931-1933). Una valoración. Carlos FERNANDEZ CASADEVANTE ROMANÍ: Análisis de la práctica diplomática his-

pano-francesa en materia de medio ambiente fronterizo: un balance deficiente.

N O T A S :

Antonio MAROUINA BARRIO: Gibraltar en la política exterior del Gobierno socialista. Eric MARTEL: Gibraltar y política exterior. Un principio de solución. José Urbano MARTÍNEZ CARRERAS: Relaciones internacionales de los países afro­

asiáticos. Víctor MORALES LEZCANO: Nota de lecturas (El Magreb árabe y Marruecos). María Dolores SERRANO PADILLA: Diario de acontecimientos referentes a España.

RECENSIONES. LIBROS SOBRE EUROPA DEL ESTE, por Tomás MESTRE VIVES.

REVISTAS.

DOCUMENTACIÓN SOBRE POLÍTICA EXTERIOR, por Carlos JIMÉNEZ PIERNAS.

PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN ANUAL (1986)

España 2.400 pUs. Extranjero 25 $ Número suelto: España 700 ptos. Número suelto: Extranjero 9 %

CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES Plaza de la Marina Española, 9 - 28013 MADRID (España)

Revista de Política Sociai (TRIMESTRAL)

CONSEJO DE REDACCIÓN

Manuel ALONSO GARCÍA, José María ALVAREZ DE MIRANDA, Efrén BORRAJO DACRUZ, Miguel FAGOAGA, Javier MARTÍNEZ DE BEDOYA, Alfredo MONTOYA MELGAR, Miguel RO­DRÍGUEZ PINERO, Federico RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ, Fernando SUAREZ GONZXLEZ, José

Antonio UCELAY DE MONTERO

Secretario: Manuel ALONSO OLEA

SUMARIO DEL NUM. 148 (octubre-diciembre 1985)

ENSAYOS:

María de la Concepción GONZÁLEZ RABANAL: La crisis de la Seguridad Social en el marco de la Constitución.

Eduardo ROJO TORRECILLA: La ley orgánica de libertad sindicaL

Jesús MARTÍNEZ GIRÓN: Las elecciones sindicales en los Estados Unidos.

CRÓNICAS.

JURISPRUDENCIA SOCIAL.

RECENSIONES.

REVISTA DE REVISTAS.

PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN ANUAL

España 2.200 ptas. Portugal, Iberoamérica y Filipinas 23 $ Otros países 24 $ Número suelto: España 700 ptas. Número suelto Extranjero 9 f

CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

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REVISTA DE INSTITUCIONES EUROPEAS (CUATRIMESTRAL)

Director: Manuel DIEZ DI: VELASCO

Subdirector: Gil Carlos RODRÍGUEZ IGLESIAS

Secretaria: Araceli MANGAS MARTÍN

SUMARIO DEL VOL. 12, NUM. 3 (septiembre-diciembre 1985)

ESTUDIOS:

Paola MORÍ: Derecho comunitario v derecho interno en una sentencia reciente del Tribunal Constitucional italiano.

Antonio F. FERN/ÍNDEZ TOMAS: La adhesión de las Comunidades Europeas al Con­venio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos (CEDH): un in­tento de solución al problema de la prolección de los derechos fundamentales en el ámbito comunitario.

Dionisio SÁNCHEZ FERNÁNDEZ DE GATTA: La política ambiental comunitaria: espe­cial referencia a los programas de acción.

N O T A S :

José Manuel SOBRINO HEREDIA: Consideraciones en torno a la dimensión mundia-lista de la política comunitaria de cooperación para el desarrollo.

Martín SANTIAGO HERRERO: Lomé III: un nuevo camino al desarrollo. Marta ARPIO SANTA CRUZ: El Parlamento frente al Consejo: la sentencia del Tri­

bunal de Justicia en materia de transportes.

CRÓNICAS,

JURISPRUDENCIA,

BIBLIOGRAFÍA,

REVISTA DE REVISTAS,

DOCUMENTACIÓN.

