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1. Introducción El último libro de Lijphart 2 consti- tuye una ambiciosa investigación sobre las consecuencias de los siste- mas electorales en los veintisiete paí- ses con democracias más consoli- dadas. En el estudio se defiende la tesis de que ciertas variables funda- mentales de los sistemas electorales, sobre todo el llamado umbral efectivo de representación, y en menor medida, la fórmula electoral, tienen un efecto determinante en la proporcionalidad de los resultados electorales y, de nuevo en menor medida, en la frag- mentación de los sistemas de partidos y en su capacidad para generar mayo- rías. Diversas técnicas comparativas a lo largo del libro permiten comprobar la validez de las conclusiones a partir de una colección exhaustiva de datos. El libro ha conseguido una rápida popularidad y la cuidada traducción al castellano ha aparecido apenas un año después de la edición original. Algunas críticas lo han acogido como a un futuro clásico 3 . Como enseguida se verá, esta nota se propone contes- tar dichas críticas. 74/96 pp. 427-495 AREND LIJPHART Sistemas electorales y sistemas de partidos 1 (Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1995) 1 Deseo mostrar mi agradecimiento a José Ramón Montero y a Ignacio Sánchez-Cuenca por sus muy numerosos comentarios, sugeren- cias y correcciones a esta nota. 2 Arend LIJPHART, Sistemas electorales y sis- temas de partidos (Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 1995). Traducción de Fer- nando Jiménez Sánchez. 3 Por ejemplo, la firmada por Olga SHVET- SOVA en American Political Science Review, 89, 1995, pp. 517-518. En España, puede verse la recensión de Rafael LÓPEZ PINTOR en Saber Leer, 85, mayo 1995, pp. 8-9.

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1. Introducción

El último libro de Lijphart2 consti-tuye una ambiciosa investigaciónsobre las consecuencias de los siste-mas electorales en los veintisiete paí-ses con democracias más consoli-dadas. En el estudio se defiende latesis de que ciertas variables funda-mentales de los sistemas electorales,sobre todo el llamado umbral efectivode representación, y en menor medida,la fórmula electoral, tienen un efectodeterminante en la proporcionalidad

de los resultados electorales y, denuevo en menor medida, en la frag-mentación de los sistemas de partidosy en su capacidad para generar mayo-rías. Diversas técnicas comparativas alo largo del libro permiten comprobarla validez de las conclusiones a partirde una colección exhaustiva de datos.

El libro ha conseguido una rápidapopularidad y la cuidada traducciónal castellano ha aparecido apenas unaño después de la edición original.Algunas críticas lo han acogido comoa un futuro clásico3. Como enseguidase verá, esta nota se propone contes-tar dichas críticas.

74/96 pp. 427-495

AREND LIJPHART

Sistemas electorales y sistemas de partidos1

(Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1995)

1 Deseo mostrar mi agradecimiento a JoséRamón Montero y a Ignacio Sánchez-Cuencapor sus muy numerosos comentarios, sugeren-cias y correcciones a esta nota.

2 Arend LIJPHART, Sistemas electorales y sis-temas de partidos (Madrid: Centro de EstudiosConstitucionales, 1995). Traducción de Fer-nando Jiménez Sánchez.

3 Por ejemplo, la firmada por Olga SHVET-SOVA en American Political Science Review, 89,1995, pp. 517-518. En España, puede verse larecensión de Rafael LÓPEZ PINTOR en SaberLeer, 85, mayo 1995, pp. 8-9.

El trabajo está dividido en sietecapítulos. Tras la introducción, en laque se presentan los casos de estudio,el segundo capítulo describe las varia-bles independientes que permitiránclasificar los sistemas electorales: elumbral de representación, la magni-tud de los distritos electorales, la fór-mula electoral y el tamaño de laAsamblea. El tercer capítulo introdu-ce las variables dependientes que seanalizan: la proporcionalidad, la frag-mentación electoral y parlamentaria yla generación de mayorías. En el capí-tulo cuarto se discuten los resultadosde comparaciones controladas de sis-temas electorales dentro de un mismopaís, y en el capítulo quinto se repro-ducen los resultados de los análisisbivariados y multivariados para todoslos casos. El capítulo sexto contemplay rechaza algunas hipótesis alternati-vas o complementarias a las conclu-siones de los capítulos anteriores. Elúltimo capítulo defiende la utilidadde sus conclusiones para fines deingeniería electoral.

En lo que sigue se argumenta quepor lo que se refiere al problema fun-damental, la incidencia de los siste-mas electorales en los sistemas de par-tidos, Lijphart no logra presentarresultados concluyentes y bien respal-dados por los datos. Defenderemosque ni la formulación de hipótesis nisu contrastación empírica son adecua-das. También se apunta que aunquesus conclusiones sobre los determi-nantes de la proporcionalidad seencuentran mejor fundadas, son pocorelevantes. El mérito más destacablede la investigación consiste en la cui-dadosa selección y clasificación de loscasos, así como en la discusión de

algunas de las variables, como losíndices de proporcionalidad. Los pro-blemas más importantes los encontra-mos en la definición de la principalvariable independiente, el umbralefectivo de representación, y en lainsatisfactoria interpretación de losresultados cuantitativos.

El propósito global de esta nota essugerir que conviene tomarle la pala-bra a Lijphart cuando nos dice queun importante objetivo de su trabajoes promover la réplica. En primerlugar, se ofrecen diversos argumentosreferidos a los problemas de defini-ción y operacionalización de las varia-bles, que en gran medida comprome-ten las posibilidades de éxito de lainvestigación. Esto nos lleva a cues-tionar después la formulación de lashipótesis que postulan diversas cone-xiones entre dichas variables. Por últi-mo, se presentan algunas observacio-nes sobre el mal uso o interpretaciónincorrecta de los resultados de losanálisis comparados, tanto desde unpunto de vista cuantitativo como cua-litativo.

2. Las variables independientes

La definición y operacionalizaciónde las variables independientes es unode los capítulos más problemáticosdel estudio. Las cuatro variables quese anunciaban en la introducciónquedan reducidas a tres. De ellas, unaprobará ser casi superflua: el tamañode las Asambleas. Las dos restantes,umbral y fórmula electoral, resultaráncoincidir demasiado para capturarefectos independientes en el conjunto

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de los datos, aunque no en la sub-muestra de los sistemas proporciona-les. Esta dificultad se deriva en partede los problemas de definición de lasvariables.

Lijphart decide fundir en una solados de las variables que se refieren alos sistemas electorales: el umbral derepresentación y la magnitud de losdistritos. A partir de una idea de Taa-gepera y Shugart4, Lijphart construyela variable del umbral efectivo derepresentación que se supone deberecoger la información de ambas. Lasrazones para construir esta variable,que debería ser una de las aportacio-nes metodológicas del libro, no resul-tan nada claras, mientras que sí haymotivos para dudar de su utilidad.

Como el propio Lijphart admite, elverdadero umbral de representación—allí donde éste no se encuentraestablecido por la ley— depende nosólo de la magnitud de los distritos,sino también de la fragmentaciónelectoral y del método de reparto deescaños. Sin embargo, tras introduciralgunos supuestos simplificadores,termina por ofrecer una fórmula en laque el umbral depende exclusivamen-te de la magnitud (es decir, es unasimple transformación aritmética desu valor). La variable toma así el valordel umbral mínimo nacional derepresentación allí donde exista porley5 —independientemente de cuál

sea la magnitud en esos casos— y unvalor que no es sino un porcentajeobtenido a partir de la magnitud delos distritos en el resto de los casos6.Con una importante excepción: lossistemas uninominales. Si aplicamosla fórmula de Lijphart a los sistemasuninominales , resultan tener unumbral de representación del 50 por100. Puesto que a su autor esto leparece «demasiado alto» —mostrandouna notable confusión entre argu-mentos deductivos e inductivos—,decide reducirlo a 35 por 100, que deeste modo resultará ser el valor de suvariable para todos los s istemasmayoritarios.

Lijphart consuma así dos arbitra-riedades. Por un lado, elimina lainformación de la magnitud al l ídonde existe un umbral formal derepresentación. Por otro, se inventa elvalor de la variable en los casos enque la magnitud vale uno —precisa-mente allí donde la variable de lamagnitud es más clara en su efecto—.Teniendo en cuenta que el resultadoque reza «la magnitud es el factordecisivo» ha costado años de esfuerzoy es de los pocos que pueden atesorarlos estudiosos de la materia, no pare-ce imprudente decir que el autor hapecado de vanidad.

La primera de las arbitrariedades estal vez inevitable, en el sentido de quehasta ahora no existe en la literaturauna propuesta sobre cómo sumar lainformación de los umbrales legales y

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4 R. TAAGEPERA y M. S. SHUGART, Seatsand Votes (New Haven: Yale University Press,1989), capítulos 11 y 12, y apéndice D3.

5 En los sistemas proporcionales en los queel umbral existe en el nivel de distrito o fun-ciona con reglas especiales, el autor admiteque sólo se obtiene una estimación aproxima-da (p. 69).

6 La fórmula es la siguiente:

Uef = + .

Uef es el umbral efectivo, M es la magnitudmedia de los distritos en un sistema electoral.

50%

(M +1)

50%

( 2 M )

de la magnitud. La única alternativaes transformar mediante una fórmu-la aritmética los umbrales en magni-tudes7 en vez de al revés, como haceLijphart. Una posible ventaja de esteprocedimiento es que no conviertelo relativamente excepcional —laexistencia de umbrales legales— enla regla general. Por otro lado, lavariable del umbral efectivo de Lijp-hart presenta un problema que en lavariable de la magnitud está muchomás atenuado: se trata de su discon-tinuidad, por lo que resulta unavariable casi dicotómica, con los sis-temas uninominales a un lado y losrestantes (con umbrales de valoresmucho más bajos) al otro. Ni quedecir tiene que este problema se acu-saría aún más si Lijphart hubierasido consecuente con su fórmula yno hubiera dado un valor arbitraria-mente bajo a los sistemas uninomi-nales.

Con relación a este último proble-ma, no es sorprendente que Lijphartencuentre una fuerte coincidenciaentre el umbral efectivo y la variabledicotómica de la fórmula electoral(mayoritaria/proporcional). Lo sor-prendente es que Lijphart hable deello como de una «conexión empíri-ca» cuando no es sino el resultado dela forma en que ha construido lasvariables. En efecto, decir que ambastienen un coeficiente de correlaciónde 0,92 no es un «descubrimiento».Se trata de una variable dicotómicafrente a otra casi dicotómica, y sicoinciden es en parte por definición(la media de umbral de los sistemas

mayoritarios es 35) y en parte por ladesafortunada distribución de losvalores de una variable tan artificial-mente creada (los umbrales de los sis-temas proporcionales se concentranen torno a una media demasiado ale-jada: 6,6).

Así , pues, su segunda variableindependiente, la fórmula electoral,no podrá ser utilizada para análisismultivariados junto con la primera,la del umbral efectivo, por proble-mas de multicolinealidad. En reali-dad, cabe argumentar que la insis-tencia en esta variable tiene algo dereliquia de estudios anteriores. Lijp-hart se sirve de ella a veces comovariable dicotómica para clasificarlos sistemas electorales en mayorita-rios y proporcionales. Otras veces latrata como una variable categóricamás específica para ordenar los siste-mas proporcionales de acuerdo conla fórmula de reparto de escaños enlas circunscripciones. Sin embargo,en ningún lugar del libro se define oexplica qué es mayoritario y qué esproporcional. Parece apelarse a cier-to consenso o al sentido común: lossistemas uninominales son mayorita-rios (es decir, tienen una «fórmulamayoritaria»), el resto son propor-cionales (tienen distintas «fórmulasproporcionales»)8. Tampoco se expli-ca adecuadamente qué t iene en

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7 TAAGEPERA y SHUGART, Seats and Votes,capítulo 11 y apéndice C5.

8 Además, esto puede incurrir en una peti-ción de principio, pues dicha distinción entremayoritario y proporcional se emplea en capí-tulos posteriores para explicar la proporciona-lidad de un sistema, medida esta vez por uníndice. Precisamente los índices de proporcio-nalidad se utilizan a veces en la literatura paraclasificar los sistemas electorales en proporcio-nales y mayoritarios.

común la llamada fórmula mayorita-ria con las distintas fórmulas propor-cionales (por ejemplo, el métodoD’Hondt) para ser valores de unamisma variable, salvo el uso laxo dela palabra «fórmula».

De la fórmula e lectora l comovariable resta útil la clasificación delos distintos métodos de reparto pro-porcional de escaños una vez queexcluyamos la categoría de los siste-mas mayoritarios de la muestra. Res-pecto a esta variable, cabe lamentarque Lijphart no haya tomado enmucha consideración —y puesto aprueba con sus datos— la hipótesismás solvente sobre su efecto: queéste se manifiesta sobre todo en uncierto rango intermedio de la magni-tud electoral, debilitándose a medidaque nos acercamos a los va loresextremos. Para ello, naturalmente,neces i tamos a la magnitud delos distritos como variable indepen-diente.

3. Las variables dependientes

La variable dependiente que másimportancia tiene en este estudio es,sin duda, la proporcionalidad, queLijphart mide con el índice de míni-mos cuadrados ideado porGallagher9. La adopción de este índi-ce frente a cualquiera de sus muchosrivales es una acertada opción meto-dológica que el autor justifica sensa-tamente. Pero, si bien la discusión de

los índices de proporcionalidad esacertada en general, hay que haceruna importante salvedad: el rechazode Lijphart a la medida del sesgo enfavor de los partidos grandes pro-puesta por Cox y Shugart10, precisa-mente en un comentario al artículode Gallagher. Los argumentos deLijphart a este respecto no son acep-tables.

Dicha medida consiste sencilla-mente en obtener el coeficiente deregresión de los porcentajes de esca-ños de los partidos sobre sus porcen-tajes de votos. Si la pendiente de larecta es 1,00, podemos estimar ausen-cia de sesgo. Valores mayores indica-rían sesgo en favor de los partidosgrandes, y valores inferiores un sesgofavorable a los menores. En su discu-sión, basada en unos ejemplos crea-dos ad hoc por Lijphart (y que, contodo, no le dan la razón) a fin demostrar que la medida produce resul-tados contraintuit ivos, e l autordemuestra una comprensión dubitati-va de lo que es un coeficiente deregresión. Valga un botón de mues-tra. A propósito de uno de sus ejem-plos afirma que el índice del sesgo esdemasiado sensible a la presencia departidos pequeños, que obligan a larecta de regresión a pasar cerca delorigen y, como resultado, «reducenmuchísimo su pendiente» (p. 113).Ocurre, sin embargo, que la pendien-te aumenta. Esto no es una errata,sino que se trata de una afirmaciónbásica para su argumento. No vale la

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10 G. W. COX y M. S. SHUGART, «Com-ment on Gallagher’s “Proportionality, Dis-proportionality and Electoral Systems”», Elec-toral Studies, 10, 1991, pp. 348-352.

9 M. GALLAGHER, «Proportionality, Dis-proportionality and Electoral Systems», Elec-toral Studies, 10, 1991, pp. 33-51.

pena reproducir los ejemplos: el lec-tor curioso puede estudiar la tabla 3.1del libro11.

Lijphart continúa diciendo que,puesto que la medida no es precisa y«no añade nada fundamental —enparticular, la tendencia a sobrerrepre-sentar a los partidos grandes— queno esté ya implícita en los índices dedesproporcionalidad», no hay razónpara cambiarlos por ella. El autor noentiende que no se trata de un índicealternativo, sino de una forma decapturar una información añadidaque de ningún modo está ni implíci-ta ni explícita en los índices de pro-porcionalidad. Los índices de pro-porcionalidad en general, y el deGallagher en particular, miden la dis-persión de los valores (en un gráficoque representara los porcentajes devotos en las ordenadas y los de esca-ños en las abscisas) con respecto auna hipotética recta de pendiente1,00 y constante en el origen, queseñalaría la proporcionalidad perfec-ta. La sugerencia de Cox y Shugart esla de calcular la pendiente de la rectade mínimos cuadrados, ajustada a ladistribución de los puntos: la pen-

diente de la recta real, por así decirlo,frente a la dispersión respecto a larecta normativa12. Así, pues, se tratade una información distinta a la con-tenida en el índice de Gallagher13.

El resto de las variables indepen-dientes que Lijphart analiza son las yaconvencionales medidas de fragmenta-ción del sistema de partidos de Laaskoy Taagepera14 (el número efectivo departidos electorales y parlamentarios,que el autor llama multipartidismoelectoral y parlamentario15), así como

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11 Una pista: en vez de comparar lascolumnas horizontalmente, como hace Lijp-hart, para obtener diferencias entre votos yescaños (de las que desprecia el signo) y des-pués compararlas en sentido vertical, hay quecomparar las filas verticalmente para obtenerlos incrementos en votos y en escaños, quedespués compararemos entre sí, en sentidohorizontal. Así, en su ejemplo B la pendienteno se reduce a causa de los partidos pequeñosde 2,00 a 1,13, como dice el autor, sino que asimple vista se aprecia que si los excluimos lapendiente sería 1,00, pues quedan dos parti-dos y ninguno recibe más que el otro, aunqueambos reciban demasiado. Sesgo y despropor-cionalidad son cosas distintas.

12 Esta propuesta es semejante a las curvasde incentivo o rendimiento de Rae. (Por ejem-plo, en su «Análisis del sistema electoral espa-ñol en el marco de la representación propoR-cional», incluido en Douglas RAE y VictorianoRAMÍREZ, El sistema electoral español, Madrid:McGraw-Hill, 1993.) El procedimiento deRae proporciona una información aún másprecisa, pues la curva muestra cómo varía lapendiente (y por tanto el rendimiento en esca-ños) si los votos aumentan o disminuyen. Raepuede así plantear hipótesis interesantes talescomo que la pendiente es continua —comotienen que suponer Cox y Shugart— sólo enalgunos sistemas electorales o en algunas fasesdel desarrollo histórico de los mismos.

13 Dicho índice tampoco considera las des-viaciones relativas, ponderadas por el tamañode los partidos, sino sólo desviaciones absolu-tas. De este modo, si dos partidos obtienen el5 y el 50 por 100 de los votos, están igual-mente sobrerrepresentados a efectos del índicesi logran el 10 y el 55 por 100 de escaños, res-pectivamente, pese a que existe un claro sesgoen favor del primero que seguramente nosinteresaría investigar.

14 M. LAASKO y R. TAAGEPERA, «EffectiveNumber of Parties: A Measure with Applica-tion to West Europe», Comparative PoliticalStudies, 12, 1979, pp. 3-27.

15 Es frecuente encontrar en la literaturalos términos concentración electoral, frag-mentación electoral o multipartidismo elec-toral (y sus equivalentes parlamentarios)para referirse a la distribución de los votos(o escaños) según si ésta se mide por losíndices de concentración, de fragmentación

la tendencia del sistema a generarmayorías.

4. Hipótesis sobre la proporcionalidady el multipartidismo

Da la impresión que Lijphart pro-yectaba un estudio con la proporcio-nalidad como nudo entre los sistemaselectorales y los sistemas de partidos,más o menos como había intentadohacer en el trabajo que s irve deembrión al que aquí se discute16. Sinembargo, no tiene más remedio queabandonar la idea de estudiar la inci-dencia de la proporcionalidad en lossistemas de partidos, por simpleausencia de resultados de interés (vid.pp. 124-125 y p. 167). Con todo, enlugar de tratar de esclarecer las razo-nes del faltado éxito, no se resiste apresentar algunas tímidas correlacio-nes entre proporcionalidad y variablesdel sistema de partidos (tabla 3.4),pese a que él mismo se ve obligado aadmitir que tienen muy poco valorsustantivo.

Tal vez habría sido mejor si el autorhubiera desechado claramente el pro-yecto por razones teóricas que, encierto modo, son de sentido común.Un índice de proporcionalidad reflejacómo el sistema electoral reduce lafragmentación partidista al traducir

votos en escaños. Se trata de unamedida de la desviación con respectoa la expectativa, que en este caso con-siste en el reparto proporcional, esdecir, que la fragmentación parla-mentaria reproduzca la fragmentaciónelectoral17. Si esto es así, cualquierrelación que la desproporcionalidadpueda tener con respecto al nivel demultipartidismo electoral, de frag-mentación en el electorado (salvo poruna posible realimentación debida alllamado efecto psicológico), es más omenos casual. Al mismo tiempo, lacorrelación que sí cabe esperar, bajociertas condiciones, entre el índice deproporcionalidad y el multipartidis-mo parlamentario es espúrea. Esdecir, que cuanto más reduzca la frag-mentación el sistema electoral, menorserá en general la fragmentación par-lamentaria. Pero esto es una perogru-llada, que depende, además, de unsupuesto acerca de la fragmentaciónelectoral: que sea parecida en todoslos casos incluidos en la muestra18. Se

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o por el número efectivo de partidos. Lostres índices son equivalentes y, por tanto,los términos se usan de forma indistinta enestas páginas.

16 A. LIJPHART, «The Political Conse-quences of Electoral Laws, 1945-1985»,American Political Science Review, 84, 1990,pp. 481-496.

17 En realidad, es fácil observar que esto noes del todo exacto, puesto que la fragmenta-ción es ya una medida agregada y la desvia-ción respecto de la expectativa —cualquieríndice de proporcionalidad— se refiere a cadapartido tomado por separado, agregándosedespués. Por mor del argumento, podemosdejar de lado este importante matiz, ya que ennada cambia la conclusión general. Una dis-cusión acerca de los índices de desviación res-pecto de la expectativa puede encontrarse enTAAGEPERA y SHUGART, Seats and Votes, apén-dice C3.

18 Lógicamente, de no ser así no hay corre-lación posible. Por ejemplo, los tres casos deLijphart que presentan niveles de fragmenta-ción parlamentaria casi iguales a los de Espa-ña, que es de 2,72 partidos (MAL1, GER4E,IRE1, en el apéndice), tienen índices de des-proporcionalidad que valen la mitad o menos

trata de una trivialidad que no aportaninguna información cuando es ver-dad, pero que además no tiene porqué ser verdad. Lijphart parece pensarque cuando la correlación suena, agualleva. Sin embargo, aquí, como entantas otras ocasiones, la pseudoco-rrelación difícilmente puede ocultarla falta de argumentos. Y esta ausen-cia no se suple por afirmaciones deque la proporcionalidad no dependede la diferencia entre fragmentaciónelectoral y parlamentaria, sino del sis-tema electoral que provoca esa dife-rencia, por lo que es legítimo esperarque sirva de enlace entre las variables.Me parece que esto es sólo otra formade repetir lo mismo.

Lijphart alcanza a decir que el pro-blema es que la relación entre despro-porcionalidad y sistema de partidos esde doble sentido, y que esta relaciónes especialmente difícil de analizarporque la desproporcionalidad reduceel multipartidismo y el multipartidis-mo incrementa en parte la despropor-cionalidad (p. 124). Y sin embargo,no es tan difícil, aunque hay queempezar por distinguir claramente elmultipartidismo electoral del parla-mentario. Cuando decimos que elmultipartidismo aumenta la despro-porcionalidad, implícitamente deci-mos que esto se produce manteniendoel sistema electoral constante. Si elmultipartidismo electoral aumenta,aumenta la desproporcionalidad (máscuanto menos proporcional sea el sis-tema) y aumenta el multipartidismo

parlamentario (más cuanto más pro-porcional sea el sistema). Cuandodecimos que la desproporcionalidadreduce el multipartidismo, nos referi-mos a variaciones en la proporcionali-dad que reflejan variaciones en el siste-ma electoral. Manteniendo el multi-partidismo electoral constante, uncambio en el sistema electoral haciauno menos proporcional reduce elmultipartidismo parlamentario (sereducirá más cuanto menos propor-cional sea el segundo sistema con res-pecto al primero), lo que se ve refleja-do en el índice de desproporcionali-dad (que aumentará más cuantomenos proporcional sea el nuevo sis-tema).

En la primera situación, el incre-mento en el multipartidismo es exó-geno19. India, Gran Bretaña y Esta-dos Unidos tienen el mismo sistemaelectoral, pero el índice de despro-porcionalidad es en el primer casodoble que en el segundo, y en elsegundo doble que en el tercero. Larazón hay que buscarla en los dife-rentes grados de multipartidismoelectoral. El multipartidismo parla-mentario también aumenta en losrespectivos casos, pero muy poco, yaque se trata de sistemas máximamen-te desproporcionales. Si pensamos,por ejemplo, en los países escandina-vos, cuyos sistemas electorales sonmás o menos parecidos entre s í ,podemos también comprobar cómoen distintos países existen distintosgrados de multipartidismo electoral,que se reflejan en valores diferentes

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19 Puesto que se trata del mismo sistemaelectoral, podemos despreciar el posible efectopsicológico de reducción endógena del multi-partidismo electoral.

que el español. ¿La razón? La fragmentaciónelectoral es en esos casos mucho menor queen España, que es de 3,89 partidos. El sistemaelectoral tiene, pues, «menos trabajo».

del índice de desproporcionalidad.Sin embargo, las diferencias en losíndices son mucho menos acusadas,ya que al tratarse de sistemas bastan-te proporcionales, el multipartidismoparlamentario absorbe la mayor partede los incrementos en el multiparti-dismo electoral.

En la segunda situación, el cambioen el multipartidismo es endógeno aun cambio del sistema electoral. Porejemplo, el multipartidismo electoralen España es muy parecido al deLuxemburgo y casi idéntico al que sedaba con el segundo sistema electoralde Dinamarca20. Sin embargo, enEspaña hay casi un partido parlamen-tario menos que en el caso danés ymedio partido menos que en Luxem-burgo. Esto se debe a que el sistemaelectoral español es mucho menosproporcional, lo que se ve reflejadoen su mayor índice de desproporcio-nalidad.

