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SÍNTOMAS DE CRISIS EN LA CIENCIA CONTEMPORÁNEA * PREÁMBULO La conferencia que deseamos desarrollar en esta tarde –como su título lo expresa– pretende acusar algunos “síntomas” de “crisis” en la Ciencia contemporánea. Dentro de un título tan general hemos escogido un aspecto de la Ciencia, que revistiendo a nuestro juicio una importancia fundamental por su significado, nos permitirá además abarcar en nuestra exposición no sólo el restringido territorio de una determinada Disciplina, sino el intracuerpo común de varias de ellas. En efecto, unificando varias Disciplinas particulares a la luz de un Problema único, tendremos ocasión de asomarnos a una cuestión que posee una importancia excepcional para comprender cuál es la situación contemporánea por la que atraviesa un Principio General que puede ser concebido como Fundamento de todas aquellas Disciplinas. A través de los resultados que arroje semejante estudio, y asumiendo una cautelosa actitud que nos prevenga de los yerros propios del pronosticar en estos campos, trataremos de esbozar cuáles son a nuestro juicio los máximos problemas que la Ciencia necesita resolver para seguir avanzando y esclarecer las líneas generales que asumirá su estructura fundamental en el futuro. La cuestión primordial que hemos escogido para centrar sobre ella el desarrollo de esta conferencia –y que a nuestro juicio ofrece una “sintomatología” común que se extiende paralelamente en varias Disciplinas– es la problemática que presenta el Principio de Causalidad a la altura de nuestra propia época. Queremos centrar sobre ella nuestro estudio para determinar dos aspectos principales que se implican en semejante “problemática”, a saber: 1º) La situación de “crisis” que confronta el “Principio de Causalidad” dentro de su actual formulación científica; 2º) Los máximos problemas que, desprendiéndose de tal formulación, han repercutido sobre la estructura fundamental de la Imagen de la Naturaleza que poseía el Hombre determinando una profunda transformación en ella. * La conferencia que publicamos a continuación fue dictada por su autor, el Doctor Ernesto Mayz Vallenilla, dentro del ciclo Diálogo entre la Filosofía y la Ciencia, organizado por la Facultad de Humanidades y Educación durante el año académico 1953-1954.

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SÍNTOMAS DE CRISIS EN LA CIENCIA CONTEMPORÁNEA*

PREÁMBULO

La conferencia que deseamos desarrollar en esta tarde –como su título lo expresa–

pretende acusar algunos “síntomas” de “crisis” en la Ciencia contemporánea.

Dentro de un título tan general hemos escogido un aspecto de la Ciencia, que

revistiendo a nuestro juicio una importancia fundamental por su significado, nos permitirá

además abarcar en nuestra exposición no sólo el restringido territorio de una determinada

Disciplina, sino el intracuerpo común de varias de ellas. En efecto, unificando varias

Disciplinas particulares a la luz de un Problema único, tendremos ocasión de asomarnos a

una cuestión que posee una importancia excepcional para comprender cuál es la situación

contemporánea por la que atraviesa un Principio General que puede ser concebido como

Fundamento de todas aquellas Disciplinas.

A través de los resultados que arroje semejante estudio, y asumiendo una cautelosa

actitud que nos prevenga de los yerros propios del pronosticar en estos campos, trataremos

de esbozar cuáles son a nuestro juicio los máximos problemas que la Ciencia necesita

resolver para seguir avanzando y esclarecer las líneas generales que asumirá su estructura

fundamental en el futuro.

La cuestión primordial que hemos escogido para centrar sobre ella el desarrollo de

esta conferencia –y que a nuestro juicio ofrece una “sintomatología” común que se extiende

paralelamente en varias Disciplinas– es la problemática que presenta el Principio de

Causalidad a la altura de nuestra propia época. Queremos centrar sobre ella nuestro estudio

para determinar dos aspectos principales que se implican en semejante “problemática”, a

saber: 1º) La situación de “crisis” que confronta el “Principio de Causalidad” dentro de su

actual formulación científica; 2º) Los máximos problemas que, desprendiéndose de tal

formulación, han repercutido sobre la estructura fundamental de la Imagen de la Naturaleza

que poseía el Hombre determinando una profunda transformación en ella.

* La conferencia que publicamos a continuación fue dictada por su autor, el Doctor Ernesto Mayz Vallenilla, dentro del ciclo Diálogo entre la Filosofía y la Ciencia, organizado por la Facultad de Humanidades y Educación durante el año académico 1953-1954.

El escoger al Principio de Causalidad para estudiar sobre él –y su inherente

problemática– los “síntomas” de “crisis” en la Ciencia contemporánea, se debe simplemente

a una cuestión de hecho. Si algo está realmente en verdadera “crisis” dentro de la Ciencia

actual esto es el Principio mencionado y ninguno como él ha debido sufrir una

transformación tan grave a causa de las conmociones que la Ciencia ha experimentado al

verse atacada y vulnerada en su Estructura preontológica.

Mas ahora que así tenemos el deber de expresarnos –empleando un enunciado que a

pesar de su rigor técnico encierra sin duda una obscuridad apenas dispensable para una

conferencia– hemos de empezar esclareciendo en su significado más preciso, pero también

más elemental por razones pedagógicas, lo que deseamos insinuar cuando hablamos de

“Estructura preontológica” de la Ciencia.

Hemos hablado de “Estructura preontológica”; hemos dicho también que ella se ha

visto, en nuestra época, atacada y vulnerada; y refiriéndonos justamente a semejantes

cosas, hemos aludido directamente a la “crisis” por la que parece atravesar el “Principio” que

hemos escogido como Problema y cuestión fundamental de esta conferencia. ¿Qué quiere

decir ésto? ¿En qué relación se encuentran semejantes “temas” de la “problemática” actual

de nuestra Ciencia? ¿A qué nos referimos, en general, al hablar de “Estructuras” y

“Principios” con carácter de “preontológicos”?

Sin duda, la dificultad mayor reside en comprender técnicamente el término de

“preontológico”, y justo por esto a esclarecer semejante término en su significado más

preciso es naturalmente a lo que debemos dedicar la parte inicial de esta conferencia. Una

vez esclarecido el término en cuestión, podremos introducirnos en la verdadera problemática

que planteará la conferencia al referirse expresa y directamente al “Principio de Causalidad”.

La Ciencia en general, o el Saber científico de cada una de las Disciplinas particulares,

es un conjunto sistemático de proposiciones que versan sobre una limitada “Región” de

Objetos determinados. Así, vgr., las Ciencias de la Naturaleza, consideradas genéricamente

y sin tomar en cuenta las peculiaridades específicas de cada una de sus Disciplinas, son

aquel grupo de Ciencias que versan sobre los Fenómenos o Entes en tanto que éstos quedan

determinados en cuanto “Fenómenos” o “Entes” naturales por pertenecer justamente a la

Naturaleza, que es la “Región” común y general de todas ellas. Las Ciencias históricas, por

su parte, son aquellas que tienen por “Región” fundamental la “Historia”, siendo eo ipso sus

“entes” y “fenómenos” peculiares determinados en cuanto “históricos” por copertenecer a

esa “Región”; Ciencias morales son aquellas que poseen como “Fenómenos” o “Entes”

peculiares a Objetos cuya determinación más característica está prescrita por la “Región”

general de la “Moral”, siendo eo ipso “entes” o “fenómenos” de contextura específicamente

“moral"; etc., y así, con perfecta generalidad, por todas las “Regiones” de la Ciencia.

Ahora bien, definido en esta forma el Saber científico de estas Disciplinas, es de

observar que, de antemano, cada tipo de Saber determinado posee su característica

“Región” de Objetos también determinados y –¡he aquí algo que es muy importante de

observar!– cada Objeto puede decirse que está “determinado” porque su estilo entitativo

regional parecería que a priori le correspondiera justamente a cada Ciencia en cuestión. Así,

en efecto, decimos que los Objetos “históricos” corresponden a la Ciencia histórica porque su

estilo o modo de ser entitativo regional es “histórico” –no, vgr., biológico, ni estético, ni

simplemente “natural”– sino justa y propiamente “histórico”, implicándose en tal

determinación una adecuación o semejanza de su modo de ser entitativo regional con el

correspondiente estilo de Saber que sobre él recae. Así mismo –y con idéntica

correspondencia– la reflexión descubre que a los Entes determinados como “naturales” se le

asigna un tipo de Saber característico, vale decir, el de las Ciencias Naturales; y, con igual

rigor, podríamos detectar acontecimiento semejante en los campos de las restantes Ciencias

y de sus respectivos Objetos peculiares.

Ahora bien, semejante “dato” –puesto que lo que ahora detectamos es simplemente

un “dato” histórico que puede ser corroborado y comprobado estudiando el planteamiento de

la Metodología científica tradicional, moderna, o incluso contemporánea– tal “dato”, digo,

nos pone en condiciones de preguntarnos algo a la par profundo y suspicaz.

En efecto –preguntamos– ¿Tiene un Fenómeno cualquiera un determinado estilo

entitativo regional porque él es Objeto de una Ciencia?

O, al contrario ¿Es algo “Objeto” de una determinada Ciencia porque él tiene, en sí y

por sí, determinado estilo entitativo regional?

