Revista Letras Raras, abril 2015

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1 - Abril 2015 - RARAS LETRAS Revista Revista Literaria

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Revista Letras Raras, abril 2015. Revista literaria. Una publicación de Editorial Sad Face. Año 4, número 3.

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�1- Abril 2015 -RARAS

LETRAS

Revista

Revista Literaria

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ÍNDICE

Editorial . . . . . . . . . . 4

Compulsión a la repetición . . . . . . 5

El hombre es un animal que llora . . . . 7

Razones para fumar . . . . . . . 8

La semana . . . . . . . . . 11

Gente sin moral . . . . . . . . 14

Mosca . . . . . . . . . . 19

Malicia . . . . . . . . . . 20 El hombre con el testículo lleno de odio . . . 21

Las ranas . . . . . . . . . 25

Es para los mortales un opio divino . . . . 29

Moratín: Cuando las niñas no dicen que si . . . 30

Autores . . . . . . . . . . 32

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Dirección editorial, redacción, mercadotecnia, ventas, diseño y todo eso: Editorial Sad Face ☹. Revista Letras Raras es una marca registrada. 2015. Año 4, número 3. Fecha de circulación: abril de 2015. Revista editada y publicada por Editorial Sad Face. Domicilio conocido, código postal 90210. Revista producida en México. Prohibida su reproducción. Portada: Tmblr. Todos los contenidos originales aquí vertidos son propiedad de sus respectivos autores y están protegidos por INDAUTOR todo poderoso… ¡Así que no te fusiles nada o Thanos te aniquilará!

Estimados lectores, es un gusto darles la

bienvenida al nuevo ejemplar de Letras Raras,

su revista literaria de confianza que es una

inagotable fuente de entretenimiento, excelente

regalo para el niño, para la niña, para el novio o

la novia, la cual, además, viene libre de gluten y

grasas trans, está adicionada con vitaminas y

minerales, es fuente natural de Omega 3, rica en

antioxidantes y, por si fuera poco, con su sola

lectura ayuda a quemar caloría y reducir tallas.

Así que comiencen a leer y díganle adiós a esos

molestos gorditos del abdomen. Resultados

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El pinche editor

EDITORIAL

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Compulsión a la repeticiónMismo día

Mismo mesDe un año distinto

En otro lugar

Volver a las viejas historias sólo porque el calendario regresaabrir sus gruesas portadas con títulos prestados a la memoriasacudirles el polvocerrar los ojos para no herirlos de tierra

de llantodesear la luna

diluirla llena dentro de mi bocaque la habiten fantasmascobijarme sus cuerpos para hacer el amor con ellos

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Carmen Asceneth Castañeda

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para huirlespara conjurar el frío de una primavera que no acaba de darse

Volver a las viejas historias sólo porque la agenda insistees mayo

Repasar las páginas sin textorecortar estampas igualesque se pegan en la almohada

Pedir que la lluvia oliera distintoque la yerba creciera en moradoque el viento dejara en la piel mensajes sin ruido

y sin tacto

Volver a las viejas historias sólo porque pronto será media nocheComprar estampillas con otro destino

Buscar personajes sin un nombre

Repetir cien veces las mismas letras de otras palabras

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FIN

El periodismo más divertido de la Bella Airosa.

Visita pachucainsolito.blogspot.mx

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El hombre es un animal que llora

El hombre es un animal que llora.Lo hace de una manera distintaa los demás.Llora porque no se encuentra, porque sus padres murieron, porque no es amado, porque el cielo es luminoso, gris u obscuro,porque no le salen las cosas, porque el cansancio y la desesperación le ganan,porque, al abrir los ojos, se da cuenta que existe,que vive en la realidad, en lo difícil.El hombre es un animal que llora.Lo hace de una manera distintaa los demás.Llora siempre, por todo, arrojando lágrimas de dolor y tristeza,de alegría, quizá, por estar bien.Llora con abrir los ojos, con cerrarlos y con volverlos a abrir.Siempre. Por todo. Lo hace como hago yo en este momento,por escribir.

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Ezequiel Carlos CamposFIN

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Razones para fumar1. Porque el humo que sale de la boca es el mismo humo del que nacen

las ilusiones, esas perras malditas que nos hacen creer en que la vida puede ser mejor de lo que aparenta. Y es que sí puede ser mejor, pero no si nada más nos quedamos con la idea de que el humo será eterno, porque no, lo que pasa es que se disipa para dejarnos caer contra la imagen del muro sin que nos dé tiempo detenernos antes de chocar. Lo bueno del humo que exhalamos es que podemos contemplar inmóviles su ruta, sus danzas, sus juegos en el aire, sus ilusiones, pero sin el riesgo del golpe.

