REVISTA X - Edición 1

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Enero 2014 1 Revista Edición 1 - Enero 2014 La Paz

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Se dice que la paz no es sólo ausencia de guerra o de conflicto, sino la tranquilidad de todos en un orden justo. Esto supone un gran esfuerzo comunitario: edificar una sociedad movida por actitudes solidarias, en la que nadie quede excluido y donde se preste especial atención al más débil –niño, anciano, pobre, enfermo-, en defensa de su dignidad. Pero también, la paz es fruto de muchas virtudes de cultivo personal: fortaleza, tolerancia, capacidad para escuchar al otro, sensibilidad ante el sufrimiento del prójimo hasta el punto de saber ponernos en su lugar si es preciso. Y no puede lograrse sin una educación que nos oriente y exija. No es inútil tampoco lo que leamos, discutamos y escribamos sobre la paz. Alguien dirá:”No hay que hablar tanto, sino hacer”. Claro que hay que hacer, pero también es importante hablar. Por la palabra existen la reflexión común y el diálogo, imprescindibles para una convivencia armoniosa. Debemos hablar, reflexionar, escribir. En ese sentido, est

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Enero 2014 1

Revista

Edición 1 - Enero 2014

La Paz

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2 Revista x

Editorial 3

No alcanzan las

buenas intenciones 4

Humor por Cris 5

Guerra 6

Reina de la Paz 9

La esperanza es una virtud solo

cuando la situación es

desesperada 11

¿Tenemos derecho a la Paz? 12

Dios en el otro 14

Enero 2014 - La PazLa Plata, Buenos Aires, Argentina. Revista

Autores:Francisco Andres FloresJuan Ignacio SalgadoPablo Martín ScaringiCecilia López PuertasNora PflugerJuan Pablo Olivetto FagniCristian Daniel CamargoCobertura de eventos: Manuela CardosoColaboradores:Daniel Rojas DelgadoJavier Camargo

Secretaria:Florencia SalinardiProducción:Grupo Filocalia.

Encontranos en:revsita-x.blogspot.com

Email:[email protected]

CONTENIDO

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Se dice que la paz no es sólo ausencia de guerra o de conflicto, sino la tranquilidad de to-dos en un orden justo. Esto supone un gran esfuerzo comunitario: edificar una sociedad movida por actitudes solidarias, en la que nadie quede excluido y donde se preste espe-cial atención al más débil –niño, anciano, pobre, enfermo-, en defensa de su dignidad.

Pero también, la paz es fruto de muchas virtudes de cultivo personal: fortaleza, tolerancia, capa-cidad para escuchar al otro, sensibilidad ante el sufrimiento del prójimo hasta el punto de saber ponernos en su lugar si es preciso. Y no puede lograrse sin una educación que nos oriente y exija.

No es inútil tampoco lo que leamos, discutamos y escribamos sobre la paz. Alguien dirá:”No hay que hablar tanto, sino hacer”. Claro que hay que hacer, pero también es importante hablar. Por la palabra existen la reflexión común y el diálogo, imprescindibles para una convivencia armonio-sa.

Debemos hablar, reflexionar, escribir. En ese sentido, este número de Revista X quiere contribuir así a la construcción de la paz.

La Redacción

Revista

EditorialLA PAZ: ¿HACER O HABLAR?

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4 Revista x

Por Juan Pablo Olivetto Fagni

En este segundo texto para la revista x, me gustaría profundizar

en algunas cuestiones que apenas nombré en “Te invito a pensarte y a pensar en la educación”. Propongo leer mi primera nota antes de seguir leyendo esto.

A partir del primer texto, más de uno me dijo que le gustó mucho, que dejé muchos te-mas abiertos y que se que-daron con ganas de leer más. Se imaginan la alegría que me generó eso, pero a la vez im-plica una responsabilidad de poder aunque sea, continuar escribiendo párrafos que invi-ten a pensar y a actuar por el bien común.

En este sentido, me gustaría desarrollar los conceptos de “estructura de muerte” y de “estructura de vida”. Cuando hablo de estructura hablo de estructura social, de todo lo material y simbólico que com-pone a la sociedad, lo visible y lo invisible, las calles, las ca-sas, las plazas, pero también las palabras que les dan nom-bre a esos lugares, las valora-ciones, los prejuicios, los co-nocimientos, etc.

La estructura de muerte, sería aquella que produce muertes injustas, relaciones de opre-sión entre las personas, di-ferentes tipos de violencias, divisiones, enemistades, etc. Esto sería lo imperante hoy, pero no es lo único, la es-tructura de vida surge como las estrellas en la noche, en donde las personas se en-cuentran e intentan generar relaciones que potencian y liberan, o en donde se lucha día a día por una vida digna, cuando se conquista la paz, cuando se camina hacia el bien común. Pero esas estre-llas, inconexas entre sí, aún no tienen la fuerza para elimi-nar la oscuridad.

Quizás algún lector ha llega-do a este punto y se pregunte ¿qué corno tiene que ver esto con la educación? Retomo unas palabras del anterior texto: “Un educador cristiano puede ver en el otro un poten-

No alcanzan las buenas intenciones

cial transformador y liberador que realmente escapa a nues-tra comprensión, porque no nace del esfuerzo y la volun-tad del hombre, sino de Dios.” Ese potencial transformador y liberador no se canaliza y se hace cuerpo en el aire, se hace real y posible en una es-tructura social, educamos en una estructura social y por lo tanto influenciándola. No po-demos olvidarnos de eso.

¡Cuántas intervenciones no logran concretar las buenas intenciones! ¡Cuántos edu-cadores con buena voluntad terminan frustrados, desilusio-nados! Por esto mismo pen-sar estructuralmente es algo completamente necesario. No pensarme como un educador solo, sino que comparto con muchos otros las problemáti-cas que me impone esta es-tructura de muerte. Y por lo

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tanto, la construcción de la estructura de vida no puede ser sólo.

