TERAPIAS POSMODERNAS.

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TERAPIAS POSTMODERNAS Hacia un nuevo cuerpo de metáforas para la psicoterapia. Gilberto Limón Arce. Facultad de Psicología, UNAM El título de la conferencia es “Terapias postmodernas. Hacia un nuevo cuerpo de metáforas para la psicoterapia”, por lo cual en la primera parte les hablaré de cómo ciertas formas de ser y de pensar han venido a caracterizar algunos de los momentos de nuestra historia, para destacar las dos que predominan en el momento actual, una identificada con la modernidad y otra con la postmodernidad. Posteriormente hablaré de la manera como han influido en nuestras formas de hacer terapia, para finalizar mostrándoles lo que he considerado la emergencia de un nuevo cuerpo de metáforas para la práctica profesional de la psicoterapia. Es en este contexto donde expondré la manera en que he venido articulando un conjunto de planteamientos elaborados para ayudar a las personas que enfrentan problemas. Para empezar, nos conviene recordar que a lo largo de la historia la humanidad ha atravesado por ciertos períodos que han estado caracterizados por diferentes formas de ver y entender la realidad, por sistemas de creencias compartidos por los pueblos y culturas que han venido poblando nuestro planeta. Y aunque estas formas de ser en algunos casos llegaron a adquirir una fuerte caracterización como civilizaciones, conviene destacar, de entrada, que no siempre 1

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TERAPIAS POSTMODERNASHacia un nuevo cuerpo de metáforas para la psicoterapia.

Gilberto Limón Arce. Facultad de Psicología, UNAM

El título de la conferencia es “Terapias postmodernas. Hacia un nuevo cuerpo de

metáforas para la psicoterapia”, por lo cual en la primera parte les hablaré de cómo ciertas

formas de ser y de pensar han venido a caracterizar algunos de los momentos de nuestra

historia, para destacar las dos que predominan en el momento actual, una identificada con la

modernidad y otra con la postmodernidad. Posteriormente hablaré de la manera como han

influido en nuestras formas de hacer terapia, para finalizar mostrándoles lo que he considerado

la emergencia de un nuevo cuerpo de metáforas para la práctica profesional de la psicoterapia.

Es en este contexto donde expondré la manera en que he venido articulando un conjunto de

planteamientos elaborados para ayudar a las personas que enfrentan problemas.

Para empezar, nos conviene recordar que a lo largo de la historia la humanidad ha

atravesado por ciertos períodos que han estado caracterizados por diferentes formas de ver y

entender la realidad, por sistemas de creencias compartidos por los pueblos y culturas que han

venido poblando nuestro planeta. Y aunque estas formas de ser en algunos casos llegaron a

adquirir una fuerte caracterización como civilizaciones, conviene destacar, de entrada, que no

siempre fueron extensivas a todo el planeta. Difícilmente podríamos equiparar las formas de

ver y entender la realidad de la Edad Media europea, por ejemplo, con los sistemas de

creencias que en ese momento predominaban en China o en el continente americano. Aunque

al mismo tiempo también considero importante destacar que desde el siglo XVIII, o incluso

antes, a mí me parece percibir que el mundo ha venido experimentando una fuerte tendencia

hacia la uniformidad. Pero se trata de una tendencia bastante más compleja de lo que

pudiéramos imaginar, sobre todo porque al mismo tiempo se ha venido produciendo una

suerte de “mestizaje cultural” (entre otras cosas). Y no obstante la fuerte ascendencia que ha

tenido el pensamiento occidental europeo en todo este proceso, al mismo tiempo habría que

considerar que el propio pensamiento europeo también es producto de una rica mezcla de

formas de ser y de pensar de muchos otros pueblos y culturas, incluida, de manera por demás

preponderante, la prestigiosa cultura griega, que, también habría que decirlo, en su momento

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igualmente fue enriquecida por la influencia de otras valiosas culturas de la antigüedad, como

fue el caso de la civilización babilónica.

Pero dejemos por el momento de lado nuestras disquisiciones sobre las características

adquiridas por las civilizaciones del pasado lejano, y pasemos la página de la historia al siglo

XX, que es cuando el mundo empieza a experimentar una cada vez más fuerte y rápida

“globalización”, misma que se vio ampliamente extendida, a finales del mismo, por el

desmantelamiento de los sistemas de economía planificada del llamado bloque socialista, lo

cual, por cierto, dio pie para que las formas moderadas que conocíamos del capitalismo se

radicalizaran en lo que ahora conocemos como “economía neoliberal”, que, dicho sea de paso,

no es otra cosa que un capitalismo desbocado que está produciendo terribles consecuencias

para el futuro de nuestro planeta. [Pero este es un asunto que no me corresponde platicar aquí

con ustedes, en un congreso de terapia familiar y de pareja.]

