Si El Grano de Trigo No Muere

5
V DOMINGO DE CUARESMA “SI EL GRANO DE TRIGO NO MUERE…” (Jn 12, 20-33) El grano de trigo. Precisa y eficaz es la metáfora del grano de trigo para que nos acerquemos, con admiración y asombro, al misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Jesús: “Yo les aseguro –dice Jesús a sus discípulos- que si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero, si muere, producirá mucho fruto”. En efecto, las secuencias finales de la vida de Jesús están perfectamente incluidas en la historia del grano de trigo. Para que dé frutos, desde luego, es necesario que sea ‘enterrado’. Jesús, a través del derramamiento de su sangre y el ofrecimiento de su vida, ha detonado, en el mundo, una fecundidad espiritual extraordinaria y ha originado un inmenso torrente de vida. Su inmolación, por cierto, ha abierto, a todos los hombres, la puerta de la salvación. Para dar fruto, toda semilla debe de marchitar; para redimir y rescatar a la humanidad, el Hijo del hombre tuvo que morir. De este grano enterrado surge vida nueva para todos. La ‘paradoja’, de que hay que ‘perder’ la vida para ganarla, se hizo realidad perfecta en la vida de Cristo. En efecto, si queremos conquistarla no hay otro camino que el del seguimiento de Jesús y del desapego de nosotros mismos. 1

description

Medictación

Transcript of Si El Grano de Trigo No Muere

Page 1: Si El Grano de Trigo No Muere

V DOMINGO DE CUARESMA

“SI EL GRANO DE TRIGO NO MUERE…”

(Jn 12, 20-33)

El grano de trigo.

Precisa y eficaz es la metáfora del grano de trigo para que nos acerquemos, con admiración y asombro, al misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Jesús: “Yo les aseguro –dice Jesús a sus discípulos- que si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero, si muere, producirá mucho fruto”. En efecto, las secuencias finales de la vida de Jesús están perfectamente incluidas en la historia del grano de trigo. Para que dé frutos, desde luego, es necesario que sea ‘enterrado’. Jesús, a través del derramamiento de su sangre y el ofrecimiento de su vida, ha detonado, en el mundo, una fecundidad espiritual extraordinaria y ha originado un inmenso torrente de vida. Su inmolación, por cierto, ha abierto, a todos los hombres, la puerta de la salvación. Para dar fruto, toda semilla debe de marchitar; para redimir y rescatar a la humanidad, el Hijo del hombre tuvo que morir. De este grano enterrado surge vida nueva para todos. La ‘paradoja’, de que hay que ‘perder’ la vida para ganarla, se hizo realidad perfecta en la vida de Cristo. En efecto, si queremos conquistarla no hay otro camino que el del seguimiento de Jesús y del desapego de nosotros mismos.

La metáfora del grano de trigo, en fin, nos da a entender que la fecundidad de la misión de Jesús, y de nuestra misión, no depende tanto de las ideas que expongamos o de las normas que propongamos, sino del testimonio de amor-entrega que damos en el ejercicio de la misión y a lo largo de la vida.

El turbamiento de Jesús.

En las vísperas de su arresto, condena y muerte en cruz, el espíritu de Jesús se turba. Es como un adelanto de la tristeza que lo invadirá en el huerto del Getsemaní. Él se encuentra en Jerusalén, meta final de su peregrinación humana; evade la solicitud, que unos griegos habían

1

Page 2: Si El Grano de Trigo No Muere

hecho a Felipe para poderlo ver y toma el valor de anunciar, por última vez, la llegada de su ‘hora’ de muerte, la del momentáneo triunfo de ‘las tinieblas’: “Ha llegado la hora –proclama Jesús- de que el Hijo del hombre sea glorificado”.