Otra ayuda para tener in-tervenciones más efectivas, puede llegar a ser hacer una lectura de la realidad en la si-guiente clave: personas-insti-tuciones-sociedad/estructura social. Las personas confor-mando a las instituciones, (escuelas, familias, hospita-les, ministerios, parroquias, movimientos sociales, clubes de barrio, etc.) y las institucio-nes haciendo a la sociedad. Quizás antes de “cambiar la sociedad”, habría que pensar y actuar como educadores, en y para las instituciones.

Por último me gustaría de-sarrollar lo que me mueve a escribir: “articular diversas instituciones o grupos de per-sonas, con diferentes y hasta “antagónicas” formas de pen-sar y de ver el mundo…”. En otras palabras, es fomentar el trabajo en red, el trabajo entre instituciones, pero no sólo buscando encuentros en-tre los que comparten la for-ma de ver el mundo. Ya que, como mencioné antes, todos compartimos los problemas que nos impone la estructura de muerte, claro que hay per-sonas e instituciones con un alto grado de responsabilidad de generar estas estructuras, pero todos somos víctimas de las mismas, y en cierta forma

todos somos victimarios tam-bién.

Si bien somos muchos los que luchamos por generar es-tructuras de vida (aunque no todos las llamemos así), es común el sectarismo, es decir, el encontrarse y organizarse sólo con los que piensan más o menos como uno. Si bien es claro que no todos nos vamos a poner de acuerdo en todo, nunca sabremos si es posible articular y sumar fuerzas has-ta que lo intentemos.

Me despido invitando a quie-nes leen esto a comentarlo, así se enriquece con el aporte de todos.

Humor por Cris.

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6 Revista x

Por Francisco Andres Flores

Toda guerra es un fraca-so. Principalmente un fracaso de la humanidad y de todo lo que ella im-

plica. Sin embargo, sea por un partido de fútbol, una oreja, ambi-ción, poder, recursos, ideología, Dios o el rapto de una amada, el hombre siempre ha encontrado excusas para realizar la guerra. Y es que esta forma de violencia, la peor de todas por ser pretendi-damente organizada y racional, necesita (justamente en virtud de esa pretensión) excusas y justi-ficativos, por inverosímiles que sean. Éstos han ido variando se-gún las épocas y los paradigmas imperantes, y también según a qué sector social debía conven-cerse para tal empresa: la rea-leza, los nobles o sus represen-tantes, el pueblo, los religiosos, los mercaderes… y en épocas más recientes los industriales, la opinión pública, los trabajadores, los organismos internacionales, etc.

Pero sea cuál fuere la excusa, el burdo lenguaje de la violencia ha ido luego, poco a poco, develan-do los ánimos verdaderos.Cuando en 1731 el capitán espa-ñol Juan León Fandiño capturó al pirata Jenkins, que asolaba las colonias españolas en Cen-troamérica, lo devolvió a Gran Bretaña con una oreja de menos; pero ni pensaba seguramente que esto traería una tormenta de balas y fuego sobre el Cari-be. Fandiño le dio al involuntario émulo de Van Gogh un mensaje conciso: “Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve”. En Inglaterra, los parti-darios de la guerra usaron bien el caso: presentaron a Jenkins

Guerra

en la Cámara de los Comunes, con la oreja en un frasco, y el mensaje repetido hasta el har-tazgo como una afrenta al rey de Inglaterra. Esta historia sería graciosa si fuera ficción, pero no lo es. El honor debía ser repa-rado y no quedó otra: la guerra; aunque claro está que Inglate-rra no buscaba reparar la oreja seccionada ni el honor del rey, sino apoderarse de las colonias españolas en América, cosa que intentó muchas veces antes y después de manera infructuosa (incluso en las famosas Invasio-nes Inglesas al Río de la Plata). La excusa de la oreja convenció a los legisladores y a la opinión pública, y el rey Jorge II man-dó la mayor escuadra conocida hasta el momento (186 barcos y 27000 hombres), que sólo se-ría superada, más de dos siglos después, por la escuadra aliada en el desembarco de Norman-día. Esta armada, en su cam-paña, cosechó algunas victorias menores, y la más estrepitosa derrota de la Armada Real Britá-nica en su historia: el fracasado intento de asalto a Cartagena

de Indias, apenas defendida por 6000 hombres entre españoles, criollos e indios. Luego de la sangre derramada, se firmó un tratado que terminó en “statu quo ante bellum” (o sea: todo como antes de la guerra).

¿Cuántas veces han sucedido cosas similares? La vida de los hombres como mero juguete de la ambición de los poderosos; y luego del sacrificio… nada. La batalla de Verdún, de la Prime-ra Guerra Mundial, duró nueve meses y consumió la vida de 250 mil hombres; pero, al final de la batalla, ninguno de los ejércitos había modificado casi su posi-ción.

La justificación de la guerra ha estado presente también en el naciente imperio Romano, que se jactaba de haber conquistado, al decir de Polibio, “casi todo el mundo habitado” en apenas 53 años y sólo con guerras defensi-vas (o sea, justas). Muchos his-toriadores concuerdan en ésto, y sitúan el nacimiento del imperia-lismo de Roma recién luego de

Que valor! , 1810-1814 - Grabado de Don Francisco de Goya, serie Desas-tres de la guerra [estampa 36], Medidas 155 x 206 mm [huella] / 248 x 341 mm [papel],Ubicada en el museo de Prado, Madrid, España.

