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REVISTA EUROPEA. NÚM. 264. 16 DE MARZO DE 1879. AÑO VI. EL DARW1NISMO Y LA MORAL- (Conclusión) (t). Mongo-Park afirma haber oido á las mu- jeres negras inculcar á sus hijos el amor á la verdad. En cuanto á la castidad, la hallamos estimada desde la aurora de los tiempos his- tóricos, en una época en que probablemente se discurría muy poco sobre lo que era confor- me ó contrario al interés público. Y sí se in- siste respecto á la espantosa licencia de los salvajes y á los crímenes á que se entregan sin la más leve sombra de escrúpulo, nosotros rehusamos ver en esto otra cosa que el triste espectáculo de razas degradadas que no po- drian aspirar á reproducir fielmente la ima- gen de lo que fue el género humano en su cuna. Admitimos, sin embargo, que según los tiempos y bajo la influencia de diversas con- diciones exteriores, políticas, sociales, intelec- tuales ó religiosas, ciertas virtudes son más estimadas y por lo tanto más generalmente practicadas que algunas otras. De este modo se podría determinar de una manera aproxi- mada un orden histórico de sucesión entre las virtudes. En 4a notable introducción de la Historia dé la moral en Europa desde Augusto hasta Carlomagno, ha hecho M. Lecky preciosas in- dicaciones sobre el particular. No es dudoso que se haya realizado, bajo este punto de vista, una evolución en la moral y que no se pueda trazar al menos las gran- des líneas de un progreso, del estado salvaje á la más alta civilización. Péré es verdad, y esto es lo que aqui nos importa, que ese progreso no es el resultado de experiencias cada vez más numerosas y precisas de utilidad. En cuanto á la teoría de M. Herbet-Spen- cer acerca de la acumulación hereditaria y orgánicamente trasmitida de las esperiencias de utilidad, nos parece insostenible. En la experiencia de nuestros antepasados la honestidad y la deshonestidad han debido (1) Véanse 103 números 251, 859 y 263 y páginas 97, y289, * • ToMoxm. 168 estar necesariamente asociadas á las conse- cuencias, ya favorables como adversas. «Sa- bemos, por ejemplo, observa M. Hutton, autor de un notable artículo sobre la cuestión, qué en la antigua Grecia se asociaba abiertamen- te la falta de honestidad á las consecuencias de la admiración que se tenia por la astucia de Ulises.» Añadamos que seria preciso expli- car cómo y por qué lo útil y honesto, idénticos en el principio, nos parecen hoy tan profunda- mente distintos que la honestidad se nos ma- nifiesta por regla general en oposición á lo útil. Extraño es, en efecto, que si lo útil es la fuente de lo honesto, no nos reconozcamos tanto más imperiosamente obligados á reali- zar ciertos actos, cuanto más vivamente nos solicita el interés en sentido contrarío. Nada más justo que la observación que' sobre esto hace M. Hutton: «La teoría de M. Herbert-Spencer, dice, parece hallar que el sentimiento de la obligación moral está en su .máximum cuando la percepción de la cali- dad, que, en último análisis, produce ese sen- timiento, está en su mínimun.» Considerada en sí misma, la hipótesis se halla en contra- dicción con los hechos. Estudiada los niños, reflexionad en el poder casi incalculable de la educación, y os convencereis de que «la he- rencia^no suministra al hombre que nace nin- guna determinación fija de los actos buenos y malos, lo que debería ser, sin embargo, sí la preferencia dada á todo lo que es realmen- te útil sobre lo que es, perjudicial en el fondo fuera un resultado de experiencias, más que seculares, encarnadas en ün sistema nervio- so (1).» Si las experiencias de utilidad pudie- ran legarse de generación en generación bajo la forma de modificaciones cerebrales, ¿por qué no observamos la herencia de ciertas costumbres, de ciertas preocupaciones? Esta objeción que hace el mismo Darwin á la teo- ría de Spencer, nos parece decisiva. Es indu- dable que las ideas relativas a la utilidad, co- mo los usos, por más durables que se íes su- ponga, están formados y sostenidos en el in- dividuo por la influencia del centro social, in- fluencia casi irresistible en estas materias, y (1) Renouvier, La Psicología del hombre primitivo, 21

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 264. 16 DE MARZO DE 1879. AÑO VI.

EL DARW1NISMO Y LA MORAL-

(Conclusión) (t).

Mongo-Park afirma haber oido á las mu-jeres negras inculcar á sus hijos el amor á laverdad. En cuanto á la castidad, la hallamosestimada desde la aurora de los tiempos his-tóricos, en una época en que probablementese discurría muy poco sobre lo que era confor-me ó contrario al interés público. Y sí se in-siste respecto á la espantosa licencia de lossalvajes y á los crímenes á que se entregansin la más leve sombra de escrúpulo, nosotrosrehusamos ver en esto otra cosa que el tristeespectáculo de razas degradadas que no po-drian aspirar á reproducir fielmente la ima-gen de lo que fue el género humano en sucuna.

Admitimos, sin embargo, que según lostiempos y bajo la influencia de diversas con-diciones exteriores, políticas, sociales, intelec-tuales ó religiosas, ciertas virtudes son másestimadas y por lo tanto más generalmentepracticadas que algunas otras. De este modose podría determinar de una manera aproxi-mada un orden histórico de sucesión entre lasvirtudes.

En 4a notable introducción de la Historiadé la moral en Europa desde Augusto hastaCarlomagno, ha hecho M. Lecky preciosas in-dicaciones sobre el particular.

No es dudoso que se haya realizado, bajoeste punto de vista, una evolución en la moraly que no se pueda trazar al menos las gran-des líneas de un progreso, del estado salvajeá la más alta civilización.

Péré es verdad, y esto es lo que aqui nosimporta, que ese progreso no es el resultadode experiencias cada vez más numerosas yprecisas de utilidad.

En cuanto á la teoría de M. Herbet-Spen-cer acerca de la acumulación hereditaria yorgánicamente trasmitida de las esperienciasde utilidad, nos parece insostenible.

En la experiencia de nuestros antepasadosla honestidad y la deshonestidad han debido

(1) Véanse 103 números 251, 859 y 263 y páginas 97,y289, *

• ToMoxm.

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estar necesariamente asociadas á las conse-cuencias, ya favorables como adversas. «Sa-bemos, por ejemplo, observa M. Hutton, autorde un notable artículo sobre la cuestión, quéen la antigua Grecia se asociaba abiertamen-te la falta de honestidad á las consecuenciasde la admiración que se tenia por la astuciade Ulises.» Añadamos que seria preciso expli-car cómo y por qué lo útil y honesto, idénticosen el principio, nos parecen hoy tan profunda-mente distintos que la honestidad se nos ma-nifiesta por regla general en oposición á loútil.

Extraño es, en efecto, que si lo útil es lafuente de lo honesto, no nos reconozcamostanto más imperiosamente obligados á reali-zar ciertos actos, cuanto más vivamente nossolicita el interés en sentido contrarío.

Nada más justo que la observación que'sobre esto hace M. Hutton: «La teoría deM. Herbert-Spencer, dice, parece hallar queel sentimiento de la obligación moral está ensu .máximum cuando la percepción de la cali-dad, que, en último análisis, produce ese sen-timiento, está en su mínimun.» Consideradaen sí misma, la hipótesis se halla en contra-dicción con los hechos. Estudiada los niños,reflexionad en el poder casi incalculable de laeducación, y os convencereis de que «la he-rencia^no suministra al hombre que nace nin-guna determinación fija de los actos buenosy malos, lo que debería ser, sin embargo, síla preferencia dada á todo lo que es realmen-te útil sobre lo que es, perjudicial en el fondofuera un resultado de experiencias, más queseculares, encarnadas en ün sistema nervio-so (1).» Si las experiencias de utilidad pudie-ran legarse de generación en generación bajola forma de modificaciones cerebrales, ¿porqué no observamos la herencia de ciertascostumbres, de ciertas preocupaciones? Estaobjeción que hace el mismo Darwin á la teo-ría de Spencer, nos parece decisiva. Es indu-dable que las ideas relativas a la utilidad, co-mo los usos, por más durables que se íes su-ponga, están formados y sostenidos en el in-dividuo por la influencia del centro social, in-fluencia casi irresistible en estas materias, y

(1) Renouvier, La Psicología del hombre primitivo,

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superior en todos los casos á la que razona-blemente se puede atribuir á la herencia.

VI.

Lo que acaba de refutar la teoría darwi-niana del origen del sentido moral, es que setiene el derecho de imponerle consecuenciasdestructoras de la moral. Además de que lautilidad, aun general, no podría nunca reves-tir, por más desfigurada que a la larga llegueá estar por las asociaciones permanentes yla trasmisión hereditaria, un carácter obliga-torio á los ojos de la conciencia, claro es quenecesariamente es invariable, que por con-secuencia no puede suministrar esa absolu-ta, inmutable, la única á que se atiene la vo-luntad.

M. Darwin adelanta que el interés de lacomunidad ha podido desarrollar en ciertosanimales sociables instintos de odio y asesi-nato respecto de sus más próximos parientes:así es como las laboriosas abejas matan á sushermanos machos y las abejas reinas destru-yen á sus hijas.

Añade Darwin que si las sociedades huma-.ab estuvieran constituidas como las de las, >jas nutísiró sentido moral no podría mé-

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i. .ii'o-... -jooial nj po Irá imponer más tarde re-gias de conducta precisamente contrarias álas que nos parecen hoy las más sagradas?

¿Qué respeto puede entonces ;exigir delhombre una justicia que tiene sus épocas yque mañana tal vez habrá dejado de ser justa?

Otra consecuencia igualmente desastrosadel trasformismo en moral es la de que hacede la selección natural el agente supremo delprogreso en la humanidad. Según esto, la se-lección natural es la guerra, es la victoriaconvirtiéndose en derecho, es el más fuertedeclarado el mejor por la única razón de serel más fuerte, es el vencido justamente con-denado á perecer solo porque la ley soberanade la evolución se ha pronunciado contra él#

No mirando más que el pasado, ¿no ha sidola guerra la gran civilización? (1).

La lucha por la existencia, ¿no ha tenidoel resultado providencial de asegurar gradual-mente en la historia el triunfo de las tribus

(1) Véase Bagehot, Ltyes citnliflcas det dnarrollo de las¿/aliones.

después de las Naciones más inteligentes, lasmás disciplinadas, las más animosas, las mástemperantes? Y si la disciplina, el valor, laprudencia son virtudes, ¿cómo no bendecir esabienhechora fatalidad que por la superviven-cia necesaria de los mejores, eleva sin cesarel nivel intelectual y moral del género hu-mano?

Sobre esto hay en la teoría darwíniana unacontradicción, de laque no es fácil salir.

Por una parte se nos dice que del senti-miento social y de la simpatía se ha desarro-llado poco á poco el sentido moral, y que laselección ha hecho vencer en la lucha á losgrupos cuyos miembros se hallaban más es-trechamente ligados entre sí.

Por otra parte se nos presenta á la simpa-tía traspasando gradualmente los limites delas comunidades particulares, tribus ó Nacio-nes, para extenderse ala humanidad entera yaun á los animales.

Pero consideremos á una Nación determi-nada, á Francia, si se quiere, llegada á esegrado superior de moralidad en que se simpa-tiza con todos los hombres como con herma-nos; es de suponer que no vea ya en la guer-ra y la conquista más que espantosos atenta-dos, y que repudiará con horror la ley de se-Iftccion que en el pasado le ha valido su exis-tencia y su fuerza. Enemiga de la guerra, lacombatirá, porque su simpatía cosmopolita lahaui'á ¡do de-aojando poco á poco de esas cuá-idacles que aseguran la victoria en la concur-rencia vital délos pueblos. Hela, aquí, pues,en razón de su evolución más avanzada, en-tregada sin defensa á los apetitos de algunaNación vecina que, poco cuidadosa de unamoralidad tan funesta, haya conservado susvirtudes conquistadoras y permanezca pru-dentemente en la mitad del camino del progre-so. Así los mejores, convertidos en los másdébiles, sucumbirán inevitablemente en la lu-cha por la existencia, y el punto culminantedel desarrollo moral, marcando para ellos queel movimiento necesario de la humanidad ha-brá llevado hasta allí el principio fatal de laruina, no podrá ser alcanzado jamás.

¿Se dirá que todas las Naciones deben lle-gar á un tiempo al mismo nivel, y, poseídasunas y otras de recíproco amor, rechazaránpara siempre, ante el altar de la humanidad,la antigua ley de odio y sangre? Esta es unahipótesis inadmisible. Porque se halla en con-tradicción con la teoría de que todos los pue-blos marchan á igual paso: no hay progresosino porque hay vencedores; y si hay vence-

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dores es preciso que haya vencidos. Si estosvencidos no han sido absorbidos ó destruidos,conservarán, por una consecuencia de su mis-ma inferioridad, los instintos belicosos de quelos vencedores se despojan después de deber-les el triunfo, y á su vez serán vencedores.

Añadimos á esto nosotros que no es fácilcomprender por qué la selección, causa delprogreso en el pasado, no lo ha de ser tambiénen el porvenir (1); condición suprema del des-arrollo de toda vida: ¿por qué milagro habiade perder súbitamente su poder y legar el cui-dado de concluir su obra á la simpatía, cuyoadvenimiento ha sido por ella preparado?

No vemos, para la teoría darwiniana, másque un medio de salir de apuro: el de imaginarla victoria definitiva de una Nación sobre to -das las demás, y la extinción de toda guerraen el seno de una Monarquía universal.

Entonces, en efecto, el pueblo que la selec-ción hubiera conducido á la cumbre de la hu-manidad podria dirigir sus miradas sobre loscuerpos yacentes de sus víctimas, ó invitar áque se estrecharan en interminables abrazosá los rebaños de esclavos á quienes su gene-rosidad consintiera en dejar con vida.

Pero no queremos discutir utopias. Solohemos aspirado á demostrar, después de al-gunos otros (2), que la teoría darwiniana sobreel origen y la naturaleza del sentido moral esdestructora de toda moralidad, de todo dere-cho y de toda justicia, tanto para los indivi-duos como para las Naciones en sus relacio-nes mutuas, y creemos haberlo conseguido.

L. CARRAU.

LOS ESTADOS-UNIDOS DE AMÉRICA.IV.

La época de la colonización.—Preparación delconflicto anglo-americano.—Estado políticode Inglaterra en el siglo X VIII.

Señores: Al terminar la lección anterior. vimos cómo las circunstancias se oponían enlas colonias anglo-americanas á que la políti-ca del rigor y de la explotación, sostenida yexagerada últimamente por Inglaterra, hicie-se camino, sin grandes protestas y peligro

(1) Véase Renouvier, Credo político ite la Francia y delas razas latinas, y respuesta á las objeciones.

(2) Además de los autores citados en este artículo, de"hemos hacer particular mención de los dos notables capí-tulos consagrados á la moral de la evolución, por M. Caro,en sus Problemas de moral social.

extraordinario. Hoy nos toca observar, cómolas circunstancias favorecían en la Metrópoliel desarrollo y acentuación de aquella des-atentada política.

Trabajaban por ella, en primer término, losfabricantes, los navieros, y en una palabra,los comerciantes.. La supresión de una par-tida del arancel—¡qué digo!—la variación deuna sola cifra de los derechos casi prohibitivos "ó prohibitivos del todo que allende el Atlán-tico consagraban el monopolio británico, erapara ellos el más formidable ataque al sa-cratísimo principio de la integridad nacional.A oírlos, no se trataba de sus exclusivos inte-reses: para nada influía en sus determinacio-nes idea egoísta de ninguna especie: ellos mis-mos estaban apartados délos exclusivismosde partido y de escuela que tanta y tan deplo-rable importancia (así decían) iban tomandoen la vida política de la madre patria. Eransolo ingleses, ingleses ante todo, sobre todo,sin reservas ni condiciones. Y en este con-cepto—que les permitía acercarse á todos loshombres políticos, á todos los Ministerios, átodos los periodistas y á todas las influenciasque de otro modo quizá hubieran tenido supoco de prevención para aquellos alardes, pro- .testas, reclamaciones, exigencias y cacareos—"•en este concepto, digo, no podían tolerar quelos colonos minasen el poderío nacional de-jando sin mercado á la industria inglesa, quemoriría irremisiblemente (icorno después seha visto!)"sin el monopolio de los Estados-Uni-dos, y mucho menos que atentasen contra larespetabilidad, el prestigio y el honor de laMetrópoli, ora afirmando derechos cuyo fun-darñtento nadie discutía, pero que todos los pa-triotas, los buenos, á gritos declaraban, oramanteniendo esperanzas ó acariciando pre-tensiones, incompatibles con el pleno y abso-luto imperio de aquella. Obraban aquelloscomerciantes como los de Cádiz... allá en 1810;y pesaban como estos pesaron en un momentocrítico para el imperio colonial de España.

Después venian los empleados. Poco á pocohabíanse hecho los Ministros de la Metrópoliá la idea de enviar allende los mares á unamultitud de importunos y ambiciosos que ópor haber derrochado aquende- su fortuna ópor no haberla tenido nunca se resolvían ásalvar el Atlántico y á exponer la vida prome-tiéndose á la vuelta de media docena de añosregresar á Inglaterra ricos y ufanos con elproducto de sus economías ó sus depredacio-nes. Los segundones, las malas cabezas, losagentes electorales, en América cifraban sus

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esperanzas; y á medida que fue ensanchándo-se el círculo de los empleos ultramarinos, porlas oficinas de aduanas, la administración decorreos, las cortes del almirantazgo, etc., etc.,hasta llegar á los gobiernos provinciales, au-mentaron sus pretensiones, y con ellas la im-portancia de esta irritante forma de explota-ción colonial, que infaliblemente se da en losperíodos decadentes de toda colonización. Laadministración de Lord Newcastle, á partir de1725, se distinguió principalmente por su pro-digalidad en este punto.

Y sucedía que los empleados europeos liegabán á América con tales miras y tales hu-mos (tanto mayores cuanto la posición, el orí-gen ó la educación del europeo eran másbajos), que á poco se establecía entre ellos ylos colonos una tirantez y una rivalidad enúltimo extremo desfavorable á los primeros,que por lo que hacia á sueldos y emolumentostenian generalmente que depender de lasAsambleas coloniales, investidas del tradicio-nal derecho de examinar y votar sus presu-puestos. De aquí las constantes excitacionesde los empleados al poder metropolítico paraque recabase el derecho de fijar tributos concuyo producto se habia de pagar á sus fun-cionarios independientemente del voto é inter-vención de las colonias; de aquí también lasobservaciones, representaciones, consejos yhasta súplicas para que Inglaterra ensancha-se el círculo de su acción y afirmase, «robus-teciese (decian ellos) su autoridad» reduciendola anarquía de las Asambleas coloniales. Elletrado Shirléy, el almirante Clinton, Ber-nard, Colden, el mismo Hutchinson (goberna-dores unos, miembros otros de los consejosde las colonias, y por tanto de nombramientoreal) mostraron una insistencia, tanto mástemible cuanto que las ideas por ellos sosteni-das favorecían á los poderes solicitados paraintervenir en los asuntos americanos.

