Sara cosecho. Cosecha de maíz [extractos] | Llokje runa

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“Contemplamos desde hace ciento cuarenta años, encajonados dentro de nuestros Andes, la sangrienta mascarada de los traidores de los ideales de un Bolívar y los sueños de San Martín. Contemplamos, mordidos por la impotencia, nuestro país tal como es.Muchas hermanas, después de sacrificada lucha de independencia, se unieron y unificaron su economía, para labrarse la felicidad común. Una de ellas tiene desde entonces la plata. Todas trabajan; unas cogen el arado o perforan la mina, otras pastan los rebaños o trabajan en la fábrica. Pero la hermana mayor con el dinero, fruto del sudor y esfuerzo de todas, en sus manos, se creyó con el exclusivo derecho de disponer de él; se dio a una vida de disipación y de lujo; ella se dijo: “Yo soy quien represento la familia ante los extraños; debo presentarme mejor”. Y para ella fueron los vestidos de seda y terciopelo, para ella joyas, perfumes y diversiones; se pasea en automóvil, ostenta vanidades, se embellece; esta es Lima, la Capital, a la que se pretende creer todo el Perú. Sólo más tarde, a gritos y exigencias, algunas de las hermanas también recibieron algo y se quedaron tranquilas; estos son algunos departamentos. Y la hermana mayor, ocupa a en llamar la atención de los extraños y embellecerse, olvidóse, en vil gesto, definitivamente de las demás, que siguen junto al arado o tras los rebaños, dentro de las minas o en la fábrica, trabajando siempre, laborando incansables, cubriendo sus magros cuerpos con harapos y remiendos. Lima se llena de monumentos y avenidas, de parques y edificios, se hacen “importantes obras de embellecimiento”, mientras que en otras provincias, los peruanos no tenemos derecho a un hospital, no tenemos agua por falta de dinero para dotarla, los techos de nuestras escuelas se caen, sufrimos aislamiento cuando un camino se derrumba o el río se ha llevado un puente. ¡Yacemos abandonados, miserables, relegados! Por eso renegamos de la centralización, queremos nuestros derechos. Somos también peruanos, producimos la riqueza. Y día llegará en que si no puede la razón, tenga la fuerza que imponer nuestras reivindicaciones, cuando los cholos, los serranos que olemos a chivo y llama, levantemos en último caso el estandarte de la insurrección armada de los hijos del pueblo engrietados entre las tres cordilleras andinas. E impondremos la descentralización; pero no con el estrecho criterio de quienes pretenden hacerla mediante la separación de los departamentos por los límites de su actual división política, sin detenerse en mirar que si bien unos tendrían suficientes medios de subsistencia, los otros desfallecerían; sino por medio de una nueva demarcación científica, hecha con criterio económico, de tal suerte que cada zona pueda labrar su propio bienestar y felicidad, con sus propios medios y esfuerzos.Hasta mientras, los cholos, los serranos, seguiremos pegados a los pocos retazos de tierra, sin otra esperanza que los aguaceros, ni más fe que en el benéfico Inti. Esperando nuestra cosecha para alegrarnos y vivir y una vez que se vaya entristecernos y esperar.”Fuente:RUNA, Llokje. Sara cosecho. Cosecha de maíz, agosto de 1940, Cuzco, Perú, pp. 310-326.

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XXXEl levante del maíz se había generalizado ya en todas partes, seco el maíz en los tendales. Y la amenaza de nuevas lluvias, apremiaba a hacerlo cuanto antes; era bastante recordado el estrago de otros años, cuando furiosos aguaceros vinieron a empapar los tendales; cuántas cantidades no se habían perdido. En toda la campiña, estos montoncitos de cjello-morocho y paracjay, paro y moro, negro y chullpi, dejarían ya de rebrillar al sol quemante de todos los días y de dormir cubiertos por el común poncho obscuro del cielo gélido. Aquí, un tendalito minúsculo, en una esquina de la chacra poblada aun de toroscos secos, con una cho la de centro de bayeta color chillón, rodeada de sus sucios críos, escogiendo a la llijlla que se echaba a hombro el marido para vaciarla en el cahuitu mugroso. Allá un amplio tendal, como con parchaduras cuadradas de maíz de todo color, blanco y amarillo, cenizo y rojo, en torno al que se agitaban indios silenciosos o

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charladores, extendiendo llijilas y paciencia, para irse luego sucediendo en el recorrido de un trozo de chacra, hasta los pies de la escalera apoyada a dos manos al filo de la marca. Acullá, perdida entre las deformidades del terreno lleno de ondas, una casita de derecha figura, cerca de la cual un tendalito regular mostrábase nítido; a su lado grupo alegre con algún instrumento musical, libaciones; ttincas ceremoniosas, augurios buenos. Por otro lado, algarabía, retumbante festejo de la colocación del milagroso tacje, en medio de la propia marca. O, sino sendas cargas enfiladas en angostos caminitos, al ritmo del caminar de los resignados caballejos pujadores.

El levante del maíz llenaba el campo; pronto todo quedaría desierto... Nada más ya había ahora; tendales que se iban vaciando en medio de la actividad general y chacras puntuadas a lo lejos por los ganados que una vez concluida la cosecha fueron arreados a las chaladas.

También en Mosojpampa, sólo faltaba levantar el maíz. A todos los canchones había penetrado el ganado a chalear; después de la cosecha quedaban de hecho, como siempre, los cercos inútiles, suprimidos en cierto modo como delimitadores de la propiedad de cada uno, todo es común para el ganado de todos; es costumbre de hace mucho, una vez levantada sobre los árboles la chala necesaria para alimentar los bueyes de las yuntas en el tiempo de la siembra, en el que no se encuentra ni brizna de pasto, el ganado entra a las chacras a devastar el último yerbajo y a no dejar un solo torosco en pie;

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el ganado de todos a las chacras de todos; sólo son respetados, a fuerza de espantarlos, los tendales, a los que sin embargo no dejan de asolar a veces hordas de cabras y carneros o una que otra vaca rolliza. Y aquí era igual que en cualquier otra parte; levantada la chala, colocada sobre seguro, entre los dedos nudosos de pisonaes y lisos de capulís, el ganado poblaba las chacras.

