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Sígueme Revista de suscripción gratuita / Mayo 2014 El encuentro personal con Cristo resucitado Reconciliación 5 pasos para una buena confesión Bienvenido a la fiesta Descubre el llamado de Jesucristo a través de su divina misericordia

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El encuentropersonalcon Cristoresucitado

Reconciliación5 pasos para una buena confesión

Bienvenido a la fiestaDescubre el llamado de Jesucristo a través de su divina misericordia

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“Pues donde está tu tesoro allí

estará también tu corazón”

(Mateo 6,21)

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Carta del EditorTodos queremos que Dios se manifieste en nuestras vidas, dándonos

salud, trabajo, dinero y felicidad.

Nuestros padres desde pequeños nos hablan de Dios; pero como

nunca lo hemos visto ni tocado, en muchas ocasiones creemos que

no existe.

Algunos hemos padecido el gran dolor de ver a nuestros seres

amados partir; y también experiencias que nos han llevado a hacernos

preguntas, tales como: “¿Por qué yo?, ¿por qué a mí?; ¿Dios existe? Y si

existe, ¿por qué me hace esto?”.

En mi caso, puedo decir que toda mi vida creí que era católica;

mis padres me llevaban a la Iglesia con cierta regularidad, aunque no

cada domingo.

Nunca conocí realmente a Dios, hasta que la pérdida física de dos

de los grandes amores de mi vida me hizo darme cuenta que Dios sí

existe, es real, lo puedes ver y tocar, Dios es el ser humano que vive

en ti, en tu hermano, en tu hijo. Dios es amor, el amor que das a los

demás, es tangible y lo puedes sentir.

Cada uno de nosotros tenemos nuestro momento de conocerlo,

DESEO DE CORAZÓN QUE HOY SEA EL TUYO.

Sinceramente,

Minerva Rodríguez J.

El encuentro personal con Cristo resucitado 4

El poder de la oración 5

Reconciliación 6

Conociendo a un santo: Santa Faustina Kowalska 9

La Divina Misericordia 10

Dios se deleita en la Misericordia 13

Contenido

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Publicación trimestral de AGR COLOR, LLC326 Tranquil Oak, San Antonio TX, 78260Copyright 2014. All rights reserved.Reproduction in whole or part without writter permission is prohibited.Photography: ShutterstockColaboración especial: Alejandra [email protected]

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4 mayo 2014

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El encuentro personal con Cristo resucitadoJ

esús mira, ama, y llama. Así fue como Jesús eligió a su grupo de discípulos y seguidores. Así fue como llamó a los primeros Apóstoles, y así es como hoy te llama a ti. Jesús toma la iniciativa: “No me han esco-gido ustedes a mí, sino que yo los he escogido para

que vayan y den fruto” (Evangelio de San Juan, capítulo 15). Jesús está vivo y te ha escogido a ti.

El primer paso para comenzar la vida cristiana con se-riedad es la disposición y deseo sincero de encontrar y conocer personalmente a Cristo. Jesús ha resucitado, por lo tanto vive hoy y vive cerca de ti. Más lo que Él quie-re es vivir dentro de ti, dentro de tu corazón y en lo más profundo de tu ser. “Mira que estoy a la puerta y llamo, si alguno oye mi voz y me abre, yo entraré y cenaré con él y él conmigo”, dice Jesús en el tercer capítulo del Apocalipsis. Pero fíjate qué es lo que dice el Señor: “si alguno oye mi voz”, es decir, no todos lo escuchan o se han dado cuenta que es Él quien nos llama. Por lo tanto, hay que escucharlo, abrirle la puerta de tu vida e invitarlo a entrar. Si lo haces de todo corazón y con sinceridad, Jesús entrará a transformar tu vida, llenándola de paz y gozo, y nunca más te volverás a sentir vacío o solo.

La vida cristiana comienza en realidad, cuando se tiene un encuentro personal con Cristo Resucitado. El cristianis-mo no es una ideología, una moral, ni una serie de obliga-ciones y reglas. El ser cristiano, ya sea católico o de alguna otra tradición y denominación cristiana, parte de una rela-ción personal con Jesús vivo y resucitado. Mira, el cristia-nismo es ante todo una relación. Un vínculo con Jesús que te llama y a través de Él encontrar una nueva forma de re-lacionarte con tu pareja, familia, amigos y toda la creación.

