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TEMA 9: LOS SACRAMENTOS DEL SERVICIO A LA COMUNIÓN: MATRIMONIO Y ORDEN El Matrimonio y el Orden, están ordenados a la salvación de los demás. Contribuyen ciertamente a la propia salvación, pero esto lo hacen mediante el servicio que prestan a los demás. Confieren una misión particular en la Iglesia y sirven a la edificación del Pueblo de Dios. El matrimonio cristiano es aquel sacramento por el cual dos personas de distinto sexo, hábiles para casarse, se unen por muto consentimiento en indisoluble comunidad de vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, y reciben gracia para cumplir los deberes especiales de su estado. El Orden es el sacramento en el cual, por la imposición de manos y la oración del obispo, se confiere al cristiano un poder espiritual y gracia para ejercerlo santamente; Gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos: es, pues, el sacramento del ministerio apostólico. 1. EL MATRIMONIO EN LA SAGRADA ESCRITURA ANTIGUO TESTAMENTO El matrimonio en el designio del creador Los dos relatos de la creación terminan con una escena que funda la institución del matrimonio. En el relato Yavista (Gen 2) la intención divina es explícita en estos términos: “NO es bueno que el hombre esté solo, voy a darle una ayuda que le sea apropiada” (2,18). El hombre que es superior a todos los animales no podría tallar esta ayuda si no en la que es carne de su carne y hueso de sus huesos (2,21). Esta la creó Dios para él; por eso el hombre, dejando padre y madre, se adhiere a ella por amor y los dos vienen a ser una sola carne (2,24). La sexualidad halla así su sentido traduciendo en la carne la unidad de los dos seres que Dios llama a darse ayuda mutua. La fecundidad de la madre de los vivientes (3,23) será para ella un beneficio permanente (4,1). El relato sacerdotal (gen 1) está menos cargado de elementos dramáticos. El hombre creado a imagen de Dios para dominar la tierra y poblarla es en realidad la pareja (1,26s). La fecundidad aparece aquí como el fin mismo de la sexualidad, que es cosa excelente como toda la creación (1,31). Así se afirma el ideal divino de la institución matrimonial antes de que el pecado haya corrompido al género humano. El matrimonio en el pueblo de Dios. Cuando Dios emprende la educación de su pueblo dándole su ley, la institución matrimonial no está ya al nivel de este ideal primitivo, así, en la práctica, la ley adopta parcialmente sus exigencias a la dureza de los corazones (Mt 19,8). La fecundidad se considera como el valor primordial al que está subordinado todo lo demás. Pero una vez asegurado este punto la institución conserva la huella de las costumbres ancestrales muy alejadas del matrimonio prototipo de Gen 1-2. 1. Amor conyugal y sujeción social. Los textos antiguos están fuertemente marcados por una mentalidad en la que el bien de la comunidad se antepone al de los individuos, el que impone sus leyes y sus exigencias. Los padres casan a sus hijos sin consultarlo (gen 24,2; 29,23). El grupo excluye ciertos matrimonios en el interior de la parentela (Lev 18,6-9) o en el exterior de la nación (Dt 7,1- 3). Ciertas uniones son regidas por la necesidad de perpetuar la raza como la de la viuda sin hijos con su pariente más próximo (Dt 25,5-10). A pesar de todo, bajo estas apariencias de coerción, la espontaneidad del amor sigue muy vivo. Se hallan hogares unidos con un amor profundo (1 Sam 1,8), fidelidad es que duran libremente más allá de la muerte (Jud 16,22). A pesar de la dote pagada a la familia de la mujer (gen 34,12) y el título de dueño o propietario que lleva el marido (baal), la mujer no es sencillamente una mercancía que se compra y se vende. Se muestra capaz de asumir responsabilidades y puede contribuir activamente a la reputación de su marido (Prov 31, 10-31). El amor de dos consortes libres, en un diálogo apasionado, que se sustrae a la coerción, es lo que presenta el Cantar de los Cantares, aunque sea alegórico y se refiera al amor de Dios y de su pueblo, el libro habla de él con las palabras y los términos que eran en su tiempo los del amor humano.

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TEMA 9: LOS SACRAMENTOS DEL SERVICIO A LA COMUNIÓN:MATRIMONIO Y ORDEN

El Matrimonio y el Orden, están ordenados a la salvación de los demás. Contribuyen ciertamente a la propia salvación, pero esto lo hacen mediante el servicio que prestan a los demás. Confieren una misión particular en la Iglesia y sirven a la edificación del Pueblo de Dios.

El matrimonio cristiano es aquel sacramento por el cual dos personas de distinto sexo, hábiles para casarse, se unen por muto consentimiento en indisoluble comunidad de vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, y reciben gracia para cumplir los deberes especiales de su estado.

El Orden es el sacramento en el cual, por la imposición de manos y la oración del obispo, se confiere al cristiano un poder espiritual y gracia para ejercerlo santamente; Gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos: es, pues, el sacramento del ministerio apostólico.

1. EL MATRIMONIO EN LA SAGRADA ESCRITURA

ANTIGUO TESTAMENTO

El matrimonio en el designio del creadorLos dos relatos de la creación terminan con una escena que funda la institución del matrimonio. En el

relato Yavista (Gen 2) la intención divina es explícita en estos términos: “NO es bueno que el hombre esté solo, voy a darle una ayuda que le sea apropiada” (2,18). El hombre que es superior a todos los animales no podría tallar esta ayuda si no en la que es carne de su carne y hueso de sus huesos (2,21). Esta la creó Dios para él; por eso el hombre, dejando padre y madre, se adhiere a ella por amor y los dos vienen a ser una sola carne (2,24). La sexualidad halla así su sentido traduciendo en la carne la unidad de los dos seres que Dios llama a darse ayuda mutua.

La fecundidad de la madre de los vivientes (3,23) será para ella un beneficio permanente (4,1). El relato sacerdotal (gen 1) está menos cargado de elementos dramáticos. El hombre creado a imagen de Dios para dominar la tierra y poblarla es en realidad la pareja (1,26s). La fecundidad aparece aquí como el fin mismo de la sexualidad, que es cosa excelente como toda la creación (1,31). Así se afirma el ideal divino de la institución matrimonial antes de que el pecado haya corrompido al género humano.

El matrimonio en el pueblo de Dios. Cuando Dios emprende la educación de su pueblo dándole su ley, la institución matrimonial no está ya

al nivel de este ideal primitivo, así, en la práctica, la ley adopta parcialmente sus exigencias a la dureza de los corazones (Mt 19,8). La fecundidad se considera como el valor primordial al que está subordinado todo lo demás. Pero una vez asegurado este punto la institución conserva la huella de las costumbres ancestrales muy alejadas del matrimonio prototipo de Gen 1-2.

