Seminario de Investigación Escrito6
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Introducción
En estas páginas se encuentra un intento de dar coherencia en un corpus, más o menos
organizado, la investigación que he realizado en estos últimos cuatro semestres. Es Jorge
Luis Borges —en mi opinión— uno de los escritores latinoamericanos más importantes,
pues su obra no puede definirse sólo como simple literatura, como simples cuentos y
poemas cuya única finalidad es la de ser bellos o estéticos —que no son lo mismo. No, al
hacer una lectura concienzuda uno se encuentra con una cosmovisión bastante densa, donde
existen sus reglas, axiomas, sus consecuencias, así como preguntas que parecen carecer de
respuesta pero que los personajes, habitantes de ese mundo, intentan resolver.
Es Arthur Schopenhauer el fantasma que mueve los hilos del mundo borgeano, los
principios de la representación y la voluntad son quienes dan sentido a todo. Es, pues, el
pensador elegido por Borges por tener el acercamiento más fiel a la esencia del mundo. En
esto, creo, se basa la literatura, en el vislumbre del mundo en su forma más prístina y pura.
Esto refleja una intención escondida en esta investigación, la importancia de la
literatura para el conocimiento del mundo. La filosofía le debe mucho a la palabra poética,
la palabra literaria, pues es con ella que los pensadores se pueden acercar a aquellos
aspectos a los que la razón y la lógica no llegan, a lo inefable por una simple palabra
discursiva y analítica. Más aún, no sólo se trata de la prosa y el verso literario, sino de uno
que se encuentra lejos —físicamente, pero que el prejuicio lo ha transformado en una
lejanía de magnitud y capacidad—de la cuna de la civilización occidental, la literatura de
nuestro continente. Coloquialmente, en el ámbito filosófico, es considerada con cierta
ineptitud a la palabra y el texto iberoamericano, pero más el latinoamericano. Se cree que
no posee originalidad y que es mero reflejo vano de lo ya dicho en el viejo contiene.
Estas páginas intentan mostrar lo contrario. Al hablar de cómo Borges utiliza y
vuelve suyas las palabras y discursos schopenhauerianos, se puede entrever la originalidad,
la actualidad y la profundidad en la reflexión del autor no-europeo. No por nada
Schopenhauer fue leído más por literatos y poetas que por filósofos, es posible que en él se
encuentre una mejor concepción del mundo que en sus contemporáneos y predecesores
alemanes, idealistas y románticos que no prestaron atención al motor primero del hombre;
la pasión y el sentimiento.
[1]
La concepción de Jorge Luis Borges del mundo como Voluntad schopenhaueriana
§1. LA EXPRESIÓN DEL QUEHACER FILOSÓFICO SE ENCUENTRA EN LA LITERATURA.
Desde que los griegos definieron al hombre como zõon lógon éjon, el tiempo y la
multiplicidad de definiciones en los términos ha llevado a pensar que somos animales
racionales. Sin embargo, esta frase tiene una acepción, la más prístina de ellas, que en
verdad significa «animal provisto de la palabra»1. La palabra es el patrimonio que el
hombre no comparte con ninguna otra creatura. Palabra que empieza siendo objetiva,
discursiva. Necesaria, claro; sin ella no se podría conocer el significado. Éste nace con el
primer acercamiento que tenemos con las cosas, con una relación de lo más íntima con las
ellas. Justo cuando nos hemos separado de las cosas es que nace el lenguaje, con el
significado dentro de ella, un significado objetivo, claro, distintivo; con él nos acercamos,
con él nos referimos2. Mas cuando la palabra discursiva se pierde a sí misma en los caminos
más rectilíneos y no se atreve a salir del sendero, es cuando decae. La palabra discursiva, al
tratar de ser lo más objetiva posible, implica que se tomen como innecesarias las opiniones
e inclinaciones personales de cada uno puesto que con ellas la significación se pierde en el
mundo subjetivo —peyorativamente hablando.