La relación con Jesús a partir de un encuentro que te brinda una “experiencia” de salvación y liberación, cambia tu vida. Este encuentro con Jesús se puede dar en todo lu-gar y a cualquier hora. Es muy probable que muchos ya lo hayan encontrado, pero es necesario renovar ese primer encuentro; o como dice el Papa Francisco: “Re-encontrarse con Cristo, o por lo menos, estar abierto a dejarse encon-

Por Antonio Ramírez de León, PhD

trar por Él” (El Gozo del Evangelio por el Papa Francisco). Como reza la Escritura: “Si me buscas de todo corazón, me dejaré encontrar por ti”. Y como dice El Señor en otro pa-saje: “Te llevaré al desierto y ahí te hablaré al corazón… y te seduciré”. Mira, Dios está apasionadamente enamorado de ti, así como eres, así te quiere, te acepta, y te llama. Él te en-cuentra donde estés, ahí, en el lugar de tu vida espiritual y racional en la que te encuentres. Como decimos en inglés: “He will meet you where you are”.

Es fácil volverse duro y cínico en esta vida. Es fácil dejar-se atrapar por el “mundo” y sus promesas ilusorias de po-der, placer, parecer, y poseer. Poco a poco muchos de noso-tros vamos endureciendo el corazón debido a que hemos vivido desilusión, abandono y dolor. El mundo te empuja a correr en medio del ruido y de lo superficial que siempre es pasajero. Pero Dios quiere darte algo permanente. ¡Lo que Él tiene planeado para ti es para ahora, no solo para cuando mueras! Dale una oportunidad a Jesús, y ahí donde estés y como estés dile: “Ven Jesús, te necesito, y te invito a mi corazón”. Él entrará y la luz brillará como brilla en las tinieblas: “…Y las tinieblas no la vencieron” (Juan, capítulo 1).

No lo olvides, ¡el Amor siempre gana, pues Jesús ha resucitado!

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El gran poder de la oración

Hace años conocí una amiga que me sorprendió con su forma de actuar, desde muy pequeña participaba en la Iglesia, le gustaba orar y acu-dir a las actividades relacionadas con nuestra parroquia; la llamaré “Lorena”, una madre y es-

posa como cualquier otra.

Cada vez que Lorena tenía un problema oraba, al paso de los años se convirtió en una mujer de fe. Como muchas mujeres, contrajo nupcias con su novio de la universidad, sin embargo, no sabía lo que le esperaría en su matrimonio, pues su esposo Alberto contraería una enfermedad terrible, que destruye familias y convierte en un infierno la vida de quien la padece y la de las per-sonas que la rodean: el alcoholismo.

Al principio, su esposo solo bebía en reuniones y fiestas, pero poco a poco el problema se agravó, hasta al punto de ingerir todos los días hasta dos botellas de licor, Lorena se encontró con un verdadero monstruo, las discusiones y pe-leas aumentaban y la frustración crecía, pero ella le pedía a Dios todos los días por la conversión de su marido, para que sanara de esa tremenda enfermedad

“Cuando recibía la Eucaristía pedía a Dios por Alber-to; aunque vivía con él, no sabía qué iba suceder al día siguiente, cómo iba a reaccionar. Iba a misa todos los días y perseveraba en la oración. Nunca dejé de creer en que Dios todo lo puede”, confiesa Lorena al recordar esos días amargos.

Pasaron muchos meses para que Alberto decidiera presentarse en una sesión de Alcohólicos Anónimos (AA) y posteriormente con un psicólogo para que lo ayudara con su problema. Actualmente él continua acudiendo a AA, todos los días mantiene una lucha diaria con la enfer-medad, pero creo que finalmente ha encontrado la paz.

En verdad querido lector, es inimaginable el gran po-der que tiene la oración, es el mejor regalo que pode-mos darle a cualquier ser humano.

