ROBERTO LUZCANDO DIPSÓMANOSRELATOS SOBRE...

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ROBERTO LUZCANDO

RELATOS SOBREDIPSÓMANOSORATES Y OTRA GENTERARA

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RARA

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EDICIONESINSTITUTO NACIONAL DE CULTURAColección Multiple No. 17*Derechos ReservadosApartado 662, Panamá 1, R . de P .

eEDICIONES INAC

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ROBERTO LUZCANDO

RELATOS SOBRE DIPSOMANOS

ORATES Y OTRA GENTE

RARA

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EL RIO CASIMIRO

Casimiro lo llamaban aunque en realidad no eraun río, sino un torrente humano de palabras que pare-cían fluir de una fuente demoníaca . Pero el río Casi-miro no creía en el Diablo y mucho menos en Dios,sobre el que lanzaba diatribas que harían espeluznarseal propio Satanás, "porque había mucha injusticia enel mundo", decía. Y a pesar de que un buen samarita-no lo había bautizado así, porque nadie sabía su nom-bre ni de donde venía, no había en el pueblo unenemigo mayor del agua que el mismo río Casimiro,que nunca se bañaba, salvo sus tripas que siempreestaban bien irrigadas de aguardiente, no importán-dole que fuera alcohol etílico de la única botica demala muerte que existía, o whisky regalado, sin dejar

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a un lado el vino de palma y hasta bayrum . Una vez almes los vecinos organizaban un soap-shower, términosque habían aprendido de los gringos mariguanerosque visitaban el pueblo los fines de semana para co-gerse las hermosas cholitas y, amarrado, lo bañaban yperfumaban con lociones de tres reales y lo vestíancon ropas de dril, compradas a los buhoneros delpuerto, ante la furia del río Casimiro, que por esta vezolvidaba su asombrosa habilidad para echar cuentosjamás oídos y soltaba una cascada de la más soezterminología que pudiera escucharse en el orbe ente-ro. El río Casimiro pronto se recuperaba de su iraantiacuática y se iba apaciguando como hacía todo eltiempo, para disimular, cuando se daba cuenta de quesus pataleos y maledicencias eran infructuosos : co-menzaba a relatar, por centésima vez pero con renova-da gracia, cómo se burló de aquel gringo - los odia-ba por haberse cogido el Canal, decía- ganándoletodos los dólares que traía y la botella de Johnnynegro que tenía en el Ford V-8, con un juego demanos que nunca le fallaba, consistente en adivinarbajo qué mano se hallaba un escarbadientes que pres-tidigitaba de un lado a otro hasta hacerlo desaparecer,sin que los ingenuos apostadores tuvieran la menoroportunidad de saber dónde había quedado . El ríoCasimiro aborrecía ciertamente a los gringos, pero lostrataba y les sacaba todo lo que podía . Era "en pagopor lo del Canal", afirmaba . El río Casimiro tenía másárboles que un río verdadero, porque así quedaba lagente a su alrededor cuando empezaba a contar susincreíbles, maravillosas, únicas historias, y permane-cían a su lado como esclavos por raíces. Nadie ignora-ba - o era lo que todos creían - que el río Casimi-ro estaba loco, pero nunca habían leído un libro niconocido a otra persona que dijera más verdades, contanta franqueza, en un lenguaje tan extrañamente ex-celso como sencillo, que nadie dejaba de entender y

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que los avasallaba como una varita mágica blandidapor un Nostradamus o un Trismegistus, de tal modoque hasta el olor a muerto que el río Casimiro despe-día se esfumaba con el aroma de sus palabras. Peroesa verborrea encantadora no constituía todas las lu-ces del río Casimiro . Si alguien necesitaba al médico yno lo hallaba, el río Casimiro se encargaba y lo hume-decía hasta los tuétanos de información sobre lo queestaba haciéndole, porque indistintamente suturabaun machetazo, mitigaba un dolor de barriga, o drena-ba un forúnculo y hasta un ántrax. Cuando fungía deimprovisado galeno, entonces sí se lavaba brazos ymanos con sorprendente cuidado . Al terminar, sus ho-norarios eran una botella de cualquier cosa que juma-ra. Nadie - era otro de sus misterios además de esode dormir con un ojo abierto - lo había visto nuncacomiendo ni tomando agua y la gente simplemente seimaginaba que debía hacerlo. Su edad no podía vis-lumbrarse siquiera, oculta bajo una espesa pelambreque le cubría casi todo el rostro . Hablaba y se veíacomo un viejo, pero sus energías eran las de un vena-do . Una tarde, antes de que anocheciera, lo vieroncorriendo tras un gato, persecución que duró hasta lamañana siguiente; cuando la gente se levantó todavíalo perseguía por los techos, sin hacer el ruido que secreyera, porque era tan sigiloso como el mismo gato,con sus pies desnudos que tenían la planta más negraque la noche, con una cochambre que ni un herreropodría arrancar . Por fin atrapó al felino y se lo llevóal chino del restaurante, como solía ; y éste le dio unabotella de marca indeterminada a cambio del animal,que, bien guisado, era muy bien pagado por los grin-gos finsemaneros que se peleaban el plato y quedabanchupándose los dedos y gritándole "more, more", alsonriente oriental .

El río Casimiro era un personaje del pueblo ytodos hablaban de él . Las autoridades, los políticos,

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estaban celosos y buscaban una coyuntura para ence-rrarlo -- no podían hacerlo por gusto porque la gen-te lo estimaba pero en los seis meses que tenía deandar por allí, de nada se le podía acusar salvo dejumarse consuetudinariamente, sin buscar camorra niperturbar el orden en modo alguno . Sólo hablaba,inspirado quizás por el aguardiente, de cosas y lugaresque únicamente él conocía, pasmando con su memo-ria, imaginación y coordinación aún a los letrados,que, por una u otra razón, visitaban el pueblo y quepor curiosidad se acercaban a las ruedas de árboleshumanos que se formaban alrededor del río Casimiro,transplantándolos a las mismas puertas de la fantasía .

Pero aquel 7 de noviembre, poco antes de la me-dianoche, el policía de ronda encontró una cuadrotétrico en el callejón que estaba al lado de la cantinadel italiano Ricci. El río Casimiro se hallaba sentado,a la urbana árabe, sobre su chaqueta doblada a modode almohadón, frente al cuerpo inerte del hijo deltendero, un muchachote de malas costumbres, sádico,atropellador de los débiles y de los pobres, que lagente soportaba por el dinero y las influencias delpadre ; yacía bocabajo y presentaba una enorme heri-da sobre el pulmón izquierdo que todavía manabasangre . Tenía el rostro hacia un lado hacia la en-trada del callejón -- mostrando los ojos desmesura-damente abiertos, como si un miedo indescriptibleaún no acabara de borrársele y lo sintiera a pesar deestar muerto . El río Casimiro permanecía en silencioasiendo el arma homicida, un puñal con empuñadurade oro (todos sabían que era del mozalbete), de unasocho pulgadas de largo, totalmente ensangrentado .Era curioso que el río Casimiro asía el arma por lahoja y daba leves golpes con el mango sobre la espaldadel muerto y parecía no haberse dado cuenta de lapresencia del agente ; éste se quedó contemplando la

lo

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escena algunos segundos, entre sorprendido y pasma-do, pero reaccionó de pronto diciendo :

Ajo, ahora sí metiste la pata ; el Personero tetiene ley y hace tiempo buscaba el chance para joder-te. Nadie te salvará de la cárcel, si no es que el tende-ro te pega un tiro apenas sepa esta vaina ; qué bruto,matarle el único hijo al hombre más poderoso delpueblo .

El río Casimiro no contesto . Sus palabras fluvialesse habían esfumado como en una sequía de variosmeses ; tal era su mutismo . Hondo como el cauce deun río gigante que de súbito se quedara sin caudal . Lorodeaba un silencio reseco que raspaba los oídos . Elpolicía se le quedó viendo como esperando que lerespondiera algo, pero comprendió que nada diría ylo tomó por el brazo, levantándolo - a lo que acce-dió dócilmente-- lo esposó y llevó a la cárcel, entre-gándosele al mofletudo sargento Fernández, aquel pusi-lánime con cara de cerdo que estaba de turno, y regre-só a su ronda. El sargento despertó por teléfono alPersonero, que pegó un brinco cuando supo la noticiay contestó que estaría en 10 minutos . Llegó antes deeso, con una sonrisa maquiavélica en la boca, en losojos, en las manos, en los codos, en todo su cuerpoescuálido regocijado por lo que venía, y halando unasilla le dijo que se sentara al río Casimiro, que estabaparado frente al pupitre del sargento, esposado conlas manos atrás, mirando a través del espeso humo deltabaco barato que acababa de encender el cincuentónfuncionario, con una mirada tan penetrante que pare-cía traspasar las paredes .

El Personero le espetó :- Bien, río Casimiro o como te llames, ahora

cuéntame (no dejaba la sonrisa maquiavélica) cómo ypor qué asesinaste a Nacho, esa criatura que a nadie lehacía daño . Sé que fue para robarle y seguir chupan-

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do, alcoholito del coño . Esto te va a salir caro y denada te servirá tu labia ni nada te librará de la cárcelpor el resto de tu asquerosa vida, si es que el padre dela víctima no te elimina primero ; ya sabía yo quealgún día caerías en manos de la justicia, hipócritahediondo. Fuiste lo suficientemente estúpido para de-jarte atrapar en el lugar del crimen con el arma en lamano y por eso quiero que confieses rápido para irmea dormir, que va a ser la una de la mañana . Deborendir este informe temprano (un largo bostezo ibadesfigurando su voz y su rostro a medida que habla-ba) porque a estas alturas ya le deben haber avisado aDon Genaro de esta vaina, si es que está en el pueblo .Debes dar gracias al infierno, te repito, si no se vieneahora mismo para acá y te llena de plomo . Yo en esono puedo meterme, porque es capaz de tirarme tam-bién. Bueno malandrín, habla rápido .

El sargento se acomodó con dificultad en la viejasilla, que era escasa para sus adiposas nalgas, y sequedó esperando que el río Casimiro empezara a de-clarar .

Este quebró su mutismo y dijo :--- Nosotros, los muertos, somos la mayoría y ob-

tendremos, tarde o temprano, el poder en el mundo .Estamos haciendo la Revolución y somos millones demillones de millones. Somos el verdadero pueblo . SOMOS LA MAYORÍA

- gritó .El Personero dio otro brinco y tiró el tabaco . La

rabia se le salía por los ojos como candela y, golpean-do con el puño el escritorio, aulló :

-- ¡Qué carajo te pasa, loco de mierda!

¡QuéRevolución de los muertos ni qué ocho cuartos!¡Confiesa ahora mismo o te vuelo la tapa de los se-sos!

Y pasando del dicho al hecho, le arrebató el revól-

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ver al sargento y colocándose detrás del río Casimiro,le recostó el cañón a la parte occipital del cráneo .