Tales Preguntas, en verdad, nos ponen al descubierto aquello hacia lo cual deseamos

apuntar: es decir, la cuestión de la “Estructura Preontológica” de la Ciencia. La Respuesta a

las anteriores Preguntas –permítasenos que aquí no expliquemos en detalles las cuestiones

técnicas adyacentes– se formula modernamente diciendo que el “dato” de que un

“Fenómeno” o “Ente” cualquiera sea Objeto de una determinada Ciencia no se debe al

factum de que los Entes objetivos de la Ciencia sean, en sí y por sí mismos, de determinado

estilo regional, sino –al contrario– por la profunda razón de que cada Ciencia construye sus

Objetos en determinada forma y esta “construcción” determina a priori –es decir, de

antemano o previamente– el estilo entitativo regional de sus Entes y Fenómenos.

A semejante procedimiento de “construcción” entitativa regional se apunta cuando

hablamos de “Plan” o “Estructura Preontológica” de la Ciencia.

En efecto, desde Kant sabemos –y el haberlo esclarecido en toda su problematicidad

y riqueza es obra de Heidegger– que el “Plan” o “Estructura” de la Ciencia es A priori. Quiere

decir esto que la Ciencia no es simplemente una recolección pasiva de Fenómenos, sino que,

al contrario, es el Saber de ella –Saber que está preontológicamente determinado por una

cierta manera de mirar al Mundo y a los Entes– el que construye previamente los perfiles

entitativos –el estilo regional– de los posibles Objetos sobre los cuales versa su

Conocimiento.

Ahora bien, la Ciencia posee ciertas Formas o Principios en todo rigor Fundamentales

por su generalidad, y por medio de los cuales, y según su modelo, construye la “Estructura”

de los entes científicos en general. Uno de tales Principios –he aquí por qué razón hablamos

de estas cosas– es el “Principio de Causalidad”.

La “Causalidad”, técnicamente expresada, y según este contexto de cuestiones que

ahora examinamos, es un Principio de determinación Fundamental y Preontológica de los

Objetos de la Ciencia. A ella, ciertamente, no sólo la encontramos en determinada parcela

científica, sino que su vigencia de Principio se extiende por las más varias regiones del

quehacer científico y constituye, por así decirlo, el eje fundamental sobre el cual se

desarrollan los enunciados legales de casi todas las Ciencias, no obstante sus disímiles

naturalezas específicas.

Justo, en esta conferencia, queremos examinar cómo es que tal Principio –que ha

determinado casi desde el comienzo mismo de la Ciencia el estilo entitativo de sus Objetos

al predicar de ellos una “legalidad” fundamentada sobre la relación de Causa-Efecto–

atraviesa en la actualidad por un período de “crisis”. Queremos así mismo bosquejar cómo

de esta “crisis” –cual si fuera un resultado– la Imagen de la Naturaleza que poseía el

Hombre como patrimonio de un legado cultural que había recibido de sus predecesores, al

conmoverse aquel Principio básico que funcionaba como Fundamento de ella, ha variado

extraordinariamente en nuestra época.

Nuestro examen, en tal sentido, versará programáticamente sobre los resultados

alcanzados por tres Disciplinas, las cuales, además de revestir una extraordinaria

importancia en el conjunto de la manifestación científica contemporánea, pueden servir de

modelo para ilustrar el fenómeno de “crisis” en que se ha visto sumido aquel “Principio”. Nos

referimos a la Física, a la Biología y a la Historia.

Si el tiempo lo permitiera, semejante “crisis” del “Principio de Causalidad” podría

rastrearse incluso en otras regiones de la manifestación científica contemporánea, y, con

igual dramaticidad, podríamos comprobar como casi coetáneamente al “Principio de

Causalidad” han caído igualmente en “crisis” otros “Principios” también “Fundamentales”

–vgr., el de “Sustancia” o de “Sustancialidad”; el de “Tiempo-Espacio”; el de “Relación”,

etc.–, justamente a causa de la incesante revisión y crítica a que se han sometido en

nuestro tiempo eso que hemos llamado “Estructuras preontológicas” de la Ciencia.

Ahora bien: ¿Qué revelan estos “síntomas” de “crisis” en la Ciencia contemporánea?

Tal es una Pregunta que sólo es permitido contestarla –insinuando apenas una vaga

respuesta o un pronóstico– cuando hayamos terminado la labor de nuestro examen. Antes

nos aguarda la tarea que hemos mencionado como programa de esta conferencia. Tratemos,

pues, de revisar la “crisis” del “Principio de Causalidad” en las Disciplinas escogidas como

modelos de la manifestación científica contemporánea.

I. Los Síntomas en la Física: Indeterminismo y Probabilidad

La Ciencia física clásica está representada, como en máximo exponente, en la Física

de Newton. Dentro de ésta, la Naturaleza, como concepto fundamental y básico, es un

conjunto de Fenómenos sometidos a Leyes de estilo cuantitativo cuyo cumplimiento está

regido por el más exacto Determinismo concebible. No es posible hablar de Ley sin evocar,

al mismo tiempo, la incondicionada premisa de su cumplimiento inexorable por obra del

Determinismo a que están sometidos los propios Fenómenos que ella legisla gracias a su

implícita y sobreentendida estructura preontológica. Fenómenos, entes naturales, o sucesos

físicos –denominaciones todas que pueden aplicarse a los posibles “Objetos” de la Ciencia

física– son términos que recubren y ocultan una propiedad preontológica que yace al fondo

de la concepción misma de esta Ciencia: la propiedad o característica de estar sus entes

peculiares –los Fenómenos físicos– sometidos a un Determinismo causal (mecanicista) o

final (teleologista).

Justamente, en tal sentido, hemos indicado que la “Crisis” por la cual atraviesa la

Ciencia física a la altura de nuestro propio tiempo radica en la profunda transformación que

ha sufrido el concepto fundamental de “Naturaleza” –en cuanto “Conjunto sistemático” de

Fenómenos naturales– por obra de la variación experimentada en la concepción

Determinista de sus nexos y fenómenos, y, por ende, de las Leyes cuantitativas y causales

que regían el comportamiento entitativo de ellos.

La historia del desarrollo y transformación de tan fundamental aspecto de la Ciencia

es difícil de exponer en sus detalles técnicos sin invocar en nuestra ayuda un desmesurado

repertorio de cuestiones y un aparato de nociones que, sin duda, desbordarían los límites

elementales de esta conferencia. Mas quisiéramos esbozar aunque fuera tan sólo los perfiles

más acusados de aquella transformación, los momentos más dramáticos de ella, para así

bosquejar en perspectiva el aspecto contemporáneo de la Ciencia física y desde allí hacer

comprender el sentido de nuestra apreciación al hablar de “Crisis” en su “Estructura

preontológica”.

El descubrimiento que desencadenó las sorprendentes transformaciones de la Ciencia

física contemporánea puede ser rigurosamente fijado en la genial hipótesis que su autor

–Max Planck– llamó “Quantum de acción”. Como resultado de esta hipótesis, que más que

hipótesis debe ser hoy admitida con plenos derechos entre los Resultados más positivos de

la Ciencia, lo que primariamente cayó en crisis fué una de las más viejas “Hipótesis” (que

ahora sabemos que no pasaba de ser tal) con la cual trabajaban y operaban los Físicos y los

científicos en general de la época clásica.

Según el plan clásico de la Ciencia, la acción del Observador sobre la realidad de los

Fenómenos observados, vale decir: la acción de la Observación sobre los resultados de la

misma, era, expresado en términos bien drásticos, totalmente despreciable. Para la Ciencia

clásica, de la cual la Física es parte primordial, existe como hipótesis implícita la posibilidad

de hacer despreciables las perturbaciones que ejerce sobre el curso de los fenómenos

naturales la Observación, si es que, como método de trabajo, se utilizan una serie de

precauciones apropiadas que permitan neutralizar y corregir los defectos que, sólo por obra

de ciertas imperfecciones técnicas de la observación directa, o bien por obra de los aparatos

de observación utilizados, son inherentes a este tipo de labor. O dicho en otra forma: se

admite como hipótesis implícita que en las experiencias realizadas con perfección de técnica

es posible disminuir, e incluso suprimir, las perturbaciones y defectos de la Observación

empírica.

La Física contemporánea no rechaza por completo la admisibilidad de tal hipótesis de

trabajo, implícita en la metodología de la Ciencia clásica, en cuanto se refiere y es aplicada a

la región de los fenómenos físicos de estructura macroscópica. Mas justo rechaza las

pretensiones de verdad que ella alimenta en cuanto quiere trasplantarse y aplicarse a la

región de los fenómenos físicos de escala microscópica, que es justo la esfera en donde

Planck descubrió por vez primera la existencia del “Quantum de acción”.

En efecto, de la existencia del “Quantum de acción” resultaba, como lo demostraron

posteriormente los sutiles y profundos análisis de Heisenberg y Bohr, que todo intento de

medir una magnitud característica de un sistema físico cualquiera de estructura

microscópica, tiene por efecto necesario el perturbar de un modo desconocido y hasta cierto

punto incontrolable otras magnitudes conexas y ligadas al sistema observado. En efecto:

toda medida de una magnitud �que permitiría precisar, vgr., la localización de un sistema de

fenómenos físicos en el espacio y en el tiempo– tiene por efecto perturbar de una manera

desconocida una magnitud conjugada de la primera, la cual sirve (como bien lo saben los

técnicos en esta materia) para especificar el estado dinámico del sistema de fenómenos en

cuestión. De una manera general podemos decir que es imposible Medir al mismo tiempo

–vale decir, simultáneamente– y con justa precisión, dos Magnitudes conjugadas.

