Tema 2 evolucion del derecho del trabajo
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CÁTEDRA DERECHO DEL TRABAJO Y DE LA SEGURIDAD SOCIAL
PROF. MARBELLA DE TESCARI
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TEMA 2
EVOLUCION DEL DERECHO DEL TRABAJO
1.- Antecedentes y origen del Derecho del Trabajo en Venezuela.
1.1. Antecedentes históricos poscoloniales: desde la constitución de la República independiente de
Venezuela, una vez desmembrada de la Gran Colombia en 1830 hasta la Ley de Talleres y
Establecimientos Públicos de 1917.
Gran parte de las provincias, estados y municipalidades de la República sancionaron códigos, leyes y
ordenanzas de policía, en los cuales habitualmente se insertaban reglas de aplicación regional sobre el
trabajo de jornaleros, artesanos y sirvientes. Tales normas carecen de verdadero valor de
antecedentes de la actual legislación, ya que poseían un carácter estrictamente policial, atento más
bien al cuidado del orden público y de las buenas costumbres que a la regulación moderadora del
trabajo y a la protección del trabajador asalariado.
Dichas disposiciones se aplicaban simultáneamente con las previstas en los Códigos Civiles, los cuales
hasta 1942, solían incluir entre las especies de contrato de arrendamiento, el de las personas que
comprometen su trabajo al servicio de otra (art. 1.678 CC de 1916, equivalente al 1.577 y 1.585 de los
CC de 1896 y 1904 respectivamente.
Los códigos y ordenanzas de policía promulgados con posterioridad a 1820 establecían reglas
expresas sobre el preaviso, daños y perjuicios causados por el despido o el retiro antes del vencimiento
del contrato a término cierto, el descanso dominical obligatorio; y el mandato de pagar en dinero
efectivo el salario convenido y la prohibición del truck-system son recogidos desde fines de siglo XIX y
primeros años del siglo XX.
1.2. La legislación laboral comienza el 26 de junio de 1917 con la Ley de Talleres y Establecimientos
Públicos. Antes, las leyes de Minas de 1904, 1909 y 1915 contenían disposiciones muy particulares
referentes al trabajo subterráneo en las minas; recogido luego la ley del Trabajo de 1928. Pero es la
Ley de Talleres y Establecimientos Públicos el inicio de la actual legislación del trabajo en el país, por
su propósito tuitivo del trabajo humano, el carácter orgánico de sus reglas y por su aplicación
generalizada a todos los trabajadores de la nación (se fijó la jornada diaria en 8 horas y media,
descanso obligatorio, declaración del deber del patrono de garantizar la seguridad del trabajador y las
condiciones de aseo, ventilación y salubridad de los talleres. Las disposiciones del CC de 1916 sobre el
arrendamiento de servicios, así como las diseminadas en los códigos, leyes y ordenanzas de policía de
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las provincias, estados y municipalidades de la República, continuaban en vigor en todo cuanto no
hubiere sido especialmente regulado.
1.3. La Ley del Trabajo de 1928, constituye un cuerpo normativo de concepción más técnica dedicado
al trabajo subordinado. Establece la obligación patronal de pagar las indemnizaciones previstas en los
casos de accidentes y enfermedades profesionales. Pero fue letra muerta desde su promulgación
1.4. Ley del Trabajo de 1936, representa un notable esfuerzo técnico realizado con la cooperación de
la OIT, se inspira en la Ley Federal de la República de México de 1831 y el Código del Trabajo de la
República de Chile del mismo año.
Con las reformas sucesivas de 1945, 1947, 1966, 1974, 1975, y 1983 se mantuvo en vigencia hasta el
1º de mayo de 1991.
Acogió los lineamientos de diversos Convenios de la OIT, ratificados con posterioridad por Venezuela,
reconoció por vez primera el derecho de asociación, de contratación colectiva y huelga.
1.5. El 30 de noviembre de 1938 fue sancionado el Reglamento de dicha ley, que rigió con la
explicable discordancia entre la numeración de su articulado con la del texto legal -3 veces modificados
desde su promulgación, en 1936- hasta el 31 de diciembre de 1973, fecha en que fue derogado.
1.6. Reglamento de la Ley de Trabajo de 1973, vigente desde el 1º de febrero de 1974, incorpora los
textos dispersos de algunos decretos-leyes, reglamento y resoluciones dictados desde 1945. No fue
expresamente derogado por la LOT de 1991, por lo cual sus disposiciones son aplicables en cuanto no
modifiquen o contradigan dicha Ley. Equiparó las condiciones de los trabajadores rurales a la de los
trabajadores urbanos, en cuanto a los derechos por concepto de jornales, vacaciones, preaviso,
antigüedad y auxilio de cesantía.
Introdujo modificaciones sensibles a los conceptos de patrono, intermediario, contratista y empleados
de confianza; exigió formalidad escrita a los contratos para obra determinada o por tiempo determinado
y modificó importantes elementos del régimen de salarios, utilidades, libertad sindical y conflictos
colectivos.
1.7. Ley Orgánica del Trabajo publicada en Gaceta Oficial Nº 4.240 extraordinario del 20 de
diciembre de 1990, comenzó a regir desde el 1º de mayo de 1991, salvo el procedimiento de
estabilidad y la derogatoria de la Ley de Despidos Injustificados que entró en vigencia a partir del 1º de
enero de 1991, su novedad jurídica estribó: a) en su carácter orgánico, que le imprime primacía sobre
las leyes ordinarias de idéntica materia; b) en la inserción de la relación de trabajo como figura eje de
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todo el sistema legal; c) en la incorporación de los regimenes especiales de trabajo: lacustre, fluvial y
marítimo; motorizados, minusválidos, de la mujer y de la familia; ch) supresión del derecho adquirido de
auxilio de cesantía, su monto se acumuló al derecho de antigüedad; d) en la prolongación del término
de prescripción a un año contado desde la terminación de la relación de trabajo; e) procuró nombres
nuevos a la institución del contrato colectivo y de convención obrero-patronal, para denominarlos
convenciones colectivas de trabajo y reuniones normativas laborales respectivamente; f) se incluyó los
sindicatos nacionales y regionales con actuación válida en todo el territorio del país o en jurisdicción de
varios Estados; g) las sanciones se han de aplicar con base en el salario mínimo vigente en la capital
de la República para el momento de la infracción.