2. Fumar es malo para la salud, lo sabemos todos. Pero cada quien tiene su motivo para fumar: ansiedad, estrés, gusto, etc. Yo no recomiendo fumar a menos que se sepa por qué se está fumando; al saber eso, el tabaco se disfruta mejor. Sea cual sea el motivo, saberlo da una actitud a cada calada que cambia la forma en que se ven las cosas.

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José Luis Davila

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3. Es mejor fumar sin filtro, sobre todo si son Faros, porque sin filtro es como se aprecian mejor las buenas cosas de la vida: la amistad, el amor, la confianza, el respeto. Sin filtro, la verdad es verdad donde quiera que se encuentre uno, sin esas nenadas de los chismorreos venenosos, porque cuando se habla sinceramente no se necesita convencer al otro, el otro se convence por sí mismo de lo que sea que uno le diga.

4. No creo que haya muchos placeres parecidos a sentir cómo nos llena los sentidos la nicotina; paradójico, porque es la nicotina, y demás compuestos del cigarro, la que a la larga nos merma el gusto y el olfato.

5. Fumar es un mal hábito, pero de todos los malos hábitos que hay, es el menos dañino. Véanlo como yo lo veo: para mí, fumar no es tan malo si lo comparo con mi gusto por las mujeres histéricas. En todo caso, es más barato.

6. No dejo de fumar porque no quiero hacerlo. No soy un adicto, solamente me gusta. El día que me aburra de fumar, porque llegará ese día, lo dejaré. La cosa con dejar de fumar es que muchos lo hacen porque alguien más se los pide, a menos que sea un médico que diga que podríamos tener cáncer o que ya lo tenemos, sólo en ese caso pensaría en abandonar. Pero no fumar no te hace inmortal, ni superior de ninguna manera. Puedes ser un hijo de puta aún si no has probado el tabaco en tu vida.

7. De cierta forma, fumar es cuestión de estilo. Hay quienes pasan desapercibidos para todos los ojos, pero cuando toman un cigarro

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entre los dedos, no se sabe bien a bien por qué, pero se convierten en los centros de su micro-universo.

8. Aquél que está detrás del humo de tabaco siempre, siempre, será más interesante que el que no lo está. Aunque uno no sepa por qué.

9. Fumar pipa es sólo para conocedores que saben apreciar el sabor del tabaco sin reparos. No todos están capacitados para tener y usar una pipa, sólo aquellos que en verdad creen que fumar es un arte deberían tener permiso para comprarlas.

10. Los puros son sólo para ocasiones especiales, para ocasiones de triunfo; fumarlos es un poco como meter doce cigarros en la boca de una sola vez, algo que no todos aguantan. Fumar puros es algo que

deberían enseñar en las universidades, para que se separe a los que están hechos para los trabajos duros y estresantes que dejen huella en cada una de sus áreas, de los que estudian solamente para obtener un modo de vida.

11. Varios de los grandes personajes de la literatura fuman. Sherlock Holmes es uno de los más representativos. Todas las razones anteriores de una u otra forma engloban su personalidad, la personalidad que da años de tabaquismo bien aprovechados.

12. Las mujeres que fuman son una de las mejores razones para fumar. Encenderles un cigarro, cuando se flirtea con ellas, es un acto que las conquista dependiendo de cómo se hace. Cuando solamente son amigas, cuando no se quiere nada más con ellas, encenderles el cigarro es un acto de caballerosidad que nunca debe olvidarse, porque siempre habrá otra fumadora cerca que sienta envidia y pueda querer que uno el encienda el cigarro.

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La semanaTodo empezó la noche del lunes. Siendo honesta, no me pareció extraño que mi rumi llegara antes que yo. Tampoco el hecho de que pasara el resto de la tarde encerrado en su cuarto, sin siquiera salir a cenar. A veces él hacía eso; todos hemos tenido días tan malos en los que lo único que queremos hacer al llegar a casa es arrojarnos a la cama y dormir, olvidarnos del mundo y de todas las penas que, esos días precisamente, parecen convertirse en enormes bestias dispuestas a devorarnos. Por eso decidí no molestarlo y dejarle en compañía de sus propios monstruos. Cené sola.

El martes fue lo mismo, sólo que esa vez pude ver la luz asomando por debajo de su puerta. Fui a tocarle, pero justo cuando mis nudillos iban a golpear me asaltó un pensamiento: si mi rumi estaba solo era por una razón. ¿Quién era yo para invadir su soledad voluntaria con mi cháchara de veinteañera? En realidad, yo sólo quería un poco de atención. Ya saben, las

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Norberto Flores

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mujeres no podemos estar calladas un momento, así que atiborramos con palabras los pobres oídos y el despistado cerebro del primero que tenemos a la mano; o mejor dicho, del primero que no logra escapar de nosotras y logramos convertir en zombi por un rato. Por lo tanto, era lógico que quisiera victimizar a mi rumi. Esa noche la plática podía esperar, pero no mi cena, así que le di otro día de espacio personal y volví a cenar sola.