Al igual que los otros, pues, debían levantar el maíz en Mosojpampa, y esto lo hacían en la medida de su alcance, Huarcaya y el Nicolás, poco a poco, con paciencia y espíritu de distracción en medio de la fisonomía aplastante de cuanto les rodeaba. Como el tendal no era muy grande, decidieron irlo vaciando paulatinamente, hoy harían un poco, mañana otro tanto; sólo eran el Nicolás, el Adriancha y él. Luciano se ubicó en el tendal a llenar las llijllas que eran trasportadas por los dos muchachos, trabajo dificultoso por cuanto cada cual tenía que trepar penosamente por la sumaria escalerita, demorándose por lo tanto; por eso, con el fin de acelerar, dispusieron que mejor uno de ellos se posesionara en la marca a recibir no más el maíz llevado por el otro. Y finalmente, al ver que tampoco les daba resultados positivos, Huarcaya abandonó el tendal para ubicarse en la marca y recibir desde allí las llijllas llenadas por cada uno de los mismos muchachos. En esa forma el trabajo se avanzó un poco más, sendas porciones vaciáronse en la marca. En estas estaban cuando el Eusebiucha, ecjo cara sucia, huijsasapa graciosísimo, quiso también acarrear maíz; su ocurrencia no pudo haber sido más desternilladora;

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con gran regocijo, admitieron el concurso del nuevo ayudante, con el consiguiente contento de su madre que reía a más no poder. Iba y venía el chiquitín, ya regresando a la carrera con una llijlla viejísima, puesta sobre su cabecita y arrastrándola por el suelo, o ya pujante, agitado, con ella al hombro, con la enorme cantidad de media docena de mazorcas, a alcanzar a Luciano el manojo de las múltiples puntas de la llijlla repleta de desgarraduras, mirándolo apremiante:

—Papay

—¡Cusa, Osibiucha; cusa, jarisu!...

Reía Huaycaya y levantaba la llijlla fingiendo mucho esfuerzo, entre pujos.

Y eso era hacerle su felicidad.

Le arrojaba su llijlla en la cabeza y el cholito, con las manos encima de ella, volvía corriendo a tendal. Sudoroso, cansado, tornaba trayendo su nueva porción de mazorcas. Y concluyó por negarse a entregársela murmurando en tono de reproche:

—Tú no poides.

Y era de verlo, encaramándose a la escalera, aferrado con una sola manecita; se tambaleaba, vacilaba vencido por su carga, terminando por elevar una mirada implorante a Luciano; él se la recibía con los mismos ademanes anteriores y el Osebiucha bajaba y se iba contento. Con

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Entonces, una violenta crispatura de sus nervios la hizo cogerla con violencia y tratar de arrastrarla al matorral; pero la india parecía enclavada por los pies en el camino.

—Entonces, si nu queres a boinas, a al ferza pes; vamos aquisito nu más

—Nu..., nu ; así nu me vasa poderme nonca; nu... A boinas nu más si queres...; mi voluntar espera...; a la ferza nu...

—Vámos pes, entonce….

Pero ella volvió a quedarse parada y dijo pensativa:

—Mánan; nu poido...

La rabia demudó a Luciano, le hacía odiarla, violentarse contra ella con ansia de aullar, de insultar, de maltratarla. Y vociferó:

—¡Claro; cun el que queres nu poides! cun el que nu queres sí, más que sea en medio camino te dejas nu más agarrar! ¡Fregaté, pes! ¡Fregaté! ¡Ve pariendo su hijos de lu que te brincan en camino, a la ferza! ¡Anda, caraju, párelo su hijo de cachacos! ¿un ves que soy tu cojudo pa’que me -engañas?....; ahura, mañana, carajo; boibas, eh?... Desagradecida, purque ti veo con cariño, con respito...

Y esas frases fueron la destrucción más cruenta de la misma vida de la pobre cholita, el aguacero más inhumano matando acaso, la única lumbre que

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alumbraba su joven vida. Todo habría en efecto esperado la Saturna de él, menos verse tan brutalmente injuriada, tan inclementemente herida. Y ella que lo creía el único que la pensaba inocente en su desgracia.

La pobre, agobiada, se quedó muda por un instante. Y lo que sus labios modularon después, ya no eran palabras sino gemidos.

—En mi desgracia pes, me socedería eso tamien....; acaso por mi voluntar; ¡jaca maldito, cúmo nu lo carga su trampa!...; a la ferza pes mi ha abosado, esperándome en camino...

Y se echó a llorar.

Sus lágrimas aplacaron la agresividad de bestia, que envenenaba el alma del muchacho. Jugo de ternura refrescó su alma, al mismo tiempo que la vergüenza de su propia actitud le rebeló contra la oculta, alimaña que le hiciera obrar tan nauseabundamente. La envolvió de nuevo entre sus brazos, le susurró dulces frases de consuelo, de arrepentimiento, de desagravio. La llaga en el alma de la india era sin embargo grande y nada la curaría fácilmente. Mucho rato permanecieron así; y al final, esa alma arisca y dócil, tierna y juvenil de paloma silvestre, creyó en su sinceridad. La besó otra vez con largueza. Y ella, cual si pensara en no dejarle el menor rastro de su resentimiento, lo miró con gesto tranquilo y se fue.

Y desde el camino le gritó risueña:

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—Ahura sí, ya te fregaste Luciacu ahura voya avisar….

Luciano Huarcaya, no obstante la paz que a su alma había vuelto, subió de nuevo ese caminito, agachado, rencoroso consigo mismo, carne vencida por esta naturaleza enervante y ardorosa, prolífica y fecunda; carne, carne no más, palpitadora de deseo.

XXXI¡Esa escurridiza cjalayhua de la sexualidad envenenada; ligera, atisbadora, horrible! ¡Esta sexualidad serrana, violenta, impetuosa y voraz, estiraba su largo escamoso cuerpo de lagartija dentro de las cuencas ófricas de su siquis y se deslizaba a su vida exterior, a erguir su monda cabeza acechante, cuando la superchería de los rayos rojizos de un incentivo descubrían su flor falsa, bella y sucia, en su cráneo….!

