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Sociológica, año 19, número 57, enero-abril de 2005, pp. 13-34 Fecha de recepción 03/03/04, fecha de aceptación 07/07/04 Teorías de la decisión racional y de la acción colectiva Ludolfo Paramio* RESUMEN Las personas tienden a comportarse no de una forma completamente arbitraria, ni de una forma simplemente movida por el sentimiento, sino que más bien tien- den a desarrollar estrategias de maximización de sus intereses, estrategias para conseguir satisfacer sus intereses lo más posible en función de los recursos con los que parten de antemano. Esta aplicación del análisis económico a la acción social es lo que se llama normalmente teoría de la decisión o de la elección ra- cional. Cuáles han sido sus alcances y límites al incorporarla al examen de la acción colectiva es lo que este escrito analiza. PALABRAS CLAVE: decisión racional, racionalidad estratégica, acción colecti- va, incentivos selectivos, masa crítica, identidad colectiva. ABSTRACT People do not tend to behave in a completely arbitrary fashion or simply moti- vated by feelings; they tend, rather, to develop strategies to maximize their interests, to satisfy their interests as much as possible given the resources they start out with. This application of economic analysis to social action is nor- mally called the theory of decision or of rational choice. This article analyzes the scope and limits of incorporating it into an examination of collective action. KEY WORDS: rational decision, strategic rationality, collective action, selective incentives, critical mass, collective identity * Profesor-investigador en la Unidad de Políticas Comparadas del Consejo Superior de Investi- gaciones Científicas en Madrid, España. Correo electrónico: [email protected] 1. Ludolfo Paramio 2/10/05 8:33 Page 13

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Sociológica, año 19, número 57, enero-abril de 2005, pp. 13-34Fecha de recepción 03/03/04, fecha de aceptación 07/07/04

Teorías de la decisión racional y de la acción colectiva

Ludolfo Paramio*

RESUMENLas personas tienden a comportarse no de una forma completamente arbitraria,ni de una forma simplemente movida por el sentimiento, sino que más bien tien-den a desarrollar estrategias de maximización de sus intereses, estrategias paraconseguir satisfacer sus intereses lo más posible en función de los recursos conlos que parten de antemano. Esta aplicación del análisis económico a la acciónsocial es lo que se llama normalmente teoría de la decisión o de la elección ra-cional. Cuáles han sido sus alcances y límites al incorporarla al examen de laacción colectiva es lo que este escrito analiza.PALABRAS CLAVE: decisión racional, racionalidad estratégica, acción colecti-va, incentivos selectivos, masa crítica, identidad colectiva.

ABSTRACTPeople do not tend to behave in a completely arbitrary fashion or simply moti-vated by feelings; they tend, rather, to develop strategies to maximize theirinterests, to satisfy their interests as much as possible given the resources theystart out with. This application of economic analysis to social action is nor-mally called the theory of decision or of rational choice. This article analyzesthe scope and limits of incorporating it into an examination of collective action.KEY WORDS: rational decision, strategic rationality, collective action, selectiveincentives, critical mass, collective identity

* Profesor-investigador en la Unidad de Políticas Comparadas del Consejo Superior de Investi-gaciones Científicas en Madrid, España. Correo electrónico: [email protected]

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INTRODUCCIÓN

EXISTE UNA IDEA muy extendida de que, así como los economistasexplican por qué o cómo la gente hace lo que quiere hacer, los so-ciólogos tratamos de demostrar por qué la gente no puede hacersino lo que hace. Es decir, que la sociología sería algo así como laexplicación de la ausencia de libertad, mientras que la economíapartiría de la hipótesis de que, en principio, las personas son librespara elegir. Efectivamente, en el planteamiento económico se partede individuos aislados que tienen unos recursos con los cuales tra-tan de maximizar su utilidad, es decir, tratan de conseguir el mejorresultado en términos de unas preferencias definidas.

Por ejemplo, un economista parte de una persona interesada enla informática y que posee un determinado dinero, y prevé cómo, trasestudiar todos los catálogos disponibles, comprará el equipamientoque mayor satisfacción le produzca teniendo en cuenta sus recur-sos. Un sociólogo probablemente, ante la misma situación lo que seplantearía sería, en primer lugar, por qué no necesita para nada estapersona un ordenador; en segundo lugar, por qué no tiene más di-nero del que tiene y, en tercer lugar, cómo la manipulación de la pu-blicidad y de la oferta van a acabar obligándola a comprar no sóloun ordenador que no necesita, sino seguramente dos.

Admitiendo esta diferencia de enfoques, aunque sólo sea comocaricatura ilustrativa, hay que señalar que a partir de los años se-senta se produjo una desgracia para el planteamiento sociológicotradicional: el desembarco de la teoría económica en la teoría socio-lógica. Comenzando por diversas obras, entre las cuales quizá la

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más conocida es, dentro del campo de la ciencia política, Teoría eco-nómica de la democracia, de Anthony Downs (1957), se han idobuscando progresivamente modelos de comportamiento social opolítico que se apoyan en la teoría microeconómica o en el análisiseconómico. Es decir, que parten de individuos aislados con unas de-terminadas dotaciones en recursos y una capacidad para tomardecisiones que optimizan su utilidad o su beneficio, suponiendo quepueden elegir en un mercado sobre el que tienen información per-fecta y en el que pueden con efectividad hacer la mejor utilización desus recursos en función del propósito que se plantean.

