Revista La Universidad 14

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Número 14, ABRIL - JUNIO, 2011

Edito

rial Universitaria

Universidad de El Salvador

Carta del director

Prefacio Héctor Samour

Prólogo a la presente ediciónRufino Antonio Quezada

A manera de prólogoRamón D. Rivas

El complejo Guazapa en El Salvador: La diáspora tolteca y las migraciones pipiles William R. Fowler

La Costa del Bálsamo durante el post-clásico temprano (900-1200 d. C.): una aproximación al paisaje cultural nahua-pipil Marlon Escamilla

Etnicidad chorotega en la frontera sur de MesoaméricaGeoffrey McCafferty

El papel del templo en el paisaje pipil: Excavaciones de un templo postclásico en la zona de los IzalcosKathryn Sampeck

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La revista más antigua de El SalvadorFundada el 5 de mayo de 1875Director fundador: Doctor Esteban Castro

Atalaya, un sitio preclásico en las costas de Acajutla Fabricio Valdivieso

La Laguneta, sitio arqueológico de Oriente: un estudio del paisaje culturalFabio Esteban Amador

Resumen de investigaciones geofísicas y arqueológicas al sur de Joya de Cerén, 2007Payson Sheets an AmadorRethinking southeast Maya agricul-ture: A view from the manioc fields of Joya de CerénChristine Dixon

Agricultura maya clásica en el com-plejo Joya de Cerén. Plataformas, senderos y otras zonas limpiasGeorge Maloof

Transformaciones de identidad en El Salvador en la época colonial temprana: gente y cerámica de la villa de San Salvador en el siglo XVIJeb J. Card

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El hierro de la tierra del Reino de Guatemala: los ingenios de hierro en El Salvador. Un acercamiento desde la arqueología históricaHeriberto Erquicia

Evidencia del uso agrícola del sitio San Andrés durante el periodo protoclásicoBrian R. McKee

Visitas a los sitios de arte rupestre El Letrero y Las Caritas en Guay-mango, AhuachapánSébastien Perrot-Minnot, Philippe Costa y Ligia Manzano

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Cerámica polícroma Copador en El Salvador. Análisis de los contextos de Tazumal, San Andrés y Joya de CerénClaudia Alfaro Moisa

Investigaciones recientes en la ‘Gruta del Espíritu Santo’ en Corin-to, MorazánRamón D. Rivas

Preliminary ceramic compositional analysis from de La Arenera site, Pacific NicaraguaCarrie L. Dennett, Lorelei Platz, Geoffrey G. MacCafferty

Nuestros Colaboradores

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Carta del director

Tres preguntas básicas a la hora de ‘inventar’ la nación están articuladas en frases como ¿quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde va-mos? Premisas tan necesarias como importantes para definir ‘lo nacional’, en un contexto dinámico de ‘construcción’ y ‘deconstrucción’ del discur-so de la comunidad. Por ello están presentes en toda investigación sobre los orígenes de la tribu y las huellas perdidas del pasado inmemorial de la colectividad. Esta edición de La Universidad está dedicada a la arqueología salvadoreña y mesoamericana. Las investigaciones de académicos de la comunidad mundial de científicos que aquí publicamos tratan de dar res-puesta a las preguntas arriba planteadas. A través de sus trabajos pode-mos seguir las huellas de los dos grandes pueblos mesoamericanos, mayas y nahuas, que marcaron y marcan nuestras señas de identidad. En El Salvador los estudios arqueológicos ayudan a esclarecer la base que sustenta las teorías de la llegada de los primeros pobladores al territorio de Cuscatlán. Por un lado provienen de un haz común tolteca y utoazteca de la Meseta del Anáhuac, constituido por varias migraciones norte-sur del centro de México hacia Cuscatlán. Y por otro lado, tanto el actual territorio de Guatemala como el de Honduras y El Salvador, estaba poblado por 44 pueblos mayas emparentados entre sí por un tronco co-mún olmeca y protomaya, procedente de Yucatán y el actual Estado de Mérida. Para rastrear una de estas migraciones es de gran importancia el ensayo de William R. Fowler que aquí presentamos a nuestros lectores, «El complejo Guazapa en El Salvador, la diáspora tolteca y las migraciones pipiles». Siempre en el plano de las migraciones nahuas, el trabajo investi-gativo de Marlon Escamilla, «La Costa del Bálsamo durante el postclásico temprano (900-1200 d. C.) : una aproximación al paisaje cultural nahua-

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pipil», es clave para identificar la franja de la actual Costa del Bálsamo como un territorio nahua. Para sustentar la presencia maya en nuestro territorio tanto el tra-bajo científico de Payson Sheets, «Resumen de investigaciones geofísicas y arqueológicas al sur de Joya de Cerén, 2007», asi como el del investigador George Maloof, «Agricultura maya clásica en el complejo Joya de Cerén. Plataformas, senderos y otras zonas limpias», nos explican el contexto de los pueblos mayenses en nuestra actual geografía y su inconfundible in-fluencia. Otro aspecto tocado en los ensayos que ahora presentamos es el de nuestro pasado colonial, que se aborda en el ensayo de Jeb J. Card, «Transformaciones de identidad en El Salvador en la época colonial tem-prana: la gente y la cerámica de la villa de San Salvador en el siglo XVI». Los trabajos aquí expuestos, de eminencias del saber científico de prestigiosas universidades de Estados Unidos, México, Francia, Canadá y El Salvador abordan a fondo, desde el punto de vista arqueológico, nuestro pasado precolombino y colonial. En este sentido este número especial de La Universidad dedicado a la arqueología responde al deber que como universidad tenemos de estimular, fomentar y difundir las investigaciones científicas especializadas.

“HACIA LA LIBERTAD POR LA CULTURA”

David Hernández

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En el marco de la conmemoración del BICENTENARIO del Primer grito de Independencia de Centroamérica, La Universidad, una de las revistas universitarias más antiguas, más prestigiosas y portadora de importantes interpretaciones y explicaciones de los problemas y del desarrollo de la sociedad salvadoreña en diversas etapas de su vida, nos presenta —en su número 14 de la Nueva Época—, un aporte histórico cultural de grandes dimensiones. Bajo un título muy sencillo y adusto, «Arqueología de El Sal-vador», nos presenta dieciséis ensayos fascinantes sobre la vida, los grupos étnicos, la acción, las creencias, las formas de expresarse, las relaciones de poder, las formas de organización social y de producción, la vida en las ciudades y en las zonas rurales, las manifestaciones religiosas, las mi-graciones, las relaciones comerciales, las guerras, las expresiones del arte rupestre y la cerámica utilitaria y artística, de los pobladores originarios del territorio que hoy conocemos como El Salvador, Mesoamérica y Centro-américa. Estos estudios complementarán, confirmarán con bases más sóli-das y, en muchos casos, modificarán nuestras interpretaciones del pa-sado, al ofrecernos una visión renovada de importantes aspectos de la historia precolombina y colonial que, como lo muestran los hallazgos de los investigadores que se han reunido en este número, siempre está en transformación. Me atrevo a afirmar que estamos ante un nuevo impulso de la arqueología en El Salvador, ante una renovación profunda de los

Prefacio

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estudios arqueológicos, antropológicos, lingüísticos y culturales que traerá resonancias inéditas en las formas como nos hemos concebido, como nos pensamos, como hemos definido nuestras identidades y como nos proyec-tamos hacia el futuro. Las investigaciones son diversas en las temáticas, el tiempo y la geografía. En algunos casos estamos frente a los círculos concéntricos y rostros y cuerpos humanos del arte rupestre en Ahuachapán o ante las manos y las imágenes humanas en rojo de este mismo arte en Morazán. Otras estamos en las costas de Acajutla frente a Atalaya, un sitio que se estableció nueve siglos antes de nuestra era, o en Ciudad Vieja, en Suchi-toto, Cuscatlán, en el siglo XVI. En el siglo XII nos sitúa en Cihuatán y Santa María frente a templos y viviendas, asentamientos y planificación urba-nos, cerámica y braceros ceremoniales del complejo de Guazapa, hoy departamento de San Salvador, o al sur de Mesoamérica, en Nicaragua, y en Usulután, El Salvador estudiando, las especialidades productivas, las estrategias de distribución de la economía (importación/exportación) de la cerámica y la decoración, rastreada desde 500 años antes de Cristo. Igual nos transportan a Izalco, a Joya de Cerén, al ‘Imposible’, al oriente del país y nos presentan temas agrícolas, paisajes culturales que denotan organización espacial, adaptación geográfica, formas de construcciones y otras actividades, con seguimientos en períodos de más de mil años. La investigación cubre casi todo el territorio salvadoreño. En estos informes de investigación, puede comprobarse que hoy en día la nueva arqueología se ocupa del estudio de los campos de culti-vo, las casas habitación de los campesinos, las grandes ciudades, las gran-des construcciones de los palacios y templos ceremoniales, de las plantas, los animales, las redes comerciales, las pautas migratorias, la organización religiosa, militar y de conquista. Detrás de estas investigaciones se llega a comprender la gestación de los grandes poderes de la época. Por ejem-plo, el complejo Guazapa fue uno de estos espacios que recibe grandes migraciones de pueblos del norte; por ello, Cihuatán se convierte en un sitio donde se configuró la peculiar cosmovisión mesoamericana sobre la creación del mundo, el origen de los dioses y el principio de los reinos. Los migrantes pipiles de Cihuatán se consideraban como auténticos tolte-cas con una conexión histórica y directa con Tollan, que durante mucho tiempo se identificó con Tula, en Hidalgo, México, pero que recientes in-vestigaciones muestras que Teotihuacán fue esa ciudad legendaria.Cada vez estamos más cerca de comprender, en forma más exacta, como se

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construyeron las más importantes arquitecturas, las esculturas, las cerámi-cas, los caminos, la poesía, y como todo esto es parte integral de cómo se forma la política de la ciudad y de lo que podía entenderse como Estado en aquellos tiempos. Un esfuerzo colectivo extraordinario de reconstruir la historia de nuestros pueblos originarios. Agradezco a todas las instituciones, universidades, coordinadores, investigadores y funcionarios que han colaborado para que este número 14 de La Universidad divulgue estos conocimientos arqueológicos que son un aporte ahora imprescindible para comprender nuestra historia y nues-tra cultura.

Héctor SamourSecretario de Cultura de la Presidencia

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Prólogo a la presente edición

Presentamos con verdadero orgullo este número especial de la revista La Universidad dedicado a la arqueología mesoamericana, en especial a la salvadoreña. Lo hacemos en el marco de la misión universal de la Universidad como institución encargada de propiciar y de estimular la investigación científica. Asimismo, es un reconocimiento a la labor anónima, abnegada y desinteresada de un nutrido grupo de arqueólogos y paleontólogos de la comunidad científica mundial, quienes desde hace varias décadas han investigado la arqueología salvadoreña y mesoamericana. Nos merece especial reconocimiento el Prof. Dr. William R. Fowler, de la Universidad de Vanderbilt, USA, quien ha coordinado este número temático, y quien, con su valiosa y vasta experiencia al frente de la revista Ancient Mesoamerica, viene a enriquecer tanto la calidad como la riguro-sidad científica de este homenaje especial de La Universidad a los estudios arqueológicos salvadoreños y centroamericanos. Aquí encontraremos los restos de nuestras civilizaciones precolom-binas, en trabajos como el de Payson Sheets, «Resumen de investigaciones geofísicas y arqueológicas al sur de Joya de Cerén, 2007», en el de Kathryn Sampeck, «El papel del templo en el paisaje pipil: excavaciones de un templo postclásico en la zona de los Izalcos», en el de William R. Fowler, «El complejo Guazapa en El Salvador, la diáspora tolteca y las migraciones pipiles» y no por último, en el trabajo de Marlon Escamilla, «La Costa del Bálsamo durante el postclásico temprano (900-1200 d. C.): una aproxima-ción al paisaje nahua-pipil». La búsqueda de nuestros orígenes nos lleva a tener un profundo respeto por las civilizaciones precolombinas de nuestros ancestros, pues a través de las investigaciones aquí presentadas por los científicos de pres-tigiosas universidades de Estados Unidos, Canadá, México y El Salvador,

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nos damos cuenta del fabuloso avance que tenían nuestros antepasados en múltiples ramas del conocimiento como la arquitectura, la astronomía, las matemáticas, la cerámica, la orfebrería, la agricultura o la medicina, así como en sus prácticas artísticas del arte rupestre y la danza, y también su concepción cosmogónica, en su panteón de los dioses, la mayoría de ellos surgidos como representación de la naturaleza como la lluvia, el fue-go, el viento, el aire y las estrellas. No dudamos de que nuestros lectores sabrán aprovechar al máxi-mo las investigaciones aquí reproducidas y que la Universidad de El Salva-dor pone de esta manera a disposición de futuras investigaciones. Den-tro de este marco de apertura, es digno de mencionar la recién firmada Carta de Intenciones y de colaboración entre la Secretaría de Cultura y la Universidad de El Salvador, cuyo primer fruto es la publicación de las investigaciones de William R. Fowler sobre la fundación de San Salvador en Ciudad Vieja, en el Valle de la Bermuda. En este sentido cabe recalcar también el artículo del Dr. Ramón Rivas, Director de Patrimonio Cultural de la Secretaría de Cultura de la Presidencia, «Investigaciones recientes en la Gruta del Espíritu Santo en Corinto, Morazán». Queremos hacer país contribuyendo a conocer nuestro pasado para entender nuestro presente y construir nuestro futuro. No dudamos que los trabajos aquí ofrecidos nos ayudaran en suma a definir la partida de nacimiento de este esfuerzo de Nación que llamamos El Salvador.

“HACIA LA LIBERTAD POR LA CULTURA”

Rufino Antonio Quezada SánchezRector Universidad de El Salvador

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A manera de prólogo

En nuestro país, desde hace ya algunos años, la arqueología se ha venido institucionalizando hasta niveles que nadie hubiera podido pronosticar. El Es-tado, por medio de la Secretaría de Cultura de la Presidencia, dispone de un Departamento de Arqueología que realiza inspecciones arqueológicas, administra los parques arqueológicos nacionales, pero también rescata, in-vestiga, conserva y divulga las investigaciones arqueológicas. Las noticias so-bre hallazgos y vestigios antiguos, o sobre estudios que de ellos se hacen, se abren hueco en los medios de comunicación con más frecuencia. Y es que a nivel mundial la arqueología es una ciencia joven, pero a su vez ya bastante madura. El interés por la arqueología se inscribe en la tendencia general del ser humano en nuestros días por recuperar su pasado, pero concretamente, su pasado más lejano, los orígenes de nosotros mismos. Es de aplaudir esta iniciativa de la Universidad de El Salvador, por medio de la Editorial Universita-ria, que se une a este esfuerzo con un número especial sobre tan importante tema. Sabido es que la madurez de la civilización trae consigo el acentua-miento de la conciencia histórica, de forma que los pueblos, cuanto más cul-tos, más se preocupan de esclarecer los pasos que han dado hasta llegar al presente. De esta manera encuentran las razones de por qué son como son, por qué sus ciudades tienen esa disposición, cómo se formó el lenguaje, de qué se sirve para comunicarse, por qué cree en los dioses que venera y no en otros. La historia, sin duda, está de moda en el mundo culto.

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A través de la arqueología, del estudio de los vestigios y monumen-tos propios de las culturas antiguas, entramos en contacto con esa huma-nidad más desnuda y virgen que ahora puede resultar tan sugestiva y a la vez tan útil de recuperar. Por todas partes aparecen las huellas de su paso. Son en ocasiones monumentos que han quedado siempre a la vista de todos; las más de las veces, sin embargo, los restos materiales del pasado se han enterrado en el transcurso de los siglos. La arqueología se ocupa de unos y de otros; de los segundos, extrayéndolos cuidadosamente de la tierra. Por ello se ha armado de procedimientos y técnicas que le permiten detectar dónde se hallan los sitios, para estudiarlos y preservarlos. Es también un punto de partida el escudriñar los textos antiguos referidos a la zona, si los hay, por ejemplo, las descripciones de viajeros. De igual forma, la toponimia es fuente importante de datos, ya que el nombre de un lugar, de una ciudad, puede revelar alguna particularidad importante de su historia o de sus raíces culturales. Pero, sin lugar a dudas, la visión directa de campo es uno de los recursos más inmediatos. Los ya-cimientos o monumentos enterrados suelen dejar indicios superficiales que pueden ser percibidos por un observador experimentado. En El Salvador, son conocidos ya más de mil sitios arqueológicos que se encuentran distribuidos a lo largo y ancho de nuestra geografía nacional. Podemos decir que el territorio que hoy conocemos como El Salvador tuvo una densa población prehispánica. Sabido es que los sitios arqueológicos carecen de adecuada vigilancia y que un noventa y cinco por ciento de ellos no son vigilados y están a la intemperie, por lo cual son vulnerables a la depredación y a los daños antrópicos. Por estas mismas razones, la investigación, consolidación y restauración (acciones que re-quieren de un presupuesto generoso) se hacen también muy difíciles. La falta de educación orientada a hacer conciencia de la impor-tancia del patrimonio cultural en particular hace que muchos salvadore-ños no le concedan el valor que tiene este patrimonio arqueológico y las implicaciones de no conservarlo. Hasta hace relativamente poco tiempo, las autoridades encargadas del patrimonio cultural en nuestro país hicie-ron muy poco por proteger sitios arqueológicos (prehispánicos y colonia-les). Posiblemente, la ineficacia de la legislación y los pocos recursos, el poco interés o a lo mejor los compromisos políticos para hacer valer las le-yes, tanto como la no idoneidad que funcionarios de la época han dado como resultado —ya que hasta el día de hoy se percibe— que desde en-tidades gubernamentales y municipales, hasta lotificadores y constructo-

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res privados, se dieran a la tarea de construir carreteras, calles, drenajes, servicios de distribución de agua potable, casas, colonias residenciales y embajadas en extensas zonas arqueológicas sin pensar en el impacto de estas acciones. En países densamente poblados como los nuestros urge el diseño de verdaderas estrategias de rescate y puesta en valor del patrimonio ar-queológico. Los arqueólogos y los que trabajan para la cultura deben unirse para ello. Ya alguien una vez dijo que el arqueólogo —y esto vale para nuestras realidades sociales y culturales y en concreto, para el patrimonio arqueológico— debe tener clara su misión, así como el desafío histórico que tiene frente a las generaciones presentes y futuras, ante los constantes cam-bios reales y conceptuales y ante el desarrollo y el progreso de su sociedad. El arqueólogo no debe verse a sí mismo ni permitir que la comuni-dad lo mire como el investigador de un pasado estéril, sin importancia para el presente y para el futuro de la sociedad. Para ello es necesario que sus investigaciones y los resultados de estas sean difundidos a la comunidad, pues, una comunidad arqueológica aislada no contribuye al desarrollo de la arqueología en función social, como coadyuvante de la identidad na-cional, de la libertad y el desarrollo. Por lo tanto, debemos de procurar no crear islas. A menudo se dice entre los arqueólogos, «este proyecto es mío» o «este proyecto es de fulano de tal». Eso debe de terminar de una vez por todas, porque en vez de contribuir al desarrollo de esta importante área del conocimiento la mina y crea solo asperezas. Si hablamos de arqueología en nuestro contexto salvadoreño, es necesario incluir dentro de este tema lo relativo a conservación, consolida-ción, integración, realización y revitalización, rehabilitación, restauración, re-construcción, reintegración, y valoración de un bien arqueológico, se trate de una estructura o de un complejo. Estos conceptos han sido motivo de controversia en muchas ocasiones y en infinidad de sitios. Los detractores de estos procedimientos adoptan posturas antagónicas, a veces en forma mal intencionada, por razones de índole política o simplemente protagonismo, para satisfacer ambiciones personales o simplemente por ignorancia. Tam-poco aceptan lo que se ha establecido en documentos y convenciones como la Carta de Atenas (1931), la Carta de Venecia (1964), la Convención para la Protección del Patrimonio Mundial Cultural Natural (1972), la Carta de Veracruz (1992), la propia Declaración Universal de los Derechos Huma-nos (Artículos 27 y 28), nuestra Constitución Política y la Ley Especial del Pa-trimonio Cultural.

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Constatamos que la administración de recursos por parte de las instancias competentes ha sufrido a causa de la falta de un criterio clara-mente identificado, que permita evaluar la importancia de recursos cultu-rales, como por ejemplo los sitios arqueológicos. Está comprobado que la relevancia de un sitio puede tener numerosas dimensiones en el espectro de lo social a lo científico. Esto, precisamente, es lo que obliga a insistir en que la legislación concerniente a la protección del patrimonio cultural debe ser revisada periódicamente para evitar que sea superada por el avance de la ciencia y la tecnología, o por el contrario, que se convierta en un freno para la investigación. Sin embargo, la legislación y los regla-mentos relativos deben también implementarse con acciones administra-tivas que agilicen la intervención del Estado y faciliten la acción de las entidades de desarrollo o las empresas privadas que, frecuentemente, ven afectados sus intereses por la burocracia o una dudosa eficiencia. En varios de nuestros países —pues El Salvador no es la excepción— existen legislaciones vigentes que datan de hace muchos años y que ca-recen de reglamento complementario o actualizado, lo que impide un control adecuado de la situación arqueológica. En El Salvador toda inter-vención del suelo en cualquier parte del país que lleve como objetivo la excavación de más de un metro de profundidad para cualquier fin debe-ría ser reportado a las autoridades competentes de cultura. Esto quiere de-cir que en cada Casa de la Cultura deberíamos contar con arqueólogos debidamente capacitados no solo en su campo de estudio sino que tam-bién en las leyes que conciernen al patrimonio cultural. Frecuentemente se pone como argumento que no hay recursos para implementar el resca-te y el salvamento arqueológico, pero más importante que los recursos es la conciencia colectiva para preservar los bienes culturales, que deben ser consecuencia de una educación general encaminada a este propósito. De este modo, antes de hacer cualquier modificación con fines de cons-trucción o de desarrollo agrícola, debe solicitarse un estudio preliminar del sitio para determinar la existencia histórica del lugar. Por último, en vista de que hay arqueólogos que no tienen suficien-te entrenamiento para evaluar adecuadamente la aplicabilidad de los recursos arqueológicos a problemas no culturales, con frecuencia se deja de comprender la aplicabilidad de otras disciplinas en el estudio de los depósitos arqueológicos. En este sentido, es oportuno incorporar desde su inicio a especialistas de otras áreas en las operaciones de rescate, pues enriquecen el trabajo de investigación. Además, la aplicación del método

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multidisciplinario en la protección de recursos arqueológicos en peligro en-cierra problemas en la cuatro áreas principales del desarrollo de proyec-tos: planificación, trabajo de campo, análisis de laboratorio y publicación. Por ello, deben considerarse previamente los fondos necesarios para cubrir las necesidades del proyecto y considerar el método multidisciplinario no solo en la consecución de los fondos, sino en el desarrollo del trabajo mis-mo. Asimismo, debe tenerse conciencia de que lo arqueológico no está restringido únicamente a lo prehispánico; los arqueólogos deben estar ca-pacitados para resolver problemas de rescate de toda índole, en lo que respecta a la época colonial y también a la republicana o independiente. Invito a leer con ánimos de aprender los artículos que en este nú-mero especial se presentan ya que los autores, en su mayoría, son desta-cados profesionales en arqueología que ahora nos ofrecen el producto de sus hallazgos. En buena hora, esperemos que este número motive para profundizar más en esta importante rama del conocimiento y en los estu-dios que tengan que ver con nuestro país.

Ramón D. RivasDirector de Patrimonio CulturalSecretaría de Cultura de la Presidencia

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En este trabajo presento las evi-dencias arqueológicas de un grupo de asentamientos prehis-pánicos ubicados en las zonas oc-cidental y central de El Salvador que fueron ocupados durante el período postclásico temprano (900-1200 d.C.). Quiero exponer el significado de la cultura mate-rial de estos sitios, su origen y su filiación étnica. Voy a demostrar que la cultura material de estos sitios tiene su origen en el México central, en sitios de filiación tolte-ca. En mi opinión, los principales habitantes de estos sitios fueron grupos de habla náhuat que emi-graron de México hacia Centro-américa como parte de la «diás-pora tolteca», una secuencia de movimientos poblacionales que ocurrieron durante los últimos

siglos de la época prehispáni-ca [Fowler 1989a: 32-49, 1989b, 1989c, 1995: 144-164, 2001]. El náhuat, un dialecto del idioma nahua de la familia uto-azteca, es todavía hablado en los estados mexicanos de Puebla, Veracruz y Tabasco, y en el oc-cidente de El Salvador, especial-mente en los pueblos de Santo Domingo de Guzmán, Nahuizal-co e Izalco. Clasificado por Una Canger [1993] como uno de los dialectos periféricos del «azteca general», este subgrupo incluye además del náhuat pipil salva-doreño, el de la Sierrra Norte de Puebla, el este de Puebla (Chi-lac), el sur de Guerrero y el ná-huat del Istmo de Tehuantepec (incluyendo variantes de la costa del Golfo) [véase también Cam-

El complejo Guazapa en El Salvador:La diáspora tolteca y las migraciones pipiles

William R. Fowler

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pbell 1988:275-279; Dakin, 2001: 364]. Esta agrupación tiene im-portantes implicaciones para la interpretación arqueológica de las migraciones pipiles, indicando que la población náhuat pipil de El Salvador procedió de un tronco ancestral en la región de Puebla, la costa del Golfo o el sur de Gue-rrero, o una combinación de es-tas regiones. El término pipil es deriva-do del nahua pilli (plural pipiltin) el cual significa ‘niño’ o ‘noble’ [Mo-lina 1977 (1571): 81-82]. El segun-do significado es el más relevante en el presente caso, ya que se en-tiende como una referencia a los linajes nobles de estas sociedades [Fowler, 1989a: 200] e indica un papel trascendente para los lina-jes nobles en la organización de las migraciones de los grupos de habla náhuat de México a Cen-troamérica y el emplazamiento de asentamientos nuevos en Cen-troamérica. Cuando llega Pedro de Alvarado en 1524, casi todo el oeste y el centro de la actual República de El Salvador, entre el río Paz y el río Lempa, fue territorio pipil, con una población prehis-pánica estimada de aproximada-mente 400,000 a 500,000 personas [Fowler, 1988; 1989a: 150-151]. Las migraciones pipiles desde México hacia Centroamé-rica fueron mencionadas y descri-

tas por varios cronistas e historia-dores de los siglos XVI y XVII, como por ejemplo, Motolinia, López de Gómara, Ixtlilxochitl y Torquema-da [Fowler, 1989a: 32-36]. Estos movimientos poblacionales han llamado la atención de los estudio-sos mesoamericanistas desde me-diados del siglo XIX [Habel, 1878; Haberland, 1964; Lehmann,1920; Linné, 2003b (1942); Lothrop, 1927; Seler, 1888; Spiden, 1915; Squier, 1852; Stoll, 1958 (1884); Thompson, 1948]. Mucha de la información sobre las migraciones pipiles [re-sumida por Fowler, 1989a: 32-36] es de naturaleza etnohistórica y las interpretaciones tradicionales [Borhegyi, 1965; Jiménez Moreno, 1959, 1966; Lehmann, 1920] care-cen de evidencias arqueológicas fidedignas. De la misma manera, uno de los grandes obstáculos para entender las migraciones pipiles ha sido la falta de identificación de sitios arqueológicos en Centro-américa que puedan interpretar-se como asentamientos pipiles y que fechan a una época sustan-cialmente anterior a la Conquista. Aunque los datos etnohistóricos indican que al tiempo de la Con-quista, en 1524, los pipiles contro-laron la región de Escuintla en la región del sureste de Guatemala, pocas localidades en el oeste y centro de Honduras y el oeste

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y centro de El Salvador [Fowler, 1983; 1989a: 51-65, 1989c], la falta de datos arqueológicos ha deja-do el tiempo de la llegada de los pipiles en disputa. He argumenta-do en otros estudios, con base a evidencias arqueológicas, que los grupos de habla náhuat arriba-ron a Centroamérica en múltiples oleadas de migración, iniciadas tempranamente en el periodo clásico terminal y continuadas a través del postclásico [Fowler, 1981; 1989a, 1989b; véase también Wolf, 1959: 120-121]. Sin embargo, Lyle Campbell [1985] ha sostenido, con base a evidencias lingüísticas, que solamente un movimiento mi-gratorio ocurrió, el cual tomó lugar en el postclásico tardío. Dicha in-terpretación simplemente ignora las fuertes evidencias arqueológi-cas de la presencia nahua durante el postclásico temprano en El Sal-vador. Las mejores evidencias arqueológicas sobre las migra-ciones y la presencia tolteca en El Salvador provienen de las investigaciones de los sitios Ci-huatán y Santa María, dos asen-tamientos del período postclási-co temprano, localizados en la cuenca de El Paraíso, en la parte central del valle del río Lempa, de la zona nortecentral de El Sal-vador [Fowler,1981; Fowler y Ear-nest,1985]. La cultura material de

estos dos sitios es esencialmente idéntica. Por ende, es razonable concluir que los dos sitios fueron ocupados contemporáneamen-te por miembros de un mismo gru-po étnico, quienes participaron en el mismo sistema económico, social, político e ideológico. Ade-más, la cultura material de Cihua-tán y Santa María revela fuertes afinidades toltecas de parte del grupo que ocupaba los dos sitios. Más específicamente, el inventa-rio de la cerámica y otros objetos de estos dos sitios indica, sin duda razonable, que fueron asenta-mientos ocupados por grupos de habla náhuat durante el postclá-sico temprano. La identificación de Ci-huatán y Santa María como sitios ocupados por nahuas estriba en los siguientes argumentos explíci-tos, basados en evidencias con-cretas empíricas:1. Es universalmente acepta-

do que el fenómeno tolteca, conocido en Tula, Hidalgo, la Huey Tollan o la ‘gran To-llan’ de la crónicas, fue prin-cipalmente un producto de la antigua cultura nahua [Brotherston, 1995: 118 - 121, 2001; Cobean, 1990; 1994; Co-bean y Mastache, 1989; 1995; 2001b: 239, 2007; Davies, 1977: 161-167; Kaufman, 1974: 49; León-Portilla, 1980:21, 47; Mas-

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tache y Cobean, 2000; 2001; Mastache Flores, 1994; Wolf, 1959: 122]. Aunque Tula pudo haber sido habitado tam-bién por algunos otros grupos etnolingüísticos tales como otomíes, huastecas, mayas o mixtecas, los principales ocu-pantes de la capital tolteca fueron nahuas.

2. Existen afinidades sumamen-te cercanas entre el comple-jo cerámico de la fase Tollan del postclásico temprano de Tula, Hidalgo, en el altiplano del México central, y el com-plejo cerámico Guazapa de El Salvador [Acosta, 1956-57; Cobean, 1990; Cobean y Gamboa Cabezas, 2007; Diehl, 1983; Fowler, 1981: 117 - 287; Weaver, 1981: 363-374]. Estas afinidades pueden ser trazadas también en cada uno de los otros aspectos de la cultura material tolteca y de la fase Guazapa, desde los trazos urbanos de los sitios has-ta la arquitectura, técnicas ar-quitectónicas, la escultura, las figurillas, la lítica y más.

3. La distribución de la pobla-ción náhuat documentada históricamente en El Salva-dor desde el momento de la Conquista y el siglo XVI cubre el mismo territorio que los si-tios prehispánicos presenta-

dos aquí [Fowler, 1981, 1983, 1989a]. Los toponimios na-huas en El Salvador también tienen la misma distribución [Vivó Escoto, 1972].

El complejo Guazapa del postclásico temprano

Ya que el tema principal del pre-sente trabajo es el complejo ce-rámico Guazapa y sus afinidades toltecas, será conveniente ofre-cer aquí un breve resumen de sus características definidas. El complejo cerámico Guazapa del postclásico temprano fue origi-nalmente definido por el autor en su tesis doctoral con base en los materiales de los sitios de Cihua-tán y Santa María [Fowler, 1981: 117-287; Fowler y Earnest, 1985]. Sin embargo, después de su defi-nición en base a los materiales de Cihuatán y Santa María, algunas investigaciones llevadas a cabo durante las últimas tres décadas indican que los diagnósticos de este complejo no se limitan al va-lle de El Paraíso. Otros investiga-dores que trabajan en El Salvador ahora rutinariamente usan el ter-mino ‘complejo Guazapa’ para referirse a rasgos de cultura mate-rial, principalmente de cerámica, del período postclásico temprano relacionada a la cerámica de la fase Tollan de Tula. Efectivamen-

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te, los marcadores del complejo Guazapa ahora se conocen de un buen número de otros sitios del occidente y centro de El Salvador. Estos sitios incluyen Chalchuapa, Igualtepeque, Isla El Cajete, Ta-cuscalco, Cerro Ulata, Las Marías, Carranza y otros (Figura 1).

El complejo cerámico Guazapa fue definido por el autor con base en un análisis tipo-va-

riedad modificado (siguiendo el análisis tipo-variedad modificado elaborado y llevado a cabo por E. Wyllys Andrews V. [1976] sobre la cerámica del sitio de Quelepa, El Salvador). La colección anali-zada consistió en más de 28,000 tiestos de cerámica [Fowler, 1981:

117-269]. El complejo está con-formado tipológicamente por los siguientes grupos cerámicos:

Las Lajas Burdo [Fowler, 1981: 129-151] (Figuras 2-4). Es caracteriza-do por una pasta muy burda y dura de color café o café rojizo y superficies alisadas sin engobe, la forma predominante de este grupo es un brasero o incensario gigante de forma bicónica (‘re-

loj de arena’), con pared gruesa, bordes o rebordes engrosados hacia el exterior y decoración al pastillaje, especialmente espigas cónicas modeladas y aplicadas sobre los cuerpos de las vasijas (Figuras 1a-g, 2). Debajo del bor-de hay una pestaña formando

Figura 1. Sitios arqueológicos del complejo Guazapa en El Salvador.

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un panel que lleva una serie de medallas o botones contiguos en toda la circunferencia de la vasija. La misma secuencia de reborde, cadena de medallas y pestaña se repite en la base. Es-tos incensarios grandes o braseros son prácticamente idénticos a los de forma bicónica encontrados en Tula, Hidalgo, donde se cono-cen como Abra Café Burdo [Co-bean, 1990: 399-430]. También se han encontrado en el sitio de Miramar, en la depresión central de Chiapas [Agrinier, 1978]. A veces la decoración al pastillaje consiste de una efigie modelada decorada, frecuentemente en la forma de rostro de Tlaloc, también se encuentra en los grandes incen-sarios de Cihuatán y Tula [Boggs, 1972: 51-52; Cobean, 1994: 414, 421-426, Lámina 196; Figura 196a, 196d]. También ocurre un motivo de vegetación al pastillaje pero parece poco frecuente. La altura de estas vasijas es de 90 a 110 cm y el diámetro del borde varía de 44 a 60 cm. Un ejemplo excava-do por Boggs de la Estructura O-4 de Cihuatán mide 108 cm de al-tura y tiene diámetro de más de 60 cm [Boggs, 1972: Figura 15]. Es significativo para la cronología de Cihuatán que Cobean [1990: 407] considera que «Abra Café Burdo (en especial la Variedad Abra) es uno de los siete u ocho

tipos cerámicos más diagnósticos del complejo Tollan (postclásico temprano) en Tula » y que la for-ma bicónica de brasero con de-coración espigada no aparece como diagnóstico del complejo Corral (clásico terminal) de Tula. Cobean [1990: 406-407] ofrece un resumen detallado de contextos intersitios de braseros idénticos o similares en Mesoamérica. Otras formas de Las La-jas Burdo incluyen vasijas esféri-cas, fitomorfas, montadas en una base pedestal (Figuras 1h-i, 3); y braseros en forma de cuenco con fondo plano, paredes divergen-tes y bordes con un filete impre-so aplicado al exterior (Figuras 5 y 6). Botellas con efigie de Tlaloc de Las Lajas Burdo modelado de Cihuatán [Boggs, 1972: 52, Figura 16a, b, c] son también relaciona-das a las de Tula [Acosta, 1956-1957: Figura 19,3; Diehl 1983: Figu-ra 25] y de Veracruz [Druker 1943: Lámina 24].

Tamulasco Sencillo [Fowler 1981: 152-163] (Figuras 6 y 7). Este gru-po, que se caracteriza por una pasta de textura mediana, relati-vamente dura, de color café cla-ro o café rojizo, es una vajilla de uso doméstico. Se presenta en escudillas con fondo plano y pa-redes divergentes; escudillas de pared convexa; ollas de cuello

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Figura 2. Grupo Las Lajas Burdo. a-g, Braseros com-puestos; h-i, vasija fitomorfa; efigies.

Figura 3. Grupo Las Lajas Burdo brasero compuesto.

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Figura 4. Grupo Las Lajas Burdo: Tipo Estriado, Filete Impreso.

Figura 5. Grupo Las Lajas Burdo: Tipo Estriado, Filete Impreso.

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Figura 6. Tamulasco Sencillo. a, cuenco de lados con-vexos; b, c, f-h, comales; d, e, tecomates.

Figura 7. Tamulasco Sen-cillo, ollas.

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alto y cuello corto; tecomates y jarras grandes con pared gruesa y vertical para el almacenaje de líquidos. Las superficies son bien ali-sadas y a veces moderadamente pulidas, generalmente sin engobe, aunque algunas vasijas quizás lle-van engobe de la misma pasta del cuerpo de la vasija. Las formas prin-cipales de este grupo cerámico son ollas, escudillas y comales que pue-den ser relacionadas con prepa-ración, almacenamiento y servicio de comidas o líquidos. Las formas de las escudillas y ollas replican tres de «las cinco formas básicas de la cerámica tolteca» [Acosta, 1956-57: 16].

García Rojo [Fowler, 1981: 163-178] (Figuras 8 y 9). Este grupo es una versión de Tamulasco Sencillo con engobe rojo pulido. La forma predominante es una escudilla de fondo plano y paredes divergen-tes. Algunas ollas también se en-cuentran con frecuencia. Como el Tamulasco Sencillo, esta es una vajilla de servicio. El grupo cerá-mico García Rojo es esencialmen-te el grupo cerámico Tamulasco Sencillo con adición del engobe rojo. Una diferencia importante entre estos dos grupos cerámicos es que la escudilla de fondo plano y paredes divergentes es la forma predominante en el grupo García Rojo, mientras que las ollas son las

formas más comunes en el Tamu-lasco Sencillo. Una forma interesante de vasija en ambos grupos cerámicos es la vasija grande de pared grue-sa y vertical. Estas vasijas pueden haber servido para preparar y al-macenar chicha. Considerándo-los juntos, García Rojo y Tamulasco Sencillo, en términos tecnológicos, componen la mayoría de un sub-complejo doméstico dentro del complejo cerámico Guazapa, aunque algunos tipos, como las vasijas de almacenaje de pared vertical, podrían ser clasificadas dentro de un subcomplejo cere-monial. Ambos grupos cerámicos son distribuidos en la extensión de los dos sitios. La cerámica monocroma de engobe rojo es muy común en los sitios postclásicos del occidente y centro de El Salvador. El grupo cerámico Guajoyo con engobe rojo de Chalchuapa [Sharer, 1978: 63] parece ser muy similar al gru-po cerámico García Rojo, pero el grupo Guajoyo no tiene el cajete de fondo plano y paredes diver-gentes. Es interesante que en el sitio postclásico de Naco, Hondu-ras, los tipos Fulano Unslipped y Algo Red parecen tener la misma relación tecnológica que tienen Tamulasco Sencillo y García Rojo [Wonderly, 1980: 5].

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Figura 8. García Rojo, escudillas.

Zancudo Polícromo sobre Blanco (Figuras 8 y 9). Las vasijas de este grupo son caracterizadas por una decoración policroma geométri-ca, pintada en tres o cuatro co-lores (negro, café, rojo y naranja) sobre un engobe blanco duro y bien pulido. Los motivos en gre-cas, triángulos y líneas curvas son comunes. La mayoría de las vasi-jas son escudillas de fondo plano y paredes divergentes y vasijas cilíndricas con paredes verticales. La cerámica Zancudo Polícromo sobre Blanco parece ser una ma-nifestación local de una tradición de polícromo rojo y negro sobre

blanco, la cual fue ampliamente distribuida en Mesoamérica du-rante el postclásico temprano. La elección de los colores, motivos y las formas de vasijas con pare-des divergentes son similares a los de otros polícromos o bicromos de sitios precolombinos tardíos en Centroamérica. Algunos de los motivos simples del grupo ce-rámico Delirio Rojo sobre Blanco de Quelepa son muy similares a los motivos geométricos encon-trados en el grupo Zancudo [An-drews, 1976: Figuras 136 d,u]. Hay similitudes en la forma de las va-sijas y los diseños entre Zancudo

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Polícromo Blanco y Forastero Bi-cromo de Naco, Honduras [Won-derley, 1980: figura 4]. Algunos de los diseños más complicados de los especímenes Zancudo se ase-mejan a los de Vagando Polícro-mo de Naco [ibid.: Figuras 5, 6]. También hay una vaga similitud en el color y el motivo entre el gru-po cerámico Zancudo Polícromo sobre Blanco y el grupo Las Vegas Polícromo del Valle de Comaya-gua de Honduras [Stone,1957: Fi-gura 44]. Una semejanza genéri-ca en la forma y el estilo puede ser observada entre el grupo ce-rámico Zancudo y el Papagayo

Polícromo del Istmo de Rivas, Ni-caragua [Healy, 1980: 163-188], así como el Mora Polícromo del Valle de Tempisque de Costa Rica [Baudez, 1967: Planche 39]. Sin embargo, hay que hacer hin-capié en que estas similitudes son muy vagas y en este momento el grupo cerámico Zancudo Polícro-mo Blanco no puede ser directa-mente relacionado con cualquier otro grupo o tipo de otra región. Es probable que la mayoría de las similitudes entre los polícromos dis-cutidos aquí se deba a su propio desarrollo dentro de una tradición común.

Figura 9. García Rojo. a, plato; b-i, escudillas; j-r, ollas y vasijas cilíndricas.

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Figura 10. Zancudo Po-lícromo, ollas y vasijas de lados verticales.

Figura 11. Zancudo Polícromo, a-i; Jején Policromo, j, k.

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Jején Policromo sobre Rojo (Figura 12). Decoraciones naturalisticas y geométricas en negro, blanco y algunas veces amarillo o naran-ja, pintadas sobre un engobe rojo suave son los rasgos distintivos de este grupo cerámico. Los motivos se asemejan a los de la cerámica Mixteca-Puebla de México. Las formas incluyen escudillas de pa-red divergente y vasijas de pared vertical. Se encontró una escudi-lla Jején Rojo casi completa con pared convexa y base pedestal en excavaciones de la Estructura SS-53 de Cihuatán, descrita como una copa Polícromo Mixteca-Pue-bla [Bruhns, 1980a: figura 6]. Bru-hns y Amaroli [2006; 2009] mencio-nan el grupo Banderas Polícromo que puede ser similar, pero, que yo sepa, no existe una descripción publicada de este tipo cerámico. Al igual que el Zancudo Po-lícromo sobre Blanco, este grupo cerámico parece ser un producto local y la mayoría de las formas, con excepción de la vasija de pa-red vertical, reproduce los rasgos más comunes del grupo cerámico García Rojo.

Tamoa Bayo (Figura 13). Una pas-ta color bayo, relativamente fina, bien dura y una superficie bien pulida distingue a este grupo, un importante diagnóstico del com-plejo Guazapa. El tipo predomi-

nante de este grupo es Tamoa Rojo sobre Bayo. La forma que más sobresale es una escudilla hemisférica con soportes trípodes. Las decoraciones incluyen líneas incisas y ruedas pintadas en rojo en el interior. Cerámicas tipo Ta-moa Rojo sobre Bayo son general-mente relacionadas con Macana Rojo sobre Café encontradas en la fase Tollan de Tula [Cobean, 1990: 289-312]. Mientras que las formas de las vasijas y los soportes del grupo cerámico Tamoa son casi idénticos a los de Macana Rojo sobre Café, la decoración pinta-da de Tamoa Rojo sobre Bayo no es tan compleja o diversa como la encontrada en las muestras de tipo Macana, pero Cobean [1990: 297] señala que hay una variedad de Macana que tiene una deco-ración muy simple limitada a un área pequeña de la superficie de la vasija. Esta descripción podría ser aplicada también a Tamoa Rojo sobre Bayo. También se pre-sentan incensarios en forma de sartén idénticos a los encontrados en Tula [Cobean, 1990: 457-463], donde están asignados, de acuer-do a Cobean [1990: 463], exclusi-vamente a la fase Tollan.

Plomiza Tohil (Figura 14). Definida primero por Shepard [1948], esta distintiva vajilla dura de color gris lustroso con decoración incisa y

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Figura 12. Jején Policromo.

Figura 13. Tamoa Bayo. a-f, Inciso; g-r, Rojo sobre bayo.

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frecuentemente en forma de va-sijas efigies, es un marcador indis-cutible para el postclásico tem-prano. Las formas incluyen cajete de silueta compuesta, vasijas de pared vertical, jarras de cuello bajo y vasijas efigies. La cerámica plomiza o Plumbate se originó en el este de la región de Soconusco (Xoconochco) de Chiapas, Méxi-co, en el período clásico medio tardío [Neff, 1989; Lee, 1978]. Sus fabricantes eran pipiles, quienes habían habitado por siglos en So-conusco [Cobean y Mastache, 2001b: 240]. Los tiestos de Plomiza Tohil están representados por una proporción relativamente menor en el complejo Guazapa, en Ci-huatán: solamente 149 tiestos en la colección de estudio para este análisis. Gloria Hernández, en su excavación de la Estructura P-20 en 1975, encontró una olla minia-tura completa efigie de pájaro, si-milar a una ilustrada por Shepard [1948: Figura 16m]. Un fragmen-to de cabeza de pájaro supues-tamente de Cihuatán también fue reportado por Shepard [1948: 109]. Quizá la vajilla es más ex-tensamente comercializada en Mesoamérica durante el post-clásico temprano. La distribución geográfica de la cerámica Tohil Plumbate se extiende desde el occidente y centro de México

hasta Panamá [Cobean, 1990: 49, 483-485; Shepard, 1948: 103-114] y es «un marcador excelente para ocupaciones contemporáneas con el apogeo de Tula [fase To-llán] como un centro urbano del postclásico temprano» [Cobean, 1990:484]. Con base en fechas de radiocarbono de sitios de varias áreas de Mesoamérica, Johnson y MacNeish [1972: 51] calcula-ron un lapso de duración de 900 a 1250 d.C. para la Plomiza To-hil, lo cual concuerda bien con el fechamiento de la fase Tollan en Tula por Cobean y de la fase Guazapa en El Salvador.

Polícromo Nicoya (Figura 15). Usamos el término ‘Polícromo Ni-coya’ como una designación ge-nérica para referirnos a la cerámi-ca polícroma de pasta fina, con engobe pulido de color blanco a gris y decoración pintada en rojo, amarillo, anaranjado y negro, que aparece en muchas zonas del su-reste de Mesoamérica. Como la Plomiza Tohil, el Polícromo Nico-ya fue una vajilla ampliamente comercializada durante el post-clásico temprano [Baudez, 1967; Healy,1980: 169-170; Lothrop, 1926: 115] y de ese modo, tam-bién sirve como un marcador del postclásico temprano, periodo en el que aparece en todas partes de Mesoamérica. La pasta rela-

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Figura 14. Plomiza Tohil.

Figura 15. Policromo Nicoya.

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tivamente fina es cubierta con un engobe blanco fino y duro, blan-co rosado o blanco grisáceo, el cual lleva pintado decoraciones naturalísticas geométricas. Las formas predominantes incluyen cajetes de silueta compuesta, ca-jetes de pared convexa y vasijas de pared vertical. La mayoría de las muestras encontradas en Ci-huatán se parecen mucho al tipo Paloma Polícromo Negro y Rojo sobre Blanco del grupo cerámico Papagayo del Istmo de Rivas en el suroeste de Nicaragua [Healy, 1980: 163-167]. Una característi-ca distintiva del Paloma Polícro-mo es la alteración, a través de la cocción, del engobe blanco a un color gris ahumado, un rasgo que también aparece con mu-cha frecuencia en las muestras de Cihuatán y Santa María. Bau-dez [1976: 142] ha sugerido múlti-ples centros de fabricación de la cerámica Papagayo en El Salva-dor y Honduras, tanto como en la región de la Gran Nicoya. Asi-mismo, Lange [1986: 169] indica que muchos de los especímenes que supuestamente proceden del Gran Nicoya, muy probable-mente sean de Honduras. Ya que el origen de este grupo cerámico es dudoso, la presencia de tiestos ‘Papagayo’ (o Nicoya) en un sitio no puede ser inequívocamente interpretado como evidencias del

contacto con la región del Pacífi-co de Nicaragua y Costa Rica. Cualquiera que sea la lo-calidad de su fabricación, como se mencionó previamente, la cerámica Papagayo Polícromo estaba ampliamente difundida en toda Mesoamérica durante el postclásico temprano y ha sido frecuentemente encontrada en asociación directa con la Plomiza Tohil, indicando por lo menos una contemporaneidad parcial de es-tos dos grupos cerámicos. Baudez [1967: 209] y Healy [1974: 276-277; 1980: 169-170] han proveído bue-nos resúmenes de la distribución intersitio del Papagayo Polícromo y su asociación con Plomiza Tohil [Lothrop, 1926, tomo 1: 115; 1927: 185-186,205; Shepard, 1948: 137-139]. Una reafirmación de esta asociación fue descubierta en un escondrijo en Tula, Hidalgo, por el proyecto de la Universidad de Missouri [Cobean, 1990: 488; Diehl et al., 1974].

Esculturas de cerámica a tama-ño natural. El complejo Guazapa destaca esculturas de cerámica de tamaño natural en forma de efigies modeladas de animales (principalmente jaguares y sapos) y deidades nahuas (especial-mente Xipe Totec, Tlaloc, Hue-hueteotl y Mictlantecuhtli), fa-bricadas de la misma pasta que

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Las Lajas Burdo [Casasola, 1975]. Dos ejemplares completos o casi completos pero fragmentados se han hallado en el sitio Carranza, 1 km al sur de Cihuatán [Amaroli, 2002; Amaroli y Bruhns, 2003; Bru-hns y Amaroli, 2004]. Las efigies de Xipe de Cihuatán y Carranza son semejantes a la efigie tama-ño natural de Xipe Totec de Tazu-mal, Chalchuapa [Boggs, 1944b; Fowler, 1989: Figura 17]. El Xipe de Tazumal corresponde en todos sus detalles a la efigie de Xipe Totec de Coatlinchán, cerca de Texco-co, en el valle de México [Saville, 1897: Lámina 23; Scott 1993: 36-38, Láminas 21, 22; Mateos Higuera, 1993: Figura 37, 45]; también se asemeja a una estatua de cerá-mica de Xipe Totec de Teotihua-cán encontrada en un contexto postclásico temprano Mazapán [Linné, 2003a (1934): 83-86, Figuras 113 y 114; Scott, 1993: 22-25, Lámi-nas 1-9]. Son conocidas, además, efigies similares en el lago de Güi-ja, El Salvador [Boggs, 1976b]. En el México central, las contrapartes de las efigies del complejo Guazapa son conoci-das como xantiles y se consideran un rasgo tolteca del postclásico temprano [Cook de Leonard, 1956-57: 40; MacNeish, Peterson, and Flannery, 1970: 225]. Sin em-bargo, hasta hace poco no se conocían en Tula. En 2007, ar-

queólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia exca-varon una efigie de Xipe Totec asociada a 24 entierros ceremo-niales en un conjunto residencial cerca del recinto sagrado de Tula Grande [Gamboa Cabezas et al., 2010]. Esta es la primera efigie de Xipe conocida de Tula. La exis-tencia de efigies de cerámica en tamaño natural y especialmen-te, la presencia de ciertos rasgos como los ojos entrecerrados y la boca abierta también vinculan los Xipes del complejo Guazapa con sitios en el centro y sureste de Veracruz [Drucker, 1943: Láminas 45-48; García Payon, 1951: 30-31; Gútiérrez Solana y Hamilton, 1977: Figuras 2, 5, 6, 60, 62; Medellín Ze-nil, 1960: Lámina 53].

Comentario sobre la cultura material del

complejo Guazapa Tal como este resumen indica, el complejo cerámico Guazapa destaca muchos aspectos estilísti-cos, tales como formas de vasijas y técnicas decorativas que deri-van del complejo Tollan de Tula [Cobean, 1990; Cobean y Masta-che, 1989; Diehl, 1983]. De hecho, el caso puede ser expresado de manera más fuerte: el complejo Guazapa reproduce precisamen-te la mayoría de las formas, modos

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decorativos y características tec-nológicas del complejo Tollan de Tula. Un ejemplo destacado de esta correspondencia es la simili-tud de los braseros Las Lajas Bur-do bicónico espigado, idénticos a los encontrados en Tula [Acos-ta, 1956-57: Figura 17,7; Cobean, 1990: Figura 193D; Diehl,1983: 104, Figura 25; Boggs, 1972: Figura 15; Fowler, 1981: 129-139]. Algunas veces, como los braseros gran-des de Tula, llevan una cara efi-gie modelada del dios de la lluvia, Tlaloc, del México central [Diehl 1983: Láminas 39,40; Boggs, 1972: 51; Cobean, 1990: Figura 196d]. Por otra parte, también debe resaltarse que los dos grupos cerámicos decorados principales, Zancudo Polícromo sobre Blanco y Jején Polícromo sobre Rojo, no parecen tener paralelos precisos en el material publicado de Tula o el Valle de México [Cobean, 1990; Cobean y Mastache, 1989; Sanders et al., 1979], aunque las formas y modos decorativos cier-tamente son similares. Esta caren-cia de correspondencia directa de estos grupos podría indicar que las similitudes más cercanas con el complejo Guazapa deben buscarse en otra región nahua de México, tal como el sur de Puebla o la costa del Golfo, en Veracruz y Tabasco, o en el sur de Guerrero. También es posible que sean pro-

ductos del desarrollo de la región del sur de Mesoamérica. Los rasgos no cerámicos también relacionan a Cihuatán y Santa María con el centro tolteca de México. Una lista parcial inclu-ye figurillas estilo Mazapán, figuri-llas con ruedas, husos o malacates y técnicas y aspectos formales de la industria de piedra tallada, es-pecialmente, puntas proyectiles bifaciales y puntas de flecha he-chas de fragmentos de navajas prismáticas de obsdiana [Fowler, 1981]. Los conceptos de plani-ficación urbana fueron también traídos de Tula a El Salvador por los nahuas. El plano del recinto ritual central (el llamado Centro Ceremonial Poniente) de Cihua-tán es muy evocativo de la zona central de Tula en muchos aspec-tos y fue quizás aún más parecida al plan del recinto central de Tula Chico [Cobean y Gamboa Ca-bezas, 2007; Mastache y Cobean, 2000; Suárez Cortés, Healan y Co-bean, 2007]. De manera especial se destacan las relaciones espa-ciales entre la pirámide principal (Estructura P7 de Cihuatán y la Pirámide C de Tula), el juego de pelota y un conjunto de palacio localizado hacia el sur de la pi-rámide principal, un plano neta-mente tolteca en origen [Michael E. Smith, 2008: 85-89]. Rasgos o

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elementos arquitectónicos, deri-vados de las normas arquitectóni-cas toltecas, encontrados en Ci-huatán incluyen la construcción de decoración talud-tablero en edificios públicos; columnas de piedra canto rodado; una estruc-tura redonda, dos juegos de pe-lota cerrados en forma de I y una estructura alargada con aposen-to adosado formando una T (sala-claustro); almenas de barro co-cido, probablemente colocadas como elementos decorativos en los techos de los templos, y siste-mas de drenaje hechos de tubos de arcilla cocida o drenajes recu-biertos con lajas o algún tipo de toba [Braniff y Hers, 1998: 63-68; Fowler, 1981: 78-117, 99, 448; Hea-lan, 1989: 63-64]. Algunos de estos rasgos, tales como las figurillas con rue-das y efigies de cerámica tamaño natural, sugieren conexiones tan-to con la costa del Golfo como con las tierras altas del México central [Casasola García, 1976-77]. Estos paralelos no son nada sorprendentes ya que las eviden-cias etnohistóricas y lingüísticas indican claramente que grupos de habla náhuat derivados de los toltecas se expandieron fuera del centro de México, dirigiéndo-se hacia la región de la costa del Golfo y procedieron por la parte baja del Istmo de Tehuantepec

hasta América Central [Borhegyi, 1965: 40-41; Fowler, 1989a: 30-40, 41; Jiménez Moreno, 1966: mapa 5; Luckenbach y Levy, 1980]. En lo que sigue de esta sección se ofrece un resumen detallado de los datos arqueo-lógicos relevantes de Cihuatán y Santa María. Después, discuto los cambios en los patrones de asen-tamiento en el occidente y centro de El Salvador asociados con la llegada de la grupos del comple-jo Guazapa a esta área, duran-te el siglo IX d.C., incorporando datos de sitios adicionales en la discusión. Finalmente, concluyo con una consideración sobre los procesos socioculturales asocia-dos con la presencia tolteca en el occidente y centro de El Salvador en el postclásico temprano.

Cihuatán y Santa María

Cihuatán, localizado en el río A-celhuate, cerca de la ciudad actual de Aguilares, a 37 km de San Salvador, ha sido investigado por un buen número de estudio-sos desde que fue explorado por Antonio Sol [1929], quien identi-ficó el sitio como un centro pipil. Stanley H. Boggs trabajó en el sitio en 1954 y 1965 [Boggs, 1972]. Tres proyectos arqueológicos princi-pales se llevaron a cabo en los años ochenta del siglo pasado,

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dirigidos por Bruhns [1980], Fowler [1981] y Kelley [1988] . Bruhns ha sugerido que «los soberanos de Cihuatán eran de origen foráneo, quizá última-mente de Veracruz o parte de la oleada de migración tolteca, la cual pasaba en Guatemala al mismo tiempo» [Bruhns, 1986: 302]. No hace falta señalar que esta aseveración está llena de di-ficultades. Aparte del problema de las dudas que los especialis-tas han expresado con respecto a la existencia de una migración tolteca a Guatemala [Brown, 1985; Navarrete, 1976, 1996; Ló-pez Austin y López Luján, 2000: 58], esta declaración no toma en cuenta la distribución del náhuat en México, la cual está centra-da precisamente en la región de la costa del Golfo [Adams, 1991: 349-350; Canger, 1983; García de León, 1976; Luckenbach and Levy, 1980]. Además, esto evita la pregunta crucial sobre la filia-ción étnica de los ocupantes de Cihuatán. Kelley [1988: 5-7] tam-bién elude el tema, refiriéndose más bien a los habitantes de Ci-huatán como una «población mexicana o mexicanizada», una caracterización que, en vista de las evidencias presentadas aquí, carece de significado. El centro de uno de los altepetl (ciudades-estados regio-

nales) más importantes del sures-te de Mesoamérica durante el postclásico temprano, Cihuatán, fue construido en una localidad defendible, en una serie de cerros con vista al valle. El área del sitio es extensa, cubre al menos 375 ha. Consiste de un recinto cere-monial principal, conocido como el Centro Ceremonial Poniente, el cual, como hemos mencionado arriba es muy similar al recinto ri-tual de Tula. Este incluye una gran pirámide de 18 m de altura, 10 edi-ficios o monumentos públicos, dos juegos de pelota en forma de I y una zona residencial para la eli-te. Adyacente se encuentra una zona residencial combinada con edificios públicos, conocida como el Centro Ceremonial Oriente. La zona residencial no-elite se obser-va dispersa alrededor de los dos sectores principales del epicentro. El arreglo de la zona residencial no elite es muy similar a la de Tula, compuesta de una serie de gru-pos de casas de tres o cuatro es-tructuras de un solo cuarto, loca-lizado alrededor de una pequeña plaza central [Healan, 1989; Mas-tache Flores, 1994: 24; Mastache y Cobean, 1999]. Como en Tula, el plano de asentamiento residen-cial de Cihuatán indica la división jerárquica del estatus entre las eli-tes y la población no-elite.

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Santa María, un centro re-gional secundario, localizado a 16 km al este-noreste de Cihua-tán, fue excavado en 1976 como parte del Proyecto Arqueológico Cerrón Grande [Fowler y Earnest, 1985; Fowler y Solís, 1976]. La cul-tura material repite explícitamente todos los aspectos de los de Ci-huatán. El patrón de asentamien-to, la arquitectura, la cerámica, los artefactos de piedra tallada y las figurillas de los dos sitios son esencialmente idénticos en forma y contenido, con la excepción de que Santa María no parece tener una zona residencial de la elite bien definida, tal como hay en Ci-huatán. Santa María fue un sitio más pequeño que Cihuatán, con un área de aproximadamente 36 ha. Como Cihuatán, Santa María fue localizado en una posición de-fendible, con una vista del extre-mo oriente del valle, alcanzando una distancia de unos 12 km. Cihuatán y Santa María son sitios de un solo componente (desarrollados en un solo período), es decir que no proceden de una continuación de la fase Fogón del valle de El Paraíso [Fowler, 1981: 16-27; Fowler and Earnest, 1985]. Bruhns y Kelley parecen estar de acuerdo con nuestra conclusión sobre este punto [Bruhns, 1980: 130-106,97; Kelley, 1988: 14-16]. Los ele-mentos toltecas descritos de estos

sitios aparecen repentinamente, sin antecedentes de un desarrollo local. Las evidencias arqueoló-gicas de estos sitios son más con-gruentes con una interpretación de una migración nahua hacia El Salvador y toma de territorio en el valle de El Paraíso en el postclásico temprano. El fechamiento estilístico del complejo cerámico Guazapa de los dos sitios indica una crono-logía sincronizada con el postclá-sico temprano, fase Mazapán del Valle de México, convencional-mente fechada a 950-1200 d.C. [Blanton et al., 1993: 138-142] o con la fase Tollan de Tula, Hidal-go, fechada a 950-1150 [Cobean, 1990; Cobean and Mastache, 1989]. Los marcadores importan-tes encontrados en los dos sitios son las cerámicas Tohil Plumbate y Nicoya Polícromo (Papagayo y relacionados), las cuales fueron ampliamente distribuidas a través de Mesoamérica durante este período [Diehl et al., 1974]. Nóte-se que todas la correspondencias de cerámica entre Tula y Cihua-tán (resumidas arriba) fechan en la fase Tollan. Fechamientos radiométri-cos apoyan los fechamientos es-tilísticos [Fowler, 1981: 46-53]. Los medios calibrados de un grupo de ocho determinaciones de radio-carbono, siete de Cihuatán y uno

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de Santa María, derivados del programa de computadora de-sarrollado por el Quaternary Isoto-pe Lab [1987] de la Universidad de Washington, corren de 774 a 1441 d.C. La media más tempra-na pertenece a un nivel de pre-construcción y provee así un ter-minus post quem. La media más reciente está asociada a un nivel de construcción muy profunda y no es aceptable una fecha tan reciente para ese tipo de contex-to. Excluyendo estas dos fechas, el rango de las fechas medias ca-libradas es de 888 a 1226 d.C. Un promedio calibrado, tomando en cuenta los valores relativos [ca-librated weighted average] de las cinco determinaciones más confiables, es 979 ± 42 antes del presente: 1023 d.C., con rangos calibrados de 998 d.C. [1023] 1150 a 1σ de probabilidad y 982 d.C. [1023] 1160 a 2σ de probabilidad.

Evidencias del complejo Guazapa en otros sitios

Si los argumentos aquí expues-tos son aceptados, se afirma la presencia de una población de habla náhuat en el valle de El Paraíso de El Salvador durante el postclásico temprano. Es poco probable que Cihuatán y Santa María fueran los únicos centros de habla náhuat en El Salvador

durante este período y, efecti-vamente, buenas evidencias ar-queológicas de muchos sitios en el occidente del país también in-dican una presencia nahua, con un inventario de cultura material que puede ser agrupado dentro del complejo Guazapa o asigna-do a un complejo relacionado. El centro importante de Chalchua-pa fue probablemente ocupado por nahuas durante el postclásico temprano. Los nuevos elementos culturales que aparecen en Chal-chuapa en el grupo Tazumal en este período incluyen arquitec-tura de forma talud-tablero, un templo con plataforma de planta circular, un juego de pelota en for-ma de I, una efigie de cerámica tamaño natural de la deidad na-hua Xipe Totec, dos esculturas de piedra Chacmool, el tallado bifa-cial en la industria de obsidiana, la obsidiana verde y varios tipos nuevos de cerámica, incluyendo Plomiza Tohil y Polícromo Nicoya. Por supuesto, la obsidiana verde y los tipos de cerámica indican un intercambio más que una filia-ción etnolingüística. Chalchuapa exhibe una secuencia muy lar-ga de ocupación prehispánica y Sharer [1978: 211-212] interpreta estos cambios como un resulta-do de aculturación, producto de los contactos económicos con la población pipil del área. Sheets

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[1984: 107], por otro lado, interpre-ta las evidencias como el indica-dor de la llegada de una nueva población a Chalchuapa durante el postclásico temprano. Estoy de acuerdo con Sheets y propongo que Chalchuapa fue uno de los principales centros de los pipiles del occidente de El Salvador du-rante el postclásico temprano, probablemente debido en gran parte a la existencia de una ruta de intercambio que operaba en esta región desde el preclásico medio, conectando esta zona con las tierras altas de Guatemala. La ruta fue cortada por la erupción catastrófica del volcán Ilopango en el siglo V [Dull, 2001: 16; Dull, Southon y Sheets, 2001] pero reco-bró su importancia unos 100 o 150 años después. Sin embargo, pa-rece que Chalchuapa también fue el centro de una presencia teotihuacana significativa en el occidente de El Salvador durante el período clásico medio. La región del lago de Güija, en el departamento de Metapán, en el noroeste de El Salvador, es muy conocida por los petroglifos de la isla de Igualtepeque, los cua-les representan tanto motivos de animales fantásticos como caras de Tlaloc [Longyear, 1944: 21; Jimé-nez, 1959]. También han sido en-contradas en la zona, cerca de la ribera del lago, efigies de cerámi-

ca tamaño natural de Xipe Totec y Mictlantecuhtli, similares a las cono-cidas de Cihuatán [Boggs, 1976a, 1977]. Desafortunadamente, es muy poco conocida la cultura ma-terial de la región del lago de Gui-ja, pero razonablemente puede ser interpretada como un fenómeno afiliado al complejo Guazapa. Un importante centro del complejo Guazapa, localizado cerca de la costa del Pacífico, es el sitio conocido como Cerro Ula-ta. Ubicado cerca del cantón de Santa María Mizata, en la Cordi-llera del Bálsamo del occidente de El Salvador, este sitio fue men-cionado por Lardé [1926: 221] y Longyear [1944: 78] y documen-tado por el autor en 1988 [Fowler, Amaroli y Arroyo, 1989: 25-27]. Si-tuado a una altitud de aproxima-damente 400 m sobre el nivel del mar, en la cima del cerro Ulata, este sitio obviamente fue localiza-do con una consideración defen-siva. El camino hacia el cerro es extremadamente empinado, as-cendiendo a unos 200 m en una distancia de 1.5 km. En la cima, la cual domina una vista hacia el norte, el este y oeste y el océano Pacífico hacia el sur, se destaca un recinto ceremonial orientado linealmente, cubriendo un área de aproximadamente 150 a 300 m. La estructura más grande de esta construcción en este com-

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plejo es una pirámide de aproxi-madamente 8 m de altura. Otras construcciones monumentales ocupan una terraza artificial con-tigua, abajo del recinto ceremo-nial del sitio. Entre los artefactos diagnósticos recolectados de la superficie en 1988 se encontró un tiesto grande de un incensario bi-cónico Las Lajas Burdo espigado y una punta de flecha hecha en navaja prismática. Cabe mencionar que Marlon Escamilla ha organizado el Proyecto Arqueológico Cordi-llera del Bálsamo para compro-bar la hipótesis de que en esta zona existen sitios pipiles del post-clásico temprano que pueden fe-charse al periodo más temprano de la fase Guazapa; es decir que su ocupación posiblemente sea anterior a la de Cihuatán. En su reconocimiento ar-queólogico de la zona, llevado a cabo en 2010, Escamilla [2011] ha registrado tres sitios nuevos del complejo Guazapa: Jicalapa, Miramar y El Panteoncito. Todos son sitios relativamente pequeños compuestos de 15 a 20 montículos arreglados en plazuelas situadas en planicies angostas (‘lengüe-tas’) encima de las aristas más al-tas de la cordillera, a elevaciones de 400 a 600 metros sobre el nivel del mar.

Al noroeste de Cihuatán, cerca del pueblo de Tacachico, en el departamento de La Liber-tad, está el sitio de Las Marías, otro centro del complejo Guaza-pa [Bruhns y Amaroli, 2006]. Las investigaciones en el sitio han sido dirigidas por Paul Amaroli y Karen Bruhns, pero sus resultados toda-vía no están publicados. Los in-formes preliminares sugieren que Las Marías puede ser tan grande como Cihuatán, con la misma for-ma de plano urbano. Cabe mencionar también el sitio intrigante de Loma China, en la región del bajo río Lempa, del departamento de Usulután en la zona centro-oriental El Salvador. Este sitio fue excavado durante los años de 1980 a 1983 por Ma-nuel Méndez [1983], asistente del Departamento de Arqueología de la entonces Administración del Patrimonio Cultural, como parte de una operación de salvamen-to asociada a la construcción del embalse hidroeléctrico San Lo-renzo. Desafortunadamente, el sitio no fue investigado sistemáti-camente y la cerámica y los arte-factos no han sido descritos. Sin embargo, es conocido que seis entierros fueron excavados, estos estaban asociados a varias vasi-jas de cerámica, artefactos de obsidiana y otros objetos. En un entierro se hallaron 11 vasijas mo-

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nocromas, 13 vasijas Plomiza Tohil, 34 vasijas Polícromo Nicoya y un vaso piriforme de tipo Anaranja-do Fino de la costa del Golfo de México. También se encontró en este entierro cuatro pequeños dis-cos de cerámica con decoración de mosaico de pirita, turquesa, jadeita y conchas. Dos de los dis-cos fueron dañados y los motivos no se pudieron distinguir. Los otros dos representan a un guerrero o comerciante tolteca ataviado con un casco, una coraza, vesti-do y sandalias. La figura lleva un escudo en una mano, mientras la otra mano estaba extendida ha-cia una serpiente emplumada, la cual hace arco sobre la cabeza de la figura humana. Los discos probablemente eran adornos de la vestimenta del individuo del entierro. También estaban aso-ciados al entierro dos navajas pris-máticas de obsidiana verde. Hay poca duda de que los discos con decoración de mosaico fueron fabricados en uno de los principa-les centros toltecas, posiblemente en Tula o Chichen Itzá. Es razo-nable especular que el individuo con quien fueron enterrados los discos viajó de lejos a El Salvador desde algún centro tolteca, quizá en una misión comercial [Fowler, 1989a: 42-43; 1995: 156-157].

