SINTOMAS DEL MALESTAR CONTEMPORANEO Introduccion a Una Clinica Del Estado Limite

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Jan Van Morlegan

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JAN VAN MORLEGAN

SÍNTOMASCO

INTRCLÍNICA DE

CLASES IMPARTIDAS EN LA ASOCIACIÓN ADOS MÁLA

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JAN VAN MORLEGAN

SÍNTOMAS DEL MALESTARCONTEMPORÁNEO

INTRODUCCIÓN A UNA CLÍNICA DEL ESTADO LÍMITE

CLASES IMPARTIDAS EN LA ASOCIACIÓN ADOS MÁLACURSO 2007 - 2008

MALESTAR

CLASES IMPARTIDAS EN LA ASOCIACIÓN ADOS MÁLAGA

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ÍNDICE GENERAL

Introducción …………………………………………………………………………. 9

Prólogo ………………………………………………………………………………. 11

PRIMERA PARTE

LA HOLOFRASE ANORÉXICO- BULÍMICA

1. La pasión por el signo de amor….……………………………………………….17

2. Dejar lugar para ser deseada………………………………………………….… 27

3. La aporía goce- deseo ………………………………………………………….... 33

4. El drama escópico en la anorexia……………………………………………...... 41

5. Anorexia-bulimia: ¿neurosis o psicosis? ………………………………….…. ...51

6. Tratamiento preliminar en anorexia………………………………….………… 59

______________________________________________________________________

SEGUNDA PARTE EL FENÓMENO PSICOSOMÁTICO

7 . Cuando el primer par de significantes solidifica ....…………………..……...69

8. Un caso de asma nervioso ¿FPS o síntoma? ………………………….….…… 81

9. El retorno del goce al cuerpo .............………………………………...…………91

10. El cuerpo trino RSI, efecto del significante……………………….……………99

11. Estructuras clínicas, intervalo y holofrase..…………………………………..107

12. Causación del sujeto y holofrase....……………………………………………115

13. Llamado holofrásico y retorno lesionante… …………………………………125

14. Los tics de Emy ¿síntoma o FPS?...................................................................... 133

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TERCERA PARTE

EL SUJETO EN ESTADO LÍMITE

15. Estado límite, tiempo lógico del sujeto…..…………………....……...………147

16. ¿Se puede hablar de forclusión parcial?............................................................155

17. Rasgos clínicos del sujeto en estado límite……………………………….…...165

18. Estado de suspensión de la estructura……………………………..…………175

19. Formalización topológica del estado límite………………………………….181

20. Un nuevo ordenamiento psicopatológico……………………………………189

CUARTA PARTE

LOS ESTADOS DEPRESIVOS

21. ¿Nuevas declinaciones del goce?.......................................................................199

22. A deseo que decae goce que brota…………………………………………….205

23. El fondo depresivo de “la gran neurosis contemporánea”………………….213

24. Malestar contemporáneo y mutación del gran Otro………………………...223

25. La disfunción del padre real ¿una patología social?.......................................231

26. La condición depresiógena del mundo actual……………………………….239

QUINTA PARTE

EL MONTAJE TOXICOMANÍACO

27. ¿Psicoanálisis del toxicómano?..........................................................................249

28. Creencias e interrogantes en toxicomanía……………………………………257

29. Huir del dolor……………………………………………………………………267

30. Operación pharmakon: prótesis contra la falta………………………………273

31. Dolor narcisista, tiempo cero de la operación pharmakon…………………287

32. Dispositivo paradójico de autoconservación…………………………………297

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33. Los desafíos de la clínica con toxicómanos…………………………………...307 . 34. La transferencia en el montaje toxicómano…………………………………..313

35. Tiempo preliminar de ahuecamiento de la demanda……………………….321

Epílogo………………………………………………………………………………333

Bibliografía………………………………………………………………………….337

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INTRODUCCIÓN

“Como les decía, toda la ideología, la publicidad, la promoción, el mundo que nos rodea, etc., todo empuja en el sentido de: no hay goce sino en posi-ción de amo (…) no hay goce salvo que al menos en algún lugarcito sea amo. No tiene ningún interés de satisfacción libidinal el teléfono móvil que he adquirido. Si estoy en disposición de amo nunca una conversación me llevará al goce suficiente de la conversación, ni que el clic venga en el mo-mento justo y la conversación termine en el momento justo, no se va a pro-ducir eso. Se va a producir solamente “Soy” (…) donde las conversaciones son de un sostén de Ser, de puro prestigio. (…) O tener un automóvil, por lo menos un instante al salir al volante, lo que importa es el emblema y la suposición de que el goce está en Ser.

Pero el fantasma está roto, nuestro pobre sujeto ha adquirido el auto, aun-que sea un esclavo, con gran sacrificio. Cuando se compra el auto cree que ahí tiene, al menos, una posición de amo; y así hacemos con todos nuestros pequeños bienes. Tenemos esa posibilidad de creernos que somos, por eso, amos, pero este vínculo está roto. No habrá en la satisfacción del automóvil una conexión fantasmática que introduzca la división subjetiva, y una sa-tisfacción suficiente. De manera que, como dice Lacan, el que está en posi-ción de amo, ¿cómo va a gozar si está ciego y sólo busca plus de goce que sólo lo deja cada vez en mayor insatisfacción? (…) Pero la posición del amo es la posición de la pulsión de muerte. Debe ir a 240, a 260, a 300 Km/ hora, hasta encontrar en algún punto de desesperación – como el cadáver que es, manejando ese emblema - encontrar realmente una satisfacción.

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Freud alertó acerca de algo que veía, que era un ejercicio desesperado de la búsqueda de satisfacción que conduce rápidamente al umbral más bajo de lo que es el equilibrio de la vida. Pero no hay para nosotros ningún equilibrio de la vida como no sea el fantasma. En la creación de fantasmas, que son construcciones, ficciones importantísimas, se juega nuestro equilibrio de la vida. Y la posición del amo encarna inevitablemente, a raíz de la identifica-ción al significante del poder, encarna la ruptura de ese fantasma, y la apa-rición de las posiciones de los fantasmas más extremos y efectivamente mortíferos en lo real, de muerte.

Eso parece ser el núcleo para Lacan de lo que ahora se desencadena de ma-nera devastadora en razón de la cuantificación, es decir, del efecto tecnoló-gico. Un efecto de contabilidad del goce que encarna la producción capita-lista, globalizada, y lo que quieran. Pero, el verdadero tema es la posición subjetiva del amo.” 1

1 Indart, J.C., Acerca del goce de los que mandan .Pág.23-25, Biblioteca del Taller,Madrid

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PRÓLOGO

¿...A dónde se han ido las histéricas de antaño, esas ma-ravillosas mujeres, las Anna O., las Emmy von N...? ¿Qué es lo que reemplaza a esos síntomas histéricos de otros tiempos? ¿No se ha desplazado la histeria en el campo so-cial? ¿No la habrá reemplazado la chifladura psicoanalítica?2

En su momento Freud fue testigo de cómo la histeria dominaba el horizonte de la clínica, y se topó así con un terreno maduro para producir su teoría. La histeria fue la gran partera, la gran hacedora del psicoanálisis. El campo clínico estaba necesitando del oído de Freud que llegó en el momento adecuado.

Pero ahora, en los albores del siglo XXI, el discurso que predomina es el del malestar difuso. Además de algunos que siguen consultan-do con la inmensa necesidad de ser escuchados, están aquellos otros que, siendo incapaces de asociar nada, esperan que les preguntes lo que necesitas para rotular su padecer y que después les digas lo que tienen que hacer. O, por fin, aquellos que vienen escayolados por el discurso médico “Yo es que soy fibromiálgica”, es decir, un sujeto con-gelado bajo su síntoma.

Con el concepto de “síntomas del malestar contemporáneo”, lo que intentaremos resaltar, son aquellas formaciones clínicas especial-mente complicadas de adscribir a una estructura. Estamos viendo cómo distintos autores están formalizando propuestas al respecto, y así nos detendremos en la aplicación de conceptos como holofrase, sinthome, sujeto en estado límite, hombre sin gravedad, perver-sión generalizada, adolescencia prolongada, clínica de la metáfora débil, clínica del vacío…

2Lacan, El Seminario, Libro 24, Clase 8, inédito

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Intentaremos resaltar cómo Lacan denuncia la presencia de estos fenómenos sintomáticos ya desde la clínica freudiana misma. Así, el caso del hombre de los lobos, si bien Freud lo considera un caso de neurosis, también va a hacer intervenir un mecanismo muy específi-co que es el de la “verwerfung” o forclusión, que Lacan sistematizará como específico de la psicosis.

Trabajaremos el concepto que nos propone Rassial de “sujeto en es-tado límite” en oposición al concepto de “borderline”. Mientras este último, en contradicción con la psicopatología psicoanalítica, intenta definir un espacio o zona fronteriza entre la neurosis y la psicosis, el estado límite remite a un tiempo lógico diferencial dentro de la misma estructura. Y Rassial recurrirá al sinthome para sostener su propuesta.

Lacan elabora el concepto de sinthome a partir de una topología muy especial, que es la de los nudos, aplicada a las estructuras clíni-cas. El nudo tiene la característica que se ata o desata, siendo el sint-home una atadura especial, que obra de suplencia ante la forclusión del nombre del padre. Este sinthome o nudo supletorio permite es-tabilizar aquello que estaba desanudado.

Y en otros momentos utilizaremos también el concepto de holofrase. Son dos conceptos, el de sinthome y holofrase, que remiten a ese mismo déficit, y que nos pueden servir para hacer inteligible los fenómenos que nos ocupan, diferenciándolos del síntoma como formación discursiva. Así, cuando afirmamos que en la anorexia, en el fenómeno psicosomático, y en la toxicomanía no estamos en pre-sencia de formaciones sintomáticas, podríamos concluir que nos en-frentamos a formaciones supletorias del orden del sinthome.

Son distintos abordajes a los mismos problemas, el problema del diagnóstico cuando el caso no responde a los lineamientos espera-bles según el cuadro de las estructuras clínicas. Recalcati va a utili-zar el término “clínica del vacío” para reflexionar sobre todos estos casos de llamadas al goce: anorexia-bulimia, toxicomanías, fenóme-

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nos psicosomáticos, depresión, como parte del bloque de fenómenos y síntomas que de por sí no definen una estructura.

El psicoanálisis es un fenómeno que emerge a partir de un discurso social, que es el discurso de la represión del deseo. La reinvención lacaniana pasa, justamente, por hacer una torsión del tema del padre en relación a la ley del deseo, a la ley de la interdicción del incesto, el tema del padre en el Edipo, como tema central freudiano, y hacer-lo propio, pero con la torsión de la metáfora paterna, del Nombre-del-Padre, de la discriminación padre real, padre simbólico, padre imaginario.

La torsión lo que nos indica es que el determinante del espacio de configuración de lo psíquico deja de ser la represión del deseo, para ser reemplazado por la ineficacia de la prohibición. Del padre prohibicionista al padre carente. Esta sería una manera de ponerle título a lo que este año trabajaremos de la clínica.

De lo que se trata, en definitiva, es que del malestar en la cultura no nos salvamos. Y que si a comienzos del siglo pasado el psicoanálisis subrayó el papel de la represión en dicho malestar, a comienzos de este milenio no debemos caer en la trampa de atribuirlo a otro ava-tar, como es el caso del descrédito del padre real, del padre “humi-llado”. Ya Lacan se ha encargado de subrayar la condición estructu-ral e insalvable de dicho malestar. La función del padre está conde-nada a ser falible, a no dar la talla del ideal.

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LA HOLOFRASE A

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PRIMERA PARTE

LA HOLOFRASE ANORÉXICO-BUL

BULÍMICA

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LA PASIÓN POR EL SIGNO DE AMOR

La cara de amor y la cara de odio Anorexia: “ningún objeto vale el amor” Bulimia: “aún más, aún más, aún más” Del vacío del estómago a la falta-en-ser De la pasión por la comida a la pasión por el vacío ¿Qué significa comer para el hablante ser? La mesa del Otro

Hoy vamos a empezar una línea diferente de trabajo, intentando prestar más atención a la clínica de esos casos que son de difícil dia-gnóstico, esos casos que nos desafían a leer la estructura con un po-co de elasticidad, que en la jerga psicopatológica suelen referirse como casos límite, que más atrás en el tiempo se los denominaba casos “boderline”, y que hoy, a partir de nuevas elaboraciones po-demos asimilar bajo la propuesta de “sujetos en estado límite”.

El concepto de caso límite es incompatible desde la ortodoxia laca-niana que aborda la psicopatología a partir de diferenciar neurosis, psicosis y perversiones. Veremos cómo algunos autores utilizan el concepto de “estado límite” para referirlo, no al límite de la estruc-tura, sino al límite del sujeto; serían aquellos casos en los que la pre-gunta que nos convocaría sería: ¿podemos en este caso concreto hablar de constitución de sujeto? Así, cuando trabajamos la psicosis en oposición a la neurosis, allí definimos la debacle de sujeto, por efecto de la forclusión del “Nombre- del- Padre”.

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Hay todo otro amplio abanico de casos en donde la pregunta por el sujeto es puesta en cuestión. Y de entre esos casos que podemos agrupar como estados límite, hoy vamos a empezar con la anorexia-bulimia.

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“Tener hambre es terrible, pero no tener la posibilidad de padecerla es aún peor”. Este es el título de un artículo periodístico sobre Ame-lie Nothomb, novelista belga que ha escrito un libro que se llama “Biografía del hambre”. En este artículo, la autora comenta su nove-la autobiográfica:

“En los alimentos hay algo que va mucho más allá de la estricta alimenta-ción”....”Decidí dejar de comer el 5 de Enero de 1981 a los trece años, el día de santa Amelia, lo hice conjuntamente con mi hermana Juliette, tomar la decisión las dos a la vez fue un acto de unión muy fuerte, de amor” ...”y a eso hay que agregarle la llegada de la adolescencia...las chicas viven esto como una violación, supone la pérdida de un cuerpo coherente, un cuerpo en continuidad con el espíritu. Para un niño la separación del cuerpo y el alma es algo que carece de sentido, la unidad es perfecta. La adolescencia convierte nuestro cuerpo en un extraño, en un enemigo, de pronto habita-mos en un cuerpo en el que no nos reconocemos. Es una fase de una gran violencia, y yo viví y reaccioné a esa violencia a través de la anorexia, a través del hambre absoluta”3

En las palabras de esta escritora se manifiestan los significantes de su deseo en conflicto con su cuerpo adolescente. Este es uno de los lugares comunes, el despertar del cuerpo adolescente a la sexuali-dad, en ciertas manifestaciones anoréxicas. El cuerpo se ve reducido a su mínima expresión, se trata de quitarle formas y redondeces, hacerlo lo menos apetecible para el otro.

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3 Diario “El País”, 28/01/2006

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Para el desarrollo de este tema nos va a servir de texto de cabecera el libro de Recalcati sobre anorexia y bulimia4. Este texto lo podemos leer como una introducción a la clínica lacaniana. Es un libro que toma partido en contra de la reducción sociológica que pretende ver en la anorexia un trastorno derivado de la industria de la moda. Eso lo escuchamos constantemente en los absurdos y prosaicos debates de televisión donde se trata el tema de la anorexia. Y también toma partido este libro en contra de lo que es la medicalización y psiquia-trización del paciente sin tener en cuenta lo que tiene de particular el sujeto. En contra del afán universalista y clasificatorio que pretende ver en estos fenómenos un trastorno de la alimentación al que lla-man “anorexia mental”, la clínica lacaniana lo que intenta es reivin-dicar la particularidad del sujeto en este fenómeno y cuáles son sus criterios diferenciales.

La anorexia-bulimia la podemos entender, siguiendo a Recalcati, como la pasión por el signo de amor. Que más que comer quiere que la amen; que más que darle comida quiere que le den signos de amor, que más que sustancia comestible quiere pruebas de amor. Esa es la versión romántica de la anorexia. Pero también subraya la otra cara de la anorexia, que es la que tiene que ver con el deseo del sujeto degradado a residuo. Es la cara cruel, la que transmite el enorme caudal de odio de esos pacientes, que los lleva al borde de la muerte para de esa manera proyectar su venganza sobre el Otro que no le dio el amor. Ella le devuelve en forma de extrema delgadez el odio que la embarga, es como reprocharle al Otro el amor que no le dio.

El objeto de deseo degradado a objeto residuo. Es un mecanismo similar al que veíamos el año pasado en el obsesivo, cuando decía-mos que la estrategia de la obsesión degrada el objeto de deseo en

4 Recalcati, M.: “La última cena: anorexia y bulimia”, Del Cifrado, Buenos Aires, 2004

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objeto de demanda5. El objeto de la demanda del Otro a nivel anal es referido al escíbalo y el obsesivo degrada el objeto de deseo a objeto de la demanda anal, degrada el objeto de deseo en residuo. Es decir, lo que a nivel anal desemboca en obsesión, a nivel oral desemboca en anorexia: el ejercicio de degradar el objeto de deseo en objeto de demanda del Otro. Se trata entonces de no reducir la problemática anoréxica a su aspecto romántico de pedir por el signo de amor, sino también incluir la otra cara trágica, agresiva, violenta.

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Refiriéndose a la bulímica este autor recoge la fórmula “aun más, aun más, aun más”; y describe a la anoréxica bajo el lema “ningún objeto vale el amor”. Veamos como lo sustenta.

“Aun más, aun más, aun más….Es la demanda que insiste sin palabras y en una forma desesperada en el ataque bulímico. El mal infinito de la demanda bulímica (no existe nunca Otro que pueda colmarla) muestra, en su punto extremo, la intersección con la demanda de amor en cuanto tal. Porque la “intransitividad” de esta demanda, usando una expresión de Lacan, consiste justamente en el exceso que la anima, respecto a la satisfacción posible ofrecida por el consumo del objeto. El amor no es una mercade-ría como otras, no se puede consumir. Y eso que sabe bien la anoréxica es que eligiendo comer la nada rechaza el mundo del tener y reclama su derecho a ser, su derecho al amor.”6

El ataque bulímico podemos describirlo como una voracidad des-controlada donde ninguna sustancia alcanza, hasta que lo que se consigue es un lleno de un vacío, pero que es el lleno del vacío del estómago, pero no se llena el otro vacío que está en juego en todo esto, que es el vacío de la “falta en ser”. De allí el vómito y a empe-zar de nuevo

5 Van Morlegan,J.: Seminario 2005-06,”La pulsión, efecto virulento del significante”, inédito

6 Recalcati, M. Idem, pág.29

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Detrás de la pasión por el objeto comida, en su rechazo absoluto o en su voracidad ilimitada, está la pasión por el vacío. Se trata de de-jar un vacío destinado a ser llenado por amor y no por sustancia. Y este vacío la anoréxica-bulímica lo ubica ingenuamente en el estó-mago. Ese vacío es lo que da la categoría de “ser”. Si no hay ese va-cío no hay “ser”, no hay sujeto. Si no hay ese vacío quiere decir que el sujeto no ha podido constituirse, porque el sujeto se constituye al separarse del Otro, perdiendo eso que llamamos el objeto “a”. Lo Otro es un todo que no admite vacío, que no admite sujeto.

La bulímica, después de su ataque de voracidad extrema se ve com-pelida al vómito, como si al llenar el estómago se le hiciera presente la inconsistencia de ese llenado, porque no es ese vacío el que ella quiere llenar. Vuelve entonces a vaciar el estómago para volver a empezar con el proceso, repitiendo nuevamente el llenado. Pero no acierta con el objeto porque su hambre es de otra cosa: una pasión por el signo de amor que no pasa por la sustancia comestible. Por ello tenemos que quitar este trastorno de la categoría de la alimenta-ción, porque no es la sustancia alimenticia la que está en juego aquí. No es un trastorno del apetito.

¿Qué significa comer para el ser humano? Es saciar el hambre. ¿Pero sólo es saciar el hambre? Porque ese sería el registro animal. Para el ser humano es algo más. Es un elemento simbólico por excelencia que lo relaciona con el Otro. Esa construcción, esa estrategia relacio-nal del bebé con su madre en torno a la comida, es algo más que la relación con la alimentación. Hay algo que simboliza toda esa rela-ción con el Otro que tiene que ver con el objeto, pero no el objeto comida, sino con ese otro objeto del cual hablamos en psicoanálisis, que tiene que ver con el deseo. Y eso es lo característico de la comida humana.

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Levi Strauss 7tiene un ensayo antropológico escrito hace ya muchos años en donde sondea profundamente las relaciones entre lo crudo y lo cocido, como ilustración de la oposición entre naturaleza y cul-tura, lo cocido como la entrada en la cultura, uno de los grandes in-dicadores simbólicos de la cultura. Lo Cocido, La Cocina, el Arte Culinario, la Gastronomía de nuestros días siguen siendo herra-mientas simbólicas en torno a ese acto que dejó de ser natural.

Entonces el no comer de la anoréxica es mucho más que un trastor-no de la alimentación, es en otro nivel distinto al de la necesidad que tenemos que encuadrarlo, en el nivel del deseo, en el nivel de lo que son los desencuentros en relación al objeto del deseo, los avatares del deseo.

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Dice una bulímica “Cuando como trato de comer una cosa riquísima, pero por más que la busco no la encuentro nunca”. Y el psicoanálisis afirma que la Cosa está perdida para siempre. ¿Cuál es esa Cosa de la que hay un hambre que nunca se satisface?

En torno a esa Cosa se ha construido toda la teoría psicoanalítica. En torno a esa Cosa Freud habló del objeto mítico de la satisfacción primera, supuesto como perdido. Y lo denominamos mítico porque no existe un acto histórico fechado:”primer minuto de vida el bebé toma la teta, primer objeto...”. No, no es así, no existe como hecho computable. Pero sí existe en la estructura a partir de la cual el niño confronta su búsqueda. Es una imperiosa necesidad de poner un punto de mira ideal hacia el cual tiende, un objeto que colma absolu-tamente. Nosotros podemos, desde lo imaginario, pensar que ese momento mítico se correspondería con su estar en el vientre mater-

7 Lévi-Strauss, Claude. Mitológicas. Volumen I: Lo crudo y lo cocido. Fondo de Cultura Económica

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no, que ésta sería en la completitud, donde no existe hambre, en tan-to la satisfacción está en relación a un equilibrio homeostático tal que no necesita dar lugar al hambre. Es más bien por una exigencia estructural que definimos un primer momento en el cual hay un ob-jeto que colma. Un momento mítico previo al deseo. Y desde la lec-tura del Edipo freudiano, entonces, la Cosa se corresponde con la madre. El hambre de otra cosa es entonces el hambre de la madre prohibida.

Desde la perspectiva de la pulsión, lo que colma ese otro apetito, que está más allá del hambre de comida, a nivel de la pulsión oral ese objeto mítico es el seno ¿Pero de qué seno hablamos? No existe. Es un objeto mítico. Es un seno que como tal es un objeto fantasmá-tico. Es el seno del destete. Es un objeto que falta. Lacan utiliza para hablar de este objeto que falta el matema petit a. Real, dice Lacan, es decir un hueco. El hueco del seno fantasmático, del cual sólo pode-mos dar constancia como fantasma. Lo que hay es un vacío en el cual colocaremos distintos objetos a partir de los cuales la pulsión hace repetidos contorneos intentando satisfacer ese apetito.

El pezón, la comida, el chupete, el cigarrillo, todos objetos subroga-dos de una comida primordial que es un seno vacío, o el vacío del seno, o el objeto a. Y como tal, vacío que no se puede llenar, porque si se llena ese vacío sobreviene la muerte del deseo. Es absolutamente paradójico que se intente llenar un vacío cuya completitud provocaría la muerte del deseo. Eso es lo paradójico de la anorexia-bulimia, que no responde a la lógica del placer, no hay placer que explique el rechazar la comida hasta la muerte; no hay placer que explique el comer vorazmente hasta reventar. No se pue-de explicar por la lógica del principio del placer. Ni tampoco por la lógica del principio de realidad, que son los dos principios del acon-tecer psíquico que acuñó Freud. No se puede explicar por la acomo-dación a la realidad, que la anoréxica no coma porque gustan más las flacas, como pretenden los adeptos de la teoría sociológica. Para poder entender esto recurrimos a la lógica del goce pulsional.

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Recalcati se refiere a la anorexia-bulimia como los dos polos de un mismo discurso. Incluso llega a considerar la bulimia como un dia-lecto de la anorexia, homologando así a Freud que dice que la neu-rosis obsesiva es un dialecto de la histeria, que el discurso básico de la neurosis es el discurso de la histeria. La bulimia es como el desca-rrilamiento de la anorexia. La anorexia es la búsqueda del sueño de alcanzar narcisistamente el yo ideal representado por el cuerpo del-gado, el cuerpo flaco. La bulimia es la constatación del fracaso de esa búsqueda.

El otro concepto que aparece en título de la obra “La última cena” remite a la cena bíblica que está impregnada por la traición de Judas. La última cena es una comida muy especial. La comida de la anoréxica-bulímica es una comida en donde hay que tener en cuenta la mesa del Otro. En la última cena está la mesa del Otro, el Hijo con sus apóstoles. El Otro dispone en la mesa el lugar y la ubicación de los comensales. El Otro rige la mesa. Y la anoréxica-bulímica lo que haces es, como Judas, atentar contra las leyes de la comensalidad del Otro. Yo no como, o yo como sin límites y después vomito. En ese sentido toma el concepto de la última cena, la anoréxica-bulímica en el lugar de Judas, rompiendo las reglas de la comensalidad, como Judas, que traiciona al Otro. La anoréxica, y aquí está la cara anti-romántica, lo que hace es atentar contra el Otro proyectando como odio lo que fue vivido como falta de amor. Es decir, el origen de to-do esto sería la falta de amor. El Otro, cada vez que esta niña pedía, le daba, según expresión de Lacan, “la papilla asfixiante”.

“Pero el niño no se duerme siempre así en el seno del ser, sobre todo si el Otro, que a su vez tiene sus ideas sobre sus necesidades, se entromete, y en lugar de lo que no tiene, le atiborra con la papilla asfixiante de lo que tiene, es decir confunde sus cuidados con el don de su amor. Es el niño al que alimentan con más amor el que rechaza el ali-mento y juega con su rechazo como un deseo (anorexia mental). Confines donde se capta como en ninguna otra parte que el odio paga al amor, pero donde es la ignorancia la que no se perdona. A fin de cuentas, el niño, al negarse a satisfacer la demanda de la madre,

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¿no exige acaso que la madre tenga un deseo fuera de él, porque es éste el camino que le falta hacia el deseo?8

Las madres que colman a su bebé con la papilla asfixiante de lo que tienen, incapaces de hablar con su bebé, su falta es falta de signifi-cantes. La papilla lo que obtura es la posibilidad de que haya pala-bras, es decir, signos de amor. No quiere decir que la madre no quiera al niño, pero en su vinculación ansiógena, solo puede vincu-larse a través de la comida, agotando la demanda con el objeto de la necesidad. De esa falta de amor llega a la última cena donde no co-me nada, o come y vomita.

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El tema de la lógica del discurso anoréxico-bulímico nos remite a algo importante para toda la clínica, es el tema del diagnóstico psi-coanalítico. Cuando tenemos alguien que viene con el diagnóstico de anorexia mental, nosotros como psicoanalistas tenemos que hacer una relectura de eso, porque anorexia mental como tal remite a un trastorno de la alimentación. El diagnóstico en psicoanálisis lo que tiene que intentar despejar es que ese síntoma, o esa estrategia o ese fenómeno anoréxico remite no a una cuestión en relación al apetito de comida sino a una cuestión en relación al hambre de otra cosa, es decir, remite a una perturbación del deseo. Y esto es importante porque es lo que va a dar la dirección de la cura: intentar escuchar los significantes del deseo, para ver de qué manera ese deseo está descarrilado, atascado, obturado. Y entonces, el tema del diagnósti-co nos tiene que llevar por dos vías. Una es la vía de definir a que estructura remite el síntoma, porque no es lo mismo una anorexia histérica que una anorexia sobre una estructura psicótica. Esta es la vía general. Pero además está la vía particular del diagnóstico que remite a buscar la lógica del discurso, de qué manera se posiciona el sujeto en este fenómeno.

8 Lacan, Escritos 2, La dirección de la cura y los principios de su poder, Siglo XXI, Pág.608

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Una de las características de la lógica del discurso anoréxico-bulímico es la pasión por el objeto comida. La pasión entendida co-mo rechazo absoluto al borde de la muerte o la pasión por la voraci-dad. Pero, esta pasión por el objeto comida es la fachada, lo que subyace y lo que tenemos que descubrir es que debajo del objeto comida lo que se busca es esa otra cosa faltante, es la pasión por el vacío. La anoréxica come nada, la pasión de la anoréxica por comer nada. Y la bulímica, la pasión por el objeto comida, en realidad es un subrogado de esa otra cosa que llena ese otro hambre, que es el obje-to vacío, el objeto causa del deseo.

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DEJAR LUGAR PARA SER DESEADA

Objeto del deseo y objeto de la pulsión “Cómeme- déjame comerte” El hombre sin gravedad El cuerpo asexuado

Estamos trabajando el tema de la anorexia-bulimia desde el texto de Recalcati “La última cena” y vamos a profundizar en torno a la pul-sión oral, en torno al goce, al objeto perdido, al vacío.

1

El objeto de la pulsión es en tanto ha caído. La pulsión como tal es entonces un empuje, bordeando un orificio en torno a un objeto que falta. Y esta pulsión se pone en marcha contorneando de manera re-petitiva en torno a ese vacío, de tal manera que la pulsión no se sa-tisface nunca.

Hay que matizar la diferencia entre el vacío del objeto del deseo y el vacío del objeto de la pulsión. La pulsión se constituye en torno a determinados objetos privilegiados, oral, anal, fálico, escópico e in-vocante. Cuando decimos que el pezón es el objeto de la pulsión oral, nos referimos al pezón faltante, es el pezón del destete, el pezón que ya no está. Ese es el objeto que busca la pulsión.

Ahora bien, si remitimos el objeto como perdido es en realidad un objeto que nunca ha estado, porque de lo que se trata es de un objeto de satisfacción total. Y el pezón nunca significó la satisfacción total.

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El pezón siempre nos dejó con hambre, no de alimento, sino de esa Otra Cosa. El objeto causa del deseo es del orden del ser. La falta no es una falta de tener, sino una falta en ser. Es la falta que nos cae fa-talmente por pertenecer al orden simbólico.

Hay una película sobre Virginia Woolf en la que se evoca ese objeto perdido que nunca ha sido. Es una escena en la que una niña con-templa un pájaro moribundo mientras pregunta:

“¿y qué pasa cuando se muere?” y la tía le responde: “vuelve de donde ha venido antes de nacer”, a lo que la niña concluye: “yo no recuerdo de donde he venido”.

Podemos identificar el objeto perdido con ese lugar de completitud de antes de nacer, lo real, completo como la nada. Referido al cuer-po, el “objeto falta en ser” es ese resto del cuerpo que no ha sido ins-cripto como cuerpo significante, como agujero al que la pulsión en su intento de alcanzar sólo puede bordear.

A través de las re-significaciones oral, anal, fálica, el cuerpo adquie-re marcas significantes que lo constituyen como cuerpo pulsional. La imposibilidad estructural de que lo significante, lo simbólico, re-cubra totalmente lo real de nuestro cuerpo, deja un resto o lugar vacío que llamamos “objeto a”. La pulsión es el intento de colocar un fragmento separable del cuerpo en ese lugar vacío, como objeto de goce. Será el fantasma el que permitirá definir esa búsqueda en un objeto imaginario al que asignará el valor de objeto meta del deseo. Pero el camino de realización del deseo sólo puede ser simbólico, esto es, sublimado.

2

Tenemos dos opciones: o el goce o el deseo. Y esa es por excelencia la gran disyuntiva histérica: dejar el deseo insatisfecho para salva-guardarse de ser reducida a objeto de goce del otro.

La paradoja es que en el caso de la anorexia-bulimia lo que se busca es restaurar aquello que no se satisface, esto es, el signo de amor: “¡No insistáis en darme comida, lo que yo necesito es un signo de amor!”.

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Es pedirle al Otro que muestre su deseo, que se muestre faltante. El signo de amor por excelencia es ser deseado por el Otro: “¡Quiéreme! No me llenes con cosas que tú tienes, dame lo que tú eres!”

La dialéctica “cómeme- déjame comerte” es la cara pulsional, la cara del goce, no la cara del deseo. Es la papilla asfixiante de la madre que demanda “¡cómeme!” a la que la anorexica dice “¡basta, deja lu-gar para mi deseo, deja lugar para ser deseada por ti, para que yo reciba tu deseo!”

Lo que la madre no puede poner en circulación es el más allá de la demanda. No es que la madre de las anoréxica no quiera a su hijas lo que pasa es que es un querer objetal: quiere de la misma manera que demanda, que educa, que transmite las pautas de la necesidad. Y el querer es de otro nivel. Estar en el nivel del deseo es mostrar que algo le falta. Si no, es estar en el nivel de la omnipotencia.

Entonces, es imprescindible que el bebé ocupe el lugar del deseo de la madre. Pero no para quedarse allí, sino para transitar y salir, tránsito edípico cuya salida depende de la vigencia del Nombre del Padre para efectuar la metáfora paterna e instaurar la castración. Poder separarse y buscar su deseo fuera de la madre.

Pero si no existe ese deseo primero que conjuga el “deseo de ser de-seado”, no se pone en marcha el deseo propio.

El mal entendido de la anoréxica es que su falta de completitud ella la pone en el estómago. Porque claro que se trata de un vacío y de la defensa de un vacio. Pero se trata del vacío de ser que nos constitu-ye como sujetos de deseo, faltantes, incompletos.

En relación a esto Melman postula que estamos viviendo una muta-ción de la economía psíquica, en pos de un sujeto sin división, de un sujeto entero, completo, que ya no se interroga sobre su propia exis-tencia, un sujeto cuya conducta estaría, como en el animal, prede-terminada, y sólo bastaría dejarse llevar. Esta nueva economía psíquica funcionaría tras la búsqueda del objeto, pero no del objeto representación, sino del objeto parte en la realidad. Este es justamen-te el principio en que se basa la teoría cognitivista. Se trataría de go-zar a cualquier precio. Dice Melman:

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“...cada uno puede saciar públicamente todas sus pasiones y, más aún, pedir que sean socialmente reconocidas, aceptadas, incluso legalizadas. Una formidable libertad pero al precio de no pensar.”9

Es como si se aboliera la metáfora y se pudiera vivir fuera del len-guaje. En vez de apoyarse en la falta de objeto, la nueva economía psíquica funcionaría sobre el objeto necesario y presente. Del sujeto dividido, esto es, neurótico, se estaría virando al sujeto supuesto completo, esto es, perverso.

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Volviendo al objeto oral y a la comida, sólo la pasión por no querer saber puede justificar el no ver que la comida es algo más que un objeto de necesidad. La comida es por excelencia un objeto de inter-cambio simbólico entre el niño y su madre. Pretender que la ano-rexia es sólo una perturbación de la conducta alimenticia es intentar negar al sujeto, al sujeto dividido, deseante.

Recalcati asimila la figura de Judas, el que traiciona al Otro, con la actitud de la anoréxica con la comida, porque la comida siempre es en la mesa del Otro, en tanto lugar de lo simbólico. Judas se sienta a la mesa para traicionar al Otro. La anoréxica-bulímica patea la mesa del Otro: o rechaza la comida, o come vorazmente y vomita. Eso es romper las reglas de la comensalidad. La comida dejó de ser objeto de necesidad desde que pasamos de lo crudo a lo cocido, como lo especifica la antropología.

El arte culinario refleja las leyes de la cultura. Actualmente hemos pasado de la fabada de la abuela, contundente y sustanciosa, a esa otra comida de “la nueva cocina”, que en un plato enorme te sirven minúsculos manjares, como si fuera un dibujo sobre un lienzo blan-co; lo que nos comemos es el ornamento en torno al vacío. Se trata de reconocer las reglas que ordenan simbólicamente nuestra rela-ción con la comida.

La esencia del deseo no tiene que ver con el tener. El paso primero es imperioso, ser deseado por el Otro. El deseo del sujeto se pondrá en marcha a partir de que el niño confirma que el Otro lo desea. El

9 Melman, Ch. El hombre sin gravedad, UNR, pág.31

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peligro es: “aquí me quedo”. Afortunadamente, si funciona la metá-fora paterna, el sujeto puede separarse del Otro. La púber se enfren-ta con la emergencia de su sexualidad y eso le replantea su huida hacia atrás. Y su estrategia anoréxica consiste en inhibir el desarrollo de su cuerpo, aplanar las redondeces: el ideal del cuerpo flaco. No poder asumir su ser sexuado la lleva a convertir su cuerpo en lo más asexuado que hay. Es la negación de su sexualidad. La anorexia, como estrategia histérica, es un atentado al ideal masculino del cuerpo femenino.

El cuerpo está de entrada marcado por los significantes, inscripto desde antes de nacer en el mundo simbólico, de la cultura, de la fa-milia que ha prefijado ya para ese niño una constelación que lo aguarda. Lo simbólico nos recibe al nacer y nos marca fatalmente porque nos deja incompletos para siempre. Ganamos la representa-ción al precio de la Cosa. El cuerpo biológico pasa a ser un cuerpo pulsional, y la pulsión insiste en obturar ese vacío.

Hemos llegado a la Luna, a las Meninas, a los conciertos de Mozart, gracias a esa falta de completitud. Pero hemos perdido el paraíso, hemos dejado de ser animalitos, hemos dejado de ser seres comple-tos. La cultura nos inviste, el lenguaje nos engancha, el significante marca nuestro destino sin que nos demos cuenta. Pero queda un agujero, algo que no termina de ser llenado por toda esta estructura simbólica. Ese agujero es lo que la pulsión intenta llenar vía el goce, y el deseo custodia llevando siempre más allá su realización.

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LA APORÍA GOCE-DESEO

¿Separarse o fusionarse al Otro? El deseo de larva La madre cocodrilo

Vamos a ver la dialéctica deseo-goce en la anorexia-bulimia com-parándola con la histeria.

La primera reflexión que nos tenemos que hacer es que esto del de-seo y del goce, a la hora de la verdad tiene que encontrar su articu-lación. El neurótico tiene que intentar hacer compatible el deseo y el goce. La palabra goce remite a lo pulsional. Y la palabra deseo remi-te al campo simbólico, al campo de la sublimación, al campo del amor.

1

¿Cómo es la estrategia de la histeria en relación a esto de la dialécti-ca goce-deseo? El objetivo de la histérica es mantener el deseo insa-tisfecho, porque el ser gozada por el Otro, ser convertida en objeto de goce es traumatizante. “¡Tú sólo me quieres para follar!” Ella pre-fiere hacerse desear. Si desea mantener el deseo insatisfecho es por-que convertirse en objeto de goce es vivido como objetalizante, co-mo si la convirtieran en una cosa. Lo que la histérica reclama es que se considere su ser.

Hoy en día nos encontramos que prevalece otra estrategia, no la de la represión sino la del goce. Se está promocionando la cultura del

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goce, el consumismo rápido puesto en los objetos. El sujeto deseante no cuenta.

Como veíamos, Melman propone que hay un cambio de estructu-ración psíquica, una mutación en la economía de la búsqueda del placer. El funcionamiento de la economía psíquica fue planteado por Freud en el siglo pasado como regido por el principio del placer en choque con el principio de realidad, y con la represión consiguiente que desemboca en la neurosis. En este momento hemos pasado a una economía psíquica donde la instancia dominante es la del goce, esto es, la falta de represión, lo que desembocaría en una perversión generalizada. Es la dinámica de la satisfacción basada en el no reco-nocimiento de la castración, de la falta, ni de la diferencia, el todo vale. Se trata de conseguir ya el objeto del goce, la imposibilidad de mediatizar la demanda para dar lugar al deseo.

“La perversión se convierte en una norma social. No hablo aquí de la perversión con su connotación moral…sino de la perversión con una connotación clínica, basada en la economía libidinal…Hoy está en el principio de las relaciones sociales, a través de la manera de utilizar al compañero como un objeto que uno arroja cuando no lo estima suficientemente. La sociedad es llevada inevitablemente a tratar a sus miembros de esa manera…de arrojar lo que, después de haber servido, se convirtió en usado…”10

Perversión generalizada en tanto no hay reconocimiento de la falta, falta fundante que permitiría impulsar una economía distinta a la del goce, la economía del deseo.

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La anorexia como fenómeno emergente en nuestra época viene a ser como una denuncia del triunfo del todo vale del consumismo. Esta satisfacción compulsiva de la demanda lo que va a provocar es un brote contrario de rechazo de la demanda en defensa del deseo. Esto es lo que intentamos explicar en la anorexia como una aporía

10 Melman, Ch. Idem, pág. 58-59

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goce-deseo. La hipótesis es que la ley de prohibición del goce está debilitada, estamos ante la debilidad de la metáfora paterna.

“Papá cómprame las Nike”. “Papá, cómprame la iPod”. El niño es el gran consumista que siempre demanda las marcas más caras. Y el padre cae en la trampa del mercado, de la imagen del puro prestigio, del discurso del amo, que le cuelga el rótulo de “fracasado” si no sos-tiene dicho consumo.

El goce por definición es el triunfo parcial de la pulsión, y en su re-petición mortífera se muestra el dominio de la pulsión de muerte. La anorexia restrictiva que desemboca en la muerte real.

Decimos que en la anorexia se juega una aporía en relación al goce y al deseo, una contradicción. Hay dos objetivos que se oponen. Una de las maneras de entender la estrategia anoréxica es la de verla co-mo un intento para que la madre deje de dar papilla asfixiante y dé signos de amor. En este caso la estrategia anoréxica privilegia el de-seo, que es el signo de amor, en contra de lo que es el cuidado ma-terno de la alimentación. Es un intentar separarse del Otro.

Pero el punto importante es que paralelamente a este intento de se-pararse del Otro convive la estrategia opuesta. Por un lado la anoréxica intenta por todos los medios con su rechazo decirle ¡no! al intento de llenar la necesidad; para así decirle: “deja abierta la posibi-lidad del deseo, muéstrame tu falta y así yo puedo desear, es decir, ser de-seada”. Y al mismo tiempo es el movimiento contrario, es decir, in-tentar re-fusionarse con el Otro, intentar ser un todo completo con el Otro mortífero, es despeñarse hacia la muerte.

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Hay un concepto que acuña Lacan al referirse a la relación nutricia de la primera infancia, el “deseo de larva” o “canibalismo fusional”, que encierra en sí mismo esta aporía de la que hablábamos.

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“Satisfacción propioceptiva: la fusión oral. Las sensaciones propioceptivas de la succión y de la prensión constituyen, evidentemente, la base de esta ambivalencia de la vivencia que surge de la situación misma: el ser que absorbe es plenamente absorbido y el complejo arcaico le responde en el abrazo materno. No hablaremos aquí, como lo hace Freud, de autoerotismo, ya que el yo no se ha constituido aún, ni de narcisismo, ya que no existe ninguna imagen del yo; ni menos aún de erotismo oral, ya que la nostalgia del seno nutricio, en relación con lo cual la escuela psicoanalítica se ha equivocado, se rela-ciona con el complejo del destete sólo a través de su reestructuración por parte del com-plejo de Edipo. «Canibalismo», pero canibalismo fusional, inefable, al mismo tiempo activo y pasivo, siempre presente en los juegos y palabras simbólicas que, aún en el amor más evolucionado, recuerdan el deseo de la larva (estos términos nos permitirán recono-cer la relación con la realidad en la que reposa la imago materna).”11

El “deseo de larva” es la simbiosis, es chupar al otro, es en definiti-vo, la ausencia del deseo, el deseo aporético, paradójico.

La anoréxica con su no comer, con su ir adelgazando hasta borrarse, es la manera que tiene para ser vista. Su rechazo es la manera que tiene de reclamar ser aceptada . Son estrategias extremistas. Su re-chazo a la comida es su defensa para no ser devorada por el Otro asfixiante. Pero esto es una parte de la verdad. La otra parte es que su intento de fusionarse se traiciona y con la bulimia cae nuevamen-te en la fusión.

Así leíamos la vez pasada el decir de esa paciente: “la comida cae en un recipiente, al final del aparato digestivo”. La confusión de la anoréxi-ca es que el vacío del estómago está puesto en lugar de lo que Lacan llama el “vacío-en-ser”. El vacío en relación al deseo no es el vacío del estómago, no es el vacío de un objeto mensurable, de un objeto de tener, es un vacío de ser. El mecanismo de distorsión hace que la defensa de su vacío de ser lo ubique en su estómago, en su vacío de tener. Entonces todo el cuerpo interior está “imaginarizado”. Mien-tras ella siga colocando en el estómago el vacío de objeto, estará in-tentando una construcción condenada al fracaso. Su denuncia es

11 Lacan, La Familia, Cap.1, Argonauta

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pertinente y se enunciaría más o menos así: “quiero que me den un lu-gar como ser, no solamente un lugar de depósito de comida”.

Su lucha para liberarse de la madre devoradora, le juega en contra en tanto ella sigue pegada a la madre. Si por definición la madre de la anoréxica es la madre del cuidado alimenticio, la madre nutricia, la madre completa, en contra de esta madre ella tiene que encontrar la madre del signo de amor, la madre incompleta, la madre a la que le falta algo, la madre que desea. La madre tiene que poder mostrar-se faltante con ella.

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El otro concepto que tenemos que trabajar es lo que Lacan , refi-riéndose al niño absolutamente sometido al goce de la madre, llama la madre cocodrilo:

“Cada vez más los psicoanalistas se embarcan en algo que efectivamente es muy importante, a saber, el rol de la madre es el deseo de la madre. Es absolutamente capital porque el deseo de la madre no es algo que uno pueda soportar así nomás, en definitiva, y que eso les sea indiferente: entraña siempre estragos ¿no es cierto? Un gran cocodrilo en cuya boca ustedes están, es eso la madre, ¿no? No se sabe si de repente se le puede ocurrir cerrar el pico: eso es el deseo de la madre. Lo que traté de explicar es que lo que tenía de tranquilizante es que tenía un hueso así -les digo cosas simples- había pues algo que era tranquilizante, improviso, había un rodillo, así, bien duro, de piedra, que está en potencia a nivel del pico: eso retiene, eso atranca, es lo que se llama el Falo, el rodillo que los protege si de golpe se cierra! Estas son cosas que yo expuse en su momento porque era una época en la que yo hablaba a gente a la que había que amenazar: eran psicoana-listas. Había que decirles cosas así de gordas para que comprendieran. Por otra parte todos no comprendían. Entonces yo hablé a ese nivel de la metáfora paterna.”12

La madre cocodrilo es aquella que tiene entre sus fauces al hijo, y la única posibilidad que tiene de no ser devorado es que el padre pon-ga el palo. La anorexia con su identificación momificante hace de su cuerpo flaco el palo que detiene las fauces de la madre. El rechazo, el comer nada, es una manera de suplir la carencia del nombre del

12 Lacan, El Seminario, Libro 17, Clase 9

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padre, así como en la psicosis decimos que el delirio es un intento de compensar la forclusión del nombre del padre.

Estamos ante la idea de que, o el deseo de madre pasa a ser metafo-rizado por el nombre del padre con lo cual adviene la separación del hijo, o ante la forclusión del nombre del padre el deseo de madre se cierra sobre el hijo con lo cual se transforma en madre gozadora.

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En el caso de la bulimia tenemos que entender el vómito como una forma de poner límite al llenado. Es un intento de recuperar el vacio. En ese sentido cumple una función similar a la del nombre del pa-dre. Lo que pasa es que como la bulímica ya está en la cadena de re-peticiones, el vomitar, en un primer momento le sirve para seguir comiendo, es decir, le sirve para vaciar el estómago y volver a co-mer. Pero este ciclo, en un determinado momento es tan automati-zado, que ya pasa a ser independiente por sí mismo. Y entonces el vómito pasa a ser la razón de ser por sí misma, el vómito, la sustrac-ción, el vacío como razón de goce máximo. Es como si dijéramos: come para vomitar. Si en un primer momento vomita para seguir comiendo, en un segundo tiempo, come para vomitar.

También vomita para rechazar el alimento, en contra de la madre. Es uno de los términos de la dialéctica, el del deseo, el que tiene que ver con intentar separarse del Otro. Pero cuando queda apresado en el propio mecanismo de vaciamiento, por el cual el vaciamiento en sí es el goce, hay una especie de obscenidad en este mecanismo.

RESUMEN:

1) Postulados de la lógica histérica presente en la anorexia:

- la esencia del deseo tiene que ver con el tener. - cerrarse a la dialéctica de la demanda para abrir la del deseo - mantener el deseo insatisfecho para poder ser en el deseo - no ser el objeto de goce masculino para indicarle el más allá de

la trascendencia insatisfecha del deseo.

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- adquirir el valor fálico de un objeto que vale porque no se puede poseer del todo.

2) La paradoja anoréxica más allá de la lógica histérica:

- sustracción del sujeto a la demanda del Otro que asfixia, sus-traerlo del goce a favor del deseo

- abandono del sujeto al goce por la nostalgia del todo - un deseo aporético: separarse del Otro<->fusionarse al Otro - comer nada: objeto separador del Otro - la anoréxica goza con el ideal de su cuerpo fetiche

3) La lógica del goce bulímico:

- no vomita para continuar comiendo sino que come para conti-nuar vomitando.

- el vómito instaura el vaciamiento, la nada, el límite como prótesis de la función paterna

- la comilona como triunfo de la pulsión, sumisión del deseo an-te el goce

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EL DRAMA ESCÓPICO EN LA ANOREXIA

El postulado ético-estético Frustración de amor El fantasma escópico: la mueca del Otro El cuerpo flaco: fetiche o plus de ver El estrago madre-hija

En relación al caso de bulimia que se trabajó un par de clases atrás su analista nos relata que la paciente ha venido a la sesión entusias-mada por un libro que leyó sobre el tema. Un libro que la paciente se bebió, según sus palabras.

Surge la pregunta sobre la pertinencia de aconsejar lecturas. El tema hay que considerarlo desde varios ángulos. Dar consejos nos coloca fuera de posición, pues la dinámica del análisis justamente tiene que promover el trabajo activo del analizante y no el de un analista que le dice lo que tiene que hacer.

Por otro lado aconsejar lecturas fomentaría la intelectualización del análisis, que no ayuda en tanto no te compromete como sujeto, es más bien una especie de escayola.

Aquí el elemento en juego en relación a esta demanda tenemos que escucharlo desde la transferencia. El libro que la paciente se bebió señala una instalación transferencial que coloca a la analista en el punto de mira de su voracidad. Darle libros sería entonces respon-der a su demanda desde el lugar de madre dadora de papilla. La abstinencia de la analista, en cambio, habilita la interpretación mos-

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trando cómo juega como metáfora el alimento-libro que ella deman-da de su analista-madre.

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En ciertos casos, en la llamada clínica de borde, nos encontramos con dificultad para establecer la transferencia. Lo que tenemos que pensar es en esa primera etapa imprescindible que es lo que se llama tratamiento preliminar, las entrevistas preliminares, para algunos pacientes la entrada al análisis no se produce sino después de mu-cho tiempo. Alguien es maduro para psicoanalizarse cuando se pro-duce la rectificación subjetiva, cuando ese paciente puede asumir, no intelectualmente, sino desde un lugar de posicionamiento como sujeto, que lo que le está pasando es algo que tiene que ver con su subjetividad.

En el caso de la anoréxica hay una recomendación muy explícita que hace Recalcati de una especie de preliminar del preliminar. Antes aún de la rectificación subjetiva la anoréxica tiene que poder hacer un trabajo preliminar, tanto sobre la demanda como sobre el goce.

“¿Cómo operar con una demanda que no existe (a menudo es de los padres, del novio, de la amiga, de los familiares, pero raramente del sujeto), para construir un suje-to capaz de articular efectivamente una demanda de cura?...Trabajar sobre la demanda es transformar la certeza a-problemática del inicio (“Sufro de perturbaciones alimenta-rias”) en una contradicción dialéctica…en un enigma. ¿Qué es lo que sufre de otra cosa, si no sólo el apetito sufre?...Existe una dependencia ciega de la sustancia que hace difícil la articulación de una demanda de Cura. Lo que ocupa al sujeto es el pensamiento obse-sionante del alimento…Se trata- preliminarmente- de hacer posible una reducción, una atenuación del goce, de introducir en lo pleno del goce un elemento de vacío.”13

13 Recalcati, M., Idem, pág. 201-3

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Ahora nos vamos a detener en la mirada del Otro, para trabajar el drama escópico en la anorexia, la mirada persecutoria del Otro. Po-demos pensarlo a partir de lo que sería el postulado ético- estético de la anorexia, el postulado que tiene que ver con el dominio super-yoico del cuerpo. El postulado moral es controlar la pulsión, lo que tiene que ver con su sexualidad.

La anoréxica se postula como virgen-esqueleto. Su ideal ético es el no entregarse al goce. Y está entrelazado con el ideal estético. Por-que ese no entregarse al goce está regido por el ideal de la imagen del cuerpo delgado. No puede conciliar la ley de la castración, la que regula el goce y el deseo.

Esta ley tiene una vigencia estrictamente superyoica: no permite ninguna opción. La trampa está en que en esa posición tan rígida está cayendo en el goce: el goce de la abstinencia que se convierte en el ideal estricto por el cual rige un postulado ético-estético que la lleva hasta el borde de la muerte. Esta aliada con la pulsión de muerte.

Otra forma de considerar este postulado ético- estético de la tiranía de la imagen del cuerpo delgado, sería pensándolo como una opera-ción delirante sobre el cuerpo: la sistematización obsesivamente con-troladora de las cantidades y el peso. Ahora bien, cuando es el Otro el que se coloca en el lugar de la medición y el control eso puede servir para que el sujeto se coloque en el Otro lugar, en el de de-mandar el signo de amor. Siempre están las dos caras contrapuestas del drama anoréxico: el empuje a la fusión con el Otro y la estrategia de separación del Otro.

Desde Lacan podemos pensar la bulimia como una compensación a la frustración del amor, en tanto el Otro no le da lo que ella quiere: “Ya que no me das amor me como todo”. O en el caso de la anorexia “como nada”. Grito silencioso “¡hazme ver si te hago falta!”.

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“Observamos, por ejemplo, en la cura de un fetichista impulsos bulímicos mani-fiestos, correlativos de un momento decisivo en la reducción simbólica del objeto a la que algunas veces nos dedicamos, con mayor o menor éxito, en los perversos. ¿Cómo conce-bir esta correlación, la evocación en este momento de la pulsión oral?...Yo digo que cada vez que la pulsión aparece en el análisis o fuera de él debemos concebirla, en cuanto a su función económica, en relación con el desarrollo de una relación simbólicamente defini-da. El esquema primitivo que les di de la estructura simbólica del amor, ¿no nos permite acaso aclararlo?

Partamos del soporte de la primera relación amorosa, de la madre como objeto de la llamada y, por lo tanto, objeto tan ausente como presente. Una parte de sus dones son signos de amor... Por otra parte, están los objetos de la necesidad, que la madre presenta al niño bajo la forma de su pecho. ¿No ven ustedes que entre ambos lo que hay es un equilibrio y una compensación? Cada vez que hay frustración de amor, se compensa mediante la satisfacción de la necesidad. Si el niño llama, si se aferra al pecho y éste se convierte en lo más significativo de todo, es porque la madre le falta. Mientras tiene el pecho en la boca y se satisface con él, por una parte el niño no puede ser separado de la madre, y por otra parte esto le deja alimentado, descansado y satisfecho. La satisfacción de la necesidad es aquí la compensación de la frustración de amor y, al mismo tiempo, casi diría que empieza a convertirse en su coartada.”14

Veamos en qué consiste la estrategia anoréxica-bulímica ante la mi-rada del Otro. Es aquí donde se va a situar el drama escópico de la anoréxica. La anoréxica cuando no come, cuando se convierte en cuerpo delgado, podemos pensar que busca hacerse invisible, para en ese hacerse invisible conseguir ser vista: “¿antes no me veían? pues me borro y ahora sí que me van a ver desapareciendo, esqueléticamente”. Esta sería la perspectiva histérica. La perspectiva paranoica sería la que utiliza la invisibilidad para evitar ser fagocitada por el Otro.

Ver-ser visto y comer-ser comido, aspectos pulsionales presentes en el fantasma como estructura inconsciente, forman parte de la litera-tura clásica infantil: no comer como defensa para no ser comido. Los cuentos sobre el Otro devorador están justamente para que los niños puedan poner palabras a sus fantasmas, a sus pesadillas. En el caso

14 Lacan, El Seminario, Libro IV, clase 10

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de la bulímica la vergüenza a ser vista en su acto obsceno del vómi-to.

Hay otro concepto en relación a la mirada del Otro, que es el de la vergüenza, tema que trabajó Sartre.

Sartre hace girar toda su demostración alrededor del fenómeno fundamental que él llama la mirada. El objeto humano se distingue originariamente ab initio, en el campo de mi experiencia; no es asimilable a ningún otro objeto perceptible, en tanto es un objeto que me mira. Sartre recurre en este punto a matices extremadamente refinados. La mirada en cuestión no se confunde en absoluto con el hecho, por ejemplo, de que yo veo sus ojos. Puedo sentirme mirado por alguien cuyos ojos, incluso cuya apariencia ni siquiera veo. Basta con que algo me signifique que algún otro puede estar allí. Esta ventana, si está ya un poco oscuro, y si tengo razones para pensar que hay alguien detrás, es a partir de entonces una mirada. A partir del momento en que existe esta mirada, ya soy algo dis-tinto en tanto yo mismo me siento devenir objeto para la mirada del otro. Pero, en esta posición, que es recíproca, el otro también sabe que soy un objeto que se sabe visto.

Toda la fenomenología de la vergüenza, del pudor, del prestigio, del temor particular engendrado por la mirada, está allí admirablemente bien descrita; les aconsejo remitirse a ella en la obra de Sartre. Para un analista se trata de una lectura esencial; sobre todo cuando en análisis se llegó al punto de olvidar- incluso en la experiencia perversa tra-mada, sin embargo, en el interior de un registro donde han de reconocer el plano de lo imaginario- la intersubjetividad.15

La cuestión estructural de la mirada del Otro Lacan la trabaja en el estadio del espejo. Es esa situación en la que la mirada del Otro vie-ne desde el espejo y le confirma al niño la aceptación del Otro. Spitz, famoso por sus trabajos sobre niños, establece momentos evolutivos, y habla de la gestalt de la sonrisa: el niño a los tres meses requiere la sonrisa del Otro, busca esta gestalt. Lacan va un paso más allá y dice que en el estadio del espejo el niño ve reflejado en el espejo la ima-gen completa de aquello que él vive como incompleto, como cuerpo fragmentado en tanto cuerpo que no está con su mielinización com-pleta, por tanto es un cuerpo inmaduro neurológicamente. Entonces, en el espejo el niño ve un cuerpo unitario que se anticipa a su uni-

15 Lacan, El Seminario, Libro I, Clase 17

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dad propioceptiva, pero además, en el espejo el niño ve la mirada del Otro materno, que le confirma:”¡Ese eres tú!” . Esto fallaría en la anoréxica, podemos suponer un fantasma anoréxico en el que la mi-rada del Otro es una mirada de desaprobación, la mueca del Otro que no la acepta.

Entonces, lo que deviene a partir de allí en la estrategia anoréxica es que si el Otro no la acepta ella intentará subsanar eso que es del or-den de lo imaginario, de la imagen de su cuerpo, poniendo el ideal ético estético de alcanzar ese cuerpo perfecto.

Estamos haciendo todos aquellos abordajes que de alguna manera nos sirven para agregar datos de lectura para entender ese delirio anoréxico construido sobre el cuerpo.

3

Y también tenemos que leerlo desde la estructura histérica, que piensa que hay algo del orden de una falla en ella por la cual el Otro no la quiere. Lo que no puede reconocer es que es algo del orden de una falla estructural. ¿Cuál es esta falla estructural? Es la castración. No es que a ella le falte un pedazo. Es que nadie tiene ese pedazo.

Desde la histeria lo esperable es que esa falla estructural sea simbo-lizada desde un síntoma de conversión, un dolor escrito en el cuer-po. El fenómeno anoréxico excede el carácter de síntoma histérico porque no es traducible como una metáfora, como un significante que sustituye a otro significante. Más que escrito sobre el cuerpo está tallado, recortado. El fenómeno anoréxico compromete de una manera difusa no sólo al cuerpo imaginario, sino, lo que es más gra-ve, al cuerpo real.

La entrada en análisis de una anoréxica tiene una doble dificultad, en comparación a la entrada en análisis de un neurótico que hace síntomas metafóricos. Y es que, además de la rectificación subjetiva - reconocer que algo de lo que le pasa tiene que ver con su subjetivi-dad - la anoréxica tiene que dar un paso preliminar, el de la rectifi-

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cación de la mirada del Otro. Tiene que poder ver en la mirada del analista un sostén, el sostén del reconocimiento, del entendimiento, de la escucha.

¿Cómo se entiende el fenómeno anoréxico desde lo cognitivo-conductual? Como trastorno de la alimentación. Lo pone a nivel de síntoma de la función alimenticia. Como si el comer se redujera a una necesidad. Niegan - o desconocen, que es lo mismo- que, por estructura, en un ser de lenguaje la necesidad alimenticia se ha transformado en demanda, que transporta a su vez un más allá de la demanda que tiene que ver con el deseo. Lo que están dejando afue-ra es el sujeto, el sujeto del deseo inconsciente.

Lo mismo pasa con lo escópico en la anorexia. Para explicar su verse gorda estando flaca recurren a cuestiones médicas para fundamen-tarlo como una disfunción perceptiva. Dejan fuera la mirada del Otro. Creen que la cuestión de la mirada es algo del orden del órga-no de la visión. Y la cuestión de la mirada es del orden del fantasma en el que está implicado el Otro.

Es en torno a lo pulsional como se tiene que evaluar la cuestión de la mirada, por eso hablamos de lo escópico.

El sujeto sólo se constituye a partir de la mirada del Otro. En la me-dida en que no hay mirada de sostén del Otro, el niño no se siente reconocido. Imaginen un bebé al que se lo alimenta sin mirarlo nun-ca. Ya lo dijo Spitz : marasmo y muerte. Pero, tranquilos, que los fo-lletos que los médicos reparten prescriben a las madres que miren a sus hijos cuando les dan el pecho. En términos conductuales sería “mantener el contacto ocular”. ¡Como si la cuestión del deseo del Otro dependiera de un aprendizaje protocolario de estímulo-respuesta! Nuevamente el sujeto del deseo es desconocido poniendo en su lugar un yo de las funciones completo, sin división.

Tal es el caso de la psicóloga escolar que observa el comportamiento de un alumno en clase anotando la cantidad de contactos oculares

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que tiene con sus compañeritos. Y los evalúa como signos, esto es, todos los contactos oculares de este niño remiten a un significado ya protocolizado que le permitirá clasificarlo en una escala diagnóstica. La categoría del significante es despreciada por imprecisa a favor del signo.

A diferencia del psicoanalista que privilegia el escuchar lo que dice, de seguir la vertiente del significante que reenvía continuamente a otro significante, siguiendo las leyes de la metáfora y la metonimia, el psicólogo se aferra a la vertiente del signo. El signo se caracteriza por ser una estructura de significación cerrada sobre sí misma. Para él no hay sujeto sino sólo Yo consciente, esto es, no hay división, verdad inconsciente, solo certeza.

4

Otra manera de entender el drama escópico de la anoréxica, es el de considerar que construye con su cuerpo un fetiche. ¿Qué es el feti-che? Un plus-de-ver que sirve para evitar ver algo terrorífico, la cas-tración, el vacío del Otro. Entonces, cuando hablamos de fetiche es-tamos hablando del objeto que obtura el vacío. La anoréxica cons-truye con su cuerpo un fetiche, un objeto que, como un plus-de-ver disimula la castración. Su cuerpo flaco transparenta los huesos que engañan al ojo aparentando tener el falo. Con la desnudez del es-queleto hace emerger el falo. Pero lo que en verdad asoma todo el tiempo es la muerte.

Otro aspecto para abundar sobre la cuestión de la imagen del cuerpo es entenderlo dentro de lo que es el fenómeno de la crisis adolescen-te. Freud hablaba de dos tiempos en la constitución de la sexualidad humana, la llamaba bifásica, uno es el tiempo de la sexualidad in-fantil, después vendría el período de latencia, y la segunda fase ad-viene con la pubertad, la crisis adolescente con la emergencia de lo real pulsional sexual, la emergencia repentina del Otro como Otro sexuado. En este período específico, la crisis adolescente coincidiría con la crisis ético-estética de la anoréxica, dominar lo pulsional jus-

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tamente en el momento en que la pulsión empuja con más energía. La emergencia pulsional adolescente encuentra en ciertas estructu-ras histéricas la respuesta anoréxica, esto es, que se rigidice el postu-lado ético-estético y lleve a una exigencia mayor del control de su cuerpo pulsional imponiéndole severas medidas y la exacerbación del ideal del cuerpo flaco. Ante el aumento de lo real pulsional se responde con el aumento de lo imaginario, del yo ideal.

