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REVISTA EUROPEA. NÚM. 204 20 DE ENEUO DE '1878. AÑO v. LA TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN EN SUS RELACIONES CON LA FILOSOFÍA NATURAL. No hay doctrina, desde hace más de diez anos, que se haya apoderado tan vigorosamente) do la atención general, ni que tau vigorosamente haya removido nuestras más íntimas convicciones, como la teoría nuevamente restaurada de la evolución y la filosofía monística que con ella se re'aciona. Únicamente por medio de ella se puede resolver la cuestión de las cuestiones, la cuestión funda- mental entre todas, de lacolocación del hombre en la naturaleza. Siendo el hombre la medida de todas las cosas, los últimos fundamentos, los más altos principios de toda ciencia, _ dependen natural- mente del lugar qus nuestros progresos en el cono- cimiento del mundo señalan al hombre mismo enla naturaleza. Sabido es que á Garlos Darwin es á quien prin- cipalmente debe la actual doctrina de la evolución su situación preponderante. El fue, en efecto, el primero que rompió la dura capa de hielo de las preocupaciones reinantes, animado por la misma idea de la unidad de desarrollo del mundo que, en el siglo \\ltimo agitaba á nuestros más grandes pensadores y poetas, á cuya cabeza se d^be colocar á Kant y Goethe. Al fundar su tooria de la selec- ción, la doctrina del escogimiento natural en la lucha para la existencia, ha dotado Darwin de só- lidas bases la parte biológica, la más importante de la teoría general de la evolución, que ya al prin- cipio de nuestro siglo empozó á conocerse con el nombre de derivación da los seres ó teoría de la descendencia. En vano la vieja filosofía de la naturaleza fue combatida otras veces por esta última; ni Lamarck y G-ooffroy. Saint-liilaire en Francia, ni Oken y Sshelling en Alemania han podido hacerla triun- far. Cincuenta años hace hoy precisamente que Oken inauguró en Munich sus lecciones académicas sobre la doctrina dela evolución. Este mismo profundo zoólogo y filósofo entusiasta fuó quien, impulsado por su ardiente deseo de unificar la ciencia, convo- en lena, en ] ;22, el primor congreso de los natu- ralistas alemanes. Sólo por esto tiene ya un perfec- to derecho á nuestro reconocimiento. TOMO XI. La filosofía natural no podia entonces hacer otra cosa que dirigir el plan general y colocar las primeras piedras del gran edificio de la unidad de desarrollo. Los materiales necesarios para su ejecución se han reunido después, gracias á los es- fuerzos de un enjambre do operarios laboriosos y asiduos. Una prodigiosa literatura, un notable perfeccionamiento en los métodos de indagación-. 1 constituyen la prueba más clara de los asom*Br(5 lt sos progresos de las ciencias naturales durante él citado periodo de tiempo. Pero también la exten- sión ilimitada del campo de observación y la di- visión de trabajo que ha sido su consecuencia, han contribuido á la funesta dispersión de las fuerzas; el interés inmediato de las observaciones de detalles ha hecho olvidar completamente -el más elevado fin de la averiguación de las leyes'ge- nerales. «* Durante la época más floreciente d-e ésas activas indagaciones, de 1830 á 185Í), las dos principales ramas de la historia natural han parEidó de:prin- cipios diametralmente opuestos. (Consideremos en primer lugar el desarrollo de la tierra. Desde 1830, desde la publicación de los PríMipios de geología de Lyell, la idea de que nuestro'-planeta no exis- tia por un acto de creación sobrenatural, que no habia pasado por una serie de revoluciones tan ra- dicales como místicas, sino que más bien se habia ido formando poco ít poco, naturalmente, por oon- sectSencia de un desarrollo progresivo y no inter- rumpido, sefuó extendiendo cada vez más. ' En la historia del desarrollo de los seres vi- vientes, por el contrario, se concedió la mayor con- fianza al antiguo mito inadmisible, seguri el ; cual cada especie animal ó vegetal, á ejemplo d>ei hom- bre, debió ser creada con independencia de las de más. Estas creaciones se sucederían en series, sin lazo alguno de filiación entre ellas. Tan chocante contradicción entre las doctrinas, —la teoría del desarrollo natural de los geólogos y el mito de la creación sobrenatural de los natu- ralistas,—ha sido resuelta por Darwin en 1859 en favor de los primeros. Desde entonces no tenemos inconveniente en admitir que la formación y las trasformaciones de los seres vivientes que habi- tan nuestro globo, obedecen á las grandes leyes eternas do una evolución mecánica, como la tierra misma, como todo el sistema del mundo. Hoy no tenemo3 ya necesidad, como sucedió ha- 5

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 204 20 DE ENEUO DE '1878. AÑO v.

LA TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN

EN SUS RELACIONES CON LA FILOSOFÍA NATURAL.

No hay doctrina, desde hace más de diez anos,que se haya apoderado tan vigorosamente) do laatención general, ni que tau vigorosamente hayaremovido nuestras más íntimas convicciones, comola teoría nuevamente restaurada de la evolución yla filosofía monística que con ella se re'aciona.

Únicamente por medio de ella se puede resolverla cuestión de las cuestiones, la cuestión funda-mental entre todas, de la colocación del hombre en lanaturaleza. Siendo el hombre la medida de todaslas cosas, los últimos fundamentos, los más altosprincipios de toda ciencia, _ dependen natural-mente del lugar qus nuestros progresos en el cono-cimiento del mundo señalan al hombre mismo en lanaturaleza.

Sabido es que á Garlos Darwin es á quien prin-cipalmente debe la actual doctrina de la evoluciónsu situación preponderante. El fue, en efecto, elprimero que rompió la dura capa de hielo de laspreocupaciones reinantes, animado por la mismaidea de la unidad de desarrollo del mundo que, enel siglo \\ltimo agitaba á nuestros más grandespensadores y poetas, á cuya cabeza se d^be colocará Kant y Goethe. Al fundar su tooria de la selec-ción, la doctrina del escogimiento natural en lalucha para la existencia, ha dotado Darwin de só-lidas bases la parte biológica, la más importantede la teoría general de la evolución, que ya al prin-cipio de nuestro siglo empozó á conocerse con elnombre de derivación da los seres ó teoría de ladescendencia.

En vano la vieja filosofía de la naturaleza fuecombatida otras veces por esta última; ni Lamarcky G-ooffroy. Saint-liilaire en Francia, ni Oken ySshelling en Alemania han podido hacerla triun-far. Cincuenta años hace hoy precisamente que Okeninauguró en Munich sus lecciones académicas sobrela doctrina de la evolución. Este mismo profundozoólogo y filósofo entusiasta fuó quien, impulsadopor su ardiente deseo de unificar la ciencia, convo-có en lena, en ] ;22, el primor congreso de los natu-ralistas alemanes. Sólo por esto tiene ya un perfec-to derecho á nuestro reconocimiento.

TOMO XI.

La filosofía natural no podia entonces hacerotra cosa que dirigir el plan general y colocar lasprimeras piedras del gran edificio de la unidadde desarrollo. Los materiales necesarios para suejecución se han reunido después, gracias á los es-fuerzos de un enjambre do operarios laboriosos yasiduos. Una prodigiosa literatura, un notableperfeccionamiento en los métodos de indagación-.1

constituyen la prueba más clara de los asom*Br(5lt

sos progresos de las ciencias naturales durante élcitado periodo de tiempo. Pero también la exten-sión ilimitada del campo de observación y la di-visión de trabajo que ha sido su consecuencia,han contribuido á la funesta dispersión de lasfuerzas; el interés inmediato de las observacionesde detalles ha hecho olvidar completamente -elmás elevado fin de la averiguación de las leyes'ge-nerales. «*

Durante la época más floreciente d-e ésas activasindagaciones, de 1830 á 185Í), las dos principalesramas de la historia natural han parEidó de:prin-cipios diametralmente opuestos. (Consideremos enprimer lugar el desarrollo de la tierra. Desde 1830,desde la publicación de los PríMipios de geologíade Lyell, la idea de que nuestro'-planeta no exis-tia por un acto de creación sobrenatural, que nohabia pasado por una serie de revoluciones tan ra-dicales como místicas, sino que más bien se habiaido formando poco ít poco, naturalmente, por oon-sectSencia de un desarrollo progresivo y no inter-rumpido, se fuó extendiendo cada vez más.' En la historia del desarrollo de los seres vi-vientes, por el contrario, se concedió la mayor con-fianza al antiguo mito inadmisible, seguri el; cualcada especie animal ó vegetal, á ejemplo d>ei hom-bre, debió ser creada con independencia de las demás. Estas creaciones se sucederían en series, sinlazo alguno de filiación entre ellas.

Tan chocante contradicción entre las doctrinas,—la teoría del desarrollo natural de los geólogosy el mito de la creación sobrenatural de los natu-ralistas,—ha sido resuelta por Darwin en 1859 enfavor de los primeros. Desde entonces no tenemosinconveniente en admitir que la formación y lastrasformaciones de los seres vivientes que habi-tan nuestro globo, obedecen á las grandes leyeseternas do una evolución mecánica, como la tierramisma, como todo el sistema del mundo.

Hoy no tenemo3 ya necesidad, como sucedió ha-5

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ce catorce años en el Congreso de los naturalistas•n Stettin, de reunir las pruebas de la nueva teo-ría de la evolución fundada por Darwin. El cono-cimiento de esta verdad se ha abierto camino dela manera más aatisf atoria; y en el campo da la»indagaciones, en el vasto estudio ds las formas or-gánicas ó morfología, se le reconoce ya por todaspartea como la base más importante de esta cien-cia. La anatomía comparada y la embriología, lazoología y la botánica sistemáticas, no pueden yaprescindir de la teoría de la descendencia. Ellasolamente puede aclarar las misteriosas relacionesde las innumerables formas orgánicas entre ai, esdecir, ajustarías á sus causas mecánicas. Sus se-mejanzas se explican como la consecuencia natu-ral, como una herencia de una forma de ascenden-cia común; y sus diferencias como el efecto nece-•ario de una adaptación á las diversas condicio-nes de existencia. Únicamente por la teoría de ladependencia se explican tan sencilla como natu-ralmente los resultados de la paleontología, de lacoro ogíay de la aekologia (1); únicamente por ellacomprendemos la razón de ser de esos órganosrudimentarios tan notables, de esos ojos que noven, de esas alas que no vu»lan, de esos músculosque no se contraen, de todas esas partes inútilesdel cuerpo que embarazan la teleología reinante.Esos órganos demuestran claramente que la con-formidad con el fln, en la extructura de las foxrmaa orgánicas no es general ni perfecta; no proce-den de un preparado plan de creación, pero hansido necesariamente producidos por el encuentroaccidental de causas mecánicas (2).

El que ante hechos tan importantes «xigierahoy todavía pruebas en favor de la tsoría de ladescendencia, sólo demostraría una cosa: su faltade conocimientos y de luces. Muy distinta cues-tión será pedir pruebas exactas y verdaderamenteexperimentales. Esta exigencia que á menudo seha manifestado proviene del error muy generali-zado de que todas las ciencias naturales puedenser ciencias exactas. Y solo hay verdaderamenteuna parte muy pequeña de las ciencias dé la na-turaleza que sea exacta: la que se funda'en lasmatemáticas; en primer lugar, la astronomía y laalta mecánica; después la mayor parte de la físicay de la química, una buena parte de la fisiología ysólo una pequeñísima porción de la morfología.

(1) Coro logia, tratado de la diseminación geográfica,y topográfica de los organismos. CEkología, tratado dela habitación, de los medios de existencia y de las r»<laciones de los organismos entre ai.

(2) La disteología es el tratado d* los órganos rudttmentarlos en cuanto se oponen & la conformidad son elfin de la doctrina de laa eausai finales ó teleología.

E n este ú l t imo dominio biológico, los fenómenosson demasiado complicados, demasiado variablespara que podamos, en general, emplear el métodomatemático. Por más que se pueda exigir en prin-cipio fundamentos exactos y hasta matemáticospara todas las ciencias, y por más que se admitala posibilidad, es absolutamente imposible satis-facer esta condieion en casi todas las ramas de labiología. El método histórico, histórico-filosófi-co, reemplaza en. ellas, con preferencia, al métodoexacto físico-matemático.

Esto es cierto, sobre todo en "morfología. Noj llegamos, en efecto, al conocimiento científico de

las formas orgánicas, sino por la historia de undesarrollo. El gran progreso de nuestra época enesta parte de la ciencia consiste en que hemo3 lle-vado la inteligencia y el objeto de la historia deldesarrollo, infinitamente más lejos de lo que sehabia visto antes de Darwin. Hasta él sólo seconsideraba con el nombre de desarrollo del indi-viduo organizado, lo que hoy llamamos embriolo-gía ú ontogonía. El botánico estudiaba la plantanaciendo del grano, el zoólbgo la formación delanimal en el huevo; uno y otro creian, al haceresta historia embriológica, dar por terminada lacuestión morfológica. Nuestros más grandes em-briólogos, Wolff, Baer, Remack, Schleiden y todala escuela formada por ellos hasta estos últimostiempos, nunca han comprendido más que la em-briología individual. Hoy se nos presentan muydistintos los misteriosos fenómenos de la embrio-logía. Ya no son enigmas incomprensibles: vemossu profunda significación. Según las leyes de laherencia, los diversos estados que el embrión re-viste á nuestros ojos en un corto espacio de tiem-po, no son más que una repetición condensada yabreviada de los cambios de forma correspondien-tes, que los ascendientes del organismo conside-rado han sufrido en el trascurso de muchos milesde años. De un huevo de gallina, puesto en lamáquina de incubación, vemos salir, al cabo deveintiún dias, un pollito; ya no nos quedamos mu-dos de asombro ante los cambios mihgroso» quenos conducen desde ana simple célula ovular á lagastrula de doble lámina, de esta al embrión ver-miforme y acéfalo, y de este último á las formasembrionarias más elevadas, que realizan la orga-nización de un pez, de uu anfibio, de un reptil, yfinalmente de un pájaro.

La conexión inmediata, original, que existe en-tre la embriología del individuo y la historia ge-nealógica de sus ascendientes, constituye nuestraley Mogenética fundamsutal, y se formula en estacorta frase: la imbriología es un compendio de lagenealogía, con las Ieye3 da la herencia por condi-ción. Este resumen palingenésico no se altera mo-

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mentáneamente sino cuando interviene, por efec-to de la adaptación á las condiciones de la vidaembrionaria, modificaciones cenogenéticas.

El sentido filogenético de los fenómenos em-briológicos ea hasta ahora la única explicación quese puede dar, explicación confirmada en el másalto grado y completada por los resultados de laanatomía comparada y. de la paleontología. A laverdad, todo esto no puede probarse exacta ni ex-perimentalmente. Porque todos esos -datos bioló-gicos, por la naturaleza misma de las cosas, supe-ran á las ciencias naturales históricas y filosóficas.Su objeto común es conocer los hechos históricosque, en el trascurso de muchos miles de años, sehan presentado en la superficie de nuestro planetamucho tiempo antes de la venida del género hu-mano. Su comprobación inmediata y exacta sehalla fuera de los límites de lo posible.

Sólo por el empleo crítico de los archivos histó-ricos, por una especulación tan . prudente comoatrevida, es dado aproximarse directamente á laverdad. La filogenia utiliza los documentos y losapreeia, según el método de las demás cienciashistóricas. Del mismo modo que el historiador,p»r medio de crónicasJ de biografías, de cartasparticulares, nos reseña fielmente sucesos ocurri-dos hade mucho tiempo; así como el arqueólogo,por el estudio de las esculturas, de las inscripcio-nes, délos utensilios que encuentra, llega á cono-cer el estado de civilización de un pueblo quehace mucho tiempo desapareció; de igual maneraque el lenguista nos demuestaa, comparando laslenguas afines, sea en un estado actual, sea en susmás antiguos monumentos literarios, que se handesarrollado y que proceden de una lengua madrecomún; así el naturalista, por el empleo crítico delos archivos filogeiióticos de la a'natomía compara-da, de la ontogonía, de la paleontología, llega áconocer aproximadamente los hechos que en eltrascurso de incomensurables períodos han produ-cido cambios en las formas de la vida orgánicasobre nuestro globo.

La historia genealógica de los organismos, ó lafilogenia, no puede descansar sobre bases másexactas ni más experimentales que su hermanamayor y más favorecida la geología. Y sin e-mbar-go, el valor científico de esta última está hoy re-conocido por todo el mundo. Sólo el ignorantepuede sonreír todavía de incredulidad al oir ase-gurar que las imponentes montañas de los Alpes,cuyas crestas, cubiertas de nieve, brillan de lejos>i nuestros ojos, no son más que légamos marinospetrificados. La estructura extratificada de aque-llas montañas y los fósiles que encierran no ofre-cen ninguna otra expiicaeion, si bien esto no pue-de probarse de una manera exacta.

Hoy lodos los geólogos se hallan conformes enadmitir una sucesión, una clasificación determi-nada de los lechos alpestres; y, sin embargo, setrata de un sistema estratigráfico que no existepor completo en ninguna parte sobre la tierra.Nuestras hipótesis filogenéticas, ¿no tienen el mis-mo valor que las hipótesis geológicas generalmen-te admitidas1? La única diferencia que hay entraellas consiste en que el vasto conjunto hipotéticode la geología es incomparablemente más comple-to, más sencillo, más fácil que el de la filogenia.

Las ciencias naturales históricas, la geología yla filogenia constituyen un lazo sólido entre lasciencias naturales exactas por una parte, y lasciencias de carácter puramente histórico, por otra.Por esto la biología en general, pero especialmen-te la zoología y la botánica sistemáticas se elevanverdaderamente al rango de historia natural, titulode honor que llevan desde hace mucho tiempo,pero que sólo hoy merecen. -Si estas mismas cien-cias se designan todavía muchas veces; hasta ofi-cialmente, como ciencias naturales'• descriptivas,por oposición á las ciencias explicativas, únicaJ

mente se prueba con ello cuan falsa idea sé ha tét*nido hasta ahora de su verdadera misión. Deicteque el sistema natural de los organismos es eonsi-*derado como la expresión de su árbol genealógico,la sistemática, tan seca en sus descripciones, hacedido el puesto á la historia más viva de la ge-nealogía de las clases y de las especies.

Cualquiera que sea el valor que concedamos alinmenso progreso de la morfología, no basta porsí solo á explicar la acción extraordinaria de ladoctrina actual do la evolución en la ciencia ge-neral, -ó filosofía natural. Esta influencia dependenjés bien, como es sabido, de las especiales conse-cuencias de la teoría de la descendencia aplicadaal hombre. La cuestión secular del origen de nues-tra especie se halla por primera vez resticl ta porella en un sentido científico. Si la doctrina & láevolución es verdadera en general, si realmentehay una genealogía natural é historia de los seres,el hombre también, el rey de la creaaion, procedede la rama de los vertebrados, de la clase de losmamíferos, de la subclase de los plácentenos,del orden de los monos. Ya en 1735 se clasificabaal hombre entre los monos y los queiropteros en elorden de los primados. Posteriormente ningúnzoólogo ha podido separarlo de los mamíferos.Conclusión: este lugar que unánimemente se Le hadesignado en clasificación, solo significa filogené-sicamente que es una rama de aquella clase: deanimales.

En vano se ha pretendido destruir tan signifi-cativa consecuencia de la doctrina de la evolución;en vano se ha tratado de hacer una excepción, en

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favor del hombro; en vano se ha construido paraél una línea de ascendencia separada del árbol ge-nealógico de los vertebrados. Los documentos fi-logenésicos de la anatomía comparada, de la onto-genia y la paleontología, hablan demasiado clara-monte en favor de una derivación i'mica de to-dos) los animales vertebrados, procedentes de unsolo origen común, para que podamos dudar toda-vía. Ningún lengiiista que compare, admite laposibilidad de que lenguas como el alemán, elruso, el latín, el griego y el indio, tan diversas,sin embargo, procedan de diferentes lenguas ma-dres. Más aun; todos están conformes, por conse-cuencia del estudio crítico de la estructura y deldesarrollo de esas distintas lenguas, en afirmarque todas ellas proceden del arianO ó indogermá-nico. Del mismo modo todos los morfologos se ha-llan convencidos de que todos los nartebrado?,desde el amphioxus hasta el hombre inclusive, deque todos los pecas, anfibios, reptiles, pájaros ymamíferos, descienden do un solo Vertebrado pri-mitivo. No se puede suponer, en efecto, que lascondiciones vitales, tan diversas, tan complexas,que por una larga serie de procesos evolutivoshan conducido á la creación de un vertebrado-tipo, se hayan producido más da una vez en elcurso de la tierra.