Discusión

¿Qué significan estas evidencias fragmentarias expuestas aquí? Mientras el número de sitios del complejo Guazapa no es grande, probablemente debido a la falta de investigación sistemática, un patrón consistente está comen-zando a definirse, revelando que Cihuatán y Santa María no esta-ban solos en el mundo tolteca pi-pil. Aunque las evidencias se pre-sentan a manera de bosquejo, parece que áreas grandes y sig-nificativas del occidente y centro de El Salvador fueron invadidas y ocupadas por una población de habla náhuat, relacionada con los toltecas, durante el postclási-co temprano. En algunos casos, se asentaron en lugares que ya habían sido ocupados por siglos antes, como en Chalchuapa. En otros casos se asentaron en luga-res como Cihuatán, donde no ha-bía ocupación previa. En otros, tomaron una localización defen-siva tal como en el Cerro Ulata. Es posible que exista una diferencia temporal con los sitios que se en-cuentran en localizaciones defen-dibles en las cimas de la montaña establecidos poco antes que los de los valles interiores. Debe ser recordado, sin embargo, que Ci-huatán fue totalmente destruido por un incendio al final de esta

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ocupación. Este hecho nos aler-ta sobre hostilidades armadas durante el postclásico temprano, entre poblaciones pipiles esta-blecidas o entre grupos pipiles y no pipiles. Estos centros defensi-vos pueden haberse establecido tanto en el postclásico temprano como tardío. Uno puede predecir que más sitios como estos pueden ser encontrados, especialmente en las tierras altas de la cordillera del Bálsamo. Loma China no pa-rece estar dentro de este patrón y puede ser el único caso con estas características, ya que el sitio fue pequeño y provincial, localizado en la periferia del bajo Lempa, al este del principal territorio pipil es-tablecido durante el postclásico temprano. Quizá, comerciantes toltecas con su base en un cen-tro principal como Cihuatán o Las Marías viajaban hacia la periferia oriental del territorio pipil o al terri-torio lenca del oriente de El Salva-dor en misiones de intercambio. Las migraciones pipiles ha-cia Centroamérica y la presencia relacionada con los toltecas en El Salvador durante el postclásico temprano representan un impor-tante aspecto de la historia cultu-ral de Mesoamérica, un aspecto que hasta muy recientemente no fue apreciado por su impacto en el mundo tolteca. Tal como Ro-berto Cobean y Alba Guadalupe

Mastache [2001b: 239] han pun-tualizado, la transformación de las instituciones básicas en Meso-américa por los toltecas involu-cró cuatro procesos importantes interrelacionados: (1) la expan-sión de poblaciones toltecas de habla náhuat hacia regiones más allá del centro de México; (2) la fundación en varias regiones de México y Centroamérica de di-nastías reales que afirmaron su ori-gen tolteca (generalmente mito-lógico); (3) la consolidación de un sistema enorme de redes comer-ciales que se extendieron desde Costa Rica y Nicaragua en el sur hasta Nuevo México y Arizona en el norte y (4) cambios importantes en la religión e ideología de los pueblos mesoamericanos, inclu-yendo la introducción de deida-des nahuas y la difusión de la épi-ca del hombre-dios Quetzalcóatl a través del centro de México, Yucatán, las tierras altas de Gua-temala y otras áreas. Cada uno de estos procesos está claramen-te revelado cuando analizamos muy de cerca y desde esta pers-pectiva las migraciones pipiles y la presencia tolteca en El Salva-dor. Ahora examinaremos cada uno de estos procesos. Como es bien conoci-do, el siglo X fue una época de turbulencia social y política en el México central, lo que trajo el

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colapso de los principales centros epiclásicos, tales como Cacaxtla y Xochicalco y el establecimien-to de la gran ciudad de Tollan en Tula, Hidalgo, como la capital del imperio tolteca [Evans, 2004: 370-373]. El centro de la cultura coyotlatelco de Tula Chico [Co-bean y Mastache, 2001a], que había sido fundado alrededor del año 650 d.C., fue destruido por un incendio a mediados del siglo IX (Robert H. Cobean [comunica-ción personal, 14-8-2002] reporta un cambio en la cronología de Tula que hace retroceder todas las fases por 50 años) [véase tam-bién Evans, 2004: 357-358; López Austin y López Luján, 1996: 166, 182-183; Suárez Cortés, Healan y Cobean, 2007]. Cobean y Mas-tache [2001b: 270] especularon que este evento podría haber es-tado asociado al conflicto entre los seguidores del rey sacerdote Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl y los del culto del dios Tezcatlipoca con su sacerdote Huemac [Ni-cholson, 2001]. Así, la destrucción de Tula Chico, aproximadamente en el año 850 d.C., puede marcar la expulsión de Quetzalcóatl y la inauguración de los movimientos de poblaciones fuera de Tula. Es-tos movimientos representan los comienzos de la diáspora tolteca; involucraron no solo a grupos de habla náhuat, quienes migraron

fuera del centro de México y co-menzaron a posicionarse en otros territorios y regiones tal como la costa del Golfo de Veracruz y Ta-basco, sino también a otros gru-pos étnicos que fueron desplaza-dos por los movimientos nahuas. Algunos de estos grupos aparen-temente viajaron hacia el este hasta Yucatán. Otros, por varias razones económicas y políticas, continuaron su migración hacia el sur. Llegando a El Salvador, ellos encontraron un vasto y fértil terri-torio relativamente despoblado, ya que el colapso del reino maya clásico de Copán probablemen-te resultó en una reducción de la población en el occidente y cen-tro de El Salvador durante el siglo IX tardío. Los grupos de habla náhuat que llegaron a la región sureste de Mesoamérica en esta época encontraron una gran oportunidad de colonización y expansión. Posteriormente, Tollan fue refundada a principios del si-glo X [Suárez Cortés, Healan y Co-bean, 2007: 50] y hay que supo-ner que el Estado tolteca dirigía expansiones comerciales y posi-blemente también colonistas a tierras distantes, aprovechando la existencia de rutas de intercam-bio conocidas y enlaces cultura-les en aquellas zonas. Con respecto a la procla-mación de herencia tolteca por

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las dinastías reales, todos los gru-pos étnicos en el centro de Méxi-co durante el postclásico tardío querían trazar su conexión con la dinastía real tolteca para legi-timizar su soberanía [López Austin y López Luján, 2000: 43]. El mejor ejemplo conocido, por supuesto, es aquel de los mexicas, quienes adquirieron su conexión con una dinastía tolteca legítima a través de su primer emperador Acama-pichtli del centro epitolteca de Culhuacán [Evans, 2004: 450-451; Smith, 2003: 34, 44]. Esta prácti-ca fue también común entre los grupos no nahuas, fuera del área del centro de México, quienes más frecuentemente hicieron la conexión mítica o simbólica, más que genética o históricamente. Quizás el más famoso de tales ejemplos es el caso del rey mixte-ca 8 Venado ‘Garra de Jaguar’, quien viajó a un centro conocido como Tollan para recibir su ya-caxihuitl o nariguera tolteca y ser transformado simbólicamente en un teuhctli o señor de un teccalli (casa noble) [Byland y Pohl, 1994: 138-147; Flannery y Marcus, 1983; López Austin y López Luján, 2000: 46, 65; Marcus, 1994: 253, Figuras 12.2, 12.3, 12.4; Smith, 1973: 71-72, figuras 55, 60, 61; Pohl, 1994: 84, 1999a: 188, 1999b: 193]. También son bien conocidas las putativas conexiones toltecas de los go-

bernantes kaqchikeles y k’iche’s de las tierras altas mayas, quizás más a través de Chichen Itzá que de Tula [Carmack, 1968; 1981: 44-52; Florescano, 1999: 44-51; Fox, 1978: 272-275, 1980; Hill, 1996: 65]. Sin embargo, cabe mencionar que Cihuatán puede haber sido considerado una Tollan durante el postclásico temprano [Pohl, 1999a: 178-179]. Considerando los numerosos reclamos por la heren-cia tolteca de grupos indígenas dentro y más allá del centro de México y la urgencia sociopolíti-ca de parte de estos grupos para trazar su conexión con la civiliza-ción tolteca, parece justificada la hipótesis de que los grupos pipiles de Cihuatán y otros centros del complejo Guazapa de El Salva-dor se consideraban nada más y nada menos que verdaderos tol-tecas con una conexión histórica y simbólica directa con la Tollan de Tula, Hidalgo. Las redes comerciales bien desarrolladas —el tercer proceso de Cobean y Mastache— forma-ron una parte crucial del sistema económico tolteca y los bienes exóticos llegaron a Tollan de to-das partes de Mesoamérica y el suroeste de Estados Unidos. Los sitios del complejo Guazapa en El Salvador también participaron en nexos comerciales de larga dis-tancia, los cuales trajeron recursos

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de obsidiana desde Guatemala, conchas marinas y otros produc-tos de la costa del Pacífico, la cerámica Plomiza Tohil y Polícro-mo Nicoya, desde sus respectivas áreas de manufactura, y proba-blemente un número de artícu-los perecederos no preservados arqueológicamente tales como pieles de animales y plumas de pájaros tropicales. A principios del siglo XVI, el área central de El Salvador fue especialmente des-tacada por la producción de tex-tiles de algodón y manufactura de teñidos de añil [Fowler, 1989a: 172-178] . Podríamos especular que uno de los principales pro-ductos comercializados desde Cihuatán a cambio de otros bie-nes fueron los textiles de algodón teñido. El cacao es frecuente-mente mencionado como uno de los artículos de gran interés en la producción prehispánica en el sureste de Mesoamérica. Pero Ci-huatán no estaba localizada en una región productora de cacao. Los mercaderes de Cihuatán más bien intercambiaban textiles de algodón por cacao [Kelley, 1988: 158-162]. La obsidiana era otro bien controlado y comercializado por los habitantes de Cihuatán y era un producto importante en su economía [Fowler et al., 1987; Ke-lley, 1988: 195-200].

El cuarto proceso mencio-nado por Cobean y Mastache tiene que ver con los cambios en la religión, la idelogía y la intro-ducción de deidades nahuas a través de Mesoamérica durante el postclásico temprano [D. Ca-rrasco, 1982; López Austin y López Luján, 2000]. Los sitios del comple-jo Guazapa, especialmente del área de Cihuatán, son dignos de mención por las efigies de deida-des nahuas de cerámica tamaño natural, principalmente de Xipe Totec. Representaciones de Tla-loc, Mictlantecuhtli y Huehueteotl también se han encontrado. No puede haber duda de la filiación nahua de estas deidades y por extensión, uno infiere que la mi-gración pipil trajo a El Salvador nuevos conceptos religiosos y cosmológicos que habían origina-do entre las poblaciones nahuas tempranas, algo muy parecido como Tula en sí mismo. Por ejem-plo, elementos importantes de la cosmovisión nahua son reflejados en la planificación de los espacios sagrados de Cihuatán y Tula, los cuales muestran una relación es-pacial casi idéntica entre las prin-cipales plataformas de templos, juegos de pelotas, el tzompantli y otras estructuras (véase la discu-sión de Cobean and Mastache [2000, 2001b] del recinto ritual de Tula).

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Podemos estar seguros, entonces, de que las migraciones y el establecimiento de los grupos de habla náhuat en el occidente y centro de El Salvador fueron una parte importante de los cambios drásticos que los toltecas introdu-jeron sobre toda Mesoamérica durante el postclásico temprano. Sin embargo, un debate conside-rable siempre existe con respec-to a la naturaleza precisa de los sitios del complejo Guazapa en El Salvador. Corriendo el riesgo de la simplificación, uno puede reconocer dos interpretaciones opuestas respecto a este tema. La primera posición vería los cen-tros del complejo Guazapa como colonias comerciales auspiciadas por el Estado tolteca. Se puede hacer referencia a esta posición como el ‘modelo de coloniza-ción’. La segunda posición vería estos sitios como evidencias de una expansión lenta e indepen-diente de los movimientos de po-blación nahua, la cual en efecto, se había separado del Estado tol-teca. Se puede hacer referencia a esta posición como el ‘mode-lo de expansión independiente’. En las páginas siguientes vamos a examinar brevemente algunas de las implicaciones de ambos modelos.

El modelo de colonización

El modelo de colonización im-plica una migración directa del Estado y el asentamiento en tie-rras distantes del territorio-núcleo, primariamente con propósitos de expansión de la política de domi-nación y explotación económi-ca. Otro de los objetivos que el Estado persigue con colonizar es el proselitismo religioso. La colo-nización normalmente toma lugar en una serie de oleadas; la prime-ra oleada implica una conquista militar, con ejércitos expertos y especializados. De tal modo que los ejércitos son compuestos ex-clusivamente de tropas de hom-bres quienes frecuentemente toman mujeres compañeras de la población conquistada o colo-nizada y sientan los procesos de aculturación entre la población dominante y la cultura subordina-da. Raramente una colonización en esta primera oleada puede in-volucrar a una población demo-gráficamente diversa, incluyendo tanto a mujeres y niños como a hombres, quienes se implican de forma directa en la colonización. En la mayoría de los casos, sin em-bargo, una colonia con una com-posición demográfica diversa se desarrolla dentro de la primera o segunda generación, después de la dominación inicial, ya que

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las mujeres y los niños siguen a los hombres como miembros de fa-milias hacia la tierra colonizada. Los miembros de familia, siguien-do en el patrón de la conquista, incrementan el número de espe-cialistas de ocupación en la co-lonia. Artesanos especializados con oficios tales como carpinte-ros, albañiles, herreros y sastres se instalan en la nueva tierra y son ellos quienes fabrican y distribu-yen artículos que reflejan el centro de origen de los especialistas. Los comerciantes forman otro seg-mento de la población colonial y proveen un vínculo con el Estado materno. Los estilos de la arqui-tectura colonial también reflejan sus centros de origen. Los espe-cialistas religiosos, generalmente, también incrementan en número durante las primeras generacio-nes, sucediendo el escenario de conquista inicial y en algunas si-tuaciones procuran propagar la religión de su origen entre los nati-vos del territorio colonizado. Normalmente, los miem-bros de la colonia en una tierra extranjera mantienen contactos regulares con los gobernantes o administradores de la nación de origen. Estos contactos son el re-sultado de la alianza política que es mantenida entre la colonia y la nación de origen. La continui-dad de la alianza política tam-

bién tiene consecuencias econó-micas. La colonización abarca actividades económicas tanto para la subsistencia como para la acumulación de riqueza perso-nal. Pero los colonizadores tam-bién están interesados en enviar riqueza en especie a la nación de origen. Los pagos en especie fre-cuentemente toman la forma de metales preciosos, pero también incluyen otros recursos natura-les, productos de la agricultura o bienes manufacturados. En situa-ciones coloniales más desarrolla-das, los colonizadores demandan pagos de impuestos en especie para los Estados de origen. El movimiento de bienes en sentido contrario, generalmente toma la forma de adquisición de bienes codiciados en la tierra nativa, artí-culos de comida y bebida valiosos en la colonia, vasijas, contenedo-res y utensilios para el almacena-je de comida y bebidas; artículos de vestir y adornos personales. La adquisición, consumo y distribu-ción de tales artículos llegan a for-mar parte importante del intento continuo por mantener la identi-dad cultural de los colonizadores. La aplicación del mode-lo de colonización para interpre-tar la naturaleza de la presencia tolteca en El Salvador enfatiza las extraordinarias similitudes de la planificación urbana, la arqui-

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tectura y la cultura material entre Tula y Cihuatán. Es decir, al en-contrar estas similitudes de ma-nera muy fuerte, uno podría pre-ferir el modelo de colonización como la mejor explicación de los datos empíricos. Sin embargo, ciertas expectativas del mode-lo de colonización no están muy bien apoyadas por los datos de Cihuatán y otros sitios. Uno de los problemas más grandes es la falta de bienes u objetos que podrían ser interpretados como el resul-tado del contacto regular con Tula. Especialmente la falta de artefactos de obsidiana verde, cuyo hallazgo se podría esperar de Cihuatán, si los habitantes o los gobernantes efectivamente mantenían el contacto con Tula. Otro problema es la falta de es-cultura de piedra, tales como soportes atlantes, serpientes em-plumadas o Chacmools (aunque un Chacmool burdo es conocido de Chalchuapa). Sin embargo, cierto grado de continuidad en el contacto con la cultura tolteca (aunque no necesariamente con Tula en sí mismo) es claramente indicado por la presencia de cier-tos tipos de cerámica en Cihua-tán y el resto de sitios de la épo-ca (discutidos arriba), los cuales paralelamente aparecen en Tula solamente en la fase Tollan. Otro problema es la falta de eviden-

cias en Tula de artículos que con-firmen una relación de comercio o tributo con El Salvador, aunque bien podría tratarse de bienes pe-recederos, tales como el cacao y los textiles de algodón. El modelo de colonización es ciertamente digno de considerar; sin embar-go, creo que la explicación alter-nativa es más probable.

El modelo de expansión independiente

Esta tesis propone una migración de grupos de habla náhuat del altiplano central de México ha-cia Centroamérica que actuaron por iniciativa propia, sin el apoyo o auspicio del Estado tolteca. En contraste con el modelo de colo-nización, el cual involucra motivos económicos, políticos y religiosos explícitos, el único motivo en la expansión independiente es la búsqueda de un espacio vital, un objetivo anhelado por muchos grupos del postclásico mesoame-ricano. Como un paralelo histó-rico podríamos considerar, por ejemplo, las migraciones chichi-mecas del noroeste de México hacia el altiplano central durante el postclásico tardío, las cuales trajeron poblaciones nahuas ha-cia el valle de México después

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del colapso de Tula, o las migra-ciones tempranas de los primeros mexicas —las migraciones de Az-tlán o Chicomoztoc, en la perife-ria noroeste mesoamericana de los grupos que participaron en la fundación de Tenochtitlan. Estos fueron movimientos de grupos ét-nicos enteros organizados por un líder carismático tal como Xolotl de los chichimecas o Tenoch de los mexicas. Las historias políticas de estos grupos migrantes son complejas, pero lo que importa para el argumento presente es que una vez que arribaron en el valle de México, estos grupos se establecieron en zonas donde tenían posibilidad de prosperar y florecer, eventualmente desa-rrollando su propio Estado pode-roso. Ellos no tramaron alianzas políticas con el Estado de origen y si eran obligados a pagar tributos por una política de dominación, algunas veces se rebelaron y las hostilidades llegaron a ser motivos para la migración continuada. Por ejemplo, Matos Moctezuma [1995: 55] sugiere que los mexicas pagaban tributos a los toltecas de Tollan y que ellos más tarde atacaron Tollan, contribuyendo al colapso de la ciudad-estado tolteca a mediados del siglo XII. A finales del siglo XII el mismo pro-ceso fue repetido por los tepa-necas de Atzcapotzalco. Como

una caracterización final, podría-mos notar que los colonizadores independientes llevan su propia religión e ideas cosmológicas consigo cuando invaden nuevas tierras y en este aspecto veríamos una pequeña diferencia de la conducta del Estado auspiciador colonista. ¿Como serían las correla-ciones de la cultura material de una expansión independiente? Uno esperaría amplias similitudes entre la cultura de los inmigran-tes y la cultura de los Estados de origen, tales como en los artículos de uso diario como herramientas, armas, vasijas y contenedores para comida y bebida. Los pla-nos urbanos y formas de residen-cias también deberían tener una semejanza cercana a los proto-tipos de su tierra natal, aunque algunas modificaciones pueden ocurrir. Las expresiones religiosas significativos como representacio-nes de deidades u objetos usados en los rituales deben ser esencial-mente idénticos a los de la cultura de la tierra de origen. Aun así, al-gunas divergencias serían eviden-tes. Uno esperaría, por ejemplo, que con el paso del tiempo y la exposición a otras tradiciones cul-turales, alguna mezcla estilística ocurriría en la fabricación de los artículos de uso diario. El comple-jo cerámico de los grupos inmi-

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grantes, quizá, agregaría nuevas formas y elementos decorativos, mientras se mantienen las técni-cas esenciales, los elementos y las cualidades de las formas bá-sicas de la cerámica del lugar de origen. Desde mi punto de vis-ta, esto es lo que vemos cuando comparamos el complejo Guaza-pa con el complejo Tollan de Tula. Las vajillas de servicio utilitario o diario cambiarán con el tiempo. Los grupos cerámicos Tamulasco y García Rojo de Cihuatán no tie-nen antecedentes o paralelos en el complejo Tollan de Tula, aun-que las formas de estos dos gru-pos son similares a las de la cerá-mica de Tula. Si los contactos regula-res con la tierra de origen no son mantenidos, algunos rasgos serían perdidos o reemplazados. Los bie-nes disponibles por medio de una red comercial de larga distancia, tales como las vasijas de los tipos Plomiza Tohil y Polícromo Nicoya serían adquiridas, pero quizá, con menos frecuencia. Cihuatán de-pendía mucho de la obsidiana para hacer implementos de cor-tar y tallar. La obsidiana verde de Pachuca, Hidalgo, si no estuviera disponible de la tierra tolteca, se-ría reemplazada por obsidiana de Guatemala [Fowler et al., 1987]; algunos contactos esporádicos podrían explicar la presencia de

pequeñas cantidades de obsidia-na verde, no en Cihuatán, sino en otros sitios pipiles en el occidente y centro de El Salvador.

Conclusiones

En este artículo hemos vincula-do las migraciones pipiles con la llamada diáspora tolteca. Sin embargo, la diáspora tolteca consistió de varios grandes mo-vimientos poblacionales. Hemos identificado tres acontecimientos claves en la historia de Tollan en Tula, Hidalgo, México, que provo-caron migraciones de grupos de Tula hacia el este y el sureste de Mesoamérica: (1) el colapso de Tula Chico a mediados del siglo IX, (2) la reformulación del Estado tolteca y su fundación nueva en Tula Grande durante el siglo X y (3) el colapso del Estado tolteca de Tula Grande a mediados del siglo XII. Hemos vinculado el com-plejo Guazapa de El Salvador y las primeras migraciones pipi-les principalmente con el primer evento, el colapso de Tula Chico. Propongo que grupos de habla náhuat abandonaron y fueron expulsados de Tollan al final de la fase Corral, es decir, cerca del 850-950 d.C., como parte de los eventos relacionados con la ex-pulsión de Tollan del rey Topiltzin

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Quetzalcoatl y su facción [Suárez Cortés, Healan y Cobean, 2007: 50]. Algunos fueron hacia la re-gión de la costa del Golfo de Ve-racruz y Tabasco, algunos hacia el oriente de y noreste de Puebla, algunos hasta Guerrero, algunos viajaron hasta Yucatán para par-ticipar el la fundación de la dinas-tía de Kukulkan en Chichen Itzá. Otros continuaron hacia el sur del Istmo de Tehuantepec y a lo largo de la costa del Pacífico de Gua-temala y El Salvador donde ellos establecieron muchas dinastías de filiación tolteca pipil. Hemos presentado dos modelos teóricos que pueden explicar las migraciones pipiles: un modelo de colonización y un modelo de expansión indepen-diente. Además de la evaluación de las evidencias de la cultura material presentada aquí, la cro-nología de radiocarbono de Ci-huatán favorece la hipótesis de la llegada a El Salvador de grupos relacionados a los toltecas, desde mediados hasta finales del siglo X, lo cual encaja bien con el modelo de la expansión independiente, si estos grupos se desplazaron poco a poco durante el curso de varias generaciones tal y como muchos otros grupos nahuas documenta-dos históricamente lo hicieron. Es posible, por supuesto, crear una reconstrucción que in-

corporaría aspectos de ambos modelos. No sería imprudente argumentar que los movimientos de expansión independiente re-sultaron en la llegada de muchos grupos de habla náhuat a Cen-troamérica, mientras la coloniza-ción directa del Estado tolteca fue responsable de algunas colo-nias comerciales en el área. Por ejemplo, el asentamiento pipil de Soconusco, en el sureste de Chia-pas, podría verse muy bien como el resultado de una colonización motivada por las actividades comerciales directas del Estado auspiciador, por el control del comercio del cacao de Soconus-co. El sitio Loma China, descrito anteriormente, podría verse muy bien como una colonia comercial tolteca, o más precisamente, un pequeño enclave comercial. La ubicación de este sitio en la fron-tera entre territorio pipil y territorio lenca es intrigante. Loma China fue, sin embargo, mucho más pe-queño, menos complejo y menos diversificado que un sitio epitol-teca principal como Cihuatán o Santa María. Otro juego de problemas, los cuales no han sido abordados en este ensayo, tiene que ver con la relación entre las sociedades pipiles del complejo Guazapa del postclásico temprano y los pipiles de Cuscatlán y el occidente del

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país del postclásico tardío, quie-nes controlaron la mayor parte del centro de El Salvador cuando los españoles y sus aliados indí-genas arribaron en 1524. Al igual que Tula, Cihuatán fue saqueada y quemada probablemente a mediados del siglo XII. ¿Pudo este evento estar relacionado con el colapso de Tula y qué conexión tenían los pipiles de Cuscatlán con este evento? Muchas más evidencias e investigaciones se-rán necesarias para resolver este problema. Por ahora, hemos es-tablecido que el mundo tolteca en el postclásico temprano se ex-tendió hacia los fértiles y populo-sos valles del occidente y centro de El Salvador. Esperamos que fu-turas investigaciones pongan más atención al complejo Guazapa y su importancia en la historia cul-tural de El Salvador y el sureste de Mesoamérica.

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Desde el altiplano central mexi-cano hasta tierras centroameri-canas, los nahua-pipiles prota-gonizaron masivos movimientos migratorios durante los periodos clásico tardío (600-900 d.C.) y postclásico (900-1524 d.C.). Aun-que es difícil establecer una fe-cha exacta de la llegada de los grupos nahua-pipiles a Centro-américa, existe evidencia lingüís-tica, histórica y arqueológica que indica una fuerte migración pipil durante el postclásico temprano (900-1200 d.C.). Para el periodo de la Conquista (1524), los gru-pos nahua-pipiles se encontra-ban localizados en el sureste de la costa pacífica centroamerica-na, sureste de las tierras altas de Guatemala y específicamente en la parte central y oeste de El Sal-

vador [Fowler, 1989a]. Dentro de las características más relevantes de los asentamientos de la fase Guazapa, descrita por Fowler [2011] para el postclásico tem-prano, se pueden mencionar dos: la ubicación y la arquitectura es-tratégicamente defensiva. Por lo general, estas características de-fensivas eran aprovechadas por las sociedades nahuas a través de procesos de apropiación del paisaje natural de ciertos rasgos geomorfológicos, transformándo-los en paisajes culturales. Sin em-bargo, las razones por las cuales los grupos nahua-pipiles migraron hacia este particular paisaje y la situación sociopolítica que emer-gió a raíz de este movimiento po-blacional son aún ambiguas.

La Costa del Bálsamo durante el postclásico temprano (900-1200 d.C.): Una aproximación al paisaje cultural

nahua-pipilMarlon Escamilla

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En el presente artículo se analizarán los recientes descu-brimientos de sitios arqueológi-cos postclásicos registrados en la Costa del Bálsamo, desde una perspectiva de la arqueología del paisaje, por el Proyecto Ar-queológico Costa del Bálsamo (PACB). Asimismo, se discutirán las posibles razones por las cuales los nahua-pipiles migraron desde el altiplano mexicano, la situación sociopolítica que emergió y hasta qué punto las similitudes que exis-ten en el patrón de asentamiento y la cultura material entre los sitios del área de Tula en las tierras altas centrales de México y los sitios re-gistrados en la Costa del Bálsamo en El Salvador son el reflejo de un proceso de emulación asociado a una posible diáspora migratoria.

La Costa del Bálsamo y sus asentamientos pipiles

Ubicada en el sector sur-oeste del actual territorio salvadoreño, la Cordillera del Bálsamo conforma una espectacular barrera natu-ral que interactúa con el Océa-no Pacífico y los valles internos (Figura 1). Una de sus principales características geomorfológicas son las impresionantes ‘lengüetas’ que descienden desde una altura aproximada de 1500 msnm hasta el nivel del mar, formando crestas

con angostas planicies, extraordi-narios riscos y angostos valles. Este paisaje natural —que hoy en día nos cautiva— fue el mismo paisa-je que cautivó a diferentes grupos culturales, viajeros e investigado-res en el pasado. Ephraim Squier, en su visi-ta que realiza a Centroamérica durante el año de 1853, describe la Costa del Bálsamo como una zona en la cual los indígenas se en-contraban casi totalmente aisla-dos, permitiendo la conservación de su lengua —el antiguo náhuat o mexicano— sus costumbres y sus antiguos rituales. Squier puntualiza que la conservación de estas tra-diciones culturales es el producto del difícil acceso de la zona y de la hostilidad de los indígenas. Por lo general, menciona Squier, estos asentamientos se encuentran ubi-cados en las partes altas de los ce-rros que se encuentran paralelos, bajando hacia la costa. Muchas preguntas intrigantes emergen al leer la descripción de Squier: ¿quiénes eran los grupos indígenas que observó? ¿Qué filiación cultu-ral tenían? ¿Por qué se asentaron en este particular paisaje? En base a la mención del náhuat como lengua utilizada y a la toponimia de diversos pueblos y asentamien-tos locales se puede inferir que la zona estaba poblada por grupos de filiación nahua.

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Actualmente, el Departamento de Arqueología de la Secreta-ria de Cultura (Secultura) cuenta con un inventario aproximado de más de 25 sitios arqueológicos registrados en la Cordillera del Bálsamo. Aunque se han desarro-llado importantes proyectos de investigación arqueológica en el pasado, que abarcan algunos sectores puntuales de la cordillera [Fowler et al., 1989; Amaroli, 1986, 1992; Escamilla, 1999; Revene y Bruhns, 2007; Méndez, 2007], esta aún constituye una zona poco explorada. En base a lo anterior, la Costa del Bálsamo, hasta cier-to punto, puede ser considerada como una zona prístina para la in-vestigación arqueológica, poten-cializando la ubicación de sitios arqueológicos no registrados. De

las investigaciones mencionadas y en base al interés temático del presente artículo, destacan dos investigaciones: el Proyecto Izal-co, dirigido por William R. Fowler durante la temporada de 1988, y el Reconocimiento Arqueológico en la Cooperativa San Isidro, diri-gido por Miriam Méndez en el año 2007. William Fowler [1989], du-rante la temporada de 1988, diri-gió el Proyecto Izalco, planteaba dentro de sus objetivos y metas la ubicación y el registro de sitios arqueológicos pipiles de los pe-riodos postclásico y colonial en la región de los Izalcos y la Costa del Bálsamo [Fowler et al., 1989]. En total, visitaron 41 sitios arqueo-lógicos, 26 de los cuales fueron re-gistrados por primera vez. El resto

Figura 1. Ubicación de algunos de los sitios arqueológicos perte-necientes al complejo Guazapa. El sector ampliado presenta sitios registrados en la Costa del Bálsamo.

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fueron sitios ya registrados que se revisitaron para actualizar datos. Uno de los sitios relevantes des-crito a raíz de este Proyecto es el sitio Cerro de Ulata, ubicado en el municipio de Teotepeque, depar-tamento de La Libertad (Figura 1). Aunque este sitio fue registrado por Lardé [1926] y mencionado por Longyear [1944], es hasta la visita que realizan los investiga-dores del Proyecto Izalco cuando se desarrolla por primera vez una descripción detallada del mis-mo. En el informe preliminar del Proyecto Izalco, los autores des-tacan el difícil acceso al sitio y el alto grado de depredación del mismo. La interpretación del sitio Cerro de Ulata como un asen-tamiento de la fase Guazapa se basa en la similitud en el patrón de asentamiento, la arquitectura y la cerámica con el sitio Cihua-tán, por lo cual se considera que ambos sitios son contemporáneos [Fowler et al., 1989]. Asimismo se registró un tiesto de un incensario del tipo Las Lajas Burdo espiga-do descrito en Cihuatán [Fowler, 1981]. Fowler concluye que los sitios del postclásico temprano muestran una tendencia a estar ubicados en lugares altos, como en la cima de cerros, probable-mente como una estrategia emi-nentemente de defensa [Fowler et al., 1989].

Miriam Méndez [2007] como parte de una consultoría solicitada por la Cooperativa San Isidro, desarrolla un reconocimien-to arqueológico en dicha Coope-rativa, ubicada en el municipio de Tamanique, departamento de La Libertad. Como resultado de esta consultoría se registraron 4 sitios arqueológicos, El Cabro, El Güiligüiste, El Tecolote y El Cam-po, los cuales presentan similitu-des en su patrón de asentamiento y en su cultura material. Méndez concluye que estos sitios registra-dos dentro de la Cooperativa San Isidro pueden ser interpretados como pequeños asentamientos domésticos que probablemente fueron regidos por un sitio mayor. Asimismo, Méndez, en base a la ubicación estratégicamente de-fensiva de los sitios y a la identifi-cación de tipos cerámicos como Las Lajas, ubica cronológicamen-te a los sitios en el postclásico temprano. Aunque Méndez no menciona que los sitios registra-dos en la Cooperativa San Isidro pertenecen a la fase Guazapa, es muy probable que estos perte-nezcan a dicha fase. Recientes investigaciones arqueológicas [Escamilla, 2010] en el área de la Cordillera del Bál-samo han permitido la identifica-ción y el registro de sitios arqueo-lógicos de filiación nahua-pipil del

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postclásico temprano (900-1200 d.C.) en la zona geográfica de la Costa del Bálsamo. En su mayoría estos sitios prehispánicos son pe-queños asentamientos que mues-tran una arquitectura y un patrón de asentamiento estratégica-mente defensivos, conformado por montículos bajos, pequeñas plazuelas, plataformas y posibles puestos de vigilancia. Aunque la investigación arqueológica en es-tos sitios es mínima aún, se puede inferir que el uso de estos espacios pudo estar asociado a contextos domésticos, cívico-ceremoniales y de control. En referencia a la geomorfología, estos sitios se en-cuentran ubicados en las angos-tas planicies de las partes altas de las crestas o lengüetas, optimizan-do al máximo el control del pai-saje a través de la altura, la pla-nicie y lo angosto del espacio. A continuación se presenta la des-cripción de tres sitios, Jicalapa, Miramar y El Panteoncito, registra-dos por el Proyecto Arqueológico Costa del Bálsamo (PACB) du-rante la temporada 2010. Cabe mencionar que durante esta tem-porada solamente se realizó un reconocimiento arqueológico, el cual incluyó el registro y mapeo de sitios arqueológicos, así como la recolección superficial de ma-teriales culturales. Hasta la fecha estos sitios aún no han sido exca-

vados, por lo cual la descripción que se presenta a continuación es preliminar, se espera imple-mentar el programa de excava-ción durante la temporada de campo 2011-2012.

Sitio Jicalapa

El sitio arqueológico Jicalapa se encuentra ubicado en el munici-pio de Jicalapa, departamento de La Libertad, específicamente al sur del actual pueblo de Jica-lapa (Figura 1). El sitio se localiza sobre la parte alta de la loma La Nancera, a una altura de 475 msnm. El asentamiento se en-cuentra delimitado hacia el norte por el actual pueblo de Jicalapa, al sur por el final de la lengüeta conocida como La Nancera, la cual desciende de 475 msnm a 100 msnm, hasta el lugar donde convergen el río San Pedro con el río de Cupa, que junto con el río El Carrizo son afluentes del río La Perla. Hacia el este lo limita el río San Pedro y hacia el oeste el río El Carrizo. El sitio está conformado por 18 estructuras de las cuales 15 son montículos y están divididos en tres grupos y distribuidos sobre tres diferentes terrazas (Figura 2). La distribución espacial de las es-tructuras se da a lo largo del eje norte-sur, el cual es determinado

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por la topografía de la lengüeta. El grupo A, ubicado en el límite sur, presenta siete montículos (M1-M7) distribuidos sobre la Terraza 1. De igual forma el grupo B está com-puesto por siete montículos (M7-M14) ubicados sobre la Terraza 2. Finalmente, en el límite norte, se encuentra ubicado el grupo C, el cual contiene un montículo (M15) asociado a una roca con una de-presión cóncava, a manera de cúpula, en su parte superior. En su mayoría, los montículos son bajos, con alturas que oscilan entre 0.5 m y 1 m, a excepción del montí-culo 14 que presenta una altura aproximada de 2 m. En algunos casos se logró documentar los límites de plataformas rectangu-lares y alineamientos de piedras ubicados en la angosta planicie de la cresta de la lengüeta. El sis-

tema constructivo aparentemen-te está conformado por rocas volcánicas. No se logró identificar en la superficie ningún tipo de re-pello. Actualmente, la angosta lengüeta en la cual se ubican las estructuras se encuentra dividida en diferentes parcelas, por lo me-nos se lograron contar cinco par-celas divididas por cercos. El uso de la tierra actualmente es agrí-cola, algunas parcelas presentan maíz y frijol, otras no presentan siembra alguna. En términos de conservación, el sitio se encuen-tra relativamente bien conserva-do, a excepción del montículo 14 que presenta huellas de saqueo y el montículo 10, que ha sido parti-do por la mitad debido a que una vereda cruza sobre el mismo. Dentro de los materiales recolectados se logró identifi-

Figura 2. Plano del sitio arqueológico Jicalapa.

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car material lítico como puntas de flecha de obsidiana negra, fragmentos de manos y meta-tes. Respecto a la cerámica se logró identificar algunos tiestos del tipo cerámico Las Lajas. En términos de distribución espacial, es impresionante cómo los anti-guos pobladores aprovecharon al máximo el angosto espacio de la cresta de la lengüeta, que en muchas ocasiones no supera los 20 m en su eje este-oeste. Sin duda alguna, la apropiación de este paisaje en particular estuvo en parte determinada por las ca-racterísticas geomorfológicas que el área presenta, las cuales fueron aprovechadas con el objetivo de construir asentamientos estraté-gicamente defensivos. Aunque todavía falta mucho por investi-gar, Jicalapa se puede conside-rar como un sitio habitacional en el cual se desarrollaban prácticas de control o vigilancia. En base a los materiales culturales recolectados y al pa-trón de asentamiento, los cons-tructores y habitantes del sitio Ji-calapa pueden ser considerados como grupos asociados a la fase Guazapa, quienes se asentaron en la zona durante el postclásico temprano.

Sitio Miramar

El sitio arqueológico Miramar se encuentra ubicado en el munici-pio de Tamanique, departamento de La Libertad, específicamente en los terrenos de la Cooperativa Acahuaspán (Figura 1). El sitio se localiza aproximadamente a 1 km al noroeste del Peñón El Cabro, sobre una corta y angosta pla-nicie alta de la loma El Cabro, a una altura de 605 msnm. El asen-tamiento se encuentra delimitado hacia el norte por la prolongación de la lengüeta, al sur nuevamen-te por la prolongación de la len-güeta y por el Peñón El Cabro. Hacia el este lo limita la quebrada El Cusuco, descendiendo de 605 msnm hasta 400 msnm, y hacia el oeste con el río Acahuaspán, des-cendiendo hasta 400 msnm. El sitio está conformado por 14 montículos con una distri-bución espacial de las estructuras a lo largo del eje noroeste-sureste, el cual está determinado por la topografía de la lengüeta (Figura 3). El extremo sureste del sitio pre-senta una distribución de estruc-turas agrupadas y está confor-mada por los montículos M2 - M6, los que parecen formar una pe-queña plazuela. El resto de mon-tículos (M7-M14) se encuentran relativamente alineados a lo lar-go del eje noroeste-sureste y dis-

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tribuidos sobre el sector más an-gosto de la lengüeta. En base a su ubicación, aparentemente los montículos 1 y 14 sirvieron como espacios de control o vigilancia. Aunque en la Figura 3 solamen-te se presenta la distribución de 14 montículos, cabe puntualizar que hacia al costado oeste de la lengüeta, descendiendo aproxi-madamente 40 m, se registraron dos montículos (M15 y M16) que probablemente sirvieron como espacios de control o vigía. La altura de los montículos oscila en-tre 1 y 2 m. El sistema constructivo aparentemente está conformado por rocas volcánicas. No se logró identificar en superficie ningún tipo de repello. Debido a que el terreno donde se ubica el sitio

Miramar le pertenece a la Coo-perativa Acahuaspán, el uso de la tierra actualmente es agrícola, con siembras de maíz y frijol. En términos de conservación, el sitio se encuentra relativamente bien conservado. Dentro de los materiales recolectados se logró identifi-car material lítico como puntas de flecha de obsidiana negra, fragmentos de manos y metates. Debido a que el sitio fue pros-pectado cuando el maíz y el frijol estaban crecidos, se dificultó un poco la recolección de material. A pesar de ello, se logró identifi-car cerámica postclásica. En tér-minos de distribución espacial, al igual que el sitio Jicalapa, los an-tiguos pobladores aprovecharon

Figura 3. Plano del sitio arqueológico Miramar.

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al máximo el angosto espacio de la cresta de la lengüeta, que en algunos trayectos no superaba los 20 m, lo cual también denota una apropiación del paisaje con características geomorfológicas que fueron aprovechadas en tér-minos defensivos. Aunque el sitio no ha sido excavado todavía, se puede considerar que el sitio Mi-ramar tuvo un uso habitacional en el cual se desarrollaban prác-ticas de control o vigilancia y pro-bablemente, prácticas ceremo-niales. Al igual que Jicalapa, el sitio Miramar puede estar asocia-do a grupos de la fase Guazapa, lo anterior se infiere en base a los materiales culturales recolecta-dos, al patrón de asentamiento y a las características geomorfo-lógicas del paisaje apropiado, el cual fue aprovechado y explota-do en términos defensivos.

Sitio El Panteoncito

El sitio arqueológico El Panteon-cito se encuentra ubicado en el municipio de Tamanique, depar-tamento de La Libertad, especí-ficamente en los terrenos de la Cooperativa San Isidro (Figura 1). El sitio se localiza sobre la par-te alta y en el sector norte de la loma El Cabro, a una altura de 610 msnm. El asentamiento se en-

cuentra delimitado hacia el norte por la prolongación de la lengüe-ta y por el cantón y caserío San Isidro, al sur por la prolongación de la lengüeta. El Panteoncito se encuentra aproximadamente 1.5 km al norte del sitio Miramar, sobre la misma lengüeta. El límite oeste está marcado por el final de la lengüeta, la cual desciende de 610 msnm a 541 msnm. El extre-mo este presenta una pequeña prolongación de la lengüeta que posee un eje este-oeste y termina descendiendo de 610 msnm a 400 msnm. El sitio está conformado por 21 estructuras que se encuen-tran divididas en siete grupos (Fi-gura 4). La distribución espacial de las estructuras se da a lo largo de dos ejes, un eje largo orienta-do de norte a sur y un eje corto orientado de este a oeste; ambos ejes forman una L invertida que está determinada por la topo-grafía de la lengüeta. El grupo A, ubicado en el límite norte, pre-senta tres montículos (M1, M2 y M3), distribuidos sobre una plata-forma formando una plazuela. El grupo B, ubicado en el límite este, está compuesto por dos montícu-los (M13 y M14) formando tam-bién una plazuela. El grupo C se encuentra ubicado sobre el eje norte-sur y está conformado por tres montículos (M4, M5 y M6) los

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cuales forman una pequeña pla-za. El grupo D, ubicado sobre el eje norte-sur, está compuesto por cuatro montículos (M7, M8, M9 y M10) que forman también una plazuela. El grupo E se encuentra ubicado sobre el eje norte-sur y está conformado por dos montí-culos construidos sobre una pla-taforma, formando una pequeña plaza. Aproximadamente 0.5 km al norte del grupo E, siempre so-bre el eje norte-sur, se encuentran los grupos F y G. El grupo F está conformado por tres montículos (M15, M16 y M17) que forman una pequeña plaza. Finalmente, el grupo G marca el límite sur del sitio y está compuesto por cua-tro montículos (M18, M19, M20a y M21), formando una pequeña plaza. Cabe mencionar que en la Figura 4, la distancia entre los

grupos F y G con respecto a los demás grupos no está a escala. En su mayoría, los montículos son bajos, con alturas que oscilan en-tre 0.5 m y 1.5 m. En algunos casos se logró documentar los límites de plataformas rectangulares y ali-neamientos de piedras ubicadas en los límites de la planicie superior de la lengüeta. El sistema cons-tructivo aparentemente está con-formado por rocas volcánicas. No se logró identificar en la superficie ningún tipo de repello. Debido a que el terreno donde se ubica el sitio El Panteoncito le pertenece a la Cooperativa San Isidro, el uso de la tierra actualmente es agrí-cola, con siembras de maíz y frijol. En términos de conservación, el sitio se encuentra relativamente bien conservado.

Figura 4. Plano del sitio arqueológico El Panteoncito.

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Dentro de los materiales recolectados se logró identifi-car material lítico como puntas de flecha de obsidiana negra, fragmentos de manos y metates. Acerca de la cerámica, se logró identificar algunos tiestos del tipo cerámico Las Lajas. En términos de distribución espacial, es impre-sionante cómo los antiguos pobla-dores aprovecharon al máximo la cresta de la lengüeta y el angosto espacio de la misma, algunos tra-yectos de la lengüeta no supera-ban los 20 m en su eje este-oeste. Al igual que los sitios Jicalapa y Miramar, la apropiación de este paisaje en particular estuvo en parte determinada por las carac-terísticas geomorfológicas que el área presenta, las cuales fueron aprovechadas con el objetivo de construir asentamientos de-fensivos, como se ha dicho. Aun-que falta mucho por investigar, El Panteoncito se puede considerar como un sitio cívico-ceremonial en el cual se desarrollaban prác-ticas rituales, ejercicio de control, vigilancia y poder político. Asimis-mo, es probable que el sitio fuese utilizado como área habitacional restringida para miembros de la elite. A diferencia de los sitios Jicalapa y Miramar, el sitio El Pan-teoncito probablemente funcio-nó como un centro rector en el

área de la Costa del Bálsamo. Los habitantes de El Panteoncito pue-den ser interpretados como un grupo de la elite que controlaba diversas prácticas culturales, tales como prácticas religiosas asocia-das a rituales, prácticas agrícolas y prácticas de control de comercio. En base a los materiales culturales recolectados, al patrón de asentamiento y a la apropia-ción del paisaje, los constructores y habitantes de los sitios Jicalapa, Miramar y El Panteoncito pue-den ser considerados como gru-pos nahua-pipiles asociados a la fase Guazapa, quienes se asen-taron en la zona de la Costa del Bálsamo durante el postclásico temprano, probablemente como parte de las primeras oleadas mi-gratorias que estaban llegando desde el altiplano mexicano has-ta la costa pacífica centroameri-cana. Desde la perspectiva de la arqueología del paisaje, la cual basa su enfoque en la idea que los seres humanos construyen y transforman su medio ambien-te de una manera fundamental, los asentamientos nahua-pipiles de la Costa del Bálsamo brindan una oportunidad para explorar diferentes aspectos, entre ellos manifestaciones de adopción y transformación del paisaje. En algunos casos, estas manifesta-

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ciones y transformaciones son el producto de procesos migratorios y de apropiaciones simbólicas de lugares y espacios deseados. Pro-bablemente la Costa del Bálsamo fue interpretada por los grupos migratorios nahua-pipiles como el lugar idóneo para el desarrollo de apropiaciones del paisaje, no solo en términos prácticos sino tam-bién simbólicos, como parte de un proceso de emulación con la finalidad de conservar prácticas culturales identitarias. En base a lo anterior, se pueden formular muchas pregun-tas interesantes en relación a las migraciones nahua-pipiles: ¿se puede considerar este movimien-to de población como el resulta-do de un proceso de migración? ¿O este movimiento de población puede estar asociado a una diás-pora migratoria? Si es así, ¿qué tipo de condiciones produjo esta diáspora? ¿Cuáles fueron las con-secuencias sociales, demográfi-cas y políticas de esta diáspora migratoria?

¿Migración o diáspora? Movimiento y apropiaciones

del paisaje

La antropología, a través de la arqueología, ofrece la oportuni-dad de explorar el pasado con el objetivo de reconstruir aspectos

culturales como formas de vida, prácticas sociales, percepción del entorno y apropiaciones del espacio y el paisaje, entre otros aspectos. El concepto de paisaje es interpretado como el producto de diversos factores sociales y de agencia humana. A diferencia de la percepción del paisaje como un rasgo natural, la arqueología del paisaje interpreta al paisaje mismo como una construcción cultural. Existen diferencias onto-lógicas entre los investigadores que interpretan al paisaje como una entidad independiente al ser humano y aquellos investigadores que interpretan al paisaje como una construcción a través de la agencia del ser humano [Preucel y Hodder, 1996]. Knapp y Ashmo-re [1999] enfatizan las diferencias en el uso del concepto de paisaje en arqueología como una transi-ción de la conceptualización del paisaje como algo pasivo a una percepción activa que va más allá de una entidad compleja re-lacionada con el diario vivir de los seres humanos. El movimiento de personas a través del paisaje podría estar relacionado con varias razones. Stanley Tambiah [2000] señala dos posibles tipos de movimien-tos de población: 1) una migra-ción voluntaria de personas que llevan con ellos una variedad de

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habilidades profesionales y prác-ticas culturales en busca de me-jores oportunidades económicas y oportunidades de vida, con el fin de establecerse de una ma-nera permanente o temporal, y 2) un desplazamiento involuntario causado ya sea por agitación o inestabilidad política, guerra civil o por desastres naturales. Tanto los migrantes voluntarios como los involuntarios pueden ser inter-pretados como una formación de comunidades diásporicas. Samir Dayal [1996] afirma que el concepto de diáspora es más útil como categoría discursiva que brinda o esclarece asuntos complejos sobre la complicidad o connivencia multicultural. Parti-cularmente importante es el con-cepto de una representación del ‘tipo ideal’ de la diáspora [Safran, 1991]. William Safran sostiene que las comunidades dispersas de un ‘centro’ original hacia un lugar ‘periférico’ mantienen una memo-ria o un mito acerca de su tierra natal o tierra de origen. Sin em-bargo, estas comunidades creen que no son, o que tal vez no se-rán plenamente aceptados por su país, nación, estado o pueblo de acogida. Al mismo tiempo ven su hogar ancestral como un lu-gar de eventual retorno, un lugar para mantener o restaurar. Asi-mismo, Robin Cohen [1997], ba-

sándose en la definición de diás-pora de Safran, sugiere que las diásporas son muy variables, pero la mayoría involucran las siguien-tes características comunes: a) la dispersión de un lugar natal, a menudo traumática, a dos o más regiones extranjeras; b) una me-moria colectiva y mítica acerca del lugar de origen, incluyendo su ubicación, su historia y sus logros; c) una fuerte conciencia de gru-po étnico sostenida durante un prolongado periodo de tiempo y basada en un sentido de carác-ter distintivo, en una historia co-mún y en la creencia de un des-tino en común, y d) una relación problemática con las sociedades de acogida, sugiriendo una falta de aceptación o al menos la po-sibilidad de que otra calamidad pudiera acontecerle al grupo. To-das las características anteriores deben ser identificables y recono-cibles en el registro arqueológico.Bruce Owen [2005] sugiere que las correlaciones arqueológicas de la diáspora deben ser recono-cibles de la siguiente manera: a) la dispersión de la cultura material de un lugar de origen podría estar asociada cuando esta aparece bruscamente en asentamientos permanentes como una secuen-cia de largo plazo en la zona pe-riférica. Esta cultura material ope-ra en ámbitos de comunicación

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como, por ejemplo, en la ropa, decoración corporal y decora-ción cerámica, entre otros, y en el ámbito del habitus, por ejemplo, en el uso del espacio en contex-tos domésticos y ceremoniales, las prácticas funerarias, entre otros; b) el mito y la memoria colectiva sobre la tierra natal pueden estar asociados con la aparición de iconografía particular o prácticas rituales; c) la fuerte conciencia del grupo étnico conservada en un periodo de tiempo prolonga-do puede estar asociada con la identidad permanente manteni-da por una generación o más, a través de la cultura material com-partida, en particular en aquellos rasgos relacionados con un estilo distintivo de identidad, por ejem-plo, ropa, decoración de cerá-mica, símbolos, entre otros; d) la relación problemática con las so-ciedades de acogida puede es-tar asociada a los asentamientos ubicados en lugares estratégica-mente defensivos, por ejemplo, sitios localizados en la cima de los cerros, sitios amurallados, entre otros. Las identidades colectivas de las comunidades en diáspora son fundamentalmente definidas por una relación continua con su tierra de origen. Es importante destacar que esta identidad co-lectiva puede ser construida en base a un proceso de emulación

basado en el habitus practicado en su tierra natal y replicado en su nuevo territorio.

Investigadores y estudio-sos han debatido a lo largo del tiempo la afiliación cultural de los pueblos nahua-pipiles, la ubica-ción de los sitios arqueológicos y las características geomorfológi-cas del paisaje elegido por ellos [Amaroli, 1986, 1992; Batres, 2009; Bove, 2002; Brunhs, 1980, 1986, 2005, 2006; Brunhs y Amaroli, 2009; Chinchilla, 1996, 1998; Fowler,1981, 1985, 1988, 1989a, 1989b, 1989c, 1991, 1995, 2005, 2011; Fowler et al., 1989]. Sin embargo, la eviden-cia disponible indica que durante el postclásico temprano (900-1200 d.C.) los asentamientos pipiles estaban distribuidos por todo el centro y oeste de El Salvador. Dos de las principales características de estos asentamientos son su ubicación en la parte alta de los cerros y la arquitectura amuralla-da, lo que refleja consideraciones defensivas [Fowler, 1989a]. Asimis-mo, estos asentamientos se cons-truyeron en suelos prístinos, lo que significa que no se ha documen-tado ocupación alguna que date antes del año 900 d.C. en los sitios de la fase Guazapa. Sin embargo, las razones por las cuales los gru-pos nahua-pipiles adoptaron esta particular geomorfología defensi-

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va aún no están claras. ¿Cuál fue la situación socio-política que sur-gió como resultado del movimien-to de la población nahua-pipil en El Salvador durante el postclásico temprano (900-1200 d.C.)? ¿Cuá-les fueron las razones que motiva-ron la elección y apropiación de una ubicación defensiva? ¿Exis-ten sitios nahua-pipiles no defen-sivos en el postclásico temprano? ¿Quién era el grupo cultural que habitaba la zona a la llegada de los grupos nahua-pipiles? ¿Esta-ban desplazando los nahua-pipi-les a comunidades locales de fi-liación diferente a la nahua-pipil? ¿O se encontraban batallando entre sí con el objetivo de contro-lar la tierra y el comercio? ¿Está relacionada la apropiación física del paisaje defensivo de la Costa del Bálsamo con un proceso de emulación del lugar de origen? Las implicaciones de estas pre-guntas son importantes, ya que resaltan las transformaciones cul-turales a través de la apropiación del paisaje y la imposición de una plantilla nueva en él. Mastache y Cobean [1989], basándose en la investiga-ción realizada en el altiplano cen-tral mexicano, específicamente en la región de Tula —el posible lugar de origen del pueblo nahua-pipil— observaron dos tipos de asentamientos asociados con el

complejo Coyotlatelco: 1) las co-munidades asentadas en lo alto de las colinas, y 2) los asentamien-tos situados en pendientes con una elevación baja. Por lo gene-ral, los sitios ubicados en las partes altas están casi siempre rodeados de acantilados o pendientes muy pronunciados, esta configuración ofrece una excelente posición defensiva y ofensiva en términos de estrategia militar. Estos asen-tamientos defensivos podrían es-tar relacionados con la situación sociopolítica que se vivía en la región de Tula. La cultura de Tula se centró en dos recintos cere-moniales: Tula Chico al norte y Tula Grande al sur. Las primeras etapas de Tula Chico se constru-yeron y ocuparon durante la fase Prado (ca. 650-750 d.C.) y pare-ce haber sido el centro principal hasta la fase Corral (ca. 750-850 d.C.). Existen pruebas que indican que Tula Chico fue abandonado alrededor del año 800 y 850 d.C., después de lo cual se intensificó la construcción arquitectónica hacia el sur, en el centro de Tula Grande [Mastache et al., 2002]. La situación sociopolítica entre Tula Chico y Tula Grande podría estar asociada y ser inter-pretada como una de las razo-nes que motivaron la migración diaspórica desde las tierras altas centrales de México hasta Cen-

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troamérica. Conjuntamente, las características de los asentamien-tos defensivos son particularmen-te importantes porque podrían estar relacionados con una emu-lación simbólica practicada por los nahua-pipiles en la Cordillera del Bálsamo.

Consideraciones finales

Considerado como uno de los mejores ejemplos de movimien-to de población a gran escala en la historia cultural del Nuevo Mundo, las migraciones postclá-sicas de los grupos nahua-pipiles continúan planteando diferentes interrogantes relacionadas con las razones que motivaron a es-tos grupos a migrar en diferentes oleadas durante el clásico tar-dío y el postclásico temprano, y sobre cuáles fueron las razones socio-culturales que originaron la adopción, apropiación y transfor-mación del particular paisaje del la fase Guazapa en el actual terri-torio salvadoreño. Los recientes descubri-mientos arqueológicos registra-dos por el Proyecto Arqueológico Costa del Bálsamo (PACB) permi-ten proponer un patrón cultural de apropiación del paisaje durante el postclásico temprano. En él los grupos nahua-pipiles se encontra-ban adoptando y construyendo

sus asentamientos en las angostas planicies de las crestas del sistema de lengüetas de la Costa del Bál-samo (Figura 5). Aunque el patrón de apropiación del paisaje pare-ce ser el mismo, la funcionalidad de los sitios difiere. El sitio Jicalapa y Miramar presentan similitudes en la distribución del espacio, ambos sitios probablemente fueron utili-zados como áreas habitacionales con cierto grado de prácticas ce-remoniales. Por el contrario, en el caso del sitio El Panteoncito, este parece haber funcionado como un sitio rector cívico-ceremonial desde el cual la elite controlaba las prácticas políticas, ceremo-niales y comerciales. Actualmente existen dos posibles interpretaciones por las cuales los nahua-pipiles constru-yeron sus asentamientos en la Costa del Bálsamo. Por un lado, la Cordillera ofrece características topográficas que pudieron ser explotadas desde una perspec-tiva militarista, adoptando luga-res estratégicamente defensivos. ¿Por qué defensivos? ¿Quiénes eran los grupos culturales que se encontraban coexistiendo duran-te el postclásico temprano? ¿De qué grupos culturales se estaban defendiendo? ¿Fueron grupos satelitales de filiación maya o ha-brán sido grupos de filiación na-hua? Las extremas características

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defensivas de estos sitios hacen suponer una actividad socio-po-lítica hostil en la cual los nahua-pipiles establecieron sus prácticas culturales. Por otro lado, es posible que estos asentamientos fueran construidos en el pasado por gru-pos culturales que no solamente aprovecharon los recursos am-bientales y topográficos que la zona ofrece, sino también se be-neficiaron de posibles recursos simbólicos que el paisaje local les ofreció. Probablemente la apro-piación y modificación de este tipo de paisaje de altura esté aso-ciada a una emulación simbólica de los nahua-pipiles con relación a su lugar de origen, el altiplano central mexicano, con el objetivo

de preservar su identidad y desa-rrollar prácticas culturales que los diferenciaran de los demás gru-pos culturales contemporáneos a ellos. Con respecto a las razo-nes que motivaron a los grupos nahua-pipiles a migrar desde el altiplano central mexicano hasta la costa pacífica centroamerica-na, probablemente el modelo de una diáspora migratoria sea el que más se aplica. En base a la definición propuesta por Safran [1991] sobre diáspora, la cual sostiene que las comunidades dispersas ‘periféricas’ mantienen una memoria o un mito acerca de su tierra natal o tierra de ori-gen ‘centro’, al mismo tiempo ven su hogar ancestral como un

Figura 5. Vista hacia el sur del montículo 12 del sitio El Panteonci-to. Nótese el grado de inclinación de la topografía en el costado este.

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lugar de eventual retorno, un lu-gar para mantener o restaurar; los grupos nahua-pipiles mantuvieron una fuerte memoria y un mito so-bre su tierra natal. Esta memoria se ve reflejada en los materiales culturales, en el patrón de asen-tamiento y en la apropiación del paisaje durante la fase Guazapa en la Costa del Bálsamo. Los pro-blemas socio-políticos entre Tula Chico y Tula Grande, los cuales conllevaron al abandono de Tula Chico alrededor del año 800-850 d.C., probablemente sean razo-nes que motivaron la diáspora nahua-pipil. Con el fin de determinar si estos asentamientos están aso-ciados a una diáspora migrato-ria, en base al modelo de Owen [2005], se proponen las siguientes correlaciones arqueológicas:

1. La dispersión de la cultura material tanto en los ámbitos comunicativos y de habitus. Este aspecto se puede ana-lizar en las características de la cerámica y la arquitectura. La introducción de grupos ce-rámicos asociados a grupos nahua-pipiles en El Salvador, tales como figurillas de ruedas del tipo Costa del Golfo, flau-tas cerámicas, figurillas del esti-lo Mazapán, cerámica del tipo Plomiza Tohil y Las Lajas, entre otras, puede estar asociada

con una introducción repen-tina de cultura material. Algu-nos aspectos de la arquitectu-ra nahua-pipil, como los juegos de pelota en forma de I, tem-plos a manera de plataformas con diseño de talud-tablero, sitios amurallados o empaliza-dos y particulares prácticas de enterramiento podrían estar relacionados con asentamien-tos de ocupación prolongada, con el fin de mantener una identidad particular. Los sitios arqueológicos del altiplano central de México, como La Mesa, se encuentran ubicados en la parte alta de una colina y presentan elementos arquitec-tónicos como muros, terrazas, plataformas y numerosas ba-ses rectangulares y circulares [Mastache y Cobean, 1989]. 2) La memoria colectiva y el mito acerca del lugar de ori-gen. Algunos materiales cultu-rales, tales como representa-ciones de deidades mexicanas en cerámica y lítica, podrían estar relacionados con una fuerte memoria colectiva en referencia a su lugar mítico de origen. 3) Fuerte conciencia del grupo étnico mantenida a lo largo del tiempo. La ocupación per-manente de los asentamientos se podría asociar con una fuer-

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te conciencia de grupo étni-co sostenida durante un largo tiempo, en base a un sentido de carácter distintivo. El obje-tivo de esto sería mantener la identidad de la comunidad de origen por una generación o más, reflejada en la cultura material compartida.4) La relación conflictiva con grupos culturales locales. La apropiación de los lugares de-fensivos en aprovechamiento de las características geomor-fológicas del paisaje podría estar vinculada a una relación problemática con los grupos culturales locales. Asimismo, esta práctica podría estar re-lacionada con una emulación simbólica basada en apropia-ciones del paisaje practicadas en su lugar de origen. Lo ante-rior se refleja en el hecho que existen sitios arqueológicos del mismo periodo cultural en el al-tiplano central mexicano que muestran el mismo patrón de asentamiento, entre ellos pue-den mencionarse: La Mesa, Magoni, Atitalaquia, Batha, Tanthé, El Xithi y El Águila [Four-nier y Bolaños, 2007]. Todas las prácticas culturales explica-das anteriormente podrían es-tar relacionadas con el ‘tipo ideal’ de representación de lugares que Safran [1991] pro-

pone, con el fin de mantener el recuerdo de su tierra natal y con la posibilidad de un even-tual retorno.

El paisaje cultural de la Costa del Bálsamo durante el postclásico temprano refleja una complejidad social relacionada con la adopción de lugares tan-to estratégicamente defensivos como simbólicos. Aunque aún existen muchas preguntas por responder en relación al paisaje cultural de los grupos nahua-pi-piles en la Cordillera del Bálsamo, actualmente los datos arqueo-lógicos recolectados y analiza-dos indican que las migraciones postclásicas de los grupos nahua-pipiles probablemente estuvieron asociadas a un modelo de diás-pora migratoria, en la cual los es-tos grupos se apropiaron y trans-formaron un paisaje defensivo de difícil acceso, como las lengüetas de la Costa del Bálsamo (Figura 6). Esta apropiación del paisaje no solamente se realizó con fines defensivos, estratégicamente mi-litaristas, sino con fines simbólicos a través de un proceso de emu-lación simbólica con su lugar de origen, el altiplano mexicano. El desarrollo del Proyecto Arqueológico Costa del Bálsamo (PACB) constituye una oportu-nidad para ampliar el conoci-miento sobre las primeras oleadas

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migratorias de los grupos nahua-pipiles durante el postclásico tem-prano desde una perspectiva de la arqueología del paisaje. Dicha perspectiva intenta abrir nuevas corrientes de interpretación que permitan interrelacionar lo ma-terial, lo social y lo ideológico en relación a la apropiación de es-pacios y paisajes.

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Figura 6. Vista hacia el sur de la lengüeta El Cabro. En primer plano se observa el Peñón El Cabro. Esta fotografía fue tomada desde el montículo 1 del sitio Miramar.

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La ambigüedad de dicho concepto, que tiene cualidades objetivas y subjetivas, ha sido con-siderada por antropólogos tales como Barth [1969] y Cohen [1974]. La etnicidad subjetiva representa aquellos conceptos internaliza-dos de identificación propia que son significativos, con expresio-nes externas que corresponden solo coincidentemente. Por ejem-plo, un individuo indígena pue-de mantener fuertes conexiones con su comunidad a pesar de que haya adoptado en el exte-rior características de la cultura predominante. Alternativamente, la etnicidad objetiva puede ser expresada a través de símbolos más visibles como la vestimenta, la ornamentación o el lenguaje, entre otros rasgos. Mientras estos

Etnicidad chorotega en la frontera sur de Mesoamérica

Geoffrey McCafferty

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pueden ser útiles para señalar identidad y para excluir a ‘otros’, también pueden expresar mensa-jes mixtos y contener significados idiosincráticos. Por esta y otras ra-zones, los antropólogos contem-poráneos son cautelosos en el uso del concepto de «etnicidad», que a menudo es muy complicado para un uso práctico como herra-mienta de análisis [Bentley, 1987]. Igualmente, arqueólogos conser-vadores abandonan cualquier in-tento de reconocer etnicidad en el pasado y califican este esfuerzo como una locura total. Una arqueóloga que le ha dedicado atención considerable a la arqueología de etnicidad es Siàn Jones [1997], con un enfoque en Europa antigua. Tal vez por la intensidad del nacionalismo de la región y por la abundante infor-mación textual y artística disponi-ble, la etnicidad es más discutida dentro de un esquema arqueo-lógico. Un aporte importante del trabajo de Jones es el valor de combinar información arqueoló-gica con modelos históricos para inferir potenciales símbolos impor-tantes de identidad, incluyendo identidad étnica. Este enfoque de combinación —combinar arqueo-logía e historia— ofrece un pode-roso potencial para sobrellevar algunos de los desafíos de identifi-car cualidades de grupos étnicos

del pasado [consultar también McGuire, 1982]. Un caso de estudio más relevante para este tema es una serie de investigaciones sobre la etnicidad nahua en el centro de México [Berdan et al., 2008; Stark and Chance, 2008]. Empleando un rango de evidencia etnohistó-rica, arqueológica y artística, un equipo de investigadores evaluó el concepto de etnicidad nahua antes de la Conquista, asociado con el imperio Azteca, y también el de los descendientes coloniales y actuales. El ejemplo más rele-vante del tema es el de Barbara Stark [2008]. Ella describe la iden-tificación de la etnicidad nahua en el Golfo de México y sus rela-ciones con los nahuas cholultecas de la región poblana en el altipla-no de México para el postclásico medio. Para la región llamada ‘Sauce’, Stark considera rasgos como patrones de asentamiento, rituales domésticos y un rango de cultura material como cerámica policromada, formas de vasijas, figurillas y uso de obsidiana. Entre sus conclusiones, Stark dice que las expresiones de la identidad ét-nica varían en relación con fuer-zas externas, como en el imperio Azteca, y que en el caso de Sau-ce la etnicidad fue situacional. Este ensayo presenta una aplicación similar al enfoque de

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combinación de etnicidad ar-queológica usando el estudio de caso de Centroamérica poco an-tes del contacto. Interpretaciones recientes del mundo mesoameri-cano sostienen que la frontera sur estaba localizada en la región de la Gran Nicoya, en el Pacífico de Nicaragua y Noroeste de Costa Rica [Carmack y Salgado, 2006; Smith and Berdan, 2003]. Estos ar-gumentos están basados en evi-dencia etnohistórica y lingüística de poblaciones que hablaban náhuat y oto-mangue en el área, al momento de la conquista es-pañola a principios del siglo XVI [Abel-Vidor, 1980; Ibarra, 2001; Fi-gura 1]. Algunos cronistas como Oviedo [1950], Torquemada [1975-83] y Motolinia [1951] regis-traron detalles de las culturas de la región, incluyendo el panteón mexicano, el sistema de calenda-rios y las prácticas rituales [Fowler, 1989; León Portilla, 1971]. La ma-yor parte de la información per-tenece a los nicaraos, hablantes de la lengua náhuat. Este pueblo adopta el origen del nombre de su rey, Nicaragua, posteriormente el resto de la nación retomó dicho nombre como parte de su identi-dad. Se cree que los chorotegas hablantes de la lengua oto-man-gue pertenecen a una migra-ción más temprana en la región.

Aunque no está documentado a fondo por los primeros cronistas, sus raíces mesoamericanas han servido para compararlos con po-blaciones autóctonas de lengua chibcha. En total, la afirmación de identidad cultural mesoame-ricana es clara, aunque su base sea en fuentes históricas. Esta evidencia histórica fue enriquecida a través de la historia del arte por académicos como Samuel Lothrop [1926], Do-ris Stone [1982] y Jane Day [1994], quienes consideraron fuertes ele-mentos estilísticos ‘Mixteca-Pue-bla’ en la cerámica polícroma de la zona. Prominente entre estos elementos están las imágenes de la serpiente emplumada, un ras-go diagnóstico del culto de Quet-zalcóatl que se propagó a través de Mesoamérica en el epiclásico y postclásico temprano [Ringle et al., 1998]. La combinación de la cerámica polícroma del estilo Mixteca-Puebla con elemen-tos etnohistóricos sugieren una ideología religiosa del centro de México, así como también la ce-rámica de origen de Cholula en la ideología de los inmigrantes chorotegas en Centro América, lo que despertó mi curiosidad. Debido a mi interés, a lo largo de la carrera en la arqueología, en la etnicidad y la arqueología de

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Cholula [McCafferty 1989, 2003, 2007], viajar a Nicaragua me pa-reció la oportunidad ideal para estudiar uno de mis temas favori-tos en tierra virgen, hablando ar-queológicamente. Mi trabajo en Cholula usualmente consideraba la transición del periodo clásico al postclásico, cuando poblacio-nes relacionadas con los Mayas, conocidas como ‘olmeca-xica-lanca’, emigraron hacia el centro de México. Junto con la llegada de los olmeca-xicalanca se in-trodujeron las primeras muestras de cerámica polícroma del estilo Mixteca-Puebla, algunas son mar-cadamente similares a la cerámi-ca polícroma temprana del Pa-cífico de Nicaragua [McCafferty y Steinbrenner, 2005a]. Siguiendo las especulaciones sugeridas por el gran etnohistoriador mexicano Wigberto Jiménez Moreno [1942, 1966], las migraciones de estos enigmáticos olmecas, pueden ser los responsables de ambas migra-ciones: de Cholula y de la Gran Nicoya. La cronología es un ele-mento importante en la evidencia etnohistórica sobre la migracio-nes fuera de México. De acuerdo a Torquemada [1975-83], quien escribió a principios del siglo XVII, las migraciones ocurrieron «7 u 8 vidas de un hombre Viejo» antes de su tiempo. Algunos acadé-

micos, incluyendo Nigel Davies [1977], han sugerido que «la vida de un hombre Viejo» corresponde al doble de un ciclo de 52 años del calendario mesoamericano, es decir, 104 años. Siete u ocho ciclos antes que Torquemada, pondría las migraciones alrede-dor del 750 u 850 d.C. Un estima-do más conservador, de un solo ciclo, pondría a las migraciones alrededor de 1200 - 1250. Des-afortunadamente, estos dos pe-riodos corresponden a cambios dramáticos en el registro arqueo-lógico del Pacífico de Nicaragua: el primero corresponde a la tran-sición entre los periodos Bagaces y Sapoá, cuando los rasgos meso-americanos comienzan a apare-cer. El segundo se da durante la transición del periodo Sapoá al Ometepe, cuando presuntamen-te los nahua-nicaraos reemplaza-ron a los chorotegas en la región de Rivas. A partir del año 2000, in-tensas excavaciones arqueológi-cas se han conducido a lo largo de la costa del Lago de Nicara-gua para evaluar los argumentos históricos [McCafferty, 2010; Mc-Cafferty et al., 2009]. Importantes centros regionales de la cultura chorotega se han encontrado en los sitios de Santa Isabel y Tepe-tate, junto con el sitio secundario de El Rayo. Todos estos sitios da-

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tan del período Sapoá, entre el 800-1250 de la Era Cristiana, con-sistente con la llegada histórica del las poblaciones oto-mangue, migrantes del centro de México. El nombre ‘chorotega’ deriva de la cultura cholulteca del altiplano de México, en la capital religiosa de Cholula. La hipótesis del pro-yecto era que los modelos cultu-rales derivados de Cholula serían útiles para interpretar la cultura material de Nicaragua y sobre todo, las estrategias de la identi-dad étnica del grupo migratorio. En base al rico material cultural de los tres sitios nicara-güenses, especialmente en la bella cerámica polícroma con fuertes similitudes a la tradición estilística Mixteca-Puebla de Cho-lula y en la abundancia y la diver-sidad de otros tipos de artefactos, es posible evaluar la identidad étnica de los habitantes. Este do-cumento considera los elementos estilísticos de la decoración cerá-mica, las formas de las vasijas, los patrones alimenticios, las figurillas y la ornamentación como indica-dores de identidad cultural. Las investigaciones ar-queológicas previas en el Pacífi-co de Nicaragua requirieron va-rias prospecciones para investigar patrones de asentamiento y pe-queños proyectos de salvamento [Espinoza et al., 1999; Lange, 1996;

Niemel 2003; Salgado 1996]. Una excepción notable es el proyecto de 1960, dirigido por un arqueólo-go de la Universidad de Harvard, bajo la dirección de Gordon Wi-lley, en la región de Rivas [Norweb, 1964]; este trabajo fue sintetizado por Paul Healy [1980] para su di-sertación de doctorado, y su pu-blicación continúa siendo la base de interpretaciones actuales. El sitio de Santa Isabel fue uno de los más estudiados por Willey. Entre los años 2000 y 2005, arqueólogos de la Universidad de Calgary prospectaron el núcleo interno del sitio de 300 ha, exca-vando cinco de los montículos re-sidenciales más grandes del sitio [McCafferty, 2008; McCafferty et al., 2006]. Este representa el es-tudio arqueológico más intenso alguna vez conducido en Nica-ragua, el cual produjo una rique-za de información para evaluar prácticas de etnicidad en el cen-tro primordial de la jerarquía del asentamiento. Uno de los descubrimien-tos sorprendentes fue que la cro-nología de la cerámica del post-clásico estaba equivocada: los estilos diagnósticos tardíos apa-recen varios cientos de años más temprano [McCafferty, 2008; Mc-Cafferty y Steinbrenner, 2005b]. En base a las 25 fechas de radio-carbono de los tres sitios, ahora

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sabemos que lo que había sido reconocido originalmente como diagnóstico de los nahua-nica-raos; de hecho, fue introducido con la llegada de los Chorotegas [McCafferty, 2010]. En el año 2008, las investi-gaciones se trasladaron para ini-ciar prospecciones en el sitio de Tepetate, el sitio precolombino en el borde norte de la moderna ciu-dad de Granada. Este lugar está asociado con la capital chorote-ga de Xalteva [Carmack y Salga-do, 2006]. Desafortunadamente, el desarrollo moderno y el intenso saqueo han destruido gran parte de la zona arqueológica. Fue po-sible excavar uno de los últimos montículos existentes y exponer varios entierros múltiples de un ce-menterio adyacente [McCafferty, 2010]. Un corte reciente para abrir un camino expuso un ce-menterio precolombino en el sitio El Rayo, en la Península de Asese, al sur de Granada. En los años 2009 y 2010, el equipo excavó el cementerio, un área residencial multicomponente, y otro cemen-terio asociado con un pequeño santuario o altar [McCafferty, 2010; McCafferty et al., 2009; Wi-lke et al., 2011]. Una importante pieza del rompecabezas cronológico fue descubierta como resultado de

pruebas estratigráficas profundas en el sitio El Rayo, donde un cam-bio rápido y dramático evidente en la cultura material ocurrió en el 800 d. C. [McCafferty, 2010; McCafferty et al., 2009]. La cerá-mica autóctona era roja y pulida conocida como Tola Tricromo con variaciones de Chavez Blanco so-bre Rojo, probablemente asocia-da a las poblaciones chibchas, la cultura nativa. Dentro de un nivel estratigráfico de 30 cm (Figura 2), que posiblemente representa un ciclo de cincuenta años, el grupo cerámico se transforma a uno típi-camente asociado al postclásico: el Papagayo Polícromo y Sacasa Estriada, cerámica cotidiana ge-neralmente asociada con el gru-po chorotega [Healy, 1988]. Es in-teresante que, justo antes de esta transición, la cerámica polícroma se asocia con la cerámica polícro-ma con características similares a la cerámica Delirio de El Salvador y Ulúa del este de Honduras. Esto sugiere que los cambios culturales caracterizados como chorotegas pueden tener más antecedentes mayas que mexicanos. La preservación excep-cional de los restos botánicos y faunísticos en los sitios Santa Isa-bel y El Rayo proveen una fuen-te sin precedentes de datos para inferir antiguos tipos de alimenta-ción [López Forment, 2007; Mc-

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Figura 1: Mapa que indica las migraciones de México a Nicaragua

Figura 2: Secuencia estratigráfica del cambio en la cerámica entre los periodos Bagaces a Sapoa en El Rayo.

