Seminario de Investigación Escrito6

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Introducción En estas páginas se encuentra un intento de dar coherencia en un corpus, más o menos organizado, la investigación que he realizado en estos últimos cuatro semestres. Es Jorge Luis Borges —en mi opinión— uno de los escritores latinoamericanos más importantes, pues su obra no puede definirse sólo como simple literatura, como simples cuentos y poemas cuya única finalidad es la de ser bellos o estéticos —que no son lo mismo. No, al hacer una lectura concienzuda uno se encuentra con una cosmovisión bastante densa, donde existen sus reglas, axiomas, sus consecuencias, así como preguntas que parecen carecer de respuesta pero que los personajes, habitantes de ese mundo, intentan resolver. Es Arthur Schopenhauer el fantasma que mueve los hilos del mundo borgeano, los principios de la representación y la voluntad son quienes dan sentido a todo. Es, pues, el pensador elegido por Borges por tener el acercamiento más fiel a la esencia del mundo. En esto, creo, se basa la literatura, en el vislumbre del mundo en su forma más prístina y pura. Esto refleja una intención escondida en esta investigación, la importancia de la literatura para el conocimiento del mundo. La filosofía le debe mucho a la palabra poética, la palabra literaria, pues es con ella que los pensadores se pueden acercar a aquellos aspectos a los que la razón y la lógica no llegan, a lo inefable por una [1]

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Borges y Schopenhauer

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Introducción

En estas páginas se encuentra un intento de dar coherencia en un corpus, más o menos

organizado, la investigación que he realizado en estos últimos cuatro semestres. Es Jorge

Luis Borges —en mi opinión— uno de los escritores latinoamericanos más importantes,

pues su obra no puede definirse sólo como simple literatura, como simples cuentos y

poemas cuya única finalidad es la de ser bellos o estéticos —que no son lo mismo. No, al

hacer una lectura concienzuda uno se encuentra con una cosmovisión bastante densa, donde

existen sus reglas, axiomas, sus consecuencias, así como preguntas que parecen carecer de

respuesta pero que los personajes, habitantes de ese mundo, intentan resolver.

Es Arthur Schopenhauer el fantasma que mueve los hilos del mundo borgeano, los

principios de la representación y la voluntad son quienes dan sentido a todo. Es, pues, el

pensador elegido por Borges por tener el acercamiento más fiel a la esencia del mundo. En

esto, creo, se basa la literatura, en el vislumbre del mundo en su forma más prístina y pura.

Esto refleja una intención escondida en esta investigación, la importancia de la

literatura para el conocimiento del mundo. La filosofía le debe mucho a la palabra poética,

la palabra literaria, pues es con ella que los pensadores se pueden acercar a aquellos

aspectos a los que la razón y la lógica no llegan, a lo inefable por una simple palabra

discursiva y analítica. Más aún, no sólo se trata de la prosa y el verso literario, sino de uno

que se encuentra lejos —físicamente, pero que el prejuicio lo ha transformado en una

lejanía de magnitud y capacidad—de la cuna de la civilización occidental, la literatura de

nuestro continente. Coloquialmente, en el ámbito filosófico, es considerada con cierta

ineptitud a la palabra y el texto iberoamericano, pero más el latinoamericano. Se cree que

no posee originalidad y que es mero reflejo vano de lo ya dicho en el viejo contiene.

Estas páginas intentan mostrar lo contrario. Al hablar de cómo Borges utiliza y

vuelve suyas las palabras y discursos schopenhauerianos, se puede entrever la originalidad,

la actualidad y la profundidad en la reflexión del autor no-europeo. No por nada

Schopenhauer fue leído más por literatos y poetas que por filósofos, es posible que en él se

encuentre una mejor concepción del mundo que en sus contemporáneos y predecesores

alemanes, idealistas y románticos que no prestaron atención al motor primero del hombre;

la pasión y el sentimiento.

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La concepción de Jorge Luis Borges del mundo como Voluntad schopenhaueriana

§1. LA EXPRESIÓN DEL QUEHACER FILOSÓFICO SE ENCUENTRA EN LA LITERATURA.