Para nuestro tema sólo interesa lo concernienteal origen animal del hombre. No nos detendre-mos, pues, en los estados inferiores de nuestra ge-nealogía. Únicamente recordaremos de- paso, quelos más altos grados S3 hallan hoy sólidamente establecidos, gracias álos praaiosos trabajos da excelentas moi-f >logo3 eu cuya primara fila figuran Ge-genbaur y Huxley.

Es verdal que todavía suele afirmarse quo sólose trata de la procedencia, del origen del cuerpohumano, y no de nuestras facultades intsleatua-les. Para refutar esta sari a objajion, debemos,anta todo recordar el heaho fisiológico de quonuestra vida está inseparablamonfca ligada á la or-ganización de nuestro sistorni nervioso central.Además, éste se hailadispuojto y se desarrolla co-mo el de los vertebrados suparioras; ssgua las ave-riguaciones da Huxl :y, las diferencias de estructuraentredi cerebro del .íombra y el de los monos superioros, son mucho minoras qua las qua existan porol mismo concepto entre los monos superiores yloa inferioras. Por otra parts, la función ó el tra-bajo do un órgano no se concibe sin el órganomismo: y la función se desarrolla siempre simul-táneamoufce con el órgano.

listamos, pues, obligados á admitir que nues-tras facultades psíquicas sa han desarrollado len-t'i, gradualmente en relación con la edificaciónfílogenésica do nuestro cerebro.

Por lo demás, la gran cuestión del alma se nospresenta hoy bajo muy distinto aspecto que haceveinta años y aún die;?. De cualquier modo que serepresente la unión del alma y el cuerpo, del es-pírituy la materia,] resulta claramente déla teo-ría de la evolución qua toda materia orgánica,por lo monos, sino toda materia en general, se ha-lla en cierto sentido provista de propiedades in-tale¿tuale3. Los progresos de las indagaciones mi-croscópicas nos han enseñado, que las partes ana-tómicas elementales de los órganos, las célulasposean en general una vida individual psíqui-ca. Desde hace cuarenta años, es decir, desde laépoca en que Sehleiden fundó en lena la teoríacelular del reino vagétal, teoría que fue aplicadaenseguida al reino animal por Schwasin, atribui-mos á los seres mi eróse ípicos una vida individualpropia. Son los verdaderos individuos de primerorden, loa organismos elementales, según Brücke.La fecunda aplicación quo Virdron ha hecho ensu Patología celular de la teoría en cuestio.n á lamedicina en general, supone qua las células nodeben ser consideradas .como materiales inertes,pasivos del organismo, sino como ciudadanos vi-vos y activos de un'mismo Estado.' Esta manera de ser so apoya, en fin, en el estu-

dio de los infusorios, amoebas y otros organismosuni-celulares. En las células únicas; viviendo ais-ladas, encontramos las mismas manifestaciones devida psíquica, sensación y pércepjion, voluntad ymovimiento, que entre los animales superioresconstituidos por numerosas células. Lo mismo enlas células sosialas que en las solitarias, la vidapsíquica reside en una sustancia importantísima,el protoplasma. Vemos aún que algunos organis-mos de ios más rudimentarios, simples partículasde protoplasma desunidas, poseen igualmente sen-sación y movimiento como la célula entera. Segúnesto, dábamos admitir que el alma celular, basede la psicología científica no es más que un com-puesto, es decir, la suma de la? propiedades psí-quicas da las moléculas protoplásmicas, cuyas mo-léculas son consideradas como factores elementa-les da toda propiedad vital. Son, por decirlo así,los átomos orgánicos los átomos de los • fisió-logos.

E. HAECKEL.

(GoncluArá )

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TEORÍA DEL VALOR.

INTRODUCCIÓN.

Siempre se ha propuesto el espíritu humanoproblemas que no podia resolver, y la audacia desus pretensiones ha estado constantemente en ra-zón directa de su ignorancia, en lo cual no ha he-cho sino ceder, oreemos á un exee30 de ardor, de-bido á su naturaleza generosa: pero desgraciada-mente ese mismo ardor, excitándole á conocerlotodo, le arrastraba de igual moio á la presunciónde sabsr o todo, lo cual constituye su gran debi-lidad; porque el mayor enemigo de la ciencia es:la presunción de saber lo que se ignora, puestoque, poseído el espíritu por e3a presunción, desis-te de todo trabajo en busca de la verdad.

Hasta poco há relativamente, no ha comenzadoá saber el espíritu humano, y la ciencia que posea ya, la debo en gran parte á la moderación desus aspiraciones, y esta á su vez, á que, des-pués de haber ejercitado sus fuerzas durante mu-cho tiempo, conoció mejor su alcance; á que lasmuchas decepciones y caidas le enseñaron á cono-cerse menos mal así mismo; y en fin, á que cadadia es más libre.

Un hecho que parees induda'ble, á quien juzguesin espíritu do partido y sin pasión, es que desdeel principio de esta siglo 'en particular, las cien-cias físicas y las naturales han progresado conmucha mayor rapidez que las morales y políticas;cuyo hecho no puede explicarse, puesto qus ca elmismo espirita el que se aplica á todas esas cien-cias á la vez, sino por la circunstancia de que esmás moderado y más libre cuan do se aplica á lasprimeras que cuando á las segundas. En efecto,las ciencias físicas no implican nada sobrenatu-ral; para cultivarlas no hay necesidad de exaltar-se hasta el delirio, hasta el éxtasis, es decir, des-conocerse y desnaturalizarse; y el espíritu no en-cuentra ningún obstáculo que pueda irritar sulegítima susceptibilidad; así que se posee mejory dispone con mayor facilidad de todas susfuerzas.

No le sucede lo mismo cuando se aplica á lasciencias morales y políticas; puesto que, respecto áÓ3tas, se puede creer muy bien, que se ha propues-to problemas insoluoles, ó indeterminados cuandomenos; y tan cierto es esto, que, en cuanto á algu-nos de ellos, ha dejado de estudiarlos, suponiendoque. habian sido sugeridos por un poder de sumisma naturaleza, sí: pero infinitamente superior,el cual solo podia comprenderlos y darles solución.

Nosotros no podemos dejar de considerar comouna peligrosa irregularidad del espíritu, el hábitoirracional, y de ello tenemos aun muchos ejem-plos, de hacer intervenir al Ser Supremo en lascuestiones más ó menos científicas que se agitan,afirmando en su nombre lo que la razón uo puededemostrar ni comprender.

De cualquiera manera que sea, el espíritu hu-mano deja de ser libre, si no en sí mismo, en susmanifestaciones, cuando estudia las ciencias mo-rales y políticas. Se priva de su libertad respectoá estas ciencias, encerrándose por voluntad propiaen un recinto del cual no osa salir, al crearse mé-todos estrechos y opresivos; ó colocándose á re-molque de las instituciones políticas al recibir suconsigna, ó al expresarla. Nadie le obliga á respe-tar á Demócrito ó Pitfigoras; puede reírse cuantola plaza del horror de la natura.1 eza por el vacío:pero, difícilmente podrá discutir con impunidadun santo en Ñapóles, otro en Zaragoza, etc., ni áMahomet en Constantinopla, ni la ortodoxia grie-ga en Rusia, ni, la república donde haya monar-quía, ni ésta donde haya república. Cuando no esla autoridad quien pone obstáculos á esas manifes-taciones, son las costumbres mucho más opresivasen ciertas circunstancias, que la autoridad. Deahí que, al paso que las ciencias físicas y natura-les se desarrollan rápidamente á la luz del dia, ycon aplauso general, las ciencias morales y políti-cas se mueven lentamente en medio de los escollosque encuentran en su marcha por un lado; en laoscuridad con que las rodean como de concierto laautoridad y las costumbres, por otro. No debe,pues, admirar á nadie que la moderación y la to-lerancia se hallen en el espíritude las unas, y laintemperancia en el de las otras.

tero libre ó no, el espíritu humano, jamás re-nuncia á su pretensión de conocer, á manos que,como en la India, haya sido conducido á una in-movilidad estúpida, adorándose á si mismo en suspropias concepciones, sin atreverse á examinarlas.Pero según que es ó no libre, le lleva en los esfuer-zos que ¡lace por satisfacerse, la reflexión ó la ru-tina, la paciencia ó la precipitación, la moderaciónó la calara, y los resultados que obtiene son por locomunmente correspondientes á los medios que em-plea. La historia de nuestro siglo es un testimo-nio inequívoco que prueba esa verdad. ¿Se hanvisto jamás sistemas puramente ¡científicos, másracionales, al mismo tiempo que utopias socialesmás insensatas? Eso por lo que hace á la especula-ción pura. En cuanto á los resultados obtenidospor sus aplicaciones, el testimonio es más patenteaun: por una parte, el vapor, los camino? de hier-ro, la electricidad, el alumbrado de gas, la foto-grafía, las máquinas, etc.; por el otro, las revolu-

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ciones, la guerra, la persecución, la miseria...Arrastrado en ejos dos sentidos, tan naeasario eluno como el otro, -y tan estraahamanta solidarios,poro á loa cuales no puaia obadacar con igual faci-lidad, el espirita humano sa muave como un carro,cuyas ruadas jugarán con mayor dificultad de unlado qua del otro, y que, en lugar de avanzar enHnea racta, describiera esa curva que los geóme-tras llaman espiral.

No hay que dudarlo; bajo el imperio da seme-jantes circunstancias se ha formado nuestra edu-cación, y también nuestras creencias; y no se creaque depende da nuestra voluntad evadir la^ conse-cuencias correspondientes á tal estado da cosas,no: no hay nadie qua no participa en gran escalade la influencia da las craanaias comunas, hasta da1¡M más irracionales; txlos estamos imbuidos, pa-nsti-ados, alimentados con ellas, y nos tienen so-metidos hasta en Io3 esfuerzos que hacemos paradestruirla. ¡Cuántas inteligencias de las mássuperiores no se ven dominadas por las preocupa-ciones de su época, tanto, si e3 que no más, comola masa ignorante, cuyas tradiciones desdeñan!Tn=tisfcimo3 sobre e3ta consideración, porque hemoaexperimentado en nosotros mismos los obstáculossin numero qus han opuesto á nuestros estudioslos hábitos arraigados é inconscientes, que se opo-nían á la marcha de nuestro limitadísimo espí-ri tu.

Cuando Descartes imaginó su duda metódica ytotal, so dejó arrastrar por una desgraciada ilu-sión. Suponer que podemos librarnos instantánea-menta de toda creencia, es desconocer qus las«rueneias hacen cuerpo con nuestra inteligencia yqua no es más posible despojarnos de todas ellasá la vez para tomarlas después una á una, que des-pedazar nuestra persona para rehacerla en seguiday formar un ser más armónico. Cuando pode-mos discutir una creencia, es señ>l do que no latenemos ya ó que no la hemos tenido nunca, ó porlo minos, que se ha apoderado la duda de nuestroespíritu. Cuando poseemos realmenfca una creen-cia, sucede todo lo contrario: se nos impone, nossubyuga, nos tiraniza, y ¡cosa más humillantepara nuestra soberbia razón! no comprendemoscómo. Figurémonos una locomotora inteligente,sensible, amante de la naturaleza y con deseosvehementes de reposar á la sombra de los frondo-sos bosques, que limitan la vía qua día so ve obii"gada á recorrer; pues bien, se presenta á su vistaun delicioso jardín, y ansiando reposar en él,.re-dobla sus esfuerzos, devora el espacio! ¡Vanosdeseos! Sus ruedas se hallan cautivas por I03 rails,que la obligan á marchar en su dirección, y el jar-din desaparece á sua espaldas. Como la locomoto-ra, nuestro espíritu, amante de la frescura y del

encanto de la verdad, hace esf uerzo3 para poseerla;pero, cautivo porlog rails da su» hábitos y crean-cias, so aleja da olla con frecuencia en el momentoqus oreo alcanzarla.

Podemos, es verdad, precavernos más y más desemejante desdicha; paro, para conseguirlo, oí ne-cesario aplicar una lógica más severa á loj proaa-dimientos de invaatigaaion; es necesario desconfiarde todo lo que no sabamos con perfecta claridad,y, en caso de duda, buscar en las apariencias enganosas, que han podido alucinarnos, las contra-diciones que dan motivo á la duda; porque todoerror implica necesariamente alguna contradic-ción, á menos qua proceda de uno de esos juiciosa priori, no autorizado por la razón, cuya falsedadó eartaza no es posible probar. Semejantes juiciosdeban desecharse desde luego, puesto qua no llo-van en sí mismos esa evidencia que necesita larazón para creer, sin abdicar su dignidad; acep-tarlos sólo porque no se pueda probar su falsedad,equivaldría á reconocer implícitamente, que uninocente era culpable cuando no sa pudiera justi-ficar de una acimcion.no probada;

Nosotros no creemos qua haya errores indife-rentes, y mucho monos útiles, necesarios, conso-ladores: todo error es siempre un mal; así qua, nopodemos ver sin pena, que se alimente en generalel espíritu de I03 niños con ficciones máa ó mánoaingeniosas, paro, al fin, con ficciones; como si nopudieran hallar grfl-cia y encanto los niños sino enesos cuantos absurdos que truncan incesantementeel sentido común y la razón. Lo cierto es que lainteligencia tiene su economía natural, como elcuerpo de todo ser viviente, como la sociedad,como el mundo físico, como todo lo qua es organi-zado, y como cada una de las funciones de que secompone todo cuerpo organizado. Desgraciada-mente se conocen mal las leyes á que obedece esaeconomía, y no son ni pueclon ser por eso mismotan respetadas cual convendría lo fuesen. jQuódiriamos da un individuo que se entretuviera enintroducir guijarros en el engranaje de una má-quina muy ¿delicada, ó sustancias que sabia eranvenenosas en su estómago? Que estaba loco, diría-mos; pues cosa muy parecida hacemos constante-mente con nuestra inteligencia, llenándola deerrores ó de cosas inútiles, á pasar de conocer que,procediendo así, perturbamos profundamente sueconomía. Hemos dicho que todo error implicacontradicción, y no puede ser de otro modo, por-que todas las verdades deben fortificarse recípro-camente, ó por lo monos no combatirse; al pasoque todo error deba combatir alguna verdad bienestablecida. Cuando dos creencias, hablamos delaa creencias en general, son incompatibles, deci-mos que se contradicen, y que la una por lo menos

N.° 204 X . . . TEORÍA DEL VALOR. 71

es falsa. Para reconocer cuál de las dos lo es, si nolo son ambas, es preciso que nos remontemos hastasu origen, en la seguridad de que, procediendoasí, si procedemos bien, reconoceremos que dobenprecisamente su existencia á una falta de lógica óá una temeridad injustificable, según que sean de-ducciones ó inducciones.

Es, pues, muy claro que, cuantas más verdadesposeamos, mayor lia de ser el número de contra-dicciones que implique el error, y más fácil notareste, por lo mismo. No puede dudarse que se po-seen bastantes verdades morales y políticas paradar á las ciencias á que pertenecen un carác-ter de suficiente certidumbre: pero desgraciada-mente no se ha procedido con bastante severidadal hacer uso de ellas, y de ahí que en ambas abun-den las contradicciones. Bastaría, pues, que des-aparecieran todas esas contradicciones, por mediode análisis rigorosamente lógicos, para que esasciencias progresaran en armonía y con la mismarapidez que las físicas las cuales, á pesar de ser deépoca muy reciente relativamente, se hallan con-siderablemente más adelantadas.

Hemos aplicado ese método á las diferentes teo-rías del Valor, dadas por catorce de los economistasde más nombradla. Si el resultado de núes tro traba-jo vale alguna cosa, será debido exclusivamente ála aplicación de ese método, no á nuestras fuer-zas, cuya debilidad es muy grande. Al decir quehemos aplicado eso método ¿las diferentes teoríasdel valor, nos creemos escusadoa de añadir que lohemos aplicado á la Economía política, puesto quela palabra valor resume toda esta ciencia segúnafirman Tos más eminentes economistas, uno de loscuales Bastiat dice: "La teoría dol valor es á laEconomía política lo que la numeración á laarit-mética."

Al aplicar ese método, esto es, al desprendernuestras creencias económicas de todas las con-tradiciones que hallamos en los autores más acre-ditados, hemos tenido que luchar con nuestrospropios hábitos tomados del depósito ó fuentecomún; y claro es, que semejante tarea debió pa-recemos muy poco grata; porque esos mismos há-bitos son generales, y no tiene nada de agradableincurrir en la nota de perturbador de los hábitosde todos. Además esa tarea era muy peligrosa paranuestra razón, porque la razón se extravía con fa-cilidad cuando se separa de la de todos los demás.Creemos, sin embargo, haber vencido todas esasdificultades; puesto que, respecto á los principiosfundamentales é indiscutibles de la ciencia, esta-mos de acuerdo con todos esos autores.

Más que ninguna otra cuestión, la del Valor, senos presenta como el origen principal y casi úni-co de todas las contradicionea en que incurren los

economistas. Jamás nuestra razón habia estadosatisfecha de las definiciones que de él se nos handado; así que, siempre las recibimos á reserva deexplorar algún dia las oscuridades que entrañan.Muchas veces hemos comenzado eae trabajo; peroobligados á desistir de nuestro empeño por otrosdeberes más apremiantes, no verificamos entoncessino algunos reconocimientos sobre el terreno.Esta vez hemos llegado hasta el fin, y creemos po-dernos lisongear de no haber perdido nuestrotiempo; puesto que ahorraremos, por lo monos álos que quieran seguir la vía que dejamos abierta,el fastidio, por decirlo así proverbial,Sque la Eco-nomía política, y especialmente la cuestión delvalor, produce á los neófitos de la ciencia.

La cuestión del valor, con sus oscuridades ycon tradiciones, se halla colocada al umbral de laciencia económica, como una especie de dragónmitológico, cuyo sólo aspeeto basta para alejar átodos aquellos á quienes un ardor excepcional porella no apasiona Es preciso, pues, matar el mons-truo.

Creyendo que el valor era debido á una calidadde las cosas que estaban provistas de él, se le h»buscado bajo la forma de esa ealidad, y no ha-llando en esas cosas sino las calidades que res-ponden á nuestras ideas de utilidad y de riqueza,se le ha confundido con ellas; creyendo con razónque procedia comunmente del trabajo, sufriendola influencia de la abundancia y la rareza, se leha confundido con el trabajo y la rareza; deter-minado por el cambio, se le ha creido que el cam-bio era condición esencial de su existencia; sin,embargo, no faltan quienes persisten en hallarlosin él. Teniéndole por conmesurable, jamás seha jjodido decir cómo se mide, ni con qué ins-trumento; en fin, viéndole como compañero in-separable de la riqueza, se afirma con razón, quelos pueblos son tanto más ricos, cuanto poseenmás valores: pero, como se afirma al mismo tiem1

po y con razón también, que los pueblos se enri-quecen, á medida que, perfeccionando los proce-dimientos de la producción, bajan los valores delos productos, se cree ver una contradicción en esadoble afirmación, y de ahí que se establezca: quelos pueblos pueden á la vez ganar en riqueza yperder en valor, ó vice-versa, lo cual equivale áestablecer que pueden enriquecerse y empobrecer-se á la vez.

Hó ahí cuanto los economistas nos dicen respec-to al valor; así que un profesor de Keims, de granmérito por otra parte, ha dicho, no há muchotiempo á su auditorio, que pudo creerle bajo supalabra: que los metales preciosos y la moneda no,representaban por sí mismos riqueza; y Bastiat,en sus armonías, pág. 13S, dice: "En una palabra,

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nengañados por e3ia loeueion elíptica: el oro valeittanto, el trigo vale tanto; han creído ver en lanTD.at3ria vina cualidad llamada valor, como el fí-nsico reeonoca en ella la impenetrabilidad, la gra-nvedad, atributos negados por algunos. Sea de esto.Jo que quiera, yo le niego el valor, n

No siendo po3Íbla estudiar la Economía políticasino en los autores que incurren en semejantescontradiciones, la generalidad de los hombres es-tudiosos se familiariza con sus ideas y se habitúaá su modo de pensar; concluyendo, como los mís-ticos, por creer que se cree lo que esos autores di-cen. Este fenómeno se presenta, en verdad, contodos los caracteres del misterio; sin embargo,, ni :la autoridad ni las costumbres prohiben diseutir.-á Adam Smitti y J.'B. Say, á Málfchus yBieardo,á Rossi y Bastiat. ¡Que saíia' si lo prohibieran!Pero la Economía es una ciencia moral ypolítica,y reciba necesariamente la influencia de los méto-dos que dominan'las ciencias del; mismo género;además, todas las ciencias son:solidarias entre sí,y reciben más ó menos esa misma influencia..