Otro concepto que nos ayuda a esclarecer el drama anoréxico, es el de la concepción lacaniana del estrago, término que signa la relación madre-hija. Define la cara ambivalente de esta relación, el te amo y te odio al mismo tiempo. La anoréxica no sólo busca con su posicio-namiento privilegiar la demanda de amor del Otro materno, sino también destruir al Otro del amor. Aquí se resume la imposibilidad anoréxica de la separación de la madre, y consecuentemente, la im-posibilidad de la unión.

Y para concluir por hoy, el preguntarnos brevemente ¿porqué la anorexia privilegia a las mujeres? Tendríamos que referirlo al punto principal del desarrollo sexual en la niña según Freud, que se define como fijación precoz a la madre. Desde Lacan decimos que la fun-ción de la metáfora paterna en el caso de la niña deja un resto sin resolver en su relación con el Otro materno.

El punto neurálgico lo ubicamos en el tránsito edípico, en el momen-to en que la niña tiene que abandonar a la madre como objeto de amor, lo que la expone al riesgo de poner en peligro su identifica-ción, su constitución narcisista. Y este momento crucial se reactuali-za con la adolescencia, cuando se enfrenta con que el Otro es un Otro sexuado.

Queda pendiente de interrogación el concepto lacaniano de sexua-ción, el hecho de que no se “es” hombre o mujer sino que se puede llegar a serlo; y la dificultad estructural de subjetivar el cuerpo en cuanto femenino, el salto al vacío del goce femenino más allá del fa-lo.

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ANOREXIA-BULIMIA ¿NEUROSIS O PSICOSIS?

Interrogación sobre el deseo del Otro Freno contra el Otro devorador Clínica del síntoma como metáfora Clínica de la metáfora débil La holofrase

La pregunta de hoy: anorexia- bulimia ¿neurosis o psicosis? Tene-mos un fenómeno que llamamos anorexia que se caracteriza por la búsqueda del ideal del cuerpo delgado, búsqueda que se mantiene hasta que de pronto se derrumba en una crisis bulímica de atracón-vómito-atracón.

Este cuadro o fenómeno no responde por sí mismo a una estructura, lo que tenemos que entender es el mecanismo del deseo en relación al Otro y a partir de allí definir si es una neurosis o una psicosis. Y así, vamos sumando pasos para ir definiendo de lo general a lo par-ticular, para volver de lo particular a lo general.

1

El fenómeno, lo visible, lo clínico no define la enfermedad; ésta la define la estructura. Entonces, se trata de des-intrincar lo que está enredado, anudado, esto es, la relación del sujeto con el Otro. Si lo que encontramos es una interrogación sobre el deseo del Otro, esta-mos ante una anorexia de estructura neurótica. Si lo que pesquisa-mos es que esa anorexia le sirve de barrera, de freno contra el Otro devorador, estamos en territorio de la psicosis.

Es decir, en el caso del neurótico la relación del sujeto con el Otro es una relación de interrogación. En el caso del psicótico la relación del

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sujeto con el Otro es una desesperada defensa para evitar ser devo-rado. Aquí hay un punto muy interesante en relación al fenómeno anoréxico como posición defensiva, es como si el sujeto construyera una anorexia para defenderse de la psicosis, de caer en esa pérdida de límites donde no tiene ninguna referencia.

“Milena…tenía que mantener a toda costa su cuerpo adecuado a una imagen estética pura, desprovista de excedencias; piel y huesos, descarnada, reducida a la esen-cia; de lo contrario nacía en ella una angustia “pánica” que no sabía cómo controlar: la ingestión del mínimo alimento sólido animaba las fantasías más terribles de deformación y la sensación de una catástrofe inminente.”16

En ese sentido decimos de la anorexia lo que dijimos en su momento del delirio en la paranoia, son formas de suplantar la función for-cluida, la del Nombre-del Padre. Entendemos entonces a la anorexia como una suplencia de la función paterna. El sujeto enferma de ano-rexia para defenderse de la forclusión, es decir, para defenderse de la falta de aquello que le pone límite al Otro. Esa es la anorexia que está escondiendo una psicosis.

Por eso cuando el analista tiene ante sí un fenómeno anoréxico de-bería por precaución presuponer que ese fenómeno podría estar es-condiendo una psicosis, y cuidarse de sus intentos de rectificación subjetiva. Porque, si fuera una psicosis compensada, ese intento de rectificación subjetiva la enfrentaría a la nada, y se correría el riesgo de descompensarla. La imagen del cuerpo flaco sostiene una identi-dad que la sujeta, la mantiene unida, y la rescata de la dispersión psicótica.

Volviendo a la estructura neurótica, la interrogación sobre el deseo del Otro, en tanto defensa neurótica, la podemos leer de una manera en la versión histérica y de otra manera en la versión obsesiva.

La versión histérica: ¿cómo poder hacer desear al Otro? Es decir, la anorexia como maniobra histérica lo que busca es hacer un hueco en

16 Recalcati, M. La última cena, anorexia y bulimia, Cifrado, pág.170

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el deseo del Otro para que el sujeto anoréxico se convierta en deseo del Otro. Hacer un hueco en ese Otro que sólo tiene comida para llenar y presentificar una falta; que el Otro tenga que recurrir a Otra cosa para dar, que no sea lo que tiene, que le de lo que no tiene. De-cimos que la anoréxica demanda amor, y es así como Lacan define el amor: “dar lo que no se tiene”. Pero la otra cara de esta demanda de amor nos muestra desnuda la pulsión de muerte, pues en ese hacer-le falta al Otro es tal el impulso que pondrá la anoréxica que puede llegar a rozar su autodestrucción.

La versión obsesiva en la anoréxica la apreciamos en la ritualización de las comidas y en la necesidad de poner un control en las calorías y en el peso. Pero esa fenomenología obsesiva es común a todas las anorexias, cualquiera sea la estructura en que se apoya. Lo que te-nemos que encontrar es la mecánica obsesiva en relación al deseo, de cómo se coloca en relación al Otro. Así como en la histeria se tra-taba de hacerle falta al Otro, en la obsesiva se trata de no dar la me-nor señal de que el Otro crea que nos hace falta. Evitar dar señales de deseo al Otro. De lo que se trata es de evitar todo lo que tenga que ver con lo sexual, con el goce del cuerpo, y poner todo en el go-ce de los controles alimenticios y en ese nivel de supremo goce que tiene la obsesividad, que es el ascetismo.

A pesar de que su estructura de defensa le lleva a evitar lo sexual, no puede evitar caer en el goce. A la pulsión no hay manera de es-caparle.

2

Vamos a diferenciar por un lado lo que es la clínica clásica, la del síntoma considerado como una metáfora, la clínica que Freud ins-taura a partir del estudio de la histeria, que nos muestra cómo, a través del síntoma en el cuerpo, habla la verdad de lo reprimido. Es el síntoma entendido en su valor metafórico, la clínica de la metáfo-ra, aquella que nos hace escuchar en nuestros neuróticos - en todo aquello que son las formaciones del inconsciente: síntomas sueños,

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lapsus, chistes - lo que tiene que ver con la verdad inconsciente ex-presada metafóricamente.

A esta clínica le tenemos que oponer la clínica de la metáfora débil. Al comienzo de la clase decíamos que la clínica actual nos ofrece un desafío suplementario en la medida en que no es fácil definir ante el fenómeno que trae el paciente, si estamos en una neurosis o una psi-cosis. Esa es una de las características de la clínica de la metáfora débil.

Nos estamos refiriendo a la metáfora paterna, un concepto que La-can utiliza para allanar el camino que el Edipo freudiano había lle-vado, por su vulgarización, a una interpretación popular, fácil, que había hecho perder el valor estricto del concepto “padre”. Por eso Lacan hablará de “metáfora paterna” y de significante-nombre-del-padre para referirse a ese principio que tiene que regir la constitu-ción de la subjetividad, para que el complejo edípico desemboque en castración. En el tránsito de lo pre-subjetivo a lo subjetivo, de ese niño con ese Otro sin posibilidad de separación, a un sujeto separa-do del Otro con un resto que cae, la petit a, el precipitador de esa operación es el significante nombre-del-padre que propicia que el deseo de la madre sea sustituido metafóricamente.

Cuando esta metáfora es débil nos encontramos con una clínica am-bigua en donde no es fácil diferenciar neurosis de psicosis. Para Recalcati, la clínica de la metáfora débil apunta a aquellos casos comprendidos por la clínica de los estados límites, entendiendo el estado límite no como un tercer espacio entre neurosis y psicosis, sino en la dimensión del tiempo, un estado del sujeto, tal como lo trabaja Rassial.17

El concepto que vamos a subrayar entonces es el concepto de metá-fora, que en la clínica clásica funciona en su valor de sustituir un

17 Rassial,J.J. El sujeto en estado límite, Nueva Visión

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término por otro término, en su función de mostrar en el cuerpo el significante reprimido, síntoma entendido como retorno de lo re-primido, en el típico mecanismo de la conversión histérica que es lo que sienta las bases de la clínica clásica freudiana.

3

¿Qué pasa en la anorexia? ¿Funciona la metáfora? Aquí vamos a hacer intervenir algo que Lacan menciona de manera muy escueta en el Seminario 11, que es el concepto de “holofrasear”18 para refe-rirlo a una especie de construcción propia de ciertos estados límites y de la psicosis. Este tema lo retomaremos más adelante cuando abordemos el fenómeno psicosomático.

Lacan menciona tres estados: el fenómeno psicosomático, la debili-dad mental y la psicosis, que tienen en común la holofrase. ¿Y qué es la holofrase? Lacan se apoya en el concepto de discurso, y la va a definir como una figura retórica. La metáfora también es una figura retórica, modelo del triunfo de la significación, porque la metáfora sustituye un significante por otro significante que tiene en común con el anterior una parcela de significación. Por ejemplo, en el caso de Isabel de R, su síntoma de astasia-abasia, de dolores en la pierna y dificultades en la marcha, Freud lo asociará con su temor a lo que considera sería “dar el mal paso”. La metáfora es exitosa en la me-dida que la significación se precipita.

En la holofrase, en cambio, tenemos el fracaso de la significación, el fracaso de la metáfora. La palabra-frase queda congelada, petrifica-da, no hay posibilidad de sustitución metafórica ni de sustitución metonímica. Es la solidificación de la cadena significante, el discurso se inmoviliza.

Esto es lo que ocurre en la anoréxica, su delgadez no es una metáfo-ra, es más bien una holofrase, un discurso congelado imposibilitado

18 Lacan, El Seminario, Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, pág.245, Paidós

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de sustitución. En este sentido entonces, no podemos hablar de la anorexia como un síntoma. El discurso anoréxico es un discurso holofrásico, porque es mono-idéico, como lo es el discurso de cual-quier delirante. Allí no hay metáfora, está todo referido “al pié de la letra”.

En el discurso holofrásico la dialéctica significante S1—S2 está cerra-da, congelada. Para entender la conceptualización de la holofrase tenemos que incorporar estos dos matemas: S1, que es un significante que tiene la peculiaridad de representar al sujeto ante los otros signi-ficantes que se escriben S2.

S1 es el significante maître, significante maestro, en español ha pre-valecido la traducción por significante amo, el significante que do-mina, el que representa al sujeto ante los otros significantes S2. De esta operación queda un resto, que es la petit a. Entre el sujeto S y la petit a no hay relación posible.

El discurso neurótico es el intento desesperado de alcanzar el signi-ficante que representa a la petit a, y que va significante tras signifi-cante, metonímia tras metonímia en un desplazamiento imparable que llamamos deseo.

En la holofrase lo que hay es un monolito, S1 se agota en el cuerpo delgado, no hay dialéctica de representación de un significante ante los otros significantes. Porque la representación del sujeto no se ago-ta en un significante sino que se desplaza constantemente.

Se supone que un sujeto identificado simbólicamente permite la dialéctica de representación del S1 con todos los S2 que a lo largo de su historia va recibiendo. La neurosis nos permite ser más o menos lábil en esas identificaciones, pero en el caso de los holofrásicos no hay labilidad ninguna.

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Este concepto es entonces el que tomará Recalcati para intentar hacer inteligible la peculiaridad del fenómeno anoréxico.

Lacan usa este concepto de holofrase para referirse, no sólo al dis-curso psicótico, sino también al fenómeno psicosomático. Y digo fenómeno y no síntoma. El órgano está tomado por la enfermedad, y no precisamente como metáfora. El concepto de síntoma psicoanáli-tico sólo es aplicable a las neurosis, al retorno metafórico de lo re-primido. Lo psicosomático no podemos tomarlo como síntoma, y más adelante veremos la posibilidad de encuadrarlo como sinthome. El síntoma neurótico es del orden de lo imaginario-simbólico, mien-tras que el fenómeno psicosomático es del orden de lo real.

El término psicosomático está muy desgastado por el uso abusivo que se hace de él desde la ciencia médica. Desde el psicoanálisis un paciente viene con un problema de una enfermedad localizada en un órgano. Nosotros pensamos en primer lugar en lo psicosomático, eso no implica ni neurosis ni psicosis. Es un estado borde. Los recur-sos simbólicos de este paciente no le han alcanzado para hacer una metáfora, ha tenido que recurrir al cuerpo real dañado para mostrar su conflicto.

La holofrase anoréxica remite entonces a que, en vez de la construc-ción de una identificación simbólica, la anoréxica remite a un mono-lito S1—S2 donde los significantes están fijos, congelados. De ello re-sulta que la única representación que la identifica es la representa-ción ideal de su imagen de cuerpo flaco. Y esa fijeza responde a la construcción de una barrera contra el Otro devorador. Esa fijeza es la que suplanta a la debilidad de la metáfora que justamente es la que la ha dejado a merced del Otro, impidiéndole la separación. Uti-liza entonces la anorexia como una defensa para no caer en la psico-sis. Allí está la holofrase.

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Desde lo que es la estructura inconsciente leemos la holofrase en esa identificación fija. Y desde la fenomenología, la evidencia clínica, la holofrase está en ese delirio monoidéico en donde el único tema es el discurso del adelgazamiento.

Cuando estamos en la holofrase, no hay metáfora, la única represen-tación posible es con la enfermedad. Es la famosa frase de los grupos de autoayuda en donde se presentan diciendo “Me llamo Tal y soy alcohólico” “Me llamo Cuál y soy fibromiálgica”. El ser y el fenó-meno patológico son una y misma cosa, con lo cual el sujeto no está representado simbólicamente. Los mono-síntomas como representa-ción del des-sujeto. Y de lo que se trata es de posibilitar la dialéctica opuesta. Es decir dialectizar que ese pseudo-síntoma se desplace a otros significantes y no que se rigidice. Los grupos de autoayuda fijan al pseudo-síntoma, consolidan la holofrase. Y esto los tranquili-za porque los convierte en una barrera contra el Otro devorador.

En vez de provocar la dialéctica que subjetivice, fija en lo des-subjetivizante, quita de la responsabilidad de lo que le pasa.

En el caso de los niños asmáticos, por ejemplo, les cuelgan el cartel que los define, no les dan tiempo de que puedan poner en circula-ción los significantes que lo representan, además del significante “asmático”. La tarea del psicoanalista es justamente poner en mar-cha su aparato simbólico, descolgar el cartelito, hacer que su simbo-lización le permita identificarse con otros significantes. Ese es el tra-bajo del psicoanalista, no curarle el asma. Moverle de ese lugar en el que está encerrado para que pueda empezar a hablar de las otras cosas que le asfixian y que están tapadas por el cartel.

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EL TRATAMIENTO PRELIMINAR EN ANOREXIA

Distintas lógicas de la cura El síntoma significante y el sujeto dividido El fenómeno signo y el sujeto de la certeza Tratamiento preliminar de la demanda Tratamiento preliminar del goce Operación de rectificación subjetiva

Hoy vamos a abordar el aspecto del tratamiento, del abordaje clínico del sujeto anoréxico-bulímico. ¿Es analizable el sujeto anoréxico-bulímico? veremos que para que esto sea posible es necesario un tra-tamiento preliminar.

1

Hay distintas lógicas de la cura que intervienen en este abordaje. El más corriente es el de “la intervención integrada”: médicos, nutri-cionistas, terapias cognitivas de comportamiento y de aprendizaje. Lo que buscan es curar a partir de readaptar. Es una intervención que intenta una corrección progresiva, una reeducación de hábitos. Pero, desde nuestra perspectiva, lo que llamamos el sujeto lo dejan en la oscuridad.

Hay que tener en cuenta que lo que mueve a este modelo es la búsqueda de la eficacia. Tiene una urgencia médica y a partir de allí hay que ser eficaz, es decir, evitar que el paciente muera. Es por ello que tampoco tenemos que caer en la posición de desconocer la nece-

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saria intervención del equipo interdisciplinario en las situaciones de emergencia vital.

Desde la perspectiva psicoanalítica hay una cierta tradición que tie-ne que ver con la línea post-kleiniana que define la dirección de la cura bajo lo que llaman “la intervención desde la contra-transferencia”. Se trata de ofrecer una especie de maternaje en el sentido de Winnicott, una especie de sostén, “holding”, de conten-ción afectiva, cognitiva, comportamental, de alguna manera es dar respuestas desde un maternaje positivo, proteccionista, en oposición a lo que sería un maternaje devorador.

El abordaje del psicoanálisis clásico en base a interpretación-regresión es insuficiente para abordar estos casos. Intentemos rede-finir el problema: ¿por qué decimos que el sujeto anoréxico-bulímico no es analizable desde los supuestos del análisis clásico dirigido a neuróticos?

Un sujeto neurótico es aquel que trae un síntoma. Caracterizamos al sujeto neurótico como “sujeto dividido”, sujeto que, por una cues-tión estructural que es la de estar inserto en el lenguaje, no es dueño de lo que dice, se ve sorprendido por la irrupción del inconsciente, se ve desorientado por la aparición de algo que no controla. Sujeto dividido es sujeto interrogante, en duda, fuera de certeza.

En cambio en la anorexia nos encontramos con un sujeto de certeza. La clase anterior trabajamos el concepto de holofrase para intentar mostrar esa especie de rigidez, de congelación que hay en la “iden-tidad” anoréxica, por la cual su cuerpo flaco pasa a ser, no una metáfora, como es el dolor en la pierna en la neurosis clásica, como es el síntoma de conversión en la histeria. En la neurosis el síntoma es metáfora del sujeto en tanto dividido por un deseo del que no sa-be.

En el caso de la anoréxica lo que tenemos es un sujeto sin división, en el sentido de que la anorexia no es un síntoma sino que es aquello

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que la representa, la identifica como un signo, como un emblema. En ese sentido decimos que la anorexia no hace síntoma, la histeria hace síntoma, la neurosis hace síntoma. Mientras que en la anorexia no hay una metáfora, lo que hay es un signo. Ahora veremos la dife-rencia entre metáfora y signo, a partir de lo que sería el análisis lógi-co-lingüístico que Lacan trabaja.

2

La anorexia no la podemos leer como un síntoma. La anorexia es un cuerpo lesionado y la anoréxica es ese cuerpo, así como decimos que el drogadicto en su adicción es esa adicción. Hay una identidad ce-rrada sobre sí misma: “yo soy el que soy”. No hay ninguna posibili-dad de metáfora ni deslizamiento, ni representación.

Cuando decimos que en el síntoma hay metáfora decimos que hay posibilidad de que un significante represente por sustitución a otro significante. El dolor en la pierna, dirá Freud, sustituye al dolor mo-ral. En cambio el signo sólo remite sobre sí mismo, no hay desliza-miento de sentido posible, como ocurre con el significante. En la misma línea decimos del lenguaje de las abejas que no es un lengua-je sino un código, pues se compone de signos que remiten sólo a sí mismos. Mientras que el lenguaje del ser-hablante es mucho más que un código, porque cada término remite a otro término.

Esta aclaración nos sirve entonces para discriminar el carácter de “signo” que tiene la anorexia, en oposición al carácter de “significan-te” que tiene el síntoma neurótico. El primer caso compromete al cuerpo real, lo lleva al grado de la momificación; mientras el sínto-ma sólo compromete al cuerpo en tanto imaginario-simbólico.

Entonces, cuando nos encontramos ante una clínica, no del síntoma, sino del signo, el abordaje clásico del psicoanálisis tiene que ser re-considerado. Y aquí es donde tenemos que intervenir desde un abordaje previo a la cura psicoanalítica propiamente dicha.

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Es interesante la diferenciación, desde la lógica lingüística, del con-cepto de signo respecto del concepto de significante. El significante no representa una cosa sino que representa al sujeto para otro signi-ficante. El significado no es la cosa, sino el efecto de encadenamiento de significantes. El significado se precipita a partir de la sustitución significante, metafórica o metonímica. Es el punto en la frase el que abrocha el significado.

El signo es signo de la cosa, está adherido a la cosa. No tenemos po-sibilidad del juego de sustitución. “Yo soy anoréxica ¿no lo ve, doctor? no hace falta decir más nada”. Esa certeza es la que nos plantea la difi-cultad de trabajar propiamente en la cura psicoanalítica, de abrir la posibilidad de que se deslice el significado.

La anoréxica lo que trae es una fijación, un congelamiento tan gran-de en el goce que sólo a partir de que esa fijación se pueda resque-brajar, que se pueda cuestionar la evidencia, entrará la vacilación, la duda, la interrogación. Y a partir de allí habrá posibilidad de empe-zar a trabajar con la interpretación.

Estamos trabajando con la idea de que la anorexia no toda neurosis es, no se explica solamente desde la neurosis. Si bien podemos ver la respuesta anoréxica como una maniobra histérica, esto no alcanza para definirla, y trabajar el fenómeno anoréxico como un síntoma. En la histeria tenemos posibilidad de traducción, de decir que un significante sustituye a otro significante, que un dolor está represen-tando otro dolor. Esta posibilidad de intervención semántica la te-nemos inmovilizada de entrada en la anorexia. Antes habrá que his-terificarla progresivamente.

La anorexia es para la anoréxica su carta de presentación, su insig-nia, su ser. Uno puede decir “yo soy del Athletic” y poner el ser allí. Hay mucha gente con una pobreza simbólica tal que se tiene que sostener de una bandera. Otros dicen “yo soy psicoanalista”, bueno, ahí hay un poco más de elaboración simbólica; “yo soy padre”, etc. Cada uno se aferra a un significante, pero es que la anoréxica se afe-

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rra a un signo, a un escudo, su cuerpo flaco, su ser “momificado”, que la libera de la nada, la libera de la psicosis. Por eso hay que te-ner precaución con la anoréxica, porque si le rompes el escudo la puedes precipitar en la psicosis.

Ante el fenómeno anoréxico no es tan fácil definir sobre qué estruc-tura se apoya. Se trata de admitir la posibilidad de un espacio que, sin adscribirlo a la estructura neurótica ni a la estructura psicótica, responda sin embargo a ese otro criterio que vimos la clase pasada, que es el de la inclinación holofrásica, del discurso construido como signo.

3

Volviendo a la dirección de la cura, vamos a ver la estrategia de rec-tificación del sujeto previa a la cura.

Además de reconocer los poderes de la palabra el psicoanalista está también obligado a reconocer sus límites. Toda esta estrategia de rectificación que veremos a continuación sólo es posible si el sujeto no está en peligro de muerte, pues en este caso el tratamiento por la palabra queda supeditado a la intervención médica.

Vamos a resumir tres momentos en este tratamiento preliminar y explicitar algunas líneas en la dirección de la cura, siguiendo las líneas trazadas por Recalcati19

1) Tratamiento Preliminar De La Demanda

• Rectificación De La Oferta: Rectificar la ilusión del especialista en patologías alimenticias y ofrecer un experto en el incons-ciente (rectificación del saber)

• Emergencia Del Sujeto Analizante: Propiciar la emergencia de un sujeto comprometido activamente en el trabajo de análisis,

19 Idem, pág.199-205

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en vez de esperar que le digan lo que tiene que hacer (rectifi-cación de la verdad).

• Dejar la demanda insatisfecha, no dar respuestas, poner a tra-bajar al sujeto

• Propiciar que la demanda se articule dialécticamente en la transferencia

2) Tratamiento Preliminar Del Goce

• Hacer visible el riesgo mortal del cuerpo • Hacer posible una atenuación del goce, introduciendo un ele-

mento de vacío • Agujerear un poco la identificación idealizada.

3) Operación De Rectificación Subjetiva

• Desplazar al sujeto respecto de la causa de su sufrimiento que ha colocado en el otro, que empiece a interrogarse por la parte que le toca en dichos sufrimientos.

• Traducir el sufrimiento del que se queja en los términos de un goce del cual es promotor

• Introducir un hiato entre el yo y el síntoma con el que tiende a confundirse, una des-identidad

• Reemplazar la certeza de su verdad por el enigma, la vacila-ción, el desconcierto

El tratamiento preliminar de la demanda y el del goce van simultá-neamente, y en un segundo momento la operación de rectificación subjetiva le permitirá al paciente atravesar la puerta de entrada al análisis propiamente dicho. Todo lo anterior son entrevistas preli-minares sobre cuya duración no hay medición previa.

Este modelo de tratamiento preliminar nos sirve también para otras intervenciones en las cuales lo que tenemos enfrente no es un sínto-ma en donde ya viene la dialéctica de la demanda y el deseo, sino que lo que tenemos enfrente es un fenómeno que ha congelado esa dialéctica, y sólo presenta una certeza sin preguntas. El primer paso

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es abrir la pregunta. La certeza es una defensa. Si le quitamos la cer-teza la enfrentamos a su división. Esto es lo que buscamos con el proceso de rectificación subjetiva

Hay dos niveles para la rectificación, por un lado reconocer su parte en lo que le pasa y por otro lado reconocer el goce que está en juego.

Lacan va a hablar de la rectificación subjetiva muy influenciado por la Fenomenología del Espíritu de Hegel, quien trabaja el recorrido de la conciencia en torno a la búsqueda de su verdad. Este filósofo propone que la conciencia en su recorrido tiene que pasar por la po-sición del “alma bella”, que podemos asimilar al concepto de discur-so holofrásico, del que tiene la certeza absoluta. Y a través de la in-versión dialéctica se produce el acercamiento de la conciencia a su verdad. Tiene que haber una inversión dialéctica en el sentido de pasar de la absoluta certeza a la falta de certeza.

Y eso es lo que propone Lacan con el concepto de rectificación subje-tiva.

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SEGUNDA PARTE

EL FENÓMENO PSICOSOMÁTICO

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EL FENÓMENO PSICOSOMÁTICO

EL FENÓMENO PSICOSOMÁTICO

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CUANDO EL PRIMER PAR DE SIGNIFICANTES SOLIDIFICA

Cuerpo real: organismo viviente La holofrase: no perder nada Cuerpo trinario RSI Sustancialización bastarda del sinthome Fenómeno psicosomático: ni síntoma ni estructura Evidencias clínicas del FPS Causación y afánisis del sujeto

Hoy vamos a empezar a profundizar los llamados “fenómenos psi-cosomáticos” dentro de lo que consideramos una clínica de los esta-dos límite. Y voy a servirme para ello, de unas referencias puntuales en la obra de Lacan. Hoy veremos lo que dice en el Seminario 11, para que pensemos esto de lo psicosomático.

1

Vamos a empezar diferenciando que es lo psicosomático para la medicina y para el psicoanálisis. En la medicina remite a lo residual; para la ciencia médica toda enfermedad del soma tiene una etiología también en el soma; la enfermedad es entendida como una entidad soma-somática. Cuando algo que le pasa al cuerpo no pueden expli-carlo con las leyes del soma, lo meten en esa bolsa de residuos que es lo “psico”. ¿Y por qué a lo “psico”? Porque se trata de manifesta-ciones del “soma” en donde está claramente comprometido el psi-

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quismo. Pero desechemos este uso baladí que la medicina hace del término psicosomático

“Sólo en la medida que una necesidad está implicada en la función del deseo podría concebirse la psicosomática como otra cosa que esa simple palabrería consistente en decir que todo lo que sucede en lo somático tiene una réplica psíquica. Lo sabemos desde hace tiempo. Si hablamos de lo psi-cosomático, lo hacemos en la medida que en ello ha de intervenir el deseo.”20

Y aquí nosotros tenemos que diferenciar el concepto de “soma”, de cuerpo. Pero antes sigamos dilucidando cómo entiende el psicoaná-lisis lo psicosomático. Lo primero que podemos decir es que no es un síntoma. Hay que diferenciar su especificidad de “fenómeno” en oposición a esas manifestaciones de conversión somática que encon-tramos en la histeria. ¿Por qué en la histeria el compromiso somático lo llamamos síntoma, y en estos otros casos el compromiso somático lo llamamos “fenómeno psicosomático”? Porque en la disfunción localizada en el cuerpo de una histeria, de lo que se trata es de un significante, el síntoma como metáfora del sujeto, en ese sentido se lee como un significante. Mientras que la primera consideración im-portante que tenemos que decir de lo psicosomático es que no po-demos leerlo como un significante ni como una metáfora del sujeto. No tiene, entonces, carácter de síntoma.

Ese fenómeno no está representando nada, a diferencia del síntoma de la histérica que representa al sujeto, al deseo inconsciente. En el fenómeno psicosomático – de ahora en más FPS- no podemos hacer una lectura simbólica. En ese compromiso del órgano no hay repre-sentación. Es como si el compromiso del órgano llenara el vacío, la falta del significante representante del sujeto. Tenemos que poner entre signos de interrogación la estructuración del sujeto del FPS.

20 Lacan, Seminario 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis,

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Una primera definición que podemos dar del FPS lo encontramos en el Diccionario de Psicoanálisis de R. Chemama21 “…es la respuesta del cuerpo viviente a una situación simbólica crítica pero que no ha sido tratada como tal por el inconsciente…”

Cuerpo viviente remite a la primera conceptualización que tenemos que hacer en relación al cuerpo, y es que nos estamos refiriendo al cuerpo real. Cuando decimos cuerpo viviente nos referimos al cuer-po real.

¿Qué es lo real del cuerpo? Una de las maneras de definirlo es como lo imposible de conocer. Pero no solamente imposible de conocer por ahora, como si más adelante el conocimiento científico nos per-mitiría abordarlo. No. La biología en su intento de definir la vida llega hasta la física y la química, pero lo viviente se le escapa. La bio-logía puede definir todos los mecanismos, todos los soportes, puede construir todo un entramado simbólico como son las leyes de la bio-logía, pero lo real de ese cuerpo, lo viviente, se le escapa. Porque el secreto de lo viviente está más allá de la física y de la química, aun-que siempre hay un Dr. Frankestein que crea posible alcanzarlo.

En ese avance constante de lo simbólico en el afán de intentar expli-car, medir, catalogar lo real del cuerpo, el agujero de lo no sabido cada vez se hace más grande y adquiere la dimensión de un pozo sin fondo. Lo que la biología puede decir sobre la vida se hace pro-gresivamente más insignificante. En cambio, la biología lo puede decir todo sobre el cuerpo muerto. Lo real del cuerpo es aquello que la biología no puede apresar.

2

Entonces, definimos al FPS como respuesta del cuerpo viviente a una situación crítica en tanto no alcanza a ser traducida al orden simbólico. Se podría considerar sin embargo que hay un significante

21 Chemama, Diccionario de psicoanálisis, Amorrortu

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operando pero que no ha sido tratado como tal por el inconsciente, es decir, no ha generado una “formación del inconsciente”. Lacan para poder definir esa situación por la cual el significante no ha sido tratado como tal por el inconsciente lo va a remitir a una operación que denomina “holofrase”. Este mecanismo de la holofrase lo va a referir a una serie de casos en donde lo que se pone de manifiesto es la situación de límite, de borde, de fuera de la estructura significan-te.

“toda holofrase está en relación con situaciones límites, en las que el sujeto está suspendido en una relación especular con el otro.”22

Más adelante pondrá en serie holofrásica a lo psicosomático, la psi-cosis y la debilidad mental infantil.

“Cuando no hay intervalo entre S1 y S2, cuando el primer par de sig-nificantes se solidifica, se holofrasea, obtenemos el modelo de toda una serie de casos, si bien hay que advertir que el sujeto no ocupa el mismo lugar en cada caso.” 23

En esta serie de casos lo que se cuestiona es si tenemos verdadera-mente un sujeto.

Y aquí entramos de lleno en el tema de la relación del sujeto (S) con el Otro (A), la causación del sujeto y la caída del objeto (a). La holo-frase debemos entenderla como el intento de no perder nada duran-te la operación de separación entre el sujeto y el Otro. El barrado del sujeto marca su aparición como sujeto de deseo y consecuentemente la castración del Otro y la pérdida del objeto.

Pensar lo psicosomático desde la holofrase es plantear un déficit en lo simbólico, más específicamente una falla en la articulación signifi-cante: no tenemos articulación sino solidificación. Lo que está en cuestión es el funcionamiento del significante como representante

22 Lacan, Seminario 1, Los escritos técnicos de Freud

23 Lacan, Seminario 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, pág. 245

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del sujeto ante otro significante. En la neurosis hay sujeto, es decir, hay un significante que lo representa ante otro significante. Pero de pronto algo pasa para que el sujeto pierda su representatividad sig-nificante y el cuerpo adviene en su real como marca. Hubo una vaci-lación simbólica ante la cual lo que se impone como marca, no como representación, es un pedazo de su cuerpo real.

Para poder ser más específicos y sistematizar este fenómeno, tene-mos que apoyarnos en el concepto de cuerpo trinario lacaniano: real, simbólico, imaginario. Ya Freud había marcado la diferencia entre el cuerpo de la medicina y el cuerpo para el psicoanálisis.

Desde nuestra concepción el cuerpo de la medicina no es cuerpo si-no organismo, para ser cuerpo tiene que ser cuerpo humanizado, cuerpo en donde el significante está entrelazado. Freud nos habla de cuerpo pulsional, el cuerpo del ser hablante. En el animal no hay cuerpo, sólo hay organismo. El único cuerpo que hay es el cuerpo humano. Y no es una distinción baladí. Porque justamente en donde estamos haciendo hincapié es en que el cuerpo como tal implica el entrelazamiento del organismo, en tanto lo real, con lo imaginario- simbólico.

El antiguo y falso dualismo mente-cuerpo Freud lo transforma con el concepto de cuerpo pulsional: allí están la mente y el cuerpo in-trincados. Ya desde la Comunicación Preliminar de los “Estudios sobre la histeria” nos está hablando del mecanismo de conversión. Y allí está en juego una topología corporal que no coincide con el ma-pa anatómico. Y Lacan viene a agregar a esta deconstrucción del dualismo mente-cuerpo su lectura trinitaria R.S.I.

Decíamos entonces que lo real del cuerpo es lo viviente del orga-nismo, el cuerpo viviente, ¿y en qué consiste el cuerpo imaginario y el cuerpo simbólico? La primera aproximación del cuerpo imagina-rio la tenemos que apoyar en la imagen especular que Lacan descri-be en su famoso escrito sobre el “Estadio del espejo”. De lo que se trata es que tiene que advenir un cuerpo entero, una imagen unifi-

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cada del cuerpo, en oposición a la vivencia de cuerpo fragmentado del infans. El cuerpo tiene que organizarse a partir de la imagen es-pecular, una imagen que el otro semejante le devuelve desde el es-pejo. Aquí está el origen o matriz de las sucesivas identificaciones imaginarias, la base del yo y del narcisismo. Y el cuerpo imaginario es también el cuerpo sostén de todas las pasiones, de las relaciones especulares: amor, odio, celos.

Allí mismo, en el estadio del espejo, Lacan hace intervenir el Otro organizador: ese cuerpo unificado desde la imagen, además, va a ser organizado por la palabra y la mirada del Otro materno, que es la que legisla sobre esa nueva constitución. La mirada del Otro que desde el espejo le refiere al niño la aprobación del estilo:”ese eres tú”. Allí, en esa mirada del Otro materno ya podemos vislumbrar el ras-go unario, es decir, el rasgo que hace uno, el antecedente del organi-zador simbólico por excelencia, es decir, el significante.

El concepto de cuerpo pulsional abarca al cuerpo real-imaginario que está ya imbricado por los significantes, esto es, por lo simbólico. El cuerpo pulsional lo entendemos en tanto sede de una demanda muda; y también en tanto cuerpo agujereado, el cuerpo pulsional como una “bolsa agujereada”, referido a esos lugares privilegiados que son los orificios de los objetos “a” caducos donde la pulsión hace circuito. El estatuto del cuerpo es el de ser un cuerpo hablante, un cuerpo humanizado por su determinación significante. El cuerpo habla por su síntoma, síntoma como satisfacción de la pulsión; síntoma como acontecimiento del cuerpo y síntoma como adveni-miento de significación, como metáfora. Distintos ángulos del cuer-po ordenado en lo simbólico.

La lectura trinitaria R.S.I. será representada progresivamente por Lacan a través de la función del nudo borromeo, donde se anudan – por efecto del Nombre-del Padre - consistencia imaginaria, agujero simbólico y ex-sistencia real. O, por defecto de la función paterna, el anudamiento es protagonizado por un cuarto círculo: el sinthome.

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Este instrumento que Lacan acuña para referirse al arte de Joyce, de cómo su escritura sustancializa el sinthome, nos da pie a plantearnos si la prótesis psicosomática puede también considerarse como sus-tancialización bastarda del sinthome.

3

Vamos a ver algunas de las evidencias clínicas del fenómeno psico-somático. En general los autores que han desarrollado un trabajo de investigación sobre estos fenómenos inciden en una circunstancia de desencadenamiento que tiene que ver con situaciones castratorias: separaciones, duelos, exámenes, exilios.

Antes tenemos que aclarar que no existe una estructura psicosomá-tica; como fenómeno puede manifestarse en cualquiera de las estruc-turas freudianas. De hecho lo encontramos muchas veces en aque-llos otros casos de los que no podemos definir su estructura.

Continuando con las manifestaciones clínicas del F.P.S. también se subraya la ausencia de angustia; otra característica es lo que algunos autores llaman “pensamiento operatorio”, que tiene que ver con el predominio de la identificación imaginaria, una identificación muy primordial, casi del orden de la que se da en los niños como “transi-tivismo”, donde hay una especie de confusión con el otro. Otro as-pecto es que hay una notoria resistencia hacia la transferencia que se manifiesta bajo la cualidad imaginaria de la relación, intentando to-do el tiempo colocar al analista en el lugar del otro semejante, el amigo, como si estuvieran ávidos de una relación de amor.

Y hay otra peculiaridad clínica: se trata de no perder nada; es la im-posibilidad de asumir que el lenguaje remite a algo inconcluso, el intento de cerrar la lengua, de obtener la lengua materna total. Len-gua total en la que no habría posibilidad de malentendidos, de am-bigüedad, de abertura, de pérdida.

Este mecanismo está comprometiendo la raíz de su causación como sujeto, ya que si algo define al sujeto es la pérdida. En la raíz de su

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causación está el remplazar la pérdida por un monolito, es decir, la holofrase, en oposición a lo que es la articulación significante. Cuando decimos que un significante representa al sujeto para otro significante, S1 representa al sujeto ante S2, decimos que allí se causa el sujeto, aparece el sujeto, pero al mismo tiempo allí hace afánisis el sujeto, es decir, allí desaparece la posibilidad de cerrarlo, de atrapar-lo, porque remite a otro significante, que a su vez remite a otro. Es decir, ese sujeto siempre cae entre dos significantes, nunca cae pleno de significación unívoca bajo un único significante, siempre está im-posibilitado de ser todo dicho por un significante. Es allí donde de-cimos que la holofrase hace efecto, pues justamente la holofrase es el intento de que el ser sea definido cerradamente por un significante. Es como si los dos significantes necesarios para la representación del sujeto estuvieran en uno sólo.

Lacan va a escribir una equis, el losange y el significante unario: X <> S1 El sujeto no está, esa X remite a lo imposible de decir. Y La-can esta fórmula la aplica al FPS, a la psicosis y al débil mental. Es como si la posibilidad del equívoco tuviera que ser solidificada en un sentido unívoco, esa es la holofrase. Entonces parecería que uno tiene que concluir que donde hay holofrase no adviene sujeto. Don-de hay holofrase no hay representación; la lesión orgánica del FPS no hace metáfora. Lo psicosomático no se puede leer.

¿Cómo hacemos para trabajar esto en un análisis? Esta misma pre-gunta es la que nos hacíamos hace algunas semanas cuando estuvi-mos viendo esas situaciones tan severas de las anoréxicas al borde de la muerte. Allí también hay autores que plantean el fenómeno anoréxico como un fenómeno holofrásico.

Lacan nos dirá que en el FPS está la necesidad implicada en el deseo. Nosotros sabemos que la necesidad es del orden de lo que se ha perdido a partir de que adviene el ser hablante, la necesidad cae irremediablemente en el desfiladero de la demanda, de los signifi-cantes. A partir de allí lo que tenemos es la dialéctica demanda-

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deseo. La necesidad quedaría replegada al orden de lo natural. En-tonces, la necesidad, que es decir algo del orden de lo real, estaría implicada en el deseo, que es del orden de lo simbólico.

Entonces ¿cómo hacemos para trabajar esto en análisis? Lo que ve-íamos con las anoréxicas era la importancia de un largo trabajo pre-liminar. La posibilidad de que comience el análisis requiere de un largo recorrido hasta que se posicione algo del orden de una de-manda, de una falta, no digamos de una rectificación subjetiva. Has-ta llegar ahí mucha paciencia, estar, escuchar, acompañar. Hasta que no advenga la demanda no se puede interpretar.

Alguien de ustedes comentaba un caso de anorexia, una mujer es-quelética, huesos y piel, ante la cual utilizó la estrategia de poner una manzana encima de la mesa. Y ella la miraba, sabía que no se la podía comer. Y esa manzana roja y lustrosa allí en el medio. En la cualidad roja y brillante de la manzana hay algo que tiene que ver con la mirada. Lo que introduce la anorexia esquelética es mucha pregnancia de lo escópico, la calavera, lo real apenas velado. Y ese objeto rojo y brillante puesto en el medio parece haber funcionado como ahuyentador, como los talismanes contra el “mal de ojo”. Ante el fenómeno psicosomático se trata de escapar a la pregnancia ima-ginaria de esa lesión que atrapa nuestra mirada, que nos invita a la relación dual; y poder posicionarnos en la escucha, es decir, en la terceridad.

Veamos otra frase que Lacan trabaja en el Seminario 11:

“lo psicosomático, aunque no es un significante, sólo es concebible en la medida en que la inducción significante a nivel del sujeto ocurrió de una manera que no pone en juego la afánisis del sujeto.” 24

Esta referencia corresponde al capítulo donde desarrolla el tema del sujeto y del Otro, de la constitución y afánisis del sujeto. Recuerda

24 Lacan, Seminario 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, pág.235

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que el carácter fundamental del significante no es pegarle una eti-queta a la cosa sino representar al sujeto ante otro significante. Esa es la articulación entre dos significantes en donde está la inducción para que el sujeto advenga. Es en el intervalo “entre dos” donde el sujeto aparece, ¿pero a qué precio? al precio de su desaparición, de su afánisis, de su desvanecimiento como significación unívoca. Es allí donde tenemos la causación, la partición del sujeto, que Lacan denomina “operación de alienación” como operación que funda al sujeto y que lo condena a aparecer dividido. Por un lado el sujeto es representado por el significante unario S1 ante otro significante S2 que se opone o le sigue y que viene a decepcionar la ilusión de una significación completa, de una representación unívoca, condenando así al sujeto a desaparecer en su relación con los significantes. Entonces, en el FPS lo que tenemos es el intento holofrásico de hacer que el sujeto se constituya en una significación única, pero se apoya en lo real del cuerpo, en el organismo, no en lo simbólico; y si es en lo real no hay sujeto. Es en lo formal del significante, del entre dos significantes, donde podemos localizar al sujeto, no en el organismo viviente.

La indeterminación del sujeto, la indeterminación de su ser es lo que es insoportable, podríamos decir si le diéramos intencionalidad, lo cual es falso, no lo tenemos que plantear de esta manera. Pero ima-ginarizando un poco, es como si dijéramos que el sujeto en prótesis psicosomática no soporta su afánisis, no soporta que para ser repre-sentado, su representación deba ser equívoca, y entonces construye un intento desesperado de significación unívoca, holofrásica, con su fenómeno psicosomático, con un pedazo de su cuerpo, un pedazo real. A diferencia de lo pulsional, en donde la búsqueda y la obtura-ción del agujero es con un objeto imaginario.

Resumen de lo visto hoy:

- El FPS compromete al organismo, lo viviente, el goce, lo real del cuerpo.

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- El síntoma compromete al cuerpo pulsional, el cuerpo como trama significante y al cuerpo de la imagen.

Algunos observables en la clínica del FPS:

- circunstancias desencadenantes: acontecimientos castrato-rios, instauración de una pérdida, imposición de un límite. - ausencia de angustia - pensamiento obsesivo sin límite - identificación cuasi-transitivista - reticencia a la transferencia - exigencia imperativa a “no perder nada”

Lacan concibe lo psicosomático :

- “…sólo en la medida en que una necesidad llegue a estar involucrada en la función del deseo”.

- “…cuando no hay intervalo entre S1 y S2, cuando el primer par de significantes se solidifica”

- “…en la medida en que la inducción significante a nivel del sujeto ocurrió de una manera que no pone en juego la afánisis del sujeto”.

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UN CASO DE ASMA NERVIOSO: ¿FPS O SÍNTOMA?

Síntoma y FPS. Narcisismo y autoerotismo Investidura del cuerpo y erotización de órgano Metáfora y holofrase Weiss y Freud: un caso de asma nervioso

Vamos a seguir con el tema del fenómeno psicosomático, FPS, les voy a comentar el capítulo 8 del Seminario II de Lacan donde hace algunas consideraciones sobre lo psicosomático, y después trabaja-remos un caso clínico de asma nervioso.

1

Lacan está trabajando en este seminario algunas consideraciones so-bre un concepto freudiano que estaba muy en boga en la segunda y tercera generación después de Freud, que es la noción de “relación de objeto”. Respondiendo a unos comentarios Lacan va a decir que en el FPS no hay relación de objeto, que la relación de ob-jeto remite a lo que sería el plano de lo imaginario, el plano de la re-lación narcisista, el objeto visto como parte del otro en nosotros, o de nosotros en el otro, como imagen del cuerpo. En ese sentido la rela-ción de objeto es lo que tenemos que entender desde el punto de vis-ta imaginario, mientras que en el FPS la relación no es con el objeto imaginario sino con lo que más adelante llamará el objeto real, la Cosa.

“Si algo sugieren las reacciones psicosomáticas como tales, es que están fuera del registro de las construcciones neuróticas. No se trata de una relación con el objeto. Se

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trata de una relación con algo que se encuentra siempre en el límite de nuestras elabora-ciones conceptuales….Las relaciones psicosomáticas se sitúan a nivel de lo real”. 25

Caemos entonces siempre en intentar diferenciar un malentendido y es que entonces, cuando el psicoanálisis hablaba de relación de obje-to, se caía en la trampa de lo interior y lo exterior, y las categorías que Lacan utiliza no son las de objeto interno u objeto externo, sino la de registro imaginario, simbólico y real.

“…tal distinción (entre exterioridad e interioridad) no tiene ningún sentido a nivel de lo real. Lo real carece de fisura.”26

Y en ese sentido así como al síntoma como manifestación neurótica lo va a leer como manifestación del cuerpo imaginario en su juntura con lo simbólico, al FPS lo va a entender como la manifestación en otro cuerpo, que es lo que llamamos el organismo, lo viviente, esto es, lo real. El FPS se articularía en la juntura entre lo imaginario y lo real. Esta disquisición teórica nos sirve de fundamento para hacer, entonces, la distinción entre síntoma y fenómeno psicosomático.

La otra variable que va a utilizar Lacan en este Seminario II es el di-ferenciar lo que sería la relación narcisista en tanto investidura del cuerpo como imagen unificada, como imagen total, de lo que sería la investidura autoerótica, que no recae sobre la imagen del cuerpo como totalidad, sino que cae en un pedazo del cuerpo. Lo narcisísti-co recubre el cuerpo imaginario mientras que lo auto-erótico com-promete al cuerpo real.

En ese sentido tenemos que hablar del FPS como la erotización del órgano, que no es el caso del síntoma. En el síntoma también tene-mos erotización pero siempre a nivel de lo imaginario, el cuerpo en su juntura entre lo significante y lo imaginario. En el caso de la ero-tización del órgano estamos hablando del cuerpo real. Allí no hay

25 Lacan, Seminario 2, El Yo en la Teoría de Freud y en la Técnica Psicoanalítica, pág. 150

26 Idem, pág. 151

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cobertura simbólica, no hay posibilidad de que este fenómeno sea entendido como una metáfora, no hay representación sino holofrase.

Cuando estudiamos la pulsión vimos que tenía un circuito, un reco-rrido desde la fuente al objeto intentando atrapar ese objeto inatra-pable, y a lo sumo conseguía contornear fragmentos del cuerpo que sirven para recubrir ese vacío de objeto que es la “petit a”. Ahora bien, en el FPS lo que tenemos es un cortocircuito, es decir que el circuito pulsional se corta impidiendo ir de la fuente al objeto, como si estuvieran en la misma sede, que es el órgano como real.

De la misma manera que decimos que el síntoma tiene que ver con un circuito significante que toma cuerpo, que hace metáfora en el cuerpo y decimos que la repetición es un circuito en el que se repite algo del orden del significante, en el FPS en cambio este circuito fa-lla, no hay posibilidad de circuito significante porque, como holofra-se, remite no a un significante sino a una congelación, en donde su-puestamente es el órgano real la sede. Ya no podemos decir que éste es sede de un sujeto, ya que el sujeto sólo puede tener una sede de orden significante, de orden simbólico.

Todos estos planteos están en la fundamentación teórica que opone el FPS al síntoma, porque esta oposición tan compleja en la teoría no lo es menos en la clínica. Se trata de poder determinar cuándo una manifestación, que está comprometiendo el cuerpo, es del orden de una metáfora o de una holofrase, es un síntoma o un FPS.

Lacan nos alerta en relación a ciertos casos que llegan a análisis con síntomas muy definidos de los que al poco tiempo se produce un levantamiento súbito, rápido. Y hay que tener cuidado porque esto puede estar denunciando que este síntoma no era sino una defensa pre-psicótica, y su levantamiento dejaría a la psicosis en libertad de florecer. En la clase anterior recurrimos a la noción de sinthome para

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hacer inteligible esta sustancialización específica, concepto que La-can desarrolla a partir de su trabajo sobre la escritura en Joyce.27

2

Hoy vamos a ver un caso escrito por Edoardo Weiss, 28fundador de la Asociación Psicoanalítica de Italia. Se trata de un paciente que consulta por una depresión. Y durante el análisis se le declara un asma, que se verá tenía antecedentes en su infancia. Weiss, discípulo de Freud, supervisó este caso con él.

Es un señor de unos 40 años, de situación económica acomodada que consulta; la descripción fenomenológica sería la de un señor que no puede fijar su interés en nada, intenta leer y no consigue concen-trarse, lo vuelve a intentar pero sin conseguirlo. Ha renunciado a leer, a escribir, no abre ni responde a su correspondencia, no consi-gue encontrar ningún trabajo, vive de las rentas que le ha dejado su madre al morir. Su madre murió siendo ya mayor, dos años antes de que empezara su análisis; su padre murió cuando él tenía 5 años, no sabemos mucho del padre; la madre de niño le decía: “vas a ser un cerdo como tu padre”. Lo castigaba severamente por sus masturba-ciones infantiles, con sólo mirarlo ella lo sabía.

Se presenta con la vestimenta muy desordenada, sucio; sus necesi-dades elementales, comer y dormir, las hace de manera automática. La primera cuestión que el analista se va a plantear es el diagnóstico. Detrás de esta depresión que tenemos ¿una psicosis? ¿una neurosis grave? Weiss nos dirá que él no ve signos de esa severa apatía típica de la esquizofrenia. Este caso está presentado alrededor de 1925. En esa época un indicio clave para la determinación diagnóstica era el establecimiento de la transferencia. Weiss escribe este caso después de dos años de análisis, en los que ha constatado la presencia de la transferencia, que él utiliza entonces como indicador de neurosis.

27 Lacan, Seminario 23, El Sinthome

28 Weiss, Psicoanálisis de un caso de asma nervioso (en Estudios de Psicosomática, vol.4, V.V.A.A., Atuel)

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Nos dice que tampoco había un auténtico mecanismo melancólico, como serían los auto-reproches o el delirio de inferioridad. Con res-pecto a la depresión nos dice que no tenía picos agudos, lo que pre-sentaba eran fluctuaciones muy moderadas. Digamos que el tera-peuta trabaja con sumo cuidado la dirección de la cura, intentando no precipitar el diagnóstico, aunque se inclina por la neurosis.

Veamos algunos rasgos de este paciente. Lo primero que va a sub-rayar Weiss es su marcado carácter reactivo erótico anal. El carácter reactivo es el que se establece como defensa, diríamos que marca de base un carácter anal pero bajo una fachada reactiva, en contra de lo anal. Su exagerado afán por la limpieza y el orden es algo que no podía en ningún momento satisfacer. Con lo cual estaba todo el tiempo lamentándose de su estado de desorden y suciedad. Otro rasgo que subraya es lo que llama la angustia de empobrecimiento. Su herencia se iba consumiendo y el temor a quedar en la pobreza y la indigencia lo atormenta, lo cual no le sirve de impulso para bus-car trabajo. La situación que fantasea que lo liberaría de este final temido es la de su suicidio. Es a partir de estar atormentado con es-te pesimismo suicida que un amigo psiquiatra le aconseja analizarse.

Respecto a su sexualidad, manifiesta su deseo homosexual. A los 15 años tuvo una primera relación con otro joven que lo buscó. Sólo ha tenido tres relaciones satisfactorias, y siempre fue el otro quien lo buscó. Se masturbó diariamente desde su pubertad, hasta los 25 años, cuando se sometió a una serie de ejercicios, ayunos, duchas frías y largas caminatas diarias.

Y Weiss subraya en su paciente lo que llama rasgos anales carac-terísticos: terquedad, obstinación, limpieza, reacción ante las injusti-cias, y un fuerte olfato; el olor era un factor de atracción importante en su sexualidad. Esto lo podemos relacionar con el mandato ma-terno “serás un cerdo como tu padre”: él no se bañaba y le atraían los cuerpos que despedían olor.

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La madre en su infancia era el personaje amado y temido, sin el cual no podía estar. Necesitaba tenerla aunque fuera una madre severa e injusta; era una madre omnipotente, quien con sólo mirarlo sabía de su deseo. Pero progresivamente cuando entra en su juventud pasa a ser una madre odiada. Las primeras imágenes que trae a análisis son las de una madre odiada. Más tarde podrá traer recuerdos de su madre amada.

Ya de mayor, la madre se enferma, y así como ella había cuidado durante años al padre paralítico, será él el que estará a su lado cuidándola. Sin embargo, cuando se acerca el momento de su muer-te, la abandona. En esta última etapa descubre que la madre es hipó-crita, mentirosa y falsa, contradictoria entre lo que exige a los demás y lo que ella hace. Es como si no hubiera querido verla en su último momento para quedarse con la imagen de su madre amada.

Una de las cuestiones a considerar es que aparece el asma durante el análisis. Ya se ha muerto la madre, hay una mujer que hace las ta- reas de la casa, y un día esta mujer corta una planta del jardín que él quería mucho, y esto coincide con un acceso de asma. Dijimos la vez pasada que las situaciones asmógenas tienen que ver con situaciones castratorias. Veamos en que otras situaciones de su pasado recuer-da otras crisis de asma. Así relata que cada vez que se sentía injus-tamente tratado por su madre le advenía un acceso de asma. En otra oportunidad, estando internado en una institución de monjas donde se sentía muy bien atendido, en el momento del alta volvió el asma.

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Tal como el analista va relatando e interpretando ¿Qué estamos viendo? Que está interpretando las crisis de asma como metáforas: ante una separación, crisis de asma; ante una situación de injusticia, crisis de asma. Lo que el analista nos dice es que poco a poco el pa-ciente va sabiendo reconocer en cada una de sus constantes y agota-doras crisis de asma, las situaciones asmógenas.

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¿Cómo lo tenemos que entender? El analista está encuadrando el asma como un síntoma neurótico, en tanto subraya desplazado me-tafóricamente algo del orden de un afecto retenido. Entonces ¿en es-te caso el asma lo tenemos que entender como un síntoma de con-versión histérico dentro de una estructura obsesiva? Hasta ahora la lectura del fenómeno asma parece remitir más a un desplazamiento metafórico que a aquello que en el FPS llamamos holofrase.

Aparece un recuerdo que tiene que ver con el componente anal y masoquista por el cual este niño tuvo severos episodios de reten-ción, de constipación. Y consecuentemente ¿cuál fue la terapéutica?: la enema, con lo cual se acentúa la satisfacción del erotismo anal.

Y aquí el analista hace una elaboración que está en los manuales de la casuística, de la interpretación del asma y se apoya en lo siguien-te: según cuenta su familia cuando nació tuvo un episodio disnéico. Hay entonces en este futuro asmático un primer ejercicio respirato-rio perturbado. En segundo lugar, en el momento de la eclosión anal, ésta se caracteriza por la contracción, el estreñimiento. Y el ter-cer momento, que es el momento del asma el analista nos dirá: ”¿Tenemos que pensar entonces el asma como un desplazamiento del tracto anal al tracto respiratorio?”

No olvidemos que el bebé para la medicina no es ni más ni menos que un tubo con dos extremos: el del tracto respiratorio/alimenticio y el del tracto anal. Y para Weiss se podría considerar el asma como un desplazamiento de abajo-arriba. Este es el aporte que hace a la psicogénesis del asma. El concepto de tracto remite a la musculatu-ra. El órgano anal es por excelencia musculatura.

En una ocasión el analista llega tarde y lo encuentra esperándolo en medio de una crisis de asma. Es su protesta. Estamos entonces ante un asma que funciona como síntoma. Y esta es la cuestión que que-ría resaltar: diferenciar cuándo el asma funciona como síntoma y cuándo como fenómeno psicosomático.

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Así como decimos que en la psicosis la forclusión del Nombre del Padre imposibilita el funcionamiento del orden simbólico, en el caso del FPS la holofrase marcaría esa imposibilidad. Lo cual no quiere decir que no se pueda levantar el efecto. Nosotros sabemos que la interpretación levanta el síntoma. ¿Podemos decir lo mismo acerca del FPS? Son temas sobre los cuales hay que reflexionar. No se pue-de interpretar como lo hacemos con un síntoma. Pero algo se puede hacer. Por eso decimos que estamos en un lugar en donde Lacan es bastante específico. El dice que el FPS, la psicosis y la debilidad mental podemos considerar a los tres dentro de la misma serie, que tienen en común que la representación del sujeto por el significante está congelado, está holofraseado. La pregunta por el sujeto, la pre-gunta por el síntoma, la pregunta por la operatividad de la interpre-tación, todas están en el paquete del FPS.

Otro factor interesante en este caso es que Weiss dice una cosa y Freud después dirá otra. Este paciente al año de análisis sigue con sus crisis asmáticas pero ha ido levantando su posicionamiento de-presivo, y ha ido resolviendo la represión en torno al amor por su madre, lo que le permite empezar a interesarse en otras mujeres. Y empieza a interesarse por el otro sexo de una manera progresiva y transicional, a partir de interesarse por un matrimonio. Y se pregun-ta por qué no ha podido manifestar su amor hacia las mujeres. Y a partir de que empieza a interesarse por una mujer y por su marido, su interés libidinal es bisexual y aparece el asma cuando vislumbra que el amor de un hombre y una mujer es factible de crisis, de des-avenencia, de ruptura. Ante la posibilidad de que esa pareja que él ha idealizado se rompa, vuelve a sufrir sus accesos asmáticos.

En relación a los impulsos hostiles hacia la madre, el analista va a interpretar las crisis asmáticas como manifestación de venganza: “¡Ahora para castigarte me voy a morir ahogado!”.

Vemos como el analista va trabajando lo que son los sentimientos ambivalentes en relación a la madre, con lo cual tenemos ya una se-

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rie de situaciones asmógenas en relación a la madre: cuando lo acu-sa injustamente, cuando se separa de él y lo abandona, cuando lo maltrata. Y después es cuando aparecen las mociones amorosas hacia la madre en forma de recuerdos infantiles. Uno de ellos es que está recostado en un sofá con la madre y tiene su pierna apoyada sobre el regazo de la madre la que le dice: “¡No, no…quita que me mo-lesta!”. El analista dirá que es un recuerdo encubridor porque el re-cuerdo que viene a continuación es de una situación en la que está espiando a la madre, intentando descubrir si ella tiene lo que el fan-tasea como un enorme pene.

Otra de las situaciones que aparecen como recuerdo de esa moción pulsional lo narra en forma de sueño. Es un sueño en donde está acostado y viene su madre, se acerca y lo besa. Y él se despierta en medio de una polución. Estas escenas muestran al paciente como complemento de goce del Otro materno.

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Una de las cuestiones complejas que nos ofrece este caso es si tene-mos que considerar el asma como síntoma neurótico, es decir, como retorno de lo reprimido del deseo materno; o el asma como FPS, es decir como retorno de lo no simbolizado del deseo materno.

Este paciente conoce una chica, intima con ella, parece que le van las cosas muy bien, disfruta, hay voluptuosidad en la relación, no apa-rece ningún episodio bisexual u homosexual. A los pocos meses de conocerla le comunica a su analista que después de 2 años de inten-so trabajo se merece un descanso y va a dejar de analizarse. El ana-lista dice que está de acuerdo, y a nosotros nos cuenta que él tam-bién estaba agotado. Y además nos cuenta que cuando empiezan las entrevistas preliminares este paciente consulta por depresión, y una de las cosas que aparece rápidamente es su homosexualidad. Y a la pregunta: “¿cree Ud. que podrá curarme de la homosexualidad?” el ana-lista le había respondido que “en una persona de su edad ese tipo de mo-

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ciones no son fáciles de remover”. Y no se habló más del asunto. A par-tir de allí el asma hipotecó todas las sesiones.

Este caso tiene una revisión a posteriori. Es un caso que cierra en fal-so. El paciente decide dejar su análisis, le anuncia al analista que tie-ne intenciones de casarse pronto. Efectivamente, a los pocos meses se casa y decide irse de luna de miel a Viena. ¿Y a quién creen que va a visitar? Al Dr. Freud. Este conocía el caso porque supervisaba a Weiss. Lo recibe y lo invita nada menos que a participar en la reu-nión de los miércoles, que era la reunión de los miembros de la Aso-ciación Psicoanalítica. El paciente se siente halagado ante semejante honor. Lo que sabemos es que a la primera sesión que tuvo con Freud el paciente tuvo una crisis de asma. Y que en esa primera se-sión Freud le dijo: “…si lo que Ud. viene es a hablarme de su esposa en vez de hablar de Ud. no tiene sentido que sigamos.”

Este paciente reapareció a los pocos meses, y le pidió a Weiss reto-mar su análisis: su mujer estaba embarazada y sus crisis asmáticas habían recrudecido. Todo parece apuntar a una importante deses-tructuración, aunque Weiss no habla de psicosis.

¿Tuvo algo que ver el encuentro con Freud en esa desestructura-ción? ¿Puede entenderse como lo que Lacan afirma que es el llama-do a un padre desde un lugar donde no hay respuesta? ¿Estamos ante el retorno en lo real de lo forcluido, de lo que no ha advenido a lo simbólico?

Freud en una carta que le manda a Weiss le dice: “He recibido anoche una carta del Sr.G. y por su contenido no me queda ninguna duda de que está en un delirio paranoico”

Queda planteado así un contra-diagnóstico: frente a lo que Weiss consideraba una neurosis grave tenemos que pensar el caso dentro de un estado defensivo pre-psicótico, y que a partir del encuentro con Freud y el advenimiento de su paternidad este estado defensivo se descompensara. ¿Esto autorizaría a leer su asma como FPS?

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EL RETORNO DEL GOCE AL CUERPO

Holofrase. Falla en la causación del sujeto La expulsión del goce y su retorno El goce mítico y el goce fálico La operación de alienación-separación

Seguimos con el fenómeno psicosomático. Tenemos que especificar el mecanismo original del FPS. Y el esfuerzo que está haciendo el psicoanálisis al hablar de la causalidad es hacer entendible desde el concepto de estructura significante todas las manifestaciones que tienen que ver con nuestro cuerpo, un desafío para la búsqueda de conceptualización en su coherencia con el resto de los cuadros clíni-cos.

Entonces, si decimos que las manifestaciones de la neurosis en el cuerpo tienen que ver con cómo se articula la estructura significante en el cuerpo – en el cuerpo imaginario simbólico- a partir de la re-presión, en el FPS tenemos que ver como se articula en el cuerpo- en el cuerpo real u organismo viviente – y a través de qué mecanismo, que no es la represión.

1

¿Cuál es el mecanismo base que origina el FPS como manifestación en el organismo? Dijimos que no es la represión, tampoco sería la forclusión como mecanismo específico de la psicosis. ¿Qué falla en relación a la estructura significante conduce al FPS? En la clase ante-

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rior dijimos que la falla era en la articulación significante, falla en la causación del sujeto, que Lacan remite a la holofrase.

En la primera parte, cuando estuvimos viendo la anorexia-bulimia, una de las figuras claves del malestar en la modernidad, recogimos la propuesta de un autor, Recalcati29, que apoyaba la inteligibilidad de los casos más graves en esta figura, la holofrase. A partir de la holofrase, dice Lacan, podemos agrupar en la misma serie los si-guientes cuadros clínicos: el FPS, la psicosis y la debilidad mental.

