Saul Bellow

26

Transcript of Saul Bellow

Page 1: Saul Bellow
Page 2: Saul Bellow

Saul Bellow

Mueren máspor desamor

Traducción de Benito Gómez Ibáñez

Introducción de Martin Amis

Page 3: Saul Bellow

El año pasado, mientras atravesaba una crisis existen-cial, mi tío Benn (B. Crader, el famoso botánico) me en-señó una viñeta de Charles Addams. Era una historietacorriente, sin mucha gracia, pero mi tío estaba obsesio-nado con ella y no hacía más que analizarla. A mí nome apetecía hablar constantemente de una tira cómica.Él no dejaba de insistir. La mencionaba tan a menudoque acabó por irritarme, y hasta pensé en enmarcar elpuñetero dibujo y regalárselo por su cumpleaños. Quelo cuelgue en la pared y no se hable más, concluí. Bennme atacaba los nervios de vez en cuando como sólopueden hacerlo las personas que ocupan un lugar espe-cial en nuestra vida. Él era importante en la mía, desdeluego. Yo adoraba a mi tío.

Lo más curioso y digno de mención es que no le in-teresaba mucho el resto de la obra de Addams. Cuandohojeaba su antología completa, La familia Addams yotras viñetas de humor negro, acababa deprimiéndose.Su monotonía, esa negrura porque sí, se le hacía aburri-da. Sólo aquel dibujo le causaba impresión. El temaeran dos enamorados; la típica pareja depravada y som-bría en el habitual escenario de sepulturas y cipreses. Elhombre tenía un aspecto brutal y la mujer, de larga me-lena (creo que los aficionados la llaman Morticia), lle-vaba un vestido de bruja. Estaban sentados en un bancodel cementerio, cogidos de la mano. El pie era sencillo:

–¿Eres desgraciada, cariño?–¡Ah, sí, sí! Completamente.

33

Page 4: Saul Bellow

–¿Por qué me impresiona tanto? –inquirió el tío.–Sí, lo mismo me pregunto yo.Se disculpó.–Estás harto de que la saque a colación cinco veces

al día. Lo siento, Kenneth.–Teniendo en cuenta tu situación, me hago cargo.

Las obsesiones de los demás me dejan frío. Puedo so-portar ésta durante un tiempo; pero si lo que te apetecees la sátira o la caricatura, ¿por qué no te aficionas aDaumier o Goya, a los grandes maestros?

–No siempre se puede elegir. Además, no tengo tucultura. En esta región central del país, el cerebro tra-baja más despacio. Ya sé que Addams no puede com-pararse con esos genios, pero es un testimonio de suépoca y me gusta su concepción meshugah1 del amor. Nomanipula a nadie, a diferencia de Alfred Hitchcock.–Benn sentía una fuerte aversión hacia el cineasta–.Hitchcock te da un producto elaborado. Addams seinspira en su propia naturaleza atormentada.

–Hace siglos que el amor nos tiene idiotizados, demodo que no se trata únicamente de su naturaleza ator-mentada.

El tío encogió en silencio los anchos hombros. Nocompartía mi opinión, y ésa era su forma de rechazarla.

–Con Hitchcock no hablaría ni dos minutos –pun-tualizó–, mientras que con Addams creo que podríasostener una conversación provechosa.

–Lo dudo. Ni te contestaría.–Aunque seas varios lustros más joven que yo, tie-

nes más mundo –afirmó el tío–. Eso te lo concedo.Se refería a que yo había nacido y me había criado

en Francia. Me presentaba como «mi sobrino de Pa-rís». En cuanto a él, le gustaba decir que no era ningúncosmopolita. Claro que había vivido lo suyo, pero qui-

34

1. En yiddish, extravagante. (N. del T.)

Page 5: Saul Bellow

zá no se había fijado lo suficiente. O le había faltado es-píritu práctico.

–Reconocerás que ése es el único dibujo de Addamsque te gusta –le dije.

–El único, sí. Pero va derecho a lo fundamental.Y entonces Benn empezó a explicarme, como haría

una persona en crisis, su concepto de lo fundamental.Desorientado por sus problemas –su fracasada tentati-va matrimonial–, no tenía las cosas muy claras.

–En toda existencia subyace una dificultad básica ycaracterística –sentenció–, un tema con miles de va-riantes. Variaciones y más variaciones, tantas que aca-bas deseando la muerte. No creo que la palabra ade-cuada sea obsesión. Tampoco me gusta «tendencia a larepetición», con todos mis respetos hacia Freud. Ni si-quiera es correcto llamarla idée fixe. Una idea fija tam-bién puede ser un engaño o un camuflaje para disi-mular algo inconfesable. A veces me pregunto si esteasunto tiene alguna relación con la morfología de lasplantas. Pero lo más probable es que la profesión notenga nada que ver. De haber sido florista o, como que-ría mi madre, farmacéutico, lo mismo habría oído esefunesto ¡bam, bam, bam...! Al final de la vida hay querellenar una especie de inventario de dolores, un for-mulario tan largo como un documento administrativo,sólo que se trata de tu propio sufrimiento. Categoríasinterminables. Primero, las causas físicas, como artritis,cálculos biliares, espasmos menstruales. En la siguientecategoría, orgullo herido, traición, estafa, injusticia.Pero los apartados más crueles se refieren al amor. Lacuestión, entonces, es la siguiente: ¿por qué insiste todoel mundo? Si el amor destroza, y sus estragos se ven portodas partes, ¿por qué no mostrar un poco de sentidocomún y renunciar a tiempo?

–Por la inmortalidad del deseo –repuse–. O simple-mente porque se espera un golpe de suerte.