Cabe también considerar la cues-tión desde una perspectiva diacróni-ca. Un país puede ver cómo, alaumentar el multipartidismo electo-ral, el multipartidismo parlamentarioy el índice de desproporcionalidadaumentan. Si el sistema es proporcio-nal aumentará el primero más bienque el segundo, y al contrario si no loes. Si el sistema es proporcional, ellegislador puede optar por reformar elsistema para así reducir la fragmenta-ción parlamentaria o contener su

aumento. Si tiene éxito, el índice dedesproporcionalidad subirá21.

En todo caso, debe quedar claroque la desproporcionalidad varíacomo consecuencia de cambios en elsistema de partidos o de cambios enel sistema electoral, pero que en nin-gún caso los provoca. Si pasamosdirectamente del sistema electoral alsistema de partidos, la ilusión deldoble efecto se desvanece.

Quedan, pues, dos estudios posi-bles, ambos explorados en el libro: laincidencia de los sistemas electoralesen la proporcionalidad y la incidenciadirecta de los sistemas electorales, sinmediar la proporcionalidad, en lossistemas de partidos. Pese a lo quepromete el título, este segundo análi-sis obtiene resultados bastante insatis-factorios, tanto que bien podrían jus-tificar, como enseguida se verá, unarevisión completa del diseño de lainvestigación, tanto en el sentido decambiar la operacionalización de lasvariables como en el de formulaciónde hipótesis alternativas. Sin embar-go, es natural que Lijphart prefierasubrayar la relevancia del primer aná-lisis, aquel en el que sus resultadosson relativamente mejores.

5. Comparaciones controladas

Lijphart efectúa a continuaciónalgunas comparaciones controladas,estudiando los casos de cambio en lasvariables del sistema electoral dentro

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20 Aquí volvemos a despreciar el efectopsicológico, aunque en este caso sí se puedeesperar que sea apreciable: es posible que elmultipartidismo electoral fuese aún mayor enpaíses como España si el votante no percibieraque el sistema electoral reduce bastante elmultipartidismo parlamentario.

21 Esta observación tiene importancia a laluz de las comparaciones diacrónicas quecomentamos en el apartado siguiente.

de un mismo país. Hay que advertirque, tanto en estas comparacionescomo en las comparaciones entre sis-temas de países distintos, la unidadde análisis es el sistema electoral y nolas elecciones individuales. De estemodo, Lijphart pretende evitar lasobrerrepresentación en sus datos delos sistemas electorales que tienenuna duración más larga y que, portanto, producen más elecciones.

Esta novedosa opción metodológi-ca presenta varias dificultades. En pri-mer lugar, la definición de los crite-rios de cambio para decidir si dentrode un mismo país nos encontramosya con un sistema distinto. Hay queadmitir que Lijphart soluciona esteproblema con criterios prudentes ysensatos. En segundo lugar, la drásti-ca reducción del número de casos,que dificulta la inferencia estadística.De hecho, para aumentar su númerohasta sesenta y nueve, Lijphart tieneque incluir los sistemas electoralespara el Parlamento Europeo, cuyacomparabilidad con los sistemas deelección de los Parlamentos naciona-les —al menos a efectos del sistemade partidos— algunos pueden encon-trar dudosa. En tercer lugar, es posi-ble que haya sobrerrepresentación delos países donde los cambios en la leyelectoral son frecuentes. Si el métodode adoptar las elecciones como uni-dad de análisis sobrerrepresenta algu-nos sistemas electorales (basta pensaren la multitud de elecciones pormayoría simple en Gran Bretaña,Nueva Zelanda o Estados Unidos), laidea de Lijphart puede sobrerrepre-sentar algunos países, y por lo tanto asus sistemas de partidos. Así, en losdatos de Lijphart los antedichos paí-

ses suman tres casos, mientras queFrancia, Grecia y Alemania, donde laley electoral cambia a menudo,suman trece (sin contar las eleccioneseuropeas). En cuarto lugar, para quie-nes piensen que algunos de los pro-blemas teóricos que se presentan enlos estudios electorales sólo puedensolucionarse reduciendo la unidad deanálisis hasta las elecciones en el nivelde distrito22, la opción de Lijphartpuede parecer desacertada, pues nohace sino agregar más unos datos yade por sí agregados en eleccionesnacionales.

Con todo, ninguna de estas dificul-tades nos debe llevar a desestimar elestudio, pues no existe una alternati-va óptima. De lo que se trata es deentender que este tipo de diseño debecomplementar y no sustituir a estu-dios convencionales —basados enelecciones individuales— y a investi-gaciones en el nivel de distrito, aúnpor hacer. La comparación de conclu-siones de investigación en los tresniveles daría, a buen seguro, resulta-dos interesantes.

A propósito de las comparacionescontroladas se presenta una últimadificultad que tiene especial interés:la posibilidad de que los cambios enel sistema electoral sean endógenos,es decir, inducidos por cambios en elsistema de partidos. De hecho, Lijp-hart encuentra tanta evidencia afavor como en contra de su hipótesis

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22 Notablemente, Taagepera y Shugart (Seatsand Votes) señalan en sus conclusiones que lasdos asignaturas pendientes de los estudios elec-torales son, por un lado, las investigaciones enel nivel de los distritos y, por otro lado, el estu-dio de las relaciones entre los sistemas electo-rales y la organización de los partidos.

de que una reforma en sentido dereducir la proporcionalidad deberíaproducir una reducción de la frag-mentación electoral. Este aparente-mente extraño resultado se muestra,sobre todo, al observar los cambiosde fórmula de reparto de escaños. Esde lamentar que Lijphart ni siquieraconsidere la hipótesis de que puedanser los cambios —aumentos— en lafragmentación los que propicien unareforma electoral, bien para conte-nerlos, bien para adaptarse a ellos.Pese a intentar algunos refinamientosen las comparaciones, que refuerzansu conclusión de la incidencia de lasreformas en el índice de proporciona-lidad y (en menor medida) en la frag-mentación parlamentaria, la interac-ción con la fragmentación electoralqueda como un hecho completamen-te oscuro23.

6. Comparaciones bivariadasy multivariadas: pautas globales

Los análisis bivariados y multiva-riados, que forman el capítulo centraldel libro, merecen un comentariodetenido, pues es donde aparecennúmeros que a veces dicen mucho y aveces dicen poco, pero que a menudodicen lo contrario de lo que el autorquisiera.

Para tratar de establecer pautas

bivariadas, Lijphart realiza compara-ciones de medias de cada variabledependiente, recodificando las varia-bles independientes continuas porcategorías. En general, pueden apre-ciarse pautas que confirman sus hipó-tesis: umbrales más altos de represen-tación, fórmulas de reparto de esca-ños menos proporcionales y hastaAsambleas más pequeñas (aunque elautor reconoce que su efecto es, conmucho, el más débil) se correspondencon valores medios más altos del índi-ce de desproporcionalidad (ésta es lapauta más clara), con valores mediosmás bajos de fragmentación partidista(con algunas excepciones importan-tes) y con mayor frecuencia de mayo-rías.

Ahora bien, es necesario prestaratención a dos excepciones en las queel multipartidismo no se comportacomo cabría esperar de acuerdo conlas hipótesis de Lijphart. La primera(tabla 5.1) consiste en que, por loque se refiere a las fórmulas de repar-to proporcional —divididas por elautor en tres grupos de menor amayor proporcionalidad24—, la pautade multipartidismo electoral estácompletamente invertida y la pautade multipartidismo parlamentariocasi completamente, aunque el efecto

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23 Un estudio interesante de este proceso,llevado a cabo con una metodología distinta—al que el propio Lijphart se refiere—, es elde M. S. SHUGART, «Electoral Reform in Sys-tem of Proportional Representation», Euro-pean Journal of Political Research, 21, 1992,pp. 207-224.

24 La mayor o menor proporcionalidad delas fórmulas de reparto es en parte un hechoaritmético que podemos, además, corroborarcon los índices. En este sentido, es importanterecordar que Gallagher («Proportionality,Desproportionality and Electoral Systems»)ha demostrado que determinadas fórmulastienden a satisfacer ciertos índices de propor-cionalidad, con los que son afines, mejor quea los restantes. El índice de mínimos cuadra-dos de Gallagher debería minimizar este pro-blema.

sea menos neto. Concretamente, lasfórmulas menos proporcionales(D’Hondt y RM-Imperialii) son lasque presentan una mayor fragmenta-ción partidista media en uno y otrocaso. Lijphart pasa casi de puntillaspor este hecho, admitiendo que sin elconcurso de otras variables no sepuede obtener una reducción de lafragmentación.

Sobre la segunda excepción (tabla5.2) el silencio de Lijphart es aúnmayor: el aumento del umbral derepresentación —dividido en cinconiveles— disminuye la fragmenta-ción electoral y parlamentaria salvoen el caso de los umbrales más bajos,donde la pauta se invierte. Es decir,que en los sistemas con umbralesentre 4,0 y 5,9 la media de fragmen-tación es mayor que en los sistemascon umbrales entre 0,1 y 3,3 (siendoel efecto bastante más claro para lafragmentación electoral que para laparlamentaria). A Lijphart no se leocurre que esto pueda ser un proble-ma de su variable relativa al umbralde representación. Pero a cualquierale resultaría sospechoso que la varia-ble produzca efectos anómalos preci-samente en el rango donde las másde las veces toma su valor directa-mente de los umbrales legales derepresentación y se intercala convalores que se derivan de la magnitudde los distritos. La primera hipótesisa considerar es que los umbraleslegales y la magnitud tengan efectosdistintos en la fragmentación, peropara ello habría que abandonar lavariable del umbral efectivo de repre-sentación.

Las tablas 5.5 y 5.6, que presentanlos primeros resultados multivariados,

muestran estos problemas bien a lasclaras. En ellas se cruzan las variablesde la fórmula electoral y del umbralde representación y se observa que elefecto conjunto de ambas no hacesino corroborar las excepciones ante-riores. La fragmentación es mayorcon las fórmulas D’Hondt y RM-Imperialii que con las fórmulas másproporcionales, independientementede los niveles del umbral de represen-tación. Al mismo tiempo, la fragmen-tación es mayor con umbrales entre4,0 y 5,9 que con cualesquiera otros,independientemente de cuál sea lafórmula utilizada. Los valores máxi-mos de fragmentación se encuentranprecisamente donde dicha magnituddel umbral coincide con las fórmulasD’Hondt o RM-Imperial i i . Estapauta se produce tanto en el multi-partidismo electoral como en el parla-mentario, aunque es más acusada enel primero.

Lijphart nos dice que esto no hacesino confirmar el resultado de suscomparaciones controladas, a saber,que los distintos sistemas proporcio-nales no t ienen incidencia en elmultipartidismo electoral. El hechode que aparezca una pauta clara, perocontraria a la esperada, no suscita labúsqueda de hipótesis alternativas.Más preocupante le parece el que lapauta se repita idéntica en el caso dela fragmentación parlamentaria, puescontradice los resultados de su prime-ra aproximación al problema median-te comparaciones intertemporales.Con todo, el autor prefiere dar laespalda a los datos y concluir que silos resultados de las comparacionescontroladas decían que tanto la fór-mula como el umbral tienen un efec-

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to reductor del número de partidosparlamentarios, los resultados de estanueva comparación —menos riguro-sa, parece ser—, como mucho, losrelativizan.

Hay un hecho tozudo acerca de larelación entre sistemas electorales ysistemas de partidos que a Lijphart sele escapa al menos dos veces. En loque se refiere a las comparacionesdiacrónicas (reformas electorales),observábamos que los cambios dealgunas variables en un sentidomenos proporcional podrían produ-cirse precisamente para contener unaelevada fragmentación electoral, yque por tanto difícilmente puedenservir para predecir la . De modosemejante, desde una perspectiva«sincrónica» es fácil imaginar por quéalgunos sistemas electorales puedenpresentar elementos antiproporciona-les (fórmula D’Hondt, umbraleslegales de representación) junto conun grado relativamente alto de frag-mentación, tanto electoral como par-lamentaria: se trata precisamente decontener el potencial de fragmenta-ción que permiten otros aspectos delsistema, principalmente la magnitudde los distritos. Hasta cierto punto,se podría decir que en estos casos esla fragmentación la que provoca lapresencia de dichos elementos menosproporcionales en el sistema (aquellosque, no por casualidad, son más fáci-les de cambiar). Así, más que deausencia de efecto o de efectos anó-malos, en algunas circunstancias sepodría hablar de efectos en sentidoinverso: un nivel alto de fragmenta-ción (real o esperado) puede suscitarla creación de mecanismos de con-tención encaminados a reducir al

menos la fragmentación parlamenta-ria, con el consiguiente aumento dedesproporcionalidad25. Por decirlouna vez más, para investigar estahipótesis es necesario considerar lamagnitud como una variable conderecho propio.

7. Medición de los efectos

El análisis de regresión entre lasvariables debería servir para examinarhipótesis sobre el efecto conjunto delas mismas y, sobre todo, para tratarde medirlo. Nada de eso encontrará ellector. No es falta de moderacióndecir que son las peores páginas dellibro26.

Puesto que las variables de la fór-mula y del umbral no pueden utili-zarse al mismo tiempo debido a sufuerte correlación, Lijphart comienzapresentando regresiones separadas decada una de ellas sobre todas susvariables dependientes. Lo primeroque llama la atención es su insistenciaen introducir la variable del tamañode la Asamblea, cuando a lo largo de

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25 Si tenemos en cuenta la discusión con-ceptual de Lijphart de las hipótesis que pue-den relacionar sistemas electorales, proporcio-nalidad y multipartidismo (tal y como hemoscomentado en el apartado cuarto de estanota), entonces son tres las ocasiones perdidaspor Lijphart para plantear esta posibilidad.

26 Se trata de las páginas 161-170. Este jui-cio sería fácilmente extensible al capítulosexto del libro, titulado «Cuatro explicacionespotenciales diferentes», que Lijphart presentaa continuación y en el que también empleaeste tipo de análisis. Puesto que Lijphart nologra convencer de la validez de su propiaexplicación, no vale la pena abundar en suscríticas a las rivales.

todo el trabajo ha comprobado quesu efecto es casi despreciable27. Da laimpresión de que se trata de unavariable de compañía para justificarasí el rótulo de análisis multivariado.¿Es realmente importante mantenerconstante el tamaño de la Asambleapara medir los efectos del umbral enla proporcionalidad o en el sistema departidos? ¿Añade algo relevante a laexplicación? La respuesta es, rotunda-mente, no. La única razón para intro-ducirla es la comprensible pero per-versa tendencia a añadir cualquiercosa que aumente, aunque sea deforma marginal, los coeficientes dedeterminación. (Correlación grande,ande o no ande.) Esto suele tenerpoco sentido en general, pero menosaún cuando el número de casos quese manejan es tan bajo, pues puederepercutir en la significatividad de losresultados. (Esto es importante a suvez, sólo si se tiene interés en realizarinferencias estadísticas, lo que a vecesparece ser el propósito de Lijphart.)

A la hora de comentar sus regresio-nes, Lijphart subraya lo menos intere-sante, los coeficientes de determina-ción (R2), y pasa por alto lo que verda-deramente nos interesa, los coeficien-tes de regresión (b). No parece preo-cuparle medir el efecto de unas varia-bles sobre otras, sino explicar varian-

za, frase retórica con la que a menudolos científicos sociales maquillan lapura ausencia de explicaciones28.

Vale la pena detenerse en su prime-ra serie de regresiones (tabla 5.8), enlas que el umbral es la variable inde-pendiente. El autor está muy impre-sionado porque el umbral efectivoexplica por sí mismo más del 60 por100 de la varianza del índice de pro-porcionalidad —lo que, sin duda,está muy bien—, pero comenta másbien de pasada el coeficiente de regre-sión, que es de 0,32. Esto quieredecir que es necesario que el umbralsuba o baje un 3 por 100 para que laproporcional idad disminuya oaumente un 1 por 100. ¿Es éste unefecto importante? El lector debe ave-riguarlo por su cuenta, consultando elrango de la distribución de los valoresde las variables (que aparecen en elapéndice), tratando de hacerse unaidea de los valores medios (que noaparecen en el libro), cotejándoloscon la constante de la regresión, etc.La conclusión será, tal vez, que elefecto es importante, pero no tantocomo para dejarnos satisfechos, quenecesitamos saber más. Se tratará deuna conclusión discutible, pero noserá Lijphart el que la discuta.

Las cosas empeoran por lo que serefiere a la regresión sobre la fragmen-tación electoral y parlamentaria. Elautor lamenta que la varianza explica-da sea más baja, y allí se acaba todo.Sin embargo, lo que se deduce de susresultados es prácticamente la ausen-

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27 De hecho, en las regresiones se puedeapreciar que tiene un cierto efecto toda vezque el tamaño se mide en una escala logarít-mica. Es decir, que si pasamos de una Asam-blea de treinta miembros a otra de trescientosse observa un cierto aumento en la proporcio-nalidad y en la fragmentación. El lector puedejuzgar por sí mismo el interés de corroborarestadísticamente lo que no es sino un hechoaritmético que, en todo caso, carece apenas deefecto sustantivo.

28 Una excelente discusión de este proble-ma, con toda la ironía necesaria, puede encon-trarse en el libro de Christopher H. ACHEN,Interpreting and Using Regression (NewburyPark: Sage, 1991), especialmente pp. 58-68.

cia de efecto del umbral de represen-tación sobre dichas variables: un 0,03y un 0,05 de reducción, respectiva-mente, del número de partidos electo-rales y parlamentarios por cada puntoporcentual de umbral, con unas cons-tantes de 4,07 y 3,66 en unas varia-bles que, como se sabe, tienen unrango muy reducido29. Lijphart apun-ta que los resultados al menos sonestadísticamente significativos; pero sihay casos en los que la significatividadestadística está reñida con la sustanti-va, éste es uno de ellos30.

El análisis de regresión que tiene unmayor interés potencial, por ser real-mente multivariado, es el que introdu-ce (tabla 5.11) el umbral de represen-tación y la fórmula electoral simultá-neamente en las ecuaciones (junto alconsabido tamaño de Asamblea), aun-que para ello tenga que descartar lossistemas mayoritarios. Por lo que serefiere a la explicación del índice deproporcionalidad, las cosas mejoran, ynos encontramos ante un modelo bas-tante aceptable. Pero en lo que toca a

la incidencia de las variables en el sis-tema de partidos, el resultado es des-concertante. A pesar de que puedeobservarse que el efecto del umbral enla fragmentación, manteniendo la fór-mula constante, es casi el doble que enel modelo anterior, sigue siendo dema-siado bajo. En cualquier caso, no sediscute si es alto o bajo: sólo se men-ciona que es el doble. De todosmodos, éste no es el problema, sinoque el efecto de la fórmula (construidacomo variable dicotómica D’Hondt yRM-Imperialii/otras) sobre la frag-mentación, aun manteniendo elumbral constante, no sólo resulta posi-tivo —lo que ya no es una sorpresa—,sino que además es apreciable: 0,63para la fragmentación electoral y 0,31para la parlamentaria31. El impacto dela variable anómala, que se produce endirección contraria a la esperada, esbastante más claro que el de la variabledel umbral efectivo, que se comportasegún la hipótesis. A cualquiera leparecería descorazonador.

La mejor conclusión que podemosextraer de este capítulo es que existenserios problemas con las variables yen el diseño de los modelos, pero queal menos ya sabemos lo que no fun-ciona. Tal vez se obtengan mejoresresultados con otras medidas de frag-

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29 Este resultado puede compararse con el desu segunda serie de regresiones (tabla 5.10), conla variable dicotómica mayoritario/proporcionalcomo independiente, a las que Lijphart restaimportancia porque, cómo no, explican menosvarianza que en la primera. Sin embargo, elresultado es más notable, aunque tal vez pocosorprendente, si atendemos los coeficientes deregresión: los sistemas no mayoritarios tienencomo media 0,81 y 1,24 partidos más (electo-rales y parlamentarios, respectivamente) quelos sistemas mayoritarios. Este resultado nosproporciona, además, una aproximación aldiferente impacto de los efectos psicológico ymecánico de los sistemas mayoritarios.

30 Para el contraste entre significatividadestadística y sustantiva vuelvo a remitir al lec-tor al trabajo de ACHEN, Interpreting andUsing Regression, pp. 46-51.

31 Los coeficientes son poco significativosestadísticamente, sobre todo el segundo, peropuesto que en realidad no estamos tratandocon una muestra, sino con una población, elproblema de la inferencia estadística a otrosmundos posibles es secundario. Los coeficien-tes no dejan por ello de describir lo que suce-de en las veintisiete democracias bajo estudio.A propósito de esto, tal vez se deba notar aquíque Lijphart ni siquiera reproduce los tests designificatividad de sus comparaciones demedias y análisis de varianza.

mentación, que capturen mejor lavariabilidad. Tal vez deban separarsela magnitud de los distr itos y elumbral de representación. Tal vezpodamos solucionar el problema de laextraña correlación entre fórmulas yfragmentación, que tal vez se produz-ca a través de la magnitud o tal vezintervengan otros factores. Imposiblesaberlo sin volver a empezar casidesde el principio.

8. Conclusiones

Lijphart cierra su investigación enfalso. Concluye que el umbral derepresentación es la variable quemejor predice, y el índice de propor-cionalidad la variable que mejor sedeja predecir. Lo primero no se lepuede conceder, excepto por lo que serefiere a la proporcionalidad. Losegundo sí, pero hay que preguntarsepor su importancia. ¿En qué medidaes importante predecir la despropor-cionalidad a partir de ciertas variablesdel sistema electoral? Sin duda, no estrivial conocer los determinantes dedicho índice, pero parece claro quedesde el punto de vista de la cienciapolítica esto es sólo complementarioa lo que realmente nos interesa: losefectos políticos de los sistemas elec-torales. A la vista de la falta de resul-tados en este sentido, es difícil nosimpatizar con quienes denuncianque la ciencia política ha invertidodemasiado en proporcionalidad32.

Esto nos lleva a valorar las conclu-siones de Lijphart sobre ingenieríaelectoral. Sólo quienes compartan suprejuicio normativo en pro de la pro-porcionalidad como fin en sí mismopueden encontrar algo útil en susrecetas, que de todas formas sonmalas porque nos dan los ingredien-tes, pero no las cantidades. Así, trasrecordarnos que las variables del sis-tema electoral explican una «impre-sionante» porción de varianza, afir-ma: «No es exagerado concluir que,si los ingenieros electorales quierenaumentar o reducir el grado de pro-porcionalidad, los cuatro instrumen-tos del sistema electoral les ofrecen laoportunidad de afinar el sistema elec-toral para conseguir el efecto concre-to que pretenden» (p. 198). ¿Cómovamos a afinar nada si no sabemoscuánto hay que poner de cada cosa?Este debería haber sido un objetivode los análisis de regresión, si seinterpretaran como es debido. Obsér-vese que, además, menciona los cua-tro elementos con los que iniciaba elestudio (fórmula, magnitud, umbrallegal de representación y tamaño dela Asamblea): regresa la magnitud, semantiene el ocioso tamaño de Asam-blea. Para este viaje no hacían faltaalforjas.

Para quienes deseen conocer cómoinfluyen los sistemas electorales en lossistemas de partidos, sea por un inte-rés teórico o por un interés práctico,las conclusiones de Lijphart serán demuy poca utilidad. Salvo que quierancreer que apenas si hay influencia,cosa que cualquiera sabe que no esverdad.

Alberto PENADÉS

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32 Vid. COX y SHUGART, «Comment onGallagher’s “Proportionality...”», p. 350. Vale lapena notar que al menos su medida del sesgo enfavor de los partidos grandes trata de capturarun aspecto político de la desproporcionalidad.

Estoy muy agradecido por la exten-sa y exhaustiva crítica a la que AlbertoPenadés ha sometido mi libro Sistemaselectorales y sistemas de partidos1. Creo,además, que merece la gratitud de losprofesionales de la ciencia política ensu conjunto. Este tipo de análisis críti-co, detallado y profundo, de un libroacadémico resulta extremadamentevalioso para el crecimiento acumulati-vo de la ciencia política. Deberíahacerse mucho más a menudo; y nome puedo quejar de que haya sido milibro el escogido para una críticasemejante. En primer lugar, porque esrealmente un honor que el trabajo deuno reciba tan atento escrutinio. Ensegundo lugar, porque yo mismoescribí una crítica similar de la obraclásica de Douglas W. Rae, que hizo elprimer esfuerzo por dar un tratamien-to sistemático, comprensivo y compa-rativo a las consecuencias políticas delos sistemas electorales2.

Agradezco también a la RevistaEspañola de Investigaciones Sociológicaspor darme la oportunidad de comen-tar la crítica de Penadés. Puesto quesu discusión es muy extensa, nopuedo responder a todas y cada una

de las cuestiones que suscita. Me con-centraré, por tanto, en los asuntos enlos que no estamos de acuerdo y queme parecen más importantes. Porsupuesto que hay muchos otros pun-tos en los que sí estamos de acuerdo.

Permítaseme comenzar por lasvariables independientes, con respec-to a las cuales Penadés se muestraespecialmente crít ico. Continúodando por buena en lo fundamentalmi decisión, en la que sigo el ejemplode Rein Taagepera y Matthew S. Shu-gart3, de fundir las variables de lamagnitud de los distritos y de losumbrales electorales en la variable delumbral efectivo. La razón principal esque dichas variables pueden versecomo funcionalmente equivalentes,pues ambas ponen límites a la repre-sentación de los partidos pequeños.Por otra parte, estoy de acuerdo conPenadés en que la fórmula que heempleado para traducir las magnitu-des de los distritos en umbrales efec-tivos no es ideal. Mi intención eraencontrar una fórmula que fuese másprecisa que la de Taagepera y Shu-gart, y me parece que eso lo he conse-guido. Pero tanto su fórmula como lamía tienen un defecto, y es que elumbral efectivo de los distritos uni-nominales resulta ser del 50 por 100.Esto claramente no es correcto, yaque se trata del valor más elevadoposible para el caso y no de la mediaentre los valores altos y bajos, que es

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La difícil ciencia de los sistemas electorales:un comentario a la crítica de Alberto Penadés

1 Arend LIJPHART, Sistemas electorales y sis-temas de partidos: un estudio de veintisietedemocracias, 1945-1990, traducido por Fer-nando Jiménez Sánchez (Madrid: Centro deEstudios Constitucionales, 1995).