Desde que los griegos definieron al hombre como zõon lógon éjon, el tiempo y la

multiplicidad de definiciones en los términos ha llevado a pensar que somos animales

racionales. Sin embargo, esta frase tiene una acepción, la más prístina de ellas, que en

verdad significa «animal provisto de la palabra»1. La palabra es el patrimonio que el

hombre no comparte con ninguna otra creatura. Palabra que empieza siendo objetiva,

discursiva. Necesaria, claro; sin ella no se podría conocer el significado. Éste nace con el

primer acercamiento que tenemos con las cosas, con una relación de lo más íntima con las

ellas. Justo cuando nos hemos separado de las cosas es que nace el lenguaje, con el

significado dentro de ella, un significado objetivo, claro, distintivo; con él nos acercamos,

con él nos referimos2. Mas cuando la palabra discursiva se pierde a sí misma en los caminos

más rectilíneos y no se atreve a salir del sendero, es cuando decae. La palabra discursiva, al

tratar de ser lo más objetiva posible, implica que se tomen como innecesarias las opiniones

e inclinaciones personales de cada uno puesto que con ellas la significación se pierde en el

mundo subjetivo —peyorativamente hablando.

La palabra poética también encuentra su existencia con el acercamiento hacia las

cosas, pero su fin no es el de ser objetivo sino ella da a conocer vivencias subjetivas que se

tienen con las cosas. Cuando usamos la palabra discursiva lo que se hace es significar sólo

y únicamente lo que está fuera, esa cosa frente a mí, el árbol, sus partes y sus relaciones allá

en el mundo; cuando usamos la palabra poética significamos, mostramos el cómo se

muestra la cosa para el hombre3. Eso no quiere decir que la palabra poética creé símbolos

nuevos. No. Éste usa los mismos que los de la palabra discursiva para romper con la

objetividad de ella y darle un nuevo sentido, una traducción poética. Basta con el intentar

traducir un poema, cualquiera, a una forma discursiva y objetiva para caer en cuenta que el

1 Villoro, Luis, La significación del silencio, Editorial Verdehalago, México,2006, p.112 El hablar con signos constituye la esencia de todo lenguaje pues gracias a ello el hombre puede referir al mundo sin tener una aprehensión inmediata y continua de él. Pero claro, el que con los signos se pueda remitir al mundo no significa que éstos estén asociados son su presencia sino que, al contrario, ellos la suplantan. El lenguaje provee una presencia que suplanta a lo que se está hablando. Con ello es posible hablar tanto de mesas como de átomos, de colores como de teorías, de una piedra como de Dios. El hombre, con las palabras creó un instrumento para sustituir el mundo vivido y poder manejarlo en figura.3 Ibíd., p.18

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resultado distará en demasía a la intención original del poeta a transmitir. Nace, pues, la

palabra poética, del cuerpo mismo de la palabra discursiva. Subjetiva y llena de

sentimiento. Cuando usamos la palabra discursiva significamos a la cosa misma; cuando

usamos la palabra poética significamos, mostramos, cómo se muestra la cosa para uno

mismo, individuo, único. Ella nos regresa a la intimidad con la cosa. La palabra poética

puede llegar mucho más lejos que la palabra discursiva; nos refleja sentimientos, armonía,

belleza, sublimidad.

Los asiduos en el quehacer filosófico, a lo largo de la historia, han encontrado

recursos con los cuales poder comunicar sus visiones y cosmovisiones; los recursos

metafóricos, poéticos, artísticos, no están de menos —y estos son los que interesan aquí. En

efecto, el lenguaje que suele usarse comúnmente4 a la hora de hacer filosofía puede entrar

bien en los adjetivos de frío, calculador, encasillador, seco. En cambio, la palabra poética

genera un dinamismo puesto que ella toma de la fuerza del hombre que le está dando a luz.

No es sólo la razón, la pasión y el sentimiento intervienen; tarea digna de admirarse pues

relacionar mundos que parecen tan escindidos es una empresa que sólo aquellos con una

capacidad peculiar pueden lograr. Los escritores, los literatos que crean esas narraciones,

esas prosas, esos versos, incluso esas obras de teatro con el fin de expresar algo más que

sentimientos, tienen todo un pensamiento completo debajo. Platón, Marqués de Sade,

Nietzsche, Jean-Paul Sartre, Kafka, ejemplos más claros no puede haber, sus obras distan

mucho de ser meramente analíticas, frías y con un olor a razón pura. La poética no es ajena

a la filosofía y al pensamiento reflexivo. Es la palabra poética la única —a eso han llegado

varios personajes— que puede, sino describirnos, mostrarnos, vislumbrarnos, aquellas

cosas que sobrepasan a la razón misma, los verdaderos principios metafísicos, el Ser, Dios,

el Tiempo, la Necesidad, por sólo decir algunos5.