35

Page 6: Saul Bellow

El tío siempre estaba dispuesto a entablar conversa-ciones profundas, y había que tener cuidado con él. Lasconjeturas sin fundamento no hacían sino incrementarsu desdicha. Y también debía estar atento conmigomismo, ya que tengo parecida afición a aclarar las co-sas y sé lo inútil que resulta empeñarme continuamenteen ello. Pero en esa última crisis, había que tolerar lastentativas de autoanálisis del tío. Mi tarea –mi deberpuro y simple– consistía en que no se le fuera la cabeza.Era tan evidente dónde se había equivocado que podíaexplicárselo con todo detalle. Eso henchía mi vanidad.Al señalarle sus errores, veía cuánto me parecía a mipadre: el gesto, el tono, la condescendiente superiori-dad, la rotunda seguridad de colmar todas las lagunas,de llenar todo el espacio planetario, si hacía falta. Mechocó descubrir esa semejanza. Mi padre es, a su ma-nera, una excelente persona, pero yo estaba resuelto asobrepasarlo. Es más fino, como antes se decía, más lis-to, tiene más estilo. En las cosas en que me superaba, suventaja era indiscutible: en el tenis, en historial de gue-rra (yo no tengo), en el aspecto sexual, en conversa-ción, en prestancia. Pero había esferas –y me refiero aámbitos más elevados– donde él no estaba bien situadoy yo le daba cien vueltas. Con lo cual, el hecho de oír enmi conversación con el tío ciertos ecos de mi padre, in-cluyendo las palabras francesas que él utilizaba parapuntualizar las cosas (cuando el inglés no resultaba lobastante sutil), suponía un tremendo revés para mi plande vida. Más me valía examinar de nuevo esas esferaspara asegurarme de que verdaderamente eran esferas yno burbujas. Sea como fuere, cuando el tío se derrumbó,yo caí con él. Era inevitable que yo también me desmo-ronase. Pensaba que debía estar a su lado en todo mo-mento. Y así fue, en aspectos imprevisibles.

Benn se había especializado en morfología y anato-mía de las plantas. El típico especialista considera que

36

Page 7: Saul Bellow

sabe todo cuanto hay que saber en su campo, y no sepreocupa de nada más. Como en el ejemplo: «Yo arre-glo indicadores del nivel de aceite, no me venga concuentakilómetros». O en el chiste: «Yo no afeito, sóloenjabono. Para afeitarse, en la acera de enfrente». Escomprensible que algunas especialidades sean más exi-gentes y nos aíslen del mundo; llevan implícito el dere-cho a guardar las distancias. A través de Benn he cono-cido a ciertos científicos cuyas excentricidades parecenverdaderas prerrogativas. Benn nunca reivindicó el pri-vilegio de distanciarse del género humano. Si hubieraroto sus «vínculos con el exterior», las mujeres no lehabrían hecho sufrir tanto.

Puedo dar un ejemplo de ese fenómeno de ruptura.Estamos comiendo en el club de profesores con un des-tacado científíco. El camarero, que es un estudiante,viene a tomar nota. El colega de Benn dice al joven:«Para mí, pollo à la king». El chico responde: «Llevastres días comiendo pollo à la king, papá. ¿Por qué nopruebas las judías con carne?».

El chico, acostumbrado a los despistes del padre, setomó el incidente como si tal cosa. Los demás comen-sales sonrieron. Yo solté una breve carcajada. Fue unode esos momentos de súbita gracia. Mientras reía, mevi a mí mismo en forma de llave inglesa de tamaño na-tural, de perfil, la mandíbula desencajada. Suele asal-tarme ese tipo de imágenes. Puede que aquélla, tanpoco halagadora, me fuera sugerida por la metálicafrialdad de mis acompañantes.

La extrema distracción del amigo científico no loperjudicaba ante sus colegas. Significaba que estaba le-jos de allí, cumpliendo con su tarea en las fronteras desu disciplina; así que adiós muy buenas a parientes yamigos. Los científicos de primera fila constituyen unacasta principesca. Al fin y al cabo, son los cerebros másbrillantes y bien guardados de las dos superpotencias.

37

Page 8: Saul Bellow

Los rusos tienen los suyos como nosotros los nuestros.Verdaderamente, es un privilegio singular.

Bueno, en realidad, el despiste no es gran cosa.Todo el mundo entiende que quien está dispuesto a do-minar la naturaleza, tiene perfecto derecho a olvidarsede una monótona humanidad que por sí sola no va aparte alguna. Estamos hablando de una élite poshistó-rica y todo eso. Pero en ese aspecto, como en tantosotros, el tío era diferente. No pedía que lo eximieran delas molestias que comporta la existencia humana. Eraevidente que no lo pedía. Puede que algunos de sus co-legas lo consideraran retrasado en ese aspecto. Inclusoa mí me parecía retrasado a veces, más confuso en elplano humano que muchas personas de cualidades nor-males. Nadie lo tildó nunca de tonto. En su especiali-dad, se le reconocía un talento excepcional. Ademásera muy observador, leía mucho y, como dijo César deCasio, «sabía desentrañar los actos de los hombres». Siyo representara el papel de César, pronunciaría esa fra-se con sarcasmo. Para César, en su grandeza, las haza-ñas de que se enorgullecen los hombres corrientes ni si-quiera son dignas de desprecio. César era, con mucho,más inteligente. Pero una cosa es cierta: Benn no sabíadesentrañar los actos de las mujeres. En otros aspectos,cuando ponía empeño, su capacidad de juicio no eradesdeñable.