En el caso del comportamiento político se supone, por ejemplo,que a la hora de votar cada individuo elige entre las diferentes op-ciones electorales, calculando lo que puede obtener del programade unos u otros candidatos, y votando al que más puede favorecersus propios intereses. Si uno de los programas es claramente favora-ble y otro claramente desfavorable a los intereses medios del elector,éste votará por el programa que más lo favorece. Si ninguno de loscandidatos tiene una oferta que lo beneficie o lo perjudique espe-cialmente, y el día de la votación se muestra particularmente in-clemente o particularmente atractivo para otras actividades, puedesuceder que si la indiferencia hacia los programas es tal que no cabeesperar una gran ventaja de la participación en favor de uno deellos, la posición más razonable o previsible del ciudadano sea laabstención. En el mismo sentido se han elaborado modelos econó-micos de casi todas las variantes del comportamiento social. La obramás sistemática en este sentido es Fundamentos de teoría social deJames Coleman (1990), en la cual prácticamente todos los aspectosde la organización social se explican mediante este modelo microe-conómico.

Seguramente son más conocidos libros como los del Premio No-bel Gary Becker (1976, 1981), que explican el comportamiento fa-miliar (las estrategias familiares) a partir de este mismo modelo micro-económico. Es algo que parece un poco crudo planteado así pero,efectivamente, si una persona está en una posición social determi-nada y tiene unos recursos materiales y culturales determinados esmuy probable que su estrategia matrimonial tienda a ser la de buscaruna pareja a la cual pueda tener acceso con sus recursos materialesy culturales, y con la cual consiga la mayor utilidad en el sentidode ascenso social, ingresos y, en su caso, oportunidades de empleo.

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Y, a su vez, del tipo de pareja y del tipo de posición en el mercadoque tengan los dos muy probablemente dependerá el número de hijos.En una sociedad determinada las personas tienden a comportarse node una forma completamente arbitraria, ni de una forma simplementemovida por el sentimiento, sino que tienden a desarrollar estrategiasde maximización de sus intereses, estrategias para conseguir satis-facer sus intereses lo más posible en función de los recursos con losque parten de antemano. Esta aplicación del análisis económico a laacción social es lo que se llama normalmente teoría de la decisióno de la elección racional.

En una primera variante de esta teoría podemos hablar de ra-cionalidad paramétrica: el individuo se enfrenta a un mercado (enel caso del mercado matrimonial a un conjunto de parejas poten-ciales; en el caso del mercado político a un conjunto de partidos alos que es posible votar) y, frente a ese mercado, tiene una infor-mación completa, sabe lo que puede ganar y perder en cada una delas opciones, cuenta con unos recursos determinados y puede cali-brar el precio, la relación entre costo y beneficio, de cada una de lasopciones. Y, entonces, si parte de unas preferencias jerarquizadas yno contradictorias, es previsible su actuación para maximizar suutilidad. Una segunda variante de la teoría de la decisión racionales la teoría de juegos: de la racionalidad paramétrica se pasa a laracionalidad estratégica. No tenemos ahora un individuo frente aun mercado, sino un conjunto de individuos dentro de unas reglasdel juego. Cada uno de los individuos debe valorar no sólo unosparámetros de costo y beneficio, sino también anticipar las decisio-nes de los demás individuos que entran en el juego, y que afectana la posibilidad de alcanzar el resultado que busca. Lo que seríaóptimo para un individuo según la racionalidad paramétrica puedeser un pésimo objetivo si los otros jugadores pretenden alcanzarlotambién. Un ejemplo muy frecuente es el de los bienes posicionales:lo óptimo para la calidad de vida de un individuo puede ser com-prar una casa en las afueras y un coche que le permita ir rápida-mente a su trabajo en el centro de la ciudad, pero si muchos indi-viduos toman la misma decisión todos perderán mucho tiempo enatascos de tráfico y el barrio de las afueras se masificará.

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EL PROBLEMA DE LA ACCIÓN COLECTIVA

En ambas perspectivas se trata de prever o explicar la conducta deindividuos, pero surge otro problema cuando de lo que se trata esde explicar la existencia y acción de un colectivo, es decir, cuandono se pretende prever lo que hará una persona, sino cuándo y cómoun cierto número de personas actuarán conjuntamente con un mismopropósito. Esto es lo que se denomina teoría de la acción colectiva.En este aspecto, la teoría de la decisión racional supone un corte muyimportante con otras tradiciones teóricas (de las cuales la más co-nocida es el marxismo), que parten de entidades supraindividuales,como las clases sociales. La teoría de la elección racional parececompartir la conocida tesis de Margaret Thatcher: “la sociedad noexiste, sólo existen individuos”. No sólo no existe la sociedad, sinoque no existen las clases sociales, no existen los colectivos: a priorino existen los agregados sociales. Que varios individuos actúenconjuntamente en función de un mismo objetivo no es un dato sinoun hecho que exige explicación. No se puede decir en el marco dela teoría de la decisión racional que existen n individuos que com-parten los mismos intereses y que, por tanto, actuarán conjuntamentepara alcanzar la satisfacción de sus intereses. Por el contrario, hayque explicar –partiendo de que los diversos individuos tengan in-tereses en común– por qué, cuándo, o en qué condiciones puedenllegar a actuar conjuntamente en función de esos intereses.

Lo anterior es aparentemente una paradoja, y puede considerar-se que es sólo la consecuencia de las premisas de la teoría: comoésta parte de individuos aislados (de una ontología individualista) sele plantea como problema el comportamiento colectivo. No obstante,también es una consecuencia de su rigurosa aplicación: aunque nindividuos compartan los mismos intereses, no es nada evidenteque deban actuar conjuntamente en función de esos intereses com-partidos, porque todos ellos pueden suponer que su esfuerzo indi-vidual será superior al beneficio que podrán obtener de la accióncolectiva. O dicho en otros términos, si hay mil individuos que com-parten el objetivo de alcanzar la paz en Euskadi y se plantean mani-festarse con un lazo azul en protesta contra la violencia, puede muybien suceder que 900 consideren que la posibilidad de que los insul-ten o los ataquen violentamente es muy grande, que el beneficio deesa acción es inferior al riesgo que corren, y que el principal obje-

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tivo de la acción (la imagen simbólica de la manifestación) se lograráaunque ellos no participen, porque siempre habrá cien personas delas mil que se manifestarán.