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Cafferty, 2008]. De particular in-terés es la ausencia de plantas y animales domésticos. Los peces comprenden casi la mitad de los restos faunísticos, pero el vena-do sirvió como una de las fuentes principales de la dieta. Reptiles, aves, anfibios y moluscos de agua dulce también fueron consumi-dos, sin embargo, aún no hay evidencia de perro o pavo do-méstico. Centenares de semillas carbonizadas han sido recupera-das y representan exclusivamente especies silvestres. El jocote, una pequeña fruta usada para hacer vino agrio, comprende el 70 % de los restos macrobotánicos. A tra-vés del análisis del material micro y macrobotánico, se puede afir-mar que el maíz no jugó un papel importante en la dieta chorote-ga durante el periodo Sapoá. En cambio, la presencia de miles de posibles láminas de rallador en Santa Isabel sugieren que la yuca puede haber jugado un papel importante en la dieta del lugar [Debert y Sheriff, 2007]; curiosa-mente estas muestras microlíticas raramente son encontradas en Tepetate y El Rayo, lo cual sugiere una significativa diferencia en la alimentación entre las partes nor-te y sur del área de estudio. La cerámica polícroma aparece en un arcoíris de colo-res en los tipos Papagayo, Vallejo,

Madeira, Pataky y Bramadero, lo que posiblemente indica que exis-tieron diferentes centros de pro-ducción, y por lo tanto, complejas redes de intercambio [Steinbren-ner, 2010; Figura 3]. El análisis inten-sivo de la composición cerámica está en marcha para determinar este aspecto de la política econó-mica [Dennett, s/f.; McCafferty et al., 2007]. Como se mencionó ante-riormente, todas estas tipologías se pueden reconocer en el periodo Sapoá, pero el análisis detallado está en proceso de identificar mi-crocronologías que serán más sen-sitivas a los cambios culturales. Por ejemplo, Vallejo Polícromo apare-ce primero en Santa Isabel, alrede-dor de 1000 d.C., pero en El Rayo aparece unos 100 años antes. Otro tema de mucho interés para el análisis de la influencia mesoame-ricana, es la presencia de elemen-tos simbólicos Mixteca-Puebla; la bella serpiente emplumada que aparece en Vallejo Polícromo, es-pecialmente en la variedad Mom-bacho, muestra una decoración que se combina con finas líneas incisas. Estos rasgos están datados alrededor de 1000 d.C., con ele-mentos que luego se encuentran en el grupo de códices Borgia del centro de México (Figura 4). De hecho, Gilda Hernández Sánchez [2010] ha sugerido recientemente

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Figura 3: Cerámica policromada del periodo Sapoa.

que la iconografía del estilo de los códices aparece primero en los polícromos mexicanos alrededor del año 1200 d. C., lo que implica que los chorotegas de Nicaragua

pueden haber iniciado este estilo. La estética de la imagen propia, lo que algunas veces se denomina ‘cuerpo bello’, es otra forma de identidad que puede

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reflejar etnicidad, entre otras cua-lidades [Reischer y Koo, 2004]. Como Rosemary Joyce [2005] ha señalado, se puede recuperar arqueológicamente a través de la modificación corporal (modi-ficación dental o craneal, etc), ornamentos y a través de repre-sentaciones artísticas. Una gran variedad de ornamentos han sido recuperados en los sitios cho-rotegas del Pacífico de Nicara-gua, estos restos incluyen cuentas de collar, pendientes y orejeras [McCafferty y McCafferty, 2009, 2011]. Desafortunadamente, no fueron encontrados con restos humanos en buen estado de conservación, así no se conoce nada sobre el sexo o la edad de individuos con los cuales se halla-ron estos objetos. Algunos objetos y orejeras de paredes delgadas han sido encontrados en los tres sitios (Figura 5); las diferencias en tamaño pueden estar relaciona-das a edad o estatus. Cientos de tiestos cerámicos de pendientes trabajados fueron recuperados en Santa Isabel, mientras que es-tos fueron escasos en los sitios de la región de Granada. Otros ob-jetos de joyería incluyen conchas del mar, piedra verde o ‘jade so-cial’ y huesos tallados en formas variadas (Figura 6). Las representaciones ar-tísticas del ‘cuerpo bello’ están

disponibles en las figurillas mono-cromas y polícromas, que presen-tan características del peinado, pinturas en el cuerpo o tatuajes y prendas de vestir (Figura 7). Estas características de estética perso-nal tienen similitudes con la iden-tidad mesoamericana, pero pro-bablemente se relacionan más al genero, estatus o edad, que a la identidad étnica. La mayoría de las figurillas con características sexuales parecen ser femeninas y se pueden relacionar con do-cumentación histórica «que los Chorotega permitían a sus muje-res mandar» [Espinoza, 2007; Wer-ner, 2001]. Laura Wingfield [2009] recientemente completó un doc-torado sobre el tema de mujeres chamanes de la región de Gran Nicoya, basado en las figurillas precolombinas. Es posible que la autoridad política y espiritual se fusionaran en una sociedad cho-rotega. Estas figurillas podrían ha-ber jugado un papel simbólico en las ceremonias relacionadas. Los patrones funerarios también se distinguen entre dife-rentes comunidades. En Santa Isa-bel, los infantes eran enterrados en ollas forma de zapato (Figura 8). Laura Wingfield las llama ‘ollas vientre’ por la forma distendida de las vasijas y decoraciones aplica-das en el ‘pie’, que recuerdan la anatomía femenina (semejantes

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Figura 4: Imagen de serpiente em-plumada de Tipo Vallejo.Figura 5: Ejemplos de orejeras.

a trompas de falopio). Adultos y adolescentes eran enterrados en posición flexionada directamente en el suelo [McCafferty, 2008]. En Tepetate, sin embargo, los adul-tos fueron enterrados dentro de vasijas en forma de zapato y al-rededor de ellas, los entierros de infantes no fueron reconocidos. Dos cementerios fueron excava-dos en El Rayo, posiblemente re-presentan a la elite y algunos en-tierros aislados [Wilke et al., 2011]. Las vasijas en forma de zapato fueron abundantes, pero rara vez

se encontraron restos humanos en el interior, en cambio, estaban dispersos alrededor de las urnas. Una vasija que se diferenció fue una pequeña olla con la cara de un roedor, modelada e incisa en el exterior, que contenía fragmen-tos craneales humanos de varios individuos (basado en la edad). Es interesante que varios cráneos aislados fueron descu-biertos alrededor de las urnas. Posiblemente estos presentan cabezas-trofeo enterradas como ofrendas. Debido a la mala pre-

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Figura 6: Joyería de concha, pie-dra verde y hueso.

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Figura 7: Figurillas policromadas

Figura 8: Urna en forma de zapato.

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servación y a la perturbación por las raíces, se hallaron los cráneos en mal estado. En dos ocasiones fueron encontrados en asocia-ción con largas láminas bifacia-les, finamente trabajadas. En uno de los casos, el cráneo se encon-tró dentro de una vasija y la nava-ja había sido colocada dentro de la boca. Navajas idénticas están representadas en las decapita-ciones rituales en sitios mesoame-ricanos como El Tajín y Chichén Itzá, aproximadamente durante el mismo periodo.

Discusión

En base a esta extensa informa-ción conocemos bastante sobre la alimentación chorotega. Varias líneas específicas de evidencia pueden ser usadas para conside-

rar una identidad étnica y evaluar la afiliación mexicana. La alimen-tación, definida como el conteni-do, la preparación y el consumo de alimentos, se ha descubierto como un rasgo muy sensible que expresa etnicidad. Una de las pri-meras señales de alerta que tu-vimos sobre nuestra hipótesis de etnicidad mexicana fue la ausen-cia de comales en Santa Isabel. Los comales son planchas anchas y poco profundas típicamente usadas para calentar tortillas. En el periodo postclásico de Cholula representan el 20 % de los tiestos con bordes [McCafferty, 2001]. La ausencia de comales indica la ausencia de tortillas y con ello, un gran golpe al concepto de etni-cidad mexicana. Los comales es-tán ausentes también en El Rayo y Tepetate. De los centenares de

Figura 9: Soportes de vasija con representación de Ehecatl.

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semillas carbonizadas, ninguna fue de maíz, una semilla durade-ra que se preserva aun cuando la mayoría no. El análisis de fitolitos y de residuos de fragmentos de manos y metates [Dennett y Simp-son, 2010] recuperó evidencia de la preparación de frutas no iden-tificadas (probablemente jocote), pero sin evidencia de maíz. Tam-poco el análisis en curso de fito-litos en los sedimentos orgánicos de Santa Isabel han identificado maíz, a pesar de que el maíz es una especie fácilmente identi-ficable. La ausencia de maíz es sorprendente, ya que refuta la no-ción de una identidad mexicana. También contrasta con el uso de maíz, comales y tortillas durante el período histórico temprano de Nicaragua. Tal vez, estos fueron introducidos por los nicaraos del postclásico tardío o por los gru-pos del centro de México que se asentaron en Nicaragua después de la Conquista, pero más inves-tigación debe dirigirse para com-prender la historia de este grupo étnico. La ideología religiosa es otra característica que a menudo se usa para diagnosticar identi-dad étnica. La evidencia etno-histórica para el postclásico de Nicaragua enfatiza dioses y prác-ticas mexicanas [León Portilla, 1972]. Por ejemplo, Oviedo [1950]

notó la presencia de dioses im-portantes: Quiateot y Hecat, que corresponden al Tlaloc mexicano (Quiateot = ‘dios de la lluvia’) y el dios del viento Ehecatl. Ambos as-pectos de estos dioses se encuen-tran en el registro arqueológico. Son muy comunes los soportes de vasijas del dios del viento, en dife-rentes tipos de cerámica polícro-ma (Figura 9). Como se mencionó anteriormente, la serpiente em-plumada también es un motivo prominente y representa otra fa-ceta del complejo Quetzalcóatl/Ehecatl. En base al contenido ico-nográfico, hay evidencia del con-tacto con la ideología religiosa del centro de México que estaba activa alrededor del 1000 d.C., y tal vez tan temprano como en el 800 d.C. Otro aspecto predomi-nante de la práctica religiosa de México central, que está ausen-te en el Pacífico de Nicaragua durante este periodo, son los in-censarios. La quema de incienso era una forma fundamental para comunicarse con lo supernatu-ral y los incensarios representan un componente importante del complejo cerámico en el post-clásico temprano de Cholula. No se han encontrado incensarios del período Sapoá en los sitios chorotegas. Es claro que otras va-sijas pueden haberse usado para

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este propósito, pero incensarios especializados, precisamente los de asa larga como los sahumado-res, son diagnósticos de prácticas religiosas mesoamericanas, como parte de la propagación del cul-to de Quetzalcóatl de los periodos epiclásico y postclásico temprano [Ringle et al., 1998] En conclusión, diez años de investigación arqueológica en el Pacífico de Nicaragua han pro-ducido información abundante que apoya, al mismo tiempo que contrasta, las expectativas de una identidad mexicana para los cho-rotegas. Mientras unos elementos superficiales, como la adopción de dioses mexicanos, corresponden a una afiliación con el comple-jo religioso Mixteca-Puebla, otros elementos más básicos como la alimentación indican una prácti-ca regional más específica. Esta compleja contradicción se puede relacionar a la distinción objetiva/subjetiva que se discutió en la in-troducción de este ensayo; donde claros símbolos contrastan con sím-bolos internos más significativos. Un desafío para la inter-pretación arqueológica es el uso de artefactos sincrónicos para reconstrucciones diacrónicas, es-pecialmente cuando los periodos son tan largos. ¿Es esta confusión el resultado de cambios dinámi-cos, mientras los grupos indígenas

adoptaban rasgos mexicanos por medio de un proceso gradual de contacto y aculturación? Los rápidos cambios pre-sentes en la transición del periodo Bagaces hacia Sapoá en El Rayo, pueden indicar el reemplazo de la población, lo que sugiere la incorporación de un grupo étni-co invasor. Aun así, este cambio ocurrió en un periodo de tiem-po de varias generaciones, por lo cual puede ser un ejemplo de equilibro puntualizado. En base a la intensidad de este proyecto de investigación y la calidad de la información ob-tenida, el autor se siente obliga-do a proclamar algo importante sobre la etnicidad chorotega. Tal vez por la ambigüedad causada por la abundancia de informa-ción, no estoy de acuerdo con la afirmación simplista de identidad mexicana que ha caracteriza-do las interpretaciones previas. Sin embargo, hay claras conver-gencias. Las serpientes emplu-madas del estilo Mixteca-Puebla son mexicanas, indudablemente, a menos que su presencia varios años antes cambie las posiciones y haga la iconografía del estilo códice esencialmente nicara-güense. Alguna de la cerámica policromada nicaragüense es tan parecida que estaría en las mesas de los laboratorios en Cho-

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lula. Sospecho que ambos estilos están atados a complejas redes de intercambio de larga distan-cia, conectadas al desarrollo del culto de Quetzalcóatl y a la ob-tención de cacao y otros produc-tos de valor, pero esta hipótesis necesita mayor evidencia. En ultima instancia, la ausencia de agricultura y uso de maíz e incen-sarios dan la impresión de estar frente a una expresión de prácti-ca cultural más fundamental, lo que conduciría a rechazar la idea de que esto nuevos migrantes en el Pacífico de Nicaragua fueran refugiados étnicos del centro de México. En futuras investigaciones debemos expandir nuestro ran-go de estudio, para documentar rasgos culturales de otras regio-nes que se observan en el registro arqueológico —la presencia de cerámica tipo Delirio durante la transición del periodo Bagaces/ Sapoá sugiere que El Salvador puede ser un lugar hacia donde dirigir la investigación.

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El reconocimiento de la valle del río Ceniza, realizado entre los años 1994 y 1995, estuvo enfoca-do en Izalco colonial. El proyecto investiga un área desconocida arqueológicamente, pero muy rica en documentos históricos que pertenecen a la conquista española y los pipiles. Preguntas muy importantes para los investi-gadores eran ¿cómo se distingue a los pipiles arqueológicamente? ¿Cómo era la vida cotidiana de los piples antes la conquista espa-ñola? En este ensayo presenta-mos datos sobre un solo lugar, sin embargo, este sitio donde ubica-mos un pequeño templo, es una llave para entender el pasado. Por medio de evidencia del uso y colocación de una estructura, ve-remos que principios nahuas nu-

trían la organización sociopolítica y ritual en el postclásico tardío en la zona occidental de El Salvador.

Historia de las excavaciones

El rescate de la zona del bypass fue un proyecto que contó con colaboración de varios ramos del gobierno, organizaciones no gubernamentales y cooperación internacional. El Proyecto de Res-cate del Bypass de Sonsonate fue iniciado por Concultura, por me-dio de la Dirección de Patrimo-nio Cultural y el Departmento de Arqueología. Por medio de una llamada telefónica a las 7:30 de la mañana, en el año 1994, oficia-les de Concultura nos informaron de que ya había comenzado la construcción de una nueva sec-

El papel del templo en el paisaje pipil: Excavaciones de un templo postclásico en la zona de los Izalcos

Kathryn Sampeck

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ción de carretera —el bypass de Sonsonate. La carretera estaba metida en el corazón del área de nuestro interés: la zona pipil. La zona de construcción de la ca-rretera fue ubicada entre Izalco, Nahulingo y Sonsonate. El Ministerio de Obras Pú-blicas, especialmente la Direc-ción General de Caminos, pro-porcionó la mayoría del trabajo y los implementos para investigar la zona. La programa Fulbright de los Estados Unidos compró herra-mienta, implemento y abasteci-miento arqueológico. El Patrona-to Pro-Patrimonio Cultural proveía de fondos para pagar vigilancia y proteger las excavaciones. To-dos los artefactos son parte de la colección del Museo Nacional ‘David J. Gumán’. Hicimos un reconocimiento de la ruta de la carretera y encontramos un mon-tículo de un metro de altura y una serie continua de sitios pequeños de casi todas épocas. Propusi-mos la excavación de los sitios en mayor peligro y además, un ma-yor reconocimiento de la zona. Los oficiales de Obras Públicas cumplieron con la mayoría de nuestros pedidos e hicimos exca-vaciones extensivas de un montí-culo pequeño, registrado con la designación Sitio 18 y aqui llama-do Conacaste. El sitio arquelógi-co está ubicado en el municipio

de Izalco y pertenece a las fases cronológicas de Irraraga y López (ver abajo), el postclásico tardío y la conquista española. Además, siendo excava-ciones de rescate, las excavacio-nes del montículo de Conacaste eran parte de un programa de pozos de sondeo para entender las características de deposición del suelo, secuencias de cambios de cultura material y formas ar-quitectónicas. Las excavaciones extensivas del Conacaste investi-garon detalles de la construcción de una estrutura bien preservada. Otras excavaciones de siete lu-gares más investigaron pequeñas casas coloniales y rasgos de todas épocas. Antes de continuar con la descripción de los métodos, te-nemos que discutir la secuencia cultural en la zona de los Izalcos.

Fases cronológicas

El reconomcimiento del valle del río Ceniza proporcionó datos abundantes sobre cambios en cultura material durante toda la ocupación humana en la zona (ver Tabla 1). El tema de este en-sayo requiere un resumen de los períodos antecedentes y siguien-tes al postclásico tardío.

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Fase Herrera (clásico terminal / post-clásico temprano, d. C. 800 a 1000)

El periodo del clásico terminal se-ría testigo de una dramática des-población, evidenciada por el bajo número de sitios en la zona. Los sitios anotados eran general-mente más pequeños que los del clásico tardío. Los centros impor-tantes del clásico tardío todavía tenían habitantes, pero confor-maban un asentamiento minús-culo comparado a la población que antes ocupaba el lugar. La cerámica se distingue por jarros con bordes exagerados y encor-vados, atributos semejantes a los de la fase antecedente, pero todavía más exagerados. La ce-rámica importada incluye Delirio

Rojo sobre Blanco, Plumbate To-hil y efigies en cantidades bajas. Platos para ofrenda de Bambudal Rojo con soportes incisados con imágenes de Tlaloc son comunes y diagnósticos del periodo. La pasta de la cerámica en gene-ral tiene más inclusiones de mica que las fases anteriores. Una pas-ta dura y roja como un ladrillo se mira frecuentemente. Jarros con cuellos cortos y bacínes con en-gobe rojo y bruñido son formas de tratamiento de la superficie que caracterizan el periodo. Incensa-rios del tipo Las Lajas son parte de este ensamblaje.

Fecha Período FaseA.D. 1880 - 1900 República Tensun IIA.D. 1825 - 1880 República Temprano Tensun IA.D. 1650 - 1825 Colonial Tardío ShupanA.D. 1580 - 1625 Colonial Temprano MarroquinA.D. 1500 - 1580 Conquista Española LopezA.D. 1100 - 1500 Postclásico Tardío IrarragaA.D. 800 - 1000 Clásico Terminal HerreraA.D. 600 - 800 Clásico Tardío GuzmanA.D. 425 - 600 Clásico Medio GarciaA.D. 200 - 450 Clásico Temprano Fuentes400 B.C. - A.D. 200 Late Preclassic Diaz700 - 400 B.C. Middle Preclassic Cerrato1100 - 700 B.C. Early Middle Preclassic Cepeda

Tabla 1. Fases cronológicas del valle del Río Ceniza

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Fase Irarraga (postclásico tardío A.D. 1100 a 1500)

En la fase Irarraga, el asentamien-to sería más extensivo que en la fase Herrera. Los asentamientos eran colocados en zonas que pro-veían acceso al control del agua, como vados. El tipo cerámico más común fueron los cajetes y jarros con engobe rojo y bruñido y una pasta muy dura y roja, con pocas inclusiones. El tipo cerámi-ca Catalina Rojo sobre Blanco estaba conformada casi exclu-sivamente por cajetes con lados delgados y encorvados, ador-nados con motivos geométricos como grecas y volutas. Otro tipo de cerámica común era Gines Café, análogo al Grupo Joateca, designado en Chalchuapa. Esta cerámica lleva mangos anchos o de lóbulo (lug) y una superficie bien lisa, la pasta contiene canti-dades de arena. Los incensarios de este período eran espigados y algunos eran del estilo Mayapán, con efigies de animales (monos) y dioses, particularmente, Xipe Totec. Prácticamente todos los artefactos que salieron de las ex-cavaciones descritas pertenecen a la fase Irarraga.

Fase López (conquista española, A.D. 1500 a 1580)

Durante las décadas de la con-quista española y los años sub-siguientes, el asentamiento era centralizado, posiblemente el resultado de un proceso de con-gregación. Además, la cantidad de sitios eran bajos —parecía el resultado de la despoblación ocasionada por las guerras de Conquista y pandemias de en-fermedades del Mundo Viejo. Cerámicas típicas de esta fase son Teshcal Rojo sobre Natural y Cirilio Rojo sobre Gris. Los diseños presentes en estos tipos eran muy semejantes a los de Catalina Rojo sobre Blanco, pero con pastas distintivas. La pasta del tipo Tesh-cal es café claro, y la de Cirilio es gris, con inclusiones de mica ob-servables. La cerámica utilitaria es semejante al Grupo Gines, inclu-yendo ollas grandes con mangos anchos horizontales o jarros con asas de lóbulo (lug) y todas con una superficie bien lisa. Cajetes de molcajete se encuentran fre-cuentemente. Las asas de efigie son encontradas por cántaros. En cambio, los incensarios espigados son más raros, estos tienen forma de vaso y el tipo cerámica de Vajilla (ware) de Guatemala de Mica.

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Metodología

La misma metodología fue em-pleada por todas las excavacio-nes. Los pozos de sondeo midie-ron 2 x 2 m, orientados por las ajas de la estructura. Típicamente, se excavó al nivel del humus, en un solo nivel; los niveles siguientes eran removidos en niveles de 20 cm. Al encontrar un cambio en el suelo, excavábamos en niveles naturales. Cuando un nivel natu-ral era más profundo que 20 cm, dividíamos el nivel natural en nive-les arbitrarios de 20 cm hasta lle-gar a la base del nivel natural. Por lo menos, excavamos un pozo de sondeo hasta el subsuelo (suelo sin restos orgánicos o artefactos) para entender la secuencia de ocupación completa.

Sitio Conacaste

Estructura 1: Un templo ceremonial

Antes de excavación, la estructu-ra era un montículo bajo material esparcido con tiestos del período colonial temprano y postclásico tardío (Figura 1). La estructura se ubicó por una alta terraza del río que se amplía hasta un plano pequeño. Los suelos no son muy profundos, pero en esta área se ve una loma pequeña y los suelos

un poco más profundos al rum-bo oriente, más cerca el río Que-queisquillo. La estructura estaba dañada por saqueos anteriores y por actividades de arado y culti-vo de caña. Considerando estas condiciones, la estructura estaba bien preservada. La mayoría de los muros, un empedrado y los rasgos enterrados estaban toda-vía intactos hasta el momento de excavación. Los muros estaban completamente cubiertos con suelo erosionado del relleno de la plataforma. Las excavaciones revelaron una subestructura com-puesta por muros de apoyo, cons-truido con piedras del río y el relle-no estaba hecho de una mezcla de barro y piedra (Figura 2). La tercera parte del lado oriente de la estructura lleva un empedra-do de piedra del río. Al lado po-niente se encuentra una escalera de dos escalones (Figura 3). Otro escalón estaba al lado sur, muy cerca, mostrando el camino al empedrado y a la superficie de la plataforma. Los primeros pozos esta-ban ubicados en línea, en direc-ción oriente-poniente y dividían el montículo por la mitad. Los pri-meros niveles de excavación en-contraron bastante piedra al lado oriente y prácticamente nada de piedra al lado poniente. El sue-lo era bien duro, un sedimento

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Figura 1. Estructura 1 de Sitio Conacaste antes de excavación. Rumbo al sur.

Figura 2. Estructura 1 de Sitio Conacaste depués de excavación. Rumbo al noreste.

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fluvial de una mezcla de barro y arena. Con la luz de la mañana, logramos observar la estratifica-ción fina del barro bajo la zona de arado, indicando que el relleno era húmedo, posiblemente colo-cado mientras llovía. El suelo bien compacto en toda la estructura indica que el metódo de cons-trucción era de barro lodazalado. Los primeros niveles no te-nían muchos artefactos, pero los cambios en la cantidad de mate-riales sugiere que los constructo-res del templo ocuparon fuentes diferentes para el relleno. Gene-ralmente, el lado oriente llevaba menos inclusiones. El relleno es-taba húmedo al momento de la construcción y era barro casi puro en la zona oriente-sur, mientras que en el área adjunta al muro, por el lado poniente, el suelo tenía más arena. Un poco más al norte, el relleno otra vez llevaba más ba-rro. Fue difícil identificar el nivel de humus anterior (la superficie don-de se construyó la estructura). El tercer nivel de excavación de la estructura llegó hasta la base del muro de apoyo, y el cuarto nivel llegó a la base de las construccio-nes y los rasgos anteriores.

Estructura 1-sub

Después de los primeros niveles de excavación encontramos me-nos piedra; posiblemente esto sea un resultado de la ubicación, en un nivel más abajo que la super-ficie de arado. Estos niveles más profundos eran menos desorde-nados. La abundancia de piedra al lado oriente probablemente representa el movimiento del em-pedrado por el arado. La presen-cia de rasgos de construcción y preconstrucción nos guiaron en las divisiones de niveles de exca-vación. Los rasgos más profundos encontraron los restos de la pri-mera fase de excavación, la Es-tructura 1-sub. La evidencia de la Estructura 1-sub era una pared ubicada a un nivel más profun-do que los muros del templo, y a orientación diferente.

Detalles de construcción

El muro norte tenía rasgos con grandes cantidades de piedra. Suponíamos que estos rasgos de piedra eran la base del muro, sin embargo, en algunas zonas no tiene su misma orientación. Es posible que estos rasgos pertene-cieran a una estructura anterior. Consecuentemente, la cercanía con el muro norte es la ubicación más probable de la Estructura

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Figura 3. Plano de las excavaciones de la Estructura 1, Sitio Conacaste.

Figura 4. Fachadas y secciones de la arquitectura de la Estruc-tura 1, Sitio Conacaste. a. sección de aja primario; b. fachada del muro poniente; c. fachada del muro sur; d. sección de aja secundario;e. fachada del muro poniente de la superestructura.

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1-sub. Las excavaciones por el lado exterior del muro norte de-mostraron que los restos de esta estructura pasaron bajo del muro norte, separados por aproxima-damente 40 cm del suelo. Más abajo de la Estructura 1-sub se encuentra el subsuelo. Los muros de apoyo del lado oriente estaban construidos en un solo episodio y medían un metro de ancho (Figura 4). Es po-sible que la fachada exterior estu-viera soportada por una trinchera antes de levantar los cursos de piedra. Rocas grandes y oblon-gas eran ocupadas en forma de viga voladíz (Figura 4). Los alba-ñiles escogieron piedra natural en la forma apropiada para hacer una viga voladíz, una construc-ción semejante a los muros mayas. El lado oriente de la estruc-tura era notable por la evidencia de que el muro y sus rasgos aso-ciados seguían a mayor profundi-dad que los muros de otros lados, especialmente del lado oriente. Los muros de apoyo al lado po-niente tenían uno o dos cursos, mientras el lado oriente tenía más cursos (4 o 5). La esquina sureste era más profunda que las demás. Esta parte es la más cercana a la quebrada, pero parecía que no había ninguna cuesta obvia. La arquitectura, sin em-bargo, tiene más asociación con

la de Naco, Honduras, aunque la construcción de piedra del río es muy común en el suroeste y parte central de Honduras. Esta conec-ción a Naco no es una sorpresa, ya que Wonderley propuso que los edificios del postclásico tardío están asociados con cerámica distintiva que indica una presen-cia pipil.

Rasgos

Esperamos que la excavación de los rasgos profundos y llenos de piedra iban a explicar por qué la esquina sureste estaba tan pro-funda, así como las funciones de los rasgos. Varios rasgos con pie-dra del río probablemente eran los restos de muros caídos, posi-blemente resultado del saqueo. Algunos de estos rasgos con pie-dra estaban aún más profundos, más abajo que la zona de sa-queo, además de estar hechos anteriormente o al momento de la construcción del templo. Des-pués de la excavación, estos ras-gos profundos parecían bajos. Tal vez los constructores tuvieron que quitar árboles antes de construir el templo y llenaron el vacío resul-tante con piedra, o existían unos bajos en la zona por otras razones. Los rasgos no indican que rasgos clásicos o preclásicos causaran el hundimiento del suelo, además,

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Figura 5. Rasgo 3, una ofrenda de incensarios en la Etructura 1, Sitio Conacaste. Rumbo al sur.

Figura 6. Incensarios del Rasgo 3 ofrenda. Arriba: efigie de mono. Izquierda, bajo: pie de Xipe Totec, incensario estilo Mayapán-style censer.

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no tenían ningún artefacto como ofrenda. Resulta que la esquina baja de la estructura se debía a la topografía precedente. Los ar-quitectos antiguos añadieron más cursos en los muros de apoyo, para compensar la cuesta. La estructura superior (su-perestructura) se indicó por la presencia de un empedrado. Este piso de piedra estaba cons-truido con un solo nivel de piedra, a veces contenía pedazos de talpetate o rocas pequeñas. El relleno más bajo del empedrado llevaban barro y cantidades ba-jas de piedra, como el resto del relleno de la estructura. Una mancha de poste (postmold) grande (Rasgo 22) pa-recía ser parte de la construcción del templo. Desfortunadamente, no encontramos más manchas de poste. Entonces, es dificil de-cir con seguridad qué tipo de es-tructura podría haber apoyado el poste, pero es razonable decir que un poste en este lugar podría estar soportando un techo para la superestructura. Otros dos rasgos eran par-te del uso y la construcción del templo. El Rasgo 2 era un pozo pequeño cerca el centro de la plataforma y contenía tiestos y piedra del río. El borde del pozo estaba quemado pero no te-nía nada de ceniza ni materia-

les carbonizados. Es posible que este rasgo fuera un fogón para uso doméstico o ceremonial. El otro rasgo, Rasgo 23, tenía relleno con pocas cantidades de tiestos y mostró bordes definidos en el pozo. Es posible que este pozo se hubiera ocupado para almace-naje.

Rasgo 3: Una ofrenda

El Rasgo 3 era el más interesan-te de la estructura y sugiere que la estructura funcionaba como un templo: era una ofrenda que contenía varios incensarios que-brados y colocados en una cripta (Figura 5). El relleno era distinto al relleno de barro casi puro de la plataforma en que se halla-ron bastantes tiestos, pedazos de carbón y bajareque quemado. El suelo era homogéneo, pero más oscuro y arenoso que el relleno de la mayoría de la estructura. La parte superior del rasgo parecía un altar, construido de un empedrado de piedra pequeña y una fachada norte de empedra-do también. Los fragmentos de los incensarios estaban encima el empedrado, en una matriz con mucha ceniza y fragmentos de bajareque quemado y carbón. Encima de los tiestos de incensa-rios había un nivel de tierra que-mada que contenía fragmentos

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carbonizados de huesos de ani-males. En un nivel más bajo que el empedrado había un cimiento de piedra grande, es decir, otro nivel de empedrado. A la base de este nivel de empedrado, encon-tramos numerosos fragmentos de piedra quebrada por fuego. De este modo, el Rasgo 3 empedra-do estaba formado por varios ni-veles de piedra que sostenían los incensarios. Encontramos el bor-de del pozo excavado en la pla-taforma para hacer la ofrenda. La evidencia del borde del pozo indica que se debería excavar en el relleno de la plataforma y que la ofrenda no fue construida al mismo momento que la platafor-ma. Rasgo 3 es la única ofrenda de la estructura. El motivo de la ofrenda era ceremonial. Esta función es-taba indicada por los contenidos del rasgo: incensarios. Otros frag-mentos de vasijas eran cajetes que pudieron servir para ritos tam-bién. Los contenidos de la ofren-da mostraban tres características importantes: 1) una variedad de incensarios; 2) todas las vasijas estaban incompletas; 3) los restos se ubicaron en una cripta. Los incensarios de la ofrenda tenían varias formas, incluyendo formas espigadas, una efigie de mono y un gran jarrón decordado con Xipe Totec en alto relieve, estilo

Mayapán (Figura 6). Estas características sugie-ren una serie de etapas o fases de un rito como Tlacaxipehualiztli o una serie de ritos que eran enla-zados por razón de función o im-portancia mitológica. Tlacaxipe-hualiztli era la fiesta de despellejo que sucedía en la primavera. Los ‘dueños’ del pellejo prestaban el pellejo a imitadores del dios Xipe Totec, quien llegaba a la comuni-dad a pedir almas y dar bendicio-nes para un periodo de 20 días. Es posible que Xipe esté menos aso-ciado con la fertilidad que con el gobierno y la guerra. El hecho que los incensarios no estaban completos sugiere que eran que-brados en otro lugar y luego los celebrantes recogían los peda-citos y los echaban en la cripta para quemarlos. La colocación de los restos en una cripta evoca el ceremonialismo de un entierro. Este punto final, en un es-cenario mortuorio, es crucial para enteder la función y la significa-ción de la ofrenda. Becker propu-so que algunos entierros mayas se pueden entender como ofrendas para los templos que los cubre, en vez de que los templos sean mo-numentos a los que están sepulta-dos adentro. Los entierros podían ser ofrendas al dios de la tierra. Las ofrendas que incluyeron restos humanos ayuda a ‘impregnar’ el

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contexto y proveer la base para renovar la vida. De este modo, la ofrenda es un entierro porque tiene restos humanos, pero la función del rasgo es la de una ofrenda. Becker expuso que este continuo conceptual de ofrendas y entierros no estaba limitado al mundo maya o a la clase elite. Es posible extender la fun-ción de ofrendas todavía más. Las ofrendas sin entierros humanos se podrían considerar entierros. Se-gún Nagao, en el pensamiento azteca, el concepto de poder sa-grado de un dios se puede repre-sentar por medio de un imitador, un ídolo u otro entramado con-ceptual que lleve las insignias de un dios. En este ámbito de equi-valencias, un dios podrá ser ente-rrado por medio de la ceremonia de la ofrenda. Nagao propuso que las ofrendas de esculturas de Tonacatecuhtli y su entierro como víctima de sacrificio proveía las se-millas para sustancia en el futuro. La quema de ofrendas es relativa-mente rara, pero algunas se han encontrado en el Templo Mayor de Tenochtitlan y en Tlatelolco. Por lo menos, un dios enterrado en el sitio Conacaste era Xipe Totec, patrón de orfebres y gladiadores y del renovamiento agricultural. Es posible que los pipiles de la zona de Izalco sacrificaron la efigie de Xipe Totec en un esfuerzo de des-

arollo económico, político y social.Antes del templo. A un nivel más profundo que el templo encon-tramos artefactos preclásicos. El rasgo 14 era un pozo bien defini-do y rellenado con tiestos gran-des de ollas, en un buen estado de conservacón. El estado de los contenidos sugiere que era una deposición de un solo momento y no una acumulación gradual de materiales. Para entender la estructu-ra mejor, tenemos que examinar el paisaje alrededor. ¿Cómo era el contexto del templo? Espera-mos que el templo fuera el co-razón de la comunidad pipil. A continuación describimos las es-tructuras más cercanas al templo, designado Sitio 26.

Sitio 26

El Sitio 26 se encuentra aproxima-damente 100 m al norte del Sitio Conacaste (Figura 7). Parte de la construcción de la carretera bypass requería la remoción de los primeros 30 cm del suelo en toda el área de construcción. En muchas partes de esta zona el suelo no era muy profundo, por consiguiente, estamos seguros de que no había nada de otras es-tructuras alrededor de Conacas-te. El Sitio 26, antes de la excava-ción, parecía un grupo de piedras

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Figura 7. Mapa de la región de reconocimiento del valle del Río Ceniza, con detalle de los sitios Conacaste y 26.

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de río en la cima de una loma baja, en un cañal en la llanura al poniente del Río Quequeisquillo. El sitio se presentó como otros en el valle, acumulaciones de piedra y tiestos no asociados con un mon-tículo. Observamos tres concen-traciones de piedra, uno al nor-te, otro en el centro y otro al sur. Las excavaciones revelaron tres estructuras mal preservadas, la piedra en la superficie correspon-día a los lugares de las estructuras (Figuras 8 y 9). Las estructuras es-taban formadas con piedra rasca pero labrada y piedras grandes de río. Después de que la maqui-naria quitó el humus de la zona no notamos otras estructuras. El suelo en esta zona era de 10 cm hasta 50 cm de profundidad, por lo cual estamos seguros de que estas tres estructuras son todas las edificaciones del área (Figura 10).

Estructura 2. Esta zona no tenía tanta piedra como el centro y el sur, pero la estructura estaba re-lativamente bien preservada. La Estructura 2 descubrió una esqui-na suroeste y una pared al sur. No podíamos definir las otras partes de la estructura. El rasgo 1 era un pozo que llegó unos centimetros adentro el subsuelo, el cual con-siste en esta zona en piedra podri-da (saprolite).

Estructura 1 y 3. El grupo de pie-dras de río correspondía a los res-tos de dos estructuras. Las paredes estaban construidas con piedras de río y roca rasca. El piso de las estructuras era difícil de percibir, pero unos artefactos estaban ali-neados por un solo nivel. Las pa-redes se levantaron encima de un nivel de humus antiguo. La base de las paredes de la Estructura 3 era un poco más profunda que la de Estructura 1, llegando aproxi-madamente 40 cm abajo de la superficie actual. Unas de las pie-dras visibles antes de excavación era in situ en las paredes. En medio de los grupos de piedra al centro y al sur, el suelo era relativamente profun-do, pero no observamos rasgos culturales, mucho menos huellas de arado. Asimismo, las excava-ciones en la zona del grupo sur de piedras no revelaron rasgos o edificios, aunque la superficie mostraba abundante piedra. Es-tas piedras fueron colocadas por razones culturales y probable-mente representan los restos de una estructura que no sobrevivió a la destrucción por arada. Es po-sible que fuera un grupo espurio de piedra causado por la acción de la arada. Ya que la piedra ocupó una zona distinta, es más probable que estaban relaciona-dos a otra estrutura en vez de ser

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Figura 8. Mapa en plan de las excavaciones de Sitio 26.

Figura 9. Foto de las estructuras del Sitio 26, rumbo al norte

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materiales de las Estructuras 1, 2 o 3. La imagen que estas excava-ciones nos presentan es la de un templo aislado cuyas estructuras más cercanas no corresponden a la elite. ¿Cómo es esto posible? El templo debe ser el corazón de la comunidad y para las antiguas ci-vilizaciones el templo es una fuen-te de poder. Para entender mejor el rompecabezas de este patrón de asentamiento, tenemos que discutir algunos principios nahuas.

El puesto del templo

El historiador James Lockhart pro-puso que el mundo nahua antes y después la conquista española, era una unidad en varios aspec-tos. Una zona extensa ocupó los mismos conceptos políticos, eco-nómicos y sociales. El alcance de estas similitudes llegó mucho más allá de México, ya que los pipiles izalcos ocuparon la misma terminología y los principios orga-nizacionales. Dos de los principios nahuas eran la simetría y la inde-pendencia. Ahora bien, la unidad política de los nahuas era el alte-petl. Cada altepetl tuvo su terri-torio, templo, dioses especiales, consejo y líder, un teuctli o tlatoa-ni. Cada altepetl era indepen-diente y cada una de sus partes constitutivas (el calpulli) represen-tó la independencia del altepetl.

Lockhart llamó este sistema ‘ce-lular’, ya que cada componen-te tenía la potencialidad de ser una entidad independiente. Las preferencias nahuas a favor de la simetría y la independencia en la organización, resultó en un pa-trón de asentamiento esparcido, ya que los asentamientos eran en intervalos iguales. El patrón celular se han encontrado en el valle de México y otras zonas. En el presente caso, propongo que esta estructura representa el con-cepto ‘celular’ llevado al extre-mo. Normalmente, el templo está ubicado en el asentamiento prin-cipal, rodeado por casas elites y edificios gubernamentales. La ra-zón de su ubicación en forma ais-lada fue la de proveer un aceso igualitario a toda la comunidad. La independencia del altepetl se encarnó en el templo, por medio del requisito de movimiento a tra-vés del altepetl para realizar las actividades principales. Toda la gente, sin importar su rango, tenía que pasar el paisaje del altepetl para usar el templo. Los ritos y las ceremonias no tuvieron que estar colocados en una villa o capital, porque era parte del paisaje pipil. La jerarquía política creó una red de poder penetrativo en todo el paisaje. Ellos pudieron mantener su poder sin observar el templo constantemente. La unidad polí-

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Figura 10. Perfil del muro oriente, Unidad 4 del Sitio 26.

tica no se debió entonces porque el poder estaba concentrado en un solo lugar, sino todo lo contra-rio, ocurrió gracias a la dispersión, para que todos los elementos de la vida social, política, e económi-ca —el callialli (hogar), el calpolli, y el altepetl— eran mantenidos por la jornada a través del paisaje de los Izalcos.

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Resumen

Atalaya (registro 6-4) es un sitio ar-queológico cercano a la ciudad de Acajutla y ubicado en el can-tón El Coyol, departamento de Sonsonate. El sitio representa un asentamiento costero del período preclásico medio y tardío, entre el 900 a.C. y el 250 d.C., y está loca-lizado a 1.5 km de la costa oceá-nica, contiguo a los ríos San Pedro y Sensunapán. Para el periodo de asentamiento, estos últimos debieron representar una signifi-cativa fuente de insumos para la subsistencia. Tanto Atalaya como otros sitios arqueológicos de la misma época, localizados en la costa pacífica (desde el Soco-nusco en México hasta El Salva-dor), forman parte de una red de

asentamientos que vivieron de la caza, la recolección, la explota-ción del medio y la agricultura du-rante todo el período preclásico. Las relaciones entre un sitio y otro aún son objeto de estudio de los arqueólogos, sin embargo, se es-pecula que estos asentamientos en épocas más tempranas desa-rrollaron sus propias modalidades culturales. Estas están expuestas en los artefactos —sobre todo en la cerámica— que en ocasiones logran diferenciar variantes esti-lísticas entre un asentamiento y otro, aunque con frecuencia se perciben claras semejanzas, sinó-nimo de contacto o intercambio. Los asentamientos más tardíos del preclásico denotan una clara es-tratificación social, con redes de intercambio establecidas y regio-

Atalaya, un sitio preclásico en las costas de Acajutla

Fabricio Valdivieso

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nalizadas, lo cual es un importante foco de interés para los investiga-dores del pasado. Para muchos arqueólogos y académicos, por su temprana periodización, estos sitios preclásicos formaron las ba-ses de las grandes culturas que habitaron la región en épocas posteriores, como es el caso de los mayas del período clásico. Los límites funcionales de Atalaya aún no han sido estable-cidos con precisión, sin embargo, se sabe de la existencia de montí-culos y restos de material arqueo-lógico diseminados en la superfi-cie en diferentes sectores dentro de un área no mayor de 1.5 km2, con dirección a la costa y a los márgenes de los ríos San Pedro y Sensunapán, sector que hemos reconocido en este caso como ‘Llano de Atalaya’. El estudio realizado tiene por objeto definir los límites fun-cionales y estructurales del sitio ar-queológico Atalaya dentro de la porción localizada en un terreno no mayor de 40 mz., contiguo al río San Pedro en la hacienda del mismo nombre: Atalaya. En dicho espacio se pretende ejecutar un proyecto de construcción deno-minado Planta Generadora de Energía Eléctrica, bajo la respon-sabilidad de PROGELCA S.A. de C.V., la misma entidad que patro-cina el presente estudio.

El presente documento define, mediante la observación de estratos y la recuperación de artefactos en las 66 operaciones realizadas, el componente ar-queológico contenido en la pro-piedad. Cada excavación fue controlada mediante niveles arbi-trarios de 20 cm cada uno, cuya tierra fue cernida para recuperar la totalidad de la evidencia hu-mana contenida en el subsuelo. Las excavaciones profundizan hasta estratos libres de eviden-cia arqueológica y en ocasiones se detienen sobre las superficies culturales. El material extraído fue lavado, contado, clasificado y al-macenado en bolsas herméticas marcadas y cajas plásticas. Dichas excavaciones han permitido definir la frecuencia espacial y temporal del mate-rial arqueológico contenido, la profundidad de localización de contextos culturales y el recono-cimiento tipológico de artefactos que sugieren aspectos culturales relacionados a los antiguos habi-tantes del área. Los resultados fi-nales reconocen la extensión del asentamiento prehispánico en la propiedad, en la cual se preten-de ejecutar el proyecto construc-tivo antes referido. Los resultados del análisis de artefactos permiten concluir que Atalaya se trata de un sitio

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que debió establecerse durante el período preclásico medio, alre-dedor del 900 a.C. y fue abando-nado en algún momento del pre-clásico tardío, alrededor del 250 d.C. La cerámica tiene relación dentro de los complejos Colos (900-650 a.C.), Kal (650-400 a.C.), Chul (400-200 a.C.) y Caynac (200 a.C. – 200 d.C) definidos por Ro-berto J. Sharer para la región de Chalchuapa. Los estudios arqueológicos en la región han sido muy escasos. De este modo, las actividades de intervención arqueológica aquí realizadas robustecen el acer-vo científico-cultural de la región central y oriental de El Salvador y sus vínculos con otras regiones. Se espera que los resultados del presente estudio sirvan de herra-mienta científica para futuras in-vestigaciones, en la promoción de la historia arqueológica de la localidad y el reconocimiento de los procesos evolutivos de las so-ciedades prehispánicas desde las más remotas épocas.

Ubicación y área de estudio

El proyecto Planta Generadora de Energía Eléctrica se encuen-tra ubicado en el cantón El Co-yol, municipio de Acajutla, de-partamento de Sonsonate, en las coordenadas Lambert 0409414

y 0276639, N 13º36’34” y W0 89º50’13.49”. Comprende un área no mayor de 279,558 m2, equiva-lentes a 40 mz. Esta propiedad limita al norte y noreste con el río San Pe-dro, al oeste y sur con terrenos propiedad de Mario Enrique Oli-vares y Rafael Antonio Olivares y la PETENERA S.A. de C.V. En una pequeña porción al este, limita con la propiedad de Roxana Ma-ría Argueta. El sitio se localiza a 1.5 kilómetros hacia el suroeste de la costa y a 1.8 de la ciudad de Acajutla. El terreno está conforma-do por suelos barrosos con plan-tación de caña. En los terrenos próximos se tienen bosques y mangle, cocoteros y áreas fango-sas en invierno, algunas zonas son utilizadas para el pastoreo. La zona que localiza el si-tio arqueológico Atalaya, dentro de la hacienda del mismo nom-bre, se ubica en un llano contiguo a la costa, con dos ríos: el río San Pedro y el río Sensunapán. El sector de mayor concen-tración de material arqueológico en superficie se localiza en las áreas contiguas al denominado Montí-culo Principal y sobre este, espacio que no excede los 60 m de largo y 30 m ancho promedio. La observa-ción en superficie es limitada por la plantación de caña.

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La propiedad ha sido mo-deradamente afectada por la remoción de suelos ocasionada por maquinaria pesada para dar lugar a una calle rural, alterando parcialmente el montículo princi-pal. Otras afectaciones de con-sideración en la zona son propi-ciadas por el arado y actividades antrópicas relacionas con la agri-cultura industrial.

Antecedentes

Atalaya está localizada en el De-partamento de Arqueología de la Secretaría de Cultura, según la ficha 6-4, registrada por Manuel Méndez. Atalaya se localiza en los cantones El Suncita y Atalaya, del departamento de Sonsonate, 4 km al noroeste de la ciudad de Acajutla. El registro oficial del sitio

Figura 1. Ubicación del sitio arqueológico Atalaya. Tomado de Google Earth 2009, adaptado por Fabricio Valdivieso.

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Figura 2. Ubicación y área en estudio. Tomado de Google Earth 2009, adaptado por Fabricio Valdivieso.

Figura 3. Ubicación del Montículo Principal dentro de la propie-dad. Tomado de Google Earth 2009, adaptado por Fabricio Val-divieso.

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Figura 4. Levantamiento topográfico del sitio. Por Toponort S.A.

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Figura 5. Montículo Principal dentro de la propiedad. Tomado de Google Earth 2009, adaptado por Fabricio Valdivieso.

Figura 6. Montículo Principal dentro de la propiedad. Tomado de Google Earth 2009, adaptado por Fabricio Valdivieso.

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carece de fecha, sin embargo, otras referencias hacen suponer que estos registros debieron efec-tuarse a finales de la década de 1970 y posiblemente a principios de 1980, época en que Manuel Méndez debió laborar para Pa-trimonio Cultural. Según Méndez, este sitio inmediato a la playa se encuentra formado por tres mon-tículos, uno de los cuales se expo-ne parcialmente excavado. Wolfgang Haberland hizo referencia al sitio por primera vez en su publicación de 1977, ‘Un Complejo Cerámico en el Occi-dente Salvadoreño’, en Colec-ción de Antropología e Historia Nº 12, publicado originalmente en in-glés en 1956: ‘A pre-classic Com-plex of Western El Salvador’. Para Haberland, este sitio constaba de tres montículos pequeños, entre los cuales, el número 2 fue obje-to de investigación mediante una trinchera. De esta investigación se lograron recuperar evidencias que sugieren una temporalidad y posibles relaciones con otros si-tios de la misma época. El mon-tículo Reich, según Haberland, estaba formado de tierra y mate-riales cerámicos. Sus estudios son comparados con los materiales recuperados en Atiquizaya, un sitio aparentemente de la misma época que Atalaya localizado en el departamento de Ahuacha-

pán. Atalaya, según Haberland, presenta la misma cerámica que Atiquizaya, aunque con variantes importantes en las formas de la fi-gurillas y en la cerámica. Según el arqueólogo, uno de los hallazgos más importantes en Atalaya lo re-presentan fragmentos con deco-ración polícroma sobre una base roja, los cuales son comparables con piezas polícromas preclásicas encontradas en los altos de Gua-temala, aunque no se tienen en Atiquizaya. Para Haberland, las semejanzas de artefactos entre las regiones de Atalaya y Atiqui-zaya permiten sugerir la existencia de un complejo cerámico del pe-riodo preclásico. Se tiene también una refe-rencia más remota sobre la zona; esta es otorgada por Jorge Lardé en 1926, relacionada a un sitio lo-calizado en la misma zona, con-tiguo a la salida a la playa. Este sitio es denominado Bocas del Sunzunat: «En los sedimentos de este río (departamento de Son-sonate), se han encontrado ob-jetos arqueológicos; un estudio determinado de ellos conducirá probablemente al establecimien-to de la sucesión de las civilizacio-nes indianas en la provincia de los Izalcos». [Lardé, 1926]. Esta misma referencia es publicada por John Longyear III en 1944: «In the terra-ces of this river have been found

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archaeological specimens. A ca-reful study of these will probably lead to the establishment of the succession of Indian civilization in the province of the Izalcos». [Longyear III, 1944]. Este sitio está registrado con la ficha 6-5 en los cuadrantes de registro del actual Departamento de Arqueología, registrado también por M. Mén-dez. Según la ficha, está localiza-do contiguo a la costa, en las te-nazas del río Sensunapán y río San Pedro, en Acajutla. Méndez hace constar que entre los sedimentos del río se perciben fragmentos ar-queológicos, sin dar mayores da-tos. Luego de varias décadas, la primera inspección técnica se hizo efectiva el día 17 de febrero de 2009, por Julio César Alvara-do, miembro del Departamen-to de Arqueología del entonces Concultura. Dicha inspección se realiza en virtud de una solicitud de inspección por parte de la em-presa PROGELCA S.A. de C.V. El resultado de aquella primera inspección propició la re-dacción de un informe y una re-solución de carácter jurídico, las cuales confirmaron la existencia de un sitio arqueológico en la pro-piedad. Dicho sitio expone mate-rial arqueológico en la superficie y un montículo de aproximada-mente 5.5 metros de altura, deno-

minado ‘Montículo Principal’. Este yace sobre una plataforma larga de forma arriñonada con orienta-ción desviada 18º del norte, con un poco más de 70 m de ancho y aproximadamente 100 m de largo. Las primeras evaluaciones del material hacen suponer que se trata de un asentamiento del periodo preclásico, sin mayores datos. De este modo se pidió a la empresa la ejecución de activi-dades de investigación arqueoló-gica en el área, siendo necesario que todo trabajo que contemple la remoción o alteración del sub-suelo quede estrictamente prohi-bido sin antes presentar un estu-dio técnico. Se esperaba que el estudio arqueológico requerido mediante excavaciones de son-deo permitiera delimitar las áreas de protección a las evidencias culturales contenidas. El 27 de julio del mismo año se realizó una segunda inspec-ción arqueológica en la zona, por el Lic. Fabricio Valdivieso, arqueó-logo contratado por la referida empresa. Se confirmó la presen-cia de material arqueológico en mediana densidad, concentrado en el sector del Montículo Princi-pal, el cual ha sido parcialmente alterado por construcciones mo-dernas.

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Los antecedentes regio-nales relacionados al período preclásico y a la costa occidental se orientan hacia la evaluación de sitios como Aguachapío (Re-gistro 2-8), localizado cerca del río Aguachapío, en el municipio de Jujutla (departamento de Ahua-chapán). Este sitio consta por lo menos de tres montículos con ma-teriales culturales presuntamente del período preclásico tardío. Se-gún la ficha de registro, el Montí-culo 1 mide aproximadamente 3 m de altura y 30 m de ancho con una orientación oriente-poniente, y 70 m de largo con dirección de norte a sur. Aguachapío, registra-do en 1986, exhibía para aquel entonces varias decenas de per-foraciones de saqueo, algunas viejas y otras recientes, según la ficha. El Montículo 2 podía ser de iguales dimensiones, pero al mo-mento del registro, en 1986, no fue posible acercarse debido a un espeso cultivo de caña madura. Según la fuente, el Montículo 3 ha sido dañado por la actividad agrí-cola e intensivamente saqueado. Este último mide alrededor de 20 m de diámetro y tan solo un metro de altura. Este sitio también fue vi-sitado por el arqueólogo Federico Paredes en el año 2007. Uno de los antecedentes arqueológicos más representati-vos en la zona corresponde al si-

tio El Carmen (Registro 2-7), muy cercano a Aguachapío, ubicado también en el municipio de Ju-jutla, a tres kilómetros de la costa del Pacífico. Se encuentra en uno de los brazos del estero El Zapote, en un área de manglares. El Carmen fue estudiado en la segunda mitad de la déca-da de 1980 por Paul Amaroli, Ar-thur Demarest y Bárbara Arroyo. Se trata de un pequeño sitio con un montículo redondeado de aproximadamente 3 m de altura y una cima más o menos aplana-da, sugerida como un montículo ocupacional. Según la ficha de registro, los saqueos revelaron ca-pas estratigráficas que contenían material arqueológico. El resultado de aquellas investigaciones en El Carmen evidenció la existencia de tres hornos ubicados en la base del montículo y pisos de barro con impresiones de huellas humanas, depósitos subterráneos y estadios constructivos para la estructura. Las pruebas de carbono 14 su-gieren que El Carmen es un asen-tamiento preclásico temprano (1470 +- 90 AC y 1590 +- 150 AC), siendo el sitio más antiguo hasta el momento registrado en El Sal-vador. La evaluación cerámica corresponde con la fase Locona de Chiapas y Guatemala, aun-que con variantes. Según los re-

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sultados predominan las formas de tecomate con decoración del tipo Ocos y Barra y rasgos com-partidos con la región costera de Chiapas y Guatemala, percibidos en otros artefactos [Arroyo, Bár-bara et. al., 1993]. Por último, los estudios de reconocimiento de los sitios pre-clásicos realizados en el año 2007 por Federico Paredes logran de-terminar la existencia de al menos 13 sitios: «Dicho esfuerzo de reco-nocimiento cubrió el área sur del departamento de Ahuachapán, la cual comprende las primeras elevaciones rumbo a la sierra de Apaneca como límite norte y el Océano Pacifico como limite sur. La investigación se centró en la planicie costera, generalmente al sur de la carretera La Hachadura, sin embargo, se realizaron dos vi-sitas a sitios al norte de la misma, que dieron como resultado en el registro de un sitio previamen-te desconocido (San Benito) y la recolección de datos importan-tes en otro muy poco conocido (La Palma, reportado por Perrot-Minnot en 2006). Los trabajos realizados dan cuenta de 13 si-tios visitados, de los cuales 5 de-ben considerarse como registros nuevos de la zona (San Benito, El Mapache, El Escondido, El Poeta Campesino y 3 cerritos de Nueva York)» [Paredes Umaña, 2008].

Procedimiento

Las actuales intervenciones son de carácter exploratorio, en un mínimo de 66 pozos de sondeo ar-queológico denominados ‘ope-raciones’. Dichas operaciones se distribuyen estratégicamente a lo largo y ancho de la propiedad, sin que estas afecten el sector del montículo principal y la platafor-ma, a excepción de la Operación A12, la cual pretende reconocer de manera preliminar el compo-nente parcial del inmueble prehis-pánico. La ubicación de las ope-raciones está dada en base a la orientación del Montículo Prin-cipal, de donde se desprenden tres (3) ejes denominados de la siguiente manera: A, B y C, orien-tados hacia los flancos del montí-culo. De este modo, el eje A, des-de el flanco suroeste, se desvía 289º del norte. El eje B, desde el flanco noreste, mantiene la direc-ción del montículo a 18º del norte, mientras que el eje C es orientado a 109º desde el flanco noreste. Las operaciones han sido colocadas en puntos, cada 20 m, y distribui-das de la siguiente manera:

Eje A: 12 operaciones Eje B: 19 operaciones Eje C: 21 operaciones

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Se ubican 14 operaciones más en algunos puntos estratégi-cos dentro de las 40 mz que com-ponen la propiedad. Los criterios están dados en base a la obser-vación de la topografía estable-cida en las curvas de nivel. Estas operaciones se abrevian Op.1, Op.2, en adelante. Cada operación se esta-blece en dirección norte-sur, con un área de 1m x 2m, con profun-didades variables, dependiendo de la frecuencia del material ar-queológico contenido. Los con-troles de cada operación serán por niveles arbitrarios de 20 cm. Las Operaciones 10, 11, 12, 13 y 14 ocupan un área de 1 x 1m. La Operación 15 fue extendida un metro más hacia el sur y un metro más hacia el este, con el objeto de reconocer los rasgos acaeci-dos en la misma. Todas las operaciones fue-ron controladas mediante con-troles arbitrarios de 20 cm cada una, con el datum ubicado en la esquina noreste, a 20 cm de la superficie. El material extraído en cada nivel fue cernido para recu-perar las muestras totales conte-nidas. Cada estrato fue descrito al tiempo en que se tomaba el control del material acaecido en cada uno, en términos cuantita-tivos y cualitativos. Los resultados cuantitativos permiten evaluar la

distribución o frecuencias arqueo-lógicas en la propiedad, ya sea de manera diacrónica o sincróni-ca. La evaluación cualitativa del material pretende obtener mor-fologías y tipologías, sin perder su procedencia en cada operación, estrato y nivel. Con el registro mor-fológico y tipológico pueden su-gerirse temporalidades y posibles relaciones macrocontextuales con otros asentamientos. El cierre de cada exca-vación dependió de la carencia total de material cultural o de la localización de estratos arqueo-lógicamente estériles. En algunos casos, la excavación se suspendió al localizar suelos considerados como superficies culturales. Estas superficies son observadas al en-contrarse rasgos considerados in situ sobre una superficie de mayor compactación y clara diferencia en su composición relativa. Cada excavación fue re-gistrada con fotografías previas y posteriores a la intervención, así también se documentaron rasgos y perfiles mediante dibujo técnico a escala y alturas en cada deta-lle. Los rasgos acaecidos fueron minuciosamente limpiados y re-gistrados mediante fotografías, di-bujo y video; luego los materiales fueron extraídos para análisis de laboratorio y registro en gabinete.

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También se tomaron cor-tes a escala y registro de las con-diciones del Montículo Principal y la plataforma en la cual yace. Cabe señalar que las inter-venciones se vieron obstaculiza-das por la plantación de caña, la cual limita la movilidad y la visibili-dad dentro del área. No obstante, el control general las actividades se valió del uso de binoculares con distanciómetro, GPS, radios, banderines, un circuito de surcos para agilizar la comunicación in-terna y vehículo. El proyecto re-quirió de 21 auxiliares, 2 asistentes técnicos en campo y el arqueólo-go director del proyecto. Las investigaciones se acompañaron de reconocimien-tos pedestres en sectores cerca-nos al área, con la intención de registrar posibles sitios próximos a Atalaya cuya información pueda articularse a este estudio. Los es-pacios con remanentes culturales de interés identificados en esta ocasión fueron registrados con coordenadas Lambert y en gra-dos, minutos y segundos con GPS. Con el objetivo de faci-litar una mayor compresión del estudio, los resultados de la inves-tigación y las interpretaciones se valen de dibujos a escala e ilustra-ciones hipotéticas explicativas en formato digital.

Resultados generales

Composición estratigráfica

La composición estratigráfica en el área de estudio la componen cinco estratos básicos entre 0 y 220 cm de profundidad. El prime-ro de estos estratos, denominado Capa I, corresponde al humus, generalmente de color negro, con limo e inclusión de raíces. Esta capa ha sido severamente altera-da por las actividades agrícolas, sobre todo por la remoción de tie-rra ocasionada por la máquina de arar para la siembra de caña. Sin duda, este estrato fue también al-terado en décadas pasadas por otro tipo de cultivo, propiciando la turbación de posibles contextos arqueológicos incluidos, aquellos próximos a los niveles superficia-les. El humus por lo general tiene un grosor entre 20 y 60 cm y sue-le exponer material arqueológico en densidades que van desde la mínima y baja, en casi todas las operaciones, hasta la media, en raras ocasiones, como es el caso de las operaciones A12, B19, C9, C10 y C16. A pesar de esto, cabe señalar que en varios casos la densidad en esta capa es nula, situación percibida en las opera-ciones A2 y B13 y C13. El segundo estrato básico estaba conformado por la Capa

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II, compuesta de tierra café os-cura muy fácil de confundir con el humus o tierra negra, con la di-ferencia de que esta capa es un poco más compacta, con limo y ocasionalmente expone piedrí-nes y arenisca. Se puede percibir en las operaciones A1, A2, A7, A8, A9, A12 y en todas las operacio-nes del eje B y C, incluyendo las operaciones satélites. Alcanza grosores mínimos de 15 cm, has-ta los máximos de 80 cm, aunque en un caso excepcional (la ope-ración A12) alcanza casi los 140 cm sobre el Montículo Principal del sitio con material en alta den-sidad. En este estrato el material arqueológico puede tenerse en nula y mínima densidad, como el caso de las operaciones 2, 5, 8, 10, 11, 12, 13, 14, A1, A2, A7; en casi todo el eje B, desde la B2 hasta la B14, y en las operaciones C1, C2, C12, C13 y C19. También se encuentra en baja y mediana densidad en las operaciones 1, 3, 4, 6, 9, A8, A9, A11, B16, B17, B18, C3, C4, C5, C6, C7, C9, C10, C9, C14, C15, C16, C17, C18, y C19; y en alta densidad en las operacio-nes 7, A12, B19, C8 y C21. Otra capa la define un estrato de tierra negra percibi-do únicamente en la operación B1, denominada también como Capa II. Este estrato parece co-rresponder con sedimentos próxi-

mos al río San Pedro, el cual arro-ja material de arrastre en mínima densidad. Esta capa parece no formar parte de los estratos bási-cos de la zona. Un tercer estrato lo con-forma la denominada tierra café compacta, reconocida como Capa III, aunque en ocasiones aparece como Capa II. Puede presentarse clara u oscura como en la Operación 8. Este estrato muestra limo arcilloso y pocas ve-ces expone piedrínes y arenisca. Suele presentarse sobre los ras-gos arqueológicos o cubriendo los suelos culturales. Se distribuye por casi toda la propiedad, entre los 60 y 120 cm de profundidad, con grosores mínimos de 15 cm y máximos de 80 cm. El material arqueológico contenido en este estrato puede ser nulo o mínimo —tal es el caso de las operacio-nes 6, 9, 10, 11, 12, 13, 14, A1, A2, A3, A4, A5, A7, A8, A9, A10, B2, B3, B4, B5, B6, B7, B8, B9, B10, B11, B12, B13, B14, B16, B17, B18, B9, C1, C2, C3, C4, C5, C7, C9, hasta la ope-ración C19 — y de baja a media-na densidad en las operaciones 8, A11, A12, C20 y C21, hasta una densidad alta únicamente en la operación 7. El cuarto estrato, deno-minado Capa IV, que en ocasio-nes representa la Capa III, está conformado por tierra café con

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piedrínes de 0.5 cm a 30 cm, se-micompacta, posiblemente resul-tado de sedimentos. Este estrato algunas veces expone arenisca color gris, con un grosor mínimo de 20 cm y un máximo que puede superar los 40 cm. Generalmente carece de material arqueológi-co y en caso de que exista, este se presenta en mínima densidad, posiblemente revuelto con tierra del estrato superior. Se ha logrado percibir en las operaciones del eje A, siendo esta el área de me-nor actividad antrópica dentro del área en estudio. El quinto estrato define la esterilidad arqueológica. Se tra-ta de una capa compuesta de arena gris semicompacta, la cual puede presentarse como capa V, IV o incluso III, como es el caso en algunas operaciones satélites. Esta capa puede llegar a perci-birse entre los 80 y los 100 cm de profundidad, o a partir de los 150 cm de profundidad, bajo los sue-los culturales.

Frecuencia general de artefactos, diacrónico y sincrónico

La mayor densidad de material contenido puede percibirse en las operaciones localizadas en el Eje C, con 4,411 fragmentos re-cuperados. La concentración de estos asciende desde el nivel 1

a su máximo en el nivel 4, desde donde desciende hasta el nivel 6. La densidad relativa es seguida de las operaciones satélites, sobre todo las excavaciones concen-tradas en el sector noroeste de la propiedad, donde lograron re-cuperarse 2,144 fragmentos. Tam-bién concentran la mayor parte del material entre los niveles 2 y 4, hasta descender a suelos caren-tes de material arqueológico en el nivel 5. Las excavaciones en el eje B logran recuperar al menos 1,073 fragmentos, siendo este el de menor densidad, seguidas por el eje A, con 1,776 fragmentos. En este último la frecuencia de arte-factos alcanza hasta el nivel 10, ya que la Operación A12 fue rea-lizada en el área de la plataforma del Montículo Principal. Los ejes A y B demuestran que la mayor con-centración de material se localiza entre los niveles 2 y 4, aunque con menor frecuencia que las densi-dades percibidas en los ejes C y las operaciones satélites del sec-tor noroeste. Las excavaciones en el sector noreste exponen mate-rial en mínima densidad o nulo. Conforme a los resultados de las excavaciones y a la obser-vación de material en superficie, se logra percibir que el material arqueológico se dispersa en una mayor densidad en el sector este del Montículo Principal, abarcan-

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do la Op. C21 y extendiéndose entre las operaciones C19 y C20, y después sobre el mismo montículo. Esta alta densidad se disipa cerca de la operación A11, en el sector oeste del referido montículo, 10 m antes de la operación B19, en el sector norte del montículo. La den-sidad mediana puede percibirse entre las operaciones A10, con di-rección al norte y rumbo a la ope-ración B18 en la misma dirección, distribuyéndose por el sector sureste de la propiedad y a la altura de las operaciones 1, 4, 7, 8 y 9 (próximo a la operación C3). La baja densi-dad se percibe en las operaciones A7, con dirección a la operación B1, en el sector norte de la propie-dad, y cubre hasta la operación C1 en el sector este. En el resto de la propiedad es mínima la muestra de material arqueológico tanto en su-perficie como en excavaciones.

Morfología y tipología de artefactos

El material arqueológico que más acontece es la cerámica. Dentro de este grupo se perciben con mayor frecuencia los cuerpos, se-guido por los bordes, asas, bases/soportes y por último los miscelá-neos. El segundo grupo de arte-factos más frecuente es la obsi-diana, entre la cual sobresalen las lascas, las navajillas y los núcleos. El tercer grupo lo conforma la lí-tica. En este grupo destacan las piedras talladas, es decir, todos los fragmentos de basaltitos o de andesitas con rostros tallados pro-blemáticos. A las piedras talladas le siguen las manos de moler, los fragmentos de metates, las donas y por último una cuenta.

Tabla 1: Vista global de datos cuantitativos por nivelesNIVELES EJE A EJE B EJE C SATÉLITES TOTAL

Nivel 1 246 236 612 272 1,366Nivel 2 316 358 862 589 2,125Nivel 3 306 232 1,045 603 2,186Nivel 4 260 178 1,083 643 2,164Nivel 5 140 35 654 37 866Nivel 6 30 21 155 - 206Nivel 7 115 8 - - 123Nivel 8 99 5 - - 104Nivel 9 140 - - - 140Nivel 10 124 - - - 124TOTAL 1,776 1,073 4,411 2,144 9,404

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A. La Cerámica

Morfología general. Aunque se tiene una rica variabilidad de for-mas y decoraciones, el grueso del material cerámico recuperado lo constituyen fragmentos burdos, carentes de engobe, muchos

erosionados y otros tan pequeños que no dejan distinguir su morfo-logía. No se tienen piezas enteras exceptuando el hallazgo de un sello entre los misceláneos cerá-micos. Se obtienen bordes que dejan distinguir la existencia de

Gráfico 1. Densidades relativas de material arqueológico conte-nido en diacronía, en relación a la totalidad recuperada por ejes.

Gráfico 2. Frecuencia general relativa de artefactos arqueológi-cos sincrónico.

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Gráfico 3. Eje A. Frecuencia relativa de artefactos arqueológicos sincrónicos.

Gráfico 4. Eje B. Frecuencia relativa de artefactos arqueológicos sincrónicos.