2 Douglas W. RAE, The Political Conse-quences of Electoral Laws (New Haven: YaleUniversity Press, 1967; 2.ª ed., 1971); ArendLIJPHART, «The Political Consequences ofElectoral Laws, 1945-85», American PoliticalScience Review, vol. 84, 2 (junio 1990), pp.481-496.

3 Rein TAAGEPERA y Matthew Soberg SHU-GART, Seats and Votes: The Effects and Determi-nants of Electoral Systems (New Haven: YaleUniversity Press, 1989), pp. 116-117, 126-141.

en lo que debe consistir el umbralefectivo. Al enfrentarme a este dile-ma, decidí que una estimación realis-ta era más importante que la coheren-cia lógica y establecí arbitrariamenteel umbral efectivo de los distritos uni-nominales en el 35 por 100. Se tratade una solución razonable pero, deboadmitirlo, no elegante.

Hoy adoptaría una solución dife-rente, que de hecho ya apuntaba ennota en mi Sistemas electorales y siste-mas de partidos 4. Durante un inter-cambio de ideas que tuve con Taage-pera, éste me sugirió simplificar mifórmula, más bien compleja, de lamanera siguiente:

Uef = 75% / (M +1)

La gran ventaja de esta fórmulaestilizada es que es a un tiempo realis-ta y elegante. Para M =1 (esto es, enlos sistemas de circunscripción uni-nominal), el umbral efectivo resultaahora del 37,5 por 100, un valor tanpróximo a mi estimación que no hayninguna diferencia significativa entreellos. Para los valores más elevados deM que son típicos de los sistemasproporcionales y semiproporcionales,los valores del umbral efectivo seencuentran muy próximos a los quegenera la fórmula más compleja.

Un segundo problema respecto alumbral efectivo señalado por Penadéses que desprecio la información de lamagnitud de los distritos cuando existeun umbral formal de representación.Esto no es completamente exacto, puesignoro la magnitud de los distritos sólo

en los casos en los que el umbral efecti-vo que se desprende de la magnitud esmás bajo que el umbral legal. Si elumbral legal es el inferior, entoncesutilizo el umbral basado en la magni-tud. (Este es el caso del umbral legaldel 3 por 100 que se emplea en Españaen el nivel de los distritos, más bajoque el umbral efectivo de 10,2 por 100que obtenemos a partir de la magnitudmedia de las circunscripciones, que esde 6,73 escaños.) Pero lo más impor-tante es que sigo creyendo que seencuentra del todo justificado el igno-rar la magnitud de los distritos cuandoexiste un elevado umbral formal derepresentación. La razón es que enestas circunstancias la magnitud de losdistritos se vuelve irrelevante.

Un tercer punto suscitado porPenadés es que tiene más sentido tra-ducir los umbrales a magnitudes efec-tivas que traducir las magnitudes aumbrales efectivos, ya que en la prác-tica los umbrales legales son relativa-mente infrecuentes. Esto es lo quehacen Taagepera y Shugart, y estoy deacuerdo con su razonamiento y con elde Penadés. Por otra parte, creo queel umbral efectivo tiene la ventaja deser más significativo. Por ejemplo, siel umbral efectivo de un sistema elec-toral dado es del 6 por 100, sabemosque los partidos que reciban menosdel 6 por 100 de los votos no estaránrepresentados en absoluto, o estaránfuertemente infrarrepresentados. Sinos dicen que la magnitud efectiva delos distritos de este sistema es de 11,5escaños —que es el dato equivalentesegún la fórmula Uef = 75% / (M +1)arriba mencionada—, nos dan unainformación igualmente precisa, perono tan fácilmente interpretable.

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4 LIJPHART, Sistemas electorales y sistemas departidos, p. 68, nota 29.

Mi segunda variable independientees la fórmula electoral, y mi distinciónfundamental al respecto la sitúo entrelas fórmulas mayoritarias y las propor-cionales. Me sorprende un poco quePenadés critique que yo no defina oexplique qué significan «proporcio-nal» o «mayoritario», ya que ambostérminos y lo que diferencia a ambostipos es algo muy generalmente acep-tado y utilizado. Pero existe una claradefinición, que se basa en el criteriopara ganar un escaño. En los sistemasmayoritarios el requisito para ganar esganar una mayoría de los votos: bienla mayoría relativa (más votos quecualquier otro candidato), bien lamayoría absoluta (más de la mitad delos votos). En los sistemas proporcio-nales el criterio para ganar un escañoconsiste en ganar una mínima propor-ción de los votos, según quede defini-do por la particular fórmula de repre-sentación proporcional que se emplee.

Mi tercera variable independiente esel tamaño de las asambleas. Concuer-do con Penadés en que se trata de unavariable relativamente débil. Dehecho, esto es lo que muestra mi pro-pio análisis. Pero no creo que seencuentre justificado llamar a estavariable «casi irrelevante». Es ciertoque el tamaño de las asambleas notiene influencia en la proporcionalidadsi sobrepasa los 100 escaños aproxima-damente, y la mayoría de las asambleaslegislativas incluidas en mi estudio sonrelativamente grandes. Sin embargo, esuna cuestión de cierta importancia enlas asambleas menores, como puedenser los casos de Islandia, Luxemburgoy Malta, y de gran importancia en elcaso de varias delegaciones nacionalesal Parlamento Europeo que trato como

«asambleas», con tamaños de aproxi-madamente 30 escaños y aún menos5.También hay muchos países pequeñosno cubiertos en mi libro que tienenasambleas legislativas de 30 miembrosa lo más, especialmente en el Caribe:por ejemplo, Antigua y Barbuda, Bar-bados, Belice, Dominica, Granada,San Cristóbal y Nevis y Santa Lucía6.Esto es un punto importante que losingenieros constitucionales debentener presente. Es obvio que lo lógicoen países muy pequeños es tener asam-bleas legislativas pequeñas, pero siéstas son extremadamente pequeñas,las posibilidades de resultados propor-cionales en las elecciones quedan gran-demente reducidas7.

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5 Penadés critica la inclusión de las eleccio-nes al Parlamento Europeo en mi análisis: «(...)cuya comparabilidad con los sistemas de elec-ción de los Parlamentos nacionales —al menosa efectos del sistema de partidos— algunos pue-den encontrar dudosa». Yo creo que, por elcontrario, las similitudes entre las eleccionesnacionales y las elecciones al Parlamento Euro-peo son sorprendentes en la mayoría de los paí-ses miembros de la Unión Europea. Los siste-mas electorales y los sistemas de partidos sonsemejantes y, en general, las elecciones al Parla-mento Europeo son mucho más unas eleccionesnacionales que unas verdaderas elecciones«europeas». La única diferencia importante,pero que no resulta relevante para mi análisis, esque las elecciones al Parlamento Europeo sonconsideradas como de menor importancia porlos votantes, por lo que tienden a tener nivelesde participación considerablemente inferiores.

6 Véase Dieter Nohlen (comp.), Enciclope-dia electoral latinoamericana y del Caribe (SanJosé, Costa Rica: Instituto Interamericano deDerechos Humanos, 1993).

7 Véase Arend LIJPAHRT, «Tamaño, pluralis-mo y el modelo Westminster de democracia:Implicaciones para el Caribe Oriental», enJorge Heine (comp.), Revolución e intervenciónen el Caribe: Las lecciones de Granada, traducidopor Raúl Gutiérrez (Buenos Aires: Grupo Edi-tor Latinoamericano, 1990), pp. 363-384.

Acerca de las conexiones empíricaspor mí descubiertas, Penadés tienetoda la razón al subrayar que el efectode las variables del sistema electoral enel grado de proporcionalidad es muchomás fuerte que el efecto sobre el siste-ma de partidos. Pero no estoy de acuer-do en considerar la proporcionalidaduna «cuestión secundaria». Tal y comohe defendido en otro lugar8, las dosformas más importantes de democraciason la democracia mayoritaria y lademocracia de consenso. De hecho, elcientífico político alemán GerhardLehmbruch ha llamado «democraciaproporcional»9 a esta segunda forma dedemocracia. La representación propor-cional no habría sido inventada, eintroducida en la mayoría de las demo-cracias modernas, si políticos y ciu-dadanos no consideraran como unobjetivo importante la proporcionali-dad de los resultados electorales. Si elprincipio de proporcionalidad esimportante, entonces también lo esmedir y explicar el grado de proporcio-nalidad de los diferentes sistemas.

Es cierto que únicamente el umbralefectivo tiene un efecto fuerte y esta-dísticamente significativo sobre lasvariables del sistema de partidos. Eneste punto, mis diferencias con Pena-dés se parecen a la discusión sobre siuna botella está medio llena o mediovacía. Mi punto de vista es que, evi-dentemente, el sistema electoral no

puede explicar plenamente el sistemade partidos. A fin de explicar mássobre el sistema de partidos seríanecesario tomar en consideración lanaturaleza de las divisiones sociales.Habría que preguntarse por la pro-fundidad de dichas divisiones, por elnúmero de grupos que se originan ypor su tamaño relativo. Este tipo deanálisis ha sido llevado a cabo, porejemplo, en un artículo reciente dePeter C. Odeshook y Olga Shvetso-va10 y en un artículo de próximapublicación de Octavio AmorimNeto y Gary W. Cox11. Con todo, miinterés principal consistía en averi-guar cuánto puede explicar el sistemaelectoral por sí mismo; y la interesanteconclusión es que, por ejemplo, casila mitad (el 44 por 100) de la varian-za en la frecuencia de las mayoríasparlamentarias y de las mayoríasmanufacturadas se explica por el sis-tema electoral, sin tomar ningunaotra variable adicional en considera-ción. Esta conclusión concuerda, ade-más, con nuestro sentido común.Nadie dudaría que si, por ejemplo, enlos Estados Unidos y en el ReinoUnido se adoptase la representaciónproporcional, eso sería el fin de sussistemas bipartidistas y de la habitualpresencia de partidos mayoritarios enestos países.

También sigo siendo optimista

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8 Arend LIJPHART, Las democracias contem-poráneas: Un estudio comparativo, traducidopor Elena de Grau (Barcelona: Editorial Ariel,1987).

9 Gerhard LEHMBRUCH, Proporzdemokra-tie: Politisches System und politische Kultur inder Schweiz und in Österreich (Tübingen:Mohr, 1967).

10 Peter C. ORDESHOOK y Olga V. SHVET-SOVA, «Ethnic Hetereogenity, District Magni-tude, and the Number of Parties», AmericanJournal of Political Science, vol. 38, 1 (febrero1994), pp. 100-123.

11 Octavio Amorim NETO y Gary W. COX,«Electoral Institutions, Cleavage Structures,and the Number of Parties», American Journalof Political Science, en prensa.

con respecto a las posibilidades de laingeniería electoral. Una importanteconclusión práctica que puede extra-erse de mi libro Sistemas electorales ysistemas de partidos es que hay dosmecanismos que llegan a ser muyfuertes y precisos: 1) los sistemas decircunscripciones de dos niveles(two-tier) con una circunscripciónnac iona l de e scaños de a jus te(adjustment seats); y 2) los umbraleslegales en el nivel nacional . Porejemplo, si queremos un sistemamuy proporcional para todos lospartidos que obtengan al menos el 4por 100 de los votos totales y excluira todos los partidos menores, pode-mos utilizar estos dos mecanismospara lograr ese objetivo preciso. Si loque queremos es un partido mayori-tario en el parlamento pero tambiénun fuerte partido de oposición de uncierto tamaño mínimo, podemosemplear los escaños de ajuste paraotorgar, por ejemplo, el 55 por 100de los escaños al primer partido y el45 por 100 al segundo partido. Lossistemas de mayoría simple en cir-cunscripciones uninominales suelenarrojar este tipo de resultados, perono siempre y no con la misma preci-sión numérica.

Un comentario especialmente útilde Penadés se refiere a la explicaciónde algunos resultados extravagantesde la investigación, tales como elhecho de que en la categoría de losumbrales efectivos más bajos encon-tremos una fragmentación electoral yparlamentaria más baja que en lasiguiente categoría de umbrales efec-tivos, y no más alta, que es lo que yohabría esperado. Su hipótesis es muyplausible e ingeniosa, a saber, que los

mecanismos menos proporcionalespueden haberse introducido paracontener la fragmentación partidista.La cuestión fundamental es que eneste caso la dirección de la causalidadse invierte, y el problema afectapotencialmente a todas las relacionesentre el sistema electoral y el sistemade partidos. Si a éste le añadimos elproblema, también subrayado conacierto por Penadés, de que las dosvariables más importantes del sistemaelectoral —el umbral efectivo y lafórmula electoral— no son verdade-ramente independientes entre sí,podemos apreciar algunos de los obs-táculos básicos con los que el analistade los sistemas electorales tiene queluchar. Penadés y yo estamos segura-mente de acuerdo en el enunciado deque la ciencia de los sistemas electo-rales es una empresa extremadamentedifícil y compleja.

Además, sigue siendo muy difícilrecopilar información completamenteprecisa sobre los pormenores de lasleyes electorales de muchos países. Enmi crítica al libro de Rae fui especial-mente severo con sus muchos hechosequivocados12. Por mi parte, he inten-tado no cometer ese tipo de error enmi libro. Sin embargo, ya he descu-

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12 Escribí, por ejemplo, que en la clasifica-ción de Rae, de las 56 elecciones de represen-tación proporcional, 28 —exactamente lamitad— estaban mal clasificadas. Más tardedescubrí que en realidad sólo había cometido24 errores en vez de 28, y me retracté de mipropia equivocación: Arend LIJPHART, «TheElectoral Systems Researcher as Detective:Probing Rae’s Suspect “Differential Proposi-tion” on List Proportional Representation»,en Dennis Kavanagh (comp.), Electoral Politics(Oxford: Clarendon Press, 1992), pp. 234-246, especialmente el «Erratum» en p. 246.

El sociólogo valenciano José Alber-to Prades está afincado en Montreal,donde dirige el GREIGE (Groupe derecherche interdisciplinaire en gestionde l’environnement) . Es conocidosobre todo por su muy importantecontribución al estudio de la obra de

DURKHEIM1. Desde hace algunos añosviene dedicando atención a los pro-blemas del desarrollo y el medioambiente, campo en el que mantieneuna colaboración habitual con otrosespecialistas del Québec2. En este

bierto dos errores. En mi descripciónde los dos sistemas electorales costa-rricenses (CR1 y CR2 en la tabla 2.3)indiqué que no existían umbraleslegales13. Recientemente he averigua-do que, de hecho, ambos sistemashan empleado umbrales legales en elnivel de los distritos, equivalentes aun medio de la cuota de Hare. Parala circunscripción media esto implicaun umbral legal de alrededor del 7,8por 100 en CR1 y del 6,1 por 100 enCR2. Afortunadamente, estos por-centajes son más bajos que losumbrales efectivos basados en lamagnitud de las circunscripciones(10,6 y 8,5 por 100, respectivamen-te), por lo que los umbrales efectivos—y por ende mi análisis, basadointer alia en los dos casos costarri-censes— no necesitan ser modifica-dos.

Para concluir, quiero repetir miagradecimiento y admiración por lacompleta crítica a la que Penadés ha

sometido mi libro. Lo que creo quePenadés hace menos bien es propo-ner alternativas concretas, y lo queno hace en absoluto es reutilizar misdatos para probar hipótesis alternati-vas —pese a que al comienzo de suescrito parece querer aceptar midesafío en ese sentido—. Mi suge-rencia es que debe utilizar las varia-bles y medidas que él prefiera —porejemplo, la magnitud de los distritoscomo variable separada o la medidadel sesgo en favor de los grandes par-tidos de Cox y Shugart— para averi-guar si se pueden obtener resultadosmás firmes y convincentes que losque yo ofrezco en mi libro. No soymuy optimista con respecto a laposibilidad de que ese tipo de resul-tado tenga lugar, pero llegado el casosería el primero en saludarlo y apre-ciarlo.

Arend LIJPHART

(Traducido por E. GARCÍA-GUERETA.)

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13 LIJPHART, Sistemas electorales y sistemasde partidos, p. 31.

J. A. PRADES

L’éthique de l’environnement et du développement(París, Presses Universitaires de France, 1995)

1 Durkheim, París, PUF, 1993 (2.ª edi-ción).

2 J. A. PRADES, J. G. VAILLANCOURT y R.TESSIER (dirs.): Environnement et développe-

ámbito se ha ocupado de investigarlas posibles vías de aplicación de lateoría sociológica clásica, especial-mente la de Weber y la del propioDurkheim, a la problemática emer-gente del desarrollo sustentable.

El libro que ahora comento, publi-cado en la colección Que sais-je?, tienedos partes claramente diferenciadas.La primera de ellas contiene conside-raciones generales y pretende dar unavisión de conjunto acerca de una éticadel desarrollo sensible a los condicio-nantes medioambientales. La segundase centra en una aplicación concreta ypresenta las bases metodológicas delprograma de investigación STS (Siste-ma de Transporte Sostenible).

En el inicio de su texto, caracteriza-do por la claridad y la concisión, Pra-des introduce los conceptos de medioambiente, desarrollo, sociedad y ética.Traza a continuación un esbozo de laevolución de las sociedades humanas,desde las cazadoras-recolectoras a lasindustriales. Según un punto de vistahabitual en la sociología contemporá-nea, el autor presenta la historia de lahumanidad como una superación pro-gresiva de la dependencia respecto a lanaturaleza. Mientras que en las civiliza-ciones arcaicas se habría vivido en unarelación de «dependencia total» (p. 16)respecto al entorno natural, en la civili-zación moderna se habría dado unapersistente intensificación del dominiosobre la naturaleza. Prades toma asípartido por una visión matizadamente

progresista que implícitamente entraen debate con el punto de vista, másmarcadamente ecologista, según el cual(en la medida en que cualquier sistemaautoorganizador mantiene su compleji-dad absorbiendo baja entropía de sumedio ambiente o ecosistema y devol-viendo al mismo residuos de alta entro-pía) toda sociedad es igualmentedependiente del intercambio con suentorno natural. Bajo el prisma aludi-do, la idea de una creciente liberaciónde las constricciones naturales seríacuestionable. En cierto sentido, podríadecirse incluso que nunca ha habidouna sociedad tan dependiente de lanaturaleza como la sociedad industrialmadura, dado que su reproducciónnecesita de un suministro enorme deenergía y materiales y de inmensossumideros para la contaminación.

El capítulo III contine los plantea-mientos más significativos de la pri-mera parte del libro. En primer lugar,se analiza en él la contraposiciónentre dos sistemas de valores: biocén-trico y antropocéntrico. El biocentris-mo, que Prades asimila fundamen-talmente a las propuestas de ecologíaprofunda defendidas por el filósofonoruego Arne Naess, insiste en elvalor intrínseco de todas las formasde vida, así como de la diversidad delas mismas, y reclama una profundamodificación de las reglas de juegoactuales que han llevado a formas deintervención humana injustificada-mente destructivas (p. 35). El antro-pocentismo —punto de vista con elque el autor se identifica, en coheren-cia con lo señalado en el párrafo ante-rior— considera que una gestión res-ponsable y no destructiva del planetadeberá ser el resultado de una fase

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ment: Questions éthiques et problèmes socio-politiques, Montreal, Fides, 1991.

J. A. PRADES, R. TESSIER y VAILLANCOURT

J. G. (dirs.): Gestion de l’environnement, éthi-que et société, Montreal, Fides, 1992.

superior en la «humanización de lahumanidad» (p. 37). Finalmente, seintroduce el concepto de desarrollosustentable (p. 40), siguiendo en lofundamental los términos en que fuetratado por la Comisión Brundtland.

La segunda parte del libro estádedicada a presentar los fundamentosmetodológicos de una aplicación con-creta de los principios anteriormentereseñados. El terreno elegido es la cri-sis de los sistemas de transporte.Fuertemente consumidores de ener-gía, muy contaminantes y creciente-mente congestionados, los sistemasde transporte propios de la civili-zación del automóvil son en muchossentidos el paradigma de lo insosteni-ble. La opción del programa STS,pues, es de innegable relevancia.

De entre las características metodoló-gicas del programa STS cabe destacar,en primer lugar, la integración, combi-

nando perspectivas propias de la socio-logía, la política, la ética y la ingeniería.También, la visión sistemática, recu-rriendo a modelos dinámicos de progra-mación diseñados con el propósito detratar objetos de conocimiento «hiper-complejos» (p. 108). Finalmente, setrata de un enfoque claramente orienta-do a la resolución de problemas, que noelude la formulación y difusión de reco-mendaciones prácticas (de hecho, ellibro hace suya la palabra «resolútica»).En su conjunto, el método cuyos rasgosacabo de sintetizar expresa con muchaintensidad la apuesta filosófica de Pra-des por una «ética del conocimientosocietal» (p. 62), una forma de raciona-lismo práctico con una larguísima tradi-ción en la cultura occidental y que, cier-tamente, puede considerarse en más deun sentido como muy durkheimiana.

Ernest GARCÍA

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MARÍA ANTONIA GARCÍA DE LEÓN

Elites discriminadas (sobre el poder de las mujeres)(Barcelona, Anthropos, 1994)

He aquí una muestra de un trabajomilitante en favor de la igualdadentre mujeres y hombres, es decir,una obra en la línea de los cada vezmás potentes e interesantes Women’sStudies. La profesora María AntoniaGarcía de León analiza la paradójicaconfiguración de una élite que, apesar de ser tal, es discriminada: sonlas mujeres situadas en las posicionesmás altas de la estructura social, lascuales, con respecto a sus compañeros

de profesión varones, se encuentranen una posición de clara inferioridad.

El libro se estructura en tres seccio-nes. En la primera se plantean algu-nas de las cuestiones abordadas por lainvestigación sobre discriminación degénero. La segunda aborda, conabundancia de material estadístico, lasituación de tres grupos de élite: pro-fesoras de universidad, mujeres políti-cas y empresarias. Tres grupos que, enbuena medida, dan cuenta de las tres

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líneas en torno a las cuales se confi-guran las clases: conocimiento, auto-ridad y propiedad. Finalmente, la ter-cera parte se centra en un minuciosoanálisis, basado en estudios de prensa,de varias mujeres especialmente rele-vantes en la sociedad española.

Esta diversidad de fuentes de inves-tigación refleja el carácter multidisci-plinar de los estudios feministas, estu-dios que se han desarrollado en disci-plinas como la lingüística, la historia,la filosofía, la economía, la biología,etc., y, por supuesto, la sociología.

La primera parte analiza en trececlaves el debate sobre el género. Lasciencias sociales en general, y la socio-logía en particular, han sido especial-mente hostiles a considerar que elgénero pudiera ser una fuente de des-igualdad. Esto está muy claro, porejemplo, en la obra de Marx, obra detremenda influencia en las luchaspolíticas contra la opresión. Bastarecordar su famosa carta a Kugelman,en donde escribía que las mujeres ale-manas deberían comenzar por ayudara sus maridos a emanciparse ellos mis-mos. No cabe duda que la centralidadde la opresión de clase (una desigual-dad adquisitiva, según la jerga funcio-nalista) ha contribuido a marginar,cuando no a obviar, la existencia deotro tipo de opresiones no menoshirientes como las de raza, edad y, porsupuesto, género (desigualdades ads-criptivas). De hecho, varios de losestudios más conocidos sobre clasessociales o estratificación simplementeignoran a las mujeres, cosa que ocurreen los primeros estudios de Goldthor-pe (basta con pensar en su famosapropuesta de considerar que todos losmiembros de la unidad familiar perte-

necen a la clase derivada de la ocupa-ción del marido, con independenciade que la esposa trabaje extradomésti-camente o no) o en los estudios sobreprestigio social, como el de North yHatt de 1947 sobre el prestigio ocu-pacional en los EE.UU., en el que seeliminaron ciertas ocupaciones, entreellas veintidós que eran básicamentefemeninas. Una obra tan influyentecomo la de Parsons insistía en consi-derar que la mujer desempeñaba rolesexpresivos (aquellos que se relacionancon la solidaridad de grupo: básica-mente el cuidado de la familia), mien-tras que el hombre se dedicaba a losroles instrumentales (aquellos que seemprenden para conseguir un objeti-vo fuera del sistema relacional inme-diato: trabajo extradoméstico).

La segunda parte del libro, comodijimos, se centra en tres colectivosde élite en los que la mujer queda cla-ramente relegada. El primero es el delas profesoras de universidad. Aquí, aligual que ocurre con el profesoradodel resto de los niveles educativos, lasmujeres apenas desempeñan puestosdirectivos: rector, decano, etc. (direc-tor, jefe de estudios, etc., en los nive-les preuniversitarios). La diferenciaentre la universidad y la educacióninfantil, primaria y secundaria es quelas profesoras de universidad sonaproximadamente el 30 por 100 deltotal del profesorado, mientras queen los niveles preuniversitarios sonmayoría (abrumadora en los casos deprimaria y, sobre todo, infantil).

En el caso de las mujeres políticaschoca la baja relación que se da entreel porcentaje de mujeres candidatas yel porcentaje de mujeres que obtienenacta de diputada. Así, en las elecciones

de 1989 las mujeres candidatas eran el28 por 100 del total, mientras que lasdiputadas sólo ocuparon el 12,5 por100 de los escaños. Aquí juegan variosfactores a la contra: el hecho de quelas mujeres están infrarrepresentadasen los partidos parlamentarios (haymás mujeres en los extraparlamenta-rios), son pocas las mujeres candidatasy, finalmente, tienden a concentrarseen los puestos finales de las listas elec-torales (cerradas).