“…cuando no hay intervalo entre S1 y S2, cuando el primer par de significantes se solidifica, se holofrasea, obtenemos el modelo de toda una serie de casos – si bien hay que advertir que el sujeto no ocupa el mismo lugar en cada caso.”30

La holofrase como figura de congelación o solidificación de la articu-lación significante, de S1 y S2. La holofrase como intento de apresar la significación total del sujeto. En vano pues la representación del sujeto, de carácter significante, queda por definir. Para que haya su-jeto son necesarios al menos dos significantes, es necesario una arti-culación significante. En la holofrase, al congelarse esta articulación en un solo significante, no podemos hablar de sujeto. En todo caso el sujeto está ilocalizable A lo sumo podríamos hablar de un signifi-cante primordial. Si hiciéramos un espectro del registro simbólico, este sería como el punto inicial del registro significante, en el nivel de rasgo unario.

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Vamos a hacer un recorrido sobre esta cuestión tomándolo desde la vertiente del goce, entendiendo el fenómeno psicosomático como el retorno del goce al cuerpo. Si digo retorno del goce al cuerpo estoy suponiendo que en un primer momento el goce habitaba el cuerpo, que en un segundo tiempo fue desalojado del cuerpo. El FPS sería entonces un tercer tiempo, el del retorno del goce.

29 Recalcatti, La última cena: anorexia y bulimia, Ed. del Cifrado, Buenos Aires

30 Lacan, Seminario 11, Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis, pág.245

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¿Qué pasó con el goce? El primer tiempo sería mítico, es decir, sin fecha. Para ser entendible la articulación de los conceptos no quiero caer en el error didáctico de que lo entiendan como tiempos cro-nológicos. Hablamos más bien de tiempos lógicos, estas son opera-ciones lógicas, son del orden de operaciones del pensamiento. En-tonces, en un tiempo mítico en el que el sujeto no había advenido, reinaba el goce pleno. En un segundo tiempo lógico, con la instaura-ción del lenguaje se produce como efecto que el goce queda desalo-jado del cuerpo. Estamos hablando de la castración simbólica y el paso siguiente que es la significación fálica. Es el tiempo de la repre-sión originaria o primaria, es el momento de la instauración del in-consciente. Es la represión del goce. Lo que pasa a ser reprimido es el significante del goce.

El representante reprimido en la urverdrängung es un significante muy especial que Freud llamará vorstellungsrepräsentant, represen-tante de la representación de la pulsión. ¿De qué estamos hablando? del falo. A partir de allí, todas las otras representaciones que serán objeto de represión estarán en asociación última con la significación fálica. A partir de allí todas las represiones que son motivo de síntomas, de sueños, de lapsus, de todas las formaciones del incons-ciente, están enlazadas con esto que va a constituir el núcleo, el om-bligo del inconsciente.

Instauración de la castración, represión originaria, advenimiento de lo simbólico, son todos conceptos que se enlazan en este tiempo lógico en el cual el significante se aloja en el ser, se aloja en el cuer-po, y cuya consecuencia es que el goce queda expulsado, en benefi-cio o en virtud o a cambio del significante.

Dejamos de ser el organismo de la autosatisfacción mítica, del auto-erotismo completo, renunciamos no por proposición voluntaria, sino en tanto y en cuanto somos atrapados en la red simbólica, en las le-yes del lenguaje. Entonces, renunciamos o perdemos o sacrificamos el goce, reprimimos el falo y damos origen y quedamos bajo la de-

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terminación del inconsciente. A partir de allí las leyes del significan-te regulan, no ya la satisfacción de la necesidad, sino la búsqueda del objeto del deseo.

3

Volviendo a la articulación significante. S1 o significante maestro o amo, es el significante que en un determinado momento representa al sujeto pero siempre para otro significante S2 o significante binario. S2 en última instancia remite al falo inconsciente, ese ombligo al que nunca llegaremos. Lo real del inconsciente.

¿Aquí la mecánica cuál es? El S1 nos representa como sujeto para otro significante que no agota nuestra representatividad, la respues-ta última a la pregunta ¿qué soy para el Otro? sería la respuesta por el falo. ¿Qué quiero, cuál es mi deseo? ¿Qué quiere el Otro de mí? En la búsqueda de esas respuestas es en donde un significante S1 de pronto nos responde pero siempre en articulación con S2. Nunca nos representa del todo.

Es la misma mecánica que la del deseo. En la búsqueda es donde en-contraremos la posibilidad de realización, pero siempre parcial.

Y aquí volvemos al goce, porque lo que encontramos en la intrica-ción del lenguaje y del deseo es el goce. Aquí es donde reaparecen los restos del goce expulsado del cuerpo. Porque ese goce mítico pre-subjetivo, a partir de que adviene el significante es expulsado y queda el significante como lugar de goce.

Imaginemos un organismo puro goce, es decir, en inmediatez con el objeto que satisface su necesidad. Llega el orden significante, llegan las reglas, llega la represión, se pierde esa inmediatez, se pierde el goce y nos queda la posibilidad del goce fálico, del goce del síntoma neurótico. El goce fálico limita ese goce total, ese goce incestuoso. Podemos pensar, entonces, que bajo la figura de la holofrase, se abre la compuerta de retorno de este goce fuera del significante, de este goce de órgano del FPS.

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Miller31 utiliza varias expresiones para referirse a este significante holofraseado que marca el cuerpo en este intento de consolidar una representación unívoca: lo comparará con el orden del trazo unario, esto es rasgo significante elemental que sirve de soporte identifica-torio; o con un sello, o con un nombre propio. Mientras un nombre común, el sustantivo “mesa”, por ejemplo, remite a cualquier mesa que se la quiera aplicar, en cambio el nombre propio, si yo digo Jor-ge Hernández, remite nada más que a sí mismo. También compara el FPS al jeroglífico, un escrito figurativo que al mismo tiempo que tiene valor de escritura pertenece al orden imaginario.

Con la neurosis estamos acostumbrados a considerar la marca en el cuerpo como un síntoma traducible en mensaje, es decir, el lugar donde se ha encarnado un significante reprimido. Pero en el fenó-meno psicosomático la marca no es en el cuerpo significante, sino en el órgano. Y lo que se ha encarnado, incorporado, es una falla en la estructura límite del lenguaje que llamamos holofrase.

Esta falla tiene que ver con la operación de causación del sujeto. Te-nemos que suponer un tiempo mítico en donde A, el gran Otro, y la S del sujeto están sin tachar, son un solo conjunto. La causación del sujeto es a partir de la represión original, y advienen simultánea-mente el gran Otro barrado y el sujeto dividido. El sujeto en tanto queda marcado irremediablemente con la pérdida de su objeto, “a”, que cae. El objeto inmediato, el de la necesidad, a partir de allí está mediatizado por lo simbólico, por la demanda.

Lacan va a hablar de dos tiempos lógicos en la operación de causa-ción del sujeto, un tiempo de apertura o alienación y un tiempo de cierre o separación. La apertura coincide con la represión originaria. A partir de que adviene la represión originaria, el goce es excluido, el sujeto queda dividido por la pérdida de su objeto, y pasa a ser re-presentado por un significante S1 para otro significante S2. Pero co-

31 Miller, Jacques-Alain, Extimidad del Goce (en Estudios de Psicosomática,vol.4, V.V.A.A., Atuel)

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mo S2 está bajo la represión originaria, que es ilevantable, por un efecto de cierrre o torsión revierte en un nuevo S1.

En cada emergencia del deseo inconciente en un decir no sabido se reactiva la operación de división subjetiva. El destino alienante del sujeto del inconciente, es decir del deseo inconciente, es el de estar entre-dos-significantes, es decir, sólo puede ser dicho a medias, ningún representante lo representa plenamente.

Con el congelamiento S1-S2, con el intento de solidificación en un significante único, es decir, con la holofrase, se trata de cerrar un sentido unívoco, de evitar la división del sujeto. Pero el FPS, la mar-ca o sello en el organismo a que da lugar este cortocircuito, es sin sujeto, es a-simbólica, no hay representación, porque es una marca en la juntura del cuerpo imaginario y el cuerpo real. En tanto real está desnudo de significación, es el organismo en tanto viviente, es un cuerpo sin semblante, en tanto el semblante es lo que tiene la función de velar lo real desde un anudamiento imaginario-simbólico.

Si fuera un cortocircuito histérico, la parte afectada del cuerpo, al estar en el registro del significante, tendría posibilidad de despla-zamiento. El destino del significante es ser remplazado por otro sig-nificante. Mientras que el cortocircuito del FPS afecta una holofrase, algo del orden de un significante congelado, no habría posibilidad de desplazamiento. Y entonces ¿qué puede hacer el dispositivo analítico ante esa situación? Porque con la histeria podemos aplicar la asociación libre, y a partir de la asociación podrá desplazar signi-ficantes y mover el síntoma.

Hay un comentario de Eric Laurent sobre el pintor Francis Bacon, que arrastra un asma a lo largo de su vida y que Laurent interpreta como un “rasgo único”, a modo de firma del sujeto, y analizando su obra pictórica, los críticos constatan que sus múltiples retratos son variaciones, sucesivas deformaciones de un mismo modelo. Pero con la peculiaridad que en todas las deformaciones reconocemos el

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rasgo originario de ese modelo, por ejemplo la nariz o la oreja. El analista nos dirá que pintando no se curó de su asma, pero esa acti-vidad artística le dio la fuerza moral que le permitió, a modo de su-blimación, construir las mil variaciones de ese rasgo único, de su asma torturante. Y a partir de allí construirse lo que es un camino de búsqueda, de realización.

Tomando esto como paradigma, podemos pensar, y Lacan nos lo dice reiteradamente, más que la desaparición del FPS, lo que la cura psicoanalítica persigue, es que el analizante encuentre, instale, a pe-sar o a favor de su asma, una causa para su deseo.

Si retomamos el caso que vimos la clase anterior, nos planteaba un cuestionamiento, y es que el analista trabajaba la interpretación del asma como un síntoma dentro de una estructura neurótica. El inten-taba traducirlo a partir del efecto de la represión, como un discurso desplazado. En todo caso, la juntura imaginaria comprometida en el FPS a veces pude autorizar un intento de desciframiento.

Es allí donde tenemos que intentar precisar: el asma en algunos ca-sos puede ser un síntoma derivado de la represión, en otros casos es un PFS derivado de una falla holofrásica en la articulación signifi-cante.

No es solamente ver el asma en una u otra estructura neurótica o psicótica, sino el asma como síntoma o como FPS.

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EL CUERPO TRINO RSI, EFECTO DEL SIGNIFICANTE

El destino del sujeto: estar entre dos significantes La presentificación del organismo El anudamiento trinitario y el Nombre de Padre Develamiento de lo imaginario y de la erogeneidad orificial Indicadores clínicos del FPS

Seguimos con el fenómeno psicosomático y su relación con lo real, imaginario y simbólico; de cómo el cuerpo, que es un cuerpo único, se puede abordar desde esos tres registros. El ser hablante, por efec-to del lenguaje, tiene su cuerpo afectado por esa trinidad.

Este es un tema que nos interesa en el fenómeno psicosomático por-que se produce algo muy especial, que es del orden de una manifes-tación en el cuerpo en donde lo que se pone en juego es el cuerpo real y el cuerpo imaginario; y lo que de alguna manera queda en suspenso es el cuerpo simbólico.

1

Cuando uno intenta pensar en el cuerpo, por ejemplo, desde el nivel de la biología, se está apuntando al organismo. Pero el organismo es previo al cuerpo, sería el cuerpo real; a partir de que está afectado por el significante este organismo o cuerpo real se complejiza en cuerpo imaginario-simbólico. El único cuerpo es el del ser parlante, el que está afectado por el significante. En los animales no hablamos de cuerpo, hablamos de organismo.

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Antes del significante el hombre primitivo estaba supuestamente en el registro mítico del cuerpo puro organismo de goce completo míti-co previo a lo simbólico. Esto nos interesa subrayarlo para hacer in-teligible el fenómeno psicosomático como un retorno de este goce. Como si lo que se presentifica en el fenómeno psicosomático es el organismo, como si el órgano afectado suspendiera su condición de cuerpo ordenado por lo simbólico y retornara a su condición mítica de sede de goce otro.

Entonces, un nivel del cuerpo es el cuerpo biológico, el nivel orga-nismo, el cuerpo viviente, que llamamos lo real. Después están los otros dos registros, lo imaginario que remite a la imagen del cuerpo, el cuerpo del espejo, el que vestimos siguiendo los dictados de la moda, el cuerpo del engreimiento narcisista; y, por último el estatu-to del cuerpo hablante, regido por los significantes, organizado por lo simbólico. Decimos que el cuerpo es hablado, allí se inscriben los significantes de la demanda y del deseo del Otro. El cuerpo atrave-sado por los significantes es lo que llamamos el cuerpo pulsional. El cuerpo de la erogeneidad, el cuerpo de los síntomas, allí están los significantes. En cambio, en el pedazo de cuerpo tomado por el fenómeno psicosomático no están los significantes.

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El otro concepto que está de la mano de esto y que nos sirve para entender que pasa con el fenómeno psicosomático, es el que define al sujeto entre dos significantes. El destino del sujeto del inconciente es estar entre dos significantes, es no poder ser dicho todo por el significante, ninguno lo nombra en su ser. Y es que su ser sólo pue-de definirse como falta-en ser. Decimos que es un sujeto barrado en-tre un significante S1 que lo representa y el resto de los significantes S2 que lo condena a la afánisis, a la desaparición, ya que nunca en-cuentra el significante unívoco que le da sentido pleno.

Para su representación necesita del vacío de significación. Y ante es-te destino de afánisis se opone la holofrase. Entendemos la holofrase

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como ese mecanismo que Lacan rescata para hacer inteligible el FPS, la holofrase como el intento de congelar el binarismo significante indefinido, en la búsqueda imposible de la significación unívoca.

La paradoja es que, al ser unívoca, pierde su condición de significan-te, y por lo tanto, no hay sujeto. Lo que tenemos es otra cosa, es un estado límite de la significancia.

Entendemos entonces la holofrase como una figura retórica por la cual el binarismo, es decir, la necesidad de dos significantes para que haya el entre dos donde cae el sujeto, se congela, se cierra. La holofrase no es un significante, o en todo caso hay que pensarlo co-mo un significante fuera de la cadena. El FPS no se da a leer, como el síntoma; la holofrase va a mostrar algo que en vez del orden de la letra es del orden del número, del orden del registro de lo real del lenguaje.

El destino del sujeto, su destino neurótico, es estar entre dos signifi-cantes. Cuando lo que tenemos es la holofrase ese destino se ve en-torpecido. El precio a pagar por ese intento de congelar el sentido, es convertirse en otra cosa, en un engendro, un goce impuesto, un adoquín que no deja intervalo, una orden que reduce al sujeto a un estigma.

¿Qué sujeto tenemos en el neurótico? El sujeto dividido en tanto su deseo permanece como verdad inconciente. Y como tal su ser no puede ser dicho más que en entredicho.

3

En todos los casos de FPS hay una problemática que tenemos que subrayar, y es que en la clínica, como analistas nos vamos a encon-trar con la fascinación. Porque el FPS se da a ver de una manera que atrapa, porque está mostrando algo de un goce Otro sobre el cual no hay palabras. Se trata entonces de no entrar a saco en el FPS, no de-jarse atrapar por el discurso médico de la lesión, y evitar una clínica con predominio de lo imaginario.

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Ahora bien, el proceso de la cura apuntará a que el paciente pueda empezar a asociar sobre otras escenas en donde se habrá visto bene-ficiado con síntomas. No sabemos si podrá poner palabras a “eso”, al engendro, al FPS. Al comienzo dejemos en paz lo que se muestra descarnado. Eso vendrá, diríamos, como un añadido, a partir de que en el trabajo de descongelación pueda emerger que tipo de barrera ha tenido que erigir frente al Otro. En la medida que se movilice el tema de la separación con el Otro, se podrá poner en movimiento algo de lo congelado por la holofrase que ha desencadenado el FPS. No se trata de centrarnos en la traducción del fenómeno, sino de que poco a poco pueda poner al descubierto el escenario de su relación con el Otro.

¿Es posible que un FPS pueda descongelarse y empezar a traducirse sintomáticamente? Sólo como efecto de rebote.

Uno de los puntos que nos vemos convocados a despejar todo el tiempo, como una especie de análisis comparativo, es el tema del cuerpo en el síntoma y el cuerpo en el FPS. Es allí donde está el hin-capié, no perder de vista que no estamos hablando del mismo cuer-po. Como lugar de conversión histérica, el síntoma es un lugar de atravesamiento significante, de inscripción simbólica, y se puede traducir.

En general, el que trae un síntoma, trae una versión, una explicación para su síntoma, una novela construida que necesita ser dicha. Por-que el síntoma está pidiendo a gritos ser leído.

Otro punto a trabajar es el anudamiento. Decimos que el efecto so-bre el cuerpo de que el ser hable, es que su cuerpo pase a estar cons-tituido en un ordenamiento en el que se anudan tres registros: I.R.S.. Ese anudamiento es el que permite que el organismo viviente tras-cienda en cuerpo. Sin anudamiento lo que hay es un cuerpo despe-dazado, sin anudamiento lo que hay es psicosis. El anudamiento es posible desde la función Nombre del Padre.

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En oposición a la represión en la neurosis, la interrogación sobre la psicosis subrayó el mecanismo de forclusión del significante Nom-bre del Padre, el no acontecer del anudamiento. En el FPS hay tam-bién operación de anudamiento, interviene el Nombre del Padre. Lo que pasa es que, a diferencia del anudamiento sintomático, del síntoma como forma de nominación simbólica, que Lacan llama flor de lo simbólico32, el anudamiento psicosomático es del orden de la falla, del defecto en la nominación simbólica. En vez de nominación simbólica tenemos otra cosa, tenemos holofrase. En vez de un signi-ficante que represente al sujeto tenemos el tapón del estigma que impide la falta y por tanto, la aparición del sujeto en el intervalo. Y aquí es donde se plantea, a la luz del anudamiento del sinthome, si es factible hablar del fenómeno psicosomático en el orden de una sustancialización bastarda del sinthome.

Este anudamiento defectuoso, esta nominación fallida está en el límite de lo imaginario y lo real. Es por esto que estamos trabajando el FPS en el marco de lo que llamamos estados límite en la constitu-ción del sujeto; el sujeto al límite de su constitución.

4

Consideraremos algunos indicadores clínicos que es importante te-ner en cuenta a la hora de pesquisar un cuadro que es sospechoso de pertenecer a un fenómeno psicosomático. Vamos a partir del trabajo clínico de algunos psicoanalistas, como Jean Guir33 sobre psicosomá-tica y cáncer, quien propone la siguiente serie de indicadores:

Imperativos al goce transexual, sintagmas cristalizados, mimesis, llamados a la filiación, sobre-adaptación a la demanda del Otro, duelo detenido, degradación del nombre propio, forclusión local, objetos inanimados, injunciones, significantes fechables.

32 Lacan, El Seminario, Libro 22 R.S.I., clase 11

33 Jean Guir, Psicosomática y cáncer, Catálogos-Paradiso

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Muchos de estos indicadores se auto-refieren unos a otros. Así, un sintagma cristalizado remite a la holofrase. Desde el punto de vista clínico hay una tendencia a intentar escuchar holofrases. En su carácter de operador lógico lo referimos a ese momento de deten-ción en la aparición del sujeto, ese momento de congelamiento por el cual S1 no remite a S2 sino que se cierra en una significación uní-voca. Por otro parte, referida a ejemplos clínicos concretos, la holo-frase se representa en frases cerradas, en significantes que tienen una especial resonancia, que Jean Guir llama sintagmas cristaliza-dos. Y da el ejemplo de un sueño en el que aparece el significante “Westminster” y el analista, desde la lengua francesa, escucha “ou est-ce mystere”. Otro ejemplo sería el sintagma “en lo que sería…” cristalizado como “enloquecería”. Estos significantes tienen su reso-nancia dentro del discurso del paciente en análisis, pero que éste no puede escuchar y por lo tanto no puede asociar, montar historias con ellos.

Estos pacientes vienen con su legajo médico bajo el brazo y llenan la consulta con historiales clínicos y radiografías, diciendo “aquí tie-ne”. Y allí se trata de invitarlo a que hable, a privilegiar su historia, su teoría personal, más allá de la médica. En la construcción de esa teoría personal, se trata de facilitar que empiecen a tramar asocia-ciones. Que eso que es un pedazo real del cuerpo comprometido empiece a destramarse en historias.

Otro de los indicadores es el objeto inanimado. Por ejemplo, alguien sufre un atentado vandálico, le rayan la pintura de su flamante co-che deportivo, y esto se traduce en una colitis ulcerosa. Es un tipo de objeto inanimado en el cual el sujeto ha colocado su ser.

Respecto a la injunción, son significantes fechables que han sido di-chos en momentos muy precisos de su historia, significantes con carácter de orden terminante, de mandamiento feroz, como por ejemplo: “¡No pareces hijo mío!”. A partir de esta injunción pode-

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mos entender la irrupción del FPS como un llamado a la filiación, una demanda inarticulada de ser reconocido como hijo.

Como ejemplo de sobre-adaptación a la demanda del Otro, un hijo que a sus 50 años está absolutamente pendiente de la enfermedad de la madre, toda su vida gira en torno a esto. La demanda mortífera del Otro llena todo su goce.

El imperativo al goce transexual lo refiere a ciertos casos de hijos de sexo no deseado: esperaban una niña y tuvieron un niño. Ese niño se vería impelido por órdenes a ser del otro sexo, lo visten y lo tratan como a una nena.

El duelo detenido lo podemos ver, por ejemplo, en un paciente que presenta úlcera de colon, que sigue torturado por la muerte de un hermano acaecida hace más de 10 años, y que él no pudo evitar.

Otro recurso técnico que nos ofrece Jean Guir es la construcción de un genograma, que es un esquema del árbol genealógico. Lo que permite es localizar en generaciones anteriores situaciones de secre-tos familiares que si no difícilmente aparecerían. Y también otras si-tuaciones significativas como las edades en que murieron los abue-los, o la edad en que murió el padre, que coloca al sujeto, por ejem-plo, ante el fantasma de que “yo no viviré más allá de esa edad”. O localizar indicadores de lo que Guir llama “mimesis”, como sería el caso de familiares que tengan su mismo nombre y/o hayan tenido alguna historia de dolencia idéntica a la suya. A diferencia del pro-ceso de identificación que actúa en el registro imaginario simbólico, la mimesis se precipita más bien en el límite de lo imaginario-real, como una copia punto por punto del cuerpo del otro.

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ESTRUCTURAS CLÍNICAS, INTERVALO Y HOLOFRASE

El concepto de estructura clínica La clínica freudiana y el padre del Edipo La clínica lacaniana y el Nombre-del-Padre Los operadores lógicos “a” y S(A/) Clínica del intervalo vs. Clínica de la holofrase

Hoy vamos a intentar despejar la siguiente cuestión: dentro de las estructuras clínicas ¿dónde localizamos el FPS? Antes vamos a hacer una pequeña introducción sobre el concepto de estructura clínica.

1

Para definir que es una estructura recurrimos a las matemáticas, a la teoría de los conjuntos, y así diremos que la estructura es un conjun-to covariante34 de elementos significantes. Lo más valioso por lo que Lacan recurre al concepto de conjunto es que remite a la paradoja de la totalidad: el conjunto como tal es un conjunto de no-todo.

“Lo que les he enunciado, que en el universo de discurso no hay nada que con-tenga todo, he aquí lo que nos incita a ser especialmente prudentes en cuanto a mínimo de lo que se llama todo y parte. Y exigir en el origen que distingamos el Uno de la totali-dad, que justamente acabo de refutar diciendo que a nivel del discurso no hay universo, lo que queda aún en suspenso, distinguir este Uno del uno contable, que por naturaleza

34 Lacan, El Seminario, Libro 3, Clase 14

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se escapa y se desliza a ser uno, a repetirse a volver a cerrarse sobre sí mismo, instau-rando la falta de la que se trata, cuando se trata de instituir el sujeto.”35

Cuando en las matemáticas se plantea el conjunto de la totalidad se desemboca en las paradojas. Una de las paradojas con la que los lógicos se rompen la cabeza es la “paradoja de Russell”36. Tenemos un ejemplo de esta paradoja si intentamos construir el catálogo de todos los catálogos que no se incluyen a sí mismos.

¿Por qué entra en paradoja este planteo de conjunto total? ¿Por qué este conjunto total es imposible? Porque, para que el conjunto sea total, es decir, cerrado, en el “catálogo de todos los catálogos que no se incluyen a sí mismo” tendría que estar el propio catálogo. Y si in-cluimos el propio catálogo, sería un conjunto mentiroso porque sólo es de los que no se incluyen a sí mismo.

El conjunto se define por tener excluido un elemento como mínimo. El conjunto del no-todo le sirve a Lacan para definir la cuestión que atañe a la clínica psicoanalítica, a diferencia de la clínica médica que persigue el conjunto cerrado. Hay casos que no van a entrar en la estructura, que no podemos definirlos ni en una ni en otra estructu-ra. La validez de la estructura clínica la podemos sólo considerar como un conjunto no todo, incompleto.

Covariante remite a que los elementos significantes no tienen un lu-gar definido en tanto lugar positivo, sino un lugar en tanto vale por oposición a lo que no es. Así, a partir de Saussure se define el len-guaje como un conjunto de elementos que valen por oposición a lo demás elementos. No se trata de un conjunto de elementos en los que cada uno vale por su identidad propia sino que cada uno vale por lo que se opone a los otros.

35 Lacan, El Seminario, Libro 14, Clase 1

36 Lacan, El Seminario, Libro 9, Case 9

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Y el elemento significante no vale por su función nominal, por po-nerle nombre a las cosas como si fuera una etiqueta: “esto es una mesa”. Es por la relación de un significante a otro significante que se engendra la relación del significante al significado. Y eso sin olvidar la función significante que nos interesa especialmente, la de repre-sentar al sujeto para otro significante. En el funcionamiento signifi-cante se juega algo mucho más trascendente que la nominación de las cosas, se juega lo que define el lenguaje como lo característico del ser hablante Y es que en ese decir se nos cuela constantemente el malentendido, la imposibilidad de representarnos, de decir la ver-dad.

La lengua basta para comunicarnos, pero su función está más allá del comunicarnos. Su función es humanizarnos, estructurarnos co-mo seres humanos, o mejor dicho, como seres hablantes. Dejemos de caer en el reduccionismo fácil de los utilitaristas que constriñen la lengua a un mero nomenclador. Claro que sirve para nombrar las cosas, pero es que eso está de añadido, la clave de su poder radica en sujetarnos en un entramado simbólico, en organizarnos. Y como tal esa estructura simbólica no es completa. Por supuesto que la len-gua así como está funciona: tenemos “El Quijote”, pero también te-nemos “El malestar en la cultura”.

Con la clínica de la lógica del significante, lo inherente a la estructu-ra simbólica es la pérdida de goce, la constitución de un no todo, de una falta, y para poder operar lógicamente con esta falta en una u otra estructura clínica, Lacan ha construido el operador lógico que llama “objeto a”, la petit a, que remite a un vacío, a aquello que que-da como resto del “registro de lo real”. Esa es la falta más allá de las imágenes del “registro imaginario”, y más allá de la presencia-ausencia del “registro simbólico”.

2

Hecha esta introducción vamos a hablar de las estructuras clínicas desde la clínica lacaniana. Para ello nos apoyaremos en la propuesta

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de A. Eidelsztein37 que intenta sistematizar el cambio de la clínica freudiana a la clínica lacaniana. ¿Ese cambio lo tenemos que leer en el sentido de una evolución? No, pues la clínica freudiana no sólo sigue siendo válida, sino que Lacan, para poder dar el aporte que hace es retornando a Freud. Pero, con la siguiente salvedad, vuelve a Freud precisándolo, complejizándolo.

En Freud la clínica se apoya en el padre, la clínica del padre edipico. ¿Qué quiere decir que Freud se apoya en el padre? Quiere decir que Freud a partir del complejo de Edipo construye un tránsito obligado por el cual todo sujeto tiene que transitar para encontrarse, para de-finirse, para elegir, para ser, sobre todo, ser sexuado: el padre como objeto de identificación en el caso del niño; el padre como objeto de amor en el caso de la niña.

Y la otra manera de entender que la clínica freudiana se apoya en el padre es que remite la causa última de la in-completitud a lo que el padre hizo o dejó de hacer. Así hablamos de las consecuencias que acontecen cuando el padre deja de hacer algo, o cuando lo hace en exceso. Quedarnos es esto es quedarnos en la historia individual del neurótico.

Los psicoanalistas se apoyaron durante mucho tiempo en una teoría que pretendiendo ser una teoría explicativa de la clínica, en realidad copiaba los argumentos de nuestros neuróticos, que son los que se quejan que el padre hizo o dejó de hacer. Era una teoría que justifi-caba el discurso del neurótico, con lo cual se convirtió en cómplice de un fantasma.

El Edipo a partir de Lacan no podemos seguir entendiéndolo sola-mente desde la lectura imaginaria, eso sería quedarse con el padre del “guiñol de la rivalidad sexual”38. El padre del Edipo hay que pen-sarlo como función desde un nivel simbólico, no la del padre en

37 Eidelsztein, A., Las estructuras clínicas a partir de Lacan (Vol. I)-Letra Viva

38 Lacan, Escritos 2, Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano

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pantuflas, la del padre amado o el padre odiado, el padre que hizo o dejó de hacer, sino desde el significante Nombre-del Padre, a partir de una operación lógica, que sigue la lógica del lenguaje, que lla-mará metáfora paterna, por el cual el deseo de la madre pasa a ser soterrado por el Nombre-del Padre.

Aquí Lacan se apoya entonces, en el padre como significante, dando el salto de lo imaginario a lo simbólico. Y más aún, nos dice que so-bre todo la causa última de la in-completitud no hay que buscarla en lo fáctico, en lo histórico, en lo acontecido en la vida de un sujeto si-no que hay que buscarlo como un efecto intrínseco de la estructura significante por el hecho de estar sometidos al lenguaje. El sujeto sólo puede ser dividido, no puede él ser todo dicho, no puede ser dueño de toda su verdad, dividido por un saber del que no tiene idea: sujeto del inconsciente. Y no sólo el sujeto está dividido sino que el gran Otro también está incompleto. Cuando Freud trabaja el concepto de castración, ésta remite sobre todo y fundamentalmente a la castración de la madre. La castración del niño es tal porque lo que es evidente para él es la castración de su madre. Aquí estamos en el plano imaginario. Y ya en el plano simbólico, la falta en el suje-to será promovida o habilitada a partir de que se inscriba la falta en el Otro.

Entonces, para entender las estructuras clínicas desde Lacan, tene-mos que considerar tres niveles en esa in-completitud:

- la causa de la in-completitud por el efecto intrínseco de la es-tructura significante

- la in-completitud operada a partir de la intervención del nom-bre-del-padre

- y el otro nivel de la falta es la que se inscribe en el Otro, como significante de la falta en el Otro, que operará en el sujeto la caída o extracción de la petit “a”, habilitando la aparición de la causa del deseo.

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Estos son los operadores lógicos: el significante Nombre-del –Padre, el significante de la falta en el Otro: S(A barrado), y la petit a.

3

Ahora sí podemos elaborar una nueva tabla de estructuras clínicas en la que, si bien se mantienen las estructuras primordiales, neuro-sis, psicosis y perversiones, tenemos la posibilidad de leer estas es-tructuras, siguiendo la propuesta de Eidelsztein, dentro de una es-tructura general en función de la siguiente oposición:

- según que opere, que sea efectiva la inscripción del significante de la falta en el Otro, S(A/), operando la caída o extracción del “objeto a”, con lo cual tendremos la “clínica del intervalo” que abarca las neurosis y la perversiones.

- o según que no sea operatoria la inscripción de S(A/), sin extrac-ción del “objeto a”, lo que da lugar a la “clínica de la holofrase”, que abarca la siguiente serie: psicosis, debilidad mental, fenómeno psi-cosomático.

Cuando empezamos a trabajar el fenómeno psicosomático dijimos que el intervalo designa el lugar Otro, lugar vacío entre el S1 y S2

susceptible de hacer oír al sujeto del inconsciente en su falta. Y que justamente la holofrase es la solidificación de ese intervalo, es la ne-gación máxima que forcluye la división del sujeto y la in-completitud del Otro.

Y en lugar de la emergencia del sujeto dividido y la caída de la “pe-tit a”, se instala, en el caso del fenómeno psicosomático, una lesión de órgano. Lo que se aloja allí como holofrase, esto es, la ausencia de funcionamiento del intervalo significante, da como resultado el fenómeno psicosomático, la psicosis, la debilidad mental. Esta es la clínica que responde a la lógica de la holofrase.

Y por otro lado tenemos la clínica del intervalo, la neurosis y la per-versión, en donde sí interviene el significante de la falta en el Otro,

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en donde sí interviene la castración, esto es, se asume la falta, en tan-to el Otro está incompleto, se asume la propia falta, la caída del obje-to a, lo que habilita el deseo.

La neurosis y la perversión son estrategias últimas por las cuales el sujeto hace de tapón a la falta en el Otro. Falta reconocida, sí, pero negada, en el primer caso por la Verdrängung o represión y en el se-gundo caso por la Verleugnung o desmentida.

En cambio en la clínica de la holofrase no ha habido reconocimiento de la castración. En palabras de Freud en su texto sobre la Vernei-nung o denegación, el primer tiempo de afirmación del juicio de atribución no ha acontecido. Aquí es donde Lacan ubica la génesis de la Verwerfung, el mecanismo de forclusión que opera en la génesis de la holofrase. Donde opera la forclusión no podemos hablar de tapón, porque intentar tapar la falta implicaría haberla reconocido. Y la forclusión justamente designa el “no ha lugar” de esa operación lógica. Y lo que ha sido forcluido del campo de lo simbólico se carac-teriza porque retorna en el campo de lo real: lesión de órgano en el caso de lo psicosomático, alucinación en el caso de la psicosis.

4

Volviendo a la cuestión del comienzo sobre el pasaje de la clínica freudiana a la clínica lacaniana, hemos puntuado los conceptos de padre edípico, de significante nombre-del-padre, de significante de la falta en el Otro y de “objeto a”. Más allá de lo que llama “el guiñol imaginario de la rivalidad edípica”, Lacan propone los operadores de la lógica significante.

Tenemos que privilegiar, entonces, la estructura significante. La causa de ser en falta responde a la lógica significante, a eso que nos caracteriza como seres hablantes, que es estar sometidos al Otro que un primer momento colocamos como sin tacha, el Otro completo al que suponemos todo el saber, el Otro de la garantía de nuestro de-seo, que nos puede decir que es lo que deseamos, que es lo que nos

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hace falta. Y que eso responde a la lógica de la estructura del lengua-je y que en la medida que asumimos que el significante no está hecho solamente para comunicarnos sino para que emerja el sujeto del inconsciente, es decir, para que “eso” o “ello” diga más allá de Yo, a partir de que podamos escucharlo podremos aceptar que el sujeto está dividido, que el Otro está dividido, que hay una causa para nuestro ser en falta, que no tiene que ver con lo que papá hizo o dejó de hacer. Este fantasma neurótico gobernó durante mucho tiempo la clínica psicoanalítica. A Lacan le toca reinterpretar la fun-ción del padre edípico desde su registro trinario imaginario, simbó-lico, real. Freud se vió precisado a construir un mito sobre el padre de la horda primitiva, y hay que leerlo como una exigencia lógica, no como un dato histórico, antropológico.

Y si Lacan privilegia la estructura significante ésta no es sin el cuer-po, sin el goce. No estamos en la abstracta teoría del significante, si-no de cómo el decir goza, el no-todo y la castración. Estamos traba-jando con la pulsión y de cómo se construye la humanización, de cómo emerge el sujeto representado por un significante, pero al mismo tiempo de cómo se estructura el cuerpo pulsional. De cómo se localiza la falta-en-ser, estamos hablando de los agujeros del cuerpo pero también del intervalo entre los significantes.

Insisto, es necesario despejar cualquier duda o malentendido acerca de la plena vigencia de la teoría freudiana. Todo esto de lo que es-tamos hablando acerca de la estructura significante sólo es entendi-ble si no perdemos de vista el cuerpo pulsional: el malestar, el pade-cimiento, la mortificación, la demanda; estamos hablando de aquello que tiene que ver con no poder alcanzar la satisfacción. Y esto es Freud.

Y el esfuerzo de Lacan apunta a construir una lógica con la que po-der operar y hacer congruente y consistente la teoría con la clínica.

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CAUSACIÓN DEL SUJETO Y HOLOFRASE

Falta-en-ser, el ser-para-la-muerte La disyuntiva letal: el ser o el sentido Alienación-separación El Otro completo o el Otro en falta El sin sentido, la contingencia Ni S1 ni S2: el intervalo significante El congelamiento del intervalo u holofrase

Vamos a intentar profundizar el tema de la causación del sujeto, que es donde Lacan localiza esa operación llamada holofrase, que es el concepto que estamos manejando para entender la etiología del fenómeno psicosomático. La holofrase actúa a nivel de la estructura significante, en el momento lógico de causación del sujeto, del sujeto del inconciente, no el yo, causados a partir del lenguaje, a partir de la articulación de dos significantes, S1 y S2.

La clase anterior hicimos una puntuación fundamental sobre la rela-ción entre el padre del Edipo, la castración y las estructuras clínicas. Y decíamos que desde Lacan se hace un esfuerzo considerable para intentar des-imaginarizar el tema de la falta, para lo cual elabora el concepto de significante Nombre-del Padre para elevar esa falta a nivel de lo simbólico. Y lo que queda planteada, entonces, es la cues-tión de las estructuras clínicas en función de cómo se posiciona el sujeto ante esa falta.

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1

Se trata de pensar la falta del ser hablante como una falta-en-ser, re-curriendo a la tríada real, simbólico, imaginario.

Así, desde el registro de lo real, vamos a abordar la falta primera, la falta primordial, desde el momento mítico del surgimiento del ser-hablante, localizando esta falta en su condición de ser mortal. La muerte como objeto real imposible de conceptualizar, eso que falta. Para poder operar con esa falta como si fuera un objeto, Lacan lo conceptualiza con un matema lógico que llama “petit a” que no es un objeto, sino una falta de objeto.

Desde el registro simbólico se conceptualiza esta falta en el nivel del lenguaje; al ser atrapado por la estructura significante, al ser acogido por la red del lenguaje, queda definida la esencia de ese ser como la de un ser-para-el-lenguaje, un ser-hablante. Y lo que define la falta en ser en el lenguaje es que no todo puede ser dicho acerca de la verdad del deseo, lo que Lacan conceptualiza con el significante de la falta en el Otro, concepto que permite inscribir la falta sin tapo-narla. Decir el significante de la falta en el Otro es ponerle nombre a lo que falta en el tesoro de los significantes, el gran Otro queda ta-chado. Y la otra cara de esa falta es la del sujeto dividido.

Y el tercer nivel desde el que Lacan definirá la falta es el del registro imaginario, y se refiere a la falta en ser de goce, representado por el matema del falo imaginario que se escribe siempre en menos (- φ).

2

¿Por qué decimos causación del sujeto? Está hablando de su auto-engendramiento, no es que el sujeto es producido por algo externo, su emergencia, su advenimiento, es causa de sí mismo. Si lo ubica-mos en su proceso ontológico, llega al mundo el bebé y es un mun-do de palabras. A partir de allí tiene que ir conquistando su lugar en

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ese mundo; y la única manera es inscribiéndose como ser hablante. Si no habla no se inscribe, como es el caso del autista.

Lacan plantea esta operación de causación del sujeto en dos tiem-pos, que no son tiempos cronológicos sino tiempos lógicos, y que los podemos entender como si fueran pulsaciones, una que abre y otra que cierra. Que es la manera que también alguna vez vimos que uti-liza para hablar de la emergencia de lo inconsciente.

En estos dos tiempos de apertura y de cierre se trata de un mismo círculo que se cierra sobre sí mismo y remite al inicio. Pasamos del primer tiempo de alienación a un segundo tiempo de separación, que remiten a una nueva pulsación. Pasamos del S1 que remite al S2 y que en el momento de la torsión vuelve a remitir a un nuevo S1. Se está causando, está emergiendo el sujeto en la articulación entre dos significantes.

Y el sujeto se ve en el primer tiempo de su emergencia en la disyun-tiva alienante de elegir el ser o elegir el sentido. Es una disyuntiva letal, “factor letal”39 dice Lacan. Letal porque lo condena a ni uno ni otro; porque si elige el ser, pierde el sentido y si elige el sentido pierde el ser. Y en el centro está el sin sentido.

Podemos pensar la dirección de la cura como apuntando al sin sen-tido; que lo que nos enferma es: o petrificarnos en el ser, o desvane-cer nuestro ser por aferrarnos al sentido. Así lo expone D. Rabino-vich en su libro sobre libertad y determinismo en psicoanálisis: “el fin del análisis es solidario del sin-sentido”40. La dirección de la cura no propone dejar el sentido para caer en la petrificación del ser; ni lo opuesto: lo que propone es la contingencia del sentido. Propone desmontar el sentido que nos aprisiona aceptando su contingencia, aceptando que nuestro sentido juega dentro del sin sentido y no

39 Lacan, El Seminario, Libro 11, Clase 16

40 Rabinovich D., El deseo del psicoanalista, pág.116, Manantial,

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dentro del sentido único absoluto y verdadero, que nos tiene que definir unívocamente.

Hay que haber circunvalado lo suficiente el agujero de la angustia como para poder asumir el sin sentido. En general el neurótico loca-liza en un significante o en otro su sentido, pero no bloquea la emergencia del sentido inconsciente. En el caso del fenómeno psico-somático lo que emerge es una lesión de órgano inarticulable con el deseo inconsciente.

3

Estamos intentando construir la lógica de la causación del sujeto, el concepto positivo de sujeto, que tenemos que buscarlo en la articu-lación entre el S1 y el S2. Porque si no caemos en una especie de es-peculación metafísica. Nosotros estamos hablando de la articulación del significante en el cuerpo. Siempre. Y la articulación del signifi-cante en el cuerpo se va a dar a partir de un agujero, que es la petit a. La articulación del significante en el cuerpo en Dora lo ubicamos en una afonía, o en el caso de Isabel, en una parálisis.

Lo que nos estamos preguntando a esta altura del curso es: en el fenómeno psicosomático, que pasa con la articulación del significan-te en el cuerpo. Pues que no hay tal articulación, y en su lugar se ha montado la holofrase. Para llegar a eso estoy pasando por ese mo-mento primordial que es el de la causación del sujeto. Decimos que el primer momento de dicha causación pasa por la operación de alienación en donde nos vemos constreñidos a elegir entre el ser o el sentido: si elijo el ser me quedo sin sentido, si elijo el sentido, me quedo sin el ser, ahí está la alienación. La resolución de esa aliena-ción es una torsión; a partir de esa torsión las proporciones se invier-ten. Cuando uno eligió el ser en lugar del sentido, en la segunda pulsación del movimiento circular, a partir de la torsión se invierte la proporción. Y la proporción de ser pasa a ser la de sentido y vice-versa.

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En esa torsión lo que se está jugando es la cuestión de la falta en ser, la cuestión de qué es lo que define nuestro ser. El sujeto se constitu-ye a partir de que acepta e inscribe la falta en ser en el Otro, que-dando entonces el gran Otro tachado, y el sujeto renuncia a ser el objeto del deseo del Otro. Se precipita así el segundo tiempo lógico de la causación del sujeto, que es el de la separación.

Estamos hablando de cómo nos posicionamos ante el deseo del Otro, lo que en definitiva definirá nada menos que nuestra condi-ción neurótica, perversa o psicótica.

Entonces en el primer tiempo de la torsión tiene que elegir entre el ser o el sentido: el ser en tanto sujeto de un deseo en falta; o el sentido en tanto objeto del deseo del Otro. Y declina del lado del sentido.

La segunda torsión es la que le permite jugar con que su falta se ar-ticula con la falta del Otro: el Otro en tanto desea es colocado como Otro en falta. Y escapa de la elección alienante que le había colocado como objeto, cae como objeto. Esa es la falta primera, caigo como objeto y me constituyo como sujeto. Cuando decimos que el objeto cae, ¿Cuál es el objeto que cae? Es ni más ni menos que el sujeto puesto en el lugar de objeto. Esto se repite cada vez que se produce la irrupción del sujeto del inconsciente, como por ejemplo en un lap-sus donde irrumpe el deseo. Allí se está reactualizando la causación del sujeto. Y en ese lugar de , en la medida que el instante de objeto se ha fijado, el instante en el que somos el objeto del deseo del Otro y perdemos nuestra condición de sujetos, en la medida que eso se fija, se empieza a producir un goce del orden de un síntoma, por ejemplo.

Entonces, estamos en un movimiento circular entre el S1 y el S2, que es lo mismo que decir, entre el significante que representa al sujeto y todos los otros significantes que representan al Otro, entre el S1 que representa al ser del sujeto y el S2 que representa el sentido, el signi-ficado, todos los significados posibles. Cada vez que fijamos una torsión de un S1 que representa al sujeto ante un S2 estamos precipi-

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tando un sentido. Pero como ese sentido no completa el sentido del sujeto, reenvía a otro S1 que va a intentar representar nuevamente a ese sujeto ante todos los significados, rescatando a uno que nunca terminará de completar ese sentido. Y así se inscriben las sucesivas operaciones de alienación-separación en la búsqueda del corte. En un momento dado hay que poner un punto, porque si no estaríamos hablando de la angustia. En este devenir hay que poner puntos, para producir cortes, para precipitar un sentido. Claro que tenemos un sentido, somos seres de sentido: padre de, hijo de, trabajador de, es decir, vamos definiendo, vamos precipitando, vamos produciendo cortes, que es lo que nos permite articularnos en el orden simbólico. Asumiendo la falta. Que de lo que se trata es que podamos aceptar vivir con la falta y no seguir insistiendo en encontrar el significante que me represente por entero ante otro significante que me dé el sentido absoluto de mi ser. Por eso decimos que en la cura se trata de cambiar esa búsqueda y aceptar que nuestro sentido es contin-gente y que nuestro ser es una falta en ser; que es lo que nos hace seres de deseo. Cada vez que nos empecinamos con la inmediatez del objeto que supuestamente colmaría la necesidad, renegamos del deseo, de nuestra condición de seres simbólicos.

A partir de que el sujeto asume su falta, a partir de asumir que no puede ser el puro sentido del objeto que completa al Otro, asume que la caída de ese ser sujeto lo deja con una falta, asume la posibi-lidad de que esa falta, de que ese objeto que ha caído, se convierta en el objeto causa de su deseo. Decimos que la petit a marca el lugar vacío del objeto causa del deseo. En esa articulación significante por la cual el sujeto enfrenta “la disyunción del ser o el sentido”, la posi-bilidad de advenimiento del sujeto se precipita cuando asume que ni en uno ni en otro, ni en S1 ni en S2, sino en el intervalo.

El sujeto adviene cuando su mismidad, su reconocimiento identifi-catorio, su unaridad, se articula en el intervalo significante, en el en-tredicho. Su deseo, su ser sujeto, sólo puede ser dicho a medias.

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Este concepto de intervalo lo introdujimos hace dos clases cuando, para entender la holofrase, planteamos una nueva forma de ver las estructuras clínicas. Cuando planteamos dónde colocamos la holo-frase y recurrimos a las referencias de Lacan, vimos que nos decía en el Seminario 11 que hay una serie de casos que los podemos ordenar en función de esta operación, de esta figura que es la holofrase. Y, nos decía, el fenómeno psicosomático, la psicosis y la debilidad mental tienen en común la holofrase. Y vimos la holofrase como esa especie de engendro resultado de congelar el intervalo para intentar de esa manera precipitar el ser del sujeto. ¿Pero dónde lo precipita? No en una articulación significante, sino en una lesión de órgano, en un delirio, en un déficit “mental”.

El concepto de intervalo nos es útil para entender que, mientras en la neurosis y en la perversión Lacan explicita que ambos dos res-ponden a la articulación significante, que allí hay sujeto que surge en la articulación S1-S2 – en términos freudianos, allí hay tránsito Edípico– hay otra serie de manifestaciones psicopatológicas, en cambio, donde no hay articulación significante, no hay intervalo significante, y lo que hay es holofrase. Fenómeno psicosomático, psicosis y debilidad mental tienen en común que los tres se sirven de un engendro, la holofrase, para saltarse la falta, congelando el intervalo entre S1 y S2.

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Hay tres cuestiones que no tenemos que perder de vista a la hora de diagnosticar un fenómeno psicosomático. Es muy importante para el analista tener en cuenta aquellos casos que en transferencia, es decir, en pacientes que ya están en tratamiento, se produce la aparición de un fenómeno que tenemos que precisar si es psicosomático. Las tres condiciones básicas a tener en cuenta son: la primera y fundamental que el diagnóstico médico previo descarte la causa orgánica; la se-gunda es rastrear un hecho de la biografía que tenga que ver con su

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desencadenamiento; y la tercera es la característica de la lesión cor-poral, que tiene que ver con un corte anómalo en la superficie del cuerpo. Una úlcera es un corte anómalo, un eccema es un corte anómalo, pero un asma también es un corte anómalo a nivel respira-torio.

En la clase pasada surgió un ejemplo, el de los tics, que nos hicieron interrogar sobre si podíamos entenderlos como fenómeno psico-somático, que no tenían la característica de una herida en un órgano, pero sí la de un corte motor. Tendremos que pensar en ello.

Y otra cuestión de la clínica del fenómeno psicosomático sobre la que nos cuestionaremos la próxima vez, dado que no hay articula-ción con el deseo, cómo hacemos para que se empiece a abrir eso que cerró, a derretir ese congelamiento y permitir que articule su lesión con algo de su deseo.

Resumen de la clase: LA FALTA-EN-SER

Falta real: Ser-para-la-muerte “petit a” Falta simbólica: Ser-para-el-lenguaje S(A/) Falta imaginaria: Ser-para-el-goce -φ

OPERATORIA LÓGICA CAUSACIÓN SUJETO INCONSCIENTE

1º Tiempo lógico o pulsación de abertura: operación de alienación Nace dividido entre dos significantes: - ó como sujeto petrificado en S1 del ser - ó como sujeto desvanecido en S2 del sentido.

El efecto letal del sentido: El efecto de la alienación: Pérdida del ser, sujeto como pura falta

2º Tiempo lógico o pulsación de cierre: operación de separación

La superposición de dos faltas: momento de la pérdida del sujeto como “a”, como objeto causa del deseo del Otro y su velamiento por el fantasma

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El efecto de la separación : Inscripción de la falta que habilita al su-jeto deseante

Relación de circularidad: - de S1 a S2, del Sujeto al Otro . - de $ al “a”, del Sujeto al objeto

El sujeto define su ser como la falta-en-ser y define su sentido como el sin-sentido contingente. Lo que encuentra nunca será idéntico a lo que perdió

El sujeto del inconsciente se escabulle en el intervalo S1…S2 Allí está la guarida metonímica del deseo

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LLAMADO HOLOFRÁSICO Y RETORNO LESIONANTE

Formaciones del objeto a Intervalo versus holofrase El llamado y el retorno ¿Che vuoi? Holofrase: forclusión localizada Cortar la holofrase.

Sigamos con el fenómeno psicosomático. Hoy vamos a seguir traba-jando algunos conceptos de la teoría lacaniana , y que D. Nasio re-toma en su libro sobre psicosomática41, con una terminología muy clara, dueño de una dialéctica muy trabajada en la divulgación del psicoanálisis. Y es criticado por los lacanianos más ortodoxos por-que lamentablemente cuando se hace una divulgación se tiende a cerrar conceptos que deben permanecer abiertos. Y se corre el ries-go de simplificar. Este escrito de Nasio nos servirá para retomar el tema de una nueva clínica. Hemos estado viendo como Lacan se va posicionando más allá de lo que se llama “clínica del Edipo”, de la clínica apoyada en el padre; y los conceptos que estuvimos mane-jando para entender este más allá de la clínica edípica tenían que ver con el significante de la falta en el Otro - S (A/) - y con el objeto petit a, el objeto que se precipita a partir del momento en que el sujeto deviene, cae un resto que de alguna manera representa eso que falta, la esencia del sujeto. Y la manera que tenemos para operar lógica-mente con esa falta es el matema a.

41Nasio,D., Los gritos del cuerpo, Paidós, 1996

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Hoy vamos a centrarnos en un concepto que aporta Nasio, un con-cepto que surge desde la clínica lacaniana, y que Nasio resume con el nombre de “formaciones del objeto a”, para oponerlas a las “for-maciones del inconsciente”.

Estamos trabajando el tema de los fenómenos psicosomáticos, el te-ma de las lesiones de órgano, y lo que estamos todo el tiempo em-peñados es en ver cómo hacer inteligible el mecanismo por el cual se produce este fenómeno. Entonces, nos vamos a apoyar en el objeto petit a; y diremos que así como tenemos el grupo de neurosis y per-versión que se corresponden con aquellas formaciones que tienen como común denominador lo que llamamos el intervalo, habíamos definido otro grupo en el cual está el fenómeno psicosomático, que tiene como denominador común la holofrase. Intervalo versus holo-frase, fueron los conceptos que usamos hace dos o tres clases, para empezar a definir una nueva manera de ver las estructuras clínicas. Hoy vamos a intentar definir las estructuras clínicas en función de que haya o no haya caída o extracción del objeto petit a.

Las formaciones del inconsciente son las típicas manifestaciones que tenemos en la clínica bajo forma de sueños, de síntomas, de lapsus, de olvidos, agudezas o chistes, etc. Son las que están gobernadas por el decir, están en el ámbito de lo simbólico. El síntoma es el retorno de lo reprimido y como tal es un material significante que proviene de un llamado que ha sido reprimido. Un llamado simbólico repri-mido que retorna en el mismo nivel simbólico como formación del inconsciente.

En el fenómeno psicosomático tenemos, en cambio, un llamado holofrásico y un retorno lesionante. El llamado holofrásico no es un significante reprimido, no lo podemos colocar en el nivel significan-

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te, pues como holofrase, ese macizo, ese congelamiento del intervalo entre S1 y S2, lo que hace es sustituir al significante.

El llamado… ¿quién llama, a quién llama, cuál es el llamado origi-nal, meollo de la construcción de la subjetividad? Lacan recoge una versión de este llamado de una novela de Cazzotte, “El diablo ena-morado” resumido con la frase ¿Che vuoi? Es la demanda al gran Otro: ¿qué quiere, que me quiere? Es el llamado al deseo: ¿qué desea el Otro de mi? para poder así saber qué es lo que yo deseo. Enton-ces, ese llamado es el llamado del Otro, desde el Otro y hacia el Otro. El Otro en tanto transindividual, en tanto sede del lenguaje, del inconsciente, del deseo.

Nasio tiene una expresión que me parece muy feliz para hablar de este lugar Otro, en este caso referido al cuerpo del paciente: el cuer-po del paciente no es el que está sobre el diván, sino que está entre el diván y el sillón. No estamos hablando de una transmutación parap-sicológica, no. Estamos hablando del cuerpo desde dos abordajes: desde el cuerpo real, el organismo viviente, aquello que escapa a la captura; y desde el cuerpo de la realidad, esto es, el formado por el cuerpo imagen y por el cuerpo simbólico. Este cuerpo de la realidad tenemos que localizarlo en la Otra escena de la relación transferen-cial, en tanto lugar de captura imaginaria y de ordenamiento simbó-lico.

Estamos hablando del lugar Otro, que como tal se define por la falta, estamos hablando del sujeto, cuyo ser le falta. Toda la historia de la ciencia se puede pensar como un intento de taponar esa falta. Cada vez que creemos definir su esencia nos cargamos al sujeto. El intento límite de poner sustancia al sujeto es el de la estrategia holofrásica, y su resultado es congelar al sujeto bajo la forma de un fenómeno psi-cosomático.

En el sujeto neurótico, sus maniobras son más articulables en tanto parten de un llamado simbólico, y el retorno, la respuesta que le dan a ese “¿qué me quiere?” es un síntoma, es decir es un significante, es

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decir, es un representante simbólico. No es una cosa, un engendro psicosomático.

Entonces, en el nivel del llamado y del retorno por la pregunta acer-ca del deseo, el neurótico responde con las formaciones del incons-ciente, responde con el decirse sujeto dividido. Un lapsus no es ni más ni menos que la emergencia del sujeto dividido, en tanto no sa-be que es portador de un decir en el que se dice el deseo.

¿Qué se encuentra un analista en la clínica diaria?: decires y actos, sueños, síntomas y actos fallidos; y fenómenos psicosomáticos, alu-cinaciones, pasajes al acto. Así, se puede encontrar con sujetos en posición de objeto del fantasma, “soy una mierda”, y que va arrastrándose por los distintos escenarios colocándose en el lugar de desecho, haciéndose objeto a imaginario de su fantasma. Muy dife-rente es el caso del pasaje al acto, ahí no es que representa a la mierda, sino que “se hace mierda” con el coche, en un intento último de precipitarse como petit a real. Estamos usando la petit a como herramienta conceptual para hacer inteligible una manera de enten-der la clínica.

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Así, el cuerpo en la histeria sirve como escenario de una puesta en escena imaginario-simbólica que llamamos síntoma. En cambio, en el fenómeno psicosomático, la lesión de órgano, es casi lo real des-nudo, el intento límite de colmar la falta con un pedazo real del cuerpo. Todas las estrategias desde diferentes estructuras clínicas apuntan a este intento.

La palabra estrategia es una palabra tramposa porque pone la elec-ción, como si fuera algo voluntarista del lado del sujeto. En la pri-mera parte del curso , cuando trabajamos la anorexia extrema, la que lleva al borde de la muerte, vimos justamente cómo Recalcati recu-rría a la holofrase para intentar definir desde que mecanismo se produce este fenómeno. Porque no es neurótico, no es una repre-

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sión; no podemos tampoco hablar claramente de perversión; y la psicosis no nos alcanza, porque la forclusión siempre la hemos visto en relación al nombre del padre, con una consecuencia de desestruc-turación general, con el aniquilamiento significante y la desestructu-ración imaginario-simbólica. Mientras que en la anorexia hay una desestructuración muy localizada que es la que está puesta en rela-ción a la alimentación. Con el fenómeno psicosomático, Nasio se plantea la misma disyuntiva y localiza el fenómeno de la forclusión en la base de la holofrase, pero entendiéndola como una “forclusión localizada”.

En psicoanálisis el tema de la forclusión tiene una adscripción muy definida en relación a las psicosis. Y para este otro tipo de perturba-ciones localizables, tal vez tengamos que seguir tirando del concepto de holofrase. Nasio va a apostar por hablar de forclusión también en el fenómeno psicosomático, con un retorno localizado en la superfi-cie del cuerpo, pero que no es una superficie delimitada desde el concepto de objeto. Y toma como referencia el uso que Lacan hace de la forclusión o verwerfung en el caso de la alucinación del dedo cortado en el caso del Hombre de los Lobos.

En los síntomas estamos acostumbrados a hablar de las localizacio-nes en relación a la fuente pulsional, y la fuente pulsional típica es la de los orificios. Así trabajamos como desarrollo de la libido oral, anal, fálica, escópica, invocante, las distintas fuentes pulsionales. Mientras que en el caso de la localización de la superficie del fenó-meno psicosomático, éste se caracteriza por no tener ese recorte. El objeto lesión de órgano se caracteriza por no tener un borde delimi-tado como el borde de los orificios. Eso en cuanto al destino privile-giado del síntoma en relación a la fuente de la pulsión. Freud tam-bién va a hablar de las zonas atípicas, las zonas histerógenas atípi-cas. Recuerden el caso de Isabel von R, con la “astasia abasia”, con la dificultad en caminar y el dolor en los muslos. Otra zona histeróge-na típica es, por ejemplo, la de la visión.

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Estamos intentando caracterizar el tema de la elección de objeto, pe-ro antes nos detendremos en la “clínica del objeto a”. Decimos, en-tonces, “clínica del objeto a” en tanto podemos pensar desde esta herramienta la totalidad de la clínica; seguimos con las neurosis, las psicosis, las perversiones, seguimos con la histeria, con la obsesión. En el caso específico de la clínica del objeto a en el fenómeno psico-somático, la dirección de la cura apunta, como definición de inten-ciones, a cortar la holofrase. ¿Para qué? Para extraer la petit a. El ob-jetivo es que la petit a pueda ser extraída de ese congelamiento que la ha hecho encarnar en el cuerpo. Y posibilitar así que progresiva-mente se pueda ir montando el fantasma. Es decir, que la petit a deje de ser un pedazo real y se convierta en el montaje fantasmático, en el montaje del deseo, en un objeto imaginario-simbólico.

La dirección de la cura es que podamos llegar a operar con el fan-tasma, es decir, que se pueda definir en qué posición se encuentra ese sujeto en relación al objeto de su deseo. ¿Se encuentra en posi-ción de ser una mierda? Bueno, por lo menos hay un montaje, una representación sobre la que es posible operar, que es factible de atravesar.

En el caso de la anoréxica, se trata de hacerse nada, en el orden del objeto de la pulsión oral. Desde el nivel imaginario, su búsqueda es-quelética, su hacerse “hueso”, la enfrenta con el límite del objeto imaginario con lo real. Ahí está el límite de la anorexia, esta es la holofrase, la que la enfrenta con el límite de lo real, es decir, de la muerte. La que para poder hacerse objeto se encarna, se atrapa en el límite de lo imaginario con lo real. Ya no es solamente el vacío de lo simbólico, la falta que el neurótico maneja más o menos infructuo-samente en función, por ejemplo, de sus inhibiciones, hasta alcanzar la aceptación de que hay cosas que puede y cosas que no puede.

El acento que pone Nasio en este trabajo sobre la lesión de órgano, es que le interesa recalcar que no está hablando del fenómeno psico-

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somático como entidad abstracta psicopatológica, sino como una de las manifestaciones posibles que se encuentran en el análisis, como una manifestación en transferencia. Un paciente un día trae un sue-ño, otro día trae un síntoma, y otro día, trae una lesión de órgano. Intenta entender el fenómeno psicosomático en el ámbito de la transferencia. En estos casos es más accesible la posibilidad de ope-rar sobre el llamado holofrásico y el retorno lesionante: cortar la holofrase, extraer la petit a y posibilitar el montaje del fantasma. La transferencia ya instituida permite cierta articulación para que el pa-ciente pueda recuperar cierto margen imaginario simbólico y aban-donar el límite con lo real, y pueda asociar, fantasear, imaginarizar.

Resumen: fenómeno psicosomático ó los gritos del cuerpo

El nombre no sólo designa la cosa El significante es capaz de modificar lo real del cuerpo

Lo real del cuerpo: el organismo La realidad del cuerpo: imagen + representación simbólica

(1.Decirse en formación simbólica Manifestaciones clínicas ( 2.Hacerse objeto imaginario del fantasma . durante la cura ( 3.Holofrasearse en engendro cuasi-real

1.Formaciones del inconsciente: síntoma, sueño, lapsus, chiste: - -decirse $

2.Formaciones del objeto a - bajo Nombre-del-Padre: fantasma: - -hacerse a imaginaria 3. “ “ “ - sin N-d-P: alucinación, FPS, pasaje al acto: . –encarnar a real

- Clinica del objeto a en el fenómeno psicosomático

- Clínica de la holofrase, de la falta de intervalo

- Clínica de la falta de emergencia del objeto a

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“El objeto se habría inscrito como una letra en el cuerpo” (Lacan)

La lesión de órgano como suplencia del Nombre-del-Padre

El significante indecible S (A/) es encarnado solidificando el interva-lo S1…S2

No hay afánisis del sujeto

No hay intervalo posible para que llegue un S1 y represente al suje-to para otro S2

No hay intervalo para que emerja el deseo

- Dirección de la cura - cortar la holofrase ( montaje fantasma - extraer a ( $ <> a

Distintos estados del sujeto:

- El sujeto representado por un significante : Formaciones del inconsciente

- El sujeto identificado al objeto imaginario: Fantasma - El sujeto mimetizado al objeto cuasi-real : FPS

LA LESIÓN DE ÓRGANO COMO CERTEZA DE SER

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LOS TICS DE EMMY: ¿SÍNTOMA O FPS?

Emma von N y los fenómenos vocales ¡Estese quieto, no me hable, no me toque! Los detractores de Freud Éxito, transferencia negativa, recaída en la enfermedad Fórmula protectora y representación contrastante Fobia a animales mefistofélicos La vigencia de la pregunta por el deseo insatisfecho

Vamos a trabajar hoy un caso de Freud, el caso de Emma von N, el primer caso clínico de Freud publicado en los “Estudios sobre la his-teria”42. Ustedes se preguntarán qué tiene que ver un caso de hace 130 años con los síntomas del malestar contemporáneo. Justamente de lo que se trata es de mostrar que la clínica freudiana supo mos-trar desde sus comienzos la presencia de casos cuyos síntomas no se ajustaban exactamente al carácter de retorno metafórico, simbólico, de lo reprimido, como en las neurosis histéricas clásicas. Y que la clínica de la metáfora débil, que sistematizamos con Recalcati como la clínica contemporánea, no era extraña en la clínica psicoanalítica clásica.