De manera que si empezaba a hablar de la comple-jidad de la existencia, más valía (por su propio bien) noalentarlo. Por genial que fuera en el reino vegetal, sueximia seriedad podía resultar angustiosa. Algunas ve-ces me producía la impresión de un mal conductor in-capaz de entrar en un aparcamiento marcha atrás: diezintentos y nada; daban ganas de quitarle el volante delas manos. Y sin embargo, cuando dejaba de ser «ana-lítico» y cortaba el rollo, era capaz de dejarte con laboca abierta. Tenía un talento excepcional para descri-

38

Page 9: Saul Bellow

bir sus sensaciones de forma inmediata. Al nivel mássimple, era capaz de explicar lo que sentía con todo de-talle; el efecto que le producía una aspirina en la nuca,en la boca. Eso me intrigaba, porque la mayor parte dela gente es incapaz de explicar lo que ocurre en su inte-rior aunque la maten. Los alcohólicos o los drogadictosestán demasiado confusos, los hipocondríacos son te-rroristas de sí mismos y la mayoría de nosotros sólopercibe un tumulto metabólico interno. Efectivamente,la materia se desintegra ahí dentro, en el ciclotrón delorganismo. Pero si el tío tomaba un betabloqueantepara la hipertensión, era capaz de describir minuciosa-mente sus reacciones físicas y las emocionales también:su descenso hacia el abatimiento. Y si uno esperaba dis-cretamente el momento oportuno, siempre acababacontando sus más recónditas impresiones. Es cierto quea menudo tenía que ayudarlo a localizarlas, pero encuanto las captaba, disfrutaba explicándolas.

Físicamente era más bien corpulento. Resultaba fá-cil burlarse de la obra que la naturaleza había hechocon él. Mi padre, que no tenía tanta gracia como pen-saba, decía que su cuñado estaba construido como unaiglesia rusa: con una cúpula en forma de bulbo. El tíoera uno de esos judíos rusos (de origen) con típicas fac-ciones eslavas: nariz breve, ojos azules, cabello claro yralo. De haber tenido las manos más grandes habríapodido ser el doble de Sviatoslav Richter, el pianista. Elpeso de esas manos, cuando Richter se dirige al piano,es tal que le saca los brazos de las mangas del frac y selos baja más allá de las rodillas. En el tío no eran lasmanos, sino los ojos lo que llamaba la atención. Costa-ba precisar su color. Eran azules: azul marino, azul deultramar (el pigmento se hace con polvo de lapislázuli).Más impresionante aún que el color de los ojos era sumirada, cuando la fijaba en su interlocutor. A veces po-días sentir aquella capacidad de ver clavada en la nuca.

39

Page 10: Saul Bellow

Sus órbitas parecían un ocho tumbado, lo que en oca-siones daba una sensación de completo desorden y sus-citaba extrañas ideas, como: esto es la facultad de ver;la visión propiamente dicha; aquello para lo que estánhechos los ojos. O bien: la luz nos priva de esos órga-nos a nosotros, simples criaturas, por designios que leson propios. Desde luego no cabe esperar que un podercomo el de la luz nos deje olvidados. De modo quecuando Benn pontificaba sobre la complejidad de laexistencia y hablaba del «determinismo social», no eraposible tomarlo en serio, porque lo que se veía cuandoestaba a punto de aplastarte con sus argumentos no eraprecisamente la mirada de un hombre formado por el«determinismo social». Pero no era frecuente que semanifestase de esa manera. Prefería mostrar un aireinocente; inocente y perplejo, e incluso un tanto estú-pido. Era lo mejor para todos. La cuestión de la «ino-cencia» deliberada o condicionada es bastante curiosa,pero no voy a entrar en eso ahora.

Está claro que lo observaba con atención. Lo prote-gía y lo guiaba; estudiaba sus necesidades; detectaba lasamenazas. Por tratarse de un prodigio, requería cuida-dos especiales. Las personas únicas tienen necesidadesparticulares y mi deber era preservar su valiosa singu-laridad. Yo había venido de Europa para eso, para es-tar a su lado. Estábamos unidos por partida doble,múltiple. Ni él ni yo teníamos entonces amigos de ver-dad, y yo no podía permitirme el lujo de prescindir deél. Como Benn era tan independiente, no quería hacer elpapel de prodigio, le disgustaba la ampulosidad y laevitaba. Ni siquiera se doblegaba ante las «leyes» dela física y la biología. Nunca hablaba del «punto de vis-ta científico». Ni una sola vez le oí decir una cosa así.Evitaba toda exhibición de esa «valiosa singularidad»que yo le atribuía, y tampoco le hacía gracia que lo so-metieran a control o supervisión. Solía decir: «No soy

40

Page 11: Saul Bellow

un fenómeno de feria». Esa frase lo situaba en el tiem-po. Las ferias de carnaval, con el hombre que de unmordisco arranca la cabeza a los pollos, la mujer bar-buda y la africana ubangui con un plato en los labios,ya desaparecieron hace mucho. A veces sospecho quepasaron a la clandestinidad y ahora vuelven a apareceren la vida privada como «tipos psicológicos».

Según un colega suyo, y los colegas suelen ser losúltimos en decir esas cosas, Benn era un botánico «emi-nente». No creo que eso cause mucha impresión a lamayoría de la gente. ¿Qué le importa a ella la histogé-nesis de las hojas, o las raíces adventicias? De no habersido por el tío, a mí tampoco me habrían importado.¿Los científicos? A menos que investiguen sobre el cán-cer o nos describan el universo por televisión, comohace Carl Sagan, ¿para qué sirven? El público quieretrasplantes de corazón, una cura para el sida, un reme-dio para la senilidad. Le trae sin cuidado la estructurade las plantas, y ¿por qué habría de importarle? Aun-que tolera a quien las estudia. Una sociedad vigorosabien puede permitirse unos cuantos tipos así. Además,salen relativamente baratos. Resulta más caro mante-ner a dos presos en Stateville que a un botánico en sucátedra. Pero en cuestión de emociones, los presidiariostienen mucho más que ofrecer: incendios y motines enlas cárceles, un guardia estrangulado, el director con lacabeza machacada de un estacazo.