Por Annie Mayol

Cada vez que Lorena tenía un problema oraba, al paso de los años se convirtió en una mujer de fe

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Para una llevar a cabo una buena confesión de-bemos prepararnos en silencio antes de llegar a la Iglesia. Esto implica tener un momento a solas con Dios para reflexionar sobre lo que hemos vivido desde nuestra última confesión,

preguntarnos sobre aquello que nos atormenta, conocer las razones de nuestros enojos, tristezas, desilusiones o frustraciones.

El silencio nos ayuda a encontrar la reflexión y a orar, a tener una plática con Dios Padre acerca de lo que su-cede en nuestra vida. Esta preparación nos conducirá a experimentar una hermosa confesión, la cual nos librará de ataduras y donde podremos solucionar nuestros pro-blemas con sabiduría.

A continuación presentamos cinco sencillos pasos para preparar una buena confesión.

Paso 1. Examen de ConcienciaPedir al Espíritu Santo que nos recuerde cuáles son los pecados que ofenden a Dios, aquellos que cometemos consciente o inconscientemente. Para analizar mejor nuestros pecados es bueno saber y recordar lo siguiente:

Los diez mandamientosDios entregó a Moisés su Ley Divina, comprendida en diez mandatos principales, que son:

Amarás a Dios sobre todas las cosas. No jurarás el nombre de Dios en vano. Santificarás las fiestas. Honrarás a tu padre y madre. No matarás. No cometerás actos impuros. No robarás. No darás falso testimonio ni mentirás. No consentirás pensamientos ni deseos impuros No codiciarás los bienes ajenos.

Reconciliación 5 pasos para confesarme

Los cinco mandamientos de nuestra Santa Madre la Iglesia CatólicaEstos preceptos se sitúan en la línea de una vida moral en torno a la actividad litúrgica de la Iglesia. Su carác-ter obligatorio buscar garantizar a los fieles el mínimo indispensable en el espíritu de oración y en el esfuerzo moral. Estos son:

• Escuchar misa todos los domingos y fiestas santas.• Confesar los pecados mortales una vez al año.• Comulgar durante la Pascua de Resurrección• Ayunar y abstenerse de carne durante la Cuaresma y cuando lo manda la Iglesia.• Ayudar a la Iglesia en sus necesidades

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Los siete pecados capitalesIgualmente, existen pecados o vicios capitales, que son aquellos a los que la naturaleza humana está principal-mente inclinada. Cada uno tiene una virtud que lo con-trarresta, tal como lo explicamos enseguida.

Soberbia. Es amarte demasiado a ti mismo, cuando crees que puedes hacerlo todo sin la ayuda de Dios ni de los demás, cuando asumes que eres el más sabio, el más inteligente, la más bonita, el más guapo.Virtud. Para atacar la soberbia debes cultivar la humil-dad, lo cual consiste en creer que Dios te dio la vida, y que no puedes hacer nada sin que Él lo permita. Pensar que todo lo bueno o inteligente que eres no es por ti, sino porque Él, a cada segundo, te lo regala.Lujuria. Buscar de manera desordenada el placer sexual, consumir pornografía.Virtud. La virtud para contrarrestar la lujuria es la casti-dad, la cual consiste en cuidar oídos, ojos, mente y cuer-po de todo lo que nos da tentación al sexo. Gula. Cuando comes o bebes sin medida, aunque ya estés satisfecho, pierdes la razón. ¿Crees que a Dios le gusta verte en ese estado?Virtud. Para atacar la gula es necesaria la templanza, dis-

frutar alimentos y bebidas con moderación.Avaricia. Significa tener una gran ambición por las cosas materiales, sin importar cómo conseguirlas.Virtud. La generosidad es la virtud con la que se comba-te a la avaricia. Compartir lo que tienes con los demás.Envidia. Es sentir alegría cuando a alguien le va mal, o por el contrario, sentir tristeza cuando le va bien. Desear siempre lo que tienen otros, sentir malestar por lo que los demás tienen y tú no.Virtud. La virtud a cultivar contra la envidia es la cari-dad, amar de verdad a todos tus hermanos, los que te caen bien y los que no.Ira. Muchas veces vivimos discusiones que se con-vierten en campos de batalla, donde siempre sale alguien lastimado, física o emocionalmente. La ira significa enojarse sin medida hasta tener deseos de venganza.Virtud.- La paciencia combate a la ira, dominando tus actos y corrigiendo tu carácter. Pide a Dios para que te colme de paciencia y verás los frutos.Pereza. Cuando descuidas tus obligaciones, ya sea en el trabajo o en casa, caes en este pecado capital.Virtud. Sembrar la laboriosidad deja atrás la pereza, siendo trabajador y responsable de tus deberes.

