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SPINOZA Y EL ‘AMOR INTELECTUAL DE DIOS’: DESDE LA INMANENCIA HACIA LA ÉTICA DEL CONOCIMIENTO
Por: DIEGO FELIPE REYES CANCINO
JORGE AURELIO DÍAZ Director de la monografía
MONOGRAFÍA DE PREGRADO PARA OPTAR AL TÍTULO DE FILÓSOFO
UNIVERSIDAD DE LOS ANDES DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA
BOGOTÁ D.C. ENERO DE 2007
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TABLA DE CONTENIDOS INTRODUCCIÓN…………………………………………………………………………... 3
1. LA METAFÍSICA DE SPINOZA: DIOS, INMANENCIA Y NECESIDAD………………….. 7 (a) Sobre el concepto de «causa»………………………………………….. 8 (b) Naturaleza naturante……………………………………………………… 12 (c) Naturaleza naturada………………………………………………………. 20
(α) Modos infinitos……………………………………………………. 23
2. EL SER HUMANO DENTRO DE LA INMANENCIA………………………………………. 30
(a) Refutación de las «causas finales» o teleología………………………… 31 (b) El hombre como modo finito
(α) Esencia del hombre……………………………………………….. 40 (β) Un alma, un cuerpo………………………………………………… 44 (γ) Los afectos y la «servidumbre humana»………………………… 48
3. LA DIMENSIÓN ÉTICA DEL CONOCIMIENTO…………………………………………… 56 (a) La idea verdadera frente a la «imaginación»……………………………. 57 (b) El conocimiento racional: nociones comunes y ciencia intuitiva……… 63
4. CONCLUSIONES……………………………………………………………………… 77
5. BIBLIOGRAFÍA……………………………………………………………………….. 81
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INTRODUCCIÓN
René Descartes murió en 1650, cuando nuestro filósofo, Baruch de Spinoza,
tenía tan solo 18 años. Era una época difícil para la ciencia, pues 20 años antes se
había condenado a Galileo por defender un sistema astronómico que para los
Jerarcas de la Iglesia lindaba con la herejía. Esos dos eventos aislados, que no
afectaron directamente la vida de Spinoza, sí habrían de influenciarlo en su
pensamiento filosófico.
Baruch o Benedictus de Spinoza, filósofo holandés de origen judío, es un
filósofo de muchas caras, pero de una sola convicción. Siempre consecuente con
su nueva filosofía, retomó las nociones principales de la filosofía de Descartes,
pero distanciándose del cartesianismo preponderante entre sus contemporáneos
intelectuales. Descartes había hecho demasiadas concesiones frente a los
conceptos de la filosofía escolástica. No es de extrañar, entonces, que Spinoza
haya querido distanciarse de éste filósofo, que es el único mencionado por nombre
propio en la Ética, su obra cumbre.
Frente a sus doctrinas, Spinoza señala que su intención no es la de explicar la
significación de las palabras, sino la de explicar la naturaleza de las cosas,
valiéndose de palabras y conceptos que en el uso tradicional (en la filosofía o
popularmente) tienen otro significado. Esta intención ilustra muy bien su carácter
reformativo frente al conocimiento filosófico y científico que existía en sus tiempos.
El distanciamiento crítico de Spinoza frente al cartesianismo y la escolástica se ve
en el completo giro semántico que, dentro del marco sistemático de su filosofía, da
a los conceptos tradicionales de «Dios», «substancia», «atributo», «modo»,
«Naturaleza», «causa», la definición de ciertos «afectos», entre muchos otros1. No
es ninguna «pereza intelectual» el que Spinoza no haya querido ser «creativo»
1 SPINOZA, Baruch: Ética, demostrada según el orden geométrico. (Eth). Libro III. Definiciones de los afectos. Explicación posterior a §20. Pág. 269. También: FERNÁNDEZ, Lelio: Baruc Spinoza no toma en falso el nombre de su Dios. (Nom-Dios). Pág. 54.
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lingüísticamente, como han sido tantos filósofos contemporáneos que, muchas
veces, abusan con neologismos injustificados. La redirección del lenguaje
corriente tiene sentido dentro del proyecto filosófico de Spinoza.
En el Tratado de la reforma del entendimiento, texto inacabado pero muy útil,
nuestro filósofo hace un recuento de las motivaciones que lo llevaron a constituir
su sistema filosófico Para comenzar, nos dice Spinoza que los males y desdichas
de los hombres ocurren cuando los hombres erróneamente enfocan su amor hacia
objetos vanos. «Por el contrario, el amor hacia una cosa eterna e infinita apacienta
el alma con una alegría totalmente pura y libre de tristeza, lo cual es muy de
desear y digno de ser buscado con todas nuestras fuerzas»2. A partir de esto
vemos las dos principales motivaciones de Spinoza: (1°) Encontrar un bien
verdadero, que fuera capaz de comunicarse y que llevara a una felicidad suprema;
y (2°) Poder gozar de esa felicidad o alegría eternamente3.
El verdadero bien, que es inteligible y comunicable, es definido en la Ética
como el «amor intelectual de Dios» (amor Dei intellectualis). Este bien es un amor
hacia algo eterno, lo cual, además de brindar felicidad, puede ser gozado
eternamente, tal y como él se había propuesto encontrar uno. No obstante, hay
que ser cautelosos al considerar este especial tipo de «amor», para evitar malos
entendidos.
Spinoza es un quebrantador de viejos paradigmas. De esta forma, el «amor
intelectual de Dios» es un concepto que atraviesa todo el sistema filosófico de
Spinoza: su metafísica, su epistemología, su ética. ¿Tiene algún interés religioso?
No directamente. Al contrario, el verdadero bien se esconde detrás de las palabras
«amor intelectual de Dios»: no es más que el conocimiento verdadero de la
naturaleza de las cosas. Su motivación es demostrar que, a través del correcto
uso del entendimiento, a saber, la vida guiada por la razón y el verdadero
2 SPINOZA: Tratado de la reforma del entendimiento. (TIE). §10. Pág. 78. También: Ibíd. §1 -10. Págs. 75 – 81. 3 Fernández: Las dos preocupaciones radicales de Baruc Spinoza. Págs. 4, 5.
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conocimiento de la Naturaleza4, se puede llegar a un necesario «amor a Dios». La
redirección semántica (o conceptual) de las palabras es tan sólo el comienzo de
su proyecto. Aún más, el entendimiento reformado implica una ciencia reformada,
porque hay que reformar la manera en que concebimos el universo, cómo lo
conocemos y nos situamos en él.
Inspirados por lo anterior, en la presente monografía mostraremos «el camino»
que traza Spinoza hacia el «amor intelectual de Dios». Se verá que ese camino es
el verdadero bien que busca la filosofía. No obstante, el sistema filosófico que
enmienda nuestra relación con el universo (Dios o Naturaleza) tiene un carácter
totalizante. Debido a eso, nuestro estudio pasa por bastantes conceptos de la
filosofía de Baruch de Spinoza para tan sólo reconstruir lo que significa el «amor
intelectual de Dios». Quien experimenta este tipo de amor, como se verá después,
tiene conciencia de la verdad sobre Dios, sobre sí mismo y sobre las cosas. Así
pues, en nuestro estudio, cada respectivo capítulo corresponde con una de estas
mencionadas facetas de la realidad.
En el primer capítulo haremos una presentación general de la metafísica de
Spinoza, es decir, de los principales conceptos metafísicos de su filosofía. En este
capítulo se da una especial importancia a lo que significa «Dios o la Naturaleza».
Ambas cosas, que son la misma realidad, son una expresión de orden, identidad y
racionalidad, por lo cual deben entenderse correctamente para examinar la
constitución de cualquier conocimiento adecuado.
En el segundo capítulo se expone el posicionamiento del ser humano dentro
del orden natural, para lo cual fue necesario mostrar la crítica de Spinoza a la
teleología o a las «causas finales». Esto es importante para entender a nuestro
filósofo ya que, primero, cambia el método científico del momento, y, segundo,
4 Siempre que el concepto de «Naturaleza» sea escrito con mayúscula, será utilizado en el sentido de «conjunto de cosas existentes». Esto es para evitar conf usiones con el otro signif icado que da Spinoza del concepto, a saber, significando la «esencia» de algo. Siempre que se ha podido, hemos sustituido la palabra Naturaleza por la de esencia, cuando su signif icado era equiv alente; en caso de no poderse, sería escrito «naturaleza», con minúscula inicial. —Lo anterior no aplica para las citas textuales.
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muestra que el hombre no goza de ningún privilegio ontológico frente al resto de
las cosas naturales. Ambas cuestiones resultan en que se puede establecer un
conocimiento racional o científico sobre el ser humano.
En el tercer capítulo se considerará el conocimiento «en sí» mismo, para
mostrar por qué para Spinoza es el camino adecuado hacia la suprema felicidad
del hombre. En este sentido, se mostrará que la ética de Spinoza, la búsqueda del
verdadero bien, no tiene sentido sino a la luz de un conocimiento adecuado, que
es el racional.
Se ha leído a Spinoza tendiendo a refutar su concepto de «substancia», lo cual
evidencia un desconocimiento por parte de algunos comentaristas frente a sus
fundamentales motivaciones epistemológicas y éticas. Entre los autores que más
resaltan la importancia de lo epistemológico y ético, sin descartar a otros, son
Stuart Hampshire y Gilles Deleuze y por eso serán frecuentemente aludidos en la
exposición. En el primer capítulo, hemos decidido no detenernos en las críticas
que se le ha hecho a los conceptos allí expuestos. En cuanto a los dos últimos
capítulos, allí sí se analizará algunas posibles refutaciones al proyecto filosófico de
Spinoza. Igualmente, durante todo el estudio se buscará mencionar el contexto
bajo el que se encontraba esta filosofía. Esto requiere obligadas menciones a
René Descartes y a Aristóteles. Los argumentos más relevantes que expondremos
de Spinoza se pretendieron situar con relación a estos dos autores, cuando fuera
necesario.
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1. LA METAFÍSICA DE SPINOZA: DIOS, INMANENCIA Y NECESIDAD
El origen del universo o Naturaleza, como conjunto de cosas existentes, ha
sido una inquietud que ha estado presente desde los comienzos mismos de la
filosofía. Las religiones han hecho lo propio para responder al interrogante,
algunas sistematizando sus argumentos por medio de la teología. En el caso de la
filosofía europea que precedió a Spinoza (con fuerte influjo aristotélico), ésta se
había acercado de tal manera a la teología cristiana que ambas ya se
consideraban ciencias indistinguibles. La llamada filosofía escolástica,
preponderante en la Edad Media, además se fue asentando y distorsionando en el
vulgo ineducado, convirtiéndose en creencias populares y supersticiosas. En la
actualidad aún se defienden algunas de estas creencias, entre las que se
encuentran los «misterios divinos», los cuales corresponden a los eventos
inexplicables por el hombre y que tienen significación dentro de los perfectos
designios de la voluntad de Dios. Esta creencia es una restricción a los hombres
ya que nuestro conocimiento estaría limitado por misterios, ininteligibles para el
entendimiento humano o para el proceder científico.
Gracias a este antecedente, y a no estar de acuerdo con él, Spinoza no dudó
en exponer con su sólida metafísica lo que él consideró como la real causa del
universo. Ésta, por su parte, era un obligatorio referente para cualquier otra área
de la filosofía (epistemología o teoría del conocimiento, ética, política), pues su
metafísica responde la última explicación para el funcionamiento y existencia de la
Naturaleza en general. Así, en el presente capítulo daremos una explicación de
ésta, dada la importancia que tiene para nuestro filósofo.
Vale la pena resaltar que el proceder filosófico de Spinoza está enraizado con
su optimismo epistemológico. Queremos decir que, para él, las facultades
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cognoscitivas del hombre, su razón o entendimiento5, pueden acceder a las
verdades eternas del universo. Esta confianza en la razón y el método geométrico
(deductivo) para filosofar son una herencia indirecta6 de René Descartes, su
referencia filosófica más importante. Dentro del sistema filosófico spinoziano, la
confianza en la razón tendrá un sentido mucho más enriquecido que el dado
tradicionalmente.
(a) Sobre el concepto de «causa»
Antes de adentrarnos en los conceptos más importantes de este capítulo, es
preciso definir lo que Spinoza entiende por el concepto de «causa», ya que por
medio de este concepto se pueden comprender racionalmente los elementos del
universo. La «causalidad» es fundamental para comprender la interacción entre
los elementos constitutivos de la Naturaleza. Para Spinoza (y sus
contemporáneos), la «causa» era algo que explicaba la existencia o cualidades de
un «efecto», mostrando que este último es consecuencia lógicamente necesaria
frente al primero. Una causa es, entonces, una explicación de este tipo7.
En el mismo sentido, desde la filosofía griega se puntualizaron el tipo de
explicaciones que podían darse de la Naturaleza. El antecedente más fuerte del
concepto viene de la filosofía escolástica, la cual tomó lo fundamental de
Aristóteles. Ya desde Platón se consideraba que cualquier empresa científica
debía preguntarse sobre «el por qué de las cosas», es decir, una explicación (o
causa) que dé razón del origen del cambio frente al devenir del mundo.
Las causas que debían investigar la ciencia y la filosofía fueron distinguidas
por Aristóteles8 en cuatro diferentes, que la tradición otorgó los siguientes
5 «Razón» o «entendimiento» son términos equivalentes para Spinoza. Cf. Spinoza: Eth. Libro IV. Apéndice, capítulo 4. Pág. 285. 6 Spinoza puede bien ser v isto como un cartesiano en este sentido. Aunque siempre le guardó respeto a Descartes, y hasta dedicó una obra a él, le pareció que esa filosofía debía ser enmendada. 7 HAMPSHIRE, Stuart: Spinoza. Pág. 28. 8 ARISTÓTELES: Física. Libro B [II], 3. 194b24. También: Ibíd. Metafísica. Libro E [V], 4. 1013a24.
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nombres: (1) causa material: aquello de lo que está hecha una cosa y mediante lo
que llega a ser –la materia; (2) causa formal: aquello en lo que se ha determinado
la materia –la forma o esencia de la cosa; (3) causa final: aquello para lo que algo
existe –su finalidad; y por último, (4) causa eficiente: aquello por lo que cualquier
cosa llega a ser o suceder.
Descartes, por otra parte, decide reformular estos principios de investigación
causal, en cuanto no se ajustaban a su propia filosofía. Este filósofo reformula las
primeras dos causas frente a la misma simplicidad de su doctrina, en vista de que
aquellas están basadas en una distinción ontológica hilemorfista, es decir,
considerando la composición de las cosas como «materia» y «forma», frente a lo
cual no estaba de acuerdo. Así pues, para él sólo había una «materia», la
substancia corpórea o extensa, y, por ello, sólo hay una causa material. En cuanto
a la causa formal, piensa que es tener ideas claras y distintas, sobre la esencia de
la cosa9.
Frente a las dos últimas causas, Descartes cree que no se debe examinar la
causa final de las cosas, puesto que es un ejercicio basado en la especulación de
los planes divinos, a los que no tenemos acceso; así que sugiere enfocar los
esfuerzos del conocimiento hacia las causas efectivas, que sí son inteligibles al
hombre, en cuanto fueron dispuestas por Dios ante la «luz natural» de la razón10 y
son también ideas claras y distintas.
Volviendo a Spinoza, él adopta la posición de Descartes con relación a las
causas materiales y formales, aunque discrepará de la noción cartesiana de
«substancia extensa». Para Spinoza, este tipo de substancia no es viable
lógicamente y, por lo tanto, la redefine como el atributo de la Extensión; más
adelante detallaremos esto. Asimismo, nuestro filósofo está manifiestamente en
contra de las causas finales o cualquier tipo de teleología, no porque las causas
9 Este tipo de ideas son las autoev identes a la razón, indemostrables y v erdaderas al mismo tiempo; son análogas a los axiomas matemáticos. Para Descartes y Spinoza, son el arquetipo del conocimiento y deben ser los pilares para la ciencia y la f ilosofía. 10 DESCARTES, René: Principios de filosofía. (PP). Parte I, 28. Pág. 42.
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finales se encuentren más allá de lo revelado al intelecto humano, sino en vista de
que son una ficción humana, un prejuicio sin fundamento. Los argumentos y
conclusiones que se desprenden de esta crítica serán un tema vital para el
siguiente capítulo acerca del hombre.
Haremos cuatro consideraciones finales en lo tocante al tema de la causalidad.
La primera es sobre la «causa eficiente» (la única de las 4 causas aristotélicas aún
no explicada). Cada vez que Spinoza se refiere a la causa de algo, sin decir nada
más, se está refiriendo a este tipo de causa. En este sentido, el término es un
presupuesto de su metafísica.
La segunda consideración es sobre la «causa de sí» (causa sui), la primera
definición que se da en toda la Ética. ¿Qué relación tiene este tipo de causa con
todo lo anterior? Spinoza dice que la «razón o causa [eficiente], o bien debe estar
contenida en la naturaleza de la cosa, o bien fuera de ella»11. Esto significa que la
causa no sólo puede proceder de una fuente externa, sino que también puede
proceder de la misma esencia de la cosa (las esencias –que de manera cartesiana
se conocen por medio del uso de la razón, en ideas claras y distintas–). Así pues,
la causa de sí no es más que una causa que implica la existencia desde la
esencia12. Éste será un aspecto fundamental para entender el concepto de
«substancia».
La tercera consideración es sobre a la «causa adecuada», la cual es muy
relevante en el contexto de las acciones humanas. Para él, algo es causa
adecuada cuando es la causa eficiente de algo en virtud de sí misma, y esto
percibido clara y distintamente. Una «causa inadecuada o parcial» es algo que
produce un efecto con relación a algo más sin lo cual no puede entenderse13. La
causa inadecuada sería, en términos aristotélicos, una «causa por accidente»14.
11 Cf. Spinoza: Eth. Libro I. Proposición 11. Pág. 57. 12 Cf . Ibíd. Eth. Libro I. Def inición 8. Pág. 45. —La «esencia» es aquello según lo cual una cosa resulta necesariamente dada y sin lo que no podría existir. Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Definición 2. Pág. 110. 13 Cf. Ibíd. Eth. Libro III. Definición 1. Pág. 193. 14 Cf. Aristóteles: Física. Libro B [II], 3. 195a33; 196b24 – 27.
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Vale la pena mencionar que la «causa de sí» y la «causa adecuada» tienen en
común que proceden del interior agente causal, sea de su esencia o de su acción.
La cuarta y última consideración es que hay una estrecha relación entre
«necesidad» y «causalidad». Spinoza afirma que todo tiene una causa, lo que en
el vocabulario de su tiempo significa que de todo hecho puede darse una
explicación racional: «Debe observarse que se da necesariamente alguna causa
determinada de cada cosa existente»15. De la misma forma dice, «nada existe de
cuya naturaleza no se siga un efecto»16, con lo cual quiere decir que todas las
cosas, a su vez, son causa de algo. Por ende, todas las cosas existentes se
encuentran en una cadena causal infinita de causas [eficientes] y efectos, lo cual
fija una dependencia absoluta o necesaria de las cosas en la Naturaleza frente a
esta cadena causal.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, cabe resaltar que, al momento de trabajar
sobre conceptos metafísicos, Spinoza acoge de sus antecesores el concepto de
«Dios como causa primera»17; sin embargo, su perspectiva es completamente
opuesta a la tradicional. Él redefine la significación del concepto de «Dios como
causa primera» pues suprime cualquier noción antropomórfica que interfiera con la
caracterización de Dios.
Entonces, ¿cuál es la causa eficiente de la Naturaleza (la totalidad)? La
filosofía spinoziana responde que esa causa y su efecto, el creador y su creación,
son equivalentes. Dios es la causa eficiente de todas las cosas del mundo, pero
de una manera inmanente, no transitiva18. Lo anterior quiere decir, de una forma
más sencilla, que tanto Dios como la Naturaleza (el mundo o la totalidad de cosas
existentes) son una y la misma cosa. Esta noción de equivalencia da origen a la
15 Cf. Spinoza: Eth. Libro I. Proposición 8. Escolio 2. Pág. 54. 16 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 36. Pág. 95. 17 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 16. Corolario 3. Pág. 68. 18 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 18. Pág. 73. —La «causa inmanente» se refiere a que entre la causa y el ef ecto sólo hay una distinción de razón, puesto que ambos en esencia son lo mismo.
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expresión «Dios o Naturaleza» (Deus sive Natura), que se ha hecho muy famosa,
pues identifica un importante rasgo de la filosofía de Spinoza19.
En términos escolásticos (usados también por Spinoza)20, el único Dios, como
creador inmanente, es también llamado «Naturaleza naturante», y la Naturaleza,
en cambio, como conjunto de cosas creadas, es llamada «Naturaleza naturada».
En el caso de la filosofía de Spinoza, ambos términos, pese a ser equivalentes en
cuanto a su realidad, deben ser siempre considerados desde dos perspectivas
diferentes. Él nos lo recuerda todo el tiempo, diciendo que está hablando o de
Dios «en absoluto» (Naturaleza naturante) y o en cuanto «afectado» (Naturaleza
naturada). El creador inmanente y su creación (en él) se diferencian mediante la
razón, en tanto el primero es lógicamente anterior y además causa activa del
segundo, mientras que éste último es sólo una capacidad pasiva21.
