SOMOS INEVITABLEMENTE MORALES

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Una tradición hispana Para empezar la tarea de averiguar qué es ser una persona moralmente edu- cada resulta de gran utilidad recurrir a una tradición española que, iniciada por Xavier Zubiri y proseguida por José Luis Aranguren, continúa hoy su andadura en trabajos como los de los miembros del Seminario Xavier Zubiri, y muy espe- cialmente en los de su director, Diego Gracia. Entiende la mencionada tradi- ción que, para hablar de ética, es preciso acudir en principio a la antropología biológica con objeto de descubrir cuáles sean las raíces antropológicas de la mo- ralidad, porque es imposible dar razón del fenómeno moral sin preguntarse por el modo de estar del ser humano en el mundo. A esta tarea dedicó Xavier Zubiri al- gunos de sus cursos orales (1) y Arangu- ren tuvo buen cuidado de aprovechar ta- les enseñanzas en su Ética (2). Por su parte, Diego Gracia recoge y profundiza la «fundamentación» zubiriana de lo moral en lugares centrales de sus Funda- mentos de Bioética (3), y otros autores his- panohablantes e «hispanoescribientes» le han dedicado sustanciosos comenta- rios (4). A todos estos trabajos vamos a remitirnos con objeto de dilucidar si nuestra misma estructura biológica exige alguna línea de educación moral, línea cuyos trazos iremos dibujando a lo largo del capítulo. Atendiendo a esta tradición, podemos decir que todo ser humano se ve obli- gado a conducirse moralmente, por- que está dotado de una «estructura mo- ral» o, por decirlo con Diego Gracia, de una «protomoral», que tiene que distin- guirse de la «moral como contenido». Precisamente porque todo ser humano posee esta estructura, podemos decir que somos constitutivamente morales: podemos comportarnos de forma mo- ralmente correcta en relación con deter- minadas concepciones del bien moral, es decir, en relación con determinados contenidos morales, o bien de forma inmoral con respecto a ellos, pero, es- tructuralmente hablando, no existe nin- guna persona que se encuentre situada «más allá del bien y del mal». ¿En qué consiste esa estructura moral? La estructura moral del ser humano Necesitamos sobrevivir En principio, recuerda Zubiri que cualquier organismo se ve enfrentado al reto de ser viable en relación con su me- dio y para ello se ve obligado a respon- der a las provocaciones que recibe de él ajustándose para no perecer. La estruc- tura básica de la relación entre cualquier organismo y su medio es entonces «suscitación-afección-respuesta» y es la que le permite adaptarse para sobre- vivir. Sin embargo, esta estructura se modula de forma bien diferente en el animal y en el ser humano. En el animal, la suscitación procede de un estímulo que provoca en él una res- puesta perfectamente ajustada al medio, gracias a su dotación biológica. A este ajustamiento se denomina «justeza» y se produce de forma automática. En el ser humano, sin embargo, en virtud de su hi- performalización, la respuesta no se pro- duce de forma automática, y en esta no determinación de la respuesta se produce el primer momento básico de libertad. Y no sólo porque la respuesta no viene ya biológicamente dada, sino también por- que, precisamente por esta razón, se ve obligado a justificarla. El momento básico de libertad El ser humano responde a la suscita- ción que le viene del medio a través de un proceso en el que podríamos distin- guir tres pasos: 1. En principio, se hace cargo, a través de su inteligencia, de que los estímulos son reales, es decir, que proceden de una realidad estimulante por la que se siente afectado. El ser humano no está afectado, por tanto, por el «medio», si- no por la realidad, lo cual supone un compromiso originario con ella que tendrá, como veremos, sus implicacio- nes morales. 2. La respuesta no le viene dada de forma automática, sino que, a la hora de res- ponder, crea él mismo un conjunto de posibilidades, entre las que ha de ele- gir la que quiere realizar. Si bien tales posibilidades enraízan en la realidad, ellas mismas son irreales y es la perso- na quien tiene que elegir cuál quiere realizar. De ahí que los representantes de la tradición que estamos comen- tando convengan en afirmar que ya en ese nivel biológico básico se produce el primer momento de libertad: no es- tamos determinados por el estímulo real, sino que nos vemos forzados a elegir. No somos libres para dejar de ser libres. 3. Para elegir una posibilidad, el ser hu- mano ha de renunciar a las demás y por eso su elección ha de ser justifi- cada; es decir, ha de hacer su ajusta- miento a la realidad, porque no le viene dado naturalmente, justificán- dose. Lo que en el animal era justeza automática, en el ser humano es justi- ficación activa, y esta necesidad de justificarse le hace necesariamente moral. Por eso la exigencia de apelar a un referente moral se encuentra ins- crita en la estructura básica del ser hu- mano, de donde se sigue que es cons- titutivamente moral. El «contenido» desde el cual una per- sona justificará sus elecciones no impor- ta ahora, porque sin duda variará; lo que importa es recordar que se siente afecta- da por la realidad y para sobrevivir ha de © 1996 Adela Cortina © de esta edición 1998 by Santillana, S.A. INFORME SOMOS INEVITABLEMENTE MORALES El quehacer ético. Colección Aula XXI, n.º 61, capítulo 5 (págs. 79-93). Editorial Santillana, Madrid, 1996. Santillana Adela Cortina Catedrática de Ética y Filosofía Política Universidad de Valencia El quehacer ético Guía para la educación moral El quehacer ético Guía para la educación moral A DELA C ORTINA a X X I