De cualquier manera, e independientemente de las características adoptadas por los

pueblos de la antigüedad, lo que sí valdría la pena acotar es la manera en que las diferentes

formas de pensar se han venido modificando a lo largo de la historia, pero, además, que se

trata de estructuras que pueden llegar a configurarse en un complejo sistema de significados

compartidos. Y también considero importante destacar que, aunque en el momento actual

conviven diferentes formas de ser y de pensar, que, al parecer, están produciendo otro

interesante mestizaje cultural, aquí trataré de abordar básicamente dos de ellas.

Esto es, por un lado tenemos la forma de pensar característica de la modernidad, que,

como lo señalan algunos historiadores, tuvo sus inicios en el movimiento ilustrado del siglo

XVIII (aunque otros destacan los “avances científicos” logrados en siglos anteriores). Y por

otro lado tenemos la gradual emergencia de nuevas formas de pensar que, sin poder ubicar con

precisión sus inicios o siquiera aceptarlo como otro “punto de inflexión” en la historia, como

los señalados por Isaiah Berlin (1996), algunos teóricos se han atrevido a situarlas a mediados

del siglo XX. Aunque también aquí, como en el caso de la modernidad, al mismo tiempo

habría que considerar el surgimiento de importantes planteamientos realizados con

anterioridad. Es el caso, entre otros, de los planteamientos sobre el lenguaje que Ludwig

Wittgenstein ya estaba elaborando, o de las aportaciones de Michel Foucault sobre las

diferentes formas de subjetivación adoptadas en la historia, aunque a ninguno de ellos se le

había ocurrido pensar en el término “postmodernidad”.2

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Como ha sido ampliamente señalado, el movimiento científico identificado con la

modernidad se caracteriza por un marcado énfasis en la razón, esto es, sobre las facultades

personales del hombre (sic) y en el poder de la observación. Así, el mundo y la realidad

estaban ahí, y sólo era necesario aplicar el método científico para acceder a él, para

descubrirlo, lo cual llegó a verse como un camino adecuado para, en un momento dado, llegar

a conocer la realidad en su totalidad. De aquí, por ejemplo, la idea de las “grandes narrativas”.

Por ello, para la ciencia de corte moderno la realidad tenía un estrecho vínculo con la verdad.

Y como la idea modernista de la verdad no admitía que esta pudiera ser compartida ni que

fuera transitoria (la verdad, como la madre, sólo hay una y para toda la vida), la consecuencia

lógica de esta manera de pensar era que cualquier otra explicación tendría que ser falsa. Por

eso también algunas personas siguen hablando de verdades absolutas y universales, por eso su

resistencia a ver la posibilidad de la existencia de otros puntos de vista o perspectivas. Y no

obstante de que podría ser una buena manera de aproximarse a la realidad del mundo físico o,

incluso, para diseñar fórmulas que pudieran favorecer el desarrollo de una economía más

“efectiva” (aunque aparentemente ya está haciendo aguas por ambos lados), en su

aproximación hacia los asuntos humanos las dificultades se han venido multiplicando. Pero,

para complicar todavía más el asunto, pensando que los problemas humanos estaban

relacionados con la mente y ésta con el cerebro, que es, por lógica, donde se alojaba la

racionalidad, fue que se dio pie para que el modelo médico pudiera eventualmente incursionar

en los ámbitos de la vida cotidiana. Fue así como este modelo eventualmente llegó a

apropiarse de la autoridad científica para decidir sobre todos los comportamientos de las

personas, abarcando, con ello, muchas otras áreas y aspectos que, en principio, no eran de su

competencia (seguramente sin una clara conciencia al respecto), como es el caso de la ética, de

la moral, de los problemas de la vida cotidiana o, incluso, en algunos casos, apropiándose de la

“autoridad científica” para decidir sobre uno mismo, que es, en mi opinión, el asunto más

controvertido de esta particular manera de pensar. Sin embargo, y a pesar de que parece

formar parte de una controversia históricamente rebasada, también tendríamos que reconocer

que muchas de las psicoterapias contemporáneas ha seguido afiliadas a esta manera de pensar,

hablando, por ejemplo, de formas de ser “normales” o “patológicas”, “correctas” e

“incorrectas”, pero, además, como si éstas fueran formas de ser “científicamente

comprobadas”. Son concepciones que nos están impidiendo ver otras posibilidades de vida 3

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(independientemente de que puedan tener resultados exitosos, que seguramente también los

tienen), pero que nos colocan de lleno en la lógica de la modernidad, y dentro de una

perspectiva que nos constriñe a ver el mundo en blanco y negro, de sanos y enfermos, de

buenos y malos, de triunfadores y perdedores; de una perspectiva que nos está impidiendo ver

el mundo rico y complejo de la diversidad.