En lo que se refiere a las mujeresempresarias, la autora pone de mani-fiesto la dificultad de las mujeres paraacceder a la propiedad de los mediosde producción y cómo, cuando acce-den a ella, suele tratarse de una pro-piedad de escasa entidad, lo que lassitúa en la pequeña burguesía tradi-cional y las aleja de la clase capitalis-ta. Así, según la EPA del tercer tri-mestre de 1985, se observa que deltotal de mujeres empresarias el 93,6por 100 son empresarias sin asalaria-dos y trabajadoras independientes (elresto son empleadoras), mientras queen el caso de los hombres este por-centaje desciende al 83,6.

Es de destacar el hecho de que estasmujeres de élite discriminada tiendena desprenderse del ejercicio de tareasdomésticas, especialmente la menostransferible de todas: el cuidado de loshijos. La autora recoge una cita deM.ª Angeles Durán en la que señalabaque las nueve catedráticas españolasque había en 1967 eran solteras. En elCongreso constituido tras las eleccio-nes de 1989, el 11,1 por 100 de losdiputados y diputadas están solteros.Si nos referimos sólo a las mujeres, elporcentaje se eleva al 37 por 100.

La última parte está dedicada a

ejemplificar, tras una densa investiga-ción periodística, esta élite a partir devarias figuras femeninas conocidas portoda la opinión pública española: PilarMiró, Carmen Romero, Isabel Preyslery las hermanas Koplowitz. Aquí, a mimodo de ver, entramos en la parte máspolémica de esta obra. En primer lugar,los personajes elegidos apenas guardanparalelismo con los tres grupos de éliteanalizados en la sección anterior. Porde pronto, ninguno de los personajesseleccionados es una profesora univer-sitaria; la mujer política seleccionada esfamosa más bien por ser la esposa delpresidente de gobierno que por sus,digámoslo con suavidad, discutidasintervenciones públicas; la señoraPreysler más bien parece un personajede la España cañí (España retratadapor la autora en su trabajo sobre Almo-dóvar), y las hermanas empresarias sonmás bien un ejemplo de lo que Veblenllamaba clase ociosa al referirse a losmeros propietarios de los medios deproducción. No sé si, más que deejemplos, estamos hablando de contra-ejemplos. La propia autora parece con-siderarlo así, llegando incluso a recri-minar algunas de las declaraciones desus personajes elegidos. Guiada por unloable espíritu militante, es especial-mente dura con Pilar Miró (y proba-blemente sea acertado serlo). A ella laacusa de desconocer totalmente lasociología cuando afirma su indiferen-cia con respecto a su sexo (incluso llegaa considerar un síntoma de lesbianis-mo preocuparse en exceso por el temafemenino: «Yo me intereso más por laproblemática masculina. No compren-do el empeño de la mujer en dedicarsesólo al tema de la mujer»). Especial-mente polémico resulta el análisis que

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hace la autora del tratamiento periodís-tico del escándalo de los «trapos de laMiró». Es verdad que la prensa ahondóen la vinculación de esta corrupcióncon las «veleidades femeninas». Sinembargo, este regodeo en lo chabacanotuvo lugar, pero esta vez con los com-portamientos masculinos, en el caso deuno de los ex directores de la GuardiaCivil.

A mi modo de ver, el intento decombinar personajes conocidos—sobre todo con muchas aparicionesen la prensa escrita, tanto la amarillacomo la seria— con el estudio de laspostergadas élites femeninas más bienda argumentos a quienes consideranque debe perdurar la marginación dela mujer. Lo que aquí se describen sonmás bien mujeres que, o han incurri-do en algún escándalo de corrupción,o no dan mucho de sí intelectualmen-te, o gozan de una publicitada vidamatrimonial (o post-matrimonial).

Quisiera concluir señalando queestamos en presencia de un libropolémico, escrito con esa claridad queOrtega exigía al filósofo, que combi-na sabiamente las disquisiciones teó-ricas, los datos estadísticos y la ima-gen del mundo que nos proporcionala prensa escrita. Se trata de una obraque se atiene a varias de las caracterís-ticas que, de acuerdo con Lengermany Niebrugge-Brantley (en el trabajo,compilado por Ritzer, Teoría sociológi-ca contemporánea), comparten las teo-rías feministas actuales: se trata de laobra de una comunidad interdiscipli-nar (lo que aquí se refleja en las dife-rentes fuentes utilizadas) y las soció-logas feministas sólo parcialmente seorientan a extender su disciplina deorigen, siendo mucho más importan-te el desarrollo de una comprensióncrítica de la sociedad.

Rafael FEITO ALONSO

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ROBERT ELGIE

Political Leadership in Liberal Democracies(Londres, McMillan Press Ltd., 1995)

No está de más advertir que el lide-razgo político es un campo de estudioespecialmente incómodo, debido a esecarácter multidimensional del fenó-meno que hace de él un objeto parti-cularmente esquivo. A ello hay queañadir la disparidad de concepciones,lo que a menudo entraña una granconfusión. Y es que, como ya señala-ran Bass y Stogdil l en su clásicoHandbook of Leadership (Nueva York,

The Free Press, 1974), existen tantasdefiniciones de liderazgo como inves-tigadores han intentado definirlo.

Quizá sea de agradecer que Elgieno trate de dar una nueva definiciónde liderazgo político, si bien recogeuna buena parte de las aportacionesmás notables en el campo, como la deG. D. Paige (The Scientific Study ofPolitical Leadership, Nueva York, TheFree Press, 1977), J. M. Burns (Lea-

dership, Nueva York, Harper andRow, 1978), B. Kellerman (PoliticalLeadership: A Source Book, Pittsburgh,Univ. of Pittsburgh Press, 1986) o J.Blondel (Political Leadership: Towardsa General Analysis, Londres, Sage,1987). Entiende el l iderazgo, deforma genérica, como el control quelos líderes ejercen sobre la toma dedecisiones políticas, siguiendo el tra-bajo clásico de L. J. Edinger (PoliticalLeadership in Industrialized Societies,Nueva York: John Wiley, 1967).

Como su propio autor señala, ellibro proporciona una introducción alliderazgo político, mediante el estudiode los presidentes y primeros ministrosen seis países (Gran Bretaña, Francia,Alemania, Estados Unidos, Japón eItalia), desde el punto de vista de sucapacidad para influir en el proceso detoma de decisiones políticas (léase, enel proceso de liderazgo). A cada unode los países dedica un capítulo.

No se trata, sin embargo, de un meroestudio de casos ni de un análisis exclu-sivamente formal u orgánico del poderejecutivo en estos países. Intenta ir másallá, presentando un esquema compara-tivo del «poder y las motivaciones depresidentes y primeros ministros en lasdemocracias liberales en su interaccióncon el entorno en el que operan» (p. 1),esto es, trata de averiguar hasta quépunto los líderes que ocupan posicionescentrales en la estructura estatal puedendeterminar el proceso de toma de deci-siones políticas.

¿De qué factores depende el lide-razgo de presidentes y primerosministros? ¿Son capaces de modelarese proceso, o es modelado por fuer-zas que escapan a su control? ¿Soncapaces de innovar o son esencial-

mente reactivos? ¿Tienen capacidadpara fijar la agenda gubernamental oles viene impuesta por otros? ¿Estánlos principales recursos en el entornodel presidente o primer ministro, olos comparten con otras institucioneso actores del sistema político? Estasson algunas de las cuestiones clave alas que pretende responder.

El gran valor del libro es que pasapor ser uno de los pocos que estudian alos líderes como actores individuales yal liderazgo político como procesointeractivo. En efecto, partiendo deuna crítica tanto de la «escuela delGran Hombre» (que exagera el papelde los líderes en el curso de los sucesoshistóricos) como de la del determinis-mo cultural (que les coloca en el papelde simples marionetas a merced defuerzas sociales y culturales, imperso-nales e incontrolables), acaba defen-diendo lo que llama el «modelo inte-ractivo de liderazgo político». El proce-so de liderazgo dependería de la inte-racción que se produce entre dos con-juntos de factores: «líder» y el «entornode liderazgo» en el que éste opera.

No es que sea ésta una concepciónparticularmente novedosa; había sidoya compartida, entre otros, por L. J.Edinger en el libro citado, así comopor el propio J. M. Burns (1978) ypor B. Kellerman (The Political Presi-dency. Practice of Leadership from Ken-nedy to Reagan, Oxford, Oxford Univ.Press, 1984). Lo que sí debe destacar-se es la aplicación comparada quehace la misma, así como la incorpora-ción de un mayor número de elemen-tos susceptibles de influir en el proce-so de liderazgo.

Por lo que se ref iere al factor«líder», Elgie sugiere que tanto los

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rasgos de la personalidad de presiden-tes y primeros ministros (constituidapor una amalgama de predisposicio-nes, actitudes y ambiciones) como susparticulares comportamientos en elcargo afectan a la naturaleza del pro-ceso de toma de decisiones guberna-mentales. Considera además que,pese al carácter singular de cada indi-viduo, es posible establecer generali-zaciones acerca de ese impacto, esta-bleciendo similitudes sobre los dife-rentes tipos de ambiciones, actitudesy predisposiciones que los líderesexhiben, así como sobre las diferentesmaneras de comportarse en el cargo.

Aunque se trata de una hipótesisintuitivamente asumible, no resultadel todo claro, ni aparece suficiente-mente desarrollado en los países quecontempla, de qué forma se concretala influencia del factor «líder» en latoma de decisiones políticas. Sola-mente hace referencias generales, porejemplo, al carisma de De Gaulle, alpersonalismo de Craxi, al «decisionis-mo» de Thatcher o al carácter tecnó-crata de Giscard d’Estaing.

Entendemos que quizá ello seadebido a dos motivos. Por un lado, alas categorías poco refinadas quemaneja —como la tipología demasia-do elemental de J. D. Barber sobre elcarácter presidencial (The PresidentialCharacter. Predicting Performance inthe White House, Englewood Cliffs,Prentice-Hall, 1977) o la escuetaaportación de J. Blondel y F. Müller-Rommel (Governing Together, Lon-dres, Macmillan, 1993)— y, por otro,a la dificultad que entraña identificarempíricamente las predisposiciones,ambiciones y actitudes (esto es, haceroperativa la idea difusa de «personali-

dad»), así como los estilos de com-portamiento político de los líderes.Parece necesario, pues, abundar en laforma que los rasgos personales y laconducta del líder afectan al procesode liderazgo con un instrumentalanalítico y metodológico diferente.En este sentido, nos permitimos suge-rir los viejos trabajos de E. C. Har-grove (Presidential Leadership Persona-lity and Political Style, Nueva York,Macmillan, 1966) y de F. I. Greens-tein (Personality and Politics, Chicago,Markham, 1969).

Bastante más elaborado es el análi-sis que se realiza del «entorno de lide-razgo», el otro conglomerado devariables del modelo interactivo, elcual estaría integrado por las estruc-turas institucionales y por factores noinstitucionales o societales. No obs-tante, por lo que se refiere a las pri-meras, se echa en falta en muchosmomentos un tratamiento menos for-mal o «constitucionalista».

Con respecto a las estructuras insti-tucionales, se destaca, en primerlugar, el impacto que la estructura derecursos dentro del gobierno provocaen la probabilidad de que presidentesy primeros ministros influyan en losprocesos de toma de decisiones políti-cas: ¿cómo afecta la forma de accederal cargo?; ¿cómo afecta la distribuciónformal del poder en el interior delgobierno?; ¿cómo afecta la relaciónque tienen con su staff inmediato ycon la administración pública?; ¿esimportante la posición del país en elámbito internacional para compren-der la capacidad decisional de presi-dentes y primeros ministros?... Todosestos elementos, que señalamos enforma de preguntas, incidirían en

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mayor o menor medida en el procesode liderazgo.

En segundo lugar, se examina larelación entre el gobierno y otros cen-tros de poder estatal. Así, el liderazgode presidentes y primeros ministrosestaría en parte determinado por larelación entre el ejecutivo y el legisla-tivo, por el papel que el poder judi-cial asuma en la vida política y por elpoder relativo que se concede a otrosniveles de gobierno subnacionales.

En tercer lugar, se contempla laestructura de recursos que surge de larelación entre presidentes o primerosministros con su partido y con el sis-tema de partidos globalmente consi-derado. (Si bien los partidos no sonpropiamente instituciones, sino acto-res políticos que se orientan institu-cionalmente.) Así, entre otros facto-res, el proceso de liderazgo depende-ría en gran medida de que el presi-dente o primer ministro sea tambiénel principal líder de su partido, de lapropia estructura organizativa delpartido (el grado de centralización ode faccionalismo, por ejemplo) o dela necesidad de coaliciones con otrospartidos para obtener un cómodoapoyo parlamentario.

El proceso de liderazgo estaría tam-bién modelado por factores no institu-cionales —más resbaladizos o menosfácilmente aprehensibles— que propor-cionan a los líderes tanto recursospotenciales como límites a su capacidad.

Por un lado, habría que considerardos factores estructurales, a largoplazo: el legado histórico o conjuntode tradiciones y presunciones cultura-les que operan en el sistema político,que los líderes heredan y de las queno pueden sustraerse; y las cleavages

sociales, expresadas en actitudes, quese plasman en las afinidades partidis-tas del electorado y se canalizan, ensu caso, en la actividad de los gruposde interés. Por otro lado, estarían lasdemandas y deseos populares, decarácter cambiante y coyuntural, quehabitualmente retan la responsivenessde presidentes y primeros ministros.Quiere decirse que la «empatía» y lacapacidad de respuesta sensible a esasdemandas y deseos a corto plazoconstituyen elementos fundamentalesen su liderazgo.

Quizá llame la atención que Elgiese centre esencialmente en el estudiode los factores institucionales y hagaun análisis apresurado de los no insti-tucionales. No ha de extrañar. «Elestudio de los seis países confirma queel proceso de liderazgo es un productode la interacción entre las ambicionesy estilos de los líderes políticos, lasnecesidades de la sociedad y lasestructuras institucionales. Pero tam-bién confirma que las estructuras ins-titucionales ejercen el impacto mássignificativo en ese proceso» (p. 202).

En el fondo, Elgie acaba integrandoel enfoque interactivo de liderazgo enlas corrientes neoinstitucionalistas delanálisis político, las cuales vuelven acolocar a las estructuras estatales en elpunto de mira (véase el libro emble-mático de P. B. Evans, D. Ruescheme-yer y T. Skocpol, Bringing the StateBack in, Cambridge, CambridgeUniv. Press, 1985). En efecto, para lasdistintas perspectivas que se cobijanen la rúbrica de neoinstitucionalismo,las instituciones, en tanto que «con-junto de reglas formales y prácticasnormalizadas» (P. A. Hall, Governingthe Economy, Cambridge, Polity Press,

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p. 19), estructuran la competiciónpolítica, modelando el modo en quelos actores políticos definen sus inte-reses y afectando tanto al grado comoa la dirección de la presión que ellospueden ejercer en aquélla.

De este modo, las estructuras insti-tucionales son las principales respon-sables de la forma que toma la inte-racción entre los líderes y el entornode liderazgo, hasta tal punto que«examinando la estructura institucio-nal de un país particular es posibleaveriguar el modelo fundamental delproceso de toma de decisiones políti-cas» (p. 204). En este sentido, y almargen de la configuración constitu-cional del régimen, existirían seme-janzas entre el modelo de liderazgo deFrancia y Gran Bretaña (fuerte y cen-tralizado en torno al presidente y pri-mer ministro, respectivamente), el deEstados Unidos y Alemania (liderazgodividido y disperso, respectivamente)

y el de Italia y Japón (liderazgo acéfa-lo y reactivo, respectivamente).

No debe pensarse, sin embargo, queel autor incurre en un determinismo oreduccionismo institucionalista. Dehecho, concibe a los líderes como«catalizadores del cambio» (p. 208) ensu esfuerzo por aprovechar los recursospotenciales que las instituciones lesproporcionan. Además, no se puedeentender —como el propio autor reco-noce— el entramado institucional queafecta al liderazgo sin hacer referenciaa las tradiciones históricas y societales.

Se trata, pues, de un libro atracti-vo, más que nada por lo novedoso dela forma de estudiar a los presidentesy primeros ministros, aunque la iden-tificación general que se hace entre elconcepto de liderazgo y el controlsobre la toma de decisiones políticasrequiera acaso una mayor discusión.

Antonio NATERA PERAL

JOSÉ B. TERCEIRO

Sociedad digital(Madrid, Alianza, 1996)

DAVID LYON

El ojo electrónico. El auge de la sociedad de la vigilancia(Madrid, Alianza, 1995)

Utopías y distopías del consumo electrónico

Tras la sonada campaña de BillGates y el ya machacón eco de losmedios de comunicación sobre lasenormes potencialidades de Internet, laprimavera digital de este final de sigloparece tener el campo abonado. Así, se

suceden las descripciones sobre unahipotética sociedad dominada por elordenador, la red, el cable de fibraóptica o el satélite. El género de ensayoy la sociología participan en la fiesta.Para la última, el análisis del cambio

social organiza su razón. Además, nofaltan antecedentes que lograron laextraña circunstancia del éxito depúblico. Tan sólo recordar las obras deToffler, Masuda e incluso Bell. Escritu-ra de perfiles del futuro que tiende acoincidir en el objetivo divulgativo y eltono amable, sin apenas puntos negrosen una utopía electrónica al alcance dela mano. Se traen aquí dos títulos queparticipan, desde opuesta actitud, en lamediática orgía del ciberespacio lanza-da sobre la vida cotidiana.

Sociedad digital, de José B. TERCEI-RO, se adscribe descaradamente en laeuforia ciberespacial, con el atractivoañadido de una agilidad capaz derecoger las últimas innovaciones téc-nicas y publicitarias en el campo,como la misma campaña de Windows95 de Gates; pero el inconveniente denavegar —término utilizado entre losusuarios de redes digitales— sólosobre la superficie. Carente de mayorempuje reflexivo, lo que el título de laobra denomina sociedad queda absor-bido en un catálogo de máquinas,antiguas y presentes, transformandoel libro en un almacén de cachivachesy nombres de los grandes personajesde la llamada a ser la tercera revolu-ción, tras la agrícola y la industrial.La sociedad queda reducida a residuo;incluso, como una astilla en el ojoque empaña la felicidad del futuro.Una especie de rémora ante las posi-bilidades técnicas.

Desde la introducción, Sociedaddigital abjura de la originalidad y seconjura, en exclusiva, en pro de unintento divulgativo. El glosario queabre la obra es, en sí mismo, una decla-ración de principios. De hecho, lo queTerceiro realiza es una amena divulga-

ción de la divulgación, pues la mayorparte de las obras referidas están tam-bién dominadas por la función divul-gativa. Ausencia de originalidad queincluye el título, pues existe en castella-no una obra titulada de la mismamanera1. Ausencia que no es obstáculopara apuntar dimensiones del futuroque pueden suponer un vuelco en lavida de los ciudadanos. Entre ellas,destacan las consecuencias de la aplica-ción de las tecnologías digitales (fibraóptica, redes, etc.) al ámbito del consu-mo. Sobre todo, desde la actual situa-ción de poder de las grandes corpora-ciones de producción y consumo. Porejemplo, la posibilidad de crear mone-da propia, con capacidad para circularen todo el mundo, despierta el impulsoreflexivo más dormido. Una monedaelectrónica de uso exclusivo, en princi-pio, en la propia red; pero con el hori-zonte inmediato de redes compuestaspor millones de usuarios en todo elplaneta. ¿Qué papel quedaría para losestados si se acentúa el proceso deabandono de su control financiero? ¿Lasimple vigilancia de una red dondecorre el dinero electrónico? Demomento, debido al dominio delcarácter global e individualista de lospropietarios de las redes y buena partede sus usuarios, junto con el actualarraigo de un liberalismo económicosin barreras, parecen difíciles las media-ciones de la política institucional.Cuestión de conflictos de poder y con-trol sobre el ciberespacio que será, sinduda, uno de los principales puntos dedebate de los próximos años.

Asuntos como el del dinero electró-

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1 P. A. MERCIER, F. PLASSARD y V. SCAR-DIGLI, La sociedad digital, Ariel, Barcelona,1985.

nico apuntado, o como las repercu-siones del teletrabajo, hacen de la lec-tura de Sociedad digital un consumoentretenido. Así, a partir del teletra-bajo, la imaginación sociológica seenciende ante la percepción de conse-cuencias como, por ejemplo: a) lareestructuración de la vivienda quesupone el dedicar una parte de ella altrabajo asalariado; b) la demanda, almenos entre las capas profesionales,de viviendas más grandes, para poderestablecer fronteras interiores entrelos espacios privados y laborales; c) laimagen de ciudades semidesiertas,apenas recorridas por mensajeros quecumplen las órdenes electrónicas deconsumo; d) una vuelta de rosca másen el proceso civilizatorio de autocon-trol, siguiendo a Elias2, para cumplirla disciplina de un horario de trabajo,que depende de la propia imposiciónde los teletrabajadores. Muchos de losapuntes presentes en la obra de Ter-ceiro, y son numerosos, dan vértigo.Pero la amenidad de la misma ayudaa digerirlos con suma facilidad.

La amenidad queda rota cuandoSociedad digital deviene en una espe-cie de guía de uso, como ocurre conlas páginas dedicadas a la descripcióndel correo electrónico. Hay aparta-dos, como el dedicado a Compuserve,que aparentan un tríptico informati-vo de las ofertas de una compañía.

En las páginas finales señala elautor algunas de las consecuencias noqueridas de la genialidad creadora delos veloces bits, como: la formación de

grandes bolsas de desempleo, o lospeligros de la acelerada eliminaciónestructural de la clase media funciona-rial, o los derivados de la intromisiónen la intimidad de los sujetos. «Peque-ños problemas» que son confiados alingenio del homo digitalis. Aquí, Ter-ceiro se esfuerza en limar las asperezasdel futuro: «la sombra de Big Brotherno es suficientemente intimidatoria»(p. 149). Cuando la sociedad entra enel campo de mira, surgen algunosinconvenientes que hay que asumirante la descripción de un futuro queaparece como incontestable. Un futu-ro en el que los procesos serán másveloces, incluso económicamente pro-ductivos y rentables; pero que apenasdejan ver su sentido, es decir, elmodelo de sociedad que se está cons-truyendo. Es más, desde una concep-ción social tendente a la disminuciónde las distancias económicas y depoder, el alegre futuro dibujado porTerceiro se torna sospechoso. Así, lavelocidad facilitada por las nuevas for-mas de transmitir información —capaces de llevar al punto del mundomás lejano los 53 millones de palabrasde la Enciclopedia Británica en segun-dos, cuando hoy, en España, se tarda-rían tres días— parece más destinadoa crear, al menos, dos velocidadessociales, dejando oscuro el futuro delos sectores que quedan condenados ala segunda velocidad. Posibles conse-cuencias que apenas dan para más deun párrafo en la obra de Terceiro queaquí se comenta.

La obra de David Lyon, El ojo elec-trónico. El auge de la sociedad de la vigi-lancia, muestra nubarrones en el paraí-so digital-reticular que se anuncia, loque, para empezar, es de agradecer en

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2 Véase Norbert ELIAS, El proceso de civili-zación, Fondo de Cultura Económica,Madrid, 1987. Más recientemente, en caste-llano, los dos últimos capítulos de su Sociolo-gía fundamental, Gedisa, Barcelona, 1995.

cuanto nos pone en situación de alerta.Enfoca, con la repetida insistencia quesuelen producir las recopilaciones deartículos publicados con anterioridad,el despliegue de los dispositivos devigilancia y control social en las socie-dades avanzadas de principios del sigloXXI. Digo dispositivos, querido térmi-no de Foucault, pues éste es uno de losautores con los que con más insistenciadiscute Lyon. Considera al autor fran-cés principal protagonista de la para-noia postmoderna, que acentúa laoscuridad del mundo sin dejar rendijasa la esperanza, condenándonos a unaespecie de fatalismo. Discusión queLyon también mantiene con las disto-pías de Orwell y Bentham.

Como buena parte de la sociologíaanglosajona actual, Lyon se sitúa en lalarga y ancha sombra de Giddens.Principalmente, lo hace al subrayar quela vigilancia constituye una de las insti-tuciones básicas de la modernidad(junto a capitalismo, industrialismo ypoder militar), lo que termina dando alconcepto una autonomía propia entrelos procesos sociales. Autonomía queda origen a los tres puntos débiles deuna obra con enorme consistencia: a)deriva en fatalismo, que el propio Lyonintenta combatir en las páginas finales,pero sin salirse de la concepción autó-noma —casi determinista— de la vigi-lancia; b) el significado del conceptovigilancia se extiende en demasía,dando a entender muchas cosas almismo tiempo; c) al final, queda lapregunta del para qué la vigilancia, conla exigencia de recurrir a los otros tresconstituyentes básicos de la moderni-dad. El intrínseco fascismo del ordena-dor nos pone a todos bajo control;pero ¿para qué el control?

Hechas las apreciaciones personalesal conjunto de una obra de alto inte-rés crítico, me centraré en uno de losaspectos que la atraviesa, el del con-sumo. Bajo el imperio del Gran Her-mano orwell iano, el consumidorqueda sepultado en correo basura,tarjetas de compra-crédito, ofertas através del teléfono (telemárketing) yotras tácticas de intromisión en laintimidad. Todo designa un panora-ma en el que el consumidor sucumbea la vigilancia, con el acuerdo y laasunción de la mayor parte de losmismos consumidores; a pesar de queya emergen voces de protesta.

