Texto de Orientación Sobre La Confianza y La Solidaridad

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Texto de Orientación sobre la confianza y la solidaridad (I) Enviado por CCIonline el Noviembre 12, 2009 - 6:10pm. Publicamos a continuación amplios extractos de la primera parte de un texto de orientación discutido en la CCI durante el verano del 2001 y adoptado por la Conferencia extraordinaria de nuestra organización a finales de marzo del 2002. El texto se refiere a las dificultades organizativas qua ha atravesado la CCI durante el período reciente, de las cuales ya hemos dado parte en nuestro artículo “El combate por la defensa de los principios organizativos” publicado en la Revista internacional nº 110, así como en nuestra prensa territorial. Al no poder aquí repetir lo que se ha dicho en estos artículos, animamos al lector a remitirse a ellos para lograr una mayor comprensión de las cuestiones tratadas. Hemos añadido al texto, sin embargo, cierta cantidad de notas para facilitar la lectura así como también hemos vuelto a formular ciertos pasajes que solo eran comprensibles para los militantes de la CCI –pues hacen referencia a discusiones internas–, y podían resultar herméticos para el lector. “ Non ridere, non lugere, neque detestari, sed intelligere” (“Ni reír, ni llorar, ni maldecir sino comprender”) La Ética, B. Spinoza Los debates actuales en la CCI sobre la solidaridad y de la con-fianza comenzaron en los años 1999 y 2000, en respuesta a una serie de debilidades, habidas en el seno de nuestra organización, relacionadas con esos problemas fundamentales. Detrás de incumplimientos concretos en la afirmación de la solidaridad hacia algunos camaradas con dificultades, hemos identificado una debilidad más profunda para desarrollar una actitud permanente y cotidiana de solidaridad entre los militantes. Detrás de ciertas manifestaciones repetidas de inmediatismo a la hora de analizar la lucha de clases y de intervenir en ella (la negativa, por ejemplo, a reconocer la amplitud del retroceso desde 1989) y detrás de una tendencia marcada a consolarnos con “pruebas inmediatas” que supuestamente confirmarían el curso histórico, hemos puesto en evidencia una carencia fundamental de confianza en el proletariado y en nuestro propio marco de análisis. Detrás de la degradación del tejido organizativo que empezó a concretarse particularmente en la sección de la CCI en Francia, hemos sido capaces de reconocer no sólo una falta de confianza entre distintas partes de la organización sino también desconfianza en nuestro propio modo de funcionamiento. Por otra parte, el haber tenido que encarar algunas expresiones de falta de confianza en nuestras posiciones fundamentales, en nuestros análisis históricos y principios organizativos, de desconfianza entre camaradas y órganos de centralización, nos ha obligado a ir más allá de cada caso particular y plantearnos las cosas de manera más general y fundamental y por lo tanto de manera teórica e histórica. Más en particular, la reaparición del clanismo (1) en el corazón mismo de la organización nos ha exigido profundizar nuestra comprensión de esas cuestiones. Como lo recoge la resolución de actividades del XIVº Congreso de la CCI: “… el combate de los años 90 estaba necesariamente dirigido contra el espíritu de círculo y los clanes. Pero, como ya lo dijimos entonces, los clanes eran una falsa respuesta a un problema real: el de la falta de confianza y de solidaridad proletarias en el seno de nuestra organización. Por eso es por lo que la abolición de los clanes existentes no ha resuelto automáticamente ni el problema de la creación en la organización de un espíritu de partido ni el de la instauración de

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Texto de Orientación sobre la confianza y la solidaridad (I)Enviado por CCIonline el Noviembre 12, 2009 - 6:10pm. Publicamos a continuación amplios extractos de la primera parte de un texto de orientación discutido en la CCI durante el verano del 2001 y adoptado por la Conferencia extraordinaria de nuestra organización a finales de marzo del 2002. El texto se refiere a las dificultades organizativas qua ha atravesado la CCI durante el período reciente, de las cuales ya hemos dado parte en nuestro artículo “El combate por la defensa de los principios organizativos” publicado en la Revista internacional nº 110, así como en nuestra prensa territorial.Al no poder aquí repetir lo que se ha dicho en estos artículos, animamos al lector a remitirse a ellos para lograr una mayor comprensión de las cuestiones tratadas. Hemos añadido al texto, sin embargo, cierta cantidad de notas para facilitar la lectura así como también hemos vuelto a formular ciertos pasajes que solo eran comprensibles para los militantes de la CCI –pues hacen referencia a discusiones internas–, y podían resultar herméticos para el lector.“ Non ridere, non lugere,neque detestari, sed intelligere”(“Ni reír, ni llorar, ni maldecir sino comprender”) La Ética, B. SpinozaLos debates actuales en la CCI sobre la solidaridad y de la con-fianza comenzaron en los años 1999 y 2000, en respuesta a una serie de debilidades, habidas en el seno de nuestra organización, relacionadas con esos problemas fundamentales. Detrás de incumplimientos concretos en la afirmación de la solidaridad hacia algunos camaradas con dificultades, hemos identificado una debilidad más profunda para desarrollar una actitud permanente y cotidiana de solidaridad entre los militantes. Detrás de ciertas manifestaciones repetidas de inmediatismo a la hora de analizar la lucha de clases y de intervenir en ella (la negativa, por ejemplo, a reconocer la amplitud del retroceso desde 1989) y detrás de una tendencia marcada a consolarnos con “pruebas inmediatas” que supuestamente confirmarían el curso histórico, hemos puesto en evidencia una carencia fundamental de confianza en el proletariado y en nuestro propio marco de análisis. Detrás de la degradación del tejido organizativo que empezó a concretarse particularmente en la sección de la CCI en Francia, hemos sido capaces de reconocer no sólo una falta de confianza entre distintas partes de la organización sino también desconfianza en nuestro propio modo de funcionamiento.Por otra parte, el haber tenido que encarar algunas expresiones de falta de confianza en nuestras posiciones fundamentales, en nuestros análisis históricos y principios organizativos, de desconfianza entre camaradas y órganos de centralización, nos ha obligado a ir más allá de cada caso particular y plantearnos las cosas de manera más general y fundamental y por lo tanto de manera teórica e histórica.Más en particular, la reaparición del clanismo (1) en el corazón mismo de la organización nos ha exigido profundizar nuestra comprensión de esas cuestiones. Como lo recoge la resolución de actividades del XIVº Congreso de la CCI:“… el combate de los años 90 estaba necesariamente dirigido contra el espíritu de círculo y los clanes. Pero, como ya lo dijimos entonces, los clanes eran una falsa respuesta a un problema real: el de la falta de confianza y de solidaridad proletarias en el seno de nuestra organización. Por eso es por lo que la abolición de los clanes existentes no ha resuelto automáticamente ni el problema de la creación en la organización de un espíritu de partido ni el de la instauración de una verdadera fraternidad en nuestras filas, ya que su resolución sólo puede ser el resultado de un esfuerzo profundamente consciente.“A pesar de haber insistido, en aquel entonces, en que el combate contra el espíritu de círculo es permanente, ha subsistido la idea según la cual –como fue ya el caso en tiempos de la Primera y Segunda internacionales– el problema estaba básicamente ligado a una fase de inmadurez ya superada..“En realidad, tanto el peligro del espíritu de círculo como el del clanismo están hoy todavía más presentes y son más insidiosos que lo fueron en la época de Marx contra Bakunin o la de Lenin contra el menchevismo. De hecho, existe un paralelismo entre las dificultades actuales de la clase en su conjunto para recuperar tanto su identidad de clase como sus reflejos elementales de solidaridad entre los proletarios que la componen, y las dificultades de la organización de revolucionarios para mantener un espíritu de partido en el funcionamiento cotidiano.“En ese sentido, al plantearnos las cuestiones de la confianza y la solidaridad como cuestiones centrales del periodo histórico, la organización ha iniciado la continuación de la lucha de 1993, agregándole una dimensión “en positivo” y profundizando pues en el sentido de armarse contra la intrusión de errores organizativos de naturaleza pequeño burguesa.”El debate actual concierne así, directamente, tanto la defensa como, incluso, la supervivencia de la organización. Y precisamente por estas razones es esencial desarrollar al máximo todas las implicaciones teóricas e históricas de esas cuestiones. Por esto, en relación con los problemas organizativos a los que estamos hoy enfrentados, existen dos enfoques fundamentales: uno, la puesta al desnudo de las debilidades organizativas y de las incomprensiones que han permitido el resurgir del clanismo, y otro, el análisis concreto del desarrollo de esta dinámica. De ambos se ocupará el informe que presentará la Comisión de

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investigación (2). Este Texto de orientación, por su parte, trata esencialmente de elaborar un marco teórico que permita una comprensión histórica en profundidad y una resolución de esos problemas.De hecho, es esencial comprender que el combate por el espíritu de partido tiene una dimensión teórica indispensable. Ha sido precisamente la pobreza del debate sobre la confianza y la solidaridad, hasta el presente, uno de los factores que más ha potenciado el desarrollo del clanismo. El hecho mismo de que este Texto de orientación haya sido escrito no al iniciarse el debate sino un año después, es testimonio de las dificultades que la organización ha tenido hasta ser capaz de encarar esas cuestiones. Pero la mejor prueba de esas debilidades es el hecho que el debate sobre la confianza y la solidaridad ha estado acompañado… ¡de un deterioro sin precedentes de los lazos de confianza y de solidaridad entre camaradas!Estamos aquí, en realidad, ante problemas fundamentales del marxismo, que son la base misma de nuestra comprensión de la naturaleza de la revolución proletaria, que son parte íntegra de la plataforma y de los estatutos de la CCI. En este sentido, la pobreza del debate nos recuerda que los peligros de atrofia teórica, de esclerosis, son permanentes para una organización revolucionaria.La tesis central de este Texto de orientación es que la dificultad para desarrollar en la CCI una confianza y una solidaridad profundamente arraigadas ha sido un problema fundamental a lo largo de toda su historia. Esta debilidad es a la vez el resultado de las características esenciales del periodo histórico que se abre en 1968. Es una debilidad no únicamente de la CCI sino de toda la generación de proletarios involucrada en este período. Como pone de relieve la resolución del XIVo Congreso:“Es un debate que debe movilizar al conjunto de la CCI hacia una reflexión profunda ya que contiene las potencialidades para intensificar nuestra comprensión tanto de lo que es la construcción de una organización dotada de una vida verdaderamente proletaria como del período histórico en el que estamos viviendo.” Lo que por lo tanto está en juego va más lejos que la cuestión organizativa en sí misma. Particularmente, la cuestión de la confianza afecta a todos los aspectos de la vida del proletariado y del trabajo de los revolucionarios –del mismo modo que la desconfianza en la clase se manifiesta igualmente por el abandono de las adquisiciones programáticas y teóricas.1. Los efectos de la contrarrevolución sobre la confianza en sí y sobre las tradiciones de solidaridadde las generaciones contemporáneas del proletariadoa) En la historia del movimiento marxista, no hemos encontrado un solo texto escrito sobre la confianza o sobre la solidaridad. Y, sin embargo, esas cuestiones son centrales en muchas de las contribuciones fundamentales del marxismo, desde La Ideología alemana y El Manifiesto comunista hasta ¿Reforma social o revolución? y El Estado y la revolución. La ausencia de una discusión específica sobre estas cuestiones en el movimiento obrero pasado no indica que tengan un carácter secundario. Todo lo contrario. Son tan fundamentales y evidentes que nunca fueron planteadas por sí ni en sí mismas sino, siempre, en respuesta a otros problemas planteados.Si estamos obligados hoy a dedicar un debate específico y un estudio teórico a esos temas, es porque han perdido su carácter de “evidencia”.Esta pérdida es el resultado de la contrarrevolución que comenzó en los años veinte y de la ruptura de la continuidad orgánica de las organizaciones políticas proletarias que esa ruptura causó. Por esta razón, para entender lo que significa experiencia de confianza y de solidaridad vivas en el seno del movimiento obrero, es necesario distinguir dos fases en la historia del proletariado. Durante la primera fase, que va desde los inicios de su autoafirmación como clase autónoma hasta la oleada revolucionaria de 1917 a 1923, la clase obrera fue capaz, a pesar de una serie de derrotas a menudo sangrientas, de desarrollar de manera más o menos contínua su confianza en sí misma y su unidad política y social. Las manifestaciones más importantes de esa capacidad fueron, además de las luchas obreras mismas, el desarrollo de una visión socialista, de una capacidad teórica, de una organización política revolucionaria. Esta acumulación, resultado de un trabajo de decenios y de varias generaciones de proletarios fue interrumpida, incluso destrozada, por la contrarrevolución. Sólo minúsculas minorías revolucionarias fueron capaces de mantener su confianza en el proletariado durante los decenios posteriores. Al poner fin a la contrarrevolución, el resurgir histórico de la clase obrera en 1968 empezó a darle la vuelta a esa tendencia. Sin embargo, las expresiones de confianza en sí y de solidaridad de clase de esta nueva generación proletaria no derrotada permanecieron en su mayor parte arraigadas en las luchas inmediatas. No se basaban todavía, como en el periodo anterior a la contrarrevolución, en una visión socialista ni en una formación política, en una teoría de clase ni en la transmisión de la experiencia acumulada y la comprensión teórica de una generación a otra. En otros términos, la confianza en sí, histórica, del proletariado, y su tradición de unidad activa y de combate colectivo son uno de los aspectos de su combate que más ha sufrido la ruptura de la continuidad orgánica. Igualmente, son los aspectos más difíciles de restablecer ya que dependen, más que muchos otros, de una continuidad política y social vivas. Esto da lugar a su vez a una particular vulnerabilidad de las nuevas generaciones de la clase y de sus minorías revolucionarias.

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Primero y ante todo, fue la contrarrevolución estalinista lo que más contribuyó en socavar la confianza del proletariado en su propia misión histórica, en la teoría marxista y en las minorías revolucionarias. El resultado es que el proletariado desde 1968 tiende, más que las generaciones no derrotadas del pasado, a padecer el peso del inmediatismo, de la ausencia de una visión histórica a largo plazo. Al haberle robado gran parte de su pasado, la contrarrevolución y la burguesía de hoy han privado al proletariado de una visión clara de su futuro sin la cual la clase no puede desplegar una confianza más profunda en su propia fuerza.Lo que distingue al proletariado de cualquier otra clase social de la historia es que desde su primera intervención como fuerza social independiente, ya propuso un proyecto de sociedad futura, basado en la propiedad colectiva de los medios de producción; como primera clase en la historia cuya explotación está basada en la separación radical entre productores y medios de producción y en la sustitución del trabajo individual por el trabajo socializado, su lucha de liberación se caracteriza por el hecho de que su combate contra los efectos de la explotación (común de todas las demás clases explotadas) ha estado siempre ligado al desarrollo de una visión de la sociedad en la que no cabe la explotación. Primera clase en la historia que produce de manera colectiva, el proletariado está llamado a fundar la nueva sociedad sobre una base colectiva consciente. Puesto que es incapaz, en tanto que clase sin propiedad, de ganar ningún poder en el seno de la sociedad actual, el significado histórico de su lucha de clase contra la explotación le revela a sí mismo y a la sociedad en su conjunto, el secreto de su propia existencia: ser el enterrador de la explotación y  de la anarquía capitalistas.Por esta razón la clase obrera es la primera clase para la cual la confianza en su propia misión histórica es inseparable de la solución que ella aporta a la crisis de la sociedad capitalista.Esta situación excepcional del proletariado, al ser la única clase de la historia que es a la vez explotada y revolucionaria, tiene dos consecuencias importantes:

su confianza en sí mismo es ante todo su confianza en el futuro y está por lo tanto basada, en un grado significativo, en un método histórico;

desarrolla en su lucha cotidiana un principio que corresponde a la tarea histórica que debe llevar a cabo, la solidaridad de clase, expresión de su unidad.