Innovaciones económicas: a) universalización de la estabilidad, con derecho a reenganche, para todos
los trabajadores permanente con más de 3 meses de servicio, con excepción de los de dirección,
temporeros, eventuales, domésticos y de patronos con menos de 10 trabajadores; b) reducción de la
jornada efectiva de trabajo semanal, diurna, nocturna y mixta; c) incremento en el recargo porcentual
del valor de las horas extraordinarias y del trabajo nocturno; ch) aumento de la participación del
trabajador en los beneficios de la empresa; d) ampliación del concepto salarial, dentro del cual sólo
algunos contados elementos quedaron excluídos; e) duplicación del derecho adquirido de antigüedad a
30 días de salario por año de servicio o fracción superior a 6 meses; f) duración de vacación anual se
extendió hasta un total de 30 días hábiles.
1.9. Ley de reforma de la LOT publicada en Gaceta Oficial Nº 5.152 extraordinario del 19.06.1997,
entre sus propósitos fue declarar como parte del salario los subsidios de alimentación y transporte
(Decretos Nros. 617, 1055, 1240, 1786 y 1824), así como limitar la antigüedad del trabajador en el
servicio, reduciendo con ello la carga refleja del salario sobre las prestaciones sociales, e insertar los
beneficios de orden laboral en el marco de una proyectada ley de Seguridad Social Integral. Propender
a la estabilidad del trabajador y favorecer las negociaciones colectivas y el tripartismo como elemento
esencial de un sistema democrático de relaciones de trabajo. Empero, el propósito íntimo no revelado
jamás a viva voz, fue capitalizar en manos de la administración privada los ingentes recursos
económicos que ha de suponer la prestación de antigüedad acumulada de todos los trabajadores y
funcionarios públicos nacionales, estadales y municipales de Venezuela entera.
1.10. Ley Orgánica del Trabajo, las Trabajadoras y los Trabajadores: a través del Decreto Nº 8.939
se dictó el Decreto con Rango, Valor y Fuerza de Ley Orgánica publicado en Gaceta Oficial Nº 6.076
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Extraordinario el 07 de mayo de 2012: derogó expresamente la LOT del 19 de junio de 1997 reformada
el 6 de mayo de 2011 (exclusión del régimen de Conserjes sustituido por la Ley para la Dignificación de
Trabajadores y Trabajadoras Residenciales) publicada en la Gaceta Oficial extraordinaria Nº 6.024.
Asimismo, derogó el procedimiento de estabilidad previsto en os artículos 187 al 192 de la Ley
Orgánica Procesal del Trabajo.
Adaptada al nuevo modelo democrático, social, de derecho y de justicia postulado por la Carta Magna
en su artículo 2, postula y desarrolla el trabajo como un hecho social y como proceso fundamental para
alcanzar los fines del Estado (artículo 3 CRBV). Rompe con el esquema neoliberal al establecer nuevos
conceptos de trabajo, jornada, descanso, estudio, desarrollo de la persona humana, distribución de la
riqueza, prohibición de tercerización, etc. Promueve el trabajo como proceso social liberador del
trabajador y la trabajadora. Protege a la familia como parte fundamental del proceso social del trabajo;
asimismo este proceso social trabajo va a garantizar la independencia y soberanía nacional. Se crean y
modifican las sanciones: las multas pasan a unidades tributarias; y se crean sanciones de prisión y
arresto policial. También se establece multa a los funcionarios de dirección de un organismo, ente o
empresa del Estado que incumpla con sus trabajadores. Creación de nuevas fuentes e interpretación
del Derecho del Trabajo.
1.11. Reglamento general de la LOT de 1999, entró en vigencia el 25.01.1999, destinado a sustituir
parcialmente el Reglamento de 1973. Deroga las siguientes normativas: Reglamento de 1973 con
excepción del Título IV (Regímenes Especiales) y, hasta la entrada en funcionamiento del régimen
previsto en la Ley Orgánica del Sistema de Seguridad Social Integral del 30.12.1997. Ver artículo 267
RLOT fue derogado el 28-04-2006.
1.12. Reglamento de la LOT de 2006, destinado a regular la LOT a la luz de la CRBV, asi observamos
como existen normas que no están en la LOT, sin embargo son de estricto cumplimiento en virtud de
su consagración en nuestra Carta Magna.
2.- Periodización de los hitos más importantes de la evolución histórica del Derecho del Trabajo a nivel
universal y nacional.
2.1. Universal: El Derecho del Trabajo se inicia históricamente con la promulgación de las primeras
leyes destinadas a la protección de la mujer y del menor. La denominada Ley de Pobres, promulgada
en Inglaterra de 1601 con objeto de brindar asistencia a indigentes, huérfanos y otros menesterosos,
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instituyó la obligación de los empleadores británicos de enganchar en sus fábricas a menores de edad
en calidad de aprendices.
En 1819 mediante la ley aplicable a la industria algodonera Inglaterra fija en nueve años la edad
mínimo de ingreso en las fábricas y 12 horas las jornadas de los menores de 16 años. Prusia, en 1839
sanciona legalmente el amparo de la mano de obra infantil y femenina, y Francia en 1851 asegura el
aprendizaje del menor en condiciones cónsonas con su edad y sus fuerzas.
En América, el amparo de la mujer y el menor se concreta en leyes dictadas por casi todos los países
del continente durante las primeras décadas del siglo XX.
2.2. Nacional: se suele afirmar que las Leyes de Indias son un precedente histórico de la moderna
legislación laboral venezolana. Denomínase así la recopilación de Cédulas, Cartas, provisiones y leyes,
ordenada por Carlos II de España el 18 de mayo de 1680, con el propósito de unificar y divulgar las
disposiciones dictadas hasta entonces en materia de gobierno, justicia, guerra, hacienda y las penas
aplicables a los transgresores, con objeto de que los territorios de ultramar sean gobernados en paz y
justicia (Desde 1528 hasta 1619 ver Didáctica del Trabajo).
