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El proceso de urbanización en España y el sistema de ciudades
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TEMA 10
EL PROCESO DE URBANIZACIÓN DE ESPAÑA
Y EL SISTEMA DE CIUDADES
Aproximarnos al concepto de ciudad no es fácil. Una ciudad es un espacio de cierta extensión y
número de habitantes, con gran densidad de población. Los criterios para definir lo que es una ciudad
son diversos:
Criterio numérico: la Conferencia Europea de Estadística de Praga propone considerar
como ciudades las aglomeraciones de más de 10.000 habitantes, y las de entre 2.000 y 10.000
habitantes siempre que la población dedicada a la agricultura no exceda del 25 % sobre el
total. En España un núcleo se considera urbano si tiene 10.000 habitantes.
Morfología: aspectos formales o externos, como la edificación compacta y en altura.
Actividades económicas: en este sentido la ciudad se define en términos negativos; las
actividades que no acoge son las agrarias, predominando las de industriales y de servicios.
Las cabeceras comarcales son los núcleos que acogen las funciones de servicios necesarias para abastecer a
la comarca en la que se inscriben. En ocasiones, y particularmente en la campiña andaluza, alcanzan tal
importancia demográfica que, pese a su función predominantemente agrícola o ganadera, su volumen de
población es tan elevado que se les denomina genéricamente agrovillas, de agrario (agro) y ciudad (villa).
I Principales etapas del proceso de urbanización en España
1. La ciudad preindustrial (hasta el XIX)
Gran parte de las ciudades españolas poseen un largo pasado histórico, habiendo dejado cada época
una impronta, más o menos visible, en la configuración actual.
a) La Antigüedad
Si bien los poblados permanentemente habitados aparecen en el Neolítico, las primeras ciudades de
la Península son de la época de las colonizaciones fenicia, griega y púnica (a partir del s. VIII a. C.,
aproximadamente). Estos pueblos de comerciantes fundaron una serie de nuevas poblaciones a lo
largo del litoral mediterráneo o atlántico. Los fenicios fundaron Malaka (Málaga), Sexi (Almuñécar)
o Gadir (Cádiz, la primera ciudad de Occidente, fundada según las fuentes alrededor del 1100 a.C.),
los griegos Έμπόριον (Emporion, Ampurias), y los cartagineses Carthago Nova (Cartagena), ya en
el s. III a.C. En general, se trató de pequeños puertos que servían como lugares de comercio con los
pueblos íberos del interior.
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La época romana (s. II a. C. al s. V d. C.) representó un gran avance en la consolidación de la
estructura urbana de la Península. Su legado se concretó en el surgimiento de nuevas ciudades, unas
sobre poblaciones preexistentes, como por ejemplo Corduba (Córdoba) y Tarraco (Tarragona), y
otras creadas ex novo, como Italica (Santiponce) o Emerita Augusta (Mérida).
Aportación romana fue la implantación del plano ortogonal, configurado a partir de dos ejes que se
cortaban perpendicularmente, el cardo maximo, de orientación Norte-Sur y el decumanus, Este-
Oeste; en su interior, el espacio urbano se ordenaba en torno a un espacio central, el foro (forum),
donde se localizaban los edificios públicos más importantes (templo, basílica, curia).
Colonia Patricia Corduba a mediados del s. I d. C.
b) La Edad Media (ss. V-XV)
A partir del siglo III de nuestra Era, el Imperio Romano entró en crisis, y en particular esta crisis se
cebó sobre las ciudades, que poco a poco se fueron despoblando, emigrando sus habitantes al campo.
Cuando en el siglo V tuvieron lugar las invasiones de los pueblos bárbaros (en la Península los
visigodos), ese proceso de decadencia se acentuó más todavía.
En la España cristiana, sólo a partir del siglo X se asiste a un resurgimiento de las ciudades,
propiciado por la apertura del Camino de Santiago y la intensificación del proceso de reconquista y
repoblación. Estas circunstancias dieron lugar a la creación de nuevas ciudades (Segovia, Ávila,
Salamanca, etc.), levantadas algunas sobre antiguos núcleos hispanorromanos, pero cuya fundación
obedeció a razones militares (defensa de los territorios conquistados) o a motivos comerciales.