A continuación describiremos la «Naturaleza naturante» y la «Naturaleza
naturada», teniendo en cuenta que la una y la otra se refieren a la misma realidad,
desde diferente perspectiva, y que son mutuamente dependientes.
(b) Naturaleza naturante
Hemos de entender el significado de «substancia» y «atributo» para Spinoza,
pues es el eje central de su metafísica. Las definiciones están dadas en el Libro I
de la Ética:
Por substancia entiendo aquello que es en sí y se concibe por sí22, esto es, aquello cuyo concepto, para formarse, no precisa del concepto de otra cosa. [Def. 3; Libro I, Eth.]
Por atributo entiendo aquello que el entendimiento percibe de una substancia como constitutivo de la esencia de la misma. [Def. 4; Libro I, Eth.]
19 Cf. Ibíd. Eth. Libro IV. Pref acio. Pág. 285. 20 HUBBELING, H.G.: Spinoza. Pág. 53. 21 Cf. Hampshire. Pág. 35. 22 El subrayado es un énf asis nuestro.
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La definición de substancia por parte de Spinoza es una versión más analítica
que la ofrecida por Descartes23. En efecto, para este filósofo la substancia es una
cosa que no necesita de ninguna otra para subsistir. No obstante, advierte
Descartes, «la substancia que no necesite en absoluto de ninguna cosa, sólo
puede entenderse como única, es decir, como Dios»24. Esto quiere decir, en otras
palabras, que Dios es la única substancia propiamente dicha bajo esta definición.
Igualmente, la propiedad de infinitud sólo puede predicarse en sentido estricto de
Dios25, pues es lo único de lo que positivamente se dice que no tiene límite alguno.
Sin embargo, y sin ahondar en las justificaciones que da, para Descartes la
realidad es inteligible desde dos propiedades esenciales, que corresponden cada
una a su propia substancia particular. Desafiando su propia restricción lógica (la
cual dice que sólo Dios es substancia), Descartes afirma que éstas dos son la
substancia extensa y la substancia pensante, y tanto la una como la otra fueron
creadas por la substancia infinita (Dios). Para distinguirlas, dice que son
«substancias creadas o finitas» y que, además, como substancias finitas, sólo
podrá decirse que son indefinidas; en otras palabras, negativamente se afirmará
que sus límites están más allá de la imaginación y de la capacidad de
conocerlos26.
La definición de Spinoza es tan restrictiva como la cartesiana, pero él si es
consecuente con lo que de ella se desprende. Spinoza está completamente en
descuerdo con la noción de substancias finitas o creadas (así sea suponiendo
cantidades indefinidas), en cuanto el concepto de substancia finita o creada
conduce a serias contradicciones lógicas27. Ya que la creación necesita del
concepto de su creador para poder ser concebida, y eso va en contra de la
23 Cf. Descartes: PP. Parte I. 51. Pág. 54. 24 Cf. Ibíd. 25 Cf. Descartes: PP. Parte I. 27. Pág. 42. 26 Cf. Ibíd. 27 «...una substancia f inita [...] implica una contradicción manifiesta». Cf. Spinoza: Eth. Libro I, Proposición 13. Escolio. Pág. 61. También: Eth. Libro I. Proposición 15. Escolio. Pág. 63.
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definición. Spinoza, por otro lado, deduce que la substancia es «causa de sí» y
que solamente pueda haber una en cantidad, aunque ni la autocausalidad ni la
unicidad pertenecen a la definición de substancia. A continuación veremos más
detalladamente sus argumentos en la deducción, junto a sus conclusiones:
En primer lugar, dice Spinoza que en caso de que existieran varias substancias
no habría nada en común entre ellas, ningún atributo en común (para mantener la
independencia conceptual que es mencionada en la definición). En segundo lugar,
dado que no tienen ningún atributo de su esencia que sea común a otra
substancia, se puede deducir que ninguna substancia podría ser producida por
otra, ya que entre la causa y su efecto debe haber algo en común28. Ahora bien,
en tercer lugar, en vista de que «nada hay en la naturaleza excepto las
substancias y sus afecciones [modificaciones de los atributos esenciales]»29 y que
la substancia es el elemento más básico ontológicamente, pues las afecciones de
la substancia son lógicamente posteriores a ella, es evidente que si una
substancia no puede producida por otra substancia, sólo puede ser producida por
sí misma
Estos anteriores argumentos ratifican lo que desde la definición podía
entreverse del concepto de substancia: al decir que la substancia es «en sí y por
sí», queda fácil deducir que si no puede ser producto de otra substancia, la causa
eficiente de su existencia debe ser ella misma. Así que debe ser «causa de sí», de
manera que a su esencia deba pertenecer el existir30.
De igual forma, Spinoza afirma que la existencia es en esencia una verdad
eterna, por lo que la existencia (en términos absolutos, no en cuanto a duración) y
la eternidad son términos equivalentes31. Esto dice que lo que existe
necesariamente es también eterno, o sea que toda substancia es eterna. Como
mencionábamos antes, ningún atributo puede ser compartido por una substancia.
28 Cf. Spinoza: Eth. Libro I. Axioma 5. Pág. 48. 29 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 6. Corolario. Pág. 50. 30 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 7. Pág. 51. 31 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Definición 8. Pág. 47.
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Entonces, el atributo esencial de la «existencia necesaria» no podría ser
compartido con ninguna otra substancia, de manera que no hay substancia que
pueda ser finita porque no podría estar limitada por algo de su mismo género32, lo
cual es un requisito para la finitud. Por ende, una substancia es infinita. Y si una
substancia es en esencia eterna e infinita, sus atributos deberán expresar esto, de
manera que podemos deducir que una substancia tiene infinitos atributos, cada
uno siendo igualmente eterno e infinito.
En consecuencia, una substancia es eterna e infinita, y tiene atributos que
expresan eso. Como sus atributos son todos los atributos posibles lógicamente,
sólo puede haber una substancia. O, de otra forma: si hubiera dos substancias,
ambas tendrían que tener infinitos atributos aunque no los podrían compartir, lo
cual sería contradictorio. Por lo tanto, sólo puede haber una substancia33. Con
todo lo anterior, Spinoza concluye lo que se propuso, a saber, que sólo puede
darse y concebirse una única substancia con infinitos atributos que expresan su
realidad infinita y eterna, y que «la substancia» es completamente independiente
de cualquier otra cosa (o cualquier otro concepto).
Frente a estas conclusiones deducidas sobre la «substancia», es
importantísimo notar que tanto la Extensión (extensio) como el Pensamiento
(cogitatio), que para Descartes eran substancias finitas o creadas, para Spinoza
son solamente «atributos» de la única substancia. En efecto, cada atributo
expresa una esencia determinada de la misma substancia, y debe, por ello, ser
concebido diferenciado el uno del otro, pero sin que ello implique que sean
substancias en sí mismas (por lo visto anteriormente). Son nombres diferentes con
los que se designa una misma realidad (o substancia)34. Igualmente, los atributos
expresan e implican la esencia de la eternidad e infinitud de la substancia. Las
palabras de Gilles Deleuze pueden ser esclarecedoras: «la esencia expresada
32 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Definición 2. Pág. 46. 33 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 14. Pág. 61. 34 SPINOZA: Correspondencias. (EP). Carta 9, a Simon de Vries. Pág. 121.
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[por el atributo] es una cualidad ilimitada, infinita. El atributo expresivo refiere la
esencia a la substancia, y es esta relación inmanente lo que capta el
entendimiento»35. Siguiéndolo a él, los atributos no son emanaciones de la
substancia. En cambio, la substancia, en un sentido inmanente, se constituye a sí
misma por medio de sus atributos, así como los atributos se constituyen a sí
mismos por sus afecciones (que son los cuerpos e ideas particulares). Más
adelante detallaremos sobre la relación inmanente de la substancia, sus atributos
y las afecciones o modificaciones de estos.
Por otra parte, es preciso mencionar que, para Spinoza, la causa eficiente de la
Naturaleza es explicada por medio del concepto de Dios. Él retoma la definición
escolástica y cartesiana, de forma similar a lo que hizo con la definición de
substancia.
Por Dios entiendo un ser absolutamente infinito, esto es, una substancia36 que consta de infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita. [Def. 6; Libro I, Eth.]
Con respecto a esta definición, es notorio que Dios, al ser una substancia, está
delimitado (o liberado) ontológicamente debido a las características esenciales de
ese concepto, las cuales ya detallamos. Como sabemos que hay una sola
substancia, esa única substancia es Dios. Además, haciendo equivalencia con las
propiedades de la substancia, se puede deducir que Dios es eterno e infinito, lo
que también es constatado por la citada definición de Dios. Igualmente, el hombre
sólo puede afirmar a ciencia cierta que Dios es una cosa pensante y extensa por
sus atributos, pues así es que se nos revela37. A pesar de que Dios tiene infinitos
atributos, que expresan su infinita realidad, sólo son el Pensamiento y la Extensión
los que se revelan a nuestro entendimiento, al igual que sus respectivas 35 DELEUZE, Gilles: Spinoza: Filosofía práctica. Pág. 66. 36 El subrayado es un énf asis nuestro. 37 Cf. Hampshire. Pág. 43, 51. También: Spinoza: Eth. Libro I. Def inición 4. Pág. 46; Libro I. Proposición 11. Pág. 56; Libro II. Proposiciones 1 y 2. Págs. 112 y 113.
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afecciones, porque el conocimiento que tiene el entendimiento humano de Dios es
parcial.
En cualquier caso, el rasgo más importante que debe resaltarse sobre Dios es
que es causa de sí. Esto adquiere su relevancia a la luz de la definición de
«libertad» que nos ofrece Spinoza. Para él, una cosa es libre en cuanto existe por
la misma necesidad de su esencia y es determinada por sí misma a obrar38. Esta
definición de la libertad tiene dos partes: la primera se refiere a la existencia
misma de la cosa, la segunda a las acciones que efectúa esa cosa.
Frente a lo primero, podemos ver que la única cosa que tiene una existencia
necesaria, o en virtud de su propia esencia, es Dios, por las propiedades que tiene
como substancia. Ya que es lo único en su género, es la única cosa que tiene la
existencia dentro de su esencia o, lo que es lo mismo, es la única cosa que es
causa de sí. Dios, en cuanto es lo único que tiene causa de sí, es la única causa
libre39, o sea, el único ser absolutamente libre. Frente a lo segundo, debemos
detenernos con más cautela. Debido a que el Pensamiento es uno de los atributos
de Dios, como dijimos antes, se puede decir que Dios es una cosa pensante40.
¿Querría decir esto que Dios tiene una mente como la de los hombres y que actúa
de la misma forma a como nosotros lo hacemos?
En caso tal de que a Dios, como cosa pensante, haya de atribuírsele una
voluntad o un entendimiento, estas facultades no tendrían concordancia con las
facultades de la voluntad y entendimiento humanos sino tan sólo por su nombre.
Sería un artificio lingüístico que nos permitiría hablar de Dios con nuestro
vocabulario corriente, pero redefinido semánticamente41. En cualquier caso, si los
hombres tienen voliciones, Dios no tiene voliciones como tales.
38 Cf. Spinoza: Eth. Libro I. Def inición 7. Pág. 47. 39 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 17. Corolario 2. Pág. 68. 40 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 1. Pág. 112. 41 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 17. Escolio. Pág. 70.
18
Para nuestro filósofo, «el entendimiento, la voluntad y la potencia de Dios son
todo uno y lo mismo»42. Y potencia significa «poder existir». En vista de que la
potencia de Dios es su esencia misma43, el entendimiento de Dios debe ser, así
mismo, la causa primera de todas las cosas, tanto de su existencia en acto como
de su esencia. Su entendimiento es su misma esencia, y obra en virtud de ésta,
sin que se vea forzado o determinado por otras causas (la causa de sus actos es
su propia esencia, infinita y eterna). Aún más, podemos ver que todo lo que se
sigue de la esencia de Dios, su omnipotencia, «ha estado en acto desde siempre y
permanecerá para siempre en la misma actualidad»44. Por lo tanto, su libertad
consiste seguir su esencia sin ninguna otra razón que las leyes de su propia
naturaleza. En cambio, todo lo que se sigue de esa la eterna esencia de Dios está
determinado para desde siempre por él.
Hemos dicho todo lo anterior en vista de querer explicar la segunda parte de la
definición de libertad, con respecto a Dios. Ya descartamos la posibilidad de que
Dios «actúe» como lo hacen los hombres; siendo así, sólo queda reafirmar la
manera en que Dios obra o actúa, a saber, por medio de su omnipotencia (o la
necesidad de su propia esencia –que era la primera parte de la definición de
libertad). Por lo tanto, la libertad de Dios al obrar es la misma libertad que tiene al
existir. Spinoza concluye que en cuanto Dios es la única cosa que existe en virtud
de la necesidad de su propia esencia (causa de sí), es lo único que puede ser
calificado como causa libre (según la definición de «libertad»). Dios hace parte de
una «necesidad libre», noción que no es contradictoria para Spinoza45.
Antes de pasar al siguiente apartado, es mejor considerar unas pocas
objeciones que Spinoza refuta frente a su concepción de la absoluta libertad de
Dios. Éstas se fundan, principalmente, en la atribución a Dios, «por analogía», de
una voluntad, como la de los hombres. Esto sucede, dice Spinoza porque las
42 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 17. Escolio. Pág. 71. 43 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 34. Pág. 94. 44 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 17. Escolio. Pág. 70. 45 Cf. Spinoza: EP. Carta 58, a G.H. Schuller. Pág. 336. También: Hubbeling. Pág. 56.
19
personas tienden a «atribuirle a Dios aquello que en nosotros es la mayor
perfección» 46, lo que en este caso es nuestra voluntad y nuestro entendimiento.
Algunos podrían objetar, según muestra él, que Dios tiene una voluntad
absoluta47 (absolutamente libre) y que en virtud de esa (1°) podría hacer que lo
contradictorio fuera existente y (2°) podría hacer que las cosas existentes se
dieran en otro orden o de otra manera.
Spinoza aclara, en general, que Dios nunca obra en virtud de la libertad de su
voluntad, sino por la necesidad de su esencia; así que ni la voluntad o
entendimiento divino son libres en este sentido48. Ahora, en concreto, frente al
(1°), Spinoza argumenta que es insostenible pedir que lo que se sigue de la eterna
necesidad de Dios no se realice, de acuerdo con lo que ya hemos explicado. Así,
las esencias de las cosas particulares son también eternamente decretadas por
Dios. Una contradicción nunca va a suceder, como un círculo cuadrado, o que los
ángulos internos del triángulo no sumen 180 grados, pues sería igual a decir que
de una causa (la esencia particular, que es necesaria y acorde con la esencia
divina) no se siguiera un efecto. Frente al (2°), Spinoza arguye que las cosas
existen necesariamente como son, ya que Dios no contempla posibles en su
entendimiento (su esencia). Lo «necesario» se da, o a partir de la esencia o a
partir de la causa eficiente de la cosa49. Todo el orden de la Naturaleza se sigue
necesariamente de Dios y está determinado a existir y a obrar de acuerdo a su
infinita y eterna esencia. Si Dios «revaluara sus designios» estaría revaluando su
esencia, que se considera perfecta, lo cual no puede ser.
Otra forma de referirse a Dios como substancia constituyente o como causa
libre es llamándolo «Naturaleza naturante» (natura naturans). Esto es, cuando
Dios es considerado desde sus atributos, los que expresan su eterna e infinita
46 Cf. Spinoza: Eth. Libro I. Apéndice. Pág. 97. 47 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 33. Escolio 2. Pág. 90. 48 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 32. Corolario 1. Pág. 88. 49 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 33. Escolio 1. Pág. 89.
20
esencia. Dios es una entidad inmanente, como veíamos antes. No obstante, Dios
«como substancia» se identifica a sí mismo frente a lo creado inmanentemente por
él. Esas creaciones (que están en él) son las afecciones de los atributos
esenciales de Dios. A pesar de ser equivalentes en identidad, hay entre ellos una
notable diferencia, en vista de que la substancia es lógicamente anterior a sus
afecciones. En el próximo apartado, hablaremos de Dios en cuanto afectado en
sus atributos.
(c) Naturaleza naturada
Spinoza, aunque está usando la terminología escolástica y cartesiana,
realmente la está utilizando ajustada a su metafísica, sometiéndola a profundos
cambios y precisiones. Las teorías filosóficas anteriores a él, de Aristóteles a
Descartes, se habían interesado en responder la cuestión de la identidad de las
cosas corruptibles y finitas frente al devenir del mundo50. Ellos lo hicieron por
medio del ya mencionado concepto de substancia.
Descartes consideraba que las substancias (porque para él había más de una)
tenían una propiedad esencial a la que las otras propiedades se debían
referenciar. Aquello que él llamaba propiedad esencial lo fijó al concepto de
«atributo». Las otras propiedades, que no son esenciales sino accidentales,
debían referenciar a ese único atributo. Entre el tipo de propiedades accidentales,
Descartes destaca al «modo» como una afectación o variación de la substancia,
que debe referenciar y presuponer al respectivo atributo esencial51. Cabe
mencionar que para la filosofía griega, la escolástica, Descartes y Spinoza, el
único cambio que puede padecer la substancia es del ser al no-ser; así que Dios
como substancia no permite variaciones o cambios. Ahora bien, Spinoza toma la
definición de modo casi idéntica de la escolástica y Descartes52. Pero su intención
50 Cf. Hampshire. Pág. 25. 51 Cf. Descartes: PP. Parte I. 53, 56. Pág. 55, 56. 52 SPINOZA: Pensamientos metafísicos. (CM). Parte I. Capítulo 1. Pág. 234.
21
es darle un giro conceptual en relación con su aplicación. No será igual hablar de
los modos habiendo probado que sólo existe una única substancia.
Mencionábamos antes que el ser o la existencia tenían la siguiente división
particular: «nada hay en la naturaleza excepto las substancias y sus afecciones»
(aquí podemos igualar la noción de afección con la de modo53). De igual forma,
por definición54, las afecciones o modos sólo pueden existir y ser concebidos a
través de los atributos esenciales de la substancia, o sea, a través de Dios. Aquí
ya hay un distanciamiento frente a Descartes, puesto que este último creía que los
modos sucedían sobre la substancia. Ya Spinoza altera esto, pues los modos no
ocurren directamente sobre la substancia, sino sobre los atributos; los presuponen
y ocurren dentro de ellos. En definitiva, todo lo que existe, o es Dios como
substancia, o está en Dios55.
La esencia y existencia de las cosas tiene a Dios como causa eficiente, y esta
relación causal ocurre de una manera inmanente, dado que todas las cosas están
«en él». La esencia de Dios (potencia) contiene una infinita y perfecta realidad que
se necesita expresar a través de infinitos atributos. De manera que, considerando
la esencia infinita en su género de cada atributo particular, se seguirán
necesariamente de ella infinitas cosas de infinitos modos, por las cuales Dios se
explicita a sí mismo. Éstas son cosas que, a su vez, son dependientes a él. Es
más, «Las cosas particulares no son sino afecciones de los atributos de Dios, o
sea, modos por los cuales los atributos de Dios se expresan de cierta y
determinada manera»56. Spinoza redirige el uso tradicional del término «modo»,
pues antes era visto como algo accidental que se predicaba sobre un sujeto
inalterable, la substancia; aquí son seres reales, con esencia y existencia propias.
Al afirmar aquí que las cosas particulares son modos de los atributos de la única
53 La concepto de «modo» encuentra en Spinoza un término equiv alente, el cual es intercambiado indistintamente a lo largo de la Ética: es el de «modificación». Nosotros usaremos la misma ambivalencia en los términos, de acuerdo con el contexto. 54 Cf. Spinoza: Eth. Libro I. Def inición 5. Pág. 47. 55 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 15. Pág. 62. 56 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 25. Corolario. Pág. 80.
22
substancia, que es Dios, se está estableciendo el cimiento para toda su filosofía
de la inmanencia.
Con Descartes se debía hacer la pregunta de cómo se correspondían la
substancia pensante con la substancia extensa, siendo que ambas eran
independientes. Pero, siendo que el Pensamiento y la Extensión son sólo atributos
de la única substancia, preguntar por la correspondencia es inocuo, por haber
entre ambos una equivalencia. Spinoza debe aclarar que al haber dicho que Dios
es una cosa pensante y también una cosa extensa, no quería decir (a la manera
tradicional-cartesiana) que la realidad esté dividida en dos, pues sólo hay una
realidad. En cambio, Spinoza arguye que todos los modos están dispuestos de tal
manera en la realidad que «el orden y conexión de las ideas es el mismo que el
orden y conexión de las cosas»57. Así, toda modificación que ocurre en el atributo
del Pensamiento tiene su equivalente en el atributo de la Extensión con la misma
necesidad y orden lógico. Esto es comúnmente llamado «paralelismo»58, lo cual se
refiere a algo ontológico.