Impotencia desgarradora, debilidad espantosa, la de la vida consciente, cuando el espumarajo venenoso de la sexualidad desenfrenada, se desborda de los forzados cauces en que la ignorancia y el ocultismo han hundido los fines y atributos sagrados de una función que la naturaleza nos deparó, desquiciada y corrompida por una sociedad mentirosa y cruel, hipócrita e irresponsable, que ha convertido el sexo en un tabú y de la función sexual generadora de la vida ha hecho una vergüenza. Desgraciado destino el de la juventud, cuando con su

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impetuosidad y apasionamiento, logra romper la burda cadena de prejuicios y prohibiciones, para precipitarse en la erizada pendiente de la libertad ignorada del que tuvo sólo una venda muda sobre los ojos y no la visión plena, el conocimiento cabal de su misión biológica sobre la tierra.

La espera era para Luciano, la dilatación más insufrible de los instantes; sus ojos ya no estaban sino nostálgicos, oscilando sobre el pedazo de cerco, a donde por horas esperó en vano, ver asomar la mancha blanca de un sombrero. Y no hay excitante más violento que la inacabable espera sobre la sansa ardentísima del recuerdo de los episodios idos.

Debía bajar al pueblo y el caballo le esperaba ensillado en el patiecito. Cansado de tanta espera inútil se dispuso a irse. Montó y salió del canchón con dirección al caminito que bordeaba las chacras de la colina del frente.

Una vez en el camino su febrilidad ya se había disipado; él mismo no se habría reconocido en el que era rato antes. Recorría la huella por el canto de abajo de la chacra; en vano vio subir una mujer por el camino de la parte alta, la miró distraídamente y cierta nerviosidad lo envolvió en el acto. Era la Satucha. Espoleó al animal y cruzó por media colina hasta ponérsele delante.

—Satucha...

Ella pareció ofuscarse; guardó silencio. Sus ojos iban del suelo a él y de él al suelo.

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—¿Ande’stás yendo? -le preguntó, por fin deseosa de decir algo.

Luciano no le contestó, la miraba embelesado. Ese sentimiento anterior había desaparecido en él y se puso a caminar junto a ella.

Anduvieron buen trecho, silenciosos, recatados, cual si por primera vez se hallaran juntos; pero la confianza tomó a ellos breves momentos después. Conversaban entre sonrisas; a veces Luciano le hacía una broma y ella se volvía airada, en gracioso giro simulando ofenderse. Estaba hermosa, sus mejillas pintadas de granate, sus ojos afelpados, su talle en suave vaivén del andar. Un puro sentimiento de ternura no más embargaba al muchacho, sentía amarla como en los primeros días. Después, el recuerdo. Recordaba todo; recuerdos: dulces y cruentos. Habían subido ya gran trecho de camino.

Verla así, graciosa, sofocada, alegre, era para recordar. Y sin saber por qué, alguna sacudida de desilusión, mezcla confusa de ternura y agresividad. Una idea se apoderó de su mente, no salía de allí, apretada como una garrapata: “¿Y otros disfrutarían de ella? ¿Otros como ese de la carretera? ¿Y no será mía?...” idea rencorosa, despechada. Aumentado a esa idea, verle las lustrosas pantorrillas, el talle cimbreante.

Todo fué una sola sensación. Miró en derredor, iban por uno de esos típicos caminitos, zanja y bóveda de charamusca y árboles, a los lados tupidos montes de

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chilca en los que quedaban claros cubiertos de hojas caídas. Miró atrás y adelante, nadie había en el camino; sólo la Satucha, a cuatro pasos de él.

Súbitamente saltó del caballo, avanzó sigilosamente por detrás de ella y la abrazó, férvido.

—Satucha…. Ahura pes...

Ella se dió cuenta inmediatamente y se puso a la defensiva.

—Nu..., nu...; mánan...

Luciano Huarcaya pugnó buen rato por anularle los movimientos; trataba de cogerle las manos pero ella se le escurría, si intentaba acercársele se alejaba. Hasta que finalmente aguijoneado por esa locura que se debatía dentro de él, se arrojó sobre la chola, la levantó en vilo, asida por la cintura y se internó con ella, a trancos, dentro de los montes de chilcas. La Saturnina resistía, pataleaba y trataba de apartarlo con las manos, desasirse de sus brazos; pero cuando la dejó caer de espaldas en el claro, parecía que la renunciación la hubiera hecho suya. Se quedó quieta, rígida se diría, estática y sólo sus ojos fijaban en el hombre una mirada de estupefacción y abandono.

Detrás del monte, una acequia gargarizaba entre las piedras, deslizándose por debajo de unos cercos; un pichincho hinchaba sus plumitas en la punta de una rama seca y sembraba su alegre gorjeo; a lo lejos, balidos

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de ovejas, gritos de cholitas pastoras; encima de ellos, el susurro leve de hojas sacudidas por el viento.

Y vivieron.

XXXII¡Ha muerto la cosecha!...

Se ha muerto nuestra alegría, nuestro jubileo, nuestra felicidad... Vino como muchos años, alegre e inquieta, a jugar, cantar y bailar entre sus cholos, en sus almas, como la buena pashña amante, a alegrarles por poco tiempo y partir, irse, dejándolo todo nublado con su ausencia triste.

Ahora sólo quedaba el silencio en la campiña; hondo sentimiento de desolación de ver allí donde se embotaba la mies madura con sus parhuas cobrizas vibrando al aire, solo la tierra seca, rajada por el sol, regada de pedazos resecos de toroscos y chala; allí donde la exuberancia llenaba los cercos, sólo pencas, y cabuyas, entremezclados con enramados quebradizos.

Era todo como la imagen escueta, árida y hosca de esta nuestra vida serrana. Vida de indios, de mestizos, hundida en miseria, ignorancia y abandono; vida amarga e infeliz de hijos del pueblo, bestias de carga, productores incansables, sostenes de una economía nacional, sin otra compensación que la del olvido; vida monótona y pobre

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de serranos que olemos a chivo y llama, para quienes es premio de esfuerzos el desprecio; vida de hombres que también tenemos aspiraciones e ideales, pero sólo para verlos quemarse y morir de renunciación, en medio de mustio abandono y aislamiento.

Somos un pueblo olvidado, desgraciado; la gran mayoría campesina y mesocrática, indios y mistis, extranjeros en nuestra propia tierra, nada más que carne de explotación de quienes edificaron un país sobre el sacrificio mayoritario de los verdaderos peruanos y para el sólo beneficio de escasas minorías extranjerizantes. Producimos la riqueza nacional, sostenemos un Estado que no es el nuestro, pero morimos de inanición, succionadas nuestras energías para un centralismo absorbente. En verdad sólo somos un pueblo sojuzgado, sometido al dominio de los que no sienten nuestras palpitaciones, de los que disputaron el poder a los realistas españoles, para uncirlo como vergonzoso yugo a nuestras frentes, cual si fuera el patrimonio hereditario suyo o instrumento de dominación y predominio.