La palabra poética también encuentra su existencia con el acercamiento hacia las
cosas, pero su fin no es el de ser objetivo sino ella da a conocer vivencias subjetivas que se
tienen con las cosas. Cuando usamos la palabra discursiva lo que se hace es significar sólo
y únicamente lo que está fuera, esa cosa frente a mí, el árbol, sus partes y sus relaciones allá
en el mundo; cuando usamos la palabra poética significamos, mostramos el cómo se
muestra la cosa para el hombre3. Eso no quiere decir que la palabra poética creé símbolos
nuevos. No. Éste usa los mismos que los de la palabra discursiva para romper con la
objetividad de ella y darle un nuevo sentido, una traducción poética. Basta con el intentar
traducir un poema, cualquiera, a una forma discursiva y objetiva para caer en cuenta que el
1 Villoro, Luis, La significación del silencio, Editorial Verdehalago, México,2006, p.112 El hablar con signos constituye la esencia de todo lenguaje pues gracias a ello el hombre puede referir al mundo sin tener una aprehensión inmediata y continua de él. Pero claro, el que con los signos se pueda remitir al mundo no significa que éstos estén asociados son su presencia sino que, al contrario, ellos la suplantan. El lenguaje provee una presencia que suplanta a lo que se está hablando. Con ello es posible hablar tanto de mesas como de átomos, de colores como de teorías, de una piedra como de Dios. El hombre, con las palabras creó un instrumento para sustituir el mundo vivido y poder manejarlo en figura.3 Ibíd., p.18
[2]
resultado distará en demasía a la intención original del poeta a transmitir. Nace, pues, la
palabra poética, del cuerpo mismo de la palabra discursiva. Subjetiva y llena de
sentimiento. Cuando usamos la palabra discursiva significamos a la cosa misma; cuando
usamos la palabra poética significamos, mostramos, cómo se muestra la cosa para uno
mismo, individuo, único. Ella nos regresa a la intimidad con la cosa. La palabra poética
puede llegar mucho más lejos que la palabra discursiva; nos refleja sentimientos, armonía,
belleza, sublimidad.
Los asiduos en el quehacer filosófico, a lo largo de la historia, han encontrado
recursos con los cuales poder comunicar sus visiones y cosmovisiones; los recursos
metafóricos, poéticos, artísticos, no están de menos —y estos son los que interesan aquí. En
efecto, el lenguaje que suele usarse comúnmente4 a la hora de hacer filosofía puede entrar
bien en los adjetivos de frío, calculador, encasillador, seco. En cambio, la palabra poética
genera un dinamismo puesto que ella toma de la fuerza del hombre que le está dando a luz.
No es sólo la razón, la pasión y el sentimiento intervienen; tarea digna de admirarse pues
relacionar mundos que parecen tan escindidos es una empresa que sólo aquellos con una
capacidad peculiar pueden lograr. Los escritores, los literatos que crean esas narraciones,
esas prosas, esos versos, incluso esas obras de teatro con el fin de expresar algo más que
sentimientos, tienen todo un pensamiento completo debajo. Platón, Marqués de Sade,
Nietzsche, Jean-Paul Sartre, Kafka, ejemplos más claros no puede haber, sus obras distan
mucho de ser meramente analíticas, frías y con un olor a razón pura. La poética no es ajena
a la filosofía y al pensamiento reflexivo. Es la palabra poética la única —a eso han llegado
varios personajes— que puede, sino describirnos, mostrarnos, vislumbrarnos, aquellas
cosas que sobrepasan a la razón misma, los verdaderos principios metafísicos, el Ser, Dios,
el Tiempo, la Necesidad, por sólo decir algunos5.