No obstante, cada modo tiene como causa a Dios sólo en cuanto es
considerado desde el atributo del que son modos59. Esto quiere decir que un modo
del Pensamiento no es causa de un modo de la Extensión (lo cual es muy
problemático en el caso de la voluntad humana), o viceversa. De esta forma,
Spinoza aclara que el ser formal de las ideas tiene a Dios por causa sólo como
cosa pensante y no en virtud del objeto de sus ideas. Y a la inversa, los modos de
otros atributos (la Extensión) no tienen como causa a Dios porque él tenga las
ideas de esas cosas en su entendimiento, sino porque son necesarios bajo su
respectivo atributo. La pseudo-interacción que hay entre los modos de ambos
57 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 7. Pág. 116. 58 Como veremos más adelante, este término, y a generalizado en las discusiones sobre Spinoza, proviene de Leibniz. Es por eso que llega a ser equívoco, pues aquí se habla de una misma realidad que la razón nos permite ver desde dos perspectiv as diferentes. No se trata de dos planos de la realidad que deban corresponder entre sí, por medio de una asociación «paralela». 59 Cf. Spinoza: Eth. Libro II. Proposición 6. Corolario. Pág. 116.
23
atributos ocurre al ser parte de la misma realidad y estar concatenados bajo la
misma necesidad esencial de Dios, en el mismo orden.
La subordinación de los modos en cada respectivo atributo de Dios debe ser
entendida teniendo en mente lo ya dicho a comienzos de este capítulo con
respecto a la cadena causal infinita. En efecto, sabemos que sólo Dios es «causa
de sí» y que por ello todas las cosas particulares, cada uno de los modos de sus
atributos, deben tener su causa en un agente externo a ellos mismos. Ese agente
externo no es más que otro modo (visto desde el respectivo atributo). El modo
finito causante fue a su vez causado y determinado por otro modo, y así, hasta el
infinito60. Como todo está en Dios, es Dios la causa de todas las cosas
particulares, y en general de todos los modos, no en cuanto es tomado en
absoluto, sino en cuanto afectado por una modificación. La cadena causal infinita,
de igual manera, puede ser vista o desde el atributo de la Extensión (cosas
particulares) o desde el atributo del Pensamiento (las ideas de esas cosas
particulares)61. Esto hace referencia, una vez más, a la tesis spinoziana de que
Dios es causa inmanente de todas las cosas.
α) Modos infinitos
Ya sabemos que según Spinoza todo lo que existe en el universo, mundo o
Naturaleza, como quiera que sea llamada la totalidad de cosas existentes en acto,
es una afección o modificación de los atributos esenciales de Dios. Esto conlleva,
en realidad, una complejidad mucho más profunda de lo que parece a simple vista.
Spinoza hace su propia división ontológica de los modos, de acuerdo con su orden
de dependencia lógica con respecto a la substancia62. Entonces, hay modos que
en cuanto se siguen de la misma la necesidad de la existencia del atributo
particular, tomado en absoluto, son ellos mismos necesarios. Como señala
60 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 28. Pág. 81. 61 Cf. Ibíd. También: Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 9. Pág. 122. 62 Cf. Hampshire. Pág. 51.
24
Jonathan Bennett63, lo que se sigue necesariamente de algo necesario (como lo
es un atributo) es igualmente necesario. Sobre estos específicos modos, Spinoza
agrega que son modos infinitos64. La «eternidad» de estos modos se puede inferir
por el hecho de que este tipo de modos tienen una existencia necesaria65. Sin
embargo, este tipo de eternidad está dado solamente en virtud de Dios como
causa (en el atributo correspondiente)66.
Los modos infinitos y eternos (divididos en inmediatos y mediatos) se
contraponen a los modos finitos, los cuales, en cambio, tienen una duración o
existencia determinada. Todas las afecciones (modos) de los atributos de Dios,
tanto infinitos como finitos, constituyen lo que es la «Naturaleza naturada» (natura
naturata), es decir, el conjunto de cosas que se siguen de la naturaleza divina y
que son en Dios, completamente dependientes de él para ser y concebirse. En
este sentido, la Naturaleza naturada tiene como componente regulador de los
modos finitos a los modos infinitos y necesarios. Ahora bien, en la Naturaleza
naturada los modos transitorios y finitos son dependientes de los modos de orden
más elevado en esencia y existencia, así como también para ser concebidos. Esa
determinación causal de los modos finitos, ese determinismo de la inmanencia, es
infinito e irreducible.
Ya se dijo que la relación entre la Naturaleza naturante y la Naturaleza
naturada es mutuamente dependiente o, en otras palabras, que mantienen una
relación ontológica inmanente. Hasta ahora hemos mostrado cómo la Naturaleza
creada (en Dios) es dependiente y necesaria de la Naturaleza creadora
(substancia). Viene al caso ahora explicar cómo es la relación de dependencia en
el sentido inverso.
63 BENNETT, Jonathan: Un estudio de la Ética de Spinoza. §27. Pág. 117. 64 Cf. Spinoza: Eth. Libro I. Proposición 22, 23. Pág. 77. 65 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Definición 8. Pág. 47. También: Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 21. Escolio. Pág. 76. 66 Cf. Deleuze. Pág. 90.
25
Dios obra y se comprende en el acto de hacerlo, y además hace lo mismo que
él comprende de sí67. No hay «posibles» en el entendimiento de Dios; él mismo
comprende a toda su creación y se comprende creando: la autocomprensión de
Dios es parte de la misma necesidad con la que él obra68. Al explicar la Naturaleza
naturante, Dios como substancia, se mencionó que el entendimiento de Dios es
indiscernible de la potencia divina (su esencia). Como substancia, Dios no tiene
entendimiento sino en cuanto está siempre en acto y es potencia. De cualquier
forma, «…el entendimiento de Dios y las cosas por él entendidas son todo uno y lo
mismo»69. Así pues, la autocomprensión de Dios se tendrá que dar en otro
sentido.
El «entendimiento infinito» de Dios, del que se siguen infinitas cosas de
infinitos modos70, es un modo del pensar y no el atributo del Pensamiento
(esencial a la substancia). No obstante, es un modo que se sigue inmediatamente
de este atributo, tomado en «términos absolutos». Ya antes dijimos que el tipo de
modos que se siguen de los atributos en absoluto deben ser infinitos y eternos.
Éste modo, además, es inmediato (pues se sigue inmediatamente de la necesidad
del atributo). Por otra parte, decíamos que estos modos infinitos regulan los
modos finitos de ese determinado atributo; en este caso, cualquier otro modo del
Pensamiento debe referirse al entendimiento infinito de Dios. Para ponerlo de otra
forma, siguiendo a Spinoza, tanto el entendimiento infinito como el finito (el de los
hombres), así como la comprensión de sí mismo, deben estar referidos a la
Naturaleza naturada71. No sobra decir que el entendimiento infinito, al ser un modo
(así sea infinito) no se puede llamar libre, sino necesario72.
67 Cf. Ibíd. Pág. 81. 68 Cf. Spinoza: Eth. Libro II. Proposición 3. Escolio. Pág. 114 69 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 7. Escolio. Pág. 118. 70 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 16. Pág. 67. 71 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 31. Pág. 85. 72 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 32. Corolario 2. Pág. 88.
26
Ahora bien, diremos, junto a Deleuze, que la autocomprensión de Dios debe
darse de manera objetiva o conceptual73. Es por eso que Spinoza afirma que hay
en Dios, en cuanto cosa pensante, una idea que contiene tanto su esencia como
todo lo que de ella se desprende74. Esta idea, la «idea de Dios» sería un modo
que necesariamente se sigue del atributo del Pensamiento y que, por ello, es
infinito y eterno75. Ahora bien, el objeto de la «idea de Dios» es Dios como
totalidad, es decir, tanto Naturaleza naturada como la Naturaleza naturante. Lo
que formalmente (en acto) existe en el «entendimiento infinito» de Dios tiene una
equivalencia objetiva en la «idea de Dios»76. Por lo tanto, en cuanto el
«entendimiento infinito» de Dios se refiere a la «idea de Dios», está ocurriendo la
autocomprensión de Dios mismo. Aún más, Spinoza está sugiriendo que el
conocimiento adecuado se da mientras actúa la autocomprensión; esta afirmación
es fundamental, como veremos luego. Por lo pronto vale resaltar que el ser formal
de todas las ideas particulares, o sea, los modos finitos del atributo del
Pensamiento, todas deben seguirse (o deducirse) de la «idea de Dios» y referirse
a ésta necesariamente. La referencia solamente ocurre dentro del «entendimiento
infinito» de Dios.
La anterior explicación, que rinde cuenta de los modos infinitos del atributo del
Pensamiento, el «entendimiento infinito», y la autocomprensión que tiene Dios de
sí mismo en la «idea de Dios», tiene como motivo resaltar dos cosas: Primero, que
hay una prelación del atributo del Pensamiento frente a otros atributos. Esto se
debe a que la autocomprensión de Dios es una expresión de su potencia, pero de
manera epistemológica, que es su «potencia objetiva del pensamiento». Mediante
esta potencia, Dios se comprende mientras existe y obra, lo cual sucede en por
medio del «entendimiento infinito» y la «idea de Dios». Los modos infinitos del
73 Cf. Deleuze. Ibíd. 74 Cf. Spinoza: Eth. Libro II. Proposiciones 3 y 5. Págs. 113; 115. 75 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 21. Pág. 76. 76 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 7. Corolario. Pág. 117.
27
Pensamiento cumplen un rol fundamental frente a la potencia esencial de Dios77,
lo cual resulta en una prelación epistemológica del atributo del Pensamiento. A
esto nos referiremos más tarde como «paralelismo epistemológico». Segundo, que
absolutamente todo lo existente en la Naturaleza naturada está determinado por la
misma necesidad (lógica) con la que las cosas se deducen objetivamente de la
«idea de Dios».
Con respecto a esto segundo, la «necesidad», por su importancia y
complejidad es mejor ampliar la explicación. Ya a comienzos de este capítulo
mencionábamos la interrelación entre causalidad y necesidad. ¿Queda lo
suficientemente claro que cualquier aspecto de la existencia es necesario? Una
vez más citamos a Deleuze, que de manera muy nítida explica esto:
Lo que es necesario es: 1.° la existencia de la substancia en cuanto que va englobada en su esencia; 2.° la producción por la substancia de una infinidad de modos, en cuanto que «causa de todas las cosas» se dice en el mismo sentido que causa de sí; 3.° los modos infinitos, en cuanto que se producen en el atributo tomado en su naturaleza absoluta o modificado por una modificación infinita (son necesarios en virtud de su causa); 4.° las esencias de modos finitos, que concuerdan todas ellas y forman la infinidad actual de las partes constitutivas del modo infinito mediato (necesidad de relación); 6.° [sic] los encuentros puramente extrínsecos entre modos existentes o, más bien, entre las partes extensivas que les pertenecen conforme a las relaciones precedentes, y las determinaciones que se derivan de ellas para cada uno: nacimiento, muerte, afecciones (necesidad progresiva).78
A partir de todo lo dicho en este capítulo se podrán dar por explicadas las
formas de necesidad 1.°, 2.° y 3.° (según la cita). Sin embargo, hay que recordar
que en cuanto Dios es eterno, su necesidad también es eterna; esto quiere decir
que Dios, tanto Naturaleza naturante como Naturaleza naturada, no tiene ni
principio ni fin. Frente a las formas 4.° y 6.°, hay que clarificar un poco más.
Comencemos mirando al 4.°, que habla del modo infinito mediato. Ya
mencionamos que para el atributo del Pensamiento el modo infinito inmediato es 77 Cf. Deleuze. Pág. 89. 78 Cf. Deleuze. Pág. 109. —La enumeración original excluye el numeral 5.°, seguramente por errata del editor.
28
el «entendimiento infinito» de Dios. Ahora bien, para el atributo de la Extensión el
modo infinito inmediato es el «movimiento y reposo»79. Estos modos infinitos
regulan necesariamente todas las relaciones existentes para la infinidad de modos
finitos. Por otra parte, la infinidad de modos finitos constituye, a su vez, un
conjunto de todos los modos extensos existentes; este individuo compuesto80,
universal, es el modo infinito mediato, el que mencionábamos, y al que Spinoza
llama la «faz de todo el universo» (facies totius universi)81, que siempre
permanece igual en esencia, a pesar de presentarse de distintos modos.
Miremos, enseguida, al 6.°, que habla de los encuentros extrínsecos entre las
cosas y las determinaciones que se derivan de ello. Cada uno de los modos finitos
de la Naturaleza naturada, sean vistos desde el atributo del Pensamiento o de la
Extensión, tienen como causa de su existencia y de sus acciones a Dios, pero no
siendo considerado en absoluto (como substancia) sino por medio de su
respectivo atributo, en cuanto afectado por algún modo finito. Puede advertirse
aquí, otra vez, la cadena causal infinita que indicábamos antes. Ésta resulta en
una infranqueable necesidad y determinación causal, que nunca llega a Dios como
substancia, sino que se queda eternamente dentro de la Naturaleza naturada.
En el atributo del Pensamiento ocurre lo mismo que en el de la Extensión: la
idea de una cosa singular existente en acto tiene como causa a Dios por medio del
atributo del Pensamiento afectado por algún modo finito, otra idea. Esta idea fue a
su vez causada y determinada por otra, y así, hasta el infinito82. Con los modos de
este atributo no sólo diremos que están determinados, sino que Dios tiene idea de
todo cuanto ocurre con el respectivo objeto de la idea83, o sea, la cosa singular, en
vista de que el orden y conexión de las ideas es el mismo que el de las cosas.
79 Cf. Spinoza: Eth. Libro II. Lema 1. Pág. 130. 80 Decir esto es posible en tanto existe la noción de «cuerpo compuesto». Ésta es descrita en el Libro II, pág. 133 (después de la proposición 13). Estos son cuerpos más simples que están unidos entre sí, comunicando sus mov imientos, y todos juntos componen un solo cuerpo o individuo. 81 Cf . Spinoza: EP. Carta 64, a G.H. Schuller. Pág. 351. También: Ibíd. Eth. Libro II. Lema 7. Escolio. Pág. 136; & Cf. Hampshire. Pág. 55. 82 Cf. Spinoza: Eth. Libro II. Proposición 9. Pág. 122. 83 Cf. Ibíd.
29
Por consiguiente, Dios, visto como Naturaleza naturada, es la causa del
nacimiento, muerte y afectos de las cosas particulares. ¿Tiene alguna excepción
ontológica el ser humano dentro de la existencia inmanente aquí descrita? No; no
es así. El ser humano no tiene más opción que saberse parte de la necesidad de
Dios o la Naturaleza, dado que es una parte constitutiva del universo tanto en
cuerpo como en alma. La eterna necesidad divina es causa de la existencia, de los
actos y del conocimiento de los seres humanos, en cuanto somos un modo finito
de los atributos esenciales de Dios.
30
2. EL SER HUMANO DENTRO DE LA INMANENCIA
No hay manera en la que el ser humano pueda encontrar su lugar en la
Naturaleza y, mucho menos, de que pueda llegar a una tranquilidad frente a su
existencia, mientras se considere a sí mismo como el «centro del universo». En
efecto, la paradoja que encierra esta tesis puede verse en las religiones, las
cuales defienden el rol central del humano en el desarrollo del universo, pero con
la intención de ratificar la supremacía de Dios (o de los dioses). Spinoza va por el
mismo camino que recorrieron Copérnico y Galileo84 antes de él, al refutar esa
concepción del hombre.
Dice él «Todos los prejuicios que intento indicar aquí dependen de uno sólo, a
saber: el hecho de que los hombres supongan, comúnmente, que todas las cosas
de la naturaleza actúan, al igual que ellos mismos, por razón de un fin […]»85. Así
pues, la objeción spinoziana a la «teleología», o, lo que es lo mismo, a las causas
finales, es una piedra fundacional para: (1°) Su argumentación ética, pues
demuestra que el hombre hace parte constitutiva de la Naturaleza y que su moral
no se maneja como un «reino aparte»; (2°) su argumentación epistemológica,
según la cual la investigación natural debe concentrarse en la inteligibilidad de
ésta y no verse bloqueada por finalidades teológicas, como en Descartes y los
escolásticos; y (3°) para entender mejor la existencia del ser humano dentro de la
Naturaleza, pues de esa manera se verá la importancia del conocimiento para la
84 Nicolás Copérnico (1473-1543) y Galileo Galilei (1564-1642), fueron prominentes científicos que ref utaron el antropocentrismo desde el terreno de la ciencia natural, antecediendo a Spinoza en eso. Copérnico compuso un sistema teórico sobre el univ erso heliocéntrico (los planetas girando en torno al Sol), en contra del sistema geocéntrico (los astros en torno a la Tierra), la teoría preponderante hasta el momento y además sustentada por la ciencia aristotélica. Galileo se esf orzó por constituir una teoría mecánica que correspondiera y sustentara el «sistema copernicano del universo». Dadas sus conclusiones, Galileo tuv o que af rontar un juicio en su contra por parte de las autoridades eclesiásticas cristianas por def ender que «la tierra no es el centro del univ erso». La Iglesia Católica consideraba, en el momento, que esas nuev as teorías científicas eran contrarias a las sagradas escrituras (la Biblia). —Según Spinoza, el v ulgo considera que las verdades científicas son f icciones porque son le son contraintuitivas, es decir, la ciencia refuta las conclusiones que deducen f alazmente de los sentidos. Por eso se defienden percepciones conf usas, irracionales, que generan prejuicios sobre los elementos de la Naturaleza. Cf. Spinoza: TIE. §56. Pág. 96; y §78. Pág. 108. 85 Cf. Spinoza: Eth. Libro I. Apéndice. Pág. 96.
31
felicidad del alma. —Estos tres puntos se entenderán plenamente a partir de lo
que veremos posteriormente.
a) Refutación de las «causas finales» o «teleología»
En un importante segmento de la Ética, el Apéndice a la Parte I, Spinoza
controvierte la investigación de las causas finales de la Naturaleza. Tal como fue
mencionado antes, esta causa estaba entre las cuatro explicaciones que debía
investigar la ciencia, de acuerdo con Aristóteles (y con la filosofía escolástica, que
era principalmente aristotélica). Recordemos que si la causa efectiva era lo que le
producía un cambio a cierta cosa, la causa final era la finalidad (τέλος) del cambio
particular que estuviera estudiándose. En cualquier caso, Spinoza considera que
la creencia en causas finales dentro de la Naturaleza, sea defendida por
Aristóteles o por los escolásticos-aristotélicos o por cualquiera, es una creencia
originada en prejuicios, que a su vez ha llevado a supersticiones86 y ha
encontrando un gran peso dentro de la irracionalidad del vulgo. Por lo pronto,
creemos bueno diferenciar lo que dijo Aristóteles textualmente de lo que defendía
la tradición escolástica-aristotélica o la superstición, para comprender que aun
cuando la refutación de Spinoza es en general a la teleología, en el fondo hay una
discusión o revaluación de ciertas nociones epistemológicas aristotélicas87, una
revaluación que debe ser traída a la luz. Igualmente, al estudiar los argumentos
del Estagirita, veremos que la teleología podría ser justificable bajo ciertos
argumentos de alta rigurosidad filosófica.
86 La palabra «superstición» es mencionada varias v eces en la obra de Spinoza (un total de 6 v eces en la Ética). El surgimiento de la superstición, dice Spinoza, se da porque cualquier cosa puede ser causa accidental de los afectos de esperanza o miedo (por la libre asociación de la memoria). Las supersticiones son creencias irracionales, basadas en «ideas inadecuadas», prejuicios u opiniones (lo mismo). Éstas adquieren un énf asis práctico mediante la asociación con el culto a Dios, llevando a cabo prácticas irracionales, como es la negación del deleite de la vida. Cf. Spinoza: Eth. Libro III. Proposición 50. Pág. 246. También: Ibíd. Eth. Libro IV. Proposición 45. Pág. 337. 87 En ningún momento hay una directa ref erencia a Aristóteles. Sin embargo, es históricamente evidente que la teleología tomó fuerza como teoría científica gracias a sus escritos, en la Edad Media.
32
Para Aristóteles88, en el estudio de ciertos fenómenos, como por ejemplo la
formación de dientes en los animales, resulta evidente que estos tienen una
utilidad para el animal, pues es con ellos que puede alimentarse. Él encuentra
dificultoso que se pueda explicar la no-finalidad de este hecho, de manera que sea
visto como una «coincidencia» favorable, algo que fortuitamente resulta en
beneficioso para dicho animal. No obstante, los dientes se forman casi
invariablemente en todos los animales (de suerte que los animales viven gracias a
ellos); por lo tanto, la ciencia debería explicar esa «regularidad» fortuita del
fenómeno. Aristóteles concluye, entonces, que los dientes tienen una causa final,
a saber, la de morder y masticar, porque resulta en algo beneficioso para ese
animal. Las causas finales son mejor vistas en las partes de los cuerpos89 o con
respecto a procesos naturales, por ejemplo, las estaciones del año. Tomando una,
digamos invierno, se puede descomponer ese proceso en varios fenómenos
(cualitativos y de hecho) que serían el frío, la lluvia, etc., los cuales sólo tendrían
sentido con relación a la finalidad por la que son considerados, i.e. el invierno.
Ahora bien, hay que entender mejor a lo que se refería Aristóteles cuando
hablaba de buscar la explicación de un fenómeno determinado. Él sostiene que la
Naturaleza hace las cosas o por esencia o por finalidad90. Dado que la Naturaleza
tiene una esencia doble, al consistir de materia y forma, Aristóteles nota que la
forma es la causa por la cual la materia existe; concluye, por ende, que la forma es
la finalidad de la materia91. Si la causa formal puede ser reducida a una causa
final, se anula la relevancia de la investigación de las causas formales, lo que
demostraría la prelación de las causas finales sobre las otras causas.