«Es preciso (decia Clinton de Massachus-sets al duque de Newcastle), es preciso optaró por sostener la autoridad del gobernador ópor abandonar el poder á una facción popu-lar.» Otro escribía; «Los habitantes de las co-lonias están educados generalmente en losprincipios.republicanos... Todo se hace enconformidad á éstos. No queda más que unasombra de la autoridad real en las coloniasdel Norte.» Colden exclamaba «que la negati-va de las Asambleas á establecer sueldos fijosobligaba á los gobernadores de las respectivasprovincias á capitular todos los años por causa4e su subsistencia,» y más tarde se atrevía

á aventurar observaciones de tanta trascen-dencia como la siguiente: «La realeza no ten-drá en Nueva-York más que la apariencia ex-terior de la autoridad en tanto que el gober-nador y los jueces convenientes no recibantratamientos (sueldos) independientes. El mi-nisterio no conpce el número de hombres dela América del Norte capaces de llevar lasarmas y de servirse de ellas diariamente. Espreciso ocuparse sin tregua de las coloniasdurante la paz y de arreglar su administra-ción.» Glen (de la Carolina del Sur) decia:«Aquí prevalecen los principios niveladores;.la organización del gobierno civil está trasto-cada; un gobernador, si quiere ser adorado,necesita hacer traición á la confianza puestaen él... No solo los empleos civiles, sí que to-das las dignidades eclesiásticas, están á dis-posición del pueblo. Para mantener la depen-dencia de la América en general, es necesariouna nueva Constitución.»

Los informes de los empleados de las me-trópolis en las colonias han sido comunmenteel primer peligro de la integridad y de la du-ración del poder de aquellas. Mirando lascuestiones desde un punto de vista exclusivo,confundiendo su interés personal con el honory la autoridad de la, madre patria, y olvidandode ordinario que una colonia no es en realidaduna provincia (mucho menos una finca ó uncuartel), y por tanto que la representación delos gobernadores en ella es algo como unasuprema dirección y algo como una embaja-da, reducen los problemas frecuentemente áuna cuestión de amor propio, nunca ven elprincipio de autoridad bastante alto, entre-ganse á los delirios de la burocracia y descon-fían de todo, sorprendiendo en todos una pre-vención, más ó menos velada, contra la ma-dre patria. Para que Inglaterra haya llegadoá tener gobernadores coloniales como el mar-qués de Sligo, por ejemplo, ha tenido que su-frir y aprovechar las terribles experienciasde 1776 y 1847 en los Estados-Unidos y en elCanadá.

Perc ahora estamos en 1780. Los empleadosinformaban en favor de la extensión del podermetropolítico; sus familias (con un desinterésque se comprende) se hacían lenguas de lanecesidad de la lista civil de América y de lapetulancia de los groseros americanos; loscomerciantes mantenían relación diaria conlos empleados, y aun antes de constituido elComité del Comercio, formaban sus juntas ycírculos, y con cierto aire oficial se presen-taban álos Ministros, robusteciendo lajcom-

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petencia que tenian en los negocios ultrama-rinos (por la única pero sencillísima razón deque explotaban á América, unas veces al am-paro de la ley y otras merced al contrabandoque sus influencias les permitían) con lasquejas, las denuncias y las reclamaciones deaquellos empleados que tan duramente trata-ba el elociwite Barré en pleno Parlamento.

Pero drocle todos estos esfuerzos se concen-traron fue en el Board ó Comité del Comercio.

A partir de fines del siglo XVII los negociosexteriores de la Gran Bretaña fueron someti-dos á dos Ministerios llamados del Norte y delSur y al último de estos le fue sometido todocuanto importaba á Francia, España y lascolonias británicas. Mas como quiera que losnegocios coloniales revestían una importan-cia excepcional, y el empeño de favorecer elcomercio y las pesquerías de Inglaterra tomópor aquel entonces un vuelo extraordinario,creóse una Junta, Comité, ó como los inglesesle llamaron Board of eommeree and eolonies,compuesto de hombres de cierta representa-ción política y social y de funcionarios proba-dos en la carrera administrativa, los cualesservirían de intermediarios y como cuerpoconsultivo entre el Ministerio y el Parlamen-to. Desde luego, una institución bajo estasideas y en tales circunstancias creada, estaballamada á un gran desarrollo, que abonaríapretensiones hasta de eclipsar al mismo Mi-nisterio del Sur, en la especialidad de la go-bernación colonial. El Comité del Comercio bri-tánico venia á ser algo como el viejo Consejode Indias español, salvas la diferencia de tiem-pos y aparte el carácter diverso de las dosMetrópolis. Pero de todos modos ya podriaasegurarse, aun sin conocer la historia delComité, que éste no habría de pecar de expan-sivo y liberal, pero ni siquiera de benévolo yfácil para los intereses ó las aspiraciones másó menos prudentes y razonadas de las colo-nias.

Pues bien: á partir de 1724 el Ministeriodel Sur estuvo confiado en Inglaterra sucesi-vamente á lord Newcastle, lord Bedford, lordHoldernese, sif Robintson, Pitt el mayor y elconde de Egremont, hasta venir á manos -leíconde Halifax en 1763, bajo la inspiración delord Grenville. El primero de estos Ministrosno s"" cuidó de otra cosa que de vivir. Riendobrutalmente de su incomparable ignorancia,que le autorizaba á preguntar si Jamaica es-taba en el Continente y Nueva Inglaterra erauna isla, y dispuesto solo á firmar credencia-les para Ultramar en obsequio de sus amigos

arruinados, los deudos de sus amigos y lospretendientes incómodos; si bien no suscribiómedida alguna trascendental, en cambio per-mitió que el Board of eommeree tomara alas yse creciera, extendiendo su competencia comocuerpo consultivo, y haciendo que en él sepusieran todas las esperanzas de la burocra-cia anglo-americana y de los monopolizadoresdel mercado trasatlántico. Lord Bedford, quele sustituyó en 1748 (cuando Newcastle alcan-zó la fortuna de ocupar el tranquilo Ministeriodel Norte), ya era otra cosa. Pretencioso, atre-vido, lleno de humos de mando, de sentidonada liberal, testarudo, irascible, incapaz detolerar contradicción, contuvo al Comité, perosin que esto acusara la existencia en el Go-bierno de un espíritu contrario á las tenden-cias de aquel, y que realmente hubiera venidoá dañarle en su fundamento. Todo lo contra-rio. De lord Bedford son el Sugar Aet y lasleyes contra la fabricación del hierro, y lordBedford fue el grande amigo de gobernadorescomo Shyrley (á quien se debió el plan fraca-sado entonces de precipitar la crisis entre losgobernadores y las Asambleas coloniales so-bre la cuestión de las rentas fijas á disposiciónlibérrima de la Corona), y de Obripot comoSherlock, de Londres, empeñado en estable-cer una Silla en América, la tierra de los pu-ritanos y los cuákeros. La insignificancia delord Holdernese, que subió en 1751, y de sirRobintson, que es notoria; de modo que eralógico que bajo ellos el Comité del Comercioafirmara su carácter y pusiera en alto susmiras, y así es que consigue que le sea some-tido el despacho de todos los negocios ultra-maftnos, sin más intervención ministerialque en el caso de ser necesaria la aprobaciónregia. Pitt ya era otro hombre; pero en vanopodia esperarse que en cinco años y bajo lapresión de los múltiples y gravísimos asuntosque su departamento le obligaba á discutir yresolver con toda urgencia y en el crítico pe-ríodo de la guerra de los siete años, tuvieratiempo y medios para destruir á un cuerpo dela historia y de las fuerzas del Board of eom-meree, ni aun para hacer otra cosa que quitarle la gestión directa de las cosas colonialesque habia obtenido bajo los Ministros anterio-res é imponer las líneas generales de su polí-tica de confianza en las colonias, ahora viva-mente solicitadas por la guerra con el francés.Por último, el conde Egremont carecía de ver-dadera personalidad y en absoluto de compe-tencia en asuntos especiales como los de lascolonias. Llegó, pues,, el Board al con4e de

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Halifax vivo y resuelto y más excitado quenunca por las contrariedades con que habiatenido que bregar durante la última época dePitt. En su seno se habían dado cita todos losintereses reaccionarios y todas las malas pa-siones sobre América y allí se habían forman-do, y de aquel andamio se valieron para llegará las altas esferas de la dirección política dela Gran Bretaña, hombres como el mismoconde Halifax, ahora Ministro de las Colonias,aristócrata, literato, pródigo, ostentoso, arro-gante, impertinente, acribillado de deudas,propicio por mil razones á las gentes de dine-ro, cuajado por temperamento ó por conve-niencia de prevenciones contra los america-nos, protegido de Bedford, que llegó á confe-rirle la jefatura del Comité cuando tenia 30años, y su adversario á la postre, el más re-suelto partidario del establecimiento de la listacivil fija en América, y el destinado á firmarel mandato general de emisión que produjo elconflicto Wilkes en Inglaterra: ó como CarlosTowushend, el orador Champagne, el políticoaturdido, inconstante, ambicioso, osado, pro-tegido de Halifax, llevado al frente del Comitépor lord Bute, entrado muy joven en el Parla-mento, que dio en ver en él al «maestro con-sumado en los negocios ultramarinos,» pro-moveedor de los Writs of asistancc, defensordel Acta del Timbre hasta el momento en quefue popular abandonarle, empleado bajo Pitt ypor Pitt llevado á su último Ministerio, al Ga-binete, desde donde aprovechó la primer co-yuntura para hacer traición al gran eomon-ner y comprometer á Inglaterra en el conflictodel Acta del té.

El Board of eommerce era, pues, la repre-sentación más enérgica de todos los elementosreaccionarios ultramarinos y no puede causarextrañeza que á sus vivísimas instancias, yamparado en su autoridad, en 1749 HoraceWalpole se atreviera á proponer á los Comu-nes un bilí, en cuya virtud «las órdenes delRey habrían de ser consideradas en lo suce-sivo como la ley suprema de América.»

Pero con todo esto, sobre todo, operaba elsentido general de las cosas políticas en elinterior de la Gran Bretaña.

La Revolución de 1688 está en tres resolu-ciones trascendentales de aquella agitada épo-ca: el acta que declara vacante el trono en vis-ta de que «el Rey Jacobo II se habia esforzadoen destruir el pacto original concluido entreel Rey y el pueblo, violando, de acuerdo conlos jesuítas y otras personas criminales, laileyes fundamentales del reino, y abdicando

el gobierno por el hecho de haber huido deInglaterra;» el acta que llama á la corona á

uillermo de Orange y á su esposa María," re-servando la sucesión (de no haber hijos deaquel matrimonio) á la Princesa Ana y á laposteridad de ésta, y por último el famoso Billde Derechos. Pero el complemento y la ratifi-cación y desarrollo del gran movimiento del 88sé encuentran (aparte de los billPpromulga-dos bajo Guillermo III sobre la tolerancia reli-giosa, el ejército permanente, la incompatibi-lidad parlamentaria, etc., etc.; todos de unarácter secundario, relativamente hablando

y puesta la vista en el inmediato objeto y elarácter fundamental de la Gran Revolueion);

el complemento, repito, de aquella empresatrascendental, se halla en otros dos hechos pos-teriores, á saber: la llamada Aet of Settlementde 1870, y la proclamación del elector de Ha.n-nover Jorge de Osnabruck, como Rey de In-glaterra, en 1875.

La primera, votada casi la víspera de mo-rir Guillermo III, tuvo por objeto, no solo regu-lar el orden de sucesión á la corona, si quedeterminar con mayor claridad y amplitud lasprerogativas del Parlamento. De una parte seestablecía que el poseedor de la corona britá-nica debia pertenecer á la iglesia anglicana yque si no era natural de Inglaterra, la Naciónno se- comprometeria (sin acuerdo expreso delParlamento) en guerras para la defensa deposesiones y terriorios extraños á ésta, asícomo en ningún caso, persona procedente deotro país diferente de Inglaterra, Escocia é Ir-landa, aun siendo naturalizado en éstos (á noser hijo de padres ingleses) podría formar par-te del Consejo privado del Parlamento ni ocu-par puesto de confianza civil ni militar ni re-cibir directa ó indirectamente del monarca,concesión alguna de tierras, etc., etc. De otrolado aquella misma acta preceptuaba que lasucesión de la corona inglesa correspondiadespués de la Reina Ana (hija segunda del des-tronado Jacobo II) y toda vez que de los diez ysiete hijos que esta Princesa habia tenido conel hermano del Rey de Dinamarca no ie habiaquedado ni uno solo, á la descendencia de laPrincesa Sofía de Harmover, esto es, la nietadel primero de los Estuardos (de Jacobo I) ypor tanto prima de Jacobo II, de Ana y deMaría: llamamiento que por segunda vezrompía el derecho hereditario de la antiguamonarquía, poniendo al frente de Inglaterra ála casa de Hannover. Por último, la célebreacta establecía la necesidad del voto del Par-lamento para que el Rey pudiese salir de In-

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gláterra, Escocia é Irlanda, la prohibición átodo el poseedor de un cargo ó empleo retri-buido por la corte ó que recibiese una pensiónde la Corona, de formar parte de la Cámarade los Comunes: la inamovilidad de los jueces(dotados además con sueldos fijos) fuera delcaso de pedir su separación una moción de lasdos Cámaras del Parlamento y en fin, la ne-gación de todo indulto por parte de la Corona •en favor de aquel que fuese perseguido por losComunes.

Después de esto, con la proclamación déladinastía de Hannover y la entrada en el palacioreal británico de Jorge I, el hijo de la PrincesaSofía y Elector de Hannover, quedó terminadoel movimiento de 1688. Todo el reinado de laPrincesa Ana habla sido un esfuerzo en obse-quio de la tradición monárquica, del derechohereditario. El profundo amor de la Reina ha-cia su destronado padre, se habia convertidoá la muerte de éste en un afecto no menosenérgico hacia el caballero de San Jorge, suhermano, y la resistencia de aquella á con-traer secundas nupcias después de muerto suúltimo hijo, se interpretó siempre como unamuestra de sus vivísimos deseos de reservar eltrono para el Pretendiente. Con esto vinieroná combinarse los esfuerzos de la parte me-nos pronunciada del antiguo torysmo; aquellaparte que no siguió á los campos de batalla nial destierro á Jacobo II, y que por tanto no lle-vaba el mote de jacobita, pero que conservabasu espíritu esencialmente monárquico y sobretodo sus terribles pasiones contra el partidowigh, alma de la Revolución de 1688 y verda-dero determinante del Aet of Settlement

Notorio es que Guillermo III á los dos ó tresaños de reinar, bien irritado por las pretensio-nes, las impertinencias y aun las agresionesde los wighs que en este espacio de tiempohabían hecho sentir demasiado su acción enel Consejo, votando además en el Parlamentolos bilis sobre el ejército, los casos de altatraición, la convocación trienal de los Parla-mentos, la absoluta incompatibilidad parla-mentaria, el de attainder y confiscación contralos realistas y los irlandeses, y otros no me-nos graves, á que ya he aludido; bien inspira-do por un alto sentido político, que le llevabaá buscar simpatías entre los que hasta enton-ces se habían mostradotibios ó propicios á lacausa de la legitimidad; notorio es, repito, queGuillermo prescindió hasta cierto punto de loswighs, que como es natural, y dado el papelpor éstos desempeñado en la Revolución del 88,habían sido objeto hasta entonces de sus pre-

ferentes consideraciones. Y he dic.ho hastacierto punto, porque conviene estar prevenidoscontra la especie de que el do Orange se en-tregara absolutamente en los brazos de unpartido determinado. No es esto cierto, ni po-dia serlo, dada la perspicacia del nuevo Rey ylas condiciones mismas de la Eevolución, porcuanto ni esta fuó obra exclusiva de un solobando, ni Guillermo IV pensó nunca someter-se á los partidos, de tal suerte, que su iniciati-va y su valer personal quedaran anulados. An-tes al contrario, si de algo pecó fu¿ ñe ponerun tanto al descubierto sus propias ideas, co-mo en el asunto del regreso de ios soldadosholandeses al Continente (resolución que re'sistió hasta donde pudo) y en el de la reparti-ción á sus deudos y amigos de las propiedadesconfiscadas durante la guerra civil á los rebel-des católicos de Irlanda; y claro se está queentre los medios más eficaces para debilitar álos partidos se hallaban el de obligar á eusmiembros á confundirse en empeños comunes,el de generalizar la responsabilidad ministe-rial sin unificar antes la acción del Gabinete,y en fin, el de mantener dentro de un mismoMinisterio personalidades distintas cuyos di-sentimientos y choques hicieran siempre ne-cesaria la intervención del monarca.

Por todo esto Guillermo III ya cuidó de noconstituir en su primera época Ministeriosexclusivamente wighs. Por ejemplo: en el pri-mer Gabinete figuró Nottingham (que era untory, bien que templadísimo y complaciente)al lado de Danby, que ocupó la presidencia, deHalifax, de Shrewsbury, de Mordaunt y déDelamere, matices todos del partido wigh;peroviambien es cierto que el sentido de estebando fuó el que predominó hasta 1690, encuya fecha ascendió á la presidencia Caermar-then, y con él Lowtthr y otros torys no ménoácaracterizados • que se hubieran mantenidoprobablemente largo tiempo en el poder á nosobrevenir el reconocimiento por parte deLuis XIV (atrepellando el tratado de Ryswick)del Pretendiente Carlos Eduardo como Rey deInglaterra; tras lo que era de rigor el aviva-miento de las pasiones y la guerra, y por ellala comisión del gobernalle del Estado británilco al partido más ardiente y más comprome-tido con la Revolución.

Para que las cosas volvieran á favorecer álos torys, fue preciso esperar á que trascur-rieran no solo los últimos años del reinado de

. Guillermo III, ya viudo, si que los ocho prime-ros del de la Reina Ana; que el cansancio dela guerra surgiera; que el deseo de la paz se

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mostrase, y que, en fin, se prepararan las cir-cunstancias que dieron de sí en 1713 el tratadode Utrecht. En estas nuevas condiciones pudoaquella Princesa entregarse en 1710 en brazosde los torys, que desde el poder, y dirigidospor Bolingbroke, hicieron todo lo posible por-que á la muerte de la Reina, y á despecho delActa del año 1, ciñese la corona su hermano.Llegaron las cosas al punto de que el Preten-diente recomendase por escrito y con éxitosus amigos y servidores á los Ministros: elduque de Ormond, su devoto, fue nombradocomandante general de cinco puertos de lacosta; destituido Malborough, el célebre ge-neral whig, cuya esposa tanto imperio habiaejercido en el ánimo de la. Princesa Ana; he-cho obispo Atterbury, jacobita ardentísimo;y en fin, expurgado el ejército todo de los ele-mentos revolucionarios. Todo marchaba. Nisiquiera era obstáculo la resolución del Pre-tendiente de no abrazar la fó anglicana. Peroel celo y la resolución de los wighs, y hasta sise quiere la casualidad, desbarataron estosplanes. En la agonía de la Reina Ana, la auda-cia del duque de Argyle y del de Somerseet,que como del Consejo privado se presentaron(aun sin invitación) en la regia cámara, de-terminó una serie de medidas, como la venidade tropas de Ostende y el embargo de todoslos barcos que pudieran haber traído al Pre-tendiente á Inglaterra, que hicieron imposibleresistir la proclamación de la casa de Han-nover.