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Adela Cortina Catedrática de Ética y Filosofía Política Universidad de Valencia

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Una tradición hispana

Para empezar la tarea de averiguarqué es ser una persona moralmente edu-cada resulta de gran utilidad recurrir auna tradición española que, iniciada porXavier Zubiri y proseguida por José LuisAranguren, continúa hoy su andadura entrabajos como los de los miembros delSeminario Xavier Zubiri, y muy espe-cialmente en los de su director, DiegoGracia. Entiende la mencionada tradi-ción que, para hablar de ética, es precisoacudir en principio a la antropologíabiológica con objeto de descubrir cuálessean las raíces antropológicas de la mo-ralidad, porque es imposible dar razóndel fenómeno moral sin preguntarse porel modo de estar del ser humano en elmundo.

A esta tarea dedicó Xavier Zubiri al-gunos de sus cursos orales (1) y Arangu-ren tuvo buen cuidado de aprovechar ta-les enseñanzas en su Ética (2). Por suparte, Diego Gracia recoge y profundizala «fundamentación» zubiriana de lomoral en lugares centrales de sus Funda-mentos de Bioética (3), y otros autores his-panohablantes e «hispanoescribientes»le han dedicado sustanciosos comenta-rios (4). A todos estos trabajos vamos a

remitirnos con objeto de dilucidar sinuestra misma estructura biológica exigealguna línea de educación moral, líneacuyos trazos iremos dibujando a lo largodel capítulo.

Atendiendo a esta tradición, podemosdecir que todo ser humano se ve obli-gado a conducirse moralmente, por-que está dotado de una «estructura mo-ral» o, por decirlo con Diego Gracia, deuna «protomoral», que tiene que distin-guirse de la «moral como contenido».Precisamente porque todo ser humanoposee esta estructura, podemos decirque somos constitutivamente morales:podemos comportarnos de forma mo-ralmente correcta en relación con deter-minadas concepciones del bien moral, es decir, en relación con determinadoscontenidos morales, o bien de forma inmoral con respecto a ellos, pero, es-tructuralmente hablando, no existe nin-guna persona que se encuentre situada«más allá del bien y del mal». ¿En quéconsiste esa estructura moral?

La estructura moral del ser humano

Necesitamos sobrevivirEn principio, recuerda Zubiri que

cualquier organismo se ve enfrentado alreto de ser viable en relación con su me-dio y para ello se ve obligado a respon-der a las provocaciones que recibe de élajustándose para no perecer. La estruc-tura básica de la relación entre cualquierorganismo y su medio es entonces«suscitación-afección-respuesta» y esla que le permite adaptarse para sobre-vivir. Sin embargo, esta estructura semodula de forma bien diferente en elanimal y en el ser humano.

