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SAGRADO TRECE Los calendarios del antiguo México Frank Díaz ® 2001, por Frank Díaz www.kinam.org [email protected]

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Sagrado Trece por Frank Diaz

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SAGRADO TRECE Los calendarios del antiguo México

Frank Díaz

® 2001, por Frank Díaz www.kinam.org [email protected]

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ÍNDICE Nota ortográfica 3 Introducción 4 PRIMERA PARTE: BREVE HISTORIA DEL TRECE Capítulo 1 Dioses matemáticos 6 Capítulo 2 El contacto asiático 17 Capítulo 3 El origen del sagrado trece 24 Capítulo 4 ¿Dónde nació este calendario? 37 Capítulo 5 Las múltiples dimensiones del calendario mesoamericano 47 SEGUNDA PARTE: EL CALENDARIO MESOAMERICANO, SU FUNCIONAMIENTO Capítulo 6 El año sagrado 58 Capítulo 7 La versión maya-olmeca 74 Capítulo 8 La versión nawatl 85 Capítulo 9 La dinámica de los ciclos en la versión nawatl 100 TERCERA PARTE: LA ESTRUCTURA DEL AÑO MESOAMERICANO Capítulo 10 Principales hipótesis 106 Capítulo 11 ¿Existió un bisiesto mesoamericano? 111 Capítulo 12 La ecuación de Tenochtitlan 127 Capítulo 13 Correlaciones 138 CUARTA PARTE: LA CORRECCIÓN ANTI-BISIESTA Capítulo 14 La rotación de los cargadores 154 Capítulo 15 La verificación arqueastronómica 169 Capítulo 16 Leyendo las piedras 183 Capítulo 17 La correlación interna 194 Apéndice 1 Método para calcular tonales 200 Apéndice 2 Correlación diaria de los años 2005 al 2012 203 Apéndice 3 Tablas de cargadores anuales 211 Bibliografía consultada 216

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NOTA ORTOGRÁFICA

ESTE libro contiene palabras pertenecientes a la lengua nawatl, hablada por pueblos del México antiguo. El nawatl es una lengua aglutinante (que une raíces), perteneciente al grupo lingüístico indo-americano, lejanamente emparentado con el indo-europeo. El nawatl clásico se definió en la corte de Texcoco en el siglo XV, y se mantuvo vivo hasta comienzos del siglo XIX. En la actualidad se ha extinguido, aunque aun se hablan muchas variedades y dialectos en algunos sitios de México, Centroamérica y los Estados Unidos.

Generalmente, el nawatl se escribe con la ortografía del español del siglo XVI, la cual, en la actualidad, ya no representa los sonidos de esta lengua. Para hacer más exacta su lectura, en las siguientes páginas he adoptado la convención ortográfica fonética, en la cual los vocablos se leen tal como se escriben, según la pronunciación de las letras en el español actual. Las citas textuales y los nombres de lugares aún en uso, conservan la ortografía tradicional.

Los sonidos del nawatl son los siguientes: • Cinco vocales: A, E, I, O, U. • Dos semivocales: W, Y. • Once consonantes: Ch, K, M, N, P, S, Sh, T, Tl, Ts, L. • Un saltillo, representado por el apóstrofe (’).

La doble L vale como L larga. La combinación TL se pronuncia un poco más suave que en español. El saltillo es una breve oclusión glotal, sin aspirado. Todas las palabras, excepto los monosílabos, se acentúan en la penúltima sílaba.

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INTRODUCCIÓN HACE no mucho tiempo, en un lugar llamado Anawak, existió un pueblo cuya principal aspiración era orientarse por el cielo. Y para lograrlo, emprendió una de las más osadas aventuras que haya concebido la mente humana: el calendario tolteca. La zona donde ese pueblo se desarrolló es conocida en la actualidad como Mesoamérica. Sus límites son: al este, el Mar Caribe, al norte, los estados del norte de México, al sur, Nicaragua, y al oeste, el océano Pacífico.

La cultura mesoamericana cristalizó con los olmecas, en el tercer milenio antes de Cristo, y llegó a su ocaso con la caída de la capital maya de Tayasal, en 1697. Centenares de comunidades participaron en ese esfuerzo de civilización, cuyos logros artísticos, religiosos, científicos y sociales recibieron en nawatl el nombre común de Toltekayotl, toltequidad.1

La Toltequidad fue definida en ciudades como Monte Albán, Copán y Teotihuacan, entre los siglos X antes de Cristo y VIII después de Cristo. Se desarrolló en Xochicalco, Tula Xicocotitla y Chichén Itzá, alcanzando su auge hacia el siglo X d. C., bajo el reino de Se Akatl Topiltsin Ketsalkoatl. A la llegada de los españoles en 1519, la bandera tolteca era enarbolada por Cholula, Texcoco y Tenochtitlan. Todas estas ciudades ostentaron el título de Tula, capital. Por lo tanto, en un sentido cultural, podemos decir que todos los moradores del México antiguo fueron toltecas.

La suma de los saberes de la Toltequidad fue el calendario. Pero, con frecuencia, escuchamos hablar de calendarios “maya”, “mexica” o “zapoteca”, como si se tratara de modelos diferentes. Realmente, ¿hubo diversos calendarios en el antiguo México?

No. La tradición recogida por Bernardino de Sahagún afirma: Eran tan hábiles en la astrología natural los toltecas, que ellos fueron los primeros que

tuvieron la cuenta de los días que tienen el año, las noches y sus horas, la diferencia de tiempos … Y eran tan sabios, que conocían las estrellas del cielo y les tenían puestos sus nombres, sabían sus influencias, calidades y movimientos. (Sahagún, Historia General)

Si hubiésemos preguntado a los mesoamericanos qué nombre daban a su cuenta del tiempo, habrían respondido: “calendario tolteca”. Al recuperar el nombre original, no sólo le hacemos justicia a una institución prehispánica, sino que las variantes los diversos pueblos brillan como lo que en realidad son: aspectos de un sistema común, cuya auténtica grandeza se hace evidente cuando los estudiamos en forma comparada.

En este libro analizaré las dos modalidades calendáricas principales de Mesoamérica, ambas de invento olmeca. La primera fue usada principalmente por los mayas, por lo que le llamaré “versión maya”; se caracteriza por unos ciclos extremadamente largos y regulares de tiempo. La segunda ha sido mayormente documentada en el área nawatl, por lo que le llamaré “versión nawatl”; se compone de unos ciclos relativamente breves, pero muy precisos, desde el punto de vista astronómico.

1 Este término procede de la raíz Tol, caminar en común. En Eurasia y América dio nombre a los primeros campamentos humanos y, con el tiempo, incorporó los conceptos de arte y sabiduría.

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PRIMERA PARTE

BREVE HISTORIA DEL TRECE

¿Quién nació cuando bajó? ¡Gran Padre, tú lo sabes! Nació el primer principio, y quebró y barrenó las espaldas de los montes.

Y fue su palabra un destello de gracia que estremeció la inmensidad de lo Eterno. ¿Quiénes nacieron después? ¡Padre, tú lo sabes!

Nació el que es tierno en el Cielo, el Espíritu de la infinita gracia. Las siete preciosidades le ampararon y la piedra virgen de inmaculada perfección.

Nació el Tiempo y comenzó a caminar solo.

(Chilam Balam de Chumayel, Libro de los Antiguos Dioses)

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Capítulo Uno DIOSES MATEMÁTICOS

EL calendario mesoamericano fue escenario de la danza del trece. Ese extraño número, difícil de trabajar, que para nuestra cultura se ha convertido en presagio de mala suerte, se paseaba a su gusto por la sociedad prehispánica, ordenando los ciclos y dictando la vida de la gente. ¿De dónde salió? ¿Cómo llegó a convertirse en el centro de una peculiar astrología? ¿Qué cualidades místicas y científicas posee? A fin de responder a estas preguntas, tenemos que salirnos de nuestros hábitos mentales.

Cuando escuchamos la palabra “calendario”, solemos imaginar un mecanismo matemático frío e impersonal, vinculado exclusivamente con la medida del tiempo. En el caso de los antiguos mexicanos, esa definición no sirve.

Para los toltecas, el tiempo era la realidad suprema. No lo concebían como una presencia abstracta, sino como una modalidad de conciencia. Los ciclos, más que cortes en una extensión infinita, eran entidades divinas con nombres propios. Los movimientos de los astros no era el producto de unas leyes materiales inmutables, como creemos en la actualidad, sino de la voluntad de esos seres supremos cuya existencia nadie ponía en duda, porque era parte de la experiencia común. En aquella visión, los ciclos eran dioses. Las relaciones que se daban entre ellos, constituían en su conjunto la historia del tiempo.

Una muestra de la penetración del pensamiento tolteca en este sentido, quedó reflejada en los nombres nawatl del tiempo y el espacio: Kawitl y Kau’tli, formados de la raíz Kau, extensión; lo cual sugiere que tenían plena conciencia de su naturaleza dimensional2. Diferenciaban entre el tiempo de los dioses - el estado causal de la creación - y la duración, como una propiedad de los fenómenos. El primero recibía el nombre de Semikak, eternidad, compuesto de Sen, unidad, e Ikak, estar de pie, manifestarse; el segundo, los de Yekkawa, duración que se completa, y Semana, traducido por el padre Molina como durar hasta el cabo3. Los ciclos calendáricos eran genéricamente llamados Shiwitl, estación, un término que designaba por excelencia al año.

Los jeroglíficos con los cuales se expresaban estos conceptos son muy reveladores: el tiempo causal se representaba mediante dos triángulos entrelazados, en alusión a las seis dimensiones del campo resumidas en el séptimo punto central; el tiempo fenoménico se escribía con el glifo anterior, pero atado por la mitad con un lazo, en señal de contracción periódica. TEOLOGÍA, MATEMÁTICAS Y CUENTAS CALENDÁRICAS Semejante visión no pudo existir sin el desarrollo paralelo de una elevada reflexión matemática, cuya esencia quedó plasmada en los nombres de los dioses, formados a partir de las cifras y sus combinaciones. El Creador del tiempo era Senteotl o Hunab Ku, términos que en nawatl y maya, respectivamente, significan divino uno. Otro de sus títulos era Ometeotl, formado por la raíz Teotl, divino, más los numerales Om, un par, y E, tres, que en su conjunto forman el número Ome, dos. Su traducción apropiada es divina uni-dual-

2 Lo mismo ocurre con el concepto quechua Pacha, que significa tiempo y espacio. 3 El término Semana (de Sen, unidad, Mana, extenderse) no tiene relación con su homófono español.

Glifo del tiempo. Estela de Uxmal.

Glifo de los ciclos.

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trinidad, tal como afirma un códice: ... la causa primera, por otro nombre llamado Ometecuhtli, que es tanto como Señor

de Tres Dignidades (Códice Vaticano 3738, lámina 17) Para crear la realidad visible, Ometeotl emanó trece aspectos luminosos y nueve

aspectos oscuros. Los primeros eran llamados por los mayas Oxlahun Tiku, divino trece, y se resumían en el sagrado siete, número eje de la trecena4, por lo que otro de sus nombres era Hun Vukub Ahau, único y séptuple señor solar. Por su parte, los nueve aspectos ocultos se llamaban en maya Bolom Tiku, divino nueve, y en nawatl, Chiknawi E’ekatl, espíritu nueve, y se resumían en el místico cinco: el número del ser humano.

¿Qué simbolismo encierran estos números? El trece-siete se refería a la conexión de la Tierra con el Cielo, el camino ascendente de las almas, imaginado como una pirámide de trece escalones y siete etapas. El nueve-cinco significaba la encarnación de la conciencia, por lo que estaba asociado con el “inframundo” terrestre y se le representaba como una pirámide invertida de cinco planos y nueve escalones.

Es interesante comprobar cómo estos números aparecen en otras culturas de la tierra. Por ejemplo, en el libro hebreo Ziphra Dzeniutta, los planos cósmicos son llamados las trece barbas blancas y las nueve barbas negras del Anciano de Días. Dante Alighieri popularizó la misma idea en la Divina Comedia, donde describe su visita a nueve infiernos y trece cielos. En las leyendas de Egipto, Babilonia, India y China encontramos datos semejantes. Pero fue en Mesoamérica donde estos números generaron toda una comprensión del mundo, elaborada sobre minuciosas observaciones de los ritmos de la Naturaleza.

Como afirma un cronista, la teología matemática de los toltecas estaba inextricablemente unida al calendario:

(Los) maestros que hay allí han tenido libros y cuadernos manuscritos de que se aprovechan para esta doctrina de trece dioses a quienes atribuyen varios efectos, así como para el régimen de su año ... repartido en trece meses, y cada mes se atribuye a uno de los dichos dioses. (Gonzalo de Balsalobre, Relación auténtica de las idolatrías de los indios del obispado de Oaxaca)

Una muestra de la dimensión calendárica de esta creencia, es su mesianismo. Afirmaban los toltecas que, en su función civilizadora, Ometeotl se proyecta hacia la Tierra como Ketsalkoatl, serpiente emplumada. Este nombre, en sentido esotérico, se refiere al retorno de los mensajeros cósmicos, pues las ondulaciones y los cascabeles anuales de la

serpiente simbolizaban la naturaleza cíclica del tiempo. Con frecuencia, Ketsalkoatl era representado como una serpiente que muerde su cola, en alusión al principio cronológico. Se puede documentar la presencia del culto a esta deidad durante más de cuatro mil años de historia mesoamericana, siempre como encarnación del conjunto de símbolos calendáricos que estuvo vigente en cada época.

Otro título numérico de Ketsalkoatl era Nappateku’tli, cuatro veces señor - en maya Amaite Cawil, dios de las cuatro puntas u órdenes matemáticos.

4 Los números-eje mesoamericanos son aquellos que están en el centro de una cantidad impar.

Ketsalkoatl. Relieve de Xochicalco.

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Para los mesoamericanos, el número cuatro indicaba énfasis y perfección, y estaba relacionado con el tiempo como cuarta dimensión del espacio. En ocasiones, Ketsalkoatl era pintado dentro de la cruz de los cuatro rumbos cardinales, que no sólo eran un ámbito espacial, sino espacio-temporal, tal como vemos en otro de los títulos que le dieron: Nakshitl, cuarto paso de la serie.

Estos títulos tenían un gran sentido espiritual, ya que, dentro de las matemáticas toltecas, el cuatro representa al cuarto plano de la escala numérica o tercer orden de conversión, de valor 8000, cuya expresión geométrica es el cubo. Su jeroglífico era una cruz rodeada de cuatro puntos (desdoblamiento del cubo), llamada por los nawas Teokuitlatl,

excremento divino, es decir, la síntesis de todas las dualidades. En la actualidad, los arqueólogos la conocen como Quincunce, quinario.

La cruz de Ketsalkoatl también era el glifo de Venus, el más preciado de los astros. Un glifo alternativo para escribir el nombre de este planeta, era una concha cortada por la mitad, que en matemáticas representaba al cero, en calendárica expresaba un ciclo de tiempo transcurrido, y en cosmogonía era el emblema de Miktlanteku’tli, señor de los difuntos (la advocación infernal de Ketsalkoatl), debido a que esta deidad significaba la ausencia total de fenómenos. El mito afirmaba que, entre las muchas pruebas a las que Ketsalkoatl fue sometido durante los cuatro días que permaneció en el inframundo, la principal fue hacer resonar cuatro veces “una concha sin agujeros”, lo cual, en lenguaje figurado, significa desarrollar las potencialidades del cero a través de los números o proporciones creativas – en otras palabras, crear el mundo.

Con frecuencia, estos nombres numérico-calendáricos del Ser Supremo adquirían funciones personales, aludiendo a diversos fenómenos de la Naturaleza o de la mente sobre los cuales regían. Tal circunstancia sirvió de pretexto a los advenedizos europeos para calificar a los mesoamericanos de politeístas.

El énfasis prehispánico en las matemáticas no era exclusivo de las clases cultas. También el ciudadano común y corriente sentía fascinación por el número y el ciclo, como se revela en dos costumbres muy arraigadas entre ellos: la de nombrar a los niños según la fecha en que nacían, y la costumbre de las suertes. A diferencia de lo que ocurría en otras culturas, donde el acto adivinatorio estaba asociado con invocaciones a los dioses, la adivina y el adivino mesoamericanos preferían impresionar a su público con un simple recuento matemático.

Echa un gran puño de maíz, contando de dos en dos. Si salen pares, vuelve a contar hasta que salga nones, y en su mente lleva el concepto de la suerte. Las palabras que decía mientras contaba el maíz no eran más que Huilan, “nones”, y Cailan, “pares”. (Sánchez de Aguilar, Informe contra idolorum cultore del obispado de Yucatán)

En conclusión: al estudiar a Mesoamérica, no es posible desligar las matemáticas de la magia, la astronomía, la religión y la cronología, pues, según afirma un cronista, todas estas ciencias constituían aspectos correlativos del poder del número:

Quienes calculan cómo cae un año, cómo sigue su camino la cuenta de los días, (cuándo) cae cada una de sus veintenas, quienes de esto se ocupan, a ellos les toca hablar de los dioses. (Informantes de Sahagún, Coloquio de los Doce) UNA COSMOGONÍA DE MILLONES DE AÑOS El carácter totalitario de la cronología tolteca restringió el crecimiento de otras disciplinas científicas. Esta situación produjo un fenómeno paradójico: por un lado, ausencia de un

Quincunce.

Pectoral de Ketsalkoatl.

Nakshitl. Códice Fejervary.

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término genérico como “matemáticas”, y por el otro, un desarrollo hipertrófico de los símbolos de cómputo.

Para los toltecas no había contradicción. En aquella sociedad, el pensamiento teórico era un medio, no un fin en sí mismo. Unas cuentas que no estuviesen subordinadas al esclarecimiento de asuntos prácticos, como son el calendario, la astronomía o la economía, les habrían parecido una insensatez. Por tal razón, en Mesoamérica no existieron ciencias “puras”; en cambio, ocurrió un desarrollo prodigioso de las “humanidades”, como dan fe las veintenas de categorías chamánicas contabilizadas por los padres de la Conquista.

A pesar de ello, las matemáticas toltecas eran tan capaces como las nuestras. Tenían lo principal: unas nociones de orden, estructura y conjunto, y un perfecto sistema de simbolización, con el cual se podían componer cantidades hasta el infinito. Como dice un cronista:

Su cuenta es de cinco en cinco hasta veinte, de veinte en veinte hasta cien, de cien en cien hasta cuatrocientos y de cuatrocientos en cuatrocientos hasta ocho mil ... Tienen otras cuentas muy largas que se extienden hasta el infinito, duplicando hasta hacer un incontable número. (Diego de Landa, Descripción de las cosas de Yucatán)

Tales cuentas eran el marco de una espectacular cosmogonía, que no vaciló en adentrarse en profundidades prehistóricas en busca de las fuentes de la vida, y que no podemos calificar de primitiva, porque se apoyaba en dos principios cardinales de la ciencia moderna: que todo efecto tiene una causa, y que toda creación sigue un proceso.

Causalidad y evolución, conceptos derivados de una paciente observación de la Naturaleza, eran las piedras angulares del pensamiento tolteca. Ellos generaron una comprensión de la caducidad de todo cuanto existe. A esta ley, que hoy llamamos entropía, estaban sometidos incluso los dioses, tal como afirma un texto maya:

Toda luna, todo año, todo día, todo viento, todo camina y pasa. También toda sangre (generación humana) llega al lugar de su reposo, como llegó a su poder y a su trono. Medido esta el tiempo en que podamos alabar la magnificencia de los Tres (Ometeotl), y medido el que encontremos la protección del Sol. Porque tiene su fin el observar la trama de las estrellas, desde donde, custodiándonos, nos miran los dioses – los dioses que están aprisionados en (los ciclos de) las estrellas. (Chilam Balam de Chumayel)

¿Cuánto tiempo asignaron los toltecas a sus eras cosmogónicas? Ciertamente, no se contentaron con seis días. Para apreciar sus concepciones a plenitud, es preciso referirlas a lo que creyeron al respecto otros grandes pueblos de la antigüedad.

Es sabido que los hebreos no iniciados en los secretos cabalistas tomaban como literal la historia bíblica de que la creación fue desarrollada en seis días, cuatro milenios antes de Cristo. Esta burda creencia es defendida aún hoy por muchas sectas cristianas. Los griegos tenían ideas semejantes, pero ya hacia el año 500 antes de Cristo, Jenófanes señaló que las huellas de los eventos geológicos, tal como se notan en los estratos de fósiles marinos en las montañas y en el delta de los ríos, formado por la lenta erosión de las riberas, requerían para su formación de decenas de miles de años. En el siglo XVIII, el naturalista francés Jorge Luis Buffon precisó la edad de la Tierra en 80 mil años, lo cual ocasionó escándalo entre sus contemporáneos. Hoy sabemos que se quedó corto por cinco ceros.

Otros pueblos fueron más observadores. Los babilonios tenían un período creativo de 360 mil años. Los hindúes lo estiraban a 311 millones de años, más allá de los cuales caían en el tiempo mítico. Pero sólo los mesoamericanos se atrevieron a desarrollar una cosmología realista en términos actuales, es decir, del orden de varios miles de millones de años, aplicados a procesos evolutivos concretos. Veamos como ejemplo el siguiente texto maya:

Uno, dos, tres, muchísimos, trece veces cuatrocientas infinidades (de años) antes de que despertara la Tierra, y fue creado un centro, el centro de la piedra (de fundación), en medio de la noche, allí donde no había cielo ni tierra. Y salió la primera palabra, donde antes no había palabras, se desprendió de la piedra y cayó en el Tiempo, y comenzó a proclamar su divinidad. Y se estremeció al oírla la inmensidad de lo Eterno. (Chilam Balam de

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Chumayel, Libro de los Espíritus) La expresión “5 200 infinidades” implica una cantidad del orden de los dos mil millones

de años5, equivalente al período biológico de la tierra. En otra parte, refiriéndose a las generaciones de seres animados que vivieron en el pasado, el mismo texto da una fecha que, desde el punto de vista de la geología, es muy exacta:

... Trece veces cuatrocientos millares, más quince por cuatrocientas veces cuatrocientos centenares, años de años vivieron los brujos del agua. Y he aquí que se fueron, y tras ellos se fueron sus generaciones en gran número. (Chumayel, Kahlay de la Conquista)

Esta cronología fue cincelada en las piedras. Por ejemplo, la estela C de Copán registra un evento ocurrido dos millones de años antes de su dedicación; la estela 10 de Tikal contiene una fecha escrita con nueve cifras mayas, que hacen un total de 68 116 000 años; la estela F de Quiriguá habla de más de 90 millones de años de historia continua, mientras que la D, en la misma localidad, relata acontecimientos ocurridos 400 millones de años después de cierto punto inicial cuya naturaleza no ha sido definida. Como afirman dos investigadores,

No es empresa fácil hacer un cálculo matemático que lleve a la cifra de 400 millones de años. Para expresar cantidades como estas, se requiere un dominio avanzado de la aritmética, y ninguna de las culturas anteriores o contemporáneas de los mayas puede compararse con ellos en este terreno. (H. García y N. Herrera, Los señores del tiempo)

Dichas estelas no sólo dan fe de la capacidad indígena para conceptuar y representar cantidades enormes de tiempo, sino de la facultad que tenía su calendario para poner esas cantidades en función de la historia, con un sentido de la continuidad de los fenómenos terrestres - incluso los culturales - cuya profundidad nos sorprende, porque nuestra cultura aún no lo posee. EL ORDEN NUMÉRICO ¿Cómo surgió tal capacidad matemática? Al parecer, fue a la vez causa y consecuencia de unas herramientas especializadas. Entre ellas estuvieron, en primer lugar, el papel, la tinta y los signos jeroglíficos, que permitieron acumular la experiencia de las generaciones; además, objetos como el Mekatlapoalli, contador de nudos (llamado Quipu por los incas), y el Nepowaltsitsin, ábaco.