1. Amor conyugal y sujeción social. Los textos antiguos están fuertemente marcados por una mentalidad en la que el bien de la comunidad

se antepone al de los individuos, el que impone sus leyes y sus exigencias. Los padres casan a sus hijos sin consultarlo (gen 24,2; 29,23). El grupo excluye ciertos matrimonios en el interior de la parentela (Lev 18,6-9) o en el exterior de la nación (Dt 7,1-3). Ciertas uniones son regidas por la necesidad de perpetuar la raza como la de la viuda sin hijos con su pariente más próximo (Dt 25,5-10). A pesar de todo, bajo estas apariencias de coerción, la espontaneidad del amor sigue muy vivo. Se hallan hogares unidos con un amor profundo (1 Sam 1,8), fidelidad es que duran libremente más allá de la muerte (Jud 16,22). A pesar de la dote pagada a la familia de la mujer (gen 34,12) y el título de dueño o propietario que lleva el marido (baal), la mujer no es sencillamente una mercancía que se compra y se vende. Se muestra capaz de asumir responsabilidades y puede contribuir activamente a la reputación de su marido (Prov 31, 10-31). El amor de dos consortes libres, en un diálogo apasionado, que se sustrae a la coerción, es lo que presenta el Cantar de los Cantares, aunque sea alegórico y se refiera al amor de Dios y de su pueblo, el libro habla de él con las palabras y los términos que eran en su tiempo los del amor humano.

2. Poligamia y monogamia. El ideal de la fecundidad y la preocupación por tener una familia poderosa hacen desear hijos numerosos (Jue 8,30), lo que conduce naturalmente a la poligamia. El autor yavista, cuyo ideal era monogámico (Gén 2,18-24), la estigmatiza atribuyendo su origen a una iniciativa del bárbaro Lamec. Sin embargo, a todo lo largo de la Biblia se encuentra el uso de tener dos esposas (1Sam 1,2) o de tomar concubinas y mujeres esclavas (Gén 16,2). Los reyes contraen gran número de uniones por amor (2Sam 11,2) o por interés político. Así aparecen grandes harenes (1Re 11,3). Pero el afecto exclusivo no es tampoco raro, desde Isaac (Gen 25,19-28) y José hasta Judit y los dos Tobías (Tob 11,5ss).

3. La estabilidad del matrimonio y fidelidad de los esposos. La misma preocupación de tener descendencia pudo también introducir la práctica del repudio por causa de esterilidad; pero la poligamia permitía resolver una dificultad (Gen 16). La ley, reglamentando la práctica del divorcio, no precisa qué “tara” puede permitir al hombre repudiar a su mujer (Dt 24,1s). Sin embargo después del exilio cantan los sabios la fidelidad para con la esposa de la juventud (Prov 5,15-19) y hacen el elogio de la estabilidad conyugal (Eclo 36,25ss). Relacionando el pacto matrimonial con la alianza de Yahvé y de Israel afirma Malaquías que Dios “odia el repudio” (Mal 2,14ss). La practica del adulterio es severamente denunciada por los profetas (Ez 18,6), aun cuando el culpable es el mismo rey David (2Sa 12).

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4. El ideal religioso del matrimonio. Aun cuando el matrimonio es ante todo cuestión de derecho civil y los textos antiguos no hacen alusión a un ritual religioso, el israelita sabe muy bien que Dios le guía en la elección de la esposa (Gen 24,42-52). Después del exilio el libro de Tobías da una visión latamente espiritual del hogar preparado por Dios (3,16), fundado bajo su mirada en la fe y en la oración.

NUEVO TESTAMENTOLa concepción del matrimonio en el NT está inspirada en la paradoja misma de la vida de Jesús: nacido

de mujer, por su vida de Nazaret consagra la familia tal como había sido preparada por todo el AT. Pero nacido de madre virgen, viviendo él mismo en virginidad, da testimonio de un amor superior al matrimonio.

1. La nueva ley. Jesús, refiriéndose explícitamente, por encima de la ley de Moisés. Al designio creador del Génesis, afirma del carácter absoluto del matrimonio y su indisolubilidad (Mt 19,1-9). El hombre y la mujer son una sola carne ante Dios; así el repudio, tolerado a acusa de la dureza de los corazones, debe excluirse en el reino de Dios, donde el mundo vuelve a su perfección original. La excepción del caso de fornicación (Mt 19,9) no tiende ciertamente a justificar el divorcio, se refiere o bien al repudio de una esposa ilegítima, o bien a una separación a la que no podrá seguir otro matrimonio. De ahí el espanto de los discípulos ante el rigor de la nueva ley: “si tal es la condición del hombre frente a la mujer, vale más no casarse” (Mt 19,10). Ante el adulterio Jesús los acoge, no para aprobar su conducta sino para aportarles una conversión y un perdón que subrayan el valor del ideal traicionado (Jn 8,11).

2. El sacramento del matrimonio. Jesús no se contenta con devolver la institución del matrimonio a la perfección primitiva que había empañado el pecado. Le da un fundamento nuevo, que le confiere su significación religiosa en el reino de Dios. Por la nueva alianza que funda en su propia sangre (Mt 26,28), viene a ser él mismo el esposo de la Iglesia. Así para los cristianos “el matrimonio es un gran misterio en relación con Cristo y con la Iglesia” (Ef 5,32). La sumisión de la Iglesia a Cristo y el amor de Cristo a la Iglesia, a la que salvó entregándose por ella, son así la regla viva que deben imitar los esposos.

2. INSTITUCIÓN DEL SACRAMENTO DEL MATRIMONIOEl matrimonio no fue instituido por hombres sino por Dios (Dz 2225 cf. GS 48). El matrimonio, como

institución natural es de origen divino. Dios creó a los hombres varón y hembra (Gen 1,27) y depositó en la misma naturaleza humana el instinto de procreación. Dios bendijo la primera pareja humana y por medio de una revelación especial les manifestó su mandato de que se multiplicasen. “Procread y multiplicaos y henchid la tierra” (Gen 1,28).

Negaron el origen del matrimonio las sectas gnósticomaniqueas de la antigüedad y edad Media. Partiendo de la doctrina dualista según la cual la materia es la sede del mal, estos herejes rechazaron el matrimonio (por el cual se propaga la materia del cuerpo), calificándolo de fuente del mal. San Gregorio Niseno declaró que tanto la diferenciación sexual de las personas, como el matrimonio, que en ella se funda, son consecuencia del pecado que Dios había ya previsto. Santo Tomás refutó la doctrina de Gregorio. San Jerónimo también hace depender erróneamente el origen del matrimonio del pecado del primer hombre.

Sacramentalidad del matrimonioCristo restauró el matrimonio instituido y bendecido por Dios haciendo que recobrase su primitivo ideal

de unidad e indisolubilidad (Mt 19,3ss) y elevándolo a la dignidad de sacramento.Contra los reformadores que negaban la sacramentalidad del matrimonio, considerándolo como “cosa

exterior y mundana” (Lutero), el Concilio de Trento respondió declarando que era verdadero sacramento, instituido por Cristo y además que confiere la gracia (Dz 971). Lo miso hicieron Pío IX, León XIII, Pío X y Pio XI.