Contemplamos desde hace ciento cuarenta años, encajonados dentro de nuestros Andes, la sangrienta mascarada de los traidores de los ideales de un Bolívar y los sueños de San Martín. Contemplamos, mordidos por la impotencia, nuestro país tal como es.

Muchas hermanas, después de sacrificada lucha de independencia, se unieron y unificaron su economía, para labrarse la felicidad común. Una de ellas tiene desde

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entonces la plata. Todas trabajan; unas cogen el arado o perforan la mina, otras pastan los rebaños o trabajan en la fábrica. Pero la hermana mayor con el dinero, fruto del sudor y esfuerzo de todas, en sus manos, se creyó con el exclusivo derecho de disponer de él; se dio a una vida de disipación y de lujo; ella se dijo: “Yo soy quien represento la familia ante los extraños; debo presentarme mejor”. Y para ella fueron los vestidos de seda y terciopelo, para ella joyas, perfumes y diversiones; se pasea en automóvil, ostenta vanidades, se embellece; esta es Lima, la Capital, a la que se pretende creer todo el Perú. Sólo más tarde, a gritos y exigencias, algunas de las hermanas también recibieron algo y se quedaron tranquilas; estos son algunos departamentos. Y la hermana mayor, ocupa a en llamar la atención de los extraños y embellecerse, olvidóse, en vil gesto, definitivamente de las demás, que siguen junto al arado o tras los rebaños, dentro de las minas o en la fábrica, trabajando siempre, laborando incansables, cubriendo sus magros cuerpos con harapos y remiendos. Lima se llena de monumentos y avenidas, de parques y edificios, se hacen “importantes obras de embellecimiento”, mientras que en otras provincias, los peruanos no tenemos derecho a un hospital, no tenemos agua por falta de dinero para dotarla, los techos de nuestras escuelas se caen, sufrimos aislamiento cuando un camino se derrumba o el río se ha llevado un puente. ¡Yacemos abandonados, miserables, relegados! Por eso renegamos de la centralización, queremos nuestros derechos. Somos también peruanos, producimos la riqueza. Y día llegará en que si no puede la razón, tenga la fuerza que imponer

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nuestras reivindicaciones, cuando los cholos, los serranos que olemos a chivo y llama, levantemos en último caso el estandarte de la insurrección armada de los hijos del pueblo engrietados entre las tres cordilleras andinas. E impondremos la descentralización; pero no con el estrecho criterio de quienes pretenden hacerla mediante la separación de los departamentos por los límites de su actual división política, sin detenerse en mirar que si bien unos tendrían suficientes medios de subsistencia, los otros desfallecerían; sino por medio de una nueva demarcación científica, hecha con criterio económico, de tal suerte que cada zona pueda labrar su propio bienestar y felicidad, con sus propios medios y esfuerzos.

Hasta mientras, los cholos, los serranos, seguiremos pegados a los pocos retazos de tierra, sin otra esperanza que los aguaceros, ni más fe que en el benéfico Inti. Esperando nuestra cosecha para alegrarnos y vivir y una vez que se vaya entristecernos y esperar. ...

Por eso, ahora que el sara-cosecho se iba, para nosotros la tristeza era real y la pena agarrotante. Verla irse... y quedar ensartados por la incertidumbre de si al otro año vendría también pródiga y lozana, o mezquina y hecha espectro por la sequía...

¡Ha muerto la cosecha!....

Honda pena no más nos quedaba.

Una semana pasó desde el último encuentro de Huarcaya y la Satucha.

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Secos y áridos los paisajes, seco y árido el panorama.

Huarcaya miraba a lo lejos, parado al borde del caminito que bordeaba la colina. En eso apareció la Satucha. Ni siquiera un atisbo de emoción hubo en él, ni ese estremecí mentó acostumbrado; la dejó no más acercarse, con híbrida expresión, de rubor y superioridad.

No hubo ni la algazara suya, ni la timidez de ella.

Y se pusieron a caminar juntos, ni fríos ni apasionados, hablándose uno al otro vaguedades, largo rato, lentamente, embebidos en vagos pensamientos. Entre ellos un nuevo sentimiento: derecho u obligación.

Casi inconscientemente Luciano Huarcaya se detuvo y dijo a la chola:

—Satucha... ¿Y?... ¿Cando otra vez?

La respuesta de ella sólo fue un aliento.

—Nu... Nu poido

—¿Pur qué?...

La mestiza guardó breve silencio, y murmuró, como hojita sacudida, mirando el suelo.

—Pur tu causa nu más..., mi periodo nu baja...

Huarcaya ya no dijo nada. La tomó de una mano, y la condujo, paso a paso, lentamente, como a gotas, por entre las chacras devastadas, terrosas y duras, o detuvieron

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allá, sobre la colina, al frente de las casas, desde cuya altura, a sus pies, se extendía la campiña llena hasta hacía poco de maizales.

La Saturnina se dejó caer sentada, perdiendo sus piececitos dentro de la amplia pollera y se sacó el sombrero blanco. Luciano se quedó parado junto a ella. Y ambos se sumieron en la contemplación de lo que abajo se extendía.

La colina muerta, llena de chala reseca, desmenuzada; toroscos pajizos, menudos, salpicados sobre su piel agrietada por el solazo; demacrada, silenciosa, sin vida.

Abajo, los campos desolados, agostados y mudos.

El viento jugaba con las finas hilachas de la crespa cabellera desordenada de la Satucha; en sus pupilas había luz de ensimismamiento.

Los flecos de la bufanda de Huarcaya, batíanse sobre sus espaldas. Ambos seguían embebidos en la contemplación de esta naturaleza, con mezcla extraña de tristeza y felicidad.

Los campos estaban muertos...

Y, aquí renacía la vida, constante y eterna.

En el vientre de la Satucha, en la luz de sus ojos, en las flores blancas y rosadas de los duraznos de toda la campiña.

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………………………………………………………………….....................

Esa misma tarde la Saturnina, bajaba por la ancha y tortuosa Alameda, arreando una muía, que cargaba desde CJorhuani, el último costal de maíz de su cosecha.