A partir de estas bases, y después de siglos de experimentación, los olmecas fueron el primer pueblo (y tal vez el único en la Tierra) en descubrir cuatro conceptos de fundamental importancia para la ciencia:

1ro. La simbolización del cero. 2do. La representación de la posición numérica. 3ro. Las propiedades de los conjuntos de números. 4to. El punto inicial para comenzar las cuentas, o lo

que es igual, una noción práctica de los números negativos. De estos descubrimientos, el más destacado fue, sin

dudas, el del cero6. Como afirma Eric Thompson, (El cero) fue un descubrimiento de capital

importancia. Pero que no fue tan obvio como se cree a primera vista, queda evidenciado por el hecho de que no lo

5 Según investigaciones del ingeniero Héctor Calderón, cada "infinidad" es una era de 374 400 años. 6 Los incas consiguieron representar al cero como un espacio vacío bajo la escritura del número.

Contador andino.

Ábaco maya, según E. Hidalgo.

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hizo ningún pueblo del mundo occidental. Aún los grandes filósofos y matemáticos (de Grecia, Roma y el Renacimiento europeo) jamás encontraron este medio tan simple, que hubiera facilitado sus laboriosos cálculos. En Europa no se conoció hasta que les llegó a nuestros ancestros por medio de los árabes, quienes lo habían tomado de los hindúes. (Grandeza y decadencia de los mayas)

Los primeros signos numéricos de los mesoamericanos eran naturalistas: un dedo significaba uno, una mano, cinco, y una bandera, equivalente a una división militar de veinte personas, veinte. Este sistema dio lugar al desarrollo del concepto de orden, el cual, con el tiempo, llegó a ser representado en forma científica, es decir, exclusivamente con números.

¿Qué es el orden numérico? Una idea que atribuye valor a la posición de la cifra dentro de la expresión matemática, independientemente de su valor intrínseco. Por ejemplo, en nuestra numeración, que es de orden decimal, un uno seguido de un cero vale diez veces más que un uno aislado. En un sistema vigesimal, como el mesoamericano, la conversión se hace sobre veinte; eso significa que un uno seguido de un cero vale veinte, mientras que un uno seguido de dos ceros vale 400 (202), uno con tres ceros vale 8 000 (203), y así sucesivamente.

Gracias al cero, los órdenes de numeración en los sistemas arábigo y maya se pueden representar con números, como vemos en la siguiente tabla:

sistema 1r. orden 2do. orden 3r. orden

indo-arábigo 10 100 1000 maya-olmeca

(20) (400) (8000) Ello no es posible en otros sistemas numéricos de la tierra, como el egipcio, el hebreo

o el griego, donde no existe un signo para la nada7. Para tener una idea de la trascendencia del invento olmeca, veamos todo lo que hay que hacer para realizar una sencilla multiplicación (20 x 13) con los números romanos:

XX por XIII

X por X = C X por I = X X por I = X X por I = X X por XIII = CXXX

X por X = C X por I = X X por I = X X por I = X X por XIII = CXXX

CXXX + CXXX CCLX

Efectuemos ahora la misma cuenta con el sistema mesoamericano:

¡Una expresión sumamente precisa y bella! La consecuencia principal del orden numérico, fue el descubrimiento de las relaciones

estructurales entre los números, materializadas en el tablero de cálculo que los nawas llamaron Teshkanikuilli, diagrama de cómputo. Esto facilitó las operaciones aritméticas de tal manera, que muy pronto los mesoamericanos pudieron pasar al estudio y representación de los grandes números.

7 La excepción es el sistema de los sumerios, quienes no llegaron a inventar el cero, pero lograron expresar la posición numérica de un modo tan engorroso, que no trascendió a otras culturas. Los chinos también tienen un sistema posicional propio, copia del arábigo.

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Sólo en un sistema donde la numeración sigue un criterio científico, al servicio del desciframiento de las leyes de la Naturaleza, es necesario dar nombre y signo a cantidades muy elevadas. Por lo tanto, la amplitud de la nomenclatura matemática de una cultura, es índice de su nivel de desarrollo.

Para nosotros, es muy sencillo hablar de cantidades como un millón, un billón, etcétera, pero llegar a esa conceptualización nos tomó miles de años. Los egipcios de las primeras dinastías ya tenían símbolo para el millón, pero luego dejaron de usarlo porque no les era práctico. Cuando el gran científico griego Arquímedes (287 antes de Cristo) escribió un tratado sobre la escritura de números infinitamente grandes, no encontró un término superior a la miríada (diez mil), por lo que, a partir de ahí, tuvo que contar por “miríadas de miríadas”.

Sólo a fines de la Edad Media, los comerciantes italianos comenzaron a utilizar la palabra “milion” para referirse a un millar de millares. En cuanto al billón, tuvo que esperar para su nacimiento a que el matemático francés N. Chuquet lo inventase, allá por el 1500. Y un concepto como el de “infinito” no tuvo signo propio hasta 1656, cuando el matemático inglés J. Wallis empleó para ese efecto un ocho colocado en posición horizontal (∞).

La situación en Mesoamérica fue diferente. Quizás desde los primeros momentos de su historia, se diseñaron nombres para los órdenes y subórdenes veintenales hasta la cantidad de 40 mil, a la que los nawas llamaron Komolotl, colador8. Hacia la época de Arquímedes, los olmecas ya empleaban signos y nombres para cantidades millonarias. El signo numeral más elevado que se ha encontrado en México vale 64 millones; es probable que en el futuro aparezcan glifos para órdenes superiores. La lengua maya contiene el término Oxlahundzacab, decimotercer orden, cuyo valor matemático es de 81 920 billones. Además, los olmecas diseñaron un glifo que hoy llamamos “introductor”, cuyo significado, en el contexto de una cuenta, es “infinitos órdenes vigesimales”. Y tenían dos ceros: uno para la nada en absoluto, y otro para indicar estados de completamiento o totalidad.

Hacia mediados del primer milenio después de Cristo, el pueblo maya llegó a acumular un conjunto de conocimientos matemáticos que no tuvo paralelos hasta la edad moderna, y que un investigador resume con las siguiente palabras:

La lengua maya tenía vocablos para las operaciones de suma, resta, multiplicación y división, conceptos tales como infinito, cero, remanente, igualdad, identidad, fracción y muchos otros ... numerales rojos para indicar los valores negativos y negros para los positivos ... Posiblemente tuvieron un signo equivalente a nuestro punto decimal y ábacos más perfectos que los chinos. Más aún, no sería remoto que se descubriese que nuestros signos de suma, resta, multiplicación y división derivan de la escritura maya. En efecto, todos ellos están formados por puntos y barras, y expresan elocuentemente las operaciones que se hacen en el tablero. (Héctor M. Calderón, La ciencia matemática de los Mayas)

LA NOTACIÓN POR POSICIONES Los mayas desarrollaron tres sistemas de símbolos para representar sus cifras:

a) El de barras, compuesto por barra, punto y ovoide para el cero. Fue empleado también por los olmecas, zapotecas y teotihuacanos.

b) Las cifras “de cabeza”, un sistema jeroglífico equivalente al indo-árabe, donde los signos eran los perfiles de los dioses de los guarismos. 8 El suborden Komolotl es mencionado por el cronista Hernández en Antigüedades de los Indios.

Glifo

introductor.

Cero

absoluto.

Cero de

totalidad.

Tablero de cómputo. Códice Magliabecchi.

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c) Las cifras “de cuerpo entero”, una variante ornamental del sistema anterior. También parece que hicieron uso numeral de los veinte signos del calendario, según se

infiere de la siguiente cita: Usaban de estas (veinte) letras cierto modo de contar que tenían para las edades y

otras cosas. (Landa, Relación de las cosas de Yucatán)

¿Cómo funcionaba esta numeración? Mediante el orden y la cifra. Sólo había 19 cifras, pero los órdenes eran teóricamente infinitos; cada uno de ellos multiplicaba por veinte al anterior. Generalmente, los números se colocaban en columnas, valiendo la posición superior veinte veces más que la inferior.

Tal era la numeración corriente, aplicada a objetos como cargas de cereal, mantas, tropas, piedras, etcétera. Pero cuando computaban días y sólo días, los olmecas introdujeron una sustancial modificación: en lugar de contar el segundo orden como 20 x 20, lo contaron como 20 x 18. Esto fue para homologar las matemáticas con la calendárica, ya que el producto, 360, se aproxima bastante a la duración del año. En el sistema común, este número se escribía con un 18 seguido de un cero; en la variante calendárica, con un uno seguido de dos ceros.

La preponderancia de la notación vigesimal no significa que los mesoamericanos desconocieran el sistema decimal. En las cifras mayas “de cabeza”, el número diez está señalado con un aditamento especial: una mandíbula descarnada que representa la idea de la muerte (es decir, el cero), la cual aparece en casi todas las cifras que le siguen hasta el diecinueve.

El sistema de numeración maya-olmeca es el más perfecto que se haya inventado jamás. Con él, podemos distinguir de una mirada las cuentas cronológicas de las comunes; podemos expresar cantidades infinitamente grandes con sólo tres signos: punto para la unidad, raya para el cinco y ovoide para el cero9; y, puesto que las cifras contienen estructura, podemos efectuar todo tipo de operaciones con ellas sin necesidad de memorizar tablas de suma o multiplicación. Estas cualidades hacen que sea muy fácil de aprender y particularmente aplicable al desarrollo tecnológico. Un estudioso nota:

Las matemáticas modernas harían bien en estudiar las ventajas de un sistema de numeración en que los símbolos mismos se juntan y combinan para efectuar las operaciones, virtud que únicamente los mayas llevaron a una perfección lógica sin paralelo. (Héctor Calderón, La ciencia matemática de los mayas) LOS NUMERALES CURSIVOS NAWAS Lo anterior nos enfrenta a una circunstancia desconcertante: las inscripciones de los mexicas, mixtecas y otros pueblos del centro de México, aparentemente desconocen el valor de la posición y no tienen simbología científica para las cifras, empleando sólo la

9 En comparación, para escribir con números arábigos, precisamos memorizar diez glifos.

Número 360 en las variantes común y

calendárica.

Cifras de barra. Cifras mayas “de cabeza”.

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representación pictográfica. En esta escritura, que se ha dado en llamar “azteca”, un punto vale uno, diez valen diez, y así sucesivamente. Es una notación sumamente impráctica, ya que hace acumulaciones de puntos superiores a lo que podemos discriminar de una mirada. ¿Cómo puede haber tanta diferencia entre dos áreas culturales vecinas? Para resolver esta cuestión, descartemos lo que no es posible:

Primero: no es posible que las culturas del centro de México desconocieran las cuentas del tipo maya, puesto que sus sistemas simbólicos partieron de la misma fuente: los olmecas.

Segundo: no es posible que carecieran de la claridad intelectual necesaria para entender el sistema posicional, ya que tenían un nivel de desarrollo equivalente al maya.

Tercero: no es posible que desarrollaran su impresionante arquitectura y su sofisticada interpretación del calendario, utilizando únicamente los números pictográficos.

Veamos ahora los hechos positivos: Primero: también los mexicas tuvieron una especie de cifras, empleando para ello los

glifos de la veintena calendárica. Es muy interesante que llamaran “flor” al signo que cierra la veintena, relacionado con el cero maya.

Segundo: ocasionalmente aparecen en el área nawatl documentos con numeración de tipo maya. Por ejemplo, las estelas del Fuego Nuevo descubiertas en centro de la ciudad de México, las inscripciones calendáricas de Xochicalco, Teotihuacan y Tula, los dibujos de Cacaxtla, los códices Laúd y Fejervary, etcétera.

Tercero: los mexicas tenían símbolos para representar el valor intrínseco de los órdenes de conversión (no las cantidades en sí, como se ha interpretado hasta ahora). Dichos signos representaban a la cantidad cuando resultaba clara su lectura; por ejemplo, para contar cuarenta jarras de miel, se pintaba una jarra y se

ponían encima dos banderillas. Para números más complejos, se recurría al sistema de multiplicación, aunque conservando al signo del orden como enfático y en substitución del cero, no por desconocimiento de su valor multiplicador. Así lo vemos esta imagen del Códice Magliabecchi, donde los 400 dioses de la embriaguez fueron referidos por el glifo del segundo orden (la pluma), acompañado del glifo de la unidad, que se convierte de ese modo en multiplicador.

Cuarto: las investigaciones de H. R. Harvey y B. J. Williams sobre los códices Vergara y Santa María Asunción (Scince, 1980) han mostrado que los mexicas emplearon en sus registros del suelo el sistema posicional con líneas y puntos, así como un símbolo propio para el cero. Estos códices contienen glifos numerales constituidos por una flecha para las mitades, una raya para la unidad hasta el cuatro, raya horizontal con cuatro flecos para el cinco, punto con espacio debajo en sustitución del cero para el veinte, y algo semejante a un atado o semilla de cacao para el cero.

Vemos, pues, que la impresión de que los pueblos del centro de México desconocieron la numeración racional tolteca obedece a un error de interpretación. Es cierto que en algunos códices de carácter sacramental o mitológico aparece el sistema pictográfico de los puntos, pero es dudoso que el mismo fuese aplicado a tareas como los cálculos de áreas y volúmenes, la construcción de templos, los censos o la astronomía.

Opino que la misma impracticabilidad del sistema es la causa de su aparición en ciertos documentos, a los cuales confería un sabor arcaico y esotérico. Tal uso de arcaísmos matemáticos es semejante al que hacemos nosotros cuando representamos los capítulos de la Biblia o el código legal mediante las imperfectas cifras romanas.

Numeración “maya” y “azteca”. Códice Laúd.

400. Códice

Magliabecchi.

Sistema posicional mexica.

Códice S. M. Asunción.

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¿QUÉ SENTIDO TIENE ESTUDIAR ESTE CALENDARIO? Una vez dominada la estructura y representación del número, los antiguos mexicanos pudieron volcar toda su energía a la medida del tiempo, o más bien, de sus manifestaciones evidentes: los ciclos de los astros y los ritmos biológicos y sociales. El resultado más notable de este esfuerzo fue el calendario.

¿Qué sentido tiene para nosotros estudiar el calendario prehispánico? Esa pregunta tiene varias respuestas.

Desde los primeros momentos de la invasión europea, algunos monjes cristianos comprendieron que estaban suprimiendo un elevado sistema de pensamiento, y trataron de dejar testimonio de las cosas que vieron. Aquí surgió el primer dilema, pues, al describir una cosmovisión diferente de la que ellos mismos poseían, se vieron forzados a reinterpretar los hechos; si bien salvaron muchos datos auténticos, también introdujeron especulaciones que no reflejaban la realidad.

Posteriormente, grandes personalidades del humanismo novo-hispánico intentaron penetrar en los arcanos toltecas, pero, por falta de documentación, su éxito fue mediocre.

En la actualidad, muchos autores se han referido a estas antiguas cuentas con fines de divulgación o de investigación seria. Casi todos coinciden en expresar una admiración que se despierta desde la primera ojeada al interior de su mecanismo. Intuitivamente, se percibe aquí la existencia de soluciones magistrales al problema que implica la medida del tiempo.

¿Por qué ese interés? Porque la satisfacción del logro está en la medida del reto. El desciframiento de la cronología mexicana se ha convertido en un reto permanente de la americanística, precisamente a causa de su dificultad. No está en el espíritu humano dejar un hueco tal en el camino.

Otra razón para acometer estos estudios es utilitaria. Pero, ¿qué utilidad puede tener un calendario que fue silenciado hace cinco siglos? Mucha, si se logra demostrar que era superior al nuestro.

Nuestro calendario es francamente malo. A pesar de que los astrónomos de hoy son capaces de ajustar el año en un segundo, continuamos arrastrando barbaridades como unos meses disparejos, que no son múltiplos de la semana ni del año, bisiestos arbitrarios, desconocimiento práctico de los mínimos comunes de las órbitas planetarias, errores ocultos en el mecanismo (por ejemplo, el problema del año cero omitido a partir de Cristo), etcétera.

En los calendarios eurasiáticos, los años se acumulan uno sobre otro sin más cambio que un salto en el consecutivo numérico. Basados en una estructura tan simple, no tenemos idea de las sintonizaciones que se pueden establecer entre los eventos humanos y cósmicos. Tener 50 años significa que hemos sido testigos de otras tantas vueltas de la Tierra en torno al Sol; pero, ¿cuántos ciclos de gestación humana contiene ese tiempo? ¿Cuántos años de Venus o de Júpiter? ¿Cuándo se conjugarán de nuevo los campos planetarios que nos vieron nacer? No sabemos. Nuestra percepción del tiempo como un organismo en evolución ha quedado limitada a las oscuras alusiones bíblicas sobre ciertas “señales del fin del siglo”, y a la superstición que nos hace ver en los años de tres ceros un preludio del Armagedón.

En el calendario prehispánico, la renuncia a contar las edades en forma lineal produjo una dinámica de relaciones interactivas. Este sistema se comporta como un ser vivo: cada una de sus partes depende de las demás; su lógica es perfecta; sus ciclos se proyectan indefinidamente, tanto hacia lo muy grande como hacia lo muy pequeño, sin que por ello el modelo pierda organicidad, porque tiene estructura fractal; todos sus números son resonantes y holográficos, es decir, se reflejan unos en otros, y una muestra contiene la totalidad.

Además, no es un calendario específicamente terrestre. Su principio puede aplicarse a la medida del tiempo en cualquier rincón del Universo, porque su esencia es la triangulación de la fecha mediante la correlación de varias ruedas paralelas de símbolos, que a su vez están basadas en fenómenos naturales. Y esto comienza a ser atractivo para nosotros.

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¿Quizás en un futuro lejano, emplearán nuestros astronautas cómputos semejantes a los del antiguo México? He ahí un buen motivo para interesarnos por estas antigüedades.

La tercera respuesta involucra una razón mucho más profunda. La mentalidad tolteca estaba firmemente comprometida con lo sagrado. Su calendario, más que un instrumento de profanas medidas, era una herramienta para el cultivo del espíritu. Contrario a lo que opinan algunos estudiosos, no fue diseñado por imperativos económicos (¡ningún agricultor necesita exactitudes de cuatro decimales para cultivar maíz!), sino como respuesta a un desafío.

La civilización de Occidente se enfoca en el desarrollo de nuestra capacidad para establecer comparaciones. Con el calendario mesoamericano nos enfrentamos a otra lógica, no menos rigurosa, pero sí más holística. Involucra aspectos de la percepción que nuestra edad post-industrial desconoce. Su verdadera función no discurre en el tiempo objetivo, sino en un plano interior, y tiene efectos duraderos en nuestra visión del mundo. A pesar del rigor matemático de su estructura, el sistema está diseñado para liberarnos de la devoción a los nexos racionales; llega a la paradoja por la vía de la saturación.

Otro poderoso factor en favor del estudio y, ¿por qué no?, del renacimiento de este modelo del pensamiento indígena, es el simbólico. El investigador Raúl González lo expresa del siguiente modo:

Los chinos son trece veces más numerosos que los mexicanos y se han puesto de acuerdo en una fecha única; lo mismo sucede con los árabes y los judíos. Esto es así, porque ellos ven sus respectivos calendarios desde una óptica vivencial. ¿Por qué nosotros no? No podemos minimizar las implicaciones sociales que tendría el uso de un calendario mexicano consensuado. (Conferencia impartida el 21 de Julio del 2000, en el Encuentro Calendárico de Casa Meshico)

Es cierto. La forma de contar el tiempo constituye, como ningún otro producto cultural, el sello de un estilo de vida. Calendario y civilización van de la mano. Los grandes sistemas religiosos del mundo saben eso, y se afanan por contar el tiempo a partir de sus propios profetas.

En este momento, en que los valores de Occidente parecen llegar a un punto de agotamiento, una de las instituciones más profundamente afectadas es el calendario. Así, desde hace cosa de cuatro siglos, han surgido diversas fórmulas cuya búsqueda confesa es solucionar las irregularidades del calendario cristiano, pero que, en el fondo, lo que pretenden es adelantarse a un inevitable colapso social.

Para los amantes de la tradición indoamericana, la solución está en retornar a la herencia indígena, reivindicando los aspectos útiles de aquella antigua sabiduría. Aquí surge un dilema, pues, para poder entender el pensamiento tolteca, es básico reconstruir sus símbolos, y el más completo inventario de esos símbolos es el calendario. Pero su mecanismo no ha sido totalmente descifrado. En consecuencia, los amantes de la tradición carecemos de algo tan elemental como un acuerdo sobre el nombre del día en que estamos viviendo.

Descifrar las cuentas prehispánicas es asunto de máxima importancia para encontrar una sintaxis común. Con todas sus bellezas y profundidades, el calendario tolteca es una bandera insustituible de identidad. Es por ello que hacen falta nuevos y mejores estudios que definan científicamente su funcionamiento.

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Capítulo Dos ELCONTACTO ASIÁTICO

LA perfección del calendario tolteca no fue producto de alguna característica especial de la mentalidad indígena, sino de las condiciones históricas. Durante su historia, las civilizaciones euroasiáticas sufrieron numerosos accidentes, de modo que sus sistemas cronológicos carecieron de una matriz capaz de incorporar los descubrimientos de los astrónomos. Es imposible determinar cuántas veces, siglos enteros de información acumulados por los sabios semitas, arios, chinos y africanos, fueron bruscamente tronchados por los designios de la política. Si a esto sumamos las suplantaciones religiosas de carácter violento, comprenderemos por qué las naciones del Viejo Mundo no pudieron desarrollar un calendario civil evolutivo.

En Mesoamérica, en cambio, un sistema religioso basado en la sustitución armónica de los símbolos y la inexistencia del pernicioso sentido de propiedad territorial, permitieron el milagro de más de cinco milenios de transmisión de experiencias, aún en condiciones de un relativo desinterés hacia ciertos adelantos técnicos. Para entender lo que esto pudo significar, es preciso que hagamos ahora una comparación entre el calendario tolteca y los sistemas empleados en el resto del mundo, lo cual, de paso, nos ayudará a dilucidar el enigmático origen de estas cuentas. LOS CALENDARIOS DEL MUNDO Comencemos por los egipcios. Ya en el año 3285 antes de Cristo, ellos fijaron la duración del año en 365 días, pero, a partir de ahí, su cronología se estancó. En tiempos del esplendor faraónico, el día de año nuevo se retrasaba con respecto a su punto de referencias (el orto heliaco de la estrella Sirio) hasta completar el llamado Ciclo de Sotis cada 1460 años. Tal situación fue resuelta en el 238 antes de Cristo, cuando Ptolomeo III decretó el uso del bisiesto, solución que heredamos hasta la actualidad a través de los romanos. ¿Cómo conocieron el bisiesto los egipcios? No se sabe, pero es significativo que algunos siglos antes, apareciera en Mesoamérica la versión nawatl del calendario tolteca, en la cual aparecen paquetes de cuatro años con corrección de un día.

