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  • SECCIN DE OBRAS DE HISTORIA

    LAS VECINDADES DE LAS MONARQUAS IBRICAS Sociedad, poltica e identidad en las Monarquas Ibricas

  • JOS JAVIER RUIZ IBEZ(coordinador)

    Las vecindadesde las Monarquas Ibricas

    Sociedad, poltica e identidaden las Monarquas Ibricas

  • Primera edicin, 2013

    Este libro est realizado y financiado en el marco de los pro-yectos de investigacin Hispanofilia I (HAR2008-01107-HIST) y II (HAR2011-29859-C02-01) del Ministerio deEconoma y Competitividad del Gobierno de Espaa y sepublica con el patrocinio de la Fundacin Sneca-Agenciade Ciencia y Tecnologa de la Regin de Murcia.

    Diseo de portada: Leo G. NavarroIlustracin de portada: Georges Bruin, Vista de Calais en 1596 Bibliothque Nationale de France, Pars

    Se prohbe la reproduccin total o parcial de esta obraincluido el diseo tipogrfico y de portada, sea cual fuere el medio, electrnico o mecnico,sin el consentimiento por escrito del editor.

    D. R. 2013, de la presente edicin:FONDO DE CULTURA ECONMICA, S.L.Va de los Poblados, 17, 4 - 15; 28033 Madridwww.fondodeculturaeconomica.eseditor@fondodeculturaeconomica.es

    FONDO DE CULTURA ECONMICACarretera de Picacho-Ajusco, 227; 14200 Mxico, D.F.www.fondodeculturaeconomica.com

    ISBN: 978-84-375-0681-4Depsito Legal: M-796-2013

    Impreso en Espaa

    Ruiz Ibez, Jos Javier (coord.) Las vecindades de las Monarquas Ibricas / coord. deJos Javier Ruiz Ibez. Madrid : FCE, 2013

    418 p. ; 23 x 17 cm (Colec. Historia)ISBN 978-84-375-0681-4

    Historia Espaa Monarquas Influencias I. Ser. II. t.

    LC DP84.5 Dewey 946.03 R677v

  • SUMARIO

    Introduccin: las Monarquas Ibricas y sus vecindades ................JOS JAVIER RUIZ IBEZ

    I. Reflexiones sobre la leyenda negra. RICARDO GARCA CRCEL(Universidad Autnoma de Barcelona) ....................................

    II. El Sacro Imperio y la Monarqua Catlica. FRIEDRICH EDEL-MAYER (Universitt Wien) .............................................................

    III. La Monarqua Hispnica y la Roma Pontificia. JULIN J. LO-ZANO NAVARRO (Universidad de Granada)...............................

    IV. El reino de Francia. JOS JAVIER RUIZ IBEZ (Universi-dad de Murcia)..........................................................................

    V. Posicionarse ante la Monarqua Hispnica: las Islas Britni-cas y Amrica del Norte. IGOR PREZ TOSTADO (Universi-dad Pablo de Olavide)..............................................................

    VI. Bajo el signo de Gminis: Portugal y la Monarqua Hisp-nica en los siglos XVI y XVII. JOO PEDRO GOMES (Docto-rado EHESS) ............................................................................

    VII. El norte de frica, el Mediterrneo oriental y la poltica conrespecto a Persia (1560-1640). MIGUEL NGEL DE BUNESIBARRA (IH-CCHS/CSIC-Madrid) ......................................

    VIII. Confines y vecindades de la cristiandad hispnica en Am-rica durante el periodo de las Monarquas Ibricas. JUANCARLOS RUIZ GUADALAJARA (El Colegio de San Luis, A.C.).

    IX. Sbditos de las fronteras de la Amrica portuguesa (siglosXVI y XVII). RONALD RAMINELLI (UFF CNPq)...................

    X. El Imperio chino ante los ibricos de Asia Oriental. MANELOLL (Universitat Pompeu Fabra/CSIC)...............................

    XI. Felipe III y la disputa luso-castellana por Japn. JOO PAU-LO OLIVEIRA E COSTA y PEDRO LAGE CORREIA (Univer-sidade Nova de Lisboa/Centro Cientfico y Cultural deMacau)......................................................................................

    XII. El papel de las colonias mercantiles castellanas en el Impe-rio hispnico (siglos XV y XVI). HILARIO CASADO ALONSO(Universidad de Valladolid)......................................................

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  • XIII. Una religiosidad hispnica en Francia y en Europa enlos siglos XVI y XVII? SERGE BRUNET (Universit Paul-Valry Montpellier 3) ..............................................................

    XIV. A modo de posfacio. Una talasocracia de Oriente a Occiden-te. La Monarqua Catlica y sus mrgenes (siglos XVI-XVII).THOMAS CALVO (El Colegio de Michoacn, A.C.)..............

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    sumario8

  • INTRODUCCIN:LAS MONARQUAS IBRICAS Y SUS VECINDADES*

    Jos Javier Ruiz IbezUniversidad de Murcia

    La Monarqua ms all de las fronteras

    Hasta dnde llegan los lmites de una potencia hegemnica? Esta cues-tin parece en principio sencilla, pero al mismo tiempo es compleja. Porun lado, los mapas histricos muestran de forma ms o menos tajante losespacios sobre los que dicho poder ejerci una dominacin soberana,pero, por otro, la propia experiencia histrica es elocuente al aclararque los intereses, la influencia e incluso los centros de decisin de unpoder de este tipo excedan, exceden, con mucho sus simples fronteras.Ciertamente, el primer punto de vista parece ms seguro, ms concretoy menos arriesgado en trminos de investigacin histrica, mientras queincorporar en la definicin de una entidad poltica, de su desarrollo y desu significado aquellos territorios sobre los que ejerci su potencia (bienque de forma imperfecta) parece mucho ms estimulante, aunque tam-bin resulta ms complejo por su propia indefinicin y consecuenteinestabilidad.

    Los estudios que vienen desarrollndose desde principios de la dca-da de 1990 sobre el sentido, el desarrollo y la poltica de la MonarquaHispnica1 han insistido en su estructuracin como un conglomerado

    * Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto de investigacin His-panofilia, la proyeccin poltica de la Monarqua Hispnica (I): aliados externos y refu-giados polticos (1580-1610), Ministerio de Ciencia e Innovacin, HAR2008-01107/HIST.

    1 Hay una importante literatura que ya ha recapitulado sobre la renovacin de la his-toria de la Monarqua Hispnica desde 1990, por lo que resulta reiterativo recordarlaaqu; se puede remitir, entre otros, a los trabajos de MAZN GMEZ, 2006 y 2010, RUIZIBEZ y VINCENT, 2007 o SANZ AYANZ, 2010. En conjunto, se puede considerar que lasdos principales lneas de trabajo actual son, por una parte, el estudio de las formas decomposicin de la referida Monarqua y su comparacin con otras realidades similares(ELLIOTT, 2006 y ARRIETA ALBERDI, 2009), y por otra los intentos de determinar, desdemltiples puntos de vista, cmo funcionaba hacia su poblacin y hacia el exterior dichaentidad poltica (GARCA GUERRA y DE LUCA, 2009; DE MELLO E SOUSA, FERREIRAFURTADO y BICALHO, 2009; VAINFAS y BENTES MONTEIRO, 2009; RUIZ IBEZ, 2009;SABATINI, 2010). En todo caso, queda claro que la opcin de una historia posnacional

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  • poltico fundado sobre entidades que prolongaban en parte pero soloen parte su autonoma medieval, y que sin embargo, gracias a la pro-yeccin exterior del poder del rey catlico, pasaban a ser afectadas, deforma ms o menos voluntaria, por los efectos de una proyeccin impe-rial que tena mucho de global; unos efectos que tendan a activar pro-cesos muy complejos de unificacin fundados en la progresin fiscal,2 enla adopcin de un lenguaje comn inteligible para la corte3 y en la activa-cin de mecanismos parecidos de incorporacin de las elites y de los terri-torios dentro del servicio a la Monarqua.4 Si estas han sido, en los ltimostreinta aos, las lneas maestras del anlisis de la Monarqua hacia dentro,tambin se puede identificar hasta qu punto ha crecido el inters porlas relaciones entre los territorios exteriores a la Monarqua y esta, bienque de forma un tanto desordenada y centrada en el principio del estu-dio de unos contactos vistos en muchos casos de manera bilateral; unaptica a la vez heredera de la historia de las relaciones internacionales yde la historia nacional. Ello no quiere decir que no haya habido grandesavances en el conocimiento de qu signific la presencia de la Monar-qua como poder hegemnico ubicado en las fronteras de otras entida-des polticas:5 como nos lo muestran la historia de la circulacin,6 de la

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    que supera la visin del pasado como la mera genealoga de las formas polticas del si-glo XIX se impone y que dicha aproximacin no solo rompe con las especialidades his-toriogrficas clsicas, sino que abre espacios de reflexin, comparacin, anlisis y com-prensin inditos hasta ahora.

    2 Dicha perspectiva de anlisis, la de la influencia de la Monarqua a travs de suprctica en sus diversos territorios, ha centrado el anlisis de mltiples trabajos, como losde HERNNDEZ, 2002; tambin la encontramos en los textos reunidos en RIZZO, RUIZIBEZ y SABATINI, 2003. Las investigaciones mencionadas se han centrado esencial-mente en los mundos europeos, aunque trabajos como los de BENTES MONTEIRO, 2002;BICALHO y AMARAL FERLINI, 2005, o CELAYA NNDEZ, 2010, confirman que, en la prc-tica, las cronologas y los procesos de creacin poltica, territorializacin y proyeccinde la Monarqua tuvieron ritmos muy semejantes en ambos hemisferios.

    3 ARRIETA ALBERDI, 2004.4 Existe una amplsima literatura cientfica sobre las relaciones y las formas de nego-

    ciacin (institucionales, econmicas y polticas) entre elites-territorios y soberano; granparte de ella aparece reflejada en MAZN GMEZ, 2007, cap.1.

    5 Dentro de la literatura desarrollada en los ltimos aos sobre estas temticas,hay que diferenciar entre la que parte del anlisis (y de las fuentes) de las sociedadesinfluidas por la recepcin de lo espaol y la que lo hace desde la capacidad de pro-yectarse por parte de la administracin espaola; por citar algunos ejemplos particu-larmente significativos, se pueden recordar los trabajos de EDELMAYER, 2002;SCHAUB, 2003; HUGON, 2004; RECIO MORALES, 2002 y 2003; PREZ TOSTADO, 2008;PREZ TOSTADO y GARCA HERNN, 2010; MARTNEZ MILLN y GONZLEZ CUERVA,2011.