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Se compone de CINCO Secciones:

I. Sumarios completos de los 200 números publicados. II. índice temático de los estudios originales.

III. Relación de autores de los estudios originales. IV. Bibliografía con todos los libros reseñados en «DOCUMENTACIÓN AD­

MINISTRATIVA», formando un cuerpo de fichas bibliográficas. V. Relación de revistas cuyos artículos están recensionados en «DO­

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PENSAMIENTO IBEROAMERICANO REVISTA DE ECONOMÍA POLÍTICA

Revista semestral patrocinada por el Instituto de Cooperación iberoamericana (ICI) y la Comisión Económica para América Latina (CEPAL)

Director: Aníbal PINTO

CONSEJO DE REDACCIÓN Adolfo CANITROT, José Luis GARCIA DELGADO, Adolfo GURRIERI, Juan MUÑOZ, Ángel

SERRANO (Secretario de Redacción), Osear SOBERÓN y Augusto MATEUS

SUMARIO DEL NUM. 7 (enero-junio 1985)

EL TEMA CENTRAL: EL RETO DE LAS METRÓPOLIS

Aníbal PINTO: Reto y metropolización: razones e implicaciones. Luico KOWARICK: A expansao metropolitana a suas contradigoes em Sao Paulo. Jorge WILHEIM: Economía e cidades. L. Alberto ROMERO: Sectores populares, participación y democracia: el caso de

Buenos Aires. Osear YUJNOVSKV: Estado y política metropolitana: el caso de Buenos Aires. Eduardo RINCÓN: México: en la búsqueda de una reordenación urbana. Alfredo RODRÍGUEZ: Santiago, viejos y nuevos problemas. Héctor CUERVO MASONÉ: Concentración y desconcentración urbana en la expe­

riencia cubana. Jordi BORJA: Crisis y metropolización en España. El caso de Barcelona. Nuno PORTAS: Áreas metropolitanas en Portugal. Lisboa y Oporto.

Intervienen en el Coloquio: Norberto E. García, Antonio Barros de Castro, Manuel A. Carretón, M. Conceigao Tavares, Rodrigo Villamizar, Carlos Lessa, Alberto C. Barbeito, Ricardo García Zaldíbar, Eduardo Neira, Mariano Arana.

Y las secciones fijas de: Reseñas Temáticas. Resumen de artículos. Revista de Revistas Iberoamericanas.

Suscripción por cuatro números: España y Portugal, 3.600 pesetas ó 40 dólares; Europa, 45 dólares; América y resto del mundo, 50 dólares. Número suelto: 1.000 pesetas ó 12 dólares. Pago mediante talón nominativo a nombre de Pensamiento

Iberoamericano.

Redacción, administración y suscripciones:

INSTITUTO DE COOPERACIÓN IBEROAMERICANA DIRECCIÓN DE COOPERACIÓN ECONÓMICA

REVISTA PENSAMIENTO IBEROAMERICANO

Avda. de los Reyes Católicos, 4 - Teléf. 244 0600 (ext. 300) - 28040 MADRID

CUADERNOS PE ECONOMÍA Revista del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en colaboración con el

Departamento de Teoría Económica de la Universidad de Barcelona

Director: Joan HORTALA I ARAU

CONSEJO DE REDACCIÓN

Antonio ARÜANUOÑA RAMIZ, Anna M." BiRuiJs BERTRAN, Jesús FRESNO LOZANO (secre­tario), Josep Pioní CAMPS, Juan TUGORES QUES

Secretaría: Modest FLUVIA PONT, Ramón FRANOUESA ARTES, M.' Angels CERDX SURROCA

SUMARIO DEL VOL. XIII, NUM. 37 (mayo-agosto 1985)

ARTÍCULOS:

Saturnino AGUADO: Dinero y tipo de cambio en el corto plazo.

Alfons BARCEUS: Teorema sobre bienes autorreproducibles.

A. BARCELÓ y F. OVEJERO: Cuatro temas de metodología económica.

Albert BIAYNA: Modelo de control óptimo del saldo de tesorería.