La correcta explicación para un fenómeno, sin embargo, debe darse por medio
de la interacción de las distintas causas disponibles para la ciencia. En el caso de
los dientes, además de la causa final, también podría hablarse de una causa
88 Cf. Aristóteles: Física. Libro B [II], 8. 198b17 – 199b32. 89 «Cuerpos compuestos», como se diría en la terminología de Spinoza. 90 Cf. Aristóteles: Física. Libro B [II], 8. 199a26. 91 Cf. Ibíd. 199b7.
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material y eficiente por la cual existen. De todas maneras, Aristóteles menciona
que hay cosas que no tienen una causa final, y no por ello dejan de poder ser
investigadas por la ciencia. Es el caso de la lluvia que no tiene la finalidad de caer
ni para favorecer ni para arruinar un cultivo, o un eclipse lunar92. Para estos casos
lo que se buscaría es la «causa primaria» o la más precisa93, o sea, la que mejor
explique el fenómeno. Para el caso de la lluvia o del eclipse, la mejor explicación
es la causa eficiente. Para la lluvia, por ejemplo, el vapor de agua que se enfría en
los cielos y cae como agua otra vez. Con todo lo anterior, quedan dichos, en
mayor parte, los argumentos de Aristóteles con respecto a las causas finales.
De otro lado, la tradición escolástica-aristotélica o la superstición, frente a la
que Spinoza se refiere concretamente, se originó de las recién expuestas tesis de
Aristóteles, las cuales fueron redefinidas por varios filósofos o teólogos (cristianos)
en la Edad Media. Haciendo una pequeña comparación, podremos ver que la
introducción de Dios dentro de la teoría aristotélica distorsionó los argumentos del
Estagirita, pues él tenía en mente a una Naturaleza ordenada por un principio
racional (νους) y no de la manera en que la Naturaleza está subordinada frente a
Dios como ocurre con la teología judeocristiana. Para Aristóteles, al contrario, la
finalidad no requiere de un agente deliberante; la naturaleza es como un medico
curándose a sí mismo94. A continuación, veremos la explicación que da Spinoza
sobre el origen de la creencia en las causas finales, como también sobre ciertos
prejuicios derivados de ella95:
Es un hecho que los hombres siempre actúan con vistas a un fin: la utilidad de
su apetencia del momento (un propósito definido)96. En vista de que los hombres
son conscientes de sus apetencias o voliciones, creen ser libres y creen que éstas
92 Cf. Ibíd. 198b34. También: Ibíd. Metafísica. Libro H [VIII], 4. 1044 b12. 93 Cf. Ibíd. Física. Libro B [II], 3. 194b20 y 195b28. 94 Cf. Ibíd. Libro B [II], 8. 199b31. 95 Cf. Spinoza: Eth. Libro I. Apéndice. Págs. 95 – 99. 96 Cf. Ibíd. Pág. 97.
34
son determinadas por ellos97. Igualmente, los hombres nacen ignorantes de las
causas que determinan a las cosas, pero tienen el impulso de conocerlas. Su
primer impulso para colmar la duda es indagando las causas finales de las cosas
realizadas; primero intentan preguntar a las demás personas y, si no es suficiente,
buscan la respuesta en sí mismos. Pero al buscar las causas finales en sí mismos,
no se dan cuenta que su juicio del mundo esta siendo predeterminado de acuerdo
a sus propios ojos. Esto tiene como consecuencia que, al considerar las causas
finales de lo que los rodea, y al encontrar bastantes cosas que les son útiles (ojos
para ver, dientes para masticar, alimentos para nutrirse, sol para calentarse, etc.),
concluyen falazmente que todas esas cosas fueron dispuestas ahí como medios
para su propio beneficio y utilidad. Ahora bien, siendo que saben que esos medios
han sido dispuestos por alguien diferente a ellos mismos, consideran que la
Naturaleza lib remente dispuso de esas cosas como medios para su beneficio o
utilidad. Con todo y con eso, no han encontrado evidencia de que la Naturaleza
haya hecho eso por cuenta propia, así que, en definitiva, adjudicaron ese fin (su
propia utilidad o bienestar) a la libre voluntad de los dioses, los cuales decidieron
hacerlo para ser tenidos en el más alto honor por los hombres. Finalmente, los
hombres han ideado cualquier tipo de cultos a los dioses, «con el fin de que Dios
los amara más que a los otros, y dirigiese la naturaleza entera en provecho de su
ciego deseo e insaciable avaricia»98. Así que cuando los eventos naturales o de la
suerte son desfavorables para los hombres, dicen que los dioses se han
enfurecido por un mal culto.
Ahora cabe considerar los contra-argumentos que ofrece Spinoza, aplicables
tanto para Aristóteles como para los aristotélicos medievales y la tradición popular.
Estos contra-argumentos se referirán a la metafísica que expusimos en el capítulo
anterior.
97 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 35. Escolio. Pág. 157. 98 Cf. Ibíd. Pág. 98.
35
(1°) Al forjar conocimiento sobre la Naturaleza, los hombres hacen nociones
universales sobre los géneros naturales. Esas nociones los confunden pues creen
que la generalidad es norma o «paradigma» de de ese género natural. Sólo así se
considera que esto o aquello es «normal» o «perfecto»99. Esta manera de hablar
de las cosas de la Naturaleza, como si tuvieran un paradigma natural, es
engañosa puesto que está juzgando los objetos naturales como si fueran
artefactos de una voluntad humana, que sí tiene siempre una finalidad (su
apetencia). Aristóteles defiende precisamente esta postura al decir que «si las
cosas producidas por el arte están hechas con vistas a un fin, es evidente que
también lo están las producidas por la naturaleza; pues lo anterior se encuentra
referido a lo que es posterior tanto en las cosas artificiales como en las cosas
naturales»100. Si los objetos naturales son considerados como el fruto de un
«arte», con una finalidad natural, entonces se podrá decir que la Naturaleza (o
Dios, en el caso escolástico), como los hombres, produce errores. Para Spinoza
esto no tiene razón de ser, dado su sistema metafísico. El común error del ser
humano es adjudicar sus características propias al resto del universo. ‘Dios o la
Naturaleza’, fue considerado el ente más perfecto que existe (infinito y eterno), y
entre más inmediatos son sus efectos (modos infinitos), tanto más perfectos deben
ser estos101. Pero la doctrina de las causas finales hace que las cosas particulares
(modos finitos), lo más alejado de Dios como substancia, tengan una perfección
innata en su paradigma, por el cual ‘Dios o Naturaleza’ podría equivocarse a veces
en su ejecución. Ahora bien, es verdad que hay aberraciones de la Naturaleza
(toros que nacen con dos cabezas, hombres que nacen con malformaciones, etc.);
sin embargo, son cosas lógicamente posibles, y ya se dijo que de Dios se siguen
infinitas cosas de infinitos modos: todo lo que pueda ser posible (lógicamente
deducible de determinadas causas) puede suceder y va a suceder102. En suma,
99 Cf. Hampshire. Pág. 105. También: Spinoza: Eth. Libro IV. Prefacio. Pág. 285. 100 Cf. Aristóteles: Física. Libro B [II], 8. 199a17. 101 Cf. Spinoza: Eth. Libro I. Proposición 21, 22, 23. Págs. 75 – 77. 102 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 16. Pág. 67. También: Hubbeling. Pág. 54.
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hablar de errores en la Naturaleza es un sinsentido, pues el juicio fue hecho
cualitativamente, de acuerdo a la imaginación que nos engaña con supuestos
parámetros de normalidad. De esta forma, para Spinoza «realidad» y «perfección»
son equivalentes, y usada en otro sentido, la perfección o imperfección son sólo
modos del pensar103.
(2°) Teniendo en cuenta lo anterior, cuando los hombres consideran que ‘Dios
o la Naturaleza’ debe actuar según causas finales, o sea, según los parámetros
establecidos por las nociones universales (paradigmas), están diciendo que «hay
algo» que el ser más perfecto carece, y que apetece conseguirlo disponiendo
medios para ello. La finalidad puede ser cualquier cosa: desde los paradigmas
particulares, hasta conceptos morales como «el Bien». Esto no ha podido ser así,
dice Spinoza, pues ha sido dicho, tanto por él como por los defensores de la
doctrina teleológica, que Dios obra en virtud de sí mismo, a saber, en virtud de su
esencia divina (eterna e infinita) y no en virtud de las cosas creadas en él (sus
modos). Así es que ninguna causa específica puede forzar a Dios a obrar de
determinada manera, sea intrínseca o extrínseca (intrínseca: libertad de su
voluntad; extrínseca: una «finalidad» para su potencia, ¿«el Bien»?)104.
(3°) La última salida (y real justificación) para quienes aceptan o defienden las
causas finales es, frente las anteriores objeciones de Spinoza, lo que llama la
«reducción a la ignorancia». Como decíamos antes, en el estudio de cualquier
fenómeno los hombres tienden a preguntarse sus respectivas causas o
explicaciones (sea a través de la ciencia o a través de los prejuicios). Así pues,
cuando un evento es especialmente favorable o desfavorable para las personas,
éstas tienden a buscar un motivo para que las cosas hayan sido de tal
determinada manera. Spinoza da el ejemplo de una piedra que desde lo alto cae
sobre la cabeza de alguien y lo mata105; estas personas dirán que cayó para
matarlo. Si no fuera así, defienden ellos, «¿cómo han podido juntarse al azar
103 Cf. Spinoza: Eth. Libro IV. Prefacio. Pág. 285. 104 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 17. Pág. 68. También: Ibíd. Eth. Proposición 32. Corolarios 1 y 2 Pág. 88. 105 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Apéndice. Pág. 100.
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tantas circunstancias?»: ha sido causado porque Dios lo ha querido (la causa final
del evento es la libre voluntad de Dios). En otras palabras, cualquier cosa que se
dé como explicación será reducida a la ignorancia:
Acaso responderéis que ello ha sucedido porque el viento soplaba y el hombre pasaba por allí. Pero –insistirán– ¿por qué soplaba entonces el viento? ¿Por qué el hombre pasaba por allí entonces? […] insistirán de nuevo, a su vez –ya que el preguntar no tiene fin– […] Y de tal suerte, no cesarán de preguntar las causas de las causas hasta que os refugiéis en la voluntad de Dios, ese asilo de la ignorancia.106
Las palabras de Spinoza son claras en indicar que esa regresión en el
preguntar, como lo hacen los niños, es un ejercicio infinito e innecesario. Esto
ocurre, como veíamos en el anterior capítulo, porque las cosas particulares dentro
de la Naturaleza Naturada se encuentran en una cadena causal infinita (de causas
eficientes). Es cierto que Spinoza argumentó que Dios es causa de todas las
cosas, pero no se debe olvidar que él es causa pero de forma inmanente. Quiere
decir esto que toda cosa particular (o su respectiva idea) tiene como causa a Dios
pero en cuanto afectado por una modificación de sus atributos, es decir, por otra
cosa existente en acto y finita (o su idea) y que a su vez es determinada por otra, y
así hasta el infinito107. La voluntad de Dios, como ya también fue dicho, no es libre
bajo la metafísica spinoziana y él actúa sólo por la libre necesidad de su esencia.
Por ello, este contra-argumento es también contra Descartes, pues, como ya fue
mencionado, este filósofo descartaba la investigación de las causas finales
solamente porque los hombres «no tienen acceso a los planes (o sea, la voluntad)
de Dios».
En último término, Spinoza conduce a los lectores de su Ética a la revaluación
de la postura antropocéntrica. ‘Dios o la Naturaleza’ es indiferente frente al destino
existencial del ser humano, excepto si es como parte constituyente de la
106 Cf. Ibíd. 107 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 28. Pág. 81. También: Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 9. Pág. 122.
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Naturaleza naturada108. Aunque los tres contra-argumentos de Spinoza contra las
causas finales o teleología son contra una «superstición teológica» con
intenciones éticas, hay que ver cómo su crítica quiere cambiar el paradigma de
investigación científica de su momento (como Copérnico y Galileo), pues revalúa
los conceptos epistemológicos sobre los cuales se fundaba, a saber, la «teoría
causal» de Aristóteles.
Sólo para que haya más claridad sobre esto, podemos ver cómo el interés por
buscar las causas o explicaciones de la Naturaleza, a través de la ciencia o de un
procedimiento científico-racional, se simplifica a dos causas primarias: la causa
formal o esencia, y la causa eficiente o «causa próxima» (pues como la cadena
causal es infinita, se busca la causa más próxima)109. Aristóteles decía que las
causas formales se reducían al estudio de causas finales, a pesar de que no todos
los fenómenos de la Naturaleza tienen una causa final, y en ese caso las causas
eficientes suplirían su lugar. Spinoza le hubiera hecho una invitación a la inversa:
considerar los fenómenos naturales bajo la perspectiva de las ideas claras y
distintas que la razón tiene, para que el estudio de la Naturaleza fuera menos
cualitativo (una proyección de la psicología humana –antropomorfismo) y sí más
parecido a la matemática, que versa sobre las esencias de las cosas110. Las
causas formales y eficientes, en el vocabulario cartesiano de Spinoza, serían
expresadas en términos de las «ideas claras y distintas».
Ya decía Spinoza, en parte de su refutación, que quien estudia los milagros de
la Naturaleza «a la manera de los sabios» son considerados por los defensores de
la doctrina teleológica (la iglesia o los escolásticos-aristotélicos) como herejes e
impíos, y lo mismo hace el vulgo; éste ve a los sacerdotes, y no a los científicos,
como los autorizados intérpretes de la naturaleza111. Quienes hacen ver al hombre
108 Cf. Hubbeling. Pág. 57. 109 Cf. Spinoza: TIE. §19. Pág. 82. 110 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Apéndice. Pág. 99. 111 Cf. Ibíd. Pág. 101.
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como centro del universo, le imponen una dimensión moral a la ciencia porque su
moral está basada en la ignorancia de las verdaderas causas de las cosas.
Spinoza también argumenta, de manera positiva, sobre la relación que debería
tener el hombre con respecto a su existencia dentro de la inmanencia de Dios: él
conforma una «nueva ética» como base para su filosofía pero, a su vez, es una
ética que sólo resulta del resto de su filosofía. Si se ha de hablar de conceptos
éticos o morales desde la perspectiva de Spinoza (sólo aplicados a la esfera del
comportamiento humano), estos no podrán ser deducidos a priori o de «elementos
positivos de la Naturaleza», porque la Naturaleza no se dirige en pos de una
finalidad, y mucho menos de una finalidad moral (digamos, «por el Bien»). La ética
debe estar fundada sobre una moral naturalista, acorde con la condición
ontológica del hombre dentro de la Naturaleza (como hemos estado mostrando).
Nosotros, por naturaleza, no dirigimos nuestro comportamiento hacia preceptos
morales112, sino buscando la afirmación de la identidad propia de cada quien, ya
que el «esfuerzo» por afirmarse es la esencia del hombre.
Las llamadas nociones morales, el Bien, el Mal, lo Perfecto, lo Imperfecto, etc.,
son sólo modos de pensar, es decir, nociones universales que se basan en la
imaginación; son ideas confusas que sólo afirman la mejor utilidad de quien las
afirma113. Esto es así porque, de forma inconsciente, las nociones morales
expresan la naturaleza particular de cada individuo y por eso varían según la
constitución de cada cual. Así pues: […] ya que deseamos formar una idea del hombre que sea como un modelo ideal de la naturaleza humana, para tenerlo a la vista, nos será útil conservar esos vocablos en el sentido que he dicho. Entenderé en adelante por «bueno» aquello que sabemos con certeza ser un medio para acercarnos cada vez más al modelo ideal de naturaleza humana que nos proponemos. Y
112 Esta posición, que claramente se puede derivar de la metafísica de Spinoza, también era compartida por Aristóteles y muy probablemente por los pensadores escolásticos-aristotélicos a quienes Spinoza dirigía la may oría de sus críticas f ilosóf icas más profundas. Cf. ARISTÓTELES: Ética Nicomáquea. Libro B [II], 1. 1103a20. 113 Cf. Spinoza: Eth. Libro I. Apéndice. Pág. 101. También: Ibíd. Eth. Libro IV. Pref acio. Pág. 286; Libro II. Proposición 40. Escolio 1. Pág. 162.
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por «malo», en cambio, entenderé aquello que sabemos ciertamente nos impide referirnos a dicho modelo.114
Al reconocernos como entes naturales, ya no se puede hablar como en el
lenguaje corriente, por ejemplo, de una «perfección» humana, pues bajo el
contexto de la metafísica spinoziana «todo lo existente es perfecto», ya que se
sigue necesariamente de la esencia de Dios.
b) El hombre como modo finito
α) Esencia del hombre
Muchos filósofos han buscado la correcta definición del ser humano a partir de
bases incorrectas. Esto, señala Spinoza, se debe principalmente a que tienden a
formarse «nociones universales» de las cosas, nociones que se forman en el alma
a partir de imágenes y no por la razón:
[…] en el cuerpo humano se han formado simultáneamente tantas imágenes –por ejemplo– de hombres, que la capacidad de de imaginar queda, si no del todo, sí lo bastante desbordada como para que el alma no pueda imaginar las pequeñas diferencias entre los seres singulares (como el color y el tamaño de cada uno, etc.) […] esas nociones no son formadas por todos de la misma manera, sino que varían en cada cual a tenor de la cosa por la que el cuerpo ha sido más a menudo afectado, y que el alma imagina o recuerda más fácilmente.115
Así, por ejemplo, se ha definido la palabra «hombre» de acuerdo con lo que los
respectivos filósofos han imaginado con más admiración de los diferentes seres
humanos que han visto. Entre las definiciones que se han procurado a la ciencia, y
114 Cf. Ibíd. Eth. Libro IV. Pref acio. Pág. 287. 115 Cf . Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 40. Escolio 1. Pág. 162. —Esta cita corresponde al origen (o def inición) de lo que Spinoza entiende por «noción univ ersal», un término que y a había sido utilizado en otra parte de este estudio, sin haber ahondado en él.
41
que Spinoza nombra, están la de animal de posición erecta; animal que ríe; bípedo
sin plumas y animal racional116. Para Spinoza, el sólo hecho de que las
definiciones estén basadas en imágenes, o en propiedades cualitativas, ya las
desacredita por completo. Él busca, en cambio, una definición que sea
consecuente con la realidad natural del ser humano y que esté en completa
concordancia con su metafísica. Antes de ver su propuesta, vale recordar que
para él una definición no es nada menos que la idea clara y distinta de la esencia
de algo. Y, en efecto, la «esencia» de algo es aquello que es necesario para que
exista o se conciba la determinada cosa117.
La esencia del hombre tendrá que ser deducible de la esencia de los modos
finitos de Dios118, pues la única esencia que tiene el ser de la substancia es Dios,
y en la Naturaleza no hay más que substancias o modos. Como modo finito, la
existencia del hombre debe estar determinada por Dios; esta determinación puede
verse, en el atributo de la Extensión, a través el modo infinito inmediato, que
mencionábamos era el «movimiento y reposo»119. Es así que el cuerpo del ser
humano se distingue de cualquier otra cosa extensa como lo hace cualquier modo
(no como la substancia), a saber, de forma que mantiene una adecuada relación
de «movimiento y reposo» entre sus partes constituyentes. En la medida en que la
relación se mantiene constante, la identidad del respectivo cuerpo también, a
pesar de que el cuerpo padece constantes cambios en su constitución120.
Es evidente, por lo anterior, que somos parte de la inmanencia de Dios y no
podemos dejar de estar en Dios o dejar de constituirnos como parte de ‘Dios o la
Naturaleza’121. Dios es la causa inmanente de la existencia de las cosas de su
esencia y, aun más importante, de que perseveren en su existencia122. Como
causa inmanente, la esencia de Dios se debe explicitar por medio de la esencia de 116 Cf. Spinoza: Eth. Libro II. Proposición 40. Escolio 1. Pág. 163. 117 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Def inición 2. Pág. 110. 118 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 10 y Corolario. Págs. 123, 124. 119 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Lema 1 (después de la Proposición 13). Pág. 130. 120 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Axioma 3 (después del Lema 3). Lema 4 – 7. Págs. 133 – 135. 121 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 15. Pág. 62. También: Ibíd. Eth. Libro IV. Proposición 4. Pág. 292. 122 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Proposición 24. Corolario. Pág. 79.
42
los modos, y esa esencia de Dios es potencia (la existencia)123. Por ende, la
potencia divina debe verse reflejada en la esencia de los modos y en la esencia
del hombre (lo cual tiene sentido siendo que entre la causa y su efecto debe haber
algo en común). Así pues, Spinoza afirma que la esencia actual de las cosas es un
esfuerzo (conatus) por el que cada cosa intenta perseverar en su ser124, y ésta,
igualmente, es la esencia del hombre. Cuanto mayor sea la potencia del modo,
tanto más podrá distinguirse de cosas externas y autoafirmar su individualidad125.