Ser profesor universitario en Norteamérica no estánada mal. Se lo digo yo, que también lo soy. No afirmoque sea una bicoca, sólo que –temporalmente, entreotras cosas– lo soy: profesor adjunto de literatura rusa.Para mí es apasionante, pero ¿a cuánta gente le intere-san esos estudios, comparados, por ejemplo, con BruceSpringsteen, el coronel Gadafi o el líder de la mayoríadel Senado de Estados Unidos? Doy clases en la mismauniversidad que el tío Benn. Sí, utilizó su influencia

41

Page 12: Saul Bellow

para que me dieran el puesto. Pero no soy un auténti-co prototipo universitario. En el sentido convencional,tradicional, asociado a la «torre de marfil», hoy día yano existe tal cosa. Hay eruditos, desde luego, pero noestán muy a la vista. Parte del mundo académico se de-dica a la tarea de «crear conciencia». Con esos térmi-nos se reconoce una inercia que es preciso erradicar. Encuanto las viejas inercias desaparezcan, la gente podráacceder a una conciencia más plena. Por ejemplo, elmovimiento de los derechos civiles acabó con la pro-longada inercia de los negros, integrándolos en esa co-munidad de la plena conciencia donde es indispensabledesarrollar un «lenguaje de ideas». Sin conceptos no sepuede impulsar ni divulgar los propios intereses, y lasuniversidades se han convertido en una importantefuente de jergas que llegan a la vida pública a través decanales tales como el púlpito, la orientación familiar, lacriminología, los tribunales, las cadenas de televisión,etcétera. Eso es sólo una parte del panorama. La uni-versidad vierte grandes fuerzas que fluyen hacia el Go-bierno: el Departamento de Defensa, el de Estado, eldel Tesoro, el Gobierno federal, los servicios secretos,la Casa Blanca. La universidad moderna desempeñatambién un papel fundamental en la producción deenergía, la electrónica, la biotecnología. Los investi-gadores polarizan la luz y crean las fotocopiadoras;consiguen subvenciones de Honeywell, General Mills,GT & E; se asocian a grandes empresas como asesores,expertos de alto nivel; presentan informes técnicos antelos comités del Congreso para el control de armamentoo la política exterior. Incluso yo mismo, como especia-lista en Rusia, entro en el juego de vez en cuando.

Pues bien, mi tío, docto erudito, vivía alejado detodo eso ignorando casi por completo las actividadesde poderosos y manipuladores, ingenieros y economis-tas. Representaba (parecía representar) la antigua ino-

42

Page 13: Saul Bellow

cencia de la época anterior a la superación de tantasinercias. Baste decir que consagraba su vida al estudiode las plantas. A esa plenitud botánica quería agregarciertos gozos humanos, satisfacciones normales y co-rrientes. Y eso hizo. Entonces, su inventario de doloresempezó a configurarse. Para ilustrarlo expondré unoscuantos hechos puntuales. Después de quince años deviudo y célibe, volvió a casarse. Su segunda mujer eramuy diferente de la primera; más hermosa, más difícil,una fuente de tormentos. Naturalmente, ella nunca sevio así, pero da igual. Era una belleza. Su presencia de-rrochaba hermosura y encanto. Nadie estaba invitadoa escudriñar tras esa fachada para ver las cosas desdeotra perspectiva. El tío mostraba su plena disposiciónpara verla como ella prefería que la vieran. Lo únicoque quería era vivir en paz. Dos seres unidos por elamor y la ternura, un objetivo universal que no deberíaser tan difícil de alcanzar. En Occidente, en todo caso,la gente lo sigue intentando, a fin de completar las múl-tiples ventajas de que disfruta. No puedo hablar aquíde la otra mitad de la humanidad, entregada a sus lu-chas convulsivas en un estadio inferior de desarrollo.

Con aire de estar completamente chalado –términoque el diccionario define en su tercera acepción como«muy enamorado», y en primera como «falto de jui-cio»– por su mujer, Benn hablaba de ella como si fuerala «amada» de un poema de Edgar Allan Poe: «Tu pelode jacinto, tu rostro clásico». La primera vez que le oídecir eso me quedé sin habla. Mi respuesta fue un si-lencio sepulcral. Mientras yo estaba fuera, visitando amis padres en el extranjero, él había aprovechado miausencia para casarse con esa mujer sin consultármelo.Sabía perfectamente que debía haber tratado el asuntoconmigo. Porque ésa era la clase de relación que tenía-mos. Nunca se me había pasado por la cabeza que pu-diera ser tan informal, tan decididamente irresponsa-