Entonces, este historial nos servirá para ejemplificar el trabajo que estamos haciendo en relación a cómo hacer inteligible ciertos fenó-

42 Freud, S. Estudios sobre la histeria, pág.55, Tomo I, Obras Completas, Biblioteca Nueva

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menos o síntomas cuya estructura es dudosa. En este caso vamos a ver una manifestación, la de los fenómenos vocales, que Freud en-cuadra como síntoma histérico. Vamos intentar seguir el procedi-miento que Freud lleva a cabo en la búsqueda de la curación de Emmy. Y he rescatado este caso porque en una referencia bibliográ-fica leo que los historiadores del psicoanálisis han ido rescatando los viejos casos de Freud, y hay un interrogante puesto sobre este dia-gnóstico de histeria.

Dos trabajos recientes cuestionan los diferentes diagnósticos de histeria o melan-colía formulados por Freud y sus sucesores; se sostiene que Fanny Moser (Emmy von N) padecía en realidad la enfermedad de tics convulsivos descrita por Georges Gilles de La Tourette (1857-1904). Con este debate se ha reactivado la antigua disputa que opuso siempre a los partidarios de la psicogénesis y los defensores de la organogénesis.43

Entonces, dejaremos abierta la cuestión de si estos fenómenos voca-les que Freud considera falsos tics, se confirman como síntomas histéricos, o es necesario hacerlos inteligibles a la luz del llamado holofrásico.

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Es un caso extenso pero sustancioso. Llama la atención como un ca-so muy florido, donde hay un estado confusional muy llamativo, en donde Freud no se corta un pelo en referirlo todo el tiempo bajo el nombre de delirios. Y recalca que entra y sale sin solución de conti-nuidad de un estado de alteración de la conciencia a un estado de absoluta normalidad de la conciencia, donde ella es una mujer que dirige una empresa, en donde ninguna de sus relaciones sabe de su enfermedad. Esta es la doble cara que no tenemos que perder; por momentos es una loca de atar, generalmente en situaciones de trans-ferencia; y por momentos es una mujer triunfadora de fuerte carác-ter. Podríamos decir que la locura la hace para su médico.

43 Roudinesco, E. y Plon, M. : Diccionario de Psicoanálisis,(entrada Moser Fanny), Paidós

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Esta mujer viene con 40 años a empezar su análisis con Freud. Sa-bemos de ella que pertenece a una acaudalada familia de origen alemán pero que vive en Rusia. Que a los 23 años se casó con un más acaudalado hombre de finanzas, 40 años mayor que ella que al morir le deja toda su fortuna. Tiene dos hijas y a los 5 años de casar-se un buen día el marido se desploma muerto. Este es para Freud el acontecimiento traumático, a partir del cual aparecen sus síntomas. No nos olvidemos que estamos en 1889, Freud hace poco que ha vuelto de Paris, y de su importante experiencia con Charcot. Está en los orígenes. Este es el primer caso en donde el devela con absoluta claridad cómo es la aplicación del método catártico. Freud trabaja con el método hipnótico, pero con la variación original de Breuer. No usan la hipnosis solamente para hacer sugestiones y órdenes, sino que la usan para que la paciente descargue, haga catarsis, esto es, hable. Estamos en los albores de un método que todavía no es propiamente psicoanalítico.

La paciente viene a Viena y se interna en una clínica y Freud va dos veces por día a la clínica a hacer el tratamiento. Este consistía en los siguientes pasos: primero hablaba con ella, después la hipnotizaba y la hacía hablar bajo trance, por último venían las sesiones de baños aplicados por la enfermera y a continuación masajes de los que se encargaba el propio Freud. La paciente se dormía, Freud se sentaba un rato a su lado leyendo el periódico y después, mientras ella per-manecía durmiendo, se marchaba. Emmy estuvo siete semanas en tratamiento.

La primera descripción que Freud hace de ella en su primera visita a la clínica es la siguiente: “Tendida en un diván con un almohadón bajo la nuca. El rostro presenta una expresión contraída y doliente. Tiene los ojos entornados, la mirada baja, fruncido el entrecejo, habla trabajosamente y en voz muy baja, a veces tartamudea. Sus dedos entrelazados muestran una constante agitación, frecuentes contracciones, a manera de tics, recorren los músculos de su cara y cuello… Con frecuencia se interrumpe al hablar para producir un particular sonido inarticulado, una especie de chasquido de la

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lengua de un sonido similar al canto del gallo silvestre (!)….Su conversa-ción es perfectamente coherente y testimonia una inteligencia y cultura na-da común. De este modo me resulta más extraño aún ver que cada dos mi-nutos se interrumpe de repente, contrae su rostro en una expresión de horror y repugnancia, extiende una mano crispada hacia mí y exclama con voz llena de espanto: ¡Estese quieto, no me hable, no me toque!”.44

Así, nos preguntamos con Lacan ¿A dónde se han ido las histéricas de antaño?45 Freud dice que comparando este caso con los otros de his-teria que él veía cotidianamente, no le queda ninguna duda acerca del diagnóstico, y enumera por qué va a decir que es una histeria:

- “La frecuencia de los delirios y las alucinaciones en medio de una ab-soluta normalidad de la función anímica.

- La transformación de su personalidad y de su memoria durante el sonambulismo artificial

- La anestesia de la extremidad dolorosa - Ciertos datos de la anamnesis”46

Apoyándose en estos datos Freud diagnostica histeria. Ahora bien, nos dice que esta histeria tiene una peculiaridad; y es que a diferen-cia del síntoma de conversión que vemos normalmente, en Emmy la característica es que la mayoría de sus síntomas son psíquicos. Así vemos como matiza el caso más adelante:

“Ahora, cuando reviso mis notas de entonces sobre esta enferma, me veo obligado a reconocer que se trataba de un grave caso de neurosis de an-gustia con expectación angustiosa y fobia, originado por la abstinencia sexual, y combinado con una histeria.”47

Una aclaración, el concepto de neurosis de angustia es un concepto que ya no se utiliza, que Freud rescató en ese momento para oponer a las neurosis que son referidas a un trauma pasado. Va a hablar de

44 Freud, Idem, pág.55

45 Lacan, El Seminario, Libro 24, Clase 8, inédito

46 Freud, Idem, pág. 78

47 Freud, Idem, pág.141

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las neurosis de angustia, como de las neurosis actuales, intentando especificar aquellos cuadros donde el síntoma más evidente es la angustia, y cuya referencia está puesta en el tema de abstinencia sexual.

Vemos entonces que lo que primero cataloga como un caso de histe-ria después lo va a matizar diciendo que es un caso combinado de neurosis de angustia con histeria. Sin embargo, a partir de que se construye con más precisión lo que son las estructuras clínicas freu-dianas se impone la estructura histérica sobre todas las otra neurosis solapadas en este cuadro. Hoy, si hablamos de Emmy desde la pers-pectiva freudiana, hablamos de histeria, aunque algunos post-freudianos hablan de melancolía: “Fanny Moser(Emmy von N) era más una víctima de la melancolía que de la histeria”48

Entonces, a esta mujer, con 28 años, se le muere el marido. Ella está parturienta, hace un par de semanas que acaba de tener a su hija pe-queña que también se llama Emmy. Y con la muerte del marido lle-gan los reclamos de los hijastros del primer matrimonio de aquél, que la acusan de haberlo envenenado. Todo esto acompañado de una campaña de desprestigio social, con notas en los periódicos, que le cierran a Emmy las tan anheladas puertas de la aristocracia euro-pea. Y ella queda, desde ese día, sospechosa del asesinato de su ma-rido. Evidentemente si ella se había casado con un rico anciano cua-renta años mayor que ella era con la idea de escalar posición social. Y de pronto lo pierde todo.

Y en este marco empiezan a aparecer todos los síntomas que se irán agravando progresivamente. Ese es el trauma central sobre el que Freud va a trabajar.

Emmy tiene entonces 7 semanas de tratamiento con Freud y vuelve a su residencia. Al año tiene una recaída. Primero se niega a retomar

48 Roudinesco, E. y Plon, M.: Idem

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el tratamiento con Freud, pero, tiene una relación de amistad perso-nal con Breuer quien la convence. Ella retoma entonces otras 8 se-manas, para volver a interrumpir. Un año más tarde Freud recibe una carta de Emmy, quien, preocupada por su hija mayor de 17 años, le pide que la vea. Entonces Freud viaja a la residencia de ve-rano de la familia Von Moser, verdadero apellido de la paciente.

2

Algunos críticos dicen que Freud no curó a Fanny Von Moser, por-que no era una histérica sino un Síndrome de la Tourette. Es un nuevo intento de los organicistas de intentar poner en duda la cons-trucción freudiana. Siendo honestos con Freud, éste nunca dijo que hubiera curado a Emmy

“El resultado terapéutico fue, en general, muy considerable, pero poco du-radero, pues dejó intacta la capacidad de la paciente para volver a enfermar bajo la acción de nuevos traumas”49.

También dice que hubo algunos fenómenos en los que no tuvo tiempo de penetrar. Si leemos todo el caso nos encontramos que Emmy no trajo ninguna referencia sexual, salvo que ella, si bien no habla de su sexualidad, habla de su fobia. Pero no es una paciente como las otras histéricas que le siguieron, en las que Freud sí apuntó a las representaciones sexuales. No se habla en ningún momento de la sexualidad de Emmy. La única referencia que ella hace es, cuando al año de haber terminado, le escribe pidiéndole que venga a ver a su hija, y se encuentra allí que hay un señor revoloteando alrededor de Emmy, y ésta le dice a Freud: ¿Puede Ud. creer, doctor, que tengo un pretendiente para volver a casarme? Es la primera vez que ella hace una referencia a lo sexual, a su deseo por otro hombre.

Freud en este momento, alrededor de 1890, todavía no ha desarro-llado la etiología sexual de la histeria, si bien tiene algunos indicios,

49 Freud, Idem, pág.87

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por lo que vio en la Salpetrier, no por lo que se decía oficialmente, sino por lo que se murmuraba soto voce: “…esta lo que necesita es un buen polvo”. En sus desarrollos teóricos, ninguno de estos grandes psiquiatras decían que la histeria tuviera una etiología sexual. ¡Vade retro! Oficialmente era una etiología orgánica. Cuando en la psi-quiatría se acuñó el término neurosis, no se estaba hablando de una enfermedad de etiología psíquica; se referían a una enfermedad de los nervios, del sistema nervioso, aposentada en lo neurológico,

La neurosis histérica, como su nombre “hysterum” indica, tenía su sede etiológica en una disfunción de los nervios de la zona uterina. Y se hablaba así también de neurosis cardiaca, neurosis estomacal o digestiva, etc.

Y cuando va a ver a la hija, manifiesta su preocupación porque la ve siguiendo los pasos de la madre. Nosotros ahora podemos pensar aquellas cosas que Freud no dice, o no ve, o no escucha, pero que Freud escribe, lo deja para que nosotros lo rescatemos. Y es que se encuentra a Emmy, con un candidato a volver a casarse, y la hija que entra en crisis.

Freud no vuelve a saber más nada de esta familia, hasta 4 o 5 años después, en que se encuentra con un colega que vive en esa ciudad, y se entera que Emmy había estado también bajo su tratamiento. “Me entero- dice Freud- que con muchos otros médicos había llegado a la misma situación que conmigo: éxito, transferencia negativa, recaída en la enfermedad.”

Porque Emmy culpa a Freud y a otro psiquiatra por el agravamiento de su hija. Y lo que Freud dice es algo que nos hace pensar el punto por donde este análisis no podía avanzar, porque Freud en aquel momento inicial no sabía operar con ese emergente: nos referimos al fenómeno de la transferencia.

La dos referencia finales que tenemos de Emmy son que, treinta años después, en 1920, Freud recibe una carta de la hija mayor en la

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que le solicita un informe con el diagnóstico de su madre, porque ella en este momento quiere hacerle un juicio a la madre porque ésta no suelta el dinero. Lo que también sabemos por algunos historiado-res que se dedicaron a descifrar sus casos clínicos, es que después de ser acusada de haber envenenado a su marido, llevó una vida erráti-ca, tomó amantes entre sus médicos y terminó por enamorarse de un joven que le robó una parte de su dinero.

Los affaires amorosos con los distintos médicos que la trataron pue-den hacernos sospechar que con Freud algo también habrá intenta-do. Pero Freud no la dejó entrar, no se percató, lo negó, seguramente no quería caer en el mismo enredo de Breuer con Anna O.

Freud en esa época se centraba en los síntomas y la búsqueda de los traumas infantiles, sin percatarse de la transferencia.

3

Volviendo a ese tic, ese fenómeno vocal que los médicos traducirían a posteriori como un síndrome de la Tourette, tenemos que escu-charlo al pié de la letra: “¡No me toque!”. Es que él le daba masajes. “¡No me hable!” Es que él le preguntaba y hablaba demasiado. “¡Déjeme hablar!” Es que él la interrumpía. Y a los pocos años se con-firma cómo su método se asienta en la medida en que deja de tocar, de interrumpir, de hablar.

¡Estese quieto, no me hable, no me toque! parece como mandado a hacer para mostrarle a Freud la dirección por la que tiene que avanzar su método.

Pero desde la perspectiva de lo que es el análisis del síntoma Freud va a señalar algo muy interesante, lo que llamará las fórmulas pro-tectoras, aquellas frases que se le imponen al paciente como manera de proteger otra representación que es la que intenta surgir y pasa a ser desviada. Fórmulas protectoras ¿ante qué? ante su deseo. Freud está hablando del deseo inconsciente, y en este caso, la fórmula pro-

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tectora enunciaría el deseo inconsciente en forma denegada “¡No me toque!”.

En relación a otro síntoma de Emmy, es muy interesante cómo Freud rastrea el chasquido de la lengua, lo va a llamar representa-ción contrastante. Veamos cómo es la construcción que hace:

“…le pregunto si ha hablado siempre con ese tartamudeo, y desde que tiempo padece ese singular chasquido de la lengua. El tartamudeo lo ha padecido a partir de la aparición de su enfermedad después de la muerte de su marido; y en relación al chasquido recuerda que apareció hace cinco años, en ocasión de hallarse velando a su hija enferma, y cuando se propuso guardar el más absoluto silencio.”50

Ante una situación de especial carga emocional, como es la enfer-medad de la hija, la idea de que tiene que evitar a toda costa hacer un ruido que perturbe su sueño se convierte en una especie de or-den obsesiva, que, a lo que la conduce es a hacer exactamente lo opuesto de lo que se proponía hacer. El guardar silencio se ve roto por la emergencia de una representación contrastante, en este caso, el chasquido de la lengua; en otros casos será el tartamudeo.

Freud le pide que le explique la significación de la frase “estese quie-to”, y Emmy le cuenta que cuando tiene ideas angustiosas, teme ver interrumpido su curso, entonces se embrolla aún más su pensamien-to y crece su malestar. Y explica el “estese quieto” por las figuras de animales que se le aparecen arrojándose sobre ella. Tenía constantes escenas de zoofobia con animales que la aterrorizaban: sapos, cule-bras, murciélagos - todos animales mefistofélicos- en donde, ya des-de la teoría de la fobia que Freud va a desarrollar después, dará co-mo explicación que todos esos animales tienen carácter de bestialis-mo en el sentido de animales que representan lo bestial de la sexua-lidad. Es decir, Emmy no habla de su sexualidad, pero habla de sus

50 Freud, Idem, pág. 58

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miedos. Y Freud dirá después que en estas zoofobias tenemos la manifestación de una sexualidad imaginarizada como bestial.

Otra asociación acerca del ¡No me toque! lo refiere a sus hermanos, ella era la número trece de catorce hermanos. Y de catorce hermanos diez habían muerto, sólo habían sobrevivido cuatro. Uno de ellos, un morfinómano que padecía terribles ataques teniendo la paciente 19 años, el hermano, en medio de un ataque la había abrazado fuer-temente. Aquí tenemos otra pista de las emociones sexuales repri-midas de Emmy.

Otras imágenes son de la locura de la madre, cuando la internan en un psiquiátrico. Primas, tíos, hermanos, está rodeada de locos. La fórmula protectora tiene diversas connotaciones. Ella la va usando en función de todos estos miedos, el miedo a sus emociones sexua-les, o a ser agredida por un loco. Trae también escenas de su pasado donde ella es objeto de juegos sádicos.

Otra manera de leer el origen del tartamudeo es una escena en la que está en un coche, cae un rayo delante de los caballos, los caba-llos se espantan. En ese instante ella pensó que no tenía que gritar porque los caballos se asustarían más, pero contra su voluntad se puso a gritar. Freud ve que cada vez que ella se reprime en decir al-go, en contraposición aparece un tic de estos: el tartamudeo, el chas-quido o el grito.

4

En todos estos ejemplos de tics, Freud va a hablar de falsos tics. Por-que el concepto tic, médicamente es considerado producto de una convulsión involuntaria sin sentido. Mientras que para Freud en ca-da una de estas manifestaciones es posible desentrañar un sentido. Estamos entonces en presencia de un síntoma tal como Freud elabo-rará progresivamente el concepto, como formación de compromiso ante el retorno de un deseo reprimido. Los fenómenos vocales de Emy están más allá de un simple fenómeno motor, y deben ser en-

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tonces considerados como síntomas histéricos, y diferenciados de otros tics, como los llamados Síndrome de la Tourette, que tendrían que ser pensados desde el psicoanálisis como respuesta a otro tipo de llamado, no en relación al sujeto del inconsciente, sino dentro de lo que venimos estudiando este año, bajo el concepto de formación holofrásica. Tendríamos entonces que diferenciar cuándo un tic es un problema neurológico, de cuándo un tic es inteligible como síntoma histérico, y de cuándo un tic puede ser entendido desde el llamado holofrásico como un fenómeno psicosomático. El indicador clínico por excelencia de que estaríamos en presencia de una holo-frase - esto es, la solidificación significante que impide que un signi-ficante remita a otro significante – se manifestaría como la incapaci-dad del analizante de asociar nada en relación con sus manifestacio-nes somáticas. No es el caso de Emma von N.

En este caso el método freudiano está todavía pegado a lo orgánico, por influencia de Breuer que insiste en su teoría del estado hipnoide, de la sumatoria de excitaciones. Pero ya se está empezando a plan-tear el divorcio que llevará a Freud a priorizar la teoría dinámica del conflicto en la base de la histeria. No se trata de una acumulación de la excitación nerviosa sino de la teoría del conflicto y la represión.

Para Breuer las histéricas tienen una predisposición a esta acumula-ción que llama estado hipnoide. Sigue estando presente allí la teoría de la degeneración nerviosa.

Freud habla muy bien todo el tiempo de Emmy. Está muy loca pero sale de sus crisis y es una mujer excepcional. ¿Por qué subraya Freud esto? Porque quiere manifestar que ya basta de hablar de de-generación nerviosa en la histeria. ¿Quién puede decir que esta aris-tocrática dama, tan inteligente, tan segura de sí misma, es una dege-nerada? El defiende la teoría de la psicogénesis, el está construyendo la teoría del trauma aún apoyado en el hecho históricamente aconte-cido. Aún está lejos del momento en que descubra que sus histéricas

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le mienten, que se apoyan en fantasías, y pueda acuñar el concepto de realidad psíquica y fantasma.

El cuestionamiento de ciertos comentaristas criticando el diagnósti-co de histeria de Emmy von N y apuntando que padecía en realidad la enfermedad de tics convulsivos descrita por Georges Gilles de La Tourette, nos parece interesado, un nuevo intento de rescatar la or-ganicidad. Ya Freud en 1896 nos decía, citando explícitamente al tal Guilles de la Tourette:

Me dirijo especialmente a los discípulos de J.-M. Charcot para proponerles algu-nas objeciones a la teoría etiológica de las neurosis que nuestro maestro nos ha trasmiti-do. Conocemos el papel atribuido a la herencia nerviosa en esta teoría. Para las afeccio-nes neuróticas, es la única causa verdadera e indispensable; los otros influjos etiológicos sólo pueden aspirar al nombre de «agentes provocadores».

Es lo que han enunciado el propio maestro y sus alumnos, los señores Guinon, Gilles de la Tourette, Janet y otros, respecto de la gran neurosis, la histeria, y creo que la misma opinión es sostenida en Francia, y un poco por doquier, respecto de las otras neurosis, aunque no se la haya formulado de una manera tan solemne y definida para esos estados análogos a la histeria.

Desde hace mucho tiempo abrigo sospechas en esta materia, pero me fue preciso esperar para hallar hechos que las corroboraran en la experiencia cotidiana del médico. Ahora mis objeciones son de un orden doble: argumentos de hecho y argumentos derivados de la especulación. Empezaré por los primeros, ordenándolos con arreglo a la importancia que les concedo.51

Para terminar, agregar que para la inteligibilidad de este caso de his-teria no se pueden obviar los avances que Freud fue dando a partir de este primer historial a lo largo de su carrera, hasta desembocar en su famoso “Caso de la bella carnicera”, en la que nos mostraría aquella interpretación que sirvió después a Lacan como punto de apoyo a su lectura de la histeria: «Ella está obligada a crearse en su vida un deseo insatisfecho».

51 Freud, La herencia y la etiología de las neurosis, Pág. 277, Obras Completas, Biblioteca Nueva

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EL SUJETO EN ESTADO LÍMITE

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TERCERA PARTE

EL SUJETO EN ESTADO LÍMITE

EL SUJETO EN ESTADO LÍMITE

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ESTADO LÍMITE, TIEMPO LÓGICO DEL SUJETO

Crítica al concepto de caso límite o “bordeline” Inscripción o forclusión nombre-del-padre Adolescencia: estado de suspensión de su validación Obstáculos en la cura: reacción terapéutica negativa Symptôme o sinthome

Bueno, vamos a destapar la caja de los truenos acerca de las estruc-turas clínicas. Estamos en este curso trabajando esos casos en donde el diagnóstico a partir de las estructuras clínicas esenciales, neurosis, psicosis y perversión, no es fácil .Y hay voces disidentes que pro-pugnan rescatar un diagnóstico, que surge después de la segunda guerra, que es el de los casos boderline, que en castellano traduci-mos como casos borde o límite. En el psicoanálisis inglés fue muy usado en la década de los cincuenta, pero es un concepto que no se sustenta con la teoría de las estructuras freudianas.

Es un diagnóstico del que se echa mano, por ejemplo, cuando ante un caso que tiene todos los signos de una psicosis, no presenta deli-rios, o le falta la alucinación. Pero, al mismo tiempo, para ser una neurosis, manifiesta imposibilidad transferencial. Y para ser una perversión hay algo en el libreto de su objeto que no está definido. Estamos ante un caso que limita la capacidad de diagnóstico. O a la inversa, en un caso que parecía encuadrado como neurosis, de pron-to irrumpe un pasaje al acto o un delirio

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Desde otra perspectiva se abusó del concepto de “psicosis histérica”

Este diagnóstico es rechazado por la ortodoxia lacaniana. La co-herencia teórica es muy clara al respecto, las estructuras no se su-perponen ni se solapan en localizaciones limítrofes, ni mutan de una estructura a otra; o estamos ante una neurosis, o una psicosis, o una perversión. Lo que Lacan dice es que todo intento de diagnóstico “boderline” responde a una imposibilidad del analista ante un caso de difícil diagnóstico.

1

Hace unos diez años, el psicoanalista Jean Jacques Rassial propone una revisión de este tema de los casos de difícil diagnóstico a partir de su experiencia, sobre todo con la clínica de adolescentes. Vamos a seguir los pasos del razonamiento que va a hacer en su libro “El su-jeto en estado límite”52, intentando ver como concilia el concepto de sujeto en estado límite con las estructuras clínicas freudianas. Se tra-ta de hacer inteligibles esos estados límite que irrumpen en la clíni-ca, manteniendo la fidelidad a la teoría psicoanalítica. Veremos cómo se apoya en conceptos lacanianos, como el de forclusión del nombre del padre, para intentar hacer congruente el diagnóstico de sujeto en estado límite.

En las últimas clases, a raíz del trabajo que hicimos sobre el fenóme-no psicosomático, vimos el intento de David Nasio de sistematizar lo que sería el mecanismo de este fenómeno. Nasio propone que pa-ra el caso del fenómeno psicosomático tenemos que tener en cuenta una forclusión local, diferente a la forclusión de la psicosis, que él considera una forclusión generalizada.

Rassial apoya su propuesta de sujeto en estado límite en la clínica de pacientes jóvenes y adolescentes. Y considera a la adolescencia como un estado del sujeto en donde se dificulta el diagnóstico de neuro-

52 Rassial, J. J., El sujeto en estado límite, Nueva Visión, 2001

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sis, psicosis o perversión. Porque el estado adolescente se caracteri-zaría por una suspensión de la validación de esa operación primor-dial consistente en la inscripción del nombre del padre. Lo que Ras-sial propone, y empiezo por el final, es que la operación primaria, fundamental de inscripción del nombre del padre que se realiza en la infancia es convalidada en la adolescencia. Y que en la adolescen-cia actual se estaría viviendo un proceso que llamamos de suspen-sión de la validación, y a eso lo podemos homologar como un estado límite.

Esta propuesta nos enfrenta a un replanteo muy profundo a nivel epistemológico y a nivel de la teoría. Despejemos de entrada cual-quier malentendido. Rassial, con su propuesta de sujeto en estado límite no agrega una nueva estructura a la serie freudiana. El estado límite sería un estado del sujeto, como decimos del estado adoles-cente que es un estado del sujeto.

¿Caso límite o estado límite? Ante un obstáculo en la cura tenemos que intentar diferenciar si lo que tenemos enfrente es, o un sujeto en estado límite, o un caso que limita nuestra particular capacidad co-mo analistas, o una imposibilidad real de intervenir psicoanalítica-mente.

2

La emergencia de obstáculos durante el análisis forma parte de la cura, que sólo será posible si estos obstáculos emergen. Es gracias a los obstáculos que un análisis avanza; Freud pudo habilitar el méto-do psicoanalítico a partir de que descubrió las resistencias que el trabajo hipnótico mantenía encubierto. El obstáculo más frecuente que hace límite a la cura es en relación a la emergencia de un signifi-cante clave, de un significante maître, de un significante amo S1.

Vamos a ejemplificarlo con un fragmento de análisis. Un paciente pasa largo tiempo hablando de un dolor que lo tortura a punto de invalidarlo, sin poder nunca construir asociaciones que permitan

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abrir la significación. Largas descripciones de su dolor y de su irra-diación, y de los más variados tratamientos médicos más o menos infructuosos. Hasta que en una sesión, hablando nuevamente de su dolor, dice: “es como una puñalada”. Ahí emerge un significante que lo representa en su dolor: “puñalada”. El analista subraya ese signi-ficante, y surge una asociación con la muerte de su abuelo, que se llamaba igual que él, y que murió durante la guerra civil española, de una puñalada. A partir de allí rescatará otro significante de iden-tificación con su abuelo, pero ya en un plano simbólico: “dibujante”. La identificación imaginaria invalidante cede protagonismo posibili-tando la identificación simbólica vivificante, rescatando el signifi-cante “dibujante” para que lo represente. A partir de este rescate “el dolor como una puñalada” desaparece. Y esto lo enfrentará a otro síntoma, el “gatillazo”, que mantenía en segundo plano por el pro-tagonismo del dolor. Y tras él seguirá escudándose largo tiempo sin poder interrogarse verdaderamente sobre su deseo.

Aquí lo que tenemos es que la interpretación sobre la aparición del significante amo produce una emergencia de lo reprimido que per-mite descongelar el síntoma. Pero el obstáculo es que a veces la in-terpretación ante la emergencia de un significante clave, lo que pro-duce es el efecto totalmente opuesto, y es que el paciente deja de asociar, y recrudece el síntoma. La interpretación no necesariamente lleva al levantamiento de lo reprimido, sino que puede conducir a lo que Freud llama “reacción terapéutica negativa”.

Lo que nos dice Lacan es que el síntoma en determinados casos, no en todos, tiene el valor del nombre del padre. Que no puedes atacar-le ese lugar, porque justamente ese lugar es el que lo ordena. El “symptôme”- síntoma - cumple a veces la función de “sinthome”- neologismo traducible como “santo-hombre”. Estos casos nos en-frentan a una reconsideración de la dirección de la cura. Una cosa es el síntoma de un neurótico que como tal remite al deseo reprimido inscripto y sobre el cual no sabe que sabe; y otra cosa son aquellos otros fenómenos en donde no es la inscripción de lo reprimido, sino

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de esa operación primera que es la inscripción del nombre del pa-dre. En términos freudianos, la represión originaria o primordial.

Lacan escribe un seminario sobre el sinthome, y pone como ejemplo de sinthome la escritura de Joyce, que es lo que lo habría mantenido ordenado sujetándolo de la fragmentación psicótica. Es un planteo muy interesante para entender la psicosis de otra manera.

Entonces, ante determinado caso cuyo diagnóstico diferencial neu-rosis-psicosis no es nada claro, tenemos que manejar con prudencia la interpretación de lo que parecería ser un síntoma. Si una interpre-tación es vivida tan intrusiva que lo lleva a agravar su síntoma te-nemos que hablar como mínimo de una cierta inconsistencia narci-sista, que sus identificaciones simbólicas no están bien cerradas. Y tenemos que andar con mucho cuidado con nuestras interpretacio-nes, y ese cuidado puede desembocar transferencialmente, por el lado del analizante, que empobrece sus asociaciones y agrava su síntoma, y del lado del analista, su cuidado interpretante le lleva a cerrar la boca para no decir mal, para no mal-decir, y entonces nos encontramos con esos casos en donde nuestras intervenciones se apoyan casi exclusivamente en construcciones.

El otro efecto que produce en el analista es colocarlo en una posición de apoyo, cosa que tenemos que tener muy claro para no caer en la trampa. No convertirnos en Otro protector.

Otra situación problemática en la cura que nos lleva a plantearnos si estamos ante un estado límite, es la manifestación reactiva en la transferencia, que Rassial llama “psicosis de transferencia” para oponerla a lo que Freud llama “neurosis de transferencia”. Neurosis de transferencia, histeria y obsesión, en oposición a las otras neuro-sis que él llama narcisistas. El otro sentido que Freud le da al con-cepto neurosis de transferencia, es el referido a la neurosis que se impulsa desde la transferencia, en tanto la posibilidad de histerifica-ción, como un factor de desbloqueo.

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Rassial llama psicosis de transferencia a esas situaciones que se pro-ducen ante determinada evolución de la transferencia, y que hacen que el paciente entre, por ejemplo, en erotomanía.

Ante la emergencia de un delirio erotomaníaco en una paciente que entendemos histérica, estos casos Rassial propone pensarlos desde el sujeto en estado límite.

Otra situación paradigmática de lo que son los obstáculos en la cura, sería lo que llamamos detención en el análisis: o bien abruptamente o bien progresivamente se detiene exclusivamente en sus conductas presentes, contando lo que hizo en el día, un discurso vacío, un dis-curso que aburre. O también aquellos pacientes que toman la inter-pretación del analista como una orden.

3

Después de la segunda guerra mundial, coincide el auge de los ca-sos bordeline con una perspectiva sociológica que ubica el declive de la función paterna en el horizonte de lo que es el malestar en la cultura. Rassial va a llamar la atención sobre el fenómeno del Holo-causto, “a la supresión radical de los judíos siguió la orden de olvi-dar el exterminio”. Y en la misma línea tenemos lo que pasó aquí en España con los perdedores de la Guerra Civil. El movimiento de la memoria histórica intentando reivindicar a sus muertos, renegados por la apisonadora franquista, sigue encontrando hoy en día la resis-tencia de la otra mitad que se sigue proclamando dueña de la ver-dad. Y algo parecido pasó en Argentina con los desaparecidos en la represión militar.

Con el Holocausto judío se hace por primera vez denuncia de ese doble exterminio. Porque no es sólo la muerte física, sino que des-pués son víctimas de una segunda muerte, la de la memoria, rene-gando que haya ocurrido. Dice Rassial “a los psicoanalistas se nos tendría que plantear el reflexionar un nuevo pensamiento en torno al con-

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cepto de la culpa”53 tomando como disparador de esa reflexión el do-ble exterminio del holocausto.

¿Y qué tiene que ver esto con el sujeto en estado límite? El dirá que el sujeto en estado límite también nos plantea esta cuestión: una nueva forma de posicionarse ante la culpa declarando que él no es responsable de nada. La no culpa, el hombre sin gravedad de Mel-man54 que trabajábamos hace unos meses. Allí Melman nos hablaba de una perversión generalizada, y Rassial nos va a hablar de una adolescencia generalizada. El sujeto posmoderno en la acepción so-ciológica que todos conocéis es otra forma de hablar de lo mismo.

Y tenemos que centrarnos en el tema de la forclusión del nombre del padre, no necesariamente en el registro de la psicosis. Rassial plan-teará diferentes órdenes de forclusión para diferentes estados, uno de ellos la psicosis, otro, el estado límite. Y veremos las diferentes opciones de la negación: denegación (verneinung), represión (verdrängung), desmentida (verleugnung), forclusión ( verwer-fung).

El tema del sujeto en estado límite nos plantea repercusiones epis-temológicas como son que la metapsicología y psicopatología freu-diana se estremecen, porque, y esto es lo que Lacan fija con contun-dencia: neurosis, psicosis y perversión, las estructuras clínicas esen-ciales, se relacionan con solución de continuidad. Esto quiere decir que hay un límite preciso entre cada una de ellas.

53Idem, pág. 27

54 Melman, Ch., El hombre sin gravedad, UNR Editora

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RESUMEN: ESTRUCTURAS CLÍNICAS Y SUJETO EN ESTADO LÍMITE

-Los Obstáculos En La Cura: ¿Casos Límite?

- Manifestación reactiva a la interpretación - Manifestación reactiva a la transferencia - La detención en el análisis --- discurso vacío --- puesta en acto

-El Estado Límite Y Sus Consecuencias Epistemológicas

-La Negación En Las Estructuras Clínicas

- Represión y denegación : neurosis - Forclusión : psicosis - Renegación o desmentida: perversión

-La Negación En Las Operaciones Lógicas Del Juicio:

- Juicio de atribución: o acepto --� simbólico--------Inscripción

o expulso --� real--------------- Forclusión

- Juicio de existencia: Prueba realidad � imaginario-- Represión

-- Denegación

-Estado Limite: Articulación Con Forclusión Nombre-Del-Padre

Suspenso revalidación adolescente de la inscripción N.- del-Padre

Estado adolescente indefinido

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¿SE PUEDE HABLAR DE FORCLUSIONES PARCIALES?

La negación en las estructuras clínicas Forclusión de efecto óntico Forclusión de efecto ético Forclusión de efecto epistémico La revalidación del nombre del padre La adolescencia indefinida

Siguiendo con lo que podemos llamar los síntomas del malestar con-temporáneo, y en particular, el concepto de Rassial del sujeto en es-tado límite, nos detendremos en el proceso de forclusión o Verwer-fung. Pero antes vamos a introducir el concepto de negación. Este concepto se encuentra en un artículo de Freud de 1925, Die Vernei-nung55, que Lacan prefiere traducir como “La denegación”56, tema que trabajará ampliamente a partir de un comentario del filósofo Jean Hyppolite57.

1

En una primera aproximación al concepto diremos que la negación es un proceso lógico implícito previo al proceso del pensamiento, a

55 Freud, La negación, Tomo VIII, Obras Completas, Biblioteca Nueva

56 Lacan, Escritos I, pág. 354-383, Siglo XXI

57 Hyppolite, J. Comentario hablado sobre la “Verneinung” de Freud (en Escritos II de Lacan)

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la génesis del pensamiento. Todo pensamiento implica en su génesis un tiempo lógico de negación.

La negación – o denegación- es entendida como ese paso lógico in-herente a la génesis de cualquier pensamiento, por el cual tenemos lo que se llama un juicio de atribución: acepto o rechazo. A partir del juicio de atribución articulamos nuestro pensamiento.

Por ejemplo, intentemos visualizar el proceso de adquisición de una lengua. El bebé tiene ante sí la plasticidad suficiente para adquirir cualquier lengua. A partir de allí, la lengua materna se le impone sobre un fondo de negación del resto de las posibles articulaciones fonemáticas que no son encadenados. La posibilidad de la acepta-ción de unos, implica, en un proceso disyuntivo, la exclusión de otros. Acepto o expulso. Lo que acepto pasa a estar inscripto en lo simbólico. Lo que no acepto pasa a ser expulsado a lo real.

Se trata de hacer inteligible la negación en sus diferentes modalida-des según la estructura clínica de que se trate. Podemos decir que cada una de las estructuras clínicas freudianas responde a un estilo específico de negación.

La neurosis responde al prototipo por excelencia de negación, que llamamos denegación o verneinung. La denegación neurótica es la otra cara de la represión. Freud pone como ejemplo un paciente, que contando un sueño exclama: “Soñé con una señora…pero no es mi madre…”. Cuando el “no” califica como atributo un significante que emerge tenemos que considerarlo como la artimaña de que se vale la neurosis para permitir que lo reprimido retorne. El retorno de lo reprimido se vale del mecanismo de la denegación para emer-ger.

En la psicosis, la negación que opera es mucho más contundente, del orden de un cercenamiento, cuyo término alemán es verwerfung, y que Lacan traduce como forclusión, término francés que en castella-no se tradujo como preclusión, pero se terminó adoptando el térmi-

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no francés forclusión. Su característica, a diferencia de la represión, es que no retorna en el mismo nivel. En la neurosis lo reprimido y lo que retorna son significantes, se dan en el mismo nivel, en el orden simbólico. En la psicosis, en cambio, el significante forcluido no lle-ga a ser inscripto en el orden simbólico, y su retorno adviene en lo real como delirio, como alucinación.

Y la otra característica esencial del mecanismo de la forclusión psicó-tica radica en que el significante que ha sido forcluido es un signifi-cante primordial, esencial, el significante llamado nombre-del –padre. Para que el ser humano pueda establecer la relación más natural, la del macho a la hembra, es necesario que intervenga un tercero, que sea la imagen de algo logrado, el modelo de una armonía. No es decir suficiente: hace falta una ley, una cadena, un orden simbólico, la intervención del orden de la palabra, es decir del padre. No del padre natu-ral, sino de lo que se llama el padre. El orden que impide la colisión y el estallido de la situación en su conjunto está fundado en la existencia de ese nombre del padre.58

Y aquí se nos abre el registro, la parrilla de salida para entender cómo, a partir de estos conceptos, podemos hacer inteligible el suje-to en estado límite. Son aquellos casos en los que se pone a prueba el límite del analista para poder entender la calidad de la negación con la que se está enfrentando.

Y en las perversiones, la negación que interviene es la Verleugnung, traducida como renegación o desmentida, referida a la castración: “si…pero no.”. Desmentir, como hizo Pedro con Jesús; o renegar, aplicado a quienes reniegan de su fe. En definitiva, se prefirió el uso del término desmentida, porque renegación está muy ligado al sen-tido de apostasía con conciencia.

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58 Lacan, El Seminario, Libro 3, clase 7

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Entonces, forclusión, y aquí rescato la opinión de J. D. Nasio59 cuan-do dice, referido al fenómeno psicosomático, que tenemos que po-der pensar en la génesis de este fenómeno la actuación de una ope-ración de “forclusión local”. ¿Por qué dice local? porque quiere dife-renciarla de la forclusión del significante nombre-del-padre, que sería una forclusión generalizada.

Hay otro autor, Roland Chemama, en el que nos detendremos más adelante, que se plantea la pregunta sobre una posible “forclusión parcial” o “forclusión social del falo” para abordar también estas pa-tologías que no se insertan fácilmente ni en la neurosis ni en la psi-cosis. Si en algunos casos, en un mismo sujeto, y en lo que concierne a una misma ope-ración (la de la castración), una forclusión puede coexistir con otros mecanismos, ¿no tenemos fundamento para hablar de una forclusión parcial?60

Incluso en Lacan se puede encontrar una referencia en la que men-ciona una “forclusión parcial”:

Lo que quiero decir, simplemente, es que el miedo a la afánisis en los sujetos neuróticos corresponde, contrariamente a lo que cree Jones, a algo que debe ser com-prendido en la perspectiva de una formación insuficiente, una articulación insuficiente, de una forclusión parcial del complejo de castración.61

ó que da pie a ella:

“… que se refiere a la alucinación episódica donde se muestran las virtualida-des paranoicas del hombre de los lobos.62

Rassial63 va a hablar de tres tipos de forclusión según el efecto que produzcan. Parte del siguiente concepto: lo que se forcluye son sig-nificantes amo, significantes maître, S1, aquellos significantes que son el sustento de la identificación del sujeto.

59 Nasio,J.D., Los ojos de Laura, Amorrortu

60 Chemama, R., Depresión, La gran neurosis contemporánea, pág.110, Nueva Visión

61 Lacan, El Seminario, Libro 6, Clase 11, inédito

62 Lacan, El Seminario, Libro 3, Pág.71, Paidós

63 Rassial, J.J., El sujeto en estado límite, pág.49-54

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Un tipo de forclusión afectará a un nivel óntico, cuando el signifi-cante primordial forcluido es el significante-nombre- del- padre, operación que afectará al ser: el ser o la nada. El efecto de la forclu-sión en este caso es la nada. Mientras que en el caso de la forclusión local, como es el caso de el fenómeno psicosomático, la alternativa no es entre el ser o la nada; sería, entre un sujeto dividido o un pseudo sujeto mítico sin división.

Hay otro tipo de forclusión que Rassial llama de efecto ético que es aquella que opera sobre el significante de la castración. Va a derivar el tema del ethos al tema del socius, de la costumbre, de lo habitual. Lo ético para un grupo es lo que el socius determina, en función de lo que es habitual para ese grupo. Veremos cómo lo aplica Rassial a la clínica del estado límite.

¿Por qué decimos que la forclusión del significante de la castración tiene un efecto ético? Porque orienta el uso, orienta la moral, orienta las costumbres. La elección que le queda al perverso es del orden de lo ético. Mientras que la falta de elección a la que se enfrenta el psicótico es del orden de lo óntico.

Y también habría forclusión en el neurótico, que Rassial ubica en el orden de lo epistémico, lo que se forcluye es algo en relación al sa-ber. El no querer saber, en relación al gran Otro barrado, y en rela-ción al objeto, las grandes vacilaciones neuróticas en tanto incon-gruencia con el objeto, objeto ansiógeno que no termina de ser un objeto controlable.

Tenemos que insistir en el carácter de la forclusión, no debemos en-tenderlo como una fuerza que empuja como en el caso de la repre-sión; la forclusión sería la falta de la afirmación cuya consecuencia es que algo no se inscriba; sería la no habilitación de la bejahung, de la afirmación, de lo simbólico.

Rassial nos da como ejemplo de significante nombre del padre el de la profesión. La profesión sustenta el ser, la profesión como lo que lo

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sostiene. Y otro ejemplo al que recurre citando a Lacan es del “sint-home”, el síntoma no entendido como formación del inconsciente, sino como esa formación que te rescata de la psicosis. Es el caso de Joyce y de su escritura, que es la que le permite mantener su psicosis estabilizada. Otros significantes que funcionan como nombre-del-padre- nos dirá Rassial- son determinados objetos articulados por un significante.

“Me acuerdo de aquella mujer joven, bella y vulgar que, sentada en un restaurante frente a un elegante señor entrado en años, recibió un “nombre del padre” cuando el camarero, como debía ser, interpeló a la me-sa, diciendo: - ¿La morue? - Y ella no pudo sino responder: ¡soy yo!”.64

El significante morue designa un alimento, el bacalao, pero también nombra una mujer escandalosa. Por ello nos aconseja el autor elegir bien los platos en el restaurante.

Se me ocurre un ejemplo en nuestra lengua de un objeto que funcio-na como significante nombre del padre, de significante que vectori-za y ordena el ser. Es la hora de la comida en un hogar humilde de la posguerra, y aparte del escuálido cocido, la madre sirve en exclu-siva al padre el único huevo disponible. El hijo pequeño protesta pi-diendo su ración, a lo que la madre responde: “cuando seas padre comerás huevo”. El ser padre está simbolizado en el comerás huevo desde el discurso de la madre. Ordena el posicionamiento simbólico, los lugares diferenciales. El derecho del padre es diferente al dere-cho del hijo. El hijo podrá tener en un futuro las prerrogativas del ser padre. Es lo que decimos del Edipo: el hijo podrá tener, cuando sea grande como papá, una mujer para gozar.

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Otro concepto en el que nos vamos a detener es el de la adolescencia indefinida. Tiene que ver con este tema del nombre del padre. Su-

64 Idem, pág. 57

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ponemos en la constitución del sujeto un momento o una operación primordial que es justamente la inscripción del nombre del padre. En contra de la habilitación del nombre del padre, que es lo que habilita al desenlace feliz de la neurosis sintomática, en contra de esa inscripción lo que tenemos es la no inscripción, la forclusión del nombre del padre. Ahora bien, esa operación fundamental, dice Rassial, se revalida en la adolescencia. La adolescencia se caracteriza por ese estado del sujeto en el que los clínicos que trabajan con la adolescencia se encuentran frecuentemente con estados límite.

Tenemos que considerar que esa operación primordial de reconoci-miento e inscripción del nombre del padre tiene que ser revalidada en la adolescencia. En la medida en que nuevamente se asuma esa inscripción simbólica el proceso de neurotización sigue su curso. El estado límite se caracterizaría porque esa revalidación adolescente de la inscripción del nombre del padre quedaría en suspenso.

Pero Rassial va a complejizar más esta cuestión, señalando que hay casos en que se invalida en la adolescencia lo que se había validado en la infancia. Y se pregunta si lo que había estado desarrollándose como una neurosis infantil puede llegar a desembocar en una psico-sis secundaria. Y así mismo, lo que había sido forcluido en la infan-cia, dando origen a una psicosis infantil ¿en la adolescencia puede ser inscripto, y como tal, redirigido a una neurosis secundaria?

Esta consideración del concepto de forclusión en la génesis de los llamados sujetos en estado límite, nos enfrenta, como ven, a serios replanteos en el abordaje de las estructuras clínicas. Está poniendo en cuestionamiento la ortodoxia lacaniana de entender las estructu-ras clínicas, y sus repercusiones epistemológicas son de hondo cala-do.

Reitero las advertencias. Esto le tenemos que usar con muchísima precaución. Lo habitual es que no estemos ante un sujeto en estado límite sino ante un límite del analista para determinar el diagnóstico del caso. No todo aquello que no sepamos diagnosticar lo vamos a

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atribuir a un estado límite. Atribuyamos primero lo que no poda-mos explicar a nuestra limitación. Y una vez que hayamos puesto a prueba estos límites, con sucesivas supervisiones del caso y trabajo clínico-teórico, podemos entonces sí asumir la posibilidad de que estemos ante un sujeto en estado límite.

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La expresión “sujeto posmoderno” sería equiparable a sujeto en es-tado límite, y Rassial la relaciona con la progresiva mutación que la medicina sufrió en el abordaje de su objeto. Así, la medicina tradi-cional abordó su objeto desde un arte de curar, después dio paso a la moderna ciencia de curar, para finalmente reducirse a una posmo-derna técnica de curar donde el sujeto a quedado definitivamente excluido.

El concepto de sujeto en estado límite es un intento de hacer inteli-gible una serie de patologías del sujeto contemporáneo frecuentes en nuestra clínica, y uno de los rasgos clínicos que Rassial considera es lo que llama ansiodepresión. Un gran porcentaje de los casos que pasan por salud mental vienen con el diagnóstico de “trastorno mix-to ansioso-depresivo”, pero no se trata de lo que estamos encua-drando como verdaderos casos de sujeto en estado límite. Lo que ese llamado trastorno ansioso-depresivo pone de manifiesto es la restricción diagnóstica que la psiquiatría oficial impone a sus clíni-cos vía el manual diagnóstico conocido como DSM, que creo ya va por su quinta reformulación, y que ha borrado de un plumazo el diagnóstico de estructura neurótica y lo ha reemplazado por un in-terminable listado de “trastornos”.

En relación a los diagnósticos vía el DSM alguien se preguntaba si eso podía ayudar al paciente a desdramatizar lo que le pasa, por ejemplo, cuando a alguien le dicen: usted sufre de trastorno bipolar, eso suena mejor que le digan: usted es un maníaco-depresivo.

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Aquí el tema es que el diagnóstico sólo tranquiliza a los médicos, que pueden entonces extender una receta, y por supuesto a las ma-dres de los pacientes, a quienes la medicalización del sufrimiento de su hijo les da un balón de oxígeno transitorio. Y al paciente le permi-te ponerle un nombre a lo que le pasa, ir a reuniones de autoayuda, donde le colocan una escayola. Pero el verdadero problema es que dejan fuera al sujeto, dejan fuera el deseo en juego, en definitiva im-posibilitan abrir las preguntas que lleven a una posible rectificación subjetiva, a que el sujeto pueda en algún momento plantearse de qué manera este sufrimiento del que se queja tiene que ver con su deseo. Si de entrada lo que le dicen es “Ud. sufre un trastorno bipo-lar” lo que hacen es darle la excusa para no hacerse responsable de lo que le pasa.

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RASGOS CLÍNICOS DEL SUJETO EN ESTADO LÍMITE

Inscripción neurótica, forclusión psicótica y suspenso fóbico Del objeto fóbico al objeto fetiche Rasgos clínicos del sujeto en estado límite La fetichización pseudoperversa La ansio-depresión, la bisexualidad La agresividad primaria, la toxicomanía, La detención del pensamiento La actuación y la fascinación.

Seguimos con el sujeto en estado límite, inscripto en la clínica del malestar contemporáneo, clínica que no podemos terminar de defi-nir desde las estructuras clásicas. En los primeros dos apartados hemos trabajado la anorexia y el fenómeno psicosomático, y en los próximos abordaremos la depresión y la toxicomanía.

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Uno de los rasgos clínicos que Rassial destaca, en la adolescencia en general, y en el sujeto en estado límite en particular, es el de la de-tención del pensamiento, rasgo que se caracteriza por un “no querer pensar” como estrategia defensiva para no enfrentarse a las pruebas que se tiene que enfrentar todo adolescente: por un lado la castra-ción, la del gran Otro y la propia, y por otro lado enfrentarse al obje-to de su deseo, al Otro sexo, esto es, cómo se coloca ante el objeto y cómo se identifica como sujeto sexuado.

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La detención del pensamiento es: paren el mundo, yo de esto no quiero saber nada, no me comprometo con el pensamiento, con las ideas, con mis sentimientos, con mi afectividad. Abarca la indeci-sión, la duda permanente, el extrañamiento de todo compromiso afectivo, el alejamiento del objeto, y, como infraestructura que cobija toda esa estrategia, tenemos la omnipresencia de la madre arcaica, es decir, de la Gran madre, de la madre sin castración, del Otro completo. O sea lo que tenemos es un sujeto no constituido porque no se ha podido separar del Otro. Tenemos un sujeto en estado lími-te. ¿Hacia dónde puede derivar? Pues, lo mejor que le podría pasar es la neurosis, esto es, empezar a tener síntomas, pues eso querría decir que hay sujeto de deseo, en conflicto por supuesto, pero sujeto al fin.

Este rasgo de detención del pensamiento lo podemos considerar, en su máxima manifestación, relacionado con el fenómeno holofrásico y la debilidad mental. Debilidad mental entendida como pensa-miento débil, el más débil de todos, el no querer pensar.

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Vamos a detenernos en los momentos de construcción del pensa-miento, que son también los momentos de construcción del cuerpo; en términos freudianos vamos a referirnos a los momentos de cons-trucción del narcisismo.

El narcisismo tiene que ver con el yo ideal y con el ideal del yo, es decir, con el cuerpo en tanto imaginario, y con el pensamiento, en tanto simbólico. Y los momentos de construcción del narcisismo, si los queremos estructurar en tiempos, lo podemos pensar desde un primer tiempo que es el que Lacan trabaja con su vieja fórmula del estadio del espejo. Allí se empieza a estructurar el yo, se empieza a construir el narcisismo, el cuerpo y el pensamiento. El cuerpo se empieza a construir desde el reflejo, desde la imagen en el espejo o desde la imagen del otro homeomórfico. Y a partir de allí se instaura la instancia generadora del pensamiento yoico que es el yo ideal, en

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tanto aquel yo que se equipara con la imagen del cuerpo. Pero, en el mismo paquete del estadio del espejo tenemos, además del reflejo yoico, el componente simbólico constituido en la mirada del gran Otro materno. Esa mirada del gran Otro que subraya el reconoci-miento: “¡Ese eres tú!”. Ese es el primer rasgo de identificación que Lacan llamará rasgo unario. Es el primer rasgo simbólico, la mirada del gran Otro materno.

Un segundo tiempo de la construcción narcisista es el que adviene con el complejo de Edipo, que es la adquisición del ideal del yo, de las atribuciones simbólicas del Otro paterno.

Y hay un tercer momento que sería el de la adolescencia, el momen-to de la revalidación del posicionamiento del sujeto en relación a la castración y al objeto del deseo. La adolescencia, inevitablemente, es época de pruebas, de crisis, la época puberal, la invasión de lo real sexual, ante el cual el cuerpo como instancia imaginario-simbólica queda desfasado, se tiene que adaptar a los nuevos ideales. Lo que entra en el escenario es el Otro sexo.

Una manera no accidental que Rassial utiliza para hablar del sujeto en estado límite, siendo como él es especialista en psicoanálisis de la adolescencia, es referirla como una adolescencia interminable. La adolescencia es una etapa que se abre con el despertar de la genita-lidad, la emergencia de un real sexual genital. Y ese punto que defi-ne la especificidad de la adolescencia es lo que va a definir la catás-trofe del sujeto en estado limite en tanto imposibilidad de conjugar esta genitalidad dejándolo en una posición de indefinición de vaci-lación, en una adolescencia interminable.

Vamos a ir viendo los distintos rasgos clínicos en donde se define esta indecisión, pero antes haremos una precisión teórica. Desde el aparato conceptual psicoanalítico el operador en que se apoya este fracaso en la construcción del narcisismo, el punto capital que todo ser hablante desde el vamos tiene que asumir, inscribir, es lo que llamamos el nombre del padre. Aquello que le permitirá acceder a la

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construcción de su deseo, a la constitución de su ser sujeto, a la orientación de su objeto, a la escenificación de su fantasma, distintas maneras de referirnos a esos acontecimientos intrasubjetivos, acon-tecimientos significantes. Este acontecimiento primordial que es el efecto de inscripción del significante nombre del padre es el que va a regular una u otra posición ante el gran Otro y ante el otro semejan-te, su posición como sujeto de deseo.

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Entonces, como formalización resumida de los distintos avatares que se le presentan al sujeto ante el significante nombre del padre tenemos: o bien su inscripción o bien su impugnación. La otra cara de la inscripción del nombre del padre es la represión primordial u originaria, urverdrängung como mecanismo a partir del cual se habilita el deseo. No confundirla con la represión propiamente dicha que es la que genera síntoma. La otra cara de la impugnación es la forclusión del nombre del padre. Cuando se forcluye se desencade-na la psicosis.

Pero aparte de la inscripción o de la forclusión, hay una tercera op-ción ante el nombre del padre, y es el suspenso, no el suspenso de la inscripción, sino el suspenso del destino de esa inscripción. Si hay forclusión, el destino es la psicosis; si hay inscripción, el destino es la neurosis; pero veamos qué pasa si hay inscripción con suspenso del destino. Suspenso significa que se ha habilitado el paso hacia la cas-tración pero hay una detención en el umbral, no se llega a franquear. Aquí entra a tallar el concepto de fobia, como de una plataforma o rótula que deja en suspenso o bien el paso hacia la neurosis, o bien el paso hacia la perversión. La fobia se instituye como un momento, como una coyuntura, como una plataforma giratoria o rótula que comunica a una posible derivación neurótica o perversa.

Esta postulación del momento fóbico podría sentar las bases para redefinir la perversión, en donde de lo que se trataría en general es de un suspenso en el momento fóbico.

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El destino de esta inscripción tiene un segundo momento, que es el momento de revalidación, que tiene la adolescencia como marco, momento en que se revalida el título neurótico. Lo que tenemos co-mo fenomenología clásica es un momento de vacilación que lleva al adolescente a distintos estados en donde nos encontramos con crisis de ansiedad, coqueteos con las drogas, posiciones ambiguas sexualmente, con fascinación ante ciertos Otros gurúes, líderes de sectas, etc. Todos estos rasgos podemos considerarlos como espera-bles en la adolescencia, en tanto corresponden a esa etapa de reajus-te de los ideales, reajuste entre el cuerpo imaginario, la irrupción del cuerpo real genital y los ideales simbólicos.

En la clínica se nos aparecen pacientes adultos colocados en ese lu-gar de indecisión, lo que nos lleva a decir de ciertos estados del suje-to en adolescencia interminable.

Volviendo a la adolescencia como momento de revalidación de la inscripción del nombre del padre, veamos las diferentes opciones a las que se enfrenta. Por un lado la neurosis: en el momento adoles-cente, la revalidación es revalidación de la neurosis. Con la psicosis ahí no hay revalidación que valga. La impugnación psicótica no hay manera de revertirla en la adolescencia. Pero el suspenso fóbico, ese que dejó al sujeto en un equilibrio indefinido entre neurosis o per-versión tiene la siguiente capacidad de derivación: o bien una neu-rosis fóbica estructurada, o bien un rasgo fóbico en histeria u obse-sión; o bien se define como fetichización. Y, por último, la imposibi-lidad de superación desembocaría en el sujeto en estado límite.

Con la posibilidad de pasaje del momento fóbico a la fetichización, lo que el psicoanálisis propugna es: del objeto fóbico al objeto fetiche hay un corto trecho. Ese estancamiento del momento fóbico en el sujeto en estado límite le enfrenta a una angustia imposible de so-portar. Y ante le indecisión invalidante que le impide inclinarse hacia un objeto fóbico o hacia un objeto fetiche desemboca en una tentativa de fetichización seudo-perversa.

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Hasta aquí surgen muchos interrogantes, muchas cuestiones que están en suspenso teórico, como ocurre siempre que nos movemos en ese terreno tan resbaladizo que es el de la clínica de los estados límite. Lo que tenemos que evitar es caer en la utilización de esos híbridos tipo “psicosis histérica”, que tantos folios han llenado en la historia de la clínica psicoanalítica. Para ello nos servimos de algu-nos referentes teóricos. Uno de los que estuvimos viendo es el de holofrase, y ahora estamos trabajando el de sujeto en estado límite. En los dos casos de lo que se trata es de cómo se posiciona el sujeto en ese momento inaugural en el que se define su acceso a la castra-ción, su posición ante el gran Otro y ante el objeto. Todo esto es una construcción que se va precipitando en momentos lógicos culminan-tes, el estadio del espejo, el complejo de Edipo, la adolescencia.

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Vamos a detenernos en la ansio-depresión, angustia y depresión, el rasgo clínico por excelencia que caracteriza al sujeto en estado lími-te. La angustia es un momento límite del que nadie se libra, que nos invade cuando nos enfrentamos a lo real, es decir, a la petit a, a la cosa innombrada, al vacío, la nada, la muerte. Y la depresión la te-nemos que entender como la gran neurosis contemporánea.

La prueba que todo sujeto tiene que pasar es la de la castración, que el Otro no está completo y que uno también está barrado. Asumir que al Otro le falta algo, es asumir la petit a que cae y que pasa a constituirse como el objeto que falta, como el objeto del deseo, cons-tituyendo la segunda gran prueba que todo neurótico tiene que pa-sar, y que consiste en cómo hacer congruente su búsqueda de objeto, su deseo, y cómo asumir que la incongruencia es posible; poder asumir que el objeto no hace relación, no se completa como dos me-dias naranjas.

La prueba de la castración del Otro nos enfrenta a la angustia. La segunda prueba, la de la incongruencia con el objeto del deseo, en-frenta al sujeto a la depresión.

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Es un mecanismo cíclico, de una prueba a otra prueba. Y el sujeto en estado límite a consecuencia de su estado de suspenso, su relación con el otro es vacilante, no sabe lo que quiere; lo intenta con una mujer, lo intenta con un hombre, lo intenta con un hombre y una mujer juntos; la ambigüedad; la bisexualidad es uno de los elemen-tos que Rassial subraya, la bisexualidad como defensa ante la castra-ción, un no comprometerse desde un lugar definido, no se compro-mete eligiendo objeto porque se queda con los dos, y tampoco se compromete desde un posicionamiento sexuado.

Otro rasgo clínico del sujeto en estado límite es el de la toxicomanía, que podemos entenderla como un retorno a la madre primordial. Estamos siempre ante el avatar principal en relación al nombre del padre, y es que la castración no ha terminado de ser franqueada. Y la castración por excelencia es la castración de la madre. Es asumir que no todo se lo puede dar su madre. El toxicómano está en su in-tento imaginario de ocluir una falta, intentando una completad míti-ca que lo remite a una madre primordial dadora.

Anorexia, fenómeno psicosomático, son otras tantas posibilidades de entender este fenómeno del sujeto en estado límite. Así como en los meses anteriores hemos estado trabajando la anorexia y el fenó-meno psicosomático como dos formaciones inteligibles desde el fenómeno de la holofrase, ahora planteamos que los podemos abor-dar desde el concepto de sujeto en estado límite. Y ambos abordajes guardan coherencia.

Siguiendo con los rasgos clínicos del sujeto en estado límite, veamos el concepto de agresividad primaria. Esto es del orden de lo que el psicoanálisis kleiniano trabajaba en relación a la regresión a la vida pulsional primaria agresiva, a lo sádico oral y sádico anal, la expul-sión del objeto, el odio al objeto.

Otro rasgo es el de la detención del pensamiento. Es un rasgo clínico que mencionamos en la debilidad mental: la detención del pensa-miento en tanto no querer pensar, el no poder no solamente lo inte-

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lectual, sino también lo afectivo, no pensar, no sentir, que se encua-dra dentro de lo que es el fracaso en la construcción narcisista. ¿Cuál es la construcción narcisista exitosa? Aquella que ha podido conju-gar lo que tiene que ver con el yo ideal, con el cuerpo en tanto cuer-po imaginario, a partir de esa construcción primordial que Lacan subraya, la del estadio del espejo, que es donde se constituye la fu-tura matriz de todas las identificaciones. Ese es el primer paso de la construcción exitosa del narcisismo. El segundo paso es el del Edipo. En tanto en el estadio del espejo nos referimos a la construcción del cuerpo imaginario, como ese momento primordial en que el sujeto tiene éxito en ver su cuerpo armado, pero hasta este momento es un cuerpo fuera de sexo. Es a partir del Edipo que se asumen los valo-res, los ideales, las pautas, las normas parentales, y se van a consti-tuir los rasgos simbólicos que forman la instancia del ideal del yo. Se sale del Edipo con un cuerpo sexuado, luego de atravesar la castra-ción. El tercer momento en la construcción del narcisismo es el de la revalidación adolescente, la refundición de ese cuerpo imaginario con el cuerpo genital. El éxito de la construcción narcisista se corona con la integración de lo imaginario y lo simbólico, con asimilar la sacudida del advenimiento del cuerpo genital con los nuevos idea-les, a partir de la caída de los ideales parentales.

Esta prueba adolescente, que en el sujeto neurótico promueve una sacudida, en el caso del sujeto en estado límite lo enfrenta a un ver-dadero terremoto.

Lo que tenemos siempre entonces, para entender lo que es la deten-ción del pensamiento, el no querer pensar, el no querer sentir, es esa imposibilidad de integración de lo imaginario y lo simbólico, que en definitiva, ¿en donde hace soporte? en el cuerpo sexuado. Y allí es donde fracasa, y lo coloca en posición de no elegir, no arriesgar, no sentir, no pensar.

Y el otro capítulo que tenemos dentro de los rasgos clínicos es el de la actuación, y en especial, la fascinación. ¿Qué entendemos por ac-

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tuación? Hemos manejado dos categorías de actuación, acting-out y pasaje al acto. Acting-out, lo típico, el paciente que se olvida de pa-gar la sesión, o falta sin avisar. El pasaje al acto, en cambio, implica un alto riesgo, un accidente con el coche, por ejemplo. Y cuando hablamos de la fascinación, lo referimos por ejemplo, como un acto de sumisión ante un gurú ante el cual se postra el sujeto. No nos es-tamos refiriendo a las actuaciones propias de la adolescencia, sino a las de un adulto que parecería detenido en una adolescencia inter-minable.

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ESTADOS DE SUSPENSIÓN DE LA ESTRUCTURA

Estado límite y sinthome Tres momentos de suspensión Momento autístico y momento fóbico Riesgo de desanudar el sinthome

Seguimos con el estado límite, haciendo reiteración de algunos con-ceptos y abriendo una perspectiva nueva que usa Rassial para apo-yar su propuesta. No obstante vuelvo a reiterar el tema central, se trata de diferenciar lo que llamamos sujeto en estado límite de las denominaciones anteriores, como sujeto borde o borderline, o estado fronterizo. Porque justamente la propuesta de Rassial intenta dife-renciarse de ellas, en tanto no está definiendo una nueva estructura. Cuando se hablaba de borderline se estaba intentando diferenciar una estructura intermedia entre la neurosis y la psicosis, se estaba intentando definir un síndrome, desde una perspectiva fenome-nológica pero no estructural, esto es, no se ofrecía una elaboración teórica que fuera coherente con el corpus ya existente ni que justifi-cara su modificación.