Como las ciudades desempeñaban una función militar y estratégica, éstas se caracterizaban por ser
pequeños recintos amurallados, de calles estrechas bordeadas con pórticos y soportales. En el centro
se situaba la plaza, utilizada como lugar de mercado, y en ella se levantaba la iglesia mayor o la
catedral. Las ciudades se componían de collaciones o parroquias, cuya advocación daba nombre a los
barrios.
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Los musulmanes heredan la tradición romana de control del territorio mediante la presencia de
ciudades, por lo que en la España islámica se fomentó el desarrollo de las grandes urbes, y en
particular de la capital de Al-Andalus, Madinat Qurtuba, que en el siglo X llegó a ser la mayor
ciudad de Occidente.
Gran parte de las ciudades musulmanas ya existían en época romana, aunque otras se fundarían o
alcanzarían su madurez en esta etapa, como es el caso de Madrid o Jaén. Lo más representativo de la
ciudad islámica es su plano irregular: se trata de una ciudad laberíntica, fruto de una larga evolución,
con ejes viarios principales, que enlazaban con las puertas de la ciudad, y callejones ciegos o sin
salida, llamados adarves, para dar acceso a las viviendas. Con el avance de la Reconquista, las
ciudades musulmanas pasaron a dominio cristiano, y sus antiguos habitantes fueron expulsados o
segregados en barrios aparte (morerías).
Primer plano conocido de Córdoba (1811)
c) Época Moderna (ss. XVI-XVIII)
Se inicia en el Renacimiento la mejora de las infraestructuras urbanas y a la ampliación y
regularización de la trama viaria. La construcción de edificios de una dimensión desconocida durante
la Edad Media (El Escorial), renueva importantes sectores urbanos, aunque como elemento
significativo de la morfología urbana de esta época destaca la construcción de las plazas mayores
(Madrid, Salamanca), importantes operaciones urbanas destinadas a abrir espacios internos en el
recinto intramuros.
Tras el paréntesis que representó el siglo XVII debido a la crisis económica, durante el XVIII la
ciudad experimentó una nueva etapa de florecimiento. Los cambios producidos en ella reflejaban las
nuevas ideas del reformismo ilustrado. Mejoran tanto las condiciones higiénico-sanitarias como las
estéticas, con la creación de puertas monumentales (Puerta de Alcalá, en Madrid), avenidas o paseos,
puentes e infraestructuras urbanísticas, como el alumbrado y el saneamiento, cuyo mejor ejemplo es
el Madrid de Carlos III.
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Las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y del valle del Guadalquivir
De todas las actuaciones urbanas que se llevaron a cabo en el siglo XVIII, quizás la más significativa fue la
construcción de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y el valle del Guadalquivir por el asistente Pablo
de Olavide, durante el reinado de Carlos III. Se llevó a cabo este intento repoblador de los denominados
“desiertos andaluces” (paso de Despeñaperros, territorios de la campiña del Guadalquivir por los que
transcurría el camino real entre Madrid y Cádiz) para combatir el bandolerismo y a la vez desarrollar
económicamente dichas zonas. Para ello trajeron colonos de centro Europa (alemanes, suizos, austríacos,
belgas, etc.), cuyos apellidos perduran aún en muchas de las personas que en la actualidad habitan en esos
lugares.
Para los nombres de las Nuevas Poblaciones se escogieron los de la propia familia real (La Carolina, La
Carlota o La Luisiana). Su plano ortogonal, de calles y manzanas trazadas de forma rectilínea o a cordel,
refleja el gusto por el orden y la planificación que caracterizó a la Ilustración.
2. La ciudad industrial (s. XIX)
En el siglo XIX aumenta significativamente la urbanización, como consecuencia del desarrollo de
obras públicas, de la modernización de la administración territorial (creación de las provincias), de la
desamortización, la construcción de nuevas infraestructuras viarias (ferrocarril y carreteras), y de un
desarrollo industrial que se concentró en el País Vasco (industria siderometalúrgica), Cataluña
(industria textil), Asturias y Málaga. Para adaptarse a las nuevas circunstancias las ciudades pusieron
en marcha una serie de operaciones de crecimiento y remodelación que se concretaron en los planes
de alineaciones y reforma interior, los ensanches y la actuación en la periferia.
a) Los proyectos de reforma interior perseguían mejorar las condiciones de vida de la población y
los servicios urbanos. Se manifestaron en la construcción de cementerios y mataderos públicos en las
afueras, y viviendas, acometidas de aguas, saneamiento, pavimentación, etc., en el interior de los
antiguos recintos amurallados. Pero lo que verdaderamente caracteriza este tipo de proyectos es la
remodelación de la trama viaria o “haussmanización”1, que supuso la apertura de nuevas calles o la
alineación de las ya existentes con el fin de adaptarlas a las nuevas necesidades circulatorias.