43

Page 14: Saul Bellow

ble. Después de darme la noticia, que me sentó comouna bofetada, procedió inmediatamente a desarmarmeproclamando su amor en términos ampulosos: ¡«pelode jacinto» y «rostro clásico»! ¡Por Dios!, ¿qué podíadecirle? No soporto oír ese género de cosas, y cogí uncabreo de órdago. No me opongo a que las personasmanifiesten sus emociones. ¡Que hagan lo que quieran!Él sabía que para mí era una cuestión de principiosaceptar los sentimientos de los demás y tolerar la estu-pidez o vulgaridad en que puede incurrir incluso la gentemás refinada cuando cae presa de una emoción irresis-tible. Por amor, hasta un general de cuatro estrellas,muy respetado por sus colegas de la OTAN, puedeentonar el «Bububu» de un estribillo de Bing Crosby enun momento de debilidad o enternecimiento amoroso.¡El mejor término para definir la distancia entre el lo-gro profesional de una persona y su ineptitud humanaes «primitivismo»! El tío me regaló los oídos con la Ele-na de Poe: «Tu belleza es para mí como esos antiguosbarcos de Nicea...». Intentaba apaciguarme. Yo habríapreferido a Bing Crosby. No podía estar más furioso nideprimido. Daba la casualidad de que conocía a la no-via. Se llamaba Matilda Layamon. Supongo que habíaque admitir lo del rostro clásico, y como estudioso delas plantas era lógico que se inclinara por el pelo de ja-cinto. En aquel momento recordé al impasible científi-co de Wordsworth que recogía hierbas junto a la tum-ba de su madre y pensé: ¿es eso lo que ocurre cuandoesta gente deja de herborizar en las tumbas y su cora-zón vuelve a la normalidad?

No es que sea precisamente justo incluir al tío enesa categoría. Él era una persona con sentimientos.Mantenerse en contacto con los sentimientos origina-rios, esos que un sabio chino denominaba «primer co-razón», no es empresa fácil en nuestros días, tal comocualquier adulto con una mínima experiencia podría

44

Page 15: Saul Bellow

confirmar. Cuando el «primer corazón» no se ha defor-mado hasta resultar irreconocible, lo han arrojado alhorno del ego para mantener calientes las necesidadespragmáticas. Pero el tío era una persona con sentimien-tos, sobre todo familiares, y mostraba una gran devo-ción filial. Con no sé qué pretexto me llevó un día al ce-menterio y vertió unas lágrimas frente a la tumba de suspadres. Él mismo había escogido la variedad de plantasque circundaba las dos sepulturas, una carnosa verdeoscuro en forma de dedo pulgar, sin interés científicoespecial, según me dijo. Fue un inciso, pero tambiénuna precisión. Cualquier planta le suscitaba un comen-tario. Hasta llegué a pensar que aquellos cactus le ser-vían de intermediarios, transmitiéndole quién sabe quémensajes de sus muertos.

Hube de preguntarme si alguna vez derramaría youna lágrima sobre la tumba de mis padres, suponiendoque les sobreviviera. No soy de constitución robusta,mientras que a mi padre –hombre de inalterable atrac-tivo que a punto de entrar en los setenta aún llama laatención de las mujeres– biológicamente le va muybien. Tomándose el pelo a sí mismo, hace un par deaños observó al respecto que la vieja balada sentimen-tal «¿Me querrás en diciembre como me quisiste enmayo?» debía decir en su caso: «¿Me querrás en di-ciembre como me quisiste en noviembre?». No es fre-cuente que se contemple a sí mismo desde una perspec-tiva irónica, pero de vez en cuando tiene alguna salidagraciosa. En cuanto a mi madre, aparenta la edad quetiene e incluso más. Físicamente, ha perdido terreno. Lefalta vigor. Unos diez años mayor que su hermano, nose le parece en absoluto.

Ahora tengo que decirles francamente que busco lacompañía del tío con la idea de que hoy en día lo quetodo el mundo necesita son nuevas experiencias. Lagente lo exige como una prerrogativa que entra en la

45

Page 16: Saul Bellow

lista de los derechos humanos. «Ofrézcame nuevas ex-periencias o déjeme en paz.» No se trata de un aspec-to secundario de la psicología del individuo... Y por fa-vor, no me interpreten mal. No me divierten mucho lasteorías y no tengo intención de llenarles la cabeza deideas. Hubo un tiempo en que me gustaban, pero des-cubrí que si se las toma en serio de manera indiscrimi-nada, no dan más que problemas. Con teorías no se re-suelven los problemas que estamos considerando. Aunasí, no quiere uno perderse lo que sucede ante sus mis-mas narices sólo porque no quiera admitir lo decepcio-nantes que se han vuelto las experiencias que nos resul-tan familiares.

Todo esto, para no andarme por las ramas, se refie-re al estado de decadencia en que se encuentra nuestraespecie. Se espera que una plétora de acontecimientosficticios nos distraiga o nos sirva de compensación. Esasobreabundancia, que a menudo pasa por «informa-ción», no hace en realidad sino enmascarar un entre-tenimiento de lo más kitsch. También la muerte, mien-tras se contemple con la inmunidad del espectador,resulta entretenida, como lo fue en la Roma imperialo en 1793. Como hoy, cuando asesinan a Sadat e lndi-ra Gandhi, y abaten a tiros al mismo Papa en la plazade San Pedro mientras el espectador, sin un rasguño, si-gue viviendo para contemplar más y más sucesos, has-ta que después de muchos aplazamientos la muertetambién le lleva las cosas al plano personal. El jefe delcomando ordena: «Ahora saltas tú».

Por curiosidad, pregunté al tío:–Tío, ¿cómo te imaginas la muerte? ¿Cómo la ves

en el peor de los casos?–Bueno, desde el principio tenemos imágenes, ex-

ternas e internas –contestó–. Y para mí, lo peor quepuede pasar es que esas imágenes desaparezcan.

Al tío le traían sin cuidado las nuevas experiencias

46

Page 17: Saul Bellow

porque siempre había interpretado la experiencia por símismo. Él había creado sus propias imágenes.