La dialéctica de la revolución proletaria es, pues, esencialmente la de la relación entre el objetivo y el  movimiento, entre la lucha contra la explotación y la lucha por el comunismo. La inmadurez natural de los primeros pasos de la “infancia” de la clase en el escenario histórico se caracteriza por un paralelismo entre el desarrollo de las luchas obreras y el de la teoría del comunismo. La interconexión entre ambos polos no fue entendida al principio por los propios participantes. Esto se reflejó, por un lado, en el carácter, a menudo ciego e instintivo, de las luchas obreras y, por otro, en el utopismo del proyecto socialista.La maduración histórica del proletariado unió esos dos elementos. Esa maduración se concretó en las revoluciones de 1848-49 y sobre todo en el nacimiento del marxismo, la comprensión científica del movimiento histórico y del objetivo final del proletariado.Dos décadas más tarde, la Comuna de Paris, producto de esa maduración, revela la esencia de la confianza del proletariado en su propio papel: la aspiración a tomar la dirección de la sociedad para transformarla según su propia visión política.¿Qué origina esa sorprendente confianza en sí de una clase oprimida, desposeída, que concentra toda la miseria de la humanidad entre sus filas y que se reveló a sí misma con toda claridad desde 1870? Como la de todas las clases explotadas, la lucha del proletariado contiene un aspecto espontáneo. El proletariado no puede sino reaccionar a los ataques y las dificultades que le impone la clase dominante. Pero contrariamente a las luchas de todas las demás clases explotadas, las del proletariado tienen ante todo un carácter consciente. Los avances de su lucha son primero y ante todo producto de su propio proceso de maduración política. El proletariado de París era una clase educada políticamente y que había pasado por diferentes escuelas de socialismo, desde el blanquismo hasta el prudhonismo. Es esa formación política alcanzada durante los decenios precedentes lo que explica en gran medida la capacidad de la clase para desafiar de tal manera el orden dominante (como también explica los defectos de ese movimiento). Al mismo tiempo, 1870 también fue el resultado del desarrollo de una tradición consciente de solidaridad internacional que caracterizó todas las principales luchas desde los años 1860 en Europa occidental.En otras palabras, la Comuna fue el producto de una maduración subterránea, caracterizada particularmente por la mayor confianza de la clase en su misión histórica y por una práctica más desarrollada de su solidaridad de clase. Una madurez cuyo punto culminante fue la Primera internacional.Con la entrada del capitalismo en su período de decadencia se acentúa el papel central de la confianza y de la solidaridad, pues la revolución proletaria se inscribe en el orden del día de la historia. Por un lado, el carácter espontáneo del combate obrero tiene que desarrollarse más, pues el proletariado tropieza con la imposibilidad de organizar las luchas a través de los partidos de masas y de los sindicatos(3). Por otro lado, la preparación política de estas luchas, mediante el fortalecimiento de la confianza y la solidaridad, se hace aun más importante. Los sectores más avanzados del proletariado ruso que, en 1905, fueron los primeros en

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descubrir el arma de la huelga de masas y de los consejos obreros, habían pasado por la escuela del marxismo a través de una serie de fases: la de la lucha contra el terrorismo, la formación de los círculos políticos, las primeras huelgas y manifestaciones políticas, la lucha por la formación del partido de clase y las primeras experiencias de agitación de masas. Rosa Luxemburg, la primera en comprender el papel de la espontaneidad en la época de la huelga de masas, insiste en que sin tal escuela de socialismo los acontecimientos de 1905 jamás hubiesen sido posibles (ver Rosa Luxemburg, La Revolución rusa).Pero es la oleada revolucionaria de 1917-23 y, sobre todo, la Revolución de octubre las que revelan más claramente el carácter de las cuestiones en torno a la confianza y la solidaridad. La quintaesencia de la crisis histórica estaba contenida en la cuestión de la insurrección. Por primera vez en la historia de la humanidad, una clase social estuvo en posición de cambiar deliberada y conscientemente el curso de los acontecimientos mundiales. Los bolcheviques recuperan el concepto de Engels sobre “El arte de la insurrección”. Lenin declara que la revolución es una ciencia. Trotski habla del “álgebra de la revolución”. A través del estudio de la realidad social, a través de la construcción de un partido de clase capaz de superar las pruebas de la historia, a través de una preparación paciente y vigilante del momento en el que las condiciones objetivas y subjetivas para la revolución estén reunidas, y mediante la audacia revolucionaria necesaria para aprovechar la ocasión, el proletariado y su vanguardia empezaron, en lo que es un triunfo de conciencia y de organización, a superar la alienación que condena a la sociedad a ser la víctima impotente de fuerzas ciegas. Al mismo tiempo, la decisión consciente de tomar el poder en Rusia y por tanto de asumir todas las adversidades de tal acto en interés de la revolución mundial, fue la expresión más elevada de la solidaridad de clase. Es una nueva cualidad en el camino ascendente de la sociedad, el inicio del salto desde el reino de la necesidad hasta el de la libertad. Y es la esencia de la confianza del proletariado en sí mismo y de la solidaridad entre sus filas.b) Uno de los más viejos principios de la estrategia militar es la necesidad de ahogar la confianza y la unidad del ejército enemigo. Igualmente, la burguesía ha comprendido la necesidad de combatir estas cualidades en el proletariado. Particularmente, con el ascenso del movimiento obrero durante la segunda mitad del siglo XIX, la necesidad de destruir la idea de solidaridad obrera pasó a ser central en la visión del mundo de la clase capitalista, como lo atestigua la promoción de ideologías como el darwinismo social, la filosofía de Nietzche, el “socialismo” elitista del Fabianismo, etc. Sin embargo, justamente hasta que su sistema no entró en decadencia la burguesía no fue capaz de encontrar los medios para hacer retroceder esos principios en el seno de la clase obrera. En particular, la represión feroz que impuso al proletariado de Paris en 1848 y en 1870, y al movimiento obrero en Alemania bajo las Leyes antisocialistas (1878-1890), aunque provocaron retrocesos momentáneos en el progreso del socialismo no consiguieron dañar ni la confianza histórica de la clase obrera ni sus tradiciones de solidaridad.Los acontecimientos de la Primera guerra mundial revelan que fue la traición de los principios proletarios por los partidos de la clase obrera misma, sobre todo por partes de las organizaciones políticas de la clase lo que destruyó esos principios “desde dentro”. La liquidación de esos principios en el seno de la socialdemocracia había comenzado ya a principios del siglo XX con el debate sobre el “revisionismo”. El carácter destructor, pernicioso de ese debate no sólo apareció en la penetración de posiciones burguesas y en el abandono progresivo del marxismo, sino y sobre todo, en la hipocresía que introducía en la vida de la organización. Aunque, formalmente, la posición de la Izquierda fue la que se adoptó, en realidad, el resultado principal de ese debate fue el aislamiento completo de la Izquierda, sobre todo en el partido alemán. Las campañas oficiosas de denigración contra quien estaba a la cabeza de la vanguardia en el combate contra el revisionismo, Rosa Luxemburg, descrita en los pasillos de los congresos del partido como un elemento extraño, sedienta incluso de sangre, preparaban ya el terreno para su asesinato en 1919.De hecho, el principio fundamental de la contrarrevolución que comienza en los años veinte es la demolición de la idea misma de confianza y solidaridad. El principio despreciable del “chivo expiatorio”, barbarie de la Edad Media, reaparece en el capitalismo industrial con la caza de brujas de la Socialdemocracia contra los espartaquistas y del fascismo contra los judíos, tratadas como minorías “diabólicas” quienes, solas, impiden el retorno de la pacífica armonía a la Europa de posguerra. Pero es sobre todo el estalinismo, o sea la “punta de lanza” de la ofensiva burguesa, el que sustituyó los principios de confianza y solidaridad por los de la desconfianza y la denuncia entre los jóvenes partidos comunistas y quien despretigió el objetivo del comunismo y de los medios para lograrlo.Sin embargo, la aniquilación de esos principios no se logró en una noche. Incluso durante la Segunda Guerra mundial, docenas de miles de familias obreras mantenían aun suficiente solidaridad como para arriesgar su vida ocultando a quienes estaban perseguidos por el Estado. Y ahí tenemos la lucha del proletariado holandés contra la deportación de los judíos para recordarnos que la solidaridad de la clase obrera constituye la única solidaridad real con el conjunto de la humanidad. Pero ese fue el último movimiento de huelga del siglo XX en el que los comunistas de izquierda tuvieron una influencia significativa (4).

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Como sabemos, la contrarrevolución fue superada por una nueva generación de obreros, no derrotada, obreros que en 1968 tuvieron, una vez más, confianza para tomar en sus manos la extensión de su lucha y de su solidaridad de clase, para volver a plantear la cuestión de la revolución y para generar nuevas minorías revolucionarias. Ahora bien, traumatizada por la traición de todas las principales organizaciones obreras del pasado, esta nueva generación adoptó una actitud de escepticismo hacia la política, hacia su propio pasado, su teoría de clase, hacia su misión histórica. Eso no la protege del sabotaje de la izquierda del capital pero sí le impide restablecer las raíces de la confianza en sí misma y revivir de forma consciente su gran tradición de solidaridad. También las minorías revolucionarias están profundamente afectadas De hecho, por primera vez surge una situación en la que aún teniendo las posiciones revolucionarias un eco creciente en la clase, las organizaciones que las defienden no son reconocidas, incluso ni por los obreros más combativos, como pertenecientes a la clase.A pesar de la impertinencia y la altanería de esta nueva generación pos-1968 que logró al principio coger por sorpresa a la clase dominante, tras su escepticismo hacia la política reside una profunda falta de confianza en sí misma. Jamás antes habíamos visto tal contraste entre, de un lado, su capacidad para implicarse en las luchas masivas, gran parte de ellas autoorganizadas; y de otro, la ausencia de esa seguridad elemental que caracterizó al proletariado desde los años 1848-50 hasta 1917-18. Y esa falta de confianza en sí marca, también profundamente, las organizaciones de la Izquierda comunista. No sólo las nuevas, como la CCI o la CWO, sino también a un grupo como el PCInt bordiguista, el cual, tras haber sobrevivido a la contrarrevolución, estalló a comienzos de los ochenta a causa de su impaciencia por ser reconocido por el conjunto de la clase. Como sabemos, el bordiguismo y el consejismo teorizaron, durante la contrarrevolución, esa pérdida de la confianza en sí mismo, estableciendo una separación entre los revolucionarios y la clase en su conjunto, llamando a una parte de la clase a desconfiar de la otra (5). Además ambas, la idea bordiguista de “la invariación” y su opuesta consejista de “un nuevo movimiento obrero”, son, teóricamente, falsas respuestas a la contrarrevolución a ese nivel. Pero la CCI, aunque haya rechazado tales teorizaciones, tampoco ha sido inmune a los daños causados en la confianza en sí mismo del proletariado y al deterioro de los cimientos en que se basa esa confianza.Así podemos ver cómo, en este periodo histórico, la falta de confianza de la clase en sí misma, de los obreros en los revolucionarios y viceversa; la falta de confianza de las organizaciones en sí mismas, en su papel histórico, en la teoría marxista y en los principios organizativos heredados del pasado y la falta de confianza del conjunto de la clase en la naturaleza histórica, a largo plazo, de su misión están todas ligadas.En realidad, esa debilidad política, heredada de la contrarrevolución, es uno de los principales factores que conforman la  fase de descomposición en que ha entrado el capitalismo. Cortado de su experiencia histórica, de sus armas teóricas y de la visión de su papel histórico, el proletariado carece de la confianza necesaria para llevar adelante una perspectiva revolucionaria. Con la descomposición, esta falta de confianza, esa falta de perspectiva lo acaba siendo para la sociedad entera, encarcelando a la humanidad en el presente (6). No es ninguna coincidencia si el periodo histórico de descomposición se inauguró con el hundimiento del principal vestigio de la contrarrevolución, o sea, los regímenes estalinistas. El resultado de ese desprestigio continuado de su objetivo de clase y de sus armas políticas es que el movimiento proletario está confrontado una vez más a una situación sin precedente histórico: una generación no derrotada pierde en gran medida su identidad de clase. Para salir de esa crisis deberá aprender de nuevo la solidaridad de clase, volver a desarrollar una perspectiva histórica, redescubrir en el ardor de la lucha de clases la posibilidad y la necesidad para las diferentes partes de la clase de confiar unas en las otras. El proletariado no ha sido derrotado. Ha olvidado pero no ha perdido las lecciones de sus combates. Lo que si ha perdido, sobre todo, es su confianza en sí mismo.Por eso las cuestiones de la confianza y de la solidaridad están entre las principales claves de esta situación de atolladero, de estancamiento histórico. Ambas son centrales para el futuro de la humanidad, para el reforzamiento de la lucha obrera en los años por venir, para la construcción de la organización marxista, para la materialización de una perspectiva comunista en el seno de la lucha de clase.2. Los efectos en el seno de la CCIde las debilidades en la  confianza y la solidaridada) Como lo muestra el Texto de orientación de 1993 (7), todas las crisis, tendencias y escisiones en la historia de la CCI tienen sus raíces en la cuestión organizativa. Incluso cuando había importantes divergencias políticas, no hubo acuerdo sobre esas cuestiones entre los miembros de las “tendencias”, y esas divergencias tampoco justificaban una escisión y ciertamente menos el tipo de escisión irresponsable y prematura que ha acabado siendo la regla general en el seno de nuestra organización.Como lo muestra el Texto de orientación del 93, todas esas crisis tienen como origen el espíritu de círculo y en particular el clanismo. De eso podemos concluir que a lo largo de la historia de nuestra Corriente el clanismo ha sido la manifestación principal de la pérdida de confianza en el proletariado y la causa principal de la puesta en entredicho de la unidad de la organización. Es más, como su evolución ulterior

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fuera de  la CCI lo ha confirmado frecuentemente, los clanes son el principal portador del germen de degeneración programática y teórica en nuestras filas (8).Este hecho, puesto a la luz hace ocho años, es tan sorprendente que merece una reflexión histórica. El XIVº Congreso de la CCI ha comenzado ya esta reflexión mostrando, que en el movimiento obrero del pasado, el peso predominante del espíritu de círculo y del clanismo quedó limitado a los inicios del movimiento obrero mientras que la CCI ha estado atormentada por ese problema a lo largo de su existencia. La verdad es que la CCI es la única organización en la historia del proletariado en la cual la penetración de una ideología extraña se manifiesta, tan particular y dominantemente, a través de problemas organizativos.Este problema sin precedentes debe entenderse dentro del contexto histórico de los tres últimos decenios. La CCI, heredera de la más elaborada síntesis de la herencia del movimiento obrero y en particular de la Izquierda comunista, (…) Pero la historia nos muestra que la CCI ha asimilado su herencia programática con más facilidad que su herencia organizativa. Ello es debido principalmente a la ruptura de la continuidad orgánica causada por la contrarrevolución. Primero porque es más fácil asimilar las posiciones políticas por el estudio y la discusión de textos del pasado que integrar las cuestiones organizativas que son una tradición viva cuya transmisión depende muy fuertemente de la existencia  de vínculos entre las generaciones. Segundo, porque el golpe asestado por la contrarrevolución a la confianza en sí de la clase ha afectado principalmente a su confianza en su misión política y en sus organizaciones políticas. Así, mientras que la validez de nuestras posiciones programáticas ha estado a menudo confirmada de manera espectacular por la realidad (y después  de 1989 esta validez ha sido incluso confirmada por un número creciente de elementos del pantano), nuestra construcción organizativa no ha tenido tan rotundo éxito. En 1989, fin del periodo de posguerra, la CCI no había dado ningún paso decisivo en términos de crecimiento numérico, difusión de su prensa, impacto de su intervención en la lucha de clases, ni en el nivel de reconocimiento de la organización por el conjunto de la clase.Es, desde luego, una situación histórica paradójica. Por un lado, el fin de la contrarrevolución y la apertura de un nuevo curso histórico han favorecido el desarrollo de nuestras posiciones: la nueva generación no derrotada desconfiaba, más o menos abiertamente frente a la izquierda del capital, las elecciones burguesas, el sacrificio por la nación, etc. Pero por otro, nuestro militantismo comunista podríamos decir que es por lo general menos respetado que en la época de Bilan. Esta situación histórica ha generado dudas, profundamente arraigadas respecto a la misión histórica de la organización. Estas dudas han aflorado, con frecuencia a nivel político general, a través del desarrollo de concesiones abiertamente consejistas, modernistas o anarquistas –en otros términos, capitulaciones más o menos abiertas al ambiente dominante. Pero sobre todo, donde aparecen de manera más vergonzante es a nivel organizativo.A eso hay que añadir que aunque en la historia de la lucha de la CCI por el espíritu de partido hay similitudes con las organizaciones del pasado – la asimilación de la herencia de los principios de funcionamiento de nuestros predecesores y su fijación a través de una serie de luchas organizativas– hay igualmente grandes diferencias. La CCI es la primera organización que forja el espíritu de partido no en condiciones de ilegalidad  sino dentro de una atmósfera impregnada de ilusiones democráticas. En lo que se refiere a esta cuestión la burguesía ha aprendido de la historia: no es la represión, sino el desarrollo de una atmósfera de desconfianza lo que constituye la mejor arma para la liquidación de la organización. Lo que es verdadero para el conjunto de la clase lo es también para los revolucionarios: es la traición a los principios internos lo que destruye la confianza proletaria.El resultado es que la CCI no ha sido nunca capaz de desarrollar ese modo de solidaridad que en el pasado siempre se forjó en la clandestinidad y que constituye uno de los principales componentes del espíritu de partido. Además, el democratismo es el terreno ideal para el cultivo del clanismo ya que es la antítesis viva del principio proletario según el cual cada uno da lo mejor de sus capacidades a la causa común; favorece el individualismo, el informalismo y el olvido de los principios. No debemos olvidar que los partidos de la segunda Internacional fueron en gran parte destruidos por el democratismo y que incluso el triunfo del estalinismo ha sido democráticamente legitimado, como lo puso de relieve la Izquierda italiana (…).b) Es evidente que el peso de todos esos factores negativos se ha multiplicado con la apertura del periodo de descomposición. No repetiremos lo que ha dicho la CCI sobre este tema. Lo que es importante aquí es que como la descomposición tiende a dislocar las bases sociales, culturales, políticas, ideológicas de la comunidad humana, minando en particular la confianza y la solidaridad; hay, actualmente, en la sociedad una tendencia a reagruparse en clanes, camarillas, bandas… Estos agrupamientos, cuando no están basados en intereses comerciales o en otros intereses materiales, tienen frecuentemente un carácter irracional, basado en lealtades personales en el seno del grupo y en odios con frecuencia absurdos hacia enemigos reales o imaginarios. En realidad ese fenómeno es, en parte, un retorno, en el contexto actual, a formas atávicas completamente pervertidas de confianza y solidaridad que reflejan la pérdida de confianza en las estructuras sociales existentes y un intento de protegerse de la creciente anarquía en la sociedad. Ni que decir tiene que estos agrupamientos, lejos de representar una respuesta a la barbarie de la descomposición, son una expresión de ésta. Es significativo que hoy estén afectadas las dos clases principales de la sociedad.