El colmo fue el miércoles. Volvió a llegar antes que yo y volvió a encerrarse en su habitación, pero lo que de veras me hizo enojar fue ver que no sólo tenía la luz encendida, sino que estaba despierto. Yo lo escuchaba pasearse por el cuarto como si nada, fingiendo estar afanado en algo para que me diera cuenta, para burlarse, según creí. Okei, okei; ya sé que no es mi novio ni nada parecido, así que, por donde se lo vea, los reclamos quedaban descartados. ¡El papelón que hubiera hecho parada ante su puerta, azotándola y gritándole: “Bueno, rumi, ¿pues qué te hice? ¿Por qué no me pelas?”! No, no soy una loca, así que respiré hondo, cerré los ojos y traté de dominar a los propios monstruos que ya amenazaban con devorarme. Del coraje, ya no cené.

Pero que anoche la escena se repitiera por cuarta ocasión y que, además, luego de preguntarle con mi voz llena de preocupación “Luis, rumi, ¿todo bien?”, y me contestara como si nada estuviera pasando “Sí, Almita. Todo bien” cuando era evidente que algo se traía, ya era demasiado. “Rumi, estoy preocupada”, le dije. “Todo bien, Almita. Cena sin mí”, me contestó. ¿Cómo que todo bien? Nada estaba bien; ¿de cuándo a acá me decía Almita? ¿Y por qué carajos me mandaba a cenar sola si era más que obvio que era la cuarta vez que lo hacía? ¿Acaso esperaba que le agradeciera el detalle? “Estúpido”, susurré, y me largué a dormir.

Así que decidí que la situación tenía que acabar hoy y que él y sus monstruos muertos de hambre me iban a escuchar. Ya no más. ¿Qué se creía el baboso? Cuando llegué traía la muina atorada en la garganta, así que lo primero que haría, para sacarla de una buena vez, sería ir a su puerta y no dejarlo en paz hasta que me abriera y me explicara qué demonios estaba pasando.

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Cuando llegué, el depa estaba totalmente oscuro y al entreabrir la puerta escuché unos murmullos dentro. Percibí movimientos que no pude identificar. Los pelos de mi nuca se erizaron y un escalofrío bajó por mi espalda. Dudé en entrar. El apagador se encontraba detrás de la puerta (neta, ¿a quién se le ocurre?), pero no iba a salir corriendo nomás porque me dieron miedo unos ruiditos. Entré y, al encender la luz, el grito a coro que sonó atrás de mí me sacó el susto de mi vida: “¡Feliz cumpleaños!”.

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FIN

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Gente sin moralCuando la ví por primera vez me quedé petrificado. En ese momento tuve la más larga erección que recuerdo, y con justa razón: ella lo tenía todo. Era delgada y de rostro hermoso; bajo su falda negra se dibujaban unas caderas prominentes y a través de su blusa blanca relucían un espléndido par de senos.

Se llamaba Judith y se convirtió en una agradable distracción durante las clases cuando cursaba la preparatoria. Tanto me encendía que no podía quedarme sólo viéndola; tenía que enamorarla. No era la primera vez que buscaba tener un romance con una bella chica; durante la secundaria lo intenté varias veces, pero por desgracia perdí la mayoría de mis oportunidades. Y digo que la mayoría porque casi al final del último año llegó mi ansiada oportunidad y tuve mi bautizo de fuego. Desafortunadamente, su madre no podía ni verme en pintura, así que fue necesario romper la relación. Por esa razón tenía que tener mucho tacto si no quería perder esta nueva incursión.

Supe de boca de una amiga suya que Judith hacía su servicio social en la Biblioteca Pública. Era tanta mi necesidad de conquistarla que no tuve

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Carlos López Ortíz

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más remedio que asistir todas las tardes a aquel lugar. Fue gracias a mis visitas frecuentes que me gané su confianza y nuestra primera cita cuando la convencí de que aceptara acompañarme por un helado.

Tal como lo había pronostiqué, terminamos la velada con besos y acaricias. Así continuamos por varias semanas hasta que un día me le declaré. Entonces recibí un golpe a mi ego: tenía novio.

—Ay, qué pena, Bruce, no te lo había mencionado —me dijo la muy cínica—. Mi galán es universitario, por eso no lo veo tan seguido.

—¿No crees que se moleste porque andamos juntos? —pregunté, pues no quería ser objeto de su ira.