Anna M." BIRULÉS I BERTRÁN: Teorema d'existéncia d'equilibri amb externalitats generades per la transformado peí consum.

Martí OLIVA FURÉS: Teoría financiera: Aversión al riesgo en un modelo dinámico. 1.

Carlos PERAITA DE GRADO y Manuel SANCHEZ MORENO- Medición de las variaciones de la participación salarial en el valor añadido bruto de la industria: 1964-1981.

Julio SÁNCHEZ CHOUZ: El teorema de Okishio en ciertos tipos de economías convexas.

Gonzalo RODRÍGUEZ PRADA: La eficiencia del equilibrio competitivo a la luz de la hipótesis de las expectativas racionales.

Amparo URBANO SALVADOR; Decisiones de consumo: un ejemplo usando una solu­ción dinámica «Cournot-Nash».

SUSCRIPCIONES

Se dirigirán a la Secretaría de la Revista: Egipcíacas, 15, 08001 BARCELONA, telé­fono (93) 242 65 84, rigiendo las siguientes condiciones de venta:

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En sus más de sesenta años de vida, la Revista de

Occidente ha contado con las colaboraciones de las

más prestigiosas firmas del presente siglo.

Continuando esa magnífica tradición

cultural, la Fundación José Ortega y Gasset ha

realizado un esfuerzo editorial extraordinario para aumentar

la frecuencia anual de la Revista de Occidente. A partir de ahot«. nuestra publicación aparecerá todos loa meses para que Ud. pueda enriquecer su colección.

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Secretaría de Estado de Comercio P.° de la Castellana, 162 - Planu O

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REVISTA MENSUAL I.C.E.

Ofrece artículos debidos a la pluma de prestigiosos especialistas nacionales y extranjeros sobre teoría económica, [>olítica económica y economía aplicada. Se publican números monográficos dedicados a la economía de distintos países, a los temas de mayor actualidad y a los sectores más conflictivos de la economía española e internacional, concediendo siempre especial atención al sector exterior. En síntesis, un instrumento de trabajo y actualización profesional de gran actualidad para economistas y empresarios.

Últimos números publicados

614. Mercados monetarios. 615. Cincuenta años del SOIVRE. 616. La empresa multinacional. 617-618. Diez años de política económica

española.

En preparación

Andalucía, comercio de servicios; CEE, comercio exterior.

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Editoriales sobre temas de actualidad, secciones de economía española, mundial, organizaciones internacionales, revista de prensa y mercados extranjeros, demandas de productos españoles y etquellas disposiciones legales más importantes relativas

al campo de actuación del Ministerio de Economía y Hacienda.

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Revista mensual y Boletín: 17.400 r>esetas.

CUADERNOS ECONÓMICOS DE I.C.E. (Revista Cuatrimestral)

Publicación orientada a la investigación económica. Entre los últimos temas publicados destacan: Estructura y economía industrial española, microeconomia de la Banca, mercados internacionales, nuevos enfoques de política económica, comercio internacional y competencia imperfecta, etc.

Ultimo número publicado Núm. 28. Déficit público y política

monetaria.

Suscripción anual: 2.400 pesetas.

BOLETÍN D E SUSCRIPCIÓN Don que reside en Calle se suscribe por un aito a: I I Revista mensual I—I Boletín semanal

I—I cuadernos Económicos

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EMPRESARIOS, SnfDECfilDSY

BiARCO mSTITUaONAL fiuiuBroA*

• Introducción

• Las empresarios y sus (Mtuiizacioms V. Pírez Díaz; L. González. Olivares; A. Marzal;R. Martínez y R. Pardo;

ECONOMIA,85 • Anifc Intanadonal-SS J. Requeíjo; y J. L. Feíto. •Anaio Nacionales J. Alcaide; A. Arranz, J. de la Llave y C. Herrero. • AnikSodiMS F. Alvira y J. García López.