Para evitar en nosotros esa inluenpia," si es quela hemos evitado, como creemos, hemos prescindi-do cuidadosamente, al ocuparnos del valor, de to-dos esos juicios a priori, que conducen fatalmente:á la contradicion; y, sortietien'd'oerobjeto de núestro estudio al método puramente ..experimental,esto es, interrogando á los hechos el secreto do sunaturaleza, hemos, hallado: que el valor no ei unapropiedad ó calidád'de lás-ebsas, como la "exten-sión, la gravedad ó el ealór;fque no es conmensu-rable como esas propiedades, por consiguiente; asícomo hallamos también, que implica necesaria-,mente una medida, puesto que se expresa en can-tidad; y de ahí, que no pueda ser otra cosa que elresultado ó la expresión de una medida, la expre-sión de la medida de la riqueza.

Hasta, á nuestro juicio, la más sencilla- refle-xión para que se corra el velo qne ha ocultado laverdad de nuestra conclusión. En efecto. ¡,No es lariqueza lo que la sociedad produce, distribuye yconsiime? No se afirma por todos que la Economíapolítica tiene por objeto la riqueza bajo esos tresconceptos? Luego, 31 algo se mide en este or-den, ha de ser necesariamente la riqueza. En otrocaso, esto es, sin medirla, jeómo se la distribui-ría'? No caba dudarlo, la riqueza es lo que se midecon ocasión del cambio; y ol valor .lio es otra cosaque la expresión de esa medida; lo cual hacemosver cómo se verifica, y la razón entonces, así loesperamos, quedará perfectamente satisfecha.

El valor'no tiene, púas, nada de misterioso, áno ser que nosotros nos hallemos dominados poruna prodigiosa iluaion. El dragón que prohibía laentrada en la ciencia económica, ha huido ante la

débil luz dé. una cerilla; y en lo sucesivo, tal esnuestra esperanza por lo menos, no se podrá decirque esa ciencia es tan estéril como enojosa.

En todo caso, jamás habrá parecido tan fecundaninguna ilusión al que fuera víctima de ella, pues-to que, mercad á la misma, vemos disipada la os-curidad da km problemas más' complicados de laeconomía social: la moneda adquiere su verdaderamisión de intrumento indispensable de la medidacuya expresión ej el valor; la oferta y la demanda,palabras mágicas, según Bossi, se despojan de to-do disfraz; las variaciones del valor, ó mejor dicho,de la riqueza, se explican con psrfecfca claridad;vemoá en el principio de la distribución da la ri-queza, el verdadero principio de la-propiedad fun-

' dado sobre el trabajo; vemos en la renta y el inte-rés del capital dos'fenómenos legítimos y, cosa queha de. admirar á'muchos, provechosos á todas las

i olaaes: de la. sociedad; vemos en el crédito, libredeliprismji engañador que desfigura su naturaleza,una función sencilla; pero fecunda, y poderosa; ve-mos en la proteedon un error ruinoso é injusto;vemos en ol lujo una necesidad-enfadosa, perosusceptible de reformas vqlun-tarias, en ventaja detodos; vemos en la miseria un resultado de la im-potencia del trabajo, y délos ataques á la líbertad.en todos tiempos; vemos en la prosperidad elresultado del trabajo y de la libertad, resultadoque para extenderse á todps,-,nf> -tiene' necesidad.deotro amparo que el dé la" justicia; en fin, veremosla justicia en la libertad. • •.-

Los economistas nosdiráil, ,que insistimos de-masiado sobíe ciertos,"punios; pero esperamos nosperdonen esa falta, si existiere, en consideraciónal deseo que tenemos de hacernos1 comprender bienpor los que no están familiarizado" con-esta clasede estudios. Además, presentaremos algunas aser-ciones qué" aparecerán opino nuevas, y estimamosnecesario probarlas con insistencia, y no se creapor eso que abrigamos la pretensión de revelado-res. No hay, en realidad,, una sola entre nues-tras afirmaciones, cuyos elementos, por lo.manos,no sé encuentren en muchos autores conocidos yrespetados.

Nuestra tarea, gi bien critica desde luego,, tienepor objeto principal rectifiear muchas asercionesrecibidas por la generalidad de los economistas,hacer notar las contradicciones en, que incurren,y señalar, en fin, el rumbo que puede darse á luEconomía política, páraque nadie pueda acusarladé ciencia llena de contradicciones, como sela vieneacusando. Toda nuestra ambición se limita, pues,á propagar la verdad en la medida de nuestrasfuerzas, y creeremos muy colmada aquella, si enalgo concurrimos á propagar esta.

X...

N.° 204 E. CARO.—EL PESIMISMO EN EL SIGLO XIX.

EL PESIMISMO EN EL SIGLO XIX. *

La escuela pesimista en Alemania, su influencia, suporvenir.

Parece que el mundo do las ideas está someti-do en todos los órdenes de problemas al juegoalternativo de dos doctrinas extremas.

En tndo ul curso del siglo anterior, y en laprimera mitad del nuestro', es evidente que eloptimismo ha prevalecido en Alemania bajoformas y a travos de escuelas distintas. Hoy nocabe duda de q.ue es el pesimismo el que tiendeá triunfar, álpuiénos por el momento (1). Elpobre espítttu.huinano semejará siempre al pai-sano ebrio de, Ji»|e|o, que cae ya á la derecha,ya á la izquierda, incapaz de mantenerse en equi-librio sobro siijnontura.

La Alemania/del siglo XVIII, esto es, la inmen-sa mayoría de-íá^ inteligencias que representansu vida moral, permanecen, fiel mente adheridasá la doctrina que había enseñado Leibniz, queWolf habia sostenido, y que, por otra parte, sehallaba fácilmente de acuerdo, lo mismo con losdogmas de la teología oficial, que con el deismosentimental de Pope, de Rousseau y de Paley,en gran boga por entonces en esta población depastores y de filósofos de .Universidad, duranteel grande interregno filosófico que va desde Leib-niz á Kant. Apenas si en eata quietud de espírituy do doctrina penetran algunos ecos de los sarcas-mos de Voltaire, repetidos por su real discípulo,el gran Federico, y los espíritus libres que vivendentro del radio de la pequeña costa de Post-dam. La triste alegría de Cándido se ahogó al

* Véanse los números 202 y 203, páginas 1 y 33.(1) Debemos señalar un libro de M. James Sully,

que acaba de aparecer bajo el título: Pessimism a his'tory and á criticism, London, 1877.—Es una historia yun estudio muy completo; no nos equivocamos al decirque esta cuestión es hoy la orden del dia da la filoso-fía. El sabio y distinguido autor de Sensation and Intuí'tion, nos ofrece en este nuevo libro un coutingente deobservaciones y de noticias exautaa, da las cuales ha-bremos de aprovecharnos, aunque el puat) de vista encual vamos á colocarnos, sea completameate distintodel auyo.

atravesar el Rhin; este pueblo religioso y litera-to persiste en repetir que aquí abajo todo estádispuesto por una Providencia benévola para lafelicidad eterna del hombre, y que este mismomundo es el mejor de los posibles.

Más tarde, cuando cambia la escena de lasideas, cuando aparece Kant y todos estos ilus-tres conquistadores del mundo filosófico, salidosde la Crítica de la razón pura, Fichte, Schelling,Hegel, el optimismo particular de Leibniz des-aparece; pero el optimismo, aunque modificado,subsiste. Hay, sin embargo, desde entonces, unavaga tendencia á despreciar la vida y á no darlasa. verdadero valor. Se han entresacado cuida-dosamente algunos pasajes teñidos de pesimismoen Kant; se nos recuerda que Fiethe ha dicho:uQue el mundo real es el peor de los mundospe&jbles: ii Nos presentan estas proposiciones deSchelling: nEl dolor es una cosa necesaria entoda vida... Todo dolor tiene su origen exclusi-vo en el solo hecho de existir. La inquietud dela voluntad y del deseo que fatiga á toda criatu-ra con sus demandas incesantes, es, en sí misma,la. desgracia (1).M Ya se siente aquí la vencidadde Schopenhauer. La filosofía hegeliana no eshostil al pesimismo; lo concibe como una de lasfases de la evolución universal. Según Hegel, yase sabe, toda existencia finita está condenada ála ley dolorosa de destruirse ella misma por suscontradicciones. Esta ley del sufrimiento, queresulta de la división y de la limitación de laidea, contiene un principio de pesimismo queVvíslkelt ha hecho ver claramente (2).

Se comprende bien el interés que Schopenha-uer y Hartmann han de tener en buscar prece-dentes, y por decirlo asi, un parentesco honrosopara su teoría. Mas si de cerca se considera, nose ve en esto mas que analogías superficiales yalianzas de ideas más que dudosas. Hay un pesimismo empírico que se concilia muy bien conel optimismo metafísico: este es el punto de vis-ta en que es preciso colocarse para juzgar lacuestión en los principales representantes de lafilosofía alemana desde Kant. Todos ellos estánunánimes en la apreciación severa de la vida,considerada en sus aspectos inferiores y en la

(1) Filosofía de lo Inconsciente. 2." v. p. 354. Com-parar estas proposiciones con las de Schopenhauer; elmundo como voluntad y representación. 2.a parte,

(2) Lo Inconsciente y el Pesimismo.

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realidad sensible, y no obstante, tn el conjuntode estas doctrinas, lo que domina, es la solueionoptimisma del problema de la existencia. Kantnos enseña, sin duda, hasta qué punto la natura-leza es poco favorable á la felicidad humana;pero la verdadera explicación de la vida, la última razón de las cosas, debe ser buscada fueradel orden sensible, en el orden moral, que cons-tituye después de todo, el solo interés del sobe-rano legislador, y la sola explicación de la na-turaleza misma. Lo mismo acontece con Fichte,para quien los fenómenos sensibles, la aparien-cia de la materia, no es más que una escenatransitoria preparada para un fin único, el cum-plimiento del deber, la acción libre del yo quepersigue en su reacción contra el mundo exterior,y en su conflicto con la sensación, el más altocarácter que le es posible alcanzar. En cuanto áScholling, en su segunda fase, señalada por su cé-lebre obra Filosofía y Beligion, saca el símbolo desu metafísica de la doctrina cristiana de la caida.'En ella se encuentra la historia trascendente dela ruptura de la unidad primitiva, la certidum-bre del retorno final ala unidad, y asocia á estaobra á la misma naturaleza rescatada y espiri-tualizada con el hombre, después de haber, caídocon él en el pecado y la materia. Así, después dehaber puesto bajo nuestros ojos las más tristespinturas de la naturaleza sombría y de la vidadesolada por el mal, Schelling nos conduce áuna solución final que es indudablemente unaespecie de optimismo teológico. También es ésta,aunque bajo otra forma, la solución de Hegelsobre el valor del mundo y de la vidal La idea,en un principio dividida, errando fuera de sí,tiendo á volverá si por la conciencia del mundo.

Este devenir del espíritu, este proceso delmundo, que sin cesar se continúa á través deldrama variable de los hechos, hó aquí la verda-dera theodicea, la justificación de Dios en lahistoria.

Seguramente estaba allí el optimismo de laevolución universal y del progreso necesario; entodas estas doctrinas hay un fin cierto asignadoal movimiento del universo, una "razón divinaenvuelve, como en un tejido maravilloso, todoslos fenómenos, hasta los más insignificantes ymás raros de la naturaleza y de la historia, y,atrayéndolos en series determinadas, los impidedesbarrar ó perderse en lo inútil; es un ordenprovidencial á su modo, que se cumple en todo

momento, y del cual el pensador, colocado en elverdadero punto de vista, es testigo inteligente.Estas ideas han dominado el espíritu alemán enla primera parte de este siglo; Leibnitz, Kant,Hegel, habían sido sucesivamente sus maestros,pero todos lo conducian y lo mantenían en víasparalelas, al cabo de las cuales, la razón percibíaun fin digno de ella, digno de que se venciesenpor alcanzarlo todos los obstáculos y peligrosdel camino, digno de que el hombre soporte sinquejarse el peso de los dias, las enormes cargas,las miserias y las aflicciones sin número.—Unagran parte de la Alemania filosófica parece ar-rastrada ahora en una. dirección completamentecontraría. Es esto más que una moda pasajera, mun capricho de la imaginación, una rebelión con-tra los abusos de la dialéctica trascendente, unareacción violenta contra la tiranía especulativade la idea, contra el despotismo de la evoluciónuniversal, comparadas con la cual nías mise-rias individuales 11 no son nada. Lo que hayde seguro es que las miserias individuales sese han rebelado un dia como cansadas de servirá fines que ellas no conocían; es que "los destinoshumanos 11 han concluido por volcar »el carroque los trituraba bajo sus ruedas de bronce, nNo pudiendo emanciparse del dolor, han pro-testado contra las razones dialécticas que queríanimponérselo como una necesidad saludable, ynació el pesimismo. A la hora presente existetoda una literatura pesimista, floreciente enAlemania, y que también ha intentado, no sinéxito, algunas escursiones y conquistas á lospaíses vecinos. Y no es solamente en los dosnombres de Schopenhauer y de Hartmann, eluno ya célebre, el otro investido de una noto-riedad creciente, en los que se resume esta lite-ratura, ó si se quiere, esta filosofía. Schopenha-uer es el jefe del coro, y después de él se en-cuentra en segundo lugar y sin ninguna afecta-ción, de modestia el joven sucesor ya designado,presto cuando le llegue la edad á hacer el pri-mer papel y á empuñar el bastón de mando, elcetro del coro. Pero este coro es numeroso ycompuesto de voces que no cantan siempre alunísono, que pretenden ser independientes hastacierto punto, quedando unidas todas en el acor-de fundamental.

Entre los discípulos de Schopenhauer, al ladoó por debajo de Hartmann es preciso citar par-ticularmente á Frauenstadt, Taubert f Julio

N.° 204 B. CARO. ET, PESIMISMO EH EL SIGLO XIX.

Bahnsen. Rindiendo culto á la memoria delmaestro, del cual lia publicado la corresponden-cia y las conversaciones, Frauotistiidt trata, sinembargo, de suavizar algunos rasgos demasiadoduros de la teoría, llegando á negar que el tér-mino pesimismo convenga en todo rigor á unsistema que admita la posibilidad de destruir lavoluntad y de sustraer de este modo el ser á lostormentos que ella le impone.—-Esta tendenciaá aceptar el hecho de la miseria del mundocomo inseparable del sor, y, no obstante buscaren los límites del pesimismo fuentes de consueloinesperado, se advierte más claramente en Tau-bert. En su libro titulado El Pesimismo y susadversarios, reconoce, con Schopenhauer, que elprogreso trae consigo una conciencia cada vezmás profunda del sufrimiento que acompaña alser y de la ilusión de la felicidad, pero ma ai-fiesta la esperanza de que se podrá triunfar enparte de esta miseria por los esfuerzos combina-dos del género humano, que, sometiendo más ymás los deseos egoístas, darán al hombre el be-neficio de una paz absoluta y reducirán así engran parte la desgracia del querer-vivir. La me-lancolía misma del pesimismo, dice Taubert, setrasforma si se examina de cerca en uno de losmás grandes consu ílos que se nos pueden ofre-cer, no sólo trasportar nuestra imaginación másallá de los sufrimientos reales á los que cada unodo nosotros está destinado, y de este modo en-contramos cierta ventaja relativa , que aumen-ta de cierto modo, los placeres que la vida nosconcede y se duplica nuestro goce. ¿Cómo acon-tece esto? La razón que nos da no carece de ori •ginalidad: uEl pesimismo nos enseña que todaalegría es ilusoria, pero no toca al placer mis-mo, lo deja subsistir á pesar de su vanidaddemostrada, sólo que lo encierra en un mar-co negro que hace resaltar mejor el cuadro.nPor últi'.ao, Taubert insiste sobre el gran valorde los placeres intelectuales, que el pesimismo,según él, puede muy bien reconocer, y que debenenlazarse en una esfera superior ncomo las imá-genes de los dioses, libres de todo cuidado y es-parciendo sus luces sobre los abismos tenebrososde la vida, rellenos ya de sus tormentos, ya dealegrías, que terminan en penas. n M. James Sullyhace observar con finura que Taubert le hace elefecto de un optimista caido por equivocación ópor un paso en falso en el pesimismo, y que haceinútiles esfuerzos por salir de este atolladero."

Al paso que Taubert representa la derecha delpesimismo, Julio Bahnsen representa la extre-ma, izquierda de la doctrina. De este modo sepresenta en su obra titulada la Filosofía de laHistoria, y así se produce con más exageraciónaun en su presente libro, provisto de este títuloterrible: \Lo trágico como ley del mundo! En todolo que concierne al pesimismo y al principio ir-racional de donde se deriva traspasa el pensa-miento de Schopenhauer: para él, como para sumaestro, el mundo es un tormento sin treguaque lo absoluto se impone á sí mismo. Pero vamás lejos que su maestro al negar que existaninguna finalidad, ni aun inmanente en la na-turaleza, y que el orden de los fenómenos ma-nifieste ningún enlace lógico. No sólo sostieneel principio de la escuela, á saber, que todaexistencia es necesariamente ilógica en tanto quees manifestación de la voluntad; para él la exis-tencia es ilógica, "en su contenido lo mismo queen su forma." Además de la sinrazón de la exis-tencia considerada en sí, hay una sinrazón fun-damental en el orden de las cosas existentes. Secomprende que Bahnsen, al negar toda coope-ración de la razón en el mundo rechace la solaforma de placer puro conservada por Schopenhauer, el placer de la contemplación intelectual,y de la creación por el arte, el goce estético ycientífico. ¿Cómo podria encontrarse tal goce enun mundo en que no hay ya ni orden lógico, niarmonía de ninguna especie, en un puro caosde fenómenos y de formas? La observación deluniverso y la representación de sus formas enel arte, lejos de ser una fuente de alegría tran-quila, no pueden más que traer nuevos tormen-tos á un espíritu filosófico. La esperanza mismado un aniquilamiento final, que es el remedio su-premo propuesto por Schopenhauer al mundodesdichado, es para Bahnzen una pura ilusión."Su disposición pesimista es tal, dice Hartmann,y le hace tan apasionado para lo que hay dedesesperado en su punto de vista, que se sienteturbado en su tristeza absoluta cuando se le pre-senta una perspectiva cualquiera de consuelo.»Esta vez podemos estar seguros de que tocamosal último término á la última evolución del pe-simismo alemán. Esta vez la apuesta ha sidollevada hasta el fin, y si no hay apuesta, diga-mos que la locura del sistema está completa.Bahusen puede decir con orgullo al pesimismo;•iNo irás más allá."

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Y en efecto, el pesimismo ha retrocedido hastaen el mismo Hartmami ante las consecuenciasdel principio llevado al último extremo. La fi-losofía de lo Inconsciente presenta un aspectomuy razonable, de una moderación ejemplar allado de tales excentricidades. La Alemania queno carece de intrepidez especulativa ni de afi-ción á las aventuras de la idea no ha querido se-guir á Julio Bahnzen; me parece que este fogo-so dialéctico do lo ilógico absoluto, se sumergecada voz más en la soledad y en el vacío. No esseguramente bajo esta forma con la que el pesi-mismo está destinado á conquistar el mundo;sino que con más habilidad y bajo formas másmoderadas está en camino de apoderarse del es-píritu germánico que atrae por medio do ciertamágica fascinación y que turba profundamente.Lo fulla sin duda todavía un poderoso vehículo,la enseñanza de las Universidades, y de ello sequeja M. Hartmann amargamente; pero estovendrá con el tiempo; jpor qué no?'En tanto queesto llega, el pesimismo lleva á cabo su obrafuera de las Universidades: las ediciones deScho-penha;:er y Hartmann se multiplican; este últi-mo confiesa que si la filosofía, á la cual ha con-sagrado» su vida, encuentra con más dificultaddiscípulos en el sentido extricto de la palabra,obtiene en más alto grado que ninguna otra es-cuela á la hora presente, la atención,' el interésy hasta el entusiasmo de ese inmenso auditoriovago y notante que aunque no está concentradoen una cátedra de la Universidad no es por esomenos poderoso para hacer las reputaciones delos autores, el éxito de los libros y la fortuna delos sistemas. Las contradicciones no faltan, an-tes abundan vivas y apasionadas; basta recor-dar el nombre del fogoso Duhring, que hace pocotiempo enseñaba todavía en la Universidad deBerlín. Estas discusiones que han despertado lavida filosófica un poco aletargada en Alemania ycomo sofocada bajo el ruido de las armas, mues-tran la vitalidad creciente de la filosofía que tra-tan de combatir en sus principios y de detener ensu progreso: curiosidad muy viva pon respectoal pesimismo, crítica encarnizada que demuestrasu éxito; es un hecho que se debe hacer constary un síntoma que se debe estudiar.