A esto se le ha llamado la paradoja del free rider, el polizón, el queva por la libre, el francotirador o el gorrón. La paradoja del freerider consiste en que al interior de un colectivo que comparte in-tereses siempre existe una fracción muy considerable de personaspara las que el esfuerzo (el costo) de la acción a realizar para pro-teger esos intereses es inferior a la esperanza matemática de obtenerresultados significativos de esa acción (el beneficio). Es decir, quepara una parte del colectivo el precio de la acción colectiva es supe-rior al beneficio individual que les puede reportar y, por consi-guiente, puede suceder que la movilización no se produzca o seamucho más reducida de lo que cabría esperar en función de las di-mensiones del colectivo que posee una comunidad de intereses. Laclave del razonamiento es que el beneficio esperado de la acción espúblico, general (lo reciben también quienes no se movilizan en de-fensa de sus intereses), mientras que los costos son siempre indivi-duales, por lo que existirá una tentación muy fuerte de esperar quesean otros los que se movilicen y obtengan beneficios, si la acción tieneéxito, para todos (Olson, 1991). Se puede pensar incluso que cuan-to mayor sea el colectivo que posee intereses comunes menos pre-visible será que actúe colectivamente en defensa de tales intereses.

La inexistencia de cooperación puede conducir a resultados aúnmás negativos que la pasividad de la mayoría. El mejor ejemplo es eltipo de situaciones que se describen en teoría de juegos con el llamadodilema del prisionero. Se tiene a dos personas acusadas de haber co-metido un delito en tales condiciones que si las dos niegan haberlocometido las dos quedarán en libertad; si las dos confiesan haberlo co-metido tendrán una condena menor; y si una se declara inocente yacusa al otro de haberlo cometido, mientras que éste también sedeclara inocente, el delator quedará en libertad y el delatado reci-birá la máxima condena. Ahora bien, si los dos se declaran inocen-tes y acusan al otro, ambos reciben la máxima condena. Pues en esasituación se puede prever de antemano que los dos, en lugar de de-clararse inocentes o confesar que ambos lo han cometido optaráncada uno por acusar al otro y obtendrán consiguientemente el peorresultado individual y colectivo. ¿Por qué? Por la inexistencia de con-fianza entre los dos sujetos (se da por descontado que no se pueden

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poner de acuerdo, que están aislados, etc.) y porque cada uno pen-sará que si no acusa al otro y afirma su inocencia, el otro sí lo haráy quien saldrá perdiendo será él. En consecuencia, cada uno sesiente obligado, para evitar que el otro lo traicione, a apostar por lapeor solución colectiva. Si pasamos al caso de un colectivo, efectiva-mente hay situaciones en las que, buscando todos el máximo bene-ficio, se impone la peor estrategia posible para el conjunto.

Entonces el problema de la acción colectiva, desde la perspecti-va de la racionalidad estratégica, no es un problema trivial ni unacomplicación artificial derivada de los propios presupuestos de lateoría. La cuestión de la conciencia de clase, en la teoría marxistaclásica, se refiere precisamente a este problema. ¿Por qué las clasessociales o, en concreto, el proletariado, no se movilizaba de formacoherente y activa en función de sus intereses? Hay dos posiblesexplicaciones. Una es que sus intereses no eran los que les atribuíala teoría (es decir, que la teoría era intrínsecamente errónea), pero laotra explicación, compatible con el resto de la teoría de Marx, es queno existía un acuerdo en el conjunto de los individuos que compo-nían la clase para actuar colectivamente porque no existía la nece-saria conciencia de clase, porque no eran conscientes de sus interesescompartidos ni de la necesidad de la acción colectiva revolucionariapara defenderlos. Por falta de conciencia de clase muchos trabaja-dores buscarían una salida individual a sus problemas en vez debuscar una salida colectiva.

En toda la tradición revolucionaria marxista se da por descon-tado que hay trabajadores que, ante la posibilidad de un conflictofrontal con la burguesía, o incluso simplemente ante un conflicto sin-dical en que se produzca un enfrentamiento con el patrón, no van aoptar por una actuación colectiva, sino por buscar una salida par-ticular: una solución negociada para un sector de ellos o incluso atítulo individual. En último término, el problema es el de la accióncolectiva: siempre puede haber, en un colectivo que comparta in-tereses, personas que pueden ser la mayoría, que crean que en vezde trabajar colectivamente en la consecución de sus fines les es másconveniente buscar soluciones individuales, así como desarrollarestrategias en las cuales arriesguen menos y puedan obtener unmayor beneficio. Desde este punto de vista, la acción colectiva noes algo que se pueda dar por descontado; no se puede decir, cuan-do se tiene un colectivo que comparte los mismos intereses, que ese

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colectivo actuará en función de esos intereses. Cuando eso sucede,cuando un colectivo que comparte los mismos intereses actúa deforma coherente para alcanzarlos, estamos ante un hecho que exigeexplicación.