Número especial de PAPELES DE E C O N O M Í A ESPAÑIOLA

(Obsequio a los suwhplores)

PV.P. I.IOOPTAS

H. Rijnen; M. Ludevid y R. Serlavós; J. P. López Novo; J. J. González y Pilar Rivilla; y Carlota Solé.

•Los Simücalos J. M. ' Zufiaur-

•Mercado de Iralnijo y marco iistilucional J. L. Malo de Molina; F. Suárez; M. Rodríguez Pifteiro; F. Valdés Dal-Re; F. Duran; A. García de Blas; y A. Espina.

•Zonas atticas dd sistema R. M. Escobar; A. Manínez y L. García Menendez; Muriel Casáis y J. M. ' Vidal; y J. Fernández Castro.

{•Opiniones J. Almunia, (Ministro de Trabajo y ¡Seguridad Social); J. Jiménez Aguilar, (Seaetario General de CEDE);

J. L. Corcuera, flX3T); A. Gutiérrez, (CC.OO).

•CoWraiación cvedal G. Lehmbruch; R Schmitter; y Suzanne Berger.

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ECONÓMICA Y SOCIAL CAJAS DE AHORROS

CONFEDERADAS OBRASOCIAL

Ju»n Hurtado d t Mtnáou. 14.28036 M«dnd TMIoAot: 250 44 00/02.

PAPELES DE ECONOMÍA ESPAÑOLA NUMERO 22

BOI.KTIN DK SI S( RIP< ION tuun Hunaüotli-MtrKlo.

AÑO I9M D NúmcfosuclU'— . a Suscr.rv....n núfTK:r<»> 18 • 19. 20. 21 v 22 —^ ^ D t ^ItJOK'f" - — — • —

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LA NUEVA HISTORIA ECONÓMICA EN ESPAÑA

Edición de PABLO MARTIN ACEÑA

Y LEANDRO PRADOS DE LA ESCOSURA

I. ATRASO Y CRECIMIENTO ECONÓMICO 1. GASTO BRUTO Y FORMACIÓN DE CAPITAL EN ESPAÑA. 1849-1958: PRIMER ENSAYO DE ESTIMACIÓN.

por Albert Carreras de Odriozota. 2. EVOLUCIÓN DE LA SUPERFICIE CULTIVADA DE CEREALES Y LEGUMINOSAS EN ESPAÑA. 1886-1935. por

el Grupo de Estudios de Historia Rural. 3. CRECIMIENTO ECONÓMICO Y DEMANDA DE ACERO: ESPAÑA. 1900-1950, por Pedro Fraile. 4. LOS FERROCARRILES EN LA ECONOMÍA ESPAÑOLA. 1855-1913, por Antonio Gómez Mendoza.

II. LA INTEGRACIÓN EN LA ECONOMÍA INTERNACIONAL

5. LAS RELACIONES REALES DE INTERCAMBIO ENTRE ESPAÑA Y GRAN BRETAÑA DURANTE LOS SIGLOS XVII I

Y XIX. por Leandro Prados de la Escosura. 6. L A PRODUCCIÓN DE VINOS EN JEREZ DE LA FRONTERA. 1850-1900, por James Simpson. 7. LOS EFECTOS DE LA PROTECCIÓN ARANCELARIA SOBRE LA PRODUCCIÓN DE CEREALES EN ESPAÑA,

1890-1910, por Jaime García-Lombardero y Viñas. 8. E L COSTE SOCIAL DE LA PROTECCIÓN ARANCELARIA A LA MINERÍA DEL CARBÓN EN ESPAÑA, 1877-1925,

por Sebastián Coll Martin.

III. EL ESTADO EN 1 A ECONOMÍA

9. E L GASTO PUBLICO EN ESPAÑA. 1875-1906: Lis \NAI isis COMPARATIVO CON LAS ECONOMÍAS EU-

ROPEAS, por Pedro Tedde de Lorca. 10. DÉFICIT PUBLICO Y POLÍTICA MONETARIA EN LA RESTAURACIÓN. 1874-1923, por Pablo Martín

Aceña. 11. INTERVENCIONISMO Y CRECIMIENTO AGRARIO EN ESPAÑA, 1936-1971. por Carlos Bárdela López. 12. L A EVOLUCIÓN DEL GASTO DEL ESTADO EN ESPAÑA. 1901-1972: CONTRASTACIÓN DE DOS TEORÍAS.

por Francisco Comín.