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Paso 2. Sentir verdadero arrepentimientoPara tener una buena confesión, tu alma y corazón de-ben estar totalmente arrepentidos de tus malas acciones. Sólo así tendrás paz y te reconciliarás contigo mismo.

Paso 3. Firme propósito de no volver a pecarConfesarse significa aceptar los errores, pero también implica no repetirlos una y otra vez.

Paso 4. Decir los pecados al sacerdoteYa hiciste tu examen de consciencia, aceptaste ante ti mismo que fallaste y reconociste tus faltas. Ahora, al es-tar con el sacerdote dile todos tus pecados, no omitas ninguno por pena o temor a que te juzgue. El sacerdote está ahí sólo para escucharte y otorgarte en nombre de Dios Padre, el perdón.

Paso 5. Cumplir la penitenciaEste paso significa el final del proceso de la confesión, de modo que ésta no concluye hasta que se cumple al pie de la letra con la penitencia impuesta por el sacer-dote, la cual es mencionada junto antes de la absolu-ción. Cúmplela a cabo por completo y comulga en paz.

Para tener una buena confesión, tu alma y corazón deben estar totalmente arrepentidos de tus malas acciones

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En la devoción al Señor de la Misericordia existe un personaje clave. La portadora de un precioso mensaje del cual hoy todos somos beneficiarios, una monja polaca conocida como Sor Faustina o Santa María Faustina Kowalska, gracias a un dia-

rio que revela la profundidad de su vida espiritual.

Su nombre de pila era Elena Kowalska; nació el 25 de agosto de 1905 y fue la tercera de diez hijos. Sus padres fueron Estanislao Kowalski y Mariana Babel, los cuales eran agricultores de Glogowiec, una localidad ubicada en Polonia.

Desde niña quería ser monja, incluso hizo su Primera Comunión a temprana edad, cuando tenía nueve años. Posteriormente, con 16 años comenzó a trabajar como sirvienta.

En 1924, en una fiesta a la que acudió con su herma-na Josefina en la ciudad polaca de Łódź, ocurrió algo que cambió su vida para siempre. Mientras bailaba vio a Jesús junto a ella, lleno de llagas, el cual le preguntó: “¿Hasta cuándo me harás sufrir, hasta cuándo me enga-ñaras?”. Sor Faustina cuenta que después de esto, corrió a la catedral más cercana y después de orar volvió a ver al Señor, el cual le indicó que se trasladara a la ciudad de Varsovia y que entrara a un convento.

Fue entonces que el 22 de febrero de 1931, Sor Faus-tina, ya siendo monja, tuvo la revelación de la Divina Misericordia, al tener una visión de Jesús con una túnica blanca, bendiciendo con una mano mientras con la otra tocaba la prenda que portaba, al tiempo que de su pe-cho emanaban dos rayos de luz, uno rojo y otro pálido.

Jesús le pidió a Sor Faustina que pintara la imagen de aquella visión y que añadiera la frase “Jesús, en ti con-fío”. Ante esta propuesta fueron necesarios los servicios artísticos del pintor Eugenio Kazimiroski que realizó el retrato siguiendo las instrucciones de Sor Faustina.

La imagen fue presentada y venerada públicamente en la Iglesia de la Villa de Vilma, en Lituania, entre el

Santa María Faustina Kowalska, Apóstol de la Misericordia

26 y el 28 de abril de 1935, siendo la primera imagen ja-más pintada del Señor de la Misericordia. Sin embargo, la pintura que se hizo famosa en el mundo fue la reali-zada por el pincel de Adolf Hyla, ofrecida como agra-decimiento por la salvación de su familia y de él mismo durante la Segunda Guerra Mundial.

La vida de Santa Faustina se basó en la humildad y obediencia a la voluntad de Dios. Murió en el año de 1938, víctima de una severa tuberculosis, curiosamente falleció a los 33 años, la misma edad a la que Jesús murió en la cruz y resucitó.