San Pablo hace notar el carácter religioso del matrimonio, exigiendo que se contraiga “en el Señor” (1Cor 7,39) y anunciando su indisolubilidad como precepto del Señor (1Cor 7,10). La elevada dignidad y santidad del matrimonio cristiano se funda, según San Pablo, en que el matrimonio es símbolo del amor de Cristo con su Iglesia; Ef 5,32: “Gran misterio es éste, más lo digo con respecto a Cristo y a su Iglesia”. Como la unión de Cristo con su Iglesia es fuente de abundantes gracias para los miembros de ésta, el matrimonio, si es imagen perfecta de la unión santificadora de Cristo con la Iglesia, no puede ser un símbolo huero como lo era en la época patrística sino un signo eficiente de la gracia. Ahora bien, este efecto de comunicar la gracia no podrá tenerlo el matrimonio sino por institución de Cristo.

Las palabras del apóstol no prueban con plena certeza que el matrimonio causa la gracia santificante, causalidad que es nota esencial del concepto de sacramento. La palabra “sacramentum” solamente tiene el significado general de “misterio”. Pero el hecho de que el apóstol compare el matrimonio cristiano con la unión santificadora de Cristo con su Iglesia insinúa que el matrimonio es verdadera causa de gracia.

Los Padres consideraron desde un principio el matrimonio como algo sagrado. San Ignacio de Antioquia exige que la Iglesia coopere en la contracción dl matrimonio: “Conviene que el novio y la novia contraigan matrimonio con anuencia del obispo, a fin de que el matrimonio sea conforme al Señor y no conforme a la concupiscencia”. San Agustín defiende la dignidad y santidad del matrimonio cristiano contra los maniqueos, que desechaban el matrimonio como fuente del mal, contra Joviniano, que inculpaba a la Iglesia de menospreciar el matrimonio y contra los pelagianos que decían que el pecado original era incompatible con la dignidad del matrimonio. Convirtióse en patrimonio de la Teología posterior su doctrina sobre los tres bienes del matrimonio: la descendencia, la fidelidad conyugal y signo de la unión indisoluble de Cristo con su Iglesia.

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La asistencia de Jesús a las bodas de Caná la consideran los padres de la Iglesia como un reconocimiento y santificación del matrimonio cristiano por parte del Señor, de manera análoga como en el Jordán, por su bautismo, santificó Jesús el agua para la administración del sacramento del bautismo (San Agustín y san Juan Damasceno). Solamente la escolástica llegó a adquirir un conocimiento claro y científico del matrimonio cristiano como sacramento. La Iglesia oriental separada considera igualmente el matrimonio como sacramento.

3. ESTRUCTURA SACRAMENTAL

Identidad del sacramento y del contrato matrimonialTodo contrato matrimonial válido celebrado entre cristianos es por sí mismo sacramento. Como

Jesucristo llevó a la categoría de signo eficiente de la gracia el matrimonio natural, que consistía esencialmente en el contrato matrimonial, resulta que el sacramento del matrimonio se identifica realmente con el contrato matrimonial. En consecuencia, todo contrato matrimonial válido, celebrado entre cristianos, es al mismo tiempo sacramento en virtud de una positiva institución divina. Según el decreto para los armenios, el ofrecimiento y aceptación mutua que hacen de sí mismo los contrayentes es la causa eficiente del sacramento (y no la bendición sacerdotal) Dz 702. Según la doctrina de Trento, los matrimonios clandestinos que se contraían sin intervención de la Iglesia por sólo el ofrecimiento y aceptación mutua de los contrayentes fueron matrimonios válidos hasta que la Iglesia no hizo declaración en contra Dz 990.

Los Papas Pío IX, León XIII y Pío XI declararon expresamente que en el matrimonio cristiano el sacramento es inseparable del contrato matrimonial y que, por tanto, todo verdadero matrimonio entre cristianos entre sí y por sí mismo es sacramento (León XIII, Dz 1854, CIC 1055).

El contrato matrimonial como signo sacramentalDe la identidad real que existe entre el sacramento del matrimonio y el contrato matrimonial se deduce

que el signo exterior del sacramento consiste exclusivamente en el contrato matrimonial, esto es, en el mutuo ofrecimiento y aceptación que hacen los contrayentes por medio de las palabras o señales. En cuanto por este contrato se ofrece el derecho a la unión sexual, puede ser considerado como materia; y en cuanto significa la aceptación del mismo derecho, puede tomarse como forma. Algunos teólogos (Melchor Cano entre otros) entendían que el contrato matrimonial es la materia y la bendición sacerdotal es la forma de la señal sacramental del matrimonio (y así los siguen considerando también las iglesias ortodoxas orientales).

Como difícilmente puede trasladarse al matrimonio el esquema del “ministro y del receptor humano” pues ambos se identificarían, puede decirse, con razón, que el auténtico administrador de la gracia matrimonial es Cristo, mientras que los contrayentes constituyen el signo sacramental en la comunión de la Iglesia. Son los esposos quienes, como ministros de la gracia de Cristo se confieren mutuamente el sacramento del matrimonio expresando ante la Iglesia su consentimiento. La Iglesia considera el intercambio de los consentimientos entre los esposos como el elemento indispensable ”que hace el matrimonio”. Si el consentimiento falta, no hay matrimonio. El consentimiento consiste en un acto humano, por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente: “Yo te recibo como esposa” – “Yo te recibo como esposo”. Este consentimiento que une a los esposos entre sí, encuentra su plenitud en el hecho de que los dos “vienen a ser una sola carne”.

El presbítero (o diácono) asistente es algo más que simple testigo autorizado o supervisor del deber de cumplir las formas prescritas. Hace simbólicamente visible la dimensión eclesial del matrimonio en cuanto que participa en su conclusión como representante de Cristo y de la Iglesia y concede a los participantes, como ministro de esta misma Iglesia, la bendición de Dios (Tomás de A.). El CIC prevé casos excepcionales en que se contrae válidamente el matrimonio sin asistencia del sacerdote: “Donde no haya sacerdotes ni diáconos, el obispo diocesano, previo voto favorable de la Conferencia Episcopal y obtenida licencia de la Santa Sede, puede delegar a laicos para que asistan a los matrimonios (CIC 1112).

Para que la administración y recepción del sacramento sea válida se requiere:a) que los contrayentes estén bautizados;b) Intención, por lo menos virtual de hacer lo que hace la Iglesia;c) Estar libre de impedimentos dirimentes; d) Observar la forma prescrita por la Iglesia (Solamente son válidos aquellos matrimonios que se contraen

ante el ordinario del lugar o el párroco, o un sacerdote o diácono delegado por uno de ellos para que asista, y ante dos testigos CIC 1108), a no ser porque el CIC prevea excepciones.

Para administrar y recibir lícitamente el sacramento del matrimonio se requiere estar libre de impedimentos impedientes (e.d. que sólo prohíben pero no invalidan la alianza matrimonial). Para recibir dignamente el sacramento se requiere el estado de gracia.