Se trata de una experiencia del mundo que no está tomando en cuenta que todas las

formas de ser y de pensar están inevitablemente articuladas a un contexto cultural, y que éste,

a su vez, está configurado por un conjunto complejo de creencias y valores construidos por

nosotros mismos, que fue lo que hizo reaccionar de manera furibunda al movimiento

romántico de finales del siglo XIX, sobre todo porque pensaban que la “racionalidad” que

pregonaba la ilustración estaba adquiriendo demasiados poderes y, además, porque amenazaba

al individuo y a sus libertades, a la especie y a su supervivencia. [Pero el caso del movimiento

romántico y sus repercusiones en las estructuras culturales posteriores, aunque fascinante, es

otro tema que no me corresponde analizar aquí.]

No obstante, el punto que sí me gustaría dejar en claro es que nosotros, los terapeutas,

no sólo estamos tratando con frías formas de ser y de pensar (como parece reflejarlo el

discurso de la modernidad), sino que se trata de todo un sistema complejo de significados

con un importante trasfondo de creencias, de valores, de emociones, o de “principios” éticos y

morales, que es, por cierto, uno de los valiosos legados heredados del romanticismo (Berlin,

1999). Pero, aunque parezca una obviedad, me gustaría dejar en claro que se trata de sistemas

de significado que forman parte de este particular momento de la historia, no de otro, pero que

además pueden ser completamente diferentes a los que podrían llegar a surgir en un futuro

cercano, como es el caso de los valores y creencias que están emergiendo con las generaciones

que, literalmente, nos están pisando los talones. Por lo tanto [y aquí está una de las claves de lo

que quería yo subrayar], pienso que no deberíamos dejar de considerar que se trata de formas

de pensar relativas, esto es, relativas a un contexto histórico y social en particular, que no es

otra cosa que las “formas de vida” que se generan en los contextos particulares en donde nos

desenvolvemos. Pero, además [y esta es otra parte interesante del asunto], que se trata de

“formas de vida” o “juegos de lenguaje” que pueden ser alteradas por nosotros mismos, junto

con ese cuerpo complejo de valores y sentimientos que los acompañan.

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Grosso modo, lo que yo creo que está empezando a caracterizar al momento actual, en

parte debido a la globalización, es precisamente la emergencia de una amplia gama de formas

de vida que vienen acompañadas de una carga compleja de valores y emociones. Es el caso,

por ejemplo, de la homosexualidad, que sólo recientemente fue excluida de su clasificación

psiquiátrica como “enfermedad” (aunque algunos “especialistas” sigan sosteniendo lo

contrario), o de las recientes iniciativas de algunos países para legalizar los matrimonios entre

personas del mismo sexo (con la esperada oposición del clero y de las “conciencias” más

conservadoras). Pero, ¿es que antes estábamos equivocados y ahora no? ¿Hemos “avanzado”

lo suficiente como para afirmar que ahora sí hemos logrado reflejar la realidad “tal cual es”?

¿Estamos ante la presencia, ahora sí, de verdades absolutas, objetivas y universales, o estamos

hablando de creencias y valores existentes en este particular momento de la historia? (…)

Piénsenlo ustedes un momento.

Lo que yo creo es que el contexto contemporáneo está repleto de perspectivas, y que

éstas han venido a alterar la rígida configuración de las tradicionales estructuras sociales, lo

cual, a su vez, está favoreciendo la emergencia de un nuevo y complejo cuerpo de premisas y

de significados. Jugando con las metáforas, no es que estas personas hayan “salido del closet”,

sino que por fin pudieron desprenderse de una “clasificación psiquiátrica” que las hacía ver

como enfermas y anormales, para poder sustentar estas formas de ser en “principios” que les

proporcionaran mayor legitimidad como personas. De aquí la controversia existente, por

ejemplo, entre los argumentos de la biología, de la religión, de la sociología o, incluso, del

derecho. Como también es significativo que estas personas, para sustentar las particularidades

de estas formas de ser y de pensar, hayan recurrido a los “principios” esgrimidos en las

estructuras democráticas contemporáneas o a la Declaración Universal de los Derechos

Humanos, y no a la clasificación psiquiátrica del DSM4R de la APA.