La primera explicación la ofreció Mancur Olson en su Teoría dela acción colectiva (la obra en la que se presentaba la paradoja delfree rider). Partiendo del supuesto de que lo normal en un colecti-vo que comparte intereses es que exista entre sus miembros unafuerte tentación a comportarse como polizones, a esperar que seanotros quienes realicen el esfuerzo necesario para alcanzar unos re-sultados que beneficien a todos, se trata de saber en qué condicionespuede esperarse que exista acción colectiva, que un número impor-tante de las personas que comparten esos intereses actúen en funciónde ellos. Porque, por otro lado, si se parte de este marco cabría pensarque la acción colectiva no sólo es algo que hay que explicar, sinomás bien una anomalía, una excepción. Y, sin embargo, como todoel mundo sabe, la acción colectiva existe y mucha. Entonces, puestoque la acción colectiva es un fenómeno socialmente observable hay quever qué condiciones o rasgos pueden explicar su existencia.

El planteamiento de Mancur Olson está perfectamente inscritodentro de la teoría de la decisión racional, lo que quiere decir querompe con una tradición anterior, según la cual el así llamado com-portamiento colectivo venía a explicarse en términos no racionaleso, por lo menos, ajenos a la racionalidad en términos de fines o uti-litaria. Los análisis más clásicos del comportamiento colectivo, ymuy en particular del comportamiento colectivo violento, dan pordescontado que éste es de alguna forma el fruto de tensiones o pre-siones sociales no resueltas, que estallan en un momento determi-nado (Smelser, 1962). Es decir, que la acción colectiva violenta seríaequiparable al tipo de comportamiento colectivo observable en unmomento de pánico o en cualquier otra situación en la que se pien-sa que no cabe hablar de estrategia racional. Las personas dominadaspor un sentimiento (el caso del pánico, por ejemplo, ante un incen-dio) no se comportan de forma racional. De igual forma tambiénla movilización, la acción colectiva, sobre todo cuando tiene rasgosde violencia y de riesgo personal, sólo podría entenderse como unfenómeno, si no irracional, al menos a-racional, consecuencia detensiones sociales irresueltas, de una agresividad provocada, porejemplo, por la frustración de expectativas (Gurr, 1970).

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La aproximación de Olson pretende, por el contrario, especifi-car en qué condiciones los individuos llegan racionalmente a la accióncolectiva. Su principal idea es la existencia, junto a los intereses quecomparten los miembros del colectivo, de incentivos selectivos. Lamovilización colectiva se producirá cuando, además de la esperan-za de obtener el objetivo compartido por todo el colectivo con dichamovilización (un bien público, que beneficia a todos los miembrosdel colectivo independientemente de que participen o no en la acciónpara su consecución), exista un mecanismo que incentive la parti-cipación en la acción, en la forma de beneficios selectivos, privados,para quienes lo hagan. Por ejemplo, la participación sindical serámayor si los sindicatos ofrecen servicios específicos para los afilia-dos o si sólo éstos se benefician de la negociación colectiva. Afiliarsea un sindicato tan sólo por conciencia de clase frente a la patronalpuede ser escasamente atractivo, sobre todo si los resultados de lanegociación colectiva benefician a todos los trabajadores indepen-dientemente de su afiliación o movilización, pero si la pertenenciaconlleva beneficios específicos (seguros profesionales, acceso a unacooperativa de viviendas o cualquier otro tipo de servicio adicional)es más probable la participación.

Es decir, la acción colectiva aparecería en este sentido como unsubproducto de los incentivos selectivos que existan para la parti-cipación en la acción. Este enfoque resulta especialmente adecuadocuando no se trata de explicar la acción colectiva como un movi-miento, la movilización en sentido estricto, sino como la pertenenciaa organizaciones y la participación en ellas. Es muy probable queuna organización, para mantener como miembros estables a un nú-mero significativo de las personas que componen un colectivo conintereses compartidos, tenga que ofrecer algo más que la defensa deesos intereses compartidos; tenga que ofrecer subproductos de la par-ticipación: incentivos selectivos. Así funcionan casi todas las orga-nizaciones profesionales (incluyendo bastantes sindicatos); así funcio-nan, en general, todas las organizaciones de afiliación. Si se espera quese produzca la afiliación o que la organización se mantenga en fun-ción de la simple voluntad de participar lo más probable es que esaafiliación y esa participación sean muy insuficientes.

En el caso de la movilización el argumento de los incentivos se-lectivos plantea una cuestión interesante: la de los mecanismos quepermiten que la acción colectiva comience. Supongamos un caso de

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acción colectiva con riesgo: existe en el país un régimen autoritario,social, política y culturalmente represivo, y la inmensa mayor partede los ciudadanos se siente agraviada, molesta y desearía echarse a lacalle para protestar contra la dictadura y pedir su final, pero la intui-ción y, en algunos casos, la triste experiencia, les advierte que si semovilizan sólo algunas personas serán detenidas, severamente mal-tratadas y condenadas a altas penas de cárcel. Entonces, para el éxitode cualquier posible movilización de protesta se requiere superar undeterminado número de personas en la calle: si salen diez a manifes-tarse lo pasarán muy mal, pero si sale un millón muy probablementeel régimen, primero, no podrá reprimirles con la misma dureza y, se-gundo, es posible que surja una crisis en su seno y se produzca uncambio en el poder. El problema es que si todos los ciudadanos secomportan como individuos calculadores y racionales cada uno an-ticipará que los primeros en manifestarse soportarán un alto costo, yque lo mejor, por tanto, es permanecer a la espera hasta que sean mu-chos quienes protesten públicamente. En cuyo caso, evidentementenunca se producirá una acción masiva de protesta.

