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SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Universitario

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SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ,

Universitario

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UNIVERSIDAD DE MONTEVIDEO

SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, UNIVERSITARIO

Homenaje de la Universidad de Montevideo en el centenario de su nacimiento

Segunda edición (digital): octubre de 2018

Primera edición (impresa): 2002

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Colaboradores

Mg. Luis Manuel Calleja; Profesor de Política de Empresa en el IEEM (Escuela de Negocios de la Universidad de Montevideo).

Ing. Juan Carlos Carrasco; Profesor de Ética y Cuestiones de teología en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Montevideo. 

Dr. Carlos E. Delpiazzo; Profesor de la Facultad de Ciencias Empresariales y Economía de la Universidad de Montevideo.

Dra. Bárbara Díaz; Profesora de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Montevideo (2002-2013).

Dr. Enrique Doval: Doctor en Derecho y Ciencias Sociales, Doctor en Sagrada Teología. Vicario de la Prelatura del Opus Dei entre (1995-2008).

Dr. Ramón Díaz; Profesor de Historia Económica del Uruguay e Introducción a la Economía en la Facultad de Ciencias Empresariales y Economía de la Universidad de Montevideo (2002-2007).

Dr. Enrique Etchevarren; Secretario Académico de la Universidad de Montevideo y profesor de la Facultad de Comunicación.

Dr. Nicolas Etcheverry; Decano y profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Montevideo.

Dr. Pedro Gari; Profesor de la Facultad de Derecho en la Universidad de Montevideo.

Lic. Andrea Gelsi; Profesora de la Facultad de Humanidades en la Universidad de Montevideo (2002-2013).

Dra. Eileen Hudson; Decana y profesora de la Facultad de Comunicación en la Universidad de Montevideo (2004-2012).

Alberto Methol Ferré; Profesor de Historia Contemporánea y de Historia de la Iglesia en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Montevideo (2002-2007).

Dr. Ricardo Olivera García; Profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad de Montevideo.

Dr. Santiago Pérez del Castillo; Rector de la Universidad de Montevideo (2009-2015), Profesor de Derecho del Trabajo y de Derecho de la Seguridad Social en la Facultad de Derecho de la Universidad. 

Dra. Mercedes Rovira; Vicedecana y profesora de la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad de Montevideo, Decana de la Facultad de Humanidades (1997-2007) y Secretaria Académica de la Universidad (2000-2003).

Dr. Claudio Ruibal; Decano y profesor de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Montevideo, Profesor del IEEM (Escuela de Negocios de la Universidad de Montevideo), Profesor del Master de Finanzas de la Facultad de Ciencias Empresariales y Economía.

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Nota biográfica

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San Josemaría Escrivá de Balaguer nació en Barbastro (Huesca, España) el 9 de enero de 1902. A la edad de 15 o 16 años, comenzó a sentir los primeros presagios de una llamada divina y decidió hacerse sacerdote. En 1918 inició los estudios eclesiásticos en el Seminario de Logroño, y los prosiguió a partir de 1920 en el de San Francisco de Paula de Zaragoza, donde ejerció desde 1922 el cargo de Superior. En 1923 comenzó los estudios de Derecho Civil en la Universidad de Zaragoza. Ordenado de diácono el 20 de diciembre de 1924, recibió el presbiterado el 28 de marzo de 1925.

Inició su ministerio sacerdotal en la parroquia de Perdiguera —diócesis de Zaragoza—, continuándolo luego en Zaragoza. En la primavera de 1927 se trasladó a Madrid, donde desarrolló una incansable labor sacerdotal en todos los ambientes, dedicando también su atención a personas vulnerables de los barrios extremos, y en especial a los incurables y moribundos de los hospitales. Se hizo cargo

de la capellanía del Patronato de Enfermos, labor asistencial de las Damas Apostólicas del Sagrado Corazón, y fue profesor en una academia universitaria, a la vez que continuaba los estudios del doctorado en Derecho Civil, que en aquella época solo se tenían en la Universidad de Madrid.

El 2 de octubre de 1928, el Señor hizo ver con claridad a Josemaría Escrivá lo que hasta ese momento había solo presagiado y fundó el Opus Dei. Movido siempre por el Señor, el 14 de febrero de 1930 comprendió que debía extender el apostolado del Opus Dei también entre las mujeres. Se abría así, en la Iglesia, un nuevo camino dirigido a promover entre personas de todas las clases sociales, la búsqueda de la santidad y el ejercicio del apostolado, mediante la santificación del trabajo ordinario, en medio del mundo y sin cambiar de estado.

Desde el 2 de octubre de 1928, el fundador del Opus Dei se dedicó a cumplir, con gran celo apostólico por todas las almas, la misión que Dios le había confiado.

En 1934 fue nombrado Rector del Patronato de Santa Isabel. Durante la guerra civil española ejerció su ministerio sacerdotal —en ocasiones, con grave riesgo de su vida— en Madrid y, más tarde, en Burgos. Ya desde entonces, Josemaría Escrivá tuvo que sufrir durante largo tiempo duras contradicciones, que sobrellevó con serenidad y con espíritu sobrenatural.

El 14 de febrero de 1943 fundó la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, inseparablemente unida al Opus Dei que, además de permitir la ordenación sacerdotal de miembros laicos del Opus Dei y su incardinación al servicio de la Obra, más adelante consentiría, también, a los sacerdotes incardinados en las diócesis compartir la espiritualidad y la ascética del Opus Dei, buscando la santidad en el ejercicio de los deberes ministeriales, y dependiendo exclusivamente del respectivo obispo diocesano.

En 1946 fijó su residencia en Roma, donde permaneció hasta el final de su vida. Desde allí, estimuló y guió la difusión del Opus Dei en todo el mundo, prodigando todas sus energías para dar a los hombres y

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Nota biográfica

mujeres de la Obra una sólida formación doctrinal, ascética y apostólica. A la muerte de su Fundador, el Opus Dei contaba con más de 60.000 miembros de 80 nacionalidades.

Mons. Escrivá de Balaguer, doctor en Derecho y en Sagrada Teología, fue consultor de la Comisión Pontificia para la interpretación auténtica del Código de Derecho Canónico y de la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades; Prelado de Honor de Su Santidad, y Académico «ad honorem» de la Pontificia Academia Romana de Teología. Fue también Gran Canciller de las Universidades de Navarra (Pamplona, España) y de Piura (Perú).

Josemaría Escrivá falleció en Roma el 26 de junio de 1975. Desde hacía años, ofrecía a Dios su vida por la Iglesia y por el Papa. Fue sepultado en la cripta de la iglesia de Santa María de la Paz, en Roma. Para sucederle en el gobierno del Opus Dei, el 15 de setiembre de 1975 fue elegido por unanimidad Mons. Álvaro del Portillo (1914-1994), que durante largos años había sido su más próximo colaborador. En 1994, tras el fallecimiento del beato Álvaro, le sucedió Mons. Javier Echevarría en el Prelado del Opus Dei, quién también trabajó durante varios decenios con el Fundador y con su primer sucesor, Mons. del Portillo. Desde enero de 2017, Mons. Fernando Ocáriz es el prelado de la Obra. Ocáriz había sido nombrado en 1994 vicario general del Opus Dei y en 2014 vicario auxiliar de la prelatura.

El Opus Dei que, desde el principio, había contado con la aprobación de la Autoridad diocesana y después con la aprobación de la Santa Sede, fue erigido en Prelatura personal por el Santo Padre Juan Pablo II el 28 de noviembre de 1982. Fue la forma jurídica prevista y deseada por el Fundador.

La fama de santidad de la que Josemaría Escrivá gozó en vida se fue extendiendo, después de su muerte, por todos los rincones de la tierra, como ponen de manifiesto los abundantes testimonios de favores espirituales y materiales que se atribuyen a su intercesión; entre ellos, curaciones médicamente inexplicables. Han sido también numerosísimas las cartas provenientes de los cinco continentes, entre las que se cuentan las de 69 Cardenales y cerca de mil trescientos Obispos —más de un tercio del episcopado mundial en 2002—, en las que se pidió al Papa Juan Pablo II la apertura de la Causa de Beatificación y Canonización de Mons. Escrivá de Balaguer. La Congregación para las Causas de los Santos concedió el 30 de enero de 1981 el «nihil obstat», para la apertura de la Causa, y Juan Pablo II lo ratificó el día 5 de febrero de 1981.

Entre 1981 y 1986 tuvieron lugar dos procesos condicionales, en Roma y en Madrid, sobre la vida y virtudes de Mons. Escrivá. A la vista de los resultados de ambos procesos, y acogiendo los pareceres favorables del Congreso de los Consultores Teólogos y de la Comisión de Cardenales y Obispos miembros de la Congregación para las Causas de los Santos, el 9 de abril de 1990 el Santo Padre declaró la

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heroicidad de las virtudes de Mons. Escrivá, que recibió así el título de Venerable. El 6 de julio de 1991 el Papa ordenó la promulgación del Decreto que declara el carácter milagroso de una curación debida a la intercesión del Venerable Josemaría Escrivá, acto con el que concluyeron las etapas previas a la beatificación del fundador del Opus Dei, celebrada en Roma el 17 de mayo de 1992. El 6 de octubre de 2002, en una solemne ceremonia presidida por el Santo Padre Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro, el beato Josemaría Escrivá fue canonizado y su nombre inscripto en el elenco de los cantos que venera la Iglesia. Desde el 21 de mayo de 1992 su cuerpo reposa en el altar de la iglesia prelaticia de Santa María de la Paz, en la sede central de la Prelatura del Opus Dei en Roma, continuamente acompañado por la oración y el agradecimiento de numerosas personas de todo el mundo que se han acercado a Dios atraídas por el ejemplo y las enseñanzas del fundador del Opus Dei y por la devoción de cuantos acuden a su intercesión.

Entre sus escritos publicados se cuentan, además del estudio teológico jurídico La Abadesa de las Huelgas, libros de espiritualidad que han sido traducidos a numerosos idiomas: Camino, Santo Rosario, Es Cristo que pasa, Amigos de Dios, Vía Crucis, Amar a la Iglesia, Surco y Forja, los cinco últimos publicados póstumamente. Recogiendo algunas de las entrevistas concedidas a la prensa se ha publicado el libro Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer.

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Presentación

Mariano R. Brito

Asumimos la presentación de un libro cuyo objeto fue corporativamente definido: ha de constituir un homenaje de la Universidad de Montevideo a un universitario santo, san Josemaría Escrivá de Balaguer. El año centenario de su nacimiento (9 enero 1902 - 9 de enero 2002) ve concurrir felizmente con él su canonización por el Sumo Pontífice Juan Pablo II (6 de octubre de 2002).

La estructuración del libro comienza con el asentamiento de una auténtica piedra sillar: incluye la homilía de Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer “Amar al mundo apasionadamente” (8.X.1967). Baja el luminoso sol de aquel día en Pamplona, en el campus de la Universidad de Navarra, el fundador del Opus Dei y primer Gran Canciller de esa Universidad se dirigió a cuarenta mil personas, animando el camino ancho y venturoso de la entrega y del servicio a todos los hombres, en medio del mundo. Su afán lo condujo a detenerse en la reflexión sobre el quehacer universitario y la universidad misma, atestiguando que “una Universidad puede nacer de las energías del pueblo y ser sostenida por el pueblo”. Vio en ella y lo afirmó con rotundidad, “un foco, cada vez más vivo, de libertad cívica, de preparación intelectual, de emulación profesional, y un estímulo para la enseñanza universitaria”. De tal fuente inspiradora se nutren los autores que exponen su pensamiento en el libro.

Integra también el libro un estudio del Pbro. Dr. Enrique Doval, Vicario Regional de la Prelatura del Opus Dei en nuestro país (1995-2008). Para él, ya, nuestro reconocimiento.

La obra que sigue es quehacer académico de pluralidad de autores, y sus enfoques son frutos propios de la libertad cultural, con un elenco diversísimo de temas, trasuntando un rasgo que san Josemaría afincaba en el ser de la institución universitaria: “La universidad, como corporación, ha de tener la independencia de un Órgano vivo”, y tras ella, sus manifestaciones: “libertad de elección del profesorado y de los administradores; libertad para establecer los planes de estudio; posibilidad de formar su patrimonio y de administrarlo. En una palabra, todas las condiciones necesarias para que la universidad goce de vida propia. Teniendo ésta vida propia, sabrá darla, en bien de la sociedad entera”. Así decía Josemaría Escrivá anticipando, viendo, la fecundidad multiplicadora de la labor universitaria de formación de pensamiento.

¿Qué es aquello que hace posible la operación corporativa de la universidad en unidad ineludible, en medio de su apertura a la libertad, en la libertad y con la diversidad tan estimadas? Este libro responde —procura hacerlo a cabalidad- desde aquellos rasgos y condiciones que definen la raíz misma del alma mater y su quehacer tradicional, ya multisecular: ella es comunidad de saberes (universitas scientiarum) y comunidad de personas (universitas magistrum et scholarium), apuntando a la búsqueda de la verdad en términos de misión: “La Universidad de Montevideo tiene como fin promover una cultura de trabajo y de servicio en la persona, la familia y la sociedad, mediante la excelencia en el quehacer universitario, fundando su actividad en una concepción trascendente del hombre comprometida con la búsqueda de la verdad”. Por esto, con razón de necesidad, se recoge la afirmación de la libertad que tanto amó san Josemaría, que solo es posible con inteligencias bien formadas. A ellas habrían de seguir, consecuentemente, las actuaciones personales responsables, que reclamaba, afirmando en Camino: “Al que puede ser sabio, no le perdonamos que no lo sea”. Pero aun, desde la unidad que la universidad busca, San Josemaría atendía a ella, recordándola en “maestros y compañeros que evoco con afecto”.

Ese amor suyo, que fue operativo, entrelazado con las actitudes de los componentes de la comunidad universitaria, fue puesto al servicio de la misión peculiar, volviéndola dinámica, con el resello de lo vital (obra al servicio de la persona, de la familia y de la sociedad).

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Pero Josemaría Escrivá, hombre de fe robusta y honda, hubo de conocer y conoció que el uso de la libertad personal para ser recto ha de disponerse hacia el bien y como se produce “... su equivocada orientación; cuando con esa facultad del hombre, se aparta del Amor de los amores”. Persistente en su búsqueda y yendo a su encuentro, según la enseñanza de san Josemaría, se advierte en el libro y sus autores la fidelidad a la labor universitaria en términos de misión para alcanzar y llegar a la Verdad.

Conocen que, si la universidad es de sí excluyente de toda unicidad política, partidista, económica, social o ideológica, también rechaza un sincretismo conciliador aparente de doctrinas diferentes; se trata, en cambio, de reflexionar sobre ellas para alcanzar el conocimiento de lo bueno, justo y verdadero. Por esto se reconoce en los diversos autores y enfoques, el respeto a una exigencia fundamental de la mejor entraña universitaria: la información sin retaceos, con apertura a las dimensiones humanas en plenitud, hasta la respuesta para el misterio de la vida y su fin. Nada de lo humano, saben, es extraño a la universidad; tampoco su trascendencia.

Con san Josemaría conocen cómo “La universidad sabe que la necesaria objetividad científica rechaza justamente toda neutralidad ideológica, toda ambigüedad, todo conformismo, toda cobardía: el amor a la verdad compromete la vida y el trabajo entero del científico y sostiene su temple de honradez ante posibles situaciones incómodas, porque a esa rectitud comprometida no corresponde siempre una imagen favorable a la opinión pública”. También les consta que, al decir de san Josemaría, “afrontar los problemas con valentía, sin miedo al sacrificio ni a las cargas más pesadas, asumiendo en conciencia la propia y personal responsabilidad, exige una renovación de la fe, un nuevo empeño de amor, y el apoyo constante en la fortaleza de la ley divina y del querer de Dios, que permite a la pobre condición humana abrirse siempre a la sabiduría divina, y a sus luces de esperanza cierta”.

La Universidad de Montevideo celebra con gozo y adhesión filial la doble concurrencia feliz que se indica en el comienzo de este prólogo, y recibe con agradecimiento los frutos de las labores de los autores reunidos en el libro. Seguramente ellos han recogido y procurado contribuir a aquel vivo deseo de san Josemaría cuando decía: “... queremos que aquí se formen hombres doctos, con sentido cristiano de la vida; queremos que, en este ambiente, propio de la reflexión serena, se cultive la ciencia enraizada en los más sólidos principios y que su luz se proyecte por todos los caminos del saber”.

Montevideo, diciembre de 2002

Mariano R. Brito

Rector de la Universidad de Montevideo

(1997-2009)

Presentación

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I. Amar al mundo apasionadamente

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Homilía de san Josemaría Escrivá1

Acabáis de escuchar la lectura solemne de los dos textos de la Sagrada escritura, correspondientes a la Misa del domingo XXI después de Pentecostés. Haber oído la Palabra de Dios os sitúa ya en el ámbito en el que quieren moverse estas palabras mías que ahora os dirijo: palabras de sacerdote, pronunciadas ante una gran familia de hijos de Dios en su Iglesia Santa. Palabras, pues, que desean ser sobrenaturales, pregoneras de la grandeza de Dios y de sus misericordias con los hombres: palabras que os dispongan a la impresionante Eucaristía que hoy celebramos en el campus de la Universidad de Navarra.

Considerar unos instantes el hecho que acabo de mencionar. Celebramos la Sagrada Eucaristía, el sacrificio sacramental del Cuerpo y de la Sangre del Señor, ese misterio de fe que anuda en sí todos los misterios del cristianismo. Celebramos, por tanto, la acción más sagrada y trascendente que los hombres, por la gracia de Dios, podemos realizar en esta vida: comulgar con el Cuerpo y la Sangre del Señor viene a ser, en cierto sentido, como desligarnos de nuestras ataduras de tierra y de tiempo, para estar ya con Dios en el Cielo, donde Cristo mismo enjugará las lágrimas de nuestros ojos y donde no habrá muerte, ni llanto, ni gritos de Fatiga, porque el mundo viejo ya habrá terminado2.

Esta verdad tan consoladora y profunda, esta significación escatológica de la Eucaristía, como suelen denominarla los teólogos, podría, sin embargo, ser malentendida: lo ha sido siempre que se ha querido presentar la existencia cristiana como algo solamente espiritual -espiritualista, quiero decir-, propio de gentes puras, extraordinarias, que no se mezclan con las cosas despreciables de este mundo o, a lo más, que las toleran como algo necesariamente yuxtapuesto al espíritu, mientras vivimos aquí.

Cuando se ven las cosas de este modo, el templo se convierte en el lugar por antonomasia de la vida cristiana; y ser cristiano es, entonces, ir al templo, participar en sagradas ceremonias, incrustarse en una sociología eclesiástica, en una especie de mundo segregado, que se presenta a sí mismo como la antesala del cielo, mientras el mundo común recorre su propio camino. La doctrina del cristianismo, la vida de la gracia, pasarían, pues, como rozando el ajetreado avanzar de la historia humana, pero sin encontrarse con él.

En esta mañana de octubre, mientras nos disponemos a adentrarnos en el memorial de la Pascua del Señor, respondemos sencillamente que no a esa visión deformada del cristianismo. Reflexionad por un momento en el marco de nuestra Eucaristía, de nuestra Acción de Gracias: nos encontramos en un templo singular; podría decirse que la nave es el campus universitario; el retablo, la Biblioteca de la Universidad; allá, la maquinaria que levanta nuevos edificios; y arriba, el cielo de Navarra...

¿No os confirma esta enumeración, de una forma plástica e inolvidable, que es la vida ordinaria el verdadero lugar de nuestra existencia cristiana? Hijos míos, allí donde están vuestros hermanos los hombres, allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo. Es, en medio de las cosas más materiales de la tierra, donde debemos santificarnos, sirviendo a Dios y a todos los hombres.

Lo he enseñado constantemente con palabras de la Escritura Santa: el mundo no es malo, porque ha salido de las manos de Dios, porque es criatura suya, porque Yaveh lo miró y vio que era bueno3. Somos los hombres los que lo hacemos malo y feo, con nuestros pecados y nuestras infidelidades. No lo dudéis, hijos míos: cualquier modo de evasión de las honestas realidades diarias es para vosotros, hombres y mujeres del mundo, cosa opuesta a la voluntad de Dios. Por el contrario, debéis comprender ahora -con una nueva claridad- que Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en

1 “Amar al mundo apasionadamente” es una homilía que San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei y primer Gran Canciller de la Universidad de Navarra, pronunció en el campus de la Universidad de Navarra el 8.X.1967. 2 Cfr. Apoc 21, 4.3 Cfr. Gen 1, 7 y ss.

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Homilía de san Josemaría Escrivá

el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir.

Yo solía decir a aquellos universitarios y a aquellos obreros que venían junto a mí por los años treinta, que tenían que saber materializar la vida espiritual. Quería apartarlos así de la tentación, tan frecuente entonces y ahora, de llevar como una doble vida: la vida interior, la vida de relación con Dios, de una parte; y de otra, distinta y separada, la vida familiar, profesional y social, plena de pequeñas realidades terrenas.

¡Que no, hijos míos! Que no puede haber una doble vida, que no podemos ser como “esquizofrénicos” si queremos ser cristianos: que hay una única vida, hecha de carne y espíritu, y esa es la que tiene que ser -en el alma y en el cuerpo- santa y llena de Dios: a ese Dios invisible, lo encontramos en las cosas más visibles y materiales.

No hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca. Por eso puedo deciros que necesita nuestra época devolver -a la materia y a las situaciones que parecen más vulgares- su noble y original sentido, ponerlas al servicio del Reino de Dios, espiritualizarlas, haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro encuentro continuo con Jesucristo.

El auténtico sentido cristiano -que profesa la resurrección de toda carne- se enfrentó siempre, como es lógico, con la desencarnación, sin temor a ser juzgado de materialismo. Es lícito, por tanto, hablar de un materialismo cristiano, que se opone audazmente a los materialismos cerrados al espíritu.

¿Qué son los sacramentos -huellas de la Encarnación del Verbo, como afirmaron los antiguos- sino la más clara manifestación de este camino, que Dios ha elegido para santificarnos y llevarnos al Cielo? ¿No veis que cada sacramento es el amor de Dios, con toda su fuerza creadora y redentora, que se nos da sirviéndose de medios materiales? ¿Qué es esta Eucaristía -ya inminente- sino el Cuerpo y la Sangre adorables de nuestro Redentor, que se nos ofrece a través de la humilde materia de este mundo -vino y pan-, a través de los elementos de la naturaleza, cultivados por el hombre, como el Ultimo Concilio Ecuménico ha querido recordar?4. Se comprende, hijos, que el Apóstol pudiera escribir: todas las cosas son vuestras, vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios5. Se trata de un movimiento ascendente que el Espíritu Santo, difundido en nuestros corazones, quiere provocar en el mundo: desde la tierra, hasta la gloria del Señor. Y para que quedara claro que -en ese movimiento- se incluía aun lo que parece más prosaico, San Pablo escribió también: ya comáis, ya bebaís, hacedlo todo para la gloria de Dios6.

Esta doctrina de la Sagrada Escritura, que se encuentra -como sabéis- en el núcleo mismo del espíritu del Opus Dei, os ha de llevar a realizar vuestro trabajo con perfección, a amar a Dios y a los hombres al poner amor en las cosas pequeñas de vuestra jornada habitual, descubriendo ese algo divino que en los detalles se encierra. iQué bien cuadran aquí aquellos versos del poeta de Castilla!: Despacito, y buena letra: / el hacer las cosas bien / importa más que el hacerlas7.

Os aseguro, hijos míos, que cuando un cristiano desempeña con amor lo más intrascendente de las acciones diarias, aquello rebosa de la trascendencia de Dios. Por eso os he repetido, con un repetido martilleo, que la vocación cristiana consiste en hacer endecasílabos de la prosa de cada día. En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria...

Vivir santamente la vida ordinaria, acabo de deciros. Y con esas palabras me refiero a todo el programa de vuestro quehacer cristiano. Dejaos, pues, de sueños, de falsos idealismos, de fantasías, de eso que suelo llamar mística ojalatera -ojalá no me hubiera casado, ojalá no tuviera esta profesión, ojalá tuviera más salud, ojalá fuera joven, ojalá fuera viejo, y ateneos, en cambio,

4 Cfr. Gaudium et Spes, 385 1 Cor 3, 22-23. 6 1 Cor 10, 31.7 MACHADO, A., Poesías completes. CLXI. Proverbios y cantares. XXIV, Espasa-Calpe, Madrid, 1940.

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Amar al mundo apasionadamente

sobriamente, a la realidad más material e inmediata, que es donde está el Señor: mirad mis manos y mis pies, dijo Jesús resucitado: soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo8.

Son muchos los aspectos del ambiente secular, en el que os movéis, que se iluminan a partir de estas verdades. Pensad, por ejemplo, en vuestra actuación como ciudadanos en la vida civil. Un hombre sabedor de que el mundo -y no solo el templo- es el lugar de su encuentro con Cristo, ama ese mundo, procura adquirir una buena preparación intelectual y profesional, va formando -con plena libertad- sus propios criterios sobre los problemas del medio en que se desenvuelve; y toma, en consecuencia, sus propias decisiones que, por ser decisiones de un cristiano, proceden además de una reflexión personal, que intenta humildemente captar la voluntad de Dios en esos detalles pequeños y grandes de la vida.

Pero a ese cristiano jamás se le ocurre creer o decir que él baja del templo al mundo para representar a la Iglesia, y que sus soluciones son las soluciones católicas a aquellos problemas. ¡Esto no puede ser, hijos míos! Esto sería clericalismo, catolicismo oficial o como queráis llamarlo. En cualquier caso, es hacer violencia a la naturaleza de las cosas. Tenéis que difundir por todas partes una verdadera mentalidad laical, que ha de llevar a tres conclusiones: a ser lo suficientemente honrados, para pechar con la propia responsabilidad personal; a ser lo suficientemente cristianos, para respetar a los hermanos en la fe, que proponen -en materias opinables- soluciones diversas a la que cada uno de nosotros sostiene; y a ser lo suficientemente católicos, para no servirse de nuestra Madre la Iglesia, mezclándola en banderías humanas.

Se ve claro que, en este terreno como en todos, no podríais realizar ese programa de vivir santamente la vida ordinaria, si no gozarais de toda la libertad que os reconocen -a la vez- la Iglesia y vuestra dignidad de hombres y de mujeres creados a imagen de Dios. La libertad personal es esencial en la vida cristiana. Pero no olvidéis, hijos míos, que hablo siempre de una libertad responsable.

8 Luc 24, 39.

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Homilía de san Josemaría Escrivá

Interpretad, pues, mis palabras, como lo que son: una llamada a que ejerzáis a diario, no solo en situaciones de emergencia- vuestros derechos; y a que cumplís noblemente vuestras obligaciones como ciudadanos -en la vida política, en la vida económica, en la vida universitaria, en la vida profesional-, asumiendo con valentía todas las consecuencias de vuestras decisiones libres, cargando con la independencia personal que os corresponde. Y esta cristiana mentalidad laical os permitirá huir de toda intolerancia, de todo fanatismo -lo diré de un modo positivo-, os hará convivir en paz con todos vuestros conciudadanos, y fomentar también la convivencia en los diversos órdenes de la vida social.

Sé que no tengo necesidad de recordar lo que, a lo largo de tantos años, he venido repitiendo. Esta doctrina de libertad ciudadana, de convivencia y de comprensión, forma parte muy principal del mensaje que el Opus Dei difunde. ¿Tendré que volver a afirmar que los hombres y las mujeres, que quieren servir a Jesucristo en la Obra de Dios, son sencillamente ciudadanos iguales a los demás, que se esfuerzan por vivir con seria responsabilidad -

hasta las últimas conclusiones- su vocación cristiana?Nada distingue a mis hijos de sus conciudadanos. En cambio, fuera de la Fe, nada tienen en

común con los miembros de las congregaciones religiosas. Amo a los religiosos y venero y admiro sus clausuras, sus apostolados, su apartamiento del mundo -su contemptus mundi-, que son otros signos de santidad en la Iglesia. Pero el Señor no me ha dado vocación religiosa, y desearla para mí sería un desorden. Ninguna autoridad en la tierra me podrá obligar a ser religioso, como ninguna autoridad puede forzarme a contraer matrimonio. Soy sacerdote secular: sacerdote de Jesucristo, que ama apasionadamente el mundo.

Quienes han seguido a Jesucristo -conmigo, pobre pecador- son: un pequeño tanto por ciento de sacerdotes, que antes han ejercido una profesión o un oficio laical; un gran número de sacerdotes seculares de muchas diócesis del mundo -que así confirman su obediencia a sus respectivos Obispos y su amor y la eficacia de su trabajo diocesano-, siempre con los brazos abiertos en cruz para que todas las almas quepan en sus corazones, y que están como yo en medio de la calle, en el mundo, y lo aman; y la gran muchedumbre formada por hombres y por mujeres -de diversas naciones, de diversas lenguas, de diversas razas- que viven de su trabajo profesional, casados la mayor parte,

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Amar al mundo apasionadamente

solteros muchos otros, que participan con sus conciudadanos en la grave tarea de hacer más humana y más justa la sociedad temporal; en la noble lid de los afanes diarios, con personal responsabilidad -repito-, experimentando con los demás hombres, codo con codo, éxitos y fracasos, tratando de cumplir sus deberes y de ejercitar sus derechos sociales y cívicos. Y todo con naturalidad, como cualquier cristiano consciente, sin mentalidad de selectos, fundidos en la masa de sus colegas, mientras procuran detectar los brillos divinos que reverberan en las realidades más vulgares.

También las obras, que -en cuanto asociación- promueve el Opus Dei, tienen esas características eminentemente seculares: no son obras eclesiásticas. No gozan de ninguna representación oficial de la Sagrada Jerarquía de la Iglesia. Son obras de promoción humana, cultural, social, realizadas por ciudadanos, que procuran iluminarlas con las luces del Evangelio y caldearlas con el amor de Cristo. Un dato os lo aclarará: el Opus Dei, por ejemplo, no tiene ni tendrá jamás como misión regir Seminarios diocesanos, donde los Obispos instituidos por el Espíritu Santo9 preparan a sus futuros sacerdotes.

Fomenta, en cambio, el Opus Dei, centros de formación obrera, de capacitación campesina, de enseñanza primaria, media y universitaria, y tantas y tan variadas labores más, en todo el mundo, porque su afán apostólico -escribo hace muchos años- es un mar sin orillas.

Pero ¿cómo me he de alargar en esta materia, si vuestra misma presencia es más elocuente que un prolongado discurso? Vosotros, amigos de la Universidad de Navarra, sois parte de un pueblo que sabe que está comprometido en el progreso de la sociedad, a la que pertenece. Vuestro aliento cordial, vuestra oración, vuestro sacrificio y vuestras aportaciones no discurren por los cauces de un confesionalismo católico: al prestar vuestra cooperación sois claro testimonio de una recta conciencia ciudadana, preocupada del bien común temporal; atestiguáis que una universidad puede nacer de las energías del pueblo, y ser sostenida por el pueblo.

Una vez más quiero, en esta ocasión, agradecer la colaboración que rinden a nuestra Universidad mi nobilísima ciudad de Pamplona, la grande y recia región navarra; los amigos procedentes de toda la geografía española y -con particular emoción lo digo- los no españoles, y aun los no católicos y los no cristianos, que han comprendido, y lo muestran con hechos, la intención y el espíritu de esta empresa.

A todos se debe que la Universidad sea un foco, cada vez más vivo, de libertad cívica, de preparación intelectual, de emulación profesional, y un estímulo para la enseñanza universitaria. Vuestro sacrificio generoso está en la base de la labor universal, que busca el incremento de las ciencias humanas, la promoción social, la pedagogía de la fe.

Lo que acabo de señalar lo ha visto con claridad el pueblo navarro, que reconoce también en su Universidad ese factor de promoción económica para la región y, especialmente, de promoción social, que ha permitido a tantos de sus hijos un acceso a las profesiones intelectuales, que -de otro modo- sería arduo y, en ciertos casos, imposible. El entendimiento del papel que la Universidad habría de jugar en su vida es seguro que motivó el apoyo que Navarra le dispensó desde un principio: apoyo que sin duda habrá de ser, de día en día, más amplio y entusiasta.

Sigo manteniendo la esperanza -porque responde a un criterio justo y a la realidad vigente en tantos países- de que llegará el momento en el que el Estado español contribuirá, por su parte, a aliviar las cargas de una tarea que no persigue provecho privado alguno, sino que -al contrario- por estar totalmente consagrada al servicio de la sociedad, procura trabajar con eficacia por la prosperidad presente y futura de la nación.

Y ahora, hijos e hijas, dejadme que me detenga en otro aspecto -particularmente entrañable- de la vida ordinaria. Me refiero al amor humano, al amor limpio entre un hombre y una mujer, al noviazgo, al matrimonio. He de decir una vez más que ese santo amor humano no es algo permitido, tolerado, junto a las verdaderas actividades del espíritu, como podría insinuarse en los falsos espiritualismos a que antes aludía. Llevo predicando de palabra y por escrito todo lo contrario desde hace cuarenta años, y ya lo van entendiendo los que no lo comprendían.

El amor, que conduce al matrimonio y a la familia, puede ser también un camino divino, vocacional, maravilloso, cauce para una completa dedicación a nuestro Dios. Realizad las cosas

9 Act 20, 28.

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Homilía de san Josemaría Escrivá

con perfección, os he recordado, poned amor en las pequeñas actividades de la jornada, descubrid -insisto- ese algo divino que en los detalles se encierra: toda esta doctrina encuentra especial lugar en el espacio vital, en el que se encuadra el amor humano.

Ya lo sabéis, profesores, alumnos, y todos los que dedicáis vuestro quehacer a la Universidad de Navarra: he encomendado vuestros amores a Santa María, Madre del Amor Hermoso. Y ahí tenéis la ermita que hemos construido con devoción, en el campus universitario, para que recoja vuestras oraciones y la oblación de ese estupendo y limpio amor, que Ella bendice.

¿No sabíais que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?10 ¡Cuántas veces, ante la imagen de la Virgen Santa, de la Madre del Amor Hermoso, responderéis con una afirmación gozosa a la pregunta del Apóstol!: Si, lo sabemos y queremos vivirlo con tu ayuda poderosa, oh Virgen Madre de Dios.

La oración contemplativa surgirá en vosotros cada vez que meditéis en esta realidad impresionante: algo tan material como mi cuerpo ha sido elegido por el Espíritu Santo para establecer su morada..., ya no me pertenezco..., mi cuerpo y mi alma -mi ser entero- son de Dios... Y esta oración será rica en resultados prácticos, derivados de la gran consecuencia que el mismo Apóstol propone: glorificad a Dios en vuestro cuerpo11.

Por otra parte, no podéis desconocer que solo entre los que comprenden y valoran en toda su profundidad cuanto acabamos de considerar acerca del amor humano, puede surgir esa otra comprensión inefable de la que habla Jesús12, que es un puro don de Dios y que impulsa a entregar el cuerpo y el alma al Señor, a ofrecerle el corazón indiviso, sin la mediación del amor terreno.

Debo terminar ya, hijos míos. Os dije al comienzo que mi palabra querría anunciaros algo de la grandeza y de la misericordia de Dios. Pienso haberlo cumplido, al hablaros de vivir santamente la vida ordinaria: porque una vida santa en medio de la realidad secular -sin ruido, con sencillez, con veracidad-, ¿no es hoy acaso la manifestación más conmovedora de las Magnalia Dei13, de esas portentosas misericordias que Dios ha ejercido siempre, y no deja de ejercer, para salvar al mundo?

Ahora os pido con el salmista que os unáis a mi oración y a mi alabanza: magnificate Dominum mecum, et extollamus nomen eius simul14; engrandeced al Señor conmigo, y ensalcemos su nombre todos juntos. Es decir, hijos míos, vivamos de fe.

Tomemos el escudo de la fe, el casco de salvación y la espada del espíritu que es la Palabra de Dios. Así nos anima el Apóstol San Pablo en la epístola a los de Efeso15, que hace unos momentos se proclamaba litúrgicamente.

Fe, virtud que tanto necesitamos los cristianos, de modo especial en este año de la fe que ha promulgado nuestro amadísimo Santo Padre el Papa Paulo VI: porque, sin la fe, falta el fundamento mismo para la santificación de la vida ordinaria.

Fe viva en estos momentos, porque nos acercamos al mysterium fidei16, a la Sagrada Eucaristía; porque vamos a participar en esta Pascua del Señor, que resume y realiza las misericordias de Dios con los hombres.

Fe, hijos míos, para confesar que, dentro de unos instantes, sobre este ara, va a renovarse la obra de nuestra redención17. Fe, para saborear el Credo y experimental, en torno a este altar y en esta Asamblea, la presencia de Cristo, que nos hace cor unum et anima unau18, un solo corazón y una sola alma; y nos convierte en familia, en Iglesia, una, santa, católica, apostólica y romana, que para nosotros es tanto como universal.

Fe, finalmente, hijas e hijos queridísimos, para demostrar al mundo que todo esto no son ceremonias y palabras, sino una realidad divina, al presentar a los hombres el testimonio de una vida ordinaria santificada, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y de Santa María.

10 1 Cor 6, 19.11 1 Cor 6, 20.12 Cfr. Mt 19, 11.13 Eccli 18,514 Ps 33, 4.15 Ephes 6, 11 y ss.16 1 Tim 3,9.17 Secreta del domingo IX después de Pentecostés.18 Act 4, 32.

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II. Un santo apasionado por la universidad

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Estudio preliminar

Enrique Doval19

La relación de san Josemaría con la universidad

Cuando san Josemaría Escrivá comunicó a su padre la decisión de hacerse sacerdote, tenía unos 15 años de edad. Hasta entonces tenía planeado estudiar arquitectura. Su padre respetó y apoyó su decisión, dándole a la vez un consejo: que hiciera la carrera de derecho. Consejo que el hijo siguió, con esfuerzo y gran provecho, cursando al mismo tiempo los estudios jurídicos con los de teología20. Cursó la carrera en la Facultad de Derecho de la Universidad de Zaragoza y posteriormente hizo su tesis doctoral en Madrid. Desde entonces permaneció siempre en contacto estrecho y apasionado con la universidad, y solía afirmar: “Me considero universitario: y todo lo que se refiere a la universidad me apasiona”21. Fundador y Gran Canciller de la Universidad de Navarra, inspiró con su mensaje espiritual y apostólico el surgimiento de universidades en diversas partes del mundo: Buenos Aires, Manila, Santiago de Chile, Roma (dos), México, Bogotá, Piura (Perú), la Universidad de Montevideo, además de otras numerosas instituciones académicas (residencias, institutos universitarios) en los cinco continentes. Con todo, su más profunda contribución en el campo universitario probablemente se halla, como recientemente se ha hecho notar, “en haber entusiasmado a innumerables mujeres y hombres a trabajar con empeño en todos los ámbitos de la sociedad; y para no pocos de ellos, este ámbito se identificaba, y todavía se identifica, con las paredes de un ateneo. Dirigiéndose a sus conciencias de creyentes, los animaba a comprender el trabajo humano, y por consiguiente también el trabajo intelectual, no como algo a latere del propio compromiso cristiano, sino como el lugar privilegiado de su encuentro con Dios y de su servicio al hombre. No sorprende, por tanto, que precisamente a partir de su impulso espiritual, estas mujeres y estos hombres hayan hecho surgir una gran cantidad de iniciativas, promoviendo en los cinco continentes centros culturales, institutos, escuelas, clínicas universitarias o universidades enteras. La grandeza del Fundador del Opus Dei, para decirlo de alguna manera, está en haber formado mujeres y hombres capaces de grandes empresas”22. Su profundo y apasionado interés por todo lo que se refiere al mundo universitario, parece que hay que relacionarlo con la luz y misión sobrenatural recibida de Dios el 2 de octubre de 1928, para fundar el Opus Dei. Desde aquel día, se dedicó enteramente al cumplimiento de esa Voluntad de Dios, de esa tarea —obra de Dios, trabajo de Dios: opus Dei, operatio Dei- que nació con entraña universal, católica. El anuncio e invitación a vivir el Evangelio en plenitud en medio de la vida corriente, en el ejercicio del trabajo profesional ordinario, debía alcanzar hasta el último rincón de la tierra, llegar a todos los ambientes, todas las profesiones, todas las condiciones de vida, todos los hombres y mujeres. “No somos una organización circunstancial” afirma en un documento escrito en 1934, “ni venimos a llenar una necesidad particular de un país o de un tiempo determinados, porque quiere Jesús a su Obra desde el primer momento con entraña universal, católica”23.

19 El Pbro. Dr. Enrique Doval es Doctor en Derecho y Ciencias Sociales, Doctor en Sagrada Teología. Vicario de la Prelatura del Opus Dei en Uruguay.20 VAZQUEZ DE PRADA, Valentín, El fundador del Opus Dei. I ¡Señor, que vea!, Ed. Rialp, Madrid, 1997, pp. 208-217.21 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 77. 22 TANZELLA NITTI, Giuseppe, Riflessioni sot Berns Josemaría e l’llniversitcl, en Fondazione RUI. Revista di cultura universitaria, enero 2002, n. 80. p. 36. 23 ESCRIVA, Josemaría, Instrucción, 19-111-1934, n. 14-15, cit. en DE FUENMAYOR, A., GOMEZ IGLESIAS, V. ILLANES, J.L., El itinerario jurídico del Opus Dei. Ilistoria y defensa de un carisma, Eunsa, Pamplona, 1989, p. 47.

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Un santo apasionado por la universidad

La universalidad, la catolicidad del Opus Dei es fundacional; no se trata simplemente de una cuestión de hecho, de una extensión que poco a poco ha llegado a ser universal, sino de una cualidad originaria, de su propio ser: “Hemos venido a decir, con la humildad de quien se sabe pecador y poca cosa —homo peccator sum (Luc. V, 8), decimos con Pedro-, pero con la fe de quien se deja guiar por la mano de Dios, que la santidad no es cosa para privilegiados: que a todos nos llama el Señor, que de todos espera Amor: de todos, estén donde estén; de todos, cualquiera que sea su estado, su profesión o su oficio. Porque esa vida corriente, ordinaria, sin apariencia, puede ser medio de santidad”24. Ya en la época que el mismo designaba “de los barruntos” cuando presentía, pero aun desconocía lo que el Señor le pedía, hasta llegar el 2 de octubre de 1928, San Josemaría comprendió la importancia del apostolado con los intelectuales. Así lo testimonia un sacerdote amigo suyo, que lo trataba por los años veinte, recordando un comentario que se le imprimió indeleblemente en la memoria: “me habló de la necesidad de hacer apostolado también con los intelectuales, porque, añadía, son como las cumbres con nieve: cuando ésta se deshace, baja el agua que hace fructificar los valles. No he olvidado nunca esta imagen, que tan bien refleja ese ideal suyo de llevar a Cristo a la cumbre de todas las actividades humanas”25. La universidad es una institución cuyo impulso vital originario se halla en la búsqueda de la verdad en toda su extensión y plenitud, sin restricciones: universal. En palabras de Juan Pablo II, puede justamente considerarse nacida ex corde Ecclesiae, del corazón de la Iglesia. En el mismo sentido, recordaba esta verdad histórica San Josemaría en cierta ocasión: “a lo largo de los siglos, la Iglesia, columna y fundamento de la verdad (I Tim. 3,15), ha sembrado la historia de instituciones universitarias que, con la mirada puesta en el fin supremo de la salud de las almas, se dedicaron con generoso empeño al cultivo y progreso de las ciencias sagradas y profanas”26. La Universidad, afirma Juan Pablo II, participa de “aquel gaudium de veritate tan apreciado por San Agustín, es decir, el gozo de buscar la verdad, descubrirla y de comunicarla en todos los campos del conocimiento”27: la verdad sobre el mundo, sobre el hombre, y sobre Dios. Para anunciar el mensaje cristiano, y en particular el que transmite el Opus Dei, San Josemaría comprendió que los universitarios tienen una particular capacidad. “Mons. Escrivá —testimoniaba don Álvaro del Portillo en un discurso a centenares de universitarios- desde el momento en que comenzó a frecuentar los ambientes universitarios fue consciente de la extraordinaria importancia de esta institución en el cuadro de la cristianización de la cultura y de la sociedad. Veía nítidamente la influencia decisiva que ella ejercita en la transmisión de las ideas, de la formación de las mentalidades de los pueblos. Consecuencia lógica de su concepción del “apostolado de la inteligencia”28 era el particular interés que alimentaba por la universidad. Esta institución, nacida hace ocho siglos, ha sabido mantener, en versiones diferentes en el tiempo y en el espacio, una serie de características peculiares, que pueden ser consideradas bajo un único denominador: ser al mismo tiempo una comunidad de saber (universitas scientiarum) y una comunidad de personas (universitas magistrorum et scholarium). Mons. Escrivá se puso frente a la universidad tal como ella es, aceptando sus características tradicionales y la contempla con una mirada llena de fe. Esta perspectiva trascendente se traduce en una concepción de la universidad

24 ESCRIVA, Josemaría, Carta, 24-111-1930, n. 2, cit. en, El itinerario jurídico del Opus Dei. Historia y defensa de un carisma, op. cit., p. 67.25 GOMEZ COLOMO, Fidel, AGE RHF, T-01364, cit. en VAZQUEZ DE PRADA, V., op. cit..p. 266. Esta imagen empleada por el Santo, evoca en parte la que, tomada del salmo 104 (Vg 103), aplica Santo Tomas de Aquino, en su Principium rigans montes, a los doctores, que son como montes regados por la divina sabiduría desde lo alto, y por cuyo ministerio la luz de la divina sabiduría Fluye hasta las inteligencias de sus discípulos: “Rex caelorum et dominus hanc legem ab aeterno instituit, ut providentiae suae dona ad infima per media pervenirent. Uncle Dionysius, quinto capitulo ecclesiasticae hierarchiae dicit: lex divinitatis sacratissima est, ut per prima media adducantur ad sui divinissimam lucem. Quae quidem lex, non solum in spiritualibus, sed etiam in corporalibus invenitur. Unde Augustinus III de Trinitate: quemadmodum igitur crassiora et infirmiora per corpora subtiliora et potentiora quodam ordine reguntur, ita omnia corpora per spiritum vitae rationalem. Et icleo Psalmo praedictam legem in communicatione spiritualis sapientiae observatam sub metaphora corporalium rerum proposuit doininus: rigans montes, et cetera. Videmus autem ad sensum, a superioribus nubium imbres effluere, quibus montes rigati Flumina de se emittunt, quibus terra satiata fecundatur. Similiter, de supernis divinae sapientiae rigantur mentes doctorum, qui per montes significantur, quorum ministerio lumen divinae sapientiae usque ad mentes audientium derivatur”(Proemio).26 ESCRIVA DE BALAGUER, Josemaría, La Universidad al servicio del mundo, en A.A.V.V.„ Eunsa, Pamplona, 1993, p. 61.27 JUAN PABLO II, Const. Apost. Ex write Ecclesiae, 15-VIII-1990.28 Camino, n. 978.

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Enrique Doval

que respeta plenamente su irrenunciable autonomía, pero que, al mismo tiempo, aspira a hacer pulsar en ella un espíritu coherente con las exigencias de la existencia secular cristiana”29.

La universidad en el pensamiento de san Josemaría

En una entrevista realizada en octubre de 1967, el periodista Andrés Garrigo le preguntaba a san Josemaría por la fecha de publicación de un libro sobre temas estudiantiles y universitarios que en el mes de mayo anterior había prometido a los estudiantes, en el curso de una reunión informal. Su respuesta fue: “confío en que el libro saldrá y en que podrá servir a profesores y alumnos. Al menos meteré en él todo el cariño que tengo a la universidad, un cariño que no he perdido nunca desde que puse los pies en ella por primera vez hace... tantos años!”30. Sus múltiples ocupaciones pastorales, acrecentadas en los últimos años de su vida, no le permitieron ver cumplida su promesa. Sin embargo, su pensamiento sobre esos temas aparece expuesto en múltiples discursos académicos, en algunas entrevistas periodísticas31, en homilías y otros escritos, inéditos muchos de ellos aún. Tomando en consideración sus escritos ya publicados, buscaremos en ellos algunas de las líneas de fuerza del pensamiento del fundador del Opus Dei sobre la universidad. Es oportuno hacer notar que, al expresar su pensamiento sobre temas universitarios, advertía el Santo que exponía su “modo personal de ver esta cuestión, no el modo de ver del Opus Dei, que en todas las cosas temporales y discutibles no puede ni quiere tener opción alguna”32. Su respeto a la libertad personal y a la diversidad de opiniones en lo que no es de fe, es una constante de su vida entera y parte esencial del espíritu del Opus Dei. Sin ánimo de exhaustividad, procuraremos dar una visión estructurada de algunos rasgos que nos parecen más importantes en la caracterización de la universidad que surge del pensamiento de san Josemaría.

El servicio específico de la universidad: la investigación universal de la verdad

En el pensamiento del fundador del Opus Dei la universidad es una institución que tiene su razón de ser en el servicio a todos los hombres y a la entera sociedad. El título de una entrevista publicada en Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer lo expresa así: “La universidad al servicio de la sociedad actual”; el discurso académico pronunciado el 25 de octubre de 1960 lleva por título: “La universidad al servicio del mundo”33; y otro: “La universidad ante cualquier necesidad de los hombres”34. ¿Qué es lo especifico del servicio que la universidad está llamada a prestar a «la sociedad actual», al «mundo», a «cualquier necesidad de los hombres»? La respuesta de san Josemaría es precisa: «su misión de servicio a todos los hombres» se realiza «mediante la investigación universal de la verdad»35. En profunda sintonía con la tradición de la universidad y de sus antecedentes griegos, en los que, como afirma el filósofo Leonardo Polo, “la búsqueda de la verdad es una actividad valiosa por sí misma, de manera que dedicarse a ella justifica la vida y convoca el esfuerzo mantenido de grupos selectos”36, el fundador del Opus Dei subraya que la naturaleza específica de ese servicio consiste en la búsqueda apasionada de la verdad en toda su amplitud, sin restricciones. En una ceremonia de investidura de doctores honoris causa en la Universidad de Navarra, al

29 DEL PORTILLO, Álvaro, “Discorso al Congresso univ’92”, en Romana, n. 14, 1992, pp. 04-105.30 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 85.31 Esos discursos y entrevistas están recogidos en el volumen citado en nota 25.32 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 76.33 La Universidad al servicio del mundo, op. cit., p. 59.34 La Universidad al servicio del mundo, op. cit., p. 95.35 La Universidad al servicio del mundo, op. cit., p. 106.36 POLO, Leonardo, “Universidad y sociedad”, en La Universidad al servicio del mundo, op. cit p.185.

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Un santo apasionado por la universidad

hacer el elogio de los doctorandos resumía las cualidades del buen universitario en estos términos: “Sois unos preclaros cultivadores del Saber, enamorados de la Verdad, que buscáis con afán para sentir luego la desinteresada felicidad de contemplarla. Sois, en verdad, servidores nobilísimos de la Ciencia, porque dedicáis vuestras vidas a la prodigiosa aventura de desentrañar sus riquezas”37. A continuación, añadía una consecuencia del dinamismo propio de la caridad cristiana: “pero además la tradición cultural del cristianismo, que transmite a vuestras tareas plenitud humana, os empuja a comunicar después esas riquezas a los estudiantes, con abierta generosidad, en la alegre labor del magisterio, que es forja de hombres, mediante la elevación de su espíritu”38. Búsqueda y comunicación de la verdad, pues: “La universidad tiene como su más alta misión el servicio de los hombres, el ser fermento de la sociedad en que vive: por eso debe investigar la verdad en todos los campos, desde la Teología, ciencia de la fe, llamada a considerar las verdades siempre actuales, hasta las demás ciencias del espíritu y de la naturaleza”39. El horizonte de esta búsqueda de la verdad por la universitas scientiarum es ilimitado: “siempre dilatado más y más, para responder a las nuevas necesidades y exigencias de la realidad social”. La importancia percibida en este servicio de búsqueda de la verdad concuerda con su profundo convencimiento de que “el mayor enemigo de Dios es la ignorancia; estoy convencido de ello”40. La universalidad (catolicidad) original del Opus Dei, y la universalidad de la institución universitaria, puede ser considerado un punto de contacto sólido, una explicación del profundo interés de san Josemaría por esta. La catolicidad (universalidad) de la universidad (universitas scientiarum, apertura a todos los saberes, a todas las ciencias), se manifiesta en la plena apertura a la verdad, también a la verdad religiosa y revelada. De ahí que la presencia de la teología en la universidad es consecuencia connatural, en el pensamiento de san Josemaría, de su misión. Más aún: si la teología fuese excluida de la universidad, esta quedaría incompleta, y la razón que proporciona es maciza, profundamente humanística: “La religión es la mayor rebelión del hombre que no quiere vivir como una bestia, que no se conforma —que no se aquieta- si no trata y conoce al Creador: el estudio de la religión es una necesidad fundamental. Un hombre que carezca de formación religiosa no está completamente formado. Por eso la religión debe estar presente en la universidad; y ha de enseriarse a un nivel superior, científico, de buena teología. Una universidad de la que la religión está ausente, es una universidad incompleta: porque ignora una dimensión fundamental de la persona humana, que no excluye -sino que exige- las demás dimensiones”41. El cultivo de la teología y de la filosofía, en particular, junto con el diálogo interdisciplinario, hacen posible el cumplimiento de un objetivo fundamental de la universidad: la búsqueda de la verdad conlleva el esfuerzo siempre recomenzado de buscar la unidad de los saberes, el sentido último. La continua apertura de la universidad “a nuevos campos, hasta hace poco inéditos, incorpora a su acervo tradicional ciencias y enseñanzas profesionales de muy reciente origen y les imprime la coherencia y la dignidad intelectual, que son el signo perdurable del quehacer universitario”42. Y es que, tal como ha señalado Leonardo Polo, sin la unidad de las ciencias, “tampoco existe la universidad, sino un sucedáneo suyo que cabe denominar la pluriversidad, institución extinguida por el aislamiento de las especializaciones”43.