Ejemplos sobresalientes de proyectos de reforma interior fueron la apertura de grandes vías en
ciudades como Madrid o Barcelona, e incluso en ciudades medias como Granada o Córdoba.
b) Los ensanches son los nuevos barrios planificados alrededor del centro ante la necesidad de
expansión de muchas ciudades españolas. Consistían en la yuxtaposición de un nuevo conjunto
urbano coherente, planeado de una sola vez y unido a la ciudad consolidada, pero con una
morfología y estructuras propias. Para ello, se derriban murallas y se permite edificar más allá del
centro. Con su creación se pretendía facilitar la construcción de viviendas, el crecimiento de la
ciudad y el aumento de las rentas del suelo urbano. Se caracterizaron por su morfología de calles
perfectamente alineadas de trazado ortogonal, que dibujaban manzanas de grandes proporciones en
las que se levantaban edificios dispuestos en torno a un gran patio central. Destinados a acoger la
vivienda burguesa, los ensanches eran zonas de una calidad medioambiental muy alta, libres de las
1 El barón Haussmann fue un funcionario público y político francés que recibió del emperador Napoleón III el encargo de
modernizar París. Su obra alteró la trama medieval de la ciudad por medio de largas avenidas, con perspectivas hacia
monumentos como el Arco de Triunfo, en las que se construyeron los nuevos edificios de viviendas burguesas.
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calles angostas y los malos olores de los centros históricos, por lo que terminaron favoreciendo la
segregación social en la ciudad.
Entre las experiencias más importantes que se llevaron a cabo destacan los planes de ensanche de Madrid
(Plan de José María de Castro) y de Barcelona (Plan de Ildefonso Cerdá).
En Barcelona, el ingeniero Ildefonso Cerdá diseñó en 1859 un proyecto que se regulaba el futuro
crecimiento urbano de forma reticular, siguiendo el rumbo marcado por una gran avenida, la Diagonal, que
hoy día continúa siendo la principal arteria de la capital catalana.
En Madrid, el marqués de Salamanca inició la construcción del barrio residencial que lleva su nombre. En él
se trazó también un plano ortogonal que favorecía la ampliación ordenada de la ciudad, pero no se trató de un
verdadero plan de ordenación urbana en el sentido estricto del término.
c) El concepto de periferia aparece en la segunda mitad del siglo XIX como un nuevo espacio
urbano debido a la incapacidad de los centros tradicionales y de los ensanches para dar respuesta a
todas las demandas de suelo urbano. Al amparo de la industrialización, miles de personas
comenzaron a abandonar las zonas rurales y a dirigirse a las grandes urbes en busca de un lugar
mejor donde vivir. Las ciudades más industrializadas comenzaron a aumentar rápidamente su
población, y ésta tuvo que asentarse en buena medida en la periferia cercana a las industrias,
hacinándose en casas de muy baja calidad y, en frecuentes ocasiones, en barrios de chabolas que
poblaron los arrabales de las grandes ciudades como Madrid o Barcelona.
La construcción de viviendas obreras comenzó en España a partir de las Leyes de Casas Baratas de
1911 y 1921. Eran viviendas modestas, que a veces tenían pequeños jardines y se otorgaban a
familias con pocos recursos. No se construían en lugares muy céntricos, pero tampoco solían
ubicarse en periferias alejadas.
Las ciudades-jardín también ocupan la periferia. Eran áreas de viviendas unifamiliares rodeadas de
jardines, ocupadas por estratos sociales elevados y que se levantaban lejos de los barrios obreros
industriales. Es el caso del Paseo de la Castellana en Madrid. La ciudad-jardín inaugura el modelo de
ciudad satélite: barrios no contiguos a la ciudad central, pero que cuentan con servicios de
proximidad, como centros educativos, comerciales y deportivos.