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Gráfico 5. Eje C. Frecuencia relativa de artefactos arqueológicos sincrónicos.

Gráfico 6. Satélites. Frecuencia relativa de artefactos arqueológi-cos sincrónicos.

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cuencos y cajetes medianos y pe-queños, así como ollas grandes, medianas y pequeñas, estas últi-mas reconocidas por el tamaño proporcional de las asas. Las hay de paredes delgadas y gruesas, entre estas últimas se tiene una con una hendidura que corre en la zona central de la pieza. Entre las formas de las vasijas se distin-guen algunas globulares o de paredes curvo convergentes. Se reconocen cántaros, platos con cuello corto, comales con pasta gruesa (como el hallado en en la Op. 7), aunque también se tiene un plato o comal con terminacio-

nes biseladas, con labio afilado y base curva, como el encontrado en la Op.C8. Se distinguen teco-mates con bordes redondeados; hay también vasos, como los de las operaciones A12 y 9. Uno de los cuerpos encontrados en la Op. C8 distingue un tecomate mode-lado presuntamente fitomorfo, si-milar a la forma de una calabaza, revestido de engobe rojo con fon-do bayo en la sección de la base. Otros tecomates recuperados en la Op. C7 son decorados con hendiduras externas modeladas o simplemente exponen superficie lisa con bordes redondeados.

Figura 7. Plano de densidades

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Estas vasijas pueden pre-sentarse simples y compuestas, muchas con formas modeladas, otras incluyen la decoración con agregados ya sean pastillas, tiras o pequeñas salientes modeladas, como el caso de un espécimen recuperado en la Op. A10. Los fragmentos recuperados pueden incorporar pintura monocroma, bicroma y diseños polícromos. Otros especímenes suelen utilizar la técnica negativo batik tipo Usulután. También se tienen piezas con superficies lisas, algu-nas bruñidas, mate o lustrosas, in-cluso en las piezas con batik.Otras superficies son rugosas o de color bayo, también los hay con estrías y abultamientos en la parte interme-dia. La decoración también pue-de presentar líneas incisas, estas últimas se tienen pintadas, otras representan canales horizontales externos elaborados ya sea sobre el bisel o el borde, o bajo el mismo en la parte exterior de la pieza. Los canales pueden presentarse en uno, dos y hasta cuatro paralelos. También se recuperaron fragmentos de cerámica negra, como el caso de un espécimen recuperado en la Op. C9, el cual supone un cuenco compuesto de curva discontinua con borde abul-tado y decorado con líneas inci-sas, curvadas y elaboradas previo a la cocción.

Con relación a la forma de los bordes, estos se presentan frecuentemente evertidos, otros redondeados, los hay con pare-des divergentes o recto-divergen-tes, muchos con biseles externos o internos percibidos en cuencos y ollas. Se tienen bordes con labios afilados, algunos son abultados salientes y otros son directos re-dondeados o con tiras salientes en la pared externa del borde, bajo el labio. Algunos bordes son deco-rados con canales externos y Ba-tik Usulután, como el caso de un ejemplar extraído en la Op. C5. También se distingue un caso en el que el borde expone labio afilado y bisel externo con cuerpo decora-do con dos canales anchos y una superficie bruñida. Este fue extraí-do de la Op. C8. En la Op. C9 fue recuperado un borde con cuerpo compuesto, modelado con de-coración festonada en el área de intersección. Se tienen pruebas de la existencia de cajetes con pun-tos de intersección decorado con hendidura modelada entre la base y el cuerpo, con borde afilado. En la Op. 7 fue recupera-do un borde plano rematado con festón, poco usual en la cerámica del sitio. Otros ejemplares, como el caso del espécimen recuperado en la Op. 8, expone reborde bajo.

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Los fragmentos recupe-rados también distinguen cuellos de cántaros, ollas y cuencos. Es frecuente percibir la presencia de ollas grandes con cuellos cortos y ollas medianas con cuellos largos, aunque también, en el caso de los cántaros, estos se perciben con cuellos largos. Hay cuellos rectos como curvodivergentes. También han sido percibidos platos con cuello corto, como los ejemplares recuperados en las operaciones C9, C11, C14 y C15. Algunos de los platos antes referidos exponen bases convexas; en uno de estos, nos referimos al espécimen recu-perado en la Op. C14, el borde es pintado con una franja roja. En cuanto a las asas, se tie-nen grandes, medianas y peque-ñas, todas verticales y de correa, algunas delgadas, otras gruesas. Las bases recuperadas pueden presentarse planas, simi-lares a las recuperadas en la Op. C20, o convexas; muchas con su-perficies lisas de color bayo, pero también se tiene la presencia de una base con interior blanqueci-no. En la Op. 9, algunas bases de vasos presentan cuerpos con de-coración modelada. En cuanto a los soportes, se ha determinado la existencia de especímenes que utilizan bo-tón, otros son acuminados y otros, como el caso del ejemplar recu-

perado en la Op.C17, adoptan la forma zoomorfa, con interior hue-co similar a algunos especímenes reportados en sitios del preclási-co tardío de la región de Chal-chuapa y Santa Ana, así como en Aguachapío y la costa del departamento de Ahuachapán. Ejemplares similares han sido recu-perados en la comunidad Nueva Esperanza, en la región del bajo Lempa, departamento de San Vi-cente.

Pasta. Se distinguen piezas de paredes delgadas y gruesas. Es muy frecuente distinguir el uso de pasta roja con inclusión de pómez molido o concha molida; aunque también se tiene pasta negra en muy escasa cantidad, a la que se le añade pómez molido. También se distinguen piezas que utilizan pasta blanca y pasta con inclusión de mica.

Superficie. Se ha mencionado que la gran mayoría de fragmentos re-cuperados tienen superficies suma-mente erosionadas, con desgastes severos. Algunos son el resultado de turbaciones del medio, incluyendo arrastre y meteorizaciones, lo que produce degradación severa en la materia. Las superficies pueden también presentarse rugosas o posiblemente carecían de deco-ración pintada o engobes. Esto se

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percibe en piezas completas recu-peradas en otros sitios de la misma época, cuya funcionalidad está destinada a las labores domésticas como contenedores o para usos culinarios. Lo anterior es definido por muchos arqueólogos como cerámica netamente utilitaria. Algunos fragmentos de Atalaya se presentan parcialmen-te ahumados. Las superficies de muchos otros son lisas, algunas bru-ñidas, las hay también lustrosas. En algunos casos las superficies expo-nen estrías. Los alisamientos en la superficie crean en el barro tonali-dades naranja mate, un color muy frecuente en estas piezas. Las aplicación de pintura y la decoración incisa y estríada so-bre la superficie generalmente fue realizada antes de la cocción de la pieza. Es posible que las estrías fue-ran realizadas con un instrumento tipo peine, de cerdas muy finas, como el caso de los ejemplares re-cuperados de las operaciones A9 y B19, los cuales también incluyen pintura roja. Un fragmento encontrado en la Op. C16 expone impresiones de pasto en negativo, casi a modo de estría. Se supone que debió deslizarse sobre la superficie previa-mente a la cocción de la pieza.

Decoración pintada. Ya se ha di-cho antes que se tienen fragmen-

tos de cuerpos y bordes que dis-tinguen decoración monocroma, bicroma y polícroma. Algunas pin-turas fueron aplicadas antes de la cocción y otras, posterior a la mis-ma. Algunos especímenes añaden hematita especular en la pintura roja. Entre los monocromos se tienen aquellos carentes de en-gobe. No obstante se han logra-do determinar engobes crema o blanquecinos, cuerpos con pintura blanca o pintura roja. También se perciben cuerpos naranja mate y rojo mate. Cabe mencionar nue-vamente la existencia de fragmen-tos negros. De los fragmentos bicro-mos, algunos tienen banda roja en el área del borde y bayo en el sector del cuerpo, tal es el caso de un fragmento recuperado en la Op. C17. En la Op. B16 se recuperó un fragmento bicromo que ex-pone líneas negras sobre rojo. La decoración pintada puede com-binarse con la incisión. En algunos casos se tienen canales o hendi-duras contiguas al borde pinta-das de blanco. Los fragmentos polícromos han sido muy escasos. Únicamen-te se ha extraído un cuerpo y un borde de las operaciones C8 y C18, los cuales incluyen pintura roja, crema amarillento y un co-

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lor verdoso oscuro o negro, con diseños geométricos. Wolfgang Haberland, en 1956, recuperó en Atalaya fragmentos polícromos preclásicos con descripciones si-milares a los ejemplares extraídos en esta ocasión, aunque con va-riantes en el diseño. Los ejempla-res recuperados por Haberland los compara con cerámica recu-perada de un sitio próximo a Las Charcas, en las afueras de la ciu-dad de Guatemala [Haberland, 1977]. En otro caso relacionado a la cerámica polícroma del pe-ríodo preclásico, especímenes similares fueron recuperados en una formación troncocónica en Casa Blanca, Chalchuapa, du-rante los rescates que se realiza-ron en virtud de la construcción de una carretera contiguo al sitio, en el año 1998. Un último caso a citar es el del sitio El Edén, muy cerca de El Carmen, reportado por Paul Amaroli, quien también recuperó algunos tiestos polícro-mos [Amaroli, 2009, conversación personal]. Robert J. Sharer en Chal-chuapa identifica cerámica po-lícroma dentro del grupo Jeróni-mo, variedad Perulapán, dentro del complejo Colos del preclásico medio (900-650 d.C.). En cuanto a los especíme-nes decorados con batik, espe-

cíficamente cajetes y cuencos, suelen percibirse líneas delgadas onduladas y paralelas verticales, ya sea en el interior como en el ex-terior de la pieza, así como man-chas en negativo. El batik puede percibirse en superficie lustrosa o mate. También se tienen cuerpos y bordes con superficies negras y lustrosas y bruñidas decoradas con batik Usulután, tal es el caso de un ejemplar recuperado en la Op. A12. Decoración incisa. Los diseños incisos en la cerámica de Atala-ya son variables, sobresalen las líneas, muchas de estas están elaboradas sobre la superficie roja o carentes de engobe. En la mayoría de casos las líneas fueron añadidas antes de la cocción de la pieza, aunque también se en-contraron fragmentos con incisos postcocción. Las incisiones más senci-llas pueden ser líneas delgadas dispuestas en uno, dos y tres pa-ralelas horizontales o diagonales, generalmente rectas. Pueden percibirse algunas líneas curvas poco profundas, líneas incisas arqueadas y paralelas, como el caso del ejemplar recuperado en la Op. B19, y líneas con trazos irregulares. También se presentan líneas incisas gruesas o semigrue-

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sas poco profundas, dispuestas en posición vertical. Pueden tenerse combinaciones de líneas incisas paralelas con líneas arqueadas como abanico, con engobe rojo. En otros casos las líneas pueden alternarse con pequeños puntos incisos paralelos, como el caso de un cuerpo carente de engobe, recuperado de la Op. C8. En este ejemplar la decoración expone tres líneas incisas diagonales y dos frecuencias lineales de pequeños puntos incisos paralelos. En otro caso el diseño expone líneas inci-sas diagonales bajo una línea hori-zontal. Otros diseños incisos pre-cocción exponen líneas quebra-das en triángulos verticales en forma de ‘V’ que parten desde el borde, tal es el caso de un espéci-men recuperado en la Op. C14. Los diseños más complicados re-presentan figuras geométricas que se combinan o alternan con puntos incisos. En la Op. C20 se tie-ne un cuerpo decorado con líneas incisas entramadas, formando cuadros en una superficie áspera.

Decoración agregada. La deco-ración agregada puede presentar tiras salientes del cuerpo o agre-gados modelados a modo de es-pigas, recuperados de la Op.C12. Las asas y soportes también son agregados.

Discusión. Aunque es posible que existan formas o ideas locales para la manufactura de utensilios cerámicos, muchos de los frag-mentos encontrados en Atalaya no distan de los ejemplares re-gistrados por Robert J. Sharer en Chalchuapa, Haberland en Ata-laya y Atiquizaya, y de los frag-mentos recuperados por otros arqueólogos en Casa Blanca, El Edén, Aguachapío y otros sitios en la región occidental del país. Sin duda, Atalaya debió tener con-tacto con otras áreas, de donde debieron provenir algunas cerá-micas o incluso, algunas influen-cias estilísticas que luego debie-ron manufacturarse en la zona o en el mismo sitio. Aunque cabe advertir que los fragmentos en esta ocasión recuperados pue-den ser muy variables en la com-posición de la pasta, en el caso de que estos fuesen comparados con fragmentos de otros sitios, se-ría útil remitirlos a futuros estudios mucho más extensos. Es decir, pueden existir semejanzas en for-mas y estilos, pero variantes en su composición, lo cual quedará to-davía pendiente de comprobar. No obstante, las actuales obser-vaciones en cuanto a la decora-ción y forma permiten las siguien-tes sugerencias como un punto de partida para la interpretación de la cerámica del sitio.

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En primer lugar, es intere-sante destacar la existencia de fragmentos polícromos en un si-tio con atributos preclásicos. Esta cerámica es comparable con los especímenes reportados por Ha-berland en Atalaya y Atiquizaya, y Sharer en la región de Chalchua-pa. También Amaroli reporta polí-cromos en el sitio el Edén en el de-partamento de Ahuachapán. El primero en otorgar refe-rencia sobre esta cerámica polí-croma preclásica en El Salvador es Wolfgang Haberland, en 1956 y nuevamente en 1977. El investi-gador compara los especímenes encontrados en Atalaya con una pieza completa resguardada por el señor Karl-Heinz Nottebohm, supuestamente encontrada en la colonia Mariscal cerca de Las Charcas, en la ciudad de Gua-temala. Según el Sr. Nottebohm, dicha pieza proveniente del sitio antes referido en Guatemala fue analizada por Edwin Shook, quien le asignó un período inmediato a Las Charcas, considerando que esta cerámica puede realmente representar la primera cerámica polícroma en los Altos de Guate-mala [Haberland, 1977: 10]. Años más tarde, en las in-vestigaciones realizadas en Chal-chuapa por la Universidad de Pensilvania, proyecto dirigido por Robert J. Sharer, los especímenes

polícromos preclásicos en aque-lla ocasión identificados son des-critos como una combinación de cuatro colores: rojo, negro, blanco y amarillo, con diseños geomé-tricos, incluyendo círculos, zonas rectangulares, bandas y líneas. Sharer identifica cuerpos de pare-des verticales con bases planas y bordes directos, así como cuerpos convexos y bases cóncavas con bordes desconocidos, aunque po-siblemente directos. El arqueólogo también distingue tecomates de bordes directos y jarras con cue-llo largo de borde directo. Según Sharer, en conversación personal con Haberland, este último com-para los polícromos de Chalchua-pa con los encontrados en Atala-ya y Atiquizaya en 1956. Finalmente, los polícromos de Chalchuapa, semejantes a los de Atalaya, son ubicados por Ro-bert J. Sharer dentro del grupo Je-rónimo en el complejo Colos, del período preclásico medio. Sharer, en su publicación de 1978, confir-ma la existencia de especímenes polícromos en los depósitos de Las Charcas, en Kaminaljuy. Aparen-temente es la misma consulta que Sharer realiza a Haberland en 1971, confirmando el dato [comunica-ción personal en páginas 19-20]. Las publicaciones relacionadas a la cerámica polícroma preclásica son sumamente escasas y en El

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Salvador las referencias de Sharer y Haberland parecen ser las úni-cas publicadas. No obstante, fuera de las publicaciones, los polícromos pre-clásicos también han sido recupe-rados en el sector de Casa Blanca. En 1998, durante los trabajos de rescate realizados en el sector del bypass en la carretera contigua a la ciudad de Chalchuapa, el re-dactor del presente informe fue testigo presencial de la existencia de fragmentos polícromos prove-nientes de depósitos subterráneos del período preclásico. Los análisis de aquellos artefactos aún que-daron pendientes. En el sitio El Edén, próximo a las costas de Ahuachapán, Paul Amaroli [conversación personal, 2009] reporta el hallazgo de ce-rámica polícroma del preclásico. El Edén es un asentamiento pre-hispánico descrito recientemente por el arqueólogo Federico Pa-redes Umaña, quien, mediante recolección superficial, recuperó cerámica del período preclásico medio y tardío [Paredes Umaña, 2008: 33-34]. Lo anterior puede sig-nificar un referente en cuanto a la distribución de estos especímenes en el territorio salvadoreño. Esta cerámica polícroma merece ma-yores estudios, los cuales podrían definir su origen temporal y un área de distribución más detalla-

da. Otro grupo cerámico com-parable son las muestras de frag-mentos con agregados, y algu-nas con decoración Usulután las cuales parecen corresponder con los especímenes de Sharer repor-tados para el grupo Cara Sucia y Jicalapa, dentro de la variedad Zunzal y Jicalapa Usulután, el pri-mero dentro del complejo Kal (650 d.C. – 400) y el segundo dentro del complejo Chul (400 d.C. - 200 d.C.) del preclásico medio hacia el pre-clásico tardío, los cuales podrían indicar la existencia de este sitio en dichos períodos y su traslación en ambas épocas o interfases. También se tienen mues-tras de cerámica negra, compa-rables con algunos especímenes reportados por Sharer dentro del grupo Pinos, variedad Jorgia Coar-se-Incise en el complejo Chul del preclásico medio y Cay- nac del preclásico tardío. A su vez, los fragmentos acanalados y festo-nados aquí reportados, así como los abultamientos intermedios y di-seños incisos son percibidos en la cerámica de los grupos Nonualco y Santa Tecla en los mismos com-plejos Chul y Caynac. Lo anterior permite sugerir nuevamente como posibles testimonios de interfase el preclásico medio y el preclásico tardío. No obstante, mucha de la

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cerámica en negativo Usulután recuperada en Atalaya es com-parable con la cerámica repor-tada también por Sharer para las fases Caynac, en los grupos Izalco y Tepecoyo del preclásico tardío de Chalchuapa. También son re-comendables las comparaciones de Haberland con Atiquizaya. En resumen, luego de per-cibir un estilo cerámico, como el polícromo de nuestra referencia, comparable con la fase Colos de Chalchuapa (sugerido por Robert J. Sharer) dentro del período pre-clásico medio y sumado a otros estilos, técnicas y formas que per-miten concordancias cerámicas con los reportes otorgados por el mismo Sharer, las muestras de Atalaya parecen acercarse a los especímenes de las fases Kal, Chul y Caynac entre el preclá-sico medio y preclásico tardío; y dentro del complejo preclásico sugerido por Wolfgang Haberland en 1977. De este modo, Atalaya pudo encontrar su existencia en-tre los años 900 a.C. y 200 d.C. y verse relacionado con sitios de la misma época. Es posible que mu-cha de la cerámica haya sido traí-da de otras partes e incorporada en aquella sociedad para fines utilitarios y ceremoniales; aunque la fuente de manufactura para algunos otros artefactos pudo también depender de los recursos

locales, la decoración o atributos pudieron verse influenciados por elementos externos al asenta-miento. Sin embargo, faltan más confirmaciones en base al análisis de las pastas en las muestras aquí obtenidas.

Misceláneos

Los misceláneos son piezas cerá-micas distinguidas de las vasijas y figurillas. En Atalaya se encon-traron dos especímenes: un anillo doble y un sello con espiga. El anillo doble fue recupe-rado de la Op. C8, estaba elabo-rado con paredes gruesas y termi-naciones redondeadas y suaves. Este ejemplar fue decorado con dos agregados pequeños, cada uno con pequeñas líneas incisas horizontales, posiblemente atribui-das a la forma de un animal. Robert J. Sharer compara algunos ejemplares encontrados en Chalchuapa con los reportes de otros investigadores en Chiapa de Corzo, Pavón, Cerro de las Me-sas y Tres Zapotes en México. Para Sharer, el mejor ejemplo de su uso proviene de Chiapa de Corzo, en donde se reporta el entierro de un individuo con seis anillos dobles en su cintura, lo que indica un vínculo con el uso o función de estos uten-silios [Sharer, 1978: 61]. En El Salvador se reportan

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anillos dobles provenientes de sitios preclásicos como Jayaque [Casa-sola, 1977] y fincas contiguas a la ciudad de Santa Ana, incluyendo Sinaí y Rosita, como resultado de sondeos arqueológicos y resca-tes en los que el autor fue testigo presencial. En Jayaque, Casasola recupera tres ejemplares sencillos y dos decorados, los cuales son relacionados con la fase Teotepe-que y Tamanique, dentro del pe-riodo preclásico medio y tardío. En cuanto al sello recupe-rado de la Op. C15, corresponde a un espécimen redondo, como un disco, con una espiga acumi-nada en la parte posterior y una estampa de figuras ondulantes y circulares, posiblemente fitomorfo en el frente. En El Salvador, uno de los más tempranos reportes arqueo-lógicos relacionado a sellos lo proporciona Stanley H. Boggs, quien reporta un ejemplar cilín-drico encontrado en el escombro de los montículos de Tazumal, du-rante las excavaciones realizadas a mediados del siglo XX. En años posteriores, otros arqueólogos han reportado sellos prevenien-tes de sitios como Cara Sucia en Ahuachapán y en Chalchuapa, incluyendo Casa Blanca, datados para el periodo preclásico. Tam-bién en la Hacienda La Presita en San Miguel; en Colima, departa-

mento de Cuscatlán. Uno de los más conocidos sellos proviene de la colonia San Mateo, en San Sal-vador, posiblemente del periodo preclásico. Casasola, en 1977, re-cupera en Jayaque tres sellos rec-tangulares, planos, descritos con un pequeño agarradero sobre la sección posterior, relacionados a la fase Teotepeque (700 a.C. al 500 a.C.) y Tamanique (500 a.C al 200 a.C.).

Figurillas

Morfología y decoración. Se recu-peraron 21 fragmentos de figuri-llas antropomorfas, las cuales su-gieren la figura femenina, algunas con bustos poco pronunciados y brazos que descansan sobre el vientre en gestación. Algunos fragmentos representan piernas estilizadas que corresponden con figuras erguidas, otros sugieren brazos, cuerpos sin cabeza con caderas fracturadas y carentes de piernas, algunos con el deta-lle del ombligo, otros con la zona de los glúteos pronunciados. Un ejemplar expone los brazos que descansan sobre el vientre, posi-blemente en gestación (Op. A12). Se tienen cabezas que muestran la cabellera elaborada. Uno de estos ejemplares, extraído de la Op. C17, incorpo-ra aplicaciones de tiras y pastillas,

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atribuyendo ornamentos como collar, cinturón y faldellín decora-do con punzonadas y líneas inci-sas. Aunque muchos de los ejemplares recuperados carecen de engobe o pintura, en la ope-ración C8 se recuperaron dos fi-gurillas decoradas, una de estas con restos de engobe crema y la otra con remanentes de pintura roja con hematita especular. Es-tos especímenes con pintura roja no son comunes en otros sitios de la época.

Pasta y superficie. Todas la figuri-llas recuperadas son sólidas, mo-deladas. Se tienen especímenes con superficies color beige y ros-tros bruñidos, aunque la mayoría exponen superficies rugosas o burdas, resultado de la erosión. Estas piezas fueron elaboradas en pasta roja con mica en mediana densidad.

Discusión. Los trabajos más so-bresalientes relacionados con las figurillas en El Salvador son pre-sentados en las clasificaciones otorgadas por Payson D. Sheets [Robert J. Sharer ed., 1978] para Chalchuapa, quien define tres complejos: Kulil (1,200 a. C. – 600 a. C.), Xiquin (600 a.C.- 350 a.C.) y Tat (350 a.C. – 300 d.C.), dentro del periodo preclásico. Para la

zona oriental del país, Wyllys An-drews V., conforme a los estudios realizados en el valle de San Mi-guel, incluyendo Quelepa, define cuatro tipos de figurillas, dos de estos dentro del periodo preclási-co en la fase Uapala. Otros trabajos de mucha importancia los proporciona Luis Casasola, en 1977, quien, para la zona central de El Salvador, repor-ta la recuperación 173 ejemplares de figurillas antropomorfas en el si-tio arqueológico Jayaque, prove-nientes de excavaciones arqueo-lógicas. Según Casasola, la gran mayoría de estos especímenes aparece en actitud sedente; en cuatro de los casos se encuentran erguidos con los brazos sobre el vientre, de forma muy similar a la postura encontrada en Atalaya. Para Casasola, estas figurillas co-rresponden al periodo preclásico, aunque sugiere que los individuos erguidos posiblemente sean más tardíos que el tipo sedente den-tro del mismo periodo [Casasola, 1977]. Por otro lado, Haberland, en 1956 y 1977, reporta el hallaz-go de figurillas o figulinas, como les nombra, del período preclási-co en Atiquizaya, departamento de Ahuachapán, y en Atalaya [Haberland, 1977]. Otros sitios pre-clásicos y próximos a la costa que denotan el uso de figurillas tam-bién son Aguachapío, San Benito

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y Guayaba, en el departamento de Ahuachapán, tal lo demues-tran algunos ejemplares recolec-tados por el arqueólogo Federico Paredes en 2008, provenientes de una recolección superficial [Pare-des Umaña, 2008]. Muchos arqueólogos rela-cionan estas piezas en gestación con la agricultura, aunque aún no se ha definido su verdadera función. En este caso se tiene un ejemplar encontrado en el rasgo de la Op. C17, asociado a cerá-mica doméstica. En resumen, con los pre-sentes hallazgos se respalda la definición de Wolfgang Harber-land en 1977, que compara los especímenes recuperados de Atalaya con Atiquizaya, aunque, según el investigador, las figurillas son más elaboradas en el primer sitio que en el segundo. Pese a las variantes y diferencias de las figu-rillas entre ambos sitios, Haberland los sugiere como parte del mismo complejo cerámico preclásico de occidente. El arqueólogo observa también en estas piezas similitu-des con figurillas procedentes de Las Charcas, expuestas en el Mu-seo Nacional de Guatemala para finales de la década de 1970. En las Charcas también se reportan fragmentos polícromos preclási-cos similares a los encontrados en Atalaya. Este tipo de figurillas por

su forma son un distintivo preclá-sico. Los especímenes recupera-dos en esta ocasión en Atalaya se acercan mucho a los especí-menes registrados en la región de Santa Ana, Chalchuapa y Atiqui-zaya, y en la región de Kaminal-juyú en Guatemala, incluyendo Las Charcas. El uso de figurillas similares llegó a extenderse hasta la región del valle de Zapotitán, incluyendo Jayaque y El Cambio, y hasta la región del valle de San Miguel, tal como se ha dicho. Lo anterior sin duda, representa una transmisión de ideas interregiona-les entre la costa y las regiones in-teriores en aquella remota época.

Lítica

Piedras talladas. En total, se ob-tuvieron 32 fragmentos de piedras con superficies talladas. Estas pie-zas exponen formas problemáti-cas, sugestivamente pueden co-rresponder a metates, manos o incluso esculturas, como el caso de un ejemplar encontrado en la Op. B19. Todas estas piezas son elaboradas en basalto.

Manos. Se recuperaron 17 manos de moler, la mayoría fragmen-tadas, aparentemente elípticas. Solamente se encontró una com-pleta, proveniente de la Op. B9, aunque también se obtuvieron

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fragmentos de mano con formas rectangulares extraídas de las operaciones C9 y C17. Estas pie-zas son elaboradas en basaltos degradados. En la Op. C1 se recuperó un objeto, el cual, por su forma, posiblemente se trate de una mano de moler grande.

Metates. Se obtuvieron 9 meta-tes, de los cuales solamente uno estaba completo, proveniente de la Op. C1. El metate completo es de forma elíptica, con base semi redonda, canal de molido plano carente de bordes. También se percibe un fragmento sin bordes y base plana extraído de la Op. 7. Otros fragmentos también deno-tan la utilización de metates con base redondeada y superficie de molido plana, aunque también los hay con canal de molido con bordes cerrados y hondo, y cuer-po circuniforme, tal es el caso de los especímenes recuperados de las operaciones C6 y C7. Todos los metates han sido elaborados en basalto degradado.

Dona. Únicamente se obtiene un ejemplar extraído de la Op. C15. Dicho espécimen se encuentra fracturado. Su forma permite in-terpretarse como una dona in-conclusa, ya que su orificio central no es atravesado como en una

dona completa. Esta pieza fue localizada dentro de un contexto doméstico, asociada a cerámica y piedras de moler, junto a otras piedras irregulares. La dona en esta ocasión recuperada ha sido elaborada en basalto, similar a la materia utilizada en las piedras de moler y otras rocas talladas.

Cuenta. Se recupera una única y pequeña cuenta fracturada, proveniente de la Op. C17. Esta cuenta está elaborada en mosco-vita, con forma de barril miniatura y asociada a un rasgo de vasijas do-mésticas y carbón. Se encontró en tierra revuelta del estrato de tierra café compacta.

Discusión. La forma de las manos y metates de Atalaya son pareci-das a las formas encontradas en otros sitios preclásicos de El Salva-dor [Valdivieso, 2000]. La presencia de estos utensilios confirman la pre-paración de alimentos en el área, resultado de una sociedad seden-taria que subsiste del trabajo agrí-cola. Por su tamaño y difícil despla-zamiento, es posible que la materia prima fuese obtenida de alguna fuente próxima en la zona. Los ba-saltos pueden localizarse contiguo a los ríos. Se sabe que estas piezas ocupan un lugar especial en la cocina nativa dentro de la vida

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doméstica. Los metates son en-seres importantes para la prepa-ración de alimentos, tanto en las comunidades campesinas actua-les como en las comunidades in-dígenas prehispánicas. En Atalaya este instrumento formó parte de los implementos de cocina en la co-munidad y se ha visto asociado a rasgos que incluyen cuencos y ollas fragmentadas. Por otro lado, las donas son asociadas a la faena agríco-la, aunque también se ha dado el caso de localizarse en contextos domésticos en sitios arqueológicos del período clásico y postclásico. Este ejemplar es uno de los pocos casos encontrados in situ en un sitio preclásico.

Obsidiana

Se recuperan 72 navajillas de obsi-diana, todas unifaciales, 176 lascas y apenas 3 núcleos. Este material es muy parecido a la obsidiana proveniente de las fuentes de Ix-tepeque y Chayal en Guatemala. Lo anterior permite considerar un modelo de intercambio a distan-cia y en el presente caso, un sitio que converge dentro de una red comercial extensa. Considerando la presencia de lascas y núcleos, puede sugerir-se la manufactura de implementos de obsidiana en el sitio. Posible-

mente esta roca vítrea era traída en bloques y preparada en el asentamiento, aunque no se des-carta la idea del intercambio de piezas ya elaboradas en otros sitios. Lo anterior nos remite a considerar la existencia de especializaciones en el manejo de recursos, incluyen-do la manufactura de piedras de moler. Sin duda, esta referencia es una prueba de la estratificación social en un asentamiento costero del período preclásico.

Conclusiones

El montículo principal

En la superficie se percibe un montículo sobre otro montículo más bajo, lo cual permite sugerir una estructura de menor tama-ño sobre una base o plataforma de mayor extensión. La elevación más alta es de aproximadamente 5.5 m de altura y 34 m de diáme-tro promedio, sobre la plataforma que alcanza los 100 m de largo, aproximadamente con 70 m de ancho máximo, medidas sugeri-das desde el arranque del mon-tículo visto en superficie y defini-do por las curvas de nivel de 8.5 m.s.n.m a lo largo y ancho. La forma del montículo más alto es cónica, con morfología alterada, mientras la base o plataforma es irregular, arriñonada, con aproxi-madamente 1 m de altura. Este

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conjunto presenta una orienta-ción desviada a 18º del norte. Los montículos, sobre todo la pla-taforma, han sido alterados por el arado y la siembra intensiva, mientras el montículo más alto fue alterado o cortado por una calle de terracería en el sector sur. Esta evidencia arquitec-tónica se localiza en el extremo sur de la propiedad en estudio. Su ubicación limita al norte, este y oeste con el río San Pedro, preci-samente con las siguientes distan-cias: 66 m al norte, 65 m al este y 56 m al oeste. El río Sensunapán se localiza a 1.06 km de distancia hacia el sur del montículo princi-pal y a 1.13 km del montículo prin-cipal hacia la costa. La densidad arqueológica se intensifica en el sector este del montículo, lo que evidentemen-te es representado como el área de mayor actividad antrópica. Lo anterior sugiere este flanco como la posible fachada principal de la estructura, o su principal flanco de acceso en épocas prehispá-nicas. La forma del montículo, en su largo, adopta la orientación desde la costa, al suroeste, hacia el río San Pedro, al noreste; mien-tras el referido flanco de acceso parece dirigir su frente hacia una apertura entre los ríos San Pedro y Sensunapán, en el sector sureste (Fotografías 13 y 14A).

Las curvas de nivel en el si-tio permiten distinguir una variable de 9 m.s.n.m en el sector suroeste de la propiedad, hasta los 5.5 m en el sector este con dirección al río San Pedro, y 6 m al norte con rumbo al mismo río. El arranque del montículo desde la superficie es percibido en la curva de 8.5 m s.n.m. y la parte más alta se tiene a los 13.5 m.s.n.m. Las curvas de nivel sobre el montículo (Figura 10) permiten distinguir una variable de 50 cm de elevación en un área no mayor de 5 m promedio, en el sector norte de la plataforma (curva de 9.50). Esta pequeña elevación permite sugerir la existencia de otra estruc-tura de menor tamaño sobre la plataforma en el sector norte. Po-siblemente se trate de un conjunto estructural compuesto. Al observar las curvas de nivel de 9 m en el área central del montículo, las mis-mas que corren sobre la platafor-ma, se percibe que estas cierran en este sector, creando en planta una forma arriñonada. Este hecho permitiría sugerir una depresión formada por dos estructuras, una contigua a la otra, aunque ambas sobre una misma plataforma, re-conocida esta última por la curva de nivel de 8.5 m y 8 m. La curva de 9.5 m posiblemente puede co-rresponder con la estructura de menor tamaño localizada en el

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sector norte, el mismo rasgo po-dría extenderse hacia el área de la curva de 9 m, conformando el volumen total de la estructu-ra menor sobre la plataforma. En resumen, el montículo podría in-terpretarse como una estructura compuesta por dos cuerpos arqui-tectónicos sobre una plataforma, cuya fachada principal se tiene en el flanco este (Figura 11). Con relación al sistema constructivo, por la observación al rasgo percibido en la operación A12, se infiere que la plataforma fue elaborada con tierra apisona-da o compacta, utilizando barro y materia orgánica. Es posible que esta estructura, tal como sucede con otros inmuebles de la misma época en Mesoamérica, fue edi-ficado con un sistema de cons-trucción sencillo, a base de tierra e inclusión de piedrínes. Aquí está representada por una capa sólida color café, carente de fragmentos arqueológicos. Esta estructura parece ha-ber sido construida desde un pri-mer momento, al establecerse el asentamiento, aparentemente en el preclásico medio, según la eva-luación de la cerámica. Lo ante-rior se sugiere ya que esta edifica-ción se localiza sobre el estrato de tierra café mezclada con arena, el mismo puede percibirse en toda la propiedad. La capa con arena

es un indicativo de la carencia de remanentes antrópicos. Las evi-dencias humanas percibidas en la Op. A12 se localizan precisamente sobre el rasgo arquitectónico y no bajo el mismo, lo cual parece indi-car que las actividades humanas inician paralelamente a la existen-cia de la edificación y no antes, aunque futuros estudios podrían llegar a contradecir esta postura. Los constructores se per-cataron de esta planicie y de las ventajas que otorga la geomor-fología de la zona, apta para la edificación. No se tienen suelos que permitan considerar inunda-ciones o alteraciones naturales sobre la estructura. Lo anterior de-bió dar la pauta para un estable-cimiento prolongado. Otros ejemplos de cons-trucciones de tierra en épocas preclásicas pueden verse en Casa Blanca y Trapiche, en la re-gión de Chalchuapa, en los sitios El Cambio y La Cuchilla en el valle de Zapotitán, en la Finca Rosita y Carcagua, en la región de Santa Ana, sitios del valle de Cara Sucia en la costa de Ahuachapán e in-cluso en regiones muy distantes como Kaminaljuyú en Guatema-la, entre otros. Lo anterior hace suponer que los primeros habitan-tes traían consigo el conocimien-to en la edificación de estructuras de tierra, es decir, la forma de

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Figura 9. Orientación morfológica del montículo principal. Tomado de Google Earth 2009, adaptado por Fabricio Valdivieso.

Figura 10. Vista en planta del montículo principal de Atalaya. Tomado de Toponort S. A.

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construcción del montículo prin-cipal de Atalaya no se trata de una innovación local, más bien es un procedimiento constructivo adoptado de otras partes. La variante constructiva puede tenerse en el patrón de asentamiento. Ya otros arqueó-logos lo han observado, el patrón de asentamiento de los sitios pre-clásicos varía por regiones, algu-nas exponen un mayor número de estructuras y distribuciones muy distintas. En otros casos sue-len tenerse terraplenes frente a los montículos, tal es el caso de la Fin-ca Rosita en Santa Ana. No obs-tante, los sondeos en Atalaya per-miten considerar la carencia de modificaciones al terreno o apla-nados artificiales en los sectores colindantes con la estructura, ya sean plazas, áreas de templetes u otros. La relación percibida en-tre los estratos de la Op. A11 y Op. A12 muestran una clara diferen-cia de componentes. Lo anterior puede deberse a la presencia del rasgo arquitectónico acaecido

en la Op. A12, a casi 2 metros de profundidad, bajo la Capa II. El arranque del edificio posiblemen-te se encuentre entre estas dos últimas operaciones. En esta ocasión no fue posible reconocer el estilo arqui-tectónico del inmueble, más que la propuesta emitida en base a los levantamientos topográficos. Tampoco fue posible reconocer las funciones propias de la estruc-tura y esclarecer dudas en cuan-to al sistema constructivo en el área de mayor elevación, ya que los objetivos en esta ocasión no estaban encaminados al estudio de caracteres estructurales.

El sitio Atalaya

El sitio Atalaya se localiza en un pequeño llano, con 1.7 km de norte a sur y a más de 5 km des-de el este del río San Pedro, con dirección al oeste; se encuentra limitado por el río Sensunapán, cuya planicie desvía el rumbo hacia el norte con dirección a la ciudad de Sonsonate. El llano en

Figura 11. Dibujo hipotético explicativo. Representación gráfica de la forma posible del montículo principal en base a las curvas de nivel. Dibujo por Fabricio Valdivieso.

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Figuras 12. Llano de Atalaya. (a) Zona de expansión del asentamiento. Las activi-dades antrópicas parecen orientarse con dirección a la entrada y salida al llano, al al sur y sureste del montículo principal. (b) Perspectiva de ubicación del área estructural y la dinámica gráfica en la explotación de los recursos dentro del llano. El área de estructura se encuentra en un punto intermedio dentro del llano. La fle-cha verde indica la entrada al llano, y la flecha amarilla señala la estrecha salida al mar. Tomado de Google Earth 2009, adaptado por Fabricio Valdivieso.

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Figura 13. (a) Ubicación del montículo principal, acceso al llano por las planicies del noroeste y salida al mar. Puede verse que entre el río Suncita y San Pedro, al este, se cierra la salida al mar, mientras el río San Pedro y Sensunapán al oeste permiten un limitado estrecho a la playa. En el llano de Atalaya convergen los tres ríos, propiciando tres desembocaduras. B- Límites naturales. Los ríos Sensuna-pán y San Pedro forman una barrera natural o un estrecho con apertura gradual hacia el noroeste, en la planicie costera de Acajutla. Tomado de Google Earth 2009, adaptado por Fabricio Valdivieso.

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que se localiza Atalaya está limi-tado por el río San Pedro hacia el oeste, norte y noreste, el río Sen-sunapán en el sector sur y sureste y una pequeña entrada a la pla-ya con escasos 50 m de acceso, aproximadamente, entre la bo-cana de ambos ríos, en el sector suroeste del llano (Fotografía 7B, 8A y 8B). En esta planicie conver-gen los tres ríos: Suncita, San Pe-dro y Sensunapán, propiciando tres desembocaduras en una sola bocana. Lo anterior sin duda pro-dujo una rica fuente de produc-tos marinos y de agua dulce. El marco geográfico for-mado por los ríos San Pedro y Se-sunapán en el llano de Atalaya limita el acceso hacia la región oeste, norte y sureste con direc-ción hacia los planos costeros del litoral del departamento de Son-sonate. En el sector oeste se tiene el cauce del río San Pedro ,que forma un quiebre de rumbo des-de el noroeste hacia el suroeste, hasta coincidir con el cauce del río Suncita, contiguo a la costa, cerrando los accesos al mar en este sector. El sector sureste, por el otro lado, es obstaculizado por el río Sensunapán en su salida ha-cia la planicie con dirección al li-toral. Una vía pedestre en épocas prehispánicas, sin duda, debió darse desde el valle de Sonso-nate, entrando entre los dos ríos,

San Pedro y Sensunapán, hacia el pequeño llano cerrado por ambos ríos, aprovechando el es-caso y único estrecho de salida al mar. El sitio Atalaya se localiza prácticamente al centro de este pequeño llano, entre los ríos San Pedro y Sensunapán, tal se ha dicho, y la costa. El denominado montículo principal ocupa el sec-tor noroeste del asentamiento. La orientación de la estructura pa-rece condicionarse a la disposi-ción geográfica de ambos ríos y la costa. Este entorno facilita el establecimiento del asentamien-to, aprovechando las condicio-nes del medio (Figura 13). El llano ofrece todos los recursos básicos para la subsistencia permanen-te, circundado por dos ríos como fuentes de agua fresca y alimen-tos, y sumando un tercer afluen-te: el río Suncita al oeste del río San Pedro, al mismo tiempo que se tiene un acceso controlado hacia la costa, bosques de man-gle, una planicie que facilita el desplazamiento y suelos ricos en minerales, elementos aptos para la agricultura intensiva. El acceso al llano también es un elemento propicio para establecerse, ya que esta geografía permite una vía controlada hacia otras regio-nes, regulando el comercio y la administración de recursos. En muchos sitios meso-

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americanos, el criterio de selec-ción del área para asentarse se viene dando desde el preclásico o formativo temprano, más allá de los 3 mil años, con anteceden-tes en el arcaico, cuando inicia el desarrollo de las sociedades basadas en la explotación del medio y destinadas al estableci-miento. El hábitat preferido por las comunidades preclásicas para establecerse, según se percibe, es a orillas de lagunas y manglares. Esta observación es otorgada por otros investigadores en sitios de la costa del Pacífico de Guatemala y Chiapas, aunque también en el área de Chalchuapa pueden percibirse los primeros asenta-mientos a la orilla del río Pampe y de la laguna Cuzcachapa, así como en los sitios del preclásico medio en la región del Cerrón Grande, en la cuenca media del río Lempa, buscando las fuentes de agua. Los rasgos arqueológicos percibidos en las operaciones realizadas en el Eje C y satélites permiten distinguir un área con remanentes domésticos. En la operación C17 fue localizado un rasgo in situ, en el cual se asocian una mano de moler, fragmentos de ollas y cuencos y en el mis-mo contexto se tiene una figurilla fracturada. Un rasgo comparable en donde se percibe material do-

méstico asociado con figurillas en un contexto de habitación fue en-contrado en El Matazano, un sitio preclásico, en el cantón El Tablón muy cerca de Bolinas, contiguo a la ciudad de Santa Ana. Las ex-cavaciones en El Matazano en el año 2002, fueron dirigidas por el arqueólogo que redacta y la entonces Unidad de Arqueología de Concultura. En dicho lugar no se perciben montículos más que pequeñas elevaciones, las cua-les posiblemente corresponden a remanentes domésticos. Este de-talle supone el uso de figurillas en áreas habitacionales. A juzgar por el tamaño de la estructura o montículo principal y la extensión del asentamiento, esta comunidad debió tener una estructura social jerárquica, en donde debieron convivir muchas familias. En Atalaya, las eviden-cias arqueológicas, entre rasgos y materiales, permiten creer en un asentamiento conformado por unidades domésticas distribuidas al contorno del montículo princi-pal del sitio, pero sobre todo con-centradas hacia el sector este de la estructura de mayor dominio en el área. Estas viviendas debieron edificarse con materiales pere-cederos, cuyo sustento depende de los recursos de los ríos y mar, caza, recolección y agricultura. Se trata de una economía mixta.

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En ninguna de las 66 operaciones realizadas fue posible determinar la existencia de campos de culti-vo dentro del área arqueológica. Algunos arqueólogos como Wi-lliam Fowler Jr. han sugerido para estos asentamientos tempranos la posibilidad de que los sembrados se encontrasen a los costados del núcleo urbano o en las colinas de las montañas y entre las casas; en los mismos campos de cultivo debieron encontrarse gran varie-dad de árboles frutales como el mamey, jocotes, capulines, agua-cates y morros, los cuales comple-mentaban la dieta [Fowler, 1995]. Los sondeos en Atalaya sugieren la carencia de influen-cias volcánicas en el área, sobre todo la influencia del volcán de Ilopango (TBJ) en el clásico tem-prano (420 d.C.), cuya ceniza es común encontrar en otros sitios preclásicos de El Salvador. En este caso, el sitio debió ser desocupa-do en el preclásico tardío sin que se volviese a percibir un rebrote de actividad humana en el área por muchos siglos. Aún no han sido esclare-cidos los motivos que propiciaron el abandono de Atalaya, como en otros sitios preclásicos de la región, aunque algunos arqueó-logos han creído en la migración propiciada por el agotamiento de los recursos y la llegada de

nuevos grupos invasores en toda la zona occidental y central del país. Estos argumentos podrían representar factores que consoli-darían la región en un nuevo ho-rizonte cultural dentro del período clásico, aunque Atalaya se vio en abandona aparentemente hasta la colonia.

Aporte teórico

Según la evaluación tipológica y la morfología de artefactos, Atalaya existió hacia el período preclásico medio y tardío. La ce-rámica se percibe dentro de los complejos Colos (900-650 a.C.), Kal (650-400 a.C.), Chul (400-200 a.C.) y Caynac (200 a.C. – 200 d.C) definidos por Robert J. Sharer para la región de Chalchuapa. El marco temporal de Atalaya con-trasta con las fases Las Charcas (900/750-600 a.C), Majadas (600-500 a.C.), Providencia (500-200 a.C.), Verbena (200-100 a.C.) y Arenal (100 a.C.-200 d.C.) en Tri-nidad-Kaminaljuyú en los altos de Guatemala [Velazquez Muñoz, 2009]; Miraflores entre el 100 a.C y 250 d.C. [Sharer y Demarest, to-mado de Fowler, 1995]; Jocotal y Duende en la costa de Chiapas; Jocotal, Conchas y Crucero en

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Figura 14. Hipotético reconstructivo de rasgo doméstico encon-trado en El Matazano, Santa Ana. Esta escena expone una pie-dra de moler con su mano, vasijas domésticas, presunto material constructivo y una figurilla todo en un mismo contexto. Dibujo por Claudia Alfaro, informe por Fabricio Valdivieso, Concultura, 2002.

Figura 15. Una visión hipotética de Atalaya en el preclásico tardío. Recreación digital por Fabricio Valdivieso.

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Figura 16. Sitios arqueológicos preclásicos en la zona occidental de El Salvador. Por Fabricio Valdivieso

Figura 17. Perfil a escala del Montículo Principal. Dibujo y adapta-ciones: Fabricio Valdivieso. Calco: Julio Alvarado.

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El Mesak, y Jocotal y Crucero en Salinas La Blanca, estos últimos en la costa del Pacífico de Gua-temala [Pye, 1992]. Los estudios en las aldeas más tempranas han permitido el descubrimiento de nuevos complejos cerámicos en las diferentes regiones de la cos-ta del Pacífico desde Chiapas, la costa occidental, central y centro oriental de Guatemala, hasta la costa oriental entre Santa Rosa y El Carmen en los territorios guate-malteco y salvadoreño, respec-tivamente (ver mapa de Arroyo, 2001: 2). Atalaya debió formar par-te de las redes de comercio e in-teracción regional de la época. Lo anterior es percibido en la ce-rámica, figurillas, obsidiana y otros atributos que no son propios o exclusivos para esta comunidad. Sus contactos parecen verse vin-culados con sitios en la región de Chalchuapa y Santa Ana, la re-gión del valle de Cara Sucia, la cordillera de Apaneca y el valle de Zapotitán, o incluso formar par-te del intercambio con Kaminalju-yú, Bilbao, Monte Alto y Vista Her-mosa en Guatemala, incluyendo su participación en el comercio de obsidiana proveniente de las fuentes de Ixtepeque y Chayal. Atalaya, en la región cos-tera del departamento de Sonso-nate, geográficamente se inte-

gra a las redes de contacto más próximas, localizadas en el valle del río de Cara Sucia, a menos de 20 kilómetros hacia el occidente en la costa de Ahuachapán. En este último valle, la planicie coste-ra se reduce a 8 kilómetros de an-cho, lo suficientemente estrecho para que los antiguos habitantes pudiesen explotar de manera permanente los recursos, estable-ciéndose en la zona durante un largo período [Fowler, 1995]. En dicha región han sido registrados al menos una decena de sitios preclásicos dentro de todas las subfases: temprana, media y tar-día [Fowler, 1995; Paredes Umaña, 2008]. Muchas de estas aldeas arqueológicas subsisten próximas a manglares, agua dulce y recur-sos del mar. En dicho sector se localiza uno de los asentamien-tos más remotos registrados en El Salvador: El Carmen, del período preclásico temprano, cuya fecha más antigua se tiene en 1,470+-90 d.C. según C14 [Arroyo, Dema-rest y Amaroli, 1993], asignado al complejo Bostán (1,400 – 1,200 a.C.), una variante de la fase Lo-cona de Chiapas. Conforme a la cerámica de otros sitios en Guate-mala, Barbara Arroyo sugiere que al parecer cada región compar-tió las principales características del formativo temprano a lo largo de la costa, pero individualmente

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desarrollaron otras características propias [Arroyo, 1997]. Los primeros pobladores de Atalaya, en el preclásico me-dio, sin duda provenían de algu-na región próxima, con antece-dentes del preclásico temprano, aunque no se tienen pruebas de ello más que la inmediata edifi-cación de un montículo de tierra en la zona. Los edificios de tierra efectivamente tienen trascen-dencia hacia épocas anteriores, lo cual puede percibirse en El Car-men, donde se tienen pruebas de construcciones a base de barro compactado y separadas por re-llenos de barro con arena [Arroyo, Demarest y Amaroli, 1993: 241], si-tio que consta de un solo montí-culo. Barbara Arroyo ha sugeri-do para la costa de Guatemala, la existencia de sociedades con heterarquía igualitaria en las épo-cas más tempranas. Este sistema de heterarquías podría haber existido en varias comunidades de la época, donde los indivi-duos debían integrarse mediante conexiones sociales a un sistema grande de colaboración, con el objeto de garantizar el acceso a las zonas con abundancia de re-cursos disponibles. Luego, aque-llos pobladores se movían de un sitio a otro, al gastar los recursos del lugar [Arroyo, 2001]. Para el

preclásico medio este sistema debió verse más corrompido, con el advenimiento de las especiali-zaciones y un sistema social más estratificado en donde los recur-sos debieron sujetarse a otras normas de control más desarro-lladas. La estratificación social puede percibirse en la diversidad de artefactos cerámicos, la obsi-diana y el volumen de las estruc-turas, las cuales parecen sugerir un aumento de población con jefaturas más complejas. Para el preclásico medio se tuvo un ma-yor control de los recursos agríco-las y el desarrollo de técnicas de producción, mientras aumentan las tradiciones cerámicas hacia el preclásico tardío, este último como un preludio a los grandes avances del período clásico en Mesoamérica. Según William Fowler, es a partir del preclásico medio, aproxi-madamente 1000-900 a.C., con una base de subsistencia ya esta-blecida, cuando ocurre una fuer-te expansión demográfica en el occidente y en la zona central del país, posiblemente relacionada con la introducción y el desarro-llo de nuevas variedades de maíz más productivas [Fowler,1995]. En El Salvador el centro más des-tacado de la época es Chal-chuapa. Fowler considera que alrededor del 500-400 a.C., la ex-

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pansión demográfica se percibe considerablemente en las zonas de tierra caliente, por debajo de los 1,000 metros de altitud y en aquellas de tierra templada has-ta los 1,400 metros, percibiéndose un incremento considerable en el número de sitios, ampliándose con ello los contactos interregio-nales y desarrollándose una serie de nexos culturales a través del sureste de Mesoamérica, uniendo el occidente de El Salvador con las tierras altas centrales de Gua-temala durante el preclásico tar-dío [Ídem]. Atalaya debió formar parte de este fenómeno regional en el cual podría explicarse su ori-gen y trascendencia. Un criterio para el estable-cimiento en esta área puede de-berse, además de la abundancia de recursos proporcionado por las zonas costeras y un terreno plano y fértil, a la adecuada geografía cerrada por dos ríos, con un ac-ceso controlado en el sector este y un acceso o salida controlado al mar. Para muchos especialis-tas, en el preclásico tardío la gue-rra ya jugaba un importante rol dentro de las dinámicas sociales, por lo que era importante asen-tarse en tierras estratégicas, don-de se facilitara el control de los recursos. Atalaya, al encontrarse cerrada por dos ríos, de manera teórica, se limitaría el acceso por

determinadas áreas.

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184 La Universidad

nistración del Patrimonio Cultural.

Créditos

Agustín NúñezAsistente en campo y gabineteDibujo arqueológico

José Feliciano RamosAsistente en campo y gabineteFotográfica en campo

Julio AlvaradoAsistente en gabineteCalcos y diagramaciónIlustraciones

Hugo ChávezAsistente en gabineteDibujo de materiales

TOPONORT El Salvador SA de CV.Servicios de Topografia

José Atilio Vasquez Asistencia en el dibujo de planos

Google EarthFotografía satélite

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La Universidad 185

Introducción

El presente ensayo se enfoca en el análisis de la evidencia cultural re-cuperada en el sitio La Laguneta, ubicado en el oriente de El Salva-dor. Los resultados aquí presenta-dos son producto de programas de levantamiento de mapas, ex-cavación y análisis cerámico rea-lizados entre los años 2006 y 2007 [Amador 2007, 2009, 2011, Amador et. al., 2007], por un equipo que incluyó estudiantes de la Universi-dad de El Salvador, la Universidad Tecnológica y la Universidad Es-tatal de Georgia. El proyecto fue dirigido por Fabio Esteban Amador con la asistencia y colaboración de las antropólogas Paola Gar-nica, Rosa María Ramírez y el ar-queólogo Jeffrey B. Glover.

El sitio La Laguneta fue do-cumentado inicialmente durante un reconocimiento regional de Oriente por el equipo del Proyecto Atlas Arqueológico de la Región Oriente de El Salvador [Amador 2007, 2009]. Luego de consultar el registro nacional de sitios arqueo-lógicos e informes disponibles en el Departamento de Arqueología de la Secretaría de Cultura, se de-cidió hacer una investigación que explorara dimensiones culturales, temporales y estilísticas para exa-minar las diferencias y similitudes existentes entre sitios en Oriente y Occidente (por ejemplo Quelepa, Grupo Tazumal, Los Llanitos, Loma China y San Andrés). Además de llevar a cabo un levantamiento arquitectónico de las estructuras, también se realizaron pozos de

La Laguneta, sitio arqueológico de Oriente:Un estudio del Paisaje Cultural

Fabio Esteban Amador

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sondeo en diferentes áreas, con el propósito de fechar las estructu-ras, documentar contextos intac-tos, así como obtener artefactos de los períodos de ocupación del sitio. A continuación se presenta un análisis de parte de los compo-nentes arquitectónicos y un análi-sis cerámico comparativo.

Geografía Cultural

El sitio La Laguneta se encuentra ubicado en el departamento de Usulután, República de El Salva-dor. La zona donde se ubican las estructuras que componen el sitio se encuentra delimitada ha-cia oriente y sur por el Río Gaspar,

el cual desemboca hacia el oc-cidente en el Río Lempa. Aproxi-madamente 15 estructuras y 13 rasgos arquitectónicos constitu-yen el sitio, estos están dispuestos en un área relativamente plana que se extiende por unas 10 hec-táreas. Las estructuras visibles so-bre la superficie incluyen: un jue-go de pelota, una acrópolis con varias superestructuras en forma de pequeños montículos, plazas rodeadas de montículos con es-calinatas, estructuras circulares y otros rasgos aún no definidos. En total, el área construida de La La-guneta cubre un espacio relativa-mente similar al sector occidental de Quelepa [Andrews, 1976].

Figura 1. Mapa topográfico del sitio Laguneta sobrepuesto en foto aérea. Mapa por Jeffrey B. Glover y fotografía aérea por CNR.

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Paisaje Arquitectónico

El paisaje cultural construido es dinámico y demuestra procesos de organización espacial, adap-tación geográfica, forma y orien-tación. Por lo tanto, lo que apre-ciamos en el presente del sitio es el fruto de múltiples cambios en construcciones y modificaciones a lo largo de más de mil años. El si-tio cambia su forma en función de quien maneja el poder y a su vez, estos cambios de poder generan otras nociones de cosmovisión, ritual, áreas de festejos privados de las elites y comunitarios, zo-nas de comercio, talleres, vivien-das, plazas abiertas y espacios sagrados. Todos estos espacios funcionan dentro de una visión común. Con el paso del tiempo se integran nuevos elementos, se ajustan los paisajes y se reinterpre-ta el espacio. Esto es significativo porque es aquí donde se pueden notar grandes y menores influen-cias culturales, rupturas en redes de intercambio e interacción, así como detalles de la vida de la co-munidad que se identificaba con este sitio en diferentes tiempos.

Acrópolis

La acrópolis es una estructura escalonada con una base de aproximadamente 100 m cuadra-

dos que se eleva un promedio de 6 m de altura. Este gran montícu-lo domina el margen oriental del sitio y colinda con el río Gaspar, es decir, formalmente solo se te-nía acceso principalmente por medio de escalinatas al costado occidental (y posiblemente norte y sur) de la acrópolis. Pensamos que el lado norte no tuvo esca-linatas ya que el ángulo es muy inclinado. De la misma forma, el lado sur está muy cerca de otras estructuras que rodean la plaza mayor y solamente el lado occi-dental tiene un acceso libre ha-cia la parte interna del sitio. Sin embargo, creemos que estos ac-cesos pudieron estar activos en diferentes períodos y optamos por el acceso desde una esca-linata en el costado occidental, ya que también este acceso se puede observar en pequeñas es-tructuras que rodean la plaza. La estructura fue denominada como acrópolis debido a que es la es-tructura dominante del sitio y de mayor envergadura e inicialmen-te pensamos que esta estructura fue el centro cívico-religioso del sitio. Sobre su superficie eleva-da se encuentran varios rasgos, incluyendo dos super-estructuras de forma piramidal de unos 5 m de altura en sus costados sur y oriente. También se pueden ob-servar pequeños rasgos en for-

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Figura 2. Mapa topográfico del sitio Laguneta, el cual demuestra la ubicación de estructuras y pozos de sondeo. Mapa por Jeffrey Glover.

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ma de estructuras recto-lineales y perimetrales en el costado norte en los márgenes norte, poniente y sur. Consideramos que esta es-tructura, por su forma y volumen, probablemente representa una de las estructuras más tempranas del sitio, tal como lo indicaron los fragmentos cerámicos recupera-dos de tres pozos de sondeo so-bre la acrópolis. De igual forma, las estructuras tempranas (Uapa-la) de Quelepa son similares en dimensión y estilo [Andrews,1976].

Gran Plaza

La plaza es el espacio central del sitio. No se sabe con certeza cuá-les son los límites de la plaza, pero se expande por un área de gran dimensión. La plaza es un área re-lativamente plana delimitada en su extremo oriente por una serie de montículos (Estructuras 4,5,6,7 y 8, ver mapa) y el río Gaspar. Una pequeña estructura (E-4) parece demarcar la esquina sur-oriente del sitio y de la plaza. Su extre-mo sur también esta demarcado por el curso del río Gaspar. Hacia el occidente no son visibles otros montículos hasta llegar a una muy larga estructura que escapa identificación por su inusual forma y disposición (E-11). El rasgo ‘cen-tral’ de la plaza es un montículo (E-2), el cual se encuentra aislado

de otros grupos y aún se desco-noce su función en la plaza. Este montículo no fue excavado du-rante la investigación. El extremo norte de la plaza está demarca-do por el juego de pelota. En to-tal, estimamos que la plaza tiene un mínimo de 200 metros cuadra-dos en su totalidad.

Grupo Oriental

El grupo oriente está compuesto por montículos relativamente pe-queños, pero que con seguridad tuvieron una función esencial en el sitio (Estructuras 4,5,6,7 y 8, ver mapa). Directamente al sur de la acrópolis se encuentran tres estructuras (E-6,7 y 8) las cuales están perfectamente separadas entre las mismas (aproximada-mente 25 metros) y orientadas 15 grados al oriente del norte, la mis-ma orientación de la acrópolis, el juego de pelota y la estructura en el extremo occidente. La estruc-tura E-7 es el montículo central y curiosamente también está ali-neado con la estructura central de la plaza (E-2). Este montículo fue excavado en su acceso lateral que da hacia la plaza. El propó-sito de estos pozos de sondeo fue de verificar la existencia de una escalinata u ofrendas conmemo-rativas de la estructura. También queríamos documentar cómo la

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plaza y la estructura se integraron. Lastimosamente, la mala condi-ción de la estructura no permitió encontrar escalinatas in situ, sin embargo, encontramos significa-tivos rasgos que evidenciaron di-versos niveles o gradas. Posible-mente lo más significativo de esta estructura fue la recuperación del cuello de un incensario espigado identificado como Púas Lolotique, fragmento grande de incensario que, según Andrews, usualmente se encuentra al pie de escalina-tas, depositados como ofrenda y sin evidencia de un uso anterior. Es muy posible que esta vasija fuera utilizada por los habitantes de La Laguneta para conmemo-

rar algún evento de gran impor-tancia en la antigua ciudad. Lo curioso también es que esta ce-rámica ha sido fechada a la fase Lepa [Andrews, 1976] o periodo clásico tardío, cuando Quelepa, entre otros sitios, evidencia una influencia externa de gran impor-tancia. ¿Por qué fue importante o simbólico utilizar un incensario de manufactura local en una con-memoración que marca el inicio de una nueva era por líderes que, de acuerdo a Andrews, provie-nen de lejos? Es posible que fue-ra por respeto a los antepasados, paso de poder de los antiguos a los nuevos gobiernos, acto sim-bólico de transferencia o simple-

Figura 3. Fragmento de Incensario Espigado Tipo: Puas Lolotique encontrado durante las excavaciones de la Estructura E-7 en Laguneta.

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mente que la gente no cambió su identidad, solo su ideología. Te-mas de gran importancia que se exponen aquí para abrir el deba-te en la comunidad de estudiosos de la Prehistoria de El Salvador y Oriente.

Juego de Pelota

Ubicado en el sector norte-cen-tral del sitio, se encuentra el Jue-go de Pelota. Esta estructura está orientada 15 grados al oriente del norte, una desviación notable en todas las estructuras del sitio, al igual que el juego de pelota de Quelepa [Andrews, 1976], Los Llanitos [Longyear, 1944] y Salto El Coyote [Amador, 2007, 2009]. La forma del juego de pelota es la clásica forma I, con una distan-cia norte-sur de 80 m y este-oeste de 40 m aproximadamente. Las estructuras alargadas y paralelas tienen 2 metros de altura. Las ter-minaciones norte y sur están de-marcadas por un muro angosto y de poca elevación, pero que delimita las terminaciones per-fectamente y aunque ha sufrido muchos daños por actividades agrícolas y el paso del tiempo, este rasgo es aún visible. Las ex-ploraciones realizadas en el jue-go de pelota demostraron una estructura severamente dañada por el paso del tiempo. Solamen-

te pequeños fragmentos de cal en las superficies inclinadas que dan hacia la parte interna de la estructura fueron testimonio de su antiguo acabado exterior. Tam-bién se ubicó un piso de piedras toscamente puestas en la par-te superior de la estructura. Un pozo de sondeo, ubicado sobre la parte superior de la estructura longitudinal oriente, demostró un piso superior sin previas etapas constructivas, ya que un relleno sólido fue el componente de este pozo de casi dos metros de pro-fundidad. Esta es nuestra primera pista sobre la temporalidad del sitio, ya que los juegos de pelota son escasos en Oriente y hasta la fecha, los existentes, aparte de La Laguneta, se encuentran en Que-lepa [Andrews, 1976], Los Llanitos [Longyear, 1944] y Salto Coyote [Amador, 2009, 2011]. El juego de pelota es defi-nitivamente un rasgo arquitectó-nico mesoamericano, que hace su aparición en el oriente de El Salvador en el período clásico tardío [Andrews, 1976]. Por lo me-nos existen tres sitios con juegos de pelota en Oriente, los cuales han sido fechados a este perío-do, por lo que Andrews argumen-ta que es parte de la llegada de una nueva identidad del centro de México. Esta nueva identidad incluye elementos como hachas,

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yugos y palmas, que han sido en-contradas en Quelepa pero no en La Laguneta. Motivos tallados incluyen nuevas representaciones de deidades como Ehecatl, dios del viento, el cual parece ser una re-interpretación de Quetzalcóatl en el clásico tardío. También exis-te evidencia de una influencia tecnológica en la aparición de cerámica Tohil Plomizo, Nicoya y otros grupos cerámicos produc-to de intercambio a largas dis-tancias con la región de Centro América.

Otros rasgos

Al extremo poniente del sitio se encuentra una estructura alarga-da de unos 100 metros de largo, orientada hacia la misma direc-

ción que todas las estructuras del sitio, 15 grados al oriente del nor-te. Lo curioso de esta estructura es su elevación máxima la cual se encuentra en el centro de la misma, a unos 6 m de altura, sin embargo, la estructura es extre-madamente angosta, tenie un promedio de 10 m de ancho en todo su cuerpo. Es posible que exista evidencia de una escali-nata asociada con la parte más alta y central de esta estructura, lo que podría convertirla en una especie de entrada formal hacia la gran plaza. Otros rasgos simi-lares a muros perimetrales fueron detectados en la esquina noro-riente y sur del sitio, sin embargo, las limitantes de la temporada de campo no permitieron investigar estos rasgos.

Figura 4. Comparación de Dimensiones y Orientación General de los Juegos de Pelota en Oriente. De izquierda a Derecha: A-Quelepa, B-La Laguneta, C-Los Llanitos, D-Salto El Coyote.

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Análisis cerámico

El proceso de análisis de las mues-tras recuperadas durante las ex-cavaciones fue llevado a cabo en el un Laboratorio establecido durante el estudio en el Instituto de Estudios Históricos, Arqueológi-cos y Antropológicos (IEHAA) de la Universidad de El Salvador, con el objetivo de establecer una cro-nología preliminar y obtener una muestra de los diferentes rasgos culturales que sobresalen en la producción, el diseño y las formas

cerámicas que cada grupo social elabora. El estudio de los materiales recuperados de las 7 unidades de sondeo produjo un total de 2,345 tiestos. La mayoría de estos tiestos fueron recuperados de contextos mixtos y demostraron una gran fragmentación y pobre conserva-ción de las superficies exteriores e interiores, lo cual obstaculizó la identificación de muchos de estos materiales por falta de elementos diagnósticos.

Figura 5. Antropóloga Rosa María Ramírez estudia cerámica re-cuperada de las ex-cavaciones en Lagu-neta.

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194 La Universidad

Metodología empleada en el análisis cerámico

El método de análisis utilizado para el estudio de la cerámica fue el sistema ‘tipo-variedad’. Este sistema funciona con materiales fragmentados o completos que provienen de superficie o estratos culturales de sitios arqueológicos y que contienen numerosos atri-butos, los cuales pueden ser ana-lizados de acuerdo a sus propias características y a los objetivos del investigador [Robles Castella-nos, 1990]. El sistema de análisis tipo-variedad ha sido y sigue sien-do utilizado en análisis cerámico en Mesoamérica, especialmente en el área maya. La ventaja de este sistema es que permite rea-lizar estudios comparativos entre diferentes complejos cerámicos a nivel regional e interregional, entre los diferentes tipos y varie-dades que son definidos y/o iden-tificados por cada sitio. Asimismo, la comparación de tipos y varie-dades permite establecer posi-bles conexiones cerámicas entre diferentes sitios y áreas culturales. El estudio cerámico de La Laguneta se relaciona estrecha-mente con el trabajo de Andrews [1976] en Quelepa, departamen-to de San Miguel. El trabajo semi-nal de Andrews provee el único ejemplo en la región Oriente del

uso de cerámica para establecer una cronología regional y nues-tra identificación y clasificación se realizó en base a las identifi-caciones, descripciones y análisis del material utilizado por Andrews [1976]. Se tomó como base no solo la clasificación cerámica he-cha por el autor, sino también la nomenclatura usada en el estu-dio. Andrews presenta una versión modificada del sistema Tipo-Variedad que varía del for-mato original en dos puntos:• los nombres se refieren a uni-

dades que se asemejan a gru-pos de cerámica, más que a tipos de cerámica;

• los nombres de variedades es-tán eliminados.

Resultados

El análisis tipo-variedad ha encon-trado la presencia de 40 grupos cerámicos, 15 tipos cerámicos y 1 variedad cerámica. Estos grupos cerámicos demuestran una cro-nología preliminar que abarca el preclásico medio y el preclásico tardío, el clásico temprano y clá-sico tardío, incluyéndose grupos Café Negro Pinos, para los preclá-sicos medio y tardío, Moncagua Ordinario para el clásico tem-prano; y grupo Rojo Sirama para el clásico tardío. Es importante

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La Universidad 195

Grupo Tipo Variedad Fase cerámica

Fre-cuencia

Guaymango Guaymango rojo sobre crema

Guaymango Kal-Chul (700 a 200 a.C) 4

Izalco Usulután Izalco Usulután pintado de rojo

Uapala (500-400 a.C. al 150 d.C)

1

Probablemente relacionado a Izalco Usulután

Incisión burda Uapala (500-400 a.C. al 150 d.C)

1

Café Negro Pinos Café Negro Pinos Uapala (500-400 a.C. al 150 d.C)

12

Café Negro Pinos Café Negro Pinos pinta-do de rojo

Uapala (500-400 a.C. al 150 d.C)

3

Rojo sobre anaran-jado

Uapala (500-400 a.C. al 150 d.C)

3

Moncagua Ordinario Filete Impreso Shila (150-625 d.C.) 1

Rojo Sirama Temprana Shila (150-625 d.C.) 9

Rojo Sirama Temprana con filete punzonado

Shila (150-625 d.C.) 2

Rojo sobre blanco Zamorano

Shila (150-625 d.C.) 6

Obrajuelo Ordinario Incisión ancha Lepa (625-1000 d.C.) 1

Obrajuelo Ordinario Modelado Lepa (625-1000 d.C.) 2

Probablemente relacionado a Obraj. Ordinario

Incisión fina y punzo-nado

1

Rojo Sirama Lepa (625-1000 d.C.) 198

Rojo Sirama Incisión fina Lepa (625-1000 d.C.) 1

Púas Lolotique Lepa (625-1000 d.C.) 13

Púas Lolotique Espinada compleja Lepa (625-1000 d.C.) 4

Blanco Guayabal Lepa (625-1000 d.C.) 21

Blanco Guayabal Incisión Ancha Lepa (625-1000 d.C.) 1

Engobe blanco no definido

Rojo sobre blanco Delirio

Lepa (625-1000 d.C.) 10

Anaranjado sobre blanco Taisihuat

Lepa (625-1000 d.C.) 17

Polícromo Quelepa Lepa (625-1000 d.C.) 34

Probablemente Poli-cromo Los Llanitos

Lepa (625-1000 d.C.) 12

Polícromo Tecomatal Lepa (625-1000 d.C.) 2

Policromo engobado de blanco

Lepa (625-1000 d.C.) 13

Tabla 1. Grupos cerámicos que fueron identificados durante el análisis de los materiales recuperados del sitio Laguneta en orden cronológico

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196 La Universidad

mencionar que se crearon varios grupos provisionales para un con-junto de tiestos que no concuer-dan con los grupos descritos por Andrews [1976] para el sitio Que-lepa, Beaudry para el sitio Asan-yamba [1982] o incluso grupos descritos por Sharer [1978] para Chalchuapa. A continuación se presentan los grupos clasificados y la fase cerámica donde han sido ubicados temporalmente por Sharer [1978] y Andrews [1976].

Cronología

Consideramos de gran impor-tancia el establecimiento de la contemporaneidad del sitio, prin-cipalmente con los grupos esta-blecidos para la cronología de Quelepa por Andrews [1976], ya que solamente 30 kilómetros sepa-ran a estos dos importantes sitios.