Tal parece que se tiene una concepción viciada de la filosofía y, por ende, de todo

estudio filosófico. Luis Villoro arguye que la filosofía no consiste en dogmas o en

doctrinas, sino en la posibilidad de hacerse preguntas. En ella no hay respuestas definitivas,

4 Con esto me refiero a la manera en la que la filosofía europea —alemana en mayor medida— se ha ido estructurando a lo largo del tiempo. La Modernidad y la Ilustración provocó que el modelo científico se reprodujera no sólo en la manera de investigar, sino también en la manera de hablar. El discurso, pues, será uno analítico, que se centra en los datos y fenómenos, en la descripción del todo desde las partes, para volver al todo.5 Maestro Eckhart, El fruto de la nada, Editorial Siruela, Madrid, 1998, p. 87

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hay preguntas6. Es la interrogación constante que conduce a otras interrogantes. Las

preguntas fundamentales permiten que cambiemos de opinión al reflexionar. Por eso la

filosofía no es ideología, un bloque de doctrinas, sino que es un conjunto de preguntas que

nace de la perplejidad del ser humano. La filosofía griega decía que la filosofía es una

virtud intelectual. Pero no una virtud para hacer productos, sino una virtud intelectual, para

pensar mejor, para ver el mundo desde una perspectiva más amplia. Confundir, o mejor

dicho, creer que el tambaleo de las tablas significa una imposición no nos llevará sino a la

ideología y al dogmatismo.

Hasta ahora el argumento puede seguirse, incluso puede dársele la razón; claro, no

sólo la argumentación pura y simplemente lógica es necesaria para hacer filosofía, la

palabra poética, la narración literaria también pueden decirnos demasiado. Goethe,

Shakespeare, Moliere, tienen, incluso, un pensamiento profundo dentro de sus obras

literarias. ¿Se podría responder lo mismo si se menciona a Cervantes, a Calderón de la

Barca, a Sor Juana Inés de la Cruz, o incluso Alfonso Reyes o Antonio Machado?

Parece existir un impulso, una fuerza, que está en calma cuando se encuentra uno

frente a autores del viejo mundo, donde la tradición de su lectura los hacen pertinentes de

ello; mas si se desea hacer esto con algún otro autor que no entre en este grupo, la fuerza se

vuelve destructiva y sin piedad. Se debe admitir que toda la literatura Iberoamericana —en

especial la latinoamericana—, por no decir que todo texto que nazca de este lado, carga

con el prejuicio de no ser meramente auténtico en el sentido de reflexión profunda y

filosófica; la palabra poética sólo es mera exaltación del sentimiento sobre cosas que no

tienen sentido detenerse un momento para pensar. Pero, ¿es esto cierto? Quien niegue que

“Primero Sueño” de Sor Juana Inés de la Cruz tenga contenido filosófico alguno, que

indague sobre cuestiones metafísicas para nada baladís, es porque no se ha tomado el

mínimo momento para leerlo. José Vasconcelos dijo que la razón no es meramente

suficiente para ver el mundo sino que también se requiere el sentimiento7. Sentimiento,

pasión, si se presta atención ellos son los verdaderos impulsos que mueven al hombre8,

6 Villoro, Luis, op.cit., p.307 Vasconcelos, José, Tratado de Metafísica, Editorial Trillas, México, 2009, p.248 A la manera como Thomas Hobbes y Jean-Jaques Rousseau conciben al hombre, como un ser cuyos pilares se sustentan en las pasiones y los impulsos que éstas dan hacia el conocer. Mas no sólo la pasión lleva al hombre a conocer, sino que también lo lleva a expresarlo, y con dicha expresión a generar un nuevo sentimiento. El poder de la palabra, que genera imágenes con las que sólo puede entenderse en lo más profundo de nuestra alma, es la importancia de la palabra poética, y por ende de la literatura.