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D. Ramón de la Cruz, 67 - Tetís. (91) 401 12 00 / 04 28001 MADRID

ANNO LXXV - SERIE III GIUGNO 1985 FASCICOLO VI

Rivista di Politica Económica Direttore: FRANCO MATTEI

Redattore capo: VENIERO OEL PUNTA

S O M M A R I O

ARTICOLI:

Differenze internazionaíi nei íivelti comparati dei prezzi e tassi di cambio: un'analisi per settori produttivi in un modello con parametri variabili • Gior-gio GALEAZZI.

LISCUSSIONI E ATTUALITA:

¡nterventi «a breve» per i trasporti Sicilia-continente • Giuseppe FONTANELLA.

NOTE E COMMENTI:

Alcune considerazioni sul problema del vincolo esterno - Sergio DE NARDIS - Clau­dio FORTUNA.

RASSEGNE:

Economia e finanza in Italia La Banca d'Italia esorta a riprendere l'azione di politica económica - PLINIUS.

Economia e finanza nel mondo La diffusione dell'Ecu privato • SESTERTIUS.

La vita politica italiana Maggiore coesione del quadro politice? • HISTORICUS.

Rassegna delle pubblicazioni economiche (G. PALOMBA).

Direzione e Redazione: Viale deU'Astronomia, 30 - 00144 Roma (EUR) Amministrazione: Viale Pasteur, 6 - 00144 Roma

Abbormmento annuo: Italia: L. 60.000 - Estero: L. 80.000

REVIEW A JOURNAL OF THE FERNAND BRAUDEL CENTER FOR THE STUDY

OF ECONOMIES, HISTORICAL SYSTEMS, AND CIVILIZATIONS

Editor: Immanuel WAUERSTEIN

REVIEW is committed to the pursuit of a perspective which recognizes the primacy of analysis of economies over long historical time and large space, the holism of

the socio-historical process, and the transitory (heuristic) nature of theories.

THE CONTENTS OF VOLUME VIII (1984-85) INCLUDE:

Samir AMIN: ¡ncome Distribution in the Capitalist System

Ferenc FEHER: The French Revolution: Between Class Identity and Universalist ¡Uusions

Special issues on: The Struggle for Liberation in Southern África Quantitative Studies of the World-System

Special section on: From Ottotnan Empire to Modern State

Previous volumes contain articles by Anouar Abdel-Malek, Samir Amin, Giovanní Arrighi, Norman Birnbaum, Fernand Braudel, Silviu Brucan, K. N. Chaudhuri, R. W. Connell, Arghiri Emmanuel, M. I. Finley, André Gunder Frank, Johan Galtung, Ernest Gellner, Georges Haupt, Rodney Hilton, Eric J. Hobsbawm, Halil Inalcik, Ernest Labrousse, Frederic C. Lañe, Emmanuel Le Roy Ladurie, Henri Lefebvre, Bernard Magubane, Sidney W. Mintz, Micha! Morineau, Ramkrishna Mukherjee, James Petras, Alejandro Portes, Walter Rodney, Henryk Samsonowicz, T. C. Smout, Henri H. Stahl, Tamas Szentes, Romila Thapar, Charles Tilly, Jaime Torras, P. Vilar.

Institutions |60 Individuáis $25 (yearly rate)

SAGE PUBLICATION, INC. SAGE PUBLICATIONS LTD. 275 South Beverly Drive 28 Banner Street

Beverly Hills, California 90212 London ECIY 8Q1, England

DESARROLLO ECONÓMICO

Revista de Ciencias Sociales

Volumen 25 Julio-septiembre 1985 Número 98

ARTÍCULOS:

Alejandro FOXLEY: Las alternativas para la política posautoritaria. Alieto A. GuADAGNi: La programación de las inversiones eléctricas y las actuales

prioridades energéticas. Sergio BITAR: Crisis financiera e industrialización de América Latina. Francis KORN y Lidia DE LA TORRE: La vivienda en Buenos Aires 1887-1914.