En base de tal imposibilidad –que como ha de subrayarse es insubsanable recurriendo

a los paliativos clásicos, ya que es una imposibilidad cuya raíz es intransformable, puesto

que no radica en meros defectos técnicos de la Observación, sino en la estructura ontológica

de la Experiencia misma– en base de tal imposibilidad, digo, se comprende ahora en cuál

sentido puede decirse que la existencia del “Quantum de acción” hace incompatible la

localización espacio-temporal de las partes de un sistema y el atribuir a este sistema un

estado dinámico perfectamente definido y exactamente determinado. Pues lo que de aquí se

infiere es que para localizar las partes del Sistema en total hay que conocer exactamente

una serie de magnitudes, conocimiento que, justamente, excluye eo ipso el de las

magnitudes conjugadas relativas al estado dinámico. Y –justa consecuencia de esto– la

cuestión inversa es también perfectamente comprensible.

Quiere decir esto, pues, que nos encontramos ante una alternativa que no admite los

paliativos clásicos: De una Partícula X, cuando a ella referimos nuestra Observación, o bien

conocemos el Impulso o bien la Magnitud. La alternativa está diciendo aquí –y así lo expresa

perfectamente la disyunción que significa el “o bien”– que, en forma alguna, y

simultáneamente, podemos tener un exacto conocimiento de las dos cuestiones. Y –sea

válida esta otra consecuencia– la Sucesión de las Observaciones (que como bien Uds. saben

era un ejemplar camino clásico postulado por los inventores del método empirista de la

observación) no pasa de ser aquí, referidas como quedan las cuestiones, un procedimiento

carente absolutamente de sentido para resolver las dificultades. Pues –como hemos dicho–

la dificultad radical de todo esto se centra en la imposibilidad de la Observación Simultánea,

aconteciendo justamente esto por obra de la Interacción perturbadora de la fijación de una

Magnitud sobre la otra. Con toda claridad expone Hans Reichenbach lo que nosotros hemos

sólo bosquejado: “Una determinación –dice este autor– la más exacta posible de la posición,

requiere luz de corta longitud de onda, por ejemplo, Rayos Gamma; pero semejante luz

posee un Quantum grande de energía h. v. y una iluminación con semejante luz desplazará

el electrón de su trayectoria y, por lo tanto, perturbará ésta. Como vemos –sigue diciendo

Reichenbach– no se puede observar varias veces el mismo electrón en su trayectoria dentro

de la estructura atómica. Además, se produce un cambio discontinuo del impulso que impide

calcularlo correctamente. Si escogemos, por el contrario, una luz de onda larga, el impulso

cambiará poco, pero la determinación de la posición se hará, al contrario, incierta. De

manera general –agrega Reichenbach a la manera de una conclusión que ya nosotros

habíamos mencionado antes– se puede decir que sólo se puede determinar con exactitud o

la posición o el impulso. Esta relación se designa como “Relación de Indeterminación” de

Heisenberg1. Expresada en lenguaje filosófico tal “Relación de Indeterminación” –séanos

aquí permitido esto en gracia del espíritu que orienta al ciclo de conferencias donde

tomamos parte– quiere decir, sin más, que la estructura ontológica de la Experiencia misma

1 Hans Reichenbach: “Objetivos y Métodos del Conocimiento físico” pág. 215. Ed. Colegio de México.

hace de la Observación empírica un método fallido para cosechar mediante ella un

conocimiento objetivo �universal y necesario, en sentido kantiano– de los Fenómenos físicos

en cuanto tales.

Ahora bien, de todo lo precedente nos resulta ciertamente clara una conclusión que

deseamos extraer para que ella misma nos revele el estado de “Crisis” en que se encuentra

actualmente la Ciencia física. Sabemos ahora –así lo expresa la “Relación de

Indeterminación” de Heisenberg– que nunca puede conocerse con precisión más que la

mitad de las magnitudes cuyo conocimiento sería necesario para la descripción exacta de un

sistema de fenómenos según el esquema de las ideas de la Física clásica. El valor de una

magnitud característica del sistema es, en efecto, tanto más incierto, cuanto más

exactamente conocido sea el valor de la magnitud conjugada. De aquí justamente –y esto es

lo que nos importa subrayar primordialmente– se deduce una fundamental diferencia entre

la Física clásica y la Física contemporánea en cuanto se refiere al Determinismo de los

Fenómenos naturales. En la Física de Newton, el conocimiento simultáneo de las magnitudes

que fijan la posición de las partes de un Sistema y de las Magnitudes dinámicas conjugadas,

permitía –al menos en principio y teóricamente– el cálculo del Sistema de fenómenos en un

instante ulterior cualquiera. “Conociendo con precisión los valores X, Y... de las magnitudes

que caracterizan un sistema en el instante T, se podía prever sin ambigüedad qué valores X',

Y', ... se encontrarían para esas magnitudes si se las determinase en un instante ulterior T'.

Esto resultaba de la forma de las ecuaciones básicas de las teorías mecánicas y físicas y de

las propiedades matemáticas de esas ecuaciones. Esta posibilidad de previsión rigurosa de

los fenómenos futuros a partir de los fenómenos actuales, posibilidad que implica que el

porvenir está contenido en cierto modo en el presente y que no le añade nada, constituía lo

que se ha llamado el determinismo de los Fenómenos naturales. Pero esta posibilidad de

previsión rigurosa requiere el conocimiento exacto en un mismo instante de las variables de

localización espacial y de las variables dinámicas conjugadas; ahora bien, este conocimiento

es precisamente el que la física cuántica considera ahora como imposible2.

Justo de aquí resulta una transformación extraordinaria en el modo de concebir a la

Naturaleza y por ende a los Entes Naturales en tanto que son Objetos de la Ciencia Física

clásica o contemporánea. El físico de la época clásica –Newton, por ejemplo–, tenía en el

fondo de sus concepciones una imagen de la Naturaleza cuyos más íntimos procesos y

secretos eran, según él, sometibles a una cuantificación matemática que, por su misma

índole, postulaba un ciego Determinismo en el acaecer de los fenómenos, en los nexos de su

causación, en su organización sistemática como manifestaciones de un Cosmos sometido al

2 Louis de Broglie: “La Física Nueva y los Cuántos”, págs. 11 y 12.

Número y por esencia perfectamente numerable. Pero el escarmiento del Físico de nuestro

tiempo postula una concepción radicalmente distinta. La Naturaleza, al parecer, no es ya

perfectamente, o mejor dicho, exactamente numerable y cuantificable en sus procesos y

fenómenos. La Observación de ella –base fundamental de donde ha de arrancar todo paso

posterior del cálculo y medida– arroja un saldo de incertidumbre radical que imposibilita una

exacta y exhaustiva determinación cuantitativa y matemática de los Objetos observados.

Sobre esta base –como ahora se comprende– el Determinismo de las Leyes físicas no puede

gozar de aquella implícita seguridad que antaño acompañaba a toda Previsión cuando ésta

presuponía una certidumbre matemática en la medición de los Fenómenos a consecuencia

de su transparente adaptabilidad a los nexos y leyes de los propios entes numéricos. Al

contrario, como resultado de la incertidumbre de las Observaciones, el convencimiento

teorético del físico contemporáneo fluctúa entre suponer un Indeterminismo radical (que el

propio Planck combatió apenas estuvo consciente de las consecuencias de su

descubrimiento) o en postular un Determinismo no-Causal sino meramente Probabilístico en

los Fenómenos. La Física de hoy, en la expresión que encuentra en sus más altos

representantes, en lugar de la Causalidad determinista, erige como categoría interpretativa

del suceder natural de los Fenómenos a la Probabilidad, y en lugar de la exactitud

transparente e inexorable de las matemáticas propias del Determinismo, trabaja y utiliza las

no menos rigurosas –pero esencialmente distintas– Matemáticas de las Estadísticas.

Reveladoras en grado sumo son, en este sentido, las palabras, del gran físico francés

Louis de Broglie, quien con perfecta conciencia y claridad nos habla así: “Habiendo

determinado, con las incertidumbres de que están necesariamente afectados en la teoría

cuántica, los valores que caracterizan un sistema en el instante T', el físico no puede

predecir exactamente cuál será el valor de esas magnitudes en un instante ulterior; puede

solamente anunciar cuál es la probabilidad que hay para que una determinación de esas

magnitudes en un instante ulterior T suministre ciertos valores. El lazo entre los resultados

sucesivos de las medidas, que traducen para el físico el aspecto cuantitativo de los

fenómenos, ya no es un lazo causal conforme al esquema determinista clásico, sino más

bien un lazo de probabilidad, sólo compatible con las incertidumbres que se derivan de la

existencia misma del Quantum de acción”3.