Desde este momento, la Revolución puededecirse que triunfó. La causa del Pretendien-te quedó entregada á los azares de la insur-rección y á las simpatías de los campesinos.Treinta y dos años después, en 1746, termi-naba la empresa en la batalla de Culloden,ganada por el duque Cumberland al PríncipeCá.rlos Eduardo. Pero con la exaltación de loshannoverianos también triunfaba en toda lalínea el partido wigh, que desde esta fechaejerció el poder constantemente por espaciode cuarenta años.

Ningún error más común que el de suponerá los wighs un partido esencialmente popular.Procede esta equivocación de verlos comba-tir, hasta cierto punto, á la monarquía, y lue-go de la consideración aislada del carácterfundamental de ciertas medidas á las cualesaquellos prestaron su apoyo en momentoscríticos para la existencia del partido. Por elcontrario, los wighs fueron siempre los máscaracterizados partidarios de la aristocracia,y en este sentido adversarios del predominio

monárquico y defensores de ciertas reformascomo necesarias para el robustecimiento desus medios y para la consolidación de su po-der; por más que estas reformas, por su índo-le y trascendencia hubieran á la postre de mi-nar el imperio; de la causa misma á que alprincipio servían y en cuya consideración seestablecieron. Además, no puede ni debe olvi-darse nunca el carácter singular de la aristo-cracia británica, no separada de la inmensamayoría, de la generalidad de la Nación, almodo que sucedía en el Continente. Sobre queel hijo mayor del noble (es decir, del par), poreste mero hecho, y mientras su padre nomuere, pertenece al orden común; y la noble-za no se extiende á las segundas ramas; y lospares, fuera del caso de traición ó de felonía,son juzgados por los tribunales comunes (y sien aquel caso tío, también por una ley gene-ral á todas las clases); y en fin, la prohibicióndel casamiento de los nobles sin licencia delmonarca ha caido en desuso desde la épocade la Reina Isabel; sobre todo esto, digo, hayque en Inglaterra no ha existido ni la inmu-nidad real de los señores, ni limitación algunapara que los plebeyos adquieran bienes terri-toriales de la nobleza. Todavía podría decirsemás; todavía podría observarse que on Ingla-terra la vieja aristocracia de la Edad Mediano existe; que casi toda concluyó con la guer-ra de las Dos Rosas; de tal suerte, que la casaducal más antigua en aquel país, la de Norfolk(según Fischel, en su conocido libro sobre LaConstitución inglesa), data do 1483; el marque-sado de Winchester, de 1551; y los condadosde Derby y de Shrewsbury, del siglo XV.

Explícase, por tanto, que entre las pretcn-siones do la aristocracia británica y los inte-reseses generales do la Nación, no ahora, sique desde la época de la Carta Magna, noexista aquella absoluta contradicción que po-dríamos suponer por el ejemplo de otros paí-ses. Con todo, es preciso advertir que la Re-volución- del 88, í'ué en pensamiento aristo-crática,, y-en trascendencia liberal: y que laaristocracia, representada de un modo com-pleto por los wighs, se impuso ora por laslimitaciones al derecho hereditario y á la au-toridad de la vieja monarquía, ora por los pri-vilegios del Parlamento, que bajo la forma dela Cámara de los Lores estaba reservado á lanobleza y bajo la de la Cámara de los Comu-nes, estaba también en sus manos por la ex-tensión de sus propiedades y por la maneraextraña de haberse organizado desde el si-glo XIV la representación nacional.

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Los dos primeros Reyes de la casa do Han-nover, se sometieron por completo á loswighs. Jorge I apenas si llegó á hablar in-glés; miraba á Inglaterra con cierta indiferen-cia; su amor, su anhelo estaba en Osnabruck,donde consiguió quo le enterrasen. Jorge IImostró mayor interés y los treinta años de sureinado ofrecen hechos tan graves corno laguerra de sucesión del Austria, el tratado deAix la Chapello de 1748, la batalla de Culloden,el comienzo de la guerra de los Siete años, yel engrandecimiento del imperio británico conel Canadá, el Senegal, Gorea, Calcutta, Chan-denagor y Bengala. Pero su nacimiento fueradel territorio británico, la actitud recelosa delos torys templados y las conspiraciones ince-santes de los jacobitas, le forzaron á conti-nuar bajo la influencia del partido wigh, queen los doce primeros años de esto reinadocomo en los veintitrés del de Jorge I, fue diri-gido casi constantemente desde el poder-, porel famoso Roberto Walpole, heredero de unavieja casa de Norfork, destinado á la carreraeclesiástica, venido á la vida política pormuerte de sus dos hermanos mayores, prote-gido de Marlborough, empleado en los Minis-terios de la Guerra y de Marina, odiado porlos torys, que consiguieron expulsarle de laCámara de los Comunes á pretcsto de cohe-cho, rehabilitado por la insistencia del burgode Lynn en votarle, alma del proceso que loswighs formaron á Bolimbrogke y al duque deOrmond por jacobitas y como autores del tra-tado de Utrocht; Ministro, en fin, por espaciodo muchos años (veinte seguidos la ultimavez) en los cuales se esforzó, y con éxito, endar tranquilidad y con olla empujar á Ingla-terra en el camino del desarrollo económico óindustrial, para lo que ora sorteaba todos loscompromisos de guerra en el exterior, oracaia con mano poderosa sobre el Pretendien-te, al fin deshecho en Escocia; ora prodigabalos fondos secretos en el Parlamento poniendoprecio á todas las resistencias, ora acometíareformas tan graves como la conversión dela deuda y la modificación liberal de los aran-celes británicos.

Walpole cayó hacia 17-12 (es decir, apenascumplido el primer tercio del reinado de Jor-ge II), á los terribles golpes no solo de los to-rys, que lentamente se iban reorganizando ba-jo la dirección de Wyndham, si que de los vie-jos wighs Pulteney, Sandy, Carteret y délosmuchachos "William Pitt, Enrique Fox y JorgeGrenville. Pero la desgracia de Walpole nollevó e! poder a los torys. Lejos de caer con él

su partido, ni siquiera le siguieron sus com-pañeros de Ministerio. En él quedaron, sobretodo, los hermanos Pelham, destinados á serlos jefes de las grandes familias wighs casihasta su abatimiento definitivo bajo Jorge III,y los cuales unas veces (como al principio) enel concepto de simples Ministros y otras (sin-gularmente el mayor, duque de Newscastle),como cabezas de la situación, se mantuvieronen el Gabinete por espacio de más de treintaaños.

Mas con los Pelham comienza la divisiónprofunda del partido wigh, preparada por losterribles combates dados en los últimos añosde Walpole. No basta que los célebres herma-nos (el mayor sobre todo, famosísimo por sugrosería, su ignorancia, su desvergüenza y suvoluntad Firme do permanecer en el Gobierno)hagan los imposiljles para continuar siempreen las altas esferas: los cambios parciales sontantos, las alianzas y las rupturas son en talnúmero y de tal suerte, los ataques revistentales proporciones, que á no dudarlo la opo-sición radical puede recrearse con la esperan-za de una próxima victoria.

El resultado natural de esta división del par-tido wigh debia ser que mientras una parte(la que estuviera en posesión del Gobierno) semostrara deferente, solícita y hasta dócil conel monarca, la otra, la oposicionista, no titu-beara en buscar ayuda é intimidades en elbando de los torys templados, preparándoselas cosas para esas coaliciones y esas confu-siones quo á las veces se presentan en la his-toria, con daño inmenso para el régimen re-presentativo y las libertades públicas. Poresto sin duda vióso á los Pelham, incrustadosen tíí*podor, servir á toda costa los intereses,los gustos y hasta las preocupaciones de Pa-lacio, las cuales, á medida que la nueva di-nastía se afirmaba, tomaban mayor anima-ción y colorido. Y por esto mismo se observaque bajo aquella administración la burocra-cia acentúa sus pretensiones, y en el ordenpolítico, aquende y allende el Atlántico, se di-bujan con cierta energía tendencias políticaspoco compatibles, no ya con el obligado des-arrollo de los principios del 88, si que aun conlas declaraciones mismas de la gran Revolu-ción.

Estas tendencias y aquellas debilidadesfueron reprimidas por un hombre ilustre: porel célebre William Pitt, padre; por aquel mo-desto hijo de un simple hidalgo, nieto de ungobernador de Madras, estudiante de Oxford,que entra en la vida pública sin más recursos

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que la exigua renta de 10.000 rs. anuales quesu padre le dejó, y el empleo de abanderadodel ejército, que luego tiene que renunciar porla desesperadora enfermedad de la gota, quedesde los 10 años le persigue y le postra: fa-vorecido más tarde por el voto del burgo po-drido de Oíd Sarum, que le abre el Parlamen-to á les 27 años, y por un legado de 50.000duros de la duquesa de Marlborough, que leCcapacita para dar alguna rienda á sus gustosy aires de gran señor; dueño tal vez de la pri-mera palabra de Inglaterra en la Edad Mo-derna, cuyo oportuno empleo en batallas ter-ribilísimas, donde resonaron las voces de Fox,de Burke y de Sheridan, le dio entre sus con-temporáneos, y aun en los tiempos posterio-res, el apellido del parlamentario por antono-masia, el great commoner; adorado de las mul-titudes, temido de los Reyes, odiado del ex-tranjero, emparentado, al fin, por su mujercon la alta aristocracia británica, favorecidocon la pairía bajo el título de Lord Chattam, yobjeto apenas muerto del insigne honor deque el Parlamento pagara sus deudas, que su-liian á 20.000 libras, y decretara su entierrobajo las góticas galerías y los apuntados ar-cos de "Westminster. Waípole le contó entresus más resueltos enemigos, y aquella oposi-ción le trajo las prevenciones del Rey por susataques al Hannover, de tal suerte que, solomediante grandes esfuerzos y después de va-rias negativas del monarca, pudo ocupar lospuestos de vicetesorero de Irlanda y pagadorgeneral, bajo los Pelham, á los que hizo luegola oposición para llegar á la postre, en 1756,a dirigir como Ministro de la Guerra y de lasColonias y leader de los Comunes, el Ministe-rio de que formaron parte el duque de De-vonshie, lord Temple y Legge. A poco, y des-pués de una rápida bien que laboriosa cri-sis, volvió á entenderse con el mayor de losPelham, con el duque de Newscastie, y á des-pecho del Rey obtenía de nuevo los cargosde antes, desarrollando su política con un vi-gor y un éxito por todo extremo singulares.

Pitt (se ha dicho hartas veces) representa-ba por su origen, su educación y su pensamien-to un nuevo elemento político que con él hizosu aparición en la vida pública inglesa; la bur-guesía, que como era natural buscó y obtuvocierto relativo apoyo en el partido más afln a,sus intereses y tendencias. Por esto no puede"decirse que Pitt fuera un wigh en el rigor dela palabra y ni es lícito asombrarse de los es-fuerzos que aquel ilustre hombre público hizodespués para provocar la ruina de los dos an-

tiguos bandos, cuya destrucción por otro ca-mino y otros medios procuraba también Jor-ge III. Y por eso se explican las resistenciasque el célebre Comonner opuso á los Reyes, lamala voluntad que respecto de él siempre tu-vieron Jorge II y Jorge III, y la política desar-rollada por aquel estadista, cuyos dos lemaseran: la guerra con Francia y sus aliados has-ta anularlos y la confianza de los pueblos pormedio de las libertades populares.

A mi juicio Pitt veia claramente, no solobajo el punto de vista de su interés personal yde partido. La Revolución del 88 harbia de talsuerte impreso carácter á Inglaterra que*todoel porvenir de esta estribaba en mantenerloy en hacer triunfar su sentido en el derechopúblico europeo. La idea contraria habia ha-llado su más cumplida representación en laFrancia de Luis XIV y con esta en su aliadaEspaña. De aquí las guerras del siglo XVII,que terminan con la victoria de la Revoluciónbritánica por el tratado de Utrecht que tanmal miraron los mismos ingleses, estimándolainsuficiente. Pero no bastaba. Cuando no lalógica, una legítima aspiración y cierta previ-sión política muy propia de los hombres de Es-tado pedia que las cosas se llevaran á término;que la obra quedara definitivamente consoli-dada, destruyendo en Francia y en lo s pueblossus cooperadores, y en fin en todo el Conti-nente europeo el espíritu ó más bien los inte-reses contrarios á la empresa del 88, lo cualhabia de conseguirse, ya directamente por me-dio de las armas y de la anulación de aquellaspotencias que ahora representaban la reac-ción, comoia habia representado el Imperiogermano-español de Carlos V frente á losPríncipes protestantes alemanes del siglo XVI,ya por el medio indirecto de favorecer la apa-rición y el desarrollo de algún nuevo factor dela vida internacional europea que en el Conti-nente representase un interés distinto, y me-jor, opuesto, al de los antiguos directores deaquel mundo saturado de las teorías del ab-solutismo monárquico y del sentido religiosorománico compatible con el carácter trascen-dental y el espíritu secularista de la monar-quía de los siglos XIV y XV. Explícase deeste modo cómo el instinto popular (que enestas grandes cuestiones no suele engañarse,fuera de los casos de visible é irremediabledecadencia); explícase, repito, cómo la voxpo-puli pedia constantemente la guerra con Fran-cia y con España. Y se explica de esta suerte(más que por rencillas y minucias) la partici-pación de Inglaterra (desde 1744 á 1748) en la

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guerra de sucesión de Austria, del lado deMaría Teresa, y frente á Francia, Prusia yBaviera; guerra terminada por el tratado deAix la Chapelle de 1748, al cual bastaría á darcarácter el reconocimiento explícito que en élse hace del derecho de la casa de Hannoveral trono de la Gran Bretaña, es decir, la con-sagración última de la revolución del 88 en laúltima de las consecuencias y el postrero desus complementos. Y por todo esto se com-prende asimismo la participación activa queal lado de Prusia, y bajo la dirección de Pitt,Inglaterra toma en. la guerra de los Sieteaños, cuya terminación (por los tratados de-París y de Hutbersburgo de 17(33) no es otraque la desaparición de España del grupo delas grandes potencias, la pérdida por parte deFrancia de. su marina, de casi todas sus pose-siones de América y Asia, y en una palabra desu supremacía, y por último, la entrada dePrusia (ya favorecida y levantada por Ingla-terra en la guerra anterior, á pesar de sersu adversaria, por el tratado parcial de Bres-lau de 1742 que le proporcionó la Silesia) enel círculo de las grandes naciones, destinadaá mantenerse en relación íntima c 'ti los in-gleses y a ser la enemiga absoluta de Franciaen el Continente hasta llegar á Sedan.

De otra parte, bien que !a Revolución del88 no fuó la francesa del 80 ni mucho monos;su sentido y sus consecuencias tampoco eranni podían ser la reducción del movimiento po-lítico inglés al imperio exclusivo do la aris-tocracia. Más aún; después, de conseguido elprimer empeño de. cercenar la autoridad mo-nárquica y de poner la dirección del país enel Parlamento, era evidente1 que el únicomodo de, dar vida al cuerpo vencedor, natu-ralmente quebrantado por una terrible lucha;la única manera de evitar que las susceptibi-lidades y las prevenciones del país se cebasenen el interés exclusivo y triunfante de los nue-vos señores, y en fin, la manera única de sor-tear nuevos conflictos y de secundar en sunatural proceso y lógico desenvolvimiento elespíritu de libertad y espansion que había he-cho posible el abatimiento de los Plantagenetsy la caida de los Estuardos, y dado fuerza, vi-gor y-representación á los- hombres que ar-rancaron la Carta Magna ó impusieron el Billde Derechos; lo único, en fin, que podía resol-ver la crisis que se anunciaba en la mismaInglaterra con la aparición de la burguesíay que produjo luego la del resto del mundo,con las agitaciones democráticas de 1 is colo-nias americanas y de Francia, era el buscar

apoyo en las comentes populares y en laslibertades públicas. Por esto Lord Chatamprotestó siempre un ardiente amor á la liber-tad de imprenta y al Jurado; por eso su admi-nistración se distinguió por las consideracio-nes extraordinarias que dispensó á las colo-nias americanas, á las cuales empujó á laguerra con las colonias francesas, dejandouna gran libertad de acción á sus Asambleasprovinciales, y d > las que obtuvo sacrificiossin tasa, realizados en medio del mayor entu-siasmo.

La administración de Pitt casi concluyócon la vida de Jorge II. Ni su temperamento,ni sus compromisos, ni sus aspiraciones, ni surepresentación eran compatibles con Jorge III.Estudiando la historia de este príncipe, pare-ce que se reproduce en la Edad contemporá-nea la leyenda de uno de aquellos héroes deremotos tiempos, destinados por los diosesá los grandes infortunios, mientras de otrolado parece una de esas personalidades ele-gidas por la Providencia para demostrar conaterradores ejemplos la pequenez del esfuerzohumano frente á la ley del progreso; la impo-tencia de la soberbia individual ante el interéssupremo de la humanidad. Aquel príncipe queradiante de juventud y henchido de su derecho .aprovecha el primer momento para advertirá todos «que era inglés y había nacido y sidoeducado en Inglaterra» (declaración interpre-tada por todos como un medio de prevenir alParlamento que no eran sus tiempos ni su casolos de sus antecesores los primeros hannove-rianos); aquel rey, aficionadísimo al gobiernopersonal, dotado de inteligencia y ánimo paraello, al jjunto de ser el más laborioso y másactivo de todos cuantos le rodeaban y enten-dían de la cosa pública; el más perseveranteen sus empeños, quizá el más hábil para com-prometer á sus enemigos en empresas sin sa-lida y en llevar al campo contrario los ele-mentos conducentes á la perturbación y ani-quilamiento de las huestes adversas; aquelenamorado de las tradiciones de la monarquíaantigua; de temperamento inconciliable conlas expansiones de la muchedumbre y las im-pertinencias de la aristocracia, convencido,en fin, no solo de su razón y de sus medjos,

si que de la debilidad de sus contrarios sinembargo, tiene el privilegio de vivir y de rei\nar más de medio siglo, para ver triunfante laRepública en las colonias de América, deca-pitado á Luis XVI, victorioso á Bonaparte,deshechas todas las viejas monarquías delcontinente europeo, emancipada parte dé te

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América latina y atacadas en su misma tier-ra, no ya solo sus pretensiones y sus fueros,si que el poder de la altiva aristocracia britá-nica ¡terrible espectáculo que al fin le des-lambra, le aterra, le trastorna hasta condu-cirle á la tumba con la vista perdida y la ra-zón extraviada!

Todo parecía preparado en daño de la li-bertad británica: los wighs divididos; los to-rys rehaciéndose; los jacobitas desesperan-zados de obtener la victoria en los campos debatalla, y un rey, encariñado con la idea de

' reinar al estilo quizá de los Tu,dors y con me-dios como pocos para acometer la empresa.El primer obstáculo era Pitt, y Pitt cayó en1761, al año de subir al trono Jorge III. Des-pués era necesario destruir el Parlamento, ypara esto nada como hacerse esclavo de lavoluntad del Rey, haciendo intervenir la per-sonalidad de éste en las contiendas parlamen-tarias é imposibilitando la reconstrucción delos viejos partidos. Tal fue la empresa que ásu cargo tomó aquel grupo de hombres políti-cos que se llamaron los amigos del rey, y queno solo tomaron parte en los debates y las vo-taciones de las Cámaras con este apellido,sino que llegaron á constituir una situaciónpolítica, elevando en 17G1 á un Ministerio alfamoso lord Bute, cortesano entrado en elgabinete el año antes, que sustituyó á Pitt, yque al cabo, expulsando al duque de Newcastleen • 1762, logró presidir la situación. Despuéstocaría la vez á las libertades generales delpaís, á la libertad de imprenta, á la inviolabi-lidad parlamentaria, al Jurado, etc., etc.