NOTAS Y COMENTARIOS:

Edgardo CATTERBERG: Las elecciones del 30 de octubre de 1983. El surgimiento de una nueva convergencia electoral.

IN MEMORIAM:

Horacio NúfJEZ MIÑANA (1936-1985): Validez actual del impuesto a la renta neta potencial de la tierra en la Argentina.

Carlos F. DIAZ ALEJANDRO (1937-1985).

CRITICA DE LIBROS - RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS • INFORMACIONES.

DESARROLLO ECONÓMICO —Revista de Ciencias Sociales— es una publicación trimestral editada por el Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES).

Suscripción anual: R. Argentina, Ja 4.000; Países limítrofes, U$S 36; Resto de Amé­rica, U$S 40; Europa, Asia, África y Oceanía, U$S 44. Ejemplar simple: U|S 10

(recargo por envíos vía aérea). Pedidos, correspondencia, etc., a:

INSTITUTO DE DESARROLLO ECONÓMICO Y SOCIAL

GUemes 3950 - 1425 Buenos Aires - República Argentina

EL TRIMESTRE E C O N Ó M I C O

VOL. LII (3) MÉXICO, JULIO-SEPTIEMBRE DE 1985 NÚM. 207

S U M A R I O

In Memoriam. Osear Soberón Martínez. Emilio ALANÍS PATINO. In Memoriam. Manuel Mesa Andraca. Pedro ASPE y Carlos M. JAROUE: Expectativas racionales: Un modelo trimestral para la economía mexicana. Luis RENE CACERES: Ahorro, inversión, deuda externa y catástrofe. Antonio BARROS DE CASTRO: Ajuste por adaptación estructural. La experiencia brasileña. José Pablo ARELLANO: De la liberación a la intervención. El mercado de capitales en Chile 1974-1983. Luiz Carlos BRESSER PERBIRA y Yoshiaki NAKANO; Factores aceleradores, mantenedores y sancionadores de la inflación. Josef STEINDL: Acumulación y tecnología. Moisés IKONICOFF: Teoría y estrategia del desa­rrollo: El papel del Estado. Samir AMIN: La distribución del ingreso en el sistema

capitalista.

DOCUMENTOS - NOTAS BIBLIOGRÁFICAS PUBLICACIONES RECIBIDAS - REVISTA DE REVISTAS

SUSCRIPCIONES 1985

P , Prom. para España, En México „,7J1JÍ^^ Centro y Sudamérica

extranjero (Dólares)

Un año $ 3.000,00 Dols $ 100,00 Dols f 35,00 Precio por núm. suelto. S 1.000,00 35,00 10,00

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MÉXICO

Avenida Universidad, 975 - 03100 México, D.F.

CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

PUBLICACIONES

N O V E D A D E S MANUEL GARCÍA PELAYO

¡dea de la política y otros escritos (1.100 pesetas)

Este libro constituye una de las últimas novedades editoriales de nuestra CO­LECCIÓN ESTUDIOS P O L Í T I C O S . El libro recoge seis trabajos («Idea de la polí­tica», «Contribución a la teoría de los órdenes», «Hacia el surgimiento histórico del Estado moderno», «Auctoritas», «Esquema de una introducción a la teoría del poder» y «La teoría de la nación en Otto Bauer») sobre cuestiones capitales de la Teoría Política. Su autor, el profesor García-Pelayo, actual presidente del Tribunal Constitucional, no necesita presentación, dada la imjjortancia y amplitud de su obra, como teórico de la política y como constitucionalista suficientemente cono­cido por todos los estudiosos, y en ese sentido es un honor para el Centro de Es­tudios Constitucionales haber realizado esta publicación.