Tal es la raíz más profunda –como hemos dicho– de la Crisis por la que atraviesa la

Física contemporánea. Su Concepto de naturaleza –la concepción preontológica de ella– no

está revestida ya con el ciego Determinismo causal o teleológico que antaño esplendía

vigoroso y le comunicaba un aspecto de inatacable firmeza y seguridad a la Ciencia física. El

3 De Broglie: Op. cit., pág. 12.

físico de hoy �con plena conciencia– sabe que su Ciencia revela un “síntoma” de crisis en su

intracuerpo más profundo. De tal “síntoma” se hallan pendientes todos los que, en alguna

forma, enraízan sus creencias y concepciones en los resultados de la Ciencia. Pues –he aquí

lo más grave de todo– si este “síntoma” se ha originado en la Ciencia, en forma alguna

agota su vigencia en el reducido ámbito de ella. Tal “síntoma de crisis” trasciende la órbita

del mero quehacer científico y plantea ineludibles interrogaciones al Preguntar filosófico

sobre el “Por qué” de las Cosas.

Mas detengamos aquí esta meditación. Baste ella para indicar un “Síntoma” en

determinada Disciplina. Vayamos ahora a otros campos y a otras Disciplinas y tratemos, al

igual que aquí, de señalar ciertas manifestaciones sintomáticas de crisis semejantes o,

incluso, fraternales a la señalada dentro de la Física.

II. El Problema en la Biología: Mecanicismo y Teleologismo

El Objeto fundamental de la Ciencia biológica es el estudio de la Vida y de los

procesos vitales en cuanto Fenómenos o Entes naturales. Justo por obra de la aparición de

algunos rasgos novedosos en la concepción del término de “Vida” –que es el término

específico de esta Ciencia cuyo Objeto general son los Fenómenos y Entes naturales–

encontramos que en ella (he aquí la Tesis fundamental que deseamos esbozar) el Principio

de Causalidad, en cuanto concepto Fundamental de esta Ciencia, atraviesa en la actualidad

por una “crisis”. La cuestión se plantea aquí –si es que se repara en los términos en que la

insinuamos– con una gran similitud a la detectada en el campo de la Física: si allá vimos que

el Principio de Causalidad, aplicado a los Fenómenos físicos, atravesaba por una época de

“crisis”, aquí en la Biología, como lo mostraremos, ha sido paralelamente el Principio de

Causalidad –aplicado a los Fenómenos vitales– el que ha experimentado una radical

transformación. A consecuencia de esto (será otro punto que sistemáticamente habremos de

mostrar) la Imagen de la Naturaleza, considerada como el Conjunto sistemático de los

Fenómenos biológicos, se ha visto sometida a una radical variación en sus contornos

específicos.

En efecto, el Concepto fundamental de “Vida”, de lo “Vital” –que es el Fundamento y

Objeto peculiar de la Biología en cuanto Ciencia natural– examinado a la luz de ciertas

experiencias y descubrimientos, ha mostrado que las notas que preontológicamente se le

asignaban tanto a él como, en general, a todos los entes caracterizados de “Vitales”, no

respondían exactamente a ciertas características y propiedades que se descubrían cuando

“lo Vital” –la Vida misma en la plenitud de sus manifestaciones– era contemplado a la luz de

la experimentación desprejuiciada. La polémica, en tal sentido, se produjo y desarrolló en

las Ciencias biológicas a partir de las tendencias contrapuestas del “Mecanicismo” biologista

y del llamado “Vitalismo”. Para esclarecer los rasgos primordiales de ella, y poder así

detectar en su plenitud la “crisis” del Objeto en esta Ciencia, nos proponemos esbozar

algunas referencias –que por la índole de esta conferencia han de ser muy generales y en lo

posible alejadas de todo tecnicismo– que nos permitan esclarecer y justificar posteriormente

el pensamiento central que sostenemos.

Según el “Mecanicismo” biologista –tendencia que ha contado entre sus defensores y

cultivadores a nombres tan esclarecidos como los de Descartes, Lamettrie, Fries, Spencer,

Du Bois-Reymond, Haeckel, Ostwald, etc.–, la Vida era, en la totalidad de sus múltiples

manifestaciones, un Fenómeno natural cuya estructura entitativa podía ser reducida a la

suma de los componentes y fuerzas que la integraban. O dicho en otra forma, tal vez más

explícita: la Vida y lo Vital eran Fenómenos naturales que, por medio de un proceso

analítico, podían ser descompuestos en los elementos reales que intervenían en su

composición. Por ser tales elementos de índole física o química, o físico-química, eo ipso

aquellos Fenómenos, que no eran otra cosa que el producto de su composición y síntesis,

podían someterse teóricamente, según el Mecanicismo, al imperio de las mismas Leyes

mecánicas y cuantitativas que servían para legislar en la Química y en la Física la aparición,

el curso y el desarrollo de todos los Fenómenos de la Naturaleza que caían bajo la órbita de

ellas y de su quehacer científico.

Cierto es que los Fenómenos naturales, en su totalidad, presentan la peculiaridad de

dividirse en Orgánicos e Inorgánicos, mas esta división –si bien algunas veces era tenida en

cuenta por la Teoría mecanicista– era reducida sin embargo por ella a ser una mera

diferencia de grado y no de cualidad. Para el Mecanicismo biologista, la Vida –es decir, eso

que anima a los seres de estructura Orgánica– descompuesta en sus elementos integrantes,

tal como hemos insinuado, podía ser perfecta y solublemente reducida a ser el coefecto

coincidente de fuerzas físicas y químicas. Lo más característico de un Organismo frente a un

ser Inorgánico no residía, para el Mecanicismo, en la posesión por aquel Organismo de un

enigmático poder animador o de cualquier tipo de fuerza trascendente –extraquímica o

extrafísica– sino más bien en la específica unión y configuración según la cual se trenzaban

entre sí las partes y elementos componentes de las moléculas orgánicas: vale decir, en la

Forma o Unidad –tanto exterior como interior– del “Todo” que constituían al sintetizarse, y

de cuya peculiar estructura eran inmediatamente dependientes las funciones “orgánicas”

que especialmente caracterizaban el comportamiento de los Organismos. Nada mejor para

ejemplificar esta concepción mecanicista dentro de la Biología que traer al recuerdo las

doctrinas energetistas de Wilhelm Ostwald, defensor sutil y encarnizado de una suerte de

monismo filosófico y científico dentro de la Biología. Según él –como Uds. recordarán– el

ciclo vital podía explicarse, sin hiatos ni fisuras de ninguna especie, recurriendo a la

hipótesis de una incesante transformación y de un eterno comercio de Energías, reductibles

en último extremo a una Energía única y plurivalente que era la Materia en cuanto tal. En

idéntico sentido pueden ser recordadas las doctrinas que han tratado de identificar a la

Materia vital con un Coloide y cuyas consecuencias son el explicar el origen, el desarrollo y

las propiedades de aquella Materia según las mismas leyes y esquemas que se aplican para

simbolizar el régimen especial a que se encuentran sometidas estas substancias coloidales.

En ambos casos –si bien la explicación de los procesos vitales es harto diferente– ambas

direcciones coinciden en el propósito de identificar a la Vida, y a los procesos y fenómenos

vitales, con un tipo de elementos de estructura ontológica real, vale decir, con Entes

naturales espacialiformes y temporiformes (vgr. La Energía o el Coloide), y, en base de tal

identificación, tienden estas doctrinas a explicar las propiedades y el comportamiento de la

Vida según los mismos esquemas, hipótesis y leyes que, en la región general de la

Naturaleza, han servido para interpretar y legislar mecánica y cuantitativamente el universo

de los fenómenos propios del ámbito físico o químico.

Resumiendo, pues, se comprende ahora en base de este general esbozo que hemos

hecho de la tesis del “Mecanicismo” biologista, que dos cuestiones primordiales se destacan

en él: 1o) La identificación de la Vida –de lo Vital– con lo Físico-químico (entendido esto en

su más amplia generalidad); y 2o) El intento de explicar todos los fenómenos vitales

–gracias a la identificación precedente– según las mismas leyes mecánicas y cuantitativas

propias de aquellas Ciencias.

Como corolario de estas dos cuestiones se comprende perfectamente ahora cuál

podría ser la concepción de la Biología –en cuanto Ciencia de la Vida– sostenida por los

Mecanicistas. Para ellos, ciertamente, la Biología era la Ciencia de la Vida, mas siendo la

Vida un fenómeno y objeto de índole o estructura físico-química, la Biología no era más que

una Física, o una Físico-Química, de los fenómenos vitales. Así como la Sociología –en aquel

tiempo dominado por la sombra de Comte que era justamente cuando se desarrollaba la

polémica– se veía reducida a ser Física-Social, la Biología, por su parte, era considerada

como una Física de la Vida. La Vida y sus fenómenos debían ser explicados según el

esquema de la Física, de acuerdo a sus Leyes y a sus propios supuestos de Ciencia natural.

Entre estos últimos –no hay que olvidar la época– la Causalidad Mecánica, como piedra

angular de la Física de Newton, tenía un puesto preeminente y por ende una función

fundamental en todo intento de explicación de los Fenómenos de la Naturaleza.

Más justo este supuesto de la Causalidad mecánica –así como en la región de la

Física teórica sufría los embates que el descubrimiento de la teoría cuántica aportaba– vino a

ser blanco, en el campo de las Ciencias biológicas, del ataque sorprendente y profundo que

se le lanzaba desde las llamadas teorías “Vitalistas”.