Siguiendo con esta pequeña divagación: hay unaprofusión de acontecimientos, pero (y esto es lo quesignifica «estado de decadencia») el espacio personaldisponible para acomodarlos es muy limitado. Un agu-do observador que conocía bien al general Eisenhowersugiere que la invasión de Europa organizada y super-visada por Ike era, para él personalmente, un aconteci-miento externo. No había en su interior un espacio co-rrespondiente al teatro de la Guerra Europea. Tal vez lalucha por Europa no contaba mucho para Churchill, ypuede que De Gaulle creyera que él, personalmente, es-taba a su altura: podía contener toda la historia de lacivilización y quizá se había convertido en su instru-mento favorito. A Stalin ni siquiera le interesaban talesejercicios. Le bastaba con dar la orden de matar a al-guien.

Dejémonos ya de teorizar (que es como un caso levede lepra: el paciente pierde un dedo del pie de vez encuando; los miembros principales no tienen por quéverse afectados).

Recomiendo a todo el mundo las memorias del al-mirante Byrd como introducción a este tema primor-dialmente moderno. Me refiero al libro Solo, una obraextraordinaria. Lo leí porque el tío Benn, que había es-tado en la Antártida, insistió en ello. Hablando de laspersonas que permanecen aisladas en pequeños gruposdurante la larga noche polar, Byrd observa que, en talescondiciones, no tardan mucho en conocerse a fondo.¿Y qué es lo que averiguan tan pronto? «Llega un mo-mento en que ya no hay nada que revelar al otro, enque hasta los pensamientos se adivinan antes de formu-larse y las ideas más apreciadas se convierten en boba-das sin sentido.» Recuerden a Charlie Chaplin en Laquimera del oro. Cuando su barbudo amigo y él se en-

47

Page 18: Saul Bellow

cuentran atrapados en la nieve sin nada que comer,Charlie se convierte en un pollo a ojos de su alucinadocompañero. Ahí interviene la fantasía cómica. La es-tricta verdad es, sin embargo, inmisericorde y Byrd laexpresa con claridad: «No hay escapatoria. Todo elmundo está acorralado por las propias limitaciones ypor las crecientes presiones de los compañeros». Así,en el frío más glacial de la tierra, los rayos X revelan engris y blanco las enfermedades y deformaciones del in-dividuo civilizado, y las nuestras resaltan en primerplano. Si tuviéramos que pasar seis meses en solitarioen la cara oculta de la luna, rebuscando en lo más ínti-mo de nosotros mismos, ¿qué tesoros creen ustedes quedescubriríamos?

De tono algo diferente es la versión rusa de esteasunto que he descubierto, como forofo de la literaturaeslava, en libros como Relatos de Kolymá, de Shala-mov. Kolymá es uno de los campos de trabajo más sep-tentrionales. Allí, las autoridades juegan de un modopeculiar con los prisioneros, manteniéndolos siempre alborde de la muerte. Dos de ellos logran excavar el he-lado suelo que recubre la tumba de un oficial reciente-mente enterrado para robar los calcetines y los calzon-cillos del cadáver que, más allá del rígor mortis, es unsólido bloque de hielo. Esas prendas, cambiadas porpan, pueden procurarles unos cuantos días más devida. La política de la administración del campo con-sistía en mantener a los prisioneros apenas por encimadel umbral de supervivencia. De esa forma, el internose enfrentaba al reto de encontrar la justificación meta-física de la simple voluntad de existir. ¿Para qué vivir?Aunque a veces no tenía una conciencia clara de si deverdad existía. De haberle exigido una declaración ju-rada, no habría podido asegurar que estaba realmentevivo. Pero como era el propio sistema soviético el cau-sante de todo aquello, y las autoridades quienes hacían

48

Page 19: Saul Bellow

todo el mal, el trabajador forzado no tenía nada que re-procharse. Sólo era su cuerpo que, en la historia extrín-seca, estaba exiliado y esclavizado. En Occidente, don-de se duerme entre almohadas de plumas y sábanas depercal, había que enfrentarse a un suplicio muy distinto.

No sé si verdaderamente vale la pena leer todos lostextos rusos que he estudiado profesionalmente. No metoca a mí juzgarlo. Sólo puedo decir que a veces apor-tan perspectivas curiosas. Pienso ahora en las declara-ciones informales de Panteleimon Ponomarenko, ami-gote de Stalin y defensor del régimen. Afirma en ellasque las tareas de gobierno se apilan sobre los herederosde la revolución como una montaña de basura; que lassevicias necesarias son tan vastas, tan repugnantes, ylos crímenes tan abominables, que los dirigentes se venen la obligación de proteger la inocencia de las masas.Ése es el motivo de que haya tantas operaciones «encu-biertas». Al populacho se le da una serie de hechos«públicos» que lo mantienen en un mundo de benévolailusión, como a la Rebeca de la granja Sunnybrook1. Elsacrificio de la burocracia consiste en asumir la cargasacerdotal del secreto. Así queda salvaguardada la ino-cencia de las masas, que pueden ser ingenuamente feli-ces. Y todos los gobiernos son más o menos así: gran-des inquisidores que protegen a la frágil multitud. (Porsupuesto, no todos los gobiernos aniquilan a sus pro-pios inocentes.) Se trata de «mantenerlos en la ignoran-cia por su propio bien», y eso explica por qué los rusosse encuentran herméticamente aislados del resto delmundo. Ese sentimentalismo brutal sobre la inocenciade los pueblos es una ficción común a los políticos detodas partes. Lo más probable es que nadie sea inocen-

49

1. Se refiere a Rebecca of Sunnybrook Farm, película de AllanDawson producida en 1938 e interpretada por Shirley Temple.(N. del T.)