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desde cualquier ángulo, la lectura de la palabra poética, de la prosa y el verso, es la que

abre las puertas para ver la esencia del mundo.

§2. BORGES Y SU INFLUENCIA. ARTHUR SCHOPENHAUER.

Ahora bien, es cierto —no se gana nada con negarlo— que el autor no-europeo lee, y su

lectura no se reduce a su propio continente, la tradición es poderosa, la tradición occidental;

tanto Homero como Cervantes parecen poseer la misma importancia. Pero ello no implica

que la originalidad esté del todo cancelada. Tenemos, pues a Jorge Luis Borges, cuya

palabra no es fácil de desentrañar, su herencia literaria no se reduce a su lectura por simple

divertimento, no; ella da tanto de qué hablar y escribir. Leer no inercialmente cualquiera de

sus textos nos muestra su lenguaje e ideas que para nada están alejadas de cualquier

pensamiento, podríamos decir, filosófico. Así podríamos preguntarnos, incluso, si Borges

fue un pensador filosófico se expresó a través de la literatura —como se dice de Nietzsche,

Kierkegaard, entre otros— o si fue un escritor que se sirvió de la filosofía para construir su

obra. Ante esta cuestión el mismo Borges dijo: «Yo soy un lector, simplemente; a mí no se

me ha ocurrido nada, se me han ocurrido fábulas con temas filosóficos, pero no ideas

filosóficas»9. La humildad intelectual de Borges es de reconocerse ya que en varias

ocasiones, en sus ensayos y entrevistas, recalca su incapacidad de poseer una reflexión

profunda semejante a la de los autores de sus lecturas. Sin embargo, no es el primer hombre

de letras que niega condiciones que los demás le atribuyen por modestia, humildad o por no

considerarse apto para ser llamado así, aunque los demás discrepen. Más aún, la lectura de

los predecesores cercanos y lejanos es algo obligado en cualquier pensador si se revisa la

historia personal de casa uno —que puede considerarse importante—, no se construyen

castillos sin arena, de la nada no puede surgir algo, siempre se tiene al anterior que nos guía

en el primer paso, en el inicial; ya después queda en la conciencia de cada autor si seguir

con él o darle la vuelta.

Las influencias de Borges fueron bastas, pues sus lecturas no sólo se centraban en

literatos y poetas, la filosofía también era de gran interés para él. Mas existe uno que parece

orbitar —junto con otros pensadores más, claro— el núcleo de la cosmovisión borgeana,

Arthur Schopenhauer. Esta predilección no fue gratuita, existe algo que los relaciona que

9 Nuño, Juan, La filosofía en Borges, Fondo de Cultura Económica, México

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no se reduce sólo a su forma de pensar, sino en su modo de vivir10. Los dos congeniaban

con los mismos gustos e intereses, y hasta podría decirse que la misma visión. Borges

escribió que «si tuviera que elegir a un solo filósofo, lo designaría a él. Si el enigma del

universo puede expresarse en palabras, estas palabras se encontrarían en sus obras»11. A lo

largo sus prosas y versos aparecen ideas, conceptos —incluso menciones y citas textuales

— y una manera de encarar la vida, desde la visión del sufrimiento hasta el poder de la

voluntad en nosotros. La admiración de Borges por Schopenhauer fue tal que él llega a

confesar que aprendió alemán sólo por el deseo de leer “El mundo como voluntad y

representación” en su idioma original —pues ya lo había leído en ingles.

El mundo como lo conocemos, nos dice Schopenhauer, no es más que fenómeno,

apariencia, no cosa en sí. Pero la voluntad es la cosa en sí del mundo, infatigable, irracional

y ciega, que se objetiva en todos los elementos. Nosotros mismos somos voluntad

objetivada. El mundo es nuestra representación y nuestra voluntad simultáneamente.

§3. LA VOLUNTAD DE SCHOPENHAUER Y BORGES

Este concepto, «voluntad», es demasiado escurridizo y ambiguo, y puede generar confusión

y una mala interpretación sino se define claramente. Se ha conceptualizado la voluntad

como el imperativo de la razón, por una parte. También como la conciencia del deseo, por

la otra, según se pertenezca a una escuela racionalista o irracionalista12. La escuela

platónica ubica la voluntad como un intermedio entre la facultad superior, la razón, y otra

más baja, el deseo, por lo que sus actos se cumplirían conforme a preceptos racionales13.