Los primeros conatos de ataque al Principio de la Causalidad mecánica dentro de la

Biología pueden ser rigurosamente fijados en los experimentos realizados por Pflüger y Roux

�autor este último de la célebre obra “Mecánica del Desarrollo” (Die Entwicklungs-Mechanik)–

sobre el desarrollo y evolución de los huevos de rana. Pflüger había llegado a la conclusión de

que era la fuerza de la Gravedad la que, ejerciendo mecánicamente su influencia causal

sobre cierto punto del huevo, determinaba que ese lugar se convirtiera en el futuro, al

desarrollarse el huevo, en la médula. Esta determinación, según Pflüger, obedecía

ciegamente a la acción gravitatoria y estaba exenta de la menor relación con la clase o

calidad de materia que se encontrase en esta parte del huevo. Mediante un orden adecuado

de experimentos, Wilhelm Roux consiguió eliminar la acción de la Gravedad sobre los huevos

y –¡cosa sorprendente!– no por ello cambió la evolución normal de ellos, llegando por tanto

a la conclusión de que no era necesaria la acción ordenadora y orientadora de la fuerza de

gravitación para determinar causal y mecánicamente el sitio preciso de la médula de los

futuros organismos. “Por este camino se llegó a la importante conclusión de que todos los

factores que determinan la modalidad típica de la conformación se contienen ya en el huevo

fecundado, razón por la cual debe concebirse el desarrollo como un proceso de

“Autodiferenciación”. Los seres vivos en desarrollo son –he aquí lo que textualmente dice

Roux– “complejos, cerrados dentro de sí mismos, de efectos que determinan y producen la

conformación”4.

Mas Roux –como buen Mecanicista que era– no extrajo de sus conclusiones ninguna

afirmación heterodoxa. En verdad, la obra de Roux siguió siendo fiel, en sus tesis

primordiales, a la concepción citada, mas justamente de sus experimentaciones y del sesgo

harto sospechoso que en ellas era posible descubrir, la mirada atenta de su genial discípulo

Hans Driesch empezó a intuir –al principio obscuramente, pero más tarde con claridad

creciente– “la autonomía de lo orgánico” frente al puro mecanismo de los procesos físicos y

químicos. Con ello empezaba Driesch a vislumbrar ya, por cierto que a muy temprana edad,

los postulados que más tarde se encontrarán en la doctrina “Vitalista” por él desarrollada.

Driesch nos ha narrado en su célebre obra “Philosophie des Organischen” (Filosofía de

lo Orgánico) sus famosos y divulgados experimentos sobre los huevos del erizo de mar. El

afán que lo guía primordialmente a realizar tales experimentos es el tratar de averiguar si

cierta y realmente –como afirmaba la tesis fundamental del Mecanicismo biologista– los

4 Roux: “Die Entwiehlungs-Mechanik”. Cit. E. Cassirer: “El Problema del Conocimiento” Ed. Fondo de Cultura Económica.

procesos causales (la relación mecánica de Causa a Efecto) se cumplían en la esfera de lo

biológico con tan irrestricta inexorabilidad como acontecía en el campo de los fenómenos

físicos y químicos.

Para extraer sus conclusiones, Driesch toma como punto de partida una serie de

experiencias realizadas por él mismo sobre los huevos del erizo de mar. Tales experimentos

lo llevan a comprobar que de huevos a los cuales se habían inferido daños bastante graves

podían sin embargo nacer organismos absolutamente normales y sin señales de la lesión

sufrida por el embrión. Así, por ejemplo, Driesch nos narra en uno de sus más

impresionantes experimentos cómo habiendo partido en dos mitades un embrión de erizo de

mar, observó, sin embargo, que de cada mitad nacía un organismo absolutamente normal.

Colocando el embrión entre dos cristales –nos narra en otro experimento– y

presionando fuertemente éstos, hacía Driesch que las células se desplazaran por completo.

A pesar de estas alteraciones de la situación –completamente anormales y que según el

postulado mecanicista debían causar profundas transformaciones en el futuro organismo–

éste, sin embargo, continuaba su desarrollo con “saludable” normalidad. La alteración física

de la situación celular, cuya modificación debía producir una consecuente anormalidad si era

que se cumplía el nexo de las causas y los efectos, no traducía sin embargo en los

experimentos de Driesch ningún trastorno o desorden dentro del sistema. El embrión, con

las células trocadas, seguía siendo un Todo autónomo cuyo desarrollo orgánico proseguía al

parecer sujeto a una instancia superior que revelaba a la atenta y curiosa pupila de Hans

Driesch un casi misterioso plan trascendente a la mera causalidad mecánica de los factores

físicos.

En efecto, la conclusión de Driesch no se hizo esperar. Su conclusión –escandalosa

para la ortodoxia del Mecanicismo– fue que la “Fuerza” determinante de la forma que aquí

entraba en acción y que, según demostraban sus experimentos, no se veía detenida en su

desarrollo por obra de divisiones, segregaciones o trastrueques en el espacio, tenía que ser

“algo carente de naturaleza espacial y a lo que no podía atribuirse un lugar determinado ‘en’

el espacio”5. Pero es más: si esto era así, si la Fuerza que obraba y ejercía esa misteriosa

conducción del desarrollo orgánico no estaba en el Espacio, ni era por lo tanto un ser real en

sentido estricto, se hacía difícil pensar que ella fuera un factor sometido o sometible al

mismo esquema de Causalidad mecánica que parecía orientar y conducir el comportamiento

de los entes físicos.

5 Cfr. Ernst. Cassirer: El Problema del Conocimiento. (De la Muerte de Hegel a nuestros días.) México: “Fondo de Cultura Económica”, pág. 279.

Driesch vacila en calificar y denominar a esta misteriosa “Fuerza”. Al comienzo tiende

a llamarla simplemente “Alma”; luego, para evitar naturales confusiones, la denomina

“Psicoide”; hasta que, al fin, remontándose a Aristóteles –que por oposición a Descartes es

el más remoto representante de la doctrina vitalista– acuña para este perturbador factor de

la Causalidad mecánica el sugestivo y técnico nombre de “Entelequia”, en lo cual ya empieza

a sospecharse �incluso por lo que filológicamente evoca tal palabra– la dirección Teleologista

con la cual Driesch revestirá el comportamiento de tan extraño agente.

¿Pero qué es –preguntémonos decididamente– lo que Driesch sacaba en claro de sus

experimentos y cuáles consecuencias reportaba ello para el “Mecanicismo” hasta entonces

imperante en la Biología?

A dos cuestiones, entre las muchas que extrajo su original pensamiento de los

resultados de sus experimentos, son a las que al parecer Driesch otorga una importancia

especial y muy significativa. La primera de ellas es a la existencia de un factor cualitativo en

lo Biológico, el cual –por su índole misma– es in-identificable con los elementos meramente

físicos y químicos. Y la segunda cuestión –también referente a este factor– es que, de nuevo

por su índole, él es ingobernable por medio de Leyes mecánico-causales.

En efecto, estas dos cuestiones –básicas entre las premisas teoréticas del

“Vitalismo”– parecen estar bastante claras y definidas en el pensamiento de H. Driesch. Para

él la “Entelequia” es un “Agente” o una “Fuerza” que dirige y orienta las funciones totales del

Organismo hacia las supremas exigencias de la Vida. Su naturaleza entitativa u óntica (si así

quiere llamársele) es completamente distinta a la de las fuerza fisíco-químicas y, en forma

alguna, equiparable a la de ellas ni por su rango ni por su funcionamiento. Todos los factores

físicos o químicos son, simplemente, medios o instrumentos de que se vale la Entelequia

para servir a los fines de la Vida. La Entelequia, como “Fuerza activa”, informa a aquellos

elementos de sentido vital, les confiere su significado orgánico orientando y distribuyendo

sus funciones dentro del Organismo, y, en síntesis, le asigna a cada uno su papel de acuerdo

a las exigencias postuladas por la Vida. En cuanto “Principio” ordenador se diferencia

tácitamente por su rango de aquello que ella simplemente orienta, ordena y distribuye, y

justo puede cumplir estas funciones supremamente inteligentes por no ser un elemento

químico ni físico, sino por ser un “plus” cualitativamente diverso que, trascendiendo la órbita

o región entitativa de aquellos, posee en consecuencia una estructura óntica radicalmente

distinta a la de ellos. En efecto, el pensamiento de Hans Driesch reviste la estructura

entitativa de este agente con cualidades privativas: la Entelequia, para él, es un ente

inextenso, inespacial, inmaterial; en una palabra: un ser o ente de índole irreal: no real,

como lo son, ónticamente considerados, los elementos físicos y químicos. Por todas estas

propiedades características, la Entelequia no es un ser apreciable por los sentidos, sino que

solamente por vía inteligible –por medio del pensamiento puro– podemos llegar a

cerciorarnos de su existencia.

A pesar de todo –advierte, sin embargo, Driesch– tales cualidades que desensibilizan

la representación de la “Entelequia” y la convierten en un Ente de cualidades puramente

inteligibles o abstractas, no deben llevar a la conclusión de que se trata de una mera

fantasmagoría mística. Al contrario, la “Entelequia” –que en cierta forma es la Vida misma–

es un fenómeno o ente esencial y fundamentalmente positivo cuya existencia se revela

indubitable a través de la reiterada comprobación de su presencia en los experimentos. De

los experimentos, según Driesch, se ha de deducir innegablemente su presencia, puesto que

ella se revela en la misma actividad dirigida de lo Orgánico.