Tal parece que se tiene una concepción viciada de la filosofía y, por ende, de todo
estudio filosófico. Luis Villoro arguye que la filosofía no consiste en dogmas o en
doctrinas, sino en la posibilidad de hacerse preguntas. En ella no hay respuestas definitivas,
4 Con esto me refiero a la manera en la que la filosofía europea —alemana en mayor medida— se ha ido estructurando a lo largo del tiempo. La Modernidad y la Ilustración provocó que el modelo científico se reprodujera no sólo en la manera de investigar, sino también en la manera de hablar. El discurso, pues, será uno analítico, que se centra en los datos y fenómenos, en la descripción del todo desde las partes, para volver al todo.5 Maestro Eckhart, El fruto de la nada, Editorial Siruela, Madrid, 1998, p. 87
[3]
hay preguntas6. Es la interrogación constante que conduce a otras interrogantes. Las
preguntas fundamentales permiten que cambiemos de opinión al reflexionar. Por eso la
filosofía no es ideología, un bloque de doctrinas, sino que es un conjunto de preguntas que
nace de la perplejidad del ser humano. La filosofía griega decía que la filosofía es una
virtud intelectual. Pero no una virtud para hacer productos, sino una virtud intelectual, para
pensar mejor, para ver el mundo desde una perspectiva más amplia. Confundir, o mejor
dicho, creer que el tambaleo de las tablas significa una imposición no nos llevará sino a la
ideología y al dogmatismo.
Hasta ahora el argumento puede seguirse, incluso puede dársele la razón; claro, no
sólo la argumentación pura y simplemente lógica es necesaria para hacer filosofía, la
palabra poética, la narración literaria también pueden decirnos demasiado. Goethe,
Shakespeare, Moliere, tienen, incluso, un pensamiento profundo dentro de sus obras
literarias. ¿Se podría responder lo mismo si se menciona a Cervantes, a Calderón de la
Barca, a Sor Juana Inés de la Cruz, o incluso Alfonso Reyes o Antonio Machado?
Parece existir un impulso, una fuerza, que está en calma cuando se encuentra uno
frente a autores del viejo mundo, donde la tradición de su lectura los hacen pertinentes de
ello; mas si se desea hacer esto con algún otro autor que no entre en este grupo, la fuerza se
vuelve destructiva y sin piedad. Se debe admitir que toda la literatura Iberoamericana —en
especial la latinoamericana—, por no decir que todo texto que nazca de este lado, carga
con el prejuicio de no ser meramente auténtico en el sentido de reflexión profunda y
filosófica; la palabra poética sólo es mera exaltación del sentimiento sobre cosas que no
tienen sentido detenerse un momento para pensar. Pero, ¿es esto cierto? Quien niegue que
“Primero Sueño” de Sor Juana Inés de la Cruz tenga contenido filosófico alguno, que
indague sobre cuestiones metafísicas para nada baladís, es porque no se ha tomado el
mínimo momento para leerlo. José Vasconcelos dijo que la razón no es meramente
suficiente para ver el mundo sino que también se requiere el sentimiento7. Sentimiento,
pasión, si se presta atención ellos son los verdaderos impulsos que mueven al hombre8,
6 Villoro, Luis, op.cit., p.307 Vasconcelos, José, Tratado de Metafísica, Editorial Trillas, México, 2009, p.248 A la manera como Thomas Hobbes y Jean-Jaques Rousseau conciben al hombre, como un ser cuyos pilares se sustentan en las pasiones y los impulsos que éstas dan hacia el conocer. Mas no sólo la pasión lleva al hombre a conocer, sino que también lo lleva a expresarlo, y con dicha expresión a generar un nuevo sentimiento. El poder de la palabra, que genera imágenes con las que sólo puede entenderse en lo más profundo de nuestra alma, es la importancia de la palabra poética, y por ende de la literatura.
[4]
desde cualquier ángulo, la lectura de la palabra poética, de la prosa y el verso, es la que
abre las puertas para ver la esencia del mundo.
§2. BORGES Y SU INFLUENCIA. ARTHUR SCHOPENHAUER.