—No tiene ningún motivo —dijo mientras acariciaba mi pierna—. Sólo somos amigos.

Supuse que hora de levantar la bandera blanca y aceptar la humillación. Ni hablar, Judith resultó ser una descarada y eso de ser amigo ya no me estaba gustando porque sólo hacía que se me alborotara el animal y ella no aflojaba mas allá de un simple faje. Pero yo estaba resuelto a saciar mi lujuria planchándomela. Tan pronto pude, la invité a la cama. Me pasé un largo periodo rogándole y ella se negaba con cualquier excusa como: “yo no soy de esas” o “ay, qué dirá mi novio”.

Hasta que un día me dijo:

—¿Pues qué esperamos? ¿Traes el plastiquito?

Nomás me pidió una condición: hacerlo en ese momento. No me parecía el mejor lugar para un rapidín pero, desde luego, no iba a dejar de tirármela por una pequeñez, así que había que encontrar el rincón más oscurito de la prepa para no estar expuestos a la mirada de cualquier chismoso.

Recordé que los meses pasados mis cuates y yo nos escondíamos en el foro cuando nos escapábamos de la clase de matemáticas. Claro, ello no hubiera sido posible si, tras un buen soborno, el conserje no nos hubiera revelado cómo forzar una de las ventanas para entrar.

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Ése era el escondite perfecto para darle gusto al cuerpo. La tomé de la mano y abandonamos el patio. Apenas estuvimos solos en el viejo foro, nos acomodamos junto al telón. Me apresuré a desvestirla: lo primero que hice fue despojarla de la blusa, luego liberé sus pechos de la presión del brasier, lo demás ella se lo quitó y con ese ánimo que traía me le abalancé. Ella rodeaba mis hombros con sus brazos y sus piernas rozaban mi cadera al tiempo que la poseía. Desde luego, siempre estuve alerta; no fuera que los burlones de mis cuates o el fisgón del conserje interrumpieran el acto. Después de gozarnos el sueño nos alcanzó a plenitud. De pronto, el ruido de la cerradura nos despertó: alguien intentaba abrir la puerta del foro. Desesperado, eché un vistazo y con pavor vi entrar al viejo Luciano acompañado de la maestra Leonor. Entonces, sin hacer ruido, nos vestimos y nos agazapamos esperando que no nos vieran. Pero quién iba a decirlo: los profes también habían entrado a echar una canica al aire; pronto botaron sus ropas, dejando al descubierto aquel los cuerpos con las inconfundiblemente marcados por el tiempo, y comenzaron sus desenfrenados movimientos.

Tuve que hacer acopio de toda mi virtud para no hacer ruido al abrir la ventana, aunque dudo mucho que se escuchara otra cosa por encima de sus gemidos. Saltamos el marco como pudimos y no paramos de correr hasta llegar al patio. Decidimos sentarnos en una de las bancas a recuperar el aliento. Permanecimos callados largo rato. Por mi parte, intenté olvidar el encuentro de los cuerpos desnudos de mis profesores. Entonces vi que Judith sonreía. Con toda la naturalidad me dijo:

—De veras, cómo hay gente sin moral estos días.

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FIN

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MoscaÉste no es tu sitio ni tu espacio.Miles de veces el mismo lugar invadido, zumbido infinito.Alguien debería darte un trozo de pan,eterna queja alada. Todo el espacio es tuyo,Diminutas marcas negras delatan tu atropello.Retrocedes y el tiempo te pertenece,nace dentro de ti algo efervescente,rebasa tu cuerpoy nos salpica a todos. Ira alada,atraviesas, irrumpes cada centímetro,tus marcas están sobre todas las cosas.Nada te pertenece,

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Ivonne Vira

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deseas todo para ti,incluso lo que no ha sido creado.

Quisiera responder sólo ante el estimulo de la seda sensorial,posarme con libertad,estirarme encima de todos,ir destapando cada poro,rellenar los huecos y agitar,ver volar a todoslos miles de zumbidos siguiéndote,venerándote, preparando el cañón que te borrará.

Quisiera estirar tus alas hacerte parte de mi colección.

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FIN

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Daniela A

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El hombre con el testículo lleno de odioUna vez en la vida de todo hombre se pierde el sueño. Recorres toda la habitación en busca de algo que hacer, pensar, comer. El reloj está clavado en la pared, frente a tu cama, sin moverse, fijo en la hora trece de un séptimo día.

Encendí la computadora. Encendí un cigarro. La habitación apestaba. Yo seguía fumando pitillo tras pitillo, intentando masturbarme. Estaba sentado contemplado asiáticas de coños peludos cuando de repente sentí un dolor en el estomago. Era agudo, espontáneo, justo.