Page 20: Saul Bellow

te y que las masas compartan realmente el cinismo desus gobernantes. Hay hábitos mentales ampliamentedifundidos. Fuerzas externas que se infiltran hasta elsistema nervioso. Cuando el individuo las descubredentro del propio cerebro, su aparición le resulta deltodo natural y comprende perfectamente lo que le di-cen, del mismo modo en que Hitler y la población deAlemania hablaban un lenguaje común. Desde el airenos llegan voces, grabadas o en directo, que nos dicencosas o hablan por nosotros. Cuando se oyen en una si-tuación de extremo aislamiento, pueden cobrar un sig-nificado especial. Quien esté deprimido, puede marcarun teléfono para que una voz lo convenza de que no sesuicide, le rece una oración o lo conduzca al orgasmo.Los números aparecen en muchos periódicos. Según lasnecesidades sexuales de cada cual, una voz estimula,habla con dulzura, dice obscenidades y va incremen-tando la excitación hasta que el oyente se corre vivo.Sólo hay que dar el número de Visa o American Ex-press y a fin de mes se recibirá la factura como porcualquier otro servicio. Uno se acuesta con su instru-mento, el teléfono inalámbrico, y es como volver al es-tado natural, un segundo retorno a los orígenes. Eso re-cuerda un poco a Hobbes y Locke, sólo que a Hobbesno se le ocurrió nunca pensar en los números a los quese podría llamar en esa nueva soledad.

Casi con alivio, abro uno de los libros del tío y leoalgo sobre las diferencias y similitudes entre la selagi-nela y el licopodio, sobre hojas liguladas y tallos polis-télicos, o sobre cómo el gametofito femenino se nutrede los elementos acumulados en la megaspora. Ahorame encuentro en un mundo completamente distinto.¡Puro, puro, puro! Pero de esto ni una palabra más, porahora. Tengo un proyecto urgente que llevar adelante.

El tío pasó una temporada en la Antártida y sentíaun gran respeto por el almirante Byrd. El libro de Byrd

50

Page 21: Saul Bellow

cambió su opinión sobre la Marina, a la que antes sóloconsideraba como alta tecnología flotante. En cual-quier caso, el Antártico tuvo un efecto beneficioso, se-dante, sobre el tío, porque el entorno estaba casi porcompleto desprovisto de plantas. Una vegetación abun-dante le excitaba la imaginación con tal fuerza que lle-gaba a influir en su capacidad de juicio. Pero en la An-tártida había que andarse con mucho ojo. Si no seestaba atento, se podían perder los dedos o un trozo denariz, así que mientras la grandiosidad de los alrededo-res podía inducir al ensueño, el mortífero frío era con-trario a toda fantasía. Allí se veía como en ninguna otraparte la estructura del planeta en formas y colores pu-ros. Benn hizo una expedición en helicóptero para re-coger líquenes –decía que formaban brillantes manchassobre la nieve– en la falda del monte Erebus. Tengo unafotografía del aterrizaje. En ella, el tío está envuelto enropa aislante como un personaje de ciencia ficción ocomo un astronauta en la Luna. Lástima que no se apre-cie el colorido de los líquenes.

De niño, el tío era para mí una persona mágica y, encierto modo, siempre siguió siéndolo. Para mi padre,no era más que un científico atolondrado. Cuando porcasualidad papá cenaba en casa, nos moríamos de risacon sus ridículas imitaciones del tío, parodias de losgestos con que Benn rechazaba una objeción o introdu-cía la mano bajo la chaqueta para comprobar si llevabala camisa por dentro del pantalón. Papá era un pésimoimitador; sólo se trataba de un pequeño entretenimien-to familiar. Yo me reía, por supuesto, pero cuando meiba a mi habitación trazaba una raya con tinta china,que indicaba traición, en el diario íntimo que escribíaen la época del lycée. Mamá protestaba algunas veces:

–No es justo. Lo pintas demasiado estrafalario. Noanda con los pies tan para afuera.

Pero a ella también le hacía gracia y sus protestas

51

Page 22: Saul Bellow

no eran demasiado enérgicas. Las parodias de mi padresólo consiguieron aumentar mi lealtad hacia el tío. Paramí Benn tenía –¿cómo se dice ahora?– carisma. En rea-lidad, no me fío de esa palabra. Suena a enfermedad.«¿De qué murió aquel individuo?» «De carisma, meparece.» Tan siniestra como el sida; y dicho sea depaso, el tío se dedicaba con tenacidad científica a infor-marse sobre el herpes, el sida y otras enfermedades ve-néreas. En tono puramente clínico, decía cosas horrendassobre gonorrea rectal y faríngea, citomegalovirus, in-fecciones protozoarias transmitidas por vía entérica, ola inserción del puño en el ano de la pareja, prácticafrecuente en la relación homosexual. A veces añadíaque era posible evaluar una época por la naturaleza desus enfermedades: que una muerte por sida era seme-jante a la insuficiencia humana referida por Byrd, unaelaborada y aterradora metáfora orgánica de lo mismo.Menciono este interés clínico porque prefigura la preo-cupación posterior del tío por el demonio de la sexuali-dad, del que intentó ponerse a salvo refugiándose en elmatrimonio.

Analizando a las personas de mi entorno para de-terminar quién sería capaz de amar en sentido clásico,llegué a la conclusión de que el tío Benn se encontrabaen primer lugar. Nació con esa capacidad, cada vez másinsólita. Podía enamorarse de verdad, pensaba yo. Paramí, tenía algo «mágico». Ése es el término con el que hesustituido «carisma». Henry James sentía debilidad porlo «mágico». Igual que por el término «numerosidad»,que ningún otro escritor ha utilizado, que yo sepa. Amis ojos, el tío poseía un don «mágico» y su encanto nohacía sino aumentar cuando papá lo ridiculizaba.