4. PROPIEDAD DEL VÍNCULO

La unidad Contra la doctrina de Lutero que fundándose en el AT reconocían el doble matrimonio del landgrave

Felipe de Essen declaró el concilio de Trento que está prohibido a los cristianos por ley divina tener al mismo tiempo varias esposas (Dz 972). El canon es dirigido contra la forma corriente de poligamia simultánea.: la

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poligamia (matrimonio de un varón con varias mujeres a la vez), la poliandria (matrimonio de una sola mujer con varios varones al mismo tiempo) está prohibida por ley natural, pues impide, o al menos pone en grave riesgo el fin primario del matrimonio (Dz 969, 221).

En el paraíso Dios instituyó el matrimonio como unión monógama (Gen 1,28; 2,24). Pero la humanidad se apartó bien pronto de aquel primitivo ideal (Gen 4,19). Aun en el AT dominó ampliamente la poligamia (patriarcas, Saúl, David) estaba reconocida por la ley (Dt 21,15ss), cosa que significa una dispensa explicita por parte de Dios. Cristo volvió a restaurar el matrimonio en toda su pureza primitiva. Citando Gen 2,24, dice el Salvador: “de manera que ya no son dos, son una sola carne. Formar una carne denota que el matrimonio da lugar a una unidad superior; por eso el hombre deja a su padre y a su madre para integrarse en unidad con la mujer y de ésta con el hombre. Por tanto, lo que Dios ha unido no lo separe el hombre” (Mt 19,26). El casarse de nuevo después de haber repudiado a la mujer lo considera Jesucristo como adulterio (Mt 19,9). Conforme a la doctrina de san Pablo, el matrimonio tiene un carácter estrictamente monogámico (Rom 7,3 si en vida, es adulterio; 1Cor 7,2; Ef 5,32).

Los apologistas cristianos, describiendo la pureza moral de los cristianos, ponen especialmente de relieve la severa observancia de la monogamia.

La prueba especulativa de la unidad del matrimonio (monogamia) se funda en que sólo mediante esta unidad se garantiza la consecución de todos los fines del matrimonio si se convierte éste en símbolo de la unión de rito con su Iglesia.La indisolubilidad

El concilio de Trento declaró que el vínculo conyugal no se puede romper por la herejía, o por dificultades en la convivencia o por la ausencia malévola de un cónyuge (Dz 975). La iglesia no yerra cuando ha enseñado y enseña que el vínculo conyugal, conforma a la doctrina evangélica y apostólica, no se puede romper ni en caso de adulterio de uno de los cónyuges (Dz 977). Estos dos cánones se dirigen contra los reformadores, pero el último también afecta a la Iglesia griega y ortodoxa, la cual concede en caso de adulterio la disolución del vínculo fundándose en Mt 5,32 y Mt 19,9 y en la doctrina de los padres griegos. Las definiciones de Trento sólo tienen por objeto el matrimonio cristiano. Pero según la ordenación de Dios, cuando fundó el matrimonio, cualquier matrimonio (incluso de dos no bautizados) es intrínsecamente indisoluble, es decir, no se puede disolver por decisión de uno, ni aun de los dos contrayentes (Dz 2234).

Preguntado Jesús por los fariseos si era lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa, les respondió citando Gen 2,24 “por tanto, lo que Dios unió no lo separe el hombre” (Mt 19,6). Ellos objetaron que Moisés había ordenado “dar libelo de divorcio y repudiar a la mujer (Dt 24,1). Entonces replicó Jesús “por la dureza de su corazón les permitió Moisés repudiar a sus mujeres, pero al principio no fue así” (Mt 19,8). Jesús vuelve a restaurar el matrimonio primitivo, tal como Dios lo constituyera, por eso dijo el Señor: “quien repudia a su mujer, salvo en caso de fornicación y se casa con otra, comete adulterio”. (En cuanto a la fornicación, ver en Pág. 2).

Fines del matrimonioEl CIC de 1917 presentaba como fin primario del matrimonio la procreación y educación de la prole, y

como fin secundario, la ayuda mutua y la satisfacción moralmente ordenada del apetito sexual. Es quizá mejor afirmar que la finalidad del matrimonio es el de fundar una comunidad de amor abierta a

la vida, ya que esta alianza, “por su naturaleza está ordenada al bien de los cónyuges así como a la generación y educación de los hijos.” (CEC 1660, cf GS 48, 1; CIC can. 1055, 1). Por eso es esencial vivir la fidelidad conyugal por la que son fieles a Dios, a Cristo y a sí mismos. El amor conyugal es personal; se trata de un amor esponsalicio y es un amor libremente elegido. Tal tipo de amor exige y demanda fidelidad y ayuda mutua, unidad, indisolubilidad y fecundidad.

5. GRACIA DEL SACRAMENTO(CEC 1641-1642) "En su modo y estado de vida, [los cónyuges cristianos tienen su carisma propio en el

Pueblo de Dios" (LO 11). Esta gracia propia del sacramento del Matrimonio está destinada a perfeccionar el amor de los cónyuges, a fortalecer su unidad indisoluble. Por medio de esta gracia "se ayudan mutuamente a santificarse con la vida matrimonial conyugal y en la acogida y educación de los hijos" (LG 11; cf LG 41).

Cristo es la fuente de esta gracia. "Pues de la misma manera que Dios en otro tiempo salió al encuentro de su pueblo por una alianza de amor y fidelidad, ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia, mediante el sacramento del Matrimonio, sale al encuentro de los esposos cristianos" (GIS 48, 2). Permanece con ellos, les da la fuerza de seguirle tomando su cruz, de levantarse después de sus caídas, de perdonarse mutuamente, de llevar unos las cargas de los otros (cf Ga 6, 2), de estar "sometidos unos a otros en el temor de Cristo" (E 5, 21 ) y de amarse con un amor sobrenatural, delicado y fecundo. En las alegrías de su amor y de su vida familiar les da, ya aquí, un gusto anticipado del banquete de las bodas del Cordero:

¿De dónde voy a sacar la fuerza para describir de manera satisfactoria la dicha del matrimonio que celebra la Iglesia que confirma la ofrenda, que sella la bendición? Los ángeles; lo proclaman, el Padre celestial lo ratifica... ¡Qué matrimonio el de dos cristianos, unidos por una sola esperanza, un solo deseo, una sola disciplina, el mismo servicio! Los dos hijos de un mismo Padre, servidores de un mismo Señor; nada los separa ni en el espíritu ni en la carne; al contrario, son verdaderamente dos en una sola carne. Donde la carne es una, también es uno el espíritu (Tertuliano, ux. 2, 9; cf FC 13 1).