Así, el cumplir con los deseos sin la participación de la razón, no sería ejercer libremente la

voluntad, al contrario, significaría estar sujeto al deseo. Para Platón, quien muere cada vez

que nace un verso, el deseo parece presentarse ante sus ojos y ante el intelecto como una

forma sensual plena de intenciones pecaminosas, llena de voluptuosidad, repleta de

instintos bajos y repudiables, que el hombre honesto tendría la obligación de combatir con

todo y contra todos14. Ahora bien, suele ocurrir que esta palabra, en la obra de

10 Russell, Bertrand, Historia de la filosofía occidental Vol.II, Editorial Espasa Calpe, Madrid, 197111 Borges, Jorge Luis, Jorge Luis Borges: Autobiografía, El Ateneo, Argeninta,1999, p.4612 Uso estos dos términos en el sentido más llano, sin hacer referencia implícita a algún autor.13 Xirau, Ramón, Introducción a la historia de la filosofía, UNAM, México, 2011, p.6814 No hay que olvidar que las dos únicas fuentes importantes para Schopenhauer son Platón y Kant.

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Schopenhauer, remita a la voluntad individual. No hay cosa más errónea15. Lo que esta

palabra refiere es a una fuerza que impele a la existencia, y eso tanto se manifiesta en

nosotros, como la voluntad de vivir, como a las plantas que se estiran buscando el sol o a

las estrellas que se crean en el universo.  Esto es algo muy importante, ya que aquello que

se conoce como voluntad individual no es más que una manifestación en nuestro ser de esa

fuerza universal, mediante la cual la podemos reconocer en nosotros; «La voluntad, que

considerada puramente en sí es tan sólo una ciega pulsión inconsciente e

irresistible»16. Encaja a la perfección con esa fuerza ciega e irracional que origina, guía y

dirige la vida en la Tierra. La vida es sólo una consecuencia más de las fuerzas de la

naturaleza actuando en el espacio y el tiempo, y estas fuerzas no son más que

objetivaciones de alguna supuesta cosa en sí. Sólo hay que llamar a dicha cosa en sí

voluntad.

«Como la voluntad es la cosa en sí, el contenido interno, lo esencial del mundo, y la

vida es el mundo visible, el fenómeno, que es tan sólo el espejo de la voluntad, entonces la

vida acompañará a la voluntad tan inseparablemente como al cuerpo le acompaña su

sombra; y cuando está ahí la voluntad, también estará ahí la vida y el mundo»17. La

voluntad es la cosa en sí del mundo, infatigable, irracional y ciega, que se objetiva en todos

los elementos. Nosotros mismos somos voluntad objetivada. El mundo es nuestra

representación y nuestra voluntad simultáneamente. El mundo, imposible el pensar salir de

él, vivimos, estamos en el mundo. Mundo que tenemos por la conciencia, la conciencia es

mi mundo, o mejor dicho, el mundo es mi representación, mediado por una conciencia

interna, un movimiento interno: la voluntad.

Tomando el papel primordial la voluntad es la realidad originaria y última, es la

esencia de todas las cosas en el mundo, un mundo de seres sensibles, repleto de

representaciones que, sin embargo, no son la imagen viva de la voluntad misma, sino

simples apariencias de ella en las que se oculta. El mundo de las objetivaciones perceptivas

no es otra cosa que el velo de Maya: «es el conocimiento abandonado al principio de razón,

con el cual nunca se alcanza la esencia interior de la cosa, sino que sólo persigue los

fenómenos hacia el infinito y cuyo movimiento sin fin ni meta algunos es comparable al de

15 Schopenhauer incluso arguye que tomó este término puesto que no encontró uno mejor con cual referirse a ese movimiento que concibió.16 Schopenhauer, Arthur, El mundo como voluntad y representación, §54, 32317Ibíd.,§54, 324

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la ardilla en su rueda»18. Así la voluntad se ha ganado que la nombren como la cosa en sí,

absoluta e indeterminada, infinita y eterna; es, diría yo, el cimiento metafísico de

Schopenhauer. Más aun, ser esencia y fundamento del universo significa que no se está

sujeto a las formas del tiempo, del espacio y mucho menos a la causalidad. La voluntad es

libre, no está condicionada, nada puede imponerla, ordenarla, sugerirle, opinarle19. La

voluntad no está atada a las cuerdas del principio de razón suficiente, es libre por no poder

nunca dar razón de ella. El tiempo, el espacio, la causalidad sólo se dan en el plano de la

objetivación, la objetivación en el fenómeno de la voluntad, cuando ya está entre los velos.

