[Schmucler, Hector] - Apuntes Sobre El Tecnologismo y La Voluntad de No Querer.

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"Toda sociedad es un sistema de interpretación del mundo (...) Su propia identidad no es otra cosa que ese "sistema de interpretación", ese mundo que ella crea. Y esa es la razón por la cual la sociedad percibe como un peligro mortal todo ataque contra ese sistema de interpretación; lo persigue como un ataque contra su identidad, contra sí misma" Cornelius Castoriadis (1988) Los dominios del hombre. Barcelona: Gedisa. sábado, 19 de julio de 2008 Schmucler: Apuntes sobre el tecnologismo... Compartimos el ensayo de Héctor Schmucler Apuntes sobre el tecnologismo y la voluntad de no querer. Agradecemos al grupo editor de la revista Artefacto , que permite la reproducción de sus ensayos citando la fuente. Schmucler ** Apuntes sobre el tecnologismo y la voluntad de no querer por Héctor Schmucler I

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Los discursos sobre la técnica suelen ser opacos, tautológicos. Excluyen el pensar en proporción directa a la aceptación de la técnica como un continuo en la historia, como una historia única centrada en sí misma. Cuando la técnica sólo admite su propia mirada para afirmar que es lo que es, no propicia reflexión alguna sobre la técnica, sino que produce discursos de la técnica que, al autocomplacerse, diluye su distancia con la naturaleza, se vuelve naturaleza ella misma.

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"Toda sociedad es un sistema de interpretación del mundo (...) Su propia identidad no es otra cosa que ese "sistema de interpretación", ese mundo que ella crea. Y esa es la razón por la cual la sociedad percibe como un peligro mortal todo ataque contra ese sistema de interpretación; lo persigue como un ataque contra su identidad, contra sí misma"

Cornelius Castoriadis (1988) Los dominios del hombre. Barcelona: Gedisa.

sábado, 19 de julio de 2008Schmucler: Apuntes sobre el tecnologismo... Compartimos el ensayo de Héctor Schmucler Apuntes sobre el tecnologismo y la voluntad de no

querer.Agradecemos al grupo editor de la revista Artefacto, que permite la reproducción de sus ensayos

citando la fuente.

Schmucler**

Apuntes sobre el tecnologismo y la voluntad de no querer por Héctor Schmucler

I

Los discursos sobre la técnica suelen ser opacos, tautológicos. Excluyen el pensar en proporción directa a la aceptación de la técnica como un continuo en la historia, como una historia única centrada en sí misma. Cuando la técnica sólo admite su propia mirada para afirmar que es lo que es, no propicia reflexión

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alguna sobre la técnica, sino que produce discursos de la técnica que, al autocomplacerse, diluye su distancia con la naturaleza, se vuelve naturaleza ella misma. El equívoco se sustenta en la creencia de que la técnica es una y necesaria. El paso siguiente es la constitución de una ideología de la técnica que, en nuestro tiempo, se ha vuelto la ideología dominante y a la que podríamos denominar tecnologismo. La ideología de la técnica arrincona el pensamiento en una opción aporética: técnica vs. no técnica, que no sólo prescinde de la voluntad humana sino que se concibe como matriz en la que se gesta la propia naturaleza del hombre. Mencionar los atributos de la voluntad, sin embargo, está muy lejos de suponer que una misma técnica admite usos sustancialmente distintos. El camino es inverso: la técnica lleva en sí la marca de la voluntad, que es anterior a la técnica y que depende de la percepción que los seres humanos tienen de sí mismos. La técnica construye el mundo pero hay una voluntad humana que previamente le ha dado su nacimiento. Se trata de algo raigalmente opuesto a la doxa que la “naturaliza”. Si se desea escapar de la atenazante aporía señalada más arriba, es ineludible indagar en el origen.

II

La meditación heideggeriana ha destacado que la techné encierra, primitivamente, el concepto de poiesis -que privilegia el momento creador- más próximo a la contemplación que a la acción: poiesis, poesía, entendido como un renovado y amoroso asombro en la relación del hombre con lo que lo rodea. La actitud de la técnica moderna es su antagonista. La técnica provocante impone a la naturaleza la exigencia de responder de una manera calculada determinada. La naturaleza es llamada a comportarse como reserva disponible de energía, como proveedora de recursos. En este orden también el ser humano sólo puede ser pensado como recurso productivo: la actual abstractización del hombre, entendido como recurso humano, consagra la negación de su libertad. La técnica lo interpela como mero productor.