Ahora bien, es cierto —no se gana nada con negarlo— que el autor no-europeo lee, y su
lectura no se reduce a su propio continente, la tradición es poderosa, la tradición occidental;
tanto Homero como Cervantes parecen poseer la misma importancia. Pero ello no implica
que la originalidad esté del todo cancelada. Tenemos, pues a Jorge Luis Borges, cuya
palabra no es fácil de desentrañar, su herencia literaria no se reduce a su lectura por simple
divertimento, no; ella da tanto de qué hablar y escribir. Leer no inercialmente cualquiera de
sus textos nos muestra su lenguaje e ideas que para nada están alejadas de cualquier
pensamiento, podríamos decir, filosófico. Así podríamos preguntarnos, incluso, si Borges
fue un pensador filosófico se expresó a través de la literatura —como se dice de Nietzsche,
Kierkegaard, entre otros— o si fue un escritor que se sirvió de la filosofía para construir su
obra. Ante esta cuestión el mismo Borges dijo: «Yo soy un lector, simplemente; a mí no se
me ha ocurrido nada, se me han ocurrido fábulas con temas filosóficos, pero no ideas
filosóficas»9. La humildad intelectual de Borges es de reconocerse ya que en varias
ocasiones, en sus ensayos y entrevistas, recalca su incapacidad de poseer una reflexión
profunda semejante a la de los autores de sus lecturas. Sin embargo, no es el primer hombre
de letras que niega condiciones que los demás le atribuyen por modestia, humildad o por no
considerarse apto para ser llamado así, aunque los demás discrepen. Más aún, la lectura de
los predecesores cercanos y lejanos es algo obligado en cualquier pensador si se revisa la
historia personal de casa uno —que puede considerarse importante—, no se construyen
castillos sin arena, de la nada no puede surgir algo, siempre se tiene al anterior que nos guía
en el primer paso, en el inicial; ya después queda en la conciencia de cada autor si seguir
con él o darle la vuelta.
Las influencias de Borges fueron bastas, pues sus lecturas no sólo se centraban en
literatos y poetas, la filosofía también era de gran interés para él. Mas existe uno que parece
orbitar —junto con otros pensadores más, claro— el núcleo de la cosmovisión borgeana,
Arthur Schopenhauer. Esta predilección no fue gratuita, existe algo que los relaciona que
9 Nuño, Juan, La filosofía en Borges, Fondo de Cultura Económica, México
[5]
no se reduce sólo a su forma de pensar, sino en su modo de vivir10. Los dos congeniaban
con los mismos gustos e intereses, y hasta podría decirse que la misma visión. Borges
escribió que «si tuviera que elegir a un solo filósofo, lo designaría a él. Si el enigma del
universo puede expresarse en palabras, estas palabras se encontrarían en sus obras»11. A lo
largo sus prosas y versos aparecen ideas, conceptos —incluso menciones y citas textuales
— y una manera de encarar la vida, desde la visión del sufrimiento hasta el poder de la
voluntad en nosotros. La admiración de Borges por Schopenhauer fue tal que él llega a
confesar que aprendió alemán sólo por el deseo de leer “El mundo como voluntad y
representación” en su idioma original —pues ya lo había leído en ingles.
El mundo como lo conocemos, nos dice Schopenhauer, no es más que fenómeno,
apariencia, no cosa en sí. Pero la voluntad es la cosa en sí del mundo, infatigable, irracional
y ciega, que se objetiva en todos los elementos. Nosotros mismos somos voluntad
objetivada. El mundo es nuestra representación y nuestra voluntad simultáneamente.
§3. LA VOLUNTAD DE SCHOPENHAUER Y BORGES
Este concepto, «voluntad», es demasiado escurridizo y ambiguo, y puede generar confusión
y una mala interpretación sino se define claramente. Se ha conceptualizado la voluntad
como el imperativo de la razón, por una parte. También como la conciencia del deseo, por
la otra, según se pertenezca a una escuela racionalista o irracionalista12. La escuela
platónica ubica la voluntad como un intermedio entre la facultad superior, la razón, y otra
más baja, el deseo, por lo que sus actos se cumplirían conforme a preceptos racionales13.