En el animal, la suscitación procede deun estímulo que provoca en él una res-puesta perfectamente ajustada al medio,gracias a su dotación biológica. A esteajustamiento se denomina «justeza» y seproduce de forma automática. En el serhumano, sin embargo, en virtud de su hi-performalización, la respuesta no se pro-duce de forma automática, y en esta nodeterminación de la respuesta se produceel primer momento básico de libertad. Yno sólo porque la respuesta no viene ya

biológicamente dada, sino también por-que, precisamente por esta razón, se veobligado a justificarla.

El momento básico de libertadEl ser humano responde a la suscita-

ción que le viene del medio a través deun proceso en el que podríamos distin-guir tres pasos: 1. En principio, se hace cargo, a través de

su inteligencia, de que los estímulosson reales, es decir, que proceden deuna realidad estimulante por la que sesiente afectado. El ser humano no estáafectado, por tanto, por el «medio», si-no por la realidad, lo cual supone uncompromiso originario con ella quetendrá, como veremos, sus implicacio-nes morales.

2. La respuesta no le viene dada de formaautomática, sino que, a la hora de res-ponder, crea él mismo un conjunto deposibilidades, entre las que ha de ele-gir la que quiere realizar. Si bien talesposibilidades enraízan en la realidad,ellas mismas son irreales y es la perso-na quien tiene que elegir cuál quiererealizar. De ahí que los representantesde la tradición que estamos comen-tando convengan en afirmar que ya enese nivel biológico básico se produceel primer momento de libertad: no es-tamos determinados por el estímuloreal, sino que nos vemos forzados aelegir. No somos libres para dejar deser libres.

3. Para elegir una posibilidad, el ser hu-mano ha de renunciar a las demás y por eso su elección ha de ser justifi-cada; es decir, ha de hacer su ajusta-miento a la realidad, porque no leviene dado naturalmente, justificán-dose. Lo que en el animal era justezaautomática, en el ser humano es justi-ficación activa, y esta necesidad dejustificarse le hace necesariamentemoral. Por eso la exigencia de apelar aun referente moral se encuentra ins-crita en la estructura básica del ser hu-mano, de donde se sigue que es cons-titutivamente moral.El «contenido» desde el cual una per-

sona justificará sus elecciones no impor-ta ahora, porque sin duda variará; lo queimporta es recordar que se siente afecta-da por la realidad y para sobrevivir ha de

© 1996 Adela Cortina © de esta edición 1998 by Santillana, S.A.

INFORME

SOMOS INEVITABLEMENTE MORALESEl quehacer ético.

Colección Aula XXI, n.º 61, capítulo 5 (págs. 79-93). Editorial Santillana, Madrid, 1996.

Santillana

Adela CortinaCatedrática de Ética y Filosofía PolíticaUniversidad de Valencia

El quehacer éticoGuía para la educación moralEl quehacer éticoGuía para la educación moral

A D E L A C O R T I N A

aaXXI

Santillana

responder a ella, eligiendo entre posibi-lidades y justificando su elección. ¿Quése sigue de todo ello para la educaciónmoral?

Consecuencias para la educación moral

En principio, si cualquier personacapta las cosas como «realidades» y sumodo de estar en el mundo es el deestar en la realidad, necesitamos hacerpie en ella para construir cuantas posibi-lidades seamos capaces de idear; posibili-dades entre las cuales tenemos que elegirla que consideremos más adecuada.

Este sencillo reconocimiento com-portará un buen número de implica-ciones para quien desee ser una personamoralmente bien educada, aunque paraextraerlas emplearemos el término «rea-lidad» en un sentido un tanto heterodo-xo en lo que a la tradición zubiriana serefiere.

La primera de esas implicaciones con-siste en reconocer que una persona inte-ligente trata de conocer la realidad.

Conocer la realidadSi de la realidad tenemos que partir

inevitablemente, parece aconsejable tra-tar de conocerla lo mejor posible, por-que otra cosa es, no sólo suicida, sinotambién «homicida».