LA MASA CRÍTICA

En este sentido cabe hablar de la necesidad de una masa críticapara el éxito de la acción colectiva (Marwell y Oliver, 1993): cuan-do se alcance un determinado número de personas ya movilizadasse producirá un efecto de bola de nieve y los polizones, los fran-cotiradores, desaparecerán. Si de un colectivo determinado se movi-liza un 20%, por ejemplo, el otro 80% se movilizará automáticamente.El problema es saber qué motivaciones, y bajo qué condiciones,pueden movilizar a las personas hasta llegar a la masa crítica, hastaalcanzar ese 20% que desencadenará el proceso de acción colectiva.En este punto se puede aplicar la teoría de los incentivos selectivosde Olson, bien en términos materiales o en términos morales: si lascien primeras personas que se movilicen van a alcanzar un presti-gio moral o social muy alto puede haber personas a las que la ideade estar entre los primeros, aunque sea corriendo un alto riesgo, lesparezca que merece la pena. En otros casos puede tratarse de re-compensas materiales, no necesariamente en contradicción con lasmorales: cuando se produce un cambio de régimen quienes han

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encabezado la primera movilización pueden alcanzar posicionessociales y materiales ventajosas, y esa perspectiva puede llevar asuficientes personas a asumir el riesgo, alcanzándose así la masacrítica.

El hecho de que hablemos de estos incentivos selectivos en un sen-tido amplio, para incluir recompensas tanto materiales como mo-rales, nos introduce en un asunto relativamente incómodo para lateoría de la decisión racional, a saber, que las personas no son nece-sariamente iguales, de tal forma que los individuos cuya acción co-lectiva se trata de explicar no tienen necesariamente lo que podemosllamar la misma función de utilidad. Es decir, que lo que aprecianmás o aquello en que desean obtener una recompensa máxima noes necesariamente lo mismo en unos individuos que en otros. En lateoría de la decisión racional las soluciones simples o elegantes sólose dan cuando se supone que todos los individuos tienen interesescuantificables y homogéneos, reducibles a una misma variable, a unequivalente universal cuyo ejemplo más simple es el dinero. Si porel contrario se admite que existen individuos cuya prioridad es elreconocimiento social, el amor o cualquier otra cosa no reducible autilidad cuantificable, la aplicabilidad formal de la teoría de la de-cisión racional se complica bastante.

Lo cierto es que, cuando se trata de explicar la acción colectivaes razonable pensar que las personas que asumen el riesgo o el costede la movilización inicial pueden no tener las mismas motivacionesque el resto de los individuos que finalmente se movilizan. El ejem-plo más extremo, como lo ha señalado Jon Elster (1985), es el de losindividuos que actúan en función de sus valores morales sin espe-rar una utilidad por su comportamiento. Es decir, individuos que noadoptan una estrategia cooperativa o altruista por haber decidido oaprendido que es la mejor para sus intereses individuales, sino porqueson kantianos, personas movidas por una compulsión de cumplimientode lo que entienden es su deber. Se plantean lo que es moralmentecorrecto, lo que todo el mundo debería hacer y, en consecuencia, sesienten personalmente obligados a hacerlo, independientemente delriesgo o del costo real de la acción. También cabe plantearse el caso(nada hipotético) de personas para las que el supuesto costo de laacción forma parte de la recompensa, porque les permite expresar suscreencias, construirse una identidad colectiva o porque encuentranplacer en la misma acción (Hirschman, 1982).

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Los golpes de Estado depredadores, las tomas del poder para sa-quear el patrimonio del Estado, suelen ser realizados por individuosracionales y que conocen el riesgo que corren, pero consideran queel beneficio posible los compensa. Sin embargo, no es evidente que elnúcleo duro de toda acción colectiva esté formado por ese tipo depersonas. Por el contrario, cabe imaginar que, según los casos, hayaque contar con personas movidas por tipos muy diferentes de moti-vación. Personas altruistas por cálculo racional, en primer lugar,pero también personas kantianas en el sentido de Elster, personas queencuentran satisfacción en la acción misma (sin anticipar recom-pensas ulteriores) y personas que buscan beneficios morales en vezde materiales. Desde esta perspectiva del pluralismo de las motiva-ciones se debe replantear la sugestiva idea (Granovetter, 1978) deque las personas que componen un colectivo con intereses comunespueden tener muy diferentes umbrales de acción colectiva. Algunasestarán dispuestas a lanzarse a la acción las primeras y casi en soli-tario, prescindiendo de cualquier cautela sobre costos, mientras queotras sólo lo harán cuando el número de los participantes dismi-nuya el riesgo y aumente las posibilidades de éxito de la acción. Lamasa crítica para la acción colectiva dependerá, por tanto, de la dis-tribución de los umbrales de acción colectiva entre los miembros delgrupo: en un colectivo de kantianos puros la masa crítica sería nula.

EL PROBLEMA DE LA IDENTIDAD

Partiendo de aquí se puede llegar a plantear un problema más gene-ral: la teoría de la decisión racional, y consiguientemente la teoríaclásica de Mancur Olson de la acción colectiva, parten del supuestode que los individuos poseen una identidad definida y, en consecuen-cia, una jerarquía de preferencias claras, a partir de la cual tratande maximizar su satisfacción. Ahora bien, cabe suponer que en mu-chos casos la acción colectiva se produce porque los individuos queparticipan en ella no poseen de antemano una identidad clara, nipor tanto una escala de preferencias a partir de la cual calcular suutilidad, sino que lo que buscan en la acción colectiva es precisa-mente una definición de su propia identidad. Tendríamos entoncesno sólo que dentro del marco de la elección racional las recompen-sas esperadas por los individuos pueden ser muy variadas, que hay

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que contar con personas que no actúan en función de la utilidadesperada y sí por otras motivaciones, sino también la posibilidad deque existan individuos que al integrarse en una acción colectiva nobuscan maximizar una determinada utilidad, más o menos cuanti-ficable, sino que en el mismo hecho de la participación están constru-yendo sus preferencias y definiendo su utilidad. Personas que par-ticipan en la acción colectiva para saber qué es lo que quieren, paradarse a sí mismos una identidad a partir de la cual podrán decidirsus preferencias y estrategias futuras. La gente puede movilizarsepara alcanzar unos fines que tiene claros (el dinero, la fama, la jus-ticia, etc.), o puede movilizarse precisamente porque no tiene nadaclaro cuáles son sus fines.