Evidentemente que no se trata de pensar que antes estábamos equivocados y ahora no,

o de creer que ahora sí se trata de formas de pensar sustentadas en “la realidad” y antes no, y

tampoco se trata de buscar en la biología una distinción que justifique instrumentar medidas

legales para seguir manteniendo su marginación. La cuestión de fondo, desde la perspectiva

con la que estoy enfocando este asunto, es que se trata de formas de ser y de pensar

construidas socialmente a lo largo de la historia, de complejas estructuras sociales que surgen, 5

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se modifican o desaparecen, y que ahorita estamos experimentando la emergencia de nuevas

formas de ser y de pensar que, entre otras cosas, nos están exigiendo su derecho a la

existencia. Pero también por eso deberíamos tener mucho cuidado, pues no todo es tan

sencillo (como pudiera parecerlo la situación antes mencionada), porque el trastocamiento de

las creencias y valores tradicionales también está produciendo conflictos a los que tendríamos

que prestarles una especial atención. Es el caso, por ejemplo, de España, donde estamos

viendo un alarmante incremento de personas que han asesinado a sus parejas y después se han

suicidado, incluso en algunos casos arrastrando con ellos a sus hijos. O los brutales asesinatos

de mujeres en nuestra República Mexicana, eufemísticamente mencionadas como “las muertas

de Juárez”1. Se trata de “fenómenos” que nos están conminando a ponerle mayor distancia a

los modelos que hablan de “enfermedades mentales”, que no nos dicen nada, para empezar a

buscar formas más efectivas de enfrentar los “problemas de la vida” (Szasz, 1960) que están

emergiendo en este nuevo mundo globalizado, en esta “aldea global” que ya nos adelantaba

Marshall McLuhan.

A final de cuentas, lo que tenemos es un mundo en constante transformación, como

también es posible que se trate de una época de transición, como lo fue el renacimiento

europeo para el surgimiento de la ilustración. Esto es, por un lado seguimos teniendo presente

las formas de ser y de pensar de la modernidad, que se resiste a ser echada de la historia, y por

otro lado tenemos las perspectivas que están emergiendo como formas de vida alternativas.

Sin embargo, lo interesante de todo esto es que las formas de pensar de la

postmodernidad, al no ser excluyentes, al mismo tiempo contemplan la posibilidad de la

convivencia con aquélla, como también a veces me parece que rescata algunas preocupaciones

del movimiento romántico del siglo XIX. Es el caso, por ejemplo, de su noción acerca del

carácter imperfecto de los arreglos humanos, o de que ninguna respuesta puede hacer reclamos

de perfección y verdad, o de la existencia de una pluralidad de valores, o su convicción de que

el logro de los seres humanos no consiste en conocer los valores, sino en crearlos. Con todo, a

diferencia de los pensadores alemanes que impulsaron este interesante movimiento, a mí me

parece que algunos de los teóricos de la postmodernidad han venido elaborando argumentos

1 Porque se trata de jóvenes mujeres que fueron humilladas como personas y brutalmente asesinadas, para después tirarlas al campo como si fueran despojos.

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más convincentes para enfrentar (o complementar) el “discurso duro de la modernidad”, y

porque ésta, en su vínculo con un sistema económico perverso, está dejando en ruinas nuestro

planeta.

¿Saben ustedes cuántos niños mueren al día por causas que podrían ser evitables?

Según el informe sobre desarrollo humano 2005, del Programa para el Desarrollo de las

Naciones Unidas, la cifra es de 30,000 niños. ¿Pueden ustedes imaginarse esta cifra? Para que

se den una idea, sólo en la hora que dura esta conferencia estamos hablando de 1,250 niños

que van a morir por causas que pueden ser evitables. Como lo señaló un editorial de un

periódico de circulación internacional, estas cosas “… son la vergüenza de nuestra

civilización, el espejo que refleja la imagen más repugnante de nosotros mismos, de nuestra

ineficacia, dejadez y abandono”2. [Pero este es otro asunto que tampoco me corresponde

analizar aquí, aunque a veces me parece fuera necesario.]

¿Cuáles son los escenarios que nos presenta la postmodernidad y cuáles serían esas

“formas más efectivas” que podríamos incorporar a nuestro quehacer profesional como

terapeutas? ¿De qué nuevos elementos conceptuales podríamos disponer para enfrentar las

configuraciones sociales que están emergiendo? Piénsenlo otro momento.