El ámbito del consumo es centralpara comprender la obra de Lyon.También para distanciarse en algunasde sus afirmaciones. El nuevo ordende la vigilancia tiene su rasgo defini-torio en su entrada y centralidad en elámbito del consumo. Bastante másque por los nuevos avances en lasatisfacción técnica-panóptica. Lacuestión que se plantea es si, tras talescambios, la vigilancia en el consumocabe seguir llamándola vigilancia. Noes que tenga reparo alguno hacia eltérmino; pero creo que, entonces,debería ajustarse más, pues en el casodel consumo no se trata tanto de unavigilancia de los consumidores —como se hace de los ciudadanos enámbitos como el policial, el burocrá-tico o el fiscal—, sino una vigilanciadel campo del consumo en los momen-tos de globalización del mismo y, porende, de construcción de los consu-midores globales. La intromisión enla intimidad de quienes llaman a lapuerta del consumo parece destinadaa la decis ión del franqueo de lamisma. No se trata de la vigilancia de

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los consumidores, sino de la vigilan-cia del consumo y de los ciudadanosa través del consumo. El estado cedesu lugar en los procesos de integra-ción social a las corporaciones delconsumo. Lyon abre la reflexión:«Mientras que para Orwell la princi-pal amenaza provenía del estado, lavigilancia actual del consumidorplantea una serie de cuestiones nove-dosas que todavía tienen que encon-trar las respuestas analíticas y políti-cas adecuadas» (p. 92).

La extensión de la lógica de la vigi-lancia al consumo modif ica esamisma lógica. No sólo hay una exten-sión de lo que se ha venido aplicandoal ámbito del puesto de trabajo a lagerencia del mercado, sino que setrata de un cambio en la concepciónsocial. Ha de recordarse que la «tradi-cional» vigilancia panóptica, dibujadapor Bentham, se ejerce sobre los queestán fuera de la sociedad en nombrede los que están dentro. Sobre quie-nes están fuera totalmente: los encar-celados. Sobre los que están fuera demanera temporal: los trabajadoresindustriales en las descripciones delos analistas de lo social del siglopasado, pues en la fábrica-cuarteldejan de ser sociedad y hombres paraconvertirse en capital, mientras ven-den su fuerza de trabajo. Sin embar-go, la nueva vigilancia electrónica delconsumo se ejerce sobre los que estándentro, para evitar que no se cueleninguno de los que están fuera. Lavigilancia panóptica se imponía sobrelos lobos hobbesianos, individuales yferoces, para encauzar comunitaria-mente sus energías. La vigilancia elec-trónica se cierne sobre el rebaño, paraque nadie se extravíe.

A diferencia del excluido en elpanóptico clásico, eminentementeindividualista, el consumidor no sesiente vigilado en la configuraciónreticular-informatizada. Al revés, suelecomprobarse que se siente parte dealgo. Su rechazo instantáneo a las tác-ticas de control tiende a deberse másal hecho de verse incluido en unacategoría de consumidores que noconsidera adecuada, que al hecho deque se disponga de sus datos paraconstruir tal categoría. El problemano reside en «ser visto», sino en «servisto como se es visto», mientras esconsumidor. Por el contrario, elpanóptico está enfocado hacia losexcluidos del consumo: «la sociedadde consumo simultáneamente contri-buye a excluir a los indeseables a lasubclase de no consumidores, consu-midores en ciernes o consumidoresfracasados. A ellos se les reserva la másantigua y más completa vigilanciapanóptica, que no sólo los agrupa encategorías, sino que limita automáti-camente las opciones de quienes desa-rrollan conductas desviadas» (p. 218).

Lyon denuncia que el consumidorsea observado sin la autorización deéste. Incluso sin que éste lo sepa. Perotambién reconoce la doble cara de lagénesis y evolución de la vigilancia: seimpone capilarmente como un deberporque también supone el reconoci-miento de derechos. Como describe elautor de la obra, el control burocráticomoderno supone una posible constric-ción a los movimientos de los sujetos.Al menos, el poder sabe dónde están.Pero, también, es la vía a través de lacual quedan reconocidos como ciu-dadanos, con sus deberes y, sobre todo,con sus derechos. Con respecto al con-

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sumo, la ambivalencia se mantiene. Porun lado, las grandes corporaciones acu-mulan datos del consumidor que sonsusceptibles de desgarrar su intimidad.Pero, por otro lado, el consumidor semuestra complaciente cuando talesdatos son solicitados con vistas al acce-so a algún tipo de consumo concreto.Como enfatiza el autor: «el ojo electró-nico puede tener guiños benignos».

Focalizada la atención de esta recen-sión en las características que toma lavigilancia en el ámbito del consumo,quedan otras dimensiones de la vidaactual enfrentadas por Lyon, sin llegara salirse de este mismo ámbito. Deespecial interés son: a) la alienación del«yo» a través de la vinculación de loque el autor llama la dataimagen: ima-gen social del individuo a partir de lashuellas que deja en el consumo (bienesy servicios adquiridos con las tarjetaselectrónicas) y otros ámbitos (tarjetasde seguridad social, como automovilis-ta, etc.); b) la información íntimacomo mercancía, extraída del sujeto sinningún tipo de contraprestación o,mejor dicho, contra él: el consumidorproduce una mercancía, la informaciónsobre sí mismo, de la que queda aliena-do; c) los enfoques normativos queplantea Lyon para completar el enfo-que legislativo sobre protección dedatos, entre los que destacan el educa-tivo y el político. Pero en este últimopunto se vuelve al principio de estaredacción: comprender la vigilanciacomo una entidad autónoma, con supropia lógica independiente, dejapocos huecos para la acción de los suje-tos. Quedan en una «jaula de hierro».

Fuera del consumo, el trabajo y,sobre todo, los trabajadores tampocoescapan a la nueva vigilancia electróni-

ca. La constante presencia de un ojovigilante tiene la ventaja, para losgerentes, de que no exige la constantepresencia del capataz, de un fronterizoenfrentamiento cara a cara y la genera-ción de posibles resistencias por los tra-bajadores. Con la sola presencia de talojo controlador, más atento a los resul-tados —contabilización automática detransacciones hechas, servicios cumpli-dos, apuntes realizados, etc.— que alos procesos, aparece tal influenciasobre el trabajador, al que se puedenpedir cuentas individualizadamente,con lo que la autodisciplina se poten-cia. De la taylorista organización cien-tífica del trabajo se pasa a la electrónicasupervisión de los movimientos indivi-duales, esté donde esté el trabajador.

El ojo electrónico es una obra quetendrá su influencia en los diversoscampos que aborda: la política, lasociología del consumo, la sociologíadel trabajo, la sociología y la filosofíade las nuevas tecnologías y la econo-mía. Además, abre una perspectivapara la necesaria investigación empí-rica sobre las readaptaciones de lasrelaciones sociales, en los diversoscampos, tras la introducción de nue-vas tecnologías. Ahora bien, no es unlibro que abra un panorama de opti-mismo. En el horizonte del consumotecnológico, tal vez no sea oro todo loque reluzca, como señala la casi tota-lidad del libro de Terceiro. Dos mira-das, dos actitudes que, si bien no pue-den calificarse de opuestas, al menossí de muy diferentes. No obstante, elfuturo, concreción de los futuros posi-bles, seguramente no será ni el deGeorge Orwell ni el de Julio Verne.

Javier CALLEJO

La literatura económica ha consi-derado tradicionalmente el dinerocomo un instrumento de cambioúnico, frío e impersonal. Sobre eldinero y sus funciones hay muchoescrito, pero hasta ahora poco sobrela importancia social y los vínculosque el dinero genera. La catedráticaViviana A. Zelizer (de Princeton Uni-versity) rompe con esa tendencia pre-sentando en su nuevo l ibro, TheSocial Meaning of Money, un análisissobre los distintos valores que se pue-den atribuir al dinero según su proce-dencia, forma y destino1. Zelizer ana-liza brillantemente en este nuevolibro uno de los aspectos menos estu-diado del dinero: las implicacionesque sus distintos tipos suponen en lavida social. Rompe así con la visióntradicional del dinero como unaherramienta de cambio neutral, únicay sin distinciones. El libro se convier-te en una contribución esencial paraentender el dinero y su importanciaen la sociedad contemporánea.

La monetización de la sociedad esdominante en las últimas décadas. Eldinero se incorpora progresivamenteen todas y cada una de las transaccio-nes comerciales. Adquiere en las socie-dades contemporáneas un poder yuna influencia innegables que obliga alos/as científicos sociales a tomar par-

tido sobre el tema. Hasta ahora, eco-nomistas y sociólogos/as insistían endefinir el dinero y sus funciones entérminos estrictamente económicos,sin consideraciones de tipo social.Max Weber, a principios de siglo, serefiere al dinero como «el elementomás abstracto e impersonal existenteen la vida humana»2. Su amigo GeorgSimmel omite del mismo modo cual-quier variación social, definiendo eldinero sin distinciones cualitativas,sino sólo con diferencias cuantitativas.Lo importante no es qué dinero seposee sino, según Simmel, cuántodinero se tiene3. Para los clásicos(Weber y Simmel), al entender eldinero como una unidad de poder,cualquier distinción entre diferentestipos de dinero carece de sentido. Eldinero no tiene otra función más quela de facilitar el intercambio.

Para entender sus diferencias, Zeli-zer se sirve de la historia del dinero enEstados Unidos durante el períodocomprendido entre los años 1870 y1930, estudiando las concepcionesque se tienen del dinero en cada etapasegún el origen del mismo. A media-dos del siglo pasado se vive en EstadosUnidos un proceso de estandarizacióndel dinero; progresivamente, éste sedesindividualiza. El Estado adquiere

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2 Max WEBER, «Religious rejections of theworld and their directions», en From MaxWeber: Essays in Sociology, H. H. Gerth yC. Wright Mills, eds. (Nueva York: OxfordUniversity Press, 1971).

3 Georg SIMMEL, The Philosophy of Money(Nueva York: Routledge, 1990).

VIVIANA A. ZELIZER

The Social Meaning of Money(Nueva York, Basic Books, 1994)

1 The Social Meaning of Money (NuevaYork: Basic Books, 1994), 286 pp. Viviana A.Zelizer es catedrática y directora del Departa-mento de Sociología de la Universidad dePrinceton. Es autora de otros libros como Pri-cing the Priceless Child y Morals and Markets.

el monopolio de la producción dine-raria acabando con la diversidad demonedas existentes. El dinero sehomogeneiza y se prohíbe, además, sudestrucción o mutilación por parte dela población. La estandarización se veconsolidada cuando se añade en todoslos billetes y monedas el lema In GodWe Trust («En Dios confiamos»).A partir de ese momento y hasta laactualidad, el dólar ha estado vincula-do a la religión. La tendencia a rela-cionar el dinero con la fe religiosa—hecho común en otros países—demuestra la importancia que todavíaejerce la religión en la sociedad civil4.En España, esta vinculación entredinero y religión dura hasta la instau-ración de la democracia, momento enque se acuña una nueva emisión demonedas y billetes. Aún hoy están encirculación monedas de la época fran-quista en las que se puede leer el lema:«Francisco Franco Caudillo de Españapor la G. de Dios», en donde la Gdebe referirse a «Gracia»5.

Paradójicamente, mientras el gobier-no estadounidense se esfuerza paraconseguir la unificación de las distintasmonedas, la población empieza a hacerdistinciones entre dinero válido paraalgunos destinos pero no utilizable enotros casos. También se distingue entredinero útil para hacer un donativopero no para ir de compras; así comoentre dinero destinado a la educación

de los hijos y dinero para el ocio. Apesar de su homogeneidad, cada dinerotiene un uso determinado6. Aunque,aparentemente, no existe diferenciaalguna en el dinero, la gente le atribuyeuna función determinada a cada bille-te. En la actualidad la situación essimilar, y la homogeneidad del dinerono se suele discutir. El valor de las dife-rentes formas de dinero está garantiza-do. Sin embargo, se siguen realizandodistinciones entre los diferentes tiposde dinero7. Hay dinero con un uso res-trictivo y dinero válido simplementepara una función determinada. Está eldinero para comida, para la hipoteca opara pagar un funeral. Modernamente,existe incluso la distinción entre dineroen sentido amplio y dinero negro parahacer referencia a ingresos no declara-dos, ingresos incluso derivados de acti-vidades delictivas. Existe, pues, unacategorización cualitativa del dinero.

La multiplicidad del dinero quedaconstatada cuando se proporciona unvalor distinto a una misma cantidadde dinero dependiendo de la interac-ción social que se genera. La funciónque le atribuimos muchas veces no

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6 En España se habla de dinero «blanco» ydinero «negro», de dinerillo, dinerada y dine-ral; también de dinero «contante y sonante».Se puede estar podrido de dinero; coloquial-mente se habla de hacer dinero, incluso deestrujar el dinero, y de echar dinero en unacosa. Se distingue entre billetes y calderilla (odinero suelto). Existe papel moneda. Se puedeestar sin una perra o sin un duro, e incluso novaler ni una perra gorda (o chica). Se puedeestar mal (y bien) de dinero. El refrán diceque dinero llama dinero y que dineros son cali-dad. Los/as españoles son creyentes de quepoderoso caballero es don Dinero.

7 En español se puede utilizar dinero, perotambién dineros (en plural), para referirse amucho dinero.

4 Un artículo que ilustra la importancia dela fe religiosa en Estados Unidos se puedeencontrar en El País, 19 de marzo de 1995,páginas centrales 16-18.

5 Aparece en las pesetas «rubias» acuñadasno sólo en 1953, sino incluso en las de 1966,y en los «duros» (5 pesetas) acuñados por lomenos desde 1957 y posteriores.

depende de su cantidad, sino quetiene que ver con el destino que a éstele damos. Las propinas, por ejemplo,sirven para mantener una distinciónde estatus; las fichas utilizadas endeterminadas instituciones (psiquiá-tricos, cárceles, asilos) suelen teneruna función de control; las donacio-nes a organizaciones religiosas creanuna cierta conciencia de estar hacien-do una buena acción. Hay tambiéndinero destinado a ritos religiososcomo las donaciones realizadas en lasiglesias. En cada uno de esos casos secrean diversos tipos de dinero. Paradistinguir esta multiplicidad de dine-ros se utilizan técnicas diferentes. Seinventan rituales de presentación, semodifica su apariencia física o se bus-can lugares diferentes para guardar eldinero; todo ello dependiendo deluso específico que tenga.

El dinero adquiere también funcio-nes distintas dependiendo de su distri-bución en los hogares. La administra-ción del salario en el núcleo familiar es,desde finales del siglo pasado, un temacambiante y conflictivo. Muchas de laspeleas domésticas que se generan en loshogares giran en torno al dinero. Sondisputas que suelen tener un carácterprivado y que no trascienden fuera delámbito familiar. Es difícil estudiarcómo se distribuye el dinero domésticopuesto que la gente prefiere no hablarsobre el tema. A pesar de ello, diferen-tes estudios muestran que la adminis-tración del sueldo familiar se veinfluenciada por el nivel económico.En las familias de clase media y altasuele ser el varón (cabeza de familia) elque toma las decisiones económicasimportantes. La mujer domina el dine-ro destinado a gastos poco significati-

vos, mientras que el varón controla losgastos más cuantiosos. La mujer recibede su marido un donativo irregular obien una paga mensual para los gastosde la casa, ropa y comida. Por el con-trario, en las familias de clase obrerasuelen ser las mujeres las que adminis-tran el dinero. Aunque en menormedida, los hijos/as al llegar a determi-nada edad suelen también participar enel reparto del sueldo familiar. Semanalo a veces mensualmente, los hijos/asreciben una paga (coloquialmentesemanada) destinada a sus pequeñosgastos. A veces es conocido como dine-ro suelto de bolsillo, o pocket money.

Se pueden distinguir tres manerasde interpretar la distribución del suel-do familiar. El dinero que la mujerrecibe de su marido puede interpretar-se como un pago, como un derecho ocomo un regalo. El hecho de recibiruna paga (semanal o mensual) delmarido implica un cierto distancia-miento en la pareja, supone una rela-ción un tanto fría. Por otra parte, con-siderar el dinero que la mujer obtienede su marido como un derecho por losservicios que ésta presta para el buenfuncionamiento de la casa implicaaceptar una relación de poder. Si laparte que la mujer recibe del sueldo desu marido es considerada como unregalo que el marido brinda en deter-minadas ocasiones, se crea una rela-ción de subordinación y una depen-dencia de la mujer respecto del mari-do. Ninguno de estos tres sistemas esperfecto. La solución reside quizá en lautilización —cada vez más extendi-da— de cuentas corrientes comunes yde tarjetas de crédito (visa) conjuntas,de tarjetas comerciales (El Corte Inglés,Caprabo, etc.). Tanto el varón como la

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mujer pueden disponer del dinerofamiliar, independientemente de quiéngenera ese sueldo. Este nuevo sistemade gestión de los ingresos familiaresestá directamente relacionado con elcambio de roles que la mujer ha expe-rimentado en los últimos años. Lasituación de la mujer en las sociedadescontemporáneas ha ido variando enlos últimos decenios, pero evidencian-do cierta ineficiencia y una distribu-ción inapropiada de los ingresos fami-liares.

El dinero considerado como regaloes un sistema que no sólo crea dificul-tades en el seno familiar. En la socie-dad se ha ido extendiendo la aso-ciación entre un regalo y su precio.Desde principios de siglo, y especial-mente en Estados Unidos, el dineroha ido adquiriendo un poder conside-rable, casi exclusivo, a la hora dedeterminar la elección de un regalo.Lo importante no es el objeto en sí, nisu estética, sino cuánto vale. Bodas,cumpleaños y Navidades son aconte-cimientos en los que el hecho de rega-lar dinero se ha ido extendiendo. EnEspaña, que los abuelos/as regalendinero a sus nietos/as el día de sucumpleaños es un acto que se haextendido en las últimas décadas,basado en la excusa de que los abue-los/as no conocen los gustos de susnietos/as. Incluso es frecuente que seabran cartillas de ahorro para que losabuelos/as o los padres vayan ahorran-do para los niños/as. Del mismomodo, a nadie sorprende en la actuali-dad que una pareja de novios abra unacuenta corriente para que familiares yamigos participen en su boda con unaaportación en dinero que incrementeel saldo de su «libreta» (cartilla de

ahorros). Regalar dinero o bienes conun alto contenido del mismo se haconvertido en un hecho cotidiano. Enlas diferentes celebraciones, el consu-mismo y la comercialización adquie-ren cada vez más importancia.

La tendencia cada vez más extendi-da a regalar dinero genera ciertosconflictos. Debido a la estandariza-ción del dinero resulta difícil, a veces,diferenciar el regalo en dinero deotras transacciones monetarias, talescomo donativos, propinas o pago dedeudas. En España hace poco se pro-dujo una polémica intensa por elpago de regalos a esposas de políticos.A veces puede resultar difícil que elmismo tipo de dinero sirva para pagarsalarios, ayudar a pobres, dar unapaga a las amas de casa, y a la vez,servir para obtener un regalo queexprese afecto y una relación personalintensa. Actualmente, a la hora derealizar un regalo el precio es un fac-tor determinante a la hora de decidir.Se aconseja ser cauto y equilibradoporque gastar en exceso o gastarpoco, según el vínculo social queexista entre la persona que hace elregalo y la que lo recibe, puede supo-ner un insulto. Hacer un regalo a unapersona de un estatus social inferiorpuede interpretarse como un actocaritativo, y del mismo modo el rega-lo a una persona de un estatus supe-rior puede considerarse como el pagode un tributo para obtener algún tipode beneficio. El tema de la reciproci-dad del regalo ya fue analizado bri-llantemente por Marcel Mauss.

Hay una categorización de los rega-los, existiendo bienes que son apro-piados para ciertas ocasiones pero noadmisibles en otras. Por ejemplo,

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regalar comida es algo apropiado enlas celebraciones navideñas, donde las«paneras» o «cestas navideñas» son unregalo socialmente acertado. Sinembargo, la comida y los l icores—exceptuando los dulces y los bom-bones— son regalos poco apropiadospara un cumpleaños. El chocolate, encambio, es un regalo apropiado (oincluso obligado socialmente) en lasrelaciones íntimas y amorosas, másaún si es 14 de febrero, San Valentín.

En algunos sectores el hecho deregalar dinero se ha institucionalizado,convirtiéndose en algo frecuente encierto tipo de servicios. Desde princi-pios de siglo la propina se hizo más ymás frecuente, hasta el punto que hoyes habitual y casi obligada en restau-rantes, espectáculos, taxis y hoteles(aunque no de la misma forma entodos los países). En un primermomento, la expansión de las propi-nas originó una cierta polémica y sur-gieron varios movimientos dispuestosa abolir esa costumbre argumentandoque era humillante. En algunos paísesse llegaron a dictar leyes antipropinasque prohibían ese tipo de regalos.Algunos jueces norteamericanos decla-raron las «leyes antipropinas» como noconstitucionales, ya que interferían enla libertad de toda persona a hacer unregalo cuando se crea oportuno.

La confusión se agrava si tenemosen cuenta los efectos que la propinatiene en la relación entre la personaque da la propina y la que la recibe. Lapropina puede llegar a interpretarsecomo un acto de caridad, lo que reco-noce y refuerza una desigualdad deestatus —frecuentemente inexisten-te— entre donante y receptor. Laspropinas pueden llegar a considerarse

hasta algo degradante para el que lasrecibe, por lo que sólo en determina-dos grupos o culturas están aceptadassocialmente. En un restaurante se con-sidera adecuado, incluso obligatorio, eldejar propina. Es un hecho tan exten-dido que se establecen porcentajes (oincluso tarifas) sobre las propinas enforma de porcentaje sobre la minuta.Sin embargo, en otros sectores de ser-vicios, como en bancos o cajas de aho-rros, el hecho de regalar dinero es algoque no sólo no es socialmente adecua-do, sino que incluso está prohibidopor la misma organización.

Regalar décimos de lotería es otraforma de regalar dinero, en este casodinero potencial. En España es fre-cuente que en Navidad (el famoso«sorteo extraordinario de Navidad» y,unos días después, en «el Niño»,donde se puede ganar el gordo) seintercambien participaciones de unmismo número y se regalen a las per-sonas más allegadas. Las posibilidadesde que esas participaciones o décimosse conviertan luego en dinero sonpequeñas, pero existen. Se regala,pues, dinero potencial, dentro de unared de relaciones sociales. La mayorparte de participaciones y décimospierden su valor después del sorteo,quedando sólo la muestra de afecto ovinculación de compadrazgo quealguien demuestra al regalar un biencon un valor potencial tan elevado.Sin embargo, hay unas pocas parti-cipaciones que resultan premiadas,creándose así una situación poco pre-vista que origina, en determinadasocasiones, conflictos entre donante yreceptor del regalo. Una polémicaimportante tuvo lugar recientementeen España, al caer el segundo premio

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del sorteo de Navidad en un númerodel cual se habían regalado más par-ticipaciones de las existentes. Se origi-nó así un conflicto que está aún hoyen vías de resolución judicial.

Otro de los temas que ha sido obje-to de debate en las últimas décadas esel de la caridad. Conceder ayudas alsegmento más necesitado de la pobla-ción suele ser un tema de consensosocial. La polémica se crea cuando seconcreta cómo debe concederse esaayuda. Las prestaciones pueden partirde iniciativas privadas o de institucio-nes públicas, pueden efectuarse endinero o en bienes tales como ropa ocomida, e incluso puede distinguirseentre las ayudas recibidas en el mismohogar de la persona necesitada y larecibida en instituciones especialmen-te creadas para ese fin. Todas esas dis-tinciones han hecho que, a lo largo delos años, se hayan ido experimentan-do diferentes sistemas de ayuda, enbusca del más efectivo, económico ydigno. A menudo, la caridad se con-vierte en limosna.

Para los expertos/as en sistemas debienestar y seguridad social, la ayudaconcretada en dinero es la más adecua-da, siendo la pensión el sistema másrecomendado. Con una pensión perió-dica, los/as más pobres reciben la segu-ridad que proporciona una renta regu-lar. Las pensiones no son sustitutivosde los sueldos, pero suponen una rentanecesaria para suplir las necesidadescuando no se puede conseguir un sala-rio. La iniciativa privada no es lo sufi-cientemente fuerte como para poderasumir un sistema general de pensionesque garantice un nivel de vida mínimo.Sólo el Estado —y con dificultades—es capaz de asumir tal coste. El gasto

que supone es elevado, causante deldéficit existente en muchos países. EnEspaña, en 1996 está previsto destinar7,5 billones de pesetas en pensiones, loque supone un 25,7 por 100 del gastototal del Estado8. Se prevé que el por-centaje aumente en los próximos años,debido tanto al aumento del númerode pensionistas como a la actualizaciónde las prestaciones.

La ayuda en dinero ha sido fre-cuentemente criticada por considerarsesusceptible de abuso. El fraude existe ypuede resultar difícil de detectar. Exis-ten numerosos casos de personas quetrabajan y reciben el subsidio de paro,e incluso a veces de hijos/as que siguencobrando la pensión de un padre omadre ya fallecidos. Son situacionesque se podrían combatir con un con-trol mayor y con una organización máseficaz, pero que difícilmente podránerradicarse totalmente. A raíz de estosabusos, algunas organizaciones exigenpotenciar más la ayuda en bienes mate-riales, en comida o en ropa. Las políti-cas de ayudas en bienes reducen signi-ficativamente el riesgo de abuso, perogeneran otras complicaciones igual-mente polémicas. Con este tipo demedidas se limita de manera notable laindependencia de la población parapoder gastar libremente. Algunosexpertos/as consideran que para reinte-grar a los menos favorecidos es necesa-

8 Cuando esto se escribe, el PresupuestoGeneral del Estado (PGE) para 1996 no hasido aún aprobado por el Parlamento, pero esde esperar que no sufrirá variaciones notableshasta su aprobación definitiva. Los Presupues-tos de 1995 han sido prorrogados hasta laaprobación de los de 1996. En 1995 se desti-naron 7 billones de pesetas en concepto depensiones, un 24,8 por 100 del gasto total.

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rio hacerles partícipes de la sociedad deconsumo. Pero sin dinero es imposible,ya que los económicamente pobres seconvierten en usuarios pasivos de unaserie de bienes, sin participar de mane-ra directa en el consumo. Las transfe-rencias en bienes neutralizan el riesgode un gasto inadecuado, pero aíslan asus beneficiarios.