Mi baño no era la gran cosa. Yo tampoco lo era. Mi culo se adolecía por el estreñimiento. Pujaba y gemía, lagrimas escurriendo por mis mejillas. El dolor ahora se encontraba en mi espina, hígado, riñones… Cada segundo sobre el escusado era un calvario.

No logro comprender qué fue lo que pasó. Sentado sobre el trono algo explotó: mi escroto, el lado derecho, eso fue lo que pasó.

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Gerardo Ugalde Luján

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No había dolor; temblaba por el frío que sentía en mi pelvis. Las luces fluorescentes nunca antes se habían adentrado en mi mente. Me tambaleaba por todo el baño, carecía de la fuerza suficiente para continuar de pie.

Adentro, en el retrete, algo se cocinaba. El agua ensangrentada burbujeaba. Mi testículo salía a flote. El izquierdo se agitó. Yo metí mi mano para recuperarlo. De repente una voz dura, eléctrica, tenebrosa, gritó:

—¡No lo hagas, muchacho, aquí resbalan cosas bastante sucias!

Retrocedí hasta topar con la pared del baño. Una mano en mi rostro, la otra en mi escroto; al tocar mi parte derecha desgarrada, tibia, infame, mi estómago se revolvía, el vómito podía percibirse en mi garganta. Al intentar purgarme me acerqué al inodoro recordando mi gónada derecha, volteé mi cara hacia un lado y expulsé el poco alimento que había ingerido durante la tarde.

—¡Hey! ¿Te encuentras bien? —de nuevo la voz; no captaba de dónde provenía. Recapitulé y me di cuenta que ésta llegaba desde el inodoro. Arrastrándome hasta él, noté que en el agua ensangrentada se mezclaban semen, una orina de varios días y mi testículo derecho.

—¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

—Muchacho, muchacho, sabes que estoy aquí. ¿Por qué demonios preguntas? ¿Acaso me viste salir dando saltos y correr como un desquiciado?

—¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¿Por qué me pasó esto?

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—Soy tu testículo derecho. Quiero un cigarrillo y no sé por qué pasó esto —el agua se agitaba—. Sácame, muchacho, puedo pescar un resfriado.

Introduje mi brazo izquierdo dentro del retrete y tomé mi testículo, suave y palpitante. Al dejarlo sobre el lavabo se agitó un poco y tosió:

—¡Cogh, cogh! —gracias a esto observé con detenimiento que tenía un rostro: un par de pequeños puntos negros como ojos, arrugas marcándolos con fuerza, la boca una simple línea, no labios ni dientes, sólo una línea irregular. La ausencia de nariz lo hacía perfecto, casi hermoso—. ¡Dame un cigarrillo!

—Seguro, aunque no creo que quepa en tu boca.

—Escupe el humo sobre mi rostro —dijo él. Fui corriendo a mi habitación, buscando con desesperación la cajetilla, lancé todo aquello que no lo fuera. Mi turbación me impedía ver que ésta se encontraba en la mesa al lado de mi cama. Regresé corriendo al baño. El testículo se miraba en el espejo—. Muchacho, nos parecemos, ambos lucimos acabados.

—No entiendo, siempre fui limpio —no hablaba con él. Lo decía para mi, pues necesitaba convencerme de mi cordura. Febril alguien deliraría, sin embargo, mi temperatura era normal— Me bañaba todos los días, me restregaba el jabón todas las mañanas.

—Mira, hijo, estas cosas pasan. Tal vez te masturbabas demasiado. Debiste conseguir una chica. No lo sé, lo importante es seguir adelante.

—¿Qué, eso es todo? “Sigue adelante”; si antes no conseguía mujeres, ¿crees que ahora, con un solo huevo, lo haré? —el cigarro se había apagado. Impregnándose de un repugnante aroma el baño, mi respiración se dificultaba, lo que contribuía a que en mi poca lucidez se permeara aún más la locura.

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—Hijo, ¿quieres la verdad? Bueno, te la daré —él empezaba a ponerse púrpura, pero no dije nada al respecto—. Eres un egoísta, siempre durmiendo de lado, aprisionándonos a mí y a “Zurdo” con tus gordos y peludos muslos. Él podía escapar, pero yo me quedaba ahí, apretado, sin aire, con calor, adolorido.

—Perdón, en verdad lo siento.

—No lo lamentes, hijo. Haces lo que puedes, no es tu culpa vivir a tu modo. Acabes con esta cháchara sin sentido, mejor llévame a la computadora y ponme ante esas asiáticas de coños peludos.

Tomé a “derecho” con suma delicadez, lo coloqué frente a la pantalla y reproduje el video. Mientras las asiáticas gemían y gesticulaban, “derecho” moría sin remedio.