Por principio de cuentas, como ya lo apuntan algunos teóricos sociales

contemporáneos (como Pablo González Casanova, Immanuel Wallerstein, o Boaventura de

Souza Santos), me parece que tendríamos que empezar a considerar que la realidad es mucho

más compleja de lo que nos lo hacían ver algunos planteamientos anteriores. Y, como también

lo han venido mencionando algunos otros importantes autores (como Michel Foucault,

Kenneth Gergen o Tomás Ibáñez), que más que tratar de describir cómo es la realidad o cómo

son las cosas del mundo, lo que tendríamos que hacer es pensar en cómo nos gustaría que

fueran, lo cual, como se podrá ver, nuevamente nos coloca en un contexto de valores, como

para ponernos seriamente a pensar en qué tipo de valores podríamos o deberíamos incorporar

a nuestra práctica profesional como terapeutas. De aquí la importancia, creo yo, de buscar

2 Esto lo menciona el editorial del periódico El País (Agosto 24, 2005) cuando describe la grave situación por la que está atravesando uno de los países del continente africano.

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nuevas analogías y nuevos conceptos que nos permitan enriquecer nuestro quehacer como

terapeutas.

Como lo señalé en otro momento (Limón, 2005), si nos diéramos a la tarea de

investigar el mundo de las ideas, seguramente podríamos observar cómo a lo largo de la

historia han surgido ideas y formas de acción derivadas de diferentes áreas del conocimiento o

formas de expresión humana, y, con ello, constatar que es común recurrir a este mecanismo

para darle forma a un pensamiento, para buscarle coherencia a una idea, para comunicarnos

con los demás en nuestra vida cotidiana, o para derivar un modelo terapéutico o científico que

nos ayude a configurar una explicación.

Particularmente me refiero a la utilización de conceptos provenientes de otras áreas del

conocimiento, por ejemplo de la filosofía hermenéutica o del construccionismo social, con lo

cual, en mi opinión, se está favoreciendo la configuración de un nuevo “marco teórico” o

“sistema de inteligibilidad” para la psicoterapia. Pero también me estoy refiriendo a un nuevo

cuerpo de metáforas que bien podría proporcionarnos mejores elementos para ayudar a las

personas con problemas, como es el diálogo en lugar de la violencia, la negociación en lugar

de la imposición, el respeto y la tolerancia en lugar de la exclusión, o el derecho a ser

diferente, que es, permítanme señalarlo, una de las tantas formas de pensar que se han venido

consolidando en este particular momento histórico que nos tocó vivir. Y aclaro que se trata de

una de las tantas formas de pensar, porque existen otras que aparentemente están produciendo

lo contrario, pero que desafortunadamente también forman parte del contexto histórico

contemporáneo, como es el caso de aquéllas que han relacionado la teoría de la evolución

darwiniana a la supuesta “evolución” de la sociedad, pues son formas de pensar que

promueven la competencia y la “supervivencia del más apto”. Que es, por cierto, el trasfondo

ideológico de la engañosa distinción entre “ganadores” y “perdedores” que hace pocas

décadas empezó a colarse en la estructura lógica de las sociedades contemporáneas (sobre

todo a través de las series de televisión y películas norteamericanas), “donde los niños crecen

con la idea de que el que nada tiene es porque no ha sabido hacerlo, esa mentirosa cantinela de

que el triunfo sólo depende del empuje personal”3. [Que se lo digan a uno de los 30,000 niños

que mueren al día por causas que podrían ser evitables. Y aunque este es otro asunto que 3 Elvira Lindo, periódico El País, septiembre 7 del 2005, p.56.

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tampoco me corresponde comentar aquí, sí creo que es un buen ejemplo de cómo “emigran” y

se “asimilan” formas de ser y de pensar provenientes de otros contextos culturales, y también

es un buen ejemplo de la forma como está operando la globalización.]

Regresando a mi planteamiento, y sin pretender desacreditar otras propuestas

terapéuticas (tanto de la terapia familiar como de las llamadas “narrativas” o “postmodernas”,

pues estoy plenamente convencido de que todas ellas cuentan con mecanismos efectivos para

ayudar a las personas con problemas), pienso que sería interesante ponderar la posibilidad de

incluir más abiertamente algunos de estos elementos en nuestras formas contemporáneas de

hacer terapia.

Con todo, y no obstante que algunos teórico contemporáneos hablan de la

postmodernidad como una nueva “conciencia colectiva”, o se refieren a ella como “una

manera diferente de ver el mundo”, o que incluso nos han proporcionado interesantes

reflexiones al respecto, me parece que todavía no disponemos de indicios más precisos para

conocer por dónde tendríamos que caminar. Que son, tengo que reconocerlo, cuestiones

difíciles de abordar.

