Revista x edición 2

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Febrero 2014 1 Revista Edición 2 - Febrero 2014 La Alegría Revista La Alegría Edición 2 - Febrero 2014

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“Animal que ríe”, se ha dicho que es el hombre. El único, sí, y tal vez sea verdad, si bien el canto de las gaviotas se parece un poco a la risa humana, y también existe una cierta sonrisa en nuestros hermanos los delfines, mamíferos juguetones si los hay, que nos acompañan desde los comienzos de la humanidad. Claro está que la risa no es necesariamente sinónimo de alegría, salvo que se asocie positivamente al humor sano. Hasta el individuo menos sensible –cuando le toca ser destinatario-sabe distinguir entre la broma amable y caritativa, que distiende, y la burla torpe, que quizás provoque carcajadas, pero causa dolor. Y esto, pese a que en nuestra sociedad se multiplican las alegrías prefabricadas, que agrupan a las masas en gigantescos festejos sin sentido. Alegría es mucho más que risa… aún cuando sea muy beneficioso reírnos bien. Es educarnos para saber ser delicados con los sentimientos de los demás. Es no colocar sobre los hombros del otro el peso de nuestros problemas emocion

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Febrero 2014 1

Revista

Edición 2 - Febrero 2014La Alegría

Revista

La AlegríaEdición 2 - Febrero 2014

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2 Revista x

Editorial 3¿Somos todos iguales? 4

Humor por Cris. 5

SI el infierno son los otros, ¿dónde

encuentro el Paraíso? 6

La melancolía del cristiano, las

rodillas y el amor por la cruz 8

¡Que la sonrisa te valga! 9

Una atmófera de Alegría 11

La tarea de Ablandar Ladrillos 12

Elogio de los aburridos 15

Febrero 2014 - La AlegríaLa Plata, Buenos Aires, Argentina. Revista

Autores:Francisco Andres FloresJuan Ignacio SalgadoPablo Martín ScaringiCecilia López PuertasNora PflugerJuan Pablo Olivetto FagniCristian Daniel CamargoCobertura de eventos: Manuela CardosoColaboradores:Daniel Rojas DelgadoJavier Camargo

Secretaria:Florencia SalinardiProducción:Grupo Filocalia.

Encontranos en:revsita-x.blogspot.com

Email:[email protected]

CONTENIDO

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Febrero 2014 3

“Animal que ríe”, se ha dicho que es el hom-bre. El único, sí, y tal vez sea verdad, si bien el canto de las gaviotas se parece un poco a la risa humana, y también existe una cierta

sonrisa en nuestros hermanos los delfines, mamí-feros juguetones si los hay, que nos acompañan desde los comienzos de la humanidad. Claro está que la risa no es necesariamente sinó-nimo de alegría, salvo que se asocie positivamente al humor sano. Hasta el individuo menos sensible –cuando le toca ser destinatario-sabe distinguir entre la broma amable y caritativa, que distiende, y la burla torpe, que quizás provoque carcajadas, pero causa dolor. Y esto, pese a que en nuestra sociedad se multiplican las alegrías prefabricadas, que agrupan a las masas en gigantescos festejos sin sentido. Alegría es mucho más que risa… aún cuando sea muy beneficioso reírnos bien. Es educarnos para saber ser delicados con los sentimientos de los demás. Es no colocar sobre los hombros del otro el peso de nuestros problemas emocionales, ni justificar el malhumor por un “espíritu de sacri-ficio” mal entendido. Es celebrar la felicidad aje-na, descubrir el gozo de compartir, luchar por la justicia. Un mundo más justo y más solidario será siempre un mundo más alegre.

EditorialLA ALEGRÍA:

UNA VERDADERA ALEGRÍA

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4 Revista x

Por Juan Pablo Olivetto Fagni

En este tercer texto para la revista x, al igual que en el an-terior, me gustaría

seguir profundizando en al-gunas cuestiones de “Te invi-to a pensarte y a pensar en la educación”.

En aquel texto publicado en diciembre, sostuve que en la mente del e d u c a d o r, hay una idea que es central: la persona, el sujeto, o como quiera llamárselo. Y esto es así porque la misma educac ión es un asun-to entre per-sonas, no hay educación entre anima-les, ya que el único ser vivo (hasta ahora conocido en el universo) que produce cultu-ra y necesita transmitirla para sobrevivir, es el ser humano. ¿Qué es más indefenso que un humano recién nacido? Cualquier animal posee instin-tos (acciones complejas y au-tomáticas y que se mantienen

a lo largo de la vida) que le permiten tener posibilidades de sobrevivir, el bebe no, ya que apenas cuenta con unos pocos reflejos (acciones sim-ples, automáticas y que des-aparecen con el tiempo). Ahí es donde la cultura a través de otra persona que cuida y educa, permite el desarrollo del pequeño.

Ahora bien, yo, educador, voy a encarar de una forma mis prácticas educativas si con-sidero que hay personas que son superiores y otras inferio-res, ya que mi trato va a ser desigual con un grupo u otro, aún inconcientemente. O va a ser diferente si pienso que somos todos iguales y que to-dos pueden todo, ahí me voy

¿Somos todos iguales?

a chocar con que existen dife-rencias de intereses, de sabe-res, de habilidades, etc. Y ni hablar de que si negamos las desigualdades, que no son lo mismo que las diferencias, nos vamos a llevar por delan-te una pared aún más dura.

Otra cuestión importante so-bre nuestra idea de persona,

es la posibi-lidad o no de que cambie y cómo explica-mos las cau-sas de eso. Podemos lle-gar a pensar que hay per-sonas que sí pueden cam-biar y otras que no, ya sea por la edad, la clase social, el sexo, el co-

lor de la piel, etc. El no poder cambiar, anula completamen-te la posibilidad de ser educa-do.