Complejo Uapala

La historia cultural del sitio inicia durante el período preclásico medio-tardío, tal como lo ejem-plifican los grupos cerámicos aso-ciados a la fase Uapala de Quele-pa, fechados entre 500 y 400 a.C. a 150 d.C. Los grupos más repre-sentativos de esta etapa formati-va del sitio La Laguneta son Izal-co Usulután y Café Negro Pinos. El Izalco Usulután es muy común

en Oriente, específicamente en contextos del preclásico tardío y proto-clásico. Andrews [1976] ha reportado casi un 50 % de su mues-tra de Quelepa de la fase Uapala con este componente cerámi-co, sin embargo, es Sharer [1978] quien encuentra grupos más tem-pranos asociados a la cerámica Kal, fechada entre 800 y 500 a.C. en Chalchuapa. De igual forma, el grupo Café Negro Pinos fue en-contrado en Quelepa como en Chalchuapa durante el preclá-sico tardío. Estos grupos no sola-mente sirven para identificar una primer etapa constructiva en La Laguneta, sino también son útiles para evidenciar el establecimien-to de redes de intercambio que abarcaban no solamente oriente, sino el occidente y Chalchuapa. De hecho, tanto Izalco Usulután como Café Negro Pinos tienen una considerable distribución en el altiplano de Guatemala. La evi-dencia sugiere que los habitantes de La Laguneta participaron en redes de intercambio e interac-ción con la región oriental con si-tios como Quelepa, así como con sitios de occidente, la zona de Chalchuapa y el altiplano Guate-malteco, en sitios como Kaminal-juyú, durante el preclásico tardío. Estas tempranas muestras fueron recuperadas de exploraciones de sub-estructuras sobre la acrópolis,

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donde se encontraron mixtos con un relleno estructural interno.

Complejo Shila

Un segundo período de ocupa-ción fue documentado para el período clásico temprano, evi-denciado por los grupos Mon-cagua Ordinario y Rojo Sirama, variedad temprana. Pocos frag-mentos de estos grupos fueron identificados, lo cual se ha inter-

pretado como evidencia de una posible despoblación general de la región, debido a la erupción volcánica de Ilopango [Sheets, 1984]. Las evidencias cerámicas diagnósticas de la fase Shila de Quelepa también son evidentes en Laguneta, de hecho, conside-ramos que la acrópolis evidencia varios episodios constructivos y posiblemente fue creciendo en volumen a través el tiempo. Los pocos fragmentos de la fase Shila

Figura 6. Muestra Ce-rámica del Complejo Uapala en Laguneta. A. Izalco Usulutan, B. Café Negros Pinos

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Figura 7. Muestra Ceramica del Complejo Shila. A. Moncagua Ordinario. B. Rojo Sirama – Variedad Temprana

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Figura 8. Muestra Cerámica del Complejo Lepa. (A) Obrajuelo Ordinario. (B) Rojo Sirama. (C) Puas Lolotique. (D) Quelepa Policromo. (E) Los Llanitos Polícromo.

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en La Laguneta forman parte de un patrón durante el clásico tem-prano en oriente, lo cual indica una ruptura en las redes de inter-cambio e interacción con el área occidental y maya, ya que pocos son los fragmentos diagnósticos que se han encontrado de esta última región en contextos fase Shila en oriente. Es posible que durante este importante periodo de transición cultural se establecie-ran nuevas identidades regionales que más que incorporar, excluyen las regiones aledañas (tal como los centros mayas) e incorporan a la vez, atributos de la periferia sur-oriental mesoamericana. Es probable que durante el período clásico temprano, los habitantes de La Laguneta se interesaran en consolidar sus esfuerzos y crear un sitio de gran importancia, posible-mente equivalente a Quelepa. No podemos verificar una rivalidad, pero seguramente los recursos na-turales y otros estuvieron en juego durante este importante período ya que entonces se inician los gran-des proyectos de construcción evi-denciados en toda la región. No obstante, estamos seguros de que estas interpretaciones tomarán un rumbo más acertado con la con-tinuidad del programa de explora-ción y excavación del sitio.

Complejo Lepa

El último período de ocupación del sitio está relacionado con materiales cerámicos diagnósti-cos asociados a la fase Lepa de Quelepa. Los grupos más repre-sentativos son Obrajuelo Ordina-rio, Rojo Sirama, Púas Lolotique, y los Polícromos Quelepa y los Llani-tos. Lo más asombroso de nues-tros resultados es el porcentaje de fragmentos de la fase Lepa que fueron identificados y la compa-ración con los otros dos períodos de ocupación de los sitios. El 89 % de los materiales cerámicos iden-tificados del sitio La Laguneta has-ta el momento están fechados para el período clásico tardío. Una comparación en-tre ambos sitios, Quelepa y La Laguneta, para este período es importante, ya que ambos sitios comparten grupos cerámicos, un incremento en la construcción de diferentes elementos arquitectó-nicos como el juego de pelota en ambos sitios y los grupos arqui-tectónicos sur en La Laguneta y el grupo Occidente en Quelepa. Los pozos de sondeo ubicados en el grupo sur de La Laguneta dan a conocer un aspecto ritual del sitio, ya que al inicio de sus escali-natas encontramos grandes frag-mentos de incensarios espigados y grandes cuchillos posiblemente

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en conmemoración de un nuevo período en el sitio. De igual for-ma los encontramos en el grupo occidental de Quelepa, pese a una importante diferencia. Los escondrijos de Quelepa contuvie-ron elementos de carácter ritual que han sido identificados como objetos de un culto del centro de México [Andrews, 1976], especial-mente encontrados en el com-plejo Yugo-Hacha-Palma, aso-ciados al juego de pelota, y las importantes palmas con relieves de Ehécatl. ¿Qué significan estos elementos foráneos en Quelepa? Para Andrews, estos elementos significan el inicio de una nueva era, un nuevo orden y una nue-va cosmovisión foránea. A pesar de la importante intrusión cultural en esta región por probables mi-grantes, el sitio sufre un repentino abandono durante el siglo X. En La Laguneta, no hemos podido encontrar ningún rasgo asociado con estas intrusiones culturales del clásico tardío, sin embargo nues-tras investigaciones fueron limita-das en comparación a Quelepa y la falta de estos materiales en nuestra colección no excluye la probable existencia de estos.

Conclusiones

Este ensayo ha dado a conocer brevemente las características arquitectónicas y cerámicas del sitio La Laguneta durante los pe-riodos preclásico tardío, clásico temprano y clásico terminal. El enfoque, sin embargo, es en la fase Lepa de La Laguneta con un énfasis en la forma y distribución de la arquitectura, así como un análisis comparativo de la cerá-mica y depósitos especiales en ambos, La Laguneta y Quelepa. ¿Qué significa la evidencia hasta ahora recuperada? La fase Lepa durante el clásico tardío se encuentra es-trechamente relacionada con cambios significativos en la dis-tribución de estructuras, orienta-ción, forma y volumen [Ashmoo-re, 2011]. Nuevos conceptos de espacios incluyeron plazas rodea-das de estructuras o grupos de patio y la adición del juego de pelota como marcador simbó-lico de una nueva comunidad y posible cosmovisión. Más aún, los materiales cerámicos y líticos encontrados en ofrendas espe-ciales o escondrijos en La Lagu-neta, como en Quelepa, sugieren nuevas afiliaciones culturales. En Quelepa existe evidencia de una interrupción en las tradiciones lo-cales y la imposición de patrones

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más ‘mesoamericanos’, los cuales reflejan una influencia del occiden-te hacia la zona oriental. Pero en La Laguneta, la escala y la magnitud de la influencia no parece ser igual.

Desplazamiento Lateral

Desplazamiento lateral es un con-cepto que ha sido definido por Ashmoore como un correlativo de nuevos episodios de ocupacio-nes y las posibles razones por tales

cambios [Ashmoore, 2011]. Este concepto también ha sido utilizado para explicar cambios en la ela-boración arquitectónica de sitios, abandono de construcción, hiato ocupacional, entre otros cambios que se dan en vista de la llegada de nuevos líderes los cuales impo-nen su ideología, transformando el paisaje cultural, pero sin borrar las huellas de sus predecesores. En el caso de Quelepa (ver mapa) se pueden observar cambios dra-

Figura 9. Comparación de Desplazamiento Arquitectónico en Quelepa y en La Laguneta. (A) Mapa de la porción central del Sitio La Laguneta [Glover. En Ama-dor, 2009]. (B) Porción central de la Ocupación Lepa en la zona ocidental de Quelepa [Andrews 1976].

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máticos al inicio de la fase Lepa, especialmente, se evidencia una fase constructiva al lado occiden-tal del sitio, la cual desde esta eta-pa está separada del previo centro ceremonial por la quebrada Agua Zarca. El desplazamiento lateral en este ejemplo se puede observar en dos formas: una, las construcciones previas en Quelepa no son destrui-das y son poco modificadas, espe-cialmente las grandes plataformas orientales; sin embargo, surgen mu-chas pequeñas estructuras en el lado occidental del sitio. El grupo sur está demarcado por la Estructu-ra 29, la cual demuestra una nueva orientación (hacia el occidente) que también lo refleja el juego de pelota, ubicando el nuevo extremo norte del sitio. Ambas estructuras es-tán orientadas 15 grados al este del norte, al igual que los arreglos espa-ciales en La Laguneta. Es notoria la importancia de la integración de nuevos arreglos y espacios impor-tantes en el sitio, tal como se obser-va en el juego de pelota de Quele-pa donde la estructura occidental es parte de una antigua plataforma de la fase Shila [ver mapa, Andrews, 1976]. El grupo sur de La Laguneta demuestra un arreglo importante en la expansión arquitectónica del sitio, además de la orientación y el acceso de las estructuras, las cuales evidencian una proyección hacia

el occidente. De la misma manera, el juego de pelota que fue construi-do durante la fase Lepa con una orientación de 15 grados al oriente del norte, al igual que en Quelepa [Amador, 2009, 2011]. En varios ca-sos (e.g. Copán, Chalchuapa), la llegada de un nuevo gobernante significa el inicio de un periodo de construcción que refleje las nuevas tendencias, sin embargo, la arqui-tectura existente en estas ciudades sigue siendo una importante eviden-cia del pasado y su relación con el presente. El hecho que la arquitec-tura asociada a antiguos gobernan-tes no haya sido destruida, sugiere respeto [Ashmoore, 2011] por la autoridad suprimida. La decisión de construir nuevos edificios cerca de los antiguos sugiere una conti-nuidad de los espacios sagrados y del poder. Sin embargo, mo-dificaciones como la orientación y la expansión de edificios elite demuestran la imposición de un nuevo orden. De cierta forma, los nuevos líderes reemplazan, modi-fican y construyen nuevas estruc-turas diferentes a los estándares antiguos, y demarcan un nuevo paisaje cultural y su lugar en la his-toria.

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Ofrendas Lepa

Depósitos especiales cerámicos durante la fase Lepa en Quelepa (Estructura 29) incluyen una vasi-ja polícroma y un incensario espi-gado [Andrews, 1976; Ashmore, 2011], lo que Ashmore considera una ofrenda dedicada al monu-mento. Sin embargo, en la estruc-tura más grande del sector orien-te de la fase Lepa en Quelepa (Estructura 22) se encontró una ofrenda, la cual sugiere prácticas de renovación junto con la toma de poder de una nueva autori-dad [Ashmore, 2011]. Los objetos en el Chache 22 de la Estructura 22, incluyen tres discos de cerámi-ca Lepa depositados juntos con un cuchillo de obsidiana, dos las-cas de obsidiana, un fragmento de hematita y pedazo de arcilla anaranjada [Andrews, 1976: 28; Ashmore, 2011]. Estas ofrendas en Quelepa durante la fase Lepa evi-dencian conexiones hacia el oes-te y hacia Mesoamérica durante el clásico tardío. Especialmente son relevantes las relaciones con fuentes de obsidiana en Guate-mala y no con fuentes cercanas en Honduras. Esta selectividad de los líderes en Quelepa de preferir relaciones hacia al occidente es indicativo de la dirección de la influencia, así como de los nexos establecidos y preferidos por los lí-

deres de este período. En el caso de La Laguneta, también pode-mos observar la ubicación de un incensario espigado tipo Púas Lolotique y un chuchillo de obsi-diana, ambos encontrados en las gradas del acceso principal a la Estructura 7. Sin embargo, esta ofrenda sugiere una identidad local que conmemora la llegada de una nueva era, pero conscien-te de una continuidad de su iden-tidad.

Identidad en Oriente en el clásico tardío

Andrews [1976] ha propuesto un fuerte argumento de una nueva identidad impuesta durante el clásico tardío en Quelepa, que se refleja en el desplazamiento lateral y en las ofrendas que su-gieren orígenes en el centro de México. Sin embargo, esta evi-dencia no ha sido aún documen-tada en otros sitios excavados en el oriente de El Salvador. Nuevas evidencias de La Laguneta ofre-cen la oportunidad de observar comportamientos y patrones en un sitio de menor escala, pero de igual importancia en relación a las tradiciones regionales. La falta de materiales de procedencia o de influencia del centro de México en La Laguneta no significa que no puedan existir, sino que es ne-

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cesario llevar a cabo programas de excavación más intensivos, para poder incrementar muestras cerámicas regionales y detectar posibles intrusiones foráneas. No obstante, las evidencias hasta la fecha recuperadas sugieren que persiste un patrón de producción y la tradición de una identidad lo-cal. La evidencia de la Estructura 7 en La Laguneta es significativa, ya que los elementos empleados en el evento de su enterramiento son símbolos de poder, tradición, arte, cultura, cosmovisión y ritual. Es posible que el juego de pelota, así como la construcción del gru-po sur en La Laguneta marquen un paso a la integración de la co-munidad a un mundo mesoameri-cano y centroamericano, sin em-bargo, esta sociedad no perdió su memoria ni su identidad, sino que se vio fortalecido por dichos cambios. La identidad en oriente,

en lugar de desaparecer, se con-solida, a pesar de los contactos inter-regionales. Los trabajos arqueológi-cos realizados hasta la fecha no pueden establecer con certeza el nombre de los habitantes ni su afiliación cultural, pero podemos decir con precisión que esta co-munidad sufrió un cambio en el orden de sus espacios, de su po-der y su ideología. Sin embargo, parece ser que sus tradiciones y sus antepasados siguen siendo parte de sus vidas, tal como lo evi-dencian las conmemoraciones y ofrendas. Esperamos que futuros trabajos en Oriente logren escla-recer más atributos de esta iden-tidad desconocida, que no fue reemplazada pero que optó por adaptarse ideológicamente y po-líticamente sin perder su memoria ancestral.

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Introducción

Antes de los años sesentas, la ma-yoría de arqueólogos pensaba que la densidad de la población de los sitios arqueológicos mayas era baja [Sharer, 2006]. Pensa-ban que poca gente había vi-vido en esos lugares porque se trataba más que todo de centros ceremoniales y además, se asu-mía que el sistema de agricultu-ra adecuado para abastecer la alimentación de estas personas había sido la milpa, basada en el cultivo del maíz. Sin embargo, en 1960 el proyecto Tikal inició un re-conocimiento de la población, in-vestigando no solo estructuras de la elite en el centro, sino también las casas de la gente común [Wi-lley, 1982]. La sorpresa fue que las

poblaciones eran grandes y den-sas, como de 300 o 400 habitan-tes por cada kilómetro cuadrado [Culbert y Rice, 1990]. Después de esto, en mi reconocimiento del Valle de Zapotitán, estima-mos densidades poblacionales en buenas zonas, de aproxima-damente 200 personas por kiló-metro cuadrado. Era obvio que las milpas no eran suficientes para abastecer de alimento a pobla-ciones como estas. Además de la milpa, probablemente, el cultivo y el método produjeron las calorías suficientes para esas poblaciones, aunque hasta hoy no hay una res-puesta satisfactoria.

Resumen de las investigaciones geofísicas y arqueológicas al sur de Joya de Cerén, 2007

Payson Sheets

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Investigaciones de 2007

Para investigar más sobre la agri-cultura de los mayas durante el periodo clásico en el valle de Za-potitán, organizamos las investi-gaciones de mayo y junio de 2007. Sabemos ya mucho sobre las mil-pas cercanas a las casas dentro del sitio Joya de Cerén, porque hemos excavado varias en cada operación y excavamos el jardín de cocina de la Unidad Domésti-ca #1 [Sheets, 2002; 2006]. Pero hasta ahora no sabíamos nada de la agricultura a distancia del pueblo. Yo escribí una propues-ta a la Nacional Geographic So-ciety, al Comité de Investigación y Exploración, la cual ellos apro-baron. La propuesta constaba de tres etapas de investigación: mapeado, prospección geofísica y excavaciones arqueológicas. Las investigaciones en el campo siguieron estas tres etapas. La primera etapa, el ma-peado, estaba bajo la dirección de Adam Blanford, estudiante graduado de la Universidad de Colorado. Él hizo un mapa (Figu-ra 1) de los tres lotes al sur del sitio Joya de Cerén, usando una teo-dolita. También hizo un mapa de cada una de las dos redes para las investigaciones geofísicas (Fi-guras 2 y 3). Recobró los datos de elevación que serían usados para

hacer correcciones durante el res-to de 2007 y una parte de 2008, cuando se hicieran los análisis de-tallados de los datos geofísicos. La segunda etapa, la pros-pección geofísica, estaba bajo la dirección de Mónica Guerra, estu-diante graduada en geología de la Universidad de Colorado. Ella usó un instrumento geofísico de radar penetrante del suelo, con antenas de 270 y 400 megahertz. Recolectó datos muy detallados de la Red 1 y la Red 2 antes del 3 de junio, cuando teníamos que mandar el instrumento al dueño, el Dr. Larry Conyers en Denver. Ella encontró muchas anomalías en los datos, entonces decidimos in-vestigar varios de ellos con un ta-ladro. El taladro sacó muestras de suelos y sedimentos para que pu-diéramos ver qué hay abajo, has-ta una profundidad de unos 4 m. Sin embargo serían necesarios casi 10 meses para estudiar los datos. La tercera etapa eran las excavaciones. Hicimos las exca-vaciones en junio, seis pozos de prueba, cada uno de ellos medía 2 por 3 m y unos 3 m de profun-didad para llegar a la superficie de la tierra en el periodo clásico. Christine Dixon, estudiante gra-duada de la Universidad de Co-lorado, estaba encargada de la descripción de las excavaciones de pozos de prueba.

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Figura 1. Mapa de Lotes 190-192, al sur de Joya de Cerén.

Excavamos dos pozos en el Lote 191, dentro de la Red geofísica # 1. Los Pozos 3 y 4 fueron excavados en un lugar de interés geofísico. Lo que en-contramos en el nivel clásico fue una superficie limpia casi com-pletamente de vegetación. Solo habían un árbol, unos arbustos y unas plantas muy pequeñas; y la superficie, formada de la tie-

rra blanca joven (TBJ) de la erup-ción del volcán de Ilopango, era casi plana y bastante compacta. Parece un lugar de multi-uso, sin embargo no conocemos los de-talles de este uso. Al hacer una inspección detallada de la super-ficie, vimos que habían surcos (o camellones) en años anteriores, antes de la erupción del Loma Caldera. Pero el uso del terreno

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Figura 2. Red Geofisico #1, con Pozos de Prueba 3 y 4, y lugares del taladro.

Figura 3. Red Geofísica #2, con lugares del taladro.

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niveló el lugar hasta el punto en el que desaparecen los surcos. La distancia de un surco al otro es de aproximadamente 1.15 m, lo cual es mucho más grande que las distancias entre los surcos de las milpas de maíz. Sin embargo, es casi igual a la distancia entre ca-mellones en el campo de cultivos que encontramos en los pozos de prueba 1 y 2, por esto pensamos que estuvieron cultivando las mis-mas plantas aquí unos años antes de la erupción y luego cambiaron el uso del terreno de agricultura a multi-uso abierto. Dentro del lado este del Lote 190 (Figura 1) excavamos los pozos de prueba 5 y 6 y encon-tramos maíz en una milpa. Este hecho es importante para el pro-yecto, porque queríamos averi-guar si la productividad de maíz en la milpa disminuía en la medi-da que el cultivo se alejaba de las casas de Joya de Cerén. Los pozos excavados se encuentran a unos 200 m al sur del centro de la comunidad. Sabemos que la productividad de maíz cerca de las casas dentro del pueblo era extraordinario, aproximadamente 6000 kilos en cada hectárea en peso seco [Sheets y Woodward, 2002]. Un aspecto clave de la propuesta a National Geographic era investigar si esta productivi-dad continúa al sur del pueblo, o

ver si disminuye a la distancia. En-contramos una milpa en estos po-zos con características similares a las milpas que hemos encontrado dentro del pueblo en las excava-ciones en años anteriores, en refe-rencia a la distancia entre surcos, la distancia entre las plantas y el número de plantas que crece en cada lugar. Por eso no vimos evi-dencia de que la productividad disminuyera con la distancia. Un aspecto interesante es que quien cultivaba esta milpa sembró dos o tres semanas después que sus vecinos del pueblo. Es decir que el maíz no era maduro, porque las mazorcas solo tenían diámetros de 4 cm y necesitaban dos o tres semanas más para madurarse. No pienso que el sembrador fue-ra perezoso, solamente atrasado con respecto a sus vecinos. Dos pozos de prueba (Po-zos 1 y 2) excavados en el lado este del Lote 191, encontraron un rasgo de gran importancia. Ex-cavamos abajo, hacia la superfi-cie del periodo clásico, y encon-tramos surcos (camellones) muy grandes. El volumen de cada uno es muchas veces más grande que los surcos de maíz en las mil-pas, miden 1.15 metros de surco a surco. Hicimos una inspección muy detallada de las unidades de tefra más profunda de la del Loma Caldera (Unidades 1 – 3),

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Figura 4. Christine Dixon con surcos grandes en Pozo de Prueba #1.

Figura 5. Payson Sheets con yuca moderna arriba, y dos raices de yuca pre-servada con yeso dental del Pozo de Prueba # 1.

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buscando troncos de vegetación sembrados en el lugar y no en-contramos nada. Parece ser que los agricultores limpiaron toda la vegetación arriba de los surcos antes de la erupción del Loma Caldera. Al hacer la inspección de cada surco, vimos que habían lugares vacíos, grandes y largos adentro. Estos huecos corres-ponden a raíces que se descom-pusieron poco tiempo después de la erupción, dejando el es-pacio vacío hasta que llegamos nosotros. Para preservar cada raíz, compramos yeso dental y lo vertimos en cada lugar vacío que encontrábamos. Por la forma de las huellas nos pareció que algu-nas raíces eran yuca (Manihot esculenta), algunos agricultores que viven en la comunidad Joya de Cerén estuvieron de acuerdo. Posteriormente, ingenieros agró-nomos del CENTA también con-firmaron que los moldes de raíces eran yuca. Pero ellos nos infor-maron que algunas raíces no son de yuca y que probablemente eran de árboles frutales. Estamos haciendo algunos contactos con biólogos que puedan ayudarnos a identificar más raíces de estos pozos de prueba.

Implicaciones

La importancia de encontrar un campo de cultivo sofisticado e intensivo de yuca, probablemen-te con árboles frutales, es inmen-sa. La yuca fue domesticada en las Américas hace unos miles de años, pero en ningún sitio arqueo-lógico se ha descubierto yuca cultivada. Joya de Cerén Sur cambió esta percepción, pues ya sabemos que los mayas del periodo clásico cultivaron mucha yuca. La yuca puede producir muchas más calorías en cada metro cuadrado que el maíz o el frijol. Gracias a este descubrimien-to podemos proponer el cultivo yuca para otros sitios arqueológi-cos mayas. Proponemos que el cultivo de yuca abasteció a po-blaciones densas en el periodo clásico, razón por la cual los ar-queólogos deben empezar a bus-car evidencia de yuca cultivada en otros sitios arqueológicos. En el futuro vamos a explorar algún método para detectar yuca culti-vada que no dependa tanto de la buena preservación, como ha sido el caso de Joya de Cerén. Una buena posibilidad es buscar gránulos de almidón (fécula) que pueden ser preservados en suelos de cultivos. De esta manera, po-demos contribuir a la arqueología de la agricultura maya en Joya

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de Cerén y en otros lugares de la región maya. Si tenemos éxito en extender un tipo de análisis para la yuca afuera de Joya de Cerén, puede ser utilizado en otros luga-res tropicales en Mesoamérica, el Área Intermedia, y América del Sur.

Referencias Citadas

Culbert, T. Patrick, and Don Rice (Eds.) [1990]. Precolumbian Population History in the Maya Lowlands. Albuquerque: University of New Mexico Press.

Sharer, Robert, with Loa Traxler [2006]. The Ancient Maya. Stanford University Press, Stanford CA.

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--------------- [2006]. The Ceren Site: An ancient village buried by vol-canic ash in Central America. 2nd Ed. Thomson Wadsworth, Bel-mont, CA.

Sheets, Payson y Michelle Woodward [2002]. «Cultivating Biodiversity: Milpas, Gardens, and the Classic Period Landscape». En: Before the Volcano Erupted: The Ancient Ceren Village in Central America, edi-tado por Payson Sheets, 184-191. Austin: University of Texas Press.

Willey, Gordon [1982]. «Dennis Ed-ward Puleston (1940-1978): Maya Archaeologist». Maya Subsisten-ce: Studies in Memory of Dennis E. Puleston, editado por K. Flannery. Nueva York, Academic Press, 1-15.

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Mesoamerican scholars have recently modified normative, over-simplified reconstructions of ancient Maya agriculture by see-king multiregional perspectives, which account for variations in micro-environments and ecolo-gies, edaphic conditions, soil che-mistry, agricultural strategies, and the complexities of community and individual cultivation choices [Beach et al, 2002; Dunning, 1989, 1992, 1996; Fedick, 1996; Fedick and Ford, 1990; Killion et al., 1989; Robin, 1999, 2003, 2006; Webb et al., 2004; Wingard, in press]. The Mesoamerican triad of maize, beans, and squash remains cen-tral to these updated reconstruc-tions, however the significant role of a variety of other cultigens and agricultural strategies are beco-

ming apparent as methods of recovery are advanced and in-terpretations are revised [Fedick, 1996]. Questions remain unanswered about ancient Maya subsistence, particularly the role that root crops such as manioc (Manihot sp.) pla-yed. Lack of material evidence for Classic Period Maya (AD 250-800) agriculture has been identified as one of the key restricting factors in advancing our understanding of these practices [Murtha, 2002]. Thus, the evidence for cultivation from Cerén, El Salvador affords a remarkable opportunity to exami-ne ancient Maya agriculture and to produce a more accurate re-construction of this community’s subsistence system. This paper specifically focuses on the latest data and interpretations of ma-

Rethinking southeast Maya agriculture:A view from the manioc fields of Joya de Cerén,

El SalvadorChristine C. Dixon

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nioc cultivation at a Classic Maya site. The ancient Maya village of Cerén is located in west-cen-tral El Salvador and is situated on a terrace west of the Río Sucio in the Zapotitán Valley [Sheets, 2006]. The Cerén village was ra-pidly abandoned when the near-by Loma Caldera volcanic vent erupted approximately 1500 years ago (c. AD 590 SD 90). Within a few days to one week, the entire site was buried under multiple me-ters of volcanic ash, resulting in the unparalleled preservation of a Classic Maya site [Sheets, 2002]. Since 1978 extensive archaeolo-gical research has been conduc-ted at Cerén and the extraordina-rily preserved structures, artifacts, and agricultural fields continue to profoundly contribute to unders-tandings of ancient Maya com-moners [Sheets, 2002]. In addition to the agricultural ridges, furrows, and beds themselves, the impres-sions of plants have been preser-ved in the Loma Caldera ash at Cerén, so that precise replicas of the plants can be made by fi-lling hollows with plaster [Sheets, 2002]. Thus, individual plaster casts of plants document fine-grained detail such as root size and sha-pe, corn kernels, plant stalks, and even some leaves [Sheets, 2002, 2009]. The plants that were grown

at Cerén include malanga (Xan-thosoma sp.), maize (Zea mays), manioc (Manihot sp.), squash (Cucurbita sp.), cotton (Gossy-pium hirsutum), nance (Brysonima crassifolia), chile peppers (Cap-sicum annuum), hackberry (Cel-tis sp.), calabash fruit (Crescetia sp.), cacao (Theobroma cacao), and others [Lentz et al., 1996; Sheets and Woodward, 2002]. The emphasis here is on one cultigen, manioc, and the fields where it was grown south of the Cerén vi-llage center. Manioc is a bush that pro-duces large roots with approxima-tely five to ten tubers per plant. The plant favors areas with good drainage and less compacted soils [Cock, 1985; Hansen, 1983]. The cultivation of manioc has long been hypothesized as potentially significant to ancient Maya diets for a variety of reasons: it has a high caloric content, it is relatively undemanding on the soil, and it tolerates droughts well [Bronson, 1966]; Research involving the role of manioc in Classic Maya sub-sistence has suffered from the scarcity of direct evidence for its cultivation [Crane, 1996; Flannery, 1982; Pohl et al., 1996; Pope et al., 2001; Miksieck, 1991: 180]. Gi-ven the ease with which manioc can be cultivated and its parti-cular tolerance of poor soils and

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droughts, it is likely this was utilized in various regions throughout the dynamic and varied Maya agri-culture landscape. The Cerén re-search affords valuable insights into manioc production at one Classic Period village. The initial 2007 discovery of regularly spaced and well-constructed beds found 200 me-ters south of the site center, com-bined with the size of tuber casts, indicated the extent of manioc production at Cerén was much greater than previously recor-ded [Dixon, 2007; Sheets et al., 2009] (Figure 1). Interestingly, all of the fields were harvested, whi-le in a few areas partially replan-ting had occurred. As is typical of many root crops, manioc rots within one to two weeks of remo-val from the ground, so a large harvest suggests that processing also occurred. One typical way to process manioc consists of remo-ving the external cortex (or skin) of the tubers, cutting the tuber into small pieces, drying these in the sun, and then grinding them into a flour, referred to as almidón in the Cerén area today [Quezada Perla personal communication, 2009]. Three distinct manioc plots have been identified at Cerén to date (Figure 2). It was grown in large beds approximately 20 cm

wide, 22 cm in height, and spa-ced 1 meter from ridge-top to ridge-top. These separate plots of manioc growth were identifiable by clear boundaries between the manioc beds and areas of open spaces, maize fields, and other manioc fields [Dixon, 2009]. Differences in ridge height, spacing, and of course the plant casts all make it possible to rea-dily distinguish manioc from maize fields (Figure 3). One boundary, the eastern boundary of Manioc Field 1 is marked by a separa-tion of a maize field in the north and Manioc Field 2 in the south and this boundary provides an interesting look at the relations-hip between maize and manioc cultivation in this area. The nor-thern ridges of this maize field are typical in height and spacing for maize, however, in the southern area the maize ridges gradually increase in size and in ridgetop to ridgetop spacing between beds- becoming more typical of ma-nioc fields. Maize plants that were present at the time of the eruption document that these ridges were dedicated to maize production, however, it appears a portion of this field might have been used at one time to cultivate manioc given the size and spacing of the ridges and beds. This type of crop rotation illustrates the dynamic

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Figure 1

Figure 2

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nature of farming choices inclu-ding the shifting from one cultigen to another in the same location. Additionally, all of the maize fields previously excavated at Cerén were planted in ridges perpendi-cular to slope in order to maximi-ze water infiltration [Sheets, 2002]. The maize located east of the ma-nioc field was planted parallel to the ground slope with no physical separation between manioc and maize. This organization of fields maximizes water drainage, which creates a beneficial environment for manioc growth. While in a mai-ze-centric perspective we might expect to see maize cultivation dominating the layout for agricul-tural fields, in this case it is clear that manioc needs were prioriti-zed over maize. Along Manioc Field 1’s eas-tern boundary, the southern por-tion is marked by the staggered orientation of manioc beds to the west and those to the east, both of which are constructed with the same style, height and spa-cing. Given that good drainage is important for manioc growth, it seems unlikely that this transitional area is related to drainage or ero-sion control. It is more likely that this boundary is marking a chan-ge in land tenure, perhaps even different land ownership [Dixon, 2010].

Manioc Fields 1 and 2 and Manioc Field 3 have very di-fferent bed constructions [Dixon, 2009, 2010] (Figure 4). The beds of Manioc Fields 1 and 2 were cons-tructed with broad, flat tops and well-packed almost vertical walls, while the beds of Manioc Field 3 are distinctive in their hyperbolic shape and greater height and width. This field is almost twice the height of the other manioc beds at the site. The stylistic differences between manioc beds were likely either a strategy to mitiga-te excess run-off and/or the ma-terial expression of how different farmers envision proper manioc planting. The larger, hyperbolic-shaped beds might represent an adaptive response to the issue of erosion; however, the ground slope in Manioc Fields 1, 2, and 3 shows no significant variation. Paleotopographic studies further upslope from these fields would allow more in-depth assessment of whether this change in bed construction was related to con-trolling runoff. From current analy-sis, neither advantages nor disa-dvantages to either construction style are apparent in these adja-cent fields. If topographic reasons for different types of manioc fields are ruled out, then it very well may be that these stylistic differences

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Figure 3

Figure 4

Figure 5

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represent the autonomous choi-ces and practices of different Cerén farmers [Dixon, 2009, 2010; Sheets, 2009]. Despite the stylistic differences, the manioc beds sha-red several characteristics which indicate an overarching field or-ganization for the region: 1) their overall orientation is 120o east of magnetic N, 2) all manioc fields drain towards the Rio Sucio, 3) the field boundaries between plots are consistently aligned to 120o and 30o east of magnetic North, and 4) all of these beds had been harvested just prior to the Loma Caldera eruption [Dixon, 2009; Sheets, 2009]. Prior to our 2007 disco-very of separate manioc fields, a few unharvested manioc plants were found within the Cerén vi-llage center, such as the manioc found in the kitchen-garden of Household 1 [Sheets, 2002]. The small number of manioc plants found and their location in do-mestic contexts, like the kitchen garden, suggested that manioc was not a main crop but used to supplement the diet. It is likely that these manioc plants were utilized in a manner similar to that of its use in Joya de Cerén today. Namely, the roots were harvested only when immediately needed for household consumption, and otherwise remained in natural

storage growing in the garden [Sharer, 2002, 2006]. The differen-ces in the kitchen garden manioc located in the center of the villa-ge and the full-fledged manioc fields to the south leads one to hypothesize that there were very different functions of each and perhaps conceptual differences as well. The intensive manioc fields appear to be employed well be-yond simple household consump-tion. It is possible that inhabitants were involved in the production of flour (almidón) beyond their own needs, something which can be considered to be intermittent crafting or multi-crafting, following Hirth [2009]. Further research into the quantity of manioc grown at Cerén will facilitate an assessment of the distribution, production, and consumption of manioc. Questions about distribution, whe-ther manioc was confined to the household economy, exchanged within the village, or distributed far beyond the village will enlighten us about the domestic economy of the inhabitants. The nature of consumption also needs to be considered, since manioc foods-tuffs may have been eaten or drunk in massive feasts and/or as part of quotidian meals. Just like other foods, such as maize and animals, manioc may have been consumed in mundane and sa-

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cred contexts [Nancy Gonlin per-sonal communication, 2011; Gon-lin and Lohse, 2007; Masson, 1999].The fine-grained chronology pro-vided by the Loma Caldera erup-tion affords a high degree of accu-racy in assessing events at Cerén. It is highly likely that harvesting of the manioc fields and a ritual feast within the village [Sheets, 2002] coincided. Cerén’s ritual feasting evidence near Structure 10 inclu-ded the remains of a deer-skull headdress [Brown, 2001; Sheets, 2002], surely a ceremonial artifact. Ethnographically, the white-tailed deer is still utilized in the cuch ce-remony of modern Maya groups to ensure a successful harvest [Pohl, 1981]. Harvest rituals and feasts have been documented as important aspects of many cultu-res both past and present [Dietler and Hayden, 2001]. Agricultural production is directly connected with feasting in that agricultural products are the basis for such community events and the orga-nization of production and labor are vital elements of hosting a suc-cessful feasting event. Taken to-gether, the deer-skull headdress, the massive quantity of harvested manioc, the coordinated manioc and maize harvests, and time of the year all suggest that the villa-gers were on the verge of a ma-jor cultural event when the earth

shook and the sky filled with lava and ash. As Nancy Gonlin and I have discussed elsewhere, the maize-centric views of Mesoame-rican researchers might be biasing us to ignore the significant contri-butions of other crops to ancient Maya diets, culture, and ideology [Gonlin and Dixon, 2011]. Consi-der the possibility that Cerén is in fact similar to many other sites in the Maya region both in terms of dietary consumption and produc-tion. An interesting shift then oc-curs in our perception of ancient Maya cultivation and culture. While undoubtedly maize fields grew throughout the Maya area, perhaps other intensively cultiva-ted crops, in particular manioc, were much more prevalent than our previous reconstructions have included. It is hoped that recent lithic analysis will aid in correcting at least part of this conception [Heindel, 2011; Sheets, 2011]. Assessing the quantity of manioc production at Cerén will be a key aspect to examining staple crop production at the site and reanalysis of previously collec-ted geophysical data might aid in this process. One potential area of additional manioc cultivation has already been identified at the site, to the west of the Cerén village center where manioc beds were

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discovered in a road cut in 2009 (Figure 5). In light of the manioc field discoveries, reassessment of previous geophysical and drilling investigations from 2005 also sug-gests that there might be further manioc fields in this region. Continued research at Cerén will provide better data from which to assess the role of manioc at the site. Whether it was one component in a diverse agri-cultural system, a staple crop pro-duced for village consumption, or a specialized cultigen traded in the Zapotitán Valley remains to be determined. We are only now beginning to understand how the villagers themselves organized manioc production, processed and consumed manioc, and even how they might have perceived of manioc in terms of mundane and ritual uses. To ascertain the role of manioc at Cerén will requi-re further documentation of the extent of cultivation and the inter-pretation of evidence pertaining to rituals. What is clear at present is that these data are providing a link between agriculture and ritual in the Maya area and that the manioc fields of Cerén continue to change our view of the agricul-tural landscape of Classic Period Maya.

Acknowledgments

Thankfully Nancy Gonlin, Errin We-ller, and Payson Sheets reviewed earlier drafts of this paper and significantly aided in its develo-pment. Any errors are my own. Many thanks are due to Queza-da Perla, Darna Dufour, and Matt Sponheimer for their expertise. Gratitude is also owed to CON-CULTURA, El Salvador, the gover-nment of El Salvador, and the people of Joya de Cerén. Thank you Payson Sheets, David Lentz, Larry Conyers, Errin Weller, Monica Guerra, Adam Blanford, George Maloof, Angie Hood, Andy Tetlow, and all others who have shared in research at Joya de Cerén. The ti-reless dedication and work of Pay-son Sheets and many archaeolo-gists who have worked at Cerén continues to provide a solid foun-dation for this and future research. Finally my deepest gratitude is owed to my family- Nanny, Mom, Dad, Mickie, Lance, Tommy, Sie-rra, Savannah, Lance Jr., James, and Matthew- and to my ama-zing and patient wife Lauren.

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Introducción

Desde los estudios realizados a mediados del siglo XX, la agricul-tura clásica maya se ha caracteri-zado tradicionalmente por haber estado muy bien organizada y de-sarrollar un alto nivel de intensifi-cación para poder mantener a las numerosas poblaciones que vivían en los grandes centros [Abrams, 1995; Sheets et al., 2007]. Incluso a nivel local, las poblaciones de los sitios del período clásico medio en el Valle de Zapotitán y sus alrede-dores eran suficientemente gran-des como para sostener una es-trategia agrícola más extensa de la que habría sido normalmente necesaria para mantener a una aldea [Black 1983].

Durante el trabajo de campo del año 2009 del proyecto denomina-do Agricultura Maya, se encontró evidencia suficiente para apoyar el uso de una estrategia agrícola intensa con base en el cultivo de yuca (Manihot esculenta) y maíz (Zea mays), por parte de los pobla-dores de Joya de Cerén durante el período clásico medio. Sin em-bargo, varias de las operaciones carecieron de evidencia directa que pruebe un cultivo extenso. Estas operaciones por lo general se encontraron en la colina desde la que se puede ver toda la zona del proyecto, en el mayor ángulo de la pendiente, a pesar de que una de ellas se encontró cerca del borde de la terraza fluvial se-cundaria, al sureste del grupo prin-cipal de excavaciones.

Agricultura maya clásica en Joya de Cerén.Plataformas, senderos y otras zonas limpias

George Maloof

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La falta de evidencia de un cultivo activo en estas áreas sugiere que el nivel de cultivo no estaba orientado a aprovechar al máximo el espacio cultivable disponible, lo cual, según Dixon, se puede interpretar como poca presión para producir alimentos por parte de los habitantes de Joya de Cerén durante el perío-do clásico medio [Christine Dixon, comunicación personal, 2009]. Por otra parte, con base en el nivel de producción de las parcelas de yuca y maíz calcu-lado por Sheets [2009] con datos del proyecto, los rendimientos ha-brían sido muy elevados y se ha-bría cosechado una gran canti-dad de productos agrícolas. Con estos altos rendimientos, la nece-sidad de reservar áreas para el procesamiento de cultivos habría sido una preocupación impor-tante para los agricultores mayas que trabajaban en estos campos. Un total de 10 operacio-nes excavadas durante el trabajo de campo del año 2009, casi la mitad, mostraron pocas pruebas de un cultivo intencional de cual-quier tipo, o claramente arrojaron evidencia de espacios que deli-beradamente no se cultivaron.

Terrenos abandonados

Cuatro de las operaciones (Oeste, A, C y O) mostraron evidencia de restos de surcos agrícolas aban-donados en un área que se man-tuvo relativamente rústica. Aun-que se recuperaron varios moldes de plantas en estas operaciones, la mayoría parecen ser ramas de árboles aisladas que probable-mente cayeron en la zona con la erupción de Loma Caldera o plantas silvestres, puesto que no hay evidencia de plantación o mantenimiento intencional. La Operación Oeste fue una de las cuatro primeras exca-vaciones llevadas a cabo duran-te el trabajo de campo de 2009. Esta operación se situó sobre el punto de inflexión de la colina, al oeste de la zona del proyec-to. Las excavaciones revelaron evidencia de restos de grandes surcos agrícolas abandonados en un área que se mantuvo relativa-mente sin ningún tipo de siembra o cultivo. En la operación no se identificó evidencia alguna de cultivos intencionales que pudie-ran pertenecer al período inme-diatamente anterior a la erup-ción. Se seleccionaron las ope-raciones A, B y C para observar si las circunstancias encontradas en la Operación Oeste se debieron

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Figura 1. Mapa de la zona del proyecto del 2009 que mues-tra las operaciones excavadas con una proyección de las áreas de cultivación.

Figura 2. Colina que domina la zona del proyecto, donde se en-contró evidencia de las zonas despejadas. La aldea Joya de Ce-rén está a la derecha, al otro lado de los árboles (Fotografía toma-da por Payson Sheets).

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Figura 3. Mapa de la zona del proyecto del 2009 dividido por áreas de uso.

Figura 4. Mapa de la zona del proyecto del 2009 que muestra las operaciones de excavación. Las operacio-nes en este artículo están marcadas en rojo.

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a una característica aislada de la superficie del período clásico medio o a la falta de cultivos más arriba en la colina, como se había notado en los Pozos de Prueba 3 y 4, colocados sobre la cima de la colina durante el trabajo de cam-po de 2007 [Blanford, 2007]. Las excavaciones revela-ron otra área de surcos agrícolas altamente erosionados que co-rresponden aproximadamente a las dimensiones de los surcos utilizados para el cultivo de yuca en otras partes del sitio. Esta área parece que se dejó en barbecho el tiempo suficiente para que los cantos fueran casi impercepti-bles. A pesar de que no hubo evi-dencia de cultivo controlado de forma deliberada, se encontraron varias cavidades de plantas que podrían ser raíces de yuca y tu-bérculos en la superficie de ocu-pación del clásico medio e inme-diatamente debajo de esta. Estas plantas de yuca podrían conside-rarse silvestres, ya que no existe evidencia de siembra o mante-nimiento intencional. Además de las plantas de yuca, se encontró evidencia de otros tipos de vege-tación; sin embargo, la superficie se mantuvo razonablemente lim-pia dentro del área observada en la operación. La Operación C solo tuvo una cavidad de planta en la par-

te sur del pozo de prueba, cerca de la pared oeste, la cual corres-ponde a un fragmento de 10 cen-tímetros de largo, probablemente de un tallo de yuca, identificado por un nódulo de crecimiento de aproximadamente 4 cm en el extremo inferior [David Lentz, co-municación personal, 2009]. La naturaleza singular de esta planta indica que brotó probablemen-te de forma silvestre y que no se plantó a propósito. Además, la presencia de una planta de yuca en esta ubicación contribuye a la evidencia de que en este lugar se cultivó yuca y que posteriormente se abandonó en algún momento, antes de la erupción del volcán Loma Caldera. La Operación O presentó surcos pisoteados pero recono-cibles, que se encontraban en mejores condiciones que los sur-cos en las operaciones que se to-maron como ejemplos de áreas abiertas. Además, se encontró un pequeño número de plantas de maíz que crecieron probable-mente de forma silvestre. Los da-tos indican que esta área había sido cultivada y posteriormente abandonada mucho más recien-temente que cualquiera de las otras áreas encontradas durante este trabajo de campo.

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Plataforma nivelada

Tres de las operaciones (D, H y J) revelaron el extremo superior de surcos de siembra de yuca que se encontraron en la mayoría de las otras operaciones excavadas durante el trabajo de campo. La parte noroeste de las tres excava-ciones mostraron áreas que fue-ron niveladas y deliberadamen-te se mantuvieron limpias. En el caso de la Operación D, aproxi-madamente la mitad del área excavada formaba parte de la plataforma que estaba limpia y más nivelada, mientras que en la Operación J todo, a excepción de la esquina sureste, se había limpiado y en la Operación H solo se encontró una fracción del área nivelada en la esquina noreste. La ubicación de la Ope-ración D se decidió con base en los resultados de la excavación de la Operación Norte y la del pozo de prueba se decidió por la extrapolación del surco que se encuentra más al sur en la colina, en la Operación Norte. Las ex-cavaciones revelaron el extremo superior de los surcos de siembra de yuca seguidos por una zona que fue nivelada y deliberada-mente se mantuvo rústica, en la esquina noroeste. En el caso de la operación D, cerca de la mitad del área excavada era parte de

la plataforma que limpiaron. La pendiente de la plataforma me-día solo tres grados, mientras que la zona de los surcos de yuca me-día un promedio de 10 grados. En la Operación J la pla-taforma tomó la mayor parte del área excavada. No se encontró resto alguno de plantas en el área de la plataforma, lo que indica que era una superficie que se mantenía cuidadosamente. La plataforma, sin embargo, mostró evidencia de cantos del tamaño de lo que podría ser yuca, que habían sido abandonados hacía mucho tiempo y luego nivelados. En la intersección entre la plataforma y el inicio de los can-tos, se localizó un área que pa-recía mostrar evidencia de una gran cantidad de tráfico peato-nal. Esta zona tenía una pendien-te este-oeste de cinco grados y otra pendiente norte-sur de tres grados. La presencia de esta área de gran tráfico es lógica dado que el inicio de los surcos habría sido el lugar más obvio para ca-minar a través de la zona, para acceder a cada uno de los surcos independientes, lo que minimiza-ría el riesgo de dañar los surcos o los cultivos en ellos.

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Figura 5. Mapa de la superficie del periodo Clásico Medio de la Operación Oeste.

Figura 6. Mapa de la superficie del periodo Clásico Medio de la Operación C.

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Figura 7. Molde de planta C1A1, el cual se ha interpretado como un posible fragmento de tallo de yuca (Manihot esculenta). Nótese el nódulo de crecimiento cerca del centro (Fotografía por Payson Sheets).

Figura 8. Mapa fotográfico de la superficie del periodo Clásico Medio de la Operación O. Las manchas blancas en el piso de la operación son exceso de yeso dental.

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Figura 9. Mapa de la superficie del periodo Clásico Medio de la Operación D.

Figura 10. Mapa fotográfico de la superficie del periodo Clásico Medio de la Operación H.

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Figura 11. Mapa fotográfico de la superficie del periodo Clásico Medio de la Operación M con la ubicación de un posible sendero.

Figura 12. Mapa fotográfico de la superficie del periodo Clásico Medio de trabajo con la ubicación del área nivelada y el posible marcador de campo.

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Otras áreas limpias

Las otras tres operaciones (B, M y P) también mostraron eviden-cia de ser áreas que se limpiaron intencionalmente; sin embargo, no hubo asociación directa de estas operaciones con los surcos de siembra de yuca o maíz. Sin embargo, las Operaciones M y P tuvieron especial relevancia, ya que cada una contribuyó con evidencias únicas para el trabajo de campo de 2009. La Operación M fue la excavación más al noroeste que se realizó durante el trabajo de campo del año 2009. La ubica-ción se seleccionó con el fin de evaluar un lugar que se alejara de la zona central de las excavacio-nes y así observar si continuaban los mismos patrones que se ha-bían detectado en las operacio-nes al oeste. Situada en la parte más escarpada de la colina que domina la zona del proyecto, la operación reveló un área bien mantenida, sin cultivar y con res-tos de pequeñas plantas poco vi-sibles. En el extremo superior de la Operación M se identificaron los restos de un posible camino que se alejaba del centro del pueblo. El camino seguía una trayectoria de aproximadamente 15 grados al este del norte magnético, ha-cia el sitio arqueológico y al pare-

cer continuaba hacia el suroeste. Debido a que los residentes de la aldea actual de Joya de Cerén han reportado otras estructuras en la zona fuera de los límites del parque arqueológico, el propósi-to de este sendero fue probable-mente conectar a otro grupo de casas con el área principal de la aldea perteneciente al período clásico medio. La Operación P es la más lejana a la zona de concentra-ción. Se excavó para caracterizar la zona más baja de la segunda terraza del río y para estudiar si los grandes surcos de yuca se prolon-gaban hasta este punto. La ex-cavación reveló un área que se había mantenido relativamente rústica, así como un espacio nive-lado cuidadosamente en la esqui-na suroeste, el borde más al nor-te, orientado aproximadamente a 120 grados. Esta orientación es casi perpendicular a la orienta-ción general de la mayoría de las estructuras domésticas, los cantos de cultivo en el sitio arqueológico y el curso del río Sucio [Sheets, co-municación personal, 2009]. Este espacio nivelado posiblemente es la esquina de una plataforma elevada. Tras la excavación en la superficie de ocupación, se en-contró que tanto la plataforma como sus alrededores habían sido recubiertos intencionalmente con

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una capa de tierra blanca joven, tefra, de la erupción del volcán Ilopango, con unos seis centíme-tros de grueso. La excavación en esta superficie reveló la presencia de un basurero superficial con abundantes restos de basura or-gánica, que abarcó aproximada-mente tres cuartas partes del piso del pozo de prueba hacia el oes-te y parecía continuar más allá de las paredes norte, sur y oeste. Además de una abundante can-tidad de carbón y otros restos car-bonizados, el basurero tenía una cantidad inusualmente grande de granos de frijol carbonizados, tanto de frijol corriente (Phaseo-lus vulgares) como de frijol lima (Phaseolus lunatus), así como al-gunas mazorcas de maíz (Zea mays) y hasta posiblemente una cáscara de calabaza (Cucurbita moschata) [Lentz, comunicación personal, 2009]. Al igual que los abundantes restos botánicos en-contrados, se recuperó una am-plia muestra de artefactos cultu-rales como tiestos de cerámica y herramientas líticas.

Discusión

En el apogeo del periodo clásico, los grandes centros mayas alber-gaban poblaciones muy grandes. Incluso localmente, la población del valle de Zapotitán durante el

periodo clásico, según las estima-ciones de Black [1983, 1982], llegó hasta 100.000 personas (180 per-sonas por km2). La teoría de que el maíz era el cultivo más utilizado para mantener a estas grandes poblaciones ha recibido apoyo tradicionalmente, a pesar de que la evidencia científica muestra que el cultivo de maíz no habría sido suficiente para alimentar a estas multitudes [Sheets et al., 2007]. A pesar de que este ‘he-cho’ ha sido cuestionado por la idea del cultivo de yuca [Sheets et al., 2007], existen algunos pro-blemas que deben abordarse. Puesto que la yuca una vez que se ha cosechado solo tie-ne un máximo de dos a tres días antes de que empiece a podrirse [Sheets, comunicación personal, 2009], se debe tener en cuenta un método de procesamiento y almacenamiento que fuera ca-paz de maximizar la cantidad de tiempo en el que hubiera podido usarse como fuente viable de ali-mento. Aunque en algunas zonas de América del Sur los tubérculos enteros se almacenan en pozos de almacenamiento forrados con zacate [Lentz, comunicación per-sonal, 2009], hasta el momento no se ha encontrado evidencia de esta práctica en el pueblo ni en el área de cultivo [Sheets, comu-nicación personal, 2009]. Como

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se ha mencionado anteriormen-te [Dixon, 2009; Sheets, 2009], el método de procesamiento alter-nativo más aceptable habría sido pelar y secar los tubérculos y lue-go molerlos hasta formar un tipo de harina, conocida localmente como almidón. Durante el presen-te trabajo de campo se recuperó en la Operación P evidencia que apoya el posible procesamiento de tubérculos de yuca. En concre-to, se halló un conjunto de herra-mientas para procesar yuca, iden-tificadas por Sheets [2009]. Con el fin de poder preparar y procesar la enorme cantidad de yuca que habría sido cosechada en el área de cultivo, habrían sido necesarios espacios abiertos, grandes y bien mantenidos, adecuados para el procesamiento y secado. Los datos recolectados durante el trabajo de campo del año 2009 indican que no se esta-ba cultivando yuca activamente en la parte más empinada de la colina en el momento de la erup-ción del Loma Caldera. Los pozos de prueba excavados durante el trabajo de campo del año 2007 en la cima de la colina ofrecen evidencia adicional de que no se estaban realizando cultivos en esta zona ni se habían hecho ahí por mucho tiempo [Blanford 2007]. Además, la información obtenida de muchos de los pozos

de prueba indica que mantenían grandes zonas cuidadosamente limpias y despejadas de cultivos. Por último, la evidencia recolecta-da durante el trabajo de campo de 2007 reveló otra posible plata-forma hacia el norte de la zona de cultivo, muy cerca del propio sitio [Dixon, 2007]. El uso más lógico de una extensión de espacio abierto y limpio en las inmediaciones de la zona de cultivo, por lo tanto, sería para el secado de los tubér-culos pelados antes de preparar-los para el proceso de molienda. Además, esta área sería ideal para el secado y menos adecua-da para el cultivo, por ser la parte más empinada de la colina. Por último, varias de las operaciones que revelaron zonas despejadas también mostraron evidencia de cultivos anteriores. Estas áreas habían sido cultivadas en algún momento antes de la erupción de Loma Caldera, pero se habían abandonado a propó-sito y preparado para otra activi-dad. La decisión consciente de no utilizar estas áreas indica que la presión de producir alimentos no era grande y los cultivadores podían permitirse el lujo de dejar estas áreas marginales sin produc-ción [Dixon, comunicación perso-nal, 2009].

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Conclusión

La investigación sobre las prácti-cas agrícolas mayas en Joya de Cerén apenas comienza. Con el fin de caracterizar mejor las actividades que se produjeron en la víspera de la erupción de Loma Caldera, que sepultó la aldea Joya de Cerén y sus al-rededores durante el periodo clásico medio, se debe llevar a cabo una investigación más de-tallada. El mejor método para cubrir la mayor área posible en la menor cantidad de tiempo es el radar de penetración de suelos. Este proceso ya se había inicia-do en el trabajo de campo en 2007 [Guerra, 2007] y debe con-tinuarse a mayor escala. Estos estudios, junto con las excava-ciones complementarias, son ne-cesarios para poder obtener una imagen más clara de la dimen-sión del área reservada para ac-tividades alternativas, así como la razón por la cual estas áreas no estaban siendo cultivadas en el momento en que el sitio fue abandonado rápidamente.

Agradecimientos

Ante todo, quisiera darle las gra-cias a la Fundación Nacional de Ciencias (National Science Foundation) por su apoyo, pues-to que nada de esto habría sido posible sin su ayuda. También me gustaría agradecerles a las siguientes personas por su conse-jo y apoyo durante la investiga-ción y la redacción de este do-cumento: al Dr. Payson Sheets, en primer lugar, por haberme invitado a unirme al equipo y en segundo lugar, por su apoyo y la fe que ha tenido en mi trabajo. También me gustaría darle las gracias a Andrew Tetlow por su humor, apoyo moral y habilidad para mitigar el estrés y la tensión. Muchas gracias también a Chris-tine Dixon por su apoyo y por todos los debates que contribu-yeron a aclarar muchos detalles sobre los mayas y sus prácticas agrícolas a lo largo del trabajo de campo. También me gustaría agradecer al Dr. David Lentz por ofrecernos desinteresadamente su experiencia en la identifica-ción de varios moldes de yeso con formas extrañas siempre que se necesitaba. Por último, quie-ro agradecerles a todos nuestros amigos de Joya de Cerén que trabajaron con nosotros durante todo el proyecto del 2009. Sin su

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esfuerzo y dedicación en la bús-queda de su propia historia no se habría podido recolectar estos datos. ¡Gracias a todos por un gran trabajo de campo y una ex-periencia de vida excepcional!

Referencias citadas

Abrams, Elliot M. [1995]. A Model of Fluctuating Labor Value and the Establishment of State Power: An Application to the Prehispanic Maya, Latin American Antiquity, vol. 6, no. 3: pp. 196-213.

Black, Kevin D. [1983]. «The Zapotitán Valley Archaeological Survey». En: Archaeology and Volcanism in Central America: The Zapotitán Valley of El Salvador, Payson D. Sheets (ed.). Austin: Universtity of Texas Press, pp. 62-97.

Blanford, Adam [2007]. «Test Pits 3 & 4 on the Hilltop». En Joya de Cerén 2007 Preliminary Report, Payson D. Sheets (ed.), inédito,

University of Colorado at Boulder.Dixon, Christine C. [2007]. «Classic Period Maya Agriculture: Test Pits 1 and 2, 5 and 6». En Joya de Cerén 2007 Preliminary Report, Payson D. Sheets (ed.), inédito, University of Colorado at Boulder.

---------------[2009]. «Manioc Agricul-ture». En Joya de Cerén 2009 Pre-liminary Report, Payson D. Sheets (ed.), Manuscrito inédito, Universi-ty of Colorado at Boulder.

Sheets, Payson D. [2009]. «Consi-derations, Summary and Conclu-sions». En Joya de Cerén 2009 Pre-liminary Report, Payson D. Sheets (ed.), manuscrito inédito, Universi-ty of Colorado at Boulder.

Sheets, Payson D., Christine C. Dixon, Monica F. Guerra and Adam Blanford [2007]. «Manioc Cultivation at Cerén, El Salvador: Occasional Kitchen Garden Plant or Staple Crop?». Manuscrito inédi-to, University of Colorado at Boulder.

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Introducción

La antigua villa de San Salvador (ahora llamada Ciudad Vieja) estaba en uno de los sitios tem-pranos de intensa interacción entre europeos y mesoamerica-nos. Ahora reposa en uno de los sitios coloniales mejor preservados del siglo XVI. Fundada en 1528, no fue construida dentro de un asentimiento indígena, como la mayoría de ciudades colonia-les. Casi toda la arquitectura y un poco de la cultura material portátil recuperada por métodos arqueológicos, reflejan la cultura del Renacimiento, lo cual podría esperarse de un centro colonial. Las importaciones desde Sevilla eran más o menos lujosas, como platos de mayólica, vidrio italia-

no y comidas o vinos. Además, documentos históricos informan sobre la participación de los mix-tecas y otros mesoamericanos en la conquista española de Centro-américa. La mayoría de la cultura material portátil, especialmente la cerámica, evidenció la existen-cia de una población indígena significativa en San Salvador. La mayoría de la cerámica estaba hecha localmente y conforme al estilo indígena, principalmente al pipil. Sin embargo, varios cam-bios en la producción y forma de la cerámica denotan cambios en la identidad de los habitantes indígenas de San Salvador. Por ejemplo, el hecho que adoptaran influencias estilísticas de España e Italia, usando platos al estilo ma-yólica, pero con diseños pipiles.

Transformaciones de identidad en El Salvador en la época colonial temprana: La gente y cerámica de la

villa de San Salvador en el siglo XVIJeb J. Card

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La información estilística de estos platos sugiere que la villa de San Salvador continuó ocupada casi el doble del tiempo documenta-do por la historia, posiblemente hasta 1560. Durante esta ocupa-ción extendida, una nueva gene-ración creció con una identidad nueva, no simplemente la de las comunidades específicas de sus padres, sino en una nueva cas-ta colonial: el ‘indio’, y además, como sansalvadoreños. Ciudad Vieja es el sitio de la segunda villa de San Salvador y el primer asentamiento perma-nente colonial en El Salvador. La villa de San Salvador supuesta-mente fue abandonada en 1545, sus habitantes se trasladaron a su sitio actual, la ciudad de San Salvador. Ciudad Vieja está ubi-cacada 32 km al noreste de San Salvador actual y 10 km al sur de Suchitoto, en el departamento Cuscatlán. Está localizada en-cima de una meseta pequeña, en un área conocida como La Bermuda. El Cerro Tecomatepe domina la vista de Ciudad Vieja, con el volcán Guazapa en la dis-tancia occidental. La meseta no era un sitio idóneo para el asen-tamiento. Los pipiles de varios pueblos (supuestamente conquis-tados) se vieron obligados a cor-tar bosques densos, sacar piedras grandes y nivelar la meseta antes

de la construcción [Daugherty, 1969: 49; Fowler, 1989: 82]. Ahora Ciudad Vieja está protegida por ley y en buen esta-do de preservación. Tiene poca vegetación y construcción mo-derna (al contrario de muchas ciudades coloniales situadas de-bajo de ciudades actuales, cuyo acceso a los restos arqueológicos se encuentra impedido). A pesar de la importan-cia histórica y arqueológica de este asentimiento temprano de la Conquista y de estar bien preser-vado y conocido por la historia, la investigación arqueológica sis-temática empezó hasta 1996. En años recientes, varias instituciones han trabajado en la investiga-ción, el manejo y la preservación de Ciudad Vieja, incluyendo a la Academia Salvadoreña de la Historia [Escalante Arce, 2002] y el Consejo Nacional para la Cul-tura y el Arte (ahora, Secretaria de Cultura) [Erquicia, 2004]. La in-vestigación más exhaustiva es el Proyecto Arqueológico Ciudad Vieja (PACV), dirigido por William R. Fowler. Este proyecto inició en 1996 y realizó (en colaboración y con el permiso del Consejo Na-cional para la Cultura y el Arte) un mapa topográfico, recolec-ción de la superficie [Fowler y Tim-mons, 2006; Hamilton et al., 2006], prospección geofísica [Fowler et

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al., 2007], excavaciones exten-sas de quince estructuras y otros rasgos del sitio [Fowler ed., 2006; Hamilton, 2010] y el análisis de los artefactos recolectados de la superficie y de las excavaciones. El análisis de la cerámica de Ciu-dad Vieja, por el autor, y las con-secuencias para nuestro enten-dimiento de las transformaciones en Mesoamérica durante la épo-ca de la conquista y la coloniza-ción española, forman los temas de este artículo.

San Salvador y la conquista española de America Central

Después del imperio azteca en 1521, Hernán Cortés envió a su te-niente Pedro de Alvarado a con-tinuar la conquista de México a la Centroamérica. El 6 de diciembre de 1523, un grupo pequeño de españoles y varios miles de tlax-caltecas y otros guerreros indíge-nas, aliados con el nuevo gobier-no colonial, salieron del Ciudad de México/Tenochtitlán, al sur. Caminando en Oaxaca, Tehuan-tepec, Soconusco y las tierras al-tas de Guatemala, este ejército encontró poblaciones grandes y más o menos agradables, de za-potecas, mixtecas, y nahuas [Díaz del Castillo, 1955: 2: 122]. Pero en febrero 1524, comenzaron las ba-tallas entre los conquistadores es-

pañoles y mexicanos y los k’iche’ mayas en Guatemala, culminan-do con una batalla cerca de Quetzaltenango, con pérdidas serias en ambas fuerzas [Díaz del Castillo 1955:2:123]. El 8 junio de 1524, los con-quistadores (ahora 100 a caballo, 150 españoles a pie y 5000-6000 aliados mexicanos) encontra-ron un gran ejército pipil cerca de Acajutla [Alvarado, 1924: 80; Fowler, 1989: 137-138]. A partir de esta batalla y unos cinco días más tarde, cerca de Tacuscalco, los españoles y los mexicanos destru-yeron la fuerza pipil y avanzaron a la capital de Cuscatlán. Los pi-piles huyeron de la ciudad, y por buena razón: los españoles esta-ban tomando muchos esclavos de la gente, un negocio muy im-portante para los conquistadores en los primeros años de la época colonial [Las Casas, 1985: 79; Lu-ján Muñoz y Cabezas Carcache, 1994: 55]. Poco tiempo después, los españoles y mexicanos regre-saron a Guatemala. En abril de 1525, un gru-po pequeño de españoles con 300 aliados mexicanos salieron de Guatemala y fundaron la pri-mera villa de San Salvador. Pedro Escalante Arce [2001: 34] escribe que no se conoce con seguridad la ubicación de esta primera villa. Lardé y Larín [2000: 80, 102] escri-

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bió que estaba en la capital de Cuscatlán o cerca de ella, pero otros han sugerido la misma ubi-cación que la segunda villa, el si-tio de Ciudad Vieja [Barón Castro, 1996: 41-42]. Dos contextos exca-vados en Ciudad Vieja tienen es-tratigrafía arquitectónica pero no ayudan con la pregunta acerca del establecimiento de la prime-ra villa. Uno de estos, designado Estructura 6F3 [Fowler, Timmons y West, 2006], contenía mayólica fechada al periodo 1525-1545, en un caso, y posiblemente después de 1530, en el otro. Algunos platos hechos localmente sugieren una fecha cercana a 1530, pero no es concluyente. Erquicia [2004] ex-cavó una estructura contigua a la Estructura 4D1, en el lindero norte de la plaza. Él sugiere que la es-tructura temprana podría ser re-presentativa de la ocupación de 1525, pero nota que no hay cam-bio en los artefactos en compara-ción de aquellos de la ocupación del periodo 1528 -1545 y 1560. En algún caso, en 1526, los pipiles se sublevaron contra los españoles, que huyeron a Guatemala [Barón Castro, 1996: 39-44]. Dos años después, un gru-po más grande de españoles y especialmente, conquistadores mexicanos, regresaron y fundaron la segunda villa de San Salvador, el 1 de abril de 1528 [Barón Cas-

tro, 1996: 87-91,197-202] en un va-lle con una población casi nula, en una frontera entre los territorios pipiles de Cuscatlán al sur y oeste, y los lencas y cholutecas al nor-te y este [Fowler y Earnest, 1985]. Tiestos cerámicos excavados en Ciudad Vieja en contextos colo-niales fechan alrededor del perio-do clásico terminal al postclásico temprano (800–1200 D.C.) y evi-dencian una ocupación efímera de la misma época que el centro ceremonial en Cihuatán, pero no hemos encontrado contextos de esta época in situ. Nuestras exca-vaciones no han encontrado ras-tros de ocupación (no hay rasgos arquitectónicos ni artefactos) en los siglos inmediatamente ante-riores a la conquista española. Si-tuada encima de la meseta, con un muro construido en los bordes de la meseta, sin poblaciones hostiles cercanas, la ubicación de la segunda San Salvador proba-blemente se eligió por razones de defensa, después la destrucción de la primera villa. Se trazó la pla-za, la iglesia y una cuadrícula de calles y solares que llegó a cubrir un área de 45 ha, en la misma for-ma de otras ciudades coloniales españolas (Figura 1) [Remesal, 1964-66: vol. 2, bk. 9, ch. 3, p. 201]. San Salvador era una base militar para la pacifica-ción del norte de Centroamérica

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[Barón Castro, 1996: 106–110] y contra la entrada de otros con-quistadores españoles rivales de Nicaragua y Panamá [Barón Cas-tro, 1996: 152–163]. Fundada por 73 vecinos en 1528, la población de españoles en San Salvador os-cilaba entre 50 y 70 vecinos, con 44 encomenderos, en 1545 [Sher-

man, 1979: 348]. Los encomende-ros tenían derechos legales sobre 12,000 trabadores pipiles en la provincia de Cuscatlán. Varios de ellos probablemente hicieron las calles y los muros de San Salvador [Sherman, 1979: 314, 324, 348; Kra-mer, 1994: 7-8]. Sus comunidades también enviaban comida y otro

Figura 1. Mapa de las calles, cuadros, y muros de Ciudad Vieja. Mapa de Conard Hamilton, modificado por el autor.

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material de tributo a San Salvador [Fowler, 1989: 155-186]. Adicional-mente, los conquistadores tenían esclavos capturados o compra-dos en Centroamérica o México, y posiblemente de África, en un aproximado de 500 esclavos li-berados de los habitantes de San Salvador en 1548 [Sherman, 1979: 71-73, 148; Fowler, 1989: 53, 56; Ba-rón Castro, 1996: 61; Lardé y Larín, 2000: 194]. Los conquistadores no solamente capturaban esclavos para usos personales, sino para venderlos en los mercados de las otras colonias, donde proveyeron una gran fuente de riquezas en las primeras décadas de la Con-quista. Posiblemente no sea una coincidencia que, en los años cuando estas prácticas se termi-naron [Sherman 1983], los vecinos de San Salvador pidieron permiso legal para trasladar San Salvador a una ubicación más cercana a la capital prehispánica de Cus-catlán, con mejores recursos na-turales y poblaciones más gran-des que pudieran ser fuentes de riqueza y comercio. En 1545, el Rey concedió permiso para tras-ladar San Salvador a su ubicación actual, cambiando su título de villa a ciudad. Pero los resultados de nuestro análisis [Card, 2011] sugieren que la ocupación y el comercio de cerámica importa-da continuó en Ciudad Vieja po-

siblemente quince años después el permiso de traslado. Los conquistadores espa-ñoles eran una minoría en San Salvador. La mayoría de con-quistadores en la villa eran con-quistadores mexicanos, guerreros mesoamericanos, aliados del rei-no español. Ellos peleaban para la gloria y las metas de sus propias comunidades en México y por los derechos y privilegios que la guerra de Conquista les diera a ellos y sus descendientes [Fowler, 1989: 135; Barón Castro, 1996: 66; Lardé y La-rín, 2000: 53; Escalante Arce, 2001: 20-21; Matthew, 2004, 2007]. Tres-cientos conquistadores mexicanos de Soconusco formaron parte de de la hueste indígena que llegó a San Salvador en 1525, menos de la mitad regresaron a Gua-temala en 1526 [Matthew, 2004: 79]. Cuando Jorge de Alvarado reconquistó los territorios rebeldes de América Central, comenzando en 1527, su ejército tenía de 6000 a 7000 conquistadores mexicanos de Tlaxcallan, Quauhquechollan, Cho-lula, Coyoacán y Oaxaca. En total, de 10,000 a 12,000 conquistadores mexicanos participaron en la con-quista de Centroamérica. Miles de ellos colonizaron Guatemala y mi-les más colonizaron San Salvador. Varios emigraban con sus familias y otros colonos del norte [Matthew, 2004: 78–86]. Un grupo de estos,

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según los documentos históricos, está compuesto por sesenta mixte-cas, lo que podría explicar uno de los tipos raros de cerámica en Ciu-dad Vieja. Gutiérrez Gris Pulido es un tipo de cerámica que no se ha encontrado en otros sitios de El Sal-vador, pero similar a los cajetes trí-podes de Oaxaca y Tehuantepec en los siglos antes de la Conquista [Card, 2007: 230–236; Lardé y Larín, 2000: 192–193]. Esta población mezclada vivía en una villa construida con intenciones de permanencia. Mu-cho trabajo fue dedicado a la construcción de estructuras con cimientos formales y grandes de piedra (Figura 2), muros sólidos de tapia y una cantidad inmensa de tejas y baldosas, posiblemen-te para llenar el requerimiento de encomenderos que tenían casas permanentes de piedra y ladri-llo [Sherman, 1979: 94-96; Kramer, 1994: 12]. Varias estructuras tenían una ornamentación más elabora-da, incluyendo columnas de pie-dra labrada, pisos mosaicos, pisos de baldosas en diseños polícromos y al menos un caso de tejas vidria-das (probablemente importadas de Europa). Además, el cabildo requirió que los vecinos practica-ran algunos oficios que poseían. Este mandato del cabildo es refle-jado en el descubrimiento de dos herrerías [Barón Castro, 1996: 133;

Fowler, 2006a, 2006c]. Esta política, al igual que el decreto real de que colonos deben casarse con muje-res locales o traer una esposa de España, fue diseñada para promo-ver la estabilidad de la comunidad. Pero el asentamiento de mucha de esta población, especialmente los conquistadores, era inestable; ellos usaban San Salvador como una base de operaciones. Ningún habitante de la villa de San Salvador era permanente. Los europeos cruzaron el mar con dirección a México o Panamá, después de llegar a San Salvador, buscaban esclavos y oro en Hon-duras [Barón Castro, 1996: 135-136, 150, 165-166, 187] o conquistas nue-vas en Perú [Escalante Arce, 2001: 119-121; Thomas, 2000: 11]. Ellos co-municaban su identidad extranje-ra por medio de la arquitectura, la planificación urbana y la importa-ción de artículos suntuosos desde Europa. Los conquistadores mexi-canos eran usados como fuerzas móviles, marchando a cualquier parte de la colonia que estuviera en peligro. Se necesitaban pipiles de varias comunidades de la zona para trabajar en San Salvador. En un inicio, nadie era de San Salva-dor, pero con el tiempo una nueva generación de sansalvadoreños nació y su impacto sutil se eviden-cia en la cultura material. En una clase nueva de cerámica, ellos

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Figura 2. Excavaciones en Estructura 6F4, Ciudad Vieja, con ejemplos de cimientos y arquitectura en estilo español. Foto por William R. Fowler.