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la Segunda Guerra Púnica (218-201 a. de C.), porque ya en la Tercera declararon la guerra sin mucha justificación; y, con Cárta-go rendida, igualmente atacaron: destruyeron la ciudad, pasaron el arado y tiraron sal para que no crezca nada. Habían probado el sabor de la violencia y el poder militar hegemónico. Con el tiem-po los romanos desarrollaron gran habilidad en encontrar ex-cusas para librar guerras y ocu-par territorios, hasta el punto que su imperialismo es modélico, y su Imperio un paradigma de to-dos los anteriores y posteriores. Un ejemplo simple es el siguien-te: tanto la palabra Zar, que de-signa a los emperadores de Ru-sia, como la palabra Kaiser, que designa a los emperadores de Alemania, derivan de la palabra Caesar (o sea César, el título de los emperadores romanos).

En la Edad Media, el filósofo y teólogo Tomás de Aquino inten-tó dar un marco de derecho in-ternacional a las guerras, esta-bleciendo tres condiciones para que una guerra sea considerada justa: que sea declarada por una autoridad nacional competente y legítima, que sea en respuesta a una ofensa grave, y que sea con recta intención (por ejemplo recuperar territorios ocupados, restaurar la paz, etc., pero no contra la población civil o para apoderarse de bienes ajenos). Claramente estas buenas inten-ciones contrastan con la realidad medieval, donde muy pocas gue-rras podrían responder a las tres condiciones; igualmente la afir-mación de Tomás es un hito que fundamentará reglamentaciones posteriores.

Pero si hablamos de guerras medievales y buenas intencio-nes, imposible no mencionar a las cruzadas. Tal vez en el inicio

hubiera algo de justificación: las repetidas tropelías de los turcos invasores sobre los cristianos en oriente, y el pedido de ayuda de Bizancio, en peligro de caer. Sin embargo, el desarrollo de los acontecimientos terminó desnu-dando un sinfín de crueldades y ambiciones que poco tenían que ver con el fervor religioso, pero si con el desenfreno y la atroci-dad de la violencia; hechos que, tal vez, demuestran el incipiente ánimo imperialista de las nacien-tes monarquías europeas.

En la modernidad, ese imperialis-mo creció de la mano del absolu-tismo, cada vez más marcado, de los monarcas. Y si bien surgían pensadores que sentaban las bases del Derecho Internacional, como el dominico Francisco de Vitoria o el jesuita Francisco Suá-rez, también paralelamente otros autores enunciaban los princi-pios de una política pragmática y deshumanizada que conside-raba a la guerra como una más de sus herramientas de poder, y a los miembros de la realeza como dueños de la vida de sus súbditos. Entre estos últimos po-demos considerar, por ejemplo, a Nicolás Maquiavelo, uno de cuyos libros (“El Príncipe”) era el preferido de Napoleón, y no de casualidad. También escribió “Del arte de la guerra”, donde de-sarrolla una serie de consejos y sentencias sobre táctica y estra-tegia, en la línea del famoso libro homónimo de Sun Tzu (también preferido por Napoleón). Cuan-do el rey francés Luis XIV, pa-radigma del absolutismo, hizo grabar en sus cañones la inscrip-ción “ultima ratio regum” (“último argumento de los reyes”), le dio a la guerra una categoría lógi-ca: la de argumento válido, muy a tono con el racionalismo de la modernidad y con el absolutismo de quien también declarara “el

Estado soy yo”. La guerra según esto, entonces, es un argumen-to más en la mano de los reyes; y, atendiendo al comportamiento de Luis XIV, no queda claro que fuera el último en la lista.

De acuerdo con las diferentes épocas la justificación de la gue-rra fue actualizándose, y es así que, por ejemplo, Napoleón justi-ficará sus campañas en la inten-ción de llevar a toda Europa los ideales de la Revolución France-sa. Pero no resignará tampoco la posibilidad de una justificación divina y obligará al Papa a nom-brarlo Emperador, aunque esto sonara claramente contradictorio con los mismos ideales revolu-cionarios antimonárquicos que supuestamente encarnaba. Y es así: la ambición, aunque se pre-sente con ropaje iluminista o pro-gre, no tiene más lógica que ali-mentarse a sí misma, sin importar los medios. Abundan los ejem-plos: Hitler, declarado anticomu-nista, se aliará con el comunista Stalin, declarado antifascista, y se repartirán Polonia al inicio de la Segunda Guerra Mundial. ¿Y las ideologías? Nada más que un disfraz de la más descarnada ambición política.

El siglo XIX trajo un perfecciona-miento de las excusas bélicas: las ideologías se intelectualizaron, y el impulso de nuevas disciplinas científicas brindó a los estadistas y dictadores un montón de razo-nes para manipular ideológica-mente. Desde las ciencias bio-lógicas, el evolucionismo pareció justificar la supuesta superiori-dad de las razas caucásicas, y así surgió la cuestión étnica para sustentar los odios y los extermi-nios. La excusa étnica fue pro-fusamente utilizada en los siglos XIX y XX, y no sólo por los nazis con la mentada supremacía aria: lo hicieron los japoneses cuando

Que valor! , 1810-1814 - Grabado de Don Francisco de Goya, serie Desas-tres de la guerra [estampa 36], Medidas 155 x 206 mm [huella] / 248 x 341 mm [papel],Ubicada en el museo de Prado, Madrid, España.

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8 Revista x

invadieron china y exterminaron civiles indiscriminadamente, lo hicieron los pueblos eslavos para atacar pueblos vecinos o para imponer su cultura nacional, lo hicieron pueblos africanos en sus interminables y sangrientos conflictos étnicos, y lo hicieron también los pueblos “civilizados” de América y Europa cuando, en virtud de diferencias étnicas y culturales, esclavizaron o consi-deraron inferior a un grupo étnico y cultural determinado.