El programa pareció fracasar al principio.Lord Bute, después de tres años de hábiles es-fuerzos y no cortos triunfos, llegó á ser impo-sible en el poder; pero pronto se halló otrohombre, de cierto mérito, salido de las filaswighs, pero ya en la época de la plena des-composición y ruina del partido; miembro delGabinete Bute y muy afecto á Jorge III, que sinaceptar el mote de amigo del rey, se preparócon mejor ó peor voluntad á secundar las mi-ras de Palacio. Este hombre fue lord Grenvi-lle, el cuñado de Pitt, al cual cupo el poco envi-diable honor de inaugurar los ataques á la li-bertad de imprenta y á la inviolabilidad par-lamentaria, con el proceso del libelista Wil-kes y de abrir el período de los atentados fran-cos y resueltos contra las libertades colonia-les por medio del Acta del timbre.

El paralelismo de estos hechos, señores,solo puede sorprender á los políticos miopes,á Jos reformistas aniñados, á los estadistas de

pacotilla que jamás ocuparían un Ministeriosi al pió de las gradas del poder hubieran dehabérselas con un modesto tribunal de dere-;ho político ó de historia. Pero mucho menos.o comprenderán aquellos grotescos parvenus,levantados por el soplo huracanado de las re-voluciones, voceadores de un radicalismo pa-voroso por lo teatral y lo intransigente, reno-vadores del mundo desde su guardilla sin lum-bre, espejos ni alfombra, pero que introduci-dos en la fragua de los grandes rayos, atra-padas las riendas del Gobierno, enfatuadoscon el goce del poder, que solo al acaso deben,y solícitos en hacerse perdonar su origen y enver de pasar por hombres serios y de ordenante los que siempre miraron desde abajo, notitubean en sacrificar principios y doctrinascuya virtualidad nunca dominaron, dado queel sacrificio tenga efecto allá en luengas tier-ras, en remotos países, donde el común delas gentes no repare y donde haya pretextos,circunstancias, sombras y accidentes que co-honesten cuanto no expliquen la apostasía yla violencia. Pero el fenómeno es natural, ló-gico, sencillo, inexcusable. La Reacción, sos-tenida á despecho de la Revolución de 1688allende el Atlántico, triunfaba también en lamadre Patria. ¡Victoria en toda la línea! po-dian gritar los jacobitas, los amiyos del rey,los torys y el Rey Jorge III: y el genio del por-venir podia haber adelantado aquellas precio-sas palabras del mártir Lincoln ante la rebe-lión de los Estados del Sur y las pretensionesde mantener la servidumbre desde las Caroli-nas abajo: Un pueblo no puede ser mitad escla-vo, mitad libre. O todo libre ó todo esclavo.

RAFAEL M. DE LABRA.

ÁRBOL GENEALÓGICOÉ HISTORIA DEL REINO ANIMAL.

III.Vertebrados.—{Conclusión.) .

Uno de los actuales dipneustas el ceratodmsolo tiene un pulmón (Monopneumones), en tantoque el Protopterus y el lepidoserena tienen dos;el primero parece que es más antiguo que losúltimos. Los actuales dipneustas son sin dudalos últimos restos de un grupo muy numerosoen otro tiempo, del cual no ha quedado vestigioalguno, porque sus individuos no tenian esque-leto sólido. Estos animales se parecen muchoá los monorrinos y á los leptocardios, con loscuales se les reunía comunmente para coló*

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carlos en la clase de los peces. En el Trias,sin embargo, suelen encontrarse algunosdientes parecidos á los del Ceratodus. A losdipneustas extinguidos que durante el periododevonio han salido de los peces primitivos, talvez sea conveniente considerarlos como lasformas antepasadas de los anfibios, y por con-siguiente, de todos los vertebrados superiores;pero como quiera que sea, es lo cierto que lasformas transitorias que unen los peces primi-tivos á los anfibios, aquellas formas doscono-•cidas que consideramos como el origen de losanfibios, han debido parecerse mucho á losdipneustas ó neumobranquios.

Los singulares halisaurios (Halisauria óEnaliosauria) pertenecen á una clase especialde vertebrados que hace mucho tiempo handesaparecido, y que al parecer solo han vividoen la edad secundaria. Los halisaurios han si-do también llamados animales con piés-ale-tas, ó neseipodos. Aquellos terribles anima-les de presa poblaban en gran número los ma-res mesolíticos, presentando las formas másextrañas, y llegando á tener hasta 30 ó 40 piesde largo. Numerosos fósiles perfectamenteconservados, y huellas, ya de todo el cuerpoya de diversas partes de los halisaurios, noshan dado á conocer por completo la estructu-ra de aquellos animales colocados ordinaria-mente entre los reptiles, por más que algunosanatómicos les designen un lugar más bajo enla escala, relacionándolos directamente conlos peces. Los trabajos de Gegenbaur, rela-tivos á la conformación de los miembros delos halisaurios, han venido á demostrar, de unmodo inesperado, que aquellos sores debenformar un grupo aparte que diste tanto do losreptiles y anfibios como de los peces propia-mente dichos. La forma del esqueleto de suscuatro miembros, que están modelados en cor-tas y anchas aletas, análogas á las de los pe-ces y ballenas, parece demostrar que los ha-lisaurios deben proceder del tronco de los ver-tebrados, pero antes q ie los anfibios, porqueéstos, lo mismo que las tres clases superioresde los vertebrados, descienden todos de unaforma antepasada común que tenia cinco de-dos en cada una de las extremidades anterio-res y posteriores, en tanto que los halisauriostienen, como los peces primitivos, más de cin-co dedos, que unas veces están bien desarro-llados y otras permanecen en estado rudimen-tario. Por otra parte, aunque vivían siempreen el mar, tenían la respiración aérea y pul-monar como los dipneustas. Es posible, portanto, que hayan salido de los selacios al mis-

mo tiempo que los dipneustas, pero sin conse-guir elevarse más en la escala de los vertebra-dos. En la actualidad» constituyen una ramalateral extinguida.

Los halisaurios mejor conocidos se subdi-viclen en tres órdenes muy diferentes, que son:los simosaurios, los ichtiosaurios y los ple-siosaurios. Los más antiguos son los simosau-rios, que solo han vivido durante el períodotriásico, encontrándose sobre todo sus esque-letos en el piso triásico medio, en donde apare-cen representados por muchos géneros. Aque-llos animales eran, sin duda, análogos en ge--neral álos plesiosaurios, por lo cual* se les pue-de reunir con ellos en un orden que se podriallamar orden de los sauropterigios {Sauropte-njgia). Los plesiosaurios vivían con los ichtio-saurios en los períodos jurásico y cretáceo,y estaban caracterizados por tener el cuellodelgado y muy largo, comunmente más largoque el resto del cuerpo, y terminado en unacabeza pequeña y de corto hocico. Si llevabanel cuello levantado, debían parecerse á los cis-nes; pero en vez de las alas y las patas de és-tos, tenían los plesiosaurios dos pares de ale-tas cortas, aplanadas y ovales.

Tan diferente era la forma de los ichfio»saurios (Iehthyosauria), que se los puede opo-ner á los otros dos órdenes con el nombre deichtiopterigios {Ichthyopterygia). Tenían es-tos animales un cuerpo pisciforme y muy lar-go, una pesada cabeza con un largo y aplasta-do hocico, y un cuello corto; exteriormentehan debido ser muy análogos á ciertos delfi-nes. La cola, que era muy corta en los del gru-po precedente, era en los de éste muy larga»y los dos pares de aletas eran también másanchos yteniandistinta extructura. Los ichtio-saurios y los plesiosaurios tal vez han salido,como dos ramas divergentes, de los simosau-rios; pero es posible también que éstos hayanproducido simplemente á los plesiosaurios, entanto que los ichtiosaurios han salido des-pués del tronco común; pero como quiera quesea, todos ellos descienden, directa ó indirecta-mente, de los selacios.

Las otras clases de vertebrados, los anfi-bios y los amniotas (reptiles, aves y mamífe-ros), están caracterizadas por la presencia d3cinco dedos en cada extremidad, por lo cualpueden considerarse como derivadas de unaforma antepasada común, de un tipo selacioque tenia cinco dedos en cada una de las ex-tremidades. Cuando el número de los dedos esinferior á cinco, consiste esto en que los ani-males que presentan esta particularidad han

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perdido uno ó más dedos por efecto de un tra-bajo de adaptación. Los vertebrados con cincodedos más antiguos que conocemos son los an-fibios (Amphibia), cuya clase se subdivide endos sub-clases: la de los anfibios con cubiertao coraza, y la de los anfibios desnudos. Losanimales comprendidos en la primera tienenel cuerpo revestido de placas óseas ó de esca-mas características.

Esta primera sub-clase de los anfibios es-camosos (Phraetamphibia) comprende los másantiguos vertebrados terrestres que nos handejado restos fósiles, los cuales se encuentranbien conservados desde el período carbonífero,como sucede á los ganocefalos (Ganocephala),que tan poco difieren de los peces, al (Arehe-gosaurus de Saarbruck, y al Dendrerpeton dela América del Norte. A estos animales su-ceden más tarde los laberintodontes (Lahyrin-thodontá), gigantescos animales representadosdesde el sistema pérmico por el Zygosaurus, ymás tarde, sobre todo en el Trias, por el Mas-todonsaurus, el Tremüosaurus, el Capitosau-rus, etc. Aquellos temóles animales de presa,parece que se colocan morfológicamente en-tre el cocodrilo, la salamandra y la rana, y .aunque son más parecidos á los dos últimosen su extructura interna, se aproximan másal primero por su sólida cubierta de placasóseas. Los fractanfibios parece que ya se ha-bían extinguido á fines del período triásico,porque á partir de aquella época, no se en-cuentran fósiles de animales que pertenezcaná este orden. Sin embargo, el tipo ha persisti-do sin haberse extinguido por completo, comolo prueban las actuales Cecilias (Perorada),pequeños anfibios escamosos que tienen la for-ma y costumbres de las lombrices.

La segunda subclase de los anfibios, ósea la de los anfibios desnudos (Lissamphibia),apareció sin duda en la edad primaria ó se-cundaria, por más que no se encuentran susrestos fósiles hasta la edad terciaria. Los li-sanfibios se distinguen de los fractanfibios porla estructura de su piel, que está en aquellosdesnuda, yes además lisa, oleaginosa y siem-pre sin escamas ni cubierta ósea. Estos sereshan procedido seguramente, ó de una ramade los fractanfibios, ó de un tronco común áestas dos sub-clases. Los tres órdenes de li-sanfibios que todavía existen, á saber, los an-fibios con branquias, los urodelos y los anu-ros, nos revelan todavía en la actualidad muyclaramente, en su desarrollo embriológico, lasfases de la evolución histórica de este grupo.El orden más antiguo es el de los anfibios con

branquias (Sozobranehia), que se separan muy.poco, durante su vida, de la forma antepasadade los lisanfibios, y conservan sus branquiasy su larga cola, siendo además muy parecidosá los dipneustas, de los cuales difieren exte-riormente en la falta de la cola. La mayor par-te de los sozobranquios viven en la Américadel Norte, y entre ellos figura el axolotl ó Sire-don, de que os he hablado (Tomo I,pág. 297).En Europa solo está representado este ordenpor un tipo único, que es el célebre Proteusanguineus que habita en la gruta de Adelsbergy en otras cavernas de la Carniola. La prolon-gada permanencia en la oscuridad ha produ-cido la atrofia de los ojos de aquel animal, porlo cual tiene estos órganos en estado rudimen-tario, siendo, por tanto, incapaces de ver. Délossozobranquios ha salido, por efecto de haberperdido las branquias, el orden de los urode-los (Sozura), al cual pertenece nuestra sala-mandra terrestre de color amarillo con man-chas negras (Salamandra maeulatá) y nuestroágil tritón. Muchos urodelos, y entre ellos losgéneros Amphiuma y Menopona de la Américadel Norte, á pesar de haber perdido las bran-quias, han conservado las aberturas branquia-les, y en todos ellos persiste la cola toda suvida. Si se obliga á vivir en el agua á los tri-tones, conservan también sus branquias, noelevándose, por consiguiente, sobre los sozo-branquios. Los animales que pertenecen altercer orden, ó sean los anuros (Anura), hanperdido, por metamorfosis, no solo las bran-quias con cuya ayuda respiraban durante suprimera edad en el agua, sino la cola que lesservia para nadar, pasando, por tanto, duran-te su evolución embriológica, por las fases queha recorrido históricamente toda la sub-cla-se, y son: primero, sozobranquios, despuésurodelos y últimamente anuros; de todo lo cualresulta evidentemente que los anuros han sa-lido de los urodelos y éstos de los anfibios conbranquias.

Antes de pasar de la clase de los anfibios ála que está más próxima á ella, ó sea la de losreptiles, debo señalar un importante progresoque se verifica en la organización de los ver-tebrados. Todos los anfirrinos que hasta aho-ra hemos estudiado, y en especial las dos gran-des clases de los peces y de los anfibios, tie-nen algunos caracteres de primer orden co-munes, por los cuales se distinguen esencial-mente de las otras tres clases de vertebrados(reptiles, aves y mamíferos). En estos últimosse desarrolla, durante el período embrionario,una delgada membrana que parle del ombli-

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go, y se llama el amnios, la cual está llena deun líquido llamado «agua amniótica,» que en-vuelve al embrión como un saco cerrado portodas partes- Esta importante y característi-ca conformación me autoriza para reunir, bajola denominación de amniotas (Amniota), á lastres clases superiores de los vertebrados; ybajo la denominación de anamnios (Anamnia), •á las otras cuatro clases de anflrrinos de queantes me he ocupado, y que, como todos losvertebrados inferiores (monorrinos y acra-nios), están privadas del amnios.

La formación *de la membrana amnióticapor la cual se distinguen los reptiles, aves ymamíferos, de los demás vertebrados, es evi-dente que constituye un gran progreso en laontogenia y en la filogenia de estos seres. Es-ta formación del amnios coincide con otra se-rie de progresos que hacen ocupar á los ani-males amnióticos un lugar más elevado en laserie; entre estos progresos figura la totaldesaparición de las branquias, por cuyo hechose han opuesto, desde hace mucho tiempo, losamniotas á los demás vertebrados, habiéndo-les dado ladenominacion de abranquios (A bran-chiata). Todos los vertebrados que hasta aho;ra hemos examinado, tienen respiración bran-quial, ya permanente, ya cuando monos en suprimera edad, como sucede á las ranas y álas salamandras; en los reptiles, en las avesy en los mamíferos, por el contrario, no existeesta clase do respiración en ninguna época desu vida, trasformándose los arcos branquia-les, desde el período embrionario, en otros ór-ganos, y contribuyendo á formar el aparatomaxilar y los órganos del oido. Todos los ani-males amnióticos tienen en el oido un «cara-col» y una «ventana redonda» que no existenen los animales anamnióticos. En éstos el ejedel cráneo embrionario se continúa en línearecta con el eje de la columna vertebral; peroen los amnióticos, por el contrario, este eje seinclina hacia adelante, la base del cráneo tien-de á colocarse perperdicularmente al eje de lacolumna vertebral, y la cabeza á caer sobre elpecho, desarrollándose únicamente, en ellos,©1 aparato lagrimal en el ojo.

¿En qué época de la vida orgánica del glo-bo se ha efectuado este gran progreso? ¿Enqué momento la forma antepasada de los ani-males amnióticos ha salido de una rama delos anamnios y evidentemente de los anfibios?

Los Testos fósiles de los vertebrados soloresuelven estas cuestiones de un modo apro-ximado. Si se exceptúan dos especies dudosasde saurios encontradas en el sistema pórmio

á saber, el Proterosaurus y el Rhopalodon, todos los demás vertebrados fósiles amniotasconocidos hasta el dia pertenecen á las eda-des secundaria, terciaria y cuaternaria; pero 'todavía no se sabe con certeza si aquellos dosvertebrados son verdaderos reptiles ó anfibiosanálogos á las salamandras, porque solo co-nocemos su esqueleto, el cual nunca se ha en-contrado completo. Los caracteres de lus par-tes blandas de su cuerpo nos son desconoci-dos, por cuya razón puede decirse que es po-sible que el proterosaurus y el rhopalodon ha-yan sido animales anamnióticos más próxi-mos á los anfibios que á los reptiles, ó bien,tal vez, formas transitorias que existían entreestas dos clases. Pero como, por otra parte,es incontestable que se han encontrado en elTrias fósiles de amniotas, es posible que lagran clase de los amniotas se haya formadosolamente en el período triásico, al principiode la edad mesolítica.

Según habéis visto, este período hace preci-samente época en la historia orgánica de latierra. A los bosques de heléchos paleolíticossucedieron, en aquel período, los bosques depinos del Trias, y se produjeron importantesmetamorfosis en muchos grupos de animalesinvertebrados. Así sucedió que los fatnocríni-dos produjeron á los colocrínidos, y los ante-quínidos de 12 filas de placas ocuparon el lu-gar de los palequínidos paleolíticos, que teníanmás de 20 series de placas. Los cistídeos, losblastoídeos, los trilobites, y otros grupos deinvertebrados característicos de la edad pri-maria, estaban entonces extinguidos; nadatendrá, pues, de particular que las profundasmodificaciones del medio, ocurridas al princi-pio dér período triásico, hayan influido pode-rosamente sobre los vertebrados, provocandoasí la aparición de los animales amnióticos.

Si, por el contrario, se quiere considerar álos dos sauroides ó salamandroides del perío-do pérmio, el proterosaurus y el rhopalodon,como verdaderos reptiles, y convertirlos enlos más antiguo amniotas, entonces el origende esta gran clase se remonta á un períodomás lejano, al fin de la edad primaria en elperiodo pérmio. Pero todos los restos fósilesreptiliformes que se ha creido enconirar, yaal principio de este período, ya en el sistemacarbonífero, y aun en el sistema devonio, ó nopertenecían á reptiles, ó eran de una edadmucho más reciente, probablemente del Trias.

La forma antepasada de todos- los amnio-tas, que podemos llamar Protamnion, y quetal vez era muy parecida á la del proterosau-

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rus, tenia sin duda formas intermedias entrelas de las salamandras y las de los saurios.La descendencia de aquella forma antepasadase bifurcó muy pronto, dando origen una desus ramas á los reptiles, y la otra a los ma-míferos.