Sólo –advierte finalmente Driesch– que tal presencia y actividad no puede ser

explicada mecánicamente, ni puede así mismo ser reducida exclusivamente a las meras

regulaciones causales que legislan el curso de los fenómenos y entes meramente físicos de

estructura entitativa espacial y temporal, vale decir, de los entes Reales en sentido estricto.

Al contrario, de acuerdo a su propia naturaleza –recordemos que la “Entelequia” es un ente

substraído de la Realidad– ella se rige y dirige por un cierto principio Teleológico que se

oculta en la Vida misma y constituye su máximo designio. Justamente tal característica

–como hemos dicho anteriormente– es la que separa con mayor radicalismo a la

“Entelequia” de cualquier ente físico o químico. Si éstos, en tanto que entes reales, se

encuentran sometidos al ineluctable curso de la Causalidad mecánica, la Entelequia, al

contrario, es una “Fuerza” liberada de ella, trascendente, y cuyo Designio, como tal, puede

oponerse incluso al ciego determinismo causal de la Naturaleza física. En efecto, viendo y

observando el curso de los fenómenos vitales, los extraños sucesos que ocurren en los

procesos de regeneración y reparación de ciertos órganos, y el casi milagroso transformarse

de la ontogénesis, ha de pensarse –según Driesch– en que la Entelequia, en cuanto Fuerza

activa inteligente al servicio de la vida, llega incluso a transformar la rígida e inexorable

cadena de la Causalidad mecánica en un proceso al parecer guiado por un teleologismo en

cuyo fin supremo se adivina la presencia misteriosa de la Vida.

Más, justamente, a tal punto deseábamos llegar para hacer comprensible la “crisis” a

la cual se ha visto sometida la Ciencia biológica al producirse esta situación ideológica dentro

de sus dominios. Tal vez –abusando de la paciencia de nuestro auditorio– nos hayamos

extendido demasiado en el bosquejo de la situación, más ella nos permitirá ahora

comprender quizás mejor las cosas.

En efecto, la consecuencia más directa de la situación planteada es que, como ahora

se entrevé, la Biología, en cuanto Ciencia, no podía seguir siendo aquella “Física de la Vida”,

que concebían los Mecanicistas imbuidos de Positivismo, como paradigma de la Ciencia. La

Vida �lo Vital– se revelaba ahora como una región o dimensión ontológica de características

independientes frente a la región entitativa de lo meramente inorgánico e incluso de lo

orgánico. Si bien era cierto, y esto lo admitía Driesch, que los fenómenos vitales se

enraizaban y nutrían –por decirlo así– de elementos físicos y químicos, era cuestión

primordial el mantener bien en claro la distinción hecha por él: a pesar de que la Vida

pudiera estar en contacto, o incluso basarse, en la infraestructura de los elementos físicos y

químicos, era no obstante imposible que se redujera a ellos. Así como la Psicología se

basaba sobre la Fisiología sin confundirse con ella, así como la Física se basaba en la

Matemática sin por ello confundirse ni reducirse a ser una disciplina de entes puramente

ideales, la Vida se basaba sobre lo físico y lo químico sin confundirse ni disolverse en ello. La

Vida, lo Vital, es para Hans Driesch un “plus”, una superestructura que planea

independientemente sobre lo meramente físico y químico y que trasciende el ámbito de su

dominio entitativo. La Biología, en cuanto Ciencia, debía tomar como Objeto característico

de su quehacer ese “plus” trascendente y distinto.

No está destinada esta conferencia –permítaseme hacer esta observación– a

examinar el contenido de verdad objetiva que pueda haber tanto en una como en otra

concepción de la Ciencia biológica. Queremos reducirnos simplemente a detectar el

fenómeno histórico que las tendencias ideológicas del “Mecanicismo” y del “Vitalismo”

representan dentro de la Ciencia biológica. Hemos querido, así mismo, remarcar las

consecuencias problemáticas que se han derivado desde la pugna de aquellas dos

tendencias para la situación contemporánea de esta Ciencia. Si bien es cierto que las

iniciales afirmaciones vitalistas son contempladas hoy, por los especialistas de la Biología,

con un poco de escepticismo empírico, no es menos cierto también que ellas han contribuido

extraordinariamente a provocar la “Crisis de Fundamentos” por la que hoy atraviesa la

Ciencia biológica. Es más: tal “Crisis” puede incluso reducirse –si dejamos los prejuicios

escépticos a un lado– a las fundamentales cuestiones que se movían en el fondo del

pensamiento de aquel genial Hans Driesch.

Pues, en efecto, la Biología contemporánea tiene que responderse definitivamente –ya

que su porvenir de Ciencia depende íntegramente de esta Pregunta– cuál es su verdadero

Objeto. Suponiendo que este Objeto sea la Vida (y esta suposición, como Uds. notan, parece

una perogrullada), tiene que preguntarse la Biología si esta Vida –ese torrente de acaeceres

ontológicos que conforman la faz del fenómeno de la existencialidad– es o no es reducible a

otro tipo de Entes de características ontológicas diversas. Tiene, pues, que preguntarse

decididamente si el comportamiento de lo propiamente Vital es susceptible de ser explicado

con los mismos esquemas, hipótesis y leyes que regulan el acaecer de los Entes no-vitales.

Aquí –como Uds. ahora comprenden– no se trata tan sólo de saber si un Principio

como el de la Causalidad mecánica se encuentra o no en situación cuestionable. El Problema

es quizás más grave todavía. La Pregunta que hemos hecho se refiere a la posibilidad misma

de la aplicación de un “Principio” semejante –sea el de la Causalidad mecánica u otro

cualquiera que la Ciencia Física o Matemática pueda entregarnos en el futuro– al dominio

científico que corresponde a la región de la Vida.

Mas, dejemos de nuevo reposar en tan grave estado problemático el curso de nuestra

meditación. Nos aguarda finalmente otro campo donde la “crisis” se plantea quizás con

mayor profundidad y con un dramatismo que nos toca más de cerca en cuanto hombres. Me

refiero a la Historia.

III. La Crisis en la Historia: la Acción como Naturaleza o como Espíritu

La Historia no es una Ciencia de naturaleza y rango similar a cualquiera otra Ciencia.

Su Saber, antes que versar sobre Objetos extraños en alguna forma al Hombre –vgr. los

Fenómenos de la Naturaleza– es un Saber que, brotando del Hombre, versa sobre el Hombre

mismo. La Historia es la Ciencia de las acciones humanas, en tanto que esas acciones

convertidas en gestas o hazañas, han aportado un sentido modificador a la Existencia

humana.

Pero he aquí que toda hazaña humana es producto de una Voluntad. La Causa de la

Historia –sea cual fuere su sentido– es la Voluntad del Hombre.

Esta verdad –que la Voluntad humana gestora de la Acción es la Causa de la

Historia– nos lleva, sin más, al nudo del Problema de la Causalidad histórica, que

desearíamos plantear aquí por oposición al Problema de la Causalidad en las Ciencias

Naturales, para completar así el diseño de esta conferencia.

La “Crisis” del Principio de Causalidad en las Ciencias Naturales –según lo hemos

esbozado al referirnos al campo, de la Física y de la Biología– se resume primordialmente en

el problema que plantea el saber si la Causalidad propia de la Naturaleza conduce hacia el

“Determinismo” o hacia el “Indeterminismo”; si ella posee un estilo de suceder Mecanicista,

o si, al contrario, ella está regida por un Teleologismo. Aquí, en cambio, el Problema se

plantea con una radicalidad mayor, con una hondura más fundamental. Pues, en síntesis, lo

que se desea aquí saber es si la Causa de la Historia –la Voluntad humana– es asimilable o

identificable con una Causa Natural o, si por el contrario, es una “Causa” sui géneris que

rechaza o excluye cualquier semejanza con aquella.

Así vistas las cosas –cuando el Problema fundamental apunta a dilucidar como

cuestión previa la posibilidad de identificar a la Voluntad humana, en cuanto “Causa” de la

Historia, con una Causa propia de la Naturaleza– todos los intentos que, sin resolver un tal

Problema, le asignan a aquella ya un sentido “determinista”, ya bien un “probabilismo”, ora

mecanicista ora teleologista, tienen que aparecer –a los ojos que revisen críticamente sus

afirmaciones– como intentos teoréticos fallidos que no han comprendido el Problema

fundamental en esta Ciencia y que, sin resolver a éste, se han lanzado aventuradamente sin

conciencia a dar una solución que peca por principio de arriesgada.

Pues –repetimos– el Problema máximo de la Ciencia histórica, aquel del cual depende

su destino de Ciencia, en tanto que desee empezar a ser una Ciencia rigurosa con estilo de

tal, es el anunciado anteriormente en los siguientes términos: ¿Puede la Voluntad humana

–que es Causa de la Historia– identificarse, sin más, con una Causa Natural, y por ende

admitir la Causalidad propia y característica de estos Fenómenos y Entes?