Luego de los totalitarismos, una excusa hipermencionada en oc-cidente para cualquier interven-ción armada fue (y es) la de la defensa de la libertad y la demo-cracia. En su nombre se justifi-caron (y justifican) ocupaciones, bombardeos de objetivos civiles y militares, apropiación de recur-

sos, etc.; y todo eso con o sin la venia de la ONU. La paradoja es que esos mismos países de oc-cidente han apoyado, cuando les convino ideológicamente (y como parte de una gran guerra ideoló-gica de escala mundial, que al-gunos llamaron “Guerra Fría”) las más terribles dictaduras. Es un hecho histórico que esos paí-ses que dicen defender los dere-chos humanos y la democracia, han tolerado, sostenido e incluso propiciado los golpes de estado en Latinoamérica, el Apartheid en Sudáfrica (aunque ahora ho-menajeen a Mandela), y nume-rosos atentados a esos derechos que dicen defender (como la eu-tanasia, la trata de personas y el aborto).

El avance de las tecnologías

puso la guerra a un botón de dis-tancia de la destrucción masiva, y cambió el contexto de mane-ra tal que la idea de una guerra justa en esos términos se vol-vió inconcebible, al menos para quien lo piense desde los valores humanos. El primero en decirlo claramente y sin vueltas fue el Papa Juan XXIII: luego del con-flicto de los misiles entre EEUU y Cuba, y en plena carrera ar-mamentista, publicó la encíclica “Pacem in Terris”, donde conde-na no sólo esa carrera fratricida, sino también el concepto de gue-rra justa. Afirma claramente en el número 127 de esa encíclica: “… en nuestra época, que se jac-ta de poseer la energía atómica, resulta un absurdo sostener que la guerra es un medio apto para resarcir el derecho violado”.¿Hay alternativas a la guerra? Si

Que valor! , 1810-1814 - Grabado de Don Francisco de Goya, serie Desastres de la guerra [estampa 7], Medidas 155 x 206 mm [huella] / 248 x 341 mm [papel],Ubicada en el museo de Prado, Madrid, España.

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Por Nora Pflüger

Enero, tiempo de pausa y descanso, es el mes elegido por la Iglesia

Católica para celebrar a Ma-ría, la Madre de Jesús, como Reina de la Paz. En un mun-do en el que los conflictos no cesan ni siquiera por las va-caciones, la comunidad inten-sifica su devoción a la Madre del Señor y la recuerda en cantos, jornadas de reflexión, oración intensa. Uno podría preguntarse: ¿será sentimen-talismo, folklore, emoción

superficial, o la propuesta de la Iglesia tendrá raíces en al-guna zona más profunda del corazón humano?Conviene observar que gran parte de la humanidad, aún sin pertenecer al catolicismo, ad-mira a la Madre de Jesús por motivos diversos. Hombres y mujeres que no profesan una religión, se impresionan, no obstante, con el testimonio de entereza de María ante la muerte de su Hijo. Teólogos protestantes serios, sin com-

REINA DE LA PAZ

partir la doctrina por la que los católicos podemos “rezarle” a la Santísima Virgen, la valoran como figura ejemplar de las Sagradas Escrituras. Incluso los musulmanes, que no acep-tan a Jesús como Redentor, la veneran a Ella, sin embargo, como imagen plena de mujer de fe. Y me consta que nues-tros hermanos hebreos, ale-jados por principio de lo que de Ella nos dice la tradición cristiana, comienzan a sentirla próxima cuando descubren, a

nos reconociéramos mutuamen-te como hermanos, seguramen-te las encontraríamos. Por eso toda guerra es un fracaso de la humanidad y todo lo que eso im-plica.

Hubo alguien que probó ambos caminos, y supo elegir el correc-to: un joven caballero italiano que partió lleno de fervor religioso a la Cuarta Cruzada y volvió horro-rizado de la violencia. Cuando se declaró la Quinta Cruzada, los ejércitos partieron a Egipto y pu-sieron sitio a la ciudad de Damie-ta; y este caballero, que ya era monje y ferviente cristiano, deci-dió participar de la misma. Al lle-gar al campamento cruzado, que estaba signado por la violencia entre las diferentes facciones y por el desenfreno propio de es-tas campañas, el monje dijo que no había que atacar la ciudad, sino conversar con el Sultán y encontrar un camino común. To-

dos se le rieron y nadie le prestó atención, ni siquiera el enviado del Papa; pero igualmente partió a la ciudad junto a otro monje. Cuando los soldados musulma-nes superaron la perplejidad de tan particular visita, castigaron a los monjes y los mandaron en presencia del Sultán. Allí al final, frente a frente, conversaron. Di-cen que el Sultán Al-Malik al-Ka-mil, que era hombre sabio y pru-dente, preguntó al monje: “¿Por qué los cristianos, que predican el amor, declaran la guerra?”. El monje, irrumpiendo en llanto, contestó: “Porque el Amor no es amado”.

El ataque a Damieta terminó en fracaso para los cristianos, y la Quinta Cruzada en un desas-tre. Sin embargo el monje, cuyo nombre era Francisco, consiguió un permiso para él y los suyos para visitar Siria y Tierra Santa, expedido por el mismo Sultán.

Desde entonces los franciscanos custodian el Santo Sepulcro, en Jerusalén. Con las palabras y en paz, el monje de Asís consiguió lo que no lograron todos los ejér-citos de Europa.

¿Qué se puede decir ante tal expresión de la Providencia, ante la sabiduría divina que el Espíritu pone en boca de Fran-cisco de Asís para vencer el odio y la violencia? Todos los libros de historia y sus guerras, las banderas, los monumentos que conmemoran la gloria efímera de las batallas y sus héroes, y los muertos… todos callan y nada pueden decirnos. Yo mismo, imposiblitado de tal sabiduría y condenado a repetir lo que dicen los libros, callo y alabo a Dios porque ha ocultado ese saber a los sabios y poderosos, pero se lo ha revelado a los pequeños. Paz y bien.

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la luz del Evangelio, a la ma-dre judía pendiente de su niño y dispuesta a sacrificarse por él.