-- ¡Confiesa! - repitió .El río Casimiro, sin inmutarse, habló por segunda

vez :- Beware of the Ídus of march . Beware .Ustedes los vivos no podrán contra nosotros los

muertos. La Revolución avanza . Nuestra ReformaAgraria será única y efectiva, de una vez por todas .Les daremos seis pies de tierra a cada uno y serásuficiente. SOMOS LA MAYORÍA - volvió a gritar .

El Personero sintió que una corriente dé fuego lesubía o le bajaba por la médula espinal - no lo sabía- y cerrando los ojos, crispado el rostro, tenso todoel cuerpo, apretó el gatillo .

Nada ocurrió.El Personero miró al sargento ; éste le ofrecía una

sonrisa rara que nada beneficiaba su cara de cerdo . ElPersonero arrojó el arma contra la pared al mismotiempo que el sargento corría hacia el pupitre y saca-ba del cajón del centro seis balas calibre 38, que se lequedaron en la palma de la mano mientras el persone-ro lo miraba sin verlo, ciego de ira .- ¡Gordo retrasado -- le espetó - ésta me la

pagas, te botaré como un perro, hablaré con el Gober-nador si es preciso! ¿Qué clase de policía eres, conun revólver descargado al cinto?- ¡Señor Personero! - interpeló el sargento .

¡Cállate, gordo sanababich ; debes regresar a losárboles donde vivía tu madre y te dejó caer al suelocomo una pelota de carne inmunda!- ¡Señor Personero - volvió a interpelar el sar-

gento- fíjese, el reo, el río Casimiro no está . . . .!

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-- ¡Qué dices!

¡Maldita sea, imbécil!La puerta estaba abierta de par en par . Ninguno se

había preocupado de cerrarla . Los dos hombres co-rrieron hacia el exterior, pero sólo alcanzaron a ver lassombras de las nubes que movía la luna llena . Sólo elrastro del viento que llevaba las cartas verdes de lashojas, de la penumbra a la penumbra .

Del río Casimiro no se supo más . Pero el Persone-ro escuchaba por las noches murmullos lejanos y recor-daba aquello de la Revolución de los muertos, sufuturo dominio del mundo y, sobre todo, su ReformaAgraria, y ya no pudo volver a dormirse sin un re-vólver, esta vez cargado, bajo la almohada, porque "atodos los muertos había que matarlos", pensaba ensueños y soñaba que estaba loco y, estando loco, so-ñaba a su vez cine estaba cuerdo .

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EL CASTÍGO

El forastero entró en el salón, cuyas mesas esta-ban forradas de fórmica que imitaba el mármol y nodejó de sorprenderse . Las sillas, pequeñas y bien di-señadas, estaban tapizadas de un hermoso gris subidosalpicado de blanco ; en general el sitio presentaba unaspecto muy atractivo . No era temprano ni tarde y elhombre que estaba detrás de la barra, al verlo sentar-se, llamó en voz alta :

-Jesucristo ven, que llegó un cliente .El forastero abrió los ojos y el cantinero, antes de

que sus pupilas perdieran aquella expresión de asom-bro, le aclaró :

- No crea que soy hereje, amigo, yo creo en Dios ;

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no hago burlas, sólo llamo con su verdadero nombreal hijo de la india Mercedes, que así le puso . Por allídecían que estaba loca, porque andaba recogiendo co-lillas de cigarrillo por todo el pueblo sólo para llenarselos bolsillos, ya que ni siquiera fumaba, y porque lepuso así al hijo, que lo único que pudiera tener deJesucristo son esos ojos violetas, sí, violetas le repito,que nunca he visto en un blanco y mucho menos enun cobrizo. La india Mercedes tuvo que ir un díadonde el médico, a curarse una cortada que se hizocon una piedra mientras lavaba en el río y aunque éseno era de los especialistas de la cabeza, dijo que sufríade esnicofrenia, esfinozeria parásita o algo así, porque se pasó hablando dizque con los santos y mirandoal cielo, mientras le cosía el talón abierto de par enpar, por donde le salió tanta sangre que el doctor,después de inyectarla contra el tétanos, le quiso poneruna pinta, pero de dónde iba a sacarla en este pueblodonde a nadie le importa con nadie y menos conaquella pobre chola que se murió de hambre y delocura. .. ah, perdone - le dijo de súbito al forasteromientras secaba el último vaso- lo he entretenidocon la vaina de la india ; usted me disculpa y me dicequé le sirvo .

En eso apareció el cholito, tenía en verdad losojos más raros del mundo, pero todo él, excepto lamirada, era indio puro . El padre tendría que ser unperfecto caucásico del fondo de Europa, se pensaría,porque ni los gringos tienen ojos así .

El cholito se paró de espaldas al visitante; comoque le daba pena mirar a la gente con esos ojos, sien-do indio. El cantinero sirvió el trago de whisky que elforastero quería y como éste pidió un paquete decigarrillos cuya marca no había en la cantina, el hom-bre detrás de la barra mandó al cholito a buscarlo .

El forastero le dijo de inmediato :

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- Continúe el relato, por favor, que me ha inte-resado .

El cantinero sonrió .

- Corno le iba diciendo - prosiguió -- la indiale puso así al muchachito, que nadie sabía de dóndele había salido, aunque se parecían mucho para que selo hubiera robado, pero nadie le había visto nuncacon un hombre, aunque no era fea ; por al contrario,tenía la cara graciosa y un cuerpo muy oonito todocubierto de vellitos como una alfombra persa de esasque tengo allí, y además era muy limpiecita . Por esode no andar con hombres muchos hasta creyeron queera maricona, pero tampoco la vieron nunca con otrasmujeres en poses sospechosas . El cura luchó como unendemoniado contra su idea de bautizar así al cholito,pero ella se las arregló para convencerlo quién sabecon qué artimañas, aunque lo que se le oía decirleconstantemente era que si ella por ser india no teníaderecho a que su único hijo se llamara así, que sabíaque nadie en el mundo se llamaba así, pero que acep-taba la responsabilidad y si el hijo le salía malo, iríapersonalmente donde el Obispo para que le cambiarael nombre y lo excomulgara . Lo que todos en el pue-blo creen es que la india le dio algo al cura, que nodejaba de ser goloso como lo son algunos, aunque noes lo que pueda pensarse por lo que ya le dije y por-que la fama de su virginidad era tan sólida que ni aúndespués de haber parido creían que la había perdidonormalmente y decía las viejas bochinchosas que se-guramente se había sentado sin darse cuenta en algúnretrete impregnado y así había quedado encinta . Us-ted sabe cómo es la gente de mal hablada y perversa,y porque no podían satisfacer su curiosidad por saberquién era el padre de la criatura, imaginaban vainas detoda clase y esa fue la comidilla del pueblo . Yo pormi parte llamo como se llama el cholito, porque ya

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todos nos acostumbramos a que ése es su verdaderonombre y qué íbamos a hacer si hasta en la fe debautismo está escrito, y además cuando algunas deesas viejas que se las dan de religiosas para meterse enla vida de todo el mundo y que visitan la Íglesia todoslos días para vigilar al cura y decir después que es y esy que se coge a ésta y a la otra, trataban de rectificarel nombre del cholito poniéndole apodos, Mercedesles brincaba a pegarles, si las agarraba con las manosen la masa, con lo que tuviera más cerca, no impor-tándole que la atrevida estuviera chocha, coja, ni na-da. A palos aprendieron a respetarla y no se volvierona meter con ella ni con el cholito . Hasta cuentan porallí que después que la india Mercedes se murió joven,de hambre y de locura, como le dije, se le apareció aDon Ñan, el viejo ése prestamista y truñuño que no ledaba ni agua gratis a su caballo, porque a cambio de lahierba seca y del agua con gusanos que le ponía, cuan-do no lo hacía trabajar de sol a sol como un burro,ofendiendo su dignidad de caballo, lo encerraba en uncorral donde apenas cabía de cuerpo entero, "comopenitencia para que pagara su comida", decía el des-graciado. Como le iba contando, una noche iba DonÑan para su casa por el oscuro camino que lleva allá,porque está todo rodeado de mangos muy altos ysembrados uno al lado del otro, que pareciera que deun solo tronco salen todas las ramas de la gran arbole-da que cubre esos tres kilómetros y que no deja filtrarni un rayito de luz . Al viejo no le daba miedo porquetodavía tiene buena vista y carga siempre una automá-tica con la que es muy diestro . Aquel sábado regresa-ba después de haber insultado a la señora Damaris,que no tuvo ese día ni para dar de comer a sus treshijos que no pasaban de los siete años, mucho menospara pagarle ocho reales del interés a Don Ñan, peroel viejo cabrón venía en parte satisfecho porque goza,le digo, con sus perversidades, cuando de pronto le

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salió al paso la india Mercedes, que tenía dos mesesde muerta; él mismo le había prestado la plata para elentierro al cholito, al diez por ciento semanal, por loque el pobre aún trabaja casi para pagar intereses ypoco es lo que le queda para el estómago . Entonces laindia Mercedes, toda brillante y más bonita que nun-ca, sonriendo, lo dejó más frío que un sapo y másblanco que una vela de párroco expósito, pero reac-cionó cuando se dio cuenta que Mercedes no venía enplan amenazante, sino que le pedía plata prestada ex-tendiéndole la mano, a lo que -- dijo el viejo - él lerespondió : "Mercedes, ni muerta dejas de ser loca,cómo se te ocurre que le voy a prestar plata a unmuerto y menos a tí, que comías de a leche" . Enton-ces Mercedes se fue apagando como un cocuyo concorto circuito y Don Ñan, después de secarse el sudorque le corría como un invierno humano, se fue parasu casa, pero no sin dejar de ver para atrás muchasveces, nos dijo él mismo después .

El cholito de los ojos color violeta entró en esemomento con los cigarrillos y se los entregó al foras-tero . Le dio medio dólar por el mandado y aquelsonrió mostrando unos dientes muy blancos y parejoscomo teclas de piano . Medio dólar significaba un díade trabajo y se lo había ganado en unos minutos .

Luego el cantinero dijo :Vete a buscar las facturas de la Cervecería al

correo, que ya deben haber llegado ; yo atiendo alcaballero .

El cholito se fue medio alegre por el medio dólary medio triste porque pensó que quizás el forasteroquisiera otro mandado y él no estaría allí cerca . Loque no sospechó fue que el hombre detrás de la barra

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lo había enviado lejos porque quería permanecer solocon el visitante, porque cuando éste le pagó el tragoanterior y el cuarto de whisky que había pedido luegoy que ya tenía servido, con hielo y agua, en un vasofino que decía "made in Venetia", le había pagadocon un billete de a veinte dólares y pudo ver, desoslayo, que tenía un buen fajo igual, por lo que a lomejor le daría una buena propina si el cholito de losojos violeta no estaba y así le quedaría todo para élsólo, porque estaba seguro --- y no se equivocaba -que aquél le había caído en gracia al forastero .

- Y esta cantina tan elegante, bar mejor dicho-corrigió el visitante que no había dejado de obser-

var el buen gusto que mostraba el lugar- ¿de quiénes, en un pueblo así, o es que viene mucha gente de laciudad, buenos clientes que siempre paran aquí?