A la hora de conceder una ayudaeconómica suele existir un controldoble. Por un lado, las familias desti-natarias se escogen por sus condicio-nes. Una vez concedida la ayuda suelehaber un control para supervisarcómo se gasta. Se suele considerar (deforma intolerante) que las personaspobres son incapaces de gastar deforma eficiente esos recursos, quederrochan en alcohol, tabaco y pro-ductos poco recomendables. Pero,aun suponiendo la veracidad de estasafirmaciones (aunque seguramentelos/as pobres despilfarran menos queotras personas más favorecidas), no sepuede combatir este problema si nose les enseña a hacer un uso adecuadodel dinero. Y, a su vez, sin dinero noes factible que puedan adquirir hábi-tos de consumo «más eficientes».

Tanto la caridad pública como laprivada han inventado alternativasmúltiples a la ayuda en dinero, desdedistintos tipos de dinero hasta cupo-nes de comida válidos exclusivamenteen determinados comercios o econo-matos. Las ayudas, ya sean en bieneso en dinero, se prevé que aumenten elgasto del Estado en el futuro. Tantoel envejecimiento de la poblacióncomo el incremento del desempleopueden hacer necesario el plantear unnuevo sistema capaz de mantener elnivel adquisitivo de la población.

Curiosamente, los expertos/as reco-miendan ayuda monetaria para loscasos que requieren un largo períodode tiempo, para poder conseguirpotenciar así consumidores indepen-dientes. Las ayudas en bienes sonconsideradas medidas excepcionales,sólo recomendables cuando se tratade una situación transitoria.

El creciente número de transaccio-nes comerciales ha potenciado que,en los últimos años, los medios depago se diversifiquen y se multipli-quen, facilitando así el comercio. Lastarjetas de crédito, cheques, tarjetastelefónicas, tarjetas de comercios queofrecen párking gratuito (u otros ser-vicios), son sistemas diferentes en losque, de un modo u otro, interviene eldinero. En el futuro se prevé que seincrementen y modernicen estos sis-temas, incluso que se hagan automá-ticos, inmediatos, interactivos. Proba-blemente, en ese proceso de moderni-zación la informática jugará un papeldestacado —aún más, si cabe— en laglobalización de la economía. Pero, apesar de la internalización del comer-cio y la posible estandarización de lasdistintas monedas (como pretende laUnión Europea para sus países miem-bros), el dinero seguirá generandovinculaciones sociales distintas. Esprevisible que el dinero seguirá sien-do durante mucho tiempo un instru-mento con implicaciones socialesdiferentes según su procedencia,forma o destino. Las personas segui-rán viviendo, y muriendo, por dinero.Como señala Zelizer, el dinero esimparable. De ahí la importancia deanalizar su significado social.

Xavier MARTÍN-PALOMAS

Desde 1984 hasta nuestros días, elextremismo político de orientaciónderechista se ha reforzado notable-mente en Europa Occidental, supe-rando, cuando menos, una etapa deanquilosamiento. En la década actual,cuando los partidos de esta orienta-ción política han concurrido a comi-cios electorales, los resultados obteni-dos han sorprendido a la opiniónpública en gran parte de los casos. Asísucedió en Italia en las elecciones de27 de marzo de 1994 con los resulta-dos logrados por el MovimientoSociale Italiano (MSI), que concurríabajo el nombre Alleanza Nazionaledentro de la coalición Polo delleLibertà. Sin embargo, el éxito delMSI no habría sorprendido de talforma si se hubiese prestado mayoratención a la evolución del propio sis-tema político y a las organizacionesde extrema derecha que nunca handejado de operar en el país, cuestiónésta que se desarrolla en la obra.

El profesor Ferraresi presenta unabrillante exposición en torno a la sin-gular articulación de la extrema dere-cha parlamentaria italiana, enfatizan-do las variables que han incidido ensu gestación y evolución, tanto desdeun nivel de análisis organizativocomo estructural. Desde la perspecti-va del autor, la derecha radical (parla-mentaria y extralegal) ha desarrolladoun importante rol en el devenir de lavida política del país desde 1945, porlo que su estudio no sólo debe aten-der al contexto sociopolítico concreto

en el que ésta surge y se desenvuelve,sino que cabe encuadrarla tambiéncomo un verdadero actor del juegopolítico con capacidad propia parainfluir en esta dimensión.

Desde esta perspectiva se articulaun trabajo en el que cabe destacar elesfuerzo conceptualizador realizado alinicio de la obra, dada la controversiaterminológica y la escasez de modelosinterpretativos consolidados al respec-to, optando por una definición ope-rativa y un término convencional quepermiten abordar el fenómeno desdeuna dimensión global. En este caso seexamina la validez del eje izquierda-derecha como categorías identificado-ras capaces de representar la compleji-dad del espacio político. Se aceptaráuna validez relativa por la dificultadpara reducir a una sola dicotomía lossistemas contemporáneos, desde laque se accede al espacio de la derecha,donde sería posible agrupar las diver-sas organizaciones políticas, de acuer-do al modo en que persiguen susfines políticos, en dos grandes gru-pos: moderados y radicales. Trasexponer diversos criterios clasificado-res, el autor centra la atención en elcomportamiento de los actores en sulucha por plasmar los objetivos políti-cos como el factor de mayor peso, demodo que el término derecha radicalse aplica aquí a los grupos que acep-tan el uso de medios políticos extrale-gales, incluyendo la violencia, parainfluir en esta esfera. En cuanto a laderecha moderada, hemos de suponer

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FRANCO FERRARESI

Minacce alla democrazia.La Destra radicale e la strategia della tensione in Italia nel dopoguerra

(Milano, Feltrinelli, 1995)

que operaría dentro del respeto a lasreglas democráticas de participaciónpolítica, sería pluralista y no justifica-ría, ni explícita ni implícitamente, eluso de la violencia, pero esta cuestiónno es abordada en el trabajo. El com-portamiento político de cualquierorganización, en cierta medida, es unfactor de peso en todo análisis, pero,quizá, si otros elementos que apare-cen en el texto en posición subordi-nada, como la ideología, la ubicaciónespacial en el continuum izquierda-derecha y la actitud con respecto alsistema político en el que opera, seintegraran plenamente en el esquemadelimitador del objeto de estudio,éste aportaría seguramente unasherramientas más precisas de análisis,extrapolables a otros casos de estudio.Aunque bien es cierto que éste no erael objetivo del trabajo y que, para elcaso que nos ocupa, el autor no dejadudas con respecto al tipo de organi-zaciones sobre las que se desarrolla suestudio.

En segundo lugar, se afronta la evo-lución de la derecha radical italianadesde la posguerra hasta nuestrosdías. El caso de estudio resulta degran interés, ya que en ninguna otrademocracia europea el fenómeno seha manifestado durante tanto tiemponi con similar virulencia. La fuerzatan particular de la derecha radical eneste país —en opinión del autor— nose puede explicar sin prestar atencióna la intervención de factores ajenos ala propia dinámica interna de lasorganizaciones, tales como cierta con-nivencia con algunos aparatos delEstado, la tolerancia y comprensiónde otros, las peculiaridades del siste-ma electoral o la utilización a conve-

niencia de parte de los componentesdel sistema político. Por ello, se eva-lúa aquí la influencia de estos factoresexógenos con aquellos propios de laderecha radical, la cual siempre hadenotado un gran potencial parainfluir en el sistema político, dandopor resultado una reflexión documen-tada sobre el porqué de su éxito elec-toral en 1994. Quizá no hubiera sidoposible prever el futuro, pero el análi-sis del fenómeno desde esta perspecti-va interpretativa permite dibujar unaescena dinámica de la estructura polí-tico-social en la que despuntan losprocesos que condujeron a que unpartido neofascista accediera algobierno por primera vez en unademocracia europea. Entre los facto-res que explican el fenómeno no debeser pasado por alto que la alternanciaen el poder, como mecanismo regula-dor de los sistemas políticos democrá-ticos, no ha operado en Italia. Lospartidos de gobierno gestionaron elsistema sin la necesidad de acometergrandes reformas, de forma que algu-nas corporaciones, como las FuerzasArmadas, se han gestionado de formaautónoma respecto a cualquier inten-to de racionalización política global.El inmovilismo del sistema políticoen un período de grandes cambiossociales y de tensiones desgarradorasfacilitó la justificación de una oposi-ción radical antisistema que sería per-cibida como la única alternativa via-ble de oposición por algunos sectores.

En la evolución y articulación de laderecha radical italiana como actordel juego político, el autor proponetres fases. En la primera se emprendela reorganización de los grupos fascis-tas desde el final de la II Guerra

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Mundial hasta mediados de los añoscincuenta. El mayor representante anivel parlamentario será el MSI, que,además, controlará y hegemonizará elconjunto de la extrema derecha. Enestos primeros años, la emergencia delos grupos neofascistas se vio favoreci-da por el retorno al poder del bloquede intereses que habían sostenido elfascismo, en un momento en que lalucha de clases era extremadamenteaguda y donde el rol de los aparatosdel Estado afirmaba una línea de con-tinuidad con el régimen anterior. Alrespecto, cabe indicar, por ejemplo, elfracaso de gran parte de los progra-mas de depuración; la condición sis-témica del sistema electoral propor-cional puro, que permitía la represen-tación parlamentaria de fuerzas conmuy reducida fuerza electoral, o,finalmente, que la Ley Scelba, quevetaba la reorganización de partidosfascistas, nunca pudo ser aplicada alMSI. No obstante, hasta los añossetenta, el MSI cumple un rol subal-terno de la Democracia Cristiana(DC) en el Parlamento. Un segundoperíodo viene marcado por el surgi-miento y posterior disolución de losgrupos históricos, así como por laestrategia de la tensión (creación declima de desorden social que justifica-ra la intervención de las FuerzasArmadas) puesta en práctica pordiversas organizaciones terroristas,fase que se prolongaría hasta media-dos de los años setenta. En aquellosmomentos, la capacidad de la extre-ma derecha para influir en el Parla-mento a través de potenciales coali-ciones se redujo considerablemente,especialmente cuando la DC comen-zó a simpatizar con la izquierda.

Igualmente, las tensiones socioeconó-micas presentes en el período anteriorprácticamente habían desaparecido aprincipios de los sesenta.

Por este motivo, el MSI desarrollóinicialmente un apoyo moderado a laDC y redujo la radicalización en susdeclaraciones programáticas. Esteproceder no era compartido por unagran parte de los grupos radicales y elMSI terminaría perdiendo el controldesarrollado anteriormente. OrdineNuovo (ON) y Avanguardia Naziona-le (AN) ejercerán ahora un rol indis-cutible de hegemonía dentro de laderecha radical. El volumen de laactividad extralegal de ambos gruposno puede ser entendido sin el apoyo,o al menos tolerancia, de órganos ins-titucionales y de otras fuerzas, en unperíodo donde de forma simultáneala sociedad italiana demandaba unamayor democratización de las estruc-turas del Estado. Se pondrá de mani-fiesto cómo se articula a muy diversosniveles la estrategia de la tensión, asícomo el impacto de elementos pro-pios de la arena política en el desarro-llo y evolución de aquélla. El hechode que ciertos sectores influyentes enla vida política y económica se mos-traran favorables a una solución auto-ritaria para poner fin a las agudas ten-siones sociales que azotaban el país, oque el sistema judicial se caracterizarapor una estructura obsoleta que esca-paba a cualquier control democrático,son factores a valorar en cuanto alporqué de la emergencia, vigor yduración del fenómeno terrorista dederecha en Italia. La tercera fase seinicia a mediados de los años setenta,momento en que se acometen ciertasreformas en el aparato estatal. El país

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atravesaba por una época de grandesconflictos sociales y políticos que, enbuena medida, habían favorecido laradicalización de la juventud. El cam-bio generacional experimentado tuvogran impacto en la derecha radical,puesto que ahora los jóvenes militan-tes irrumpirían en esta escena, afir-mándose como portadores de unanueva concepción de la política, de laideología y de nuevas formas delucha. La estrategia clásica de losmovimientos clandestinos que postu-laba la existencia de una rígida estruc-tura organizativa chocaría con el ribe-l l i smo spontateno que imponía lanueva generación, muy distante demodelos jerárquicos o estructuradoscomo los de ON o AN. En estos difí-ciles años, el terrorismo de derechaera también un producto de los tiem-pos, en sintonía con el clima socialdel momento, un ambiente convulso,de enfrentamientos generalizados, enel que el terrorismo de izquierda gol-peaba fuertemente. A principios de lapasada década, el clima de violenciacomenzó a cambiar, tanto por lasmutaciones a nivel estructural comopor aspectos propios referentes a laorganización de los grupos clandesti-nos y por el fracaso de buena parte delas estrategias empleadas. En el nuevoorden internacional y nacional de losaños ochenta, la derecha radicalextraparlamentaria perdería el prota-gonismo de fases anteriores.

Finalmente, el autor deja abiertoun interrogante sobre el devenir de laderecha radical extraparlamentaria

no sólo en Italia, sino en todo elcont inente europeo, donde, denuevo, ha empezado a golpear vio-lentamente, si bien, hasta la fecha,con escasa articulación y enormefragmentación organizativa. No obs-tante, el análisis propuesto sugiereque en ciertas condiciones de crisis,combinadas con elementos facilita-dores, cabe pensar en su fortaleci-miento y en una mayor capacidadpara influir en el espacio de lo políti-co, cuestión ésta por la que sería pre-ciso prestar una mayor atenciónsobre un fenómeno que se pensabamarginal, mero residuo histórico,pero que parece recobrar protagonis-mo durante los últimos años.

Un excelente trabajo, en suma,donde un estudio de caso añade unpoco de luz sobre el fenómeno extre-mista de orientación derechista desa-rrollado tras la II Guerra Mundial,materia ésta que no ha despertadogran interés entre la comunidad cien-tífica. En la obra se exponen intere-santes propuestas analíticas que facili-tan el camino hacia la unificación deconceptos y criterios validables enuna dimensión global, así como unamuy documentada exploración delfenómeno que demuestra cómo eldifícil acceso a las fuentes de informa-ción y la escasez de corroboraciónempírica, en este caso, no son obs-táculo para articular variables macroy micro en un meritorio esquemainterpretativo.

Rosario JABARDO

El Colectivo IOE, equipo de inves-tigación compuesto por Walter Actis,Carlos Pereda y Miguel Angel dePrada, viene analizando algunos delos problemas sociales más relevantesde nuestro entorno desde mediadosde los años ochenta. Dentro de susestudios sociológicos ha ocupado unlugar preferente la cuestión de lainmigración, desde su trabajo pionerosobre «Los inmigrantes en España»,publicado como monográfico deDocumentación Social en 1987, hastauna reciente e innovadora investiga-ción llevada a cabo para la OIT sobre«La discriminación laboral a los tra-bajadores inmigrantes en España»(1995). El libro que ahora presenta-mos es —por el momento— el últi-mo de esa serie de trabajos sobre lainmigración en España y ha sido pro-movido por el Institut Català d’Estu-dis Mediterranis (ICEM), organismodependiente de la Generalitat deCatalunya*. El ICEM y el Taller deEstudios Internacionales Mediterrá-neos (TEIM), de la Univers idadAutónoma de Madrid (dirigido porBernabé López García), aportan sen-dos capítulos.

Si desde hace unos años, en parale-lo a la creciente presencia de trabaja-dores extranjeros no comunitariosentre nosotros, se han multiplicadolas investigaciones sobre la inmigra-ción en España, Presencia del Sur.Marroquíes en Cataluña viene a mejo-rar considerablemente el conocimien-to y, como señalaré al final de estanota, sobre todo, la comprensión quetenemos sobre este fenómeno enEspaña.

En el prólogo del libro, Tahar BenJelloun señala que este trabajo es el«resultado de estudios rigurosos yde análisis objetivos de un problemapreocupante, la inmigración» y que«demuestra, además del interés queotorga Cataluña a Marruecos, suvoluntad de encontrar una solución alargo plazo a un fenómeno con fre-cuencia incontrolable y en el queintervienen elementos socioeconó-micos y políticos». Y, acertadamente,pone de manifiesto cómo «el espíritude este estudio entraña un deseo deintegración: ¿serán algún día losmarroquíes residentes en Cataluñacatalanes de nuevo cuño?».

Porque la solidez de esta investiga-ción no está reñida con un posiciona-miento claro del Colectivo IOE enfavor de políticas que faciliten la inte-gración de los marroquíes en la socie-dad de acogida (Cataluña, España),integración que supondrá un elemen-to de enriquecimiento de la sociedadcatalana y española. En el último epí-grafe del trabajo del Colectivo IOE,titulado asépticamente «Algunas cues-

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COLECTIVO IOEPresencia del Sur. Marroquíes en Cataluña

(Madrid, Fundamentos, 1995)

* Ha sido publicado inicialmente en cata-lán con el título Marroquins a Catalunya, Bar-celona, Enciclopedia Catalana, 1994 (2.ª ed.:Ediciones Proa, 1995). Estas ediciones catala-nas contienen el resultado completo de lainvestigación, con cuadros estadísticos, gráfi-cos, un desarrollo más extenso de la terceraparte y un apéndice metodológico que—lamentablemente— se han omitido en laedición castellana.

tiones abiertas», se plantea la necesi-dad de modificar diversos aspectos delas políticas de la sociedad receptoracomo los siguientes: reformas legalesque garanticen el ejercicio de plenosderechos sociales y políticos a lapoblación inmigrada, participaciónde los inmigrantes en la solución delos problemas que les atañen, refor-mas educativas que den paso a la plu-ralidad cultural entendida como enri-quecimiento mutuo (interculturalis-mo), una política social no discrimi-natoria para los inmigrantes, garan-tías jurídicas y apoyo institucional alas expresiones de la diversidad com-patibles con los derechos humanos, ypolíticas educativa y de informaciónque contribuyan a disipar los prejui-cios entre inmigrantes y autóctonos ya favorecer relaciones de mutuo res-peto, conocimiento y aprecio. A estaspropuestas se llega tras una sólidainvestigación sobre los Marroquíes enCataluña.

Presencia del Sur está estructuradoen tres partes: «Marruecos: el contex-to de origen»; «Cataluña: el contextode llegada», y «Trayectorias migrato-rias y procesos sociales». Su soloenunciado explica ya una orientaciónbásica del libro: explicar la migraciónde marroquíes a Cataluña exige dis-tanciarse tanto de las perspectivas queconsideran las migraciones comoresultado de la libre decisión de losindividuos, donde el comportamientosocial es simplemente la suma deacciones individuales, como de pers-pectivas deterministas donde factoresestructurales (unos de expulsión yotros de rechazo) dividen el mundoen países de emigración y países deinmigración. Y, en una línea próxima

a los planteamientos de Portes y suscolaboradores (aunque el ColectivoIOE no lo señale), conjugan tresdimensiones: el análisis histórico,para estudiar la evolución de las rela-ciones entre la sociedad de origen y lade acogida; el análisis estructural,para analizar los procesos socioeconó-micos, políticos, demográficos, ideo-lógicos en ambas sociedades y las for-mas específicas de interrelación en unsistema mundializado; y el estudio delas redes migratorias, auténtico caucepor donde circulan los migrantes.

Con estos grandes instrumentosvan preparando el terreno para anali-zar las «trayectorias» (concepto degran interés analítico que se va incor-porando lentamente a nuestro bagajesociológico) migratorias de los marro-quíes en Cataluña, y para ello hanidentificado y descrito las estrategiasde realización dominantes, tanto entérminos de comportamientos comode actitudes, relacionándolas con laposición social de los migrantes(edad, sexo, hábitat, situación socio-económica, etc.).

En la primera parte, los autorescomienzan analizando los vínculoshistóricos entre las dos riberas delMediterráneo desde la islamización yla cristianización hasta el conflictolatente de Ceuta y Melilla. Se exponea continuación la divers idad deMarruecos, a partir de tres grandesejes dicotómicos de gran importanciapara comprender la realidad socialmarroquí y las características de losinmigrantes marroquíes en Cataluña:árabes-bereberes, ciudad-campo ymakhzen-siba. De la primera de estasdicotomías, lo que pervive es la dife-rencia lingüística: el árabe, lengua ofi-

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cial (hablada por tres quintas partesde la población), frente a las lenguasbereberes ágrafas de los pobladores delas regiones montañosas. La dicoto-mía makhzen-siba contrasta el territo-rio bajo control político real delGobierno (Blad el-makhzen), dondeel sultán era aceptado como jefe espi-ritual y político, con las zonas desérti-cas o montañosas (Blad es-siba: tierrade la disidencia o el desorden), dondeaquél sólo es aceptado como jefe reli-gioso y para cobrar los impuestoseran necesarias incursiones punitivasdel ejército (marroquí o colonizador).Estos aspectos ponen de relieve lanotable diversidad interna de Ma-rruecos.

Sobre estas dicotomías han actuadolas transformaciones que se han pro-ducido en las últimas décadas. Repa-sar algunos de los cambios socialesque los autores ponen de relieve ayu-dará a entender la complejidad de larealidad social marroquí. Las trans-formaciones demográficas son uno delos aspectos considerados clave en lapotencialidad de los procesos migra-torios. Marruecos ha pasado de 10 a25 millones de habitantes en lostreinta últimos años, tras un incre-mento anual de la población delorden del 2,5 por 100. Aunque lastasas de natalidad son muy altas (3,5por 100 en 1991), se han reducidonotablemente desde 1960. La pobla-ción es muy joven: en 1991 el 39 por100 tenía menos de 15 años. La urba-nización que se ha producido desde laindependencia de Marruecos ha sidola consecuencia de desplazamientosmasivos de la población rural hacialas grandes ciudades, primero, y luegohacia las ciudades medias, y se ha

caracterizado por la consolidación deuna estructura social fragmentada conla presencia de importantes bidonvi-lles en las grandes ciudades (el 14 por100 de la población de Casablanca oel 22 por 100 de la de Meknés) y ladegradación de las tradicionalesmedinas (la medina de Fez ocupa el15 por 100 de la ciudad y albergamás del 50 por 100 de sus habitan-tes). En el mercado de trabajo marro-quí hay una mujer por cada cuatrovarones: las primeras t ienen (en1991) una tasa de actividad del 25por 100 frente al 75 por 100 entre losvarones. Estos datos, como señala elcolectivo IOE, «impugnan el estereo-tipo de la mujer magrebí extendidoen Occidente». Marruecos es el paísmagrebí con mayor tasa de paro y elque más emplea a menores de edad:fenómeno que acrecienta las pautasnatalistas y acentúa la descualifica-ción de la fuerza de trabajo.

Los vínculos entre Marruecos, laUE y España son objeto de especialatención. Los autores ponen de relie-ve que el 60 por 100 de los intercam-bios exteriores de Marruecos tienelugar con la UE y que España es elsegundo cl iente y proveedor deMarruecos, después de Francia (conun peso notable de la industria arma-mentística). En los últimos años se haregistrado también un notable incre-mento de las inversiones de capitalespañol y existe también un flujo sig-nificativo en sentido inverso: «Parececlaro —señalan con acierto los auto-res— que las élites económicas y polí-ticas de ambos lados están promo-viendo una apertura de los intercam-bios y una mayor integración de inte-reses a partir del creciente flujo de

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capitales y mercancías.» En este con-texto cabría formularse la cuestión dela «escasa» presencia de inmigrantesmarroquíes en España; porque lo sor-prendente, no sólo por la proximidadsino por la existencia de estos sólidoslazos entre los dos países que seafrontan en el estrecho de Gibraltar,es que la inmigración marroquí hayatardado tanto en tener una presenciasignificativa en España.

En la segunda parte se analizan, enprimer lugar, las características de laestructura social catalana relevantespara la comprensión de la llegada yasentamiento de inmigrantes (espe-cialmente de marroquíes). Y, en esecontexto, se estudia a continuación lainmigración marroquí en Cataluña,que supone una tercera parte de lainmigración marroquí en España. Lastres grandes etapas en que se ha pro-ducido (1960-1975, 1975-1986 y1986-1992) son válidas para el con-junto del territorio nacional. Laimportancia de la última de estas eta-pas no es sólo porque hayan aumen-tado los flujos de inmigrantes, a pesarde las restricciones de las políticas; estambién porque han cambiado lascaracterísticas de esos flujos, y estefenómeno de gran importancia espuesto de relieve en esta investiga-ción. La inmigración marroquí estípicamente económica y con altastasas de actividad, ya que nueve decada diez inmigrantes son activos, lamayoría asalariados, en empleos debaja cualificación y muy concentra-dos sectorialmente en la construc-ción, la agricultura y determinadosservicios.

El capítulo elaborado por el TEIMsobre el origen y los itinerarios de los

inmigrantes marroquíes en Cataluñapermite, una vez más, poner de relie-ve la importancia de las redes migra-torias; oriundos de la misma zona deMarruecos se concentran en ciertaslocalidades de Cataluña: los de Mtal-sa en Viladecans, los de Beni Buyahiaen el Baix Empordà o en el Baix Llo-bregat, o los de Beni Sidel en Osona.Aunque este cruce de los datos de ori-gen y llegada refleja el resultado de lasredes migratorias, se echa en falta enuna investigación de este tipo (y entoda la literatura sobre migracionesen España) una descripción etnográfi-ca de la actuación concreta de lasredes familiares, de amistad o devecindad en los procesos migratorios.