Por otra parte, algunas sec-tas que amenazaban invadir Latinoamérica en los años noventa, perdieron crédito cuando el pueblo empezó a percibir que, si bien habla-ban del Hijo, no demostra-ban mucho afecto hacia la Madre. Con la frase que me dirigió entonces un hombre sencillo y cre-yente sincero: “Figúre-se usted cómo serán de ateos, que no la quieren a la Virgencita”.

La vida de María, inse-parable de la de Jesús y subordinada a Él, transi-ta los mismos caminos y tiende los mismos puen-tes, desde la humanidad convulsionada, hacia la ansiada paz. El primer puente es esa actitud que Jesús llama “mansedumbre”: “Bienaventurados los mansos” (Mateo 5,4).

Cuidado: Él habla de “los mansos”. No dice: “Bienaventurados los tontos”. La manse-dumbre no es inge-nuidad. Tampoco es dejarse llevar cobarde-mente por otro, aún sa-biendo que nos causará daño. La mansedumbre es fortaleza en el amor. Supone muchas virtudes: sencillez de corazón, finura de espíritu, paciencia, misericordia. Así fue María.

Así, es ejemplo para todos los que se acercan a Ella.

El otro puente es la voluntad de ser “constructores de la

paz”: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, por-que serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5,9). No hay paz sin un orden social justo, pero

tampoco hay justicia si no po-nemos manos a la obra. La paz es una gracia de Dios, pero también un logro huma-no, y no se alcanza sin nues-tra cooperación.

María es la principal coopera-dora de Jesús en la construc-ción de la paz, con su servicio

desinteresado al prójimo. Entre muchos otros, el epi-sodio de las Bodas de Caná (Juan 2, 1-11), en el que Ella intercede ante su Hijo a favor de unos esposos que pasaban un momento de necesidad y le da oca-sión de su primer milagro (transformar agua –in-sípida- en vino, símbolo pascual de sabor y vida), es un signo elocuente de este servicio. Juan Pablo II señalaba: “María se pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus priva-ciones, indigencias y sufri-mientos…en su papel de Madre” (Documento “Rede-mptoris Mater”, 21).

En este episodio aparecen también las únicas pala-bras de María dirigidas a la humanidad: “Hagan todo lo que Él (Jesús) les diga”. Entiendo que por esto –y no por folklore ni por sentimentalismo- la Igle-

sia propone a María como modelo universal. En ese

espíritu, ojalá podamos verla siempre, católicos y no católi-cos, como Madre de todos los hombres y como Reina de la verdadera paz.

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Por Juan Ignacio Salgado

“En la vida, a diferencia del aje-drez, El juego continua luego del jaque mate”.

Isaac Asimov

Mientras haya vida hay esperanza dice un refrán popular, pero en

estos tiempos que corren pare-ce que la frase se ha invertido y hoy en algunas partes del mundo se cree exactamente lo contrario, es decir, si no hay esperanzas mejor que no hay vida, y bajo este enunciado un tanto pesimista debo decir, se instala el debate por la aplica-ción de leyes que garanticen el cumplimiento de esta sentencia desesperada cuando en pacien-tes con enfermedades termina-les y/o en estado crítico ya no queda esperanza de curación. Así, frente a estas situaciones extremas, el terminar con esa vida para la que no queda más que esperar la muerte parece ser la única respuesta que pue-de dar esta cultura del descarte en que vivimos. Pero no es la única respuesta posible.

Si pudiéramos salir un momen-to de esta mirada utilitaria de la vida en seguida descubriríamos que quizá lo más humano que podemos hacer para ayudar a una persona que enfrenta la eta-pa final de su vida es simplemen-te acompañarlo.

Esta es la filosofía que difunde y practica el Movimiento Hospi-ce, una filosofía del cuidado, que sueña y trabaja por un mundo en el que nadie viva el final de su vida en el abandono y sin los cuidados humanos integrales necesarios.

Este movimiento surgido en In-glaterra en 1967 y que existe en nuestro país desde hace poco mas de 10 años, se proponen, mediante un método propio ofre-cer cuidados integrales a aque-llas personas que están próximas al momento de su muerte por la evolución de una enfermedad in-curable o por progresión natural de su envejecimiento. En las Bases del Movimiento Hospice Argentina, en su web oficial (http://movimientohospice.org.ar/) nos cuenta que “El térmi-no “Hospice” describe, tanto, un lugar de cobijo y descanso, como la relación que se establece en-tre el huésped y el que hospeda. Define un ideal y una filosofía de cuidado. Hoy el término refiere a una filosofía, a un espacio, a una modalidad de cuidados compasi-vos y competentes que pueden ser aplicados de diversas mane-ras en el hogar del enfermo, en una casa de cuidados paliativos, en hospitales, o ayudando al en-fermo ambulatorio.”

Como podemos ver es una idea simple, se trata de salir al en-cuentro del que sufre, del que

La esperanza es una virtud solo cuando la situación es desesperada“Esperanza es esperar cuando la situación es desesperada, sino no es virtud ni es nada” G.K.Chesterton

está solo, y ayudarlo en lo que podamos. Así es que participan de este Movimiento no sólo pro-fesionales, sino también muchos voluntarios que hacen tareas sencillas como cocinar, limpiar, o a veces solamente escuchar al enfermo.

San Agustín decía “Nosotros so-mos los tiempos; y como seamos nosotros, así serán los tiempos”, y si queremos vivir en un mundo mejor tendremos que ser mejo-res. Y se me ocurre que la filo-sofía del cuidado que propone el Movimiento Hospice es una buena forma de empezar. Pero no solo pensando en las etapas finales de la vida, sino en todo momento. Entender que el otro es mi hermano y no un extraño o un enemigo.