- Esta cantina es de nadie - respondió el hom-bre detrás de la barra - y no se asombre tampoco ;en este pueblo hay muchas vainas extrañas . Le digoasí porque es verdad . Yo administro ésto las 24 horas,ayudado por cholito. A media noche saco cuentas,hago los ajustes que tengo que hacer y pongo las ga-nancias del día en una caja fuerte que hay atrás y meacuesto a dormir . No tengo miedo a los ladrones por-que, como ve, esto queda bien cerrado - y señala lasventanas y puertas corredizas de acero cromado- de modo que nadie puede entrar, pero nadie, eldueño le digo, entra y se lleva la plata y además medeja un recibo firmado con una letra que no se entien-de, por la cantidad exacta que ha tomado . Me pagapuntualmente todas las quincenas, dejándome el suel-do al lado del recibo diario . ¿Cómo pasa esta vaina?No lo sé ni me interesa ; conseguí el trabajo pocos díasdespués de la muerte de la india Mercedes, cuando leíun letrero pegado afuera la misma tarde que la partidade construcción que venía todas las madrugadas desde

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la capital a trabajar, dio por terminado el edificio . Alo mejor -porque seré ignorante pero no tonto- hicieron un padasizo, un pasadizo secreto, que séyo, por donde se cuela de noche el pendejo ese queno se deja ver, a lo mejor es patituerto, o algo así,diría, cogiendo el asunto por lo cómico . Como le ibacontando, vi él letrero y me fui donde Heriberto, elcarnicero, donde decía que tenía que dirigirme, y des-pués que hablé con él y le dí mis datos, como a lasemana éste fue a mi casa y me entregó las llaves, un

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pareció, en medio del susto bellaco, que un hombreci-llo parecido a él mismo -- gordito y narizón - losaludaba desde una de las diminutas proas .

Al fin pudo hablar y, temblando como una ramaasediada por la escarcha más severa, masculló :

-- Esto es cosa del Maligno .El forastero, que estaba en la mesa cercana a la

barra, a unos dos metros del hombre, le respondiócon voz de otro mundo :

- Soy el dueño de La Niña -- así se llamaba elbar - y el padre de ya tú sabes quién .

El cantinero sintió que las piernas le flaqueaban,que se orinaba del susto y que estaba tan tenso que nitemblar podía, aunque le hubiera gustado para sabersi era una pesadilla, y temblar cada vez más fuertehasta romper los cercados del sueño y retornar a lavigilia .

-- Me has estado robando -- indicó el forastero- y eso no es todo . No cumpliste mis indicacionesescritas respecto a mi hijo, aunque no sabías quién eraél, pero mis órdenes eran claras . Te he dejado jugarporque así debía ser, para que acumularas culpas has-ta llegar donde yo quería . Ahora se cumplirá mi vo-luntad. Me cobraré lo que me han hecho tú y DonÑan. A él ya lo arreglé .

Entonces los habitantes del pueblo oyeron el gritomás horrendo y estentóreo que pudiera salir de gar-ganta humana y cuando corrieron al bar, mientras yaanochecía, vieron como éste se iba disipando sin rui-dos entre un humo blanco, luego azul, entonces viole-ta, como los ojos del cholito que miraba el espejismocon los mismos ojos de su padre desconocido, queestaba parado dentro del humo violeta que quedabade la destrucción silenciosa, viendo a la gente con susojos lilas como el atardecer y como la Verdad, y de

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pronto desapareció el miraje y la india Mercedes salióde entre las camisas asustadas de los pueblerinos api-ñados y dijo con palabras suprahumanas que todosescucharon: "Jesucristo, ven", y el cholito la tomó dela mano y se fueron lentamente y a su paso lanzabanmendrugos a las palomas crepusculares y les dabanmonedas de a real a los niños vivos y galletas de som-bra a los niños muertos, que empezaron a salir de lanoche hambrienta . . . .

El hombre despertó sobre la barra, abrió los es-pantados ojos y como no vio a nadie, se santiguó ylloró como si le hubieran lanzado gases lacrimógenos .Luego se levantó y apartó una de las viejas sillas car-comidas por el comején que le estorbaba el paso haciael pequeño depósito en el fondo de la cantina, a don-de se dirigió para abrir un catre de lona sucia y man-chada por el sudor . Mientras se desvestía, se alegróinteriormente de que todos los personajes con quehabía tratado y de los que había hablado, en especialel forastero, fueran nadie, en realidad, porque nadieestaba frente a él cuando abrió los párpados y regresóde aquel sueño devastador . Entonces pensó que, si nolos conocía, todos esos nadies tendrían que ser partede él mismo, gente que llevaba adentro, espíritus pro-tervos que lo habitaban y lo quería aniquilar .

Otro susto letal lo invadió debajo de la sábanadonde estaba acurrucado, cubierto de pies a cabeza,temblando tanto que ya no temblaba, porque las vi-braciones de su cuerpo se habían vuelto a estabilizaren una sola e inmóvil onda de terror. "Yo era la indiaMercedes", pensó. "Y como el cholito era hijo de ellay ella soy yo, vengo a ser padre y madre de mí mis-mo", concluyó, con lógica nerviosa y torpe. Se acor-dó de algo que le habían contado sobre un tal Edipo,que también pasó por la odisea de ser padre y herma-no de sus hijos. De pronto se acordó - lo había

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olvidado hacía muchísimo tiempo -- de su madreverdadera, que se murió de hambre y soledad cróni-cas, en un lugar que nunca supo y desde donde leenviaron anónimamente la esquela de defunción . Qui-so cerrar su mente, no pensar, apretando su rostro enun gesto arrugado de fuga y desconsuelo, pero fue envano, estaba encerrado irrefragablemente en la re-donda celda de su cráneo .

Entonces sintió que le tocaban el hombro desde elotro lado de la sábana, que en su divagación pavore-cida le pareció suficiente para separarse de ese otromundo subreal. Se desarropó bruscamente y se en-contró con el cholito de los ojos violetas que habíavuelto a hacer el mandado del forastero y, sonriente,le mostraba en las manos, otras vez, aquel paquete decigarrillos que ya había sido entregado . Ya no pudomás, aulló como un perro loco y le tiró la sábanaencima al intruso, le empujó contra la pared y al rebo-tar el bulto y caer, se dividió y transformó en dosángeles albinos, borrachos, desnudos y viricambias, delabios pintados y falo negro, que le pegaron por loque había hecho y luego empezaron a violarlo per-secula secularum, porque ya no pudo despertarse másde aquel sueño estacionado .

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LA FALLA

Gunther Braunfels miró su reloj de pulso, perotuvo que hacerlo de nuevo porque debían ser las seisde la tarde y señalaba las cuatro . Sin embargo, habíavuelto a mirar el reloj, no porque creyese que estuvie-ra parado -era de marca inmejorable- sino porquelo había mirado una hora antes, más o menos, cuandosus demás compañeros de oficina se había retirado yestaba seguro que entonces marcaba unos minutosdespués de la cinco . Tampoco dudaba que no lo habíatocado para darle cuerda, ni lo había golpeado acci-dentalmente, ni nada que justificase el atraso quemostraba . "Ningún reloj retrocede así - pensó- porque una cosa es retroceder y otra atrasarse" .La idea dio vuelta en su mente pero, como no halló

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explicación lógica y consideró que el asunto no teníamayor importancia, se encogió de hombros, en gestoresignado, y continuó trabajando sobre su hoja decontabilidad. Estaba atrasado y por eso se había que-dado. En un par de horas habría terminado y se iríatranquilo, ya que no le agradaba que la infinidad denúmeros que manejaba diariamente, se le acumularananacrónicamente y lo confundieran, ocasionándoleuna de esas temibles jaquecas que de vez en cuando loatacaban y contra las que no había medicamento quese las atenuara . Además, era hombre organizado, co-mo todo alemán, quizás por ese espíritu militar queposeen como una reliquia ancestral y que disciplina susactos con la geométrica simetría de los alvéolos deuna colmena .

Terminó su labor y, satisfecho, se arregló el nu-do de la corbata y ya se disponía a marcharse cuandomiró de nuevo su reloj ; marcaba las dos de la tarde,aunque debían ser alrededor de las ocho . Esta vezBraunfels se desconcertó realmente . Se rascó la cabe-za y se quedó viendo el reloj . Primero su mente estabacomo en "tábula rasa", por la repetida sorpresa, perorecuperó su lucidez y notó entonces que el segunderogiraba en sentido contrario . Entonces se dirigió al cro-nómetro de la máquina de asistencia del personal yvio que indicaba las ocho y treintaidos. Por vez primerase quitó el reloj y al tratar de sacar la corona paracolocar las manecillas en la hora correcta, se dio cuen-ta de que era imposible hacerlo ; trató varias vecespero la corona permanecía inamovible . Suspiró, se pu-so el saco y calculó que, si se apuraba, llegaría a tiem-po donde Gorrichátegui, el gallego orfebre y relojeroque le había diseñado y fabricado el costoso pulso deoro que llevaba, y que acostumbraba quedarse en sutaller después de la hora normal de cierre . Abordó suauto, se apuró un poco más de lo permitido por la leyy llegó a destino sin contratiempos, lográndose esta-

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cionar exactamente frente al establecimiento, porquecasi todos los empleados habían abandonado ya esesector comercial de la ciudad . Entró rápidamente porla media hoja de puerta que todavía estaba abierta ysaludó al hombre viejo y arrugado que ya lo mirabadetrás del mostrador y que se arrugó aún más cuandosonrió para dar la bienvenida a su cliente, extendién-dole una mano enorme pegada a un brazo simiesco, loque resultaba contradictorio para su oficio, en cuyaejecución lograba verdaderas filigranas de miniarteáureo .

Braunfels, es un español sin acentos, le dijo :- Cómo va todo Gorri - así lo llamaba siempre

porque su amistad era de años - te traigo el reloj noporque se haya parado, sino porque le ha dado porretroceder; es decir, que no avanza y marca las horashacia atrás. Además, está atascado ; no puedo hacergirar las manecillas .

El viejo arrugó aún más el ceño y respondió :- Estarás bromeando, porque eso es imposible .

Los engranajes de ningún reloj retroceden, a menosque hayan sido hechos con ese propósito y eso seríaabsurdo; nadie pediría un mecanismo así, a menosque sea con un fin muy especial . Y te agrego que simarchó hacia adelante una vez, no puede empezar aretroceder ahora .

- Bueno, no es broma -replicó Braunfels- lascosas son como te he dicho ; ábrelo y te ruego que melo tengas listo temprano, porque sabes que me es im-prescindible . Llámame mañana apenas esté ; lo vendréa buscar enseguida .

Estrecharon manos nuevamente y Braunfels se re-tiró pensativo, mientras el viejo se le quedaba miran-do cuando se alejaba, con el reloj en la mano izquier-da todavía, moviéndola de arriba hacia abajo, lenta-

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mente ; sonreía otra vez, pensando en las curiosas pa-labras de su cliente .