3. Las corrientes desreguladoras y flexibilizadoras. la reacción neoproteccionista.
3.1. La desregulación impuesta impuesta ha sido frecuente y creciente en América Latina. Responde
a la propuesta teórica neoliberal, a: eliminación o abatimiento de la intervención estatal protectora del
trabajador individual y restricción de la autonomía colectiva, ambas cosas hasta el límite de lo
políticamente posible.
La teoría no fue llevada plenamente a la práctica en ningún caso. Aún en países que aplicaron o
aplican una política económica fuertemente liberal y que introdujeron reformas laborales acordes a ella,
se mantuvo la existencia de un Código del Trabajo o de una legislación especial y hasta -como ya se
dijo- de normas irrenunciables. No obstante, buena parte de las reformas laborales verificadas en
nuestros países en las últimas décadas, estuvieron claramente inspiradas en aquellos fundamentos y
apuntaban a tales objetivos. Llegaron hasta donde fue políticamente posible.
La desregulación legislativa tuvo un importante y poco recordado antecedente remoto, por lo menos
dos importantes primeras experiencias o reformas fundadoras, para luego extenderse a varios países.
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a) El antecedente remoto y poco recordado de la desregulación impuesta en Latinoamérica fue la ley
5.107 de 13 de setiembre de 1966 que, en Brasil, promovió la sustitución de la estabilidad decenal
por el Fondo de Garantía por Tiempo de Servicios (FGTS).
Hasta entonces, el trabajador despedido sin justa causa percibía una indemnización por despido
abonada por su empleador y si contaba con más de diez años de antigüedad en la empresa, podía
reclamar su reincorporación. La reforma del 66 consistió en sustituir este mecanismo por un f ondo
(FGTS) en el cual se acreditaban aportes patronales que iban constituyendo una cuenta personal de la
cual el trabajador podía efectuar retiros cuando se verificaba su despido u otras contingencias, tales
como matrimonio, compra de vivienda, etc. Esta reforma fue desreguladora por producir la abolición de
la estabilidad absoluta para los trabajadores de más de diez años de antigüedad, pero también lo fue
para los demás, al abrogar el desestímulo al despido constituido por la indemnización. En efecto, si
bien la sustitución de la indemnización por el retiro de la suma depositada en un fondo no significaba
una pérdida económica para el trabajador y aunque podría llegar a darle mayor certeza de cobro, al
liberarse del riesgo de insolvencia o mero incumplimiento patronal, lo cierto es que el sistema de este
despido totalmente libre y hasta "prepagado", generó, alimentó o toleró una gran predisposición al
despido, convirtiéndolo en una promoción de la rotatividad en el empleo. En efecto, la referida rotación
es de más del 30% anual o, dicho de otro modo, promedialmente el trabajador brasileño no permanece
más de dos años en la misma empresa. Demás está decir que esta situación dificulta las inversiones
de la empresa en capacitación, tanto como la identificación del trabajador con los objetivos de la firma.
Por más que la Constitución de 1988 restableció la obligación del pago de una moderada
indemnización a cargo del empleador en caso de despido injustificado, el FGTS continúa siendo un
estímulo a la extinción de la relación de trabajo. Hoy en día, la sustitución total o parcial de la
indemnización por despido por un fondo es uno de los contenidos habituales de todos los planes
desreguladores o de flexibilidad externa de salida.
Por eso, la creación del FGTS en Brasil fue, en verdad, la primera reforma desreguladora de la
legislación laboral latinoamericana, cuando ni siquiera se manejaban, con el sentido actual, los
vocablos y los conceptos de flexibilidad y de desregulación. El hecho de que rara vez se le reconozca
como antecedente de la tendencia actual, tal vez se debe a que esta reforma brasileña no fue
inmediatamente seguida por otras de entidad, que consolidaran un proceso.
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b) Las primeras experiencias o reformas fundacionales de la desregulación impuesta fueron la
legislación del "Plan Laboral" chileno de 1978/79 y la ley 1/86 de "Reforma laboral" de Panamá.
El Plan laboral chileno fue una profunda desregulación de la legislación laboral de clara inspiración
neoliberal, adoptada durante la dictadura de Pinochet. Supuso una gran ampliación de los poderes del
empleador y una disminución de los derechos del trabajador, acompañada de una minuciosa
reglamentación restrictiva de las relaciones colectivas de trabajo y de un desmantelamiento del
Derecho Procesal Laboral especial. No se trató de un accidente o incidente histórico, sino de la
concepción de toda una legislación inspirada en la desarticulación de la acción colectiva y en la mayor
individualización posible de las relaciones individuales de trabajo.
Dos precisiones deben ser hechas sobre esta desregulación. En primer término, se confirma aquí que
la tesis neoliberal no ha sido llevada a la práctica en todos sus extremos; ni siquiera en este caso se
prescindió de un Código del Trabajo especializado ni del establecimiento de algunas normas laborales
de orden público. En segundo lugar, es del caso señalar que en 1990, con el restablecimiento de un
gobierno civil, se introdujeron reformas "re-reguladoras", respecto de las cuales unos opinan que se
trata de una verdadera "re-regulación", mientras que otros consideran que solo consistió en un
"maquillaje" que dejó intacto lo esencial del "Plan Laboral".
La ley 1/86 de Reforma laboral de Panamá fue particularmente importante, no sólo y no tanto por su
contenido, sino especialmente por su repercusión en otros países. Entre otras disposiciones
desreguladoras, esta ley panameña disminuyó el "sobreprecio" de las horas extras, instituyó una suerte
de franquicias laborales para industrias de exportación y declaró que al trabajo a domicilio no se le
aplicaría la legislación laboral, inaugurando así lo que luego fue la "tercerización", "externalización", o la
"fuga del Derecho del trabajo". Pero la mayor importancia de esta norma fue el "efecto demostración"
que logró producir. A diferencia del Plan laboral chileno, la ley de Reforma laboral panameña logró
inspirar otras modificaciones en países que reprodujeron algunas de sus normas y hasta su
denominación.
c) La extensión de la desregulación impuesta se produjo entre 1990 y 1991, en Colombia, Ecuador y
Perú. También Argentina podría ser incluida en este elenco.