“¿De qué manera se encuentran relacionadas estas experiencias fundamentales de la

locura, el sufrimiento, la muerte, el crimen, el deseo, la individualidad?” se preguntaba

Foucault allá por los años 70, para posteriormente responder que estaba convencido que jamás

hallaría la respuesta, pero que eso no significaba que debiéramos renunciar a plantearnos la

pregunta. No obstante, para el caso de la psicoterapia, quizá algunas de estas preocupaciones

podrían estar tentativamente dirigidas a liberar a las personas de esas formas de ser y de

pensar que les están impidiendo ver otras posibilidades de vida, a liberarlas de esas formas de

subjetivación que, como lo señala Vattimo (1994), las tienen atrapadas… como peces en una

red.

No obstante que estos han sido algunos de los temas a los que les he dedicado buena

parte de mi trabajo, me gustaría dejar muy claro que no estoy presentando una propuesta para

dejar de hacer lo que estamos haciendo, o que descalifique otras formas de hacer terapia. Y

tampoco pretendo presentar mi punto de vista como una alternativa para todos los problemas. 9

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Sería una pretensión desmesurada, sobre todo cuando estoy hablando de la existencia de

múltiples perspectivas y del respeto por la pluralidad. Solamente les estoy presentando algunas

de mis preocupaciones, lo cual, como le ocurrió a Foucault, me han llevado a interesarme en la

manera como se han venido alterando los sistemas de significado a lo largo de la historia, a ver

la forma en que éstos pueden llegar a incorporarse a nuestra vida cotidiana, y a analizar la

manera en que podrían estar involucrados en una problemática en particular. Pero al mismo

tiempo son preocupaciones que me han permitido reparar en ciertos mecanismos

conversacionales que podrían ayudarnos “ampliar los márgenes de libertad” de algunas

restringidas formas de pensar que, habría que subrayarlo, pueden estar produciendo un

problema. De aquí que me haya atrevido a trasladar a los ámbitos de la terapia algunos

planeamientos de la postmodernidad, de la filosofía hermenéutica y del construccionismo

social.

Me refiero, en concreto, a la posibilidad de involucrarnos con las personas en un

diálogo interpretativo que les permita ampliar sus propios márgenes de libertad, para, entre

otras cosas, tratar de ver con ellos las posibilidades de llegar a pensar de una manera diferente

(penser autrement). Pero, sobre todo, para involucrarnos con ellos en una conversación

creativa que les permita ponderar la posibilidad de realizar un proyecto de vida alternativo.

Pero ¿qué proyecto de vida alternativo? me preguntarán ustedes [lo cual, tengo que

confesarlo, representa uno de los puntos críticos de lo que estoy queriendo desarrollar].

Evidentemente que sería pretencioso de mi parte sugerir que nosotros les dijéramos a las

personas cuál es o cómo tendría que ser ese proyecto de vida. Y tampoco sería una postura

muy postmoderna que digamos. Pero ¿entonces, por dónde tendríamos que conducir una

conversación terapéutica de esta naturaleza? No obstante que existen posturas que califican de

“experto” al “cliente”, como lo han destacado Anderson y Goolishian (1992) (con quienes

comparto una gran afinidad teórica, y con Harlene, incluso, un afecto especial), a mí me

parece que también habría que considerar la posibilidad de lo contrario, esto es, de que “el

cliente” no sólo no sea un experto, sino que incluso pueda estar atrapado en una manera de

pensar muy restringida, o en un contexto relacional limitante (como el pez en la red de

Vattimo), o que ignore, como nosotros, cuáles son las posibilidades disponibles en este nuevo

contexto de creencias y valores. Lo cual, como podrán ver, nos coloca en una postura muy

delicada y de gran responsabilidad. No obstante, la idea, aunque planteada de manera muy 10

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escueta, es involucrarnos con ellos en una conversación creativa pero respetuosa, en un

diálogo hermenéutico que les permita acceder a nuevas maneras de interpretar la experiencia,

a nuevas formas de subjetivación que les permita considerar la posibilidad de la existencia de

formas de vida alternativas, de “juegos de lenguaje” más satisfactorios o menos conflictivos.

Pero ¿cuáles serían los elementos pertinentes para acceder, como diría Foucault, a esas

“nuevas formas de subjetivación”? Aunque ésta tampoco es una pregunta sencilla, la idea a la

que he llegado, por lo pronto, es a tratar de incluir en mis “conversaciones terapéuticas”

aquéllos “sistemas de significado” que en este particular momento de nuestra historia han

estado proporcionándole sentido a las formas emergentes de ser y de pensar. Esto es, a

privilegiar el diálogo en lugar de la violencia, la negociación en lugar de la imposición, el

respeto y la tolerancia en lugar de la exclusión, el derecho que todos tenemos a ser como

somos o a ser de una manera diferentes, y a aceptar y respetar la diversidad, entre otras

muchas creencias y valores que han venido a pasar a primer plano en este particular momento

de la historia.

