¿Somos más cultos ahora?

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  • 8/18/2019 ¿Somos más cultos ahora?

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    ¿Somos hoy más cultos que ayer? Esta pregunta me resulta inquietante. Me

    refiero a la concepción clásica de cultura, a la idea de cultura que engloba al

    mundo del pensamiento, a los conocimientos filosóficos, literarios y artísticos.

    Pues bien, la pregunta me inquieta porque no tengo clara la respuesta.

    Hay indicios contradictorios. La universidad pasó, alrededor de los años 70, de

    ser un centro de aprendizaje de las clases altas y medias, a incluir entre su

    alumnado a hijos de las clases trabajadoras que nunca hasta entonces habían

    podido acceder a ella: en principio, por lo menos, la cultura se ha extendido

    Aunque uno tiene la sensación de que nadie dispone de tiempo para leer libros

    de literatura o de pensamiento, y ni siquiera tiene afición a leer, si entras en

    una librería de una cierta calidad compruebas enseguida que la oferta de libros

    es impresionante, sin comparación mejor que nunca: alguien los compra. El

    cine, a mi modo de ver, ha empeorado bastante, cada vez las películas se

    parecen más unas a otras, cortadas todas por el mismo patrón de telefilm

    televisivo, pero esta es una opinión muy subjetiva que no comparten la mayoría

    de mis amigos cinéfilos, no me atrevería a hacerla pública, menos a escribirla

    en El País, denla pues por no leída.

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    Ciertos indicios son, pues, aparentemente positivos. Pero otros no lo son tanto

    o, para decirlo claro, son francamente negativos. Una cierta pasión por el

    fútbol, aunque no la comparta, la puedo entender, así es la condición humana.

    Pero tantas y tan desaforadas discusiones sobre los detalles más nimios de

    cualquier partido, la intolerancia que el fútbol fomenta y que suele trasladarse a

    disputas en otros ámbitos, entre ellos el de la política; los desenfrenados

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    gastos en fichajes y los fabulosos sueldos de los jugadores, sin que nadie se

    escandalice por ello cuando en otros casos se pone el grito en el cielo por

    remuneraciones infinitamente menores a ciertos profesionales - o cargos

    públicos – de mucha mayor responsabilidad y trascendencia social. ¿Culturafutbolística? ¡Por favor! Fanatismo y mercado.

    Otro tanto sucede con la gastronomía. ¿Es la gastronomía una forma de

    cultura? Entendida la palabra cultura en sentido amplio muy probablemente lo

    es, hoy este término lo abarca casi todo. Pero la sobrestimación de la

    gastronomía entre ciertas capas intelectuales me parece una manera de

    sustituir su vacío en ideas y conocimientos, cuando no su coartada moral para

    una conciencia culpable. A veces pienso que una cierta izquierda entró en

    decadencia al empezar a pensar que eran compatibles sus posiciones políticas

    y una desmesurada afición a la gastronomía y al fútbol. Quizás entre la

    obsesión sartreana por el compromiso - el engagèment , ¿recuerdan? - y la

    frivolidad de instalarse en la “nada” creyendo que se trataba del “ser”, hubieran

    podido encontrar sensatas actitudes intermedias que no les indujeran a su

    cómodo y adormecedor engaño.

    Así podría seguir divagando sin llegar a conclusión alguna, sólo apuntando

    dudas. Pero estas dudas decididamente me abandonan en algunos asuntos

    concretos sobre los que tengo certezas, quizás equivocadas, pero que me

    atrevería a defender con argumentos a mi parecer convincentes. Se trata de

    ciertas cuestiones concretas relacionadas con la enseñanza, la televisión y las

    llamadas redes sociales. De la televisión me preocupa no ya su calidad

    general, que por supuesto, sino, especialmente, sus repercusiones que en la

    cultura política tienen los programas de debate, cada vez más parecidos a un

    match de boxeo que a una argumentada deliberación. De las redes sociales,

    admitiendo por supuesto sus inmensas ventajas, me preocupan el anonimato y

    los tuits, ese mensaje asertivo sin espacio para razonamiento alguno. Pero

    dejaremos sólo apuntados estos problemas y nos centraremos sólo en un

    aspecto puntual de la enseñanza.

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    La sobrestimación de la gastronomía entre ciertas capas

    intelectuales expresa un vacío de ideas

    La progresiva disminución de asignaturas de humanidades –literatura, filosofía,

    historia, geografía – en la educación primaria y secundaria, pérdida que hoy ya

    contagia a la universidad, es un ataque frontal a la cultura. En la última reforma

    de la ley de Educación, la historia de la filosofía pasa a ser optativa y las horas

    de literatura disminuyen. Sólo con este mero hecho, a los estudiantes – y a la

    sociedad en general – se les trasmite la idea que estas materias no son

    importantes porque no sirven para abrirse paso en el mercado de trabajo.

    Este giro no es nuevo. Desde los años ochenta ya había desaparecido la vieja

    asignatura sobre literatura universal, sólo permanecieron literatura española y,

    en su caso, de la comunidad autónoma con lengua distinta al castellano. En

    definitiva, la literatura considerada como simple lenguaje, no como hecho

    cultural substantivo del que el lenguaje es mero trasmisor. Goethe, Voltaire,

    Dostoyevsky, Tolstoi, Stendhal, Baudelaire, Mann, Kafka, Proust, Faulkner,

    Camus y tantos otros, son por lo visto prescindibles. Hoy los menores de

    cincuenta años no saben ni siquiera en qué época situarlos.

    Los debates televisivos se parecen más a un match de boxeo

    que a una argumentada deliberación

    Esto sucederá ahora con la filosofía, el núcleo del pensamiento, al pasar a

    optativa la asignatura sobre su historia. ¿Se puede comprender lo que hoy nos

    pasa sin estudiar a aquellos que reflexionaron sobre lo que pasaba en su

    tiempo? ¿Pueden entenderse cabalmente las cuestiones de método en

    cualquier ciencia, es más, pueden entenderse los fundamentos de la cultura

    occidental, sin estudiar el decisivo paso que dieron los filósofos presocráticos?

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    El formidable éxito de la excelente colección de libros sobre los grandes

    filósofos, dirigida por el profesor Manuel Cruz, que se reparte semanalmente

    con El País, es reconfortante e indica la sed de conocimiento de unos

    ciudadanos que, además de ser competentes en su trabajo, quieren saber más,están preocupados por las eternas cuestiones que el hombre se ha ido

    planteando a lo largo de la historia. ¿Podrán unos estudiantes que no tienen ni

    idea de estos hitos del pensamiento recurrir a ellos si no sabrán ni siquiera en

    qué siglo han vivido?

    Están bien la informática, el inglés y otras asignaturas instrumentales, pero no

    dejemos de lado el estudio de aquello que quizás no sirve como medio para

    ganarse la vida pero que es substancial para vivirla de manera decente, incluso

    para no aburrirse y ser feliz. Quizás el mercado soluciona mejor que nadie la

    producción de bienes pero, como dijo Octavio Paz, “no es una respuesta a las

    necesidades más profundas del hombre. En nuestros espíritus y en nuestros

    corazones hay un hueco, una sed que no pueden satisfacer las democracias

    capitalistas ni la técnica”.

    Francesc de Carreras es profesor de Derecho Constitucional.