Así, el cumplir con los deseos sin la participación de la razón, no sería ejercer libremente la
voluntad, al contrario, significaría estar sujeto al deseo. Para Platón, quien muere cada vez
que nace un verso, el deseo parece presentarse ante sus ojos y ante el intelecto como una
forma sensual plena de intenciones pecaminosas, llena de voluptuosidad, repleta de
instintos bajos y repudiables, que el hombre honesto tendría la obligación de combatir con
todo y contra todos14. Ahora bien, suele ocurrir que esta palabra, en la obra de
10 Russell, Bertrand, Historia de la filosofía occidental Vol.II, Editorial Espasa Calpe, Madrid, 197111 Borges, Jorge Luis, Jorge Luis Borges: Autobiografía, El Ateneo, Argeninta,1999, p.4612 Uso estos dos términos en el sentido más llano, sin hacer referencia implícita a algún autor.13 Xirau, Ramón, Introducción a la historia de la filosofía, UNAM, México, 2011, p.6814 No hay que olvidar que las dos únicas fuentes importantes para Schopenhauer son Platón y Kant.
[6]
Schopenhauer, remita a la voluntad individual. No hay cosa más errónea15. Lo que esta
palabra refiere es a una fuerza que impele a la existencia, y eso tanto se manifiesta en
nosotros, como la voluntad de vivir, como a las plantas que se estiran buscando el sol o a
las estrellas que se crean en el universo. Esto es algo muy importante, ya que aquello que
se conoce como voluntad individual no es más que una manifestación en nuestro ser de esa
fuerza universal, mediante la cual la podemos reconocer en nosotros; «La voluntad, que
considerada puramente en sí es tan sólo una ciega pulsión inconsciente e
irresistible»16. Encaja a la perfección con esa fuerza ciega e irracional que origina, guía y
dirige la vida en la Tierra. La vida es sólo una consecuencia más de las fuerzas de la
naturaleza actuando en el espacio y el tiempo, y estas fuerzas no son más que
objetivaciones de alguna supuesta cosa en sí. Sólo hay que llamar a dicha cosa en sí
voluntad.
«Como la voluntad es la cosa en sí, el contenido interno, lo esencial del mundo, y la
vida es el mundo visible, el fenómeno, que es tan sólo el espejo de la voluntad, entonces la
vida acompañará a la voluntad tan inseparablemente como al cuerpo le acompaña su
sombra; y cuando está ahí la voluntad, también estará ahí la vida y el mundo»17. La
voluntad es la cosa en sí del mundo, infatigable, irracional y ciega, que se objetiva en todos
los elementos. Nosotros mismos somos voluntad objetivada. El mundo es nuestra
representación y nuestra voluntad simultáneamente. El mundo, imposible el pensar salir de
él, vivimos, estamos en el mundo. Mundo que tenemos por la conciencia, la conciencia es
mi mundo, o mejor dicho, el mundo es mi representación, mediado por una conciencia
interna, un movimiento interno: la voluntad.
Tomando el papel primordial la voluntad es la realidad originaria y última, es la
esencia de todas las cosas en el mundo, un mundo de seres sensibles, repleto de
representaciones que, sin embargo, no son la imagen viva de la voluntad misma, sino
simples apariencias de ella en las que se oculta. El mundo de las objetivaciones perceptivas
no es otra cosa que el velo de Maya: «es el conocimiento abandonado al principio de razón,
con el cual nunca se alcanza la esencia interior de la cosa, sino que sólo persigue los
fenómenos hacia el infinito y cuyo movimiento sin fin ni meta algunos es comparable al de
15 Schopenhauer incluso arguye que tomó este término puesto que no encontró uno mejor con cual referirse a ese movimiento que concibió.16 Schopenhauer, Arthur, El mundo como voluntad y representación, §54, 32317Ibíd.,§54, 324
[7]
la ardilla en su rueda»18. Así la voluntad se ha ganado que la nombren como la cosa en sí,
absoluta e indeterminada, infinita y eterna; es, diría yo, el cimiento metafísico de
Schopenhauer. Más aun, ser esencia y fundamento del universo significa que no se está
sujeto a las formas del tiempo, del espacio y mucho menos a la causalidad. La voluntad es
libre, no está condicionada, nada puede imponerla, ordenarla, sugerirle, opinarle19. La
voluntad no está atada a las cuerdas del principio de razón suficiente, es libre por no poder
nunca dar razón de ella. El tiempo, el espacio, la causalidad sólo se dan en el plano de la
objetivación, la objetivación en el fenómeno de la voluntad, cuando ya está entre los velos.