(Seguramente que á primera vista nada pare-ce más antipático al espíritu francés que estafilosofía oscura en su principio, demasiado claraen sus consecuencias que quita á la vida todo su

precio y á la acción humana todo su valor. Lapasión de la luz, la afición á la lógica, el ardordel tabajo, la costumbre de la actividad úiil,hó aquí lo que nos defiendo suficientemente á loque parece por el lado del lihiu contra estas in-fluencias sutiles y disolventes. Y no obstante,en Francia se han sentido los efectos de estemal que tiende á hacerse cosmopolita, por algu-nos espíritus á quienes el culto del ideal y lacreencia en el deber, parecía preservarla de se-mejante contagio. Nada nuevo diremos á nues-tros lectores, recordándoles que más de una pá-gina de los Diálogos filosóficos recientemente pu-blicados, tiene un color pronunciado de pesi-mismo. No se trata aquí, sin duda, de una deesas teorías violentas, sin mezclas, que preten-den resolver el enigma total de un solo golpe yse contentan con volver contra sí mismo el dog-matismo de los pesimistas, oponiendo un fin ne-gativo ó la ausencia de fin á los fines razonablesy- divinos, y el desprecio absoluto de la vida ála estima quede ella deben tener razonablemen-te los hombres. Hay muchas atenuaciones, res-tricciones de toda suerte, hasta apariencias decontradicción á la idf a pesimista que parece ha-ber sido la gran tentación del autor mientrasmeditaba ó escribia estos conflictos de inspira-ciones y. de pensamientos encontrados, expresa-dos con una sinceridad á veces dramática, no sonuno de los menores atractivos de esta obra per-turbadora y turbada. Mas no es posible negarque á las influencias hasta entonces dominantesde Kanty de Schelling, haya venido á mezclar-se en la inspiración de este libro, la influenciade Schopenhauer. La lucha de estos dos espíri-tus es visible de una página & otra, y á menudoen la misma página.

Kant es el que inspira algunos bellos pensa-mientos sobre la vida humana y el mismo mun-do inexplicables sin la finalidad moral, y tam-bien'la notable confesión de que lo que hay' demejor en el mundo es la bondad, y que ula me-jor base de la bondad es la admisión de un or-den providencial, donde todo tiene su lugar y surango, su utilidad y hasta su necesidad (l).nSchelling es el que reina en ciertos momentos yel que vuelve á ocupar su imperio á través delas inquietudes y desalientos cuando se nos dice:

, (1) Diálogos filosóficos, por M. Ernesto Renán . In-troduoion, p. XVI.

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nEl Universo tiene un objeto ideal y sirve á unfin divino; no es una vana agitación, cuyo resul-tado final sea coro. El fin del mundo consiste enque reine la razón (l);n ó bien: uLa filosofía delas causas finales no es errónea más que en laforma. Es necesario tan sólo colocar en la cate-goría del fien, de la evolución lenta, lo que ellacolocaba en la categoría del ser y de la creación, nPero estas serenas claridades no duran y se ex-tinguen gradualmente en las sombras del pesi-mismo. Aun en aquella parte del libro, consa-grado á las Certidumbres, lo que domina es laidea lúgubre de. una astucia inmensa que se apo-dera de la naturaleza humana, la envuelve ensus estrechas redes y la conduce por la persua-sión ó por la fuerza á fin-s desconocidos á travosdel obstáculo y del sufrimiento. nExiste en al-guna parte un gran egoísta que nos engaña, n yasea la naturaleza ó Dios: esta es la idea fija quese ve sin cesar, que da vueltas en torno del es-píritu del autor y llena su libro de la más som-bría poesía. El maquiavelismo instintivo de lanaturaleza, las picardías que lleva á cabo paraconseguir sus fines por medio de nosotros, á pe-sar de nosotros y contra nosotros, hé aquí elgran drama que en el mundo se representa y delque nosotros somos los actores y las victimas.

• en todas partes se encuentra la naturaleza queengaña á los individuos por un interés que noles concienne en todo lo que corresponde á losinstintos, á la generación y al amor mismo.nTodo deseo es una ilusión; pero las cosas estánde tal modo dispuestas que no se ve el vacío deldeseo hasta que se nos cumplo... ISTo existo nin-gún objeto .deseado, del cual no hayamos reco-nocido, después de alcanzado, la suprema vani-dad. Esto no ha dejado de verificarse una solavez desde el comienzo del mundo. Y sin embar-go, aquéllos que lo saben de antemano perfecta-mente, desean lo mismo; y aunque el Eciesiastespredique eternamente su filosofía de célibe has-tiado, todo el mundo convendrá en que tiene ra-zón, y no obstante deseará.M—nSomos explota-dos,!: hé aq'uí la última palabra del libro, nllayalgo que se organiza á expensas nuestras; somosel juguete de un egoísmo superior... El anzueloestá bien claro, y sin embargo so ha mordidoen él y se morderá siempre. Lo mismo en elplacer, del cual es preciso pagar enseguida el

(1) Ibid, p. XIV.

equivalente exacto en dolor, que en la visión dequiméricos paraísos usobre las que la, cabeza re-posa, no encontramos una sombra de verdad; lomismo acontece con esta decepción suprema dela virtud que nos impulsa á sacrificar á un finque está fuera de nosotros, nuestros interesesmás caros, i:

¡La virtud, una decepción! ¡Quién hubiera es-perado esto de un filósofo, que en el naufragiouniversal de las ideas metafísicas, por encima delas olas y del abismo habia sostenido hasta aquí,con mano tan firme, cual si fuere un arca santala idea del dober! ¡El imperativo categórico, se-guiría, pues, la suerte de los principios de la ra-zón pura, y el privilegio de mandar á la razón,que á los ojos de Kant y de sus discípulos debíasalvarla de todo ataque de la crítica, y consti-tuye en favor suyo una certidumbre aparte, esteprivilegio seria también una ilusión, que es ne-cesario destruir! Una crítica más penetrante ymás sutil, descubre aquí, como en otras partes,el lazo secreto que la naturaleza tiende á nuestrocandor: "Ella tiene evidentemente interés en queel individuo sea virtuoso... Bajo el punto devista del interés personal es un engaño, puestoque el individuo no sacará ningún provechotemporal d su virtud; pero la naturaleza tienenecesidad de la virtud de los individuos... Nos-otros somos engañados sabiamente en \ ista deun objeto trascendente que el universo se propo-ne y que es infinitamente superior á nosotros.uAsí, pues, el deber mismo no es más que el úl-timo^raude del tirano que nos hace servir á susfines, los cuales nos son completamente extra-ños y desconocidos; mas por una consecuenciaextravagante, y de todo punto inesperada, héaquí que el escepticismo especulativo, exten-diéndose por la esfera moral, crea un tipo nuevodo virtud, una virtud más bella todavía que laque bastaba á Kant, más desinteresada si es po-sible, á pesar de que el gran moralista no quierereconocerla virtud allí, donde algún elemento ex-traño se une al deber. Aquí se trata de una virtudel sacrificio absolutamente heroica, porque signi-fica de uno mismo á un fin desconocido que no escomo en Kant, la moralidad del hombre, sinoalgo de lo cual no tenemos ninguna idea; unavirtud caballeresca, puesto queso dedica sólo porun puro sentimiento de honor, "á una cosaabsurda en si.n Parece mucho más bello ser vir-tuoso después de comprender que somos engaña-

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dos, Por este rasgo característico, es por lo queel autor de los Diálogos se distingue de Kant;reconoce claramente, que lo que era todo á losojos do Kant, la moralidad no es nada para elhombre, no es más que un medio de que se sirvela naturaleza con un fin que ignoramos y que nonos concierne. Por esto es por lo que él piensadistinguirse de Schopenhauor, que también hacomprendido el maquiavelismo de la naturaleza,pero que á causa de esto mismo, se niega á so-meterse á ella. uA diferencia de Schopenhauer,dico Philaletho, yo me resigno. La moral se re-duce, por tanto, á la sumisión. La inmoralidades la rebelión contra un estado.de cosas del cualse percibe el fraude. Es preciso á un mismotiempo percibirlo y someterse, n

Someterse, jy por qué? Yo no me explicocómo se puede continuar obedeciendo órdenesque se sabe que son lazos, cuándo basta up actodo voluntad para sustraerse á ellas. Tan heroicasumisión, no sobrepuja mis fuerzas, si no tara,bien mi inteligencia. En mi sentir, Schopenha-uer tiene mil veces razón contra esta caballeríafilosófica que se admira con justicia, cuando es ladel ideal, que se cesa de admirar cuando se ofrececomo víctima, á 7yo no sé qué orden "de untirano malévolo, u. El pensamiento que nos haemancipado de la ilusión, nos ha emancipadoal mismo tiempo de la' obligación. Sí, Scho-penhauer tiene razón en predicarnos la re-belión si nos sentimos engañados. No hay nin-guna ley intelectual ó moral que pueda impo-nernos el sacrificio por un objeto que no man-tiene ninguna relación ni aun ideal con nosotros.í\o existe deber sino en tanto que ae cree en eldeber; ya no se cree en él, si se vé' claramenteque el deber es un fraude, la obligación debo porlo mismo cesar. Si es verdad, como se nos dice,que el hombre por ti progreso de la reflexiónconoce cada vez mejor todas esas estafas que sollaman religión, amor, bien, verdad, el dia enque la crítica ha matado los engaños de la natu-raleza, «se dia ha sido verdaderamente benéficay libertadora: la religión, el amor, el bien, loverdadero, todas esas cadenas invisibles con queestamos ligados, desaparecen; no vamos nos-otros á tomarlas de nuevo voluntariamente paradar gusto nal gran egoísta que nos engaña, nEstábamos engañados, ya no lo estaremos más,liólo aquí todo: ¡El hombre es libre, y si él quie-re emplear, como Schopenhauer, su libertad re-

conquistada en destruir este malvado encanta -dor que nos tenia encadenado?, bien dicho seapor tal empresa!

Y si quiere pronunciar las palabras mágicasque Schope-nhaner le enseña y que deben pro-ducir el fin de esta triste fantasmagoría, cons-treñir la voluntad que ha desplegado su poderbajo la forma del universo á replegarse en símisma, á volverse del ser á la nada, gloria alhombre que por la crítica primero haya destrui-do las ilusiones, y que por su valor despuéshaya secado la fuente de estas ilusiones!

¡Gloria á ól por no haber jugado voluntaria-mente el papel del eterno engañado del univer-so! Todo esto es perfectamente lógico, si levantamos la última aurora que nos retenia todavíasujetos á un punto fijo nsobre este mar infinitode ilusiones, ii y esta última aurora es la idea deldeber ligado á lo absoluto.

Confiemos en que esta no será más que unacrisis momentánea en la historia del espíritufrancés, también en la historia del espíritu bri-llante que parece haber sido tocado por ella. Loque nos podría hacer creer que nuestra esperan-za no es vana, es que el autor señala una fechadeterminada á sus sueños, y esta fecha, asociadaá los recuerdos más tristes, es una revelaciónsobre el estado moral, bajo el cual fueron escri-tos estos diálogos. En los primeros dias del mesde Mayo de 1871 era cuando Eutyfron, Endoxoy Philaletho se paseaban conversando y abatidospor las desgracias de su patria en uno de losparajes más retirados del parque de Versalles.Era después de la guerra extranjera y durantela guerra civil. Esto explica muchas cosas. Parísestaba entregado á locuras que casi justificabanlas más sombrías aprensiones del pesimismo.Versalles estaba en calma, pero guardaba elamargo y reciente recuerdo de la estancia pro-longada que allí habian hecho nuestros vencedores, los pesimistas con casco de M. Bismai'ck.El contagio flotaba todavía en el aire; Philaletholo sintió y fue turbado. Pero ya cuando publicóeste libro, parecía convalecer de esta disposiciónenfermiza en medio ríe la cual fue. escrito. Enuna -nota nos promete que publicará muy pron-to un Ensayo compuesto en otra época y bajootras influencias y mucho más consoladora queesta. En cuanto á los lectores que se conmovierandemasiado con estas perspectivas desoladas, elautor les cuenta en su prefacio una singular

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anécdota que nos ofrece como un antídoto infa-lible: si alguno se entristeciera demasiado con lalectura de este libro, seria preciso decirle lo queaquel buen cura que habia hecho llorar dema-siado á sus feligreses, predicándoles la Pasión:"Hijos míos, no lloréis tanto, que esto hacemucho tiempo que pasó y quizá no sea verdad."Sospecho que si este sermón ha sido alguna vezpronunciado, debió ser en Meudon en el tiempoen que liabelais oficiaba, á monos que no fueraen Ferney, en aquel famoso dia en que »al buencuran Voltaire quiso predicar en plena iglesia.

Sea de esto lo que quiera, basta que la figurade Voltaire aparezca en el prefacio de los Diálo-gos, para que la sombría visión del libro se hagainofensiva y no inquiete ya al lector más quecomo una fantasía de artista. La sonrisa del au-tor ha matado al monstruo; el pesimismo no esya más que una "pesadilla.n Así pasan de ordi-nario las cosas en Francia, donde la filosofía yla literatura de pesadilla no han tenido jamáséxito. Los Cuentos fantásticos de Hoffmann nohan podido aclimatarse bajo nuestro cielo y ennuestra lengua. Schopenhauer y Hartmann noserán aquí nunca más que objetos de curiosidad.

II.

Volvamos al pesimismo alemán y consideré-mosle en su verdadera patria adoptiva allí don-de ha florecido nuevamente en nuestros dias,como si en aquel suelo encontrase un clima pro-picio y cultivo conveniente.

Hemos visto que Leopardi resume con unasagacidad -maravillosa casi todos los argumentosde la experiencia, de los que su teoría de la in-ftlicith es un programa anticipado. Este poetaenfermo llevaba en sí esa enfermedad extrañaque debia apoderarse del siglo xix á su conclu-sión. El pesimismo se encuentra en el estado deexperiencia dolorosa en Leopardi. En el de sis-tema razonado en Schopenhauer y Hartmann.¿Cuáles son las razones de análisis ó de teoríaque uno y otro aportan para la demostración deldolor universal ó irremediable? Las reduciremosen cuanto sea posible á las tesis que merecen serexminadas con alguna atención, abandonandode propósito la metafísica, de la cual se quiere

Ique dependan, porque no es más que un conjun-to de construcciones completamente arbitrariasy personales del espíritu, una mitología. Yo meatrevo á añadir que no existe realmente ningúnenlace lógico y necesario entre estas teorías espe-culativa y la doctrina moral que á ella se en-cuentra unida. Se podrá sacar toda la moral delpesimismo de estas dos obras, el Mundo comovoluntad y representación ó la Filosofía de lo in-consciente, sin disminuir un ápice el valor de suconstrucción. Son concepciones a prior i, más ómonos bien ordenadas, sobre el principio delmundo, sobre el uno-todo y sobre el orden deevoluciones, según el cual se manifiesta; pero esbastante difícil ver, porque la consecuencia deestas evoluciones es necesariamente el mal abso-luto de la existencia, porque el querer-vivir es ála vez el atractivo irresistible del primer prin-cipio y la más insigne sinrazón. Esto no ha sidojamás explicado: es el eterno postulado del pe-simismo.

Veamos los argumentos por los cuales Scho-penhauer y Hartmann pretenden demostrar esteprincipio que les es común con Qakya-Mon-ni: »el mal es la existencia." Separando concuidado lo que toca al mundo mismo, la cues-tión puramente teológica ó trascendente de sabersi el universo es en sí bueno ó malo y si hubierasido mejor que no existiese, nos limitaremos ála vida humana. Entiendo que los argumentosdel pesimismo desembarazados del aparato for-midable que los encubre y de la masa de ele-mentqs^accesorios que arrastran consigo, puedenreducirse á tres: una teoría psicológica de la vo-luntad, la concepción de un poder engañadorque envuelve á todo ser viviente y especialmen-te al hombre: por último un balance de la vidaque se liquida con un déficit enorme de placer yuna verdadera bancarrota de la naturaleza. Losdos primeros argumentos pertenecen propia-mente á Schopenhauer, el tercero ha sido desen-vuelto con gran extensión por M. de Hartmann:pero como esta última tesis recuerda sobre mu-chos puntos la teoría de la infelicitá que hacepoco hemos expuesto según Leopardi, no insis-tiremos sobre ella.

Todo es voluntad en. la naturaleza y en elhombre; pues todo sufre: lié aquí el axioma fun-damental. La voluntad principio es un deseooiego ó inconsciente de vivir, que desde el fon •do de la eternidad se despierta por yo no sé qué

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capricho, se agita, determina lo posible á ser, yel ser á todos los grados de la existencia hastael hombre. Después de desenvolverse en la na-turaleza inorgánica, en el reino vegetal y en elreino animal la voluntad llega en el hombre ála conciencia. En este momento se consuma laincurable desgracia comenzada ya en el animalcon la sensibilidad. El sufrimiento existía ya,pero sentido más bien que conocido: en este gradosuperior el sufrimiento se siente y se conoce;el hombre comprende que la ciencia de la vo-luntad es el esfuerzo, y que todo esfuerzo es do-lor. Este es el descubrimiento que arrebatará alhombre su reposo; y desde entonces el ser, ha-biendo perdido su ignorancia, está entregado áun suplicio que no tendrá más término que lomuerte llegada á su hora ó provocada por lainercia y el tedio. Vivir es querer, y querer essufrir. Toda vida es, pues, por esencia dolor (1).El esfuerzo nace de una necesidad; en tanto queesta necesidad no está satisfecha, resulta dolor,el esfuerzo mismo llega á ser fatiga, y cuandola necesidad está satisfecha, esta satisfacción esilusoria puesto que es pasajera; resulta de ellauna nueva neeesidad y un nuevo dolor. » La vidadel hombre no es más que una lucha por la exis-tencia, con la certidumbre de ser vencido." Deesta teoría de la voluntad salen dos consecuen-cias: la primera es que todo placer es negativo,el dolor solo es positivo. La segunda es quecuanto más se acrece la inteligencia, más sensi-ble es el ser al dolor; lo que el hombre llamapor la más enorme de las locuras, progreso noes más que la conciencia más íntima y más pe-netrante de su miseria.

¿Qué debemos pensar de está teoría? Todo re-posa sobre la identidad ó equivalencia de estosdiversos términos que forman juntos como unaecuación continua: voluntad, esfuerzo, necesi-dad, valor jExiste la observación que estableceen su dependencia recíproca los diferentes tér-minos de esta ecuación? No, seguramente; es unrazonamiento completamente abstracto y siste-mático, al cual no es favorable la experiencia.Que en estas fórmulas elípticas, muy disentiblesen sí mismas porque devoran las dificultades conlos problemas; la vida sea toda voluntad, podemos consentir en ello, ampliando desmesurada-

(1) Véase el excelente resumen de la Filosofía deSchopenhauer.publicado por M. Ribet, p. 119, 139, etc.

mente el sentido ordinario de esta palabra paraqu3 pueda contener el sistema; pero que todavoluntad sea dolor, hó aquí lo que con las me-jores disposiciones del mundo no podemos ad-mitir ni comprender. La vida es el esfuerzo, sea;pero, ¿por qué el esfuerzo ha de ser necesaria-mente el dolor? Henos aquí ya detenidos en elprincipio de la tierra. ¿Es verdad/por otra parte,que todo esfuerzo nazca de una necesidad? Porultimo, si somos esencialmente una actividad,el esfuerzo, que es la fuerza en acción, está enconformidad perfecta con nuestra naturaleza;¿por qué, pues, se ha de resolver en pena?