Esto último es ya difícilmente enmarcable dentro de la teoría dela decisión racional, y por ello Alessandro Pizzorno, quien más hasubrayado que las preferencias y la búsqueda de utilidad dependende la identidad de los individuos, considera que éste es el principallímite de esa teoría (Pizzorno, 1989). La idea básica es que la expli-cación puramente racional de la conducta social es claramente limi-tada, y que es preciso plantear, por lo menos en pie de igualdad conella, el problema de la definición de la identidad individual. Supon-gamos una persona que tiene claramente definidas sus preferenciasy su estrategia de maximización de utilidad, a la que es perfecta-mente aplicable la teoría de la decisión racional, pero esta personavive en una gran ciudad, en un medio social y económico determi-nado, y de pronto un accidente aéreo al que sobrevive milagrosa-mente la hace caer en la Amazonia, entre los vituperados yanomami,por ejemplo. Entonces sus preferencias y sus estrategias perderántoda validez, y para sobrevivir deberá desarrollar nuevas preferen-cias y estrategias. Todo individuo tiene unas preferencias definidasen un contexto social determinado, porque posee una identidad enese contexto social, pero si se le saca de ese contexto su identidadse modificará, cambiarán sus interacciones, no será reconocido enel mismo sentido ni obtendrá los mismos resultados si hace o pre-tende hacer las cosas que hacía antes. Si quiere relacionarse con lasociedad deberá cambiar su forma de interactuar, pero también suspreferencias, y al hacerlo cambiará de identidad. Esto es lo que Pi-zzorno llama reductio ad Amazoniam.

Las preferencias exógenas, predefinidas, sobre la base de las cua-les funciona la teoría de la elección racional, presuponen que los

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individuos poseen una identidad construida y que están insertos enun entorno social estable. Sin embargo, la mayor parte de las per-sonas pasan una considerable fase de su vida durante la cual notienen una identidad claramente definida, una adolescencia socialbastante más prolongada que la adolescencia biológica, sobre todoen estos momentos, si se considera que la identidad se acaba deconstituir cuando se tiene una posición laboral y familiar relativa-mente estable. Además, en situaciones en las que el entorno se modi-fica rápida y profundamente (crisis económicas duraderas, momen-tos de descomposición política o de enfrentamiento civil) las personaspueden atravesar graves crisis de identidad, problemas serios paraadoptar una nueva identidad o reformular la anterior. La cuestiónes saber si no puede ser más importante para las personas en estoscasos construirse una identidad que maximizar cualquier preferen-cia previa, pues las preferencias en sí no son estables en la medidaen que el entorno cambia. Dicho de otra forma, un individuo quetenga una identidad mal definida, o no definida, no tratará de maxi-mizar sus preferencias sino de definir sus preferencias.

De hecho, es inevitable la sospecha de que gran parte de laacción colectiva que observamos en nuestras sociedades no es frutode la actividad racional y estratégica de individuos que tratan deconseguir los mejores resultados posibles en función de unas prefe-rencias previas, sino la consecuencia de una búsqueda de identidadcolectiva por parte de personas que se sienten inmersas en la incer-tidumbre. Todos admitimos, normalmente sin discusión, que fenó-menos tan dispares como las sectas, las tribus urbanas o los nacio-nalismos más o menos agresivos reflejan de alguna forma el hechode que estamos atravesando momentos históricos de incertidumbre.Una incertidumbre acentuada quizá por la magia de los números,por la cercanía del milenio, pero que tiene raíces más serias no sóloen el hecho de que las reglas del juego que existían en los años se-senta han dejado de funcionar, sino en que no han surgido nuevasreglas que las sustituyan.

Lo anterior es algo en lo que no siempre reparamos quienes cri-ticamos el modelo de sociedad que ha traído el neoliberalismo: habla-mos como si éste tuviera reglas, pero no las tiene. En la segundamitad de los ochenta podía existir cierta confusión, y había grupossociales que se sentían perdedores por los cambios que se habíanproducido, pero también existía la ilusión de que, una vez pagado

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el precio de la ruptura del modelo económico keynesiano y de inter-vención pública, las reglas del mercado servirían para planear lapropia vida, para fijar las expectativas personales. No ha sido así,porque la crisis de los primeros años noventa rompió con todas lasexpectativas y mostró el lado oscuro y salvaje –con ese salvajismopropio de las fuerzas naturales– de la acción de los mercados. Hoy,incluso para las personas que ven mejorar o mantenerse al menossu situación económica, todavía hay grandes incertidumbres sobreel futuro.

La primera fuente de incertidumbre personal es el cambio en laspersonas que nos rodean, con las que interactuamos y en las quenos reconocemos. Ese círculo de reconocimiento puede cambiar aun-que nosotros no cambiemos, y si quienes nos rodean se desclasan,porque pierden su trabajo y caen en la trampa del paro, por ejem-plo, nos sentimos amenazados e inseguros aunque nuestra propiasituación sea confortable. Y peor aún si algunos se hunden en laescala social y otros, muchos o pocos, mejoran brusca y espectacu-larmente, dedicándose a actividades que nos son ajenas y extrañas,y en ocasiones sospechosas. La sociología ha estudiado bastante elcaso de colectivos que se sienten maltratados sin que su posición hayacambiado, pero que se comparan con un grupo de referencia queha mejorado la suya. En estos casos es esperable una acción colecti-va para restablecer la situación anterior. Pero de lo que estamoshablando ahora es otra cosa: al descomponerse el círculo de recono-cimiento desaparece todo grupo de referencia, se pierden los térmi-nos de comparación y resulta imposible predecir el futuro personal.