III

Desde la tautología, la técnica moderna -ya fragmentada de todo compromiso con la incesante creación de lo poético- se muestra como afirmación acrítica de sí misma; se erige en sentido común, en camino único para la definición de lo humano del hombre. El tecnologismo auspicia un destino humano que se realiza a través de la técnica y un destino de la técnica que se expresa en su instrumentalizad para dominar el mundo. En adelante, la magnitud de la grandeza de la técnica será medida por la mayor o menor capacidad de ejercer ese dominio. Así, para la técnica moderna no hay más futuro que el de su propia multiplicación dominadora; verdaderamente no hay futuro sino una expansión mimética del presente. Sólo si se acepta la existencia de algo estable en la naturaleza humana, que permanece a través de la técnica, puede pensarse en nuevos nacimientos, interrupciones en el tiempo, comienzos. En cambio si, como quiere el tecnologismo, la naturaleza humana admite ser moldeada, ninguna chispa, ningún misterioso acontecer puede cambiar el sentido del tiempo que se venía recorriendo. En esta relación con el tiempo se muestra la infranqueable distancia entre la techné como poiesis y la técnica como cálculo para el dominio. Lo constante de lo humano -lo que hace hombre al hombre- radica en su capacidad de saltar a lo “imposible”, una marca que lo arranca al fatalismo de la especie. Entre el animal y el hombre se interpone esta posibilidad de optar por un futuro no inscripto en la pertenencia genética. La técnica moderna, en su voluntad de hacer previsible el futuro, postula un borramiento de límites, una natural artificialización, que indiferencia al hombre.La metáfora de la técnica se reduce a explicar el mundo en su funcionamiento maquínico. La poiesis, en cambio, la técnica como creación, instala al hombre en la posibilidad más rigurosa de la metáfora. “ir más allá” (meta-fora). La técnica como arte, como capacidad humana de avizorar una trascendencia que a veces se sintetiza en la palabra Dios, hace posible el futuro. Los animales -en su inexplicable e irrenunciable perfección-

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son ajenos a la metáfora, al más allá, al futuro. También para la técnica moderna el tiempo ha concluido: el futuro está ya contenido en el presente.

IV

Héctor A. Murena (Homo Atomicus, 1961) evoca la suerte de Marie-Jean-Antoine Caritat, marqués de Condorcet quien, en la cárcel donde se envenenó para no morir en el cadalso, “redactaba con optimismo” el Esquisse d’un tableau historique des progrès de l’esprit humaine (1794) “en el que el futuro, ese futuro que el condenado a muerte concebía como un progreso indefinido de la humanidad, no existía. Porque si la esencia del futuro consiste en ser desconocido, el Esquisse lo cancelaba como tal, en la medida que daba por descontado que, pese a previsibles detenciones y retrocesos, la humanidad, gracias a la educación intelectual y moral, avanzará inevitablemente rumbo a una relativa perfección.” La razón, para el autor del Esbozo, crece progresivamente inventando instrumentos de trabajo cada vez más sutiles. Pero mientras Condorcet afirma su fe en la razón a partir de la “chispa de eternidad” que ella encierra, algunas décadas más tarde Augusto Comte creyó llegado en momento del “estadio positivo” de la humanidad, luego de atravesar ilusorios estadios anteriores: el teológico y el metafísico. La ciencia sólo averigua y comprueba las leyes dadas en la experiencia, tanto en los fenómenos físicos como en los espirituales y en los del mundo moral y civil. Para el autor del Catecismo positivista, al renunciar a todo lo trascendente y ajustado al nuevo orden positivo, el futuro esperado sería un indefinido presente sin engaños, aunque el propio Comte, hacia el final de su vida, y movido por su pasión amorosa hacia Clotilde Vaux, se volcaría al misticismo para imaginar una religión universal. Más de un siglo después, en 1989, el año que vio desmoronarse el proyecto socialista de nuestra época, Francis Fukuyama clausuraba el futuro, una vez más, esgrimiendo razones atendibles: “lo que estamos presenciando puede ser no sólo el fin de la Guerra Fría, o la terminación de un período particular de la historia de la postguerra, sino el fin de la historia como tal: esto es, el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final del gobierno humano”. Hay un momento, reiterado en la historia, en que el tiempo parece inmovilizarse y el optimismo por esa causa se proclama, se vuelve inseparable de la convicción de que la muerte puede ser derrotada. El entusiasmo que intenta transmitir la técnica moderna es la expresión de un extraño proyecto de futuro sin devenir, de un futuro que pretende arrancar desde hoy mismo porque, como Fausto, busca detener el tiempo. El tecnologismo repite, triunfalmente, el gesto de borrar el futuro: el futuro no es otra cosa que la técnica misma. El tecnologismo instaura una visión fundamentalista de la existencia: impone su proyecto técnico como mandato indiscutible; niega cualquier posibilidad de decir no al presente. El tecnologismo es una ideología totalitaria.

