Sobre El Teatro de Marionetas

5
Nota Introductoria 1 __________ La nota introductoria se extiende refiriéndose tanto a Charles Baudelaire como a Rainer Maria Rilke, autores de La moral del juguete y Muñecas: sobre las muñecas de cera de Lotte Pritzel, ambos ensayos que rosan la poesía y que acompañan el texto de Heinrich von Kleist en una compilación titulada Sobre marionetas, juguetes y muñecas, publicada en 2014 por la editorial Centellas. 1 tencia, y para Hugo von Hofmannsthal se trataba de la obra filosófica más perspicaz que se había escrito desde Platón. Heinrich von Kleist (1777-1811), militar, prusiano, abandonó el ejército para dedicarse a la literatura. In- fluido por Kant, su obra se caracteriza por una bús- queda de la verdad dentro de los parámetros intelec- tuales de la Ilustración. Fue autor de numerosos relatos y obras de teatro, así como de diversos ensayos. En sus obras dramáti- cas proyectó las pasiones que le dominaban, y en esta intensa pasión, que a pesar de todo nunca destruye su lucidez, reside la fuerza de su teatro. Entre sus principales obras teatrales hay que men- cionar Robert Guiscard, El príncipe de Homburg y Pen- tesilea (que Nietzsche calificó de “drama dionisíaco”). “El terremoto de Chile”, “Los esponsales de Santo Do- mingo”, “La mendicante de Locardo”, “Santa Cecilia” y la novela Michael Kohlhaas se cuentan entre sus obras narrativas más importantes. El 21 de noviem- bre de 1811 se suicidó. Junto con Henriette Vogel, de un tiro de pistola, a las orillas del Wannesee, cerca de Postdam. “sobre el teatro de marionetas” es uno de los ensayos de diversa temática que escribió Kleist. En este sugerente texto, Kleist afirma que la gracia de las marionetas reside en el hecho de que no pien- san, es decir, que ningún obstáculo de racionalización o de autoconciencia se opone a su libre y gracioso movimiento. Las marionetas, dice Kleist, son como el hombre en su estado de inocencia antes de ser expul- sado del Edén, y concluye que la verdad no se puede encontrar a través de un proceso meramente racional. Este ensayo ha sido muy admirado por numerosos autores: omas Mann, por ejemplo, decía que en él Kleist se ocupa del problema fundamental de la exis-

description

traduccion de Abel Vidal (2014)

Transcript of Sobre El Teatro de Marionetas

  • Nota Introductoria1

    __________

    La nota introductoria se extiende refirindose tanto a Charles Baudelaire como a Rainer Maria Rilke, autores de La moral del juguete y Muecas: sobre las muecas de cera de Lotte Pritzel, ambos ensayos que rosan la poesa y que acompaan el texto de Heinrich von Kleist en una compilacin titulada Sobre marionetas, juguetes y muecas, publicada en 2014 por la editorial Centellas.

    1

    tencia, y para Hugo von Hofmannsthal se trataba de la obra filosfica ms perspicaz que se haba escrito desde Platn.

    Heinrich von Kleist (1777-1811), militar, prusiano, abandon el ejrcito para dedicarse a la literatura. In-fluido por Kant, su obra se caracteriza por una bs-queda de la verdad dentro de los parmetros intelec-tuales de la Ilustracin.

    Fue autor de numerosos relatos y obras de teatro, as como de diversos ensayos. En sus obras dramti-cas proyect las pasiones que le dominaban, y en esta intensa pasin, que a pesar de todo nunca destruye su lucidez, reside la fuerza de su teatro.

    Entre sus principales obras teatrales hay que men-cionar Robert Guiscard, El prncipe de Homburg y Pen-tesilea (que Nietzsche calific de drama dionisaco). El terremoto de Chile, Los esponsales de Santo Do-mingo, La mendicante de Locardo, Santa Cecilia y la novela Michael Kohlhaas se cuentan entre sus obras narrativas ms importantes. El 21 de noviem-bre de 1811 se suicid. Junto con Henriette Vogel, de un tiro de pistola, a las orillas del Wannesee, cerca de Postdam. sobre el teatro de marionetas es uno de los ensayos de diversa temtica que escribi Kleist.

