Sociología Zygmunt Bauman

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    re, sobre todo, a los ajxiros de unos con sum idores expu lsadosd el

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    pobreza desde la revolucin industrial y su tica'del trabajo, has-,

    ^ ' > 1^ del co nsum o v suest tica, v iiitestnieri la simit6n;; ;

    actual todas las consecuencias de esta evolucin, Adems, analiza

    hasta qu juinro son adecuados o no los viejos mtodos para detener la pobreza crec iente \ mitigar sus penurias. Kn una reflexin

    nal, Banman considera el tniuro tle los |iobres v planiza Imposibi

    lidad de dar un nuevo significado a la tica deltrabajo , ms co n fo r

    me a la condicin actual de las sociedades desarrolladas.

    Zygmunt Riuiman es profesor emrito de sociologa.en la Uni

    versidad de I .eeds (Inglaterra) \' uno de los ms destacados com en

    rarisias de la sociedad posmoderna. Lntre .

    ''v^siis libros ms recienies cabe destacar J/c nIv;/''///( /,'A, I '(hi/Motli-n/i!)' tiiitl/ /.i I hxo//( ///.< \ I he

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    (coraps,), N atur und Geshichte, vol. 7. Munich: Schriften der Cari Fried rich von Siemens Stiftung, pp. 263-288.

    6. B. Inglis (1971),Poverty a nd the Industria lR evolu tion. Londres: Hodder& Stoughton, p. 75.

    7. Revolt of the workers,Blackwoods M agazine,vol. 52,1842, pp. 646-647.

    8. The claim of labour,E d inburgh Review, vol. 81, 1845, pp. 304-305.

    9.P. Gaskell (1836),Artisans and M achinery, Londres: Fran k Cass, 1968,p. 78.

    10. Vase M. Rose (1985), Re-w orking the Work E thic: Economic Valesand Socio-Cultural Po litcs.Londres: B. T. Batsford, p. 30.

    11. B. Inglis, op. cit., p. 408.

    12. G. Himmelfarb (1984), The ideas of Poverty: E ngla nd in the Early

    Industrial Age. Londres: Faber & Faber, . 193. [La idea de la pobreza; In glaterra a principios de la era industrial. Mxico, Fondo de Cultura Econ

    mica, 1988,]

    13. Vase su Panopticon, o su Inspection House , donde se encuentra laidea de un nuevo principio de construccin disponible para todo tipo de es ta

    blecimiento, segn el cual se puede mantener a cualquier persona bajo vigi

    lancia, en B. Bentham (1843), The Works of Jerem y B entha m , vol. 4.Edimburgo: William Tait, pp. 40-126. [Antologa.Barcelona, Pennsula, 1991.]

    14. J . S. Mili (183 6), On the definition of poltica] economy; and on themethod of investigation proper to it[Ensayos sobre algunas cuestiones disputadas en economa poltica. Madrid, Alianza, 1997.], en Collected Works,vol. IV. Londres: Routledge & Kegan Paul, 1967, p. 321.

    15. K. McClelland (1987), Time to work, time to live: some aspects ofwork and the re-formation of class in Brtain , 1850-1880, en P. Joyce (comp.),The Historical Mean ings ofWork. Cambridge: Cambridge University Press,p'. 184.

    16. R, Sue (1994), Timps et Ordre Social. Pars: PUF. Sue calcula que,desde 1850, el tiempo promedio dedicado al trabajo se redujo sistem

    ticamente; en el momento de escribir su estudio haba llegado a slo el 14%de las horas de vigilia.

    17. M. Rose, op. cit., p. 79.

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    De la tica del trabajoa la esttica del consumo

    La nuestra es una sociedad de consumidores.Todos sabemos, a grandes rasgos, qu significa ser consu

    midor: usar las cosas, comerlas, vestirse con ellas, utilizarlaspara jugar y, en general, satisfacer a travs de ellas nuestras ncesidades y deseos. Puesto que el dinero (en la mayorade los casos y en casi todo el mundo) media entre el deseo ysu satisfaccin, ser consumidor tambin significa y este es susignificado habitual apropiarse de las cosas destinadas alconsumo: comprarlas, pagar por ellas y de este modo conver

    tirlas en algo de nuestra exclusiva propiedad, impidiendo quelos otros las usen sin nuestro consentimiento.

    Consumir significa, tambin, destruir. A medida que las consumimos, las cosas dejan de existir, literal o espiritualmente.A veces, se las agota hasta su aniquilacin total (como cuando comemos algo o gastamos la ropa); otras, se las despoja desu encanto hasta que dejan de despertar nuestros deseos y pier

    den la capacidad de satisfacer nuestros apetitos: un juguetecon el que hemos jugado muchas veces, o un disco al que hemos escuchado demasiado. Esas cosas ya dejan de ser aptaspara el consumo.

    Esto es ser consumidor; pero, a qu nos referimos cuandohablamos de una sociedad de consumo? Qu tiene de especfico esto de formar parte de una comunidad de consumidores? Y adems, no son sociedades de consumo, en mayor o menormedida, todas las comunidades humanas conocidas hasta aho-

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    ra? Las caractersticas apuntadas en el prrafo anterior salvo, quizs, la necesidad de entregar dinero a cambio de los objetos que vamos a consumir se encuentran en cualquier tipode sociedad. Desde luego, las cosas que consideramos en condiciones de ser consumidas, as como el modo como lo hacemos,varan de poca en poca y de un lugar a otro; pero nadie, enningn tiempo o lugar, pudo sobrevivir sin consumir algo.

    Por eso, cuando decimos que la nuestra es una sociedad deconsumo debemos considerar algo ms que el hecho trivial,comn y poco diferenciador de que todos consumimos. La nuestra es una comunidad de consumidores en el mismo sentidoen que la sociedad de nuestros abuelos (la moderna sociedadque vio nacer a la industria y qu hemos descripto en el captulo anterior) mereca el nombre de sociedad de productores.Aunque la humanidad venga produciendo desde la lejanaprehistoria y vaya a hacerlo siempre, la razn para llamar comunidad de productores a la primera forma de la sociedadmoderna se basa en el hecho de que sus miembros se dedicaron

    principalm entea la produccin; el modo como tal sociedad formaba a sus integrantes estaba determinado por la necesidadde desempear el papel de productores, y la norma impuesta asus miembros era la de adquirir la capacidad y la voluntad deproducir. En su etapa presente de modernidad tarda estasegunda modernidad, o posmodemidad, la sociedad humana impone a sus miembros (otra vez, principalm ente)la obligacin de ser consumidores. La forma en que esta sociedad moldeaa sus integrantes est regida, ante todo y en primer lugar, porla necesidad de desempear ese papel; la norma que les impone, la de tener capacidad y voluntad de consumir.

    Pero el paso que va de una sociedad a otra no es tajante; notodos los integrantes de la comunidad tuvieron que abandonar un papel para asumir otro. Ninguna de las dos sociedades mencionadas pudo haberse sostenido sin que algunos de sus

    miembros, al menos, tuvieran a su cargo la produccin de cosas para ser consumidas; todos ellos, por supuesto, tambinconsumen. La diferencia reside en el nfasis que se ponga encada sociedad; ese cambio de nfasis marca una enorme diferencia casi en todos los aspectos de esa sociedad, en su cultura y en el destino individual de cada uno de sus miembros.Las diferencias son tan profundas y universales, que justifi

    can plenamente el hablar de la sociedad actual como de una44

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    comunidad totalmente diferente de la anterior: una sociedadde consumo.

    El paso de aquella sociedad de productores a esta del consumo signific mltiples y profundos cambios; el primero es, probablemente, el modo como se prepara y educa a la gente para satisfacer las condiciones impuestas por su identidad social (esdecir, la forma en que se integra a hombres y mujeres al nuevo orden para adjudicarles un lugar en l). Las clsicas instituciones que moldeaban individuos las instituciones panpticas, que resultaron fundamentales en la primera etapa de la sociedad industrial cayeron en desuso. Con la rpida disminucin de los empleos, con el reemplazo del serviciomilitar obligatorio por ejrcitos pequeos integrados por profesionales voluntarios, es difcil que el grueso de la poblacinreciba la influencia de aquellas instituciones. El progreso tecnolgico lleg al punto en que la productividad crece en formainversamente proporcional a la disminucin de los empleos.Ahora se reduce el nmero de obreros industriales; el nuevoprincipio de la modernizacin es el downsizing [el achicamiento" o reduccin de personal]. Segn los clculos de Martin

    Wolf, director del Financial Times, la gente empleada en laindustria se redujo en los pases de la Comunidad Europea,entre 1970 y 1994, de un 30 a un 20%, y de un 28 a 16% en losEstados Unidos. Durante el mismo perodo, la productividadindustrial aument, en promedio, un 2,5% anual.1

    El tipo de entrenamiento en que las instituciones panpticasse destacaron no sirve para la formacin de los nuevos consumidores. Aquellas moldeaban a la gente para un comportamiento rutinario y montono, y lo lograban limitando o eliminandopor completo toda posibilidad de eleccin; la ausencia de rutina y un estado de eleccin permanente, sin embargo, constituyen las virtudes esenciales y los requisitos indispensables paraconvertirse en autntico consumidor. Por eso, adems de verreducido su papel en el mundo posindustrial posterior al servicio militar obligatorio, el adiestramiento brindado por las instituciones panpticas resulta inconciliable con una sociedad deconsumo. El temperamento y las actitudes de vida moldeadospor ellas son contraproducentes para la creacin de los nuevosconsumidores.

    Idealmente, los hbitos adquiridos debern descansar sobrelos hombros de los consumidores, del mismo modo que las vo

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    caciones inspiradas en la religin o en la tica (as como lasapasionadas ambiciones de otros tiempos) se apoyaron talcomo lo dijo Max Weber repitiendo palabras de Baxter sobre

    los hombros del santo protestante: como un manto liviano,listo para ser arrojado a un lado en cualquier momento.2 Esque los hbitos son dejados de lado a la primera oportunidad ynunca llegan a alcanzar la solidez de los barrotes de una jaula. En forma ideal, por eso, un consumidor no debera aferrarse anada, no debera comprometerse con nada, jams debera considerar satisfecha una necesidad y ni uno solo de sus deseos

    podra ser considerado el ltimo. A cualquier juramento de lealtad o compromiso se debera agregar esta condicin: Hastanuevo aviso. En adelante, importar slo la fugacidad y el carcter provisional de todo compromiso, que no durar ms queel tiempo necesario para consumir el objeto del deseo (o para hacer desaparecer el deseo del objeto).