Los sumerios conocieron la duración aproximada del año desde el tercer milenio antes de Cristo, creando un calendario agrícola de doce meses alternos de 29 y 30 días. Este sistema producía gruesos desfasamientos, resueltos al principio con ajustes de compromiso que prácticamente no había forma de prever. En el 747 antes de Cristo, los babilonios adoptaron un ciclo de siete meses intercalares cada 19 años, fórmula bien incómoda que heredan hoy con variantes los árabes y judíos. De los babilonios heredamos los signos del zodíaco y la división del día en 24 horas de 60 minutos.

Aunque tradicionalmente se afirma que la astrología es la ciencia más vieja entre los caldeos, lo cierto es que sus primeros registros sobre la influencia de los astros aparecen hacia el 550 antes de Cristo. Treinta años más tarde, los sabios del rey Cambises II introdujeron la división de la casa zodiacal en 30 grados. No es sino hasta el siglo III antes de Cristo, cuando quedaron ubicadas las constelaciones en sus posiciones actuales. El primer horóscopo personal de esta escuela fue elaborado en el tiempo de Alejandro Magno. En comparación, el más antiguo nombre astrológico encontrado en Mesoamérica (Seis Movimiento) perteneció a un zapoteca, y fue grabado en el umbral de una puerta hacia el siglo X antes de Cristo.

Nombre calendárico. S. J. Mogote.

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Los antiguos griegos no supieron aplicar a la medición del tiempo los datos obtenidos a partir de su impresionante desarrollo en astronomía. Hacia el 800 antes de Cristo diseñaron un calendario de 365 días, pero el sistema más popular fue la cuenta lunar de 354 días, una medida que les obligaba a efectuar constantes rectificaciones, semejantes en esencia a las sumerias. Sobresale entre ellos la presencia de la olimpíada, un ciclo de cuatro años de tanta importancia, que regulaba las competencias deportivas y hasta las guerras. ¿Dónde se originó? No en el calendario griego, por cierto, basado en series decimales. Como acabo de mencionar, este era por la misma época un ciclo básico en las cuentas mesoamericanas.

Los griegos fueron los primeros en el Viejo Mundo en calcular la fecha a partir de un punto inicial. Hasta entonces, habían contado sus años por el nombre del arconte en funciones, lo cual significaba la elaboración de listas interminables y poco confiables. A través de los judíos, quienes fueron obligados a adoptar la era seleúcida después de la conquista de Jerusalén, el legado de Grecia a Occidente fue el consecutivo de los años.

En cuanto al calendario chino, su comienzo fue ubicado por el jesuita Amot, por órdenes del emperador Kieng Kung, en el 2697 antes de Cristo. El Tribunal de las Matemáticas de Pekín llegó a una conclusión más realista, fijándolo en el 1684 a. C. Ciertas alusiones de I Ching permiten inferir que hacia el siglo VI a. C., ya había en China una noción de la medida del año. Pero el hecho arqueológico es que no existe un calendario chino unificado anterior al 223 antes de Cristo, cuando el emperador Ts’in Chi Loang reformó el arcaico cómputo agrícola, al copiar el bisiesto lunar del ateniense Menón.

La contribución del calendario chino a Occidente fue la noción de unas ruedas de símbolos zodiacales y elementales, cuya rotación correlativa permite elaborar ciclos superiores al año. Tales ruedas aparecen en China como saliendo “de la nada”, a partir de la era cristiana. Su origen es interesante, pues, como veremos, se ha demostrado su parentesco con las mesoamericanas.

Muy influido por los chinos, el calendario tibetano mantiene la coexistencia de conjuntos de símbolos para formar ciclos de 60 años divididos en seis segmentos. La estructura interna del año tibetano tiene dos aspectos semejantes a su equivalente mesoamericano: la semana de cinco días y el empleo de “cargadores” o símbolos que dan nombre al año, los cuales rotan con cierta asincronía con respecto al consecutivo de los meses, a fin de que cada símbolo presida sobre el primer mes del año.

Hasta aquí he hablado de calendarios bastante exactos, pero cuando llegamos a los romanos, la cosa cambia. Por la época en que en Mesoamérica se erigían las estelas de Monte Albán y la cultura olmeca entraba en su ocaso, los latinos contaban años de 304 días, lo cual complicaba extraordinariamente las cosas para los sacerdotes. Generalmente, resolvían la dificultad mediante adiciones basadas en la autoridad de un pontífice o cónsul, o tomando prestadas las cuentas de sus vecinos, los griegos. En el 191 antes de Cristo, el cónsul Manio Aclio Glabrio denunció los defectos de este sistema, pero la solución sólo llegó en el 46 antes de Cristo, cuando Julio Cesar encargó al astrónomo griego Sosígenes que introdujera en Roma una variante del calendario ptolomeico, que a partir de entonces fue llamado “juliano”. Por este sistema se guió la civilización cristiana desde sus inicios, hasta 60 años después de la caída de México Tenochtitlan.

PERO, ¿DÓNDE SE INVENTÓ EL CERO? Uno de los grandes enigmas de la historia es el origen del calendario. ¿Fue inventado simultáneamente en las diversas culturas de la tierra, o fue producto de un descubrimiento único que se propagó por todas partes?

Como ya apunté, el desarrollo de la versión maya dependió del descubrimiento del cero y la notación por posiciones. En el Viejo Mundo, ambos adelantos son atribuidos a los árabes, quienes los recibieron de los hindúes. Pero, ¿de donde los tomaron los hindúes? ¿Los descubrieron por sí mismos o recibieron influencias foráneas? Veamos:

La primera representación del valor de la posición en el Viejo Mundo, tuvo lugar en el

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año 604 en Indochina. El primer cero fue esculpido en una estela al norte de la India, en el año 876 de la era cristiana. Por la misma fecha adoptaron estos adelantos los árables, quienes los trasladaron un siglo más tarde a Europa. Hacia el siglo XIII, algunos comerciantes europeos comenzaron a usar discretamente las cifras árabes, aunque los prejuicios religiosos vedaron el sistema hasta la época de Colón.

Por su parte, la cultura zapoteca representó conjuntos de signos calendáricos que sugieren un desarrollo previo del cero, por lo menos desde el siglo X antes de Cristo. La notación por posiciones, indicio seguro del uso gráfico del cero, aparece en la estela 2 de Chiapa de Corzo y la C de Tres Zapotes, ambas anteriores a la era cristiana. La perfección de sus inscripciones muestra que ellas son el colofón de una tradición que, para entonces, ya era centenaria. La más temprana representación directa del cero descubierta hasta ahora en México, fue inscrita por los mayas en la estela 18 de Uaxactun, en el 357 después de Cristo. Yo estoy convencido de que es cuestión de tiempo para encontrar representaciones del período olmeca, es decir, mucho más antiguas.

Estos monumentos son entre 500 y 1600 años anteriores a la primera representación del cero hindú. Lo cual nos pone ante una disyuntiva: o bien el cero y la notación por posiciones se inventaron dos veces en la Tierra, o los logros asiáticos fueron una importación directa de Mesoamérica. La tercera posibilidad (que los mesoamericanos los trajesen de Asia) queda descartada.

Un investigador comenta al respecto: No puede menos que admirarnos que ... en los momentos en que (el Viejo Mundo) se

debatía en la decadencia del primer milenio, providencialmente hayan llegado de la India, por intermedio de los árabes, los conceptos salvadores del cero y de las posiciones, que nadie niega como inventos originales del pueblo maya ... Este difusionismo, sin embargo, tiene una diferencia importante con el que han defendido la mayoría de los investigadores: la datación cada vez más precisa de nuestras culturas y los descubrimientos que se hacen año con año, demuestran que la precedencia le corresponde a América. En otras palabras, todos esos elementos culturales mayas que se han confrontado con sus equivalentes en el Viejo Mundo, se originaron aquí varios milenios antes de que aparecieran allá. (Héctor M. Calderón, La ciencia matemática de los mayas) LAS RUEDAS ZODIACALES CHINAS La difusión de conocimientos científicos de América a Asia es una idea completamente revolucionaria, que complica inesperadamente la cuestión de los orígenes de la cultura indoamericana. La mayoría de los investigadores opina que, en caso de que hubiese existido algún tipo de intercambio cultural a través del Océano Pacífico, este inevitablemente fue de Asia a América, nunca al revés10. Lo prejuiciado de este razonamiento se demuestra en la siguiente observación de un conocido antropólogo:

Si se puede demostrar que las formas culturales tienen un patrón de aparición regular, ligeramente anterior en el Viejo Mundo que en el Nuevo, tendremos presuntos indicios de la relación entre las dos (culturas). Pero si lo opuesto es lo cierto, tendremos una prueba de que no estaban relacionadas. (Gordon F. Ekholm, problemas culturales de la América precolombina)

En contraste con esta apreciación, la influencia científica de Mesoamérica en Asia

10 La tesis de la influencia asiática en América recibe el nombre de Difusionismo; se opone al Autoctonismo, que interpreta el surgimiento de la cultura en América como un hecho aislado. La posibilidad de un difusionismo de América al Viejo Mundo nunca se ha estudiado seriamente. A la tesis de un intercambio en ambos sentidos, yo le llamo Difusionismo Interactivo.

Estela de Uaxactun.

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puede sostenerse, no sólo a partir de los usos matemáticos, sino también mediante la comparación con otras ciencias antiguas, como son la astrología, la cronología y la cosmogonía. Por ejemplo, Michael Coe señala un hecho altamente improbable, a menos que se reconozca una influencia cultural directa:

Los astrónomos chinos de la dinastía Han, así como los antiguos mayas, usaron exactamente los mismos cálculos complejos para prevenir acerca de los probables eclipses de la Luna y del Sol. Estos datos podrían sugerir que hubo contacto directo a través del Pacífico. Como la navegación oriental estaba en un plano técnico más elevado que en el Nuevo Mundo, es posible que intelectuales asiáticos hubiesen establecido algún tipo de contacto con su contraparte mesoamericana por los fines del Preclásico. (Regional perspectives of the Olmec)

La conclusión anterior sería correcta, si no fuera porque los cálculos astronómicos mayas son totalmente coherentes con el calendario y el resto de las instituciones culturales de este pueblo, cosa que sería inexplicable si hubiesen tenido un origen extranjero.

De gran importancia ha sido demostrar el vínculo que existe entre el sistema zodiacal chino y su homólogo mesoamericano, notado por Humbold hace dos siglos y estudiado después por otros investigadores. Ellos han observado que las series de dioses y animales de las ruedas zodiacales tienen el mismo orden en una extensa área geográfica que abarca China, India, Indonesia, las islas del Pacífico y Mesoamérica, o bien contienen variantes e interpolaciones explicables por las condiciones locales de fauna, flora y modalidad simbólica. D. H. Kelley, uno de los antropólogos que más ha estudiado este asunto, es concluyente al afirmar:

Todos los nombres de los días en el calendario de Mesoamérica tienen paralelos en alguno de los cuatro sistemas euroasiáticos, tres de los cuales aparecen en la India del norte. (An Essay on pre-columbian contacts between the Americas and other areas)

Pero, como nota Paul Kirchhoff, si el sistema se originó en Asia, entonces

... una clasificación calendárica asiática de deidades y animales debe haber llegado a México mucho antes que a la India. Solo así podemos explicarnos la (temprana) presencia en la cultura maya ... de un desarrollo hindú más tardío. (The diffusion of a great religious system from India to Mexico)

Kirchhoff propone que ese foco de origen se busque en China. Pero esto contradice el hecho de que las ruedas zodiacales chinas tienen gran influencia de las hindúes (si no es que se originaron directamente en ellas), y aparecen únicamente después de la difusión del budismo por Asia oriental. Además, la semejanza formal entre los sistemas de Mesoamérica y la India son más cercanas que entre Mesoamérica y China, lo cual no se explicaría si este último país fuese el origen de ambas series.

La realidad es que, justo cuando se desarrollaba en todo su esplendor el calendario olmeca, comenzó a aparecer en Asia un interés creciente por la cronología, que cristalizó finalmente en lo que hoy conocemos como el zodíaco chino. El sistema asiático de ruedas correlativas tomó forma definitiva en el siglo I antes de Cristo; para entonces, los olmecas ya se habían extinguido y los mayas entraban en la séptima era de su calendario. Por lo tanto, como pasa con el cero, no es posible que los signos zodiacales mesoamericanos hayan sido creados en Asia.

La transferencia de información científica del Nuevo al Viejo Mundo no es un hecho aislado, está relacionada con otros fenómenos, entre ellos, la aparición de plantas típicas de la dieta americana en Eurasia, cuya forma de reproducción hace imposible un traslado accidental. Mencionaré al cacahuete, cultivado por los campesinos de la China Oriental desde

Ruedas calendáricas chinas.

Ruedas mesoamericanas.

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el 3000 antes de Cristo; la batata y ciertos tipos de algodón, aparecidos un milenio después en Oceanía; las piñas pintadas en los frescos de Pompeya; el tabaco y la coca, conocidos desde antes del descubrimiento europeo de América por los chamanes de China e Indonesia, y aparente origen de las dosis de nicotina y cocaína halladas en momias egipcias, etcétera.

Pero, ¿cómo justificar estos hechos desde un punto de vista técnico? Se ha documentado poco la historia de la navegación en Indoamérica. Ciertos indicios sugieren que este arte estaba mucho más desarrollado de lo que se ha supuesto. Muy interesante es el reciente descubrimiento de que los olmecas conocían la brújula. He aquí cómo lo reporta una investigadora:

En San Lorenzo se encontró una barra de magnetita del periodo olmeca (milenio II a. C.). Tiene grabadas líneas finísimas formando un ángulo entre ellas, dentro de una incisión hecha artificial y cuidadosamente. Coe y Carlson (1975) la han propuesto como brújula anterior a la china. Malmström, al estudiar las orientaciones en Izapa (1976), encontró que una tortuga de roca tiene propiedades magnéticas extraordinarias: una brújula colocada en diferentes posiciones alrededor de su contorno superior apunta siempre al pico de la tortuga. (L. Maupomé, Reseña de las evidencias de la actividad astronómica en la América antigua)

Puesto que los monumentos olmecas que muestran una manipulación magnética son entre mil y dos mil años anteriores a la primera aparición de la brújula en China, este descubrimiento proporciona un fuerte indicio sobre el verdadero origen de la brújula, y nos obliga a replantear el asunto de la navegación en épocas prehispánicas.

La tradición indígena afirma que los primeros mexicanos llegaron por el mar. En Perú se conservan dibujos de barcos de dos puentes y hasta tres mástiles, con cabida para tripulaciones numerosas y capacidad de maniobra equivalente a la de las carabelas de Colón. Los españoles encontraron en los mares del imperio inca grandes balsas para navegación de altamar, de 30 metros de largo y 60 toneladas de desplazamiento, con varios mástiles rígidos o articulados, y velas fijas y de deriva capaces de navegar contra el viento. Dichas balsas se reunían en flotas enormes; el cronista Sarmiento de Gamboa describe una expedición de Topa Inca Yupanqui a las islas del Pacífico (probablemente a las Galápagos) en la cual desplazó veinte mil soldados.

También los mayas poseían embarcaciones monóxiles (de una pieza) que podían trasladar hasta cincuenta remeros y dos toneladas de equipaje. Por accidente, una de ellas casi hace zozobrar la carabela de Bartolomé Colón, hermano del Almirante, en las inmediaciones de Isla de Pinos.

Por otra parte, los chinos e hindúes también tuvieron flotas capaces de la travesía oceánica. Hay evidencia de viajes realizados a Occidente (que para ellos era el extremo Oriente) durante el auge de los reinos clásicos de Teotihuacan y los mayas. Por ejemplo, frente a las costas de Palos Verdes, en California, se han descubierto cerca de 40 anclas chinas fechadas entre el 1000 a. C. y el 1500 d. C., lo cual indica un comercio activo apoyado en la pesca. El peso del ancla mayor (más de media tonelada) sugiere un barco de 30 metros de eslora y tripulación de 50 hombres. Además, en China se conservaron noticias sobre cierto reino oriental llamado Fu Sang, ubicado “en la coste oriental del mar oriental”. En la enciclopedia tradicional llamada San T’sai T’u Hui, aparece el dibujo de un hombre de Fu Sang que ordeña un animal exclusivo de América: la llama.

Tales viajes explicarían detalles como los siguientes: • Los aborígenes de Columbia Británica tenían máscaras

Barco de dos puentes. Vaso mochica.

Un habitante de Fu Sang. Dibujo chino.

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cuyos ojos estaban hechos de monedas chinas. • En la costa de Ecuador, cultura Valdivia, apareció un estilo cerámico asociado con la

cultura japonesa de Yomón, fechado hacia el 3000 antes de Cristo. • El mapamundi de Claudio Ptolomeo, del siglo II después de Cristo, tiene trazado de

las costas pacíficas de la América del Sur, incluyendo la señalización de dos grandes ciudades chimúes y dos ríos, a uno de los cuales llama Mayu Flu, río mayu (la palabra Mayu es el término quechua para río).

• Entre 1539 y 1576, las autoridades españolas divisaron y decomisaron juncos chinos que patrullaban las costas mexicanas del Pacífico; en una ocasión, en Guatulco, fueron vistos mercaderes vestidos de seda intercambiando productos con los nobles locales (García, Historia de las Indias 4.23).

Aparentemente, al notar que América estaba siendo colonizada por los europeos, estos viajeros asiáticos se retiraron discretamente. Pero hasta entonces, ¿cuánto intercambio material y espiritual habrían protagonizado? ¿UN ORIGEN AMERICANO DE LA REFORMA GREGORIANA? Como ya mencioné, no fue sino hasta la época de Colón cuando los sabios europeos se atrevieron a usar públicamente los números arábigos con su consecuencia: la notación por posiciones y el cero. Lo que esto significó para Occidente, nunca podremos destacarlo suficientemente.

Una de las ciencias que más se benefició con la escritura racional del número fue la astronomía. Su desarrollo acelerado en la Europa del Renacimiento provocó la inquietud del Vaticano por ajustar las cuentas julianas para hacerlas coincidir con los eventos celestes, materializada en el siglo XVI con la reforma del Papa Gregorio XIII. Así surgió el calendario que empleamos hasta la actualidad en Occidente.

Recientemente, el investigador Raúl González mencionó la posibilidad de que la reforma gregoriana hubiese sido influida, no sólo por las matemáticas y la astronomía árabes, sino también, de un modo directo, por los reportes de los primeros cronistas de Indias sobre el más preciso calendario de México11. Esta idea fue sugerida paralelamente por Antonio Sarmiento Galán, investigador del Instituto de Matemáticas de la UNAM (Unidad Cuernavaca), quien especula:

La influencia determinante de los calendarios maya y azteca (tuvo que ver) en la sustitución del viejo calendario juliano por el gregoriano actual ... La adecuación del calendario azteca al conteo europeo de semanas y meses, sobre todo para incorporar las fiestas religiosas católicas, originó el calendario gregoriano. (El Instante Actual, La Jornada, 21 de Agosto del 2000)

Yo no me atrevo a sostener una opinión tan rotunda como la anterior, pero sí debo notar lo siguiente: la convocatoria papal para una reforma del calendario es anterior al descubrimiento europeo de América. Las primeras propuestas anti-bisiestas se dejaron escuchar en Asia poco después de la aparición del cero. Ya en el año 1074, el matemático, astrónomo y poeta persa Omar Kayam elaboró un calendario solar en el que proponía un mecanismo con resultados similares al que posteriormente fue aplicado por los cristianos. Un siglo más tarde, el astrónomo chino Liu Hung procuró aplicar una reforma parecida en su país, sin efectos duraderos.

En Europa, en 1232, el monje escocés John de Holiwood propuso modificar el intercalado del bisiesto. La idea fue retomada por Roger Bacon en su Epístola a Clemente IV. Los primeros trabajos concretos en tal sentido fueron encargados por el Papa Clemente VI a los estudiosos Juan de Murs y Fermín de Belleval, quienes en 1345 elaboraron las bases de la fórmula gregoriana. Después de esto, se retomó el tema en casi todos los concilios de la Iglesia, hasta que, entre Enero y Junio de 1514, el Vaticano llevó a cabo estudios de 11 Intervención para el Encuentro Calendárico de Casa Meshico, Julio del 2000.

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factibilidad, investigando las repercusiones sociales, religiosas y económicas de un mecanismo que corrigiera el desfase del equinoccio.

De manera que, desde antes de su llegada a América, los europeos tenían una conciencia clara de la necesidad de introducir en su calendario un mecanismo que corrigiera los excesos del bisiesto. Sin embargo, la inercia de la tradición sobre la cual se había edificado la cristiandad, hacía que los papas vacilaran en aplicarlo.

Tal actitud cambió de pronto, en la primera mitad del siglo XVI, cuando decenas de códices comenzaron a llegar al Vaticano desde el recién descubierto México. ¿Fueron estudiados esos documentos por los monjes católicos? No sabemos. Pero si lo fueron, entonces no pudieron dejar de advertir que contenían soluciones calendáricas mucho más finas que las del vetusto sistema romano.

¿Cómo era posible que las cuentas de unos pueblos denostados por idólatras y perseguidos hasta la extinción dejaran en ridículo a la ciencia cristiana? Esta era una situación potencialmente peligrosa, en el contexto de una población cristianizada recientemente y por la fuerza, y de unos descubrimientos geográficos, astronómicos y físicos que estaban sacudiendo el edificio de la escolástica medieval.

En 1570, la Iglesia de Roma convoca un concurso que ganan los hermanos Aloisio y Antonio Lilio, diseñadores de la fórmula que finalmente se aplicó. Siete años más tarde, los estados católicos fueron consultados sobre el cambio de la fecha, que se oficializó por fin el 24 de Febrero de 1582 mediante la Bula Inter Gravísimas. A los siete meses, por primera vez en su historia, Europa llegó a contar con un mecanismo verdaderamente adelantado de medición del tiempo, que fue aplicado en México el 5 de Octubre de 1583.

La reforma tomó como punto de partida el Primer Concilio de Nicea, celebrado en el 325 después de Cristo. Para entonces, la primavera comenzaba el 21 de marzo; pero hacia 1582, suc comienzo se había adelantado en diez días. La solución de Gregorio fue suprimir esta diferencia e introducir un mecanismo de rectificación a fin de que el problema no volviera a presentarse. Dicho mecanismo consiste en una excepción de la regla juliana del bisiesto, y dice que los bisiestos programados para años que terminen un siglo cuyos dos primeros dígitos no sean divisibles por cuatro, no se aplican.

Si hubo influencia mesoamericana en la reforma gregoriana, es natural que no fuera reconocida, porque ello hubiera creado conflictos ideológicos entre la masa indígena. Sin embargo, parece haber sido aceptada de un modo indirecto en la decisión de la Iglesia de incorporar en el culto cristiano tres elementos básicos de la cronovisión suprimida: el valor astronómico de algunos sitios, al ubicar los nuevos templos encima de las viejas pirámides, el valor de la alineación astronómica, al orientar las iglesias en el mismo sentido que las edificaciones antiguas, y el carácter sacro de algunos días dentro del año, rápidamente transformados en onomásticos de los santos cristianos.