Yo apuesto porque todos po-demos cambiar y que efecti-vamente sucede sin que lo planeemos, además estoy seguro que aprender nuevas cosas puede hacer más libres

La igualdad entre las personas es un supuesto que hoy parece obvio, pero la reflexión sobre la persona es necesaria, sobretodo para los educadores.

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a las personas.

Y volviendo al concepto de persona, claramente no está aislado de otros conceptos. Por ejemplo Nietzsche sos-tiene que “Dios ha muerto” en Así habló Zaratustra y eso lo lleva a afirmar que todos so-mos iguales, pero ante Dios, y que si ese Dios ha muerto podemos hablar de hombres superiores a otros. Entonces, acá tenemos un ejemplo de cómo la idea de Dios en este filósofo se relaciona con su idea de persona. Por el con-trario, posicionándome en el cristianismo, por tener a Dios como Padre, todos somos hermanos, y por lo tanto per-sonas.

Es cierto que hay muchos cristianos que dicen eso, pero actúan de otra forma siempre o cada tanto (y me incluyo), pero también es cierto que es una declaración muy difícil de llevar a la práctica con cohe-rencia todo el tiempo. Aunque está bueno intentarlo.

Entonces, seamos o no ca-tólicos, si nos hace ruido, o no nos gusta pensar que hay personas inferiores y superio-res, y creemos que todos so-mos iguales, ¿qué nos hace iguales? Si no creo en Dios ¿qué me une a todas las per-sonas?

¿Y qué implica para un edu-

cador que todos seamos igua-les? ¿Podemos ser iguales y diferentes a la vez? ¿Iguales en qué, y diferentes en qué? Hoy tengo muchas más pre-guntas que posibles respues-tas.

Por último no quiero dejar de recordar, que por no conside-rar a alguien o a etnias ente-ras como personas, se han cometido inconmensurables daños, injusticias, muertes y violencias.

Me despido invitando a quie-nes leen esto a comentarlo, así se enriquece con el aporte de todos.

Humor por Cris.

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6 Revista x

Por Juan Ignacio Salgado

“La alegría es parte in-tegrante de la fiesta. La fiesta puede organizarse, la alegría no.” Esto de-

cía Benedicto XVI unos años atrás, y es hoy recién que pue-do captar el verdadero sentido de sus palabras. En una frase tan simple como esta, el hoy Papa Emérito resume y expli-ca uno de los grandes proble-mas de la sociedad moderna. Esta sociedad de consumo que predica la alegría y la fe-licidad en la teoría, al tiempo

que en la práctica condena y excluye a muchos porque su vida está marcada por el su-frimiento. Por un lado dice la vida es un regalo maravilloso, bailemos y cantemos, mien-tras que por otro promociona el aborto y la eutanasia, cre-yéndolos un acto de miseri-cordia al librar a muchos del terrible castigo de vivir. Quizás esta contradicción se da porque se pretende organi-zar la fiesta y organizar la ale-

SI el infierno son los otros, ¿dónde encuentro el Paraíso?

gría también. Pero estas ale-grías prefabricadas son solo satisfacciones inmediatas, de-masiado efímeras, y pasan tan rápido que no tienen tiempo de anidar en nuestro corazón, que busca y necesita una ale-gría profunda, plena y perdu-rable, que pueda dar sentido a la existencia, porque al de-cir de la Beata Madre Teresa, “Fuimos hechos para cosas más grandes, para amar y ser amados”.

“Si hay alegría en mi corazón, Con tu presencia me traes el sol”

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Entonces, cuando cada pe-queña satisfacción se va, tan rápido como llego, aparece el vacío y la soledad, y aunque la fiesta sigue, ahora es una fiesta a la que nadie se ha mo-lestado en invitarnos, como canta Ismael Serrano.Frente a esta realidad la de-presión aparece como una de las patologías más prevalen-tes de estos tiempos, la dro-gadicción y el consumo de al-cohol se incrementan año tras año entre los jóvenes, y no tan jóvenes, que buscan una sali-da al vacío existencial que los persigue, a la par que también crecen las tasas de suicidios. La única respuesta que tene-mos frente a esta soledad de fin de fiesta, es buscar la ale-gría verdadera y perdurable que da sentido a la existen-cia, y para encontrarla debe-

mos salir de nosotros mismos, porque, a diferencia de lo que creía Jean-Paul Sartre, que afirmaba que el infierno son los otros, es en el compartir la vida y en el encuentro con el otro donde se esconde el se-creto de la felicidad. Cuando dejamos de preocu-parnos tanto por nosotros mismos y miramos a quien tenemos al lado, a nuestro prójimo, a nuestro hermano, y ponemos nuestra vida al servicio de su vida descubri-mos que no importa que tan mala o desesperada sea una situación, no importa que tan hondo y profundo sea el dolor, siempre hay espacio para la alegría que da sentido a nues-tra existencia, la alegría de saber que no estamos solos, que hay alguien que se pre-ocupa por mí, alguien a quien

le importa lo que me pasa, la alegría de saberse amado. Y aunque este mundo es difícil y no se vive de fiesta, la vida siempre es un regalo maravi-lloso, que alcanza su plenitud cuando somos capases de amar, y amar se puede siem-pre y en cualquier circunstan-cia. La Beata Chiara Luce Ba-dano, cuando a los 19 años estaba postrada en una cama cursando la etapa final de un cáncer terminal que acabo con su vida pero que nuca pudo robarle la alegría, de-cía “no tengo nada más, pero tengo aún mi corazón y con el puedo siempre amar”.Dios quiera que la alegría ha-bite siempre en nuestros cora-zones para que podamos vivir plenamente, es decir, para que podamos amar siempre.