En cambio, cuando decimos estado límite no estamos recurriendo a una semiología que caracterizaría un estado fronterizo entre neuro-sis y psicosis, sino que lo que estamos intentando es definir un esta-do del sujeto, no una estructura nueva, sino un estado de la estruc-tura, un momento que se apoya en una topología.

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Y para ello recurriremos a las últimas consideraciones de Lacan en relación a los círculos de cuerda, al nudo borromeo y al “sinthome”. Ya veremos cómo Lacan diferencia el sínthome del síntoma, enten-dido este último como formación del inconsciente, como manifesta-ción neurótica. El sinthome tiene que ver con un estado, con un momento, y con un espacio. Por eso en próximas clases vamos a re-currir a la topología de los círculos de cuerda y los nudos borrome-os, que Lacan utiliza para modelizar sus registros imaginario, símbólico, real, y la entrada en juego de un cuarto círculo que co-rrespondería a la función sinthome.

El sinthome es una construcción que Lacan desarrolla en un semina-rio en el que trabaja el tema de la locura de James Joyce. Y dirá que la escritura le ofrece a Joyce el Nombre-del-Padre que está forcluido. La escritura le sirve a Joyce como sinthome, esto es, como suplencia del Nombre-del-Padre forcluido. El sinthome le permite a Joyce quedar en suspenso ante la psicosis.

Y este tema es el que utilizará Rassial como apoyatura teórica para su propuesta de sujeto en estado límite. Se trata de diferenciar esta propuesta de aquella de borderline a la que los antiguos psicoanalis-tas recurrían cada vez que se encontraban con un caso de difícil dia-gnóstico.

No se trata de pensar que hay una estructura nueva entre la estruc-tura neurótica y la estructura psicótica; tampoco se trata, como pro-ponen algunos ortodoxos, de afirmar taxativamente que sólo existen neurosis, psicosis y perversión. Rassial propone que el estado límite no es una nueva estructura, es un estado o momento de suspensión de la estructura.

Recordemos lo que vimos la clase anterior sobre aquellos momentos puntuales de suspensión en los cuales la emergencia del sujeto, su

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ubicación ante la castración, lo colocaba o bien del lado de la psico-sis o bien del lado de la neurosis. Pero, y este es el punto que nos interesa recalcar, se podían leer una tercera modalidad, en la que el sujeto quedaba en suspenso. Y ese estado de suspenso del sujeto, se llamaba autismo, fobia o estado límite, según el momento lógico de articulación con la función Nombre-del-Padre.

Decíamos que la constitución del sujeto pasa por momentos lógicos constituyentes, que son tres momentos lógicos de operación nom-bre-del-padre, que se caracterizan, el primero, por el estadio del es-pejo; el segundo por el complejo edípico; el tercero, lo referimos a la adolescencia.

2

El primer momento se inscribe en la oralidad. En este momento de la primera construcción de lo simbólico cae la madre que todo lo da, la madre primordial que une al niño en un continuo y en una su-puesta inmediata satisfacción de la demanda. Esta sería la primera castración, regida por otro principio que el de la satisfacción inme-diata. Que la madre falte es el disparador necesario para que pueda instalarse lo simbólico, para que el niño incorpore y acate la ley, la ley del lenguaje. Es en el lenguaje en donde se juega la castración, la pérdida de la madre como el objeto que llena. Y a partir de allí está la ausencia de la madre.

Entonces, en este momento lógico el sujeto se posiciona ante la op-ción: o pierdo la inmediatez materna o pierdo la mediación simbóli-ca. Si las condiciones de la estructura lo decantan por la clausura con la madre, lo acecha la psicosis; si por el contrario la represión origi-nal hace inscripción y se acata que la satisfacción deje de ser inme-diata, se abre el camino al registro simbólico y a la neurosis.

Allí Rassial define una tercera opción, que sería la suspensión de op-tar, que se manifiesta como la opción autista, momento de suspen-sión primera del sujeto ante la posibilidad de quedar atrapado en la

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psicosis. Aclaración imprescindible: en este primer momento se trata de un “pre-sujeto”, el sujeto aún no ha emergido. Y lo de la opción sólo es tal si la entendemos en estrecha relación estructural con el deseo de la madre y con la eficacia del Nombre-del-Padre: están los tres implicados.

El segundo momento de lo que es la constitución del sujeto, de la constitución de lo simbólico, se juega en el tránsito edípico. Es el se-gundo momento de la operación Nombre-del-Padre, de evitar que las fauces del cocodrilo se cierren sobre su presa, gracias a la función falo simbólico.

La ley del lenguaje ejerce su acción ordenadora. El lenguaje es aque-llo que desde el primer momento está capturando al “infans” y transformándolo en ser hablante, rescatándolo de la posición de falo imaginario de la madre.

En este segundo momento, las opciones a que se enfrenta el sujeto serían las siguientes: o bien acepta someterse a la distancia fan-tasmática y cae bajo el efecto de la represión secundaria, es decir, la neurosis; o bien reniega de la castración lo que le abre las puertas de la perversión; o bien suspende la elección y nos encontramos ante el momento fóbico infantil.

El tercer momento es el de la revalidación de la operación nombre-del-padre y ocurre en la pubertad. La suspensión de la revalidación desemboca en una detención indefinida que es lo que caracteriza al estado límite. Para que tengamos un sujeto en estado límite, que es lo que se propicia en la adolescencia, tenemos que haber tenido co-mo antecedentes, una suspensión en el momento de la oralidad, y una suspensión en el momento edípico. Tenemos que haber tenido, en el primer período, un rudimento o dificultad en relación al len-guaje, que no necesariamente el caso extremo del autismo; y tene-mos que haber tenido un momento fóbico en el segundo período. Y entonces tendremos con toda seguridad un estado límite, que es el momento de suspensión máxima, en tanto estamos en el momento

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de la suspensión en relación a la genitalidad, a la definición del po-sicionamiento sexual.

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El estado límite en tanto estado de suspensión, afecta a una estruc-tura ya definida: neurosis, psicosis o perversión; pero al mismo tiempo el estado límite es lo que va a propiciar la construcción del sinthome, no como formación del inconsciente, sino como esta nue-va modalidad de construcción de un nudo que anude lo real, imagi-nario, simbólico, que no han sido anudados con éxito en las sucesi-vas operaciones del nombre-del-padre. La operación del nombre-del-padre es lo que permite hacer coherente y ajustable lo imagina-rio con lo real y con lo simbólico. Lo esperable para el éxito del suje-to es que esto acontezca de la manera neurótica.

Detengámonos en la Verleugnung que es el mecanismo del aconte-cer perverso. Traducida como “renegación”, luego se adoptó el término “desmentida”, y Rassial la va a utilizar como “retractación”. En el primer momento lógico de la operación nombre del padre, la represión originaria abre el camino hacia el ordenamiento simbólico neurótico; y será en la segunda operación nombre-del-padre, ya en el régimen edípico, que el sujeto puede ser llevado a la posición perversa, esto es, a la retractación de su castración. La retractación requiere de la afirmación previa.

Y Rassial va a agregar un cuarto momento lógico que llama (N+1) de la operación nombre-del-padre. A lo largo de la vida del sujeto se va enfrentando a acontecimientos, a actos, a situaciones en donde se está poniendo a prueba la revalidación de la castración, situaciones en la que el sujeto queda detenido.

Pone como ejemplo la situación a la que se ve enfrentada una madre ante el suicidio de su hija adolescente. Ahí se produce un aconteci-miento que la coloca en un estado de suspenso absoluto, de deten-ción de su deseo. Otro ejemplo que da es el de un industrial que su-

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fre la pérdida de su negocio. Ejemplos límites que ponen a prueba la capacidad de soportar la pérdida, la falta, la castración. En esos momentos puede quedar en evidencia que la estructura neurótica había estado no del todo resuelta, o incluso, que lo que teníamos es un sinthome que estaba anudando aquello que si no estuviera anu-dado, por falta del nombre-del-padre, lo hubiera precipitado en la psicosis. Y aquí tenemos que estar muy alerta, porque un acto analí-tico puede tener similares consecuencias cuando interpreta aquello que funciona como sinthome y desanuda lo que no tenía que ser desanudado.

Cuadro de las Operaciones Nombre-Del-Padre

- Operación NDP 1 - renuncia a la inmediatez materna � Neurosis . En la oralidad - o renuncia a la mediación simbólica � Psicosis . – tiempo de suspenso operación �Fase Autista

- Operación NDP 2 - se somete distancia fantasma-realización � Neurosis . Resolución edípica - o rehusa distancia realización deseo �Perversión . – tiempo de suspenso operación �Fase Fóbica

- Operación NDP 3 - Revalidación inscripción � Neurosis adulta . Adolescencia - Mantiene impugnación forclusiva � Psicosis adulta

. - Suspenso operación con derivación al objeto fóbico:

. � Neurosis fóbica

. �Rasgo fóbico en histeria

. �Rasgo fóbico en obsesión

. - Suspenso operación con derivación al objeto fetiche:

. �Fetichización

. - Suspenso indefinido del objeto: � Estados límite 1

- Operación NDP (N+1) : Motores posibles de cambio estado sinthome: . - Acto de interpretación . . – Encuentro amoroso � Estados límite 2 . - Acontecimiento traumático

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FORMALIZACIÓN TOPOLÓGICA DEL ESTADO LÍMITE

El nudo borromeo de tres círculos El “sinthome” o cuarto círculo Estado del sinthome y estado límite Repensar la génesis de las estructuras La inestabilidad del estado límite

El corte de las vacaciones de verano interrumpió el abordaje que habíamos iniciado sobre el tema del sinthome, así que lo retomare-mos hoy.

Pero antes una breve recapitulación. Estamos trabajando este curso lo que podríamos llamar los síntomas del malestar contemporáneo. Empezamos con este tipo de clínica hace un par de cursos viendo la anorexia, seguimos el año pasado con el fenómeno psicosomático, y estas últimas clases hemos estado centrándonos en el sujeto en esta-do límite. Son distintas maneras de pensar la clínica desde estos abordajes de difícil diagnóstico, que constituyen un desafío a las es-tructuras clínicas en tanto son casos que no se encuadran con facili-dad en un diagnóstico preciso; y también nos interrogan a la hora de la dirección de la cura.

Vamos a dedicarle un par de clases más al sujeto en estado límite y después nos centraremos en otros fenómenos, como el de las toxi-comanías y las depresiones.

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Quiero volver a insistir en la especificidad del estado límite, que es algo diferente de una estructura neurótica o psicótica. Una de las últimas cosas que estuvimos viendo es la fenomenología del estado límite, es decir, el estudio semiológico, los índices sintomáticos; y dos de los más importantes son la ansio-depresión y la toxicomanía. La propuesta de Rassial a partir de su trabajo con adolescentes es subrayar un estado del sujeto en el que permanece en suspenso la revalidación de la inscripción del nombre del padre. La herramienta conceptual en la que se apoya para darle un sustento teórico a su propuesta es pensar el estado límite en relación a la forclusión del nombre-del-padre; en relación a la no revalidación de la inscripción del nombre del padre y a su desenlace en lo que llama adolescencia indefinida.

Y va a dar un paso más en el intento de formalización teórica de su propuesta, apoyándose en un recurso que toma de Lacan, un recur-so que nosotros hemos trabajado alguna vez, que es el recurso to-pológico. Entonces, lo que vamos a ver hoy es la formalización to-pológica del estado límite. Veremos cómo busca este recurso meto-dológico para hacer inteligible su propuesta del estado límite.

La figura topológica la hemos trabajado cuando vimos la banda de Moebius, que Lacan utiliza para graficar de que manera tenemos la posibilidad de representarnos la relación del inconsciente con el dis-curso consciente. Las dos caras de la banda tienen la siguiente pro-piedad: y es que al retorcer la banda, al hacer un bucle, ocasionan que el anverso y el reverso se unan y continúen sin interrupción. Y esto sirve para representar la relación del inconsciente con la con-ciencia: no es que el inconsciente es algo profundo y la conciencia está allá arriba. Esa graficación que permite la figura topológica es muy apropiada para la materia con la que trabajamos, que es alta-mente inestable. Es una materia elástica. Y justamente, a la topología

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se la conoce en matemáticas como geometría blanda, o geometría de las figuras de goma.

Banda de Moebius

Lacan tiene otros recursos matemáticos para la formalización de sus conceptos, los primero que utiliza son los grafos, como el del deseo o el esquema L. Otro recurso es el de los matemas, o fórmulas de le-tras y signos, como las fórmulas de la sexuación, o del fantasma, o de la pulsión. Y dentro de las formaciones topológicas rescata la del nudo borromeo, cuya característica es que son tres círculos, dos de ellos superpuestos sin unión, y hay un tercer círculo que une a los otros dos. Este último sería el de lo Simbólico que une a lo Real y lo Imaginario. Es la formalización topológica que Lacan utiliza para dar la equivalencia de estructuración de los tres registros a partir de los cuales entendemos la realidad.

No fue por casualidad sino poco a poco, paso a paso, como llegué a expresar con la función del nudo lo que primero había presentado como el trío de lo simbólico, lo ima-

ginario y lo real. 65

Sólo lo podemos pensar como un conjunto estructurado, lo Simbóli-co no es sin lo Imaginario y lo Real. A partir de aquí esto da para muchas elucubraciones. Y nos vamos a detener en la que propone Rassial para entender este concepto de estado límite.

El nudo borromeo se caracteriza por lo siguiente: si cortamos cual-quiera de los tres círculos, se liberan los tres. Esto le sirve a Lacan para graficar el fenómeno de la psicosis. El círculo simbólico dijimos

65 Lacan, El Seminario, Libro 23, Pág.28

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que es el que mantiene nudo que los anuda es el nombrese liberan los tres círculos, eso grafipadre, que produce el desfenómeno de la alucinación en el registro Real, el neologismo en el registro Simbólico, y la disolución en el registro Imaginario, el cuepo fragmentado.

Lacan en uno de sus últimos seminarios, “El Sinjar el nudo borromeo agregándolde los círculos del nudo borromeo de tres dijimos que quedan los tres círculos superpuestos pero sin anudar. Allí es donde puede itervenir el sinthome, anudando como un cuarto círculo. Y este sínthome que anuda, hace

Hay que suponer tetrádico lo que hace al lazo borromeo…que, en suma, el padre es un síntoma, o un sinthome, como ustedes quieran. Plantear el lazo enigmático de lo imaginario, lo simbólico y lo real

66 Idem, pág.20

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que es el que mantiene anudado el Real, Imaginario, Simbólnudo que los anuda es el nombre-del-padre. Si se corta ese nudo y

ran los tres círculos, eso grafica la forclusión del nombre del duce el des-anudamiento, y, concomitantemente, el

e la alucinación en el registro Real, el neologismo en el registro Simbólico, y la disolución en el registro Imaginario, el cue

Nudo Borromeo

Lacan en uno de sus últimos seminarios, “El Sinthome”, va a trabjar el nudo borromeo agregándole un cuarto círculo. Si se corta uno de los círculos del nudo borromeo de tres dijimos que quedan los tres círculos superpuestos pero sin anudar. Allí es donde puede itervenir el sinthome, anudando como un cuarto círculo. Y este sínthome que anuda, hace de suplencia del nombre-del-

Hay que suponer tetrádico lo que hace al lazo borromeo…que, en suma, el padre es un síntoma, o un sinthome, como ustedes quieran. Plantear el lazo enigmático de lo imaginario, lo simbólico y lo real, implica o supone la ex-sistencia del síntoma.

∑ Sinthome

anudado el Real, Imaginario, Simbólico; este padre. Si se corta ese nudo y

ca la forclusión del nombre del anudamiento, y, concomitantemente, el

e la alucinación en el registro Real, el neologismo en el registro Simbólico, y la disolución en el registro Imaginario, el cuer-

home”, va a traba-e un cuarto círculo. Si se corta uno

de los círculos del nudo borromeo de tres dijimos que quedan los tres círculos superpuestos pero sin anudar. Allí es donde puede in-tervenir el sinthome, anudando como un cuarto círculo. Y este

-padre.

Hay que suponer tetrádico lo que hace al lazo borromeo…que, en suma, el padre es un síntoma, o un sinthome, como ustedes quieran. Plantear el lazo enigmático de lo

sistencia del síntoma.66

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Este es un tema de gran importancia para la clínica, es lo que siem-pre decimos, cuidado con tocar algunos síntomas, porque puede ocurrir que no se trate del resultado de una represión neurótica, sino que estamos tocando un sinthome suplente del nombre del padre que está anudando la consistencia imaginario simbólica del sujeto.

El carácter fundamental de esta utilización del nudo es ilustrar la triplicidad que resulta de una consistencia que solo está afectada por lo imaginario, de un agujero fundamental que proviene de lo simbólico y de una ex-sistencia cuyo carácter funda-mental es que pertenece a lo real.67

Esta teorización Lacan la hace en relación a Joyce, para quien la es-critura cumplía justamente la función de sinthome, permitiéndole la creación.

Joyce alcanzó con su arte, de manera privilegiada, el cuarto término llamado sinthome (…) Todo el problema está allí - ¿cómo un arte puede apuntar de manera adi-vinatoria a sustancializar el sinthome en su consistencia, en su ex-sistencia y en su agu-jero?68

La propuesta de Lacan deja planteado que, ante determinadas situa-ciones de desintegración psicótica, un sínthoma puede generar un nuevo estado, no una nueva estructura. Y esto es de enormes conse-cuencias metodológicas y epistemólogicas porque produce un nue-vo planteo en el tema de la irreversibilidad de las estructuras clíni-cas. No se pasa de una psicosis a una neurosis, tampoco se puede hablar de una psicosis histérica. Pero se puede hablar de sujeto en estado límite. Rassial va apoyar su propuesta en la teoría lacaniana del sinthome; en el caso de Joyce dirá que la psicosis sigue constitu-yendo la estructura del sujeto, lo que hay de nuevo es un estado del sinthome, que Rassial homologa a su estado límite.

2

67 Idem, pág.37

68 Idem, pág.38-9

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El estado límite pasa a ser definido entonces como el estado de tran-sición entre el des-anudamiento y el ir hacia el nudo supletorio del sinthome. Tenemos un tránsito entre el nudo, el desanudamiento y el nudo supletorio. Esta es una formalización topológica puesta a disposición de las estructuras, para hacer inteligible ese campo que hasta ahora llamábamos límite, con un criterio de inteligibilidad co-herente con la teoría. Insisto, la neurosis sigue siendo diferenciada de la psicosis. Sin embargo Lacan se permite hablar de locuras. ¿A qué se refiere Lacan con locuras? Este tema está abordado por A. Eidelsztein que muestra cómo el concepto de locura en Lacan se nu-tre de lo que sería la locura según Hegel.69

Hay distintos abordajes al tema de las estructuras clínicas, a la luz de las nuevas patologías del sujeto contemporáneo, en relación a to-dos aquellos diagnósticos imposibles de encajar en la estructura clásica, se está haciendo un esfuerzo de coherencia para la lectura de estos casos.

Recordemos que en su momento, cuando recurrimos al concepto de holofrase, diferenciamos la clínica de la holofrase o del intervalo congelado, en oposición a la clínica del intervalo significante o clíni-ca del objeto a. Y para esta nueva conceptualización se recurre al concepto de sinthome.

Estamos entonces, en la cuestión de repensar la génesis de las es-tructuras, lo cual no quiere decir que haya vía libre para que valga todo: siempre partimos de neurosis psicosis, perversión. El tema que agrega Lacan con el sinthome, es el tema de la temporalidad lógica. Hay un primer tiempo en la estructuración del sujeto en el que in-terviene o no interviene el nudo. Y el desanudamiento o anudado en falso convoca a la intervención de un cuarto nudo, o sinthome, que entonces nos plantea un segundo tiempo lógico de la estructura.

69 Eidelsztein, A., Las estructuras clínicas a partir de Lacan, vol.I, cap.3, Letra Viva

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Para que haya lugar al sinthome partimos del supuesto del fracaso de la represión originaria, de la inscripción del nombre-del-padre, que es suplida, escayolada por el sinthome; mientras que el síntoma neurótico es la formación del inconsciente a partir de la represión secundaria y el retorno de lo reprimido.

La función nombre-del-padre en Lacan se corresponde con lo que Freud llama represión originaria. Entonces, cuando Lacan plantea la cuestión de la intervención del sinthome, podemos pensar, por ejemplo, que entre el primer momento de una estructura originaria neurótica que se ve falsamente anudada - y que puede desencadenar una locura neurótica - y el segundo momento en que se anuda el sinthome, hay estados, no estructuras, estados.

El estado límite adquiere así el estatuto temporal entre dos momen-tos lógicos de una misma estructura. El estado límite sería entonces un estado de transición entre la estructura desanudada y la estructu-ra vuelto a anudar con el sinthome. Y de allí la pertinencia de la teoría de los nudos, que da para diferentes desanudamientos posi-bles, dependiendo de cuales sean los círculos – R.S.I - afectados por el falso anudamiento.

La operación de anudamiento por la que el círculo S. anuda los círculos R. e I., es un modelo puro que no existe en la clínica, los nu-dos borromeos están todos enredados, esto es la neurosis.

Para la psicosis Lacan plantea un modelo extremo que es, no el anu-damiento borromeo, sino lo que llama el nudo del trébol, que si está mal hecho se transforma en un único círculo.

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Rassial plantea para el estado límite un modelo de nudo de tres círculos pero que tiene una trampa, dos de los círculos son en realdad un círculo en torsión que hace nudo con otro cícírculo en torsión se puede dessubraya la inestabilidad del estado límite.

La última cuestión que quería plantear es que Rassial va a abrir el registro de los estados posibles del sujtado límite, otros dos eel estado fóbico y el estado perverso. dación, allí es donde se produce un estado fóbdonde el objeto, al no poder ser intreal y simbólico, deja en disposición de angustia. Y Rassial dirá que la salida que tiene el suspenso fóbico con su imposición de angustia, es la seudo-perversión. Es como si el oun objeto seudo-perverso.

Esto nos sirve para hacernos perder la ilusión de la claridad de los modelos. La realidad clínica es edadas como modelos puros; y efrase, estados límite yla clínica para precisar el establección de la cura.

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Nudo de trébol

Rassial plantea para el estado límite un modelo de nudo de tres círculos pero que tiene una trampa, dos de los círculos son en realdad un círculo en torsión que hace nudo con otro círculo. Pero ese círculo en torsión se puede des-torsionar en cualquier momesubraya la inestabilidad del estado límite.

3

La última cuestión que quería plantear es que Rassial va a abrir el registro de los estados posibles del sujeto moderno, ademátado límite, otros dos estados de constitución del sinthome, que son el estado fóbico y el estado perverso. Ante el suspenso de la reval

, allí es donde se produce un estado fóbico, udonde el objeto, al no poder ser integrado en su registro imaginario, real y simbólico, deja en disposición de angustia. Y Rassial dirá que la salida que tiene el suspenso fóbico con su imposición de angustia,

perversión. Es como si el objeto fóbico se resuelve con perverso.

Esto nos sirve para hacernos perder la ilusión de la claridad de los realidad clínica es enmarañada, las estructuras no

delos puros; y en ese sentido los conceptos dedos límite y sinthome intentan ordenar lo enmarañado de

la clínica para precisar el establecimiento del diagnóstico y la dire

Rassial plantea para el estado límite un modelo de nudo de tres círculos pero que tiene una trampa, dos de los círculos son en reali-

rculo. Pero ese torsionar en cualquier momento. Así

La última cuestión que quería plantear es que Rassial va a abrir el to moderno, además del es-

tados de constitución del sinthome, que son Ante el suspenso de la revali-

un estado en u registro imaginario,

real y simbólico, deja en disposición de angustia. Y Rassial dirá que la salida que tiene el suspenso fóbico con su imposición de angustia,

jeto fóbico se resuelve con

Esto nos sirve para hacernos perder la ilusión de la claridad de los , las estructuras no están

los conceptos de holo-enmarañado de

miento del diagnóstico y la direc-

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UN NUEVO ORDENAMIENTO PSICOPATOLÓGICO

Falso anudamiento: forclusión local Estado límite: estado de pasaje Sinthome: estado de re-anudamiento Estados de constitución del sinthome El tronco del estado límite

Retomamos el tema del sujeto en estado límite, subrayando el con-cepto diferencial que interesa no olvidar. Llamamos estado límite a ese estado de pasaje que discurre desde una situación confusional neurótica o psicótica, hacia el sinthome, es decir, el re-anudamiento.

Es decir que lo que define el estado límite es el desanudamiento. Rassial va a definir la etiología del estado límite apelando al concep-to de forclusión, concepto que desde Lacan es específico de la psico-sis. Pero en el caso de la psicosis estamos hablando de una forclu-sión generalizada mientras que en el estado límite el Nombre-del-Padre está actuando, pero de manera parcial. Se habla, entonces, de forclusión local, pensándola desde la topología de los nudos. Es lo-cal en tanto hay un nudo mal hecho que ocasiona un desanudamien-to parcial, o un falso anudamiento, que en vez de tres círculos, anu-da dos, uno de ellos vuelto sobre sí mismo. En función de esos anu-damientos parciales Rassial habla de forclusion local, diferenciándo-la de la forclusión generalizada, la de la psicosis, que es la que tiene como gráfico nodal los tres círculos desanudados y sueltos.

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Un concepto general sobre el que reposa todo este curso es el de los síntomas del sujeto post-moderno, que empezamos hace más de un año con la anorexia, siguiendo con el fenómeno psicosomático, y que continuaremos con la depresión y la toxicomanía. La patología del sujeto post-moderno la podemos entender entonces, desde esta propuesta de Rassial como una adolescencia generalizada, en tanto el estado límite se podría entender como una detención adolescente.

Y la otra cuestión que quería resaltar es que el sinthome como nudo, como suplencia de la inscripción del nombre del padre, no es un ac-to puntual sino que es una construcción permanente. Nos encon-tramos a lo largo de la historia del sujeto en estado límite con suce-sivas construcciones del sinthome.

A la luz de estos conceptos, hoy vamos a intentar definir un nuevo ordenamiento psicopatológico que incluya los estados de construc-ción del sinthome.

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El ordenamiento psicopatológico clásico freudo-lacaniano es el de las tres estructuras clínicas: psicosis, neurosis, perversión. A cada una de las estructuras le corresponde un estilo de negación carac-terística: la forclusión para la psicosis, la desmentida o renegación para la perversión, y la represión para la neurosis.

Veremos que en el caso de la fobia Rassial discrimina entre la fobia como estado y la fobia como estructura. Así se refiere a la fobia co-mo estado en relación a ese momento en el cual el niño se posiciona sin definirse entre la neurosis o la perversión, la fobia como rótula, como plataforma.

El estado límite es una figura clínica que Rassial define en la adoles-cencia y que se perpetúa en la adultez en sucesivos episodios de des-anudamiento que van paralelos a los momentos de inscripción simbólica. En la historia de la constitución del sujeto, a lo largo de

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las distintas inscripciones de los nombres del padre, de las sucesivas puestas en ordenamiento, podemos subrayar distintas operaciones.

Así, la operación N-del-P 1 es la inscripción fundante, es la repre-sión original, que marca un antes y un después, que es la que consti-tuye la fundación del inconsciente. Desde Lacan, la inscripción del Nombre-del-Padre es la que va a permitir el anudamiento con lo simbólico, orden simbólico en el que el bebé ya está inmerso como en un “baño de lenguaje” según expresión de Dolto. Lo simbólico nos precede, pero el anudamiento es posterior.

En esta operación 1 se nos presenta la siguiente disyuntiva: o se ins-cribe el Nombre-del Padre o se forcluye. En el primer caso tenemos el destino más o menos afortunado de la neurosis, y en el segundo la catástrofe de la psicosis. Pero Rassial propondrá un tercer posicio-namiento posible, que es el del “suspenso”. Ese posicionamento de suspenso serviría para explicar la fase autista, que no tenemos que confundir con el autismo severo o autismo primario. La fase autista sería más bien un autismo secundario.

El segundo momento en este tronco del estado límite es el de la falla que se produciría con la operación N-del-P 2 ya en el nivel edípico. Vimos que en el nivel oral lo que se juega es el someterse a la repre-sión original, esto es, a la represión del goce absoluto en tanto la madre como objeto de goce del niño y el niño como objeto de goce de la madre. Así, el Nombre del Padre se inscribe impidiendo que el deseo de la madre se instale como capricho materno.

Ahora bien, en esta operación 2 a nivel del Edipo se vuelve a rees-cribir el Nombre del Padre ejerciendo la interdicción sobre el inces-to. La falla en este nivel es aquella en la que el sujeto queda nueva-mente en “suspenso”, siendo las opciones: o la represión en tanto constitutiva de la neurosis, o la desmentida de la función Nombre del Padre constitutiva de la perversión. Aquí Rassial define el estado fobo-perverso como el efecto del suspenso, en donde “fobo” indica que en relación al objeto lo que hay es la angustia. Todo el avatar de

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la aparición del sujeto se enmarca en su relación con el objeto y su relación con el Otro, es decir, su relación con la petit a y su relación con la gran A. Ante el objeto, el sujeto se angustia. La defensa contra esa angustia es el posicionamiento fóbico. Se trataría de pasar de una fobia al objeto a una fobia espacial. Y aquí está lo que sería la primera versión de la construcción del sinthome. La fobia permitiría consolidar espacios seguros frente a espacios angustiantes.

Y dentro del estado fobo-perverso, efecto de suspenso del sujeto en esta operación II, nos falta ver el aspecto perverso. Andre Green lle-ga a postular que la estructura perversa se puede entender como un estado límite. Para Lacan hay una cierta contigüidad entre el objeto fóbico y el objeto fetiche, en el sentido de una rótula que comunica la fobia con la perversión. En Freud, la puerta de entrada para la perversión es el fetichismo, al que considera también como condi-ción normal de toda elección de objeto. Decir que el objeto de amor reúne las condiciones de objeto fetiche, es decir que la elección repo-sa sobre determinadas condiciones que tiene que reunir ese objeto.

2

Veamos la operación N-del-P 3 en la etapa adolescente. Es el mo-mento en que se revalidan los títulos. La falla aquí se especifica co-mo “detención”, que desembocará en lo que propiamente conoce-mos como estado límite.

El niño pasa por su etapa de latencia y desemboca en la pubertad con la irrupción del real sexual, de la genitalidad, que lo enfrenta a una redefinición de su cuerpo y del Otro parental, y del Otro sexual, su posicionamiento sexual.

Esta etapa de crisis se resuelve en tanto el Nombre del Padre es re-validado. Si hay un fallo en la revalidación, en el reconocimiento de la ley de sexuación, desembocamos en un posicionamiento perverso.

El tema severo es el de la impugnación, que nuevamente nos enfren-ta al desenlace psicótico.

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Ahora bien, la detención implica ni validar ni impugnar, se queda en el limbo. Ante este estado límite de indefinición, en el mejor de los casos se constituye un sinthome. ¿Cómo puede anudar el sínthome? Proponiendo un Nombre del Padre suplente para soste-ner el anudamiento fallido. Allí es donde Rassial va a subrayar dos significantes N-del-P; uno, la profesión, el adolescente se aferra a su elección profesional como aquello que lo anuda simbólicamente, y a partir de allí la profesión le sirve de sinthome. El desarrollo normal de la crisis adolescente también implica que defina su profesión, pe-ro aquí estamos hablando de un estado límite, de un cuadro de an-gustia y depresión, o de pasaje al acto.

Y otro significante que actúa como sinthome es el otro sexo, que puede funcionar como aquello que anuda, en donde la mujer hace de sinthome del hombre, le permite hacer consistente su realidad imaginario simbólico con su real sexual. Así, el sinthome funciona mientras está en constante construcción.

Pero, tarde o temprano, este sujeto en situación de estado adolescen-te prolongado, que con ayuda del sinthome ha hecho consistente su realidad, se ve enfrentado a una prueba que lo confronta con la cas-tración. Estamos así en la operación N-del-P n+1, y aquí es donde aquello que en la adolescencia tendría que haber sido revalidado se vuelve a replantear. Esto ocurre ante situaciones que conforman un llamado al N-del-P, como puede ser el enfrentarse con la muerte de un allegado, un nacimiento, la pérdida del trabajo, sucesos que des-atan lo que el sinthome había anudado.

Y se cae así en la angustia, la depresión, el pasaje al acto, es decir, se desemboca en el estado límite. Con un poco de suerte se construye un nuevo sinthome.

Y aquí recordar lo que decíamos sobre la intervención del analista. Tenemos que tener cuidado de no operar con precipitación en la in-terpretación de lo que creemos es un síntoma, y que puede muy bien ser un sinthome, que le permite hacer consistente su realidad, y

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si lo desanudamos lo precipitamos en la ansio-depresión del estado límite.

Vemos así que la propuesta de Rassial del estado límite desemboca en la concepción de un nuevo ordenamiento en psicopatología, en paralelo al de las estructuras clásicas, aunque apoyándose en lo que dice Lacan acerca de la forclusión y del sinthome. Creo que es un esfuerzo a tener en cuenta, y viene validado por su trabajo en clínica con adolescentes. Y las críticas a su propuesta no tienen que caer en el error fácil de confundirlo con el híbrido conceptual de “border-line”.

3

Seguimos con el tema de las patologías del sujeto contemporáneo, que Freud viene denunciando desde el “Malestar en la cultura”, y que hoy estamos trabajando desde las fallas de la función N-del-P. El año pasado vimos el libro de Melman “El hombre sin gravedad”, donde se refería a la perversión generalizada. Hoy vemos a Rassial hablando de adolescencia generalizada.

A través de estos autores el psicoanálisis está denunciando el ab-surdo de la Psiquiatría basada en la evidencia, la banalidad del dia-gnóstico apoyado en el DSM, en fin, la perversión del discurso polí-ticamente correcto. Nuestra posición como psicoanalistas consiste en no ser cómplices con el discurso de la Psicología oficial, denuncian-do los particulares ideales sociales que promueven bajo su preten-dida visión científica de “lo sano”, “lo maduro”, “lo normal”.

Ahora bien ¿se puede modificar el estado límite? Y aquí rescatamos lo que vimos con Recalcatti en relación a la anorexia-bulimia. Se tra-ta de un paciente que no está capacitado para escuchar-se, ni para trabajar desde la asociación libre, ni para acceder a una rectificación subjetiva, ni para entrar en transferencia. En definitiva, con un pa-ciente que está incapacitado para las reglas fundamentales del psi-coanálisis ¿qué podemos hacer? Desde la anorexia al estado límite,

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pasando por la psicosomática, los analistas insisten en la necesidad de abordar estos tratamientos a partir de muchas entrevistas preli-minares. Y mucha creatividad, porque tenemos que redefinir nues-tra técnica y nuestro abordaje del encuadre, del dispositivo. Rassial propone una técnica, con pacientes adultos en estado límite, con los que utiliza el dibujo, como en la clínica con niños.

LOS ESTADOS DE CONSTITUCIÓN DEL SINTHOME: El tronco del Estado Límite

Según que la forclusión local afecte a: Resulta: .

- Operación NdP 1 (inscripción represión original) Estado autismo secundario

- Operación NdP 2 (inscripción represión edípica) Estado fobo-perverso

- Operación NdP 3 (revalidación adolescente) Estado adolesc. prolongada

- Operación NdP n+1 (confrontación castración) Estado Límite

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LOS ESTADOS DEPRESIVOS

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CUARTA PARTE

ESTADOS DEPRESIVOS

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¿NUEVAS DECLINACIONES DEL GOCE?

Goce de lo real; deseo de lo simbólico ¿A cada sexo su goce? La querella de los universales La función fálica y el semblante Goce fálico y goce Otro

El tema que nos va a ocupar en las próximas semanas es el de la de-presión, un nuevo capítulo dentro de esta introducción a una clínica posible de los estados límite del sujeto. Hoy vamos a hacer especial hincapié en el concepto de goce, vector central para hacer inteligible la lógica de los síntomas de la posmodernidad. El concepto de goce lacaniano es nuevo, no estaba en Freud utilizado de la misma mane-ra. Lacan lo colocará en primer plano de sus reflexiones.

1

En estas nuevas formas de declinación del síntoma lo que nosotros intentamos definir es cuál es la práctica de goce que se da. Y lo que tienen en común es que sus prácticas de goce son radicalmente au-tistas, es decir, que el Otro está excluido. Son goces, asexuados, es a través de un objeto o de un mecanismo y no a través del cuerpo co-mo se persigue el goce. Hay un tema que está muy en boga, y es el goce de nuestros jóvenes con los aparatitos de vídeo y audio: conso-las, teléfonos móviles, ordenadores portátiles, mp3, mp5; hay una

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saturación de goce fálico en su modalidad escópica-invocante. Son goces autistas en tanto van en detrimento del Otro sexo.

Otra característica de estos nuevos síntomas es la dificultad, la au-sencia de transferencia. Así como en la declinación del goce lo que tenemos es la exclusión del Otro como cuerpo, en la transferencia, en la medida en que hay ausencia de transferencia, hay ausencia de atribuir al Otro aquello que me falta, el supuesto saber de aquello que me pasa. Nuevamente lo que tenemos es la exclusión del Otro.

Quiero reiterar una teorización: intentar sistematizar el pasaje del ser viviente al ser hablante. Ser viviente define ese tiempo mítico del niño cuando llega al mundo, en oposición al parlêtre. Le suponemos al ser viviente la posibilidad de un goce pleno, mientras que la ca-racterística del ser hablante es haber renunciado a dicho goce. Desde antes de nacer ya está sujeto al mundo simbólico desde el deseo de los padres. Ese nuevo ser viviente, progresivamente inscripto en el mundo simbólico, alcanza su estatuto de sujeto cuando ha podido renunciar al goce, en términos freudianos, renunciar a la madre. Esa renuncia se traduce por el hecho de que su necesidad se pierde irremediablemente a partir de que pasa a ser articulada como de-manda, esto es, mediatizada por los significantes. El hambre pierde su estatuto de necesidad desde el momento en que depende de la demanda del Otro. Para el monito el hambre será siempre una nece-sidad; para el bebé el hambre se convierte en una demanda. Y toda demanda, más allá del objeto de la necesidad se traduce como de-manda de amor. Y a partir de allí el circuito de lo simbólico se dis-para. A partir de allí el goce se pierde. Quiere decir que no hay in-mediatez entre mi necesidad y su satisfacción. Mi necesidad pasa a estar vehiculizada por las palabras, que en un principio responden al discurso del Otro: “…tiene hambre”. Y la demanda va a trastocar definitivamente el carácter de goce de la satisfacción de la necesi-dad. Y eso es lo que se pierde, ese goce primero, goce mítico, goce total, pleno, goce del cuerpo. Y a cambio ganamos el mundo simbó-lico y nos convertimos en parlêtres.

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Ahora bien, el parlêtre también tiene relación con el goce, porque esa operación fundamental - la represión originaria que funda lo simbólico a partir de la renuncia del goce de la madre – deja un resto de goce. El lenguaje, la estructura simbólica, recubre esa materia orgánica que es el bebé, lo capta, lo rapta, lo encadena al mundo simbólico progresivamente a partir de las demandas del Otro. Pero esa red simbólica, esa red de lenguaje, que capta ese organismo vi-viente y lo eleva a la dignidad de cuerpo y de parlêtre, ese cuerpo no queda totalmente recubierto, queda un resto de organismo viviente factible al goce.

Hay un resto de real que ha quedado sin ser recubierto, sin ser ocu-pado por lo simbólico. Ese resto es lo que llamamos “petit a”, y que es lo que será objeto de la pulsión; y que es lo que será causa del de-seo. Será objeto de la pulsión, en su intento de recuperar lo perdido es decir, será objeto de goce de lo real. Y será causa del deseo, es de-cir, lo opuesto al goce, en tanto lo que el deseo busca es recubrir con lo simbólico esa petit a, esa falta de objeto.

El deseo se vale del escenario del fantasma para operar con ese res- to, dándole ropajes a esa petit a. El fantasma permite montar un guión en donde ese agujero toma cuerpo en tanto imaginario-simbólico.

El goce de la pulsión es uno de los goces posibles del parlêtre, en tanto resto del goce reprimido originariamente. El objeto “plus de gozar” es otra forma como Lacan denomina a la petit a. La ambi-güedad del término “plus” remite en francés a una doble significa-ción contradictoria: se puede traducir como “más de” y como “falta de”.

2

¿Cuál es la relación del parlêtre con el goce? ¿El parlêtre hombre tie-ne la misma relación con el goce que el parlêtre mujer? ¿Cómo se posiciona Lacan ante la idea clásica de “a cada sexo su goce”? Estos

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temas están desarrollados por Guy Le Gaufey en su libro “El notodo de Lacan”.70

Allí nos cuenta que en la Edad Media se desarrolló durante varios siglos lo que se conoce como “la querella de los universales” que surge a raíz de la postura de la iglesia ante su definición de lo que es ser hombre y lo que es ser mujer. Dice el Génesis I: “…y Dios creo al hombre a su imagen y semejanza…” “…y creo al hombre y a la mujer”. Pero más adelante, en Génesis II da otra versión, que ser-virá para sostener la posición machista de sus patriarcas: que prime-ro creó al hombre, y después, de una de las costillas del hombre, creó a la mujer. La Iglesia y los filósofos, para poder considerar a la mujer como una categoría diferente al hombre, estuvieron discu-tiendo durante varios siglos.

¿Qué tiene que ver esto con nuestro interrogante sobre el goce? Que nuestras reflexiones sobre el sexo y sobre el género están goberna-dos subrepticiamente por sistemas de pensamiento como el de la lógica aristotélica de los universales y de los particulares, del todo y del algunos. El intento de querer describir los sexos en su diferencia pone en evidencia- según Guy Le Gaufey- que seguimos estando presos en la vieja y aún vigente querella de los universales de la Edad Media. Se trata así de distinguir una concepción discreta, don-de los dos sexos están separados y forman dos esencias, de una con-cepción continua, donde se pasa sin rupturas de uno al otro, donde no hay más que lo relativo.

Con su fórmula “No hay relación sexual en el ser hablante” Lacan objeta la bipolaridad sexual, la insuficiencia de la dualidad masculi-no-femenino en su supuesta relación de complementariedad sexual.

“…lo que se llama el goce sexual está marcado, dominado, por la imposibilidad de establecer como tal (…) el Uno de la relación proporción sexual.”71

70 Le Gaufey, G., El notodo de Lacan, El cuenco de plata, Bs.As., 2007

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No será entonces la diferencia sexual, sino su posicionamiento ante la función fálica- la relación de cada ser hablante con el goce – lo que permitirá diferenciar hombre y mujer. Habría un continum en-tre hombre y mujer, con sus diferencias relativas. El ser hablante hombre y el ser hablante mujer tienen el mismo referente: la función fálica. Y según como se posicionen se definirá su goce.

Lacan hará un largo recorrido en torno al falo, en su intento de asce-sis lógica, para separarlo del órgano y pasar de su valor sustantivo a su valor adjetivo: función fálica. Se trataba de separarlo de su ins-cripción sexológica y psicológica y llevarlo al terreno de la lógica. En matemáticas una “función” define una puesta en relación de ele-mentos pertenecientes a dos series disyuntas: así, la función fálica es la escritura de la relación entre cada ser hablante y el goce que llega a rozar por el lenguaje.

La lectura imaginaria del falo, el falo como objeto, es el que trabaja-mos todo el tiempo cuando hacemos referencia a la madre fálica y a la locura fálica del niño, el niño puesto en posición de falo de la ma-dre.

Progresivamente Lacan va complejizando este concepto, y ya lo lle-va, de la lectura del falo como objeto imaginario, a lo que progresi-vamente será la significación del falo. Ya no referido a lo que el niño ocupa con su cuerpo, sino al falo como representación de la metáfo-ra paterna. Es decir, falo es aquello que representa simbólicamente lo que el padre tiene para la madre.

Y ya la tercera función es el falo como significante de la falta. Es el paso de mayor despegue, de mayor ascesis, para arrancarlo de esa posición de objeto imaginario, de aquellas lecturas ingenuas, que cuando leían falo traducían pene. Lo que pasa es que el pene es un

71 Lacan, El Seminario, Libro 20, pág.14, Paidós

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representante imaginario especialmente pregnante, plástico, por su capacidad de erección y detumescencia.

Y la operatividad de lo que falta, según como cada parlêtre se colo-que ante lo que le falta, es decir, ante el falo, tendremos la posición masculina y la posición femenina, más allá o más acá del sexo.

Pero se puede, ateniéndose a la función del falo, señalar las estructuras a las que estarán sometidas las relaciones entre los sexos. Digamos que esas relaciones girarán alrededor de un ser y de un tener que, por referirse a un significante, el falo, tienen el efecto contrariado de dar por una parte realidad al sujeto en ese significante, y por otra parte irrealizar las relaciones que han de significarse. Esto por la intervención de un parecer que se sustituye al tener, para protegerlo por un lado, para enmascarar la falta en el otro, y que tiene el efecto de proyectar enteramente en la comedia las manifestacio-nes ideales o típicas del comportamiento de cada uno de los sexos, hasta el límite del acto de la copulación.72

3

Aquí vamos a introducir el concepto de semblante. El hombre juega con lo que se llama el parecer tenerlo, la parada viril, ese es el sem-blante del parecer tenerlo. Mientras que la mujer juega con la masca-rada del parecer serlo. Pero cuando decimos semblante no penséis que es una palabra que desmerece, que semblante se opondría al ser. No, porque el ser es hermano gemelo del parecer. No penséis que el ser sería la esencia, la verdad del sujeto, y el semblante sería una fal-sa apariencia. La única verdad posible para el parlêtre es el parecer, ya que nuestro ser se define por una falta en ser: la única posibilidad que tenemos es el semblante. Lo estuvimos hablando todo el tiempo cuando hablábamos de la holofrase, decíamos que el sujeto necesita de un significante que lo represente, pero ese significante no termina de representarlo unívocamente, siempre termina cayendo en el in-tervalo entre dos, la única manera de representar al sujeto es desde un intervalo entre dos significantes. Nunca hay un significante que

72 Lacan, Escritos 2, La significación del falo, pág. 673, Siglo XXI

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lo represente en su ser. De allí que la única opción que tiene es un semblante, un parecer.

Y aquí es donde Lacan define lo masculino como un parecer tener el falo, y define lo femenino como un parecer ser el falo. “Amar es dar lo que no se tiene a quien no lo es.”

Para poder aspirar a parecer ser el falo, el parlêtre femenino tiene que dejar muy claro que no lo tiene. Cuando uno muestra su falta está pudiendo colocarse en el lugar de ser objeto de amor. El parle-tre hombre, en su semblante de parecer tenerlo no es que no reco-nozca que no lo tiene, partimos de la base que para poder posicio-narse como hombre o como mujer hay que haber pasado por la cas-tración, es decir, haber asumido su falta. Ahora bien, a la hora de la seducción, el ordenamiento imaginario-simbólico indica las reglas para cautivar a su copartícipe.

Si observan los modelos de seducción que transmiten las imágenes de televisión a través de sus spots publicitarios y de sus teleseries, verán que se han invertido las reglas de sedución. Y son las mujeres las que todo el tiempo hacen semblante de parecer tenerlo.

Cuando Freud se pregunta qué quiere una mujer, no se pregunta por lo que define el querer masculino, esto es, por la posición fálica por excelencia, en tanto lo que quiere es aquella que parece serlo.

En cambio en la mujer parecería ser el deseo de hijo el que prima sobre el deseo de hombre. Pero no confundir la posición materna con la posición femenina. Lacan reivindica la verdadera mujer en la línea de Medea, que sacrifica sus propios hijos en orden a la pasión revertida en odio por su hombre.

Entonces, a la pregunta sobre lo que quiere una mujer, las feministas han hecho todo el esfuerzo por desprenderlo de la maternidad, y han podido rescatar que la mujer lo que quiere es lo mismo que quiere el hombre: triunfar en su trabajo, ganar mucho dinero, ganar prestigio social, vida profesional independiente. Es decir, han colo-

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cado a la mujer en la misma posición fálica que el hombre. Y eso lo que las hace es iguales al hombre.

4

En todo caso, ese planteo a lo que conduce es a que las mujeres ocu-pen la posición fálica más o menos exitosamente que el hombre. Las conduce al goce fálico, el goce del tener, el goce del propietario. Pe-ro, mientras el hombre todo es en el goce fálico, la mujer no toda es en el goce fálico. La mujer tiene un goce Otro, un goce supletorio que es el que la define como específicamente mujer, goce del que nada puede decir. Sólo se puede hablar del goce fálico. El goce Otro es del orden de lo real, está fuera de lo simbólico, fuera del signifi-cante. En cambio el goce fálico pasa por la ecuación simbólica: pene, hijo, dinero, poder = falo = significante de la falta. Sólo es posible imaginarizar y simbolizar el goce del tener.

El goce de los místicos es una forma que utiliza Lacan para hablar de este goce Otro. El éxtasis de Santa Teresa es aquello sobre lo cual ella no encuentra palabras para referir, sólo aproximaciones. Toda la construcción poética de Santa Teresa es un intento de decir su go-ce.73

A nivel de la clínica, el goce Otro lo podemos asimilar al goce de la locura. Inclusive el goce místico se confunde con el goce de la locu-ra. El éxtasis es la pérdida de límites, son situaciones próximas a la locura. He aquí distintas formas que utiliza Lacan para referirse a ese goce Otro: es un goce que no cae bajo la barra del significante; es un goce que no sabe nada del falo; es un goce forcluido de lo simbó-lico y fuera de lo inconsciente; es un goce que produce la abolición del sujeto, dejándolo en una pura ausencia; es el goce del extasiado que goza no se sabe de dónde ni de qué; es un goce real que no se puede decir.

73 Lacan, El Seminario, Libro 20, Cap.VI, Paidós

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A DESEO QUE DECAE, GOCE QUE BROTA

La desacralización del Otro Protocolizar la depresión Destitución del sujeto y cobardía moral Del deseo conquistador al deseo abolido La aflicción femenina: ser deseada no es ser amada

De cómo el depresivo está prisionero de una lógica cerrada: ¿para qué voy a intentarlo si se que de esta nada no voy a poder salir? Si algo define la depresión es la imposibilidad del deseo como causa, del deseo como motor.

Vamos a ver lo que dice Colette Soler de la depresión en la mujer que ella llama aflicción femenina74. Y se pregunta si las mujeres se deprimen más que los hombres. Antes va a hacer una serie de seña-lamientos que quiero comentarles.

1

Lo primero es que no existe la depresión en un sentido unitario. Uno puede decir que existe la histeria, que existe la neurosis obsesiva, pero no puede decir que existe la depresión. Existen estados depre-sivos que son trans-estructurales: puede ser un estado depresivo psicótico, o histérico, u obsesivo. Y podemos diferenciar, por un la-

74 Soler, C., Lo que Lacan dijo de las mujeres, Cap.III, Paidós

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do, los afectos depresivos neuróticos, y por otro la depresión como estructura, esta sí propia de la psicosis, esto es, la melancolía.

Hacer diagnóstico sobre la depresión exige tomar en cuenta este abanico de opciones. Nos enfrentamos a la moda médica de protoco-lizar como depresivos a la gran mayoría de los pacientes que ac-tualmente pasan por sus consultas. ¿Qué pasa? ¿Es que los visitado-res médicos de los psicofármacos antidepresivos son los que más trabajan?

Debe haber una necesidad del sistema sanitario de ponerle nombre al malestar en la cultura, y así darle el tratamiento prefabricado que los laboratorios producen.

Da la sensación de que el sujeto contemporáneo tiene que ser un su-jeto vital, positivo, siempre en marcha, dispuesto al mercado de con-sumo. Y ni siquiera se le reconoce la opción de estar deprimido ante una pérdida vital, una separación, una muerte, no se le deja tiempo al proceso de duelo, al proceso de elaboración del tejido significante dañado, el poder poner palabras a ese agujero real que se ha abierto. Rápidamente se intenta tapar con la medicación. Y obturan la elabo-ración simbólica que todo proceso normal de duelo conlleva.

Y es verdad que tenemos un aumento progresivo de afecciones de-presivas. ¿Y por qué la depresión se ha convertido en signo de la época contemporánea? Porque lo que está en tela de juicio es el gran Otro. Hace tiempo que venimos subrayando la decadencia de la función del padre en Occidente, como algo que denuncia Lacan ya en su artículo sobre la familia. Se trata de la desacralización del gran Otro.

Desacralizar el gran Otro está muy bien cuando se trata del gran Otro completo, el de la religión o de la ciencia. Pero a la desacraliza-ción a que nos referimos es a la que busca descalificar al Otro como tercero, el Otro de lo simbólico, el Nombre del Padre; esta desacrali-

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zación apunta a transferir las relaciones a nivel del otro con minús-cula, de lo imaginario, de lo políticamente correcto.

Dice Colette Soler ¿cómo no se van a deprimir nuestros neuróticos? Con este mundo cínico, con las propuestas absolutamente anti-éticas el ser contemporáneo se ve confrontado al todo vale; el que no le pi-sa a la cabeza al otro es un perdedor. Y lo que pasa es que el con-temporáneo se ve obligado a quejarse, a un nivel reivindicativo per-sonal. Y esta queja es rápidamente protocolizada por los servicios de salud como signo de depresión. Por supuesto que va más gente con quejas a la consulta hospitalaria.

Decir que hay más deprimidos….bueno. Lacan prefiere hablar de la gran neurosis contemporánea, y esto muy temprano, en su trabajo sobre la familia. Y se refiere, no solamente al afecto tristeza, sino al orden de la inacción, la inhibición y la repetición de lo mismo. Su descripción fenomenológica sería: la monotonia del discurso, el des-investimiento afectivo, insomnio, cansancio físico, y una queja muy difusa.

¿Esto merece llamarse depresión? Tenemos que reservar su uso para los casos que se caracterizan por la falta de deseo: nada le importa, no hay nada que pueda hacer para cambiar, porque está condenado a repetir siempre lo mismo. Nos referimos a la estructura melancóli-ca, muy diferente a la vacilación simbólica de la neurosis, que deja en suspenso tu deseo. Otra cosa es la ausencia de lo simbólico, el no ha lugar forclusivo del Nombre-del-Padre.

2

El caso que veíamos el martes anterior la paciente contaba que des-de pequeña era muy mimada y los padres no sabían ponerle límites y ella se daba cuenta que manipulaba con el llanto, con la queja. A partir de la adolescencia ella cuenta que los padres se pusieron muy drásticos, que no la dejaban salir. Y ella empezó a no desear, que

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nada le importaba, que le daba todo igual, que le llevaba a refugiar-se metiéndose en la cama. Y ahí es donde consulta.

Podemos pensar su depresión como formación reactiva, como de-fensa ante el deseo incestuoso. La única posibilidad que le daba a ella esta familia es el deseo adentro, el deseo incestuoso. En su cons-trucción simbólica algo del nombre del padre ha actuado porque ella intenta buscar afuera. Pero allí vuelve a la carga la madre, ce-rrando, no hay camino hacia fuera. Con lo cual le quedan dos op-ciones: o el incesto, o la falta de deseo, la depresión, como formación reactiva ante el deseo incestuoso.

Y ella se refugia en la depresión. Y a partir de que empieza su tra-tamiento y puede generar y movilizar significantes, ocurre que es la madre la que entra en depresión.

La depresión es la auto-destitución de su ser sujeto, lo que la enfren-ta a su cobardía. Es decir, una cosa es decir que es prisionero del Otro, sí, pero en definitiva es ella la que está comprometida a lo que Lacan llama “cobardía moral”, siguiendo a Spinoza. Es el abdicar de su deseo y renunciar.

Se califica por ejemplo a la tristeza de depresión, cuando se le da el alma por so-porte, o la tensión psicológica del filósofo Pierre Janet. Pero no es un estado de alma, es simplemente una falla moral, como se expresaba Dante, incluso Spinoza: un pecado, lo que quiere decir una cobardía moral, que no cae en última instancia más que del pensa-miento, o sea, del deber de bien decir o de reconocerse en el inconsciente, en la estructu-ra.75

Estamos entonces en torno al deseo como el eje para entender esta cuestión de la depresión. De lo que estamos hablando es de algo que pasa con el deseo, y lo que le pasa es que no es conquistador.

Podemos pensar la construcción del deseo desde un extremo que podemos denominar pleno, que es el del deseo conquistador. La

75 Lacan, Radiofonía y Televisión, Cuarta parte, Anagrama

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prohibición del goce incestuoso habilita la construcción del deseo fuera, es decir, funda el deseo conquistador en persecución metoní-mica del objeto. No es el objeto perdido, sino un objeto lugarteniente el que hay que conquistar. Este es el nivel simbólico, un objeto re-emplazado por otro objeto en deslizamiento.

Por otro lado podemos pensar la construcción del deseo desde un término medio de conflictividad, y podemos hablar del deseo vaci-lante. El carácter vacilante del deseo es la cualidad por excelencia del deseo neurótico. Es decir, ha pasado la castración, ha asumido la pérdida, pero en la construcción de su fantasma, es decir, de su rela-ción con el objeto de deseo, esta relación es siempre vacilante.

Y el extremo mortífero en la construcción del deseo es el de la desti-tución del sujeto, no hay sujeto deseante, hay deseo abolido. Ahora bien, aquí tenemos que enunciar la siguiente fórmula: a deseo que decae, goce que brota. Esta es la otra cara de la depresión: la depre-sión como signo de goce. Así, en la analizante anterior, cada vez que se refugiaba en la cama se encontraba con el goce.

Volviendo al tema de la aflicción femenina y la pregunta sobre si la depresión afecta más a las mujeres, Colette Soler se decanta por el sí. ¿Y por qué? Su razonamiento va a aquello que los lacanianos subra-yan, el tema del posicionamiento fálico. La posición femenina es aquella que se posiciona en relación al falo como siéndolo, el sem-blante de serlo. Siendo la posición masculina la de parecer tenerlo. Este es el eje del abordaje sobre la feminidad: el parecer ser el falo es la condición para que la mujer sea deseada por el hombre. La mu-jer, en primer término tiene que dar pruebas de que no lo tiene; y en segundo término, posicionarse como la que parece serlo.

Los hombres llevan a sus mujeres engalanadas, como llevan sus co-ches relucientes, en la necesaria demostración de que son poseedo-res…del falo. El hombre necesita confirmar todo el tiempo que lo tiene. En ese posicionamiento, dice Colette Soler, la mujer se coloca

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como factible de ser amada mientras muestre que no lo tiene, pero aparentando serlo. He ahí la paradoja.

¿Cómo se salta de aquí a decir que la aflicción es más fácil en el po-sicionamiento femenino? Porque la mujer, además de reclamar el deseo del hombre, demanda ser amada por su hombre. Y ese es el punto de aflicción femenina, porque siempre va a conseguir que el hombre la desee, pero no siempre va a conseguir que el hombre la ame. Porque el amor parece ser más cosa de mujeres. El amor sería femenino y el hombre que ama lo haría desde la posición femenina.

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EL FONDO DEPRESIVO DE LA GRAN NEUROSIS CONTEMPORÁNEA

El Otro y el discurso políticamente correcto Destitución del machismo y mutación del Otro El tiempo depresivo y la suspensión del discurso El presentismo del discurso contemporáneo El Edipo como ordenador temporal La imposibilidad de la historicidad Falta de deseo y déficit de padre real.

Hoy vamos a empezar a trabajar los desarrollos sobre la depresión que Chemama encara en su libro: “Depresión, la gran neurosis con-temporánea”76. Este es un término que abre, mientras que remitirnos a conceptos como depresión neurótica y depresión psicótica cierran el entendimiento. Es lo mismo que veíamos frente al concepto de “estado límite”, se trata de plantear el fenómeno de la manera más abierta, y progresivamente en el trabajo del uno por uno ir decan-tando el diagnóstico específico.

Chemama utiliza una frase de Lacan de 1938, y que citamos en el capítulo anterior, en donde habla de lo que llama la gran neurosis contemporánea. Y lo interesante y discutible de la propuesta de Chemama es que va a intentar hacer una lectura de lo que llamaría

7676 Chemama, R., Depresión, la gran neurosis contemporánea, Nueva Visión, Bs.As. 2007

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“una clínica social de la depresión”. Veremos donde nos conduce con este planteo del fondo depresivo de la gran neurosis contem-poránea, centrándonos en algunos conceptos claves como la cues-tión del tiempo, la cuestión del padre, la cuestión del Otro.

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Con la depresión tenemos que intentar no caer en la trampa de lo que la psiquiatría plantea como depresión reactiva y depresión endógena, conceptos sustancialistas que intentan cerrar la causa apoyándose en la vieja dicotomía del adentro genético y el afuera ambiental.

La topología del espacio de configuración de lo psíquico no respon-de al interior y al exterior como categorías excluyentes, y así tene-mos, por ejemplo, la banda de Moebius, o el concepto de “extimi-dad”, como esa dimensión de exterioridad íntima.

Una de las líneas de trabajo del texto mencionado apunta a las mu-taciones del gran Otro, como lugar del discurso social. Y esta muta-ción alude a lo que se suele denominar el discurso de lo políticamen-te correcto, y cómo esa mutación está incidiendo en las estructuras clínicas; de cómo el discurso políticamente correcto condiciona al hombre en su ubicación en la familia, como esposo y como padre, en su intento de evitar posicionamientos machistas que lo desacrediten. El machismo: he aquí el gran demonio que los medios de comunica-ción han establecido.

Entonces, tenemos que hacer una lectura muy cuidadosa, aunque inevitablemente el psicoanálisis estará destinado a ser acusado de políticamente incorrecto. No le queda otro remedio porque acatar lo políticamente correcto es acatar los imperativos del Otro de la cien-cia, del Otro completo, es hacerse cómplice de la negación de la cas-tración.

¿Podemos suponer que la instancia del Otro tiende a desaparecer en la subjetividad contemporánea? En nombre de la horizontalidad y

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el igualitarismo se niega al Otro en tanto alteridad simbólica que marca la diferencia, el Otro en tanto un lugar tercero que media en la relación entre yo y el otro semejante, el lugar Otro de lo simbólico representado por el lenguaje, por el tesoro de los significantes, y, al mismo tiempo, por el inconsciente. Se cae así en el modelo reduc-cionista de la teoría de la comunicación que estipula la creencia en una relación intersubjetiva de a dos, entre un emisor y un receptor, como si de autómatas se tratara.

Y vemos esta negación en las distintas figuras del Otro. Así, se nie-ga al Otro sexo, clamando por la no diferencia entre hombres y mu-jeres; se niega al Otro generacional, con el mandato de que los pa-dres deben ser amigos de sus hijos; se niega al Otro del discurso, como ese lugar donde las palabras adquieren su garantía, argumen-tando que “¡Basta de palabras, una imagen vale más que mil pala-bras!” (en otros tiempos los contratos eran “de palabra”); se niega al Otro de la Ley que establece que no todo vale, que no todo es lo mismo. En definitiva, tenemos que concluir que lo que está en en-tredicho es la función del padre simbólico.

Volviendo al tema de la depresión en relación a la devaluación de la palabra, lo vemos en el sujeto depresivo neurótico bajo la forma de una inercia no-dialéctica con el Otro, de una renuncia a la palabra.

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Veamos la cuestión del tiempo en relación a la depresión. Recordaba lo que vimos en el caso clínico de la clase anterior, algo del orden de cierta detención en el discurso, dejando inconclusas las frases. Esta-mos ante un discurso interrumpido. Ahora bien, los aspectos más destacables del discurso depresivo son: la falta de discurso, el silen-cio, la apatía, y también la falta de continuidad, la interrupción. Así mismo, un joven analizante refugiado en una apatía inmovilizante me confiaba que de las cinco asignaturas que está cursando solo aprobará una, y se justificaba diciendo que, si bien empezaba a es-tudiar con ganas, al poco tiempo se daba cuenta que no iba a poder

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llegar y entonces interrumpía. Y dejaba de estudiar, con lo cual cae nuevamente en la complicidad de esa especie de estrategia circular, propia de la cuestión del tiempo, la imposibilidad de asumir que puede modificar la repetición. No necesariamente empezar tarde a estudiar quiere decir que no va a llegar a tiempo a los exámenes. Como empezó tarde no va a llegar y como no va a llegar no estudia. Con lo cual, nuevamente lo que hace es no enfrentarse a la castra-ción.

En este caso no es una interrupción del discurso, sino del acto. Pero se encuadra también en este fenómeno de interrupción, de deten-ción, que podemos entender como suspenso de la conexión con el gran Otro, como el Otro de la articulación significante. Y además podemos pensarlo como esa suspensión, como si para construir una frase hay que comprometerse con el tiempo. La frase, el sintagma, implica una duración, una sucesión, un desarrollo temporal. Ni si-quiera en ese lugar tiene el empuje suficiente para comprometer su deseo hasta la puntuación.

Esto me parece interesante como planteo, porque en definitiva todos los sufrimientos de nuestros pacientes, llámense neurosis o psicosis, tienen que ver con estrategias de relación con el Otro. Y el escenario es el discurso. Y es entonces, en las características peculiares de cada discurso, en donde tenemos que saber leer la clínica.