La noche empezaba lánguidamente.

El cielo apenas tocado débilmente de un azul palidísimo, casi blanco, adornado con los menudos puntitos brillantes de las estrellas y la fina rayadura curva de fúlgido metal de la luna; el bulto saliente de los cerros del sur y el este, pardo como el dorso trasquilado de monstruosas ovejas dormidas; ceniza, los otros, alejados en la vaguedad del anochecer, al borde de las abras; plomo mortecino los más distantes; azul marino rutilante el cordón del suroeste, parejo como la sombra de una pared de borde sinuoso y quebrado, tendida de canto a canto atajando el horizonte, sobre cuyo filo nítido una suave coloración mezclada de achanjaira y retama, aparecía moribunda; y trepando desde un lado de esa tapialera magnífica, hundida más allá de la quebrada, empinándose de bajío a altura, como el flanco tortuoso de una pucará semiderruida, la silueta azul obscura del ramal andino Ampay.

Fin de “Sara cosecho”

Abancay, Apurímac, Junio de 1938

Fuente:RUNA, Llokje. Sara cosecho. Cosecha de maíz, agosto de 1940, Cuzco, Perú, pp. 310-326.

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serranismosLa literatura como expresión de la vida del pueblo y de la actividad humana, no debe estar sólo al alcance de escasas minorías privilegiadas por la cultura, sino hecha a la accesibilidad de la gran masa. Así, si hay necesidad del uso de palabras del runa-simi al hacer un trabajo costumbrista, no se debe pues subsanar la falta de escritura determinada, ni mucho menos justa en cuanto a condiciones fonéticas, con signos convencionales y reglas académicas. Debería recurrirse más bien al uso de letras conocidas, de sonidos familiares, que puedan ser leídos por el pueblo, simplemente cual si lo hiciera en el castellano.

La existencia de sonidos cjeshhuas de imposible representación gráfica usando del alfabeto castellano, obliga a una especial pronunciación de algunas letras, con el fin de lograr la exacta vocalización de ciertas palabras.

Por eso la necesidad de una explicación acerca del sonido especial que se debe dar a las letras y combinaciones de letras que siguen:

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CJ.— Es un sonido mezclado de la c y la j, o mejor dicho, una simple j, pero fuertemente gutural; CJorhuani, CJente, CJapaj, cjesjento, cjepo.

CH’. — Es la misma ch castellana, sólo que en algunas palabras la comilla indica que debe duplicarse, es decir, hacerse más fuerte: CH’acu, CH’iqui, ch’inli, ch’imu.

H.— Igual que en castellano, es decir muda cuando va antes de u seguida de otra vocal: Huantuna, huanacu, huicuña. Pero cuando va antes de vocal sola o de u sola, su sonido es gutural, un poco más suave que de la J, o mejor más apagado: Huminta, Hatun, hato.

J.— Se usa en reemplazo de la CJ, para evitar el aglutinamiento confuso de letras en palabras demasiado largas, pero con la condición de hacerla fuertemente gutural en su pronunciación: Mosojpampa, pajpa.

K.— Su sonido es crujiente, algo así como una pequeña crepitación entre el paladar y la garganta: nakacho, kusillo.

KC.— Tiene un sonido más ronco que la K sola, y se fusiona con la C por ser esa letra más suave y también para evitar una confusión: KCaya, KCaira, Ninakcara.

’R.—Jamás existe la rr (erre) en runa-simi, mucho menos en principio de palabra; para facilitar, la comilla indica que se la debe pronunciar como la r (ere): ’Riqui, ’riti, ’Raca, ’rurupa, ’rurana.

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SH.— Es un sonido parecido a la ch, pero no es tal; es como un ruido de chafalonía sacudida dentro de un saco, más bien igual a la Sh inglesa: Shallán, sháchu.

Tt.— Es una T en algunos casos necesariamente más fuerte, linguo-dental: Ttinca, ttipina, ttacarispa.

Las palabras en las que no existen estas letras o combinaciones de letras se leen lo mismo que en el castellano.

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AARÍ.— Sí

ACAPIAR.— Lit. Hacer defecar rápida y seguidamente.— Castigar.

AMANCJAY.— Flor semejante al lirio, de un color amarillo oro, pero de forma de cartucho.

ATACACHALLÁU.— Exc. admirativa, pondera lo bello.

ACACÁU.—Interj. de queja, dolor.

ANCA.— Gavilán.

ARCO.— Porción de maíz segado. Especie de parva en que se amontona el maíz en chalas.

APASANCA.— Araña grande, semejante a la tarántula.

ACLLA.— Virgen del Sol en la época inca. — Escogida.

APIQUI. — Frase equivalente a “capaz”.

AN.— Ah...

ATAR.— Ancha faja que sujeta el aparejo debajo de las nalgas de las bestias.

ANCHATA AGRADECICUYQUI. — Lit. Te agradezco demasiado. Frase de agradecimiento.

AÑAÑAU- — Exp. que demuestra antojo.

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ALLJO.— Perro.

ALALAU.— Qué frío. Expresión quejosa de frío.

AYA-CJEPE.— Lit. Carga de cadáveres. Una mazorca pequeña que crece junto a otra grande.

APU SUYU.— Semidiós de los cerros y campos.

¡AYAYACHALLÁU!.— Ex. de queja por un excesivo dolor.

AYAYAU.— Excl. de dolor.

ACA SIQUI.— Mocoso. Cagón.

AMA.— No.

ANGASCHAMÉ. — Llévame al anca.

ALCJA MARIA.— Ave de puna, poco menor que el cóndor.

ACATANCJA.— Escarabajo pequeño.

ATACAU.— Expres. De miedo, pavor, escarapelamiento.

A’HUACJOLLÁY.— Gigantón, cacto.

AYJEREY.— Lit. Escápate. — Apártate. — Retírate.

ACHANJAIRA.— Flor silvestre de un color rosado tenue.

ALCJA.— Con manchas de otro color.

ALMO.— Medida de volumen para los granos, más o menos equivalente a 2 decímetros cúbicos.

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BBUSCAPIQUE.— Lit. Que busca las pulgas. Cohete que corre con gran rapidez por el suelo.

CCAHUITU.— Tarima. Plataforma más o menos alta, tejida de palos o carrizo.

COSECHO.— Cosecha.