—Acércate, niño, quiero decirte una última cosa —nunca antes había escuchado palabras tan hermosas—. No somos nada, hijo, no somos nada.

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FIN

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Las RanasUn día Benito, el hijo de mis vecinos, se acercó a mí mientras leía en el porche y me preguntó: “señor escritor, ¿por qué no hay ranas en esta ciudad?”.

Debo reconocer que en los veintitantos años que llevaba viviendo en la urbe jamás me había percatado de que, efectivamente, nunca se veían ranas. Ni en el pantano, ni en los acuarios, ni en las tiendas de mascotas, ni en las charcas después de llover. Mirando en retrospectiva, no podía evocar la última vez que había visto uno de estos anfibios fuera de las páginas de un libro, la pantalla de la computadora o en el televisor. Por más que hurgué en el bagaje de mi mente no lo conseguí. En esa ocasión no pude sino responderle a Benito que quizá la ciudad no era un buen hábitat para las ranas, pero esta explicación no nos convenció a ninguno de los dos. Creo que a mí menos que a él.

Aprehensivo como soy, a la mañana siguiente di un paseo por el vecindario y me detuve a platicar con el dueño de la ferretería, y durante la charla le planteé la misma cuestión que me posara el pequeño Benito: ¿por qué no hay ranas en la ciudad? El hombre, arqueando las cejas y torciendo su bigote con los dedos, caviló poco antes de decirme que no tenía una

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E.J. Valdés

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respuesta a ello; de hecho, nunca se había percatado de lo que le acababa de hacer notar. Más tarde, cuando consulté con el carnicero y el verdulero en el mercado, lo único que obtuve como respuesta fueron miradas de desconcierto. Pregunté en la cremería, pregunté en la tortillería, pregunté en la barbería, pregunté en la recaudería y hasta pregunté en un par de librerías, sólo para convencerme de que, efectivamente, en la ciudad nadie había visto una rana en décadas y décadas. En la Casa de Retiro un hombre creyó haber tenido una como mascota cuando niño, pero el recuerdo era tenue como la luz que se filtraba por las cortinas, y el resto de los ancianos negó que las hubiera habido alguna vez, o incluso que tal animal existiera. Por si fuera poco, el restaurante francés de la calle de Carranza, que ofrecía ancas de rana al ajillo entre sus platillos, nunca había servido una orden de las mismas porque no se las conseguía en la ciudad.

¿A qué obedecía la ausencia de estos animales en nuestra pequeña urbe, que tanto alardeaba sus programas a favor de la ecología y el medio ambiente? ¿Acaso, en verdad, no eran la ciudad y su clima un hábitat propicio para su desarrollo? Ignorante como soy de tantas cosas, decidí darme a la tarea de averiguarlo. Para ello concerté una cita con un funcionario del ayuntamiento muy allegado al tema de la fauna local, quien me aseguró que las ranas sí podían encontrarse en la demarcación, pero que éstas eran ya muy escasas porque el crecimiento de la ciudad había destruido rápidamente su hábitat. Posteriormente llevé mi indagatoria a la Sociedad de Biología e Historia y conseguí entrevistarme con uno de sus eruditos investigadores, quien me explicó que la única evidencia que se tenía de la presencia de ranas en la región era un apunte encontrado en las memorias de un cronista que vivió más de un siglo atrás, el cual registró con suma curiosidad un avistamiento en lo que hoy es la colonia Primavera.

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Descubrí, pues, que el tema de las ranas era un misterio para la Sociedad de Biología e Historia, para el Archivo General del Estado y para la Hemeroteca Municipal: en toda la región no se había visto una rana en por lo menos cien años y nadie sabía por qué.

Esto no me hizo claudicar en mi investigación, pero pronto me resultó evidente que mientras más indagaba al respecto más a obscuras me quedaba. El asunto era prácticamente insondable. Mas ocurrió que una noche, al ir a la cama muy cansado, me advino un sueño de lo más vívido en el cual hallé no solamente la respuesta a mis pesquisas, sino un curso de acción que, creía yo, cambiaría la forma de vida de toda la ciudad. Al otro día

fui a la ferretería tan pronto abrió y compré un par de cubetas de pintura verde, un rodillo grueso y una extensión. Luego me trasladé hasta la colonia Prados y en el cruce que forman la avenida Osmond y la pequeña Humboldt pinté, de acera a acera, una serie de gruesas líneas paralelas que llamaron la atención de los transeúntes. Una vez hube terminado mi obra allí, fui a la