Lejos de nacer de una necesidad, es el esfuerzola primera necesidad de nuestro ser, y se satis-face al desenvolverse, lo cual es indudablemen-te un placer. No cabe duda que tropezará conobstáculos, tendrá que luchar con ellos, á menu-do se estrellará. Ni la naturaleza ni la sociedadestán en armonía preestablecida con nuestrastendencias, y en la historia de los choques denuestra actividad con el doble medio que la en-vuelve, los fenómenos físicos y los fenómenossociales, es preciso confesar que lo que predo-mina es el' conflicto. De ahí resultan muchaspenas, muchos dolores; pero estas son conse-cuencias ulteriores, no hechos primitivos. El es-fuerzo en sí mismo, en un organismo sano, esuna alegría; constituye el placer primitivo máspuro y más sencillo, el de sentir la vida; es elque nos da este sentimiento, y sin él no podría-mos distinguirnos de lo exterior que nos rodeani á percibir nuestro propio ser en la confusa yvaga armonía de los objetos coexistentes. Queexista fatiga por el abuso de la actividad quenos constituye, que haya dolor por el efecto na-tural de esta actividad contrariada, esto es evi-dente. jPero qué derecho hay para decirme quepor esencia la actividad es un tormento] Y sinembargo, á esto se reduce la psicología del pesi-mismo.

Un impulso irresistible arrastra el hombre ála aeccion, y por la acción á un placer entrevis-to, ya á una felicidad esperada ó ya á un deberque el mismo se impone. Este instinto irresisti-ble es el instinto mismo de la vida; la explica yla resume. Al mismo tiempo que desenvuelve ennosotros el sentimiento del sor, mide el verda-dero valor de la existencia. La escuela pesimistadesconoce estas verdades elementales; repite entodos los tonos que ia voluntad, desde que llega

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Á conocerse, se maldice á sí misma, reconocién-dose idéntica al dolor y que el trabajo, al que elhombre está condenado, es una de las más durasfatalidades que pesan sobre su existencia.—-Sinexagerar las cosas por otra parte, sin desconocerel rigor de las leyes, bajo las cuales se desen-vuelve la condición humana y la estrechez delos medios en los que se encuentra como encer-rada, ¿no se podria oponer á esta psicología,demasiado fantástica, un cuadro que seria el re-verso de este, donde se percibiesen los purosgoces de un gran esfuerzo por mucho tiemposostenido á través de los obstáculos y al fin vic-torioso de una energía dueña de sí misma desdeun principio y llegando después á ser dueña dela vida, ora domando la mala voluntad de loshombres, ora triunfando de las dificultades de laciencia ó de las resistencias del arte, del trabajo,en fin, el verdadero amigo, el verdadero conso-lador, el que resarce al hombre de todos susdesmayos, el que le purifica y le ennoblece en suvida interior, el que le salva de las tentacionesvulgares, el que le ayuda con más eficacia á lle-var un fardo en medio de las largas horas y delos dias tristes, aquel á quien ceden por algunosmomentos los más inconsolables dolores? Enrealidad el trabajo, cuando ha vencido las pri-meras contrariedades y los primeros disgustos espor sí mismo y sin estimar los resultados, unplacer, y uno de los más vivos.

Se desconocen los goces y las dulzuras, se ca-lumnia de un modo extraño á esto señor de lavida, que no es duro más que en. la aparien-cia, al tratarlo como lo tratan los pesimistas,cual si fuese un enemigo. Contemplar bajo sumano ó en su pensamiento crecer BU obra, iden-tificarse con ella, como decia Aristóteles (1), yasea ésta la cosecha del labrador, ó la casa del ar-quitecto, ó la estatua del escultor, ó un poema,ó un libro, ¿qué importa? Crear fuera de si unaobra que se dirige, en la cual se ha puesto su es-fuerzo con su sello, y que le representa á uno deun modo sensible, esta alegría, ¡,no recompensatodas las penas que ha costado, los sudores vertidos sobre el surco, las angustias del artista an-sioso de la perfección, los desmayos del poeta,las meditaciones, alguna vez tan penosas del

(1) ra í^\ov tari

pensador? El trabajo ha sido 61 más fuerte, laobra ha vivido, vive, nos ha resarcido de un sologolpe, y lo mismo que el esfuerzo contra el obs-táculo exterior ha sido la primera alegría de lavida que se despierta, que se siente á sí misma,chocando contra sus límites, asi el trabajo quees el esfuerzo concentrado y dirigido, llegado ála plena posesión de sí mismo, es el más internode nuestro placeres, porque desenvuelve en nos-otros el sentimiento de nuestra personalidad, enlucha con el obstáculo, y consagra nuestro triun-fo, al menos parcial y momentáneo sobre la na-turaleza. Hé aquí el esfuerzo, hé aquí el trabajoen su realidad.

Nos hallamos en el corazón mismo del pesi-mismo al discutir esta cuestión. Si se pruebaque la voluntad no es necesariamente y poresencia idéntica al dolor, si llegamos á saber porla vida y por la. ciencia que el esfuerzo es lafuente de las más grandes alegrías, el pesimismono tiene ya razón de ser. Prosigamos, sin embar-go, el examen de las tesis secundarias que vienená agruparse en torno de este argumento funda-mental.

Todo placer es negativo, nos dice Schopen-hauer: el dolor sólo es positivo. El placer no esmás que la suspensión del dolor, puesto que aldefinirlo no dice que es la satisfacción, de unanecesidad, y toda necesidad se traduce por unsufrimiento. Pero esta satisfacción aunque nega-tiva, no dura tampoco, y la necesidad vuelve ácomenzar con el dolor. Este es el círculo eterno,de las cosas: una necesidad, un esfuerzo que sus-penae momentáneamente la necesidad, pero quecrea otro sufrimiento, la fatiga, después el re-nacimiento de la necesidad y después el sufri-miento,—y el hombre se aniquila y la existen-cia se desliza en qutrer siempre vivir sin moti-vo razonable, contra la voluntad de la natura-leza que íé hace la guerra contra el deseo de lasociedad que no le ayuda nada: siempre sufrir,siempre luchar, después morir, esta es la vida;apenas ha comenzado cuando concluye, ni duiamás que para el dolor. Esta tesis del earácterpuramente negativo del placer, es un grado deparadoja en que el mismo M. de Hartmann niha seguido á Schopenhauer.

Es un buen ejemplo el ver á los jefes del pe-simismo divididos entre sí; esto asegura la con-ciencia del crítico. M. de Hartmann hace conjusticia notar que su maestro cae en la misma

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exajeracion que Leibniz liabia caido. (1) El ca-rácter exclusivamente negativo que Leibnizatribuía al dolor, Scbopenhauer lo atribuye alplacer. Todos ellos se engañan igualmente, aun-que en un sentido inverso. No se discuto que elplacer no puede resultar del cese ó de la dismi-nución del dolor; pero se pretende que el placeres otra cosa, que es eso desde luego y algo más.Se puede también añadir que hay varios órdenesde placer que no tienen de ningún modo su orí-gen en la suspensión de un dolor y que sucedeninmediatamente al estado de perfecta indiferen-cia. uLos placeres del gusto, el placer sexual enel sentido puramente físico ó independ'entemen-te de su significación metafísica, los goces delarte y de la ciencia son sentimientos de placerque no tienen necesidad de ser precedidos de undolor, ni de descender por bajo del estado de in-diferencia ó de perfecta insensibilidad para ele-varse en seguida positivamente por encima deél. ii Y después de una sabia dirección Hart-mann concluye de este modo: uSchopenhauer seeqnivoca sobre la característica fundamental delplacer y del dolor: estos dos fenómenos no sedistinguen sino como lo positivo y lo negativoen las matemáticas: se puede indeferehtementéelegir para el uno ó para el btro de los tármiñoscomparados el nombre de positivo ó el de nega-tivo, it Quizá seria aún más exacto decir que unoy otro son estados positivos de la naturaliza sen-sible, que ambos soa en sí algo real y absoluto,que son actos hípy3iou (como decía Aristóteles),que son por el mismo título realidades, expre-siones igualmente legítimas dé lá actividad quenos constituye. Pero semejante examen nos lle-varía demasiado lejos, fuera los límites de lápsicología puramente empírica, en la q"uV de-seamos encerrar este estudio. :' • ' ' r

¿Hay más verdad en esta otra proposición quees para Schopenhauer la contraprueba de suaxioma fundamental, á saber: ¿que cuanto el sormás se eleva, más sufre, lo cual es una Conse-cuencia lógica del principio de que toda vida espor esencia dolor? Allí donde hay más vida acu-mulada, en un sistema nervios perfeccionado,más vida sentida por una conciencia, el dolordebe crecer en proporción. La lógica' del siste-

(1) Véase esta misma discusión en el capitulo 13 dela tercera parte. Filosofía de lo Inconsciente.

ma lo exige, y Schopenhauer pretende que loshechos están exactamente de acuerdo con la ló-gica. En la planta, la voluntad no llega á sentir-se á sí misma, lo cual hace que la planta no su-fra. La historia natural del dolor comienza conla vida que se siente; los infusorios y los verte-brados sufreu ya; los insectos sufren más toda-vía, y la sensibilidad dolorosa no hace másque crecer hasta el hombre: en el hombre mis-mo ' esta sensibilidad es muy variable, alcanzasu grado más alto en las razas más civilizadas yen estas razas, en el hombre de genio. Aquelque concentra en su sistema nervioso más sensa-ción, y el pensamiento adquiere, por decirlo así,más órganos para el dolor. Por donde se percibequé gran quimera es el progreso, puesto que,bajo un nombre misterioso, no representa másque la acumulación en el cerebro engrandecidode la humanidad mayor suma de vida, de pensa-miento y de dolor.

Debemos reconocer que ciertos hechos de ob-servación psicológica y fisiológica parecen dar larazón á tesis del pesimismo. No es dudoso queel hombre sufre más que el animal, el animalde sistema nervioso más que el que no lo tiene.No ofrece duda que al unirse el pensamiento ála sensación añade algo al sufrimiento. No sola-mente el hombre, percibe como el animal, la sen-sación dolorosa, sino que la eterniza por el re-cuerdo, la anticipa por la previsión, la multiplicaen, una proporción'incalculable por la imagina-ción; BO sufre tan sólo como el animal por él pre-sente, sino;que se atormenta con el pasado y conel porvenir: añadid á eso eLjijmejtiso contingentede penas morales que sop la: herencia del hom-bre; y de; :las que el animal apenas recibe unasensación'pasajara, .borrada muyípronto por laturba de nuevos sensaciones. Hé aquí uíi estudiode fisiología comparada 'del Dolor, enyo autor esbien conocido de nuestros lectores y que termi-na, seriamente en el mismo sentido. MES proba-ble que existan, según k>s individuos, las razasy las especies, diferencias considerables en lasensibilidad. Y así sp..pueden explicar en gene-ral las diferencias que ¡estos individuos, estasrazas y estas especies presentan en su manera decontrarestar el dolor, n Conviene hacer reservasSobre lo que vulgarmente se llama el valor delsufrimiento. La diferencia en la manera de con-trarestar ol dolor físico, no tanto parece aguar-

- > dar relación con un grado diferente de voluntad

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como con grado distinto de sensibilidad, siendoel dolor muy vivo en un caso y menos intenso enel otro. Un médico de marina habia visto algu-nos negros andar sobre llagas, sin que aparenta-sen padecer, y sufrir, sin gritar, crueles opera-ciones. No es, según esto, por falta de valor porlo que un europeo gritaria durante una opera-ción que un negro soportarla sin pestañear, sinoporque habría de sufrir diez veces más. Todoesto tiende á dejar consignado que hay entre lainteligencia y el dolor una relación tan estrecha,que los animales más inteligentes son aquellosque son capaces de sufrir más. En las diferentesrazas se observa exactamente la misma propor-ción. La ley parece, pues, ser esta: MEI dolor esuna función intelectual tanto más perfecta,cuanto más se desarrolla la inteligencia (l).n

E. CARO.

Trad. de A. P. V.

(Continuará.)

LAS CREENCIAS DEL OBRERO *

El primer trabajo del hombre fue la ocupaciónde los dones gratuitos, que al Creador plugo en-viarle. El fruto del árbol al alcance de su manoapagaba su inteligencia y enmohecia su actividadMas el fruto pasa con su estación, y mientras lanaturaleza lo elabora de nuevo entre misterios su-blimes, el hombre, hostigado por el hambre, selanza sobre la presa que por el bosque cruza, y aldevorarla jadeantey fatigado, funda en su sangrien-to banquete la noción primitiva del trabajo. Estaconquista despierta su inteligencia, porque, sin laligereza del gamo, sin la fortaleza del león, sin lamusculatura del oso, sin las armas del tigre, nece-sita luchar con las fieras, necesita dominarlas y suespíritu sacude el angosto sudario de tinieblas, ysu ingenio se aguza, y prepara el ataque, inventaardides, se asocia con sus semejantes, para ser másfuerte. Derriba la res y el botín se reparte porigual; cada salvaje posee su parte; la noción de pro-piedad queda consagrada. El más ágil, el más

(1) HI Dolor, estudio de ¡^sicología fisiológica, porM. Bichtt. Itevista fitioligica. Noviembre, 1877.

• Discnrso pronunciado en ol Ateneo obrero de Valeucia, cu el aniveisario de su fundación,

fuerte, caza más, produce más, pero no puede guar-dar, en premio de su mayor trabajo, el esceso desus presas, y este comunismo de los bosques lleraen sí el germen de un privilegio odioso en favordel perezoso y del inepto.

Pero un hombre, más pensador que los otros,en vez de inmolar animales inofensivos, loa atrae,los doméstica, los convierte de victimas resignadasen amigos agradecidos, y redime su salvaje pobrezacon la dócil oveja y la cabra indómita. Entonesnace el capital. Producto ahora de la inteligencia,recibe enseguida consagración con el trabajo, puesel hombre, convertido en pastor, tiene nueva ocu-pación: la de guiar su rebaño en busca del frescoprado, de la fuente cristalina. Después el más inte,ligente y el más activo reciban su premio; agregauno á su colación la leche espumosa; cubre otrosus desnudos miembros con las pieles que el solcurte; mejora aquél su ganado llevándolo en buseade pastos mas sabrosos; hila otro, en fin, la lana delrebaño. De aquí que si alguno esfuerza más su in-teligencia, ó fatiga más que los otros su cuerpo^ enel aumento de capital halla el premio de su trabajointelectual ó físico. Y guarda su capital y defiendasu propiedad contra la vecina tribu, que se lanzaá la rapiña; pero en esta alborada de la civilización,el derecho es la fuerza, y allí empieza el eternoguerrear de los que ambicionan comodidades age-nas sin el trabajo de crearlas.

Los aduares se multiplican; el pastor, ociosa suinteligencia, sigue Tina vez en Chaldea la marchade los astros, lejana huella de la futura ciencia, yadmira otra, pensativo, la renovacien misteriosade las plantas que su ganado devora. Allí y así nacela ciencia, así y allí abre su cáliz la flor hermosadel saber humano. Tras este estudio, arroja el ca-yado, empuña la azada, y de pastor se trasf ormaenlabrador. En su nuevo destino, abre la tierra,labra, siembra, planta, reeoje, se erije en dueñodel terreno que le amarraba, y dá su nombre alpedazo que guarda su abrasado sudor. Porqueaquella tierra ya labrada encierra un trabajo ante-rior, un capital, y no es justo que otro siembreen ella y recoja, sin fatiga, la rica mies. El máslaborioso posee más terreno, reeoje mayor cosecha,guarda el sobrante, y adquiere un capital.

Si con él puede satisfacer todas sus necesidadesmateriales, abandona el cultivo de la tierra, suespirita inquieto se lanza á otras regiones, y eí afánde distinguirse de los demás hombres ó un secretoy desconocido impulso, le arrastran al conocimien-to de la verdad, á fundar las ciencias ó á consumirquizá en la ociosidad perniciosa el fruto de suanterior trabajo. Pero la tierra, que abrió y labró,guarda aquel trabajo que ha de servir para siem-pre, y al cederla al hermano de la tribu, le exige

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un premio por el adelanto qite le presta, por elservicio que le hace, y ese premio justo ea el réditodel capital enterrado en la tierra al desoujarla. Ycomo él trabajo acumulado sirve al hermano unaño y otro, si le dá al tomar la tierra el premio deun solo ano de uso, al siguiente ha de darle unpremio igual, y así siempre; de donde nace laperpetuidad del rédito, como lia nacido la legitimi-dad del interés. Mas no aurga de esto modo sola-mente, sino de otros ciento á la vez, aunque en elfondo iguales.

En esta via lanzado el hombre, construye suvivienda en la gleba, y para no destruir su brazoal romper el suelo, inventa loa instrumentos agrí-colas y los carga sobre dóciles bestias, que leayudan poderosamente en su rústica faena.

Pero pídele otro que le ceda sus instrumentosde labranza. Hé aquí un capital no producido comoel anterior por el trabajo material solo, sino tam-bién por el ingenio, y claro es qus requiere unpremio si sé presta. El que le toma sa encuentracon un medio poderoso de aumentar sus produc-tos, de mejorar su suerte; recibe un servicio y hade pagarlo con otro servicio. El que presta podríausar los instrumentos, pero se priva de su uso enbeneficio de otro, y claro 63 que la equidad reclamaun premio para esta privación. La forma del con-trato de préstamo puede ser varia, es libre; si sehace por tiempo limitado, el premio, el rédito queal primer período corresponda, debe correspondertambién al segundo, al tercero, á todos, porque alfenecer cada uno se reproducen idénticas las con-diciones del principio. Y así aparece justa y natu-ral la legitimidad y la perpetuidad del rédito, deotro modo nacida.

Este ha sido el origen del capital y de la renta.Mas luego adelanta la civilización, se perfeccionael hombre, aumenta su bienestar, cultiva las cien-cias, esclaviza la industria, y nuevo Titán, intentaescalar el cielo de la eternidad, del espacio y eltiempo, anulando la distancia, con cintas de hierroque el fuego recorre, con febles alambres que elmisterio anima. En esto nuevo y maravilloso tra-bajo, el capital afecta formas variadas hasta el in-finito, mas su concepto filosófico no so altera. Elcapital es un trabajo acumulado, un producto con-servado; se forma á costa de privaciones, da sacri-ficios: se priva el dueño de gozar inmediatamentelos valores producidos; haca el sacrificio de ahor-rar para aumentar con ello su forfcjiní*.

La habilidad de un obrero, la destreza de unoperario, la asiduidad de un trabajador, la forta-leza de un jornalero, la economía, el orden, elahorro, son medios de producir más, son capi-tales.

Al mas hábil se le paga mayar salario que al

torpe1; la diferencia es el rédito do su capital, y esperpetuo, porque siempre que el hábil trabajoproducirá más qua el torpe. Kl socialismo quieredestruir esa ley de justicia que llama privilegioodioso, explotación del hombre por el capital, me-dirá, pues, á todos los obreros por el rasero delmenos, diestro, del más holgazán. ¡Qué odiosa in-justicia!

Los instrumentos, las máquinas, que aumentanel regalo y dilatan los horizontes del consumo, lascasas, las fábricas, el dinero y el papel-moneda,como representantes de valores y por su valor in-trínseco, tjdo eso son capitales. El ingenio, el ta-lento, la intruccion, el saber, el crédito son tam-bién capitales; y como todo ello contribuye á laproducción, como el que posea un capital al pres-tarlo á otro sa priva de su usufructo y de su goce,de aquí que este servicio tenga que cambiarse porotro servicio y el rédito aparezca por necesidadabsoluta. Terminado el tiempo del préstamo, vuel-ve el capital íntegro al dueño, y como este puedeprestarle de nuevo y recibir nuevo rédito en cam-bio de su otra privación, do aquí que el rédito sealegítimamente perpetuo.

Tales son, bravísimam3nte examinados, el abo-lengo, el origen y la formación de los capitales;tal la legitimidad del crédito con interés parpá-tuo. Al principio se forman los capitales á duraspenas, hay pocos, es mas difíciles daaprenderso deellos, hay muchos qua los piden, pocos que losprestan, y el rédito as crecido y fabuloso; pero semultiplican con rapidez, se forman con más faci-lidad, con menor fatiga, y el pramio baja porqueel servicio, prestado es menor,.y añ la, libertad decrédito, facilitando la circulación, estableciendola competsneia, disminuye el interés cada vez másy pone I03 capitales al alcancía del más humildeproletaria.