El carro de Braunfels se deslizó pausadamente porla extensa alameda que llevaba directamente al edifi-cio donde residía, frente al mar. Ya los astros domina-ban de nuevo el firmamento, en esa eterna batalla enla que siempre pierden y siempre vuelven a ganar . Labrisa blanda y salobre desordenó los leonados cabellosdel alemán, cuando cerraba el auto, y todavía lo al-canzaba cuando subía corriendo las escaleras. A los40 años, mantenía aún una atlética agilidad, porqueno había dejado de practicar gimnasia, consciente deladiposo futuro que le esperaba como oficinista, de nohacerlo .

Braunfels salió del baño en toalla y entró al dor-mitorio -había alquilado el apartamiento amoblado- y se estaba poniendo el pantalón de la pijama,cuando el corazón le dio un vuelco; su reloj de pulsoestaba colocado donde siempre lo hacía cuando sedespojaba de él, encima de la mesita de noche, al ladodel libro de turno que estuviera leyendo . Fue rápida-mente hacia él y tomándolo, en actitud puramentemecánica, atónito, vio que indicaba la una. Había pa-sado alrededor de una hora, desde que salió de laoficina, fue donde el relojero y regresó a su casa . Eranrealmente las 9 :00 p.m. pero a Braunfels lo que me-nos le importaba en ese momento era la hora. Estabaseguro de haber llevado el reloj a componer, peroinstintivamente marcó el número de la joyería y tuvosuerte, porque el gallego no se había ido todavía y lerespondió la llamada con su inconfundible voz, queparecía la de un niño con faringitis aguda ; así le habíaquedado desde la guerra civil española, allá por losaños 36 al 39, cuando permaneció cuatro días en unatrinchera, revuelto entre una tos contenida, espasmó-dica para que no lo oyera el enemigo, y sus propias

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defecaciones. La metralla era incesante y estimabamucho la vida para asomar la cabeza .

Braunfels le espetó :Maldita sea, Gorri, creo que es culpa, nueva-

mente, de ese coñac que siempre me das cuando pasopor allí, pero no escarmiento . Parece que lo hubierandestilado en los mismo toneles del infierno, porque seme sube enseguida y hasta me produce amnesia últi-mamente. La otra vez ocurrió lo mismo, pero fue unolvido sin importancia . Ahora te llamo porque no meacuerdo si te llevé o no mi reloj, o si se me olvidódejártelo cuando me fui, porque aunque estoy casiseguro de habértelo llevado, lo tengo aquí conmigo .Es el maldito coñac - insitió .

- Amigo -- respondió el joyero - has estadotomando demasiado, es cierto, pero te garantizo queno ha sido mi coñac de Burdeos, porque no has pasa-do por aquí desde la semana pasada, cuando te entre-gué mis libros atrasados, de modo que estuvieran lis-tos para fin de mes y no fuese a tener problemas conel auditor del Gobierno. Despabílate, hombre, - ledijo alegremente - y trata de recordar en qué taber-na te metiste . La borrachera fue seria, por Dios . . . .

Braunfels permaneció en silencio por un buen lap-so, hasta cuando el "hola, hola" del relojero desde elotro lado de la línea, lo volvió a tierra desde su confu-sa rebulosa. El alemán, perplejo, musitó :

- Ah, Gorri, sí, estoy aquí, excúsame . Te juroque sino estuve contigo, no he estado tampoco enningún otro sitio que recuerde . Lo serio no es la bo-rrachera, sino esta amnesia que me berra todo. Estaclase de goma es nueva para mí, y no me gusta . Enverdad, no pudiera afirmar ni siquiera que tomé unostragos, a pesar de que tengo una botella de "Legni-sac", a medio beber, encima de la mesa de trabajo ;

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desde aquí la estoy viendo, pero te vuelvo a jurar queNO ME ACUERDO .

El gallego hizo una pausa y dijo :-- Braunfels, entonces has estado trabajando más

de la cuenta. Tienen que ser tus nervios . Tú fuisteestudiante de medicina y sabes mejor que yo las malaspasadas que suelen hacerle a uno : ¿No recuerdas elcaso que me contaste, de aquella adolescente que seprodujo, por sugestión, una flictena - después meexplicaste lo que significaba 'el término, una ampolla-- cuando el hipnotista le sugirió que iba a tocarlacon un hierro candente, aunque lo hizo con un frío?Contigo he aprendido mucho, mi amigo y ahora nohago más que repetirte tus propias enseñanzas . Sabesque soy un viejo ignorante, pero a mis muchos añostodavía no ha cerrado mi mente a las cosas nuevas deeste mundo sorprendente. Por eso te recomiendo quetomes un somnífero enseguida, si lo tienes a mano,para que duermas temprano y largo .

El alemán le dio las gracias y cerró . Pero una terri-ble y obsesiva idea fue germinándole . Miró de nuevosu reloj de pulso y ya señalaba las 12 :30 (¿del día ode la noche? ) en su girar retrospectivo . Entonces selevantó y fue a mirar el reloj de pared que estaba en lasala y marcaba las 10 :30 p.m. Se acomodó en el mu-llido sofá de terciopelo rojo y se negó a pensar en elasunto como aparecía, optando por buscar lo que po-dría ser la raíz del problema . Había decidido aguardarque su reloj de pulso retrocediera hasta coincidir, e-xactamente, con el reloj grande que, a su vez, avan-zaba con normalidad . Era hombre de números y sepuso a deducir. En una hora pensó - su reloj depulso indicaría, retroactivamente, las 11 :30 p .m. máso menos; entonces el reloj de la sala señalaría, avan-zando, esa misma hora, coincidiendo ambos relojes .Consideró que ese momento coincidental sería decisi-

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ve, no sabía por qué, pero lo intuía . Observando eltiempo que estipulaban, ahora los dos relojes, calculóque el instante cero devendría, sin equívocos, a lasonce horas, veintiocho minutos y treintiséis segundos,a partir de esta última vez que miraba ambos relojes .Permaneció sentado esperando y, en lugar de contarlos agresivos segundos que en un reloj avanzaban y enotro retrocedían, se le ocurrió ponerse a calcular lacantidad de latidos que contraerían su pulso, hastaque llegara el instante cero . Así ensayaría sus mate-máticas y se entretendría . Lo primero que hizo fuecontar sus pulsaciones por minutos para obtener elnúmero básico. Luego no hizo nada, porque se dur-mió profundamente sin darse cuenta .

El sol se deslizaba por los intersticios de las venta-nas cerradas cuando el frenético timbre del teléfonodespertó a Braunfels, al principio en una duermeve-la - el sueño era pesado - luego totalmente . Abriólos grises ojos y maquinalmente, levantó el aparato .

Era el joyero para decirle que podía pasar a bus-car su reloj antes de irse para la oficina .

El alemán sonrió, porque no se acordó de nada .El instante cero había llegado mientras dormía .Cuando se fue a afeitar observó que había enveje-

cido algo, pero era normal - creyó .Había ocurrido una falla en el tiempo, que se ha-

bía atrasado y adelantado simultáneamente . Por esoBraunfels llegó tranquilo a su oficina olvidándose has-ta de su propia amnesia .

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TRES

,había un niño que tenía el corazón más grandeque el mar, era un niño de aspecto muy sencillo, hastapequeño para su edad, de sonrisa amable, como unamariposa blanca que de pronto se posara sobre surostro, le gustaba jugar con las hormigas, las ayudabacuando transportaban hojas y derramaba, de vez encuando, pequeñas cantidades de azúcar en los hormi-gueros, que traía desde su casa, usando como diminu-to cartucho la corola de alguna flor segada por lalluvia, en realidad todos los insectos eran sus amigos,cualquiera con buena vista hubiera podido fijarse có-mo se levantaban en las patitas traseras y saludaban alniño agitando las delanteras, él comprendía y la blan-ca mariposa de su sonrisa se unía en el viento a lasotras mariposas de verdad, que revoloteaban alre-

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dedor de su cabeza como en un ballet de ternura, elniño amaba los árboles florecidos y la lluvia y pensabacómo se sentiría si pudiera tocar el atardecer por unmomento, cuando el sol era como una redonda cajetade golosinas de colores, vertidas sobre el cielo, que elcésped húmedo de llovizna reflejaba, y los azulejospechiamarillos, en aquella soledad protectora de lafloresta, que sólo el niño conocía y recorría con piecandoroso, se posaban en sus hombros con dulce con-fianza de pájaros amigos y les daba de comer pedaci-tos de pan que traía también desde su casa, construi-da a orillas del río, bajo la sombra de los palos demango, era un niño pobre, no tenía ni siquiera cuta-rras, ni papá que se las hiciera, y como tampoco teníaedad escolar, sin embargo, desde que pudo caminarpor la espesura donde no parecía haber peligros paraél, hizo contacto con la Naturaleza y ya había recibi-do muchas clases de las flores-maestras, que le habíanenseñado a contar desprendiéndose voluntaria y pau-sadamente de sus pétalos, uno por uno, y de los pája-ros, profesores de música, que le enseñaron a silbarcomo si fuera uno de ellos, la luz le había dado leccio-nes de geometría natural, al colarse entre los extrañossombreros de la arboleda y dibujar innumerables for-mas sobre el verde tablero de la hierba, eran figurasque no podrían aparecer en ningún libro del mundo,pero que el niño se había aprendido de memoria, en-tonces una tarde que estaba recogiendo ciruelas seencontró con Silbo, un perro con más apariencia deratón que de can, chiquito, lampiño, de patas y rabodelgadísimos, de color gris para rematar, pero fueamistad a primera vista, el niño que tenía el corazónmás grande que el mar, que nunca había visto, y Sil-bo, el perro-ratón o ratón-perro, quién pudiera saber,aunque así lo bautizó, Silbo, un nombre demasiadobonito, quizás, pero que tenía una buena razón, por-que el niño que silbaba como los pájaros hizo que el

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minúsculo animal le obedeciera desde el principio, co-mo por encanto, cuando musicalizaba el aire utilizan-do sólo el delicado fuelle de sus pulmones y la flautacurva de su dentadura, pero cuando el niño silbaba,cada día lo hacia mejor, no solamente venía Silbo,llegaban también los azulejos y los pechiamarillos yotros pájaros cuyos nombres no conocía, las maripo-sas y hasta las hormigas y los escarabajos, si permane-cía suficiente tiempo en el mismo sitio, y la mismatarde del bautizo, en vez de hacerlo con agua comohabía visto hacer al cura lejano en la iglesia, lo hizocon polvo de polen, se llevó al feliz ratón-perro a casa,la mamá los vio llegar, sabía que su niño era bueno yque por eso tenía el corazón más grande que el mar,con olas y todo, pero Silbo cuando la vio con aqueltrajesón, era joven pero muy gorda, se limitó a gemirlastimosamente y a permanecer pegado a los tobillosde su dueño, dónde lo hallaste, indagó ella, bajo losárboles, cerca del atardecer, respondió el niño que notenía cutarras ni padre, ni nombre siquiera, porquecuando su padre se fue, su mamá así como era degorda se puso de flaca y perdió la razón por un tiem-po, el niño estaba recién nacido y olvidó ponerlenombre y como nunca se acordaba del nombre queno tenía, lo llamaba Oye o Psst, pero el tiempo trans-currió y ella volvió a engordar, porque la soledad en-gorda, aunque sea de misma soledad, vivían ella y elniño de lavar pirámides de ropa en el río contiguo a lachoza, y el niño se acostumbró a no llamarse pedritoni juanito, los nombres no tienen importancia, comolos hijos de las otras lavanderas, Pssst era como siem-pre lo llamaban los pocos que lo conocían, era lo másfácil de recordar, Silbo, exclamó el niño ya dentro dela casa de pencas, el perro-ratón hizo girar la colaformando un remolinito invisible en el aire y lo mirócon ojos contentos, lengüiafuera, ladeando la cabeza,la madre los observó feliz también, ahora era tres denuevo .