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La ley 50 de Reforma laboral, de 28 de diciembre de 1990, de Colombia, con la misma denominación
que la ley panameña e inspirada en ella, consagró una desregulación mucho mayor a través de sus
más de cien artículos que modificaron fuertemente el Código Sustantivo del Trabajo. Autorizó el
funcionamiento de las empresas de trabajo temporal, facilitó la contratación precaria o a plazo fi jo,
facilitó de diversas formas el despido -incluyendo la derogación de una estabilidad decenal del tipo de
la abandonada por Brasil en 1966-, disminuyó notablemente las hipótesis de responsabilidad
empresaria, redefinió restrictivamente el salario, amplió las posibilidades de extensión de la jornada.
La única disposición que aumentó los beneficios del trabajador fue la que extendió la duración de la
licencia por maternidad.
La ley 133 de 1991, en Ecuador, se fundamentó en una supuesta aceleración del Pacto Andino -que no
se verificó-, la que podría afectar el empleo. Como su antecedente colombiano, la ley 133 amplió las
posibilidades de celebración de contratos precarios o de duración determinada, facilitó el despido y
limitó el ejercicio del derecho de huelga en el marco de una "re-regulación" del Derecho colectivo del
trabajo. También en sintonía con el antecedente colombiano, las únicas disposiciones in melius de la
ley ecuatoriana de 1991, se refieren a los derechos de las trabajadoras embarazadas o que han dado a
luz.
Pero tal vez la experiencia más paradigmática de desregulación impuesta verificada en la década de
los '90 en América Latina, haya sido el proceso de desregulación iniciado en Perú por los decretos
legislativos de 1991. En esa ocasión el Congreso delegó facultades al Poder Ejecutivo para dictar una
norma de fomento del empleo. En (¿ab?)uso de tales atribuciones, el gobierno dictó alrededor de cien
decretos legislativos, muchos de ellos en materia laboral: se habilitaron formas atípicas de contratación
precaria, se modificaron normas sobre estabilidad en el empleo y sobre participación en las utilidades,
gestión y propiedad de las empresas, se prohibió la inclusión de cláusulas de reajuste en los convenios
colectivos (prácticamente en el mismo momento en que, por otra norma, se disponía el reajuste
automático de las tarifas de correos y telégrafos) y se derogó toda la legislación laboral en las zonas
francas y en las "zonas especiales de desarrollo".
Posteriormente se dictó una nueva ley de relaciones colectivas de trabajo que imponía la renegociación
de todos los convenios colectivos "desde cero" y sobrevino la ruptura institucional. Más adelante, otras
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normas sobrevinientes "redondearon" la reforma. Así como la ley 1/86 de Panamá inauguró el proceso
de tercerizaciones "expulsando" al trabajo a domicilio del Derecho laboral, las normas peruanas
inauguraron el mecanismo de utilización de las cooperativas de producción para la "externalización".
Este proceso de desregulación impuesta puede ser considerado paradigmático por la profundidad de
las reformas, por tratarse de una imposición legislativa unilateral de desmejora, por incluir una "re-
regulación" del Derecho colectivo, e inclusive por consolidarse en el marco de una ruptura
constitucional y de la disolución del Tribunal de Garantías Constitucionales.
3.2. En términos muy generales y en el ámbito del Derecho del Trabajo, la flexibilidad puede ser
definida como la eliminación, disminución, aflojamiento o adaptación de la protección laboral clásica,
con la finalidad -real o presunta- de aumentar la inversión, el empleo o la competitividad de la empresa.
¿Cómo se produce esa flexibilización, eliminación, disminución, aflojamiento o adaptación?. De
múltiples formas, entre las cuales destacan dos: disminuyendo o eliminando derechos o beneficios
laborales o bien modificando la relación entre las fuentes, a través de la disponibilidad de los preceptos
legales por la negociación colectiva o la de los acuerdos colectivos por los individuales (rectius:
generalmente, la voluntad unilateral del empleador). Esta segunda modalidad flexibilizadora -la
"disponibilidad" de normas heterónomas por autónomas o de normas colectivas por acuerdos o actos
individuales- es, en última instancia, un vehículo para llegar a la primera -la disminución o eliminación
de derechos o beneficios laborales-. En efecto, para cualquier otra finalidad sería innecesaria, porque
existió siempre, ya que como bien dice Javillier, "el Derecho del trabajo siempre fue flexible hacia
arriba". El orden público laboral u orden público social siempre admitió su modificación por normas
heterónomas o autónomas, colectivas o individuales, más favorables para el trabajador. Por eso, lo
que hoy se llama flexibilidad, por lo general es, en verdad, la flexibilidad "hacia abajo", de desmejora o
"in pejus".
De las líneas anteriores surge la existencia de muchas flexibilidades. En este apartado se hará
referencia a algunas de las que tienen mayor interés en la actualidad.
a) Según la clasificación propuesta por Jean-Claude Javillier, que distingue, según su finalidad, tres
clases de flexibilización: una de protección, otra de adaptación y otra de desregulación.
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La flexibilidad de protección es la propia del Derecho del trabajo clásico: el Derecho laboral fue
siempre flexible, sólo que en un único sentido. La norma laboral tradicional siempre fue superable y
adaptable en beneficio del trabajador.
La flexibilidad de adaptación consistiría, por su parte, en la adaptación de las normas legales rígidas
a nuevas circunstancias, a través de la negociación colectiva y en una valoración global de qué es lo
más conveniente para el trabajador. La idea central es que no estamos ante una derogación lisa y
llana, sino ante una adaptación que se hace a través de la autonomía colectiva.
Y la flexibilidad de desregulación sería simplemente la derogación de beneficios laborales
preexistentes o su sustitución por otros inferiores.
b) Una segunda sistematización puede hacerse en función de la fuente de Derecho flexibilizadora.
Así, según su fuente formal, la flexibilidad puede ser clasificada como autónoma o heterónoma.
