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Tenía 6 años cuando sus padres compraron este mágico lugar y, desde entonces, su vida está ligada a La Cumbre. Orgullosa de sus orígenes, la hija de Alberto De Ridder y la aristócrata francesa Micheline Cocagne de Maillard muestra los rincones de la casa que albergó una iglesia en el siglo XVI y cuenta todos sus secretos sILVIA De RIDDeR nOs ReCIbe en “eL PUeRTO”, sU RefUgIO De esTILO MORIsCO en LAs sIeRRAs De CORDObA La casa, dueña de un estilo colonial, tiene algunos aspectos de las villas venecianas y otros de los típicos dar marroquíes. El trazado en arcos, de curvas muy amplias y delicadas, se ha convertido ya en un símbolo de este lugar. Las puertas, de sólida madera, son originales y los anchos muros hacen que la casa sea fresca en verano y cálida en invierno. Abajo: Silvia posa junto a su hijo Francisco en “La Porota”, nombre con el que apodaron al Ford A modelo 1928, que el padre de Silvia compró cuando llegó a San Esteban. Fue el primer auto registrado del pueblo.

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Tenía 6 años cuando sus padres compraron este mágico lugar y, desde entonces, su vida está ligada a La Cumbre. Orgullosa de sus orígenes, la hija de Alberto De Ridder y la

aristócrata francesa Micheline Cocagne de Maillard muestra los rincones de la casa que albergó una iglesia en el siglo XVI y cuenta todos sus secretos

sILVIA De RIDDeR nOs ReCIbe en “eL PUeRTO”, sU RefUgIO De

esTILO MORIsCO en LAs sIeRRAs De CORDObA

La casa, dueña de un estilo colonial, tiene algunos aspectos de las villas venecianas y otros de los típicos dar marroquíes. El trazado en arcos, de curvas muy amplias y delicadas, se ha convertido ya en un símbolo de este lugar. Las puertas, de sólida madera, son originales y los anchos muros hacen que la casa sea fresca en verano y cálida

en invierno. Abajo: Silvia posa junto a su hijo Francisco en “La Porota”, nombre con el que apodaron al Ford A modelo 1928,

que el padre de Silvia compró cuando llegó a San Esteban. Fue el primer auto registrado del pueblo.

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e l sol baja y los pájaros em-piezan a refugiarse en los árboles para pasar la noche.

El viento sopla sin prisa y las sie-rras comienzan a tomar un color rojizo que hace que “El Puerto”, la casa de los De Ridder en San Esteban (a 15 kilómetros de La Cumbre), brille como una gema entre el paisaje. Porque su color –que tiene sus orígenes en la época de la colonia, cuando se teñía la cal con sangre de toro con el fin de impermeabilizar las paredes de las construcciones– es una de las cosas que convirtió esta propiedad en un símbolo de la zona desde hace varios siglos.

“Su nombre original era ‘El Puerto Alegre del Buen Señor’ y data del siglo XVI, ya que, según me contó el historiador Carlos Luque Colombres, los españoles tenían la costumbre de llamar ‘puerto’ a cualquier paso de mon-taña”, asegura Silvia De Ridder, su dueña, mientras termina de tomar el té en la galería principal junto a su madre, Micheline, y su único hijo, Francisco.

“Esta casa y sus cinco hectáreas de parque, que en su momento es-taban enfrente de ‘El Buen Reti-ro’, la estancia que adquirieron en 1928 mis abuelos, Luis De Ridder e Yvonne Perrier, fueron compra-das por mis padres en 1954”, agre-ga. “Esto era una ruina sobre la que había avanzado la vegetación; ni baño había y el agua se traía desde el arroyo”, acota Micheline, quien a sus 91 años sigue suspi-rando ante cada puesta del sol.

Pero el amor de Silvia y su ma-dre por este lugar hizo que lo con-virtieran en un paraíso y que hoy disfruten de él cuando quieren olvidarse de los problemas y ais-larse de los trajines de la ciudad. De hecho, fue aquí donde Silvia se refugió después de perder a su

Arriba: todas las tardes, los De Ridder toman el té en la galería de la casa y contemplan las espectaculares puestas del sol. “Es uno de los momentos que más disfrutamos cuando visitamos la

casa”, cuenta Silvia. El juego de té es de la firma francesa Gien y el mantel bordado es italiano.