    En este sugerente texto, Kleist afirma que la gracia de las marionetas reside en el hecho de que no pien-san, es decir, que ningn obstculo de racionalizacin o de autoconciencia se opone a su libre y gracioso movimiento. Las marionetas, dice Kleist, son como el hombre en su estado de inocencia antes de ser expul-sado del Edn, y concluye que la verdad no se puede encontrar a travs de un proceso meramente racional. Este ensayo ha sido muy admirado por numerosos autores: Thomas Mann, por ejemplo, deca que en l Kleist se ocupa del problema fundamental de la exis-

  • Sobre el teatro de marionetas.Heinrich von Kleist (Traduccin de Antonio de Zubiaurre)

    Aadi que ese movimiento era muy fcil, que siempre que el punto de gravedad se mova en lnea recta, los miembros describan ya lneas curvas, y que a menudo, y sacudido de manera puramente casual, el conjunto del mueco comenzaba una especie de mo-vimiento rtmico semejante a la danza.

    Esta observacin, as lo cre, arrojaba ya alguna luz sobre el placer que, segn l declarara, hallaba en el teatro de marionetas. Mas, en tanto, me encontraba todava muy lejos de suponer las consecuencias que el bailarn iba a sacar ms tarde de todo aquello.

    Preguntle si crea que el maquinista que acciona-ba los muecos debera ser tambin bailarn o, por lo menos, tener alguna idea de lo bello en la danza.

    Repuso que si un asunto era fcil en su aspecto me-cnico, no resultaba de ello que se pudiera practicar sin sensibilidad alguna.

    La lnea que el punto de gravedad tiene que descri-bir sera muy sencilla, a su entender, y recta en los ms de los casos. Cuando fuera curva, la ley de esa curva-tura parece sera, a lo menos, de primer grado, o, a lo ms, de segundo; y en este ltimo caso slo podra ser elptica, forma de movimiento enteramente natural a los extremos del cuerpo humano, por razn de las ar-ticulaciones, y cuya ejecucin no reclamara, pues, del maquinista ningn arte especial.

    Esa lnea, empero, constitua, desde otro aspecto, algo muy misterioso. Era nada menos que el camino del alma del bailarn, y l dudaba que la tal lnea pu-diera ser hallada de otro modo que trasladndose el propio maquinista al centro de gravedad de la mario-neta, o sea, con otras palabras, danzando.

    Yo respond que me haban hablado de ese oficio como de cosa bastante falta de espritu, algo como el dar vueltas a la manivela que hace sonar un organillo.

    De ninguna manera contest l; por el contrario, los movimientos de los dedos del maquinista se com-portan con un cierto artificio, en relacin al movi-

    Hallndome en 1801 en X., donde pas el invier-no, una noche me encontr en unos jardines pblicos con el seor C., quien desde haca poco estaba en la ciudad como primer bailarn de la pera, en la que gozaba del ms grande favor del pblico.

    Djele que me sorprenda haberle encontrado va-rias veces en el teatrillo de marionetas que en la plaza del mercado haban armado por entonces y que diver-ta a la plebe con pequeas piezas burlescas, entreve-radas de canto y danza.

    Me asegur que las pantomimas le placan mucho, y di a entender con suficiente claridad que un baila-rn que desee una buena formacin podra aprender de ellas bastantes cosas.

    Como aquella declaracin, por el modo en que la hizo, me pareci algo ms que una simple ocurrencia, decid sentarme un rato con l para indagar las razo-nes en las que pudiera apoyar tan curiosa afirmacin.

    l me pregunt si, en efecto, no haba encontra-do muy graciosos algunos movimientos de danza de aquellas marionetas, en especial las de menor tamao.

    No pude negar ese detalle. Un grupo de cuatro campesinos que bailaban en corro con un comps muy rpido, no lo hubiera pintado ms lindo el pro-pio Teniers.

    Pregunt acerca del mecanismo de las figuras y cmo era posible manejar sus miembros y sus dems partes segn exiga el ritmo de los movimientos o la danza, sin tener en los dedos miles de hilos.