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De hecho, por ahora sólo los sectores más fuertes de la burguesía parecen ser más o menos capaces de resistir al desarrollo de ese fenómeno. Para el proletariado el grado con que le afecta a su vida cotidiana este fenómeno es sobre todo la manifestación del daño causado a su identidad de clase y a la necesidad que se deriva de él: recuperar su solidaridad de clase.Como se dijo en el XIVo Congreso de la CCI: a causa de la descomposición la lucha contra el clanismo no la hemos dejado atrás sino que está delante de nosotros.c) Así pues, podemos decir que el clanismo es la expresión principal de la pérdida de confianza en el proletariado en la historia de la CCI. Pero la forma que toma es la de una desconfianza abierta no hacia la organización sino hacia una parte de ésta. En realidad y sin perder de vista lo anterior, lo que da sentido a su existencia es la puesta en entredicho de la unidad de la organización y de sus principios de funcionamiento. Por eso el clanismo, aunque inicie su andadura partiendo de una preocupación correcta y con una confianza más o menos intacta, va desarrollando necesariamente tal desconfianza hacia quienes no están de su lado hasta llegar a la paranoia abierta. En general, quienes son víctimas de esta dinámica son de hecho inconscientes de esta realidad. Eso no quiere decir que un clan no tenga cierta conciencia de lo que hace. Pero es una falsa conciencia que sirve para engañarse a sí mismo y engañar a los demás.El texto de orientación de 1993 explicaba ya las razones de ésta vulnerabilidad que en el pasado afectó a militantes como Martov, Plejanov o Trotski: el peso particular del subjetivismo en las cuestiones organizativas. (…)En el movimiento obrero el clanismo ha tenido casi siempre por origen la dificultad de distintas personalidades para trabajar conjuntamente. En otros términos, el clanismo representa una derrota frente a la etapa inicial de la construcción de cualquier comunidad. Por esa razón las actitudes clánicas aparecen a menudo en los momentos en que llegan nuevos miembros o en los de formalización y de desarrollo de estructuras organizativas. En la Primera Internacional fue la incapacidad del recién llegado, Bakunin, para “encontrar su sitio” lo que cristalizó los resentimientos preexistentes hacia Marx. En 1903 al contrario, fue la preocupación acerca del estatuto de la “vieja guardia” lo que provocó lo que acabó siendo, en la historia, el menchevismo. Eso, evidentemente, no impidió a un recién llegado como Lenin defender el espíritu de partido, ni a un Trotski, quien con su llegada provocó más de un resentimiento, ponerse junto a quienes habían tenido miedo de él (9).(…)Es precisamente porque el espíritu de partido supera el individualismo, por lo que es capaz de respetar la personalidad y la individualidad de cada uno de sus miembros. El arte de la construcción de la organización consiste, ni más ni menos, en tomar en consideración todas esas personalidades, tratar de armonizarlas al máximo y permitir a cada una dar lo mejor de sí mismas a la colectividad. El clanismo, al contrario, se cristaliza precisamente en torno a una desconfianza hacia las personalidades y su distinto peso en el entorno. Por eso es tan difícil identificar una dinámica clánica al principio. Incluso si muchos camaradas sienten el problema, la realidad del clanismo es tan sórdida y ridícula que se necesita coraje para declarar que “El emperador va desnudo”, como en el cuento tradicional recogido por Andersen (El nuevo traje del emperador).Como lo resaltó en cierta ocasión Plejánov, en la relación entre la conciencia y las emociones, éstas últimas desempeñan el papel conservador. Pero eso no quiere decir que el marxismo comparta el desprecio racionalista burgués hacia ese papel. Hay emociones que sirven y otras que perjudican a la causa del proletariado. Es cierto que la misión de este último no se realizará sin un desarrollo gigantesco de su pasión revolucionaria, sin una voluntad inquebrantable de vencer, sin un desarrollo inaudito de la solidaridad, de la generosidad y del heroísmo sin los cuales las pruebas de la lucha por el poder y de la guerra civil no podrían nunca ser soportadas. Y sin el cultivo consciente de los rasgos sociales e individuales de la verdadera humanidad, una sociedad nueva no puede fundarse. Estas cualidades no hay que considerarlas como precondiciones. Hay que forjarlas en la lucha, como decía Marx.3. El papel de la confianza y de la solidaridaden el progreso de la humanidad[…]Contrariamente a la actitud de la burguesía revolucionaria para quien el punto de arranque de su radicalismo fue el rechazo del pasado, el proletariado ha basado siempre, conscientemente, su perspectiva revolucionaria en todas las adquisiciones de la humanidad que le han precedido. Fundamentalmente, el proletariado es capaz de desarrollar tal visión histórica porque su revolución no defiende ningún interés particular opuesto a los intereses de la humanidad en su conjunto. Por tanto, la preocupación del marxismo, en todas las cuestiones teóricas planteadas por esta misión, ha sido siempre tomar como punto de partida todas las adquisiciones que le han sido trasmitidas. Para nosotros no solamente la conciencia del proletariado sino la de la humanidad en su conjunto es algo que se acumula y se trasmite a través de la historia. Tal fue la preocupación y el modo de hacer de Marx y Engels respecto a la filosofía clásica alemana, la economía política inglesa o el socialismo utópico francés.

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También debemos entender aquí que la confianza y la solidaridad proletarias son concreciones específicas de la evolución general de esas cualidades en la historia de la humanidad. Sobre estas dos cuestiones la tarea de la clase obrera es ir más allá de lo ya realizado, pero, para realizarlo, la clase debe basarse en lo ya cumplido.Las cuestiones planteadas aquí son de una importancia histórica fundamental. Sin una mínima solidaridad como base es imposible realizar la sociedad humana. Y sin al menos  una confianza mutua rudimentaria ningún proceso social es posible. En la historia, la ruptura de esos principios siempre ha desembocado en la barbarie.a) La solidaridad es una actividad práctica de apoyo mutuo entre los seres humanos en su lucha por la existencia. Es una expresión concreta de la naturaleza social de la humanidad. Contrariamente a impulsos tales como la caridad o el sacrificio personal que presuponen la existencia de un conflicto de intereses, la base material de la solidaridad es una comunidad de intereses. Por eso la solidaridad no es un ideal utópico sino una fuerza material tan vieja como la propia humanidad. Pero ese principio, que representa el medio más eficaz y a la vez colectivo de defender sus propios intereses materiales “sórdidos”, puede alumbrar las acciones más desinteresadas incluso el sacrificio de su propia vida. Este hecho, que el utilitarismo burgués no ha sido nunca capaz de explicar, resulta de la simple realidad según la cual, a partir del momento en que existen intereses comunes, las partes se someten al bien común. La solidaridad es pues la superación no del “egoísmo” sino del individualismo y del particularismo en interés del conjunto. Por eso, la solidaridad es siempre una fuerza activa caracterizada por la iniciativa y no por la actitud de esperar la solidaridad de los demás. Allí donde reina el principio burgués de cálculo de las ventajas y de los inconvenientes no hay solidaridad posible.Aunque en la historia de la humanidad la solidaridad entre los miembros de la sociedad fue primeramente un reflejo instintivo, según la sociedad humana se iba haciendo más compleja y conflictiva más alto era el nivel de conciencia necesario para su desarrollo. En ese sentido la solidaridad de clase del proletariado constituye la forma más alta de la solidaridad humana hasta ahora.No obstante, para que florezca la solidaridad no basta con la conciencia de su necesidad en general, también es necesario cultivar las emociones sociales. Para desarrollarse, la solidaridad requiere un marco cultural y organizativo que favorezca su expresión. Si tal marco se da en un agrupamiento social, es posible el desarrollo de costumbres, tradiciones y reglas “no escritas” de solidaridad que pueden trasmitirse de una generación a otra. En ese sentido, no tiene solamente un impacto inmediato sino también histórico.Pero a pesar de tales tradiciones, la solidaridad tiene siempre un carácter voluntario. Por eso, la idea del Estado como encarnación de la solidaridad, que cultivaron en particular la socialdemocracia y el estalinismo, es una de las más grandes mentiras de la historia. La solidaridad no puede jamás ser impuesta contra la voluntad. Ella no es posible sin que quienes expresan la solidaridad y quienes la reciben compartan la convicción de su necesidad. La solidaridad es el cemento que mantiene cohesionado un grupo social, el catalizador que transforma un grupo de individuos en una sola fuerza unida.b) Como la solidaridad, la confianza es una expresión del carácter social de la humanidad. Como tal presupone también una comunidad de intereses. No puede existir sino en relación con otros seres humanos que comparten objetivos y actividades. De ahí se derivan sus dos componentes fundamentales: confianza mutua de los participantes y confianza en el objetivo compartido. Las bases principales de la confianza social son siempre un máximo de claridad y de unidad.Sin embargo, la diferencia esencial entre el trabajo humano y el trabajo animal, entre el trabajo del arquitecto y la construcción de una colmena por las abejas, como dice Marx, reside en la premeditación de ese trabajo sobre la base de un plan (10). Por eso la confianza va siempre ligada al futuro, a algo que en el presente no existe sino en forma de idea o de teoría. Por eso también la confianza mutua es siempre concreta, basada en las capacidades de una comunidad para llevar a cabo una tarea determinada.También, contrariamente a la solidaridad que es una actividad y que no existe sino en el presente, la confianza es ante todo una actividad encaminada al futuro. Eso es lo que le da su carácter enigmático, difícil de definir o identificar, difícil de mantener o desarrollar. No hay casi ninguna otra faceta de la vida humana sobre la que haya habido tanto equívoco y tanto autoengaño. De hecho la confianza está basada en la experiencia, en lo aprendido a fuerza de tanteos, de ir probando hasta poder establecer objetivos realistas y desarrollar los medios apropiados. Ya que su cometido es posibilitar el nacimiento de un proyecto, ella no pierde nunca su carácter teórico. Ninguna de las grandes realizaciones de la humanidad habría sido jamás posible sin esta capacidad de perseverar en una tarea realista pero difícil en ausencia de resultados inmediatos. La ampliación del alcance de la conciencia es lo que permite el crecimiento de la confianza, mientras que el impacto de fuerzas ciegas e inconscientes sobre la naturaleza, la sociedad y el individuo tiende a destruir esa confianza. No es tanto la existencia de peligros lo que asfixia la confianza humana sino, más que nada, la incapacidad para comprenderlos. La vida plantea constantemente nuevos peligros, la confianza es particularmente frágil y aunque se necesitan años para desarrollarla es fácil destruirla del día a la mañana.

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Como la solidaridad, la confianza no puede ser ni decretada ni impuesta, pero requiere una estructura y una atmósfera adecuadas para su desarrollo. Lo que hace tan difíciles las cuestiones de la solidaridad y la confianza es el hecho de que no son solamente un asunto de la mente sino también del corazón. Es necesario “sentirse confiado”. La ausencia de confianza deja paso al reino del miedo, de la incertidumbre, de la duda y de la parálisis de las fuerzas colectivas conscientes.c) Aunque la ideología burguesa hoy se pueda sentir confortada, por aquello de la pretendida “muerte del comunismo”, en su convicción de que la eliminación de los débiles de la lucha competitiva por la supervivencia es lo único que asegura la perfección de la sociedad, la realidad es que esas fuerzas colectivas y conscientes son las bases para la ascensión del género humano.Ya los antecesores de la humanidad pertenecían ciertamente  a esas especies animales altamente desarrolladas a quienes los instintos sociales dieron una ventaja decisiva en la lucha por la supervivencia. Esas especies llevaban en sí las marcas rudimentarias de la fuerza colectiva: los débiles estaban protegidos y la fuerza de cada miembro individual se convertía en la fuerza de todos. Estos aspectos han sido cruciales en la emergencia de la humanidad, pues sus crías quedan indefensas durante más tiempo a lo largo de su vida que cualquier otra especie. Con el desarrollo de la sociedad humana y de las fuerzas productivas, esa dependencia del individuo respecto a la sociedad no ha cesado jamás de crecer: los instintos sociales (a los que Darwin llamó “altruistas”) que existían ya en el mundo animal, adquieren más y más un carácter consciente. El desinterés, el valor, la lealtad, la dedicación a la comunidad, la disciplina y la honestidad son glorificadas en las primeras expresiones culturales de la sociedad como primeras manifestaciones de una solidaridad verdaderamente humana.Pero el hombre es por encima de todo la única especie que utiliza las herramientas que ella misma ha fabricado. Es esta manera de obtener los medios de subsistencia lo que dirige la actividad humana hacia el futuro.“En el animal, la acción sigue de manera inmediata a la impresión. Encuentra su presa o su comida e inmediatamente salta, atrapa, come o hace todo lo necesario para mantenerla y eso es un instinto heredado. Entre la impresión y la acción del hombre, al contrario, pasa por su cabeza una larga cadena de pensamientos y de consideraciones. ¿De dónde procede esa diferencia? No es difícil ver que está ligada a la utilización de herramientas. De igual manera que los pensamientos surgen entre las impresiones del hombre y sus acciones, la herramienta aparece entre el hombre y lo que busca obtener. Además, de la misma manera que el utensilio se sitúa entre el hombre y los objetos exteriores, el pensamiento debe surgir entre la impresión y la realización”. Él coge un utensilio “y su espíritu debe hacer también el mismo recorrido, no seguir la primera impresión” (Anton Pannekoek, Marxismo y darwinismo).Aprender a “no dejarse arrastrar por la primera impresión” es una buena descripción del salto desde el mundo animal al género humano, del reino del instinto al de la conciencia, de la prisión inmediatista del presente a la actividad orientada hacia el futuro. Todo desarrollo importante en la primera sociedad humana estuvo acompañado de un reforzamiento de ese aspecto. También con la aparición de las sociedades agrícolas sedentarias, a los viejos ya no se les mataba sino que se les cuidaba y quería como a quienes podían trasmitir la experiencia.En el llamado comunismo primitivo, esta confianza embrionaria en la potencia de la conciencia para dominar las fuerzas de la naturaleza debió ser extremadamente frágil mientras que la fuerza de la solidaridad en el seno de cada grupo debió ser poderosa. Pero hasta la aparición de las clases, de la propiedad privada y del Estado, esas dos fuerzas, por desiguales que fueran, se reforzaron mutuamente una a la otra.La sociedad de clases hizo estallar esa unidad acelerando la lucha por el dominio de la naturaleza, pero a la vez sustituyó la solidaridad social por la lucha de clases en el seno de la misma sociedad. Sería erróneo creer que ese principio social general fue sustituido por la solidaridad de clase. En la historia de la sociedad de clases, el proletariado es la única clase capaz de una real solidaridad. Mientras que las clases dominantes han sido siempre clases explotadoras para quienes la solidaridad no ha sido jamás otra cosa que la oportunidad del momen to, el carácter necesariamente reaccionario de las clases explotadas significó que su solidaridad tuviese también necesariamente un carácter fugaz, utópico como fue el caso de “la comunidad de bienes” de los primeros cristianos y de las sectas de la Edad Media. La principal expresión de la solidaridad social en el seno de la sociedad de clases, antes del advenimiento del capitalismo es la que se derivaba de los vestigios de la economía natural, incluidos los derechos y los deberes que vinculaban todavía a clases opuestas entre sí. Todo eso fue finalmente destruido por la producción de mercancías  y su generalización bajo el capitalismo.“Si en la sociedad actual, los instintos sociales conservan aun su fuerza, es solamente gracias a que la producción generalizada de mercancías sigue siendo todavía un fenómeno nuevo, de apenas un siglo, pero en la medida en que el comunismo democrático primitivo desaparezca y… deje por consiguiente de ser la fuente de instintos sociales; brotará un nuevo y más rico manantial, la lucha de clases de las clases ascendentes populares explotadas” (Karl Kautsky, La concepción materialista de la historia).

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Con el desarrollo de las fuerzas productivas, la confianza de la sociedad en su capacidad para dominar las fuerzas de la naturaleza crecerá de manera acelerada. El capitalismo ha hecho, con mucho, la principal contribución en ese sentido alcanzando la cumbre en el siglo XIX, el siglo del progreso y del optimismo. Pero al mismo tiempo, al empujar al hombre contra el hombre en la lucha de la competencia y al haber empujado la lucha de clases hasta un punto jamás alcanzado, ha socavado hasta una profundidad sin precedentes otro pilar de la confianza en sí de la sociedad, el de la unidad social. Aun más, para liberar a la humanidad de las fuerzas ciegas de la naturaleza, el capitalismo la ha sometido a la dominación de unas nuevas fuerzas ciegas en el seno de la sociedad misma: las fuerzas que desencadena la producción de mercancías cuyas leyes operan sin control, e incluso incompresiblemente, “a espaldas” de la sociedad. Eso ha traído consigo que el siglo XX el más trágico de la historia, haya hundido a gran parte de la humanidad en una desesperanza indecible.En su lucha por el comunismo, la clase obrera se basa no solo en el desarrollo de las fuerzas productivas producidas por el capitalismo, sino que además una parte de su confianza la basa para el el porvenir en las realizaciones científicas y las propuestas teóricas aportadas con anterioridad por la humanidad. También la herencia de la clase, acumulada en su lucha por una solidaridad efectiva, comprende toda la experiencia de la humanidad hasta nuestros días en lo que se refiere a la creación de lazos sociales, unidad de objetivos, lazos de amistad, actitudes de respeto y de atención hacia los compañeros de combate, etc.En el próximo número de esta Revista internacional, publicaremos la segunda y última parte de este texto, la cual abordará las cuestiones siguientes:

La dialéctica de la confianza en sí de la clase obrera: pasado, presente, futuro. La confianza, la solidaridad y el espíritu de partido nunca han sido adquisiciones definitivas. No hay espíritu de partido sin responsabilidad individual              

1) Para tener más datos sobre el análisis de la CCI sobre la trasformación del espíritu de círculo en clanismo, sobre los clanes que han existido en nuestra organización y sobre la lucha contra estas debilidades a partir de 1993, vease nuestro texto “La cuestión del funcionamiento de la organización en la CCI”, Revista internacional no 109, y “El combate por la defensa de los principios organizativos”, Revista internacional no 110.2) Se trata de una Comisión  de investigación nombrada por el XIVº congreso de la CCI. Ver al respecto nuestro artículo de la Revista internacional nº 110.3) Vease sobre el tema nuestro artículo “La lucha del proletariado en la decadencia del capitalismo”, Revista internacional no 23. En ese artículo ponemos en evidencia las razones por cuales las luchas del siglo XX, contrariamente a las del siglo XIX, no podían apoyarse en una organización previa de la clase.4) En febrero de 1941, las medidas antisemitas de las autoridades de ocupación alemanas provocaron la movilización masiva de los obreros holandeses. Iniciada en Amsterdam el 25 de febrero, la huelga se extendió al día siguiente a otras ciudades, especialmente, a La Haya, Rotterdam, Groninga, Utrecht, Hilversum, Haarlem, hasta Bélgica incluso, antes de ser reprimida por las autoridades, por las SS en particular. Léase al respecto nuestro libro La Izquierda holandesa.5) La idea consejista cobre la cuestión del partido desarrollada por la Izquierda comunista holandesa y la idea bordiguista, que es un avatar de la Izquierda italiana, parecen, de entrada, oponerse radicalmente: ésta defiende que el papel del partido es tomar el poder y ejercer la dictadura en nombre del proletariado, incluso, si cabe, oponiéndose al conjunto de la clase, mientras que aquélla estima que todo partido, incluido el comunista, es un peligro para la clase destinado por necesidad a usurparle el poder en detrimento de los intereses de la revolución. En realidad, ambas ideas acaban reuniéndose, pues las dos establecen una separación, cuando no una oposición, entre el partido y la clase , expresando así una falta de confianza fundamental hacia ella. Para los bordiguistas, el conjunto de la clase no es capaz de ejercer la dictadura y por eso le incumbe al partido ejercer esa tarea. A pesar de las apariencias, el consejismo no manifiesta una mayor confianza hacia el proletariado, ya que considera que éste está abocado a dejarse despojar de su poder en beneficio de un partido desde el instante en que existe tal partido.6) Para nuestro análisis de la descomposición, ver “La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo” en la Revista internacional nº 62.7) Texto publicado en la Revista internacional 109 con el título “La cuestión del funiconamiento de la organización en la CCI”.8) Y es así porque “En la dinámica de clan, las actuaciones no proceden de un acuerdo político real, sino de lazos de amistad, de fidelidad, de la convergencia de intereses “personales” específicos o frustraciones compratidas. (…) Cuando aparece una dinámica así, los miembros o simpatizantes del clan ya no se determinan, en su comportamiento o las decisiones que toman, en función de una opción consciente y razonada basada en los intereses generales de la organización, sino en función del punto de vista y de los intereses del clan que tienden a plantearse como contradictorios con los del resto de la organización” (“La cuestión del funcionamiento de la organización en la CCI”, Revista internacio naln°109). En cuanto unos militantes adoptan esas actuaciones, están obligados a dar la espalda a un pensamiento riguroso, al