Arriba: la combinación del color terracota

–obtenido de la mezcla de cal con

sangre de toro utilizada en su momento para

impermeabilizar las paredes– con el blanco

hace que destaquen los detalles en el friso superior de la fachada

y los remates de las columnas. Siguiendo

las pautas de la arquitectura colonial,

los padres de Silvia decidieron construir

una gran galería y decorarla con puertas de madera y rejas de

hierro forjado. Al fondo sobresale la

tupida vegetación que se extiende entre el

parque y el cordón de las sierras cordobesas.

Derecha: la pileta, ubicada cuesta abajo

de la casa.

el trazado de tierra por el que se ingresa a “el Puerto” formó parte del Camino Real, la arteria

que comunicaba Argentina con Perú en la época del virreinato

“esta casa me da una gran tranquilidad. Cada

vez que llego a ella, tengo la certeza de que viviré algunos días sin

sobresaltos”

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El living de la casa, montado donde estaba ubicada la nave central de la iglesia –que data del siglo XVI–, deja en evidencia el exquisito gusto de Silvia. Al fondo sobresale el paisaje serrano detrás de un gran ventanal.

El cuadro de la izquierda, obra del pintor Marius Barret, perteneció al barón de Maillard (bisabuelo de la dueña de casa) y reproduce a un

pastor arreando su rebaño en el Massif de l’Esterel. El mueble-escritorio de la izquierda es italiano y data del siglo XVIII.

marido, Luis Alberto Robredo, el pa-sado abril. “Creo que sin esta casa, mi vida no tendría sentido”, confiesa. Ahí, Silvia recibe a ¡Hola! para hablar de sus recuerdos y del amor que le inculcó a su hijo por estas tierras.

“NOS PARECIO UN LUGAR MAGICO”–¿Cuáles son sus primeros recuerdos

de este lugar?–El que siempre tengo más presente

es el de mi madre insistiéndole a mi pa-dre para que comprara esta casa, que en su momento albergó una pequeña iglesia y quedaba justo frente a la estan-cia de mis abuelos. Así fue que un día decidimos hacer una pequeña excur-sión para explorar el lugar y, machete en mano, cruzamos el arroyo y nos fui-mos abriendo camino por un sendero cuesta arriba que nos llevó a lo que hoy es el parque y la terraza. Al llegar, nos encontramos solamente con espinillos, pero a todos nos pareció un lugar mági-co. Mientras explorábamos cada rincón, jamás imaginé que algún día este sitio se convertiría en mi lugar en el mundo, porque realmente era una ruina: los te-chos estaban destruidos, los pisos eran de tierra, las paredes se caían a pedazos y, por supuesto, no había agua ni luz. Pero, finalmente, ganó la perseverancia de mi madre y al poco tiempo mi padre compró la propiedad. Aunque yo tenía sólo 6 años, recuerdo como si fuera ayer el día que nos mudamos, porque desde entonces vivo enamorada de este lugar.

–Los De Ridder son una familia con una gran tradición en La Cumbre... ¿Cómo es regresar a esta casa sabiendo que su familia es un símbolo del progreso de este sitio?

–Un gran orgullo, pero al mismo tiem-po un compromiso muy grande con la preservación de la zona. Porque tanto “El Buen Retiro” como “El Puerto” están ubicados en San Esteban, un pueblo muy chiquito que en su momento albergó a muchas de las familias que trabajaban en la estancia de mi abuelo.

–¿Qué es lo que más extraña cuando se va?

–Creo que la paz, el silencio y el con-

“Mi madre trajo pinturas y muebles de las casas de sus antepasados suizos y

franceses para decorar ‘el Puerto’”

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Arriba: sobre la chimenea sobresale el retrato de la aristócrata suiza Elisabeth de Diesbach, antepasado de Micheline Cocagne de Maillard, madre de Silvia. Derecha:

la mesa, lista para el almuerzo, está puesta con una vajilla de cerámica florentina pintada a mano. Los platos de sitio son de peltre y los individuales fueron bordados

especialmente para que combinaran con los motivos de la vajilla.