De modo que quizás no sea tan descabellado especular sobre la posibilidad de que, en última instancia, tanto nuestras matemáticas como nuestra cronología hayan sido definitivamente impulsadas por los descubrimientos de los sabios toltecas.

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Capítulo Tres EL ORIGEN DEL SAGRADO TRECE

CURIOSAMENTE, los números “mágicos” del calendario tolteca – cuatro, cinco, siete, nueve, trece y veinte – aparecen en ciertas constantes naturales. Recordemos, por ejemplo, las cuatro dimensiones del espacio-tiempo, las cinco bases de los ácidos nucleicos, los siete moldes cristalinos, las trece lunaciones anuales, los veinte aminoácidos o ladrillos fundamentales de la vida, la proporción de los eclipses...12 Esta circunstancia me induce a pensar que el calendario mesoamericano se originó en la observación de la Naturaleza.

De todos estos números, los más sagrados eran el trece y el veinte. Su multiplicación proporcionó una matriz de 260 días con la cual se medían todos los asuntos, tanto humanos como divinos. Podemos entender el veinte como un reflejo de los veinte dedos que nuestra especie tiene en las manos y los pies, pero, ¿de dónde surgió el trece? LA SEÑORA DEL CUERNO LUNAR La socióloga Virginia Sánchez Navarro llamó mi atención sobre lo que probablemente sea una de las más antiguas representaciones del año. Se trata de la imagen de una señora tallada en la pared de una cueva en Bordeaux, Francia, que ha sido llamada Venus de Laussel. En su mano derecha sostiene un objeto que se puede interpretar como un cuerno de cabra o un creciente lunar, o como ambas cosas a la vez. ¿Por qué sostengo que ese objeto contiene una primitiva representación del año? Por razones simbólicas.

Desde tiempos muy antiguos, los cuernos de los cérvidos fueron utilizados como símbolos del tiempo. Ello se debe a que sufren muda estacional de la córnea o el cuero que les recubre, o les sale una rama extra cada año. En una sociedad primitiva, dependiente en gran medida de la caza de estos animales, resultaba fácil referir el fenómeno de las estaciones a una característica tan conocida. Además, la espiral córnea de los antílopes, ovejas y vacas es una imagen muy expresiva del flujo de las generaciones. En consecuencia, los bastones de mando de los viejos y los jefes se adornaban con un cuerno o se tallaban en esa forma. Así lo vemos en el bastón emblemático de los sacerdotes toltecas o andinos, tan parecido al cayado que distingue a los patriarcas cristianos y orientales.

La asociación fue reforzada por un hecho natural: los ciervos son animales prolíficos y lujuriosos, por lo cual la deidad de la Tierra llegó a ser conocida como la cabra o la cierva de los innumerables hijos. El emblema animal introdujo la costumbre de asociar el paso del tiempo con los fenómenos biológicos, y por extensión, con nuestros biorritmos. Por añadidura, el cuerno semicircular recordaba la imagen de la Luna creciente y el

12 El eclipse solar ocurre por una extraordinaria casualidad: la Luna es 400 veces (20 x 20) más pequeña que el Sol, pero está 400 veces más cerca, de modo que lo cubre exactamente.

Dama del cuerno. Relieve de Laussel.

Báculos de ministros tolteca, inca, zoroastriano y cristiano.

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vientre grávido de la hembra. Tanto por su relación con la medida del tiempo como con fenómenos biológicos, la Luna llegó a ser considerada la diosa de los partos.

El simbolismo se fue complicando y adquirió propiedades prácticas. Por un lado, el grosor de los cuernos lunares proporcionó la pauta para medir los conjuntos de días - y en un año caben trece de tales conjuntos. Por el otro, los crecientes lunares estaban mágicamente asociados con un fenómeno importante para la perpetuación de la especie: la menstruación de la mujer - y en un año ocurren trece menstruaciones en promedio. Esos momentos eran celebrados con ritos de fecundidad, en los cuales los iniciados se disfrazaban con pieles y cuernos de venado y salían a danzar en las noches de Luna llena. Con el tiempo, tales festividades de inicio de ciclo dieron como resultado la división del año en trece meses.13

De ese modo, el cuerno-Luna en la mano de una mujer que representa a la Madre Tierra, se convirtió en el jeroglífico del número trece, el cual llegó a ser clave en dos actividades básicas para la supervivencia: la reproducción y la cuenta del tiempo. A partir de ahí, el trece quedó indisolublemente asociado al concepto de recurrencia y fue destacado con ordenanzas y tabúes por muchas sociedades. ¡No en balde, este inefable número está representado en el cuerno de la Venus de Laussel por trece muescas, que seguramente equivalen a otros tantos períodos de tiempo, en relación con la preñez ostensible de la imagen!

Otra prueba del carácter telúrico del trece, es su presencia en un animal simbólico de la Tierra: la tortuga. Casi todas las culturas antiguas – y Mesoamérica no es la excepción – solían representar a nuestro planeta como una tortuga o apoyado sobre una tortuga. Tal simbolismo se ha explicado por la idea de estabilidad asociada al reptil, pero es más profundo. La tortuga fue escogida por su forma redondeada, por su extremo vigor sexual, porque pone muchos huevos, porque su concha se abulta como el vientre de la mujer, y porque esa concha tiene trece escamas. De ahí que, en la mitología mesoamericana, una tortuga-serpiente sea el asiento de la diosa tierra en el acto de parir al mensajero de la Serpiente Emplumada.

Los historiadores han descubierto que, antes de que se desarrollaran las sociedades solares, de carácter expansivo y conducción masculina, existió una etapa lunar con características muy diferentes.

En esa etapa echan raíces las grandes religiones del mundo. Aún pueblos tan patriarcales como los babilonios, hebreos y musulmanes, han hecho uso del ciclo lunar en sus calendarios y de la Luna en sus emblemas sagrados. Y por las prescripciones relativas al tratamiento de la mujer menstruante, podemos comprender que este uso no está exento de simbolismo sexual.

En la alegoría bíblica, la diosa madre es representada sobre una Luna creciente rodeada de doce estrellas, junto a las cuales ella hace la decimotercera14. El falicismo de la imagen se denota en las cruces de algunas iglesias ortodoxas, donde la cruz se alza en triunfo sobre la Luna, lo cual se suele interpretar como el triunfo de la cristiandad sobre el Islam, pero en verdad se refiere a la relación entre Venus y Marte (la

13 Este dato se infiere de la primitiva división de la eclíptica en trece secciones, que veremos adelante. 14 Apocalipsis 12.

La madre de Ketsalkoatl sobre una concha de tortuga. Códice Laúd.

Laussel. Detalle.

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hembra y el macho). Asimismo, los judíos celebran hasta hoy en cada novilunio ritos en honor a Yahvé

Nissin (Nissa o Sinai es el nombre semita de la luna), en los cuales, tanto el carnero como la cabra tienen un papel primordial. La Cábala traduce el nombre de Yahvé como macho y hembra, al componerlo de Yah, el órgano masculino, y Eveh, nombre de la primera mujer. Y como en hebreo las letras son números, este nombre también se puede leer como una expresión matemática, cuyo valor es trece más trece.

YHWH = 10 + 5 + 6 + 5 = 26 = יהדה Puesto que estamos hablando de un momento en que el papel de la mujer

determinaba la estructura social, resulta propio que los chamanes eligieran el número de la fecundidad como emblema del orden sagrado.

Pero su presencia en la Venus paleolítica también se puede interpretar de otra manera. En efecto, ciertos indicios sugieren que los hombres de aquella época contaban, no sólo con los dedos de las manos, sino también con los de los pies, es decir, tenían numeración vigesimal. Al observar la escultura, notamos que sus manos están dispuestas en una forma intencional: la derecha se eleva a lo alto, sosteniendo el emblema de los ciclos, mientras que la izquierda apunta con amor hacia su vientre. Esto es muy significativo, pues, desde que se interrumpe la primera menstruación por el embarazo (momento en que los antiguos percibían el estado de la mujer) hasta el nacimiento de la criatura, transcurren en promedio trece ciclos de a veinte días. Como nota Tlacatzin Stíbalet:

Al no conocerse con precisión el momento de la fecundación del óvulo por el espermatozoide, (en las culturas prehispánicas) el tiempo de embarazo se cuenta a partir del inicio del último sangrado menstrual, un hecho visible. Se sabe que la ovulación ocurre trece días después de este sangrado. Por lo tanto, el embarazo en sí toma 260 días. Nuestros abuelos armonizaron la cuenta de años (terrestres) y el tiempo de embarazo, descomponiendo factorialmente ambos en 360 días + 5.25 días y 260 días + 13 días. (Nuestros soles, nuestra fuerza cósmica. Calpulli Nexticpac 2001)

Lo anterior nos permite especular sobre la posibilidad de que las trece incisiones del cuerno de la Venus de Laussel no sólo se refieran a otras tantas lunaciones, sino también a la duración de la gestación humana. Si esta interpretación es correcta, entonces tenemos en esta imagen un indicio sobre el origen del calendario sagrado mesoamericano. EL MITO DE LOS CUATROCIENTOS DIOSES CAÍDOS La presencia de un ciclo de trece términos en el contexto de una numeración vigesimal, dio lugar a un fenómeno de interconexión de motivos naturales y culturales. Tomemos como ejemplo de ello un mito cuya presencia en el Viejo Mundo refleja el tránsito de la mentalidad neolítica al sistema patriarcal: la caída de los ángeles rebeldes. Parece una historia desvinculada del calendario, pero el número de esos ángeles o demonios revela que ellos son los señores de los ciclos planetarios.

Como ya sabemos, en la numeración vigesimal, el segundo orden vale 400 (202). Por tal razón, los antiguos mexicanos, al aludir a una cantidad medianamente grande, decían Sentsontli, un cuatrocientos. Los enjambres de estrellas ubicados a ambos lados de la ruta del Sol eran llamados “los cuatrocientos del Norte” y “los cuatrocientos del Sur”. Ambos conjuntos de astros tenían una activa participación en las creencias mesoamericanas, porque simbolizaban a los dos ejércitos de demonios que fueron arrojados a la tierra por la potencia del dios solar Witsilopochtli, colibrí zurdo (traducido en clave cronológica, este mito describe el paso del año lunar al solar). A pesar de que, tal como ocurre en el mito cristiano del Apocalipsis, los dioses-estrellas se habían aliado con el dragón de las edades en contra de la Diosa Madre, la tradición mesoamericana no los considera esencialmente perversos, pues en ella no hay cabida para el dualismo excluyente del texto bíblico.

La aparición de este mito entre los pueblos semitas es una prueba más del carácter

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universal de los números sagrados prehispánicos, ya que, contrario a lo que cabría esperar, tales dioses son referidos con un término vigesimal: el 400. Así lo vemos en el relato de la lucha del profeta Elías (Helios, el Sol) contra los 400 sacerdotes de Marte y los 400 de Venus15, a quienes vence por fuego. El contexto de esta leyenda demuestra que ambas cuadrillas representan a las estrellas; de ahí que el héroe solar exclame, en el ardor de su lucha:

¡El Dios verdadero responde con fuego! (I Reyes 18:24) Ateniéndonos al texto bíblico, escrito por un pueblo que empleaba la numeración

decimal, es inexplicable que se emplee aquí como enfático de “multitud” el número 400 en lugar del mil. No insinúo con ello que el mito bíblico haya tenido origen en Mesoamérica, sino que ambas versiones, la asiática y la americana, derivan de una misma fuente, cuya forma de contar era semejante a la que más tarde se conservó en México.

Tanto Witsilopochtli como Elías son deidades de la llama; por lo tanto, se encuentran vinculados por la tradición al número trece. En Eurasia la relación es evidente, ya que el héroe solar es el jefe de las doce tribus y las doce “estrellas” o constelaciones de la eclíptica. En América, es el señor de la séptima casa del zodíaco de trece, y el morador del séptimo plano de los trece cielos.

Debió ser muy llamativo para los antiguos observar que la Naturaleza corroboraba sus números sagrados, al dotar a la mujer de un promedio de 400 ovulaciones en su vida - cantidad emblemática de “fecundidad” -, en tanto que la división de ese promedio por el número de días de un mes solar daba la cantidad de lunaciones de un año, esto es, el ciclo de gestación de la Tierra. De ese modo, los embarazos de la Tierra y la mujer quedaban místicamente unidos por su denominador común: el trece.

Lo más notable es que los números mágicos contenidos dentro de la trecena han sido encontrados en diversos biorritmos humanos, como si, efectivamente, existiera una influencia cósmica en nuestro diseño. Veamos algunos de ellos:

• La oleada reproductiva humana (un ciclo de picos de nacimiento válido también para muchas especies animales) se calcula en 3510 días (5 x 6 x 9 x 13), o lo que es igual, trece años sagrados toltecas más 130 días.

• El ciclo de predominio sexual masculino-femenino, establecido por R. Collins sobre observaciones del comportamiento de la moda y la actitud sexual en Eurasia, tiene una duración de 30 680 días, los cuales se componen de la multiplicación del año sagrado tolteca por el cuádruplo del ciclo lunar (118 x 260).

Otra recurrencia del trece aparece en los ritmos de nuestro desarrollo físico. Así, la mitad de trece años es la edad de la segunda dentición, los trece años marcan el inicio de la pubertad, la suma de los dos anteriores determina la salida de la adolescencia, el cuádruplo de trece marcaba el retiro de la vida laboral en la sociedad prehispánica, y el óctuplo, el límite teórico de la vida humana. LA CLAVE DEL SISTEMA SOLAR De no haber sido por su presencia en los ritmos biológicos, los antiguos hubieran descubierto la sacralidad del trece por otra vía: al encontrarlo prácticamente en cada rincón del Sistema Solar. Este hecho es sumamente significativo porque, desde el principio, los calendarios se orientaron por el cielo.

La estructura del Sistema Solar es la siguiente: en el centro está el Sol con dos grupos de planetas separados por un cinturón de asteroides. El primer grupo, llamado terrestre, se compone de Mercurio, Venus, la Tierra y Marte; el segundo, joviano, está integrado por Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón con su satélite. Más allá de Plutón se extiende una banda de planetoides llamada Cinturón de Kuyper, tras la cual se supone hay un tercer 15 I Reyes 18:22 y 22:6. La primera cantidad es vertida como 430 ó 450, según la traducción - un error comprensible entre quienes transcribieron el mito sin comprender su esencia numérica.

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bloque de planetas; el cuarto orden, llamado Nube de Oort, está formado por un enjambre aún no contabilizado de cometas.

Si tomamos como unidad de medida del sistema la distancia que hay entre el Sol y su primer planeta16, obtenemos los siguientes valores relativos, con un pequeño porcentaje de diferencia con respecto al dato real:

del Sol a un. mercurianas distancia / mill. km % de diferencia

Mercurio Venus Tierra Marte Cinturón de Asteroides (Ceres) Júpiter Saturno Urano Neptuno Plutón-Carón Cinturón de Kuyper (Némesis) Nube de Oort

1 2 3 4 8 13

26 (2 x 13) 52 (4 x 13) 78 (6 x 13) 104 (8 x 13)

1352 (8 x 132) 17 500 (8 x 133)

56 108

149.5 228 448 778

1 430 2 771 4 494 5 900 75 712 980 000

+ 4 - 3.5 - 11

0 0

+ 1 - 2 - 5 + 3 + 1 0 0

De inmediato surgen ciertas equivalencias. Así, Saturno está 26 veces más distante del

Sol que Mercurio, Urano guarda la misma proporción con respecto a Venus, Neptuno con la Tierra y Plutón con Marte. Júpiter viene a ser el parte-aguas del Sistema, guardando la proporción de trece unidades mercurianas. Las proporciones relativas de los subsistemas terrestre y joviano son de uno a 26, pero si tomamos como límite entre ambos el cinturón de asteroides, ubicado en promedio a ocho unidades mercurianas, entonces los diámetros relativos están en proporción de uno a trece.

El módulo ocho es importante, porque demuestra que el diseño del Sistema Solar está basado sobre el desdoblamiento del trece. En efecto, si tomamos la distancia entre Sol y Júpiter como una segunda unidad de medida (la joviana), entonces la órbita de Plutón vale ocho. Puesto que los grupos terrestre y joviano están proporcionados por el número trece y divididos en cuatro miembros cada uno, y forman parte de cuatro órdenes de astros solares, entonces el número del Sistema Solar es 52 (4 x 13).

Pero el sistema no termina en la órbita de Plutón. Los astrónomos han calculado que ciertas anomalías en el movimiento de los planetas exteriores, particularmente Urano y Neptuno, sólo se pueden explicar si suponemos que, a una distancia trece veces superior a la de Plutón, existe un enorme y solitario planeta gaseoso. Recientemente, investigadores del Infra-red Astronomy Satellite afirman haberle observado dos veces en dirección a Orión.

La presencia de Némesis, que también ha sido llamado Shiva y Radón, aún se discute. Lo que sí se ha comprobado es que a esa distancia de 104 unidades jovianas, existe una banda electromagnética donde choca el llamado “viento solar” produciendo ondas de radio, por lo que puede ser considerada como una frontera natural del campo planetario. Si

16 El análisis de las relaciones planetarias indica que la distancia de Mercurio al Sol excede la ideal en un 4 %, de modo que la he llevado al promedio: 56 millones de kilómetros.

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establecemos una nueva unidad de medida basada en el apogeo de la órbita de Plutón, entonces el campo planetario vale trece.

Sin embargo, ese no es el límite del sistema, porque más allá se deslizan enjambres de cometas (la Nube de Oort), la mayoría de los cuales aún no han sido descubiertos. A pesar de su lejanía, su distancia promedio se ha fijado en mil billones de kilómetros, es decir, trece veces la distancia del Sol al hipotético planeta Némesis. ¿Casualidad?

En esta investigación no me cabe especular respecto a si los mesoamericanos tenían o no un conocimiento de estos datos. Lo indudable es que su concepción del Cielo se reflejaba en el calendario. En la siguiente imagen, tomada de un códice maya, los ciclos fueron representados como un esquema del Sistema Solar, con un total de doce términos dispuestos en tres columnas de a cuatro, más uno central con atributos solares.

Pero no sólo en las distancias relativas entre los astros se manifiesta la influencia del trece, aparece también en sus años sinódicos17, un fenómeno perfectamente observable por las culturas antiguas, al cual los mesoamericanos concedieron particular atención.

Si pudiéramos ver las manchas solares a simple vista, notaríamos que el Sol nos da la misma cara cada 26 días, puesto que tal es su tiempo promedio de rotación. El Sol rota catorce veces en tanto la Tierra le da una vuelta; pero, como nuestra traslación lleva el mismo sentido que la rotación solar, el número real de días solares en uno de nuestros años es trece. Algo semejante ocurre con los planetas visibles del Sistema Solar, cuyos años aparentes se dividen en bloques de trece días, con sólo un día de más o de menos, tal como vemos en la siguiente tabla:

planeta año sinódico trecenas diferencia en días

Mercurio Venus Tierra Marte Asteroides18 Saturno

116 584 365 780 468 378

9 5 x 9 4 x 7

2 x 5 x 6 6 x 6 29

-1 -1 +1 0 0

+1 Se exceptúa de esta lista a Júpiter, cuya recurrencia ocurre en 399 días (30 x 13 + 9).

Sin embargo, el año sinódico de Júpiter es perfectamente divisible por siete, número eje de la trecena. Además, el excedente de nueve días tenía en Mesoamérica un gran sentido calendárico, ya que completaba la novena nocturna que veremos adelante.

Una prueba que estas relaciones son armónicas y no accidentales, está en el comportamiento de la luz en el Sistema Solar. Un rayo de luz que sale del Sol llega al borde del grupo terrestre 24 minutos más tarde, y al borde del grupo joviano en seis horas y cuarto: una relación de uno a trece. Al límite de la banda de radio llegará en seis días y quince horas (13 x 13). De modo que el diámetro del campo planetario es de trece días-luz. Puesto que el Sol gira sobre sí mismo en 26 días promedio, ello significa que su luz se expande por su área de influencias formando una gama armónica de vibraciones. Y cuando uno de sus rayos es reflejado en el límite del Sistema por la banda de choque del viento solar, se reencuentra con el astro en forma de onda de radio exactamente en sus antípodas, al cabo de trece días terrestres.

17 El año sinódico es el tiempo que tarda un astro en retornar a un mismo punto de la bóveda celeste. 18 Duración basada en el período orbital de la principal concentración de asteroides.

Estructura de los ciclos. Códice Chumayel.

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Parece que la rotación del Sol guarda relación con un fenómeno estudiado por los antiguos mexicanos, según se colige del análisis de ciertos códices mayas: el ciclo de formación de las manchas solares, cuyo período ha sido calculado en 4095 días (11.2 años). Veamos de qué forma tan mágica, según la cronología mesoamericana, se descompone ese número: 5 x 7 x 9 x 13.

A su vez, las manchas solares son evidencia de grandes fluctuaciones en el campo magnético del astro, que influyen sobre la vida terrestre y la psiquis humana, produciendo recurrencias divisibles por trece. De ese modo, el número sagrado, proyectado a lo alto, regresa a la Tierra como detonante de diversos fenómenos bioplanetarios, entre los cuales puedo citar el ciclo largo de los anillos arbóreos, las corrientes del Nilo y los depósitos de los lagos africanos (dependientes de la actividad orgánica), calculado en 8190 días (2 x 5 x 7 x 9 x 13), y el ciclo corto de los anillos arbóreos, la presión barométrica, los depósitos lacustres en toda la Tierra y las láminas de roca (relacionadas con la erosión), con duración de 2730 días (5 x 6 x 7 x 13). EL MITO DE LOS CINCO SOLES Por si lo anterior no fuera suficiente, hay en la Naturaleza otra importante aparición de ciclos trecenales vinculada con un mito muy apreciado por los antiguos mexicanos: la substitución de las eras creativas.

La cosmogonía tolteca afirmaba que la Tierra fue creada por una sucesión de eras que se suplantaban unas a otras en el fragor de tremendas convulsiones. Los nawas les llamaron “soles”, un término que nos pone en la pista de su naturaleza, puesto que servía para denominar genéricamente a los ciclos de tiempo. El encargado de destruir y renovar a los soles era el dios Istak Mishkoatl, blanca serpiente de nubes, a quien nosotros conocemos como Vía Láctea (nuestra galaxia).

Más adelante veremos cómo los ciclos calendáricos derivaban de una observación práctica: que el Sistema Solar realiza una danza en torno al centro de la Galaxia, cuyos giros, de 26 mil años de duración, se dividían en cinco soles. Esa cantidad de años se escribe en el sistema vigesimal con las cifras 3.5.0.0, es decir, tres por 8000, más cinco por 400, más cero por 20, más 0, cuya reducción cabalística es ocho. Lo cual nos habla del trece, no sólo porque trece se forma de la suma de ocho más cinco, sino porque ambos números son claves en la computación del ciclo de Venus-Ketsalkoatl, ya que ocho años vagos terrestres equivalen con exactitud a cinco años sinódicos de Venus.