    Toda forma de consumo lleva su tiempo: esta es la maldicin

    que arrastra nuestra sociedad de consumidores y la principalfuente de preocupacin para quienes comercian con bienes deconsumo. La satisfaccin del consumidor debera ser instantnea en un doble sentido: los bienes consumidos deberan satisfacer en forma inmediata, sin imponer demoras, aprendizajeso prolongadas preparaciones; pero esa satisfaccin debera terminar en el preciso momento en que concluyera el tiempo ne

    cesario para el consumo, tiempo que debera reducirse a su veza su mnima expresin. La mejor manera de lograr esta reduccin es cuando los consumidores no pueden mantener su atencin en un objeto, ni focalizar sus deseos por demasiado tiempo;cuando son impacientes, impetuosos e inquietos y, sobre todo,fciles de entusiasmar e igualmente inclinados a perder su inters en las cosas.

    Cuando el deseo es apartado de la espera, y la espera se separa del deseo, la capacidad de consumo puede extenderse mucho ms all de los lmites impuestos por las necesidadesnaturales o adquiridas, o por la duracin misma de los objetosdel deseo. La relacin tradicional entre las necesidades y susatisfaccin queda entonces revertida: la promesa y la esperanza de satisfaccin preceden a la necesidad y son siempremayores que la necesidad preexistente, aunque no tanto queimpidan desear los productos ofrecidos por aquella promesa.

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    impidan desear los productos ofrecidos por aquella promesa.

    to menos conocida resulte la necesidad en cuestin: vivir unaexperiencia que estaba disponible, y de la cual hasta se ignoraba su existencia, es siempre ms seductor. El entusiasmo pro-vocado por la sensacin novedosa y sin precedentes constituyenel meollo en el proceso del consumo. Como dicen Mark C. Taylory Esa Saarinen, el deseo no desea la satisfaccin. Por el contrario, el deseo desea el deseo;3 en todo caso, as funciona eldeseo de un consumidor ideal. La perspectiva de que el desese disipe y nada parezca estar en condiciones de resucitarlo, oel panorama de un mundo en el que nada sea digno de serdeseado, conforman la ms siniestra pesadilla del consumidorideal.

    Para aumentar su capacidad de consumo, no se debe dardescanso a los consumidores. Es necesario exponerlos siemprea nuevas tentaciones mantenindolos en un estado de ebullicin continua, de permanente excitacin y, en verdad, de sospecha y recelo. Los anzuelos para captar la atencin debenconfirmar la sospecha y disipar todo recelo: Crees haberlovisto todo? Pues no viste nada todava!.

    A menudo se dice que el mercado de consumo seduce a losconsumidores. Para hacerlo, ha de contar con consumidoresdispuestos a ser seducidos y con ganas de serlo (as como elpatrn, para dirigir a sus obreros, necesitaba trabajadores conhbitos de disciplina y obediencia firmemente arraigados). Enuna sociedad de consumo bien aceitada, los consumidores buscan activamente la seduccin. Van de una atraccin a otra,pasan de tentacin en tentacin, dejan un anzuelo para picaren otro. Cada nueva atraccin, tentacin o carnada, es en cierto modo diferente y quiz ms fuerte que la anterior. Algoparecido, aunque tambin diferente, a lo que suceda con susantepasados productores: su vida era pasar de una vuelta decinta transportadora a otra vuelta exactamente igual a la anterior.

    Para los consumidores maduros y expertos, actuar de esemodo es una compulsin, una obligacin impuesta; sin embargo, esa obligacin internalizada, esa imposibilidad de vivirsu propia vida de cualquier otra forma posible, se les presentacomo un libre ejercicio de voluntad. El mercado puede haberlospreparado para ser consumidores al impedirles desor las tentaciones ofrecidas; pero en cada nueva visita al mercado ten

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    mandan, juzgan, critican y eligen. Despus de todo, entre lasinfinitas alternativas que se les ofrecen no le deben fidelidad aninguna. Pero lo que no pueden es rehusarse a elegir entreellas. Los caminos para llegar a la propia identidad, a ocuparun lugar en la sociedad humana y a vivir una vida que se reconozca como significativa exigen visitas diarias al mercado.

    En la etapa industrial de la modernidad haba un hechoincuestionable: antes que cualquier otra cosa, todos deban serante todo productores. En esta segunda modernidad, en esta modernidad de consumidores, la primera e imperiosa obligacin es ser consumidor; despus, pensar en convertirse en cualquier otra cosa.

    Cmo se genera un consumidor

    En aos recientes, representantes de todo el espectro poltico hablaban al unsono, con aoranza y deseo, de una recuperacin dirigida por los consumidores. Se ha culpado confrecuencia a la cada de la-produccin, a la ausencia de pedidos

    y a la lentitud del comercio minorista por la falta de inters ode confianza del consumidor (lo que equivale a decir que eldeseo de comprar a crdito es lo bastante fuerte como pairasuperar el temor a la insolvencia). La esperanza de disipar esosproblemas y de que las cosas se reanimen se basa en que losconsumidores vuelvan a cumplir con su deber: que otra vezquieran comprar, comprar mucho y comprar ms. Se piensa

    que el crecimiento econmico, la medida moderna de que lascosas estn en orden y siguen su curso, el mayor ndice de queuna sociedad funciona como es debido, depende, en una sociedad de consumidores, no tanto de la fuerza productiva del pas(una fuerza de trabajo saludable y abundante, con cofres repletos y emprendmientos audaces por parte de los poseedoresy administradores del capital) como del fervor y el vigor de sus

    consumidores. El papel -r-en otros tiempos a cargo del trabajo de vincular las motivaciones individuales, la integracinsocial y la reproduccin de todo el sistema productivo corresponde en la actualidad a la iniciativa del consumidor.

    Habiendo dejado atrs la premodemidad los mecanismos tradicionales de ubicacin social por mecanismos deadscripcin, que condenaban a hombres y mujeres a apegarse

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    a su clase, a vivir segn los estndares (pero no por encima deellos) fijados para la categora social en que haban nacido ,la modernidad carg sobre el individuo la tarea de suautoconstruccin: elaborar la propia identidad social, si nodesde cero, al menqfB desde sus cimientos. La responsabilidaddel individuo antes limitada a respetar las fronteras entreser un noble, un comerciante, un soldado mercenario, un artesano, un campesino arrendatario o un pen rural se ampliaba hasta llegar a la eleccin misma de una posicin social, y elderecho de que esa posicin fuera reconocida y aprobada por lasociedad.

    Inicialmente, el trabajo apareci como la principal herramienta para encarar la construccin del propio destino. La identificacin social buscada y alcanzada con esfuerzo tuvo comodeterminantes principales la capacidad para el trabajo, el lugar que se ocupara en el proceso social de la produccin y elproyecto elaborado a partir de lo anterior. Una vez elegida, laidentidad social poda construirse de una vez y para siempre,para toda la vida, y, al menos en principio, tambin debandefinirse la vocacin, el puesto de trabajo, las tareas para todauna vida. La construccin de la identidad habra de ser regular y coherente, pasando por etapas claramente definidas, ytambin deba serlo la carrera laboral. No debe sorprender lainsistencia en esta metfora la idea de una construccin para expresar la naturaleza del trabajo exigido por laautoidentificacin personal. El curso de la carrera laboral, y la construccin de una identidad personal a lo l^rgo de toda la vida,llegan as a complementarse.

    Sin embargo, la eleccin de una carrera laboral regular,durable y continua, coherente y bien estructurada, ya no estabierta para todos. Slo en casos muy contados se puede definir (y menos an, garantizar) una identidad permanente enfuncin del trabajo desempeado. Hoy, los empleos permanen

    tes, seguros y garantizados son la excepcin. Los oficios de antao, de por vida, hasta hereditarios, quedaron confinados aunas pocas industrias y profesiones antiguas y estn en rpidadisminucin. Los nuevos puestos de trabajo suelen ser contratos temporarios, hasta nuevo aviso o en horarios de tiempoparcial part-time]. Se suelen combinar con otras ocupacionesy no garantizan la continuidad, menos an, la permanencia.

    El nuevo lema es flexibilidad, y esta nocin cada vez ms gene49

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    ralizada implica un juego de contratos y despidos con muy pocas reglas pero con el poder de cambiarlas unilateralmentmientras la misma partida se est jugando.

    Nada perdurable puede levantarse sobre esta arena movediza. En pocas palabras: la perspectiva de construir, sobre labase del trabajo, una identidad para toda la vida ya qued enterrada definitivamente para la inmensa mayora de la gente(salvo, al menos por ahora, para los profesionales de reas muyespecializadas y privilegiadas).

    Este cambio trascendente, sin embargo, no fue vivido comoun gran terremoto o una amenaza existencial. Es que la preocupacin sobre las identidades tambin se modific: las antiguascarreras resultaron totalmente inadecuadas para las tareas einquietudes que llevaron a nuevas bsquedas de identidad. En un mundo donde, segn el conciso y contundente aforismo deGeorge Steiner, todo producto cultural es concebido para producir un impacto mximo y caer en desuso de inmediato, la construccin de la identidad personal a lo largo de toda una vida y,por aadidura, planificada a priori, trae como consecuencia problemas muy serios. Como afirma Ricardo Petrella: las actualestendencias en el mundo dirigen las economas hacia la produccin de o efmero y voltil a travs de la masiva reduccin dela vida til de productos y servicios, y hacia lo precario (empleos temporarios, flexibles ypart-time) }

    Sea cual fuere la identidad que se busque y desee, esta deber tener en concordancia con el mercado laboral de nuestrosdas el don de la flexibilidad. Es preciso que esa identidadpueda ser cambiada a corto plazo, sin previo aviso, y est regida por el principio de mantener abiertas todas las opciones; almenos, la mayor cantidad de opciones posibles. El futuro nosdepara cada da ms sorpresas; por lo tanto, proceder de otromodo equivale a privarse de mucho, a excluirse de beneficios

    todava desconocidos que, aunque vagamente vislumbrados,puedan llegar a brindamos las vueltas del destino y las siempre novedosas e inesperadas ofertas de la vida.

    Las modas culturales irrumpen explosivamente en la feriade las vanidades; tambin se vuelven obsoletas y anticuadasen menos tiempo del que les lleva ganar la atencin del pblico. Conviene que cada nueva identidad sea temporaria; es pre

    ciso asumirla con ligereza y echarla al olvido ni bien se abraceotra nueva, ms brillante o simplemente no probada todava.