De las tres clases de los amniotas es lamás inferior la de los reptiles (Reptilia ó Pho-lidota ó saurios, tomando esta última expre-sión- en un sentido muy amplio), porque es laque monos se separa del tronco primitivo, deltipo de los anfibios, por cuya razón se hanrelacionado éstos con aquellos, por más quetoda su organización los haga- distar muchomonos de las aves que de los anfibios. Actual-mente solo existen cuatro órdenes de reptiles,á saber: saurios, ofidios, cocodrilos y quelo-nios, cuyos órdenes son los escasos restos deun grupo en extremo variado y muy desarro-llado que vivia durante la edad mesolítica ósecundaria, y prevalecía á la sazón sobre to-das las demás clases de los vertebrados. Laconsiderable multiplicación de los reptiles du-rante la edad secundaria es tan característica,que lo mismo se puede llamar á aquella edadla edad de los reptiles, como la edad de losvegetales gimnospernos. De los 27 sub-órde-nes que se incluyen en el adjunto cuadro, nú-mero 5, 12 pertenecen exclusivamente á lae:lad secundaria, y de los ocho órdenes quefiguran en el mismo, cuatro se encuentran enigual caso: todos estos grupos mesolíticos es-tán marcados con una cruz en dicho cuadro.A excepción de los ofidios, todos los órdenesde reptiles existían ya en el estado fósil, enlos sistemas jurásico y triásico. (Véase el cua-dro núm. 5.)

En el primer orden, ó sea el de los toco-saurios (Toeosauriá), he reunido los extingui-dos Theeodontia, del período triásico, y losreptiles que pueden ser considerados como laforma antepasada de toda la clase. A estosúltimos, que llamaré reptiles primitivos (Pro-reptilia), pertenece tal vez el Proterosaurus delsistema pérmio. Conviene considerar á estossiete órdenes como otras tantas ramas diver-gentes salidas de un tronco común. Los teco-dontes del Trias, únicos restos fósiles de lostocosaurios, eran saurios que han debido pa-recerse bastante á los monitores y á los vara-nos actuales. (Monitor, Varanus.)

De los cuatro órdenes de reptiles subsis-tentes en el dia y que desde el principio de laedad terciaria eran los únicos representantesde la clase, los lacertilios (Laeertilia) se rela-cionan sin duda por medio de los actuales mo-

nitores con los reptiles primitivos ya extin-guidos. De una rama del orden de, los lacer-tilios ha salido el grupo de los ofidios al prin-cipio de la edad terciaria, según todas las apa-riencias; á lo monos hasta ahora no se hanencontrado serpientes fósiles más allá de lascapas terciarias. Los crocodíleos (Croeodüia)han aparecido más temprano; en los terrenosjurásicos se encuentran ya muchos restos fó-siles del teleosauro y del esteneosauro; por elcontrario, los aligátores actuales solo se pre-sentan en las capas cretáceas y en las tercia-rias. El orden más aislado de los cuatro á quepertenecen los reptiles contemporáneos es olcurioso grupo de los quelonios, cuyos singu-lares animales se encuentran por la primeravez en estado fósil en las capas jurásicas. Poralgunos caracteres se aproximan á los anfi-bios, por otros á los cocodrilos, y por cier'asparticularidades á las aves, de manera que suverdadero lugar en el árbol genealógico de losreptiles debe ser cerca de la raíz. Es muy no-table la extraordinaria analogía de sus em-briones, aun en los últimos estados de la on-togenesia, con los embriones de las aves.

Entre los cuatro órdenes de los reptiles ex-tinguidos y los cuatro de los reptiles actuales,existen tantos indicios de parentesco que, enel estado actual de nuestros conocimientos,nos es preciso renunciar por completo á for-mar su árbol genealógico. Los célebres ptero-saurios (Pterosauria) constituyen una de lasformas más excéntricas y curiosas; estos ani-males son saurios voladores cuyos cinco de-dos de las manos, desmesuradamente separa-dos, soportan una sólida membrana y desem-peñan el papel de una verdadera ala. En laedad secundaria aquellos pterosaurios vola-ban sin duda volteando á la m'anera de nues-tros murciélagos. Los más pequeños sauriosvoladores tienen próximamente el tamaño deun gorrión; pero los más grandes, cuyas alasdesplegadas median más de 16 pies, excedíanen magnitud á las aves más grandes de nues-tros dias, al cóndor y al albatros. Los restosde sus representantes fósiles, de los ranfor-rincos de larga cola y de los pterodáctilos decola corta, se encuentran en gran cantidaden todas las capas jurásicas y cretáceas, perono en otras.

• El grupo de los dinosaurios no es menosnotable, y caracteriza, á la edad mesolítica(Dinosaurio, ó Paehypoda). Aquellos colosalesreptiles, que llegaron á tener 50 pies de largo,son los mayores animales continentales quehan hollado el suelo de nuestro planeta. Solo

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NÚM. 264. Bí.' HAECKEL.-̂ -BISTORlA BEL REINO; ANIMAL. 337

han vivido en la edad secundaria, y casi to-dos sus restos se encuentran en los ter-renos cretáceos inferiores, especialmente enel terreno weáldico de Inglaterra. La mayorparte eran terribles animales de presa (Mega-losaurus de 20 á 30 pies y Pelorosaurus de 40á 60 pies de largo). Sin embargo, el Iguanodony algunos otros, eran herbívoros y represen-taban, sin duda, en los bosques del periodocretáceo, á los .elefantes, á los hipopótamos yá los rinocerontes de nuestros dias, que sontan pesados como ellos en su aspecto y en susmovimientos, pero relativamente mucho máspequeños.

Los anomodontes (Anomodontiá), de loscuales se encuentran tantos y tan interesan-tes restos en los terrenos triásico y jurásico,eran tal vez parientes muy cercanos de losdinosaurios; su mandíbula, como la de casitodos los reptiles voladores y la de las tortu-gas, estaba dispuesta en forma de pico sindientes ó con ellos atronados. En este orden,si no en el precedente, es en donde se debenbuscar los primeros antepasados de la clasede las aves, por lo cual los llamaré reptiles-aves (Toeornithes). El curioso Covipsognathusde los terrenos jurásicos, cuya conformaciónrecuerda la del kanguro, debia parecersemucho á aquellos toeornithes, pues se aproxi-ma bastante, por muchos caracteres, á lasaves.

La clase de las aves (A oes) está, como yalo he hecho notar, tan próxima á la de los rep-tiles, no solo por la estructura interna desu cuerpo, sino por su evolución embriológi-ca, que seguramente ha salido de una ramade aquellos. Si se estudian los embriones deun mamífero, de un reptil y de un ave (tor-tuga y gallina, por ejemplo), se verá que,en una época en que los embriones del avedifieren notablemente de los embriones de losmamíferos, apenas se diferencian de los de lastortugas y demás reptiles. La extrangulacionde la yema del huevo es parcial en las avesy reptiles, y total en los mamíferos; en losprimeros, los glóbulos rojos de la sangre tie-nen un núcleo, y en los segundos no. Los pelosde los mamíferos evolucionan de distinto mo-do que las plumas de las aves y las escamasde los reptiles; y la mandíbula inferior de és-tos, como la de las aves, es mucho más com-plicada que la de los mamíferos. No tienen es-

, tos últimos hueso cuadrado; y mientras en losmamíferos y en los anfibios la articulacióndel cráneo y de la primera vértebra cervicalse hace por medio de dos cóndilos, en las aves

TOMO XIII.

y en los reptiles se confunden estos dos cón-dilos en uno solo. Podemos, pues, reunir estasdos últimas clases con el nombre de monocon-díleos (Monoeondylia), distinguiéndolos así delos mamíferos, á los cuales se puede llamardicondíleos (Dieondylia).

Como quiera que sea, solo durante la edadmesolítica, y sin duda durante el período triá-sico, se han formado las aves y los reptiles.Los más antiguos restos fósiles de aves se hanencontrado en las capas jurásicas superiores(Arehceopteryx); pero desde el período triásicovivían j'a diverses saurios (anomodontes) quepor varios conceptos parecen formar la tran-sición entre los tocosaurios y la forma ante-pasada de las aves, los toeornithes hipotéti-cos. Según todas las probabilidades, aquellostoeornithes apenas se podrían distinguir, enla clasificación, de los demás saurios con pico,y sobre todo del Compsognathus jurásico deSolenhofen, al cual coloca Huxley al lado deldinosaurio, creyéndolos á los dos muy próxi-mos á los toeornithes.

Aun cuando aparece abigarrado y muy va-riado su plumaje, y á pesar de la diversidadde las formas del pico y de las patas, la clasede las aves está tan uniformemente organiza-da como la de los insectos; así que, puedeadaptarse de muy diversos modos i las con-diciones del medio exterior, sin separarse,por eso, notablemente, del tipo hereditario dela extructura anatómica. Solo dos pequeñosgrupos, los saumros (Saururcé) y las aves cor-redoras (Ratitce) se han separado sensible-mente del tipo ornitológico ordinario, ó sea elde los earinatos (Carinatce).

Podemos, pues, dividir á toda la clase entres subclases. De la primera, ó sub-clase delos saururos, solo se conoce hasta hoy unaimpresión muy imperfecta, pero en extremóinteresante, porque representa la huella fósilmás antigua de la clase de las aves. Me refie-ro al Archceopterix Uthographica encontradoúnicamente en la caliza litográfica de Solen-hofen, que pertenece á las capas jurásicas su-periores de Baviiira. Aquel ave singular teniapróximamente el tamaño de un cuervo gran-de, á juzgar por sus patas, que estaban muybien conservadas; desgraciadamente faltanla cabeza y el pecho. La forma de las alas.sesepara mucho de la de las demás aves, perosobre todo lo que más difiere es la cola: la de>todas las aves es muy corta y solo tiene algu-'ñas vértebras, estando las últimas soldadasen una delgada placa ósea perpendicular? so-bre la cual se insertan, en abanico, las plu-

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338 REVISTA EUROPEA.—16 DE MARZO DE 1879. •NÚM, 264

NÚMEROS,

CLASIFICACIÓNde los ocho órdenes y de los veintisiete sub-órdenes de reptiles.

(Los grupos que llevan el signo + habían ya desaparecido (

ORDENES

de

los reptiles.

I. Tocosaurios. (Tocosau-ria). +

II. Lacertilios. (Lacertilia).

III. Ofidios. (Ophidia)

IV. Crocodilios. (Crocodilia).

V. Quelonios. (Ohelonia)...

VI. Pterosaurios. (Pterosau-ria). +

VIL Dinosaurios. (Dinosau-ria). +

VIII. Anomodontea. (Anomo-dontia). + '

SUB-ÓRDENE3

de

los reptiles.

1 Proreptilia2 Thecodontia

3 FissilingüeS4 Crassilingües5 Brevilingües6 Glyptodermata7 Vermilingües

8 Aglyphodonta9 Opisthoglypha

10 Proteroglypha11 Solenoglypha12 Opoterodonta

13 Teleosauria14 Steneosauria15 Alligatores

16 Thalassita17 Potamita18 Elodita . .19 Ghersita

120 Rhamphorhynchi¡21 Pterodactyli

! 22 Harpagosauria123 Therosauria

124 Cynodontia ,|25 Oryptodontia\26 Hyposauria¡27 Tocornithes

lesde la edad secundaria).

NOMBRES

de géneros que sirven de

ejemplos.

+ (Proterosaurus?).+ Palseosaurus.

Monitor.Iguana.Anguis.Amphisbaena.Ohamseleo.

Ooluber.Dipsas.Hydrophis.Vipera.Tryphlops.

+ Teleosaurus.+ Steneosaurus.

Aligátor.

Ohelone.Trionyx.Emys.Testudo.

+ Eamphorhynchus.+ Pterodactylus.

+ Megalosaurus.+Iguanodon.

+ Dicynodon.+ Udenodon.+ Compsognathus.+ (Tocornis).

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NÚM. 264. M. MOYA;—CONFLICTOS ENTRE LOS PODERES DEL ESTADO. 339

mas rectrices ó timoneras. El arehceopteryx,por el contrario, tenia una cola larga como lade los saurios, compuesta de 20 largas y del-gadas vértebras, que llevaba un par de gran-des plumas rectrices dispuestas regularmenteen dos filas. Pero como el esqueleto de la colade los embriones de todas las aves tiene estámisma forma, se sigue de aquí que la cola delarchseopteryx representa evidentemente lacola primitiva de las aves, aquella que el tipoave habia heredado de los reptiles. Es proba-ble que hacia la mitad de la edad secundaria,hayan existido gran número de aquellas avescon cola de saurios, pero el acaso ha hechoque hasta nosotros solo haya llegado el únicoresto de que acabo de ocuparme.

La segunda sub-clase, ó sea la de los Cari-natce, comprende todas las aves actuales, áexcepción de las corredoras (Ratitce). Es indu-

"dable que los carinatos han salido de los sau-ruros—por efecto de la soldadura de las últi-mas vértebras caudales y de la disminuciónde la cola,—en la segunda mitad de la edadsecundaria, durante los períodos jurásico ócretáceo. Pocos son los restos de aves perte-necientes á la edad secundaria que han llega-do hasta nosotros, y aun los que conocemosdatan de la segunda mitad de dicha edad, delperíodo de la creta. Los restos á que me refie-ro pertenecen á una palmípeda, á una especiede albatros y á una zancuda an áloga á la bo-cada; todos los demás que se conocen se hanencontrado en las capas terciarias.

Las aves corredoras (Ratitce ó cursores)forman la tercera y última sub-clase, que enel dia no está representada sino por raras es-pecies, como son el avestruz africano bidigi-tado, el avestruz americano y australiano tri-digitado, el casoar indio, y el kivi ó apterix,de cuatro dedos, de la Nueva-Zelandia. Lasgigantescas aves extinguidas de Madagascar(Eprjornis) y de la Nueva-Zelandia (Dinornis),que eran mucho más grandes que los mayo-res avestruces actuales, pertenecían á estegrupo. Las aves corredoras han procedido pro-bablemente de una rama de las Carinatce, porefecto de haber perdido el hábito del vuelo,por cuya razón los músculos que estaban enactividad en aquella función y el borde ester-nal en el cual se insertaban, se han atrofiado,en tanto que, por efecto de la marcha contínuada, se desarrollaron los miembros poste-riores. Es posible, como supone Huxley, queestas aves corredoras sean parientes muycercanos del dinosaurio y de los reptiles aná-

1 logos, especialmente del compsognathus; pero

como quiera que sea, es indispensable colocarentre los reptiles extinguidos al tronco co-mún de todas las aves.

ERNESTO HAECKEL.

(Traducción de Claudio Cuveiro.)

CONFLICTOS ENTRE LOS PODERES DEL ESTADO.

vi.EEPRESENTAC1ON DE LAS MINORÍAS.

Los anteriores razonamientos no bastanpara borrar los recelos y los temores de lospartidarios de la manifestación única del Po-der legislativo, ni para convencerles de que noes opuesta al principio déla soberanía del Esta-do, ni menos cierra la puerta á ninguna refor-ma justa y provechosa, por el país deseada, laexistencia de una segunda Cámara represen-tación directa de la Nación, que haga posiblela responsabilidad y evite el entronizamientoy el despotismo de los mandatarios del pueblo.Sordos á toda voz que no sea la de la propiaexageración en que se inspiran; decididos á noconfesar su error por irrebatible que sea laprueba que de él se les presente; obstinados enasegurar que la du'alidad de Cámaras, para-liza la acción del Poder legislativo, y creyendohaber encontrado una indestructible defensapara sus teorías, nos dicen con toda la arro- -gancia del que ha ganado dificilísima victoria: «fuereis que haya Sos Cuerpos Colegis-ladores? ¿Afirmáis que deben existir forzosay necesariamente porque son indispensablespara el buen régimen del país y para facilitarla pronta y feliz resolución de los conflictosque puedan surgir entre los diversos poderesdel Estado? ¿Veis en esa segunda Cámara lamás sólida garantía del orden y el más decidi-do auxiliar del poder moderador? ¿La adoráiscomo un símbolo de paz y la defendéis comouna redención? ¡Ah! ¡cuan grande es vuestrodelirio! La pasión os ciega, sí, porque no ha-béis visto que esa segunda Cámara es causade un conflicto cien veces más temible que losque con ella tratabais de evitar; el conflicto'deun poder que se fracciona para aniquilarse.¿Qué vais á hacer en el caso muy posible deque las dos Cámaras no estén conformes acer-ca de la conveniencia ú oportunidad de unaley, en el caso de que los dos Cuerpos Colegís-

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ladores se excluyan, se rechacen, y quieranhacer de lo que es un poder dividido en la ma-nifestación, dos poderes distintos de la sobera-nía, y en una palabra, de la voluntad única delpueblo dos voluntades.? ¿Cómo vais á resolverese conflicto que se presenta terrible como lasombra de Hamlet y amenaza destruir el régi"men parlamentario, falseando una de sus ba-ses más esenciales? Inútil será todo esfuerzo;de ese mal podemos librarnos evitándole; unavez declarado, no tiene remedio.»

Si lo tiene. Las precedentes quejas son másinfundadas que reales, tantas amenazas impo-tentes, el argumento no lo es, la sombra podráser terrible como la de Hamlet, pero es menospersistente; se disipa al contacto de la razóny huye perseguida por la libertad hasta bor-rarse por completo.

No. Ese argumento postrero de los parti-darios de la Cámara única no tiene más fun-damento que tantos otros con facilidad com-batidos. El conflicto de dos Cámaras opues-tas acerca de las ventajas de una ley ó de unareforma cualquiera, puede presentarse, seha presentado, nosotros le hemos señaladoun puesto en la clasificación hecha en el lu-gar oportuno. Pero ese conflicto ¿es insoluble?jes siquiera difícil de resolver? En maneraalguna. Los dos Cuerpos Colegisladores tie-nen, con arreglo á la ley fundamental delEstado, dos distintas clases de atribuciones;las que son comunes á los dos y las que sonpropias y privativas de cada uno de ellos. Enestas últimas no cabe el conflicto, porque si sepresenta, será un error, ó una invasión pasa-jera que la ley señala cómo hade evitarse bienpronto. En lo que se refiere á las funcionescomunes á las dos Cámaras sí es posible eseconflicto que con tan terribles colores se nospinta. ¿Pero qué sucede? que si un proyecto deley aprobado en la Cámara popular se des-aprobase ó modificase en parte en la alta Cá-mara, hay el remedio facilísimo, y para pro-curarle existen en todos los países leyes de re-lación entre los Cuerpos Colegisladores, denombrar una- Comisión mista de Senadores yDiputadosencargadade formular un dictamenconciliatorio que luego ha de discutirse yaprobarse en las dos Cámaras. Si este dicta-men no se aprueba ó si se tratase de un pro-yecto que aceptado en el Congreso, se recha-za en su totalidad en el Senado, el Poder mo-derador puede aplazar hasta otras Cortes laresolución del asunto objeto del antagonismo.De esta manera, el país tiene ocasión de ente-rarse del proyecto que ha promovido la lucha

entre las dos Asambleas, puede pensar deteni-damente acerca de la conveniencia de apro-barlo ó desecharlo, y llegada la ocasión de ma-nifestar su voluntad por medio del sufragio,decidirá la cuestión, dando la mayoría á losamigos de la reforma ó á sus impugnadores.Por tan sencillo procedimiento se resuelve unadificultad que los- defensores de la Cámaraúnica nos presentaban como insuperable.No les ha de ser á ellos tan fácil combatir eldespotismo que la libertad ilimitada del Poderlegislativo puede producir, como á nosotrosnos lo ha sido demostrar la imposibilidad deesa supremacía absorbente del Señan o quetanto y tan sin motivo les arredra.