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La ciudad-lineal de Arturo Soria
Una de las principales propuestas para la periferia de Madrid fue la del ingeniero Arturo Soria, con el
proyecto de Ciudad Lineal de 1886, precursor de las propuestas de ciudad-jardín que aparecían en el tránsito
del siglo XIX al XX. Arturo Soria pretendía ruralizar la ciudad y urbanizar el campo. La fórmula se concreta
en una ciudad alargada (de ahí el nombre de lineal), que se expande a través de un eje de comunicación con
tranvía y equipamientos básicos de barrio en sus paradas, y con casas unifamiliares que facilitasen una vida
sana en un entorno higiénico. Sólo llegó a construir un segmento de todo el proyecto que debería rodear
Madrid. Hoy, la Ciudad Lineal se halla engullida por el complejo urbano.
3. La ciudad industrial (s. XX)
En las primeras décadas del pasado siglo, el desarrollo urbano continuó a buen ritmo, especialmente
durante el decenio de 1920 a 1930, durante el que se experimentó un considerable crecimiento
económico gracias a la coyuntura favorable del momento. Sin embargo, la depresión económica de
los años treinta, la Guerra Civil y la larga postguerra ralentizaron el crecimiento de las ciudades.
A mediados de siglo, y en particular durante la época del desarrollismo (década de los 60), la
coyuntura económica cambió. Las mayores oportunidades de empleo en las ciudades propiciaron un
proceso a gran escala de éxodo rural. El campo fue despoblándose a la vez que las grandes ciudades
experimentaron un crecimiento enorme, como nunca lo habían sufrido a lo largo de la Historia. Su
población se duplicó o incluso se triplicó, lo que las llevó a expandirse por la periferia, ocupando
terrenos que hasta entonces sólo habían tenido una funcionalidad rural. De esta forma, englobaron en
su interior pequeños pueblos ubicados en zonas próximas a la misma, y así aparecieron las
denominadas zonas rururbanas, es decir, aquéllas que ya no eran totalmente rurales, pero que todavía
no se habían convertido en plenamente urbanas.
Faltaban casas para alojar a los recién llegados y para solucionar el problema de la falta de vivienda
se construyeron gigantescos polígonos en la periferia, sin apenas planificación ni equipamientos. La
premura por construir era tan grande, los intereses económicos tan elevados y la capacidad de los
ayuntamientos por controlar ese proceso tan escasa que el resultado es el desorden que todavía puede
verse en numerosas ciudades españolas.
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Las características del desarrollismo desde un punto de vista urbano son las siguientes:
Se promueve la primera política estatal masiva de subvención de la vivienda.
Se desarrollan los planes urbanísticos municipales modernos mediante el PGOU (Plan
General de Ordenación Urbana).
Gran carencia de servicios y equipamientos urbanos.
Consolidación de aglomeraciones urbanas y áreas metropolitanas. Aparición en las periferias
de las ciudades-dormitorio.
Núcleo chabolista de Jaime el Conquistador (Madrid) en los años 50
Con la llegada de la democracia, en la etapa postindustrial, al desaparecer en gran medida los flujos
de población que huían del campo se frena el proceso de crecimiento de las ciudades mayores en
favor de las medianas y pequeñas, e incluso de núcleos rurales cercanos (áreas periurbanas). El suelo
urbano es mucho más caro en las áreas centrales de la ciudad que en la periferia, de ahí que en
particular las parejas jóvenes con hijos prefieran marcharse al exterior, dado que las vías de
comunicación y los medios de transporte mejoran sustancialmente. El resultado es la llamada
“urbanización difusa o en mancha de aceite”, que extiende la ciudad por espacios cada vez más
amplios.
La funcionalidad también cambia. La industria va perdiendo importancia y la antigua ciudad
industrial del siglo XIX deja paso a la nueva ciudad postindustrial del siglo XXI. Ésta se caracteriza
por la gran importancia que tiene en la misma el sector de los servicios. La ciudad es en la actualidad
un centro comercial y financiero, en el que se prestan numerosos servicios a la población, a la vez
que sirve como núcleo desde el que se organiza el territorio. Así, se peatonalizan las áreas
comerciales y se realiza la rehabilitación urbana de unos cascos históricos progresivamente
terciarizados y cada vez más despoblados, orientados a las actividades de comercio y ocio, o al
turismo.
II El sistema interurbano: jerarquía, funciones y zonas de influencia
Las ciudades no son un hecho aislado en el territorio. Su función va mucho más allá que la de servir
como lugar de residencia de sus habitantes o de concentrar diferentes actividades económicas en el
espacio que ocupan. Establecen entre ellas relaciones, visibles en el trazado de las infraestructuras
viarias, convirtiéndose en los núcleos desde los que se organiza y estructura el territorio.