V

El tiempo dominado por la violencia tecnológica es un largo período civilizatorio que se realiza históricamente en formas concretas y que hoy aparece bajo el rostro de la llamada “globalización”. Sería inexplicable este nuevo proceso de articulación económico y social sin el papel instrumental de las tecnologías contemporáneas. Pero es más importante otro hecho aún poco explorado: la influencia del tecnologismo en la propia idea de globalización, que incluye modificaciones decisivas en conceptos que rigieron permanentemente en el imaginario de Occidente. Nuestra reflexión sobre la tecnología, es bueno subrayarlo, surge de la preocupación por la existencia de los seres humanos en la vida cotidiana contemporánea. Es, dicho, genéricamente, una preocupación política. Traer el futuro al presente, ser lo que será, no sólo diluye el futuro sino que desrealiza el presente. La astucia de la ideología totalitaria consiste en hacer impensable la voluntad de no querer, que sólo puede ejercerse en el hoy. El tecnologismo incluye el “progreso del espíritu”, el “estadio positivo”, el “fin de la historia”. Mientras tanto, la libertad humana, en la que se fundamenta

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cualquier forma de responsabilidad, arriesga la decisión de decir no a un presente ofrecido como único posible puesto que aparece determinado por el futuro. Al declarar superfluo el pasado y el presente, se nos propone vivir una apariencia de futuro establecido en la fugacidad inasible del presente. Desarraigado del espacio y del tiempo, lo que desaparece, en realidad, es el momento único del vivir humano que, en cualquier hipótesis, sólo puede ser entendido como capacidad de elegir. La ideología totalitaria se asienta sobre la convicción de que en este presente -dispuesto para el futuro- sólo es posible una positividad irrenunciable.La ideología tecnológica no admite la voluntad de negación; se enraíza en la pura afirmación del mundo tal cual es. El tecnologismo, mientras ahueca lo propio de la naturaleza del ser humano: su posibilidad de opción, le señala al hombre un espacio, el de la técnica, en el que debe realizarse como especie. Determinado por la técnica, el hombre se vuelve especie propia de la técnica, homo tecnicus. Para ello la ideología técnica ha cumplido dos actos que se complementan: por una parte ha negado cualquier forma transhistórica de la naturaleza humana y, por otra, afirma la posibilidad de cambiar esa naturaleza creando entornos culturales (artificiales) de interacción. “El mundo de las máquinas -dice Hannah Arendt en La condición humana- se ha convertido en un sustituto del mundo real, aunque este pseudo-mundo no pueda realizar la tarea más importante del artificio humano, que es la de ofrecer a los mortales un domicilio más permanente y estable que ellos mismos. En el proceso continuo de la operación, pierde incluso ese carácter de mundo independiente que en tan alto grado poseían los útiles, instrumentos y la primera maquinaria de la época moderna. Los procesos naturales de los que se alimenta lo relacionan cada vez más con el propio proceso biológico, de manera que los aparatos que manejamos libremente en otro tiempo comienzan a parecer caparazones pertenecientes al cuerpo humano como el caparazón perteneciente al cuerpo de una tortuga.”

VI

La pertenencia de la técnica -que implica un incesante cambio de la naturaleza humana- equivale a la negación del vínculo íntimo y orgánico del ser humano con su propio pasado, con una memoria que se sostiene en algo permanente que lo constituye y en que se asienta un sentido. El tecnologismo impone la aceptación pasiva y paciente de una situación que nos inscribe en una realidad que actúa por sí misma. En consecuencia, el hombre, desolado, sin asidero, pierde la posibilidad de conocer el mundo y, eventualmente, de negarlo.Francis Fukuyama, sorprendentemente, concluye su primer trabajo sobre el “fin de la historia” con palabras de desaliento ante el mundo que ha descripto: “El fin de la historia va a ser un tiempo muy triste. La lucha por el reconocimiento, la disposición a arriesgar la propia vida por un objetivo puramente abstracto, la lucha ideológica mundial que requería audacia, coraje, imaginación e idealismo, serán reemplazadas por los cálculos económicos, la resolución interminable de problemas técnicos, problemas del medio ambiente y la satisfacción de sofisticadas demandas de consumo. (…) tal vez esta misma perspectiva de siglos de aburrimiento en el fin de la historia sirva para que la historia comience de nuevo.” El fin de la historia bien puede ser la consecuencia de la aceptación de la técnica como sustancialidad del mundo. Vivimos un extraño tiempo en el que la derrota del espíritu humano suele ser celebrado como triunfo. La virtualización del mundo puede interpretarse como un objetivación positiva de las imágenes engañosas evocadas en la fábula de la caverna platónica. Pero la nuestra -dice Dense Souche-Dagues, Nihilismes, 1996- “es una caverna desprovista de un afuera, la simulación de lo real a reemplazado lo real mismo y ha suprimido el deseo de una salida”. La consumación idolátrica de la apariencia, después de haber ejecutado la muerte de Dios, después de haber proclamado que “todo está permitido” y por lo tanto “todo es posible”, tiende hacia una abismal decisión deliberada de la nada totalitaria. La esperanza patética expresada por Fukuyama en su última frase repite el enigmático verso de Hölderling: “Allí donde está el peligro nace también lo que salva”. La condición es reconocer que allí está el peligro.

SCHMUCLER, Héctor. “Apuntes sobre el tecnologismo y la voluntad de no querer” en Artefacto, n° 1, diciembre de 1996, pp. 6-9