La flexibilidad heterónoma, que buena parte de la doctrina europea califica como "desregulación" y a
veces hasta como flexibilización o desregulación "salvaje", es la impuesta unilateralmente por el
Estado, a través de una ley o decreto que simplemente deroga un derecho o beneficio laboral, lo
disminuye o lo sustituye por otro menor. En este tipo de flexibil ización -lo mismo que en la impuesta
unilateralmente por el empleador- no interviene la voluntad del sujeto pasivo de la flexibilidad.
La flexibilidad autónoma, en cambio, es aquella introducida por la autonomía colectiva. Interviene en
ella la voluntad colectiva del "sujeto pasivo" de la flexibilización, sea a través de una convención
colectiva o de un pacto social o acuerdo marco. La flexibilidad colectiva, que supone la ya mencionada
disponibilidad colectiva de la ley, es lo que ha permitido formular, a parte de la doctrina italiana, la tesis
de un tránsito de la protección estatal a un garantismo colectivo. También conviene consignar aquí,
que la "legislación negociada", tan frecuente en Europa, es una mezcla de autonomía y heteronomía,
en la cual la primera fija los límites de y legitima a la segunda.
c) En tiempos de debilitamiento sindical -y especialmente en América Latina, por esa y otras razones,
es necesario agregar a la clasificación que antecede, otra que, aunque no lo parezca, es diferente: la
de flexibilidad condicionada y flexibilidad incondicional.
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La flexibilidad incondicional, es aquella en la cual los trabajadores renuncian a o pierden
gratuitamente determinados derechos o lo hacen ante una mera expectativa, por ejemplo, ante la
eventualidad o esperanza de que el empleo aumente o se mantenga. No hay, en este caso, una
contraprestación determinada y exigible.
La flexibilidad condicionada, que en términos de Derecho civil debería ser, más bien, denominada
"bilateral o sinalagmática", es aquella en la cual la renuncia o pérdida de los trabajadores tiene un
correspectivo de parte del empleador y eventualmente del Estado. Los derechos o beneficios de los
trabajadores se ceden a cambio de obligaciones asumidas por el empleador o por el Estado y el
incumplimiento de estos, hace "renacer" el derecho laboral renunciado o cedido. Así, los contratos de
solidaridad celebrados en Bélgica y en Italia, suponen un acuerdo de reducción salarial y de la jornada
y de mantención de la plantilla o de contratación de nuevos trabajadores; a veces se suman subsidios o
exoneraciones fiscales. Aquí la reducción salarial está condicionada a la del tiempo de trabajo y al
cumplimiento de una obligación determinable y exigible del empleador: la de no reducir o aumentar los
puestos de trabajo. Si no se reduce el tiempo de trabajo, si se reduce la plantilla o no se aumenta la
misma según lo pactado, cae también el compromiso de reducción salarial. Otro ejemplo puede ser el
de un convenio colectivo de la empresa Swissair, que supuso una reducción salarial, por un lado, con
la contrapartida, por el otro, de una disminución de la jornada, el aumento de las vacaciones anuales y
el pago de una asignación familiar a los trabajadores con dependientes a su cargo.
Por tanto, si se atiende a su condicionamiento o incondicionalidad, no toda flexibilización autónoma y
colectiva es condicional, y no toda flexibilidad heterónoma es una exacción incondicionada y gratuita.
Especialmente en América Latina, es posible encontrar acuerdos colectivos en los cuales los
trabajadores ceden derechos a cambio de nada, ante una pura expectativa de que las cosas mejoren; a
la inversa, en Europa es frecuente encontrar casos de legislación negociada, que recogiendo lo
convenido en pactos sociales o acuerdos marco, vienen a plasmar negocios bilaterales o
sinalagmáticos, en los cuales ha habido un verdadero "do ut des".
d) Una cuarta clasificación puede formularse en atención a la materia o al instituto laboral sobre el
cual recae la flexibilización, ya que puede flexibilizarse el horario de trabajo o la remuneración, el
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contrato de trabajo o el despido, la movilidad geográfica o la funcional, etc. En este terreno, es
relativamente frecuente distinguir la flexibilidad interna de la flexibilidad externa.
La flexibilidad interna afecta aspectos de una relación de trabajo preexistente y que subsiste: puede
recaer sobre el horario de trabajo y los descansos, sobre la remuneración y sobre las movilidades
geográfica o funcional.
La flexibilidad externa, en cambio, afecta al contrato de trabajo stricto sensu, modificando las formas
de contratación o las de extinción del contrato. Se habla así de una flexibilidad de entrada, cuando se
flexibiliza el ingreso a la relación laboral, liberando al empleador de ciertos límites a la libertad de
contratar o facilitando las contrataciones atípicas, transitorias, temporales, precarias, menos protegidas
o directamente desprotegidas. Y se alude a una flexibilidad de salida cuando se facilita el despido, sea
ampliando las causas justificantes, disminuyendo el monto de la indemnización o las hipótesis de
reincorporación, etc..
e) Además de estas formas abiertas, directas o transparentes de flexibilidad interna y externa, en las
cuales el instituto laboral en cuestión es atacado, abordado, afrontado, encarado, modificado, alterado
o eliminado directamente, hay también, formas indirectas o encubiertas de flexibilización o, para usar
una expresión de Barbagelata, "formas de flexibilización por deslizamiento". Se trata de reformas
aparentemente ajenas a la cuestión, pero que terminan produciendo efectos flexibilizadores o
desreguladores de derechos laborales sustantivos.
En Uruguay, donde no ha habido una reforma flexibilizadora global, se han verificado, en cambio,
algunas normas de efectos flexibilizadores indirectos. Tal el caso, por ejemplo, de la reforma procesal
incluida en la ley 16.906 de 22 de diciembre de 1997, que dispuso que no podrían reclamarse créditos
o prestaciones laborales que se hubieran hecho exigibles con más de dos años de anticipación, lapso
éste que hasta entonces era de diez años. Esta norma, aparentemente procesal y ajena a la
flexibilidad laboral, tuvo un importante efecto desregulador en los hechos: fue una norma
poderosamente promotora de la flexibilidad fáctica -tipo referido pocas líneas más adelante-, ya que a
partir de entonces los incumplimientos patronales por reducciones salariales o falta de pago se
convirtieron en riesgos reducidos, calculables y fácilmente asumibles.