    Contest que no deba imaginarme que cada miembro tuviera que ser sostenido y accionado por el maquinista durante los diferentes momentos de la danza.

    Cada movimiento, dijo, tena un punto de gravita-cin; bastaba con gobernarlo en el interior de la figu-ra. Los miembros, que no eran otra cosa que pndu-los, seguan la accin de un modo mecnico sin tener que hacer nada por s mismos.

  • ento de las figuras, algo as como los nmeros con res-pecto a los logaritmos o la asntota con respecto a la hiprbole.Pero, por otro lado, crea l que esa ltima fraccin de espritu de que haba hablado poda hacerse desapare-cer de las marionetas, que su baile poda llevarse ente-ramente al dominio de las fuerzas mecnicas y produ-cirlo, como yo me imaginara, mediante una manivela.

    Manifest mi sorpresa al ver la atencin que l con-ceda a aquel gnero de espectculo derivado de un arte bello e inventado para la masa ignara. No slo pareca considerar a ese gnero en condiciones de ob-tener un superior desarrollo; daba la impresin de es-tarse ocupando ya en tal propsito.

    Sonri, y dijo se atreva a sostener que si un me-cnico llegara a construirle una marioneta segn las exigencias que le habra de sealar, ejecutara con ella una danza que ni l ni algn otro diestro bailarn de su tiempo, sin exceptuar al mismo Vestris, seran capaces de igualar.

    Ha odo usted hablar pregunt al notar que me haba quedado silencioso y diriga la vista al suelo, ha odo usted hablar de esas piernas mecnicas que construyen los tcnicos ingleses para los infelices que han quedado mutilados?

    Dije que no, que no haba sabido de semejante cosa.Lo lamento respondi porque si le digo a usted

    que esos pobres pueden bailar con sus piernas artifi-ciales, tengo casi el temor de que no me vaya a creer. Bueno, bailar; el margen de sus movimientos es, en verdad, limitado, pero aquellos que les son dables se realizan con una calma, una suavidad y una gracia que llenan de asombro a cualquier espritu reflexivo.

    Declar bromeando que, de ese modo, haba dado ya con el hombre que buscaba, pues el artista capaz de construir tan curiosos miembros, podra tambin, sin duda alguna, fabricarle una marioneta entera y de acuerdo con sus exigencias especiales.

    Cmo pregunt yo al notar que, un poco cor-tado, se haba quedado con la vista baja, cmo son, pues, esas condiciones que piensa usted proponer a la habilidad del artista?

    Nada respondi l que no exista ya en esos mu-ecos, armona, movilidad, ligereza, slo que todo ello en grado ms alto y, particularmente una distri-bucin ms natural de los centros de gravedad.

    Y qu ventaja tendra tal marioneta en compara-cin con los bailarines vivientes?Ventaja? Ante todo, mi dilecto amigo, una de ndole negativa, y es sta: que el mueco no hara jams nada afectado. Porque la afectacin, como usted sabe, apa-rece cuando el alma (vis motrix) se halla en cualquier otro punto distinto del centro de gravedad del movi-miento. Ahora bien, como el maquinista mal puede gobernar otro punto que se por medio del alambre o el hilo, ocurre que todos los dems miembros, como tiene que ser, se hallan muertos, son simples pndulos y siguen la sola ley de la gravitacin, excelente cua-lidad que en vano se busca entre la gran mayora de nuestros bailarines.

    Fjese usted tan slo en la A. continu dicien-do cuando hace la Dafne y, perseguida por Apolo, se vuelve a mirarle. El alma la tiene entonces en las vrtebras de la cintura; se dobla como si fuera a rom-perse, igual que una nyade de la escuela de Bernini. Fjese en el joven F. cuando en el papel de Paris se ha-lla ante las tres diosas y entrega a Venus la manzana. El alma la tiene da susto el contemplarlo en el codo. Semejantes faltas agreg como para terminar son inevitables desde que comimos la fruta del rbol de la ciencia. El Paraso est ahora cerrado, y el querubn a nuestra espalda; tenemos que hacer el viaje alrededor del mundo y ver si por acaso el Edn tiene del lado de atrs algn acceso.