37 “Servidores nobilisimos de la ciencia”, en La Universidad al servicio del mitdo, op. cit., pp. 87 y 88.38 Ibidem. 39 “Servidores nobilisimos de la ciencia”, en La Universidad al servicio del mundo, op. cit., p. 90.40 “La universidad, foco cultural de primer orden”, en La Universidad al servicio del mundo, op. cit., p. 7071.41 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 73.42 “Servidores nobilisimos de Ia ciencia”, en La Universidad al servicio del mundo, op. cit., p. 91.43 “Universidad y sociedad”, en La Universidad al servicio del ‘mind°, op. cit., p. 191.

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Enrique Doval

La Universitas Magistrum Et Scholarium (comunidad-universidad- de maestros y estudiantes)

En el pensamiento de san Josemaría, la universalidad de la universidad ha de manifestarse necesariamente en la apertura a todos los hombres, sin discriminaciones de ninguna especie; su misión de servicio ha de dirigirse a todos los hombres y a todo el hombre. Apertura a todos los hombres: la universidad debe estar abierta a todos los que en ella quieran estudiar y tengan condiciones para esos estudios: “Cuantos reúnan condiciones de capacidad deben tener acceso a los estudios superiores, sea cualquiera su origen social, sus medios económicos, su raza o su religión”44. Por eso, le entusiasmaba el ideal pedagógico defendido por su paisano y ancestro, san José de Calasanz, “en abierta pugna con la mentalidad de entonces” (la sociedad estamental del siglo XVII) al promover la instrucción superior para el pueblo, no solo para los jóvenes de la aristocracia: “cultura y educación para todos”, “formación integral —científica y doctrinal, profesional y humana- de los hijos de las clases populares”45. De hecho, las instituciones universitarias que en su pensamiento se inspiran promueven la concesión de numerosas ayudas económicas a los estudiantes que las necesitan, a través de fundaciones y sociedades de amigos de la universidad. La universidad ha de ser un “factor de promoción social”46, enseñaba el fundador del Opus Dei. Apertura a todo el hombre: la universidad no es tal si se limita a “transmitir” saberes; debe forjar hombres, ciudadanos responsables; dispuestos a servir. Si se limitase a adiestrar a sus alumnos, a conferir pericias profesionales, se negaría a sí misma. “No hay universidad propiamente en las escuelas donde, a la transmisión de los saberes, no se una la formación enteriza de las personalidades jóvenes. Ya el humanismo helénico fue consciente de esta riqueza de matices. Pero cuando —llegada la plenitud de los tiempos- Cristo iluminó para siempre las arcanas lejanías de nuestro destino eterno, quedó establecido un orden humano y divino a la vez, en cuyo servicio tiene la universidad su máxima grandeza”47. La formación moral, humana de los alumnos, no es un opcional: “Es necesario que la universidad forme a los estudiantes en una mentalidad de servicio: servicio a la sociedad, promoviendo el bien común con su trabajo profesional y con su actuación cívica. Los universitarios necesitan ser responsables, tener una sana inquietud por los problemas de los demás y un espíritu generoso que les lleve a enfrentarse con estos problemas, y a procurar encontrar la mejor solución. Dar al estudiante todo eso es tarea de la Universidad”48.

El ambiente universitario

El ámbito de esta búsqueda en común de la verdad, tiene unos elementos inherentes a ella: el respeto a la libertad de las conciencias, la serenidad, el espíritu de colaboración generosa, el trabajo en equipo, la amistad sincera. Lo que acomuna a esta universitas magistrum et scholarium es la búsqueda sincera de la verdad, así como su libre y generosa comunicación a todos, sin individualismos ni egoísmos personales o colectivos. El clima que se respire ha de ser “un clima de libertad, en el que todos se sientan hermanos, bien lejos de la amargura que proviene de la soledad o de la indiferencia. Un clima en el que aprenden a apreciar y a vivir la mutua comprensi6n, la alegría de una convivencia leal entre los hombres. Amamos y respetamos la libertad, y creemos en su valor educativo y pedagógico. Estamos convencidos de que en un clima así se forman almas con libertad interior, y se forjan hombres capaces de vivir responsablemente la doctrina de Cristo”49.

44 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 74.45 “Trascendencia social de la educación” (21-X-1960), en La Universidad al servicio del mundo, op. cit., p. 57.46 La Universidad al servicio de/ ttumdo, op. cit., p. 126.47 “Formación enteriza de las personalidades jóvenes”, 28-XI-1964, en La Universidad al servicio del mundo, op. cit., p. 77.48 La Universidad al servicio del mundo, op. cit., p. 136.49 “Valor educativo y pedagógico de la libertad”, en La Universidad al servicio del mundo, op. cit., p. 84.

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Un santo apasionado por la universidad

La vida ordinaria de la comunidad académica alcanza así un “carácter alegre y esperanzado”50, de trabajo serio, responsable, tenaz. Podría resumirse la visión hondamente optimista y esperanzadora que de la universidad tenla san Josemaría, con estas palabras suyas: “La universidad no vive de espaldas a ninguna incertidumbre, a ninguna inquietud, a ninguna necesidad de los hombres. No es misión suya ofrecer soluciones inmediatas. Pero, al estudiar con profundidad científica los problemas, remueve también los corazones, espolea la pasividad, despierta fuerzas que dormitan, y forma ciudadanos dispuestos a construir una sociedad más justa. Contribuye así con su labor universal a guitar barreras que dificultan el entendimiento mutuo de los hombres, a aligerar el miedo ante un futuro incierto, a promover —con el amor a la verdad, a la justicia y a la libertad- la paz verdadera y la concordia de los espíritus y de las naciones”51. “Ningún ideal se hace realidad sin sacrificio”52, nos recuerda el fundador del Opus Dei. Por eso, pido a Dios Nuestro Señor que todos quienes conviven, estudian, enseñan y trabajan en la Universidad de Montevideo -personal administrativo y de servicio, alumnos, profesores y autoridades académicas-, se empeñen cada día con alegría, en seguir los ideales universitarios que tan atractivamente nos muestra san Josemaría, de modo que esta Universidad se vaya convirtiendo cada vez más en “un potente foco de luz”. Presento esta petición a través de la Virgen, tal como san Josemaría nos enseñó siempre a hacer en todo: “Sancta Maria, Sedes Sapientiae” - Santa María, Asiento de la Sabiduría. Invoca con frecuencia de este modo a Nuestra Madre, para que Ella llene a sus hijos, en su estudio, en su trabajo, en su convivencia, de la Verdad que Cristo nos ha traído”53.

50 “El compromiso de la verdad”, en La Universidad al servicio del mondo, op. cu., p. 105. Cfr. también p. 75.51 “La Universidad ante cualquier necesidad de los hombres”, en La Universidad al servicio del tnundo, op. cit., p. 98. 52 Camino, n. 175.53 Surco, n. 607.

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III. A propósito de las enseñanzas de san Josemaría Escrivá

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Así como está fuera de nuestro alcance concentrar en un instante el arco de toda la historia, o abarcar al firmamento con una mirada, tampoco caben en nuestra mente finita de razonar temporal, los innumerables signos, gestos y realidades con los que Dios nos habla. Sin embargo, la riqueza que va desgranando el exégeta al explicar las Escrituras, el colmado sentido de cada rúbrica en la Liturgia, las incontables estrellas de una noche oscura, hacen más cercano a Aquel a quien no entendemos. No podemos retener esa omnipotencia divina que se vislumbra en distancias inmensas y gestos de amor. Incluso cabría la desatinada pregunta por su verdadero objetivo: estos signos ¿estarán dirigidos a que mentes limitadas capten algo más, o habrá que interpretar esos despliegues magnánimos como una simple dádiva ornamental? Porque quizás las luces del cielo podrían ser solo eso: omnipotencia volcada para hacer más acogedora la oscuridad, haciendo que el hombre sienta en ella la amable paternidad del Todopoderoso. “La grandeza de la vida ordinaria”54 que Dios nos da está plagada de tesoros y belleza sobrenatural. Josemaría Escrivá de Balaguer recibió este mensaje de parte del Cielo y gastó su vida en abrir, para el resto de los siglos, esos caminos divinos de la tierra. Muchas de sus homilías condensan esas luces en explicaciones sencillas, aptas para todo público. A su buena pluma se añade el difícil arte de titular: basta una frase acertada para descubrir que aquello rebosa de contenido. Son escritos que encienden y contagian su vigor sobrenatural. La predicación de la Misa celebrada el 8 de octubre de 1967 en el campus de la Universidad de Navarra, está recogida bajo el título Amar al mundo apasionadamente55. Esta homilía posee notablemente la virtud de transmitir lo genuino de la secularidad. Intentaremos reflexionar sobre su texto, aunque —como hemos adelantado- el título por si solo explica mejor que muchas palabras la realidad riquísima que Josemaría Escrivá abordó en dicha ocasión.

El camino del mundo común

Hemos leído repetidas veces en los escritos de Escrivá de Balaguer que el mundo es bueno porque ha salido de las manos de Dios56. Y al recordar el relato del Génesis, efectivamente lo encontramos como obra suya57. ¿Cabría dudar, entonces, que esa parte puramente material de la creación, pudiera quedar fuera de todo lo contenido entre el Alfa y la Omega que es Dios? El mundo material, como todo lo creado, refleja a su Creador. Es expresión de Dios. En ese mundo que salió de las manos de Dios como vestigio suyo vivimos los hombres. Si él no nos conduce a Dios, se deberá a alguna intervención que no estaba en su origen como creatura. Hemos oído y leído a Josemaría Escrivá aclararnos que, si el mundo se encuentra desviado de su plan originario, se debe al afeamiento que en él causa el pecado58. Sabemos que bastó la primera pareja en el mundo, para lograr esa escisión que el pecado produce en toda creatura: cuando consciente y soberbiamente nuestros primeros padres se enfrentan a Dios, su pecado supone la desviación radical de toda la naturaleza humana existente

54 Título de una homilía de Josemaría Escrivá de Balaguer recogida en el libro Amigos de Dios.55 Esta homilía ha sido el documento más citado durante las sesiones del Congreso “La grandeza de la vida corriente” (Roma, 8-12 de enero de 2002), según el Prof. Dr. Pedro Rodríguez (cfr. su ponencia “La santificación del mundo en el mensaje fundacional del Beato Josemaría”, en el XXIII Simposio International de Teología, Pamplona, 10 de abril de 2002).56 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer n. 114.57 Gen 1, p. 7 ss.58 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 114.

A propósito de las enseñanzas de san Josemaría Escrivá

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en ese momento de la voluntad divina, arrastrando consigo a las criaturas inferiores —el mundo material- que no puede pecar porque carece de voluntad. Así como el pecado desune, separa y borra la imagen, el amor une y repara más fuertemente. Soldando, convierte en uno solo aquellos que eran dos distintos: “Pidamos hoy a nuestro Rey que nos haga colaborar humilde y fervorosamente en el divino propósito de unir lo que está roto, de salvar lo que está perdido, de ordenar lo que el hombre ha desordenado, de llevar a su fin lo que se descamina, de reconstruir la concordia de todo lo creado”59. Como el mundo, por sí solo, no puede reconducir a Dios como en el plan inicial, las huellas amargas del pecado deben ser retiradas por el amor que el hombre reinserte en él60. El hombre —participando de la mediación de Cristo- es el que puede hacer una transfusión de amor al mundo: es parte del mundo y a la vez mantiene su vinculación de amor a Dios. Reintroducir el amor en el mundo es la tarea del cristiano; él es el pontífice entre Dios y el mundo: “Se comprende, hijos, que el Apóstol pudiera escribir: todas las cosas son vuestras, vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios. Se trata de un movimiento ascendente que el Espíritu Santo, difundido en nuestros corazones, quiere provocar en el mundo: desde la tierra, hasta la gloria del Señor”61.

Trabajo como encrucijada

El cristiano, a su vez, en los designios de Dios Creador y Redentor, rebosa amor. El mismo Amor que circula entre la Santísima Trinidad, es constitutivo del hombre que se encuentra en este mundo terreno. El cristiano, al adherirse con voluntad propia a la de su Creador, realiza sus acciones con ese mismo principio operativo. Ama y desea unirse al ser amado, quiere identificar su voluntad con la de Dios, que la suya sea una sola con la de su Creador. Sus acciones son una continuación de las de Cristo por la identificación que en la criatura obra la gracia. Cristo presente en los cristianos titula de modo gráfico Escrivá otra homilía para explicar esta unión impresionante de la vid y los sarmientos. Esta criatura humana va por la vida divinizando todo lo que toca62, si es que permanece unida a quien le da ese poder de estar ella misma divinizada: “Por eso puedo deciros que necesita nuestra época devolver —a la materia y a las situaciones que parecen más vulgares- su noble y original sentido, ponerlas al servicio del Reino de Dios, espiritualizarlas, haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro encuentro continuo con Jesucristo”63. El trabajo en manos del hombre se convierte entonces en el punto de contacto, la vía por la que hombre interviene en el mundo transfiriendo el amor que habita en él, y logrando con el fruto de su esfuerzo sobre ese mundo, hacer resurgir los brillos divinos que reverberan ocultos en las realidades materiales: “Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir”64.

Responsabilidades de la secularidad

Vivir en el mundo para el hombre no es una circunstancia casual, ni un empalme forzado. Es su lugar. Ese espacio lo necesita para vivir; en él suceden tanto sus actos más íntimos como sus relaciones sociales, externas. Su intrínseca unión al mundo y todo lo que éste supone —familia, trabajo, descanso, participación política, solidaridad- forma parte de su vida. No se mueve en dos niveles paralelos, sino que su ser cristiano implica la conciencia de arrastrar consigo —de

59 Es Cristo que pasa, n. 183.60 Esta idea de reintroducir el amor de Dios en el mundo está inspirada en una de las Comunicaciones del Congreso “La grandeza de /a vida corriente” (Roma, del 8 al 12 de enero de 2002): ALVIRA, Rafael, “Hater Cristo al mundo”.61 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 115.62 Josemaría Escrivá ejemplificaba muy pedagógicamente esta realidad utilizando el mito del rey Midas, que convertía en oro todo cuanto tocaba.63 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 114.64 Ibidem.

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ponérselo al hombro- todo eso que compone el mundo, sabiéndose depositario del Amor de Dios y de la luz de la Verdad, para reconducir todo a su Creador: Recordando su predicación a la gente joven, por los años treinta, decía: “Quería apartarlos así de la tentación, tan frecuente entonces y ahora, de llevar como una doble vida: la vida de relación con Dios, de una parte; y de otra, distinta y separada, la vida familiar, profesional y social, plena de pequeñas realidades terrenas”65. Así como solo encaminadas hacia su verdadero fin -el Amor de Dios- las personas pueden ser felices, así también el mundo material, cuando tiende a su Creador por la acción del hombre, puede llegar a ser un “mundo nuevo”, glorioso: “El auténtico sentido cristiano —que profesa la resurrección de toda carne- se enfrentó siempre, como es lógico, con la desencarnación, sin temor a ser juzgado de materialismo. Es lícito, por tanto, hablar de un materialismo cristiano, que se opone audazmente a los materialismos cerrados al espíritu”66. Este enfoque, que apasionadamente predicó el fundador del Opus Dei, aleja cualquier temor al mundo. Es tan ajeno para el cristiano sentirse mundano —tender a las cosas del mundo para su satisfacción egoísta- como sacudirse la responsabilidad de los acontecimientos de su tiempo: “No lo dudéis, hijos míos: cualquier modo de evasión de las honestas realidades diarias es para vosotros, hombres y mujeres del mundo, cosa opuesta a la voluntad de Dios”67. Ser ciudadano, trabajador, padre de familia, sano o enfermo, joven o viejo, son condiciones convertibles en cualidades de las que la persona no puede desprenderse; constituyen el entramado de su vida. Son modos determinados que le llevaran a realizar tales o cuales acciones, Pero de las que no puede prescindir ni olvidarse porque los tiene como cosidos a su piel: “Jesús sabe exigir, colocar a cada uno frente a sus deberes, sacar a quienes le escuchan de la comodidad y del conformismo...”68. Josemaría Escrivá explicó de una forma y otra, incansablemente, que la unidad de vida que hemos de vivir los cristianos, es como el nervio que atraviesa nuestro itinerario espiritual. Como la savia, vivifica todo lo que hacemos, el momento en que lo ejecutamos y el lugar donde estamos. Es lógico que esto sea así, porque la vida que santifica es la continuación, participación de la única Vida de Cristo. El cristiano puede, por eso, “hacer Cristo al mundo”69.Dios cuenta con que el cristiano, timoneando su voluntad libre, responda al amor que Él le tiene y se una a la redención del hombre y del mundo, desde las entrañas mismas de la sociedad civil. El abismo abierto por el pecado original ya ha sido superado por Cristo.

El cristiano ante las crisis mundiales

El hombre puede corredimir ayudado por la gracia. Pero -como vimos- también contribuye con sus pecados personales a separar al mundo, una y otra vez, del destino preparado por su Creador. El retorno a Dios no es lineal: ni en nuestra vida personal ni en la historia de las civilizaciones. Como somos ciudadanos de este mundo, tanto el rectificar en nuestra vida como corregir los continuos errores y monstruosidades de la Historia, transitan por la misma vía. El hombre, que es temporal, muchas veces se compromete con un sí para siempre en su respuesta personal a Dios. Y ese siempre frecuentemente se diluye al instante. Su sí está lleno de interrupciones. Identificar su voluntad con la divina será una obra en la que a lo largo de toda la vida pronunciará una y otra vez el mismo sí comprometido en la voluntad, aunque devaluado en la acción. No dominamos nuestro propio futuro; pero tenemos confianza en que Dios irá hilvanando esas intermitencias para que construyamos un sí global a través de nuestros días, de tal forma que nuestra respuesta vaya teniendo mayor continuidad hasta hacerse permanente en la otra vida. Los santos también luchaban -bien sabemos- obteniendo hoy victorias y mañana derrotas. La esperanza del cristiano -otro de los títulos de las conocidas homilías de Escrivá de Balaguer- es un reclamo a levantar la vista al Autor de la Gracia y no desfallecer.

65 Ibidem.66 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer; n. 115 (el subrayado no pertenece al texto).67 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 114.68 Es Cristo que pasa, n. 109.69 ALVIRA, Rafael, Título de su Comunicación en el Congreso “La grandeza de la vida corriente”, ya citada.

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Ciertamente estamos más acostumbrados a ser optimistas en la lucha personal -tal vez porque experimentamos en nosotros mismos la acción de la gracia- que ante los acontecimientos adversos del mundo. Clamorosos pecados de rebelión, indiferencia, desprecio al Creador por parte de unos seres insípidos que se idolatran a sí mismos y a los artefactos que fabrican. ¿Cómo de las crisis y del caos se desembocará en el reino glorioso de Cristo en este mundo? ¿Qué vueltas tendrá que dar la Historia para que de sus tortuosos caminos llegue a formarse un solo rebaño y un solo Pastor? No parece que lo previsto por Dios sea hacerlo surgir como un fenómeno espontáneo. Sabemos que cuenta el Señor con los trabajadores de su campo, empeñados en hacer crecer el trigo aún a sabiendas de que hasta el final de los tiempos no se verán librados de la cizaña. Nos explica Jesús en la parábola que vinieron los sembradores del odio mientras los trabajadores dormían. Ya es inútil intentar separar el trigo de la cizaña. Dejadlos crecer juntos es la respuesta del amo cuando los trabajadores se disponen a arrancar las malas yerbas. Pero esa invasión no exime de batallar: no debemos caer nuevamente en el sueño cómodo. No podemos dedicarnos a la lamentación: “Dejaos, pues, de sueños, de falsos idealismos, de fantasías, de eso que suelo llamar mística ojalatera y ateneos, en cambio, sobriamente, a la realidad más material e inmediata, que es donde está el Señor…”70. Hacen falta brazos para esta pelea terrena donde se ganan o se pierden las almas. Las estructuras de pecado71 están instaladas y en ellas tenemos que

70 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 116.71 Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Reconciliatio et Paenitentia, n.2 y n.16.

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vivir en gracia personalmente. La cultura de muerte72 campea prepotente y si no defendemos y hacemos respetar la vida despreciamos el alto valor que le imprimió su Autor. Esta tarea inmensa puede desconcertar a los “débiles del mundo”, a tal punto que podríamos preguntarnos: ¿querrá Dios que luchemos por conseguir estructuras civiles cristianas, o esta vida será un transcurrir en el que se trata de conseguir que almas entregadas reparen individualmente? “Estas crisis mundiales son crisis de santos”73, oímos clamar al fundador del Opus Dei. Grito que no nos deja indiferentes: apela a la santidad personal, y supone luchar por las dos cosas: la íntima unión con Dios, y la justicia en la sociedad humana. “Un hombre sabedor de que el mundo —y no solo el templo- es el lugar de su encuentro con Cristo, ama ese mundo, procura adquirir una buena preparación intelectual y profesional, va formando ¿—con plena libertad- sus propios criterios sobre los problemas del medio en que se desenvuelve; y toma, en consecuencia, sus propias decisiones que, por ser decisiones de un cristiano, proceden además de una reflexión personal, que intenta humildemente captor la voluntad de Dios en esos detalles pequeños y grandes de la vida’’74. Dejar de lado lo terreno, o utilizarlo únicamente como ocasión para ganar almas no responde al plan de Dios, que al sexto día -según narra el Génesis- vio que todo lo que había hecho era bueno. Su valor, además, bien confirmado está, pues aquí también tendrá lugar su segunda venida gloriosa. Los dos extremos están ligados y son una sola cosa: no hay santidad personal para un cristiano de la calle si no arrastra con ella todo lo que la calle implica: trabajo, ambiente, relaciones sociales, costumbres, respeto ordenado a la naturaleza, participación política, diversión; y, ante todo, primacía de Dios, de la persona, de la familia. “Hijos míos, allí donde están vuestros hermanos los hombres, allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro con Cristo. Es, en medio de las cosas más materiales de la tierra, donde debemos santificarnos, sirviendo a Dios y a todos los hombres”75. ¿Cómo nos encontrará Cristo en su segunda venida gloriosa? ¿Será este mundo un campo invadido de cizaña o con el trigo bien crecido? No sabemos. Sí sabemos que batallar en este campo es la tarea santificante que tenemos hasta el fin de los tiempos76. Es el transcurrir de nuestros días, comprometidos en hacer Cristo al mundo. Por tratarse de una misión difícil no podemos desviar la mirada y buscar refugio entre los buenos. Nuestro ser pontífices y llevar al mundo con nosotros se traduce en trabajar —donde sea- con conciencia de ciudadanos, con la responsabilidad de iluminar o —mejor dicho- desempolvar y dejar ver los brillos divinos que se encierran tanto en las realidades del mundo como en las actividades de los hombres: “Y todo con naturalidad, como cualquier cristiano consciente, sin mentalidad de selectos, fundidos en la masa de sus colegas, mientras procuran detectar los brillos divinos que reverberan en las realidades más vulgares”77.Solo llevando a Cristo a las cosas del mundo, y este a Cristo, se humaniza la vida del hombre y se respeta al mundo: “En la línea del horizonte, hijos míos, parece unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria...”78. Desde sus entrañas, amar al mundo apasionadamente. El anclaje que hace uno al hombre con el mundo, y lo une por amor -no por resignación ni mandamiento- es la secularidad79. Podemos entender como primicias -y a la vez paradigma- del mundo santificado, también con todos sus elementos materiales, que Dios haya dispuesto que sean pan y vino, frutos de la tierra y del trabajo del hombre -no de un solo elemento sino de los dos: realidad material y trabajo humano sobre la naturaleza-, los que se convierten en el Cuerpo y Sangre del Dios hecho Hombre.

72 Juan Pablo II, Encíclica Evangelium Vitae, n. 3-24.73 Camino, n. 301.74 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 116.75 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 113.76 Caudium et Spes, cap. III: todos sus números (del 33 al 39 inclusive) tratan directamente de esta misión de santificar el mundo: el hombre líbremente debe lograr el reditus de lo que ha sido exitus de Dios.77 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 119.78 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 116.79 Según la teóloga alemana Jutta Burggraf, el término “secularidad” solo puede comprenderse si se conoce el Espíritu de Josemaría Escrivá. En ningún diccionario contemporáneo de ninguna lengua todavía ha sido definido (cfr. ponencia “Secularidad: reflexión sobre el significado de una palabra” en el XXIII Simposio Internacional de Teología; Pamplona, 10-12 de abril de 2002).

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La medida del hombre y su misión santificadora

El hombre, que habla sido creado a imagen y semejanza de Dios, se apartó desde su origen del plan por El trazado. Por muy alto que se encontrara en la jerarquía de lo creado, nunca hubiera soñado disparatadamente la reparación con que Dios, dueño y señor de todos los tiempos, interceptó esa transgresión fatal. Aquella naturaleza caída en desgracia, la tomó el Verbo haciéndola suya. Con la encarnación del Hijo de Dios, la naturaleza humana, atravesada por la propia eternidad, quedo ansiosa de infinitud. Las huellas de cada acción de Cristo-Hombre ya no podrán ser desligadas de la naturaleza con que las ejecuto: “...hablando con rigor, no se puede decir que haya realidades —buenas, nobles, y aun indiferentes- que sean exclusivamente profanas, una vez que el Verbo de Dios ha fijado su morada entre los hijos de los hombres, ha tenido hambre y sed, ha trabajado con sus manos, ha conocido la amistad y la obediencia, ha experimentado el dolor y la muerte”80. El hombre, en lo más profundo de su ser, está llamado a identificarse con Cristo. Lo verdaderamente humano, después de asumida la humanidad por Dios, ya no es solo humano; lo verdaderamente humano pasa por estar divinizado en Cristo: “...la cumbre del Progreso se ha dado ya: es Cristo” 81. Resulta altamente impropio separar lo humano de lo cristiano después de la venida de Cristo al mundo, pues todo lo humano quedo transido de lo divino: “Cristo ... es el centro de la creación, Primogénito y Señor de toda criatura”82. Las virtudes que llamamos humanas fueron vividas por Cristo. Está clara, pues, cuál es su medida: no la tienen. Adquieren la tendencia, siempre creciente, de identificarse con las acciones que Cristo realizó. Que absurda resulta hoy -y así sucedió en tantos períodos de la historia- la pretensión humana de inculcar valores asépticos. De empeñarse en construir una justicia “perfectamente” humana prescindiendo de la mirada hacia la vida eterna. Hasta Aristóteles, varios siglos antes de Cristo, ya entendía como impracticable la justicia a secas. Es curioso ver cómo los hombres rinden veneración a la madre naturaleza en sus más mínimas expresiones, porque ¿cómo puede ordenarse un verdadero ecologismo desconociendo quién es su padre? La intención de querer construir aquí “ciudad permanente” con leyes, costumbres, formas de vida pactadas entre hombres que librados a su soberbia independencia -más que demostrado está en seis mil años de historia- a lo máximo que puede llegar, es a pasar la vida atrincherados, defendiéndose unos hombres de otros, llenos de temores y egoísmos. Acertó a decirlo muy bien Chesterton como colofón a su Ortodoxia y podríamos resumir así sus ingeniosos argumentos: “quitad lo sobrenatural y lo que quede ni siquiera será humano”83. Qué cínico pretender apropiarse de los resultados operativos —formas de conducirse, virtudes de la convivencia y de la solidaridad heredadas del cristianismo- y llamar acciones neutras a esas que se pretenden conservar como disecadas, al extraerles su verdadero nutriente. Pobre empeño de una humanidad que rebusca en sí misma su sentido. Cegueras vacías tratando de envolverse en eufemismos elegantes, con tintes de avanzada84. Ignorancia de la verdadera cultura que la sustenta, al atreverse —en expresión coloquial- a cortar la rama que la sostiene. Van pasando veintiún siglos desde la venida de Cristo al mundo —y de su permanencia desde entonces- y los cristianos seguimos trazando tímidos ensayos antropológicos que, en las ocasiones más audaces, traducen algo de aquella potente luz de la Gaudium et spes: “es Cristo quien revela al hombre el propio hombre”85. Creemos que Él ha redimido al hombre y resellado de Amor y divinidad nuestra naturaleza humana; pero permanecemos paralizados como pidiendo permiso para ofrecer —si alguien tiene la amabilidad de escucharnos- ese otro modelo, el verdadero. Es deslumbrante, pero lo reservamos escondido. Paradojas de nuestra miseria y de nuestra débil fe.

80 Es Cristo que pasa, n. 112.81 Ibidem, n. 104.82 Ibidem, n. 105.83 CHESTERTON, G.K., Collected Works, Vol. I, Orthodoxy, Ignatius Press, San Francisco, p. 340-345.84 LLANO, Alejandro, La vida lograda, Ed. Ariel, Barcelona 2002, p. 47-50 (el filósofo Alejandro Llano ha comenzado a utilizar la expression Antropología integral para indicar la necesidad de incluir los aspectos trascendentes en la comprensión del hombre).85 Gaudium et Spes, n. 22. Es el texto del Concilio Vaticano II más citado por Juan Pablo II. Se puede afirmar sin ambages que el Sumo Pontífice ha convertido esta afirmación en la clave interpretativa de toda su Antropología.

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Mundo, trabajo y santificación

Josemaría Escrivá de Balaguer nos empuja a hacer propio este mensaje que compromete la propia vida, y todo el amplio abanico de aspectos que -como vida secular que es- abraza cuando se entrega generosamente. Contamos con la paciencia infinita de Dios con nosotros. Su amor constituye lo más profundo de nuestro ser. Pone en nuestras manos la posibilidad de corresponder según nuestra medida, pero haciendo -Él- inconmensurable nuestro aporte: “... porque una vida santa en medio de la realidad secular -sin ruido, con sencillez, con veracidad- es acaso la manifestación más conmovedora de las magnalia Dei, de esas portentosas misericordias que Dios ha ejercido siempre, y no deja de ejercer, para salvar al mundo?”86. A los cristianos de hoy nos toca desplegar las velas de nuestra libertad y complicarnos la vida en este trajín del mundo nuestro, el de este momento de la historia, que es el mejor para nosotros porque para esta generación lo quiso Dios87. Probamos así la maravilla de la libertad, que solo nos hace libres cuando se basa en la auténtica verdad88. Y es verdad que esa es la voluntad de Dios, que nos alienta antes de entrar en su Pasión: “En el mundo tendréis tribulación. Pero confiad: Yo he vencido al mundo”89.

86 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 123.87 BURGGRAF, Jutta, op.cit., “Secularidad: reflexión sobre el significado de una palabra”, comienza comentando las Cartas desde el Lago di Como de Romano Guardini, publicadas en 1927. El filósofo ítalo-alemán después de mostrar en ocho largas cartas la situación desesperantemente negativa del mundo de su tiempo, en la novena expresa un sí rotundo al mundo que le ha tocado vivir, explicando al sorprendido lector que eso es exactamente lo que Dios nos pide: Él mismo actúa en los cambios; tenemos que estar dispuestos a escucharle y dejarnos formar por Él. (Al año siguiente, 1928, Dios inspiraba a Josemaría Escrivá la fundación del Opus Dei).88 Jn, 8, 31-32.89 Jn, 16, 33.

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Santidad y cuestión social

Pedro Gari

“Los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no solo hablar de Cristo, sino en cierto modo hacérselo ver”90.

“Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: este lee la vida de Jesucristo”91.

La cuestión social se resuelve con la santidad

La Iglesia se ocupa por derecho propio de las deficiencias del orden social, en la medida que ellas conspiran contra el auténtico desarrollo de “todo el hombre” y de “todos los hombres”. Es que, como decía Pío XII en 1941, “de la forma dada a la sociedad, en armonía o no con las leyes divinas, depende el bien o el mal para las almas”. Estas deficiencias del orden social se conocen, genéricamente, como “la cuestión social” y para el año 2001 han llegado a ser “una cuestión planetaria”. Juan Pablo II, en Novo Millennio Ineunte (Carta apostólica fechada el 6 de enero de 2001) pasa revista a los “retos actuales” que deben integrar “la agenda eclesial de la caridad” y reclaman el compromiso del cristiano: El desequilibrio ecológico, los problemas de la paz, el vilipendio de los derechos humanos fundamentales de tantas personas, especialmente de los niños. Exhorta a prestar especial atención al respeto a la vida de cada ser humano desde la concepción hasta su ocaso natural, y exige que las nuevas potencialidades de la ciencia, especialmente en el terreno de las biotecnologías, respeten las exigencias fundamentales de la ética. Ante semejante panorama, se explica que en la misma carta apostólica el Papa haya hecho pública una exhortación a todos los fieles, en términos claros y exigentes: La vida espiritual del cristiano debe tener como meta la santidad, y para los laicos el camino hacia esa meta pasa necesariamente por esforzarse en resolver la cuestión social en sus múltiples facetas.

Oigamos al Papa: “...si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial. Preguntar a un catecúmeno ¿quieres recibir el Bautismo?, significa al mismo tiempo preguntarle, ¿quieres ser santo?”. Significa ponerle en el camino del Sermón de la Montaña: “Sed perfectos, como es perfecto vuestro Padre celestial”. Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable solo por algunos “genios” de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno”92. “En particular, es necesario descubrir cada vez mejor la vocación propia de los laicos, llamados como tales a buscar el reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios (Lumen Gentium, n. 31) y a llevar a cabo “en la Iglesia y en el mundo la parte que les corresponde... con su empeño por evangelizar y santificar a los hombres (Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los laicos, n. 2)”93. “Esta vertiente ético-social se propone como una dimensión imprescindible del testimonio cristiano. Se debe rechazar la tentación de una espiritualidad oculta e individualista, que poco tiene que ver con las exigencias de la

90 Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte, 6.1.2001, n. 16.91 Camino, n. 2.92 Juan Pablo II; Carta Apostólica Nova Millennio Income, n. 31.93 Ibidem, n. 46.

A propósito de las enseñanzas de san Josemaría Escrivá

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caridad, ni con la lógica de la Encarnación y, en definitiva, con la misma tensión escatológica del cristianismo. Si esta úItima nos hace conscientes del carácter relativo de la historia, no nos exime en ningún modo del deber de construirla. Es muy actual a este respecto la enseñanza del Concilio Vaticano II: “El mensaje cristiano, no aparta los hombres de la tarea de la construcción del mundo, ni les impulsa a despreocuparse del bien de sus semejantes, sino que les obliga más a llevar a cabo esto como un deber”94. La voz de Juan Pablo II, como antes la de los Padres Conciliares, ha proclamado una vez más al mundo entero lo que un joven sacerdote español empezó a predicar en 1928: “Un secreto. Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos. Dios quiere un puñado de hombres suyos en cada actividad humana. Después... pax Christi in regno Christi, la paz de Cristo en el reino de Cristo “95.

Buscar a Cristo, conocerle e imitarle

Como puede apreciarse, Josemaría Escrivá nunca se anduvo con rodeos sobre la verdadera respuesta a la cuestión social. La fe en Cristo y en su Iglesia le ayudó a comprender, como pocos, que la raíz de las crisis mundiales era de índole sobrenatural. Josemaría Escrivá asimilaba continuamente todas las manifestaciones del magisterio pontificio en materia social. Sin separar esas enseñanzas de su fuente profética, las trasmitía a sus hijos y las razonaba en familia. El fruto ha sido una acción social de sólidos cimientos, audaz, imparable. Puede decirse que al revitalizar la llamada universal a la santidad desobstruyó y limpió la única fuente de las aguas medicinales capaces de curar y prevenir la cuestión social. Es así como el compromiso por alcanzar la santidad, concretado por cada uno de los cristianos que responden a esa llamada en el día a día, es la mejor contribución que se puede hacer para resolver problemas que generalmente se presentan —erróneamente- como de índole primordialmente económica. “Tienes obligación de santificarte. Tú también. ¿Quién piensa que ésta es labor exclusiva de sacerdotes y religiosos? A todos, sin excepción, dijo el Señor: Sed perfectos, como mí Padre Celestial es perfecto’’96. La santidad es, ante todo, la mejor forma de corresponder a la entrega de Cristo. Monseñor Escrivá dedicó su vida a promover, con su ejemplo y su palabra, la llamada universal a la santidad, y así fue como alcanzo él mismo la santidad. Era un hijo fiel de la Iglesia, atento a la voz de Cristo, y a la voz del “Dulce Cristo en la Tierra”, como le gustaba llamar al Papa siguiendo a Santa Catalina de Siena. Cuando alguno de sus hijos le preguntaba cómo hacer para imitarlo, le recordaba que no lo debía imitar a él, sino a Cristo. Acto seguido, con trazo ágil y firme, dibujaba el rostro del Hijo de Dios, con frases breves del Evangelio que hoy muchos —como antes él- llevan grabadas en su corazón: “Pertransiit benefaciendo”—pasó haciendo el bien-; “Bene omnia fecit” —todo lo hizo bien-; “Coepit facere et docere” —comenzó a hacer y enseñar-; sin olvidar el “erat subditus illius”—obedecía-; etc. Así convocaba Josemaría Escrivá a todos, a la lucha por la santidad. Dándonos a conocer al Hijo de Dios y su vida de trabajo, aprendida junto a San José y la Virgen María, nos mostró el Camino para hacernos santos y santificar a los demás, en el cumplimiento de nuestros deberes familiares y laborales. En sus cartas, en sus escritos, en sus homilías, en las tertulias, abundaban el cariño y la paciencia -de padre que conoce a cada uno de sus hijos, con sus altos y bajos- pero no se rebajaba la exigencia. “No me explico que te llames cristiano y tengas esa vida de vago inútil. ¿Olvidas la vida de trabajo de Cristo?”97. “Que tu vida no sea una vida estéril. Sé útil. Deja poso. Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor...”98. “Eres, entre los tuyos, -alma de apóstol—, la piedra caída en el

94 lbidem, n. 51-52.95 Camino, n. 301.96 Ibidem, n. 291.97 lbidem, n. 356.98 Ibidem n. 1.

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Pedro Gari

lago. Produce, con tu ejemplo y tu palabra un primer círculo... y este, otro... y otro, y otro... Cada vez más ancho. ¿Comprendes ahora la grandeza de tu misión?”99.

Primero oración, luego acción

Juan Pablo II señala que el núcleo esencial de la gran herencia que nos dejó el Jubileo del año 2000 fue la contemplación del rostro de Cristo “...confesado como sentido de la historia y luz de nuestro camino” y que las experiencias vividas “deben suscitar en nosotros un dinamismo nuevo, empujándonos a emplear el entusiasmo experimentado en iniciativas concretas...”100. También dejó escrito en Camino que el amor a Jesucristo exige ir en su busca, y que ese amor se prueba con las obras: “Al regalarte aquella Historia de Jesús, puse como dedicatoria: Que busques a Cristo: Que encuentres a Cristo: Que ames a Cristo. Son tres etapas clarísimas. ¿Has

99 Ibidem n. 831.100 Juan Pablo II, Carta Apost6lica Novo Millennia Ineunte, n. 31.

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intentado, por lo menos, vivir la primera?”101. “Cuentan de un alma que al decir al Señor en la oración Jesús, te amo, oyó esta respuesta del cielo: Obras son amores y no buenas razones. Piensa si acaso tú no mereces también ese cariñoso reproche”102. Juan Pablo II, en Novo Millennio Ineunte, hace un llamado cada vez más apremiante a la acción social de los cristianos. No obstante, advierte que no debe confundirse acción con activismo, y que la urgencia del momento no debe llevar a dejar de lado un presupuesto esencial de la acción: “Es importante que lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios, esté fundado en la contemplación y en la oración. El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil de hacer por hacer. Tenemos que resistir a esta tentación, buscando ser antes que hacer…”103. ¿Qué —o mejor dicho, quién— debemos “ser”? ¿Y cómo llegar a serlo mediante la contemplación y la oración? Con palabras inolvidables, Josemaría Escrivá nos adelantó hace más de medio siglo una respuesta: “...el Señor ha confiado en nosotros para llevar almas a la santidad, para acercarlas a Él, unirlas a la Iglesia, extender el reino de Dios en todos los corazones. El Señor nos quiere entregados, fieles, delicados, amorosos. Nos quiere santos, muy suyos (...) Podemos remontarnos hasta las humildes alturas del amor de Dios, del servicio a todos los hombres. Pero para eso es preciso que no haya recovecos en el alma, donde no pueda entrar el sol de Jesucristo. Hemos de echar fuera todas las preocupaciones que nos aparten de Él; y así Cristo en tu inteligencia, Cristo en tus labios, Cristo en tu corazón, Cristo en tus obras. Toda la vida —el corazón y las obras, la inteligencia y las palabras- llena de Dios...”104. Josemaría Escrivá, en la turbulenta década del 30 en que se publicó Camino, tampoco se dejaba apurar por la necesidad de la acción social, ni pasaba por alto interpelar a cada cristiano para que, antes de pensar en la acción, enmendara su conducta personal. Así es como ponía en orden las cosas: “Primero, oración: después, expiación: en tercer lugar, muy en ‘tercer lugar’, acción”105. Años después exhortaba a vivir la fidelidad, la justicia y la caridad, así como otras virtudes de especial repercusión en el ambiente familiar, laboral y social: “Oigamos al Señor, que nos dice: quien es fiel en lo poco, también lo es en lo mucho, y quien es injusto en lo poco, también lo es en lo mucho (Lc XVI,10). Que es como si nos recordara: lucha cada instante en esos detalles en apariencia menudos, pero grandes a mis ojos; vive con puntualidad el cumplimiento del deber; sonríe a quien lo necesite, aunque tú tengas el alma dolorida; dedica, sin regateo, el tiempo necesario a la oración; acude en ayuda de quien te busca; practica la justicia, ampliándola con la gracia de la caridad”106. Juan Pablo II también llama a las cosas por su nombre: “...no se puede llegar fácilmente a una comprensión profunda de la realidad que tenemos ante nuestros ojos, sin dar un nombre a la raíz de los males que nos aquejan...”107. “La Iglesia, cuando habla de situaciones de pecado o denuncia como pecados sociales determinadas situaciones o comportamientos colectivos de grupos sociales más o menos amplios, o hasta de enteras Naciones y bloques de Naciones, sabe y proclama que estos casos de pecado social son el fruto, la acumulación y la concentración de muchos pecados personales. Se trata de pecados muy personales de quien engendra, favorece o explota la iniquidad; de quien, pudiendo hacer algo por evitar, eliminar o, al menos, limitar determinados males sociales, omite el hacerlo por pereza, miedo y encubrimiento, por complicidad solapada o por indiferencia; de quien busca refugio en la presunta imposibilidad de cambiar el mundo; y también de quien pretende eludir la fatiga y el sacrificio, alegando supuestas razones de orden superior. Por lo tanto, las verdaderas responsabilidades son de las personas. Una situación -como una institución, una estructura, una sociedad- no es, de suyo, sujeto de actos morales; por lo tanto, no puede ser buena o mala en sí misma”108.

101 Camino, n. 382.102 Ibidem, n. 933.103 Juan Pablo II, Carta ApostólicaNovo Millennia Ineunte, n. 15.104 Es Cristo que pasa, n. 11.105 Camino, n. 82.106 Es Cristo que pasa, n. 77.107 Juan Pablo II, Encíclica Sollicitudo Rei Sociales, 1987.108 Juan Pablo II, Exhortación Apostalica Reconciliatio et poenitentia, 1984, n. 16.

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Pedro Gari

Ahogar el mal en abundancia de bien

En su tercer año de pontificado, S.S. Juan Pablo II presentaba al mundo, en la encíclica Laborem Exercens, una tesis: “... el trabajo humano es una clave, quizá la clave esencial, de toda la cuestión social, si tratamos de verla verdaderamente desde el punto de vista del bien del hombre”109. “...a través (del trabajo humano) deben multiplicarse sobre la tierra no solo los frutos de nuestro esfuerzo, sino además la dignidad humana, la unión fraterna, y la libertad”110. Josemaría Escrivá, al impulsar a los cristianos a conquistar la santidad, también les indica un camino de santificación en el trabajo, válido en todo tiempo y lugar. “¿Quieres de verdad ser santo? Cumple el pequeño deber de cada momento: haz lo que debes y está en lo que haces”111. “Pon un motivo sobrenatural a tu ordinaria labor profesional, y habrás santificado el trabajo”112. Monseñor Escrivá hablaba de la diligencia profesional, de la intención de agradar a Dios con nuestro trabajo. En una palabra, del amor -a Dios, al prójimo— que es lo que puede distinguir, calificar, al trabajo humano. El trabajo así cumplido, es servicio con y para los demás, tiende a excluir situaciones de injusticia en las relaciones humanas, entre empleador y empleado, entre compañeros de trabajo, entre quien tiene trabajo y quien no lo tiene. De ese modo el trabajo se convierte en llave —que no otra cosa significa la palabra “clave”- que destraba las relaciones entre los hombres, antes viciadas por la desconfianza, el individualismo y la injusticia. Una situación así no se logrará de la noche a la mañana, ni estará libre de tropiezos y retrocesos. No hay que desanimarse. Así ocurre las más de las veces con el esfuerzo del hombre por santificarse. “Rectificar Cada día un poco. Esta es la labor constante, si de veras quieres hacerte santo”113 “...solo sirviendo podremos conocer y amar a Cristo, y darlo a conocer y lograr que otros más lo amen... Servir a los demás, por Cristo, exige ser muy humanos… Hemos de comprender a todos, hemos de convivir con todos, hemos de disculpar a todos, hemos de perdonar a todos. No diremos que lo injusto es justo, que la ofensa a Dios no es ofensa a Dios, que lo malo es bueno. Pero, ante el mal, no contestaremos con otro mal, sino con la doctrina clara y con la acción buena: ahogando el mal en abundancia de bien. Así Cristo reinará en nuestra alma, y en las almas de los que nos rodean”114.

El servicio al prójimo como testimonio cristiano

Ya en 1891, León XIII exponía en la encíclica Rerum Nova rum, bajo el apartado de “La doctrina de la Iglesia sobre los bienes” sus consideraciones y las de San Gregorio Magno sobre como deberla concretarse el testimonio cristiano: “... todo el que ha recibido abundancia de bienes, sean estos del cuerpo y externos, sean del espíritu, los ha recibido para perfeccionamiento propio y, al mismo tiempo, para que, como ministro de la providencia divina, los emplee en beneficio de los demás. Por lo tanto, el que tenga talento, que cuide mucho de no estarse callado; el que tenga abundancia de bienes, que no se deje entorpecer para la largueza de la misericordia; el que tenga un oficio con que se desenvuelve, que se afane en compartir su use y su utilidad con el prójimo”115. Josemaría Escrivá nos interpelaba en forma parecida, recordándonos que la generosidad y la exigencia resultan indispensables para formarse, y que no debe olvidarse nunca que la finalidad de la formación es el servicio al prójimo: “Egoísta. Tú, siempre a lo tuyo. Pareces incapaz de sentir la fraternidad de Cristo; en los demás, no ves hermanos: ves peldaños. Presiento tu fracaso rotundo. Y, cuando estés hundido, querrás que vivan contigo la caridad que ahora no quieres vivir”116. “Al que pueda ser sabio no le perdonamos que no lo sea”117. “Estudia. Estudia con empeño. Si has de ser sal y

109 Juan Pablo II, Laborem Exercens, n. 3.110 Ibidem n. 27.111 Camino n. 815.112 lbidem, n. 359.113 Ibidem n. 390.114 Es Cristo que pasa, n. 182.115 León XIII, Rerum Novarum, 1891, n. 16.116 Camino, n. 31.117 Ibidem, n. 332.

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luz, necesitas ciencia, idoneidad. ¿O crees que por vago y comodón vas a recibir ciencia infusa?118 “¡Influye tanto el ambiente!, me has dicho. Y hube de contestar: sin duda. Par eso es menester que sea tal vuestra formación, que llevéis, con naturalidad, vuestro propio ambiente, para dar «vuestro tono» a la sociedad con la que conviváis...»119. Juan Pablo II, luego de exponer las llagas de la cuestión social moderna que requieren de nuestra atención, también formula una advertencia y un consejo: “Para la eficacia del testimonio cristiano, especialmente en estos campos delicados y controvertidos, es importante hacer un gran esfuerzo para explicar adecuadamente los motivos de las posiciones de la Iglesia, subrayando sobre todo que no se trata de imponer a los no creyentes una perspectiva de fe, sino de interpretar y defender los valores radicados en la naturaleza misma del ser humano. La caridad se convertirá entonces, necesariamente, en servicio a la cultura, a la política, a la economía, a la familia, para que en todas partes se respeten los principios fundamentales, de los que depende el destino del ser humano y el futuro de la civilización”120. También en este sentido, Josemaría Escrivá fue un adelantado, exhortando a que se acudiera sin miedo a la arena de la ciencia y desde allí se diera razón de la esperanza cristiana: “Antes, como los conocimientos humanos —la ciencia— eran muy limitados, parecía muy posible que un solo individuo sabio pudiera hacer la defensa y apología de nuestra Santa Fe. Hoy, con la extensión y la intensidad de la ciencia moderna, es preciso que los apologistas se dividan el trabajo para defender en todos los terrenos científicamente a la Iglesia. Tú ... no te puedes desentender de esta obligación”121.

Josemaría Escrivá: hijo fiel de la Iglesia y experto en humanidad

Con justicia, la Iglesia ha reclamado para sí, como título que la habilita para tener “una palabra que decir” en materia social, el de “Experta en Humanidad.” Monseñor Escrivá, hijo fidelísimo de la Iglesia, fue un experto en humanidad, que interpretó y profundizó en los fundamentos del magisterio social diligentemente. Le gustaba repetir las palabras de la Virgen Santísima en las bodas de Caná: “Hagan lo que Él les diga”; porque eso fue lo que procuró hacer toda su vida, atento a las enseñanzas de Cristo y de los sucesores de Pedro. La contribución de Josemaría Escrivá a la vida cristiana resulta trascendente, en el momento histórico en que la Iglesia propone la “...vertiente ético-social como una dimensión imprescindible del testimonio cristiano...” y reactualiza el mensaje conciliar de la “vocación universal a la santidad”. Será también una contribución insustituible para el futuro del cristianismo y de la sociedad, en la medida que el trabajo, “clave esencial” de la cuestión social, es también el camino que nos señaló para la santificación en la vida ordinaria.