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Otro ejemplo similar, es el de diversas normas de seguridad social que declaran, aunque a los solos
efectos de la generación de contribuciones fiscales, que determinadas prestaciones del empleador al
trabajador carecerían de naturaleza salarial o que determinados servicios no constituirían una relación
de trabajo subordinado. Si bien estas disposiciones se agotan -jurídicamente- en el ámbito de las
contribuciones de seguridad social, es inevitable que corran el riesgo de "deslizarse" al terreno del
Derecho laboral sustantivo, "deslizamiento" que, de producirse, resulta ser indudablemente
desregulador. En un plano análogo a éste, también se ha postulado la existencia de una flexibilidad
jurisprudencial cuando, aún en ausencia de un cambio normativo, la jurisprudencia modifica su
orientación en el sentido de interpretaciones desregulatorias o de favorecer más al empleador que la
que se venía sosteniendo.
f) Cabría todavía distinguir, al menos en el plano de la elucubración teórica, entre la flexibilización del
Derecho individual del trabajo y la flexibilización del Derecho colectivo del trabajo.
En efecto, en América Latina -con alguna que otra excepción- el Derecho colectivo del trabajo es rígido
y limitativo de derechos; mientras que el Derecho individual del trabajo es de variable grado de rigidez,
según los países y de pretendida y no siempre lograda protección de derechos. Pues bien, en ese
panorama, casi todas las demandas flexibilizadoras se han orientado a la modificación de normas e
institutos de Derecho individual del trabajo (contratación, tiempo de trabajo y descansos, remuneración,
movilidad, extinción, responsabilidad patronal por el pago de créditos laborales, etc.), y muy poco a la
flexibilización de la tradicionalmente rígida y castradora legislación sobre libertad sindical, negociación
colectiva, huelga y participación.
En América Latina, la flexibilización de la legislación laboral que regula las relaciones colectivas de
trabajo podría ser más necesaria, dado que en esa sede la rigidez es mayor y limitativa, mientras que
en el ámbito de las relaciones individuales la rigidez es menor y cumpliría (o pretendería cumplir) una
función protectora del ejercicio de los derechos del trabajador.
g) En un terreno en el que concurren el Derecho del trabajo y las Relaciones laborales es posible
distinguir una flexibilidad jurídica de una flexibilidad real o flexibilidad de la fábrica u organización
flexible del trabajo.
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La flexibilidad jurídica es a la que nos hemos venido refiriendo y en verdad solo sería necesaria como
un apoyo normativo, como una facilitación normativa de una flexibilidad real: la tecnologización o
automatización del proceso productivo u otro cambio que supusiera una determinada organización del
trabajo "no-fordista".
La flexibilidad real, flexibilidad de la fábrica, flexibilidad productiva o flexibilidad de la
producción, alude a la adaptabilidad de la organización productiva. Trataríase de una organización de
la producción adaptada a la atención inmediata de demandas cambiantes: producción "just in time" a
partir de "stock cero". No se trataría de producir grandes cantidades a ser almacenadas para luego
salir a venderlas, sino de producir rápidamente lo que ya ha sido vendido sobre catálogos o prototipos.
Así, lo esencial de la fábrica flexible consistiría en la utilización de equipos flexibles capaces de
responder a una demanda incierta y fluctuante.
Según algunos, este tipo de fábrica tendería a mantener un "núcleo duro" de personal altamente
calificado y bien remunerado, capaz de manejar esos equipos de alta tecnología y de planificar y
ejecutar esa vasta producción dinámica, complementado por una "periferia" de trabajadores inestables
o tercerizados que entran y salen constantemente.
Según otros, esa flexibilidad real es independiente de la flexibilidad jurídica de los derechos de los
trabajadores; no dependería de ella sino que, inclusive, sería compatible con el mantenimiento de la
estructura jurídica laboral tradicional, lo que resulta indiscutible por lo menos para aquel "núcleo duro",
necesariamente capacitado y conocedor de los objetivos de la empresa. Por otro lado, las técnicas de
organización flexible del trabajo (alta tecnología, automatización, "stock cero", "just in time", círculos de
calidad, grupos semiautónomos), no requieren sino de ciertas flexibilidades muy focalizadas (tiempo
de trabajo y polifuncionalidad), a la par que demandan una alta y permanente capacitación.
En muchos países latinoamericanos se reclama la flexibilización jurídica o normativa, sin ninguna
contrapartida -que debería ser previa-, de introducción de nueva tecnología, de nuevas inversiones, de
nuevos sistemas productivos. En otras palabras, siendo todavía un tema de discusión el de determinar
en qué medida la fábrica flexible requiere un Derecho flexible, en muchos casos se requiere la
flexibilización del Derecho para una fábrica rígida.
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h) Finalmente, habría que distinguir la flexibilidad jurídica de la flexibilidad de hecho, dado que, en la
situación actual de desequilibrio de las relaciones laborales a favor del poder patronal, es frecuente
que, aún en ausencia de todo cambio normativo, se produzca una desregulación o flexibilización de
facto, por el mero incumplimiento o la imposición unilateral.
Mas allá de que los cuestionamientos económicos a la protección laboral no son nuevos -basta analizar
los argumentos actuales que en este terreno se esgrimen a favor de la flexibilización con los que se
dieron en casi todo el mundo en ocasión de la adopción de las primeras leyes laborales, como las de
limitación de la jornada, por ejemplo-, es indispensable recordar que muchos derechos de los
trabajadores y muy especialmente los de sindicación, negociación colectiva y huelga son, sin lugar a
dudas, derechos humanos reconocidos en los grandes Pactos y Declaraciones universales y
regionales, en casi todas las Constituciones y en varias normas internacionales del trabajo. Y que la
Constitución de la OIT postula que "el trabajo no es una mercancía".