Es aquí donde yo he pensado contemplar las “prácticas de libertad” que se ejercían

en la antigua civilización griega como una tentativa guía metafórica para mi manera de ejercer

la psicoterapia, pero, sobre todo, incluyendo en mis conversaciones terapéuticas aquéllos

“ejercicios” que estaban estrechamente relacionados con el “cuidado” o “cultivo de uno

mismo” a los que se refería Foucault. Son ejercicios, ahora parafraseando a Wittgenstein, en

donde están involucrados los “juegos de lenguaje” de las personas que acuden con nosotros a

terapia. Pero como se trata de “juegos de lenguaje” que están incrustados en particulares

“formas de vida”, como también lo señalara este autor, me parece que el vehículo

privilegiado para realizar estas “prácticas de libertad” está coherentemente identificado con

el lenguaje, esto es, con las conversaciones terapéuticas de corte hermenéutico o

interpretativo. Que es, también (ni siquiera habría que decirlo), el vehículo privilegiado para

el ejercicio profesional de nuestra disciplina.

En este sentido, como lo menciona Foucault (1994a), en el mundo griego antiguo el

“cuidado de uno mismo” era el modo mediante el cual la libertad individual contenía un

importante contenido ético, pero de una ética que tenía que ver con la manera de conducirse en

sociedad. Y para que esta práctica de la libertad pudiera adoptar la forma de un ethos bueno,

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bello, honorable, estimable, memorable, y que pudiera servir de ejemplo, era necesario todo un

trabajo sobre uno mismo.

Por ello, para conducirse bien y practicar la libertad como era debido, para los griegos

de la antigüedad era indispensable ocuparse y cuidar de sí para conocerse, formarse y

superarse a sí mismos, así como para controlar los apetitos que podían dominarlos. Por eso la

libertad, a decir de Foucault, era un tema fundamental para los griegos y, sobre todo, no ser

esclavo (no ser esclavo de otra ciudad, de los que los rodeaban, de los que los gobernaban y de

sus propias pasiones). Y así como ser libre significaba no ser esclavo de sí mismo ni de los

propios apetitos, esto al mismo tiempo implicaba establecer una cierta relación de dominio con

uno mismo.

Es por eso que en mi práctica profesional he considerado fundamental incluir en la

conversación algunos sesgos discursivos que contemplen las formas de ser y de pensar

existentes en el momento actual (lo válido, lo permitido, lo ético, etcétera), diferenciándolo de

épocas y contextos del pasado. Esto es importante sobre todo si estamos de acuerdo con Sluzki

(1984) en que muchas de las "enfermedades" del pasado ahora son una peculiaridad o una

idiosincrasia; o si pensamos que algunas de las patologías o pecados del pasado ahora se han

convertido en derechos humanos (Limón, 1997).

Es en este sentido donde he pensado que quizá nuestro papel como terapeutas pudiera

estar más cercano al papel considerado por Foucault para los intelectuales, esto es, a cambiar

algo en el espíritu de la gente. Esto es, a enseñarles que son mucho más libres de lo que se

sienten, y que lo que ellos aceptan como verdad o evidencia ha sido construido durante cierto

momento de la historia. Pero, además, que esa pretendida evidencia puede ser alterada por

nosotros mismos (Foucault, 1988)4.

La idea es poder involucrarnos con ellos en un proceso conversacional, de corte

interpretativo, que podría facilitarles analizar sus propias prácticas discursivas, y de una

sagaz pero cautelosa conversación que nos ayude a ver hasta qué punto es posible penser

autrement, pero, sobre todo, de un proceso que les permita a las personas ampliar sus

4 En la referencia original Foucault dice que “esa pretendida evidencia puede ser criticada o destruida”, refiriéndose, en general, al papel que deberían jugar los intelectuales, aunque en su traslado hacia los ámbitos de la terapia yo le hice algunos ajustes pertinentes.

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propios márgenes de libertad para, con ello, considerar la posibilidad de promover "el

cuidado de sí mismo" que se practicaba en el mundo griego antiguo.