118 Ibidem, n. 340.119 Ibidem, n. 376.120 Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo Millennia laconic, 6.1.2001, n. 51.121 Camino, n. 338.1

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El estudio en las enseñanzas de san Josemaría Escrivá

Claudio Ruibal

Es fácil descubrir el mensaje directo y preciso del libro Camino: la santidad y el apostolado en medio del mundo se basan en el cumplimiento, acabado hasta los últimos detalles, de los deberes profesionales. Y en el caso de los estudiantes, el deber es el estudio. El Fundador del Opus Dei sostenía que no hay profesiones de menor importancia, porque toda actividad honrada tiene en sí el carácter santificador y corredentor, de unión con Dios, que supera cualquier diferenciación socio-económica. Al referirse al estudio, el autor incluye también “la formación profesional que sea”, como lo dice expresamente en un punto de Camino citado más arriba. El esfuerzo por aprender y capacitarse es una pieza clave en el edificio de la santidad. Al comienzo de la Encíclica Fides et Ratio, el Papa Juan Pablo II afirma: “La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo”122. Josemaría Escrivá era un apasionado de la verdad. En Camino escribe: “No tengas miedo a la verdad, aunque la verdad to acarree la muerte”123. No le gustaban las cosas hechas a medias, porque no resultan dignas para ofrecer a Dios. Era más amigo de las “últimas piedras” que de las “primeras”. Esto, sumado a la pasión de la que hablamos antes, le llevó a escribir: “En el momento en que aprendemos algo, descubrimos otras cosas que ignorábamos y que constituyen un estímulo para continuar este trabajo sin decir nunca basta”124. El conocimiento, como todos los bienes espirituales, no disminuye en la persona que lo comparte con otros. El fundador del Opus Dei estimulaba siempre a trasmitir de tal forma los conocimientos, que las personas que vinieran después pudieran continuar la tarea donde los anteriores la habían dejado, apoyadas en la experiencia y conocimientos trasmitidos. Por eso escribe en Surco: “Profesor: que te ilusione hacer comprender a los alumnos, en poco tiempo, lo que a ti te ha costado horas de estudio llegar a ver claro”125. Desde los comienzos de su acción sacerdotal, el fundador del Opus Dei se rodeó de muchachos jóvenes, estudiantes y obreros, para ayudarles a seguir grandes ideales que trascienden el tiempo y el espacio en el que nos encontramos. Muchas veces, a esos jóvenes que le acompañaban desde el principio les decía: “Soñad, y os quedareis cortos”126. El mundo quedaba pequeño para él y para esos muchachos y muchachas. Había que conquistarlo para Dios. En Surco escribe: “Es necesario estudiar... pero no es suficiente. ¿Qué se conseguirá de quien se mata por alimentar su egoísmo, o del que no persigue otro objetivo que el de asegurarse la tranquilidad, para dentro de unos años? Hay que estudiar..., para ganar el mundo y conquistarlo para Dios. Entonces elevaremos el plano de nuestro esfuerzo, procurando que la labor realizada se convierta en encuentro con el Señor, y sirva de base a los demás, a los que seguirá nuestro camino... De este modo, el estudio será oración”127. El Papa Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo MIillennio Ineunte128 recuerda —una vez más- que la tarea apostólica no es solo misión de la jerarquía de la Iglesia, sino de todos los bautizados.

122 JUAN PABLO 11, Encíclica Fides et Ratio, 14 -IX-1998, Introd.123 Camino, n.34.124 Amigos de Dios, n. 232.125 Surco, n. 229.126 CASCIARO, P., Soñad y os quedaréis cortos, Ed. Rialp, Madrid, 1994.127 Surco, n. 526.128 JUAN PABLO 11, Carta Ap. Novo Millennia Immne, n. 46.

A propósito de las enseñanzas de san Josemaría Escrivá

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El estudio en las enseñanzas de san Josemaría Escrivá

Josemaría Escrivá enseñaba cuáles son las armas para esta acción apostólica. En Surco escribe: “Estudio, trabajo: deberes ineludibles en todo cristiano; medios para defendernos de los enemigos de la Iglesia y para atraer -con nuestro prestigio profesional- a tantas otras almas que, siendo buenas, luchan aisladamente. Son arma fundamentalísima para quien quiera ser apóstol en medio del mundo”129. El estudio tiene la misma fuerza santificadora de toda actividad humana honrada, y una característica propia: que su objeto inmediato es la verdad. Y tanto una cosa como la otra tienen un influjo directo en la persona que se dedica al estudio, en la sociedad y en la Iglesia. “Antes, como los conocimientos humanos -la ciencia- eran muy limitados, parecía muy posible que un solo individuo sabio pudiera hacer la defensa y apología de nuestra Santa Fe. Hoy, con la extensión y la intensidad de la ciencia moderna, es preciso que los apologistas se dividan el trabajo para defender en todos los terrenos científicamente a la Iglesia. Tú...no te puedes desentender de esta obligación”130. Una manifestación, entre muchas, de su confianza en el estudio para resolver los asuntos, es el siguiente comentario a un expediente de trabajo. En la esquina de la primera página escribió con caracteres enérgicos: “Por mí, adelante. Estudiadlo”. No se conserva el resto del documento; pero se advierte que el Fundador señalaba el estudio como la vía eficaz de llevar a la práctica una sugerencia. Es también una manifestación de su amor a la libertad y a la iniciativa personal.

Poner a Cristo en la cumbre de las actividades humanas

“A los laicos pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales. (...) A ellos, muy en especial, corresponde iluminar y organizar todos los asuntos temporales a los que están estrechamente vinculados, de tal manera que se realicen continuamente según el espíritu de Jesucristo y se desarrollen y sean para Ia gloria del Creador y del Redentor”131. El Concilio Vaticano II recuerda la misión de la Iglesia de recapitular todas las cosas en Cristo. Volver a restaurar el orden de la Creación, sometiendo todo al dominio de Jesucristo como Cabeza de todo lo creado: “Este carácter de universalidad, que distingue al Pueblo de Dios, es un don del mismo Señor por el que la Iglesia Católica tiende eficaz y constantemente a recapitular la Humanidad entera con todos sus bienes, bajo Cristo como Cabeza en la unidad de su Espíritu”132. En Camino figura un pensamiento a este respecto: “Solo te preocupas de edificar tu cultura. Y es preciso edificar tu alma. Así trabajarás como debes, por Cristo: para que Él reine en el mundo hace falta que haya quienes, con la vista en el cielo, se dediquen prestigiosamente a todas las actividades humanas y, desde ellas, ejerciten calladamente -y eficazmente- un apostolado de carácter profesional”133. Es innegable la peculiar responsabilidad que los intelectuales tienen en la sociedad. Para ilustrarlo, Josemaría Escrivá usaba el ejemplo de la nieve de las grandes montañas que, cuando se derrite, baja por las laderas y riega y fecunda los valles. De esta manera, los que se dedican a profesiones intelectuales pueden llegar más fácil y rápidamente a influir en la sociedad con un criterio cristiano. En su gran amor a la libertad, no coaccionaba ni siquiera mínimamente en todo lo que se refiere a la libre elección de los hombres: la profesión, las soluciones técnicas a problemas sociales, económicos, etc. Pero sí despertaba en las conciencias de los católicos la responsabilidad de actuar, junto con otras personas, en la búsqueda de la solución a estos problemas. Para que esa acción sea eficaz se necesita formar personas capaces, con los conocimientos y habilidades necesarias, para ocupar esos puestos. Y eso se consigue con estudio. En Forja leemos: “Urge difundir la luz de la

129 Surco, n. 483.130 Camino, n. 338. 131 CONC. VAT. II, Const. dogm. Lumen Gentium, n. 31.132 Ibidem, n.13.133 Camino, n. 347.

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Claudio Ruibal

doctrina de Cristo. Atesora formación, llénate de claridad de ideas, de plenitud del mensaje cristiano, para poder después trasmitirlo a los demás. No esperes unas iluminaciones de Dios, que no tiene por qué darte, cuando dispones de medios humanos concretos: el estudio, el trabajo”134. Y en otro punto: “Hemos de procurar que, en todas las actividades intelectuales, haya personas rectas, de auténtica conciencia cristiana, de vida coherente, que empleen las armas de la ciencia en servicio de la humanidad y de la Iglesia”135.

Ahogar el mal en abundancia de bien

Josemaría Escrivá afirmaba con mucha firmeza que el mayor enemigo de Dios es la ignorancia: “La malicia de algunos y la ignorancia de muchos: he ahí el enemigo de Dios y de la Iglesia”136. Lejos de lamentos estériles, animaba a los católicos: “Ya lo dijo el Maestro: ¡ojalá los hijos de la luz pongamos, en hacer el Bien, por lo menos el mismo empeño y la obstinación con que se dedican, a sus acciones, los hijos de las tinieblas! No to quejes: ¡trabaja, en cambio, para ahogar el mal en abundancia de bien!”137. Por eso señalaba que la educación se dirige a formar “cristianos verdaderos, hombres y mujeres íntegros capaces de afrontar con espíritu abierto las situaciones que la vida les depare, de servir a sus conciudadanos y de contribuir a la solución de los grandes problemas de la humanidad, de llevar el testimonio de Cristo donde se encuentren más tarde, en la sociedad”138. Con esta finalidad el Opus Dei fomenta “centros de formación obrera, de capacitación campesina, de enseñanza primaria, media y universitaria, y tantas y tan variadas labores más, en todo el mundo, porque su afán apostólico es un mar sin orillas”139. En esta labor educativa de la juventud, la universidad tiene un peso relevante. Desde ella es posible trabajar para la consecución de la paz en el mundo basada en la convivencia: “La universidad es la casa común, lugar de estudio y de amistad; lugar donde deben convivir en paz personas de las diversas tendencias que, en cada momento, sean expresiones del legítimo pluralismo que en la sociedad existe”140.

134 Forja, n. 841.135 Ibidem, n. 636.136 Ibidem, n. 635.137 Ibidem, n. 848.138 Es Cristo que pasa, n.28.139 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 120.140 Ibidem, n.76.

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El estudio en las enseñanzas de san Josemaría Escrivá

Su impulso en la creación de universidades en el mundo

En la entrevista que le hizo Salvador Bernal en el año 2000, el prelado del Opus Dei, Mons. Javier Echevarría, cuenta respecto del Fundador: “Desde 1928 empezó a trabajar (...) con universitarios y con intelectuales... Fomentaba también entre muchos estudiantes la idea de que, preparándose muy bien, se orientasen hacia la investigación y la enseñanza universitaria. Era consciente de que desde las cátedras se influye —para el bien o para el mal— en millares y millares de alumnos que pasan por las aulas. Partiendo de la universalidad de la doctrina católica, estaba convencido de que era necesario formar pensadores, investigadores, hombres de cultura y de ciencia, que fuesen católicos responsables, de modo que su formación cristiana les sirviese de base para su tarea específica. Al mismo tiempo, deseaba -y no se cansó de repetirlo- que los católicos no abandonasen ningún campo de la ciencia ni de la investigación, de modo que con su prestigio profesional pudiesen también contrarrestar las doctrinas y los caminos que atentan contra la verdad, contra la dignidad del hombre y, por tanto, contra el Creador”141. En el libro Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer se incluye una entrevista que le realizó Andrés Garrigó, publicada en Gaceta Universitaria el 5-X-1967; allí el fundador del Opus Dei afirmaba: “La Universidad de Navarra surgió en 1952 -después de rezar durante años: siento alegría al decirlo- con la ilusión de dar vida a una institución universitaria, en la que cuajaran los ideales culturales y apostólicos de un grupo de profesores que sentían con hondura el quehacer docente”142. En octubre de 1960, Josemaría Escrivá recibió el título de hijo adoptivo de Pamplona. En el discurso que pronunció en esa oportunidad, describía los ideales que quería que allí se impartieran: “Queremos que aquí se formen hombres doctos, con sentido cristiano de la vida: queremos que, en este ambiente, propicio para la reflexión serena, se cultive la ciencia enraizada en los más sólidos principios y que su luz se proyecte por todos los caminos del saber”143. Cuatro años más tarde, en una reunión con profesores de la Universidad de Navarra, afirmaba: “Yo quisiera daros una nueva dimensión de la Universidad de Navarra. Queremos que en ella se formen hombres rectos, limpios, claros, que sepan defender y amar la libertad de los demos. Navarra es punto de partida y no de llegada. Nos llaman de todas partes. Y aquí debemos formar el profesorado para hacer labores universitarias en todo el mundo, para hacer las cosas muy seriamente y al mismo tiempo con buen humor”144. Durante su vida, el Fundador del Opus Dei impulsó muchas iniciativas promovidas por intelectuales, profesionales y empresarios en distintos países, algunas de las cuales se han transformado luego en universidades. Es de justicia reconocer en él un auténtico inspirador de estas universidades. Es el caso, entre otras muchas que sería largo citar, de nuestra Universidad de Montevideo.

Amar al mundo apasionadamente

En uno de sus discursos académicos, Josemaría Escrivá decía respecto a la responsabilidad social de la universidad y de los universitarios: “La universidad no vive de espaldas a ninguna incertidumbre, a ninguna inquietud, a ninguna necesidad de los hombres. No es misión suya ofrecer soluciones inmediatas. Pero, al estudiar con profundidad científica los problemas, remueve también los corazones, espolea la pasividad, despierta fuerzas que dormitan, y forma ciudadanos dispuestos a construir una sociedad más justa. Contribuye así con su labor universal a guitar barreras que dificultan el entendimiento mutuo de los hombres, a alejar el miedo ante un

141 ECHEVARRIA, Javier, Memoria del Beato Josemaría Escrivá, Ed. Rialp, 4’ ed., Madrid 2000, p. 286.142 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 82.143 “La Universidad, loco cultural de primer orden” (25-X-60), en Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, EUNSA, Pamplona 1993.144 Reunión con profesores de la Universidad de Navarra, 28-XI-64 (tornado de la página web de la Universidad de Piura).

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Claudio Ruibal

futuro incierto, a promover -con el amor a la verdad, a la justicia y a la libertad- la paz verdadera y la concordia de los espíritus y de las naciones”145. “Amar al mundo apasionadamente” es el título de la homilía que pronunció durante la Misa al aire libre celebrada en el campus de la Universidad de Navarra el 8 de octubre de 1967. A los allí presentes les decía: “Nos encontramos en un templo singular: podría decirse que la nave es el campus universitario; el retablo, la Biblioteca de la Universidad; allá, la maquinaria que levanta nuevos edificios; y arriba, el cielo de Navarra. ¿No os confirma esta enumeración, de una forma plástica e inolvidable, que es la vida ordinaria el verdadero lugar de vuestra existencia cristiana? Hijos míos, allí donde están vuestros hermanos los hombres, allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo. Es, en medio de las cosas más materiales de la tierra, donde debemos santificarnos, sirviendo a Dios y a todos los hombres”146. “Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno descubrir”147. También en el estudio se esconde ese algo santo y divino. El fundador del Opus Dei nos ha ayudado a descubrirlo, y continúa haciéndolo desde el Cielo. Esto es motivo de agradecimiento profundo porque ese algo es el aliciente que impulsa a seguir adelante.

145 “La universidad ante cualquier necesidad de los hombres” (7-X-72), en Josemaría Escrivá de Balaguer y /a Universidad, EUNSA, Pamplona 1993.146 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n.113.147 Ibidem, n.114.

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Una natural sobrenaturalidad

Nicolás Etcheverry

“Que sepas, a diario y con generosidad, fastidiarte alegre y discretamente para servir y para hater agradable la vida a los demás. Este modo de proceder es verdadera caridad de Jesucristo”148.

Siempre me ha parecido un rasgo esencial del fundador del Opus Dei la unidad de su modo de ser: su temperamento y carácter estaban perfectamente hilvanados con su constante presencia de Dios. Y esa naturalidad de estar en Dios sin dejar de ser quien es, se la pedía también a todos los que querían ser mejores cristianos. El llamado universal a la santidad que proclamó a viva voz y a los cuatro vientos, no supone cambiar de estado, de profesión o dejar de realizar las actividades honestas y normales de cualquier hombre de la calle. Por ello me ha parecido importante destacar este aspecto en la figura de Josemaría Escrivá que -de manera a veces no consciente ni querida- tanto se vincula a la docencia, entendida en su sentido más amplio y general.

El primer contacto

El año 1972 fue para mí crucial por dos razones: a fines de marzo conocí personalmente a Josemaría Escrivá de Balaguer y en la primera semana de abril falleció mi padre. Estos dos sucesos incidieron en mi vida cambiándola profunda y decisivamente. Ambos hechos están más relacionados de lo que a simple vista puede parecer. Josemaría Escrivá era conocido y tratado por las personas vinculadas de una u otra manera al Opus Dei como “el Padre”. Y ello porque se daba una relación de cariño filial entre el Fundador y todos los que habían recibido y aceptado su mensaje de buscar la santidad en medio del mundo, que se plasmaba de diversas maneras: reuniones con centenares de personas que le hacían preguntas o confidencias personales y le pedían consejos, intercambio de cartas, y también encuentros casuales y breves en los que el buen humor y el afecto surgían en forma inmediata. Todo esto y mucho más –difícil de describir en palabras— encarnaba la relación entre el Fundador del Opus Dei y sus hijos espirituales, a quienes les inculcaba una cierta forma, un cierto estilo de buscar la santidad en y a través de las cosas cotidianas. Por todo ello, 1972 fue un año decisivo en mi vida. Desde dos o tres años antes había empezado a conocer algunos escritos de Escrivá, sobre todo Camino, Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer y algunas homilías recopiladas más tarde en Es Cristo que pasa. A través de esas lecturas me había hecho una imagen concreta (y muy errónea, por cierto) de lo que podía ser la personalidad de su autor: mucha seriedad, pausas al hablar, una segura solemnidad al dirigirse a los demás y un caminar lento, con algunos rasgos de realeza. En la última semana de marzo del referido año tuve la oportunidad de comprobar cuan equivocadas estaban mis imágenes, teorías y especulaciones. Había concluido mis estudios de bachillerato y con mis padres viajé a Europa durante el receso previo al ingreso a la Universidad. Mientras ellos permanecieron en París, me traslade a Roma en donde se desarrollaba, en una de sus primeras instancias, el Congreso UNIV, que nucleaba a centenares (hoy ya son miles) de estudiantes de todo el mundo. En dicho Congreso se plantean, investigan y exponen temas de variadísimo interés académico, con el fin de dar un

148 Forja: n. 150.

A propósito de las enseñanzas de san Josemaría Escrivá

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tono más cristiano a las ciencias, las artes y la cultura en general. Además de esto, el Congreso tenía, tanto en aquel entonces como en la actualidad, dos puntos de referencia y atracción adicionales que al día de hoy han pasado a ser una tradición: todos los estudiantes congregados en Roma suelen ser recibidos en audiencia por el Papa y participar también de un encuentro con el prelado del Opus Dei. En mi primer encuentro con Josemaría Escrivá, aquello que mi mente había elaborado a través de lecturas y comentarios ajenos se vino abajo. Me hallaba junto con otros sesenta o setenta jóvenes entre los cuales había peruanos, venezolanos, franceses y belgas, esperando su llegada en una sala de estar de Villa Tevere, sede central del Opus Dei en Roma. Con paso rápido y decidido, y con una gran sonrisa, entró en la sala un sacerdote al que no era fácil dar con su edad, dada la agilidad de sus movimientos. Se sentó en una de las tantas sillas -no en un sillón especialmente reservado para él -que en semicírculo se habían dispuesto, y los demos nos apeñuscamos, sentados o acuclillados en torno a Escrivá. Enseguida comenzó el diálogo. Luego de darnos la bienvenida y de pedirnos en forma muy clara y sencilla que tuviéramos mucho cariño al Papa y que rezáramos por sus intenciones, continuó con un “Preguntad lo que queráis”. Dos intervenciones casi sucesivas en el tiempo me marcaron a fuego. En la primera, un joven venezolano que se encontraba justo al lado del Padre, manco de un brazo y que jugaba espléndidamente al fútbol (lo supe por experiencia propia, pues tuve la suerte de jugar con él en un partido nocturno en el Centro Elis) le preguntó sin más vueltas:- Padre, ¿qué es lo que en estos momentos lo hace más feliz?Y sin dudarlo también un solo instante, el Padre respondió mientras lo atraía a sí mismo en un media abrazo: - ¡Estar al lado tuyo! Nada de elucubraciones profundas o complicadas. Solo un espontaneo, natural y sincero cariño por el otro, un afecto desbordante y auténtico. No habían pasado diez minutos cuando recibí el segundo impacto, fruto también de otra pregunta:- Padre, ¿cómo fundó el Opus Dei?Y la respuesta vino sin titubeos:- No lo sé. ¿Le preguntarías tú a un pincel por qué pintó un cuadro de Rafael? Pues yo he sido simplemente eso, un instrumento, un pincel149. Por segunda vez en poco rato, yo esperaba una respuesta larga, pormenorizada y con ciertos rasgos de trascendencia. Al fin de cuentas, no cualquiera es fundador de una institución de la Iglesia que reunía ya entonces a más de 60.000 personas. Pero nada de eso ocurrió. Ahí, en ese mismo instante, me di cuenta de que estaba frente a un hombre tan como cualquiera y, a la vez, tan fuera de lo común. Me persuadí de que esa persona que nos hablaba así era un sacerdote tan santo coma normal. Y es precisamente esa natural sobrenaturalidad la que me hizo comprender en vivo y en directo, mucho mejor que mil lecturas, el mensaje de búsqueda y vivencia de la santidad en medio de las cosas más ordinarias. Pocas horas después de ese primer encuentro con Josemaría Escrivá tuve que regresar de urgencia a París, pues mi padre había sufrido un imprevisto quebranto de salud y fallecería tres días más tarde a causa de un infarto. 0 sea que en menos de una semana cambió mi vida, pues pasé a tener a mi padre en el cielo y a considerarme más hijo espiritual de un sacerdote que -con su sola presencia- educaba más que mil palabras. Luego de aquel primer encuentro, tuve el privilegio inmenso e inmerecido de poder estar otras pocas veces con el Padre. Pero esa primera vez fue la que me mostró en forma clara y terminante la idea tantas veces transmitida por él, de que no es necesario salirnos de nuestro sitio,

149 Años más tarde pude comprobar que esta forma de pensar la venla desarrollando desde muchos años atrás cuando por ejemplo escribía: “¿Se levanta acaso un monumento a los pinceles de un gran pintor?, Sirvieron para plasmar obras maestras, Pero el mérito es del artista. Nosotros -los cristianos— sontos silo instrumentos del Creador del mundo, del Redentor de todos los hombres”, ESCRIVA DE BALAGUER, Josemaría, Es Cristo que rasa, Ed. Rialp, Madrid, 1999, p.25.

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dejar de hacer lo que hasta entonces hemos hecho, para ser mejores cristianos. Por el contrario, Dios nos busca y nos llama ahí donde estamos, en nuestras ocupaciones habituales y con nuestro modo de ser, con nuestra forma cotidiana de hablar y de comportarnos (sin perjuicio de que siempre habrá algo que corregir para mejorar). Sin lugar a dudas, Dios no quiere que dejemos de ser lo que somos para buscar la santidad. Esto lo señalaba con especial énfasis y claridad san Josemaría, cuando expresaba que Dios llama a cada uno por su nomignolo, por su sobrenombre o nombre de pila familiar: “Otra vez se oyen los silbidos del buen Pastor, con esa llamada cariñosa: ego vocavi to nomine tuo (Is. XLIII, 1). Nos llama a cada uno por nuestros nombres, con el apelativo familiar con el que nos llaman las personas que nos quieren. La ternura de Jesús, por nosotros, no cabe en palabras”150. El fundador del Opus Dei preconizaba este llamado íntimo y personalizado cuando en una reunión, ya fuera de decenas o miles de personas, se dirigía a quien le había hecho una pregunta o un comentario. Cada uno se sentía respondido o aconsejado como si no hubiera en ese lugar más de dos personas: el Padre y él. La mirada y las palabras de Josemaría Escrivá abrazaban y encendían el corazón del otro de una manera difícil de explicar y de transmitir.

A modo de legado

Josemaría Escrivá pretendió inculcar la natural sobrenaturalidad que vivió en todos los cristianos, luchadores que ganan y pierden en las mil y una escaramuzas interiores que libran contra su propio yo, a lo largo de sus vidas. Ser auténtico, no dejar de ser quien se es en ningún momento, requiere coherencia, o como él lo expresaba, “unidad de vida”. Coherencia para no adoptar poses o actitudes según el lugar y las personas que nos rodean. La naturalidad, vivida a toda hora, es una disposición de vida y debida, que echa raíces junto con el buen humor o la serenidad y es necesaria para que crezcan todas las virtudes que conforman la personalidad de un hombre que busca la santidad. La naturalidad es la que justamente le permitía tratar a cada persona de la misma manera, sin importarle la jerarquía o la importancia del cargo que ocuparan. También le impulsaba a sostener que los cristianos deben estar inmersos en todas las realidades del mundo sin por ello ser mundanos, es decir, frívolos y superficiales. Resulta por demás evidente que el buen humor fue una actitud y una característica sobresaliente en Josemaría Escrivá. Sirva como ejemplo el texto recogido por Jose Luis Soria: “Muchas veces me pedís: Padre, dígame una jaculatoria. Yo os daría una zurra”. Cuando las risas se apagaron, continuó: “¿Una jaculatoria? Pero, ¿es posible que vosotros no sepáis hablar con el corazón a la gente? ¿Cómo hubierais hablado a la novia? ¿Qué queríais? ¿qué os soplaran para charlar con la novia? Pues para hablar con Dios Nuestro Señor, lo mismo. He dicho una jaculatoria, que oí a una persona. La gente se ríe mucho, Pero era una buena jaculatoria. Uno que estaba ya cansado, y decía: Señor, ¡estoy hasta las narices!”151. Al mismo tiempo, esa naturalidad estaba impregnada de sobrenaturalidad. Y ello, porque Josemaría Escrivá había adquirido el hábito de referirlo todo, absolutamente todo, a Dios. Así, desde su primer minuto al despertarse, pasando por la lectura de los diarios o la visión de los informativos en el televisor, hasta los ratos de oración, la celebración de la Santa Misa, los trabajos administrativos, la redacción de cartas u homilías, las conversaciones con las personas que se entrevistaban con él, sin descuidar las horas del almuerzo o de la cena, e incluso el sueño -llega un momento en el que se puede rezar hasta durmiendo, decía- todo esto le servía de ocasión para referirlo a Dios, charlar con El, agradecerle, alabarle o pedirle perdón. Esa natural sobrenaturalidad no es fácil de adquirir. Uno podría creer cándidamente que Josemaría Escrivá obtuvo esta actitud sin esfuerzo, que era connatural a él, pues casi habría nacido con ella. Hubo de luchar mucho para lograrla.

150 Ibidem, p.131.151 SORIA, Jose Luis, Maestro del 13uen Humor, Ed. Rialp, Madrid, 1994, p. 59-60.

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Una vez obtenida, es mucho más fácil contagiar esa actitud. Respecto a esto me permito citar casi textualmente un pasaje de Victor García Hoz: “Es muy común pensar que la educación se inicia —y se continúa— con la palabra. Pero tal idea encubre un error, el olvido de que basta la pura presencia de un hombre para que ejerza cierta influencia sobre los demás. El padre empieza a influir en sus hijos cuando entra en la casa, y sigue influyendo en ellos, aunque no hable, con sus actitudes, sus gestos, sus obras, todo lo que se llama lenguaje corporal. Y otro tanto se puede decir del maestro entrando y actuando en el aula donde corrientemente ejercita su función magistral. El modo de estar el padre en la casa, el modo de sentarse, el modo de andar por ella, así como el modo de entrar y estar en la clase el profesor, son los primeros elementos educativos que inciden en la educación del hijo o del alumno”. Y más adelante agrega: “Se trata del llamado aprendizaje implícito, que se adquiere en la misma vida cotidiana en virtud de un proceso inconsciente y automático”152. La sintonía natural entre lo humano y lo divino fue, a mi entender, una de las poderosas razones que explican por qué Josemaría Escrivá influyó tanto en las personas. Esta era su “receta” apostólica y esta fue su “fórmula” pedagógica: vivía lo que enseñaba y enseñaba lo que vivía. Quería enseñar y enseñaba queriendo. Su afán por las almas hacia que se volcara plena y continuamente a educar; primero con el ejemplo y después con las palabras. Había una compenetración plena entre su vocación de sacerdote y su vocación de educador, de guía y orientador. Sin interrupciones, desde la mañana a la noche, en todo lo que realizaba dejaba huella educadora. Nunca trataba a las personas en serie o impersonalmente. Siempre intentaba llegar al otro en su más profunda intimidad. Y esto era fácil de captar, por eso resultaba tan difícil —por no decir imposible— permanecer indiferente o frio una vez que se le conocía.

152 GARCIA HOZ, Victor, Teas las mellas del BeatoJosemaríaEscrivá de Bala mrr (Ideas para la educación). Ed. Rialp, Madrid, 1997, p. 62-63.

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Una natural sobrenaturalidad

El Último encuentro

Fui testigo presencial de esta entrega plena y continuada a los demás cuando estuvo en Buenos Aires en 1974. En una reunión en el Colegio de Escribanos, a la que asistieron centenares de personas, estuve sentado muy cerca del estrado y del no muy amplio pasillo por donde debía ingresar. Cuando a las once de la mañana, puntualmente, se supo que el Padre estaba arribando, nos pusimos de pie y expectantes miramos hacia el sitio por donde aparecería. Desde mi lugar pude divisarlo unos cuantos metros y segundos antes de que entrara en la sala. Me impresionó. Su cara y sus gestos reflejaban cansancio, o más aun, un gran agotamiento. Por momentos parecía apoyarse mucho en quien, brazo con brazo, lo acompañaba. Era casi como si se estuviera dejando llevar, sin ofrecer resistencia. Pero al entrar en la sala donde lo esperaban cientos de personas, cambió su semblante y su actitud: se irguió sonriente como si nada le ocurriera. Nadie podría haber pensado en ese momento que se encontraba ante una persona agotada. Y esta es precisamente la natural sobrenaturalidad a la que hice referencia. Era natural, porque esa actitud de darse a los demás la tenía plenamente incorporada a su forma de vida. Era natural también que un hombre de setenta y dos años se cansara con un ritmo de vida tan intenso. Pero era a la vez sobrenatural. Porque esas fuerzas le venían de fuera o, mejor dicho, de arriba. Esas fuerzas provenían de Dios que insufla su Espíritu y su Amor en forma intempestiva y arrolladora a las personas: “La acción del Espíritu Santo puede pasarnos inadvertida. Pero la fe nos recuerda que el Señor obra constantemente; es Él quien nos ha creado y nos mantiene en el ser; quien, con su gracia, conduce la creación entera hacia la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Por eso, la tradición cristiana ha resumido la actitud que debemos adoptar ante el Espíritu Santo en un solo concepto: docilidad”153. Josemaría Escrivá vivió la docilidad hasta el último de sus días en esta tierra. Hasta que su físico ya no le respondió más, siguió educando con el ejemplo y con la palabra; con la teoría y la praxis unificadas, entregándose con suprema generosidad a todos los que le rodeaban, sin distinciones de ninguna clase.

153 Es Cristo quo pasa, p. 273-274.

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La grandeza de lo pequeño

El lector podrá advertir que nada de lo relatado ha sido extraordinario. Y es este precisamente otro de los incontables tesoros que este sacerdote le ha dejado al mundo: captar y transmitir la importancia de la vida ordinaria y de los detalles chicos para el cristiano. Los treinta años de vida oculta de Cristo fueron interpretados por él como un mensaje claro y esencial. Fueron tan importantes como sus tres años de vida pública, a pesar de haber quedado relegados en comparación con estos últimos. Ese Dios escondido, al realizar tareas humanas sin brillo ni destaque, (“¿No es acaso este el carpintero, el hijo de María?”154; “¿No es este el hijo de José?”155) nos estaba enviando una señal que durante siglos pasó inadvertida: todo lo que haga el hombre, por minúsculo que sea, puede transformarse en importante y fecundo si lo hace para la gloria de Dios. El descubrir la grandeza de las cosas pequeñas fue otra de las joyas dejadas por Josemaría Escrivá en ese arcón invisible y precioso, tesoro actual y perenne de la cristiandad. Entendió cuán importante era ese mensaje del Dios encarnado, que trabajó en las tareas cotidianas de su tiempo, con cansancio, con esfuerzo, pero también con buen humor y con sonrisas. Sí, la sana alegría y risa es cristiana, y ojalá podamos verla cada vez más reflejada en el arte cristiano de los tiempos futuros, a efectos de mostrar que el Cristo doliente, grave y sufriente, es también el Señor que sonríe y hasta ríe con las cosas buenas y con las travesuras sanas de sus hijos. Y después de haber descifrado este mensaje divino de vivir santamente lo oculto y ordinario, Escrivá de Balaguer lo vivió y comunicó a todos cuantos quisieran oírlo. De ahí la importancia que adquiría para él una puerta bien cerrada, sin golpes, para no molestar a otros, u ordenar los papeles de un escritorio al finalizar una jornada de trabajo, o sonreír aun en los días y momentos que esa sonrisa cuesta un poco más. Bastan para ilustrar la importancia que les asignaba Josemaría Escrivá a las cosas pequeñas, estas dos reflexiones de Camino: “¿Has visto cómo levantaron aquel edificio de grandeza imponente? Un ladrillo, y otro. Miles. Pero, uno a uno. Y sacos de cemento, uno a uno. Y sillares, que suponen poco, ante la mole del conjunto. Y trozos de hierro. Y obreros que trabajan, día a día, las mismas horas. ¿Viste cómo alzaron aquel edificio, de grandeza imponente? ¡A fuerza de cosas pequeñas!”156. “¡Cuántos que se dejarían enclavar en una cruz, ante la mirada atónita de millares de espectadores, no saben sufrir cristianamente los alfilerazos de cada día! Piensa, entonces, que es lo más heroico”157. Quizás ahora el lector pueda comprender mejor cómo —a través de un espontáneo y cariñoso abrazo a un joven venezolano, o una inmediata aserción de considerarse mero instrumento, o el súbito sobreponerse al agotamiento apenas traspasada una puerta— Josemaría Escrivá fue dejando en mí un ejemplo imborrable de vida.

154 Mc 6,3.155 Lc 4, 22.156 Camino, n. 823.157 lbidem, n. 204.

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Del dolor y la alegría

Andrea Gelsi

En el ejercicio de mi profesión como psicóloga, con frecuencia me encuentro con personas que sufren porque no logran conocer a fondo a quienes tienen a su lado. Es lógico que esto suceda porque todos queremos tener a nuestro alcance aquello que nos es ajeno del otro, para entenderlo mejor y evitar cualquier conflicto. Alguien comentó en una oportunidad: “Ojalá su cabeza fuera transparente, para que yo pudiera leer sus pensamientos y me diera cuenta de lo que siente”. Es difícil expresar de forma adecuada la afectividad: las emociones, los sentimientos, las pasiones. Es posible demostrar satisfacción, tristeza, ira, confianza, celos, respeto, compasión, vergüenza, remordimiento etc., pero hacerlo con la persona adecuada, en el grado de intensidad esperada, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, no resulta sencillo. Un buen termómetro para conocer a una persona es ver cómo se comporta en los momentos de dolor y de alegría: cómo reacciona ante el sufrimiento, cómo supera los procesos de duelo, cómo acompaña a los demás en el sufrimiento, qué le da alegría, si sabe disfrutar y compartir ese estado de ánimo, cuándo, cómo y por qué ríe. También podemos conocer al otro observando su humor y su estado de ánimo predominante. Es una expresión coloquial, decir “estoy de buen humor o de mal humor” cuando queremos reflejar nuestra disposición anímica ante las circunstancias que nos rodean. El equilibrio entre ambos polos, la alegría y la tristeza, recibe el nombre de eutimia. Las desviaciones hacia uno u otro sentido, la sumisión en una depresión profunda, o el descontrol en un disfrute desmedido, fuente de posible malestar, reciben el nombre de distimias. Se trata de situaciones que requieren de tratamiento psicológico y o psiquiátrico. A Josemaría Escrivá se le llama “maestro del buen humor”. La expresión “maestro” suele usarse para referirse a músicos y pintores de gran talento y trayectoria. Esos artistas logran un fino equilibrio entre los diferentes matices de color y de sonido para obtener una armonía agradable a los sentidos. Con su trabajo constante, bien hecho, y con el amor inmenso a la tarea que realizan, complementan su talento y son reconocidos y admirados. Josemaría Escrivá era un maestro que tenía un gran talento, un natural don de gentes, pero que también trabajaba en su lucha ascética para lograr el equilibrio entre los matices de alegría y de dolor. Decía que debíamos ser sembradores de paz y alegría y que, para hacerlo, debíamos hacer que la paz y la alegría reinaran primero en nuestros corazones. Tenía un amor inconmensurable por su tarea de sacerdote y contaba con la gracia de Dios.

Paz y alegría en nuestros corazones

Bajo una modalidad u otra el sufrimiento aparece, tarde o temprano, en nuestra vida y ante él tenemos que adoptar una actitud, una postura reflexionada que nos lleve a tener paz en el corazón en lugar de rebeldía. Frente a la experiencia subjetiva del dolor caben varias reacciones: la negación, la evasión, la exageración, etc. Aunque es difícil, es importante aceptarlo, y hacerle un lugar en la conciencia para poder enfrentarlo. Y para poder hacerle frente, la razón ayuda a distinguir lo importante de lo secundario, ya que la imaginación puede dramatizar demasiado el dolor, y la memoria puede intensificarlo porque lo relaciona con algún hecho doloroso pasado.

A propósito de las enseñanzas de san Josemaría Escrivá

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Andrea Gelsi

Una actitud positiva frente al dolor requiere del ejercicio constante de tres virtudes: el optimismo, la fortaleza y la sociabilidad. La fortaleza nos permite ser valientes para aceptar el dolor y para resistir; el optimismo nos brinda la confianza en nuestras posibilidades de salir adelante sin dramatizar la situación, y la sociabilidad crea los cauces necesarios para el relacionamiento con personas y grupos que pueden condolerse y dar apoyo en los momentos de sufrimiento.

La pregunta por el dolor y su porqué

El sufrimiento propio y el ajeno, la muerte de los seres queridos, las grandes catástrofes, las guerras, los genocidios, la incomprensión y las injusticias nos llevan a preguntarnos por el misterio del dolor: ¿Por qué? ¿Por qué ahora? ¿Por qué a mí? ¿Para qué? ¿Cuál es su sentido? Sufrir por alguien o por algo nos permite sobrellevar el dolor; lo que da sentido al dolor es el amor. Nada de esto es fácil. Hacer las cosas por amor implica un acercamiento al tema que incluye nuestro sentido de la vida. Estamos frente al tema de por qué y para qué amamos, vivimos y morimos.

Dimensión espiritual del dolor y la alegría

A través de su predicación y de sus escritos, los maestros de la espiritualidad han intentado acercar el Evangelio a nuestra vida cotidiana. En la parábola del Banquete de bodas, los empleados recibieron la orden de salir a los caminos y traer a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos158. “Son innumerables los pasajes del Evangelio en los que Jesús se movió a compasión al contemplar el dolor y la enfermedad y sanó a muchos como signo de la curación espiritual que obraba en las almas. Si el Señor permite que tengamos enfermedades, fracasos, humillaciones, contradicciones, es porque nos hace corredentores con Él. Debemos preocuparnos por la salud física de quienes estén enfermos y también de su alma. Procuraremos ayudarles con los medios humanos a nuestro alcance y haciéndoles ver que ese dolor si lo unen a los padecimientos de Cristo, se convierte en un bien de valor incalculable: ayuda eficaz a toda la Iglesia, purificación de sus faltas pasadas y una oportunidad que Dios les da para adelantar mucho en su santidad personal porque Cristo bendice en ocasiones con su Cruz”159. El misterio del dolor es difícil de entender fuera del contexto de la fe. ¿Cómo puede ser considerado el dolor, en cualquiera de sus formas, una bendición? En junio de 1974, tuve la oportunidad de viajar a Buenos Aires con un grupo de amigas para conocer a Josemaría Escrivá. Yo había oído hablar de ese sacerdote español a mi hermano Eduardo, que pocos años antes había pedido la admisión en el Opus Dei. Eduardo era seis años mayor que yo. Tengo un recuerdo muy vivo y tierno de ese hermano mío. Como él sabía que a mí me gustaba dibujar, cuando venían sus amigos a jugar a casa, me dejaba participar de su club preferido de fútbol —Peñarol— con la condición de que les pintara los escudos. Eduardo tenía muchos amigos y se interesaba a fondo por cada uno de ellos. Era bromista, compartía con mi padre un fino sentido del humor del que todos disfrutábamos. En la mesa familiar, en la que habitualmente nos sentábamos a comer mis padres, los ocho hermanos y algún amigo más, nos divertíamos con sus chistes, que a veces tenía que explicar con paciencia a alguno que no los había entendido ya que, como solía comentar mi padre, si no se integra a los demás en un chiste, es mejor que no se cuente, porque los demás pueden sentirse incómodos. Eduardo murió a los diecinueve años, el 27 de mayo de 1969. Había salido con tres amigos íntimos a andar en canoa. Algo imprevisto sucedió y murieron tres de ellos; solo uno pudo llegar a la costa a nado. La búsqueda se extendió por una semana hasta que la prefectura los encontró sin vida.

158 Cjr. Lc. 14, 21.159 FERNANDEZ CARVAJAL, Francisco. “Los enfermos predilectos del Señor”, Hablar con Dios. Palabra, Madrid, p.251.

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Del dolor y la alegría

Fue una experiencia durísima para todos, especialmente para mis padres, quienes pocos años después, el 11 de abril de 1976, perderían también a mi hermano mayor, Adolfo, y a su hijo de seis meses, en un accidente automovilístico en Chile. Adolfo era también una persona muy especial, alegre, responsable, y un apoyo muy grande para mis padres y para todos nosotros. En 1974 yo tenía diecisiete años. Cuando mis amigas me animaron a ir a Buenos Aires para conocer a Josemaría Escrivá, confieso que me divirtió la aventura de viajar en grupo y de llevar bolsas de dormir. Sin embargo, nunca me imaginé que habría tanta gente reunida para oír al Padre. Cuando lo escuché por primera vez en el teatro San Martín me di cuenta por qué tantos querían conocerle. El Padre irradiaba una especial calidez, tenía unos ojos pequeños y vivaces y su mirada comprensiva e interesada se detenía frente al interlocutor. Sus respuestas a las preguntas que le hacían eran de una elevada inteligencia emocional. Podía conmoverse profundamente y a continuación salirse de la pena para ofrecer una solución posible, dando un sentido al sufrimiento del otro, con una palabra o un gesto que reconfortaba de

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Andrea Gelsi

verdad brindando esperanza. Tenía esa alegría que irradian las personas que están en paz consigo mismas, porque les brota del interior de su alma, y que no guarda proporción con lo que les ha sucedido en la vida. Me enteré en esa oportunidad de que al Padre también se le habían muerto tres hermanos y esto me hizo revisar el porqué de esa alegría franca. Josemaría Escrivá solía decir que la alegría es consecuencia de sabernos queridos con predilección por nuestro Padre Dios, que siempre nos acoge, nos ayuda y nos perdona: “¿Quieres un secreto para ser feliz? Date y sirve a los demás, sin esperar que te lo agradezcan”160. “¿No hay alegría? Piensa, hay un obstáculo entre Dios y yo. Casi siempre acertarás”161. Más adelante dice: “Para poner remedio a la tristeza... ¡haz oración!”162. Todavía recuerdo cómo me ayudaron las palabras de una niña de once años dirigidas a su madre al enterarse de la muerte de una amiguita: “Dios no se la lleva, ella tuvo un accidente y Él la recibió”. Al Padre le decían maestro de buen humor, nombre que le venía muy bien porque era muy alegre, pero también porque supo transmitir con vocación de maestro las enseñanzas de Jesús acerca de las Bienaventuranzas. Bienaventurado significa “feliz, dichoso”, y en cada una de las bienaventuranzas Jesús promete la felicidad y señala el camino para conseguirla. Jesús comprende que existe en los hombres un afán irresistible de ser felices, pero muchas veces buscan la felicidad donde no hallarán sino desdicha. Dice Jesús a quienes lo siguen -en aquel momento y ahora- que no será un obstáculo para ser felices el que los hombres los insulten, los persigan, los calumnien de cualquier modo por su causa. Los anima a que estén alegres porque la recompensa será grande en el cielo. He comprobado esta auténtica felicidad en muchas personas que saben querer. Son personas que libran una batalla diaria consigo mismas para ser mejores y para ayudar a otros de forma desinteresada. Esto conlleva un trabajo psíquico y de dirección espiritual muy importante como se desprende de la lectura de Camino o Forja. Al leer los puntos de meditación de esos libros se nos introduce en un camino conocido lleno de dificultades, senderos de montaña, desiertos, y enseguida se nos hace patente la necesidad del agua del espíritu, llena de sentido, para poder seguir adelante y llegar a algún valle. Durante su estadía en Buenos Aires, en una íntima reunión a la que asistimos un grupo de estudiantes uruguayas, cuando Josemaría Escrivá se entera de que yo era hermana de su hijo espiritual que había muerto a los diecinueve arios, se me acercó con una sonrisa tierna y comprensiva, me hizo la señal de la cruz en la frente como solían hacerlo mis padres antes de que nos fuéramos a dormir, y me dijo que no me preocupara —se ve que yo estaba emocionada— porque estaba seguro de que mi hermano estaba con Jesús. Aunque yo estaba convencida de eso, no tenla ni un atisbo de la fe que él tenía, y me hizo mucho bien que una persona tan cercana a Dios estuviera tan convencida de que si uno seguía a Cristo de esa manera iba a ser tan bienaventurado como para estar con Él. Actualmente, en mi consulta rezo mucho por mis pacientes para que la psicoterapia que emprendemos juntos les ayude a entender y a liberarse de todo aquello cotidiano y de su historia que los conflictúa y les impide ser felices. Los encomiendo para que una vez terminada su terapia, también puedan seguir el camino de las bienaventuranzas para lograr ese otro grado de felicidad plena al que todos aspiramos. El Padre era un cálido y santo maestro del buen humor, que a pesar de estar entre multitudes lograba un ambiente de intimidad increíble, y si uno observaba a la gente, hasta el más adusto se conmovía escuchando lo que el tenla para decir del Evangelio.Fue una persona muy querible para ml, no solo por lo que él fue, sino por los frutos que dio y que hoy agradezco poder disfrutar a mi lado.

160 Forja, n. 368.161 Camino, n. 662.162 Camino, n. 663.

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La familia como base fundamental de la sociedad

Carlos DelpiazzoGabriel Delpiazzo Antón163

Introducción

Agredida desde distintos ámbitos, la familia es y continuará siendo, al decir del art. 40 de la Constitución uruguaya, “la base fundamental de nuestra sociedad”. Según se ha destacado164, dos corrientes ideológicas de sentido contrario han puesto en jaque a la familia. Mientras que, por un lado, el colectivismo, llevado al extremo, ha tratado de superar la organización familiar como célula social tratando de reemplazar todos sus roles por el Estado, por otro lado, el individualismo fundamentalista ha estrangulado a la familia natural postulando la total independencia tanto del hombre como de la mujer adultos, rechazando toda vinculación permanente bajo el ropaje de una pseudo libertad. Frente a esa realidad, Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer ha sido en el siglo XX un verdadero cruzado en defensa de la familia. Por eso, nos ha parecido de interés, al conmemorarse el centenario del nacimiento de Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer, seguir su enseñanza acerca de la importancia de la familia, como emanación del matrimonio y célula vital de la sociedad, a través de Camino (1939), Surco (1986) y Forja (1987), tres libros -los dos últimos de aparición póstuma- que son fruto de su vida interior y de su experiencia sacerdotal165.

Camino de perfección

En el punto 27 de Camino se lee: “¿Te ríes porque to digo que tienes vocación matrimonial? Pues la tienes: así, vocación”. La vocación matrimonial -del latín, vocare, llamar- se concreta en un llamado a realizarse, a buscar la perfección y a ser feliz en una familia. Según destaca uno de los biógrafos de Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer166, “El fundador del Opus Dei difundió por el mundo el amor a la familia. En unos tiempos en que la santidad parecía más bien cosa reservada a religiosos y sacerdotes, Dios se sirvió de él para hacer ver a muchos matrimonios que la vida conyugal es un verdadero camino de santidad en la tierra”. Es que, frente a un mundo que produce masificación, la familia es una comunidad de personas en donde cada miembro se siente querido, impulsado y sostenido como alguien con valor propio, independiente y único. En palabras del Papa Juan Pablo II, “Todos los miembros de la familia, cada uno según su propio don, tienen la gracia y la responsabilidad de construir, día a día, la comunión de las personas, haciendo de la familia una escuela de humanidad más completa y más rica”167. Para que ello sea efectivamente posible, es preciso que la familia sea reconocida y

163 Doctor en Derecho y Ciencias Sociales, Universidad de la República, autor de varios libros.164 GINES ORTEGA, Jesús, “La familia en el Magisterio de la Iglesia”, en A.A.V.V., Derecho y familia, Universidad Santo Tomas, Santiago de Chile, 2000, pág. 13.165 Camino, Surco, Forja, edición conjunta, Ed. Rialp, Madrid, 1996.

166 BERNAL, Salvador, Apuntes sobre /a vida del Fundador del Opus Dei, Ed. Rialp, Madrid, 1976, p 44.

167 Juan Pablo IL Exhortación Apostólica Familiaris Consortia, n. 21.

A propósito de las enseñanzas de san Josemaría Escrivá

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Carlos Delpiazzo - Gabriel Delpiazzo Antón

defendida en sus derechos168, especialmente frente al Estado como gestor eminente del bien común. Porque la familia es parte de ese bien común, acreedora no solo de una conducta estatal positiva sino también de abstención en lo que hace al fuero personal de cada uno de sus integrantes169. A partir de la afirmación de la familia como sociedad natural y anterior a la sociedad civil -ya que la parte (la familia) es anterior al todo (la sociedad civil)- siguiendo la calificada doctrina que ha proclamado que el Estado debe estar “al servicio de la familia”170, se ha enfatizado en la procura de los siguientes derechos fundamentales171:

a) el derecho fundamental de libertad para constituir una familia;b) el derecho fundamental a la estabilidad de la institución familiar;c) el derecho fundamental a decidir el número de hijos;d) el derecho fundamental a educar a los hijos según las propias convicciones morales y religiosas;e) el derecho fundamental a desarrollar cualquier actividad lícita en el campo económico y laboral para obtener el sustento y progreso de los miembros de la familia;f) el derecho fundamental a una vivienda digna;g) el derecho fundamental de asociación para agruparse con otras familias, hacer oír su voz y participar activamente en la vida social para promoción del bien común familiar y defensa de su unidad, estabilidad y fortalecimiento como célula básica y viva de la sociedad; yh) el derecho fundamental a la asistencia y beneficios por parte del Estado, tanto para las familias que “tengan a su cargo numerosa prole” (como reza el art. 41 de la Constitución) como para las que cuenten entre sus miembros con discapacitados, impedidos, ancianos, etc.

Surco abierto a la vida

Enseña la primera frase del punto 846 de Surco que “Un matrimonio cristiano no puede desear cegar las fuentes de la vida”. “Cegar las fuentes de la vida -dirá Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer en la homilía pronunciada en la Navidad de 1970172- es un crimen contra los dones que Dios ha concedido a la humanidad, y una manifestación de que es el egoísmo y no el amor lo que inspira la conducta. Entonces todo se enturbia, porque los cónyuges llegan a contemplarse como cómplices: y se producen disensiones que, continuando en esa línea, son casi siempre insanables”. Más allá de la inseparabilidad de los significados del acto sexual, el unitivo y el generativo173, la familia y la vida son una simbiosis natural que no pueden ser separadas porque solo en su unión adquiere la valoración propiamente natural la especie humana. Esta doctrina cobra actualidad cuando se constata que, frente a la proclamación teórica del derecho a la vida, son múltiples las conductas prácticas que se apartan de ella. Así, vemos cómo se atenta contra la trasmisión de la vida desde la invocación del progreso científico o tecnológico que, en realidad, no hacen más que romper esa inescindible unidad de familia y vida174.

168 Juan Pablo II, Carta a las Familias de 2.IL1994, n.17 y Carta de los Derechos de Ia Familia presentada por Ia Santa Sede a todas las personas, instituciones y autoridades interesadas en la misión de la familia en el mundo contemporáneo de 22.X.1983 (v. texto completo en: DELPIAZZO, Carlos E., Dignidad humana y Derecho, Universidad de Montevideo, Montevideo, 2001, p.42-43).

169 BRITO, Mariano R., “Funciones del Estado en relación a la familia”, en A.A.V.V., El Derecho y In familia, FCU, Montevideo, 1998, p. 205 ss.

170 SOTO KLOSS, Eduardo, “Los derechos fundamentales de la familia”, en A.A.V.V., Derecho y Familia, op. cit., p. 31, 34 y 35.

171 DELPIAZZO, Carlos E., Dignidad banana y Derecho, Universidad de Montevideo, Montevideo, 2001, p. 42- 43.172 Es Cristo que pasa, op. cit., n. 25.173 FERRES, Pedro, Acto conyugal: fundamento trinitario de la inseparabilidad de los aspectos unitivo y procreador, Montevideo. 1994, p. 3.174 BRITO, Mariano R., “Familia, vida, manipulaciones genéticas”, en A.A.V.V., Derecho y Familia, Santiago, 2000, p. 99 ss.