La voluntad, pues, mueve con sus fuerzas objetivándose y configurándose en los

seres particulares y concretos que ya se encuentran diezmados por el principio de razón, por

el tiempo y el espacio, por la causalidad. Las cosas se mueven por causas; las plantas, por

estímulos; los animales —aquí entramos nosotros—, por motivos. Pero la objetivación no

inhibe los deseos que tiene la voluntad; ella quiere y quiere, y no deja de querer, no sabe

por qué quiere, no sabe cómo le hará, sólo sabe que quiere afirmarse. «Así, toda

negligencia es deliberada, todo casual encuentro una cita, toda humillación una penitencia,

todo fracaso una misteriosa victoria, toda muerte un suicidio. No hay consuelo más hábil

que el pensamiento de que hemos elegido nuestras desdichas; esa teleología individual nos

revela un orden secreto y prodigiosamente nos confunde con la divinidad.»20, las palabras

de Borges ejemplifican con gran fidelidad el enorme poder de la voluntad; ella es la única,

la que es y rige, la lucha entre personas, entre animales y plantas es sólo el juego de la

voluntad, su propio movimiento continuo que ya tiene todo calculado. La casualidad no

tiene cabida. Para Borges, la voluntad en su aspecto más abarcante hace que la entidad de

uno y la de cualquier otro ser, es decir, que la distinción, que el principio de individuación

sólo sea cierto por cuestión del tiempo, únicamente en la voluntad objetivada.

Schopenhauer concuerda completamente con Borges21. En efecto, el mundo

fenoménico no es más que la objetivación de la voluntad en sus múltiples grados. Dicha

voluntad es un ciego afán, un ímpetu irracional e incesante, que quiere pero que no sabe lo

que quiere. El tiempo, el espacio y la causalidad son las formas en las que el mundo

fenoménico se presenta ante el sujeto cognoscente. Sin embargo, esto no es para nada

18 Ibíd., §53, 32219 Ibíd.,§53, 32120 Borges, Jorge Luis, Deutsches Requiem, Alianza Editorial, México, 1995, p.3221 Schopenhauer, Arthur, Parerga y Paralipómena, Tomo I, Editorial Trotta, Madrid, 2009, p.223

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caótico, anárquico, es decir, el azar no se encarga de regir la vida de los individuos que

vagan por este desierto poblado por sombras que es el mundo. «Por mucho que el curso de

las coas se presente como puramente casual, en el fondo no lo es; antes bien, todas esas

causalidades están rodeadas de una necesidad hondamente oculta, de la que el azar es un

simple instrumento»22. Pero Schopenhauer continua arguyendo, «ese poder que enhebra

todas las cosas con un hilo invisible tendría que enlazar también aquellas que la cadena

causal deja sin conexión, de tal modo que coincidieran en el momento preciso. Por

consiguiente, dominaría los acontecimientos de la vida real tan plenamente como el poeta

los de su drama: pero el azar y el error, que de manera primaria e inmediata tienen una

intervención perturbadora en el regular curso causal de las cosas, serían los simples

instrumentos de su mando invisible»23. Podría decirse que es el destino —como también

parece Borges concebirlo— el que representa la síntesis entre la necesidad y la

contingencia con la que ocurren todos los acontecimientos, fenómenos, dentro de este

mundo que no es para nosotros más que representación.