Creemos que la anterior definición es completamente acorde con la metafísica
de Spinoza, la que, como vimos, subraya la importancia de la autoafirmación, la
permanencia y la inmanencia de Dios126. Sin embargo, según J. Bennett127, podría
verse una cierta contradicción de Spinoza al afirmar esto, pues según ve él, la
doctrina del «esfuerzo por el que se intenta perseverar en el ser» está puesta en
términos teleológicos, y Spinoza refuta las causas finales como explicación
aceptable de la Naturaleza128. Bennett precisa que el esfuerzo por «intentar algo»
según su posibilidad, en este caso mantener la existencia, está atado al fin o
resultado que de ese esfuerzo resulte. De esta forma, dice él, se acentúa más la
«intención» o finalidad con la que las cosas existen que lo que ellas mismas
hacen. Esta objeción es justificable sólo en la medida en que el «esfuerzo»
(conatus) es una tendencia hacia algo en específico: mantener y afirmar la
existencia. Pero vale la pena recordar que Spinoza invita al estudiante de la
Naturaleza a contemplar las cosas naturales de la manera inversa que Aristóteles,
a saber, buscando las causas formales y eficientes de los fenómenos (mediante
ideas claras y distintas), pues cualquier «tendencia» que parezca una causa final,
puede ser reducida a cualquiera de las otras dos causas. Creemos que a pesar de 123 Cf. Ibíd. Eth. Libro IV. Proposición 4. Demostración. Pág. 292. 124 Cf. Ibíd. Eth. Libro III. Proposiciones 6 y 7. Pág. 203, 204. 125 Cf. Hampshire. Pág. 89. 126 YOVEL, Y irmiyahu: Nietzsche and Spinoza: amor f ati and amor dei. Pág. 194. 127 Cf. Bennett. §57 (en especial #5). Págs. 247 – 253. —«[…] y o estoy sosteniendo que estas proposiciones son teleológicas no porque contengan el «intentar», sino porque inf ieren hechos sobre la conducta, a partir de hechos acerca de los resultados de la conducta, esto es, tienen la forma “Si esto ha de conducir a P, él lo hará”». (Pág. 252). 128 Vide supra: Capítulo 2, (a).
43
que Spinoza afirma que la esencia de los modos es una tendencia hacia algo, lo
hace en coherencia con su método, a través de una causa efectiva reducida a la
causa formal o esencia (que como «causa primera» responde a una necesidad
interna y no externa, aunque padece determinaciones desde afuera)129. Decir
como Bennett que lo hace apoyándose en la teleología (una finalidad externa a la
cosa misma, que hace de la cosa un medio) es tan inapropiado como decir que
«Dios quiere o decide que las cosas perseveren en la existencia».
Por lo tanto, el ser humano es definido por Spinoza como cualquier otra cosa
singular en la Naturaleza, sin dejar de hacer hincapié en que esas esencias son
una expresión de la divinidad, ya que, por expresar la potencia de Dios, es que se
pueden mantener en el ser. Ahora bien, es claro que la esencia de los modos ni
implica la existencia de ellos ni tampoco implica una duración definida130. La
esencia de un «modo inexistente» se diferencia de la de un «modo existente»
porque la del primero es potencia con bajo grado de intensidad. En cambio,
cuando un modo adviene a la existencia por cuenta de una causa eficiente, ya no
sólo está dentro de un atributo sino que tiene una «duración», y mientras el modo
exista, tenderá hacia la duración, o sea, hacia la existencia, por cuenta de su
esencia formal131.
Si se toma en consideración la causa eficiente de la existencia del modo o la
esencia de éste, como modo existente (su «esfuerzo por perseverar en la
existencia»), vemos que ninguno implica un tiempo definido de duración, es decir,
ninguno contiene la fecha de muerte de la cosa. Los modos jamás en virtud de su
causa eficiente o de su esencia podrán destruirse, pues el comienzo no tiene
relación con el fin132. De hecho, los modos morirán o se destruirán sólo por motivo
de causas exteriores, ya que, según Spinoza, siempre existirán otras cosas más
potentes y fuertes, por las cuales los modos disminuirán su potencia propia, hasta
129 Cf. Spinoza: Eth. Libro IV. Prefacio. Pág. 285, 286. También: Ibíd. Eth. Libro IV. Definición 7. Pág. 289. 130 Cf. Ibíd. Libro I. Proposición 24 y Corolario. Pág. 78. También: Ibíd. Eth. Libro IV. Prefacio. Pág. 288. — Si las esencias de los modos implicarán su propia existencia ellos mismos serían la substancia, es decir, Dios. 131 Cf. Deleuze. Pág. 78 – 79 y 83 – 84. 132 Cf. Spinoza: Eth. Libro III. Proposición 4. Pág. 202.
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el punto de que podrán (y serán) destruidos. Esto es, la relación de «movimiento y
reposo» que mantenían sus cuerpos se alterará de forma que la identidad propia
de ese modo cese de existir. Esta afirmación es igual para los hombres, que como
modos finitos y en virtud de causas externas más fuertes que ellos mismos,
habrán de morir133.
β) Un alma, un cuerpo
Anteriormente134 se mostró que los modos deben ser vistos desde uno u otro
atributo esencial de Dios, desde el cual ellos son modos. Sin embargo, dijimos que
los modos de cada respectivo atributo se derivan en igual orden y necesidad
lógicos con respecto a los demás atributos, de suerte que un modo del
Pensamiento tiene siempre un modo equivalente en la Extensión (el
«paralelismo»). El paralelismo se aplica al ser humano igualmente, como parte de
la misma Naturaleza. Desde el atributo del Pensamiento, el hombre es un modo, y
desde la Extensión también; en todo caso, esos modos corresponden a la misma
realidad, que es un mismo ser humano. Así pues, desde el Pensamiento el
hombre será visto como «alma» (mens), y desde la Extensión como «cuerpo»
(corpus)135. Por otro lado, los modos, mientras existen en un lugar y tiempo
determinados, están en permanente interacción con otros modos. Al resultado de
la interacción entre los modos, Spinoza lo llamó «afecciones», que son, en
realidad, modificaciones del modo. De esta manera, por el paralelismo, las
afecciones tendrán una completa correspondencia entre el alma y en el cuerpo,
siguiéndose en ambos casos con el mismo orden y necesidad. Una afección, en
otras palabras, podrá ser vista desde uno u otro atributo, siendo siempre la misma.
133 Cf . Ibíd. Eth. Libro IV. Axioma. Pág. 289. También: Ibíd. Eth. Libro IV. Proposición 3. Pág. 292; Libro V. Proposición 37. Escolio. Pág. 421. 134 Vide supra: Capítulo 1, (b). 135 Cf. Spinoza: Eth. Libro II. Proposición 13. Corolario. Pág. 128.
45
El «alma», es la esencia del hombre vista desde el atributo del Pensamiento.
Como tal, lo primero que la constituye por naturaleza es una idea136 y el objeto de
esa idea (el ideatum) es una cosa singular existente en acto, un modo finito, que
vendría siendo el «cuerpo» del hombre. Puesto que el «orden y conexión» de las
ideas y de los cuerpos se desprende de Dios (como Naturaleza naturada), de la
misma manera la conexión entre el alma y el cuerpo se corresponde mutuamente,
y no porque intermedie un tercer elemento. La interpretación que otros filósofos
hicieron frente al problema del alma y el cuerpo (su unión, interrelación, etc.) son
insostenibles dentro del marco metafísico de Spinoza.
Nuestro filósofo menciona explícitamente la interpretación de Descartes137,
quien, en resumidas cuentas, afirmaba que la unión entre el alma y el cuerpo se
producía por la intervención de la glándula pineal, situada en el cerebro, a la cual
llegaban los movimientos de los espíritus animales. Toda volición de los hombres
estaría unida a «un cierto movimiento» de esa glándula. Para Spinoza, en efecto,
Descartes estaba intentando resolver la abismal distancia que había puesto entre
el alma y el cuerpo (las creía substancias distintas); claro que no lo había logrado
con la causa próxima de la cosa, sino que terminaba invocando innecesariamente
la causa del universo entero, a Dios (que no nos estaría engañando). Spinoza
consideró, en general, que la explicación era oscura porque se basaba en una
hipótesis oscura. Posteriormente otros intentaron solucionar el problema de forma
diferente. El cartesiano Arnold Geulincx (en su segunda propuesta) y G.W.
Leibniz, ambos contemporáneos de Spinoza, dijeron cada uno por su cuenta que
la unión entre el alma y el cuerpo se debía a una armonía preestablecida por
Dios138. Lo que tienen en común la propuesta de estos dos con la de Descartes,
es que requieren de «un tercero» que intercede para que el alma y el cuerpo se
correspondan. La propuesta de Spinoza, por el contrario, no involucra a ningún
136 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 11. Pág. 125. 137 Cf. Ibíd. Eth. Libro V. Prefacio. Pág. 384. 138 Cf . Hubbeling. Pág. 70. —Vale destacar que el término «paralelismo» f ue inv entado por Leibniz para designar su propio sistema de armonía entre las series del alma y las series del cuerpo. Cf. Deleuze. Pág. 86.
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elemento adicional que los dos en cuestión. Además está basada en una
metafísica que no excluye ni favorece al Pensamiento o la Extensión, pues, para
nuestro filósofo, cada cosa de la Naturaleza tiene un aspecto animado y otro
corporal139.
Anteriormente dijimos140 que hay una prelación del atributo del Pensamiento
con respecto a los otros atributos, pero lo dijimos de manera epistemológica. Esa
prelación no menoscaba para nada la correspondencia entre alma y cuerpo,
porque ésta se funda en el «paralelismo ontológico» que hay entre los atributos:
todos los atributos son iguales entre sí, porque expresan la misma realidad (la
esencia infinita y eterna de Dios). De esta forma, el paralelismo del alma y el
cuerpo está siendo justificado por Spinoza desde una perspectiva ontológica141.
Aunque ya fue dicho que el alma y el cuerpo se corresponden por completo, y
que por ello son inseparables, cabe preguntarse cómo funciona la psicología del
ser humano, esto es, la interacción que se da en el ser humano entre el alma y el
cuerpo. La respuesta a esta cuestión será fundamental para que podamos
entender «el camino» hacia la ética del conocimiento, lo que estamos estudiando y
exponiendo de Spinoza.
Debe ser dicho, primeramente, que no puede sobreestimarse la idea
spinoziana de unión y correspondencia entre el alma y el cuerpo, ya que cada
modo es subsistente sólo desde el atributo al que pertenece. Es por eso que
Spinoza, de manera controversial, dice que ni el cuerpo puede determinar al alma
a pensar, ni el alma puede determinar al cuerpo a moverse142, a pesar de ser
ambos una misma cosa (mutuamente dependientes). Ahora bien, los Estoicos y
Descartes, según Spinoza, creyeron que la voluntad (alma) podría tener completo
dominio sobre el cuerpo, y que la moderación del comportamiento se debía hacer
139 Cf. Spinoza: Eth. Libro II. Proposición 13. Corolario. Pág. 129. 140 Vide supra: Capítulo 1, (c), (α). 141 Cf. Deleuze. Pág. 89. 142 Cf. Spinoza: Eth. Libro III. Proposición 2. Pág. 196.
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por medio del constante ejercicio de la voluntad143. Esta opinión demostraría un
importante punto sobre los hombres, quienes viven de la ilusión de poder controlar
sus cuerpos con sus mentes, pero que desde la perspectiva metafísica spinoziana
se demostraría que no es cierto. Cualquier cosa que tenga que ver con el
Pensamiento debe ser explicada desde ese mismo atributo, y con la Extensión,
viceversa. Lo que determine a la «idea del cuerpo» (el alma) debe ser una idea y
lo que determine al «cuerpo» debe ser otro cuerpo. Spinoza anota lo sorprendente
que es el cuerpo humano, puesto que hace muchas cosas por su cuenta que no
son voluntarias, lo que refuerza su postura. Por ejemplo, están los sueños, o la
actividad de los sonámbulos, o los niños que creen libremente apetecer la leche,
cuando, más bien, es lo que necesariamente apetece el cuerpo. Según este tipo
de acciones, Spinoza invita a los hombres a conocer de mejor manera la
constitución fisiológica del cuerpo, en vez de que pseudojustifiquen las apetencias
en razón de la voluntad del alma144. No obstante, el alma también se comporta
como un «autómata espiritual», siguiendo ciertas leyes de funcionamiento que son
ajenas a las del cuerpo (éstas son las leyes que estudia la lógica)145.
Cualquier «afección» que le ocurra al cuerpo tendrá su idea correspondiente
en el alma, por la completa correspondencia entre ambos146. Estas ideas de las
afecciones son «conocimiento» en virtud de Dios, puesto que están determinadas
por una cadena causal de ideas de otras cosas existentes en acto, que se
determinan entre sí hasta el infinito. Podemos deducir con Spinoza cuatro
importantes cosas de esta última afirmación. Primero, que tenemos ideas en
nuestra alma en virtud de las ideas de las afecciones, y que el alma, a su vez, es
una idea. Por lo tanto, el ser formal del alma humana es una idea compuesta por
muchísimas ideas147. Segundo, que la «afección» como tal implica la interacción
de un cuerpo causante con la de un cuerpo afectado. Por ende, la idea de la 143 Cf. Ibíd. Eth. Libro V. Prefacio. Pág. 383 – 384. 144 Cf. Ibíd. Eth. Libro III. Proposición 2. Escolio. Págs. 198, 199. 145 Cf. Ibíd. TIE. §85. Pág. 112. También: Ibíd. Eth. Libro V. Prefacio. Pág. 383; y Deleuze. Pág. 85. 146 Cf. Spinoza: Eth. Libro II. Proposición 12. Pág. 127. También: Ibíd. Eth. Libro V. Proposición 1. Pág. 388. 147 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 15. Pág. 138.
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afección en el alma implica la existencia tanto del agente causante como la del
afectado148. Tercero, teniendo en cuenta lo anterior, que por las ideas de las
afecciones el alma tiene conocimiento de que tiene un cuerpo correspondiente y,
además, que por esas ideas el alma se conoce a sí misma (es consciente)149. Y
cuarto, finalmente, que el alma, como modo del pensar e infinitamente
determinada por otras ideas, no puede tener ninguna «voluntad libre». Las
voliciones que reconocemos pueden ser explicadas por medio de otro modo del
pensar, que es el «deseo», como veremos más adelante.
Esta doctrina del paralelismo del alma y el cuerpo se deduce de la metafísica
de Spinoza. Más allá de ser una doctrina psicológica, es una doctrina ontológica,
ya que el hombre es considerado como un objeto natural, es decir, como parte
constitutiva de la Naturaleza.
γ) Los afectos y la «servidumbre humana»
Por su teoría de los afectos, Spinoza se ha ganado la admiración de muchos
filósofos. El más grande logro de su propuesta, además de estar situada dentro de
un sólido marco metafísico, es que logró establecer un cierto orden con respecto a
los afectos, definiéndolos todos como la combinación de tres afectos
fundamentales: el deseo, la alegría y la tristeza150. Spinoza no escatima esfuerzos
en el Libro III y IV de la Ética para sistematizar los afectos y conectarlos con la
constitución esencial del ser humano, pues piensa que por causa de padecerlos
es que el hombre se encuentra en un estado de «servidumbre»: «[…] el hombre
sometido a los afectos no es independiente, sino que está bajo la jurisdicción de la
fortuna, cuyo poder sobre él llega hasta tal punto que a menudo se siente
obligado, aun viendo lo que es mejor para él, a hacer lo que es peor» 151. Como en
148 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 16; y Corolarios 1 y 2. Págs. 138, 139. 149 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 19 y 23. Pág. 144 y 147. 150 Cf. Hubbeling. Pág. 81. 151 Cf. Spinoza: Eth. Libro IV. Prefacio. Pág. 129.
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casi todos los aspectos del monismo de Spinoza, su doctrina no puede ser situada
ni a un extremo ni al otro, como pretenden hacer sus intérpretes dogmáticos. Decir
que su determinismo es pesimista frente al hombre es una simplificación fácil. La
«servidumbre» humana puede ser superada, efectivamente, por medio de la
moderación de los afectos. En la medida en que los seres humanos puedan vivir
con sus afectos moderados por la potencia del alma, serán lib res, y podrán llegar
a una felicidad y tranquilidad existencial.
Podemos ver para comenzar, como dijimos antes, que en la medida en que
somos parte de la Naturaleza no podemos dejar de interactuar con otros modos y,
en consecuencia, siempre estamos padeciendo afecciones debido a infinitas
causas152, lo que es igual a decir que somos determinados por infinitas causas
distintas. También, gracias a las afecciones, el alma puede reconocer que tiene un
cuerpo y, a su vez, es consciente de sí misma como cosa pensante. Todo esto
ocurre en vista de que las «afecciones» del cuerpo son paralelas a las «ideas de
las afecciones» en el alma. La conciencia que tiene el «alma» del cuerpo y de sí
misma ocurre de forma necesaria, porque las ideas siempre tienen algo de
positivo que se afirma a sí mismo en el alma. Spinoza lo explica diciendo que las
ideas, como «modos del pensar», no son mudas como pinturas sobre lienzos, sino
que implican algo de certeza sobre su objeto153. Éste surgimiento epistemológico
de la «conciencia», será detallado más adelante.
De esta manera, el alma no sólo reconoce los elementos que componen al ser
humano, sino que también reconoce la esencia del hombre en general, es decir,
es consciente del «esfuerzo por perseverar en el ser», que es común a todos los
modos de la Naturaleza154. Spinoza especifica su terminología frente a este
esfuerzo o potencia, de acuerdo al caso de los hombres: cuando se refiere a alma
y al cuerpo juntos, será llamado «apetito», y cuando se refiere al alma solamente,
152 Cf. Ibíd. Eth. Libro III. Def inición 1 de los afectos. Pág. 265. 153 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 43. Escolio. Pág. 168. 154 Cf. Ibíd. Eth. Libro III. Proposición 9. Escolio. Pág. 205.
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será llamado «voluntad». Igualmente, el apetito acompañado de la conciencia de
sí mismo es llamado «deseo». Ahora bien, es claro que desde la perspectiva de la
conciencia, la esencia del hombre debe ser lo mismo que el deseo155, pero, sin
embargo, Spinoza es cauteloso. Él indica que se debe aducir que «la esencia del
hombre es deseo», sólo a partir del hecho de que somos conscientes del apetito,
por medio de las afecciones o determinaciones del cuerpo.
Al considerar una afección, por un lado, ésta se refiere tanto al cuerpo
causante y a su efecto (Extensión), como a la idea confusa que hay de esa
afección en la imaginación156 (Pensamiento). Por otro lado, el «afecto» se refiere a
la idea de la afección, pero solamente en cuanto ha cambiado la esencia del
hombre, o sea, su fuerza de existir o «potencia de obrar»157. Más adelante
ahondaremos en lo que realmente significa «obrar».
Un afecto, que es llamado pasión del ánimo, es una idea confusa, en cuya virtud [1:] el alma afirma de su cuerpo o de alguna de sus partes una fuerza de existir mayor o menor que antes, y en cuya virtud también, [2:] una vez dada esa idea, el alma es determinada a pensar tal cosa más bien que tal otra.158
Así, por una parte [1], vemos cómo algunas afecciones producen un efecto
benéfico y otras un efecto negativo en el cuerpo afectado, así, de cada uno esos
estados del cuerpo surgirá un «afecto». La idea confusa, que es el afecto, estará
determinada según el actual estado de potencia del cuerpo. En caso de que se
haya aumentado o favorecido la potencia de obrar, ese afecto será llamado
«alegría» (o sus derivados); y en el caso contrario, de que se haya disminuido o
perjudicado la potencia, ese afecto será llamado «tristeza» (o sus derivados).
Cada vez que la «potencia de obrar» varía, el hombre o sus partes adquieren o 155 Cf. Ibíd. Eth. Libro III. Definición 1 de los af ectos. Pág. 265. 156 Una «imagen» o «imaginación» es la idea de una afección, por la cual el alma considera a la cosa exterior que hizo la af ección como si estuviera presente. El alma considerará al objeto causante de la afección como si estuv iera presente hasta el momento en que tenga otra idea que excluya la existencia de la cosa inicial. —Cf . Spinoza: Eth. Libro II. Proposición 17. Pág. 141. 157 Cf. Deleuze. Pág. 62. 158 Cf. Spinoza: Eth. Libro III. Definición general de los af ectos. Pág. 278. —Los números entre los corchetes son nuestros.
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pierden realidad. Y en vista de que Spinoza define lo existente en la realidad como
única «perfección», para él un afecto expresará un cambio en la perfección del
hombre159.
Pero, por otra parte [2], las decisiones, voliciones o apetitos que se dan en el
alma son simultáneos a las determinaciones que tiene el cuerpo (el
paralelismo)160, lo que en otras palabras está diciendo que un «afecto», como
determinación, es también simultáneo en el cuerpo (como afección que aumenta o
disminuye potencia) y en el alma (como la idea confusa de ese cambio). De esta
forma, dado que somos conscientes de las decisiones, voliciones o apetitos que
se dan en el alma, y éstas se originan por la variación de potencia en la esencia
del hombre, no será erróneo llamarlas «deseos», ya que el apetito consciente es
el deseo. Aquí no debe pasarse por alto una de las conclusiones más
contundentes de Spinoza: si las decisiones o apetitos del hombre son los deseos,
estos realmente no serían libres como parecen ser por la ilusión que genera la
conciencia161, sino que se hallan determinados como resultado necesario de los
afectos, los que a su vez son resultado de las variaciones anímicas o de potencia,
que igualmente surgen de las infinitas afecciones que padece el cuerpo. La
voluntad sería causa necesaria y no libre como es la de Dios, suponiendo que
tiene voluntad, pues él obra sólo en virtud de su esencia.