Es suicida ya que quien construyecastillos en el aire, desconociendo elerreno que pisa, no tarda en caer en al-gún hoyo. La imaginación pueril –comoes sabido– es la que se pierde en ensoña-ciones sin punto de apoyo en la rea-lidad, y después sucede que el niño, afuerza de imaginar sin fundamento, secreyó Tarzán y se rompió el fémur pen-sando que saltaba de liana en liana. Laimaginación creadora, por contra, la ima-ginación adulta, es la que se nutre dela realidad y trata de ampliarla proyec-tando desde ella.

Por otra parte, desconocer la realidady construirse la vida de espaldas a ella estambién «homicida»: el que vive siem-pre en las nubes es un peligro privado ypúblico, bien porque propone proyectosilusorios, que acaban en la frustración dequienes se alistaron confiados, bien por-que ignora si está causando daño o bien.Su ignorancia resulta en cualquier casopeligrosa.

Por eso conviene experimentar la rea-lidad cotidiana, informarse, recurrir a lasaportaciones de distintos saberes, yechar mano de la experiencia ajena a tra-vés de la literatura, el cine, las artes plás-ticas y unos medios de comunicación«bien administrados». Una mente abier-

ta a los problemas y a las propuestas desolución ya existentes es esencial parauna persona moralmente educada.

Tomarla en serioAhora bien, precisamente quien se

afane por conocer la realidad al máximocaerá en la cuenta de que con ella no sepueden hacer mangas y capirotes como a veces cree un «idealismo» mal enten-dido. Y digo «un idealismo mal entendi-do» porque el término «idealismo» tie-ne diversas acepciones, algunas de lascuales son imprescindibles para culmi-nar con éxito el proceso de humaniza-ción de la humanidad, mientras queotras resultan totalmente contraindica-das para llevar a cabo ese proceso.

Sería idealismo positivo considerarque la historia humana se construye tam-bién con ideas e ideales, y que es puroconformismo, dejación de humanidad,resignarse a pensar que no hay más ceraque la que arde, aferrarse con uñas y dien-tes a la vulgaridad y la ramplonería, ta-chando de ilusos a cuantos intentan abrirnuevos horizontes.

Es también positivo el idealismo filo-sófico de corte kantiano, según el cualcuando hacemos ciencia somos nosotroslos que construimos modelos y plantea-mos preguntas que después formulamosa la experiencia. Una teoría científica noes nunca un simple reflejo de la realidad,sino que cuenta, como ingrediente, conuna buena dosis de imaginación y razóncreadoras.

Sin embargo, cuando extremamos es-tas posiciones y llegamos a afirmar quesomos nosotros quienes construimos elmundo a nuestro sabor, desde nuestrasideas, sin necesidad siquiera de hacer pieen la realidad, hemos convertido elidealismo sano en un idealismo pato-lógico. Y como sucede que todo conoci-miento viene movido por un interés, como ya recordaron Scheler, Apel oHabermas (5), las más de las veces este idealismo enfermo está manipuladodesde intereses individuales o grupa-les: interesa creer que somos nosotrosquienes construimos la realidad porqueasí podemos manipularla a nuestro gusto.

Éste es el caso ejemplar de la célebre«razón instrumental» moderna, que seviene empeñando desde hace siglos entratar como objetos de usar y tirar a lanaturaleza y a cada uno de los sereshumanos (6). Así hemos llegado en nues-tro momento, sin ir más lejos, a unamanipulación total del medio ambiente,gracias a la cual puede hablarse, sin te-mor a errar, de desastre ecológico.

La desertización del planeta Tierra esya un hecho, y al menos cincuenta millo-nes de «ecorrefugiados» están abando-

nando sus países de origen, totalmente ex-poliados por intereses económicos, y bus-can donde vivir. Es difícil calcular el nú-mero de muertes que se producen por elcamino. Es difícil prever qué ocurrirácuando lleguen a las puertas de los «paísesricos». Y no es mucho más sencillo prede-cir qué sucederá con los que logren entraren ellos: marginación, busca de permisode trabajo, desconfianza y recelos por par-te de los ciudadanos de toda la vida.

Por contra, lo que sí es evidente esque la realidad empieza a «vengarse»con el agotamiento de las materias pri-mas, la desertización y la progresiva des-trucción de la ecosfera, porque la reali-dad, al cabo, termina «vengándose» dealguna manera. Termina presentandorepleto su libro de reclamaciones a unahumanidad que ha perdido el norte.