Santa María Faustina Kowalska fue canonizada el 30 de abril del año 2000, por el Papa Juan Pablo II, hoy san-to también.

2000 año en que María Kowalska fue canonizada por Juan Pablo II

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La devoción a la Divina Misericordia es una entrega de total confianza y clemencia de Dios. Se vive a través de actos internos (confianza y misericordia) y externos: la veneración a la imagen, la Hora de la Misericordia, el Rezo de la Coronilla, la Fiesta de la

de Misericordia y la Novena a la Divina Misericordia.

El primer mandato de la devoción a la Divina Misericordia fue revelado a Santa Faustina el 22 de Febrero del 1931, el cual fue escrito en su diario, tal como a continuación se citan los men-sajes que le dio Jesús:

“Pinta una imagen según el modelo que vez, y firma: ‘Jesús, en ti confío’. Deseo que esta imagen sea venerada primero en su capilla y luego en el mundo entero”. Diario 47

“Prometo que el alma que venere esta imagen no perecerá. También prometo, ya aquí en la Tierra, la victoria sobre los enemigos y, sobre todo, a la hora de la muerte. Yo Mismo la defenderé como Mi gloria.” Diario 48

“Ofrezco a los hombres un recipiente con el que han de ve-nir a la Fuente de la Misericordia para recoger gracias. Este recipiente es esta imagen”. Diario 327

“Los dos rayos significan la Sangre y el Agua. El rayo pálido simboliza el Agua que justifica las almas. El rayo rojo simboli-za la Sangre que es la vida de las almas… Ambos rayos brota-ron de las entrañas más profundas de Mi misericordia cuando Mi Corazón agonizante fue abierto en la cruz por la lanza… Estos rayos protegen a las almas de la indignación de Mi Pa-dre. Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos, porque no le alcanzará la mano justa de Dios”. Diario 299

“No en la belleza del color, ni en la del pincel, está la gran-deza de esta imagen, sino en Mi gracia”. Diario 313

“A través de esta imagen concederé muchas gracias a las almas, ella ha de recordar a los hombres las exigencias de Mi miseri-cordia, porque la fe sin obras, por fuerte que sea, es inútil”.Diario 742

El mensaje de la Divina Misericordia

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La Hora de la MisericordiaDice Jesús a través de las revelaciones a Santa Faustina:

“A las tres de la tarde, ruega por mi Misericordia, en especial para los pecadores y aunque sólo sea por un brevísimo mo-mento, sumérgete en mi Pasión, especialmente en mi aban-dono en el momento de mi agonía. Esta es la hora de la gran Misericordia para el mundo entero. Te permitiré penetrar en mi tristeza mortal. En esta hora nada le será negado al alma que lo pida por los méritos de mi pasión”.Diario 1320

Coronilla de la Divina Misericordia

1. Realiza la señal de la Cruz.

2. Inicia con un Padre Nuestro, posteriormente reza un Ave María y el Credo.

3. En las cuentas grandes del Rosario (del Padre Nuestro), reza la siguiente oración:“Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de tu amadísimo Hijo, Nuestro Señor Je-sucristo, como propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero”.

4. En las cuentas pequeñas (del Ave María), reza:“Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero”.Al finalizar di tres veces:“Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero”.

Para terminar, reza tres veces:“Oh sangre y agua que brotaste del Corazón de Jesús como una fuente de misericordia para nosotros, En Ti Confío”.

Igualmente, Jesús transmite a Santa Faustina el valor de esta oración:

“Reza incesantemente esta coronilla que te he enseñado. Quien-quiera que la rece recibirá gran misericordia a la hora de la muerte”. Diario 687

“A las almas que recen esta coronilla, Mi misericordia las envolverá en vida y especialmente a la hora de la muerte” Diario 754

“Oh, qué gracias más grandes concederé a las almas que recen esta coronilla; las entrañas de Mi misericordia se en-ternecen por quienes rezan esta coronilla”. Diario 848

“Escribe: cuando recen esta coronilla junto a los moribun-dos, me pondré entre el Padre y el alma agonizante, no como el juez justo sino como el Salvador misericordioso”. Diario 1541

“Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero”

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12 mayo 2014

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La fiesta de la Divina Misericordia

Nuestro Señor Jesús desea que el día de la fiesta, la ima-gen de la Divina Misericordia sea venerada y bendecida solemnemente; que los sacerdotes hablen a las almas de esta inmensa y profunda misericordia de Dios.