Es preciso anotar, que el afecto en el alma puede ser visto como un especial
de «modo de pensar», una manifestación transitoria que muestra una diferencia
de perfección entre dos estados del cuerpo, pero, en todo caso, no es una idea
como tal (ya que no representa ningún objeto concreto) y tampoco es una
comparación que el alma hace de forma explícita162. Adicionalmente, dado que la
alegría y la tristeza son afectos que aumentan o disminuyen la potencia de cada
cual, y dado que la potencia de cada persona es su «esfuerzo por perseverar en el
159 Cf. Ibíd. Pág. 279. 160 Cf. Ibíd. Eth. Libro III. Proposición 2. Escolio. Pág. 200. 161 Cf. Ibíd. Eth. Libro I. Apéndice. Pág. 97. También: Ibíd. Eth. Libro IV. Pref acio. Pág. 285. 162 Cf. Ibíd. Eth. Libro III. Def. Gral. Af ectos. Pág. 278. También: Ibíd. Eth. Libro II. Definición 3. Pág. 112.
52
ser» en cuanto referido a cuerpo y alma, es decir, el apetito o deseo, se podrá
decir que la alegría y la tristeza muestran la variación en el apetito o el deseo que
sucede por causas exteriores. Por lo tanto, Spinoza reitera que los afectos difieren
de persona en persona, según las variaciones que se llevan a cabo en la
constitución particular de la esencia de cada ser humano163.
Los afectos, en general, explican gran parte de los comportamientos de los
hombres. Es por ellos que se siente atracción u oposición hacia ciertas cosas en
particular, pues esa relación con las cosas externas es nacida de la apetencia. La
atracción hacia las cosas está completamente relacionada a la capacidad de éstas
para aumentar nuestra potencia de obrar, es decir, son cosas que producen el
afecto de alegría. Es evidente que como individuos orgánicos hasta somos
dependientes y afines de algunas cosas para nuestra subsistencia (alimentos,
etc.) 164. En fin, los hombres intentan tener presente y conservar el tipo de cosas
que tienen el efecto de aumentar su potencia de obrar, es decir, las que reafirman
su existencia, así sea solamente en su imaginación gracias a la idea de esas
cosas. De ahí proviene que la alegría se dé acompañada por la idea de una causa
exterior, y que el afecto de la alegría, en este caso, sea llamado «amor». De
manera radicalmente opuesta, cada hombre intentará oponerse a infinitos otros
modos de naturaleza contraria, para autoafirmar su existencia; esa oposición se
hará tanto con el cuerpo de naturaleza contraria como con la idea de ese
cuerpo165. Puesto que este tipo de cosas reducirían la potencia de obrar, darían
lugar al afecto de la tristeza. Y en este caso el afecto de la tristeza se vería
acompañado de la idea de una causa exterior, por lo que sería llamado «odio»166.
Spinoza menciona que hay tantas clases de afectos derivados de la alegría o
la tristeza, como hay clases de objetos que afectan los cuerpos, los cuales se
definirían emulando la construcción que acabamos de ver. Para los propósitos del
163 Cf. Ibíd. Eth. Libro III. Proposición 56. Escolio. Pág. 256. 164 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Postulados 3 y 4 (después de la Proposición 13). Pág. 137. 165 Cf. Ibíd. Eth. Libro III. Proposiciones 4 y 5. Pág. 202. También: Ibíd. Eth. Libro III. Proposición 10. Pág. 206. 166 Cf. Ibíd. Eth. Libro III. Proposición 13. Escolio. Pág. 210.
53
presente estudio sólo nos interesará mencionar los afectos de alegría, amor,
tristeza y odio. En cuanto al «deseo», es de ver que éste es la manifestación del
apetito del ser humano en cuanto referido a un afecto particular; así que también
habrá un indefinido número de deseos, según los bastantes afectos que puedan
formar en las personas167.
En el caso de que los afectos hayan surgido solamente como resultado de la
afección de un cuerpo externo, el alma estaría asumiendo un carácter pasivo, el
cual sólo se considera la causa inadecuada o parcial168 del afecto. Este tipo de
afectos, en consecuencia, son diferenciados por Spinoza con el nombre de
«pasiones». En cambio, cuando el hombre es causa adecuada de los afectos que
surgen de él, su actitud es activa, y entonces sus afectos son llamados
«acciones»169. Siempre que el hombre sea la causa adecuada de algo en
particular, dentro o fuera de él, el hombre está «obrando»170. Y así, cuando el
hombre obra, ya no se dice que está padeciendo.
Soy activo en cuanto que estoy pensando lógicamente, es decir, en cuanto que la sucesión de ideas que constituye mi alma es una serie autosuficiente y autogenerada; soy pasivo, en cuanto que mi sucesión de ideas puede explicarse solamente en términos de ideas que no son miembros de la serie que constituye mi alma, pues en este último caso las ideas que constituyen mi alma han de ser, al menos parcialmente, efectos de causas exteriores.171
El interés de Spinoza es primordialmente la de diferenciar los deseos o
decisiones que los hombres «padecen», de aquellos que realmente «obran».
Cuando el hombre obra, su actividad resulta en «acciones», que no son más que
afectos activos, nacidos del correcto conocimiento de las causas que motivaron a
ese resultado. Ese conocimiento de las causas es mediado por el entendimiento
humano o la razón, que forma «ideas claras y distintas» en el alma sobre las
167 Cf. Ibíd. Eth. Libro III. Proposición 56, y Escolio. Pág. 254, 255. 168 Vide supra: Capítulo 1, (a). 169 Cf. Spinoza: Eth. Libro III. Def inición 3 (con nota anexa). Pág. 193. 170 Cf. Ibíd. Eth. Libro III. Definición 2. Pág. 193. 171 Cf. Hampshire. Pág. 98.
54
afecciones del cuerpo, y las organiza y concatena según un cierto orden de
necesidad lógica. No hay ninguna afección del cuerpo que no pueda ser ordenada
de esta manera172.
En efecto, cuando el alma obra, es decir, cuando sus deseos o decisiones son
causados adecuadamente, mediante el uso de la razón e «ideas claras y
distintas» de las afecciones, se está afirmando la potencia propia del alma. Todo
lo que exprese poder, afirme la identidad de un individuo (haciéndose causa
adecuada de algo) es parte del «esfuerzo» existencial del ser humano. Así pues,
el «esfuerzo por perseverar en el ser», se expresa de forma patente cuando el
hombre «obra», que es cuando usa la razón o entendimiento, y por eso puede ser
también llamado «potencia de obrar». Esa potencia de obrar es la única «virtud»
que tiene el ser humano, y de ahí que sólo habrá de ser juzgado en
correspondencia con ello. Una persona «virtuosa» es aquella que obra, vive y
conserva su ser bajo la guía de la razón173. Por el contrario, la mencionada
«servidumbre» del ser humano se mantiene presente mientras «padecemos»
(cuando tenemos pasiones), pues mientras el alma padece, está siendo superada
y doblegada por causas exteriores más poderosas.
La superación de la «servidumbre humana», se dará a través de los afectos
activos. No obstante, esta superación hacia la «libertad humana» no puede ser
vista como un proceso radical, pues para llegar a la libertad no se pueden anular
las afecciones del cuerpo para que el hombre deje de padecerlas. Eso sería
imposible. La libertad absoluta, como anotábamos antes, sólo puede ser una
propiedad de Dios por ser causa de sí. Entonces la «libertad humana» debe ser
cuestión de grados, una vía o un camino que progresivamente vamos recorriendo
y que no todas las personas siguen por igual174. Entre más fuerte sea la razón o
entendimiento de las personas, éstas podrán ordenar sus afecciones para generar
172 Cf. Hampshire. Pág. 99. También: Spinoza: Eth. Libro V. 173 Cf. Spinoza: Eth. Libro IV. Proposición 20. Pág. 309. También: Ibíd. Eth. Libro IV. Proposiciones 21 – 25. Págs. 310 – 312. 174 Cf. Hampshire. Pág. 99. También: Spinoza: Eth. Libro V. Proposición 42. Escolio. Pág. 428.
55
afectos activos, deseos nacidos de la razón. Así, lo más útil en la vida será poder
perfeccionar la razón o el entendimiento, pues la «potencia de obrar» aumentará
en la medida en que las personas hagan nacer sus deseos del dictamen de la
razón. Esos deseos deberían propender hacia la «alegría», ya que todo lo que
produce afectos de alegría se traduce en más «potencia del alma», es decir, más
capacidad de razonamiento. Estos son los únicos pasos hacia la «libertad».
Esta teoría de los afectos es de mucha importancia para el pensamiento de
Spinoza. Se ofrece como una explicación clara y sencilla de la naturaleza del ser
humano. De esta manera, en el próximo capítulo veremos cómo es que se
perfecciona la razón o entendimiento para superar la «servidumbre», alcanzar un
conocimiento adecuado de la Naturaleza y finalmente llegar a la máxima felicidad
para el hombre.
56
3. LA DIMENSIÓN ÉTICA DEL CONOCIMIENTO
«Dios» es infinito, eterno, omnipotente y perfecto. Su esencia, desplegada
como potencia, constituye la realidad que para nosotros es visible y de la que
somos participes, aquello que nosotros llamamos «Naturaleza». Dios como
creador inmanente (la Naturaleza naturante) y como creación dentro de él mismo
(la Naturaleza naturada) genera una relación dependiente que fue denominada
inmanencia y cuya relevancia ha sido reiterada numerosas veces en este estudio.
¿Qué representa la inmanencia para el ser humano? Ya hemos visto que el
universo o Naturaleza no fue hecho a nuestra medida y utilidad, sino al contrario,
nosotros, al igual que todas las cosas particulares, existimos a la medida y
perfección de la explicitada infinita potencia de Dios.
Spinoza ofrece dos elementos profundamente importantes para el pensamiento
moderno, según lo vemos175: (1°) Da una ética que se basa en el conocimiento
racional o científico del hombre; en el estudio de sus comportamientos esenciales.
Esto resulta en una «moral de la potencia», es decir, en nociones morales que
afirman la vida y no que la niegan. (2°) Se sirve de la condición natural del
hombre, siendo parte constituyente de ‘Dios o Naturaleza’, para procurar la
felicidad del alma por medio de su propia potencia, que es la «potencia del
entendimiento».
El capítulo anterior, fue dedicado al primer punto, de manera que, para finalizar
nuestro estudio, se debe esclarecer todavía lo que Spinoza y nosotros
entendemos por el segundo punto. Como se verá a continuación, uno de los
grandes aportes de Spinoza al pensamiento moderno es la fusión de las virtudes
del intelecto, que se refieren al conocimiento y a la sabiduría, con las tradicionales
virtudes éticas, que deben ser para la vida práctica.
175 Esta interpretación ha sido profundamente inf luenciada por la que hacen Sir Stuart Hampshire y Gilles Deleuze, cuyas obras han sido referenciadas repetidas v eces en el presente escrito.
57
(a) La idea verdadera frente a la «imaginación»
Se podría concluir equívocamente, por el apartado “(b) (γ)” del capítulo
anterior, que las afecciones y los afectos son «malos» para el hombre. Sin
embargo, ¿no dependemos de la interacción con los demás modos que
constituyen la Naturaleza? Spinoza nos dice que las cosas exteriores (las que nos
producen afecciones) nos son útiles en cuanto nos dan experiencia, conocimiento
y, además, nos ayudan a conservar el cuerpo176. En efecto, ya habíamos aludido a
estos. Sin embargo, es preciso detallar la importancia de las afecciones para la
experiencia y el conocimiento. Es conveniente aclarar que así como las afecciones
generan afectos, por la variación del «esfuerzo existencial» del hombre, también
generan ideas en otras facultades del alma, que son las que veremos a
continuación.
Frente a este tipo de ideas, y distanciándose de la duda cartesiana177, Spinoza
nos dice que el cuerpo humano existe tal cual lo sentimos, es decir, el alma es una
idea que tiene por objeto suyo al cuerpo, por lo que percibe de manera real las
afecciones de las cosas exteriores al cuerpo178. Ahora bien, las afecciones que se
dan en el hombre (cuerpo y alma), indican la existencia de los cuerpos exteriores,
pero las ideas de las afecciones no resultan en un correcto conocimiento de esos
cuerpos179. Nuestros sentidos reciben información de la Naturaleza por medio de
las afecciones, pero la información de las afecciones es parcial e inadecuada,
puesto que ellas son sólo los efectos de ciertas causas que son desconocidas
para los hombres. Las verdaderas causas sólo se obtendrán a través del
refinamiento de los sentidos, por un método cognoscitivo. Las afecciones, más
176 Cf. Spinoza: Eth. Libro IV. Apéndice, capítulo 27. Pág. 376. 177 Spinoza af irma que no hay ningún dato de da la Naturaleza del que pueda deducirse que hay un Dios engañador, lo cual es el f undamento de la duda cartesiana. Cf. Spinoza: TIE. §79. Pág. 109. También: DESCARTES: Meditaciones Metafísicas. (MPP). Meditación Primera. 178 Cf. Spinoza: Eth. Libro II. Proposición 13. Corolario. Pág. 128. 179 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 25. Pág. 149.
58
bien, revelan la constitución de la imaginación humana en cuanto es afectada por
las cosas exteriores180. De esta manera, Spinoza afirma que las ideas confusas
sobre el mundo exterior llegan al alma por medio de la «imaginación», que es la
facultad pasiva del alma181. Además, el alma considera a la cosa exterior, la que
hizo la afección, como si estuviera presente, hasta el momento en que tiene otra
idea que excluya la existencia de la cosa inicial. Es así que las imaginaciones o
percepciones sensibles, como tal, no son falsas en el alma. Sólo son falsas en
cuanto el alma considera que algo está presente o existente cuando en realidad
no lo está, y no tiene otra idea que excluya la existencia de la cosa182. La idea
parcial y confusa que se da en la imaginación tiene algo de verdadera, porque el
«error» o la «falsedad» no es algo que sea positivo en ninguna idea. Más adelante
consideraremos aquello que es positivo y verdadero, y que reside en todas las
ideas, pues es lo único que permitiría decir que las imaginaciones no son malas
per se.
Así pues, cuando las ideas de las afecciones se imprimen en la imaginación, el
orden de esas ideas es el mismo que el de la presentación de los cuerpos
externos. La fortuita presentación de las cosas en la Naturaleza queda impresa en
la imaginación en un orden también fortuito. Cuando se evalúa la sucesión de
imágenes en el cerebro (en la «imaginación»), esas imágenes constituyen lo que
se llama memoria, la cual responde a un orden aleatorio sin ninguna necesidad
lógica, en contraste al orden lógico que tienen las ideas en el entendimiento183.
Debe reconocerse que, como resultado de la primera experiencia que ofrecen
los sentidos, o sea, a partir de las ideas parciales y confusas que nos deja la
imaginación, muy probablemente se deducirán falacias sobre la Naturaleza.
Cuando los hombres toman las imágenes al azar y las concatenan según el orden
180 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 16, y Corolarios 1 y 2. Págs. 138, 139. 181 Cf. Ibíd. TIE. §84. Pág. 111. 182 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 17. Escolio. Pág. 141. 183 Cf . Ibíd. §81 – 83. Págs. 110, 111. También: Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 18. Escolio. Pág. 142; Libro II. Proposición 29. Corolario y Escolio. Pág. 153.
59
aleatorio que hay en la memoria. Esto resulta en la formulación de «opiniones»184.
Estas opiniones, que son afirmaciones o ideas inadecuadas, no sólo son
fabricadas por el vulgo, sino que también fueron el proceder de la ciencia
aristotélica, contra la que Spinoza quiere oponerse. En efecto, según inferimos de
sus palabras, la clasificación natural de las cosas se fijaba en las propiedades
cualitativas de las cosas, que eran evocadas arbitrariamente por la memoria,
dependiendo de lo experimentado (lo observado). Por ende, los géneros naturales
(nociones universales) que resultaban de esa clasificación se debían a una
arbitraria recopilación de imágenes185.
La «imaginación» y las «opiniones» constituyen el primer género de
conocimiento. A pesar de que este primer género de conocimiento es confuso y
vago, es el primer peldaño para poder constituir un conocimiento sólido sobre la
Naturaleza (porque la falsedad no es nada positivo, ni en la idea confusa).
Spinoza dará su aporte epistemológico a partir de un método que tiene su
inspiración en el de René Descartes, pero tomando distancia frente a cualquier
vestigio de ciencia aristotélica, como el que se hallaba en los escolásticos.
Spinoza dice que su método es «reflexivo» (cognitio reflexiva), es decir, es un
método que permite acceder con certeza a la Naturaleza (no sólo por el hecho de
que se piensa)186. De esta afirmación se desprenden dos importantes elementos:
primero, que si se toma la contemplación del alma como criterio de verdad para el
conocimiento de la Naturaleza, se debe a que, según la metafísica de Spinoza, el
hombre es parte constitutiva de ‘Dios o la Naturaleza’, en cuanto a modo finito;
segundo, que se debe estudiar detenidamente a qué se refiere Spinoza por
«reflexión», o idea de la idea, pues de ahí dependerá todo el ingenio cognoscitivo
del hombre.
184 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 40. Escolio 2. Pág. 164. También: Ibíd. TIE. §74. Pág. 106. 185 Cf. Ibíd. TIE. §75. Pág. 107. —Este tipo de clasif icación natural fue explicada antes, al mostrar las tentativas de definición de lo que es el hombre. Vide supra: Capítulo 2, (b), (α). 186 Cf . Spinoza: TIE. §38 y 105. Págs. 89 y 120. —El criterio de verdad de Descartes se basa en la claridad y distinción de las ideas. El arquetipo de una idea clara y distinta era: «Pienso, por lo tanto existo» (cogito, ergo sum).
60
El método epistemológico requiere, según Spinoza187: (1°) Distinguir una idea
verdadera de las demás percepciones; (2°) Establecer reglas para que las cosas
desconocidas sean percibidas en el alma de acuerdo al método; y (3°) Fijar un
orden para no fatigarnos con lo inútil de la vida. Estos son los requisitos
autoimpuestos por Spinoza para desarrollar su propia filosofía (y la que haya de
venir, así sea filosofía natural). Ya que los hombres nacen ignorantes de las
causas que determinan la Naturaleza, es necesario, para acceder al correcto
conocimiento de ella, lograr una norma de verdad que permita distinguir entre las
ideas verdaderas y las ideas falsas188. Así es la única manera en que se pueden
dejar atrás las «opiniones» de la imaginación.
Para entender el método y la norma de verdad, toca también entender la
metafísica de Spinoza, pues abarca conceptos de la ontología como de la
epistemología. Es importante recordar que «Dios es potencia». Sin embargo, su
potencia puede ser dividida en «potencia de pensar» (lo objetivo) y «potencia de
existir/ obrar» (lo formal)189. Estas dos potencias, que hacen parte del mismo ser,
no son los atributos que el hombre conoce de Dios (Pensamiento y Extensión),
pues también la «potencia de existir» se despliega en ambos atributos, y será
especialmente importante en el Pensamiento, como veremos ahora.
La noción de «idea»190, que es la primera realidad del Pensamiento, se puede
ver (como toda la realidad) desde dos perspectivas: o la ontológica o la
epistemológica. Y en ambos casos, hay un «paralelismo». Por un lado, de acuerdo
al «paralelismo ontológico», a toda idea (esencia objetiva) le corresponde un
objeto de ella misma (esencia formal, o ideatum); esto es porque el atributo del
187 Cf. Spinoza: TIE. §49. Pág. 93. 188 Cf. Ibíd. TIE. §66. Pág. 102. También: Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 49. Escolio. Pág. 179. 189 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 7. Corolario. Pág. 116. También: Deleuze. Pág. 120. 190 Se debe adv ertir, siguiendo a Jonathan Bennett, que la noción de «idea», tanto en Spinoza como en Descartes, entremezcla la «representación psicológica» y la «entidad lógica». Psicología y lógica se tratan igual, como parte del Pensamiento. Es ev idente, como se v erá, que el desarrollo de la idea en cuanto idea depende de un desarrollo lógico (more geometrico). Esta anotación es útil para la f ilosofía contemporánea, que se apresura a dif erenciar entre el uno y el otro aspecto. Cf. Bennett. §14. Pág. 56 – 60.
61
Pensamiento es correspondiente con el de la Extensión191. Por otro lado, de
acuerdo al «paralelismo epistemológico», el ser formal de una idea (una idea
existente) puede «reflejarse» o «desdoblarse» sobre otra idea, convirtiéndose así
en el objeto de esa otra idea (esencia objetiva). Esta segunda idea sería la «idea
de la idea», que a su vez podría ser el objeto de la otra idea, y así, hasta el
infinito192. Aunque en este capítulo nos interesa más la perspectiva epistemológica
de la idea, ambas perspectivas se entrecruzan, por lo que se procurará indicar
cuidadosamente de qué manera se está hablando.
La idea de la idea, además, está unida a la idea, así como una idea corriente
ontológicamente está unida a su objeto193. Pero ambas están en el atributo del
Pensamiento, de suerte que entre la idea y la idea de la idea (hasta el infinito) sólo
hay una distinción de razón, es decir, no se distinguen realmente la una de la otra
sino por un acto del entendimiento194. Habíamos hablado antes del surgimiento
epistemológico de la «conciencia». De forma implícita nos referíamos al
«desdoblamiento» de la idea tal y como acabamos de exponerlo. Así, el alma
puede formar ideas de sus ideas hasta el infinito, aunque lo que cuenta es en
realidad esa primera idea de la idea, que es la «conciencia». Dice Spinoza, « […]
para que yo sepa algo, no es necesario saber que lo sé y, mucho menos, saber
que sé que lo sé […]»195.