avenida Acueducto y tracé líneas similares en dos de sus intersecciones más importantes. Esta acción la repetí en varias calles durante los días siguientes, explicando a los curiosos que se me acercaban que aquello era un “experimento”, acaso un “servicio a la comunidad”, aunque por lo regular no tenía que dar explicaciones; la gente se conformaba con mirarme como si fuera alguien que había perdido la razón, y debo confesar que a ratos me preguntaba si aquello no sería cierto. Los únicos que interfirieron con mi labor fueron agentes de la policía estatal, quienes en más de una ocasión me forzaron a desistir por considerar aquello “vandalismo de muy mal gusto”. Persistí, sin embargo, y al cabo de un mes más o menos había cumplido mi cometido; faltaba solamente que éste, por sí solo, mostrara su funcionalidad. Pero los días volaron como hojas arrastradas por el soplo del otoño y aquello que yo esperaba no ocurrió, sin mencionar que el sol y el constante flujo de neumáticos estaban borrando lo que yo con tanta ilusión trazara. Y no lo negaré: tiré la toalla muy decepcionado, aunque también antes de tiempo, pues es azarosa la vida y sucedió que, poco después de que me diera por vencido, una feroz lluvia azotó la ciudad, inundando

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algunas de las más transitadas arterias de la misma, situación para nada extraordinaria tomando en cuenta que el sistema de drenaje siempre ha sido deficiente; lo extraordinario fue lo que se reportó posteriormente en diversos medios: tras el diluvio se vieron por toda la ciudad ranas croando y saltando, unas minúsculas como insectos, otras tan voluminosas como un gato. Y los anfibios estaban por doquier: al norte y al sur, al oriente y al poniente.

Tan pronto escuché la noticia en la radio fui a casa de los vecinos, donde encontré a Benito, fascinado, persiguiendo a saltos a una rana que intentaba huir de sus pequeños dedos. Cuando terminó de jugar le expliqué que, luego de mucho indagar y meditar, había concluido que el motivo por el cual no había ranas en la ciudad era que éstas no tenían manera de llegar a la misma, es decir, no tenían un camino. Lo que yo había hecho, inspirado por mi lúcido sueño, fue trazar cruces que las ranas pudieran seguir hasta los parques, jardines, estanques, escuelas y plazas públicas. Lugares donde, hasta hoy, es común ver a estos animales, sobre todo cuando llueve.

Nunca reclamé crédito alguno por haber pintado los cruces de cebra para las ranas (aunque hay quien innecesariamente me ha felicitado por ello), sin embargo, debo agregar gustoso que el municipio persistió en el mantenimiento de los mismos, en la creación de nuevas rutas para los anfibios e incluso en la colocación de unas ingeniosas señales de tránsito para que los automovilistas y peatones cediéramos el paso a las ranas cuando éstas quisieran cruzar las calles que ahora compartimos.

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FIN

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!Es para los mortales un opio divino!*Es para los corazones mortales un opio divino.Las desgracias, las indulgencias, las penas, los arrebatos.Mortales cansados de sí mismos, agobiados.¿De qué? De ser.Corazones rotos; pretextos de desconsuelodrogados en éter y opio divino,lejos de su realidad intrínseca. Muerte por desahogo.Es para los corazones mortales un opio divino.Y no es que yo lo sepa, sin embargo, denotadolor y pena por doquier. Estos mortales…Son tan banales que su propia existenciales preocupa tanto como si fuera el último de sus días.Oh, corazones mortales. Oh, opio divino.Sí: quizá es para los corazones mortales una desgracia,un opio divino, un psicodélico trastorno de excitación,o, quizá, es simplemente la naturaleza de los mortalesser tan crueles y poco generosos. Entonces, benditos sean los malditos.

*C’est pour les coeurs mortels un divin opium!” Frase del poema “Los Faros” de su libro “La flores del mal” de Charles Baudelaire

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Aldo Nava

FIN

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Moratín: cuando las niñas no dicen sí

Mi patria llora el ejemplar funesto;su patria en errores sepultado,

a la verdad y a la belleza opuesto.Moratín.

Contando con la edad de treinta y ocho años, Leandro Fernández de Moratín conoció a doña Francisca Muñoz y Ortiz, hija jovencísima de un militar fanfarrón e

irascible y de una insoportable charlatana. Moratín perdió la cabeza por la muchacha y se cuenta que en su diario conservó las ternezas que ella le inspiraba. Sin embargo, la intromisión de un pretendiente más joven, un militar llamado Francisco Valverde, acabó con el idilio de don Leandro; doña Paquita se casó con su mozo enamorado.

Aprovechando su experiencia en vida y haciendo uso de sus méritos literarios, Moratín utilizó el tema de un hombre de edad que aún enamorado de una muchacha renuncia caballerosamente a sus bríos ante la presencia de un pretendiente mejor correspondido y escribió una pieza de teatro en la que de forma directa criticó uno de los aspectos más característicos de la sociedad de su tiempo: los matrimonios arreglados bajo la convención de intereses, regidos por el abuso de la autoridad doméstica y las dobles morales que suelen regirlas, las cuitas religiosas y el interés privado.