Ya un poco más lejos de la teoría y en el terreno de las políticas, se dice que la desregulación y la
flexibilización abaratarían el costo del trabajo aumentando el lucro empresario -lo que luce indiscutible-,
y que ello alentaría nuevas inversiones productivas que, a su vez, aumentarían el empleo lo que,
finalmente, elevaría los salarios y demás condiciones de trabajo. De hecho, en el plano político, la
necesidad de promover el empleo ha sido el gran argumento de las iniciativas desreguladoras y
flexibilizadoras. Más allá de cierta inconsecuencia teórica (Hayek y Friedman sostienen la necesidad
de un desempleo funcional para mantener deprimidos los salarios), lo cierto es que los pretendidos
efectos dinamizadores del empleo no se han verificado en la práctica. Allí donde fueron aplicadas, la
desregulación y la flexibilización no habrían generado empleo y más bien habrían deteriorado la calidad
del empleo existente. Y aún cuando así no hubiese sido -que lo fue-, muchos derechos laborales
continúan siendo derechos fundamentales.
Paralelamente, en el terreno político, la caída del "muro de Berlín" ha permitido que el capitalismo
considere que ya no necesita del Estado de Bienestar, cuya función habría sido la de evitar que los
trabajadores y otros sectores desfavorecidos pudieran "pasarse" al comunismo. Ante la inexistencia de
alternativa (el "fin de la historia") ya no es necesario cultivar el "lado social" del capital.
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Y desde el propio sector sindical también surgen, a veces, factores que alimentan la desregulación. El
debilitamiento de los sindicatos les coloca en una posición muy difícil, en la que a veces se ven
obligados a legitimar medidas flexibilizadoras, que a la vez contribuyen a acentuar aquel debilitamiento.
3.3. La reacción neoproteccionista. El Derecho del trabajo clásico parte de la constatación de una
desigualdad, de un desequilibrio de poder entre el trabajador individualmente considerado y su
empleador. En tales condiciones, la libre negociación individual del trabajo prestado a cambio de una
remuneración sería imposible sin provocar condiciones de trabajo pésimas. De ahí el surgimiento de
un Derecho del trabajo protector de la parte débil en esa relación, protección tanto de fuente
heterónoma como autónoma.
La variante heterónoma o estatal es generada por los tres Poderes: el Legislativo, a través de una
legislación laboral unilateralmente protectora del trabajador; el Ejecutivo, a través de la Administración
del trabajo; y el Judicial, a través de magistrados y procedimientos especiales.
La vertiente autónoma se da a través del surgimiento, posterior reconocimiento y final jerarquización
como derechos fundamentales, del sindicato, la negociación colectiva y la huelga, instituciones y
acciones colectivas a través de las cuales los trabajadores ejercen su autotutela, en la cual la fuerza
del número pretende compensar, en algo, el poder económico de la contraparte.
En Latinoamérica ha tendido a predominar la vertiente heterónoma, con la particularidad, ya señalada,
de que mientras la legislación sobre Derecho individual del trabajo tiende a ser protectora del
trabajador, la que regula las relaciones colectivas de trabajo ha tendido a ser restrictiva del ejercicio de
los derechos de sindicación, negociación colectiva y huelga.
En Europa, en cambio, y sin perjuicio del predominio de la ley en los sistemas continentales, se ha
verificado un mayor protagonismo de la vertiente autónoma y se ha cultivado mucho la modalidad de la
legislación negociada, verdadera combinación de heteronomía y autonomía, en la cual aquella
consolida (¿"rigidiza"?) y extiende los efectos de la primera.
Esta legislación laboral protectora -más o menos heterónoma- fue consolidándose y jerarquizándose a
los más altos niveles del ordenamiento jurídico, consagrando a muchos de sus aspectos centrales
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como derechos fundamentales o derechos humanos reconocidos en los grandes Pactos,
Declaraciones, tratados y convenios internacionales y en las Constituciones, en paralelos y
relativamente concomitantes procesos de constitucionalización e internacionalización de los derechos
del trabajador que, iniciados respectivamente con la Constitución mexicana de Querétaro del 05 de
febrero de 1917, con la Constitución de la OIT de abril de 1919 y la Constitución de Weimar del 11 de
noviembre de 1919, ocuparon buena parte del siglo XX.
Este es, en líneas muy gruesas, el sistema tradicional de Derecho del trabajo, que recibe los
cuestionamientos ya descritos en la primera parte de este volumen por parte de las corrientes
desreguladoras o flexibilizadoras. Pero ante ellas, una de las reacciones verificables y en algunos
casos verificados, es la reafirmación de aquel sistema tradicional, a partir de dos fundamentos básicos,
entre otros.
Por una parte, se considera que la desigualdad del trabajador individual ante el empleador permanece -
e incluso se acentúa- en el (pos) moderno contexto de nuevas tecnologías, caducidad del mundo
bipolar de la "guerra fría", globalización y debilitamiento sindical. La permanencia y eventual
acentuación del desequilibrio requieren una acción de compensación, de reequilibración, tanto a partir
de la legislación heterónoma como de la acción colectiva autónoma. No se necesita menos sino más
protección.
Por otra parte, se dice que la protección no sólo no debe eliminarse ni disminuirse respecto de los
clásicos trabajadores subordinados, sino que debe extenderse a los trabajadores independientes e
"informales", tan necesitados de tutela como aquellos - o aún más-. El clásico Derecho protector del
trabajo subordinado se convertiría en el Derecho de toda actividad profesional, en el Derecho regulador
de toda forma de trabajo humano, de manera análoga a como lo habían previsto Paul Durand y Mario
Deveali, medio siglo atrás.
Esta alternativa teórica -ante la demanda desreguladora, no menos sino más protección-, ha sido
adoptada en la práctica en varias reformas legislativas adoptadas en América Latina a comienzos de la
década de los '90, aunque generalmente restringida al trabajo subordinado.
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La primera de ellas fue la adopción de la Constitución brasileña de 1988, que constitucionalizó un
apreciable número de derechos sociales, aumentando el número de los hasta entonces incorporados
como derechos humanos en la norma jurídica de mayor jerarquía, tanto como su contenido esencial.
Algo análogo sucedió con la Constitución colombiana de 1991, que ordenó la adopción de una ley
laboral protectora, fijando su contenido mínimo, ley que luego no se dictó, y con la paraguaya de 1992.