6. EL SACRAMENTO DEL ORDEN EN LA SAGRADA ESCRITURAEl punto de referencia específico del ministerio sacramental en la Iglesia postpascual es la misión de

Jesús, el mediador escatológico del reino de Dios. Su actividad y su destino en la cruz y la resurrección son el origen del pueblo de la alianza neotestamentaria, su fuente y su fundamento permanente. Una de las características esenciales de la actividad de Jesús era la potestad divina (exousía) con que actuaba. Ejerció su

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misión salvífica y su poder también a través de los hombre a los que llamó para que le representaran y le actualizaran allí donde él no quiso o no pudo llegar. Por eso, y en virtud de su potestad divina eligió a los doce. Ellos fueron los signos y los representantes de su pretensión escatológica sobre todo el pueblo de Dios, que debe reagruparse y reestablecerse en ellos. Instituyó además, a estos doce, como un sólido círculo unido en la comunión con él. Los envió como sus apóstoles / mensajeros a predicar y a expulsar demonios: e.d., a poner en práctica la salvación de la basileia. Y para ello les otorgó el poder de actuar en su nombre (Mc 3,13ss).

Los acontecimientos de Pascua y Pentecostés no superan el testimonio, la misión y el poder de los doce, sino que lo transforman en virtud de su encuentro con el resucitado.

El servicio de salvación de los doce, de los testigos de la resurrección y de los primeros misioneros (apóstoles) es una actualización de la permanente actividad salvífica de Cristo, el Señor exaltó en su iglesia por medio del Espíritu Santo y es ejercido en la proclamación del Evangelio, en la celebración del bautismo y de la eucaristía, en el perdón de los pecados, en la dirección y la edificación de las comunidades.

En el círculo del primitivo apostolado surgieron (tal como se descubre a la luz de una reflexión sobre los hechos históricos contemplados en perspectiva teológica) los servicios y los ministerios de los presidentes (1Tes 5,12), los ministerios de los obispos y diáconos (1Tim 3,2), de los dirigentes (Heb 13,7) o de los presbíteros que ejercen bien su cargo y se afanan en la predicación y la enseñanza (1Tim 5,17).

El elemento que determina la esencia y la base del ministerio de los presbíteros / epíscopos en su actividad por el poder del Espíritu Santo, en nombre de Cristo, pastor de la Iglesia o primer Pástor (1Pe 5,4) de pastorear la Iglesia por medio del Evangelio (Hch 11,30) y de iniciar a volverse el pastor y obispo de vuestras almas (1Pe 2,25). El servicio de reconciliación y de predicación de los apóstoles se hace en lugar de Cristo (2Cor 5,20). A los titulares de la comunidad se les puede considerar colaboradores de Dios en el edificio de –Dios que es la Iglesia (1Cor 3,9). Como servidores de Cristo son administradores de los misterios de Dios (1Cor 4,1).

Según el testimonio bíblico fueron los propios apóstoles los que organizaron la transición de la primera Iglesia a la Iglesia postapostólica (Tit 1,5). La transición se produjo mediante el acto específico de la imposición de las manos y la oración de súplica por la venida del Espíritu Santo y describe con mayor detalle el ministerio desde el poder de este Espíritu. El rito de la imposición de las manos está enraizado en la tradición bíblica total y señala la transmisión del Espíritu y del poder de Dios a los dirigentes y a los ancianos del pueblo de Dios (Num 8,10).

Al rito de la instalación en el cargo mediante la imposición de las manos y la oración (1Tim 4,14), heredado de los apóstoles y los presbíteros (o respectivamente de los testigos bíblicos y posbíblicos de la tradición conocida como apostólica) le aplicó Tertuliano la denominación técnica de ordenatio. También Cipriano llamó ordenación a la investidura sacramental en el cargo.

Su efecto es un don (carisma) del Espíritu Santo que confiere la potestad espiritual de ejercer el ministerio (1Tim 4,14) “no dejes de cuidar el don que hay en ti y que mediante intervención profética se le confirió por la imposición de las manos (2Tim 1,6) “te insisto en que avives ese don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos.

Este carisma no confiere, en sentido profano, el poder que ejerce un superior sobre sus súbditos. No se está hablando aquí de el poder que detentan los señores del mundo, sino de un servicio que debe prestarse a nombre de Cristo (Mt 23,9-11).

La potestad conferida en la ordenación presta las acciones simbólicas realizadas en nombre de Cristo una eficacia que procede de Dios y tiene consistencia ante él. A los titulares de ministerios se les transfiere en especial el poder de atar y desatar (Mt 16,19), e. d., de perdonar los pecados por el poder recibido del Espíritu Santo (Jn 20,22ss), de predicar en todos los rincones de la tierra el evangelio y de llamar a los hombres a convertirse mediante el bautismo, en discípulos de Jesús (Mt 28,19), de celebrar la eucaristía (1Cor 11,26) por la que se edifica la Iglesia como comunión, y de desempeñar el ministerio de dirección, en el que se manifiesta el cuidado pastoral de Cristo por su Iglesia (Hch 20,28; 1Pe 5,1-4).

7. EXISTENCIA DEL SACRAMENTOContra la doctrina protestante del sacerdocio universal de los laicos, el concilio de Trento declaró que

existe en la Iglesia católica un sacerdocio visible y externo (Dz 961), una jerarquía instituida por ordenación divina (Dz 966), e.d., un sacerdocio especial y un especial estado sacerdotal esencialmente distinto del laical. En este estado sacerdotal de ingresa por medio de un sacramento especial, el sacramento del Orden. La definición de la sacramentalidad del orden, en Trento, afirma únicamente la sacramentalidad del orden en general, pero no la de cada una de las órdenes.

En los relatos bíblicos sobre la admisión de alguna persona en la jerarquía eclesiástica, aparecen claramente todas las notas de la noción del sacramento (Hch 6,6) nos habla de la institución de los diáconos según la interpretación tradicional: “los cuales [los siete varones] fueron presentados a los apóstoles, quienes, orando, les impusieron las manos” en (Hch 14,22) se refiere la institución de los presbíteros: “Les constituyeron presbíteros en cada Iglesia por la imposición de las manos, operando y ayunando, y los encomendaron al Señor”. San pablo escribe a Timoteo: “Por esto te amonesto que hagas revivir la gracia de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos” (2Tim 1,6; 1Tim4,14): “No descuides la gracia que posees que te fue conferida en medio de buenos augurios con la imposición de las manos de los presbíteros”.

Así pues, se ingresaba en la jerarquía eclesiástica por medio de una ceremonia sensible consistente en la imposición de manos y la oración. Por medio de este rito externo se concedía a los ordenados poder espiritual y gracia interior. La expresión “gratia”en los dos pasajes citados de las cartas a Timoteo no significa dones extraordinarios de gracia (carismas) sino la gracia de santificación concedida para el desempeño del ministerio espiritual.

La exhortación del apóstol San Pablo: “NO seas precipitado en imponer las manos a nadie” (1Tim 5,22), si, con la exégesis más admisible, se refiere a la ordenación, da testimonio de que los prefectos eclesiásticos establecidos por los apóstoles debían transmitir a su vez por la imposición de manos los poderes que ellos habían recibido.