Lanzando un reto declarado al estricto academicismo imperante en sus días, Moratín se dio a la tarea de dramatizar su frustración amorosa, idea sumamente audaz si se toma en cuenta que debido a los efectos del racionalismo tardío se creía que los asuntos del sentimiento no tenían cabida

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Santiago de Arena

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dentro del quehacer literario. De tal modo, escrita en un lenguaje natural y a la vez elegante —aún sin precedentes dentro de la historia del teatro español— El sí de las niñas se ajusta inteligentemente al cumplimiento de las reglas clásicas.

La obra se desarrolla en su integridad en el vestíbulo de una posada en Alcalá dentro del lapso de diez horas, salvando así las unidades aristotélicas de tiempo y espacio; equilibrando con maestría la tendencia de limitación neoclásica francesa con el más puro costumbrismo español, ampliamente elaborado a partir del desarrollo de los personajes y el argumento de la obra.

Contando con tan amplias virtudes, El sí de las niñas se convirtió en uno de los más grandes acontecimientos teatrales de la época. Desde el día de su estreno, el 24 de enero de 1806, sus representaciones fueron sólo interrumpidas por los recesos impuestos a los teatros con la llegada de la cuaresma, aunque se esperaba con ansia el fin de la semana mayor para que nuevas compañías difundieran su triunfo en las provincias castizas, y fue necesaria la elaboración de cuatro ediciones tan solo en ese año para satisfacer a la sed de los numerosos lectores.

Muchos fueron los pedantes que bajo el amparo de la Inquisición intentaron someter los alcances conseguidos por la obra, mas la oportuna intervención de don Manuel Godoy, favorito del rey y amigo de Moratín, acabó con la petulancia opositora.

Moratín fue el primer dramaturgo español que consiguió dotar de un tono serio un tema que anteriormente sólo había sido ridiculizado al trabajar bajo las pinceladas de un realismo sutil a unas normas sociales que buscaban prolongar la sujeción de los derechos femeninos y que se hallaban en palpable decadencia.

La directa exposición de sus planteamientos de crítica social, la plena desnudez de los sentimientos expresados por sus personajes y el apego a su propia definición de la comedia española, que buscaba suplir a los vicios y errores retratados por los principios de verdad y virtud, consiguieron convertir a la obra de Moratín en una veleta teatral que anunciaba el arribo de los vientos nuevos.

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AUTORES

EJ Valdés Tu amigable escritor de vecindario. Editor, locutor y traductor. Autor de Lo Que Vino de las Profundidades y otros misterios.

Juanito Pereira Economista, miembro honorario en el jurado de los premios Nobel, publica para diversos periódicos internacionales. Diseñador de Letras Raras Año 4 (2015).

Daniela Jimena Alarcón Marroquín Estudiante de Licenciatura en la Enseñanza del Inglés en la FES Acatlán. Poeta en ocasiones. Amante empedernida de las cosas bellas de la vida. Lectora. Escribe para quien no la lee.

Ivonne Vira Estudia Literatura en la BUAP. Parte de "La invasión de los niños come-libros". Su poemario Bestiario ganó el 2do lugar del XVI Premio de Filosofía y Letras de la BUAP en 2013.

Gerardo Ugalde Luján Escritor, dibujante, creador de cortometrajes bajo el sello Tortura Films. No tiene muchos estudios, es un autodidacta a palos. No tiene ningún logro importante que presumir.

Santiago de Arena Estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Es autor de poesía, ensayo y piezas dramáticas. La corona de Raquel, publicada por el Centro Cultural Zona Rosa, es su más reciente novela.

José Luis Dávila Es director de cincocentros.com, profesor de secundaria y experto en bajar discos ilegalmente. Ya quiere ver la nueva película de los Avengers.

Carmen Asceneth Castañeda Bruja apasionada de la literatura y las madrugadas. Maestra en psicoterapia psicoanalítica por formación.

Carlos López Ortíz Originario de Chicago. Radica en Guanajuato. Licenciado en Filosofía. Ha pertenecido a varios talleres de creación literaria y ha aparecido publicado en varias antologías.

Aldo Nava- Egresado de la Licenciatura en Sociología por parte de la UAM-X. Escribe cuento corto y poesía no lineal. Escribe porque le gusta.

Ezequiel Carlos Campos. Estudia Letras y el idioma ruso en la UAZ. Músico, amante de la lectura y la escritura.

Norberto Flores. Ingeniero de profesión. Narrador a todas horas.

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