Tal y tanjegítimo es. el capital, tal y tan legí-timo es el rádifco. Bion/sé yo que no, creáis vos-otros en las engañosas doctrinas que esto niegan,que os pintan al capital, como el verdugo d al tra-bajo, que enardecen la sangre del obrero y of 113-cansuviasa, pintándole un porvenir de riquezassobre las humeantes ruinas del capital. Xo,.nolas creéis, porque vuestro buen sentido arranca elgastado y crapuloso antifaz de e3os sofismas, y osdice que no es el capital verdugo del trabajo, sinohijo del trabajo; qua no e3 el capital lo qua mata,sino lo que vivifica, lo qua mejora del trabajo, yasí como el trabajo produce el capital, asi, por leymaravillosa do armonía, el capital fomenta y sos-tiene el trabajo. Son, pues, trabajo y capital ar-mónicos, no antitéticos. Ayudar la creación de loscapitales por medio de la libertad económica, esmejorar la suerte del trabajador, es contribuir á

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su emancipación posible; declarar la guerra al capi-tal, destruirle si asequible fuese, seria destruir eltrabajo, aniquilar el trabajador, y á e-sto caminael socialismo. La abolición del rédito, el créditogratuito es el quietismo social; la legitimidad delinterés, con la libertad de crédito, es el movi-miento social, la vitalidad, símbolo del progreso:lo primero, lo que pretende el sociacismo es laruina del obrero; lo segundo, lo que nosotrosdeseamos, es su bienestar, su fortuna, lo que lecambia de traba]ador en capitalista, lo que le lle-va por el camino de la rectitud, de la verdad y dela honradez á los más altos puestos, y á las máspuras dichas. ¿Y habrá ciego» de entendimientoque vacilen todavía1!

La propiedad se funda en el valor; lo que nadavale, nadie tiene interés en apropiárselo, es dongratuito de la naturaleza, y sin embargo, puedeser útil y aun necesario al hombre. De aquí, que lasidías utilidad y valor sean esencialmente distintas.El aire es útil, ea necesario á la vida humana, sinrespirarlo la sangre venosa no se convertiría enarterial, la muerte seria segura. Y sin embargo, elaire nada vale, no tiene valor, nadie se lo apro-pia, á nadie ocurriría comprarlo á su vecino; noforma propiedad. La luz y el calor solar son úti-les, necesarios á los seres organizados, y sin em-bargo, no tienen valor, no tienen precio, no cons-tituyen propiedad. El agua que sigue mansa sucurso lamiendo la costra terrestre es útil, es nece-saria al hombre, y sin embargo, su utilidad no leda valor; cuando todo el mundo puede tomarla enel rio nadie se la apropia, nada vale.

Pero si se conduce por medio de obras hidráuli-cas para abastecer la población vecina, el aguaque brota de la fuente tiene ya valor; su utilidades la misma que cuando por el rio discurria, perola fatiga, el trabajo, el capital invertido en la con-ducción han de tener su premio; este premio, li-bremente ajustado, es el valor que toma el agua;entonces ya no es de todos, es del que ha puestoel trabajo, constituye, pues, propiedad. Y es in-exacto decir que el agua ha adquirido valor, puesque este no es suyo, no es por ser distinta de lasdemás aguas, se lo dan los accidentes; si la pobla-ción estuviera á las orillas del rio, no lo alcanzaray el agua fuera la misma. El trabajo es, pues, elfundamento del valor y este es el fundamento dela propiedad.

Del mismo modo la caída de aguas que cía mo-

vimiento y vida á un artefacto, ea una. propiedadporque tiene valor, y este proviene no del agua,que entra en la máquina y de ella sale sin altera-ción, sino de la presa, del canalizo, de la compuer-ta, de la rueda ó la turbina, del capital, del traba-jo, en fin, que se necesitó para encadenar la natu-raleza con el arte. ¡Cuántos saltos de agua, igualesó mayores, se perderán despreciados lamiendo lalisa roca!

Y si hubiera de indemnizarse él trabajo de lanaturaleza en el salto de agua, no habría en latierra valores suficientes para pagar una gota. Elcalor del sol evapora las aguas de lagos y marea,fórmanse las nubes, un enfriamiento las resuelveen lluvia, desHzanse, al caer bajo el imperio de lagravedad íatal que las amarra á la tierra, por lasuperficie, en pequeños arroyos que se funden enrios caudalosos; dan vida á la industria; muevenlas máquinas formidables; apagan la ssd del cam-po, y tornan, en parte, al mar, su primera patria,y siempre es agua, y siempre encadenan descono-cidas fuerzas los dos gases que la constituyen, quela convierten en sangre de la tierra. ¡Misterios su-blimes que, sin embargo, carecen de valorl Poreso no son propiedad de nadie. ¿Quién posee laevaporación terrestre? j,Qión es dueño de la nubevoladora1? Donde no hay trabajo humano, la pro-piedad no existe.

Una mina de hulla se vé á lo lejos. Profundas ycompactas las capas, es difícil extraer el mineral,tendría un coste superior quizás al precio del mer-cado. Y sin embargo, es tan útil aquella hulla,como la que entrstiene el hambre de la rugientelocomotora. Nadie quiere aquella mina, no tienevalor; allí solo hay un trabajo de la naturaleza al-macenado, gratuito; mas para usarlo se necesita eltrabajo del hombre. Uno se presenta con podero-sas máquinas, abre la tierra y arranca de sus en-trañas la negra riqueza; es ya suya. ¿Por qué? Por-que representa el premio de un trabajo; el réditode su capital. La vende. ¿Por cuánto? A lo máspor el precio de su trabajo; que si más pidiera,' óla compraran á otro, ó explotarían también lamina. Su propiedad es su trabajo; el intermediola hulla.

Uníl tierra (y esta es la cuestión capital por hoy)es pantanosa, está abandonada. Un empresario lftsanea, derriba los árboles, la prepara, siembra lasemilla y recoje la cosecha. Gran parte de su tra-bajo y de su capital quedan en la tierra, apta yapara eterna producción; y pues que él le ha dadovalor, él debe ser el propietario. "Pero la cosecha,dicen, la dá la natuialeza, y el propietario lo quehace es apoderarse de ese valor, que no le cuestatrabajo, y venderlo; esa es la inmoralidad, ose elmonopolio, ese es el robo." ¡Grosero sofisma! No

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hay valor alguno que no cueste trabajo al hombre;pueato que la cosecha tiene valor, algún trabajo lehabrá costado. Veamos, pues, qué parte tiene enella el hombre, y qué parta la naturaleza.

Para poner la tierra en producción se ha dese-cado, descuajado, labrado, se han hecho acequias,construido casas, fabricado instrumentos. El hom-bre, el arte, el capital, el trabajo han preparadoel camino; han montado la máquina. Hasta aquítodos son fatigas y desembolsos. Para eadá cose-cha se abona la tierra, se trabajarse riega, se com-pra la semilla, se siembra, se escarda, se limpia,se vina, se siega ó se arranca, se trilla ó se reeoje,se lleva al mercado el producto. Todo esto lo haceel hombre, y ¿qué ha hecho la naturaleza1! Lo queen todas las industrias, contribuir con las fuerzasnaturales á la producción, por medio de maravi-llas sin cuento, todas admirables, pero todas sinvalor.

Contribuye á la f ormaci n de la espiga por me-dio de la humedad, la luz, los elementos químicosy la asimilación; como contribuye á la formaciónde la hulla depositando calor solar en el corazón delos troncos que á su ardiente contacto se carboni-zan, y enterrándolos millares de años; como contri-buye á moler el trigo por medio de la gravedad,del peso del agua que hace girar la muela, ó del im-pulso del viento que repele con violencia las aspasdel molino; como contribuye á fabricar un tejidomoviendo el telar por medio del vapor que produceel carbón de piedra, trabajo primitivo donde en-cerró sus fuerzas para prestarlas después á la in-dustria y asombrar al mundo con sus trasforma-ciones. Todo nace de las fuerzas primitivas, yestasson gratuitas. El trabajo humano las apropia á losusos que le conviene, las hace tributarias de la inte-ligencia para producir valores. Estos valores, no lasfuerzas primitivas, constituyen la propiedad. Lagravedad que mueve las pesas de un reloj no se pa-ga, no tiene valor; lo que se paga es el mecanismoque lo obliga á servir para aquel objeto. La grave-dad mueve las manecillas; el hombre no ha hechomás que disponer unas ruedas para que caminenmás ó menos de prisa. Lo mismo en el cultivo dela tierra, fuerzas misteriosas y desconocidas hacengerminar la semilla y crecer la planta; el labradorno ha hecho mas que disponer todos los mediospara obtener el resultado.

El trabajo del relojero, como el del agricultor,se reduce á preparar los elementos; la naturalezahace lo demás. Si uno necesita instrumentos parafabricar sus ruedas, máquinas há menester el otropara abrir y cavar sus tierras; si ingenio requiereuna combinación, talento necesita la otra, y nadiedice que el reloj es un don de la naturaleza, quees un monopolio, que es un robo, y hay, sin em-

bargo, quien sostiene que la cosecha e9 gratuita, yla propiedad robo y monopolio. Es que en el relojlo que se vé es el trabajo humano, lo que no se vila acción natural; y en la espiga, lo que se vé 63 elfruto de la naturaleza, lo oculto el trabajo delhombre. Mas en amboa casoi, como en toda, la in-dustria, lo que tiens valor, lo que es apropiable,es el trabajo; lo demás es gratuito, nada vale;abierto á todos está.

Aunque el trabajo es el fundamento esencialdel valor, no siempre el precio está en relacióncou el trabajo. Hay trabajos estériles, perdidos;hay quien se fatiga mucho para producir poco, yclaro es que el valor no está medido por ese tra-bajo, que puede ser inútil. Por eso la medida delos valores estriba y se hace en el cambio de servi-cios. El valor se mide, no tanto per el trabajo queencierra, como por el que ahorra. De aquí las di-ferencias naturales entre los cultivos de distintastierras, entre las explotacionea de diferentes in-dustrias.

Estas breves reflexiones, que no podemos deta-llar, demuestran que la propiedad individual estáfundada en el trabajo, que ea legítima, que es mo-ral, que á semejanza del capital y del rédito, sur-ge y brota del libre juego de los intereses en lavida social. La propiedad privada es hija del tra-bajo; el que ha producido los valores que la for-man debe gozarlos, y esta es la palanca del progre-so y el fundamento de la civilización. "Sin la pro-piedad ea imposible el cumplimiento del fin hu-mano, y la propiedad no se adquiere sino con eltrabajo." (1) Sa engañan los que creen que haypropiedad gratuita cedida por la naturaleza alhombre; lo que ea gratuito no tiene valor; no pue-de ser propiedad de nadie. Propiedad y comunis-mo son ideas antitéticas; bien lo dice el sabioproverbio depurado en el crisol infalible de la ex-periencia:

Lo que es del comúnNo is de ningún.

Si la naturaleza fuera bastante pródiga paite ar-rojar al rostro del hombre su sustento, e3te orgu-lloso rey de la creación pagaría con su inteligen-cia los opimos, gratuitos dones, viviria sin ensa-yar una idea, sin soñar una industria, en el quie-tismo que embrutece, en la molicie que enerva, enel materialismo que mata. Ese es el comunismo de

(1) "La defensa del derecho de propiedad y sus re-laciones con el trabajo," por D. Vicente Santamaríade Paredes, Madrid, .1874. Recomendamos la lectm-ade esta Memoria, justamente laureada por la Real Acaldemia de ciencias morales y políticas, i los sóaios deAteneo aficionados i este linaje de asuntos.

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los bosques, postrer destello del estado salvaje. Elcomunismo moderno queriendo unlversalizo," lapropiedad, la declara colectiva.

Al abolir por ilegítima la privada, se funda enuna falsedad para cometer ím atentado. La false-dad la hemos hecho evidente al demostrar que lapropiedad privada es legítima; el atentado es des-truir el interés individual, manantial fecundo decuantas grandezas y maravillas admiran hoy almundo, aniquilar el trabajo, fuente de bienestar;condenar, en fin, la humanidad á recorrer el eiclodel retroceso, en el tenebroso abismo de la barba-rie. Pero no temáis, que no sucederá, porque laley del mundo es el progreso y ¡ay del que preten-da interrumpir la majestuosa carrera de la perfec-ción humanad

Todos los dias lo ganáis; cada semana lo entre-gáis á vuestra familia y con el la paz y la dichade un sustento ganado con el sudor nobilísimo devuestro rostro. Es el salario, lisa y llanamente,una forma de remuneración del trabajo. Dos ele-mentos importantes, necesarios, contribuyen á laproducción de los valores: el capital y el trabajo.Ambos tienen derecho perfecto á participar delvalor creado, que ni el capital se aplica á la pro-ducción, por el placer de producir, ni el obrero sefatiga y consume sus fuerzas, por el guato de vivirocupado. Busca el capitalista la renta de su ca-pital, desea el obrero el premio de su trabajo; con-sigue el primero un interés, gana el segundo ímsalario. El interés, es, por consiguiente, el salariodel trabajo acumulado; el salario es el interés deltrabajo actual, y ambas formas, salario é interés,se funden en su, esencia en una sola: la renta. De-dúcese, pues, que en todo valor producido hayuna parte que pertenece al capital, otra que se de-be al trabajo, y de aquí surgen dos cuestiones:1.a, determinación del cuantum de cada parte; 2.a,forma de distribución entre ambos coproductores,de la parte que á cada cual correponde.

La primera cuestión fácilmente se resuelve conel principio de libertad, clave de la armonía; li-bres ambos, obrero y fabricante, jornalero y em-presario, debaten el asunto y cierran su pacto decomún acuerdo sobre la base de la equidad.

El medio que más natural parece de resolver lasegunda cuestión es, una vez cambiada ó vendidala obra, repartir á cada factor, capital y trabajo,la parte estipulada en el libre convenio. Mas esto,por natural y lógico que sea, tiene en la práctica

graves inconvenientes. En primer lugar al ven-derse la obra hecha, se somete á laa oscilacionesdel mercado, y unas veces se cambiará por más yotras por menos valores, lo cual equivale á decirque unas veces será mejor y otras peor recompen -sado el mismo trabajo, que sacará mayor ó menorinterés el capital. Y también ocurrirá que la obra,producida sea mala, ó no tenga aceptación, ó sedeteriore, ó se pierda, y no ofreciendo valores porella, el capital se pierde y él trabajo queda sin re-compensa. Vése aquí, en el fondo de la cuestión,una inseguridad perjudicial á los intereses de lesco-productores, que ni pueden contar con un pre-mio fijo, ni en algunos casos con renta alguna.

Además, si tarda en venderse la obra, ¿quéLace entretanto el obrero que espera ansioso elfruto de su trabajo? ¿Qué el fabricante que aguar-da impaciente la renta de su capital?

En la alborada de la civilización no hay acuer- •do posible; las cosas han de pasar así neeesaria-me ite, porque no puede calcularse la parte de va-lores absolutos que á cada cual corresponde; por-que no hay experiencia de semejantes cambios,porque todo es eventual, porque las últimas som-bras del comunismo primitivo, luchan y batalliucon los primeros destellos del individualismo, ysólo veladas aparecen las nociones del tuyo y mió.Pero avanza la civilización, y ásu calor se disipanlas nubes de la ignorancia; crece el horror delhombre hacia lo inseguro, lo eventual y lo descono-cido, tanto como su cariño hacia lo seguro, lo fijoy lo cierto, y esas dos fuerzas, obrando en la mis-ma dirección ó igual sentido, aplicadas á la inte-ligencia, dan por resultante mil variadas é inge-niosas combinaciones, cuyo fin es acercarse á la se-guridad y huir de una pavorosa incertidumbre. Tcom^ de lo desconocido es muy difícil triunfar, elque lo consigue tiene mayor premio, pues que searriesga más, y es natural que el premio esté enrazón directa del riesgo. Quien de lo seguro trata,no adquiere el beneficio de la seguridad, sino conalgún sacrificio equivalente, y así, á igualdad detrabajo, tiene menor premio el que nada arriesga.

¡ Cuántas y cuan variadas invenciones existenpara combatir ese repulsivo desconocido! La pro-ducción está á merced de lo improvisto, su carác-ter es la inseguridad. El incendio'que devora lafábrica, el granizo que destruye la cosecha el marbravio que sepulta la nave, el huracán que arran-ca los árboles, el terremoto que destruye los pue-blos, la garra de la guerra que esprime sangre, lainundación que siembre por do quiera ruina ymuerte, y otros mil accidentes variados hasta elinfinito, son perpetua amenaza de la producción,fatídica silueta de esa angustiosa incertidumbre.Pero el progreso la ha borrado, y las Sociedades

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de seguros, los Bancos de previsión, los Monte-pios, las rentas, el sueldo fijo, el salario, anu-lando la eventualidad, conquistan al hombre untranquilo bienestar, que ni soñar podria en lasazarosas inquietudes de un pasado de oscuridad yde tinieblas.

Así, con el actual de adelanto social, la segun-da cuestión que quedó planteada, hala ya fácilsolución. El obrero, ansioso de seguridad, pre-fiere un valor igual y constante á los que le pro-ducen las oscilaciones del veleidoso mercado. Sutrabajo es la savia de su vida, y no puede espe-rar la vonta de la obra para gozar el legítimo pre-mio de su fatiga. Entonces, dentro del principiosalvador de libertad, el capitalista se comprometeá darle por su trabajo una cantidad fija, le ase-gura una renta, le emancipa de las variariones delmercado, de los accidentes fortuitos de la ventatardía, de la pérdida parcial, ó total, del riesgo,en fin. El obrero cede su trabajo á cambio de unacantidad estipulada, adquiere la seguridad, ce*diendo por su parte algo del valor del trabajo. Esacantidad fija es el salario; el capitalista, dueño detoda la obra producida, se convierte en fabrican-te, en empresario. En este nuevo contrato, todoslos riesgos, lodos los accidentes son del capital,justo es que goce timbien todos los provechos ex-traordinarios; toda la fijeza, toda la seguridad esdel trabajo, natural es qué la adquiera á cambiode otro servicio.

Nace, pues, el salario cuando la sociedad fta'pro-gresado bastante para combatir lo desconocido, ysu aparición rompe las ligaduras que sujetan elobrero á una abrumadora inceítiáttmbre.

Es lo general y es lo común que el obrero pre-fiera la fijeza del salario á la esperanza de otraparticipación en el valor producido, y por eso talforma de premio ha extendido sudominio por;to-das partes donde la civilización ha clavado su en-seña. No es la forma definitiva, ni la inejqf, enabsoluto, de remunerar el trabajo, pero es justa,natural, equitativa y necesaria; significa un pro-greso, un adelanto, una perfección, y no es «ornoel apasionado socialismo supone, una instituciónodiosa é inmoral.

En aquella fábrica-trabajan centenares de obre-ros. Su salario es moderado-, es menor que el pre-mio que su trabajo merece. Si participaran de losvalores pt&dueidos, cuando se venden', en la pro-porción equitativa, sacarían más, íondria su tra-bajo mayor recompensa. La diferencia es el preciode la segundad que gozan. Así aunque son librespara romper su contrato y fundar otro, no lo ha-cen; sólo se exaltan cuando el socialismo, en elejercicio de su caritativa misión, les predica queel fabricante lea roba y los ésquilmaj y medra eon

sus sudores. Pero hé aquí que una competencia,una desgracia, un cálculo erróneo, arruinan al em-presario, le sumen en la más espantosa miseria. Elobrero, qus ha cobrado el precio convenido de sutiabajo, se va á trabajar á otro lado, y no ofreceal desolado fabricante sus auxilios, ni el benéficosocialismo se lo aconseja. ¡Ah! Cuando el dueñoganaba, ¿reclamabais parts de sus ganancias, yahora que pierde no queréis tomar parte en sudesastre? ¡Singular contradiceion que arguye loilegítimo de vuestras pretensiones!

El salario es, pues, una forma justa, aunqueperfectible de participación en el producto. Enciertas condiciones de adelanto social, la coope-ración le aventaja, mas siempre el salario es el pande cada dia que se consigue sin angustias, sin in-quietudes y sin riesgo. Representa la seguridad,la paz, la tranqu lidad, y se compran estos ele-mentos de bienestar con servicios, á costa de algúntrabajo. La condición precisa para que el salario seaequitativo, es la libertad entra los contratantes;si por una ú otra parte hay presión, el equilibrioes inestable, la máquina funciona forzada, y, alestallar, á todos tocan los desastres del siniestro.La presión por parte del capitales odiosa, tanodiosa y tan condenable como la.presion por partedel trabajo.