Papá era, y sigue siendo, un individuo refinado. Yyo, inevitablemente, me parezco a él. Los hijos estándestinados a imitar las gracias y los gestos de su papaí-to. Yo utilizaba sus artificios y su modo de hablar in-

52

Page 23: Saul Bellow

cluso antes de saber lo que hacía. Puede que, en lo quesigue, parezca que lo ridiculizo. Es inútil negarlo. Siem-pre se encuentran bolsas de veneno junto a los mejoressentimientos, de modo que no pidamos peras al olmo.Mi padre era un norteamericano francófilo, originariode Valparaiso, en Indiana, decidido a convertirse en pa-risiense. La Segunda Guerra Mundial retrasó su llega-da, pero una vez concluidas las hostilidades aterrizópor allí en cuanto le fue posible. Cuando echaron a losalemanes y se licenció de la Marina, lo consiguió: sehizo parisiense. Mi madre también era feliz en París,siempre que podía encontrar servicio doméstico. Pormi parte, no veo nada malo en ello. Los parisienses sontan libres de convertirse en neoyorquinos o bostonia-nos como los coreanos y los camboyanos; por lo que nodeja de ser razonable que, a la inversa, un americanodecida quedarse en Francia. Dicen que sólo en Romase han establecido ochenta mil ciudadanos de EstadosUnidos. Algunos parisienses afirman que dejar París esel exilio, si no la muerte, y sin embargo a muchos deellos les va muy bien en Nueva York. Los motivos de mipadre eran románticos o temperamentales. Como estu-diante de literatura y política francesas, podría habersetomado a pecho el psicótico antisemitismo de los fran-ceses, recordando los tumultos que, con La Libre Pa-role de Drumont, se desencadenaron en tiempos delcaso Dreyfus contra los «judíos que envenenan a Fran-cia». Pero a decir verdad, no era Drumont quien loatraía, sino Stendhal y Proust. También el Sena, los res-taurantes, las mujeres.

Mientras el tío poseía aquella magia aún por des-cribir, mi padre tenía la suya propia, y si decidí seguirlos pasos de Benn no fue una elección forzosa. Física-mente, me parezco a mi padre. Soy uno de esos Trach-tenberg espigados. Tengo el rostro afilado, el pelo ne-gro y soy dolicocéfalo. Benn tiene la cara redonda, una

53

Page 24: Saul Bellow

figura más bien ancha. Papá, en sus buenos tiempos, selas daba de guapo. Se exhibía sexualmente como enesos documentales de naturaleza, donde se ve el corte-jo de los pavos o de cualquiera de las aves zancudas.(Las cigüeñas macho castañetean el pico para atraer alas hembras.) Papá tenía mucho éxito con las mujeres.Yo, que no lo tenía, observé sin embargo el mismo com-portamiento. Compartía su gusto exquisito por las ca-misas finas y las corbatas suntuosas, especialmente lasrojas de seda cruda. Gracias a mi estatura puedo llevarcorbatas con elegancia. En un hombre más bajo, elnudo queda demasiado grueso o la mitad de la corbatacuelga por debajo del cinturón. El hombre medio esahora más alto que antes. Pero yo soy demasiado lar-guirucho para mi carácter; no tengo el temperamentoque exige estatura tan elevada, y esa discrepancia hahecho de mí una persona insegura. Poco antes me hecomparado con una llave inglesa de tamaño natural;opongo escasa resistencia a la fantasía. Pero muchasveces me dicen que me parezco al actor John Carra-dine. En las películas del Oeste, Carradine solía encarnaral tísico de buena cuna. Se creía, en los viejos tiempos,que si uno era del Este, los aires de Wyoming o Arizo-na podían curarle el asma o la tuberculosis y dejarlo encondiciones de convertirse en presidente de la nación.Pero el delgaducho Carradine no estaba destinado a vi-vir; ya era casi un esqueleto y, por otra parte, siempremoría en un tiroteo. Era asténico en extremo. Unaatenta comparación entre él y yo no revelaría demasia-das semejanzas. Cierto que llevo el pelo como él, conraya en medio y caído pesadamente hacia los lados, yque tengo los mismos andares encorvados. Una dife-rencia más: el francés, mi primera lengua, desarrolla losmúsculos de la boca debido a los difíciles sonidos la-biales. Así que imaginen a John Carradine en versiónfrancesa. Yo debía haber tenido un aspecto más acorde

54

Page 25: Saul Bellow

con mis inclinaciones, que están más cerca de las del tío Benn. Además, no soy actor. Benn tiene un físico más conforme con su temperamento.

55

Page 26: Saul Bellow

Título de la edición original: More Die of HeartbreakTraducción del inglés: Benito Gómez Ibáñez

Diseño: Gloria Gauger

Círculo de Lectores, S. A. (Sociedad Unipersonal)/Galaxia Gutenberg

Travessera de Gràcia, 47-49, 08021 Barcelonawww.circulo.es

www.galaxiagutenberg.com1 3 5 7 9 6 0 1 2 8 6 4 2

Copyright © Saul Bellow, 1987Reservados todos los derechos

© de la traducción: Benito Gómez Ibáñez, 2006© Círculo de Lectores, S. A. (Sociedad Unipersonal), 2006

Depósito legal: B. 50409-2006Fotocomposición: Víctor Igual, S. L., Barcelona

Impresión y encuadernación: Printer industria gráficaN. II, Cuatro caminos s/n, 08620 Sant Vicenç dels Horts

Barcelona, 2006. Impreso en EspañaISBN Círculo de Lectores: 978-84-672-2332-3ISBN Galaxia Gutenberg: 978-84-8109-655-2

N.º 39115

Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2006concedido por el Ministerio de Cultura