La voluntad, pues, mueve con sus fuerzas objetivándose y configurándose en los
seres particulares y concretos que ya se encuentran diezmados por el principio de razón, por
el tiempo y el espacio, por la causalidad. Las cosas se mueven por causas; las plantas, por
estímulos; los animales —aquí entramos nosotros—, por motivos. Pero la objetivación no
inhibe los deseos que tiene la voluntad; ella quiere y quiere, y no deja de querer, no sabe
por qué quiere, no sabe cómo le hará, sólo sabe que quiere afirmarse. «Así, toda
negligencia es deliberada, todo casual encuentro una cita, toda humillación una penitencia,
todo fracaso una misteriosa victoria, toda muerte un suicidio. No hay consuelo más hábil
que el pensamiento de que hemos elegido nuestras desdichas; esa teleología individual nos
revela un orden secreto y prodigiosamente nos confunde con la divinidad.»20, las palabras
de Borges ejemplifican con gran fidelidad el enorme poder de la voluntad; ella es la única,
la que es y rige, la lucha entre personas, entre animales y plantas es sólo el juego de la
voluntad, su propio movimiento continuo que ya tiene todo calculado. La casualidad no
tiene cabida. Para Borges, la voluntad en su aspecto más abarcante hace que la entidad de
uno y la de cualquier otro ser, es decir, que la distinción, que el principio de individuación
sólo sea cierto por cuestión del tiempo, únicamente en la voluntad objetivada.
Schopenhauer concuerda completamente con Borges21. En efecto, el mundo
fenoménico no es más que la objetivación de la voluntad en sus múltiples grados. Dicha
voluntad es un ciego afán, un ímpetu irracional e incesante, que quiere pero que no sabe lo
que quiere. El tiempo, el espacio y la causalidad son las formas en las que el mundo
fenoménico se presenta ante el sujeto cognoscente. Sin embargo, esto no es para nada
18 Ibíd., §53, 32219 Ibíd.,§53, 32120 Borges, Jorge Luis, Deutsches Requiem, Alianza Editorial, México, 1995, p.3221 Schopenhauer, Arthur, Parerga y Paralipómena, Tomo I, Editorial Trotta, Madrid, 2009, p.223
[8]
caótico, anárquico, es decir, el azar no se encarga de regir la vida de los individuos que
vagan por este desierto poblado por sombras que es el mundo. «Por mucho que el curso de
las coas se presente como puramente casual, en el fondo no lo es; antes bien, todas esas
causalidades están rodeadas de una necesidad hondamente oculta, de la que el azar es un
simple instrumento»22. Pero Schopenhauer continua arguyendo, «ese poder que enhebra
todas las cosas con un hilo invisible tendría que enlazar también aquellas que la cadena
causal deja sin conexión, de tal modo que coincidieran en el momento preciso. Por
consiguiente, dominaría los acontecimientos de la vida real tan plenamente como el poeta
los de su drama: pero el azar y el error, que de manera primaria e inmediata tienen una
intervención perturbadora en el regular curso causal de las cosas, serían los simples
instrumentos de su mando invisible»23. Podría decirse que es el destino —como también
parece Borges concebirlo— el que representa la síntesis entre la necesidad y la
contingencia con la que ocurren todos los acontecimientos, fenómenos, dentro de este
mundo que no es para nosotros más que representación.