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    Sera ms adecuado por eso hablar de identidades en plural: alo largo de la vida, muchas de ellas quedarn abandonadas yolvidadas. Es posible que cada nueva identidad permanezca

    incompleta y condicionada; la dificultad est en cmo evitar suMquilosamiento. Tal vez el trmino identidad haya dejadode ser til, ya que oculta ms de lo que revela sobre esta experiencia de vida cada vez ms frecuente: las preocupaciones so-toe la posicin social se relacionan con el temor a que esa identidad adquirida, demasiado rgida, resulte inmodificable.La aspiracin a alcanzar una identidad y el horror que produ

    ce la satisfaccin de ese deseo, la mezcla de atraccin y repulsin que la idea de identidad evoca, se combinan para producirun compuesto de ambivalencia y confusin que esto s resulta extraamente perdurable.

    Las inquietudes de este tipo encuentran su respuesta en elvoltil, ingenioso y siempre variable mercado de bienes de consumo. Por definicin, jams se espera que estos bieneshayan

    sido concebidos para consumo momentneo o perdurable duren siempre; ya no hay similitud con carreras para toda lavida o trabajos de por vida. Se supone que los bienes de consumo sern usados para desaparecer muy pronto; temporarioy,transitorio son adjetivos inherentes a todo objeto de consumo; estos bienes pareceran llevar siempre grabado, aunquecon una tinta invisible, el lema memento mori [recuerda quehas de morir].

    Parece haber una armona predeterminada, una resonanciaespecial entre esas cualidades de los bienes de consumo y laambivalencia tpica de esta sociedad posmoderna frente al problema de la identidad. Las identidades, como los bienes deconsumo, deben pertenecer a alguien; pero slo para ser consumidas y desaparecer nuevamente. Como los bienes de consumo,las identidades'no deben cerrar el camino hacia otras identidades nuevas y mejores, impidiendo la capacidad de absorberlas. Siendo este el requisito, no tiene sentido buscarlas en otraparte que no sea el mercado. Las identidades compuestas,elaboradas sin demasiada precisin a partir de las muestrasdisponibles, poco durareras y reemplazables que se venden enel mercado, parecen ser exactamente lo que hace falta paraenfrentar los desafos de la vida contempornea.

    Si en esto se gasta la energa liberada por los problemas deidentidad, no hacen falta mecanismos sociales especializados

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    vaa , lauipukiu paiece-u ueaettuiea. j US ttlll/lgUOS metOClOS

    panpticos para el control social perturbaran las funciones delconsumidor y resultaran desastrosos en una sociedad organizada sobre el deseo y la eleccin. Pero, les ira mejor a otrosmtodos novedosos de regulacin normativa? La idea misma de una regulacin, no es, al menos en escala mundial, cosa delpasado? A pesar de haber resultado esencial para poner a tra bajar a la gente en una comunidad de trabajadores, no perdi ya su razn de ser en nuestra sociedad de consumo? El propsito de una norma es usar el libre albedro para limitar oeliminar la libertad de eleccin, cerrando o dejando afuera todas las posibilidades menos una: la ordenada por la norma.Pero el efecto colateral producido por la supresin de la eleccin y, en especial, de la eleccin ms repudiable desde elpunto de vista de la regulacin normativa: una eleccin voltil,caprichosa y fcilmente modificable equivaldra a matar alconsumidor que hay en todo ser humano. Sera el desastre ms terrible que podra ocurrirle a esta sociedad basada en el mercado.

    La regulacin normativa es, entonces, disfuncionaT; por lotanto, inconveniente para la perpetuacin, el buen funcionamiento y el desarrollo del mercado de consumo; tambin es rechazada por la gente. Confluyen aqu los intereses de losconsumidores con los de los operadores del mercado. Aqu sehace realidad el viejo eslogan: Lo que es bueno para GeneralMotors, es bueno para los Estados Unidos (siempre que por

    los Estados Unidos no se entienda otra cosa que la suma desus ciudadanos). El espritu del consumidor, lo mismo quelas empresas comerciales que prosperan a su costa, se rebelacontra la regulacin. A una sociedad de consumo le molestacualquier restriccin legal impuesta a la libertad de eleccin,le perturba la puesta fuera de la ley de los posibles objetos deconsumo, y expresa ese desagrado con su amplio apoyo a la

    gran mayora de las medidas desre gulat or as.Una molestia similar se manifiesta en el hasta ahora desconocido apoyo aparecido en los Estados Unidos y muchos otrospases a la reduccin de los servicios sociales (la provisin deurgentes necesidades humanas hasta ahora administrada ygarantizada por el Estado), a condicin de que esa reduccinvaya acompaada por una disminucin en los impuestos. El

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    oirunaiao ae un extremo al otro del espectro poltico, al puntode que ya no se lo objeta seriamente se refiere al derecho delconsumidor a ejercer su eleccin, un derecho ya internalizadoy transformado en vacacin de vida. La promesa de contar conms dinero una vez pagados los impuestos atrae al electorado,y no tanto porque le permita un mayor consumo sino porqueampla sus posibilidades de eleccin, porque aumenta los placeres de comprar y de elegir. Se piensa que esa promesa demayor capacidad de eleccin tiene, precisamente, un asombroso poder de seduccin.

    En la prctica, lo que importa es el medio, no el fin. La vocacin del consumidor se satisface ofrecindole ms para elegir,

    sin que esto signifique necesariamente ms consumo. Adoptarla actitud del consumidor es, ante todo, decidirse por la libertad de elegir; consumir ms queda en un segundo plano, y nisiquiera resulta indispensable.

    El trabajo juzgado desde la esttica

    Slo colectivamente los productores pueden cumplir su vocacin; la produccin es una empresa colectiva, que supone ladivisin de tareas, la cooperacin entre los agentes y la coordinacin de sus actividades. De vez en cuando, ciertas accionesparciales pueden llevarse a cabo en forma individual y solitaria; pero incluso en estos casos, resulta fundamental el modo

    como esos trabajos individuales se encadenan con otras acciones para confluir en la creacin del producto final; tambin esto lo tiene muy presente quien trabaja en soledad. Los productores estn juntos aunque acten por separado. El trabajode cada uno necesita siempre mayor comunicacin, armona eintegracin entre los individuos.

    Con los consumidores pasa exactamente lo contrario. El con

    sumo es una actividad esencialmente individual, de una solapersona; a la larga, siempre solitaria. Es una actividad que secumple saciando y despertando el deseo, alivindolo y provocndolo: el deseo es siempre una sensacin privada, difcil de comunicar. El consumo colectivo no existe. Por cierto que losconsumidores pueden reunirse para consumir; pero, incluso enesos casos, el consumo sigue siendo una experiencia por com

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    pleto solitaria que se vive individualmente. La experiencia colectiva slo subyace, acta como fondo de aquella privacidadpara aumentar sus placeres.

    Elegir, es claro, resulta ms satisfactorio cuando se lo hace

    en compaa de otras personas que tambin eligen, sobre todosi la experiencia se realiza dentro de un templo dedicado alculto de la eleccin y repleto de otros adoradores de ese culto.Este es uno de los placeres que se sienten, por ejemplo, cuando se sale a cenar a un restaurante donde todas las mesas estn reservadas, o cuando se visita un centro comercial o un parquede diversiones, llenos de gente, y se lo hace sobre todo en gru

    pos de ambos sexos. Pero lo que se celebra colectivamente, enestos casos y otros similares, es el carcter individual de laeleccin y del consumo. Esa individualidad se ve reafirmada yactualizada en las acciones copiadas y vueltas a copiar pormultitud de consumidores. Si as no fuera, nada ganara el consumidor al consumir en compaa. Pero el consumo, como actividad, es un enemigo natural de cualquier coordinacin ointegracin; pese a todo, es inmune a la influencia colectiva.Todo esfuerzo por superar la soledad endmica propia del actode consumo resultar, en definitiva, vano. Los consumidoresseguirn solos, aunque acten en grupo.

    La libertad de eleccin es la vara que mide la estratificacinen la sociedad de consumo. Es, tambin, el marco en que susmiembros, los consumidores, inscriben las aspiraciones de suvida: un marco que dirige los esfuerzos hacia la propiasuperacin y define el ideal de una buena vida. Cuanta mayor sea la libertad de eleccin y, sobre todo, cuanto ms se lapueda ejercer sin restricciones, mayor ser el lugar que se ocupe en la escala social, mayor el respeto pblico y la autoestimaque puedan esperarse: ms se acercar el consumidor al idealde la buena vida. La riqueza y el nivel de ingresos son importantes, desde luego; sin ellos, la eleccin se ver limitada odirectamente vedada. Pero el papel de la riqueza y los ingresoscomo capital (es decir, como dinero que sirve ante todo para obtener ms dinero) ocupar un plano secundario e inferior, sino desaparece totalmente de las perspectivas de la vida y susmotivaciones. La importancia principal de la riqueza y el in

    greso reside en que abren el abanico de elecciones disponibles.La acumulacin, el ahorro y la inversin slo tinen sentidoporque incluyen para el futuro la promesa de ampliar aun ms

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    porque incluyen para el futuro la promesa de ampliar aun ms

    IaB posibilidades de eleccin. No estn, sin embargo, al alcancede la mayora de los consumidores: si estos recursos fueranpracticados por todos, provocaran un desastre. El aumento delahorro y la disminucin de las compras a crdito no anuncian nada bueno; cuando aumenta el crdito a los consumidores, eldato se toma como signo seguro de que las cosas marchan enla direccin correcta. Una sociedad de consumo no puede ver bien un llamado a demorar la gratificacin. La nuestra es una comunidad de tarjetas de crdito, no de libretas de ahorro. Esuna sociedad de hoy y ahora; una sociedad que desea, no unacomunidad que espera.

    Por eso digmoslo una vez ms no necesita normasreguladoras que instruyan y disciplinen, que todo lo vigilencon su ojo panptico, para garantizar que los deseos humanosse orienten hacia la ganancia de los operadores de mercado.Tampoco es preciso reformular las necesidades de la economa una economa productora, ante todo, de bienes para elconsumo , que adapte la vida social a los deseos del consumidor. Basta con la seduccin, con la exhibicin de maravillasaun no experimentadas, la promesa de sensaciones desconocidas. Al mismo tiempo, es necesario minimizar y eclipsar todolo probado antes. Pero todo esto es vlido a condicin, desdeluego, de que el mensaje llegue a odos receptivos, y todos losojos estn puestos en los objetos que presagian nuevas emociones detrs de las seales que muestran. El consumo, siemprems variado y rico, aparece ante los consumidores como underecho para disfrutar y no una obligacin para cumplir. Losconsumidores deben ser guiados por intereses estticos, no pornormas ticas.