-Si aquella es un abuso vituperable de la posi-ción, esta es un abuso: repugnan te de la fuerza.Cuando sé realizan, el hechores funesto, el sínto-ma deplorable; indica eclipse parcial de libertad.Estos meteoros, son lo anormal: en los períodosnórmales está probado ya por ilustres economis-tas, y 16 ha demostrado también en su ya citadaMemoria mi joven amigo el doctor Santamaría deParedes, que "la fijación del ¿aíamo ni es ¡arbitra-ria ni nace del capricho del empresario," «iao queobedece á las leyes económicas que regulan la ofer-ta y el pedido, que derivan de; las condicionesesenciales y formales del mercado.

Noes la última ni la menor de las.ventajas delsalario dar medios al obrero'de convertirse en fa-bricante. Asegurada su renta por horas:fijas detrabajo, sjn ineertidumbre ni angustias, tiene elobrero quizás algún tiempo, algún dia libre quededicar á otras tareas, y puede arreglar sus ¿astoeá una parte menor de lo que por su salario perci-ba. La esperanza de mejor fortuna le i*á ¡fortalezay constancia, y al cabo de algunos años, los mu-chos pocas que ahorró, ponen en sus manos un pe-queño capital, primera piedra de su futura casa.

Multiplica sus esfuerzos el novel fabricante;crecen sus productos, aleja más cada año los lími-tes de su industria, y el premio de sus afanes esconvertirse en miembro de esa llamada clase me-dia y gozar mayor suma de satisfacciones á cam-

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bio de pasadas fatigas. Examínese la inmensa ma-yoría de lo que el socialismo, en su castizo lengua-je, llama burguesía ó clase burguesa, y se verácómo todos sus individuos, todos esos que llamaindignos explotadores, son los oficiales, los obre-ros, los dependientes, los jornaleros, los estudian-tes de ayar; todo3 son hijos del trabajo, son susobras la leyenda de su escudo.

El salario es para el obrero un instrumento deredención.

¡Bien haya lo que tanto bien produce, siquierasolo sea lo bueno, camino seguro de lo mejor]

JUAN NAVARRO REVERTER.

(Concluirá.)

LA VANIDAD.

La vanidad es la compañera de la envidia; elcoquetismo el agente de estos dos vicios.

Voy á pintar en esta historia uno de sus máslastimosos triunfos, y para que mis razones ten-gan más peso, voy á empezar dando la definiciónde la mujer, según la dá un autor desconocido,pero de buena familia, que si no mienten las cró-cas nació en Pérsia.

"La mujer, dies, es una erupción de la que nues-tro primer padre se vio acometido al salir al mun-do, una nueva enfermedad que hay que añadir alinmenso catálogo de las que ha tenido á bien re-galarnos la sabia naturaleza. Como pertenece algénero de las incurables, principalmente en el pe-ríodo del matrimonio, toda lucha con ella es im-posible, y por lo tanto, el único recurso que paracombatirla n03 ha quedado es el derecho de escogerla más ó menos benigna. Este gran recurso sevé, sin embargo, destruido en gran parte por unagrave crisis que en el mundo médico-social se co-noce con el nombre de suegra, mamá-suegra y ma-dre política, según los grados de intensidad conque acomete. Amigo, como soy, de hacer todo elbien que puedo á mis hermanos, voy á dar algu-nas, aunque no invariables noticias sobre estacrisis de resultados tan funestos las más veces.

Como método preventivo de la enfermedad, de-be casarse el hombre joven para que su naturaleza,al recibir el terrible choque, la pueda resistir. Sis« resista nueve años á la suegra sin que se re-sienta el organismo, puede asegurarse que la en-fermedad está vencida, y queda el consuelo de

que hasta la muerte natural sólo se sufre un pa-decimiento eróniep que puede paliarse con gran-des dosis de paciencia, que el eafermo debe admi-nistrarse á menudo; sirva esto de consuelo á loscasados. Los infelices que no prueben e3tos resul-tados, no les queda para su mal otro recurso quepegarse un tiro, M

Esto asegura el célebre autor antes citado, peroyo, con su permiso, difiero en algo de sus opinio-nes; pues sí bien no desconozco el fondo de ver-dad que encierran sus palabras, creo que de sustiempos acá la civilización ha domesticado de talmodo á las suegras, que el mal que producen haquedado reducido á la afeecion crónica.

Volvamos á mi asunto:¿Quién no sabe lo que es el coquetismo en la

mujerí ¿Quién no conoee las terribles consecuen-cias á que dá lugar? ¿Quién no lia podido apreciaralguna vez todo lo que vale, todo lo que cuesta,todo que fastidia? Ejemplo al canto.

Estaba veraneando en San Sebastian. Me pa-seaba una serena nocho del mes de Agosto por laorilla del mar, hará poco más de un año, contem-plando las gigantescas olas que al estrellarse enel malecón, formaban montes de espuma que otrosmontes de agua deshacian, cuando de repente yen menos tiempo que lo cuento, veo acercarse un-hombre hacia donde yo estaba, y sin decir siquie-ra buenas noches, dando un enorme salto, arro-jarse en el húmedo elemento. Quedé un instanteaterrado, pero resobrando al punto mi serenidadempecé á pedir socorro á gritos, explicando á losque llegaban lo ocurrido, y en un instante cuatro óseis valientes marineros se arrojaron al mar por ejsitio que yo les indiqué. Nada más hermoso queaquella lucha del hombre por el hombre, y nin-gún placer más puro, según creo, que el que se ex-perimenta al hacer un bien por el placer de ha-cerlo. Habian pasado excasamente cinco minutos,cuando las voces de uno de los salvadores nos in-dicó que se habia, encontrado el cuerpo, y que sé letraiaháeia donde nosotros estábamos para que yole reconociera. Al ver el ahogado no pude menosde dar un grito; habia reconocido un intimó ami-go mió, de una gran familia, y que parecia dis-frutar de una envidiable posición. Como el tiem-po que habia parmanecido bajo el agua habia sidopoco, fue fácil hacerle volver á la vida, y una vezllenadas las formalidades judiciales, ma permitie-ron que me le llevase, en un cochecillo que nosproporcionaron, á la fonda de B3raza, donde dijoque habitaba. Dejóle descansar aquella noche,después de encargar que nada le faltara, y á lamañana siguiente fui á verle á cosa de las ocho.Ya e3taba levantado; cuando entré en su cuartome escribía rogándome le viese aquelmismodia.

90 REVISTA EUROPEA.—20 DE ENERO DE -1878. N.° 204

—Cómo,—le dije,—te figurabas que después dela escena fúnebre de anoche, y que por fortuna notuvo el desenlace que tú esperabas, iba yo á tenerla sangre fría de novenir hoy en cuanto pudiera áconocer la causa del grave crimen que ayer estu-viste á punto de cometer.

—Tienes razón,—me contestó mi amigo,que des-do ahora llamaremos Antonio,—pero tal es la ver-güenza que tengo de la cobarde acción que hecometido, que consideraba natural que todos meabandonaran, hasta tú, mi querido amigo.

—Mal hiciste en pensarlo,—repliqué; — puesaunque no conozco la causa que te impelió á turesolución, creo que debe ser muy grave, cuandollegó hasta ese punto. No te la perdono, sin em-bargo, hasta que con entera franqueza oiga de tuslabios lina explicación completa y clara.

—Así será; Óyeme, pues.Haría apenas un mes que fuiste destinado á la

legación de Berlín, cuando realizando el deseo detoda mi vida, se efectuó mi matrimonio con Ca-rolina y me creí el más feliz de los mortales. Mipobre madre, de la que ,tú te acordarás, me acon-sejó repetidas veces que desistiera de aquel enlacey yo, ciego pT la pasión, la acusaba de injusta, y ásu pasar hice mi gusto. Cuántas veces en los pocosaños que desde entonces han trascurrido he recor-dado sus consejos; cuántas veces al pié de su tum-ba he llorado el no haber seguido sus cariñosasexortaeiones. Mi madre conocía bien á la que des-tiné para mi esposa; su carácter alegre y amigo debroma y de bullicio seducía á primera vista, perohastiaba y molestaba cuando se luchaba con él átodas horas. Amiga del lujo con exceso, en extre-mo pagada de su hermosura, todo le parecía pocopara su ballezá y gustaba en extremo de que todoel mundo la requebrase y la atendiese, sacrifican-do en aras de su vanidad mi cariño y matándomeá celos. Mi fortuna, aunque grande y sana, des-apareció como el humo ante el viento de sus ca-prichos, y lo más doloroso es que al par que midinero, veía desaparecer?el amor de mi mujer queme despreciaba, porque decia era poco para ellacuando no suscribía con mi bolsillo á alguno desus descabellados desaos. La existencia así me erainsoportable, y por no perder el cariño de aquelmonstruo de orgullo y de amor propio, yo, á quiense citaba como el más implacable enemigo delazar, jugué para que no me faltara dinero y, comoera natural, no sólo no gané, sino que al fin y alcabo contraje enormes deudas que me envolvieronen mil compromisos, y me dejaron casi en la mi-seria. Pero nada es todo esto en comparación de loque ahora ine acaba de suceder. Mi mujer, á la quela pérdida de nuestra fortuna no habia modifica-do en nada su antiguo carácter y que nunca ha

consentido ni en cader en lujo, ni en vender susalhajas, aun cuando no comiéramos, habia con-templado su adorno moral con un nuevo vicio quees para mí el mis feo, el más repugnante: la en-vidia. Una noche, al volver de un baile, noté cier-to susto ¡en su semblante, cierta inquietud que,ni aún en los tiempos en que más iips perseguíala desgracia habia notado en ella. La pregunté coninsistencia el motivo de su incomodidad, y pormás que hice no pude obtener más que respues-tas evasivas que nada me explicaron. Pero pron-to, muy pronto habia de saber el motivo de sususto. A la mañana siguiente y cuando apenasacabábamos de levantarnos, llamaron á nuestrapuerta, y vi aparecer con terror ante mi vista unjuez y un escribano acompañado de varios agen-tes de orden público. En pocas palabras me enteródel motivo de su visita; mi mujer estaba bajo elpeso de una terrible acusación; se la imputaba derobo de unas alhajas pertenecientes á la señoraque habia dado el baile la noche anterior. Grité,protesté contra aquel aserto, pero cediendo á lanecesidad, permití que se procediese á un regis-tro en mi casa. Difícilmente, amigó mío, podréaxplicarte lo que me pasó al encontrar dentro delarmario de mi mujer las alhajas robadas. El juezno habia mentido; mi mu>er no sólo me robaba lapaz, sino la honra, mi mujer era una ladrona.Mas tarde conocí los detables del suceso. Largotiempo hacia que mi mujer, víctima de su pasiónpor el lujo, habia tratado en vano de adquirir unprecioso collar de perlas que lucia en los escapa-rates de casa de Ansorena. Un dia en que reuniópor fin la cantidad deseada, malvendiendo.otrasalhajas suyas, y cuando iba radiante de alegría áverter un puñado de oro por aquel nuevo ó inne-cesario adorno, se encontró á una amiga suya, quemirándola con sorna y al saber á donde iba, ladijo:—Inútil es que ya se cansa V., porque ha-ce ocho días que ese collar le compró yo y el sá-bado me lo verá V. lucir en el baile que doy, á laque está V. convidada desde ahora. Una irresisti-ble envidia se apoderó desde entonces de mi mu-jer, y el dia del baile, al que yo no pude asisti-iprotestando una ligera indisposición, permanecióen la casa hasta después de terminar la fiesta, yaprovechando un descuido de su amiga se apoderódel objeto de su codicia. Nadie de seguro se hu-biese atrevido á sospechar de ella á no haber da-do la providencial casualidad de que se despren-diese el broche del collar al subir en el coche dealquiler que la condujo á casa y que recogió elportero de la de su amiga, diciendo que se le ha-bia caido á mi mujer. En consideración á mí sedio al proceso la menor publicidad posible, perono hubo medio de evitar que la culpable fuera

N.° 204 J . ALVAREZ PÉREZ.—UN DRAMA EN EL DESIERTO. 94

condenada á cinco años de prisión mayor, mu-riendo á los dos mases de estar cumpliendo sucondena; hace hoy cuatro dias. Desesperado, tris-te, arruinado, sin honra ni sosiego, sin objeto nifin en esta vida, anoche decidí acabar con mi exis-tencia, y á no ser por tí, mi pobre hijo hubieraquedado hoy abandonado.

—Cómo,—exclamé,—¿tienes un hijo y has pen-sado en matarte1! ¿Tienes un hijo, y dicss que tuvida no tiene objeto? Anoche te creí cobarde, hoyte juzgo peor; Antonio, vuelve en tí, piensa en esapobre criaturita que tanto necesita de tus cuida-dos, enséñale á ser más obediente que tú, y á tenermenos amor propio que su madre, para que puedaser más feliz, y siempre animado con tu cariño,trabaja y sé buen padre, y los tuyos te perdonaránde3de el cielo tu mala cabeza, y Dios te dejará aungozar de dias de paz y de ventura.

Los malos pensamientos de mi amigo estabanvencidos por completo; un torrente de lágrimasque salieron á borbotones al escuchar mis últimaspalabras los habian borrado, dejando, en cambio,escrita e:\ su imaginación dos magníficas pala-bras: debery esperanza. Hoy suelo encontrarle al-guna que otra vez llevando de la mano un precio-so niño que me saluda con sus deditos, y cuandome ve siempre, me dice:—Mira quá hermoso es mihijo; cuánto te agradezco el haberme salvado.

No eneusntro palabras bastante duras con quécalificar el coquetisino en la mujer; por fortuna, lasociedad paga como debe á la que adolece de estevicio, y este desprecio la es tanto má3 sensible,cuanto que ataca directamente su única cosa vul-nerable; el amor propio. Sepa la que es coqueta,por sí lo ignora, que e3a es falta que sale á la cara,y que todos eonocen,para reirse de ella á todas ho-ras, y aprendan los jovencitos solteros, que ham-brientos de casarse, sólo 83 enamoran de las belda-des bullicio3as; que de tales mujeres sólo se consi-gue lo que consiguió mi pobre amigo ó algo peor,y que en alardes de hermosura sólo encuentro unobueno; el de alma. Tal vez alguna se ria de mis re-flexiones, y hará mal, porque sobre ser ella la bur-lada, tendrá que reirse muy bajito para que no laavergüence su propia risa.

Luis DE SANTA ANA.

UN DRAMA. EN EL DESIERTO. (*)

{Continuación.)

Sin que pidieran naia, uu mozo joven, vestidocon ropas de deslumbrante blancura, íes sirviócafé en pequeñas y pintadas tazas, y sendas pipasde largo tubo, de cerezo, boquilla de ámbar y hor-nillo de barro encarnado.

Mientras fumaban saboreando el café, cuya de-liciosa preparación sólo conocen á fondo los orien-tales, el cicerone, cumpliendo concienzudamentecon su debar, explicaba al viajero cuantos objetostenían á la vista.

—Entre la montaña de Bou Kernin, y ol lago,—decia,—veréis agrupadas unas cuantas casas, deplanta baja, dominadas por una mezquita que notiene nada de notable.

A primera vista parece un arrabal de Túnez, yel viajero lo atraviesa sin sospechar que pisa unsuelo santo para I03 musulmanes, porque allí mu-rió un virtuoso varón llamado Badea, cuyo nom-bre dejó al pueblo.

Para los europeos también tiene grandes re-cuerdos, porque sus miserables casas, su pobramezquita, se alzan sobre las tumbas de millares deguerreros.

En aquel mismo sitio, Eégulo derrotó á Hanno,durante la primera guerra púnica, y justamente enel lugar que hoy ocupa el pueblo, colocó el generalcartaginés sus principales fuerzas y la gran masade sus elefantes.

—¿Veis aquella colina1!—preguntó el cicerone se-ñalando al lado opuesto del histórico pueblo.

(jkpmez, ocupado en,examinar la taza de café quetaiiia en la mano, hizo una señal afirmativa.

Esta señal dobió satisfacer al guía, que prosi-guió:

—Pues allí, sobre aquella colina, estaba la so-berbia rival do Boma, la infeliz Cartago, á la cualliareis una visita como hac3n todos los viajeros deconsideración, y entonce i 03 enseñaré cosas mara-villosas, puss ya veis que estoy bien enterado detodo.

—Me alegro.—¿Me escogeréis para visitar la ciudad?—Tal vez; pero por lo pronto voy á emplear vues-

tros conocimientos en otras cosas.—Mandad, señor.—Ya que todo lo sabéis, ¿podréis decirme e>on

que han hecho este maldito café?El cicerone, aun cuando algo mortificado por el

(") Véanse los números 203 y 204, páginas 23 y 59,.

92 REVISTA EUROPEA.—20 BE ENERO DE 1878. N\ 204

empleo que el viajero hacia de 'sus vastos eonoci-nventos históricos, doblegándose fácilmente á lascircunstancias, explicó detalladamente el por quéla taza contenia casi más polvo que café.

Mientras el cicerone hace esta explicación, de-bemos decir á nuestros lectores que, aun cuandoen efecto el café hecho á la moda árabe, conservaen la taza una gran cantidad de borras, esto noquita nada á su excelente sabor, y que el europsoque se acostumbra á tomarlo, no encuentra otroque sea más de su guato.

Pero como Gómez era la primera vez que tomabael café á la africana, las borras le interesaron mu-cho más vivamente que Hanno con sus elefantes ylas ruinas de Cartago.

Tranquilo con las explicaciones del cicerone,y más que nada con el excelente gusto del aromá-tico brevaje, consumió la porción que le habianservido, acabó de fumar su pipa, pagó el gasto, yso dirigió al coche para proseguir su viaje.

Al poner el pié en el estribo, sintió el galoparde un caballo: 'volvió la cabeza, y vio que de laGoleta, envuelto en una nube de polvo, avanzabaun ginete.

Gómez había oído hablar mucho de los caballosárabes; hasta entonces no había visto ninguno quevaliera nada, pero aquél parecía ser bueno y deci-dió esperarlo.

Poso tiempo después, el caballo llegó hasta don-de él estaba, se detuvo, y el ginete saltó ligera-mente al suelo.

Al verlo, Gómez lanzó un grito de alegría y searrojó en los brazos del recien llegado que lo espe-raba con los suyos abiertos.

CAPITULO IV.

Un compañero de colegio.—Túnez.—Bab el-Fadra.—Un sepulcro.—Lna barrios.—Un traje original,—Unoficial.—Un pooo de política en Ja fonda.

—Voto al chápiro,—exclamó el recien llegadoapartándose algunos pasos de Gómez,—¿quién ha-bía de pensar que estabas én Túnez?

—i,N"o estás tú?—Yo es otra cosa; soy viajero de una casa de co-

mercio de Barce^na, y vengo aquí bastante á me-nudo.

—¿Quién nos habia de decir, después de tantotiempo, que habíamos de encontrarnos, como quiendice, al fin del mundo'?

—Lo menos hace diez años que no nos vemos.—Esa será, sobre poco más ó menos, la fecha;

pero díme, ¡,cómo estás aquí?

—Por ver lo que era esto.—¿Luego, eres rico?—Así, así.—Esa es la mejor manera de viajar que conozco;

sin prisas, sin fatiga, sin esonomía, y sobre todosin itinerario fijo. Ese, chico, es, mi bello ideal, ylo que pienso haear cuando tanga bastante dineropara vivir de mis rentas.

Mientras el joven hablaba, habia vuelto Gómezal café, é instado por su amigo tomaba otra taza yotra pipa, sin cuyos requisitos no puede sostenerseen Oriente ninguna conversación.

Mientras ellos hablan, bebsn y fuman, apro-vecharemos el tiempo presentando á nuestros lee -tores al recien llegado.

Es, como hemos visto, joven, su figura no esmala, paro su lenguaje, sus maneras tienen un nosé qué de afectado que desagradan desde luego.

A primera vista se conoce que ea uno de esoshombres pagados de sí mismos que se escuchancuando hablan, que estudian sus gesto3 y ademanesal espejo, y que no salen de casa sin haber ap*ren-«,dido de memoria los chistes y ocurrencias que hande lucir durante el dift.