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marxismo, adoptando una tendencia a la degeneración teórica y programática. Por sólo citar un ejemplo, podemos recordar que la agrupación clánica aparecida en la CCI en 1984, y que formaría más tarde la “Fracción Externa de la CCI”, acabó poniendo en entredicho nuestra plataforma, de la que se presentaba como la mejor defensora, y rechazando el análisis de la decadencia del capitalismo, patrimonio de la Internacional comunista y de la Izquierda comunista.9) Cuando llegó a Europa occidental en otoño de 1902, tras su evasión de Siberia, Trotski venía precedido de su fama de redactor de mucho talento (uno de los seudónimos que le pusieron fue “Pero”, “la Pluma”). Llega rápidemente a ser un colaborador de primer plano de la Iskra publicada por Lenin y Plejánov. En marzo de 1903, Lenin escribe a Plejánov para proponerle que Trotski entre en la redacción de Iskra, pero Plejánov se niega: en realidad lo que Plejánov teme es que el talento del joven militante (23 años) ne acabe haciéndole sombra a su propio prestigio. Fue ésa una de las primeras expresiones del extravío de quien había sido principal artífice de la introducción del marxismo en Rusia. Tras haberse unido a los mencheviques, acabará su carrera como socialpatriota al servicio de la burguesía.10)  “Una araña ejecuta operaciones que semejan a las manipulaciones del tejedor, y la construcción de los panales de las abejas podría avergonzar, par su perfección, a más de un maestro de obras. Pero, hay algo en que el peor maestro de obras aventaja, desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar la construcción, la proyecta en su cerebro. Al final del proceso de trabajo, brota un resultado que antes de comenzar el proceso existía ya en la mente del obrero; es decir, un resultado que tenía ya existencia ideal. El obrero no se limita a hacer cambiar de forma la materia que le brinda la naturaleza, sino que, al mismo tiempo, realiza en ella su fin, fin que él sabe que rige como una ley las modalidades de su actuación y al que tiene necesariamente que supeditar su voluntad. Y esta supeditación no constituye un acto aislado. Mientras permanezca trabajando, además de esforzar los órganos que trabajan, el obrero ha de aportar esa voluntad consciente del fin a que llamamos atención…” (Marx, El Capital, vol. I, Cap. V. FCE, México)Texto de Orientación sobre la Confianza y la Solidaridad (II)Enviado por CCIonline el Noviembre 26, 2009 - 7:26pm. En la serie Confianza y solidaridadVer tambien :

Cultura 2585 lecturas

Publicamos aquí la segunda parte de un texto de orientación que se discutió en la CCI durante el verano de 2001 y fue adoptado por la Conferencia extraordinaria de nuestra organización  de marzo de 2002La primera parte de este texto se publicó en el número anterior de esta Revista internacionalEn la primera parte se abordaban los puntos siguientes:

los efectos de la contrarrevolución sobre la confianza en sí mismo del proletariado y sobre la tradición de solidaridad de sus generaciones actuales.

los efectos en el seno de la CCI de las debilidades en la confianza y en la solidaridad. el papel de la confianza y la solidaridad en el avance de la humanidad

4. La dialéctica de la confianza en sí de la clase obrera: pasado, presente, futuroAl ser el proletariado la primera clase de la sociedad poseedora de una visión histórica consciente, es comprensible que las bases de su confianza en su misión sean igualmente históricas incorporando en ellas la totalidad del proceso que lo hizo sugir. Por esa razón particularmente, esta confianza se basa, de manera decisiva, en el futuro y por lo tanto en una comprensión teórica. Y es también por eso por lo que el reforzamiento de la teoría es un arma privilegiada para la superación de las debilidades congénitas de la CCI en lo que a esa confianza se refiere. Ésta significa, por definición, confianza en el porvenir. El pasado no puede ser cambiado luego la cuestión de la confianza no puede estar orientada hacia este último.Toda clase revolucionaria ascendente basa su confianza en su misión histórica, no solamente en su fuerza actual, sino también en sus experiencias, sus realizaciones pasadas y sus objetivos futuros. Sin embargo, la confianza de las clases revolucionarias del pasado, y de la burguesía en particular, estaba arraigada principalmente en el presente -en el poder económico y político que ya habían conquistado en el seno de la sociedad existente. Puesto que el proletariado no podrá nunca poseer un poder así en el seno del capitalismo, tampoco podrá jamás tener tal preponderencia del presente. Sin la capacidad de aprender de su experiencia pasada y sin una claridad y una convicción real respecto a su objetivo como clase, no podrá alcanzar la confianza en sí mismo que necesita para superar la sociedad de clases. Por eso es por lo que el proletariado es, más que cualquiera otra clase antes de ella, una clase histórica en el pleno sentido de la palabra. El pasado, el presente y el futuro son componentes indispensables de la confianza en sí mismo. Por eso no es difícil responder a la pregunta de porque al marxismo, arma científica de la revolución proletaria, sus fundadores le llamaron materialismo histórico o dialéctico.

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a) Esa preeminencia del futuro no elimina en absoluto el papel del presente en la dialéctica de la lucha de clases. Precisamente por ser el proletariado una clase explotada necesita desarrollar su lucha colectiva para que la clase en su conjunto tome conciencia de su fuerza real y de su futuro potencial. Esta necesidad, que la clase en su conjunto tome confianza en sí misma, constituye un problema completamente nuevo en la historia de la sociedad de clases. La confianza en sí de las clases revolucionarias del pasado, que eran clases explotadoras, se basaba siempre en una clara jerarquía en el seno de cada una de esas clase y en el seno de la sociedad en su conjunto. También, en la capacidad de mandar y someter a otras partes de la sociedad a su propia voluntad y, por tanto, en el control del aparato productivo y del aparato del Estado. De hecho, es una característica de la burguesía, la cual, incluso en su fase revolucionaria, buscó a otras categorías sociales para que se batieran por ella y una vez en el poder ha ido "delegando" cada vez más sus tareas a servidores a sueldo.El proletariado no puede delegar su tarea histórica en nadie. Por eso, le incumbe a la clase desarrollar su confianza en sí misma. Por eso también, la confianza en el proletariado es siempre necesariamente una confianza en la clase en su conjunto, jamás en una parte de ella.Es, para el proletariado, el hecho de ser una clase explotada lo que da un carácter fluctuante a su confianza en sí, incluso inestable, con altibajos en el movimiento general de la lucha de clases. Es más, las organizaciones políticas revolucionarias se ven también afectadas por esos altibajos, al depender en gran parte de ese movimiento la manera con la que se organizan, se agrupan e intervienen en la clase. Y como sabemos, en periodos de profunda derrota, sólo pequeñísimas minorías han sido capaces de conservar su confianza en la clase.Pero esas fluctuaciones en la confianza no están únicamente relacionadas con los altibajos de la lucha de clases. Como clase explotada que es, el proletariado puede ser víctima de una crisis de confianza en cualquier momento, incluso en el ardor de las luchas revolucionarias. La revolución proletaria "interrumpe constantemente su propio curso, volviendo sobre lo que aparentemente había ya logrado para volver nuevamente a comenzar", etc. En particular, "retrocede sin cesar ante lo inmenso de sus propios objetivos" como lo escribió Marx en El 18 Brumario ....La revolución rusa de 1917 muestra claramente que no sólo la clase en su conjunto sino igualmente el partido revolucionario pueden verse afectado por tales dudas. De hecho, entre febrero y octubre de 1917, los bolcheviques atravesaron varias crisis de confianza en la capacidad de la clase para cumplir las tareas del momento. Crisis que culminaron en el pánico que se apoderó del comité central del partido bolchevique ante la insurrección.La revolución rusa es pues la mejor ilustración del hecho que las raíces más profundas de la confianza en el proletariado, contrariamente a las de la burguesía, no pueden jamás arraigar en el presente. Durante esos dramáticos meses fue sobre todo Lenin, quien personificó la confianza inquebrantable en la clase sin la cual ninguna victoria es posible. Y él fue capaz de hacerlo porque no abandonó ni un solo momento el método teórico e histórico propio del marxismo.La lucha masiva del proletariado es un momento indispensable para el desarrollo de la confianza revolucionaria. Hoy es la piedra angular de toda la situación histórica. Al permitir una reconquista de su identidad de clase, se convierte en una condición previa para que la clase en su conjunto vuelva a asumir las lecciones del pasado y vuelva a desarrollar una perspectiva revolucionaria.Como con la cuestión sobre la conciencia de clase, a la que está íntimamente ligada, debemos distinguir dos dimensiones de esta confianza: por un lado, la acumulación histórica, teórica, programática y organizativa de la confianza, representada por las organizaciones revolucionarias, y más ampliamente, por el proceso histórico de maduración subterránea en el seno de la clase, y, por otro lado, el grado y la extensión de la confianza en sí misma de la clase en su conjunto, en un momento dado.b) La contribución del pasado a esta confianza no es menos indispensable. Primero porque la historia contiene pruebas irrefutables del potencial revolucionario de la clase. La burguesía misma, entendiendo la importancia de estas experiencias vividas por su enemigo de clase, ataca constantemente esta herencia; sobre todo la revolución de Octubre de 1917.Segundo, uno de los factores que dan más seguridad al proletariado tras una derrota, es su capacidad para corregir los errores pasados y extraer las lecciones de la historia. Contrariamente a la revolución burguesa que va de victoria en victoria, la victoria final del proletariado se prepara a través de una serie de derrotas. El proletariado es pues capaz de trasformar sus derrotas pasadas en elementos de confianza en el futuro. Es esta una de las bases principales de la confianza que Bilan mantuvo en lo más hondo de la contrarrevolución. De hecho, cuanto más profunda sea la confianza en la clase con tanta mayor valor podrán los revolucionarios criticar sin piedad las debilidades propias y las de la clase, y cuanta menor sea la necesidad de consolarse más sobria será su lucidez y sin euforias insensatas. Como Rosa lo repitió tantas veces, la tarea de los revolucionarios es decir lo que de verdad es.Tercero, la continuidad, en particular la capacidad de trasmitir las lecciones de una generación a otra, ha sido siempre fundamental para el desarrollo de la confianza en sí de la humanidad. Los efectos

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devastadores de la contrarrevolución del siglo XX en el proletariado son la prueba en negativo. Por eso es tanto más importante para nosotros hoy estudiar las lecciones de la historia a fin de trasmitir nuestra propia experiencia y la de toda la clase obrera a las generaciones de revolucionarios que nos sucederán.c) Pero es la perspectiva futura la que ofrece el fundamento más profundo para nuestra confianza en el proletariado. Eso puede parecer paradójico. ¿Cómo es posible fundamentar la confianza sobre algo que no existe aun? Lo que sí es seguro es que esa perspectiva existe. Existe como objetivo consciente, como construcción teórica, de la misma forma que el edificio que se va a construir existe ya en la mente del arquitecto. Antes incluso de realizarlo en la práctica, el proletariado es el arquitecto del comunismo.Ya hemos visto que al mismo tiempo que apareció el proletariado como fuerza política independiente en la historia también apareció la perspectiva del comunismo: la propiedad colectiva no de los medios de consumo sino de los medios de producción. Esta idea era el resultado de la separación entre productores y medios de producción a causa del trabajo asalariado y de la socialización del trabajo. En otros términos, fue el producto del proletariado, de su posición en la sociedad capitalista. O, como Engels escribe en el "AntiDühring", la principal contradicción, en el núcleo mismo del capitalismo, está entre dos principios sociales: un principio colectivo, base de la sociedad moderna, representado por el proletariado, y un principio individual, anárquico, anclado en la propiedad privada de los medios de producción, representado por la burguesía.La perspectiva comunista había surgido antes que la lucha proletaria hubiese revelado su potencial revolucionario. Lo que aquellos acontecimientos clarificaron es que son únicamente las luchas obreras las que pueden llevar al comunismo. Pero la perspectiva ya existía anteriormente. Se basaba sobre todo en las lecciones anteriores y coetáneas del combate proletario. Incluso en los años 1840, cuando Marx y Engels comenzaron a trasformar el socialismo utópico en ciencia, la clase no había dado aun muchas pruebas de su potencia revolucionaria.Eso quiere decir que desde el principio la teoría por sí misma fue un arma de la lucha de la clase. Y hasta la derrota de la oleada revolucionaria, ya lo hemos dicho, esa visión de su papel histórico fue crucial para darle confianza en su enfrentamiento contra el capital.Así, al igual que la lucha inmediata y las lecciones del pasado, la teoría revolucionaria es para el proletariado un factor indispensable de confianza, especialmente de su desarrollo en profundidad y, a largo plazo, también de su extensión. Puesto que la revolución no puede ser sino un acto conciente, no será victoriosa hasta que la teoría revolucionaria haya conquistado a las masas.En la revolución burguesa, la perspectiva fue poco más que una proyección del espíritu de la evolución presente y pasada: la conquista gradual del poder en el seno de la antigua sociedad. Cuando a la burguesía se le ocurrió desarrollar teorías sobre el futuro, estas acabaron apareciendo como falsificaciones groseras cuya tarea principal era inflamar las pasiones revolucionarias. Por muy irrealistas que fueran esas ideas no pusieron en entredicho la causa que servían. Para el proletariado, al contrario, el punto de partida es el futuro. Puesto que no puede construir gradualmente su poder de clase en el seno del capitalismo, la claridad teórica es un arma imprescindible:"La filosofía idealista clásica ha postulado siempre que la humanidad vive en dos mundos diferentes, el mundo material en el cual domina la necesidad y el del espíritu o de la imaginación en el que reina la libertad. A pesar de la necesidad de rechazar los dos mundos a los que, según Platón o Kant, pertenece la humanidad, es sin embargo correcto que los seres humanos viven simultáneamente en dos mundos diferentes (...) Los dos mundos en los cuales vive la humanidad son el pasado y el futuro. El presente es la frontera entre los dos. Toda su experiencia reside en el pasado (...). Ella no puede cambiar nada de él, todo lo que puede hacer es aceptar su necesidad. Igualmente el mundo de la experiencia, el mundo del conocimiento es también el de la necesidad. La cosa es diferente respecto al futuro. De él no tengo la menor experiencia. Se presenta aparentemente libre ante mí, como un mundo que yo no puedo explorar basándome en el conocimiento sino en el que debo afirmarme por la acción. (...) Actuar quiere decir siempre elegir entre diferentes posibilidades, incluso si es solamente entre elegir o no elegir, lo que significa aceptar y rechazar, defender y atacar. (...) Pero no solamente el sentimiento de libertad es una precondición de la acción, es también un objetivo dado. Si el mundo del pasado está gobernado por las relaciones entre la causa y el efecto (causalidad), el de la acción, el del futuro lo es por la determinación (teleología)". (Karl Kautsky, La concepción materialista de la historia)Ya antes de Marx, fue Hegel quien resolvió, teóricamente, el problema de la relación entre la necesidad y la libertad, entre el pasado y el futuro. La libertad consiste en hacer lo que es necesario, dice Hegel. En otros términos, no es rebelándose contra las leyes de la evolución del mundo, sino comprendiéndolas y empleándolas para sus propios fines como el hombre incrementará su espacio de libertad. "La necesidad es ciega solamente en la medida en que no es comprendida". (Hegel, Enciclopedia de las ciencias naturales). Es necesario, pues, que el proletariado comprenda las leyes de la evolución de la historia si quiere ser capaz de comprender y de llevar a cabo su misión histórica. Por ello, si la ciencia y con ella la confianza de la burguesía están en gran medida basadas en una comprensión progresiva de las leyes de la naturaleza, la

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ciencia y la confianza de la clase obrera están basadas, en cambio, en la comprensión dialéctica de la sociedad y de la historia. Como lo mostró MC[1] en una defensa de los clásicos del marxismo sobre este tema (MC, Pasado, presente, futuro), es el futuro el que predomina sobre el pasado y el presente en un movimiento revolucionario al ser aquél, en última instancia, el que determina su dirección. El predominio del presente trae consigo, invariablemente, dudas y vacilaciones que crean una vulnerabilidad enorme a la influencia de la pequeña burguesía, personificación de la indecisión. El predominio del pasado lleva al oportunismo y por tanto a la influencia de la burguesía, bastión de la reacción moderna. En ambos casos es la pérdida de la visión del largo plazo lo que conduce a la pérdida de la dirección revolucionaria. Como dice Marx, "la revolución social del siglo XIX no puede sacar sus versos del pasado, solamente del futuro" (K. Marx, ibid.)De eso nosotros debemos concluir que el inmediatismo es el principal enemigo de la confianza en sí del proletariado, no solamente porque la ruta hacia el comunismo es larga y tortuosa sino porque además esta confianza radica en la teoría y en el futuro, mientras que el inmediatismo es una capitulación ante al presente, la adoración de los hechos inmediatos. A través de la historia, el inmediatismo ha sido el factor dominante de la desorientación en el movimiento obrero. Ha estado en la raíz de todas las tendencias a colocar "el movimiento por delante del objetivo" como decía Bernstein, y por lo tanto a abandonar los principios de clase. Que tome la forma del oportunismo como fue el caso entre los revisionistas a finales del XIX o entre los trotskistas en los años 1930, o la del aventurerismo como ocurrió con los Independientes en 1919 y con el KPD en 1921 en Alemania; esa impaciencia pequeño burguesa acaba arrastrando siempre a la traición de un futuro por un plato de lentejas, como en la imagen de la Biblia. En la raíz de esa actitud aberrante hay siempre una pérdida de confianza en la clase obrera.En el ascenso histórico del proletariado, pasado, presente y futuro forman una unidad. Al mismo tiempo cada uno de estos "mundos" nos advierte de un peligro específico. El que concierne al pasado es el de olvidar sus lecciones. El peligro del presente es ser víctima de las apariencias inmediatas, de la imagen superficial de las cosas. El peligro que concierne al futuro es el de descuidar y debilitar los esfuerzos teóricos.Eso nos recuerda que la defensa y el perfeccionamiento de las armas teóricas de la clase obrera son la tarea específica de las organizaciones revolucionarias, y que estas últimas tienen una responsabilidad particular en la salvaguardia de la confianza histórica en la clase.5. La confianza, la solidaridad y el espíritu de partidono son jamás adquisiciones definitivasSegún lo dicho, la claridad y la unidad son los principales cimientos de una acción social basada en la confianza. En el caso de la lucha de clases proletaria internacional, esta unidad no es, evidentemente, más que una tendencia que podrá algún día realizarse en un consejo obrero a escala mundial. Pero políticamente, las organizaciones unitarias que surgen en la lucha son ya expresión de esa tendencia. Incluso fuera de esas expresiones organizadas, la solidaridad obrera -incluso expresándose en un nivel individual- manifiesta también esa unidad. El proletariado es la primera clase en el seno de la cual no hay intereses económicos divergentes; en ese sentido la solidaridad anuncia la naturaleza de la sociedad por la que lucha.Pero la expresión más importante y permanente de la unidad de clase es la organización revolucionaria y el programa que ella defiende. Como tal, ella es la personificación más desarrollada de la confianza en el proletariado y también la más compleja.La confianza está en el centro mismo de la construcción y el desarrollo de tal organización. En ésta, la confianza en la misión del proletariado se expresa directamente en el programa político de la clase, en el método marxista, en la capacidad histórica de la clase, en el papel de la organización hacia la clase, en los principios de funcionamiento, en la confianza de los militantes y de las diferentes partes de la organización en sí mismos y en los demás. La unidad de los diferentes principios políticos y organizativos que defiende y la unidad entre las diferentes partes de la organización son, en definitiva, las expresiones más directas de la confianza en la clase: unidad de objetivo y de acción, del objetivo de la clase y de los medios para alcanzarlo.Los dos aspectos principales de esta confianza son la vida política y la vida organizativa. El primer aspecto se expresa en la lealtad a los principios políticos, pero también en la capacidad para desarrollar la teoría marxista como respuesta a la evolución de la realidad. El segundo aspecto es la lealtad a los principios de funcionamiento proletario y a la capacidad de desarrollar una confianza y una solidaridad reales en el seno de la organización. El resultado de un debilitamiento de la confianza en uno u otro de esos dos niveles será siempre poner en entredicho la unidad, y por lo tanto la existencia misma, de la organización.A nivel organizativo, la expresión más desarrollada de esa confianza, solidaridad y unidad es lo que Lenin llamó espíritu de partido. En la historia del movimiento obrero hay tres ejemplos célebres de la puesta en marcha de tal espíritu de partido: el partido alemán en los años 1870 y 1880, los bolcheviques a partir de 1903 hasta la revolución y el partido italiano y la fracción que de él surgió tras la oleada revolucionaria.