Para recibir estos grandes dones con los cuales Jesús de-sea colmar a cada alma y a toda la humanidad, es nece-sario confesarse, confiar en Dios y amar activamente al prójimo (realizando actos de Misericordia), y acercarse a la Fuente de Vida, la Santa Comunión.

La devoción a la Divina Misericordia recibió un gran impulso durante el pontificado de Juan Pablo II, quien proclamó el 30 de abril del 2000 la Fiesta de la Divina Misericordia, al canonizar a Santa Faustina.

Las palabras de Jesús, transmitidas a Santa Faustina, que-daron plasmadas para todos nosotros en su diario, del cual reproducimos varios pasajes de su testimonio:

“Quien se acerque ese día a la Fuente de Vida, recibirá el perdón total de las culpas y de las penas”. Diario 300

“Quiero que la imagen sea bendecida solemnemente el primer domingo después de Pascua y que se le venere públicamente para que cada alma pueda saber de ella”. Diario 341

“Esta fiesta ha salido de las entrañas de Mi misericordia y está confirmada en el abismo de Mis gracias”. Diario 420

“Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están abiertas las entrañas de mi Misericordia. Derramo todo un mar de gracias sobre las almas que se acercan al manantial de mi Misericor-dia. El alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas. En ese día están abiertas todas las compuertas divinas a través de las cuales fluyen las gracias. Que ningún alma tema acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata. Mi misericordia es tan grande que en toda la eternidad no la penetrará ningún intelecto humano ni angélico. Todo lo que existe ha salido de las entrañas

de mi Misericordia. Cada alma respecto a mí, por toda la eternidad meditará mi amor y mi Misericordia. La hu-manidad no conocerá paz hasta que se dirija a la Fuente de Mi misericordia”. Diario 699

“Sí, el primer domingo después de la Pascua es la Fiesta de la Misericordia, pero también debe estar presente la acción y pido se rinda culto a mi Misericordia con la solemne celebración de esta fiesta y con el culto a la imagen que ha sido pintada”. Diario 742

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Todas las preguntas básicas que enfrentamos en nuestra vida se relacionan con la manera en cómo deberíamos vivir. ¿Qué es lo que debemos valorar y cuáles deben ser nuestras prioridades? ¿De qué deberíamos preocuparnos y para qué

deberíamos estar viviendo?

Las Bienaventuranzas son la respuesta que Jesús nos da a estas preguntas básicas. En el Sermón de la Montaña, en el Evangelio de San Mateo, Él nos está diciendo qué tipo de personas deberíamos ser. La respuesta es que debemos vivir como Él vivió.

En el centro de las Bienaventuranzas, en la quinta de las ocho que Jesús nos da, nos encontramos con esto: “Bien-aventurados los misericordiosos”.

La misericordia es como la “bisagra” que abre la puerta al hermoso misterio de aquello a lo que Dios nos está lla-mando a ser.

Las Bienaventuranzas no sólo describen, sino que pres-criben. Las Bienaventuranzas son las actitudes y acciones que Jesús espera de nosotros, si queremos llamarnos cris-tianos. De manera que la misericordia es nuestro “trabajo”, nuestra tarea diaria. La Misericordia es nuestra fe que actúa a través del amor.

En la práctica, la Misericordia significa tener compasión con todos y, de manera especial, con aquellos con los que Jesús se identificó: con los pobres, los enfermos, los presos y los extranjeros. La Misericordia significa servir a los demás con amor, con el corazón siempre abierto a sus necesidades, a sus heridas y a sus anhelos.

El misericordioso busca liberar a los demás de su mise-ria, ya sea que ésta sea ocasionada por la crueldad, por la desgracia, por la injusticia social, o por su propio pecado y debilidad. La misericordia nos hace hermanos y hermanas de todo el mundo y prójimos de los necesitados. Esa es la lección que Jesús nos da en la parábola del Buen Samaritano.