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LA CAUSA

Al policía lo encontraron muerto bajo el miradormarino de La Bóvedas, con el rostro incrustado hastalas orejas en el arenal . Sus manos todavía apretabansendos puñados de arena húmeda, por lo que se pudopresumir que la vida le duró un poco después de caertendido, muriendo tras breve pero intensa agonía . Nohabía rastros de sangre en su ropa ni en las inmedia-ciones. Descubrió el cadáver un jovenzuelo que habíabajado esa mañana a la playa muy temprano, con elfin de recoger conchas para un trabajo escolar . Ya enla morgue, se comprobó que los bolsillos del uniformeno había sido registrados e incluso se halló algún dine-ro, por lo que se descartó el robo como móvil delcrimen, si la autopsia determinaba que la muerte no

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había sido natural. Se averiguó por teléfono que noportaba revólver porque estaba franco .

-- Quizás algún marido celoso - dijo el ÍnspectorCanora allí presente -, ahora están saliendo unascholitas muy simpáticas y civilizadas, que lo primeroque aprenden en la ciudad es a quemar sus maridos ytú sabes cómo les encantan los policías . . . uniforma-dos --dijo mirando a su ayudante con sorna .

Mientras tanto, adentro, el forense había empren-dido la primera parte de la autopsia médico-legal : elexamen externo del cadáver . Obervó el vigor o maras-mo del cuerpo, las anomalías de conformación, el co-lor de los tegumentos, las livideces, la acumulaciónsanguínea en los declives anatómicos (dorso, vientre),para precisar la posición real del sujeto a su muerte ylos cambios de lugar que pudieron haber ocurrido ;buscó otras equimosis o manchas en el cuerpo, dife-renciándolas de las seudoequimosis post-mortem, elgrado de putrefacción y si había señales de violencia :heridas, quemaduras, rozaduras . Pero no tuvo necesi-dad, por lo pronto, de proceder a la segunda etapa, laabertura de las cavidades esplácnicas, esa macabra -para muchos - exposición de las vísceras, peculiarde los autopsiados .

El Inspector Canora todavía hablaba sobre las in-terioranas -- era bastante charlatán - cuando elmédico se asomó a la puerta del salón de necropsias yle pidió que entrara. Su faz revelaba que había encon-trado algo especial .

-- ¿Qué hay, doctor --- inquirió mientras camina-ban con paso rápido hacia el fondo --, alguna buenapista tan pronto?

No le contestó porque ya había llegado a la mesadonde yacía el cuerpo, que estaba colocado en la mis-ma posición como fue encontrado, en decúbito pro-

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no, y por eso Canora se dio cuenta que el médico nohabía practicado la laparotomía acostumbrada . Suavizor ojo científico le había permitido descubrir unimportante indicio para que las investigaciones preli-minares se pudieran llevar a cabo con pie más seguroy sin pérdida de tiempo .

- Observe aquí -- dijo señalándole la región rec-tal donde no se apreciaba la herida hasta que el galenoforzó la oquedad anatómica con el mango de un bis-turí -, la bala penetró por parte blanda en línearecta u oblicua, produciendo quizás hemorragias in-ternas al ir destruyendo tejido noble o al seccionaralgún gran vaso . El daño interno orgánico total depen-de del calibre del arma . Ya sabíamos que no hay orifi-cio de salida. El homicida, a mi entender, no llegó agolpear al occiso, porque toda la epidermis, incluyen-do el cuero cabelludo, está libre de traumatismos. Nopresenta hematomas exteriores .

-- Entonces -- interrumpió Canora -- recibió eldisparo o los disparos estando acostado sobre el pe-cho .

- Exacto - confirmó el médico -- el homicidalo obligó a tenderse en decúbito abdominal y después,rápida y premeditadamente, le descerrajó un tiro, unosolo - aclaró - porque de lo contrario no hubieraproducido una herida seca . Esto, para mí, es obra deun perturbado .- En efecto, doctor -- respondió el Ínspector

- no le robaron nada y debe ser algo así el motivo .- Le aconsejo que consulte a la Oficina de Psi-

quiatría, donde lo orientarán mejor sobre la posiblenaturaleza psíquica del victimario, ante tales ejecuto-rias. Por mi parte, le tendré el informe completo delprotocolo de autopsia para mañana temprano, a laaltura de las 9 .

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El Ínspector Canora y su ayudante abandonaronel necrocomio y se acomodaron, el primero en elasiento trasero del automóvil que lo esperaba y elsegundo junto a otro subalterno que estaba al volantey a quien no le gustaba entrar en las morgues .

-- ¿Qué hubo de nuevo, jefe? - preguntó el quemanejaba .

-- La vaina parece obra de un loco ; le pegaron untiro en el recto y cuando un tipo busca esos lugarespara herir o matar, no anda bien de la cabeza . Vamosa la Oficina de Psiquiatría, a ver qué nos dicen .

El Despacho adonde se dirigían no estaba lejos yal llegar, Canora se bajó del auto antes de que éste sedetuviera por completo, diciéndole a sus muchachosque aguardaran . Era un individuo nervioso, pero bienpreparado para su labor, famoso en su sección por sucarácter tesonero .

Uno de los psiquiatras auxiliares del Forense Ma-yor lo antendió casi enseguida y después que el Íns-pector lo ilustró sobre el asunto, permaneció en silen-cio por algunos segundos. El doctor Robles Delind erael mejor de los jóvenes médicos de la Oficina de Psi-quiatría Forense, entrenado directamente por el titu-lar, doctor Eschkay-Ben, de origen árabe, quien goza-ba de un gran respeto entre los de su profesión, por susabiduría y alta calidad humana .

Luego le dijo :

Índudablemente que hay lo que podríamos lla-mar un factor psicosexual de tipo sadista en este cri-men, aunque el autor no tiene que ser, necesaria-mente, un demente . La experiencia determina que losmotivos pueden ser varios, estimado Ínspector, por locual hay que investigar incluso el comportamiento so-cial, en todas sus facetas, de la propia víctima, fuerade su condición de miembro de la policía, como ser

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humano con afectos y defectos . Puede ser este crimende índole pasional, ya sea hetero u homosexual, esdecir, respecto a relaciones amorosas que hubiera po-dido sostener con mujeres o con personas de su mis-mo sexo ; puede ser una venganza personal, de índolesexual o no por parte de la víctima, pero matizadacon perversiones de este tipo por parte del homicida,que son aspectos que debemos yuxtaponer al factorplenamente demencial, porque no debemos olvidar, yhago hincapié en esto, que el criminal no sea un locosino un neurótico, cuya agresividad compulsiva, deetiología claramente sexual, se remonte a su infancia,si aplicamos un poco de psicoanálisis ; compulsión cu-yo origen desafectivo debe tener alguna relación conel muerto . Pero sea como sea, Ínspector - en su caraveo que ha podido seguirme a pesar de los tecnicismos

existe otro punto de referencia y es buscar en losarchivos policíacos individuos en cuya ficha aparezcatendencia al sadismo, de cualquier tipo, aunque bienpudiera ocurrir que el sujeto no esté fichado, por mu-chas razones. Si no hay otros indicios ni tenemos elhombre a mano, lo único que nos podría ayudar, psi

quiátricamente hablando, en cuanto a un pre-diagnóstico aceptable, es el tiempo. Y esto en el sentido-

ojalá no ocurra -- de que el homicida actúe de nue-vo, si no lo atrapa usted antes, porque puede estartratando de realizar lo que para los legos pareceríauna "venganza", pero para nosotros los psiquiatras esuna "defensa" generalizada contra la policía, porquesi es un enfermo, bien pudiera tener alucinaciones enlas que oye voces y hasta puede ver sombras antropo-morfas con kepis y toletes que lo amenazan sexual-mente, y así, de una ilusoria persecución, de persegui-do, se transforma a la defensiva en perseguidor real eimplacable. Esto explica, parcialmente y sin mayoreselementos de juicio, ese factor de sadismo ano-genitalencontrado en la víctima, plasmado en ese acto anor-

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mal. Con todo, el futuro "modus operandi" del homi-cida, le repito, Ínspector, suceda o no suceda un nue-vo crimen de esta índole, será lo que nos dará ciertaclave para una pre-clasificación de su personalidad .Dependerá de lo que haga o deje de hacer, en otraspalabras, de si prosigue la secuencia sádica o si senci-llamente desaparece y no mata más . Entonces sabre-mos, más o menos, si es un paranoico, un vengadorperverso o quién sabe, porque a veces hay razonessorprendentes para matar .- ¿Y un drogadicto? - interrumpió Canora .- No lo creo - dijo el médico sonriendo - Los

drogadictos no llevan a la realidad fantasías sexualesde este tipo. Es muy difícil que lo hagan, por no decirimposible. Me refiero a los drogadictos mayores, usted sabe, heroína, cocaína, LSD . En cambio, algunosalcohólicos sí pueden hacerlo, al perder las inhibicio-nes y adquirir valor para realizar venganzas o anheloseróticos frustrados . Pero de todas maneras, Ínspector,la región escogida por el victimario determina otraperturbación psíquica de carácter primario, aguda ocrónica, coadyuvada por las perturbaciones autopro-ducidas al ingerirse alcohol .

El Ínspector Canora prefirió no preguntar más . Yase lo estaba enredando lo que había podido compren-der antes. Quizás si se lo diera por escrito pudierareleer hasta coger las ideas -pensó- Pero ya erasuficiente, le dio las gracias al médico con efusión,salió con paso apresurado, descendió los breves pelda-ños del edificio recién construido y se reunió con susdos ayudantes .

- La cosa se jode cada vez más - les dijo cuandoel auto ya estaba en marcha -. El psiquiatra diceahora que el asesino puede ser o no ser loco . Yomedio que entendí, pero ustedes no van a entender nihostia. Todos estamos jodidos : los psiquiatras, noso-

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tros, el loco que no es loco y el loco que es loco,porque para mí de todos modos tiene flojos un par detornillos el que hace una vaina así . Analicemos elasunto para que vean. En primer lugar, yo pienso queexistió premeditación y alevosía, porque el occiso vi-vía en las inmediaciones del lugar del crimen . Para míque lo aguaitaron, mejor dicho, que lo aguaitó, por-que nadie me quita que fue uno solo el asesino . Me lodice mi sexto sentido .