“Cuando quedé viuda, el pasado abril, me refugié en esta casa. La paz que me transmite

este sitio hizo que la tristeza y la nostalgia fueran llevaderas”

tacto con la naturaleza. Y, por supuesto, los maravillosos atardeceres con los que las sie-rras van tomando distintos colores.

“ME PARECE MAS ROMANTICO QUE SEA MORISCA”

–¿Quién se ocupó de la decoración?–En un principio fue mi madre quien se ocupó

de todos los interiores. Llena de entusiasmo, hizo copiar los pisos de su casa en Francia cuando era chica. Después, en cada uno de sus viajes, trajo varios cuadros que heredó de su abuelo, el barón de Maillard, así como algunos muebles antiguos.

–¿Cómo definiría el estilo de la casa?–Tiene una estructura colonial, pero con algu-

“Yo tenía sólo 6 años cuando pasamos el primer verano en esta casa y, desde entonces, vivo totalmente enamorada

de este lugar”

El comedor, conformado por muebles estilo provenzal alemán,

está decorado con dibujos Bauernmalerei, la técnica de

pintura decorativa sobre madera típica de algunas regiones de

Alemania, Suiza y Austria. El piso es una reproducción

del que había en la casa de los abuelos maternos de Silvia, en

Francia. La araña es holandesa y al fondo sobresale una naturaleza

muerta de la época flamenca, regalo de casamiento a Micheline

y a Alberto de uno de sus tíos abuelos de la rama De Ridder que

vivía en Bélgica.

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nos detalles que le dan un aire veneciano-morisco. He hablado con varios arqui-tectos sobre el tema, pero escuché todo tipo de argu-mentos. A mí me parece más romántico que sea morisca.

–¿Qué es lo que nunca debe faltar en una casa al momen-to de recibir huéspedes?

–Tres cosas: una cordial bienvenida, muchas flores y comida exquisita.

LAZOS DE SANGRE–Su hijo Francisco es otro

enamorado de La Cum-bre. ¿Usted se encargó de transmitirle ese afecto por

“El Puerto”?–Al igual que sucede con-

migo, esta casa forma parte de la vida de mi hijo y eso se transmite cada vez que venimos a pasar unos días. Disfrutamos cada momento que estamos en ella y nos sentimos muy privilegiados de ser sus guardianes.

–Si tuviese que elegir un momento que pasó en este lugar, ¿cuál sería?

–Sin duda, las Navidades. Aunque también todos los años que Francisco espera-ba la llegada de los Reyes Magos. Ver a mi hijo crecer en esta casa no tiene precio.

Arriba: la suite principal está decorada en bordó y verde, los colores favoritos de Silvia. Las camas son de estilo colonial inglés y datan del

siglo XVIII. Al fondo destaca una coiffeuse con espejo con marco de plata que perteneció a la baronesa Marie de Maillard de Chattonay,

abuela de Silvia. Izquierda: los baños de la casa conservan los azulejos originales.

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–¿Cómo fue volver a “El Puerto” sin la compañía del hombre de su vida?

–Me hizo remover el pasado y evocar recuerdos muy lindos. Porque aunque pasé momentos difíciles, es tal la paz que me transmite este lugar que la tristeza y la nostalgia fueron llevade-ras. Mi mayor consuelo era que a Luis le encantaba este lugar y que yo podía seguir disfrutándolo.

–Su madre se sigue emocionando al contemplar el atardecer como si fuera su primera vez...

–Totalmente. Le encanta sentar-se a tomar el té en la terraza todas las tardes y disfrutar de las vistas y escuchar el canto de los pájaros.

–Si tuviera que definir este lugar con dos palabras, ¿cuáles serían?

–¡Mágico e intrigante!•

Texto y producción: Rodolfo Vera Calderón Fotos: Tadeo Jones

Arriba: Silvia posa junto a su madre,

Micheline, y su hijo, Francisco, a la sombra

de los árboles que sus padres plantaron hace más de sesenta

años. Izquierda, arriba: Micheline

Cocagne de Ridder junto a “La Porota” en una imagen de 1955.

Izquierda, abajo: Micheline y Alberto

De Ridder almorzando en la terraza de

“El Puerto”, en 1957.

“Al igual que sucede conmigo, esta casa forma parte de la vida de mi hijo

y eso se transmite cada vez que la visitamos”