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La familia como base fundamental de la sociedad

Es que asistimos a la difusión de una verdadera “mentalidad anti-vida”175, que se manifiesta en una doble actitud176:

a) por una parte, en la necesidad de controlar la procreación, lo que enfrenta a muy serios problemas cuando se procura a través de procedimientos exclusivamente técnicos, sin cabida para otras dimensiones humanas y morales de mayor trascendencia;b) por otra parte, en el rechazo hacia cualquier existencia que, por una u otra causa, no alcance un nivel determinado de calidad.

Así, el desconocimiento de los derechos de la persona por nacer177, la interrupción del embarazo y la eutanasia de los recién nacidos con problemas, son objeto de reclamos de legitimación por parte de los Estados.

Respecto a los recién concebidos, bien se ha dicho que “cada ser humano inocente es absolutamente igual a todos los demás en el derecho a la vida. Esta igualdad es la base de toda auténtica relación social que, para ser verdadera, debe fundamentarse sobre la verdad y la justicia, reconociendo y tutelando a cada hombre y a cada mujer como persona y no como una cosa de la que se puede disponer”178. Por eso, “la gravedad moral del aborto procurado se manifiesta en toda su verdad si se reconoce que se trata de un homicidio y, en particular, si se consideran las circunstancias específicas que lo cualifican. Quien se elimina es un ser humano que comienza a vivir, es decir, lo más inocente en absoluto que se pueda imaginar: ¡jamás podrá ser considerado un agresor, y menos aún un agresor injusto! Es débil, inerme, hasta el punto de estar privado incluso de aquella mínima forma de defensa que constituye la fuerza implorante de los gemidos y del llanto del recién nacido. Se halla totalmente confiado a la protección y al cuidado de la mujer que lo lleva en su seno”179. Frente a esta realidad, con espíritu positivo, Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer proclamó a los cuatro vientos la generosidad de la vocación al matrimonio traducida en hogares luminosos y alegres180.

175 DELPIAZZO, Carlos E., Dignidad humana y Derecho, op. cit., p. 29 ss.176 LOPEZ AZPITARTE, Eduardo, Ética y vida, Ed. Paulinas, Madrid, 1990, p. 19.177 SOTO KLOSS, Eduardo, “La protección jurídica de la persona que está por nacer en la jurisprudencia judicial y contralora”, en A.A.V.V., Los derechos de la persona que está por nacer, Universidad Santo Tomas, Santiago de Chile, 2000, p. 99 ss; y BARRA, Rodolfo Carlos, “El estatuto jurídico del embrión humano”, en Familia y vida: a los 50 alias de la Declaración Universal de Derechos Humanos (Actas del III Encuentro de Políticos y Legisladores de América), Roma, 2000, p. 231 ss.178 Juan Pablo II, Encíclica Evangelium Vitae, n. 57.179 Juan Pablo II, Encíclica Evangelium Vitae, n. 58.180 GONDRAND, Francois, Al Paso de Dios, Ed. Rialp, Madrid, 1985, p. 186-187.

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Forja de virtudes

En el punto 692 de Forja, recuerda Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer que “En mis conversaciones con tantos matrimonios, les insisto en que mientras vivan ellos y vivan también sus hijos, deben ayudarles a ser santos, sabiendo que en la tierra no seremos santos ninguno. No haremos más que luchar, luchar y luchar”. En esa lucha de cada día por ser mejores, la familia, como primera educadora181, debe ser forja permanente de las virtudes de sus integrantes, especialmente de los hijos ayudados por sus padres. Según la enseñanza aristotélica, las virtudes son hábitos operativos buenos, por lo que nadie nace virtuoso, sino que las virtudes se van alcanzando mediante esfuerzo, repetición y educación. Precisamente, la madurez humana a nivel natural es consecuencia del desarrollo armónico de las virtudes humanas, por lo que es necesario cultivarlas y, a la vez, no acostumbrarse a los defectos o vicios que son su contracara, combatiéndolos. Siendo auténtico maestro de virtudes -puesto que las vivió en grado heroico según lo proclamara el Papa Juan Pablo II- Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer insistió en el desarrollo de las mismas, especialmente en el ámbito de los integrantes de la familia del Opus Dei que él fundó182. Precisamente, en Forja, se dedican muchos puntos a las virtudes en general y a su cultivo en la familia en particular. Entre ellas, se destacan la generosidad, la laboriosidad, la obediencia, la humildad, el optimismo, la perseverancia, la sinceridad, la comprensión y el orden. Así, puede leerse en el punto 150 una invitación a vivir la generosidad a través de la exhortación a “fastidiarte alegre y discretamente para servir y para hacer agradable la vida a los demás”. Puesto que la educación en valores no pasa exclusivamente por las palabras sino por el ejemplo, en las dificultades ordinarias de cada día en la casa, los padres tienen múltiples oportunidades de encauzar a sus hijos en el compartir, en el ser solidarios y en el servir, combatiendo el egoísmo como defecto correlativo. Como bien se ha dicho, educar en la generosidad no es opcional, sino que resulta fundamental para que la persona llegue a su plenitud, para que se autoposea y para que sirva mejor183. Por otra parte, en el punto 698 se encuentra un llamado vehemente a vivir la virtud de la laboriosidad: “Si queremos de veras santificar el trabajo, hay que cumplir ineludiblemente la primera condición: trabajar, ¡y trabajar bien!, con seriedad humana y sobrenatural”. Es evidente que esta es otra de las virtudes en las que el ambiente familiar es determinante, no solo para su desarrollo sino para luchar eficazmente contra el defecto de la pereza. “La pereza es contagiosa, y los padres deben cuidar de esos aspectos de su vida en que existe más tendencia hacia ella. Puede haber pereza respecto a los deberes con la familia: de no llegar a casa a una hora razonable, ...; una vez allí, de no ayudar a la mujer, etc. ... Puede ser en el mismo trabajo, buscando excusas para no acudir o cumpliendo mal, etc.184

También la virtud de la obediencia aparece recogida en el punto 627: “Cuando recibas una orden, ¡que nadie to gane en saber obedecer!, lo mismo si hace frio o calor, si estás con ánimo o cansado, si eres joven o no lo eres tanto”. Como la familia es una sociedad de personas, requiere de una autoridad, que ordinariamente invisten los padres respecto a sus hijos, especialmente los menores. Pero esa autoridad es distinta de la civil, ya que la relación entre padres e hijos es primordialmente una relación de amor, de confianza mutua y de libertad. Por lo tanto, el desarrollo de la virtud de la obediencia en ese marco estará encuadrado por las exigencias acordes a la edad y a las circunstancias: exigencias operativas (para hacer cosas) y exigencias preventivas (para evitar peligros y defectos); en el caso, el vicio que se contrapone a esta virtud es la desobediencia.

181 DELPIAZZO, Carlos E., “El derecho de los padres a la libre elección de instituciones de enseñanza para sus hijos”, en Cuadernos de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, N° 7, p. 113 ss; Dignidad humana y Derecho, op. cit., p. 73 ss.182 BERGLAR, Peter, Opus Der Vida y obra del fundador Josemaría Escrivá de Balaguer, Ed. Rialp, Madrid, 1987, p. 124 ss.183 ISAACS, David, La educación de las virtudes humanas, EUNSA, Pamplona, 1988, p. 74.184 ISAACS, David, La educación de Ias virtudes humanas; op. cit., p. 274.

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La virtud de la humildad es otra que aparece destacada en Forja, cuyo punto 596 señala: “La soberbia entorpece la caridad. Pide a diario al Señor-para tí y para todos- la virtud de la humildad, porque con los años la soberbia aumenta, si no se corrige a tiempo”. Al respecto, cabe rescatar de la enseñanza de Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer que “Una característica casi infalible de la humildad verdadera y sana es que pasa inadvertida, que no es una humildad chillona. Bien sabemos que todas las virtudes están concatenadas entre sí, formando una red, completándose y vivificándose mutuamente. Pero hay algunas virtudes, como la fortaleza o la justicia, que, en cierto modo, pueden aparecer aisladas... La humildad verdadera, sin embargo, siempre es... la servidora entre las virtudes. Nunca puede presentarse sola, sino que siempre tiene que existir en las demás virtudes, como parte de ellas, en una simbiosis. Es como el medio de conservación espiritual de todas las virtudes, tanto de las naturales como de las sobrenaturales. Solo la humildad garantiza que las demás virtudes no se corrompan ni siembren corrupción”185. El optimismo y la perseverancia aparecen asociados en más de un punto de Forja. Así, en el punto 355 se aconseja: “Suceda lo que suceda, persevera en tu camino, persevera, alegre y optimista”. A su vez, en el punto 220 se dice: “No to desalientes, ¡adelante!, adelante con una tozudez que es santa y que se llama, en lo espiritual, perseverancia”. Para vencer al desaliento, es necesario forjar la virtud del optimismo, lo que supone ser realista y conscientemente buscar lo positivo antes de centrarse en las dificultades. El papel de la familia al respecto resulta innecesario de destacar. En las distintas circunstancias de cada día los padres pueden encontrar ocasión para enseñar a sus hijos a reconocer lo que es importante y lo que no lo es, procurando rescatar lo positivo de cada situación. En cuanto a la perseverancia, “muchas veces en la vida de los niños pequeños no existen motivos muy importantes para esforzarse durante mucho tiempo. Es lógico que, cuando se cansan, dejen de realizar la actividad en cuestión para pasar a otro asunto. Y es lógico porque los niños no suelen ver a lo lejos ni plantearse problemas más que a fecha inmediata. Por eso, el motivo principal que tendrán para ser perseverantes a su nivel es la exigencia de sus padres”186. Además, para desarrollar cualquier hábito operativo bueno, es necesario ser perseverante; de lo contrario, se caerá en la inconstancia, que es producto de la realización de actividades, quizás más divertidas o llamativas en el momento, pero que impiden alcanzar el objetivo propuesto. La inconstancia no es el único defecto que se contrapone a la perseverancia, sino que también debe lucharse contra la terquedad. Continuando con la enumeración de virtudes en cuyo desarrollo la familia juega un papel protagónico, cabe referirse a la sinceridad. De ella, se dice en el punto 129: “Nunca tengas miedo de decir la verdad, sin olvidar que algunas veces es mejor callar, por caridad con el prójimo. Pero no te calles jamás par desidia, par comodidad o par cobardía”. Es que la sinceridad debe estar gobernada por la prudencia y la caridad, de modo de no caer en excesos, tales como la adulación o la murmuración. Para ello, es fundamental “enseñar a los hijos a distinguir entre realidad y fantasía, entre hechos y opiniones, entre lo importante y lo secundario en situaciones fáciles y en las que contienen una mayor carga afectiva. Es cuestión de mostrarles la importancia de decir las cosas tal como son para poder recibir una orientación adecuada o para dar una orientación”187. Recuerda el primer biógrafo de Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer que “Muchas veces le preguntaron cuál era la virtud humana que más le gustaba, la más importante. Solía responder que la sinceridad. Al mismo tiempo, y más en los últimos años, como un ritornello, enalteció la lealtad, porque ¿cómo ser fiel a Dios si no se saborea la delicia de la lealtad humana, de la fidelidad a los demás?”188. Otra virtud necesaria para la convivencia armónica en la familia y en la sociedad es la

185 BERGLAR, Peter, Opus Dei. Vida y obra del fundador Josemaría Escrivá de Balaguer, op, cit., p. 256.186 ISAACS, David, La educación de las virtudes humanas, p. 109.187 ISAACS, David, La educación de las virtudes humanas, op.cit., p. 187.188 BERNAL, Salvador, Apuntes sobre la vida del Fundador del Opus Dei, op. cit., p. 151.

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comprensión, sobre la cual enseña el punto 958: “Ponte siempre en las circunstancias del prójimo: así veras los problemas o las cuestiones serenamente, no te disgustarás, comprenderás, disculparas, corregirás cuando y coma sea necesario, y llenareis el mundo de caridad”. En el recinto del hogar -y con proyecciones fuera de él, en cualquier relación interpersonal- “el ponerse en el lugar del otro es una de las claves para que el amor pueda consolidarse y crecer, y viceversa; cuando falta nace la discordia. La concordia es también comprensión, es decir, un conocimiento del otro que nos lleva a ponernos en su lugar y entender y apoyar sus decisiones, sus puntos de vista, lo que lleva dentro”189. Según calificado testimonio190, Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer ensenaba que, “en los asuntos dejados a la libre disputa de los hombres, pueden darse visiones muy distintas e igualmente razonables: un objeto cóncavo, para quien lo ve desde otro ángulo, es convexo, y cuando afirman que es cóncavo o convexo, los dos tienen razón. Por eso, nos insistía en que supiésemos admitir, e incluso amar, las opiniones de los otros, aunque no coincidieran con las nuestras”. Finalmente, un lugar de destaque corresponde a la virtud del orden, respecto a la cual el punto 806 advierte: “El orden dará armonía a tu vida, y traerá la perseverancia. El orden proporcionará paz a tu corazón, y gravedad a tu compostura”. Esta virtud es de vital importancia para alcanzar la madurez; “sin esa base previa el desarrollo de las demás virtudes es mucho más difícil. La intencionalidad que supone desarrollar cualquier virtud no tendrá unas bases sistemáticas para facilitar su desarrollo”191. Teniendo en cuenta la edad de los hijos, los padres deberán encauzarles en el desarrollo de esta virtud, sin estructurarles la vida en todos sus aspectos sino estableciendo los mínimos necesarios para alcanzar los objetivos que se planteen como de mayor valor. En síntesis magistral, predicaba Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer en la ya citada homilía de la Navidad de 1970192: “Para santificar cada jornada, se han de ejercitar muchas virtudes cristianas; las teologales en primer lugar y, luego, todas las otras: la prudencia, la lealtad, la sinceridad, la humildad, el trabajo, la alegría...”. Y agregaba: “La fe y la esperanza se han de manifestar en el sosiego con que se enfocan los problemas, pequeños o grandes, que en todos los hogares ocurren, en la ilusión con que se persevera en el cumplimiento del propio deber. La caridad lo llenará así todo, y llevará a compartir las alegrías y los posibles sinsabores; a saber sonreír, olvidándose de las propias preocupaciones para atender a los demás; a escuchar al otro cónyuge o a los hijos, mostrándoles que de verdad se les quiere y comprende; a pasar por alto menudos roces sin importancia que el egoísmo podría convertir en montanas; a poner un gran amor en los pequeños servicios de que está compuesta la convivencia diaria”.

Reconocimiento jurídico del valor de la familia

En el Uruguay, el valor de la familia no es solo el producto de una generalizada convicción social, sino que resulta de la Constitución, especialmente de sus arts. 40 a 42 y también, a nuestro juicio, del art. 11. Por lo que refiere al art. 40, en su conocida proclamación de la familia como “la base de nuestra sociedad”, interesa destacar el alcance formal y sustancial de la norma193. Desde el punto de vista formal, corresponde destacar que la redacción en presente del indicativo del verbo “es” denota el carácter declarativo del texto en cuanto al papel básico que asume la familia para el constituyente en nuestra sociedad194. Se trata de un reconocimiento y no de una disposición constitutiva.

189 YEPES STORK, Ricardo, Fundamentos de Antropología, EUNSA, Pamplona, 1996, p. 194-195.190 ECHEVARRÍA, Javier, Memoria del Beato Josemaría Escrivá, Ed. Rialp, 4” ed., Madrid, 2000. p. I25.191 ISAACS, David, La educación de las virtudes humanas, op.cit., p. 138.192 Es Cristo que pasa, n. 23.193 DELPIAZZO, Carlos E., Dignidad humana y Derecho, op. cit., p. 38-39.194 CASSINELLI MUÑOZ, Horacio, “La familia en la Constitución”, en A.A.V.V., El Derecho y la Familia, ECU, Montevideo, 1998, p. 228.

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La familia como base fundamental de la sociedad

Sustancialmente, la referencia a que la familia es “la” base de la sociedad y no “una” de sus bases, tiene una importancia inequívoca ya que hace de ella la base fundamental de nuestra sociedad195. Tras proclamar que “La familia es la base de nuestra sociedad”, la segunda frase del citado art. 40 de la Constitución prevé en los siguientes términos el rol tutelar del Estado en defensa de la familia196: “El Estado velará por su estabilidad moral y material, para la mejor formación de los hijos dentro de la sociedad”. Al respecto, es de ver que la conjugación del verbo “velará” traduce la imposición de un deber197, de modo que la norma es declarativa del papel básico de la familia (primera oración) y constitutiva del deber del Estado de velar por ella (segunda oración). Como bien se ha puesto de manifiesto198, “el Estado se encuentra en una situación de obligado respecto de la familia. Es la suya la situación de quien tiene a su cargo una conducta debida, que no se agota en una actitud generalmente protectora mediante la ordenación legislativa, sino que le debe seguir a esta el quehacer estatal de apoyo mediante la actividad administrativa y jurisdiccional”. La norma constitucional bajo examen impone al Estado, como deber positivo del que cada familia es acreedora, velar por “su estabilidad moral y material”, es decir, por su permanencia, tanto desde el punto de vista moral (en lo que refiere a su ordenación a sus fines) como desde el punto de vista material (en lo que dice relación con su funcionamiento operativo). Otras disposiciones de la misma Constitución desarrollan el alcance del deber estatal. Así, en el orden moral, la acción estatal aparece direccionada a promover y facilitar “la mejor formación de los hijos” (art. 40), así como “el cuidado y educación” de los mismos, tanto los habidos dentro como fuera del matrimonio (arts. 41 y 42). Por otro lado, en cuanto a los aspectos materiales,

195 BRITO, Mariano R., “Funciones del Estado en relación a la familia”, en A.A.V.V., El Derecho y la Familia, op. cit., p. 204-205.196 DELPIAZZO, Carlos E., Dignidad Humana y Derecho, op. cit., p. 41 ss.197 CASSINELLI MUNOZ, Horacio, “La familia en la Constitución”, en A.A.VV, El Derecho y Familia, op. cit., p. 228.198 BRITO, Mariano R., “Funciones del Estado en relación a la familia”, en A.A.V.V, El Derecho p la Familia, op. cit., p.

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las referencias al derecho sucesorio (art. 48), al “bien de familia” (art. 49) y a la protección por la seguridad social (art. 67) aparecen como modos concretos de fomentar la estabilidad material de la familia. No obstante, como bien se ha enseñado199, la familia también es acreedora del cuidado estatal a través de la abstención. En efecto, al Estado no le cabe introducirse en los aspectos que hacen al fuero personal de los integrantes de la familia, especialmente en lo que refiere a la aptitud para la trasmisión de la vida. Una injerencia estatal sustituyente de la familia en sus misiones naturales sería lesiva de la dignidad humana. Por otra parte, merece especial atención la norma contenida en el art. 11 de la Constitución, que dice: “El hogar es un sagrado inviolable”200. Como bien se ha observado, nuestro constituyente se refiere al “hogar” y no al “domicilio”, como aparece en otros textos constitucionales y tratados internacionales201. Se trata del ámbito compartido por los miembros de la familia, en el cual se desarrollan un conjunto de relaciones en que lo que se relaciona es lo más profundo y específico de cada persona, vale decir, su intimidad. Al calificar al hogar como un “sagrado inviolable”, la Carta mantiene la expresión “sagrado” que originariamente calificaba también al derecho de propiedad (hasta la reforma de 1934). De este modo, se enfatiza en su inviolabilidad y en su carácter de reservorio de la intimidad familiar. Es que el hogar es algo más que el aspecto material constituido por una casa: forma parte de la intimidad de cada uno (en tanto es el lugar donde cada quien se encuentra consigo mismo) y es donde la intimidad se hace común con otras personas (en tanto es el sitio donde se comparte la intimidad, donde las personas se manifiestan como realmente son). Esa es la dimensión de la intimidad familiar. Según se ha enfatizado, “en el hogar, nuestro ser es completado por un entorno afectivo y material, en el que empezamos a formar parte de una familia, y donde se realiza principalmente el proceso de formación de la personalidad humana. Allí es donde nacen los hijos, es el marco natural del amor, del sexo, de la familia... El hogar es, en consecuencia, el lugar donde se despliegan de modo más intenso las dimensiones más profundas de la persona: la intimidad, la manifestación, el diálogo, el dar”202. Sin perjuicio de las normas antes citadas, es interesante destacar que el constituyente ha hecho especial referencia a las virtudes y a los vicios, que son su contracara. En efecto, en el art. 8°, tras proclamar que “todas las personas son iguales ante la ley”, se enfatiza en que no se reconocerá “otra distinción entre ellas sino la de... las virtudes”. Más adelante, en el art. 46, inc. 2°, se dispone que “El Estado combatirá por medio de la ley y de las convenciones internacionales los vicios sociales”. Quiere decir que el constituyente ha reconocido a las virtudes, en tanto hábitos operativos buenos susceptibles de ser adquiridos con esfuerzo, como un elemento de legítima diferenciación entre los individuos. A su vez, ha cometido al Estado combatir los vicios sociales, es decir, los comportamientos éticamente negativos asumidos por integrantes del cuerpo social que son la contracara de las virtudes. De este modo, puede concluirse que, para el Derecho constitucional uruguayo, la familia, fundada en el matrimonio, es la célula vital de la sociedad, para la trasmisión de la vida y la educación de los hijos.

199 BRITO, Mariano R., “El cuidado de la familia por el Estado y la procuración del bien común en nuestros países”, en Revista de Derecho N° 57-58, Santiago de Chile, 1995, p. 170 ss.200 Cfr. DELPIAZZO, Carlos E., Dignidad humana y Derecho, op. cit., p. 43-45.201 JIMENEZ DE ARECHAGA, Justino, La Constitución Nacional, Cámara de Senadores, Montevideo, 1991, Tomo 1, p. 343.202 YEPES STORK, Ricardo, Fundamentos de Antropología, op. cit., p. 112.

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Libertad y autoridad

Ramón Díaz

Amor por la libertad

El hecho central sobre el cual este ensayo se propone llamar la atención del lector es el apasionado amor de Josemaría Escrivá por la libertad, junto con sus fundamentos. Además, se propone inquirir cuál es el concepto preciso de la libertad que amaba, en sí mismo y en relación con el principio de autoridad. Pero parece oportuno comenzar por enfocar aquel hecho que se sitúa en los cimientos de esta comunicación. Y no hemos encontrado mejor manera de acercarnos al tema que reproducir en lo esencial una anécdota que narra Salvador Bernal en su biografía del fundador del Opus Dei. La escena se desarrolla en una tertulia espontánea de un grupo de estudiantes, que habían rodeado al Padre y procuraban retenerlo con su charla. En cierto momento, uno de los contertulios se pone a describir una manifestación callejera, en la cual ha participado, donde -según cuenta- alguien había prorrumpido en gritos contra el Opus Dei. Interpretando la mención coma una crítica al denostador de la obra de su vida, Escrivá lo interrumpe. “Pues hacía muy bien”, manifiesta. “Estaba en su derecho; si pensaba así, debía hacerlo”203. Bernal prosigue su narración reproduciendo la acotación con la cual Josemaría Escrivá justificó, con cierto humor, su reacción, tal vez ante el asombro que leía en los rostros de los jóvenes que tenía ante sí.“Pienso que soy el último romántico, porque amo la libertad personal de todos -la de los no católicos también-(...) Amo la libertad de los demás, la vuestra, in del que pasa ahora mismo por la calle (...)”204. Y en seguida derivo su comentario hacia el porqué de su amor. Pero esa es ya otra cuestión, sobre la que hemos de regresar. Por ahora nos basta con el sentimiento, con la actitud existencial. Declaraciones tales de esa pasión por la libertad no constituyen manifestaciones aisladas de su discurso, fruto de circunstancias especiales. Por el contrario, se trata de un verdadero Leitmotiv, que aflora en sus escritos y en su conversación una vez tras otra. En uno de sus libros, por ejemplo, leemos: “Algunos de los que me escucháis” -dice refiriéndose a sus lectores- “me conocéis desde muchos años atrás. Podéis atestiguar que llevo toda mi vida predicando la libertad personal, con personal responsabilidad. La he buscado y la busco, por toda la tierra, como Diógenes buscaba un hombre. Y cada día la amo más, la amo sobre todas las cosas terrenas: es un tesoro que no apreciaremos nunca bastante”205. En sus entrevistas con la prensa, esta temática resulta infaltable. En una concedida a la revista Palabra de Madrid en 1967, a propósito de una pregunta sobre el papel de la mujer en la Iglesia, enuncia el principio general en materia de libertad en lo que concierne a los cristianos. “Todos los bautizados”, expresa, “-hombres y mujeres- participan por igual de la común dignidad, libertad y responsabilidad de los hijos de Dios”206. Asimismo, en el transcurso del diálogo, aplica el principio tanto a los sacerdotes seculares como a los laicos. Sobre los primeros afirma: “El sacerdote secular, dentro de los límites de la moral y de los deberes propios de su estado, puede disponer y decidir libremente —en forma individual o asociada- en todo lo que se refiere a su vida personal, espiritual, cultural, económica, etc. Cada uno es libre de formarse culturalmente can arreglo a sus propias preferencias o capacidades. Cada uno es libre de mantener las relaciones sociales que desee, y puede ordenar su vida como mejor le parezca”207.

203 BERNAL, Salvador, Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, Apuntes sobre la vida del Fundador del Opus Dei, Ed. Mall), 5° ed., Madrid, 1977, p. 141.204 Ibidem, p. 142.205 Es Cristo que pasa, n. 184.206 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 14.207 Ibidem, n. 8.

A propósito de las enseñanzas de san Josemaría Escrivá

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Respecto de los laicos, afirma “La libertad personal” que les asiste “para tomar a la luz de los principios enunciados por el Magisterio, todas las decisiones concretas de orden teórico o práctico —por ejemplo, en relación a las diversas opiniones filosóficas, de ciencia económica o de política, a las corrientes artísticas y culturales, a los problemas de su vida profesional o social, etc.”. Y en la entrevista acordada al Times de los Estados Unidos, refiriéndose ahora a los miembros de la Obra, Escrivá asevera que “El principio que regula la actitud de los directores del Opus Dei en este campo es el de respeto a la libertad de opción en lo temporal”208. Tampoco faltan los testimonios personales en igual sentido. De particular interés es el contenido en un libro de Enrique Gutiérrez Ríos sobre José María Albareda, recogido por un biógrafo de Josemaría Escrivá, donde la libertad se muestra unida al mensaje central del Opus Dei: la santificación del trabajo ordinario. Allí leemos que, para poder convertir todas las tareas cotidianas en instrumentos de santificación y ejemplo apostólico, “Es necesario” -son palabras del fundador, recogidas por Gutiérrez Ríos- “amar la libertad”209. Palabras pronunciadas en los años 1930 -cuando el totalitarismo hacía estragos en el mundo- cuya resonancia alcanza un diapasón dramático al articularse para decir: “Evitad ese abuso que parece exasperado en nuestros tiempos que revela el deseo, contrario a la lícita independencia de los hombres, de obligar a todos a formar un solo grupo en lo que es opinable, a crear como dogmas doctrinales temporales y a defender ese falso criterio, con intentos y propaganda de naturaleza y sustancia escandalosa, contra los que tienen la nobleza de no sujetarse”210.

Qué clase de libertad

La profesión y centros de interés de las personas deben condicionar inevitablemente las facetas de la libertad que atraen preferentemente su atención. La libertad de expresión del pensamiento asumirá particular relevancia a los ojos de los políticos y los periodistas; la libertad de los mercados frente a la intervención estatal, para los economistas; la libertad de entrada y salida del país con sus bienes, para los miembros de minorías tradicionalmente discriminadas. A veces el énfasis proviene del interés personal, material o no; otras, de la inclinación científica; otras aún se explican por una inquietud filantrópica. ¿Cuál es, entre los posibles, el caso de Josemaría Escrivá? La respuesta es que la gama de modalidades de libertad que atraían su adhesión es universal. No que todas hayan suscitado su atención parejamente. Algunas manifestaciones suyas nos lo muestran marginándose voluntariamente de la arena política. En su visita a Buenos Aires, respondiendo una pregunta, declaró: “Algunas personas se ocupan de política. ¡Yo no!” 211. Pero ello no obstaba a que defendiese la libertad política de los demás. La pregunta que estaba contestando provenía de algún participante de una tertulia en la Argentina, que deseaba saber cómo convencer a sus amigos de que no perdieran el tiempo ocupándose en política, pudiendo dedicarlo a tratar a Dios y conocerlo. Escrivá, partiendo de su ya declarada abstinencia sobre el particular, repuso: “Yo no trato de ese tema, pero comprendo que haya ahí gente llena de rectitud: unos van por la derecha, otros por la izquierda, y ninguno desacierta, todos tienen buena voluntad. Yo no les indicaré que dejen la política” 212. Más aún, el fundador del Opus Dei veía al cristiano como un individuo necesariamente comprometido en los temas temporales. Como señala Berglar, sabía que siempre ha habido y habrá conflictos políticos, sociales e ideológicos, ya que forman parte de la naturaleza del mundo secular, y pensaba que el cristiano no puede desentenderse de ellos y flotar en el aire sin tomar partido, declarándose “neutral”213.

208 Ibídem, n. 29.209 BERGLAR, Peter, Opus Dei. Vida y obra del Fundador, Josemaría Escrivá de Balaguer Ed. Rialp, Madrid, 1990, p. 163. Versión española de Enrique Banús Hirsuta.210 Ibídem.211 BERNAL, Salvador, op. cit., p. 269.212 Ibídem.213 BERGLAR, Peter, op. cit., p. 160.

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Es la libertad como pluralismo lo que lo atrae, pluralismo que es su fruto siempre que se trate de libertad de pensamiento, de religión, de expresión, de asociación. Josemaría Escrivá quería que ninguna modalidad del pensamiento humano y de la fe fuese reprimida. En política, su adhesión al pluralismo no significa que restase importancia a lo que en su esfera pudiese suceder, como expresión de un espiritualismo radical. Lejos de ser ese el caso, se dolía de que “Algunos no (acabasen) de entender que la defensa de la libertad no es... indiferencia a los problemas humanos”214. Su propia abstención en ese plano se debe a su condición sacerdotal, unida a su convicción sobre las limitaciones que ella implicaba. Durante la visita a Argentina antes mencionada, interrogado sobre cómo utilizar con sentido apostólico los medios de difusión masiva, declinó responder. Aparte de referirse a la presencia numerosa de especialistas en la materia, manifestó claramente la razón de su silencio: “Los curas no debernos hablar de cosas profesionales, de las que probablemente no entendemos nada, y, en todo caso, no estarnos para eso”215. Esta convicción se integra estrechamente a su visión amorosa de la libertad. El clero debe respetar la libertad del laico y atenerse a fomentar en él las fuerzas espirituales cuyo ejercicio y aplicación le incumben luego específicamente a cada uno. En una entrevista a Le Figaro, en 1966, expresaba: “Me repugna el clericalismo y comprendo que -junto a un anticlericalismo malo- hay también un anticlericalismo bueno, que procede del amor al sacerdocio, que se opone a que... el sacerdote use de una misión sagrada para fines terrenos”216. Y en otra entrevista, esta de 1968 a L’Osservatore della Dominica, reiteraba, de manera algo más explícita, esencialmente la misma posición. Luego de referirse a la creciente toma de conciencia en la Iglesia del papel de los laicos, pasó a referirse a “un análogo desarrollo de la sensibilidad de los pastores”, que descubren “lo específico de la vocación laical, que debe ser promovida y favorecida mediante una pastoral que lleve a descubrir en medio del Pueblo de Dios el carisma de la santidad y del apostolado, en las infinitas y

214 BERNAL, Salvador, op. cit., p. 274.215 Ibídem, p. 270.216 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 47.

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diversísimas formas en que Dios to concede”217. En seguida, luego de enfatizar los dones naturales y sobrenaturales que tal pastoral demanda, resume estos refiriéndose a “la humildad de no imponer las propias preferencias y ... en una palabra, el amor a la legítima libertad de los hijos de Dios, que encuentran a Cristo y son hechos portadores de Cristo, recorriendo caminos entre sí muy diversos, pero todos igualmente divinos”218. Tras haber exaltado los progresos en el descubrimiento de sus respectivos papeles en la Iglesia, tanto por sacerdotes como laicos, Escrivá encuentra propicia la ocasión para una advertencia: “Uno de los mayores peligros que amenazan hoy a la Iglesia podría ser precisamente el de no reconocer esas exigencias divinas de la libertad cristiana y, dejándose llevar por falsas razones de eficacia, pretender imponer una uniformidad a los cristianos. En la raíz de esas actitudes hay algo no solo legítimo, sino encomiable: el deseo de que la Iglesia dé un testimonio tal, que conmueva al mundo moderno. Mucho me temo, sin embargo, que el camino sea equivocado y que lleve, por una parte, a comprometer a la Jerarquía en cuestiones temporales, cayendo en un clericalismo diverso, pero tan nefando como el de los siglos pasados; y, por otra, a aislar a los laicos, a los cristianos corrientes del mundo en el que viven, para convertirlos en portavoces de decisiones o ideas concebidas fuera de ese mundo”219. Ya hemos oído al fundador manifestando rotundamente su negativa a internarse en los foros políticos. Al mismo tiempo sabemos que es relativa, en cuanto significa abstención de mezclarse en el debate político, pero no obsta a sus firmes posturas en defensa de la libertad en ese terreno, y de abominación del totalitarismo. Ya tuvimos ocasión de citar su denuncia de 1930 del abuso, que juzgaba exasperado entonces, con toda razón, de “obligar a todos a formar un solo grupo en lo que es opinable, a crear como dogmas doctrinales temporales”220. Querríamos ahora subrayar esa misma posición recordando un par de expresiones suyas de repudio al totalitarismo, que se aproximan más al detalle de esa aberración política. Narra Bernal que, en 1973, en un coloquio con el presidente de una iniciativa apostólica personal de miembros de la Obra, la de Escuelas Familiares Agrarias, Escrivá le manifestó: “Hijo mío, haréis con vuestro trabajo personal, una profunda labor de formación cristiana en el campo, que será a la vez una importante labor de carácter profesional y social y también político. ¡Pero nunca de partido único!”221. Ya había hecho mención a esa misma faceta de la vesania totalitaria en la entrevista antes aludida con el New York Times, en 1966, explicando al periodista las causas posibles de la imagen del Opus Dei que este le había puesto por delante: “una organización monolítica con unas posiciones muy definidas en asuntos temporales”. Y el fundador de esa organización supuestamente monolítica reitera lo que tantas veces había dicho antes y diría después: que él la quería libre y, por libre, pluralista, en todo menos en un corazón dogmático bien definido, implantado en la patria natural del dogma. Entre otros argumentos para explicar el infundio, expuso: “Otro factor puede ser el prejuicio subconsciente de personas que tienen la mentalidad de partido único en lo político o en lo espiritual. Los que tienen esta mentalidad y pretenden que todos opinen lo mismo que ellos, encuentran difícil creer que otros sean capaces de respetar la libertad de los demás. Atribuyen así a la Obra el carácter monolítico que tienen sus propios grupos”222.

Por qué la libertad

El amor de Josemaría Escrivá por la libertad, ¿a qué atribuirlo? Como veremos muy pronto, muchos, la mayoría casi seguramente, atribuye la disposición liberal en general a la carencia de convicciones firmes en quienes se adhieren a ella. Sería normal que quien las tuviese quisiera imponérselas a todos los demás, por su propio bien. ¿Cómo dejar que caminen por la senda torcida

217 Ibídem, n. 59.218 Ibídem.219 Ibídem, n. 59.220 Véase la nota al pie n. 210221 BERNAL, Salvador; op. cit., p. 271.222 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 50.

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del error, cuando podría guiárseles hacia el camino recto de la verdad? La opción por la libertad sería, pues, hija del relativismo, moral, metafísico, político, etc. Aquellos que conozcan siquiera someramente la vida y obras de Escrivá descartarán de inmediato que su amor a la libertad tenga en él esa clase de origen. Se han adelantado al respecto algunas hipótesis. Al autor de este texto le resulta muy simpática la de Monseñor Onclin, en su momento decano de la Facultad de Derecho Canónico de Lovaina, que incluye, entre los factores capaces de dar cuenta de la entrañable atracción del Fundador hacia la libertad, el hecho de ser aragonés. Como el que esto escribe es una cuarta parte aragonés, y también ama la libertad, en la medida de su capacidad de amar, sin pretensión de compararla con la del Fundador, querría que, en efecto, las raíces en la tierra aragonesa tuviesen algo que ver con la inclinación de sus vástagos hacia la libertad. Monseñor Onclin justifica así su hipótesis: “En la Historia de España, Aragón ha sido siempre tierra de libertades. Antes de la Carta Magna inglesa, ya conocía la tradición del habeas corpus. Su Justicia Mayor escribió páginas gloriosas y trágicas en la historia española”223. Y empezó a vivir el amor que profesó a la libertad en el aragonés hogar de sus padres. Ciertamente, Onclin siente en seguida la necesidad de calar más hondo en busca de las principales incitaciones que condujeron a Josemaría Escrivá a su idilio con la libertad; pero no puede discutirse que el haber nacido y haberse criado en una tradición que exaltaba el valor de la libertad pudo haber operado como condición para que las verdaderas causas tuvieran efecto. Deseamos indicar, además, otros rasgos culturales de Escrivá, que muy probablemente predispusieron su espíritu a abrirse a las influencias más profundas que terminaron encendiendo su entusiasmo por la libertad. Nos referimos a su predisposición a aceptar confiadamente la operación de la espontaneidad social, o histórica, en los ámbitos de su máximo interés. Por ejemplo, en la manera en que el Opus Dei desarrolla sus actividades. En la entrevista ya mencionada aquí con la revista Palabra de Madrid, el periodista confronta al Fundador, con una expresión suya, de la que reclama explicación. Él ha dicho en alguna oportunidad que la Obra es una “organización desorganizada”. ¿Qué sentido, pregunta aquél, debe atribuirse a estas palabras? El interrogado no vacila en responder terminantemente. “Quiero decir”, expresa, “que damos una importancia primaria y fundamental a la espontaneidad apostólica de la persona”. Y acto seguido aclara una fórmula que podía haber suscitado dudas. El respeto por la espontaneidad a la que acaba de referirse consiste en la estima por “la libre y responsable iniciativa” (de tales personas) “guiadas por la acción del Espíritu”, en Lugar de fiarse en “las estructuras organizativas, mandatos, tácticas y planes impuestos desde el vértice, en sede de gobierno”224. Ello implica que el Opus Dei está concebido según un plan liberal. Al mismo tiempo, ninguna institución, ni ningún estado, que esté organizado en forma estrictamente jerárquica, de modo que su orden dependa de decisiones adoptadas en lo alto, puede realizar el valor libertad en su seno, ni puede aprovechar con plenitud el potencial de creatividad que sus miembros llevan en su fuero interno. El gran problema de la libertad en Occidente proviene de Descartes, cuyo racionalismo radical le condujo a desdeñar la espontaneidad. En una tarde de invierno de 1637, cuando el frío lo había relegado a una habitación provista de una hospitalaria estufa, se puso a combatir el tedio consiguiente pensando. Es la célebre meditación en que resolverá dudar de todo, y aceptar solo aquello que su individual intelecto reconozca como evidente. Antes de sumergirse en la duda universal, sentó algunos principios básicos que guiarían su discurso. Así se expresó: «souvent il n’y a pas tant de perfection dans les ouvrages composés de plusieurs pièces, et faits de la main de divers maîtres, qu’en ceux auxquels un seul a travaillé»225. Y la referencia al maestro artesano no es más que un ejemplo; en seguida nos participa el autor que el principio posee un ámbito de aplicación mucho más amplio, que abarca el de la política: «je crois que si Sparte a été autrefois si florissante, ce n’a pas été à cause de la bonté de chacune de ses lois en particulier, vu

223 BERNAL, Salvador, op. cic, p. 254 -255.224 Conversaciones con Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, n. 19.225 DESCARTES, Rene, Discours de la méthode, Deuxieme partie, Principales règles de la méthode. Traducción de este autor: “a menudo no hay tanta perfección en las obras compuestas de diversas piezas, y hechas por la mano de varios maestros, como en aquellas en las cuales una solo ha trabajado”.

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que plusieurs étaient fort étranges, et même contraires aux bonnes moeurs, mais á cause que, n’ayant été inventées que par un seul, elles tendaient toutes à même fin»226. Podría hablarse del «efecto Licurgo». La misma idea tenía una prosapia extensa. En La Republica y Las Leyes Platón nos presenta al logos de Sócrates y del xénos construyendo a pulso sendos estados. En realidad, para encontrarnos con la idea de la espontaneidad social habrá que aguardar hasta el siglo XVIII dC. En realidad, aunque la noción ya estaba in ovo en la obra de los escolásticos tardíos, en especial de la escuela de Salamanca, en los siglos XVI y XVII227, son dos autores escoceses -ambos nacidos en 1723, -ambos bautizados con el nombre de Adam -quienes se plantan cada uno por su lado ante el hecho histórico de que las sociedades humanas no nacen ni crecen bajo la conducción de ningún individuo (Licurgo es, por tanto, un personaje mítico) y que, sin embargo, se detecta en su seno orden y no caos. Ambos encuentran sendas felices imágenes para expresar que las sociedades generan su propio orden sin proponérselo, de manera espontánea. El primero en lograrlo es el que ha dejado la impronta menos visible en la historia de las ciencias sociales. Adam Ferguson, en 1767, escribe: “Every step and every movement of the multitude ... are made with equal blindness to the future; and nations stumble upon establishments, which are indeed the result of human action, but not the execution of any human design”228. La pintura de la espontaneidad no podría lograrse con mayor expresividad en menos pinceladas: el verbo “toparse” (stumble) y la contraposición entre “acción” y “designio” humanos nos ponen en contacto con todo lo esencial del concepto. Y nos parece que proyecta luz sobre la enunciación ya citada del Fundador, y un par más vertidas por él en la misma entrevista, que en seguida vamos a transcribir. “Bendita desorganización ese justo y necesario pluralismo, que es una característica esencial del buen espíritu del Opus Dei”229. Desorganización que no es más que la percepción a primera vista de la construcción de un orden por múltiples agentes que se mueven sin itinerario preordinado, según su propia inspiración, o la del Espíritu, como ya hemos oído decir a Escrivá. Y esta advertencia: “Un mínimo de organización existe, evidentemente, con un gobierno central ... y gobiernos regionales ... Pero toda la actividad de esos organismos se dirige fundamentalmente a una tarea: proporcionar a los miembros la asistencia espiritual necesaria para su vida de piedad y una adecuada formación espiritual, doctrinal-religiosa y humana. Después ¡patos al agua!”230.Como en la sociedad mayor, tratándose de un país libre, hay gobierno, hay leyes; pero, de ahí en adelante, los bípedos implumes a moverse con tanta soltura como la que disfrutan los patos en el estanque. Nos hemos detenido un tanto en la estima de la espontaneidad como faceta esencial de la Obra, por ser esta una condición necesaria del papel que la libertad desempeña en ella; pero todavía no hemos dado respuesta a la pregunta que quiere ser el meollo de esta sección: ¿por qué el Fundador eligió la libertad? La respuesta no es obvia, en tanto muchos amantes y defensores de la libertad la eligieron por motivos que no cuadran dentro del caso de Josemaría Escrivá. Tomemos el de John Stuart Mill, sin duda emblemático, particularmente por haber escrito On Liberty, uno de los mayores clásicos del liberalismo sobre el tema. Tratando de la libertad de expresión del pensamiento, Mill se hace cuestión acerca de la actitud del liberal favorable a que se autorice la difusión de posiciones contrarias a las suyas. Mill se basa en su convicción de que el discurso humano es una progresión hacia la verdad. Sostiene que “the peculiar evil of silencing the expression of an opinion, that it is robbing the human race”. Si la opinión es falsa, por contraste resaltará la

226 “...yo creo que, si Esparta ha estado en la antigüedad tan floreciente, ello no ha sido a causa de la bondad de cada una de sus leyes en particular, vista que varias eran muy extrañas, y aun contrarias a las buenas costumbres, sino a causa de que, no habiendo intervenido más que uno, tendían todas hacia el mismo fin”.227 En tal sentido, véase F. A. Hayek que expresa: “…in the discussion of the problems of society by the last of the schoolmen, the Spanish Jesuits of the sixteenth century, naturalis became a technical term for such social phenomena as were not deliberately shaped by human will”, citando en especial a Luis Molina, en Law, Legislation and Liberty, The University of Chicago Press, 1973, vol. I, p. 21.228 FERGUSON, Adam, Art Essay on the History of Civil Society, Transaction Publishers, New Brunswick and London, 1995, p. 122. La imagen de Adam Smith, nueve años posterior, la archifamosa “mano invisible”, nos llevaría demasiado espacio considerar, sin significativo beneficio en este particular contexto. (Traducción del fragmento ingles por este autor: “Cada Paso y cada movimiento de la multitud ... se llevan a cabo con igual ceguera respecto del futuro; y las naciones se topan con instituciones, que ciertamente son el resultado de la acción humana, pero no la ejecución de ningún designio humano”).229 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, p. 19.230 Ibídem.

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verdad de su contraria y -el caso que especialmente nos interesa- si la opinión es cierta, la sociedad pierde la oportunidad de cambiar el error por la verdad”231. Dicho con palabras de un biógrafo suyo: “If error is proscribed, there is always the danger that elements of the truth will be banned too; for no authority can be sure of infallibility’’ 232. Desde este punto de vista, cuanta mayor incertidumbre abrigue alguien sobre la verdad, tanto mayor debe ser su inclinación por la libertad, mientras que la persona de convicciones firmes debe tender hacia el autoritarismo. Un ensayo de autor uruguayo, Hebert Gatto, enfatiza esta opinión. En dos artículos publicados en Cuadernos de Marcha233 niega que Sócrates, quien arriesgó su vida en la asamblea ateniense votando como pritano234 contra la voluntad de la multitud enfurecida, fuera un precursor del liberalismo puesto que, aduce, siempre votaba de acuerdo con la ley, y debía proteger conforme a ella a las personas que estaban siendo juzgadas (las que de hecho serían condenadas de todos modos a muerte y ejecutadas). En cambio, acepta como precursores a los sofistas, que cultivaban un relativismo ético extremo. Sócrates, expresa, “...seguía aferrado al mundo moral tradicional de la polis, se oponía al relativismo ético sosteniendo la objetividad de los viejos valores que definían la virtud, (...) defendía la religiosidad y la piedad ciudadana, (...) y confiaba más en la razón y en el constructivismo ético de lo que haría cualquier liberal”235. Se sigue que para el ensayista son auténticos defensores y amantes de la libertad los que no creen en nada; es decir, niegan que las virtudes existan realmente y su actitud religiosa es escéptica o agnóstica. Se trata de una versión extrema de la tesis, pero nos ha permitido comprender mejor sus corolarios, según los cuales, quien sabe cómo se debe obrar y abriga una fe sólida, no puede ser partidario de la libertad. O, dicho de otro modo, le sería imposible transigir con la inmoralidad, o el error, de los demás, si estuviese en sus manos suprimirlos. Quien, en cambio, crea que los valores morales son identificables con las inclinaciones de cada individuo -de modo que, en consecuencia, la “autenticidad” es la única virtud- y esté seguro de que es imposible llegar a saber nada sobre el origen y destino últimos del hombre, estará plenamente habilitado para abrazar amorosamente la libertad, porque nada de lo que otros piensen y sientan ha de interferir con sus propias opiniones.

231 MILL, John Stuart, On Liberty, Crofts Classics, Northbrook, III, 1947. (Traducción de este autor: “...el mal peculiar que genera el silenciar la expresión de una opinión humana, es robar a la humanidad”).232 STAFFORD, William, Joke Stuart Mill, Macmillan, St. Martin’s Press, Londres y Nueva York, 1998.(Traducción de este autor: “Si se proscribe el error, habrá siempre el peligro de que la verdad sea desterrada al mismo tiempo, pues ninguna autoridad puede estar segura de su infalibilidad”).233 GATTO, Hebert, “Sócrates, Platón y la democracia ateniense” y “Democracia y liberalismo. Historia de un romance difícil” en Cuadernos de Mucha, 3a época, nos. 103 y 104.234 Alto cargo político para el cual fue designado por sorteo.235 GATTO, Hebert, op. cit., n. 103, p. 47.

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Nos consta que no es así, pero no es del todo fácil saber por qué es falsa esa visión. Más arriba oíamos al Fundador defender a quien en público había proferido improperios contra el Opus Dei236. ¿Sería acaso por dudar de que la obra de su vida pudiese merecerlos? También nos enteramos que quería libertad religiosa para los que profesaban religiones distintas de la católica237. ¿Por ventura podría atribuirse tal cosa a que dudase que la Iglesia de Roma era el verdadero oráculo de Dios? Si, entonces, concluimos que ambas preguntas reclaman respuestas negativas, ¿qué atribuir su defensa de la libertad en tales casos? El propio Escrivá se ocupó del tema. “Cuando, durante mis años de sacerdocio, no diré que predico, sino que grito mi amor a la libertad personal, noto en algunos un gesto de desconfianza, como si sospechasen que la defensa de la libertad entrañara un peligro para la fe. Que se tranquilicen esos pusilánimes. Exclusivamente atenta contra la fe una equivocada interpretación de la libertad, una libertad sin fin alguno, sin norma objetiva, sin ley” 238. Ha de ayudarnos a interpretar estas y muchas otras actitudes adoptadas por el Fundador en la misma dirección, la entera integración de su personalidad en la dirección del amor a Dios. Josemaría Escrivá amaba la libertad porque Dios crea al hombre con el don misterioso de la libertad. “Nadie le impedía (a Dios) habernos creado impecables”, escribe citando a San Agustín, “con un impulso irresistible hacia el bien, pero juzgo que serían mejores sus servidores si libremente le servían”239. De ahí su dignidad única entre todos los seres terrenales, de poder autodeterminarse, y no obrar como simple reflejo de excitaciones externas. Y si Dios había condescendido a crearlo a su imagen y semejanza, lo que en el fondo no puede significar otra cosa que crearlo libre, ¿cómo podrían los que aman a Dios dejar de querer que los demás pudiesen disfrutar de ese don sobrenatural -la espontaneidad del espíritu en un mundo de causalidad material- con la mayor plenitud posible? La fundamentación del valor libertad sobre las limitaciones del hombre es sustituido por su cimentación sobre el sentimiento más exaltado que puede latir en el corazón humano. Desde esa perspectiva, la libertad no se limita a ser un derecho individual o corporativo, sino que la rodea un imperativo ético, que implica el deber de respetar a quien disiente con uno y a prestar un oído comprensivo a sus opiniones, más aún, a defender el derecho ajeno a opinar y disentir. Con el fervor característico de su estilo, llegó a afirmar su disposición a “dar cien vidas que tuviera para defender la libertad de las conciencias”240. En puridad, el amor a la libertad es un retoño de la caridad. “Amemos de verdad a todos los hombres; amemos a Cristo, por encima de todo; y, entonces, no tendremos más remedio que armar la legitima libertad de los otros”241.Pero también la propia, ineludiblemente consustanciada con la ajena. En el mismo libro escribe más adelante: “El cristiano sabría defender antes que nada la libertad ajena para poder después defender la propia”242.

Libertad y autoridad

Sobre la libertad hay algo que sabemos a ciencia cierta: que no es un valor que se sostenga a sí mismo, que no precise de otro para permanecer en pie. Esto es evidente: una sociedad en el cual cada uno se deja llevar por sus apetitos no podría existir, el caos la disgregaría. Más arriba dijimos que la espontaneidad social conduce a un orden, y no a un caos -como creían los pensadores que sería el caso hasta bien entrado el siglo XVIII- a condición de que la sociedad libre contase con el soporte imprescindible. Ese soporte se llama autoridad. 0 sea el poder de hacerse obedecer e imponer los fundamentos de un orden. Hay entre los dos valores una unión necesaria, pero

236 V. supra, nota al pie n. 1.237 V. supra, nota al pie n. 2.238 Amigos de Dios, n. 32.239 Ibídem, n. 33.240 BERNAL, Salvador, op. cit., p. 164.241 Es Cristo que pasa, n. 184.242 Ibídem, n. 124.