- ¿Y lo habrán matado en el mismo sitio dondelo encontraron? - inquirió el detective Íbarra, queiba sentado a la derecha del conductor, exactamentefrente al Ínspector Canora .

Parece que sí . El criminal lo llevó hasta allí apunta de pistola, diría yo . Las altas horas de la nochese prestaban para eso . Además, creo que sabía tam-bién la hora en que el cabo Gutiérrez salía del cuartel,lo acechó, se le acercó por la espalda, lo intimidó, nosabemos si le dio la cara en algún momento, lo hizobajar a la playa, lo obligó a tenderse bocabajo, ledisparó en salva sea la parte y no le robó . . . . suena"crazy" - se le salió a Canora en inglés, porque seacordó inconscientemente de esa palabra, preferida dela jamaicana Jessica, que vendía sabrosas frituras en elzaguán contiguo a su casa en calle 16 oeste . Era buenagente la vieja y gorda antillana, a veces hasta le fiaba,porque la creciente inflación tampoco lo perdonabacon su familia de 9 bocas y en no pocas ocasiones sequedaba corto de chichigua y lo salvaba Jessica con eldesayuno. "Mamito -le decía en su jerigonza, cono-ciéndole en los ojos que estaba limpio - tú comefucking tortilla now, tú paga mí another day, goddamn, tú my good friend . . . ."

-- Sí, a lo mejor lo mató por gusto - dijo eldetective que conducía sacando a Canora de sus re-cuerdos- ¿Se acuerdan del caso aquel del estudiante

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de matemáticas de la Universidad que se subió a laazotea del edificio El Conquistador y le disparaba atodos los que pasaban con una escopeta 22? Los lo-cos no necesitan motivos .

-- Depende -arguyó Canora- porque los psi-quiatras dicen que sí los tienen, salvo que existen sólopara ellos . Si el que mató al cabo Gutiérrez es un locode verdad, se imaginó que era su enemigo y por eso loeliminó. Pero también pudo ser una venganza perso-nal por algo que la víctima le hizo, a él o a algúnfamiliar muy cercano, me dio a entender el psiquiatra,relacionado con el sexo ; quién sabe si Gutiérrez anda-ba con la hermana o aún con la madre del asesino,porque no sabemos su edad, o hasta con él mismo,porque tampoco sabemos si es un varón o un inverti-do. Como sea, se sintió ofendido o perseguido hasta elcrimen. Pero les insisto en que el tipo está bien averia-do de arriba, para pegarle un tiro allí .

El sedán se detuvo frente a la puerta de calle de laSección de Homicidios, que permanecía abierta las 24horas. Los tres hombres penetraron en silencio, entresaludos también silenciosos, por el largo corredor,hasta llegar al despacho . Adentro estaba sentadoEvans, el asistente principal del Ínspector Canora, quedecía ser más alto y bonito que Cassius Clay, y másbocón. Por eso en la Sección lo apodaban, en su cara,"Boca'e puta" .- Estaba tratando de localizarlo por radio ahora

mismo, chief, porque acaban de llamarlo desde unode los patrullas de la Sección de Robos, y cáigase paraatrás, es sobre nuestro último caso . Dijeron que untipo los detuvo en media calle, a ellos, los de Robos,por casualidad, y se les entregó como asesino del caboGutiérrez . Se los confesó verbalmente y vienen con élpara acá, para que lo ponga por escrito . Y hay más,amárrese los pantalones, chief. Es un Licenciado, no

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en Derecho, sino en Bioquímica . Sin ficha policíacade ninguna clase, ni siquiera una infracción de tránsi-to, ya lo verifiqué . Se llama José Antonio GómezBonet. Estudió en París . Soltero . 27 años . Blanco, deojos azules . Unos 6 pies. Usa barbita, al estilo deAbraham Lincoln, sin bigote, dicen los muchachos .Muy bien parecido y no le ven nada de loco ni demaricón. No le notan ninguna caída . Mire, chief, aquíse lo tengo todo apuntadito - dijo señalándole unalibreta -. Parece normal en todo .

-- Ah, ya veo que estudiaron psiquiatría - dijoel Ínspector con su sorna característica-- . Cuando tellamé no pedí diagnósticos, so salvaje - recalcó .

Luego quitó a Evans de su escritorio y se sentó enla vieja pero cómoda silla burocrática, con un suspiroprofundo . Buena era la sorpresa, porque la faena deldía había sido dura, investigando el caso en vano, conamigos y vecinos del occiso . Vivía solo y sus familia-res estaban en el interior . Era una posibilidad remotaque supieran algo, por tanto, aunque los irían a inte-rrogar de todos modos. Ya no iba a ser necesario,parecía. Además, habían terminado las investigacio-nes finales sobre otro caso reciente, el de un chinoque aparentemente se había suicidado de un tiro en elcielo de la boca. Comprobaron que no hubo manocriminal, porque el nefasto hecho se debió a que elcamión de la basura había despanzurrado a una her-mosa gata de Angora, de ojos extremadamente verdesy raro, delicioso pelo amarillo, con la que el chinovivía en la trastienda de su bodega y a la que adorabacomo si fuera una mujer . Varios testigos confirmaronque al oír el chirrido de las ruedas, salir y ver alanimal con las entrañas afuera, se regresó rápida-mente, se metió en el fondo de la bodega y casi deinmediato se escuchó la detonación . "Estas vainas só-

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lo pasan en Panamá", había comentado el detectiveÍbarra .

En eso se abrió por segunda vez la puerta deldespacho . Eran los detectives de la Sección de Robos,que hicieron entrar por delante al confeso .

Canora lo miró durante algunos segundos, movióligeramente la cabeza de un lado a otro y preguntó :- ¿Dónde se les entregó?- E4 la 69, frente al Teatro Regius - respondió

uno .- Buen barrio - comentó Evans .En efecto, el individuo tenía clase . Ropa cara .

Excelente calzado . Preparación académica. Sólo de-sentonaba el nudo de la corbata, demasiado flojo aexprofeso, y la expresión extraña de su rostro. No eraabatimiento . Era como una manifestación estoica an-te lo que le vendría, pero imbuido de cierta actitudheroica inexplicable en ese momento . Como la de unsoldado que ha cumplido con una durísima misión .

Le indicaron que sentara .- ¿Usted mató al cabo Gutiérrez? - preguntó

Canora .- Sí- asintió el hombre secamente .- ¿Por qué lo hizo?No se oyó respuesta .Al Inspector Canora tampoco le pareció un tipo

criminal . Por eso olvidó la pregunta anterior y dijo :¿Ha recibido alguna vez tratamiento psiquiátri-

co?- No - fue la respuesta tajante .Canora comprendió que la reluctancia del hombre

contra el interrogatorio se debía a la aglomeración de

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ojos sobre él . Tenían que pesarle terriblemente los 14ojos que lo miraban magnéticamente . Con el infamemagnetismo de una estúpida curiosidad . Con una se-ñal del Ínspector Canora se esfumaron 12 pupilas trasel golpe de la puerta y sólo quedaron las 2 suyas, queprocuraron no mirar con demasiado porfía al sentadosilencioso .

El Inspector Canora se recostó a un vértice delpupitre de metal gris-acero, quedándose con una pier-na a medio levantar y cruzando los brazos .

- ¿Es cierto que estudió bioquímica en Francia?- Sí, - volvió a monosilabizar el hombre, ya con

mayor confianza .- Entonces ¿ por qué un hombre tan preparado,

de gran mundo, mata a un pobre cabo de policía enforma tan alevosa y humillante . ..? Los psiquiatrasque consulté me dijeron que esa manera de matar espatológica y usted debe comprender mejor que yo esetérmino. ¿Es adicto a las drogas o, por lo menos, alalcohol?

- No -- respondió Gómez Bonet totalmente dis-puesto - esto tiene su historia y comienza hace mu-cho tiempo .

Se notaba en sus palabras la soltura prevista por elÍnspector Canora. El hombre se soltó aún más el nudode la corbata .

Continuó :- Tendría yo unos 10 años y mis padres me per-

mitieron, por primera vez, ir solo al cine, al que esta-ba bastante cerca de casa . Mis padres no eran malos,al contrario, se querían mucho, eso se veía, y nosquerían mucho también, a mí y a mis hermanos, tresen total. Quizás ambos mostraban una cierta preferen-cia por mí porque era el mejor físicamente . Además

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el único blanco era yo, tan blanco como mi madre,una hermosa catalana - de allí mi segundo apellido,Bonet - que vino a Panamá invitada por unos pa-rientes ricos residentes aquí desde la segunda guerramundial, haciéndose dueños de florecientes mueble-rías; a ella le gustaba el deporte - era buena tenista-- y conoció a mi padre en una recepción cuandoregresaba triunfante con 5 medallas de oro en los VIIÍJuegos Latinoamericanos . Alto, fuerte, bronceado, mimadre desde que lo vio se enamoró de él . y viceversa,me contaron ellos después. Como le iba diciendo,aquella vez fui solo al cine por primera vez ; recuerdoque fui al Odeón - ahora recuerdo bien el nombre- a pocas cuadras de casa . Me costó convencerlos,pero lo logré. Además, ese cine quedaba -ya lo echa-ron abajo - casi frente a la Íglesia de Nuestra Señorade Íngres, donde tenía que ir a hacerle un mandado ami madre donde el padre Viviani, que todavía vive,aunque lo cambiaron de parroquia. Las películas meparecieron buenas y entré muy contento . "Ya me de-jan andar solo como uno grande", pensaba . Compréalgo de "cosita" en la refresquería del cine y me sentéapenas se me acostumbró la vista a la oscuridad . En lafila donde yo estaba no había nadie . En eso se apare-ció Gutiérrez -en aquel tiempo todavía no era poli-cía -- y se acomodó a mi lado, dejando sin embargouna silla de por medio . Entonces sacó un dólar y medijo : "oye, pelao, ¿quieres ganarte un "digne"? Ledije que sí porque era bastante glotón y ya se mehabía acabado el sencillo . Le pregunté qué debía hacer. `Tráeme un paquete de Chesterfieid", me dijo .Creo que me dio el dólar sin sospechas porque me viocuando entré, bien vestidito y con carita de niño ton-to, eso lo pienso ahora. Sabía que yo no iba a salircorriendo con su plata . "Coge tu "dime" por ahí mis-mo", me dijo antes de irme . Regresé rápido y, son-riéndome, tomó su vuelto y sin contarlo se lo echó al

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bolsillo de la camisa . A poco me dijo : "¿Quieres algomás para cosita? " . Me alegré y le contesté afirmativa-mente con la cabeza . Pensé que era un buen tipo . Unhombre bueno. "Siéntate acá, entonces", me dijo . Lohice, quedando sentados uno al lado del otro . No dijonada más por un rato y me enfrasqué en la película,que era mejor de lo que me había imaginado . Gutié-rrez miraba hacia atrás de vez en cuando y aunque medi cuenta de eso, no le dí importancia. Entre parénte-sis, Inspector, no vine a saber su nombre sino hastados días antes de matarlo . Sigo. De pronto me tomóla mano y se la colocó encina de su bragueta . Yo no ledije nada, porque era un niño completamente inocen-te respecto al sexo, sin la menor malicia, Ínspector, selo juro . . .