Frente a esta idea errada de que po-demos tomar la realidad a beneficio deinventario, puede extraerse una segundaconsecuencia del reísmo zubiriano: nopodemos organizar nuestra vida de es-paldas a la realidad, sino que hemos detomarla en serio.

La imaginación al poderPero tomarla en serio significa, entre

otras cosas, saber que puede ser ampliadade una forma prodigiosa, siempre que nodejemos de hacer pie en ella y mientrasagudicemos al máximo la capacidad crea-dora para imaginar posibilidades sincuento.

Como antes hemos comentado, es unhábil recurso de los conformistas –de los«realistas» de pacotilla– frenar cualquierpropuesta innovadora alegando que nohay más cera que la que arde, que no hayque estirar el brazo más que la manga, yotros refranes disuasorios. Sin embargo,lo humano, lo realmente humano, con-siste en la capacidad de crear más ceray alargar las mangas, para conseguir laluz que deseamos y tener el brazo a cu-bierto.

Las más de las veces, las depresiones,los malos humores vienen motivadospor el agobio que produce no vislumbrarsalidas para nuestros problemas. Poreso, la piedra filosofal para salir del malpaso, para convertir en serenidad laamargura, consiste en idear alterna-tivas viables. Una cosa es soñar utopíascuyo fracaso conduce a la frustración delos ideales por los que nacieron, otrabien distinta ampliar el ámbito de la rea-lidad posible, para encontrar siempreante cualquier problema una salida.

Los enigmas excitan la imaginación yla razón creadoras; las aporías, los calle-jones sin salida bloquean las capacidadeshumanas y acaban matando el impulsovital.

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Ser realistasActuar en el sentido que venimos co-

mentando es, en definitiva, ser realistade un modo plenamente humano: serrealista en el sentido en que lo entendióun zubiriano como Ignacio Ellacuría,cuyo planteamiento moral y ético tuvoun agudo sentido de la realidad (7).

Por «ser realista» suele entenderse enprincipio ser pragmático, ser egoísta, nocomprometer demasiado para no tenersinsabores. Pero esto no es realismo, si-no cinismo.

También puede entenderse por «rea-lismo» atenerse a la realidad tal como es,a los hechos tal como son. Pero sucedeque «lo que es, no es todo», sino quepuede ser muchísimo más, dependiendode nuestra «ambición».

Por eso consideramos aquí auténticorealismo el que, al formular las grandespreguntas éticas, trata de ampliar loreal desde lo que ya es. Y hoy en día –fuerza es reconocerlo– no es realistapreguntarse «¿qué hacer?» sólo desde elPrimer o el Segundo Mundo, prescin-diendo del Tercero, porque no existe yaningún mundo que sea independiente delos restantes.

Como muestra la globalización de losproblemas económicos o ecológicos, lainterdependencia entre todos los lugaresde la Tierra es un hecho, y para ser rea-lista, para actuar con sentido de la reali-dad, es preciso preguntarse qué hacerdesde el contexto de la humanidad en suconjunto (8).

Por eso, los planteamientos éticos queparten de la psicología de cada individuoy tratan de llegar a partir de ella a la con-veniencia para cada uno de aceptar de-terminadas propuestas morales carecende realismo, porque no existen indivi-duos abstractos, independientes de lospueblos, las culturas y las épocas. Cadauno de nosotros es hijo de su tiempo yde su lugar, sencillamente porque deve-nimos personas a través de un procesode socialización, en el que recibimos ellegado de tradiciones de nuestra socie-dad concreta.

Por lo tanto, el punto de partida de lamoralidad no es nunca un individuo cual-quiera, sino este individuo en este gruposocial, en esta época y en este lugar.

Recordar que la pregunta por el ha-cer humano siempre se formula desdeuna situación fue una de las claves dela ética realista de la liberación de Igna-cio Ellacuría.