Ahora entenderemos por qué ninguna «imaginación», o sea, una idea
inadecuada o confusa, tiene nada positivo de falsedad. Esto está relacionado con
la propiedad epistemológica de las ideas de desdoblarse infinitamente sobre otras
ideas, que es el fundamento mismo de la «conciencia».
191 Cf. Spinoza: TIE. §42. Pág. 91. También: Vide supra: Capítulo 1, (c), (α); y capítulo 2, (b), (β). Deleuze: Pág. 89. 192 Cf. Spinoza: Eth. Libro II. Proposición 21. Escolio. Pág. 146. —No estamos aquí hablando de la ya mencionada cadena causal infinita de los modos del Pensamiento. En este caso, nos ref erimos a una de las potencias que constituy en a ‘Dios o la Naturaleza’: «potencia de pensar», que se expresa cuando piensa que piensa, y piensa que piensa que piensa, ad infinitum. 193 Cf. Spinoza: Eth. Libro II. Proposición 21. Escolio. Pág. 146. 194 Cf. Deleuze. Pág. 72. También: Spinoza: Eth. Libro IV. Proposición 8. Demostración. Pág. 146; Libro V. Proposición 3. Demostración. Pág. 389. 195 Cf. Spinoza: TIE. §34. Pág. 87.
62
Todas las ideas tienen algo de verdad en cuando referidas a Dios. Spinoza
clarifica esto diciendo que tanto ideas adecuadas como las ideas inadecuadas
tienen la misma relación ontológica con respecto al ser y al no-ser196. Esto quiere
decir que ambos tipos de idea expresan la realidad de lo existente en la
Naturaleza, de manera idéntica a como Parménides afirmaba que «<Lo que>
puede pensarse es lo mismo que aquello por lo cual existe el pensamiento. / En
efecto, fuera del ente —en el cual tiene consistencia lo dicho— / no hallarás el
pensar»197. Ésta es la realidad positiva de la idea. Por esta misma razón es que
las ideas inadecuadas se siguen unas a otras de la misma manera en que también
se siguen las ideas adecuadas, o sea, las claras y distintas198.
¿En qué radica la diferencia entre la «verdad» y la «falsedad»? La «falsedad»
no es nada que le sea positivo a la idea, sino es una carencia de conocimiento199.
La única falsedad que tiene una idea confusa es que es un concepto parcial o
mutilado. De esta manera, se entiende mejor por qué cualquier idea expresa algo
verdadero de los fenómenos de la Naturaleza. Así, «cuando miramos el Sol,
imaginamos que dista de nosotros unos doscientos pies, error que no consiste en
esa imaginación en cuanto tal, sino en el hecho de que, al par que lo imaginamos
así, ignoramos su verdadera distancia y la causa de esa imaginación»200.
Es lo positivo de la idea, lo verdadero intrínseco a ella201, lo que permitirá saber
qué tanto conocimiento carece, o qué tan inadecuada es. Dice Spinoza: «La
verdad es criterio de sí misma y de lo falso […]»202. Al considerar una idea
específica, mediante el método, se deben deducir de la respectiva idea todas las
propiedades que lógicamente se desprenden de ella como causa próxima (en la 196 Cf. Spinoza: Eth. Libro II. Proposición 43. Escolio. Pág. 169. 197 PARMÉNIDES: Fragmento B 8, 34 – 36. —Es, en realidad, sorprendente v er las conv ergencias de Spinoza con Parménides, en su ontología y epistemología. Al referenciar esta conv ergencia, en particular, se hace mucho más esclarecedor la intención de Spinoza f rente a su teoría de la v erdad. También: Cf. Spinoza: TIE. §41. Pág. 90. 198 Cf. Spinoza: Eth. Libro II. Proposición 36. Pág. 158. 199 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 35. Pág. 156. También: Ibíd. Eth. Libro II. Proposiciones 32 y 33. Pág. 155 y 156. 200 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 35. Escolio. Pág. 157. También: Hubbeling. Pág. 75. 201 Cf. Spinoza: TIE. §70, 71. Págs. 104, 105. 202 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 43. Escolio. Pág. 168.
63
manera en que las ideas se siguen unas a otras). En el momento en que de una
idea se deduzca algo que contradiga la lógica o las leyes de la Naturaleza, se
sabrá inmediatamente que es una idea inadecuada y falsa; al contrario, si se
deducen de esa idea muchas ideas consecuentes a las leyes naturales, se sabrá
que es una idea adecuada o verdadera203.
La conciencia puede darse sobre una idea inadecuada (parcial y confusa) o
sobre una idea adecuada (verdadera) 204, porque, en ambos casos no se trata que
el alma actúe sobre la idea, sino que la idea en cuanto a idea tiene la capacidad
de «afirmarse» a sí misma por potencia: su capacidad de «desdoblarse». El
método que ofrece Spinoza busca hacer que se incremente el número de ideas
adecuadas y que éstas sean las que se afirmen y creen la conciencia. En cambio,
cuando las ideas inadecuadas se afirman automáticamente, dentro de la
imaginación, se crean ilusiones, como la de la «voluntad libre». Cabe anotar,
entonces, que en la medida en que el método descubre cuáles son ideas
adecuadas y cuáles inadecuadas, la innata conciencia que tienen los hombres va
a desplazarse hacia las ideas adecuadas, que son lo verdadero.
El criterio de verdad del «método reflexivo» de Spinoza ha sido llamado
«genético», ya que depende de propiedades intrínsecas a la idea. Para desarrollar
el método, no obstante, se requiere de la potencia del alma, que es el
entendimiento o la razón. Es por eso que se deben considerar la manera en que
estas facultades establecen un correcto conocimiento de la Naturaleza.
(b) El conocimiento racional: nociones comunes y ciencia intuitiva
Spinoza nos dice que todo esfuerzo hecho por la razón es conocimiento, de
forma que cada vez que la razón o entendimiento funciona, necesariamente se
están generando «ideas claras y distintas»205. Conforme a lo anterior, nuestro
203 Cf. Ibíd. TIE. §61. Pág. 100. 204 Cf. Deleuze. Pág. 73 – 74. 205 Cf. Spinoza: Eth. Libro IV. Proposición 26. Pág. 313.
64
filósofo deduce que «la esencia del alma consiste en el conocimiento», y que, a su
vez, este conocimiento implica el de Dios (pues todas las cosas singulares están
en Dios)206. Entonces, la finalidad del esfuerzo del alma es el llegar al
conocimiento, pero mediante ideas adecuadas. Ahora bien, la finalidad del
conocimiento adecuado «en sí» es la de reproducir objetivamente, en la medida
de las capacidades del entendimiento humano, la formalidad de relaciones de la
Naturaleza. En este sentido, podemos ver que la esencia objetiva de la
completitud de la existencia, es decir, de ‘Dios o Naturaleza’, está compuesta por
todas las «ideas claras y distintas» en un «orden y concatenación» de necesidad
lógica. La única idea de la que se siguen todas las ideas adecuadas es la infinita
«idea de Dios»207.
En consecuencia, cuando nosotros usamos nuestro entendimiento (facultad
activa) y con él formamos las «ideas claras y distintas», que existen solamente a
partir de la «idea de Dios», estamos replicando el estatuto de autocomprensión de
Dios, que no es más sino la conformación de una idea infinita de él mismo y todo
lo que se sigue de la necesidad de sus atributos. A raíz de la convergencia de
Dios y el hombre en el conocimiento, Spinoza sostiene una de sus más
contundentes afirmaciones acerca del ser humano:
De aquí se sigue que el alma humana es una parte del entendimiento infinito de Dios; y, por ende, cuando decimos que el alma humana percibe esto o aquello, no decimos otra cosa sino que Dios (no en cuanto que es infinito, sino en cuanto que se explica a través de la naturaleza del alma humana, o sea, en cuanto constituye la esencia del alma humana) tiene esta o aquella idea.208
Según Spinoza, el alma humana, siempre que tiene ideas adecuadas, es parte
del entendimiento infinito de Dios (modo infinito inmediato del atributo del
Pensamiento). En efecto, la conjetura es coherente con otras partes de la
metafísica spinoziana, en vista de que el estatuto de autocomprensión de Dios se 206 Cf. Ibíd. Eth. Libro IV. Proposición 37. Demostración. Pág. 325. 207 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 8 y Corolario. Pág. 119 y 120. También: Vide supra: Capítulo 1, (c), (α). 208 Cf. Spinoza: Eth. Libro II. Proposición 11. Corolario. Pág. 126.
65
debe dar en la Naturaleza naturada (ya que implica la existencia formal de las
ideas), por lo cual sí es posible que involucre a los seres humanos (que somos
modos finitos). Entonces, ¿quiere decir esto que podemos conocer la completitud
de la Naturaleza si lo queremos? No se puede. Si nuestro entendimiento personal,
que es bastante limitado, pudiera tener la completa esencia objetiva de ‘Dios o la
Naturaleza’, eso significaría que cada uno tendría la infinita «potencia de pensar»
de Dios, lo cual es absurdo. Pero cuando Spinoza invita a reproducir la «idea de
Dios» con nuestro conocimiento adecuado, está estableciendo un paradigma claro
para la ciencia209.
Ahora bien, en la medida en que los hombres están inmersos en el orden
natural y son afectados por cuerpos exteriores, están recibiendo información sobre
el mundo exterior a ellos, pero de manera aleatoria y sin un orden lógico. Por ello
mismo van construyendo un inadecuado conocimiento, basado en las opiniones
de la imaginación. El proceso cognitivo sólo tiene veracidad y certeza en cuanto
interviene el entendimiento. En todo caso, ya sabiendo cómo diferenciar las ideas
adecuadas de las inadecuadas, como vimos en el apartado anterior, se puede
proceder a constituir «ideas claras y distintas» que expliquen las causas próximas
de los fenómenos de la Naturaleza (ya sea la causa formal o la causa efectiva).
Dado que el hombre es un modo finito y limitado en su potencia, podemos
anotar, junto a Spinoza, que tiene que haber una predisposición anímica para que
comience el conocimiento. Mientras el hombre no lo dominen afectos contrarios a
su naturaleza, como son todos los afectos de la «tristeza», éste tendrá la potencia
del alma suficiente para poder formar ideas adecuadas a partir de sus afecciones,
por medio del entendimiento210. Cada persona tiene el poder, al menos parcial,
para conocerse a sí misma: no existe ninguna afección del cuerpo de la que no se
pueda formar un concepto claro y distinto, si se razona sobre la afección a través
209 Cf. Ibíd. TIE. §91. Pág. 114. 210 Cf. Ibíd. Eth. Libro V. Proposición 10. Pág. 396.
66
del método211. Además, en la medida en que el alma se contempla a sí misma,
pasa a una mayor perfección y experimenta un afecto de «alegría». En vista de
que tiene más potencia, está asumiendo un carácter activo212 y eso, igualmente,
resulta en la conformación de «ideas claras y distintas» (o «ideas adecuadas») de
las ideas de las afecciones, que desde antes estaban en la imaginación. Siendo
que el alma es una idea compuesta de muchas ideas, el orden lógico del
entendimiento va sustituyendo el orden fortuito de la imaginación; de igual manera,
las ideas adecuadas van sustituyendo las ideas inadecuadas en el alma,
resultando en una mayor potencia. Eso sí, de ninguna manera las «ideas claras y
distintas» se forman directamente de las ideas de las afecciones, sino a través de
la razón.
Sin embargo, en vista de que el conocimiento depende de la interacción con
las cosas singulares de la Naturaleza, es útil para el hombre aquello que propicia
que el cuerpo sea afectado de muchísimas formas diferentes. Una cosa es mucho
más útil entre más propicia que, el alma pueda asumir un carácter activo frente a
las ideas y, de esa forma, también pueda afectar a las otras cosas activamente, en
vez de quedarse pasivamente en el primer género de conocimiento (las imágenes,
lo sensorial)213. De acuerdo con la argumentación de Spinoza sobre la
conformación del conocimiento, se podrá afirmar con él que entre más apto sea el
cuerpo para ser afectado, más excelente será éste. Esto es porque el
conocimiento de la razón resulta en un aumento en la «potencia del alma». Es
claro, también, que las cosas que más van a posibilitar que el alma tenga un
carácter activo son las mismas «ideas adecuadas» que hay en ella misma, pues
con ellas el alma comprende su propia fuerza y el orden de la Naturaleza. En
211 Cf. Ibíd. Eth. Libro V. Proposición 4. Corolario. Pág. 390. 212 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 53. Pág. 251. 213 Cf. Ibíd. Eth. Libro IV. Proposición 38. Pág. 331. También: Ibíd. Eth. Libro V. Proposición 39. Pág. 422; Ibíd. TIE. §102, 103. Pág. 118, 119.
67
consecuencia, al entendimiento cada vez le queda más fácil seguir entendiendo y
con cosas más complicadas214.
El propósito del entendimiento o razón es el de formar, con las ideas de las
afecciones, un «orden y concatenación» que responda a una necesidad lógica.
Éste es el surgimiento de las «ideas adecuadas». Igualmente, con la razón se
comienza a destacar y ordenar aquellos elementos en los que el cuerpo conviene
con las cosas externas que lo afectan (lo que es común a todos los cuerpos, en la
parte y en el todo). Éstas son las «nociones comunes», que necesariamente son
ideas adecuadas215, aunque ya sabemos que no son las únicas ideas adecuadas.
Por otra parte, las nociones comunes, desde la más general hasta la más
particular, no son la esencia particular de ninguna cosa, pues las esencias nunca
podrían ser comunes216. No obstante, sí representan la composición de las
relaciones entre los modos finitos existentes217. Como el orden y concatenación de
las «ideas adecuadas» y «nociones comunes» en el entendimiento no es el mismo
orden de las imágenes que se imprimieron según el orden fortuito de las cosas
externas, se puede evitar suponer que Spinoza esté proponiendo hacer un
catálogo de la existencia de las cosas singulares, pues esto sería algo que
excedería la capacidad del alma humana y que sólo puede darse en la infinita
«idea de Dios»218.
Éste es el desarrollo del método que diferencia las ideas inadecuadas de las
adecuadas, aunque ya haciendo énfasis en el rol que cumple la «razón» (ratio).
Spinoza lo llama segundo género de conocimiento, siendo el completo opuesto a
la «imaginación», o conocimiento de primer género219. Así, igualmente, la virtud
práctica de este tipo de conocimiento racional, su dimensión ética, es el poder
convertir las ideas confusas e inadecuadas en ideas adecuadas, para generar 214 Cf. Ibíd. TIE. §39. Pág. 90. 215 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 38, Corolario. Pág. 160. 216 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 37 – 39. Págs. 158 – 160. También: Ibíd. Eth. Libro II. Lema 2 (después de la Proposición 13). Pág. 130. 217 Cf. Deleuze. Pág. 116. 218 Cf. Spinoza: TIE. §100. Pág. 118. 219 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 40. Escolio 2. Pág. 164.
68
afectos activos. Ya antes220 mencionábamos que la libertad del hombre se
producía cuando los deseos nacían de las ideas ordenadas de la razón. Pues
bien, el hombre supera su servidumbre y puede «obrar» debido al segundo tipo de
conocimiento221. Vale recordar que lo más útil para el ser humano sería el
perfeccionamiento de la razón (o entendimiento). Por lo tanto, en la medida en que
las personas son más racionales, el conocimiento adecuado se incrementará cada
vez más.
A pesar de que la cronología de surgimiento de las «nociones comunes»
establece que primero surgen por lo particular del cuerpo, el entendimiento puede
ir mucho más allá que considerar solamente las ideas de las afecciones que
afectan directamente su cuerpo. Ese «orden y concatenación» lógica puede irse
expandiendo hacia lo más general222, usando ideas adecuadas para comprender
cosas cada vez más complicadas, hasta el punto en que la razón pueda formar
«nociones comunes» que abarquen cualquier tipo de relación de las cosas de la
Naturaleza223. Sin embargo, el orden de necesidad lógica de las nociones
comunes es inverso a esto, pues va de lo más general (que abarcaría a todas las
relaciones existentes) hasta lo más particular (lo común del cuerpo con una cosa
exterior). Precisamente, como indicábamos antes, el conjunto de todas las ideas
adecuadas constituyen la «idea de Dios». Así pues, la relación entre todos los
modos finitos existentes estaría consignada en la «idea de Dios», por lo que
podría verse como la noción más común entre todos los modos, sin que ella
misma sea una «noción común» como tal224.
De esta forma, si la «idea de Dios» era el paradigma de la ciencia, en concreto,
el conocimiento de la Naturaleza se dará basado en «nociones comunes», que sí
están al alcance del entendimiento del hombre. Lo que se busca con la serie
220 Vide supra: Capítulo 2, (b), (γ). 221 Cf. Spinoza: Eth. Libro II. Proposición 49. Corolario. Pág. 179. 222 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposiciones 38, 39, y respectiv os Corolarios. Págs. 159 – 161. También: Deleuze. Pág. 114 – 115. 223 Cf. Deleuze. Pág. 117. 224 Cf. Ibíd.
69
ordenada de «ideas adecuadas» y «nociones comunes» es que reproduzcan, en
lo posible, la «idea de Dios»; a partir de eso se generarían ciertas nociones fijas y
eternas acerca de la Naturaleza, las que, a su vez, tendrían internamente unas
«leyes» que ayudarían al entendimiento a nuevamente organizar la fortuita
presentación de las cosas externas225.
Lo «máximo» a lo que puede aspirar el conocimiento es a establecer nociones
tan generales como el modo infinito inmediato del atributo de la Extensión (el
«movimiento y reposo»); ese modo infinito, en todo caso, no es una «noción
común». Pero la generalidad no es lo más deseable. Para formar un sistema de
conocimiento sobre la Naturaleza, es preciso comenzar por estudiar las cosas
singulares (esencias particulares afirmativas)226 y no las más generales. Spinoza
nos aclara que de los axiomas o de las nociones eternas e infinitas (por ejemplo,
el «movimiento y reposo»), no se puede derivar conocimiento sobre las cosas
particulares. Es más, Spinoza en una de sus cartas explica que del solo concepto
de la Extensión no se puede derivar, o demostrar a priori, la diversidad de las
cosas; al considerar cualquier atributo de Dios como substancia, por sí sólo, no se
puede derivar ningún conocimiento sobre la Naturaleza naturada, o sea, de los
modos finitos227. En este sentido, el segundo tipo de conocimiento es limitado,
pues a pesar de poder generar «nociones comunes» muy generales, éstas, en
realidad, no serían muy prácticas para el conocimiento de particulares.
Parece ser que Spinoza tiene en mente un proyecto de «ciencia unificada y
universal», en el que cada cambio natural podría ser explicado por una misma
teoría, en vista de que todas las cosas están determinadas por el único sistema de
causas eficientes que es la Naturaleza naturada228. Sin duda que es un proyecto
optimista, pero Spinoza no es nada ingenuo, y él mismo interpone el límite para la
ciencia, con relación a las limitaciones de generalidad que tienen las «nociones
225 Cf. Spinoza: TIE. §101. Pág. 118. 226 Cf. Ibíd. TIE. §98. Pág. 117. 227 Cf. Ibíd. EP. Carta 83, a E.W. von Tschirnhaus. Pág. 412. 228 Cf. Hampshire. Pág. 36.
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comunes». De todas maneras, el método reflexivo se aplica tanto para las
cuestiones más simples como para las más complicadas; puede ser igualmente
usado por un ignorante que por el hombre más sabio, y ambos podrán discernir
entre ideas inadecuadas e ideas adecuadas. El método ofrece una salvación
universal en contra de la servidumbre humana, y eso ya es más que suficiente.
Muy de la mano con el segundo género de conocimiento, se descubrirá el
tercer género de conocimiento: la «ciencia intuitiva». El límite que separa a uno del
otro es casi indiscernible, puesto que ambos tipos de conocimiento dependen de
la razón o entendimiento para establecer un orden y concatenación a las ideas del
alma. Pero la «ciencia intuitiva» no surge del segundo género229. Como
advertencia interpretativa, queremos señalar que el tercer género de
conocimiento, tal cual es expuesto por Spinoza en el Ética, encierra muchos
pasajes oscuros. Esto ha resultado en que, a lo largo de la historia, no se ha dado
una interpretación unívoca de esta propuesta spinoziana. Sin embargo, aquí
intentaremos exponer con mucha cautela lo que nosotros entendemos por este
tipo de conocimiento.
Spinoza no establece en vano que la razón considere las cosas como
necesarias, o sea, desde la perspectiva de la eternidad (sub specie æternitatis)230.
El tercer género de conocimiento es un conocimiento que se ha encontrado
siempre presente en el alma, pero del que no somos partícipes sino a través de la
conciencia de que nuestro cuerpo y nuestra alma también pueden ser vistas desde
la perspectiva de la eternidad231. El que tiene esa conciencia de eternidad está
siendo conciente que hace parte de ‘Dios o Naturaleza’ y que se somete a sus
eternas «leyes naturales». La ciencia intuitiva es «este género de conocimiento
229 Cf. Deleuze. Pág. 76. 230 Cf. Spinoza: Eth. Libro II. Proposición 44, y Corolario 2. Págs. 171 y 173. 231 Cf . Ibíd. Eth. Libro V. Proposiciones 22, 23. Escolio. Págs. 407, 408. También: Deleuze. Pág. 76.