Pero nosotros no estamos libres de temo-res. Los tenemos también, y por desgracia deun peligro más cierto y más grave que aquelcon que los defensores de la Cámara única nosamenazaban; el peligro de que las dos Asam-,bleas, no representando verdaderamente alpaís, dejen de realizar su destino y sean ene-migas encubiertas, pero decididas, de aquellavoluntad soberana del pueblo cuyos deseos yaspiraciones fingen defender y cumplir.

Ese peligro no es imaginario, sino verdade-ro. Es resultado del egoísmo y de la ambiciónde los gobiernos que para conservar el poderno reparan en desvirtuar el régimen repre-sentativo; nace allí donde la degradación delsufragio le convierte de voz del pueblo en vozde los amigos del Ministerio; se emplea conéxito para lograr numerosas y obedientes ma-yorías, y se propaga rápidamente amenazan-do acabar muy pronto con todas las ventajasdel sistema parlamentario."Sus consecuenciasson terribles. Las sociedades las sienten enese desasosiego incesante que las conmuevecomo el presentimiento de una gran desgra-cia, en ese retroceso que parece llevar á lacivilización moderna al borde del abismo paraderrumbarla en él como se derrumbaron lascivilizaciones griega y latina; los pueblos enla esclavitud voluntaria á que se ven someti-dos y de la cual no protestan como si lo espe-raran todo de una suprema catástrofe; los ciu-dadanos en el indiferentismo, ese veneno dola voluntad que ha viciado la atmósfera polí-tica y cuyas consecuencias son fatales para lasoberanía. De ese desasosiego y de esa volun-tad y de ese indiferentismo, son responsableslos que aceptaron el régimen representativopara falsearle, los que hicieron del sufragio lamás insultante de las mentiras y los que apa-rentaron ser amigos do la libertad para domi-narla. No los juzguemos nosotros. Dejemos á,

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la historia ese trabajo, y en su lugar indique-mos lo que conviene hacer para evitar los ter-ribles males que ellos causaron.

Es preciso reconocer que el sufragio es al-go más que una función económica concedidaá los ciudadanos que soportan las cargas delEstado; es preciso que no le juzguemos unagracia hecha por el Gobierno á los contribu-yentes, porque esto equivaldría á cunfundir elderecho electoral con un servicio público; espreciso que investiguemos su naturaleza, yque si después de un detenido estudio nos pa-rece mucho aceptarle como un derecho abso-luto dependiente de la voluntad, convengamosen reconocerle como el derecho político másinmediatamente derivado de los derechos fun-damentales humanos (1).

Es preciso redimir el sufragio universal deese infierno de inmoralidad á que el oro y el•miedo y la ignorancia le han condenado, en-noblecerle, cumplir sus preceptos como los deuna religión, ver en su ejercicio un sacerdocio;la función más noble y elevada de cuantas lasoberanía concede al individuo, y hacer del co-legio electoral un santuario donde todos losciudadanos puedan emitir libremente sus opi-niones sin miedo al enojo de las autoridades,ni á las seducciones del dinero, ni á las ame-nazas de cesantías y sin que puedan prevale-cer sobre la ignorancia los mil elementos asa-lariados pura acarrearla en favor de las dis-tintas candidaturas.

Es preciso evitar que todos los partidos,cuando dirigen unas elecciones, tengan in-mensa mayoría en el país, y que hombres ilus-tres por su historia y por sus talentos, que hoypueden presentar una docena de actas en elCongreso, sean derrotados mañana en el únicodistrito donde se presentaron, por un candi-dato cuyo nombre suena entonces por prime-ra vez en la vida pública; es preciso, en unapalabra, abrir las puertas del Parlamento á laverdadera opinión del país que impotente parasalvar los muchos obstáculos de que los Go-biernos la rodean, permanece muda y silencisa.

A ese resultado, que tanto deseamos, nollegaremos por las elecciones indirectas, quehacen del elector'una máquina inútil, y nos ha-blan de Diputados y Senadores, desconocidoshasta de nombre por los mismos que en pri-mer término los habían elegido, y de corrup-ciones, tanto más fáciles cuanto que la impu-nidad era segura; no llegaremos por el sufra-

(1) Castalar, Discursos políticos.

gio restringido, que estableciendo entre losciudadanos una desigualdad que hace irritan^te y odiosa la desigualdad de fortunas en quese funda, es opuesto al principio de soberaníay ocasionado á contrastes tan raros como elde que pueda ser Ministro, quien tal vez nopuede ser elector; no llegaremos con la elec-ción por gremios, que ha querido desenterrarpara defenderla elocuentemente un reputadojurisconsulto español (1) diciendo que aquelsentido sintético y social del derecho que dioá la Monarquía los Consejos y engendró laConstitución aragonesa, debe llegar á la con-ciliación armónica del individuo y de la socie-dad en el Estado, merced á la elección porgremios; porque los gremios han muerto mu-cho tiempo hace, disipados por los racionalesprincipios de la economía política, y porqueaun existiendo, seria reformar el sufragio enun sentido socialista, del que protesta enérgi-camente la moderna democracia. Páralos quetienen por la más grande prerogativa del ciu-dadano en los pueblos libres la facultad de ele-gir sus municipios y sus legisladores, el reme-dio al peligro combatido no puede ser dudoso:esta es la adopción franca y leal del sufragiouniversal directo, regularizado de tal modoque al mismo tiempo que evite todo abuso fa-vorezca la justa y legítima representación delas minorías.

No recordemos los dias nefastos para la li-bertad, en que los ciudadanos engañados acer-ca del verdadero valor del Sufragio universal,le hicieron descender de la conciencia donde te-nia su altar para revolearle por el lodo; ni juz-guemos á todos los ciudadanos por el ejemplode losv^ue, como Esau por un plato de lente-jas la primogenitura, vendieron por un vasode vino sus opiniones; ni escuchemos álos quenos dicen que á los pueblos no se les puededar derechos mientras no se les eduque, por-que como no los han de educar nunca, lo quese quiere con ese sistema es condenarlos ála ignorancia, y á la esclavitud eterna's; nicreamos que ei porvenir será imagen del pa-sado, sin negar antes la ley del progreso: pen-semos en el sufragio universal enaltecido co-mo una virtud y elevado como una magistra-tura nobilísima; pensemos en el sufragio, uni-versal libre de amenazas y de seducciones, yde influencias, y de caudillajes; pensemos enel sufragio universal, que será la manifesta-ción verdadera de la opinión pública si los go-biernos dejan de dominarle y en vez de falsear

(1) Pérez Pujol, Bl régimM ettcloral.

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su ejercicio le garantizan, siendo inflexiblespara castigar toda coacción; pensemos en elsufragio universal, base de la educación polí-tica de los pueblos libres; pensemos en que enen el porvenir lucirá su grandeza ese sistemaelectoral que se ensayó en algunos países condesgracia, pero que en la adversidad se lia re-generado y ha de venir para ser la redencióndel régimen parlamentario.

Que realizar esta empresa parece difícil, esuna razón más.para que la libertad la acome-ta con energía y constancia. El triunfo es másglorioso, cuanto más difícil; y si el que necesi-tamos conseguir sobre el egoísmo de los Go-biernos y de las absurdas preocupaciones dela reacción no es nada fácil, es en cambio in~dispensabie para no entregar el sistema cons-titucional en manos del cesarismo, ó de laanarquía, que le destruirían por completo. Perosin una gran constancia, nuestro deseo seriainútil de todo punto. La constancia es el pri-mer talento, y la mayor de las virtudes de to-dos los hombresiy de todos los pueblos. A elladebió Thales el haber inventado la filosofía quesus discípulos Anaximandro y Pitágoras en-grandecieron tanto con aquellas sabias doctri-nas, donde aparecían confundidos el misticismooriental y la belleza con que los griegos sabianadornar todas sus creaciones; á ella Roma alhacerse señora del mundo al influjo de aquellaidea de la asociación humana que nace el pri-mer dia de la ciudad de los cónsules y sobre-vive al desplomamiento de aquel imperio, se-rie confusa de crímenes y grandezas; á ellaArquímedes su famoso principio, y el ver conla imaginación rodar al mundo por lá fuerzade una palanca, como Galileo le sentía rodarbajo sus pies; á ella España su independenciaconquistada despues^de una guerra titánica deocho siglos, más grande y heroica que la deTroya, pero menos afortunada, porque no tuvoun Hornero que la cantase; á ella más que ásu géniOj Colon el haber descubierto un mun-do, pues como ha dicho un orador ilustre, siAmérica no hubiese existido la hubiera crea-do Dios solamente para premiar la fé del sa-bio navegante genovés; á ella, en fin, Italia lasuspirada unidad porque tan calorosamenteabogaron Maquiaveloy Savonarola. De la cons-tancia y de la libertad lo esperamos todo. Ellashan de hacer que los pueblos conquisten unaley electoral lundada en estas dos bases esen-oialisimas: sufragio universal directo: justarepresentación de las minorías.

Hemos aceptado como origen único del Po-der supremo ó del Estado, el principio de la

soberanía del pueblo, y distinguiendo la socie-dad política de la sociedad natural ó civil,fundábamos en el pacto ese principio que enla práctica se encarga de realizar cumplida yfielmente el régimen representativo. Perocombatiendo la teoría del derecho divino con-denábamos también la que defiende la sobera-nía absoluta de una Nación, huyendo de san-cionar el dominio de la fuerza sobre todo de-recho y toda aspiración legitima, y decíamosque la soberanía estaba limitada por la razóny por la justicia, contra las que no prevalece-rá jamás poder alguno. Estos límites no sonimaginarios como la reacción pretende; estánseñalados por la mano de Dios en todas lasconciencias y por las Constituciones en todoslos pueblos, y podemos hacerlos infranquea-bles por medio de la representación de las mi-norías.

No quiere esto decir que sean las minoríasdepositarías de la verdad; que la razón estéconstantemente de parte de ellas; que esténlibres de caer en el error; que representensiempre la porción más ilustrada del país; no:lo que significa es que de la controversia detodas las opiniones se deduce más fácilmentela verdad, que de la constante aplicación deun criterio único; lo que quiere decir es quesi las mayorías se equivocan será muy con-veniente que tengan á su lado quien se lo re-cuerde, les cierre con sus consejos el caminode las torpezas, de los desaciertos y de losabusos, y evite así los muchos conflictos quede otra manera podrían ocurrir. Por eso de-fendemos que las Asambleas deben tenerabiertos sus umbrales á todas las minorías,porque no queremos que se oiga solo la voz 'de las mayorías ó la voz de los gobiernos, sinola voz del país, de que aquellas Asambleas sellaman representantes.

¿Se cumple en todas las Naciones este pre-cepto que es de esencia en la aplicación delrégimen representativo? No, por desgracia.En principio todos convienen en que es indis-pensable que el Parlamento sea imagen exac-tísima y perfecta de la voluntad del pueblo.Pero ¿qué vemos en la práctica? Que los par-tidos que ocupan el Poder, logran siempre,previos algunos cambios en. los Municipios,mayorías numerosísimas puestas á su devo-ción y sumisas á sus indicaciones, porque losDiputados ven en el Ministerio el Dios que leshizo de la nada ó el Jesús que los resucitocomo á Lázaro, y que no logran salvarse mu-chas veces otras minorías que las que los Go-biernos quieren, para que hagan coro á sus

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triunfos, ó una oposición á su política que enpúblico aparentan temer, pero de la que serien en secreto.

Estos males necesitan remediarse muypronto. Llamarse Gobiernos representativos,pretender representar los intereses del país,y excluir de las Cámaras, no solo interesesque son respetables, sino partidos que tienenmayoría en la Nación, pego cuyos sufra-gios no lograron prevalecer contra los ma-nejos gubernamentales, es negar las excelen-cias de ese sistema al mismo tiempo que seaparenta pregonarlas; es falsear el sufragiouniversal, haciéndole cómplice de las maqui-naciones y de las intrigas del Poder; es domi-nar la vida política imposibilitando en abso-luto la defensa y propaganda de los partidos;es, en fin, desterrar del campo de la legalidadá las minorías para que perezcan en el aisla-miento ó para que fortalecidas por las perse-cuciones como los cristianos por el martirio,hagan en odio á sus enemigos, de la revolu-ción, el único juez de su causa.

Llegar á este punto es siempre fatal paralos intereses, públicos, y por eso los Gobiernosjustos están grandemente interesados en im-pedir que el exclusivismo en la composición delos Cuerpos Colegisladores haga inútil la mi-sión provechosa del Poder legislativo. Para lo-grarlo, no hay como favorecer la representa-ción de las minorías en ese importante poderdel Estado. Sí. El Poder legislativo, encarga-do de elaborar las leyes y de realizar cuantasreformas útiles reclame la opinión, aceptacomo espíritu de sus decisiones el criterio delas mayorías; pero esas decisiones no padecen,antes se ilustran, si en las Cámaras hay unajusta representación de las minorías y se oyensus opiniones y se aceptan las propuestas quesean útiles ,y beneficiosas. De este modo se lo-gran dos cosas: que la ley se acerque másá la verdad, á la razón y á la justicia, por locual los pueblos la cumplen con mayor res-peto; y que las minorías se disipen si nadasignifican, ó lleguen por el camino de la lega-lidad y de la propaganda pacífica á dominarla opinión pública, si sus ideales son los mismos que la Nación persigue ó los de que sesiente enamorada.

Las ventajas que resultarán de conceder álas minorías la debida representación en losCuerpos Colegisladores son tan valiosas, queno es extraño que los más ilustres publicistasque han escrito acerca de la ciencia constitu-cional las hayan encomiado con entusiasmo.Con este sistema se logra, como Stuart-Millde-

cia, que suba considerablemente el nivel inte-:lectual de las Cámaras, porque se dará entradaen ellas á los hombres más eminentes de la Na-ción, que siempre cuentan con el sufragio delas clases más ilustradas; se hace imposible elindiferentismo y se ennoblece el derecho elec^toral, porque.los ciudadanos, no temiendo quesu voto sea inútil, acudenálas urnas, cualquie-ra que sea la opinión que defiendan; se consi-gue que las Asambleas representen, ademásde los intereses de la política, los de la religión,los de la ciencia y los del comercio, que ten-drán siempre una voz amiga que abogue porellos; se evita que la soberanía sea la fuerza,y se logra que los Gobiernos se engrandezcanó ilustren en esas luchas parlamentarias queson indispensables para fortalecerlos.

Sí; lo ha dicho muy bien el notable escritorá quien ya antes de ahora hemos aludido (1):«Un Gobierno solo puede ser fuerte siéndolo lamayoría en que se apoya y teniendo enfrenteuna minoría vigorosa, arraigadas una y otraen la Nación. Conviene que el poder sea ro-busto, pero no omnipotente: nada hay tan ter-rible como la omnipotencia de los Gobiernosen Asambleas unánimes: son éstas el instru?mentó en que aquellos se suicidan. Y así lafalsificación del sufragio divorciando la socie-dad de la política, debilitando los partidos des-pués de anular las oposiciones, mina la exis-tencia de los Gobiernos.» Estos peligros justi-fican la tendencia irresistible que hay en estosmomentos en todos los países á lograr que lasminorías estén representadas en los CuerposColegisladores, á señalar la parte de repre-sentación que corresponde á cada uno de lospartidas y á cada uno de los diversos interesesque tienen vida propia dentro de la sociedad;á estudiar, en una palabra, la manera de ha-cer esa representación efectiva sin que la ac-ción del Poder legislativo se paralice ni las Cá-maras sean el refugio de la arbitrariedad envez del santuario del derecho y de la justicia.

Pero con ser tan beneficioso el principiode la representación de las minorías, ha teni-do la desgracia de no haber nacido á tiempode evitar muchos de los trastornos que vanocurrridos durante la práctica del sistemaconstitucional. Ese principio es muy moderno.Aunque está probado que no es su inventor elpublicista inglés Tomás Haré, como Laboula-ye pretendía, porque aun sin salir de Inglater-ra, ya antes que Haré, el Duque de Richmon,Macka y algunos otros escritores habían de-

(1) Pérez Pujol, SI régimen electoral.

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fendido la teoría justísima dé que las Cansarasdeben representar á la Nación entera, no 4una parte de ella, siquiera esa parte sea lamás numerosa, es, sin embargó, muy cierto,que esta teoría, en la cual el Gobierno parla-mentario ha de encontrar tan valioso defensorde su duración y de su engrandecimiento, esmodernísima si se atiende á la vida qué el ré-gimen representativo cuenta en la Gran Bre-taña.

Al Brasil, á ese país en cuya Constituciónse consignó por vez primera la división de lospoderes del Estado, que acepta con caracterespropios el moderador como garantía y equili-brio de los otros tres, se debe también la in-vención del principio de las minorías. Estaidea, no menos luminosa, útil y justa que ladel poder neutro, no logra, como ella, ser ad-mitida en la legislación, y encuentra gran nú-mero de impugnadores contra los que la de-fendió su autor el Sr. Becerra Cabalcanti, cu-yos escritos notables por más de un conceptoson los primeros que nos hablan de la necesi-dad de que haya en las Cámaras una represen-tación de las minorías como medio de hacer po-sible el progreso político y de evitar las revo-luciones. Las sabias enseñanzas del Sr. Becer-ra no fueron oidas; el Gobierno brasileño des-deñó aceptar una reforma en la que solo veiael peligro de un cambio de Ministerio, no lasventajas que nadie hoy niega, y el Brasil, quepudo haber tenido una página más de gloriaen su vida constitucional, dejó que Dinamarcasé la arrebatase.

En la ley electoral dinamarquesa es endonde por vez primera vemos establecido yregulado el principio de la representación delas minorías. A propuesta de su Consejo deMinistros le aceptó el rey Cristian IX en 1854,y en el art. 4.° de la Constitución de aquel país,votada el 7 de Noviembre de 1865 y sanciona-da en 28 de Julio de 1866, se determina que laselecciones del Landsthing ó Cámara del paísse verifiquen con sujeción á las reglas del sis-tema proporcional (forhólds fhalsvalg).

A la ley danesa siguen lds trabajos y lapropaganda de Mr. Tomás Haré, el cual, consü libro titulado El sistema del cociente, hizonecesaria la reforma electoral en Inglaterra,á qué no llegaron los conservadores con la leyde 1833, y provocó uno de los movimientos dela opinión más unánime que se ha visto en laGran Bretaña durante el actual reinado. Ladoctrina de Haré encuentra al nacer defenso-res ilustres que no la abandonan hasta dejar-la asegurada con el voto del Parlamento y la

sanción de la Corona; Stuart-Mill la aceptacomo una justicia y no cesa de encomiar susméritos; la prensa se declara en su favor ycensura a los enemigos de la reforma dicien-do «que es propio de los hombres de Estadosaber lo que hay de bueno en las institucionescondenadas á perecer, más bien que obstinar-se en arrastrar el tesoro propio en una barcaabierta para qu# barca y tesoro se hundanjuntos (1).» Y Lord Russell trabaja con ener-gía, aunque con poca fortuna, para conseguirverla puesta en práctica durante su Gobierno.