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conflictiva. La autoridad puede apabullar a la libertad, y sumir a la sociedad en el despotismo. La libertad puede salirse de madre y desatar la anarquía. El equilibrio se establece cuando libertad y autoridad se respetan, y reconocen que se necesitan mutuamente, por más que sean la prudencia y la razón, y no necesariamente el amor, lo que las une. El nivel mínimo de autoridad que permite a la sociedad mantener su cohesión es la ley. Ley en su sentido primigenio de derecho, y no de “legislación”, una modalidad reciente desde la perspectiva de la historia. La relación entre los dos valores puede advertirse en la definición de libertad que nos ha dejado Locke, un texto canónico del liberalismo, según el cual la libertad consiste en “... to have a standing rule to live by, common to every one of that society (…). A liberty to follow my own will in all things where that rule prescribes not, (and) not to be subject to the inconstant, uncertain, unknown, arbitrary will of another man”243. La idea central es clara; se compone de tres proposiciones: (i) la regla a que estoy sometido es estable; (ii) allende su alcance mi voluntad es soberana; (iii) no está en manos de nadie cambiar la regla arbitrariamente. Si alguien puede cambiar la regla a su albedrío, la libertad se trueca en esclavitud, precisamente el título del capítulo que contiene la definición. Un derecho estable permite a la sociedad componer espontáneamente un orden, como reiteradamente lo muestra la historia, en el cual está protegida la propiedad privada, la seguridad personal, y la limitación del gobierno. Pero, el que la ley sea una condición necesaria de la libertad no demuestra que sea asimismo una condición suficiente. Nuevamente es la historia que nos muestra que, accidentes políticos mediante, la libertad limitada suele trocarse en autoridad ilimitada, en despotismo. ¿Es que habrá un grado mayor de autoridad, igualmente compatible con la libertad, que confiera mayor estabilidad a este valor? En los dichos y escritos de Escrivá la libertad aparece frecuentemente flanqueada por el adjetivo “responsable”244. ¿No estará sugiriendo que existe una forma de autoridad que promueve el orden desde el fuero interno de las personas, así como la ley lo hace desde el contexto social en conjunto, y por lo tanto para cada uno viene dada? Esta pregunta había recibido una terminante afirmación si se la hubiésemos planteado a Edmund Burke, ese genial irlandés tan injustamente olvidado por la subcultura Latina. El memorable pasaje en que nos transmite su respuesta dice así: “Men are qualified for civil liberty, in exact proportion to their disposition to put moral chains upon their own appetites; in proportion as their love to justice is above their rapacity; in proportion as their soundness and sobriety of understanding is above their vanity and presumption; in proportion as they are more disposed to listen to the counsel of the wise and good, in preference to the flattery of knaves. Society cannot exist unless a controlling power upon will and appetite be placed somewhere, and the less of it there is within, the more there must be without. It is ordained in the eternal constitution of things, that men of intemperate minds cannot be free. Their passions forge their fetters”245. ¿Qué nos dice este notable fragmento de Burke? Nos asegura que la libertad exige la cooperación de la virtud para mantenerse enhiesta. Contradice la concepción superficial de muchos liberales, según la cual basta con escribir y promulgar una constitución que limite los poderes del gobierno, y decir ¡nunca más! a propósito de la última dictadura, para que la sociedad pueda ser auténtica y duraderamente libre. ¿Es este mismo el concepto de Josemaría Escrivá de una “libertad responsable”? En parte sí lo es; en parte el Fundador va más allá, en cuanto se refiere

243 LOCKE, John, Concerning Civil Government, Second Essay, originalmente publicado en 1660, Cap. IV, n. 21.[Traducción de este autor: “tener una regla firme junto a la cual vivir, común a todos en la sociedad (...). Una libertad para seguir mi propia voluntad en todo aquello que las prescripciones no abarcan, (y) no estar sujeto a la voluntad inconstante, incierta, desconocida y arbitraria de otro hombre].244 Cfr. solo a título de ejemplo: Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 13, 14; Es Cristo que pasa, n. 99, 184; BERNAL, Salvador, op. cit., p. 254 (muy especialmente, por su particular énfasis).245 BURKE, Edmund, “A Letter to a Member of the National Assembly” (1791), en Further Reflections on theRevolution in France, Liberty Fund, Indianapolis, 1992, p. 69. (Traducción de este autor: “Los hombres están habilitados para la libertad, en exacta proporción a sus disposiciones para poner cadenas morales sobre sus propios apetitos; en la proporción en que su amor a la justicia sobrepase su rapacidad; en la proporci6n en que la soledad y sobriedad de su entendimiento supere la estatura de su vanidad y presunción; en la proporción que se hallen más dispuestos a oír el consejo de los sabios y buenos, antes que los halagos de los pillos. La sociedad no puede existir a menos que un poder limitante de la voluntad y los apetitos se ubique en alguna parte, y cuanto menos ella esté dentro, más tendrá que estar fuera. Esta ordenado en la eterna constitución de las cosas, que los hombres de ánimos destemplados no pueden ser libres. Sus pasiones forjan sus cadenas»).

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a subconjuntos de la gran sociedad, de los que reclama cualidades especiales, del conjunto de los cristianos, y, notablemente, de la sociedad a cuya fundación y desarrollo dedicó su vida. Ello plantea situaciones en que el papel de la autoridad, en el pensar y el obrar del ser humano, alcanza una mayor estatura, sin desmedro de la libertad, según veremos. Refiriéndose a los cristianos en general, escribe: “El Señor nos ha dado gratuitamente un gran regalo sobrenatural, la gracia divina; y otra maravillosa dadiva humana, la libertad personal, que exige de nosotros —para que no se corrompa, convirtiéndose en libertinaje- integridad, empeño eficaz en desenvolver nuestra conducta dentro de la ley divina”246. Ello nos muestra una dualidad en el papel de la autoridad: autoridad como ley humana, y temperancia, según vimos, para no descender a la servidumbre, y ley divina, o ley moral, para que la libertad no se trastoque en libertinaje; o sea en una libertad caída de su pedestal ético. Que la libertad no sea, exhorta con igual intención el propio –antes- en otro lugar, “una libertad sin fin alguno, sin norma objetiva, sin ley, sin responsabilidad. En una palabra: el libertinaje”247. Pensamiento que es reminiscente del dilige et fac quod vis agustiniano: ama, y por tanto cumple el supremo mandamiento de Dios, y entra entonces sin peligro al ámbito de tu libertad. Esa mayor exigencia en cuanto al complemento autoritativo de Ia libertad plantea al mismo tiempo una mayor exigencia en cuanto a la formación doctrinal y ascética de aquellos llamados a ese superior compromiso. En este sentido responde Josemaría Escrivá al periodista del New York Times que lo interroga: “...los miembros de la Obra...” -expresa- “necesitan estar formados de modo que sepan administrar la propia libertad: con presencia de Dios, con piedad sincera, con doctrina”248. Lo que a su vez concuerda con el deber que él mismo se atribuye: “He concebido siempre mi labor de sacerdote y pastor de almas”-escribe- “como una tarea encaminada a situar a cada uno frente a las exigencias completas de su villa, ayudándole a descubrir lo que Dios, en concreto, le pide, sin poner limitación alguna a esa independencia santa y a esa bendita responsabilidad individual, que son características de una conciencia cristiana»249. Sin que la fe deba ser nunca impuesta coactivamente, como proclama en otro lugar: “Yo defiendo con todas mis fuerzas la libertad de las conciencias. Hay que respetar las legítimas ansias de verdad: el hombre tiene obligación grave de buscar al Señor, de conocerle, de adorarle, pero nadie en la tierra debe permitirse imponer al prójimo la práctica de una fe de la que carece”250. Para concluir es preciso que nos refiramos al papel de la obediencia en el plan del Opus Dei. Para evitar que este punto aparezca revestido de mayores dificultades de las que genuinamente lo caracterizan, convendrá realizar algunas puntualizaciones previas. En primer lugar, el deber absoluto de obediencia de un sujeto puede serle forzado, como en el caso del esclavo, o provenir de un acto libre de consentimiento, como en el caso del religioso que hace votos perpetuos que incluyen la obediencia. En segundo lugar, los votos pueden ser compatibles con un área mayor o menor de libre decisión, como acontece en el régimen de disciplina militar. Finalmente, puede tratarse de un deber de indefinida duración o tal que su duración dependa de la voluntad del obligado. En síntesis, el concepto de obediencia es complejo, y en modo alguno unívoco en relación con la libertad. Algunos dichos de Escrivá nos ilustrarán al respecto en el ámbito del Opus Dei. Berglar cita de una carta suya de 1954: “Nos sentimos libres y comprendidos a la hora de obedecer, con la espiritualidad de la Obra: porque nos mandan, teniendo en cuenta que somos gente con inteligencia, con mayoría de edad, con responsabilidad personal, que han de poner en la obediencia activamente su entendimiento y su voluntad, y que aceptan la responsabilidad consiguiente en coda acto de obediencia”. Y acto seguido el mismo autor reproduce palabras de otra comunicación epistolar nueve años anterior: “La obediencia en la Obra favorece el desarrollo de todos vuestros valores individuales y hace que, sin perder vuestra personalidad, viváis, crezcáis y adquiráis una

246 Es Cristo que pasa, n. 184.247 Amigos de Dios, n. 32.248 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 53249 Es Cristo que pasa, n. 99250 Amigos de Dios, n. 32.

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mayor madurez”251. Y en otro lugar encontramos una simbiosis más estrecha entre obediencia y libertad, que desafía más frontalmente nuestra comprensión habitual de uno y otro concepto: “El Reino de Cristo” escribe, “es de libertad: aquí no existen más siervos que los que libremente se encadenan, por Amor a Dios. ¡Bendita esclavitud de amor, que nos hace libres!” Podría pensarse que el autor hace referencia a un acto final de libertad, que abre las puertas de la libertad atribuida por Jesús a su Verdad, en el plano sobrenatural, pero el contexto nos asegura que no es el caso. El texto continúa así: “Sin libertad, no podemos corresponder a la gracia; sin libertad, no podemos entregarnos libremente al Señor, con la razón más sobrenatural: porque nos da la gana”252. Españolísima expresión, la que cierra el fragmento, y nos asegura de que habla de la libertad tal como entendemos el vocablo a diario, como cabal manifestación del albedrío con que Dios ha querido distinguirnos de entre todas las creaturas. Y si en algún lector persiste la duda, en cuanto a si no se tratará que la libertad de los fieles de la Obra se agota en el acto, ése sí libre, de ingresar a ella, nos bastará con recordarle un dicho reiterado del Fundador, según el testimonio de uno de sus tempranos seguidores, Jose María Casciaro, en cuanto a que “En la Obra tenemos una puerta estrecha para entrar y otra ancha para salir” 253. Pero más aún que los contextos que flanquean las referencias a la obediencia, es el gran contexto de sus dichos y escritos, y de su vida entera, que nos asegura que en el pensamiento de Josemaría Escrivá la autoridad, y dentro de ella la obediencia, desempeña un papel auxiliar frente a la libertad. No solo por las múltiples declaraciones de amor que dispensó a este valor con su característica efusividad, sino también por su certeza en la virtud que la espontaneidad infundiría en el obrar de sus colaboradores, sus repetidas alusiones amistosas a la “desorganización” de la Obra, su parcialidad por el pluralismo, su aversión a lo que llamaba “mentalidad de partido único”, sobre todo lo cual hemos tenido ocasión de comentar, todo ello asegura, dentro de los bienes terrenos, la primacía a la libertad en la sensibilidad y la estimativa del fundador del Opus Dei. Todavía nos quedaría registrar, antes de concluir, la resonancia de su voz dirigiéndose en 1936 a un auditorio juvenil. “¡Sois libérrimos!”, les decía, “Oídme bien: ¡Sois libérrimos!” Y les exhortaba a defender la libertad de los demás, de forma concreta, en la vida cotidiana, en medio de la calle y, sobre todo, en el amor que sabe aceptar a los demás como se acepta uno a sí mismo, con sus debilidades y sus errores, y a ser tolerantes en todo lo que Dios ha dejado al libre juicio de cada uno. Resumiendo así su pensamiento: “Respetad la libertad, defended la vuestra” 254. Con lo cual uno puede explicarse cómo Raffaello Cortesini, director de la Cátedra de Cirugía Experimental de la Universidad de Roma, llamado por un periódico a condensar en una frase su recuerdo del Fundador, respondió: “Un uomo che amava la libertà” 255.

251 BERGLAR, Peter, op. cit., p. 93.252 Es Cristo quo pasa, n. 184.253 BERNAL, Salvador, op. cit., p. 260.254 BERGLAR, Peter, op. cit., p. 163.255 BERNAL, Salvador, op. cit., p. 264.

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Las tareas de gobierno:preparación, ejecución y relevo

Luis Manuel Calleja256

Introducción

No basta tener un “electroencefalograma de hombre de empresa” o de político para ser una persona de gobierno. Josemaría Escrivá de Balaguer añadió a esas dotes naturales la practica más amorosa, ordenada y fecunda; la tarea de gobierno fue una muestra particularmente importante de su paternidad y prudencia. No escribió de política ni de negocios, pero recordó e instó a santificar esas y otras tareas nobles. Su secularidad y respeto por la legítima autonomía de lo natural le llevó a aplicar los clásicos principios generales de gobierno de una manera arquetípica. Nos encontramos ante una persona que ejercitó las tareas directivas de forma sencilla y estrictamente magistral. Encontrar en sus obras luces y lecciones sobre la tarea de gobierno bajo voces como servicio, fortaleza, humildad, prudencia, responsabilidad, formación, santificación del trabajo y otras muchas virtudes y aspectos supone situarnos en el ámbito que Josemaría Escrivá buscaba: “... para que se alce algún pensamiento que te hiera, y así mejores tu vida y te metas por caminos de oración y de Amor”257. Como era de esperar, muchas de las enseñanzas de gobierno aparecen bajo epígrafes puramente ascéticos; todo es objeto de enderezamiento sobrenatural cuando se realiza con la necesaria perfección humana. Josemaría Escrivá plantea el gobierno como un modo de servir particularmente responsable. Hace ver que los modos, pautas y criterios de buen gobierno inducen a comportamientos cristianos en los gobernados y constituyen en sí mismos actividades nobles del corazón cristiano. Tiene en cuenta que las personas de gran calidad motivacional no son precisamente las más sencillas de dirigir; no simplifica nada, y no reduce ni un punto la profundidad de las responsabilidades de gobierno. Esta disposición exige mucho mayor preparación que el hecho de ejercitar el mando. Lo que sigue es una recopilación sumaria de textos y citas comentada someramente según el personal punto de vista del autor de este artículo. Está clasificada en tres apartados: preparación para el gobierno, su ejercicio, y el relevo en el mismo. Es un esbozo para mostrar el filón de ciencia y experiencia de gobierno en los escritos del fundador del Opus Dei. En los textos seleccionados procuraremos distinguir los modos de aplicar los mismos principios al gobierno de la cosa pública, las organizaciones privadas y las empresas espirituales. Josemaría Escrivá apunto rasgos algo más concretos solo para estas últimas, mientras que aporto luz para la santificación de los quehaceres directivos en cualquiera de los tres ámbitos, aunque nunca sobrepasara su ámbito de validez especifico.

Preparación para el gobierno

Josemaría Escrivá repara en que la vocación profesional de algunos puede llevar a alcanzar posiciones de gobierno con más o menos poder. La intervención “en las obras y en las decisiones humanas” en ese plano precisa de una idoneidad y formación adecuadas; de un saber por qué y para qué, junto al cómo Desconocer la razón de ser concreta en cada caso, carecer de habilidad, de

256 El autor agradece al profesor Jose Luis Lucas Tomas las agudas sugerencias que le ha brindado para escribir este artículo.257 Camino, Presentación.

A propósito de las enseñanzas de san Josemaría Escrivá

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oficio y de idoneidad, puede llevar al mal uso del poder, aparte de ser un indicio de clericalismo, de injusticia o de imprudencia. “Los hijos de Dios, ciudadanos de la misma categoría que los otros, hemos de participar sin miedo en todas las actividades y organizaciones honestas de los hombres, para que Cristo esté presente allí. Nuestro Señor nos pedirá cuenta estrecha si, por dejadez o comodidad, cada uno de nosotros, libremente no procura intervenir en las obras y en las decisiones humanas, de las que dependen el presente y el futuro de la sociedad”258. “La mujer que quiere dedicarse activamente a la dirección de los asuntos públicos, está obligada a prepararse convenientemente, con el fin de que su actuación en la vida de la comunidad sea responsable y positiva. Todo trabajo profesional exige una formación previa, y después un esfuerzo constante para mejorar esa preparación y acomodarla a las nuevas circunstancias que concurran. Esta exigencia constituye un deber particularísimo para los que aspiran a ocupar puestos directivos en la sociedad, ya que han de estar llamados a un servicio también muy importante, del que depende el bienestar de todos”259.

Los cargos de gobierno precisan estar dotados del poder suficiente y ejercerlos ganando en autoridad. Tal poder en sí no es malo: es necesario para el ejercicio del cargo a fin de lograr las más altas cotas de bien común en la esfera que se trate. El poder es un instrumento necesario. Pero puede ser mal usado, corruptamente esgrimido, buscado en sí mismo y, por su naturaleza, fácil de abusar y difícil de desprenderse de él si no se está alerta. Involucra la pasión irascible pudiendo abrasar a la persona que no esté específicamente vigilante. En su pedagógica explicación de la teología de las realidades terrenas, Josemaría Escrivá hacía mucho hincapié en la repetida insistencia con que el primer capítulo del Génesis afirma que todo lo creado por Dios es bueno: “Y vio Dios todo lo que había hecho; y he aquí que era muy bueno” (Gen.1, 31). Lo que a su vez nos conduce a la aseveración paulina de que todo es limpio para los limpios: Omnia munda mundi (Tito 1, 15).

258 Forja, n. 715.259 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 90.

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Cuando alguien está metido de lleno en las estructuras temporales, la historia, los poderes, medios e influencias pueden inducirle a pensar que aquellas situaciones son inmodificables, inexorables, inamovibles; Josemaría Escrivá sacude esa tentación al inmovilismo o la claudicación más o menos activa. “Un error fundamental del que debes guardarte: pensar que las costumbres y exigencias -nobles, legítimas-, de tu tiempo o de tu ambiente, no pueden ser ordenadas y ajustadas a la santidad de la doctrina moral de Jesucristo. Fíjate que he precisado: las nobles y legítimas. Las otras carecen de derecho de ciudadanía”260. Cabe también la tentación de pensar que no solo son situaciones inamovibles, sino que los puestos de gobierno son malos en sí mismos o al menos que hay dilemas morales inherentes en la doble condición del cristiano como ciudadano corriente y como fiel. “No es verdad que haya oposición entre ser buen católico y servir fielmente a la sociedad civil. Como no tienen por qué chocar la Iglesia y el Estado, en el ejercicio legítimo de su autoridad respectiva, cara a la misión que Dios les ha confiado. Mienten - ¡así mienten! - los que afirman lo contrario. Son los mismos que en aras de una falsa libertad, querrían amablemente que los católicos volviéramos a las catacumbas”261. Pero crear o devolver una estructura humana a un orden correcto es lento y costoso; exige considerables dosis de empuje constante, que solo compensaría el esfuerzo teniendo como propósito facilitar a muchos su personal respuesta a la votación cristiana; otra cosa sería de difícil consecución: “Esfuérzate para que las instituciones y las estructuras humanas, en las que trabajas y te mueves con pleno derecho de ciudadano, se conformen con los principios que rigen una concepción cristiana de la vida. Así, no lo dudes, aseguras a los hombres los medios para vivir de acuerdo con su dignidad, y facilitarás a muchas almas que, con la gracia de Dios, puedan responder personalmente a la vocación cristiana”262. Si las tareas de gobierno se refieren a empresas espirituales, precisan enfoques añadidos a la idoneidad propia de toda tarea de gobierno. Lo gobernado es diferente, aunque esencialmente la tarea directiva sea la misma; el cómo se modifica y reclama extremar ciertas dimensiones relacionadas con la calidad sobrenatural de la acción. “Los que gobiernan tareas espirituales, han de interesarse por todo lo humano, para elevarlo al orden sobrenatural y divinizarlo. Si no se puede divinizar, no te engañes: no es humano, es animalesco, impropio de la criatura racional”263. En las obras espirituales la apetencia de cargos -que para el fundador del Opus Dei siempre eran cargas- se torna ridícula, y contradictoria con un mínimo sentido sobrenatural. Es un ámbito donde es imprescindible asegurar siempre la rectitud de intención. “Aspirar a tener cargos en las empresas de apostolado es cosa inútil en esta vida, y para la otra Vida es un peligro. Si Dios lo quiere, ya te llamarán. Y entonces deberás aceptar. Pero no olvides que en todos los sitios puedes y debes santificarte, porque a eso has ido” 264. A la vez, el sentido sobrenatural, la confianza en la Voluntad de Dios y en las gracias que siempre acompañan sus designios, impulsan a la valentía y la audacia. “No te lanzas a trabajar en esa empresa sobrenatural, porque -así lo dices tú- tienes miedo a no saber agradar, a hacer una gestión desafortunada. Si pensaras más en Dios, esas sinrazones desaparecerían”265. Será habitual actuar con miedo, pero no por miedo; actuar sabiendo que nos ven, pero no porque nos vean. El abandono en las manos de Dios, como para cualquier otra persona, es vital en el que tiene que mandar; forma parte de la prudencia. Así, el fundador de la Obra recordaba que había que actuar “sin miedo a la vida y sin miedo a la muerte”, ya que tanto el que gobierna como los gobernados son hijos de Dios.

260 Surco, n. 307.261 Surco, n. 301.262 Forja, n. 718.263 Surco, n. 385. 264 Camino, n. 949.265 Surco, n. 114.s

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La ambición de cargos es legítima en el ámbito temporal, pero al igual que en el espiritual, han de ser considerados tal cual es su razón de ser: servicio a un conjunto de personas dentro de una institución a fin de alcanzar mayores cotas de bien común. Es legítimo esperar premio o gratificación, pero en las tareas espirituales la finalidad es tan absoluta e irreductible, que los medios jamás deben ser buscados por sí mismos. Sin embargo, se puede llegar a alcanzar el poder o puestos influyentes sin tener esa intención de servicio, y se puede usar de él de modo antinatural, sea cual sea el ámbito: “Existen dos maneras de llegar alto: una -cristiana-, por el esfuerzo noble y gallardo de subir para servir a los demás; y otra -pagana-, por el esfuerzo bajo e innoble de hundir al prójimo”266. El móvil cristiano es el mayor y mejor cumplimiento del deber, luchando contra la tendencia al brillo, ambicionando el más profundo servicio, el más sólido: “No ambiciones más que un solo derecho: el de cumplir tu deber” 267. Josemaría Escrivá inculcó en sus hijos machaconamente -como él mismo decía- la visión de fondo que se desprende de este punto de Camino: “No quieras ser como aquella veleta dorada del gran edificio: por mucho que brille y por alta que esté, no importa para la solidez de la obra. Ojalá seas como un viejo sillar oculto en los cimientos, bajo tierra, donde nadie te vea: por ti no se derrumbará en casa’’268. Pero al mismo tiempo es posible, incluso, que algunas personas asciendan al poder como resultado de una ignorancia audaz. Se comprende que el fundador del Opus Dei advirtiera que “sin estudiar no se hace nada”269, y que también afirmase en Surco: “Una persona terrible: el ignorante y, a la vez, trabajador infatigable. Cuídame, aunque te caigas de viejo, el afán de formarte más”270. La responsabilidad que lleva a buscar o a aceptar puestos de gobierno se ha de alimentar, en el proceso de formación personal, tanto del contenido de la acción de gobierno como de lo específico del asunto que se gobierne, respetando ambas naturalezas tal cual son. Esa “casualidad” que puede llevar a algunos a cargos directivos o de gobierno puede ser una verdadera vocación. Entonces, la capacidad potencial habrá de ser llenada con la formación pertinente para cumplir con responsabilidad las tareas. “Necesitas formación, porque has de tener un hondo sentido de responsabilidad, que promueva y anime la actuación de los católicos en la vida pública, con el respeto debido a la libertad de cada uno, y recordando a todos que han de ser coherentes con su fe” 271. “Tú también tienes una vocación profesional que te aguijonea. Pues, ese aguijón es el anzuelo para pescar hombres. Rectifica, por tanto, la intención y no dejes de adquirir todo el prestigio profesional posible, en servicio de Dios y de las almas. El Señor cuenta también con esto”272. La predisposición al gobierno puede ir acompañada de una gran facilidad y rapidez en la asimilación de experiencias; pero el candidato también pudiera llegar a creer en cierto efecto “mágico” sobre la propia capacidad, por influjo del mero nombramiento. Frente a estas posibles situaciones, advierte en tono enérgico: “Pero... ¿de veras piensas que todo lo sabes, porque has sido constituido en autoridad? Óyeme bien: el buen gobernante sabe que puede y ique debe! aprender de los demás”273. “Tu misma inexperiencia te lleva a esa presunción, a esa vanidad, a eso que tú crees que te da aire de importancia. Corrígete, por favor. Necio y todo, puedes llegar a ocupar cargos de dirección (más de un caso se ha visto) y, si no te persuades de tu falta de dotes, te negarás a escuchar a quienes tengan don de consejo. Y causa miedo pensar el daño que hará tu desgobierno”274.

266 Surco, n. 623267 Surco, n. 413.268 Camino, n. 590.269 VAZQUEZ DE PRADA, Andrés, El Fundador del Opus Dei, Ed. Rialp, Madrid, 1983, p. 401.270 Surco, n. 538.271 Forja, n. 712.272 Surco, n. 491.273 Surco, n. 388.274 Camino, n. 352.

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Las personas con capacidad de gobierno parten de cierto don innato desarrollado progresivamente con la formación específica y el contacto con superiores, colegas y subordinados, unos y otros con afán de aprender y de enseñar. Es preciso ampliar esa capacidad inicial con encargos de creciente complejidad, tamaño, e importancia. Ese proceso, “carrera” o trayectoria, configura no ya la capacidad en abstracto o genérica, sino la idoneidad específica para los encargos concretos; no es viable cualquier experiencia para cualquier cargo ni encargo. Y mientras se transita, siempre resulta formativo aprender a ser “tornillo” y ejercer la paciencia y la obediencia y, en cualquier caso, es la manera de ser útil que tiene la mayoría de las personas. “No es prudente elevar a hombres inéditos hasta una labor importante de dirección, para ver qué sale. ¡Como si el bien común pudiera depender de una caja de sorpresas!”275. “No me seas... tonto: es verdad que haces el papel -a lo más- de un pequeño tornillo en esa gran empresa de Cristo. Pero, ¿sabes lo que supone que el tornillo no apriete bastante o salte de su sitio? Se aflojarán piezas de más tamaño o caerán melladas las ruedas. Se habrá entorpecido el trabajo. Quizá se inutilizará toda la maquinaria. ¡Qué grande cosa es ser un pequeño tornillo!”276. El afán de servicio -activo, inteligente, animoso- es planteado por Josemaría Escrivá como un reto; advierte del atajo a pasar a mandar como fruto de las ganas de servir: “Cuando recibas una orden, ¡que nadie te gane en saber obedecer!, lo mismo si hace frío o calor, si estás con ánimo o cansado, si eres joven o no lo eres tanto. Una persona que no sabe obedecer, no aprenderá nunca a mandar”277. Puede formar parte del proceso de formación directivo ser persona que asesore o informe para que el gobernante decida. Pero esa misión asesora no es propiamente gubernativa salvo por los temas tratados y la proximidad e influencia; dirigir no es la culminación de una carrera técnica ni asesora, ni menos aún de personas con propensión a la crítica. La iniciativa y la capacidad de pasar del dicho al hecho con el ritmo debido son características de las personas de acción, que merecieron la atención de Josemaría Escrivá. “Es más fácil decir que hacer. Tú… que tienes esa lengua tajante -de hacha-, ¿has probado alguna vez, por casualidad siquiera, a hacer bien lo que según tu autorizada opinión, hacen los otros menos bien?”278. “Hay que enseñar a la gente a trabajar -sin exagerar la preparación: hacer es también formarse, y a aceptar de antemano las imperfecciones inevitables: lo mejor es enemigo de lo bueno” 279. Puede resultar interesante poner de manifiesto que, así como en los ámbitos temporales una manera de promoverse para cargos directivos es hacerse notar, estar visible, evidenciar resultados o potencialidades, en los ámbitos espirituales resulta ser la humildad un criterio de selección junto a la discreción, aunque también en estos quepa cierta corruptela poco secular de hacerse el humilde, lo que denominaba Josemaría Escrivá “humildad de garabato”. Detectar quién es verdaderamente humilde o quién tiene potencial es una tarea de dirección de personas, que exige sobre todo una enorme capacidad de escucha para hacerse aconsejar de personas doctas. Debe destacarse la enorme responsabilidad de promover personas a cargos de gobierno, de modo particular cuando se trata de obras apostólicas y, por tanto, en un intenso proceso de interacción con el mundo circundante, donde deben vivirse ejemplarmente todas las virtudes humanas -además de las sobrenaturales- también para ser eficaz apostólicamente. El eventual “fracaso” de ese equipo puede ser también el fracaso de quienes lo eligieron.

275 Surco, n, 969.276 Camino, n. 830.277 Forja, n. 627.278 Camino, n. 448.279 Surco, n. 402.

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Ejercicio del gobierno

Si para cualquiera, en cualquier trabajo, es esencial hacer lo que se debe, en el caso de la persona de gobierno lo es doblemente, debido a que la acción u omisión de muchas personas -ahora y en un futuro- estarán centradas en lo que deben, según sea la acción u omisión concreta de quien gobierna. “Es cuestión de segundos... Piensa antes de comenzar cualquier negocio: ¿Qué quiere Dios de mí en este asunto? Y, con la gracia divina, ¡hazlo!”280. “Pregúntate muchas veces al día: ¿hago en este momento lo que debo hacer?”281. Solía afirmar Josemaría Escrivá: “yo no gobierno solo”. Las repercusiones de la acción de gobierno obligan a contar con otras personas, tanto para el estudio e información sobre los asuntos, como para establecer los cursos de acción más adecuados, o finalmente, para la ejecución y supervisión. “Los hombres mediocres, mediocres en cabeza y en espíritu cristiano, cuando se alzan en autoridad, se rodean de necios: su vanidad les persuade, falsamente, de que así nunca perderán el dominio. Los discretos, en cambio, se rodean de doctos -que añaden al saber la limpieza de vida-, y los transforman en hombres de gobierno. No les engaña su humildad, pues -al engrandecer a los demás- se engrandecen ellos” 282. “Las decisiones de gobierno, tomadas a la ligera por una sola persona, nacen siempre, o casi siempre, influidas por una visión unilateral de los problemas. Por muy grandes que sean tu preparación y tu talento, debes oír a quienes comparten contigo esa tarea de dirección” 283. El que fuera rector de la Universidad de Navarra, Francisco Ponz, resume sus puntos de vista surgidos al calor del influjo de su primer Gran Canciller: “Un órgano de gobierno ha de confiar en las personas y saber distribuir funciones y responsabilidades. Gobernar supone concertar voluntades; tender a que se comprendan criterios y disposiciones de gobierno, más que a imponerlos; explicar medidas que contradicen propuestas o recaban sacrificios. Los asuntos se deben exponer de forma sencilla, veraz, objetiva, sin dramatismos, falseamientos, ni actitudes maniobreras. La decisión justa no se alcanza por la destreza en la pugna entre los intereses en conflicto, sino mediante el estudio sereno y la ponderación de las cuestiones, argumentos y circunstancias. Y la medida adoptada no tiene por qué contentar a todos”284. La idea de gobierno de Josemaría Escrivá “se basa en dos principios sencillos y claros: descentralización y colegialidad”285. Aunque referido al gobierno de la Obra, puede ser interesante considerar su enfoque específico, ya que su visión le llevaba a aplicar esos principios según un cuidadoso análisis prudencial del objeto, circunstancias y personas. Entendía que se da primacía al espíritu sobre la organización, que la vida de los miembros no se encorseta en consignas, planes y reuniones. Cada uno está suelto, unido a los demás por un común deseo de santidad y de apostolado286. En el ámbito de la Obra cada miembro actúa por su cuenta, con independencia, en la medida en que es sensato y factible desde el punto de vista práctico. Solía citar el adagio de “hacer hacer, dar quehacer y dejar hacer”. En cualquier ámbito se puede estar perfectamente de acuerdo en los principios y diferir en los modos de aplicación. La forma concreta de operar colegiadamente variaría según esas circunstancias. Los modos variarán en función, entre otras cosas, del grado de libertad, confianza, idoneidad, identificación, formación, experiencia y asunto concreto que se trate. Si bien Escrivá se refería a un “negocio de almas”, merece citarse cómo consideraba “lo económico” en las tareas apostólicas de los directores. El director se responsabiliza u ocupa de

280 Camino, n. 778.281 Camino, n. 772.282 Surco, n. 968.283 Surco, n. 392.284 PONZ, Francisco, “Principios Fundacionales de la Universidad de Navarra”, en Cuadernos del Centre de Documentación y Estudios Josemaría Escrivá de Balaguer, v, 2001.285 BERGLAR, Peter, Opus Dei: Vida y obra del fundador Josemaría Escrivá de Balaguer, Ed. Rialp, Madrid, 1990, p. 362.286 Ibídem p. 362.

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cuánto y cómo se gasta, de cuánto y cómo necesita, y de cuánto y cómo se habría de recabar. Resulta así una preocupación urgente y constante de quien dirija por acopiar los medios necesarios, así que, el director, “por muy cualificado que sea en otros terrenos, también tiene que ser un mendigo diplomado, un mendigo honoris causa, es decir, por causa del honor de Jesucristo...”287. El Fundador explicaba el principio de colegialidad de la siguiente manera: “La labor de dirección en el Opus Dei es siempre colegial, no personal. Detestamos la tiranía, que es contraria a la dignidad humana...Yo no gobierno solo”. El principio lo aplicaba en consonancia con los asuntos específicos de la Obra y el correspondiente desarrollo de la figura del “director”, que iba más allá de ser un puro responsable organizativo, jurídico o administrativo; con un cometido y mandato que transfería a aquellas personas que estaban preparadas para esa tarea. Resulta interesante resaltar cómo consideraba que dirigir, en sentido estricto, solo se dirige a personas libres; al ganado se le conduce, no se le dirige. Sin embargo, utilizaba el término de conductores aplicado a los directores, en el sentido de la física, como conductor eléctrico o térmico. ¿Qué cosas habría que conducir y cómo hacerlo? “Cuando te pido una cosa, hija, no me digas que es imposible, porque ya lo sé. Pero, desde que empecé la Obra, el Señor me ha pedido muchos imposibles... ¡y han ido saliendo!.... Si Dios pide una cosa, hay que hacerla; hay que echarse adelante con valentía” 288. Las mismas personas trabajando en asuntos distintos pueden adoptar distintas formas organizativas, modos de gobierno y relaciones de reporte o jerárquicas. La sensatez y factibilidad prácticas constituyen en el Fundador una manifestación de secularidad, y respeto por la autonomía de la esfera temporal que incluye lo profesional. La descentralización y la delegación pudiera suponer de ordinario que, en una empresa apostólica, de bienes espirituales, lo principal -la razón de ser- se gobierne de un modo, y lo instrumental, periférico o secundario se haga de otro y dejado en manos de la idoneidad específica de los directores. Análogamente, la consideración de la autoridad ha de especificar su ámbito de ejercicio, dependencias, mandato, etc., pues se puede tener autoridad y experiencia para unas cosas y no para otras. Esa consideración cuidadosa de las circunstancias y detalles “hay que vivirla inteligentemente, encarrilando las demandas con iniciativa, metiendo en ella mucho amor, aplicando todos los sentidos”289. Lo demás era poltronería.... Era preciso prever los asuntos, estudiarlos, y seguirlos de cerca, y poner empeño práctico en su ejecución. Algún riesgo hay que correr en las empresas; fiarse de las personas puede ser uno de ellos. Para aquellas vacilaciones de gentes en cargos de gobierno en que sufriera menoscabo su autonomía, les entregaba una regla de oro: “En la duda, por la libertad” 290. Con rango de principios pueden mencionarse, además, aquellos que promovió e inspiró para el gobierno de la Universidad de Navarra: participación, unidad y la persona como centro de atención. La participación implica que “todos han de contribuir a la buena marcha de la Universidad, ninguno se debe considerar ajeno”, y que “las autoridades académicas han de velar para que las vías de participación estén claras y abiertas, sea fácil seguirlas y beneficien al gobierno”291. La persona como centro de atención implica educar en el uso de la libertad y responsabilidad tanto en los gobernados como en los gobernantes, docentes como discentes; en definitiva: buscar el bien y la elevación de todas y cada una de las personas. “...cristianos verdaderos, hombres y mujeres íntegros capaces de afrontar con espíritu abierto las situaciones que la vida les depare, de servir a sus conciudadanos y de contribuir a la solución de los grandes problemas de la humanidad, de llevar el testimonio de Cristo donde se encuentren…”292. Pero la prudencia exige una particular humildad que lleve a considerar la realidad tal cual

287 BERGLAR, Peter op. cit., 262.288 Ibídem, p. 270.289 VAZQUEZ DE PRADA, Andrés, op. cit., p. 345290 Ibídem.291 Estatutos de la Universidad de Navarra, 1998, Archivo de la Universidad de Navarra.292 Es Cristo que pasa, n. 28.

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es sin ingenuidades ni impaciencias. Además, hay que tener en cuenta que nuestra capacidad de previsión es limitada y los planes que salen son, en definitiva, los que Dios permite. Antonio Valero y Vicente, primer Director General del Instituto de Estudios Superiores de la Empresa, afirmaba: “Cuando he intentado analizar las razones del éxito -del IESE- siempre he encontrado en primer lugar y así lo he manifestado repetidas veces, la de haber aplicado con la mayor fidelidad posible el sentido de la libertad, la responsabilidad y la convivencia cristianas que Monseñor Escrivá de Balaguer pedía”293. Para colaboradores bien formados en el que, los cómo y los porqués, es más humano trabajar con criterios que con instrucciones u órdenes. Las políticas pueden servir para que cada persona desarrolle su sentido de la oportunidad ante las circunstancias imprevistas y cambiantes; exigen un juicio prudencial de las peculiaridades de cada situación. Así, preguntaba el Fundador: “¡Planificarlo todo? ¡Todo!, me has dicho. De acuerdo; es necesario ejercitar la prudencia, pero ten en cuenta que las empresas humanas, arduas, u ordinarias, conservan siempre un margen de imprevistos..., y que un cristiano, además, no debe cerrar el paso a la esperanza, ni prescindir de la Providencia divina” 294. “El buen gobierno no ignora la flexibilidad necesaria, sin caer en la falta de exigencia”295. “… y ateneos, en cambio, sobriamente, a la realidad más material e inmediata, que es donde está el Señor…”296. El talento directivo está estrechamente relacionado con la delegación y el reparto de responsabilidades estables o encargos concretos. No es tanto cuestión de sistemas, normas o procedimientos principalmente, sino de la personalización y responsabilización de las tareas que se encomiende realizar. Importan más los encargos concretos que los teóricos debidos al cargo. La experiencia dilatada le hacía aconsejar: “Una norma fundamental de buen gobierno: repartir responsabilidades, sin que esto signifique buscar comodidad o anonimato. Insisto, repartir responsabilidades: pidiendo a cada uno cuentas de su encargo, para poder rendir cuentas a Dios; y a las almas si es preciso”297. “No fíes nunca solo en la organización” 298. En el proceso de delegación se concreta la dirección de los asuntos y -en función de ellos- las personas. La experiencia y el buen consejo llevan a conocer el alcance, dificultad, grado de autonomía, etc., convenientes para que las personas en quienes se delega lleven a cabo las tareas, aprendan y maduren. Desde los inicios de la labor, Josemaría Escrivá se preocupó de responsabilizar a jóvenes en las tareas más dispares y delicadas llevándoles como “por un plano inclinado” en una paulatina mejora natural y sobrenatural a través de los sucesivos encargos. Es aquí oportuno recordar un adagio alemán: Mit dem Amt wachsen, cuya traducción sería “crecer con el cargo o con el servicio”. Josemaría Escrivá siempre tuvo confianza en que sus hijos madurarían en el ejercicio de la responsabilidad. A quienes dudaban de su preparación -sobre todo por su juventud- les traía muy frecuentemente a colación un versículo del Salmo 119 (118): Super senes intellexi, quia mandata tua quaesivi (entendí más que los ancianos porque procuré seguir tus mandatos). Advertía que conviene prestar atención ya que las personas se resienten especialmente cuando una misma cosa se encarga a varias personas, o se carga en exceso a los mismos que admiten sin rechistar lo que se les encomiende. Los cambios de encargo se han de hacer en función del mejor hacer, solo secundariamente por premiar; lo contrario puede desazonar a los buenos. “Para ti, que ocupas ese puesto de gobierno. Medita: los instrumentos más fuertes y eficaces, si se les trata mal, se mellan, se desgastan y se inutilizan”299.

293 VALERO, Antonio y Vicente, “Una filosofía de la administración de empresas”, In memoriam, en Revista de Antiguos Alumnos del IEEM, n. 3, diciembre 2001.294 Forja, n. 729.295 Surco, n. 406.296 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 116. 297 Surco, n. 972.298 Surco, n. 403.299 Surco, n. 391.

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“Un criterio de buen gobierno: el material humano hay que tomarlo como es, y ayudarle a mejorar sin despreciarlo jamás” 300. “No digas de ninguno de tus subordinados: no vale. Eres tú el que no vale: porque no sabes colocarlo en el sitio donde puede funcionar”301. El ejercicio de gobierno deja espacios amplios para la autocomplacencia moderada y la tendencia al dominio sobre personas o cosas, que hay que saber evitar. El uso del poder de modo conveniente y enfocado a su razón de ser, no es algo fácil ni evidente: hay que aprender a hacer y es ocasión de dura y fina ascesis. Como insistía recurrentemente Josemaría Escrivá, en la tarea directiva ni el diagnóstico ni el pronóstico ni el tratamiento son indiscutibles o incontrovertibles. Si se olvidan ambos aspectos -tendencia al dominio y naturaleza opinable-, se tiraniza el entendimiento y voluntad de los colaboradores; si además no se les muestra ese cariño de hermano mayor o de padre, el resultado atenta contra la paciencia gravemente. “No me olvides que, en los asuntos humanos, también los otros pueden tener razón: ven la misma cuestión que tú, pero desde distinto punto de vista, con otra luz, con otra sombra, con otro contorno. Solo en la fe y en la moral hay un criterio indiscutible: el de nuestra Madre la Iglesia”302. Algunos de quienes hemos podido convivir o coincidir en ocasiones con él, hemos reparado en que muy pocas veces en las conversaciones coloquiales utilizaba la palabra creo; solía decir estimo, pienso, me parece, opino...Y alguna vez aclaraba que creía en el Credo y en muy pocas cosas más. No le gustaba desvalorizar ese verbo. “Cuando hayas de mandar, no humilles; procede con delicadeza; respeta la inteligencia y la voluntad del que obedece”303. “Fatuos y soberbios se demuestran todos aquellos que abusan de su situación de privilegio -dada por el dinero, por el linaje, por el grado, por el cargo, por la inteligencia...-, para humillar a los menos afortunados”304. Los derroches de autoritarismo o de poder son vecinos y compatibles con omisiones y dejaciones graves. No es infrecuente que vayan acompañados de imprudencia en la selección de las personas, dilación en el trato de los asuntos, el enojo hacia el débil mientras se transige con el error y, en general, la dejación de deberes más o menos dolorosos o incómodos. La fortaleza y sentido común de buen padre se manifiesta en estos puntos: “Si alguno aceptara que, entre los corderos, se criasen lobos..., puede imaginarse con facilidad la suerte que correrían los corderos”305. “No confundas la serenidad con la pereza, con el abandono, con el retraso en las decisiones o en el estudio de los asuntos. La serenidad se complementa siempre con la diligencia, virtud necesaria para considerar y resolver, sin demora, las cuestiones pendientes”306. Dos adverbios muy utilizados por nuestro autor fueron hodie et nunc (hoy, ahora): la tempestividad en la ejecución iba con su carácter enérgico y era también un estilo en su trabajo. Solía recordar que dejar las cosas para mañana es, muchas veces, condenarlas a no hacerlas nunca. “Se esconde una gran comodidad -y a veces una gran falta de responsabilidad- en quienes, constituidos en autoridad, huyen del dolor de corregir, con la excusa de evitar el sufrimiento a otros. Se ahorran quizá disgustos en esta vida... Pero ponen en juego la felicidad eterna -suya y la de los otros- por sus omisiones, que son verdaderos pecados”307. “Todo eso -advertencias, exigencias, reprensiones- componía la faceta paternal de su entender la labor de gobierno. La otra cara —el elogio, la caricia- lo ofrecía su corazón de madre, tierno y mollar. De suerte que después de una reprimenda, venía rápidamente el desenojo”308.

300 Surco, n. 394.301 Surco, n. 975.302 Surco, n. 275.303 Forja, n. 727.304 Surco, n. 702. 305 Surco, n. 967.306 Forja, n. 467.307 Forja, n. 577. 308 VAZQUEZ DE PRADA. Andrés, op. cit., p.346.

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La ejemplaridad del gobernante es inmediata debido a la visibilidad y a las repercusiones jerárquicas. Una persona prudente, fuerte y justa, ha de tener especial doble cuidado en sus tareas de gobierno: por el hecho en sí y por el escándalo. “Si tienes un puesto oficial, tienes también unos derechos, que nacen del ejercicio de ese cargo, y unos deberes. Te apartas de tu camino de apóstol, si con ocasión -o con excusa- de una obra de celo, dejas incumplidos los deberes del cargo. Porque me perderás el prestigio profesional, que es precisamente tu anzuelo de pescador de hombres”309. “¡Cuánto duele a Dios y cuánto daña a muchas almas -y cuánto puede santificar a otras- la injusticia de los justos!”310. Quien gobierne ha de tener en cuenta que sus colaboradores pueden ser objeto de comentarios negativos a pesar de una trayectoria profesional limpia. El sentido de justicia entonces ha de imprimir la suficiente celeridad para cortar a tiempo los chismes y murmuraciones de palabra, obra y gesto. Recordaba que se han de oír todas las campanas y al campanero. La caridad y la paciencia servirán para “ir tirando” de todos y cada uno -también de aquellos que hayan realizado los comentarios-. “Siempre ha ocurrido lo mismo: el que trabaja, por muy recta y limpia que sea su actuación, fácilmente levanta celos, suspicacias, envidias. Si ocupas un puesto de dirección, recuerda que esas aprensiones de algunos, respecto a un colega concreto, no son motivo bastante para prescindir del encartado; más bien muestran que puede ser útil en mayores empresas” 311. “No es soberbia, sino fortaleza, hacer sentir el peso de la autoridad, cortando cuanto haya que cortar, cuando así lo exige el cumplimiento de la Santa Voluntad de Dios”312. “Gobernar no es mortificar”313. “Gobernar, muchas veces, consiste en saber ir tirando de la gente, con paciencia y cariño”314. El uso del cargo es ocasión de heroísmo. Recordaba Monseñor Álvaro del Portillo, su primer sucesor, un ejemplo profundamente grabado en el recuerdo de Josemaría Escrivá, que fue objeto de agradecimiento y muestra de ejercicio ejemplar de gobierno. El caso pone de manifiesto la grandeza y responsabilidad de Monseñor Eijo y Garay, Obispo de Madrid en los años de la fundación del Opus Dei: “A nuestro Fundador le pareció que Monseñor Eijo se estaba arriesgando excesivamente, también porque había quedado vacante la sede primada de Toledo y corrían rumores de que tenía muchas posibilidades de ser nombrado. Por eso un día le dijo: - Señor Obispo, no me defienda más, abandóneme. Don Leopoldo le preguntó sorprendido: ¿Por qué me dice esto? - Porque defendiendo al Opus Dei, se está jugando la mitra de Toledo. El Obispo de Madrid le miró y repuso: - Josemaría, me juego el alma. No puedo abandonarle ni a usted, ni al Opus Dei. Me parece que aquella invitación de nuestro Padre denotó una caridad y un olvido propio verdaderamente extraordinarios”315. Las enseñanzas de Josemaría Escrivá a los empresarios y directivos las recordó el Obispo Prelado del Opus Dei Monseñor Javier Echevarría: “... con gran sentido catequético, les recordaba puntos fundamentales de la doctrina de la Iglesia y les animaba a hacer una amplia promoción social, con sincera y generosa dedicación. Les aclaraba que eso no exigía cambiar de ambiente o de condiciones de vida, para poder influir entre sus iguales, transmitiéndoles sus sanas inquietudes, pero debían fomentar un total desprendimiento de sus riquezas, sabiéndose administradores de los bienes de Dios. Les insistía, además, en que estaban obligados a pagar, a todos los que dependían

309 Camino. n. 372.310 Camino, n. 450. 311 Surco, n. 504.312 Forja, n. 884. 313 Surco, a 390. 314 Surco, n. 405. 315 DEL PORTILLO, Álvaro, Entrevista sobre el Fundador del Opus Dei, Ed. Rialp, Madrid, 1993, p.180.

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de ellos, con la justicia y equidad de quien tiene conciencia cristiana o -al menos- desea respetar la ley natural. Les encarecía su propia responsabilidad, para hacer precisamente en sus empresas e industrias, esa labor cristiana, ya que con los negocios -si eran justos- estaban facilitando empleo y promoción a miles y miles de personas; no podían tratar a sus empleados como objetos o meros servidores, sino como hermanos que prestan un trabajo y necesitan el respeto, la ayuda y la justa retribución, para vivir bien ellos y sus familias”316. Tenía una repugnancia natural a la adulación y a la obsecuencia: cortaba tajantemente cualquier sombra o apariencia de ellas. Finalmente, la actuación de gobierno no es un mero facere, material o formal; es un agere preñado de fines y motivos, por ser una persona la que actúa. El motivo sobrenatural reorientaría la acción y, tanto si es del agrado de los súbditos o los colaboradores, como si no, genera una emoción que forma parte del ejemplo: “Pon un motivo sobrenatural a tu ordinaria labor profesional, y habrás santificado el trabajo”317.

316 ECHEVARRIA, Javier, Memoria del Beat, Josemaría Escrivá, Ed. Rialp, Madrid, 2000, p.322. 317 Camino, 359.

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El relevo en el gobierno

Las tareas directivas no son en sí una profesión, aunque necesiten una formación “profesional” específica para su ejercicio; son más bien un oficio o una ocupación transitoria. Entre otras cosas, le falta para ser profesión la característica de ser una ocupación estable, aunque se estuviera permanentemente dirigiendo. Por otra parte, lo profesional en dirección connota con el buen y serio hacer. La conveniencia de permanecer en un cargo de gobierno -más allá de errores o aciertos objetivos- la juzgan otras instancias con criterios de servicio a la institución que se trate. “Los cargos se tienen por un cierto tiempo y, después, se dejan con la misma alegría; y se va a trabajar al último lugar, sabiendo que lo último es lo primero si se pone amor”318. “Cargos... ¿Arriba o abajo? ¡Qué más te da!... Tú -así lo aseguras- has venido a ser útil, a servir, con una disponibilidad total: pórtate en consecuencia”319. “Rechaza la ambición de honores; contempla, en cambio, los instrumentos, los deberes y la eficacia. Así no ambicionarás los cargos y, si llegan, los mirarás en su justa medida: cargas en servicio a las almas”320. El acto final de gobierno, pasar el relevo, muestra la visión y capacidad institucional en estado puro, más que las decisiones y acciones precedentes. La humildad y sentido común son necesarios para darse cuenta y exhibir -más que el simple mostrar- que la institución seguirá más allá de las personas y que la razón de ser de cada entidad se irá consiguiendo en el decurso de los sucesivos relevos: “Tú que ocupas un puesto de responsabilidad, al ejercer tu tarea, recuerda: lo que es personal, perece con la persona que se hizo imprescindible”321. La transmisión de experiencia no ha de ser una trivialización, ni normativización, ni abstracción. La sencillez llevará a exponer las cosas para que el que suceda aprenda antes que uno, sin “hacer ciencia” ni teoría, pues no es el momento. Una medida práctica que aconsejaba era que todos cuidaran en redactar muy bien sus experiencias a fin de poder entregarlas a quienes venían a ocupar sus cargos, transmitiendo no solo de palabra, sino también por escrito -asegurando así la perdurabilidad y posibilidad de consulta en el tiempo-, todos los conocimientos adquiridos durante ese ejercicio. “Te propongo una buena norma de conducta para vivir la fraternidad, el espíritu de servicio: que, cuando faltes, los demás puedan sacar adelante la tarea que llevas entre manos, por la experiencia que generosamente les transmitas, sin hacerte imprescindible” 322. Casi la totalidad de los textos y de las glosas de la primera parte de este articulo son también objeto de ejercicio en los momentos finales del cargo; basta cambiar el tiempo del verbo y la persona. Significa facilitar aquello que uno encontró arduo, y formar no solo con el ejemplo. La naturaleza humana en esas situaciones -y a veces edades- está predispuesta a hacer de maestro y de mentor. Tal secuencia dialéctica la muestra el texto que fue enmarcado por Josemaría Escrivá en un párrafo titulado Reinar sirviendo: “Después, cuando hayamos prestado ese testimonio del ejemplo, seremos capaces de instruir con la palabra, con la doctrina. Así obró Cristo: coepit facere et docere (Act I,1), primero enseñó con obras, luego con su predicación divina”323. Esa pasión por enseñar puede ser en la práctica lo único que mantenga nuestra ilusión humana por culminar los deberes del cargo de gobierno. Se puede hablar incluso de generaciones en la transmisión de los saberes directivos y sus prácticas: éste se forma con aquél y aquél con aquel otro anterior, etc.; hay cierta genealogía análoga a la paternidad y filiación de sangre. Dios mismo tiene en cuenta este rasgo antropológico: “Porque Jesús debía parecerse a José: en el modo de trabajar, en rasgos de su carácter, en

318 EGUIBAR GALARZA, Mercedes, Guadalupe Ortiz de Landázuri; Palabra, Madrid, 2001, p.194.319 Surco, n. 705.320 Surco, n. 976.321 Surco, n. 971. 322 Forja, n. 469.323 Es Cristo que pasa, n. 182.