La tercera parte del libro aborda elestudio de las «trayectorias migrato-rias» a partir del análisis de casos deinmigrantes mediante historias devida. Una aproximación metodológi-ca de gran interés porque, a partir dela narración autobiográfica de perso-nas singulares tomadas como caracte-rísticas de tipos de situaciones migra-torias previamente definidas, se puedellegar a establecer la lógica social deesas situaciones. Siguiendo a D. Ber-teaux, los autores hacen una doblereconstrucción teórica de esa lógica:el nivel socioeconómico y el nivelsociosimbólico. Partiendo de unostipos construidos diferenciando elsexo, el hábitat y la región de origen,el período de llegada y la edad/gene-ración, se analizan 18 historias devida en dos comarcas catalanas que seagrupan para su análisis en tres blo-ques: la primera generación, la segun-da generación y los inmigrantesrecientes. Bajo la aparente escasez decasos analizados, los tres capítulos

dedicados al estudio de estas historiasde vida son de un enorme interés(además de ser, utilizadas del modoseñalado, una innovación en los estu-dios de las migraciones en España).Y son, me atrevería a decir que sobretodo, páginas de una gran fuerza: laque da escuchar directamente a losinmigrantes, sus alegrías, sus quejas,sus recuerdos, sus deseos. Porqueestos tres capítulos son de otro libro:tras los contextos (Marruecos, parteprimera, y Cataluña, parte segunda)aparecen los sujetos de la inmigra-ción. Y a partir de sus historias devida van apareciendo ante el lector lasvidas de los inmigrantes como ejem-plificaciones sociales de diferentestrayectorias: Abdelkader, como tipode pauta de vida tradicional y familiaextensa del campo yebalí; Aixa, infan-cia tradicional de una mujer ruralrifeña; Rabea, infancia urbana entransición hacia pautas modernas;Mustafá, itinerario exitoso dentro dela precariedad; Alí, fracaso tras cuatroaños de residencia; Mohamed, eléxito profesional y la integración enla cultura juvenil catalana, o Yazmina,madre rifeña, entre la tradición y la

modernidad. A través (del análisis) desus relatos de vida vamos viendo apa-recer estructuras y procesos objetivosque subyacen a las trayectorias indivi-duales (nivel socioeconómico) y valo-res y representaciones colectivas quecohesionan los discursos individuales(nivel sociosimbólico). Y a partir deesas historias de vida se ponen demanifiesto las diferentes estrategias delos actores en cinco aspectos clave entodo proceso migratorio: la decisiónde emigrar; la inserción en el merca-do de trabajo; la dinámica de la insti-tución familiar; las transformacionesen la simbología y los valores, y lasformas de inserción ciudadana.

Lejos de alguna parafernalia socioló-gica al uso, me atrevería a resumir mijuicio diciendo que, bajo su aparentesencillez, estos tres capítulos ayudan acomprender la inmigración marroquíen Cataluña y en España. Y esto esquizá todo lo que se puede esperar dela sociología. Y esto se lo debemos alos propios inmigrantes (cuyas vocesresuenan con fuerza en estas páginas) yal trabajo del Colectivo IOE.

Lorenzo CACHÓN RODRÍGUEZ

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IGNACIO SÁNCHEZ DE LA YNCERA

La mirada reflexiva de G. H. Mead. Sobre la socialidad y la comunicación(Madrid, CIS-Siglo XXI, 1994)

Contactar con la personalidad y laobra del sociólogo americano GeorgeHerbert Mead a través del solvente yref inado estudio que el profesorSÁNCHEZ DE LA YNCERA firma bajo el

título La mirada reflexiva de G. H.Mead. Sobre la socialidad y la comuni-cación supone acercarse —como elpropio autor indica en alguna oca-sión— a un Mead inédito, al «filósofo

que, dentro del conjunto de suesfuerzo indagatorio, puso tambiénlas bases de una filosofía social».

No es nada nuevo pensar las teoríasde este representante por excelenciadel pragmatismo norteamericano entérminos de «yo social», de juegos deroles, o de emergencia del self previatarea de generalización del otro; sinembargo, sí lo es hacerse cargo radicalde la fecundidad inscrita en las tesismeadianas acerca de la peculiaridadgenuina e insobornable —por másque se desoiga o que se oiga con laestéril pose que se adopta frente a lasverdades dadas por supuestas— de losocial. La socialidad y la comunica-ción que se anticipan en el subtítuloapuntan justo a eso. Así lo parece almenos visto el talante de un abordajeteórico como el presente, eminente-mente dirigido a entablar diálogo conel Mead reacio a las dualidades episté-micas y, por consiguiente, inclinado aleer el mundo circulante con la conti-nua conciencia de que se trata, siem-pre, de un mundo de elementosengranados.

El pensamiento del americanoqueda pulido y desarrollado bajo eseesfuerzo fructífero por traer a la refle-xión actual las ideas y apuntes de unade las figuras clave en la conforma-ción de la disciplina sociológica. Setrata, a fin de cuentas, de constatar elpoder y la vigencia de una mirada a lasociedad y al individuo —que le davida y que vive de ella a un tiempo—que tiene en la reflexividad su rasgopuntero y su nota definidora.

En esta notable ampliación del quefuera el primer estudio global —encastellano— sobre la dispersa obra delsociólogo estadounidense (Interacción

y comunicación. Aproximación al pen-samiento de George Herbert Mead,Pamplona, Eunate, 1990), se plantea,entre otros aspectos, la relevancia deconsiderar la emergencia de laconciencia como puntal para enten-der la singularidad medular de laacción propiamente humana. La lim-pieza del argumento meadiano sobrela especificidad —sobre la «diferen-cia»— de las conductas humanas(amplia y detalladamente explicadaen la segunda parte del libro: «Laexperiencia y la acción en la naturale-za») se hace evidente a la luz de laexposición de Sánchez de la Yncera.

Siguiendo una sugerencia de Joas,éste considera que es preciso atendera la reflexión de Mead sobre la rela-ción entre la acción intersubjetiva y lareferida a objetos físicos con el fin dereplantear con mayores posibilidadesde éxito resolutivo la conexión entrelas familiares nociones de acción ins-trumental y acción comunicativa(«intersubjetividad práctica», en tér-minos de Joas). De continuo late elpreciso apunte de Mead acerca de laficción de las cadenas lógicas que lamente científica fabrica para anclarsignificativamente los acontecimien-tos a que asiste desde su particularobservatorio en una secuencia no des-concertante. El ataque se emprendetanto contra el determinismo mecani-cista como contra las filosofías de lahistoria que manejan un esquema deanálisis basado en la idea de que exis-te una meta inesquivable y rígida-mente determinada por los aconteci-mientos pasados. No en vano, y comose encarga de exponer con cuidada ycontundente precisión Sánchez de laYncera, para Mead, «la estructura sig-

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nificativa del pasado es tan hipotéticacomo la del futuro». El papel de laconciencia en esa suspensión del valorabsoluto de los datos traídos al pre-sente no puede eludirse sin perder altiempo el esqueleto figurativo detodo el cuerpo teórico de Mead.

En la society concebida por Meadcabe la discontinuidad y la multipers-pectividad. Hay una ruptura con laidea de causalidad con que operan lasciencias físicas. O, más que una rup-tura, una toma de conciencia de lalimitación de la estructura del pensa-miento causalista de dichas cienciaspara dar cuenta de la novedad. Así lascosas, no es extraño que, partiendocomo parte de una definición de laacción humana —sea cual fuere elplano de la misma— plegada a laintersubjetividad continuamenteemergente, las explicaciones que sesostienen en un determinismo romo yestable le insatisfagan.

Ya en la primera parte del libro—aquella que el profesor Sánchez dela Yncera dedica a presentar a Meaden su contexto y a documentar la pre-ponderancia de éste sobre Dewey (osobre autores más atendidos por laposterior filosofía americana, comoJames o Pierce) en la génesis y en laformulación del pragmatismo «quemás interés puede tener para el desa-rrollo lógico de las ciencias socia-les»— se alude de pleno a la teoría dela emergencia y al puesto de la expe-riencia en la comprensión del mundoengendrado por la manifestación delo humano en la naturaleza. La cues-tión está, una vez más, en no olvidarla singularidad de «la aparición de laconciencia sensible, que enriquece lasocialidad estructural del animal, al

entrar su propia sensibilidad orgánicaa formar parte del ambiente al queresponde». Y en hacerse cargo, deinmediato, del plus de singularidadque añade a esa emergencia de la con-ciencia sensible el surgimiento de laautoconciencia humana, todavía másabrumadoramente enriquecedora ytransformadora del entorno recibido.

Las consecuencias de ese personalí-simo enfoque, que, en cierto modo,dinamita las bases de toda aquellasociología que desatienda el papel dela manipulación y de la intersubjetivi-dad para construir su propio objetode estudio, salpican el texto de conti-nuo, y se vuelven vertebrales en latercera, y última, parte: «La sociali-dad y la comunicación». Es precisa-mente en esta parte, la más amplia deLa mirada reflexiva de G. H. Mead,donde Sánchez de la Yncera acometela lectura más extensiva de la obra deMead.

Desde la idea de un self concebidocomo la conciencia de uno mismoque se genera en el curso de la inter-acción social, va tomando cuerpo unapropuesta teórica que alcanza a for-mular las deficiencias de las socieda-des contemporáneas bajo el prismalegado por el pensamiento meadiano.Se trata, como viene a sostener elautor, de aplicar al complejo entra-mado de instituciones que conformanparte de los escenarios de puesta enmarcha del ser social la exigenciaética de una comunicación neta. Alfin y al cabo, caer en la cuenta de lainsuficiencia de la realidad efectivapara el despliegue íntegro de aquellacapacidad de ponerse en el lugar delotro que Mead coloca en la médulamisma del mecanismo psicológico de

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la sociedad humana, puede servir deacicate para articular peticiones caba-les al sistema que nosotros mismos,también con nuestras huidas e inhibi-ciones, tal como mantiene Sánchez dela Yncera, contribuimos a cristalizar.

Lo que aparece de telón de fondode ese asomarse a la compleja realidadactual que ensaya el autor desde eledificio del pragmatismo meadiano,es la idea potente de una comunica-ción tomada como el ideal ético deuna sociedad humana en la que hayuna distancia —se quiere salvable—entre el horizonte de significado de laconducta individual y el fin social.Tal distancia da la medida de loslímites de la organización social cuan-do los individuos que la actualizan yle dan sentido se muestran incapacesde situarse en la perspectiva de losdemás. La idea es clave, sobre todoteniendo en cuenta que la autonomíade los sujetos se entiende incardinadaen la socialidad y que, precisamente,el mecanismo de ésta no es otro quela comunicación.

La emergencia del self, plasmadacon detalle al hilo de la descripcióndel origen social de la conciencia, delque Sánchez de la Yncera se ocupa enesta tercera parte del libro, precisa, enpalabras del propio autor, de «la afir-mación concreta de la autonomíarelativa del sujeto con respecto al ejeesencial de la referencia de su con-ducta, que es siempre el orden con-vencional del ámbito social en el quevive». Cobra actualidad, así, sin nece-sidad de un mínimo forcejeo, la lla-mada de Mead a que tome formaconcreta una democracia «entendidacomo el régimen de “autogobierno”de una sociedad “consciente de sí

misma”». Después de todo, sólo laconcreción tangible de los principiosrectores de la convivencia puede darvalor a un proceso que, como bienaclara Sánchez de la Yncera, en crudoabstracto sería desdeñado, sin duda,por Mead.

Las instituciones se desvelan comomedios para esa urgente expresiónconcreta de la esencial socialidad y delos sujetos autoafirmados que la posi-bilitan. «El desarrollo del self —escri-be Sánchez de la Yncera— no consis-te exclusivamente en la incorporaciónde actitudes sociales organizadas. Másaún, la realización diferenciada delself en su respuesta (creativa o renova-dora) a las mismas, constituye el otroresorte que proyecta la posibilidad dedesarrollo perfectivo de la sociedadhumana.» De ahí que se destaque laimperiosidad del tomar partido, puessólo con sujetos participantes adquie-ren contenido sustancial las organiza-ciones y estructuras colectivas queordenan y auxilian el comportamien-to de los individuos. El valor instru-mental de las instituciones corre pare-jo, si no ceñido, al que Mead recono-ce en el lenguaje. El elemento com-partido es el de la funcionalidad parala cooperación interhumana concreta.

Así el planteamiento, no sorprendeel alegato de Sánchez de la Ynceracontra la idea de que la sociología deMead sea «una sociología “blanda”que omite la mirada hacia las “estruc-turas”». La inmediata crítica, por otrolado netamente implícita, a «la visiónmaterializada de la “organización” yde la “estructuración” de la conviven-cia que se ha hecho fuerte en la tradi-ción moderna de la sociología», tieneel rasgo consciente de la radical

aprensión del significado de la inter-subjet ividad a que se a ludía alcomienzo de esta reseña. Se trata deltipo de apuesta consecuente queañade un plus de atractivo riesgo a lasembestidas teóricas, ya de por sí —acuenta de hacer comparecer la miradapersonalísima de cada cual— inaudi-tas.

Las insuficiencias que Sánchez dela Yncera encuentra en la idea mea-diana de autoafirmación —excesiva-mente lastrada, a su entender, por laatención acotada al carácter coopera-tivo de la conducta— constatan elempeño puesto en cargar hasta ellímite con un concepto de la sociali-dad y la comunicación derivado de laintersubjetividad respetuosa, de aque-lla que se reconoce reconociendo losintereses de todos, pero que está eníntima conexión con el contextointransferible de las existencias parti-culares. La perspectiva que abre Meadcon su atención prioritaria a esaforma ineludible de empatía, en laque cobra central idad la idea deexpectación y donde se descubre elaspecto plástico de la figura del «otrogeneralizado», resulta extremadamen-

te valiosa para un enfoque —como loes el de Sánchez de la Yncera— preo-cupado por pensar al sujeto en térmi-nos de su genuina capacidad paraentender la dimensión solidaria quele es propia.

No cabe duda de que, en este acer-camiento —el de mayor calado en lasociología española— a la obra delteórico pragmatista, el profesor Sán-chez de la Yncera aplica sin reservassu consejo, que bien podría ser impe-rativo, sobre que «conviene que aldesempolvar las obras de los maestrosintentemos siempre crecer con ellas—de la mano de ellos— y hacerlo dela única forma posible: dejando queel alcance de nuestra mirada se alar-gue con el crecimiento de nuestracapacidad de mirar hasta encontrar,para esas fuentes de sentido, la inter-pretación más enteriza —más cuajadade resonancias significativas ante losafanes de nuestro propio tiempo—que seamos capaces de aplicarnos». Elresultado es fascinante. Y, a estas altu-ras, la invitación a comprobarlo, casiuna redundancia.

Marta RODRÍGUEZ FOUZ

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DAVID OSBORNE y TED GAEBLER

La reinvención del gobierno.La influencia del espíritu empresarial en el sector público

(Barcelona, Paidós, 1995)

El libro que aquí vamos a tratar esuna invitación a la acción, la accióncomo respuesta alternativa al inmovi-lismo al que nos conducen las estruc-

turas y las instituciones cuando éstashan sido sobrepasadas por la realidadmisma. D. Osborne y T. Gaeblerintentan plantear un nuevo marco

mental, una herramienta conceptualy analítica que nos otorgue una visiónde conjunto mínimamente comparti-da para interpretar una nueva reali-dad que se nos impone, según entien-den, de forma inevitable.

En efecto, como se apunta en elpropio texto, la emergencia de lasburocracias en una sociedad caracteri-zada, fundamentalmente, por el tra-bajo manual, la organización jerár-quica, el ritmo lento y con tecnolo-gías escasas, o aún en desarrollo,pudo significar un avance positivo.Como Max Weber o incluso R. K.Merton señalaran, la burocracia supu-so la emergencia de un método racio-nal de organización que se contrapo-nía al ejercicio arbitrario del poder yfomentaba la objetividad mediantelas ordenaciones de los procedimien-tos, la despersonalización de las rela-ciones y las limitaciones de los actostanto de los subordinados como delos superiores. Pero, como el mismoR. K. Merton ya sugirió, estos meca-nismos, al solucionar unos proble-mas, plantearon otros. En el intentode poner cotos al ejercicio arbitrariodel poder, las reglas y los procedi-mientos formalizados, generadoscomo medios de control, se constitu-yen en fines y generan rigideces, in-eficacia e incapacidad para la adapta-ción a los cambios.

La situación se agrava cuando pen-samos en una sociedad que se ha idotransformando al margen de las insti-tuciones que intentan reglamentarla ygobernarla. En la actualidad nosmovemos en un mundo que se carac-teriza más por el trabajo intelectual omental que por el trabajo manual, enun mercado global con una economía

basada en el conocimiento y unainformación accesible a todos losindividuos (por supuesto, desde laperspectiva del mundo «desarrolla-do»). Se ha pasado, además, de unasociedad que se cal i f icaba comohomogénea y «de masas» a una socie-dad fragmentada, segmentada endiversas culturas y grupos quedefienden sus propios modos de vida.En este contexto, la estandarización,la regulación y la normalización, pro-pugnadas como mecanismos condu-centes a una mayor equidad, van per-diendo su capacidad integradora ypasan incluso a entorpecer y anular lafinalidad para la que fueron creados.

Al mismo tiempo, el binomioimpuestos/servicios ha entrado en cri-sis. Mucho se ha hablado ya de la cri-sis del denominado «Estado del Bie-nestar». Bien es verdad que el bienes-tar pudo emerger y generalizarse atoda la sociedad cuando el crecimien-to económico hizo posible sostener ydesarrollar ciertos servicios sociales.No obstante, como apuntan los auto-res, la mejora en la calidad de los ser-vicios no pasa necesariamente poruna elevación de los impuestos o unamayor presión al contribuyente, sino,más bien, por una mejor gestión delos mismos. De hecho, ya hemoscomprobado que un incremento enlas contribuciones no siempre vaunido a una mejora en la calidad delos servicios.

El problema de la crisis del bienes-tar está estrechamente ligado al inmo-vilismo, el anquilosamiento y la estra-tificación de las organizaciones públi-cas; hemos de ser conscientes de queel problema está incorporado al estilomismo en que se realiza la gestión

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burocrática. Por eso, no se puedesolucionar ni con un incremento enlos impuestos ni con una disminu-ción de los servicios o con recortes enítems sectoriales. El problema estádisperso en toda la extensión de lasburocracias, a las que habría que irtransformando en instituciones dis-puestas a eliminar iniciativas obsole-tas y con deseos de hacer más conmenos, a través de la innovación...

Lo que estos autores plantean es lanecesidad de analizar e interpretar lasactuaciones incipientes de los indivi-duos y organizaciones que han idoreaccionando ante esas instituciones,ante esas estructuras que se han que-dado obsoletas y que encorsetan lasposibilidades de ideación y acciónefectivas. Con ello intentan obtener,de forma inductiva, un marco quepermita pensar la estructura y, si esnecesario, romper con ella. Podemosestar o no de acuerdo con el conteni-do de las actuaciones, pero dado quenos remiten a problemas tan impor-tantes como la reformulación delgobierno, la prestación del bienestar ylas organizaciones públicas, y dadotambién que sus reflexiones han naci-do del contacto directo con experien-cias y prácticas que ya han sido apli-cadas, entiendo que merece la penaprestar atención a este intento de abs-tracción.

Diez son las propuestas que desa-rrollan a lo largo del libro como mapao esquema general de esa nuevamanera de conducir los negociospúblicos. No se deben considerar demanera aislada; es su interacción laque sería capaz de generar un nuevomodo de producir y gobernar, a suentender, más justa y democrática.

En primer lugar, se plantea la nece-sidad de inyectar competitividad,competencia controlada y regulada, enla prestación de servicios. Los autoresseñalan la necesidad de sustituir lacontraposición público-privado por lacontraposición monopolio-competen-cia como conceptos operativos parasolucionar los problemas de la presta-ción de servicios sociales. Es el mono-polio, y no su carácter público o pri-vado, el que genera ineficiencia, inhi-be el cambio y protege la ineficaciaante los usuarios. Se defiende, portanto, la competencia (siempre queésta sea controlada y regulada por elgobierno) como medio para obteneruna reducción de los costes, unamejora de la calidad, mayor innova-ción y creatividad y una respuestainmediata al cambio de la demanda.Todo lo cual redundaría en unamayor satisfacción de los usuarios.

Para que la competencia signifiqueotorgar al usuario una mayor calidad aun menor precio, sin que por ello con-lleve consecuencias no igualitarias,tendrá que ser gestionada por elgobierno. El mercado puramente com-petitivo tendría consecuencias noigualitarias; además, si seguimos lógi-cas de racionalidad puramente econó-micas (como las que sigue el merca-do), se irían al traste valores que estánen la base misma de la generación dela democracia (convivencia, tolerancia,integración). Por ello, el gobierno pro-pugnará y regulará la competenciaentre los proveedores de servicios (noentre las agencias políticas) y entreorganizaciones (no entre individuos),de manera que los usuarios salganbeneficiados. Asimismo, será necesarioun sistema de información a ciudada-

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nos, de modo que todos tengan lasmismas opciones y posibilidades deelección y escojan sobre la base de unbuen conocimiento de la situación.

En segundo lugar, sostienen lanecesidad de capacitar y facultar a losciudadanos para desplazar el controlfuera de la burocracia y situarlo en lacomunidad. El planteamiento aquí esque la gente actúa con mayor respon-sabilidad cuando controla su propiomedio que bajo el control de otros.Se contrapone el ciudadano activo ysus capacidades al cliente pasivo y asus deficiencias. No se trata de reunirbeneficiarios de la asistencia social,sino de capacitar y facultar a lascomunidades de ciudadanos, porquesi no se socava la competencia y laconfianza en las personas y las comu-nidades y se genera dependencia,inmovilismo y pasividad. En cambio,al tomar el control del propio mediocambian también las expectativas, laconfianza y el sentido de la responsa-bilidad. Además, las soluciones a losproblemas se verán mejoradas, por-que la comprensión, empatía, com-promiso, creatividad y cuidado de losmiembros de asociaciones de comuni-dad implicadas siempre serán mayo-res que las de los servicios públicosnormales y los profesionales de laprestación de servicios.

Se trata, en definitiva, de llegar a lapropiedad y el control del gobierno, auna democracia participativa queimpregne todas las instituciones yactuaciones de la vida cotidiana, fren-te a una democracia basada puramen-te en un sistema electoral que repro-duce los círculos y en la que sobreviveel que es influyente o está protegidopolíticamente. Queda claro que los

autores apuestan por la selección delmercado como más eficaz y justa, enel momento actual, que la selecciónpolítica. No obstante, el impulsar lapropiedad y el control por parte de lacomunidad no implica, según losautores, el fin de la responsabilidaddel gobierno. Estos mecanismossupondrían, en todo caso, el fin delgobierno como productor de servi-cios, pero éste seguirá siendo respon-sable de la satisfacción de necesidades.

En tercer lugar, se indica la necesi-dad de unas organizaciones públicasdirigidas a los resultados. Las organiza-ciones burocráticas recompensansobre las bases de la antigüedad, elvolumen de presupuesto, el cargo o elnivel de autoridad; y su prueba defi-nitiva no es el resultado, el rendi-miento o la calidad, sino las percep-ciones, la ideología y, en definitiva, lareelección. Ante esta situación, elcontrol y la medición de los resulta-dos se contrapone al rendimientomedido en función de los datos. Elcontrol de los resultados (fines) per-mite reducir el control sobre las reglas(medios), obliga a aclarar las metas yobjetivos de la organización, conocercuándo un programa ha tenido éxitoo ha fracasado, y hace posible incenti-var medidas efectivas y gestionarsobre resultados (en lugar de gestio-nar en función de conjeturas). Deeste modo, una vez conocido y medi-do el resultado, podremos usar lainformación para mejorar el rendi-miento a través de mecanismos diver-sos como: vincular los pagos al rendi-miento, vincular la elaboración delpresupuesto (el gasto) a los resultados(no a los datos) o realizar presupues-tos inspirados en el usuario (enten-

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diendo las necesidades satisfechas delos usuarios como el outcome o elresultado que deberían lograr dichosservicios).

En cuarto lugar y en estrecha inter-acción con el punto anterior, propo-nen organizaciones inspiradas en obje-tivos (fines) frente a organizaciones,como las burocráticas, regidas porreglas (medios). Hemos hablado yade la capacidad de las reglas de con-vertirse en corsés con efectos parali-zantes en los individuos que, sujetos aellas, acaban por renunciar a toda ini-ciativa, se olvidan de los objetivos ypasan a generar ineficacia. En Teoría yestructura sociales, R. K. Merton estu-dió muy ampliamente todos estosprocesos. Gaebler y Osborne hacenhincapié en las reglas del presupuestocomo factor fundamental de anquilo-samiento: las burocracias se caracteri-zan por la realización de presupuestospor ítems sectoriales estancos, nointercambiables, que se ven reforza-dos por la obligación de gastar eldinero en y para dicho ítem, indepen-dientemente de que resulte ya obsole-to y de que no responda a las nuevasnecesidades de los ciudadanos.

Para solucionar el problema ylograr organizaciones más innovado-ras, eficientes, flexibles, dirigidas a losusuarios, menos fragmentadas y estra-tificadas y con empleados más satisfe-chos (pues recuperan su derecho apensar), proponen desregular lasorganizaciones públicas y establecerorganizaciones inspiradas en objeti-vos. Las organizaciones deberán libe-rarse de las reglas (salvo las mínimasnecesarias), eliminar los ítems secto-riales, definir los objetivos fundamen-tales, reorganizarse en torno a objeti-

vos (no en torno a cotos) y desarrollarsistemas de reglas y presupuestos queden más libertad para la consecuciónde los mismos. Apuntan también a lanecesidad de crear una cultura entorno al objetivo para generar unosvalores y una conducta colectiva quepermita a todos los integrantes de laorganización dirigir sus esfuerzos adichos objetivos. Y, por otro lado,señalan como fundamental el generarun permiso para fracasar, un derechoa equivocarse, como liberador deestrés y potenciador de las capacida-des innovadoras de los individuos.Respecto del fin que hizo nacer talcantidad de reglas, a saber, el controldel fraude y la corrupción, consideranque, en la actualidad, resulta un finalcanzable sin necesidad de tantareglamentación, gracias a las nuevastecnologías de información y al acce-so a controles realizados a través de lamedición cuidadosa de resultados.