Con todo, e independientemente de la valiosa herencia cultura que nos legó el mundo

griego de la antigüedad, también habría que tomar en cuenta que para ellos el conocimiento y

la racionalidad eran una característica individual. Pero ojo: era una característica individual del

hombre, no de la mujer, que fue el sesgo conceptual que retomó el movimiento ilustrado del

siglo XVIII, pero, además, que sigue estando presente en muchas formas de pensar

contemporáneas. Y no obstante que durante el romanticismo se empezaron a cuestionar esos

extraordinarios poderes que estaba adquiriendo la “racionalidad científica” de la ilustración, es

básicamente con el advenimiento del pensamiento postmoderno cuando empieza a

cuestionarse la preeminencia de la razón como vehículo privilegiado para hablar acerca de la

realidad, y cuando empieza a considerarse al mundo como una creación nuestra. Me refiero a

esta nueva forma de pensar que considera que la realidad es una construcción social, y donde

las relaciones que se gestan entre nosotros suelen ser uno de los elementos cruciales para,

precisamente, la construcción social de la realidad, que es, permítanme señalarlo, algo que

ya venía apuntando Gregory Bateson y que posteriormente vino a recalcar Kenneth Gergen

(1994). Aunque también me estoy refiriendo a un contexto relacional en donde el lenguaje

está jugando un papel crucial, pues, como antes lo señalé, es precisamente éste el vehículo

privilegiado…, pero no “para reflejar la realidad tal como es” (como dirían los modernos),

sino para su construcción (como dicen los postmodernos).

Por eso, aunque en un principio llegué a considerar la idea del “ cultivo de uno mismo”

como una posible “guía metafórica” para la psicoterapia, ahora, en el contexto relacional

antes descrito, he preferido ampliarla para incluir algunos elementos sustantivos al contexto

social contemporáneo, mismos que podrían llegar a configurar un proyecto de vida alternativo

que contemple, en su desarrollo, el cuidado, cultivo y disfrute de sí mismo, en pareja y con

la familia (Limón, 2005), lo cual ya incorpora las inquietudes relacionales de Bateson y

Gergen. Pero, además de lo anterior, al mismo tiempo me parece una “guía” conceptualmente

cercana a la idea de “calidad de vida” que ha empezado a hacerse presente en nuestros

escenarios cotidianos. Aunque también podríamos hablar de ciertas “prácticas de libertad”

que, como lo llegó a plantear Foucault (1994b) en sus últimos años, podría involucrarlos en un 13

Page 14: TERAPIAS POSMODERNAS.

proceso de vida que les permitiera acceder a lo que este autor identificó como “estética de la

existencia”.

Se trata, en concreto, y ya para terminar, de una manera de ejercer la psicoterapia que,

aunque con dificultades, me ha permitido incorporar algunos elementos discursivos para

ayudar a las personas a liberarse de ciertas inercias culturales inmovilizantes, desfavorables o

peligrosas, para uno mismo o para terceras personas. Pero también se trata de una

conversación terapéutica, de corte interpretativo, que les pueda permitir encontrar nuevas

formas de subjetivación (penser autrement) y nuevas formas de relacionarse, como para

ayudarles a ponderar las ventajas, riesgos y posibilidades de un proyecto de vida alternativo,

que son, en mi opinión, algunos de los elementos que deberían merecer nuestra atención como

terapeutas.

Referencias- Anderson, H. y Goolishian, H. (1992) El experto es el cliente: la ignorancia como enfoque

terapéutico. En S. McNamee y K. Gergen, La Terapia como Construcción Social. Barcelona: Paidós, 1996, 45-59.

- Berlin, I. (1996) El Sentido de la Realidad. Madrid: Taurus, 1998.- Berlin, I. (1999) Las Raíces del Romanticismo. Madrid: Taurus, 2000.- Foucault, M. (1988) Michel Foucault; Tecnologías del Yo y Otros Texos Afines. Barcelona:

Paidós/I.C.E.-U.A.B., 1995.- Foucault, M. (1994a) Hermenéutica del Sujeto. Madrid: Ediciones de la Piqueta.- Foucault, M. (1994b) Estética, Ética y Hermenéutica. Barcelona: Paidós.- Gergen, K. (1994) Realidades y Relaciones. Barcelona: Paidós, 1996.- Limón, G. (1997) Psicoterapia y postmodernidad; perspectivas y reflexiones. Redes (Revista

de Psicoterapia Relacional e Intervenciones Sociales), E.T.F. Sant Pau, Grupo Dictia, Vol.II, No.1, 53-69.

- Limón, G. (2005) El Giro Interpretativo en Psicoterapia. Terapia, narrativa y construcción social. México: Ed. Pax.

- Szasz, T. (1960) El mito de la enfermedad mental. En T. Millon (ed.) Psicoterapia y Personalidad. Ed. Interamericana, 1980, 59-76.

- Vattimo, G. (1994) Más allá de la Interpretación. Barcelona: Paidós, I.C.E., U.A.B.

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