Código de Leyes Políticas Segunda edición (ampliada y puesta al día)

(2.750 pesetas)

El Centro de Estudios Constitucionales se complace en ofrecer la nueva edición del CÓDIGO DE LEYES POLÍTICAS, preparada, como la anterior, por Francisco Rubio Llórente, Manuel Aragón Reyes y Ricardo Blanco Canales. La obra se ha puesto completamente al día, lo que ha significado un aumento sustancial respecto de la edición anterior, tanto en lo que se refiere a las normas que contiene como en lo que respecta a las numerosas notas de desarrollo, referencia y concordancia y a la jurisprudencia que se cita.

Este Código contiene la Constitución, las normas sobre los Derechos Fundamen­tales, Convenios Internacionales, Leyes de desarrollo de los Derechos Políticos, Or­ganización de los Poderes, Cortes, Gobierno y Administración, Poder Judicial, Tri­bunal Constitucional, Organización Territorial, normas sobre Elecciones Generales y Locales, Referéndum y Censo, así como todos los Estatutos de Autonomía y otras normas referentes a las Comunidades Autónomas.

La obra incluye, además del texto íntegro de las disposiciones, abundantes notas de concordancia y desarrollo legislativo y reglamentario (tanto del Estado como de las Comunidades Autónomas), y de jurisprudencia del Tribunal Supremo y del Tri­bunal Constitucional. Se cierra con un índice analítico de materias donde se con­tienen referencias completas a la totalidad de las disposiciones normativas.

Las características señaladas hacen de esta publicación un instrumento de tra­bajo insustituible tanto para los profesionales y estudiosos de la Constitución, el Derecho en general y la Ciencia Política, como para cuantos sientan interés por la cosa política.

ULTIMAS PUBLICACIONES

Doris Ruiz OTIN: Poliíica y sociedad en el vocabulario de Larra. 1.700 ptas. Alfonso RUIZ MIGUEL: Filosolia y Derecho en Norberto Bobbio. 1.900 ptas. PLATÓN: Las Leyes (2 tomos). Edición bilingüe. Introducción, notas y traducción de

J. M. Pabón y M. Fernández Galiano (2.' edición). 2.600 ptas. los dos tomos. ARISTÓTELES: Política (edición bilingüe). Introducción, notas y traducción de Julián

Marías. Reimpresión 2." edición. 1.200 ptas. F. MEINECKE: La idea de la razón de Estado en la Edad Moderna. Estudio preliminar

de Luis Diez del Corral. Traducción de Felipe González Vicén. Reimpresión 1983. 1.500 ptas.

Luis SÁNCHEZ AGESTA: Historia del constitucionalismo español. 4.' edición. 1.900 ptas. Hanna FENICHEL PITKIN: Wittgenstein: El lenguaje, la política y la justicia. Traduc­

ción de Ricardo Montoro Romero. 2.000 ptas. Hannah ARÉNDT: La vida del espíritu. El pensar, la voluntad y el juicio en la filo­

sofía y la política. Traducción de Ricardo Montoro Romero y Fernando Vallespín Oña. 2.500 ptas.

L. FAVOREU, Francoise LUCHAIRE, Félix ERMACORA, Mauro CAPPELLETI y otros: Tribu­nales constitucionales europeos y Derechos Fundamentales. Dirección de Louis Favoreu. Traducción de Luis Aguiar de Luque. 2.800 ptas.

Alessandro PIZZORUSSO: Lecciones de Derecho Constitucional. Traducción de Javier Jiménez Campo (2 tomos). 4.000 ptas. los dos tomos.

Juan Ramón DE PÁRAMO ARGUELLES: H. L. A. Hart y la teoría analítica del Derecho. Prólogo de Gregorio Peces-Barba. 2.000 ptas.

La jurisprudencia del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas. Publica­ción en coedición con el Ministerio de Asuntos Exteriores. Revisión y confección de índices por Norberto Castilla Camero. 1.300 ptas.

Antonio ALCALX GALIANO: Lecciones de Derecho político. Estudio preliminar de Ángel Garrorena. 1.600 ptas.