No debió ser muy difícil para los mesoamericanos el asociar los períodos geológicos regidos por los soles con el número calendárico que los describía. La evidencia indica que establecieron un vínculo causal entre la rotación del Sistema Solar y las catástrofes que sacuden de tiempo en tiempo a nuestro planeta.

En la actualidad, los geólogos han llegado a una conclusión semejante. Después de escrutar los estratos terrestres, comprobaron que, tal como decían los abuelos, y contrario a lo que fue la idea predominante en la ciencia del siglo XIX, la evolución de la Tierra no ha sido gradual, sino espasmódica. En diversas ocasiones, violentas sacudidas destruyeron hasta el 90 % de las especies, siendo seguidas por largos períodos de estabilidad y renacimiento de la vida.

Como las convulsiones tienen un ritmo preciso, los científicos consideran que existe algún tipo de regularidad en el Sistema Solar que provoca alteraciones periódicas en el movimiento de los planetas. En ese caso, los asteroides se precipitarían sobre los planetas, ya que su pequeño tamaño les permite llevar órbitas excéntricas. Aunque la caída de un bólido es algo completamente accidental, la existencia de enjambres de bólidos con un movimiento periódicamente perturbado es capaz de convertir el azar en ley, produciendo colisiones de efectos impredecibles.

Esta tesis se pudo demostrar recientemente con el hallazgo del punto exacto donde un meteorito del tamaño del monte Everest cayó en las costas de Yucatán, hace cerca de 65

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millones de años, produciendo la extinción inmediata de los dinosaurios. Se han registrado seis de tales destrucciones, las últimas cuatro ocurridas cuando ya existía en la Tierra vida más o menos evolucionada.

Veamos cómo se parece este dato con lo que afirma el mito tolteca: En cuanto a la creación del mundo, los dioses habían creado cuatro soles. Los que

vivieron bajo (el primero) murieron ahogados. (Durante) el segundo, murieron abrasados en fuego del cielo. (Los moradores) del tercero murieron devorados por bestias salvajes19. Los que vivieron bajo el (cuarto) Sol, murieron por tempestades de vientos y se volvieron monos. Por los cuatro soles de los que hemos contado, entendían cuatro edades. (Teogonía e Historia de los Mexicanos)

El quinto Sol se llama Sol del Movimiento, porque se estremeció y anduvo. Dejaron dicho los viejos que en éste habrá terremotos y hambre general, con los cuales hemos de perecer. (Anales de Cuauhtitlan)

La relación entre el mito de los soles y el calendario tolteca se hace más obvia, si tenemos en cuenta las duraciones atribuidas por la ciencia a las catástrofes terrestres. Una publicación afirma:

La serie de extinciones masivas, de mayor o menor intensidad, ha sido reconstruida y fechada con métodos diferentes e independientes. Estos métodos, sin embargo, parecen concordar al definir un ritmo más o menos constante que transcurriría entre dos extinciones en masa sucesivas … de aproximadamente 26 millones de años.

Por su parte, cada uno de los soles mitológicos tiene su propio nombre calendárico20. ¿Qué significa eso? Que sus duraciones están sujetas al calendario, y por lo tanto, determinadas en última instancia por el trece y sus múltiplos. Eso lo vemos con más claridad en el siguiente fragmento:

Pasados trece veces 52 años, Quetzalcoatl fue Sol y dejó de serlo Tezcatlipoca. Y duró Quetzalcoatl siendo Sol otros trece veces 52 años. (Luego) quedó por Sol Tlalocatecutli, el cual duró siete veces 52 años. Pasado este tiempo, Quetzalcoatl llovió fuego del cielo, quitó a Tlalocatecutli y puso a Chalchiuhtlicue, la cual fue Sol seis veces 52 años. (Teogonía e Historia)

A través de los documentos mayas, resulta claro que la mención de cierta cantidad de “años” en la leyenda de los soles, no sólo se refiere a años terrestres en un contexto histórico, sino también a ciclos enormemente largos de tiempo, en clave cosmogónica.

¿Qué sentido tiene un lapso de 26 millones de años dentro de la numeración vigesimal? Teniendo en cuenta la mentalidad calendárica mesoamericana, podemos suponer que semejante duración se hubiera interpretado como una proyección a escala cósmica del año sagrado; dicho en otros términos, los toltecas la habrían dividido en 260 segmentos de 104 mil años cada uno. Precisamente, uno de tales segmentos aparece en un documento nawatl como escenario del Quinto Sol:

Después de la (última) destrucción del mundo, cuentan la creación del (quinto Sol) ... Pero no saben cuánto ha que esto fue, aunque les parece que ha cien tiempos, que hacen 102 mil años. (Teogonía e Historia)21

El parecido entre el mito y la realidad geológica no se detiene ahí, pues los científicos han calculado que la duración promedio de los períodos glaciales22 es de 104 milenios. Ese ciclo, provocado por la excentricidad de la órbita terrestre - que a su vez es producto de la influencia de los campos gravitatorios combinados de los astros del Sistema Solar – es igual

19 Metáfora que significa "terremotos". 20 Uno Agua, Cuatro Tigre, Cuatro Lluvia, Cuatro Aire y Cuatro Movimiento, respectivamente. 21 En este caso, el término “tiempo” es traducción de una voz nawatl que designa un lapso de 1040 años. Es evidente que el cronista se equivoca al multiplicar, queriendo decir “104 mil años”. 22 Alteraciones climáticas que, pese a no entrañar cambios tan dramáticos como la caída de los asteroides, tienen importancia fundamental para la evolución de las especies.

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a cuatro períodos de presesión de los equinoccios, cada uno de ellos de 26 mil años.

Pero, ¿qué tiene que ver el número 104 mil con el trece? Escrito en nuestro sistema decimal, nada; pero, en la nomenclatura tolteca, se compone de la cifra trece seguida de tres ceros. Esa cantidad tiene un gran sentido calendárico, pues es producto de la secuencia de veinte soles de 5200 años cada uno.

Aquí surge una pregunta: si la semejanza entre los ciclos geológicos y los números de su calendario no se debe al azar, ¿cómo lograron los mesoamericanos un conocimiento que pertenece a la más reciente generación científica? Tal vez la respuesta no sea tan difícil de entender. Se sabe que sentían una gran curiosidad por los restos fósiles que ocasionalmente encontraban al escarbar la tierra, a los cuales llamaban Kiname, gigantes. De un modo muy racional, llegaron a la conclusión de que se trataba de “humanidades” extintas. El mito de los cinco soles indica que relacionaron esas extinciones con el movimiento del cielo. El resto de la historia se armó por sí mismo cuando determinaron, después de milenios de paciente observación del cielo, que el número trece era clave en esos movimientos. OTRAS PROPUESTAS EXPLICATIVAS Los elementos que hemos analizado nos permiten fundamentar una hipótesis naturalista para explicar cómo se insertó el trece en la sociedad humana. Esta hipótesis no está reñida con otras que han elaborado los estudiosos, entre las cuales cabe destacar las siguientes:

Hipótesis lunar: Kelly y otros investigadores afirman que el trece deriva de una primitiva división del año en trece lunas de 28 días.

Es lógico suponer que el calendario lunar precede al solar. Este último es indicativo de un proceso de sedentarización que cristalizó en una manera más firme de vida, lo cual permitió un conocimiento más regular y preciso de las grandes leyes cósmicas que los pueblos nómadas perciben intuitiva y directamente. (Federico Gonzáles, Sacred Cosmology)

Hay indicios de un uso temprano de calendarios lunares en toda Mesoamérica, así como de la existencia de ciclos de 28 días asociados al zodíaco de trece casas. El obispo Landa lo reportó para el área maya:

Tenían su año ... dividido en dos maneras de meses, los de a treinta días que se llaman U (“luna”) y contaban desde que la Luna no aparece hasta que vuelve a desaparecer, y de a veinte días, los cuales llaman Uinal Hun Ekeh (“una medida humana”). (Relación de las Cosas de Yucatán)

Aunque él habla de 30 días, probablemente por influencia de los meses cristianos, la presencia de trece casas en la eclíptica maya sugiere que estos meses largos se componían en realidad de 28 días23. Además, el cronista texcocano Juan Bautista Pomar especifica que en el Altiplano,

... tenían el año de 364 días (28 x 13), de manera que, conforme a nuestro calendario, difería en un día y seis horas.

Evidencia adicional de la duración original del mes, es el hecho de que casi todos los pueblos de Mesoamérica llamaran a la veintena con el nombre de la Luna.

Según esta hipótesis, cuando los mesoamericanos optaron por la numeración vigesimal, se vieron obligados a adecuar la vieja tradición de las trece lunas a las nuevas 23 Promedio de los meses sidéreo y sinódico, de 27.33 y 29.503 días, respectivamente.

Picos comparados de la oscilación de la Número órbita terrestre y las glaciaciones. 104 000.

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fórmulas de cómputo, de modo que redujeron la duración del mes lunar a veinte días. Así nació el año de 260 días y el trece adquirió su valor clave, aplicable a otros aspectos de la realidad. Como contrapeso, fue necesario crear un segundo año - el solar -, cuyos meses tuvieron que ser elevados a un total de 18.

Hipótesis agraria: esta parte del principio contrario. Su principal defensor afirma: La función primordial del Tzolkin (año sagrado) como instrumento normativo de las

operaciones de cultivo de dos milpas consecutivas, (indica) que el maíz fue la cusa eficiente del calendario maya-quiché. (Rafael Girard, Los Chortís ante el Problema Maya)

Esto se refiere al hecho de que el ciclo de la milpa era de 130 días, lo cual sirvió de hemiciclo natural para elaborar el año sagrado de 260 días. Posteriormente, este último fue dividido en trece veintenas, debido a la forma de contar.

No hay dudas de que el año sagrado estuvo en un principio estrechamente vinculado con la agricultura. Lo vemos en la iconografía maya, donde los motivos cíclicos y agrarios se entrelazan mutuamente, en relación con el brote de maíz. Girard reporta que una comunidad del sudoeste de México (los Chortís) continuaba empleando en 1946 el antiguo año agrícola, el cual discurría en forma paralela y sin interferir con el cómputo gregoriano. De modo que esta explicación también parece ajustarse a la realidad.

Podemos conciliar las hipótesis lunar y agraria, suponiendo que la adopción de una nomenclatura vigesimal, en presencia de un año de trece meses, ocurrió al mismo tiempo que se definía una incipiente agricultura de cereal. Sólo que estas circunstancias no están restringidas a Mesoamérica: se dieron en todo el orbe.

Hipótesis del residuo anual: una tesis muy sugerente es la que propone el investigador Raúl González, quien especula:

Antes de que los antiguos pueblos conocieran la duración exacta del año solar, es de suponer que contaban los días en grupos de 20, 400 y 8000 días, y así sucesivamente. Con el hallazgo de la duración exacta del año solar y su bisiesto, la manera de contar los días tuvo que cambiar, pero en la transición de este cambio surgió el Tonalamatl. La serie del Tonalamatl de 260 días, es justamente el número de días que contiene la última serie de los cuatro grupos de 400 días necesarios para computar los años bajo el esquema de conteo vigesimal. (Los calendarios del antiguo México)

Una vez identificados los 260 días “sobrantes”, era inevitable que los antiguos descubrieran que el número trece constituía la clave de todo el sistema. El razonamiento se corrobora por la existencia en este calendario de módulos de cuatro años, así como de una serie de fechas contenidas en los Anales de los Cakchiqueles, que demuestran sin lugar a dudas la existencia entre los mayas del sudoeste de un tipo especial de año de 400 días, paralelo al año civil de 365.

Sólo se podría objetar a esta tesis que el conocimiento del ciclo de 365 días, o, por lo menos, de uno de 360, es anterior a la llegada de los primeros hombres a América. Por lo tanto, si el año sagrado mesoamericano surgió en la transición del cómputo de 400 días al año de la Naturaleza, entonces su origen no es americano, sino eurasiático.

Hipótesis geográfica: defendida por un grupo importante de investigadores, como Zelia Nuttall, Ola Apenes, Vincent H. Malmström y Galindo Trejo, entre otros, esta tesis ve el año sagrado como producto de la observación astronómica en la latitud de cerca de 15 grados. A esa altura sobre el Ecuador ocurre un fenómeno precioso para el calendario que estudiamos: hay un total de 260 días entre un paso cenital del Sol y el siguiente24. Esta latitud es, en América Central, la de las ciudades de Copán e Izapa, donde se definieron en gran medida los cánones de la civilización maya. Los arqueastrónomos creen que el emplazamiento de estas ciudades fue elegido precisamente por su significación calendárica.

Se podría objetar a esta tesis que la importancia concedida a la latitud, indica que las cuentas ya estaban definidas cuando las ciudades calendáricas fueron construidas en ella. Además, tanto Copan como Izapa aparecieron siglos después del auge de la civilización 24 El paso cenital ocurre cuando un astro ocupa el punto central de la bóbeda celeste.

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olmeca, que ya conocía el año sagrado. De modo que la latitud confirmaría su existencia, pero no su surgimiento.

A mi juicio, la corroboración geográfica de las cuentas americanas fue hasta cierto punto accidental. A partir de un impulso previo, que ocurrió probablemente en las latitudes septentrionales de Asia y América, el calendario, como una semilla llevada por el viento, se movió por todas partes, hasta encontrar en Centroamérica, y quizás en la zona al norte del lago Titicaca, condiciones óptimas para su posterior desarrollo.

Hipótesis matemática: otro intento explicativo fue desarrollado por el ingeniero David Esparza Hidalgo25, quien encontró unas curiosas concordancias numéricas a las que llamó Red Computarizada de Mesoamérica. Se trata de una serie de relaciones triangulares entre los números clave de la pirámide. Este cuerpo se puede cortar en dos planos: el horizontal, asociado al número cuatro por causa de sus cuatro esquinas, y el vertical, asociado al siete, porque representa los siete planos celestes. Al sumar cada uno de ellos con sus precedentes, el siete y el cuatro revelan poseer curiosas propiedades vinculadas con ciclos de la Naturaleza. Veamos las principales:

• Sumatorias contenidas en los números 4, 8, 12 y 16 (proyecciones del cuatro), que representan el plan horizontal de la pirámide: (1 al 4 = 10) + (1 al 8 = 36) + (1 al 12 = 78) + (1 al 16 = 136) = 260, número del año sagrado.

• Sumatorias contenidas en los números 7, 14 y 21 (proyecciones del siete), que representan el plan vertical de la pirámide: (1 al 7 = 28) + (1 al 14 = 105) + (1 al 21 = 231) = 364, número del “año calcular”.

El trece es el denominador común entre ambos resultados. En mi opinión, la correspondencia de la Red Computacional Mesoamericana y los ciclos

toltecas no es la fuente de estos, sino una circunstancia feliz que quizás aprovecharon los astrónomos prehispánicos en sus explicaciones.

Hipótesis gráfica: otra explicación matemática sobre el surgimiento del trece fue descubierta por el investigador J. C. Olivo, quien nota lo siguiente:

Al escribir los números vigesimales en notación tolteca, se evidencia una curiosa propiedad de este sistema: la multiplicación del siete por los múltiplos de tres se escribe mediante la repetición de la cifra. Por ejemplo, dos puntos colocados en vertical valen 21; dos pares de puntos, 42; tres pares, 63, y así sucesivamente. Esta propiedad se repite en el catorce, de modo que el trece forma ciclo. Para una persona acostumbrada a pensar en términos de la nomenclatura matemática prehispánica, el trece era, pues, el límite de un conjunto señalado de cifras, que permitía conjugar las virtudes místicas de 7 y el 20. (Comunicación personal)

Hipótesis venusina: fue enunciada por primera vez por Edward Seler en su clásico estudio sobre el Códice Borgia:

Yo opino que una combinación del año solar, que tenía 365 días (5 x 73), y el período del planeta Venus, estimado en 584 días (8 x 73), les proporcionaba un período de 13 x 73 días. Este lapso, multiplicado por veinte, da de nuevo un número redondo de años, a saber, el conocido ciclo de 52 años. Dicho período se componía de 20 x 13 x 73 días. Así nació el Tonalamatl como unidad.

A mi juicio, esta hipótesis invierte los hechos. Juzgando por su incidencia central dentro de la cronología y la forma de vida, el ciclo de 260 días es anterior al establecimiento del año de Venus, y quizás incluso al del año vago terrestre26; por lo tanto, difícilmente deriva de un fraccionamiento de aquellos. No obstante, las concordancias que nota Seler fueron tenidas en cuenta por los astrónomos mesoamericanos y representadas en los códices.

25 Ver Esparza Hidalgo, Cómputo Azteca y Nepohualtzitzin. 26 Año Vago es el ciclo de 365 días, sin ajuste bisiesto ni de ningún otro tipo.

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Hipótesis solar: probablemente la explicación más extraordinaria sobre el origen del trece, es la que propone M. Cotterell:

Según nuestras observaciones, este ciclo (de 260 días) se relaciona con la superposición de los campos magnéticos polar y ecuatorial del Sol ... El desciframiento de los números mayas muestra que había una observación acuciosa del planeta Venus, para seguir de cerca los ciclos de las manchas solares.

Sorprendentemente, el ciclo de conjunción de Venus y Mercurio, ascendiente a 117 años sinódicos de Venus ó 584 de Mercurio, es igual al ciclo breve de manchas solares más 26 días. Por otro lado, el Códice Dresden contiene un número clave que resuelve las conjunciones de los planetas y el Sol, de 1 366 560 días, el cual es igual al ciclo largo de las manchas solares más dos años sagrados.

La conclusión de Cotterell es que el año sagrado funcionaba como calibrador venusino del Sol, lo cual parece implicar que derivó de la observación astronómica.

Hipótesis anatómica: finalmente, los trabajos de divulgación han difundido otra tesis, según la cual, tanto el trece como el veinte tienen un origen anatómico.

Nuestros cuerpos están codificados con los aspectos trece y veinte del calendario sagrado. Tenemos veinte dedos en las manos y pies ... ¿Qué es lo que da movimiento a nuestros cuerpos? Las articulaciones; tenemos trece articulaciones principales. (Randi Bruner, Calendario por la Paz, 2000)

La correspondencia anatómica, con todo y no ser la base del sistema, no pasó desapercibida, tal como demuestran diversas imágenes de los códices.

Todas estas hipótesis explican una parte de la realidad – si no el origen, por lo menos la aplicación casi omnímoda de estos números en Mesoamérica.

En resumen: no creo que el origen del calendario mesoamericano esté restringido a un sitio aislado del planeta, por más que, como resultado histórico, se vincule con Mesoamérica. Tampoco creo que haya sido producto de una revelación o causa única, sino el resultado de muchas resonancias que cobraron forma con el paso del tiempo. En el proceso, algunos de sus aspectos fueron suprimidos y otros desarrollados, hasta lograr una acuerdo perfecto entre todas sus partes. LA CAÍDA DEL SAGRADO TRECE Ahora bien, ¿por qué un número que encarnó en su momento la esencia de lo sagrado, llegó a convertirse en Eurasia en emblema del mal, en tanto fue elevado en Mesoamérica a la cumbre de la escala simbólica? ¿Qué pudo motivar tan radical trueque de valores? La respuesta radica en un fenómeno que revolucionó hace diez mil años nuestra evolución: el paso de la sociedad matriarcal a los estados patriarcales. Este fenómeno desterró, prohibió y borró a sangre y fuego ese enfoque “femenino” del mundo que constituye la visión chamánica.

La primera medida de todo sistema que se impone por la violencia es la renovación de los símbolos. Eso lo vimos en revoluciones como la de los judíos contra los egipcios, los cristianos contra el paganismo y los musulmanes contra los zoroastrianos. Una de las principales preocupaciones de esas reformas, consistió en rastrear la presencia de los emblemas de culto e identidad del régimen anterior para profanarlos y secularizarlos. Por reacción natural, esos emblemas se convirtieron en bandera de ciertas minorías, en un proceso que subvirtió aún más sus valores, hasta terminar haciéndolos encarnación del mal.

Así pasó con los cuernos de la Luna, que en un principio representaban a la Diosa Madre y han terminado por recordarnos al Diablo. Pasó con el ritmo menstrual femenino,

Correspondencia entre los signos y la anatomía. Códice Vaticano.

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que de dictar las festividades del grupo, llegó a convertirse en motivo de segregación. Y pasó con el trece.

Por otra parte, los etnólogos han demostrado que la función del tabú como hipersacralización de un concepto, termina con frecuencia produciendo un fenómeno contrario al deseado. Un caso patente de este extraño proceso psicológico son los tabúes alimentarios que aparecen en la primera parte de la Biblia, los cuales, en su origen, tenían como objeto el proteger a los animales tótem de las tribus semitas, animales que, con el tiempo, quedaron convertidos en “inmundos”.

Ambos mecanismos - el de reversión directa de valores y el de hipersacralización con tabú - explican la historia del trece. Tanto en el Viejo Mundo como en América, el trece fue elegido para representar valores antitéticos. Por ejemplo, es el número de Cristo como instructor de doce apóstoles, pero también es el número de la Bestia que preside los aquelarres de los brujos. Ese proceso explica por qué el último mensajero de Ketsalkoatl llevó el nombre calendárico de Akatl, caña, el cual ocupa el lugar decimotercero de la rueda calendárica. Ahora bien, las fuentes informan que ese día terminó siendo asociado con algo negativo:

Ce Acatl: de este signo se dice que todo es mal afortunado, porque era de Ketsalkoatl, el cual es dios de los vientos. Y decían que los que en él nacían siempre vivían desventurados. (Sahagún, Historia General IV)

Entre los mexicas, si un niño nacía en el decimotercer día de la veintena, se difería su bautizo para algunos días más adelante; la maldición del trece comenzaba a contaminarles. Pero aquí el proceso de tabú no llegó a fraguar, por lo que el número siguió gozando de un gran prestigio calendárico.

Al analizar la presencia del trece a lo largo de la historia, me parece encontrar un vínculo entre este número y ciertas propensiones esotéricas de la sociedad. Apareció en el Neolítico, en pleno auge del chamanismo; luego en Mesoamérica, única zona de la tierra donde el chamanismo logró institucionalizarse y desarrollar; y, de un modo incipiente, también comienza a asomarse en nuestra época, marcada por el retorno a lo mágico.

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La travesía de Astlan. Tira de la Peregrinación.

Capítulo Cuatro ¿DÓNDE NACIÓ ESTE CALENDARIO?

LOS vestigios arqueológicos más antiguos que se han encontrado – sellos, pequeñas esculturas y relieves en piedra -, sugieren que el calendario prehispánico fue creado por los olmecas hacia finales del segundo milenio antes de Cristo, en las zonas bajas del actual estado de Guerrero. Posteriormente, emigró hacia el resto del Anawak, y en la época de los teotihuacanos, penetró incluso entre las tribus seminómadas de Norteamérica.

Sin embargo, los vestigios sólo reflejan la etapa de madurez del calendario; no responden realmente a la pregunta de dónde se originaron estas cuentas. Como el estudio de los períodos tempranos de Mesoamérica es aun bastante fragmentario, no se puede descartar la posibilidad de que nuevos descubrimientos cambien radicalmente las ideas que tenemos al respecto.

