Sor eusebia 3er día

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Desde los primeros años de su vida en Valverde la gente

fue fijando su mirada en aquella monjita de talla

pequeña, que no perdía nunca la sonrisa, rodeada de un halo de felicidad y entrega tal que

daba ánimos y bríos a los que le consultaban. Y fueron

muchos los que le consultaron, sobre muy

diversos problemas, obteniendo de ella una

promesa: "Si D ios lo quiere, así pasará". Se le atribuyen

innumerables gracias debido a su intersección.

En una ocasión, una niña pequeña le confesó a la

Directora: "Señora D irectora, es que es una santa".

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Muchas cosas extraordinarias

sucedieron a su lado.Eran sucesos cada vez

más frecuentes, y contrastaban con su

modo de vivir enteramente ordinario y

simplísimo, tanto que causaba admiración y

en ellos hay que reconocer el motivo de

la fama de santidad que se tejió en Valverde y que se ha extendido

dentro y fuera de España.

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Una de las adolescentes oratorianas tenía un hermano en Marruecos. Esto ponía una sombra en su alegría, tanto más cuanto que hacía cerca de un mes que no tenían noticia de él. L a madre no hacía más que enjugar lágrima tras lágrima.Era el lunes de la Semana Santa y el correo no

trajo la anhelada carta del soldado; la adolescente oratoriana, que se llama Josefa, se

puso también ella a llorar, pero dijo a su madre:

— Vamos al Colegio a rezar a María Auxiliadora. Sor Eusebia nos cuenta que

concede muchas gracias...

L a señora se quitó el delantal de faenas domésticas, se cubrió la cabeza con un velo negro y, acompañada de su hija, se

dirigió al Colegio.

L as dos estuvieron largo tiempo en la capilla, aunque vivían bastante lejos

y se hacía tarde. L a madre continuaba llorando.

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— Pero no, señora, no llore. Su hijo está bien. Hasta ha ganado en peso. Ahora pesa cinco kilos más. Trabaja como telefonista en el campo X. Y. (dio exactamente la sigla) . L e ha escrito tres cartas, pero el correo, con la guerra, es más lento. Esté tranquila, señora. Yo rezaré por él. Adiós.Por el camino de retorno a su casa, la madre repetía a cada paso: ¡Ojalá sea cierto lo que dice Sor Eusebia!

Subían las escaleras para pasar al patio superior y se encontraron con Sor Eusebia.

— Señora, ¿por qué llora?Y la otra, entre sollozos, le contó todo.

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E l Jueves Santo salían de la iglesia... Y oyó una voz que la llamaba. Corrió la hija y trajo en la

mano tres cartas del soldado. L a madre abrió la primera

que tomó y leyó: «Querida madre: Puedo deciros

que estoy bien, he aumentado cinco kilos. Trabajo en el

teléfono del campo X. Y. Esta es la tercera carta que os

escribo, pero no os preocupéis si el correo tarda. Es a causa de la guerra. Ya lo sabéis».

Cuando Josefa contaba esto en 1975, en Valverde, lloraba y reía al mismo tiempo y le parecía volver a ver al soldado que llegaba en el famoso tren ya

conocido, y a Sor Eusebia en la capilla del Colegio, orando en su lugar acostumbrado: « Tú lo puedes, Señor, hazlo por amor a esta pobre gente»

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El huerto del Colegio se había convertido en una hermosura, y las niñas alegres traían toda el agua que podían de la fuente pública. Pozo había,

como se ha dicho, pero estaba seco.Sor Eusebia, con su ánimo optimista, obtuvo de Sor Carmen Moreno que se llamase a un hombre práctico, para que viniese a ahondar un

poco en el fondo del pozo:

Era un día de clase. Vino el hombre y vio el pozo. Desconfiaba que allí pudiera brotar agua, pero intentó hacer lo que pudo. Bajó con azada y

pico. Sor Eusebia limpiaba las verduras para el mediodía, sentada en una banqueta no muy lejos de allí, a su lado tenía también sentada una niña,

llamada Gregoria: posiblemente enredaría en la clase y la maestra la envió, como acostumbraba, bajo la vigilancia de la hermana cocinera.