CÁ.— Toma.

COLES UYA.— Lit. Cara de coles. — Sinvergüenza. Descarado.

CAÑA-CAÑA.— Plantita parásita de tallos muy jugosos y muy amargos.

CALCHADO.— Segado.

CURAHUA.— Barda. Cubierta de ramas y tierra para proteger las tapias.

CALCHADOR.— El que calcha. Segador.

CUSA.— Muy bien. Frase que manifiesta satisfacción.

CACHAFAZ.— Satanás.

CAPI.— Cabro.

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CAPORAL.— Vaso grande de cosa de un litro de contenido.

¡CAYJAYA! — ¡Aquí está!

CHCHUCU.— Gorro.

CHACJO.— Charamusca.

CH’AYÑA.— Jilguero.

CHIHUACO.— Tordo.

CHAJRA.— Chacra.

CHACHAU.— Inter. De miedo, temor.

CHOJLLO.— Choclo.

CHAQUIÑAN.— Sendero. Camino de a pie.

CHILLCA.— Arbusto de tallos delgados propenso a formar montes.

CHUPE.— Sopa.

CHOCHOCJA.— Chochoca. Mote seco.

CHUA.— Pucu. Plato de madera.

CHACCHABA.— Masticaba.

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CHALEAR.— Estar en las chaladas.

CHAJTA.— Trago. Aguardiente de caña.

CHACLA.— Quincha. Tejido de palos, maguey o carrizo.

CHUE.— Frutos de cierto árbol, duros como la nuez, del tamaño de una uva o menos, de color negro carbón.

CHAMPEADO.— Lleno de champas.

CHAMPA.— Trozo de tierra arrancado con los pastos que crecen encima.

CHAMARRA.— Blusa muy ceñida que usan las indias, las hay sencillas y grandemente adornadas.

CHACHÁU.— Excl. de terror.

CHUMPI.— Faja indígena larga.

CHUCCHU.— Terciana. Paludismo.

CHISPA.— Borracho, beodo, mareado.

CHANJAR.— Arrojar. Aventar.

CHUJLLA.— Choza.

CHIUCHE.— Pollo.

CHUNCA.— Diez.

CHINA.— Hembra.

CHUPA.— Cola. Rabo.

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CHACÁU. — Excl. de queja por un pequeño dolor.

CHICCHENCA.— A manchas de puntos de diferente color.

CHURI.— El hijo, respecto del padre.

CHACHACOMO.— Árbol de madera color guinda.

CHIMUYARSE.— Arrugarse, apachurrarse.

CH’INLI.— Palabra usada por los indios para reprender o espantar y hacer dejar de ladrar a los perros cuando ladran.

CH’ACU.— Perro menudo, chusco.

CH’URMI.— Se dice a la invasión de pulgas que a veces se sufre sin poder conciliar el sueño y que se cree ser el augurio de la muerte de alguien. Y que no son precisamente las pulgas las que no dejan dormir sino el espíritu mismo de la persona que ha de morir.

CHULLPI.— Maíz especial para cancha, un poco dulce y de granos que se han secado a la manera de las pasas.

CJCJOCHA.— Lago, laguna, poza.

CJOCJÁU.— Fiambre. Cocabí.

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CJEPE.— Atado.

CJOSCJO.— Cuzco.

CJANRA.— Sucio, cochino. Adj. de desprecio.

CJESHHUA.— Quebrada.

CJACHO. — Forraje. Yerbas comestibles por los animales.

CJORONTA.— Mario.

CJAYTU, JAYTU.— Hilo.

CJESCJENTOS.— Ciertos insectos cuya característica es gritar a las doce del día a la hora crepuscular y cuando hace demasiado calor.

CJEPERINAS.— Llijllas. Mantas de cargar.

CJOLLA MOTE.— Mote de choclo tierno.

CJOHUE CANCA.— Asado de cuye.

CJELLA.— Ocioso. Perezoso.

CJASA.— De color medio tostado y de lomo más oscuro.

CJATA.— Loma. Plano.

CJQNCHA.— Fogón.

CJELLO HUARANGO.— Arbusto de abundante fronda y flores amarillas a racimos.

CJOLLACHA.— Verdecito. Tiernecito.

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CJOLLA.— Tierno. Verde.

CJPU.— Quipo. Nudo.

CJOILLOR.— Lucero. Estrella.

CJECHINCHA.— Hollín.

CJEPA-HIUINAY.— Lit. Que crece después. Muchacha que entra a la pubertad.

CJEPO.— Abrojos de la tuna. Especie de tales que tiene la parte de las hojas de la caña que recubren el tallo.

CJALAYHUiA.— Lagartija.

D¡DIJAHUAY ALLINTA!.— ¡Déjame bien!

EENTABLAR.— Empezar un trabajo.

ECJO.— Párvulo.

FFAJCHE.— Chorro, caída de agua. A manera de pequeña catarata.

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HHARAHUI.— Canción. Canto. Poema.

HUIRO.— Caña del maíz.

HANCA.— Cancha. Maíz tostado.

HUMINTA.— Tamal serrano, de maíz verde o maíz seco, hecho a la olla.

HUECJONTOY.— Planta de terreno árido, idéntica al maguey en cuanto a forma; del tamaño de la sábila, cuya característica es acumular el agua de las lluvias entre sus hojas.

HUERACJOCHA.— Señor.

HACHALLMA.— Objeto para llevar barro o piedras sobre la cabeza, hecho de un aro de palo en el que se tensa un cuero.

HUANTUNA.— Parihuela

HUEJRO.— Torcido. Adj. con que se insulta a los loros para espantarlos.

HTJACATAY.— Verdura aromática silvestre usada en las comidas.

HUAYNU.— Huayno.

HUAHUA.— Criatura. Los hijos respecto de la madre.

HUANLLA.— Mazorca especialmente hermosa, ya por

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su color o limpieza, pero siempre grande, apreciada como especie de amuleto y adorno.

HUARANGO.— Planta espinosa y de madera muy fuerte, abundante en los terrenos cálidos.

HUASQUILLA.— Soguilla.

HACUCHU.— Vamos.

HUAPEAR.— Envalentonarse.

AMPULLAYQUI.— Frase usada para llamar a una casa. Sin traducción justa.

HAMPTJYQUI.— La misma frase usada con mayor confianza.