Imaginemos —por si todavía no se vislumbra la gran potencia de la voluntad— que
un instante anterior a la creación pudiéramos ver a Dios a los ojos; él nos mostraría todos
los acontecimientos de nuestra vida, cada placer, cada sufrimiento fue visto. Al término nos
preguntaría si queremos vivir. El hecho de estar aquí en este momento, respirando,
padeciendo todo los que nos rodea, es porque la voluntad —libertad— de la voluntad lo
quiso así. Nosotros como voluntad objetivada carecemos de libertad para querer o desear
algo que la voluntad ya ha decidido. Platón, en el Libro X de la “República” muestra esto
de la siguiente manera: «Una vez que todas las almas escogieron su vida, se acercaron a
Láquesis en fila, en el orden que les había tocado en suerte, y ella reunió a cada una con el
demonio por ella elegido, como guardián de la vida y ejecutor de las elecciones […] No os
escogerá un demonio a vosotros sino vosotros elegiréis al demonio»24. Aquel demonio no
es otra cosa que ese destino que tanto Borges como Schopenhauer hablan. Se aprecia la
influencia de Platón en Schopenhauer, pues es este destino de las almas las que, si bien
escogieron su vida, no escogieron cómo va a ser regida. Somos seres objetivados de la
voluntad, todos y todo lo que se encuentra a nuestro alrededor, y esa vida se encuentra ya
22 Ibíd., p.22823 Ibíd., p.23324 Platón, República X, 620d-e
[9]
escrita por ella misma. Lucharemos entre nosotros, sobreviviremos y moriremos, pues
formamos parte de lo mismo; somos la misma vida, la misma cosa, « Ignoro si Jesusalem
comprendió que si yo lo destruí, fue para destruir mi piedad. Ante mis ojos, no era un
hombre, ni siquiera un judío; se había transformado en el símbolo de una detestada zona de
mi alma. Yo agonicé con él, yo morí con él, yo de algún modo me he perdido con él; por
eso, fui implacable»25.
§4. A ESPECIE DE CONCLUSIÓN
Quizá con todo esto terminé tergiversando tanto las palabras de Schopenhauer como las del
mismo Borges —y si fue así, será debido a mi falta de estudio, pues nunca es suficiente.
Mas algo me es claro, una de las mayores causas de la subestimación que se le tiene a este
autor es la grave malinterpretación de tu concepto de voluntad pues éste es la piedra
angular de todo su pensamiento. ¿Y qué decir de Borges? Se trata de un autor bastante
complejo como para darlo como un simple poeta, el mismo Schopenhauer equipara al poeta
con la misma fuerza de la voluntad, ya lo acabamos de ver. He ahí su verdadera fuerza.
Estoy convencido de que estas escasas páginas con reflexiones ligeras no resultan
en absoluta ni claras ni completas, sin embargo de esto saco dos consuelos; el primero es
que me ayudó como ejercicio de reflexión para notar los puntos clave con respecto a la
voluntad en Schopenhauer; además, ver así las semejanzas, que son bastantes, con la
cosmovisión de Schopenhauer. Sé que aquí sólo traté una sola narración de este escritor —
en otro trabajo traté otro distinto—, mas este fue mi proceder ya que el que querer abordar
en general toda la obra de Borges sería una empresa harto difícil. De ahí que sólo con una
simple muestra particular me baste para alcanzar un atisbo de las semejanzas entre estos
dos autores; y que no por esto éste es sólo un imitador de aquel, o sólo un oportunista de su
pensamiento. No, el hecho de que en el pedestal borgiano se encuentre un filósofo como
Schopenhauer indica que en él encontró la forma de decir lo que no pudo expresar en un
principio —así como a mí me sucedió con ellos dos.
25 Borges, Jorge Luis, op.cit., p.34
[10]
Bibliografía
Borges, Jorge Luis, El Aleph, Alianza Editorial, México, 1995
______, Jorge Luis Borges: Autobiografía, El Ateneo, Argeninta, 1999
Maestro Eckhart, El fruto de la nada, Editorial Siruela, Madrid, 1998
Nuño, Juan, La filosofía en Borges, Fondo de Cultura Económica, México, 2010
Platón, La República, UNAM, México, 1959
Russell, Bertrand, Historia de la filosofía occidental Vol.II, Editorial Espasa Calpe, Madrid, 1971
Schopenhauer, Arthur, El mundo como voluntad y representación, Alianza Editorial, Madrid, 2010
______, Parerga y Paralipómena, Tomo I, Editorial Trotta, Madrid, 2009
Vasconcelos, José, Tratado de Metafísica, Editorial Trillas, México, 2009
Villoro, Luis, Vislumbres de lo otro, Editorial Verdehalago, México, 2006
Xirau, Ramón, Introducción a la historia de la filosofía, UNAM, México, 2011
[11]