    Porque es la esttica, no la tica, el elemento integrador enla nueva comunidad de consumidores, el que mantiene su curso y, de cuando en cuando, la rescata de sus crisis. Si la tica asignaba valor supremo al trabajo bien realizado, la estticapremia las ms intensas experiencias. El cumplimiento deldeber tena su.lgica interna que dependa del tiempo y por esolo estructuraba, le otorgaba una orientacin, le confera sentido a nociones como acumulacin gradual o demora de las satisfacciones. Ahora, en cambio, ya no hay razones para postergar la bsqueda de nuevas experiencias; la nica consecuencia de

    esa demora es la prdida de oportunidades. Porque la oportunidad de vivir una experiencia no necesita preparacin ni la

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    ___________0 j w v o i t m c w 01 liU C cipi U Vt!-

    cha a tiempo; se volatiliza, tambin, poco despus de habrselavivido. Esa oportunidad debe ser tomada al vuelo; no hay otromomento para hacerlo que el presente fugaz. En este sentido,ningn instante se diferencia de otro; cada momento es bueno

    (est igualmente maduro) para el disfrute,Y la eleccin de ese momento es la nica de la que no disponen quienes optaron por la eleccin como modo de vida. Noest en el consumidor decidir cundo surgir la oportunidadde vivir una experiencia alucinante; el consumidor debe estarsiempre dispuesto a abrir la puerta y recibirla. Debe mantenerse en alerta constante, listo para reconocer, en todo mo

    mento, la oportunidad que se presenta y hacer todo lo necesariopara aprovecharla lo mejor posible.Si la comunidad de productores al buscar reglas inque

    brantables y las estructuras finales de las cosas fue esencialmente platnica, nuestra sociedad de consumidores es, poro contrario, aristotlica: pragmtica y flexible, se rige por elprincipio de que no hay que preocuparse por el cruce del puen

    te antes (pero tampoco despus) de llegar a l. La nica iniciativa que le queda al consumidor sensato es estar all dondesepa que las oportunidades abundan, y en el momento en quese presenten en mayor nmero. Esta iniciativa se adapta sloa una sabidura emprica, sin recetas infalibles ni frmulasmatemticas. En consecuencia, requiere mucha confianza y,sobre todo, puertos seguros donde anclar. No puede sorpren

    der, por eso, que nuestra sociedad de consumo sea tambin elparaso del consejo especializado y la publicidad, tanto comotierra frtil para profetas, brujos y mercaderes de pociones mgicas o destiladores de piedras filosofales.

    En resumen: la esttica del consumo gobierna hoy, all donde antes lo haca la tica del trabajo. Para quienes completaron con xito el entrenamiento para el consumo, el mundo esuna inmensa matriz de posibilidades, de sensaciones cada vezms intensas, de experiencias ms y ms profundas, en el sentido de la nocin alemana de Erlebnis [vivencia], diferente deErfahrung [experiencia]. Ambos trminos, aunque con matices distintivos, pueden traducirse como experiencia:Erlebnis^on ] as cosas por las que atravieso a lo largo de la vida, mien

    tras queErfahrunges la experiencia que me ensea a vivir.El mundo y todos sus matices pueden ser juzgados por las sen-

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    saciones yErlebnisse que provocan; por su capacidad de despertar deseos que es. justamente la etapa ms placentera en elproceso del consumo, ms an que la satisfaccin misma deldeseo. La diferente intensidad que presenta aquel despertarde los deseos determina la forma en que objetos, acontecimientos y personas quedan sealados en el mapa de la vida; la brjula ms usada para moverse en l es siempre esttica, nocognoscitiva ni moral.6

    El estatus concedido al trabajo, o ms precisamente a la tarea desempeada, no poda sino verse profundamente afectado por el actual ascendiente de los criterios estticos. Comovimos, el trabajo perdi su lugar de privilegio, su condicin deje alrededor del cual giraban todos los esfuerzos por constituirse a s mismo y construirse una identidad. Pero, como camino elegido para el perfeccionamiento moral, el arrepentimiento y la redencin, el trabajo dej de ser, tambin, un centrode atencin tica de notable intensidad. Al igual que otras actividades de la vida, ahora se somete, en primer lugar, al escrutinio de la esttica. Se lo juzga segn su capacidad de generarexperiencias placenteras. El trabajo que no tiene esa capacidad que no ofrece satisfacciones intrnsecas carece devalor. Otros criterios (entre ellos, su vieja influenciamoralizadora) no soportan la competencia de la esttica ni pueden salvar al trabajo de ser condenado por intil, y hasta degradante, para el coleccionista de sensaciones estticas.

    La vocacin como privilegio

    No hay nada demasiado nuevo en la clasificacin de los trabajos en funcin de la satisfaccin que brinden. Siempre se codiciaron ciertas tareas por ser ms gratificantes y constituirun medio para sentirse realizado; otras actividades fueron

    soportadas como una carga. Algunos trabajos eran considerados trascendentes y se prestaban ms fcilmente que otrospara ser tenidos en cuenta como vocaciones, fuentes de orgulloy autoestima. Sin embargo, desde la perspectiva tica era imposible afirmar que un trabajo careciera de valor o fuera degradante; toda tarea honesta conformaba la dignidad humanay todas servan por igual la causa de la rectitud moral y la

    redencin espiritual. DeBde el punto de vista de la tica del57

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    trabajo, cualquier actividad (trabajo en s) humanizaba, sinimportar cunto placer inmediato deparara (o no) a quienes larealizaran. En trminos ticos, la sensacin del deber cumpli7do era la satisfaccin ms directa, decisiva y en ltima instancia suficiente que ofreca el trabajo; en este sentido, todoslos trabajos eran iguales. Hasta el ntimo sentimiento de realizacin personal experimentado por quienes vivan su oficio comoautntico llamado era equiparado a la conciencia de la tarea bien cumplida que, en principio, estaba a disposicin de todoslos trabajadores, incluso los que desempeaban las tareas msbajas y menos interesantes. El mensaje de la tica del trabajoera la igualdad: minimizaba las obvias diferencias entre lasdistintas ocupaciones, la satisfaccin potencial que podan ofrecer y su capacidad de otorgar estatus o prestigio, adems delos beneficios materiales que brindaban.

    No pasa lo mismo con el examen esttico y la actual evaluacin del trabajo. Estos subrayan las diferencias y elevan ciertas profesiones a la categora de actividades fascinantes yrefinadas capaces de brindar experiencias estticas y hasta artsticas , al tiempo que niegan todo valor a otras ocupaciones remuneradas que slo aseguran la subsistencia. Se exigeque las profesiones elevadas tengan las mismas cualidadesnecesarias para apreciar el arte: buen gusto, refinamiento, criterio, dedicacin desinteresada y una vasta educacin. Otrostrabajos son considerados tan viles y despreciables, que no se

    los concibe como actividades dignas de ser elegidas voluntariamente. Es posible realizar esos trabajos slo por necesidad yslo cuando el acceso a otro medio de subsistencia queda cerrado.

    Los trabajos de la primera categora son considerados interesantes; los de la segunda, aburridos. Estos dos juicios lapidarios, adems, encierran complejos criterios estticos quelos sustentan. Su franqueza (No hace falta justificacin, No

    se permite apelar) demuestra abiertamente el crecimiento dela esttica sobre la tica, que antes dominaba el campo del trabajo. Como todo cuanto aspire a convertirse en blanco del deseo y objeto de la libre eleccin del consumidor, el trabajo ha deser interesante: variado, excitante, con espacio para la aventura y una cierta dosis de riesgo, aunque no excesiva. El trabajo debe ofrecer tambin suficientes ocasiones de experimentar

    sensaciones novedosas. Las tareas montonas, repetitivas, rutinarias, carentes de aventura, que no dejan margen a la ini-

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    dativa ni presentan desafos a la mente n oportunidades deponerse a prueba, son aburridos. Ningn consumidor experimentado aceptara realizarlos por voluntad propia, salvo quese encontrara en una situacin sin eleccin (es decir, salvoque haya perdido o se le est negando su identidad como con

    sumidor, como persona que elige en libertad). Estos ltimostrabajos carecen de valor esttico; por lo tanto, tienen pocasposibilidades de transformarse en vocaciones en esta sociedadde coleccionistas de experiencias.

    Pero lo importante es que, en un mundo dominado por criterios estticos, los trabajos en cuestin ni siquiera conservan elsupuesto valor tico que se les asignaba antes. Slo sern ele

    gidos voluntariamente por gente todava no incorporada a lacomunidad de consumidores, por quienes an no han abrazadoel consumismo y, en consecuencia, se conforman con vender su

    ;mano de obra a cambio de una mnima subsistencia (ejemplo:la primera generacin de inmigrantes y trabajadores golondrina provenientes de pases o regiones ms pobres o los residentes de pases pobres, con trabajo en las fbricas establecidas

    por el capital inmigrante, que viajan en busca de mayores posibilidades de trabajo). Otros trabajadores deben ser forzadosa aceptar tareas que no ofrecen satisfaccin esttica, La coercin brusca, que antes se ocultaba bajo el disfraz moral de latica del trabajo, hoy se muestra a cara limpia, sin ocultarse.La seduccin y el estmulo de los deseos, infalibles herramientas de integracin/motivacin en una sociedad de consumido

    res voluntarios, carecen en esto de poder. Para que la gente yaconvertida al consumismo tome puestos de trabajo rechazadospor la esttica, se le debe presentar una situacin sin eleccin,obligndola a aceptarlos para defender su supervivencia bsica. Pero ahora, sin la gracia salvadora de la nobleza moral.

    Como la libertad de eleccin y la movilidad, el valor estticodel trabajo se ha transformado en poderoso factor de

    estratificacin para nuestra sociedad de consumo. La estratagema ya no consiste en limitar el perodo de trabajo al mnimoposible dejando tiempo libre para el ocio; por el contrario, ahora se borra totalmente la lnea que divide la vocacin de laausencia de vocacin, el trabajo del hobby, las tareas productivas de la actividad de recreacin, para elevar el trabajo mismoa la categora de entretenimiento supremo y ms satisfactorio

    que cualquier otra actividad. Un trabajo entretenido es el pri-

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    periencias emocionantes ofrecidas por esos trabajos. Hoyabundan los adictos al trabajo que se esfuerzan sin horariofijo, obsesionados por los desafos de su tarea durante las 24 horas del da y los siete das de la semana. Y no son esclavos: se cuentan entre la elite de los afortunados y exitosos.