El punto es saber por qué la incertidumbre podría conducir acomportamientos colectivos destinados a crear o reforzar identida-des colectivas. Dentro de las teorías de la acción racional hay mode-los muy sensatos para explicar la formación de identidades colecti-vas fuertes en juegos competitivos. En un mercado de trabajo, porejemplo, un grupo étnico puede reforzar su identidad colectiva paraevitar la actuación de free riders. Afirmar la identidad afroameri-cana puede ser la forma de evitar que un negro acepte salarios opuestos discriminatorios, pero también de que se haga aceptar comoblanco de piel negra, de que adopte estrategias individuales de in-clusión prescindiendo del colectivo étnico al que pertenece. El re-fuerzo de la identidad colectiva sería un mecanismo para imponeruna estrategia cooperativa a todos los miembros del colectivo, evi-

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tando el problema del prisionero. Y en algunos casos, o en algunosaspectos, se puede comprobar que la identidad colectiva fuerte me-jora lo que podríamos llamar la posición contractual del colectivo.

Se puede aceptar por tanto que hay una racionalidad estratégi-ca en los líderes (los empresarios políticos, en la jerga de la polito-logía) que ponen en marcha procesos de creación o fortalecimientode una identidad colectiva. Es más discutible, sin embargo, que esamisma racionalidad mueva a sus seguidores. Los ciudadanos que si-guieron a Milosevic en su sueño de una Gran Serbia pueden habercreído en un primer momento que mejoraría su posición personal,pero no resulta fácil creer que la orgía de salvajismo que desenca-denó ese sueño permitiera hacerse muchas ilusiones de final feliz;y, sin embargo, cuanto más sucio y sangriento se revelaba el espe-jismo mayor fue el cierre de filas, hasta que la derrota le puso fin.¿Qué posición contractual pretenden mejorar los jóvenes que se in-tegran en una tribu urbana, o las personas que se incorporan a unasecta que no ofrece ventajas materiales a sus miembros?

INCERTIDUMBRE E IDENTIDAD

La muy interesante hipótesis de Pizzorno es que ante la incertidum-bre la respuesta racional no es mejorar las propias estrategias dejuego, al menos si crece en el jugador la sospecha de que ningúnesfuerzo por mejorar su información puede llevarlo a obtener re-sultados satisfactorios. Y la incertidumbre se produce no sólo cuan-do cambian las reglas del juego, sino que también se desdibujan laspropias preferencias al cambiar o entrar en crisis el círculo en elque la persona se reconoce. En una situación de crisis personal, unindividuo puede tratar de desarrollar una estrategia racional paramejorar su situación, para salir de la crisis, pero si su propio círcu-lo de reconocimiento se está desmoronando tendrá problemas paradefinir las preferencias sobre las que debe trazar su estrategia:¿quién evaluará los resultados de su estrategia? Si suponemos sim-plemente que su círculo se ha escindido entre ganadores y perdedo-res, cualquier resultado que obtenga será considerado negativo poruna de las partes.

Puede suceder, entonces, que su primera meta sea construirse uncírculo de reconocimiento ante el cual poder ser evaluado de forma

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predecible. Es decir, que para una persona en estas circunstanciaspuede ser prioritaria la adscripción a una identidad colectiva que de-fina sus preferencias, y sólo en un segundo momento buscará maxi-mizar su utilidad en términos de esas preferencias compartidas. Eneste sentido, para competir necesita primero cooperar en la construc-ción de una identidad colectiva, que se definirá en competencia conotras identidades colectivas, preexistentes o recreadas, reales o ima-ginarias. Es fácil comprender que este proceso opera en los momen-tos de disolución política o social, cuando desaparece un Estado ocuando se diluyen las identidades de clase. Y en la búsqueda de cer-tidumbre para el futuro, la consolidación de la identidad colectivase hace prioritaria sobre cualquier estrategia racional.

Siguiendo la línea de los autores que precedieron a Smelser en elestudio del comportamiento colectivo, de lo que muchos llamabanlas masas, todos tendemos a ver tensiones profundas y pasionesoscuras en la raíz de enfrentamientos colectivos sangrientos comolos que desatan el racismo y los nacionalismos agresivos, pero hayfactores que explican racionalmente esa dinámica criminal. La for-taleza de una identidad colectiva es mayor cuando no puede ser aban-donada, cuando el precio por salir de ella es tan alto que la perma-nencia resulta casi inevitable. Un hecho brutal compartido, en estesentido, crea lazos muy fuertes entre quienes lo cometen: ningunode ellos puede pretender volver a la situación anterior, arrepentirseu olvidar lo sucedido. Por eso los ritos de iniciación de las organiza-ciones ilegales incluyen la comisión de delitos graves que aten parasiempre a los nuevos miembros a la organización. La racionalidadtiene grandes limitaciones, y la naturaleza humana abismos muyoscuros, pero no por ello conviene ignorar las consecuencias racio-nales de los hechos más brutales e irracionales.

El hecho es, sin embargo, que partiendo del marco de la elecciónracional llegamos a admitir la existencia de situaciones de incer-tidumbre en las que la definición de la propia identidad (colectiva)se hace racionalmente prioritaria para los individuos, incluso adop-tando formas contrarias a una idea sustancial de razón. Se puede irmás allá aún, para observar el gregarismo característico de algunosprocesos de identificación colectiva. ¿Hay algo más contrario alindividualismo racional que los hábitos indumentarios compartidosde las tribus urbanas, o la súbita autoidentificación en términos reli-giosos o étnicos, más o menos fanáticos?