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la manera de hablar. En el realismo de Jesús, en su espíritu de observación...”324. Ir por delante honradamente. Se trata solo de aceptar el relevo como un acto de servicio particularmente importante e inevitable; se trata de estar atento a sugerir positivamente momentos, modos y personas formadas al calor de la actividad directiva durante el mandato, dejando a la instancia que competa aceptar o no la sugerencia de relevo: “Cuando el que manda es negativo y desconfiado, fácilmente cae en la tiranía” 325. A veces habrá que curar alguna enfermedad de poder en la que caiga quien gobierne. Aunque es duro razonar con personas buenas y bienintencionadas que sufren ese oscurecimiento de la inteligencia por la pasión del poder para hacer el bien; pero hay que hacerlo. “A veces, hay que atar las manos, con reverencia y con mesura, sin baldones ni descortesía. No por venganza, sino por remedio. No en castigo, sino como medicina”326. “Tu propia voluntad, tu propio juicio: eso es lo que te inquieta”327. “Quien no pelea se expone a cualquiera de las esclavitudes, que saben aherrojar los corazones de carne: la esclavitud de una visión exclusivamente humana, la esclavitud del deseo afanoso de poder y de prestigio temporal, la esclavitud de la vanidad, la esclavitud del dinero, la servidumbre de la sensualidad… “328. Parece ser la templanza una virtud específica de esta fase final del ejercicio de gobierno. Templanza que, sin “abandonismo”, ha de traer consigo el desprendimiento del cargo y la serenidad, pero no la sutil pereza de los veteranos. “Un signo claro de desprendimiento es no considerar -de verdad- cosa alguna como propia”329. De todas formas, le corresponde recabar más información al que recién accede al cargo que ofrecerla el cesante; ha de pedir consejo al margen de los mínimos de trasvase de información que la costumbre establezca. Quien se vaya, ha de estar disponible o accesible, pero más allá de esos mínimos, la iniciativa ya correspondería al entrante. Hacer más puede implicar estorbo más que ayuda oportuna. Resta solamente dar carta de naturaleza y refuerzo a la autoridad del que llega: “Nos narra el evangelista que, dirigiéndose a los sirvientes, María les dijo: haced lo que Él os dirá”330 . Puede resultar muy pesado cargar con los propios errores que, cometidos en puestos de gobierno, prolongan sus efectos en el tiempo sobre muchas personas; pero no hay que temer la justicia divina; la del Rey de la historia: “No temas la Justicia de Dios. Tan admirable y tan amable es en Dios la Justicia como la Misericordia: las dos son pruebas del Amor”331. La mera prolongación en el cargo puede disuadir a los buenos continuadores; el poder personal se reduce solo con saber la duración prevista. Si se desconociera y a ello se unieran ciertas dosis de autoritarismo, las consecuencias institucionales podrían ser nefastas. “Si la autoridad se convierte en autoritarismo dictatorial y esta situación se prolonga en el tiempo, se pierde la continuidad histórica, mueren o envejecen los hombres de gobierno, llegan a la edad madura personas sin experiencia para dirigir, y la juventud -inexperta y excitada- quiere tomar las riendas: ¡cuántos males!, ¡y cuántas ofensas a Dios -propias y ajenas- recaen sobre quien usa tan mal de la autoridad!” 332. La parábola del administrador infiel muestra el rápido ingenio para resolver la situación de indigencia tras salir del cargo; tarde o temprano habrá que rendir cuentas de los encargos y cargos, de toda la vida. La sagacidad que se desarrolla en esos momentos ha de servir para aplicarla a lo que verdaderamente importa; pero usar astutamente del cargo emponzoña todo el bien realizado. Hay que ser agradecidos: es de justicia y, además, puede ser objeto de prudente ejemplaridad ante la sociedad. No obstante, el agradecimiento por los servicios prestados es diferente según el

324 Es Cristo qua pasa, n. 55. 325 Surco, n. 398. 326 Forja, n. 885.327 Camino, n. 777.328 Es Cristo que pasa, n. 81.329 Forja, n. 524.330 Es Cristo quo pasa, n. 149. 331 Camino, n. 431. 332 Surco, n. 397.

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Las tareas de gobierno: preparación, ejecución y relevo

ámbito -público, privado o sobrenatural- de la empresa. Siempre se puede tener la sensación de no haber sido correspondido por los esfuerzos y desvelos durante el ejercicio del cargo, y puede ser cierto, pero... “Te duele que no to agradezcan aquel favor. Respóndeme a estas dos preguntas: ¿tan agradecido eres tú con Cristo Jesús? ¿has sido capaz de hacer ese favor, buscando el agradecimiento en la tierra?” 333. Conviene distinguir los derechos derivados del ejercicio del cargo, de los personales. Josemaría Escrivá hizo defensa heroica de sus derechos institucionales cediendo ejemplarmente en los personales. Escribía así en Camino: “No confundamos los derechos del cargo con los de la persona. Aquellos no pueden ser renunciados”334. “Sin duda que has purificado bien tu intención, cuando has dicho: renuncio desde ahora a toda dignidad y pago humanos”335. Parte del impulso continuador es la alegría por la vitalidad que supone un relevo. El gozo generoso por lo culminado, logrado, terminado, por las “últimas piedras”. “El heroísmo del trabajo está en acabar cada tarea”336. “Por eso, como lema para vuestro trabajo, os puedo indicar este: para servir, servir. Porque, en primer lugar, para realizar las cosas, hay que saber terminarlas”337.

333 Camino, n. 693.334 Camino, n. 407.335 Camino, n. 789.336 Surco, n. 488.337 Es Cristo que pasa, n. 50.

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Desde la religión del pueblo

Alberto Methol Ferré

Ocasión para entrever algo del Padre Josemaría Escrivá es el trato con personas que se sienten comprometidas con su apostolado, con su visión del quehacer cristiano en el mundo. En mi experiencia, ese trato es relativamente reciente, nuevo. Y en una vida que, sin ser todavía demasiado extensa, está lejos de ser corta. He transitado bastantes caminos en la Iglesia Católica y he procurado seguir en lo posible con atención su acontecer. Cosa extraña, solo tenía noticias lejanas del Opus Dei, diversas y contradictorias. Solo hace poco he tenido relación personal y directa con su mundo. 0 mejor, con uno de los ya muchos “mundos” que el Padre Escrivá ha generado. Hace algunos meses338 fui invitado a presentar un libro de recuerdos del Padre Josemaría Escrivá. Fue para mí una sorpresa, pero es bueno asumir las sorpresas, respondiendo con lo más que uno puede. Entonces, con disposición atenta, alcancé una “primera familiaridad” con Mons. Escrivá. Hice de esa “primera familiaridad” una reflexión en voz alta en el auditorio de la Universidad de Montevideo, que retomo ahora por escrito. Esta primera familiaridad tiene dos aspectos que me importaron mucho y es lo que intentaré esbozar brevemente. Ante todo, comprendí que la figura del Padre Josemaría Escrivá radica en la religiosidad multisecular y común del pueblo católico. Y es desde ella y por ella que alcanza plena universalidad su mensaje. A esta familiaridad accedo por contraste. Soy converso y, en cierto sentido, un uruguayo típico, hijo de la Ilustración, en principio ubicado en las antípodas de la religiosidad popular. Pero mi inserción en la Iglesia y la experiencia decisiva, conmovedora y renovadora, del Concilio Vaticano II obró el cambio. En ese gigantesco salto histórico, descubrí la religiosidad popular cuando otros hermanos la querían perder. No fue durante el Concilio (1962-1965), sino en el pos-concilio inmediato, que la “religión del pueblo”339 empezó a ser cuestionada virulentamente por la irrupción inesperada de envolventes “teologías de la secularización”. Estas dejaban al mundo más mundano y la fe quedaba en un limbo espiritual, sin encarnación posible. Un dualismo insostenible. Esta ola secularizadora impidió que la fe tuviera expresiones “masivas”, “populares”, consideradas alienantes: solo cabían “pequeñas comunidades” de elites personalizadas. Se produjo así una “iconoclasia” generalizada: en un intento de purificación para resolver las crisis personales se arrasó con lo que el pueblo católico veneraba hacía siglos. El arte barroco latinoamericano fue arrumbado o vendido a vil precio en muchos sitios. La eclesiología de la Lumen Gentium, la constitución dogmática sobre el pueblo de Dios, es el corazón del Vaticano II. Y ¿dónde está el “pueblo de Dios” en su inmensa mayoría sino en quienes participan de una religiosidad cristiana popular? Los que no éramos hijos de la religiosidad popular éramos los menos en la Iglesia. El pueblo de Dios, real, es casi idéntico al practico-simbólico de la religión popular. Eso se ignoró, y en nombre de un abstracto “Pueblo de Dios” renovado, se quiso acabar con la religión del pueblo. Fue una manifestación de elites sin pueblo, angustiadas, impacientes. En realidad, hoy puede ser considerada como una relativamente corta conmoción, dadas las dimensiones de las novedades del Vaticano II, que sacudían a todos y que seguirán madurando en este tercer milenio: el fenómeno duró aproximadamente del ‘66 al ‘80, unos quince años. Por otra parte, entre los años 1970 y 1985, se originaron una reflexión y estudios sin igual en la historia eclesial, acerca de las formas y sentido de la religión popular, de lo que resultó un gran bien. Se comprende que el Padre Escrivá

338 El autor se refiere a la fecha original de la primera publicación de este libro, en el año 2002. 339 Expresión utilizada por Pablo VI en la Encíclica Evangelii Nuntiandi dándole preferencia sobre la de «religiosidad popular».

A propósito de las enseñanzas de san Josemaría Escrivá

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Desde la religión del pueblo

sintiera dolorosamente la agresión a la religión popular. Fue quizás su última batalla al servicio del pueblo cristiano y del Vaticano II. En aquellos tiempos, con un grupo de amigos rioplatenses participé de la reivindicación de la religiosidad popular en América Latina, concretamente, en el CELAM. Éramos solo una parte de una gran ola eclesial invisible cuya primera desembocadura fue el Sínodo de 1974, que culminaría en la Evangelii Nuntiandi de Pablo VI en 1975. Esta encíclica fue la mejor reafirmación sintética del Vaticano II, camino del pontificado de Juan Pablo II, cuyo inicio fue base de la más significativa Conferencia Episcopal Latinoamericana, celebrada en Puebla en 1979. Toda esta lucha se inscribió, como puede verse, en la prolongación de la última contribución de Escrivá a la Iglesia. Es en el marco de la “religión del pueblo”, desde Barbastro a Madrid, que el Padre Josemaría Escrivá encuentra su vocación en el año 1928, cuando percibe que el trabajo honrado de la vida cotidiana es camino de santificación personal y de los otros. Es el principio de un apostolado fecundo. Esta inspiración extraordinaria del Padre Escrivá no tenía todavía una teología sustentadora. No solamente faltaba una actualización del derecho canónico, sino que tampoco había una eclesiología del Pueblo de Dios. Escrivá, como personaje singular que era, decía que no podía esperar por lo posible; él tenía que cumplir con la vocación a la que Dios le llamaba, emprender un camino que aún no se había abierto. Ahora lo entrevemos con más claridad: aproximadamente desde los años veinte comienza una vasta y profunda preparación innominada del Concilio Vaticano II. Se aprecia en las paulatinas y crecientes “convergencias” eclesiales, que ni siquiera se conocen entre sí. Pero, en 1930, todavía se estaba lejos de comprender en profundidad el mensaje de Josemaría Escrivá. Era el tiempo de la Acción Católica, militante sobrevivencia que apuntaba más allá de sí, a su propia superación. La Providencia mueve la historia desde lo hondo y silencioso. Ahora comprendo que la teología adecuada para captar la inspiración del Padre Escrivá es la Lumen Gentium. Esta hace que la evangelización y la responsabilidad de la evangelización sea tarea del Pueblo de Dios en su conjunto, de todos y cada uno, en su libertad y en su trabajo, por igual laicos y sacerdotes. 0 mejor, desde y en el sacerdocio común de los fieles y desde el sacerdocio ministerial de los ordenados.

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Hay una trilogía principal: santificación, pueblo misionero, trabajo. La santificación conjuga pueblo y trabajo. Escrivá habla de la santificación del pueblo de Dios a través del trabajo. Desde 1938 empezarán a brotar las “teologías del trabajo” que se extenderán profusamente, hasta alcanzar la Laborem Exercens de Juan Pablo II en 1981. El Padre Escrivá empezó a andar en penumbras luminosas, por eso tan fértiles; y muchos otros también, sin poder ni imaginar el extraordinario resultado, la insólita condensación que lograría el Vaticano II. Decía el Padre Escrivá que lo extraordinario que se espera de un cristiano corriente es lo ordinario: pero, lo ordinario hecho con perfección. Esa es la llamada universal a la santificación. Apoyado en la profundidad de lo cotidiano que había desarrollado el pueblo cristiano durante siglos, pudo introducir la novedad de explicitar lo que estaba implícita en la Iglesia: la santificación universal a través del trabajo corriente. Solo desde la participación en lo medular, en la religiosidad popular, podía asentarse la “revolución”; retomar del Evangelio la invitación a hacer extraordinario lo ordinario por el camino de la perfección que Dios pide a todos. Lo que enseña el Padre Escrivá se puede compendiar en sonreír siempre, pasando por alto -también con elegancia humana- las cosas que molestan, que fastidian: ser generosos sin tasa. En una palabra, hacer de nuestra vida corriente una oración. Hacia fines de los años sesenta llegaron hasta nuestro país los ecos de algunas polémicas desatadas sobre el Opus Dei, concretamente en España. En esas circunstancias, desconociendo el espíritu que animaba a la obra fundada por el Padre Escrivá, pensé que podría tratarse de una adaptación de la burguesía catalana a las nuevas condiciones históricas, algo así como hicieron los puritanos cuatro siglos antes con el “culto al trabajo”. Sin embargo, no lo había comprendido. Ahora quiero hacerlo. Cuando intentaba familiarizarme con aquel ideal que expresaba tan sencillamente el Padre Josemaría Escrivá -haciéndole un lugar dentro de mi intimidad-, acudió a mi cabeza una constelación de “familiaridades” elaboradas en muchas décadas de camino. Tuve un recuerdo lejano y querido, la impresión que dejaron en mí -hace años-, dos obras de Ramiro Maeztu: Don Quijote, Don Juan y la Celestina y Norteamérica por dentro. Ambos textos son de 1925; el segundo de ellos constituye un conjunto de artículos periodísticos inspirados por la visita que Maeztu hizo a los Estados Unidos en 1925. Sin embargo, la recopilación fue publicada recién en 1957, cuando pude leerla. En esta obra, el escritor español se plantea el tema de la ética del trabajo entre los norteamericanos. Maeztu observó la dinámica extraordinaria de los estadounidenses y la relacionó con el culto puritano del trabajo, aunque percibió una evaporación de su fundamento teológico calvinista, apenas sobreviviente en una dinámica secularizada. Pero, lo importante, es que Maeztu advirtió la necesidad de reasumir en términos católicos la trascendencia del trabajo humano. La propuesta del español significa terminar can una especie de herencia “antimundana” de la ascética cristiana tradicional, al mismo tiempo que rechazar por inaceptable el fundamento calvinista que había observado en la dinámica secularizada de los Estados Unidos. Su idea es refundar nuevamente el trabajo en clave cristiana, ofrecer una “visión sacramental del trabajo”. Maeztu dice cosas importantes en los dos libros mencionados. Por eso no los olvide, aunque tampoco me plantee -en aquel momento- seguir el hilo de su razonamiento. No sé si Maeztu y Escrivá se conocieron; si hubo alguna relación entre ellos, lo desconozco. Lo que quiero señalar aquí es que Maeztu hizo ese planteo como católico y como intelectual que era -también lo hizo José Enrique Rada-, acuciado por el nuevo esquema del poder mundial y la supremacía anglosajona. Sin embargo, no se observan en Maeztu los caminos de pasaje de esa idea a una nueva praxis en la vida de la Iglesia. No se lo podemos pedir. Maeztu continuó su camino, más urgido por las cuestiones políticas en las que se debatía España en aquel momento. Como dice el refrán: “del dicho al hecho hay un gran trecho”. Ese enorme trecho lo cubrió el Padre Escrivá desde muy otros caminos y experiencias. Ligado, a la vez, al servicio de los más pobres y al apostolado estudiantil, se plantea la cuestión desde la religiosidad popular. Algo que ni imaginaba Maeztu. Es cierto que el Padre Escrivá fue un estudioso sobresaliente, doctor en Derecho, Canonista y doctor en Teología, pero no se despegó de su base que es la fe del pueblo cristiano. En ella estaba imbricada su más íntima vida y a sus

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necesidades debía responder. Desde ella planea su respuesta a lo que Dios le hace ver con el Opus Dei. Tal la primera perspectiva que abre esta familiaridad. La personalidad del Padre Josemaría Escrivá me hizo evocar también al Padre José Kentenich, un extraordinario apóstol alemán, arraigado a su vez en la religiosidad popular. Desde 1944, prisionero en el campo de concentración de Dacha, sintió la universalidad de su “Obra de Schoenstatt” como camino de gestación de una red mundial de santuarios marianos, ámbitos de reunión incesantes coma “pueblo” (familia) de la Iglesia Católica. En su reafirmación eclesial ante el vendaval secularista hostil a la religión del pueblo —que incluye la inmensa multitud de los más pobres-, en los últimos años de su vida el Padre Escrivá se moviliza por los principales santuarios marianos: desde Lourdes o Fátima hasta la Villa de Guadalupe en México. Sus viajes por América Latina están llenos de amor a la Madre del Cielo. Uno de los últimos actos del Padre Escrivá sería inaugurar el Santuario Mariano de Torreciudad en 1975. Es llamativo este vínculo profundo con lo más popular de la Iglesia, en quien fuera la primera vocación práctica y moderna que se adelanta a la Constitución Apostólica Lumen Gentium. Así es la realidad -como yo la veo- en el Padre Escrivá. No por casualidad tuvo que tantear tantos años, desde el llamado de Dios en 1928, para llegar a la conjunción plena que se alcanzó en el Concilio, y que le convierte en uno de los grandes precursores del Vaticano II. El Padre Escrivá encuentra aceptada su eclesiología cuando la Iglesia la encuentra en la Lumen Gentium. La universalidad de su propuesta: santificar el trabajo, santificarse en el trabajo, santificar a los demás con el trabajo, mana de la universalidad misma de la religión popular. No extraería en absoluto que, desde el comienzo, Escrivá sintiera que su misión era mundial, que iba más allá de España. Su innovación se hace totalmente universal, aún de modo anónimo. En cuanto al segundo aspecto de la familiaridad que señalábamos al inicio, no llegué por contraste como en el caso anterior. Al contrario, sentí el impacto de una afinidad radical. Me refiero a su “alegría de ser”. Cuando conocí su vida me dije: es un personaje de Chesterton. Debo señalar, para que se entienda esta afirmación, que cuando mencionó al escritor inglés, evocó algo muy trascendente en mi vida. Siempre he dicho que Chesterton y su obra actuaron como factor de mediación en mi conversión a Jesucristo y a su Iglesia. Aristóteles dice que la edad de los jóvenes es la de la poesía y la metafísica, del asombro de ser y no ser, de las interrogaciones últimas sobre el sentido de las cosas. En cambio, el joven no es apto todavía para la política, que requiere una vasta experiencia social. El joven, generalmente, es un rústico político, pero un gran metafísico y poeta. Chesterton fue para mí, en la etapa de la juventud, como una síntesis más allá de la Ilustración. Él fue quien me encaminó hacia la gran experiencia del acto de ser como gratitud antes que otra cosa. El existir es un don, un regalo, una gracia; la fe lo es también. La creación y la salvación constituyen dones de Dios al hombre, por eso generan gratitud. Yo soy religioso por agradecimiento. Esa inmensa gratitud produce una alegría sustancial, porque solo el esplendor y la belleza de existir -de vivir-, que es tan extraordinaria, pueden hacerlo. Confieso, con más de setenta años, que no me acostumbro a vivir; nunca me he acostumbrado. Esto provoca un buen humor especial. La Iglesia que me descubrió Chesterton es una Iglesia de alegría sustantiva. He aquí explicado el segundo aspecto de mi familiaridad. El Padre Escrivá era un formidable “chestertoniano”, si es que puede decirse así; encarnó un nuevo estilo de espiritualidad en la Iglesia. Porque no era un personaje novelesco, sino un ser real, un hombre de carne y hueso, un hijo de su tiempo. Ya no será más el Kempis del otoño de la Edad Media, ni menos aún las formas múltiples de jansenismo que la Iglesia vivió más allá del jansenismo stricto sensu; ya no hay lugar para una ascética negadora del mundo. En su lugar, el Padre Escrivá ofrece una ascética jovial: el dolor se trasciende por la alegría de ser, la cruz se transmuta en esperanza y el amor fundante todo lo invade. El espíritu de la obra que Dios le pidió al fundador del Opus Dei se sintetiza en el título de una de sus más importantes homilías: “Amar al mundo apasionadamente”. Con estas pocas palabras se impulsa una nueva forma de llegar a lo de siempre, una ascética sonriente para alcanzar el cielo. Así, en un siglo que abren Chesterton y Péguy, en el que brilla Von Balthasar y aparece

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Alberto Methol Ferré

el Papa Juan Pablo II, el Padre Josemaría Escrivá se constituye en un pilar del vasto y admirable edificio abierto al porvenir que es la Iglesia. Un libro de Pilar Urbano sobre el Padre Escrivá se inicia con un acápite que causa extrañeza al lector cuando por primera vez se lo encuentra. Pero a medida que va entendiendo algo de la vida y del mensaje del fundador del Opus Dei, entonces cobra sentido pleno. La afirmación enuncia: “Nietszche decía que solo podía creer en un Dios que supiera bailar. Sé de un hombre que bailaba con Dios”340. Hago del acápite mi conclusión.

340 URBANO, Pilar, El hombre de Villa Tevere, Planeta, Madrid, 1995, p. 8.

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Siembra de paz

Juan Carlos Carrasco

“Hay que unir; hay que comprender, hay que disculpar No levantes jamás una cruz solo para recordar que unos han matado a otros. Sería el estandarte del diablo. La Cruz de Cristo es callar;

perdonar y rezar por unos y por otros, para que todos alcancen la paz” 341.

Una religión que une

El texto citado de Josemaría Escrivá nos introduce en el tema sobre el que queremos reflexionar brevemente: el de la religión y la unidad entre los hombres. ¿Por qué? Porque vivimos en un tiempo en el que experimentamos el desgarramiento de la intimidad de la persona, las divisiones irreconciliables dentro de las fronteras de las naciones, los enfrentamientos sangrientos entre bloques de países que dividen el planeta. Caminamos sedientos de entendimiento, de concordia, con la intuición de un tiempo que se agota y la esperanza de otro que puede traernos la paz. Paradójicamente, invitar a volver nuestros ojos hacia la religión parece ser el camino menos adecuado para conseguirlo. ¡Si es el tema en que más discrepamos! - nos dirán. Es verdad que, para muchos, la tolerancia -el silencio de Dios- sigue siendo el desideratum de la Modernidad para convivir en paz ante la diversidad de cultos y de creencias. Tenemos un ejemplo bien reciente. El 1° de marzo de 2002 inició sus trabajos la Convención preparatoria de la Conferencia Intergubernamental de la Unión Europea. Esta tuvo como cometidos proponer una reforma de los tratados ante la ampliación de la Unión y previsiblemente adoptar una constitución para la Unión Europea. En los antecedentes de este evento, se destaca el debate planteado a raíz de la adopción de la “Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea”. El preámbulo de la Carta decía: “Los pueblos de Europa, al crear entre sí una unión más estrecha, han decidido compartir un porvenir pacífico basado en valores comunes”. En el segundo párrafo se hacía referencia a esos valores y a las tradiciones en que se sustentan. En el proyecto inicial, la redacción de este segundo párrafo decía: “Inspirándose en su herencia cultural, humanista y religiosa, la Unión está fundada sobre los valores indivisibles y universales de la dignidad humana, la libertad, la igualdad y la solidaridad, y se basa en los principios de la democracia y del Estado de Derecho”. Sin embargo, no fue esa la redacción aprobada, sino esta: “Consciente de su patrimonio espiritual y moral, la Unión está fundada sobre...”342. En efecto, la delegación francesa se opuso a la inclusión del término “herencia religiosa” con el argumento de que era contrario al carácter universal de los valores y derechos proclamados en la Carta. En otras palabras, la mención a “lo religioso” hubiera dejado fuera a muchas personas de la Unión. Es la misma argumentación que se esgrime en favor del estado laico y sus instituciones, el sistema educativo, la salud, la familia, etc. Para que el Estado sea de todos, el laicismo parecería ser la expresión perfecta de la tolerancia. El razonamiento es el siguiente: si no queremos que la religión nos enfrente y divida, no la nombremos. La conclusión es claramente falaz. Aun así, se podría justificar un razonamiento de este tipo, del mismo modo que se justifica el aislamiento de un enfermo afectado de un mal desconocido frente al peligro de una epidemia. El laicismo pudo ser, entonces, una medida “sanitaria” ante una “peste” de dimensiones devastadoras. Para comprenderlo puede ser útil retroceder al mundo europeo entre 1550 y 1660. El profesor Vázquez de Prada describe los rasgos de ese mundo desde el punto de vista de los conflictos religiosos. Nos dice que “el adagio francés, popularizado en la década de 1560, un roy, une foi, une loi, será una

341 Vía Crucis, n.3.342 Preámbulo de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, 7 de diciembre de 2000.

A propósito de las enseñanzas de san Josemaría Escrivá

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Juan Carlos Carrasco

convicción generalizada en una época en que la uniformidad parecía ser la única forma de garantizar el orden público del Estado... A medida que se elevó la tensión religiosa, a medida que católicos y protestantes se sintieron mutuamente amenazados, y surgieron brotes de perturbación religiosa en el interior de los Estados, éstos se vieron afectados por la necesidad de acentuar la represión para mantener una unidad que parecía quebrantarse... Los encarnizados antagonismos religiosos que afectaron a Europa durante la segunda mitad del siglo XVI y buena parte del XVII fueron, pues, una realidad”. Y así fue que “la espada se puso al servicio de la fe; el brazo secular acompañó a la acción espiritual”. Pero sucedió que “las guerras de religión se fueron atenuando ante la necesidad de llegar a una convivencia, que mantuviera la estabilidad del Estado. La tolerancia religiosa se impuso no por la vía de las ideas, sino por la de la necesidad política. Llegó un momento en que se vio claro que los enfrentamientos religiosos eran ya insuperables sin destruir completamente al contrario, y en ese caso conllevaban la destrucción del Estado. Los soberanos, preocupados por evitar las guerras civiles, llegaron a la conclusión de que se podían conceder ciertas garantías a los disidentes a condición de que se mostraran fieles a su autoridad. En Francia, en el decenio de 1560 comienza a utilizarse el término de politique para calificar la postura -en la que nada tenía que ver la convicción religiosa- de quienes sostenían que la represión solo servía para agravar las tensiones y que si el Estado quería subsistir en paz era necesario llegar a deslindar la condición de ciudadanía civil y de ortodoxia religiosa. Pero esta actitud no se impondrá sino a finales del siglo, después del cansancio de más de treinta años de guerras que no habían conseguido erradicar las creencias protestantes”. No obstante lo anterior, el autor acota que ese servicio de los monarcas a la causa de la fe “no quiere decir que los soberanos persiguieran exclusivamente y con toda su pureza tal finalidad espiritual, que pudo estar -de hecho, estuvo, pues esa era la misión del brazo secular- acompañada de intereses políticos, de defensa o de conquista”343. Los efectos de la doctrina de la tolerancia que se aplicó a partir del siglo XVII no llevaron, sin embargo, a la búsqueda de entendimientos dentro de un pluralismo creciente, sino a un lógico y previsible enfriamiento de la fe religiosa. Al comienzo, fe y razón separaron abruptamente sus campos de acción: ninguna podía entrar en el terreno de la otra. No se buscaba que la fe fuera “razonable” ni que la razón se dejara iluminar por la fe; fue la etapa del fideísmo. Pero esa situación era transitoria, resultado de un equilibrio inestable. La evolución siguió un camino de retroceso: la fe se volvió “racional” y solo se aceptó como verdadero lo que se podía entender. Por tanto, no admitieron dentro de la fe verdades que estuvieran por encima de la razón humana. Se borraron los dogmas y se desconoció el hecho histórico de la Revelación. Fue ésta, la etapa de la religión natural o deísmo. Se aceptaba un Dios, pero lejano, cada vez más abstracto y poco cercano a los hombres. Tampoco esta etapa fue definitiva, porque a ella siguió una tercera: ese Dios que se había vuelto tan lejano e inoperante, o bien existía sin apenas ser conocido o bien dejaba de existir. Así desapareció toda posibilidad de conocerle y más aun de tratarle: no existió ya religión de ningún tipo. Es la etapa del agnosticismo y el ateísmo. El profesor Arturo Ardao demuestra que estas etapas que la fe y la filosofía occidentales recorrieron se reproducen con sus rasgos fundamentales en el Uruguay moderno344. La Modernidad -nombre que define ese movimiento dibujado en pocas líneas, que comienza en el siglo XVI y parece estar terminando hoy- tenía una lógica que se cumplió. No podía haber evolucionado de otro modo. Las causas que le dieron origen son muchas. Cuando al comienzo hablamos de las guerras de religión del siglo XVII -uno de los aspectos de la génesis de la Modernidad-, es porque nos interesa sobre todo hablar del fenómeno de la tolerancia. ¿Cuál es la lógica de la Modernidad? Si, como dijimos, para poder convivir en paz hay que evitar lo que provoca violencia, lo que se debe evitar es el fanatismo, por lo tanto, amortigüemos la fe; que no sea proclamada, sino escondida en el interior de cada persona. Pero la fe religiosa calla solo cuando deja de existir. Así, de la tolerancia del XVII se llegó al ateísmo del XX. San Josemaría enseñó una “lógica” completamente opuesta. Explicaba que no es la

343 VAZQUEZ DE PRADA, Valentín, Historia Universal, EUNSA, Pamplona, 1984, T.VIII p.113-114.344 ARDAO, Arturo. Racionalismo y Liberalismo en el Uruguay, Universidad de la República, Montevideo, 1962, p. 24.

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Siembra de paz

abundancia de fe lo que provoca el fanatismo religioso, sino la falta de caridad. Escribía: “Nunca es fanatismo querer cada día conocer mejor, y amar más, y defender con mayor seguridad, la verdad que has de conocer, amar y defender. En cambio -lo digo sin miedo-, caen en el sectarismo los que se oponen a esta lógica conducta, en nombre de una falta libertad”345. Estas palabras nos introducen en una segunda cuestión: ¿Cómo se ha de entender la vivencia de la religión, para concluir que solo la abundancia de fe unida a la caridad, impide el fanatismo? o bien, ¿qué rasgos distinguen a una verdadera religión, entendiendo por tal aquella que trae paz, unidad, comprensión?

Los rasgos de la verdadera religión

La lectura, aun parcial, de las obras de Mons. Escrivá de Balaguer permite describir algunos de esos rasgos. Lo haremos utilizando algunas citas que hacen posible conocer de primera mano su pensamiento, fruto -en buena medida- de su experiencia personal. El primer rasgo de la religión es que en ella la paz es fruto de la lucha consigo mismo; por este motivo, están ausentes en ella, el fanatismo o el egoísmo. Veamos el texto de Josemaría Escrivá: “Toda la tradición de la Iglesia ha hablado de los cristianos como de milites Christi, soldados de Cristo. Soldados que llevan la serenidad a los demás, mientras combaten continuamente contra las personales inclinaciones. A veces, por escasez de sentido sobrenatural, por un descreimiento práctico, no se quiere entender nada de la vida en la tierra como milicia. Insinúan maliciosamente que, si nos consideramos milites Christi, cabe el peligro de utilizar la fe para fines temporales de violencia, de banderías. Ese modo de pensar es una triste simplificación poco lógica, que suele ir unida a la comodidad y a la cobardía. Nada más lejos de la fe cristiana que el fanatismo, con el que se presentan los extraños maridajes entre lo profano y lo espiritual sean del signo que sean. Ese peligro no existe, si la lucha se entiende como Cristo nos ha enseñado: como guerra de cada uno consigo mismo, como esfuerzo siempre renovado de amar más a Dios, de desterrar el egoísmo, de servir a todos los hombres. Renunciar a esta contienda, con la excusa que sea, es declararse de antemano derrotado, aniquilado, sin fe, con el alma caída, desparramada en complacencias mezquinas”346.

La segunda característica de la religión verdadera es que ensena a amar a todos los hombres y a buscar su bien sin discriminación alguna. Es el amor de benevolencia que postula la fe católica. La Modernidad trajo una visión errónea y prejuiciada del hombre. Esta se advierte en un autor como Hobbes, para quien “el hombre es un lobo para el hombre”. O más cercanos a nosotros, son

345 Surco, n. 571. 346 Es Cristo que pasa, n. 74.

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los ejemplos de Darwin y Spencer, que describen las relaciones intersociales como una “guerra de todos contra todos”. Al contrario, la fe dilata esa visión estrecha y equivocada del hombre. Josemaría Escrivá hace un planteo optimista en su homilía sobre la Epifanía y dice: “Nuestro celo por las almas no debe conocer fronteras, que nadie está excluido del amor de Cristo. Los Reyes Magos fueron las primicias de los gentiles; pero, consumada la Redención, ya no hay judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón o hembra -no existe discriminación de ningún tipo- porque todos sois uno en Cristo Jesús (Gal. III, 28). Los cristianos no podemos ser exclusivistas, ni separar o clasificar las almas; vendrán muchos de Oriente y de Occidente (Mt. VIII, 11); en el corazón de Cristo caben todos. Sus brazos -lo admiramos de nuevo en el pesebre- son los de un Niño: pero son los mismos que se extenderán en la Cruz, atrayendo a todos los hombres (Cfr. Jn. XII, 32)”347. Hay un tercer rasgo de la religión, sobre el que Mons. Escrivá de Balaguer escribió larga y acertadamente. Este se puede concretar diciendo que la fe nunca debe tener por objeto las banderías humanas; la fe no admite partidos, no es división, sino -al contrario- comunión. Escuchemos unas palabras de Josemaría Escrivá que son muy ilustrativas: “No pienso en el cometido de los cristianos en la tierra como en el brotar de una corriente político-religiosa -sería una locura-, ni siquiera aunque tenga el buen propósito de infundir el espíritu de Cristo en todas las actividades de los hombres. Lo que hay que meter en Dios es el corazón de cada uno, sea quien sea. Procuremos hablar para cada cristiano, para que allí donde está -en circunstancias que no dependen solo de su posición en la Iglesia o en la vida civil, sino del resultado de las cambiantes situaciones histéricas-, sepa dar testimonio, con el ejemplo y con la palabra, de la fe que profesa”348. La cuarta característica nos ensena que la religión distingue entre el depósito de la fe -lo que es propio de la revelación divina- que no puede ser tocado o discutido, y los temas que pertenecen a la libre opinión de los hombres. Sobre este punto crucial de la comprensión de la religión afirmo Mons. Escrivá: “Los cristianos gozáis de la más plena libertad, con la consecuente personal responsabilidad, para intervenir como mejor os plazca en cuestiones de índole política, social, cultural, etcétera, sin más límites que los que marca el Magisterio de la Iglesia. Únicamente me preocuparía -por el bien de vuestras almas-, si saltarais esos linderos, ya que habríais creado una neta oposición entre la fe que afirmáis profesar y vuestras obras, y entonces os lo advertiría con claridad. Este sacrosanto respeto a vuestras opciones, mientras no os aparten de la ley de Dios, no lo entienden los que ignoran el verdadero concepto de la libertad que nos ha ganado Cristo en la Cruz, qua libertate Christus nos liberavit (Gal. IV, 31), los sectarios de uno y otro extremo: esos que pretenden imponer Como dogmas sus opiniones temporales; o aquellos que degradan al hombre, al negar el valor de la fe colocándola a merced de los errores más brutales”349. Finalmente, la quinta característica de la religión es el amor a la libertad propia de cada uno y a la ajena. Josemaría Escrivá lo explica con estas palabras: “El Amor de Dios marca el camino de la verdad, de la justicia, del bien. Cuando nos decidimos a contestar al Señor: mi libertad para ti, nos encontramos liberados de todas las cadenas que nos habían atado a cosas sin importancia, a preocupaciones ridículas, a ambiciones mezquinas. Y la libertad -tesoro incalculable, perla maravillosa que será triste arrojar a las bestias (Cfr. Mt. VII, 6)- se emplea entera en aprender a hacer el bien (Cfr. Is. I, 17). Esta es la libertad gloriosa de los hijos de Dios” 350.

La religión y la unión de las naciones

Brevemente enunciadas algunas de las características de la fe religiosa a la luz de las enseñanzas de Josemaría Escrivá, pasemos a analizar una tercera cuestión: ¿Por qué no se acude hoy a la fe religiosa como a un factor de unión posible entre las naciones? A esta interrogante contestamos que, coherentes con la doctrina de la tolerancia, las uniones se construyen en base

347 Ibídem n. 38.348 Ibídem n. 183. 349 Amigos de Dios, n. 11.350 Ibídem, n. 38.

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a los elementos sobre los que no hay disidencia. Se sigue una política que podríamos llamar “de mínimos”: construyamos a partir de lo poco en lo que coincidimos (aparentemente). Una política de este tipo suele basarse en elementos de interés material o, al menos, de interés en el corto plazo, lo que hace a la unión débil y efímera. Ejemplos de lo que señalamos: ampliación de mercados de los países, necesidades de política interna de cada uno, alianzas militares ofensivas o defensivas, etc. En una palabra: elementos escasos a repartir (llámense territorios, mercados o votos), que suelen depender de la fuerza relativa de los participantes y de la conveniencia del momento histórico. En absoluto rechazamos esas alianzas; solo observamos la precariedad de sus nexos de unión. Frente a esta postura, pensemos si hay hechos que señalan una tendencia a apelar a la fe para buscar entendimientos. Respondemos con dos hechos religiosos contemporáneos altamente significativos para el mundo. El primero, lo relata el Papa Juan Pablo II de esta forma: “Para que nosotros pudiéramos contemplar con mirada más pura el misterio, este año jubilar ha estado fuertemente caracterizado por la petición de perdón. Y esto ha sido así no solo para cada uno individualmente, que se ha examinado sobre la propia vida para implorar misericordia y obtener el don especial de la indulgencia, sino también para toda la Iglesia, que ha querido recordar las infidelidades con las cuales tantos hijos suyos, a lo largo de la historia, han ensombrecido su rostro de Esposa de Cristo. Para este examen de conciencia nos habíamos preparado mucho antes, conscientes de que la Iglesia, acogiendo en su seno a los pecadores es santa y a la vez tiene necesidad de purificación. Unos congresos científicos nos han ayudado a centrar aquellos aspectos en los que el espíritu evangélico, durante los dos primeros milenios, no siempre ha brillado. ¿Cómo olvidar la conmovedora liturgia del 12 de marzo de 2000, en la cual yo mismo, en la Basílica de San Pedro, fijando la mirada en Cristo crucificado, me he hecho portavoz de la Iglesia pidiendo perdón por el pecado de tantos hijos suyos? Esta purificación de la memoria ha reforzado nuestros pasos en el camino hacia el futuro, haciéndonos a la vez más humildes y atentos en nuestra adhesión al Evangelio”351. El segundo hecho que presentamos es la histórica jornada de oración por la paz en el mundo, que tuvo lugar en Asís, el 24 de enero de 2002. En aquel importante encuentro interreligioso, los representantes de las diversas confesiones quisieron poner por escrito su deseo sincero de trabajar en favor de la paz, en el seno de la familia humana. Así, llegaron a redactar el denominado “Decálogo de Asís para la paz”352, que fue enviado por el Papa a todos los jefes de Estado. En él se establecen los principios siguientes: condena a todo recurso a la violencia y a la guerra en nombre de Dios o de la religión; educación de las personas en el respeto y la estima recíprocos; promoción de la cultura del diálogo, defensa del derecho de toda persona humana a vivir una existencia digna según su identidad cultural y a formar libremente su propia familia; sinceridad y paciencia para que la confrontación con la diversidad de los demás se convierta en ocasión de mayor comprensión recíproca; perdón mutuo de los errores y prejuicios del pasado y del presente; estar al lado de quienes sufren la miseria y el abandono; hacer propio el grito de quienes no se resignan a la violencia y al mal; apoyo de cualquier iniciativa que promueva la amistad entre los pueblos; solicitud a los responsables de las naciones para que se construya y se consolide un mundo de solidaridad y de paz en la justicia. Los dos hechos hablan con elocuencia de lo que la religión promueve en el momento actual. Más aun, solamente la religión puede apelar a semejantes razones y ser escuchada en todos los idiomas y llegar a todas las regiones del planeta.

La religión y la universidad

Entendemos que es necesario sugerir una vía de concreción de esta nueva óptica con la que el mundo debe mirar la religión. No se trata de la única posible ni de la más importante, pero entendemos que es perfectamente válida. Nos referimos al lugar que ocupan las universidades

351 JUAN PABLO II, C. Apost. Novo millennio ineunte, 6 de enero de 2001, n. 6.352 L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 8 de marzo de 2002, p. 2.

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como elementos de unión. El profesor Vázquez de Prada explica la evolución inversa que sufrieron las universidades en los años de las luchas religiosas a las que ya nos referimos. Escribe: “Antes de mediar el siglo XVI se quebranta la función ecuménica de las universidades, en parte por el nacionalismo, pero más aún por las polémicas religiosas, que contribuyeron a la disgregación del papel universal de las universidades. Los centros universitarios se subordinan -salvo excepciones- a la defensa de la integridad filosófica y teológica. Ello es quizá más patente en las universidades surgidas de la reforma católica. La universidad europea, que da escasa acogida al movimiento intelectual puro, se desinteresó -salvo excepciones contadísimas- de las corrientes filosóficas y científicas nuevas que trataban de continuar el espíritu de búsqueda del Humanismo. La universidad se convierte en centro de simple transmisión de conocimientos y principios educativos, mientras que la investigación pura se hizo en las academias”353. Esta cita muestra cómo los centros superiores de estudio traicionan su misión de unidad, cuando otros intereses diferentes de la búsqueda de la verdad se apropian de ellos. Las universidades serán elementos de unidad entre las naciones, si mantienen su rol específico, suceda lo que suceda en el campo político, económico y social de cada país. Josemaría Escrivá explica con claridad esta característica de la universidad en relación a sus fines esenciales: “La Universidad -lo sabéis, porque lo estáis viviendo o lo deseáis vivir- debe contribuir desde una posición de primera importancia, al progreso humano. Como los problemas planteados en la vida de los pueblos son múltiples y complejos -espirituales, culturales, sociales, económicos, etc.-, la formación que debe impartir la Universidad ha de abarcar todos estos aspectos. No basta el deseo de querer trabajar por el bien común; el camino, para que este deseo sea eficaz, es formar hombres y mujeres capaces de conseguir una buena preparación, y capaces de dar a los demás el fruto de esa plenitud que han alcanzado”354. En el mismo texto, desarrollo la idea de la religión como conocimiento fundamental y rebelión del hombre. Afirma: “La religión es la mayor rebelión del hombre que no quiere vivir como una bestia, que no se conforma -que no se aquieta- si no trata y conoce al Creador: el estudio de la religión es una necesidad fundamental. Un hombre que carezca de formación religiosa no está completamente formado. Por eso la religión debe estar presente en la Universidad; y ha de enseñarse a un nivel superior, científico, de buena teología. Una Universidad de la que la religión está ausente, es una Universidad incompleta: porque ignora una dimensión fundamental de la persona humana, que no excluye -sino que exige- las demás dimensiones. De otra parte, nadie puede violar la libertad de las conciencias: la enseñanza de la religión ha de ser libre, aunque el cristiano sabe que, si quiere ser coherente con su fe, tiene obligación grave de formarse bien en ese terreno, que ha de poseer -por tanto- una cultura religiosa: doctrina, para poder vivir de ella”355. También se refirió Mons. Escrivá a la democratización del acceso a la universidad y del servicio que ésta debe ofrecer a la sociedad: “Cuantos reúnan condiciones de capacidad deben tener acceso a los estudios superiores, sea cualquiera su origen social, sus medios económicos, su raza o su religión. Mientras existan barreras en este sentido, la democratización de la enseñanza será solo una frase vacía. En una palabra, la Universidad debe estar abierta a todos y, por otra parte, debe formar a sus estudiantes para que su futuro trabajo profesional esté al servicio de todos”356. Finalmente, respecto a la posibilidad de actividades políticas por parte de estudiantes y profesores en el recinto de la universidad, expresó el primer Gran Canciller de la Universidad de Navarra: “Me parece que sería preciso, en primer lugar, ponerse de acuerdo sobre lo que significa política. Si por política se entiende interesarse y trabajar a favor de la paz, de la justicia social, de la libertad de todos, en ese caso, todos en la Universidad, y la Universidad como corporación, tienen obligación de sentir esos ideales y de fomentar la preocupación por resolver los grandes problemas de la vida humana. Si por política se entiende, en cambio, la solución concreta a un determinado problema, al lado de otras soluciones posibles y legítimas, en concurrencia con los que sostienen lo

353 VAZQUEZ DE PRADA, Valentín, op. cit., p. 121. 354 Conversaciones, n. 73.355 Ibídem.356 Ibídem, n. 74.

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contrario, pienso que la Universidad no es la sede que haya de decidir sobre esto. La Universidad es el lugar para prepararse a dar soluciones a esos problemas; es la casa común, lugar de estudio y de amistad; lugar donde deben convivir en paz personas de las diversas tendencias que, en coda momento, sean expresiones del legítimo pluralismo que en la sociedad existe”357. Los cuatro últimos pasajes citados de Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer nos muestran que, en efecto, en la universidad puede hallarse un ámbito de unión, de progreso auténticamente humano, de democratización y de expresión de la libertad personal. La internacionalización de las universidades en base a proyectos comunes de estudio, congresos científicos, intercambio de docentes y estudiantes, etc., son una rápida vía de amistad entre los pueblos. Ahora bien, esto ocurrirá, cuando en la universidad y por ende en la sociedad a la que se proyecta la institución educativa superior, se dé cabida a todas las expresiones del espíritu humano y entre ellas -en primer lugar- a la religión, al estudio científico y a la práctica respetuosa y sincera de la religión, elemento capaz de unir el corazón de los pueblos.

357 Ibídem, n. 76.

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El Fundador del Opus Dei ocupa un lugar en la historia y en la vida de la Iglesia, como el hombre elegido por Dios para trasmitir el mensaje de la llamada universal a la santidad en el trabajo y en las circunstancias de la vida ordinaria, y para fundar el Opus Dei como instrumento pastoral de esa misión. En ese sentido, resultan abundantes los estudios que destacan sus atributos como teólogo, como hombre de fe, como intérprete fiel de los designios divinos y aún como artífice de una estructura organizacional que se ha expandido en el mundo entero. Sin embargo, existe un perfil en su personalidad del cual relativamente poco se ha dicho y que siempre nos llamó la atención: su perfil como jurista. Además de sacerdote y teólogo de nota, Josemaría Escrivá fue un hombre de Derecho, con una formación jurídica de excepción, que desarrolló la docencia y la investigación en esta materia. Cuentan sus biógrafos que, en 1923, ya avanzados sus estudios de teología, Josemaría se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Zaragoza, en un régimen de enseñanza “no oficial”, alternando sus estudios civiles con los eclesiásticos359. Recogió en esta decisión el consejo de su padre, que quizás viera en ellos una mayor seguridad para el futuro360. Sin embargo, este acto de humildad y obediencia filial, cuyas consecuencias seguramente no imaginó, terminaría siendo esencial en el proyecto que Dios le tenía reservado. A su Licenciatura en Derecho, culminada en 1927, siguieron sus cursos de Doctorado en la Universidad Central de Madrid, que completó en 1939, consolidando una formación jurídica del máximo nivel académico. Durante varios años desarrolló, también, una intensa actividad docente en materia jurídica: primero en el Instituto Amado (1926), luego en la Academia Cicuéndez (1927), y más tarde en la Academia DYA, fundada en Madrid en 1933, primera labor apostólica del Opus Dei. La formación proveniente del estudio fue completada entonces por el esfuerzo de síntesis, de valoración y de comunicación que supone la actividad docente, trasmitiendo conocimientos y formación a varias generaciones de estudiantes. Tampoco la investigación jurídica fue ajena a sus preocupaciones, consignándose varios trabajos en esta materia, como La forma del matrimonio en la actual legislación española361 o La Abadesa de las Huelgas, su tesis doctoral362. De lo expuesto surge que la formación e investigación jurídicas y la práctica del Derecho ocuparon una parte importante en la vida y en las preocupaciones de Josemaría Escrivá. Cabe preguntarse entonces qué incidencia tuvieron las mismas en su actividad pastoral y si de esta incursión en el mundo del Derecho pueden extraerse principios o máximas, que permitan perfilar su pensamiento en materia jurídica, y enseñanzas para los hombres de Derecho.

La preocupación por el Derecho

Como todo hombre de Derecho, Escrivá desarrolló una preocupación permanente por el acatamiento del orden jurídico. Son abundantes sus citas en este sentido. Expresa en Forja:

358 * Conferencia pronunciada en el Congreso “Hacia el centenario del nacimiento del Beato Josemaría Escrivá”, Universidad Austral, Buenos Aires, junio 2001.359 VAZQUEZ DE PRADA, Andrés, El Fundador del Opus Dei. Vida de Josemaría Escrivá de Balaguer. Ed. Rialp, 5° ed., Madrid, 1999, vol.1, p.168.360 BERGLAR, Peter, Opus Dei. Vida y obra del Fundador Josemaría Escrivá de Balaguer, Ed. Rialp. 4i ed., Madrid, 1988, p.56.361 Publicado en la Revista Alfa-Beta, año 1, n.3, marzo de 1927, p.10-12. En este artículo Josemaría Escrivá destaca que el matri-monio es un instituto de Derecho Natural, el cual tiene carácter divino para todos los hombres, sean estos cristianos o no cristianos.362 Publicado en Burgos en 1944, donde realiza muy importantes reflexiones sobre la naturaleza del Derecho, de notable vigencia en el iter constitutivo del Opus Dei como prelatura personal.

A propósito de las enseñanzas de san Josemaría Escrivá

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“Cristiano: estás obligado a ser ejemplar en todos los terrenos, también en el ciudadano, en el cumplimiento de las leyes encaminadas al Bien común”363. También en Surco, apelando al ejemplo de la vida de Nuestro Señor expresa: “Se ha promulgado un edicto de Cesar Augusto, que manda empadronarse a todos los habitantes de Israel. Caminan María y José hacia Belén - ¿No has pensado que el Señor se sirvió del acatamiento puntual a una ley, para dar cumplimiento a su profecía? Ama y respeta las normas de una convivencia honrada, y no dudes de que tu sumisión leal al deber será, también, vehículo para que otros descubran la honradez cristiana, fruto del amor divino, y encuentren a Dios”364. Esa preocupación por la sumisión y el acatamiento del orden jurídico, la predicó con el ejemplo. Fue objetivo constante, durante toda su vida, que hubiese armonía entre las peculiaridades del carisma fundacional del Opus Dei, que Dios le había revelado, y las estructuras institucionales previstas en el Derecho canónico.