Las secuencias evangélicas, hoy, empiezan con este curioso detalle de la presencia de unos cuantos griegos que desean conocer a Jesús: “Habían algunos griegos –nos relata el evangelista Juan- los cuales se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le pidieron ‘Señor, quisiéramos ver a Jesús’”. El origen griego, de los buscadores de Jesús, nos da a entender la enorme resonancia, que la figura y el mensaje de Jesús habían logrado y, en el mismo tiempo, indica ya la maduración de los tiempos para que Jesús, ‘glorificado’ en la cruz, diera vida y salvación a toda la humanidad y no solamente al pueblo judío.

No obstante su fuerza divina, Jesús, humanamente, padece y sufre la llegada de su ‘hora’. Todo su ministerio y su predicación, en efecto, están encaminados hacia esta ‘hora’, es decir, hacia la cruz que es, al mismo tiempo, ‘humillación y gloria’. Jesús tiene miedo, pero, sigue adelante con firmeza y fidelidad. No pide al Padre que lo libere de esa hora, sino que le permita permanecer fiel hasta el final: “Ahora que tengo miedo –exclama Jesús- ¿le voy a pedir al Padre ‘líbrame de esta hora’? No. Pues precisamente para esta hora he venido”.

La ratificación, por parte del Padre, de que Jesús va por el camino correcto, la encontramos en esa voz misteriosa que, repentinamente, se oyó decir: “lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. La voz del cielo, que acabamos de escuchar, es el signo de la presencia indiscutible del Padre en el drama de dolor del Hijo. Dios, en efecto, deja oír su voz a Jesús antes de que entre en el silencio misterioso que acompañará su pasión, crucifixión y muerte. La ‘glorificación’, preparada por el Padre, es el término que el evangelista Juan usa para referirse a la muerte y resurrección de Cristo. El Padre, en efecto, muestra su gloria y su poder salvador, a favor de los hombres, en Jesús glorificado.

2

Page 3: Si El Grano de Trigo No Muere

La esencia del seguimiento de Jesús.

Después de este su último discurso, acerca del grano de trigo, Jesús nos invita a seguirlo por su mismo camino: “El que quiera servirme, que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor”. Nada de ‘dolorismo’ ni pesimismo, entonces, en la experiencia cristiana. Lo mejor es que, con realismo y fe, vivamos entregados al Señor y dispuestos a ‘servirlo’ colaborando con Él en la construcción del ‘Reino’ de salvación. Es por eso que, en el texto de hoy, Jesús nos exhorta a que no nos amemos a nosotros mismos sino, más bien, a perdernos por Él; a ‘aborrecernos’ y desprendernos de nuestro egoísmo, en vista de la vida eterna: “El que se ama a sí mismo –nos refiere el evangelista- se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna”.

Conclusión.

“Está llegando el juicio de este mundo”: las secuencias evangélicas se suceden, con cierta espectacularidad, y nos sorprenden. También el anuncio del ‘juicio’ nos hace reflexionar. En efecto, el juicio definitivo sobre el mal evoca la paradoja de la cruz. Precisamente allí, donde parecen triunfar las fuerzas tenebrosas, el ‘príncipe’ de este mundo es derrotado y expulsado fuera: “Ya va a ser arrojado –nos anuncia el evangelista- el príncipe de este mundo”. Cristo crucificado, por cierto, es presentado como el juez y el rey que vence al mal para siempre. Asociándonos a Él, también nosotros seremos fuertes y lo venceremos. Por su cruz y resurrección Jesús nos abre las puertas de la salvación, atrayéndonos hacia sí: “Cuando yo sea levantado de la tierra –finaliza aclarándonos el evangelista- atraeré a todos hacia mí”.

Nosotros, que por impulso natural tratamos de evitar todo tipo de ‘cruz’, no olvidemos que no hay otro camino para aspirar a ser ‘atraídos’, por el Señor, hacia la vida eterna: aquella misma por la cual vale la pena vivir y ‘sufrir’. Concluyendo, no podemos olvidar que el grano de trigo, que muere para dar vida, es el mismo que, diario, se entrega, en los altares, para la salvación del mundo: Jesús Eucaristía.

3

Page 4: Si El Grano de Trigo No Muere

4