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Estos ejemplos nos ayudarán a explicar la naturaleza y la dinámica de ese espíritu de partido y los peligros que lo amenazan.a) Lo que caracterizó al partido alemán en ese plano es que basó su modo de funcionamiento en los principios organizativos establecidos en la Primera Internacional durante su lucha contra el bakuninismo (y el lassallismo), que esos principios se integraron en todo el partido a través de una serie de luchas organizativas y que durante el combate por la defensa de la organización contra la represión estatal se fue forjando una tradición de solidaridad entre los militantes y entre las diferentes partes de la organización. De hecho, fue durante el periodo "heroico" de clandestinidad cuando el partido alemán desarrolló las tradiciones de defensa sin concesiones de los principios, de estudio teórico y de unidad organizativa que hicieron de él el dirigente natural del movimiento obrero internacional. La solidaridad cotidiana en sus filas fue un potente catalizador de todas esas cualidades. Al cambiar el siglo, sin embargo, el espíritu de partido estaba casi completamente muerto, hasta tal punto de que Rosa Luxemburgo pudo declarar que había más humanidad en una aldea siberiana que en todo el partido alemán (Rosa Luxemburgo, Correspondencia con Klara Zetkin). De hecho, mucho antes de su traición programática, la desaparición de la solidaridad anunciaba la futura traición.b) Pero el relevo del espíritu de partido fue recogido por los bolcheviques. Ahí nos volvemos a encontrar con las mismas características. Los bolcheviques heredaron sus principios organizativos del partido alemán, los arraigaron en cada sección, en cada miembro a través de una serie de luchas organizativos, forjando una solidaridad viva a través de años de trabajo ilegal. Sin esas cualidades el partido no habría podido pasar la prueba de la revolución. Pese a que entre agosto de 1914 y Octubre de 1917 el partido sufrió una serie de crisis políticas y tuvo que responder repetidamente a la penetración de posiciones abiertamente burguesas en sus filas y en su dirección (el apoyo a la guerra en 1914, por ejemplo, y después de febrero en 1917), la unidad de la organización, su capacidad para clarificar sus divergencias, para corregir sus errores y para intervenir en la clase no se vieron jamás disminuidas.c) Como sabemos, mucho antes del triunfo final de estalinismo, el espíritu de partido había retrocedido completamente en el partido de Lenin. Pero una vez más la bandera fue recogida, esta vez, por el partido italiano y después por la Fracción, frente a la contrarrevolución estalinista. El partido se convirtió en el heredero de los principios organizativos y de las tradiciones del bolchevismo. Desarrolló su visión de lo que debe ser la vida del partido en la lucha contra el estalinismo y la enriqueció más tarde con la visión y el método de la Fracción. Todo eso ocurrió en las condiciones objetivas más terribles, frente a las que, una vez más, era necesario forjar una solidaridad viva.Al final de la segunda guerra mundial, la Izquierda italiana, a su vez, abandona los principios organizativos que la habían caracterizado. De hecho, ni el remedo semirreligioso de vida colectiva de partido desarrollado por el bordiguismo de la posguerra, ni el informalismo federalista de Battaglia no tienen nada que ver con la vida organizativa de la Izquierda italiana de los años 20 y 30. En particular, toda la concepción de la Fracción fue abandonada.Fue la Izquierda comunista de Francia la que acaba recogiendo la herencia de esos principios organizativos y de la lucha por el espíritu de partido. Y a la CCI le incumbe hoy perpetuar y hacer vivir esa herencia.d) El espíritu de partido no es jamás una adquisición definitiva. Las organizaciones y las corrientes del pasado que lo encarnaron mejor, acabaron todas perdiéndolo completa y definitivamente (...).En cada uno de los ejemplos dados, las circunstancias en las que desapareció el espíritu de partido fueron muy diferentes. La experiencia de la lenta degeneración de un partido de masas o de la integración de un partido en el aparato de Estado de un bastión obrero aislado no se repetirán probablemente jamás. Sin embargo hay lecciones generales que sacar en cada caso:

el espíritu de partido desapareció en un momento de cambio histórico: en Alemania, entre el ascenso y la decadencia del capitalismo; en Rusia con el retroceso de la revolución; y en el caso de la Izquierda italiana entre la revolución y la contrarrevolución; hoy, es la entrada en la fase de descomposición lo que amenaza con acabar con el espíritu de partido.

la ilusión de que las realizaciones pasadas podrían ser definitivas impidió la vigilancia necesaria. La enfermedad infantil de Lenin es un ejemplo perfecto de esta ilusión. Hoy, la sobrestimación de la madurez organizativa de la CCI contiene el mismo peligro.

fueron el inmediatismo y la impaciencia los que abrieron las puertas al oportunismo programático y organizativo. El ejemplo de la Izquierda italiana es particularmente concluyente al estar históricamente más próximo a nosotros. Fue el deseo de lograr por fin ampliar su influencia y reclutar nuevos miembros lo que empujó a la Izquierda italiana en 1943-45 a abandonar las lecciones de la Fracción y al PCInt bordiguista en 1980-81 a abandonar algunos de sus principios programáticos. Hoy la CCI se ve también confrontada a tentaciones parecidas relacionadas con la evolución de la situación histórica.

ese abandono ha sido la expresión, a nivel organizativo, de la pérdida de confianza en la clase obrera, pérdida que se ha manifestado inevitablemente también a nivel político (pérdida de la

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claridad programática). Eso no había ocurrido nunca en la CCI como tal hasta hoy. Pero sí que ocurrió con las diferentes "tendencias" que se separaron de CCI (tales como la FECCI o el "círculo de París" que han acabado negando el análisis de la decadencia).

Durante los últimos meses ha sido sobre todo la simultaneidad de varios factores, tales como el debilitamiento de nuestros esfuerzos teóricos, de la vigilancia, la presencia de cierta euforia por la progresión de la organización y de una ceguera ante nuestros fallos; junto al resurgir del clanismo lo que revela el peligro de la pérdida del espíritu de partido, de degeneración organizativa y de esclerosis teórica. El hecho de que la confianza en nuestras filas haya sido socavada y la incapacidad de dar pasos adelante decisivos para el desarrollo de la solidaridad han sido los factores dominantes en esa tendencia que puede, potencialmente, llevar a la traición programática o a la desaparición de la organización.6. No hay espíritu de partido sin responsabilidad individualTras la lucha de 1993-96 contra el clanismo, comienzan a emerger actitudes de desconfianza hacia aquellas relaciones políticas y sociales de los camaradas que tenían lugar fuera del marco formal de las reuniones y de las actividades planificadas. La amistad, las relaciones amorosas, los lazos y las actividades sociales, los gestos de solidaridad personal, y las discusiones políticas o de otro tipo entre camaradas, se consideraban frecuentemente como un mal necesario; de hecho, como el terreno privilegiado para el desarrollo del clanismo. En oposición a ello, las estructuras formales de nuestras actividades comenzaron a ser consideradas una garantía contra el retorno del clanismo.Tales reacciones contra el clanismo revelan por sí mismas una asimilación insuficiente de nuestro análisis y nos desarman ante ese peligro. Como lo habíamos dicho, el clanismo surgió, en parte, como respuesta a un problema real de falta de confianza y de solidaridad en nuestras filas. Más aun, la destrucción de relaciones de confianza y solidaridad mutua entre camaradas que existían realmente se debía principalmente al trabajo del clanismo que dinamitó el espíritu de amistad: la amistad real no va dirigida jamás contra una tercera persona y no excluye nunca la crítica mutua. El clanismo destruyó la tradición indispensable de las discusiones políticas y de los lazos sociales entre camaradas convirtiéndolas en "discusiones informales" a espaldas de la organización. Al crecer la atomización y al aniquilar la confianza, al intervenir de forma abusiva e irresponsable en la vida personal de los camaradas, aislándolos incluso de la organización, el clanismo estaba socavando la solidaridad natural que debe expresar el "derecho de vigilancia" de la organización sobre las dificultades personales que los militantes puedan encontrar.Es imposible combatir el clanismo utilizando sus propias armas. No es la desconfianza en el pleno desarrollo de la vida política y social fuera del simple marco formal de las reuniones de sección sino la verdadera confianza en esta tradición del movimiento obrero lo que nos hace más resistentes al clanismo.Tras esa desconfianza injustificada hacia la vida "informal" de una organización obrera, reside la utopía pequeño burguesa de una garantía contra el espíritu de círculo que nos puede llevar al dogma ilusorio del catecismo contra el clanismo. Esa manera de hacer acaba transformando los estatutos en leyes rígidas, el "derecho de injerencia" en fiscalización y la solidaridad en vacuo ritual.Una de las formas con que la pequeña burguesía expresa su miedo del futuro es ese dogmatismo mórbido que ofrece protección contra el peligro de lo imprevisible. Eso es lo que llevó a la "vieja guardia" del partido ruso a acusar constantemente a Lenin de abandonar los principios y las tradiciones del bolchevismo. Es una especie de conservadurismo que corroe el espíritu revolucionario. Nadie está exento de ese peligro, como lo muestra el debate que hubo en la Internacional socialista sobre la cuestión polaca en el que no solamente Wilhelm Liebknecht sino, parcialmente, Engels adoptaron esa actitud cuando Rosa Luxemburgo planteó la necesidad de cuestionar la antigua posición de apoyo a la independencia de Polonia.En realidad, el clanismo, precisamente porque emana de las capas intermedias, inestables, sin futuro, es no sólo capaz sino que, en realidad, está condenado a adoptar formas y características siempre cambiantes. La historia muestra que el clanismo no toma solamente la forma del informalismo de la bohemia y de las estructuras paralelas tan apreciadas por los desclasados, sino que es igualmente capaz de utilizar las estructuras oficiales de la organización y de darse la apariencia de formalismo y de rutinismo pequeño burgués que necesita para promover su política paralela. Mientras que en una organización en la que el espíritu de partido es débil y el espíritu de contestación fuerte, un clan informal tiene más oportunidad de éxito, en una atmósfera más rigurosa en la que existe una gran confianza en los órganos centrales, la apariencia formal y la adopción de estructuras oficiales puede responder perfectamente a las necesidades del clanismo.En realidad el clanismo contiene las dos caras de la moneda. Históricamente, está condenado a oscilar entre esos dos polos que en apariencia se excluyen mutuamente. En el caso de la política de Bakunin, nos encontramos los dos aspectos contenidos en una "síntesis superior": la libertad individual anarquista absoluta, proclamada por la Alianza oficial y la confianza y la obediencia ciega exigidas por la Alianza secreta:«Como los jesuitas pero no en la vía de la servidumbre sino en la de la emancipación del pueblo, cada uno de ellos ha renunciado a su propia voluntad. En el Comité, como en toda la organización, no es el

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individuo quien piensa, quiere y actúa, sino el todo» escribe Bakunin. Lo que caracteriza esta organización, continúa él, es «la confianza ciega que le brindan las personalidades conocidas y respetadas». (Mijail A. Bakunin, Llamamiento a los oficiales del Ejército ruso)Las relaciones sociales, que están llamadas a desempeñar un papel en tal tipo de organización están claras: «Todos los sentimientos afectivos, los sentimientos blandengues de parentesco, de amistad, de amor, de gratitud deben ser reprimidos en él por la sola pasión fría por la tarea revolucionaria». (M.A. Bakunin, El catecismo revolucionario.)Aquí se puede ver claramente que el monolitismo no es una invención del estalinismo sino que está contenido ya en la falta de confianza típica de los clanes en la tarea histórica, la vida colectiva y la solidaridad proletaria. Para nosotros no hay nada nuevo ni sorprendente en eso. Es el miedo pequeño burgués bien conocido a la responsabilidad individual que en nuestros días lleva a muchos seres profundamente individualistas a echarse en los brazos de sectas de lo más variado donde pueden dejar de pensar y de actuar por sí mismos.Es una ilusión creer que se puede combatir el clanismo sin que los miembros de la organización acepten su responsabilidad individual en el combate. Sería paranoico pensar que la vigilancia "colectiva" podría sustituir la convicción y la vigilancia individuales en este combate. En realidad el clanismo incorpora la falta de confianza en la vida colectiva real y en la posibilidad de la responsabilidad individual real.¿Cuál es la diferencia entre las discusiones entre camaradas fuera de las reuniones y las "discusiones informales" del clanismo? ¿Es el hecho que las primeras, al contrario que las segundas, serían comunicadas a la organización? Sí, aunque no sea posible dar cuenta formalmente de cada discusión. Fundamentalmente, lo decisivo es la actitud con la que tal discusión se lleva a cabo. Es el espíritu de partido lo que todos nosotros debemos desarrollar porque nadie lo hará por nosotros. Este espíritu de partido será siempre letra muerta si los militantes no pueden aprender a tener confianza unos en los otros. Igualmente no podrá haber solidaridad viva sin una implicación personal de cada militante en ese plano.Si la lucha contra el espíritu de círculo dependiese exclusivamente de la salud de las estructuras colectivas formales no habría jamás problemas de clanismo en las organizaciones proletarias. Los clanes se desarrollan por el debilitamiento de la vigilancia y del sentido de las responsabilidades a nivel individual. Por eso una parte del Texto de orientación de 1993[2] está dedicado a identificar las actitudes contra las cuales cada camarada debe armarse a sí mismo. Esta responsabilidad individual es indispensable no sólo en la lucha contra el clanismo sino en la lucha para desarrollar positivamente una vida proletaria sana. En una organización proletaria, con militantes así, los militantes han aprendido a pensar por sí mismos y su confianza está arraigada en una comprensión teórica, política y organizativa de la naturaleza de la causa proletaria, no en la lealtad o el miedo a tal o cual camarada del comité central.«el 'nuevo curso' debe tener el primer resultado de que todos sientan que nadie podrá en adelante aterrorizar al partido. Nuestra juventud no se limitará a repetir nuestras consignas. Debe conquistarlas, asimilarlas. Debe conquistar su propia opinión y su propia imagen y ser capaz de luchar por su opinión con un valor que surge de la convicción profunda y del carácter independiente. ¡Fuera del partido la obediencia pasiva, la orientación mecánica de aquellos ante quienes se es responsable, la despersonalización, los que aplauden, y el arribismo! Un bolchevique no es solamente un ser disciplinado, no, es una persona que va a las raíces de las cosas y forma su propia opinión y la defiende no sólo contra el enemigo sino también en el seno de su propio partido». (.L. Trotski, Nuevo curso.)Y Trotski añade: «El mayor heroísmo en los asuntos militares y en la revolución es el heroísmo de la veracidad y de la responsabilidad». (L. Trotski, Sobre el rutinismo en el ejército.)La responsabilidad colectiva y la responsabilidad individual, lejos de excluirse mutuamente, dependen una de la otra y se condicionan mutuamente. Como lo ha explicado Plejánov, la eliminación del papel del individuo en la historia está ligada a un fatalismo incompatible con el marxismo. «Aunque ciertos subjetivistas, en sus esfuerzos por atribuir "al individuo" la mayor importancia en la historia se niegan a reconocer el desarrollo histórico del género humano como un proceso determinado por leyes, algunos de sus adversarios más recientes, en sus intentos por subrayar al máximo las leyes que rigen ese desarrollo, han acabado casi olvidando que la historia la hacen los hombres y que, por lo tanto, la acción de los individuos tiene su importancia». (G.V. Plejanov, El papel del individuo en la historia)Tal rechazo de la responsabilidad de los individuos está igualmente relacionado con el democratismo pequeño burgués, al deseo de sustituir nuestro principio de "de cada cual según sus medios" por la utopía reaccionaria de la igualación de los miembros de un colectivo. Ese proyecto, ya condenado en el texto de orientación de 1993 no es ningún objetivo de la organización hoy ni de la sociedad comunista futura.Una de las tareas que tenemos todos, es aprender del ejemplo de todos los grandes revolucionarios (los conocidos y todos los militantes anónimos de nuestra clase) que no han traicionado nuestros principios programáticos y organizativos. Esto no tiene nada que ver con ningún culto de la personalidad. Como Plejánov concluyó en su célebre ensayo sobre el papel del individuo: «No es sólo para "quienes comenzaron", ni para los "grandes" hombres para quienes se abre un amplio campo de actividades. Se