    Re. Sin embargo pensaba el espritu no puede errar all donde no hay espritu. Mas not que l tena

  • an cosas por decir y le rogu continuara.Adems dijo esos muecos tienen la ventaja de

    ser antigrvidos. Ellos no saben nada de la inercia de la materia, propiedad que entre todas se opone con mayor empeo a la danza. No lo saben porque la fuer-za que a ellos los eleva en los aires es superior a la que los ata a la tierra. Cunto dara nuestra buena G. por pesar sesenta libras menos y porque un peso igual a se viniera a ayudarle en sus entrechats y piruetas? Los muecos necesitan el suelo nicamente en la forma que les hace falta a los elfos: para pasar rozndolo y para dar nueva vida, mediante la resistencia momen-tnea, al impulso de los miembros; nosotros lo nece-sitamos para reposar sobre l y para reponernos de la fatiga de la danza, un momento que, evidentemente, no es danza y con el cual no cabe emprender otra cosa que, en lo posible, hacerlo desaparecer.

    Le dije entonces que por hbilmente que defendie-se su paradjica causa, jams me hara creer que en un hombre articulado, una figura mecnica, pudiera haber ms gracia que en la estructura del cuerpo hu-mano.

    Replic que, decididamente, el hombre no poda ni siquiera alcanzar, en tal respecto, al monigote articu-lado. Slo un dios podra, sobre ese campo, medirse con la materia. Y aqu est el punto donde se juntan los dos extremos del anillo que forma el mundo.

    Mi asombro era mayor cada vez y no saba qu de-cir a tan extraas aseveraciones.

    Pareca, repuso al tiempo que tomaba una pulga-rada de rap, que yo no haba ledo con atencin el tercer captulo del primer libro de Moiss, y con quien no conoce este primer perodo de la formacin hu-mana, mal puede hablarse sobre los siguientes, cuanto menos sobre el ltimo.

    Yo dije saber muy bien los desrdenes que ocasiona la conciencia sobre la gracia natural del hombre. Un joven conocido mo, a causa de una simple observa-

    cin, haba perdido su inocencia, sin que nunca jams volviera a encontrar aquel paraso y pese a todos los esfuerzos imaginables. El caso ocurri ante mis pro-pios ojos. Pero aad qu consecuencias puede us-ted sacar de ello?Me pregunt cmo fue el caso a que me refera.Hace unos tres aos comenc a relatar estaba ba-ndome en compaa de un muchacho por cuya fi-gura se extenda por entonces una maravillosa gracia. Tendra como diecisis aos y slo muy lejanamente, convocadas por el favor de las mujeres, podan apre-ciarse en l las primeras huellas de la vanidad. Ca-sualmente, haca poco que habamos visto en Pars el mancebo que se saca una espina del pie. El vaciado de la estatua es conocido y se halla en la mayor parte de las colecciones alemanas. Una mirada que ech a un gran espejo en el momento de poner el pie en el tabu-rete para secrselo, le hizo recordar. Sonri y me dijo del descubrimiento que haba realizado. En verdad, y en aquel preciso instante, yo tambin haba hecho el mismo descubrimiento. Mas, fuera por probar la se-guridad de la gracia que lo habitaba, fuera por acu-dir con algn pequeo remedio a su vanidad, me re y le contest que, sin duda, estaba viendo visiones. Se sonroj y levant el pie por segunda vez para que me convenciera. Pero el intento, como bien poda prever-se, fracas. Alz el pie la tercera, la cuarta vez, lo alz, a lo buen seguro, hasta diez veces. En vano!; era in-capaz de reproducir el mismo movimiento. Ms an, en los movimientos que haca se encerraba un algo de tal comicidad que a duras penas logr contener la car-cajada.Desde aquel da, desde aquel mismo instante, se pro-dujo en el joven una incomprensible transformacin. Das enteros permaneca ahora ante el espejo. Y los encantos, uno tras otro, le iban abandonando. Un po-der invisible e inasible pareca tenderse, al igual que una malla de hierro, sobre el suelto juego de sus actitu-

  • des, y pasado un ao ya no se descubra en l vestigio alguno de aquel amable agrado que antes diera gozo a los ojos de cuantas personas le rodeaban. Todava vive alguien que fue testigo de ese extrao y desdichado caso y que lo podra confirmar palaba por palabra tal como acabo de referirlo.