En este capítulo, recurriré a las leyendas y a la comparación cultural para sacar la cronología prehispánica del marco estrecho donde la han ubicado los especialistas, y referirla a su contexto universal. En mi opinión, lo que llamamos “calendario mesoamericano” es la cristalización de un enorme esfuerzo de sistematización de los ritmos naturales, comenzado hace muchos milenios en las latitudes centrales de Asia. En consecuencia, es posible rastrear algunos de sus elementos, incluso, hasta el modelo cristiano que empleamos en la actualidad. ASTLAN La tradición atribuye su invento a dos personajes que podemos interpretar como los aspectos masculino y femenino de Ketsalkoatl:

Dicen que los inventores de la astrología de los indios, de donde debieron de salir estos signos, fueron Cipactonal y su mujer Oxomoco, que son como Adán y Eva, de quienes descienden todos los hombres. (De la Serna, Tratado de las Supersticiones)

Dando relación los indios viejos del principio y fundamento de su calendario ... dicen que, como sus dioses vieron que había ya hombre creado en el mundo y no tenía libro por donde guiarse, estando en tierras de Cuernavaca, en cierta caverna, dos personajes del número de los dioses, llamados Oxomoco y Cipactonal, pareció a la vieja tomar consejo de su nieto, Quetzalcoatl. (J. Mendieta, Historia eclesiástica indiana)

Este mito contiene tres elementos interesantes. En primer lugar, afirma que fue el propio Ketsalkoatl quien inspiró el calendario. En segundo, sostiene que su codificación final ocurrió en tierras aledañas a la ciudad de Cuernavaca, en el estado de Morelos. Esto corresponde al hecho histórico de que esa zona sirvió de puente entre las áreas de influencia olmeca, maya y nawatl. Por último, al atribuir el invento a Sipaktonal y Oshomoko, los patronos del quinto Sol, el mito asocia el surgimiento del calendario con los orígenes de la quinta humanidad, es decir, del hombre americano. Ese origen era ubicado por los prehispánicos “al otro lado del mar”:

En cierto tiempo que ya nadie puede contar, quienes aquí vinieron a sembrar a los abuelos, a las abuelas ... por el agua, en sus barcos vinieron. Así llegaron al lugar llamado Tamoanchan, que quiere

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decir “nosotros buscamos nuestro origen”. (Códice Matritense) Tamoanchan es otro nombre de Astlan, una legendaria isla de donde casi todas las

naciones de Mesoamérica afirmaban proceder. Astlan significa en nawatl tierra blanca (de la raíz As, cosa radiante). Por causa de su color, su glifo distintivo era una garza.

Algunos investigadores consideran que Astlan fue un sitio real, supuestamente una isleta en un río o pantano del sudoeste de los Estados Unidos, donde tuvieron su sede original las tribus que migraron a México. Sin embargo, casi todas las fuentes indígenas que se refieren a este asunto, especifican que Astlan era una isla tropical y marina, ubicada al este de México (de ahí su nombre, relativo al nacimiento de la luz), caracterizada por sus palmeras y sus temascales. También se ha demostrado que la migración azteca o aztlaneca, comenzada por los olmecas en el tercer milenio antes de Cristo, penetró en México por las partes bajas de la costa de Veracruz. Esto apunta a las islas del Caribe, lo cual pudiera ser indicio de una antigua conexión con Sudamérica, ya que, debido al flujo de la Corriente del Golfo, las migraciones andinas siguieron generalmente la ruta Amazonas-Caribe.

Un análisis más profundo del mito evoca aquella lejana época cuando las primeras hordas humanas emigraron por el arco de tierras que iba desde la Meseta Central Tibetana hasta Norteamérica, atravesando las blancas latitudes polares y deslizándose por la red hidráulica de los Grandes Lagos y el río Mississippi, hasta encontrar en la Florida y el extremo occidental de Cuba un puente hacia México. Al menos, eso fue lo que dijeron a Sahagún sus informantes:

La gente que primero vino a poblar esta tierra, de hacia la Florida vino, y costeando vino, y desembarcó en el puerto de Pánuco. (Historia General)

A pesar de que han sido llamados Aborígenes, moradores originales, lo cierto es que, si alguna población del planeta no es aborigen, es la indoamericana. El ser humano evolucionó en el Viejo Mundo y penetró en América en tiempos relativamente recientes. El grueso de la población que emigró a Occidente pertenecía a una de las tres grandes razas actuales: la mongoloide, y ya había dado sus primeros pasos en el sendero de la civilización.

Hubo varias oleadas migratorias. La más antigua conocida se remonta a cuarenta milenios atrás (ciertas herramientas de piedra encontradas en el desierto de Mohave sugieren un paso de hace 200 mil años); la última ocurrió hacia el 8000 antes de Cristo, poco antes de que desapareciera el puente de tierra que unía Siberia con Alaska. Ese momento pertenece a los albores de la Historia; no es tan extraordinario, pues, que los mesoamericanos lo recordasen.

Es razonable suponer una gran antigüedad al calendario tolteca, pues una obra de su magnitud, suponiendo que sea producto de la observación a simple vista de los ritmos celestes, precisa de milenios de observación. Lo cual nos lleva a concluir que sus raíces, o se hunden en los primeros tránsitos por el territorio americano, o no son autóctonas de acá; en todo caso, ya estaban establecidas cuando comenzó la civilización en Mesoamérica.

Sobre estos precedentes, tratemos de identificar a los ancianos de la leyenda. SIPAKTONAL Oshomoko, la vieja, es la Luna, rectora de las medidas. Su nombre no es nawatl, sino protonawatl, y se relaciona con las raíces Osh, gotear, y Shomo, ángulo. Sipaktonal, el viejo, no es otro que el arquetipo calendárico; su nombre es nawatl, pero sus raíces aparecen en muchas lenguas eurasiáticas asociadas a la medida del tiempo. Particularmente la segunda, Tona, le da nombre al sol como medidor de los días.

Foco y principales rutas de la migración mongoloide.

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Seguramente, algunos de nosotros hemos notado la relación fonética que existe entre el nombre nawatl del sol, Tonatiu’, y su equivalente egipcio, Aton. La lingüística tradicional afirma que el parecido es fortuito, pero veamos hasta dónde llega la “casualidad”: los egipcios llamaban Aton al Sol diurno, pero al paso del astro por las antípodas le llamaban por un anagrama: Tano. Así lo encontramos en una tarja del Museo del Louvre:

¡Oh tú, que al ponerte tras la montaña de la vida (el Occidente), das luz como el divino Tano a los habitantes del hemisferio inferior! (Citado por Blavatski, La Doctrina Secreta)

En la India, el Sol es Tanotud, vencedor, mientras que a su luz y calor le nombran con el inverso: Anta-risha, el maestro inferior. Para los celtas, la fase visible era Tani o Tano, radiante, en contraposición con Antu, descendente, opuesto, el paso del astro por el inframundo. La misma raíz forma el término griego Tonio,

luminoso, relacionada con los apodos que dieron los latinos al supremo Júpiter: Tonus, radiante, y Tonante, que arroja rayos.

Los hititas le llamaron Tanu; los babilonios, Tonat. Los fenicios transformaron el sonido en Adon y los hebreos en Adán, siempre con el significado de luminoso, rojo. Pero estos últimos conservaron la pronunciación original en los dos nombres cabalistas del Sol: Tama y Tomas (Libro de Enoch 78:1 y 82:15). El mismo parentesco se nota en Wotan o Tunar, el héroe civilizador de los vikingos.

En América, la raíz aparece por todas partes. Los incas adoraron al astro con tres nombres: Anti para el Sol que nace, Antu para el que se pone, e Inti para el del mediodía; el anagrama Tonapa, esclarecido, dio título al héroe Viracocha. Los chibchas de Colombia le llamaban Antomi. Los huitotos de la cuenca amazónica, Ji-Tona. Los tupinambas, Tamo. Los tucunas, Tanatli. De más está decir que todos estos nombres significan lo mismo: luminoso.

En Mesoamérica, los primeros mayas identificaban al Sol como Ton; más tarde, este término fue reservado para nombrar al año, en tanto al astro rey se le puso otro nombre, de raíz Kin. Pero al menos un grupo maya, los lacandones, continúa llamándolo hasta hoy por su nombre viejo, que ellos pronuncian Tanu, radiante. Los mixtecas le decían Anto o Andi. Los tepehuanos, Tonao. Los mexicas, Tonatiu’, portador de luz. En nawatl hay numerosos términos compuestos a partir de esta raíz o de su anagrama, tales como Tonia, alma solar, Totonka, fuerza vital, y Atona, fiebre, insolación.

En cuanto a la otra parte del nombre del anciano, Sipak, sus relaciones con el concepto del tiempo son aún más universales. El término Sipaktli proviene de una raíz ario-americana que en su origen significaba comer o desgarrar, motivo por el cual fue aplicado al animal que representa al tiempo “devorador” de infinitas edades. Algunos estudiosos lo traducen como cocodrilo, a pesar de que en nawatl existe un nombre específico para este animal: Akuestpalli. La traducción literal de Sipaktli es dragón, puesto que ese nombre describe a un animal mitológico con cuerpo de reptil, pequeños cuernos, plumas o alas y una boca que echa fuego, todo lo cual pertenece a la simbología mesoamericana del monstruo que sostiene la tierra.

El Popol Vuh lo recuerda como Zipacná, dragón de la tierra, un peligroso gigante cuyo entretenimiento era construir y derribar montañas27. En los Andes era Supai, 27 La montaña es un emblema de las edades.

El dragón Sipaktli. Vaso maya.

Sipaktonal y Oshomoko crean el calendario. Códice Borbónico.

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la culebra venenosa del mito creativo, en la actualidad confundida con Satanás. Los chibchas convirtieron la raíz en un título: Sipa, señor, jefe. Los arahuacos y otras etnias de la cuenca amazónica temían al Sipuka, peligroso arrecife que asoma a ras de agua, donde veían la petrificación de un fabuloso monstruo marino.

Si nos vamos al Viejo Mundo, encontramos algo parecido. Los egipcios llamaron Sibac, Sebac y Sebec al dragón cuya cola provocaba los periódicos desbordamientos del Nilo. Debido a sus meandros y crecidas estacionales, este río era la forma visible del monstruo, quien así queda plenamente identificado como señor de los ciclos.28

Los latinos lo reconocieron en Saturno29 y lo representaron como un dragón cuya cola se enrosca para simbolizar la sucesión de las edades. El sonido arcaico del nombre aparece en uno de sus atributos: Subeo, subterráneo, así como en Sibaris, la serpiente devoradora del mito griego. Los hindúes le llamaron Sibika y le describieron como una temible arma que creó Kuvera, el dios del inframundo, para que Shiva destruyera y reconstruyera los mundos. En Fenicia era Sebaot, dios de la guerra, adorado por los judíos como Yahvé Sabaoth, señor de los ejércitos. Saba o Seba es también la serpiente del mito del Edén, que por su relación con el tiempo, terminó dando nombre a la Sabath, semana.

Lo anterior basta para comprender que el nombre que eligieron los nawas para su deidad calendárica no fue accidental, sino la herencia de una milenaria tradición. ¿TRECE-VEINTE CONTRA DOCE-SESENTA? La universalidad de los conceptos cronológicos mesoamericanos nos enfrenta a un tema que últimamente ha recibido mucha publicidad: la supuesta hostilidad que existe entre el calendario tolteca y los empleados por el resto del mundo.

A partir de las publicaciones de José Argüelles, conocido divulgador de temas mayas, se ha puesto de moda referirse al sistema tolteca como “clave 13:20”, por oposición a los del Viejo Mundo, genéricamente llamados “clave 12:60”. Esta nomenclatura se debe a que los calendarios que usamos actualmente en casi toda la tierra tienen origen en la cultura sumero-babilónica, que empleaba la numeración duodecimal, donde los números seis, diez, doce y sesenta son de máxima importancia. En cambio, los mesoamericanos prefirieron emplear una numeración vigésimo-trecenal. Como vemos en la siguiente lista, tales preferencias produjeron ciclos parecidos, pero al mismo tiempo muy diferentes entre sí.

ciclos 12:60 ciclos 13:20

24 horas por día 60 minutos por hora 12 meses por año 12 constelaciones en la eclíptica 30 grados en la casa zodiacal 360 grados en la esfera ciclos astrológicos de 12 años ciclos elementales de 60 años

20 horas por día 13 “minutos” por hora (?) 18 meses por año 13 constelaciones en la eclíptica 18 grados en la casa veintenal año sacro de 260 días ciclo de 13 años ciclo de 52 años

La preferencia prehispánica por una cuenta cuyos números básicos no son múltiplos

entre sí, se debe a que su sistema asimilaba un reto superior al eurasiático. Mientras que este último sólo pretendía contar lapsos de tiempo transcurridos, el tolteca trataba de combinarlos con los ritmos de la Naturaleza para producir resonancias radiales. Pese a ello, no hemos de considerar que el sistema 12:60 es artificial o poco ingenioso; tiene un origen natural: los 360 soles o lunas que caben en la eclíptica, así como la cantidad aproximada de

28 El agua es otro símbolo universal del tiempo. 29 En latín y en las lenguas semitas, la raíz Sap suele derivar en Sat.

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días que hay en un año. Algunas personas han querido ver una guerra ideológica entre ambos modelos.

Argüelles, por ejemplo, afirma que la división del tiempo afecta tan profundamente a nuestra psiquis, que dos modalidades cronológicas tan diferentes como la sumeria y la mesoamericana, por fuerza deben generar dos sociedades profundamente antagónicas.

Así como el aire es la atmósfera del cuerpo, así el tiempo es la atmósfera de la mente. Si el tiempo en el cual vivimos consiste en meses irregulares y días regulados por horas y minutos mecanizados, eso es lo que llega a nuestra mente: una irregularidad mecanizada. (El Factor Maya)

Podrían objetarse algunos hechos contra este modo de entender la historia. Por ejemplo, las sociedades andinas, tan semejantes a las mesoamericanas que parecen sus hermanas gemelas, no emplearon la cuenta vigesimal, sino la decimal. Tampoco dividieron la eclíptica en trece secciones, sino en doce. En consecuencia, doce eran los meses de sus años, tal como aparece en el grandioso calendario de Tiahuanaco. Tal selección probablemente estuvo motivada por el deseo de valerse de un número muy cómodo, pero no implicó ninguna degeneración cultural para este pueblo.

Por otra parte, como ya vimos con respecto a la diosa del cuerno lunar, en el Viejo Mundo hay evidencias de un empleo muy antiguo de la numeración vigesimal y del sagrado trece, sin que ello significara un gran avance en otras áreas del saber.

En realidad, la guerra entre las claves 12:60 y 13:20 se limita al calendario, y no es tan radical como parece. Diversas culturas, como los mesopotámicos de transición a la época sumeria y los pueblos que mediaron entre Mesoamérica y los Andes, aplicaron ambos sistemas durante siglos, sin provocar ningún conflicto social o psicológico. Una muestra de ello es el calendario de la cultura chibcha de Colombia, exponente de un uso armónico de la numeración vigesimal combinada con el decimalismo “andino”, el duodecimalismo “sumerio” y motivos naturales, para crear ciclos como los siguientes:

• Año sagrado de doce meses de 30 días, divididos en diez semanas de tres días. • Año civil de veinte Lunas de 18 días (inverso del año Tun maya). • Ciclo sagrado de dos Ceques (empleado también por los incas) de 41 días cada uno,

para el retorno de la Luna a una posición dada en la eclíptica. • Ciclo natural de tres años divididos en 37 lunaciones de 29.5 días cada una. • Ciclo sagrado de veinte años, semejante al Katún de los mayas. Aun en Mesoamérica se percibe la ocasional presencia del cálculo duodecimal. Por

ejemplo, el ciclo más importante del calendario maya es el año de 360 días llamado Tun, agrupado en series de 24 tunes. Por otra parte, el calendario mesoamericano se emparenta con los del Viejo Mundo por el uso de un número común: el siete.

Resulta exagerado, pues, hablar de una oposición radical entre ambas claves. El carácter universal del mito de Sipaktonal parece indicar que los modelos 12:60 y 13:20, en realidad son variantes de las mismas ideas. EL NUEVE ¿Ciclos mesoamericanos en las cuentas del Viejo Mundo? Efectivamente. Hay tres números “mágicos” que se repiten a todo lo largo de toda la zona de migración mongoloide: 9, 13 y 20, y otros cuatro que derivan de ellos: 7, 18, 28 y 52. Comencemos por el nueve.

Los toltecas reverenciaban la sacralidad del nueve, que asociaban con la gestación de la criatura. Al otro lado del mundo encontramos una observación parecida.

Los egipcios pensaron que nueve energías causaron la creación del hombre sobre la tierra. Los nueve dioses-diosas creadores formaron la Divina Novena. (M. Gadalla, Cosmología Egipcia)

Los griegos tenían un ciclo de sacrificios cada nueve días en honor a Apolo, el Sol, a quien llamaban Septerion, término arcaico que significa novena. Como ciclo vinculado al inframundo, el nueve aparece en el culto judeocristiano de los difuntos, caracterizado por las

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novenas de oración y las ofrendas realizadas a los nueve días del enterramiento. El mismo número en parecida función lo encontramos en los nueve reyes santos de la antigua China, las tres trinidades de la India, las nueve esferas infernales de la tradición alquimista y un buen número de temas mitológicos en todo el Medio y Cercano Oriente. También los incas y chibchas organizaron su tiempo en semanas de nueve días agrupados en trinidades.

Se comprende este simbolismo en las culturas de clave 12:60, donde la gestación humana dura nueve meses, pero no en Mesoamérica, donde dicho fenómeno medía trece veintenas. A primera vista, esto parecería indicar que la sacralidad del número nueve surgió en el Viejo Mundo y fue exportada a Occidente. Pero, cuando observamos la obsesión con que los mesoamericanos lo incorporaron a su cosmogonía, comenzamos a sospechar razones más profundas en tal elección.

En efecto, nueve es a trece como la gestación humana al año de la tierra. En una sociedad que dividía la eclíptica en trece casas, quedaba clara la relación entre una casa zodiacal cualquiera y su novena, con respecto al nacimiento del ser humano. Como señala un investigador, dicha relación no era arbitraria, sino que tenía un gran sentido natural:

En todos los pueblos, la detención del flujo menstrual es indicio de que la mujer está embrazada. De esa manera, ocurrían nueve detenciones menstruales antes de que hubiera vida. Previo al nacimiento, se rompía la fuente y brotaba el líquido amniótico; poco después nace el nuevo ser.

Ahora bien, al momento de la muerte, el individuo tiene que hacer el mismo recorrido, pero en sentido inverso, es decir, debe regresar a su lugar de origen, el vientre materno, por lo que tiene que atravesar nueve parajes llenos de acechanzas. En no pocas ocasiones, al individuo se le colocaba en posición fetal para hacer el bulto mortuorio, o se le metía en ollas que son equivalentes al vientre materno, o en cuevas que tienen esa misma función. En la conocida tumba de Palenque, el individuo está colocado en un sarcófago de piedra cuyo interior tiene forma de matriz. (E. Matos Moctezuma, Cosmovisión, en Azteca Mexica, las culturas del México Antiguo)

Estas nueve etapas o casas zodiacales, más nueve días, eran el ciclo de retorno de uno cualquiera de los 260 nombres calendáricos que se aplicaban a los niños. De ahí que el nueve llegara a ser en Mesoamérica el número del hombre por excelencia. EL TRECE La contraparte luminosa del nueve es el trece. ¡Y de nuevo encontramos la relación! Instituciones euroasiáticas como el tributo trecenal, los trece regidores de los burgos medievales, los trece diputados de la orden de Santiago, etcétera, tuvieron su origen en una primitiva forma de ordenar las estrellas.

La primera división conocida de la eclíptica fue realizada por los sumerios hace más de seis mil años. No sabemos si ellos aplicaron algún conocimiento tradicional anterior, lo cierto es que agruparon las estrellas visibles en paquetes que asociaron con determinados animales y objetos. Tal selección fue del todo arbitraria, pues en la disposición de los astros no existe un diseño explícito. ¿Qué indica eso? Que la cantidad de constelaciones definidas por los sumerios para una franja del cielo tan destacada como la eclíptica o curso aparente del Sol, fue intencional.

Todos sabemos que el Zodíaco o rueda de los animales consta de doce segmentos, a los que se atribuyen determinadas influencias sobre el carácter humano. Sin embargo, los sumerios segmentaron la eclíptica en trece bloques, de los cuales dejaron de contar uno por motivos supersticiosos. La casa trece, casi siempre olvidada por los astrólogos, corresponde a la gran constelación de Ofis, serpiente, por cuya cola pasa el Sol en Diciembre30. Tiene la particularidad de que el astro permanece más tiempo en ella que en otras casas, como

30 Astronómicamente, del 30 de Noviembre al 17 de Diciembre. La posición real de las constelaciones en la eclíptica está adelantada en una casa completa con respecto a su posición astrológica actual.

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Escorpio, por ejemplo. También posee la única estrella importante en la ruta del Sol, y es la constelación mejor ubicada en la eclíptica. Por estas razones, la Cábala judía identifica a Ofis como el “siete” o eje de las otras doce constelaciones, y la considera rectora de los ciclos.

Para confirmar esto hay fieles testimonios: el mundo, el año, el hombre, el doce y su equilibrio: el siete que Dios regula como Dragón (Tali). El Dragón está en el Universo como un rey sobre su trono, y su esfera (de acción) está en el tiempo como un rey en su imperio. (Sepher Yetzirah VI:2,4)

Por causa del tabú asociado al siete-trece, esta casa fue posteriormente considerada emblema de Satanás, el “dragón de las siete cabezas”, y generó el mito de la caída de las estrellas. Pero antes de que ese tabú se extendiera al calendario, los babilonios aplicaron el trece a la medida del tiempo y, por extensión, a los asuntos espirituales. Esto lo comprobamos en el Zohar, antiguo libro caldeo remodelado por los rabinos judíos, donde se conservan preciosos textos que explican cómo fue creado el tiempo. Asegura que primero surgió el ciclo de trece años al que los nawas llamaron Tlalpilli, atadura:

La Serpiente del Edén (Sipaktli, el principio temporal) predestinó el nacimiento de todos los cuerpos antes de que se acabe su propio ciclo; como dice la Escritura: “antes de que estuviese de parto, ella dio a luz”. Siendo su período de gestación de siete años, la obra (creativa) se completará antes del final de otros seis. En esa hora, dando a luz, ella morirá. Por eso dice la Escritura: “(Dios) destruirá a la muerte para siempre”.31

... Así también, el río (del Edén)32 que sale y unifica los seis lados (del Universo tridimensional), forma con ellos un total de siete ciclos correspondientes a siete años de celebración, más siete ciclos para siete años de libertad. Pero, como (estos últimos) son seis, con el séptimo se forman trece. Así pues, el trece es la cabeza (o medida de la Creación) que rige la totalidad del cuerpo de abajo (la Naturaleza) ...

Por su importancia medular, esta doctrina aparece en el primer versículo de la Biblia, cuya traducción textual del hebreo dice:

Bara Shith bara Elohim Alhim Eretz – (Yahvé) creó seis y creó (siete) deidades en el cielo y en la tierra. (Génesis 1:1)

El Zohar comenta al respecto: Así como el lirio posee trece pétalos, a la Comunidad de Israel le son otorgados trece

(grados o etapas) de misericordia. Por esta razón, el término Elohim mencionado en el primer versículo, está separado por trece palabras de la siguiente mención de Elohim.