“Importan dos maneras de con-cebir el mundo”, dice Armando Tejada gomez en una de sus canciones, “Una, salvarse solo, arrojar ciegamente los demás de la balsa y la otra, un destino de salvarse con todos, comprome-ter la vida hasta el último náufra-go…” y entre estas dos maneras todos tenemos que elegir.

Yo me anoto en la segunda, por-que al decir del Papa Francisco nadie se salva solo, y como dice la copla “al fin de la jornada, aquél que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada.”

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Por Cecilia López Puertas

Si el sueño fuera (como dicen) una tregua, un puro reposo de la mente,

¿por qué, si te despiertan bruscamente, sientes que te han robado una fortuna?

(Extracto de “El sueño” de Jorge Luis Borges)

La tregua es un bicho muy raro. Un alto el fuego, un paréntesis… a Borges

se le hacía parecida a los sue-ños. En verdad a esas hilachas de sueños que se nos quedan pegadas cuando nos estamos despertando, esa sensación de querer permanecer cuando el fin es inminente. Un “no tiempo” en el que se detiene el cronómetro y se borran las diferencias (o se dejan de ver, que para el caso es lo mismo).

La historia dejó apuntada una tregua en especial: La Navidad del año 1914, durante la primera Guerra Mundial. Retratada por la película francesa “Noche de Paz” (vale la pena verla) y por la hermosísima canción “Pipes of Peace” de Paul McCartney.

En una trinchera se unieron los enemigos y celebraron la misa de Navidad, ese día nadie dispa-ró contra nadie, sólo una noche en la que fueron hermanos y se entendieron aunque no hablaran el mismo idioma.Pero la tregua no es más que uno de los tantos asuntos que los ene-migos pueden conversar. Es que así como ha evolucionado la tec-nología de la guerra también han evolucionado las conversaciones entre los enemigos. Por eso es que las reglas de la guerra se han estudiado mucho, se han dictado convenciones para poner algunos límites, qué armas no se pueden usar, qué zonas no se pueden bombardear, qué poblaciones de-ben ser protegidas. El universo jurídico es gigante… y a nadie en la comunidad internacional se le mueve un pelo.

Con la paz es diferente. Las reglas de la paz no se han estudiado tanto. Es curioso que un derecho huma-no que a casi nadie se le ocurriría desconocer haya sido uno de los

¿Tenemos derecho a la paz?De la torre de Babel a los cascos azules.

más difíciles de dejar “por escrito”. El derecho a la paz revolvió el hor-miguero y lo sigue revolviendo, lo hizo en Naciones Unidas cada vez que se tocó el tema, lo hizo en la UNESCO cuando se intentó hacer una Declaración que dejara clarito lo que todos sabemos pero nadie quiere escribir (y menos firmar).

¿Cuánta paz? ¿Qué paz? ¿Ga-rantizada por quien? ¿A costa de quién? Otra de las cosas que los seres humanos sabemos hacer de sobra es embarrar la cancha, y es tan políticamente correcto invocar la paz y desearla cada vez que se hace un discurso, como políti-camente incorrecto cuestionar las decisiones que, siempre bajo en nombre de la paz, se toman a tro-che y moche. ¿Por qué tanta sen-sibilidad? No exagero. La Asam-blea General de Naciones Unidas consagró el derecho sagrado de los pueblos a la paz en 1984. Pero, cuando en 1998 se juntaron en la UNESCO con el propósito de aprobar una Declaración que dijera con claridad que la paz es un derecho humano, ahí la cosa se puso complicada. Imagínense las comitivas de los 120 estados que acudieron a París en plena primavera, dando vueltas por los pasillos, fumando, escudriñando en cada idioma la letra chica del proyecto, quejándose, renegando. Otra torre de Babel, una más.

La leyenda cuenta que empezaron debatiendo el título del proyecto, no les gustó a los europeos, no les gustó a los norteamericanos y a los japoneses les pareció que “no era claro”. Algunos pensaron que eso de “crear un nuevo derecho” en la UNESCO podía debilitar a las Naciones Unidas, incluso a

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otros derechos humanos… y has-ta hubo un país que planteó que más que un derecho de las per-sonas a la paz, lo que hay es una “aspiración” a la paz... En fin. Esos días en París se debatieron igual muchas cosas, si era solamente un documento moral o ético, si era necesario un instrumento jurídico internacional y en ese caso quien sería el responsable de su aplica-ción. Los países latinoamericanos plantearon que la violencia social ligada a la miseria era contraria a la paz; los países árabes dijeron que la amenaza de intervención, el embargo, la ocupación de un te-rritorio por la fuerza eran ataques contra el derecho a la paz. Y así, cada cual agua para su molino. Al final todos concluyeron que la paz era una aspiración universal y que era una condición de existencia para la persona y que el respeto por los derechos humanos con-ducen a la paz. Pero nadie firmó nada.

Mientras tanto, las que sí prolife-raron a nivel internacional fueron las Operaciones para la Paz. Por-que puede que a los estados les cueste saber lo que es la paz, qué implica, quien la garantiza, puede que no sepan incluso para qué sir-ve… pero lo que sí saben es que si se trata de instaurarla la única forma es por la fuerza. Empezaron en 1948, la primera Operación para la Paz fue derechi-to a Medio Oriente se creo para el mantenimiento de la tregua entre Israel y sus vecinos árabes (http://www.un.org/es/peacekeeping/mis-sions/untso/) y todavía continúa aunque de la paz lo que se dice “paz” todavía no tenemos noticias. Desde entonces, prendieron como leña seca… en 1988 había 55 ope-raciones desparramadas por nues-tro TEG (el real)… Actualmente, dicen estar en una fase de “reduc-ción”, pero en mayo de 2010, las operaciones de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas con-taban con más de 124.000 efecti-vos entre personal militar, policial y civil… mucho casco azul dando