    El trabajo rico en experiencias gratificantes, el trabajo comorealizacin personal, el trabajo como sentido de la vida, el tra bajo como centro y eje de todo lo que importa, como fuente deorgullo, autoestima, honor, respeto y notoriedad... En sntesis:el trabajo como vocacinse ha convertido en privilegio de unospocos, en marca distintiva de la elite, en un modo de vida quela mayora observa, admira y contempla a la distancia, pero

    experimenta en forma vicaria a travs de la literatura barata y la realidad virtual de las telenovelas. Ala mayora se le niegala oportunidad de vivir su trabajo como una vocacin.

    El mercado flexible de trabajo no ofrece ni permite un verdadero compromiso con ninguna de las ocupaciones actuales.El trabajador que se encaria con la tarea que realiza, que seenamora del trabajo que se le impone e identifica su lugar en el mundo con la actividad que desempea o la habilidad que sele exige, se transforma en un rehn en manos del destino. Noes probable ni deseable que ello suceda, dada la corta vida decualquier empleo y el Hasta nuevo aviso implcito en todocontrato. Para la mayora de la gente, salvo para unos pocoselegidos, en nuestro flexible mercado laboral, encarar el trabajo como una vocacin implica riesgos enormes y puede terminar en graves desastres emocionales.

    En estas circunstancias, las exhortaciones a la diligencia y la dedicacin suenan a falsas y huecas, y la gente razonablehara muy bien en percibirlas como tales y no caer en la trampa de la aparente vocacin, entrando en el juego de sus jefes y patrones. En verdad, tampoco esos jefes esperan que sus em

    pleados crean en la sinceridad de aquel discurso: slo deseanque ambas partesfinjanque el juego es real y se comporten enconsecuencia. Desde el punto de vista de los empleadores, inducir a su personal a tomar en serio la farsa significa archivar los problemas que inevitablemente explotarn cuando un prximo ejercicio imponga otra reduccin o una nueva ola racionalizadora. El xito demasiado rpido de los sermones

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    deseo de consumir.Todo este complejo entretejido entre lo que se debe y lo

    que no se debe hacer, entre los sueos y sus costos, la tentacin de rendirse y las advertencias para no caer en tales tram pas, se presenta como un espectculo bien armado frente a un

    pblico vido de vocacin. Vemos cmo grandes deportistas yestrellas de otros mbitos llegan a la cima de su carrera; peroalcanzan el xito y la fama a costa de vaciar su vida de todo loque se interponga en su camino hacia el xito. Se niegan losplaceres que la gente comn ms valora. Sus logros muestrantodos los sntomas de ser reales. Difcilmente haya un ambiente menos polmico y ms convincente para poner a prueba lacalidad real de la vida que una pista de atletismo o una cancha de tenis. Quin se atrevera a poner en duda la excelenciade un cantante popular, reflejada en el delirio tumultuoso dela muchedumbre que llena los estadios? En este espectculoque se ofrece a todos no parece haber lugar para la farsa, elengao o las intrigas detrs de bambalinas. Todo se presenta anuestra vista como si fuera real, y cualquiera puede juzgar loque ve. El espectculo de la vocacin se realiza abiertamente,desde el comienzo hasta el fin, ante multitudes de fanticos.(Esto, al menos, es lo que parece. Por cierto que la verdad delespectculo es el cuidadoso resultado de innumerables guiones y ensayos generales.)

    Los santos de este culto al estrellato deben ser, al igual que

    todos los santos, admirados y erigidos como ejemplos, pero noimitados. Encarnan, al mismo tiempo, el ideal de la vida y suimposibilidad. Las estrellas de estadio y escenario son desmesuradamente ricas, y su devocin y su sacrificio, por cierto, danlos frutos que se esperan del trabajo vivido como vocacin: lalista de premios que reciben los campeones de tenis, golf o ajedrez, o las transferencias de los futbolistas, son parte esencial

    del culto, como lo fueron los milagros o los relatos de martiriosen el culto de los santos de la fe.No obstante, la parte de la vida a que renuncian las estre

    llas es tan estremecedora como impresionantes son sus ganancias. Uno de los precios ms altos es el carcter transitorio desu gloria: suben hasta el cielo desde la nada; a la nada vuelveny all se desvanecern. Precisamente por esto, las estrellas del

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    deporte son los mejores actores en este juego moral de la vocacin: est en la naturaleza misma de sus logros el hecho de quesu vida til sea corta, tan breve como la juventud misma. En laversin de los deportistas, el trabajo como vocacin es

    autodestructivo, y su vida est condenada a un final abrupto yveloz. La vocacin puede ser muchas cosas, pero lo que definitivamente no es (al menos en estos casos), es un proyecto devida o una estrategia para siempre. En la versin deportiva lavocacin es, como cualquier otra experiencia posmoderna delos nuevos coleccionistas de sensaciones, un episodio.

    Los santos puritanos de Weber, que vivan su vida de traba

    jo como esfuerzos profundamente ticos, como la realizacin demandatos divinos, no podan ver el trabajo de otros cualquiertrabajo sino como una cuestin esencialmente moral. La elitede nuestros das, con igual naturalidad, considera que toda forma de trabajo es ante todo una cuestin de satisfaccin esttica.Frente a la vida que llevan quienes se encuentran en la escala ms baja de la jerarqua social, esta concepcin -como cual

    quier otra que la haya precedido es una burda farsa.6 Sinembargo, permite creer que la flexibilidad voluntaria de lascondiciones de trabajo elegidas por los que estn arriba que,una vez elegidas, son tan valoradas y protegidas resultan unabendicin para los otros, incluso para quieneg la flexibilidadno slo no significa libertad de accin, autonoma y derecho a larealizacin personal, sino entraa tambin falta de seguridad,

    desarraigo forzoso y un futuro incierto.

    Ser pobre en una sociedad de consumo

    En la edad dorada de la sociedad de productores, la tica deltrabajo extenda su influencia ms all de las plantas indus

    triales y los muros de los asilos. Sus preceptos conformaban elideal de una sociedad justa todava por alcanzar; mientras tanto, servan como horizonte hacia el cual orientarse y comoparmetro para evaluar crticamente el estado de situacin encada momento. La condicin a que se aspiraba era el plenoempleo: una sociedad integrada nicamente por gente de trabajo.

    El pleno empleo ocupaba un lugar en cierto modo ambiguo, ya que era al mismo tiempo un derecho v una oblp-arinn

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    Segn desde qu lado del contrato de trabajo se invocara eseprincipio, una u otra modalidad saltaba a primer plano; pero,como sucede con todas las normas, ambos aspectos deban estar siempre presentes para garantizar la validez general delprincipio. El pleno empleo como caracterstica indispensable

    de una sociedad normal implicaba tanto un deber aceptadouniversal y voluntariamente, como un deseo compartido portoda la comunidad y elevado al rango de derecho universal.

    Definir una norma es definir, tambin, cuanto queda fuerade ella. La tica del trabajo encerraba, por ejemplo, el fenmeno del desempleo: no trabajar era anormal. Y, como poda esperarse, insistente presencia de los pobres se explicaba,

    alternativamente, por la falta de trabajo o por la falta de disposicin para el trabajo. Algunas ideas como las de Charles Booth o Seebohm Rowntree (la afirmacin de que es posibleseguir siendo pobre aunque se cumpla jornada completa, y quepor lo tanto la pobreza no puede ser explicada por el desconocimiento de la tica del trabajo) conmocionaron la opinin ilustrada britnica. La sola nocin de pobres que trabajan

    apareca como una evidente contradiccin en s misma; y nopoda ser de otro modo mientras la tica del trabajo mantuviera su lugar en la opinin generalizada, como cura y solucinpara todos los males sociales.

    Pero a medida que el trabajo dejaba de ser punto de encuentro entre las motivaciones individuales por un lado y la integracin de la sociedad y su reproduccin por el otro, la tica del

    trabajo como dijimos perdi su funcin de primer principio regulador. Por entonces ya se haba retirado, o haba sidoapartada por la fuerza, de numerosos campos de la vida sociale individual, que antes rega directa o indirectamente. El sector de la sociedad que no trabajaba era quiz su ltimo refugioo, mejor, su ltima oportunidad de sobrevivir. Cargar la miseria de los pobres a su falta de disposicin para el trabajo y, de

    ese modo, acusarlos de degradacin moral, y presentar la pobreza como un castigo por los pecados cometidos, fueron losltimos servicios que la tica del trabajo prest a la nueva sociedad de consumidores.

    Durante mucho tiempo, la pobreza fue una amenaza para lasupervivencia: el riesgo de morirse de hambre, la falta de atencin mdica o la carencia de techo y abrigo fueron fantasmas

    muy reales a lo largo de gran parte de la historia. Todava, en

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    \A-L.*A.-A. At* VV4.AVMVAV4A S*V ->VA V U V VA4. V4VA1VI V \J 1.WllUl-ma del umbral de supervivencia, la pobreza implicar siempremala nutricin, escasa proteccin contra los rigores del clima yfalta de una vivienda adecuada: todas, caractersticas que definen lo que una sociedad entiende como estndares mnimosde vida.

    La pobreza no se reduce, sin embargo, a la falta de comodidades y al sufrimiento fsico. Es tambin una condicin socialy psicolgica: puesto que el grado de decoro se mide por losestndares establecidos por la sociedad, la imposibilidad dealcanzarlos es en s misma causa de zozobra, angustia y mortificacin. Ser pobre significa estar excluido de lo que se considera una vida normal; es no estar a la altura de los dems. Esto genera sentimientos de vergenza o de culpa, que producen unareduccin de la autoestima. La pobreza implica, tambin, tenercerradas las oportunidades para una vida feliz; no poder aceptar los ofrecimientos de la vida. La consecuencia es resentimiento y malestar, sentimientos que al desbordarse semanifiestan en forma de actos agresivos o autodestructivos, ode ambas cosas a la vez.

    En una sociedad de consumo, la vida normal es la de losconsumidores, siempre preocupados por elegir entre la gran variedad de oportunidades, sensaciones placenteras y ricasexperiencias que el mundo les ofrece. Una vida feliz es aquella en la que todas las oportunidades se aprovechan, dejandopasar muy pocas o ninguna; se aprovechan las oportunidades

    de las que ms se habla y, por lo tanto, las ms codiciadas; y nose las aprovecha despus de los dems sino, en lo posible, antes. Como en cualquier1comunidad, los pobres de la sociedadde consumo no tienen acceso a una vida normal; menos an, a una existencia feliz. En nuestra sociedad, esa limitacin lospone en la condicin de consumidores manqus: consumidoresdefectuosos o ftnstrados, expulsados del mercado. A los pobres

    de la sociedad de consumo se los define ante todo (y as seautodefinen) como consumidores imperfectos, deficientes; enotra palabras, incapaces de adaptarse a nuestro mundo.