    6 STUDNICKI-GIZBERT, 2007; YUN CASALILLA, 2008; CRESPO SOLANA, 2009 y 2010;POLLMANN y STEIN, 2010.

  • expansin europea 7 y de la funcin de mediadora cultural de las tierrasdel rey catlico entre sus diversos vecinos,8 o de la visin que de estaMonarqua se construy en algunos de los poderes con los que compar-ta frontera.9

    El presente volumen pretende ir ms all y abrir un campo de refle-xin que permita superar la percepcin clsica que, por un lado, entiendela Monarqua como algo limitado a sus propios dominios, y, por otro,considera su proyeccin meramente como un asunto de relaciones inter-nacionales, de grandes y de prncipes. Por el contrario, considerar que lainteraccin con los territorios que le eran exteriores fue uno de los moto-res decisivos de la definicin, y redefinicin, del dominio de los Habs-burgo madrileos parece un instrumento particularmente til para daruna visin no esttica de la Monarqua.10 Comprender que lo que pasaba,o dejaba de pasar, en Londres, Edimburgo, Argel, Kioto, Pars, el Nayar,Roma, Lieja o Constantinopla (entre tantas otras ciudades o espacios)iba a afectar a, y era afectado por, la hegemona del rey catlico, imponecomo una necesidad cientfica incorporar a estos territorios y a sus deve-nires en el anlisis causal del porqu de dicha hegemona y del cmo desu fracaso. La concepcin de frontera,11 por lo dems central a la apuestaintelectual que supone Red Columnaria, debe aqu superarse, ya que elinflujo de la Monarqua iba mucho ms all de los mbitos puramente decontacto o simplemente estos sobrepasaban con creces lo que se haconsiderado hasta ahora como fronteras.

    introduccin: las monarquas ibricas y sus vecindades 11

    7 SUBRAHMANYAM, 2007.8 En una perspectiva que posiblemente provena en parte de la historia del arte (con

    la circulacin de objetos, estilos y gustos) y de la literatura, pero que ahora es centralpara la comprensin misma del significado del espacio cultural construido en los terri-torios ibricos; en ese sentido, vase GRUZINSKI, 2004.

    9 Frente a la visin clsica realizada a partir de los grandes autores, dada por DEZDEL CORRAL, 1976, o KAMEN y PREZ, 1980, el notable libro de HILLGARTH, 2000, in-corpora en parte (sobre todo en sus captulos 7 al 13) una importante reflexin acerca dela percepcin y, como consecuencia secundaria, el efecto que tuvo la existencia de laMonarqua en el mbito ingls, francs, italiano, neerlands e incluso ruso y peruano,incluyendo un captulo, el 12, sobre la visin global que los exiliados exteriores tuvieronde esa Monarqua.

    10 Sobre todo si se relaciona con una visin de la negociacin entre la corte y las eli-tes locales y la recepcin de la dominacin por el conjunto de la poblacin de todos susterritorios y vecindades; desde esta triple perspectiva, la comprensin de una Monarquaque fue mucho ms que la mera adicin de territorios, los discursos que produjeron susturiferarios o los juegos curiales resulta mucho ms atractiva, e integra a sectoresde poblacin en gran parte ignorados por la historia poltica; es esta, precisamente, laperspectiva desde la que est construido el ensayo de RUIZ IBEZ y VINCENT, 2007.

    11 Una importante recapitulacin sobre el sentido de frontera, un tema verdadera-mente infinito, la encontramos en la Introduccin de BERTRAND y PLANAS, 2010.

  • El trmino que se propone aqu para construir el espacio de anlisises el de vecindad, concepto que permite incorporar, desde una intencio-nada flexibilidad, espacios mucho mayores, ya que esta vecindad desig-na precisamente a los territorios que se definieron por su yuxtaposicina la Monarqua; en los que hubo conciencia de la presencia de un granpoder que poda resultar amenazante o aliado, pero que influa en gra-dos diversos sobre su propia existencia. Desde esta concepcin podemosincluir en el anlisis una variada gama de escalas, que van desde el reinode Francia, que en su conjunto fue una vecindad, hasta los territorios queespaoles y portugueses definieron como insumisos en Chile, frica,Brasil o Nueva Espaa; asimismo, semejante aproximacin permiteconsiderar espacios que no contaron necesariamente con una fronterafsica con la Monarqua pero que se vieron afectados en la prctica por lainfluencia directa de la poltica imperial ibrica, por la recepcin de sucatolicismo o por la representacin que de ambos se hizo en su territorio.Es obvio que todas las vecindades no fueron semejantes, y se podra rea-lizar una catalogacin de grados de vecindad (que, dicho sea de paso, nosera estable y obviamente estara fundada sobre excepcionalidades), peroparece ms oportuno comenzar por definir los efectos que tuvo sobrediversos territorios el poder del rey catlico. Con esta perspectiva serompen tradicionales fronteras historiogrficas y se puede indagar elefecto exterior de la Monarqua (y el reflejo que dicho influjo tuvo sobreella) no como la adicin de los relatos que proporciona la historiografa,ms o menos nacional, esencial y/o bilateral, de cada pas actual, vecinode lo que fue el conglomerado de las tierras de los Habsburgo madrile-os, sino como un elemento constitutivo central de su existencia comopoder hegemnico.

    Los mltiples territorios que no fueron plenamente incorporados a laMonarqua (o que lo fueron solo de forma temporal) definieron su pol-tica y su cultura, en mayor o menor grado y dependiendo de la poca, enrelacin a la existencia de la propia Monarqua y de su capacidad, real osupuesta, de expansin y presencia. Y lo hicieron confrontando problemasms o menos semejantes: el poder militar de la Monarqua y su potenciapara captar dependientes o generar aliados precisamente ms all de susfronteras. La sombra de una Monarqua que no dejaba de identificarsecon un proyecto universalista12 (y que, sobre todo, poda ser identifica-

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    12 Que generalmente ha sido estudiada desde la produccin de los propios integran-tes de la Monarqua: FERNNDEZ ALBALADEJO, 1992, cap. 2; PAGDEN, 1997, cap. 2;mientras que una revisin de los discursos de hegemona del rey catlico producidosfuera de sus fronteras muestra cmo estos, que no resultaban necesariamente simtricoscon los primeros, implicaban una definicin diferente de la misma (sobre todo, pero nonicamente, desde la perspectiva confesional), lo cual permite comprender la extensin

  • da con dicho proyecto) tena, por lo tanto, un claro sentido amenazadorpara la disciplina poltica, social, cultural y religiosa de sus vecindades.A fin de cuentas, la Monarqua haba sido capaz de generar discursos deincorporacin que permitan que la propia afirmacin identitaria localcoexistiera con un discurso de unidad y servicio a un mismo rey;13 y siesto haba sido vlido para tantos territorios europeos y americanosentre 1492 y 1582, por qu, ahora que la Monarqua se poda identifi-car por parte de algunos con la defensa del catolicismo, no habra deserlo tambin para los dems territorios? Tal fue la amenaza, real y ficticiaa la vez, que llev a que se generaran polticas activas de resistencia, y a quese identificara dicho influjo como algo antinatural, lesivo, perverso ymonstruoso;14 lo que permiti que fuera entendido como ajeno al cuer-po social, de manera que se persigui a quienes pudieran identificarse, oser identificados, como hispanizantes. No hay que olvidar que precisa-mente en el momento de apogeo de la Monarqua Hispnica es cuandose generalizan trminos denigratorios como espagnolisans o spaniardspara designar a quienes resistan al poder establecido en Francia, Flandese Inglaterra, o que la Restaurao de 1640 terminara por ser el vehculode identificacin de los portugueses como no-espaoles. No deja de sersignificativo, por otra parte, que al tiempo que deslegitimaban a la opo-sicin, calificndola como extranjera, esos mismos gobiernos se apropia-ran de la influencia hispana mediante una cierta mmesis de sus formasadministrativas o, al menos, de las relaciones que el soberano deba man-tener con la Iglesia. 15

    introduccin: las monarquas ibricas y sus vecindades 13

    de su influencia como resultado no solo de la capacidad de generar lealtades sino tam-bin de ser el instrumento de definicin poltica en situaciones de conflicto; RUIZIBEZ, 2008. Los planteamientos de los discursos universalistas centraron las IV jorna-das internacionales de Historia de las Monarquas Ibricas: Antonio Vieira, Roma y elUniversalismo de las Monarquas Portuguesa y Espaola (Roma, 2008 y que se publi-caron en 2012).

    13 Precisamente sobre las diversas formas de integracin en la Monarqua versaron lasIII jornadas internacionales de Historia de las Monarquas Ibricas: Las IndiasOccidentales, procesos de integracin territorial (Mxico, 2007); sobre los modelos, meca-nismos, formas y consecuencias de dichas incorporaciones: FLORISTN IMZCOZ, 2002;GIL PUJOL, 2004 y 2009; FERNNDEZ ALBALADEJO, 2008; RUIZ IBEZ y SABATINI, 2009.

    14 Frente a la imagen tradicional de la leyenda negra como expresin del llamadoproblema espaol y de las carencias en su modernizacin, y pese a que esta sigue sien-do la visin que conserva una parte de la historiografa, las aproximaciones a la hispano-fobia oficial (ms o menos oficial) francesa, inglesa, holandesa o italiana de la tempranaEdad Moderna insisten en el carcter defensivo de este tipo de discursos, genera-dos como instrumentos contra la posible influencia ibrica; unos discursos que tendrancomo objetivo primario un pblico local (desde luego no peninsular), para cuya disci-plina se apoyaban en la xenofobia moderna; GARCA CRCEL, 1998; HILLGARTH, 2000,parte V; SCHMIDT, 2001.