La faz del Licenciado Gómez Bonet se encendiócomo una amapola al decir esto y suspendió el relato .

Canora lo estimuló :-- No se preocupe, comprendo, continúe .El hombre respiró profundo y prosiguió :- Me persuadió a que lo masturbara. Me indicó

cómo hacerlo y lo hice . Luego me regaló un peso .Para un niño de 10 años era bastante . Me preguntóentonces cuándo podía volver. Le dije que no sabía yque era la primera vez que venía solo al cine . Me dijo :"Yo siempre estoy aquí, cuando puedas venir búsca-me y te daré otro peso" . Después me acompañó a lasalida, pues se había terminado la tanda . Lo vi enunas 5 ó 6 ocasiones más, no porque me gustara, yaque nunca he tenido tendencias homosexuales, sinoporque, dentro de mi desconocimiento de lo erótico,no veía o no podía ver nada malo en eso . Además, nome hizo daño físico porque nunca trató de usarmecarnalmente . . . . pero sí me persuadió a que le practica-ra la felación dos veces .

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- Qué es felación - preguntó Canora .

- ¡Por Dios, Ínspector! - dijo el hombre trau-matizado por la pregunta - ¿quiere que le haga undibujo?

Canora bajó la cabeza y sin levantarla le dijo quecontinuara, con voz muy suave .

- Todo esto ocurrió en el lapso de un mes, más omenos. Luego, por motivos de trabajo de mi padre,nos mudamos a David. No volví a ver a Gutiérrez porespacio de 17 años . Hacía poco que había regresadode París. Allá estudié durante cinco años y trabajé dosmás, después de graduado. Soy bueno en mi profe-sión, dicen . Incluso tengo un hijo allá, a quien pensa-ba mandar a buscar pronto, junto con la madre, conquien no me casé pero con quien viví buen tiempo .Manejaba lentamente por un paraje abierto de la ciu-dad y ya anochecía cuando, bajo un tenaz aguacero,pude ver que un miembro de la policía me hacía señaspara que me detuviera. Lo hice y cuál no fue misorpresa cuando fue Gutiérrez, uniformado, el quesubió . Lo reconocí de inmediato porque, como hapodido apreciar, Inspector, tengo una excelente me-moria muy detallista . Por supuesto me arrepentí dehaber parado pero ya era tarde . Tuve la esperanza deque no me reconociera . Al principio, cuando me de-cía si lo podía dejar más adelante, pareció no hacerlo,pero poco a poco, observándome mientras manejaba,lo hizo. El desgraciado me preguntó cómo me iba yhasta tuvo el coraje de preguntarme si no me acorda-ba de él, muy reído. Le dije que no, pero ambossabíamos que no nos estábamos engañando . Gutié-rrez, ignorante, pensó, en aquellos tiempos de nues-tros encuentros en el cine Odeón, que yo era homo-sexual y, peor aún, como me di cuenta enseguida,seguía pensándolo . Me empezó a contar lo triste de su

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situación económica, mientras yo no veía el momentoen que ese infeliz corruptor se bajara de mi carro, porlo que me apresuré para llegar pronto al cuartel, queestaba en mi ruta. Creo que no lo saqué a patadasporque, subconscientemente, ya tenía la idea de ma-tarlo . Decidí aguantar. Entonces, con gran descaro yatrevimiento, porque pensó que yo le podía dar dine-ro en ese mismo momento, ya que miraba y mirabami Le Mans con aire acondicionado lleno de regocijo,me agarró el cachete entre el pulgar y el índice, comohace uno con las mujeres coquetas, y me dijo que sime parecía bien que hiciéramos algo al día siguiente,cuando él estaría libre, casualmente . Conteniendo mirabia, le quité su asquerosa mano de mi mejilla y ledije que en el instante no, pero que me dijera a quéhora salía mañana y yo iría a buscarlo . Creo tambiénahora, pensando retrospectivamente, que cuando lecontesté eso, ya había decidido matarlo de todos mo-dos y a como diera lugar . Antes de bajarse me dijo :"búscame como a las 12 de la noche en la esquina delcuartel, en la acera izquierda . Vivo solo, iremos a micasa, tomaremos un trago y nos divertiremos a todamadre". Me volvieron a entrar unas ganas terribles depatearle la cara, perdone Ínspector que hable así perono tengo más remedio, pero logré contenerme de nue-vo . Yo heredé de mi padre sus 200 libras de puromúsculo y tendón, y Gutiérrez no era más que unmiserable y corrompido alfeñique que no me iba resis-tir un solo empellón . Pero no era el sitio ni la horapara darle su merecido . Hubiera podido noquearlo fá-cilmente y los de afuera no se habrían dado cuenta,porque la lluvia seguía cayendo gruesa . Hubiera podi-do, entonces, arrancar enseguida y tirarlo desde unbarranco después de estrangularlo como a una gallina .Todo eso se me ocurrió, Ínspector, pero no lo hiceporque ese maldito tenía que pagarme en otra forma .Yo tenía un Luger especial que había obtenido en

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Francia . Residuo de la segunda guerra . Un arma mag-nífica que guardaba un viejo excombatiente maquí .Le hice muchos favores y me la obsequió cuando mevine . Así, acudí a la cita con Gutiérrez al día siguien-te, corrijo a la noche siguiente, al filo de la ma-drugada. Se montó en mi auto muerto de risa, perocuando llegamos al sector de las Bóvedas donde élvivía y lo encañoné y lo obligué a descender a laplaya, a tenderse bocabajo sobre la arena, a bajarse lospantalones, cuando sintió la punta de mi Luger en sutrasero, lloró como una tulivieja, como el peor de loscobardes, suplicó muchas veces, invocó a todos lossantos y me rogó que hiciera con él lo que fuera, peroque no lo matara y menos en esa forma, pero no pudetener compasión, Ínspector, no pude, le solté la balasordo ante sus súplicas y no me conmovió ver cómoabría la boca a todo lo que daba, como para lanzar ungrito que nunca salió en realidad, pero yo sí pudeescuchar su grito silencioso, como ese que da unacucaracha semiaplastada, ese desesperado grito entomológico, no me dio ni un ápice de lástima, y todavía

no se había muerto cuando me retiré de la playa,después de subirle los pantalones . Y estoy seguro, Íns-pector, que antes de morir esa alimaña supo que yoera un varón y, sobre todo, que lo había sido siem-pre . . . .

Canora se puso de pie . La pierna derecha se lehabía acalambrado por la posición al vacío en que lahabía sostenido durante todo el relato . Cojeando leve-mente, dio unos pasos para que la sangre recircularapor la región isquemizada y dijo :

-- Bueno, amigo --- lo dijo sin sorna -- creo quecomprendo en parte el asunto. Confieso que nuncahabía tenido un caso semejante . Casi siempre los mó-viles llegan a estar claros y éste todavía mantiene os-

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curidades para mí . No entiendo, por ejemplo, por quéun hombre inteligente como usted, cuerdo, sin vicios,bien ubicado social y económicamente, comete undelito así, existiendo otros caminos .

Eso ni yo mismo lo sé respondió el bioquí-mico -. Supongo que esa macabra y abominable idea,lo reconozco, y su realización incontenible, surgió deaquella zona del subconsciente a la que nunca podráel hombre acercarse lo suficiente, porque sería comocaminar frente a un espejo hasta tropezar con noso-tros mismos . Y mientras con mayor fuerza tratemosde penetrar en esa zona recóndita, peor será el golpe .Vuelvo al ejemplo del espejo, Ínspector . Las cosas queestán dentro de él, no crea que podemos tocarlas de-volviéndonos y viéndonos en ese mismo espejo queestamos tocándolas . Eso no es más que una ilusión . . .un espejismo, como su nombre lo indica, Ínspector .Podemos tocar las cosas que se reflejan en un espejo,pero jamás podremos tocar el reflejo mismo . Así esnuestra mente, pienso, tan lejana para nosotros mis-mos como nuestras manos del reflejo, de ese reflejoinalcanzable donde residen las absconditas potenciasque gobiernan nuestros actos . Jamás podremos pene-trar el subconsciente, ni siquiera el nuestro, muchosmenos el ajeno . Porque sucede, Ínspector, que el sub-consciente atesora los secretos de la propia Naturale-za, que al culminar con la especie humana, se ha en-contrado con el problema de tropezar consigo misma .Podemos hasta decir que el hombre es la Naturalezaque piensa, pero no por ello el hombre deja de ser unsimple instrumento cósmico, un imitador, en el fon-do . Todo lo que hace y pueda hacer el hombre, ya lohizo la Naturaleza. Pero basta de tanta filosofía bara-ta. Preguntará usted, Ínspector, si me considero culpa-ble. Sé que no es un juez, pero se hará la pregunta detodas maneras. Me reconozco culpable. Pero, ¿hasta

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dónde? No lo sé. Ni yo ni nadie . Somos víctimas,lacayos si se quiere mejor, de fuerzas oscuras insupe-rables. Somos víctimas de nuestra humana condición .En realidad no sé ahora si quería vengarme . Pero si séque debía actuar, como fuera, sin calcular las conse-cuencias horribles . Aquí falló mi intelecto . . . nuestrohumano intelecto, quiero decir . Cuando me juzguen,lo que determine el jurado estará bien para mí . A finde cuentas, nunca sabrán si están en lo cierto si medeclaran culpable o inocente . Esa es la gran encruci-jada humana. Porque nunca sabremos si somos justos,ni siquiera si somos en verdad hombres, microbios orickettsias super desarrolladas, que existimos por mi-llones, voraces y hambrientos, hambrientos y voraces,en un grano de polvo interestelar llamado "planetatierra" ilusamente, alucinadamente, con la imagina-ción retorcida de un pobre loco que se cree cuerdo,que es la mayor de todas las locuras y que, creo ho-nestamente, padecemos todos los hombres, en menoro mayor grado, Sí, Ínspector . Estamos en este granode polvo planetario que se encuentra en los intestinosde Dios, ese inmenso animal cósmico y ciego que asíhemos querido llamar . . . .

El Ínspector Canora, parado frente al hombre, seintrodujo ambas manos en los bolsillos del saco, pelólos dientes en un gesto calavérico de total desconcier-to, miró al suelo y dijo :

- No entiendo ni papa. Es demasiado para mí,Ahora me ha dejado usted peor que antes . Bien, vol-viendo al tema, ¿se entregó por conciencia, verdad?Un hombre como usted no podía hacer otra cosa, silo que pude comprenderle es cierto .

- Sí, tiene razón -- enfatizó el bioquímico .Canora oprimió un botón y de inmediato se abrió,

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por tercera vez, la puerta del despacho . El detectiveÍbarra y el otro entraron .