HAMPATO — PASTO.— Lit. Pasto del sapo. Cierto pasto gigantesco que crece en los cerros cubriendo grandes extensiones.

HUANLLEAR.— Arrojar con una huanlla.

HUAUCJEY.— Hermano mío.

HUANEA.— Maíz que dura en la marca más de un año.

HUACA — FERROY.— La hierra. Acto de marcar el ganado.

HUÑUY.— Recolección.

HUIÑAY.— Diferente tamaño. Generación.

HIJAJTARSE.— Tirarse. Tomarse.

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HACU.— Harina.

HACUTA.— Lit. (al pedir) Hacuta: La harina.

HUACJTEAR.— Lloriquear.

HUAPU.— Valiente, atrevido, listo, audaz.

HUAPUSO.— Aumentativo de huapu.

HATTUS.— Hato. Choza o conjunto de chozas en los sitios donde pasta el ganado.

HATACJO.— Yerba comestible de época de choclos.

HUARMA.— Muchacho, cha.

HANUCADO.— Destetado

HAYCAJPAS.— Nunca.

HUARMA.— Y ANA. El amado. Amante.

HUICUÑA.— Vicuña.

HACUCHIS. HACUCHU.— Vamos.

HUIJSASAPA.— Lit. Solo barriga. Chiquillo. Párvulo.

¡HUJU!.— Excl. Admirativa.

HUJ.— Uno.

HIJRIRACHIHUAY.— Hazme cargar. Ayúdamelo a echarlo al hombro.

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IISHUNA.— Segadera. Hoz

INTI.— Sol.

IMAYNALLATAJ.— Lit. ¿Y cómo no más? ¿Cómo estás?

¿IMALLAMPAS HAYCALLAMPAS?.— Exp. similar a “Adivina adivinaja”

IMATAN CJAHUAMUHU ANQUI.— ¿Qué me miras?

IMAMANTA.— ¿De qué?

ISHU.— Paja.

ISHCAY.— Dos.

ISHCAYNIN.— Los dos.

IFU.— Llovizna, garúa.

ISMU.— Podrido.

ISU.— Adj. Insultativo con que los cholos tratan a los caballejos.

JJIPU.— Nudo. CJipu.

JESHUASJA.— Retorcido

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JETEPIAR.— Corcobear.

JUCHI.— Chancho. Indigno.

¿JANRI?.— ¿Y tú?

JARISU.— Todo un hombre.

KKCARU.— Perjudicial, Destructor.

KCAYA.— Mañana en el futuro.

KUSILLO.— Mono.

LLAHUA.— Sopa espesa de maíz, trigo, chuño, y en especial de harinas.

LAYAN.— Saúco. Árbol de frutos semejantes a las uvas.

LUYCHU.— Venado.

LUJSU.— Tonzura.

LAFISTO.— Semejante al lafi: Flexible.

LOJLO.— Huero. Tonto.

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LLLLAJTA—TAYTA. — El más anciano del pueblo.

LLAJLLAR.— Labrar la madera.

LLOJLLA.— Avenida. Aluvión.

LLIJLLA.— Manta tejida que sirve para cargar especies. Reboza corta usada por las indias y que apenas les cubre las espaldas.

LAMBRAS.— Aliso. Árbol elevado de tronco liso.

LAYJAJ.— Brujo. Hechicero.

LLULLA.— Mentiroso.

LEJLEJAS.— Pájaros bulleros de puna, semejantes a los patillos.

MMILLHUA.— Lana. Vellón.

MACHULA.— Abuelo. Vejete.

MARCA.— Especie de despensa, que tiene como piso el propio tumbado tejido de maguey o carrizo.

MOTE.— Maíz cocido.

MAJTTILLO.— Cholito.

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MAQUIPURA.— Adelanto de jornal a los indios. Los mismos que lo reciben.

MAJTTA.— Cholo.

MARCJAY.— Manojo. Porción que se puede abarcar rodeándola con los brazos.

MORO.— Color mezclado de negro y blanco.

MISTIS.— Los que no son mestizos ni indios. Los pretendidos descendientes directos de los españoles.

MAMAY.— Doña.

MURUCHUCU.— Caballito menudo, corredor.

MALAHOJA.— Hoja seca de la caña de azúcar.

MANAN.— No.

MULA — HUATANA.— Para amarrar las mulas, planta silvestre muy fuerte por tener tallo y corteza fibrosos.

MANU.— Deuda.

MAJTTASO.— Aumentativo de majtta. Valiente. Audaz.

MOLLERO.— Bíceps.

MAMITAY.— Mamacita.

MAMA.— Madre.

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MOCJOHUARA.— Prenda de cuero de chivo o tejida que usan los indios sobre la parte delantera del pantalón, amarrada a la cintura, para protegerlo.

¡MARCATA!.— ¡La marca!

¿MICHIJNINRI?.— ¿Y sus pastores?

MAYU.— Río.

MACHU OPA.— Lit. Tamaño tonto. Zonzo tan grande.

MAULA.— Flojo. Cobarde.

MARAN.— Batán. Piedra plana para moler.

“MAÑANA”.— Copa de trago con que se agasaja a los cholos antes de emprender un trabajo en las mañanas.

MAJLLA.— Tacaño.

MOCJO.— Semilla.

MUCHAYCUHUAY.— Bésame.

NNOMASHA.— No más ya.

NIGAU.— Exp. de desprecio o de broma, según como se la use.

NIÑUCHA.— Niñito.

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NAKACHO.— Personaje legendario que se cree degüella a quienes encuentra solos en los caminos. Degollador.

NEGRO MORO.— Moro en el que predomina el negro.

NEGRO ALCJA.— Negro con manchas de otro color.

ÑÑACHU.— ¿Ya?

ÑUÑU.— Pezón.

OOCJE-PAJPA.— Pita. Cabuya de hojas de color plomo.

OPA.— Idiota, zonzo, sordo, mudo.

OJLLAR.— Arrullar. Tener en el regazo.

OJLLALO.— Arrúllalo.

OLEJ.— Pájaro negro de clima templado. Guardacaballo.

PPUCARA.— Fortaleza.

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PARHUA.— Flor del maíz, penacho.

PASHÑAS.— Cholas.

PICHJA.— Cinco.

PAICJO.— Primera media hora en el horario usado con los indígenas, a las 9 de la mañana. Almuerzo a esa misma hora.