    15 SACERDOTI, 2002; TALLON, 2002, parte II, cap. 3.

  • Constatar que la presencia de un poder hegemnico forz a definirsede forma novedosa a los poderes y poblaciones que coexistieron con len sus vecindades16 (algo por lo dems previsible) plantea un campo deanlisis a la vez enorme y fascinante. No hay que olvidar que dichopoder se fund primero y se defini despus en un principio de expan-sin constante basado en un impulso de cristianizacin que inclua lalucha contra el infiel, la evangelizacin de los gentiles y la destruccin dela hereja. Estos tres ejes suministraban, por definicin, a los agentes delrey catlico un amplio arsenal legitimador para la accin exterior, ya fueraen forma de conquista o de defensa de la religin verdadera. Incluso conrespecto a aquellos poderes con los que la Monarqua coexista (reinoseuropeos, parcialidades musulmanas, liderazgos indgenas en frica yAmrica, imperios en Extremo Oriente), tanto por razones de fe comopor intereses econmicos, patrimoniales y/o, simplemente, geopolticos,el rey catlico no poda dejar de influir en su poltica interior.17 Desde lasobligaciones, y oportunidades, que planteaba la amistad entre prncipeshasta la prevencin de la guerra, la proyeccin exterior de la Monarquaconverta en un asunto propio construir afinidades que previnieran pro-blemas exteriores.18

    Estudiar el devenir planetario en su conjunto y el de cada territorioindividualmente desde la perspectiva de ser una periferia,19 en tanto que

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    16 En este sentido, los anlisis aplicados a los reche por BOCCARA (2009) o a las gua-ranes por WILDE (2009) permiten constatar cmo tanto para una poblacin, que resistieficazmente a la incorporacin y a la asimilacin a la expansin hispnica, como para laotra, que fue incorporada de forma ms o menos indirecta, se activaron procesos de trans-formacin y definicin social, cultural y poltica a travs de la apropiacin de elementosde la cultura de la propia Monarqua y de las consecuencias que la friccin con esta tuvo.Tanto las cronologas propuestas como los mecanismos y resultados no son tan lejanos(salvando, por supuesto, la excepcionalidad de caso) de lo que estaba pasando en otrasvecindades europeas o mediterrneas donde el salto cultural era mucho menor.

    17 La poltica exterior de la Monarqua (y por ende su poltica fiscal interior) se basen una serie de prioridades definidas a partir de complejos procesos de decisin cons-truidos sobre visiones (ms o menos coherentes) de la posicin relativa de la Monarquarespecto a sus diversos vecinos. PARKER ha insistido en diversos trabajos (1998 y 2011,entre otros) en esta perspectiva particularmente interesante y til, que liga la reflexinacerca de la dinmica de imperios (KENNEDY, 1989) con las relaciones entre un poder ysu contexto ideolgico, poniendo en primer plano historiogrfico esos contactos.

    18 La justificacin de la intervencin exterior (tanto de los agentes de la Monarquacomo de sus aliados y enemigos) defina las bases mismas de las relaciones internaciona-les, que incluan elementos mucho menos modernos que el respeto a la soberana, talescomo el deber de intervencin por defensa de la fe, el patronazgo, la reputacin, la buenavecindad, los derechos adquiridos, o la relacin graciosa dentro de la cristiandad; la amis-tad, nunca igualitaria, poda pensarse incluso como una forma de protectorado; vaseHAAN, 2010, cap. 5.

    19 Segn la formulacin de GOULD, 2007.

  • vecindad de la Monarqua Hispnica, no significa considerar que esta esla nica perspectiva posible que se puede asumir o que tal influencia fuedeterminante sobre todos, o siquiera algunos de los territorios. Se tratade construir un punto de vista, entre tantos que puede adoptar el histo-riador, que permita buscar qu hubo de genrico en la proyeccin exteriorde la Monarqua, tanto en sus medios como en sus efectos; un estudio queresulta an ms urgente dado que hasta ahora solo se han analizado loscasos de forma individual o regional, insistiendo en su carcter particu-lar y sin comprender (y en muchos casos sin siquiera plantear el proble-ma) que se trat de la expresin local (y consecuentemente nica) deun fenmeno global. Por supuesto, las guerras civiles en Francia, losPases Bajos o Japn en el siglo XVI y las dinmicas que las cerraron tie-nen causalidades propias ligadas al devenir local de la cultura y de la con-cepcin del poder; pero no deja de ser significativo que dicha situacinaceler y resignific las relaciones establecidas por nobles, burgueses,campesinos o samuris con un posible aliado exterior (del mismo modoque es elocuente con respecto a las limitaciones de la historiografa el quetal fenmeno no haya sido estudiado). Lo que resulta ms revelador esque ese potencial aliado exterior tambin estaba siendo requerido almismo tiempo por parte de los lderes catlicos ingleses, polacos, suizos,alemanes, por las autoridades locales ortodoxas en los Balcanes,20 porpoderes extraeuropeos que vean en l un contrapeso a la potencia oto-mana o por liderazgos indgenas en frica y Amrica que buscabanobtener una posicin de ventaja (comercial, militar, cultural) respectoa sus otros vecinos. De esta manera resulta que la alianza con laMonarqua Hispnica, la adhesin a su religin o su identificacin comoun modelo poltico21 se convertan en elementos ms o menos centrales,al menos como icono, del debate interno de estos territorios. Las din-micas que encontramos en los gobiernos de poderosos reinos comoFrancia, Inglaterra o el shogunado Tokugawa a la hora de reforzar undiscurso religioso propio y especfico (el catolicismo real de Enrique IV,el anglicanismo de Isabel I y Jacobo I-VI o la persecucin general delcristianismo) tenan un componente innegable de reaccin contra loatractivo que resultaba, al menos para una parte de su poblacin que esdifcil de definir, la mmesis o la aceptacin de lo que se considerabacomo un modelo hispanizante. Hay que insistir en que en este caso elreforzamiento de los poderes polticos se hizo mediante la desnaturali-

    introduccin: las monarquas ibricas y sus vecindades 15

    20 FLORISTN IMZCOZ, 1988.21 La reflexin sobre el sentido y la operatividad historiogrfica del concepto

    modelo, del que se ha abusado para explicar las interacciones entre los poderes occi-dentales herederos de una misma tradicin jurdica y poltica, la encontramos en el volu-men editado por DUBET y RUIZ IBEZ, 2010.

  • zacin de los grupos insumisos que haban adoptado como sea de iden-tidad elementos que podan tener su inspiracin e incluso su de-pendencia en la Monarqua Hispnica.

    Ms all de las historias nacionales, los trabajos recientes sobre la his-panofilia muestran bien que la extensin de los colectivos que realmentepodan tener una lealtad suprarregncola hacia el rey de Espaa y su pol-tica era mucho menor de lo que las medidas represivas y la necesidad deconstruir un argumento de deslegitimacin (que termin por cristalizaren la leyenda negra) parecen indicar de principio. En muchos casos,dejando de lado los planes fantsticos que se hacan en la corte del reycatlico y que en muy pocas ocasiones se llegaron a aplicar efectivamente,la identificacin como poltica espaola fue una poderosa justificacinpara extraar las bases polticas e ideolgicas de poderes concurrentes enprocesos de guerra civil; lo cual, al tiempo que les cerraba una posibleayuda exterior, los defina como un infame medio de enfeudamiento a unpoder forneo y amenazante. Por supuesto, este proceso de construccinde la disciplina poltica pasaba por una nueva definicin, ms estricta ycon un fundamento religioso mucho ms slido y definido, de la legiti-midad del poder victorioso en las guerras civiles locales.22

    La influencia de la Monarqua, de su cultura y de la religin que pre-tenda defender no hay que buscarla solo en el entorno de las cortes. Losconflictos civiles, o simplemente las tensiones polticas, a las que se hacareferencia al hablar de Francia, Inglaterra y Japn, se repitieron a todaslas escalas en los mltiples escenarios donde se debata a escala local lalealtad hacia los reyes y la bsqueda de la unidad confesional, tanto en elinterior de las ciudades como ante las diversas clientelas nobiliarias.

    Esto ltimo es decisivo en trminos historiogrficos. Por un lado,parece claro que es preciso integrar el devenir de estos territorios parauna completa comprensin de las posibilidades de expansin, o inclusode simple hegemona, de la Monarqua Hispnica, ya que el liderazgo delrey catlico dependa en gran parte de su capacidad de encontrar aliadosexternos, dependientes o socios que defendieran sus intereses fuera de laMonarqua o bloquearan posibles acciones contra ella. El poder de suImperio no se limitaba a barcos, caones y hombres movilizados, sino asu credibilidad, a su reputacin y al temor y/o la simpata que infundie-ra. Por lo tanto, y eso lo entendan mejor los diplomticos hispanos quealgunos historiadores, las fronteras de la Monarqua no significaban elfinal de su extensin, ni el lmite de sus intereses. Por otro lado, queda

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    22 Un fundamento que se puede identificar con la confesionalizacin propuesta porla historiografa alemana, pero que requiere adaptaciones en sus cronologas y temticaspara ser operativo en otros mbitos: RUIZ RODRGUEZ y SOSA MAYOR, 2007; TALLON,2007; y, de nuevo, cabe recordar el ejemplar trabajo de SACERDOTI, 2002.

  • preguntarse cmo estudiar semejante proyeccin; desde una perspectivaamplia es obvio que la necesidad de definirse respecto a la MonarquaHispnica (o respecto a lo que se consideraba que esta era) perme aimportantes sectores de las poblaciones de esas vecindades, sobre todoen momentos de crisis poltica; por lo tanto, los procesos de recepcin,aceptacin o definicin de un modelo hispnico, y el rechazo y utiliza-cin de este como argumento de falta de legitimidad, as como las accio-nes polticas de represin, fortalecimiento y definicin de los poderesubicados en las vecindades de la Monarqua, constituyen un espacio deanlisis que impone identificar sobre el terreno, a todas las es-calas y en sus diversas temticas, los influjos de la Monarqua. Si unnoble ingls, un chevin francs, un samurai japons, un sultn nortea-fricano, un lder indgena en Brasil, un gentoqui reche o un cardenalromano defina su rol poltico y construa sus expectativas a partir deaceptar o rechazar la alianza hispana, asumir o no la ayuda del rey cat-lico y simpatizar o no con lo que era la religin del mismo, eso quieredecir que en todos estos territorios la opcin espaola vertebr, poraccin o por rechazo, no solo la decisin cortesana, sino la formacin yla proyeccin local de la sociedad poltica. La historia de la proyeccinde la Monarqua no puede, por lo tanto, reducirse a las temticas diplo-mticas, por mucho que estas hayan sido modernizadas, ni a los espacioscapitalinos y curiales, sino que debe incorporar una verdadera historiasocial y cultural de lo poltico, una historia incluyente en trminos terri-toriales y temticos.

    Los efectos que tuvo situarse en las vecindades de la MonarquaHispnica parece claro que no fueron nicamente resultado de la accinconcreta de esta, sino de su recepcin y apropiacin por parte de laspoblaciones locales (recepcin y apropiacin que en ocasiones conlleva-ban una verdadera recreacin oportunista de qu era, de qu deba ser, esaMonarqua); pese a ello, conviene recordar que su accin como potenciase desarroll en muchas ocasiones fuera de sus fronteras, y mucho msall de ellas, a travs de formas de proyeccin que en cierto sentido uni-ficaban de manera procesal los espacios sobre los que se aplicaron.