vueltas (http://www.un.org/es/pea-cekeeping/operations/current.sht-ml). Se me viene a la mente una canción de Los Redondos “...y mu-chos marines de los mandarines, que cuidan por vos las puertas del nuevo cielo…”.Ok. Ya sé que meterse con las fuerzas de paz es casi traición a la Patria, muchas veces ayudan real-mente a comunidades devastadas por crisis profundas, catástrofes… y es cierto que no todos podemos ser Gandhi… pero concédanme un minuto de escepticismo ¿No es al menos un poco raro que los tipos encargados de llevar la paz a las áreas en conflicto sean militares? ¿No es un poco contradictorio que estén armados? . La respuesta dependerá de lo que crea cada uno, pero lo cierto es que, aunque quizá no haya tenido tanto auge ni haya sido tan gene-ralizada como a partir de la segun-da mitad del siglo XX, esta idea de que la paz no se puede conseguir si no se usa un poco la fuerza es cosa vieja.

Pedacitos de historia van en ese sentido, sólo recordar a George Washington, el primer presidente de Estados Unidos, y una de sus frases célebres: “Estar preparado para la guerra es uno de los me-dios más eficaces para conservar la paz”. ¡Qué muchacho! Desde entonces, en cada votación de los Estados Unidos, la idea de la paz por la fuerza aparece más o menos disfrazada de cooperación internacional o de seguridad na-cional, depende del color con que se pinte el candidato. Hasta llegar a nuestros días con el invento pos-moderno de la “guerra preventiva”, una de sus más absurdas bifurca-ciones.

Federico Mayor Zaragoza, el Di-rector General de la UNESCO, el primer día del año 1997 (quizá imaginándose que a los estados les costaría más tarde llegar a un acuerdo) decidió hacer pública

una Declaración sobre el Derecho Humano a la Paz que firmó per-sonalmente con la idea de recu-perar el carácter humano de ese derecho a la paz y sacarlo de las manos de la política internacional y de las estrategias militares,“si las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigir-se los baluartes de la paz”. Habló de lo absurdo de estar preparados para guerras improbables en vez de desplegar tanta estrategia en mitigar catástrofes, habló de edu-cación y de la necesidad de pasar de una cultura de la guerra a una cultura de la paz. Él lo vio muy claro “…no puede pagarse simul-táneamente el precio de la guerra y el de la paz…”. Entonces habló de erradicar toda violencia yendo a las fuentes mismas del rencor, la radicalización, el dogmatismo, el fatalismo, la pobreza, la igno-rancia, la discriminación, la exclu-sión... Me quedo con algunas de sus palabras: “…Una conciencia de paz no se genera de la noche a la mañana ni se impone por decre-to. Se va fraguando en el regreso a la libertad de pensar y actuar, sin fingimientos (…) Sólo la concien-cia, que es responsabilidad -y por ello es ética y es moral- puede dar buen uso a los artefactos de la ra-zón. La conciencia debe alcanzar y conducir a la razón. A la ética de la responsabilidad es preciso aña-dirle una ética de la convicción, de la voluntad. La primera surge del saber y del conocimiento; la se-gunda de la pasión, de la compa-sión, de la sabiduría…”.

Cada quien que piense lo que quiera, pero eso de que la eficacia de la fuerza militar es la única re-ceta para obtener la paz, yo no me lo creo. Gandhi, activista pacifista como pocos, dijo “…no hay camino para la paz, la paz es el camino…”. Así que a erradicar violencias, y si nos las vemos feas… a conver-sar con el enemigo ¿quién sabe? ¡Hasta hacemos una tregua!

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bien, sujetos que ven en el gim-nasio, la moda, el hedonismo, el alcohol y las drogas su norte, a estos muchachos, muchos de ellos integrantes de escuelas religiosas y privadas, hay que mostrarles que la violencia en la que viven los va a conducir a una muerte temprana y no ha-blo de una muerte natural sino una muerte espiritual, imposibili-tándolos de conformar una vida plena en el amor y la caridad.

Para finalizar, como vemos, en el encuentro con el otro nos en-contramos con nosotros mismos, veremos que muchas veces so-mos incapaces de conformar espacios de diálogo, que mu-chas veces somos y nos com-portamos con violencia, que en muchas oportunidades nos de-jamos llevar por el materialismo, por ello, considero que para salir en búsqueda de los demás, hay que encontrarse con uno mismo y observar cuantas veces vivi-mos en el odio y el rencor. 2- DIALOGO. El dialogo, no es simplemente una charla, el dia-logo debe ser entendido como la oportunidad cierta para que dos personas intercambien opi-niones y de ellas salga algo pro-ductivo para ambos. Con el dialogo, lo que busca-mos es entender al otro, obser-var que nuestras ideas no son siempre las más interesantes ni las únicas, con esta herramienta se complementa el encuentro, afianzando las relaciones huma-nas y conformando una verda-

Por Pablo Martin Scaringi

La necesidad imperio-sa de ser testigos del príncipe de la paz, nos indica que debe-

mos bregar siempre por la humanidad trabajando como María (ver texto de Nora),en silencio y humildad, forman-do verdaderas comunidades de vida.

Hoy más que nunca desde el Cristianismo nos vemos obliga-dos a luchar por la paz, quizás sea ese nuestro principal desa-fío, no podemos ser discípulos de Cristo con un arma en el bol-sillo.

Por el contrario, los bautizados deben ser hombres y mujeres que hagan de sus vidas una for-ma permanente y constante de amor al prójimo y caridad.Para ello, entiendo que para al-canzar tal objetivo existen tres grandes herramientas; el en-cuentro, el dialogo y la caridad.