71
[que] progresa, a partir de la idea adecuada de la esencia formal de ciertos
atributos de Dios, hacia el conocimiento adecuado de la esencia de las cosas»232.
La esencia formal de los atributos de Dios es aquello que se sigue de la
«potencia de existir» de Dios, es decir, aquello que es realmente existente en la
Naturaleza naturada. Aunque, según nos advierte Spinoza, es necesario que se
edifique el conocimiento adecuado habiendo considerado primero la naturaleza de
Dios, que es prioritaria en el orden del conocimiento y de existencia233, el
conocimiento científico sólo se puede construir a partir de las cosas concretas de
la Naturaleza. La «ciencia intuitiva» usa los mismos recursos de la razón, pero en
otro sentido. Al establecer «nociones comunes» y elevarlas a su máximo grado de
de generalidad, el hombre cada vez se acerca más a la «idea de Dios». Es
entonces, cuando el conocimiento empieza a tener sentido dentro del
«entendimiento infinito de Dios», del cual hacemos parte. Al progresar cada vez
más hacia lo Absoluto, el ser humano afirma su rol fundamental dentro del estatuto
de autocomprensión de Dios y podría llegar a una «intuición» de todo esto.
Hay dos corrientes preponderantes en la interpretación de la «ciencia intuitiva»,
que aunque no son excluyentes, sí han dividido a los comentaristas de nuestro
filósofo234. Por una parte están quienes tienen una interpretación racionalista del
proyecto spinoziano, quienes enfatizan el rol del tipo de conocimiento racional
frente a la Naturaleza. La asociación «Het Spinozahuis» en Rijnsburg defiende
esta postura. Por otra parte, hay quienes defienden una interpretación mística
frente a este tipo de conocimiento, en donde se enfatiza la identificación del
hombre con la divinidad. En lo referente a esto, Yirmiyahu Yovel insiste que la
filosofía de Spinoza es de «amor a la necesidad» o también, de «identificación
semi-mística con la inmanencia»235. Esta interpretación también es defendida por
la «Societas Spinoziana» de La Haya, y tiene variantes según cómo se defina la
232 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 40. Escolio 2. Pág. 164. 233 Cf. Ibíd. Eth. Libro II. Proposición 10. Escolio. Pág. 124. 234 Cf. Hubbeling. Pág. 78. 235 Cf. Yovel. Págs. 186, 187.
72
palabra «místico». —Optar por una y otra interpretación es igualmente arriesgado.
Nosotros hasta ahora hemos subrayado una postura cercana a la primera
interpretación, sin descartar la segunda, pero siempre ciñéndonos a los textos de
Spinoza.
No se debe entender, como podría ser malinterpretado236, que la palabra
«intuición» remita a un saber a priori de la Naturaleza (intuiciones sobre la
Naturaleza antes de recibir afecciones, o información sensorial). Este tipo de
relación no es lo que debe entenderse como lo «místico». Nosotros creemos que
la «intuición» a la que Spinoza se refería es clara cuando dice que el sabio (quien
ha experimentado la intuición) «es conciente de sí mismo, de Dios y de las cosas
con arreglo de una cierta necesidad eterna […]»237. Podemos evaluar esta
afirmación en tres partes, para una mejor comprensión de lo que es el tercer
género de conocimiento.
Primero, el hombre que logra tener la «intuición» de su lugar en la Naturaleza,
lo hace en virtud de su racionalidad o conocimiento adecuado, y nunca por cuenta
de sus imaginaciones. La persona que accede a la «ciencia intuitiva» tiene que ser
alguien que «obre» libremente, según los parámetros de la libertad humana que
fueron expuestos antes. El tercer género de conocimiento es, junto al segundo
género, la única manera en que los afectos pueden ser destruidos238; cuando se
destruyen las imaginaciones, las ideas son adecuadas en el alma son referidas a
la «idea de Dios»239.
Segundo, el hombre que logra tener la «intuición» es «conciente de Dios y de
las cosas» y, en este sentido, la conciencia es igual a un conocimiento adecuado.
El «conocimiento de segundo y tercer género» se constituye por medio de «ideas
adecuadas», lo cual es tomar todas las imágenes que producen las afecciones del
236 Cf. Bennett. §83. Págs. 369 – 374. 237 Cf. Spinoza: Eth. Libro V. Proposición 42. Escolio. Pág. 428. 238 Cf. Ibíd. Eth. Libro V. Proposición 3. Pág. 389. 239 Cf. Ibíd. Eth. Libro V. Proposición 14. Pág. 401.
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cuerpo y ordenarlas según una necesidad lógica. Quizás la parte más relevante de
estos dos géneros de conocimiento adecuado, es que reconocen la inmanencia de
Dios en la Naturaleza, por lo que saben igualar el conocimiento de las cosas al
conocimiento de Dios. Es así que las personas pueden hacer parte activa y no
sólo pasiva de la autocomprensión de Dios en el «entendimiento infinito». Es cierto
que todo ser humano hace parte del entendimiento infinito de Dios, pero sólo
cuando una persona tiene la «intuición» es que verdaderamente está siendo parte
de ese estatuto de autocomprensión.
Tercero, esa «cierta necesidad eterna» es el orden y concatenación de las
«ideas adecuadas» en el entendimiento, que encuentra en la «ciencia intuitiva» su
máxima expresión cognitiva. Solamente quien tiene la «intuición» propia del tercer
género de conocimiento, está reproduciendo el arquetipo de eternidad y necesidad
de la «idea de Dios», la cual contiene la infinita concatenación de causas
eficientes de la Naturaleza. En la medida en que las «nociones comunes» son
más generales, el segundo género de conocimiento se acerca a la «ciencia
intuitiva» y puede hacerla advenir en la conciencia.
Hay que resaltar un poco más el hecho que la ciencia intuitiva requiere
considerar al cuerpo y alma desde la perspectiva de la eternidad. Esta
participación eterna se basa en que Dios, o la «idea de Dios», es la causa
eficiente del ser formal de todas las ideas y esencias, incluyendo la esencia del
alma humana.
Por una parte, Spinoza no duda en afirmar que hay algo del alma humana que
no es perecedero sino eterno. Ese algo es el «entendimiento», en cuanto es la
esencia del alma. Ahora bien, las esencias de los modos inexistentes se
mantienen dentro de la «idea de Dios» por toda la eternidad, pero no tienen ni
duración o ni relación extrínseca con otros modos. Por otro lado, el entendimiento
no tiene memoria ni olvido, porque estas facultades son de la imaginación240, así
que la inmortalidad parcial del alma no tendrá imágenes del tiempo en el que el
240 Cf. Ibíd. TIE. §82. Pág. 110.
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cuerpo tuvo duración, y, más bien, está condicionada por el conocimiento y la
razón (que operan desde la perspectiva de la eternidad). A comienzos de este
estudio mencionábamos el interés de Spinoza por encontrar algo que fuera eterno
dentro de nosotros los humanos. Con esta afirmación es claro que lo encuentra,
pero la «eternidad del entendimiento» está lejos de ser un consuelo metafísico en
la manera en que podría ser la resurrección del alma para los cristianos. En
cambio, la persona racional, aquel que conoce por el segundo y tercer género de
conocimiento, puede experimentar la eternidad desde la vida misma241. Spinoza
«pensó que lo que pierde el sabio en el momento de sus muerte es casi nada si se
lo compara con lo que conserva»242. Para Spinoza resultó una cuestión muy
favorable que la eternidad del alma estuviera atado al conocimiento adecuado, es
decir, al conocimiento racional. Si la conservación del conocimiento no tiene mayor
trascendencia para ciertas personas, para él sí la tenía. Esto es porque también
quería reformular los paradigmas de la ciencia y, con esta afirmación de la
eternidad del entendimiento, él encontró un incentivo existencial para que los
hombres vivan según la norma de la razón. Es una manera de imprimirle otra
dimensión ética (la eterna vida) al conocimiento.
Por otra parte, mientras la parte eterna del alma, o sea, el entendimiento,
comprenda por el tercer género de conocimiento, surge un deleite para el alma
acompañada por la «idea de Dios». Ese deleite o gozo que se tiene al
considerarse eterno, resulta en un «amor intelectual del alma hacia Dios». Todavía
más, en cuanto el entendimiento humano es parte del «entendimiento infinito de
Dios», este amor, nacido de la ciencia intuitiva, no es más que un amor con el que
Dios reafirma su esencial «potencia de pensar y conocerse». Por consiguiente,
dada la «intuición» que requiere el que conoce por la ciencia intuitiva, éste disfruta
del «amor intelectual de Dios a sí mismo» por ser conciente del estatuto de
241 Cf. Ibíd. Eth. Libro V. Proposición 23. Pág. 409. 242 Cf. Fernández: Nom-Dios. Pág. 71.
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autocomprensión de ‘Dios o Naturaleza’243. El «amor intelectual de Dios» (amor
Dei intellectualis) es eterno, así que no tiene ni comienzo ni tiene fin (no depende
del cuerpo humano, sino que se enriquece de él). Como el «amor a Dios» es hacia
una cosa eterna e inmutable, podrá progresar hasta que ocupe toda el alma de la
persona que lo experimenta y nada podrá destruirlo excepto la muerte del cuerpo
(pero la muerte sólo destruye el deleite personal)244.
Cabría preguntarse si una persona que conoce solamente por el segundo
género de conocimiento puede disfrutar del «amor intelectual de Dios». Creemos
que esto sí ocurre, porque tanto en el segundo como en el tercer género de
conocimiento se establece el orden de las ideas en el alma según la perspectiva
de la eternidad, es decir, según una necesidad lógica, que es la reproducción del
orden objetivo de la «idea de Dios». No obstante, cuando se tiene la «intuición»
del tercer género, se está disfrutando plenamente del «amor intelectual de Dios»,
pues tiene conciencia de las cosas que mostramos antes.
El «amor a Dios» o «amor intelectual de Dios» no sólo implica un afecto activo
de alegría, sino que también es algo muy concreto. Es un amor que se mantiene
por todas las afecciones del cuerpo, que son el primer fundamento del
conocimiento245.
[…] en la medida en que nosotros conocemos más las cosas naturales, adquirimos un conocimiento más amplio y más perfecto de Dios. En otros términos (ya que conocer el efecto por su causa no es sino conocer alguna propiedad de la causa), cuanto más conocemos las cosas naturales, más perfectamente conocemos la esencia de Dios (que es la causa de todas las cosas). Por consiguiente, todo nuestro conocimiento, es decir, nuestro sumo bien, no sólo depende del conocimiento de Dios, sino que consiste enteramente en él.246
243 Cf . Spinoza: Eth. Libro V. Proposición 32. Corolario. Pág. 416. También: Ibíd. Eth. Libro V. Proposiciones 33, 35 y 36. Págs. 416 y 418. 244 Cf . Ibíd. Eth. Libro V. Proposición 16. Pág. 401. También: Libro V. Proposición 20. Escolio. Pág. 404. 245 Cf. Ibíd. Eth. Libro V. Proposición 16. Demostración. Pág. 401. También: Ibíd. Eth. Libro V. Proposición 14. Pág. 401. 246 SPINOZA: Tratado teológico-político. (TTP). Capítulo 4. Pág. 138. — El subray ado es un énfasis nuestro.
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El conocimiento racional está compuesto por la conciencia o afirmación de las
«ideas adecuadas» en el alma, de manera que al reproducir la «idea de Dios»
estamos, en últimas, conociendo a Dios, «amando a Dios», a partir de su propia
«potencia de pensar/ conocer». Esta potencia de Dios, se explícita
inmanentemente en el entendimiento humano, que a su vez es una parte del
«entendimiento infinito de Dios». Se debe eliminar cualquier vestigio del Dios
trascendente, como en la tradición judeocristiana, para lograr entender esta
afirmación spinoziana, ya que conocer a ‘Dios o la Naturaleza’ no es llegar a
conocerlo como substancia, sino conocerlo en cuanto afectado en sus atributos
esenciales.
En conclusión, el «amor intelectual de Dios» para nosotros es la máxima
expresión del proyecto filosófico de Spinoza. Lo interesante es ver cómo le
imprimió una dimensión ética al conocimiento adecuado o racional. La «beatitud»
o más alta felicidad del ser humano consiste en la consagración del «amor
intelectual de Dios» por parte de cualquier persona que viva guiada por la razón.
Ésta puede ser una persona virtuosa, la que modera sus afectos y organiza las
ideas de las afecciones de acuerdo al orden necesario de la perspectiva de la
eternidad. O también puede ser una persona sabia, que muy probablemente
tendrá la «intuición» (la conciencia de sí mismo, de Dios y de las cosas), de suerte
que le permitirá disfrutar plenamente del «amor intelectual de Dios» y llegar así a
la «felicidad del alma» (acquiescentia mentis). Con el «amor intelectual de Dios»,
Spinoza encontró el «bien verdadero» que buscaba desde su juventud (cuando
escribió el Tratado de la reforma del entendimiento), el cual debía ser eterno y
común a todas las personas.
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4. CONCLUSIONES
La monografía tenía como propósito ilustrar que, para Baruch de Spinoza, «el
camino» hacia el verdadero bien, a saber, la felicidad suprema, es el verdadero
bien que busca la filosofía. Además de ser el único amor eterno e inquebrantable,
es decir, el bien deseado, el «amor intelectual de Dios» es un concepto que
engloba casi toda la filosofía de Spinoza. Así pues, para sustentar la tenencia de
ese verdadero bien, Spinoza debe explicar importantísimas nociones de
metafísica, psicología, ética y epistemología. Es casi como si la Ética, su obra
principal, fuera la misma «intuición» que el considera necesaria para poder situar a
los seres humanos de forma correcta dentro de ‘Dios o la Naturaleza’. No
obstante, el proceder deductivo de esta obra, según el orden geométrico, es
acorde con el «método» que permite encontrar verdades a partir de la «idea
adecuada» (clara y distinta) de ciertas cosas, sea a partir de definiciones o de
axiomas.
Tanto el tercer género de conocimiento, la «ciencia intuitiva», como el «amor
intelectual de Dios», han sido bastante problemáticos para los comentaristas, por
la falta de tratamiento que reciben en la Ética, en proporción a la importancia que
Spinoza mismo les da. Hay dos corrientes que interpretan la ciencia intuitiva
diferente, de acuerdo al énfasis que le ponen en determinados elementos. De
igual forma, para que el amor sea eterno dentro del alma, ella misma debe ser
eterna, algo que no ha agradado a quienes quieren ver en Spinoza como a un
crítico de la superstición irracional. Sin embargo, vale aclarar que nuestro estudio
no era sobre estos conceptos en particular, sino sobre el conocimiento, como vía
para encontrar la felicidad del alma. Indudablemente, los dos conceptos debían
ser expuestos, pero no se intentó solventar los problemas que acarrean estos dos,
pues eso excede nuestras actuales capacidades.
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Siendo un poco más particulares, se pueden hacer unas cuantas conclusiones
de la más alta relevancia para la filosofía, como legado inmediato de todo lo que
fue expuesto sobre Spinoza:
(1°) Se puede decir que todo conocimiento racional es autoconocimiento
adecuado. Esto es válido tanto para los hombres, que al tener «ideas adecuadas»
de las afecciones del cuerpo, deben trasladar las ideas confusas a la conciencia
para poder evaluarlas; como para Dios, que se reconoce en su propio obrar. Su
«potencia de pensar/ conocer» es el reflejo de su «potencia de existir/ obrar».
(2°) El supremo contento o tranquilidad del alma (acquiescentia mentis) y la
suprema felicidad (beatitudo), son alegrías racionales, unos afectos activos. Es así
que el contento del ignorante es radicalmente opuesto al contento del sabio, dado
que el primero es esclavo de la fortuna (la azarosa presentación de afecciones) y
de los afectos; mientras que el segundo es «libre» y sólo obra, no padece.
(3°) El conocimiento adecuado no sólo es de interés privado, sino que
constituye algo primordial para la conformación de una sociedad civilizada. Del
correcto conocimiento de nuestra propia naturaleza resulta el que nos entendamos
mejor unos con otros247. El conocimiento adecuado, que es el camino hacia el
verdadero bien, también suprime los falsos objetivos que persiguen las personas,
por lo cual son infelices.
(4°) Los tres tipos de conocimiento, imaginación, razón y ciencia intuitiva,
coexisten dentro del marco de conocimiento de las personas. Por un lado, la
imaginación es una facultad inmediata, a partir de la información sensorial, así que
por más que una persona sea racional no va a eximirse de seguir siendo afectado
por las cosas externas. Por otro lado, podría darse que una persona perfeccione
su razón sin que llegue nunca a la intuición. Esta persona, entonces, podría ser
alguien «virtuosa» (porque moderaría sus afectos, y resaltaría la «fortaleza») pero
no tendría conciencia de que su existencia es una parte constitutiva de la
inmanencia de Dios. En cambio, si alguien tiene la intuición también tiene que ser
247 Cf. Hampshire. Pág. 123.
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«virtuoso», puesto que tendría conciencia de sí mismo, y esto propende a anular
los afectos.
(5°) Pensar no es razonar. Hay dos principales modos de pensar en el hombre:
la imaginación, que es pasivo (aunque se afirma concientemente en el alma por la
«reflexión» innata de las ideas); y el entendimiento o razón, que es activo (dado
que reproduce el orden y concatenación eternas, que se siguen de la «idea de
Dios»). Aunque la razón hace surgir las «ideas adecuadas», se vale del primero
para poder operar.
(6°) El ser humano no tiene ningún privilegio ontológico dentro de la
Naturaleza. Al contrario, somos cosas naturales que debemos ser estudiadas por
medio de la ciencia como a cualquier otro modo finito. Nuestro bienestar no es la
causa final del devenir del universo, ni de que Dios obre. Podría refutarse que
como el entendimiento de los hombres hace parte del «entendimiento infinito de
Dios», sí tienen un privilegio especial. Aunque suene controvertido, esto no sería
del todo cierto, pues, siendo consecuentes con Spinoza, cualquier modo finito de
la Naturaleza es un ser animado (en el sentido de que tiene una idea de su
cuerpo). Hampshire248 considera que la única diferencia entre los hombres y los
demás modos es por la complejidad de sus cuerpos. Si el caso es así, y dada la
absoluta potencia de Dios, es posible (y existirá) otro tipo de modo finito con la
complejidad necesaria para poder tener la capacidad racional. Esto es una buena
noticia para los científicos contemporáneos que trabajan, por ejemplo, en
inteligencia artificial. No olvidemos que nuestra imaginación es limitada para
concebir las infinitas cosas que pueden seguirse del entendimiento infinito de Dios.
(7°) Por último, diremos que el conocimiento es doloroso. Este dolor es la
explicación que da Spinoza para que las personas continúen viviendo según la
guía de las imaginaciones y la opinión. En un pasaje bastante significativo Spinoza
cita a Eclesiastés (de la Biblia): «quien aumenta su ciencia, aumenta su dolor»249.
248 Cf. Ibíd. Pág. 55. 249 Cf. Spinoza: Eth. Libro IV. Proposición 17. Escolio. Pág. 304.
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Quien tiene conocimiento verdadero tendrá conciencia de sus antiguos prejuicios u
opiniones. Si el deseo que nace de las ideas adecuadas o la razón es menor que
el deseo que surge de los afectos, la persona seguirá haciendo lo que sabe es
malo, aún cuando sabe la verdad de las cosas. Acá vale resaltar, desde lo que
Friedrich Nietzsche llama la «voluntad de verdad», que los científicos parten del
presupuesto moral de que la verdad es algo bueno. Es cierto. Para Spinoza, que
tenía un alma de científico, la búsqueda de la verdad tiene una motivación moral, o
ética. No obstante, así sea doloroso, el conocimiento adecuado trae resultados
más positivos que si los hombres siguieran viviendo a partir de los prejuicios.
Frente a esto, Nietzsche sí estaba de acuerdo con el ímpetu de conocimiento
racional de Spinoza. Le parecía muy interesante y acorde con su propia filosofía
que Spinoza convirtiera al conocimiento en el instinto más poderoso del hombre
(es decir, que el deseo más fuerte sea el que nace de la razón)250.
Como últimas palabras, debo resaltar que me hubiera gustado profundizar en
algunos puntos específicos, que tan sólo fueron aludidos en aras de la pretensión
global del escrito. Por un lado, frente al concepto de «libertad», éste no debe ser
interpretado como si fuera un privilegio exclusivo del sabio. Al contrario, la persona
que es «virtuosa» es también una persona libre. Por otro lado, hubiera sido
interesante ahondar en la dimensión «mística» de Spinoza, la que no descarta a
Dios de su filosofía. Para esto hubiera sido requerido examinar el Tratado
teológico-político, algo que excedía mis actuales pretensiones frente a la
monografía. Spinoza no descarta en ningún momento que las religiones guarden
«algo» de verdad en sí. No es la misma verdad científica, pero en todo caso,
tienen algo de verdad sobre la constitución de Dios, sobre la «idea de Dios»251.
250 NIETZSCHE, Friedrich: La ciencia jovial. §344. Pág. 331. También: Ibíd. §333. Pág. 313. 251 Cf. Spinoza: Eth. Libro IV. Proposición 37. Escolio 1. Pág. 326.
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FUENTE SECUNDARIA SOBRE ARISTÓTELES
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