    La sombra del rey catlico

    Los captulos de este volumen permiten identificar los instrumentos,intencionales o no, de que se vali la hegemona del rey catlico, incor-porndolos a una necesaria visin del poder del mismo. A partir de estostrabajos, y sin buscar la reiteracin, es conveniente dar una visin gene-ral que facilitar una lectura de conjunto del volumen, sin pretender serexhaustivo, sino anticipando una gua que haga las veces de marco y que

    introduccin: las monarquas ibricas y sus vecindades 17

  • solo es parcialmente vlida para cada caso desarrollado. Como todapotencia que pugna por conseguir o mantener una hegemona, la que en-cabezaba el rey catlico tuvo por necesidad una fuerte presencia exteriora travs de la cual intent defender todos sus intereses, trmino queincluye aquellos que podan tener una base claramente objetiva (ladefensa de los monopolios comerciales con ambas Indias, de los seo-ros que posea o reclamaba, de la seguridad de su poblacin, de las rutasmilitares que unan unos dominios dispersos), los que se fundaban ensupuestos de prestigio y religiosos (la promocin y proteccin del cato-licismo), o los que simplemente nacan de la tradicin o de los compro-misos adquiridos o de la competencia con otras potencias. La presenciams obvia de la Monarqua era su red de embajadas estables, que a par-tir de Roma y Pars se haban extendido de forma creciente hacia losprincipales poderes de Europa Occidental;23 unas delegaciones que eranmucho ms que simples residencias diplomticas, pues servan para acti-var y promocionar a aquellos grupos o facciones que vieran con buenosojos la poltica hispana y/o mantener una amplia red de espas. Junto alos embajadores regulares, o en lugar de estos, el rey, o sus representantesen las fronteras, podan enviar delegados extraordinarios para reforzarsu presencia ante otro soberano, o para negociar con sus aliados exterio-res. Esta diplomacia de excepcin cubra un amplio abanico que poda irdesde los agentes ms o menos secretos que se desplazaban a represen-tar los buenos deseos del rey a las poblaciones no cristianas fuera deEuropa, pasando por los que iban a alentar las ansias de autonoma yrebelin que se desarrollaban en el Norte de frica y los Balcanes con-tra los otomanos, hasta la comisin del duque de Feria en 1593 anteunos Estados Generales en Pars en los que se esperaba que Isabel ClaraEugenia fuera elegida como reina de Francia.24

    Hay que considerar que esta proyeccin exterior en muchos casos, ypese a los temores de los enemigos del rey catlico, resultaba desorde-nada y contraproducente por sus contradicciones e incoherencias, yaque poda alentar a escala local acciones que desestabilizaban catastr-ficamente la gran poltica imperial. Lo mismo se puede decir de la pre-sencia de miembros de la familia real en otras cortes europeas, ya que siesta era, evidentemente, la principal forma de presencia y transferenciacultural de la dinasta reinante hacia otros mbitos, tampoco garantiza-ba una orientacin poltica permanentemente favorable a los intereseshispanos, pese a las esperanzas que se depositaran en estas uniones. El

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    23 OCHOA BRUN, 1999, 2000, 2002. 24 La pluralidad de agentes movilizados por la Monarqua se puede seguir en

    CARNICER GARCA y MARCOS RIVAS, 2005.

  • caso de Ana de Austria, esposa de Luis XIII y madre de Luis XIV,es posiblemente el ms evidente de la autonoma de los miembros dela familia Habsburgo, pero dista de ser el nico; baste recordar que laalianza espaola fue solo una de las mltiples opciones que sigui elduque Carlos Manuel de Saboya a lo largo de su sinuosa accin poltica,por muy yerno de Felipe II que fuera.25

    Construir clientelas fuera de la Monarqua no era algo que se hicierasolo con palabras; estas podan en muchos casos levantar expectativas,pero para que las alianzas se mantuvieran se haca preciso darles conteni-do. El rey tena mucho con lo que negociar, y poda, por tanto, establecerun amplsimo entramado de fidelidades ms all de sus fronteras. En pri-mer lugar estaban aquellos grupos con vocacin insumisa hacia su podersoberano (por cuestiones religiosas, laborales, culturales y/o polticas) quemantuvieron una relacin estable con la administracin hispana y unalealtad hereditaria hacia el rey catlico. El servicio al mismo era una vade promocin social ms o menos reglada y ms o menos esperable.Desde los cantones suizos catlicos (aunque no en gran nmero), desdeAlbania, desde Italia26 y desde las Islas Britnicas27 hubo un flujo ms omenos constante de tropas que sirvieron en los ejrcitos del rey. Este setraduca en el establecimiento de intereses de servicio con una proyeccinhereditaria. La presencia de comunidades mercantiles en la Monarqua(holandeses, ingleses, franceses e italianos en Europa, chinos en Filipinas,judos en Orn, portugueses en todas partes)28 poda conllevar fuertesdebilidades por la dependencia que haba por parte de la administracinregia hacia ellos, pero tambin se pudo mostrar muy til. Estos interme-diarios y passeurs de lmites servan en muchos casos como informantes,negociadores de rescates, contratistas navales o incluso financieros; aldefender sus intereses comerciales, en cierto sentido y hasta ciertos lmi-tes, ponan a disposicin de la administracin y la poltica hispana suspropias redes de intereses.29 La relacin era simbitica como muestrabien el caso de la repblica de Gnova y su imbricacin en laMonarqua.30

    introduccin: las monarquas ibricas y sus vecindades 19

    25 MERLIN, 1998.26 HANLON, 1998, cap. 2.27 GARCA HERNN y RECIO MORALES, 2007.28 Sobre las oportunidades y contradicciones que conllev para sus naturales la inte-

    gracin de la Corona portuguesa en la Monarqua, resultarn particularmente esclarece-doras las actas de las V jornadas internacionales de Historia de las Monarqua Ibricascelebradas bajo el ttulo: Portugal na Monarquia Espanhola. Dinmicas de integrao ede conflito (Lisboa, 2009). Una aproximacin general en CARDIM, 2004.

    29 BENAT-TACHOT y GRUZINSKI, 2001; SOLA, 2005.30 HERRERO SNCHEZ, 2004; as como las actas del coloquio: Gnova y la Monarqua

    Hispnica (1528-1713), Universidad Pablo de Olavide, 16-18 de septiembre de 2009.

  • No hay que olvidar que fuera de la Monarqua tambin hubo unanotable presencia de sbditos y/o exsbditos del rey catlico, que esta-blecan, de forma privada, redes de intereses con las sociedades exterio-res y que servan como medio de expansin (positiva o negativa) dela imagen de la hegemona hispnica. El traumatismo, la magnitud y laespectacularidad de las expulsiones de judos, musulmanes y moriscosde los dominios ibricos, as como de protestantes desde dichos domi-nios y los Pases Bajos, explican, en gran parte, que el inters historio-grfico se haya centrado mayoritariamente sobre ellos, sin detenerse enla presencia de otras comunidades o personas que tambin hicieron pre-sente la Monarqua, desde una perspectiva bien diferente. Misioneros,monjas, estudiantes (incluso tras las rdenes de restriccin de su salida),viajeros, exploradores, comunidades de mercaderes, mercenarios, o sim-ples emigrantes procedentes de los reinos ibricos desarrollaron su labor,circularon o se establecieron ms all de los lmites del poder de los do-minios del rey catlico sin dejar de ser espaoles, borgoones, ita-lianos o portugueses. Su presencia poda ser dotada de un significadopoltico al ser identificados como peligrosos por los poderes locales, alactuar como justificacin de una intervencin efectiva por parte de laMonarqua, o al poner al servicio de esta sus relaciones locales, sus posi-bilidades informativas y sus disponibilidades financieras. La construc-cin de un espacio de vecindad no dependa, por lo tanto, de la nicavoluntad expansiva de la Monarqua, sino de la coincidencia, no necesa-riamente intencional, entre los intereses de la poltica imperial y las posi-bilidades que el dinamismo econmico y demogrfico de la Pennsulageneraba al proyectarse ms all de s misma. En esta categora de agen-tes que actuaban como transmisores culturales y como actores polticosmovilizables, podemos incluir desde las poderosas comunidades comer-ciales de la fachada atlntica de Europa, hasta los solitarios especialistasmilitares que se ponan al servicio de los reyes exteriores en Europaoriental, las Islas Britnicas o el Norte de frica; ms an, en ella se tieneque considerar a quienes salieron de la Monarqua de forma no volunta-ria o simplemente se perdieron: desde los cautivos de guerra que espera-ban el rescate en Francia, el Norte de frica o Chile,31 hasta personajes tansingulares como el propio Cabeza de Vaca.

    Las prcticas de las comunidades, de los aventureros o de los misio-neros podan ser identificadas como modlicas (en tanto que exitosas) no

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    31 Hay que recordar que las formas de guerra privada y los cautiverios que se dieronen el Mediterrneo no fueron exclusivos de este espacio, sino que formaban parte de lapropia cultura de guerra que se generaliz en todas las fronteras de la Monarqua; sobreese tema versarn las actas del coloquio Circulation et coercition. Mobilits contrainteset captivit de guerre (XVIe-XXe sicles), Pars, 2011.

  • solo para las poblaciones extraeuropeas, sino tambin para la reaccincatlica continental. Los espaoles 32 fuera de la Monarqua podan servistos como intermediarios de unos aportes culturales propios, comoeran la formulacin nueva de un catolicismo rigorista, intolerante y com-prometido, la extensin de una literatura y un pensamiento particular-mente atractivos por su calidad en pleno Siglo de Oro, o la definicin deun gusto artstico y una moda que habra de tener notable xito. A ellose sumaba, en los territorios que tenan en su relacin con la Monarquasu punto de contacto esencial con el mundo occidental, la identificacinde esta con los avances tecnolgicos que en armamento, metalurgia, tec-nologa, edicin, conocimiento de la geografa o tctica militar se habandesarrollado en Europa. El resultado fue que se dot de prestigio yoportunidades profesionales a estos agentes externos de procedenciainterior; y, al hacerlo, se proyect una imagen slida, coherente y, en parte, triunfal de la Monarqua de la que procedan; una imagen que,no lo olvidemos, no tena por qu corresponder necesariamente a la rea-lidad.