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SIGNO EXTERNO DEL SACRAMENTOComo solamente los tres grados jerárquicos: diaconado, presbiterado y episcopado son sacramento, la

imposición de manos es únicamente la materia del sacramento del orden. La imposición de manos se debe hacer por contacto físico de éstas con la cabeza del ordenado. Mas, para la administración válida del sacramento asta el contacto moral obtenido extendiendo las manos. Pío XII, Const. "Sacramentum Ordinis " (1947) define la materia y la forma: El rito esencial del sacramento del Orden está constituido, para los tres grados, por la imposición de manos del obispo sobre la cabeza del ordenado, así como por una oración consacratoria específica que pide a Dios la efusión del Espíritu Santo y de sus dones apropiados al ministerio para el cual el candidato es ordenado.

La mayor parte de los teólogos escolásticos, partiendo del supuesto de que todos los grados del orden eran sacramento, ponían la materia del sacramento del orden en la entrega de los instrumentos, que simbolizan las distintas funciones de cada orden. Pío XII dice: “Al menos para el futuro no es necesaria la entrega de los instrumentos para la validez del diaconado, presbiterado y episcopado” (Dz 3001).

La forma del sacramento del orden consiste únicamente en las palabras que declaran la santificación de la imposición de las manos.

El ministro Ordinario, el obispo en cualquiera de sus grados (CIC 1012 y C.d Florencia "Exultate Deo"--Traditio Apostólica da testimonio de que existía la costumbre de imponer las manos los presbíteros tras el obispo, como signo de fraternidad sacerdotal). Los obispos poseen esta potestad en virtud de su ordenación episcopal. Sobre si el sacerdote podría ser ministro extraordinario hay una discusión histórica y teológica que parece inclinarse a que no.Para la licitud se requiere:1.- El obispo en comunión con el Papa, (para ordenar obispos debe haber dos presentes para la consagración y es exigencia de Nicea y CIC 1014.)2.- Observar las leyes de la Iglesia ( LG 24).3.- Ser obispo propio -diaconado y presbiterado- o tener las cartas legítimas.Sujeto: Condiciones de validez, ser varón bautizado. Bautismo por ser puerta de todo sacramento, y ser varón por voluntad divina y sentir la Iglesia. Y la intención suficiente habitual expresa.Para la licitud (CIC 1024-1039)1.- Haber recibido la confirmación (CIC 1033).2.- Edad canónica (22-d; 24-p, CIC 1031 y 203).3.- Estado de gracia. 4.- Buenas costumbres, rectas y sin impedimentos ni irregularidades.5.- Ciencia debida, T», F» y humana. 6.- Tener los ministerios laicales y guardar los intersticios (CIC 1050, 1031, 378)7.- Tener vocación divina, (valorada por la Iglesia).8.- Libre.9.- Celibato en la Iglesia latina ( la práctica contraria de las Iglesias Orientales es considerada lícita). 8. INSTITUCIÓN DE PARTE DE CRISTO

Hay una clara diferencia con el sacerdocio de Israel del A.T., a pesar de que en él había una jerarquía y un sacerdocio ministerial que se dedicaba al culto, y en el que también se utilizaba la imposición de manos para transmitir el poder. Pero en el N.T. queda abolido. S Pablo en Heb 5: Cristo instituye a los Apóstoles sacerdotes (definida ya en II C de Lyon y Florencia). Cristo instituyó este sacramento como se prueba por el hecho de que sólo Dios y el Dios-hombre Jesucristo pueden establecer un vínculo causal entre un rito externo y la concesión de la gracia interna.

En la s.XXIII el cap. 1, can. 1 de Trento, se enseña como verdad de fe la institución divina de un sacerdocio sacramental visible de la nueva alianza. Y como la Eucaristía es un sacrificio sacramental y visible por el que no es que el hombre reconcilie a Dios consigo, sino por el que Cristo actualiza su sacrificio expiatorio en la cruz, ha sido el mismo Cristo quien ha otorgado a los apóstoles y a sus sucesores la potestad de actuar como sacerdotes (DH 1764, 1771). Cristo instituye la sustancia del sacramento, en la Ultima Cena (Dz 949) y deja a la Iglesia la potestad de determinar el rito, grados que son ya de institución apostólica.

En orden a apacentar el Pueblo de Dios y acrecentarlo siempre, Cristo Señor instituyó en su Iglesia diversos ministerios ordenados al bien de todo el Cuerpo. Porque los ministros que poseen la sagrada potestad están al servicio de sus hermanos, a fin de que todos cuantos son miembros del Pueblo de Dios y gozan, por tanto, de la verdadera dignidad cristiana, tiendan todos libre y ordenadamente a un mismo fin y lleguen a la salvación.

Este santo Concilio, siguiendo las huellas del Vaticano I, enseña y declara a una con él que Jesucristo, eterno Pastor, edificó la santa Iglesia enviando a sus Apóstoles como El mismo había sido enviado por el Padre (cf. Jn., 20,21), y quiso que los sucesores de éstos, los Obispos, hasta la consumación de los siglos, fuesen los pastores en su Iglesia... Para realizar estos oficios tan altos, fueron los apóstoles enriquecidos por Cristo con la efusión especial del Espíritu Santo (cf. Act., 1,8; 2,4; Jn., 20, 22- 23), y ellos, a su vez, por la imposición de las manos transmitieron a sus colaboradores el don del Espíritu (cf. 1 Tim., 4,14; 2 Tim., 1,6-7), que ha llegado hasta nosotros en la consagración episcopal. (LG 18-21)

Lumen Gentium aclara que se produce en dos etapas, una referida a la institución, en la que Cristo envía a los Apóstoles y les da la gracia para la misión encomendada; y una segunda referida a la sucesión.

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9. SIGNIFICADO Y FIN DEL SACERDOCIOEste sacramento confiere un don del Espíritu Santo que permite ejercer un poder sagrado (“sacra

potestas”) que sólo puede venir de Cristo, a través de su Iglesia. La imposición de manos del obispo, con la oración consecratoria, constituye el signo visible de esta consagración.

In persona Christi... En el servicio eclesial del ministro ordenado es Cristo mismo quien está presente en su Iglesia como

Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, sumo sacerdote del sacrificio redentor, Maestro de la Verdad. Es lo que la Iglesia expresa al decir que el sacerdote, en virtud del sacramento del Orden, actúa “in persona Christi Capitis”: El ministro posee en verdad el papel del mismo Sacerdote, Cristo Jesús. Si, ciertamente, aquél es asimilado al Sumo Sacerdote, por la consagración sacerdotal recibida, goza de la facultad de actuar por el poder de Cristo mismo a quien representa (“virtute ac persona ipsius Christi”). Pío XII, Enc. “Mediator Dei”. Esta presencia de Cristo en el ministro no debe ser entendida como si éste estuviese exento de todas las flaquezas humanas, del afán de poder, de errores, es decir, del pecado. No todos los actos del ministro son garantizados de la misma manera por la fuerza del Espíritu Santo.