1- ENCUENTRO. El primer pasó, salir en busca del otro y no es-perar un gesto como lo hicieron en Emaus para ver a Dios, HOY DIOS ES EL OTRO. El primer encuentro debe dar-se dentro de la Iglesia Católica, donde en el último tiempo se han conformado grupos nacionalis-tas, reaccionarios que piensan que su perdición-su fe- debe ser la del mundo entero, con ellos hay que ser taxativos, Dios es Amor y en el amor de Dios la violencia no coincide con la Fe.

Aquí, es necesario un compro-miso especial de los Obispos y Sacerdotes condenando cual-quier acto de transgresión a estos principios, exhortando la conversión en el amor y propo-niendo espacios donde los lai-cos puedan crecer en la paz.

El otro gran encuentro es en la calle, especialmente con la gran cantidad de niños, niñas y ado-lescentes que se encuentran en situación de riesgo, la violencia en la que viven no es producto de su naturaleza sino que por el contrario, es consecuencia de una voluntad política fogonea-da por los medios de comunica-ción, ellos no son el problema somos nosotros, que incapaces de darles los espacios necesa-rios para demostrarles que son parte del estado y emanciparlos del odio, las drogas y las estruc-turas clientelares, preferimos el conformismo de decir que son “Pibes Chorros” al trabajo de entenderlos y darles otras opor-tunidades.

Aquí, por mi experiencia perso-nal, resulta imperioso cortar con las redes conformadas por polí-ticos y comisarios de la región que son los que los explotan y los conducen a una pobreza “generacional” generando su-jetos condenados a la violencia estructural.

Asimismo, en la calle nos encon-tramos con otro grupo de riesgo, el peor de todos, los jóvenes de clase media y alta-burgueses y pequeños burgueses, pibes

Dios en el otro

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dera comunidad.

El dialogo nace de la escucha, oír al otro hace que podamos saber que opina y siente, escucharlo para saber que piensa y nece-sita, muchas veces y en muchas oportunidades supeditamos las necesidades de los demás a lo que nosotros consideramos que necesita, tal es así, que cuando un niño nos pide dinero le com-pramos un alfajor, afirmando que eso le va a hacer mejor que la plata, pero no pensamos que ese niñito esta mendigando des-de temprano y que hubo varios iluminados como nosotros que le compraron alfajores, por eso,

primero escuchar luego, si está a nuestro alcance, colaborar.A partir de la escucha vamos a complementar al encuentro, ya no solo vemos al otro sino que ahora sabemos que es lo que añora. 3- CARIDAD. La última gran he-rramienta es en la que se funda-menta nuestra fe, la caridad es amor, amor como el de Cristo, Dios se encarnó y se entregó por nosotros, sin chistar, acep-tando la voluntad del padre. Esta virtud teologal, representa el fin de este texto. Quizás pudo haber sido el comienzo o quizás

podría haber sido la única, sin embargo entiendo que resulta el final de nuestra vida, no pode-mos ser una ONG piadosa dice el Papa, nuestro apostolado no se fundamenta solamente en las buenas intenciones sino que busca un encuentro y un dialo-go, nuestro apostolado es el re-sultado necesario de esas dos herramientas, nuestro apostola-do es y deberá seguir siendo el amor en la caridad porque Dios es amor “Deus Caritas Est”.

Dios es el otro, porque sin misericordia, amor y respeto jamás vamos a poder forjar la paz.

Proyecto Pibes, La Plata, Buenos Aires, Argentina

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Por Cecilia López Puertas

No cuento más que fronterashacia cualquier dirección. Mi estrella fue de tercera,

no mi sol.

Mi cuerpo reta mil leyes para cambiar de lugar. Mi sueño, rey entre reyes, echa a andar.

(Fronteras, Silvio Rodríguez)

ómo existir si uno no sabe dónde está? ¿Si tiene que asumir a la vez una cul-tura de pescadores tailandeses y otra de grandes burgueses parisinos? ¿De hijos de inmigrantes y de miembros de una gran nación conservadora? se preguntaba Paloma, la niña de “La elegancia del erizo” apenas conocer a Théo, un niñito tailandés adoptado por un matrimonio de franceses luego de que su familia muriera a causa del tsunami. ¿Y yo? ¿Cuál es mi proble-ma cultural? ¿De qué manera estoy yo dividida entre distintas creencias incompatibles? pensaba a través de Paloma, Muriel Barbery, la escritora de ese libro. Me quedo entonces dán-dole vueltas al asunto. Es que… ¿No somos todos, de una manera u otra, extranjeros? Según la División de Población de NU hay más personas que nunca vivien-do en el extranjero. En el año 2013 se calculan unos 232 millones de perso-nas. Un número que ha crecido com-

parado con los 175 millones que se calculaban en el año 2000 y 154 en 1990. Es decir que en la actualidad un 3.2 % de la población mundial vive en un país diferente del que nació (http://esa.un.org/unmigration/wall-chart2013.htm). En nuestro país, según los datos oficiales del último Censo 2010, se encuentran viviendo un total de 1,8 millones de extranjeros, esto es algo más que el 4.5 % de los habitantes del país. Para darnos una idea, sería como llenar 23 estadios Monumenta-les. Entonces, vivo en el país en el que nací pero hay miles de personas que no. Se han desplazado, solos, con sus familias. Eso limita sus posibilida-des de participación, y no solamente porque su residencia sea o no “regu-lar”, la práctica ha enseñado que tie-nen accesos restringidos a derechos aun cuando formalmente se les otor-guen. Y el asunto es que a la hora de pensar una sociedad, la participación política y social aparecen como ele-mentos claves en lo que podríamos llamar, el engranaje de la inclusión. Precisamente, se habla de excluidos sociales en tanto no tienen voz en ese campo político y social, ni posibilidad de actuar y mucho menos de influir en las decisiones. Es casi imposible ser inmigrante y no ser excluido. Y eso se agrava si pensamos la inmigración en el contexto mundial, donde para algu-nos países del norte aparece como mala palabra, en el que cada vez que

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