    En la sociedad de consumidores, esa incapacidad es causa.determinante de degradacin social y exilio interno. Esta falta de idoneidad, esta imposibilidad de cumplir con los deberesdel consumidor, se convierten en resentimiento: quien la sufre

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    UJ..UVUi ciucuiu yuoiuic, j.a Luiiua ccuLLUct a eaa iiuiiiiiitiuiuii es su-

    perar tan vergonzosa ineptitud como consumidor.Como revelaron Peter Kelvin y Joanna E. Jarett en su estu

    dio sobre los efectos psicosociales del desempleo en la sociedadde consumo, h a / algo particularmente doloroso para quienesperdieron el trabajo:7 la aparicin de un tiempo libre que noparece tener fin, unida a la imposibilidad de aprovecharlo.Gran parte de la existencia diaria carece de estructura sostienen los autores, pero los desocupados no pueden drselaen forma que resulte razonable, satisfactoria o valiosa:

    Una de las quejas ms comunes de los desocupados es que se sien

    ten encerrados en su casa... El hombre sin trabajo no slo se vefrustrado y aburrido, [sino que] el hecho de verse as (sensacinque, por cierto, coincide con la realidad) lo pone irritable. Esa irritabilidad es una caracterstica cotidiana en la vida de un marido sin trabajo.8

    Stephen Hutchens obtuvo las siguientes respuestas de susentrevistados (hombres y mujeres jvenes sin trabajo) con respecto al tipo de vida que llevaban: Me aburra, me deprimacon facilidad; estaba la mayor parte del tiempo en casa, mirando el diario. No tengo dinero, o no me alcanza. Me aburromuchsimo. Paso mucho tiempo en la cama; salvo cuando voya-ver amigos o vamos al pub si tenemos dinero... y no hay muchoms que decir. Hutchens resume sus conclusiones: La pala

    bra ms usada para describir la experiencia de estar sin trabajo es aburrido. .. El aburrimiento y los problemas con el tiempo;es decir, no tener nada que hacer .9

    En la vida del consumidor no hay lugar para el aburrimiento; la cultura del consumo se propuso erradicarlo. Una vidafeliz, segn la definicin de esta cultura, es una vida asegurada contra el hasto, una vida en la que siempre pasa algo:

    algo nuevo, excitante; y excitante sobre todo por ser nuevo. Elmercado de consumo, fiel compaero de la cultura del consumoy su indispensable complemento, ofrece un seguro contra elhasto, el espln, el ennui,la sobresaturacin, la melancola, laflojedad, el hartazgo o la indiferencia: todos males que, en otrotiempo, acosaban a las vidas repletas de abundancia y de confort. El mercado de consumo garantiza que nadie, en momento

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    alguno, llegue a sentirse desconsolado porque, al haberlo pro-'bado todo, agot la fuente de placeres que la vida le puedeofrecer.

    Como seal Freud antes del comienzo de la era del consumo, la felicidad no existe como estado) slo somos felices pormomentos, al satisfacer una necesidad acuciante. Inmediatamente surge el aburrimiento. El objeto del deseo pierde su atractivo ni bien desaparece la causa que nos llev a desearlo. Pero el mercado de consumo result ser ms ingenioso de lo queFreud haba pensado. Como por arte de magia, cre el estado

    de felicidad que segn Freud resultaba inalcanzable. Y lohizo encargndose de que los deseos surgieran ms rpidamenteque el tiempo que llevaba saciarlos, y que los objetos del deseofueran reemplazados con ms velocidad de la que se tarda enacostumbrarse y aburrirse de ellos. No estar aburrido noestarlo jams es la norma en la vida de los consumidores. Y se trata de una norma realista, un objetivo alcanzable. Quie

    nes no lo logran slo pueden culparse a s mismos: sern blanco fcil para el desprecio y la condena de los dems.

    Para paliar el aburrimiento hace falta dinero; mucho dinero, si se quiere alejar el fantasma del aburrimiento de una vez para siempre y alcanzar el estado de felicidad. Desear es gratis; pero, para desear en forma realista y de este modo sentir eldeseo como un estado placentero, hay que tener recursos. El seguro de salud no da remedios contra el aburrimiento. El dinero es el billete de ingreso para acceder a los lugares dondeesos remedios se entregan (los grandes centros comerciales,parques de diversiones o gimnasios); lugares donde el solo hecho de estar presente es la pocin ms efectiva o profilctica para prevenir la enfermedad; lugares destinados ante todo amantener vivos los deseos, ins acia dos e insaciables y, a pesar

    de ello, profundamente placenteros gracias a la satisfaccinanticipada.

    El aburrimiento es, as, el corolario psicolgico de otros factores estratificadores, que son especficos de la sociedad de consumo: la libertad y la amplitud de eleccin, la libertad demovimientos, la capacidad de borrar el espacio y disponer del

    propio tiempo. Probablemente, por conformar el lado psicolgico de la estratificacin, el aburrimiento sea sentido con msd l h d i i l

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    dolor y rechazado con ms ira por quienes alcanzaron menor

    el. desesperado deseo de escapar al aburrimiento o, al menos, de mitigarlo sea el principal acicate para su accin.

    Sin embargo, las probabilidades de lograr su objetivo sonnfimas. Quienes estn hundidos en la pobreza no tienen acce

    so a los remedios comunes contra el aburrimiento; cualquieralternativa inusual, irregular o innovadora, por otra parte, sersin duda clasificada como ilegtima y atraer sobre quienes laadopten la fuerza punitiva del orden y la ley. Paradjicamenteo, pensndolo bien, quiz no tan paradjicamente, es posible que, para los pobres, tentar al destino desafiando el ordeny la ley se transforme en el sustituto preferido de las razona

    bles aventuras contra el aburrimiento en que se embarcan losconsumidores acaudalados, donde el volumen de riesgos deseados y permitidos est cuidadosamente equilibrado.

    Si, en el sufrimiento de los pobres, el rasgo constitutivo es elde ser un consumidor defectuoso, quienes viven en un barriodeprimido no pueden hacer mucho colectivamente para encontrar formas novedosas de estructurar su tiempo, en especial deun modo que pueda ser reconocido como significativo ygratificante. Es posible combatir (y, en rigor, se lo hizo en forma notable durante la Gran Depresin de la dcada de 1930)la acusacin de pereza, que siempre ronda los hogares de losdesocupados, con una dedicacin exagerada, ostentosa y enltima instancia, ritualista a las tareas domsticas: fregarpisos y ventanas, lavar paredes, cortinas, faldas y pantalonesde los nios, cuidar el jardn del fondo. Pero nada puede hacerse contra el estigma y la vergenza de ser un consumidor inepto; ni siquiera dentro del gueto compartido con sus iguales. Denada sirve estar a la altura de los que lo rodean a uno; elestndar es otro, y se eleva continuamente, lejos del barrio, atravs de los diarios y la lujosa publicidad televisiva, que durante las veinticuatro horas del da promocionan las bendiciones del consumo. Ninguno de los sustitutos que pueda inventarel ingenio del barrio derrotar a esa competencia, dar satisfaccin y calmar el dolor de la inferioridad evidente. La capacidad de cada uno como consumidor est evaluada a la distancia,y no se puede apelar en los tribunales de la opinin local.

    Como recuerda Jerem y Seabrook,10 el secreto de nuestra so

    ciedad reside en el desarrollo de un sentido subjetivo de insuficiencia creado en forma artificial, ya que nada puede serms amenazante para los principios fundacionales de la so

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    ms amenazante para los principios fundacionales de la so

    ciedad que la gente se declare satisfecha con lo que tiene. Lasposesiones de cada uno quedan denigradas, minimizadas yempequeecidas al exhibirse en forma ostentcsa y agresiva eldesmedido consumo de los ricos: Los ricos se transforman enobjetos de adoracin universal.

    Recordemos que los ricos, los individuos que antes se ponan como modelo de hroes personales para la adoracin universal, eran self-Trade men[hombres que haban triunfado por supropio esfuerzo], cuya vida era ejemplo vivo del resultado deadherir a la tica del trabajo. Ahora ya no es as. Ahora, elobjeto de adoracin es la riqueza misma, la riqueza como garanta de un estilo de vida lo ms extravagante y desmesurado

    posible. Lo que importa ahora es lo que unopueda hacer, no loque deba hacerse ni lo que se haya hecho. En los ricos se adorasu extraordinaria capacidad de elegir el contenido de su vida(el lugar donde viven, la pareja con quien conviven) y de cambiarlo a voluntad y sin esfuerzo alguno. Nunca alcanzan puntos sin retomo, sus reencarnaciones no parecen tener fin, sufuturo es siempre ms estimulante que su pasado y mucho ms

    rico en contenido. Por ultimo aunque no por ello menos importante, lo nico que parece importarles a los ricos es laamplitud de perspectivas que su fortuna les ofrece. Esa gentes est guiada por la esttica del consumo; es su dominio de esa esttica no su obediencia a la tica del trabajo o su xito financiero, sino su refinado conocimiento de la vida lo que constituye la base de su grandeza y les da derecho a la universal

    admiracin.Los pobres no habitan una cultura aparte de la de los ricos

    seala Seabrook ; deben vivir en el mismo mundo, ideadopara beneficio de los que tienen dinero. Y su pobreza se agravacon el crecimiento econmico de la sociedad y se intensificatambin con la recesin y el estancamiento.

    En primer lugar, sealemos que el concepto de crecimientoeconmico, en cualquiera de sus acepciones actuales, va siempre unido al reemplazo de puestos de trabajo estables por manode obf"lxibl', a la sustitucin de la seguridad laboral porcontratos renovables, empleos temporarios y contratacionesincidentales de mano de obra, y a reducciones de personal, reestructuraciones y racionalizacin: todo ello se reduce a ladisminucin de los empleos. Nada pone de manifiesto esta relacin, en forma ms espectacular, que el hecho de que la Gran

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    Bretaa posterior a Thatcher aclamada como el xito econmico ms asombroso del mundo occidental, dirigida por lams ferviente precursora y defensora de aquellos factores decrecimiento sea tambin el pas que ostente la pobreza msabyecta entre las naciones ricas del globo. El ltimo Informesobre Desarrollo Humano, editado por el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas, revela que los pobres britnicosson ms pobres que los de cualquier otro pas occidental uoccidentalizado. En Gran Bretaa, alrededor de una cuarta parte de los ancianos viven en la pobreza, lo que equivale acinco veces ms que en Italia, acosada por problemas econmicos, y tres veces ms que en la atrasada Irlanda. Un quin

    to de los nios britnicos sufren la pobreza: el doble que enTaiwan o en Italia, y seis veces ms que en Finlandia. En total,la proporcin de gente que padece pobreza de ingresos creciaproximadamente un 60 bajo el gobierno [de la Sra. Thatcher].11

    En segundo lugar, a medida que los pobres se hacen mspobres, los ricos dechados de virtudes para la sociedad deconsumo se vuelven ms ricos todava. Mientras la quinta

    parte ms pobre de Gran Bretaa el pas del milagro econmico ms reciente puede comprar menos que sus pares encualquier otro pas occidental de importancia, la quinta parte ms rica ae cuenta entre la gente ms acaudalada de Europa ydisfruta de un poder de compra similar al de la legendaria elitejaponesa. Cuanto ms pobres son los pobres, ms altos y caprichosos son los modelos puestos ante sus ojos: hay que adorar

    los, envidiarlos, aspirar a imitarlos. Y el sentimiento subjetivode insuficiencia, con todo el dolor del estigma y la humillacinque acarrea, se agrava ante una doble presin: la cada delestndar de vida y el aumento de la carencia relativa, ambosreforzados por el crecimiento econmico en su forma actual:desprovisto de regulacin alguna, entregado al ms salvajelaisseZ'faire.