Dios se deleita en la Misericordia

Por Monseñor José H. Gómez, Arzobispo de Los Ángeles

Fuente: ACI Prensa

Misericordia significa servir a los demás con amor, con el corazón siempre abierto a sus necesidades, a sus heridas y a sus anhelos.

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Y en los Evangelios, Jesús nos enseña, una y otra vez, que la Misericordia que buscamos en Dios debe ser la Mi-sericordia que mostremos a los demás.

Con esto, Él no quiere decir que la Misericordia de Dios sea una “recompensa” por nuestra Misericordia. No nos está diciendo tampoco que nuestra Misericordia “tiene como consecuencia” que Dios nos muestre Misericordia, ni que lo “obligue” a ello.

El apóstol Santiago dijo que la Misericordia triunfa so-bre el juicio. De eso es de lo que Jesús nos está hablando. Nosotros amamos, porque él nos amó primero. Y tenemos Misericordia hacia los demás porque Él tuvo primero mise-ricordia de nosotros.

Somos siervos inútiles, nos dice Jesús. Pero Dios, por su amor, tiene Misericordia de nosotros. Cuando caemos, él está allí para levantarnos, para ponernos nuevamente en el camino correcto. Nuestro Dios es el Dios de las segundas oportunidades y de los nuevos comienzos.

La Misericordia es el modo de ser de Dios, que es el Padre de las Misericordias. Entonces, la Misericordia debe ser también nuestro modo de ser, como hijos de Dios que somos. Igualmente, la Misericordia debe ser el modo de ser de la Iglesia. En Jesús, vemos que la Misericordia de Dios es “misionera”.

Piensen en la vida y en la misión de Jesús, que él des-cribió en sus hermosas parábolas de la oveja perdida, de la moneda perdida y del hijo pródigo: “Cuando él todavía estaba lejos, su padre lo vio y se llenó de compasión por él. Luego, corrió hacia su hijo, lo abrazó y lo besó”.

La Misericordia es el rostro de Dios y el corazón del Evangelio de Cristo. A través de Jesús, Dios en su Misericor-dia, viene a buscar a los que están perdidos para salvarlos. Y se llena de júbilo cuando los encuentra.

Jesús nos llama a ser misericordiosos en la tierra como nuestro Padre celestial es misericordioso.

La Misericordia empieza en el corazón y se lleva a la práctica con las acciones a través de los actos de bondad y, especialmente, de los actos de perdón. Dios se deleita en la Misericordia, y lo mismo deberíamos hacer nosotros. A Dios le gusta perdonarnos, y, por lo mismo, a nosotros nos debería gustar perdonar a los demás.

Todos los días tenemos muchas oportunidades de per-donar las faltas que los demás cometen hacia nosotros. Cuando perdonamos a los demás, no estamos olvidando sus pecados. La misericordia no es nunca una excusa para la injusticia.

Cuando perdonamos a los demás, confiamos en que el juzgar le corresponde a Dios y en que el amor de Dios por

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los pecadores es más fuerte que su pecado. Cuando somos misericordiosos, amamos con la libertad de aquellos que han conocido el perdón de Dios. Cuando somos misericordio-sos, nos rehusamos a someternos a la injusticia, y, más bien, luchamos contra ella por medio de la verdad y del amor.

Dios nunca rechaza a los pecadores, y nosotros tam-poco podemos hacerlo. Hemos, más bien, de buscarlos, de hacernos responsables por ellos y de acompañarlos. Tenemos que encontrar continuamente nuevas maneras de atraer a la gente hacia a Dios, especialmente a quienes están más cercanos a nosotros.

Nuestra Misericordia debe ser cordial, no forzada; debe ser nuestra primera reacción, no nuestro último recurso. Esta debe ser una lección para cada uno de nosotros, tanto en nuestra vida personal como en nuestros ministerios. Y esta es una lección también para la Iglesia.

Así que oremos unos por otros para que todos poda-mos llegar a ser las personas que Dios quiere que seamos, es decir, para que seamos personas que viven las bien-aventuranzas.

Y pidámosle a nuestra Santísima Madre María, la Madre de la Misericordia, que nos ayude a crecer en la Misericordia.

A través de Jesús, Dios en su Misericordia, viene a buscar a los que están perdidos para salvarlos.

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