El Concilio Vaticano II desarrolla la doctrina del sacramento del orden en el contexto de la eclesiología-comunión y sin acentos polémicos contrarreformitas. La Iglesia es en Cristo el sacramento por el que el Señor exaltado realiza del reino de Dios por el que ejerce su ministerio de mediación real, sacerdotal y profética (LG 1). Forma parte de la esencia sacramental de esta comunión sacerdotal eclesial hacer visible, a través de señales o símbolos, la primacía de Cristo y su enfrente respecto de la comunidad. Y así, el servicio sacerdotal de la Iglesia a ejercido por la misma Iglesia como Cuerpo de Cristo, pero no menos por Cristo en cuanto cabeza y origen permanente de la misión salvífica eclesial (LG 10). De donde se sigue que el sacerdocio jerárquico ejercido en la persona de Cristo, la cabeza sacerdotal, se distingue del ejercido por todos los fieles.

El ministerio sacramental hunde sus raíces en la potestad espiritual y en la misión de los apóstoles y de sus sucesores, los obispos (LG 20). Mediante la consagración episcopal se transfiere la plenitud de este sacramento. Por eso el obispo puede ser principio y fundamento de la unidad de la Iglesia local y de la comunión con los restantes obispos de la Iglesia universal. Los obispos hacen las veces de Cristo, Maestro, pastor, Pontífice y obran en su nombre (LG 21).

Los presbíteros, en comunión con el Obispo, comparten las funciones fundamentales (salvo el poder de ordenar), el ministerio pastoral supremo (dirección de la Iglesia local) y la potestad doctrinal autorizada del magisterio ordinario y extraordinario de la Iglesia. Lo esencial es que, en virtud de su poder espiritual, los sacerdotes actúan en la persona de Cristo, cabeza de la Iglesia (LG 28; PO 2).

En la ordenación de los diáconos los ordenados reciben mediante la imposición de las manos y la oración del obispo, “gracia sacramental” (LG29). Queda, pues, fuera de discusión la sacramentalidad del diaconado.

La relación entre los laicos y los titulares del ministerio espiritual no se deriva de una supremacía o de una subordinación sociopolítica ni ha sido impuesta mediante ley por motivos de conveniencia o de utilidad. La unión se desprende de la común participación salvífica única de la Iglesia. La diferencia es la diferente delegación reciba y, por consiguiente, de los distintos poderes y funciones que ello implica y que, una vez más, están vinculados a la sacramentalidad de la Iglesia y a la distinción entre Cristo como cabeza y como cuerpo de la Iglesia.

La calificación de la Iglesia como comunidad sacerdotal y la denominación de las funciones específicas de obispos y sacerdotes (junto al ministerio doctrinal y pastoral) no procede de una asunción de las concepciones paganas sobre los sacrificios y el sacerdocio. Aparece aquí una dimensión específicamente cristológica y pneumatológica del ministerio apostólico y espiritual por medio del cual ejerce Cristo su propio servicio salvífico sacerdotal en la liturgia de la Iglesia, y especialmente en los sacramentos.

Ha podido comprobarse, finalmente, que la controversia reformista-católica en torno a la intelección del sacerdocio como servicio de mediación carecía de sentido. Según la concepción católica, ningún titular humano es, como sacerdote, mediador en el sentido de causa de la salvación. Es servidor de Cristo, único que produce la salvación: “A los sacerdotes... de la nueva alianza se les puede llamar mediadores entre Dios y los hombres en cuanto que son servidores del verdadero mediador, en cuyo lugar ofrecen a los hombres los sacramentos que aportan la salvación” (Tomás de Aquino).

10. LOS EFECTOS DEL SACRAMENTO

La gracia del ordenEl sacramento del orden confiere gracia santificante a todo aquel que lo recibe.

Por ser sacramento de vivos, produce por sí el aumento de gracia santificante. La gracia del orden tiene por fin y función propia capacitar al ordenado para el digno ejercicio de las funciones de su orden y para llevar una vida conforme a su nueva condición. Pío XI enseña en la encíclica Ad Catholici Sacerdotii (1935) “el sacerdote recibe por el sacramento del orden una nueva y especial gracia y una particular ayuda, por la cual es capacitado para responder dignamente y con ánimo quebrantable a las altas obligaciones del ministerio que ha recibido y para cumplir las arduas tareas que del mismo dimanan” (Dz 2275). El fundamento bíblico es 1Tim 4,14 y 2Tim 1,6.

Juntamente con el perfeccionamiento de su estado de gracia el ordenando recibe el título que le da derecho a las gracias actuales que le sean necesarias para lograr en el futuro el fin del sacramento.

Potestad del ordenEl sacramento del orden confiere al que lo recibe una potestad espiritual permanente.En el carácter sacramental radican los poderes espirituales conferidos a los ordenandos en cada uno de

los grados jerárquicos. Estos poderes se concentran principalmente en torno de la eucaristía. El diácono recibe

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el poder de ayudar inmediatamente al obispo y al sacerdote en la oblación del sacrificio eucarístico y el de repartir la sagrada comunión. El presbítero recibe principalmente el poder de consagrar y absolver (Dz 961); y el obispo el poder de ordenar.

Este sacramento configura con Cristo mediante una gracia especial del Espíritu Santo a fin de servir de instrumento de Cristo en favor de su Iglesia. Por la ordenación recibe la capacidad de actuar como representante de Cristo, Cabeza de la Iglesia, en su triple función de sacerdote, profeta y rey. El sacramento del Orden confiere también un carácter espiritual indeleble.

11. EL CARÁCTER SACRAMENTALEl sacramento del orden imprime carácter en todo aquel que lo recibe.

El concilio de Trento definió: “Si alguno dijere que por la sagrada ordenación no se da el Espíritu Santo, y que por lo tanto en vano dicen los obispos: Recibe el Espíritu Santo; o que por ella no se imprime carácter; o que aquel que una vez fue sacerdote puede nuevamente convertirse en laico, sea anatema” [cf. 852]. En ese carácter impreso por el sacramento se funda la imposibilidad de recibirlo de nuevo e igualmente la imposibilidad de volver al estado laical (San Agustín).

El carácter del orden capacita al que lo posee para participar activamente en el culto cristiano y por ser este culto un destello del sacerdocio de Cristo, para participar en el sacerdocio mismo de Cristo. Como signo configurativo, el carácter asemeja a todo aquel que lo posee con Cristo que es el sumo sacerdote; como signo distintivo, distingue al ordenado de entre todos los laicos y todos los que poseen grados de orden no jerárquicos; como signo dispositivo, capacita y justifica para ejercer los poderes jerárquicos del orden correspondiente; como signo obligativo, obliga a distribuir los bienes de salvación que nos trajo Cristo y a llevar una vida pura y ejemplar.