Un imperativo éticoUna simple mirada a la globalidad

–recuerda Ellacuría– nos muestra queexisten «pueblos enteros crucificados»,al menos dos tercios de la humanidad, lo

cual significa que partimos ya de unasituación de «deshumanidad». Un pro-yecto ético no puede eludir este puntode partida, sino intentar que el procesoevolutivo de hominización, por el quefue surgiendo paulatinamente el ser hu-mano, se prolongue en un proceso dehumanización.

Para lograr llevar a cabo ese procesode humanización, quien quiera ser libreha de asumir un «imperativo ético» quese articula en tres momentos: hacersecargo de la realidad, cargar con ella yencargarse de ella para que sea como debe ser.

«Hágase usted cargo» –decimos cuan-do pretendemos que alguien comprendabien una situación antes de decidir, nosea cosa que tome una decisión de la quedespués podría arrepentirse.

«Cargue usted con las consecuencias»–decimos cuando queremos mostrar aalguien que es a él a quien van a pedirseresponsabilidades de lo que sucede, por-que es quien toma la decisión, por mu-cho que quiera escabullir el bulto.

«En definitiva es usted el encargado»–decimos cuando el responsable se es-fuerza por pasar la pelota al superior, alinferior, o al sistema en su conjunto.

Asumir estas tres obligaciones con larealidad social en la que ya estamos im-plantados es lo contrario de encogersede hombros alegando que, a fin de cuen-tas, «no soy guardián de mi hermano».Pero en este caso no sería Yahvé quienpediría responsabilidades, sino la reali-dad de un ingente número de seres hu-manos despojados de sus derechos, anteel que es preciso haber perdido muchahumanidad para no sentirse conmovido,es preciso haber perdido mucha inteli-gencia para no comprender que las cosasdeben ser de otro modo y que son tam-bién responsabilidad nuestra.

Curiosamente, Occidente se vanaglo-ria de tener por justas las leyes queenunciamos poniéndonos en el lugarde cualquier otro. «Póngase usted en milugar» –decimos al administrativo quenos pide lo imposible. «Póngase usteden mi lugar» –repetimos en situacionesde desesperación. Ponerse en el lugardel dominicano agredido o del turcohumillado es un buen comienzo parajuzgar después si el racismo es huma-namente aceptable.

Ser responsablesDesde esta perspectiva se abre paso

lo que llamaríamos una «moral de laresponsabilidad», entendida ahora notanto en sentido weberiano como con-traposición a la moral de la convic-ción (9), sino como contrapartida dela «moral de la irresponsabilidad». Por-

que el que intenta eludir la realidad yno responder de ella, como si no pre-sentara sus exigencias ni tuviera rela-ción con él, practica una moral de lairresponsabilidad, que a la larga acabapagándose. Y digo el impersonal «se»con plena conciencia, porque, lamen-tablemente, no siempre es el irrespon-sable quien paga las malas consecuen-cias, sino otros más débiles que él.

No es extraño, en este orden de cosas,que Ignacio Ellacuría hiciera suya esamoral de la responsabilidad de que ven-go hablando –dejarse afectar por la reali-dad, hacerse cargo de ella y responder deella–, hasta el punto de introducir en elPlan de Estudios de la Universidad Cen-troamericana «José Simeón Cañas» unaasignatura llamada «Realidad Nacio-nal». Ni resulta extraño tampoco que elfilósofo Hans Jonas propusiera hacebien poco sustituir el «Principio Espe-ranza» del marxista utópico Ernst Blochpor un «Principio Responsabilidad» conrespecto a la naturaleza (10).

Ser inteligentesSi, como hemos dicho, vamos a ver-

nos obligados constantemente a elegirentre posibilidades para apropiarnosunas, renunciando a otras, y a tener quejustificar nuestras elecciones, más nosvale intentar ir aclarándonos a nosotrosmismos desde dónde hacerlo para lograrbuenas elecciones. Sin duda, nuestra ra-zón tiene una función calculadora, peronos conviene que esos cálculos sean pru-dentes (11). Es decir, nos conviene tenercriterios fundados desde los que tomarlas decisiones, no sea que elijamos lasopciones menos acertadas.

En este sentido, la historia de la éticaha sido en buena medida la historia de lasabiduría moral, el intento de pertre-char a las personas de los criterios nece-sarios para hacer buenos juicios y, consi-guientemente, buenas elecciones.