- Llévenlo abajo - ordenó- y que lo tratenbien, no es peligroso . Mañana pondremos sus declara-ciones en papel . Que la señorita secretaria pase a má-quina temprano la grabación completa. Díganle a laprensa que no tengo nada que decir por ahora, si esque anda algún periodista husmeando por allí, ya quesupongo que nadie sabe que el Licenciado Bonet oGómez Bonet, mejor dicho, ha confesado . Un carajo .Ya no trabajo más . Ni un segundo más . ¡Evans!gritó mientras se llevaban al bioquímico .

El moreno altísimo entró de un brinco, con suatlético aspecto de Cassius Clay y una sonrisa quedejaba ver un diente delantero medio podrido . Se leacababa de caer la calza de oro y no se había percata-do de ello . De lo contrario, su narcisismo jamás lehubiera permitido reírse .

- Evans -reiteró- si alguien pregunta por mí,sea quien sea, dile que estoy en mi casa rascándomelas bolas. Desde ayer no duermo y ya está bueno . Dileasí mismo - insistió con falsa seriedad .

Y se fue silbando el tema musical de El Padrinopor el largo corredor, sin desentonar una sola nota .

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EL POTENTADO

-- Vengo a suspender la orden para el entierro deBienvenido Gigli - dijo el caballero elegantementevestido .

- ¿Por qué razón? - inquirió disgustado el viejoy flaco empresario de pompas fúnebres .

- Porque ya no se va a morir . Tome esto por lasmolestias causadas - dijo el visitante extendiéndoleun billete de 100 dólares . Era un hombre de elevadaestatura, edad mediana y mirada verde y dura .

- Gracias - asintió el viejo sonriendo y alargan-do la mano -- ¿Seguro que ya no me va a necesi-tar? - insisitó mientras sacaba del cajón central delanticuado pupitre, un cheque que le devolvió al hom-bre .

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- Seguro que no --le respondió- porque Bien-venido Gigli soy yo mismo y como puede apreciar, notengo cara de irme a morir .

- Nadie la tiene -- dijo el enterrador sonriendode nuevo - pero usted se ve fuerte y sano como untoro .- Por eso no - corrigió Gigli a su vez - porque

me pueden asesinar y eso precisamente era lo que meiba a suceder . Pero ya no .

El empresario tragó saliva, miró detrás de Gigli, através de los cristales de la funeraria ; la calle estabadesierta. Sin embargo, se apresuró a decir :

- Bueno, caballero, ha sido un placer, espero ser-virle en otra ocasión . . . . oh, perdone -- dijo tocándoserápidamente los labios con el índice de la mano dere-cha, como queriendo detener las palabras ya dichas .

- No es nada -- aseguró Gigli es falso, con los ojosmás duros que antes y, dándole la espalda, se retiródel lóbrego lugar tirando con tanta fuerza la puertaque las campanillas de bronce permanecieron sonandoaún después que dio vuelta a la esquina y todavíasonaban cuando se oyeron los tres disparos que lodejaron tendido sobre la acera, boqueando, bocarribay braciabierto .

Cuando llegaron los uniformados con su sirenaestridente, los ojos de Gigli ya no tenían ningún colorque no fuera el de la muerte, su claridad vidriosa ;cuando le alumbraron la pupila no se produjo la mio-sis y se le quedó estática y dilatada como la de ungato de ojos sin color, salvo que la del muerto, en vezde ser vertical como la del felino, era tan redonda yabarcadora que parecía salirse de la cuenca y acapa-rar, con su éxtasis fijo, el amplio círculo estelar de lanoche, que acababa de cerrarse sobre la ciudad, comooscuro epílogo de los disparos .

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Bienvenido Gigli era zapatero, pero ya rico . Nopertenecía a la Cosa Nostra panameña, como pudieraderivarse de lo ocurrido y ni siquiera era italiano, apesar de su apellido . Solitario, grandulón, de pocaspalabras, sin familia y sin amigos, fuera de vivir comoun jeque de país petrolífero gracias a su lujoso alma-cén de calzado importado de todas partes del mundo,que había levantado a puro pecho y sudor, no teníaningún derrotero en la vida, porque se despreciaba asímismo, como un desprecio macanudo, más que si des-preciara a otra persona, porque sólo él mismo podíadespreciarse así - decía . Pero esa despección hacia supropio yo, no era porque había crecido en un orfana-to, donde las autoridades lo acomodaron después quesu madre lo abandonó a la puerta trasera de una igle-sia durante la noche, sin que nunca se lograra dar conla infeliz . La mujer, para que el niño no se le fueradetrás, lo ató de pies y manos y lo amordazó para queno se oyera el llanto en la madrugada y tener ellatiempo para escapar, hasta cuando el cura lo oyó detodos modos, encontrándolo violeta de frío y exte-nuado de quejarse .

No era por eso que se despreciaba . Nadie sabíapor qué, ya que negaba ese motivo principal . Benve-nuto Bosco Gigli -- como lo bautizaron las monjasitalianas del orfanato - era un misterio para quieneslo conocían, porque no hablaba mal de nadie, salvode sí mismo . Como no le gustaban sus dos primerosnombres, en especial el segundo, el cual le habíanpuesto las religiosas "porque se parecía a Don Boscoen la nariz y los ojos", se los cambió legalmente paraquitarse la molestia, así como tampoco volvió a pro-bar jamás un plato de spaghetti desde que salió delorfanato, donde los comía todos los días . Pero Bien-venido -- nombre con el que se había quedado tra-

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duciéndolo del original -- era un hombre de corazónhermoso como el canto de un pájaro al amanecer,aunque se despreciara tanto así mismo . No visitaba lacasa de nadie ni iba jamás a la iglesia, pero se presen-taba con frecuencia a los orfanatos de la ciudad, a losque donaba buenas cantidades . Nunca le hizo daño anadie, les pagaba magníficos salarios a sus empleadosy así como no tenía amigos porque no quería, tampo-co tenía enemigos de ninguna clase . Su mirada verdey suave - que se hizo dura en las proximidades de lamuerte - no dejaba contraflorecer ni siquiera la en-vidia. Vestía magníficamente : polainas blancas, enpleno siglo XX, bastón con empuñadura de oro ydiamantes engastados . Monóculo. Y no lo hacía por-que fuera fatuo . Simplemente porque le agradaba ves-tirse así, decía . Todo el mundo sabía que tenía dospreferencias : la ropa inmejorable y una hembra can-dente, de vez en cuando, de esas que hacen llorar a loshombres sobre las sábanas y son lloronas ellas mismas .

Así era Bienvenido Gigli . El que tenía - o tuvo- nombre de santo y apellido de cantante de ópera .El gran señor de corazón hermoso como el canto deun pájaro al amanecer. Pero allí yacía sobre una mesade disección en la morgue, muerto a tiros . El hombresin enemigos, asesinado. ¿Qué secreto negro ocultóhasta la muerte y fue, quizás, la razón de ella . . .? Ysabía que iban a matarlo, porque una semana anteshabía llamado a una funeraria para hacer una reserva-ción -así le dijo al empresario haciéndolo reír con-tenida, silenciosamente- mandando a pagar poradelantado su propio entierro con un empleado suyoque no sabía a lo que iba, aunque después, minutosantes de su muerte, cancelara personalmente el trato .Pero allí estaba su muerte, fresca y dominante

. Certera, como una saeta de vuelo irreversible y final. Pron-

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to la putrescina deterioraría aquel cuerpo, ahora detenida por el frío apócrifo del cuarto de los muertos .

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Aunque pareciera mentira, Bienvenido Gigli fueenterrado con una colecta de sus empleados . Lo quehabía en la caja menuda no era suficiente y los depó

sitos bancarios del negocio de Gigli no podían tocarseporque no había firma autorizada y la del contadorno bastaba . El cheque a nombre de la funeraria, cuyaexistencia nadie sabía, que le había regresado al di-funto aquel viejo huesudo y vestido de frac como ungallote, no fue encontrado sino varios días despuésdel entierro en las ropas del occiso ; también hallaronuna carta en el despacho privado de Gigli, dirigida asu albacea, el abogado Guerra, el mismo que le habíacambiado legalmente el nombre y el encargado de lostrámites jurídicos del negocio . El texto decía :

"Me hice matar porque me despreciaba a mí mis-mo. Yo pagué mi propio asesino . Hice loscontactos necesarios (el dinero todo lo puede dentro de ciertos límites y siempre hay gente dispues-ta a lo que sea por él), me encontraron el candida-to, lo cité, me las arreglé para que no me viera elrostro durante la entrevista y le di un sobre con elpago en efectivo, un retrato mío reciente, minombre y dirección por escrito . Le pagué suficien-te para que no pudiera rechazarse . Después detodo, era lo mejor y lo último que iba a hacer pormí mismo, por este ser que tanto desprecio : con-ducirlo, o conducirme, que es lo mismo, a la hue-sa. Luego me arrepentí y como le había pedido suteléfono, le habló . No por mí, sino por las entida-des que ayudo económicamente, a las que dejabami fortuna, pero que, viéndolo bien, más prove-

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cho tendrían y por mayor tiempo, si yo continua-ba al frente de la empresa . Le dije que olvidara elasunto y que podía quedarse con el dinero . Merespondió que estaba bien, pero en su voz com-prendí que iba a matarme de todos modos, por-que así son estos asesinos profesionales ; conside-ran un deshonor quedarse con la plata sin realizarel trabajo . Cancelé el contrato de inhumación noporque tuviera esperanzas de que el individuo medejara con vida, sino porque después medité que,si tanto me despreciaba a mí mismo, no merecíael lujo de pagarme mi propio entierro . Quererlohacer fue una debilidad conmigo mismo y no po-día permitirlo . Que la policía no busque al asesi-no. Tenía instrucciones y pasajes para salir delpaís de inmediato . Era extranjero y según mis in-formes, nunca ha sido condenado por delito algu-no, a pesar de su profesión de matar . Sería, portanto, torpe e inútil investigarlo. Traté de ser unhombre bueno, para los demás, porque conmigoera imposible hacerlo, pero ahora, cerca del final,siento que no he hecho otra cosa que repartir miescasez infinita. Sé que a todos los que quisieronser mis amigos y a quienes no quise permitirlesque lo fueran, les agradaría saber por qué me des-precié tanto, hasta llegar, incluso, a pagar mi pro-pio asesinato. Ahora les digo que vestía bien paracaer mal y vivía en la opulencia para que me envi-diaran. No sé si me explico . Pero lo más triste detodo es que ignoro la razón de este odio contra mipropio yo y les digo que quizás me desprecié máspor no saber o no ser capaz de saber el verdaderomotivo de este inexplicable asunto que aquí ter-mina" .

(fdo) . Bienvenido Gigli" .El abogado suspiró hondo. Luego arrugó entre sus

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manos aquella sorprendente carta post-mortem, hastaque hubo hecho una bolilla de papel comprimido, y laarrojó al cesto de basura . Luego la recogió y guardóen un bolsillo. Nadie sabría nunca cómo ni por quéhabía sucedido aquel crimen. Por otro lado, tampocohabría fuerza humana que pudiera sacarle de la cabe-za al abogado Guerra que Bienvenido Gigli no deberíaestar en la morgue, sino en el manicomio . Sólo que nohubo tiempo de colocarlo en su justo lugar, pensó porúltimo .

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