Figura 3. Copa de vidrio encontrado en Estructura 3D2, Ciudad Vieja. Foto por el autor.

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utilizaron conceptos de diseño de ambos lados del Atlántico. Los nuevos habitantes de San Salvador rompieron barreras entre la gente, produciendo modos de cultura y cultura material nuevas, al mismo tiempo que estaban forzados en nueva clase de identidad opresiva.

Las vasijas de cerámica y vidrio importadas a la villa de

San Salvador

Casi toda la cerámica usada en la villa de San Salvador estaba hecha localmente en la tradición mesoamericana, específicamen-te pipil. La cerámica europea constituye solo 1.67 % de la ce-rámica colonial de Ciudad Vieja. Este nivel es casi el mínimo para un sitio de la época colonial es-pañola, ya sea pueblo indígena o ciudad española, pero los ejem-plos más cercanos a este nivel son primariamente pueblos indí-genas [Card, 2007]. Este nivel es probablemente producto de una ocupación corta del sitio y de su ubicación en el lado occidental de Centroamérica, donde otros sitios del siglo XVI tenían proble-mas logísticos para obtener im-portaciones de España [Blaisdell-Sloan, 1999]. Además, la villa de San Salvador era un asentamien-to español, pero la mayoría de los residentes eran mesoamericanos:

los conquistadores mexicanos. Solo dos estructuras (3D1 y 3D2) en el centro de la villa tie-nen niveles relativamente más altos, representando el uso des-echable de las botijas en tiendas y mercados centrales. Una de estas estructuras (3D1) tenía ele-mentos arquitectónicos lujosos [Fowler, 2006b]. La otra (3D2), por presentar evidencia de botijas, vasijas locales de cocina y una copa importada de vidrio, podría haber sido el sitio de una taberna u otro tipo de comedor comercial [Card, 2007: 496–499]. También había una herrería situada de for-ma muy accesible para viajeros a caballo [Fowler, 2006c; Fowler et al., 2007]. Una tercera estructura (6F1), en el norte del sitio, parece que era el solar de un encomen-dero. Roberto Gallardo [2004, 2006] excavó esta estructura e hizo esta hipótesis al explicar su tamaño grande y su elaboración arquitectónica. Además, una di-versidad de cerámica indígena no hecha en Ciudad Vieja [Card, 2007: 520–526, 555–556, 562] y ja-rros para el transporte de líquidos o granos [Card, 2007: 499–500], sugieren que fue un centro de re-colección de tributos. La colección pequeña pero diversa de cerámica y vi-drio importados de Europa sig-nifica que los colonos españoles

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de San Salvador tenían motivos para gastar recursos y riquezas significativas al obtener lujos en un contexto de condiciones logís-ticas difíciles. Hemos encontrados tres clases de vasijas importadas a Ciudad Vieja: vidrio (solo un ejem-plo), botijas y mayólica.

Copa de vidrio veneciano

Solo una pieza de vidrio colonial se ha identificado en Ciudad Vieja (Figura 3). Es similar a los ejemplos de vidrio veneciano de la segun-da mitad del siglo XVI [Tait,1979: Figuras 90 y 102] y tiene la forma de una copa de cerámica del siglo XVI influenciada por formas europeas que fue encontrada en la Ciudad de México [López Cervantes, 1976: 62, Lámina XIII]. La copa de Ciudad Vieja es de vidrio transparente y claro (por lo cual su origen probable es Vene-cia, porque el vidrio castellano te-nía un tinte amarillo o verde [Do-ménech, 2004: 105]), con rayas de lattimo, vidrio blanco opaco que está empotrado en el cristal de la copa. Esta técnica, vetro a filligrana, apareció en el segundo cuarto del siglo XVI, durante la ocupación de la villa de San Sal-vador [Tait, 1979: 49]. En Venecia, los hermanos Catanei aplicaron en 1527 una patente para el pro-ceso [Page, 2004b: 18], además,

una pintura veneciana de 1533 representa vidrio de filligrana y en 1542, el rey inglés Henry VIII tenía un juego de escudillas de filigrana [Shepard, 1991: 66]. Un origen en el Nuevo Mundo no es imposible, porque la producción de vidrio empezó en México después de 1535, siendo Puebla un centro de exportaciones en 1542. Pero hay otros ejemplos de vidrio venecia-no en sitios coloniales tempranos, como Nueva Cádiz en Venezuela [Willis, 1980: 31–33]. El descubrimiento de esta copa en la Estructura 3D2, com-binado con la ubicación central de 3D2, representa el uso intensivo de vasijas de cocina y un uso más intensivo en el sitio (relativamen-te, en Ciudad Vieja) de botijas de transporte. Por ello, parte de nues-tra hipótesis es que en la Estruc-tura 3D2 funcionaba como una taberna u otro tipo de comedor comercial. La primera licencia de restaurante en Norteamérica se concedió en la Ciudad de México el 1 de diciembre de 1525, pero otras ventas y comedores fueron fundados en Veracruz, Cholula y otros lugares en México el siguien-te año, especialmente en las ca-lles y vías de transporte y viaje, tal como sucede ahora. [Farga y Inés Loredo, 1993: 77–7]. En la Ciudad de México, por un tomín se com-praba una cena de pan y agua y

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por una sobrecarga de 33 %, se hu-biera comprado vino, queso, vina-gre, aceite y una sala donde pasar la noche en una taberna [Farga y Inés Loredo, 1993: 73-76; Vargas y Casillas, 1996: 162]. Este tipo de servicio demandado por viajeros, especialmente el vino, podría ex-plicar la copa fina de vidrio y las botijas de la Estructura 3D2.

Botijas

Las botijas eran los envases de-sechables del imperio español. Eran usados para llevar mercade-rías del interior después que una nave fondeaba en el puerto. San Salvador estaba, como en la ac-tualidad, en el interior, por ello las botijas eran necesarias para trans-portar líquidos, como vino o aceite de oliva y granos sólidos (como el trigo). Tienen una forma globular o romboide, podrían ser vidriadas con un engobe de plomo, lo que les daba un acabado de color gris o amarillo encima de barro blan-co. Las botijas son el tipo más co-mún de cerámica importada, con 426 tiestos encontrados en Ciudad Vieja. Con una excepción, todas estas vasijas tienen rasgos diag-nósticos del estilo temprano de botijas [Goggin, 1960: 10-11, Figura 3; Marken, 1994: Figura 4.1] perte-neciente al siglo XVI, antes de la fecha general de 1580.

Once de los trece bordes (una parte muy diagnóstica) de las botijas encontradas en Ciu-dad Vieja tienen una de las dos formas asociadas a las botijas tempranas. Siete de ellas tienen una boca con perfil similar a la letra ‘U’, como los ejemplares encontrados en Concepción de la Vega en República Dominica-na, en un sitio ocupado en el pe-riodo 1494-1562, pero en declive después de 1525 [Goggin, 1960: 34; Ortega y Fondeur de Ortega, 1978]. Otros ejemplos (clasifica-dos por Marken como bordes Tipo 2) posiblemente vinculados a los que tienen bocas en forma de U de Ciudad Vieja, fueron en-contrados en naufragios en las Bahamas en la primera mitad del siglo XVI [Marken, 1994: 16-18]. Las botijas tempranas de Caluco Vie-jo [Verhagen, 1997: 305, Figuras 7.33c, 7.33e, 7.34a], un sitio en el occidente de El Salvador que es-tuvo ocupado a finales del siglo XVI e inicios del siglo XVII, no son similares a las botijas de Ciudad Vieja. Cuatro bordes encontrados en Ciudad Vieja tienen la forma más común de las botijas tempra-nas, cuyas bocas se asemejan a una letra ‘V’ curvilínea (Figura 4) [Goggin, 1960: 9-11, Figura 3c-e; Marken, 1994: 50-51, Figura 4.1]. Además de los bordes, el barro y las medidas de las paredes de

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las botijas de Ciudad Vieja son similares a algunas de las botijas tempranas en varios sitios del siglo XVI [Goggin, 1960: Tabla 8]. Las botijas de Ciudad Vieja no tienen asas, elementos normalmente asociados con botijas tempranas y no medianas o tardías (Goggin, 1960). Pero hay ejemplos de bo-tijas tempranas sin asas [Marken, 1994]. Una botija completa (sin asas) proveniente de Panamá Vieja del siglo XVI [Patronato Pa-namá Vieja, 2006: 51], tiene forma similar a los fragmentos encontra-dos en Ciudad Vieja. De los dos últimos ejemplos de bordes fuera de estas catego-rías, uno está dañado al punto no-diagnóstico y es del tipo temprano. El otro no es temprano y no per-tenece a la villa de San Salvador. Este borde tiene forma y pasta de barro diagnósticos de botijas tar-días, al final de la época colonial [Goggin, 1960: 19; Marken, 1994: 51, Fig. 4.3B]. Esto es un rastro de una ocupación efímera, probablemen-te del siglo XIX; como la ocupación es del clásico terminal – postclásico temprano, no hemos encontra-do contextos de esta ocupación, solo rastros individuales. Además de esta botija, hay una pequeña cantidad de tiestos de vasijas he-chas localmente que pertenecen a esta época. El análisis preliminar sugiere que en esta época, el área

de Ciudad Vieja era usada para la producción de azúcar. La mayoría de estas vasijas tardías primaria-mente encontradas en la superfi-cie son de un tipo llamado Telesfo-ro, fechado a 1650-1825, en el valle del Río Ceniza en el occidente de El Salvador [Sampeck, 2007: 332–334]. La combinación de la botija tardía y los elementos de los tiestos Telesforos en Ciudad Vieja (análisis en colaboración con Kathryn Sam-peck, analista de la cerámica del Río Ceniza), ubica las actividades de la caña de azúcar en un perio-do temprano, en el siglo XIX, al final de la época colonial o inmediata-mente después de la independen-cia. Es importante para la data-ción de Ciudad Vieja y la villa de San Salvador, que no hay ejem-plos de botijas de estilo mediano, con bocas en forma de anillo de barro grueso, en lugar de los cue-llos delgados y gráciles de las boti-jas tempranas. Las botijas de estilo mediano reemplazaron a las boti-jas tempranas alrededor de 1580 y posiblemente en la década de 1560 [James, 1988: 59]. Hay varios ejemplos de estas botijas medianas en Caluco Viejo, como parte de la industria salvadoreña de cacao a finales del siglo XVI. Nadie transpor-taba productos a Ciudad Vieja en botijas después de 1570 o 1580.

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Mayólica

La ‘mayólica’ (cerámica vidria-da con engobe opaco, hecho con estaño) es un tipo cerámico importante y diagnóstico de la época colonial. La cantidad de mayólica recuperada de Ciudad Vieja es de solo 23 tiestos, la can-tidad más pequeña proveniente de un sitio colonial significativo. Sin embargo, tenemos informa-ción sobre importación de mayó-lica de una fuente inesperada: la cerámica pipíl. El tipo de mayólica más común en Ciudad Vieja es Co-lumbia Sencilla (nueve ejemplos), tal como se espera de un sitio colonial español. Este tipo ocurre mucho durante la época colonial española, la forma de una escu-dilla encontrada en Ciudad Vie-ja se fechó a inicios de la época colonial [Goggin,1968: 122-123]. Otros tipos incluyen fragmentos de un color azul diferente, usado en engobe de jarros medicinales en el siglo XVI (tipo Caparra Azul) [Deagan, 1987: 62-63; Goggin, 1968: 134-135] y bacínes para uso higiénico, como artículos de lujo importados. Fragmentos de mayólica del estilo italiano (pero hecho probablemente en Sevilla) están presentes en Ciudad Vieja, espe-cíficamente el tipo Sevilla Azul-so-

bre-Blanco (solo dos fragmentos) (Figura 5). Columbia Sencilla es parte de la tradición de cerámica morisca, su estilo tecnológico de la época islámica en España con-tinúa después de la Reconquista. La cerámica de estilo italiano es un signo de la popularidad inter-nacional de la mayólica italiana en los mercados de Europa occi-dental en el siglo XVI [Lister y Lister, 1987: 140–151; Gaimster, 1999]. La mayólica de estilo italiano típica-mente ocurre un poco más tarde en las colonias, pero estaba pre-sente en la Ciudad de México alrededor de 1530 [Lister y Lister, 1982]. Su presencia contemporá-nea en San Salvador confirma la importancia de los productos del Renacimiento no solo italiano, sino también de la cuenca mediterrá-nea, en las colonias tempranas.

Platos indígenas y cronología de San Salvador

Mucha más evidencia de esta influencia se encontró en platos hechos por alfareras indígenas (la mayoría de los alfareros tradi-cionales en Centroamérica han sido mujeres), usando técnicas tradicionales (hechas a mano, no en tornos ni vidriadas) y mate-riales locales (barros y engobes de cerámica que se cocinan al color café claro o bayo), pero adop-

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Figura 4. Cuello de una botija española, estilo temprano, con la forma de letra ‘V’ curvilínea. Encontrado en Estructura 6F1, Ciudad Vieja. Foto por el autor.

Figura 5. Plato de mayólica en estilo italiano. Tipo Se-villa Azul-sobre-Blanco. Encontrado en Estructura 5E2, Ciudad Vieja. Foto por el autor.

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tando las formas de las vasijas eu-ropeas y pintándolas con diseños tradicionalmente pipiles (diseños geométricos en rojo sobre color café claro). En sitios postclásicos tardíos en El Salvador y el sureste de Guatemala, cajetes con estos elementos se encontraron en va-sijas de servir, en varios casos con soportes trípodes [Card, 2007: 179–181, 192–193]. Cajetes como estos estaban en uso en la villa de San Salvador, pero eran menos elabo-rados y no contaban con diseños icónicos, una transformación co-mún en los sitios coloniales, donde imágenes de gente y animales pudieran ser símbolos religiosos y políticos y estaban considerados potencialmente diabólicos por los españoles. Sin embargo, a razón de 2 a 1, platos con estos mismos ele-mentos pero en forma de un plato llano de borde ancho, reempla-zaron a los cajetes como vasija para servir en Ciudad Vieja. Estos platos son el 17 % de las vasijas re-cuperadas en Ciudad Vieja y se encuentran en todas las excava-ciones entre el 9 y el 29 % de las vasijas asociadas con estructuras específicas, incluyendo las casas de los encomenderos españoles y las de las familias indígenas. La colección de 582 fragmentos de platos indígenas es uno de los re-cursos más importantes al estudiar

un fenómeno (cultura material hí-brida) de las colonias europeas. Ciudad Vieja es uno de pocos si-tios donde la población indígena usó vasijas hibridas a este nivel. El uso más intensivo en Ciu-dad Vieja estuvo en la Estructura 2F1, una casa con indicaciones de residencia indígena [Hamilton, 2006, 2010: 141–149]. Excavacio-nes en los linderos sureste de Ciu-dad Vieja, hechas por Conard Hamilton, revelaron una casa con patrón de cerámica residencial [Card, 2007: 476–479] con eviden-cias de producción de textiles. La arquitectura de la Estructura 2F1 es muy diferente de la arquitec-tura de la mayoría de estructuras del sitio, que son de estilo espa-ñol. Los cimientos son irregulares en la construcción, la estructura es ovalada, no hay divisiones in-ternas y no se habían usado tejas ni baldosas. Los únicos elementos de cultura española en la Estruc-tura 2F1 son 25 fragmentos de hie-rro, incluyendo clavos coloniales. La abundancia de platos aquí, con su uso general en el sitio, evi-dencia el uso indígena y español de los platos híbridos. Un patrón similar a la innovación de cerá-mica híbrida por parte de los indí-genas y europeos ha sido encon-trada en comunidades europeas con refugiados indígenas, como en Old Mobile (Mobile Viejo) en

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Alabama [Silvia 2002]. En la ma-yoría de sitios españoles, las vasi-jas híbridas eran usadas principal-mente por los colonos españoles, posiblemente por la falta de su mayólica preferida. El análisis de los platos in-dígenas tiene aspectos muy téc-nicos, considerados de forma ex-tensa en otros lugares [Card, 2007; n.d.]. Sin embargo, un resumen es muy importante por sus vículos a la historia de la villa de San Salva-dor y el inicio de la colonia de San Salvador. Los tipos de mayólica morisca son más comunes en Ciu-dad Vieja que los del estilo italia-no, pero casi la totalidad (99.1 %) de los platos tienen la forma del-gada y ancha de los platos italia-nos (Figura 6). Además, los cinco platos indígenas ‘moriscos’ tienen un engobe rojo, algo usado en pocos platos indígenas ‘italianos’. Los alfareros pipiles y los españo-les (los primeros clientes de los platos indígenas, antes de que toda la comunidad los adoptara durante la ocupación de la villa de San Salvador) preferían el es-tilo italiano. Probablemente con-ceptualizaban los platos moriscos como no deseables, marcados como una clase distinta. En un nivel más detalla-do, una variedad de elementos y formas de platos de estilo ita-liano están representados en los

platos indígenas. Doce clases de formas adaptadas de dos siste-mas de clasificación de mayólica [Lessman, 1979; Rackham, 1977] se encontraron en los platos indí-genas. Esos sugieren que los restos de mayólica (23 piezas) no son muy representativos de la cerámi-ca importada a la villa de San Sal-vador. Cuando se comparan las formas de los platos indígenas con una secuencia de mayóli-ca italiana [Card n.d., utilizando Hess 2002; Lessmann, 1979; Live-rani y Reggi, 1976; Poole, 1997; Rackham, 1977; Rasmussen, 1989; Watson, 1986], los resultados son importantes, por la cronología de San Salvador temprano (Figura 7). Cerca del 67 % de los platos indígenas de Ciudad Vieja tienen formas primariamente en uso du-rante los años de ocupación do-cumentadas para la villa de San Salvador, 1528–1545. Pero el 20 % de las formas eran más comunes en Europa después de 1545, inclu-yendo el 14 %, que solo aparece a mediados de la década de 1540, en el periodo del permiso de traslado de San Salvador o un poco después.

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Implicaciones de la cronología extendida

Esta evidencia significa que Ciu-dad Vieja todavía funcionaba como asentamiento y consumía mayólicas importadas y copiadas por alfareros indígenas después del traslado oficial, probable-mente alrededor de 1550 y 1560 (cuando las formas más tardías de los platos en Ciudad Vieja eran populares). La existencia de botijas tempranas significa que la importación se termina antes de 1570. Además, la falta de por-celana china encontrada en El Salvador a finales del siglo XVI, después de la fundación de Ma-nila y el intercambio regular entre Nueva España y China [Fournier-

García, 1997; Sampeck, 2007; Ver-hagen, 1997: 321–329], manifiesta una ocupación de Ciudad Vieja que comienza en 1528, va deca-yendo en fechas cercanas a 1560 y termina definitivamente antes de 1570. El permiso de 1545 indica la fecha cuando se inició la cons-trucción de la ciudad nueva y cuando los vecinos empezaron a trasladarse a la ubicación nueva. En este caso, la villa continuaba funcionando como una comuni-dad aparte de la ciudad de San Salvador, es probable que con residentes indígenas y españoles (peninsulares o solo criollos, no sa-bemos), por esta razón continuó la importación de mayólica. La comunidad de Ciudad Vieja estu-

Figura 6. Plato indígena, con forma en estilo italiano. En-contrado en Estructura 4C1, Ciudad Vieja. Dibujo por Francisco Galdámez, foto por el autor.

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Figura 7. Secuencia de m

ayólica italiana. La caja flaca ind

ica las fechas docum

entadas d

e la villa de San Salvad

or. Los perfiles en la d

erecha y números asociad

os significan las cantidad

es de form

as de platos ind

ígenas encontrados en C

iudad

V

ieja. El grupo inferior, con 92 ejemplos, pertenece al period

o de las fechas d

ocumentad

as. El grupo en el med

io, con 62 ejem

plos, son formas que em

pezaban cerca de 1545, pero son m

ás comunes d

espués. El grupo superior, con 24 ejemplos,

son tipos que fechan después d

e 1545, y evidencian que la villa d

e San Salvador estuvo ocupad

a hasta 1560 o posible 1570. D

iagrama por el autor.

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vo ocupada por casi el doble del tiempo conocido a la luz de los documentos. Si la villa fuera abandona-da en 1545, los naturales de la villa pudieron tener como máximo die-ciséis años de edad, los mayores iban empezando sus vidas como adultos jóvenes. La mayoría de sansalvadoreños naturales debie-ron ser niños, pero una ocupación del año 1555 al 1560 diera el tiem-po suficiente para que creciera una segunda generación en la villa, nuevas familias con otra ge-neración de decendientes. Este cambio en la cronología tiene implicaciones importantes para la transformación y el desarrollo de la cultura mesoamericana en la época colonial temprana. El diseño y producción de la cultu-ra, incluyendo la cultura material, pasó de la gente que se estaba trasladando de sus comunidades a San Salvador, a las manos de sus descendientes, los primeros sansalvadoreños.

Producción de cerámica indígena y transformación de

identidad

La identidad es difícil de entender solamente por medio de la infor-mación arqueológica. Hay una frase famosa en arqueología: «las vasijas no son personas». La iden-

tidad no es solo una construcción de la mente, sino también es una forma de relacionarse socialmen-te y de actuar tomando en cuen-ta esta red de relaciones. En la manufactura de la alfarería en Ciudad Vieja, podemos ver hue-llas de cambios sutiles en las redes sociales y en la identidad de los alfareros de San Salvador y las pri-meras etapas de la etnogénesis de la identidad indígena en el sis-tema colonial.

Variación en la cerámica de Ciu-dad Vieja

Hemos presentado datos sobre la cerámica importada: botijas y mayólica, también hemos exami-nado los platos indígenas, parte de la tradición pipil pero con la forma de las vasijas italianas. La gran mayoría de la cerámica de Ciudad Vieja es de esta tradición pipil (principalmente en un grupo cerámico, el grupo Alvarado), la cual constituye el 96 % de la cerá-mica del sitio. Este grupo es par-te de una tradición postclásica en El Salvador y Guatemala, en las áreas de los nahua-pipiles en el tiempo de la Conquista [Card, 2007: 189-199, 205-212, 216-217; compare con Beaudry, 1983: 175-176; Bove, 2002: 187-188; Haber-land, 1964; Kosakowsky, Estrada-Belli y Petitt 2000: 210, 213, Figura

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Figura 8. Ejemplos de cerámica Al-varado en la tradición pipil: (a) sartén sin elaboración; (b) cántaro con elaboración pintada en naranja; (c) cajete trípode, originalmente pintado al mínimo en los suportes y el borde; (d) interior de un cajete, con un ejemplo característico de los diseños geométricos encontra-dos en platos y cajetes en el grupo Alvarado y similar a los cajetes en asentamientos pipiles en Guatema-la y El Salvador. Fotos por el autor.

Figura 9. Fragmento de olla en modo Peñacorba. Encontrado en el basurero de Estructura 6F4, Ciu-dad Vieja. Foto por el autor.

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14; Sampeck, 2007; Sharer, 1978: 60, Figura 30e1-3; Urban, 1993: 43–44, Figura 6.6]. Con variacio-nes, esta tradición posee diseños geométricos pintados en rojo, sobre engobe de color café cla-ro, engobe blanco u otra super-ficie clara. En el caso de Ciudad Vieja, la pasta de barro tiene un color similar al engobe, de un co-lor café a café claro, con varios ejemplares (especialmente, jarros para transportar líquidos) cocidos al naranja (Figura 8). Podemos decir con seguri-dad que la mayoría de cerámica en Ciudad Vieja estaba hecha en la tradición estilística y tecnológi-ca de los pipiles. A excepción de Gutiérrez Gris Pulido (mencionada anteriormente como un tipo me-nor en Ciudad Vieja) que sigue las tradiciones de Oaxaca y Te-huantepec, no podemos ver en la cerámica mucha influencia de las regiones de los conquistadores mexicanos. Pero no hay seguri-dad sobre cuáles fueron los luga-res pipiles de procedencia de los residentes o alfareros de San Sal-vador. Una posibilidad es que pa-trones de variación en la produc-ción de la cerámica de Ciudad Vieja son evidencia de las raíces y orígenes diferentes de los alfa-reros, o al menos, de diferencias idiosincráticas entre los producto-res individuales.

La ocupación de Ciudad Vieja, a pesar de que fue una ocupación corta —de más o me-nos tres décadas —, tiene eviden-cia estratigráfica de cambios en la producción del primer grupo cerámico, el grupo Alvarado. Du-rante la ocupación de 1528 a ca. 1560, estos microestilos, con pa-trones de distribución a nivel de casa o barrio, formaron un grupo más homogéneo, con implicacio-nes sobre la identidad y las redes sociales. El grupo cerámico Alva-rado, además de la mayoría de ejemplos ‘normales’ del grupo, tiene tres ‘modos’ (Figueroa, Pe-ñacorba, Oliveros). Un modo, en la jerga arqueológica, es un ele-mento especial que aparece en una minoría de los artefactos y que no ocurre de forma suficiente con otros elementos de los gru-pos al definir un tipo o variedad. Es como la construcción lógica: todos los ejemplos de un modo (por ejemplo, el modo Peñacor-ba) son parte de los tipos en el grupo Alvarado, pero no todos los del tipo tienen un modo en parti-cular. Tiestos de cada uno de los tres modos minoritarios tienen el mismo barro, las mismas formas y los mismos diseños pintados de los tiestos del grupo Alvarado, pero también tienen una diferencia distinta de producción. Esto po-

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Figura 10. Mapa de las exca-vaciones de Estructura 6F4, Ciudad Vieja. Dibujo de Fran-cisco Galdámez, modificado por el autor.

Figura 11. Perfil del muro norte de la Unidad 99-2.9, en el basurero de la Estruc-tura 6F4, Ciudad Vieja. Porcentajes de cerámica del modo Peñacorba en la derecha. Dibujado por el autor.

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Figura 12. Mapa de las excavaciones de Estructura 3D2. Unidades con ‘D’ muestran disminución del modo Figueroa en los niveles supe-riores, y con ‘D-S’ son significativos estadísticamente. Unidades con ‘I’ muestran incremento del modo Figueroa en los niveles superiores, y en la unidad con ‘I-S’ son significativos estadísticamente. Mapa dibu-jado por Francisco Galdámez y modificado por el autor.

dría indicar diferentes métodos idiosincráticos de producción por parte de grupos pequeños de alfareros (posiblemente dentro de una familia) o alfareros indivi-duales [Deal, 1998: 31–37]. El pa-trón de distribución de los modos también es destacado, en la ma-yoría de ejemplos de cada modo asociado con una estructura, su-giere una producción y un uso en el ámbito doméstico, con un posible intercambio limitado fue-

ra de la casa [Arnold, 1991: 92–93; Fry, 1979; Rice, 1987: 184; Underhill, 1991]. Los tiestos del modo Fi-gueroa son muy duros y resuenan cuando son golpeados. Esta cali-dad es producto de procesos de bruñido y pulido intenso antes de la cocción1. Los tiestos del modo

1 El uso de temperaturas altas en la cocción no es imposible, pero los tiestos Figueroa no son diferentes del grupo Alvarado, en general, en la

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Figueroa son similares a la loza Ohl Dura (Ohl Hard Ware) de Chal-chuapa, que incluye en el grupo cerámico Nunuapa, cántaros muy similares a los de ellos en el grupo Alvarado [Sharer, 1978: 78-79]. La mayoría de los tiestos de Figue-roa (76.1 %) se recuperaron en la Estructura 3D2 o cerca de ella2 y en estructura 3D1, solo 35 m al su-roeste3. El modo Peñacorba está identificado por líneas de bruñido muy intenso, con espacios no pu-lidos entre las líneas (Figura 9), un elemento encontrado en el tipo Joateca en Chalchuapa, posi-blemente contemporáneo con Ciudad Vieja [Sharer, 1978: 64-65] y en el grupo Granadillas del valle de Zapotitán [Beaudry, 1983: 175]. Casi la totalidad de los tiestos Pe-ñacorba (97.6 %) fueron extraídos de la Estructura 6F4 (15.5 % de la cerámica Alvarado), un buen indicio para sugerir una produc-ción y distribución a nivel domés-tico [Stark, 1985]. La Estructura 6F4 está en el norte del sitio, cerca

frecuencia o morfología de núcleos de cocción.2 Los tiestos Figueroa confor-man el 21.5 % de toda la cerámica de la Estructura 3D2.3 Los tiestos Figueroa confor-man el 4.7 % de la cerámica de 3D1; las cantidades en otras estructuras del sitio son mucho menores.

de la casa de un encomendero (Estructrua 6F1). Probablemente se trata de parte de un solar, tres salas construidas al estilo español (incluyendo una cocina) y un ba-surero lleno de huesos y restos de animales fueron excavados por el autor [Card, 2006; Scott, 2006] (Fi-guras 2, 10). El aspecto distinto de los tiestos del modo Oliveros no se debe al tratamiento de la super-ficie, sino en la falta de partículas grandes de poma volcánica en la pasta, una inclusión común en otros tiestos del grupo Alvarado. Esta carencia hace que los ties-tos Oliveros se muestren blandos y friables. Fueron encontrados pri-mordialmente (70.6 % de la totali-dad del modo Oliveros en el sitio) cerca de Estructura 2F1 (donde el 9.4 % son del tipo Alvarado).

Producción y costumbre

Estas distribuciones significan que hubo producción de cerámica en las casas. Con más exploración del sitio esperamos encontrar más ‘microestilos’. Las vasijas hechas en estas casas se usaron primaria-mente para su uso interno, pero parece que varios ejemplares fueron vendidos, intercambiados o usados para otras funciones en otras partes del sitio. Un origen de las diferencias pequeñas podría

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encontrarse en la historia de la villa de San Salvador. El área de Ciudad Vieja no estaba ocupada antes de que los españoles fun-daran la villa. Todos sus residentes se trasladaron de otras comuni-dades desde varias distancias: España, México, varias partes de la región pipil en Guatemala y El Salvador, y probablemente (pero no hay evidencia directa en los documentos), del Caribe y África. Los pipiles provinieron de distintas comunidades de origen. Debido a que los españoles tenían enco-miendas en muchas partes del área pipil, los pipiles se incorpora-ron en varias operaciones de los dos ejércitos de la familia Alvara-do y otras acciones de los vecinos de San Salvador después de 1528. Los alfareros eran de la región pi-pil y tenían tradiciones de cultura en común, incluyendo la cultura material. Podemos ver esto en las similitudes entre la cerámica de Ciudad Vieja, especialmente del grupo Alvarado, y los tipos y grupos postclásicos de El Salvador occidental y el sureste de Guate-mala. Sin embargo, esperamos que cada pueblo y comunidad tuviera su propia variación de es-tas tradiciones, su propio ‘sabor’ o costumbre [Reina y Hill, 1978: 231-251]. Esos orígenes diferen-tes de los pipíles de San Salvador podrían explicar los patrones de

variación en los modos. Además, es evidente que los alfareros que no practican sus habilidades por un tiempo (incluso un periodo tan corto como un año) podrían ad-quirir cambios importantes en su ‘estilo’ [Deal, 1998: 35]. En los pri-meros años caóticos de la Con-quista (donde podemos incluir la posibilidad de trabajo involunta-rio) y el establecimiento de una comunidad nueva, podemos imaginar interrupciones de acti-vidades como la producción de cerámica. Los modos del grupo Alva-rado tienen patrones de distribu-ción horizontales, lo cual eviden-cia una producción doméstica, a la vez, indica los diferentes orí-genes de los residentes de la villa. Pero los modos también tienen patrones de distribución vertica-les. En los tres lugares de produc-ción de estos modos hay un pa-trón general de disminución de los modos, cuyas características son reemplazadas por las característi-cas de referencia de la cerámica Alvarado. En el basurero de la Es-tructura 6F4, dos unidades de ex-cavación tenían estratigrafía, en ellas el nivel de los tiestos del modo Peñacorba fue más grande en los niveles inferiores y más antiguos, del 45 al 55 % de la cerámica e iba disminuyendo con el tiempo hasta un rango de 12 a 16 % de la

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cerámica en los últimos niveles (Fi-gura 11). El basurero grande de la Estructura 2F1 muestra un patrón similar (pero menos dramático), Oliveros conforma el 14 % de la cerámica en el inicio de la depo-sición y disminuye a niveles de 9 a 11 % en dos unidades, y a 3.8 % en una tercera unidad. En la Estructu-ra 3D2, no hay niveles distintos de deposición como en los basureros de las estructuras 2F1 y 6F4. Pero 16 unidades en ella tienen niveles artificiales de excavación (de 20 cm o menos, dependiendo de el contexto de la unidad). De estas 16 unidades tenemos el mismo patrón (Figueroa es el más común en niveles inferiores, pero disminu-ye con el tiempo) en 12 unidades. En estas, el patrón es significativo estadísticamente al nivel de con-fidencia del 95% en 7 unidades. El caso contrario, donde el tipo Fi-gueroa es el más común en los ni-veles superiores, estadísticamente comprobado, ocurre en solo una unidad (Figura 12, Tabla 1). Una posibilidad que expli-ca este homogenización es que se estaba dando un cambio en la producción y distribución general de la alfarería. La centralización de mercados en un mercado central podría afectar la distribu-ción [Fry, 1979]. Posiblemente esta cerámica era importada en can-tidades grandes. Los documentos

históricos mencionan tributos de alfarería de Apopa a San Salva-dor en 1532 y Nahuizalco en 1548 [Fowler, 1989: 153-154]. Sin embar-go, no pensamos que estas expli-caciones tengan mucha validez. Los cambios en la cerámica de Ciudad Vieja son sutiles y disper-sos. Si los proveedores estaban cambiando, se esperarían cam-bios más obvios en el estilo o ma-terial. Además, en la estratigrafía no hay un cambio completo, pero sí una disminución gradual con los años. El cambio más grande entre la cerámica de Ciudad Vieja y la tradición pipil es la adopción de la forma del plato italiano, copia-do de modelos de mayólica que probablemente solo estuvieron presentes en el tiempo de la Con-quista en San Salvador. La mejor explicación es que la escala de producción y dis-tribución no cambió, como tam-poco cambió el lugar de produc-ción. Por el contrario, los métodos de producción inicialmente varia-bles se unieron en un nuevo modo de comunidad [Rouse, 1960] de San Salvador. Con el tiempo, las fuerzas de competencia en el mercado y en una comunidad de iguales podrían producir una con-formidad del estilo, algo visto en los costumbres de comunidades tradicionales en América Cen-tral [Reina y Hill, 1978: 231-251].

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La interacción entre las casas de varias etnias y grupos de iguales en San Salvador presentaba po-sibilidades y presiones nuevas en las elecciones durante la produc-ción [Lemonnier, 1988: 32-37]. La estandarización de atributos de producción no necesariamente significa la estandardización del trabajo [Arnold y Santley, 1993]. La interacción y las nuevas re-des sociales (acompañadas con nuevas ideas sobre identidad y roles en la comunidad), incluyen-do actividades en grupos como la obtención y el procesado del barro y otros materiales, pudieron hacer que los productos de casas diferentes parecieran más indistin-guibles [Lemonnier 1988: 83-89]. Esta transformación pudo ser muy poderosa con una nue-va generación de gente (y sobre todo, alfareros) nacida en San Salvador. Miembros de las fami-lias de la primera generación de alfareros probablemente dieron adiestramiento en las técnicas y los estilos de las ‘viejas costum-bres’, según las formas de pro-ducción de las comunidades de origen [Arnold, 1991: 26-35]. Pero las fuerzas del mercado pudieron reafirmar tendencias nuevas en técnicas, provocando uniformidad en la producción [Deal, 1998: 26-35]. El cambio generacional,

especialmente en contextos de casas multiétnicas, es un factor importante en las comunidades coloniales [Lightfoot, 2005]. En las primeras décadas de la Conquis-ta, las autoridades españolas ex-hortaron a los conquistadores a casarse con mujeres locales. Entre un cuarto o un tercio de ellos lo hizo [Carrasco, 1997: 88; Kramer, 1994: 12]. Isabel Costilla, hija de un conquistador español, Gaspar de Cepeda, y una mujer proba-blemente pipil, nació en la villa de San Salvador en 1529. En 1543, se casó en la iglesia de la Santísi-ma Trinidad, con el vecino espa-ñol Gómez Díaz de la Reguera, en uno de los pocos matrimonios documentados en la villa. Otros matrimonios, hogares multiétni-cos y la interacción cotidiana en-tre miembros de una comunidad produciendo cultura material fue parte de lo que ocurrió en Ciudad Vieja entre personas de orígenes e identidades de muchos lugares de México y Centroamérica.

Conclusiones

La creación y adopción de vasijas híbridas por la población indíge-na, la decoración de estas vasijas hibridas con estéticas pipíles y la homogenización de las técnicas de la producción de cerámica, indican una cultura material nue-

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va en una comunidad nueva. Solo el uso de las formas de platos europeos parece como un proce-so de aculturación o mestizaje, en este caso, los platos son puestos en la clase indígena de cajetes, con su mismo uso y elaboración. Los otros cambios no denotan los estilos o la tecnología europeos. En su lugar, estos cambios mar-can el comienzo del estilo y las técnicas en la cultura material de una comunidad de gente de todas partes de Mesoamérica y Centroamérica, gobernados por una elite española que colabora con sus aliados mexicanos. Debe-mos notar no la transición de ‘indí-gena’ al mestizo, sino el inicio de la transformación de los tlaxcal-tecas, cholutecas, cuscatlecas, xochitotecas y otras identidades, a la clase o casta de ‘indio’ en el sistema étnico colonial. El ‘micro-patriotismo’ está documentado como un valor importante en los documentos coloniales en nahuatl, yukateco y otros idiomas indígenas [Lockhart, 1992; Restall, 1998]. Pero en el caso de los mexicanos de Guatemala, documentos legales muestran una flexibilidad entre su identidad como indígenas o con-quistadores y el desarrollo como una comunidad e identidad nue-vas [Matthew, 2004]. Esta flexibi-lidad es parte de la agencia de los mexicanos en Guatemala. Sin

embargo, la etnogénesis también se podría haber establecido en contextos de opresión, con una identidad impuesta a un grupo por sus opresores [Voss, 2008: 33-37]. En la villa de San Salvador, los cambios en la producción de cerámica, incluyendo la adop-ción de ideas extranjeras y el es-tablecimiento de un nuevo modo de comunidad en la segunda ge-neración, reflejan más flexibilidad en su identidad y expansión de su redes sociales. Pero estos también podrían ser indicadores pequeños de las primeras etapas en la forma-ción del sistema colonial de castas, donde los vínculos a los lugares y las historias estaban suplantados con categorías nuevas basadas en ideas de raza. El sistema no estaba formado por completo en las pri-meras décadas de la época colo-nial [Rodríguez-Alegría, 2005], pero eventualmente este sistema toma-ba miembros de comunidades de cada altepetl o kah y los traslada-ba a una clase amplia de indios. No estamos diciendo que gente se olvidó de sus raíces o no resistía es-tas transformaciones, pero los cam-bios en asuntos materiales como la producción de cerámica reflejan cambios en las relaciones sociales y estos a su vez generan un contex-to de transformaciones políticas de identidad y poder.

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Nivel 1 Nivel 2 Nivel 3 p-valor

Unidad Normal

%

Figue-

roa %

Total

tiestos

Normal

%

Figue-

roa %

Total

tiestos

Normal

%

Figue-

roa %

Total

tiestos

03-1.24 96.3 3.7 27 71.4 14.3 14 NA NA NA no suf.

03-1.25 55.6 11.1 9 80.8 5.1 78 NA NA NA no suf.

03-1.46 64.7 35.3 17 71.4 28.6 7 NA NA NA .751

03-1.48 70.0 25.0 20 57.2 35.7 28 NA NA NA .393

03-1.57 72.7 18.2 11 50.0 38.4 26 NA NA NA .198

03-1.60 58.3 0.0 12 90.2 7.3 41 23.1 69.2 13 .004

03-1.64 42.9 14.3 14 66.0 26.7 206 NA NA NA .816

03-1.67 84.8 10.9 92 29.0 32.3 31 NA NA NA .000

03-1.69 91.7 8.3 12 45.9 54.1 61 NA NA NA .004

03-1.70 86.7 6.7 15 53.0 44.0 100 NA NA NA .006

03-1.74 92.3 3.1 65 83.6 6.9 360 NA NA NA .208

03-1.137 72.7 9.1 22 76.5 2.0 51 NA NA NA no suf.

03-1.139 87.5 0 16 22.2 77.8 9 NA NA NA .000

03-1.147 92.5 0 40 93.1 0 87 70.5 22.5 302 .000

03-2.61 88.6 8.6 35 33.3 61.9 42 NA NA NA .000

03-2.62 73.3 23.3 30 90.0 3.3 30 NA NA NA .025

Tabla 1. Operación 3D2. Porcentajes de normal (sin modo) y cerámica en el modo Figueroa, ambos en el grupo Alvarado, por nivel artificial

Nota: La columna final tiene el p-valor de una prueba de significancia de chi al cuadrado (en varios casos, no hay cantidades suficientes al hacer una prueba). Unidades con diferencias estadísticamente significativos son marcados.

Agradecimientos

El Proyecto Arqueológico Ciudad Vieja se llevó a cabo con el per-miso del Consejo Nacional para la Cultura y el Arte (Concultura, ahora Secretaría de Cultura de la Presidencia) de El Salvador, dirigido por William R. Fowler. El Museo Nacional de Antropología de El Salvador amablemente pro-porcionó el acceso a artefactos

coloniales a su cargo. Los fondos fueron proporcionados por Con-cultura, la Foundation for Ancient Mesoamerican Studies, Inc., el H. J. Heinz III Charitable Fund, la Na-tional Geographic Society, Tulane University, Vanderbilt University, la National Science Foundation (Beca No. 0331533), y el Wenner-Gren Foundation for Anthropolo-gical Research. Otros miembros del proyecto que han ayudado en esta investigación son William

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R. Fowler, Roberto Gallardo y Co-nard Hamilton. Los dibujos y ma-pas fueron hechos por Francisco Galdámez, asistido por Adonai Cardoza. Liuba Morán y Miriam Rodríguez ayudaron en el labora-torio. Estoy agradecido a William R. Fowler, Jr., E. Wyllys Andrews y Sampeck Kathryn por su asesora-miento.

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A manera de introducción

La historiografía centroamericana ha documentado muy bien la te-mática de la siderurgia del Reino de Guatemala. Ahora, a través de un proyecto de registro y re-conocimiento de sitios arqueo-lógicos-históricos [Erquicia, 2008,

2009, 2009a, 2009b, 2010], llevado a cabo por la Universidad Tecno-lógica de El Salvador junto con la Academia de Historia de El Salva-dor, la arqueología ha destacado varias de las estructuras que ser-vían para forjar el hierro, obras de ingeniería hidráulica y magna ar-quitectura que se encuentran es-

El hierro de la tierra del Reino de Guatemala: Los ingenios de hierro en El Salvador. Un acercamiento

desde la arqueología históricaHeriberto Erquicia Cruz

Si bien, los primeros vestigios de fundición y elaboración de objetos de hierro para el actual territorio salvadoreño se encuentran en las dos pe-queñas herrerías registradas en el sitio arqueológico de Ciudad Vieja, el primer asentamiento estable de San Salvador (de 1528 a 1545), no es sino hasta la primera mitad del siglo XVIII que la industria del hierro se desarrolla en el Reino de Guatemala. La historiografía centroamericana ha documentado muy bien la temática de la siderurgia del Reino de Guatemala; ahora la arqueo-logía, a través de un proyecto de reconocimiento y registro de sitios ar-queológicos-históricos, ha destacado varias de esas obras de ingeniería hidráulica y extraordinaria arquitectura que se encuentran esparcidas en el centro y occidente del actual territorio salvadoreño.

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parcidas en el centro y occidente del actual territorio salvadoreño. La arqueología histórica ha abierto su camino a partir de las intervenciones arqueológicas en edificios considerados de valor histórico, tales como iglesias, cas-cos de haciendas, plazas, entre otros, casi siempre como apoyo a las labores de restauración, con-servación y puesta en valor del patrimonio cultural edificado de determinado período histórico o estilo arquitectónico. Estas inter-venciones, a veces realizadas en situaciones de emergencia, han dejado entrever la carencia de una investigación o documenta-ción necesaria sobre los inmue-bles. En este contexto se ha lleva-do a cabo dicho proyecto base, el cual ha reconocido, registrado, inventariado, catalogado y con-textualizado sitios arqueológicos históricos en El Salvador. En esta oportunidad se exponen los resultados del pro-yecto, en donde se ha logrado documentar nueve sitios a partir de sus restos físicos, siguiendo ras-tros históricos-documentales que, sumados a sus características ar-queológicas y arquitectónicas, se han logrado identificar como ‘ingenios de hierro’, los cuales for-man parte del rico patrimonio cul-tural arqueológico histórico salva-doreño.

La producción antigua de hierro en el actual El Salvador

El ‘hierro de la tierra’, tal y como denominaron los españoles al metal extraído de los yacimientos americanos, se convertiría, para la segunda mitad del siglo XVIII en el ‘Hierro de Metapas’. Su explo-tación fue una más de las ricas fuentes de divisas para la región centroamericana en la época colonial. El aparecimiento del tra-bajo del historiador costarricense José Antonio Fernández denomi-nado «Mercado, empresarios y trabajo. La siderurgia en el Reino de Guatemala», publicado por Concultura en 2005, nos brinda parte de la historia desconocida de este rubro importante de la economía de las antiguas provin-cias. Este ha sido en gran medida la base documental del registro de los Ingenios de hierro en El Sal-vador. Los vestigios más tempra-nos localizados en El Salvador, en donde se estaba elaborando hierro, se encuentran en el sitio arqueológico de Ciudad Vieja, el primer asentamiento estable de la villa de San Salvador de 1528 a 1545. Estos vestigios consisten en dos pequeñas ‘herrerías’ que fueron excavadas y documenta-das por William Fowler entre 1998

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y 2003 [Fowler, 2002, 2003]. Lo más probable es que en esas herrerías se elaboraban objetos para la construcción, todo tipo de herra-mientas y armas, como lo sugie-ren algunas menciones históricas que dan cuenta de los hechos de la época del siglo XVI temprano. Para Fernández [2005] «El hierro fue el más importante de los metales ´plebeyos´ pero no podía compararse en su valor de cambio con la plata, a pesar de que su valor de uso era mucho mayor» [Fernández, 2005: 18]. Así, los ingenios de hierro brindaron el recurso para la elaboración de los instrumentos utilitarios más impor-tantes en el desarrollo de muchas actividades destacadas de la vida cotidiana de las colonias. Alrededor de 1674, Mar-celo Flores de Mogollón descubrió los depósitos férricos de Metapas (Metapán), pero no fue hasta las primeras tres décadas del siglo XVIII que esta industria se desarro-llo en el Reino de Guatemala. A mediados del decenio 1810, casi al final de la época colonial, Me-tapán era conocida como ‘Meta-pán del Fierro’. Mientras el hierro era solo uno de los muchos mine-rales del subsuelo metapaneco, el entorno natural ofrecía la ma-teria prima para elaborar carbón y los ríos de montaña proveían la fuerza hidráulica para mover las

maquinarias de los ingenios de hierro [Ibíd. 95]. Reitera Fernández [2005] que debido al contexto de aisla-miento en que se encontraba el Reino de Guatemala respecto a la metrópoli, los ingenios de hierro surgieron por muchos en las pri-meras tres décadas del siglo XVIII, sin embargo el cambio gradual de la política española referente a las comunicaciones restableció la oferta de hierro europeo. Es así como surge el auge de la explo-tación del hierro de la tierra, el cual tuvo su apogeo entre 1750 y 1811, principalmente se debió a dos factores internos y uno ex-terno. Los internos respondieron al ‘boom’ añilero que demandó más instrumentos de hierro y el otro a la construcción de la nue-va capital del reino, Nueva Gua-temala de la Asunción; el factor externo convino de la compe-tencia que tuvo que enfrentar la producción local de hierro con la producción europea del mismo [Ibíd., 20-57].

La extracción de las minas y la elaboración del hierro en los ingenios hidráulicos del

Reino de Guatemala.

Como bien lo describe Fernández [2005], las minas eran abiertas, sin la construcción de tiros o túneles.

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En ellas se utilizaban herramientas básicas para obtener el mineral superficial, tales como almáda-nas, mazos de hierro con mangos largos para romper las piedras. Una vez extraído el mineral era reducido con mazos a pedrus-cos, proceso conocido como ‘re-fogar’. Este proceso consistía en excavar un agujero en el suelo, usualmente esférico, haciendo en su fondo moldes para que el ma-terial semi-procesado se dividie-ra. Dicha concavidad se llenaba con capas alternas de leña hasta el borde, dejando una concavi-dad en el centro que permitiera encender el fuego desde abajo. Posteriormente se colocaba el material sobre la leña y una vez concluida esta etapa era condu-cido para su posterior tratamiento en el ingenio [Ibíd., 60]. En seguida, nos explica Fernández [2005], ya en el inge-nio, este proceso consistía en el fundido de material refogado, que para entonces había perdi-do agua y material orgánico. Los hornos eran de una vara de alto por una de circunferencia y en el fondo se hacía una concavidad de un tercio de vara para que se concentrara el material fundi-do. Estos hornos tenían que llegar a temperaturas de 1,540 grados centígrados para poder fundir el hierro. El horno tenía una boca

para sacar las escorias y un ‘alqui-ribuz’, una abertura tubular para que entrara una corriente de aire provocada por ‘barquines’ o fue-lles movidos por fuerza hidráulica. En el horno se colocaban capas alternas de carbón vegetal y de mineral, recargándolo en la pa-red opuesta al alquiribuz para evi-tar que se bloqueara la entrada de aire. Al encenderse el horno bajo la constante corriente de aire de soplo, el metal se fundía y concentraba en la concavidad central, de donde se tomaba ya frío. El proceso final, una vez enfria-do el hierro, se cortaba y después de caldearlo se sometía a un gran martillo o martinete también mo-vido por energía hidráulica. [Ibíd., 60-61]. Las altas temperaturas re-queridas para el procesamiento final, que requerían de fuelles mo-vidos por fuerza hidráulica en los ingenios, se vieron facilitadas por la energía de los caudalosos ríos de montaña del Reino de Guate-mala [Ibíd., 62].

Los Ingenios de Hierro en El Salvador

Ingenio de Hierro de Atapasco, Quetzaltepeque Se ubica 2 kilómetros al norte de la ciudad de Quetzaltepeque, departamento de La Libertad,

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dentro de los terrenos de la Finca Río Claro. Las menciones sobre esta antigua hacienda giran alrede-dor del ingenio de hierro en sus linderos norte. Es una de las pocas propiedades que se ha ubicado su pertenencia al poder eclesiás-tico, pues fue parte de las hacien-das en propiedad de los Domini-cos de San Salvador. Las primeras referencias documentales provienen de me-diados del siglo XVIII, estudiadas por Fernández [2005] y sintetiza-das por Pedro Escalante Arce [2007]. En resumen, estas referen-cias destacan a la hacienda de Atapasco por la ubicación de un ingenio de hierro perteneciente a la orden de los dominicos. En 1746, los monjes lo habían arren-dado a Ignacio Mirasol y sub-arrendado a José de Lara Mogro-vejo, quien estaba produciendo siete mil quinientas libras anuales de hierro [Fernández, 2005: 80]. A este ingenio corresponden los res-tos arqueológicos a orillas del río Sucio, en la hacienda Río Claro, muy cerca del puente colonial de Atapasco, puente que forma-ba parte de la infraestructura del Camino Real. La Relación geo-gráfica de la provincia de San Sal-vador, elaborada por el alcalde mayor de San Salvador, Manuel Gálvez de Corral, en 1740, con-

firma la existencia de obrajes de hierro en las jurisdicciones de Opi-co y Quetzaltepeque [Escalante, 2007, s/p]. Actualmente, el ingenio de Atapasco consiste en los restos de cimientos, paredes, muros de contención, canaletas, colum-nas, pilas de caída y contención de agua, nichos en las paredes y otros elementos arquitectóni-cos y de ingeniería hidráulica de la época, los cuales servían para hacer funcionar el antiguo inge-nio de hierro (Figura 1). La fuerza hidráulica, para hacer trabajar este ingenio de hierro, provenía del río Sucio, el cual se encuentra a escasos 30 metros en la actuali-dad.

Ingenio de Hierro Santo Ángel de la Guarda, Sonsonate

Se ubica en la ciudad de Sonso-nate, en el barrio El Ángel. Según Fernández [2005], hacia 1730 se tiene la mención del dueño del ingenio de Sonso-nate, don Enrique de Sessi y Julbi, el cual pagó impuestos por fun-cionamiento, comercio y explota-ción llevados a cabo en su ingenio ante la Real Hacienda. El ingenio de Sonsonate, para ese momen-to, era uno de los dos ingenios de hierro que se encontraban en la Alcaldía Mayor de San Salvador y

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Figura 1. Vista de planta de los restos del Ingenio Atapasco, Que-zaltepeque, La Libertad.

Figura 2. Vista de planta de los restos del Ingenio San Miguel, Me-tapán, Santa Ana.

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Enrique de Sessi y Julbi era parte de los inmigrantes recién llegados a Centroamérica que tuvieron una presencia importante en la siderurgia colonial, que ya para entonces pertenecían a la elite local. Por otra parte, Sessi Julbi ob-tuvo el privilegio de pagar 200 pe-sos anuales en lugar de pagar el quinto al diezmo correspondiente y canceló diez años por adelan-tado en 1732. El ingenio de hierro de Enrique de Jesús Gulbeque —una corrupción de Enrique de Sessi y Julbi— se encontraba sin funcionar y los oficiales de la Real Hacienda ordenaron se rematara en 1747, para resarcirse del quinto que había dejado de pagar des-de hacía varios años [Fernández, 2005: 72-87]. En la Estadística General de la República de El Salvador de 1858 a 1861, elaborada por Igna-cio Gómez, existe una mención del río Grande —de Sonsonate-–como el ojo de agua del Ingenio, en referencia a que este movía la maquinaria del ingenio de Hierro del Santo Ángel de la Guarda de Sonsonate [Gómez, 1990: 216]. Por su parte, Santiago Bar-berena menciona que: «…a unos 8 kilómetros al Noreste de Son-sonate y en la margen derecha del Rio Grande existían, cuando el señor Ipiña escribió su citado informe, los restos de un antiguo

ingenio de fundir hierro y varias piedras de este metal…» Asimis-mo, también menciona que para 1865, existían en Sonsonate 14 tra-piches de hierro, de los cuales 7 eran movidos por fuerza hidráuli-ca [Barberena, 1998: 55-70]. En-tre 1909 y 1914, Barberena [1998] visita Sonsonate, ahí señala que en Sonsonate existieron varios conventos. Anota que el prime-ro que se fundó fue el de Santo Domingo, bajo el patronato de El Santo Ángel de la Guarda, en el barrio de este nombre. Este con-vento fue poseedor de un ingenio de hierro, a orillas del Río Grande, del cual se conservan todavía al-gunos restos [Ibíd., 66]. Significa ello que para inicios del siglo XX, dicho ingenio de hierro ya se en-contraba en desuso. En la actualidad, el sitio Santo Ángel de la Guarda de Son-sonate se encuentra en un avan-zado deterioro, tanto por el cre-cimiento urbano de la ciudad de Sonsonate junto con las activida-des antrópicas que recibe a diario, como por la acción de la natura-leza. Solamente se puede observar algunas paredes principales y un rasgo arquitectónico que proba-blemente sea el horno donde era fundido el hierro. Su estado de con-servación es deplorable.

Ingenio de hierro San José,

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Metapán

Se encuentra ubicado en la Ha-cienda San José El Ingenio, den-tro del Parque Nacional de Mon-tecristo, Metapán, departamento de Santa Ana. Ignacio Gómez menciona que el río San José mueve la má-quina de hierro de Don José María Luna, quien es su propietario. Un dato interesante es que para esa época hay siete máquinas de hie-rro, pero de estas solamente tres están funcionando, entre ellas se encuentra la de San José Ingenio [Gómez, 1990: 98-99]. Por su parte, Barberena [1998], a principios del siglo XX, afirma que en la hacienda San José se encuentra un buen inge-nio de hierro, además alude que:

«…Metapán es justamen-te famoso por sus riquezas minerales: los señores Luna Hermanos, hijos de aquella ciudad y verdaderamente nobles por su ilustración y honorabilidad, explotan las minas de hierro en su ingenio San José, sacando excelen-te calidad de éste artículo y aún esperan capitales y bra-zos que las exploten…» [Bar-berena, 1998: 174].

Según Fernández [2005], la apa-rición de tres ingenios, entre ellos

el de San José en la década de 1780, obedeció a la incapacidad del sistema imperial de comercio de proveer el material requerido por el auge añilero. Entre 1791, la producción de hierro del inge-nio San José casi desapareció, cuando el arrendatario Darío J. Moche, un mulato, no pudo se-guir produciendo debido a que solo pudo trabajar los meses de agosto septiembre y octubre por ‘defecto de aguas’. San José fue propiedad de Nicolás López, lue-go pasó a manos del padre Juan Gerardo López; sin embargo, a la muerte de este en 1803, Juan Mi-guel y Leal adquirió el ingenio en la suma de 3,400 pesos [Fernán-dez, 2005: 107-116]. Glenda Rodríguez Rivera [1995], quien participó a media-dos del decenio de 1990 en el Proyecto Arqueológico Casco Colonial de la Hacienda San José El Ingenio y es autora del artículo que lleva el mismo nombre, ase-vera que:

«… en el año 1795 comenzó la producción de hierro en San José, aunque su produc-ción haya sido sumada con la del ingenio San Rafael. Hay por lo tanto una eviden-cia histórica de sus inicios, además de proporcionar una fecha del fin comercial de las actividades de hierro

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como es el año de 1801, en que se aprecia que se labo-ró 28, 000 libras de hierro» [Rodríguez, 1995: 6-7].

Sabemos que el ingenio continuó funcionando, ya que se registra producción en 1807, bajo la pro-piedad de José Miguel y Leal. Se-gún el informe de Goodyear, para el año de 1880, San José Ingenio se dedicaba a la producción de hierro [Ibíd., 7]. Se cree que la construc-ción de este ingenio se realizó alrededor de 1783, fecha que aparece como ‘83’ en la pared del edificio, en el cual estaría co-locado un molino de agua donde aparece inscrito el dato ‘año 83’. Sin embargo, afirma Rodríguez [1995], sabemos que la produc-ción de hierro inicia su registro para el año de 1785 [Ibíd., 9].

Ingenio de Hierro San Miguel,Metapán

Se encuentra en el Caserío y Can-tón San Miguel Ingenio, Metapán, departamento de Santa Ana. Según la documentación de Fernández [2005] y la reseña de Escalante [2007], San Miguel parece ser contemporáneo a San José, es decir, la posibilidad de su entrada en funcionamiento a partir del último cuarto del siglo

XVIII. En la actualidad, por sus ras-gos arquitectónicos y el estado de conservación, se relaciona con San José y la casa patronal del Ingenio El Rosario, a manera de comparación para lograr una comprensión de la magnitud y di-mensiones. El recorrido de este inge-nio demuestra que San Miguel no cuenta con la misma suerte que su contemporáneo San José, pero sí cuenta con cierta continuidad hasta las postrimerías del siglo XIX en lo que se refiere a la familia en propiedad y al funcionamiento de sus instalaciones. Tanto el in-forme del Intendente de San Sal-vador en 1807 como la Estadística general de 1858-1861 donde ubi-can a Francisco y Domingo Arbizú como sus dueños en el orden res-pectivo, contempla la posibilidad de esta familia —que forma parte de la entonces elite guatemalte-ca— como la primera propietaria del ingenio en cuestión. En el informe de Minas de 1880 menciona la veta de San Mi-guel como una de las más explo-tadas, al igual que la de San José; sin embargo, no se menciona la persona propietaria de la misma. Ninguno de estos datos es men-cionado en la monografía depar-tamental de Barberena, limitando la referencia a la hacienda del mismo nombre en la que se cul-

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tiva café, caña de azúcar y trigo, cuenta con un molino para sacar harina y con un ingenio para ela-borar hierro [Barberena, 1998]. El sitio San Miguel, consiste en los restos de un antiguo Inge-nio de Hierro, el cual posee varios canales y canaletas, una canale-ta principal en donde bajaba el agua hacia una pileta, que hacía girar una rueda de madera para generar energía hidráulica. Se pueden observar cimientos, pare-des, muros de contención, cana-letas, columnas, pilas de caída y contención de agua, nichos en las paredes y otros elementos arqui-tectónicos y de ingeniería hidráu-lica, los cuales servían para hacer funcionar el antiguo ingenio de hierro (Figura 2). Lastimosamente hoy en día se encuentran casas modernas sobre las estructuras antiguas, por lo que es difícil de entender más allá la distribución de los espacios históricos, debido a la alteración que está sufriendo día a día el sitio. Cabe mencionar que este Ingenio es el que presen-ta las proporciones más grandes de todos los registrados por este proyecto. La fuerza hidráulica, para hacer trabajar este ingenio de hierro, provenía del río San Mi-guel El Ingenio, el cual se encuen-tra a escasos 10 metros hacia el sur de los restos antiguos.

Ingenio de Hierro El Rosario, Metapán

Se encuentra en el Cantón El Ro-sario, Metapán, departamento de Santa Ana. Las últimas referen-cias documentales disponibles so-bre el funcionamiento del Rosario se remontan a la Estadística Ge-neral de 1858-1861, ya citada en este artículo. De las 7 existentes en el municipio de Metapán, solo San José, San Miguel y El Rosario se encontraban trabajando para ese momento en que Gómez [1990] realiza su Estadística. El Ro-sario pertenecía a un propietario de apellido Planas. Resulta pecu-liar la omisión de este ingenio en el informe del Intendente de San Salvador, Gutiérrez y Ulloa [1962] en 1808, probablemente se trate de los ingenios de San Rafael o el de El Carmen que el mismo inten-dente menciona. Sus coordena-das no concuerdan a cabalidad con la ubicación del Rosario, ya que los mencionados aparecen con 3 y media leguas al N.E. de Metapán, en el camino Real de Guatemala; mientras que El Car-men lo sitúa 3 leguas al N, cami-no a Esquipulas [Gutiérrez y Ulloa, 1962]. Ante esta situación aún no resuelta lo suficiente, Escalante Arce [2007] sugiere que El Rosario formaría parte de los más anti-

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guos, pero este ya no se encon-traba trabajando al momento de la visita del Arzobispo Cortés y La-rráz. Él menciona en 1768 el fun-cionamiento de Santa Gertrudis, San Rafael y El Carmen (Escalan-te, 2007: s/p). Las particularidades ac-tuales de este sitio son el buen es-tado de conservación de la anti-gua casa patronal, la cual pese a algunas modificaciones, mantie-ne relativamente intactos sus ele-mentos arquitectónicos originales y representa a su vez una magnífi-ca muestra de las antiguas casas rurales que quedan en El Salva-dor. Esta no es la misma situación del segundo componente ar-quitectónico del conjunto, que consiste en el antiguo ingenio de hierro. Este presenta un grave de-terioro que, pese a su condición, la monumentalidad de sus di-mensiones exhiben los materiales constructivos como mampostería, piedra y ladrillo. En una visita rea-lizada por Enrique Kuni Mena [s/f] del Departamento de Historia de la Administración del Patrimonio Cultural, menciona que esta últi-ma edificación presenta un 70 % de buen estado, las 15 pilastras y toda la parte superior de la cana-leta permanecen prácticamente intactas. Entre los restos de un anti-guo Ingenio de Hierro, se encuen-

tran una canaleta principal en donde bajaba el agua hacia una pileta, que hacia girar la rueda de madera que generaba ener-gía hidráulica. Se pueden obser-var cimientos, paredes, muros de contención, canaletas, colum-nas, pilas de caída y contención de agua, nichos en las paredes y otros elementos arquitectóni-cos y de ingeniería hidráulica, los cuales servían para hacer funcio-nar el antiguo ingenio de hierro (Figura 3). La fuerza hidráulica, para hacer trabajar este ingenio de hierro, provenía del río El Ro-sario, el cual se encuentra a unos 20 metros hacia el sur de los res-tos antiguos y el que tuvieron que desviar desde el norte a través de una larga canaleta.

Ingenio de Hierro Santa Gertrudis, Metapán

Se encuentra en el Caserío Santa Gertrudis, Cantón Aldea El Zapo-te, Metapán, departamento de Santa Ana. Este ingenio plantea otras situaciones que conducen a un temprano desaparecimiento, pues si bien podría ser uno de los más antiguos por la mención rea-lizada por Cortés y Larraz [2000], el informe de la Intendencia en 1807 menciona la existencia de este ingenio y hacienda de lo mismo

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Figura 3. Vista de planta de los restos del Ingenio y casco de ha-cienda El Rosario, Metapán, Santa Ana.

Figura 4. Vista de planta de los restos del Ingenio Santa Gertrudis, Metapán, Santa Ana.

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en posesión de Antonio Martínez. No es posible precisar a ciencia cierta su funcionamiento, ya que para mediados del mismo siglo y en las posteriores referencias documentales no se menciona el funcionamiento del mismo. Sin embargo, Barberena [1998] dife-rencia a Santa Gertrudis como un ingenio ‘suspenso’ respecto al Ro-sario, San Francisco y otros, a los que se refiere al estado ‘ruinoso’ de estos [Barberena, 1998: 167]. No obstante, el severo es-tado de destrucción que presen-ta respecto a sus similares podría responder a un temprano aban-dono del trabajo siderúrgico, o bien a la destrucción paulatina ante posibles inundaciones por encontrarse en una vega inme-diata a un río de caudal media-no; pero también debe tomarse en cuenta que las actividades agrícolas, ganaderas y recreati-vas que rodean inmediatamen-te a la estructura pueden haber ocasionado extracción de mate-rial rocoso y otros daños irrepara-bles que caracterizan al ingenio de Santa Gertrudis. El sitio Santa Gertrudis, consiste en los restos de un an-tiguo ingenio de hierro, el cual posee una canaleta principal en donde descendía el agua ha-cia una pileta, esta hacía girar la rueda de madera que gene-

raba energía hidráulica. Se pue-den observar cimientos, paredes, muros de contención, canaletas de contención de agua, nichos en las paredes y otros elementos arquitectónicos y de ingeniería hidráulica que servían para ha-cer funcionar el antiguo ingenio de hierro (Figura 4). La fuerza hi-dráulica para hacer trabajar este ingenio de hierro provenía del río Tahuilapa, cuyo cauce tuvieron que desviar, al menos en parte, a través de una larga canaleta, para obtener el preciado líquido que movería las máquinas.

Ingenio de Hierro El Carmen, Metapán

Se ubica en el cantón el Panal, Metapán, Santa Ana. Fernández [2005] plantea que este ingenio estuvo funcionando antes de 1770 durante el primer ciclo siderúrgico del Reino de Guatemala, antes del segundo auge que supuso la construcción de la nueva capi-tal del Reino, tras la destrucción de Santiago de los Caballeros en 1773. Si bien es una de las insta-laciones de los ingenios de hierro sobre las cuales se tienen referen-cias más tempranas, no existe su-ficiente información que indique la evolución de su propiedad. Du-rante el siglo XVIII estuvo en manos

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de Juan Bernardo Posadas, proba-blemente originario de Metapán, periodo donde según registros del funcionamiento, El Carmen no permanecía en actividad todo el año, sino que este dependía de la disponibilidad de caudal del río Chimalapa para generar energía hidráulica. Situación que sucedió en 1779, cuando el ingenio traba-jó únicamente durante el invierno [Fernández, 2005: 104], dejando el caudal bajo para el riego de las vegas durante la estación seca, tal como se hacía a mediados del siglo XIX cuando este aún funcio-naba [Gómez, 1990: 98]. Se desconoce cómo se produjo el cambio de posesión hacia 1801, cuando en los regis-tros aparece Antonio Hernández como propietario y 6 años des-pués aparece a nombre del pe-ninsular Jorge Guillén de Ubico, un importante hombre de negocios y política quien poseía una tienda en la misma localidad, al tiempo que fungía como alcalde segun-do de Metapán en 1811. Años después tuvo el mismo cargo en la población guatemalteca de Chiquimula, otra importante zona de actividad minera [Fernández, 2005: 115]. De acuerdo con las de-claraciones para el pago de im-puesto, Nuestra Señora del Car-men se perfila como uno de los

más importantes de la siderurgia metapaneca en el Reino de Gua-temala, teniendo sus puntos más altos en 1771, 1779 y 1786 consi-derando los ciclos y variables de la producción metalífera. Este comportamiento estaba sujeto a condiciones del complicado mer-cado regional, favorecido por co-yunturas como las interrupciones del tráfico marítimo entre la me-trópoli y sus territorios, así como la construcción de la Nueva Guate-mala de la Asunción, en el último cuarto del XVIII [Escalante, 2007]. Probablemente la importancia de su producción respecto a sus similares expliquen la compleji-dad del diseño arquitectónico y las dimensiones de considera-ble tamaño que caracterizan a las actuales ruinas de un ingenio cuyo funcionamiento cesa pro-bablemente entre 1860 y las pos-trimerías del mismo siglo. El sitio El Carmen consiste en los restos de un antiguo Inge-nio de Hierro, el cual posee dos canaletas en donde caía el agua hacia unas piletas que hacían gi-rar una rueda de madera para generar energía hidráulica. Se pueden observar cimientos, pare-des de fachada de las cuales al-gunas presentaban nichos, muros de contención, canaletas, colum-nas, pila de caída y contención de agua, entre otros elementos

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arquitectónicos y de ingeniería hidráulica, los cuales servían para hacer funcionar el ingenio de hie-rro (Figura 5). Hoy en día los an-tiguos restos se pueden observar, cercados (probablemente) por el propietario, pero por la cerca-nía del caserío y de la calle que conduce hacia él, es subutilizado para servicio sanitario y otras acti-vidades que lo van deteriorando poco a poco. La fuerza hidráulica para hacer trabajar este ingenio de hierro provino del río Chimala-pa, el cual se encuentra a esca-sos 5 metros hacia el oeste de los restos del Ingenio. Ingenio de Hierro San Rafael, Metapán

Se ubica en el cantón y caserío San Rafael, Metapán, Santa Ana. Aún no es precisa la fecha exac-ta o probable de su construcción, la única mención es la de un ‘Ingenio de López’ durante la vi-sita del Arzobispo Cortés y Larraz [2000], quien sugiere que se trata de uno de los primeros ingenios construidos. Por su parte, Fernán-dez [2005] plantea un vínculo del párroco y de su familia del mismo apellido a la producción del me-tal en San Rafael. A partir de la mención de José Calderón como administra-dor en 1779, la propiedad de este ingenio se mantiene en la familia

López, de origen local y aparen-temente con las suficientes posibi-lidades para enviar a algunos de sus miembros al seminario, siendo este fenómeno muy común du-rante el dominio español para vin-cular a las elites locales con el po-der central. Dicha familia estuvo involucrada con la posesión del ingenio San José en la década de 1780 [Fernández, 2005: 113]. Hacia 1807 la propiedad aparece a nombre de Antonio Hernández, pero no se cuenta con registros de su producción que puedan in-dicar su importancia respecto al resto. La crisis en el mercado co-lonial de la siderurgia después de 1811 parece haber afectado el funcionamiento de este ingenio. Al formar parte de una propiedad dedicada también al añil y el azúcar, el ingenio cesa sus funcio-nes antes de 1850 [Gómez, 1990: 98,99]. Sabemos esto porque ha-cia 1910 todavía existía la hacien-da del mismo nombre, dedicada al cultivo de caña de azúcar, ce-reales y repasto, conteniendo un antiguo ingenio en estado ruinoso [Barberena, 1998: 166]. Una de las características del sitio es su notable aislamiento geográfico en comparación con sus similares que se encuentran cerca o al paso de los antiguos caminos y rutas. Su acceso fue

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Figura 5. Vista de planta de los restos del Ingenio El Carmen, Metapán, Santa Ana.