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8 Revista x

Por Pablo Martín Scaringi

“Dos son los Ardiles princi-pales con que el demonio suele alejar a los jóvenes de la virtud. El primero consiste en persuadirles

de que el servicio del Señor exi-ge una vida melancólica y priva-da de toda diversión y placer. No es así, queridos jóvenes, voy a indicaros un plan de vida cristia-na que os pueda mantener ale-gres y contentos…”(Don Bosco, el Joven provisto para la práctica de sus deberes y de los ejerci-cios de la piedad cristiana).

En base a esa premisa voy a plantear el tema que nos compe-te, la alegría.

Muchas veces escucho a jóve-nes católicos y a muchos curas decir “carga tu cruz” “esa es tu cruz”, hacemos del sufrimiento y de la melancolía nuestras profe-siones de fe, al parecer, el cris-tiano es cristiano en la medida que sufre. Caras tristes al mo-mento de comulgar, grandes sa-crificios en cuaresma, pequeños sacrificios en tiempo ordinario, ningún sacrificio en navidad y pascuas.Otra de las grandes frases es “ofrécelo”, sí!! Ofrece al señor ese cáncer, esa muerte, ese dolor, pero nunca decimos, ofrece al señor esa alegría, ese momento que cambio tu vida, ese día que descubris-te algo nuevo o sentiste a tus amigos bien cerca. Ese ofreci-miento, parece que no sirve.

Por todo esto, creo que las palabras de Don Bosco tie-nen mucha actualidad, hoy

hay muchas cosas para sufrir, muchas cosas para estar mal, muchos de nuestros pibes se pierden en la droga, muchos de nuestros hermanos, pequeños burgueses universitarios, pien-san en la despenalización como solución, nuestros pibes tienen hambre, nuestros pibes no tienen rumbo…y nosotros, ¿seguimos cargando la cruz? ¿Seguimos con nuestros problemas emocio-nales? ¿Seguimos discutiendo si la eucaristía se toma de rodillas o de pie? ¿No vemos al resuci-tado? ¿Preferimos nuestro dolor individual que la resurrección de nuestro hermano?

El cristiano, debe estar alegre. Debe ver al resucitado caminan-do por la calle, salir de la tenta-ción de la cruz y de la melancolía, afuera tenemos todo, sol, plaza, colegio, facultad, café, mate, etc. Afuera tenemos nuestra vida, tenemos nuestra misión, salir al encuentro de la cultura, encon-trar sentido a la vida, disfrutar de lo que tenemos. Parezco un pas-tor meloso, pero es lo que siento,

La melancolía del cristiano, las rodillas y el amor por la cruz

mi experiencia personal así me lo indica, varios años al cuete de-jando pasar muchas cosas hasta que en una casa salesiana en-contré amigos y encontré misión, hoy en el Proyecto Pibe estoy verdaderamente a gusto, sufro a veces, pero la sonrisa del manza-na, las locuras de Roberto o las orejas y las simplezas de Cesar me hacen ver algo distinto.

Ojo, no quiero decir que es preci-so olvidarnos de nuestros proble-mas, sino que es muy importante buscar solucionar los de los de-más.

Para cerrar, creo que resulta oportuno buscar la alegría que nos hace valorar nuestra fe, bus-car los momentos en que somos verdaderamente felices y con esos tirar para adelante.

La tristeza de una vida sin senti-do, de una vida sin ideales y la crisis de la cruz se terminan en el amor, se agota con la caridad, en la resurrección. Cuando pue-da darme cuenta de eso voy a ver

todos mis problemas de otra manera porque hay alguien en la tierra que sigue y piensa en mí.

Creo que Charly Garcia es-cribió o cantó dos canciones; viernes 3 am y hay alguien en el mundo que piensa en mí, las dos caras de la única solución, pensar en el otro, comprender su dolor, colaborar en su vida, sabiendo que en él se refleja Dios.

LA CRUZ MAPUCHE, la cruz y la resurrección.

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Por Daniel Rojas Delgado

Mientras pensaba cómo llenar estas líneas, encontré involuntariamente

un tuit que citaba un proverbio escocés: “La sonrisa cuesta menos que la electricidad y da más luz”. Consideré que se trataba de una pista, y de que debía seguirla hasta las últimas consecuencias. Por eso fui, hace unos días, a La sala número seis (1892), una novela corta del escritor ruso Antón Chéjov:

[El médico más joven, recién incorporado] Va al hospital dos veces por semana, visita todas las salas y recibe a los enfermos. La falta absoluta de condiciones antisépticas y la aplicación de ventosas le indignan, pero, por no herir al doctor Ragin, no se atreve a introducir reformas. Jobotov está convencido de que su colega es un viejo farsante, que se aprovecha con astucia de la situación y que ha ama-sado una buena fortuna. Por cierto, le gustaría estar en su lugar.