POCJOY.— TIEMPO. — Tiempo de lluvias.

PICHINCO.— Gorrión.

PUCU.— Chúa.

PUSHCA.— Huso.

PARO.— Café claro.

PANCJA.— Hojas del choclo.

PUYÑU.— Cántaro.

PATAQUISCA.— Cierta variedad del cacto.

PUQUIO.— Manantial.

PALTA.— Encima de la carga. Lo que se coloca en esa forma.

PPITAR.— Saltar. Brincar.

PUJLLAYSIQUI.— Juguetón.

PICHINCHO.— Pichinco. Gorrión.

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PILLPINTO.— Mariposa.

PARACJAY.— Maíz blanco, especialmente de granos grandes.

PI.— ¿Quién?

PAYA.— Vieja.

PUTUCU.— Calabaza vaciada.

PICHJA CHUNCA.— Cincuenta.

PERCJA.— Pared. Pirca.

PUTU.— Recipiente de calabaza.

PISAR.— Cruzar, Poseer

PAGARASUNQUI.— Lit. Te lo pagará.

PACHAJ.— Cien. Centena.

PASACUNAYT A.— Lit. Lo que tengo que pasar.

QQUILLA.— Mes.

QUILLA.— Luna.

QUIMSA.— Tres.

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’R’RIQUI.— Claro.

’RACA.— Órgano genital de las hembras.

’RUNTU.— Huevo.

’RITI.— Nieve. Hielo.

’RUNA SIMI.— Boca del pueblo.

CJESHHUA.— Quechua.

SSARA.— Maíz.

SUYSUNA.— Servilleta. Cernidor.

¡SUPAYNIN APANMAN!.— Se lo cargara su diablo!

SUYTTU.— Largo, ovoideo, alargado.

SILCAHUI.— Planta parasitaria de las chacras, de semillas negras que forman a manera de borlas y que se pegan mucho a la ropa.

SEJSECJA.— Planta de quebradas y laderas, de penachos blancos a manera de plumajes.

SUNCHO.— Planta forrajera, áspera y de flores amarillas naranja.

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SONCJO SUA.— Ladrón, na, de corazones. Cautivadora. Fascinante.

SHACHU.— Caballejo. Jamelgo.

SIMPAS.— Trenzas.

SUPINA.— Ano.

SUYRURU.— Cierto fruto silvestre.

SEGADERA.— Hoz.

SUPAY.— Demonio. Diablo.

SECJOLLO.— Largo zuriago trenzado, con punta de plomo o cierta disposición especial de los mismos cueros, capaz de desgarrar la piel, usada por los indios para castigarse mutuamente en las pantorrillas, en carnavales.

SUYU.— Espécimen. Representativo. Protector y benefactor dentro del panteismo indio.

SUYU.— Lo que es justamente la semilla en el grano de maíz.

SARA HUÑUY.— Recolección del maíz.

SIQUI.— Pie. Trasero.

SIPAS.— Moza. Chola joven.

SUPAYCHU CAIRI.— Será demonio éste.

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SANSA.— Brasa. Porción de brasas.

SONCJOCHAY.— Corazoncito mío.

SAPSA.— Peludo. Hirsuto.

SULLA.— Rocío.

SAJRATA.— ¡Demonio!

TTAYTACU.— Anciano.

TUNAS - PINCA.— Penca de tunas.

TIUTE.— Pájaro aborigen de color plomo, parecido al jilguero.

TUYA.— Calandria.

TURU-URPI.— Paloma torcaz.

TARPUY.— Sembrío.

TUSTUN.— Dos pesetas.

TRUJE.— Troje.

TABLAY.— Segunda media hora de descanso en el horario usado para los indios, a las dos de la tarde. Almuerzo a esa misma hora

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TAYTACHA.— Dios.

TANCA.— Poste. Palo.

TABLAR.— Descansar a la hora del tablay. Almorzar.

TTIPIR.— Deshojar.

TONCJOCHI.— Planta parasitaria de tallo hueco y flor celeste en forma de campanillas.

TENDAL.— Lugar donde el maíz se extiende a secarse.

TTIPINA.— Instrumento de madera, hueso o metal, puntiagudo, usado para romper las hojas del choclo en la cosecha.

TUTALLÁRAJ.— Lit. De noche no más todavía. Muy de madrugada.

TTILLPA.— Maíz pelado.

TIACHA — Tiita.

TAYTA.— Don.

PISCA.— Bolso de cuero, para llevar coca, dinero, etc.

TOROSCO.— Tallo del maíz que queda en tierra después de haber sido segado.

TACJE.— Una o más mazorcas unidas en forma variada, que sirve a manera de amuleto.

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TTINCA.— Libaciones ceremoniosas al empezar o concluir un trabajo o en homenaje a algo.

TAHUA.— Cuatro.

TARA.— Árbol de clima cálido, de tallos llenos de abrojos y vainas rojas.

TUMPACHALLA.— Un poquito. Una nadita.

TATAU.— Inter j. de asco, desprecio.

TOPO.— Fracción de terreno equivalente a una tarea realizada por un solo hombre y en un día, en la siembra del maíz.

TIACUSUN.— Lit. Nos sentaremos. Viviremos maritalmente, cohabitaremos.

TAJLLA.— Herramienta indígena de labranza, consistente en una reja amarrada con tientos a un palo de especial forma, manejada por un solo hombre.

UURHUA.— Maíz que no da choclo.

UPA.— Opa. Zonzo, tonto, idiota.

USUPA.— Desperdicio. Pingajo.

UYA.— Cara.

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USUSI.— Hija.

UYALAYANDO.— Escuchando indolentemente

UYHUA.— Bestia. Se dice al caballo.

UCUMARI.— Oso.

UPICHO.— Ingenuo, tonto bellaco.

URPICHAY.— Palomita.

UNO-CJOÑE.— Agua caliente. Desayuno.

YYANCJAN.— Es en vano. Es falso.

YAPAMANTA.— Lit. De aumento. Nuevamente. Otra vez.

YAPUY.—El arado de la tierra.

YAPA.— Aumento.

NOTA.— La abreviatura: Lit. significa: Literalmente.

F I N

Fuente:RUNA, Llokje. “runa simi i serranismos”, en Sara cosecho. Cosecha de maíz, agosto de 1940, Cuzco, Perú, pp. 1-14.

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