Figura 6. Vista de planta de los res-tos del Ingenio San Rafael, Meta-pán, Santa Ana.

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muy difícil para que fuera visitado por Cortés y Larraz, por lo que su mención podría deberse más a la posible vinculación del párroco y su familia como propietarios, que a la importancia o cercanía del ingenio en la zona. El sitio San Rafael consiste en los restos de un antiguo inge-nio de hierro, el cual posee una canaleta principal en donde caía el agua hacia una pileta que ha-cía girar una rueda de madera para generar energía hidráulica. Se pueden observar cimientos, paredes, muros de contención y canaleta, columnas, pila de caí-da y contención de agua; entre otros elementos arquitectónicos y de ingeniería hidráulica, los cua-les servían para hacer funcionar el antiguo ingenio de hierro (Fi-gura 6). Es importante recalcar que los materiales de construc-ción utilizados en este ingenio en su totalidad son piedra y mortero de cal, a diferencia de los demás ingenios estudiados, los cuales es-tán construidos con piedra, ladri-llo de barro cocido y mortero de cal. Hoy en día los antiguos restos se pueden observar en un lugar donde es poco accesible, ya que hay que transitar río abajo para poder llegar a los restos. Su estado de conservación es óptimo por la misma razón de estar aislado. La fuerza hidráulica para hacer tra-

bajar este ingenio de hierro pro-vino del río Tahuilapa, el mismo que era utilizado para mover la maquinaria del ingenio de Santa Gertrudis.

Ingenio de Hierro San Francisco de Paula o El Brujo, Metapán

Se ubica en el caserío el Ingenio, Metapán, Santa Ana. La escasa existencia de datos sobre este ingenio permite suponer que se trata de la última de estas edificaciones, al mismo tiempo que es la más pequeña y modesta de sus similares. Apa-recen registros entre 1807-1811 a favor de Juan de Dios Mayor-ga, cuyo expediente, gracias a su participación en un levanta-miento en 1811, ha sido posible estudiar, por parte de Fernández [2005]. Fernández [2005] alude a la construcción del ingenio de San Francisco de Paula mediante un préstamo otorgado por el ve-cino de Guatemala, José Antonio Batres. Mayorga era un importan-te y activo comerciante y agricul-tor, poseedor de varios créditos y deudas con otros miembros im-portantes. Es bastante probable la incursión de Mayorga en la si-derurgia, pues se dió en un mo-mento en que las crisis de la me-trópoli y sus colonias americanas

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trajeron efectos que condujeron a una efímera vida productiva de la empresa. En 1910 aún se le conoce como ingenio San Francisco, ya en estado ruinoso, ubicado en el cantón El Brujo y a orillas del río del mismo nombre [Barberena, 1998: 173], razón por la cual se le conoce también como ingenio El Brujo. Es el último ingenio de hierro construido durante el auge del hierro en Me-tapán, que por su efímera vida es un símbolo de la fragilidad del mer-cado colonial y de sus empresarios, sujetos a su ubicación periférica en el mercado, a las condiciones lo-cales de férrea competencia por los pocos recursos y a los conflictos del poder local. El sitio El Brujo consiste en los restos de un antiguo ingenio de hierro, el cual posee una canaleta principal desde donde abatía el

agua hacia una pileta que hacia virar una rueda de madera para generar energía hidráulica. Se pue-den observar cimientos, paredes, muros de contención, una canale-ta principal, columnas, pila de caí-da y contención de agua, una lar-ga canaleta que traía el agua de por lo memos unos 200 metros de largo y un puente de mampostería para esta canaleta, entre otros ele-mentos arquitectónicos y de inge-niería hidráulica de la época (Figu-ra 7). Lastimosamente hoy en día la construcción principal del Ingenio se encuentra subutilizada como un establo para ganado. La fuerza hidráulica para hacer trabajar este ingenio de hierro vino del río Angue o Anguiatu (limítrofe El Salvador-Guatemala), el cual se encuentra a escasos 20 metros hacia el sur de los restos del Ingenio.

Figura 7. Vista de planta de los restos del Ingenio El Brujo o San Francisco de Paula, Metapán, Santa Ana.

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Consideraciones Finales

Los productos de la tierra, como se les denominó durante el perío-do colonial, al cacao, el bálsamo, el añil, la cochinilla y el hierro, en-tre otros, jugaron un papel funda-mental en el desarrollo socioeco-nómico, político y étnico de las sociedades provinciales del Reino de Guatemala. A inicios del siglo XIX, en las postrimerías de la dominación española, las provincias centro-americanas resienten numerosos atropellos de las elites comercia-les y políticas que se encuentran en la capital del Reino. Sumado a ello, los cambios sociopolíticos que se estaban desarrollando en Europa y en las otras colonias es-pañolas, francesas e inglesas, lle-van a pensar a los pobladores de las provincias que es el momento justo de rebelarse ante el orden establecido. De tal cuenta que la re-gión que en su momento llegó a ser conocida como ‘Metapán del Fierro’ jugó un papel trascen-dental, junto con San Salvador, León y Granada, en los primeros movimientos emancipadores de la Centroamérica colonial. En noviembre de 1811, en Metapán una rebelión popular desencade-nó un ataque a las autoridades y a los símbolos del poder colonial

de Reino de Guatemala. Es en este momento que junto a otros hechos sucesivos de la misma ín-dole, los cuales ocurren en otras latitudes de la Centroamérica co-lonial, darían paso a escribir una nueva era para las Provincias del Reino de Guatemala. El estudio de los ingenios de hierro desde la arqueología, no está desligado de las fuentes históricas y de la tradición oral. La arqueología histórica, como disciplina que estudia los restos materiales apoyándose en los documentos históricos, tiene mu-cho que aportar al conocimiento e interpretación de la historia de nuestros pueblos. Es así que en El Salvador la arqueología histórica, a partir de la década de 1990 ha jugado un papel elemental en la construcción del conocimiento de la historia. Los ingenios de hierro como referentes de la cultura material de nuestros antepasa-dos y su contexto histórico, nos brindan una ventana al pasado y nos llaman a conocer, entender, preservar y disfrutar ese patrimo-nio de identidad local, nacional y regional. En este sentido, se valora el patrimonio cultural en general, —ya sea este material, inmate-rial, mueble e inmueble—, a partir de él se construyen los referentes

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simbólicos y relatos históricos que permiten a un grupo humano compartir y cohesionarse en torno a las diversas tradiciones y expre-siones culturales, que son la base de las identidades de una nación diversa, heterogénea y plural, como la salvadoreña.

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Evidencia del uso agrícola del sitio San Andrés durante el periodo protoclásico

Brian R. McKee

Introducción

San Andrés es uno de los sitios ar-queológicos más grandes y mejor conocidos en El Salvador. Casi todo su conocimiento pertenece a la ocupación del periodo clási-co tardío, sin embargo, el sitio fue ocupado antes y después del pe-riodo clásico. Este articulo exami-na la evidencia de la ocupación de San Andrés en el periodo pro-toclásico. En el parte occidental del parque arqueológico de San Andrés, las excavaciones descu-brieron campos agrícolas cubier-tos con una capa de ceniza del volcán Ilopango, o Tierra Blanca Joven (TBJ). San Andrés está ubicado en la parte central del Valle de Zapotitán, en la confluencia de

los ríos Sucio y Agua Caliente (Fi-gura 1). La antigua Laguna Ciega de Zapotitán se situaba 5.5 km al oeste del sitio. La laguna era pan-tanosa y medía aproximadamen-te 1 x 2 km antes de su drenaje [U.S. Army Map Service, 1954]. Era una fuente importante de recur-sos como peces, mariscos, aves y plantas acuáticas durante la épo-ca precolombina [Black, 1983]. San Andrés estuvo ocupado por lo menos desde el periodo preclá-sico medio hasta el postclásico tardío, además de su ocupación durante la época histórica y los tiempos recientes [McKee, 2007]. Durante el clásico tardío, fue el centro regional primario de la je-rarquía política y económica del Valle de Zapotitán [Black, 1983]. La cerámica decorada y la arqui-

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Figura 1. Mapa de El Salvador indicando la ubicación de los sitios arqueológicos. Tomado de McKee 2007:26.

Figura 2. Mapa del Parque Arqueológico San Andrés in-dicando la ubicación de las estructuras grandes, los po-zos de sondeo de 1999 y los pozos donde se encuentran evidencia de agricultura del protoclásico. Tomado de Mc-Kee [2007: 228]. Basado en el mapa de Choussy [1995].

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tectura del clásico tardío indican que es muy probable que sus ha-bitantes fueran mayas, aunque la cerámica cotidiana es distinta a la cerámica de los sitios Mayas con-firmadas como Copán y Quiriguá. San Andrés tiene una zona central de arquitectura mo-numental con montículos más pequeños en sus alrededores. El parque arqueológico, de 36 ha, incluye la zona central, en el lado noroeste del Río Sucio y sus alre-dedores inmediatos. Hay montí-culos más pequeños en una zona de varios kilómetros alrededor del parque. Black [1983] indicó que hay una distribución continua de artefactos cubriendo una área de 3 km2. El área total no se sabe con seguridad, porque nadie ha conducido un reconocimiento detallado por todo el sitio. Los únicos mapas [Boggs, 1943: 114; Choussy, 1995] solo muestran el área monumental y sus alrededo-res inmediatos. La Figura 2 mues-tra la mayoría del sitio adentro del parque nacional. Hay dos grupos arquitec-tónicos en la zona monumental. La Plaza Sur mide 130 m de nor-te a sur, por 120 m de este a oes-te. Hay cuatro pirámides y varias otras estructuras en la plaza. Las estructuras fueron construidas con adobes y bloques de talpe-tate y están cubiertas con un re-

pello [Amaroli, 1996; Boggs, 1943: Ries, 1940]. Aunque Boggs [1943] sugirió que el repello es yeso de lima, Payson Sheets [comunica-ción personal 2004)], basado en unas pruebas conducidas en Chalchuapa, dijo que el repe-llo consiste en ceniza volcánica fina —tal vez de la erupción en el protoclásico de Ilopango. La Plaza Norte se extiende al sur y al oeste de la Estructura 5 (La Cam-pana). Incluyendo la plaza y la pi-rámide, La Campana mide 20 m arriba de la llanura aluvial del Río Sucio [Begley et al., 1997]. En to-tal hay entre 200,000 y 300,000 m3 de relleno y repello en las plazas sur y norte en San Andrés [McKee, 2007: 211], todo es artificial. Las excavaciones conducidas hasta ahora en la zona central [Amaro-li, 1996; Begley et al., 1997; Boggs, 1943; Dimick, 1941; Mejia, 1984; Ries, 1940] indican que la mayo-ría, si no todo, de la arquitectura monumental fue construido en el periodo clásico tardío, después de la erupción en el protoclásico del volcán Ilopango. Hay menos evidencia de las ocupaciones que anteceden la erupción de Ilopango. Amaroli [1996] encontró unos tiestos pre-clásicos cuando analizó materia-les recuperados por excavacio-nes conducidas en las décadas de 1970 y 1980, y Begley et al.

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[1997] encontraron unos tiestos del preclásico medio en una su-perficie abajo de la plataforma de La Campana. McKee [2007] excavó vestigios de rasgos agrí-colas del periodo protoclásico en unos pozos, en la zona oeste de las Plazas Sur y Norte. Presento los detalles de estos rasgos abajo.

El volcanismo y el Valle de Zapotitán

San Andrés y el Valle de Zapoti-tán han sido afectados por varias erupciones volcánicas. La erup-ción de Ilopango fue la erupción más grande en Centroamérica durante los milenios recientes [Dull et al., 2010]. Estudios recientes indi-can que el volumen total de tefra (ceniza volcánica) de la erupción tbj de Ilopango fue más de 84 km3 [Dull et al., 2010]. El estrato de te-fra de Ilopango mide entre 35 y 50 cm de grosor en los pozos donde se encuentran los surcos protoclá-sicos en San Andrés [McKee 2007]. Hart y Steen McIntyre [1983] indi-can que hay depósitos de tefra de Ilopango hasta 99 cm en la zona alrededor de San Andrés. El Valle de Zapotitán y todo el occidente de El Salvador fueron abandonados por un periodo, entre unas cuantas décadas y dos siglos después de la erupción [Dull et al., 2001]. Otras erupciones

afectaron el Valle de Zapotitán durante los tiempos precolombi-nos, incluyendo las erupciones del Talpetate Inferior entre 434 y 639 d.C. [McKee, 2007: 44, 49-50], del Loma Caldera entre 610 y 671 d.C. [McKee, 2002a], y del San Andrés Talpetate Tuff entre 785 y 995 d.C. [Hart, 1983; McKee, 2007: 44]. Nuestro conocimiento de la cronología de la erupción de Ilopango ha cambiado mucho en los años recientes. Como resul-tado de los estudios del Proyecto Protoclásico, Sheets [1983] repor-tó que la erupción ocurrió en 260 + 114 d.C., pero una revisión y re-interpretación de la calibración de las dataciones de radiocarbo-no indica que la erupción ocurrió más tarde, entre 408 y 536 d.C. [Dull et al., 2001]. Estudios más re-cientes sugieren que es posible que la erupción causara un even-to atmosférico global en el año 536 d.C. [Dull et al., 2010]. Aunque la conexión entre estos eventos no es segura, se puede indicar que la erupción ocurrió mucho más tar-de de lo que pensábamos. Brady et al. [1998] usaron la cerámica del intervalo de 75 - 420 d. C. para definir el periodo protoclásico en las tierras bajas mayas. Además, la reevaluación de la cronología de la erupción de Ilopango hecha por Dull [2001] indica que esta división tiene utili-

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dad para definir el periodo inme-diatamente antes de la erupción. Es claro que la cerámica de los ni-veles arriba de la tefra de Ilopan-go pertenece al clásico tardío [Beaudry-Corbett, 2002; McKee, 2007], y es distinta a la cerámi-ca debajo de la tefra —hubo un cambio cultural muy claro. Mu-cha gente que vivió en la Valle de Zapotitán murió, y los demás abandonaron la región por varias generaciones; los colonos que lle-garon después de la erupción te-nían una cultura material distinta.

Los surcos protoclásicos de San Andrés

Excavé una serie de pozos de son-deo en el área al oeste de la zona monumental, en 1999, para inves-tigar vestigios domésticos en esta zona. Aunque mi meta principal era investigar depósitos fechados al periodo clásico tardío, la ma-yoría de los pozos llegaron a la superficie del protoclásico, abajo de la capa de tefra de Ilopango. En cuatro de los 17 pozos, encon-tré surcos y camellones en el suelo del nivel protoclásico (Figura 2). El Rasgo 1 en la Opera-ción 99-1.6, consiste en una serie de tres surcos y camellones abajo de la tefra de Ilopango (Figura 3). Los surcos tienen una altura de 8 a 10 cm arriba de los camellones,

y la distancia entre los surcos es entre 85 y 100 cm [McKee, 2007: 249-252]. La forma de los surcos está bien preservada e indica su uso para cultivo en la época de la erupción de Ilopango. El Rasgo 2 de la Operación 99-1.12 también consiste en una serie de tres sur-cos y camellones bien definidos (Figura 4). Hay de 70 a 95 cm en-tre los surcos y su altura es de 12 a 20 cm. El Rasgo 2 de la Operación 99-1.15 es una serie de tres surcos y camellones bien definidos en el suelo, debajo de la tefra de Ilo-pango. La distancia entre los sur-cos mide 75 a 100 cm, su altura es de 12 a 15 cm. El Rasgo 1 de la Operación 99-1.16 es otra serie de tres surcos y camellones. La altura de estos es de 15 a 20 cm y hay de 80 a 90 cm entre los surcos.

Otros surcos precolombinos en El Salvador

Otros campos agrícolas preco-lombinos con surcos y camellones han sido reportados en varios lu-gares en El Salvador y fueron en-terrados bajo tefra de tres erup-ciones distintas. Los más conocidos y me-jor preservados están en el sitio Joya de Cerén. Estos surcos fue-ron enterrados por la tefra del volcán Loma Caldera entre 610 y 671 d.C. [McKee, 2002a]. Además

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Figura 3. Fotografía del perfil occidental de la Operación 99-1.6 de San Andrés. Los surcos y camellones son visibles en el piso y el perfil.

Figura 4. Fotografía del perfil occidental de la Operación 99-1.12 de San Andrés. Los surcos y camellones son visibles en el piso y el perfil.

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de los surcos, la ceniza del Loma Caldera preservó la forma de las plantas cultivadas como huellas en la tefra fina [Sheets y Wood-ward, 2002]. Los investigadores en Cerén usaron yeso dental para lle-nar las huellas y hacer moldes de la forma de las plantas originales. Los moldes indican que la mayo-ría de las plantas cultivadas en los surcos eran maíz, a veces acom-pañado de frijoles. También los arqueólogos encontraron eviden-cia de otras plantas en un jardín de cocina [Sheets y Woodward, 2002]. Los surcos y camellones de maíz en Joya de Cerén son muy parecidos a los de San Andrés. Hay un promedio de 80 cm entre los surcos en Cerén, estos tienen una altura de 10 a 20 cm [McKee, 2002b]. No encontré huellas en la tefra de Ilopango en San Andrés, y por eso no puedo identificar las especies de plantas cultivadas con seguridad, pero basado en su similitud con los surcos de Ce-rén, es muy probable que fueran usados para cultivar maíz. Amaroli y Dull [1999] re-portan unos surcos descubiertos debajo de la tefra Cuscatlán. Hay cuatro ubicaciones donde cam-pos de cultivo estuvieron expues-tos en cortes de construcción en-tre Santa Tecla y San Salvador. La tefra Cuscatlán tiene una fecha del periodo preclásico medio, ba-

sado en la cerámica, y una fecha de radiocarbono de 895-800 a.C. [Amaroli y Dull 1999]. La distancia entre los surcos mide entre 56 y 84 cm y su altura promedio (entre camellón y surco) es 11 cm [Ama-roli y Dull, 1999]. Otros investigadores tam-bién han reportado evidencia de cultivo debajo de la TBJ tefra de Ilopango. Earnest [1976] ex-cavó unos 130 m2 de un campo de camellones y surcos en la Ha-cienda Santa Bárbara durante el proyecto Cerrón Grande. Sheets [1982] ha reportado dos campos de cultivo expuestos debajo de la ceniza de Ilopango en cortes de construcción en el Valle de Zapotitán. He visto surcos y came-llones similares abajo la ceniza de Ilopango en varios lugares en el Valle de Zapotitán. Según Amaroli y Dull [1999], la distancia entre sur-cos publicado por Earnest [1976] y Sheets [1982] varia entre 61 y 147 cm, con una altitud promedio de 10.5 cm.

Interpretaciones

El cultivo de maíz y otras plantas usando un sistema de surcos y ca-mellones tiene una larga historia en El Salvador. Esta tecnología agrícola estuvo en uso durante los primeros siglos del primer mi-lenio a.C., por lo menos, hasta el

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séptimo siglo d.C. Es muy proba-ble que su uso continúe bastante tiempo después. La actividad vol-cánica de El Salvador nos da una oportunidad muy buena para es-tudiar la agricultura precolombi-na. Una cosa muy interesante es la continuidad de la tecnología. Los campos de cultivo en San An-drés son muy parecidos a los que están cubiertos con la tefra Cus-catlán y a los de Cerén en su for-ma, la distancia entre los surcos y la altura de los mismos. La ubicación de los cam-pos agrícolas tan cerca de la zona monumental de San Andrés respalda la hipótesis de que su población era mucho menor du-rante el protoclásico que durante el clásico tardío. Otras evidencias incluyen la escasez de cerámica

protoclásica en comparación a la cerámica del clásico tardío, y el hecho que casi toda la cons-trucción monumental fue hecha después de la erupción de Ilo-pango. Mediante el estudio de los vestigios en campos de cultivo en-terrados debajo de varias capas de ceniza volcánica, podemos mejorar nuestro entendimiento de la tecnología agrícola precolom-bina en El Salvador. También po-demos utilizar estos vestigios para entender mejor la población que vivió en el país en los siglos pasa-dos.

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Agradecimientos

Quiero dar mis agradecimientos a Bill Fowler por invitarme a par-ticipar en este volumen. También tengo que agradecer a Payson Sheets para compartir sus datos y por extenderme la oportunidad trabajar en el sitio Joya de Cerén hace muchos años.

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Visitas a los sitios de arte rupestre El Letrero y Las Caritas en Guaymango, Ahuachapán

Sébastien Perrot-Minnot, Philippe Costa, Ligia Manzano

Introducción

El municipio de Guaymango se encuentra en el occidente de El Salvador (departamento de Ahuachapán), en la zona de transición entre las montañas de la Sierra de Apaneca y los cerros y llanos de la costa (Figura 1). La topografía accidentada de las sierras costeras de El Salvador produjo valles encajonados, que-bradas, abrigos y grandes pare-dones rocosos donde las antiguas culturas precolombinas dejaron importantes expresiones artísticas rupestres, por ejemplo, la Piedra Sellada (Ahuachapán) y la Pin-tada de San José Villanueva (La Libertad). El municipio de Guay-mango es atravesado por varios ríos y riachuelos cuyo volumen

crece considerablemente en el invierno; en ellos viven diversas es-pecies de peces y hasta peque-ños cangrejos. Esta área rural de clima caliente y húmedo estaba anti-guamente cubierta por una exu-berante vegetación. No obstante, la actividad agrícola ha provoca-do la deforestación de gran parte del territorio. En los bosques que subsisten se pueden reconocer, en particular, árboles de madre cacao, varillo, guayabo y jocote. Hoy en día, el municipio, de 14 cantones y 62 caseríos, tie-ne una población de unos 24,000 habitantes. No existe actualmente una política local de difusión y va-lorización del patrimonio arqueo-lógico. Los vestigios más visibles

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son los de la antigua fachada de una iglesia del siglo XVIII, en la ca-becera municipal (Figura 2). Decidimos estudiar las ma-nifestaciones gráfico rupestres de los sitios de El Letrero y Las Caritas,

ubicados respectivamente en los cantones de Istagapán (al sur del municipio) y La Paz (al noreste). Ligia Manzano, actual di-rectora de la Secretaría de Arte y Cultura de la Universidad de El

Figura 1. Situación de Guaymango en de El Salvador y mapa del municipio. Fuente: Ministerio de Relaciones Exteriores de El Salvador.

Figura 2. Vestigios de una iglesia en el pueblo moderno de Guay-mango. Foto: Sébastien Perrot-Minnot.

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Salvador (UES) nos había propor-cionado interesantes informacio-nes sobre ambos sitios, que había visitado en 2005-2006 en el marco del Proyecto ‘Arte Rupestre de El Salvador’, dirigido conjuntamente por la Escuela de Artes de la UES y el Departamento de Arqueología del Consejo Nacional para la Cul-tura y el Arte (Concultura). El deseo de profundizar nuestro conocimiento de los sitios de El Letrero y Las Caritas tiene varias justificaciones. Sébastien Perrot-Minnot [2006, 2007a; Perrot-Minnot et al., 2005] dirigió varias temporadas arqueológicas en la zona del sitio de Cara Sucia, en la costa del departamento de Ahuachapán (jurisdicción de San Francisco Menéndez). Estas investigaciones se enfocaron en la definición de las expresiones y dinámicas culturales en la cos-ta [Perrot-Minnot, 2006, 2007a; Perrot-Minnot et al., 2005]. En el marco de esta problemática, Sé-bastien Perrot-Minnot y Philippe Costa emprendieron también un estudio de los petrograbados de la Piedra Sellada, en el sector San Benito del Parque Nacional El Im-posible (Ahuachapán; artículo en proceso de publicación en la re-vista Mexicon). Ambos arqueólogos del Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (CEMCA) del

Gobierno Francés estudiaron va-rios otros sitios de arte rupestre de El Salvador en los departamentos de San Vicente, Cabañas y La Li-bertad; en la costa de este última departamento, examinaron los grabados de la Pintada de San José Villanueva y de El Letrero del Diablo (ver bibliografía). Cabe notar que a pesar de que el arte rupestre constituya un aspecto destacado del lega-do precolombino de El Salvador (con más de un centenar de sitios conocidos), su cronología y con-texto cultural han permanecido, hasta la fecha, escasamente do-cumentados. Las visitas a El Letrero de Guaymango y a las Caritas iban a permitir seguir con nuestras re-flexiones sobre el significado cul-tural del arte rupestre. Estas visitas, fruto de una colaboración entre la Universidad de El Salvador y el CEMCA, fueron realizadas en ju-nio y octubre de este año y dieron lugar a un levantamiento fotográ-fico a escala (Figura 14), un dibujo y un análisis de los petroglifos; se sacaron calcos de una parte de los grabados de El Letrero. Ade-más, se efectuó una encuesta oral entre la población, con el fin de conocer la historia de la con-servación de los sitios, las tradi-ciones orales sobre los mismos y la existencia de otros vestigios ar-

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queológicos en los alrededores. Y se llenaron fichas de registro para cada uno de los sitios (Anexo 2). En el presente informe, tras presentar los antecedentes de la investigación arqueológica y los datos etnohistóricos del municipio de Guaymango, describiremos los sitios y analizaremos, luego, las manifestaciones gráfico rupestres.

Antecedentes de la investigación arqueológica

La arqueología del municipio de Guaymango ha despertado el in-terés de los especialistas desde la primera mitad del siglo XX. Dicho municipio no se encontraba tan lejos de Cara Sucia, cuyas ruinas habían alcanzado cierta fama desde que el historiador Santiago Barberena trajo a San Salvador la escultura del ‘disco del jaguar’, en 1892; además, Guaymango estaba en el territorio de los pipiles de Izalco y aparecía en las fuen-tes etnohistóricas. Desde Ephraim G. Squier [1855], los pipiles no de-jaron de intrigar a los investigado-res… En 1944, John Longyear publicó un inventario de sitios ar-queológicos de El Salvador, clasi-ficados por departamentos. Este inventario incluye el sitio de Guay-mango, visitado por Longyear en 1941 o 1942. El autor reporta que

«hay aquí un lugar llamado Morro Grande, donde se encuentran vestigios de un antiguo asenta-miento» [Longyear, 1944: 75]. Pocos años más tarde, en su «Índice de sitios arqueológi-cos de El Salvador», Jorge Lardé y Larín [1950: 47] presentó Mo-rro Grande como un lugar «con abundante cerámica y cimientos de piedras». En 1988, William Fowler, Paul Amaroli y Bárbara Arroyo [1989] visitaron y registraron al-gunos sitios de la jurisdicción de Guaymango, en el marco del Pro-yecto Izalco, que se enfocaba en los asentamientos pipiles postclá-sicos. En 1996, Paul Amaroli realizó para el Green Project un informe sobre el patrimonio ar-queológico e histórico del Parque Nacional ‘El Imposible’ (depar-tamento de Ahuachapán). En este informe, Amaroli se refiere también a sitios de los territorios circundantes, mencionando los pueblos pipiles etnohistóricos de Apaneca, Ataco, Tacuba, Jujutla, San Pedro Tuxtla y Guaymango [Amaroli, 1996: 15]. Las visitas efectuadas por los investigadores del Proyecto ‘Arte Rupestre de El Salvador’, en los años 2005 y 2006, a los sitios de El Letrero y Las Caritas, marca el inicio del estudio del arte rupestre

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de la jurisdicción de Guaymango. Dicho Proyecto realizó levanta-mientos fotográficos y calcos de los petrograbados [Manzano y Pérez, 2006: 15, 20, 22]. Poco después, en octubre de 2006, Roberto Gallardo, jefe del departamento de investiga-ciones del Museo Nacional de An-tropología ‘Dr. David J. Guzmán’, examinó el sitio El Letrero. En abril de 2007, en una segunda visita, en la cual Gallardo estuvo acom-pañado por Marielba Herrera y Ana Claudia María Alfaro [2008], se procedió a un levantamiento fotográfico detallado de los pe-trograbados, un reconocimiento y una recolección superficial de cerámica. Actualmente, el inventario de sitios arqueológicos del Depar-tamento de Arqueología del Con-sejo Nacional para la Cultura y el Arte de El Salvador (ahora Secre-taría de Cultura de la Presidencia) reporta 15 sitios en el municipio de Guaymango. La cronología de los vestigios prehispánicos abarcaría al menos los períodos clásico y postclásico.

Datos etnohistóricos

La toponimia de los pueblos suele dar indicaciones sobre la identi-dad de los antiguos habitantes. En el caso de Guaymango, Lardé

y Larín [2000: 204] opinaba que su nombre autóctono era una co-rrupción de ‘Guaynango’ o ‘Gua-ytenango’. Según este autor, el toponímico significaría literalmen-te ‘valle de las ranas’, pues pro-cede de ‘guay’, rana, y ‘mango, nango, tenango’, valle, lugar ro-deado o amurallado. Aunque la rana tenía su lugar en las mitologías nahuas, no se conocen muchas representa-ciones de este animal en los ves-tigios arqueológicos de la costa occidental de El Salvador. Pero cabe notar que Peccorini [1913] mencionó el descubrimiento, cer-ca del Puerto de Acajutla, de «un pequeño ídolo de cobre, fundido, en forma de sapo». El capitán Pedro de Alva-rado, como lo indica en la segun-da carta de relación que dirigió a Hernán Cortés, Gobernador de Nueva España, pasó por un pueblo llamado ‘Guaimango’ en 1524 [Juarros, 1936]; pero no que-da claro si se trata de un pueblo de la costa guatemalteca o sal-vadoreña. Sabemos que en 1550, el asentamiento denominado hoy ‘Morro Grande’ contaba con una población de unos 250 habitantes [Lardé y Larín, 2000]. A principios del siglo XVIII, el lugar fue abandonado a cau-sa de una «formidable plaga de

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vampiros chupadores de sangre humana» (ibid.). Al respecto, es interesante citar un pasaje de la Estadística general de la Repú-blica de El Salvador (1858-1861) según el cual «en muchos puntos [de la jurisdicción de Guayman-go] se tocan vestigios de pueblos antiguos, que fueron estinguidos a causa de una plaga de mur-ciélagos que las invadió como a principios del siglo pasado, según asegura la tradición». Posteriormente a la referi-da plaga se fundó el actual pue-blo de Guaymango. En 1732, los vecinos del mismo poseían 48 cacahuatales [Lardé y Larín, 2000], lo que revela una importante actividad agríco-la y cierta prosperidad económi-ca. En 1770, según el arzobispo de Guatemala Cortés y Larraz, Guay-mango tenía una población de 607 indígenas y 55 ladinos, y per-tenecía al curato de Caluco [Cor-tés y Larraz, 1958]. Abordemos ahora la cues-tión de la afiliación lingüística y cultural de los habitantes de Guay-mango en el siglo XVI. Estrada Belli [1998: 323-324], en su tesis doctoral sobre la evolución de las sociedades complejas de la Costa Suroriental de Guatemala, explica que en el momento de la conquista espa-ñola, de la capital pipil Izquitepe-

que (Escuintla) hasta el río Micha-toya, se hablaba el idioma pipil, mientras que entre los ríos Micha-toya y Los Esclavos vivían comu-nidades xincas; más allá de este último río, por Pasaco y Moyuta, se hablaba todavía otro idioma, el popoluca o moyuta [ver tam-bién Feldman, 1974]. Pero al este del río Paz se encontraba el pue-blo pipil de Mopicalco, atravesa-do por Alvarado en 1524 [Amaroli, 1996: 15]. El occidente de El Salva-dor se caracterizaba igualmente por cierta diversidad étnica. Expli-ca Amaroli [ibid.] que «en vísperas de la conquista, el área del Par-que Nacional El Imposible que-daba cerca a los linderos entre tres grupos étnicos: pipil, xinca y pokomam. Estos linderos muy po-siblemente fluctuaban durante el período postclásico». A principios del siglo XVI, Guaymango era un poblado pipil de la provincia de Izalco. Se cal-cula que en 1519, antes de los de-sastres conllevados por la primera epidemia desatada por los euro-peos, la región pipil de Izalco ha-bría contado con una población relativamente densa comprendi-da entre 54,000 y 100,000 perso-nas [Fowler, 1988; Fowler, Amaroli y Arroyo, 1989: 1]. Dicha región se destacaba por su abundante producción de cacao, como lo

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atestigua una carta dirigida por el oidor Diego García de Palacios al Rey Felipe II, en 1576.

Descripción de los sitios de El Letrero y Las Caritas

El Letrero Los petrograbados de El Letrero ocupan una parte del paredón del abrigo rocoso llamado Las La-jas, a una altitud de 200 msnm, en el caserío San Martín, a 400 m al suroeste del caserío Istagapán (Fi-guras 3-4-8). La topografía en este sector se caracteriza por cerros y profundas quebradas. Cerca del sitio corre el río Metalío, y al pie del abrigo brota un manantial; agua cae también del techo del abrigo (al menos, en el invierno). A pesar de la existencia de redu-cidos bosques, en particular en las riberas del río Metalío, el pai-saje rodeando el abrigo Las Lajas es predominantemente agrícola, con la presencia de campos de maíz y potreros. El abrigo rocoso, de tipo ‘catedral’, alcanza una altura de más de 15 m, una longitud de 40 m y una profundidad de 15 m. Tie-ne una orientación de 130 º sures-te. La roca, identificada como ig-nimbrita [Manzano y Pérez, 2006: 20] es muy porosa y de un color blancuzco. El paredón muestra

varias grietas. Los petrograbados cu-bren una superficie de 19 mts de largo y 4 mts de alto (Figuras 5, 6). La parte central del área graba-da muestra una fuerte densidad de motivos. Los petroglifos fueron ejecutados según varias técnicas incluyendo la percusión, el raya-do y la abrasión. La pintura que rellena ciertos grabados no pa-recer ser muy antigua; sabemos que ciertos sitios con petroglifos fueron pintados en tiempos his-tóricos [Coladán y Amaroli, 2003: 145]. Cabe notar que unos pocos grafitis fueron trazados sobre los petrograbados precolombinos desde la visita, en abril de 2006, de los investigadores del Proyecto ‘Arte Rupestre de El Salvador’. En el piso del abrigo se pueden apreciar tiestos utilita-rios (posiblemente postclásicos) y fragmentos de navajas de obsi-diana.

Las Caritas

Como los de El Letrero, los pe-trograbados de Las Caritas han sido plasmados en el paredón de un abrigo rocoso, el cual se en-cuentra en la pendiente de una quebrada, en el cantón La Paz (Figuras 9-14). Un riachuelo corre al pie del abrigo. El mismo es ro-deado por un pequeño bosque,

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Figura 3. El abrigo rocoso de El Letrero. Foto: Philippe Costa.

Figura 4. Realización del calco en El Letrero. Foto: Ligia Manzano.

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Figura 5. Dibujo de los petrograbados de El Letrero realizado por medio de un calco de las fotografías digitales. Por Philippe Costa.

Figura 6. Copia del calco de los petrograbados de El Letrero en la Universidad. Foto: Ligia Man-zano.

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Figura 7. Detalle de los petrograbados de El Letrero: representa-ción de una criatura reptil. Foto: Philippe Costa.

Figura 8. Otro detalle de los petrograbados de El Letrero: repre-sentación de posibles vulvas. Foto: Philippe Costa.

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Figura 9. El abrigo rocoso de Las Caritas. Foto: Sébastien Perrot-Minnot.

Figura 10. El paisaje visto desde el abrigo de Las Caritas. Foto: Sébastien Perrot-Minnot.

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pero como en el caso de El Le-trero, el paisaje es esencialmente agrícola; a menos de cien metros del sitio Las Caritas se extienden campos de maíz. En el fondo de la quebrada fluye el río Istagapa. El abrigo tiene unos 8 m de altura, 23.50 m de longitud y hasta 6.48 m de profundidad. La roca –ignimbrita- es de color blancuzco

y relativamente porosa. Se obser-van varias grietas en el paredón. Los petroglifos cubren una superficie de 13.50 de longitud y 2.70 m de altura (Figura 11). Reve-lan el uso de las técnicas siguien-tes: percusión, rayado, abrasión. Algunos grabados conservan pig-mentos rojos y negros, probable-mente modernos.

Figura 11. Dibujo de los petrograbados de Las Caritas realizado por medio de un calco de las fotografías digitales. Por Philippe Costa.

Figura 12. Detalle del paredón de Las Caritas. Foto: Sébastien Pe-rrot-Minnot.

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Figura 13. Petrograbado de Las Caritas mostrando a un ser humano muy estilizado. Foto: Sébastien Perrot-Min-not.

Figura 14. Durante el levantamiento fotográfico de los petrograba-dos de Las Caritas. Foto: Sébastien Perrot-Minnot.

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En el piso del abrigo se pueden apreciar tiestos utilitarios y decorados, que datan proba-blemente del postclásico. Es inte-resante observar que no pudimos hallar tiestos en los cercanos cam-pos cultivados.

Características comunes

Los sitios Las Caritas y El Letrero se ubican a menos de 10 km uno del otro. Como gran parte de los sitios de arte rupestre de El Salvador, El Letrero y Las Caritas ocupan abrigos rocosos situados en que-bradas. Presentan una morfolo-gía similar de los abrigos, con una notable diferencia de tamaño (Anexo 3: Plano 1). El entorno es muy parecido (Anexo 3: Plano 3, ilustración 7 y Plano 5, ilustración 8), con asociaciones al elemento agua, y la técnica del grabado es común. En Centroamérica, la ma-yor parte de los sitios de arte ru-pestre —pero no todos, como se ha dicho a veces— están situados cerca de ríos, riachuelos y lagos. Otro aspecto sumamente interesante es la presencia, en el piso de los abrigos, de cerámica prehispánica, la cual ayudará a contextualizar las manifestacio-nes gráfico rupestres (se trata de una oportunidad relativamente rara en Centroamérica; cf. Künne y Strecker [2003: 12]).

Manifestaciones gráfico rupestres

Es posible reconocer, por medio del análisis de las manifestaciones gráfico rupestres, una afiliación cultural común entre los dos sitios.

La diversidad iconográfica de El Letrero

La parte central del Letrero es muy cargada, con una abundan-cia de líneas curvas que definen formas abiertas y cerradas y líneas rectas paralelas que conforman motivos de difícil interpretación (Anexo 3: Plano 2, ilustración 6). Se reconocen varios cuadrados cruzados por líneas diagonales (Anexo 3: Plano 2, il. 4 y 5), motivo que se repite una vez en Las Ca-ritas, y un grupo de círculos con-céntricos, con un punto que mar-ca el centro, son bien visibles en la parte superior (Anexo 3: Plano 2, il. 2). Este conjunto de formas acu-muladas, que aparecen como un todo compacto y difícilmente legible, recuerda sitios de la cos-ta y del centro de El Salvador en particular, El Letrero del diablo de Sonsonate, la Pintada de San José Villanueva en La Libertad y la Cueva de los Fierros de Cabañas. Los círculos concéntricos son un motivo del arte rupestre universal, el cual, sin embargo, no es tan co-

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mún en El Salvador. En la Piedra Sellada del Parque El Imposible, a 20 Km del Letrero, se ven dos grupos de círculos concéntricos (Anexo 3: Plano 6, il. 1). También en Morazán, en el sitio de la Ko-quinca, se encuentran varios gru-pos (Anexo 3: Plano 6, il. 2). A pe-sar de estos parecidos, existe una diferencia con todos estos sitios: buena parte de las figuras de El Letrero son figurativas. Se reconocen claramente dos vulvas profundamente gra-badas a proximidad una de la otra (Anexo 3: Plano 2, il. 3). Las vulvas son un motivo corriente del arte rupestre mundial, pero en El Salvador es un tema más discreto. En la Poza de los Fierros de Gua-tajiagua, en el departamento de Morazán, es posible reconocer claramente algunas representa-ciones (Anexo 3: Plano 6, il. 3 y 4) y se ha identificado una posible en Las Caritas (Anexo 3: Plano 4). Algunas posibles ‘caritas’, conformadas por una línea en forma de ‘corazón’ que define el contorno externo de la cara y tres puntos para representar los ojos y la boca, son reconocibles (Anexo 3: Plano 2, il. 5), pero se distinguen de la forma característica que tie-nen en el sitio de las Caritas. La parte superior del regis-tro está atravesado por la repre-sentación de un monstruo con

cuerpo de serpiente y cara de una posible serpiente de perfil, con varios colmillos visibles, en su boca abierta, pero sin lengua cla-ramente definida (Anexo 3: Plano 2, il. 1). El cuerpo, de aproxima-damente cuatro metros de largo, define almenas. Otras caras de serpientes de perfil, más peque-ñas, son reconocibles en el regis-tro grabado. Esta representación tiene muchos parecidos con la de otro abrigo ubicado en Honduras, en el departamento de Francisco Morazán, en la cercanía de Tegu-cigalpa. En este abrigo se hacen frente dos serpientes de varios metros de largo cuyo cuerpo de-fine también almenas (Anexo 3: Plano 6, il. 5), con la boca abierta de perfil, la lengua bífida sacada y una seguramente lleva plumas [Doris Stone, 1957: 91]. En el alti-plano de Guatemala, en el sitio de La Casa de las Golondrinas, en el departamento de Sacatepé-quez, existen tres representacio-nes de serpiente (Anexo 3: Plano 6, il. 6 y 7). Las tres son interpretadas como temas de la iconografía de las elites mexicanas del postclási-co [Robinson, 2002: 633, 2004: 170, 2006: 962, 2008: 141]. Otra com-paración interesante sería con la criatura reptil que aparece en las pinturas rupestres posclásicas de estilo mixteca-puebla de Ayarza (Santa Rosa), en las tierras altas

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orientales de Guatemala [Perrot-Minnot 2007b]. Si en el postclásico es po-sible apreciar, en el altiplano de Guatemala y en el occidente de El Salvador, muchas similitu-des y influencias del altiplano de México, atribuidas a migraciones de grupos mexicanos, Robinson [2008: 137] recuerda que recla-marse parte de los ancestros tol-tecas era un tipo de propaganda corriente para legitimizar un gru-po que llegaba al poder, aunque no fuera mexicano. La parte derecha del re-gistro es muy distinta con la re-presentación de un personaje de perfil, bien definido, con un pec-toral, un arete, viendo hacia la iz-quierda y con el brazo izquierdo levantado (Anexo 3: Plano 2, il. 7). El personaje está representado en una actitud solemne y con el ceño fruncido. Frente a él, pare-ciera que algún elemento surge del cuello de otro posible perso-naje, y se divide en varios chorros o retoños. Aunque es difícil la lec-tura de esta escena, podría ser la representación de un eventual sacrificio humano. Cabe notar que las pinturas de Ayarza aso-cian una gran criatura reptil con un personaje amputado de un brazo [Perrot-Minnot, 2007b]. Debajo de mencionada escena de El Letrero, un diseño re-

cuerda una cara: esta constituido de un par de dos círculos concén-tricos que conforman ojos y un ovalo aplastado que forma una boca. Una serie de líneas cortas paralelas verticales, que bajan de la supuesta boca horizontal, fi-guran un tipo de barba o dientes (Anexo 3: Plano 2, il. 8). Recuerda un motivo del sitio ubicado en la isla de Igualtepeque, en el lago de Guija, en el departamento de Santa Ana, muy parecido por la forma de definir los ojos y los dien-tes o barba (Anexo 3: Plano 6, il. 8). Más a la derecha de esta representación, hay un relieve del paredón sin grabados y después se observa otro panel densamen-te esculpido con círculos concén-tricos compartimentados, círculos simples, círculos con rayos alrede-dor, grupos de puntos y otras for-mas que recuerdan la parte cen-tral del paredón (Anexo 3: Plano 3, il. 1). Un espacio sin glifos de varios metros sigue, y siempre a la derecha y al límite del abrigo, se encuentra una concentración im-portante de depresiones, las más grandes no exceden unos 10 cm de diámetro, aproximadamente alineados horizontalmente, prác-ticamente al nivel del suelo del abrigo (Anexo 3: Plano 3, il. 2). Otras se encuentran incluso afue-

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ra de los límites del abrigo. Todo este grupo aislado de puntos es comparable con el conjunto de depresiones observable en Piedra Sellada, cuyo registro grabado incluye en su parte central una concentración importante cons-tituida exclusivamente de cúpu-las, casi al nivel del suelo (Anexo 3: Plano 6, il. 10). En Las Caritas, se ve un grupo de depresiones similar pero difiere por estar en la parte superior del registro y estar cruzado por otros motivos (Anexo 3: Plano 3, il. 1). En Honduras, en el departamento de Francisco Mo-razan, a 22 km al sur de Teguci-galpa, los abrigos rocosos de Las Cuevas Pintadas de Ayasta, aco-gen grandes grupos de puntos que forman líneas (Anexo 3: Plano 6, il. 9).

El caso particular de Las Caritas

Como el nombre del sitio lo in-dica, el tema principal reconoci-ble es el de un rostro humano, sin cuerpo, representado cerca de cien veces, en la mayoría de los casos de forma muy simple y de un tamaño entre 10 y 20 cm. La forma más repetida se compone de un círculo en el cual dos hoyos definen los ojos y un óvalo aplas-tado o incluso un hoyo más pro-fundo conforma la boca (Anexo 3: Plano 4, il. 2, 4, 6 y 7 y Plano 5,

il. 1). Sin embargo, existen algunas pocas cuadradas (Anexo 3: Plano 5, il. 2) y unas con nariz y mejías (Anexo 3: Plano 4, il. 9 y 10). La gran mayoría se encuentra a altu-ra de hombre (1.50 m). A pesar de la simplicidad del tema, no es corriente en El Salvador y menos en estas canti-dades. En el sitio de El Letrero del Diablo de Sonsonate, se pudo identificar una ‘carita’ (Anexo 3: Plano 6, il. 11); en los sitios de La Peña Blanca, La Montañona y El Tablón, constituidos de rocas al aire libre, en el departamento de Chalatenango, se reconocen ‘caritas’, repetidas y de rasgos si-milares en la forma, en la técnica y en el tamaño asociadas con grabados de líneas curvas (Anexo 3: Plano 6, il. 12). Las ‘caritas’ no son el úni-co motivo tratado en el abrigo; como ya lo hemos visto, se distin-guen un grupo de depresiones, lí-neas curvas y rectas y un cuadra-do cruzado. Además, una figura antropomorfa grabada de forma muy simple, está compuesta de dos arcos para los brazos y las piernas, una línea vertical rema-tada por un punto conforma el tronco y la cabeza (Anexo 3: Pla-no 4, il. 3). Otro motivo parecido está presente en el abrigo, pero sin el arco inferior para las piernas ni el punto para la cabeza (Anexo

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3: Plano 4, il. 5). Una representa-ción muy estilizada antropomorfa comparable existe en la Poza de los Fierros de Guatajiagua (Anexo 3: Plano 6, il. 13).

Conclusión

Las Caritas y El Letrero son sitios rupestres cercanos parecidos, en la morfología y la técnica, a mu-chos otros sitios de las regiones centrales y de la costa occiden-tal de El Salvador. Sin embargo, a pesar de estas similitudes, el estu-dio comparativo en detalle de los grabados demuestra diferencias notables entre los dos lugares. El Letrero, con su manan-tial que sale de la pared del abri-go y sus dimensiones impresionan-tes, presenta una variedad de estilos, figurativos o no. La organi-zación de los grabados en grupos en varios lugares del paredón, delata tal vez varios períodos de actividad rupestre, aunque solo las excavaciones arqueológicas podrían dar indicios al respecto. En cambio, en Las Caritas, la repetición más de cien veces del motivo que da el nombre al sitio, a pesar de que no es el úni-co tema abordado, es un caso realmente singular en el país. Si la razón o el sentido de tanta repeti-ción de un mismo motivo es difícil de aclarar, por lo menos, podría

denotar la continuación de una misma tradición durante cierto tiempo. Tanto el estilo de los gra-bados como el material cerámico observado en los abrigos apuntan hacia una datación del postclá-sico. Por las informaciones de las fuentes etnohistóricas, podríamos asociar las manifestaciones gráfi-co rupestres a grupos pipiles. Los abrigos conforman una protección natural contra la lluvia y podían acoger cazado-res de forma puntual, además de tener una función sagrada. El vín-culo con el elemento agua pare-ce demostrado por la presencia abundante de ríos y manantiales en el entorno inmediato de los abrigos. Sin embargo, las diferen-cias estilísticas indican probable-mente que la función de los sitios debía ser más compleja que una simple asociación con el agua. Una misma interpretación semán-tica hubiera llevado a una simili-tud más grande en la iconografía de los temas empleados. Al nivel de la costa occi-dental de El Salvador, se nota una concentración de sitios rupestres ubicados en quebradas, a la ori-lla de la planicie costera y de la llanura de la Sierra Apaneca-lla-matepec. La diversidad estilística de los grabados y las diferencias en la cronología de los materiales

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asociados, en el corpus de sitios costeros, revela distintas realida-des culturales. Para profundizar la cues-tión de la cronología y afiliación cultural de los sitios de arte rupes-tre de la costa occidental de El Salvador, planteamos la realiza-ción de excavaciones en La Pie-dra Sellada en 2009. Al nivel turístico, se apoya-rá a la sensibilización del público, por medio de artículos de prensa y de la elaboración de rótulos para los sitios. Esto ayudará a la con-servación del patrimonio rupestre que aún no goza de mucho re-conocimiento en el país y podría permitir, en un futuro, el desarrollo de proyectos eco-turísticos auto-sostenibles que involucren a las comunidades cercanas de los si-tios.

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Cerámica polícroma Copador en El Salvador. Análisis de los contextos de Tazumal, San Andrés y

Joya de Cerén

Los sistemas culturales se sustentan en las necesidades diversas de los miem-bros de una sociedad de forma individual y colectiva [Sharer y Ashmore, 1987: 5]). Cada uno de sus componentes posee una función para mante-ner el sistema, relacionada con los otros componentes del mismo median-te la estructura (redes de relaciones) y proporciona una visión sincrónica e interrelacionada de las sociedades reguladas [Ibíd]. El presente artículo se presenta un panorama general de la cerámica polícroma Copador en El Salvador; el origen del término, una reseña de las principales investigacio-nes y su distribución geográfica. Se enfoca en la comparación de los con-textos arqueológicos de su hallazgo en los sitios de Joya de Cerén, Tazumal y San Andrés. El documento es una reseña correspondiente a la primera fase de investigación de la tesis de Licenciatura a defender en 2011.

Claudia Alfaro Moisa

Origen del término ‘copador’ y establecimiento de su

cronología

La cerámica Copador ha sido de interés en investigaciones arqueo-lógicas focalizadas en el perío-do clásico tardío y es reconocida como marcador de dicho período

sobre todo en su fase terminal. El término ‘Copador’ fue su-gerido por Alfred V. Kidder cuando hacía referencia al área de distri-bución de este estilo, comprendida por las zonas de Copán, suroeste de Honduras y la zona central de El Salvador [Boggs, 1950: 264].

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Longyear afirma que la manufactura de la cerámica polí-croma Copador se efectuaba en talleres especializados en Copán (apuntándose este sitio como el lugar de origen, debido a la ausen-cia del Falso Copador o Arambala) y desde ahí eran distribuidos hacia Chalchuapa para su comercializa-ción [Longyear 1952:64]. Longyear ubica el Copador Polícromo en el área mesoamericana dentro del periodo full classic (clásico tardío 600-900 d. C.), el cual corresponde al tipo identificado como ‘Polícro-mo Maya Rojo, Negro y Naranja sobre Naranja’ [Sharer 1978: 55]. Anteriormente, la cerá-mica polícroma Copador junto a los tipos Arambala, Gualpopa y otros polícromos eran cataloga-dos dentro del grupo designado como cerámica maya polícroma [Boggs, 1943: 132-133 y 1945:21]. Cabe destacar que en las fichas de catálogos del Departamento de Arqueología que abarcan las investigaciones arqueológicas de las décadas de 1930 a 1940, se reconocen los siguientes tipos ce-rámicos: Plomizo, Polícromo Maya; monocromos, bícromos y polícro-mos [autores varios, 1930-1949]. Las investigaciones arqueo-lógicas en Copán arrojaron datos relacionados con el fechamien-to y el hallazgo de cerámica tipo Copador Polícromo en escondrijos

ubicados bajo las Estelas I, J y M; esto permitió establecer y ubicar la cerámica Copador en el período clásico tardío [Boggs, 1944: 42]. Para Longyear los datos de dos estelas indican el principio de un Copador desarrollado, y la fecha del último monumento er-guido en Copán, la escultura G1, señala su probable fin [Longyear 1952: 45]. La correlación de fechas asociadas por Longyear se basó en la secuencia cronológica por Goodman-Thompson-Martínez, donde los investigadores estable-cen analogías íntimas entre varios estilos cerámicos provenientes de las tumbas del Tazumal y la cerá-mica polícroma excavada bajo la estela M, fechada en 9.16.5.0.0 y determinada para el 757 d.C. [Bo-ggs, 1945: 42]. Boggs encuentra se-mejanzas con la cerámica hallada bajo la estela I, cuyo fechamiento es de 9.12.5.0.0, es decir, 677 d.C. [Boggs, 1945]. Posteriormente, Wol-fang Haberland lo ubica dentro de su secuencia para cerámica pre-hispánica de El Salvador en el pe-ríodo full classic, entre el 500-1000 d. C. [Haberland, 1960: 23], es de-cir, sumando cien años en relación con la cronología de Longyear (Ver Cuadro 1).

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Monumento Fecha en la estela

Fecha en la era cristiana

Característica de la ofrenda Copador

Período

Estela I 9.12.5.0.0 + (677 d.C)+ Dos vasos cilíndricos co-pador decorados con glifos, vasija copador decorada con perso-najes, cuenco simple copador con decora-ción glífica y círculos concéntricos, vasijas copador de silueta compuesta zoomorfa, jarra copador con el glifo ‘kin’, jarra copador decorada con un glifo; algunas contenían carbón y caracoles. 24 estalactitas, bivalvos y cinabrio.+

Full classic/ clásico tardío

Estela J 9.13.5.0.0 + (702 d.C) Bivalvo, incensario, vaso cilíndrico copa-dor, vasija efigie copa-dor, jarra copador con dos asas.+

Full classic/ clásico tardío

Estela M 9.16.5.0.0. +

(757 d.C. )+ Solo presenta un vaso copador corto y uno largo con motivos antropomorfos, una perla,fragmentos de hueso, conchas, car-bón y obsidiana, jarros monócromos miniatura, un cuenco pequeño de engobe rojo de he-matita especular sobre naranja, dos cuencos bícromos de engo-be rojo de hematita especular sobre blanco muy fino, un par de ore-jeras y un par de vasos cilíndricos.+

Full classic/ clásico tardío

Secuencia de Goodman-Thompson-Martínez. [Boggs 1945: 41, 42] [Longyear 1952: 51-52]

Cuadro 1. Fechamientos de cerámica Copador en estelas de Copán

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A medida que las investi-gaciones arqueológicas experi-mentaron un auge en la década de los sesenta, Robert Sharer ana-lizó una muestra cerámica amplia procedente de Chalchuapa. La muestra analizada se componía de aquella tomada por William Coe a finales de los cincuentas y del material cerámico producto de las excavaciones arqueológi-cas del Proyecto Chalchuapa. Al

finalizar el análisis cerámico de la muestra, Sharer ubica la cerámi-ca polícroma Copador en la fase tardía del período clásico, dentro del Complejo Cerámico Payu, Fase Payu del 600-900 d. C. [Sha-rer, 1978: 111]. Asimismo, ubicó dentro de este complejo cerámi-co a los tipos Arambala, Gualpo-pa, Guazapa, Ayutuxtepeque y Tapalhuapa [Ibid, 1978: 117] (Ver Cuadro 2).

Cuadro 2. Secuencia de la cerámica polícroma Copador Complejo cerámico Payu

Unidades Tipo-Variedad *

Grupo cerámi-co Copador

Variedades de cerámica polícroma Copador **

(650-900 d.C.)

Clásico tardío

*Grupo cerámico Chiquihuat*Grupo cerámico Gualpopa*Grupo cerámico Ayutux

*Grupo cerámico Copador

*Grupo cerámico Arambala*Grupo cerámico Tepeto*Grupo cerámico Jujutla

*Copador Polícromo

*Pushtan

*Pacho Inciso

1. Copador Polícromo Variedad Glífica A+2. Copador Polícromo Variedad Glífica B+3. Copador Polícromo Variedad Glífica C+ ***4. Copador Polícromo Variedad Glífica D (Ver nota)5. Copador Polícromo Variedad Glífica E + ***6. Copador Polícromo Variedad Figura A + 7. Copador Polícromo Variedad Figura B+8. Copador Polícromo Variedad sin Especificar +9. Pacho Inciso.+

* Tomado de la secuencia cerámica para Chalchuapa [Sharer, 1978:111]** Muestreo de 17 ejemplares de cerámica copador proveniente de Tazumal [Ibid: 55, 132-133]*** Variedades glíficas C y E ausentes en Copán [Viel: 103]+ Variedades identificadas en Tazumal [Sharer: 54-55] Nota: La variedad Figura A se ha encontrado en Joya de Cerén, asimismo la Variedad Glífica D.

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En la zona de Chalchua-pa, la cerámica polícroma Copa-dor junto con la cerámica Gual-popa provienen de la tradición cerámica Huiscoyol dentro de la Fase Xocco, fechada en 500 d.C. [Sharer, 1978: 117]. Sumado a ello, otras evidencias arquitectónicas y asociaciones entre tipos cerá-micos sugieren el establecimiento de relaciones comerciales con lugares como Copán y las Tierras Bajas en su fase más temprana. En la zona costera, el sitio arqueológico Cara Sucia, que fue el asentamiento periférico sur de la cultura Cotzumalhuapa durante el período clásico tardío, las relacio-nes comerciales con tierras mayas se reflejan en el hallazgo de cerá-mica polícroma Copador en de-pósitos de la fase Tamasha [Sharer en Von Schonfeld, 1995: 14]. En cuanto a los atributos de la cerámica polícroma Copa-dor, los primeros fueron reconoci-dos por Longyear, identificando tres atributos principales: tres ele-mentos jeroglíficos identificados con las letras A, B y C; presencia de personajes sedentes de cúbito ventral, sentados o de pie; pája-ros representados en forma natu-ral convencional o cierta estiliza-ción. También señala un patrón o frecuencia de motivos de acuer-do a la combinación de formas y decoración [Longyear 1952:60].

Stanley Boggs, en su pu-blicación de 1950, Archeological Excavations in El Salvador, desta-ca el uso de hematita especular, engobes rojo y negro, figuras an-tropomorfas y zoomorfas [Boggs, 1950]. En otra publicación señala «… unas variedades de Copador (especialmente la de falso Copa-dor) y Salúa (Polícromo Campa-na) parecen haber sido produc-ción de alfareros salvadoreños, a juzgar por su abundancia y dis-tribución…» [Boggs, 1963: 47], lo cual refuerza el planteamiento de Kidder sobre la distribución geo-gráfica de la cerámica polícroma copador. Durante el desarrollo del Proyecto Chalchuapa, entre 1966 y 1970, Sharer establece los atri-butos de la cerámica Polícroma Copador basándose en el análisis cerámico de 14 vasijas completas y 104 fragmentos procedentes de la zona investigada [Sharer: 54]. Los atributos giran en base a los motivos decorativos, morfología cerámica y la composición de la pasta y engobes. (Ver Cuadro 3). El contexto de la muestra era de tipo ceremonial y funerario de las estructuras 1B y 1C, el material procedía de las excavaciones realizadas por Stanley Boggs en los años 1942, 1943, 1944 y 1953 [Ibid, 1978: 133].

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Cuadro 3. Atributos de la cerámica CopadorIdentificación de atributos *

-Hematita especular, pintura negra y usualmente naranja sobre engobe color crema o naranja.-Los motivos más comunes son los elementos glíficos (pin-tados en rojo y color naranja de relleno) y figuras de perfil (antropomorfas y zoomorfas-aves- delineados en color negro y rojo, rellenos de color naranja) -Pasta fina y suave color crema. [Sharer, 1978:53]

Formas y dimensio-nes*

*Cuencos cilíndricos de paredes verticales de base plana y borde recto [Sharer, 1978:53]*Cuencos de paredes divergentes de base convexa y borde recto[Ibid:53]*Cuenco de paredes compuestas, de base convexa o base recta, bordes rectos o ligeramente divergentes[Ibíd., 1978:53]

Tratamiento** Pasta: Fina, homogénea, color crema (beige), similar a la pasta del tipo Izalco; pequeñas inclusiones de cuarzo, integradas y distribuidas de forma regular. Textura com-pacta y homogénea. Algunas variedades presentan pas-ta menos fina y menos uniforme, color bastante regular similar al 10 YR 8/3, de núcleo color negro, reducido en ocasiones [Viel 1993: 103]Superficie: Engobe pulido, aspecto variable, generalmen-te brillante, pero no son raras las superficies mate. El engo-be presenta matices desde el beige (10 YR 8/3) y anaran-jado (5 YR 7/6). Se observan en algunas ocasiones efectos incontrolados de la cocción diferenciada [Ibid: 103]Decoración: Policromado en rojo y negro sobre el engo-be. Se emplean los colores rojo hematita especular (5 R 3/6, 7.5 R 3/6), negro (5 YR2/1, 2/2, 3/1) y rojo anaranjado (10 R5/8, 2.5 YR 5/8, 4/8). En ocasiones se observan rastros de pintura blanca, la decoración en los platos trípodes, cuencos simples y compuestos es interna y externa; mien-tras que en los vasos y en los cántaros la decoración es externa. [Ibid: 103]

*[Sharer, 1978:53]/**[Viel 1993: 103]

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Área de distribución de la cerámica Copador en Mesoamérica

La evidencia de cerámica polí-croma Copador es indicador de la dinámica participación co-mercial e ideológica de varios asentamientos mayas del clásico tardío, ubicados entre la franja fronteriza de Guatemala y el cen-tro de Copán, el lado sur oriental y Tierras Bajas centrales [Sharer y Sedat, 1971: 12]. Entre los sitios arqueológi-cos de la zona oeste de Honduras que reportan evidencia de cerá-mica polícroma Copador se en-cuentran Copán, Santa Rosa [Ko-sakowsky y Belli, 1997:713], Paraíso y Cafetal [Canuto, Bell y Bill, 2007: 912], El Cajón, Gualjoquito, Valle de Sula, Valle de Comayagua, La Sierra en el Valle de Naco, parte Baja del Valle de Motagua y po-cos hallazgos en Quiriguá [Urban y Schortman, 1984: 241, 245 y 248] y el Valle de Ulúa [Joyce, 1984: 288; Hirth, 1984: 313]. En Guatemala se reporta en el Altiplano Oriental: Asunción Mita [Sharer: 55] y Chiquimulilla [Kosakowsky, Belli, Pettit, 1997], Costa Sur de Guatemala, Tiqui-sate [Belli y Kosakowsky, 1997]; Tierras Bajas: Motagua [Román Ramírez, 2006] y en la Vega del Cobán [Acuña, Menéndez, Ro-

mán y Beltrán, 2002: 281]. El ar-queólogo guatemalteco Juan Luis Velázquez, reportó del hallaz-go de cerámica polícroma Co-pador en la zona del Quiché en Guatemala (comunicación per-sonal en el 2009). Cerca de la frontera con Belice se reporta la recolección de tiestos de cerámica polícroma Copador durante la Expedición del Museo Británico en el siglo XIX, durante las investigaciones en Pushilá [Bishop y Beaudry 1994; Bishop et al.1986; Joyce 1929; Ha-mmond, 1975 en Bill, Braswell y Prager, 2005: 460].

Estudios de cerámica Copa-dor en El Salvador

Los primeros hallazgos re-gistrados se remontan a 1920 y fueron hechos por Samuel K. Lo-throp, quien excavó pozos de sondeo en la zona de Milingo y los Almendros en San Salvador. En el último sitio, Lothrop encontró en el mismo nivel estratigráfico alfarería Tohil plomiza, Maya y Nicoya po-lícroma y fragmentos de figurillas que representan a Tlaloc. [Cobos 1994: 22]. Destacaba las carac-terísticas de la cerámica ‘Maya’ como la presencia de escritura glífica, figuras antropomorfas y zo-omorfas.

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Durante el año de 1926, Samuel Lothrop reconoce el aporte de Lardé y efectúan jun-tos la exploración del Cerro El Za-pote, en el barrio de San Jacinto (San Salvador). Los resultados de los trabajos efectuados demostra-ron que los materiales de la capa superior representaban una varie-dad de culturas arqueológicas, ya que se podían distinguir cerá-micas propias a tipos Arcaicos, alfarería del tipo Maya, cerámica plomiza y vasijas con la imagen de Tláloc las cuales correspon-dían a la cultura pipil. Contribu-

yendo a la asociación de los eventos eruptivos con el mate-rial cerámico atrapado entre las capas de ceniza. A partir de sus investigaciones, Lothrop propone la primera secuencia cultural pre-hispánica para El Salvador, en la cual reconoce los diversos perío-dos de ocupación representados por la cerámica. Lothrop estable-ce períodos de ocupación tem-prana (equivalente al período preclásico); de culturas mayas (equivalente al período clásico) y pipil (equivalente al período post-clásico) [Ibid: 23].

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Hasta entonces no había una definición de los tipos ce-rámicos que se emplean en la actualidad, como la cerámica polícroma Copador, Chancala, Guarumal y Guazapa entre otros. Hacia 1941, John Dim-mick, Maurice Ries y Stanley Boggs excavan en la Campana San An-drés y efectúan estudios arqueo-lógicos formales de cerámica y arquitectura prehispánica. El área seleccionada para los trabajos se enfocó básicamente a liberar las fachadas de las estructuras 1 (Montículo A) y 3 (Montículo C), abrir una trinchera en las áreas sur y suroeste del denominado mon-tículo «Campana» (Estructura 5) y en otro montículo localizado en la Plaza Norte y cercano a la Cam-pana, hacer pozos de prueba en la parte oriental de la estructura 3 [Ibid: 24]. Dentro de los diversos tipos cerámicos detectados se encuentra el hallazgo de cerámi-ca de la ocupación del período clásico tardío, como la cerámi-ca polícroma Copador, Polícro-mo Campana, entre otros. Es de notar que dentro de los reportes de campo no existe la denomina-ción del tipo Polícromo Copador. Este proyecto brindó datos valio-sos emanados de la descripción de tipos cerámicos asociados con materiales líticos, figurillas, entierros, arquitectura, entre otros

rasgos arqueológicos. En 1942 se realiza la pri-mera temporada de excavacio-nes arqueológicas controladas en el sitio arqueológico Tazumal. Stanley Boggs efectúa trabajos de excavación en EB1-1 y EB1-2 y realiza estudios de cerámica y ar-quitectura. [Cobos 1994: 24 y 25]. Las investigaciones dejan como resultado una gran canti-dad de cerámica. Por primera vez se elabora el Catálogo de Investi-gaciones correspondiente a 1942; cabe mencionar que el investiga-dor continúa empleando el térmi-no de cerámica ‘maya’. Hacia 1943, Boggs excava las estructu-ras E1-C, Tumba 1 y E1-B. Para la temporada de excavaciones de 1953 investiga la Estructura E1D, enfocándose en el escondrijo 50-2. En cada una de estas tempo-radas de investigaciones se deno-mina la cerámica Copador. John M. Longyear III y Stanley Boggs efectúan el reco-nocimiento de las investigacio-nes de Tazumal haciendo énfasis en cronologías y en la cerámi-ca [Longyear, 1944: 56-72]. Lon-gyear ubicaría posteriormente la cerámica Copador en la esfera Tepeu, asociada a Copán, den-tro del período clásico en la fase full classic, entre el 850-1100 d.C. [Ibid: 80].

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En 1952 Longyear realiza investigaciones arqueológicas en Copán, haciendo énfasis en cro-nologías y en la cerámica. Re-copila y sistematiza las caracte-rísticas de la cerámica Copador como la decoración y aísla en un pequeño catálogo las figuras de-tectadas en la cerámica Copa-dor proveniente de Copán y de El Salvador. Uno de los proyectos em-blemáticos fue sin duda el Pro-yecto de Chalchuapa, dirigido por Robert Sharer, que dio conti-nuidad al proyecto arqueológico iniciado por William Coe en 1954. Las temporadas de excavaciones en los años 1967, 1968, 1969 y 1970 permitieron sistematizar la cerá-mica recolectada durante estas temporadas [Sharer 1978: 3]. Es-tablece las secuencias cerámicas de Chalchuapa que servirían de base para posteriores estudios ar-queológicos en el área. Hacia 1974, William Fowler y Howard Earnest realizaron la-bores de rescate en la zona del embalse del Cerrón Grande; se registran ejemplares de cerámica polícroma Copador en los sitios de Hacienda Colima [Crane 1974: 18], El Tanque y El Perical [Fowler y Earnest, 1976: 25] Durante 1977, el Museo Nacional de Antropología de El Salvador organiza una serie de

excavaciones arqueológicas en San Andrés. En la temporada de 1978 Jorge Mejía efectúa el hallazgo de importantes rasgos ceremoniales característicos del clásico tardío, entre los que se destacaron piezas de cerámica polícroma Copador en contexto ceremonial [Cobos 1994: 36-38]. Entre 1978 y 1979 se eje-cuta el Proyecto Protoclásico di-rigido por Payson Sheets, cuyo objetivo era ubicar sitios arqueo-lógicos en el Valle de Zapotitán y efectuar estudios arqueológicos y geológicos [Ibid 1994: 39]. Se pro-fundiza en el estudio de la cerá-mica prehispánica, enfocándose en el material arqueológico pro-cedente de El Cambio y de Joya de Cerén. El estudio de Susan Chandler en El Cambio aportó la secuencia cerámica para el Va-lle y estableció la relación entre tipos cerámicos y la estratigrafía; por otro lado, se profundiza con análisis químicos de composición de pasta y engobes de la cerá-mica polícroma Copador, Gual-popa y Arambala. Dichos estu-dios fueron realizados por Judith A. Southward y Diana C. Kamilli [Sheets 1983: 147]. Tras el hallazgo de Joya de Cerén, Sheets organiza las temporadas de investigaciones arqueológicas en 1989,1991, 1992 y 1994. Dentro del Proyecto Joya

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de Cerén, se dio continuidad a los estudios cerámicos iniciados en el Proyecto Protoclásico, efec-tuados por Marilyn P. Beaudry-Corbett, quien se focalizó en los contextos arqueológicos de cerá-mica polícroma Copador, Gual-popa, Arambala, Guazapa entre otros [Sheets, 2002: 117-138]. La zona de la Cordillera del Bálsamo se ha caracterizado por hallazgos arqueológicos de los períodos preclásico, clásico y postclásico. En 1992, Paul Amaroli efectúa en Madreselva el hallaz-go de un entierro perteneciente a un adulto, que contaba entre sus ofrendas, cerámicas policro-ma Copador y Chalate Tallado [Amaroli, 1992: 4]. En 1993 se inician las ex-cavaciones en Nuevo Cuscatlán, encabezadas por José Luis Veláz-quez y Bernard Hermes. Ellos ha-llaron en los sectores I y V, en la estratigrafía perteneciente al clá-sico tardío, cerámica polícroma Copador, Gualpopa, Arambala y Machacal Púrpura, entre otros

tipos cerámicos pertenecientes a la Fase Payu [Velásquez y Hermes, 1996: 556]. Durante 1996 se efectúan rescates en el sitio La Viuda, por los arqueólogos Howard Earnest y Katherine Sampeck, donde se recuperó cerámica del clásico tardío. Dentro de esta se destaca la cerámica polícroma Copador y Guarumal, junto con restos den-tales y pintura roja [Earnest y Sam-peck, 1996: 9]. En el centro de la capi-tal, durante el año de 1994, el ar-queólogo Blas Castellón efectúa excavaciones en la Catedral Me-tropolitana de San Salvador, re-cuperando artefactos coloniales y prehispánicos. Dentro de la ce-rámica prehispánica se encontró cerámica polícroma Copador y Ulúa, entre otras [Castellón, 1994: 15]. En el siguiente cuadro se enumeran algunos hallazgos ce-rámica Polícroma Copador en El Salvador:

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Zona o departamento Sitio Arqueoló-gico

Referencia

Área El Paraíso, Embalse del Ce-rrón Grande, Chalatenango

El Tanque Fowler & Earnest, 1976

Hacienda Santa Bárbara, Embalse del Cerrón Grande, Chalatenango

El Perical Fowler & Earnest, 1976

Hacienda Colima, Embalse del Cerrón Grande, Cuscatlán

El Remolino Fowler & Earnest, 1976

Municipio de Chalchuapa, Depar-tamento de Santa Ana

Casa Blanca Ohi, 2000

Municipio de Chalchuapa, Santa Ana

Tazumal Boggs, 1940, 1941,1943 y 1950; Sharer, 1978.