    La presencia de estos agentes externos, solos o en comunidades, esta-ba perfectamente asentada cuando, a mediados del siglo XVI, la Monar-qua pudo identificar su proyeccin con la defensa del catolicismo, cosaque multiplic las oportunidades y los mecanismos para activar unamayor presencia fuera de sus fronteras. Sin embargo, el fracaso de estapoltica tuvo consecuencias dramticas. Por un lado, la propia prdida dedinamismo de los territorios ibricos (en plena atona demogrfica yregresin econmica en gran parte causada por la fiscalidad galopantey la atraccin de los capitales por la deuda)33 supuso un frenazo en elmantenimiento de la presencia de estas comunidades, salvo quiz ini-cialmente para el caso de los misioneros.34 Pronto se hizo evidente lasituacin opuesta, al pasar paulatinamente los territorios de la Monar-qua de ser centros de redes comerciales a periferia de las mismas. Estefenmeno tambin tuvo profundas races polticas, ya que las comuni-dades hispnicas se vieron confrontadas con su origen cuando este sehizo explcitamente peligroso para los gobiernos (y sus aliados) triun-fantes de las guerras civiles que cerraron la posibilidad de expansin dela Monarqua. Sin llegar al caso de la expulsin que se sufri en Japn,los espaoles (de nacimiento u origen) se convertan en potenciales ame-

    introduccin: las monarquas ibricas y sus vecindades 21

    32 Es preciso recordar que las categoras nacionales en la poca moderna resultaronmucho ms flexibles y polismicas de lo que se pueda entender ahora; el estudio de laformacin de las identidades polticas y culturales es uno de los ejes centrales de la refle-xin historiogrfica en la ltima dcada, ZIGA, 2002; HERZOG, 2003.

    33 YUN CASALILLA, 2004; MARCOS MARTN, 2006; DRELICHMAN y VOTH 2010.34 KOOI, 1995.

  • nazas para unos poderes locales que naturalmente habran de desconfiarde ellos; sobre todo como reaccin al hecho de que esa misma proyec-cin imperial haba reforzado la visibilidad de las comunidades y suidentidad espaola. Vistos explcitamente por los liderazgos de las ve-cindades a principios del siglo XVII como agentes de un poder con ansiauniversalista, o al menos intervencionista, y designados como perturba-dores naturales del orden, su identidad como sbditos del rey catlicodej de ser atractiva para muchos de ellos. La opcin que quedaba eraretirarse o diluir la identidad espaola en una identidad local ms atrac-tiva socialmente, al tiempo que se naturalizaban los rasgos religiososibricos vacindolos de contenido poltico.

    La consolidacin de relaciones de dependencia iba mucho ms all delaprovechamiento de las oportunidades que ofreca la Monarqua a suspropios sbditos exteriores o a las comunidades de extranjeros. Esta tam-bin desarroll polticas activas de construccin y sostenimiento de clien-telas exteriores, mediante la concesin de regalos o pensiones a mltiplesagentes externos. Los regalos podan entenderse en un primer momentodentro de las formas ordinarias de cortesa y reconocimiento de estatus ypodan ser de naturaleza mltiple: desde objetos preciosos a permisos desaca de metales a todo tipo de mercancas (particularmente apreciadoseran los caballos). Estos obsequios, pese a su naturaleza en principio gra-ciosa, tenan, y nadie se engaaba a ese respecto, un fuerte sentido pol-tico; la concesin de mercedes (desde encomiendas de rdenes a natura-lizaciones, pasando por hbitos de caballera), rentas y/o beneficios ecle-sisticos en la Monarqua para ellos o para sus entornos familiares era unaforma de lograr la benevolencia y fidelidad de personajes (el papa, los car-denales, los validos y ministros de otros soberanos, incluso los parientesde los reyes, sus confesores) que seguan desarrollando su gestin ensus territorios de origen. La administracin regia para la primera mitaddel siglo XVI ya haba comenzado a establecer pensiones ms o menosestables para algunos pequeos prncipes italianos y alemanes y, desdeluego, para los entornos curiales europeos. Estas pensiones y donesvarios podan resultar, no obstante, una trampa para la proyeccin impe-rial, y en efecto resultaron claramente contraproducentes por cuanto, sipor un lado activaban la emulacin de los no beneficiarios, por otro, unavez concedidos y convertidos en un elemento ordinario, se trasformabanen un compromiso del que difcilmente poda zafarse la administracin,la cual ya no activaba acciones concretas como contrapartida de los mis-mos, y se convertan, pues, en un compromiso cuya retirada hubiera sidovista como un agravio; peor incluso, el sistema de pensiones hizo quemuchos de los aliados futuros del rey catlico condicionaran su fidelidada la recepcin de las mismas, al tiempo que se fantaseaba (un delirio ali-mentado en parte por los embajadores espaoles y heredado por las his-

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  • toriografas nacionales) sobre la capacidad infinita de corromper del sobe-rano espaol gracias a su igualmente ilimitada riqueza. Resulta obvio quepor muy solvente que fuera la caja de la Monarqua no era el cuerno de laabundancia y tena lmites en su capacidad de financiacin, motivo por elcual el sostenimiento de lo que en las diversas cortes europeas (de Pragaa Roma, pasando por Pars y Londres, y sin olvidar las dietas suizas) seconoci en un momento u otro como el partido espaol no solo resul-t oneroso, sino que termin por generar ms frustraciones que lealtades,por los impagos y por la limitacin efectiva de las retribuciones.

    Junto con este sistema amplio de pensiones externas, la Monarquatambin poda hacerse presente de manera mucho ms puntual apoyan-do financieramente a algn lder indgena o noble (en menor medida auna ciudad) que buscara reforzar su autonoma o derrocar al gobierno.

    Los agentes espaoles, y tambin las promesas de apoyo econmico,estuvieron muy presentes detrs de una parte de las rebeliones y com-plots que se organizaron en Inglaterra, Escocia e Irlanda contra losTudor y los Estuardo, sobre todo cuando estos reforzaron la persecu-cin contra los catlicos o perjudicaron los intereses geopolticos hispa-nos. No fue un caso aislado: la Monarqua alent y en parte financi lainsumisin de la nobleza francesa contra sus soberanos entre 1525 y1659, tanto por razones confesionales, como por el ms prctico princi-pio de debilitar a su gran rival poltico; lo mismo hizo con la de los cam-pesinos catlicos de la Valtellina, la de los burgueses de las ciudades fla-mencas dominadas por los rebeldes o con los poderes musulmanes delNorte de frica que se oponan a la hegemona turca. La accin de laMonarqua tenda, por lo tanto, a disolver o al menos a cuestionar laslealtades a los poderes constituidos, generando dinmicas centrfugasque dotaban a los aliados del rey catlico de unos recursos extra para suaccin dentro del medio poltico local. No solo se trataba de apoyosmonetarios, sino que estos recursos podan ser de naturaleza comercialo tecnolgica, como sucedi con los jefes indgenas en frica y Amrica,cosa que levantaba an ms, y de forma justificada, los recelos de susrivales. Aceptar dichos recursos implicaba, adems, una forma nueva deidentificacin que situaba, en diversos grados, la legitimidad de la accinde sus parcialidades fuera de su propio territorio y dentro, al menos encierto sentido, del de la Monarqua Hispnica. Es comprensible que,cuando los hubo, los poderes centrales (o quienes pretendan serlo) sesintieran particularmente amenazados y aun molestos por lo que era,con toda claridad, la injerencia de una potencia hegemnica sobre suterritorio y la puesta en cuestin del papel del soberano como el granpatrn. La identificacin de este tipo de ayudas con la lesa majestad nofue ni general ni temprana, pero s muestra los intentos de esos poderessoberanos por monopolizar las relaciones con la potencia hegemnica y

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  • hacerlo, precisamente, desde una perspectiva soberana. El caso extremo,y bien conocido, es el de Japn, donde los Tokugawa, para prevenir disi-dencias polticas y contaminaciones religiosas que activaran la insumi-sin de los daimios, terminaron por prohibir el trfico con la Monarquay centralizaron su comercio exterior en el puerto de Nagasaki.

    La presencia exterior de la Monarqua poda incluso hacerse ms con-tundente, con el envo de tropas pagadas o hasta de dependencia directadel rey catlico. No se trataba, o al menos no en un primer momento, deconquistar territorios, sino de cambiar su poltica, apoyar una deter-minada opcin dentro de los conflictos intestinos de los vecinos de laMonarqua o incluso proteger a los aliados frente a agresiones exterio-res. El caso extremo, y posiblemente el mejor conocido, fue el propioSaco de Roma, una expresin clara de la posibilidad del emperador dereaccionar, bien que contra su voluntad, frente a la hostilidad demasiadomanifiesta del papa; la brutalidad de este tipo de acciones hizo que tuvie-ran un carcter ilustrativo, de manera que no hubieron de repetirse msall de la amenaza, como hizo el duque de Alba contra Paulo IV. Estoscorrectivos resultaban, sin embargo, en exceso visibles y contribuan adisear la imagen de una Monarqua agresiva y nada respetuosa hacia laley internacional y sus vecinos. Mucho ms defendible resultaba elapoyo militar que el rey daba a sus aliados frente a agresiones exteriores;por supuesto, no hay que olvidar que la implicacin de las tropas hispa-nas en operaciones obedeca a la defensa de sus intereses geopolticos,pero tampoco que esto llev a emplear recursos en territorios donde elrey catlico en teora no buscaba establecer su soberana. Baste recor-dar que emblemticas batallas de la hegemona hispana como Pava oNrdlingen se dieron en lugares que en ese momento (Miln no seincorporara a la Monarqua hasta la dcada de 1530) estaban ms all desus fronteras y no formaban parte de los territorios de un enemigodeclarado de la Monarqua. El apoyo al aliado era un medio inequvocode certificar la credibilidad como gran patrn por parte del rey catlico.Un caso elocuente es la restauracin por Carlos V en 1535 del hafsidaMuley Hassan en Tnez, contra Kheyr-ed-Dn Barbarroja, que habadepuesto a la dinasta en 1534, tras haberse apoyado inicialmente en elhermano del propio Muley Hassan.35 No fue la nica ocasin en la quela Monarqua restableci en el poder a un prncipe legtimo como mediode afirmar su influencia territorial e incluso consolidarla; baste recordar

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    35 El apoyo a los prncipes norteafricanos por la Monarqua es tratado en ALONSOACERO, 2006; las relaciones especficas con la casa real tunecina pueden leerse en el textode BOUBAKER Mouley Hassan al Hafsi et les Espagnols Tunis (1535-1548), presen-tado al coloquio Ngocier lObissance. Colloque en hommage Bernard Vincent,Pars, 2010 (en prensa).

  • que en el mismo ao de la conquista de Tnez mora Francisco MaraSforza, a quien el Csar haba restablecido en Miln tras Pava, bitoque permiti al emperador incorporar el ducado a los dominios de losHabsburgo en la persona del prncipe Felipe.