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1. La jerarquía urbana
Se entiende por sistema de ciudades la disposición de las ciudades sobre el territorio y las relaciones
que mantienen entre sí y en relación con su entorno, a través de flujos de información, de capital, de
tráfico de personas y mercancías, sociales...
Las ciudades se organizan de forma jerárquica sobre el territorio, pues no todas tienen la misma
importancia ni desempeñan las mismas funciones y actividades económicas, manteniendo entre sí
relaciones de interdependencia: las ciudades mayores tienen un área de influencia que presta
servicios especializados a las menores. La primacía de una ciudad sobre otra puede medirse por
diferentes criterios; se suele utilizar como medida el volumen de población, que indica la capacidad
de atracción de un núcleo urbano y la importancia de las funciones que desempeña. Nos informa, en
definitiva, sobre su nivel de centralidad urbana.
En el sistema urbano español se diferencias los siguientes niveles de jerarquía:
Metrópolis nacionales: forman el primer nivel jerárquico. En él se encuentran Madrid y
Barcelona, aglomeraciones que superan los tres millones de habitantes. Ejercen su influencia
sobre todo el territorio nacional y se relacionan con otras metrópolis internacionales. Tienen
todas las funciones y son sedes de servicios altamente especializados.
Metrópolis regionales de primer orden: este nivel lo integran ciudades como Valencia,
Sevilla, Bilbao y Zaragoza. Su población oscila entre 500.000 y 1.500.000 habitantes y su
influencia se extiende fundamentalmente al ámbito regional, pero estas metrópolis mantienen
lazos intensos con las nacionales. Como en el caso anterior, destacan por ser sedes de
servicios especializados.
Metrópolis regionales de segundo orden: en este nivel se encuentran ciudades como
Murcia, Alicante, Granada, Santander, etc. Con una población comprendida entre los 200.000
y los 500.000 habitantes, conjugan el ser centros de servicios especializados con otras
funciones del sector secundario y terciario menos especializadas. Su ámbito de influencia es
menor.
Ciudades medianas: engloba capitales de provincia que no están incluidas en los apartados
anteriores, y otras que sin serlo poseen cierto dinamismo económico: Segovia, Burgos,
Castellón, Avilés o Algeciras. Son centros comerciales y de ámbito provincial.
Ciudades pequeñas: tienen menos de 50.000 habitantes y sus funciones son menos
especializadas. Son nudos de transporte para su entorno, y su área de influencia es comarcal.
En la actualidad, las diez mayores ciudades de España son por orden decreciente de población las
siguientes: Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Zaragoza, Málaga, Murcia, Palma de Mallorca, Las
Palmas de Gran Canaria y Bilbao. La red urbana que conforman es de tipo radiocéntrico, ya que la
capital del Estado, nudo fundamental de las infraestructuras de transporte terrestre, se encuentra en el
interior, mientras que las ciudades principales se sitúan en la periferia, cerca de las costas, donde se
concentran la mayor parte de las actividades económicas. Con la descentralización del Estado
español que se inició con la Constitución de 1978, la periferia está creando nuevos lazos que hasta
ese momento eran muy escasos o débiles, aunque quedan bastantes zonas del interior vacías de
ciudades importantes, y continúa siendo la centralidad el elemento predominante en la misma.
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2. Funciones urbanas
La función de la ciudad es la actividad principal que se realiza en ella y que sirve para relacionarla
con el territorio circundante. Estas funciones son las que justifican la existencia de una ciudad en
dicha situación. Los diferentes tipos de funciones son:
Función militar: explica el origen de muchas ciudades, debido a un emplazamiento en
lugares estratégicos para la defensa, como en lo alto de una colina, o junto a los ríos. Hoy
en día esta función militar principal se puede observar en las localidades próximas a bases
militares, en las que buena parte de la población trabaja en las instalaciones del ejército.
Función comercial: La ubicación de ferias y mercados en tiempos medievales y
modernos favoreció el surgimiento de ciudades en lugares bien comunicados. Actualmente
las ciudades son el centro comercial de un amplio territorio que se abastecen de ellas. En
las ciudades se concentran las principales empresas comerciales, y todas aquéllas que
surgen entorno a ellas (seguros, bancos, transportes, etc.).