En los años 30, no existía en la Iglesia ninguna figura jurídica que se adecuase al carisma del Opus Dei: “una institución de ámbito universal, que habría de tener una organización unitaria e interdiocesana, integrada por sacerdotes seculares y por laicos, hombres y mujeres, célibes o casados, que, movidos por una peculiar votación, se comprometiesen, de forma estable, a vivir la plenitud de la vida cristiana en medio del mundo, en su trabajo profesional y en las demás circunstancias propias de la vida secular y laical, y que, a través y por medio de éstas, difundiesen entre los demás hombres, sus iguales, esa llamada universal a la fe, a la perfección cristiana y al apostolado”365. Sin embargo, Josemaría Escrivá -consciente de que la Iglesia es una comunidad de amor, pero también una comunidad jurídica-366, buscó, en cada etapa de desarrollo de su proyecto divino, aquellas formas institucionales previstas por el Derecho canónico que, aunque imperfectas e insuficientes, permitieran darle al Opus Dei un marco institucional dentro del orden jurídico eclesial. Las sucesivas aprobaciones institucionales como Pía Unión (1941), Sociedad de Vida Común (1943), Instituto Secular (1947) son elocuentes al respecto. Como se ha dicho, “era llamativo ver cómo un hombre, que sabía de manera tan clara que su tarea le había sido confiada por Dios, se preocupaba con singular delicadeza de los sucesivos actos de la autoridad eclesiástica que jalonan la historia jurídico canónica del Opus Dei”367. Esta actitud constituye una autentica predica contra el errado antagonismo, tantas veces planteado, entre fe y razón, que llevó a la Constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio

363 Forja, n.695.364 Surco, n.322.365 FUENMAYOR. Amadeo de; GOMEZ-IGLESIAS, Valentín; ILLANES, José Luis, El itinerario jurídico del Opus Dei. Historia y defensa de un carisma, EUNSA, 4a ed., Pamplona, 1990, p.78.366 BERGLAR, Peter, op.cit., p.57.367 LOMBARDIA, Pedro, Amor a la Iglesia, Homenaje a Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, EUNSA, Pamplona, 1986, p.116-117.

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Vaticano II a hablar de “La justa autonomía de la realidad terrena”368, logrando una auténtica unidad de vida que conjugue la dimensión trascendente e inmanente del hombre369. La realidad espiritual del Opus Dei debía necesariamente estar basada en la realidad secular del ordenamiento jurídico canónico, al cual se hallaba sujeta.

La importancia del jurista en el proceso constitutivo del Opus Dei

Lo notable del aporte jurídico de Josemaría Escrivá no puede limitarse a su preocupación por la observancia del Derecho —que es seguramente compartida por muchos hombres de buen criterio, tengan o no éstos formación jurídica—, sino que se encuentra en su sabia y prudente acción, para que el Opus Dei lograse un ropaje jurídico acorde con el carisma recibido. El Fundador debió enfrentarse a la realidad de que ninguna de las formas institucionales consignadas por el Derecho canónico—entonces vigente—ofrecía un marco jurídico adecuado para el carisma fundacional. En la legislación canónica anterior al Concilio Vaticano II, para tener sacerdotes propios y para disponer de un régimen interdiocesano y universal (dos exigencias ineludibles en el desarrollo del Opus Dei), era necesaria la referencia al “estado de perfección” que hoy se denomina “de vida consagrada”. Esta opción no resultaba satisfactoria para Escrivá, ya que podría dar lugar a que los miembros el Opus Dei fueran considerados como religiosos: esta equiparación era a todas luces inoportuna por su contraste con el carisma fundacional370. Este escollo no detuvo su impulso gestor. Respetuoso de las formas establecidas por el orden jurídico canónico y en comunión con la jerarquía de la Iglesia, acudió en cada momento histórico a las modalidades institucionales que podían resultar más convenientes, a condición de que reunieran tres características fundamentales: “ser un camino posible, responder a las necesidades de crecimiento de la Obra, y ser -entre varias posibilidades jurídicas- la solución más adecuada, es decir, la menos inadecuada a la realidad de nuestra vida”371. Pero su actitud no se limitó a la de un sagaz interprete y aplicador del Derecho canónico, sino que, consciente de la tensión existente entre orden jurídico y carisma, trabajó permanentemente para lograr la aprobación de un marco jurídico peculiar que se adecuara también a la peculiar realidad de la Obra, aguardando el momento oportuno para dar cada paso. Escribía Josemaría Escrivá en 1961: “Pero veréis qué bien hace el Señor las cosas. En los asuntos de gobierno, y especialmente cuando el gobierno es misión pastoral de las almas, el camino más derecho no es siempre la línea recta. A veces hay que hacer un rodeo, andar en zigzag, retrocedes un paso, para después dar un buen salto; ceder en algo accidental -con ánimo de recuperarlo en su momento-, para salvar valores más sustanciales. Este modo de obrar, hijos míos, no es hipocresía, porque no se aparenta lo que no se es, sino prudencia, claridad e, incluso muchas veces, deber de justicia”372. La solución jurídica adecuada al carisma del Opus Dei se halló en el Decreto Presbyterorum Ordinis del Concilio Vaticano II, del 7 de diciembre de 1965, que, en su numeral 10, prevé la posibilidad de establecer en la Iglesia Prelaturas personales para la realización de “obras pastorales peculiares”. La instrumentación de este decreto conciliar fue realizada por el Motu proprio Ecclesiae Sanctae del Papa Pablo VI, del 6 de agosto de 1966, donde se detallaron los requisitos para la erección de Prelaturas personales373.

368 CONCILIO VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et spes, n.43.369 REINHARDT, Elisabeth, La legítima autonomía de las realidades temporales, “Romana” 15, 1992, p.323-325.370 FUENMAYOR, Amadeo de, La “prudentia iuris” de Mons. Escrivá de Balaguer en su tarea fundacional, Ius Canonicum, XXXII, n.63, 1992, p.28.371 Carta 28.X1.1982, “Lettera pastorale sulla decisione di Giovanni Paolo II di trasformare I´Opus Dei in prelatura personale di ambito internazionale”, en el volumen Rendere amabile la verità. Raccolta di scritti di Mons. Álvaro del Portillo, Librería Editrice Vaticana, Cittá del Vaticano, 1995, p.65.372 Carta 25.1.1961, n.20 citada por FUENMAYOR, Amadeo de, op.cit.373 Como expresa Gaetano Lo Castro: “El diseño que el Concilio efectuó del nuevo instituto fue propuesta en forma de norma general y directiva, inadecuada, como todas las disposiciones directivas, para incidir en el ordenamiento jurídico hasta que no fuese acogida y desarrollada mediante las necesarias normas de desarrollo y de aplicación” en Las Prelaturas personales. Perfiles jurídicos, EUNSA, Pamplona. 1991, p.15.

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El pensamiento jurídico de san Josemaría Escrivá

Desde el comienzo, Josemaría Escrivá tuvo la firme convicción de que, tarde o temprano, el orden jurídico debía adecuarse a la vida y recoger, en el marco normativo, una regulación que acogiera adecuadamente la realidad del carisma particular de la Obra. La erección del Opus Dei como Prelatura personal fue dispuesta por Juan Pablo II, mediante la Constitución Apostólica Ut sit, del 28 de noviembre de 1982. Sin embargo, Dios no otorgó a su fundador la gracia de ver en esta vida el logro de dicho objetivo. Ya lo había llamado a su presencia el 26 de junio de 1975.

La función del Derecho en las relaciones humanas

La acción de Josemaría Escrivá está orientada por una clara comprensión de la función que cumple el Derecho en las relaciones humanas. Ya en La Abadesa de Las Huelgas, su tesis doctoral, presentada en 1939 y publicada en 1944, planteaba la cuestión de la fuente de legitimidad de la jurisdicción eclesiástica que gobernaba la Abadesa, concluyendo que la misma derivaba ex consuetudine. La costumbre —aun contra legem— inspirada en el bien común, otorga verdadero y pleno privilegio a la Abadesa para ejercer jurisdicción eclesiástica con efecto canónico374. En esta primera manifestación jurídica, mucho antes de que comenzara a discutirse la forma jurídica del Opus Dei, su fundador demostraba la plena y cabal convicción de que los fenómenos jurídicos son una emanación de la vida y que es ésta la que marca los caminos que el Derecho debe luego seguir. Algunos años más tarde, expresaba lo siguiente: “Primero es la vida, el fenómeno pastoral vivido. Después la norma que suele nacer de la costumbre. Finalmente, la teoría teológica, que se desarrolla con el fenómeno vivido. Y desde el primer momento, siempre la vigilancia de la doctrina y de las costumbres: para que ni la vida ni la norma, ni la teoría se aparten de la fe y de la moral de Jesucristo”375. En el mismo sentido, expreso más adelante: “... primero viene la vida; luego la norma. Yo no me encerré en un rincón a pensar a priori qué ropaje habría de dar al Opus Dei. Cuando nació la criatura, entonces la hemos vestido; como Jesucristo, que coepit facere et docere (Act. 1, 1), primero hacía y después enseñaba. Nosotros tuvimos el agua, y enseguida trazamos el canal. Ni por un momento pensé en abrir una acequia antes de contar con el agua. La vida, en el Opus Dei, ha ido siempre por delante de la forma jurídica. Por eso la forma jurídica tiene que ser como un traje de medida; y si no fuera así sería porque nos habrían violentado, cambiando las medidas o cortándolas según un patrón ajeno” 376. Efectivamente, las normas humanas son creadas con la finalidad de satisfacer determinadas necesidades sociales que se inspiran en valores específicos377. Como tales, las normas humanas cambian a medida que cambian las necesidades de los hombres, siendo esencial que, ante dichos cambios, se preserven aquellos valores trascendentes que resultan propios de la condición humana. Las normas humanas son esencialmente cambiantes, los valores -por lo menos aquellos propios de la naturaleza humana- son permanentes. Estos conceptos resultan de aplicación tanto al Derecho civil como al canónico. La Iglesia es una comunidad de fieles, sujetos a un orden jurídico. Como se ha expresado: “porque la Iglesia es una Iglesia de Amor, tiene que ser también una Iglesia de Derecho; el derecho canónico es, por eso, la concesión del amor a Dios y al prójimo en una de esas formas determinadas a las que no escapa nuestra pobre naturaleza”378.Es función del Derecho dar solución a los problemas que plantea la vida, siendo su mayor desafío adecuarse, en cada momento, a las cambiantes realidades, sin perder nunca el norte de los valores que el Derecho debe consagrar. La firme convicción de que, tarde o temprano, el Derecho canónico habría de recoger la nueva realidad derivada del carisma fundacional del Opus Dei, estableciendo la forma jurídica adecuada a su realidad de vida, ordenó los pasos de su fundador para seguir con fe y sin desmayos el camino que Dios le había trazado. Esta adecuación del Derecho a la vida debía provenir además

374 La Abadesa de Las Huelgas, Ed. Rialp, 3’ ed., Madrid, 1988, p.336 y ss.375 Carta 19.111.1954, n.9 citada por FUENMAYOR, Amadeo de, op.cit.376 Palabras de Mons. Escrivá de 24.X.I966, citada por FUENMAYOR, Amadeo de, op.cit.377 RECASENS SICHES, Luis, Introducción al Estudio del Derecho, Ed. Porrúa, 11° ed., México, 1966, p.40.378 BERGLAR, op.cit., p.57.

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Ricardo Olivera

del reconocimiento y recepción de las estructuras que la realidad había tejido a lo largo del tiempo. Cuando el Opus Dei fue erigido en Prelatura personal por la Constitución Apostólica Ut sit la obra tenía ya una historia de varias décadas, funcionaba, de hecho, bajo los principios recogidos luego por la norma: convivían en el Opus Dei sacerdotes y laicos y tenía la organización una estructura interdiocesana y universal, desarrollada a lo largo del mundo entero. La norma se limitó entonces a reconocer la realidad de la vida. Nuevamente, esta realidad vivida fue la reconocida y recogida por la norma. La necesaria adecuación del Derecho a la vida fue, por otra parte, el argumento utilizado por la Constitución Apostólica Ut sit al erigir el Opus Dei en Prelatura personal. Expresa esta norma en el proemio que “habiendo crecido el Opus Dei, con la ayuda de la gracia divina, hasta el punto de que se ha difundido y trabaja en gran número de diócesis de todo el mundo, como un organismo apostólico compuesto de sacerdotes y laicos, tanto hombres como mujeres, que es al mismo tiempo orgánico e indiviso, -es decir, como una institución dotada de una unidad de espíritu, de fin, de régimen y de formación-, se ha hecho necesario conferirle una configuración jurídica adecuada a sus características personales”.

Enseñanzas de Josemaría Escrivá a los hombres de Derecho

Las enseñanzas del fundador del Opus Dei, desde sus escritos y desde su ejemplo permanente de vida, resultan una referencia fundamental para los hombres de Derecho, en los temas propios de su actuación profesional. Nos enseñó el respeto y amor por el Derecho, aun cuando el mismo pudiera aparecer a nuestros ojos como un obstáculo para el desarrollo de las más nobles y trascendentes iniciativas. El Derecho no es solamente un elemento esencial e indispensable para la convivencia humana, sino también una manifestación del amor divino, camino que facilita la santificación y el apostolado. El carácter jurídico de la obra salvífica ha superado la antinomia entre amor y derecho, creando la Iglesia que es una comunidad de amor y de derecho con su Fundador379. Como decía Josemaría Escrivá: “La ley, hijos míos, y más aún en la vida de la Iglesia, es algo muy santo. No es una forma vacía, ni un arma para tener en un puño a los ciudadanos o las conciencias, sino una razonable y sobrenatural ordenación, según justicia”380. A pesar de su más absoluta y total convicción del origen divino del carisma del Opus Dei, su fundador no se opuso nunca -como no podía ser de otra manera- al orden jurídico existente, aunque fuera adverso; al contrario, buscó en todo momento, de entre las formas jurídicas existentes, aquella que mejor -o menos mal- correspondiese a la realidad de la Obra, teniendo también en cuenta su grado de desarrollo. Escrivá enseñó, además, que el Derecho, si bien debe ser en todo momento manifestación de una ley natural inmutable, también debe ser respuesta a un fenómeno vital. No se trata de una premisa o de una estructura predeterminada a la que el hombre debe necesariamente someterse, sino de un orden cambiante que, como consecuencia de su dimensión histórica, debe tender en todo momento a adecuarse como un guante a la realidad que le toca normar381. Josemaría Escrivá conocía bien el Derecho natural, pero además se nutrió de la naturaleza de las cosas que Dios le hacía ver, atendiendo preferentemente a la sustancia de las relaciones jurídicas más que a su forma, consciente de que debía poder ordenar su labor pastoral en el mundo de acuerdo con las características del propio carisma, al cual el orden jurídico positivo habría de reconocer -en el momento oportuno- la forma jurídica adecuada. Si bien la realidad vital que el Derecho debe normar es esencialmente mutable, la necesaria adecuación de ese Derecho a la realidad es un principio inmutable emanado de la ley natural. El

379 BERGLAR, Peter, op.cit., p.363. 380 Carta 15.VIII.1964, n.103 citado en ERRAZURIZ, Carlos J., “II diritto canonico nella missione salvifica della Chiesa”, en Inaugurazione anno académico 2000-2001, Pontificia Università della Santa Croce, Roma, 2000, p.110.381 HERVADA, Javier, Introducción critica at Derecho Natural, EUNSA, 9° ed., Pamplona, 1998, p.98.

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El pensamiento jurídico de san Josemaría Escrivá

principio de libertad, consustancial con la naturaleza humana, determina que asista a todo ser humano el auténtico derecho de que el ordenamiento jurídico no constituya un obstáculo para el ejercicio de esa libertad, en la medida que la misma se encuentre ordenada al bien común. “Estamos obligados a defender la libertad de todos, sabiendo que Jesucristo es el que nos ha adquirido esa libertad”382 decía Josemaría Escrivá. El Derecho es una manifestación de esa libertad, en la medida que hace posible la convivencia social, asegurando a cada uno el ejercicio de sus derechos. Corresponde al Derecho asegurar el ejercicio de esa libertad, adecuando las normas a las realidades humanas, de modo que “cada caminante siga su camino, el que Dios le ha marcado”383. Los hombres de Derecho debemos tener una actitud obediente, pero no sumisa, ante el orden jurídico. Debemos acatar las normas, sin dejar de tener, frente a las mismas, un sano sentido crítico, luchando con todos nuestros bríos para que éstas recojan los valores trascendentes del hombre y procuren el bien común. Esta actitud es la que permitirá el desarrollo y el mejoramiento del Derecho y su mejor adecuación a las necesidades humanas. Solo de esta manera se podrá lograr que el Derecho sea un instrumento que, en sintonía con la naturaleza trascendente del hombre, establezca un marco de relación humana adecuado para que éste pueda llevar adelante sus más nobles realizaciones y contribuir con esto a la felicidad del prójimo y a su propia santificación.

382 Amigos de Dios, n.171.383 Surco, n.231.

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El valor santificador del trabajo

Santiago Pérez del Castillo

Nos proponemos considerar aquí cómo la santificación del trabajo, que es el eje en torno al cual gira el mensaje del fundador del Opus Dei, puede dar impulso a nuevas reflexiones sobre el trabajo humano, que mejoren su forma de organizarlo y, en consecuencia, inspiren nuevas regulaciones.

Una trilogía para explicar la santificación del trabajo

Josemaría Escrivá, canonizado por Juan Pablo II el 6 de octubre de 2002, usó a menudo tres frases que, a pesar de llevar las mismas palabras, tienen un sentido diferente por efecto de las preposiciones que las unen: santificar el trabajo; santificarse en el trabajo; y santificar con el trabajo. Con esa trilogía enseñó que el hombre debe encontrar a Dios en medio del quehacer ordinario; y que para eso es indispensable realizarlo con la mayor perfección posible; y que en esa tarea se encuentra con los demás hombres, sus hermanos, a quienes también habrá de acercar a Dios. Cada una de las tres etapas influye sobre las restantes y se retroalimenta a su vez de ellas384. El cristiano que busca la plenitud de vida en medio del mundo debe vivir la secularidad, respetar la dinámica propia de las distintas actividades humanas: “Cuando bullen, ‘haciendo cabeza’ de manifestaciones exteriores de religiosidad, gentes profesionalmente mal conceptuadas, de seguro que sentís ganas de decirles al oído: ¡Por favor, tengan la bondad de ser menos católicos!”385. Parece evidente que esta nueva manera de concebir el trabajo -si se adopta como convicción firme que se traduzca en una práctica arraigada-, influye sobre la manera de vivirlo, de organizarlo y de regularlo. Y tendrá repercusión aun cuando el Derecho del trabajo siga siendo la regulación del trabajo subordinado, es decir, no de todo trabajo como un derecho general de la actividad humana dirigida a la producción y los servicios. Si empleadores y dependientes comparten esta valoración del trabajo humano, y los criterios de un relacionamiento justo que de allí derivan, es evidente el benéfico influjo sobre el mundo de las relaciones laborales y la vida de las organizaciones y las empresas que ello trae consigo.

Principio protector y santificación del trabajo

Sabido es que el Principio protector informa y caracteriza todo el Derecho Laboral. La idea de principio denota el origen, la razón de ser y el desarrollo de criterios fundamentales; su más pura esencia responde a una general aspiración que se “traduce en la realización de su contenido”386. En el Derecho del trabajo, el Principio protector es razón de ser originaria, y por pendiente, actual. Se trata de un fundamento o idea central que inspira buena parte de su contenido. Se concreta también en principios de aplicación jurídica en el sentido utilizado por Plá Rodríguez y formulado en tres reglas: el “in dubio pro operario”, para la interpretación en caso de duda; la conservación de la condición más beneficiosa y la aplicación de la norma más favorable387. Aquí no hacemos referencia a esos criterios de aplicación del Derecho sino al contenido sustancial que los inspira, que impregna la rama jurídica en su conjunto: todo el Derecho del trabajo está influido e integrado por la idea de protección al hombre que trabaja.

384 “Pon un motive sobrenatural a to ordinaria labor profesional, y habrás santificado el trabajo” escribe en Camino, n. 359.385 Camino, n. 371. 386 Diccionario jurídico, Madrid, Espasa-Calp 1991, p. 793. 387 PLA RODRIGUEZ, Américo, Los principios del Derecho del trabajo, Depalma, 3° ed., Buenos Aires,1998.

A propósito de las enseñanzas de san Josemaría Escrivá

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El carácter protectorio del Derecho del trabajo puede apreciarse en tres grandes facetas o notas implícitas dentro del Principio protector388, que es posible expresar de la siguiente forma: Se trata de un derecho tuitivo, en el sentido de que considera al trabajador como persona humana y, por ello, busca asegurar que se respete su dignidad en cuanto tal. Esta faceta será siempre necesaria. Se trata de un derecho compensatorio, en el sentido de que tiene en cuenta al trabajador como contratante débil. Es una faceta que eventualmente puede no darse en casos concretos, si existiera un pie de igualdad entre los sujetos vinculados. Pero el Derecho del trabajo parte de la base de que no existe ese equilibrio negocial y busca generar compensaciones para obtener relaciones más justas. Se trata, finalmente, de un derecho integrador de quien desempeña el trabajo -empleado u obrero- como miembro de la sociedad. Es el punto culminante. No alcanza meramente con tutelar y compensar, se requiere también incorporar a la organización, dar la oportunidad de sentirse útil. En cada una de esas facetas, el objeto jurídico tutelado es diverso porque diversos son los valores que se buscan preservar, aunque estén estrechamente conectados. Puede mencionarse así que atienden: el primero, a la dignidad del hombre y la mujer que trabaja; el segundo, a la dignidad del trabajo en sí mismo; el tercero, a la sociabilidad que deriva del quehacer laboral. El hombre es un ser social y el trabajo es factor de socialización. En el primero se hace énfasis en la persona, que debe realizarse como tal. En el segundo, en el trabajador, que debe desempeñarse en forma idónea. En el tercero, en la dimensión social del trabajo, sitio de encuentro con los demás hombres. Josemaría Escrivá de Balaguer enseña con su pensamiento y con su vida que la santidad es ser amigos de Dios, hombres o mujeres cabales y, por lo tanto, felices ya en la tierra. A nuestro modo de ver, la receta que brinda para alcanzar ese objetivo, divino y humano a la vez, comprende los tres valores perseguidos por el Derecho del trabajo que mencionamos: - Es necesario que todos los hombres y mujeres desempeñen una labor, porque tienen el derecho y porque tienen el deber. Al hacerlo podrán encontrar a Dios; es el santificarse en el trabajo. Lógicamente, como presupuesto, se requiere que todos tengan un empleo o la oportunidad de aplicar sus energías espirituales o corporales a un fin útil. - Pero es necesario además que trabajen bien -santificar el trabajo-, que pongan los medios para hacerlo acabadamente y con un resultado idóneo para satisfacer las necesidades propias o ajenas a las que está dirigido. El bien derivado como servicio o producto, habrá de ser construido respetando las leyes. - Finalmente y como consecuencia natural, los hombres y mujeres se relacionarán con los demás en ocasión del trabajo. Es menester la colaboración entre ellos para construir una sociedad más justa. Este será, además, el momento en el cual se apoyarán recíprocamente en la búsqueda de la verdad que los conducirá a ser libres y felices en la tierra. Es el momento de ayudar a los demás e intentar acercarlos a Dios a través del ejercicio de la profesión y el cumplimiento de los deberes, santificar a los demás con el trabajo.

Dignidad del trabajo y santidad en lo cotidiano

El hombre es hijo de Dios y como tal, objeto de su predilección especial. De ahí deriva su dignidad -antes de la constitución del mundo pensó Dios en cada uno como ser irrepetible-, y deriva la igualdad de todos los miembros de la raza humana. No hay hijos y entenados, son todos

388 MARTIN VALVERDE, Antonio, Derecho del trabajo, Tecnos, Madrid, 1991, p. 42: efectúa la distinción entre una finalidad tuitiva y una finalidad compensatoria, más adelante encara la función integradora, (p. 46): Krotoschin, Ernesto, Tratado práctico de Derecho del trabajo, Depalma 4° ed., Buenos Aires,1981, p.11: subraya la integración social como punto culminante de la tarea que esta rama jurídica se propone: hacer partícipe al trabajador.

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hijos. Y como tales requieren ser atendidos y protegidos. Su propia naturaleza, y por tanto su dignidad, reclama que tengan un empleo y se encuentren a sí mismos en él, se realicen llevándolo a cabo. Hará posible santificarse en medio del cumplimiento de los deberes ordinarios, procurando la plenitud de la vida y el desarrollo la propia vocación. El fundador del Opus Dei no fue un profesional de la sociología ni un experto en formas de organización del trabajo, pero su fino conocimiento de la naturaleza humana lo acercó de tal manera a la realidad laboral que en sus escritos pueden encontrarse numerosos pasajes para inspirar estas áreas del conocimiento. Entre las aportaciones significativas del mensaje de Escrivá al mundo del trabajo, nos interesa destacar aquí la forma en que subrayó la radical dignidad de la persona y de allí la consecuente igualdad entre todos los hombres, más allá de su condición social y, sobre todo, al margen del escalafón laboral que ocupen. Fue un hombre dedicado a las cosas de Dios y su misión fue llevar a los hombres a Dios. Pero el camino a la ciudad celeste trae consigo el velar por la construcción de la ciudad terrena. Josemaría Escrivá dedica su vida a proclamar la llamada universal a la santidad, haciendo ver que la mayor parte de los hombres y mujeres habrán de alcanzarla en la vida cotidiana, a través del cumplimiento del quehacer ordinario.

Redescubrió así el valor cristiano del trabajo, rescatando palabras bíblicas que señalan esa dimensión central: creó Dios al hombre para que trabajara389. Y predica incansablemente que el camino del hombre en la tierra ha de ser un camino de trabajo santificado, de trabajo bien hecho, imitando a Jesucristo, que fue carpintero e hijo del artesano. Cristo era conocido por tener una vida de labor corriente antes de su predicación pública y, cuando la comienza, sus compañeros expresan su sorpresa390. En la homilía “Amar al mundo apasionadamente”, san Josemaría escribió: “Hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir”391. Como señaló Mons. Javier Echevarría, prelado del Opus Dei, “tantos cristianos han podido aprender de él a descubrir, en la dimensión sobrenatural de la existencia ordinaria

389 Cfr. Génesis 2,15.390 Cfr. Mc 6.3; Mt 13,55. 391 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 114.

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-precisamente donde otros no ven más que fondos de botella- oro puro, esmeraldas, rubíes. La rutina, la obviedad, la monotonía cotidiana, quedan de este modo transfiguradas”392. Este campo de perfeccionamiento y santidad, de realización de la dignidad del hombre, es el trabajo subordinado de la persona que se incorpora a una organización, pero es también el quehacer del ama de casa. Es el trabajo del artesano que obtiene de su actividad el sustento para sí y los suyos, pero es también la dedicación del voluntario a la misión de servicio que generosamente lleva a cabo. Hombres y mujeres habrán de realizar una tarea que será el lugar de encuentro con Dios. Parte del proyecto de Dios para cada uno de ellos, será su propia vocación profesional, aquellas tareas para las cuales resulta más idóneo, y constituyen buena parte de su camino en la tierra. El mensaje que el nuevo santo recibe de Dios consiste en recordar a todos que todos pueden y deben aspirar a los mejores dones, como decía San Pablo. Y lo harán ocupando sede esas tareas, que procurarán hacerlas del mejor modo posible.

Dignidad del trabajo y virtudes laborales

“Dios, por su justicia y por su misericordia infinitas y perfectas, trata con el mismo amor, y de modo desigual, a los hijos desiguales. Por eso, igualdad no significa medir a todos con el mismo rasero”393. “Al resolver los asuntos, procura no exagerar nunca la justicia hasta olvidarte de la caridad”394. Y en otro libro vuelve sobre la idea: “Si se hace justicia a secas, es posible que la gente se quede herida. Por lo tanto, muévete siempre por amor a Dios, que a esa justicia añadirá el bálsamo del amor al prójimo; y que purifica y limpia el amor terreno”. “Cuando está Dios por medio, todo se sobrenaturaliza”395. Con estos textos podemos referirnos a la segunda faceta: el carácter compensatorio que con frecuencia aparece en la norma laboral y que viene exigido por la propia igualdad radical de todos los hombres, objeto de una común predilección divina. Se entronca con la necesidad -que afirmó con frecuencia- de completar la justicia, que por sí sola puede ser fría e insuficiente, con la caridad que siempre completa y enriquece396. La tarea que realiza cada hombre y cada mujer será camino divino en la tierra. Ese carácter de vehículo hacia Dios de la misma actividad humana, nos permite apreciar la dignidad de esta última y cómo exige llevarla a cabo con el mayor cuidado, respetando las reglas propias de cada una de ellas, su autonomía. Quedan reflejadas tales ideas en una cita extensa e indispensable donde podemos leer: “El trabajo acompaña inevitablemente la vida del hombre sobre la tierra. Con él aparecen el esfuerzo, la fatiga, el cansancio: manifestaciones del dolor y de la lucha que forman parte de nuestra existencia humana actual, y que son signos de la realidad del pecado y de la necesidad de la redención. Pero el trabajo en sí mismo no es una pena, ni una maldición o un castigo: quienes hablan así no han leído bien la Escritura Santa. Es hora de que los cristianos digamos muy alto que el trabajo es un don de Dios, y que no tiene ningún sentido dividir a los hombres en diversas categorías según los tipos de trabajo, considerando unas tareas más nobles que otras. El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se vive, y al progreso de toda la humanidad.

392 ECHEVARRIA, Javier, “Un nuevo modo de ver el trabajo”, en ABC de Madrid, 9 de enero de 2002, inserto en www.opusdei.org393 Surco, n. 601. 394 Surco, n. 973.395 Foja n. 502.396 Illanes, José Luis, Ante Dios y en el mundo. Apuntes pare una teología del trabajo, Eunsa, Pamplona, 1997, p. 137: recuerda que, a su vez, en los textos de San Josemaría Escrivá, la caridad reclama y presupone la justicia. “Solo quien cumple el derecho, quien de verdad respeta al otro y se esfuerza por proporcionarle los bienes que ese otro necesita y reclama, puede decir con verdad que ama”.

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Para un cristiano, esas perspectivas se alargan y se amplían. Porque el trabajo aparece como participación en la obra creadora de Dios que, al crear al hombre, lo bendijo diciéndole: Procread y multiplicaos y henchid la tierra y sojuzgadla, y dominad en los peces del mar, y en las aves del cielo, y en todo animal que se mueve sobre la tierra. Porque, además, al haber sido asumido por Cristo, el trabajo se nos presenta como realidad redimida y redentora: no solo es el ámbito en el que el hombre vive, sino medio y camino de santidad, realidad santificable y santificadora. Conviene no olvidar, por tanto, que esta dignidad del trabajo está fundada en el Amor. El gran privilegio del hombre es poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio. Puede amar a las otras criaturas, decir un tú y un yo llenos de sentido. Y puede amar a Dios, que nos abre las puertas del cielo, que nos constituye miembros de su familia, que nos autoriza a hablarle también de tú a Tú, cara a cara. Por eso el hombre no debe limitarse a hacer cosas, a construir objetos. El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor. Reconocemos a Dios no solo en el espectáculo de la naturaleza, sino también en la experiencia de nuestra propia labor, de nuestro esfuerzo. El trabajo es así oración, acción de gracias, porque nos sabemos colocados por Dios en la tierra, amados por Él, herederos de sus promesas. Es justo que se nos diga: ora comáis, ora bebáis, o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo a gloria de Dios” 397. Josemaría Escrivá considero siempre al trabajo como una realidad intrínseca a la naturaleza humana y por tanto como un factor que contribuye al perfeccionamiento de quien lo lleva a cabo, y a su felicidad. Algo que debe dar ilusión y no cadena que esclaviza. La ilusión de sentir el aporte personal a la tarea común de los hombres, que son de algún modo, partícipes en la tarea creadora de Dios. La ilusión de llegar a la meta y acabar con primor la tarea. “El mejor espíritu de sacrificio es la perseverancia en el trabajo comenzado cuando se hace con ilusión, y cuando resulta cuesta arriba”398. Bajo esta óptica queda cancelada la posibilidad de verlo como cosa alienante; todo lo contrario, será motivo de enriquecimiento personal, de realización humana. Eso es santificar el trabajo: hacerlo bien, cuidar los detalles, realizarlo con la mayor perfección posible: con diligencia, haciéndolo por amor a Dios y en gracia de Dios 399. “Hay dos virtudes humanas -la laboriosidad y la diligencia-, que se confunden en una sola: en el empeño por sacar partido a los talentos que cada uno ha recibido de Dios. Son virtudes porque inducen a acabar las cosas bien. Porque el trabajo -lo vengo predicando desde 1928- no es una maldición, ni un castigo del pecado. El Génesis habla de esa realidad, antes de que Adán se hubiera rebelado contra Dios. En los planes del Señor, el hombre habría de trabajar siempre, cooperando así en la inmensa tarea de la creación”400. Cuando san Josemaría vivió durante una temporada en la ciudad castellana de Burgos, le gustaba visitar su famosa catedral, para mostrar a quienes le acompañaban la crestería, haciéndoles ver que todo aquel trabajo de piedra en las alturas no se veía desde abajo; quienes habían labrado esas figuras pensaban en la mirada de Dios y les bastaba. El énfasis en el trabajo hecho cara a Dios y bien, tiene innegables consecuencias positivas sobre el rendimiento y la productividad. Hay una mejora social patente cuando se propaga la idea de la superación personal y del fiel cumplimiento de las responsabilidades profesionales. Si esto cala en millares de personas, una sociedad cambia. Y san Josemaría Escrivá fue exigente en la necesidad del buen desempeño: “¿de qué me sirve un hijo mío que sea carpintero si no es buen carpintero?; si no es buen carpintero, no es buen hijo mío”. En esta insistencia por el trabajo bien hecho, ocupa un lugar relevante la pedagogía de las cosas pequeñas: despacito y buena letra, el hacer las cosas bien importa más que el hacerlas. Y pregona la necesidad de encontrar a Dios en los detalles buscando, “ese algo divino que en los

397 Es Cristo que pasa, n. 47 y 48.398 Forja, n. 409. 399 DONATI, Pierpaolo, “El significado del trabajo en la investigación sociológica actual y el espíritu del Opus Dei”, Romana, 22, 1996/1, p. 327: “Por la unión del cristiano con Cristo, el trabajo se convierte en obra de Dios, operatio Dei, opus Dei, y Dios mismo puede contemplarla (“Dios se ha fijado en el trabajo de mis manos” Gen 31.42). De este modo, las estructuras de la sociedad pueden ser informadas desde dentro con el espíritu de Cristo (cfr. Concilio Vaticano II, Const. Dogm. Lumen Gentium, n. 31)”.400 Amigos de Dios, n. 81.

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detalles se encierra”. La atención a lo pequeño, resulta de sentido común, habida cuenta de la imposibilidad que tiene la mayor parte de hacer grandes cosas, actos de heroísmo. En todo caso, además, es buena preparación espiritual para tareas de mayor ambición: “Sigue en el cumplimiento exacto de las obligaciones de ahora. Ese trabajo monótono, pequeño- es oración cuajada en obras que te disponen a recibir la gracia de la otra labor -grande, ancha y honda- con que sueñas”401. El cuidado de las cosas pequeñas es dimensión fundamental, constitutiva, de la santificación del trabajo profesional y de la vida cotidiana. De manera que este cuidado de las cosas pequeñas, que de alguna forma se identifica con el trabajo bien hecho, se manifiesta por ejemplo hasta en la forma de cerrar una puerta. La forma correcta de cerrarla -la que usan los que saben hacerlo-, esa es la forma cristiana402. Por esto mismo, al ser el trabajo camino de santidad, camino de plenitud, no interesa que sea exitoso o no. El primer elemento para calificar un trabajo no es saber si quien lo desempeña obtiene resultados materiales provechosos. Lo que primero importa es el grado de santidad que alcance quien lo realice, la proximidad con Dios que de allí se derive. Una reflexión más detenida sobre esta cuestión permite enlazar con otra idea también fecunda: que la sociedad no puede ser considerada bajo la óptica exclusiva de una sociedad de mercaderes. El reduccionismo economicista que ello trae consigo empobrece el panorama amplio de las actividades humanas. En el momento actual, cuando se advierte una escasez de empleos tradicionales, importa valorizar los quehaceres que no siempre están ligados a una contraprestación onerosa directa, o no lo están en primer término. Hacer foco en lo cotidiano significa subrayar las virtudes de la persona en la vida ordinaria, que le hacen posible santificar el trabajo. Deben poner esfuerzo en adquirir, o mantener, esas virtudes. Sobre ellas, es decir sobre una naturaleza humana madura, se asentarán las virtudes sobrenaturales, la vida de la gracia. De esta forma, el trabajar bien, el comportarse adecuada y sensatamente en la vida de relación, se transforma también en medio indispensable para alcanzar la santidad.

Virtudes sociales: paz y alegría, promoción y libertad

La enorme capacidad de trabajo de San Josemaría no iba en mella de una delicada atención a todos. Por caridad, porque el trabajo es punto de encuentro con los demás hombres. El hombre fue creado para trabajar, pero también por naturaleza está destinado a vivir en sociedad. De varias maneras, la dimensión social del hombre se entrelaza con el carácter social del trabajo: en éste encuentra el hombre una vía para enriquecer sus vínculos humanos, y ya se sabe que, el hombre se conoce por la calidad y la cantidad de sus vínculos. El trabajo es, pues, fuente de socialización y de enriquecimiento personal. La moderna ciencia de la empresa pone de relieve la prioridad del factor humano sobre los aspectos financieros y tecnológicos. El comportamiento en la organización depende estrechamente de la madurez humana y del sentido de la vida que posean sus miembros. Depende también de hábitos de trabajo en conjunto, de relaciones basadas con firmeza en la equidad, y de un nivel de exigencia personal, que sea compatible con buen grado de comunicación interna, para construir una cultura de la empresa donde sea posible avanzar en conjunto. En este campo, el pensamiento de Josemaría Escrivá es también ampliamente germinal. Se puede advertir, por ejemplo, en su insistencia en la virtud de la sencillez y de la sinceridad de vida que aleja al hombre del subterfugio y del engaño y le ayuda a insertarse maduramente en la organización y en la empresa.

401 Camino, n. 825. 402 En esta misma línea se sitúa el consejo del punto n. 815 de Camino para aquel que quiere ser santo, es decir hombre cabal: cumplir el pequeño deber de cada momento: hacer lo que se debe y estar en lo que se hace. El punto es casi una traducción del adagio clásico: “age quod agis”, que proviene de Plauto, según PLÁ RODRÍGUEZ, cit. p. 886.

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Santiago Pérez del Castillo

Difundió siempre un espíritu positivo de optimismo y serenidad que tenía su origen en una profunda convicción de la filiación divina. A partir de la doctrina social de la Iglesia, abordó el tema de las relaciones entre el capital y el trabajo403, insistiendo en la responsabilidad del empresario y subrayando el deber de dirigir las inversiones hacia el bien común, así como el cumplimiento estricto de la justicia con los asalariados. En junio de 1974, estando a punto de irse de Buenos Aires, una chica rosarina le pregunto qué quería dejar en el corazón a sus hijos sudamericanos, y le respondió: “Que sembréis la paz y la alegría por todos lados; que no digáis ninguna palabra molesta para nadie; que sepáis ir del brazo de los que no piensan como vosotros. Que no os maltratéis jamás; que seáis hermanos de todas las criaturas, sembradores de paz y de alegría”404. Desde el comienzo de su ministerio sacerdotal tuvo un intenso contacto con las necesidades de quienes trabajan. Alternaba las visitas a pobres y enfermos de barriadas miserables de Madrid, con el trabajo como profesor de Derecho Romano y Canónico, para costear los gastos de su familia405. Ya desde antes supo de las dificultades y sufrimientos que los reveses en el trabajo pueden deparar a los hombres. El comercio de telas que su padre tenía en la ciudad aragonesa de Barbastro -donde había nacido-, tuvo dificultades y los ingresos familiares resultaron muy disminuidos. A menudo consideró como una gracia de Dios haber conocido las estrecheces que se derivaron de ello. La proyección de su espíritu sobre las cuestiones sociales sumada a una característica muy suya de poner en práctica las ideas teóricas y bajar a lo concreto, son las labores de capacitación profesional, promoción humana y asistencia social y sanitaria que hizo llevar adelante en muchos países. “En Brasil hay mucho que hacer -dijo en San Pablo en 1974-, porque hay gente necesitada de lo más elemental. No solo de instrucción religiosa -hay tantos sin bautizar- sino también de elementos de cultura corrientes. Los hemos de promover de tal manera que no haya nadie sin trabajo, que no haya un anciano que se preocupe porque está mal asistido, que no haya un enfermo que se encuentre abandonado, que no haya nadie con hambre y sed de justicia, y que no sepa el valor del sufrimiento” 406. Dispuso que esas labores se llevaron a cabo con criterios rigurosamente profesionales. Recomendó que esas labores siguieran pautas que las alejen de un mero asistencialismo. Ejemplos sobran en los cinco continentes407. Así como siempre consideró la universidad como un ambiente propio, también la formación profesional no universitaria estuvo en el centro de sus campos de interés. Promover el bienestar a partir de la educación, hacer subir socialmente a la gente por medio de la formación, es algo intrínsecamente vinculado a su espíritu. En este esfuerzo por dinamizar al menos favorecido y no conformarlo con lo que es, o el entorno le permite ser, la formación profesional resulta un instrumento indispensable. Unas palabras finales sobre su acendrado amor a la libertad, son también necesarias para este elenco de valores vinculados con el mundo de las relaciones laborales. De una parte, el trabajo se configura, en el espíritu del Opus Dei, como el lugar de la universal liberación de los hombres en cuanto hijos de Dios amados por un padre que los llama a actuar en el mundo como destinatarios

403 Sobre el impacto en las relaciones entre capital y trabajo, MARTINS FILHO, Ives Gandra da Silva: “Repercussão dos ensinamentos de bem-aventurado Josemaría Escrivá no campo do direito do trábalo”, Revista LTr, Sao Paulo, 65-10, año 2001, p.1181.404 Cit. por FUENTES, Jaime, Luchar por amor, Ediciones de la Plaza. Montevideo. 2001, p. 93. 405 VAZQUEZ DE PRADA, Andrés, El Fundador del Opus Dei, T I, Rialp, Madrid, 1997, p. 274.406 D0LZ, M. cit. p. 62 y ss.407 Otro de los rasgos de las actividades de promoción que sus hijos pusieron tempranamente en marcha,de generar sentido de pertenencia, procurar hacerlas ‘cosa de todos’ y, por tanto, también en este aspecto, no mero asistencialismo. Aunque estén dirigidas a los más marginados, conviene que se contribuya por los beneficiarios, de acuerdo a sus posibilidades. “Es condición humana tener en poco lo que poco cuesta” Camino, n. 979, Es muy probable que haya recogido esta experiencia en el Patronato de Enfermos y en las obras de las Damas Apostólicas, con las que trabajó de sacerdote joven como capellán.

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El valor santificador del trabajo

de su herencia408. Cada uno será libre para aplicar por su cuenta los mandatos evangélicos en la realidad que le tocó vivir. De otra parte también, cada cristiano será libre para influir positivamente en la sociedad que lo rodea según su leal saber y entender. Las proyecciones sociales de la vida cristiana no buscan formar partidos confesionales o grupos exclusivos. El cristiano habrá de colaborar, codo con codo, con sus iguales, los demás hombres. Tuvo siempre una profunda aversión a confundir los planos de la política con los planos espirituales y un tajante rechazo a permitir que se instrumentalizara el Opus Dei para los fines de uno u otro sector temporal. Es significativo su cariño humano por los no cristianos y, a algunos, además de contarlos entre sus mejores amigos, los aceptó como Cooperadores del Opus Dei.

Epílogo

Hemos procurado mostrar algunas facetas del pensamiento y de la vida de Josemaría Escrivá que pueden señalarse como factores de influencia en el mundo laboral y como capaces de inspirar nuevos análisis para la mejora del trabajo humano. El influjo benéfico del trabajo así encarado desemboca en un estado de gozo y liberación que describe Mons. Javier Echevarría en un texto que nos puede servir para cerrar este estudio. Dice el Prelado del Opus Dei que san Josemaría se refirió con atrevida formulación, a “un materialismo cristiano, que se opone audazmente a los materialismos cerrados al espíritu ... Si el materialismo reduccionista -en sus diversas versiones- pretende erradicar las dimensiones espirituales de lo real, el Beato Josemaría retoma en su justo contenido el mismo concepto de la materia, para advertir con firmeza que esa idea, cerrada sobre sí misma y refractaria a cualquier apertura a la trascendencia, se queda en abstracción ideológica que nada tiene que ver con la multiforme y compleja realidad en la que se desarrollan cada día las actividades humanas; por eso empobrece la imagen del hombre, hasta el punto de encerrarle en la pura facticidad, en un mero mecanicismo, con el riesgo de conducirle a una tristeza desesperanzada, a una abulia existencial ... En cambio, si la cultura se abre a la razón sapiencial, el panorama se expande y el hombre se libera. Esta impresión -casi corporal, se podría decir- de liberación y apertura, de ampliación de horizontes clausurados, alimenta a quienes se acercan a las enseñanzas del Fundador del Opus Dei. Advierten una experiencia de incremento gozoso, de dilatación de posibilidades existenciales, porque pueden atisbar el inagotable misterio de lo real santificable, y las infinitas perspectivas de santificación -de verdadera realización- que la fe cristiana ofrece a las mujeres y hombres de todos los tiempos”409.

408 Cfr. ESCRIVA, Josemaría, Amigos de Dios, n. 57-58, cit. por Donato, Pierpaolo: “El significado del trabajo en la investigación sociológica actual y el espíritu del Opus Dei”, Romana, 22, 1996/1. p.327. 409 “Maestro, Sacerdote, Padre. Perfil humano y sobrenatural del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer” en La grandezza della vita quotidiana”. Vocazione e missione del cristiano in mezzo al mondo, Edizioni Università della Santa Croce, Roma, 2002, p. 73.

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La idea de soberanía410

Bárbara Díaz

Desarrollo histórico de la idea de ciudadanía

La reflexión política nada en Grecia al compás de la institución de la ciudadanía, y se desarrolló más adelante en Roma. Era el ciudadano, el polités griego o el civis romano -a diferencia del súbdito de los viejos imperios- el hombre libre, que encontraba en el espacio público, en el ágora, en el foro, el ámbito adecuado para una vida lograda. El espacio público era, para el ciudadano griego, el lugar donde el hombre, con su palabra y su acción, vivía una vida auténticamente humana, y encontraba la felicidad, la vida buena. En el siglo XVIII, la mentalidad moderna introdujo cambios sustanciales a este modo de pensar. A fin de evitar el disenso en el espacio público y lograr la homogeneización de los súbditos, se relegó al ámbito privado todo aquello que pudiera ser causa de conflicto, a saber, lo religioso y lo moral. Así, aquellos asuntos trascendentes para el hombre, referentes a su origen, a su destino, a cómo vivir una vida auténticamente humana, quedaron excluidos del diálogo público. Con el afán de eliminar ciertas escandalosas desigualdades, la Ilustración elaboró una idea abstracta de ciudadanía, para la que enumeró una serie de derechos, también abstractos. Esos ciudadanos eran teóricamente iguales unos a otros y, por lo tanto, esencialmente intercambiables. Privados de ofrecer algo propio a la construcción del bien común, esos individuos se dedicaron a cultivar sus propios intereses, dejando a la institución estatal el cuidado de gestionar la vida pública y dieron paso, así, al llamado “Estado de bienestar”. Esta situación de pasividad ciudadana, anunciada por Tocqueville411 hace más de un siglo y medio, se contempla hoy como un inmenso riesgo para la convivencia. Desde diversas corrientes de filosofía política se procura hoy, pues, reivindicar ese espacio público que, al decir de Hanna Arendt, “significa el propio mundo, en cuanto es común a todos nosotros y diferenciado de nuestro lugar poseído privadamente en él”, un mundo que “está relacionado con los objetos fabricados por las manos del hombre, así como con los asuntos de quienes habitan juntos en el mundo hecho por el hombre” 412. Reivindicar el espacio público significa, pues, volver a valorar lo común, lo que une, aquello que los griegos denominaban koinonía, el lugar donde el hombre podía vivir una vida auténticamente humana, una vida feliz. Significa también, ser conscientes de la existencia de un bonum commune del que toda la ciudad disfruta, pero que también todos los ciudadanos contribuyen a crear.

La temática de la ciudadanía en los textos de Josemaría Escrivá

Josemaría Escrivá, al abordar esta temática, lo hace desde una perspectiva de fe -sus consideraciones “por fuerza han de ser sacerdotales”413, escribe- pero, como veremos, su prédica y sus consejos lo muestran, ante aquellos para quienes “la calle” -el mundo- es lugar de su encuentro con Dios, a la vanguardia de estas corrientes del pensamiento político contemporáneo. Analizando los textos más conocidos del fundador del Opus Dei, encontramos múltiples referencias a estas cuestiones. Es significativo, en este sentido, que un libro de espiritualidad como

410 La siguiente es una versión ampliada de la ponencia presentada en el Congreso “Hacia el Centenario del Beato Josemaría Escrivá”, Universidad Austral, Buenos Aires, 2001. 411 TOCQUEVILLE, Alexis de, La Democracia en América, 1, Alianza Editorial, Madrid, 1980, p. 81-92.412 ARENDT, Hanna, La conciliación humana, Paidós, Barcelona, 1996, p. 61-62.413 Surco, Prólogo del autor.

A propósito de las enseñanzas de san Josemaría Escrivá

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La idea de soberanía

Surco tenga, precisamente, un capítulo titulado “Ciudadanía”. Camino y Forja contienen, asimismo, bastantes puntos específicamente dedicados a este tema. Otro texto especialmente ilustrativo es el de la homilía “Amar al mundo apasionadamente”, pronunciada en el campus de la Universidad de Navarra en 1967. Así se dirigía a los universitarios y amigos de esa Universidad, exhortándolos a vivir su responsabilidad ciudadana:“Interpretad pues mis palabras como lo que son: una llamada a que ejerzáis -¡a diario!, no solo en situaciones de emergencia- vuestros derechos, y a que cumpláis noblemente vuestras obligaciones como ciudadanos -en la vida política, en la vida económica en la vida universitaria, en Ia vida profesional-, asumiendo con valentía todas las consecuencias de vuestras decisiones libres, cargando con la independencia personal que os corresponde. Y esta cristiana mentalidad laical os permitirá huir de toda intolerancia, de todo fanatismo -lo diré de un modo positivo-, os hará convivir en paz con todos vuestros conciudadanos, y fomentar también la convivencia en los diversos órdenes de Ia vida social”414. Leyendo este y otros textos, salta a la vista el empeño de Josemaría Escrivá, por utilizar precisamente este vocablo, “ciudadano”, y no otro. Surge, pues, inmediata la pregunta: ¿por qué esta insistencia en señalar a los cristianos ese carácter de “ciudadanos iguales a los demás”415? Creo que, con esta palabra, el autor quiere especialmente significar el hecho de que el hombre y, particularmente, el cristiano que quiere ser santo, está inmerso en unas peculiares circunstancias, es un ser situado, que nació en un determinado lugar, habla una determinada lengua, es parte de una cultura, tiene una patria en la que desarrolla su vida familiar, laboral y social. Frente a la abstracción impuesta por la mentalidad ilustrada, Escrivá piensa en el hombre concreto, con nombre y apellido, no en un individuo más, intercambiable, de una masa anónima. El ciudadano es ese individuo singular, que tiene un algo que comunicar y un algo que dar en ese espacio público al que pertenece por derecho propio. He aquí, pienso, la resonancia clásica de su pensamiento y, a la vez, el punto en que sus ideas se adelantan a lo que algunos pensadores políticos contemporáneos vienen a subrayar: la vuelta a la idea de koinonía, de espacio común en el que se comparten bienes, los bienes que, justamente, cada uno es capaz de entregar a los demás como don. Un eco del pensamiento ilustrado era la radical separación de lo privado -como ámbito de los valores éticos y de la fe- y lo público, asimilado, o más bien, reducido, a lo estatal. Josemaría Escrivá marca -con su pensamiento- una revolución, al afirmar que esos reductos privados deben salir a la luz pública porque son parte del bonum commune que es necesario compartir; y que la vida pública es, para el hombre, ámbito de perfección y, para el cristiano, camino de santidad.