Municipio de Ataco, Ahuachapán

Los Tablones Hallazgo en 2009 Comunicación personal con Arqueólogo Roberto Gallardo,

Municipio de Cara Sucia, Departa-mento de Ahuachapán

Cara Sucia Fichas de Catálogos de Investigación, De-partamento de Investigaciones, MUNA

Departamento de Sonsonate Hacienda San An-tonio Monterrico

Fichas de Catálogos de Investigación, De-partamento de Investigaciones, MUNA

Departamento de La Libertad Hacienda Tula Fichas de Catálogos de Investigación, De-partamento de Investigaciones, MUNA

Municipio del Puerto de la Liber-tad, Departamento de La Libertad

Playa El Zonte Gallardo, 1998

Municipio de Opico, Departamen-to de La Libertad

San Andrés Dimmick &Ries, 1941; Mejía, 1977; McKee, 1994.

Municipio de Opico, La Libertad Joya de Cerén Sheets; 1981, 2002

Municipio de Antiguo Cuscatlán, Departamento de La Libertad

Madreselva Amaroli, 1992

Municipio de Antiguo Cuscatlán, Departamento de La Libertad

Nuevo Cuscatlán Velásquez y Hermes, 1993-1994

Municipio de Antiguo Cuscatlán, Departamento de La Libertad

La Viuda Earnest &Sampeck, 1996

Municipio de Opico, La Libertad El Cambio Chandler en Sheets, 1983; González, 2005; Castillo, 2006 y 2007

Municipio de San Salvador, Depar-tamento de San Salvador

Cerro El Zapote Lothrop y Lardé, 1926; Boggs y Longyear, 1944.

Municipio de San Salvador, Depar-tamento de San Salvador

Milingo Lothrop y Lardé, 1920

Municipio de San Martín, Departa-mento de San Salvador

Los Almendros Lothrop y Lardé, 1920

Municipio de Candelaria de la Frontera, Departamento de Santa Ana

Lotificación San Antonio Abad

Alvarado,2008

Municipio de Guazapa, Departa-mento de San Salvador

Lotificación Aragón

Méndez, 2008

Cuadro elaborado por la autora.

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Imagen 2. Distribución de la cerámica copador en El Salvador. Elaborado por la autora.

Análisis de contextos arqueoló-gicos de la cerámica polícroma copador en El Salvador. Casos: Tazumal, San Andrés y Joya de

Cerén

La cerámica Copador contextua-lizada junto a otros tipos cerámi-cos y artefactos son indicadores de una amplia red cultural y de comercio entre varios asenta-mientos, entre los que se incluye Tazumal y San Andrés en El Salva-dor, Kaminaljuyú (actual ciudad de Guatemala) y Copán (Hondu-ras), así como con otros puntos de las tierras bajas mayas. En cada uno de los contextos se procurará describir la cerámica polícroma Copador, asociarla en base a las formas y decoraciones a determi-nados contextos arqueológicos y

realizar su posterior análisis asocia-do a la temporalidad, en base al análisis estratigráfico. Los análisis completos de los datos se refleja-rán en el documento final de tesis. Este tipo cerámico puede tener diversos atributos relacio-nados con las funciones sociales tomando en cuenta los contextos arqueológicos: la decoración po-dría indicar afiliación a un grupo cultural, estatus social y en algu-nas ocasiones linaje. Lewis Binford sostiene que «en [algunos] ca-sos la cerámica puede jugar un papel importante en cuestiones de religión e ideología» [Binford, 1972: 77-79] delimitando a su vez un área geográfica correspon-diente a un grupo o varios grupos culturales. La distribución geográ-fica, comparación del material

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arqueológico, estudio de la es-tratigrafía y la arquitectura entre estos centros permitió establecer vínculos entre zonas aparente-mente distintas.

Tazumal

Durante 1943, Boggs excavó la Estructrua E1-C, Tumba 1 y reco-lectó durante esa temporada siete ejemplares de cerámica po-lícroma Copador decorada con pseudoglifos, diseños geométri-cos y nadadores. Durante esta temporada, en la Estructura E1-B, dentro de la Tumba 2, se ubican 19 piezas de cerámica polícroma Copador. En la Tumba 2, Entierro G, también se encontró un cuen-co polícromo Copador de silueta compuesta con forma de batra-cio. La Tumba 3 presenta un caje-te Polícromo Copador decorado con pseudoglifos, mientras que en la Tumba 4 se halló un cajete Po-lícromo Copador decorado con figuras geométricas [Datos extraí-dos de las Fichas de Catálogo de Investigaciones Tazumal 1943]. En la temporada de ex-cavaciones de 1953 en Tazumal, en la Estructura E1D, dentro del escondrijo 50-2, se ubican un ca-jete Polícromo Copador con aves acuáticas, figuras antropomorfas y un quincunce. Mientras que en la Tumba 7 se halla un cajete Po-

lícromo Copador con figuras zo-omorfas, antropomorfas, puntos y glifos. A partir de la temporada de 1952 en el Tazumal, Boggs re-dacta dentro de las Fichas del Catálogo de Investigación corres-pondientes a Tazumal descripcio-nes de la cerámica, dentro de las que aparece finalmente descrita como cerámica tipo ‘Copador’. Asimismo aparecen ya denomina-dos los tipos cerámico Gualpopa y Arambala. Todos los hallazgos de ambas temporadas están relacio-nados con aspectos ceremoniales y funerarios, asociados con las eli-tes de Tazumal durante el período clásico tardío. [Datos extraídos de las Fichas de Catálogo de Investi-gaciones Tazumal 1953].

San Andrés

En 1977, el Museo Nacional de An-tropología de El Salvador organizó una serie de excavaciones en San Andrés. Jorge Mejía realizó en la acrópolis hallazgos importantes; las excavaciones se focalizaron en la Estructura E7, Unidad B, ubica-das en la Acrópolis. [Cobos, 1994: 36-38] El hallazgo se compone de un pedernal excéntrico junto a un sahumerio monocromo (Rasgo 1), acompañado por 7 conchas de Spondylus con restos de pintura hematita especular, una espina de

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mantarraya, obsidiana, una cuen-ta de jadeíta (Rasgo 2), así como tres variedades de cerámica polí-croma Copador: 2 copadores con figuras de monos y glifos, 1 copa-dor con nadadores y glifos (Rasgo

3). Junto con cerámica de estilo asociado a la zona del Petén en Guatemala. [Datos extraídos de las Fichas de Catálogo de Investiga-ciones San Andrés 1978]

A. Rasgo 1 y 2

B. Parte del Rasgo 2

C. Parte del Rasgo 3

El hallazgo de Mejía relaciona la cerámica polícroma Copador a un ámbito ceremonial, acompa-ñado de materiales relacionados con rituales asociados a gober-nantes. Un pedernal excéntrico, espinas de pescado y mantarra-ya, conchas, hematita especular y cerámica importada de la zona del Petén hacen suponer que el polícromo Copador consumido por la elite era distinto al consu-

mido por la población común y corriente.

Joya de Cerén

La antigua comunidad de Joya de Cerén fue enterrada por una erupción ocurrida alrededor de 650 d.C., en un punto situado a menos de un kilómetro hacia el norte de Joya de Cerén. [Sheets, 2002: 5 y 8]. Fueron expulsados

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materiales que variaban desde ce-niza fina hasta bombas volcánicas de un metro de diámetro. En poco tiempo, estos materiales enterraron el asentamiento bajo varias capas de ceniza que sumaron de 4 a 8 metros de espesor. [Ibid: 8]. Joya de Cerén constituía una comunidad aparentemen-te pequeña, muy posiblemente tributaria a San Andrés. La exten-sión total aún no ha sido precisa-da, pero la información disponi-ble sugiere que era menor de 20 hectáreas [Ibid: 3]. La mayoría de cerámica polícroma Copador proviene del

Complejo 1, de las Estructuras 2A y 2B y de la Estructura 3. [Beau-dry, 1989: 91-93]. Las estructuras poseen carácter doméstico, rela-cionado con actividades de pro-cesamiento de materias primas y almacenaje. [Sheets, 2002: 45- 48]. Las estructuras 2A y 2B son de tipo residencial, mientras que la Estructura 3 es de carácter cí-vico. [Ibid: 58-64]. De las muestras de Copador provenientes de di-chos contextos, no han demostra-do ser un tipo empleado en cere-monias, más bien de tipo utilitario y de servicio.

Cerámica polícroma Copador de variedad des-conocida encontrada en el Complejo 1, junto con Gualpopa, Campana, Mocal en el grupo de polí-cromos; engobe raspado Guazapa, Cashal y Obra-je Rojo, entre tipos utilitarios. [Beaudry , 1989: 91]

Imagen 3. Complejo 1 Joya de Cerén. Plano tomado de Plan de Manejo Joya de Cerén. Getty Institute, FUN-DAR.

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Imagen 4. Complejo 2 Joya de Cerén. Plano tomado de Plan de Manejo Joya de Cerén. Getty Institute, FUNDAR.

Una variedad desconocida de cerámica polícroma Copador encontrado en la Estructura 3, junto con tipo La Presa Rojo en la categoría de polícromos; Guaza-pa y Obraje Rojo como utilitarios [Beaudry, 1989: 93].

Cerámica polícroma Copador de una variedad desconocida de encontrado en las estructuras 2A y 2B, junto con Gualpopa, La Presa, Sacazil y Tazula entre los polícromos; engobe raspado Guazapa y Obraje Rojo de tipo utilitarios [Beaudry, 1989: 92].

Imagen 5. Plano tomado de Plan de Manejo Joya de Cerén. Getty Institute, FUNDAR.

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Comentarios

Se han tomado como base dos sitios arqueológicos que ofrecen el contexto ceremonial, Tazumal y San Andrés, con presencia de ofrendas de tipo funerario y ritual procedentes de estructuras con características asociadas a las eli-tes gobernantes. Joya de Cerén posee estructuras de uso cotidia-no, con zonas de procesamiento y almacenaje. Ambos contextos arrojan datos sobre la presencia de la cerámica polícroma Copa-dor como parte de las ofrendas y como cerámica utilitaria. Otro punto a destacar es la relación de la cerámica po-lícroma Copador referida a los contextos funerarios y ceremo-niales. El tipo de estructuras don-de fue encontrada indicaban su papel doméstico y no ritual. Los datos arrojados de las investiga-ciones arqueológicas de Joya de Cerén apuntan a la utilización de la cerámica polícroma Copador en actividades domésticas como el almacenaje y para contener alimentos y bebidas. La decoración y formas cerámicas comunes de la ce-rámica polícroma Copador en Joya de Cerén es la de cuencos simples de base convexa, predo-minando la decoración tipo ‘me-lón stripe’ y glíficas; de ellas solo se

identifica el glifo ‘C’. Se destaca la ausencia de cuencos de silueta compuesta y base plana, común en los hallazgos arqueológicos de Tazumal. En el sitio arqueológico de Tazumal, por el contrario, predo-mina la decoración tradicional de la cerámica polícroma Copador propuesta por Sharer, cuya forma predominante es la de cuencos de silueta compuesta y base pla-na con acanaladuras y una can-tidad limitada de la decoración ‘melón-stripe’ (dos ejemplares). Las variedades cerámicas del Po-lícromo Copador son de Copán. En la fase terminal del período clásico tardío se detec-tan diferencias notorias en la ce-rámica proveniente de los sitios arqueológicos de Tazumal y San Andrés. Pero en ambos sitios hay presencia de cuencos trípodes y, en menor escala, vasos de forma recta y vasijas zoomorfas. Los contextos difieren, Ta-zumal presenta la cerámica po-lícroma Copador relacionada a contextos de tipo ceremonial y funerario de las elites gobernan-tes, acompañada de ofrendas de cerámica polícroma fina no local, como vasos estucados y Ulúa; ofrendas de jade, incensa-rios, entre otros artefactos. Mientras tanto, Joya de Cerén ofrece un ámbito domés-

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tico y cotidiano, la cerámica po-lícroma Copador es menos refi-nada (pasta gruesa, decoración menos depurada) así como los restos orgánicos (comida) deno-tando su uso cotidiano. Este tipo de constantes indica que en Joya de Cerén la cerámica polícroma Copador no era considerada como un bien suntuario, salvo algunos ejempla-res de manufactura fina proce-dente de lugares fuera del Valle de Zapotitán. Hasta la fecha no ha sido asociada a contextos fu-nerarios. La cerámica polícroma Copador de Joya de Cerén es más burda y de menor calidad de acabado, probablemente hayan sido reproducidas en masa para su comercialización. Sus características morfo-lógicas no denotan la fineza de la cerámica polícroma Copador de la Estructura 7 de San Andrés, o la encontrada en el complejo cere-monial del Tazumal. En el caso de la cerámica polícroma Copador relacionada a otros tipos cerámicos, pueden señalarse atributos relacionados con las funciones sociales, to-mando en cuenta los contextos arqueológicos: donde la decora-ción podría indicar afiliación a un grupo cultural, estatus social y en algunas ocasiones, linaje.

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Investigaciones recientes en la ‘Gruta del Espíritu Santo’ en Corinto, Morazán

Ramón D. Rivas

Un importante trabajo de inves-tigación en el sitio arqueológico conocido como ‘Gruta del Es-píritu Santo’ viene realizando la Secretaría de Cultura de la Pre-sidencia (Secultura) con los ar-queólogos, conservadores y an-tropólogos de la Coordinación de Arqueología, dependencia de la Dirección Nacional de Patrimo-nio Cultural. El proyecto se lleva a cabo gracias al apoyo del ‘Fon-do del Embajador’, que ofrece la Embajada de los Estados Unidos de Norteamérica acreditada en nuestro país. La Gruta del Espírituo San-to es un acogedor lugar que se encuentra localizado al extremo oriente del departamento de Mo-razán, al norte del municipio de Sociedad. Instalado en una empi-

nada rocosa (a una altura de 820 msnm) en el contorno noroeste de la ciudad de Corinto. En los últi-mos años, esta ciudad se ha con-vertido en un importante centro de comercio, comunicado por dos carreteras pavimentadas por varios frentes, que la conectan con las ciudades de Cacaopera y San Francisco Gotera. Se trata de un lugar idílico entre montañas y serpenteado por caminos inter-comunales que unen cantones, villas y pueblos de la zona, desde donde se puede apreciar el im-portante valle del río Sapo. Me decían que, tradi-cionalmente, los miércoles y los domingos son días de mercado (aunque en la práctica parece ser solo estos últimos). En ellos se dan cita comerciantes de munici-

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pios aledaños y de Honduras para comerciar aparejos, monturas de cuero, jarcias, sombreros de palma, productos lácteos como queso duro, pero sobre todo, im-plementos para labrar la tierra: chuzos, cumas, machetes y aza-dones. En otros tiempos, los indí-genas, tanto de Honduras como del lugar, intercambiaban pro-ductos durante estos días de mercado: frutas (sobresaliendo las granadillas), marquesotes, alborotos, ajonjolí y manzanilla, que llegaba desde Honduras. Las ventas de aves de corral abun-daban, así como las bestias. Se afirma que Corinto es el segundo centro comercial más importante después de San Francisco Gote-ra. El parque se caracteriza por un elegante y acogedor espacio que sustituyó la característica pla-za original, que durante la guerra sirvió para que los helicópteros del Ejército llevaran y recogieran tropas. Se trata de un espacio pú-blico edificado en los últimos años y una iglesia en construcción que en el conflicto fue quemada. La iglesia, para su edificación, recibe apoyo técnico de la Coordina-ción de Zonas y monumentos his-tóricos. Por todos lados se obser-van edificios en construcción , por lo cual, el lugar tiene la aparien-

cia de un constante desarrollo. Naturalmente, los emigrantes que se fueron durante y después del conflicto armado, principalmente para los Estados Unidos, son mu-chos. Ahora el municipio se nutre de las remesas. No debemos olvidar que Corinto y el departamento de Morazán fueron lugares duramen-te golpeados por la guerra. Los pobladores —de acuerdo con Mariela Janeth Moncada, antro-póloga que investiga el entorno humano en el marco del proyec-to de investigación— «viven con un pie en el lugar y con otro en el exterior, principalmente en el gran país del Norte, por el proce-so acelerado de migración que se dio durante y después de la gue-rra fratricida de los ochentas»1. Esta gente aún se debate con sus tradiciones entre el pasado y el presente. Al momento de la visita ya se habla de la celebración de sus fiestas patronales, que se cele-brarán el 29 de junio, en honor a San Pablo. Moncada ha podido re-gistrar ya un buen número de referentes culturales en donde claramente se constata que los lugareños viven entre la nostalgia y la realidad actual. Esto no es malo, pero sí es importante refor-

1 Entrevista del autor a la an-tropóloga Mariela Janeth Moncada.

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zar la identidad, tanto de los que se han ido como de los que se han quedado. La gruta en estudio es-conde un preciado tesoro que se registra como monumento nacio-nal desde 1972, año en que —de acuerdo con don Argelio Álvarez Villegas, que trabaja en el sitio desde hace 16 años como res-ponsable del lugar— «el lugar fue comprado por el Ministerio de Ha-cienda ese mismo año; y de inme-diato se transfirió al Ministerio de Educación» 2. Don Rogelio afirmó —con la seguridad que muestran sus pa-labras y como quien no se cansa de narrar historias del lugar— que fue el coronel Arturo Armando Molina quien ordenó estas sabias diligencias. Don Argelio y don Eutinio son los encargados de darle vida a este importante sitio arqueoló-gico nacional. El parque arqueo-lógico, que en su totalidad está conformado por 27 manzanas, hoy está bajo la custodia y pro-tección de Secultura. El lugar es considerado, por científicos en la arqueología y otras áreas afines, como la principal muestra de arte gráfico rupestre existente en El Salvador. Según estudios realiza-dos por el arqueólogo Wolfgang

2 Entrevista del autor a don Argelio Álvarez Villegas.

Haberland quien estudió el sitio entre 1972 y 1977 [Haberland, 1991], las evidencias pertenecen al período preclásico (1200 y 200 a.C.)[Haberland, 1954]3. Pero los pictogramas im-presos sobre las rocas tendrían un aproximado de unos 10 mil años de antigüedad. Es un abri-go rocoso que contiene pinturas rupestres. Cerca de la entrada se encuentran unos bloques rocosos que posiblemente formaban par-te del techo de la cueva, la cual fue, indudablemente, más gran-de en la antigüedad. Es muy probable —por lo que relatan los estudios pre-vios— que la Gruta del Espíritu Santo fuera ocupada por pueblos durante el período prearcaico o paleoindio[Barberena, 1950]. Lo interesante del lugar es que 3 En este estudio Haberland, del Museo Etnológico de Hambur-go, Alemania, recopila información y datos científicos de diferentes sitios rupestres como los petrograbados del río Titihuapa en el departamento de San Vicente y los de la cueva del Toro, en el departamento de Usulu-tán. Asimismo, incluye los que figu-ran en la cueva del cerro El Carbón y los llamados Fierros de Guatajiagua, ambos en el departamento de Mora-zán, y los pictograbados de Sigüenza, en el departamento de Cuscatlán, además de la piedra de La Luna, en el lago de Güija. Véase también del mismo autor [1974]: Culturas de Amé-rica Indígena/Mesoamérica y Améri-ca Central. México: Fondo de Cultura Económica.

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Figura 1. Fotografía tomada por Oscar Camacho.

Figura 2. Fotografía tomada por Oscar Camacho.

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se trata, sin duda alguna, del primero con evidencia humana en El Salvador. Estamos hablan-do de unos 13 mil años antes de Cristo[Barón Castro,1977]. Por los estudios lingüísticos y la cerámica sabemos que fue ocupado por lencas [Rivas, 2004] de la rama potón desde el preclásico medio hasta el postclásico, convirtiéndo-se en un sitio importante cultural y religiosamente. De esto dispon-go de evidencias por mis amplios estudios con los lencas, sería inte-resante abordarlos en un artículo académico. A simple vista, se constata que las pinturas que sobreviven son, en su gran mayorí a, repre-sentaciones humanas. También hay manos dibujadas. Observé que existen escasas representa-ciones de animales, aunque en otros tiempos deben de haber sobresalido. También vi algunas figuras que podrí an representar plantas. La mayoría de imágenes son pintadas en rojo, los coloran-tes utilizados son probablemente de origen mineral: ocres, rojos, etc. Los estudios actuales se-guramente revelarán importantes detalles. Por lo menos, es lo que yo observé. Aunque don Rogelio me afirmó que durante la guerra muchos árboles maderables se los robaron y que los incendios

han sido una amenaza e inclu-so a veces, un grave problema. Hoy en día, un creciente parque reforestado rodea a esta eviden-cia única del pasado de nuestros pueblos. Al subir la imponente gru-ta, por un sendero se observa la ciudad de Corinto y todo el me-dio natural que le rodea, carac-terizado por formaciones rocosas que nosotros comúnmente co-nocemos como talpetate. Desde lejos parecen inmensas manchas sobre la tierra. El arqueólogo Shione Shi-bata, coordinador del Departa-mento de Arqueología, es quien lidera la investigación arqueoló-gica del monumento, acompa-ñado de arqueólogos naciona-les graduados de la Universidad Tecnológica de El Salvador, de los estudiantes egresados Julio Alva-rado y Óscar Camacho y Mariela Janeth Moncada, a quienes men-cionamos antes. Los arqueólogos persi-guen conocer la estratigrafía del lugar. El día anterior a mi llegada ya habían iniciado la excavación. Con eso —según Shibata— se tra-ta de llegar a la roca madre. Se quiere averiguar si hay vestigios de la época paleolítica (antes de la elaboración de cerámica) o ocupaciones de otros pueblos. La francesa Elisenda Co-

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Figura 3. Dr. Haberland fotografía la Gruta del Espíritu Santo, 1977. Foto de Archivo

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ladans, en la década de los no-ventas, también investigó el lugar [Coladan, 1996, 1998]. Con esta nueva investigación se quiere profundizar más al respecto. Por su parte, la arqueóloga y restau-radora Claudia Ramírez, quien forma parte del mismo proyecto y estudia la parte de las transfor-maciones pictográficas, afirma: «Este abrigo jamás ha tenido un diagnóstico, solo casos puntuales que los arqueólogos han señala-do. Parte de este diagnóstico es llegar a conocer los valores que tienen el lugar» 4. En una investigación suce-de que, cuando ya se han encon-trado esos valores (científicos), se tiene la pauta para formular un ‘plan de manejo’. Por lo que ex-plica Ramírez, por el momento se está tratando de documentar, lo más que se pueda, las pictogra-fías, y para ello se van registrando los daños; si estos son antrópicos o son de carácter natural. Se están tomando muestras de las pinturas, así como del biodeterioro, y de acuerdo con la arqueóloga, estas se enviarán a Colombia para su respectivo análisis de laboratorio. Ramírez es de la opinión que «si en el futuro se quiere restaurar, ya se dispone del análisis o de lo que se debe estudiar» [Ibíd.].

4 Entrevista llevada a cabo por el autor.

Se han detectado pro-blemas en el estudio de los pic-togramas, y entre ellos la cientí-fica detalla los siguientes: «Uno es la naturaleza de la piedra, es como una esponja. Adentro tiene un tipo de costra blanca, pues, cuando atraviesa la piedra se vuelve a depositar y se cristaliza. Esto recubre la pintura y la defor-ma. Hay muchos lugares donde la pintura ya no se ve. Desde los años cincuenta a los ochenta, la gente ha hecho fogatas, dejó ho-llín y en algunas partes reventó la roca en la parte superior. Hay casos de vandalismo ya que, a lo largo de los años, la gente ha tirado piedras y bala-zos y ha rallado las pictografías. Otro problema que se tiene es la filtración de agua, que ha oscure-cido mucho la pared rocosa. De acuerdo con Claudia Ramírez, se ha encontrado material cerámi-co del período clásico y de la fase lepa; pero también se han encon-trado algunos petrograbados que datan del postclásico. Por lo que se ha podido constatar hay una superimposición de pinturas, que nos dice se elaboraron de forma continua [Ibíd.]. La cueva está bastan-te contaminada y hay bastante filtración de agua con material pétreo, lo que se llama lixidación (costra blanca), que daña las pin-

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turas. Eso contamina y crea con-fusión en la datación. Otro proble-ma es que, por varias décadas, la cueva fue utilizada para que-mar leña para carbón. En fin, con toda la documentación que se va a sacar de las pictografías se pretende hacer el levantamiento gráfico y se realizará una exhibi-ción itinerante de los resultados. La idea es llevar las cuevas de Corinto (‘La Gruta del Espíritu Santo’) a la gente. Por su parte, y como miembro del mismo pro-yecto, el museógrafo Leonardo Regalado del Museo Universita-rio de la Utec, elabora una pro-puesta gráfica para la exposición museográfica, la cual mostrará al país este impresionante lugar. Estoy seguro de que en los próximos años, con estos trabajos de investigación, la gente no solo del lugar —aunque es a ellos a quienes el esfuerzo apunta en pri-mera instancia, para que conoz-can su medio cultural y natural—, sino del país, dispondrá de impor-tantes insumos académicos para poder revalorar el rico y preciado patrimonio cultural, que es abun-dante en este nuestro pequeño, pero grande país.

Referentes bibliográficos

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Abstract

Ceramic compositional analysis has begun to provide critical support in understanding ceramic economy, especially production and distribu-tion strategies, and archaeological typology in Pacific Nicaragua that was previously based primarily on surface decoration. Here we present preliminary results of an ongoing study exploring the paste composition of Tempisque period (500B.C.–A.D. 250) Izalco-style Usulután and Rosa-les Zoned Engraved ceramic types from the site of La Arenera. Findings suggest that Rosales wares were produced within Pacific Nicaragua but, based on petrological composition, were likely produced beyond the site itself. Further, all Usulután-like samples were likely produced within Pacific Nicaragua—a contradiction to our original hypothesis that some of the Usulután-like wares were imports from El Salvador and others lo-cally made. Of particular interest is the presence of two discrete com-positional paste types for the Nicaraguan-produced Usulután-like wares which indicate distinct and unrelated parent rock (and thus geological and geographical) sources for the clays and inclusions. In the final dis-cussion we explore what the results of this preliminary analysis may inti-mate about the local ceramic economy of La Arenera and its broader external social connections.

Preliminary ceramic compositional analysis from the La Arenera site, Pacific Nicaragua

Carrie L. Dennett, Lorelei Platz, Geoffrey G. McCafferty

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Introduction

When we began our preliminary research for this paper the goals were relatively modest; we wan-ted to—through a combination of quantitative and qualitative petrological compositional analy-ses—both create a description of and identify the relationship bet-ween what we believed were (1) imported Usulután ceramics and, (2) locally-produced Usulután imitation and Rosales Zoned En-graved types from the site of La Arenera, Managua, Nicaragua (Figure 1). Our preliminary results have, however, led to a unique and far more interesting glimpse into the ceramic economy of a Tempisque period (500B.C.–A.D. 250) occupation entombed by volcanic debris. What we found were distinct types of Usulután, the majority of which appear to have been produced within Pa-cific Nicaragua, and non-local to the site, but still likely Nicaraguan-produced, Rosales Zoned Engra-ved wares. This provides a very di-fferent, though equally complex, picture of the local ceramic eco-nomy than initially expected. Our presentation begins with a brief overview of the site it-self, including the sample selected for presentation. This is followed by a more technical look at the me-

thod, results, and interpretation of the compositional analyses. In the final discussion we undertake a cursory overview of Usulután ceramic production at an interre-gional level, situate our sample in relation to this data, and begin to formulate potential sociocultural interpretations for the trends we are seeing at La Arenera.

La Arenera

Located at the base of the Neja-pa-Miraflores volcanic alignment (a series of fissure vents) on the northwest side of modern day Managua City the site of La Are-nera, which literally translates to ‘the sand quarry’, covers an area ranging somewhere between 40 hectares and 1 km2 [McCafferty 2009; McCafferty and Salgado 2000]. A preliminary evaluation of the site conducted in 2000 led by Geoff McCafferty and Silvia Sal-gado Gonzalez identified a well-preserved Tempisque period—or La Colonia phase (500 B.C.–A.D. 300) in the local Managua chro-nology—occupation buried be-neath layers of volcanic sand and/or debris (Figure 2). This tem-poral placement is identified by diagnostic Tempisque ceramic types including negative resist painted Usulután-like wares, Rosa-les Zoned Engraved, and Obanda

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Black-on-Red. Also present in the excavations were obsidian ma-terials—possibly from the Guino-pe source in Honduras. It may be that earlier occupations exist at La Arenera but the brevity of ex-cavations in 2000 did not permit deeper stratigraphic exploration. Above the layers of volcanic sand

is evidence of final reoccupa-tion dating to approximately A.D. 1–300. However, ceramics disco-vered within the occupational le-vel also include traces of diagnos-tic Bagaces period (A.D. 250–800) ceramics including Chavez White-on-Red [McCafferty and Salgado, 2000] which may suggest a slightly

Figure 1. Location of Managua City, Nicaragua.

Figure 2. The archaeological surface with volcanic sand layer in profile behind [McCafferty, 2009].

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longer and more recent extension of the occupational sequence.

The Ceramic Sample

Our sample selection focused on the Tempisque period occupa-tion buried beneath the volcanic sands. These 16 sherds were ex-pressly selected by Platz, in con-sultation with Silvia Salgado of the University of Costa Rica, to help create a description of and iden-tify the relationship between what we believed were a combination of imported Usulután ceramics and locally-produced Usulután-like ‘imitation’ and Rosales Zoned Engraved types from the site (see Table 1). Because Usulután-style ceramics have been characteri-zed as a significant marker of the Mesoamerican southeast peri-phery and, in general, Mesoame-rican influence for so many years [Cagnato, 2008; Demarest and Sharer, 1982; Goralski, 2008], it was deemed prudent and most inter-esting to examine how the exam-ples at La Arenera ‘fit into’ current understandings of the broader pre-Columbian Usulután ceramic sphere. Based on earlier research regarding Usulután wares in Ni-caragua [Lange et al., 2003], we hoped to discover the produc-tion location from which the ‘real’ Usulután-like sherds originated.

The Rosales Zoned Engraved type was selected for two reasons: first, because it is an ubiquitous and diagnostic Tempisque period type in Pacific Nicaragua specifically, and Greater Nicoya, generally [Healy, 1980: 211; Lange, 1992: 115]; and second, because we assumed this type—based on ma-croscopic visual similarities in pas-te colour and texture—would be directly comparable to what we believed were locally-produced Usulután ‘imitation’ wares. The ‘real’ Usulután sherds (n=5; described as Usulután Red Rimmed in the compositional analysis) were initially identified as Late to Terminal Preclassic (100 B.C.–A.D. 250) Izalco-style Usulu-tán wares based on their charac-teristic descriptive definition of a lighter-coloured, hard-fired fine paste with multiple wavy-lined re-sist decoration (see Figure 3) [De-marest and Sharer, 1982: 813, 819]. Many of these sherds demonstra-te a carbon-rich reduced core which seems to be characteristic of hard-fired fine paste ceramics from throughout El Salvador and Honduras. The ‘imitation’ Usulután wares (n=6), although displaying the diagnostic multiple wavy-lined resist decoration, were generally of a coarser, iron-stained (reddish coloured) paste. According to

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Thin Section ID

(N-MA)

Catalogue # Type

Type Variety Vessel Form Comments

AR1 65-00-30-B-22 Usulután Red Rim Dish (?) Real?

AR2 65-00-37-B-16 Usulután Red Rim Comp. Silhouette Real?

AR3 65-00-36-B-7 Usulután Red Rim Comp. Silhouette Real?

AR4 65-00-31-B-10 Usulután Red Rim Comp. Silhouette Real?

AR5 65-00-30-B-180 Usulután Red Rim Comp. Silhouette Real?

AR6 65-00-30-B-33 Usulután Comp. Silhouette Imitation

AR7 65-00-36-B-73 Usulután Collared Bowl Imitation

AR8 65-00-31-B-85 Usulután Collared Bowl Imitation

AR9 65-00-30-B-105 Usulután Dish (?) Imitation

AR10 65-00-31-B-68/? Usulután Shallow Bowl Imitation

AR11 65-00-30-B-72 Usulután Comp. Silhouette Imitation

AR12 65-00-30-B-656Rosales Zoned

EngravedLarge Bowl

AR13 65-00-30-B-691Rosales Zoned

EngravedLarge Bowl

AR14 65-00-30-B-639Rosales Zoned

EngravedComp. Silhouette

AR15 65-00-30-B-644Rosales Zoned

EngravedLarge Bowl

AR16 65-00-30-C-218Rosales Zoned

EngravedUnknown

Table 1. Petrological Thin Section Samples from La Arenera

Dennett, to the naked eye these samples look generally more simi-lar to typical pastes from Pacific Ni-caragua across all chronological periods, and dissimilar to the Usu-lután Red Rimmed samples. Paste colour and visible inclusions in the fabric make these ‘imitation’ Usu-lután sherds seem more closely re-lated (though in no way identical) to the typical Rosales Zoned Engra-ved (n=5) fabrics from La Arenera.

Ceramic Compositional Analyses

Traditional ceramic analyses in Pacific Nicaragua have focused on typological classification ty-pically based on a combination of surface decoration and vessel form [e.g., Healy, 1980; Knowl-ton, 1996; Lothrop, 1926; Norweb, 1964; Salgado, 1996; Steinbrenner, 2010]. Preliminary compositional

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Figure 3. An Izalco style Usulután sherd from La Arenera [McCafferty, 2009].

Figure 4. Inclusion grain-size proportions for individual sherds in the La Arenera sample.

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analyses utilizing a combination of NAA and petrological methods, however, have given us more in-depth information regarding ge-neral geographical manufacture zones and, potential hints toward, distribution patterns [Bishop et. al., 1988, 1992]. Our ongoing re-search project is aimed toward using this same combination of ar-chaeometric techniques in order to garner a better understanding of Tempisque period materials—a chronological time period that has never been studied utilizing these methods. While we antici-pate equally interesting and infor-mative results from the NAA analy-sis of our sample sherds (currently being conducted by Ron Bishop of the Smithsonian Institution), we are unable to report on this as-pect at this time. Here in we report the petrological component of the analysis.

Methodology

The analyses utilized in this project involves a combination of well-established quantitative (point counting) and qualitative (exami-nation of lithic and mineral inclu-sions utilizing optical microscopy) techniques for describing and interpreting the composition of archaeological ceramic fabrics. Quantitative analysis of the sam-

ples was completed by Platz and Dennett utilizing standard point counting procedures [Bishop et al., 1982; Stoltman, 1989, 1991]. This method involves the measu-rement and classification (lithic vs. mineral) of the grain size of inclusions in the paste using a 1 x 1 micrometer grid superimposed on the slide to obtain a random, representative sample. Grain in-clusions less than 0.02 mm are categorized as matrix (inclusions presumed native to the clay), 0.02 to 0.55 mm as silt, 0.55 to 2 mm as sand, and anything larger is con-sidered gravel. The results of point counting procedures should aid the ceramic analyst in potentially distinguishing unique ‘paste reci-pes’ and constructing basic re-search questions which can then be addressed and/or clarified through qualitative petrological description. Qualitative analysis of the samples was completed by Dennett using standard petrologi-cal optical microscopy procedu-res designed to identify and des-cribe the different types of mineral and lithic inclusions present in the fabric [Bishop et al., 1982].

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Results and Analysis

Quantitative Point Counting: Results

Figure 4 features a ternary diagram that visually outlines the results of our point counting pro-cedure. Individual point count summaries are represented based on the proportions of matrix, silt, and sand sized inclusions present in each. Because the presence of gravel-sized inclusions was extre-mely rare (to the point of insigni-ficance), this variable was elimi-nated from the procedural result quantification. Samples of initially presumed imported Red Rimmed Usulután wares are represented with red squares, locally-produ-ced ‘imitation’ Usulután in yellow, and Rosales Zoned Engraved in blue. Several distinct trends were observed in the proportional grain sizes of the three sample ty-pes. Red Rimmed Usulután sherds cluster fairly well, based on grain size, and lean toward a more ma-trix-rich composition than either of the other types. The Rosales Zoned Engraved sherds also cluster quite tightly, demonstrating coarser silt- to sand-sized grain profiles —there is also no overlap apparent with the Usulután Red Rimmed sam-ples. Finally, ‘imitation’ Usulután sherds present a scattered pat-

tern of proportional distributions. What might be best described as ‘orphan samples’—extreme oc-currences of very silty and very matrix-rich grain-size profiles that overlap with, respectively, both Rosales and Usulután Red Rim-med types—bookend a small clus-ter of roughly equal proportions of matrix and silt inclusions but with highly variable amounts of sand-sized inclusions. That said, the ‘imi-tation’ Usulután samples seem to be more closely related to Rosa-les samples, in terms of grain size, than the Usulután Red Rimmed examples.

Quantitative Point Counting: Analysis

As stated above, the purpose of undertaking a point counting analysis is to help distinguish bet-ween unique ‘paste recipes’ (also presumably discriminating bet-ween local and nonlocal pastes), as well as create feasible research questions and provide and explo-ratory framework for subsequent petrological composition analy-sis. Results of the present point counting procedure managed all of these objectives. We have demonstrated that discernable differences exist between each of the types—especially between the two Usulután types—with re-

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gard to grain size, although some type of grain-size related relation-ship seems to exist between Rosa-les Zoned Engraved samples and most of the ‘imitation’ Usulután (as initial macroscopic analyses suggested based on visual simi-larities in colour and inclusions). In conjunction with our initial queries of the samples outlined above, there were several research ques-tions born out of this quantitative analysis and they include:

1. The relatively tight clustering of Usulután Red Rimmed and Rosales Zoned Engraved types may be suggestive of standar-dization in production of these types. Does the compositional analysis support or refute this?

2. Are the differences in grain-size proportions witnessed bet-ween the Usulután types the result of different petrological compositional profiles, or are they merely the result of diffe-rent manufacturing ‘recipes’ utilized with similar clays?

3. Similarly, is the apparent gra-in-size relationship between several of the Rosales Zoned Engraved and ‘imitation’ Usu-lután samples compositionally supported, or do they simply share coincidental grain-size trends?

4. Finally, can the petrological

composition evidence inform us about the manufacturing origin of any of these types—were any actually imports to the site?

Qualitative Petrological Composi-tion: Results

Usulután Red Rimmed. Preliminary petrological analyses of samples associated with Usulután Red Ri-mmed (initially believed to be an import to the site) ceramics pre-sent a fairly consistent ‘recipe’, with all examples demonstrating a relatively fine, iron-rich clay matrix dominated by quartz, opaques (likely magnetite and/or hemati-te), devitrified materials, and bio-tite mica. Larger inclusions (and potential types of temper) are predominantly quartz, followed by lesser amounts of opaque and ferrous inclusions, vitric tuff with quartz phenocrysts, and iron-stai-ned, altered volcanic glass and biotite mica. All of these suggest parent igneous environments of a felsic nature and, in this highly volca-nic region, were likely created by dacitic volcanic activity and lava flows. While there is a tendency to see dark red to brown iron staining occur in more iron-rich mafic and intermediate (a mix of felsic and

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mafic) environments, minor felsic accessory minerals such as mag-netite—which is well represented here—alter with heat and water loss to hematite (which, in turn, al-ters to ochre) and provide a pos-sible explanation for the iron-stai-ning and vitric alteration we see in these samples. The occurrence of rare shell inclusions in samples AR1 and AR3 is of interest and may aid in assessing provenience where reasonable comparative material is available.

‘Imitation’ Usulután. Analyses of the ‘imitation’ Usulután type pre-sent a group of ceramics with a completely different petrological composition than the Usulután Red Rimmed type discussed abo-ve. Unlike the Red Rimmed type, these samples demonstrate some inconsistency in the ‘recipe’ used to create the vessels—while the petrological composition is similar, the relative amounts and types of mineralogical and lithic inclu-sions can vary quite dramatically, in some cases, between samples. Clay matrices range from fine grained with well-sorted, silt-sized inclusions (AR7, AR8) to conges-ted with moderately-sorted, silt- to sand-sized inclusions (AR6, AR9, AR10). Generally speaking, these fabrics are very colourful under

cross polar light due to the large amount of mafic rock-forming mi-nerals present. These minerals are packed, in most examples, into the matrix with numerous varie-ties of clastic and igneous lithic inclusions. The numerous large inclusions present in most of the samples often make it difficult to assess the clay matrix itself. Domi-nant lithic materials include wea-thered and iron-stained volcanic tuff, scoria, plagioclase-phyric an-desite, and pyroxene-phyric ba-salt. Mineral inclusions, in general decreasing order of abundance, include plagioclase feldspar (the dominant mineral present), ortho-pyroxene, clinopyroxene, opa-ques (magnetite and hematite), olivine, and hornblende. AR7 is the only example with rare instan-ces of quartz. These petrological characteristics suggest parent igneous environments of a more mafic nature and, in this highly volcanic region, were likely crea-ted by basaltic to andesitic volca-nic activity and lava flows.

Rosales Zoned Engraved. The Rosales samples present, once again, a completely different pe-trological composition than either of the Usulután types. Within this sample group there appears to be significant variation in the ‘re-cipes’ used to make this type, as

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well as minor variation in the pe-trological composition itself. All of the Rosales samples contain signi-ficant amounts of volcanic clastic and flow materials, which serves to group them together (to some extent) and simultaneously diffe-rentiate them from the Usulután types. AR12, AR14, and AR15 present an iron-rich clay matrix full of ‘ugly and chunky’ heavily stained and/or decomposing/al-tering lithic and mineral inclusions. All are dominated by large lithic inclusions, especially iron-stained ‘foamy’ pumice, scoria, altered basalt. Mineral inclusions shared by these three samples include dominant plagioclase feldspar, followed by decreasing and far less frequent amounts of clino-pyroxene, orthopyroxene, opa-que inclusions, and biotite. Where they differ is in rarely occurring mi-nor/accessory minerals and lithics such as altered quartz (AR14 and AR15), olivine (AR14), hornblende (AR15), gabbro-like agglomera-tions (AR15), and vitric tuff (AR15). AR13 and AR16 present glassy matrices, however they are diffe-rent in every other respect. AR13 is an ash-tempered fabric with iron-stained, altered tuff and tiny fragments of feldspar, quartz, and biotite. AR16 contains a wide va-riety of pumice types, opaque

inclusions, and very few mine-rals— rare occurrences include tiny fragments of feldspar, quartz, and biotite. These petrological characteristics suggest parent igneous environments of a more intermediate nature and, in this highly volcanic region, were «likely created by dacitic to basaltic vol-canic activity (including clastic/explosive activity) and lava flows».

Qualitative Petrological Composi-tion: Analysis

Results of the petrological compo-sition analysis indicate significantly different paste compositions for each type examined which, in turn, suggests the likelihood of different geological sources and geogra-phical manufacturing areas. The compositional analysis also allows us to address, to varying degrees, the research questions we derived from the quantitative point coun-ting analysis. Here we discuss the first three of those questions in turn, elaborating in the final discussion the question as to whether or not any of the types were potentially locally produced or imported into the site.

1. The relatively tight clustering of Usulután Red Rimmed and Rosales Zoned Engraved types may be suggestive of standar-

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dization in production of these types. Does the compositional analysis support or refute this?

The Usulután Red Rimmed ware demonstrated a general consis-tency in both grain size and petro-logical composition. This suggests that, for this particular set of sam-ples, the vessels were likely pro-duced in a similar geological and geographical location by potters (single, multiple, or communities?) with a specific understanding of how the pastes are to be prepa-red, as well as how the vessels should be built and subsequently decorated. Referring back to Ta-ble 1, we note that all but one of these samples were of a composi-te silhouette form. Future research may focus on whether the con-sistency in paste recipe—for Usu-lután Red Rimmed vessels at La Arenera—extends across different vessel forms (e.g., dishes or sha-llow bowls) in the assemblage. This would lend greater support to the argument for standardization in production of this particular ware. Like the Usulután Red Ri-mmed samples, Rosales Zoned Engraved wares demonstrated relative consistency in grain si-zes. However, the same degree of consistency was not witnessed in the petrological composition of these samples. They do not all

appear to be made by related potting groups and are likely from more than one production place/site/area. However, having said that, all of the samples belong to the same general geological envi-ronment. Although there appears to be significant variation in the paste ‘recipes’ used to make this type, significant similarity in the fi-nished vessels (the actual sherds themselves) suggests a standardi-zed knowledge of how to create these vessels as a final product.

2. Are the differences in gra-in-size proportions witnessed between the Usulután types the result of different petrolo-gical compositional profiles, or are they merely the result of different manufacturing ‘recipes’utilized with similar clays?

The differences in grain-sized pro-portions are definitively not merely the result of different manufactu-ring ‘recipes’ utilized with similar pastes. The clays and inclusions encountered in each of these ty-pes are completely distinct, both in terms of grain size and petro-logical composition. As we anti-cipated at the outset, these two types of Usulután wares are com-pletely unrelated in every aspect other than decorative style.

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3. Similarly, is the apparent grain-size relationship bet-ween several of the Rosales Zoned Engraved and ‘imita-tion’ Usulután samples com-positionally supported, or do they simply share coincidental grain-size trends?

The proximity of grain-sized pro-portions witnessed for several sam-ples (see Figure 4) is not an artifact of petrological composition and/or ‘recipe’ relationships between Rosales Zoned Engraved and the ‘imitation’ Usulután types. They demonstrate completely different profiles in both respects and simi-lar grain size appears to be merely coincidental. Lack of intra-sample consistency for the ‘imitation’ Usu-lután sherds, although overlap-ping to some degree with both of the other types, seem to provide us, most significantly, with an idea of the potential range of grain-size compositions we can expect to encounter in paste ‘recipes’ amongst these types. Initial macroscopic obser-vations undertaken in the samples selection suggested similarities that were not apparent during the quantitative or qualitative examination. In fact, results of the compositional analyses have de-monstrated an almost complete lack of relationship between the

three types—Usulután Red Rim-med, ‘imitation’ Usulután, and Ro-sales Zoned Engraved. Following the petrological analysis, it was apparent that the ‘imitation’ Usu-lután and Rosales Zoned Engra-ved types were not from the same location of production, and it was uncertain whether or not the Usu-lután Red Rimmed samples were ‘real’, imported ceramics from El Salvador—the supposed Usulután ‘heartland’. Through subsequent research, however, we have be-gun to make strides toward a bet-ter understanding of provenience and, perhaps, more complex so-ciocultural phenomenon. In the fi-nal discussion we turn to examine these aspects of provenience with the goal of shedding some new light on the Tempisque period ce-ramic economy at La Arenera.

Discussion

The fourth research question outli-ned in our compositional analysis —also one of the main questions that drove the original sample se-lection— was whether or not the petrological composition eviden-ce could inform us about the ma-nufacturing origin of any of these types. We wanted to know if we could discern which types may have been the result of local pro-duction and/or which were im-

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ports to the site. In order to begin examining aspects of provenien-ce it is first imperative to grasp a better understanding of the geo-logical areas from which these ceramics were produced. Once this has been realized we move into the final portion of our discus-sion which attempts to couch the La Arenera samples, specifically the Usulután wares, into a broader interregional framework of Izalco-style Usulután ceramic manufac-ture, exchange and emulation.

Volcanism and Provenience

Highly volcanic regions such as Pacific Nicaragua can often pre-sent a homogeneous volcanic geological landscape that can impart a general ‘sameness’ to the chemical composition of ba-sic clay sources. However, inclu-sions added to these clays (espe-cially pyroclastic materials) can help tease out and create distinct geological profiles, or fingerprints, that allow us to distinguish bet-ween geographic areas or re-gions of origin for these materials [Bishop et al., 1992: 136–138]. Ron Bishop and Fred Lange, working with various other colleagues, have laid the groundwork for and demonstrated the ability of both chemical and petrological composition analyses to provide

a more thorough understanding of ceramic provenience and dis-tribution in Pacific Nicaragua [Bis-hop et al.,1988, 1992]. Unfortuna-tely, their massive Greater Nicoya Ceramic Project did not include any reference material for Usulu-tán wares, and little is reported on the ceramic paste composition of Managua area ceramics. As a result, we were required to begin the creation of our own profiles based on current knowledge of volcanism and geology in Paci-fic Nicaragua, and guided by the earlier work of Bishop and Lange. That La Arenera is located on the slope of a series of volcanic fissure vents (the Nejapa-Miraflores Lineament) and was inundated in the past by periods of explosi-ve volcanic activity is substantial and informative, especially with regard to questions of local cera-mic production evidence. While we are not currently certain which volcanic eruption buried the site, there are two reasonable possibili-ties. The first, and most obvious, is the Nejapa fissure vent itself. Traditio-nal tephrochronology (dated la-yers of tephra deposition) states that this fissure exploded violently some time between 1050 B.C. and 50 B.C. (550 B.C. +/– 500 yrs). The existence of Izalco-style Usu-lután wares [Demarest and Sha-

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rer, 1982: 819], however, would push the date of this eruption—if it is the actual eruption that buried La Arenera—to some time after 200–100 B.C. The composition of this (as well as previous and sub-sequent) eruption was tholeiitic basaltic flow and clastic materials [Global Volcanism Program, 2010; Rausch and Schmincke, 2010]. The second alternative possibility for the inundation of La Arenera is from the Apoyeque volcano, which is part of the Apo-yeque Volcanic Complex that constitutes the Chiltepe Peninsu-la and extends (from the western side) into the south-central portion of Lake Managua. The last known and highly explosive daisitic erup-tion of this volcano—one of the largest pyroclastic explosions ever recorded [Global Volcanism Pro-gram, 2010]—occurred at roughly 50 B.C. +/– 100 years. While it is possible that the Apoyeque erup-tion inundated the site of La Are-nera, it may be more reasonable to hypothesize that the site was victim of both this and the Nejapa eruption sometime after 150 B.C., given the site’s proximity to both volcanoes. The severe disruption that would have resulted from this relative ‘onslaught’ of volca-nic activity in the area may also explain why there is no significant evidence of reoccupation before

the Late Tempisque-Early Baga-ces periods (approximately A.D. 1–500). Regardless of which vol-cano (or even a combination of the two) inundated La Arenera, it seems apparent that the volcanic parent rock environment of the site location prior to this catastro-phic activity had a largely basal-tic character (and this is true of most of the volcanoes around the Lake Managua area). Thus, based on the compositional analysis, the sample type most likely produced locally in the site area would have been the ‘imitation’ Usulután—as we believed them to be at sample selection. The mafic, mineral-rich and iron-stained nature of the in-clusions in the ‘imitation’ Usulután wares associates these ceramics with this type of geological en-vironment. While we cannot say with certainty that the ceramics were produced at La Arenera un-til we have sufficient comparati-ve data, the hypothesis for future study is that they most likely were from this general area . This line of thinking may also be supported by the seemingly chaotic variety of paste ‘recipes’ and the wide va-riety of vessel forms (see Table 1) witnessed in these samples. It may be reasonable to infer that the-se wares were most abundantly accessible from a wider variety

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of local potters—who may have been experimenting, based on an overall lack of standardization, with new forms and a decorative technology introduced from the north at this time—than we might see from imported wares derived from a circumscribed number of sites or potting groups. Following this line of volca-nic and geological argument we conclude, then, that both the Usu-lután Red Rimmed and Rosales Zoned Engraved types were not produced locally as their com-positional profiles do not seem to match the general local environ-ment. If this is the case, where are these types potentially coming from? Rosales Zoned Engraved is a ubiquitous type found throug-hout Greater Nicoya during the Tempisque period. At sample se-lection, it was assumed that this type would most likely represent a locally-produced ceramic pro-duct. However, the compositio-nal analysis suggests that they are not locally produced but, rather, imported into the site through whatever means (trade, exchan-ge, gifting, etc.). The intermedia-te nature of the inclusions in the-se wares intimates production in parent geological environment related to dacitic to andesitic vol-canoes with episodic clastic/ex-

plosive activity. The iron-rich stai-ned matrix coupled with heavily stained and altered minerals, as well as glassy lithic (especially pu-mice) inclusions in these samples are highly reminiscent of mono-chrome wares—Sacasa Striated and Rivas Red—from the site of Te-petate, Granada [Dennett, 2009]. They also seem related, in terms of general petrological compo-sition, to monochromes from the site of Santa Isabel, Rivas (Figure 5) [Dennett et al., 2008], but are missing the important and domi-nant andesite component that defines ceramic pastes from that site (although the Rosales AR15 sample would fit comfortably with ceramics produced at Santa Isa-bel). Support for this line of ar-gument comes from Bishop et al. [1988], who found that—from their extremely limited sample—Rosales Zoned Engraved ceramics seem to derive, in terms of chemical composition, from the Rivas area. Bishop et al. [1992] also suggest that the high iron content witnes-sed in later period Papagayo po-lychromes is characteristic of the Isthmus of Rivas and we assume that this occurrence can likely be confidently extended slightly dee-per into the past. While we are not absolutely certain that these Ro-sales samples derive from the Isth-

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mus of Rivas (between Granada and Rivas), we hypothesize that further compositional analyses will likely demonstrate that they are. The Usulután Red Rimmed type, with a composition type qui-te different than the other two al-ready discussed, is likely not locally manufactured but rather, like Ro-sales, represents an import to the site. Given the felsic nature of this paste and its inclusions, it seems to represent parent geological ma-terials of dacitic volcanic activity characterized by a matrix domina-ted by quartz and glassy, altered lithics. We are hesitant to assign a potential production location sim-ply because we have no compa-rative base to work from. Potential provenience areas—established volcanoes with dacitic flow and pyroclastic activity—are few and far between. Some preliminary considerations might include Ilo-pango, San Salvador, El Salvador; San Cristóbal, Chinandega, Nica-

ragua; and Momotombo, León, Nicaragua. There are also several volcanoes in highland Costa Rica that might ‘fit the bill’, but we feel they are an inadequate direction for investigation at present. Given the wide-ranging distribution of these potential provenience loca-tions, it becomes difficult to pinpo-int any particular place without more research. However, an ove-rall lack of ‘hard-fired’ ceramics in Pacific Nicaragua—like that we see with the Usulután Red Rimmed samples—also presents a poten-tial problem and raises questions, although not so complex as to rule out a potential Nicaraguan pro-venience [see Lange et al., 2003]. So the question then remains, was the Usulután Red Rimmed type ‘real’, meaning that it was impor-ted from El Salvador (as originally hypothesized) or is there some other possible explanation? We turn now to take a more serious look at Izalco-style Usulután and

Figure 5. Rivas Red paste from the site of Santa Isabel, Department of Rivas, Nicaragua. Photomicrograph taken in 5x PPL (left) and 5x XPL (right).

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how the Usulután Red Rimmed samples from La Arenera articula-te with current knowledge regar-ding the production, exchange and emulation of Izalco-style ne-gative resist decorative techni-ques along the southeast Meso-american periphery.

Production, Exchange, Emulation, and Interpretation of Izalco-style Usulután

One major obstacle for resear-chers working outside of the Usu-lután ‘heartland’ of Preclassic pe-riod El Salvador has traditionally been the deeply entrenched and overly simplistic idea that hard-fired, negative resist decorated wares originate from El Salvador and were traded or exchanged outward from their point of pro-duction. Beginning in the early 1980s, a general consensus was achieved among archaeologists working in El Salvador that ‘Usu-lután’ was simply a decorative (negative resist technique) mode rather than a chaotic series of va-rieties to be subsumed under a sin-gle type, but that the origin of this decorative mode was (perhaps as early as 1100 B.C.) western El Salvador. The developmental de-corative sequence ranged from «early, relatively crude, simple line-and-blob resist variants...to hard-

fired, multiple-line resist Usulután» [Demarest and Sharer, 1982: 813]. This final stage of development is represented in the Izalco-style wares like the Red Rimmed sam-ples from La Arenera. Production of Usulután (es-pecially variants of the later Izalco style) across time, however, was not limited to western El Salvador. By roughly 200 B.C.–A.D. 50, the hard-fired Izalco-style Usulután was being both (sparingly) im-ported into and produced across the Mesoamerican southeast periphery including the sites of Chalchuapa, Santa Leticia, and Quelepa in El Salvador, as well as several sites in the Copan , La En-trada, Naco Valley, Ulua Valley, Santa Barbara, and Comayagua Valley regions of Honduras—whe-re local typologies include names such as Muerdalo Orange and Bolo Orange [Cagnato, 2008: 52; Demarest and Sharer, 1982; Go-ralski, 2008: 43–60, 70, Table 1]. The existence of Izalco-style Usulután throughout areas of El Salvador and Honduras led to the hypothe-sis—initially developed by E. Wyllys Andrews V—of a Late Preclassic period (post 300 B.C.) interaction sphere, based on production and distribution, called the ‘Uapala sphere’ (Figure 6) [Cagnato, 2008; Goralski, 2008: 88–90]. This sphere is represented by ceramics, sites,

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and likely languages (Lenca) east of the Rio Lempa, in El Salvador and Honduras (the traditional southeast periphery), and is diffe-rentiated from the earlier Middle Preclassic ‘Provedencia and Mira-flores spheres’ of Maya-speaking Mesoamerica proper (western El Salvador and southwest Guate-mala — the Usulután ‘heartland’) [Cagnato, 2008: 54; Goralski, 2008: 91]. Goralski [2008: 71] states that Usulután types throughout Honduras are known strictly from elite contexts, which has traditio-

nally been interpreted as eviden-ce for the importation of Usulután into the country (as a status or prestige good) rather than local production/emulation. However, we now know that not only was most of the Usulután produced locally but also that many of the imported Usulután wares were produced at other sites within Hon-duras—with only trace amounts of El Salvadorian-produced wares [Cognato, 2008; Goralski, 2008: 255]. For example, at the site of El Guayabal in the Paraíso Valley of Honduras, researchers have dis-

Figure 6. Map of the Uapala Ceramic Sphere Boundaries (after Robinson 1988, in Goralski 2008:1992).

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covered locally-produced Izalco-style Usulután and imports from the Copan Valley and other pla-ces [Cagnato, 2008: 68]. This new understanding of the Uapala-Usulután sphere has also resulted in new inter-pretations. Cagnato [2008: 93], for example, suggests that elite groups at El Guayabal might not have had the ability or necessity to import ‘real’ Izalco-style Usulu-tán from El Salvador, instead ma-king their own versions for an elite display of prestige goods. Emula-tion, she suggests, demonstrates knowledge of these fine wares and may reflect an elite desire to exhibit long-distance sociopoliti-cal connections or to ‘fit in’ to a broader regional trend. Goralski [2008: 278] similarly suggests that the development of the Uapala-Usulután sphere is the result of both importation and emulation. The exchange of Usulután within the sphere, however, may provi-de more intimate clues about the role of Usulután as an elite good. Goralski [2008: 284] suggests, ba-sed on production and distribution patterns, that Uapala-Usulután was likely used as «daily serving vessels for elites to reinforce sta-tus differences, as a special servi-ce ware used in ritual feasts with other elites to force or renegotia-te status differences, and as gifts

given by elites to forge alliances and incur debts». Given the recent explora-tion and interpretative develop-ments of Late Preclassic Usulután ceramics, how does this informa-tion helps us garner a better un-derstanding of Usulután wares at La Arenera? Can we articulate the presence of Usulután wares in Pacific Nicaragua with the broader Uapala-Usulután sphere operating to the north? While the results of the current project are strictly preliminary, we believe we can begin to posit potential inter-pretations, in the hope that they will drive further investigation and elaboration in the near future.

Interpreting Usulután Ceramics at La Arenera

In this paper we have demons-trated that at least one type, the ‘imitation’ Usulután from La Arenera, was likely locally produ-ced based on geological and volcanic data from the area. We believe, again based on petrolo-gical composition, that the Red Rimmed Usulután may have been produced in Pacific Nicaragua as well. This is not an entirely shocking interpretation, given that earlier compositional (INAA) analyses have suggested that Usulután wares were likely being produced

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in the Managua area [Lange et al., 2003]. Recent work by Craig Goralski [2011 personal commu-nication] also suggests that our interpretations are heading in the right direction, if not correct. In his compositional analysis of cera-mics from throughout Honduras, and including samples from El Sal-vador, he found that conducting petrological analysis of the sherds was futile. The reasoning being that, in all cases, the paste was so fine and lacking any type of diagnostic inclusions that micros-copic variation and composition was almost impossible to detect—the result forcing a compositional study almost completely based on chemical analysis (INAA). This was certainly not the case for the La Arenera samples (with ample diagnostic inclusions) which, ba-sed on Goralski’s work, suggest that none of the sherds derived from a northern production sour-ce and were, most likely, produ-ced within Pacific Nicaragua. Given the paucity of ar-chaeological investigation at Tempisque period (Late Preclas-sic) sites in Nicaragua, it is cu-rrently impossible to know whether or not Usulután decorated cera-mics are limited to elite contexts, as is apparent for sites in Uapala ceramic sphere. However, the existence of two discrete paste ty-

pes may favour an interpretation similar to that discussed by Goral-ski [2008: 284]. The co-occurrence of Nicaraguan-produced Izalco-style Usulután wares and obsi-dian artifacts likely derived from Honduran sources implies a direct knowledge of the socioecono-mic (at least, if not sociopolitical as well) framework operating to the north of La Arenera. It may be that leaders (chiefs?) were parti-cipating in a Pacific Nicaraguan version, or extension, of the Ua-pala-Usulután interaction sphere, where locally-produced forms of this prestige good were somehow gifted or exchanged between leaders from different sites or po-litical-economic zones (allied terri-tories) in a social setting designed to foster new, or maintain existing, alliances and/or affiliations. Supporting this hypothe-sis is the Rosales Zoned Engraved sample at La Arenera which, by all appearances, seems to be co-ming from the Granada or Rivas areas of the Isthmus of Rivas. Long viewed as a status or ritual ware, Rosales may have been another form of “elite” or leader exchan-ge material. Healy [1980: 239–241] also notes the occurrence of Usu-lután Resist wares in the Rivas re-gion. In fact he also forwards, in his paste descriptions, two discrete paste types—one a poor-quality

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imitation and the other a more “authentic”-looking paste. The dominant paste inclusions he no-tes are of feldspar and quartz, are not typically dominate composi-tional categories for the area but seem closer to those Red Rimmed types from La Arenera. It would be interesting to see if petrographic analyses could, in the future, de-fine a relationship with the La Are-nera samples. Obviously there is much more work to be done and we realize that these preliminary analyses are merely that: prelimi-nary. However, we feel that this project represents a good starting point—including a series of testa-ble hypotheses—for exciting and informative future research.

Conclusions

In this paper we have introduced the site of La Arenera, provided preliminary results of the first com-positional analysis conducted on the site’s ceramic assemblage, and attempted to geologically contextualize our findings. The re-sult has been a more detailed un-derstanding of the provenience of both Usulután-type and Rosales Zoned Engraved ceramic types. We found that Rosales ceramics are likely being produced and im-ported into the site from somewhe-

re in the Rivas-Granada area of the Isthmus of Rivas. Further we found that there are two distinct paste types for the Usulután-style ceramics from the site, both of which appear likely to have likely been produced within Pacific Ni-caragua. We are certainly not the first to suggest that Usulután-style ceramics were produced in Pa-cific Nicaragua [see Healy, 1988; Lange, 1992]. However, this is the first time (as far as we know) that this type of detailed petrological compositional provenience study has been conducted at the site level. Finally, we have attempted to articulate the preliminary results of the La Arenera study with the broader Uapala-Usulután cera-mic sphere of the Mesoamerican southeast periphery, suggesting that Izalco-style Usulután wares may have served as prestige go-ods utilized locally for status di-fferentiation and regionally as a tool for forming or maintaining sociopolitical and socioeconomic alliances and/or affiliations. Comparative petrogra-phic information from other re-gions—especially Honduras, El Salvador, and northwest Costa Rica—would be useful in suppor-ting these provenience interpre-tations. We are hopeful that the results of ongoing INAA and XRD analyses will help clarify the com-

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positional relatedness both within and between types from La Are-nera, and with other regions for which compositional databases currently exist.

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Nuestros Colaboradores

William R. FoWleR. Profesor y catedrático de Antropología en la Universidad de Vanderbilt, Nashville, Tennessee, ha dirigido excavaciones arqueoló-gicas en México, Guatemala y El Salvador. Comenzó sus investigaciones arqueológicas y etnohistóricas en El Salvador en 1975. Dirigió investigacio-nes de Cihuatán entre 1978 y 1980. Su proyecto más reciente es sobre el sitio Ciudad Vieja, la primera villa de San Salvador, donde se llevan a cabo investigaciones desde 1996. Sus intereses principales en la antropología y la arqueología son la economía política, la etnicidad y las migraciones.

GeoFFRey mccaFFeRty. Es Profesor y Catedrático de Arqueología en la Uni-versidad de Calgary, Alberta, Canadá. Recibió el Doctorado en Antropo-logía de la Universidad Estatal de Nueva York (SUNY), Binghamton, Nueva York. Es coeditor de la revista académica Ancient Mesoamerica. Ha traba-jado en México y Nicaragua.

KathRyn SampecK. Es Profesora y Catedrática de Antropología en la Universi-dad Estatal de Illinois, Normal, Illinois. Recibió el Doctorado en Antropología de la Universidad de Tulane, Nueva Orleans, Louisiana. Ha trabajado en Bolivia, El Salvador y el estado de Tennessee, EE.UU.

FabRicio ValdiVieSo. Arqueólogo salvadoreño, especialista en estudios mesoamericanos. Es parte de la primera promoción de arqueólogos for-mados en El Salvador por la Universidad Tecnológica (UTEC). Posee estu-dios y otras capacitaciones en Estados Unidos y Japón. Ha dirigido más de una veintena de proyectos arqueológicos. A su vez ha trabajado como consultor especializado en proyectos de desarrollo para el patrimonio cul-tural de El Salvador. Su trabajo le ha permitido impartir múltiples ponencias tanto en su país natal como en el extranjero. Entre los años 2002 al 2008

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dirigió eficientemente el Departamento de Arqueología de la entonces Concultura.

Fabio eSteban amadoR. Es un arqueólogo especializado en culturas Meso-americanas. Amador estudio arqueología en la Universidad de Rutgers y recibió su doctorado de la Universidad de Nueva York en Buffalo. Ha tra-bajado en sitios en Norte, Centro y Sur América y en el presente trabaja para National Geographic y colabora en proyectos de investigación en Yucatán y el Caribe. Fabio Esteban también es miembro fundador de la Organización Latinoamericana de Arqueología Subacuática (OLAS), una comunidad de profesionales dedicados al estudio y conservación del pa-trimonio cultural sumergido en las Américas.

paySon SheetS. Es Profesor y Catedrático en la Universidad de Colorado, Boulder, Colorado. Recibió el Doctorado en Antropología de la Universi-dad de Pennsylvania. Ha trabajado en El Salvador, Costa Rica y Panamá. Lleva más de treinta años dirigiendo el Proyecto Arqueológico Joya de Cerén.

GeoRGe o. malooF. Obtuvo su Licenciatura en Arqueología en la Universi-dad Estatal de Arizona y una Maestría en Antropología con especialidad en Arqueología de la Universidad de Costa Rica, donde fue el primer gra-duado de tal especialidad. Vive en Buenos Aires y Costa Rica y trabaja en el Área de Arqueología del Proyecto Hidroeléctrico El Diquís. Aunque su área de especialidad es la Vertiente del Caribe Central de Costa Rica, le interesa la arqueología de El Salvador y los mayas de la frontera este de Mesoamérica. [email protected]

maRlon eScamilla. Es alumno del programa de doctorado en Antropolo-gía de la Universidad de Vanderbilt , USA; y catedrático de la Escuela de Antropología de la Universidad Tecnológica de El Salvador. Por más de una década formó parte del equipo de investigadores del Departamento de Arqueología de El Salvador dirigiendo proyectos de investigación ar-queológica en diferentes áreas del país. Sus intereses académicos están enfocados en la arqueología del paisaje, la antropología del movimiento, migraciones, arqueología subacuática y el estudio del arte rupestre.

Jeb J. caRd. Es un arqueólogo de Mesoamérica y de la época colonial,

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principalmente, española. Completó estudios doctorales en la Universidad de Tulane en 2007. Entre 2008 y 2009, fue investigador visitante en el Cen-ter for Archaeological Investigations, Southern Illinois University Carbonda-le, donde organizó una conferencia internacional sobre material cultura hibrida. También es editor de un libro sobre este tópico, publicado en la Southern Illinois University en 2012. En El Salvador, además de su análisis en Ciudad Vieja, ha trabajado en las excavaciones del sitio La Campana, San Andrés; en la ciudad Maya de Ek Balam en Yucatán, México; y en ex-cavaciones en Tennessee, Luisiana, Mississippi, y Nueva York en los Estados Unidos.

JoSé heRibeRto eRquicia cRuz. Arqueólogo por la Universidad Tecnológica de El Salvador, es también Maestro en Ciencias Sociales por la FLACSO-Gua-temala. Es miembro de número de la Academia Salvadoreña de la His-toria. Actualmente trabaja como investigador y docente en la Dirección de Investigaciones de la UTEC, y es consultor en trabajos de investigación arqueológica y patrimonio cultural.

bRian mcKee. Ha trabajado en la arqueología de El Salvador desde 1989. La mayor parte de su trabajo se ha realizado en el Valle de Zapotitán, es-pecíficamente en los sitios Joya de Cerén y San Andrés. Tiene licenciaturas en Antropología y Geología de la Universidad de Colorado, una maestría en Antropología de la Universidad de Colorado, y un doctorado en antro-pología de la Universidad de Arizona. En los años recientes ha trabajado en la arqueología de los Estados Unidos, principalmente en los estados de Arizona y Utah.

SébaStien peRRot-minnot. Es Investigador asociado al Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (CEMCA, Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia) y Director Pedagógico de la Alianza Francesa de Guatemala. Participó en investigaciones arqueológicas en Francia metropolitana, la Guayana Francesa, Chile, Guatemala y El Salvador. En El Salvador, rea-lizó trabajos de campo en sitios prehispánicos de los departamentos de San Vicente, Cabañas y Ahuachapán. En 2006, defendió en la Universidad de París 1 (Panthéon-Sorbonne) la tesis doctoral “Definición arqueológica de la entidad cultural de Cotzumalguapa (Guatemala-El Salvador)”, bajo la dirección del profesor Eric Taladoire. Trabaja también en el campo del

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periodismo cultural y científico; en 2006, junto con Gemma Gil y Dennys Mejía, recibió en el Museo Popol Vuh (Guatemala) el Premio Huun a la prensa arqueológica, por un artículo publicado en el matutino guatemal-teco Prensa Libre.

philippe coSta. Es estudiante de doctorado en arqueología de la Universi-dad de Paris 1 (Panthéon-Sorbonne), investigador asociado al Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (CEMCA) y actualmente, director del Proyecto «Reconocimientos y Contextualización del Arte Rupestre Sal-vadoreño 2011» por parte del Centro de Estudios Mexicanos y Centroame-ricanos (CEMCA), Embajada de Francia en El Salvador y la Universidad de El Salvador, Maestría en Restauración de Monumentos, Universidad de San Carlos de Guatemala (USAC).

liGia manzano. Actualmente Secretaria de Arte y Cultura de la Universidad de El Salvador y Codirectora del Proyecto «Reconocimientos y Contextua-lización del Arte Rupestre Salvadoreño 2011» por parte del Centro de Estu-dios Mexicanos y Centroamericanos (CEMCA), Embajada de Francia en El Salvador y la Universidad de El Salvador. Participación como docente investigador en el proyecto del CIC-UES «Historia de las Artes Plásticas en El Salvador. Fase de Preconquista», sobre la Expresión de la Gráfica Rupestre en 2004. Participación en el estudio sobre el «Arte Rupestre de El Salvador», Facultad de Ciencias y Humanidades y Departamento de Arqueología en 2006.

Ramón RiVaS. Es doctor en antropología graduado en Holanda. Ha hecho estudios antropológicos sobre los garífunas en Honduras. Actualmente es Director de Patrimonio Cultural de la Secretaría de Cultura de la Presiden-cia de El Salvador.

claudia alFaRo moiSa. Inició su trabajo en el Museo Nacional de Antropo-logía de El Salvador como parte del departamento de Museografía. Pos-teriormente inicia en 2004 sus estudios de Licenciatura de Arqueología en la Universidad Tecnológica de El Salvador. Desde 2005 a la fecha, está a cargo de la curaduría de la Colección Arqueológica Nacional; ha colabo-rado en publicaciones especializadas del Museo Nacional. Actualmente forma parte del Departamento de Arqueología fungiendo como investi-gadora y curadora de exposiciones.

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caRRie dennett. Tiene una Licenciatura en Antropología de la Universidad de Trent en Peterborough, Ontario, Canadá. Es candidata al Doctorado en Arqueología en la Universidad de Calgary, Alberta, Canadá y editora asistente de la revista académica Ancient Mesoamerica. Ha participado en investigaciones de campo en Honduras y Nicaragua.

chRiStine dixon. Is a Ph.D. student at the University of Colorado, Boulder who has participated in archaeological fieldwork at Cerén since 2005. Her 2006 MA degree research examined previously collected ground-penetrating radar data at Cerén and her current Ph.D. research now focuses on the broader implications of the Cerén agricultural system, in particular the ma-nioc fields. She currently teaches at Bellevue College and Pacific Lutheran University in Washington.

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