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abre a todos aquellos que tienen ojos para ver, oídos para escuchar y un corazón para amar a sus semejantes. El concepto de grandeza es relativo. En el sentido moral, todo hombre es grande cuando, por citar el Nuevo Testamento, da su vida por sus amigos».A modo de conclusiónDe esto resulta que, la asimilación y la profundización de las cuestiones que hemos empezado a discutir desde hace más de un año, es hoy nuestra prioridad fundamental.La tarea de la conciencia es crear el marco político y organizativo que mejor favorezca el desarrollo de la confianza y de la solidaridad. Esta tarea es central en la construcción de la organización, que es un arte o una ciencia entre las más difíciles. En la base de ese trabajo se halla el reforzamiento de la unidad de la organización, el principio más "sagrado" del proletariado. Y, como para toda comunidad colectiva, su condición es la existencia de reglas de comportamiento comunes. Concretamente, los estatutos, los textos de 1981 sobre la función y el funcionamiento, y el de 1993 sobre el tejido organizativo aportan ya los elementos de tal marco. Es necesario volver, repetidamente, a esos textos pero sobre todo cuando la unidad de la organización está en peligro. Ellos deben ser el punto de partida de una vigilancia permanente.En ese aspecto, la incomprensión principal en nuestras filas es la idea que estas cuestiones son fáciles y simples. Según esa manera de ver bastaría con declarar la confianza para que existiese. Y ya puestos en que la solidaridad es una actividad práctica, bastaría, entonces, con "just go and do it" (hacerla funcionar). ¡Nada más lejos de la verdad! La construcción de la organización es una empresa muy complicada y delicada. Y no hay ningún producto de la cultura humana que sea tan difícil y frágil como la confianza. Ninguna otra es tan difícil de construir ni tan fácil de destruir. Por eso frente a tal o cual falta de confianza hacia tal o cual parte de la organización, la primera cuestión que debemos plantearnos es ¿Qué puede hacerse colectivamente para reducir la desconfianza o, incluso el miedo en nuestras filas? Lo mismo podemos decir de la solidaridad, aunque sea "práctica" y "natural" en la clase obrera, esta clase vive en la sociedad burguesa, rodeada de factores que actúan contra tal solidaridad. Además, la penetración de una ideología extraña arrastra hacia concepciones aberrantes sobre esta cuestión, como fue el caso con la reciente actitud de considerar la negativa a publicar los textos de camaradas como una expresión de solidaridad, o de dar como base válida para un debate sobre la confianza la explicación del origen de ciertas divergencias políticas en la vida personal de camaradas[3].En particular en la lucha por la confianza, nuestro lema debe ser prudencia y más prudencia.La teoría marxista es nuestra principal arma en la lucha contra la pérdida de confianza. En general es el medio privilegiado para resistir al inmediatismo y defender una visión a largo plazo. Es la única base posible para una confianza real, científica, en el proletariado y es a la vez la base de la confianza de todas las diferentes partes de la clase en sí mismas y en las demás. Específicamente, sólo una concepción teórica nos permite ir a las raíces más hondas de los problemas organizativos que deben ser tratados como cuestiones teóricas e históricas de pleno derecho. Incluso en ausencia de una tradición viva sobre esta cuestión y en ausencia hasta el presente de la prueba de fuego de la represión, la CCI debe basarse en el estudio del movimiento obrero del pasado, y en el desarrollo voluntario y consciente de una tradición de solidaridad activa y de vida social en sus filas.Si la historia nos ha hecho particularmente vulnerables a los peligros del clanismo, también nos ha dotado de los medios para superarlos. En particular no debemos olvidar jamás que el carácter internacional de la organización y la creación de comisiones de información son los medios indispensables para restaurar la confianza mutua en los momentos de crisis, cuando esta confianza está maltrecha o perdida.Liebknecht, el viejo, dijo de Marx que éste trataba la política como un tema de estudio (Wilhelm Liebknecht, Karl Marx). Como hemos dicho, es la prolongación del área de la conciencia a la vida social lo que libera a la humanidad de la anarquía de fuerzas ciegas haciendo posibles la confianza, la solidaridad y la victoria del proletariado. Con el fin de superar las dificultades actuales y resolver las cuestiones planteadas, la CCI debe estudiarlas, ya que, como dice el filósofo "Ignorantia non est argumentum" (la ignorancia no es un argumento) (Spinoza, Ética)[1] MC es nuestro camparada Marc Chirik, fallecido en 1990. Marc conoció la Revolución de 1917 en Kichinev, Moldavia, su ciudad natal. A los 13 años era ya miembro del partido comunista de Palestina, del ue fue excluido por su desacuerdo con las posiciones de la Internacional comunista sobre la cuestión nacional. Emigrado a Francia, entró en el PCF y acabó siendo excluido junto con todos los oponentes de Izquierda. Fue miembro de la Liga comunista (trotskista) y después dela Unión comunista que abandonó para unierse a la Fracción italiana de la Izquierda comunista internacional (ICI) cuyas posiciones sobre la guerra de España compartía en contra de las de la UC. Durante la IIª guerra mundial y la ocupación alemana en Francia, fue impulsor de la reconstitución de la Fracción italiana de la Izquierda comunista en torno al núcleo de Marsella después de que el Buró internacional de la ICI, animado por Vercesi, hubiera considerado que las fracciones ya no tenían porqué proseguir su labor durante la guerra. En mayo de 1945, Marc se opuso a la autodisolución de la Fracción italiana cuya conferencia decidió la integración individual de sus militantes en el Partito comunista internazionalista (PCInt) que habia sido fundado poco antes. Se

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unió a la Fracción francesa de la Izquierda comunista que se fundó en 1944, llamada más tarde Izquierda comunista de Francia (GCF). A partir de 1964, en Venezuela, y de 1968 en Francia, MC desepeñó un papel decisivo en la formación de los primeros grupos que iban a engendrar la CCI, a la cual aportó su inestimable experiencia política y organizativa adquirida en las diferentes organizaciones comunistas a las que había pertenecido. Pueden encontrarse otros aspectos de la biografía política de nuestro compañero en el folleto: "La Izquierda comunista de Francia" y en el artículo a él dedicado en la Revista internacional nº 65 y 66.El texto de MC aquí citado fue una aportación al debate interno de la CCI titulado "Marxismo revolucionario y centrismo en la realidad de hoy y en el debate actual en la CCI", publicado en marzo de 1984.[2] Se trata del texto "La cuestión del funcionamiento de la organización en la CCI" publicado en la Revista internacional nº 109[3] Ese pasaje se refiere especialmente a los hechos ya evocados en nuestro artículo "El combate por la defensa de los principios organizativos" (Revista Internacional nº 110) que habla de nuestra Conferencia extraordinaria de marzo de 2002 y las dificultades organizativas que justificaron su celebración: «Nunca ha sido un problema para un órgano central de la CCI que partes de la organización criticasen un texto adoptado por éste. Muy al contrario, la CCI y su órgano central ha insistido siempre en que cualquier divergencia o duda se exprese abiertamente dentro de la organización con objeto de llegar a la mayor clarificación posible. Ante la aparición de desacuerdos la actitud del órgano central ha sido siempre responder a ellos con seriedad. A partir de la primavera del 2000 la mayoría del SI [Secretariado internacional, comisión permanente del órgano central de la CCI] adopta una actitud completamente opuesta. En vez de desarrollar una argumentación seria, adopta una actitud totalmente contraria a la que había mantenido en el pasado. Para esa mayoría, el que una pequeña minoría de camaradas criticara un texto del SI solo podía ser fruto del espíritu contestatario de este camarada, o de los problemas familiares de aquél, o de que aquel otro tendría una enfermedad psíquica. (...). La respuesta a los argumentos que daban los compañeros en desacuerdo no se basaba en oponer otros argumentos sino en denigraciones, justificando no publicar algunas de sus contribuciones diciendo que "iban a alborotar la organización" e incluso que una de los camaradas, afectada por la presión que se ejercía sobre ella, "no soportaría" las críticas que otros militantes de la CCI harían a sus textos. En suma, la mayoría del SI estaba desplegando una política de ahogar el debate de forma totalmente hipócrita en nombre de la "solidaridad"

Cuestiones de organización, III - El Congreso de La Haya en 1872 - La lucha contra el parasitismo políticoEnviado por RevistaInternacional el Octubre 12, 1996 - 7:18pm. En la serie Cuestiones de organizaciónVer tambien :

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En los dos primeros artículos de esta serie abordamos los orígenes y el desarrollo de la Alianza de Bakunin, y cómo la burguesía apoyó y utilizó esta secta como una auténtica máquina de guerra contra la Iª Internacional. Hemos visto, también, la enorme importancia que Marx, Engels, y los elementos obreros más sanos de la Internacional, concedían a la defensa de los principios proletarios de funcionamiento, frente al anarquismo en materia de organización. En el presente artículo trataremos de las lecciones del Congreso de La Haya, uno de los momentos más importantes de la lucha del marxismo contra el parasitismo político. Las sectas socialistas que ya no tenían su sitio en el joven movimiento proletario en pleno desarrollo, orientaban entonces lo principal de su actividad a luchar no ya contra la burguesía sino contra las organizaciones revolucionarias mismas. Todos esos elementos parásitos, a pesar de las divergencias políticas entre ellos, se unieron a los intentos de Bakunin por destruir la internacional.Las lecciones de la lucha contra el parasitismo en el Congreso de la Haya son especialmente válidas hoy. A causa de la ruptura de la continuidad orgánica con el movimiento obrero del pasado, pueden hacerse muchos paralelos entre el desarrollo del medio revolucionario después de 1968 y el de los inicios del movimiento obrero; existe, en particular, no una identidad pero sí una gran similitud entre el papel del parasitismo político en la época de Bakunin y el que hoy desempeña.Las tareas de los revolucionarios tras la Comuna de ParisEl Congreso de La Haya de la Primera Internacional en 1872, es uno de los más famosos en la historia del movimiento obrero. Fue en él donde tuvo lugar el histórico “enfrentamiento” entre marxismo y anarquismo. Este Congreso fue un momento decisivo en la superación de la fase de “sectas”, que había marcado los primeros pasos del movimiento obrero. En este Congreso se pusieron las bases para superar la

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separación que existía entre, por un lado, las organizaciones socialistas, y por otro, los movimientos de masas de la lucha obrera.El Congreso condenó enérgicamente el “rechazo de la política” anarquista y pequeñoburgués, así como sus “reticencias” respecto a las luchas defensivas cotidianas de los trabajadores. Y, sobre todo, declaró que la emancipación del proletariado exige su organización en “un partido político de clase, autónomo, contrario a todos los partidos formados por las clases dominantes” (Resolución sobre los Estatutos del Congreso de La Haya).No es casualidad que tales cuestiones se suscitaran precisamente en aquel momento, ya que el Congreso de La Haya fue el primer congreso internacional que se celebraba tras la derrota de la Comuna de París en 1871, cuando contra el movimiento obrero se lanzaba una oleada internacional de terror reaccionario. La Comuna de París había mostrado el carácter político de la lucha de la clase obrera, había puesto de manifiesto la necesidad y la capacidad de la clase revolucionaria para organizar su confrontación con el Estado burgués, la tendencia histórica a la destrucción de ese estado y su sustitución por la dictadura del proletariado como condición previa del socialismo. Los acontecimientos de París mostraron a los obreros que el socialismo no se conseguiría a través de experimentos cooperativos de tipo proudhoniano, ni con pactos con las clases explotadoras como preconizaban los lassalleanos, ni tampoco mediante audaces acciones de una minoría selecta como pretendía el blanquismo. Y, sobre todo, la Comuna de París enseñó a los obreros verdaderamente revolucionarios, que la revolución socialista no tiene nada que ver con una orgía de anarquía y destrucción, sino que se trata de un proceso centralizado y organizado; que la insurrección obrera no desemboca en una “abolición” inmediata de las clases, del Estado y de la “autoridad”, sino que exige imperativamente la autoridad de la dictadura del proletariado. En resumen: la Comuna de París dio absolutamente la razón a la posición marxista, y desautorizó por completo las “teorías” bakuninistas.De hecho, en el momento del Congreso de La Haya, los mejores representantes del movimiento obrero tomaban conciencia de cómo el peso en la dirección de la insurrección de las concepciones proudhonianas, bakuninistas, blanquistas, y de otras sectas había sido la principal debilidad política de la Comuna. Y donde, además, la Internacional había sido incapaz de intervenir en los acontecimientos centralizada y coordinadamente, como debe hacerlo un partido de clase.Por ello, tras la derrota de la Comuna de Paris, liberarse del peso de su propio pasado sectario y poder superar así la influencia del socialismo pequeño burgués, era ya la prioridad absoluta para el movimiento obrero.Este es el contexto político que explica porqué la cuestión central del Congreso de La Haya no fue la Comuna de París en sí misma, sino la defensa de los Estatutos de la Internacional, contra el complot de Bakunin y sus aliados. Los historiadores burgueses, desconcertados por este hecho, concluyen que este congreso habría sido una expresión de ese mismo sectarismo, ya que la Internacional habría “preferido” dedicarse a sus asuntos internos, en vez de a los resultados de un acontecimiento histórico en la lucha de clases. Lo que la burguesía no puede entender es que la respuesta que la Comuna de París pedía a los revolucionarios era, precisamente, la defensa de los principios políticos y organizativos del proletariado, la erradicación de sus filas de las teorías y actitudes organizativas pequeño burguesas.Así pues, los delegados de la Internacional acudieron a La Haya no sólo para replicar a la represión internacional y las difamaciones contra la AIT, sino ante todo, para hacer frente al ataque que, desde dentro, se había lanzado contra ella. Este ataque interno estaba dirigido por Bakunin que llamaba, ya abiertamente, a abolir la centralización internacional, incumplir los estatutos, no pagar las cuotas al Consejo General, y rechazar la lucha política. Bakunin se oponía, sobre todo, a las decisiones de la Conferencia de Londres de 1871, en las que, sacando las lecciones de la Comuna de París, se defendía la necesidad de que la Internacional desempeñara su papel de partido de clase. En el terreno organizativo, esta conferencia había exigido al Consejo general que asumiera, sin vacilaciones, su papel de centralización, de representante de la unidad de la Internacional entre congreso y congreso. En Londres, se condenó también la existencia, dentro de la Internacional, de sociedades secretas, y se ordenó la preparación de un informe sobre las escandalosas actividades que, en nombre de la Internacional, Bakunin y Nechaiev habían realizado en Rusia.A todo ello Bakunin respondió con una “huida hacia delante”, ya que poco a poco se iban descubriendo sus actividades contra la Internacional. Pero se trataba, en realidad, de una estrategia calculada que contaba con explotar, en su propio provecho, la debilidad y desorientación de muchas partes de la organización tras la derrota de la Comuna de París, para intentar aniquilar la Internacional, en el propio Congreso de La Haya, ante los expectantes ojos de todo el mundo. El ataque de Bakunin contra la “dictadura del Consejo general” estaba ya contenido en la Circular de Sonvilliers de noviembre de 1871, que había sido enviada a todas las secciones, y con la que trataba, arteramente, de ganarse a todos los elementos pequeño burgueses, que se sentían amenazados por la proletarización de los métodos organizativos de la Internacional impulsados por los órganos centrales. La prensa burguesa reprodujo amplios extractos de esta circular de Sonvillier (“El

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monstruo de la Internacional se devora a sí mismo”) y, “en Francia, donde todo lo que, de cualquier forma, estuviera relacionado con la Internacional, era salvajemente perseguido, fue sin embargo pegado en las paredes” (Nicolaievsky, Karl Marx, traducido del inglés por nosotros).La complicidad del parasitismo con las clases dominantesPodemos decir que, en términos generales, tanto la Comuna de París como la fundación de la Internacional, son expresiones de un mismo proceso histórico, cuya esencia es la maduración de la lucha por la emancipación del proletariado. Desde mediados de los años 1860, el movimiento obrero había empezado a superar sus “infantilismos”. Sacando lecciones de las revoluciones de 1848, el proletariado se negaba a aceptar el liderazgo del ala radical de la burguesía, luchando ya por establecer su propia autonomía de clase. Pero esta autonomía exigía que la clase obrera supe rase la dominación que ejercían, sobre sus propias organizaciones, las teorías y las concepciones organizativas de la pequeña burguesía, la bohemia y los elementos desclasados, etc.Pero esa lucha por imponer los postulados del proletariado en sus organizaciones, esa lucha que tras la Comuna de París llegaba a una nueva etapa, debía desarrollarse no sólo frente al exterior, contra los ataques de la burguesía, sino también dentro de la propia Internacional. En las filas de ésta, los elementos pequeñoburgueses y desclasados desataron una feroz resistencia contra la aplicación de estos principios políticos y organizativos del proletariado, pues ello significaba la desaparición de su influencia en la organización obrera.Y así estas sectas “palancas del movimiento, en sus inicios, pasan a ser trabas cuando éste las supera, convirtiéndose entonces en reaccionarias” (Marx/Engels, Las pretendidas escisiones en la Internacional).El Congreso de La Haya tenía pues como objetivo, eliminar el sabotaje de la maduración y la autonomización del proletariado, que ejercían los sectarios. Un mes antes del Congreso, el Consejo general había declarado, en una circular a todos los miembros de la Internacional, que había llegado el momento de acabar, de una vez por todas, con las luchas internas causadas “por la presencia de un cuerpo parásito”, y señalaba que “paralizando la actividad de la Internacional contra los enemigos de la clase obrera, la Alianza sirve espléndidamente a la burguesía y sus gobiernos”.El Congreso de La Haya mostró cómo esos sectarios que ya no servían de palanca al movimiento, que se habían transformado en parásitos que vivían a expensas de las organizaciones proletarias, se habían organizado y coordinado a escala internacional para hacer la guerra a la Internacional. Y que preferían la destrucción del partido obrero antes que aceptar que el proletariado se liberase de su influencia. Se demostró también que el parasitismo político, para tratar de evitar ser arrojado al famoso “basurero de la historia” donde debería estar, había preparado la formación de una alianza con la burguesía, cuya base era el odio que tanto unos como otros, si bien cada uno por razones distintas, compartían contra el proletariado. Uno de los principales logros del Congreso de La Haya fue, precisamente que fue capaz de desvelar la esencia de este parasitismo político, que presta sus servicios a la burguesía participando en la guerra de las clases explotadoras contra las organizaciones comunistas.Los delegados contra BakuninLas declaraciones escritas enviadas a La Haya por las diferentes secciones, especialmente por las de Francia (donde la AIT trabajaba en la clandestinidad, y muchos de sus delegados no podían acudir al Congreso) muestra el estado de ánimo que reinaba en la Internacional en vísperas del Congreso. Los principales temas de esas declaraciones se referían a la propuesta de ampliación de los poderes del Consejo general, a la orientación hacia un partido político de clase, y a la confrontación contra la Alianza bakuninista y otras flagrantes violaciones de los estatutos.La decisión de Marx de asistir personalmente al Congreso, era una prueba más de la determinación que existía en la Internacional, para desenmascarar y destruir los diferentes complots que se estaban urdiendo contra la Asociación, todos ellos centrados en torno a la Alianza de Bakunin. Esta Alianza, una organización clandestina en el seno de la propia organización, era una sociedad secreta desarrollada según el modelo burgués de la francmasonería. Los delegados eran muy conscientes de que detrás de las maniobras sectarias de Bakunin, se escondía la conspiración de la clase dominante.“... Ciudadanos: nunca antes un Congreso fue tan solemne y más importante como el que os ha reunido en La Haya. Lo que deberá discutirse no es tal o cual insignificante cuestión de forma, tal o cual trillado artículo de los Reglamentos, sino la supervivencia misma de la Asociación.Manos impuras, manchadas de sangre republicana, intentan, desde hace tiempo, sembrar la discordia entre nosotros, lo que solo puede servir al más criminal de los monstruos: Luis Bonaparte. Intrigantes expulsados vergonzosamente de nuestras filas -los Bakunin, Malon, Gaspard Blanc y Richard- intentan fundar una no sabemos bien qué clase de ridícula federación, para servir a su ambicioso proyecto de destrozar la Asociación. Pues bien, ciudadanos, esta es la raíz de las discordias, grotesca por sus arrogantes designios, pero peligrosa por sus audaces maniobras, que deben ser aniquiladas a toda costa. Su existencia es incompatible con la nuestra y dependemos de vuestra implacable energía para alcanzar un éxito decisivo y brillante. Sed implacables, luchad sin vacilaciones, pues si sois débiles y temerosos,