    El rey catlico, en nombre de una amistad desigual entre prncipes,colabor militarmente con otros soberanos para que estos, a la vez queintentaban restablecer la unidad religiosa, sofocaran la revuelta de sussbditos. Desde Flandes se enviaron (o se licenciaron para que fueranreclutadas) tropas en socorro de los Valois durante las guerras de Re-ligin y se contribuy con el emperador a aplastar la Revuelta bohemiaen la batalla de la Montaa Blanca.36 Simultneamente, la invasin delPalatinado en 1620 por el ejrcito de Ambrosio Spnola marca otro tipode proyeccin militar: la ocupacin de territorios. Lo mismo haba suce-dido con la Valtellina, cuyas ocupaciones sirvieron tanto para prevenir larepresin protestante contra la rebelin campesina catlica, como paragarantizar los corredores militares hispanos.37 El ejemplo de la Valtellinaes vlido para recordar que las tropas del rey de Espaa no solo apoya-ban a los prncipes (a quienes en cierto sentido convertan en clientes) ala hora de sofocar a sus vasallos, sino que podan servir como instru-mento de defensa y promocin de rebeliones, expresando de paso laexistencia de una comunidad de intereses catlicos cuyo lder natural eraahora el rey de Espaa. Hay que considerar a propsito las expedicionesenviadas en pleno auge de la Monarqua en apoyo de la Liga Catlica enFrancia o de la rebelin irlandesa.38 En principio no se trataba, aunquehubiera planes y negociaciones al respecto, de activar un proceso de sim-ple incorporacin, sino de defender la religin y reforzar a un bando enla guerra contra la hereja o frente a otra potencia con pretensiones hege-mnicas. No hay que olvidar que dichas operaciones podan tener unamplio radio y que permitieron al ejrcito de la Monarqua llegar hastalugares a los que todava en ese momento hubiera sido impensable llegar,

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    36 La Monarqua estuvo presente de forma mltiple en el frente bohemio, lo cualresulta muy elocuente a la hora de comprender que una visin de los espacios influidospor esta no puede limitarse a las relaciones con la pennsula ibrica y que no se puedelimitar la aproximacin a la influencia exterior de la Monarqua Hispnica a un solo ele-mento; en 1620 sobre el campo de batalla coincidieron tropas profesionales italianas yflamencas al mando de un noble de los Pases Bajos (el conde de Buquoy) y bajo elliderazgo mstico de un carmelita descalzo espaol (fray Domingo de Jess Mara);CHALINE, 1999 y 2008.

    37 MAFFI, 2005, 473-477.38 Sobre la expedicin a Bretaa de don Juan del guila hay que recordar la tesis indi-

    ta de TENACE, 1997; y sobre la que el mismo comandante realiz a los pocos aos a Irlanda,de la que hay ya un amplio dossier, siguen siendo obras de referencia: GARCA HERNN,BUNES IBARRA, RECIO MORALES y GARCA GARCA, 2002; RECIO MORALES, 2002.

  • como ocurri con las expediciones de Farnesio hacia el mismo coraznde Francia o la presencia, menos evidente, de tropas espaolas enLanguedoc, Provenza, Bretaa, Tnez, Irlanda o en las ciudades delnorte de Francia. La guarnicin espaola en Pars, de 1590 a 1594, marcaposiblemente el punto culminante de la proyeccin imperial hispana, ascomo las contradicciones, y los problemas operativos, que conllevabaapoyar la disidencia en sus vecinos. Los contemporneos eran conscien-tes de lo problemtico, y habra que aadir lo caro, que resultaba desa-rrollar este tipo de auxilios hacia el exterior. Adems, la relacin con losaliados exteriores se fundaba en muchos casos en el equvoco de la poli-semia del trmino.

    En muchas ocasiones la Monarqua tuvo la urgencia de intervenir porconsiderar esos espacios como prioritarios para el sostenimiento de los ejesterritoriales sobre los que se vertebraba, sobre todo dada la discontinuidadde los seoros del rey catlico. Los corredores militares necesarios paramover recursos hacan que Gnova, Lorena, Alsacia, la Valtellina o Liejafueran fundamentales, incluso mucho ms que algunas tierras dominadas.Lo mismo se puede decir de aquellos territorios (Virginia, Florida, Cambrai,Miln) sobre los que la Monarqua busc, para adelantarse a las accionesde sus rivales, ejercer una forma de hegemona que no implicaba, al menosen principio, la incorporacin efectiva de los mismos.

    La posesin incompleta impone, a su vez, una reflexin sobre losmbitos que corresponden realmente a la dominacin de un prncipe enla Edad Moderna, y tambin cules son los que deben analizar los historia-dores para comprender el poder de ese prncipe. En un rgimen polticopolijurisdiccional la existencia de derechos y responsabilidades de todotipo (proteccin, soberana, seguridad, propiedad, salvaguarda, patronaz-go) haca que ms all de las fronteras de sus posesiones patrimonialesla Monarqua ejerciera, o lo pretendiera, una influencia indirecta o direc-ta sobre amplios espacios; desde las zonas norteafricanas que comprabansu salvaguarda de las incursiones de la guarnicin de Orn a cambio delpago de un impuesto, hasta los seoros que negociaban el paso de tro-pas o el suministro de soldados a cambio de la proteccin del rey catli-co.39 Por supuesto, no todos estos espacios de la Monarqua ms all des misma tenan la misma prioridad para el gobierno de Madrid, ni elinflujo de la Monarqua sobre ellos era semejante,40 pero s contaban con

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    39 Las formas de proyeccin indirecta del poder del rey catlico (y/o de los territo-rios que componan de forma individual la Monarqua) se pueden ver en los trabajosrecogidos en CHANET y WINDLER, 2009.

    40 Precisamente fue a partir de la discusin de esas prioridades que en muchos casosse busc definir el propio sentido de la Monarqua (MARTNEZ MILLN, 2003). No hayque olvidar tampoco que cada uno de los espacios que componan la Monarqua mantu-

  • una situacin de incorporacin transitoria y relativa al poder del reycatlico. Ni que decir tiene que entre estos mbitos habra que diferen-ciar entre los que cumplan una funcin fiscal, los que tuvieron un sen-tido defensivo, los que buscaron garantizar los corredores militares queresultaban transitables para el poder del rey catlico41 o la misma cortepontificia, sin duda un espacio decisivo para la legitimidad de la polticaimperial.42

    Las demostraciones de poder, bien enviando tropas, bien situandoayudas, sirvieron para poner pronto en evidencia los lmites de lainfluencia del rey catlico, en muchos casos para frustracin de sus agen-tes. Estas ayudas eran asumidas y apropiadas desde las mltiples con-cepciones polticas de sus aliados, que iban desde ver el auxilio hispanocomo una simple oportunidad que no implicaba ningn compromiso defuturo, hasta considerarlo como la expresin de un liderazgo natural endefensa de la fe, que conllevaba la infeudacin a los designios del sobera-no espaol.43 Los ministros del rey catlico se desesperaron habitual-mente ante la falta de disciplina de unos aliados exteriores que resultabanen exceso poco dciles; y no llegaron a comprender que el influjo de laMonarqua de su seor no era una simple traslacin de su poltica a lospoderes que le eran vecinos, sino un vehculo para expresar la propiaproblemtica interior de dichos poderes; las elites urbanas y los noblesfranceses, ingleses, japoneses o norteafricanos se tenan que posicionarrespecto a la poltica de la Monarqua, pero lo hacan desde la defensa deunos intereses (tangibles e inmateriales) que les eran propios y que noeran ni unvocos ni estables. Una parte, mayoritaria, de la historiografano ha podido ver que los diversos grados de implicacin de los podereslocales exteriores con la poltica espaola, lejos de tener una naturalezacomn (la traicin a un supuesto destino nacional), no pueden ser anali-zados como un todo y tienen mucho que ver con la construccin polti-ca contempornea de los propios pases y menos con la historia delAntiguo Rgimen. Fue el proceso de consolidacin de la disciplina pol-tica generalizado a finales del siglo XVI el que identific en un todo, defi-nido como espurio en tanto que desleal, las relaciones directas entre sb-

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    vo una relacin particular prioritaria con sus vecinos inmediatos (se pueden apreciar lasmltiples posibilidades de sus efectos en los trabajos de WEIS, 2003, y JAN CHECA,2006); dicha relacin haca a su vez que cada territorio se definiera de forma especfica enlos efectos de la proyeccin genrica.

    41 Sobre estos ltimos, ampliando estudios clsicos como el de MARRADES, fue PAR-KER (1986, cap. 2) quien volvi a llamar la atencin acerca de su importancia geoestrat-gica, tesis que ha tenido una importante posteridad.

    42 DANDELET, 2002; VISCEGLIA, 2007.43 DESCIMON y RUIZ IBEZ, 2005, cap. 1.

  • ditos exteriores y rey catlico; una imagen de totalidad que pese a serpoco operativa pronto se consagr en el relato cannico nacional.

    Como las ayudas en dinero o el propio sostn militar no implicabanque quienes las recibieran se convirtieran en agentes propiamente telediri-gidos por el poder hispano, la proyeccin activa de la Monarqua fuerade sus fronteras tuvo que apoyarse a su pesar en el reconocimiento de lasmltiples sensibilidades que poda federar: si en un primer momento estoabri amplios horizontes de intervencin, a la hora de concretar el sen-tido de dicha accin los agentes del rey tuvieron que elegir entre susmltiples socios, lo que colaps las alianzas exteriores, generalmente enun contexto de desercin de sus integrantes, decepcionados a su vez porel intento del rey catlico de resignificar su relacin, pues exiga ahoraunas lealtades que ellos no estaban dispuestos a concederle. La plurali-dad de aliados externos, y la aceptacin por parte de la Monarqua de suautonoma poltica, contrasta vivamente con el periodo de asentamiento yexpansin efectiva de la misma, que termin hacia 1585; dicha expansinse fund en la consecucin de la hegemona de la violencia y en la exis-tencia de un discurso unificador (religioso y poltico) que permita redefi-nir las relaciones sociales y ligaba as la legitimidad de los poderosos queemergan del desorden al sostenimiento de la propia Monarqua.44 Unavez que se haba proclamado que la intervencin exterior no implicabauna fundacin o una restauracin, sino que se realizaba sobre poderes yaasentados, cuya colaboracin militar era necesaria, la poltica imperialHabsburgo se vio prisionera del reconocimiento de la legitimidad aut-noma de sus aliados, ergo de no poder reemplazarla. El resultado es bienconocido: o los procesos de ampliacin de la misma se vieron muy condi-cionados al respeto del entramado poltico y social local (como en Por-tugal), o se bloquearon en los malentendidos y conflictos con sus sociosexteriores, que si por un lado no permitan tomar una decisin operativa,por otro tampoco permitan una retirada honrosa que no trajese consigoun profundo desprestigio (Inglaterra, Francia, el Norte de frica).