    El cielo, ltimo lmite para los sueos del consumidor, estcada vez ms lejos; y las magnficas mquinas voladoras, enotro tiempo diseadas y financiadas por los gobiernos para subiral hombre hasta el cielo, se quedaron sin combustible y fueronarrojadas a los desarmaderos de las polticas discontinuadas.O son finalmente recicladas, para hacer con ellas patrullerospoliciales.

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    Notas

    1. M. Wolf (1997), Mais pourquoi cette haine des m arches?,Le Monde

    Diplomatique, junio, p. 15.2. M, Weber (1976), The Protestan Eth ic an d the Spirit o f Capitalism,

    trad. al ingls de T. Parsons. Londres: George Alie & Unwin, p. 181. [La ticaprotestante y el espritu del capitalism o.Madrid, Editorial Revista de Dere

    cho Privado, 1955.]

    3. M. C. Taylor y E. Saarinen (comps.), Im agologies: M edia Philosophy.Londres: Routledge, Tfelerotics, p, 11.

    4. R. Petrella (1997), Une machine infernale,Le M onde Diplomatique,junio, p. 17.

    5. Para una distincin entre espacios cognitivos, estticos y morales, va

    se Z. Bauman (1993), Postm odern Ethics. Oxford: Blackwell.

    6. Xavier Emmanuelli (Le Monde, 15 de abril de 1997, p .l l ) ridiculizaotra ilusin, muy vinculada con esta , provocada por la tendencia a proyectaruna interpretacin elitista sobre los estilos de vida de quienes estn msabajo en la jera rqua social. Pu esto que una vida de viajes, movilidad y liber

    tad de los limites impuestos por un hogar ea un valor muy estimado entre losturistas de dinero, los jvenes se alejan de sus familias y acuden en masa a

    las grandes ciudades en busca de algo distinto. Suelen ser alabados (o mejor, idealizados como figuras romnticas) por su coraje y su confianza en smismos, que se supone los prep ara r p ara vivir en una sociedad que pre

    mia la iniciativa individual (recurdese la expresin en tu propia bicicleta,de Norman Tebbit). No hay idea ms falsa, dice Emmanuelli, que la supo

    sicin de que las idas y venidas de los hijos de los pobres son viajes de inicia-cin, que les perm iten a estos jvenes encontrarse a s mismos'5. Nada tienemenos en comn con un trnsito inicitico que este vagar sin objeto ni

    perspectiva. "No hay nada ms destructivo, subraya Emmanuelli.7. P. Kelvin y J.E . Ja rr e tt (19 85), Unemployment: Its Social PsychologicalEffects . Cambridge: Cambridge University Press, pp. 67-69.

    8. Ibid ., pp. 67-9.

    9. S. Hutchens (1994), L iving a P redicam ent: Young People SurvivingUnemployment.Aldershot: Avebury, pp. 58, 122.

    10. J. Seabrook (1988), The Race forR iche s: T he Hu m an Cost ofWealth.Basingstoke: Marshall Pickering, pp. 163, 164 y 168-169.

    11. Citado del informe de G. Lean y B. Gunnell, UK poverty is [the] w orstin the West,Independent on Sunday, 15 de junio de 1997.

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    SEGUNDA PARTE

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    Ascenso y cada del

    Estado benefactor

    El concepto de Estado benefactor encierra la idea de que,entre las obligaciones del Estado, est la de garantizar a todala poblacin una situacin de bienestar; y esto implica algoms que la simple supervivencia: es,una supervivencia con dig

    nidad,entendida tal como la concibe cada sociedad en su propia poca. Para las instituciones administradas y financiadaspor el Estado, el concepto impona la responsabilidad msamplia de atender el bienestar pblico,l es decir, garantizarcolectivamente la supervivencia digna de todos los individuos.Ese bienestar poda ser considerado como una forma de segurocolectivo contratado en coiyunto, que cubra individualmente

    a todos los miembros de la comunidad; esto es, una pliza deseguro que promete compensaciones proporcionales a las necesidad individuales, no al monto de las cuotas pagadas por cadauno. El principio de bienestarpblico, en su forma ms pura,supone la igualdad ante la necesidad, equilibrando las desigualdades existentes en cuanto a capacidad de pago. Y el Estado benefactor delega en sus organismos dependientes la respon

    sabilidad de poner en prctica ese principio.La idea de bienestar pblico en general, y de Estado bene

    factor en particular, mantiene una relacin ambigua con la tica del trabajo. El bienestar se relaciona con las ideas centralesde la tica del trabajo de dos maneras opuestas y difciles deconciliar que convierten al asunto en eterno tema de debate,sin solucin aceptable para todas las partes hasta el momento.

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    Por un lado, los partidarios de garantizar colectivamente elbienestar individual reconocieron siempre el carcter normalde una vida sostenida por el trabajo; sealaban, sin embargo,que la norma no es universalmente vlida debido a que no to

    dos lograban un empleo permanente. Para que los preceptosde la tica del trabajo fueran realistas, era preciso sacar deapuros a quien le fuera mal. Tambin se deba ayudar, a losque se encontraban transitoriamente desocupados, a sobrellevar los tiempos difciles, mantenindolos en condiciones decomportarse normalmente esto es, de retomar algn empleo una vez que la economa se recuperara y se ampliara,

    nuevamente, la disponibilidad de puestos de trabajo. Segneste argumento, el Estado benefactor resultaba necesario parasostener la tica del trabajo como norma y medida de la saludsocial, minimizando paralelamente los efectos adversos de poner en prctica esa norma en forma constante y universal.

    Por otra parte, al garantizar como un derecho independientementedel aporte realizado por cada uno a la riqueza co

    mn una vida decente y digna para todos, la idea de bienestar pblico permita separar (explcita o implcitamente) elderecho al sustento de las contribuciones productivas socialmente tiles, que slo se consideraban posibles en el marco deun empleo. Al mismo tiempo, haca tambalear la premisa menos cuestionada ms sagrada, inclusode la tica del trabajo: transformaba el derecho a una vida digna en cuestin de

    ciudadana poltica, ya no de desempeo econmico.La contradiccin entre ambos enfoques es evidente y legtima; no sorprende por eso que, desde su instauracin a comienzos del siglo xx, el Estado benefactor haya sido objeto de polmicas. Con buenas razones, fue proclamado por algunos comoel complemento necesario de la tica del trabajo; por otros, como unaconspiracin poltica en su contra.

    No era este, sin embargo, el nico punto en disputa. El Estado benefactor, es un agente de represin o un sistema para ampliar las necesidades humanas y mitigar los rigores de laeconoma de mercado? Es una ayuda para la acumulacin decapital y el aumento de ganancias, o un salario social que hay que defender y aumentar, como el dinero que se gana trabajando?Es un fraude capitalista o una victoria de la clase obrera?, se

    preguntaba Ian Gough, intentando comprender la confusinque parece ser el nico resultado de la prolongada controver-

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    sWv La respuesta es que el Estado benefactor ha sido todo eso mucho ms.. ' Surgi, en verdad, como punto de encuentro, por un lado,: entre las presiones de una economa capitalista cargada de

    problemas, incapaz de recrear sola y sin ayuda poltica lascondiciones para su propia supervivencia; y, por el otro, elactivismo de los trabajadores organizados, tambin incapacesde encontrar, solos y sin ayuda del Estado, un seguro contralos caprichosos ciclos econmicos. Fue necesario proteger yreafirmar el principio de desigualdad social, pero mitigandosus manifestaciones ms inicuas y menos perdurables; esti

    mular la aceptacin de la desigualdad, marginando a quienesno lograran contribuir a la reproduccin de la sociedad, y ayudar a cada integrante de la comunidad a paliar el impactodesgastante de una economa sin control poltico.

    En virtud de esos impulsos poderosos y convergentes, aunque heterogneos y contradictorios, en una etapa avanzada dela sociedad moderna (industrial, capitalista, de mercado ydemocrtica), el Estado benefactor se afirm, aunque sobrede-terminado por cierto. Las presiones que le dieron origen y loalimentaron con vigor a lo largo de los aos fueron tan fuertes,que la opinin comn lleg a considerar las prestaciones administradas desde el Estado como un ingrediente natural de lavida moderna, tan normal como las autoridades que se eleganperidicamente, o como la moneda oficial de cada pas.

    Hasta hace bastante poco tiempo, la opinin ilustrada comparta al pie de la letra ese difundido sentimiento. Incluso losms atentos y agudos observadores tenan dificultades para imaginar una sociedad moderna que no estuviera administrada por un Estado benefactor. En febrero de 1980, en un trabajopresentado en Perugia y publicado en octubre del ao siguien

    te, uno de los ms sagaces analistas de las tendencias contemporneas, Claus Offe, aseguraba que el Estado benefactor, encierto sentido, se haba convertido en una estructura irreversible, cuya abolicin exigira nada menos que la abolicin dlademocracia poltica y de los sindicatos, as como cambios fundamentales en el sistema de partidos. Offe expresaba su totalcoincidencia con la opinin dominante, cuando descartaba la

    postura de superar el Estado benefactor como no mucho msque ilusiones, polticamente impotentes, concebidas por algu-

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    nos idelogos de la vieja clase media. De hecho, las probabilidades de vivir fuera de. un Estado benefactor le parecan prcticamente imposibles:

    Sin una poltica de subsidios a la vivienda en gran escala, ni edu

    cacin pblica, servicios sanitarios y seguridad social obligatoria,el funcionamiento de una economa industrial sera sencillamenteinconcebible... El desconcertante secreto del Estado benefactor esque, si su impacto sobre la acumulacin capitalista puede resultardestructivo... su abolicin sera sencillamente paralizante... Lacontradiccin es que el capitalismo no puede existir ni conni sinelEstado benefactor.3

    Todo esto resultaba convincente cuando Offe lo escribi. Poresos aos, las ideas de abolir o incluso restringir las atribuciones del Estado benefactor, de entregar los seguros colectivos.#la iniciativa privada, de desestatizar, privatizar o desregularlas prestaciones sociales, parecan fantasas imaginadas poralgn fsil ideolgico. Menos de dos dcadas ms tarde, sin

    embargo, lo impensable pas a la orden del da, y un Estadopara nada benefactor, as como una economa capitalista sin lared de seguridad que significan las garantas establecidas porlos gobiernos, se ven como alternativas viables y en camino detransformarse en realidad en todas las sociedades ricas y econmicamente exitosas. En la actualidad, las presiones para lograr que tales situaciones se concreten resultan abrumadoras.