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Desde el marco del propio análisis económico se ha hecho notarcon frecuencia la existencia de comportamientos gregarios en losconsumidores (Bikhchandani, Hirshleifer y Welch, 1993; Kirman,1993). Ante la existencia de dos nuevos restaurantes que ofrecenniveles equivalentes de calidad y precio, los clientes no se dividiránen partes iguales entre ellos, sino que tenderán a acudir en su ma-yoría a uno de ellos, para luego oscilar, de nuevo mayoritariamente,hacia el otro, sin alcanzar el previsible equilibrio. Un modelo paraexplicar este hecho se ha tomado, con desoladora aplicabilidad, dela conducta de las hormigas: las primeras en encontrar una fuentede comida provocan una cascada informacional entre las restantes,y una vez puesta en marcha esta dinámica otras fuentes de alimentopermanecen olvidadas o relegadas hasta que, una vez familiarizadala mayoría con la primera, se convierten a su vez en novedad, de-sencadenando una nueva cascada informacional.

Se diría, una vez más, que esta conducta, por más que se puedaexplicar racionalmente, no parece compatible con el marco de laelección racional. No es así, sin embargo. Es precisamente lo que cabeesperar desde el punto de vista de esta teoría si admitimos que losindividuos no tienen mejor posibilidad de obtener información quela de aceptar la de los primeros que han elegido sobre su propiasatisfacción (aunque sea con un descuento fijo sobre su credibilidad),y que tomar la misma elección desencadena un proceso de rendi-mientos crecientes (Hill, 1997). Cuantas más personas deciden queun restaurante es el mejor y más de moda, mayor es la reputacióndel restaurante y de quienes lo frecuentan (los connoisseurs), hastaque se ha convertido en un hecho mayoritario y pierde por tanto suvalor añadido. En este sentido, la casualidad puede ser decisiva parahacer que una persona, en una situación de incertidumbre, se auto-identifique con un grupo u otro. Todo dependerá de lo que sucedaen su grupo de pares, dentro de una red de vínculos débiles que nodebe confundirse con los vínculos fuertes que definen el círculo dereconocimiento.

RAZÓN Y LIBERTAD EN LA ACCIÓN COLECTIVA

Todo lo expuesto puede ser bueno para la teoría, pero una vez máshay que insistir en que nos deja con una visión un poco relativizada

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y escéptica de la racionalidad. Nos ofrece un marco explicativo ra-cional de la acción social, pero arroja una visión un tanto pesimistaacerca de la racionalidad sustancial de la conducta humana. Peor aún,parece privar de toda base a la idea de libertad. Si a fin de cuentasdepende de la casualidad que una persona se integre en una identi-dad colectiva u otra, que se convierta en rockero o en cabeza rapada,en cooperante o en genocida, las teorías de la acción colectiva noserían el mejor punto de partida para una reflexión ética ni dejaríanespacio alguno para la libertad.

Sin embargo, no es evidente que sea así. Por el contrario, nos per-miten recuperar en términos nuevos la vieja idea de libertad de lanecesidad. De todo lo que se ha expuesto anteriormente se deduceque la persona que necesita ante todo definir su propia identidad,autoidentificarse a través de un colectivo, no es libre. Su carencia ocrisis de identidad no le permite elegir, no tiene definidas las pre-ferencias a partir de las cuales poder elegir o desarrollar una estra-tegia para alcanzar la satisfacción de un objetivo. Por tanto, la li-bertad es la superación de esa necesidad de identidad. Una persona eslibre cuando sabe quién es y puede elegir en consecuencia. Entoncespuede traicionar aparentemente su identidad dando prioridad a subienestar material sobre sus valores explícitos, pero lo hará porqueimplícitamente antepone la seguridad material a cualquier otro va-lor. O puede ser consecuente con sus valores cuando le parezca quela posibilidad de realizarlos justifica el riesgo y el costo. Una personaque no sabe quién es, en cambio, podrá comportarse como un traidoro como un héroe, pero no será ni una cosa ni la otra.

Esto es algo que puede percibirse analizando las motivacionesde los miembros de algunos movimientos sociales (Gross, 1995).Los que poseen un carácter moral dan prioridad a la eficacia de susacciones para lograr los objetivos del movimiento, valoran la plau-sibilidad de la estrategia y de los medios elegidos. Los que lo poseenen menor medida valoran ante todo los efectos personales de la per-tenencia al movimiento, el encuentro con los otros miembros y sucompañía, el calor de la acción por la acción. No es que los primerossean necesariamente kantianos en el sentido de Elster, pues en suescala de prioridades puede haber otros valores que limiten su en-trega a la acción colectiva. Algunos pueden ser fanáticos, pero esmás probable el fanatismo en quienes, por no poseer una identidaddefinida, buscarán ante todo estar del lado de la mayoría para re-

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forzar su sentimiento de identidad colectiva, aunque sea al preciode poner en peligro los objetivos del movimiento.

De esta forma paradójica se cierra el razonamiento: a veces ten-demos a pensar que las personas a las que cabe aplicar la teoría dela elección racional son personas egoístas, amorales e individualistas,ajenas a todo interés colectivo, mientras que las que lo posponentodo a los intereses del grupo serían personas libres de ataduras yegoísmos personales. La propuesta que cabría hacer es bien distinta:la teoría es aplicable precisamente a las personas libres, poseedorasde un carácter moral, que valoran racionalmente la adecuación demedios a fines. Pueden ser malas o buenas personas, egoístas o al-truistas, canallas o héroes, podemos compartir o no su jerarquía depreferencias, pero son las únicas que, por saber quiénes son, puedenelegir libremente y ser juzgadas moralmente a partir de su escalade valores.

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