Ejercitar la capacidad de juzgar para tomar decisiones prudentes es, pues,otro de los rasgos imprescindibles en laeducación moral. ¿Desde dónde puedenhacerse las elecciones?

¿Desde dónde tomar las decisiones?

La respuesta de Zubiri ante esta cues-tión es básicamente la siguiente: en prin-cipio, cada hombre está dotado de unastendencias inconclusas que le llevan apreferir unas posibilidades, a considerar-las deseables, y son esas tendencias lasque justifican sus preferencias y, portanto, sus elecciones. Tales tendenciasproceden fundamentalmente de la cons-

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titución temperamental de cada persona,que le viene dada por nacimiento; de losideales de hombre y los códigos moralesvigentes en la sociedad de su época, ydel nivel de desarrollo moral alcanzadotanto por la persona como por la socie-dad en la que vive. Es decir, ante todo,de factores temperamentales y sociales,que son sin duda variables.

Todos estos rasgos pertenecen toda-vía a una protomoral, pero de ellos po-demos extraer también consecuenciaspara la educación moral, porque unapersona moralmente bien educada tieneque ser consciente de la variabilidadde los contenidos morales y superar, yadesde esta perspectiva, cualquier tipo dedogmatismo.

El dogmatismo es irracionalLa convicción de que en el terreno

moral existen unos contenidos incon-trovertibles, válidos para todo tiempo,y que sobre ellos no se puede discutirsiquiera, es desafortunada. Y no sóloporque tiene malas consecuencias, dadoque el dogmático se convierte frecuente-mente en fanático. Como decía Ortega,«la definición de la verdad por la utili-dad es la definición de la mentira» y, portanto, no se trata de descartar el dogma-tismo sólo por sus posibles consecuen-cias funestas, sino sobre todo porque secierra a la discusión.

Cualquier persona con un mínimode sentido común reconoce, por el con-trario, que los contenidos morales hanido cambiando históricamente y quetampoco ahora mismo los diversos gru-pos humanos tienen por morales losmismos contenidos. Por eso es impor-tante estar abierto a discutir las propiasposiciones; lo cual no significa que de ladiscusión vaya a seguirse cambiar decontenidos, sino, en muchas ocasiones,confirmar aquellos que se tenían pormorales.

Por eso, lo que resulta más desafor-tunado en el caso del dogmático es sunegativa a entrar en un diálogo. La dis-posición a dialogar es, por contra, laque nos permite superar el dogmatismo,pero también el particularismo y el rela-tivismo, igualmente insostenibles.

El relativismo es inhumanoDe la diversidad de contenidos mora-

les en el tiempo y en el espacio no cabeextraer como consecuencia la bondaddel particularismo y del relativismo. Laley del péndulo es una ley que funcionahistóricamente, pero las más de las vecesresulta inadecuada.

Consistiría el particularismo encreer que entre las distintas formas devida de los diferentes pueblos no existeninguna sintonía, de suerte que «diversi-dad de contenidos morales» significaría«separación tajante» entre unas formasde vida y otras, e imposibilidad de hallaralgunos elementos comunes a todasellas. A un particularismo semejante po-dría acabar conduciéndonos un comunitarismo que, llevado por su entusias-mo por la comunidad, tuviera por nor-mas de justicia únicamente las vigentesen ella (12).

Si el particularismo se toma en serio, entonces resulta imposible establecer undiálogo sobre cuestiones morales entrediferentes culturas, porque entre dosinterlocutores que no tienen nada encomún, no puede haber un diálogo. Y,sin embargo, vemos cómo uno de losrasgos peculiares de nuestro tiempo esel diálogo intercultural, que está resul-tando bien fructífero, por cierto.

Por su parte, el relativismo no poneen duda que existan valores «valiosos»,normas válidas o ideales atractivos, sóloque declara que la calificación moral deuna acción como buena o mala dependede cada cultura o de cada grupo. En elámbito moral –según el relativista– no

hay nada universal, sino que el recono-cimiento de una acción como buenao mala, o de un valor como valioso oanodino, es relativo a cada cultura con-creta y a cada grupo determinado.