Originalmente había pensado citar un texto del estadouni-

dense Mark Twain, pero era demasiado extenso. No sé cuándo habrá comenzado la literatura que relata con hu-mor —en mayor o en menor medida—, pero tampoco es la intención de esta nota; sino recorrer algunos de esos lu-gares, para re-des-cubrir su importancia y su vitalidad, la necesidad humana de reírse. Saber cuántas veces nos reí-mos por día es la clave.Las referencias televisivas en las que se muestra cierto estereotipo de locura o per-sonajes ridículos abundan: Los tres chiflados, Mr. Been, el Súper Agente 86, Cantin-flas, Tato Bores y Peter Ca-pusotto encabezan esta lista; en el cine, hay comedias al por mayor, pero pienso en la película británica Happy-Go-Lucky (2008), protagonizada por la actriz Sally Hawkins, una maestra que sonríe tanto como habla y respira, con una personalidad que contrasta con la de Eddie Marsan, su instructor de manejo, que vive radicalmente amargado y no cede ni un…—No te desvíes demasiado: seguí la pista —dijo una voz.Sí, la pista, la pista. ¡Hay tanto

¡Que la sonrisa te valga!

por decir y el tiempo del lector es tiranísimo! Ahora vayamos a la red de redes, que es un lugar donde las fanpages hu-morísticas florecen. Menciono, por ejemplo, a la mexicana Fi-losoráptor en Facebook (con más de 1,8 millones de me gusta), donde también se des-tacan La gente anda diciendo (891 mil), el humorista Ricardo Siri Liniers (501 mil) y Grandes Frases Ilustradas (427 mil). En Twitter podría resaltar la cuenta del programa @SinCo-dificarTV (950 mil seguidores), pero no lo voy a hacer. Y si le sumamos la sarta de pavadas que a diario los seres huma-nos decimos dentro o fuera de internet, decimos con pesar: estamos rodeados.Pero volvamos a los libros. El periodista porteño Martín Ca-parrós, en “Una luna”, cuen-ta que se encuentra en Ams-terdam con una veinteañera nacida en Holanda, hija de marroquíes y casada con un marroquí, que le habla de su doble lealtad, su imposibilidad de definirse como holandesa o marroquí. Cuando le pregunta si le gusta el fútbol y ella res-ponde que sí, comienza el ver-dadero arte del cronista:

Mientras exista el cine, la literatura, la TV, el periodismo o internet, también habrá textos cómicos. Estudios científicos recientes señalan que incluso han transformado por completo la vida de algunas personas. ¿Acaso es

posible un mundo sin humor?

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Entonces, si juegan Holanda y Marruecos, ¿quién querés que gane? La chica suelta la carcajada y me dice que no, que ya entiende, que la verdad Marruecos. In fútbol veritas, decían los latinos clásicos.

¡Y casi me olvidaba de YouTu-be!: allí y en otras plataformas podemos encontrar miles de etcéteras, pero destaco uno que no ha parado de crecer desde fines de 2011: Hola, soy Germán, el chileno de 23 años que suma más de mil mi-

llones de reproducciones en el centenar de videos que ya subió.Por último, le doy los ren-glones al famosísimo actor y humorista argentino, Enrique Pinti, que en uno de sus monó-logos recuerda las burlas que recibía cuando iba al colegio porque siempre tuvo... ¿cómo decirlo?, un gran corazón —y un cuerpo que lo albergaba cómodamente—. Confiesa que aprendió a usar el humor como un arma, pero sin lasti-mar a nadie: para aprender a reírse de sí mismo.

El humor sirve, aunque más no sea para defenderse de la mediocridad, de la ignorancia (...). Pero primero tenés que reírte de vos mismo para dar-te el lujo de reírte de los de-más. Eso que nace del dolor, ese humor que es el que nos distingue de los animales, de las plantas, de los seres irra-cionales. El hombre tiene la posibilidad maravillosa y her-mosa del humor y no tiene que perderlo, aún en las peo-res circunstancias.

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Por Nora Pflüger

Los santos y los sabios, desde que existe la humanidad, nos han ex-hortado a estar siempre

alegres. La alegría es una pro-funda necesidad humana, pri-mordial para la salud del cuerpo y del alma. Nuestra moderna sociedad economicista, conoce-dora de esta necesidad y atenta a la caza de clientes, nos ofrece todos los días alegrías falsas, a través de productos que nos prometen inmediata “felicidad” y que son promocionados por rostros bronceados y perfectos, como si estuvieran de veraneo todo el año.

Comencemos entonces por es-tablecer lo que la alegría NO ES. Desde luego, no es el goce sin esfuerzo, y menos todavía pura farra y perpetuo jolgorio. Ni la risita histérica de quien festeja cualquier cosa porque carece de opinión propia y sólo le interesa congraciarse con todo el mun-do. Tampoco es actuar como si nunca pasara nada malo. Por-que hombres y mujeres hay que llevan plantada en la cara una sonrisa rígida, enigmática, que no se sabe si es de disgusto o de placer, porque para ellos “está todo bien”, y después nos

enteramos de que sufren una depresión, o alguna enfermedad producida por tensiones… y en-tonces no estaba todo bien, ES-TABA TODO MAL, pero él, o ella, nunca nos dijo lo que realmente le sucedía.

La auténtica alegría –esa íntima satisfacción del ánimo que resul-ta de poseer y también compar-tir un bien verdadero- está muy relacionada con la paz del cora-zón y surge de la confianza en Dios y la entrega desinteresada al prójimo. “Les doy mi paz”, nos dice Jesús (Juan 14,27), y agre-ga, unas páginas más adelante, en el mismo clima del Evangelio: “Nadie podrá quitarles esa ale-gría” (Juan 16,22).

El que sabe estar alegre disfruta con el éxito y con la felicidad de los otros. No por nada la envidia (a mi modo de ver, la peor de las malas pasiones) se define como la “tristeza por el bien ajeno”, y es incompatible con la caridad.

Claro, que para desarrollar la ale-gría y conservarla, hay que con-tar con un ámbito propicio, así como para que nazcan y crezcan hermosas plantas se precisa un lugar donde cultivar un jardín. La

Una atmófera de

Alegría

alegría, gracias a Dios, es de por sí actitud contagiosa, pero re-quiere de una “atmósfera” (según el diccionario, del griego “atmós” –aire- y “sphaira” –esfera-: el es-pacio que necesitamos para res-pirar). Por eso, mucho tiene que ver aquí la comunidad a la que pertenezcamos. Cualquier per-sona sensible, de sólo entrar en una casa o participar por primera vez en un grupo, siente en la piel si allí se “respira” la alegría. es, debemos tener la sencillez y la valentía de reconocer que una cuota de desánimo también es humana y confiar a alguien lo que nos ocurre. La tristeza huele a cuarto cerrado. Hay que abrir las ventanas. Sólo así recibire-mos el socorro necesario. Y con-tribuiremos a tejer una red soli-daria de “buen ánimo” que sólo puede tenderse si nos ayudamos unos a otros.