Imaginemos —por si todavía no se vislumbra la gran potencia de la voluntad— que

un instante anterior a la creación pudiéramos ver a Dios a los ojos; él nos mostraría todos

los acontecimientos de nuestra vida, cada placer, cada sufrimiento fue visto. Al término nos

preguntaría si queremos vivir. El hecho de estar aquí en este momento, respirando,

padeciendo todo los que nos rodea, es porque la voluntad —libertad— de la voluntad lo

quiso así. Nosotros como voluntad objetivada carecemos de libertad para querer o desear

algo que la voluntad ya ha decidido. Platón, en el Libro X de la “República” muestra esto

de la siguiente manera: «Una vez que todas las almas escogieron su vida, se acercaron a

Láquesis en fila, en el orden que les había tocado en suerte, y ella reunió a cada una con el

demonio por ella elegido, como guardián de la vida y ejecutor de las elecciones […] No os

escogerá un demonio a vosotros sino vosotros elegiréis al demonio»24. Aquel demonio no

es otra cosa que ese destino que tanto Borges como Schopenhauer hablan. Se aprecia la

influencia de Platón en Schopenhauer, pues es este destino de las almas las que, si bien

escogieron su vida, no escogieron cómo va a ser regida. Somos seres objetivados de la

voluntad, todos y todo lo que se encuentra a nuestro alrededor, y esa vida se encuentra ya

22 Ibíd., p.22823 Ibíd., p.23324 Platón, República X, 620d-e

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escrita por ella misma. Lucharemos entre nosotros, sobreviviremos y moriremos, pues

formamos parte de lo mismo; somos la misma vida, la misma cosa, « Ignoro si Jesusalem

comprendió que si yo lo destruí, fue para destruir mi piedad. Ante mis ojos, no era un

hombre, ni siquiera un judío; se había transformado en el símbolo de una detestada zona de

mi alma. Yo agonicé con él, yo morí con él, yo de algún modo me he perdido con él; por

eso, fui implacable»25.

§4. A ESPECIE DE CONCLUSIÓN

Quizá con todo esto terminé tergiversando tanto las palabras de Schopenhauer como las del

mismo Borges —y si fue así, será debido a mi falta de estudio, pues nunca es suficiente.

Mas algo me es claro, una de las mayores causas de la subestimación que se le tiene a este

autor es la grave malinterpretación de tu concepto de voluntad pues éste es la piedra

angular de todo su pensamiento. ¿Y qué decir de Borges? Se trata de un autor bastante

complejo como para darlo como un simple poeta, el mismo Schopenhauer equipara al poeta

con la misma fuerza de la voluntad, ya lo acabamos de ver. He ahí su verdadera fuerza.

Estoy convencido de que estas escasas páginas con reflexiones ligeras no resultan

en absoluta ni claras ni completas, sin embargo de esto saco dos consuelos; el primero es

que me ayudó como ejercicio de reflexión para notar los puntos clave con respecto a la

voluntad en Schopenhauer; además, ver así las semejanzas, que son bastantes, con la

cosmovisión de Schopenhauer. Sé que aquí sólo traté una sola narración de este escritor —

en otro trabajo traté otro distinto—, mas este fue mi proceder ya que el que querer abordar

en general toda la obra de Borges sería una empresa harto difícil. De ahí que sólo con una

simple muestra particular me baste para alcanzar un atisbo de las semejanzas entre estos

dos autores; y que no por esto éste es sólo un imitador de aquel, o sólo un oportunista de su

pensamiento. No, el hecho de que en el pedestal borgiano se encuentre un filósofo como

Schopenhauer indica que en él encontró la forma de decir lo que no pudo expresar en un

principio —así como a mí me sucedió con ellos dos.

25 Borges, Jorge Luis, op.cit., p.34

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Bibliografía

Borges, Jorge Luis, El Aleph, Alianza Editorial, México, 1995

______, Jorge Luis Borges: Autobiografía, El Ateneo, Argeninta, 1999

Maestro Eckhart, El fruto de la nada, Editorial Siruela, Madrid, 1998

Nuño, Juan, La filosofía en Borges, Fondo de Cultura Económica, México, 2010

Platón, La República, UNAM, México, 1959

Russell, Bertrand, Historia de la filosofía occidental Vol.II, Editorial Espasa Calpe, Madrid, 1971

Schopenhauer, Arthur, El mundo como voluntad y representación, Alianza Editorial, Madrid, 2010

______, Parerga y Paralipómena, Tomo I, Editorial Trotta, Madrid, 2009

Vasconcelos, José, Tratado de Metafísica, Editorial Trillas, México, 2009

Villoro, Luis, Vislumbres de lo otro, Editorial Verdehalago, México, 2006

Xirau, Ramón, Introducción a la historia de la filosofía, UNAM, México, 2011

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