    Con este motivo dijo afablemente el seor C. -voy a contarle otra historia que, como usted fcilmente entender, tiene que ver tambin con esto. Durante mi viaje a Rusia, hallbame una vez en una finca del seor de G., hidalgo de Livonia, cuyos hijos, a la sazn, se ejercitaban intensamente en la esgrima. Especialmen-te el mayor, que acababa de volver de la Universidad, presuma de virtuoso en aquel arte. Una maana, ha-llndome en su cuarto, me ofreci un florete. Lucha-mos. Pero result que yo le aventajaba. La pasin que pona contribuy a ofuscarle; casi todos mis golpes le tocaban, y su florete termin por salir lanzado a un rincn. Medio en broma, medio dolido, declar, re-cogiendo el florete, que haba encontrado por fin su maestro; pero todos en el mundo hallan el suyo, y por ello quera presentarme ahora al mo, a mi maestro de esgrima. Los hermanos lanzaron sonoras risotadas y gritaron: Afuera, afuera! Bajemos al patio!. Y to-mndome de la mano me condujeron hasta donde ha-ba un oso que el seor de G., el padre de ellos, haba ordenado amaestrar.

    El oso, cuando asombrado llegu hasta l, se en-contraba erguido sobre las patas traseras y con el lomo recostado en un poste, al que estaba amarrado; tena alzada y pronta la zarpa derecha y me miraba a los ojos. Esta era su posicin de combate. Yo no saba si estaba soando o despierto, al hallarme frente a semejante adversario. Ataque usted, ataque!, dijo el seor de G., y trate de tocarlo. Un tanto repuesto de mi asom-bro, acomet al oso con el florete; l hizo un ligersi-mo movimiento con la zarpa y par el golpe. Trat de engaarle con fintas; el oso no se inmutaba. Me lanc de nuevo sobre l con repentina y segura destreza;

    un pecho humano hubiera resultado infaliblemente tocado. El oso hizo un ligersimo movimiento con la zarpa y par el golpe. Me encontraba casi en la mis-ma situacin que el joven seor de G. La seriedad del oso contribua a sacarme de quicio. Golpes y fintas se alternaban, me corra el sudor. En vano! No era slo que el oso parase mis golpes como el mejor es-grimidor del mundo; a las fintas, cosa en que ningn esgrimidor del mundo le poda imitar, ni siquiera re-accionaba. Con los ojos fijos en los mos, como si en ellos pudiera leerme el alma, estaba all de pie, la zarpa levantada y pronta, y cuando mis golpes no iban en serio, l no se inmutaba. Cree usted esta historia? termin diciendo el seor C..

    Totalmente! exclam con gozosa aprobacin, se la creera a cualquier extrao, tan verdica parece, cuanto ms, escuchada de usted.

    Pues bien, mi dilecto amigo dijo el seor C. ya est usted en posesin de todo lo necesario para en-tenderme. Vemos que, en la medida en que en el mun-do orgnico es ms oscura y dbil la reflexin, tanto ms radiante y dominadora se presenta de continuo la gracia. En efecto, as como la interseccin de dos lneas a un lado de un punto, vuelve a presentarse sbitamente al otro lado despus de atravesar por el infinito, o lo mismo que la imagen del espejo cnca-vo, tras de haberse alejado hasta el infinito, aparece de repente ante nosotros, del mismo modo, cuando el conocimiento ha pasado, por decirlo as, a travs de un infinito, comparece de nuevo la gracia. Y sta se presenta a la vez con su mxima pureza en la figura humana que no posee conciencia alguna o en la que la tiene infinita, es decir, en el mueco articulado o en el dios.

    Por consiguiente dije yo un poco distrado ten-dramos que volver a comer del rbol de la ciencia para caer de nuevo en el estado de inocencia original?

    Pues, s respondi ese es el ltimo captulo de la historia del mundo.