En otro fragmento, el Zohar explica cómo la trecena creativa produjo por resonancia una serie de subciclos, que finalmente dieron a luz la primitiva semana de trece días:

Asimismo, los seis días (que preceden al Sábado) están concentrados en un punto sagrado y forman unidad. Hay otros seis días que se encuentran más allá (del Sábado), los cuales pertenecen al otro lado. Para quienes llevan una vida santa durante la semana, esos seis días (de fuera) se unifican con los de adentro, y todos se concentran en el punto central. Por lo tanto, el punto central está oculto durante los (primeros y los últimos) seis días, pero cuando llega el Sábado, se eleva a lo alto y unifica a todo el ciclo de (trece) días, los cuales se absorben en él.

Cuando ese punto central asciende, todo lo demás se oculta y él retiene el dominio con el nombre de Schabath. Este nombre tiene un sentido oculto, pues Schabath procede de Schin, “tres”, y Bath, “hija”, porque en él se juntan los tres Patriarcas y (el ciclo trece) viene a ser como su hija33. Así que el punto central es una amalgama de los mundos superior e inferior, y unifica a todos los elementos.

31 Se llama “muerte” a la serpiente como destructora de los ciclos. 32 Debido a sus ondas y de sus crecidas cíclicas, el río es un símbolo universal del paso del tiempo y un desdoblamiento de la serpiente. 33 Esta explicación no es literal, sino que enfatiza el carácter trinitario de la trecena. Scha-bath se traduce: las tres (letras) que suceden (al diez), siendo el diez, Yah, el número de Dios Padre.

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Como vemos, la trecena caldea tanto se aplicaba a los “cielos” o planos de conciencia de la teología, como a las etapas creativas en un contexto geológico, a la cuenta de años literales, e incluso a la semana de trece días. Si la información anterior proviniese de un códice americano, resultaría completamente natural.

A la luz de esta explicación, comprendemos que cuando el Génesis bíblico afirma que “el Señor Yahvé descansó en el Sabath”, esto no significa que se hartó de crear y se acostó a dormir, sino que confió el desarrollo de su obra a la mecánica natural de los ciclos de tiempo. Por eso, el séptimo día está asociado con la aparición de la Serpiente – quien no es otro que el propio Yahvé transformado en Sabaoth o señor de la guerra de los elementos – como nuevo regente de la Creación.

Jesús demostró que conocía el lado oculto de esta doctrina, cuando respondió a los fariseos que le acusaban por haber violado el reposo sabático:

El Hijo del Hombre es Señor del Sabath. (Mateo 12:8) La misma expresión aparece inscrita en jeroglíficos en las columnas del

templo principal de Tula, sobre la cabeza y bajo los pies de los relieves de los profetas de Ketsalkoatl, como una cabeza de dragón que significa que Ketsalkoatl es el señor de la rueda calendárica. EL SIETE ¿cómo llegó a estar asociado el Sábado con el número siete? De dos maneras: por el simbolismo matemático y por la adaptación a las circunstancias históricas. Recordemos que, en la simbología arcaica, el siete viene a ser el corazón del trece. Por un fenómeno frecuente en los asuntos sagrados, uno de los aspectos del septenario fue publicado, llegando a formar parte de la vida cotidiana, en tanto el otro se reservó a los sacerdotes y se fue haciendo más y más secreto, incluso prohibido. El proceso quedó descrito en el siguiente texto del Zohar:

Observemos pues: hay días y días. Los (siete) días de la semana común rigen en todas las naciones de la tierra. Pero hay semanas sabáticas (cuyos sábados en sí mismos duran siete días); tal es la verdadera medida de la semana para los (entendidos) de Israel. He aquí la doctrina recóndita que sólo conocen los iniciados en la sabiduría.

La historia del Sábado nos muestra cómo los símbolos se adaptaron en cada cultura a la forma de contar de la gente. Como los primeros caldeos tenían una numeración duodecimal, transformaron la primitiva semana de trece días en una de doce; así aparece en el mito zoroastriano de la creación. Más tarde, los persas, quienes contaban por decenas, introdujeron una semana de diez días que fue adoptada por los hititas y, a través de ellos, por los griegos y romanos, y finalmente, por los revolucionarios franceses.

Los romanos redujeron la decena a una semana de ocho días, que tuvo uso legal hasta el año 303 de la era cristiana. Razones astrológicas redujeron este número a siete, y así fue obtenida la semana por los hebreos, quienes, al principio, llamaron a cada día por su número de orden, reservando para el conjunto el término Sabath. Hacia los tiempos de Jesús, los judíos adoptaron el sistema de los nombres latinos, asociando los días con los planetas y reservando el nombre de Sabath para el día inicial. Al adoptar el siete, en realidad, estaban recuperando la magia del trece.

Esta historia no tuvo lugar en Mesoamérica, porque aquí la numeración era vigésimo-trecenal, de modo que la primitiva semana de trece días siguió funcionando sin cambio alguno; la única modificación fue que el nombre de su día introductor, Sipaktli, se transfirió al ciclo de veinte días. No obstante esto, los mesoamericanos conocieron la semana de siete días, que emplearon principalmente para asuntos naguálicos, como quedó recogido en la siguiente historia del rey maya Gucumatz:

Aparecía durante siete días en figura de serpiente; por otros siete días tomaba la figura de águila; a continuación se transformaba en tigre y así permanecía siete días más; luego pasaba otros siete días bajo la apariencia de sangre en reposo. (Popol Vuh IV.9)

Columna de Tula.

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CICLOS DERIVADOS La forma concreta como el trece dio a luz al siete, parece haber pasado por una etapa intermedia. En efecto, si dividimos la duración del año terrestre entre trece, nos da 28 días y cerca de dos horas.

Desde tiempos muy antiguos, el ciclo de 28 días aparece en las culturas del Lejano Oriente. Los hindúes le llamaron Natchatra y lo definieron como el tiempo promedio que tarda la Luna en presentar un determinado rostro. Los chinos se fueron a la operación inversa y dividieron el ecuador celeste en 28 casas de trece días cada una. El 28, a su vez, por división interna en cuatro grupos correspondientes a los cuatro rumbos cardinales, dio origen al siete. De ese modo quedó consolidada la semana que hoy conocemos.

A través del número de semanas que caben en un año, el ciclo de siete días introdujo en las cuentas otro número significativo: el 52. Como explica Federico González:

La Luna completa su evolución en 28 días, en cuatro fases de siete días. Este número, multiplicado por trece, nos da un total de 364 días para el año. Lo interesante es que 364 es igual a 7 x 52. Esto asume una importancia particular, puesto que, tanto el trece como el 52, y por supuesto, el cuatro, son números importantes en los calendarios de Mesoamérica. Así como la veintena se dividía en cuatro partes, el mes primitivo debió dividirse en cuatro semanas. Y así como asignaron los cuartos del ciclo de 52 años a las cuatro direcciones cósmicas, también deben haber puesto las cuatro semanas del mes lunar rumbo a los puntos cardinales. Hasta hoy, los K’ekchi de Alta Verapaz, Guatemala, siguen un calendario agrícola de 364 días dividido en 52 semanas y trece meses lunares. (Sacred Cosmology)

El número 52 llegó a ser cardinal entre los mesoamericanos, pero no sólo aquí. Los egipcios lo reverenciaron, adjudicándolo a Thoth, el dios de las ciencias. Sus papiros esotéricos y las inscripciones de las pirámides se refieren a la ciencia astronómico-calendárica con la críptica expresión “el secreto del cincuenta y dos”.

Quizás por influencia egipcia, los dogones, un pueblo de Mali que heredó gran parte de la sabiduría de los faraones, celebran hasta hoy un “siglo” de 52 años de labor más uno de jubileo llamado Sigui, paso. Es posible que vestigios de esta división del tiempo se encuentren en un ciclo que los hebreos redondearon en 50 años, y que la Biblia sanciona con términos semejantes a los empleados para divinizar el sábado:

Santificarás el año quincuagésimo y promulgarás en el país emancipación para todos cuantos lo habitan. (Levítico 25) EL VEINTE A pesar de que contaban por docenas, los antiguos sumerios heredaron las cuentas veintenales en sus tablas de multiplicar, que incluían cifras caracterizadas del uno al 19, con sus productos. Sobreviven hasta hoy vestigios de una antigua notación vigesimal entre los vascos, chinos y georgianos, en algunas tribus siberianas, en el Kafiristán y en la región hindú de Kush, así como entre los ainos del Japón y Sajalin. En la época de Julio Cesar, los celtas aún contaban por veintenas y cuatricentenas, en el más puro estilo mesoamericano. A través de los celtas y los vascos, esta numeración se introdujo en idiomas de estirpe aria, como el francés, donde los números ochenta y noventa se llaman respectivamente Catr-vent y Catr-vent-dis, el danés, cuya nomenclatura es una mezcla sistemática de motivos decimales y vigesimales, e incluso el inglés, donde una forma alternativa del ochenta es Fourscore.

Con tal presencia, era inevitable que surgieran en Eurasia ciclos muy semejantes a los de Mesoamérica. Por ejemplo, una antigua ley sintoísta preconizaba reconstruir los templos cada veinte años, en el momento de la iniciación de los jóvenes guerreros, señalando el evento con una estela calendárica. Una costumbre idéntica era observada los mayas. Un investigador comenta sobre tal similitud:

En los dos casos se colocan unos hitos conmemorativos señalando el principio y fin de

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la era ... Nadie sabe a qué época se remonta la práctica sintoísta, pero, conociendo que esta religión es anterior a la penetración del budismo en el Japón, podemos creerla muy antigua. (A. Volguine, La Astrología entre los mayas y los aztecas)

En la zona del Cercano Oriente se encuentran rudimentos de numeración vigesimal en las 400 granadas cinceladas sobre las columnas del templo de Jerusalén como emblema de fecundidad, en el ciclo semita de purificación de 40 años y en los 400 electores del Senado ateniense. Por su parte, la observación cristiana de la cuaresma y la costumbre medieval de la cuarentena sanitaria nos recuerdan las dos veintenas de abstinencia ritual que practicaban los mexicas antes de la fiesta de Witsilopochtli.

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Capítulo Cinco LAS MÚLTIPLES DIMENSIONES DEL CALENDARIO

MESOAMERICANO EN todos los continentes se han desarrollado culturas que utilizaron el lenguaje de las matemáticas y la astrología para darle forma a un conocimiento esotérico. Los mayas llamaban a este saber Zuyua Than, lenguaje cifrado, y los nawas, Nawallatolli, lenguaje doble. Al respecto, afirma un cronista:

En los nombres, siguen la metáfora del color o de otra cosa. Estos nombres metafóricos llaman Nahualtocaitl, que suena en castellano (como) “nombre arrebozado” o “nombre que usan los hechiceros”. (Alarcón, Tratado de las Supersticiones)

Sea que hayan tenido un origen extracontinental o que surgieran durante el éxodo de las tribus por Norte o Sudamérica, lo cierto es que las cuentas del modelo 13:20 encontraron un nicho excepcionalmente favorable en el suelo mexicano. Aquí se separaron en diversas ciencias que tuvieron sus propias escuelas y especialistas.

No nos confundamos. Cuando me refiero a “ciencias” prehispánicas, estoy hablando de una modalidad de investigación basada en conjuntos de leyes que, para sus creyentes, son reflejo de la realidad. La ciencia occidental sostiene que la realidad es objetiva, lo cual le ha orientado hacia la invención de herramientas para descifrar la naturaleza física del mundo. En cambio, los sabios toltecas veían a la realidad como una función de la conciencia, lo que les llevó a estudiar los procesos mentales, en un esfuerzo por descifrar la naturaleza de la percepción.

De algún modo, seguramente no muy verbal, aquellos sabios llegaron a la conclusión de que las leyes “inmutables” de la materia, en realidad son una tendencia estadística, y que el comportamiento final de las partículas que componen el Universo es indeterminable, es decir, mágico. En consecuencia, renunciaron a llegar a la verdad a través del uso exclusivo la razón, y desarrollaron otros dos aspectos de nuestro ser que la cultura de Occidente ha relegado: la sensibilidad intuitiva y el poder de la voluntad.

La dimensión interna de los números prehispánicos estaba dirigida, no tanto a entender, como a modelar el caos perceptual a través de la voluntad. Era reflejo de una visión integral del mundo, en la cual no es posible separar el intento humano de la inteligencia manifiesta en cada rincón de la Naturaleza. Más que ciencia, el saber tolteca era el arte de usar los ritmos cósmicos como propulsores de la atención. Y así como nuestras ciencias son el producto de la especulación y la experiencia acumulada por generaciones de investigadores, así el conocimiento esotérico tolteca fue verificado en estados extraordinarios de conciencia por linajes de chamanes, durante milenios de transmisión no interrumpida y de una aplicación social que pasó con éxito la prueba del tiempo.

LA ASTRONOMÍA El cimiento de la calendárica mesoamericana fue la astronomía. Sin embargo, lo que pretendían los Ilwikatlamatini, conocedores del cielo, no era descubrir nuevos astros ni clasificar exhaustivamente a los conocidos, sino algo más humilde: precisar con la mayor exactitud posible los ciclos de los planetas, para definir los momentos significativos del año.

El primer paso de aquellos sabios fue la simplificación. Habiendo verificado el carácter universal de las leyes de causa y efecto, concluyeron que, para determinar cómo se estructuraba el panorama de los astros en un momento dado, bastaba con descifrar las fórmulas matemáticas de su movimiento y hacer las extrapolaciones correspondientes.

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Los proto-mayas usaron teorías astronómicas que les facilitaron el control de las irregularidades celestes, y así se liberaron de la obligación de consultar constantemente sus registros observacionales. (H. Harleston, El Universo de Teotihuacan)

La subordinación de la astronomía al calendario no significa que no hubiese sabios capaces de enfocar el conocimiento del Cosmos como un fin en sí mismo. Esto se demuestra en una serie de descubrimientos toltecas que exceden ampliamente los logros de otras culturas antiguas. Por ejemplo, en el Códice Borgia, de origen mixteco, aparecen numerosas representaciones de la bóveda celeste, donde se ven estrellas encendidas y oscuras. En el siglo XX descubrimos que las estrellas pueden colapsar; ¿llegaron a la misma conclusión los prehispánicos? En algunas de las láminas también aparecen espirales rodeadas de signos en forma de letra U (el glifo nawatl de “tierra” o “materia”) que se despliegan por el espacio, tal como lo hacen los campos magnéticos de los astros. ¿Acaso un conocimiento de la gravitación universal?

Otro conocimiento sorprendente es el de las manchas solares. En el Viejo Mundo, este fenómeno fue observado por primera vez por Galileo; las culturas antiguas nunca lo reportaron. Fue sólo hasta 1843, cuando Woof descubrió que las manchas tenían un ritmo de poco más de once años.

En contraste, el nombre familiar que daban los nawas al Sol era Nanawatsin, respetable manchado. Se conservan diversos monumentos que relacionan al Sol con el número once34. Por ejemplo, un mural teotihuacano muestra al astro rey como un personaje cuyos miembros se tuercen en forma del glifo Ollin, movimiento (lo cual sugiere un movimiento de rotación) sobre cuyo cuerpo se pintaron lunares para indicar que se trata de Nanawatsin. Ahora bien, los lunares forman una serie de números once en el sistema de notación prehispánico, mientras que los tirabuzones que les acompañan representan el glifo Shonekuilli, rayo, empleado para representar los períodos de tiempo. En la pirámide de Ketsalkoatl, Teotihuacan, el mismo número aparece como una serie de rayos en forma de lenguas asociados con rostros de serpientes. No hay que ser muy imaginativo para reconocer en esas serpientes imágenes del Sol. Para corroborar su carácter calendárico, detrás de los once apéndices hay 52 rayos pequeños que representan el “siglo” mesoamericano.

Tratando de explicar como pudieron obtener este conocimiento los prehispánicos, un investigador nota:

Mirando a través de obsidiana opaca de densidad apropiada,

34 Según M. Cotterell, el conocimiento de los mayas abarcaba también el ciclo largo de manchas solares, de 3740 años. Ver Las Profecías Mayas.

Personificación del Sol. Teotihuacan.

Imagen solar. Teotihuacan.

Representación de la galaxia y el sistema solar. Códice Borgia.

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los mayas pudieron ver las manchas solares girando y conocer el período rotacional del Sol. También pudieron determinar un período más largo: el de los máximos y mínimos de las manchas solares. (Hugh Harleston, El Universo de Teotihuacan)

Pero si conocían el ciclo de las manchas solares, también sabían que el Sol es un astro redondo que rota sobre sí mismo. Era sólo una cuestión de lógica básica el deducir que la Tierra no podía ser muy diferente.

¿Un conocimiento mesoamericano de la esfericidad terrestre? Veamos: en la ciudad zapoteca de Monte Albán existe un edificio (el Montículo J) en el cual fueron inscritas diversas fechas de interés calendárico mediante el sistema de la orientación cardinal. Una de ellas corresponde a los días de paso cenital del Sol en la latitud de Monte Albán, pero no al norte, sino al sur del ecuador (10 de Noviembre y 2 de Febrero). Como nota Malmström, para averiguar este dato, los mesoamericanos tuvieron que poseer una noción muy acertada, no sólo de los movimientos celestes, sino también de la curvatura de la Tierra. Curvatura que es referida claramente en el siguiente versículo del libro sagrado maya:

He aquí cómo fue hecha la distribución del mundo, el día en que se establecieron sus medidas y se ordenó la superficie redonda de la Tierra. (Popol Vuh I.1)

Apropiadamente, el jeroglífico maya de la Tierra era una esfera con los atributos de luz y oscuridad.

Pero no sólo conocían la curvatura terrestre: como demostraré en la cuarta parte de esta obra, uno de los grandes logros de la astronomía mesoamericana fue un sistema práctico para la determinación de latitudes. Una vez que calcularon la longitud de determinado arco de la circunferencia terrestre, fue tarea fácil el establecer el tamaño exacto de nuestro planeta, mediante una multiplicación sencilla.

Otro dato perturbador, es la constante referencia de los textos mayas a nueve planetas, a los que llamaban “los nueve señores de la noche” o “los nueve cielos”, siendo que a simple vista sólo podemos observar cinco. Esta expresión sugiere que conocían la existencia de planetas más allá de Saturno. Pero no sólo eso: para entender que el Sistema Solar contiene nueve planetas, tuvieron que considerar a la Luna como un planeta o ... ¡conocer que la Tierra se mueve en torno al Sol! Las evidencias apuntan hacia esto último.

Hace poco más de cien años, un famoso historiador mexicano se extrañaba de que en un códice mixteca apareciera la deidad terrestre junto a los dioses planetarios, y que todos tuvieran plumas y alas en los pies, sugiriendo su movimiento por la eclíptica. ¿Cómo es posible que incluyeran a la Tierra – se preguntaba –, si los antiguos no sabían que nuestro planeta se mueve? Esta interrogante se resuelve al estudiar el siguiente mito de la creación:

Dos dioses, Quetzalcoatl y Tezcatlipoca, bajaron del cielo a la deidad de la tierra - y antes de que fuese bajada ya había agua (del espacio) sobre la cual esta diosa caminaba. Se dijeron uno a otro: “Es menester hacer la tierra”. Diciendo esto, se cambiaron en dos grandes serpientes; uno asió a la diosa de la mano derecha hasta el pie izquierdo, y el otro de la mano izquierda hasta el pie derecho, y la apretaron tanto, que la partieron por la mitad. (Teogonía e Historia de los mexicanos)

Parece un mito inocente, pero un tolteca habría entendido de inmediato el sentido astronómico: las dos serpientes son los polos de la bóveda celeste, el agua primordial es la energía creadora, y el sacar la Tierra del “cielo” significa la materialización el proyecto creativo. Al tirar del modo descrito, las deidades del movimiento precesional convirtieron a

Glifo terrestre. Vaso maya.

Signos planetarios mayas

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nuestro planeta en la encarnación del signo Ollin, movimiento. Se comprende, entonces, por qué los nawas escogieron este glifo como emblema del planeta, y por qué el mito afirma que la Tierra “caminaba” por el espacio.

En la imagen siguiente, tomada de un vaso maya, el esferoide terrestre fue

representado como una serpiente emplumada que se enrosca sobre sí misma y es atravesada por una lanza. La lanza simboliza el eje de rotación del cielo, pero en este caso se ha dispuesto de tal modo, que parece indicar el movimiento de rotación del planeta.

Por lo visto, para los mesoamericanos, la Tierra se mueve. Sólo falta encontrar alguna referencia a la inmovilidad relativa del Sol, para confirmar nuestra sospecha de que su cosmogonía partía de una visión heliocéntrica.

En el texto anónimo llamado Historia de los Mexicanos por sus Pinturas, aparece una explicación bastante razonable, teniendo en cuenta que fue transmitida por un español que probablemente no tenía ni idea del sistema heliocéntrico:

Dicen (los mexicanos) que lo que vemos (como Sol), no es sino la claridad del Sol y no al (verdadero) Sol. Porque el Sol (que) sale en la mañana y viene al mediodía, y de ahí se vuelve al oriente para salir al otro día, lo que del mediodía hasta el ocaso aparece, es su claridad, no el Sol.

En otras palabras, el movimiento del astro a través del cielo es aparente. El hecho verdadero es que, con respecto a la tierra, el Sol no se mueve. Por eso afirma el mito nawatl:

(El Sol) no quería andar, estaba fijo. Entonces (Ketsalkoatl) le dispara una flecha para que camine. Falla, y luego el Sol le replica con sus saetas y lo arroja en dirección a la Tierra, y le tapa la cara con los nueve cielos. (Códice Chimalpopoca)

Observemos con atención: la pretensión de Ketsalkoatl era convertir al Sol en un planeta. Como no lo consiguió, el astro rey sigue allí, en la inmovilidad de su quinta región del espacio, lo que en lenguaje tolteca significa “en la posición central”. En cambio, Venus, el astro representativo de Ketsalkoatl, fue arrojado hacia la Tierra. Astronómicamente, el dato es correcto, pues se trata de nuestro vecino más cercano.

En otro texto se especifica que, debido a su fijeza, el calor de Sol “quemaba como un horno”, pero los dioses-planetas “le taparon la cara” arrojándole un conejo (el conejo es la Luna). Según lo interpreto, este mito se refiere al nacimiento de la noche, es decir, al momento en que los protoplanetas capturaron el impulso solar y comenzaron a girar. La operación fue comandada por Ishtlakoliu’ki, cuchillo curvo, el señor del frío. La característica iconográfica de este dios es que no tiene ojos, su rostro está vendado con cintas que representan las órbitas planetarias. De ahí que el códice Chimalpopoca afirme que Venus fue cubierto “con los nueve cielos”, una forma tolteca de explicar que estabilizó su órbita como planeta.