«Píense, señora Directora, cuánta verdura podremos

tener para nosotras y flores para el

altar...».

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Se oían los golpes que daba el hombre en el fondo del pozo: trabajaba

afanosamente, pero desconfiaba... A uno de sus golpes de pico se rompió una

piedra y brotó un fuerte chorro de agua que lo mojó todo. El buen hombre tuvo que pedir ayuda, pues el agua salía cada vez con más vigor e iba a cubrirlo si no

salía rápido.

Sor Eusebia elevó al Señor desde lo más íntimo de su alma un cántico de acción de gracias y echó al, hombre su propio

crucifijo, diciéndole: ¡Cójalo! Al instante el agua se paró y el hombre pudo salir sano y salvo, pero calado

hasta la médula de sus huesos. Entregó a Sor Eusebia el crucifijo que había

sufrido alguna abolladura.

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Gregoria, al ver todo esto, quedó profundamente admirada y pidió a Sor Eusebia que le permitiera

besar el crucifijo.—Tómalo, para ti, te lo regalo, pero no lo pierdas;

guárdalo durante toda tu vida, pues un día te servirá...

Con el tiempo Gregoria se hizo mayor y se desposó con Antonio. En su ajuar llevó también el

crucifijo de Sor Eusebia y jamás se ha desprendido de él, aunque fueron a vivir a

Santiago de Compostela, en el extremo opuesto a Valverde.

El 14 de agosto de 1974 volvieron a Valverde y visitaron a la hermana de Antonio, religiosa

salesiana. Y contaron infinidad de gracias que ellos atribuyen al crucifijo...

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Era mediodía, y ya llegaban las primeras niñas del Protectorado cuando Sor Eusebia pensó darles de segundo plato tortilla. Dijo a las dos primeras niñas que habían llegado:—Por favor, tomad este cesto e id al gallinero y recoged todos los huevos que encontréis.Herminia lavaba al aire libre, entre el huerto y el patio. El gallinero estaba en el fondo, junto a la pared.

—¡Eh!, ¿dónde vais?—A recoger los huevos para las tortillas.No tardó mucho tiempo sin que regresasen balanceando el cesto vacío.—¿Y los huevos?—No hay ninguno.

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—Seguramente no habéis buscado bien.—Hemos rebuscado en todos los nidales y rincones, incluso hemos levantado las gallinas.Y he aquí a Sor Eusebia con el cesto camino del gallinero. —¿Dónde va, Sor Eusebia?—Voy a por los huevos.—No hay ninguno. Ya han mirado bien las niñas. —¿Quién sabe. . .? Intentaré mirar yo también.Y... volvió con el cesto lleno de huevos. Con ellos hizo unas buenas tortillas para las cuarenta niñas que comían en el Protectorado.

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Lo escuchamos de los labios de Herminia: trabajaba en la cocina y oyó el diálogo de Sor Carmen y Sor Eusebia:

—El bidón del aceite está casi vacío y aún falta bastante para que llegue otro... ¿Qué haremos...? —decía Sor Carmen.

Existía un piadoso convenio entre una de las familias fundadoras del Colegio y las hermanas: el señor Mora Moya proveería de su propio olivar el aceite necesario.

—No se preocupe, señora Directora, tendremos bastante.

Sor Carmen concluyó: «¡Así sea...!».

Sor Eusebia no dijo que también quedaban muy pocos garbanzos, y ya sabemos que en la España de entonces los garbanzos eran como el pan-nuestro-de-cada-día.

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Herminia que, a veces ayudaba en la cocina, alzaba el bidón del aceite y sonaba a vacío, sin embargo jamás dejó de caer el

chorrito necesario hasta que el señor José María Moya envió, a fin de mes, el nuevo bidón.