La “Crisis” de la Historia en nuestro tiempo (si es que la mirada penetra hasta sus

fundamentos preontológicos y no se detiene meramente en lo superficial de las polémicas)

viene dada por la resurrección de este viejo Problema que había quedado irresoluto, o bien

acallado programáticamente, en los intentos del “Positivismo” histórico. Mas la “Crisis” no

sólo se plantea en relación al intento “Positivista” de la Historia, sino incluso en relación a

todas aquellas direcciones que antes de nuestra época, o en la nuestra propia (como es el

caso del “Materialismo” de inspiración marxista), conciben a la Historia como una “Ciencia

Natural” o como una Ciencia explicable por medio de Causas naturales y de acuerdo al

modelo de las Leyes naturales.

Lo que aquí se agita –si se ven al fondo las cuestiones y la mirada no se detiene de

nuevo en lo superficial de las disputas– es la “crisis” de un Supuesto preontológico que,

descubierto en las consecuencias que involucra, se ve atacado y vulnerado por los impactos

lanzados desde posiciones antagónicas.

En efecto, partiendo del “supuesto” de que la Historia era identificable con la

Naturaleza, el “Positivismo” –y con él todas las direcciones “naturalistas” de la Historia– no

tenían reparo alguno en afirmar que la Historia era una Ciencia Natural y que, por tanto, en

ella regían los mismos Principios explicativos y legales que integraban el fundamento

doctrinario de aquellas otras Ciencias. Mas repárese en que semejante intento parte de una

base que se da por “supuesta” y que se postula además como algo “de suyo comprensible”,

a saber: que es posible identificar, sin hiatos ni fisuras, a la Historia con la Naturaleza.

Ahora bien –se pregunta– ¿es justo dar certificado de “Verdad” a este “Presupuesto”?

¿Es posible que la Voluntad humana –gestora de la Historia– se identifique con las Causas

de la Naturaleza? ¿Es asimilable el perfil entitativo de una Acción humana al de un

Fenómeno “natural” cualquiera?

He aquí –condensadas en esta serie de Preguntas– la expresión de la “Crisis” por la

que atraviesa la Historia en nuestros días. Semejantes Preguntas no tendrían sentido si se

formulasen dentro de un plan “positivista” o “naturalista” de la Historia. Justo el que hoy

puedan formularse –y se revistan de profunda dramaticidad– nos está diciendo que la

Ciencia histórica, dentro de nuestro tiempo, atraviesa por una “crisis” de sus Fundamentos.

El “Positivismo” en verdad, no llegó a tanto como a querer despojar al Hombre de su

condición de gestor de la Historia. Mas, a lo que sí llegó, fue a reducir a extremos casi

increíbles el valor de aquella gesta. Supuesto preontológico del Positivismo era –como

hemos dicho– el identificar a la Acción humana con la Acción natural, y, por ende, el

considerar toda manifestación de la Voluntad en un plano igual al de la manifestación de

cualquier fenómeno físico. La Sociología –Ciencia que debía reabsorber a la Historia para que

ésta llegara a encontrar definitiva formulación “científica”– era (como Uds. recordarán)

“Física Social”. La Historia –y las Acciones humanas como Fenómenos de ella– venían a ser

también el objeto de aquella Ciencia omnisciente que encarnaba la “Física Social”. Esta, en

cuanto Física, se veía reducida a ser una Ciencia de estilo cuantitativo y sus Leyes debían

imitar, por ende, el estilo de las Leyes de la Naturaleza. La Historia, y “lo histórico” se veían

reducidos, de tal manera, a ser “Ciencia” y “Fenómenos” naturales.

Justo un “Pre-Supuesto” semejante es el que ha caído en crisis a la altura de nuestro

propio tiempo. La Historia –la Ciencia de la Historia– no es ya concebida como una Ciencia

de la Naturaleza. Su Objeto más característico –el Quehacer humano objetivado– se ha

revelado en nuestro tiempo como un Ente que, por su índole esencial, es radicalmente

distinto y diferente a todo posible Fenómeno o Ente de la Naturaleza. Al Quehacer humano

lo distingue y manifiesta, en efecto, un “Sentido” peculiar, y justo este “Sentido” –que es

precisamente el que revela la presencia del Espíritu humano objetivado en la Acción–

trasciende la órbita de todo “naturalismo” e inserta al Objeto peculiar de la Historia en el

campo del Espíritu –para decirlo por vez primera con expresión de Dilthey– o bien, en la

Región de la Cultura –para expresarlo con terminología de Rickert.

El pensamiento científico de la Historia, concebida “naturalistamente” o

“positivistamente”, lo que ocultaba –a la altura de nuestro tiempo lo vemos ahora así– era

una grave y grosera confusión: la Suposición de que el Hombre era una “cosa” más del

Mundo natural. Si el Hombre era una “Cosa” más entre las Cosas del Mundo, se explica por

qué razón su Voluntad –que es la que crea la Historia– puede verse tratada como un

Fenómeno natural sometido a los mismos procesos, y reducible a las mismas Leyes, que

gobiernan los acaeceres de la Naturaleza.

Queda así bosquejado –en grandes rasgos– lo que fue el Programa predilecto de la

historiografía positivista. Con la Sociología como Ciencia paradigmática y con la mira en

hacer de ésta una Ciencia explicable sólo a base de “Causas naturales”. Hipólito Taine

(prototipo del historiador positivista) creía poder reducir toda la Historia a tres factores

sociológicos: raza, medio y momento, por cuya confluencia –como por arte de magia– se

explicaban todas las creaciones históricas y la eclosión de las voluntades gestoras de

aquéllas.

Pero esta serie de Supuestos –todos enraizados en aquella identificación fundamental

que hemos puesto de relieve– han venido a “Crisis” a la altura de nuestra época.

El Hombre –gestor de la Historia– no es considerado hoy una cosa entre las cosas, ni

incluso su ser más propio se concibe como un ser plena y exclusivamente “natural”. Al

Hombre se le asigna hoy –no sin pruebas de ello ni por meras razones metafísicas o

teológicas– un Puesto peculiar y preeminente dentro del Cosmos. Su puesto preeminente le

viene dado –recordemos en este punto a Max Scheler– por su capacidad innata de descubrir

Valores, por su capacidad de elegir entre instancias valiosas, y, en síntesis, por la

inexpugnable existencia de la Libertad que tal “dato” revela.

Y he aquí que las cosas sé complican. Si el Hombre posee esta preeminente Libertad,

y su Voluntad –que es la gestora de la Historia– se desenvuelve y desarrolla en esa libre

escogencia de posibilidades... si esto es así: ¿Cómo identificar esa libre Voluntad, que es la

gestora de lo histórico y brota del Hombre como Sujeto libre, con una Causalidad aplicable

tan sólo a una “Naturaleza” concebida preontológicamente como un conjunto de Fenómenos

sometidos a un acaecer inexorable? La nota de Libertad rechaza, por esencia, la

inexorabilidad.

He aquí, puesto en Problema, la “crisis” de la Historia en nuestros días. Surge ella

–como ahora se ve claramente– de la destrucción de aquella premisa identificativa que

hemos mencionado anteriormente. La Historia, en nuestro tiempo, ha sido desglosada de la

Naturaleza. No hay (entiéndase bien esto) posibilidad de explicar la Historia con imagen

alguna que evoque a la Naturaleza, puesto que la Libertad –como característica esencial del

Ente humano– rechaza al parecer todo vínculo con la inexorabilidad que postula la

concepción preontológica de la Naturaleza. Al trascender el Hombre –que es el creador de la

Libertad– el horizonte ontológico donde moran los Entes y Fenómenos puramente

“naturales”, la posibilidad de identificar a la Naturaleza y a la Historia se ve hecha pedazos.

El Hombre, como hemos dicho, ha alcanzado en la concepción de nuestra época un puesto

preeminente dentro del Cosmos –al ser el único Ente que se concibe como capaz de

trascender al ámbito de la vida animal, orgánica o inorgánica– y, al ser así, como objeto de

una Ciencia impone que ésta se revista de supuestos preontológicos diversos a las de

aquellas que tienen por Objetos a entes de otra índole.

Ahora bien, nos explicamos mediante esta reflexión que, si a la Historia se la concibe

como el horizonte más característico del ser propio del Hombre, un horizonte o dimensión

donde preontológicamente ha de concederse una máxima importancia al “dato” de la

Libertad de elección frente al nudo Causalismo inexorable que regía la construcción objetiva

de las Ciencias Naturales, entonces cualquier intento que trate de explicar por medio de

leyes y fórmulas inexorables a la Acción humana –cuya raíz preontológica es la Libertad– ha

de verse como un intento fallido y absurdo por principio.

La Libertad –permítaseme insistir en esto por última vez para tratar de esclarecerlo

más a fondo– que es el signo inequívoco que preontológicamente define el Quehacer

humano, trasciende la órbita causal de los fenómenos “naturales” sean estos físicos o

psicofísicos. Lo único que orienta y dirige la Libertad es la Voluntad humana, y ésta, a su

vez, se mueve dentro de un horizonte de elecciones y decisiones cuya realización depende

de fuerzas inidentificables con las fuerzas físicas o psicofísicas. El motor ontogenético de la

libre elección es el Espíritu. O, como lo recalca Max Scheler, el más genial defensor de esta

tesis en nuestra época: “La propiedad fundamental de un ser ‘espiritual’ es su

independencia, libertad o autonomía esencial –o la del centro de su existencia– frente a los

lazos y la presión de lo orgánico, de la ‘vida’, de todo lo que pertenece a la ‘Vida’ y por ende

también de la inteligencia impulsiva propia de ésta. Semejante ser ‘espiritual’ que no está

vinculado a sus impulsos, ni al mundo circundante, sino que es ‘libre frente al mundo

circundante’ está abierto al mundo”6. La Acción humana –gestora y causa de la Historia7– es,

pues, por antonomasia, Acción de Libertad: elección y decisión autárquica de un espíritu que

no reconoce ni obedece a los dictados de la ciega inexorabilidad característica de los

Fenómenos de la Naturaleza. La Acción es libre y, por tal, no reconoce “Leyes” ni

“Regulaciones” cuyo estilo sea el de las Leyes y Regulaciones de la Naturaleza causal.