Como él mismo ha dicho, es comisionista de unacasa catalana, por cuyos asuntos se encontraba enTúnez: su nombre es Luis Meneses; y su amistadcon Gómez data de muchos años atrás, de cuandoestaban juntos en la Universidad; por lo demás,hacia muchos años que no se habian visto y nosabían nada de su, posición respectiva.

Mientras hemos dado al lector estos ligeros de-talles sobre Meneses, los dos jóvenes se habiancontado sus historias y proyectos, y se dirigíanhacia al eoche.

—Si no vinieras á caballo,—decia Gómez,—iríamos juntos hasta Túnez.

—Eso no importa, chico; tu guía montará enmi caballo y yo ocuparé el asiento con que mebrindas.

He tenido que hacer un negocio en la Goleta, yen vez de tomar un coche alquilé este caballo, locual me sale más barato y me gusta más.

Conforme lo habia determinado Meneses, el ci-cerone montó á caballo y los dos amigos subieronen el coche, que se puso rápidamente en marcha.

Meneses, que se jactaba de sabio, habia prome-tido á Gómez ser su guía en la nueva ciudad, ypara empezar su oficio le daba algunas noticias so-bre la población, cuyas murallas veían á lo lejos.

—Túnez,—decia,—tiene dos leguas y media decircunferencia y está cerrada por fuertes murallasflanqueadas por bastiones.

El mínimun de su población es de 125.000 ha-bitantes, de los cuales 10G.000 son moros y judíos;2.000 italianos, procedentes en su mayor parte de

204 J ALVAREZ PERE^!.—UN DaAMA ES EL DESIERTO. 93

Sicilia, y sin disputa lo peor que encierra Túnez,pues ellos, por lo general, son autores de todos losrobos y muertes que se cometen en la regencia.

De los 7.000 restantes 6.000 son malteses y elresto se reparte entre las damas naciones.

—¿Hay muchos españoles1?—Muy pocos, y esos descendientes, en su mayor

parta, de unos carpinteros de ribera que Carlos III 'mandó á Túnez para que enseñaran á los del paísá construir buques.

Ahora vamos á entrar en una ciudad encantada,y no digo esto por que sea en extremo bonita, sinoporque en ella verás á cada paso cosas que te hande llenar de admiración.

Este es otro mundo, el mundo de lo maravi-lloso, de lo terrible, de lo poético.

Por lo pronto, la ciudad tiene una reputacióntan merecida como antigua.

Según Estrabon, Túnez, llamada así por TitoLivio, es mucho más antigua que Cartago, y auncuando no se sabe á punto fijo la fecha de su fun-dación, existia ya 1.000 años antas de Jesucristo;pero no adquirió la importancia qua hoy tienehasta que Cartago fue completamente destruida,no sólo por los romanos, sino por los sarracenos,al mando de ffassan-den-el-Homan, ó el Gasanida,como le llaman algunos.

Destruida su rival, empazó á florecer, y fue can-tada por los poetas con los nombres del Jadra (lagloriosa), el Zahara (la verde), y el Baidalú. (blanca).

—¿Estamos ya en las puertas!—preguntó Gó-mez, señalando un arco de harradura sostenido pordos pequeñas columnas de mármol adornadas porhermosos capiteles corintios.

—Esto es Bab el Jadra, ó lo que es lo' mismo,Puerta gloriosa: por ella, como ves, entran en laciudad cuantas caravanas y carros vienen de laGoleta, y además los carruajes y personas que vanal palacio donde el Bey reside.

En efecto, tal era la afluencia de carros, ginotes,camellos y peatones que se apretaban en aquellapuerta baja, oscura y sombría como la de un cas-tillo feudal, que el coche tuvo que entrar al pasopara no causar multitud de desgracias.

Después de habar atravesado un lóbrego y revuelto pasadizo, entraron loa viajeros en una an-churosa calle, y el explendeufce sol de África pane-tró de nuevo por las ventanillas del carruaje. Apoca distancia de la puerta, Monese3 señaló un edi-ficio cuadrado, blanco como la nieve y cubiertopor una cúpula verde.

—i Ves aquello?—preguntó á su amigo.—¿Acaso será una iglesia?—Al mónoa es un edificio sagrado para los mu-

sulmanes y célebre para nosotros, bajo el doblepunto de vista de españoles y hombres civilizados.

—¡Oh! ¿Sabes que picas mi curiosidad? ¿Qué pro-digio puede encerrarse entre esas cuatro mezquinasparedes?

—Un sepulcro.—-jDe quién?—De Aben-Hamet.—¿ Aben-Hamet? —repitió Gómez , arqueando

las cejas.—Sí, hombre, el último de los Abenoerrajes.—¿El héroa del posma de Chateaubriand?—El mismo.—¿Puedo verlo?—-Nada más fácil,—contestó Meneses golpean-

do en el vidrio.El coche se detuvo, los dos amigos saltaron á la

calle, y Meneses, dirigiéndose á un moro de luen-ga barba blanca que estaba en cuclillas, arrimadoá una pared, tomando el sol y pasando las cuen-tas de su rosario, cambió con él algunas pala-bras.

El moro guardó su rosario, so levantó perezo-samente, y abriendo una puerfcecita introdujo álos dos amigos en un pasillo estrecho que concluíaen un patio cubierto de lirios, adelfas y rosas sal-vajes, dominadas por una esbelta palmera.

A la izquierda del pasillo estaba una capilla,en la cual no pudieron entrar porque los moroscreen una profanación el que los cristianos pisencon sus pies calzados las sagradas losas de sutemplo.

Los dos amigos pasaron de largo y, siguiendo ásu guía, entraron en aquel patio, que muy bienpodia pasar por jardín.

En aquol encantador recinto los hombres no ha-bian hecho nada; la Naturaleza era la única quscuidab^de su adorno, cubriendo el suelo con susmás vistosas galas.

Eu aquel triste cercado, al pié de la palmera,descansando en un lecho ds flores, habia una pie-dra larga y estrecha, sin adornos, sin inscrip-ciones.

Tan sólo en medio de ella, según antigua cos-tumbre de loa moros, habia una especie de conca-vidad, cortada á propósito por el cincel á manerade una pila.

El agua de la lluvia, recogida en el fondo deaquella copa fúnebre, aplaca la sed de las aves dalcielo, que cantan seguras en aquel inviolableasilo sus penas y sus amores sobre la tumba deldesgraciado amante de Blanca.

—Aquí reposa el último Abencerraje,—dijo elmoro, saííalando la piedra; y los dos europeos,movidos por un secreto instinto, se descubrieronrespetuosamente ante la losa que guardaba losrestos del ilustre granadino.

Después de haber pagado allí breves instantes,

94 EEVISTA EUROPEA.-<-20 DE ENERO DE 1878. N." 204

Meneses gratificó al guarda, y los dos amigos vol-vieron al carruaje, que se puso de nuevo en mar-cha A través de la ciudad, ofreciendo á cada pasoá la vista de los viajeros, objetos nuevos que lia -maban su atención, provocando las preguntas deluno y las respuestas del otro.

—Ahora,—prosiguió Meneses,—entramos en elbarrio maltes, barrio nuevo, elegante y suntuosoque ha saltado por encima de las murallas del pri-mer recinto, y en breve dejará atrás A lab el Ja-ira.

Además, Túnez está dividido en tres cuartelesó barrios; el moro> que rcupa la parte alta de laciudad, el Hab el bahar, que es el que habitan loseuropeos, y el Jara (inmundicia) en que están re-legados los judíos.

Mucho tiempo hubiera seguido Meneses hablan-do sin ser interrumpido, porque hacia tambiénmueho tiempo que tampoco lo escuchaba Gómez.

Con la cabeza fuera de la ventanilla del coche,no tenia, como vulgarmente se dice, ojos suficien-tes para ver cuanto ante él se presentaba.

Meneses no había mentido.Aquel era, en efecto, el país de lo maravilloso,

de lo groteseo y lo poético.La calle ancha, y cubierta con una espesa capa de

lodo, estaba llena de una multitud compacta ybulliciosa que se agitaba en todas direcciones,apartándose apenas para dejar paso al coche, queno podia avanzar sino lentamente.

Aquella multitud era extraña en todo, en trajescomo en fisonomía é idiomas.

Entre ellos los había negros, blancos, vestidoscon ricoa trajes árabes; beduinos vistiendo harapossin color ni forma; europeos con sombrero de copay elegantes levitas; judíos con sus grandes hopa-landas; griegos, italianos, malteses, en una pala-bra, allí parecían haberse da'lo cita cuantos pue-blos habitan la superficie de la tierra.

Pero lo que más chocó á Gómez, no era aquellaconfusión de trajes y tipos, sino algunos que, porlo estrambóticos, sobresalían sobre los demás, sinque fuera posible verlos sin admirarlos.

Sobre la azotea de una casa vio Gómez una mu-jer, joven y gruesa, hacia la cual llamó la atenciónde su compañero.

Aquella mujer, cuyas facciones eran bastanteregulares y gratas á la vista, vestía unos pantalo-nes ajustados, y una blusa cortó, y sin mangas,ouyos faldones apenas pasaban délas calderas; tenía el cabello cubierto por un pañuelo de sedaroja, rayado de oro, y por detrás pendía sobre laespalda un velo de seda y oro de un tejido deli-cado.

Además de la originalidad del traje, tenia éstede exbraordinario que una délas piernas del ajus-

tado pantalón era roja, y la otra blanca, siendotambién bicolor la blusa; pero dispuesta de suer-te que el pedazo blanco respondía sobre el rojo yvioe versa.

—¿Qué es esol—preguntó á Meneses señalándoleaquella especie de arlequín.

—-Una judía; veo que te choca su traje, peroellas creen que es muy elegante, y francamente teconfieso, que más me gusta verlas así que vesti-das á la europea, porque entonees están tiesasencopetadas como si las faldas embarazaran susmovimientos.

—Así será, chico; pero se me antoja que con seetraje es imposible que una mujer parezca bonita.

—Todo es la costumbre.—-Mucho hace; pero desengáñate, siempre lo

feo, será feo: y á propósito, jquieres explicarmequé es aquello.

—Allí detrás de aquel burro cargado de ver-duras.

—¡ Ah! Ya caigo; te choca ver ese hombre vesti-do de uniforme, con charreteras de oro, arreandoel burro.

—Eso os; y haciendo media además.—Pues chico, ese es un valiente y pundonoroso

oficial del ejército tunecino.—¡Un oficial y haciendo media!—Y vendiendo verdura. ¿Qué te extraña? Hace

ya nueve años que no les pagan, y si otro tanto hi-cieran con nuestro ejército, ó con cualquier otrode Europa, harían lo que estos, ganarse la vidadecualquier manera.

—Tienes razón, paro los oficiales...—Son hombres como los demás, y como todos

necesitan comer; pero como entre los árabes laidea del honor es completamenta distinta de laque nosotros tenemos, los oficiales tunecinos no secreen deshonrados ganándose la vida del modoque les es posible.

—Es extraño que no se subleven.—¡Quién sabe si acaso se les ocurrirá, antes que

tú piensas, esa idea!—¿Cómo?—Hay en el país mucha agitación, y todos espe

ran que de un momento á otro estalle una insur-rección imponente.

La civilización es, sin disputa, una gran cosa,pero el hombre necesita acostumbrarse á ella porgrados: administrarla en una sola dosis y sin pre-paración alguna, es siempre fatal.

Digo esto, á modo de preámbulo, porque es ne-cesario para que comprendas mojor la situaciónpolítica del pala.

No hace muchos años vivían los tunecinos libres, felices é independientes, como dice la histo-

Ñ:0 204 MISCELÁNEA.

ría de España, y se regían por sus leyes sin acor-darse para nada de sus derechos individuales yfiándolo todo en la justicia del Profeta y en la sa-biduría del Bey.

Pero Francia é Inglaterra, movidas por un ele-vado sentimiento de hiunanid'ad, se pusieron de !acuerdo para hacer felicas á los tunecinos y civi-lizarlos de un golpe, con cuyo objeto obligaron alBey á abo ir la esclavitud que antes regia en susdominios y á publicar una-Constitucion que habiade hacer la dicha de sus subditos.

Bien hubiera querido Mohamet-Bey, que era elque entonces reinaba, rechazar el regalo que que-rían hacerle los europeos; pero las dos poderosasnaciones estaban tan empeñadas en civilizar á laregencia, y osta tuvo tanto miedo que si se negabalo hicieran á cañonazos, que cedió magnánimamen-teá sus de seos proclamando la Constitución.

Era tal vez la primera, y sin disputa, lamas li-beral que regia á un pueblo musulmán.

La esclavitud quedó abolida.Se establecieron tribunales civiles, militares,

de comercio, y un Consejo Supremo, guardián delas leyes, que fallaba en última instancia las cau-sas vistas ya por el tribunal de revisión y cuidabade la observancia de las leyes.

Este Consejo Supremo no puede deliberar sinoreuniéndose cuarenta de sus miembros, cuyo totalllega á sesenta.

La tercera parte del Consejo lo componen losministros y los funcionarios públicos, siendo elresto elegido entre los notables del país.

—Pues, chico, nada de lo que me dices me pareceundisparate.

—En Europa todo eso estaría muy bien, peroaquí ha sido muy mal recibido, y te diré por qué.

Cuando dos moros de la ciudad- ó del campo te-nian entre sí alguna diferencia, montaban á ca-ballo y no paraban hasta el Bardo, que es la resi-dencia del jefe del Estado.

Allí, si era viernes, encontraban al Bey sentadoen un diván fumando en una larga pipa con tubode caña y rodeado de sus grandes dignatarios.

Llegaban los moros, esponian sus quejas, que elsoberano escuchaba atentamente, cada uno alegabasus razones, citaba sus pruebas, presentaba sustestigos, y después esperaban humildemente.

El Bey entonces conferenciaba con los sabios quelo rodeaban, ó inspirándose en el Coram, dictabasu sentencia, que era ejecutiva ó inapelable.

Los litigantes montaban á caballo y vplvian ásu diiar sin ocuparse más del asunto.

Pero desde que empezó á regir la Constitución,las cosas cambiaron por completo.

El Bey cesó de hacer justicia; vinieron eu suiugar alguaciles, jueces, fiscales y abogados: las

causas se enredaron, duraron años y anos, comosucede en nuestro hermoso país, y los pobres mo-ros, que son muy aficionados á pleitear, se vieronenvueltos en una porción de litigios y arruinadospor aquella nube de avea de rapiña que habia eaidosebre ellos.

El contraste era demasiado notable, demasiadobrusco el cambio para ser bien recibido.

Hojr los tunecinos se encuentran en la posicióndel salvaje que por primera vez en su vida se ponezapatos.

Sienten todos los inconvenientes del calzado, yno gozan de ninguna de sus ventajas.

Mientras hablaban los dos amigos, el coche oor-ria por el barrio maltes, dejaba á la izquierda unbonito paseo, en cuyo centro lucia una fuente dehierro, y próximos á salir al campo torcieron parala derecha, penetraron por una estrecha callejuela,y á los pocos pasos se detuvieron ante una casa.

Gómez y Meneses entraron en un extenso patiocubierto por una montera de cristales.

Allí los esperaba una nube de jóvenes bonitas,limpias y solícitas, que recibieron á Meneses comoá un antiguo conocido de la casa.

—Son,—-dijo Meneses á Gómez,—las hijas delfondista, muy amables, muy charlatanas, muycuriosas y, gracias á todas estas cualidades, veráscomo mientras nos sirven el almuerzo sabemos ápunto fijo si la inglesa que con tanta obstinaciónpersigues está ó no en la casa.

Un momento después, los dos jóvenes habíanreparado los desperfectos que el viaje habia cau-sado en sus trajes, y tomaron asiento ante unamesa que se disponía á servir una de las cinco hi-jas del fondista.

—Y Sien, mademoiselle Josefina ,~r-preguntóMeneses, desdoblando su servilleta,—¿ocurre algode nuevo en Túnez?

—-¿Qué ha de ocurrid Vos que venís de la Gole-ta debéis darnos alguna noticia.

JOSÉ ALVAREZ PÉREZ.

(Continuará)

MISCELÁNEA-

El día 13 del corriente tuvo lugar en el Paranin-fo viejo de la Universidad Central la adjudicaciónde los premios que concede mensuahnente el Ate-neo literario de Madrid, correspondiente al mesde Diciembre último. Obtuvo el primer premio yla medalla de plata D. Justo Sanjurjo y López,por su composición titulada As{ es el mundo, cuyonotable trabajo tuvimos el gusto de dar á conocer

96 REVISTA EUROPEA. 20 DE ENERO DE 1878. N.° 204

á nuestros lectores en el número 200 de la EEYISTAEUROPEA, correspondiente al domigo 23 de Diciem-bre próximo pasado. Los premios segundo y quin-to fueron adjudicados á D. Felipe G. Mauriño; eltercero á D. Pedro Rodríguez Ayuso, y el cuarto áD. Liborio Rico.

El numeroso público que asistió á dicha fiestaliteraria salió muy complacido. D. Luis Marco yCorera pronunció un brillante discurso alusivo alacto,

La distinguida cantante Srta. Borghi-Mamo,que tan generales simpatías ha sabido granjearsedesde que apareció en la escena del regio coliseo,al principio de esta temporada, en la ópera El Tro-vador, ha llegado á ocupar merecidamente el pri-mor puesto entre las artistas que hoy forman lacompañía de nuestro teatro lírico. En cada una delas obras quo ha interpretado ha conseguido rayarA mayor altura, siendo tal la que alcanzó hace po-cas noehes al representarse por primera vez en esteaño la ópera de Rossini Oídlo, y la que continúaalcanzando en las repeticiones de la misma, quese puede asegurar no son menos bri lantes sustriunfos ni más justas las ovaciones de que es ob-jeto, que los triunfos obtenidos en otro tiempoporlasSras. Frezzolini, Grisi, LaGrangay Penco.y las ovaciones que estás recibieron del siempresevero é inteligente público que frecuenta el teatroReal.

En la ejecución de Otello acompañan á tan aplau-dida prima-donna los Sres. Tamberlick, Padilla,Ordinas y Pálermi; los dos primeros interpretan-do magistralmente sus respectivos papeles, y losdos últimos contribuyendo eficazmente al éxito dela ópera, por el cual se puede felicitar á la em-presa.

En el teatro del Príncipe Alfonso han empeza-do ya los ensayos de la obra con que empezará enbreve á funcional la compañía italiana, contra-tada por el empresario Sr, Etovira. que será Elbarbero de Sevilla. Cantará la parte de Rossina laseñorita Blanca Donadio.

También ha empezado ya á ensayarse la óperaá¿\ maestro Chapí, Eoger de Flor, que será inter-pretada en el teatro de la plaza de Oriente por laseñorita Borghi-Mamo, y los Sres. Gayarre, Pa-dilla y Nanneti. Las magníficas decoraciones que

se han de estreñir en esta obra están ya á puntode terminarse.

El jueves último, aniversario del natalicio deCalderón, se puso en escena en el teatro Españolla inmortal obra del célebre dramático, La vidaes sueño, leyéndose en los intermedios algunascomposiciones alusivas al objeto de la función.

En el mismo coliseo se verificó el viernes unafunción extraordinaria á beneficio de la iglesiadel barrio de las Peñuelas, compuesta de las obrasUn tercero en discordia y El maestro de escuela,

En vista del extraordinario éxito alcanzado eldomingo anterior por la tarde en el teatro de No-vedades, se vuelve á representar hoy por la nocheel drama, El patriarca del Turia, en cuya ejecu-ción conquista siempre grandes lauros el eminen-te actor D. José Valero.

La comedia del Sr. Gaspar, La resurrección deLázaro, retirada durante algunos días de la escenadel teatro de la Alhambra, por indisposición delSr. Catalina, ha vuelto á representarse y con-tinúa proporcionando merecidos aplausos á suautor.

La zarzuela estrenada últimamente en el desgra-ciado teatro de Jovellanos, con el título de Laaurora de un reinado, no ha hecho más que pasar,sin que el público mostrara deseos de conocer elnombre de los autores.

El teatro de la Comedia también acaba de expe-rimentar un nuevo fracaso. La obra en dos actostitulada Agua de cerrajas, que se estrenó el mar-tes, alcanzóigualmente que la estrenada en el teatrode la Zarzuela.

En el teatro de Apolo se ha vuelto á ofrecer alpúblico, con brillante aceptación por parte deéste, la zarzuela de espectáculo titulada La vueltaal mundo. Creemos que está llamada á proporcionarbuenas entradas en los próximos dias de fiesta.