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seréis responsables no sólo del desastre que sufra la Asociación, sino además de las terribles consecuencias que ello supondría para la causa del proletariado” (“De la sección Ferré de París a los delegados de La Haya”) ([1]).Contra la demanda de Bakunin que abogaba por una autonomización de las secciones y la casi completa abolición del Consejo general -el órgano central que representaba la unidad de la Internacional:“Si pretendéis que el Consejo general sea un cuerpo inútil, que las federaciones puedan actuar sin él, sólo a través de correspondencia entre ellas, (...) entonces la Asociación Internacional se dislocará. El proletariado retrocederá al período de las corporaciones, (...). Pues bien, nosotros los parisinos, declaramos que no hemos derramado nuestra sangre a raudales, generación tras generación, para satisfacer intereses de capilla. Afirmamos que no habéis entendido absolutamente nada sobre el carácter y la misión de la Asociación internacional” (Declaración de las secciones parisinas a los delegados de la Asociación internacional reunidos en Congreso, leída en la XIIª sesión del Congreso, el 7/9/1872, p. 235). Las secciones declararon: “No queremos ser transformadas en una sociedad secreta, como tampoco queremos empantanarnos en una simple evolución económica. Pues una sociedad secreta lleva a aventuras en las que el pueblo siempre es la víctima” (p. 232).La cuestión de los mandatosQue la infiltración del parasitismo político en las organizaciones proletarias es un peligro real, queda rotundamente demostrado por el hecho de que, de los 6 días que duró el Congreso de la Haya (del 2 al 7 de septiembre de 1872), dos jornadas completas estuvieron dedicadas a la comprobación de los mandatos de los delegados. O sea que no siempre estaba claro si tal o cual delegado tenía verdaderamente un mandato y de quién. En algunos casos, ni siquiera estaba claro que el delegado fuera miembro de la organización, o si la sección que le enviaba existía en ese momento.Y así, Serraillier, que era el secretario del Consejo general para Francia, jamás había oído hablar de las secciones de Marsella, que habían enviado a un delegado que resultó ser miembro de la Alianza. Tampoco se habían recibido jamás cotizaciones de sus miembros. “Es más, se le había informado de que se habían formado recientemente secciones, con el único propósito de enviar delegados al Congreso” (p. 124). ¡El Congreso hubo de votar incluso si tales secciones existían o no!Al encontrarse en minoría en el Congreso, los seguidores de Bakunin intentaron, por su parte, impugnar varios mandatos, lo que hizo perder mucho tiempo.Alerini, miembro de la Alianza, exigió que los autores de Las pretendidas escisiones..., es decir el Consejo general, debía ser excluido. ¿Por qué razón?, pues... ¡por haber defendido los Estatutos de la Asociación!. La Alianza pretendió, igualmente, violar las normas de votación existentes, prohibiendo a los miembros del Consejo general que votaran como delegados mandatados por las secciones.Otro enemigo de los órganos centrales, Mottershead, “preguntó por qué Barry, que no era uno de los líderes ingleses, y al que se le tenía por alguien insignificante, era, sin embargo, delegado al Congreso por la sección alemana”. Marx le replicó que “dice mucho a favor de Barry que no sea uno de los llamados líderes de los trabajadores ingleses, ya que éstos están en mayor o menor medida, vendidos a la burguesía y el gobierno. Si se ataca a Barry es sólo porque se niega a ser un instrumento de Hales” (p. 124). Mottershead y Hales, apoyaban las tendencias antiorganizativas de Bakunin.Al carecer de la mayoría, la Alianza trató de perpetrar, en mitad de las sesiones del Congreso, un auténtico golpe contra las normas de la Internacional, ya que según su punto de vista, las normas son para los demás, que no para la élite bakuninista.Así, los aliancistas españoles plantearon (proposición nº 4 al Congreso), que sólo podían ser contabilizados en el Congreso los votos de aquellos delegados que hubieran recibido un “mandato imperativo” de sus secciones. Los votos de los demás delegados sólo podrían contabilizarse, una vez que sus secciones hubieran debatido y votado las mociones del Congreso. De ello resultaría que las resoluciones adoptadas en el Congreso, sólo tendrían validez dos meses después de éste. Tal propuesta suponía, ni más ni menos, aniquilar el Congreso como máxima instancia de la organización.Morago anunció entonces “que los delegados españoles habían recibido órdenes precisas para abstenerse hasta que no se estableciera un sistema de voto acorde con el número de electores que representaba cada delegado”. La respuesta de Lafargue, tal y como la recogen las actas fue: “Lafargue dijo que él era un delegado de España, y que no había recibido tales instrucciones”. Todo ello resulta revelador de cómo funcionaba verdaderamente la Alianza. Entre los delegados de diferentes secciones, algunos decían tener un mandato “imperativo” de sus secciones, cuando en realidad estaban obedeciendo a las instrucciones secretas de la Alianza, una dirección alternativa y secreta, opuesta al Consejo general y a los Estatutos.Para reforzar su estrategia, los aliancistas pasaron luego a chantajear pura y simplemente al Congreso. El brazo derecho de Bakunin, Guillaume, dada la negativa del Congreso a saltarse sus propias normas para complacer a los bakuninistas españoles “anunció que a partir de ese momento, la Federación del Jura dejaría de tomar parte de las votaciones” (p. 143). Y no contento con ello, amenazó incluso con abandonar el Congreso.

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En respuesta a este burdo chantaje. “El Presidente del Congreso explicó que las normas habían sido establecidas no por el Consejo general, ni por tal o cual persona, sino por la AIT y sus Congresos, y que por tanto quienquiera que atacara las normas, estaba en realidad atacando a la AIT y a su existencia”.Tal y como señaló Engels: “No es culpa nuestra si los españoles se encuentran en una posición comprometida y son incapaces de votar. Tampoco es culpa de los obreros españoles, sino del Consejo federal español, que está formado de miembros de la Alianza” (pp. 142-143). Frente al sabotaje de la Alianza, Engels formuló la alternativa a la que se confrontaba el Congreso: “Debemos decidir si la AIT va a continuar rigiéndose de manera democrática, o si va a ser gobernada por una camarilla (gritos y protestas por el término “camarilla”) organizada secretamente y violando los Estatutos” (p. 122).“Ranvier protesta contra la amenaza lanzada por Splingard, Guillaume y otros de abandonar la sala, que prueba que son únicamente ELLOS y no nosotros, quienes DE ANTEMANO se han pronunciado sobre la cuestión que se discute. Ya le gustaría a él que todos los policías del mundo se marcharan así” (p. 129).“Morago, que tanto se irrita ante un eventual despotismo por parte del Consejo general, debería darse cuenta de que su conducta y la de sus camaradas aquí, es mucho más tiránica, puesto que pretende obligarnos a ceder ante ellos, bajo la amenaza de su separación” (Intervención de Lafargue, p. 153).El Congreso también respondió a la cuestión de los mandatos imperativos, que equivalían a transformar el Congreso en una simple urna, en la que las delegaciones depositarían un voto que ya habrían tomado. Habría resultado más barato evitarse el Congreso y enviar los votos por correo. El Congreso ya no sería pues la más alta instancia de la unidad de la organización, que toma sus decisiones soberanamente, como una entidad.“Serrailler dice que él no se encuentra aquí atado, a diferencia de Guillaume y sus camaradas, que ya tienen de antemano establecido un parecer sobre todas las cuestiones, puesto que han aceptado un mandato imperativo que les obliga a votar de una manera determinada o a retirarse”.La verdadera función del “mandato imperativo” en la estrategia de la Alianza, fue desenmascarada por Engels en su artículo: “El mandato imperativo y el Congreso de La Haya”:“¿Por qué los aliancistas, ellos que son tan acérrimos enemigos de cualquier principio de autoridad, insisten tan tercamente sobre la autoridad del mandato imperativo? Porque para una sociedad secreta como la suya, infiltrada en una sociedad pública como la Internacional, nada hay más cómodo que el mandato imperativo. El mandato de sus aliados será idéntico. Aquellas secciones que no estén bajo la influencia de la Alianza, o que se rebelen contra ella, tendrán discrepancias unas con otras, de manera que frecuentemente la mayoría absoluta, y siempre la mayoría relativa, queda en manos de la sociedad secreta. Mientras que en un Congreso sin mandatos imperativos, el sentido común de los delegados independientes se unirá prontamente a un partido común, contra el partido de la sociedad secreta. El mandato imperativo es un instrumento de dominación sumamente efectivo, y por ello la Alianza, a pesar de su anarquismo, preconiza su autoridad” (traducido del inglés por nosotros).La cuestión de las finanzas: el “nervio de la guerra”Dado que las finanzas, como base material para el trabajo político, son vitales para la construcción y la defensa de la organización revolucionaria, es lógico que el sabotaje de las finanzas fuera uno de los principales instrumentos del parasitismo para socavar la Internacional.Antes del congreso de La Haya, había habido ya intentos de boicotear o sabotear el pago de las cuotas que, según los estatutos, los miembros debían pagar al Consejo general. Refiriéndose a la política que llevaban aquellos que en las secciones norteamericanas, se rebelaban contra el Consejo general, Marx declaró que: “Negarse a pagar las cuotas, e incluso las reclamaciones de la sección al Consejo general, corresponden al llamamiento efectuado por la Federación del Jura que dice que si tanto Europa como América se niegan a pagar sus cuotas, el Consejo general se quedará sin blanca” (p. 27).Con respecto a la “rebelde” Segunda sección de Nueva York, “Ranvier es de la opinión que los Reglamentos han quedado ‘en papel mojado’. La sección nº 2 se separó del Consejo federal, cayendo en una profunda letargia, pero al acercarse el congreso mundial, ha querido estar representada en él para protestar contra los que han mantenido la actividad. Y ¿cómo, por cierto, ha regularizado esta sección su situación con el Consejo general? Pues pagando sus cuotas sólo el 26 de agosto. Tal conducta es casi cómica e intolerable. Estas pequeñas camarillas, estas sectas, estos grupos que quieren estar al margen, sin ningún vínculo con los demás recuerdan a la masonería, y no pueden ser tolerados en la Internacional” (p. 45).El Congreso insistió justamente en que sólo las delegaciones de las secciones que hubieran pagado sus deudas, podrían participar en el Congreso. He aquí como Farga Pellicer “explicó” que los aliancistas españoles no hubieran pagado: “Respecto a las cuotas, explicó: la situación es difícil, han tenido que luchar contra la burguesía y además todos los trabajadores pertenecen a sindicatos. Quieren unir a todos los trabajadores contra el capital. La Internacional ha hecho grandes progresos en España, pero la lucha es costosa. No han pagado sus cuotas, pero lo harán”. En resumidas cuentas: se habían guardado el dinero de la organización para ellos mismos. A lo que el tesorero de la Internacional les respondió: “Engels,

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secretario para España, se sorprende de que los delegados hayan llegado con dinero en los bolsillos, y aún no hayan pagado. En la Conferencia de Londres, todos los delegados rindieron cuentas inmediatamente, y los españoles deben hacer lo mismo aquí, ya que es indispensable para dar validez a sus mandatos” (p. 128). Dos páginas más adelante, leemos en las actas: “Farga Pellicer, finalmente se levantó y entregó al Presidente las cuentas de tesorería y las cuotas de la Federación española, excepto las del último trimestre”. Es decir, el dinero que alegaban no tener.No puede sorprendernos que, con vistas a debilitar a la organización, la Alianza y sus acólitos propusieran entonces la reducción de las cuotas de los miembros, cuando la propuesta del Congreso era el aumentarlas: “Brismee esta a favor de una disminución de las cuotas, ya que los obreros deben pagar a sus secciones, al Consejo federal, y resulta muy costoso para ellos entregar además diez céntimos anuales al Consejo general”. A lo que Frankel, en defensa de la organización contestó que “él mismo es un trabajador asalariado y sin embargo piensa que, en interés de la Internacional, las cuotas deben ser, sin duda, aumentadas. Hay federaciones que sólo pagan en el último momento y lo menos que pueden. El Consejo no tiene un céntimo en caja. (...) Frankel opina que con los medios de propaganda que se lograran con un aumento de las cuotas, cesarían las divisiones en la Internacional, y que éstas no existirían hoy si el Consejo general hubiera podido enviar sus emisarios a los diferentes países donde se daban esas disensiones” (p. 95).Sobre esta cuestión, la Alianza obtuvo una victoria parcial: las cuotas se dejaron al mismo nivel que estaban.Finalmente el Congreso rechazó vehementemente las difamaciones que tanto la Alianza, como la prensa burguesa habían lanzado sobre esta cuestión: “Marx señaló que, cuando en realidad, los miembros del Consejo habían adelantado dinero de sus propios bolsillos para sufragar los gastos de la Internacional, los calumniadores les acusaban de vivir del Consejo, que vivían de los peniques de los obreros (...). Lafargue indicó que la Federación del Jura era una de las pregoneras de esa calumnia” (pp. 58 y 169).La defensa del Consejo general como eje central de la defensa de la Internacional“El Consejo general (...) plantea en el orden del día, como cuestión más importante a discutir en el Congreso de La Haya, la revisión de los estatutos generales y los reglamentos” (Resolución del Consejo general sobre el orden del día del Congreso de La Haya, pp. 23-24).En cuanto al funcionamiento, la cuestión central fue la siguiente modificación de los Estatutos generales:“Artículo 2. El Consejo general está obligado a ejecutar las Resoluciones del Congreso, y a vigilar que en cada país se cumplan estrictamente los principios, los Estatutos generales y los Reglamentos de la Internacional.“Artículo 6. El Consejo general tiene igualmente derecho a suspender ramas, secciones, consejos o comités federales, y federaciones de la Internacional, hasta que se reúna el siguiente Congreso” (Resoluciones sobre los Reglamentos, p. 283).En vez de esto, los adversarios del desarrollo de la Internacional, anhelaban la destrucción de esta unidad centralizada. Y pretender que esa oposición venía motivada por una “negativa, por principios, a la centralización”, se contradice abiertamente con el hecho de que, en los propios estatutos secretos de la Alianza, esa “centralización” era sustituida por la dictadura personal de un sólo hombre: el “ciudadano B.” (Bakunin). Tras el amor arrebatado de los bakuninistas por el federalismo, lo que en realidad se ocultaba era su comprensión de que la centralización era uno de los principales instrumentos con los que la Internacional podía resistir a su destrucción, evitando verse fragmentada. Con objeto de lograr esa “sagrada destrucción”, los bakuninistas movilizaron los prejuicios federalistas de los elementos pequeñoburgueses de la organización.“Brismee pide que antes se discutan los Estatutos, pues quizá deje de existir el Consejo General, y por tanto ya no necesitaría poderes. Los belgas rechazan la ampliación de poderes para el Consejo General. Antes bien, han venido aquí para recuperar la corona (soberanía) que les fue usurpada” (p. 141). Sauva de Estados Unidos) dice: “Quienes le han mandatado, quieren que se mantenga el Consejo general, pero que no tenga ningún derecho, y que su soberanía no le permita dar órdenes a sus criados (risas)”.El Congreso rechazó esos intentos por destruir la unidad de la organización, aprobando, por el contrario, el reforzamiento del Consejo general, algo por lo que los marxistas habían estado luchando hasta ese momento. Como señaló Hepner durante el debate: “Ayer tarde se mencionaron dos grandes ideas: centralización y federación. Esta última se expresa a través del abstencionismo, pero abstenerse de actividad política acaba llevando a la comisaría de policía”. Y Marx añadió: “Sauva ha cambiado de opinión desde (la Conferencia de) Londres. En cuanto a la autoridad, en Londres apoyó la autoridad del Consejo general... aquí defiende lo contrario” (p. 89).“Marx declara: No pedimos estos poderes para nosotros, sino para la institución. Marx ha señalado que preferiría la abolición del Consejo general, antes que verlo reducido al papel de un simple buzón de correspondencia” (p. 73).