El estar alegre –disposición inte-rior que es al mismo tiempo rega-lo de Dios y esfuerzo personal-, se fortalece cuando se comparte. Necesitamos construir familias, grupos de amigos, instituciones, donde el tono afectivo, a pesar de los problemas, sea el de man-tener alto el espíritu e irradiar la alegría.

¡Estar alegre, con los tiempos que corren! ¿Será una ilusión, un esfuerzo personal, o un logro que depende de todos?

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Por Cecilia Lopez Puerta

”La tarea de ablandar el la-drillo todos los días, la tarea de abrise paso en la masa pegajosa que se pro-clama mundo, con la satisfacción perruna de que todo esté en su si-tio,la misma mujer al lado, los mismos zapatos, el mismo sabor de la misma pasta dentífrica, la misma tristeza de las ca-sas de enfrente”

(Extracto de “Introducción al Manual de instruccio-nes”, de Julio Cortázar)

No sé qué tan mala sea la Coca-Cola, por ahí dicen que la usan los mecánicos

para aflojar tornillos así que seguramente al organismo de uno le resulte algo malísimo… como sea, lo cierto es que a la hora de vender Coca-Cola los publicistas se las han arre-glado para promocionarla vin-culándola con cualquier cosa que no tenga que ver con la alimentación. Desde la familia hasta la música, en fin… re-cursos del capitalismo y pun-

to. Hasta ahí no me llamaba la atención, pero el año pasado lanzaron una campaña que hizo que me hirviera la san-gre… “Tomá Coca-Cola, des-tapá felicidad”

¿Se puede vender la felicidad?

La tarea de Ablandar Ladrillos

Nos dijeron que sí. Nos dijeron que en el mundo actual tene-mos que ser felices, desespe-radamente felices. Tenemos que tener un trabajo exitoso, una familia linda y armoniosa, una actitud desenfadada, un cuerpo cuidado y joven, estilo

¿Por qué tenemos que tener buena onda todo el tiempo? ¿Qué es lo malo de estar tristes? Nos vendieron que mejor es evadir porque también nos

vendieron las maneras de hacerlo.

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en cada par de zapatillas que elegimos y además la sonrisa el 100% del tiempo dibuja-da en la cara porque si no le arruinamos el día a otro y eso no es de buen compañero… Venimos comprando con o sin conciencia de ello, cantidad de recetas para la felicidad. No es tan raro que salgamos desesperados a tratar de ser felices con todas las fuerzas en un mundo en el que, según la OMS para el 2020 la depre-sión va a ser la segunda cau-sa de muerte y discapacidad, después de las cardiopatías. Para el psiquiatra y psicoana-lista Luis Hornstein, el hombre actual sufre por no querer su-frir. Lo que quiere es aneste-sia en la vida. Acusa al mun-

do que lo rodea del dolor que sufre. Lo moral y la felicidad, antes enfrentadas, se fusio-nan y pareciera que es inmo-ral no ser feliz. Por cualquier medio hay que “tener onda”, ser divertidos. Lo que sumer-ge en la vergüenza a los que sufren. Neil Postman analiza esta so-ciedad que llama “del espec-táculo” en el libro “Divertirse hasta morir”, para él Georges Orwel, creador del clásico libro “1984”, planteaba el ejemplo de una opresión externa que sobrevenía sobre los hombres y las mujeres, dejándolos a la vista de la telepantalla desde la que el Gran Hermano vigi-la. En cambio Adouls Huxley,

pensó “Un Mundo Feliz” toda-vía más perversamente, en ese mundo no hacía falta que nadie desde afuera oprimie-ra a las personas. La propia realización de sus fantasías los llevaría a negarse a sí mis-mos, a su propia autonomía. El soma, la droga que quitaba los problemas a los habitantes del Mundo Feliz de Huxley, lo hacía causando placer.

Entonces ¿Se puede comprar la felicidad? Ahora no tene-mos soma, pero en cambio tenemos millones de mane-ras de evadir sentirnos tris-tes, y no solamente tristes… Luis Hornstein habla también del “aburrimiento” como una manifestación del sufrimien-to. Estamos bien solamente cuando hacemos algo, inclu-so cuando eso que hacemos sea simplemente “descansar”. No podemos permitirnos no hacer nada. Por eso necesi-tamos entretenernos y diver-tirnos como sea… no sólo la televisión, el Candy Crush o el comprar estupideces, nos anotarnos en veinticinco mil cursos, o nos entregarnos al bricollage con devoción hasta que nos duelan las manos de recortar pedacitos de tela. Ne-cesitamos divertirnos porque si no nos aburrimos, y si nos aburrimos entonces sufrimos porque pensamos en las pér-didas que tuvimos, los familia-res que no están, los trabajos que no nos entusiasman, la juventud que no tenemos. Y nadie quiere pensar en eso.Nos vendieron que mejor es evadir porque también nos vendieron las maneras de ha-cerlo.