    La investigacin del impacto global que tuvo la Monarqua Hispnicapasa por estudiar los territorios sobre los que esta extendi su influen-cia. Fue en ellos donde el rey reclut a unos aliados y clientes con los queno tena una relacin natural, pero que resultaban decisivos tanto parasalvaguardar las vitales rutas geoestratgicas sobre las que se sostena la unidad de unos espacios patrimoniales claramente dispersos, comopara expandir su influencia ante la imposibilidad material de manteneruna poltica continua de conquista. Desde este punto de vista la polticainterior y la poltica exterior se confunden y, desde la experiencia his-toriogrfica, se puede considerar que el fracaso de la hegemona de la

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    44 RUIZ IBEZ y SABATINI, 2009.

  • Monarqua no obedeci solo a la direccin central o a la escasez derecursos, sino que se jug a mltiples escalas locales, en muchas de lascuales esa Monarqua no era ms que una realidad lejana.

    Incorporar como una necesidad de anlisis histrico el estudio de laturbulenta vida local (poltica, cultural y social) de los territorios adya-centes de la Monarqua abre, desde la perspectiva del carcter propio devecindad, un amplio campo de reflexin, comparacin y anlisis hastaahora descuidado. Por supuesto, como ya se ha indicado, no se puedeconsiderar que esa naturaleza de vecindad, de recepcin-repulsa de loespaol fuera el elemento condicionante de esas realidades, pero s eslegtimo considerar que se trat de un rasgo genrico compartido desdeel que se puede comprender mucho mejor cul fue la especificidad de cada mbito. Este libro busca hacerlo sumando diversos puntos de vistasobre los diferentes territorios y proponiendo una visin global de cmoel mundo fue, entre tantas cosas, un producto de la influencia de laMonarqua Hispnica.

    Temticas, tiempos y espacios en las vecindades de la Monarqua

    Las Monarquas Ibricas tuvieron por primera vez en la historia la funcinde ser una potencia hegemnica que expandi sus dominios, bajo un dis-curso religioso unificador, a escala global; ello significa que ambas, sobretodo durante su unin, se convirtieron de hecho en un elemento comnpara personas y poderes polticos con orgenes, tradiciones culturales yubicaciones completamente diferentes. Tanto de forma positiva comonegativa, tanto econmica como culturalmente, tanto militar como polti-camente era preciso definirse frente a esa gran entidad, que resultaba atrac-tiva para unos, repulsiva para otros y ambas cosas para muchos. Un marcocomo Red Columnaria es ideal para analizar si existi, y hasta qu punto,un efecto similar, un halo unificador, en los mbitos geogrficos vecinos alos dominios del rey de Espaa, sobre todo en el tiempo en que la domi-nacin de este poda pensarse como de significado, o al menos proyeccin,universal. Por eso las VI jornadas de Historia de las Monarquas Ibricasde Red Columnaria se utilizaron para preparar este volumen, asumiendouna ptica politerritorial bajo unos supuestos comunes. El volumenincorpora parte sustancial de los temas y territorios tratados para verificardesde el estudio de cada caso y de cada historiografa particular hasta qupunto fue un fenmeno importante para la evolucin poltica, cultural yeconmica local la vecindad de la Monarqua.

    Lo que se ha logrado con estos trabajos es centrar una temtica casiindita hasta el momento, por lo que se han seleccionado una serie de

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  • territorios que, siendo particularmente significativos, no agotan, ni lopretenden, el tema. Hay que recordar que los espacios sobre los que laproximidad de la Monarqua ejerci un fuerte sentido de territorializa-cin no fueron uniformes ni estticos en su relacin e influencia mutuacon ella. Uno de los elementos centrales de este libro es evidenciar cmolas relaciones de estos mbitos con la Monarqua evolucionaron, ascomo el hecho de que al hacerlo fijaron tanto la misma hegemona delrey catlico, como la definicin de los territorios afectados o los lmitesde expansin de sus dominios.

    Semejante perspectiva permite comprender (y de hecho invita a ha-cerlo) la Monarqua como algo ms que el mero enunciado de los terri-torios que pertenecan a su propietario, e identificar la cronologa de estapresencia hegemnica y de su fracaso; a fin de cuentas, uno de loselementos centrales que llevaron a dicho fracaso, o que fueron su conse-cuencia, fue precisamente la prdida de influencia efectiva en sus vecin-dades. En lugar de lo que haba sido una proyeccin que iba de maneraambigua ms all de sus fronteras y que ofreca la posibilidad de inter-venir all no solo con los propios recursos, sino movilizando aliados;ahora la Monarqua vio no solo su prdida de influjo en esos espacios,sino la progresiva afirmacin estricta y lineal de la separacin entre susdominios y unos vecinos que se definan despus de 1600 de formamucho ms rigurosa, que controlaban mejor su territorio y que en muchoscasos haban arbolado un discurso contrario al poder ibrico y, en oca-siones, al catolicismo. Este ltimo punto es muy importante para medirel efecto real que la vecindad de la Monarqua Hispnica tuvo, ya que lapresencia de una potencia hegemnica conllevaba dos procesos que,estudiados en los casos que componen este libro, se muestran dicotmi-cos, pero en absoluto contradictorios, y que pueden definir en positivoy negativo la historia poltica de dichos territorios:

    Un efecto centrfugo: es decir, el surgimiento o la consolidacinde parcialidades que por mltiples factores se identifican con la Mo-narqua Hispnica o con el modelo cultural catlico. Esta toma de posi-cin implica la alianza con el poder ibrico y permite mantener o bienuna opcin cultural alternativa a la que proclama el poder local, o bien ladisidencia contra dicho poder. De la Liga en Francia a los catlicos enJapn o Frisia o Inglaterra la casustica es amplsima. Los textos mues-tran cmo el surgimiento de dichos grupos o simpatas obedeci a unaaccin consciente de los agentes de la Monarqua Ibrica y/o vehicul lastensiones inherentes a sociedades que se estaban definiendo a nivel con-fesional. Pero si la existencia de un gran patrn catlico poda activar pul-siones de insumisin poltica y de cuestionamiento de la legitimidad enlas poblaciones de sus vecinos, tambin tuvo consecuencias inversas.

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  • El efecto agregativo: la derrota de los grupos indicados en elprrafo anterior se bas en gran parte en una reaccin de cierre y autoa-firmacin de los poderes locales, cuya consolidacin como tales sehabra de sustentar en la exigencia de una mayor disciplina social y pol-tica a las poblaciones para prevenir el contagio ibrico y, al mismotiempo, en la apropiacin de slidos discursos alternativos al modelocultural ibrico (discursos que es bien sabido que en muchos casos esta-ban significativamente influidos por l, pero desnaturalizados en suselementos45). La consolidacin de la leyenda negra, la afirmacin delcatolicismo real en Francia, del anglicanismo en Inglaterra, la extirpacindel cristianismo en Japn, o las transformaciones religiosas de los recheson fenmenos contemporneos y coinciden con el fracaso de la pro-yeccin hegemnica hispnica. Paradjica y significativamente pareceque el efecto de una expansin universalista fue la afirmacin de unosparticularismos que se proponan como alternativas con un fondo igual-mente universalista, pero cuya aplicacin (pese a contar con potenciali-dades tericas ilimitadas) iba a ser mucho ms restrictiva, si no mera-mente local. En ocasiones fue necesaria la elaboracin y divulgacin dediscursos xenfobos antiespaoles para consolidar la propia legitimidadde un poder local que se presentaba como la nica alternativa a la agre-sin ibrica (expresin en ocasiones de la agresin papista); ello con-tribuy a consolidar, ampliar y definir lo que termin por cristalizarcomo estereotipos nacionales.46

    Estos supuestos pueden estudiarse, en diversos grados y en mltiplesefectos, en casi todos los casos de territorios fronterizos a las Mo-narquas Ibricas. El presente volumen rene trabajos sobre algunos delos espacios ms significativos, sin que por ello tenga la vocacin de ago-tar las vecindades de la Monarqua, ya que otros mbitos, relacionadossobre todo con el Imperio Portugus (el frica subsahariana, la India, elSudeste asitico) o con la proyeccin europea de la Monarqua (la rep-blica holandesa, los estados italianos y Lorena, la Confederacin Helv-tica, el reino de Polonia, Moscovia) hubieran merecido estar presentesy, desde luego, lo han de estar en una reflexin futura. A partir de anlisis

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    45 Este proceso no fue exclusivo de los grupos catlicos territoriales que se desvin-cularon de las simpatas hacia la Monarqua, sino que tambin se puede localizar en larelacin ambigua que esta mantuvo con rdenes como la de los jesuitas, que si bien fueacusada de ser un instrumento de la poltica hispana en el siglo XVI en Francia oInglaterra, mantuvo siempre una agenda propia que le permiti diversificar sus apoyosya desde la dcada de 1580; LOZANO NAVARRO, 2005; NELSON, 2005.

    46 Sobre el desarrollo de la concepcin de sentimiento nacional hay un amplio e inte-resante debate, para el que se remite al texto de TALLON, 2007b.

  • de caso, y desde diversas tradiciones historiogrficas, los autores de losdistintos captulos buscan dar una visin general desde la ptica del estu-dio de la vecindad de fenmenos que de forma individual, como objetosparticulares, cuentan con una amplsima produccin escolar a sus espal-das. El fin del volumen no es, obviamente, realizar una aproximacincerrada al sujeto cientfico de la relacin bilateral con la Monarqua, sinoconstruir una imagen multilateral de sus vecindades, mostrando desdelas diversas historiografas cmo ha pasado hasta ahora desapercibidoun fenmeno cuyo conocimiento permite, ms all de cualquier formade historia nacional o esencial, comprender mejor el significado de lasMonarquas Ibricas tanto para sus propias poblaciones, como para las que se vieron inquietadas de cualquier manera por ellas. Es obvio quesolo se puede identificar lo especfico si primero se conoce lo genrico,y que hasta ahora se han visto como particulares muchos elementoscomunes a los vecinos de las Monarquas.