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Y cuando los bakuninistas se dedicaron a azuzar el temor pequeñoburgués a la “dictadura”, Marx argumentó que: “Aunque diéramos al Consejo general los poderes de un Príncipe Negro o del Zar de Rusia, sus poderes serían ficticios si dejara de representar a la mayoría de la AIT. El Consejo general no dispone de ejército, ni de presupuesto; no es más que una fuerza moral, y dejaría de tener poder en cuanto dejara de contar con el apoyo de toda la Asociación” (p. 154).El Congreso supo relacionar este reforzamiento de la centralización, con otra importante modificación que se aprobó para los estatutos: la necesidad de un partido político de clase, y la defensa de los principios proletarios de funcionamiento. Ambas cuestiones tenían en común la lucha contra el “antiautoritarismo” que ataca tanto al partido como a la disciplina de partido.“Se ha hablado aquí contra la autoridad. Nosotros también estamos contra cualquier tipo de abuso. Pero una cierta autoridad, un cierto prestigio, siempre serán necesarios para cohesionar el partido. Si fueran coherentes, esos antiautoritarios, deberían reclamar también la abolición de los Consejos federales, las federaciones y los comités, e incluso las secciones, pues todas ellas ejercen un mayor o menor grado de autoridad, Deberían instaurar la anarquía absoluta, en todas partes. Es decir, convertir la militancia de la Internacional, en un partido pequeño burgués en bata y zapatillas. ¿Cómo es posible cuestionar la autoridad, tras la Comuna? Al menos nosotros, los obreros alemanes, estamos convencidos de que la Comuna fracasó, principalmente, ¡por no ejercer la suficiente autoridad!” (p. 161).La investigación sobre la AlianzaEl último día del Congreso fue presentado y discutido el Informe de la Comisión de investigación sobre la Alianza.Cuno declaró: “No hay ninguna duda de que en el seno de la AIT han tenido lugar maquinaciones, mentiras, calumnias y supercherías, cuya existencia ha quedado probada. La Comisión ha realizado un trabajo sobrehumano, hoy ha estado reunida trece horas seguidas. Os pedimos ahora un voto de confianza, con la aceptación de las peticiones formuladas en el informe”.En efecto, el trabajo de esta Comisión había sido extraordinario a los largo de todo el Congreso, examinando un montón de documentos, y escuchando los testimonios que solicitaron para esclarecer los diferentes aspectos de la cuestión. Engels leyó el Informe del Consejo general sobre la Alianza. Es muy significativo, que uno de los documentos presentados por el Consejo general a la Comisión fueran los “Estatutos generales de la Asociación internacional de trabajadores, tras el Congreso de Ginebra de 1866”, lo que pone de manifiesto que lo que amenazaba a la Internacional, no era la existencia de divergencias políticas que pueden darse, con toda normalidad, en el marco previsto en los estatutos, sino la violación sistemática de esos mismos estatutos.Saltarse los principios organizativos del proletariado constituye, siempre, un peligro mortal para la existencia y la reputación de las organizaciones comunistas. Los estatutos secretos de la Alianza, que el Consejo general facilitó a la Comisión, mostraban, precisamente, que era de eso de lo que se trataba.La Comisión, que fue elegida por el Congreso, no se tomó su trabajo a la ligera. La documentación de su trabajo es más voluminosa que las mismas actas del Congreso. El documento más extenso, el informe que la Conferencia de Londres había encargado a Utín, consta de cerca de 100 páginas. Al final, el Congreso de La Haya mandató la publicación de un informe, aún más largo, el famoso “La Alianza de la democracia socialista y la Asociación internacional de trabajadores”. Las organizaciones revolucionarias, que nada tienen que ocultar a los obreros, siempre han querido informar al proletariado de este tipo de cuestiones, en la medida en que lo permita la seguridad de la organización.La Comisión estableció, sin lugar a dudas, que Bakunin había disuelto y refundado la Alianza, al menos en tres ocasiones, para tratar de engañar a la Internacional. Que se trataba de una organización secreta dentro de la Asociación y que actuaba transgrediendo los estatutos y de espaldas a la organización, con objeto de hacerse con el control de esa entidad o destruirla.La Comisión reconoció, igualmente, el carácter irracional y esotérico de esta formación: “Es evidente que dentro de esa organización existen tres grados, uno de los cuales lleva a los demás de la nariz. Todo este asunto resulta tan exagerado y excéntrico que a todos los de la Comisión, nos han entrado, constantemente, ganas de reírnos. Este tipo de misticismo sería normalmente considerado como una locura. El mayor de los absolutismos se manifestaba en el conjunto de la organización” (p. 339).El trabajo de la Comisión se vio dificultado por varios factores. En primer lugar, la ausencia del propio Bakunin del Congreso. A pesar de haber pregonado, con su habitual pomposidad, que acudiría al congreso para defender su honor, prefirió dejar esta defensa en manos de sus discípulos, a los que sin embargo aleccionó en la estrategia a utilizar para sabotear las investigaciones. Ante todo, sus seguidores se negaron a facilitar información alguna sobre la Alianza y sobre las sociedades secretas en general, aduciendo “motivos de seguridad”, como si sus actividades se hubieran dirigido contra la burguesía cuando, en realidad, atacaban a la Asociación. Guillaume repitió lo que ya había dicho en el Congreso de la Suiza romande (abril de 1870): “Todo miembro de la Internacional tiene todo el derecho a unirse a cualquier

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sociedad secreta, incluso a la masonería. Cualquier investigación sobre una sociedad secreta equivaldría simplemente a una denuncia ante la policía” (Nicolaievsky, Karl Marx).En segundo lugar, los mandatos imperativos escritos para los delegados jurasianos establecían que: “los delegados del Jura se abstendrán de cualquier cuestión personal, participando en discusiones de ese tipo, sólo si ven obligados a ello. En ese caso, propondrán al congreso olvidar el pasado, y establecer para el futuro tribunales de honor, que deberán decidir cada vez que se acuse a un miembro de la Internacional” (p. 325).Es ése un ejemplo de documento de cómo escurrir el bulto en política. La clarificación del papel jugado por Bakunin como líder de un complot contra la Internacional, pasa a ser una cuestión personal y no una cuestión enteramente política. En cuanto a las investigaciones... deberán dejarse “para el futuro”, y a través de una especie de institución permanente para arreglar disputas, como si se tratara de un tribunal burgués. De este modo se desnaturalizaba completamente el verdadero sentido de las comisiones proletarias de investigación, o los auténticos tribunales de honor.En tercer lugar, la Alianza se presentó como la “víctima” de la organización. Guillaume protestó “porque el Consejo general actúa como una Inquisición en la Internacional” (p. 84), afirmando que “todo este asunto no es más que un proceso político y se quiere reducir al silencio a la minoría, que es en realidad, la mayoría (...). Lo que en realidad se ha condenado aquí es el principio federalista” (p. 172). “Alerini estima que la Comisión no dispone más que de pruebas morales, que no materiales. El ha sido miembro de la Alianza, y está orgulloso de ello (...). Pero vosotros no sois más que una Inquisición. Nosotros os exigimos una investigación pública, y pruebas tangibles y concluyentes” (p. 170). El Congreso eligió a un simpatizante de Bakunin, Splingard, como miembro de la Comisión. Este Splingard hubo de admitir que la Alianza había existido como una sociedad secreta en el interior de la Internacional, aunque demostrara no entender la función que debía cumplir la Comisión, pues se comportó en ella como una especie de “abogado defensor” de Bakunin (que ya era bastante mayorcito para defenderse a sí mismo) en vez de participar en un trabajo colectivo de investigación: “Marx declara que Splingard se ha portado como un abogado de la Alianza, pero no como un juez imparcial”.Marx y Lucain tuvieron que refutar la acusación de que “carecían de pruebas”: “Splingard sabe muy bien que Marx había entregado casi todos los documentos a Engels. El Consejo federal español ha aportado igualmente pruebas. Él (Marx) ha presentado otras de Rusia, pero no puede, evidentemente, revelar quién se las ha enviado. En general sobre esta cuestión, los miembros de la Comisión han dado su palabra de honor de no divulgar nada sobre estas deliberaciones, y sobre todo no dar ningún nombre. Su decisión sobre esta cuestión es inquebrantable”.Lucain “pregunta si debemos aguardar a que la Alianza haya reventado y desorganizado a la Internacional, para presentar pruebas. ¡Nosotros no! No podemos esperar hasta entonces. Nosotros atacamos el mal, allí donde lo encontramos, y cumplimos así nuestro deber” (p. 171).El Congreso –a excepción de la minoría bakuninista– apoyó rotundamente las conclusiones de la Comisión. En realidad, la Comisión sólo solicitó tres expulsiones: las de Bakunin, Guillaume y Schwitzguebel, y sólo las dos primeras fueron aceptadas por el Congreso, desmintiendo así la falacia de que la Internacional pretendía eliminar, por medios disciplinarios, una minoría incómoda. Las organizaciones revolucionarias, en contra de las acusaciones que lanzan anarquistas y consejistas, no tienen ninguna necesidad de tales medidas, y no temen, sino que, por el contrario, tienen el máximo interés en la más completa clarificación a través del debate. De hecho sólo recurren a las expulsiones en casos muy excepcionales de grave indisciplina y deslealtad. Como señaló Johannard en La Haya: “la expulsión de la AIT es la condena más grave y deshonrosa que pueda caer sobre un hombre; los expulsados ya no podrán pertenecer jamás a una asociación honorable” (p. 171). El frente parásito contra la InternacionalNo entraremos aquí en otra de las dramáticas decisiones adoptadas en el Congreso: el traslado del Consejo general de Londres a Nueva York. Propuesta que venía motivada porque, si bien los bakuninistas habían sido derrotados, el Consejo general en Londres podría haber caído en las manos de otra secta: los blanquistas. Estos, que se negaban a reconocer el retroceso internacional de la lucha de clases causado por la derrota de la Comuna de París, arriesgaban la destrucción del movimiento obrero desangrado en un rosario de absurdas confrontaciones de barricadas. De hecho, aunque Marx y Engels confiaran en poder volver a traer el Consejo general a Europa, más adelante, la derrota de París marca el comienzo del fin de la Iª Internacional (véase la parte IIª de esta serie en la Revista internacional anterior).Concluiremos este artículo, eso sí, con una de las principales adquisiciones para la historia, de este Congreso de La Haya. Esta adquisición, que desgraciadamente luego quedó relegada o completamente incomprendida (por ejemplo por Franz Mehring en su biografía de Marx), fue la identificación del papel del parasitismo político contra las organizaciones obreras.

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El Congreso de La Haya demostró que la Alianza bakuninista no actuaba por su cuenta, sino como un auténtico centro coordinador de toda la oposición parásita, que apoyada por la burguesía, actuaba contra el movimiento obrero.Uno de los principales aliados de la Alianza en su lucha contra la Internacional, era el grupo americano en torno a Woodhull-West, que difícilmente podían pasar por “anarquistas”.“El mandato de West está firmado por Victoria Woodhull quien, desde hace años, intriga para conseguir la presidencia de los Estados Unidos, es la presidente de los espiritistas, predica el amor libre, tiene negocios bancarios, etc. (...) Publicó el famoso llamamiento a los ciudadanos norteamericanos de lengua inglesa, en el que se acusaba a la AIT de un sinfín de atrocidades, y que provocó la creación, en dicho país, de varias secciones sobre unas bases similares. En éste (llamamiento) se habla, entre otras muchas cosas, de libertad personal, libertad social (amor libre), moda en el vestir, sufragio femenino, lengua universal, etc. (...) Estima que la cuestión de la mujer debe tener prioridad sobre la cuestión obrera, y se niega a reconocer a la AIT como una organización de trabajadores” (intervención de Marx, p. 133).Sorge reveló además las conexiones de todos estos elementos del parasitismo internacional:“La sección nº 12 ha recibido la correspondencia de la Federación del Jura, y del Consejo federalista universal de Londres. Se han dedicado a intrigas y maniobras desleales, para conseguir el liderazgo supremo de la AIT, y tienen aún la desvergüenza de publicar e interpretar como favorables a ellos, las decisiones del Consejo general que, en realidad, les son adversas. Más tarde condenaron a los communards franceses y a los ateos alemanes. Pedimos aquí disciplina y sumisión, no a las personas sino a los principios y a la organización. Para ganar en América, necesitamos a los irlandeses, pero nunca nos los podremos ganar si antes no rompemos con la sección nº 12 y los ‘free lovers’” (p. 136).Las discusiones del congreso dejaron aún más clara esta coordinación internacional –a través de los bakuninistas– de los ataques contra la Internacional:“Le Moussu leyó del Boletín de la Federación del Jura, una reproducción de una carta dirigida a él por el Consejo de Spring Street, en respuesta a las instrucciones para suspender a la sección nº 12 (...) (que concluye) promoviendo la formación de una nueva Asociación que integre a los elementos disidentes de España, Suiza y Londres. Así pues, no contentos con hacer caso omiso de la autoridad conferida al Consejo general por el Congreso, y en vez de postergar la exposición de sus quejas, tal y como preveen los Estatutos, hasta hoy, estos individuos se dedican a formar una nueva sociedad, en abierta ruptura con la Internacional”.“Le Moussu quiere llamar la atención del Congreso, sobre la coincidencia que existe entre los ataques del Boletín de la Federación del Jura contra el Consejo general y sus miembros, y los lanzados por su publicación hermana ‘La Federación’, editada por los Sres. Vesinier y Landeck. Esta publicación ha sido denunciada como ‘portavoz’ de la policía, y sus editores expulsados de la Sociedad de refugiados de la Comuna en Londres, por ser, precisamente, agentes de la policía. Sus falacias pretenden desprestigiar a los miembros de la Comuna que están en el Consejo general, presentándolos como admiradores del régimen de Bonaparte, mientras que, sobre los restantes miembros, estos miserables siguen insinuando que son agentes de Bismarck. ¡Como si los verdaderos agentes de Bonaparte y Bismarck no fueran quienes, como es el caso de algunos ‘plumíferos’ de distintas federaciones, se arrastran ante los sabuesos de todos los gobiernos, para insultar a los verdaderos héroes del proletariado! Por todo ello, yo les digo a esos viles difamadores: vosotros sois los peores secuaces de las policías de Bismarck, Bonaparte y Thiers” (pp. 50-51). Respecto a los vínculos entre la Alianza y Landeck: “Dereure informó al Congreso que, apenas una hora antes, Alerini le había dicho ser íntimo amigo de Landeck, a quien se le conocía en Londres como espía de la policía” (p. 472).También el parasitismo alemán, es decir los lassalleanos que habían sido expulsados de la Asociación para la educación de los obreros alemanes de Londres, se sumaron a esta red internacional del parasitismo, a través del mencionado Consejo universal federalista de Londres, en el que participaban junto a otros enemigos del movimiento obrero tales como los masones radicales franceses, y los mazzinistas de Italia.“El partido bakuninista de Alemania era la Asociación general de obreros alemanes, dirigida por Schweitzer, quien, finalmente, fue desenmascarado como agente de la policía” (Intervención de Hepner, p. 160). El Congreso mostró, del mismo modo, la colaboración existente entre los bakuninistas suizos y los reformistas británicos de la Federación británica que dirigía Hales.En realidad, junto a la infiltración y la manipulación de sectas degeneradas que, en el pasado, habían pertenecido a la clase obrera, la burguesía puso también en marcha sus propias organizaciones, con las que enfrentarse a la Internacional. Tal fue el caso de los “filadelfianos” y los mazzinistas residentes en Londres, que ya intentaron hacerse con el control del Consejo general, pero fueron derrotados al ser destituidos sus miembros del subcomité del Consejo general en septiembre de 1865.“El principal enemigo de los “filadelfianos”, el hombre que impidió que hicieran de la Internacional un centro de sus actividades, fue Karl Marx” (Nicolaevsky, Las sociedades secretas y la Primera internacional, traducido del inglés por nosotros). Es más que probable, como afirma Nicolaevsky, que

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existieran vínculos directos entre este medio y los bakuninistas, pues éstos se identificaban abiertamente con los métodos y la organización de la francmasonería.La actividad destructiva de este medio, tuvo su continuidad en las provocaciones terroristas de la sociedad secreta de Felix Pyatt (la Comuna republicana revolucionaria). Este grupo que había sido expulsado y condenado públicamente por la Internacional, continuó actuando en su nombre y atacando constantemente al Consejo general.En Italia, por ejemplo, la burguesía puso en marcha la Societa universale dei razionalisti que, bajo la dirección de Stefanoni, se dedicó a atacar a la Internacional en dicho país. Su prensa publicó las calumnias de Vogt y los lassalleanos alemanes contra Marx, y defendió ardientemente a la Alianza de Bakunin.El objetivo de toda esta red de falsos revolucionarios no era otro que “difamar a los miembros de la Internacional, como hace la prensa burguesa, a la que ellos mismos inspiran. Y, para mayor vergüenza, lo hacen apelando a la unidad de los trabajadores” (Intervención de Duval, p. 99).Todo ello explica que la preocupación central de las intervenciones de Marx en este congreso fuera, precisamente, la necesidad vital de defender a la organización de tales ataques.Esa vigilancia y determinación debe igualmente guiarnos hoy, frente a ataques parecidos.“Quien se sonría cuando mencionamos la existencia de secciones policiales, debería saber que tales secciones han sido creadas en Francia, Austria, y otros países. De Austria nos ha llegado una petición al Consejo general, para que no se reconozca ninguna sección que no haya sido formada por delegados del Consejo general o por organizaciones locales. Vesinier y sus camaradas, recientemente expulsados del grupo de los refugiados franceses, son evidentemente partidarios de la Federación del Jura (...) Individuos como Vésinier, Landeck y otros, forman, así creo, primero un Consejo federal, luego una Federación y las secciones, y los agentes de Bismarck pueden hacer otro tanto. Razón por la cual, el Consejo general debe tener el derecho de disolver o suspender un Consejo federal o una Federación. (...) En Austria, unos cuantos energúmenos, ultrarradicales y provocadores, formaron secciones destinadas a desprestigiar a la AIT. En Francia, el jefe de la policía formó una sección” (pp. 154-155).“Ya hubo un caso en que tuvimos que suspender un Consejo federal en Nueva York. Puede que, en otros países, sociedades secretas consigan influenciar a consejos federales, y entonces deberán ser igualmente suspendidos. No podemos permitir la facilidad con la que Vesinier, Landeck y un confidente de la policía alemana, han podido libremente formar federaciones. El Sr. Thiers se ha convertido en el servidor de todos los gobiernos contra la Internacional, y el Consejo debe tener los poderes para erradicar a todos estos elementos corrosivos (...) Vuestras expresiones de ansiedad no son más que un ardid, porque pertenecéis a esas sociedades que actúan en secreto y son de lo más autoritarias” (pp. 47 y 45).En la cuarta y última parte de esta serie, volveremos a tratar la cuestión de Bakunin, el aventurero político, sacando lecciones generales de la historia del movimiento obrero.

Kr [1] Actas y Documentos del Congreso de La Haya, ed. Progreso, Moscú. Estas Actas son retomadas de las Actas del Congreso escritas en francés por Benjamin Le Moussu (proscrito de la Comuna de París y miembro del Consejo general desde el 5 de septiembre de 1871) retraducidas del ruso y traducidas del inglés por nosotros. Serán señaladas a lo largo del artículo por la referencia de página