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Quizá sea ese el problema del espectáculo. De nuestra sociedad de espectáculo, de esta necesidad desopilante de divertirnos, de entretener-nos, de distraernos. Y es que la línea que divide lo genuino de lo aparatoso es muy delga-da y se nos desdibuja todo el tiempo. La depresión, en este contexto, es paradigmática en tanto se profundiza esa falta de sentido que se respira y que intuimos hasta los más despistados. En el libro “Las depresiones” Hornstein habla del reduccionismo con el que se ha tratado (y se trata) la de-presión, como si no fuera más que “algo químico”, dice que es como suponer que el talen-to o la criminalidad son exclu-sivamente químicos “soy inte-ligente, pero no es más que algo químico’. ‘Me conmueven las sonatas de Mozart, pero no es mas que algo químico’. Todo en una persona es me-ramente algo químico, si se quiere pensar en esos térmi-nos. El sol brilla, lo cual tam-bién es meramente químico, así como es algo químico que las rocas sean duras o que el mar sea salado.”

En una cultura en la que los lazos sociales se debilitan, no nos muestran como éxi-tos más que a los individua-les, las tradiciones se nos presentan como retrógradas y hablar de valores sin usar ironía es hasta reaccionario; parece difícil imaginarse un escenario en el que no aca-bemos todos pidiendo a gritos un poco de soma. ¿Y después qué? ¿Cada quien tomará su

psicofármaco y el último que apague la luz? No es raro que el soma tuviera efectos sola-mente cuando los habitantes dormían…

Frente a este mundo que nos quiere dormidos invoco a Cor-tázar y propongo la tarea de ablandar el ladrillo. No se tra-ta más que remar contraco-rriente. Porque el quid sigue siendo la libertad. Dejar atrás la comodidad de la somno-lencia y entrar en al mundo bien despiertos. Nada de la-gañas. Permitirnos la tristeza y el sufrimiento, permitirnos ser libres para estar alegres o no estarlo. Permitirnos reir y llorar, sufrir cuando algo que no queremos ocurre y recon-ciliarnos con cada instante de vida. Hace falta que salgamos a la calle y veamos a los de-más como verdaderos “otros” tan importantes, tan valiosos como nosotros mismos. Hace falta rebelarse contra la locura del consumo y empezar a dis-frutar de las cosas más sen-cillas… una canción que nos llega al alma, la sonrisa de un desconocido, el gusto del pan. Hace falta incluso estar algu-na vez de mal humor, caer y recaer, aprender.

Como a Cortázar, en “Hay que ser realmente idiota para…” reconocernos verdaderos idiotas porque al final cual-quier cosa nos puede bastar para alegrarnos la vida. Él, casi como un niño, descubría cómo le nacía el entusiasmo de un pato que nada por los lagos del Bois de Boulogne… Decía que la idiotez debía ser eso: poder entusiasmarse

todo el tiempo por cualquier cosa que a uno le guste, una especie de presencia y reco-mienzo constante.

Claro que no es fácil ser una idiota en un mundo que nos pide justo lo contrario, no es fácil ser un idiota aplaudiendo o llorando, bajando la guardia y empezando a confiar. O sim-plemente no haciendo nada y estando en paz con eso. Uno podrá decir ¡Claro, total a él le salía fácil pero hoy en día el mundo es más complejo! Yo digo que no, digo que es ir encontrándole la vuelta a algunas cosas y lo bueno de la literatura en general (y de Julio Cortázar en particular) es que nos dejó algunas ins-trucciones.

“…Negarse a que el acto deli-cado de girar el picaporte, ese acto por el cual todo podría transformarse, se cumpla con la fría eficacia de un reflejo co-tidiano…

…Cuando abra la puerta y me asome a la escalera, sabré que abajo empieza la calle; no el molde ya aceptado, no las casas ya sabidas, no el hotel de enfrente; la calle, la viva floresta donde cada ins-tante puede arrojarse sobre mí como una magnolia, donde las caras van a nacer cuando las mire, cuando avance un poco más, cuando con los co-dos y las pestañas y las uñas me rompa minuciosamente contra la pasta del ladrillo de cristal, y juegue mi vida mien-tras avanzo paso a paso para ir a comprar el diario a la es-quina…”.

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Por Francisco Andres Flores

“Mira los aburridos / con los pies deprimidos”

(Calle 13, “Cumbia de los aburridos”)

La actual cultura que nos envuelve, confunde, muy amenudo, el sentimiento de alegría o de felicidad con algunas de sus posibles manifestaciones, como por ejemplo el baile, o la risa, o la fiesta. Confunde también a éstas con la diversión, que no siempre es expresión de alegría. Y a la diversión la identifica, casi sin alternati-va, con el exceso.

La frase que encabeza el artículo no es muy académi-ca, pero es clara al respec-to: el que no baila no solo es aburrido, sino que pade-ce también una especie de depresión que se manifiesta en sus miembros inferiores. ¿Una nueva enfermedad para la medicina, quizás? ¿O tal vez una metáfora de poco vuelo? El resto de la letra no abunda en metáfo-ras, y es bastante directa so-bre lo que el autor considera divertido. No esperen que recomiende la lectura de un libro, o el aprendizaje de al-gún instrumento, o la prácti-

ca de algún deporte. El gru-po Calle 13, que se esfuerza en autopresentarse como rebelde dentro de la cultura de masas, no hace más que replicar el mensaje hege-mónico: el que no entra en el ritmo de los excesos y la desfachatez es aburrido, por lo tanto incapaz de alcanzar la diversión, que es lo que lleva a la felicidad prometida (obsérvese que la lógica del consumo plantea el camino en sentido inverso). En tér-minos musicales podemos decir que vivimos una espe-cie de absolutización del rit-mo: llevado a su más simple expresión, se impone fuerte y estridente sobre toda ex-presividad sonora, incluso sobre la voz humana, y no deja espacio más que para el baile (o, mejor dicho, para cierto tipo de baile). Así los productos de la indus-tria cultural marcan el ritmo de un consumo hipnótico e irreflexivo: uno entra en ese ritmo o pasa a engrosar el ejército de los aburridos e infelices. El totalitarismo del ritmo se impone: “el que no hace palmas…” dice otra fa-mosa cumbia, cuya letra no voy a completar.