Ludendorff encontró una evidencia de que los mesoamericanos conocían el diseño del Sistema Solar, al descifrar los períodos siderales de los planetas contenidos en el Códice Dresden. Lucrecia Maupomé sugiere que el período de traslación real de Venus está contenido en la conocida ecuación prehispánica 13:8:5, ya que trece de tales años equivalen a cinco años sinódicos o a ocho terrestres. Una correlación igualmente fácil se puede establecer para Mercurio, usando como referente el ciclo lunar, pues su período sideral equivale a tres lunas y el sinódico a cuatro. A su vez, el año sinódico de Mercurio combinado con el de la Tierra, hubiera permitido resolver el sideral de Marte.35

35 Los parámetros venusinos son: año sideral, 225 días; año sinódico, 584 días; se cumple que 225 x 13 = 584 x 5 = 365 x 8. Los parámetros mercurianos son: año sideral, 88 días; año sinódico, 117

La tierra. Vaso maya.

Glifo Movimiento.

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Como nota Maupomé, El conocimiento de los periodos siderales (por los mesoamericanos) implicaría que

conocían los movimientos heliocéntricos (del Sistema Solar) ... El calendario y el sistema de numeración construido para registrar (dichos períodos) son un modelo original de la cinemática del Sistema Solar.

La explicación de estos conocimientos podría estar en los pretendidos telescopios prehispánicos. En un templo de Tulum se descubrió una cámara oscura con agujeros en el techo orientados hacia las principales estrellas – básicamente, un cañón de telescopio. Esto sugeriría una observación ocular directa, de no ser por un detalle: cerca de allí aparecieron varios espejos parabólicos y semiesféricos. Bastaría combinar dos de ellos en una forma sencilla, para reflejar la luz de los cuerpos celestes en las paredes de la cámara con una gran ampliación. ¿Llegó a descubrir este método la proverbial curiosidad astronómica de los mesoamericanos? No sabemos. Pero llama la atención que la lengua nawatl contenga un nombre para designar al telescopio: Tlachialoni, instrumento para ver más allá.

Podría objetarse que las interpretaciones anteriores son aventuradas. Pero lo que nadie discute, es la precisión con que los astrónomos del Méxicguo o anconsiguieron establecer las cronodistancias celestes. En el códice de Dresden, por ejemplo, han quedado unas tablas por las cuales sabemos que los mayas ajustaron ocho días cada 362 revoluciones sinódicas de Venus, para conseguir una exactitud de 583.9226 días por ciclo, prácticamente la misma que calculamos hoy. Mediante la sincronización de 149 lunaciones en un total de 4400 días que implicaban un número completo de veintenas, determinaron que la duración del ciclo de la Luna es de 29.5306 días, una diferencia de menos de un segundo sobre nuestro cálculo actual. Y en la tercera parte de este texto abordaremos un ajuste aún más sutil: cuatro días omitidos cada 520 años con bisiesto, para conseguir la duración de 365.2423 días por año, superior a la que usamos en nuestros calendarios, ¡y sólo un diezmilésimo por encima de la que calculan nuestros astrónomos!

Para llegar a semejantes resultados, los mesoamericanos tuvieron que emprender una observación del cielo tan larga, sostenida e inteligente, que es más fácil deducir que llegaron a una comprensión racional del Cosmos, que suponer que no lo hicieron.

LA ASTROLOGÍA Pero el lado técnico de estos descubrimientos nos engaña, porque el astrónomo prehispánico era, ante todo, un sacerdote; su objeto de estudio no eran frías relaciones matemáticas, sino entidades de suma conciencia y poderosa intencionalidad, cuyos movimientos por el cielo reflejaban la voluntad soberana de Ometeotl. El ideal del astrónomo no era un viejecillo mirando pasivamente por un telescopio, sino un iniciado capaz de manejar fenómenos milagrosos, como son los eclipses, las conjunciones planetarias, el paso de los cometas y la salida del Sol. Y entre sus herramientas de trabajo no sólo había medidores de sombra y altitud, marcadores de horizonte y espejos de obsidiana, sino también largos períodos de ayuno y meditación, y un trabajo delicado con la energía interna.

días; ciclo lunar, 29.5 días; se cumple que (117 x 3) + 1 = 88 x 4 = (29.5 x 12) - 2. La ecuación marciana es como sigue: 117 x 53 = 689 x 9 = (365 x 17) - 4. En los tres casos casos, he empleado los valores sinódicos y siderales mesoamericanos.

Composición del posible telescopio prehispánico.

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Esta reflexión nos introduce en la dimensión mística de los números toltecas, que pudiéramos calificar de astrológica, porque se basaba en la influencia de los campos concientes de la Tierra, la Luna, el Sol, los planetas y las trece constelaciones de la eclíptica. Como afirma un estudioso,

Las complejas realizaciones astronómicas y matemáticas de los pobladores del antiguo México fueron consecuencia lógica del desarrollo de una civilización que adoró intensamente los cielos y vinculó resueltamente los fenómenos que veía en el entorno celeste con el devenir de las cosas humanas. (F. Aveni, Observadores del cielo en el México antiguo)

Muchas personas niegan la influencia de los astros sobre la vida humana, pero muchas más, entre las cuales se encuentran, desde humildes obreros hasta grandes filósofos, estadistas y papas, estarían dispuestas a guiar sus vidas por esa influencia. Es difícil precisar hasta qué punto nos han modelado realmente los astros, no tanto por sus supuestas emanaciones, como por el grado de sugestión que nos provocan. En el caso de Mesoamérica, ese estudio es el único modo de

entender aspectos medulares de su historia. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre en la astrología occidental, en la tolteca, el

influjo de los astros no era directo: pasaba por el filtro del calendario. Tal relación un tanto elíptica con el cielo, hizo que el cronista Sahagún observara:

Estos adivinos no se regían por los signos ni planetas del cielo, sino por una instrucción que, según dicen, les dejó Quetzalcoatl, la cual contiene veinte caracteres multiplicados trece veces. (B. Sahagún, Historia General)

A diferencia del calendario civil, el astrológico no era de dominio público. La cuenta del arte adivinatoria la sabían solamente los adivinos y los que tenían

habilidad para aprenderla, porque contiene muchas dificultades. Y los tenían como profetas y sabedores de las cosas futuras, y acudían a ellos con (motivo de) muchas cosas. (Sahagún, Historia General)

Lo difícil de estas cuentas era su prolijidad. La astrología occidental parte de algunos elementos sencillos, como son las doce influencias zodiacales en relación con los siete planetas visibles. En cambio, un buen horóscopo tolteca hubiese tenido que considerar trece por veinte influencias primarias, por nueve secundarias, por veinte horarias, por trece zodiacales, por dieciocho mensuales, por cinco elementales, por cincuenta y dos seculares, etcétera. Para ser un astrólogo en aquella sociedad, se requería de verdadera vocación; sin embargo, como notaron con desconcierto los españoles, la reserva de especialistas parecía inagotable, pues

... de cada cinco mexicanos, uno era sacerdote. (Códice Ramírez) El Tonalli u horóscopo natal derivaba de la observación de fenómenos reales, de

naturaleza energética. La parte visible del niñito era entendida como un apéndice carnal de su totalidad, compuesta de enormes campos planetarios y biotrónicos íntimamente relacionados con el tiempo. Estos campos eran producto de la conjunción de periodicidades que se daba en los tres momentos principales de nuestra vida: la concepción, el nacimiento y la muerte. Por tal razón, el horóscopo prehispánico no era como el nuestro, referido sólo a la fecha natal, sino que partía del momento mismo de la concepción.

Cuando un niñito es concebido, cuando lo engendran, en el interior se abre (la nueva conciencia) y de allá viene su signo natal, enviado por Ometeotl. (Códice Florentino II.222)

Creían que el alma, o más bien, el Tonal, entra en el embrión en cuanto se interrumpe la primera menstruación en la madre. Y como entre ese momento y el nacimiento de la criatura transcurren en promedio 260 días, el día natal tenía el mismo nombre que el conceptivo. El horario también influía. Sahagún afirma:

Estos naturales de la Nueva España tenían y tienen gran solicitud en saber el día y

Astrólogo. Tira de la Peregrinación.

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hora del nacimiento de cada persona, para averiguar las condiciones, vida y muerte de los que nacían. (Historia General)

Contrario a lo que han afirmado algunos historiadores, aquellas creencias no partían de una filosofía “natural”.

En lo que dice que los indios se mostraron filósofos naturales es falsísimo, porque esta cuenta no la llevan por ningún orden natural, que fue invención del demonio. (Sahagún, Historia General)

El ser humano no pertenecía al conjunto amorfo de los días de la Naturaleza, sino a un consecutivo repleto de intencionalidad, que no sólo determinaba su vida futura, sino que también servía para darle nombre. Allí no había posibilidades de llamarse Pedro o Juana, a capricho de los padres: la fecha era el nombre.

El nombre propio era probablemente la propiedad más valiosa de un hombre o mujer. Ningún nombre se ponía al azar, sino después de una profunda reflexión, según los destinos del Tonalamatl o “libro de los días”. Identificar a la persona era la menor de las funciones del nombre; su verdadero objeto era convocar mágicamente la buena voluntad de ciertas divinidades o aspectos de Ometeotl. Tener dos personas el mismo nombre no era considerado una casualidad, sino un gesto misterioso del Poder. (F. Díaz, La doctrina tolteca de los ciclos)

A causa de esta costumbre, el último mensajero Ketsalkoatl se llamó Se Akatl, uno caña, tal como su padre adoptivo, Mishkoatl, llevó el nombre de Se Tekpatl, uno pedernal. Es como si nosotros acostumbrásemos llamarnos Primero de Mayo o Veintiséis de Julio. Tales nombres calendáricos eran de uso ritual, esotérico y legal. Las personas que los recibían a través de un rito formal de bautizo se llamaban Tonale, poseedores de alma. Si dos niños nacían en el mismo día, automáticamente eran tocayos (un concepto que los mexicas denominaban Tonalekapo’) y su matrimonio estaba prohibido, por considerársele una especie de incesto energético.

Consecuencia de esta práctica, es que no había nombres específicos para cada sexo. ¿Cómo se distinguía entonces el género de la persona? Mediante apodos. Las niñas recibían calificativos graciosos como Shochitl, flor, Ketsalli, pluma preciosa, Tokoton, migajita, Shiwitl, turquesa, etcétera. A los varones se les daban nombres de animales feroces o atributos viriles, como Oselotl, tigre, Itstli, cuchillo, Yaotl, guerra, o Tekiwa, trabajador.

Para los creyentes, tener un nombre calendárico era la garantía de vibrar en armonía con el Universo. Para los sacerdotes era una ventaja, porque automáticamente quedaba expuesta la fecha natal de la persona que venía a consultarles; una ventaja que aprovechaban hábilmente, imponiendo a las masas todo tipo de tabulaciones. Si en aquella sociedad usted no quería ser usted mismo, siempre había un sacerdote dispuesto a decirle, con el libro sagrado en la mano, quién y cómo debía ser, con quién casarse, qué nombre dar a su hijo, cómo vender o comprar, a dónde viajar y cuándo construir su casa.

Sin embargo, los mesoamericanos sabían que las influencias de los signos eran en gran medida un producto del consenso social. Aún en los cielos había un margen de tolerancia, porque los astros no eran piedras inertes rodando por el espacio, sino dioses cuyas voluntades podían ser conmovidas por la intención humana. Así que la idea subyacente en aquella astrología no era materialista. Lo que prestigiaba los horóscopos, era la capacidad del astrólogo para convocar las mejores influencias mediante su carisma personal y conjurar las peores a través de sus austeridades. De ese modo, en Mesoamérica se dio un fenómeno que sería absurdo en otras partes de la tierra: la persona podía reforzar un buen signo natal mediante ritos.

Así ellos aumentaban el poder de su signo, magnificaban su signo. (Florentino IV. 53) Por el contrario, una persona descuidada en sus deberes religiosos, podía hacer que su

buen signo natal se volviera en contra suya: Si él no hace penitencia, si no dialoga consigo mismo (medita) ni se comporta con

propiedad, con educación, entonces su signo se irritará con él. (Florentino IV. 25) También era posible neutralizar un mal signo natal, bautizándose como recién nacido

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en otro día y efectuando ritos de compensación. Debo aclarar que la regencia de los astros no era aceptada como una fatalidad por

todos los mesoamericanos. Las personas más sensibles sabían que lo que nos hace humanos no es nuestra atadura natal, sino nuestra libertad. Por ello, a pesar de la obsesiva presencia del calendario en casi todos los aspectos de la vida indígena, está prácticamente ausente en los dos más valiosos testimonios espirituales que nos legaron: los Wewetla’tolli, antiguas palabras de sabiduría, y los Kuikateku’tli, cantares de los señores.

A partir de unas palabras conservadas en el Códice Vaticano, deduzco que los mesoamericanos hacían una distinción entre la influencia material de los astros y el aspecto causal de los ciclos, considerados atributos creativos de Ometeotl:

Dicen que (Ometeotl) era el señor de los trece días: los de arriba, dan a entender trece causas o influencias del cielo; los de abajo, los trece signos de superstición y destino. LA PROFECÍA La astrología no sólo matizaba el destino de las personas, sino también el de la sociedad. Los toltecas concebían a la historia como la recurrencia de unas pautas muy precisas; no era el pasado el que determinaba el futuro por encadenamientos mecánicos, sino el futuro el que impelía determinada línea evolutiva, en función de una finalidad. De ahí su concepto único de la profecía.

El poder de predecir, desarrollado aquí con el rigor de una ciencia exacta, podía prescindir de la emotividad propia de los iluminados de otras latitudes, porque los profetas prehispánicos eran hijos del calendario. El término “profeta” resulta inadecuado para describir a estos especialistas, cuya función no era adivinar lo que iba a pasar, sino leer lo que presagiaban las combinaciones de signos y adelantar interpretaciones estadísticas. Por tal razón, el profeta recibía el mismo título que el astrólogo: Tonalpou’ke, calculador de días.

El Tonalpou’ke se consideraba a sí mismo en los términos de un investigador actual. En lugar de imponerlas, sugería sus predicciones, después de analizar concienzudamente un cúmulo de apuntes históricos sobre sus libros de amate. Como cualquier científico honesto, incluso se permitía márgenes de incertidumbre; una frase que se repite como un estribillo dentro de los libros de Chilam Balam, es la siguiente:

Tal es la promesa del ciclo; si ocurrirá efectivamente o no, sólo Dios lo sabe. Para concebir hasta qué punto podía una fecha estar matizada de fatalismo en aquella

sociedad, tenemos que recurrir al milenio cristiano, en el cual la gente ve algo especial, aún sin tener una idea clara de por qué. Si pensamos que, sólo por contar de otra manera, ya el número mil deja de tener tres ceros y se convierte en un conjunto ordinario de cifras, entonces comprendemos que, o bien la sugestión de la fecha es absolutamente supersticiosa, o tiene que haber algo más detrás de todo ello.36

En el calendario del México antiguo cada combinación de signo y número tenía un carisma equivalente al del milenio cristiano. Encerraba sucesos, podía repetirse, poseía un poder convocador, pues el pueblo sabía lo que iba a pasar. Y lo principal: derivaba de eventos naturales que de algún modo justificaban su aspectación.

Por supuesto, había también una corriente iluminista: los Achtopaitoani, videntes por adelantado, quienes preferían convocar los sucesos en lugar de preverlos, apelando para ello a sus facultades naguálicas; pero esta recibió menos atención. Los textos proféticos que se han conservado, se apoyan enteramente en el calendario.

Mi interés, en el contexto de esta obra, no es juzgar estas creencias, sino demostrar su coherencia dentro del tejido cultural prehispánico.

Para un investigador de la cultura, no se trata tanto de probar la veracidad científica de las creencias religiosas de los prehispánicos, como de entender sus consecuencias históricas. Pues esas promesas tienen una fuerza convocadora sobre las masas que las hace 36 Por ejemplo, la fecha 1ro. de Enero del 2000, los mayas la hubieran escrito así: 12.19.6.15.1.

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extremadamente importantes como factor social. Son capaces de generar, desde actitudes de alienación total, como los suicidios colectivos que recientemente vimos en relación con el cambio de milenio cristiano, hasta los más edificantes intentos de renovación. (F. Díaz, La doctrina tolteca de los ciclos)

VISIÓN ESCATOLÓGICA Las profecías prehispánicas tenían en lo social la misma función que los horóscopos natales en el ámbito personal. Pero su radio de acción iba más lejos; a través de la doctrina de los ciclos, se insertaba en lo cósmico, transformándose en una verdadera escatología, es decir, en un conjunto de creencias que procuraban explicar nuestro papel, posibilidades y destino dentro del flujo de los poderes divinos.

El centro de aquellas creencias era el retorno de la Serpiente Emplumada. Sólo que el mesianismo tolteca no era plano, como el nuestro; aunque partía de la idea de que el Creador se manifiesta visiblemente para “salvar” al hombre y ayudarle a evolucionar, no entendía el proceso redentor como algo absoluto.

Los sacerdotes indígenas se persuadieron de que los sucesos humanos no ocurren en forma lineal, sino que siguen en su desarrollo ciertas pautas recurrentes, con ciclos de ascenso, plenitud, retrogresión y caída. Aquí no había cabida para fenómenos definitivos, al modo del “rescate” o la “revelación” de los cristianos. (F. Díaz, La doctrina tolteca de los ciclos)

Los diversos voceros de Ketsalkoatl fueron vistos como portadores de un mensaje que evoluciona. En aquella sociedad eso sólo podía significar una cosa: que sus apariciones estaban regidas por el calendario.

El calendario tenía un poder de por sí, basado en el prestigio de su propio funcionamiento y en la leyenda de haber sido un legado de los dioses a la humanidad. No pretendía únicamente fechar días, su función principal era ubicarlos con respecto a un conjunto de eventos que para nosotros pertenecen a la arena del mito, pero que los prehispánicos consideraban parte de su historia. Estos eventos comenzaban con la creación del mundo, la cual, como he mencionado, era concebida como una sucesión dialéctica de edades. De modo que otra función importante de este calendario, era justificar y regular la sustitución de los símbolos sagrados.

La fuerza de los ciclos se imponía incluso sobre la devoción, como se muestra dramáticamente en el Teotihuacan del siglo VI, en las estatuas de Ketsalkoatl mutiladas en sus bocas y narices con motivo de la llegada de una nueva era. Tal mentalidad evolutiva fue la causa de que en Mesoamérica no hubiese guerras de creencias ni concepto de infidelidad religiosa. La conciencia de la caducidad de las formas de culto implícita en la promesa del retorno de la Serpiente Emplumaba, daba al ciudadano prehispánico una inusitada libertad en materia de fe. Y aunque en los últimos tiempos de los mexicas ya se comenzaba a multar a los objetores de conciencia (personas que, por devoción a Ketsalkoatl, se negaban a participar en los ritos de sacrificios humanos), nunca se llegó al extremo de privarles de su libertad o su vida.

El cronista Ixtlixochitl cuenta que, cuando las autoridades de Tenochtitlan impusieron al rey Nesawalkoyotl de Texcoco el culto militar de Witsilopochtli, él hizo construir frente al templo del dios mexica una enorme pirámide de cuatro basamentos y nueve pisos, pintada de negro y sin imágenes, como afirmación de su fe en un Dios intangible. Esta actitud, que en cualquier otro lugar del mundo se hubiera tomado como un desafío al imperio, aquí fue aceptada como un gesto respetable.

El símbolo palpable de la liberalidad en materia de culto, era la costumbre de enterrar de tiempo en tiempo los templos con todas sus imágenes, en previsión de una posible idolatría. Esto era una muestra en pequeño de lo que ocurría cuando tenían lugar los advenimientos de la Serpiente Emplumada. Tanto los ciclos pequeños como los grandes eran calculados por los sacerdotes a partir de ciertas fechas claves, relacionadas con las

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efemérides astronómicas. Por lo tanto, era de máxima importancia llevar unos almanaques claros y preparar generaciones de sabios calculadores de días.

Pero el calendario no sólo tenía una función astrológica y profética, sino también mágica, funcionando como elemento de conjura frente al asalto del caos. Al someter a número y medida el pasado del planeta, los sacerdotes no sólo se sentían en poder de prevenir la llegada de los períodos fatales, sino que imprimían a la historia una intención civilizadora capaz de aplazar lo inevitable.

En una visión chamánica, la dinámica de los soles, además de concernir al tiempo geológico, estaba íntimamente ligada al devenir humano. La idea era que, puesto que somos producto de una Naturaleza que nos imprimió su molde, nuestros ritmos internos siguen pautas calendáricas, y sólo en sintonía con ellas somos capaces de autorrealización.

Además de su referencia a sucesos ocurridos en forma lineal en el tiempo histórico, el mito de los soles se propone como imagen abstracta de algo más: como el esqueleto de una concepción del mundo. No sólo representan épocas de la historia física del planeta, sino también etapas psíquicas y espirituales por las cuales ha pasado la humanidad.

Aun en un sentido estrictamente cronológico, estas unidades de tiempo eran consideradas como ciclos genéricos, aplicables a duraciones diversas, correspondientes todas, no obstante, a un modelo arquetípico: la división quinaria del Cosmos. En tal doctrina, el Universo no era visto como un objeto sólido, sino como una manifestación de predominios elementales, cuyas influencias se entretejen para formar el substrato donde ocupan su puesto, primero las ideas, luego los cuerpos físicos. En las aspectaciones de ese tejido de influencias, llamado por los nawas Koapetlatl, “estera de serpientes”, se encuentran las causas eficientes de los fenómenos.

Por supuesto, esta teoría no se limitaba a proponer una explicación para la creación del mundo visible; también tenía una contraparte metafísica, según la cual, los cinco elementos alquímicos que daban nombre a los soles, eran la esencia energética de las cinco personalidades de Dios. (F. Díaz, La doctrina tolteca de los ciclos)

Uno de los grandes descubrimientos toltecas fue una periodicidad de 52 años que permite relacionar un gran número de sucesos celestes, terrestres y sociales. La multiplicación de este lapso por los veinte signos de la rueda calendárica, produjo el otro gran ciclo de esta cosmovisión: el “milenio” de 1040 años, dividido en dos hemiciclos (positivo y negativo) de 520 años cada uno. Tal era la cantidad de tiempo presumida para el retorno escalonado y binario de cada una de las cinco hipóstasis de Ketsalkoatl.

La aplicación de esta visión a la Historia tiene un sorprendente resultado: los grandes sucesos del pasado de Mesoamérica, tales como la fundación y abandono de las ciudades, las guerras devastadoras o el colapso del último reino maya, coincidieron puntualmente con las premoniciones de la profecía.

Podríamos explicar esto de un modo racional, suponiendo que los dirigentes de aquella sociedad, profundamente convencidos de la veracidad de sus cálculos, modelaron la conducta de sus pueblos, conduciéndolos poco a poco a determinadas actitudes que corroboraban los presagios de las fechas. Sin embargo, hay un suceso que pone en duda semejante interpretación: la llegada del conquistador Hernán Cortés. Sólo aceptando que las fechas toltecas son reflejo de ritmos sociales reales, capaces de influir sobre toda la humanidad, podemos entender que la llegada de los europeos al territorio mexicano haya coincidido con el comienzo de la mitad oscura del ciclo de Ketsalkoatl, en el invierno de 1519, precisamente a los 520 años de la partida de Se Akatl Topiltsin. A menos que supongamos que todo fue una casualidad.