Pero no pudieron quitar el tapón ni con la llave inglesa que hizo traer la Directora. Sor Eusebia con sus dos deditos lo desenroscó y se lo entregó al señor Moya. El criado del mismo, que lo trajo,

decía después:

«No sé qué cosa sean los santos. Dicen que aquella hermana

bastilla, delgada y pálida lo es. Pienso que sí: dos hombres acostumbrados al trabajo no

pudimos... y ella sí. Sí, sí, sin duda que es santa».

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Lo mismo pasó otro día con los garbanzos, no había para el cocido diario

y en ese momento llevan una buena cantidad de ellos al Colegio... No había

tiempo para que se cociesen bien, pero a la hora de la comida la comunidad tuvo

un plato de cocido riquísimo. Otro día era la carne...; otro las patatas...

Aquello era un florecer de hechos, anécdotas, que pasaban de boca en boca, Seminaristas, religiosas, sacerdotes, muchachas, iban a consultar sobre su futuro a sor Eusebia, mientras tendía la ropa en la huerta o pelaba patatas en la cocina. Y ella tranquila aconsejaba, predecía el porvenir, animaba una vocación auténtica, o desaconsejaba una falsa. Y a quien le preguntaba cómo sabía esas cosas, respondía con una frasecita que Don Bosco habla empleado muchas veces: "He soñado".

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La gente de Valverde, haciendo eco a las niñas y jóvenes del Colegio, comenzó a decir: «Sor Eusebia es una santa, es una santa».

Naturalmente, ella nada sabía y Sor Carmen Moreno actuó siempre con gran prudencia, no haciendo caso o no dando

importancia a lo que también en el Colegio sucedía de extraordinario. Pero,

en secreto, lo anotaba todo.

Estos fenómenos continúan produciéndose en nuestros días, por lo que su tumba siempre está acompañada de personas que vienen a rezar, con el

convencimiento de que ella les escuchará y les ayudará a resolver los problemas

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¿Y por qué tantas cosas extrañas? ¿Cómo es esto posible? ¿Y por qué se manifiesta precisamente en ella?

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L a in f in i t a l ib e r t a

d d e D io s q u e

e s c o g e a q u ie n q u ie r e

p a r a D A R S E ,

y a d a p t a

r s e a n u e s t r

a s n e c e s id a d e s

y d e s e o s

. S in e m b a rg o , s e

d a e s t o c u a n d o

s e e s t a b lec e y s e m a n t ien e u n a c o n t in u

a c o r r ie n

t e e n t r e

la s d o s p a r t e s .

Ocurren estas cosas extraordinarias cuando la persona está íntimamente relacionada con Dios

y deja que Él esté presente en cada minuto de su vida y permite que Dios mismo se manifieste a

través de ella.

Esto ocurre cuando una persona se abandona tan profundamente al abrazo de Dios y deja que él actúe a través de su manera de vivir, de sus palabras, de sus pensamientos, de sus buenos

deseos…

Esto sucede cuando la persona está tan pendiente de las necesidades de los que la rodean que se olvida de sí misma y sólo desea ardientemente el bien del otro. Por eso Dios es capaz de entrar y usar sus manos, sus palabras, su mirada, su pensamiento, su sonrisa, su ánimo, su cercanía…

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Muchas más cosas extraordinarias podrían suceder si viviésemos más cerca de Dios, si lo amásemos de verdad, si fuésemos capaces de olvidarnos a nosotros mismos para que Dios pudiese manifestarse.

Da igual si lo llamamos “milagro” o “explosión de amor infinito”; eso es lo

de menos, lo verdaderamente importante es que Dios se desborda, se derrama a borbotones, lo inunda

todo cuando la persona le deja actuar, lo ama profundamente, le deja ocupar

el centro de su vida.

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Aprendamos hoy de Sor Eusebia a estar pendientes de las necesidades de los demás, de los pequeños

detalles. Y pidámosle que también nosotros aprendamos a ser instrumentos del Amor de Dios.