Elogio de los aburridos

En este punto de la charla es donde aparece el discur-so culturalmente correcto y relativista, la perdigonada progre y tolerante. Vamos, vengan todos y suelten los galgos, ya sé lo que me van a decir: “Eso porque a vos no te gusta bailar, o no te gus-ta la cumbia”, “pensás que tu forma de ver la cultura es mejor que la de otros, debe-rías respetar a los demás”, “si no te gusta no escuchés”, “es lo que más vende, o sea que le gusta a la mayoría, lo tenés que aceptar”… Las conozco de memoria: son sentencias de los libros sa-grados de la mediocridad cultural imperante.

Una persona medianamente razonable fácilmente se con-funde con ellas; y no es de extrañarse, tienen algo de verdad, salvo por un detalle: el problema no es que haya gente que le guste ese tipo de cultura; el problema es la absolutización de esa cultu-ra. Soy conciente de que hay gente que disfruta someter-se durante horas a esas ca-lamidades que llaman cum-bia o reggaeton, y no pienso prohibirselos; pero yo prefie-ro un buen libro o una bue-

“Mira los aburridos / con los pies deprimidos” (Calle 13, “Cumbia de los aburridos”)

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na charla: ¿soy aburrido por eso? Peor aún: ¿soy intole-rante por decir que prefiero un libro o una buena charla a lo que, a mi entender, es una calamidad cultural? Sin embargo esa calamidad nos abraza y nos sofoca, nos asalta desde las radios, los ringtones, los autos a todo volumen…. sin posibilidad de elección. Pero tengo otro punto que objetar a mis in-terlocutores tolerantes: eso que ellos creen que es la li-bre elección del espectador, o las estadísticas abrumado-ras de lo que se supone que prefiere la gente, no es más que otro de los mecanismos del mercado para imponer sus productos o, mejor di-cho, para imponer su visión de la sociedad; todo lo que piensan que es una expresi-vidad válida de una cultura o de un sector social, lleva el sello de la sociedad de consumo que lo empaqueta y lo vende para autoperpe-tuarse. Pero no tienen por qué creerme; aunque Guy Debord lo dijo mucho mejor: “El espectáculo se muestra a la vez como la sociedad misma, como una parte de la sociedad y como instru-mento de unificación” (La sociedad del espectáculo, 1,3). Para Debord “Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una in-mensa acumulación de espectáculos” (Íd. 1,1); el espectáculo, lejos de ser

un conjunto de imágenes y sonidos, es “una visión del mundo que se ha objetiva-do” (Íd. 1,5):

“El espectáculo, compren-dido en su totalidad, es a la vez el resultado y el proyec-to del modo de producción existente. No es un suple-mento al mundo real, su decoración añadida. Es el corazón del irrealismo de la sociedad real. Bajo to-das sus formas particulares, información o propagan-da, publicidad o consumo directo de diversiones, el espectáculo constituye el modelo presente de la vida socialmente dominante. Es la afirmación omnipresente de la elección ya hecha en la producción y su consumo corolario. Forma y contenido del espectáculo son de modo idéntico la justificación total de las condiciones y de los fines del sistema existente. El espectáculo es también la presencia permanente de esta justificación, como ocupación de la parte prin-cipal del tiempo vivido fuera de la producción moderna.” (La sociedad del espectácu-lo 1, 6).

Pero retomemos el ritmo: la metáfora del absolutismo del ritmo en la música po-dría extenderse a muchos elementos de la cultura ac-tual, en los cuales ciertas células de sentido básicas y repetitivas imponen una estructura homogénea y he-

gemónica de la cual es difi-cil escaparse, tanto para el espectador como para los artistas que quieren producir cosas originales. Estamos en una etapa en la cual la repetición es más valorada que la modulación o el des-vío, la reversión en cumbia más que la creatividad en el estilo que sea, la copia más que el original… Como dijera Feuerbach: “sin duda nuestro tiempo... prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser…” (Prefacio a la segun-da edición de “La esencia del cristianismo”). Conti-núa en el mismo fragmento: para nuestro mundo “lo que es ‘sagrado’ … no es sino la ilusión, pero lo que es pro-fano es la verdad.” Esa sa-cralización de lo ilusorio es la base de esta cultura que se adora a sí misma y se autocontempla. Un ejemplo claro de esto es la llamada “onda retro” o “vintage”: no es una revalorización del pa-sado, o una reflexión cultural y sociológica sobre el paso del tiempo. La moda “retro” no es más que la sociedad de consumo que se contem-pla a sí misma y se sueña eterna. Podríamos decir que de alguna manera se engen-dra a sí misma; pero cada ciclo vital es más breve, y no hace más que mostrar su caducidad inevitable. La cultura que se autocontem-pla se sacraliza, sacraliza su mundo, y condena como

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profano todo lo que no baila a su ritmo, lo que no viste a su moda, lo que no festeja a su manera, lo que no opina según su canon, lo que no comulga con su liturgia. En esta sacralización sacrílega, los aburridos somos los he-rejes del ritmo; y los que no visten a la moda (o quienes cuyo cuerpo no encaja con la moda) son los cismáticos de la estética, pobre gente autoexcluida y condenada al fracaso sexual, laboral y social.