Función industrial: La industria ha perdido importancia en el contexto de la sociedad
postindustrial, pero siguen existiendo una gran variedad de asentamientos industriales en
nuestras ciudades debido a la necesidad de mano de obra y a la concentración de clientes y
otras empresas de servicios necesarias para la producción. Las industrias suelen ubicarse
en polígonos industriales o en parques tecnológicos, ambos en la periferia.
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Función cultural: la concentración de actividades culturales y sociales explican la
supervivencia de ciudades en entornos económicos hostiles. Ejemplos de ciudades con
esta función son Venecia o Toledo. Otras ciudades surgieron gracias a la afluencia de
peregrinos a sus santuarios o iglesias (Santiago de Compostela). La existencia de
universidades u otras instituciones educativas también favoreció el crecimiento de las
ciudades donde se localizaban, debido a la atracción durante gran parte del año de una
gran cantidad de población flotante (estudiantes), por ejemplo Salamanca.
Función de acogida: aquellos lugares cuya principal actividad es ofrecer alojamiento y
diversión a los turistas y otros visitantes. Los lugares de recreo veraniego e invernal son
los que conforman este tipo de ciudades, ejemplos de las cuales son Marbella o Benidorm.
Función política y de administrativa: la designación de la capitalidad de un territorio
para una ciudad le supone la instalación en ella de múltiples organismos públicos, y la
necesidad de muchos funcionarios que los atiendan. Ejemplos son Madrid y las capitales
de las CC.AA.
3. Zonas de influencia urbana
Por las funciones que desempeñan hacia el exterior, las ciudades se consideran lugares centrales que
abastecen de bienes y servicios a un área más o menos extensa, denominada área de influencia
(hinterland.). Ésta se puede definir como el territorio organizado por una ciudad y que está vinculado
socio-económicamente a ella, y será mayor cuanto más diversa y especializada sean las funciones
urbanas. Algunas ciudades han crecido hasta conectar con otros núcleos de población, formando
aglomeraciones de diferentes tipos:
Una conurbación es un área urbana continua, formadas por dos ciudades que crecen en
paralelo hasta unirse.
Un área metropolitana es una gran extensión urbana que rodea a una ciudad importante,
englobando varios municipios. Ejemplos en España son las áreas metropolitanas de Madrid y
Barcelona, en las que ambas capitales se han fusionado con los antiguos núcleos rurales de su
periferia. La ciudad central proporciona empleo y servicios a la población del área. A su vez,
en la periferia se instalan actividades económicas procedentes de la ciudad central necesitadas
de espacio (polígonos industriales, centros comerciales, etc.).
Una región urbana la forman una aglomeración de ciudades que se unen entre sí, dejando
apenas espacio libre entre los núcleos primitivos de unas y de otras. Estos continuos urbanos
son relativamente frecuentes en las zonas del litoral (Costa del Sol en Málaga, donde apenas
si hay espacios libres de urbanizar), que es donde se concentra la mayor parte de la población
en la actualidad y donde, por lo general, mayor riqueza económica existe gracias al turismo y
otras actividades con él relacionadas.
La megalópolis surge cuando el continuo urbano alcanza una escala suprarregional. La
constituyen diversos elementos urbanos (conurbaciones, áreas metopolitanas…) que crecen y
forman una red discontinua, aunque sin fracturas importantes. En España no existe ninguna
región urbana que alcance las dimensiones de una megalópolis, aunque podría considerarse
como tal el eje mediterráneo (vid. infra), que engloba las áreas metropolitanas de Barcelona,
Valencia y Alicante.
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La teoría de los lugares centrales de Walter
Chrystaller (1933) explica las diferentes
dimensiones que puede tener el área de influencia a
través del alcance máximo de los servicios ofrecidos
por un centro, que corresponde a un nivel en la
jerarquía funcional de los centros. Christaller estudió
la distribución de las ciudades en el sur de Alemania
y llegó a la conclusión de que éstas tenían diferentes
niveles de importancia, y que organizaban el
territorio siguiendo lo que él denominó una malla
hexagonal. Este modelo teórico ha servido para
explicar por qué las ciudades se ubican de esta forma
en el territorio y ha sido también aplicado a España,
aunque no siempre es posible comprender la
distribución de las ciudades por el mismo basándose
sólo en la teoría del geógrafo alemán.