La verdad es que el relativismo eshumanamente insostenible, como seecha de ver en nuestras sociedades quesólo de palabra son relativistas.

Abochornados por nuestro inveteradoetnocentrismo, nos parece a los europeosde mala educación, autoritario y dogmá-tico, decir que no todas las opinionesson igualmente respetables y afirmamosque tan racional es cualquier culturacomo la nuestra, e incluso mucho más.Pero, en realidad, si recordamos el casode Salman Rushdie, nos parece irracio-nal que una cultura condene a muerte aun ciudadano por escribir un libro, pormuy blasfemo que sea; nos indigna eltrato dado a las mujeres en esa mismacultura; desaprobamos el sistema de cas-tas de la India, e incluso afirmamos quelos fundamentalistas del FIS «todavía»andan por la Edad Media y «aún» nohan llegado a la Modernidad, como sitodos tuvieran que seguir nuestro mis-mo proceso.

Y es que a la hora de la verdad, el rela-tivismo no se lo cree nadie. Quien tienepor irracional quitar la vida, dañar físicay moralmente, privar de libertades o noaportar los mínimos materiales y cultu-rales para que las personas desarrolle-mos una vida digna, no lo cree sólo parasu sociedad, sino para cualquiera. Y, lodiga o no, considera que una cultura in-diferente al respeto a esos mínimos estáella misma bajo mínimos de racionalidado, lo que es idéntico, de moralidad.

Podemos decir, por tanto, que entrela Scila del dogmatismo y la Caribdisdel relativismo, entre el rechazo deldiálogo por innecesario (dogmatismo) yel rechazo por imposible (relativismo),se sitúa el justo medio, el quicio de unabuena educación.

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(1) ZUBIRI, X. Sobre el hombre, Alianza, Madrid, 1986, sobre todo capítu-los I y VII.

(2) LOPEZ ARANGUREN, J. L. Ética, parte I, capítulo VII.(3) GRACIA, D. Fundamentos de Bioética, Eudema. Madrid, 1988, pp. 366

y siguientes.(4) PINTOR RAMOS, A. Verdad y Sentido, Universidad Pontificia de Salamanca,

1993. CONILL, J. «La ética de Zubiri», El Ciervo, números 507-509 (1993),pp. 10 y 11. Por mi parte, modestamente me he permitido ocuparme deesta ética en Ética sin moral, Tecnos. Madrid, 1990, pp. 55 y ss.

(5) SCHELER, M. Sociología del saber, Siglo XX. Buenos Aires, 1973, pp. 76-81.APEL, K.-O. La transformación de la filosofía, I, p. 31; HABERMAS, J, Cien-cia y técnica como ideología,Tecnos. Madrid, 1984; Conocimiento e interés,Taurus. Madrid, 1982. CORTINA, A. Ética y Utopía: la Escuela de Frank-furt, pp. 115-119.

(6) Como decía M. HORKHEIMER, criticando que la razón instrumental sehaya convertido para Occidente en «la» razón: «Hoy se considera que

la tarea, e incluso la verdadera esencia de la razón, consiste en hallarmedios para lograr los objetivos propuestos en cada caso. Los objetivosque, una vez alcanzados, no se convierten ellos mismos en medios, sonconsiderados como supersticiones». Ver Crítica de la razón instrumental,Sur. Buenos Aires, 1969, p. 7.

(7) ELLACURIA, I. «Ética fundamental», curso inédito, San Salvador, 1978;«La función liberadora de la Filosofía», en Escritos políticos, I, San Salva-dor, 1991.

(8) TORTOSA, J. M.ª Sociología del sistema mundial, Tecnos. Madrid, 1992.(9) WEBER, M. «Política como vocación», en El político y el científico,

pp. 81-179.(10) JONAS, H. El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la civili-

zación tecnológica, Círculo de Lectores. Barcelona, 1994.(11) RESCHER, N. La racionalidad, Tecnos. Madrid, 1993.(12) MACINTYRE, A. Is patriotism a Virtue?, The Lindley Lecture, the Uni-

versity of Kansas, 1984.

Santillana