Como es sacramento del orden tiene tres grados distintos, fuerza es admitir que en cada uno de los tres grados se imprime un carácter distinto de los demás: plena el obispo, secundaria los presbíteros y diáconos. Como participación activa en el sacerdocio de Cristo, el carácter del orden está por encima del carácter del bautismo (que supone necesariamente) y de la confirmación (que supone de manera conveniente).

12. LOS GRADOS SACRAMENTALES DEL ORDEN(CEC 1554): "El ministerio eclesiástico, instituido por Dios, está ejercido en diversos órdenes que ya desde antiguo reciben los nombres de obispos, presbíteros y diáconos" (LG 28). La doctrina católica, expresada en la liturgia, el magisterio y la práctica constante de la Iglesia, reconocen que existen dos grados de participación ministerial en el sacerdocio de Cristo: el episcopado y el presbiterado. El diaconado está destinado a ayudarles y a servirles. Por eso, el término "sacerdos" designa, en el uso actual, a los obispos y a los presbíteros, pero no a los diáconos. Sin embargo, la doctrina católica enseña que los grados de participación sacerdotal (episcopado y presbiterado) y el grado de servicio (diaconado) son los tres conferidos por un acto sacramental llamado "ordenación", es decir, por el sacramento del orden: “Que todos reverencien a los diáconos como a Jesucristo, como también al obispo, que es imagen del Padre, y a los presbíteros como al senado de Dios y como a la asamblea de los apóstoles: sin ellos no se puede hablar de Iglesia” (S. Ignacio de Antioquia).La ordenación episcopal, plenitud del sacramento del orden(1555—1558): "Entre los diversos ministerios que existen en la Iglesia, ocupa el primer lugar el ministerio de los obispos que, a través de una sucesión que se remonta hasta el principio, son los transmisores de la semilla apostólica" (LG 20).

"Para realizar estas funciones tan sublimes, los apóstoles se vieron enriquecidos por Cristo con la venida especial del Espíritu Santo que descendió sobre ellos. Ellos mismos comunicaron a sus colaboradores, mediante la imposición de las manos, el don espiritual que se ha transmitido hasta nosotros en la consagración de los obispos" (LG 21).

El Concilio Vaticano II "enseña que por la consagración episcopal se recibe la plenitud del sacramento del orden. De hecho se le llama, tanto en la liturgia de la Iglesia como en los Santos Padres, 'sumo sacerdocio' o 'cumbre del ministerio sagrado"' (ibíd.).

"La consagración episcopal confiere, junto con la función de santificar, también las funciones de enseñar y gobernar... En efecto... por la imposición de las manos y por las palabras de la consagración se confiere la gracia del Espíritu Santo y queda marcado con el carácter sagrado. En consecuencia, los obispos, de manera eminente y visible, hacen las veces del mismo Cristo, Maestro, Pastor y Sacerdote, y actúan en su nombre (ibíd.). "El Espíritu Santo que han recibido ha hecho de los obispos los verdaderos y auténticos maestros de la fe, pontífices y pastores".

La ordenación de los presbíteros, cooperadores de los obisposCEC 1562-1564: "Cristo, a quien el Padre santificó y envió al mundo, hizo a los obispos partícipes de su misma consagración y misión por medio de los apóstoles de los cuales son sucesores. Estos han confiado legítimamente la función de su ministerio en diversos grados a diversos sujetos en la Iglesia" (LG 28). "La función ministerial de los obispos, en grado subordinado, fue encomendada a los presbíteros para que, constituidos en el orden del presbiterado, fueran los colaboradores del orden episcopal para realizar adecuadamente la misión apostólica confiada por Cristo" (PO 2).

"El ministerio de los presbíteros, por estar unido al orden episcopal, participa de la autoridad con la que el propio Cristo construye, santifica y gobierna su Cuerpo. Por eso el sacerdocio de los presbíteros supone ciertamente los sacramentos de la iniciación cristiana. Se confiere, sin embargo, por aquel sacramento peculiar que, mediante la unción del Espíritu Santo, marca a los sacerdotes con un carácter especial. Así quedan identificados con Cristo Sacerdote, de tal manera que puedan actuar como representantes de Cristo Cabeza" (PO 2).

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"Los presbíteros, aunque no tengan la plenitud del sacerdocio y dependan de los obispos en el ejercicio de sus poderes, sin embargo están unidos a éstos en el honor del sacerdocio y, en virtud del sacramento del orden, quedan consagrados como verdaderos sacerdotes de la Nueva Alianza, a imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote, para anunciar el Evangelio a los fieles, para dirigirlos y para celebrar el culto divino" (LG 28).

La ordenación dé los diáconos, "en orden al ministerio"(CEC 1569-1571): "En el grado inferior de la jerarquía están los diáconos, a los que se les imponen las manos 'para realizar un servicio y no para ejercer el sacerdocio"' (LG 29; cf CD 15). En la ordenación al diaconado, sólo el obispo impone las manos, significando así que el diácono está especialmente vinculado al obispo en las tareas de su "diaconía" (cf S. Hipólito, trad. ap. 8). Los diáconos participan de una manera especial en la misión y la gracia de Cristo (cf LG 41; AA 16). El sacramento del orden los marcó con un sello ("carácter") que nadie puede hacer desaparecer y que los configura con Cristo que se hizo "diácono", es decir. el servidor de todos (cf Mc 10, 45; Lc 22, 27; S. Policarpo, ep. 5, 2). Corresponde a los diáconos, entre otras cosas, asistir al obispo y a los presbíteros en la celebración de los divinos misterios sobre todo de la Eucaristía y en la distribución de la misma, asistir a la celebración del matrimonio y bendecirlo. proclamar el Evangelio y predicar, presidir las exequias y entregarse a los diversos servicios de la caridad (cf LG 29; SC 35, 4; AG 16).

Desde el Concilio Vaticano Il, la Iglesia latina ha restablecido el diaconado "como un grado particular dentro de la jerarquía" (LG 29), mientras que las Iglesias de oriente lo habían mantenido siempre. Este diaconado permanente, que puede ser conferido a hombres casados, constituye un enriquecimiento importante para la misión de la Iglesia. En efecto, es apropiado y útil que hombres que realizan en la Iglesia un ministerio verdaderamente diaconal, ya en la vida litúrgica y pastoral, ya en las obras sociales y caritativas, "sean fortalecidos por la imposición de las manos transmitida ya desde los Apóstoles y se unan más estrechamente al servicio del altar, para que cumplan con mayor eficacia su ministerio por la gracia sacramental del diaconado" (AG 16).

Las cuatro órdenes menores (hostiariado, lectorado, exhorcstado y acolitado) y la del subdiaconado no son sacramentos, sino sacramentales; no son de institución divina, puesto que fueron siendo introducidos por la Iglesia conforme iban surgiendo necesidades especiales. La constitución apostólica Sacramentum Ordinis de Pío XII (1947) favorece visiblemente la opinión de que sólo el diaconado, el presbiterado y el episcopado son órdenes sacramentales al no tratar más que de estos tres; Dz 3001.

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