6 Max Scheler: “El Puesto del Hombre en el Cosmos” Cap. II. 7 Quisiéramos hacer una advertencia con respecto a Scheler. El que citemos a este insigne autor en el contexto de la meditación no implica que él comulgue plenamente de todo cuanto encierra el esquema que presentamos. Sería imperdonable olvidar que Scheler, en su obra “Sociología del Saber”, no le asigna al espíritu una función dinámica �gestora– en la Historia. Esto, sin embargo, no es una contradicción con lo anterior. Scheler, en verdad, le asigna al Espíritu la función de ser el “centro de determinación” (el motor de la Libertad histórica), pero no el de ser un centro de “realización histórica”. “El espíritu –dice Scheler en la obra citada– en sentido subjetivo y objetivo, como espíritu, además, individual y colectivo, determina pura y exclusivamente la esencia de los contenidos de la cultura, los cuales pueden, en cuanto así determinados, llegar a ser. Pero el espíritu como tal no tiene originariamente en sí o por su naturaleza el menor rudimento de “fuerza” o de “eficiencia causal” para dar la existencia a aquellos sus contenidos. El espíritu es un “factor de determinación”, pero no un “factor de realización” del posible curso de la cultura”. Y, más adelante, añade Scheler: “Cuanto más ‘puro’ el espíritu, tanto más impotente en el sentido de una acción dinámica sobre la sociedad y sobre la historia.” Cfr. “Sociología del Saber”, Cap. 1. De aquí que Scheler divida la Sociología en “Sociología cultural” (propia de la esfera del Espíritu) y Sociología real (propia de la esfera de los impulsos, factores materiales, etc.). El lector sabrá excusar que omitamos los detalles teóricos que el desarrollo de tan importantes cuestiones plantearían a las afirmaciones de esta conferencia. Nuestras intenciones en ella se limitan a esbozar los grandes problemas y a esquematizarlos en la forma más ostensible para que se realice el contraste de las concepciones históricas comentadas. En una labor semejante siempre quedan, sin poder ser desarrollados, estos puntos y matices que son el “martirio” de la conciencia del conferenciante, quien sabiendo cuánta importancia revisten, no desearía omitirlos. Sólo a fuerza de ser benévolo con la paciencia de su auditorio se resigna a acallarlos y a consignarlos al margen de sus escritos para evitar fundadas reclamaciones.

Semejante cuestión es la que repercute modernamente cuando se plantea el

Problema de la Historia en cuanto Ciencia. ¿Cómo es –se pregunta– que un ámbito de

Objetos cuya raíz ontológica es la Libertad, cuyo comportamiento parece excluir toda

“Legalidad”, pueda llegar a revestir una constitución de Ciencia?

A nuestro juicio, el Problema –planteado en estos términos– es un Problema mal

planteado. Cierto es (y esto hay que afirmarlo sin reservas) que la Historia, al separarse de

la Naturaleza, no admite el imperio de las Leyes y Regulaciones “naturales”. Ahora bien,

semejante exclusión ¿determina el que la Historia no tenga “Ley” alguna?

Nos parece que extraer la conclusión del “anarquismo” histórico no es una

consecuencia lógica de las reflexiones que hemos hecho. Lo único que hasta ahora podría

afirmarse lógicamente en base de ellas es que la Historia no admite el imperio de las Leyes y

del Causalismo natural. Si alguna “Causa” hay en la Historia tal es la Voluntad humana. Y si

alguna “Ley” existe para legislar esta Voluntad ella es la Libertad.

¿Pero es o reconoce –preguntemos esto decididamente– la Libertad alguna “Ley”?

¿No son conceptos antitéticos los de “Ley” y “Libertad”?

Nuestra respuesta a esta Pregunta –no por comodidad sino por escrúpulo– no

quisiera pasar de un vago “Quizás”. Quizás “Sí”, quizás “No”.

No nos toca a nosotros, en esta conferencia, desarrollar y solucionar a fondo los

problemas que someramente hemos indicado. Nuestro intento se reduce a presentar el

estado actual de la Ciencia y a señalar sus “síntomas” de “crisis”. La “Crisis” entre “Libertad”

y “Ley” �los profundos problemas que ella implica– es justamente el horizonte que presenta

la Ciencia histórica en su formulación actual.

Ante tal estado de la cuestión la tarea de los historiadores en nuestros días no ha

vislumbrado aún su definitivo y verdadero signo. Tal vez la “Crisis” por la que la Ciencia

atraviesa se nos pueda revelar en toda su dramática fuerza cuando al revisar los intentos

más profundos y rigurosos de la Filosofía de la Historia contemporánea nos encontramos

ante el caso de Benedetto Croce, quien concibe que la Historia no es otra cosa sino “La

Hazaña de la Libertad”.

El Objeto de la Historia es, pues, la Libertad del Hombre para hacer y construir su

Mundo por medio de su hazaña voluntaria. Tal vez ahora –si comprendemos a fondo lo que

esto significa– llegaremos a entender, o a vislumbrar siquiera, cuál puede ser la meta de

una Ciencia semejante cuyo Objeto primigenio está preontológicamente concebido como

poseedor de Libertad. La Meta suprema de la Historia sería vislumbrar el orden realizado de

la Libertad. Quiere esto decir que su tarea debe centrarse en descubrir los nexos que

intervienen en el cumplimiento de la Libertad, los incentivos que la despiertan, los fines que

la guían. La Historia �concebida así– no admitiría ser una simple explicación, por medio de

leyes o fórmulas causales y mecánicas, de los actos del Hombre. Antes bien, ella debe ser la

comprensión revivida de aquellas máximas instancias axiológicas que, despertando y

guiando la actividad libre del espíritu, han hecho posible, y en cierto modo necesario, que su

Portador –el Hombre– haya creado algo nuevo y haya reafirmado por medio de su libre

Hacer el puesto peculiar y preeminente que posee dentro del Cosmos: es decir, se trata de

vislumbrar y comprender –no de explicar por razones antagónicas a la esencia misma de la

Libertad– el Orden que ha seguido históricamente esta Libertad al ser poseída y realizada

por el Hombre.

EPÍLOGO

Sentido de la “Crisis”

Así damos fin al programa temático anunciado al comienzo de esta conferencia. Sin

embargo, antes de terminar, quisiéramos hacer una observación que quizás sea necesaria

para que los propósitos que nos han guiado en este examen de la Ciencia contemporánea no

se vean obscurecidos por un significado que, desgraciadamente, es imposible evitar cuando

se emplea la palabra “Crisis”.

A menudo cuando se habla de “Crisis”, y más aún de “Crisis de Fundamentos”, se

piensa que aquel que así habla le adscribe a lo que se refiere un semblante de debilidad, de

enfermedad, o decadencia. Pues bien: nada más alejado de nuestros propósitos que desear

atribuirle a las Disciplinas que hemos revisado un estado de decadencia o debilidad. Al

contrario, justa conciencia nos asiste de lo que revela el fenómeno de “crisis” dentro de la

Ciencia. Antes que debilidad o decadencia, nada descubre mayor fortaleza en una Ciencia

que una “crisis” de sus Fundamentos. De las “crisis” –aunque suene un poco a paradoja– es

de donde arrancan y de donde se han originado siempre las grandes creaciones de la

Ciencia. Sólo en la capacidad de experimentar “crisis” –es decir, de revisar y renovar sus

Fundamentos preontológicos– es donde reside la posibilidad creadora de cada Disciplina y de

la Ciencia en general.

No son nuestras, en tal sentido, las palabras con las que deseamos poner fin a esta

conferencia. Son de Martín Heidegger y ellas son las que, habiéndonos inspirado el tema de

esta conferencia, definen mejor su orientación y sus propósitos. “El verdadero movimiento

de las Ciencias –dice Heidegger en “Sein und Zeit”– es el de la revisión de los Conceptos

fundamentales; revisión que puede ser más o menos radical, y, en sí misma, más o menos

diáfana”. Y agrega Heidegger: “El nivel de una Ciencia se determina por la capacidad con

que es susceptible de experimentar ella una Crisis de sus Conceptos fundamentales”8. Tales

palabras �como hemos dicho– nos han llevado a elaborar las afirmaciones de nuestra

conferencia. Con ellas respondemos a una Pregunta que habíamos dejado pendiente en el

comienzo. Quizás ahora podamos decir, no sin razón, que los “Síntomas de Crisis” en la

Ciencia contemporánea son síntomas reveladores de su extraordinaria altura y fortaleza.

ERNESTO MAYZ VALLENILLA

8 Martín Heidegger: “Sein und Zeit”. (Einleitung, No 3 ) Págs. 9 y 10. Ed. esp., págs. 12 y 13.