    Este volumen es un libro y no las actas de un congreso. La constatacines importante, ya que los autores de los distintos captulos han tenido queajustarse ms o menos a una amplitud concreta y han tenido que cons-truir sus textos centrndose en una temtica precisa que permita al lec-tor apropiarse de una problemtica a la vez local y global; mientras queel investigador de un espacio particular, por su parte, podr entrar encontacto con las orientaciones cientficas y las realidades histricas de lasotras entidades que tambin fueron afectadas por la existencia hegem-nica de la Monarqua. De esta forma se construye un marco analticocomn, global, construido desde la base y la herencia escolar, pero conla vocacin de ir mucho ms all. Ciertamente, para la preparacin deeste volumen fueron decisivas las VI jornadas internacionales de His-toria de las Monarquas Ibricas de Red Columnaria (Murcia, 201047)que se organizaron para discutir los contenidos de lo que iba a ser estevolumen; a ellas asistieron tanto los ponentes que aqu publican sus tex-tos como sus relatores y un amplio pblico activo,48 lo cual gener unamasa crtica muy amplia, suficiente para discutir y para afirmar las dis-tintas formulaciones. Dicha reunin se llev a cabo en la Universidadde Murcia gracias al apoyo constante de la Fundacin Sneca (Agencia deCiencia y Tecnologa de la Regin de Murcia) y al proyecto de investi-gacin Hispanofilia, la proyeccin poltica de la Monarqua Hispnica(I): aliados externos y refugiados polticos (1580-1610), del Minis-terio de Ciencia e Innovacin, entidades que han colaborado tambin de

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    47 Bajo la direccin de Pedro CARDIM, Tamar HERZOG, Gaetano SABATINI y el autorde estas lneas y la secretara cientfica de Jos Miguel ABAD GONZLEZ y Ana DAZSERRANO.

    48 El programa completo se puede consultar en www.redcolumnaria.com.

  • forma decisiva en la edicin de este libro, que conserva el ttulo de lasjornadas. La celebracin de las mismas sirvi a la vez para mostrar quela dinmica de anlisis propuesta desde hace ms de un lustro en RedColumnaria se ha transformado ya en una realidad operativa, una de laslneas de desarrollo para la construccin de una historia verdaderamen-te posnacional.49

    Una vez realizadas las jornadas los distintos autores tuvieron la liber-tad, orientada por una propuesta de contenidos, de confrontar la defini-cin de cada espacio como una vecindad.50 Antes de enfocar esta nuevaperspectiva de anlisis de las Monarquas era bueno recordar cmo elestereotipo nacional negativo se haba aplicado a esa Monarqua; la apro-piacin de la leyenda negra por el pensamiento espaol, con sus vaive-nes, ha sido central, por afirmacin o negacin, para explicar hasta ahorael devenir histrico; a fin de emanciparse de ese supuesto teleolgico (el ser espaol) se hace necesario comprender que la leyenda negra delsiglo XVI-XVII es un objeto historiogrfico que permite conocer mejor lassociedades que la generaron que el propio mundo ibrico que pretendadescribir. La conciencia del peso, visible o soterrado, de los componentesdel discurso de la decadencia irreversible es muy importante, ya que suidentificacin permite reubicar el anlisis de la historia de la Monarquaen un mundo histrico mucho ms rico que la burda plasmacin de unossupuestos atemporales.

    Precisamente por ello este volumen se abre con un texto sobre el sen-tido, el peso, el origen y la superacin de la leyenda negra. A partir deah toca estudiar la Monarqua desde fuera de ella misma, desde susvecindades, por lo que se ha incluido una serie de captulos sobre algu-nos de los territorios y grandes poderes polticos europeos que compi-tieron, se definieron y fueron influidos por la existencia de la Monarqua(las Islas Britnicas, el Sacro Imperio y el reino de Francia); contina concaptulos sobre algunos de aquellos estados con los que la Monarqua,por cuestiones ideolgicas o geopolticas, tuvo una relacin privilegiada,y un control intermitente (el papado); pero este anlisis no se limita soloal espacio puramente europeo, ya que la Monarqua se proyect igual-mente en competicin con el mundo musulmn y ortodoxo en el Medi-terrneo, as como intent, bien que con xito limitado, influir sobre los

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    49 Concretamente desde las I jornadas internacionales de Historia de las MonarquasIbricas (en Mula-Murcia, 2005) ya se han celebrado ms de un centenar de actividades(congresos, seminarios, cursos, exposiciones) dentro de Red Columnaria, y se ha edita-do ms de una decena de libros en este marco; alguno de ellos aparece referido en estetexto.

    50 Agradezco aqu el imprescindible apoyo de Jos Miguel ABAD para la reunin ycorreccin de los textos.

  • grandes poderes de Extremo Oriente (Japn y China). Ms all de susfronteras la Monarqua encontr espacios ocupados por sociedades queno haban dado lugar a entidades polticas de alta sofisticacin y que,aunque el rey catlico las consideraba en cierta forma como integrantesde sus dominios, escapaban de facto a los mismos. Las poblaciones ind-genas no sometidas, o no plenamente sometidas, en los dominios ameri-canos son un interesante contrapunto para ver si hubo prcticas comunesy consecuencias parecidas a la hora de reordenar el espacio, crear clien-telas y generar circulaciones.

    Entre los mltiples instrumentos de proyeccin que se formaron atravs de la hegemona real y la definieron (el ejrcito, la diplomacia),dos permiten realizar una visin cruzada de cmo se gestaba la recepciny percepcin de la Monarqua, y cmo estas condicionaron su capacidadde presencia: la religin y el comercio. La identificacin de la Coronahispnica con la defensa del catolicismo hace que el estudio de la expan-sin, y desnaturalizacin, de la versin hispana de la Reforma catlica enEuropa sea un ejemplo til para poder comprender cmo la difusinconfesional no era por naturaleza un acto teledirigido por las autorida-des hispnicas, sino que hay que concebirlo en el complejsimo procesode construccin territorial y cultural de sus vecindades. Lo mismo su-cedi con las comunidades mercantiles hispanas en Europa, que si fue-ron expresin de la vitalidad ibrica y vehculo en ocasiones de lainfluencia del rey catlico, tambin resultaron autnomas y no estuvie-ron exentas de tensiones cuando les toc adaptarse a los cambios quetrajo consigo el final de la hegemona.51 Los dos captulos que se lesdedican muestran de qu manera para comprender bien el cmo, elcundo y el porqu de la proyeccin hispana hay que incorporar la his-toria social de la cultura y de la economa y a sus protagonistas. As,pues, si solo desde una perspectiva global que las desborde se puedenpensar las Monarquas Ibricas, es porque resulta mucho ms eficienteen trminos cientficos hacerlo, reintegrando en su pleno significado unarealidad que queda expresada como un todo en el captulo que cierra estevolumen y que sirve de relectura global de cmo la Monarqua fue unaespina dorsal sobre la que bati un mundo que, una vez construido, ter-min por no necesitarla ms.

    Todos estos trabajos permiten una aproximacin simultnea y deli-mitan tanto la cronologa de la Monarqua como la de los territorios quele eran adyacentes. Desde una perspectiva amplia se dibuja una periodi-zacin de lmites difusos y fuertemente determinados por las prioridadesgeopolticas, el influjo intangible del prestigio y la activacin hispanfi-

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    51 PO-CHIA HSIA, 1998.

  • la de los problemas locales. Si la Monarqua de Carlos V fue sobre todoel aliado idneo contra unos seores demasiado poderosos (fundamen-talmente el rey de Francia y el Sultn otomano, sin olvidar a otros msmodestos como el rey de Inglaterra), la de su hijo desde la dcada de1570 pareca ser algo ms; por razones ya indicadas (y sobre todo ante eleclipse de los reyes cristiansimos y del Gran Seor) la Monarqua dejde ser vista como un simple aliado y se la invit (o se invit a s misma)a participar en los conflictos civiles. Demasiados frentes, demasiadocoste. Si la poca de Felipe III y gran parte de la de Felipe IV fue la de larecepcin del arte, la religin, la literatura y la moda espaola se debien gran parte a que esos elementos podan identificarse como referentesvaciados de contenido subversivo; ya no eran vehculos de sumisin alexterior, sino de recepcin de un estilo que poda ser naturalizado hastael punto de poder llegar a identificarse como propio. De ah naca unafalsa paradoja que puede confundir a algunos historiadores: en el rei-nado de Felipe III, sobre todo tras 1604, la proyeccin efectiva de laMonarqua parece mayor y ms significativa, pero no fue as.

    Ciertamente es en ese momento cuando el negro y las gorgueras seuniversalizan, cuando la cultura espaola llega a mbitos ms amplios,cuando sus embajadores influan en las polticas locales con mayor xitoy cuando la corte del rey catlico se llen de demandantes de mercedesde todo origen; pero eso no quiere decir que esta influencia se tradujeraen una mayor capacidad de intervencin. La avalancha de solicitadores dela gracia real cuyos testimonios se acumulan en la seccin Estado delCastillo Blanco de Simancas era consecuencia del fracaso de la polticaimperial. El reinado de Felipe II vio florecer a delegados que ofrecan pla-nes concretos de intervencin; que llegaran posteriormente todo tipo deextranjeros exiliados solo era reflejo del fiasco de dichos planes yde la durabilidad de los compromisos asumidos. Lo mismo pasa con lainfluencia cultural: ahora se exportaba la que efectivamente proceda dela Pennsula, con lo que perda gran parte de su flexibilidad y dejaba de ser el vehculo que daba forma a las inquietudes y expectativas de lainsurgencia catlica. Cuanto ms difanos fueran los lmites de la influen-cia espaola, ms se reducira su capacidad ilimitada de expansin, de creacin. La oportunidad de la hegemona haba dejado pasar a su sombraen forma de una reputacin que pronto result demasiado cara defender.

    La Monarqua Hispnica fue un entramado inestable que incluaterritorios sobre los que tena una variada capacidad de influencia y queincorporaba los que formaban parte patrimonial de ella, los que reclamcomo propios (o como espacios de monopolio comercial, evangelizadoro de conquista), los que ocup efectiva pero transitoriamente, los quecontrol de forma indirecta a travs de la influencia en los gobiernoslocales para garantizar el paso de sus tropas, los que protegi de otras

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  • agresiones, los que tuvieron partidos o clientelas con las que mantuvolazos de fidelidad, los que pudieron mantener una religin o una auto-noma determinada gracias al envo de sus religiosos, soldados o subsi-dios, los que pensaron poder hacerlo Un amplio listado que incluyetierras en cuatro continentes y casusticas mltiples que permiten inter-pretar la globalidad histrica desde una nueva perspectiva. Esto da lugara una geografa variable de compromisos, oportunidades, realidades yfrustraciones que difcilmente puede percibirse en los mapas histricospero que, hay que repetirlo?, es central para comprender el desarrollode esta Monarqua y de esos territorios; una globalidad que ha de serconstruida desde el estudio local; un amplio campo que reafirma a lainternacionalizacin de la historia en un imperativo cientfico, una aven-tura que este libro contribuye a definir.

    Jos Javier Ruiz Ibez

    Yecla, 12 de septiembre de 2011

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