El escape al abismo del abu-rrimiento es la diversión. No siempre es expresión de alegría, pero la sociedad de consumo vende diversiones como si fueran el camino a la felicidad, invirtiendo los tér-minos del camino lógico. Es una operación de marketing, pero también es una forma de control social y una estra-tegia para colonizar mercan-tilmente el tiempo libre: los que ya han sido incorpora-dos al mercado en su tiempo laboral como trabajadores, son incorporados luego en su tiempo libre como con-sumidores. La diversión, en los términos actuales, tiene poco de alegria y mucho de catarsis, de sublimación de frustraciones y sentimientos negativos, y por eso tal vez la tendencia que se observa a los excesos. Parece más una válvula de escape de la presión del sistema que el camino a la felicidad prome-tido por el mismo. Tampoco

es, en general, la expresión de una alegría sincera y ge-nuina. Hay una especie de “horror vacui” mental, una es-pecie de mentalidad implan-tada que hace que, cuando nuestra mente liberada se predispone al pensamiento, el microchip posmoderno grite “¡me aburro!”, e inme-diatamente entren en juego todas las posibilidades de diversión. Las diversiones de la sociedad actual se pre-ocupan particularmente de quitarnos “ese” aburrimien-to: no el de la cola del ban-co (donde no se puede usar celulares), ni el de la parada del colectivo, sino “ese” que puede ser punto de partida de la intelectualidad huma-na, no sea que el ser huma-no piense y se despierte del sueño triste de la sociedad de consumo. “El espectácu-lo es el guardián de ese sue-ño” (íd. 1,21).

La sociedad de consumo toca su cumbia, y todos, más o menos pataduras, baila-mos a su ritmo. Es una es-pecie de “danza macabra”: el muerto lleva el compás, y todos lo seguimos sabien-do de la caducidad e ilusión del baile, pero prefiriendo el baile a la realidad misma. Estas danzas se hacían en la baja Edad Media para re-cordar la inevitabilidad de la muerte, y con la sombra de la Peste Negra sobre Euro-pa. Aunque ahora no hay tal peste, igualmente el sistema

sabe de sus crisis periódi-cas, de sus debacles que arrastran familias, ciudades y países, y nos convence de lo importante de festejar y disfrutar mientras se pueda. Esta fiesta, sin embargo, no es para todos, y el sistema también se encarga de re-cordárnoslo: mejor estar en el baile que solo mirar de afuera… Aquí es donde par-te de la sociedad se vuelve cómplice de las injusticias, y pudiendo aprender a com-partir, pudiendo mirar la rea-lidad de las cosas, prefiere voltear la cabeza hacia otro lado e ignorar a los exclui-dos. La sociedad que se di-vierte para aturdirse es una sociedad estúpida, conde-nada a ser manipulada; pero la sociedad que se divierte ignorando a los que sufren o, peor aún, a costa de los que sufren, es una sociedad injusta, y está condenada a desintegrarse.

Mientras sigue la cumbia macabra de la sociedad de consumo, celebro a los abu-rridos que ignoran su ritmo, a los que se alegran com-partiendo y no con la estri-dencia egoísta del desen-freno, a los que se divierten no para aturdirse sino para despertarse… a los herejes del sistema que, al menos por un rato, se sumergen en el aburrimiento de apagar la tele y el celu y se olvidan de su placer y conveniencias para pensar en el prójimo.

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Por Cecilia López Puertas

No cuento más que fronterashacia cualquier dirección. Mi estrella fue de tercera,

no mi sol.

Mi cuerpo reta mil leyes para cambiar de lugar. Mi sueño, rey entre reyes, echa a andar.

(Fronteras, Silvio Rodríguez)

ómo existir si uno no sabe dónde está? ¿Si tiene que asumir a la vez una cul-tura de pescadores tailandeses y otra de grandes burgueses parisinos? ¿De hijos de inmigrantes y de miembros de una gran nación conservadora? se preguntaba Paloma, la niña de “La elegancia del erizo” apenas conocer a Théo, un niñito tailandés adoptado por un matrimonio de franceses luego de que su familia muriera a causa del tsunami. ¿Y yo? ¿Cuál es mi proble-ma cultural? ¿De qué manera estoy yo dividida entre distintas creencias incompatibles? pensaba a través de Paloma, Muriel Barbery, la escritora de ese libro. Me quedo entonces dán-dole vueltas al asunto. Es que… ¿No somos todos, de una manera u otra, extranjeros? Según la División de Población de NU hay más personas que nunca vivien-do en el extranjero. En el año 2013 se calculan unos 232 millones de perso-nas. Un número que ha crecido com-

parado con los 175 millones que se calculaban en el año 2000 y 154 en 1990. Es decir que en la actualidad un 3.2 % de la población mundial vive en un país diferente del que nació (http://esa.un.org/unmigration/wall-chart2013.htm). En nuestro país, según los datos oficiales del último Censo 2010, se encuentran viviendo un total de 1,8 millones de extranjeros, esto es algo más que el 4.5 % de los habitantes del país. Para darnos una idea, sería como llenar 23 estadios Monumenta-les. Entonces, vivo en el país en el que nací pero hay miles de personas que no. Se han desplazado, solos, con sus familias. Eso limita sus posibilida-des de participación, y no solamente porque su residencia sea o no “regu-lar”, la práctica ha enseñado que tie-nen accesos restringidos a derechos aun cuando formalmente se les otor-guen. Y el asunto es que a la hora de pensar una sociedad, la participación política y social aparecen como ele-mentos claves en lo que podríamos llamar, el engranaje de la inclusión. Precisamente, se habla de excluidos sociales en tanto no tienen voz en ese campo político y social, ni posibilidad de actuar y mucho menos de influir en las decisiones. Es casi imposible ser inmigrante y no ser excluido. Y eso se agrava si pensamos la inmigración en el contexto mundial, donde para algu-nos países del norte aparece como mala palabra, en el que cada vez que

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