El discurso interrumpido como una manera de no conexión con el Otro, que no deja de ser una demanda a traducir. El analista puede recoger el guante devolviendo la interrupción como pregunta del estilo de: “¿Qué me estás pidiendo?”. Pero, insisto, puede ser esto o lo otro: no hay lugar de comunicación con el Otro. Entonces tendrá que pensar el analista en qué lugar de la relación transferencial lo ha colocado: ¿lugar de recriminación; de pedido de auxilio?

En estos casos, en estos estilos discursivos no podemos completar nosotros la frase. Hay otros estilos de discurso en que sí, es pertinen-te rellenar los puntos suspensivos, como es el caso de los lapsus

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neuróticos, en que algo falta por efecto de la represión. Que no es el caso que nos ocupa, Estas interrupciones del discurso depresivo no tienen nada que ver con los “lapsus”.

La cuestión del tiempo en el discurso contemporáneo es lo que está subrayado en el término presentismo. El presentismo es plantearse el tiempo como la suma de instantes, como serie discontinua de ins-tantes sin relaciones entre sí. Los que son habituales de Internet se encontrarán con un término muy en boga que es el de tiempo real, el tiempo simultaneo, ya, sin demora. Es la tiranía de lo inmediato El presentismo es un valor en el discurso políticamente correcto: no mirar el pasado, sino vivir el presente.

Además, el objeto del deseo ha perdido valor psíquico. La ciencia aplicada conduce a la idea de que todo es posible, y se crea la nece-sidad de tenerlo. La revolución tecnológica en las comunicaciones, permite llegar al otro de manera inmediata, cambiando los lazos so-ciales, posibilitando, por ejemplo, el cybersexo. Y esto no es ni bueno ni malo en sí mismo.

Del mismo modo, no decimos algo bueno ni algo malo al subrayar que la función del padre ha sufrido una mutación, a partir de que el discurso políticamente correcto impone como categoría necesaria la destitución del machismo. El asunto es que esto desencadena un nuevo estatuto, que es lo que Lacan estuvo intentando definir a lo largo de toda su obra.

Insisto con el tema del tiempo porque me parece muy interesante para tenerlo en cuenta en la clínica. Y desde el enfoque de lo que Chemama llama una clínica social, va a meterse con la cuestión del tiempo en el discurso contemporáneo, subrayando como han ido variando las relaciones temporales en el trabajo, al punto que ya no hay tiempo público y tiempo privado. En determinados niveles de relación laboral, los ejecutivos están al 100% de su tiempo en rela-ción a la empresa. No tienen horario. No hay estipulación previa del tiempo de ocio.

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O yendo al otro extremo, los obreros que tienen que recurrir al plu-riempleo para poder llegar a fin de mes, tampoco cuentan con tiem-po privado. Y estas cuestiones sociales son de alto valor simbólico. La cuestión de la temporalidad es de alto valor simbólico.

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Si el Edipo tiene un alto valor constitutivo en el establecimiento de lo simbólico, es porque proyecta en la inmediatez y el presentismo del niño preedípico, que quiere la teta de su madre toda para él y ya, impone con la castración la posibilidad de proyectar en una sucesión temporal aquello que el niño quiere ya, como un futuro a advenir. El Edipo como instaurador de una temporalidad ordenadora. Eso es lo simbólico: no todo lo puedo ya, tengo que esperar.

Concretamente lo que el Edipo impone como regla es que el goce, aquí-ahora-ya, está prohibido. Lo cual no quiere decir, y este es el otro tiempo del Edipo, que más adelante pueda advenir esa satisfac-ción. Hablamos de estructura simbólica en el Edipo en tanto plantea una diferencia entre un tiempo inmediato y un tiempo futuro.

Así, si tenemos un adolescente que no es capaz de plantearse una proyección por la cual puede sumar el estudio de hoy, más el de mañana, más el de pasado para poder aprobar una asignatura, lo que tenemos es un déficit en su estructuración simbólica, un déficit en la proyección de su deseo, un déficit en la castración. Y si a esto le agregamos que el discurso social está todo el tiempo poniéndole en bandeja la justificación de que puede tener todo lo que quiere ya, estamos maltratando lo simbólico, la capacidad de espera, de pos-tergación, de proyección. ¿Es válido eso? Pues es lo que hay.

Lo que quiero mostrarles es como Chemama maneja la variable so-cial para leer la clínica. En última instancia, cómo maneja la relación del sujeto con el Otro, tomando como referentes del gran Otro los discursos sociales. Y aquí es donde entramos en un planteo espino-so, pues el discurso social es presentado como condicionando el te-

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ma de la subjetividad. Y el error es plantearse lo social y lo subjetivo como dos polos o dicotomías. Lacan se esfuerza en superar esta falsa dicotomía con su concepto del gran Otro. Es en la estructura misma del lenguaje, más acá de los discursos sociales afectados de pos-modernismo o presentismo, donde se dan las condiciones mismas de la castración. Es inherente al ser de lenguaje la condición de alie-nación, de in-completitud, más acá de que el discurso social sea ma-chista o sea feminista. No caer en la simplicidad de una lectura so-cial, porque el tema de la constitución del gran Otro está en su con-dición de ser la sede misma del lenguaje.

Otro aspecto de la cuestión del tiempo en la depresión neurótica, es la referida al tiempo uniforme, el tiempo monótono, con ese tiempo en donde parece que no hay posibilidad de que un instante, más otro instante, más otro instante, sean algo más que un puro presen-tismo, pueda desembocar en una historia. El tiempo es esa dimen-sión por la cual construimos la historicidad; y ese es el déficit que denuncia la depresión, la imposibilidad de la historicidad. El estar apresados en el puro presente les impide el desarrollo de un proyec-to, están imposibilitados de apoyarse en la experiencia vivida, no cuentan con las marcas, los referentes vividos.

¿Qué es lo que está dañado para que la temporalidad se viva como un puro presente, sin posibilidad de proyección en una continui-dad? El déficit está en la falta de deseo. ¿Y qué es lo que produce la falta de deseo? En la depresión o en cualquiera de los estados lla-mados límites lo que tenemos es una negación del Otro como cas-trado, como barrado, como aquello que no es completo. El discurso no es nunca completo en el sentido de que siempre deja escapar a la cosa, la palabra es la muerte de la cosa, la imposibilidad de la rela-ción completa tipo del monito con la mona. La demanda en el niño lo que marca es una relación con Otro, el lenguaje materno, que está condenado a estar barrado, cualquier respuesta que dé a la demanda será incompleta. Entonces decimos que en la subjetividad contem-poránea se denigra al Otro, el discurso es condenado al silencio, las

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palabras no sirven; está mal visto todo discurso que no sea cerrado, unívoco, llamado científico, en un valor de código.

Entonces, en relación a la falta de deseo, no debemos olvidar que el deseo es la consecuencia de la interdicción del goce. Ha fallado la castración, y tenemos que ver en qué punto se da este fracaso. En los neuróticos la castración ha acontecido, han superado la castración. Ahora bien, a partir de allí asumen ciertas estrategias diferenciadas frente a la castración. Así, tenemos la estrategia histérica o la estra-tegia obsesiva. Pero, en el caso que nos ocupa Chemama hablará de un fracaso en el tercer tiempo de la metáfora paterna. El primer tiempo es el de la célula narcisismo-madre fálica; el segundo tiempo es el de la prohibición, la aparición del nombre del padre, de un sig-nificante en la lengua materna que remite a un tercero que oficia como separador entre el niño y la madre, opera allí el padre simbóli-co. Es en el tercer tiempo, el que corresponde a la necesaria inter-vención del padre real, y ya no es el padre prohibidor sino el padre permisivo, el que proyecta el deseo, el que muestra al niño que afue-ra, cuando sea mayor, podrá tener su propia mujer. Ese padre real permisivo tiene que ser además el padre transgresor, porque ese sí puede con mamá. Es allí donde tenemos el padre en falta, la ausen-cia del padre real, como aquel que tiene lo que la madre desea, y que además da el ejemplo de que él sí puede con esa mujer, de que se atreve con el deseo.

Esto matiza lo que decíamos antes. Lacan, a partir de su concepto de metáfora paterna, acentuará la perspectiva simbólica del Edipo, di-ferenciándola de la perspectiva imaginaria, del guiñol edípico. La metáfora paterna apunta a hacernos comprender que la castración no depende de un padre prohibidor, sino que está inscripto en la condición de ser hablante. La palabra castra en tanto mata la cosa, el “das ding” del goce mítico, pero al mismo tiempo abre la posibili-dad, aunque mediatizada metonímicamente, de alcanzar el objeto del deseo. La demanda está condenada a la insatisfacción de la cosa.

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La castración está, entonces, más allá de discursos machistas que pongan al padre en un lugar, o de discursos feministas que lo pon-gan en el lugar opuesto. La castración está implícita en la condición hablante del sujeto. Y esa es la gran ofensiva lacaniana sobre el Edi-po freudiano.

Sin embargo, Lacan también afirma que el padre real es necesario. No es solo con la condición estructurante del lenguaje que posibili-tamos la castración, hace falta, además, el padre real. Porque además de la castración simbólica, de lo que se trata es que ese niño pueda investir imaginariamente su condición futura de sujeto sexualmente potente.

La cuestión del padre, motor de la teoría freudiana, es retomada por Lacan, desde la diferenciación de los registros padre imaginario, simbólico, real; desde la elaboración de la teoría de la metáfora pa-terna y del- Nombre-del-Padre. Y este tema no es ajeno a la exco-munión que sufre Lacan de la Asociación Psicoanalítica Internacio-nal (I.P.A.), en vísperas de abrir su seminario sobre Los Nombres del Padre.

Chemama nos dice que cuando Lacan habla en plural, Los Nombres del Padre, es porque está queriendo subrayar que el fondo en el cual se inscribe la interdicción paterna tiene una dimensión cultural, que responde a los discursos sociales. Y nos dirá que los discursos con-temporáneos conllevan una mutación del estatuto del padre, un pa-dre desacreditado, que se refleja en la falla del padre real en el tercer tiempo de la metáfora paterna.

En el Seminario 8, Lacan hablará del “padre humillado” en referen-cia al título de la trilogía de Paul Claudel. En su pregunta por el pa-dre, Lacan se detendrá en el Teatro, comparando el padre asesinado de la tragedia griega de Edipo, al padre de la condenación eterna de Hamlet, hasta llegar al padre humillado del drama de Claudel.

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MALESTAR CONTEMPORÁNEO Y MUTACIÓN DEL GRAN OTRO

La insuficiencia del padre real Prohibir el goce pero permitir el deseo Spaltung o clivaje del falo El discurso del Otro social Los Nombres-del-Padre

Estamos viendo en este curso aquellos textos de la investigación psi-coanalítica que, abordando lo que podemos llamar los síntomas del malestar contemporáneo, escapan de los moldes de la clínica clásica entendida como neurosis, psicosis y perversión. Todos hacen refe-rencia a la experiencia con casos ante los cuales el diagnóstico no es fácilmente abordable. Y esto nos obliga a acercarnos a posturas que no son compartidas por todos los psicoanalistas lacanianos.

Se habla de una profusión de nuevos síntomas y se acuñan distintas maneras de llamarlos. Así, algunas voces del psicoanálisis oficial, ha acuñado la terminología de patología narcisista. Este malestar que podemos llamar contemporáneo, en realidad tiene más de un siglo de vida, incluso podemos decir que el psicoanálisis nace como respuesta a este malestar. Sigue siendo contemporáneo el malestar en la cultura, lo que pasa es que progresivamente se hace más insi-diosa su modalidad.

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Este tema apunta en una dirección muy específica, centralizar cual es el problema, cual es la explicación a este malestar contemporáneo. Hoy lo vamos a referir bajo distintos términos, pero el central es que el malestar contemporáneo lo tenemos que relacionar con la insufi-ciencia del padre real. Y esto no es algo que Chemama se haya in-ventado.

Ya Lacan en 1938 nos habla en uno de sus primeros escritos sobre la familia, que la función del padre está sufriendo una transformación. Y a lo largo de sus seminarios nos va definiendo la función del pa-dre desde lo imaginario, lo simbólico y lo real. Sabemos que el padre no sólo tiene la función de prohibir el goce sino que cumple también otra función, tanto o más importante, que es la de permitir el deseo.

Freud nos habla del drama edípico para construir un desarrollo teó-rico que de consistencia a los fenómenos clínicos referidos a los ava-tares del niño en la relación con sus padres. Lacan propone que el desarrollo del Edipo lo leamos desde el registro imaginario, como un escenario novelesco del devenir del sujeto.

Para hacer más consistente lo que intenta transmitir, necesita despe-garse de la versión edípica freudiana, y construye el operador metá-fora paterna. Ahí damos el salto del escenario imaginario del amor-odio del niño y sus padres, al escenario simbólico en donde la rela-ción se juega entre significantes, no entre emociones ni conductas. Pero no sólo entre significantes, y aquí es donde entra el concepto de padre real.

La prohibición del goce es la labor fundamental del significante Nombre-del Padre. La prohibición, como tal, está apoyada en el dis-curso de la madre, referido a un tercero que es el que va a marcar la prohibición; tercero que es el que rapta a la madre, el que libera al niño de quedarse atrapado con la madre.

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Una madre le dice a su pequeño: “…bueno, ya es hora de que te vayas a dormir”. El niño en esa demanda entiende que mamá no lo necesita, y que además mamá prefiere otra cosa. Que es diferente a que mamá le diga: “…es hora de que te vayas a dormir para estar bien descan-sado para el cole”.

En la demanda primera queda más margen abierto para que circule el deseo del Otro. El niño registra inconscientemente que mamá ne-cesita un momento de intimidad para compartir con el hombre que la quiere. En esa demanda está operando el significante Nombre-del-Padre. El operador Nombre-del-Padre es el significante que se-para al niño de la madre y apunta a algo que regula el deseo de la madre, esto es, el falo. Libera al niño de ser el falo de la madre, y el falo queda colocado más allá, en un tercero. Y esa es la función del padre real. Es el que tiene lo que hay que tener. Pero además, es el que tiene que poder transmitirlo. “Tu ahora no puedes, pero más ade-lante, como papá, tu podrás”. Esa es la función del padre real.

El padre simbólico, en cambio, es un significante, no se necesita el padre de carne y hueso para cumplir su función, es un significante en el discurso de la madre. En cambio, la función padre real requiere de un hombre de carne y hueso.

Y aquí desembocamos en un terreno muy resbaladizo, porque entra en polémica con el discurso políticamente correcto. En el caso de una pareja de lesbianas, ¿es posible que una mujer cumpla esta fun-ción? ¿Sería indistinto para el niño que fuera un hombre o una mu-jer quien hiciera de otro fálico de la madre?

En el tema de la inscripción del nombre del Padre, es decir en la función padre simbólico, podemos suponer indistinto que quien esté con la madre sea un hombre o una mujer. En cambio, en la función padre real, en la cuestión de la identificación y posicionamiento res-pecto de la función fálica, se requiere de la madre el reconocimiento del otro viril. Y en la pareja de lesbianas se podría dar el caso, como ocurre en muchas parejas heterosexuales, de que lo que se transmite

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sea la devaluación del otro viril. Y, desde el niño, esta no es la vía más fácil para la cuestión del posicionamiento sexual ya complejo de por sí.

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Estamos intentando abordar el mecanismo base de la gran neurosis contemporánea, en la insuficiencia del padre real, en la falla en el tercer tiempo de la metáfora paterna, en lo que Chemama se pre-gunta si podemos llamar forclusión parcial del falo77, y que después prefiere referirlo como clivaje o spaltung del falo. En mineralogía la palabra clivaje indica la línea de fragmentación por la cual se parte la roca.

Que Chemama hable de forclusión parcial del falo puede resultar impreciso desde la doctrina lacaniana, que en su sistematización de las estructuras clínicas refiere la forclusión del Nombre-del-Padre como mecanismo base de las psicosis. Pero, cuando Freud habla por primera vez de forclusión, que es de donde recoge Lacan el término, es cuando desarrolla el caso del hombre de los lobos, que supuesta-mente no era un caso de psicosis. Cuando Freud habla de Verwer-fung en este caso, referirá una peculiaridad, y es que coexisten dife-rentes corrientes psíquicas, cada una de ellas con su correspondiente mecanismo específico

Está hablando de que en el hombre de los lobos, ante la operación de la castración, su posicionamiento es de rechazo de la castración. Pero este rechazo se articula simultáneamente de diferentes mane-ras, según la corriente psíquica: en una corriente psíquica, desde la forclusión; en otra corriente psíquica, desde la represión; y en una tercera corriente, desde la renegación o desmentida. Parecería que estuviera hablando de un sujeto en estado límite.

77 Chemama, R., Idem, pág.110

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Cuando Freud habla en este caso de coexistencia de diferentes co-rrientes psíquicas lo podemos comparar a la fábula del campesino al que le habían prestado un caldero. Su vecino protesta porque dicho campesino le ha devuelto agujereado el caldero que le prestó. Y la respuesta del campesino asume tres variantes sucesivas y excluyen-tes:

“En primer lugar, Ud. nunca me prestó un caldero; en segundo lugar, yo se lo devolví sano; en tercer lugar, ya me lo prestó agujereado.”

Así, en el caso del hombre de los lobos, Sergei sostendría un discur-so inconsciente en tres registros contradictorios en relación a la cas-tración:

1. no ha habido lugar a la castración (forclusión) 2. la reconoce pero la rechaza radicalmente (represión) 3. la admite pero se consuela con la feminidad como sustituto

(desmentida)

¿Se podría pensar este caso como un sujeto en estado límite? La es-tructura de base Freud la adscribe a la neurosis, aunque hay alguna literatura psicoanalítica que apunta a la psicosis.

3

Volviendo al discurso del malestar contemporáneo, en su momento Freud se encuentra con que la histeria domina el horizonte de la clínica, encuentra el terreno maduro para que él pueda producir su teoría. La histeria fue la gran partera, la gran hacedora del psicoaná-lisis. El campo clínico estaba necesitando de la oreja de Freud que llegó en el momento adecuado.

Pero ahora, en los albores siglo XXI, el discurso que predomina es el del malestar difuso. Además de aquellos que siguen consultando con la inmensa necesidad de ser escuchados, están aquellos que son incapaces de asociar nada, que esperan que les preguntes lo que quieres saber y que después les digas lo que tienen que hacer. O

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aquellos que vienen escayolados por el discurso médico “Yo es que soy fibromiálgica”, es decir, un sujeto congelado bajo la enfermedad.

Y aquí viene el tema que Chemama subraya, y que hay que matizar, y es lo que llama “forclusión social” y que deriva en la mutación del gran Otro. Supondría que el falo como significante que simboliza la diferencia sexual no encontraría su lugar en el discurso colectivo contemporáneo.

El malestar contemporáneo se encuadra en un discurso social apo-yado en lo políticamente correcto, que no deja de ser un discurso ideológico, que a su vez se apoya en un discurso científico, que no deja de disfrazar un discurso ideológico. En último término de lo que se trata es de ver cómo fabricar un medicamento para esto que la ciencia acaba de encuadrar.

Y aquí hablamos de la mutación del Otro, un discurso social en el que el gran Otro como referente de la verdad ha mutado al gran Otro de la eficacia que ofrece quitar la angustia rápidamente, ya, sin preguntarse por la causa, sin pensar, dejando fuera el sujeto, esto es, dejando fuera el deseo inconsciente. Y esto se encuadra en la muta-ción de lo inmediato, de vivir el momento, del presentismo.

Hace más de 50 años que el psicoanálisis viene denunciando que el discurso de la ciencia, en nombre de su objetividad, deja fuera al su-jeto. Ahora bien ¿cómo llevamos esa mutación social al terreno del sujeto? a través de los significantes, fundamentalmente vehiculizada por el significante primordial Nombre-del-Padre. Así, cuando Lacan prefiere referirse a este significante en plural, los Nombres-del-Padre, está subrayando su carácter de operador del discurso social.

Chemama, entonces, plantea el tema de forclusión del falo, pero re-firiéndolo más como un clivaje

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Aunque el falo no esté verdaderamente forcluido, es posible que, en algunas con-

figuraciones, esté depreciado, devaluado, vuelto inutilizable (¡en tanto símbolo!)78.

Dirá que como en toda forclusión aquello que es rechazado de lo simbólico retorna en lo real. Y en el caso de la forclusión del falo po-ne como ejemplo que lo que está retornando en lo real, sobre todo en las sociedades anglosajonas, es esa especie de peso alucinatorio que les hace ver pedófilos por todas partes. Así, han surgido hace ya muchos años las llamadas “Asociaciones de padres con hijos afecta-dos de falsos recuerdos”, padres que son acusados por sus hijos de abusar de ellos.

A ver, claro que existen los pedófilos, el abuso sexual de ciertos adultos sobre niños. Pero no se puede ignorar aquello que Freud descubrió hace más de 100 años, cuando llegó a la conclusión de que el trauma de sus histéricas remitía a la realidad psíquica, a la fanta-sía, al fantasma, y no a lo realmente acontecido.

Es el padre en tanto sostén de la figura fálica el que tiene carácter de abusador del hijo en la escena de uno de los fantasmas primordiales, el de “seducción por un adulto”. A la forclusión “social” del falo le correspondería, entonces, un retorno alucinatorio de este fantasma de padre abusador.

Uno de los textos freudianos claves sobre el tema del fantasma es el titulado “Pegan a un niño”. El padre que pega a su hijo está bor-deando la situación de goce de su hijo. Y de ahí a la denuncia sobre un padre que abusa de su hijo, hay un corto trecho. Y el discurso so-cial anima a los hijos a denunciar a sus padres.

Si el discurso social en su devaluación fálica, en esa especie de fun-damentalismo de lo políticamente correcto, condena hasta el uso del cachete, le ofrece al niño en bandeja el fantasma de ser objeto de go-ce del padre.

78 Idem, pág.97

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En el tránsito edípico el niño tiene que poder pasar por la posición de someterse al padre sin que eso lo condene a una posición pasiva. Pero ese padre no puede refugiarse en una posición autoritaria, tie-ne que poder prohibir algunas cosas pero también permitir otras.

Nuevamente la modernidad favorece la figura del padre permisivo, que es amigo de sus hijos, que comparte las tareas domésticas; y al mismo tiempo condena el machismo y el autoritarismo Y eso está muy bien, siempre y cuando posibilite rescatar las insignias del pa-dre simbólico desde el discurso de la madre, y revalide la posición padre real en el deseo de la madre.

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LA DISFUNCIÓN DEL PADRE REAL ¿UNA PATOLOGÍA SOCIAL

La función fálica en el depresivo Del Otro castrado al Otro completo Del sujeto en falta al objeto de consumo Lo real como tope Universo kafkiano y patologías de la modernidad

Puntualización acerca del goce. El goce del parlêtre, sea hombre o mujer, es el goce fálico. Ahora bien, hay una peculiaridad, y es que mientras el goce masculino se define todo en el goce fálico, no ocu-rre lo mismo con el goce femenino, que cuenta además con un Otro goce, un goce específico femenino y sobre el que no podemos decir nada, que llamamos goce Otro. Es un goce específico en tanto más allá del goce fálico, y que Lacan relaciona con Dios, la muerte y la locura.

Vamos a seguir hoy con esto que calificamos como síntomas del ma-lestar contemporáneo, que en realidad es muy poco lo que tienen de nuevo, porque esta contemporaneidad tenemos que remontarla a la época en que aparece el psicoanálisis. Y su aparición habría que en-tenderla, entonces, como un sistema de preguntas que intentan hacer inteligible eso que llamamos la mutación del Otro, y más es-pecíficamente, la declinación de la función paterna.

Cuando decimos nuevas patologías, lo que estamos intentando re-saltar, son aquellos casos que en la clínica nos resulta especialmente

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complicado su diagnóstico. Pero no porque se trate de una estructu-ra nueva. Estamos viendo como distintos autores están formalizan-do conceptos al respecto, y así hemos visto la aplicación del concep-to de holofrase, de sujeto en estado límite, del hombre sin gravedad, de la perversión generalizada, de la adolescencia prolongada.

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Lo que hoy quería intentar resaltar es que ya desde la clínica freu-diana Lacan denuncia la presencia de estas nuevas patologías. Por ejemplo, lo que vimos la vez pasada, el caso del hombre de los lo-bos, si bien Freud lo considera un caso de neurosis, también va a hacer intervenir un mecanismo muy específico que es el de la ver-werfung, forclusión, que Lacan sistematizará como específico de la psicosis.

Esto es recogido por Chemama para abonar su propuesta de forclu-sión parcial del falo, que después redefinirá como clivaje del falo, con la peculiaridad que esta operación se presenta indistintamente acompañando cualquier estructura.

De la misma manera, focalizando más el campo clínico, lo va a cen-trar en la depresión, relacionándola como lo que el mismo Lacan en 1936 denominó la gran neurosis contemporánea. Estamos hablando de las depresiones neuróticas, discriminándolas de la melancolía.

Entonces, se trata de ver cómo hacer coherente teóricamente estos fenómenos de depresión que aquejan a las neurosis contemporáne-as. No podemos leerlos como síntomas, esto es, como retorno de lo reprimido. El concepto de fenómeno, que ya vimos con la psico-somática, nos permite dejar abierta la pregunta sobre el mecanismo de defensa actuante, y también sobre la estructura comprometida. Cuando decimos síntoma está claro que nos remite a un mecanismo específico que es la represión, y a una estructura concreta que es la neurosis.

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Y también se nos plantea la pregunta de si esta depresión que afecta las neurosis modernas debemos entenderla como una patología del lazo social, una patología de la modernidad, una patología de la clínica social.

¿Para qué nos es útil el concepto de clínica social? Para empezar, es falso hablar de clínica social versus clínica individual, están intrin-cadas mutuamente, como lo está el discurso del sujeto al discurso del Otro. Pero importa su uso, porque de lo que se trata es de hacer hincapié que las patologías contemporáneas están en relación con una mutación del Otro. Es lo que decíamos sobre cómo el discurso de la ciencia encubre, niega al sujeto, y como este discurso irradia en lo social.

Ayer veía por televisión un anuncio de coches con el siguiente men-saje: “los que dicen que el dinero no hace la felicidad es porque no saben comprar”. La mentira social del discurso capitalista nos quiere ven-der todo el tiempo que la felicidad está ligada al consumo, es decir, que el objeto que le falta al sujeto lo va a encontrar en las grandes superficies, que sería un objeto de consumo. Ahora nos ofrecen un Otro completo. Y el Otro que se apoya en lo simbólico, el Otro del discurso es aquel que lleva implícita su imposibilidad de decirlo to-do.

Ante este Otro sin falla que puede todo, proliferan los sujetos en perpetua adolescencia, apáticos, inhibidos, incapaces de hilvanar un deseo. La queja clásica del neurótico -“esto no es lo que yo quería, yo esperaba otra cosa”- le habilitaba a que en un futuro pudiera hacer el intento de alcanzar esa otra cosa, e ir progresivamente, intento tras intento, asumiendo la imposibilidad de alcanzar La Cosa. Y no porque fuera un perdedor, un fracasado que no supiera llegar, sino porque esa es la condición intrínseca a la búsqueda del deseo.

Estamos siempre en la vieja historia de la castración, de cómo hay que pasar por ella para asumir, no sólo la castración del sujeto, sino también la del Otro. Y la llamada mutación del Otro, no sólo lo pro-

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pone completo, sino que, al no dar lugar a la falta, inhibe la genera-ción del deseo, esto es, del sujeto.

¿Donde está la trampa? En que cuando hablamos del Otro castrado estamos hablando de la falta simbólica, mientras que cuando hablamos del Otro completo estamos hablando de negar la falta simbólica, es decir, negar al sujeto, y poner en su lugar un objeto de consumo. Lo simbólico está devaluado en comparación a lo imagi-nario, que lleva a decir, por ejemplo: “una imagen vale más que mil pa-labras”. Así, la electrónica con los aparatos de televisión, los video-juegos, la fotografía digital, son un reclamo permanente en sucesivas generaciones, mp3, mp5, que se reemplazan sin cesar.

Al punto al que tenemos que llegar es que el psicoanálisis, surge como un emergente ante la fractura de la función paterna, que se enmarca entre las revoluciones de fines del XVIII y el nacimiento del nazismo y las grandes guerras del XX. Así Freud va exponiendo sus teorías del padre del Edipo, del padre de la horda, de la pulsión de muerte.

Freud pone el acento en la represión, en el conflicto entre una ten-dencia incestuosa y la represión leída desde la represión paterna. Ese es el primer rudimento, lo que Lacan llamará “guiñol edípico”, plano imaginario que intenta despegar con su concepto de metáfora paterna. Coloca así la función simbólica del padre a nivel del signifi-cante.

Pero sin olvidar al padre real en su función estructurante del sujeto, que es lo que Chemama resalta en la falla de las nuevas patologías, la figura del padre real detentador de lo que la madre desea, permi-tiéndole así al niño la posibilidad de generar su deseo.

En resumen, al psicoanálisis podemos leerlo como un sínthoma, co-mo el intento de que el deseo inconsciente sea tenido en cuenta en el discurso oficial, de que el sujeto cuente.

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Así como en la época griega el sujeto estaba en manos del destino y con el cristianismo el sujeto pasa a estar en manos de Dios, en la Edad media caemos en manos de la ciencia astrológica que nos muestra que los astros dictaminan nuestro camino, para llegar en la actualidad a la ciencia genética, en la que el sujeto queda clausurado por el genoma. Y viene Freud a rescatarnos dejándonos a merced del deseo inconsciente. Aunque será Lacan el que pone las cosas en su lugar, porque habíamos vuelto a caer en la cómoda posición de se-guir estando determinados por un Otro completo, en este caso, por un oscuro inconsciente que nos dominaría. Y nos dirá que el incons-ciente es un saber, y por lo tanto determina, pero que la responsabi-lidad última del deseo cae del lado del sujeto.

2

Siguiendo con el tema de la depresión neurótica, vamos a subrayar el tema de lo real como tope en algunas manifestaciones sintomáti-cas que están en la línea de ciertos fenómenos presentes en la psico-sis: des-realización, despersonalización y auto-mutilación. Son tres fenómenos en los que podemos pesquisar la misma pregunta, la pregunta por el ser, pero respondida desde lo real. La pregunta por el ser es también la pregunta de los neuróticos, pero construida a nivel imaginario-simbólico: ¿qué es ser una mujer? ¿qué es ser un padre? ¿qué es ser mortal? todas preguntas que distinguen ciertas peculiaridades de las neurosis. Lo que pasa es que cuando estamos en un nivel en donde lo que falla es la posibilidad de plantearlo simbólicamente, la pregunta por el ser se encuentra con el tope real.

Veamos estos fenómenos a nivel de la psicosis. Así, un tajo en la cara es un corte en lo real del cuerpo, como una suplencia actuada de ese otro corte simbólico en falta, ante el cual el sujeto no ha sido convo-cado. La imposibilidad de la función simbólica da lugar a que la pregunta por el ser advenga desde lo real como una mutilación.

El fenómeno de des-realización decimos que ocurre cuando el sujeto está desconectado de la realidad, ante un mundo que no puede re-

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conocer, sobre el que no puede operar simbólicamente. Y el tercer fenómeno, de despersonalización, es el referido a no reconocerse en su propia identidad.

En la depresión que nos ocupa podemos encontrar manifestaciones más leves de estos tres fenómenos, en respuesta a un corte simbólico vacilante. Así, una efracción en la piel como una forma de asegurar-se de su cuerpo, de experimentar el dolor como lo que no engaña. O llegar con el coche a ninguna parte, como manifestación de su difi-cultad de organizarse simbólicamente. O la imposibilidad de saber lo que quiere y reconocerse en lo que hace.

Chemama nos dirá, entonces, que la contingencia desfalleciente de la función fálica en la depresión neurótica impide que el objeto asu-ma la categoría de faltante, es decir, impide su inscripción en el marco del fantasma, lo que derivará en su presentificación como un real invasivo. Mientras el sujeto neurótico pasa por la operación de renunciar a ser el falo para poder acceder al deseo, el sujeto depresi-vo se queda en la renuncia pero sin poder acceder al deseo. Che-mama habla de un “falo puramente negativo”.

3

El último punto que veremos hoy es el referido al universo kafkiano como ilustración literaria de las patologías de la modernidad. En es-te terreno, Chemama sigue la tradición freudiana y lacaniana de uti-lizar el arte, en tanto el artista facilita el camino del analista. Ciertos artistas, sobre todo escritores, tienen la capacidad de poder decir co-sas que le sirven al psicoanálisis, porque ciertos escritores tienen la posibilidad de traducir aquello que es del orden de la mutación del gran Otro.

A fines del siglo XIX le toca a Kafka vivir un proceso de grandes cambios sociales, con un avance imparable del industrialismo, a un choque de referentes simbólicos representado por el Otro del dis-curso científico-tecnológico. En este sentido, Kafka es tomado como

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alguien que en sus escritos está hablando de una mutación del dis-curso social. En las grandes novelas de Kafka, lo que los críticos lite-rarios definen como el universal kafkiano o el héroe kafkiano es el que tiene que ver con una cierta impotencia, con alguien que está aprisionado por algo del orden de lo inexplicable. Así, en “El Proce-so”, dentro de un ambiente laberíntico se describe al protagonista como víctima de un proceso del que no llega a conocer la causa.

En todo caso, cuando un sujeto, en una cura, se encierra en contradicciones de cierto tipo, contradicciones que parecen condenarlo inexorablemente a la impotencia y a la desesperación, todo esto acompañado eventualmente de un humor devastador, podemos encontrarnos pensando que en su situación hay algo kafkiano. Esto demuestra hasta qué punto una obra de esta envergadura puede ser esclarecedora para nosotros.79

El universo kafkiano lo utiliza Chemama para plantear el tema de la “niñez generalizada”, porque el Otro kafkiano es como un padre despótico que deja siempre al sujeto en el lugar de no ser tenido en cuenta, un Otro que lo infantiliza. Así, el protagonista de “El Proce-so” está siempre sometido a un aparato judicial que nunca le res-ponde, o que cuando lo hace es para contradecirse, dejando al héroe reducido a la viva imagen de la impotencia generalizada. La posi-ción de “niño generalizado” es una referencia de Lacan, mencionada en un coloquio sobre las psicosis del niño 80

Veamos aquí si es posible indicar de un salto que si huimos de estas avenidas de la teoría, no va a aparecer nada de los problemas que se plantearon en aquella época, como no sean los callejones sin salida. Problemas: el del derecho a nacer por una parte. Pero también en la línea de: “tuyo es tu cuerpo”, en el cual se vulgariza a comienzos de siglo un adagio del liberalismo. La cues-tión está en saber si, por el hecho de la ignorancia en la cual es mantenido ese cuerpo por el sujeto de la ciencia, habrá derecho luego a, ese cuerpo, hacerlo pedazos para el inter-cambio. ¿No se discierne, en lo que he dicho hoy, adónde converge? ¿Vamos a atrapar la conse-cuencia de esto con el término de: el niño generalizado? Ciertas Antimemorias (André Malraux) están hoy en la actualidad. Pero, ¿por qué son

79 Idem, pág.174

80 Lacan, Alocución sobre las psicosis del niño, en Otros Escritos, Seuil, 2001

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“anti”, esas memorias? Si es porque no son confesiones, como se nos advierte, ¿no es desde siempre esa la diferencia de las memorias? Como fuere. El autor las abre con una confidencia que tiene extrañas resonancias, y con la que un religioso le dijo adiós: “Lo que he llegado a creer, fíjese, en ese ocaso de mi vida, le dijo, es que no hay personas ma-yores”.

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LA CONDICIÓN DEPRESIÓGENA DEL MUNDO ACTUAL

Hay urgencia en saber si la existencia es o no deseable No estamos hechos más que de piezas añadidas La vieja leyenda de la identidad El descrédito del padre real o el coraje de desear La clínica del padre carente ¿Retornará el padre despótico?

Hoy vamos a darle el cierre a la propuesta de Chemama. Veremos cómo concluye su planteo, cierra con una pregunta, ya veremos cuál. Antes me gustaría comentar un par de artículos de la revista Babelia, donde se comentan un par de textos que pueden servirnos para enriquecer nuestra reflexión.

1

El primero de ellos es sobre Zweig, escritor contemporáneo y amigo de Freud. Con motivo de la publicación del libro de Zweig sobre Montaigne, el articulista de El País narra que

“…Montaigne escribía con la intención de conocerse a sí mismo. Hoy sabemos qué clase de consecuencias trajo aquello de que la escritura fuera la herramienta para cono-cernos a nosotros mismos, esto es, una lenta y progresiva desconfianza en las posibilida-

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des del lenguaje. Y el temor a que el lenguaje nos arrastrara a zonas de profunda perple-jidad.”81

Este comentario resume aquello sobre lo que estamos constantemen-te reflexionando, esto es, la zona de profunda perplejidad que des-borda todo el tiempo al sujeto parlante en su intento de definir su ser a través del lenguaje. El significante S1 que lo representa nunca lo representa unívocamente, siempre lo deja perplejo. Y pone como ejemplo de esta perplejidad, al escritor que a principios del siglo pa-sado renunciaba a la escritura, porque reconocía la imposibilidad de la escritura para definir el “sí mismo”. O el caso de Fernando Pessoa que percibió muy pronto que la materia verbal no podía llegar a ser nunca una materia plenamente transparente.

Es lo que nosotros ponemos como A tachada, es decir, la imposibili-dad que tenemos con el lenguaje de decirlo todo. La A del gran Otro, como lugar del lenguaje no alcanza a decirlo todo, siempre remite a una falta.

Y entonces Fernando Pessoa, ante la imposibilidad de perfilarse co-mo un sujeto unitario y compacto se fraccionó el mismo en una serie de personajes heterónimos, escribía bajo distintos nombres, tal vez intentando de esa manera atrapar bajo otro nombre aquello que bajo el discurso de Fernando Pessoa se le escapaba, cada uno reflejaba una parte de su verdad.

Pues lo que le pasa a todo ser hablante cuando intenta definir su ser es que un significante lo remitirá siempre a otro significante. No se trata de una dificultad neurótica, sino de una imposibilidad de es-tructura.

81 Vila-Matas, E., “El dibujo de la vida”, Diario “El país”, 02/02/2008

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Cuando estudiábamos el congelamiento del intervalo significante desde la holofrase, veíamos que era una manera de intentar apresar el sujeto indiviso. Insisto, se pueden entender todas las estrategias neuróticas desde esta perspectiva, la del sujeto imposibilitado de decirse todo. Y desde esta misma perspectiva el poeta escribe sobre la imposibilidad de decirlo todo acerca de sí mismo.

El otro artículo 82 es sobre un filósofo contemporáneo llamado Cle-ment Rosset que escribe breves incursiones sobre el tema de lo real y su doble , y sobre el tema de la alegría. Acerca de la alegría nos di-ce que podrá ser paradójica, pero no ilusoria; más bien ilógica, irra-cional y cruel. Y también que la alegría es una locura que nos pone a salvo del resto de las locuras. Y, paradójicamente, el filósofo de la alegría estuvo durante varios años postrado por la depresión, de la que dio testimonio en otro libro.

Esto me recuerda una reflexión de Lacan sobre la belleza, como la máscara última que envuelve la muerte. Detrás de la belleza está al acecho la corrupción de la muerte. Esto se apresa en las pinturas de bodegones, donde se refleja la belleza de una fruta en su tránsito imparable hacia la putrefacción.

Con la alegría pasaría algo parecido, detrás de la alegría está al ace-cho la nada. La risa se produce ante la inminencia de lo real. La alegría como manifestación de la angustia. Rosset habla de lo real y su doble. Lo real es la nada, su doble es la belleza, la alegría, aquello que lo cubre. Y en su búsqueda de la alegría Rosset se encontró con lo real sin su doble. Él parte de la necesidad de poner en duda esa convicción de que existe un mundo real, que sería el verdadero, y que luego hay otro mundo que es el de la duplicación de lo real, que le da sentido e inteligibilidad. Y critica la idea de que más allá de la llamada “identidad social” exista, escondida, una “identidad perso-nal”.

82 Rojo, J.A., “Rosset y la alegría”, Diario “El País”, 2/2/2008

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Y esa es parte de la búsqueda de los neuróticos, saber cuál es ese su-puesto yo personal oculto que lo definiría, en oposición a un yo so-cial que sería un falso duplicado. Y lo que el psicoanálisis define es que el yo es siempre semblante, no porque sea falso, sino porque es la única opción posible, lo único que podemos hacer con los pedazos que tenemos es constituir un semblante para vestir la falta, esto es, lo real. La pregunta por el ser, la metafísica lleva siglos rellenándola con esencias. El psicoanálisis responde con la-falta-en-ser. Y eso es lo real. Con eso se topó Rosset buscando la alegría, y entró en depre-sión.

Rosset reflexiona "Lo que hace las veces de la identidad es pues un puzle social, que es tan abigarrado como inexistente la imaginaria unidad que debía sostenerlo"(...)"No estamos hechos más que de piezas añadidas"(…) “Todo lo que es absolutamente real, es decir, extranjero a toda representa-ción, es también absolutamente singular, y todo lo que es singular se mues-tra rebelde a la interpretación.”

No podemos interpretar sobre lo real, sólo podemos interpretar so-bre otro simbólico. Sólo podemos interpretar cuando el paciente pone significantes, sea en dichos o en formaciones del inconsciente, donde consta metaforizado, desplazado, encarnado.

“El prodigio de lo real es el de su existencia nacida de nada y que no se ins-pira en ningún modelo, y es precisamente ahí donde surge la alegría, ese saber que conoce lo más trágico, y que es un regocijo con respecto a lo sim-ple que no experimenta la necesidad de llamar a lo otro para autorizarse su gozo”(…) “Hay urgencia en saber si la existencia es o no deseable”.

Cuando Freud trabaja el tema del Witz, de la ocurrencia o agudeza en su relación con el inconsciente, nos muestra que nos enfrenta a aquello que nos desnuda en nuestra extranjeridad, en nuestro no estar donde suponíamos estar, no saber lo que creíamos saber, en que algo es dicho a través de mi boca sin que yo lo pretenda. Y esto provoca risa.

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Retomando el tema de la depresión, quería cerrar la propuesta de Chemama, subrayando que no sólo se compromete en arriesgar una hipótesis, sino en apoyarlo desde la clínica, desde lo que llama una clínica social. En la clínica nosotros trabajamos con el inconsciente en discurso, que no se reduce a la idea de un inconsciente indivi-dual, ya que el Otro está incluido, lo cual equivale a haber metido dentro de la consulta a lo social. Y así pondrá el acento en que los síntomas contemporáneos no se entienden sino desde el discurso social contemporáneo, de cómo nuestra realidad clínica y nuestra realidad social están interrelacionadas.

No hay un día que no te tropiezas con un escrito o discurso de los medios que subrayan que la depresión es el mal de nuestro tiempo, que los antidepresivos son la droga que más se consume. Estamos en ese ojo del huracán trabajando con Chemama. Ahora bien, lo que él dice es que esto no es de ahora, que es un proceso que ya viene desde los orígenes del psicoanálisis. Incluso se podría decir que el psicoanálisis es un fenómeno que emerge a partir de un discurso so-cial, que es el discurso de la represión del deseo.

La reinvención lacaniana es, justamente, hacer una torsión del tema del padre en relación a la ley del deseo, a la ley de la interdicción del incesto, el tema del padre en el Edipo, como tema central freudiano, y hacerlo propio, pero con la torsión de la metáfora paterna, del Nombre-del-Padre, de la discriminación padre real, padre simbóli-co, padre imaginario.

La torsión lo que nos indica es que el determinante del espacio de configuración de lo psíquico deja de ser la represión del deseo, para ser reemplazado por la ineficacia de la prohibición. Del padre prohibidor al padre carente. Esta sería una manera de ponerle título a lo que estamos trabajando este año de la clínica, que empezamos con la anorexia, seguimos con el fenómeno psicosomático, con el su-jeto en estado límite, con la depresión neurótica de nuestro tiempo,

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no como un resultado de la prohibición del deseo sino de la inefica-cia de la represión.

Chemama acentúa el déficit de la operación paterna, en particular el descrédito de la virilidad del padre real. La operación o función pa-terna que desde Lacan se postula, además de prohibir el goce es la de facilitar el deseo. La ley de prohibición del incesto, del goce de la madre, está regulada por la función paterna. Pero además tiene un segundo momento fundamental que es aquel en el que el padre permite el deseo. Y es aquí donde Chemama subraya el déficit que nos lleva a la depresión, en la función llamada padre real, en tanto aquel que muestra al niño el deseo por la madre. Entonces, la fun-ción paterna es evitar que el niño quede apresado en el goce del Otro, pero para poder cumplir esa función el padre no solo se vale de la prohibición, se vale también de la permisión, permitirse de- sear. El niño recibe como transmisión fundadora para su deseo, que el deseo es posible, porque lo ve en el padre en relación a su mujer, y lo ve en la madre en relación a su hombre.

Se abre así la posibilidad futura para el niño de desear una mujer, no la del padre. En la depresión hay un déficit de la función padre real, de este posicionamiento viril del padre, no se le transmite al niño que el deseo es posible.

3

Chemama va a citar a Lacan en el Seminario sobre el deseo, en el que reflexiona sobre Hamlet, aquejado por la imposibilidad del de-seo. Hamlet es el personaje de la indecisión permanente de llevar a cabo su deseo. ¿Cuál es el deseo de Hamlet?: vengar la muerte de su padre. Los eruditos en Shakespeare se preguntan el porqué de la in-decisión de Hamlet, y Lacan con Freud lo referirá a que Hamlet es siervo del deseo de la madre, es decir, estamos, no ante la represión del deseo sino ante la ineficacia de la represión.

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Y abunda en otro ejemplo, el caso Juanito de Freud. Juanito era un niño de 4-5 años que un buen día presenta una fobia a los caballos. Lo que nos dice Lacan es que el trabajo de Freud sobre Juanito es el de subrayar la función del Edipo, de cómo en Juanito hay todo el tiempo un deseo de quedarse con mamá y deshacerse de papá. Y Lacan dice, es muy valiosa la puntuación freudiana porque, efecti-vamente el tema de Juanito es el tema del Edipo, pero en lugar de confirmar la afirmación freudiana de que lo que hay es un exceso de castración – como es el dicho de la madre “…si te la vuelves a tocar te la cortamos” – Lacan afirma que lo que hay es una ineficacia de la castración. No es que la mamá sea muy castradora, es que el papá no es nada castrador. Estamos en la ineficacia de la castración; por supuesto que la función del padre es salvaguardar al niño del goce de la madre, y esa es la función principal del Edipo, pero, insistimos, para que esa función sea eficaz no basta con que exista la prohibi-ción, porque la prohibición es inherente a la estructura. En cambio, el otro factor, y este es el que rescata Chemama, es el que hace a la función padre real. La función padre simbólico funciona en Juanito, lo que no funciona es la función de padre real, esto es, aquel que pone su virilidad en juego y muestra su deseo por la madre. Y vice-versa del lado de la madre hacia el padre. Es un ida y vuelta.

Y de lo que se trata en el malestar contemporáneo es que se apoya en la carencia de esa función: la de mostrar al hijo el coraje de de-sear.

Y este es el punto que me interesaba conectar con el artículo sobre el filósofo Rosset que veíamos al comienzo, subrayamos su frase: “Hay urgencia en saber si la existencia es o no deseable”. El niño tiene urgencia en saber si el deseo es posible. Desear es un acto de coraje.

Otra manera de llamar al tema de la depresión, en relación a lo so-cial, es la condición “depresiógena” de la modernidad. Estamos ante una modernidad que propicia la depresión. La modernidad es aque-lla en que todo vale, en la que se desautoriza la actitud de poner

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límites. La cuestión de la ineficacia de la castración como factor de-presiógeno. El “todo vale” es el gran enemigo. Y esta es la trampa que se tiende dentro de lo que es el discurso de lo políticamente co-rrecto: “lo puedes todo porque si no eres un perdedor” , “prohibido prohibir”, “vale más una imagen que mil palabras”, etc.

O también vemos como se ejerce el descrédito de la virilidad del pa-dre real en nombre de la cruzada contra el machismo.

¿El efecto paradójico de todo esto será un llamado al padre despóti-co? Esta es la pregunta con la que cierra Chemama su libro. De lo que se trata, en definitiva, es que del malestar en la cultura no nos salvamos. Y que si a comienzos del siglo pasado el psicoanálisis subrayó el papel de la represión en dicho malestar, a comienzos de este milenio no debemos caer en la trampa de atribuirlo a otro ava-tar, como es el caso del descrédito del padre real, del padre “humi-llado”. Ya Lacan se ha encargado de subrayar la condición estructu-ral e insalvable de dicho malestar.

No caigamos en la trampa de Rousseau y el buen salvaje. La función del padre está condenada a ser falible, a no dar la talla del ideal.

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EL MONTAJE TOXICOMANÍACO

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QUINTA PARTE

EL MONTAJE TOXICOMANÍACOEL MONTAJE TOXICOMANÍACO

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¿PSICOANÁLISIS DEL TOXICÓMANO?

El prejuicio de la autodestructividad La idea preconcebida del tóxico El intento paradójico de reparación Más allá del tóxico: lo sexual El horizonte mortífero del goce

Hoy vamos a comenzar con el tema de las toxicomanías. Este será el último de los abordajes que acometeremos en este curso introducto-rio a una clínica del estado límite, y ahora vamos a encarar también la toxicomanía desde esa perspectiva de caso y de estructura, de fenómeno o de síntoma, para intentar hacerlo inteligible en coheren-cia con la teoría del estado límite.

1

¿Se puede hablar de psicoanálisis del toxicómano? No es una frase ingenua. Uno a veces pone en la misma frase conceptos que se dan patadas. Así, Borges, famoso por escribir dando la espalda a la rea-lidad social de Argentina, un día es entrevistado por un periodista que le inquirió: ¿qué opina Ud. de la “literatura comprometida”? Y Borges le respondió: preguntarme por “literatura comprometida” es co-mo si me hablara de “equitación cristiana”. Es decir, Ud. me está plantean-do un absurdo.

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El psicoanálisis del toxicómano nos enfrenta a una paradoja, a un impasse, porque el psicoanálisis sólo puede ser psicoanálisis en rela-ción al decir del analizante, al significante en palabras o síntomas. Y la toxicomanía cae por fuera del decir, en el terreno de las impulsio-nes, del acto, más acá del significante. En ese sentido, los reparos que planteábamos a la hora de abordar lo psicosomático, o la ano-rexia, los volvemos a encontrar ante la toxicomanía.

Tenemos que hacer una aclaración previa al concepto toxicomanía, y es que es una clasificación psiquiátrica que no define una estructura, define una fenomenología en el marco de las clasificaciones de con-ducta. Y el psicoanálisis sólo está autorizado a trabajar sobre discur-sos, no sobre conductas, a no ser que se trate de actos sintomáticos, es decir, significantes. El psicoanálisis apunta al sujeto, se trata en-tonces de desbrozar más allá de la pantalla del tóxico cuál es el suje-to comprometido en este goce. No nos vamos a centrar en su con-ducta con el tóxico, como tampoco nos encarnizamos en el trastorno alimentario de la anorexia-bulimia. Se hace psicoanálisis del sujeto atrapado en el goce. Es decir, así como en la anorexia teníamos que intentar despegarnos del brillo de la comida, no se trataba de acon-sejarle que comiera, así en la toxicomanía el objeto tóxico con su pregnancia tiende a atrapar también al terapeuta. Y es que ese sujeto está abolido, atrapado en el goce del acto, y no deja lugar para las palabras.

Entonces, el intento de que el psicoanálisis se aplique a la toxico-manía sólo es posible trabajando más allá de la toxicomanía. Para ello hay que vencer un par de prejuicios muy importantes que son los que dificultan la escucha del psicoanalista, ni que decir la escu-cha del médico, quien no se plantea escuchar más allá de lo que es-cucha.

Los dos prejuicios que tenemos que reconsiderar son: la idea de la autodestructividad y la idea preconcebida del tóxico. Tenemos que reflexionar sobre estos prejuicios para acercarnos de otra manera al

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fenómeno, en el intento de hacer inteligible el montaje toxicomanía-co, más allá de lo autodestructivo y de la captura imaginaria del tóxico. Tampoco podremos llegar a visualizar cuál es el verdadero tóxico.

Acompañaremos en este razonamiento la propuesta de Sylvie Le Poulichet83 que se resume en que la droga no es el verdadero tóxico. Tenemos que intentar definir qué es lo que se está sufriendo, que es lo que está clamando.

El primer abordaje subversivo que propone el psicoanálisis es que el montaje toxicomaníaco es un montaje paradójico en tanto lo auto-destructivo fenomenológico esconde o está acompañado de un in-tento reparador, que hay algo que la droga quiere reparar. ¿Qué quiere ese sujeto suplir con el efecto anestésico, delirante, desinte-grador de la droga? La propuesta es que el toxicómano intenta re-componer algo de lo real, del organismo al que hay que suturar, re-organizar. Pero no desde lo simbólico, sino desde lo real.

El brillo imaginario del tóxico nos atrapa rápidamente, siendo como es la toxicomanía encuadrada desde un mandamiento ideológico, moral, por el cual el toxicómano es considerado como un ser des-preciable, marginal. Hay una campaña publicitaria de lucha contra la toxicomanía en el que el típico “drogota” tirado en la calle está vestido de traje y corbata.

Nuestro abordaje a una cura sólo puede advenir a partir de que nos quitemos de en medio la idea del sujeto toxicómano, para poder es-cuchar al sujeto oculto tras la pantalla del objeto tóxico.

¿Qué es lo que está más allá del tóxico? Arriesguémoslo en una di-rección: lo sexual, pero lo sexual como lo que falla. No lo sexual de la sexología. Y una falla diferente a la neurótica.

83 Le Poulichet, S., Toxicomanías y psicoanálisis, Amorrortu, 2005

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Para nuestros neuróticos, lo sexual es, desde la posición histérica, aquello que hay que mantener insatisfecho; desde la posición obse-siva, aquello del orden de lo imposible. Es decir, lo sexual como lo que falla, en el caso de la neurosis, está inscripto en el síntoma, es decir, en un significante encriptado. Pero la toxicomanía no es un síntoma. Estamos ante un montaje que podemos comparar con el fenómeno psicosomático, en el que el objeto tóxico es puesto a nivel de la falta de sujeto. En el fenómeno psicosomático utilizamos el concepto de holofrase para hacer inteligible algo de lo corporal que está funcionando en un registro que no es el de lo reprimido que re-torna como síntoma.

Pues en el caso de la conducta toxicomaníaca tenemos un montaje que no responde a lo reprimido que retorna, no está a nivel de un síntoma significante. El pasaje al acto de meterse un chute está fuera de lo simbólico. Ante el pasaje al acto no podemos interpretar nada. Es sólo a partir de una demanda articulada o articulable que pode-mos intervenir. Sólo podemos intentar abrir el lugar de la palabra. El tema del pasaje al acto deja el discurso en un lugar de impotencia.

2

Apartándonos un momento del tema de la toxicomanía, los analistas se enfrentan, en el caso de intentos de suicidio, a diferencias en el pasaje al acto. Un acto premeditado para ser fallido, de un paciente histérico que se toma un frasco de barbitúricos y después avisa a al-guien, tenemos que considerarlo también un pasaje al acto, porque ha atentado contra su vida. Que eso es una llamada de atención, cla-ro que sí, pero puesta en acto. Todo acto que pone en riesgo la vida, aún cuando sea premeditadamente elaborado para que el desenlace no sea fatal, cae dentro de la categoría de pasaje al acto.

El hecho de que ese acto tenga un sentido, el de pedir ayuda o casti-gar al otro, por ejemplo, no le da categoría de demanda significante. Todo acto en última instancia está hecho para ser leído. Reemplaza el discurso por un acto. Con un poco de suerte, cuando salga del

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hospital podrá ponerle palabras a lo que hizo, y allí sí, se abrirá nuevamente nuestra posibilidad de intervenir.

La calidad del pasaje al acto del toxicómano es muy movilizante, y muchos psicoanalistas se abstienen de tomar este tipo de pacientes. Y hay una muy reducida gama de abordajes posibles al tema. Hay terapeutas que ponen como condición la abstinencia al tóxico como condición necesaria, e interrumpen el tratamiento a la primera rein-cidencia. Están los tratamientos combinados en instituciones, con internación de desintoxicación forzosa, terapia farmacológica y te-rapia psicológica. Hay ciertos toxicómanos que tienen un respaldo simbólico que les permite asumir una demanda de análisis, y en-frentarse a esa meta ciega y autodestructiva. Y poder así desenmas-carar en qué consiste esta suplencia que el tóxico está jugando, y poder plantearse de qué manera el deseo inconsciente está allí ope-rando.

Y también está la psicología del yo, que intenta construir un yo fuerte. Tratan al toxicómano como alguien que se ha detenido en lo que llaman el proceso evolutivo de la constitución del yo, y de lo que se trata es de construirles un yo fuerte. Cuando en verdad el yo de estos pacientes podemos definirlos como una roca rígida que ob-tura la falta en ser del sujeto, el lugar del deseo inconsciente.

En todo caso no deja de ser muy complicado el trabajo psicoanalítico en las instituciones especializadas en toxicomanías, dado que en ge-neral esas instituciones se manejan con protocolos, con plazos, con objetivos, todo ello contradictorio con nuestro trabajo.

3 Volvamos al planteo de qué hay detrás de la droga, de cuál es el verdadero tóxico, que habíamos empezado a enunciar como aquello que tiene que ver con lo sexual, en tanto lo sexual fallido, aquello que desde Lacan llamamos el goce. En donde vamos a hacer hinca-pié es en el horizonte autista y mortífero del goce. Para lo cual va-

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mos a dedicar un tiempo a ver el tema del goce en sus diferentes ar-ticulaciones.

Una primera aproximación al tema del goce es la de referirnos al ni-ño en su posición de dependencia absoluta de la madre, cautivo en su intento de ser aquello que colma al Otro materno, de ser el objeto de goce del Otro. Quedar cautivo en esta posición implica la muerte del sujeto.

Superada esta posición gracias a la metáfora paterna, con el adve-nimiento del sujeto será la pulsión la que lo llevará en la búsqueda constante del goce.

Así, decimos que la pulsión es el vehículo del goce. Pero ¿qué es lo que se busca, por ejemplo, con el goce oral? Se trata de intentar cap-turar el objeto perdido completador, esto es, la petit a, y así subsanar la falta original.

¿Y cuál es esta falta original? El bebé llega al mundo en un “baño de lenguaje”, según expresión de F. Doltó, y la madre, la lengua mater-na, los primeros significantes de la demanda materna, marcan la primera inscripción simbólica, la primera captura de ese puro peda-zo de carne que es el bebé, el tránsito del “ser viviente” al “ser hablante”. Esa captura inicial lo que hace es empezar a significarlo, a investirlo con signos: “ahora tiene hambre”, “ahora quiere dormir”, etc.

La falla radica en que la inscripción simbólica nunca es completa, no todo es capturado. Y eso que queda en el limbo de lo real es lo que Lacan conceptualiza como la petit a, y esto es lo que la pulsión en cada circuito intenta atrapar, es un objeto del orden de lo real, es de-cir, que no fue capturado en las leyes de la significación, que no pu-do ser nombrado.

El goce de la pulsión está entonces marcado por el intento de alcan-zar el Todo. Pero también es otra cosa, paradójicamente opuesta: es lo que moviliza a Tánatos, porque en definitiva toda pulsión está al servicio de la pulsión de muerte. Y esta otra cosa que persigue la

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pulsión es la de intentar revivir el fracaso del Otro en su intento de completud.

Estamos hablando de una falla estructural en tanto la captura en lo simbólico siempre deja un no-todo. Y Tánatos reenvía constantemen-te a la re-actualización de ese instante en el que el Otro fracasa.

El goce tiene entonces dos caras: con una intenta unirse al gran Otro y con la otra revive el fracaso de esta totalización.

Se está intentando, por un lado, reparar un cuerpo que al ser captu-rado por las redes del lenguaje no todo es simbolizado, queda un agujero, y se trata de intentar capturar el objeto que lo obtura. Y por otro lado esto constituye la matriz del goce tanático, del goce por la repetición del corte.

En el caso del toxicómano se trata del fracaso de la herramienta simbólica que le impide resistir a la tiranía del goce del Otro. Sólo le queda el recurso a la separación en lo real valiéndose de la droga. Y la operación del pharmakon - con la que Le Poulichet designa el conjunto de las perturbaciones propias de la dependencia y la absti-nencia - se revela siendo un montaje paradójico que, intentando es-capar del goce, no hace sino conducirlo a su servidumbre.

Es el intento de poner un cuerpo extraño para resistir al gran Otro, intento que, sin embargo, termina clausurándolo en un goce autista.

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En este primer abordaje al tema de las toxicomanías quería dejar planteados los siguientes puntos:

- El impase de la toxicomanía - La entidad “toxicómano” no define sujeto sino conducta - Los prejuicios que dificultan la escucha: la meta autodestructi-

va, el brillo de lo tóxico, la droga no es el verdadero tóxico. - La operación pharmakon como intento de autoconservación y

suplencia narcisista.

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- La paradoja del narcisismo: su cuerpo no es suyo; hacerse un cuerpo extraño, encerrarse en sus propios bordes; abrazar su yo; subsistir desapareciendo.

- Las relaciones del sujeto con su goce, en el marco actual de la civilización, reemplaza el goce de las palabras por un plus de goce, en el que la adicción aparece como su horizonte autista y mortífero.

Para concluir, una frase del Seminario “El sinthome”: “El hablante ser adora su cuerpo porque cree que lo tiene. En realidad no lo tiene, pero su cuerpo es su única consistencia, consistencia mental, por supuesto, porque su cuerpo se las toma todo el tiempo.”84

84 Lacan, El Seminario, Libro 23, pág. 64

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CREENCIAS E INTERROGANTES EN TOXICOMANÍA

Toxicómano define conducta, no sujeto El prejuicio de la dependencia y la abstinencia El modelo tóxico de la locura El farmakon en pos de la errancia sonámbula Un filtro del olvido para la angustia Restituir la ilusión del narcisismo absoluto

Esta clase la vamos a centrar en subrayar las creencias imaginarias con las que se maneja la entidad toxicomaníaca.

Vamos a utilizar, como comentamos ya en otra clase, el concepto de farmakon como aquello que dibuja el elemento del tóxico para des-pejar un poco la carga, esa imagen tan de flagelo que tiene el tóxico. El concepto farmakon es el que utiliza la filosofía griega para hablar precisamente de la droga, el farmakon como esa sustancia que defi-ne su esencia por su reversibilidad y así hay drogas que se usan co-mo psicofármacos, que pueden ser sedantes o también pueden ser excitantes; esta es la característica de reversibilidad del fármaco. O en el sentido de que, según la dosis, un fármaco puede curar o ac-tuar como veneno, como el arsénico.

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Tenemos que despejar el concepto de drogadicto, el concepto de toxicómano, que está muy cargado de connotaciones catastrofistas,

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de connotaciones morales, éticas. Tenemos que poder interrogarnos sobre el tóxico de otra manera para poder acercarnos a la toxico-manía sin perder de vista al sujeto. Y este es el gran desafío que propone Le Poulichet en su libro, intentar despejar al sujeto que se esconde debajo del término toxicómano. Porque el término toxicó-mano no define al sujeto, como el término autista no define a ese ni-ño del que hablamos. El término toxicómano lo que define es el uso de una sustancia y no un sujeto. E intentar definir a un sujeto por el uso de una sustancia, es intentar definir al sujeto por una realidad, y al sujeto sólo lo define el significante. Este es el desafío constante con el que nos tenemos que ver en esos casos de los que siempre hablamos, de todos estos nuevos nombres que pululan en el dia-gnóstico de las mujeres que sufren de dolores, como es el caso de las fibromialgias, esto no define al sujeto. Y la palabra toxicómano está en el mismo lugar. ¿Qué quiere decir de alguien que es un fi-bromiálgico? del sujeto no dice nada. Decir que es un toxicómano del sujeto tampoco está diciendo nada. Lo que pasa es que se ha creado toda una corriente, todo un modelo de interpretación de la patología, que tenemos que intentar cuestionar. Porque es un mode-lo comportamentalista. Porque por el comportamiento del uso de una sustancia se está intentando definir a un sujeto. Ningún com-portamiento define al sujeto. El comportamiento define la realidad que ciertos modelos creen que basta para definir ¿qué?, no al sujeto, sino a la personalidad psicológica. Cuando nos referimos a alguien como siendo un toxicómano estamos hablando de un modelo de personalidad psicológica comportamentalista. Tenemos que ser muy rigurosos con nuestros términos que es lo que nos va a permitir ser coherente con la teoría. Este es el primer gran esfuerzo que te-nemos que hacer para poder acercarnos a interrogar lo que llama-mos el sujeto, que está borrado bajo el comportamiento toxicómano. Y Le Poulichet da unas líneas muy interesantes cuando define qué es la operación del farmakon.

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Para empezar vamos a denunciar algunas creencias, algunos postu-lados imaginarios en los que nos apoyamos sin saberlo, haciéndole el caldo gordo al posicionamiento “políticamente correcto” en el que estamos en este momento amordazados.