También podría citarse aquí la reforma de la Constitución argentina de 1994, que sin cambiar las
disposiciones laborales preexistentes, incorpora expresamente Declaraciones y convenios
internacionales que sí contienen numerosos derechos laborales. Por esa vía aumenta el número de
derechos del trabajador consagrados constitucionalmente.
Asimismo, la Constitución venezolana de fines de 1999, declaró que "ninguna ley podrá establecer
disposiciones que alteren la intangibilidad y progresividad de los derechos y beneficios laborales", y
que "los derechos laborales son irrenunciables", resultando "nula toda acción, acuerdo o convenio que
implique renuncia o menoscabo de estos derechos".
A nivel legislativo y haciendo referencia a reformas globales o a la aprobación de nuevos códigos o
leyes generales del trabajo, se destacan en esta tendencia, la Ley Orgánica del Trabajo de Venezuela
de 1991 y los Códigos del Trabajo de la República Dominicana de 1992 y de Paraguay de 1993.
No puede dejar de subrayarse que esta estrategia de reafirmación del Derecho laboral tradicional ha
incluido, muy a menudo -tal como surge de la antecedente enumeración-, una estrategia
constitucionalizadora. En efecto, ante la inminencia de una onda flexibilizadora o desreguladora, se
optó, cuando fue políticamente posible, por incorporar en la "ciudadela" de la Constitución -en teoría y
por definición, la norma más rígida y de más dificultosa modificación- el mayor número posible de
derechos laborales, para así mejor protegerlos de un ataque inminente.
En este sentido cabe recoger, mutatis mutandis, las reflexiones de Jean-Claude Javillier a propósito del
significado de la codificación. Décadas atrás, algunas de las opiniones contrarias a la codificación del
Derecho del trabajo, sostenían que ella significaría un anquilosamiento (¿"rigidización"?), que
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dificultaría el progreso de la disciplina por la incorporación de nuevos y mayores derechos. Hoy, en
cambio, ante la ofensiva desreguladora, la codificación -y también la constitucionalización, agregamos
nosotros-, puede operar como freno a dicho proceso y por tanto como preservación de derechos del
trabajador.
A diferencia de las demás, esta alternativa teórica y legislativa de reafirmación de la protección
legislativa, administrativa, judicial y autónoma, no plantea problemas dogmáticos al Derecho del
trabajo, ni en el plano técnico formal ni en el axiológico, ya que se trata de mantener o reforzar sus
técnicas y objetivos tradicionales, así como de extenderlas a nuevos sectores. Las dudas o problemas
que plantea son de otra índole y se relacionan con su viabilidad política y con su eficacia, ya que
aquélla condiciona a ésta. En general, no prima una voluntad política protectora y por el contrario, se
busca eludir la aplicación o vaciar de contenido las normas tutelares.
1. Desculpabilización del Derecho del Trabajo
Las demandas de desregulación y flexibilización responden en su mayor parte, en verdad, a la
ineficiencia económica y al actual desequilibrio de fuerzas entre capital y trabajo, utilizando una
determinada ideología como fundamento.
La incapacidad del sistema económico para crear o mantener empleo ha llevado a sus cultores a
“culpabilizar” al Derecho del trabajo que sería uno de los obstáculos que dificultarían su labor: tal vez
pudieran generar (pésimos) empleos si no hubieran (tantos) mínimos laborales: eliminémoslos. Por
supuesto que esta pretensión cuenta con el beneplácito de muchos sectores empresarios que creen
que ha llegado el momento de practicar una suerte de “revancha patronal”: recuperar muchos derechos
o beneficios que se fueron reconociendo en el correr de casi todo el siglo XX. El actual debilitamiento
sindical, y el propio desempleo que supuestamente se debería abatir, incrementan el desequilibro de
fuerzas entre capital y trabajo a favor del primero. Los postulados económicos neoliberales son
utilizables para fundamentar la desregulación.
Pero lo cierto es que ni la razón ni las cifras avalan esos presupuestos.
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En cuanto a la razón, basta constatar que desde siempre cada vez que la legislación creó o aumentó
un derecho de los trabajadores o que un sindicato lo propuso en la acción colectiva, se argumentó que
su incorporación afectaría la competitividad de la empresa y/o el empleo. Basta repasar los debates
respecto de la adopción de las primeras leyes laborales para sorprenderse con la “actualidad” de los
argumentos que se le oponían. Y que en verdad, el Derecho laboral surgió por la necesidad de mitigar
la explotación del trabajo humano, de sustraerlo del mercado (“el trabajo no es una mercancía”), ante
una situación social explosiva, a fines del siglo XIX y comienzos del XX. El desmantelamiento de esa
protección corre el riesgo de producir una “nueva cuestión social”. La exclusión –producto de la
concentración y la segmentación- es ya un hecho preocupante. ¿Cuál es el umbral de exclusión que
puede tolerar una sociedad democrática?
Mezclando ya la razón con las cifras, es del caso recordar que los dos objetivos básicos de la
desregulación son abaratar el costo del trabajo para mejorar la competitividad de la empresa y
aumentar el empleo o disminuir la desocupación.
Hace ya varios años que en la OIT se viene dudando de la relación entre desregulación y empleo. En
las publicaciones más recientes se expresa directamente que, en general, las reformas flexibilizadoras
no han contribuido a generar empleo y que en cambio sí habrían contribuido a deteriorar la calidad del
empleo restante.
Es que el verdadero problema del empleo no es el Derecho del trabajo ni el sistema de relaciones
laborales, cuya incidencia sobre aquél es muy relativa. El verdadero problema es que tenemos un
sistema económico que destruye más puestos de trabajo que los que genera. La sustitución de mano
de obra por tecnología, la posibilidad técnica de producir con menos mano de obra, más la
conveniencia economicista de mantener un desempleo funcional, son los reales problemas. Y la
solución para ellos no está en el Derecho del trabajo sino fuera, porque el problema en sí esta afuera.
Su solución no puede ser una carrera degradatoria de las condiciones de trabajo, porque sería suicida
y porque además, ningún empleador contrata a un trabajador que no necesita, sólo porque sea más
“barato” y ningún empleador deja de contratar a un trabajador que necesita, porque sea un poco más
“caro”.