    Qu papel le cupo a la tica del trabajo, o qu funcin se leatribuy en este cambio, que est terminando drsticamentecon el Estado benefactor? Y qu impacto puede tener este cataclismo en la futura evolucin del Estado?

    Entre la inclusin y la exclusinHoy despus de aos de martilleo mental a cargo de

    Margaret Thatcher, Norman Tebbit o Keith Joseph, y tras elcoup dtat neoliberal de Milton Friedman o Friedrich Hayek es difcil para muchos pensar en sir William Beveridge(si no el padre, al menos el partero del Estado benefactor brit

    nico) como en un liberal ms que un socialista, o un crtico deizquierdas de las polticas socialdemcratas. Sin embargo, para

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    Beveridge, el proyecto de su generoso Estado benefactor supona el total e inevitable cumplimiento de la idea de buena sociedad que tenan los viejos liberales: Las cosas que ms deseo ver realizadas son esencialmente liberales: transladar alnuevo mundo las grandes tradiciones vivas del Liberalismo.Puesto que la igualdad de libertades esenciales fue el finltimo del Liberalismo... podemos y debemos usar el poder organizado de la comunidad para incrementar los derechos delos individuos. Pero no todos los individuos gozarn de esaslibertades y esos derechos si la comunidad no garantiza, paraellos, tanto la ausencia de Necesidades como del temor a laNecesidad; tanto el fin de la Desocupacin como del temor aesa Desocupacin, provocada por el desempleo...4

    Para un liberal como William Beveridge, no era suficienteproclamar la libertad para todos. Haca falta tambin asegurarse de que todos tuvieran los medios y la voluntad de usaresa libertad con la cual, segn la ley, contaban. Y a partir deesas precondiciones para la libertad, Beveridge redact su

    Report on Social Insurance dnd Allied Services [Informe sobrela Seguridad Social y sus servicios relacionados], presentado aun gobierno preocupado por conquistar la paz que iba a seguira la guerra a punto de ganarse. Ese Informe, en las propiaspalabras de Beveridge,

    propone un plan de Seguridad Social para garantizar que cadaciudadano del pas, con tal de que trabaje y contribuya en loque pueda, reciba un ingreso que lo mantenga a cubierto de necesidades cuando por cualquier razn enfermedad, accidente,desempleo o vejez-se vea imposibilitado de trabajar y ganar lonecesario para su subsistencia honrosa y la de quienes de l dependan. Seguir recibiendo ese ingreso aunque carezca de bienes y, si posee alguno, la renta no le ser reducida por ningunainvestigacin de ingresos.*

    Es evidente que el informe fue escrito al cabo de dos siglosde dominio indiscutido por parte de la tica del trabajo. Esa tica haba cumplido su misin. Y el mensaje haba calado hondo: todo varn sano y en condiciones de trabajar, lo hara mientras pudiera. A mediados del siglo xx, esto se aceptaba como

    M eans test: examen o investigacin del estado financiero de una persona

    - para determ inar si tiene o no derecho a recibir asisten cia pblica. [T.]

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    verdad indiscutible. Lo nico que quedaba por resolver era quhacer si, por cualquier razn, no haba trabajo disponible o noera posible tomar un empleo aunque lo hubiera. Ese temor limitaba la libertad, paralizaba la iniciativa, privaba a la gentedel coraje necesario para enfrentar los riesgos. Un seguro co

    munitario disipara temoresparalizantes y devolvera la libertad que todo esfuerzo de autoafirmacin necesita. Pero esa libertad exiga la ausencia de necesidades, la desaparicin deldesempleo, borrar para siempre el temor a esos fantasmas.

    La idea, concebida ante todo como medida preventiva e instrumental, habra carecido de sentido si esas libertades no hubieran alcanzado a cada miembro de la comunidad, y no slo(una vez que el dao ya estuviera hecho) a aquellos que hubieran fracasado: los infortunados o faltos de previsin que noposeyeran nada propio. Concentrar la ayuda en quienes msla necesitaran, como proponen hoy la mayora de los polticos,ni siquiera se habra acercado al ambicioso objetivo deBeveridge. Ofrecer asistencia una vez que el temor hubieracumplido su tarea devastadora, y que la privacin y el desem

    pleo se hubieran transformado ei realidad, no habra contribuido al sueo liberal de lograr seres humanos audaces, seguros, confiados e independientes.

    Incluso en trminos de costos y efectos, una asistenciafocalizada sobre quienes realmente la necesitaran habra sidoun mal negocio. Si la estrategia de Beveridge hubiera funcionado, el Estado benefactor se habra hecho innecesario poco apoco; pero, al permitir que el miedo siguiera acosando a la gente como lo haba hecho en el pasado, slo se logr multiplicar elnmero de vctimas. Y as subi el costo de darles una mano aquienes la precisaban. La tarea era eliminar el miedo mismo,y esto slo poda lograrse si las prestaciones ofrecidas, en elcaso de los afortunados y precavidos que poseyeran algo, "noeran recortadas por ninguna investigacin de ingresos.

    La propuesta de Beveridge recibi apoyo casi universal, precisamente porque eliminaba la investigacin de ingresos. Pocos si es que alguno lleg a calcularlo vieron mal los costosfiscales que implicara, y prcticamente nadie se quej de nopoder contribuir a ese beneficio social del mismo modo que losintegrantes de una familia aceptan que .todos tienen el mismoderecho al alimento, sin hacer primero un inventario de la comida disponible y averiguar si hav sn-fripnt.p nara m

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    apetito ele todos. Como sealan Alan Deacon y Jonathan Bradshaw en su excelente historia sobre la investigacin deingresos,6el Informe Beveridge debi su tremenda popularidad, ante todo, a la promesa de abolir aquella investigacin.

    Cuando el Proyecto de Seguro Nacional finalmente se transform en ley, la revista The Economist (2 de febrero de 1946)interpret que era una virtual abolicin de la investigacinde ingresos. En realidad, esa abolicin nunca se concret: en1948, haba en Gran Bretaa tres beneficios sociales otorgados a partir de la investigacin de ingresos y que favorecan aunos dos millones de personas. Pero ese nmero se ha vueltoinsignificante gracias al incesante aumento de servicios obtenidos, en los ltimos aos, mediante la investigacin de ingresos.En diciembre de 1982, doce millones de personas se encontraban afectadas por alguna forma de investigacin de ingresos, unritmo de crecimiento difcilmente igualado en ningn otro campo de la vida pblica.

    La prestacin universal pero selectiva de los beneficios sociales (otorgados a travs de la investigacin de ingresos) creados modelos de Estado benefactor, totalmente diferentes; diferentes en su impacto social y cultural, en el modo como sonpercibidos por las distintas capas de la poblacin y en las perspectivas1de su destino poltico.

    Nadie puso ms pasin que Richard Titmuss y Peter Tbwnsend en la lucha contra el reemplazo, gradual pero inexorable, de las ambiciones universalistas- por las prcticas selec

    tivas. En un intento desesperado por frenar la tendencia,Titmuss record en 19686 que los servicios para los pobres fueron siempre pobres servicios: cuando quedan confinados a lossectores ms bajos de la poblacin, reconocidos por su falta defuerza poltica y capacidad de ser escuchados, los servicios sociales selectivos atraen, por lo general, a los peores profesionales y administradores. Ambos autores sostuvieron en repeti

    das ocasiones, tambin, que adems de esta desventaja depor s muy seria, limitar las prestaciones a quienes demos-trhran su pobreza provocaba otras consecuencias de largo alcance que resultaran perjudiciales para la comunidad. Slocuando estuvieran orientadas a la sociedad toda, y fueran tomadas por lo tanto como un derecho de todos, podran "promover la integracin social y un sentido de comunidad, como lo

    haban hecho durante la guerra.7

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    La supresin de la investigacin de ingresos lleva a la comunidad de beneficiarios (en este caso, a la totalidad de la poblacin) a considerar que el dinero usado por el Estado benefactorha sido bien invertido; despus de todo, esos fondos se gastaron pra cubrir los costos del mejor, ms generoso y confiable

    seguro contra todo tipo de infortunio que pueda resolverse condinero. La comunidad llega a contemplarse a s misma comoun hogar seguro, como el lugar donde se, establece da tras dael equibrio justo (y ptimo) entre derechos y obligaciones. Sila prestacin de servicios se ve limitada por una investigacinde ingresos, la comunidad queda dividida entre quienes dansin conseguir nada a cambio y los que consiguen sin dar. (Esta

    ltima idea qued muy bien ilustrada por David Blunkett,ministro del recientemente electo Nuevo Laborismo, quien,en carta publicada en The Guardian ..del 29 de julio de 1997,redujo la funcin del Estado benefactor al que califica de ineficaz e insostenible a pasar dinero en efectivo*!^ un segmento de la comunidad a otro.) La racionalidad del inter'Srfsfeenfrenta, as, a la tica de la solidaridad; y esta misma tica

    pasa a depender de lo que uno pueda pagar o, mejor dicho, delo que est dispuesto a compartir polticamente.La consecuencia general de investigar los ingresos es la di

    visin, no la integracin; la exclusin en lugar de la inclusin.La nueva y ms reducida comunidad de contribuyentes cierra filas y utiliza su poder poltico para segregar a los ciudadanosdeficientes, y los castiga por no ajustarse a los estndares que

    aquellos buenos contribuyentes proclaman como su rasgo distintivo. Un veredicto indignado y moralista como el de R.Boyson,8quien sostiene que se les saca el dinero a los enrgicos, exitosos y previsores para drselo a los ociosos, fracasadose indolentes* encuentra cada vez ms adhesiones. Quienesreciben lo que guarda un parecido asombroso co