En quinto lugar, se subraya laimportancia de que las organizacionespúblicas pasen a satisfacer las necesida-des del cliente, del usuario, en lugar desatisfacer las de la burocracia o las delejecutivo (que, por otro lado, es sufuente de financiación). La mayorparte de las organizaciones públicas,de hecho, no saben quiénes son susclientes. No hay que olvidar que noobtienen sus fondos directamente deellos. Su distanciamiento respecto delusuario hace que continúen ofrecien-do servicios estandarizados, igualespara todos, en una sociedad de grandiversidad cultural en la que busca-mos productos y servicios a la medidade nuestro estilo de vida. Y en unasituación en la que la verdadera igual-dad de oportunidades exige que se

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disponga de diferentes tipos de pro-gramas que respondan ante entornosheterogéneos, mientras que la provi-sión de programas idénticos paratodos únicamente garantiza resultadosdesiguales. La solución sólo puedepasar por escuchar al usuario, despoli-tizar la elección del proveedor de ser-vicios, permitir que sean los ciudada-nos los que escojan su proveedor deservicios y dar elección al usuario paraque los proveedores tengan que res-ponder a las necesidades de los clien-tes. El desarrollar este aspecto de lasorganizaciones supondría, a su vez,reforzar los mismos factores quehemos ido esbozando hasta ahora yque están en estrecha interrelación(aunque se hayan separado con finesanalíticos): elección frente a monopo-lio, facultar al usuario (para decidir yelegir), necesidad de competencia enla prestación de servicios... El gobier-no, por su parte, tendrá que hacerseresponsable de informar a todos sobrela calidad y los niveles de satisfacciónde los usuarios ante los distintos servi-cios, así como de controlar el fraudevigilando el mercado. Desde el puntode vista de los autores, esta aproxima-ción a la prestación de servicios logra-ría una mayor transparencia y unaperspectiva holística frente a un siste-ma opaco y excesivamente fragmenta-do que no satisface las necesidades delos individuos.

En sexto lugar, las organizacionespúblicas deberían fomentar su orienta-ción de futuro, el punto de vista previ-sor. Vivimos en una sociedad en la que:los cambios se producen a gran veloci-dad; nos hemos acostumbrado a la gra-tificación instantánea (sociedad deconsumo); los grupos de presión piden

decisiones a corto plazo; los procesoselectorales producen en los políticos yen los funcionarios «ceguera de futuro»(no ven más allá de las próximas elec-ciones); la prevención no es tan atracti-va políticamente como la respuestavisible a una crisis, y nos hemos acos-tumbrado a tratar los síntomas ypaliarlos a corto plazo en lugar de ir ala raíz de los problemas, prevenirlos ysolucionarlos para el largo plazo.

Se hace necesario encontrar intere-ses comunes que nos permitan forjaruna visión colectiva de futuro. Con laespecialización y la profesionalizaciónlas burocracias se han ido apartandocada vez más de la prevención, seespera a que el problema se conviertaen crisis y luego se ofrecen servicios alos afectados. Pero, dado el ritmoimportante de los cambios que seproducen en nuestra sociedad, preve-nir los problemas y anticiparse alfuturo resulta cada vez más necesario,sobre todo si tenemos en cuenta quela falta de prevención resulta muchomás costosa. Para ello se plantea lanecesidad de hacer gobiernos cons-cientes de las obligaciones futuras, nosólo de las actuales. Será necesarioevaluar y planificar, marcar metaspara medir resultados y que esto nospermita corregir los errores cometi-dos, en un proceso de retroalimenta-ción repetitivo. Lo importante no esel plan, sino la planificación.

La solución pasa por cambiar losincentivos que impulsan a quienestoman las decis iones para quecomiencen a elaborar presupuestos delargo plazo, unidos a sistemas conta-bles y de planificación que sean inde-pendientes de los cambios en política,y que no permitan omitir las obliga-

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ciones y los gastos futuros (como sonlos gastos de mantenimiento...).

En séptimo lugar, se afirma que esimprescindible que las organizacionespúblicas comiencen a pensar en obte-ner ingresos y beneficios, en lugar desólo gastar. Se trata de aplicar sistemasde obtención de beneficios distintosde los impuestos. Las propuestas vandesde el establecimiento de cuotassólo para quienes utilizan los serviciospúblicos hasta la inversión. Para lograrobtener beneficios, los gestores, porun lado, tendrían que conocer y esta-blecer los costes reales de los serviciosque ofrecen, como requisito paramedir las ganancias que consigan conla inversión, y, por otro lado, deberíanpoder actuar como empresarios. Delmismo modo, habría que generarincentivos para que persigan ganan-cias. Los autores apuntan a medidasque hagan posible la conservación y elahorro de los presupuestos y ganan-cias de un año para otro, realizar gas-tos en función de los objetivos que seplanteen como prioritarios... Porsupuesto, no siempre será adecuadaesta forma de financiación: habrá acti-vidades que permitan conseguir bene-ficios, otras que consigan cubrir gastossin lograr beneficios e incluso activi-dades que no permitan cubrir total-mente los gastos. En estas últimas laintervención del gobierno se haceimprescindible; existen bienes colecti-vos (como, por ejemplo, el transportepúblico) que benefician a la sociedaden su conjunto y cuya financiación nodebe recaer totalmente sobre sus usua-rios. De ser así, poca gente los usaría yla sociedad perdería gran parte de susbeneficios colectivos.

En octavo lugar, se apunta a la

necesidad de descentralizar las institu-ciones. La descentralización es ahorafactible en una sociedad en la que lainformación se ha vuelto ilimitada,existe la posibilidad de una comuni-cación instantánea entre localidadesremotas, los empleados públicos estánpreparados y son considerados traba-jadores en áreas de conocimiento. Enuna sociedad en la que las condicio-nes cambian rápidamente y en la que,si se quiere responder a sus cambioscon eficacia y flexibilidad, no haytiempo para esperar que la informa-ción recorra toda la cadena de man-dos para poner en antecedentes aunos altos cargos que desconocen lasituación por falta de contacto con larealidad de la calle.

La solución más viable, por tanto,es descentralizar. Esto implica reducirla carga de la decisión compartiéndo-la, delegar en los trabajadores alla-nando las jerarquías y dando mando alos empleados y confiar en las capaci-dades innovadoras de los trabajado-res. Las organizaciones descentraliza-das podrán así responder rápidamentea las necesidades cambiantes de losconsumidores (al suprimir la necesi-dad de recorrer toda la cadena demando para tomar una decisión),aumentar su eficacia (con trabajado-res más cercanos a los usuarios y quetoman decisiones innovadoras) y ele-var la moral y la satisfacción de lospropios empleados, que, al ser consi-derados dignos de confianza, aumen-tarán su autoestima.

En cuanto a los modos de descen-tralización, la dirección compartida ylas organizaciones en equipo se pro-ponen como sistemas de trabajoorientados a la tarea que proporcio-

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nan una estructura permanentementevariable de la organización, facilitanla comunicación interdepartamental,el flujo de información, la innovacióny la obtención de resultados, adaptán-dose constantemente a las necesida-des del momento.

Por último, los puntos noveno ydécimo se entretejen con la red depropuestas ya esbozadas para confor-mar el mapa organizativo que losautores quieren desarrollar. En reali-dad, detrás de todas las propuestasque los autores van presentando sub-yace la necesidad de un gobierno cata-lizador y que se oriente al mercadopara provocar el cambio a través delmismo.

Por un lado, se ha venido hablandode diversos mecanismos de mercado(competición, posibilidad de elec-ción, descentralización, incentivoseconómicos...) cuya implementaciónestructurada puede ayudar a paliar losfallos que se producen en las institu-ciones públicas, como la falta deinformación, competencia, fragmen-tación, alejamiento del usuario... Perono hemos de olvidar por ello que losmercados son impersonales y queincluso cuando son estructuradostienden a crear injusticias. De ahí lanecesidad del refuerzo con un papelactivo de los individuos, las organiza-ciones y las comunidades.

Por otro lado, debemos recordarque tal esfuerzo resultaría insuficientesin el papel y la responsabilidad de ungobierno facilitador y catalizador dela prestación de servicios en toda lacomunidad, que tome más decisionespolíticas y que se asegure de que otrasinstituciones prestan los servicios ysatisfacen las necesidades pertinentes.

Se puede privatizar la prestación deservicios, no la gestión ni la responsa-bilidad del gobierno. Sin un gobiernocapaz de estructurar el mercado paraconseguir satisfacer metas públicas,perderíamos el mecanismo necesariopara la toma de decisiones colectivasy los medios para imponer reglas decomportamiento y límites al merca-do. El sentido de la equidad, e laltruismo y otros muchos servicios nogeneran beneficios directamente eco-nómicos y no se rigen por las lógicasde la racionalidad económica delmercado, pero constituyen requisitosindispensables para el establecimientode la democracia y de la convivenciapacífica.

Los procesos de competencia, capa-citación, vinculación de recursos yresultados, establecimiento y cumpli-miento de objetivos, atención alusuario, prevención, generación deganancias e innovación, así como ladescentralización y el incremento enla participación, son procesos que,bien articulados a través del mercadoy de un gobierno gestor y catalizador,se refuerzan mutuamente. Y es única-mente en su estrecha interaccióncomo estos procesos serían capaces degenerar organizaciones orientadas alfuturo, con un sentido de unidad,que reduzcan el aislamiento entreunidades y generen fuertes flujos deinformación inter e intraorganizacio-nales, se orienten hacia el cambio,sean responsables, adaptables, flexi-bles e innovadoras, tengan en cuentaal usuario, eviten la estandarización yla normalización, y capaciten y con-fíen en el capital humano.

Tamara RIVAS NUSSBAUM

El medio ambiente se proclamacomo uno de los grandes temas socia-les del último cuarto de siglo. Eseamplio reconocimiento, que incluyeno solamente el de las instancias aca-démicas, sino también las políticas y lasociedad en su conjunto, no ha tenido,sin embargo, un parangón similar enel tratamiento de esta temática desdela Sociología española. Los trabajossobre el medio ambiente desde laSociología son escasos en nuestro paísy la institucionalización del tema estodavía muy precaria. Para los sociólo-gos que llevamos trabajando duranteaños esta temática, la publicación denuevos libros que la recogen es siem-pre motivo de enhorabuena.

El libro que vamos a comentartrata de dar una visión histórica de lasperspectivas generales de la relaciónmedio ambiente-sociedad, desde elevolucionismo organicista a la preser-vación ecológica como nuevo para-digma, considerando en ese recorridoalgunos de los aspectos centrales deldebate, donde las desigualdades socia-les en su relación con la degradaciónecológica adquieren una gran impor-tancia en esta obra.

Estamos ante una obra que enfatizala importancia del análisis sociológicopara esclarecer orígenes y consecuen-cias de los daños ecológicos. Losautores comienzan en el primer capí-tulo por enmarcar los estudios sobrela ecología en una posición científicay académica, situándolos entre dosparámetros. Por una parte, la evolu-

ción institucional y conceptual de laEcología General (de ser consideradaparte de los programas de investiga-ción exclusivos de la Biología ha pasa-do a constituir un campo de estudiosmultidisciplinar, Ciencias Ambienta-les). Por otra, los cambios paradigmá-ticos en Sociología (del uso de lametáfora organicista para explicar la«sociedad» y las relaciones sociales seha pasado a tomar los problemas eco-lógicos como parte de la realidadsocial), de donde la Sociología comociencia social se cuestiona —en estecaso— acerca de las causas socialesque han desencadenado histórica-mente procesos de degradación ecoló-gica y acerca de las consecuenciassociales que tienen dichos procesos.

Así , y frente a planteamientoscomúnmente generalizadores, reivin-dican la naturaleza social del serhumano y la diversidad —desde losinicios— de tipos de sociedades. Enrelación con sus respectivos sistemasde valores, organización y estructura-ción social, cada sociedad histórica-mente ha mantenido unas formas deocupación y uso de su medio biofísi-co. En las más desigualitarias social-mente —en el pasado y en el presen-te—, las formas de apropiación handesviado la ocupación y uso delmedio físico hacia intereses exclusivosde unos grupos, en detrimento deotros. De manera que, al margen delnúmero de individuos y de su situa-ción alimentaria, las produccionesagrarias e industriales han estado pre-

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CARMEN SANZ LÓPEZ y JOSÉ SÁNCHEZ ALHAMA

Medio ambiente y sociedad:de la metáfora organicista a la preservación ecológica

(Granada, Ed. Ecorama, 1995)

sididas por el afán de lucro como basede una dominación efectiva de unosgrupos sociales sobre otros y de unassociedades sobre el resto.

En el segundo y tercer capítulos, lasdesigualdades sociales y la degrada-ción ecológica aparecen consideradascomo las dos caras inseparables de unamisma moneda: el sometimiento deunos grupos sociales (bien sea por lafuerza de las armas, por razones reli-giosas o por penuria económica) y suutilización como fuerza de trabajo noremunerada o retribuida con míserossalarios. Ello ha hecho posible—desde una perspectiva histórica— laextensión alcanzada por determinadoscultivos, la deforestación, la aniquila-ción de especies animales y, en defini-tiva, la fuerte reducción de la biodi-versidad que hoy podemos observar.El antropocentrismo, las ideas de evo-lución y progreso, basadas en el poderde manipular y dominar la naturalezay que, según los autores, han presidi-do objetivos científicos y militares yde desarrollo en nuestras sociedadesoccidentales, han ocultado conve-nientemente la dominación socialimperante, porque al destruir y/o difi-cultar sistemáticamente las posibilida-des de regeneración del medio biofísi-co no sólo se liquidaban las bases desustentación, sino que, además, seponía en peligro la salud de millaresde personas en todo el planeta.

A partir de estos planteamientos,en el capítulo cuarto se trata el llama-do «riesgo ecológico», planteando queéste no surge de la inconscienciaexperimental de nuevas técnicas nidel proceso científico, sino de deci-siones políticas perfectamente calcu-ladas sobre procedimientos científica-

mente probados y aplicados a la fabri-cación de arsenales bélicos, como sonlos químicos y nucleares. Por otraparte, si bien el riesgo ecológico indi-rectamente afecta a todo el planeta,directamente son unos países y unosgrupos sociales los más expuestos: lospaíses donde se desarrollan conflictosbélicos; los grupos sociales peor infor-mados acerca de las consecuenciassobre la salud, y aquellos que, por suscondiciones sociales, viven en lugaresmás insalubres y trabajan en puestosde máximo peligro. Los efectos de ladegradación ecológica sobre la salud ysobre las economías de las poblacio-nes actúan incrementando las des-igualdades sociales.

Finalmente, en el último capítulose tratan los costos sociales y ecoló-gicos del liberalismo económico (porsu incremento constante de produc-ción y consumo), poniendo de relievela insuficiencia de las medidas enfo-cadas únicamente a modificar los sis-temas de producción, a reducir captu-ras pesqueras o a contener la talamasiva de bosques, sin alterar las rela-ciones de producción y de intercam-bio hacia metas más igualitarias ni lascondiciones sociales de esa produc-ción. De lo que se trata entonces esde hacer «pagar» a todos los ciudada-nos los costes de dichas medidas, biensea en forma de externalidades, redu-ciendo el empleo y/o incrementandoel precio de los productos. Todo ello,a su vez, incide, según los autores, enun incremento de las desigualdades ycondiciones sociales, especialmentepara aquellos grupos de personas,regiones y países menos favorecidos.

Mercedes PARDO

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El Instituto Nacional de ServiciosSociales (INSERSO) y el Centro deInvestigaciones Sociológicas, son lasinstituciones que diseñaron la investi-gación que se presenta aquí. Para laelaboración del cuestionario se contó,asimismo, con la colaboración técnicadel Instituto de la Mujer.

Los datos en los que se sustentaeste estudio, pertenecen a unaencuesta nacional real izada ennoviembre de 1993, a 2.500 personasmayores de sesenta y cinco años, en elmarco de colaboración entre e lINSERSO y el CIS*. Además de labibliografía que seleccionó ManuelJustel, se incluye un apéndice con lascaracterísticas técnicas de la muestra,así como dos anexos: uno con el cues-tionario y el otro con la tabulaciónpor las variables sexo y edad.

En este marco, además de estaencuesta se llevaron a cabo otras dos,para completar el estudio del apoyoinformal a las personas mayores. Laprimera se realizó en mayo de 1993, auna muestra de 2.500 personas de 18y más años de edad (estudio CISnúm. 2057). El objetivo fue medir lasactitudes y opiniones de los españolessobre la jubilación, la política social,así como sobre el cuidado y atencióna las personas mayores con problemas

de dependencia funcional. En laintroducción de este l ibro, PilarRodríguez Rodríguez (INSERSO)expone los resultados más destacablesde esta encuesta. Posteriormente,entre octubre y noviembre de 1994,se llevó a cabo otra encuesta a unamuestra de 1.702 personas, represen-tativa de la población adulta españo-la, que cuidan de personas mayores(estudio CIS núm. 2117). Los resul-tados de esta investigación se publi-can en la obra Cuidados en la vejez. Elapoyo informal, que incluye además,los de un estudio cualitativo realizadopor el Colectivo Ioé, entre personascuidadoras.

Como pone de manifiesto PilarRodríguez en la introducción de laobra que se presenta aquí con el sub-título Perfiles. Reciprocidad familiar,se ha querido poner de manifiesto ladiversidad de perfiles y la no unifor-midad de la vejez, por lo que no espertinente hablar de manera unívocasobre la misma. Como en otros estra-tos de edad de la población, existendiferencias entre hombres y mujeres,entre residentes en zonas urbanas orurales, según los distintos niveles deestudios alcanzados, los ingresos, lasformas de convivencia, etc. En cuan-to a la Reciprocidad familiar, se anali-zan, por una parte, las ayudas y elapoyo que prestan las personas mayo-res a las siguientes generaciones, quecomo se comentará más adelante, haresultado ser una aportación muyimportante al conjunto familiar, yuna contribución que está favorecien-

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INSERSO (Redacción del informe de resultados: M. JUSTEL, CIS)Las personas mayores en España. Perfiles. Reciprocidad familiar

(Madrid, INSERSO, 1996)

* Desgraciadamente, nuestro compañero yautor de la redacción de la presente obra—Manuel Justel— falleció antes de su publi-cación. En el monográfico de la REIS anterior(núm. 71-72) se le ha rendido un homenaje,en el que han colaborado destacados investi-gadores.

do la incorporación de las mujeres altrabajo asalariado. Por otra parte,también se analizan los cuidados yatenciones que reciben las personasmayores necesitadas, predominante-mente de allegados y del voluntaria-do, lo que se denomina apoyo infor-mal. Al 25,6 por 100 de la muestrade mayores que respondieron queprecisaban ayuda de otra persona pararealizar alguna de las actividades bá-sicas (levantarse/acostarse, bañarse,asearse, vestirse, acudir al servicio,comer, etc.), se les preguntó sobrequién o quienes les prestaba esaayuda. El 72 por 100 del total de cui-dados se reciben principalmente de lafamilia, sobre todo de las mujeres, yespecialmente de las hijas.

Manuel Justel inicia el informe conla descripción de algunas de las carac-terísticas básicas de este conjunto dela población española, poniendo demanifiesto el incremento de su pesodemográfico relativo durante el pre-sente siglo, muy relacionado con el dela esperanza de vida. Asimismo, lamayor longevidad relativa de lasmujeres incide, no sólo, en la distri-bución por sexo de la poblaciónactual de más de sesenta y cinco años,s ino también en su distr ibuciónsegún el estado civil. La proporciónde hombres mayores de sesenta ycinco años que mantienen su estadomatrimonial y la compañía de su cón-yuge es notablemente más alta queentre las mujeres. Pero esa longevidadmayor de las mujeres va acompañadade mayor morbilidad relativa, mayordesvalimiento medio y tasas tambiénmás altas de convivencia en solitario ysin cónyuge. Concretamente, son viu-dos el 16 por 100 de los hombres,

frente al 49 por 100 de las mujeresentrevistadas.

Al constatar las importantes dife-rencias de composición ligadas alsexo, la información se desagrega demanera sistemática para hombres ymujeres, así como para diferentessubcohortes de edad y, en ocasiones,para casados, por un lado, y el restopor otro.

En la descripción de las formasprincipales de convivencia (cap. 2),destaca el 16 por 100 de las personasque viven solas. Esta vida en solitariose incrementa con la edad: pasa del10 por 100 a los sesenta y cinco años,a casi el 20 por 100 a partir de lossetenta o setenta y cinco; y más deocho de cada diez personas de mas desesenta y cinco años que no convivenhabitualmente con nadie son muje-res. La razón principal que esgrimen,tanto los hombres como las mujeresque viven solos, es que prefieren esaforma de vida o que se valen por símismos. La convivencia en pareja esla modalidad más frecuente hasta losochenta años, pero a partir de estaedad, la cifra decae de manera muyimportante, debido, sin duda, al falle-cimiento de uno de los cónyuges. Noobstante, el 20 por 100 de los mayo-res de ochenta años vive en pareja, yalguno más (27 por 100) con algunode sus hijos o con algún familiar (4por 100).

Por otra parte, en el informe seconsidera importante destacar, nosólo, la tarea asistencial y la aporta-ción activa de los mayores a losmiembros de su propia generación,que han puesto de manifiesto el 14por 100, sino también que, en ocasio-nes, estas personas colaboran en las

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tareas domésticas de sus hijos y, muyespecialmente, en el cuidado de losnietos. Entre los mayores de 65 añoscon hijos (64 por 100 de la muestratotal), el 35 por 100 les presta algúntipo de ayuda. Manuel Justel pone demanifiesto aquí, la primera conclu-sión sustantiva de importancia: el «rolasistencial activo que desempeñancasi la mitad de los mayores, si seencuentran en circunstancias perso-nales (capacidad) o situacionales (cer-canía o convivencia) apropiadas paraello». No sólo hay que subrayar elpredominio de la ayuda ocasional (66por 100), cuando los padres se ausen-tan del domicilio para gestiones otareas extradomésticas (no propia-mente laborales), sino que el cuidadodiario de los niños «mientras lospadres trabajan» es, asimismo, muyfrecuente (36 por 100). También serecurre a los mayores cuando losniños están enfermos (26 por 100), yen menor medida en otras circuns-tancias —no de menor valor— queresponden más a imprevistos o emer-gencias, que a una ayuda sistemática.

De la lectura del capítulo (núm. 8)dedicado a las preocupaciones predo-minantes de los mayores, a su estadode ánimo, al trato que reciben de lasociedad, y a otros aspectos de lasrelaciones familiares de los mayores,se desprende una semblanza bastanterica de la situación personal y socialde los mayores. La centralidad de lavida familiar en las personas mayoresse pone de manifiesto, reiteradamen-te, en la información que proporcio-na la encuesta. La inmensa mayoríaconsidera satisfactorias las relacionesque mantiene con la familia y otrosallegados. Se constata que las relacio-

nes más frecuentes tienden a asociarsecon relaciones más satisfactorias, perotambién prevalece la naturaleza satis-factoria de las relaciones cuando sonpoco frecuentes.

Respecto a la actividad y partici-pación cívica de los mayores (cap. núm.9), parece evidente que las últimasgeneraciones alcanzan la vejez enmejores condiciones y que tambiénenvolucionan positivamente sus posi-bilidades de actividad y disfrute. Suescasa o nula frecuencia de asistenciaa espectáculos, cines, conferencias oconciertos está suplida por la exposi-ción a la televisión. Ver la televisiónes la actividad que masiva y diaria-mente realizan los mayores, seguidade la de escuchar las emisiones radio-fónicas. Pero, también, actividadesque implican salir del marco estrechode la vivienda familiar, como ir alparque, pasear, o hacer recados, serealizan a diario por una buena partede estas personas. Asimismo, comien-za a ser muy frecuente entre losmayores la lectura. Perduran algunasdiferencias importantes ligadas algénero en algunas de las actividadescotidianas. La salida a la compra es laúnica actividad en la que la frecuen-cia es más alta entre las mujeres, ypuede sustituir, en parte, al paseo enel parque, que los hombres realizancon más frecuencia. Las actividadesde ocio fuera de casa las realizan loshombres con una frecuencia mayor(acudir a bares o cafeterías o a los clu-bes, sociedades recreativas o aso-ciación de mayores). Así, el aprove-chamiento de la oferta pública, pare-ce ser, hoy por hoy, casi exclusiva-mente masculino a estas edades.

Aunque la encuesta no profundiza

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en el tema de de la jubilación y susconsecuencias, si explora algunosaspectos. Así, la inmensa mayoría delas personas de edad conservan la redbásica de relaciones sociales extrafa-miliares después de la jubilación. Encuanto a la posibilidad de que el trán-sito a la jubilación comporte una dis-minución de ingresos que pueda obli-gar al jubilado a tomar medidas res-trictivas del gasto ordinario, los resul-tados indican que afecta sólo a unaminoría. En general, esas restriccionesse dan con mayor frecuencia en laspersonas mayores de más bajo nivelde ingresos, acentuándose esas dife-rencias cuando se trata de prescindirde algo que antes se considerabanecesario. Manuel Justel finaliza elinforme afirmando que, aunque lainformación que aquí se maneja esmuy sumaria para sacar conclusionesfirmes, «hoy, los indicios apuntan aque la minoría a la que afecta la res-tr icción y caída de s tatus es másamplia que la minoría que aprovechalas oportunidades que brinda el

período de jubilación para emprendero realizar actividades nuevas de ocio ocultivo personal».

Las actuales bajas tasas de natalidady el incremento de la esperanza devida son algunos de los factores queestán influyendo en el envejecimientopoblacional. Este fenómeno está sus-citando gran interés entre los investi-gadores y en España, concretamente,se iniciaron estos estudios en la déca-da de los años 70. A finales de losaños 80 el INSERSO inició el Plangerontológico, que incluía la realiza-ción de encuestas a las personasmayores, para conocer su situaciónsocial. Este interés del INSERSOcontinúa dando sus frutos con esta yotras publicaciones que recogen losanálisis de las investigaciones másrecientes, y contribuyen de maneraejemplar, no sólo al conocimiento dela realidad actual, sino también a lareflexión sobre un futuro no tan leja-no de la población.

Pepa CRUZ CANTERO

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