No lo logró. Pero la reforma era ya máspoderosa que todos los hombres y que todoslos partidos. En 1866, el Gabinete liberal pre-sidido, por Lord Russell se ve obligado á pre-sentar su dimisión porque la mayoría de lasCámaras era contraria al proyecto de ley elec-toral, y en 1867, un año después, el Ministerioconservador de Lord Derby tiene que llevaral Parlamento aquel proyecto, que es acepta-do con entusiasmo. Esa ley electoral de 1867(Therepresentation ofthepeopleaet), que es lavigente en el Reino-Unido, extiende conside-rablemente el derecho electoral, concediendoel sufragio á muy cerca de un millón de ciu-dadanos más de los que antes le ejercitaban,y dispone, para dar representación á \&s mi-norías, que en los condados y burgos que ten-gan tres representantes, los electores no pue-den votar más que dos candidatos; y que en laciudad de Londres, que elige cuatro diputados,cada elector no vote más que tres. De estemodo se haconseguido que todos los partidostengan representación en el Parlamento, por-que ese sistema se practica fielmente, y estohace invisibles los defectos de que adolece. Enese mismo año, el principio "de la representa-ción de las minorías encontró en los Estados-Unidos un elocuente propagandista (2) que ?le-mosiraba la necesidad de aceptar la ley elec-toral de la República del Norte de América enbases más justas de las que la servían de fun-damento, con estas enérgicas palabras: «Elactual sistema de elecciones es injusto en teo-ría y da en la práctica amargos frutos. Pida-mos la adopción de un método más justo delcual tengamos derecho á esperar beneficiososresultados. No consintamos que continúennuestros adversarios atribuyendo á la demo-cracia los inconvenientes de un erróneo siste-ma electoral. ¿Qué dicen en Inglaterra y en elContinente los adversarios de la democracia?

(1) Palabras del periódico liberal ing-lés The Thimes.(2) Skorne.

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Dicen que excluye de la vida política á loshombres más inteligentes, á los que para ma-yor honra y ventaja del país deberían perte-necer á las Cámaras. La reforma que invoca-mos (la de que las minorías estén representa-das) corregirá precisamente estos inconve-nientes, puesto que todas las opiniones queexisten en el país tendrán una representaciónlegítima.»

Ni en la Constitución francesa de 1852, nien el dscreto de 29 de Enero de 1871, ni en laley electoral de 30 de Noviembre de 1875 querige actualmente en la República vecina y enla que se rinde tributo humildísimo al sufra-gio universal, encontramos ninguna disposi-ción que favorezca la roppesentacion.de lasminorías. Mas no es Francia solo la que sigueconducta tan contraria á la esencia del régi-men representativo. Son muchas las Nacio-nes quo aún no han copiado en sus leyes lasteorías sustentadas por Haré, Skerne y StuartMili, pero no hay que temer por la reforma. Suelogio le hacen los beneficios quo produce endonde se practica; todos los partidos liberalesla aceptan, porque como es justa, á todos favo-rece igualmente; y si el espíritu de la reacciónle es contrario, ella sabrá disiparle como en1867 disipó en Inglaterra aquella oposición queparecía invencible.

La Revista de Tribunales ha publicado uncurioso y notable trabajo del Doctor Brunial-ti, titulado: La justa representación de ¡iodos loselectores, del cual entresacamos muchas de lasanteriores noticias; y en él se hace un deteni-do análisis de los sistemas que hoy se empleanpara conseguir que las minorías estén justa yproporcional mente representadas. Estos siste-mas son cuatro: el del voto limitado, el delvoto acumulativo, el del cociente y el de laslistas concurrentes. Consiste el primero, enhacer que las mayorías voten en cada colegioó distrito electoral tantos candidatos menosuno cuantos deban ser los Diputados que eldistrito ó sección deba elegir. De sencillísimaaplicación este sistema, donde como en Ingla-terra fielmente se practica, es ocasionado co-mo ninguno á la falsedad, cuando las mino-rías no tienen la organización debida ó lasmayorías carecen del desinterés á que la leyquiso obligarlas. Supongamos un colegio don-de corresponda elegir cuatro Diputados; lasmayorías votan tres; pero si la minoría nocuenta con la cuarta parte délos sufragios por.estar fraccionada, no logrará representación;¿por qué? Porque á las mayorías les ha de sermuy fácil burlar los deseos de la ley combi-

nando las candidaturas de tal modo, que todoslos elegidos sean de su devoción, sin que apa-rentemente hayan quebrantado las disposicio-nes legales ni negado el derecho de las mino-rías.

Más aceptable que el del voto limitado, aun-que no por completo libre de abusos, es el sis-tema del voto acumulativo que concede á cadaelector, no solo un voto aplicable á los diferen-tes candidatos ó á tantos monos uno cuantosdeban ser los elegidos, sino un número de vo-tos igual al de los representantes que le. cor-responda nombrar para que si lo cree conve-niente pueda acumularlos todos en favor delcandidato de su partido que más seguro tengael triunfo. Medio eficaz de que las minorías es-tén representadas, si bien no en la justa pro-porción que las corresponde, este sistema seha mejorado para conseguirlo con dos modifi-caciones que han de hacer más eficaces susresultados. Consiste la primera en reconoceren los elegidos el derecho de aplicar sus votossobrantes al candidato que los necesite, y lasegunda más razonable y legítima eaautorizará los electores para que en las candidaturaspuedan incluir, después de los candidatos pre-feridos, los nombres de aquellos otros á quie-nes aplicarían sus sufragios en el caso de quelos primeros no lo necesitasen por haber ob-tenido suficiente número de votos.

Se ha dicho que era complicadísimo y ori-ginado á lamentable confusión el sistema delcociente que inventó y defendió Tomás Haré,como el más á propósito para conseguir quetodos los electores tuvieran en las Cámaras larepresentación debida. No hay tal cosa. Divi-d i r é número de los electores inscritos en laslistas de una sección ó distrito por el de loscandidatos que aquella sección deba elegir ylograr que el número resultante sea el de lossufragios que se necesitan para ser elegidos;hacer que cada elector no tenga más que unvoto, pero que pueda escribir en su papeleta,además del candidato preferido, los nombresde los que elegiría si el primero reuniese yael número de votos necesario para el triunfo;declarar electo un candidato desde el momen-to que reúne un número de sufragios igual aldel cociente de que hemos hablado, y aplicarlos votos sobrantes á los candidatos que le si-gan en la papeleta por orden riguroso, podráser complicado para los escrutadores, pero nopara el elector; para el elector este sistema,que en Dinamarca se ha empleado con éxito,será una garantía de que su sufragio vale pa-ra algo, cualquiera que sea la opinión que sus-

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tente, y para el país la certeza de que en losCuerpos Colegisládores ha de estar fielmenterepresentado.

Pero con serlo mucho el del cociente, aunnos parece más preferible y sobre todo más ápropósito para que estén representadas, nosolo la minoría sino todas las minorías, el sis-toma de las listas concurrentes. Fácil es con-vencernos de esta verdad. Al decreto en quese anuncia la celebración de unas eleccionesgenerales siguen siempre muchos trabajosque la Administración realiza para cumplir laley y los partidos para prevenirse y hacer, es-tando preparados para la lucha, más seguroel triunfo ó monos vergonzosa la derrota. Puesbien; por el sistema de las listas concurrentesse logra que los partidos que tienen verdaderoarraigo en el país no dejen de estar represen-tados, y se favorece su organización y propa-ganda, porque exige como preliminar que alempezar las elecciones todos los partidos ha-yan publicado las listas de sus candidatos au-torizadas por los diferentes comités electo-rales.

El sistema es una reforma del del cociente,de que.toma origen. Cada elector puede votarpor los candidatos de una lista ó solamentepor los que elija de entre ellos. Verificada laelección se suman los votos que han obtenidolos candidatos de cada una de las listas publi-cadas: el total de votos se divide por el núme-ro de representantes que deban nombrarse; sevé cuántas veces está contenido el cociente enlos sufragios obtenidos por las distintas listas,y cada una de ellas tendrá tantos candidatoselegidos cuantos indique el resultado de la ope-ración anterior. Este método es sin duda elque consigue mejor hacer que todas las mino-rías estén representadas.

No vamos á decir nada más acerca del prin-cipio de representación de las minorías. Hayquien reconociendo como nosotrosque respon-de á la esencia del gobierno representativo, lecree una utopia, y quien sostiene que los me-dios aconsejados para practicarle, tienen algode la poesía de las matemáticas, y no seránrealizables en tanto no hagamos del electorun sabio. No es cierto. Si el derecho electoralde cada uno debe estar limitado por el mismoderecho en los demás, la representación de lasminorías es justa y legítima. Eso no lo niegan;pero tan absurdo seria negar que esa repre-sentación es realizable porque algunas vecesse haya falseado. Si es esta la base en que sefundan para sus augurios, no acusen de impo-sible al sistema, acusen de inmorales álos que

le falsean. Al lado de la justicia siempre ve-mos alzarse la prevaricación como un fantas-ma sombrío y odioso.

MIGUEL MOYA.

DE LA BELLEZA EN LA MÚSICA.

ANÁLISIS DE LA IMPRE=ION SUBJETIVA DE LAMÚSICA.

(Conclusión.)

Estos escritores se dividen en dos clases.Los unos toman su punto de partida en el

cuerpo humano y explican el poder curativode la música, por el efecto físico de las ondassonoras, que se comunican por medio del ner-vio auditivo á todo el sistema nervioso, y con-siguen la reacción salutífera en el turbado or-ganismo por medio de la sacudida general queresulta. Las emociones que entonces se mani-fiestan no son más que consecuencia de la con-moción nerviosa, puesto que no solo las pasio-nes provocan modificaciones corporales, sinoque estas también pueden por su parte desper-tar las pasiones que les corresponden.

De esta teoría imaginada por el inglésWebb, y adoptada por Nicolai Scheneider,Lichtenthal, J. J. Engel, Sulzer y otros, resul-taría que el cuerpo humano sufre la influen-cia de la música, del mismo modo que los cris-tales, que vibran cuando se producen ciertossonidos.

Para corroborar su sistema, estos autoressuelen citar ejemplos como el del criado deBoyle, cuyas encías vertían sangre al oir afi-lar una sierra. También alegan el hecho, noextraordinario por cierto, de que existen per-sonas tan nerviosas que sufren convulsionessi oyen rechinar el cristal que se rasca con uncuchillo.

Pero eso no es música. El arte y esos fenó-menos fisiológicos tienen la misma base, elsonido, y de esa igualdad de origen sacaremosdespuesiraportantes consecuencias; pero aho-ra nos limitaremos á hacer observar, respon-diendo á los sistemas materialistas, que elarte solo empieza donde concluyen los efectosaislados y puramente físicos con que tantoruido se ha querido hacer, y que la tristezaque excita en nosotros, por ejemplo, el oir unamarcha fúnebre ó un adagio, en nada se pare-

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CP á. la sensación corporal de una sonoridaddiscordante que rechina.

Los autores de la segunda especie, y entreellos Kausch, y la mayor parte de los estéti-cos, hacen intervenir á la psicología en losefectos curativos de la música. Hé aquí su ra-zonamiento. La música despierta en el almaemociones y pasiones que dan por resultadoviolentas sacudidas del sistema nervioso, queprovoca á su vez la saludable reacción (estiloconsagrado) del organismo enfermo. No esfuerza señalar los efectos de esta argumenta-ción, y no obstante, la escuela que llamanpsicológica la defiende contra la materialista,su predecesora, con tal tenacidad, que llega ánegar con el inglés Whytt, despreciando to-das las" ley es de la fisiología, la conexión delnervio auditivo con los demás nervios, sinapercibirse de que así se hace imposible quese trasmita la excitación recibida por mediodel oido. '

Seguramente no va descaminada la idea deprovocar en el hombre con la música emocio-nes ó sentimientos determinados, como elamor, la melancolía, la alegría ó la cólera,con objeto de ejercer por su influencia efectobienhechor en la salud. Pero al recordar es-to, recordamos siempre el gracioso juicio emi-tido por uno de nuestros más célebres natura-listas sobre las cadenas eleciro-magnétieas deGoldberger. Dice: «No está demostrado que unacorriente eléctrica pueda curar ciertas enfer-medades; pero sí lo está que no se encuentrani rastro de electricidad en las cadenas deGoldberger.» Lo mismo diremos á nuestrosdoctores en música: «Es posible que ciertasemociones produzcan la crisis favorable enuna enfermedad, pero no lo es excitar esasemociones con la música, en cualquier tiempoy á medida de nuestro deseo.»

Las dos teorías, psicológica y fisiológica, es-tán de acuerdo, en que partiendo de un prin-cipio dudoso, llegan por medio de deduccionesmás dudosas aún, á la menos cierta de lasconclusiones prácticas. A un verdadero mé-todo curativo convendrían demostracioneslógicas, y no puede menos de ser desagrada-ble para los que preconizan éste, que los mé-dicos no se hayan decidido todavía á recetarque se vaya á una representación del Profetaen los casos de tifus, ó se sustituya la lancetacon el cuerno de caza.

En suma, el efecto de la música sobre elcuerpo humano, no es ni tan poderoso, ni tanseguro, ni tan independiente de otras condi-ciones psicológicas y estéticas, ni, en fin, tan

fácil de producir á cada instante, que puedadársele importancia como medio curativo.

Cualquiera curación que se consiga pormedio de la música tiene carácter de caso ex-cepcional, y su éxito no puede atribuirse sola-mente al tratamiento musical, pues dependetambién de condiciones especiales del cuerpo ydel espíritu; más aún, quizá en un todo indivi-duales. Es de notar que el único verdadero casode emplear la música en medicina es "cuandose aplica en casos de locura, y se funda preci-samente en la parte moral del efecto musical.Pero entonces la feliz influencia de los sonidosno consiste en conmover físicamente el siste-ma nervioso del enfermo, ni en la excitaciónde sus pasiones; se emplea en absoluto comocalmante, distrayendo á veces sombrías pre-ocupaciones y á veces cautivando por completo la mente sobreexcitada. Claro es que el locono percibe en la pieza de música más que suparte material; pero cuando escucha con aten-ción, en la manera de asimilarse lo que oye,hay algo que pertenece á la estética.

Ahora bien: ¿cómo han contribuido todasesas obras médico-musicales al estudio cien-tífico de nuestro arte? Confirmando la exis-tencia de una gran agitación física en todoslos movimientos del alma, emociones ó pasio-nes, provocadas por la música.-Si está proba-do que una parte integrante de esos movrmientos morales es física, fuerza será deducirque si el fenómeno observado se produceprincipalmente en nuestro sistema nervioso,hay también que examinarlo bajo el punto devista corporal. El músico no puede, por lo tan-to, fijar su opinión sobre la cuestión concreta-sin darse antes cuenta del estado actual de laciencia en cuanto á la parte fisiológica de lacorrelación entre la música y los sentimientos.

Del trayecto que debe recorrer una melo-día para producir efecto en el alma, ya cono-cemos lo que basta, la parte que existe entreel instrumento productor del sonido y el ner-vio auditivo, gracias sobre todo á los descu-brimientos de Hemholtz, expuestos en su «Teo-ría délas sensaciones musicales.» (Lehre vonden Tonempflndungen.) La acústica señala conexactitud las condiciones exteriores en quepercibimos cualquier sonido distinguiéndolode otro: la anatomía, con ayuda del micíroscó-pio, nos revela la extructura del órgano deloido hasta en sus más sutiles detalles: la fisio-logía, en fin, que no puede practicar directa-mente experiencias sobre esta maravilla dearquitectura, diminuta, delicada y profunda-mente oculta, ha conseguido descubrir cómo

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funciona, en parte con certeza, y en otra par-te, ayudada de una hipótesis formulada porHemholtz, que acaba de explicar con claridadperfecta todo lo perteneciente á la fisiología,en las sensaciones que los sonidos producen.En grado más elevado aún, en el terreno enque la historia natural está muy próxima á laestética, las investigaciones de Hemholtz pro-yectan Juz vivísima sobre la cuestión, antestan oscura, de las consonancias de los sonidosy sus mutuas atracciones.

Pero al llegar á este punto acabaron nues-tros conocimientos positivos. Queda sin expli-cación lo más importante en nuestro concep-to, á saber: la acción nerviosa, por medio dela cual la sensación del sonido se convierte ensentimiento, estado del alma. La fisiologíasabe que lo que percibimos como sonido, es unmovimiento molecular producido en la sus-tancia nerviosa, y que los órganos centraleslo sienten tanto por lo menos como el del oido.Sabe que las fibras del nervio acústico corres-ponden con las de los otros nervios y les tras-miten las impresiones recibidas por ellas mis-mas: que el oido está en directa relación conel cerebro, el cerevelo, la laringe, el pulmóny el corazón. Pero ignora la manera especialcon que la música obra sobre los nervios, yaun más, lo que corresponde en esta parte ácada uno de los factores musicales, acordes,ritmos, instrumentos, etc., según su natura-leza y según también la de los nervios que lareciben. La sensación acústica ¿se reparte en-tre todos los nervios relacionados con el ner-vio auditivo, ó solamente entre algunos, y conqué intensidad? ¿Cuáles son los elementos mu-sicales que afectan más particularmente alcerebro, á los nervios que conducen al cora-zón, á los que van á los pulmones? Cierto esque la música de baile causa un extremeci-niiento en todo el cuerpo y especialmente enlos pies, por ejemplo, en los jóvenes cuyo tem-peramento no esté todavía refrenado por losusos de la civilización. Negar la influenciafisiológica de la música de baile, ó de unamarcha, y querer 'atribuir esa influencia ex-clusivamente á una psicológica asociación deideas, seria mostrar parcialidad. Lo que hayde psicológico en la música de baile es el re-cuerdo del placer sentido en circunstanciasanálogas, y esto no necesita explicación. Perono se hagan ilusiones; no se mueven los piesporque aquella sea música de baile: hay quevolver la oración por pasiva, y decir: es debaile esa música, porque pone los pies en mo-vimiento.

Observad en la ópera; veréis á la señorasacompañando con movimientos de cabeza lasmelodías de ritmo sencillo y rápido, pero nolos adagios, por conmovedores y melodiososque Sean. ¿Habráque deducir que algunos ele-mentos de la música, y sobre todo el ritmo,influyen en los nervios motores, cuando otrossolo hacen efecto en los del sentimiento? ¿Enqué caso estos, y en qué otro caso aquellos,son los que se impresionan? (1). El plexus so-lar, considerado tradicionalmente como lugarpreferente de sensación, ¿siente de un modoparticular el efecto de la música? ¿Sucede lomismo á los nervios simpáticos de los quenos decia Purkinje, que lo mejor que tienenes el nombre? Lo que hace que una sonoridadsea halagüeña y provocativa, y otra parezcapura y agradable, es la regularidad ó irregu-laridad en las ondulaciones del aire; la acús-tica nos lo enseña: lo que hace que los sonidosque se oyen juntos tengan consonancia ó di-sonancia, ef la regularidad ó irregularidad desu marcha elemental-(2). Pero estas explica-ciones, más ó monos naturales, de las sensa-ciones auditivas, no pueden satisfacer al esté-tico: necesita la del sentimiento, y á su vezhace estas preguntas: ¿En qué consiste que"una serie de sonidos consonantes produzcanla impresión del dolor, y que la de la alegríaresulte de otra serie de sonidos consonantestambién? ¿En qué se fundan los diversos esta-dos de alma, á veces de irresistible energía, áque dan lugar acordes ó instrumentos distin-tos, pero de sonoridad de igual pureza bajo elpunto de vista armónico?