Fe y vida pública

En el primer punto, aparece como central el tema de la fe en la vida pública cuestión que hoy es acuciante debido al pluralismo étnico, cultural y religioso de las sociedades contemporáneas. El autor insiste en que los cristianos en general y los fieles del Opus Dei en particular, son ciudadanos iguales a los demás; “nada distingue a mis hijos de sus conciudadanos”416, dice Escrivá. Ese empeño por afirmar la igualdad radical de cristianos y no cristianos en el espacio público, se explica por el deseo de salir al paso del afán -repetido una vez y otra en la historia y con signo diferente de acuerdo a las circunstancias- de hacer de la condición de cristiano un título de privilegio o una etiqueta de deshonra. El primer caso podría ser una situación más o menos común en ambientes católicos de la España franquista; de ahí, que Escrivá alertara a los cristianos a “no servirse de la Iglesia mezclándola en banderías humanas”417. El segundo caso es el más típico de las sociedades laicistas

414 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, “Amar al mundo apasionadamente”, n. 117. 415 Ibídem, n. 118. 416 Conversaciones Con Mons. Escrivá de Balaguer, “Amar al mundo apasionadamente”, n.118. 417 Ibídem, n. 117.

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y secularizadas en las que nos movemos. En ellas, la expresión pública de la fe es mal vista, y los ciudadanos que manifiestan exteriormente sus creencias son considerados potencialmente fundamentalistas. Frente a ese designio de hacer volver a los cristianos “a las catacumbas”418 de reducir la fe al estrecho ámbito de lo individual, Josemaría Escrivá enseña que la fe, que es el gran tesoro del cristiano, debe ser difundida, compartida, en el espacio público. Ante los graves problemas de la existencia humana el cristiano tiene algo que decir, tiene un modo propio de actuar, que constituye, precisamente, su contribución peculiar al bien común. Siguiendo, también en esto, la tradición clásica, en la que el ciudadano es distinguido por el discurso y la acción, para Josemaría Escrivá el ciudadano cristiano deberá hablar de su fe, y, sobre todo, actuar como cristiano consecuente: “Como cristiano tienes el deber de actuar, de no abstenerte, de prestar tu propia colaboración para servir con lealtad, y con libertad personal, al bien común” 419. Actuando así, muchos otros, también no cristianos, se sentirán movidos a unírseles en empresas comunes de servicio a los demás, y ello será para el cristiano cauce para llevarlos a la fe. Así, ante la tentación del aislamiento, a la que algunos cristianos sucumben por terror a perder su fe, o la peligrosísima del fundamentalismo, que lleva a pensar que la fe implica un solo modo posible de cultura, la alternativa es la evangélica: ser “fermento en la masa”. Al ser difundida en el espacio público, la fe se hace, necesariamente, cultura: “Una fe que no se haga cultura -afirma Juan Pablo II-, es una fe no acogida plenamente, no pensada enteramente, no vivida fielmente”420. Y esto, en el respeto y amor por las más diversas manifestaciones culturales -que deben preservarse- es elevarse más aún, por la fe. Ser fermento en la masa, en efecto, supone la persistencia de los ingredientes de ésta, pero transformados, enriquecidos, por la acción del fermento”421. Josemaría Escrivá resume estas ideas en el punto 302 de Surco: “Ésta es tu tarea de ciudadano cristiano: contribuir a que el amor y la libertad de Cristo presidan todas las manifestaciones de la vida moderna: la cultura y la economía, el trabajo y el descanso, la vida de familia y la convivencia social”422. La difusión de la fe está, pues, bien lejos de la instauración de una especie de teocracia, de partidos político-religiosos que, a la postre, limitarían la libertad del ciudadano cristiano en todo

418 Surco, n. 301. 419 Forja n. 714.420 Juan Pablo II, cit. en MIGUENS, F., Fe p Culture; en el Pensamiento sic Juan Pablo II, Palabra, Madrid, 1994, p. 155. 421 MIGUENS, F., 1994, p. 133.422 Surco, n. 302.

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lo que no es de fe, es decir, en la mayoría de los asuntos humanos. Por ello Josemaría Escrivá insiste en que “el hecho de ser católico no significa formar grupo, ni siquiera en lo cultural e ideológico y, con mayor razón, tampoco en lo político” 423. Adelantándose al Concilio Vaticano II, afirmaba que son los laicos quienes tienen que edificar la “ciudad temporal”, con responsabilidad personal, que implica en cada uno ser fiel a las enseñanzas de la Iglesia y correr con las consecuencias personalmente. La unidad en la fe no implica defender la misma postura en lo que es opinable. Esas distintas posiciones no son motivo de alejamiento entre unos cristianos y otros, sino que deben fomentar la comprensión y el respeto mutuo. Ese pluralismo en el amplio campo en que los hombres pueden debatir, lleva -también- a que los ciudadanos cristianos se acerquen a sus hermanos no cristianos, con quienes comparten la responsabilidad en la construcción del bien común, y trabajen codo a codo con ellos: “Hay que convivir, hay que comprender, hay que disculpar, hay que ser fraternos” 424, repetía Josemaría Escrivá.

La vida pública como ámbito de perfección

El segundo punto al que quería referirme es el de la vida pública como ámbito de perfección, lugar en el que se desarrollan las virtudes, camino, en fin, de santidad. No es casualidad que Santo Tomas Moro, hombre del siglo XVI pero con un perfil tan actual, haya sido escogido por Josemaría Escrivá como intercesor de su Obra. En la raíz de sus ideas sobre el papel de los cristianos en la vida pública, está su amorosa contemplación de Cristo: “no cabe olvidar que nuestro Maestro era —¡es!- “perfectus Homo”, —perfecto Hombre’’ 425. Los cristianos han de imitar ese modelo de hombre perfecto. Y la perfección no es un asunto privado, exclusivamente individual: el hombre se perfecciona, se “hace” a sí mismo en sociedad, en la coexistencia. Por eso, un cristiano que se desentendiera de su entorno, de su ambiente, que no procurara su mejora, no sería verdadero imitador de Cristo. Todo cristiano tiene, por su condición de ciudadano, un papel en la vida pública, en la vida de su comunidad. Ese papel lo desarrolla a partir de sus circunstancias concretas, pero siempre en el ejercicio de ciertos derechos y en el cumplimiento responsable de ciertos deberes, todo lo cual lo va perfeccionando como hombre y como cristiano. Esto es lo que afirma Escrivá: “Observa todos tus deberes cívicos sin querer sustraerte al cumplimiento de ninguna obligación; y ejercita tus derechos en bien de la colectividad, sin exceptuar imprudentemente ninguno”426. Ser ciudadano es, pues, para nuestro autor, cumplir, con exquisita caridad, los deberes y ejercitar los derechos inherentes a dicha condición. El fundador del Opus Dei solía hacer especial hincapié en los derechos, porque se daba cuenta de que la mentalidad dominante, inclinada a dejar todo en manos del Estado, impulsa a los hombres —incluso a los cristianos— a desentenderse de los afanes de la sociedad en la que viven, y a despreocuparse de ejercitar sus derechos. Sc convierten así, sin quererlo, en esclavos del Estado, sin pensar en intervenir para lograr lo que es de estricta justicia: derechos de las familias, libertad religiosa y educativa. La obediencia a la autoridad legítima, manifestada en el exacto cumplimiento de las obligaciones que marca la ley, debe ser otro rasgo característico del cristiano al actuar en la vida pública. Dice Escrivá: “Ama y respeta las normas de una convivencia honrada, y no dudes de que tu sumisión leal al deber será, también, vehículo para que otros descubran la honradez cristiana, fruto del amor divino y encuentren a Dios”427. En esa actuación pública, el cristiano encuentra su materia de santificación. Allí vivirá la justicia y la caridad con sus hermanos los demás hombres, allí desarrollará su espíritu laborioso y

423 Conversaciones can Mons. Escrivá de Balaguer, n. 29.424 Amigos de Dios, n. 9. 425 Surco, n. 421. 426 Forja, n. 697.427 Surco, n. 322.

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diligente, la prudencia en la toma de decisiones, la fortaleza y la magnanimidad para resistir una legislación anti-cristiana o acometer empresas grandes en favor de sus compatriotas.

Ciudadanía y patriotismo

Es preciso, antes de terminar, detenerse en la cuestión de la relación entre ciudadanía y patriotismo. Aragonés de nacimiento, amante de su tierra, natal de la que se complacía en destacar sus rasgos típicos -”soy tozudo porque soy aragonés”, solía repetir Josemaría Escrivá- así como en recordar hechos y hombres destacados de su historia, y queriendo entrañablemente a su país, España, su corazón iba más allá: “Ser católico —escribió en Camino— es amar la Patria, sin ceder a nadie mejora en ese amor. Y, a la vez, tener por míos los afanes nobles de todos los países. ¡Cuántas glorias de Francia son glorias mías! Y, lo mismo, muchos motivos de orgullo de alemanes, de italianos, de ingleses ..., de americanos y asiáticos y africanos son también mi orgullo. ¡Católico!: corazón grande, espíritu abierto” 428. Su corazón se abría a la humanidad entera, por el deseo tan grande que tenía de que todos conocieran a Cristo. Repudiaba el nacionalismo, que cierra los ojos a lo bueno que tienen otros países. Escribe en Surco: “Ama a tu patria: el patriotismo es una virtud cristiana. Pero si el patriotismo se convierte en un nacionalismo que lleva a mirar con desapego, con desprecio -sin caridad cristiana ni justicia- a otros pueblos, a otras naciones, es un pecado” 429. El fundador del Opus Dei veía las diferencias entre las naciones, entre las culturas, como expresiones de la infinita grandeza de Dios, y de la riqueza de la persona humana, capaz de expresarse de modos tan diversos y complementarios. Sabía sacar partido de las virtudes y modos de ser de cada pueblo, y querer a todos con su corazón paternal. Encarecía a sus hijos, que salían a sembrar la semilla del Opus Dei en otros países, que no se enquistaran, que se hicieran verdaderamente ciudadanos del país al que iban, tomando como propios su lengua, su modo de vestir, sus costumbres. Hoy, en el mundo globalizado, el ciudadano no lo es solo de una patria sino del mundo. La tarea del ciudadano cristiano no se limitará, pues, a los estrechos límites nacionales, sino que deberá ampliarse a la comunidad universal. Y cuando, paradójicamente, se contempla el resurgir de los nacionalismos exacerbados, el mensaje de apertura y comprensión de Josemaría Escrivá puede ser una referencia para enfocar esta encrucijada del comienzo del milenio. El ideal del ciudadano cristiano que plantea en Surco se expresa con singular belleza y claridad en este pasaje: “Para ti, que deseas formarte una mentalidad católica, universal, transcribo algunas características: -amplitud de horizontes, y una profundización enérgica en lo permanentemente vivo de la ortodoxia católica; -afán recto y sano —nunca frivolidad—, de renovar las doctrinas típicas del pensamiento tradicional, en la filosofía y en la interpretación de la historia...; -una cuidadosa atención a las orientaciones de la ciencia y del pensamiento contemporáneos; -y una actitud positiva y abierta, ante la transformación actual de las estructuras sociales y de las formas de vida” 430. Por un lado, una fe sólida y profunda, a tono con el nivel de sabiduría humana que cada uno haya adquirido, una fe pensada y arraigada. Por otro, atención a lo valioso de la tradición, viéndolo como eso, una entrega, traditio, un don, pero un don vivo, que hay que renovar permanentemente a la luz del desarrollo de la ciencia, del pensamiento filosófico, y atento a los cambios que se producen en la sociedad. Tal programa es, pues, todo lo más opuesto a una mentalidad de cenáculo, o al tradicionalismo estéril. Josemaría Escrivá reivindica el sentido primigenio de lo católico, lo universal, que está lejos de representar una estructura anacrónica, un reducto de tiempos pasados,

428 Camino, n. 525. 429 Surco, n. 315. 430 Surco, n. 428.

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y menos aún un símbolo de falta de libertad e intolerancia. Un ciudadano firmemente anclado en la realidad, buen receptor de todos los aportes de la cultura de su tiempo, que trabaja codo a codo con sus conciudadanos —cristianos o no— en la búsqueda diligente y apasionada del bien común, podrá entonces contribuir eficazmente, como repetía el fundador del Opus Dei, a “poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades de los hombres” 431.

431 Forja, n. 685

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Pasión por la prensa

Enrique Etchevarren

“Oración: aunque yo no te la doy, me la haces sentir a deshora, y a veces,leyendo el periódico, he debido decirte: ¡Déjame leer!”432

Madrid, octubre de 1940. Un sacerdote, Josemaría Escrivá de Balaguer, entra con paso seguro en la Escuela Oficial de Periodismo. Durante el siguiente año lectivo dicta cursos de Ética y Deontología a una de las primeras generaciones de egresados del que sería, por mucho tiempo, el único instituto de formación de periodistas en España. El episodio es recogido con una breve mención en las biografías sobre el fundador del Opus Dei, consumidas por el intento de reconstruir una vida intensa, apasionante y con tantas aristas que hacen de esas empresas un desafío titánico433. Sin embargo, un estudio de los escritos, las palabras y la vida diaria de Escrivá deja en evidencia que el hecho no fue fortuito, que su preocupación por el nivel de calidad de la comunicación no era una ocurrencia pasajera, y que la fuente y la fuerza de su forma de ver y entender el periodismo y a los periodistas engarzaba firme en su forma de ver y entender el mundo y la vida. En ese octubre de 1940, Escrivá tenía 38 años y hacía doce que había comenzado a sacar adelante el Opus Dei. No habían sido años fáciles. Como diría mucho después, para cumplir la misión que Dios le encomendó contaba solo con “veintiséis años, la gracia de Dios... y buen humor”434; pocos instrumentos, humanamente hablando, para desarrollar un plan de la magnitud suficiente para sacudir la modorra de los cristianos, llenándolos a santificar todas las realidades temporales. Tampoco esas realidades temporales se le presentaban sencillas: una guerra fratricida sacudió a España y al joven sacerdote. La violencia, con su pegajosa carga de muerte, incomprensión e intolerancia, aparecía como un enorme obstáculo para quien estaba decidido a sembrar un mensaje de paz y de esperanza y abrir los caminos divinos de la tierra. Fuera de España, el terreno no estaba mejor abonado. Europa se conmovía inmersa en la locura de la Segunda Guerra Mundial, que descubriría al hombre abismos de maldad como quizá nunca antes había imaginado. Pero Josemaría Escrivá contaba, para llevar adelante su empresa, con otro recurso, un rasgo personal fuertemente definido que quedaría de manifiesto en su pensamiento, en su vida de todos los días y que lo convertiría en un campeón imbatible en su afán de elevar el nivel espiritual de la sociedad: amaba apasionadamente al mundo. Amor por un mundo entendido como realidad concreta creada por Dios para el hombre, digna de ser vivida, cultivada y mejorada. Un mundo que, en el mensaje de Escrivá, no suponía un obstáculo para la búsqueda de la perfección espiritual ni un riesgo de “contaminación”, sino todo lo contrario: la mejor oportunidad de vivir cada día, en lo más sencillo y asequible del ser humano —en la familia, en el trabajo, en las relaciones sociales— los mandatos amables del Creador. Un amor al mundo que, en el caso del fundador del Opus Dei, era vivido con pasión, con un fuego que, como su vida demostraría, no provenía de un entusiasmo repentino y superficial por la realidad, sino que era la luz y el calor de quien, a través de la reflexión, ha buceado en las razones profundas del hombre y ha decidido entregarse al cumplimiento de su ideal sin concesiones, “haciendo de la prosa de cada día, verso heroico”, como solía decir. Esa pasión por el mundo, por la realidad concreta donde coexisten los anhelos, las alegrías, las fatigas y las tristezas del hombre singular, le acompañaría durante toda su vida en la tierra. Seguramente, estaría en su mente y en su voluntad al ingresar, en aquel otoño de 1940, al instituto

432 URBANO, Pilar, El Hombre de Villa Tevere, Plaza & Janés, Barcelona, 1995, p. 153. 433 VAZQUEZ DE PRADA, Andrés, El Fundador del Opus Dei, Vida de Josemaría Escrivá de Balaguer, Ed. Rialp, Madrid, 1983. p. 220.434 Ibídem, p. 33.

A propósito de las enseñanzas de san Josemaría Escrivá

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de formación de periodistas y también cuando, a partir de 1952, impulsa con todas sus fuerzas la creación de la Universidad de Navarra, la primera de España en ofrecer formación de nivel universitario en las ciencias de la comunicaci6n. Y es que, aun por un deber de coherencia, si alguien está convencido de que la oportunidad y la esencia de la vocación cristiana se encuentran en el día a día, si en esa realidad procura hallar el momento y el lugar donde descubrir a Dios y contribuir a elevar el nivel de vida de las personas, la comunicación deviene un capítulo inevitable. Él mismo lo dirá en el curso de una entrevista concedida en 1967: “Es difícil que haya verdadera convivencia donde falta verdadera información, y la información verdadera es aquella que no tiene miedo a la verdad...” 435. Precisamente en el campus de la Universidad de Navarra trazaba, en octubre de ese mismo año, los horizontes concretos de la votación del Opus Dei. En la homilía que llevaría el título “Amar al mundo apasionadamente”, dice Escrivá: “Hijos míos, allí donde están vuestros hermanos los hombres, allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo. Es, en medio de las cosas más materiales de la tierra, donde debemos santificarnos, sirviendo a Dios y a todos los hombres”. Y ante miles de corazones y mentes universitarias alertaba sobre el riesgo de trazar una frontera invisible entre la vida cristiana y la actuación profesional y social: “No hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca” 436. La Universidad de Navarra fue uno de los sueños que engendró un idealista que tenía los pies bien plantados en la tierra. Desde allí quería realizar un fuerte aporte al progreso científico y humanístico de la sociedad, sin dar la espalda al sentido de la vida cristiana. “Queremos hacer de Navarra un foco cultural de primer orden al servicio de nuestra Madre la Iglesia. Queremos que aquí se formen hombres doctos con sentido cristiano de la vida” 437. Por eso, en el verano europeo de 1958, apenas seis años después de poner en marcha el proyecto de la Universidad, se dictaron los primeros cursos para periodistas que concluirían en la actual Facultad de Comunicación, una de las más reconocidas en el universo periodístico. “Todos sabíamos que el Instituto de Periodismo era, en cierto modo, la niña de sus ojos”, recordaba Luka Brajnovic, añadiendo que Escrivá “comprendía la importancia y la necesidad de una formación de calidad para los periodistas” 438. En efecto, son coincidentes los testimonios sobre la importancia que le concedía a la comunicación y del hecho de que “había pensado desde el principio, que la institución de la que sería Gran Canciller acogiera en su seno la formación de periodistas y la investigación en las disciplinas de la información y de la comunicación con el nivel académico y científico de las facultades tradicionales” 439. Ese afán no se limitó a España. En los dos años que siguieron a la creación del Instituto de Periodismo, obtuvieron su título 15 estudiantes iberoamericanos. El plan cristalizó más tarde en el Programa de Graduados Latinoamericanos (1972-89), que permitió a centenares de comunicadores de este continente recibir cursos de perfeccionamiento académico, un objetivo que se mantuvo con el lanzamiento -en el año 2000- del Programa América. Puede decirse con propiedad que el germen de esas iniciativas, así como el de otras que fuera de España se preocuparon por la calidad de la formación periodística, estaba en Josemaría Escrivá desde aquellos remotos años de Madrid. El germen se halló en los cursos de Ética y Deontología que dictó en Madrid. Y es que, si algo define la calidad de los medios de comunicación, si algo impone una marca en la opinión pública, es la actitud que adoptan al situarse frente a la realidad que deben comunicar. Esa calidad depende, quizá más que en otras disciplinas, de una serie de principios como el respeto a los receptores de la información, la veracidad informativa, la honestidad y el reconocimiento de la dignidad de las personas que en el campo de la ética encuentran un punto de reflexión. Una actitud que no es garantía absoluta de que no haya equivocaciones, pero cuya

435 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 86.436 Ibídem, n. 114.437 VAZQUEZ DE PRADA, op.cit., p. 358.438 BRAJNOVIC, Luka, Redacción, entrevista publicada en número especial, junio 1983, 12.439 FONTÁN, Antonio, “Periodistas en la Universidad. Del Edificio de Comptos al de Ciencia Sociales” en Cuadernos de Documentación y Estudios de la Universidad de Navarra.

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ausencia puede despertar a cualquier empresa de opinión pública en los vicios que maculan el prestigio de la labor de comunicar. La relación de Josemaría Escrivá con la comunicación distó de ser teórica o exclusivamente académica. Hombre vital, ciudadano pleno del siglo XX, vivió en primera fila los progresos que esos cien años trajeron a las sociedades, también en materia de comunicación; fue lector atento y espectador crítico de los hechos que perfilaron un siglo vibrante, pujante, polémico y muchas veces aterrador por el vértigo de los cambios que trajo aparejados en la vida concreta de la gente. Gracias a la comunicación, Josemaría Escrivá pudo ver el mundo entero, la realidad de hombres y mujeres de diferente cultura, raza y condición, y sentirla como suya. Su forma de vivir la fe hacía que sus jornadas fueran una admirable fórmula de cómo elevarse a lo sobrenatural tomando pie en las incidencias habituales. Y esas incidencias le llegaban, muchas veces, a través de los medios. Todos los días, luego de su frugal desayuno, hojeaba los periódicos y comentaba con sus colaboradores más cercanos las noticias. Eran unos minutos en que escudriñaba la actualidad, pero con ojos de eternidad, y en alguna ocasión los que le acompañaban le veían concentrarse en una oración personal y profunda, a partir de artículos que le llevaban a dar gracias a Dios, a preocuparse por los demás o a pedir perdón a su Creador. Álvaro del Portillo, su más estrecho colaborador y primer sucesor al frente de la Obra, fue testigo frecuente de ese tránsito desde las páginas del periódico al diálogo íntimo con Dios. Cuando, después de la muerte de Escrivá de Balaguer, Álvaro, ordenando sus escritos, lee los cuadernos de Apuntes Íntimos, se impresiona vivamente al descubrir que esa facilidad para dejarse inundar por la efusión de Dios la tenía ya en sus años de juventud. En uno de esos cuadernos aparece esta escueta y reveladora anotación: “Oración: aunque yo no te la doy, me la haces sentir a deshora, y a veces, leyendo el periódico, he debido decirte: ¡Déjame leer!” 440. La prensa avivaba en Escrivá la reflexión y el diálogo con Dios sobre tantas realidades, buenas y malas, alentadoras y tristes, que marcaban la vida de sus semejantes. Pero los medios también eran objeto de su oración y sus desvelos. Lo deja en evidencia un episodio ocurrido en el verano europeo de 1972. Descansaba el fundador del Opus Dei con sus más cercanos colaboradores en Civena, un pueblo del norte de Italia. Había, en la casa que le habían prestado para pasar unos días, un televisor color que captaba las series de la televisión suiza. Lo encendieron una tarde, vieron un programa y el Padre se quedó pensativo. Unos minutos después comenzó a desgranar en palabras lo que pasaba por su corazón. “Todos estos progresos, grandes y pequeños, tienen que llevarnos a dar mucha gloria a Dios. Todo

440 URBANO, Pilar, El Hombre de Villa Tevere, Plaza & Janes, Barcelona, 1995, p. 158.

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trabajo humano noble, bien realizado y bien empleado, es un instrumento prodigioso para servir a la sociedad y para santificarse... Supongo que a vosotros os habrá sucedido lo mismo que a mí: hace un momento, cuando veíamos la televisión, me resultaba fácil levantar el corazón al cielo, dando gracias por esa perfección técnica de las imágenes, del colorido... Y enseguida —porque es una idea que me ronda siempre en la cabeza— pensaba en el bien y en el mal que se puede hacer con la televisión y con todos los medios de comunicación. ¿Bien? Sí, porque son un vehículo formidable para llegar a muchas personas, captando su atención de un modo muy atractivo. ¿Mal? También, porque con las imágenes y con el texto se pueden ir metiendo doctrina equivocada, moral falseada. Y la gente se traga esos errores y esas falsedades sin darse cuenta, como si fuera oro colado. Por eso insisto tanto que el apostolado, a través de los medios de comunicación, tendrá siempre mucha importancia. Y los católicos que tengan esa vocación profesional, los periodistas, los comunicadores de prensa, radio y televisión, deben estar ahí, presente y bien activos: ausentarse sería desertar” 441. El fundador del Opus Dei tampoco se quedaba en lo superficial al juzgar el papel de los medios. No solo fue lector y espectador de las noticias; también supo ser protagonista y muchas veces sufrió en carne propia versiones de prensa que cuestionaban la obra que Dios le había encomendado. Ante esta experiencia reaccionó como en otros campos: no titubeó en llamar error a lo que se apartaba de la verdad sobre un hecho concreto y en condenar aquellos tratamientos informativos que no tenían en cuenta el respeto por la intimidad de las personas. “No os oculto que me repugna el sensacionalismo de algunos periodistas que dicen la verdad a medias. Informar no es quedarse a mitad de camino entre la verdad y la mentira. Eso ni se puede llamar información, ni es moral, no se pueden llamar periodistas a los que mezclan con pocas verdades a medias, no pocos errores y aun calumnias premeditadas”. Pero al mismo tiempo agregaba: “Os he de confiar que, por lo que a mí toca, esos falsos periodistas salen ganando porque no hay día en el que no rece cariñosamente por ellos pidiendo al Señor que les aclare la conciencia” 442. Eso describe su actitud de siempre: el respeto por la verdad que lo lleva a no hacer concesiones cuando, en justicia, el resultado de un trabajo profesional debía ser criticado. Unida a ello, la denuncia de prácticas profesionales que bajo un barniz de “objetividad” suponían, en realidad, dar carta de ciudadanía al relativismo que, muchas veces, es excusa para evitar profundizar en los temas y asumir el compromiso profesional, y aun personal, con la verdad. Pero esa cátedra clara, inequívoca y apasionada, salvaba siempre la intención última del hombre, su intimidad. Evitaba el juicio en aquel campo en que solo Dios puede ser juez, en definitiva: señalaba el error, pero no condenaba irremisiblemente a su autor. Pero su actitud distaba de ser negativa. Siempre enseñó a los fieles de la Prelatura a ver el lado positivo de las realidades, a sacar lo bueno de todas las situaciones, incluso las que objetivamente pudieran verse como negativas; siempre se empeñó en animar al bien más que perseguir el mal. “Os ruego -decía en una entrevista publicada en octubre de 1967- que difundáis el amor al buen periodismo... Informad con hechos, con resultados, sin juzgar las intenciones, manteniendo la legítima diversidad de opiniones en un plano ecuánime, sin descender al ataque personal” 443. Josemaría Escrivá tenía tan clara la responsabilidad de quienes tienen la obligación de informar al público, como el término complementario y necesario para que la comunicación fuera de calidad: la libertad personal. Verdad, libertad, responsabilidad, los términos de una ecuación inescindible solo desde la cual se llega a comprender la visión que este santo del siglo XX trasmitió a miles de hombres y mujeres, en países de todos los continentes, afanados en sus labores de ciudadanos corrientes. Verdad, libertad y responsabilidad reclamó, siempre, a quienes desempeñan la noble tarea de la comunicación. Para los miembros del Opus Dei, cristianos corrientes, exigió siempre toda la libertad para desempeñarse en las tareas profesionales, tanta como la que él mismo concedía a quienes

441 Ibídem, p. 428.442 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 86.443 Ibídem, n. 86.

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no pensaban como él. “La libertad personal es esencial en la vida cristiana. Pero no olvidéis, hijos míos, que hablo siempre de una libertad responsable”, decía a la multitud universitaria en aquella homilía de 1967 en Navarra. Un mensaje que quería que fuera “una llamada a que ejerzáis – ¡a diario!, no solo en situaciones de emergencia- vuestros derechos y a que cumpláis noblemente vuestras obligaciones como ciudadanos, asumiendo todas las consecuencias de vuestras decisiones libres” 444. “Un hombre sabedor de que el mundo -y no solo el templo- es el lugar de encuentro con Cristo, ama ese mundo, procura adquirir una buena preparación intelectual y profesional, va formando -con plena libertad- sus propios criterios sobre los problemas del medio en que se desenvuelve; y toma, en consecuencia, sus propias decisiones” 445. Esa libertad responsable que reclamaba para los suyos en el mundo, también sabía darla y asegurarla en el espíritu y en la forma de convivir a diario en el Opus Dei. Así lo decía en una entrevista que concedió en octubre de 1966 a Tad Szulc, corresponsal de New York Times: “La Obra no les propone (a sus miembros) ningún camino concreto, ni económico, ni político, ni cultural. Caben en el Opus Dei personas de todas las tendencias políticas, culturales, sociales y económicas que la conciencia cristiana puede admitir. Nunca los directores de la Obra pueden imponer un criterio político o profesional a los demás miembros. Si alguna vez un miembro del Opus Dei intentara hacerlo, o servirse de otros miembros para fines humanos, saldría expulsado sin miramientos, porque los demás se rebelarían legítimamente”. Y sobre su conducta concreta agregaba: “No he preguntado, ni preguntare jamás a ningún miembro de la Obra de qué partido es o qué doctrina política sostiene, porque me parecería un atentado a su legítima libertad” 446. De la mano de esa libertad que pregonaba, venía la consecuencia necesaria del pluralismo en las opiniones sobre los problemas concretos en el campo profesional y social. “En el Opus Dei el pluralismo es querido y amado, no sencillamente tolerado y en modo alguno dificultado”, decía a los periodistas en junio de 1968: “Cuando observo entre los (miembros) de la Obra tantas ideas diversas, tantas actitudes distintas -con respecto a las cuestiones políticas, económicas, sociales o artísticas, etc.-, ese espectáculo me da alegría, porque es señal de que todo funciona cara a Dios, como es debido” 447. Esa responsabilidad que reclamaba a quienes se encargaban de informar al público, la puso en práctica también como protagonista de la información. Aunque por su naturaleza huía del espectáculo y de la figuración, respondió a los ataques que, a rachas, llovían sobre la Obra. Otra cosa eran los rumores y críticas sobre su persona -en ese caso su fórmula era “callar y rezar “-, pero sí hablaba cuando las versiones hacían a la realidad del Opus Dei, a su mensaje, o afectaban la libertad o la dignidad de sus miembros. “A pesar de todo rehuía de aparecer en programas de televisión o celebrar ruedas de prensa. Se esmeró, sin embargo, en atenciones con los medios de comunicación y con los corresponsales, si ello redundaba en beneficio de las almas. Preparó material abundante para los que quisieran documentarse. Montó oficinas de información en servicio permanente al público. Quienes buscaran material informativo siempre tendrían a su alcance los datos pertinentes” 448. A mediados de la década de los ‘60, cuando arreciaron las versiones sobre el “secretismo” y la “influencia y poder” de la Obra, abrió las puertas de su casa a periodistas de algunos de los medios de prensa más importantes del mundo a fin de hacer oír su verdad. En el curso de dos años respondió sin cortapisas a las preguntas de corresponsales de publicaciones como Le Figaro, o The New York Times o la revista Time. Al corresponsal de Time le diría: “Informarse sobre el Opus Dei es bien sencillo. En todos los países trabaja a la luz del día, con el reconocimiento de las autoridades civiles y eclesiásticas. Son perfectamente conocidos los nombres de sus directores y de sus obras apostólicas. Cualquiera que desee información sobre nuestra Obra, puede obtenerla sin dificultad, poniéndose en contacto con sus directores o acudiendo a alguna de nuestras obras corporativas. Usted mismo puede ser testigo de que nunca, ninguno de los dirigentes, o los que atienden a los

444 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 117.445 Ibídem, n. 116. 446 Ibídem, n. 48.447 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 67.448 VAZQUEZ DE PRADA, op.cit., p. 294.

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periodistas han dejado de facilitarle su tarea informativa, contestando a sus preguntas o dando la documentación adecuada” 449. Al analizar la concepción y la relación del fundador del Opus Dei con el mundo de la comunicación, es inevitable embarcarse, aunque sea brevemente, en el repaso de otra arista de su personalidad: él mismo fue, en los hechos, un comunicador. Trasmitió su mensaje, sus ideas, de todas las formas posibles, en cuanta ocasión se le presentaba y ante los públicos más diversos. Escritor incansable, legó una serie de obras de espiritualidad y ascética que han sido leídas por millones de personas en todo el mundo. Ya sea en el contacto personal como ante auditorios multitudinarios, logró desarrollar el “don de lenguas” que deseaba para los católicos, es decir, traducir en expresiones al alcance de sus interlocutores, por más variados que fueran, las ideas fundamentales de la fe, sin que esa adaptación trajera como consecuencia un abaratamiento de los conceptos que amenazara con diluirlos o traicionarlos. Fue un maestro en el arte de utilizar anécdotas de la vida cotidiana, ejemplos tomados de las más diversas profesiones o hechos de actualidad, para explicar gráficamente las verdades de siempre de la fe católica. Esa tarea de comunicador, realizada en forma personal durante la mayor parte de su vida o a través de escritos, asumió el carácter de catequesis colectivas casi al final de su vida. A comienzos de los años ‘70, la Iglesia Católica se debatía en una crisis. Las reformas del Concilio Vaticano II habían desatado también una ola de equivocadas interpretaciones que, cuando menos, ponían en un segundo plano o directamente desplazaban el recto discernimiento sobre la doctrina básica de la Iglesia. Ello coincidió con una innegable crisis de vocaciones religiosas, producto, muchas veces, de esa misma desorientación. Ante ese estado de cosas, Josemaría Escrivá reaccionó reforzando la formación de los miembros del Opus Dei en las verdades fundamentales de la fe, y alertándolos frente al peligro de interpretaciones que no solo no respondían a la enseñanza trasmitida por la Iglesia desde sus inicios, sino que traicionaban las reformas del Concilio. Pero eso no le resultó suficiente y, a partir de 1970 —cuando tenía ya cerca de 70 años—, se lanzó a maratónicas giras por México, los países de Europa y los de América Latina, donde desplegó un nuevo método de comunicación. No se trataba de dar conferencias magistrales, sino simplemente de responder las preguntas que hombres y mujeres de toda clase y condición le lanzaran desde auditorios ocupados, generalmente, por miles de asistentes.

449 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 30.

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Enrique Etchevarren

Así lo escucharon “la madre de familia de Caracas, el diplomático de Quito, el quiosquero de Río de Janeiro, la universitaria de Bogotá, la inválida de Barcelona, el gitanazo patriarca del barrio de Triana, el empresario de Santiago de Chile, el vendedor de helados de Maracaibo, el cartero de Vallecas, la india campesina de Morelos, el militar de Buenos Aires’’450, al decir de Pilar Urbano. De todo ello quedó testimonio en las filmaciones de los encuentros, que permiten descubrir el estilo directo, llano, sencillo pero, a la vez, profundo del Escrivá comunicador. Terminó su gira agotado. Un día, en su casa de Roma, acompañado por unos pocos hijos suyos, Escrivá hojea un libro en el que se recoge una parte de su predicación, dialogada e itinerante. Lee, como a salto de mata. Luego, mirando con expresión divertida a los que están a su lado, les comenta: “Todo esto es por providencia de Dios, por querer de Dios... No ha sido una casualidad, ni algo querido por vosotros o por mí; la iniciativa ha sido del Señor. Y yo le doy las gracias, por haberme dado tanta doctrina y tan buena... ¡y tan poca vergüenza para exponerla en público!” 451.

450 URBANO, Pilar, op.cit., p.152.451 URBANO, Pilar, op.cit., p.153.

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Recursos narrativos en las tertulias de Buenos Aires452

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Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer visitó la República Argentina entre el 7 y el 29 de junio de 1974. Durante su estadía se organizaron en Buenos Aires cinco tertulias generales: dos en el Centro Cultural San Martín, el sábado 15 y el domingo 16 de junio; una en el Colegio de Escribanos, el martes 18; y dos en el Teatro Coliseo, una el domingo 23 y otra el miércoles 26. A las tertulias concurrieron miles de personas453, y Josemaría Escrivá accedió a conversar de modo espontaneo sobre los temas que plantearon los asistentes. El fundador del Opus Dei respondió de modo claro, directo y sencillo y, a la vez, atrayente. En todos los casos, utilizó la doctrina y la teología como recurso argumentativo. Pero también la narrativa. La formación literaria de Monseñor Escrivá y su amplia y fecunda experiencia pastoral se reflejaron en los relatos que contó en Buenos Aires, que sirvieron para transmitir el mensaje del Opus Dei454 mientras captaban la atención de quienes lo escuchaban. En el manual de Miriam Álvarez sobre textos narrativos se lee que narrar es “relatar un(os) hecho(s) que se ha(n) producido a lo largo del tiempo”455. El narrador evoca acontecimientos conocidos, “bien porque los ha vivido realmente, bien porque, sin ser testigo presencial, configura el relato como si los hubiera presenciado y de forma verosímil logra hacer participar a quien escucha como un espectador casi presente en los sucesos que se relatan”456. En las transcripciones de las palabras pronunciadas por Monseñor Escrivá en las tertulias generales de Buenos Aires, se recogen siete relatos. Se trata de historias en las que transcurre una acción, existe una referencia al porqué de las cosas y al modo en que sucedieron los acontecimientos457. La narrativa contemporánea se caracteriza por ofrecer verosimilitud458. En el caso de Josemaría Escrivá, la verosimilitud no se limita a la apariencia de verdad, sino que supone la verdad misma, porque la información que contienen esos relatos está estrechamente unida a la veracidad de los hechos, sucesos e ideas narradas459. Salvo en un caso de recreación de diálogo, las historias son autobiográficas. Según Luka Brajnovic, maestro de Deontología Periodística de la Universidad de Navarra, “la información (...) tiene la característica de notificar y hacer saber todo lo relacionado con un cúmulo de elementos necesarios para conocer una realidad mediante un lenguaje comunicable y adecuado, y si el relato no es solo la comunicación detallada de un hecho sino también una narración con un argumento más o menos desarrollado, entonces el relato es conditio sine qua non de la información”460. La comunicación de Josemaría Escrivá agrupa los elementos fundamentales de la narración: acción, caracterización de personajes y ambientación. Además, plantea siempre, más

452 Ponencia presentada en el Congreso “Hacia el centenario del nacimiento del Beato Josemaría Escrivá”, Universidad Austral, Buenos Aires, 2001. 453 Se estima que a las tertulias del Teatro Coliseo concurrieron 5.000 personas. 454 La formación literaria de Josemaría Escrivá se encuentra ampliamente documentada en El Fundador del Opus Dei. ¡Señor, que vea! de Andrés Vázquez de Prada. Como ejemplo sirve el párrafo que se incluye en la página 86 de esa obra: “En las clases de literatura pudo Josemaría saborear a placer los clásicos, desde los escritores medievales a los del Siglo de Oro español. Pasados los años, las anécdotas literarias e históricas, en prosa o en verso, surgirán frescas y espontaneas, a la par de la cristiana doctrina” (Cfr. VAZQUEZ DE PRADA, Andrés, El Fundador del Opus Dei. ¡Señor, que vea!, Ed. Rialp, Madrid, 1997, p. 86).455 ÁLVAREZ, Miriam, Tipos de escrito I: Narración y descripción, Arco Libros, Madrid, 1998, p. 17. 456 ÁLVAREZ, Miriam, op. cit., p. 17. 457 ÁLVAREZ, Miriam, op. cit., p. 18 (según la autora esto es especifico de la narración).458 ÁLVAREZ, Miriam, op.cit., p. 19: “Se aconseja partir del relato de hechos conocidos o vividos directamente, para poder obtener del mismo la verosimilitud”. 459 BRAJNOVIC, Luka, “El relato del sexto periodista” en BARRERA, Carlos y JIMENO, Miguel Ángel, La información como relato, Actas de las V Jornadas Internacionales de Ciencias de la Información, Pamplona, 1991, p. 85 (según Luka Brajnovic, solo se puede narrar lo veraz). 460 BRAJNOVIC, Luka, op. cit, p. 84.

A propósito de las enseñanzas de san Josemaría Escrivá

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allá de la brevedad del relato, una introducción, un nudo y un desenlace. Y se presupone un sujeto —que está o no implicado en los hechos— que es quien cuenta la historia. La unidad del relato se logra a través de la experiencia vivida por la voz del narrador461. Monseñor Escrivá utiliza la primera persona como punto de vista narrativo (salvo en la recreación de diálogo). De este modo, autor y protagonista se identificaron. Esto no pasó desapercibido para el público, sino todo lo contrario: aumentó el interés del relato y su alcance comunicativo. Los personajes, la acción y la escena que transcurren en cualquiera de las historias narradas por Escrivá transmiten, de modo vivo, imágenes, movimiento y sonido que se articulan en una estructura significativa, llena de sentido y profundidad. Para ello se apoyó en el lenguaje, y más concretamente en el adjetivo sonoro. La caracterización real de quienes protagonizaron esas historias, por ejemplo, nos ha facilitado valorar la actitud de los personajes involucrados. Uno de los atractivos de la narrativa de nuestro autor es que permite contemplar lo universal en lo particular, esa zona común de la vida humana que se vislumbra en la historia particular de un carácter. Por otra parte, Josemaría Escrivá recurrió como elemento recreativo al dialogo. Según los estudios de Álvarez, los contenidos expuestos en forma de diálogo resultan más fáciles de captar que los textos expositivos. Porque “al dar teatralidad a lo narrado la idea se asimila con más facilidad”462. Quien escucha, en este caso, se convierte en testigo presencial de esos diálogos. Los temas abordados por Josemaría Escrivá a través del relato son los siguientes: la actualidad del Evangelio, la vida en familia en el Opus Dei, el sacramento de la Confesión, la esperanza de lograr frutos de santidad a través de la lucha diaria y la importancia del diálogo familiar. Y las historias, que muchas veces se asemejaron a la introducción de un cuento popular gracias a la utilización del “había una vez”, y otras veces debido a la imprecisión del lugar en que ocurren, son las siguientes: En la primera tertulia contó la historia de María, la señora que trabajaba en la cocina de su casa, quien además de cocinar unas papas fritas colosales contaba siempre el mismo cuento, uno de ladrones simpáticos. Monseñor Escrivá contó que de niño tenía prohibida la entrada a la cocina, pero que no siempre se resistía a los encantos de la cocinera. No le importaba escuchar

461 BRAJNOVIC, Luka, op. cit, p. 94. Josemaría Escrivá supo encarnar las características del sexto periodista que describe Brajnovic en La información como relato: “En cada relato se une —después de la búsqueda y un encuentro entre el autor y la palabra- lo real con lo intuido, lo racional y lo imaginativo, lo emocional y lo vivido (la actualidad), la desilusión y el entusiasmo, la consternación y la verdad”. 462 ÁLVAREZ, Miriam, op. cit., p. 24.

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Recursos narrativos en las tertulias de Buenos Aires

siempre el mismo cuento, porque María lo contaba tan bien, que siempre parecía nuevo. Y así, en medio de una escena que transcurre en una casa de familia, que además es la suya, Josemaría Escrivá encontró un modo ameno, y a la vez gráfico, de recordarnos la actualidad del Evangelio: “Las palabras de Dios, hijos míos, son siempre palabras viejas y palabras nuevas”463. En esa misma tertulia, y a raíz de la pregunta de uno de los asistentes, trajo a colación un diálogo que mantuvo años atrás con un jefe de gobierno, en cierto país: “Una vez, hace muchos años, había en cierto país un miembro del Opus Dei que no estaba conforme con la manera de proceder de un jefe de gobierno, y había escrito unas cosas en un periódico que hirieron a ese personaje. Y ese señor, muy poderoso, se enfadó y declaró que el otro no tenía familia. Y yo, que sí tengo familia, pedí una audiencia —que no me pudieron negar— inmediatamente, y le dije: tú... —le dije de tú, y no lo conocía-, tú no tienes familia. ¡Este tiene la mía! ¡Tú no tienes hogar!, ¡éste tiene mi hogar! Me pidió perdón”. A continuación, se dirigió a la madre del que había hecho la pregunta y le transmitió tranquilidad acerca del futuro de su hijo: “Tú ya sabes que tu hijo tiene familia y tiene hogar; y que moriría rodeado de sus hermanos con un cariño inmenso”. El ritmo y la discordia aparente de los vocablos que utiliza en la siguiente frase sirvieron para, en pocas palabras, describir la esencia de la vida en el Opus Dei: “¡Feliz de vivir y feliz de morir! ¡Sin miedo a la vida y sin miedo a la muerte! ¡A ver quién dice por ahí esto! iSin miedo a la vida y sin miedo a la muerte! ¡Es el mejor sitio para vivir y el mejor sitio para morir: el Opus Dei! ¡Qué bien se está hijos míos!”464. Para hablar del sacramento de la Confesión, retomó sus palabras, recurrió a la historia de “un anticlerical muy rabioso, que decía a un cura: yo los mataría a todos. Y añadía la frase tan sabida: yo ahorcaría al último cura con las tripas del último obispo. Le respondí: ¡pues qué gusto tan detestable!”. El adjetivo disipa cualquier duda sobre la opinión de Josemaría Escrivá ante el comentario del anticlerical. Sus planes para acabar con el clero eran otros: “Te voy a decir cómo nos podéis matar: preparaos todos para hacer una Confesión, y os venís a confesar... ¡y acabaremos muertos! De modo que... ¡hala, matadnos! ¡Traednos muchas almas a confesar, que las haremos felices!” 465. La historia del cáliz de latón se escuchó en la Tertulia del Colegio de Escribanos y dio pie para hablar de la virtud de la pobreza y, además, de la necesidad de comenzar y recomenzar la lucha por la santidad: “Mirad, —dijo Monseñor Escrivá— yo celebro todos los días con un vaso de latón, pero no por pobretería. Querría que fuera de oro. Es de latón, pero tan engañoso como yo. Me había costado, en dinero español de aquella época, 300 pesetas. Calculad: un puñado de monedas de nada. Y lo llevé a una joyería para que le cambiaran unos adornos que se habían estropeado. Y me dijo la dueña de la joyería: ¡esto es de oro! No puede ser, le contesté. Si hubiese tenido posibilidad, lo habría comprado de oro; pero no tenía. ¡Vamos a ver! Lo desarmó, y el cáliz no era mentiroso: con unas letras así de gordas pone: latón. Y parece de oro”466. Prueba de que el relato resultó un modo eficaz para comunicarse con el auditorio fue la pregunta que se escuchó más adelante en esa misma sala: “Padre, los que parecemos de latón y somos de latón, ¿cómo podemos tener la esperanza de ser mejores?” 467. Y enseguida la respuesta de Monseñor Escrivá: “Acabas de poner una piedra en ese cáliz que eres porque has tenido la valentía de decir que eres de latón, cuando todos pensamos que somos, por lo menos, de platino. ¡Dios te bendiga por tu buen metal!” 468. En esa tertulia también contó la historia de la compra de un piano, que solo se logró después de tres intentos: “Cuando ya teníamos el dinero nos lo teníamos que comer. ¡Nos hemos comido el piano! Al fin, al tercer intento, salió el piano. ¡Pero hemos digerido tres! Esta es la riqueza del Opus Dei, la riqueza de la Iglesia” 469.

463 Archivo General de la Postulación (AGP), P05 1974, p. 415. 464 Ibídem, p. 422. 465 Ibídem, p. 425-426. 466 Archivo General de la Postulación (AGP), P05 1974, p. 454. 467 Ibídem, p. 458. 468 Ibídem, p. 459.469 Ibídem, p. 456.

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Eileen Hudson

En el Colegio de Escribanos también se refirió a la historia de una señora que ofreció su caja de caudales para impulsar las iniciativas apostólicas del Opus Dei. En este caso el relato también es autobiográfico, pero Escrivá echó un velo de anonimato y utilizó la tercera persona para referirse a sí mismo470: “Había un sacerdote que he conocido un poco; aunque no lo acabo de conocer nunca, por su latón. Pues ese sacerdote, hace muchos años, tenía que trabajar y carecía de medios; y fue a una persona muy rica, después de rezar mucho. Aquella persona lo recibió con una amabilidad extraordinaria, porque además era muy atenta y educada. Pero cuando el sacerdote sacó el sable —no era militar, pero tenía que dar un sablazo- pensó: ésta se va a asustar. ¡No se asustó! Aquella santa mujer le dijo: Padre, venga. Le llevó a un salón, movió un cuadro; detrás había una caja de caudales. Abrió, sacó lo que había, se lo dio al sacerdote. Y el sacerdote —muy convencido; está tan convencido ahora de que hizo muy bien, de que salió ganando ella- le dijo: tú me has dado todo lo que tienes, en este momento, yo te doy, ¡todo to que tiene Dios! De rodillas. Se arrodilló: la bendición de Dios Omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ti y permanezca para siempre. ¡Se quedó más contenta aquella criatura!... Y se ha encontrado con su dinero en el cielo, multiplicado por cien... y la vida eterna” 471. En el Teatro Coliseo, Josemaría Escrivá recrea un diálogo entre una madre y su hijo que, además de provocar un estallido de risas y aplausos, resultó ilustrativo para aprender a ceder en las relaciones familiares: “El otro día había un muchachito ya mayor que jugaba con un yo-yo. Y la mamá, que es una mamá moderna, le dice: oye, hijo mío, que no eres un niño pequeño para jugar con el yo-yo. El yo-yo es de niños. Él la miró, y le dice: y tus pantalones de hombre” 472. Monseñor Escrivá prolongo ese diálogo y propuso otro final, celebrado también con palmas y carcajadas por quienes le escuchaban, para aquella conversación: “Hijo mío, vamos a ver, yo pienso que tengo razón, y que es hora de que dejes ese yo-yo, Pero de todas maneras puedes seguir jugando. Pero tú tienes también razón, y, por respeto a tus 14 o 16 años, ya no voy a llevar este globo terráqueo metido en un pantalón de hombre” 473. Monseñor Escrivá demostró su dominio de los recursos narrativos en la comunicación que mantuvo con los asistentes a las tertulias generales en Buenos Aires en junio de 1974. Para ello, recurrió al relato: incluyó la acción, la caracterización de los personajes, el porqué de los hechos y el modo en que sucedieron los acontecimientos narrados. Los relatos constaron de una introducción, un nudo y un desenlace, y de un sujeto narrador. Muchas veces, la voz del narrador participó en la acción narrada. Sus relatos autobiográficos aumentaron el interés de la cuestión narrada y fortalecieron la comunicación con los participantes en la tertulia. El argumento de los relatos y el lenguaje utilizado por Monseñor Escrivá permitieron descubrir lo universal en lo particular. La información —la historia que se cuenta— y la claridad y precisión de sus palabras permitieron conocer, y a veces incluso tocar, la verdad de la condición humana.

470 Ibídem, p. 459.471 Ibídem, p. 459. 472 Archivo General de la Postulación (AGP), P05 1974, p. 545-546. 473 Ibídem, p. 545-546.

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ÍNDICE

Nota biográficaPresentación

I. Amar al mundo apasionadamente Homilía de san Josemaría Escrivá

II. Un santo apasionado por la universidad E. DOVAL, Estudio preliminar

III. A propósito de las enseñanzas de san Josemaría Escrivá

M. ROVIRA, Mundo, trabajo y santificación

P. GARI, Santidad y cuestión social

C. RUIBAL, El estudio en las enseñanzas de san Josemaría Escrivá

N. ETCHEVERRY, Una natural sobrenaturalidad

A. GELSI, Del dolor y la alegría

C. DELPIAZZO — G. DELPIAZZO ANTON,

La familia como base fundamental de la sociedad

R. DÍAZ, Libertad y autoridad

L. Ma. CALLEJA, Las tareas de gobierno: preparación, ejecución y relevo

A. METHOL FERRE, Desde la religión del pueblo

J. C. CARRASCO, Siembra de paz

R. OLIVERA, El pensamiento jurídico de san Josemaría Escrivá

S. PEREZ DEL CASTILLO, El valor santificador del trabajo

B. DÍAZ, La idea de soberanía

E. ETCHEVARREN, Pasión por la prensa

E. HUDSON, Recursos narrativos en las tertulias de Buenos Aires

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Universitario