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III Principales áreas y ejes urbanos
En la actualidad, el sistema de ciudades tiende a organizarse, formando lo que se conoce como ejes
de desarrollo. Un eje de desarrollo se produce cuando las ciudades se articulan en torno a un
conjunto de infraestructuras de transportes terrestres, fundamentalmente carreteras, a las que se une
la concentración de actividades y de población:
Eje mediterráneo o levantino: se extiende de Gerona a Murcia. Es uno de los que tiene
mayor potencial de desarrollo. Está plenamente consolidado desde el punto de vista de la red
urbana, su nivel de urbanización es muy elevado y presenta una estructura económica muy
diversificada: industrial, terciaria, agrícola, etc.
Eje del Ebro: discurre desde Bilbao hasta Tarragona y, aunque ofrece un gran potencial,
tiene algunos vacíos demográficos en las provincias de Huesca, Zaragoza y Lérida.
Eje cantábrico: se desarrolla desde el País Vasco a Galicia. Presenta algunas
discontinuidades, siendo el espacio más debilitado porque, además del declive minero-
industrial, carece de recursos sustitutivos. Su alto nivel de urbanización, heredero de las
etapas anteriores, convive con un declive urbano, un débil crecimiento económico y una red
urbana estancada y poco integrada en las redes vecinas.
Eje atlántico gallego: concentra la mayor parte del sector productivo gallego y forma parte
de un eje de mayor envergadura que se prolonga hacia Oporto (Portugal).
Madrid: su situación central dentro del sistema de infraestructuras le confiere una posición
de conexión entre varios ejes. Tiene un gran peso dentro del sistema económico español,
aunque sufre problemas de congestión; por ello, está extendiendo su área de influencia a las
provincias limítrofes.
Eje Madrid-Andalucía: además de presentar problemas orográficos, hay grandes zonas con
potenciales demográficos muy bajos a su paso por Castilla-La Mancha y parte de Andalucía;
sin embargo, los ámbitos más meridionales del eje, como la zona de Sevilla y el área de Jerez
de la Frontera y Cádiz, tienen un fuerte crecimiento demográfico.
Eje litoral andaluz: el litoral andaluz constituye un gran corredor de gran importancia
turística y es, además, la continuación natural del eje mediterráneo y enclave de conexión con
África.
Eje transversal andaluz: se articula en torno a la Autovía del 92 y pretende el desarrollo de
las ciudades situadas en el llamado surco intrabético y la conexión del territorio andaluz con
el Levante.
Eje Oeste (Ruta de la Plata): Se extiende desde Huelva y Sevilla hasta Asturias; mantiene
en todo el interior tasas demográficas bajas, aunque comprende dos focos de alto potencial.
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El contexto europeo
Europa es el continente con una mayor tasa de urbanización del mundo. Su elevada densidad de población y
la acusada tradición del fenómeno urbano han hecho que, en la actualidad, buena parte de la población
europea viva en enormes aglomeraciones que engloban a diferentes núcleos de población. Son los sistemas
urbanos europeos. El más importante de todos ellos es el que se extiende desde las ciudades del centro de
Inglaterra hasta las del Norte de Italia, recorriendo los Países Bajos, el Norte de Francia, la cuenca del Rin
y Suiza, para finalizar en el valle del Po. Ahí se concentra gran parte no sólo de la población europea, sino
también de la riqueza del continente.
La Península Ibérica queda fuera de este gran eje central europeo. Durante los dos últimos siglos, nuestro
país quedó en buena medida al margen del proceso de industrialización que se desarrolló en el continente, y
la situación periférica no jugó a favor de su integración. Aún así, España forma parte de dos ejes urbanos
periféricos y de menor importancia, los denominados Arco Atlántico y Arco Mediterráneo.
El Arco Atlántico se extiende entre las ciudades portuarias del Sur de Inglaterra y las del Norte de España
que dan al mar Cantábrico, atravesando el litoral costero atlántico francés. Aunque su situación periférica no
es la mejor para su mejor integración en las principales áreas urbanas de Europa, el hecho de formar parte de
la principal fachada marítima europea le concede también una cierta importancia en cuestiones relacionadas
con los transportes y el comercio.
El Arco Mediterráneo, al Sur, también denominado Corredor del Sol, se abre a la parte occidental del mar
Mediterráneo, enlazando la región levantina española en torno a la ciudad de Valencia con las del Lacio,
región en donde se ubica la capital italiana. Entre ellas se localizan un buen número de localidades como las
catalanas, las del sudeste francés o las costas ligur y toscana italianas. Su importancia radica
fundamentalmente en el gran desarrollo del sector servicios, y más concretamente del turismo.