La fisiología es incompetente, al monos asílo creemos, para resolver estos problemas.¿Cómo podría hacerlo? No sabe de qué modohace derramar lágrimas la pena, ni cómo laalegría excita á reir. ¡No sabe lo que son ale-gría y dolor! Guardémonos, pues, de pedir so-

(1) Carus explica el estímulo para el movimiento, supo-niendo el punto de partida del nervio auditivo ea el core"velo, que es según él donde reside la volición. De la com-binación de uno y otro, deduce los especiales efectos de lassensaciones del oido sobre nuestros sentimientos. Esto noes más que una hipótesis muy dudosa, pues no está demos-trado que el origen del nervio auditivo se encuentre en elcerevelo.

Harless atribuye únicamente á la percepción del ritmoindependientemente de la sensación audititiva, el mismodeseo de movimiento que á la música rítmica, lo cual nosparece desmentido por la experiencia —Véase R. Wagnér^Handworterbuch der Physiologie (Lexicón de Fisiología), enla palabra Horen.

(2) Hemholtz, Lehre von den Tommpflndungen, segundaedición, 1810, p. 319.

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luciónos á una ciencia que no sabría darlas (1).El sentimiento provocado por la música,

debe ciertamente referirse á la manera espe-cial con que la impresión acústica afecta losnervios de cada persona. Pero; cómo la exci-tación del nervio auditivo, á cuyo origen nohemos podido llegar nunca, pasa á ser sensa-ción determinada; cómo se convierte en esta-do de alma la impresión corporal, y la sensa-ción en sentimiento, eso es lo que queda siem-pre más allá del tenebroso puente que los mássagaces exploradores no han po dido traspa-sar: un enigma tan viejo como el mundo, elde la relación del alma con el cuerpo, so pre-senta de mil diversos modos: la esfinje no des-cenderá nunca de la alta roca (2).

Lo que la ciencia déla música puede to-mar de la fisiología, es muy imp ortante paraconocer las impresiones auditivas. Grandesprogresos pueden realizarse todavía en esteestudio especial; pero no hay en éi nada ánuestro entender al menos, de verdadero in-terés para la gran cuestión de la música.

De todo esto resulta en cuanto á la estéticamusical, que los teóricos que establecen elprincipio de belleza en los sentimientos, se

•extravían por completo, están perdidos bajoel punto de vista científico, pues se condenaná ignorar la relación cuyos té rminos hemosindicado; si la adivinan ó reconocen, será fue-ra de sus doctrinas. Nunca podrá derivarseel verdadero carácter de la música, de supunto de partida sentimental. El crítico nofija en modo alguno el valor de una sinfonía,explicando las impresiones que sintió al escu-charla; tampoco se consigue enseñar la me-nor cosa al que aprende co mposicion, toman-do el sentimiento por base de las lecciones.Sobre todo, este último punto merece tomarseen cuenta, pues si la relación de cada senti-

(1) Uno do nuestros fisiólogos más eminentes, Lotze,dice en su Psicolpgia medical (p. 231): «Examinando aten-tamente la naturaleza de la melodía, llegaremos á confe-sar que no sabemos absolutamente nada de las condicionesen que el paso desde los nervios -de una forma de la excita-clon á otra, puede constituir base física del estudio de lossentimientos estéticos que con tanta intensidad provocanlas sonoridades sucesivas.> En otra parte, hablando ile laimpresión grata ó enojosa que resulta muchas veces al escuchar un único sonido, dice (p. 236): «No es del todo impo-sible indicar el punto fisiológico eu que radican estas sen-saciones; la dirección en que modifican la acción nerviosaes harta desconocida para que podamos deducir la intensi-dad del placer ó el pesar que sentimos.»

(2) La confirmación reciente y notable de estas pococonsoladoras verdades, se encuentra en el discurso pronunciado por M. Dubois-Reymond en el Congreso de Naturalis.taa de Leipzig, en 1873.

miento con una marcada ó especial forma deexpresión fuese tan exacta como quieren de-ir ó debiera ser, para alcanzar la importan-la que se le concede, no habría nada tan fá-;il como conducir al que estudia, en brevísi-

mo tiempo, á las más elevadas regiones delarte. Más de uno ha querido hacerlo. En elcapítulo tercero de su Perfecto director de or-questa, Mattheson explica lo que hay que ha-cer para traducir en música el orgullo, ladesesperación, la piedad, todas las emociones,todas las pasiones en fin. Las ideas musica-les destinadas á expresar por ejemplo los celos, deben «tener algo de terrible, contrariado,lastimero.» Esto es muy práctico, y sobre todomuy concreto. Otro profesor del siglo pasado,Heinchen, da en su obra titulada Generalbass,nada menos que ocho hojas de ejemplos ano-tados, en que demuestra cómo se expresa conla música «la furia, una disputa, la magnifi-cencia, la angustia, el amor (1].» No falta áestas recetas nada más que la fórmula de laCocinera casera: «Se toma un... sentimiento,»ó el famoso: «se menea bien antes de servir-lo.» Siempre tan loables esfuerzos dan un re-sultado: el de hacer constar que las reglasespeciales del arte son siempre demasiadoamplias ó demasiado estrechas.

Estas reglas sin base, por medio de lascuales se pretende hacer que de la músicanazcan sentimientos á medida del deseo, tan-to monos pertenece á la estética, cuanto queel resultado apetecido no es exclusivamentedel dominio de esta ciencia, sino corporal,pues no hay parte que pueda desmembrarse.Debia haber la receta estética que enseñase •al oanpositor á realizar la belleza en la mú-sica, y no cómo puede despertar ciertas sen-timientos en el auditorio. Es fácil convencersede la completa ineptitud de aquellas reglas, alconsiderar cuan preciso seria que fuesen mi-lagrosas para ser eficaces. Porque si el efectomoral de cada elemento de la música fueseconstante, necesario y demostrable, se podriatocar como en un piano en el alma de cadaoyente. Y aunque eso fuese posible, ¿se habria

(1) Lo más notable en este género son las recomenda-ciones que á los compositores hace en sus Pensamientos »o-bre la granmásica (1811) p. 34, el Consejero íntimo y doc-toren filosofía, Von Bocklin, el cual, entre oíros mucho3,formula este precepto de claridad admirable: «Si se quiereexpresar el sentimiento de un hombre ofendido, es forzosoque salga de la música, fuego soure fuego, estrépito sobreestrépito, todo puEamenta estético, y un canto noble de ex-tremarla viveza: preciso es expresar el furor en las notasdel centro, y que la mente del que escucha reciba clioquesterroríficos.»

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conseguido el objeto del arte? La cuestión, re-ducida á estos términos y así propuesta, se re-suelve por sí sola, negativamente. La bellezapuramente musical es la única y verdaderafuerza del artista; sobre esta base marcha conpaso ñrme entre las invasoras olas del tiempo,donde pronto naufragaría si no tuyiese parasalvarse más recurso que la doctrina del sen-timiento, pues esta no le tendería la mas pe-queña tabla de salvación.

Ya vemos que el conocimiento de un únicoy solo elemento; la acción de los sonidos sobreel sistema nervioso es lo que sirve para re-solver nuestros dos problemas. «¿Por qué ca-rácter especial se distingue el efecto de la mú-sica sobre el sentimiento?» Y «ese carácterespecial ¿es, ante todo, de naturaleza estéti-ca?» Ese carácter explica el por qué la músicaexcita sentimientos de un modo tan poderosoé inmediato; en comparación con las otras ar-tes cuyo material no son los sonidos.

Mientras la parte corporal, es decir, pato-lógica, tenga más preponderancia en los efec-tos de un arte, más pequeña parte deja á laestética. Pero esta reciprocidad no es verda-dera. Es preciso, por lo tanto, que entre laproducción y la comprensión de una obra mu-sical resulte otro elemento que represente laparte estética pura de la música, y se aproxi-me á las condiciones usuales de belleza quecomparte con las otras artes, como para quecontraste con la excitación de los sentimien-tos por la música. Esta es la pura contempla-ción. Examinemos ahora la forma particularbajo la cual aparece en la música, así comotambién las múltiples relaciones que la liganá nuestra vida moral.

EDUARDO HANSUCK.

ALMERÍA.

Leves girones de nieblael etéreo espacio cruzan,y envuélvese el horizonteen vagas tintas oscuras...cual luminarias brillantesde las veladas nocturnaslas erráticas estrellasen el cielo se dibujan,y en su espejo cristalinorefleja la mar cerúleael melancólico rayode los lampos de la luna

que, á intervalos, entre nubessu claro fulgor oculta,cual recatada doncellavelando sus formas, púdica.El dulce soplo del céfiro,que agita las verdes juncias,con blando rumor suaveplácidamente murmura,y reclinada Almeríasobre las arenas húmedas,recibe el beso del piélago,como en amorosas nupcias.--¡Oh! patria; cuando al recuerdode tus pasadas venturas,rápida la fantasía,mi amarga tristeza endulza,entre las sombras perdidode tu alcazaba moruna,tus antiguos torreonesy tus destrozadas tumbasreconstruyendo tu historiamiro tus rotas'columnas,tus soberbios alminaresy tus bizantinas urnas,y escucho las armoníasde las muslímicas guzlas,y el ronco canto' del muézinresonando en las alturas.En el mudejar palaciolos negros ojos fulgurande la enamorada esclava,que llora su desventura,y en los altos miradores",envuelta en flotante túnica,como una sombra fantásticase divisa su hermosura.En dorados pabelloneslucen sus formas ebúrneaslas gallardas odaliscas,con oriental vestidura,y en el granítico bañola hermosa sultana ocultaoye los dulces concentos .de las melodiosas músicas...—Hoy... todo huyó; tus alcázares,tus góticas sepulturas,tus esbeltos minaretesy la altiva media-luna.En las torres de tus templosse eleva la cruz augustaque abre sus desnudos brazoscon amorosa dulzura:sobre el duro pavimentolanza su luz moribundatriste lámpara, que apenasel arco macizo alumbra;

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en las sombras de las navesparece que se saludan,silenciosas inclinándoselas marmóreas esculturas,y en los tenebrosos zócalosy del muro en la penumbra,fingen fantásticas danzasmil caprichosas figuras...!

Mas ya el albor matutinaBorra las tintas confusasdel dilatado horizonteque los celajes enlutan,y el sol, con los áureos rayosde su cabellera fúlgida,colora la blanca estelade las rizadas espumas,en tanto que de las avesla bulliciosa repúblicacon melancólicos trinosá la alborada saluda...!—Adiós, patria; el triste bardoque tu dulce sueño arrulla,siente palpitar el pechocuando tu nombre pronuncia;que si pasó tu grandezay tus hazañas innúmeras;si no ostentas los palaciosde romana arquitectura,ni las soberbias basílicas,ni las caladas agujas,ni bóvedas, ni pirámides,ni cariátides, ni cúpulas,ni intercolumnios, ni pórticos,ni rotondas, ni pinturascon que otros pueblos las páginasde sus anales ilustran,tienes un cielo de amoresy angelicales criaturas,que con sus rasgados ojosy su divina hermosura,te proclaman la sultanade la región andaluza!

PLÁCIDO LANGLE.

MISCELÁNEA.

CURIOSIDADES DE LA MONEDA.

El empleado de Banco que vio una ventajacompensadora en la aprobación del proyectode ley para la acuñación del peso de plata,porque los pagos en ese metal serian tan vo-luminosos y pesados que moderarían las de-mandas sobre esas instituciones en los casosde pánicos ó quiebras, como que habría de ha-cerse uso a veces de carretillas de mano paraconducir el dinero, el tal empleado, decimos,fundaba sus observaciones en el conocimien-to de lo que sucedía á los comerciantes suecosdel siglo pasado. El principal medio de cambioen esa época en Suecia era el cobre ó calderi-lla, y el cobrador de las casas de comerciocuando salia á cobrar siempre llevaba carre-tillas de mano. En algunos Estados de la Amé-rica central, hoy dia la moneda corriente esla calderilla, en piezas tan graneles como losmedios duros de plata de este país y como loscentavos de cobre de ahora veinte años. EnCádiz, á principios de este siglo, no corríaotra moneda que los duros de plata columna-rios, y los dependientes de casas de comercio,cuando iban á la cobranza ó pago de cantida-des grandes se hacían acompañar de un ga-llego ó mozo de cordel, notables por su fuerzade resistencia.

La inconveniencia de semejante medio decambio no era para estimular el tráfico, resul-tado que se propusieron alcanzar los esparta-nos sin duela, cuando batieron moneda dehierro. El medio de cambio en tiempos másremotos todavía, era el ganado, pues Horneronos informa á menudo que las armaduras desus héroes valian tantas mas cuantas cabezasde ganado. Y no falta quien asegure que lapalabra pecunia se deriva del latin pecus, ga-nado. Sir H. S. Maine, en su interesante His-toria primiMta de las Instituciones, demuestraque contándose por cabezas, resultó la vozeapitár, peculio, caudal. También se ha hechouso antiguamente de la piel de los animalescon ese mismo fin, diciéndose que la monedade cuero corría en Rusia hasta la época dePedro el Grande; y en Cartago, antes de ladominación de los romanos.

En no lejanos tiempos de nosotros corríaentre la gente pobre de la opulenta ciudad dela Habana una moneda de hoja de lata, quebatían con un punzón y que circulaban entresus parroquianos los taberneros y especieros.En el interior de la isla, en Puerto-Príncipepor ejemplo, corría la misma moneda, siendoa menudo, frecuentemente, el medio de cam-bio los huevos de gallina y las velas de .cerasin blanquear. En Méjico se dice que circulabaantiguamente el maíz, y en Noruega los ce-reales se depositaban en los Bancos, se dabany recibían en préstamo. Es sabido, que asícomo los indios de este país usan el wampumó caracol, los naturales de las islas del Pací-fleo, ó parte de ellos, se valen de la mismaclase de moneda para sus cambios, exportán-dolo en grandes cantidades de las islas Maldi-

Page 32: REVISTA EUROPEA. - Ateneo de Madrid...en sus Problemas de moral social. extraordinario. Hoy nos toca observar, cómo las circunstancias favorecían en la Metrópoli el desarrollo y

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vas y Laquedi vas. Entre los nativos de lasFijii circulan los dientes de ballena, de los cua-les los encarnados valen más.

La'introducción del oro americano en Eu-ropa reemplazó la plata como medida comúnde valores, posición que ocupaba desde el rei-nado de la reina Isabel de Inglaterra. Los fran-ceses emplean el término arget (plata) en elsentido de dinero, circunstancia que manifies-ta la posición que en otro tiempo tenia esemetal en Francia. Un sabio de dicha Naciónopina que en la antigüedad el medio circulan-te entre las tribus, no era otro que los instru-mentos de piedra, fundándose en la circuns-tancia de que estaban hechos de.una materiaque no se encuentra en la región donde se handescubierto. En la época colonial de este paísservían como moneda las balas de plomo y eltabaco, y en la guerra civil, las boletas de losferro-carriles, los sellos de correo y aun lasherraduras de hierro. Las aceitunas son toda-vía medios de cambio en algunos países sobreel Mediterráneo. En ATitioquía y en Alejandríase usaron en otro tiempo talentos de madera.El plomo aun pasa por moneda en Burmah.

Los peniques de estaño se batieron en 1680reinando Carlos II de Inglaterra, y se les in-sertó un botón de cobre en el medio para difi-cultar su falsificación. Usáronse hasta 1691,aunque no circularon nunca generalmente.Monedas de estaño se emplearon en lo antiguoen Java y en Méjico, y se dice que aún circu-lan según su peso en el estrecho de Malaca.El Gobierno ruso, que posee las principalesminas de platino, empezó á acuñar moneda deese metal hace cincuenta años; pero habrádiez y siete que abandonó la acuñación. Laapariencia del metal es inferior á la del oro, yel hecho de que raras veces ó nunca se hausado para adornos, acusa contra su uso. Noobstante eso, en la conferencia monetaria ce-lebrada en París el año de 1867, propuso el re-presentante ruso que se emplease el platinopara la acuñación de las piezas de 5 francos.

Casi todas las formas imaginables se hanadoptado en todos tiempos para acuñar lamoneda, desde el botón de oro ó el grano dePondicherry, hasta los triángulos y mediasesferas de la moneda macuquina y la cimitar-ra ó media luna de Pérsia. El Austria consi-dera provechosa la acuñación del peso de pla-ta de María Teresa, con el diseño y fecha ori-final de 1780, por su gran aceptación al Norte

el África y el Levante. Cuando los inglesesemprendieron la expedición á Abisinia lleva-ron centenares de miles de esos pesos.

RAZAS EN RUSIA.La raza slava de la población rusa, según

han averiguado geógrafos alemanes el añopasado, sube á'58.1)49.395, la no slava del Im-perio á 13.421.087 almas, haciendo un gran to-tal de 71.470.482. Entre la porción no slavaque reside en Polonia no se permite hablarotro idioma en las iglesias, escuelas, tea-tros, etc., que el de la raza dominante, ó elslavo.

BIBLIOGRAFÍA.

El apostolado déla mujer desde el origen delcristianismo hasta nuestros días, por el P. Ven-tura Ráulica. Tomo 1.° Un volumen de 352 pá-ginas en 8.° francés. Barcelona, 1879. Tipo-grafía de la Academia. Oliver y compañía edi-tores.

Se vende al precio de 8 rs.

La filosofía de Sehopenhauer, escuela pesi-mista, por Th. Ribot, doctor en letras. Tra-ducción de M. A.

Un volumen de 250 páginas en 8." prolon-gado, que constituye el tomo 8.° de la Biblio-teca Salmantina. Salamanca, 1879. Imprentade D. Sebastian Cerezo, editor.

Se halla de venta, al precio de 10 rs., en lacasa editorial de Medina: Madrid, Campoma-nes, 8, principal.

Amor y matrimonio, por P. J. Proudhon;traducción del francés por ü. A. López Llase-ra. Un tomo de 290 páginas en 8.° prolongado,de la Biblioteca Jane. Barcelona, Jane herma-nos, editores.

Se vende en Madrid, al precio de 12 rs., enla casa editorial de Medina, Campomanes, 8,principal.

Arte y corazón-, comedia, en un acto v es-crita en "prosa, original de D. José de Fuentesy D. Joaquín Arjona y Lainez, representadacon extraordinario éxito en el teatro de Apo-lo, de esta corte, á beneficio de la actriz seño-rita Contreras, el 19 de Febrero último.

Se halla de venta, al precio de 4 rs., en lacasa editorial de Medina, Campomanes, 8,principal.

La política castellana, noticias históricas yconsideraciones acerca de su origen, caráctery vicisitudes hasta el final de las Comunida-des, por D. Alvaro Gil Sanz.—Un tomo en 8.°prolongado, de 328 páginas, que constituye eltomo YII de la Biblioteca salmantina.—Sala-manca, 1878.—Imprenta de D. Sebastian Ce-'rezo, editor.

En Madrid se halla de venta al preciode 12 rs. en la casa editorial de Medina, Cam-pomanes, 8, principal?