El primero y fundamental es el concepto de dependencia en el que caemos todos, como si fuera lo esperable. No. El concepto de de-pendencia responde a un modelo. ¿A qué modelo? Al modelo que dice que es dependiente aquél que por el uso de la sustancia encuen-tra un terreno propicio. Eso es una creencia. Es un prejuicio postular una dependencia que llaman psicológica al tóxico, paralela a la de-pendencia fisiológica al tóxico, como si fueran dos estancos inde-pendientes pero medibles con la misma lógica.

Qué generosos los del modelo médico, plegándose al cambio que implica la aceptación de la psicología en el universo científico, in-corporan la llamada dependencia psicológica acudiendo al mismo modelo de la fisiología. La vieja dicotomía mente-cuerpo. Es esto lo que estamos todo el tiempo denunciando: no existe la mente por un lado y el cuerpo por el otro. Si algo define nuestro objeto de trabajo y de estudio, de doctrina y de clínica es intentar romper todo el tiempo el esquema dualista. El cuerpo del ser hablante es un cuerpo atravesado por el significante. ¿Esto qué quiere decir?, que la mente no está en no sé qué estanco psíquico, porque si no estamos hablan-do de lo psíquico de igual manera que hablamos de los órganos: un órgano psíquico. Todo el tiempo caemos en la trampa, en la trampa del modelo médico, y, con un poco más de suerte, comportamenta-lista.

Dentro de la historia de la psiquiatría, vamos a referirnos a aquella teoría que definía la enfermedad mental como una toxicomanía. Así, la psicosis sería producto de un tóxico llamado “los venenos del espíritu”. Y aquí también intentan colar otra falacia, ya no desde el modelo comportamentalista-psicológico, sino desde el modelo far-macológico, bioquímico. La psicosis como un tóxico. ¿Cómo trata-

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mos a un tóxico? Pues con el antagónico, encontramos el antagónico del tóxico y ya curamos la psicosis.

Hemos dado un paso del modelo tóxico de la locura, al modelo comportamentalista de la locura. Nosotros estamos intentando abrir nuestro modelo. Y, ahora, además, tenemos que estar atentos a lo que dice el discurso políticamente correcto acerca de la toxicomanía. Y el acento está puesto en el llamado flagelo social. Así, el discurso científico, además de la tóxico-dependencia fisiológica y de la tóxi-co-dependencia psicológica, plantea que hay que tener en cuenta también el factor tóxico-social o ambiental.

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La primera cuestión, entonces, que tenemos que dejar aquí plantea-da es que el uso de un producto no define una patología en la pers-pectiva del psicoanálisis. Lo que define una patología es el lugar del sujeto. Entonces tenemos que intentar localizar al sujeto, insisto, borrado tras la entidad toxicomaníaca.

Vamos a hacer un poco de historia. En los viejos manuales de psico-farmacología hasta era reconfortante encontrar teorías sobre la in-toxicación como la de los llamados estados de pasaje. Consideraban la intoxicación, el efecto del tóxico, como un estado de pasaje de la mente al cuerpo, del cuerpo a la mente, de la percepción a la aluci-nación, de la alucinación a la percepción. Y lo interesante es que esta teoría psicofarmacológica sobre la intoxicación está en la misma línea que el sueño y la locura. La intoxicación, el sueño y la locura hay que entenderlos como tres facilitadores de lo que se llama un estado de pasaje de la percepción a la alucinación. Estamos hablan-do de médicos que están intentando trabajar con una materia muy específica: la farmacología. O hablan de locura tóxica que también es muy interesante para nuestra manera de intentar que emerja aquello que tiene que ver con lo subjetivo, con lo que llamamos el deseo in-consciente del toxicómano.

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Entonces, si de lo que hablamos es del estado de dependencia y del estado de abstinencia, si de lo que hablamos es del tóxico referido a un órgano, queda pegado el concepto del toxicómano al órgano. En cambio esta otra vieja teoría sobre los estados de pasaje, y sobre la llamada locura tóxica, tiene el mérito de que lo despega del órgano, permite no quedarse adherido a lo imaginario. Aunque después la sistematización teórica no se corresponda, pero, insisto, son investi-gadores que entendían la medicina de una manera mucho más amplia. Hay una gran diferencia entre esta posición y el reduc-cionismo actual que postula el origen bioquímico de la psicosis. Es como si dijeran: “Hemos comprobado que ciertas intoxicaciones producen alteraciones mentales; por consiguiente –y ahí está el sofisma- todas las alteraciones mentales deben ser producidas por algún tipo desconocido de intoxicación”.

En cambio, la vieja escuela bioquímica, en relación a la locura, a la pregunta ¿cuáles son los humores propios que producen la locura? respondía que lo que intoxica serían “venenos del espíritu”.

La medicina actual ha perfeccionado sus microscopios apuntando a los neurotransmisores y sus alteraciones, intentando aferrarse a una localización sustancialista que deje nuevamente fuera al sujeto. ¿Pe-ro porqué se alteran los neurotransmisores? El viejo problema de la causa sigue abierto.

Desde este posicionamiento, imaginaros con que incuestionable ra-pidez llegan a la conclusión de que lo que constituye la esencia de la toxicomanía son problemas psicotóxicos. Aquí tenemos que enten-der que se está colando la vieja dicotomía. Es como si la droga tuvie-ra una especie de circuito que va de lo físico a lo psíquico, pero, in-sisto, entendiéndose lo psíquico como un órgano.

Bueno, volviendo al tema del efecto del farmakon, durante una épo-ca, la época de los 70, la época de los hippies y de los alucinógenos, el tóxico era considerado una especie de farmakon subversivo, en tanto lo que planteaba era un cambio, ya no en la percepción como

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puede ser el puro resultado del tóxico en la alucinación, sino el tóxi-co como un vehículo de cambio, de cambio en las ideas. Todo esto viene ya apoyado desde el movimiento surrealista como precurso-res, y es con el LSD, con los psiquiatras de la anti-psiquiatría que toma mayor vigencia. Pero insisto, hay aquí un mensaje en donde al tóxico se lo despega de esa definición de sustancia maléfica que tie-ne hoy en día. En esta lectura ingenua se le da un cierto valor sub-versivo al farmakon.

Si escuchamos el discurso de los toxicómanos de hoy en día, éste no tiene nada que ver con el de los hippies de los años 70, y ya de lo que te hablan es de que para ellos el farmakon tiene un efecto anestésico. Se trata de huir del horror, del dolor y del vacío.

Decir farmakon nos ayuda a despegarnos de la palabra tóxico, que está muy pegado al vocabulario farmacológico. Ya lo utiliza Platón, y lo rescata Le Poulichet para ayudarnos a despejar nuestros prejui-cios de la palabra droga, de la palabra toxicómano.

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Dos niveles, entonces, para interrogarnos sobre la toxicomanía como teoría, como entidad patológica, en la que está implícita una cierta teoría sobre el cuerpo, y está implícita una cierta creencia en la om-nipotencia de la sustancia. Una cierta teoría sobre el cuerpo que lo define como separado de la mente. Pero eso no sería un cuerpo sino un organismo. Para el psicoanálisis la sustancia mental es el signifi-cante. En el ser hablante el cuerpo es lo que está constituido a partir de que los significantes poseen, colonizan al cuerpo. Antes de eso - ¿cuándo es antes de eso?- antes de los significantes, no hay cuerpo sino puro organismo. Pero incluso desde el momento de la gestación el feto ya está inmerso en un baño de lenguaje.

Lo interesante es ver cómo los toxicómanos se refugian también en el discurso médico y rápidamente asumen que ellos no tiene nada que ver en ese asunto, que son víctimas de un flagelo y que la sus-

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tancia es omnipotente, que la droga es omnipotente. El deseo allí no tiene entrada y la mente, lo psíquico, es un organismo más, al que hay que tratar como afectado por una dependencia del mismo nivel que la dependencia orgánica. Entonces, concluyen que la abstinencia es la terapéutica adecuada.

La abstinencia desde el punto de vista del organismo, bien; pero ¿qué quiere decir la abstinencia desde el punto de vista de la mente? ¿De qué objeto tienen que separar al sujeto para conseguir la absti-nencia? No, no es del objeto sustancia. Es allí donde todo el aparato conceptual de la drogodependencia, el tratamiento por la abstinen-cia muestra claramente las garras comportamentalistas. Se confunde sujeto y objeto con organismo y droga.

Este discurso ha prendido de tal manera que los mismos psicoana-listas somos atrapados por él, y no ya en las toxicomanías sino en otras cuestiones como, por ejemplo, la anorexia. ¿Qué se le dice al toxicómano? “Vd. si sigue drogándose se va a morir”. ¿Qué se le dice a la anoréxica? “Vd. si sigue sin comer se va a morir”. Ese nivel del dis-curso es el del aparato conceptual que no es el nuestro, pero es el que nos atrapa o por el que rápidamente nos dejamos atrapar.

Y otra cuestión que complejiza aún más este tema de las toxicoma- nías es que el toxicómano no solamente está en el estatuto de la en-fermedad sino que además está en el estatuto de la delincuencia.

Es confuso todo esto, porque si ya es complicado el trabajo con suje-tos en estado límite, para que ahora intervengan los discursos crimi-nalizantes. Esto hace que la toxicomanía sea tan especialmente pregnante y mortíferamente fascinante para el terapeuta. Te enfren-ta no solamente a una patología, sino que te enfrenta con la “delin-cuencia”.

Tenemos que desbrozar algo del orden del sujeto que está borrado por un concepto médico que lo define por el uso de una sustancia

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tóxica .Y además tenemos que intentar rescatar a un sujeto que está borrado bajo un concepto jurídico que lo define como delincuente.

Lo que Le Poulichet va a subrayar es cuáles son los efectos del tóxi-co. Y lo que está intentando despejar es cuál es el deseo que se está jugando con el consumo de la droga. Y subrayo los términos en que ella lo dice: una errancia sonámbula.

¿Por qué subrayo esto, por qué me maravilla esto? Porque lo que ella intenta es acercarse al problema sin prejuicios. Y por ello se pre-gunta: ¿Qué es lo que buscan los toxicómanos en el farmakon, qué efecto consiguen? Y se responde: una errancia sonámbula. Es decir, cuando uno ve a un tío con la jeringuilla en un rincón del metro, lo primero que se tiene es un sentimiento de rechazo, de repulsión, de asco, de bronca, de tristeza. ¿Por dónde van los tiros de ese acto? Le Poulichet lo señala con el término errancia sonámbula, término que lo que intenta es complejizar la cuestión y no caer en verlo como una escoria de la sociedad que está intentando suicidarse lentamente, que la referencia a la pura pulsión de muerte en acto no es suficien-te. Hay un sujeto allí, hay un deseo. Entonces, si queremos acercar-nos a ese sujeto y poder escuchar su deseo, tenemos que evitar caer en la trampa de la pregnancia imaginaria que acompaña a este tema.

“¿Tal vez el farmakon representa un agente de somnolencia? ¿Serán los toxicómanos esos hombres heracliteanos que sueñan despiertos?”85

Fíjense hasta donde nos manda Le Pouliche, a que leamos a Herácli-to, quien nos habla de esos hombres que sueñan despiertos. En defi-nitiva nos manda ¡a que abramos nuestra cabeza!

Profundizando más el enfoque, la línea de análisis, nos dirá que “es una experiencia de abolición de la temporalidad” ¿Qué quiere decir esto? Que una de las leyes de sujeción simbólica por excelencia - la que determina que ahora no se puede, que hay que esperar, que hay que

85 Le Poulichet, S., Toxicomanías y psicoanálisis, pág.58. Amorrortu

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darle tiempo al tiempo- eso es abolido por la urgencia toxicomanía-ca que ordena: lo quiero todo ya, en su intento de reducir lo intolera-ble de la espera. Es un tema de límites, se trata de no soportar casi ningún límite, en pos de lo ilimitado; se trata de ningún corte. Pero no apresuréis el diagnóstico, ya veremos las relaciones de la opera-ción farmakon con la castración.

Otra forma de hablar del sujeto es visualizar el farmakon como lo que antiguamente se llamaba un filtro de olvido. ¡Deme algo que me haga olvidar, deme algo que borre las representaciones que me están angus-tiando! Aquí, de lo que estamos todo el tiempo hablando es de lo que está ahí al acecho, esto es, la angustia

Bien, desde aquí ya podemos definir un perfil: el farmakon restitui-ría la ilusión del narcisismo absoluto, la ilusión de que no hay corte, que se es uno. Eso quiere decir narcisismo: la indiferenciación con el Otro. Es como cerrar los bordes del cuerpo intentando alcanzar una especie de unidad mítica, arquetípica, que creemos haber perdido.

Ahora bien, y esta es la parte que trabajaremos la clase que viene, el farmakon durante un tiempo le sirve para esta ilusión; pero llega un momento en que fracasa, fracasa como facilitador del olvido, y de la continuidad sin corte. Y eso es lo que explica la sobredosis.

Lo que he intentado en la clase de hoy es que dejáramos de conside-rar al toxicómano como ese ser abyecto y entroncarlo en la serie de todos los sujetos sufrientes encerrados en una falta de dialéctica en donde su deseo está inoperante. Hay discursos muy machacones de la toxicomanía. Y ya no están sólo los prejuicios sino que además están los instrumentos de intervención del estado, el discurso oficial al que los familiares del paciente se aferran, e incluso es el propio paciente el que se refugia y acata esa especie de borradura que hacen sobre el sujeto.

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HUIR DEL DOLOR

Pensar duele “La” toxicomanía no existe El dolor del órgano fantasma

La clase anterior estuvimos viendo la interrogación sobre algunos prejuicios inherentes a las llamadas toxicomanías, y algunos puntos de la operación farmakón.

Desde la reflexión freudiana se llega a la conclusión de que pensar duele, y ante el dolor que ocasionan ciertos pensamientos la defensa del neurótico es la represión. Hay otros sujetos, en cambio, que ante ese dolor recurren al farmakón.

El hecho de consumir drogas no constituye per se una estructura psi-copatológica, así como veíamos que el rechazo anoréxico tampoco habilita un cuadro específico. Son montajes o fenómenos que sólo considerando el caso por caso permiten adscribirlos a una estructu-ra específica.

Intentar localizar al sujeto con respecto a la realidad del consumo de tóxicos y no con respecto al significante, significa caer en la degra-dación de la llamada constitución psicológica del sujeto. Significa reducir el sujeto a conceptos como el yo, personalidad, maduración, aprendizaje. Los epígonos de Freud se jugaron la basa por la madu-rez genital, y tuvo que venir Lacan para poner las cosas en su sitio.

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En el sujeto no hay constitución psicológica en el sentido de un de-sarrollo preconcebido hacia la madurez. Esto es muy diferente a de-cir que el advenimiento del sujeto está condicionado a la afirmación del nombre-del-padre y al advenimiento de la castración.

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“Pensar duele”. La hipótesis de Le Poulichet es que el drogadicto huye de un dolor. Y que el consumo del tóxico es un montaje de enorme complejidad que ella resume bajo el nombre de operación farmakon.

Huye del dolor, y el dolor, desde Freud, no es un dolor del que uno huye por traumático. No. El simple hecho de pensar despierta re-presentaciones que reenvían a otras, y como de lo que se trata es de obtener un estado de narcisismo ideal, se trata de huir de todo pen-samiento que rompa el equilibrio, la homeostasis ideal.

El tóxico tiene propiedades analgésicas, anestesiantes, alucinógenas, estimulantes, crea un mundo de semi-vigilia, un estado de duerme-vela en donde lo que se consigue es no pensar, que es un objetivo en sí mismo.

¿Cuáles son los pensamientos de los que se intenta huir con la ope-ración farmakon? Eso es lo que tenemos que buscar en el caso por caso. Podemos decir algunas cosas generales, fundamentalmente que la huida es de la castración; es en el caso por caso que se especi-ficará. La operación farmakon la tenemos que pensar siempre den-tro de este tiempo que con Rassial llamábamos estado límite, o lo tenemos que pensar desde la topología que nos ofrece Lacan cuando nos habla del sinthome; o de la holofrase. Son conceptos que nos sirven para apoyar la reflexión teórica de esta clínica que no pode-mos encuadrar de entrada en una estructura precisa.

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Cuando escribimos “la” toxicomanía tendríamos que hacerlo con una barra sobre “la”. Nos servimos del recurso que Lacan utiliza cuando se refiere a que “la” mujer no existe. “La” toxicomanía no existe, existen “las” toxicomanías. No existe una estructura llamada toxicomanía, el hecho de consumir tóxicos no define una estructura.

Por eso creemos que los abordajes terapéuticos de las asociaciones de autoayuda en las que estos seres cautivos de la operación far-makón se presentan diciendo: “yo soy toxicómano”, precipitan una significación tipo prótesis que justamente deja fuera al sujeto. Uno usa la palabra toxicomanía en el sentido sociológico, descriptivo, fe-nomenológico, pero en psicoanálisis no define sujeto. Si para algo le sirve al toxicómano el tóxico es para tratar a su cuerpo como un cuerpo órgano, no un cuerpo entramado con lo que llamamos el de-seo, las pulsiones, la trama simbólica. Su cuerpo es un objeto-órgano, algo sobre lo cual se puede controlar al mínimo cada una de sus excitaciones: pensar duele. Se trata de tenerlo bajo control, dor-mido.

Ese es el efecto del farmakón, anular la subjetividad y transformarse en un objeto órgano que cuando falta la droga se convierte en un miembro fantasma que duele.

Y el tema del dolor es el tema en el que me quiero detener. La ope-ración farmakon tiene como objetivo cancelar el dolor. ¿qué dolor?: el dolor narcisista, el dolor de existir, el dolor del objeto que falta, aquello que lo hace incompleto; el dolor de haber perdido el goce pleno, que como tal nunca lo tuvo. Ahora bien, cuando entra a ope-rar a través de la demanda del paciente la respuesta médica del tra-tamiento, el eje es la abstinencia. Al desaparecer la droga retorna el cuerpo con todos sus dolores. Y allí Le Poulichet recoge una serie de testimonios, de decires de pacientes en proceso de abstinencia que presentifican la ausencia de la droga, de la sustancia, que constituye

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una especie de órgano fantasma. Se trataría la psique como un miembro fantasma que al faltar duele: duele el alma, duele el vacío.

En este momento el discurso social está poniendo todo su peso en la omnipotencia de la sustancia tóxica: el temor de las madres es que si a su hijo lo atrapa esa sustancia lo vuelve loco. Y lo que estoy todo el tiempo es subrayando que no existe esa sustancia tóxica omnipoten-te. Porque si existiera sí podríamos hablar de toxicomanía, como se habla, por ejemplo, de saturnismo ante el envenenamiento produci-do por el plomo. El tema es la operación farmakon, el tema es la es-trategia subjetiva que el concepto de toxicomanía deja afuera.

Y ya veremos en la próxima clase los dos grandes grupos en que se puede traducir esta estrategía: como suplemento o como suplencia. En los casos de montaje toxicómano como suplemento estamos en una estrategia de tapar la angustia de castración, ante cada una de las alternativas en que se pone a prueba el “dar la talla”, por ejem-plo, ante el Otro sexo. Y la estrategia de suplencia se corresponde a un sujeto de menor bagaje simbólico, es decir, cuanto menos castra-ción haya acontecido, cuanto mayor sea la carencia del nombre del padre, le será necesario recurrir a una estrategia de suplencia.

Algunos psicoanalistas ven en ciertas toxicomanías un retorno a la madre, el retorno a la inmediatez, al estado de narcisismo absoluto. Pero siempre hay que ir al uno por uno para poder definir la estra-tegia específica ante la situación específica en que el sujeto se ha vis-to puesto a prueba.

Le Poulichet toma, en relación al dolor, un modelo freudiano, en re-lación al dolor de la enfermedad física y al dolor en la hipocondría, los dos tipos de dolores, no importa si la efracción, si la fractura es real o imaginaria, el dolor tiene la misma cualidad. El tema es que en el hipocondríaco se produce un estancamiento libidinal, de aque-llo con lo que cargamos los objetos que pasan a ser objetos de amor. Y el mundo que nos rodea es a través de la libido que lo incorpora-mos. En el dolor de muelas, toda el alma se va a la muela; en la

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hipocondría, toda el alma se va al órgano. Y la autora usa ese mismo mecanismo de estasis libidinal para aplicarlo al toxicómano.

Pensar duele � En vez de represión � Farmakon

EL ESTATUTO DEL DOLOR EN FREUD:

- Modelo hipocondríaco de estasis libidinal

- El estado de desamparo (Hilflosigkeit) y el dolor

- La pérdida del objeto y el dolor

- El dolor narcisista de la falta

OPERACIÓN DEL PHARMAKON:

- Abolición de la espera

- Tiranía de la inmediatez

- Prótesis contra la falta

- Anestesia del dolor narcisista

- Huida de la castración

- Refugio en el goce

- Destitución del sujeto

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OPERACIÓN FARMAKON: PRÓTESIS CONTRA LA FALTA

La abolición de la espera La tiranía de la inmediatez La búsqueda de la sustancia para tapar la falta La reducción del cuerpo discursivo La ruptura epistemológica freudiana El dolor de existir Sujeto en estado límite, holofrase y sinthome.

Estamos trabajando el tema de las toxicomanías a partir del texto de Silvye Le Poulichet, y estamos abordando más específicamente el concepto de operación pharmakon.

Preferimos usar el término pharmakon – o farmakon - porque nos interesa despejar la carga ideológica que tiene el término tóxico o droga. Y nos interesa que podamos escuchar con la mayor libertad posible al sujeto que está apresado en el acto toxicómano y no cai-gamos en la facilidad de creer, porque así de alguna manera nos lo imprime el discurso médico, no caigamos en la facilidad de creer que la toxicomanía es una categoría psicopatológica.

Toxicómano es el nombre que se le da al acto de consumir tóxico, pero eso no define una estructura psicopatológica. Cuando habla-mos de operación farmakón tenemos la pretensión de despejar el prejuicio de que el toxicómano es un enfermo. Lo que tenemos ante nosotros es un sujeto sufriente que tendremos que definir a lo largo

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de su tratamiento si es un neurótico o es un psicótico, asumiendo entonces una escucha de su acto desde el concepto de operación farmakon.

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Llamamos operación farmakon a ese acto de consumir tóxico, cuyo objetivo es la abolición de la espera, es quedar apresado en la tira-nía de lo inmediato, es intentar tapar la falta con una prótesis, el tóxico como una prótesis, es anestesiar el dolor narcisista, es la hui-da de la castración, el refugio en el goce, la destitución del sujeto. Estos son todos los aspectos que definen psicoanalíticamente a la operación farmakon. Es decir, cuando un adolescente consume dro-gas y viene la madre angustiada porque su hijo es drogadicto, ¿qué tenemos que escuchar ahí? Intentar encuadrar si lo que está en juego es la operación farmakon. Es decir, ¿se trata de la abolición de la es-pera?, ¿se trata de la tiranía de la inmediatez?, ¿se trata de la prótesis contra la falta? Porque esto es operación farmakon. Lo otro, el con-sumo de un tóxico, no es operación farmakon, es el consumo de un tóxico. El adolescente que ha consumido un tóxico no está en la ope-ración farmakon, no es un toxicómano. Para ser un toxicómano tiene que partir de una base. ¿De cuál base. ¿Qué es lo que falla?, ¿qué es lo que no está armado para que sea necesario que intervenga el tóxi-co para cancelar aquello que nosotros llamamos el dolor narcisista? Bueno, esto es lo que tenemos que intentar ir definiendo en estas clases. ¿Qué es lo que define que alguien caiga en la operación far-makon?

Desde el psicoanálisis Freud intenta investigar esto desde el concep-to de narcisismo. Desde esta primero aproximación diríamos que la operación farmakon es el intento de cancelar la falta, ante la falla simbólica que impide que el narcisismo se constituya y se supere. Quedarse en la operación farmakon, es quedarse en la idea de una completitud. Quedarse dormido por el tóxico, es intentar clausurar la falta. No hay nada nuevo para nuestra interpretación de la psico-

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patología, todo el tiempo estamos hablando ¿de qué? de la castra-ción. Todo el tiempo estamos intentando definir que será en función de que el sujeto haya o no atravesado la castración, que estará o no estará armado simbólicamente para asumir su falta. ¿Qué falta? Y aquí estamos dando nuevamente ese giro que es el concepto guía, el concepto sujeto del inconsciente. Es la falta lo que define al sujeto del inconsciente. ¿Qué falta? ¿Qué es lo que falta? Claro, cuando estamos en presencia de un sujeto tan frágil que cree que la falta es algo del orden de la sustancia y para eso recurre a otra sustancia que la clausura: el tóxico. Y decimos ¿es esa la falta? No, no es esa la fal-ta. El sujeto neurótico lo sabe. Porque justamente el sujeto neurótico es aquel que ha podido asumir la castración. Lo cual no quiere decir que no se resista a ella e intente burlarla, pero ya la ha asumido, ya ha pasado por esa etapa. Si estamos en la búsqueda de una sustancia para tapar la falta, mal estamos.

Esta es una de las primeras pautas que tenemos que tener en cuenta ante el sujeto faltante, en el caso de la operación farmakon. Ese es un sujeto que no soporta la falta, estamos ante un sujeto que no ha terminado de constituirse. Porque lo que define al sujeto es la falta. Se es sujeto cuando se asume la falta. Mientras no se asuma la falta no podemos decir que está constituido el sujeto. Está constituido un proyecto de sujeto más o menos frágil. Claro, tenemos los casos ex-tremos a los que podemos aplicar esto; después está todo ese arsenal de casos intermedios que son los pacientes que verdaderamente lle-gan al psicoanálisis, porque esos casos extremos difícilmente llegan. En todos esos casos en donde lo que tenemos es una neurosis que de pronto ha instaurado una operación farmakon, aquí es donde po-demos hacer algo, porque allí hay un sujeto, pero un sujeto que ha desfallecido. Es allí donde podemos hacer posible el intento de que esa sustancia que está llenando la falta pueda desplazarse, porque en la medida en que se desplace puede dejar lugar a que advenga la aceptación de la falta.

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Es muy difícil nuestra actuación sobre aquellos zombies que están clausurados totalmente en una especie de duermevela perpetua, donde el narcisismo, la reclusión narcisista es delirante, delirante en el sentido de creer que la droga les da, les llena todo. Es una creencia que llamamos delirante porque requiere de constante renovación y cada vez requiere una dosis más alta. Y aquí es muy difícil que po-damos actuar desde nuestra escucha psicoanalítica.

Tenemos que diferenciar entonces varios niveles. Por un lado el ni-vel del adolescente que se droga una noche, sufre un proceso de descompensación y entra en un pseudo- delirio. Tenemos el nivel del neurótico que de pronto desfallece y cae en un proceso grave de la operación farmakon. Y tenemos el caso más severo, que general-mente son psicosis compensadas, en donde la drogadicción consti-tuye la clausura y ante esa clausura tenemos que tener el mismo cuidado que ante el delirio en el psicótico. Si le quitamos el far-makón al toxicómano lo dejamos a merced de la más absoluta des-compensación. Es complicado y poco factible nuestra intervencion, es un campo muy marginal donde no podemos trabajar. Sí que po-demos hacer cosas, pero con un nivel, digamos, selectivo de casos.

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Quería mostrarles un razonamiento paralelo en un intento de hacer más inteligible esto de la operación farmakon. Si pudiéramos poner en discurso la operación farmakon diríamos que es la reducción de todo discurso, incluyendo la del cuerpo discursivo. Este es el con-cepto en el que me quiero detener hoy.

La reducción del cuerpo discursivo, el intento de retrotraerse a un cuerpo autónomo del lenguaje, separado, independiente del gran Otro. Cuerpo autónomo: es como quien dice una máquina, como quien dice un organismo original. ¿Cuál es el organismo original? Pues el de un supuesto ser nacido fuera del lenguaje, porque todo ser que nace dentro del lenguaje ya está inmerso en el mundo simbólico y por tanto ya está sujeto a un cuerpo discursivo. Ahora

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voy ampliar el concepto de cuerpo discursivo. Entonces, vamos a poner en paralelo lo que sería el camino que sigue la operación far-makon, que es la reducción del cuerpo discursivo a un cuerpo autó-nomo del lenguaje y a una psique entendida como la prótesis, la psique como órgano. Quiero poner en paralelo, reitero, este recorri-do de la operación farmakón en relación al cuerpo y a la psique, con el recorrido de la trayectoria freudiana en su conceptualización del cuerpo-psique.

En su construcción del psicoanálisis. Freud se enfrenta a una ruptu-ra epistemológica fundamental. Ruptura epistemológica quiere de-cir que se enfrenta al conocimiento como está hasta ese momento, y lo rompe para poder ¿qué?, para poder definir su objeto propio. To-da ciencia tiene que definir su objeto propio para definir su campo, para definir su espacio propio. Entonces ¿cuál es la ruptura funda-mental en la trayectoria freudiana, en la construcción de lo que es la teoría psicoanalítica? Pues justamente es la ruptura del cuerpo bio-lógico hacia la construcción de su concepto de cuerpo pulsional, es decir, del cuerpo discursivo, pues recordemos que la pulsión es, en palabras de Safouan “el efecto más virulento del significante en el suje-to”.86 Y en ese intento la trayectoria freudiana va en sentido inverso que la trayectoria de la operación farmakon. Freud parte del cuerpo biológico para intentar definir ese otro cuerpo sobre el cual va a tra-bajar el psicoanálisis, que es el cuerpo pulsional.

Y la operación farmakon lo que busca justamente es clausurar ese cuerpo discursivo, en pos de esto que llamamos órgano prótesis, donde el cuerpo aparece como un órgano máquina, autónomo de todo lenguaje, autónomo de toda dependencia del Otro, autónomo de la falta, sin falta, el cuerpo-órgano.

El organismo por definición es aquello que está fuera del lenguaje, el organismo es lo que queda recubierto a partir del momento en que

86 Safouan, M., Lacaniana, pág.251, Paidós

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somos seres del lenguaje y pasa a constituir el cuerpo pulsional. ¿Y cuándo pasamos a ser seres del lenguaje? desde antes de nacer. Ya eso que trae la madre dentro de su vientre no es un órgano, es un cuerpo. ¿Por qué? Porque está representado, está pensado, está de-seado, hasta tiene un nombre. Eso no es un órgano.

La operación farmakon, por el contrario, lo que busca es la clausura del cuerpo, del cuerpo en falta, para poder volver a cerrarlo como un órgano completo y autónomo.

El discurso freudiano es justamente el que intenta de entrada definir el cuerpo sobre el cual trabaja, en términos de la lesión histérica. La lesión histérica no se apoya en las leyes neurológicas. La parálisis que afecta a Isabel de R., no sigue la red de su sistema nervioso. No estamos hablando de una lesión de órgano. Estamos hablando de una lesión del cuerpo, y aquí viene la palabreja, “cuerpo discursi-vo”. Freud dirá cuerpo erógeno, cuerpo que se hace erógeno a través de lo discursivo. Más aún, en los comienzos de la teoría de la histe-ria, Freud como buen neurólogo intenta recurrir a una teoría muy en boga en medicina, que es la concepción tóxica. Y esto es interesante porque nos remite, aunque por otros derroteros al tema del tóxico. La teoría de la histeria en la que Freud se apoya para hacer inteligi-ble su abordaje, es la de la histeria como un tóxico. ¿Qué quiere de-cir? que hay algo que intoxica a la histérica. ¿De qué está intoxicada la histérica? De un exceso de algo. ¿Cuál es ese exceso tóxico que la intoxica? Las ensoñaciones. Es un exceso de ensoñaciones. Claro, esa mujer victoriana que está todo el día en su casa sin hacer nada, la intoxican las ensoñaciones. Así empieza la teoría freudiana de las neurosis, recurriendo al exceso de algo, como quien recurre a un tóxico.

Rápidamente vemos cómo va evolucionando. Y este primer inicio de la intoxicación es aquel aspecto de la teoría que el empieza a trazar con Breuer. Así en sus “Estudios sobre la histeria” en su lección pre-liminar, Freud y Breuer dirán que la etiología de la histeria se apoya

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en un factor enfermante propio de estas mujeres, factor que llaman estado hipnoide. El estado hipnoide es un estado de disociación faci-litador ¿de qué? de intoxicación. Intoxicación, ¿con qué?, con las en-soñaciones. Y cuando se habla de facilitación se está recurriendo al apoyo de lo biológico: se pretende que hay algo en el órgano que facilita que allí se intoxique, que el tóxico allí produzca su efecto.

Por eso hablamos de ruptura epistemológica, porque para poder avanzar en la trayectoria freudiana se tuvo que romper con este concepto de la teoría biológica. Y qué aporta entonces Freud para poder despejar el concepto de etiología tóxica de la histeria. Aporta ni más ni menos que aquello que ahora llamamos el arsenal simbóli-co; es decir, el conflicto. El conflicto, aquí ya no estamos en el estado hipnoide como facilitación neurológica, ya no estamos en lo real del órgano. Estamos en el nivel del aparato simbólico, en el nivel del aparato de las representaciones. Porque el conflicto es entre repre-sentaciones. No es el conflicto entre un tóxico y un cuerpo, no es en-tre una sustancia y otra sustancia, es entre una representación y otra representación. Ahí está la ruptura epistemológica.

Y esto se irá complejizando, pues este conflicto, por una cadena aso-ciativa, tiene su repercusión a nivel somático. Ahí estamos en el cuerpo pulsional. No en el cuerpo del órgano, sino en el cuerpo dis-cursivo. El cuerpo que está apresado por la metáfora.

La parálisis de Isabel de R. remite a una cadena asociativa que, si ustedes recuerdan, tiene, por un lado, la línea del padre enfermo, y, por otro lado, la línea del joven de sus amores. En qué estamos, es-tamos en representaciones de objeto, de objeto de amor. Y desem-boca en el conflicto, en tanto esa ensoñación amorosa le lleva a des-cuidar su deber filial de cuidar a su padre enfermo, quien sufre un agravamiento. Isabel de R. es un caso ejemplar porque está marcan-do con balizas muy, muy luminosas el recorrido de toda esta cons-trucción. Y que es el recorrido de toda construcción de síntoma histérico.

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Siguiendo con el paralelismo en el que estábamos, viendo como en la trayectoria freudiana, en la construcción de su teoría y de su clínica va enfrentándose a las rupturas epistemológicas, les recuerdo un momento luminoso de ruptura en aquella célebre carta que Freud dirigía a su amigo Fliess, diciéndole: “ya no creo en mis histéri-cas”, “mis neuróticas me mienten”. Ahí se produce una ruptura muy importante. ¿Por qué? ¿Qué pasó allí? Allí lo que surge es ni más ni menos lo siguiente: que recurrir al trauma real para construir la etio-logía se manifiesta falso. Pero, ¿es falso que haya existido la seduc-ción por un adulto? Porque el tema es el siguiente: la seducción por un adulto como historia fantaseada, tiene un efecto que no tiene na-da que envidiarle al efecto que produce la seducción por un adulto realmente acontecida. Y aquí es donde está el salto epistemológico: del trauma real al trauma fantasmático. Allí se abre un campo de investigación muy fértil, que permite despegarse de ese cuerpo real, en este caso, de ese acto real. En definitiva, la ruptura epistemológi-ca consiste en que Freud tiene que ir despegándose de lo real, de lo real del cuerpo, de lo real del acto, y entrar en el nivel de las repre-sentaciones. Despegarse del modelo neurológico.

En un trabajo que Freud hace en 1895 “Proyecto para una psicología para neurólogos”, el construye allí una teoría del aparato psíquico que es un híbrido, que en definitiva es un aparato neuronal, es decir, un aparato que sigue pegado a lo real. Es cuando puede dar el salto y despegarse de las neuronas, no porque las neuronas no existan, sino porque de lo que se trata es de que el elemento enfermante es del orden de la representación. No es del orden de lo físico, si no volvemos a la teoría del tóxico. Entonces, allí tenemos una ruptura epistemológica que a Freud le cuesta dar porque, como buen neuró-logo, el intenta conservar lo biológico en su modelo. Y de hecho no lo deja de intentar nunca -tenemos que ser honestos con Freud- has-ta el último momento lo sigue intentando. En ese sentido su avance es paradójico, sigue siendo fiel a la nostalgia de la teoría de la toxina única. En el discurso de la neurología de esa época, el discurso de la

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psiquiatría de esa época, el intento de descubrir la toxina única era como el de los alquimistas que buscaban la fabricación del oro.

Y con el concepto de libido Freud nunca termina, desde su teoriza-ción, de despegar el concepto de libido al nivel de lo que llamamos concepto límite entre lo somático y psíquico, aferrándose siempre -como una nostalgia de que su teoría de la libido llena su deseo más íntimo- como buen neurólogo, a que la sexualidad era la toxina úni-ca.

Claro, el concepto de sexualidad como toxina, no funciona, el con-cepto de la pulsión como toxina se confunde con el concepto de ins-tinto, porque es a nivel del instinto donde funciona la toxina. Cuan-do hablamos de instinto de qué hablamos: de las reacciones quími-cas que tiene todo cuerpo. De una manera más arcaica, reducir la libido al instinto es reducirla a la toxina. Y la libido, su capacidad de investir al cuerpo de erogeneidad remite a la construcción de las re-presentaciones, es decir, remite a aquellos significantes que están actuando, que hacen que ese lugar de la pierna de Isabel sea lugar de goce, sea lugar de síntoma, en tanto registra metafóricamente su relación con el objeto de amor. Quiero defender, pero no ingenua-mente, a Freud. Freud sigue siendo un neurólogo hasta el último momento. Él ha descubierto un nuevo campo, pero su deseo era poder ser el descubridor de la toxina única. El construyó esto, abrió un campo y ese campo está lleno de obstáculos, obstáculos en los que él mismo tropieza y cae, porque parten de sus propios deseos y sus propios prejuicios.

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Luego llega la trayectoria lacaniana y aquí entonces la ruptura epis-temológica podrá contar con un nuevo elemento y, ahora sí, un ele-mento positivo. Porque cuando hablamos de representación – Freud hablará del representante representativo de la pulsión (Vorstellung-repräsentant) - ese es el elemento positivo objeto de la represión. Así como la teoría de la toxina única, lo que está intentando es encontrar

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el elemento positivo “sustancia”, llega Lacan y pone sobre la mesa un elemento positivo, pero de otro registro. ¿Cuál es el elemento po-sitivo que pone Lacan?: el significante. ¿Podemos pensar al signifi-cante desde la vertiente de la toxina? Llamar toxina al significante tiene su rémora. No es un buen término para referirse al significan-te. El significante es el que nos libera de la toxina, el significante es lo que nos enfrenta al vacío de la toxina. Está en el lugar de la toxi-na. El discurso de la ciencia, es decir lo que la psiquiatría o la neuro-logía, o en casos más recientes, lo que la genética dice acerca de la conducta, de la cosas que nos pasan a los individuos, todo el tiempo este discurso insiste, en última instancia, en la toxina, en el elemento positivo, la sustancia, lo real. Si nos vamos al otro extremo, el dis-curso religioso, referido a los sentimientos del ser humano, al amor, los miedos, ¿dónde remite? pues al mismo lugar que el discurso científico, aunque ellos digan lo contrario. Porque unos van por el terreno de la fe y otros van por el terreno de la razón. Pero, los dos van al mismo lugar: a que el Otro está completo, a que el todo es po-sible, a que la falta se puede llenar. Son los genes o Dios. O provi-dencia divina o providencia genética. Ambas nos llenan. Entonces viene Lacan y ahora qué ¿es el significante lo que nos llena? ¡Ah! El significante es justamente el que nos enfrenta al vacío de ser, a la fal-ta en ser. ¿Por qué decimos que el significante nos enfrenta al vacío de ser? Porque la providencia genética o la divina muestran su tras-pié ante la pregunta por el ser: viene Hamlet con su ”ser o no ser”. Claro, cuando el ser remite al significante nos enfrenta a la falta, a la imposibilidad de definirnos, a la imposibilidad de decirnos, a la im-posibilidad de que podamos ser representados unívocamente, siem-pre lo que nos definirá, y esta es la esencia de la teoría lacaniana del ser, es la falta-en-ser. Ni ser genético ni ser divino, ser-en-falta. Y es-to es fundamental porque si no nos acusan de metafísicos, o, lo que es peor, de metapsicólogos.

Recapitulemos. Todo esto era para decir que la trayectoria freudia-na, en su construcción de la teoría psicoanalítica, es un intento de

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borrar lo real del cuerpo, en pos de otro cuerpo que no se apoya en el órgano sino que se apoya en el discurso del Otro, es decir, en el lenguaje, es decir, en el inconsciente. Este es el cuerpo que interesa al psicoanálisis. No el cuerpo biológico. Ahora bien, en el caso de la operación del farmakon, ésta nos enfrenta a una trayectoria opuesta. Podemos decir que el toxicómano, en su intento de restituir ese cuerpo, clausurando la falta a través del tóxico, está intentando re-tornar al cuerpo órgano total. Está como quien dice renegando del ser. Porque el ser le enfrenta a la falta, al dolor de existir. Eso es lo que Freud llama dolor narcisista: dolor de existir en tanto soy en fal-ta, soy con un agujero, siempre incompleto.

Retornar al cuerpo órgano total implica retornar al narcisismo abso-luto, un cuerpo que no tiene ninguna necesidad, no hay nada que lo está perturbando. Se tiende a un momento mítico en donde nada falta. Uno de los terrenos donde Freud investiga el narcisismo es en el dormir. Cada noche cuando nos vamos a dormir nos replegamos narcisisticamente, cortamos toda conexión perturbante.

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La operación farmakon sería entonces como un supremo intento de suprimir esa falta que perturba la posibilidad de volver al estado mítico, que nunca ha existido, pero lo idealizamos, lo tenemos en nuestra meta.

Cuando decíamos que el toxicómano a través del tóxico lo que in-tenta es construir otro cuerpo, construir un cuerpo autónomo del discurso del otro, un cuerpo cerrado, lo diferenciamos con el cuerpo en el caso de la histeria, en tanto el síntoma que inviste el cuerpo de la histérica es ni más ni menos que una metáfora; es decir, es un cuerpo discursivo. Mientras que el cuerpo del toxicómano está en el orden de lo real, el cuerpo de la histérica está en el orden de lo simbólico. El síntoma corporal de la histérica es un pedazo de dis-curso. Definimos entonces al síntoma histérico como una respuesta

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al Otro, respuesta localizada en el cuerpo. Con el cuerpo del toxicó-mano pasa lo que vimos en el fenómeno psicosomático.

Estamos en ese espacio, en ese tiempo, que Rassial definía como el del sujeto en estado límite. Y en otros momentos utilizamos también el concepto de holofrase. Son dos conceptos que remiten a ese mis-mo déficit, que nos tienen que servir para hacer inteligible el fenó-meno, diferenciándolo del fenómeno discursivo. No son fenómenos discursivos. Y el otro concepto que hemos utilizado, el de sinthome, nos puede servir también para referirlo a estas patologías. Así, cuando afirmamos que en la anorexia, en el fenómeno psicosomáti-co, y en la operación farmakon no estamos en presencia de forma-ciones sintomáticas, podríamos concluir que nos enfrentamos a for-maciones supletorias del orden del sinthome.

En la clase anterior decíamos pensar, duele; por eso el toxicómano quiere estar dormido todo el tiempo, quiere tener su pensamiento paralizado, su cuerpo clausurado. Ese es el narcisismo absoluto, la homeostasis total, la abolición de toda excitación. Y el discurso es lo más excitante que existe y lo que coloca en el lugar de la demanda: el Otro le increpa.

Vuelvo a lo que decía al comienzo. Todo esto nos sirve únicamente, pero nada menos que, para desmitificar, despejar, abrir la idea pre-juiciosa que tenemos de los toxicómanos. ¡Esos viciosos! Otras veces hemos visto como también con la histeria hubo que superar prejui-cios ¡Esas reprimidas necesitan un poco de tóxico sexual!

Y este es otro tema, el de cómo vive el toxicómano el Otro sexo, es decir, la demanda sexual. Pues si partimos de la idea de que lo que él se ha construido es un cuerpo descarnado, en el sentido de un cuerpo desvestido de metáforas, vive el surgimiento de su sexuali-dad como una irrupción fracturante, corrosiva, angustiante. Vive el sexo real, lo real del sexo.

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Y eso no tiene nada que ver con lo que los neuróticos encontramos o desencontramos en el terreno del Otro sexo, en relación a los impa-ses entre acto sexual y acto amoroso. Así tenemos la queja histérica: “no quiero que me usen para follar, quiero que me amen”. Y tienen razón. Lo que pasa es que los hombres parece que sólo quieren follar, y las mujeres, en cambio, parecen estar hechas más para hacer el amor. Lo cual no quiere decir que no pueda haber hombres amorosos y mujeres folladoras. Todo está permitido en la viña del Señor. En la relación sexual, condenada al desencuentro, la relación está investi-da por todo el aparataje simbólico del “dar lo que no se tiene….”. Ahora bien, hay momentos en esta no-relación sexual en que lo real emerge, y así hablamos del orgasmo como de una pequeña muerte.

En el caso del toxicómano, la emergencia de lo real ante la relación sexual es de un carácter mucho más masivo. Lo que el toxicómano ha clausurado es el decir sobre el sexo, esto es, el hacer el amor. Por-que el amor se le aparece como aquello de lo que no quiere saber nada, él lo único que quiere es que lo dejen tranquilo y completo. Es como si el sexo mostrara al toxicómano su cara real, su cara cadavé-rica, su cara puramente orgánica, experiencia que nada tiene que ver con los impases sexuales del ser parlante neurótico. Porque el sexo del ser parlante siempre responde a una demanda, no se puede des-prender de lo hablado, no se puede desprender del Otro, de lo que el Otro desea, espera, ordena, de lo que el Otro demanda.

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Cuando viene un toxicómano, lo que viene es un sujeto que ha clau-surado su desfallecimiento. El tóxico clausura al Otro. Y llega el fu-ror sanandis del tratamiento desintoxicante y ordena la abstinencia, el enfrentamiento con su agujero real, lo que en los casos de psicosis compensadas puede desembocar en la locura.

Si es neurótico se le puede ir proveyendo de los otros dispositivos simbólicos que están desanudados pero que se pueden volver a

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anudar. Es decir, los recursos de la palabra, los recursos de asocia-ciones, recuerdos, fantasías, síntomas, sueños.

De lo que se trata es que ante un estado de toxicidad hay que dife-renciar qué está primero. El psiquiatra dirá: hay una toxina que hay que limpiar: desintoxicación. Nosotros decimos: antes de la toxici-dad hay un sujeto desfallecido, y tenemos que intentar localizar dónde está situado ese resto de sujeto. No es que la droga haga que quede un resto de sujeto, es al revés: este resto de sujeto sólo tuvo la droga como armazón para construirse un cuerpo que se cerrara. Pe-ro no es la droga el verdadero tóxico. El verdadero tóxico es aquello que falló en la constitución del sujeto. Y tenemos entonces doble problema: el sujeto en construcción fallida y la clausura del sujeto en construcción fallida por lo droga.

Ahora hay una cierta alarma social de madres que consultan por el tema de la droga. No es que un adolescente se vuelva psicótico por consumir droga, previamente tiene que existir un sujeto desfalle-ciente al que se sumó la droga.

El discurso políticamente correcto proclama: “¡Miren lo que la droga hace de la gente!”. Se trata de evitar esa simplificación y de poder preguntarse qué es lo que el tóxico intenta subsanar. En esa pregun-ta se juega la inclusión del sujeto, una revisión de la teoría de las toxicomanías y, consecuentemente, de su tratamiento.

Si nos preguntamos sobre una posible comparación entre el farma-kon y el sinthome, podemos decir lo siguiente: el sinthome es una suplencia del nombre del padre forcluido, el sinthome como un nu-do suplente; y la operación farmakon sería un intento de restaurar ese cuerpo que no puede ser armado por lo simbólico. Entonces, an-te la ausencia de la función nombre-del- padre algunos tienen la po-sibilidad de elaborar un nudo supletorio como es el caso del sint-home; desgraciadamente, otros se aferran a una sustancia clausuran-te, que también anuda, que permite que ese cuerpo no se disgregue, no lo vuelva loco.

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DOLOR NARCISISTA, TIEMPO CERO DE LA OPERACIÓN PHARMAKON

La constitución del cuerpo libidinal La huida al cuerpo máquina Narcisismo, masa y retraimiento de la libido Tiempo cero y fractura simbólica La paradoja del montaje toxicómano

Quería recordarles brevemente dos conceptos en relación a lo que veníamos trabajando sobre la operación farmakon o montaje toxi-comaníaco. Tendríamos que hablar de dos tiempos en la operación farmakon; un primer tiempo que es el de la intervención del tóxico, produciendo la cancelación de aquello que ha surgido en el tiempo cero y que llamamos dolor narcisista; y un segundo tiempo de la operación farmakon, que es cuando ya la droga entra en el período de la abstinencia, y se produce el resurgimiento del dolor narcisista.

Entonces, lo que los psicoanalistas nos vamos a preguntar acerca de la operación farmakon es sobre el tiempo cero, nos vamos a pregun-tar sobre las causas de la emergencia del primitivo dolor narcisista que llevó a este individuo a poner en marcha la operación farmakon.

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¿Y qué es el dolor narcisista? En primer lugar remite a aquello que tiene que ver con el yo, es como el dolor de lo que el cuerpo nos

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plantea como de imposible completitud. Cuando digo el cuerpo en-tramos en el estatuto propio de ese cuerpo que el toxicómano inten-ta reconstruir con la operación farmakon.

El cuerpo no es el mero organismo, los animales no tienen cuerpo. Son los seres hablantes los que tienen cuerpo, porque es un cuerpo en tanto está investido, vestido de libido, tejido por una red que tie-ne que ver con las imágenes y con las palabras. Porque el niño, cuando llega al mundo, no es un simple organismo. Inclusive cuan-do está dentro de la panza de la madre es mucho más que un feto. El niño es el fruto del deseo y eso ya es investir ese órgano con una red significante. Entonces, cuando llega el niño al mundo, que ya llega investido, tiene que empezar progresivamente a revestir ese cuerpo de libido, a través del deseo del Otro.

El niño llora, esto es, el niño llama; y la madre, el gran Otro primor-dial, es quien va a traducir: “el niño tiene hambre”. En el acto de mamar, entre la boca y la teta empieza a circular algo que es lo que llamamos libido. La libido no es energía instintiva, no es energía bio-lógica, la libido es esa especial energía que se teje con los significan-tes del Otro. Es decir, la teta viene de entrada con miradas y con pa-labras. La teta y la boca se están invistiendo con la libido. Y allí em-pieza la constitución del cuerpo libidinal.

La libido irá tejiendo toda la piel, lo que llamamos las zonas eróge-nas. Hay zonas especiales, llamadas a intervenir más activamente en la constitución del cuerpo libidinal porque son aquellas que recu-bren los orificios de salida y de entrada: la boca y el ano, dos zonas que tienen un protagonismo esencial en el primer año de vida, en tanto centran el interés de la madre, en tanto comer y defecar son dos actividades vitales. Pero no son actividades reflejas, automáti-cas, mecánicas, sino que comer y excretar son vías por donde circula el deseo: como o no como, le doy o no le doy, me lo guardo o lo ex-pulso. Ya está en marcha esa otra dinámica que va a constituir esa unidad especial cuyo término, cuyo puerto necesario, es la constitu-

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ción del sujeto, es decir, la constitución del deseo, es decir, abando-nar el organismo máquina, el cuerpo autónomo, el cuerpo organis-mo, y asumir el cuerpo libidinal.

Y todo esto es el reverso de lo que le pasa al toxicómano. El toxicó-mano lo que va a buscar es el cuerpo autónomo, es decir, lo que va a intentar es alcanzar el máximo posible de autonomía, de no depen-der del deseo del Otro. Y allí es entonces en donde la operación far-makon intenta de alguna manera construirle ese otro cuerpo. Es co-mo si se intentara recuperar el cuerpo real, real desde la categoría lacaniana, el cuerpo viviente, el cuerpo organismo. Pero ya dijimos que el cuerpo del hablante-ser no fue nunca puro real. El feto mismo ya está investido por lo imaginario-simbólico.

¿Por qué esta huida al cuerpo máquina? Porque algo ha fallado en la sustentación de las redes simbólicas que no están cumpliendo el pa-pel de organizador. Entonces lo que se intenta es obturar esa falla, y para explicarlo con más precisión hoy incorporaremos un término que ya vimos cuando trabajamos lo psicosomático, el nudo borro-meo y el sinthome: el concepto de “suplencia”.

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Dijimos que el sinthome era el nudo que hacía suplencia al desanu-damiento del nombre-del-padre, al desanudamiento de ese signifi-cante fundamental que hace que la red esté fija y no se deshilvane, el punto de capitonado que permite que el cuerpo, como cuerpo signi-ficante, se organice y la libido circule en pos del objeto. Esto es lo que está fallando en el tiempo cero, y que va a posibilitar que se pa-se al tiempo uno de la operación farmakon, porque lo que está fa-llando es el nombre-del-padre.

No necesariamente esta falla del nombre del padre remite a su for-clusión. La toxicomanía como suplencia no debe traducirse necesa-riamente como psicosis. Puede ser un montaje en estructuras neuró-ticas como suplencia ante el desfallecimiento del nombre-del-padre.

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Lo que pasa es que a los efectos del compromiso del cuerpo es difrente un caso u otro.

Aquí voy a recurrir a uno de los primeros grafos de Lacan, el quema L, donde vemos cuatro lugares: el lugar del Sujeto (S), el del gran Otro (A), el del otro del espejo (ay el lugar del Yo (a).

Por un lado tenemos la dialécticaen esa construcción primera de la identificación que llamamos estdio del espejo, por la cual el niño reconoce en otro niño la coordinción, la prestancia, la posibilidad de estar armado, la captriz que en sí su cuerpo aún no ha logrado.

Y por otro lado tenemos la dialéctica simbólica (S)aquella que lleva a que la construcción del yo como “yo cuerpo” quede dividido, gobern

En el nivel de la dialécticpo imaginario. Y en el nivel de la dialéctica simbólica estamos en nivel del sujeto en relación al gran Otro en tanto se constituye como deseante, como inconsciente, como aquello que sólo puede ser rpresentado por significantes.

El cuerpo imaginario es el cuerpo en lo inmediato pero ya revestido por la imagen. Y de entrada está revestido por los significantes.

Y decimos entonces que la toxicomanía es un intento de destitución de la subjetividad en tanto lo que idiato, el cuerpo lleno, el cuerpo sin vacío

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Lo que pasa es que a los efectos del compromiso del cuerpo es dif

quí voy a recurrir a uno de los primeros grafos de Lacan, el L, donde vemos cuatro lugares: el lugar del Sujeto (S), el Otro (A), el del otro del espejo (a’) en posición de objeto

Por un lado tenemos la dialéctica especular (a) <---- (a’), que se crea en esa construcción primera de la identificación que llamamos estdio del espejo, por la cual el niño reconoce en otro niño la coordinción, la prestancia, la posibilidad de estar armado, la cap

su cuerpo aún no ha logrado.

Y por otro lado tenemos la dialéctica simbólica (S) <----aquella que lleva a que la construcción del yo como “yo cuerpo” quede dividido, gobernado, alienado por la dimensión simbólica.

En el nivel de la dialéctica especular estamos en el nivel del yo cuepo imaginario. Y en el nivel de la dialéctica simbólica estamos en nivel del sujeto en relación al gran Otro en tanto se constituye como

seante, como inconsciente, como aquello que sólo puede ser rr significantes.

El cuerpo imaginario es el cuerpo en lo inmediato pero ya revestido por la imagen. Y de entrada está revestido por los significantes.

Y decimos entonces que la toxicomanía es un intento de destitución de la subjetividad en tanto lo que intenta rescatar es el cuerpo inm

cuerpo lleno, el cuerpo sin vacío, el cuerpo sin falta, el o

Lo que pasa es que a los efectos del compromiso del cuerpo es dife-

quí voy a recurrir a uno de los primeros grafos de Lacan, el es-L, donde vemos cuatro lugares: el lugar del Sujeto (S), el

en posición de objeto,

(a’), que se crea en esa construcción primera de la identificación que llamamos esta-dio del espejo, por la cual el niño reconoce en otro niño la coordina-ción, la prestancia, la posibilidad de estar armado, la capacidad mo-

---- (A) que es aquella que lleva a que la construcción del yo como “yo cuerpo”

do, alienado por la dimensión simbólica.

a especular estamos en el nivel del yo cuer-po imaginario. Y en el nivel de la dialéctica simbólica estamos en nivel del sujeto en relación al gran Otro en tanto se constituye como

seante, como inconsciente, como aquello que sólo puede ser re-

El cuerpo imaginario es el cuerpo en lo inmediato pero ya revestido por la imagen. Y de entrada está revestido por los significantes.

Y decimos entonces que la toxicomanía es un intento de destitución tenta rescatar es el cuerpo inme-

, el cuerpo sin falta, el or-

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ganismo viviente como cuerpo real. Es el intento de ser sólo “yo cuerpo”, lo inmediato, lo que toco, lo que veo. Yo cuerpo excluye todo aquello que tiene que ver con las representaciones, a las que el yo no controla. Y la representación incontrolable por excelencia es la del deseo.

El toxicómano quiere se puro yo cuerpo porque así dejaría fuera el dolor psíquico, el dolor narcisista, aquello que denominamos la fal-ta, aquello que definimos por castración; deja afuera el circuito del deseo, porque desear es perseguir, perseguir, perseguir….y de lo que se trata es de lo inmediato. El toxicómano no puede esperar, sólo puede “ya”. Y en esa inmediatez se define por un tóxico, que es lo más inmediato que existe. Se ha demostrado que gracias al tóxico pierde la memoria, pierde el pensamiento, la temporalidad, queda en una especie de equilibrio somnoliento. Eso es la destitución de la subjetividad en pos del cuerpo automático separado del Otro, de los significantes, del deseo.

Aquí el error es creer que todo esto el toxicómano lo hace volunta-riamente. Esto es así porque el nombre-del-padre ha fallado, y el su-jeto no tiene las herramientas suficientes para hacer posible la ope-ración significante del deseo, para investir su cuerpo con un circuito pulsional. Entonces como no tiene todos esos mecanismos que son los que gracias al nombre-del-padre los neuróticos sí tienen, el toxicómano, que puede ser un neurótico al que le ha fallado el ope-rador simbólico, o un psicótico al que nunca le ha entrado en fun-cionamiento, tiene que intentar construirse un cuerpo nuevo. Ya veremos cómo las estructuras neuróticas también pueden recurrir al montaje toxicómano. Ahora estamos haciendo hincapié en la opera-ción farmakon como suplencia del nombre-del-padre desfalleciente, diferenciándolo de aquellos montajes donde el tóxico funciona como suplemento.

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Les recuerdo. El bebé llora, la madre traduce “tiene hambre”, y la teta entra en escena. Pero no viene sola, no es la pura función ali-menticia, como reduce cierta psicología, sino que viene acompañada por la mirada de la madre, por su voz, por sus ritmos, por sus cari-cias. Viene con el deseo de la madre. Ahí empieza a construirse el circuito pulsional. Pero, estos circuitos no siempre se constituyen. Así vimos en la anorexia que este circuito falla, que hay algo del or-den del alimento en el que el revestimiento del deseo está desarticu-lado. Para no ir al ejemplo extremo de la anorexia, esto está presente en cualquier niño que tiene problemas de mamar. Así en estos casos podemos pensar un primer tiempo en el que este niño hace su lla-mada, pero la necesidad desde el principio está tramada con la de-manda de amor. En un segundo tiempo viene la teta, pero con la te-ta viene el deseo del Otro. Y hay un tercer tiempo en el que el niño tiene que poder desprenderse de la teta. Si el objeto no cae no hay posibilidad de desear. Hay niños que recurren a un objeto indefini-do, el objeto alucinatorio. No confundir con el objeto transicional –por ejemplo, la sabanita- que ya es un paso en la construcción de la relación de objeto, un paso de transición hacia el objeto. En el caso que nos ocupa no es así, es el tiempo de la alucinación. Hay una construcción por la cual la realidad es denegada, revestida con una presencia que no responde a la percepción. Y esa capacidad de alu-cinación, que es una capacidad “normal”, no estamos hablando de alucinación psicótica, es una herramienta que le permite al niño in-tentar un estado de homeostasis permanente, constituyendo el nar-cisismo primordial. Este paso de alucinación temporal del objeto puede conducir a casos más severos que indicarían la dificultad de asumir la separación. Y seguramente es algo que le está costando asumir a la madre.

Cuando decimos que la toxicomanía es una formación narcisista, lo decimos de la misma forma en que nos referimos a la hipocondría y a la enfermedad orgánica como formaciones narcisistas. Inclusive

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hay dos modelos más que Freud menciona: el estado del dormir y la pasión amorosa. Freud equipara la pasión amorosa a la hipocondría, en el sentido de que el órgano enfermo es una manera que tiene el individuo hipocondríaco para cargar de libido su cuerpo, en este ca-so, el órgano. Y el enamoramiento es el máximo exponente de narci-sismo en tanto lo que es recubierto de libido es el objeto de amor, en tanto el objeto de amor se confunde con el yo. Porque la condición fundante para el enamoramiento es el espejo, es decir: “el otro soy yo”. Por eso no estamos hablando de amor sino de enamoramiento. El amor es la construcción del objeto diferente a yo, en tanto el obje-to es aquel que no tiene lo que yo espero y yo no le doy lo que a él le falta. En cambio en el enamoramiento yo y el otro nos confundimos de tal manera que somos una masa.

El órgano enfermo del hipocondríaco es una masa, al igual que en el enamoramiento. De la misma manera en la toxicomanía, el dolor narcisista que había sido cancelado por el tóxico, con la abstinencia retorna como dolor de miembro fantasma. Ese dolor es amasado, es hecho masa como una prótesis fantasma, que permite masificar, re-traer la libido allí

En todos estos casos de masa, el mecanismo que funciona es el de retraimiento de la libido. No deja de ser insólito que Freud homolo-gue la pasión amorosa con la hipocondría.

Estamos recurriendo a conceptualizaciones que Freud utiliza en otros campos – las formaciones narcisistas- para homologarlas al campo específico de la toxicomanía. El estado del dormir es el típico estado de retraimiento de la libido.

El otro hincapié es el de la búsqueda del toxicómano del cuerpo máquina, independiente del Otro, es decir, de un cuerpo separado del pensamiento-lenguaje. Cuando hablamos de cuerpo erógeno, libidinizado, pulsional, dialectizado, recubierto de significantes, es-tamos hablando del cuerpo ya tramado por el pensamiento-lenguaje.

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La operación farmakon va en pos de un cuerpo autónomo de los pensamientos, dejar de pensar, dejar de estar torturado por la falta. Y también un cuerpo autónomo de la memoria, la no-memoria, un cuerpo sin estímulos y sin memoria ni deseo: decir no al sujeto, un cuerpo sin sujeto.

Cuerpo autónomo y destitución de la subjetividad. Las dos cosas van juntas en la operación farmakon, en pos de un cuerpo completo, de un yo cuerpo idéntico a sí mismo. Y ante la imposibilidad de tal unidad recurre a la prótesis tóxica.

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Entonces, la interrogación que nos tenemos que hacer es la que tiene que ver con el tiempo cero: ¿qué le llevó al tóxico? Generalmente, si se trata de una suplencia, lo que vamos a encontrarnos es alguna fractura simbólica que ha producido algo del orden de un fenómeno psicosomático, o algo del orden de un sujeto en estado límite. Es al-tamente probable que en la clínica del toxicómano, el tiempo cero nos enfrente a un sujeto en estado límite, que ha usado la toxico-manía como suplencia, para anudar el nombre del padre y construir un cuerpo autónomo.

Si Uds. recuerdan lo que veíamos con Recalcatti sobre la anorexia, el recurría a la holofrase para conceptualizar ese cuerpo escayolado. O lo que veíamos desde Lacan sobre el concepto de sinthome como cuarto nudo borromeo.

Todas estas conceptualizaciones remiten a este desfallecimiento del significante-nombre-del-padre que necesita ser apuntalado. Hay al-go en lo social que habilita un Otro desfalleciente. Y es en este marco que podemos pensar el surgimiento del psicoanálisis: la pregunta por el Padre. El cuestionamiento del padre es lo que da el alimento a Freud para crear el psicoanálisis. Tenemos que plantearnos como central la cuestión del padre en Freud, cuestión que sigue siendo central en Lacan.

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La paradoja del montaje toxicómano, es que la suplencia del nombre del padre, en tanto real-tóxica, no habilita la abertura simbólica que permita operar al deseo.

El cuerpo en su origen es puro goce del Otro. Es un pedazo de carne de mamá. Progresivamente hay que ir cerrando ese goce, con la ley que prohíbe. Pero, ¿cómo se administra esa ley? en los sucesivos cir-cuitos pulsionales que van haciendo que el cuerpo vaya adquiriendo lugares de deseo, que deje de ser lugar en donde el Otro primordial goza y pase a convertirse en el vacío, el agujero, en torno al cual hay que girar en la llamada del deseo.

El montaje toxicómano está condenado a fracasar porque lo que hace es lanzarte nuevamente en brazos del Otro gozador, que en es-te caso tiene la cara de la muerte. Porque el precio a pagar por tener un cuerpo cerrado es dejarte librado a Otro goce peor, que es el goce de la muerte.