Juan DONOSO CORTÉS: Lecciones de Derecho político. Estudio preliminar de José Alvarez Junco. 900 ptas.

Joaquín Francisco PACHECO: Lecciones de Derecho político. Estudio preliminar de Francisco Tomás y Valiente. 1.200 ptas.

Esperanza YLLXN CALDERÓN: Cánovas del Castillo: entre la historia y la política. 2.000 ptas.

Tomás Ramón FERNANDEZ RODRÍGUEZ: LOS Derechos históricos de los territorios faro­les. Bases constituciotuúes y estatutarias de la Administración vasca. Coedición con Editorial Civitas. Premio Posada 1984. 1.40Q ptas.

Constituciones de Venezuela. Estudio introducción por Alan Brewer-Carias. Coedición con la Universidad Católica de Tháchira y el Instituto de Administración Local. 6.000 ptas.

F. QUESNAY y DUPONT DE NEMOURS: Escritos de los fisiócratas. Introducción y traduc­ción de José E. Candela Castillo. 1.000 ptas.

ARISTÓTELES: Etica a Nicómaco. Edición bilingüe, 4." edición. 850 ptas. Bernabé LÓPEZ GARCÍA y Cecilia FERNANDEZ SUZÓN: Regímenes y constituciones árabes

(Historia de un desencuentro político). Prólogo de Femando Moran. 2.500 ptas.

VOLÚMENES EN PREPARACIÓN

Leonardo MORUNO: Cómo cambian los regímenes políticos. Traducción de José Juan González Encinar.

Elle KEDOURÍE: Nacionalismo. Traduc­ción de J. José Solozábal Echavarría.

Ignacio DE OTTO PARDO: Defensa de la Constitución y partidos políticos.

Peter HABERLE: El contenido esencial co­mo garantía de los derechos funda­mentales en la Constitución alemana. Traducción de Francisco Meno Blanco, Ignacio Otto Pardo y Jaime Nicolás Muñiz.

Rudolf SMEND: Constitución y Derecho constitucional. Traducción de José Ma­ría Beneyto Pérez.

lan BuDGE y Dennis FARLIE: Pronósticos electorales. Traducción de Rafael del Águila Te.jerina.

Hanna FENICHEL PITKIN: El concepto de representación. Traducción de Ricardo Montoro Romero. Prólogo de Francis­co Murillo Ferrol.

Jesús Ignacio MARTÍNEZ GARCÍA: La teo­ría de la justicia en John Rawís.

Esperanza YLLÁN CALIERON: Cánovas del Castillo. Entre la Historia y la Políti­ca. Prólogo de José M." Jover.

Libro homenaje al profesor don Antonio Truyol y Serra. Coedición con la Uni­versidad Complutense de Madrid.

Pablo PÉREZ TREMPS: Tribunal Constitu­cional y Poder judicial. Prólogo de Jor­ge de Esteban. Premio Nicolás Pérez Serrano 1984.

Fernando GARRIDO FALLA: Tratado de De­recho Administrativo. Tomo I (9.* edi­ción) y tomo II (7.* edición).^

El camino hacia la Democracia (Pensa­miento de Ruiz-Giménez en sus escri­tos de Cuadernos para el Diálogo). Es­tudio y notas en coedición con Institu­to Fe y Secularidad. 2 tomos.

Breve historia del Constitucionalismo español (4.* edición), de Joaquín To­más Villarroya.

REVISTAS DEL CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

REVISTA DE ESTUDIOS POLÍTICOS

Publicación bimestral

REVISTA DE INSTITUCIONES EUROPEAS

Publicación cuatrimestral

REVISTA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES

Publicación trimestral

REVISTA DE POLÍTICA SOCIAL

Publicación trimestral

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Publicación cuatrimestral

REVISTA DE HISTORIA ECONÓMICA

Publicación cuatrimestral

REVISTA ESPAÑOLA DE DERECHO CONSTITUCIONAL

Publicación cuatrimestral

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Revista de ^ Historia Econránica