En este sentido la construcción toxicomaníaca es paradójica, porque en vez de salvarte te hunde más; si tapa la falta la solución naufra-ga. Y sin falta, no hay posibilidad de deseo; lo que hay es una dosis más otra, más otra, hasta la sobredosis, en brazos de la muerte. El goce máximo es el de la muerte, más allá del placer.

Recordaba una vieja película “La gran comilona”, en el que se evi-denciaba obscenamente el goce de comer hasta reventar. Eran los circuitos pulsionales ilimitados. El buen circuito es el que contornea dejando una falta. Si lo que se busca es saciar el circuito a lo que se llega es al goce. Hacen falta las leyes simbólicas: hace falta un ritmo, el dejar un espacio, puntuar, poner límites. Esto es posible por la ac-ción del significante nombre del padre, de la ley, la ley de comer sin reventar, las leyes regidoras del funcionamiento psíquico, las leyes que rigen el placer, las leyes que limitan el goce para que surja el de-seo.

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DISPOSITIVO PARADOJICO DE AUTOCONSERVACION

Una formación narcisista Fracaso de la operación fundante del sujeto El punto cero: la llamada al goce Estado de masa y ofrenda real al Otro La lógica de la suplencia y la lógica del suplemento La suplencia como nudo real

Vamos a empezar con el dispositivo paradójico de autoconserva-ción. Esta es el concepto que utiliza Le Poulichet, la psicoanalista que estamos citando en el tema de la toxicomanía: autoconservación. Lo interesante de su planteo al hablar de la toxicomanía como de un dispositivo de autoconservación, un dispositivo paradójico, es que pone el acento exactamente en lo opuesto a lo que habitualmente se teoriza sobre la toxicomanía. La toxicomanía como dispositivo de autoconservación lo que hace en definitiva es lanzar al individuo a los brazos de la muerte. Pero el intento de esta estrategia que lla-mamos operación farmakon es justamente un intento de autocon-servación.

Vamos a ver en qué sentido habla de autoconservación: en el sentido del narcisismo. Por eso vamos a hablar de la operación farmakon como formación narcisista. Para ello vamos a remontarnos a la hora cero, al momento cero, al momento antes de la toxicomanía, que es donde, como psicoanalistas, tenemos que perfilar el verdadero en-

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torno. Que no se trata de la droga. La droga es aquello que sirve a un dispositivo que pretende otra cosa, que es justamente luchar con-tra esto que vamos a hablar ahora: el momento cero.

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Para hablar del momento cero tenemos que hablar de otras opera-ciones fundantes del sujeto, fundantes de la construcción del deseo, y que es justamente ante el fracaso parcial de esas operaciones fun-dantes, de esas operaciones de elaboración del cuerpo pulsional , de esas operaciones de construcción del fantasma, de simbolización del fantasma, ante el fracaso parcial de esas operaciones fundantes que rigen su vida, se van a producir ciertos accidentes o ciertas manifes-taciones o ciertos estados, que los vamos a considerar como llama-das al goce. Ante el fracaso cero, ante el fracaso en la construcción del deseo, el sujeto incipiente cae en una situación de “llamada al goce”.

Y aquí entra el punto sobre el que tenemos que insistir constante-mente. Cuando decimos fracaso de la construcción del deseo e irrupción de la llamada al goce, estamos hablando, en primer lugar, del cuerpo. Y, reitero una vez más, el cuerpo, sólo se puede concebir como cuerpo a partir de que ya está atravesado por el orden imagi-nario simbólico. Antes de eso está lo real, está el organismo viviente. Este es el punto por excelencia que soporta nuestra clínica: el cuerpo adviene a partir de que el organismo viviente es atravesado por el ordenamiento imaginario-simbólico.

Podemos pensar esto en oposición a los animales que no necesitan ningún ordenamiento simbólico. El animal es pleno, en cambio el cachorro humano es un animalito enfermo que carece de ese caudal real. Pero esta carencia no debemos reducirla solamente a cuestiones de limitación genética, producto del nacimiento prematuro del ca-chorro humano, y de otras cuestiones evolutivas. La cuestión de la dependencia tenemos que encuadrarla desde la condición de ser hablante, de ser de lenguaje, que hace del infante un ser absoluta-

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mente dependiente, vitalmente dependiente del Otro, del Otro del lenguaje. Y es allí donde está, entonces, el ordenamiento simbólico. Pero para que el ordenamiento simbólico del lenguaje encadene en este cuerpo, también interviene otro ordenamiento que es el imagi-nario. Y aquí está el narcisismo, el narcisismo imaginario, cuyo pri-mer gran estadio define Lacan brillantemente en uno de sus prime-ros escritos, “El estadio del espejo”, que es donde establece las bases de lo que podríamos llamar una antropología psicoanalítica, donde funda el devenir del cachorro humano, del “parlêtre”. En el estadio del espejo encontramos el ejemplo de la constitución de esa armazón imaginaria a partir de la cual se van a poder formar las sucesivas identificaciones, que son las que le van a permitir la entrada a lo imaginario-simbólico para que este cuerpo trascienda el organismo viviente y advenga sujeto desde el deseo del Otro.

Volviendo a la antinomia original, decimos, ante el fracaso parcial de la construcción del deseo, se produce la caída de bruces en el go-ce, la llamada al goce. Y la antinomia se define entonces entre estos dos fines: goce ó deseo. Y esta antinomia también la podemos plan-tear desde los registros fundamentales: real- imaginario-simbólico.

El goce del cuerpo como tal es un goce mítico. ¿Por qué decimos es-to? Porque el cuerpo, de entrada, desde los primeros momento de gestación, ya deja de ser un cuerpo real, puro goce, para pasar a es-tar apresado en el deseo de la madre, en la construcción de una línea de encadenamiento genealógico. Pero cuando el infante llega al mundo lo que se encuentra es un entramado básico y fundamental, para construir, para elaborar su cuerpo. No me estoy refiriendo al cuerpo anatómico. Tenemos que construir de ese cuerpo anatómico un cuerpo pulsional, un cuerpo en el que están ancladas las cadenas de imágenes y las cadenas de palabras. Esta es, digamos, la gran operación que toca transitar a todo infante. Y este es el gran aconte-cimiento.

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El concepto goce lo tenemos que recortar en una significación muy precisa frente al deseo. El Otro del goce es el opuesto al Otro del de-seo. El Otro del goce dice Freud que tiraniza, que convierte en escla-vo. Es el Otro de la completitud. El Otro del goce ordena: “¡no te va-yas, complétame!”. En cambio, el Otro del deseo es el que dice: “¡vue-la!”. Y también es goce la otra cara, la que implica: “¡quiero quedarme para gozar!”. El goce ante el Otro nos hace gozar: goza el Otro y goza el sujeto.

Una paciente, madre de un adolescente, su vida gira en una constan-te lucha donde el hijo adolescente, una vez sí y otra también, tiene problemas con la policía, procesos judiciales e internamiento en pri-siones. Y además su hijo consume hachis y cerveza. Constantemente esta madre está pendiente de ese hijo. Eso es goce. Goce que llama-mos ahí “estado de masa”. La madre y el hijo una masa. Y el goce es la pelea constante.

El goce no es amor, el goce es sufrimiento, pero un sufrimiento que atrapa y convierte en esclavo, atraviesa. Y en ese “estado de masa” - es un término que usa Freud en “Psicología de las masas y análisis del yo” y que retoma Le Poulichet - masa de goce, dos hacen falta. Y en ese “estado de masa” de lo que se trata es de una ofrenda al Otro, pero no de una ofrenda de amor, eso sería una ofrenda simbólica, sino de una ofrenda real, en tanto es una ofrenda puesta en un acci-dente somático, en una manifestación alucinatorio o en un “estado de masa”. Es una manera de completar al Otro, pero es una manera de enfrentarse a la muerte, a la muerte del sujeto.

Ante el fracaso parcial de la elaboración de lo que es el deseo, el su-jeto queda entonces encerrado en esa dialéctica con el gran Otro, donde la ofrenda no es una ofrenda metafórica, es una ofrenda real, es un pedazo de su cuerpo puesto como entrega o es alucinado co-mo un estado masivo en un “estado de masa”.

Como ejemplo de discurso de paciente toxicómano en el que se ma-nifiesta el estado de masa o “formación de masa de a dos”, decía un

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paciente: “y ahora mi madre ve su propio sufrimiento en el hecho de que yo me drogo”.

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Entonces podemos decir que en un principio mítico era el goce. Pro-gresivamente, ese cuerpo ha tenido que ir cerrándose al goce, ese cuerpo ha tenido que ser colonizado por la pulsión, ese cuerpo ha tenido que ser elaborado pulsionalmente para que el goce sea reem-plazado por otra cosa. Esa otra cosa, que es donde la pulsión hace su circuito, tiene que ver con el placer, pero con un placer que está ins-crito dentro de un orden, que es el orden simbólico, que es el que manifiesta: un poco se puede, todo no; esto es ahora, lo otro será más tarde. Es el que manifiesta los ritmos y sobre todo es el que instala imposi-bilidades, es el que dicta lo que no se puede. Esto, lo que permite es ir inscribiendo el cuerpo como lugar de deseo. Así, la boca, el ano, son los primeros soportes del cuerpo que pasan a ser colonizados por lo simbólico, es decir, por la demanda y el deseo, por lo simbóli-co y por lo imaginario. Aquello no es ya sólo un orificio de entrada de alimentos y otro orificio de salida de excrementos, sino que son zonas en las cuales se juega la relación con el Otro. Decir esto es de-cir que entramos en la dialéctica de la demanda y el deseo. El cuerpo abandona su pura posición de órgano, es decir, su pura posición de goce. Si algo fracasa podemos hablar de accidente somático. Así, la bulimia es un fracaso de la boca, como zona pulsional, en relación a un Otro de la demanda y aparece como un puro orifico de entrada de comida. Aparece como el punto de entrada de la comida como aquello que tiene que llenar un vacío. Esa expresión, la expresión de una bulimia es justamente la del fracaso de la elaboración del deseo, de la elaboración del cuerpo pulsional, y el fracaso de la construc-ción del fantasma.

Este es el otro punto: la construcción del fantasma. Porque claro, no tenemos objeto de goce. El objeto falta, pero ¿qué objeto?, ¿cuál es el objeto que falta? El objeto que se pierde es el objeto supuesto goce

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total: la petit a. El goce que tiene que ser prohibido, eso es lo que cae, y que matematizamos como petit a. Pero decir el goce que debe ser prohibido es como si hubiera goces que debieran ser prohibidos y goces que no debieran ser prohibidos. Que el goce deba ser prohibi-do quiere decir que nuestro cuerpo debe ser sede de placer, porque ser sede de goce es ser sede de sufrimiento. Así, comer, comer, co-mer hasta reventar no es placer, es goce. Hay que saber tener placer con la comida y no sufrimiento.

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Gracias a la elaboración pulsional vienen las cadenas de imágenes y de palabras a colonizar el cuerpo y a rescatarlo del goce mortífero. ¿Cómo? Pues, decíamos el otro día, el empuje pulsional más prima-rio es el de la boca y el pezón. En ese circuito, para que se constituya la elaboración del cuerpo, para que el órgano boca-seno se transfor-me en cuerpo pulsional, hace falta incorporar la demanda y el deseo. ¿Y cómo se incorpora esto? A través de la mirada de la madre y a través de la voz de la madre. No es una boca y un pezón, órganos reales, sino una boca y un pezón revestidos por la mirada de la ma-dre y la voz de la madre. Y allí se está colonizando esa zona tan sen-sible con ese primer circuito pulsional, y ese circuito pulsional es lo que permite elaborar el cuerpo. Permite ir dándole estatus de objeto de demanda, y, más allá, de objeto de deseo, y ya no sólo objeto de necesidad.

Esto es lo que fracasa parcialmente en ciertos sujetos que quedan apresados en la carrera al goce, al no poder elaborar el deseo como un cuerpo más allá de ese goce. Siguen atrapados en el goce, siguen atrapados en los accidentes somáticos, en las manifestaciones aluci-natorias, en los estados de masa; en definitiva, en ofrendas reales al Otro, y no pueden acceder al nivel de ofrenda simbólica al Otro, de amor al Otro, de respeto, de reconocimiento al Otro. Sólo está esa relación absolutamente mortífera, absolutamente sufriente, doloro-sa, gozosa.

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Y aquí está entonces lo que estamos viendo desde el punto cero: este es el tóxico, el verdadero tóxico, la llamada al goce. Y este tóxico de llamada al goce es el que va a ser abordado por la toxicomanía como un dispositivo, la toxicomanía como un intento de restaurar ese cuerpo y ponerle un límite al goce. Pero siempre desde una lógica paradójica.

Vamos a intentar definir cuál es la lógica paradójica que se hace in-teligible en el montaje toxicómano. Este montaje puede responde a dos lógicas: lo que llamamos la lógica de la suplencia y lo que lla-mamos la lógica del suplemento. De lo que se trata en definitiva es del siguiente postulado: el dispositivo toxicomaníaco es un intento de defenderse ante el goce y la operación farmakon debemos enten-derla como una formación narcisista, como un intento de restaurar el narcisismo que está en ruinas.

Pero la restauración que ofrece la operación farmakon, que ofrece el tóxico, es una restauración en masa, sin inscripción significante. Es una restauración real. Y ¡no! Lo que tenemos aquí es una ruina simbólica ante la cual es necesario intervenir simbólicamente.

Esto será posible sólo en algunos casos, en aquellos en que el monta-je toxicómano obedece a una lógica del suplemento. Porque nos está hablando, entonces, de que lo intolerable que se intenta paliar es de un nivel muy diferente de lo que se intenta paliar en la suplencia.

¿Qué se intenta paliar en un caso y en el otro? Con la lógica del su-plemento lo que se intenta paliar es la angustia de castración. ¿Qué quiere decir esto? Que en el sujeto la castración ha advenido y por eso la angustia. En cambio, con la lógica de la suplencia lo que se intenta paliar es la ausencia de castración, una falla en la función del significante nombre-del-padre.

El montaje como suplemento o el montaje como suplencia no están necesariamente separados en su posición. Podemos encontrar casos en los que se trata de un discurso (porque todo esto lo leemos en el

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discurso) en el que nosotros lo que leemos es una clara lógica de que está usando el tóxico como un suplemento narcisista para compen-sar una falta fálica, un creerse “menos qué”. Sí, pero lo que ocurre es que, a veces, es lo trágico del discurso, aquello que aparecía como una compensación fálica encubre en realidad una ruina simbólica, que nos está haciendo presente que más que angustia de castración estamos ante ausencia de castración. Y esto es más complicado.

A veces parece muy claro lo que el toxicómano demanda. En el caso del montaje como suplencia, la toxicomanía buscaría proteger del goce. Y esta es la paradoja del montaje toxicómano en su función au-toconservadora, que en su intento de proteger del goce lo que en realidad hace es arrojarte en los brazos del goce.

Y aquí, en relación al montaje como suplencia, podemos pensar en el concepto de sinthome que Lacan refiere en su teoría del nudo bo-rromeo, al cuarto círculo que anuda lo simbólico-imaginario-real, cumpliendo la función de suplencia del nombre-del-padre. Le Pou-lichet en este texto no habla de sinthome, habla de suplencia. Su-plencia en el sentido del significante Nombre del Padre que no ha acontecido, que no ha hecho nudo: es decir el sinthome como el cuarto círculo que permite anudar los otros tres. En este caso diría-mos que el nudo es un nudo real. Mientras que en el ejemplo de sinthome con el que Lacan inaugura este concepto en su seminario XX, es refiriéndolo a la escritura de Joyce, como un nudo simbólico, no como un nudo real. La escritura de Joyce como sinthome, como aquello que le permite librarse de la psicosis y acceder a su deseo a través de su escritura.

Entonces, podemos plantearnos, dentro de una topología de los nu-dos que estos fenómenos que no son síntomas, que no responden a un retorno de lo reprimido, los podemos entender desde la lógica del sinthome en el sentido de un cuarto nudo, que en el caso del montaje toxicómano por suplencia haría nudo desde lo real.

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Del tema de la construcción del fantasma, voy a ponerles un ejem-plo: una niña se ha constituido en su fantasma como la que protege a su madre. Su posición de sujeto ante el objeto de deseo es proteger a la madre, y no de cualquier manera. Ese es su fantasma. Y, claro, para esta madre los hombres son unos impotentes y unos asquero-sos. Ella conserva así la ilusión de que puede dar a su madre lo que los hombres no le dan. Ha encontrado desde el principio en aquélla la exigencia de que la sacie siempre por ella. A la pregunta ¿qué quiere el Otro de mí? el sujeto no puede componer con libertad su respuesta en el fantasma, ya que el Otro le deja entrever que puede consumar una ofrenda real. Y, justamente, lo que caracteriza el fan-tasma es que es aquella construcción de la que se vale la subjetivi-dad para que se construya una fórmula, un escenario, en donde se ponga en escena el deseo. Y la característica del deseo es que siem-pre está más allá, la característica del deseo es que es una incógnita; y en estos casos la construcción del fantasma fracasa porque en la elección del deseo no hay una X sino que hay una certidumbre real. La certidumbre real es quedarse colgado en el goce.

El fantasma como construcción imaginaria está al servicio del de-seo. El fantasma es una fórmula que sirve para poner en imagen al deseo. El objeto meta es un semblante, algo que cubre un vacío. El objeto meta se confunde con el objeto del fantasma. El fantasma permite decir: este es mi deseo. La pregunta del niño no es ¿qué de-seo?, la pregunta es ¿qué tengo que hacer para completar, o para darle, o para hacer lo que el Otro quiere? La pregunta es ¿qué quiere de mí el Otro?, ¿qué me quiere? Y a partir de ahí el niño puede em-pezar a preguntarse por el deseo del Otro en la medida que eso le revierte para poder decidir su vida.

Se trata de transitar de ser el falo a tenerlo, y de allí a parecer serlo o parecer tenerlo. Si no puede hacer ese pasaje quedará atrapado en el lugar del falo de mamá.

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En los casos que nos ocupan del tóxico como suplencia, el fracaso es parcial, es como si entregase un trozo de su cuerpo. No es el caso del psicótico donde todo el cuerpo es ofrenda de la madre, todo cuerpo falo de la madre., sino que en estos casos lo que hay es un desfalle-cimiento del Otro, donde la ofrenda es un pedazo del cuerpo real.

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LOS DESAFÍOS DE LA CLÍNICA CON TOXICÓMANOS

Fracaso del montaje y demanda de análisis Obstáculos al dispositivo de la clínica analítica La trampa de la prohibición y el deseo de analista El eufemismo de la “habituación”

Retomamos la tarea de hacer inteligible cuál es el verdadero tóxico de este dispositivo u operación farmakon. Y el verdadero tóxico es el goce. En todo este año estamos insistiendo en ciertas patologías cu-yas manifestaciones no constituyen síntoma, es decir, no constituyen retorno de lo reprimido. La toxicomanía tampoco se debe leer como una formación sintomática, sino como una llamada al goce.

A la pregunta sobre si los adolescentes que fuman porros - ¿y los que fuman tabaco? - debemos considerarlos toxicómanos, remito a lo que dijimos en clase anterior: una conducta, el fumar, no basta para definir una operación farmakon o montaje toxicómano.

Insisto en que esta forma de referirse al tema pretende despejar el engaño imaginario que produce el diagnóstico médico de toxico-manía, como si se tratara de una manía del tóxico. El objeto de que digamos operación farmakon es una forma de denunciar el prejuicio de la toxicomanía como entidad clínica que oculta o ignora la pre-gunta por el verdadero tóxico.

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Hoy vamos a enunciar algunos de los desafíos que se le plantean al psicoanalista en la clínica con toxicómanos. Cada clínica presenta desafíos diferentes, lo vimos con la anorexia y también con el fenó-meno psicosomático. Pues las toxicomanías están en la historia de la clínica psicoanalítica puestas en signos de interrogación: ¿es posible el abordaje psicoanalítico de las toxicomanías?

Eso es lo que vamos a intentar enunciar: cuales son los obstáculos. Y vamos a ver un caso de tratamiento realizado en institución, en donde el psicoanalista forma parte de un equipo interdisciplinario.

Es muy difícil la demanda de análisis en este tipo de pacientes. Lo que el toxicómano demanda, en todo caso, es que le quiten el pro-blema. Con justa razón de su parte. Pero la cuestión es que respon-der a esa demanda es dejar al sujeto fuera, como si la droga no tu-viera nada que ver con el sujeto. Como si fuera un rayo que le cayó y le dio en la cabeza.

¿En qué momento se produce una demanda? Para que la demanda sea posible tiene que darse una condición, y es que el montaje toxicómano, la operación farmakon, desfallezca, entre en un impas-se, deje de ser útil como montaje.

Y aquí nos planteamos los dos montajes posibles de la operación farmakon: - como suplencia, en tanto defensa ante el goce de la ausencia de castración. - como suplemento en tanto defensa ante la angustia de la presencia de castración.

Falla como suplencia real del ser o falla como suplemento imagina-rio del tener. Sólo en esa contingencia es posible que emerja la de-

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manda de análisis, cuando el montaje fracasa, es decir, cuando la operación farmakon no garantiza la anestesia.

No es que el toxicómano, llegado ese punto, se plantee abiertamente la demanda de análisis, sino que en esa coyuntura es donde tenemos que estar alerta para abrirle interrogantes, es decir, para convocar al sujeto a que ocupe el lugar que ha dejado vacante y empiece a hacerse cargo de lo que le está pasando.

Es en ese momento en el que podríamos empezar las entrevistas ini-ciales en pos de un tratamiento, lo que no garantiza que se produzca la instalación de la transferencia. Hay que recorrer mucho camino hasta su instalación. Es más, en la historia del psicoanálisis diversos psicoanalistas postulan su imposibilidad, porque consideran que el objeto, al ser real, impide la relación imaginario-simbólica transfe-rencial. Esa es la postura de Perrier, que le Poulichet critica, porque considera que confunde el objeto droga con el objeto pulsional. Pero hoy no vamos a entrar en el tema transferencia.

Vamos a los obstáculos previos a la transferencia. Uno de los esco-llos más contundentes contra el que parece chocar el dispositivo de la cura analítica es la tentación a la que se enfrenta el analista de prohibir el consumo. Sancionar esta prohibición nos descolocaría como analistas, cuestionaría el lugar del analista y el deseo de ana-lista. Este peligro, entonces, daría en la línea de flotación del disposi-tivo analítico. Si la droga nos hace vacilar de nuestro lugar de analis-tas, si pone en duda el deseo de analista, imposibilita nuestro actuar.

Si le prohíbo que se drogue me caigo de mi lugar de analista. Enton-ces ¿debo dejar que se drogue hasta la sobredosis fatal? Ahí está el filo de la navaja sobre el que constantemente se mueve la dirección de la cura analítica con toxicómanos. Veremos un caso que ejempli-fica esta situación, en donde el analista puede intervenir sin perder su lugar de tercero, de representante del Otro simbólico, y no caer en el lugar del otro dual, del otro que protege al paciente por su

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bien, como sería el caso de un amigo o un hermano, pero no su ana-lista.

En definitiva, de lo que se trata es de salvaguardar el deseo de ana-lista. ¿Y qué es el deseo de analista? El analista tiene en todo mo-mento que cuidarse de querer el bien de su paciente, cuidarse de querer curarlo. Porque el deseo de que el otro se cure no es un deseo de analista. El deseo de analista es un espacio vacante al deseo, un espacio vacante al objeto causa del deseo, un espacio vacante donde el analizante podrá proyectar el objeto de su deseo. En ese sentido el analista está puesto en el lugar de la “petit a” del paciente. Para po-der ocupar el lugar de la “petit a” del paciente tiene que tener el va-cio de deseo a su disposición.

Entonces, la dirección de la llamada “cura analítica” apunta a que el analizante pueda empezar a interrogarse acerca del lugar de la dro-ga en relación al deseo del gran Otro. Ese escenario de la relación del sujeto con el gran Otro es el escenario del fantasma.

El analista, entonces, no está allí para satisfacer la demanda de su analizante, sino para dejar un espacio vacío a partir del cual éste pueda empezar a interrogarse. Y decidir si deja de drogarse o sigue drogándose. Pues a partir de su interrogación se abre la posibilidad de descubrir cuál es la escena, cual es el lugar en que ese montaje toxicómano lo coloca en relación al gran Otro.

Lo que decíamos antes, ante el fracaso parcial de la simbolización de la demanda-deseo, de la elaboración del cuerpo pulsional, de la construcción del fantasma, se produce el montaje toxicómano, la llamada al goce del Otro, como forma efectiva de posicionarse ante ese Otro, desde un lugar de sometimiento al goce del Otro hasta la muerte.

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Siguiendo con los escollos que se enfrenta el analista a la hora de vérselas con un paciente toxicómano, veamos un comentario que pertenece a Freud:

“Por lo demás, una puntualización enteramente análoga vale para todas las otras curas de abstinencia, que tendrán un éxito sólo aparente si el médico se conforma con sustraer al enfermo la sustancia narcótica, sin cuidarse de la fuente de la cual brota la imperativa necesidad de aquella. «Habituación» es un mero giro verbal sin valor de esclarecimiento…”87

Estamos acostumbrados a dar por hecho el concepto médico de que el organismo se habitúa a la droga, explicación biológica sobre una generalidad que deja fuera al sujeto. Pero el éxito o fracaso del mon-taje depende de variables mucho más complejas, más específicas que son las que competen al sujeto del inconsciente, a la cadena sig-nificante en la que se engancha la droga. Hay que buscar la vacila-ción específica que explica el desfallecimiento de determinado mon-taje toxicómano.

¿Qué ofrece el psicoanálisis en estos casos? Es muy fácil decir que no debemos ofrecer curar la toxicomanía, pero no es tan fácil evitar dar respuesta a la demanda de decirle lo que tiene que hacer por su bien. Con las demandas masivas a las que se enfrenta el analista y la angustia correlativa que se le transfiere, no le es nada fácil sostener su lugar. Entonces, el desafío de todo analista que tiene enfrente un caso de toxicomanía es como abordar el consumo a lo largo del tra-tamiento.

En relación a esta escena veamos un ejemplo que nos cuenta Le Pou-lichet. Es una paciente en análisis que después de cada sesión o el día anterior a cada sesión se “chutaba” en una escalada que iba en aumento como si la situación analítica misma se hubiera vuelto tóxi-ca. La paciente jugaba de continuo al límite de su angustia, deposi-tada en su analista que era en quien emergía el temor a la sobredo-

87 Freud, La sexualidad en la etiología de las neurosis, pág.324, Obras completas, Biblioteca Nueva

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sis. Su analista veía que a medida que progresaba el tratamiento esta paciente cada vez se inyectaba con más frecuencia antes y después de las sesiones. Y esta situación provocó el surgimiento de la angus-tia en la analista. La paciente no venía angustiada, ella venía droga-da.

¿Qué vemos aquí? Que el sujeto ha desaparecido, ha dejado una carga en el lugar del análisis y se ha eclipsado. Moraleja: el analista tiene que estar muy alerta para que no le carguen el mochuelo.

Veamos como interviene. Según lo que decíamos antes, no puede decirle “¡deje de drogarse!” porque si no cae en la trampa de la de-manda. La analista decide intervenir mostrándole la manera tóxica en que ella está utilizando el análisis, totalmente diferente y contra-rio al fin que ella misma se había fijado al comienzo del análisis.

Y le plantea que “…es preciso preguntarse qué sentido tiene continuar en esa dirección.” Ahí está todo el arte del analista. No caer en la de-manda no quiere decir necesariamente quedarse callado. Pero no es fácil en estos casos en que te dejan su angustia y se van. Se trata de no colocarse en el lugar del destinatario.

Avatares transferenciales del montaje toxicómano:

- lo necesario del Otro supuesto saber - lo amenazador de la escena analítica - el pasaje del decir al actuar - la sustancialización del lenguaje

Las entrevistas preliminares: tiempo de elaboración de la demanda

- el trabajo previo de anudar el cuerpo - la destinación de la demanda al analista - los intentos de anulación de dicha demanda - el anudamiento de la transferencia

La dirección de la cura: que la droga caiga del lugar de causa

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LA TRANSFERENCIA EN EL MONTAJE TOXICÓMANO

La intimación del pasaje al acto Depositario de la angustia del paciente La “necesariedad” del Otro supuesto saber La palabra amenazadora

Vamos a trabajar hoy el tema de la transferencia en el montaje toxicómano, cómo se da la relación transferencial en el caso del pa-ciente toxicómano. Pero antes vamos a hacer un repaso de lo que estuvimos viendo hace un par de clases en relación al sentido de la operación farmakon, al sentido del montaje toxicómano.

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Lo que, siguiendo con la exposición de Le Poulichet, habíamos sub-rayado es que este sentido lo podemos enunciar como un intento de paliar algo insostenible, algo angustiante. Y definíamos este algo de dos maneras, según que remitiera a lo que llamamos un montaje toxicómano como suplencia, o un montaje toxicómano como suple-mento.

Este algo intolerable que la operación farmakon intenta paliar se re-fiere a la ausencia de castración en los casos de suplencia real, o se refiere a la angustia de castración en los casos de suplemento imagi-nario. Es un poco el resumen o el meollo del mecanismo del montaje

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toxicómano, el intento de paliar lo intolerable de la ausencia de cas-tración, o dicho de otra manera, el intento de frenar el goce del Otro. Porque ante la ausencia de castración lo que se produce es la inde-fensión frente al Otro. La consecuencia inmediata de esto es lo que podemos considerar una ruina simbólica. Ruina simbólica en tanto no tiene posibilidad de tener herramientas para situarse ante ese Otro. Estoy refiriéndome al montaje toxicomaníaco más severo, que lo que intenta es una suplencia; una suplencia, justamente, de ese significante por excelencia que es el que está ausente.

¿Se entiende esto de frenar el goce del Otro? ¿Se entiende que cuan-do lo que no funciona es la castración, cuando hay ausencia de cas-tración, lo que acontece es que uno está sometido a las fauces del co-codrilo? Este es el aspecto más angustiante.

En el otro caso, cuando la operación farmakon, cuando el montaje toxicómano lo que intenta paliar es la angustia de castración, justa-mente de lo que está hablando es de que la castración ha acontecido. Lo que pasa es que es un acontecer que en determinadas situaciones vacila y esas determinadas situaciones son aquellas en las que el su-jeto se enfrenta al tema de dar la talla, al tema de demostrar su tener. En este sentido decimos que es una problemática fálica la que pue-den ser el motor, aunque no necesariamente, de un suplemento toxi-comaníaco. Son las toxicomanías más accesibles al abordaje psicoa-nalítico. Son aquellas en las que, como ya veremos, la instauración de la transferencia es posible.

El otro tema que quería repasar hoy es lo que estuvimos viendo en la última clase, que es ya entrando en la clínica, lo que enunciamos como los desafíos que se le plantean a la clínica psicoanalítica en el tratamiento de la toxicomanía. Así nos preguntamos cuándo es po-sible la entrada en análisis. La entrada en análisis es posible en la medida en que haya demanda de análisis, y ya es bastante compli-cado que haya este tipo de demanda. Ya veremos que el objetivo por excelencia de la primera parte de todo tratamiento, que está consti-

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tuido por las entrevistas preliminares, es justamente el estableci-miento de esta demanda. Porque estos pacientes, en general, no vie-nen con una demanda de análisis, que sólo es factible si empieza a vacilar o fallar el montaje; es decir, si la toxicomanía deja de resultar-le como aquello que calma el dolor vital, aquello que anestesia; y cuando falla en su función, en su montaje, allí es donde puede de-mandar.

El primer punto es que, en todo caso, tenemos que poder discrimi-nar que hay fallos de montaje uno por uno. No podemos hacer un protocolo de fallos de montaje. Siempre tenemos que ver en cada caso en qué falló el montaje.

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Otra de las cosas que veíamos en relación a los obstáculos del abor-daje psicoanalítico de la toxicomanía, era que uno de los escollos más difíciles de digerir es justamente la pregnancia del objeto toxi-comaníaco; es decir - así como lo veíamos en la anorexia, otro de los fenómenos en los cuales se pone a prueba la posición del analista, en tanto la anorexia te intima a que intervengas porque si no se muere de hambre- el toxicómano te intima a que intervengas porque si no se pasa de largo. Entonces esa intimación a la intervención del ana-lista es un riesgo de alto voltaje. Porque hay que poder intervenir ante la inminencia del pasaje al acto, con posibilidad de que sea sin retorno, pero al mismo tiempo hay que guardar la ropa. Esto es, hay que conservar el lugar de analista. Y una forma fundamental de de-finir el lugar de analista es la toma de distancia con respecto a la demanda, no entrar en la relación dual. Estas situaciones de alto vol-taje exigen al analista una especie de redefinición constante de su posicionamiento para poder manejarse sin el corsé de un dispositivo analítico rígido. Hay que saber flexibilizar el dispositivo, reinventar el dispositivo sin perder el lugar de analista. Porque si te colocas en el lugar del que le va a proteger, del que le va a curar, del que le va a salvar de la muerte ¿qué pasa? Se terminó la posibilidad de operar

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como psicoanalista, y nos vemos en el lugar de operar como psicó-logo. Tampoco hay que rasgarse las vestiduras porque uno tenga que operar como psicólogo, sobre todo con determinados pacientes. Cada psicoanalista tiene más o menos su posibilidad de reinventar su posicionamiento. Esto no está predefinido ni predeterminado. Pero qué duda cabe que estos casos son de los más desafiantes.

Justamente habíamos visto un ejemplo en la clase anterior de cómo se daba el tema de la intervención del analista ante el aumento pro-gresivo del paciente en el consumo tóxico, antes y después del análi-sis, como si la relación analítica estuviera interviniendo en el aumen-to del consumo. Esto es, tenemos una transferencia en acción, pero ¿esto es una transferencia? Esa es la imposibilidad de la transferen-cia. Porque transferencia es sólo y cuando lo que entra en juego es una relación imaginaria o simbólica, pero cuando lo que entra en juego es un pasaje al acto, no podemos hablar de transferencia, por-que lo que está interviniendo es lo real. Con lo real no podemos hablar de transferencia. Entonces, claro, lo que veíamos en ese ejem-plo es que el analista lo que sufre es uno de los pasos obligados de todo análisis en situación límite, como este caso, que se da también con la psicosis, y es que de pronto el analista pasa a ser el deposita-rio de la angustia del paciente.

Y allí es entonces como si el pasaje al acto del analizante, del toxicómano, destinara al analista a hacerse cargo de su angustia. Y es el analista que se angustia ante la proximidad de un pasaje al acto sin retorno, esto es, de una sobredosis que lo haga caer. Entonces lo que veíamos es cómo este analista cogía al toro por los cuernos y le mostraba a este paciente que a través del uso de la droga lo que es-taba haciendo era conducir el propósito del análisis a un despropó-sito, a un imposible. El análisis sólo es posible si se deja lugar a la palabra. En la medida en que él paciente utilizaba el análisis para propiciar pasajes al acto, no estaba manteniendo los principios acordados. Y su deber como analista era advertir al paciente que se precipitaba hacia la muerte, impidiendo la posibilidad de la palabra.

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De lo que se trata, y esta es la regla de oro en la intervención analíti-ca en los casos de toxicomanías, es que el analista tiene que abste-nerse de prohibir. El analista no prohíbe, lo que hace es alertar de las consecuencias del pasaje al acto. Es allí donde nos jugamos nuestra posición de analistas. Si caemos en la destinación de la angustia y le decimos: “Te prohíbo que te drogues porque te puedes morir y eso me an-gustia”, justamente eso es lo que el paciente intenta, hacer colocar al analista en el lugar del Otro materno; que es el lugar en el que se co-loca a la institución médica, la que, a partir de allí, interviene salva-guardando la vida.

Los analistas con sus intervenciones se basan en algo tan poderoso como es el lenguaje, que, en algunos casos llega a adquirir carácter de sustancia. Algunos pacientes no soportan la palabra porque ésta adquiere, para ellos, el carácter de una orden. Se trata de pacientes que están enfrentados a la angustia del Otro devorador, es decir, aquellos que no han podido reglar su relación simbólica. Por eso como analistas tenemos que tener muy claro que el lenguaje tiene esa capacidad de sustancialización. Que hay ciertas escuchas que pueden sentirse destruidas por nuestro lenguaje, empujadas por nuestro lenguaje.

El tema es cómo los analistas hablamos y cómo nuestro decir puede ser interpretado como una orden. Y por otro lado, cómo la destina-ción de la angustia coloca al analista en el callejón sin salida de verse obligado a prohibir el consumo. Porque uno sabe que no tiene que prohibir, pero a la hora de la verdad cuando se está solo frente al toro, y con la angustia del otro encima…

Todo esto a lo que apunta es a que tenemos que redefinir constan-temente nuestra posición de analistas, a que tenemos que intentar no caer en la trampa de acceder a la demanda, que es lo que nos hace es correr el riesgo de salir de nuestro lugar. Esto es lo que es-tamos intentando reflejar. La dificultad de analizar estos montajes es

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que no te dejan en tu lugar, que desafían constantemente el lugar del analista.

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Vamos, entonces, a cumplimentar un poco el orden de la necesidad del Otro supuesto saber. Comencemos por el principio. ¿Qué es la transferencia? La transferencia es un estado de alienación necesaria, en el sentido de quedar en una situación de sujeción, en una situa-ción de dependencia de un Otro al que se le supone un saber sobre lo que nos está pasando. Esto es lo que pasa cuando vamos al médi-co, o cuando estamos frente a un profesor, o ante un sacerdote, ante cualquiera que detente un saber supuesto.

La transferencia es un mal necesario. Es decir, es aquello que posibi-lita que el Otro, el lugar del Otro que ocupa el analista pueda operar para lo que tiene que operar, para dirigir la cura, pero, siempre y cuando, no se quede estacionado en ese lugar y pueda, a su debido tiempo, caer de ese lugar. Bien, pero no estamos ahora en ese tema, ahora estamos en el inicio del tratamiento. En el inicio del tratamien-to es necesario que el analista sea colocado en el lugar del supuesto saber.

¿Qué pasa? ¿Por qué decimos que la escena analítica es vivida como amenazadora en los casos de montajes de suplencia? por lo que co-mentábamos antes, porque la situación analítica justamente lo que propicia es la palabra. Propiciar la palabra es aquello que a los neuróticos les viene de perlas. De hecho si nació el análisis es gracias a los neuróticos, que necesitaban hablar, hablar y no encontraban quien les escuchara. Pero para estos casos de montaje toxicomaníaco la situación analítica es peligrosa en tanto invoca la palabra, en tanto da lugar a invocar el enigma, el cuestionamiento, la pregunta, de poner en duda la certeza. Porque para estos pacientes todo está cla-ro: “¿Por qué me drogo? Porque soy drogadicto ¿por qué me voy a drogar, si no? ¡Qué pregunta tan tonta!”. Están colocados en la certeza deli-

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rante. Y la escena analítica es amenazadora porque justamente lo que hace es cuestionar la certeza.

Otro tema en estos análisis es el pasaje del decir al actuar. Lo que todo el tiempo estamos recalcando, el pasaje al acto, esto es, el pasaje del plano simbólico al plano real; del plano de la palabra al plano del acto real. El acto en tanto “un chute”, o en tanto un accidente, en tanto una situación en donde no hay mensaje, no hay posibilidad de respuesta.

Ahora, el abordaje al análisis comienza con las entrevistas prelimi-nares. Vamos a ver cómo se imaginan ustedes una entrevista preli-minar con un toxicómano, de un terapeuta que trabaje en una guar-dia o que trabaje en una institución, y que de pronto ingresan a al-guien que viene intoxicado. Por supuesto que ahí no hay demanda de análisis. ¿Qué hay? Demanda de metadona, demanda de “intér-neme”, demanda de ingreso en comunidades terapéuticas Eso es lo que suele demandar un drogadicto, pero a nadie se le va a ocurrir plantear un trabajo psicológico.

Pero hay casos que sí y es precisamente en estos en los que podemos trabajar. Hay caso en donde el paciente puede decir, drogado como está, “tengo problemas psicológicos”.

Pero en general en la entrevista preliminar lo que tenemos es un cuerpo que parece no pertenecer a un sujeto. Un sujeto que parece no estar dividido, que parece no tener falta, no tener nada que pre-guntarse, no tener ninguna duda sobre su mal. Y, claro, el trabajo preliminar es fundamental. Si no hay trabajo preliminar, si no se ins-tala una demanda, y si no se instala la destinación de la demanda al analista, no podemos empezar a trabajar.

Conclusión, la mayoría de los toxicómanos nunca pueden empezar un análisis, sólo pueden acceder a un trabajo institucional de sepa-ración de la droga. Porque, claro, si “yo me drogo porque soy dro-gadicto” lo único que puedo asumir como mi verdad es que en la

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medida en que no me separe de la droga no voy a dejar de ser dro-gadicto. Entonces esa es la demanda y el sistema médico dice se-parémosle de la droga, y ahí empieza el trabajo de la abstinencia.

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TIEMPO PRELIMINAR DE AHUECAMIENTO DE LA DEMANDA

Discurso cargado de tóxico: la palabra tóxica La espera y la ausencia: amenaza analítica El decir sustancia: “me drogo porque soy drogadicto” Individuos sonámbulos despojados del tiempo Formaciones de depósito, de ficción y de secreto

Seguimos con la transferencia en las toxicomanías. Lo que habíamos estado viendo en la última clase era una aproximación a los proble-mas de la transferencia en el montaje toxicómano como suplencia narcisista. Estos son los casos en los que el déficit de la relación con el Otro es más severo y dificulta el establecimiento de la transferen-cia.

Establecer la transferencia es, por decir un referente guía, suscitar la emergencia de preguntas en relación al Otro, y sobre todo, suscitar la pregunta fundamental en relación al gran Otro, el “¿Che vuoi?”, el ¿qué me quiere?, ¿qué quiere el Otro de mi? Y el sujeto inaugura su pregunta por el deseo, a partir de la pregunta por el deseo del Otro. O dicho de otra manera: el deseo es el deseo del Otro. Se trata de preguntarse por lo que el Otro desea de mi, para así responder con ese objeto: yo soy ese objeto que el Otro desea, yo soy el falo.

Otra manera de plantear el tema de instalar la transferencia, de sus-citar la transferencia, es posibilitar que se relancen los decires. Y es aquí donde vamos a trabajar lo que titulamos como el tiempo preli-minar de ahuecamiento de la demanda.

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Los decires son las demandas. El tiempo preliminar es aquel que precede la instalación de la transferencia, es un tiempo preliminar al análisis, en tanto hasta que no se instale la transferencia no existe propiamente el trabajo analítico.

Ahuecar la demanda es emprender un trabajo de sustitución de sig-nificantes, para posibilitar el relanzamiento de los decires. Estamos refiriéndonos a la instalación de la transferencia en los casos de montaje toxicómano de suplencia narcisista, que implica un discurso que calificaremos como “discurso cargado de tóxico”. Es decir, es un discurso sustancializado que hay que ahuecar, y así permitir que se produzca una metamorfosis.

“Así, en ciertas formas de toxicomanía entra a veces en perspectiva una suerte de reversibilidad entre lenguaje y sustancia. En este caso, ella introduce, según un modo oral de llenar y vaciar por medio de las palabras, una dinámica particular entre un adentro y un afuera. Y si las palabras son puestas en relación con algo de la sustancia, es precisamente para que no queden subtendidas por el vacío…y el efecto de división que marca en consecuencia al sujeto.”88

Esos decires están tan sustancializados que se presentan bajo la for-ma de actuaciones. La actuación, sea “acting out” o pasaje al acto, la evaluamos en oposición a lo que es el significante, el decir signifi-cante. Así, en el discurso de un analizante que ya está instalado en la transferencia, la actuación es aquello que se opone a la palabra. Aquí estamos hablando de decires que funcionan como actos, de palabra tóxica, de palabra sustancia que tenemos que ahuecar.

De los decires y de los actuares: este sería el meollo de la cuestión de la instalación transferencial en el caso de un paciente que viene con un severo montaje de toxicomanía de suplencia narcisista.

88 Le Poulichet, S.,Idem, pág.175

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Hay una primera cuestión que aparece como amenazante, y es el es-pacio mismo de la escena analítica. ¿Qué es lo amenazante de la re-lación analítica? Que enfrenta al demandante con la ausencia, con la falta, con la espera. Lo enfrenta justamente a aquello contra lo cual él ha montado su montaje toxicómano, para anular el tiempo de la es-pera, para anular la falta. Y justamente, sólo podemos instaurar la escena analítica si podemos dejar entrar la ausencia y la espera.

¿Se ve la complejidad del tema? Estoy, como siempre, defraudando cualquier expectativa de que esta u otras patologías se puedan abordar desde el reduccionismo de ciertos protocolos de actuación.

Si ustedes recuerdan explicábamos el montaje toxicómano como la búsqueda del goce inmediato, eliminando cualquier espera. Y el de-seo es justamente aquello que remite metonímicamente de un signi-ficante a otro significante. Es decir, intentar dejar entrar la ausencia y la espera es intentar cerrar la instancia del cuerpo como goce, e in-tentar una elaboración del cuerpo desde un nuevo estatuto, que es el estatuto significante. No el cuerpo como goce sino el cuerpo elabo-rado por los significantes; no el cuerpo sustancia sino el cuerpo re-presentado como metáfora.

Todo esto se encuadra en lo que llamamos las entrevistas prelimina-res. Cualquier tratamiento consta en su inicio de un abordaje preli-minar que tiene una duración variable según que, justamente, se de-je entrar la espera y la ausencia, que se pueda iniciar la elaboración del cuerpo desde el estatuto del síntoma. Otra manera de decir esto es que este tiempo preliminar desemboca en análisis propiamente dicho cuando el montaje toxicómano da paso a un síntoma, a la toxi-comanía como síntoma. Que el montaje deje de ser ese fenómeno que ocupa lo real del cuerpo y pase a constituirse en síntoma en tan-to adquiera desde su nueva elaboración del cuerpo el inicio de la elaboración del deseo, que pueda jugar con las representaciones sig-nificantes instaladas en el cuerpo como síntoma. Es otra manera de instalarse en el cuerpo, porque el síntoma se instala en el cuerpo

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imaginario-simbólico, mientras que el montaje de la toxicomanía tiene que ver con el cuerpo real, con la sustancia real.

Se trata de que poco a poco el discurso de la demanda deje de estar centrado sobre la droga y empiece a centrase en otra queja; que poco a poco el discurso tautológico que se resume en “me drogo porque soy drogadicto” - que lo que hace es usar las palabras como “sustan-cias”, para clausurar - empiece a abrirse en la construcción de una novela, que empiece a relanzar significaciones en busca de otro sen-tido.

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Hay una fórmula muy interesante, casi poética de Le Poulichet: indi-viduos sonámbulos despojados del tiempo. Nuevamente es el factor tiempo el que aparece como crucial. Si se puede abrir, si se puede empezar a operar con la espera, es decir, con el tiempo, se puede empezar a elaborar la metáfora. Mientras no se soporte la ausencia y la espera, no hay metaforización posible, sólo se está pegado a la sustancia, pegado al objeto.

¿Se acuerdan del fort - da, el famoso juego del nieto de Freud? Esa es la elaboración de la ausencia y la espera. Y esta elaboración es la que está en severo déficit en la toxicomanía sobre suplencia narcisista.

Individuo sonámbulo despojado del tiempo, una primera referencia que puede ejemplificar esto es el tema de la duración de las sesiones, los cortes y la frecuencia, todo lo que tiene que ver con el encuadre analítico es una constante invitación a dejar entrar la ausencia y la espera. Y eso angustia al paciente. Y para estos casos Le Poulichet propone que el analista tiene que poder reinventar su práctica, rein-ventar su encuadre, por ejemplo, permitirse la utilización del teléfo-no como una manera de ir anudando el ir y venir, permitir que haya un hilo, el hilo telefónico que lo una, hasta que se pueda construir la espera y la ausencia.

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El analista dice: “Dejamos por hoy”. Eso angustia a algunos neuróti-cos. Imaginaos como angustia a quien no tiene elaborado el fort-da, que no puede esperar, que todo tiene que ser inmediato, ya. En estos casos Le Poulichet sugiere permitir que el paciente utilice el teléfono para hacer llamadas a su analista entre sesión y sesión.

Otra manera de hablar de la posición del analista en este tiempo pre-liminar es estar atento a la aparición de ciertos decires, de ciertas demandas, de ciertas palabras, que son las que llamamos palabras tóxicas, o palabras sustancia, de ciertos decires que toman el estatuto de actuaciones.

Va a distinguir tres tipos de formaciones que llamará: formaciones de depósito o confesión, formaciones de ficción y formaciones de secreto. Tres formas que pueden caracterizar los decires, que ad-quieren el estatuto de actuaciones y no de significante.

Si trazamos una línea de decires actuantes, el extremo más severo de la línea es el delirio como palabra cosa, como palabra sustancia, es-tamos en el decir psicótico. La formación de depósito o el decir ac-tuante que tiene como ejemplo esta actuacion es la confesión cuasi-delirante. Es una confesión del tipo de “decirlo todo”; es una pala-bra vomitada que cae sobre el analista y lo deja pasmado de horror. ¿Cómo se debe reaccionar? El tema es no aceptar la ofrenda de goce que te han arrojado encima, no tragándotelo. La obscenidad del de-cirlo todo puede inmovilizar al analista en un lugar de goce. Y si no te despegas quedas descolocado de tu lugar de analista. Como un partenaire del horror y la obscenidad. ¿Cómo se lo detiene? Ponien-do decires, nuevas palabras que relancen las actuaciones. Se trata de no acatar silenciosamente el depósito del actuar. De lo que se trata es de devolverle la palabra al paciente: “Paquetes no, palabras si.”

Entonces, el analista tiene que poder poner límites a las actuaciones. La única manera es no quedar en el lugar del pasmado que se queda en silencio, ni tampoco en el lugar del airado que responde con una recriminación; y sí, respondiendo con un decir, nuevamente po-

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niendo la palabra a disposición del paciente para que asocie. Pero no estamos en el momento de la asociación, estamos en ese momento preliminar en donde la asociación no funciona. En donde el “dígame todo lo que se le pasa por la cabeza” no funciona. Ya que todo lo que se le pasa por la cabeza es vivido al pie de la letra, paranoicamente. Se lo enfrenta a una exigencia paranoica. Poner límites es colocar palabras muy precisas, muy cortitas, frases que relancen.

Estamos en casos de toxicómanos con un déficit de compromiso con el Otro muy severo, que están en un decir cuasi delirante, en pala-bras-actos. Entonces, la alarma que tiene que encenderse para el analista ante situaciones de goce errante, es la de no quedar como depositario de ese paquete, es decir, no quedar en situación de goce, pasmado, asustado. Quedar pasmado quiere decir quedar sin pala-bras. Y justamente allí es donde hace falta una palabra límite en tan-to indica que no se es cómplice ni se acusa recibo del paquete sino que se hace rebote de dicho paquete, denunciando el decir sustancia que deja fuera al sujeto.

La intervención del analista se tiene que aproximar lo más posible a la incógnita. A aquello donde no se trasluzca ni aprobación ni re-probación, ni aceptación ni rechazo. Que el demandante se pueda interrogar sobre lo que quiere el Otro, en este caso el analista. Si conseguimos que el paciente se pregunte por el deseo del Otro, em-pieza a rodar la transferencia.

El objeto del deseo de analista tiene que ser una “X”, una incógnita. Si nos ponemos en el lugar de protector del bien del paciente, nos caemos del lugar de analista, lo mismo que si nos quedamos mos-trando nuestro pasmo, nuestra angustia ante su decir sustancia.

Nuestra función es mantener el vacío, ocupar el lugar de objeto “a”, para que el analizante pueda ir colocando allí los objetos que su-ponga deseados por el Otro. Y ahí es donde se va construyendo el estatuto de la pulsión, del cuerpo metaforizado, del cuerpo abierto al deseo y no cerrado al goce.

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Hasta aquí nos hemos referido a las formaciónes de depósito. Ahora veremos la llamada formación de ficción, que es la que apunta a un decir que falsea, que no es lo mismo que un decir mentiroso. O en todo caso la mentira tiene un sentido que está más allá del engaño, aunque el analista pueda sentirse engañado. Si el analista se coloca en el lugar del engañado, pierde. El analista tiene que poder des-imaginarizar y ver cuál es la estrategia que persigue este decir bajo la forma de la ficción, bajo la forma del decir que falsea.

Para reflexionar sobre este punto es interesante ver que si el analista se considera engañado, el paciente se va, y además recriminándole de “¡cómo no se dio cuenta antes de que yo lo estaba engañando!”.

La pregunta que tenemos que hacernos ante este decir, es: ¿de qué se está protegiendo con la ficción? Y una respuesta posible es: del temor a la transparencia.

Para entender un poco esto del temor a la transparencia, vamos a recurrir al extremo más severo de esta línea de decires, que es el de-cir psicótico. El temor a la transparencia en el decir psicótico se tra-duce en el fenómeno de la lectura del pensamiento: “¡Me leen lo que pienso!”.

La ficción es una manera de opacar el pensamiento, de dejar de ser transparente. Y el caso del fenómeno de la lectura del pensamiento nos sirve para ver como se estructura su lógica. En la relación astra-gante, intrusiva, violenta que ejerce el Otro sobre el niño en el víncu-lo psicótico, se aprecia cómo la mentira sirve de protección, la fic-ción protege.

Imagínen esas madres que no soportan que el niño oculte nada a sus ojos, que exigen tener absolutamente controlado todo lo que el niño hace y lo que el niño piensa: este es el Otro que lee el pensamiento. En el niño en la adquisición del lenguaje, el momento que descubre que la palabra tiene junto a su cualidad de palabra verdadera la po-

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sibilidad de palabra mentirosa, ahí se produce una adquisición muy importante. Es la manera de conseguir un espacio reservado, de di-ferenciación del Otro.

Y eso es lo que está en carencia, porque justamente la carencia básica de estos sujetos que tienen la toxicomanía como suplencia narcisista, la carencia básica es la de la relación primordial con el Otro. Son su-jetos temerosos de la transparencia ante el Otro. Y cuando dejan caer un depósito de ficción, que sumerge al analista en la posición del engañado, están actuando una tentativa de separación, pero también contradictoriamente, una tentativa de fusión a ese Otro.

Entonces, ciertas producciones de ficciones al comienzo de la cura podemos entenderlas como un vínculo de separación ante el analis-ta, pero también como un vínculo de fusión con el Otro. En ese sen-tido decimos que la palabra falseada es una actuación, tiene el esta-tuto del actuar.

Todo esto que estamos hablando se refiere al tiempo preliminar lla-mado de ahuecamiento de la demanda. Ahuecar la demanda es no quedarse pasmado, no quedarse sin palabras ante la obscenidad que nos deposita el paciente; es poder articular una palabra que relance el decir y convoque al sujeto. Tenemos que estar alertas de no caer en el silencio cómplice. Una cosa es el silencio que manejamos ante nuestros neuróticos y otra muy distinta cuando nos enfrentamos al tiempo preliminar de estos difíciles casos con toxicomanía incluida. En estos casos no podemos manejar el silencio como lo manejamos con los neuróticos porque el silencio puede adquirir la calidad de cómplice de ese decir sustancia.

Y lo mismo pasa con la formación de secretos. El secreto es algo del orden del decir puesto en el no decir. Hay ciertos temas silenciados que gritan como actos, son clamorosos. La formación del secreto, si lo referimos a ese tiempo del infant de adquisición del lenguaje, de la constitución de su subjetividad, el secreto es primordial. Violentar los secretos de un niño es atentar contra la constitución de su subje-

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tividad. Es el caso de esas madres que no soportan que el niño tenga secretos y le revisa todas sus pertenencias.

Y la formación del secreto, del no decir, desde la más freudiana de las visiones, es la construcción de un espacio vacío en tanto remite a la sexualidad infantil silenciada. El motor del secreto, el origen del secreto, remite a la sexualidad.

Pero, si lo entendemos desde el orden del discurso de este tiempo preliminar, el secreto tenemos que positivizarlo, en el sentido de que, al igual que la ficción, es un intento de independencia del Otro del cual está apresado.

El no decir algo puede también ser entendido como apartar algo y ponerlo en otro lugar; es distinguir algo, subrayarlo. Diríamos que la formación de secretos sería el inicio de la entrada en la ausencia, y por consiguiente en la espera. Porque no decir algo ahora deja abier-ta la espera para decirlo después.

En conclusión, la cuestión de la instauración de la transferencia - en los pacientes que vienen con un montaje toxicómano del orden de la suplencia narcisista - nos enfrenta a esa especial función que es la de estar alerta a los decires, como estamos siempre por otra parte, pero aquí el alerta es ante el decir actuante. Y no quedarnos en el prejui-cio de que todas estas formaciones son transgresoras, en el sentido de que atentan contra el encuadre, contra la cura, sino que, por el contrario, en la medida en que no nos quedemos pasmados, sin pa-labras ante ellos, estos decires puedan ser inaugurales de la transfe-rencia.

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Finalmente, Le Poulichet aborda el tema de la transferencia como “puesta en acto de trayectos pulsionales”, o como “un tiempo de elaboración del cuerpo dentro del montaje de las pulsiones parcia-les”. Veamos un ejemplo que aporta esta analista para mostrar como un decir actuante adquiere el carácter de montaje que incluye al ana-

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lista en un trayecto pulsional. Se trataría de un paciente que trae a sesión una pintura que él ha hecho. ¿Qué se pone en marcha ahí? Se pone en marcha esto que podríamos llamar la invitación a elaborar un nuevo estatuto de cuerpo, porque de lo que se trata es de que el analista tiene que estar atento a pesquisar en las demandas del pa-ciente cuáles son los órganos que pone en juego, cuáles son los orifi-cios que pone en juego, los circuitos pulsionales que están intervi-niendo en este montaje pulsional.

En este caso el órgano que se pone en juego es el ojo, y estamos hablando de la pulsión escópica. Estamos hablando de un circuito pulsional altamente pregnante, constituyente. El paciente está espe-rando a que su analista le diga si le gusta o no le gusta su pintura. Y este es el nivel de la demanda en el que el analista no puede caer.

Tenemos que rescatar lo que dice Lacan en el Seminario de los Cua-tro Conceptos Fundamentales sobre la función del cuadro. Nos dice que el ojo tiene hambre y el pintor lo que hace es saciar el ojo. La función del cuadro es “dar a ver” para sosegar la mirada del Otro.

Entonces, en esta demanda del paciente se pone en juego un circuito pulsional que tenemos que poder implementar para que el analizan-te pueda elaborar un nuevo estatuto del cuerpo. Recordemos que el déficit fundamental, primordial de las toxicomanías de suplencia narcisista está en que la relación con el Otro es muy pobre. Entonces se trata de relanzar la elaboración pulsional del cuerpo, esto es, de-volver su demanda de tal manera que él se pueda preguntar por esa forma de “hacerse ver” y que en estos trayectos de ida y vuelta pue-da progresivamente acercarse al objeto de su deseo.

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EPÍLOGO

Hasta aquí llegamos en este recorrido por algunas de las manifesta-ciones del malestar contemporáneo, interrogándonos acerca de si estamos ante nuevas declinaciones del goce, e intentando mostrar lo que diversos autores están trabajando en lo que sería el abordaje a una clínica del sujeto en estado límite.

En el extremo opuesto de este esfuerzo metodológico, nos encon-tramos un día sí y otro también, en lo que es la política de hechos consumados de los Altos Organismos del Poder Médico Farmacoló-gico, con el bautismo de nuevos síntomas, trastornos o síndromes. Desde hace muchos años la Organización Mundial de la Salud va progresivamente engordando el catálogo de las llamadas enferme-dades raras bajo el rótulo de disfunciones inmunes. En el Manual Estadístico de Diagnóstico de Trastornos Mentales en su cuarta edi-ción en 1994 (DSM-IV), es tipificado el “síndrome o trastorno de As-perger”. Encuadrado dentro de los trastornos generalizados del de-sarrollo, y formando parte del espectro de trastornos autísticos, se lo considera un trastorno neurobiológico, cuya característica principal es la dificultad de relacionarse socialmente con las otras personas. Así lo publicita un artículo periodístico, (El País, 9/11/2004), titula-do: “Inteligentes y solitarios”:

“A los 10 años me di cuenta que tardaba mucho en escribir, mis compañe-ros terminaban el examen en una hora y yo necesitaba el doble de tiempo. Me veía diferente cuando era pequeño, a veces incluso como un genio, por-que sabía y entendía muchas cosas de otros cursos superiores. Después vas perdiendo esa capacidad, e incluso en mi curso había cosas muy simples que no entendía. Me cuesta mucho relacionarme con los demás.” A.E. 20 años.

“Me llamó mi madre el año pasado y me dijo que pusiera la televisión. Me di cuenta que me pasaba lo mismo. Yo sabía que era excéntrico, que no sa-

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bía relacionarme, aunque los especialistas lo achacaban a la timidez. Ahora ya sé lo que tengo y que lo voy a tener toda mi vida; he aprendido a leer el lenguaje corporal y eso me ayuda para relacionarme.” M.P 29 años.

Estos son dos de los cerca de 4.000 estudiantes españoles diagnosticados del síndrome de Asperger. “Son niños que tienen una alteración importante del uso de múltiples comportamientos no verbales como el contacto ocular, mu-chas veces no miran con el que hablan, no suelen compartir placeres con los demás niños ni les dan una respuesta de apoyo cuando lo necesitan. Suelen tener manías como apagar varias veces las luces, sentarse en la misma silla; a partir de los siete años tienen problemas con la escritura en el colegio, son desorganizados y en la edad adulta no tienen amigos y tienen muchas difi-cultades para relacionarse con los demás”, explica la experta P.M.B.

El Equipo específico de Trastornos del Desarrollo de la Universidad Autó-noma de Madrid está pendiente de recibir el visto bueno para dotar a todos los colegios e institutos de España de un instrumento de deducción del síndrome. “Lo recibirían los profesores, verían los principales síntomas de los afectados y así por los menos podrán informar a los padres de qué les ocurre a sus hijos”, explica la directora del Equipo. Aunque hasta que esto ocurra- concluye la articulista A.C. - los especialistas señalan que miles de afectados seguirán yendo de psicólogo en psicólogo intentando descubrir por qué son diferentes a los demás.

Este recorte periodístico sirve de muestra de lo que es, en un goteo constante, la maniobra de poner en el discurso social pretendidas nuevas dolencias. Un nuevo ejemplo de cómo la invasión farma-cológica tiene la coartada de la ciencia oficial, la neurobiología, es decir los propios laboratorios, en su ya tradicional campaña para dejar fuera al sujeto. El mensaje es diáfano: “Usted como sujeto no está implicado en lo que le pasa, deje de perder el tiempo de psicó-logo en psicólogo, usted no es tímido, lo que a usted le pasa es real. Y gracias a la Neurobiología ahora sabe que lo que tiene se llama síndrome de Asperger”.

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Por suerte, dando vuelta la página del mismo periódico, Juan José Millás89 nos ofrece el antídoto de su habitual columna, que pone en evidencia con sencillez la complejidad del sujeto en su relación al significante, enfoque que no puede sino contrastar con las formas de banalidad con que esas otras pretendidas investigaciones científicas recortan interesadamente su objeto de estudio:

Si el mundo estuviese hecho de harina, querríamos conocer los secretos de la harina; si de huevo, los secretos del huevo; si de plastilina, los de la plastili-na. Nosotros estamos hechos, sobre todo, de palabras. Cuando nacemos, al-guien toma en sus brazos ese trozo de carne fresca y comienza a amasarlo con palabras. Somos niños o niñas, altos o bajos, feos o guapos, porque nos cuecen en una salsa de adjetivos, pronombres, verbos, adverbios y preposi-ciones. Un hombre hecho, incluso a medio hacer, es el hijo de, el novio de, el padre de, el amigo de, del mismo modo que es ingeniero o médico o mendi-go, además de español, inglés o lituano. Por eso, conviene conocer el fun-cionamiento de las palabras con la precisión con la que conocemos el de los pulmones.

El corazón mata, pero las palabras también. Si a usted, por ejemplo, le asig-nan la palabra mujer, corre el peligro de perecer a manos de un marido (lle-vamos 38 mujeres muertas en lo que va de año). Y si le asignan el término inmigrante, tiene bastantes posibilidades de ahogarse al cruzar el Estrecho en una balsa. Vamos al cardiólogo cuando nos duele el corazón, pero no se nos ocurre acudir al gramático cuando nos duele la vida. Y hacemos bien, cada uno debería ser su propio gramático.

Acabo de comprar una novela cuya primera frase dice así: Érase una vez una mujer que descubrió que se había convertido en la persona equivocada. No puedo decirles cómo sigue porque llevo varios días intentando digerir ese comienzo tan terrible como esperanzador. Es cierto: a veces no eres ca-paz de sacar adelante el proyecto que tenías de ti y te sale un individuo de-testable. Pero si dispones de los recursos verbales necesarios para darte

89 Millás, J.J., Errores, diario El País, 11-10-02

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cuenta, quizá puedas rectificar. Me pregunto si no nos habremos convertido en las sociedades y en las naciones y en los países equivocados. Y si todavía estamos a tiempo de construir una frase tan sencilla, pero tan eficaz, como la de esa novela: érase una vez un mundo que descubrió que se había con-vertido en un mundo equivocado. Hay que hacer un pequeño esfuerzo sintáctico, pero vale la pena. Viva la gramática.

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